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HISTÓRICO
SEP - INDAUTOR
REGISTRO PÚBLICO
03-2017-01 1910300800-01
2
PRELIMINAR
CAPÍTULO PRIMERO
ni ninguna de las defensas hereditarias exhibidas por el resto de la vida animal. Precisamente,
si algo otorgó al ser humano la superioridad para haberse impuesto a los más fuertes y
resistentes y haber extendido su hábitat de polo a polo, por todo el planeta, es poseer una
capacidad de pensamiento más desarrollada, con una alta idoneidad, lo cual se deriva de la
complejidad de su cerebro. El pensamiento es nuestra “defensa hereditaria”, producto de miles
de generaciones, nos permite observar la actitud de otros animales para conocer y prever sus
acciones. De esa forma podemos organizarnos y actuar en grupos para neutralizar las ventajas
heredadas por otras especies. Planificando una acción coordinada con otros individuos, con
armas fabricadas por ellos, el ser humano puede cazar elefantes, como gustaba hacer un rey de
España, animales feroces y toda suerte de seres vivos.3
2° En la cultura, porque, según lo hemos planteado, es su propia creación, es la
materialización de su impulso por transformar la naturaleza buscando volverla más placentera,
más adecuada y cómoda para su vida, aunque los resultados obtenidos puedan ser discutibles.
Esa cultura se constituye también en otra “defensa hereditaria” producida por enormes
cantidades de seres humanos, de miles de generaciones. Solemos adjudicar a una persona la
creación de productos culturales y atribuimos a otra el descubrimiento de cierta ley. Sin
embargo, toda creación cultural es colectiva. Lu Sin lo expresó con la precisión propia de los
grandes escritores en el epígrafe de este capítulo. Podemos imitarlo de esta manera: ‘En el
hecho, al principio no había saber sobre la Tierra, pero siempre que muchos seres
humanos buscaron resolver un problema, allí quedó un (saber) conocimiento’.
1.1.2. – ALGUNAS ACTIVIDADES DEL PENSAMIENTO. En el desenvolvimien-
to humano, el pensamiento cumple y desarrolla varias funciones. En primer lugar la de
representarnos el mundo exterior a fin de permitirnos mover y actuar con relativa seguridad en
él. En segundo término, nos permite concebir nuevas herramientas para realizar las
transformaciones necesarias al buscar más eficiencia, placer u originalidad para nuestro pasaje
por el mundo. Cuando nos dedicamos a la materialización de nuestras concepciones, es quien
dirige la actividad.
Al analizar la evolución de la humanidad, para el pensamiento suponemos una función
ordenadora en toda cultura, clase o ubicación geográfica, aunque los principios en los cuales
se base cada orden puedan diferir entre sí.4 Cuando estamos frente a un conjunto de datos
aislados, de inmediato intentamos relacionarlos y ordenarlos, introducirlos en algún
compartimento de nuestra propia imagen mental del mundo exterior, o de una parte del
mismo. Encontrarles un orden. Cuando no podemos ubicarlos, no somos capaces de descubrir
ninguna coherencia entre ellos y, sobre todo, entre ellos y nosotros, nos sentimos incómodos,
nos desconcertamos y nos invade la angustia por no poder organizarlos. De allí surge nuestra
tendencia a etiquetar todo lo percibido y el consiguiente rechazo a ser etiquetados por quienes
se sienten originales o únicos, porque no se entiende la función clave de la etiquetación en el
pensamiento de los demás y aun en el suyo propio. Es curioso ese rechazo porque casi todos
hacen lo mismo con el resto de los seres vivos.
3
Para un desarrollo más detallado de este tema ver Jaime COLLAZO ODRIOZOLA, “Los valores sociales en el
desarrollo histórico de la ciencia moderna” en Administración y Política N° 4, tercera época, tercer
cuatrimestre de 1982. Revista de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad
Autónoma del Estado de México. Toluca, 1982. Páginas 84 a 87.
4
Un ejemplo excelente de un orden distinto al occidental lo suministra José Ramón ÁLVAREZ. China caos
vital. Las raíces taoístas del pueblo chino. Universidad de Fujen, Taipei, 1992.
8
5
Alberto EINSTEIN dijo: “Hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana. Aunque del primero no
estoy completamente seguro.”
6
Max PLANCK. Scientific Autobiography. Citado por Thomas S. KUHN. La estructura de las revoluciones
científicas. F.C.E. Cuarta reimpresión, México 1980, páginas 234 y 235. Original: The Structure of Scientific
Revolutions. University of Chicago, 1962.
7
KUHN llama “paradigma científico” a ciertas teorías impuestas por su mayor adecuación a las necesidades de
una época, por lo cual dirigen todas las investigaciones realizadas en una ciencia, mientras no pueda probarse
su falsedad, o no la sustituya con ventaja otra.
9
ubicación del cielo y el infierno. Para otras sociedades, era impensable la existencia de gente
en las antípodas sin caerse “hacia abajo”, también concebir el fenómeno de la atracción.
En los seres humanos, la resistencia a la modificación de sus imágenes e ideología es,
entonces, completamente natural. Con las representaciones aceptadas se vive seguro. Por esta
razón, entre otras, abandonar ideas heredadas por una sociedad, especialmente esas
representaciones globales sobre el funcionamiento del universo, es un proceso lento.
En un medio donde se producen transformaciones tan rápidas en las interpretaciones de
la realidad, como las vividas en los últimos dos siglos, es normal encontrar resistencias en la
personas mayores, como también es normal la imposición de esas novedades por los jóvenes.
Estos últimos adoptan con facilidad las nuevas formas y los nuevos contenidos del
pensamiento, porque no están tan apegados a las convicciones más antiguas, ni tan
comprometidos con ellas. Para finalizar con el ejemplo: en el mundo europeo anterior a 1492
se conocían tres continentes, lo cual se consideraba una manifestación de la santísima trinidad.
La aparición de un cuarto supuso una crisis, solucionada u olvidada tiempo después. Los
teólogos debieron trabajar duro para explicarlo.
B – Parcial inconsciencia. Derivado de la falta de conciencia plena de los seres
humanos sobre muchos de sus pensamientos, de sus convicciones acerca del mundo, uno de
los principales acompañantes de la fijeza es la confusión acerca de ciertas creencias muy
arraigadas.
Gran cantidad de las interpretaciones y convicciones más firmes de mujeres y hombres,
tan importantes en su vida, no siempre, y jamás en su totalidad, se les hace consciente. En
innumerable cantidad de casos, ese pensamiento está fuertemente influido por motivos
emocionales y/o estéticos, de los cuales tampoco se tiene discernimiento, por eso no es posible
controlarlo. Parte del problema se genera en la infancia, cuando se incorporan en el niño
ciertos valores y convicciones; la mayor parte de ellos, los conservarán durante toda su vida,
sin jamás tener claridad ni control sobre los mismos. Esa situación provoca contradicciones en
la misma persona, la induce a considerar y explicar ciertos procesos en una forma totalmente
opuesta e incompatible al tratamiento de otros fenómenos similares. Esto también llega a
ocurrir en las ciencias fácticas modernas consideradas del más alto nivel. A menudo un juicio
se justifica por razones pragmáticas.8
C – Capacidad de abstracción. Por su función ordenadora de los datos obtenidos de
la naturaleza y la cultura, una característica importante del pensamiento es la capacidad para
crear abstracciones. No todos los conceptos tienen el mismo nivel de abstracción. Algunos
solo representan un objeto o ser concreto, otros un grupo de esos objetos o seres, hay
pensamientos de alto grado de abstracción refiriéndose a conjuntos muy amplios y
heterogéneos. Cuanto mayor es el número de instancias particulares, seres o procesos
abarcados por una abstracción, menor es la cantidad de atributos comunes sobre los cuales es
posible predicar, porque solamente puede referirse a aquello unánimemente presente en todos
y parece muy clara la imposibilidad de incluir muchos elementos comunes cuando aumenta el
número de individuos sobre los cuales se predica.
8
Nos referimos al pensamiento científico, Para la afirmación del texto ver Paul K. FEYERABEND. Contra el
método. Ariel, Colección Quincenal N° 85, Barcelona, segunda reimpresión, noviembre de 1981. Original en
inglés: 1970. Véase especialmente la forma de calcular la trayectoria de Mercurio en la página 47. También
Ludovico GEYMONAT. El pensamiento científico. Eudeba, Colección Cuadernos N° 37. Buenos Aires,
sexta edición, 1972. Original en italiano: 1954. Tomado de la tercera edición italiana de 1958. Página 7.
10
9
Carlos MARX. Prólogo de la contribución a la crítica de la economía política. En Obras escogidas de Marx y
Engels, en dos tomos, tomo 1, página 348. Editorial Progreso, Moscú, 1966.
11
elección de la teoría (o ideología) también influyen elementos no racionales como por ejemplo
las emociones, las preferencias personales y los sentimientos.
Cuando nos enfrentamos a un proceso completamente desconocido, de inmediato
buscamos ubicarlo dentro de aquello conocido en nuestras representaciones mentales, en los
compartimentos explicativos de nuestro cerebro, para entenderlo, vincularlo con algo
semejante ya conocido. Cuando los europeos, al buscar la India, llegaron a un nuevo
continente, a fines del siglo XV, la ubicaron dentro de lo conocido por ellos, en su concepción
del mundo (su teoría sobre el planeta) por eso lo llamaron “INDIA”, creyendo haber llegado a
esas legendarias tierras. Por ese equívoco, a sus habitantes originarios les ha quedado la
designación de “Indios”, aunque el desarrollo posterior del conocimiento haya puesto de
manifiesto su radical ausencia de toda relación con la India. Su búsqueda obsesiva de “las
Indias” les impidió, por un tiempo, percatarse del descubrimiento de un continente
desconocido para ellos, poblado por seres humanos con una cultura completamente diferente,
tanto de la propia, lo cual era evidente, como de la desarrollada por los habitantes de la India.
Las dimensiones del planeta Tierra eran mucho mayores de las suposiciones europeas
de ese tiempo (las teorías acerca del mismo), pero para darse cuenta del “error” de su teoría,
debió pasar más de una década y muchos viajes. Para tomar conciencia de las dimensiones del
planeta debieron pasar casi dos siglos. Han pasado más de cinco siglos y todavía no se
corrigen las erróneas designaciones iniciales. Todo esfuerzo de entendimiento ocurre en
nuestro pensamiento, no en el proceso exterior, el cual tiene su propio sentido o no tiene
ninguno.
Si salimos a caminar por una ciudad cualquiera, lo hacemos sobre la acera y nuestra
atención se pone alerta cuando debemos bajar a la calzada, porque nuestra representación
mental del funcionamiento de un medio urbano (nuestra teoría) nos enseñó a hacerlo en esa
forma. Nos parece “lo normal”, “se hace en todas las ciudades conocidas”: la calle es para la
circulación de vehículos, mientras la vereda está reservada para los peatones. Las vías sin
aceras, existentes en algunas ciudades, nos sorprenden, nos parecen exóticas y nos obligan a
redoblar la atención si por ellas circulan también vehículos. El paseo pierde entonces una parte
de su atractivo, ya no es tan relajante y placentero. Si en una vía normal un vehículo sube y
transita sobre la acera, nos sentimos inseguros, porque contradice nuestra representación
mental de la normalidad y no nos permite pasear tranquilos en esa vereda, nos quita la
certidumbre, nos inquieta, nos hace sentir en peligro y transitar alerta. Este caso particular
contradijo nuestras ideas generales, no cumplió con lo esperado, con nuestras expectativas.
Necesitamos una explicación particular para tranquilizarnos, como por ejemplo: alguna rotura
de la máquina, el conductor perdió el control o sufrió un desvanecimiento. Lo ubicamos como
una excepción. Esa explicación para la excepción vista, en el lenguaje científico se llama
“hipótesis ad hoc”, explicación para ese solo caso o algunos casos especiales de ese mismo
tipo.
Pero si nos enteramos de la corrección de esa actitud, de ser perfectamente normal en
ese lugar la circulación de vehículos, tanto por la calle como por la vereda, eso nos
sorprendería y nos quitaría toda tranquilidad: contradice nuestra creencia (nuestro
conocimiento teórico) acerca de la forma de realizar esas acciones, nuestra teoría acerca del
funcionamiento de las ciudades; eso incrementaría la sensación de peligro para nuestra
seguridad.
Siempre tendemos a creer correcta nuestra interpretación mental de la realidad, la
propia teoría nos parece existente “en la naturaleza de las cosas” y la ajena es la equivocada.
No consideramos el aspecto cultural de esas disposiciones. Eso suele hacernos afirmar la
12
10
Witold KULA. Problemas y métodos de la historia económica. Península, Serie Universitaria, Colección
historia/ciencia/sociedad. N° 100. Barcelona, tercera edición, noviembre de 1977. Página 575. Original en
polaco: 1963.
11
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. “¿Para qué sirve la teoría de la historia?”, en Coatepec Revista de la
Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México. N° 2, setiembre de 1988.
Toluca, año 2, 1988, Página 37
13
12
El manuscrito original se titulaba Philosophiae naturalis Principia mathematica. (1686)
13
Ludovico GEYMONAT, Op. Cit., referencia en la nota 6.
14
momento, se dice, en las respuestas a las preguntas tradicionales sobre el Universo, la Tierra,
el conocimiento, etc., se omitió toda referencia mitológica o religiosa, o casi toda, buscando
respuestas teóricas, racionales, basadas en generalidades.14
En la actualidad, esas primeras prácticas, a mucha gente le parecen contaminadas de
abundante superchería; por siglos química y alquimia no eran cosas diferentes, de la misma
manera astronomía y astrología. Como contrapeso, para no dejarse llevar demasiado lejos por
los prejuicios actuales, es interesante recordar a Kepler con su firme creencia en la astrología;
en ese oficio trabajó en la corte del duque de Wallenstein y luego para el emperador Rodolfo
II, 15 lo cual no le impidió formular tres leyes sobre las órbitas planetarias, básicas en el
desarrollo de la astronomía y la física modernas, sin las cuales difícilmente Newton hubiera
podido concebir su famosa teoría de la Gravitación Universal.
1.3.3. TEORÍA, FILOSOFÍA, EPISTEMOLOGÍA. De acuerdo con lo ya visto, el
conocimiento, en cuanto tal, se compone de una parte teórica, ingrediente fundamental para
otorgarle el carácter de “ciencia” a ciertos conocimientos. Pero tanto en la ciencia como en
cualquier forma de conocimiento, los aspectos teóricos y/o ideológicos no siempre son tan
fácilmente separables de los fácticos o informativos. Nada sabemos, o nada podemos ver ni
observar de la realidad circundante, si no es a través de los condicionamientos de nuestro
pensamiento, de nuestras ideas. Dicho de otra manera: no vemos ni observamos la realidad
circundante, lo existente, aquello ofrecido a nuestra atención, solo captamos y aprehendemos
algunos elementos de esa realidad, ciertos fragmentos; porque nuestra atención es guiada por
nuestros “conocimientos previos”, por nuestras necesidades, por nuestras ideas acerca del
mundo, por nuestra “teoría” sobre la forma de funcionar lo exterior. Vemos solamente lo que
“queremos o podemos” ver en lo ofrecido a nuestra atención.
Cuando un conocimiento se muestra estéril con respecto a nuestras necesidades o fines,
si algo se debe modificar son los ingredientes teóricos o interpretativos del mismo, la “teoría”;
porque al cambiar esos elementos, al modificar nuestras ideas acerca del funcionamiento de lo
exterior, podemos apreciar aspectos nunca antes vistos por nosotros de ese mundo, porque
nuestras ideas no nos permitían verlos, según lo expuesto por Kuhn.16 Por esta razón, por lo
general, los períodos de mayor desarrollo de la meditación acerca del conocimiento fueron
aquellos en los cuales los humanos descubrieron una inadecuación, aparentemente insalvable,
entre lo conocido y la necesidad de resolver problemas sentidos como obstrucciones a su
normal evolución.
Por lo general, las grandes “revoluciones científicas” vienen acompañadas de
profundas reflexiones en torno a la teoría del conocimiento o de la ciencia en especial. En este
último campo, Platón fue culminación de las múltiples reflexiones conducentes a la
formalización de la ciencia antigua; Kant teorizó la sistematización en la cual tuvo lugar el
ordenamiento de la ciencia moderna.
La nueva revolución científica del siglo XX vino acompañada, no tanto de un
individuo resumen de una época, sino más bien de escuelas compitiendo entre sí en la
14
William Cecil DAMPIER, Historia de la ciencia y sus relaciones con la filosofía y la religión. Tecnos,
Madrid, primera reimpresión de la primera edición en español de 1972, 1986. Original en inglés, 1929. Página
45. John D BERNAL, La ciencia en la historia. UNAM y Nueva Imagen, México quinta edición, 1981.Original
en inglés, 1954. Página 177. Arthur KOESTLER, Los sonámbulos. Historia de la cambiante cosmovisión del
hombre. Conacyt, México, 1981. Original en inglés, 1959. Página 22.
15
Arthur KOESTLER. Op. Cit. Páginas 239 a 307
16
Thomas S KUHN, La estructura de las revoluciones científicas. F.C.E. Colección Breviarios N° 213.
México, cuarta reimpresión, 1980. Página 176. Original en inglés 1962.
15
17
Karel LAMBERT y Gordon G. BRITTAN Jr. Introducción a la filosofía de la ciencia. Guadarrama, colección
Punto Omega N° 199. Madrid, 1975. Sin fecha del original en inglés. Páginas 82 y 83.
16
18
José FERRATER MORA. Diccionario de Filosofía. Alianza, Barcelona, 1982, páginas 1177 a 1178.
19
Thomas S. KUHN. La tensión esencial. F.C.E y Conacyt. México, 1982. Original en inglés 1977. Páginas 30 y
31.
18
Cuando la búsqueda de tales leyes condujo a ciertos callejones sin salida, algunos
filósofos de la historia consideraron un “plan” para ese proceso, cuyo origen podía ser divino,
si el filósofo era creyente, como fue el caso de San Agustín, lo cual podría considerarse una
“Teología de la Historia”, o bien puede ser profano, sin necesidad de considerar ninguna
creación. También fracasó ese intento. Los epígonos terminaron buscando “el significado del
proceso histórico”. A mediados del siglo XX, Popper contestó:
El historicismo sale a buscar la Trayectoria que la humanidad está destinada
a seguir; sale a descubrir la Clave de la Historia (como dice J. Macmurray) o
el Significado de la Historia. … Y en ese sentido, me atrevo a responder que
la historia no tiene significado.20
Para fines del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, el Romanticismo, tan
preocupado por las peculiaridades y por rechazar todo lo propuesto por la Ilustración,
sorprendentemente retoma, aunque con menor vigor, parte de este aspecto de la ideología
precedente. El fracaso de muchas previsiones realizadas a partir de las supuestas “leyes” o los
imaginarios “planes” del proceso histórico, le fueron restando prestigio a la disciplina y
generaron la reacción de los historiadores. Sin embargo, de la fuerza de su atractivo nos da
testimonio la popularidad alcanzada por las obras de dos epígonos tardíos, cuyos “hallazgos”
aparecieron en la primera mitad del siglo XX. 21
Como herencia más dañina de esa misma tradición, ilustrada y positivista, nos legaron
también otra suposición, según la cual todas las sociedades humanas transitan por las mismas
etapas evolutivas, deben recorrer el mismo camino. Clasificaciones muy famosas como
“salvajismo, barbarie, civilización”, o la “Ley de los tres estados” de Augusto Comte (el
mismo perro con distinto collar), o la más famosa, la marxista, cuyo postulado es la sucesión
de “modos de producción” también “progresivos”. Aunque han sido refutadas por las
evidencias disponibles, en los ámbitos académicos y a nivel popular mantienen enorme
vigencia, sostenidas también por los medios masivos de comunicación y por el mismo
lenguaje. En las últimas décadas ha sido engalanada con nuevos ropajes (modernidad,
posmodernidad, etc.) Esas suposiciones han sido la expresión ideológica con la cual Europa
Occidental buscó imponer sus pautas económicas, políticas, culturales y sociales al resto de la
Humanidad.
1.5 – EL CAPITALISMO. A partir de los últimos siglos de la Edad Media, un
fragmento pequeño de Europa Occidental inició el desarrollo del sistema capitalista, una forma
de organización económica y social esencialmente expansiva. Dicho de otro modo, la
expansión es parte de su esencia. Cuando un régimen capitalista se limita a producir siempre
lo mismo, para una población demográficamente estancada, se encuentra en crisis. Para poder
considerarse floreciente, debe aumentar permanentemente su rendimiento. El incremento de lo
producido debe superar al aumento de la población. Esa peculiaridad le confiere un carácter
intrínseca y eminentemente expansivo: es imprescindible el crecimiento permanente de su
economía para mejorar el nivel de vida, lo cual no tiene parangón con ninguna otra forma
20
Karl Raymond POPPER. La sociedad abierta y sus enemigos. Paidós Studio, segunda reimpresión, Barcelona,
1982. Página 431. Original: Princeton University Press, 1945.
21
Oswald SPENGLER. La decadencia de Occidente. Espasa-Calpe. Madrid, cuarta edición. 1934. Original en
alemán 1918 – 1923. Arnold J TOYNBEE. Estudio de la historia (Compendio) Alianza, cuarta edición en la
colección El libro de Bolsillo Números 247, 248 y 249. Madrid, 1977. Original en inglés en trece tomos: 1936
– 1948.
19
de organización social conocida hasta ese momento. Ese fundamento justifica las necesidades
de los primeros focos capitalistas al conquistar cada vez más poblaciones remotas, para
atraerlas a sus parámetros económicos, hasta abarcar todo el planeta.
Logrado ese objetivo, fue posible y hasta racionalmente plausible la descolonización:
esas poblaciones ya habían sido conquistadas ideológicamente. No era preciso gastar en un
dominio físico directo para gobernarlos; ellos solos hacían lo necesario para satisfacer las
necesidades de los países centrales. Más tarde, en la propia Europa demostrarían la falsedad de
la premisa inicial: dejadas a su libre desenvolvimiento, la casi totalidad de las sociedades
conocidas jamás mostraron ni el más mínimo indicio de transitar hacia formas de organización
capitalista.22
1.5.1 LA REACCIÓN. La reacción de los historiadores en relación a la Filosofía de
la Historia fue tardía. La ambigüedad mostrada frente a la nueva disciplina oscilaba entre la
indiferencia y la adhesión. Al comienzo parece no haberse advertido el papel subordinado
destinado a su trabajo. Entre el estudio de lo cambiante y el de lo eterno o permanente, para la
escala de valores europea occidental, lo último continuaba teniendo mayor jerarquía. En la
división del trabajo intelectual, a los historiadores se les solicitaba la compilación de sucesos,
a los cuales llamaban “hechos”.23 Teniendo delante la totalidad de los “hechos” compilados
por los historiadores, los filósofos establecían las generalidades, la lógica o la voluntad
directora de su evolución, “la necesidad” de esa sucesión de los hechos. De esta forma
quedaba reservado al filósofo el trabajo intelectualmente más “profundo” complejo, eficaz e
importante: mostrarnos el orden y las causas de una serie de acontecimientos aparentemente
caóticos o, por lo menos azarosos. Cumplían la importante misión de transformar lo
presentado por los historiadores como casual, producto de voluntades personales o caprichos
de ciertos individuos, en explicaciones racionales de acuerdo con regularidades, “leyes” o
“planes” actuando como las verdaderas causas de esos procesos a los cuales llamaban
“hechos”.
1.5.2 LA HISTORIA Y LAS CIENCIAS. La reacción mencionada anteriormente
coincidió con la popularización y el aumento de prestigio del conocimiento científico. Aunque
fueron procesos separados, quedaron ligados a nuevos intentos por adecuar la investigación
histórica a las exigencias de una disciplina científica. El positivismo exacerbó esta tendencia,
prolongada hasta la segunda mitad del siglo XX. Según esta ideología, para no correr el riesgo
de incurrir en especulaciones antojadizas, los historiadores debían limitarse a establecer los
“hechos”, como había ocurrido con los filósofos ilustrados. En sustitución de los filósofos,
ahora los sociólogos se encargarían de “descubrir” las leyes generales, “científicas”, del
desenvolvimiento social.
Con diferente fundamentación, los positivistas recomendaban a los historiadores
exactamente lo mismo antes recomendado por los filósofos de la Historia. De todas maneras,
tal programa era totalmente irrealizable, porque, evidentemente, no se podían establecer
TODOS los “hechos”. Aún en el caso de creerse posible, tampoco interesaban todos con la
misma fuerza. ¿Cuáles “hechos” eran los dignos de establecerse? La innegable necesidad de
selección remitía a un criterio dependiente de los valores o, en el mejor de los casos, de la
22
Este punto está tratado más detenidamente en Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. “Viabilidad del capitalismo”
en Coatepec Año 4, número 2, otoño-invierno Nueva Época, 1995. Páginas 42 a 55.
23
Los tales “hechos” no existen. Es el estudioso quien determina y crea el “hecho”. Diversas escuelas o escalas
de valores forman diferentes “hechos”. En el proceso social todo está en perpetuo movimiento, son procesos,
pero incluso de esos procesos el investigador selecciona lo considerado por él importante.
20
teoría manejada por el investigador. Esto ya no era el puro “establecimiento de los hechos”,
era algo teórico, dependiente de una escala de valores, a veces muy personal.
Coincidiendo con esta evolución, o tal vez estimulado por ella, se realizó un análisis
más afinado de las obras de Filosofía de la Historia. Así se descubrieron, mezclados con la
especulación ya vista sobre “leyes” y “planes”, ciertos estudios acerca de la manera de
conocer, de su validez y de las formas de proceder de diversos historiadores. Lo primero, el
establecimiento de generalidades y desarrollos, era un trabajo ontológico sobre el proceso
histórico, algo para lo cual los historiadores negaron competencia a los filósofos. Si no han
generado conocimiento histórico, si no han estado en contacto con documentos, si no han
experimentado la transformación de ese material en un relato coherente y explicativo, los
filósofos carecían de autoridad para establecer las causas de los procesos partiendo del
material producido por los historiadores, mucho menos, para realizar extrapolaciones y
generalizaciones aventuradas.
En cambio, lo segundo era un examen válido, algo existente para toda forma de
conocimiento y desarrollado por toda ciencia, según hemos visto; era el intento de desentrañar,
aislar y establecer la teoría del conocimiento histórico. Por tanto, era necesario separar ambos
intereses y diferenciar claramente el segundo para rescatarlo. Para marcar esa diferencia, la
primera solución fue llamarlo “Teoría de la Historia”, dejando la antigua designación
“Filosofía de la Historia” para el estudio de lo otro, lo de mayor popularidad, las “leyes” y los
“planes” con los cuales se quería menospreciar ostensiblemente la disciplina.
Por otro lado, muchos filósofos, si bien coincidían en la necesidad de abandonar el
estudio ontológico de la realidad, siguieron utilizando la antigua designación para los análisis
del conocimiento histórico y los problemas anexos a esto. Así se generó una primera
confusión entre expresiones diferentes referidas a un mismo estudio: Teoría de la Historia y
Filosofía de la Historia.
Un caso peculiar lo constituyó Inglaterra, donde los filósofos se enfrentaron a este
problema casi con un siglo de atraso respecto a la tradición continental. Influidos por la
escuela alemana, gustosamente incorporaron la expresión “Filosofía de la Historia”, pero al
advertir los dos diferentes estudios comprendidos en ella, decidieron diferenciarlos agregando
un vocablo a la expresión. De esta forma, la búsqueda de leyes o el plan supuestamente
directriz del proceso histórico fue designado como “Filosofía ESPECULATIVA de la
Historia”, mientras al análisis de la forma de conocer el pasado humano, aquello a lo cual los
historiadores ya llamaban “Teoría de la Historia”, lo nombraron “Filosofía CRÍTICA de la
historia”. Con esas designaciones se intentaba disminuir la confusión. A juzgar por la actitud
de algunos estudiantes, en ciertos casos lograron exactamente lo contrario.
1.5.3 – PARALELISMOS. De acuerdo con lo visto, podemos comparar lo ocurrido
con el estudio de la naturaleza y el estudio del pasado humano. En ambos casos existe el deseo
de conocer un objeto y hay una o varias formas de abordarlo, de investigarlo, de conocerlo. En
los estudios de la naturaleza, la teoría del conjunto de todas las ciencias se designa Teoría de
la ciencia. Se analizan los aspectos cognoscitivos comunes a las diversas ciencias naturales.
También es válido repasar las respectivas teorías de cada una de esas ciencias. En la
indagación del pasado humano son las diversas teorías, los diversos marcos teóricos utilizados
por los historiadores. Como todo conocimiento tiene un ineludible y básico ingrediente
teórico, hay un estudio de ese elemento cognoscitivo. Para el primer caso, como vimos, es la
Teoría de la ciencia (o Filosofía de la Ciencia o Epistemología). Para el segundo es la Teoría
del conocimiento histórico (o Teoría de la Historia o Filosofía crítica de la Historia)
21
24
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. “¿Para qué…” Ibid. Página 37. Repetición, en otro contexto, de la nota N°
11, en la página 12 de este libro.
22
25
Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI. Algo más sobre la Historia. Teoría y metodología de la
investigación histórica. A’baco de Rodolfo Depalma S.R.I. Buenos Aires, segunda edición, 1979. La primera
era de 1977, página 24, último párrafo y nota siete. George Macaulay TREVELYAN. Historia social de
Inglaterra. F.C.E. México, 1946. Original en inglés: 1942, página 13. George LEFEBVRE. El nacimiento de
la historiografía moderna. Martínez Roca, México, 1974. Original en francés, 1971, páginas 109 y 110, entre
otros.
26
Las novelas fueron El general en su laberinto de Gabriel García Márquez, Maluco de Napoleón Baccino
Ponce de León y La novela de Perón de Tomás Eloy Martínez.
24
y, a fines de la década de los cuarenta del siglo XX, ingresa en los estudios históricos, con la
presentación de la tesis de Fernando Braudel.
Su éxito haría sospechar un conocimiento exacto de su significación. Sin embargo no
era así. Ya en el original de Levy-Strauss había poca precisión, la cual fue trasladada al terreno
de la Historia y agravada por la imposibilidad de coordinarse con las teorías historicistas,
entonces muy en boga.27
Por su etimología evocaba dos cosas, un objeto fijo, no cambiante por una parte y por
la otra, algo construido, creado conscientemente.28 El primer significado no se combinaba muy
bien con el estudio de lo cambiante, de “acontecimientos individuales”, de lo “único e
irrepetible”, 29 como solían decir algunos teóricos del conocimiento histórico. Muchos
pensadores consideraban aleatoria la evolución social. Tampoco podía avenirse bien con el
análisis de las acciones humanas intencionales como proponía el historicismo.
Respetando la importancia intelectual de Levy-Strauss, en parte coincidimos con Caio
Prado Jr.; muy a menudo la desorientación de los historiadores provenía de su falta de
conciencia generalizada acerca de los elementos teóricos manejados; de otra manera, el
término hubiera sido analizado con claridad y se hubieran captado rápidamente las dificultades
implicadas en su utilización, para así poder resolver el problema.
Recién en 1958, con la aparición de un artículo de Fernando Braudel,30 comenzará la
polémica a través de la cual se aclarará la importancia del concepto para el conocimiento del
pasado humano, situará a los demás y, de acuerdo con su concepción acerca del funcionamien-
to del proceso histórico, les señalará la posible utilización. Si bien fue muy importante, esto no
terminó con la confusión: diez años más tarde, una revista francesa sintió la necesidad de
convocar a varios científicos sociales para discutir públicamente el significado de la palabra en
diversos ámbitos de estudio.31
Lo anterior no fue unánimemente aceptado. En algunos casos se utilizan palabras
creadas para responder a marcos teóricos totalmente contradictorios con el adoptado para
dirigir la labor de esa investigación, lo cual produce contradicciones y pone de manifiesto
confusión.
1.6.3 – TERCERO. El tercer problema consiste en la utilización de vocablos con una
carga ideológica y política difícil de contrarrestar frente a todo público. Muchas palabras casi
se constituyen en armas de lucha política cotidiana. Mientras se mantenga esa vigencia
popular, los estudiosos de lo social están derrotados de antemano. Uno de los casos más
notorios se relaciona con todo término derivado de la voz “fascismo”. Para los estudios
27
Ciro F. S. CARDOSO y Héctor PÉREZ BRIGNOLI. Los métodos de la historia. Grijalbo, México, 1977,
página 58, citan a Caio PRADO Jr. En O estructuralismo de Lévi-Strauss. O marxismo de Louis Althuser,
analiza específicamente este caso.
28
Pierre VILAR. Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Crítica, Barcelona, tercera edición, noviembre
de 1981. Original en francés: 1980. Páginas 52 y 53.
29
La expresión es de Alexandro Dimitrie XENOPOL. Teoría de la Historia. De “los principios fundamentales
de la Historia”. Daniel Jorro. Madrid. Segunda edición.1911.
30
El artículo se titulaba “Histoire et sciences sociales: la longue durée” y apareció en Annales E.S.C. N° 4,
octubre-diciembre de 1958. Débats et Combats, páginas 724-753. Diez años más tarde fue traducido y
publicado en castellano en una compilación de artículos suyos, cuyo título fue La Historia y las Ciencias
Sociales. Alianza, Colección El libro de bolsillo N° 139. Madrid 1968. Allí el artículo aparece como “La larga
duración” y ocupa de la página 60 a la 106.
31
Parte de los resultados se publicaron en la obra: Ernest LABROUSSE, René ZAZZO, Lucien GOLDMANN,
Henry LEFÉBVRE. André MARTINET y otros. Las estructuras y los hombres. Ariel, Colección Quincenal
N° 17, Barcelona, 1969. Original en francés: 1968.
25
32
Paráfrasis de Lucien FEBVRE. Combates por la Historia. Ariel, Barcelona, cuarta edición, diciembre de 1975.
“La historia no es juzgar; es comprender – y hacer comprender.” Página 167.
26
amplia desventaja, porque no tiene el acceso necesario a los medios de comunicación masiva y
al público, ni siquiera en un cinco por ciento del ostentado por políticos y periodistas.
Tampoco puede caer en simplificaciones absurdas para convencer rápidamente, antes de
cansar la atención del público televisivo y provocar su aburrimiento.
1.6.4 – CUARTO. El aspecto axiológico nos traslada al cuarto y último problema a
tratar: la carga valorativa de las palabras. Los historiadores no han podido, o no han sabido,
neutralizar adecuadamente esa característica. A nuestro parecer, muchos ni siquiera han
tomado conciencia de la existencia del problema. Un ejemplo bastante claro lo ofrece la
defunción de cualquier héroe causada por sus enemigos. Para exponerlo es necesario utilizar
alguna palabra. Si tomamos el caso de Miguel Hidalgo y Costilla en México, se puede decir
“fusilado”, “ejecutado”, “asesinado”, “ajusticiado”, sin faltar a la verdad, ni modificar el
suceso. Sin embargo, la elección supone una posición teórica valorativa, aunque el autor no
tenga conciencia de esa valoración. Decir “ajusticiar” significa haberlo eliminado en
aplicación del orden jurídico vigente en el lugar y en el momento de su juicio, algo normal si
ese autor asume el punto de vista de España. Las autoridades españolas pudieron haberlo dicho
de esa forma.
En Hispanoamérica difícilmente sea aceptado ese vocablo, porque, se puede replicar:
ese orden jurídico lo ejercía un poder sin legitimidad ya para esa época. Un historiador
nacionalista podría preferir “asesinar”, para acusar de ilicitud el acto. Al no tener legitimidad
el régimen, sus leyes ya no debían regir en esta parte del mundo. “Fusilar” alude a la forma de
terminar con su vida, con un acento alusivo a cierta falta de validez de esa justicia. ¿Cómo dar
una explicación o una simple descripción del proceso, despojándolo de toda carga valorativa?
El lenguaje no es imparcial ni inocente, aunque quien lo utilice no lo sepa.
1.7 – PROBLEMAS DEL DESCONOCIMIENTO TEÓRICO. Aunque con el
tiempo hemos ido encontrando excepciones, cuyo número aumenta asiduamente, en las
últimas décadas, la actitud respecto a la teoría adoptada por la mayor parte de cuantos han
estado vinculados a la investigación, difusión, docencia y estudio del proceso histórico, ha
sido de prescindencia. En algunos casos ufanándose y haciendo ostentación de esa actitud.33
Discrepando con esa conducta, historiadores brillantes han intentado mostrar el error en el cual
incurren, como por ejemplo Marrou y Bouvier, en las citas iniciales donde se presenta este
trabajo, o Alan Knight en un artículo:
33 Un caso famoso es el de Pierre CHAUNU; en un artículo aparecido en la revista Industrie del 4 (6) de junio
de 1960, entre las páginas 370 y 376, cuya traducción: “Dinámica coyuntural e historia serial” fue publicada en
castellano, con otros trabajos del autor, en un volumen titulado Historia cuantitativa, historia serial. F.C.E.,
México, 1987, entre las páginas 15 y 27, sostiene que la epistemología, para el historiador, “es una tentación
que debe saber descartar”. Según él, es suficiente si alguno les ilumina el camino. Paradójicamente, luego, todos
los artículos son sobre problemas teóricos y epistemológicos especialmente. ¿Se consideraba uno de los guías?
27
Por otro lado, quienes no están familiarizados con el trabajo historiográfico, suelen
desconcertarse cuando dos historiadores, al tratar un mismo tema sostienen cosas totalmente
diferentes, sin por eso suponer la falsedad de lo sostenido por alguno de ellos. También cuesta
entender la imposibilidad de establecer, sin ningún lugar a dudas, cuál de los dos tiene razón
(la presunta verdad). La confusión surge por ser una discusión eminentemente interpretativa,
sustentada en una teoría. Al lego le cuesta comprender algo muy normal: entre historiadores,
las discusiones acerca de lo ocurrido son excepcionales, lo frecuente es la polémica en torno a
la “explicación”, la significación del acontecimiento, sus antecedentes, sus repercusiones, la
interpretación, y todo esto ya es, evidentemente, teórico, va ligado a los valores del autor, a su
teoría. Por lo mismo, ambas posiciones pueden ser “verdaderas”.
En el caso de la Independencia de México por ejemplo, nadie discute si Miguel
Hidalgo arengó a sus feligreses en la mañana del 16 de setiembre de 1810, ni si de allí salieron
haciendo un recorrido cuyos puntos de referencia son Atotonilco, San Miguel, Guanajuato,
etc., hasta llegar al Cerro de las Cruces. Esa es solamente la base fáctica, la información. En
eso todos coinciden. La falta de acuerdo en diversas versiones del proceso se centra en los
motivos y la significación del acontecimiento dentro de la evolución de la sociedad mexicana,
en una forma global. En los textos de enseñanza básica se suele interpretar como el inicio de la
gesta de la Independencia, cuya culminación tuvo lugar once años más tarde con la firma del
pacto trigarante. Sin embargo, ya en la primera mitad del siglo XIX, Lucas Alamán presentaba
otra interpretación del mismo proceso evolutivo. Para él, lo ocurrido entre 1810 y 1815 fue
una revolución social, donde emergió el odio de clase, la rebelión de los estratos sumergidos
contra las capas dominantes. Resaltan algunos pasajes, como lo ocurrido en la Alhóndiga de
Granaditas, donde nadie discriminó entre criollos y peninsulares, porque la línea divisoria de
las clases enfrentadas no se identificaba con el lugar de nacimiento de los individuos, sino con
su ubicación social. Mientras ese estado de inseguridad se mantuviera, a las clases dominantes
les convenía continuar estrechamente aliados con el poder español, debían cerrar filas, para
sujetar a los rebeldes. Algo parecido sucedió en algunas islas caribeñas, donde el temor al
alzamiento de los esclavos negros, derivado del ejemplo de los acontecimientos de Haití de
1804, mantuvo a la oligarquía colonial ligada a la metrópoli.
En México, una vez aplacado el levantamiento de los más desheredados, cuando los
poderosos ya tenían otra libertad de acción y otro control del territorio, desde la propia España
llegaron inquietantes señales liberales con la Revolución de 1820, al imponerle a Fernando VII
la firma de la Constitución de 1812. Esa nueva situación ponía en peligro la estabilidad tan
duramente alcanzada; entonces sí, los sectores criollos dominantes deciden cortar los lazos con
la península, concretando la separación del nuevo país, para conservar su posición dirigente.
No constituyó ninguna coincidencia ver a Agustín de Iturbide, el mismo militar
vencedor de Morelos y quien lo entregó a las autoridades eclesiásticas, firmar el acta de la
independencia y encabezar ese movimiento en el momento de su imposición.
Significativamente, un siglo más tarde, Luis Villoro, desde una perspectiva afín al marxismo,
con un punto de vista completamente opuesto al de Alamán, realiza una interpretación similar,
aunque manejando otros valores.
34
Alan KNIGHT. “La Revolución Mexicana: ¿burguesa, nacionalista o simplemente una ‘gran rebelión’?”, en
Cuadernos Políticos. N° 48. ERA, octubre-diciembre de 1986. Página 5.
28
35
Paule BRAUDEL, “Braudel antes de Braudel”, artículo aparecido en La Jornada semanal, nueva época, N°
135 del 12 de enero de 1992, revista dominical del periódico La Jornada de México. Sin más datos.
29
36
Partes de esa polémica puede seguirse en el mencionado libro de Pierre CHAUNU. En su totalidad puede
encontrarse en Jean MARCZEWSKI y Pierre VILAR. ¿Qué es la historia cuantitativa? Nueva Visión,
colección Fichas N° 15. Buenos Aires 1973. Es la compilación de dos artículos en los cuales sus autores
polemizaron acerca del tema y cuyos originales aparecieron como Jean MARCZEWSKI. “Qu’est-ce que
l’histoire quantitative” en los Cahiers del I’I.S.E.A., París, serie AF, N° 115, julio de 1961 y Pierre VILAR.
“Pour un meilleure compréhension entre économistes et historiens” Revue Historique, P.U.F., París, N° 474,
abril-junio de 1965.
30
de manifiesto uno de los más destacados historiadores latinoamericanos, como Tulio Halperin
Donghi, en su momento, sin mucho éxito entre los militantes políticos.
1.9 - LA LUCHA IDEOLÓGICA. Lo anterior nos conduce a otro problema. Más
adelante deberemos reflexionar acerca de la utilidad y función social de los estudios históricos.
Sin querer adelantar elementos, es fácilmente reconocible la particularidad de ser la disciplina
más cercana a la política, a las luchas ideológicas y a la ideología. Desde tiempos muy
antiguos, casi todos los ideólogos, los luchadores sociales y los políticos han considerado los
estudios del pasado humano como auxiliares privilegiados de su actividad y como elemento de
convencimiento sobre sus contemporáneos.
No necesariamente, lo recién visto significa adjudicar conciencia de su accionar a
quien actúa de esa manera. Alcanza con recordar tanto a los creadores de la “leyenda negra”
en torno a la conquista española del continente americano como a quienes buscaron
contrarrestarla con la “leyenda rosa”. En ese tiempo, en pleno desarrollo de la Primera
Revolución Industrial, coincidían las necesidades Inglesas de acceder a los mercados
coloniales de este continente, controlados monopólicamente por España.
Sin necesidad de invocarla expresamente, hay argumentaciones impregnadas del
conocimiento histórico, porque el pasado lo invade todo a través de ciertos conceptos, sin
sentido en otros contextos teóricos: nociones como “nación” o “raza” solo pueden significar
algo en una perspectiva histórica, aunque esa significación esté totalmente deformada por una
selección claramente tendenciosa. Un libro famoso como Mi lucha tuvo enorme influencia en
su época y aunque no es de conocimiento histórico, lo presupone, porque todo el llamado
irracional de su contenido está basado en argumentación presunta o abiertamente histórica.
Con respecto a esos casos surgen dos posiciones: la primera no cree en las
posibilidades esclarecedoras del conocimiento histórico. Como “ningún proceso se repite”, el
estudio de los acontecimientos pasados no puede servir para enseñarnos algo sobre los actuales
o futuros, los cuales también son o serán únicos. Entonces decide utilizar el saber adquirido
para “probar” o justificar ideas no desprendidas de él, ni del proceso histórico. Se invierte el
procedimiento: primero se concibe la idea o las ideas y luego se buscan argumentos en el
pasado para “probarla”. Si es preciso se deforman o “acomodan” los acontecimientos
“incómodos”, omitiendo la información “desagradable” por contraria a la idea a verificar.
La segunda posición plantea un estudio del pasado lo más desapasionado posible y
luego, si en alguna oportunidad ese conocimiento parece servir para resolver algún problema
concreto, aplicarlo al caso junto con los conocimientos de otras disciplinas. Sin embargo, no
aceptan tampoco aplicaciones más sistemáticas del conocimiento histórico por sí solo. En su
consideración, no se puede sobreponer inmediatamente a los problemas planteados en forma
constante por el desarrollo social y la vida humana.
Sin embargo, muchas ideas acerca del pasado, correspondan o no a lo ocurrido, son
importantes para los seres humanos a la hora de tomar decisiones en el presente: el mito de la
“puñalada por la espalda”, creado con conocimiento de su falsedad, al acusar al gobierno
alemán de traicionar al ejército, con motivo del armisticio de noviembre de 1918, de inmediato
mostró un aparente éxito entre los militares y fanáticos nacionalistas, con su adhesión al
rechazo del gobierno “judeo-marxista” acusado por aquella calumnia. Ese aparente éxito sirvió
32
para entregar su destino al nazismo y llevar a su país, en 1945, al desastre evitado en 1918, la
peor catástrofe vivida por Alemania en toda su existencia.37
Un ejemplo más actual y cercano lo constituyen dos obras de Eric J. Hobsbawm.38 Una
de sus conclusiones muestra una relación entre el debilitamiento del Estado y la aparición de
grupos “ilegales” haciéndose cargo de algunas de las funciones descuidadas o abandonadas
por ese Estado debilitado, especialmente las de seguridad.
En los años ochenta del siglo XX los grupos gobernantes de América Ibérica encararon
con entusiasmo la implementación de políticas neoliberales. Tal vez si hubieran leído esos
trabajos, podían haber reflexionado más detenidamente sobre esa “necesidad” de “adelgazar al
Estado”, de debilitarlo económicamente y quitarle toda posibilidad de financiar sus tareas.
Ahora, en plena época de inseguridad y de dominio de ciertos grupos ilegales en importantes
partes del territorio, con muchísimos muertos, alguna gente recién toma conciencia de las
consecuencias de semejante viraje para la seguridad de la sociedad.
Los dos últimos siglos terminaron con la imposición plena del liberalismo. En ambos
casos desembocaron en las peores crisis del sistema. ¿Estaremos condenados a repetir
experiencias similares cada cierto tiempo?
El papel de las ideas puede ser mucho más eficaz al de la fuerza bruta o la presión
política y sin duda es mucho más duradero. El punto máximo de poderío de un pueblo sobre
otro se alcanza cuando el dominador logra convencer al dominado de su inferioridad. En esas
condiciones, cuando el dominado tenga algún problema consultará al dominador para
resolverlo y éste le sugerirá las “recetas” más convenientes para sí mismo, no para el
dominado. Esta relación busca establecerse en todos los terrenos, incluso en aquellos
aparentemente más inocentes, como las historietas para niños.39
El conocimiento histórico juega un papel protagónico en esta lucha ideológica, lo cual
no significa para nada adjudicar el origen de los trabajos destinados a perpetuar el dominio, a
autores de los países dominantes, y otros facilitando el autoconocimiento a investigadores
autóctonos. Si así fuera, sería muy fácil su identificación y, consecuentemente, neutralización.
El problema es más complejo. Muchos de los mejores estudios de Historia de América Latina
y de México han sido realizados en las metrópolis, por serios investigadores nacidos,
formados, entrenados y financiados en ellas. En reciprocidad, muchas de las “Historias” con
pretensiones de justificar ideologías de subordinación han sido concebidas, y las propuestas
deducidas de ellas llevadas a la práctica, por sujetos nacidos y formados en nuestros países.
También quienes endeudaron y subastaron las riquezas de muchos estados, fueron gobernantes
nativos, mientras quienes asumieron, con gran competencia, la defensa de nuestros intereses
eran ciudadanos de países dominadores.
1.9.1 Los recursos. A la hora de evaluar el trabajo historiográfico y social en
general, adquieren mucha importancia los recursos disponibles, tanto el monto como la
utilización de los mismos en investigaciones históricas y/o sociales. En el caso específico del
conocimiento histórico, más de la mitad de los estudios de mayor calidad y rigor metodológico
37
Marc FERRO. La Gran Guerra 1914-1918. Alianza, Colección El libro de bolsillo N° 274, Madrid, 1970.
Original en francés: 1969 y Eugene DAVIDSON, Cómo surgió Adolfo Hitler. F.C.E. Colección popular N°
193. México, 1981. Original en inglés 1977.
38
Las obras fueron Rebeldes primitivos. Crítica, Barcelona, 2001. Original en inglés 1959 y Bandidos. Ariel,
colección quincenal, 1976. Original 1969, segunda edición 1976. La secuencia es inversa en la edición en
castellano.
39
Ariel DORFMAN y Armand MATTELART. Para leer el Pato Donald. Siglo XXI, México, vigésimo-segunda
edición, 1981. Original de 1972.
33
sobre nuestros países fueron elaborados por cuenta de países dominantes. Eso deriva de un
problema económico.
Como para cualquier otra actividad, para generar saber histórico se requieren medios
materiales. Algunas potencias dominantes destinan muchísimos más recursos para la
investigación histórica de la América subdesarrollada, de los invertidos por la totalidad de los
propios estados del continente para el mismo fin. Esto es perfectamente explicable. Una
condición imprescindible para someter a otros grupos humanos, es conocer lo mejor posible el
objeto al cual se desea dominar o ya se domina. No tomar en cuenta esta precaución llevó a los
norteamericanos al desastre de Viet Nam. No aprendieron la lección y en la actualidad están
en otro callejón aparentemente sin salida en Medio Oriente.
En contraparte, la ideología particularmente difundida en este último medio siglo entre
nosotros, nos dice: los estudios sociales, históricos y, en general, las humanidades, no tienen ni
un mínimo porcentaje de la utilidad ofrecida por las ciencias naturales, las matemáticas y todo
el saber “práctico”. Solo invirtiendo en “ciencias duras” podremos “progresar”. Hace ya siglo
y medio nos vienen recetando esas “medicinas” para alcanzar el desarrollo e igualarnos con
esos estados preponderantes. Con esa división del trabajo la “normalidad” otorgará a ellos el
estudio de nuestro pasado, de nuestras sociedades, economías y culturas. Por lo tanto, hay
perfecta coherencia en el tremendamente superior gasto hecho por ellos (los dominadores),
con relación al hecho por nosotros (los dominados), para obtener conocimiento profundo sobre
nuestras sociedades. Pero no se limita a esto la derrama de recursos para estudios sociales de
nuestros países. También debemos considerar la financiación de muchos trabajos realizados
por investigadores latinoamericanos. En todo o en parte, muchas investigaciones están
financiadas con recursos de fundaciones e instituciones de esos mismos países dominantes.
Algunos llaman a esto “colonialismo cultural”, pero a nuestro entender es solamente
una parte del mismo. El colonialismo cultural es algo más amplio y mejor disfrazado. Se
produce cuando nos hacen pensar con sus categorías, con sus conceptos, es decir, con sus
teorías. En nuestro continente, la abrumadora mayoría de sus habitantes hablamos idiomas
europeos, estudiamos filosofía y literatura en autores europeos, creemos en religiones europeas
o somos agnósticos o ateos a la europea.40
A pesar de la cantidad de oportunidades en las cuales se ha manifestado, en la mayor
parte de los casos, la inutilidad de esas estructuras de pensamiento, pues no solo no sirven para
analizar nuestra realidad, sino además atentan contra nuestras posibilidades de evolución
autónoma. En nuestras elites políticas e intelectuales sigue prevaleciendo la idea del desarrollo
europeo, con industrialización basada en el petróleo, para producir artículos desechables y
desarrollar sociedades de consumo.41 El modelo es el norteamericano. Todo eso, hace tiempo
ha demostrado su imposibilidad de futuro, llevando a situaciones de peligro para la existencia
de toda forma de vida sobre el planeta, sin embargo, el ideal de vida de esa sociedad: la
acumulación de riqueza individualmente, sigue siendo la meta de nuestros grupos dirigentes,
incluso algunos considerados de “izquierda”.
Para los dirigentes de esta sociedad, el agotamiento de recursos fundamentales como el
agua, el petróleo, pronto le llegará el turno al oxígeno, sirven como oportunidades para
40
Cuando decimos “europeos” nos referimos a la Europa Occidental y a los Estados Unidos de Norte América.
Los últimos son la prolongación y realización más acabada de la civilización capitalista.
41
Aleccionador al respecto es el libro de Vance Packard. Los artífices del despilfarro, publicado en traducción
castellana por la Editorial Universitaria de Buenos Aires.
34
adquirir más riqueza. Privatizar todo lo escaso es otra oportunidad para acumular más bienes
materiales.
Lo anterior atenta contra nuestras posibilidades de evolucionar por otros rumbos, con
otros recursos, con otras metas y otros ideales de vida. Nos han inducido, al menos hasta
ahora, a intentar soluciones con una inadecuación manifiesta y cuya finalidad es claramente
profundizar nuestra subordinación. Incluso en terrenos tan alejados de los intereses materiales,
como la literatura por ejemplo, los europeos llamaron “realismo mágico” a formas literarias
difundidas con el “boom”. Cuando Alejo Carpentier lo denominó “real maravilloso”, se estaba
enfocando el fenómeno, no desde un vacío imparcial, sino desde la perspectiva mental
europea. Lo “maravilloso”, lo “exótico” es lo raro. A nosotros nos han inculcado la lógica
aristotélica y el racionalismo cartesiano, hasta el punto de hacernos ver como exóticas, cosas
anejas, costumbres, tradiciones y hábitos completamente cotidianos en nuestros vecinos, gente
con la cual nos relacionamos. Nos adiestraron a mirar con la óptica de los dominadores.
En ciertos períodos de nuestra historia, para designar ciertos procesos, utilizamos
términos creados para el análisis de la realidad europea, aunque esas designaciones no
armonicen adecuadamente con la realidad de la cual deben dar cuenta. Un ejemplo repetido
país por país, en el estudio de la segunda mitad del siglo XIX, es designar a los bandos
políticos en pugna de nuestro continente como “liberales” y “conservadores”, la forma de
nombrar a los dos principales partidos políticos en Inglaterra, y en varias partes de Europa
Occidental a dos tendencias políticas bien diferenciadas. Son las divisiones de los europeos.
Cuando tratamos de establecer la correspondencia con nuestra realidad, encontramos
incompatibilidades entre europeos y latinoamericanos. No es infrecuente hallar un liberal de
este lado del océano, más parecido a un conservador europeo, aunque tampoco concuerde
exactamente con aquél.
Nuestros intelectuales de aquellos momentos, en lugar de crear conceptos teóricos para
dar cuenta de nuestra situación, los tomaron acríticamente de los europeos; aunque nuestra
realidad era diferente de la europea de esa época. Desde aquel tiempo, la admiración por
Europa y Estados Unidos de Norte América ha sido enorme, al punto de intentar solo
imitarlos, quizá creyendo de esa forma poder llegar a ser como ellos. Más de un siglo de
intentos tan infructuosos enseñaron la imposibilidad, en ciertos casos también la
inconveniencia, de ser “como ellos”, porque ese tipo de transformaciones no ocurren en los
procesos sociales. Somos como somos y como tales evolucionamos.
En lo tocante al desarrollo industrial, los japoneses fueron los mejores imitadores de
Europa y Estados Unidos, sin embargo, no por eso dejaron de ser japoneses y se transformaron
en europeos, aunque hayan cambiado mucho en casi un siglo y medio. Cambiaron aplicando
nociones de su cultura ancestral. Una idea tradicional sostenía: “Si tu adversario te vence,
imítalo”. En los aspectos materiales, hicieron eso.
Estados Unidos, Europa Occidental y Japón vivieron las transformaciones impuestas
por la Revolución Industrial en una época en la cual pudieron poner a muchas partes del
mundo a trabajar en función de sus necesidades. Una nueva expansión imperialista,
protagonizada por otros países, no se ve como muy razonable en la actualidad. Difícilmente
podríamos nosotros pretender conquistar partes del mundo para hacerlas trabajar en función de
nuestros intereses. Se podría seguir argumentando para demostrar la imposibilidad del intento
de convertirnos en Europa. Al menos, esta es una enseñanza brindada por el conocimiento
histórico y la razón.
Al margen de la investigación seria y profunda, algunas obras con determinada carga
ideológica tienen mayor apoyo para su difusión en todos los medios masivos de comunicación.
35
42
En “El determinismo en los procesos históricos”, Coatepec N°1, marzo de 1987, página 34 a 38 y en “¿Para
qué…” ya citada, presentamos otras perspectivas relativas a este colonialismo cultural.
36
43
Paul VEYNE. Como se escribe la historia. Foucault revoluciona la historia. Alianza. Colección Universidad
N° 404. Madrid, 1984. Original en francés, 1981. Página 10.
37
trata del peso de las individualidades, de los héroes, los padres de la patria, todos aquellos
cuya impronta quedó plasmada en bronce o mármol.
Un ejemplo muy repetido es el análisis de lo ocurrido en América Latina en el siglo
XIX. En la primera mitad, lo más generalizado fueron las guerras civiles, la inestabilidad
política, el desorden administrativo. En la segunda mitad se “calman las pasiones”, se
establece el “orden” más o menos por doquier, se evidencia el “progreso” y comienzan
algunas transformaciones en la producción, en las comunicaciones, trasmitidas también a otros
aspectos de la vida, como la sensibilidad.44
Los libros de texto de cada país tienden a adjudicar la mayor parte de esos cambios a
ciertos personajes, en México se resalta a Porfirio Díaz, en Argentina suele atribuirse a
Bartolomé Mitre, Julio Argentino Roca, Domingo Faustino Sarmiento, Carlos Pellegrini y los
otros presidentes del período, en Brasil podría ser el emperador Pedro II. Sin embargo, si,
como recomienda Braudel, se “levanta la vista” y se mira lo ocurrido en derredor, se
descubren las mismas transformaciones en la mayor parte de los otros países iberoamericanos.
Llegó la paz, aumentó la producción, se construyeron ferrocarriles, se incrementaron los
intercambios con países europeos y Estados Unidos. Pero en los demás países no estuvo ni
Porfirio Díaz, ni Julio Roca, ni el emperador Pedro II. Al observar la coincidencia, tenemos
derecho a sospechar la existencia de alguna otra causa de más peso como impulsora de esas
transformaciones, en la mayor parte del continente. Estudiando el comercio exterior podemos
tener una pista de lo ocurrido en aquellos países cuyo intercambio se incrementó enormemente
con los de Iberoamérica. Así podemos llegar a la Segunda Revolución Industrial y “descubrir”
una “causa inicial” de muchos procesos “nacionales” ocurridos en esta y otras partes del
mundo.45
En la actualidad, los estudios históricos se han visto invadidos por dos corrientes
aparentemente contradictorias, con gran influencia en los dos últimos siglos. Por un lado los
conocimientos se han incrementado en forma abrumadora, lo cual ha obligado a desarrollar
especializaciones. Han surgido Historias económicas, ideológicas, diplomáticas, demográficas,
de mentalidades colectivas y varias más. Algunos han visto esa tendencia como un alejamiento
de las posibilidades de una “historia total” como ha proclamado siempre la corriente de los
Annales. La tendencia a la especialización también ha mantenido su presencia a nivel
geográfico, de la mano del patriotismo y del nacionalismo. Actualmente no se consideran
únicamente, y quizá ni siquiera tan importantes, las “historias nacionales”. A su vera se ha ido
afirmando una historia regional muy saludable para matizar las generalizaciones establecidas a
partir de un caso, las historias escritas desde las capitales, desde el centro. Paralelamente, con
semejantes tendencias a la especialización, a la regionalización, la expansión de la civilización
europea occidental, de la burguesía, de la industrialización, del sistema capitalista, han
provocado una globalización de los problemas, impidiendo tener una clara comprensión de los
asuntos regionales al desconocer el proceso mundial. Una guerra entre árabes e israelíes, en un
lejano territorio de Asia, puede provocar reacciones, decisiones y medidas de represalia
afectando al mundo entero. Las crisis económicas del siglo XX se han caracterizado por su
44
Al respecto es muy ilustrativo el libro de José Pedro BARRÁN. Historia de la sensibilidad en el Uruguay.
Ediciones de la Banda Oriental y Facultad de Humanidades y Ciencias. Montevideo, primera edición, 1989,
cuarta reimpresión, 1990.
45
En la licenciatura en Historia de la Facultad de Humanidades de la UAEM, en el último plan de estudios se
quitaron cuatro semestres de Historia de América. Esos cursos permitían poner de manifiesto lo absurdo de
buscar solamente dentro del país las causas de las transformaciones. Hemos retornado a ver en Porfirio Díaz la
causa de todas las “novedades”, a finales del siglo XIX y comienzos del XX.
39
extensión geográfica, por la amplitud de los pueblos englobados. Una ola de golpes de estado,
entre 1930 y 1934, sacudió a toda América Latina, con excepción de México; sería explicada
parcial e inadecuadamente, si no se tuviera en cuenta la crisis económica iniciada en octubre
de 1929, en Nueva York. Los problemas derivados de estas tendencias, supuestamente
antagónicas, los pone de manifiesto la reflexión sobre los aspectos teóricos de la materia.
En tercer término, cobrar conciencia de estos problemas nos permite, no solamente
hacer trabajos más eficientes, más precisos, mejor ajustados, sino también justificados con
mayor solidez. Teniendo conocimiento de las bases donde se asienta la investigación en
marcha, se puede fundamentar seriamente tanto la obra completa, como cualquiera de sus
partes, como el orden sobre el cual se ha organizado la misma. Cuando se comienzan a
detectar tantos trabajos con enormes desniveles, con basamentos tan endebles, con una
organización tan descabellada, se comienza a valorar muy positivamente la Teoría de la
Historia.
Cuarto: Inmediatamente después de lo anterior y en estrecha relación con ello, el
manejo teórico posibilita elegir o elaborar con solvencia las herramientas necesarias para hacer
lo propuesto. Así como un martillo es inadecuado para colocar una tuerca, hay métodos y
técnicas imposibles de adaptar a los objetivos propuestos. Sin embargo, de todas maneras, se
utilizan por motivos tan ilógicos como ser los únicos conocidos o los determinados por los
materiales a mano o, inclusive, por pereza. Aquí la claridad teórica se hace fundamental; una
buena idea inicial puede arruinarse por llevarla a la práctica con técnicas inadecuadas. El
ejemplo mencionado en el apartado 7, en las páginas 28, 29 y siguientes, sobre los posibles
problemas a presentarse por el desconocimiento teórico, acerca de los epistolarios utilizados
para hacer historia social es ilustrativo. El historiador debe plantearse claramente su objetivo
mediante una o más hipótesis. Luego pensar ¿en dónde se puede obtener información sobre
ese tema?, para buscar los materiales necesarios a fin de llevarlo a cabo. Si no encuentra
testimonios directos, trabaja con indirectos, pero en estos pasos no es conveniente invertir el
orden, porque eso afecta la calidad del resultado. En los estudios históricos no aplica la
propiedad conmutativa y el orden de los factores sí altera el producto.
Quinto: Al iniciar una investigación, es muy importante tener muy claro lo buscado.
Parece una verdad de Perogrullo, sin embargo, es muy común encontrar proyectos con
objetivos difusos o planteados erróneamente, especialmente entre estudiantes cuando deben
iniciar sus trabajos de tesis. Otros tienen más claro el objetivo, pero al llevarlo a la práctica se
“descubre” la ausencia de ideas (de teorías) para investigarlo. Sin esa precaución es posible
pasar la vida entera en archivos sin encontrar nada: “cuando no se sabe lo que se busca
tampoco se sabe lo que se encuentra, decía Dastre” 46 y tenía razón. ¿Cuántas veces hemos
visto personas con materiales valiosísimos entre sus manos sin percatarse de su valor?
Ignoraron su hallazgo, no tenían claro el objeto de su búsqueda o no era lo buscado.
Los documentos y vestigios en general no nos dicen nada. Es necesario preguntarles
algo y entonces responden, a veces significativamente si la interrogación es adecuada. Para
detectar de inmediato ¿cuándo se tiene algo importante delante? el investigador debe estar
buscándolo, solo así puede reconocerlo. Es necesario tener una hipótesis dirigiendo la
actividad. Pero no es posible tener una hipótesis consistente sin una teoría respaldándola. La
hipótesis ya es un elemento teórico por excelencia.
46
Citado por Lucien FEBVRE. Combates por la historia. Ariel, Colección Quincenal N° 35. Barcelona, cuarta
edición, diciembre de 1975, Página 236. Original en francés, 1953.
40
47
Lucien FEBVRE. Combates… Op. Cit., página 179 y 180.
41
48
Marc BLOCH. Introducción a la Historia. F.C.E. Colección Breviarios N° 64. México, quinta edición, 1967.
La primera edición en francés fue de 1949. Página 9. Hay otra edición posterior anotada por su hijo: Ëtienne
BLOCH, Apología por la historia o el oficio de historiador. F.C.E. México, segunda edición 2001. Página 41.
Traducida de la segunda en francés, de 1997. La primera fue de 1993.
42
esto, hay otras particularidades, quienes estudian e investigan esta disciplina también son
productos históricos, pertenecientes a ciertos grupos, con ciertas escalas de valores, ciertas
maneras de sentir, de pensar, de relacionarse, en fin: de vivir. La elección de ciertos elementos
teóricos, generalmente tiene relación con los valores y las convicciones del historiador, en
mayor medida a la tenida por otros elementos surgidos incuestionablemente del proceso a
estudio. Eso nos obliga a reflexionar sobre la forma de influir los valores en el historiador y
también aquellos valores de los seres humanos y las sociedades objeto de su estudio. La
consideración axiológica es inevitable y esclarecedora, aunque a algunos pueda parecerle no
fundamental de la materia.
En cuanto a la enumeración de los asuntos a tratar, cualquier programa de estudios,
generalmente titulados “Introducción”, “Teoría”, “Filosofía”, “Problemática” o “Metodología
de la Historia”, tienen en sus unidades, o en sus índices, la enunciación de ciertos problemas
tratados en el curso. Este mismo capítulo introductorio es el primer problema. Otros han sido
aludidos. Siguiendo el plan de los programas elaborados durante treinta años de impartir estos
cursos y el índice de este libro, podemos mencionar:
1° La palabra “Historia”. Nuestra disciplina tiene la peculiaridad de llamarse con una
palabra poseedora de muchas acepciones. Por esa causa, en algunas oportunidades da lugar a
equívocos serios. No es establecer otra definición el tema del capítulo, sino dedicarse a
analizar las existentes, las soluciones propuestas para evitar la ambigüedad y poner de
manifiesto las posibles consecuencias provocadas por la confusión terminológica. Se intenta
hacer conocer la evolución del concepto, en tanto conocimiento, a lo largo del tiempo.
También las diferentes finalidades y significados otorgados por cada época al vocablo.
2° La historia en el conocimiento. Esclarecido ya el sentido de la palabra como un
conocimiento, parece razonable intentar aclarar la naturaleza de ese tipo de conocimiento, sus
particularidades y sus similitudes y diferencias con otros conocimientos estudiados por la
epistemología general. Mostrar sus peculiaridades, desarrollar su especificidad y la
confiabilidad de sus resultados. Confrontar y discutir las diversas posiciones teóricas
generadas en torno a este tema y la fundamentación de cada una de ellas.
3° La explicación histórica. Ligado estrechamente al punto anterior, surge el de la
explicación. Este se ha vuelto básico en nuestro tiempo para cualquier forma de conocimiento,
pero en el caso del conocimiento histórico cobra una importancia medular, porque es en torno
a esto como se caracterizará de una forma o de otra al conocimiento histórico. También en
torno a este tema han surgido diversas escuelas o actitudes y serán expuestas para discutirlas.
5° Verdad y objetividad en el conocimiento histórico. Muy directamente vinculado
con los dos temas inmediatos anteriores aparecen el de la objetividad y el de la verdad. Su
empleo cotidiano ha provocado, incluso entre científicos, la utilización de ambos términos
como si fueran sinónimos. Buscaremos esclarecer el significado de cada uno, para luego
referirlos al conocimiento histórico y comparar su uso, a este respecto, con otras formas de
conocimiento. De esta manera, intentamos mostrar la igualdad de su atribución, tanto a
cualquier ciencia fáctica, como al conocimiento histórico. Esta aclaración reviste particular
importancia, debido a las abundantes confusiones generadas por el lenguaje vulgar.
6° Las nociones de “estructura” y “coyuntura”. Estamos aludiendo a un tema
gnoseológico, indisolublemente ligado a otro ontológico. La elección, indudablemente tendrá
connotaciones axiológicas, por lo cual es un tema múltiple en cuanto a los puntos abordados.
Siempre se habló del conocimiento histórico como de un estudio de algo en perpetuo cambio,
pero a mediados del siglo XX, la importación del concepto de “estructura” de otras ciencias
43
usuarios. Se fijaron reglas. Antes de utilizarlo es necesario pensar en sus límites, importancia,
normas, y sus posibilidades en general.
13° La cuantificación. El desarrollo de las ciencias puso de manifiesto la importancia
de las matemáticas como auxiliar de cualquier disciplina. Las otras ciencias sociales la
incorporaron rápidamente. En el conocimiento histórico la asimilación fue más lenta y
resistida. De todas maneras, se formaron escuelas defendiendo el método como la mejor
herramienta para combatir el peso de la “subjetividad”, aun con la salvedad conocida: no todo
es cuantificable. En el estudio de cuestiones sociales y humanas, para algunos, siempre
quedarán aspectos cualitativos fundamentales. Para otros, también esos aspectos pueden ser
cuantificables.
Creemos conveniente repetir: aquí no se agotan los temas de estudio de la Teoría de la
Historia; algunos más, no contemplados ahora, pueden ser el análisis de cuáles son los
elementos impulsores del cambio histórico, los motores (o el motor) de la transformación del
acontecer de las sociedades humanas, tema eminentemente ontológico.
También es posible incluir el estudio y la valoración de los diferentes métodos y
técnicas susceptibles de utilizarse en una investigación concreta, el análisis del peso de los
valores en los estudios históricos. Así se podría seguir por mucho tiempo, pero entendemos
suficiente lo ya expuesto y ejemplificado para dar una idea de la tarea a realizar.
La finalidad del curso no es agotar su temática, sino desarrollar en los alumnos el
hábito de no aceptar nada impuesto por la autoridad, sino repensar todo y desarrollar su propia
convicción para encarar el estudio. La vida es diversidad. La unanimidad es la esclerosis de
las sociedades y del pensamiento creativo.
45
CAPÍTULO SEGUNDO
El vocablo “historia “
Pero además, a continuación de los significados anteriores, nos ofrece una serie de
expresiones donde se incluye la palabra. En esos contextos, otros sentidos y matices adicionan
ambigüedad al término. Tanto “de historia”, como “dejarse de historias”, aluden a cosas
secundarias, sin importancia o valorativamente negativas; en el segundo caso, además, exhorta
a omitir rodeos innecesarios, a ir directamente al grano; en cambio “picar en historia” se
refiere exactamente a lo contrario, a tener mayor importancia de la comúnmente supuesta.
“Pasar a la historia” reviste mayor incertidumbre; puede significar tanto atribuirle gran
importancia a algo o alguien, como perder totalmente actualidad, trascendencia e interés. En el
uso corriente, la expresión también suele interpretarse en esas dos formas total y
absolutamente antagónicas: por un lado se refiere a algo superado por la evolución, pero por
otra parte también significa haber o haberse realizado o provocado acciones con tal
trascendencia y envergadura, como para modificar el proceso y trazarle otro derrotero, porque
sus consecuencias han afectado a todas o amplias capas de la población; después de sucedidas
sería socialmente imposible no tomarlas en cuenta, ni siquiera en forma inconsciente.
Conscientemente, deberán tomarlas en cuenta no solamente quienes luego realicen la tarea de
investigar ese período, lo cual únicamente podría significar haberse ganado una mención en
49
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. Diccionario de la lengua española. Espasa, Madrid, vigésima segunda
edición, 2001. Tomo II, página 1219. Cotejada con dos ediciones anteriores.
46
los libros de Historia, sino fundamentalmente quienes viven en ese medio social, porque a
partir de los acontecimientos considerados, esa sociedad ya no podrá evolucionar de la misma
manera, a como lo hubiera hecho si esas acciones no se hubieran llevado a cabo, incluso
aunque esas transformaciones no hayan sido registradas como medulares por quienes las
experimentaron.
También comporta un importante equívoco la expresión “hacer Historia”, la cual puede
denotar investigar, exponer y explicar el pasado humano por una parte, mientras por otra
significa la realización de acciones, cuya trascendencia social llega a producir modificaciones
de tal magnitud en la evolución posterior de esa comunidad, como para constituirse en un
condicionante de la forma de actuar de esa gente durante un prolongado lapso a partir de ese
momento. Cuando en un mitin político, un orador dice: “estamos haciendo historia”, se refiere
inequívocamente a la trascendencia de las acciones realizadas en ese momento. Puede haber
quienes no estén de acuerdo en la magnitud de esa importancia.
El diccionario no lo menciona, pero también suele utilizarse el vocablo como sinónimo
de “argumento”, cuando este último significa “asunto o materia de que se trata en una obra”,
generalmente de carácter narrativo, es decir: desarrollo argumental.
Como vemos, muchas acepciones están ligadas a ciertos valores. “Acontecimientos
pasados y dignos de memoria”, es algo relativo a los valores de cada uno. Personajes y pasajes
de la Antigüedad greco-romana han exaltado figuras políticas y especialmente militares.
Cuando se habla de esa época, casi toda persona formada en la cultura occidental conoce, o ha
oído nombrar, a Alejandro, Julio César y algunos más. Sobre ellos se han escrito libros y
filmado películas. Ambos fueron militares y de allí les vino la “gloria”. Sin embargo, casi
nadie oyó hablar de Pericles. Estando en la secundaria superior, leímos un texto de Charles
Seignobos donde se relataba una anécdota de ese personaje en su lecho de muerte.
Sus amigos, reunidos en torno suyo, evocaban sus obras en Atenas. En cierto
momento, Pericles ya moribundo dijo: ‘Habéis olvidado lo más importante de mi obra’. Todos
se sorprendieron y preguntaron ¿qué era? Entonces contestó: ‘Fui durante una década estratega
de Atenas50 y nunca por mi culpa llevó luto un ciudadano ateniense’51.
Evidentemente, Pericles manejaba valores diferentes y otro sentido de la
responsabilidad hacia sus soldados y gobernados. Me sorprendió e impresionó esa valoración,
la sentí y la sigo sintiendo más importante a las “hazañas de Julio César y Alejandro Magno”,
al punto de recordarla todavía, luego de cincuenta y siete años. En estos tiempos, unos pocos
valoran por encima de todo la defensa de la vida humana como Pericles. La mayoría parece
indiferente ante la muerte.
La falta de precisión en muchas acepciones podría superarse fácilmente si el contexto
en el cual se utiliza fuera inequívocamente claro y preciso, pero lamentablemente, como ya
adelantamos al detenernos en algunas expresiones, esto no suele ocurrir. La antigüedad de la
palabra y las diferentes maneras de encarar la disciplina a lo largo de los siglos fueron
agregando nuevas acepciones sin eliminar las anteriores; pero no se detiene allí el problema,
pues asociado a algunos antiguos significados han persistido ciertas ideas totalmente
inadecuadas para nuestra época. Su permanencia en la mentalidad colectiva es consecuencia
de la falta de reflexión, análisis y también del desinterés de la Real Academia española de la
lengua, lo cual incluye a varios especialistas en la materia. Iniciaremos el estudio rastreando
50
Estratega era el cargo más alto en el gobierno de Atenas en esa época.
51
La cita no es textual.
47
los orígenes y la evolución del vocablo, lo cual, creemos, nos permitirá explicar algunos
hábitos todavía vigentes.
2.2 – ORIGEN. Según Shotwell, la mención conocida más antigua, hasta este
momento, de algún término relacionado con la voz “HISTORIA” usada en la actualidad, se
encuentra en el canto XXIII de La Ilíada de Homero. La filología moderna ha establecido
como fecha para la primera versión escrita de la obra, un lapso entre finales del siglo IX y
principios del VIII anteriores a nuestra era. Como a nuestro parecer, al exponer este origen,
Shotwell otorga a la palabra significados relacionados con lo conocido en la actualidad acerca
de su evolución posterior, también con el sentido tenido para los griegos de dos o tres siglos
más tarde, pero no claramente desprendidos del pasaje citado, creemos necesario reproducirlo
y examinarlo.52
El canto XXIII está destinado a relatar los funerales de Patroclo, organizados por su
amigo Aquiles. Entre los juegos realizados durante la ceremonia se incluye una carrera. A lo
largo de su desarrollo, Ayax e Idomeneo discuten acerca de quien marcha a la cabeza de la
misma. Para terminar con la discusión, el segundo propone: “Apostemos un trípode o una
caldera y nombremos ÁRBITRO a Agamenón”.53 La palabra “árbitro”, es la traducción dada
en castellano al término griego Iστωρ. En grafía latina se representa como Istor. Aunque
hasta dos siglos más tarde no conocemos testimonios escritos señalándonos la existencia de
otros significados, Shotwell y algunos de sus seguidores “descubren” en esa acepción la
implicación de otras nociones cuando dicen:
52
James Thomson SHOTWELL, Historia de la Historia en el mundo antiguo. F.C.E., México, primera edición
1940. Primera reimpresión 1982. Páginas 21 y 186. Primera edición original en inglés 1939.
53
HOMERO. La Ilíada. Porrúa, colección Sepan cuantos… N° 2. México, décima cuarta edición, 1971.
54 James Thomson SHOTWEL, Op. cit. Página 186.
48
55
HERODOTO. Los nueve libros de la historia. Antología de Natalia Palomar Pérez. México, 1983, página 5.
La traducción es de María Rosa Lida. Otra traducción a cargo del P. Bartolomé Pou I.S. publicada por Porrúa
en la colección “Sepan cuantos…” N° 176 reza: “La publicación que HERODOTO DE HALICARNASO va a
presentar de su historia…” Jerzy TOPOLSKY. Metodología de la historia. Cátedra, Madrid, 1995, página 48.
Johan HUIZINGA. El concepto de la historia y otros ensayos. F.C.E., México, primera reimpresión, 1977.
Página 90.
56
Por ejemplo Jorge Luis CASSANI y Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI. Del Epos a la historia
científica. A’baco de Rodolfo Depalma, Buenos Aires, quinta edición, revisada y aumentada, 1980, páginas 38
a 42; Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI lo reafirma en Algo más sobre la historia. A’baco de Rodolfo
Depalma, Buenos Aires, segunda edición, 1979, página 24. También en SHOTWELL, op. cit. y Jerzy
TOPOLSKY, op. cit., en el cuadro presentado en la página 52
57
Mario BUNGE, La ciencia: su método y su filosofía. Siglo XX, Buenos Aires, 1980. Página 22.
49
58
Llama la atención la insistencia de los tratadistas en el término “pesquisa”. Sospechamos la atribución
inconsciente de una posible relación o identificación del mismo con la función judicial: “juez pesquisidor” era
“El que se destinaba o enviaba para hacer jurídicamente la investigación de un delito o reo” según el diccionario
citado, en su tomo 2, página 1210.
59
James Thomson SHOTWELL. Op. cit. Página 189, sin datos del original.
50
la existencia de un testigo presencial vivo, no los llaman “Historia”, sino “logoi”, es decir,
“dichos”.
Los romanos mantuvieron ese sentido. Tácito llamó “Historia” a sus testimonios sobre
lo visto personalmente, pero a sus escritos sobre períodos anteriores a su tiempo los designó
con la palabra “anales”. Según Topolsky, tampoco en la Edad Media la palabra era utilizada
para los relatos de cosas antiguas, 60 sino para mencionar algo reciente, estático, corto
temporalmente y no limitado a actividades humanas. Esa y otras restricciones metodológicas
de los primeros historiadores, pueden consultarse en la obra citada de Jorge Luis Cassani y
Antonio J. Pérez Amuchástegui.61
Otra característica introducida por la obra de Tucídides, con mucho éxito en el futuro,
fue el cuidado por la calidad de la escritura y la dosificación de los elementos dramáticos, a fin
de mantener activa la atención del lector. Tal vez este aspecto haya constituido al ateniense en
el modelo de la mayor parte de los historiadores posteriores, relegando el trabajo de Herodoto
a un segundo plano. Esta peculiaridad ubicó la disciplina como un género literario. Todavía
hoy, luego de veinticinco siglos, sigue pesando sobre la Historia la carga de esta
conceptuación: muchos estudiosos la consideran un arte, al menos en cierta medida, con lo
cual le adjudican un estatuto cognoscitivo intermedio y ambiguo. En otro trabajo nos hemos
extendido sobre este tema.62
Aquí interesa destacar cómo, toda forma de conocimiento auténtica es susceptible de
ser compartida. Participar de un conocimiento junto con otros seres humanos implica maneras
de comunicación. Entre los humanos contemporáneos, la forma de comunicación por
excelencia ha sido el lenguaje oral y entre las generaciones, el lenguaje escrito; por lo tanto, en
los últimos dos mil años, el conocimiento se ha trasmitido preferentemente por esta última vía.
Nadie considera a la física como un género literario porque Galileo, Newton y todos los
grandes innovadores en esa disciplina hayan trasmitido sus descubrimientos en forma escrita.
Los únicos requisitos exigibles al historiador son claridad y precisión, también exigidos a
quienes exponen conocimientos de cualquier otra índole. Es absurdo ubicar a la Historia en
una posición intermedia, entre dos vertientes diferentes igualmente importantes, una
emparentándola con la ciencia y otra ubicándola en el arte, por el simple hecho de exigírsele al
historiador la transmisión por escrito de los resultados, siendo esa obligación igual para todos
los científicos.
Por otra parte, esa oposición entre ciencia y arte requeriría un fundamento más claro y
contundente, porque en varios aspectos sus diferencias no son tan nítidas. Si la historia es
ciencia o no, intentaremos dilucidarlo en el próximo capítulo; pero con relación a sí es arte o
no, tomando en cuenta los argumentos utilizados para responder afirmativamente, nos parece
un contraste vacuo y, por lo mismo, nos inclinamos por la negativa.
Una prueba adicional: muchos de quienes sustentan la posición afirmativa incluyen a
Polibio como uno de los más importantes cultivadores de ese género en la Antigüedad,
incurriendo luego en aparente contradicción, pues reconocen las deficiencias de su escritura y
hasta la necesidad de un esfuerzo considerable para el entendimiento de sus discursos. Al no
haber cumplido con un requisito constituyente (la mitad “artística” de la disciplina, según
60
Jerzy TOPOLSKY. Op.cit., página 49.
61
Jorge Luis CASSANI y Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI. Op. cit. Páginas 57 a 60.
62
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. La naturaleza del conocimiento histórico. UAEM, Toluca, 1994. Páginas
99 a 102.
51
ellos) no debió haber sido ubicado entre los “grandes historiadores”. Sin embargo, hasta ahora
a nadie se le ocurrió proceder de semejante manera.
2.3.2 La orientación romana. La creatividad griega se manifestó en múltiples
campos de la actividad humana: en el arte, la ciencia, la epistemología, los ejercicios físicos, la
reflexión filosófica, etc. La historia no fue una actividad privilegiada. Tomando en cuenta la
cantidad y la calidad de quienes dedicaron sus energías vitales al cultivo de nuestra disciplina,
llama la atención su exiguo número, al menos si los comparamos con quienes se dedicaron al
estudio de la filosofía y el arte; pero además, son menos aún quienes lo hicieron con la
perspicacia, la vocación y la brillantez característica de los mejores artistas y filósofos.
Excepto Herodoto, Tucídides y Polibio, el resto de los historiadores griegos carecen de la
relevancia intelectual necesaria para dar a sus nombres la popularidad gozada por múltiples
pensadores y creadores dedicados a otras actividades. Encarada como vocación, sólo del
primero tenemos indicios de una elección libre; de dedicarse a la historia como forma de
realización personal. Tucídides fue un exilado político, buscaba en la confección de su obra un
sucedáneo a la frustración por la imposibilidad de actuar en el campo de su preferencia.
Polibio, finalmente, fue un prisionero de guerra esclavizado, cuya obra histórica se realizó por
encargo de sus amos romanos: los Escipiones.
Entre los romanos la situación fue diferente. Mucho más limitados en el vuelo de su
pensamiento, no dejaron en la actividad artística, ni nombres como Mirón, Praxíteles o Fidias,
ni creaciones como el Partenón, el Discóbolo o la helenística Victoria de Samotracia.
Tampoco en la dramaturgia crearon obras equiparables a las de Esquilo, Sófocles, Eurípides o
Aristófanes. Filósofos y científicos son irrelevantes repetidores de los maestros griegos. La
mayor cuota de talento desplegada por los romanos se volcó en la política práctica y las
disciplinas jurídicas; durante muchos siglos, ambas fueron asociadas con el cultivo de la
Historia, lo cual se evidencia en la mayor cantidad de historiadores producidos. Si por nuestras
pautas valorativas actuales no les adjudicamos una trascendencia equiparable a la de sus
predecesores griegos, no podemos ignorar otras épocas en las cuales fueron considerados los
máximos exponentes del género en toda la Antigüedad y los ejemplos más dignos de ser
imitados por encima de cualquiera de los maestros griegos. Esto fue muy acusado durante el
Renacimiento.
Según Gubernatis, la dedicación latina a la historia está relacionada con el carácter
conservador de aquel pueblo, con un sentido muy precoz de su destino, del papel a
desempeñar en el mundo, lo cual les sugirió o impuso un matiz
actitud también manifestada en su inclinación por los monumentos públicos y los epígrafes.
En la actualidad, ciertas características de su producción son consideradas “desviaciones” o
“retrocesos”. Un filósofo e historiador del siglo XX sostiene: “…no pudieron (…) liberarse del
preconcepto de que la historia debe tener un fin edificante y, sobre todo, pedagógico”, lo cual
obligaba a esos historiadores, no solamente a no considerar una falta o un acto inconveniente
el inventar discursos o incluir conscientemente falsificaciones, sino además, a reputarlo
63
Ángel de GUBERNATIS. Historia de la historiografía universal. C.E.P.A., Buenos Aires, 1943. Páginas 103
a 106.
52
64
Benedetto CROCE. Teoría de la Historia y de la Historiografía. Escuela, Buenos Aires, 1955. Páginas 159 y
160.
65
Luis GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ. Nueva invitación a la microhistoria. SEP/80-FCE, México, 1982. Página
10.
66
Robin George COLLINGWOOD, Idea de la historia. F.C.E., México, cuarta reimpresión, 1972, página 52.
67
Jorge Luis CASSANI y Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI., Op.cit, páginas 79 y 80.
53
como fue el caso del “descubrimiento” del hombre de Piltdown en 1911.68 Si la demostración
de la gloria y la predestinación de Roma era el valor más importante en aquella época,
lógicamente los demás debían supeditársele.
Menos reproches podemos hacerles todavía cuando en nuestra época, a pesar de
declarar a la verdad como el valor supremo, en los años formativos se imparte una concepción
de la Historia como la caracterizada tan ajustadamente por Luis González y González, recién
vista. De todas maneras, nuestras incongruencias no pueden servir para justificar las de otros,
pero, aunque esto no fuera así, aunque en la actualidad la Historia no fuera utilizada para otros
fines distintos del conocimiento de la verdad, ¿podemos, desde nuestros valores, reprocharle a
otra época haberlos tenido diferentes? La sola enunciación de la pregunta pone de manifiesto
la tontería del planteamiento. Para griegos y romanos lo importante eran las “esencias” eternas
e inmutables. La anécdota diaria del actuar humano era completamente secundaria, carente de
interés.
Adicionalmente, el concepto de verdad es algo bastante problemático. En el capítulo
quinto analizaremos y veremos la ausencia de consenso también respecto a ese tema.
2.3.3 El cristianismo. Para los historiadores de la historiografía, el grupo humano
de la Antigüedad con el sentido histórico más desarrollado fue el hebreo, aunque no hayan
inventado la disciplina tal como la entendemos ahora, ni la palabra con el sentido utilizado por
nosotros. Su libro sagrado, el Antiguo Testamento es considerado y analizado como un libro
donde se relatan aspectos del proceso histórico de esa etnia. Una considerable parte de la
concepción histórica sustentada por las poblaciones organizadas de acuerdo a las pautas de la
civilización europea occidental, procede de ese venero. Junto con los griegos, fueron los dos
universos culturales de la Antigüedad con mayor influencia sobre nuestro desarrollo
intelectual. El intermediario entre una de esas fuentes y nosotros fue el cristianismo.
Surgidos en el ámbito hebreo como una secta más, todos los primeros cristianos fueron
judíos. Recién con la aparición de Pablo de Tarso, aquella secta del judaísmo se transformó en
una religión autónoma, con más éxito entre los gentiles del alcanzado entre los propios judíos.
A diferencia de los acompañantes de Jesús, Pablo era originario de la diáspora, la dispersión,
comunidades judías establecidas alrededor del Mar Mediterráneo, fuera del territorio donde se
había asentado el pueblo de Israel diez siglos atrás.
Formado en una ciudad de la Grecia Asiática, en el seno de una familia materialmente
acomodada, tuvo acceso a un conocimiento muy afinado del mundo intelectual de tradición
griega, como también, claro está, a un manejo eficiente de los fundamentos culturales
característicos de su propio pueblo, incluido un amplio conocimiento de su religión.
Difícilmente pueda personalizarse mejor en otro individuo, uno de los dilemas filosóficos
constitutivos del sustrato constante en la evolución del pensamiento occidental; nos referimos
a la tensión entre la razón y la lógica griegas por un lado, basadas en el principio de identidad
y en las esencias eternas e inmutables, y la conciencia histórica hebrea por el otro, afianzada
en el concepto de evolución, de cambio, de desarrollo progresivo a partir de un comienzo, y su
confianza en un fin ubicado en el futuro.
Pero el cristianismo era una fe. Pablo acentuará esa característica, lo cual no constituirá
un incentivo para la investigación; ésta requiere una actitud desconfiada y un agudo sentido
crítico. En este aspecto, la historiografía cristiana, juzgada desde los parámetros valorativos de
nuestra época, siempre pecará de credulidad, de exceso de confianza y significará un
68
Un sintético relato de este asunto puede consultarse en Camille ARAMBOURG. La génesis de la humanidad.
Eudeba, Buenos Aires, cuarta edición, 1971. Páginas 136 a 138.
54
[fue] una calamidad para la historiografía que las nuevas normas lograran
dominar la situación,
Porque en lo relativo al pasado, Pablo fue tan judaizaste y exclusivista como los
antiguos profetas y a su influjo se sancionará el mismo esquema del proceso histórico
conservado por los judíos. En estos aspectos cifra el autor el empobrecimiento del sentido
crítico, porque, a diferencia de los paganos, si un cristiano dudaba de la versión oficial del
pasado, cometía sacrilegio; concluyendo: “cuando la creencia en la inmortalidad estaba ligada
a la aceptación de un esquema de la historia, esta aceptación estaba asegurada”.69
Benedetto Croce destaca ciertas “virtudes”, como la incorporación del concepto de
espíritu y la ampliación del horizonte implicada en él. A partir de allí, la historia lo será del
género humano y ya no de un pueblo determinado. Pero también señala algunos “retrocesos”,
como el dogmatismo, la recaída en la mitología fomentada por la credulidad, el ascetismo
despreciativo de la peripecia concreta de los humanos, debilitando la individualización de los
procesos hacia los cuales se manifiesta indiferencia; todo esto tiene una culminación en el
ejemplo de Agnello, biógrafo de la vida de los obispos de Ravena, quien luego de confesar no
poseer ningún dato sobre alguno de ellos, concluía afirmando su creencia en no haber faltado a
la verdad. Para este bien inspirado señor, lo importante en sus personajes era haber llegado a
tan alta dignidad, algo imposible si no hubieran llevado una vida ejemplar. La anécdota
específica era algo totalmente irrelevante y secundario. Inclusive, podemos atisbar una
confianza rayana en la fe, según la cual la divinidad guiaría su mano, impidiéndole faltar a la
verdad pues su intención era loable. En este caso, además de otras cosas, nos separa de
Agnello un concepto diferente de la verdad y un criterio distinto acerca de las fuentes donde
podemos encontrarla. Mientras nosotros la buscamos en el análisis crítico de los documentos,
69
SHOTWELL, Op.cit., páginas 351 a 353.
55
70
Benedetto CROCE. Op.cit., Páginas 163 a 181. Las citas en 163 y 169.
71
Jerzy TOPOLSKY. Op.cit., página 50.
56
...concuerda (...) con los esfuerzos para someter a los poderes eclesiásticos
de cada país a la soberanía del gobierno territorial. [sin embargo, no hubo
enfrentamiento] La Iglesia Romana no fue atacada, fue ignorada. [Para
concluir...] en sus tentativas por tratar la historia de su propia ciudad como
un desarrollo independiente se expresaba la opinión de la soberanía del
estado moderno.73
Como suele ocurrir cuando los humanos encaran nuevos desafíos, se comenzó a buscar
en el pasado modelos para las nuevas creaciones e intentar enfrentar de esta manera los
72
Sam DRESDEN. Humanismo y Renacimiento. Guadarrama, Madrid, 1968, página 11.
73
Eduardo FUETER. Historia de la historiografía moderna. Nova, Buenos Aires, 1953. Las últimas citas son de
esta obra, tomo I, páginas 26 a 28.
57
desafíos del presente. Como el pasado inmediato era objeto de un rechazo total, se fue más
atrás, retomando las obras de los autores grecolatinos. De allí surgió el equívoco de la
expresión “Renacimiento”, si bien nada renació de aquel lejano pasado; eran dos mundos
diferentes, con necesidades y soluciones distintas, aunque en la superficie pudieran avizorarse
algunas lejanas semejanzas exteriores. Estos humanistas copiaron conscientemente modelos
formales antiguos, pero buscaron eliminar todo ingrediente mitológico en sus narraciones, al
punto de haber sido valorada posteriormente como un “nuevo nacimiento” de la disciplina.
Durante mucho tiempo, siguiendo las opiniones formuladas por ellos mismos, se había
considerado esa secularización como una copia de lo hecho antiguamente por los fundadores
griegos. Más tarde, afinando la observación, se advirtió en los modelos adoptados, no la
semejanza con los autores helénicos, sino con aquellos latinos en los cuales la ausencia del
mito se había debilitado considerablemente. Esto mejoró la valoración actual de esta
característica: “se separan de Tito Livio en cuanto excluyen de su narración toda especie de
prodigios” 74 . Georges Lefebvre otorga tanto peso al ejemplo de los antiguos, como a la
responsabilidad del naciente estado moderno, porque “…cada Estado italiano reduce todo a él
y sólo a él: él es lo único esencial”.75
Sin embargo, en algo sí se vio afectada la nueva creación por este contacto; al tomar
como modelos los mejores escritores latinos, vuelven a ubicar la disciplina dentro de las letras,
como un género literario, tal vez porque los más importantes precursores del movimiento,
Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio, fueron literatos. Uno de los libros más completos
sobre historiografía moderna inicia así: “Como otras ramas de la literatura, la historiografía
moderna arranca del humanismo”.76
En varias oportunidades se han producido estas aparentes rupturas en el desarrollo
histórico; por eso es llamativa la censura de un historiador, como Georges Lefebvre, al
rechazo de los valores medievales por parte de los humanistas, así como su elogio a la mayor
sensatez de los románticos del siglo XIX por haberlos recuperado y puesto “de moda”
nuevamente. 77 Posiblemente los propios románticos se hubieran sentido injuriados al verse
llamados “sensatos”, pero además, independientemente de la imagen de sí mismos tenida por
ellos, tampoco sus analistas los han considerado de esa manera. Una de las características
unánimemente reconocidas de los integrantes de ese movimiento era su extremismo. Su
recuperación de valores medievales surgió de una actitud similar a la de los humanistas, de un
rechazo al pasado inmediato. Por reaccionar contra la razón y la “sensatez” del siglo XVIII
encontraron afinidad con los valores medievales.
Ubicar la historia dentro de las letras, manteniéndola alejada de la filosofía y de la
ciencia, como habían hecho los griegos, acentuó el interés por la retórica, por la forma del
discurso, por el estilo para exponer los sucesos. De la misma manera se retomó el
pragmatismo; se pretendía de la materia la exposición de ejemplos morales y una guía segura
para la formación de políticos y diplomáticos; también se le exigía la exaltación de la
importancia y grandeza de la ciudad-estado objeto de su tarea. Como resultado, se retomó
naturalmente la tendencia a abordar como tema principal, y casi único, la política y las
74
Eduardo FUETER. Op. cit. página 26
75
Georges LEFEBVRE. El nacimiento de la historiografía moderna. Ediciones Martínez Roca, S. A. México D.
F. 1975. Páginas 66 y 67.
76
Eduardo FUETER. Op. cit., tomo I, página 15.
77
Georges LEFEBVRE. Op. cit., página 48.
58
relaciones entre estados. Aunque estas características parezcan copia de los historiadores
antiguos, tienen, en ese mundo italiano de los siglos XV al XVII, un sustento propio.
El ascenso de una nueva clase a posiciones dirigentes, transformó la antigua jerarquía
social. La crisis del siglo XIV, acompañó esa transición al revolucionar el universo espiritual.
La preocupación por el mundo circundante y los bienes materiales, produjeron antagonismos
entre los aspirantes a ejercer el gobierno. Así se impulsó un vigoroso resurgimiento de la
política como actividad privilegiada. El medio en el cual se desarrolló dio coherencia a la
supremacía y casi exclusividad de ese tema en las obras de los historiadores del período. La
mayoría fueron políticos o secretarios y asesores de los gobernantes de su tiempo, Hasta aquí
las similitudes, porque al responder a otra época, también existen sensibles diferencias.
La historia diplomática fue algo nuevo; las relaciones internacionales recién se
iniciaban. El materialismo avanzó inexorablemente; junto a él, la preocupación, no ya por las
“sustancias” eternas e inmutables, sino por lo tangible, lo terrenal, lo cambiante, lo diverso. En
concordancia con lo anterior, el individualismo gozó de un poderoso desarrollo, su influjo se
reflejó en el arte con la aparición del retrato, el autorretrato y las obras de caballete en la
pintura, También la biografía estuvo en auge, pero muy especialmente la autobiografía a partir
de Montaigne. Cuando la preocupación era conocer al hombre, el mejor objeto de estudio era
uno mismo. A la vez, el mejor sujeto cognoscente de un hombre era él mismo. Si para los
griegos la “areté” (la virtud) de un individuo se realizaba en la consideración de los demás, en
el Renacimiento era lo contrario, de acuerdo a sus coordenadas nadie podía conocer mejor a
un individuo sino ese mismo ser humano. Todavía no había sicoanalistas.
Metodológicamente, la originalidad peculiar de la historiografía humanista, para
diferenciarla tajantemente de cualquier otra anterior, es la preocupación por el análisis crítico
de los documentos escritos y por la búsqueda de otra documentación adicional a la
tradicionalmente considerada. Esto la sitúa en la base del desarrollo de la historiografía
occidental, todavía vigente y en evolución hasta nuestros días. Dejando de lado ejemplos como
el de Agnello de Ravena, hemos visto a los historiadores de la Antigüedad y la Edad Media sin
recursos para reconstruir pasados lejanos, por lo cual sus trabajos versaban sobre el tiempo del
propio historiador. En la actualidad los consideraríamos historiadores de lo contemporáneo. A
los relatos sobre sucesos lejanos en el pasado, los griegos los designaban “dichos”; los latinos
los nombraron “annales”, en la Edad Media se incorporó la palabra “crónica”.78
En ese período renacentista floreció una consideración del conocimiento histórico con
la cual nos sentimos mucho más cercanos. El análisis crítico, la preocupación por las
traducciones de un mismo texto original en una o varias lenguas, la confrontación de los
documentos con otros relativos al mismo período y, en ocasiones, a los mismos
acontecimientos, el estudio de la coherencia del contenido con la información disponible sobre
la época, permitió comenzar a depurar los propios textos antiguos, detectar las interpolaciones,
ubicar las diferencias de estilo y datar, con aceptable precisión, cada parte del documento. Así
nació una disciplina importantísima para la evolución posterior del conocimiento histórico: la
filología.
Como la diferencia con los antiguos es tan grande, la pregunta surge con toda
naturalidad: ¿las similitudes fueron realmente simple copia, como ellos mismos creían, o
respuestas parecidas a estímulos semejantes?
La historiografía humanista fue una creación de las ciudades-estado del norte de la
península italiana. En el siglo XVI rebasará esa frontera geográfica. Allende los Alpes jamás
78
Un buen análisis etimológico aparece en Jerzy TOPOLSKY. Op. cit., página 49
59
producirá trabajos de calidad equiparable. Los exponentes más destacados crearon su obra en
el siglo XV y en la primera mitad del XVI. Anteriormente hubo precursores; los posteriores
fueron epígonos desprovistos del talento de Leonardo Bruni, Nicolo Maquiavelo o Francesco
Guichiardini, pero el influjo del movimiento tuvo una enorme amplitud, alcanzó a impregnar a
toda la civilización europea occidental.
Recién ahora, a comienzo del siglo XXI, luego de transcurridos cinco siglos y una
transformación de tal profundidad y magnitud como la producida por la Revolución Industrial,
se ha comenzado a cuestionar la pertinencia de los estudios históricos. Analizando la
evolución, aún nos parece prematuro decidir si es una actitud con porvenir o una simple moda
pasajera. Por el momento nos inclinamos por la primera opción. El conocimiento histórico ha
evolucionado en profundidad, pero la realidad es diferente. Si la mayoría de la población se
acostumbra a analizar el presente de acuerdo con los criterios actuales de la Historia, los
sectores dominantes no lo podrán ver con buenos ojos. Esa forma de analizar el proceso social,
extendida a la mayoría de la población, es muy arriesgada para la minoría más poderosa. Así
se ponen de manifiesto las desigualdades, sus orígenes y su fundamentación.
Mientras tanto, en ese lapso, el ininterrumpido aumento numérico de individuos
dedicados al cultivo de la disciplina encuentra su origen y se cimienta firmemente en esa
actitud de la historiografía humanista italiana, iniciada junto con los tiempos modernos y en
cierta forma, abarcándolos.
2.3.5 Los eruditos modernos. La Revolución Científica del siglo XVII demolió
la autoridad Aristotélica. Las transformaciones en las ciencias naturales repercuten en los
estudios históricos, fomentan una vigorosa reacción intelectual contra los humanistas. Esta
reacción se centra en los fundamentos sobre los cuales se asienta el concepto de verdad.
También esas bases empiezan a cambiar de lugar.
Para los humanistas, como para algunos pensadores anteriores a ellos, la verdad residía
en los manuscritos antiguos. Era como si hubiera sido revelada a los primeros humanos y
luego, con el correr del tiempo, en cada etapa de su trasmisión a una nueva generación, se
hubiera ido corrompiendo, degradando, se había ido perdiendo. Esa convicción los hizo
incansables buscadores de manuscritos, los cuales se valoraban más, cuanto mayor fuera su
antigüedad.
Las nuevas necesidades, derivadas básicamente de los viajes oceánicos y de la
utilización de la pólvora con fines bélicos, pusieron de manifiesto la inadecuación de las
antiguas teorías sobre la realidad circundante. Plagiando a Aristarco, Copérnico se beneficiará
del desconocimiento general acerca de la obra del sabio griego, para formular una
interpretación diferente acerca del funcionamiento del universo. 79 La oposición de las
instancias oficiales le hubiera quitado toda trascendencia, pero las tablas estelares elaboradas a
partir de las nuevas proposiciones corroboraron empíricamente la validez de las mismas.
Los astros podían moverse como quisiera la autoridad eclesiástica, pero marinos y
burgueses preferían los “mapas del cielo” derivados de la interpretación “copernicana” para
conducir sus barcos. También se benefició Copérnico de una circunstancia peculiar: su libro,
farragoso, complicado y con errores significativos, parece no haber sido leído íntegramente
por nadie. Quien popularizó e hizo circular como idea de Copérnico la teoría de Aristarco, fue
su discípulo Rético, en un resumen muy didáctico publicado con el nombre de Narratio
prima. Para el siglo XVI, esto era algo totalmente nuevo.
79
Arthur KOESTLER. Los sonánbulos. Historia de la cambiante cosmovisión del hombre. Conacyt, México,
1982. Página 204.
60
Más adelante, Galileo, heredero de una larga escuela de físicos preocupados por el
movimiento de los sólidos, comenzó a dar las primeras respuestas consistentes para solucionar
las dificultades de la balística. Su éxito permitió la sustitución de la física griega antigua,
respaldada por la veneración de casi veinte siglos, por una nueva, impuesta rápidamente al
demostrar mayor eficiencia en sus aplicaciones prácticas.
En otra parte de Europa, Kepler, basado en el heliocentrismo, formuló tres leyes sobre
el movimiento de los planetas. A partir de ellas se establecieron no sólo tablas estelares más
precisas, sino también mayor exactitud en el año solar. Tanto las tablas, como la precisión del
tiempo eran requeridas por una burguesía cuya prosperidad le había permitido adquirir tierras.
Deseaba explotar esos campos aplicando “su” racionalidad. Todavía utilizamos esa “nueva”
duración del año.
Una medida del éxito de esta interpretación del sistema planetario, la ofrece el rey más
famoso de la segunda mitad del siglo XVII, el Borbón Luis XIV en Francia. Buscando un
paralelo para dar idea del lugar ocupado por ambos en sus respectivos “sistemas”, se hizo
llamar “rey sol”. Evidentemente, ya era conocido el lugar del sol dentro del sistema planetario,
de otra manera no hubiera tenido sentido el paralelo.
Desde mediados del siglo XVI, la gran mayoría de los científicos perdió su confianza
en las fuentes antiguas. Poco a poco, la experiencia personal fue sustituyendo las opiniones y
observaciones de los sabios de la Antigüedad. El manantial donde residía la verdad pasó a ser
sustituido por sus propias actividades y lo indicado por su experiencia particular.
Propagandistas como Francis Bacon, dedicaron parte sustancial de sus esfuerzos a imponer las
nuevas formas de abordar el conocimiento de la naturaleza.
Semejante reacción enfiló sus baterías directamente contra la escuela humanista y el
culto por las autoridades. En los estudios históricos, esto se manifestó en una tendencia
fundamental para la evolución posterior de la disciplina, a pesar de ser impugnada por muchos
autores como escuela historiográfica. Nos referimos a la historiografía erudita.
Para el cultivo de la Historia era imposible sustituir los documentos antiguos por la
experiencia personal actual, pero se podía utilizar ésta para tratar a aquellos documentos de
manera diferente. Lo desarrollado e incrementado en grado superlativo, fue la desconfianza
hacia esos documentos, hacia la veracidad de los acontecimientos por ellos atestiguados. Esto
condujo a una profundización del espíritu crítico. Desecharon las opiniones de los
humanistas acerca de los documentos muy antiguos, se acercaron directamente a los mismos,
los diferenciaron con mayor eficacia y afinaron los límites de la confiabilidad ofrecida,
estableciendo grados en este aspecto.
Esta reacción contra la fe en los documentos antiguos y en las autoridades consagradas
por los siglos, no fue una ruptura súbita con lo anterior, fue más bien una inclinación cuyo
desarrollo inicial se produjo en ciertos sectores de aquella escuela humanista al acentuar y
profundizar el sentido crítico. Pero la nueva tendencia ya es algo totalmente diferente, el
trabajo se convierte en obra colectiva, lo asumen órdenes religiosas y prácticamente se
renuncia a la construcción interpretativa y explicativa, para publicar directamente los
documentos, con un análisis crítico de los mismos y el estudio comparativo de aquellos
referidos a los mismos acontecimientos.
En este contexto no puede causar extrañeza la creación, o al menos la sistematización y
desarrollo de la metodología y de aquellas disciplinas designadas más adelante como “ciencias
auxiliares de la Historia”: cronología, diplomática, paleografía, heráldica, epigrafía,
lexicografía, etcétera. Sobre todas estas disciplinas, los monjes benedictinos y jesuitas
escribieron tratados precisos. Críticos de la documentación ya había habido muchos. Algunos
61
80
Marc BLOCH. Introducción a la historia. F.C.E., quinta edición, México, 1967, páginas 66 y 67. En el texto
dice siglo XVIII en lugar de XVII, pero es un error tipográfico. El original francés establece el siglo
consignado en la cita. Años más tarde de haber escrito esta parte, apareció otra edición del mismo libro,
anotada por Étienne BLOCH donde se corrige el error.
81
Eduardo FUETER. Op. cit., tomo 1, página 340.
82
Según veremos en el capítulo siguiente, para POPPER las ciencias fácticas no pueden verificar, lo único que
pueden hacer es falsar (Demostrar la falsedad de las hipótesis).
83
(De J. VAN BOLLAND, 1596-1665, jesuita flamenco fundador de la sociedad de este nombre) Individuo de
una sociedad formada por miembros de la Compañía de Jesús, para publicar y depurar críticamente, los textos
originales de las vidas de los santos. Diccionario de la lengua española, Op. cit. Tomo 1, página 333.
84
Charles-Olivier CARBONELL. La Historiografía. FCE, Breviarios N° 353, México, 1986. Página 93.
62
85
Charles-Olivier CARBONELL. Op. cit. página 97.
64
86
Carlos RAMA. Teoría de la Historia. Tecnos, Madrid, tercera edición revisada, 1974, página 53.
87
Pierre VILAR. Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Crítica, Barcelona, tercera edición 1981.
Página 17.
65
“materia”, también polisémico y ambiguo en castellano. Si lo sustituimos por “objeto”, tal vez
se aclare el sentido y se disipe la ambigüedad.
Significativamente, apenas se intenta definir el término, aparecen las confusiones. Por
ejemplo: Willy Hellpach sostiene: “Historia es la formación consciente de la vida común
humana a partir de la voluntad creadora” 88 , la cual, independientemente de su carácter
discutible, se refiere inequívocamente al proceso histórico. Es una rareza, la enorme mayoría
de las definiciones se refieren al conocimiento histórico. Por ejemplo la propuesta por Lucien
Febvre un poco sesgadamente:
Nos resulta difícil concebir una definición donde puedan abarcarse los dos conceptos,
el de proceso ya ocurrido y el del conocimiento de ese proceso, por esta razón nos sorprende la
valoración de Kirn cuando dice:
88
Willy HELLPACH. Die Welt als Geschichte (El mundo como historia), 1940, tomo VI, página 250, citado
por Paul KIRN. Introducción a la ciencia de la Historia. UTEHA, México, 1961, página 4.
89
Lucien FEBVRE. Combates por la Historia. Ariel, Barcelona, cuarta edición, 1975. Página 173.
90
Paul KIRN. Op. cit., página 4 y 5.
91
James Thomson SHOTWELL. Op. cit., página 17 y Jerzy TOPOLSKY, Op. cit., página 49.
92
Wilhelm BAUER. Introducción al estudio de la historia. Bosch, Barcelona, 1944, página 32. Hay una
segunda edición de 1952.
93
Jerzy TOPOLSKY, Op. cit., páginas 50 y 51.
66
La dualidad entre conocimiento y proceso solamente puede ser eliminada por una
posición idealista extrema. Para éstos, la única realidad sobre la cual podemos tener plena
seguridad de su existencia es la ubicada en nuestra mente, es decir, la conocida, porque es lo
único del pasado sobre lo cual podemos predicar. Pero en nuestra época ya es muy difícil
encontrar defensores de esa forma del idealismo. Si esa tendencia fuera coherente, debería
negar la posibilidad de ampliar nuestro conocimiento, lo cual, evidentemente, no ocurre. Los
hombres se afanan por desarrollar permanentemente sus conocimientos. Esta característica se
intensificó respecto de los precedentes a partir del siglo XVI. Se cree en la existencia de una
realidad por conocer, lo cual indica suponerla más amplia de lo ya conocido sobre ella. Por ese
camino regresamos a la dualidad de la palabra: existen realidades pasadas no conocidas por
nosotros, exteriores a nuestra mente.
2.5 – LA HISTORIA COMO PROCESO. Desde la aparición de los primeros
humanos sobre la corteza terrestre, sus descendientes hemos vivido muchas vicisitudes: nos
hemos multiplicado enormemente, hemos desarrollado considerable cantidad de procesos para
modificar las condiciones de vida ofrecidas por la naturaleza. En su conjunto, a eso lo hemos
llamado “cultura”.
En una primera aproximación, debemos destacar los cambios propios en la naturaleza.
Por lo general, o bien son repetitivos, como la sucesión del día y la noche, o de las estaciones
del año, o bien son transformaciones modificadoras de lo existente, pero sin el propósito de
“mejorar” las condiciones de vida; esos cambios se suman a lo ya establecido, como es el caso
de los terremotos, las inundaciones, etcétera, generalmente pasajeros, algunos más duraderos
como islas aparecidas y/o desaparecidas, cambios en el recorrido de algunas corrientes de
agua, en la temperatura ambiente, aparición de montañas, entre otros.
“Mejorar” o “empeorar” son valores; solo reflejan el punto de vista humano o de
ciertos humanos. Algo mejor para nosotros puede ser letal para algunas especies animales o
vegetales; ya hemos extinguido muchas variedades de plantas y animales, otras están en
peligro de extinción. Tampoco los humanos coinciden entre ellos en su valoración.
En cambio, las transformaciones operadas en el ámbito cultural, en su mayor parte son
acumulativas: los nuevos elementos se cimentan en, y se agregan a, lo ya existente, para
aprovecharlo y, generalmente modificarlo. No lo anulan. Según los positivistas, lo “mejoran”
Esta peculiaridad ha permitido aplicar a los cambios culturales, conceptos como los de
“evolución”, “desarrollo”, “progreso”, etcétera. El último, particularmente, carga con una
connotación axiológica positiva. Por ejemplo, la llegada de los europeos a este continente fue
una transformación cultural profunda. En Europa fue considerada un avance, mejoraba las
posibilidades de muchos, pero para las poblaciones americanas fue todo lo contrario, nadie la
consideró “un progreso”. Ese acontecimiento no fue repetitivo, no podía “volverse a descubrir
América”. Fue acumulativo, se agregó a los conocimientos existentes.
Muchos europeos también vivieron crisis, debieron cambiar conceptos, objetivos en
sus vidas. Piénsese solamente en la angustia religiosa vivida por los cristianos. Había tres
continentes como reflejo de la santísima trinidad. Al aparecer un cuarto continente aquello
quedaba refutado. Había aquí seres como nosotros y Jesús vino a salvar a los humanos. Si no
estuvo aquí, sus habitantes ¿eran humanos o no? A ellos no los vino a salvar. Para el ámbito
científico se “probó” la redondez del planeta. ¿Cómo no caían quienes estaban en las
antípodas? Si todos caminaban sobre sus pies en todo el globo terráqueo ¿dónde se ubicaba
“arriba” y dónde “abajo”? ¿El cielo y el infierno? Esos y otros problemas complicaron y
acrecentaron el trabajo de los teólogos.
67
La idea de que los hechos y las personas son históricos por alguna cualidad
que les es propia, aunque nadie los haya estudiado ni escrito acerca de
68
ellos, no se les había ocurrido a los antiguos (…) Las cosas no son nunca
históricas en sí mismas. Pueden ser perpetuadas tan sólo de dos maneras: o
como parte del presente en continuo movimiento (…) o en aquella
reconstrucción imaginativa que es misión especial del historiador.94
94
James Thomson SHOTWELL. Op. cit. página 17.
69
establecido por los hombres, muchos aconteceres adquirían recién esa calidad, porque antes no
teníamos conocimiento de ellos. En cambio, si consideramos la historia como un proceso, esos
acaecimientos, aunque no fueran conocidos, de todas maneras habían ocurrido, habían influido
sobre muchos humanos, sociedades y generaciones, sobre la posteridad; por tanto, eran
“históricos” aunque no los conociéramos. Adicionalmente, ese descubrimiento nos alerta sobre
muchos otros procesos de los cuales posiblemente no tenemos idea, o las tenemos muy
equivocadas y deformadas, lo cual no es obstáculo para su existencia efectiva, e incluso, para
haber influido sobre la evolución posterior.
El segundo ejemplo se refiere a la época en la cual se realiza la investigación. En el
tercer cuarto del siglo XVIII, Eduardo Gibbon publicó en Londres su famosa Historia de la
decadencia y caída del Imperio Romano. Por mucho tiempo fue considerada como la última
palabra sobre el tema. Muchas obras posteriores se limitaron a señalarle diferencias de detalle,
pero en lo básico, seguían sus lineamientos. En la segunda mitad del siglo XIX, Teodoro
Mommsen publica dos partes de su Historia Romana, cuyo quinto tomo se constituiría en un
clásico. Su perspectiva ampliaba mucho el campo de indagación, llevando la atención hacia las
bases sociales, el desarrollo del derecho constitucional, las diferencias regionales y las
condiciones económicas. A comienzo del siglo XX, Rostowtzeff publicó su Historia social y
económica del Imperio Romano, la cual también adquirió rápidamente enorme fama. Si bien
Mommsen omite el desarrollo del imperio en su período central, el cual ocupa el cuerpo
principal de la obra de Rostwotzeff y parte importante del trabajo de Gibbon, los tres abordan
períodos y procesos comunes. Los tres historiadores utilizaron, en líneas generales, las mismas
fuentes; sin embargo, sus historias son totalmente diferentes. No surgieron nuevos documentos
permitiendo ver aspectos antes ocultos, pero cada investigador ‘buscó’ elementos diferentes en
los mismos documentos, hizo preguntas distintas a los mismos testimonios y por lo tanto,
obtuvo respuestas también distintas. Había cambiado el mundo, era diferente la sociedad en
la cual vivieron y formó a cada uno de los tres, eran diferentes los problemas enfrentados por
esas sociedades; por eso, los tres participaban de teorías con valores e inquietudes diferentes.
Esas teorías, al expresar esos valores y esas inquietudes les sugerían las preguntas a formular.
El conocimiento histórico se produce desde el presente, proyectando las interrogantes
actuales sobre el pasado.
La desvalorización de la moneda durante el desarrollo del Imperio, no era un suceso
relevante y digno de mención para la sociedad de la época cuando escribió Gibbon y, en
cambio, sí lo era para la de Rostowtzeff, por eso los contemporáneos de Gibbon no
consideraban significativo ese dato, pero los de Rostowtzeff sí. Si la desvalorización de la
moneda se había producido y había condicionado las sociedades de aquella época, ese
acontecer había existido lo conociéramos o no, lo valoráramos o no. ¿Cuántos sucesos
ocurridos han influido, sin ser nunca considerados importantes, ni lo son ahora y quizá no lo
serán nunca? ¿De cuántos no podremos conocer su existencia por no subsistir testimonios de
haber ocurrido? O sí, haber testimonios, pero no han llamado la atención de los historiadores;
sin embargo, esos acontecimientos existieron y tal vez tuvieron influencia sobre los seres
humanos de su época y posteriores, aunque nuestros intereses no nos hayan permitido
advertirlo. ¿Cuántos acontecimientos fueron desechados por muchas épocas y en otras fueron
considerados significativos? ¿Cuántos son considerados importantes por una escuela
historiográfica e irrelevantes por otra?
Cuando la palabra “HISTORIA” se refiere al proceso histórico, las consideraciones,
los valores y los criterios particulares de los hombres, de uno, de varios, o aun de todos los
períodos no tienen ninguna injerencia; el proceso tuvo lugar con independencia de todas estas
70
consideraciones, por eso insistimos: desde este punto de vista, para esta definición de la
palabra, TODO lo ocurrido a las mujeres y los hombres es historia. En una traducción un tanto
confusa, para Toplosky esta aceptación de la palabra puede tener varias interpretaciones: una
como pasado general de todo, la segunda coincide con la sostenida aquí, se refiere al pasado
humano. Extrañamente, en una tercera cuya caracterización, en la traducción castellana, no
está del todo clara, agrega:
Puesto que imaginamos los hechos pasados siempre sobre la base de lo que
sabemos de ellos, el contenido que varias personas (o grupos de personas)
asocian con el término historia (usado para indicar los hechos pasados)
puede variar enormemente desde las ideas inspiradas por la ciencia y
aquellas penetradas por leyendas y mitos.95
95
Jerzy TOPOLSKY. Op. cit., página 54.
96
Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI, Algo más… op. cit., páginas 24 y 25. Las cursivas están en el original.
71
investigación. Para él, la propia palabra ciencia se interpreta también con estos dos criterios.
Lo anterior no le impide designar igualmente como historiografía los resultados, aunque esta
designación, dice, tiene un “significado auxiliar”. Según este autor, esta diferenciación surge
en el siglo XIX con la introducción del “método científico” en la investigación histórica, por
haber supuesto una complicación. Según ya vimos, esta separación parece haber surgido con el
origen de la disciplina; por otra parte no la entendemos tan problemática como para separar
dos significados generalmente muy implicados. Esta asimilación se extiende a todo
conocimiento, porque las afirmaciones de los historiadores sobre los hechos pasados no son
algo al margen de la marcha de la investigación, son parte constitutiva de ese procedimiento,
como ocurre en cualquier ciencia o disciplina de conocimiento. Para él: cuando hablamos de
libros de la materia y decimos “UNA historia de México”, “UNA historia de la Revolución
Cubana”, “UNA historia del feudalismo”, etcétera, nos referimos a los productos terminados
de la investigación, donde el artículo indeterminado destaca las varias posibilidades. En su
concepto, expresiones como “historia económica”, “historia política”, etcétera, sugieren el
procedimiento de investigación. Al detenernos en ambos tipos de locuciones y en las
anteriores, donde se designaba el proceso, toda interpretación depende del contexto, porque
asignaturas llamadas de “historia económica”, no necesariamente aluden al curso de la
investigación y en “maestría en historia de México” tampoco se refiere a eso.
Como habíamos sostenido, lo más generalizado en este tema es la asimilación. No son
pocas las dificultades presentadas por un mismo vocablo al designar un objeto y su estudio;
parece ocioso agregarle otra para diferenciar la etapa indagatoria de la expositiva, máxime
cuando en la actualidad todas las disciplinas de conocimiento designan con un solo nombre
esas dos etapas.
2.6.1 En busca de claridad. El surgimiento de un estudio de la evolución de las
actividades humanas, es manifestación de una curiosidad por ese tema. Nadie invierte su
tiempo en investigar algo sin atractivo para él. Generalmente la atracción está basada en
consideraciones del investigador; eso le permite justificar su actividad ante los otros. Si, como
en el caso de la Historia, esa ocupación tiene éxito, eso significa el apoyo de otros miembros
de la sociedad, tal vez fueron persuadidos por la argumentación del historiador, quizá
pensaban de manera similar, o también consideraban digno de crédito el estudio, aunque por
razones totalmente diferentes.
Hemos visto a cada época adjudicarle una función distinta a la materia, de lo cual se
puede desprender una valoración diversa. Pero además, en cada época es posible la existencia
de hombres o grupos con una valoración positiva de la disciplina por motivos muy alejados de
los mayoritarios. Esto se hace evidente en los últimos siglos, en los cuales las variadas
escuelas, y aún los individuos particulares, conceptúan y justifican de diversa manera la
disciplina. En este caso, el pensamiento humano, su interpretación del mundo y sus
valoraciones ocupan un lugar protagónico.
Para Agnes Heller no puede existir la Historia como estudio mientras no surja “la
conciencia del cambio”, porque esta actitud lleva inevitablemente a pensar en las causas de ese
cambio, lo cual desemboca en las decisiones humanas. Al reflexionar acerca de aquellas
decisiones humanas del pasado cuyos resultados constituyen, en todo o en parte, el actual
estado de cosas, “surge la imagen de la alternativa”. Mientras las decisiones fueron divinas, el
mundo no podía ser diferente a como era, pero cuando esas decisiones pasaron a manos de los
72
humanos, bien pudieron haber sido otras y dar por resultado un mundo diferente. Esto implica
reflexión, ideas, imaginación, interpretación, en una palabra: teoría.97
De esta forma, el estudio del pasado de los seres humanos y los resultados de ese
estudio también reciben el nombre de “Historia”. La situación es diferente a lo ocurrido
cuando la palabra designa al proceso, porque si queremos darle forma, entender ‘cierto
pasado’, eso no significa pretender conocerlo todo. Retornando al ejemplo visto, sobre la
disparidad entre el estallido de la Segunda Guerra Mundial y el resfrío del campesino
macedonio en tiempos homéricos, la desigualdad sí adquiere mucha importancia, quienes
estudian el pasado consideran altamente significativa la primera, por haber afectado a
muchísima gente y en cambio, el segundo es visto como un suceso totalmente irrelevante,
cuya inexistencia no hubiera modificado en nada lo ocurrido al resto de la humanidad, quizá ni
al propio campesino.
Hay dos caminos a través de los cuales arribamos a esta conclusión: por una parte,
reconocemos la imposibilidad material de conocer todo lo sucedido, pero por otra, aunque la
moderna inteligencia artificial nos diera esa posibilidad de conocer, si no la totalidad, por lo
menos todo lo documentado, todo lo factible de ser analizado, gran cantidad de material no
nos interesaría, porque muchísimas peripecias ocurridas a los seres humanos nos resultan
insignificantes desde el punto de vista social, totalmente carentes de importancia.
Por otra parte, en el ejemplo de las varias historias del Imperio Romano, hemos visto
cómo, diversos historiadores de diferentes épocas se interesaban por distintos datos de los
mismos documentos. Desde el punto de vista de esta acepción de la palabra, solamente serán
considerados y analizados algunos de esos datos existentes a nuestra disposición, los exigidos
por el interés de los criterios teóricos guías de nuestra pesquisa. En esta acepción, la historia es
un saber, una parcela del conocimiento, una disciplina de estudio, algunos la consideran una
ciencia. Una forma de pensar cuya finalidad consiste en ofrecer una imagen coherente de
cierto fragmento del pasado, percibido como aparentemente caótico. Es un intento para
volverlo inteligible.
En ocasiones se ha intentado buscarle un sentido y una dirección, aplicar (desentrañar
dirían otros) la lógica a (de) esa evolución percibida como algo azaroso. Para lograr esto, a los
datos del pasado es necesario aplicarles un criterio ordenador, una idea clasificatoria, una
jerarquización, un pensamiento inteligente, en una palabra: una teoría.
De esta manera, la Historia sería el ‘estudio de los restos, huellas o vestigios dejados
por nuestros predecesores, de su actividad sobre la Tierra, con el fin de ofrecer una
imagen inteligible de algunas actividades supuestamente testimoniadas por ellos’ y a los
resultados y la comunicación de los mismos según lo establecimos en otro trabajo y en las
páginas 49 y 50 con menor precisión.98
Cuando nos referimos a la historia como proceso, presentamos la posición aquí
sustentada como algo basado en una postulación teórica. Aquella postulación podía pasar casi
desapercibida por cuanto era de un nivel de abstracción más elevado; servía para fundamentar
el razonamiento posterior mediante procesos lógicos. En el caso de la segunda acepción, la
Historia como conocimiento, los elementos teóricos, pero sobre todo el peso de los valores, se
vuelven mucho más evidentes, porque ya no se trata solamente de postulados fundacionales;
esos ingredientes axiológicos impregnan toda esta actividad por ser esencialmente intelectual.
97
Agnes HELLER. Teoría de la historia. Fontamara 3, México, 1984, página 17. Cursivas de la autora.
98
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. La naturaleza… Op. cit., página 81.
73
Como postulación fundante para esta segunda acepción, se mantiene la misma utilizada
para la primera, con el agregado de: ‘esa realidad exterior considerada independiente’ tiene la
posibilidad de ser parcialmente conocida por nosotros. Una forma de superar esta dualidad,
entre una realidad exterior y nuestra capacidad cognoscitiva es mediante la postulación
extrema del idealismo. Al aceptar este último punto de partida, solamente existiría una
acepción lógica del vocablo, por cuanto si del proceso sólo podemos afirmar lo ocurrido en
nuestro pensamiento, eso es al mismo tiempo el conocimiento; de esta forma: proceso y saber
se identifican, según ya vimos.
Un inconveniente de esta manera de considerar la situación consiste en no estimular la
ampliación permanente de nuestro saber, porque esa ampliación sería, al mismo tiempo, la del
proceso. ¿Si no creemos en la existencia de una realidad de mayor amplitud a la de nuestros
conocimientos, cómo podríamos intentar conocerla? ¿Cuál sería el aliciente para ampliar
nuestra información y nuestro saber?
2.6.2 Claridad en la expresión. Advirtiendo los equívocos provocados por esta
dualidad y tratando de solucionarlos, diversos historiadores y filósofos han propuesto ideas
para diferenciar con mayor claridad ambas acepciones.
Una solución propuesta consistía en escribir la palabra con minúscula (historia) cuando
la misma se refiera al proceso, al acaecer; y hacerlo con mayúscula (Historia) cuando con ella
se nombrara el conocimiento, la disciplina de estudio, el saber. Prestigiosos autores la
secundaron, como Johan Huizinga, los maestros alemanes Bernheim y Bauer y,
posteriormente Carlos Rama; pero fuera del ámbito cultural francés y alemán no tuvo una
acogida calurosa; incluso un autor argentino anglófilo, como Pérez Amuchástegui, la
desvaloriza explícitamente en una nota a pie de página, tildándola de “ardid” y de “pueril”.99
Benedetto Croce, formado en la tradición filosófica alemana, entiende como más
apropiado acuñar una nueva palabra para designar el conocimiento: historiografía, dejando el
antiguo vocablo para referirse al proceso. Kahler sigue sus pasos y defiende este criterio:
99
Algo más… Op. Cit., página 23, nota 5.
100
Erich KAHLER. ¿Qué es la historia? F.C.E., México, tercera reimpresión 1977, páginas 14 y 15.
101
Benedetto CROCE. Op. cit., página 141.
74
102
Op. Cit., página 1220.
103
Jerzy TOPOLSKY. Op. cit., página 55.
104
Algo más… op. cit., página 23. El párrafo completo dice: “Cuando sustantivizamos la realidad cósmica
enunciamos el neutro ‘lo cósmico´; la realidad física es ‘lo físico’; la psíquica ‘lo psíquico’. Y entonces ¿por
qué no hemos de sustantivizar la realidad histórica mediante el empleo del neutro ‘lo histórico’? Creemos que
esta simple y clara posición pone punto final a la viejísima e inútil discusión referida a la ambivalencia del
vocablo historia. Y conforme a lo expuesto hasta aquí, podemos caracterizar lo histórico como acciones
específicamente humanas con significatividad presente”.
En tanto, en la introducción a la obra citada de Ángel de Gubernatis, Carbia sostuvo en la primera nota,
en la página siete: “Sin disputa posible sábese bien que historia no puede ser sinónimo de historiografía, ni
sinónimo de pasado. Este último es el motivo de un conocimiento que cuando logra su máxima profundidad,
de acuerdo con las exigencias de la cultura presente, se denomina historia, viniendo a constituir la
historiografía sólo la composición literaria que se realiza para exponer el contenido de la indicada captación”.
75
Una acción lo es cuando hace historia, esto es, cuando tiene un efecto que le
confiere un significado histórico duradero. Los elementos del nexo histórico
se determinan pues de hecho en el sentido de una teleología inconsciente
que los reúne y que excluye de él lo que no tiene significado.106
Aunque hasta este momento, inclusive en este pasaje, da la idea de haberse referido
solamente al proceso, parecería no atender a la siguiente circunstancia: los “significados” de
las acciones, las relaciones causa-efecto, los nexos históricos, son establecidos por mujeres y
hombres. Para determinarlos deben indagar el proceso, lo cual hacen siempre dirigiendo su
indagación por pistas y preguntas impuestas por su época y su sociedad, por el medio donde
viven, el cual condiciona su teoría. ¿Cuál es el significado entonces de “hacer historia” en ese
contexto, trascender o descubrir esa trascendencia? Lo primero es inherente al proceso y lo
podemos descubrir o no. Lo segundo constituye un ingrediente depositado por los humanos:
historiadoras e historiadores, los estudiosos o las sociedades sobre la acción, sobre el proceso,
y puede coincidir con lo primero o puede ser una distorsión, un simple espejismo, una
convicción actual destruida por épocas posteriores. También puede ser algo intermedio entre
esos extremos.
Kahler, a quien ya hemos visto tomar una posición extrema respecto al término, luego
de la cita dando pie a la nota 100, en el párrafo siguiente agrega:
105
Insisto en el vocablo “Teleológica”, porque los “correctores” de otro trabajo lo cambiaron por “Teológica”, lo
cual es algo completamente diferente.
106
Hans Georg GADAMER. Verdad y método. Sígueme, Barcelona, 1984. Página 260.
76
o foco, algo con lo que esté relacionada (...) semejante coherencia específica
no se da por sí misma, es dada por una mente que perciba y que comprenda.
Es creada como un concepto, es decir como un significado.107
Al hacerlo así (…) no se repara en (...) que nuestros tribunales son tribunales
del tiempo presente y para hombres que viven, obran y son peligrosos, y
aquellos pasaron ya por los tribunales de su tiempo y no pueden ser dos [o
107
Erich KAHLER. Op. cit., página 15.
77
Con mucha ironía, compara esta actitud de juzgar hombres y aconteceres pasados, con
el intento de “agredir a puñetazos a una estatua”. También llama “tribunal metafórico” a lo
normalmente designado como “tribunal de la historia”. Desde nuestro punto de vista no hay tal
metáfora; al discurrir, el proceso adopta ciertas formas; algunas de ellas pueden, en cierta
medida, ofrecer coincidencias o la apariencia de ellas, en sus líneas generales, con la dirección
de las acciones de ciertos hombres o grupos basados precisamente en la previsión acertada de
lo ocurrido, o por ocurrir en el futuro; incluso, esa coincidencia puede ser el fruto de la total
casualidad. Cuando se dice: “el tribunal de la historia” “absolvió” o “condenó” a tal o cual
personaje o grupo, se está afirmando: “el proceso posterior coincidió o no con las previsiones
sobre las cuales se basaron las acciones de aquél o aquéllos”, actividad totalmente ajena al
conocimiento histórico, o sólo tangencialmente vinculada con él. La finalidad del
conocimiento histórico es explicarnos la evolución de las sociedades humanas en la forma
conocida. Como ha dicho Lucien Febvre: “La historia no es juzgar; es comprender y hacer
comprender”109.
Muchas coincidencias suelen ser fruto de las interpretaciones y, en muchos casos, éstas
no son tan claras. El “telos”, como le gusta a Gadamer, no es unívoco y permanente. Por una
parte, diferentes interpretaciones pueden ubicarlo en extremos opuestos; por otra, en
determinados períodos, ciertas acciones humanas del pasado pueden aparecer como basadas en
previsiones correctas, precursoras de un tiempo presente grato, lo cual les confiere una carga
valorativa muy positiva. Eso no garantiza interpretaciones futuras coincidentes. Luego de un
tiempo, al modificarse las tendencias del desarrollo social, pueden pasar a ser consideradas
como graves errores, responsables de las condiciones críticas vividas en ese momento. Un
ejemplo reciente lo constituye la evolución de la Unión Soviética. Entre 1955 y 1960, la
recuperación de posguerra y los avances tecnológicos en aeronáutica, cohetería, armas
atómicas, viajes espaciales, etcétera, impresionaron a Occidente y muchos concibieron esa
evolución como la consecuencia lógica de decisiones acertadas adoptadas por sus dirigentes en
las décadas anteriores. Treinta años más tarde, las mismas decisiones han sido consideradas el
origen de los errores o desviaciones cuyas consecuencias condujeron a la crisis de disolución
de comienzos de los años noventa.
2.8 – HISTORIA Y ÉTICA. Esa actitud se deriva de una confusión entre dos
disciplinas ajenas, una normativa y la otra explicativa: la ética, la moral o su formulación más
pedestre y temporalmente localizada: el civismo, por una parte y el conocimiento histórico por
la otra. Esto se hizo muy claro cuando Adolfo Sánchez Vázquez manifestó su discrepancia con
la posición expresada por Carlos Pereyra en su tesis El sujeto de la historia.110 En dicho
trabajo, este último indagó los condicionamientos sobre las conductas de los seres humanos,
para poner de manifiesto el carácter circular del razonamiento de quienes los acusan por su
108
Benedetto CROCE. La Historia como hazaña de la libertad. F.C.E., segunda reimpresión de la segunda
edición, 1979, página 37.
109
Lucien FEBVRE. Op. cit., página 167.
110
Encargado de presentar el libro de Carlos Pereyra, utilizó la ocasión para hacer la crítica de algunas tesis
centrales del libro en una conferencia luego publicada en Adolfo SÁNCHEZ VÁZQUEZ. Ensayos marxistas
sobre historia y política. Oceáno, México, 1985. Páginas 59 a 64. La polémica fue analizada en Jaime
COLLAZO ODRIOZOLA. “El determinismo en los procesos históricos”, en Coatepec N° 1, revista de la
Facultad de Humanidades de la UAEM, marzo de 1987, páginas 34 a 38.
78
responsabilidad, al ser “creadores del proceso histórico”. Esos acusadores destacan los
condicionamientos sociales sobre esos mismos hombres, al haber sido moldeados por esa
misma sociedad, por ese mismo proceso histórico. ¿Se puede responsabilizar a un individuo, o
un grupo humano, por las consecuencias políticas y sociales de sus actos, cuando ese
individuo o ese grupo han sido condicionados en su formación por esa misma sociedad?
Basado en esto, niega la posibilidad de explicar el desarrollo histórico a partir de las
intenciones de los seres humanos. Afirma la necesidad de explicar esas intenciones, porque
ellas también son provocadas por los condicionamientos sociales.
Sánchez Vázquez rechazó ese planteo porque, al aceptar esta posición, dice, “la
elección [del individuo o del grupo] se vuelve superflua y la crítica y la valoración de esta
elección” también. Según él, esa forma de encarar el tema excluye la posibilidad de considerar
“el problema de la responsabilidad política y moral de los agentes”. Según él, es necesario
explicar el proceso por las decisiones libremente tomadas por mujeres y hombres, así es
posible luego exigirles responsabilidad por las consecuencias políticas, sociales, económicas,
etcétera, de aquellas decisiones tomadas con total libertad.
1 – Una de las causas propuestas para explicar esta confusión, se deriva de ambas
acepciones de la palabra “historia”.
Cuando Pereyra defiende su posición, se aboca directamente al intento de desentrañar
la forma de discurrir del proceso histórico; un problema ontológico. Busca establecer
principios teóricos para hacer más efectivo el abordaje cognoscitivo de su objeto de estudio.
De ese planteo no se desprende ningún criterio para permitir establecer el tipo de aconteceres a
seleccionar, ni siquiera una jerarquía de actividades humanas a tener en cuenta. Busca los
motores impulsores del proceso histórico o social, las fuerzas destinadas a implementar el
cambio. Esa actividad, si bien se cimienta en nuestro conocimiento actual del pasado, le sirve
de base para reflexionar sobre la forma de evolucionar del acontecer humano; a partir de ahí,
perfeccionar nuestros recursos a fin de conocerlo mejor.
La respuesta de Sánchez Vázquez se sitúa en otro terreno. Adopta como punto de
partida la ética; no refuta la lógica interna del razonamiento sino los resultados a los cuales
conduce, los resultados del conocimiento histórico. Necesita responsables a quienes poder
acusar por los efectos de esa evolución; porque si esas acciones estuvieron condicionadas o
determinadas por el propio proceso histórico, entonces a esos individuos no se los puede
responsabilizar por las mismas.
La ética necesita responsables, culpables. El conocimiento histórico sólo provee
explicaciones. Pereyra trabaja sobre un concepto de historia como proceso, buscando
desentrañar su mecánica para mejor conocerlo. Sánchez Vázquez comenta los resultados, para
él desagradables, de otro concepto de Historia: la disciplina de conocimiento. Es la diferencia
entre explicar a Colón, como producto de una sociedad en un momento de su
desenvolvimiento, totalmente sustituible como individuo por un lado; o condenarlo como el
responsable personal de los abusos traídos aparejados por la conquista o, inclusive, cometidos
por él mismo. El concepto de “abuso” es susceptible de diversas interpretaciones, en distintas
épocas.
2 – Vinculamos también esta persistente actitud de muchos historiadores, con el
carácter esencialmente valorativo de los seres humanos. Efectivamente, no se concibe a
mujeres y hombres sin valoraciones. No existiría la cultura, ni el propio conocimiento, ni la
investigación de ningún tipo, si los humanos no valoráramos. La investigación y el
conocimiento se generan a partir de una valoración positiva de la misma “por eso dicha
actividad se vuelve digna de realizarse”. Ya hemos visto cómo, el conocimiento histórico, y
79
cualquiera otra forma de conocimiento, no sería posible sin algún criterio axiológico, sin una
guía indicando cuáles procesos son merecedores de ser tomados en cuenta y cuáles no. Popper
expuso el carácter valorativo de la aspiración a la “neutralidad valorativa”, como otros más
elementales: la búsqueda de la verdad, etcétera.
Cuando estudiamos acontecimientos pasados, algunos personajes despiertan simpatía,
otros, rechazo. Sobre este aspecto no caben dudas. No sólo ocurre con individuos sino con
procesos complejos, grupos sociales y hasta pueblos enteros. En muchos casos, además, eso es
un poderoso estímulo para el desarrollo de la investigación. Pero trasladar nuestros criterios y
nuestras preferencias a las realizaciones humanas, pretendiendo darles un carácter de
imparciales, ya es algo muy diferente. Las preferencias están formadas y condicionadas por
una ética o una estética particular, localizadas en el tiempo y en el espacio. De todas maneras,
aunque pongamos toda nuestra atención, es imposible evitar el peso de nuestros valores en el
resultado de nuestro trabajo, aun inconscientemente; por eso es importante poner mucho
cuidado en eliminarlos allí donde seamos capaces de detectarlos. Aquellos no eliminados,
serán detectados y desechados por los receptores de nuestra obra; ellos no necesariamente
comparten nuestra escala axiológica, lo cual es excelente como estímulo a la discusión.
Cualquier personaje, grupo o proceso histórico puede despertar, alternativa o
simultáneamente, simpatías o rechazos en diversos grupos o individuos. Personajes como
Hitler o Stalin, grupos como los nazis o los bolcheviques, procesos como la Revolución Rusa
o el Estado Nacional Socialista, han tenido desde su origen y hasta nuestros días, partidarios y
opositores. Un historiador de esos procesos, tanto al otorgar cierta relevancia a algunos
aspectos como al negarla a otros, está poniendo de manifiesto su teoría, sus ideas y con ellas
sus preferencias, sus valores. ¿Es preciso, además, la inclusión de juicios laudatorios o
condenatorios? De ninguna manera. Eso no solamente no mejoraría su trabajo, sino lo
desmerecería ostensiblemente.
3 – Esta problemática se relaciona estrechamente con una antigua discusión religiosa y
teórica acerca de la situación y las posibilidades del ser humano: se trata de saber si tiene
libertad para escoger entre opciones realmente diferentes o, si está determinado a tomar ciertas
decisiones, sin poder hacerlo de otra manera. En caso de aceptar la primera postulación, las
decisiones tomadas y sus consecuencias involucrando a otros hombres y mujeres, serán
responsabilidad suya y por ellas deberá responder ante sus congéneres. Quien las tomó puede
ser un individuo particular o un grupo. Este criterio es el utilizado mayoritariamente por la
justicia en casi todo el mundo. La situación es muy distinta si se adopta la segunda
postulación, porque si las decisiones no pudieron ser diferentes de las tomadas, por estar
determinadas por fuerzas superiores al individuo, entonces quien las tomó no puede ser
responsabilizado por las mismas.
La acción humana, individual o colectiva, puede favorecer o perjudicar a otros
hombres o grupos contemporáneos en su vida cotidiana, sus propiedades, etcétera. Para
intentar rectificar los efectos de esas acciones perjudiciales hay tribunales y juicios, pero no
“históricos”.
Muy diferente es creer en la posibilidad de alterar el curso de la historia por acciones
de ese tipo, ese curso puede estar muy por encima de las voluntades de los individuos o los
grupos, aunque se vean muy poderosos. El neoliberalismo de las décadas de los ochenta y
noventa del siglo XX se extendió por todos los países con mayor o menor intensidad. En los
iberoamericanos lo hizo con particular virulencia. Carlos Salinas de Gortari pudo apresar a
Joaquín Hernández Galicia, favorecer amigos y perjudicar enemigos. Carlos Saúl Menem
pudo indultar a los peores asesinos del proceso histórico de la Argentina, suprimir periodistas
80
molestos, etcétera. Todas esas son acciones personales y afectan a gente contemporánea de las
mismas. Sin embargo, es muy difícil culpar a esos gobernantes por el cambio de orientación
política, diplomática, económica, social, en los otros países del continente ¿Se los puede
culpar por los cambios en México y Argentina respectivamente? ¿No tenemos derecho a
sospechar la existencia de tendencias históricas ubicadas muy por encima de las mujeres y los
hombres, particularmente cuando se trata de aquellos provenientes de movimientos políticos
antagónicos a esa tendencia, como pudieron ser los casos vistos o el más notorio de Jaime Paz
Zamora?
La justicia actúa en el presente, su misión de mantener la cohesión y tranquilidad social
al custodiar el mantenimiento de las jerarquías existentes, condenando todo acto atentatorio
contra lo establecido por las leyes, en la persona del agente visible, supuestamente sin atender
a las determinaciones exteriores a él, excepto como atenuantes o agravantes en ciertas
circunstancias. Muchas veces esto no se comprende. Pero en el conocimiento histórico, como
dice Croce, el juicio sobre personas desaparecidas no tiene sentido, porque ya no ponen en
peligro ninguna situación ni jerarquía social, ni el acusado puede ser alcanzado por el brazo de
esa justicia.
Importante responsabilidad en el desarrollo de lo considerado aquí “desviación”, corre
por cuenta de ciertas prácticas llamadas por Luis González y González “historia de bronce”,
otros autores la nombran “historia cívica”. En esa forma se enseña algo a lo cual llaman
“historia” en las escuelas primarias y secundarias: el pasado se explica por la lucha de los
buenos contra los malos, con el triunfo final de los primeros, como en una película de
Hollywood.111 Se intenta utilizar la disciplina para introducir ciertos valores en el educando y
promover ejemplos de vidas virtuosas, de acuerdo con el concepto de “virtud” sustentado por
los sectores dominantes. También sirve para justificar y apoyar el sistema político y el régimen
vigente.
Desde nuestra profesión, creemos más importante, porque se nos hace más nefasta, la
función de alejar a la mayor parte de la juventud y los niños del goce y cultivo de la disciplina,
esa desviación la transforma en algo tedioso y pueril, esto puede ser un subproducto no
deseado (un “daño colateral”), aunque personalmente lo creemos deliberado. Quien se
acostumbra a cierta forma de analizar el pasado, luego utiliza ese mismo método para observar
el presente. Es significativo, centros de estudio donde dirigían y asistían familiares de
políticos, cuando del pasado del país se trataba, los cursos de Historia Contemporánea
terminaban medio siglo antes del presente.
En este caso, los valores y los juicios sí ocupan el primer plano. En muchos países,
cuando el nacionalismo se transformó en ideología dominante, esa historia fomentó, además,
el odio entre los pueblos en lugar de la comprensión reclamada por Lucien Febvre. También
ha servido para descargar las presuntas culpas de todas las desgracias propias, sobre hombros
ajenos.
Luego de las reacciones ante la celebración en España del quinto centenario del
“descubrimiento” de este continente por parte de los europeos, difícilmente haya ejemplo de
mayor actualidad sobre la mezcla de la ética con la Historia. Allí se juntó la conquista y la
colonización, vistas como consecuencia del acto celebrado. Al historiador sólo le corresponde
establecer lo ocurrido y explicar las causas y los motivos de haberse producido de esa manera.
En nuestro ámbito cultural ha sido harto difícil circunscribir la tarea de ese modo,
porque inmediatamente surgen los calificativos para los principales jefes, por la forma de
111
Esa situación ha dado lugar a una frase muy difundida pero errónea: “La Historia la escriben los vencedores”
81
llevarse a cabo. También para el país de origen de los mismos. Aparecieron entonces
“leyendas negras” y su contraparte: “leyendas rosas”, sobre ese pasado. Aprovechando el
momento, en la televisión mexicana se presentó un programa pretendiendo juzgar a Hernán
Cortés. El título del evento era una pregunta “¿Héroe o villano?”. La propia formulación da
idea de la ridícula simplificación establecida en torno a un proceso complejo. Se resumió todo
en un individuo, a quien se otorgaba una importancia mucho mayor de las posibilidades
tenidas por cualquier humano en empresas similares. Sólo con preguntarse ¿cómo pudo Cortés
situar medio millón de hombres en su segunda presentación ante Tenochtitlán? cuando en tres
siglos España apenas pudo hacer llegar a todo el continente una cifra considerablemente
menor; alcanzaría para reflexionar un poco más a fondo sobre el tema.
Los juicios de valor sobre el suceder no tienen ninguna relación con la Historia, corren
por cuenta de la ética y son tan variados como diversos los grupos y épocas desde los cuales
fueron formulados. Sin embargo, su tarea es nociva, nublan y entorpecen la comprensión de
los procesos.
2.8.1 Simplificación. La mente humana tiende a simplificar complicados procesos
de todo tipo, incluidos los sociales, resumiéndolos en algunos nombres propios a los cuales se
hace depositarios de las pasiones provocadas por aquellos procesos. Esto puede ser una
característica psicológica propia de la especie, o un elemento desarrollado o estimulado por
determinadas formas de organización social. Cuando se acostumbra a la gente a simplificar los
procesos pasados, es natural para esa misma gente, abordar de manera similar la evolución
actual. Esto es muy importante para mantener la cohesión y tranquilidad sociales.
Los enfrentamientos tenidos por Estados Unidos en las últimas décadas con países del
Tercer Mundo, han sido presentados como enfrentamientos entre los presidentes de turno en la
potencia hegemónica y los líderes de esos países. El atropello a Panamá, en diciembre de
1989, fue mostrado como una lucha entre George Bush y Manuel Antonio Noriega. Esto
permitió omitir la larga serie de conflictos y oposiciones de intereses más profundos y
duraderos, etapas de esa relación desde el nacimiento de Panamá, en 1903, también inducido
por Estados Unidos.
En cada desavenencia, la prensa norteamericana exhibe al líder del pueblo rival como
la encarnación del “demonio”. Presentaciones de este tipo parecen demasiado triviales, sin
embargo, sorprendentemente, cada “enemigo” suprimido eleva el índice de popularidad del
presidente norteamericano en turno.
Un ejemplo interesante de esta forma de presentar la realidad actual lo constituyó el
último asesinato de un presidente norteamericano hasta 2015. Desde el fin de la Segunda
Guerra Mundial la economía norteamericana ha basado su excelente crecimiento en el
desarrollo de las industrias militares; este gasto debía ser justificado ante los contribuyentes.
Una de las justificaciones más prometedoras, en 1963, era la posibilidad de ampliar los
enfrentamientos con los comunistas en Viet Nam, desarrollar la guerra y fortalecer al
Complejo Militar-Industrial. De acuerdo con algunos testimonios, el presidente en ejercicio
parecía estar dispuesto a suspender la ayuda al gobierno de Viet Nam del sur y retirar toda
presencia del ejército norteamericano en la zona.
Aplicando esta forma de interpretar la realidad política, social, militar, económica y
cultural, en 1963, grupos todavía no claramente identificados con precisión, pero conocidos
genéricamente, hicieron asesinar al presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy. Uno
de los sectores aparentemente más activo en la participación en ese atentado fue el Complejo
Militar-Industrial. Otros agrupamientos pudieron tener otros motivos para participar, pero nos
interesa aislar éste para su análisis.
82
Según todos los indicios, la interpretación desarrollada por este conjunto de individuos,
señalaba como responsable del estancamiento de algunos de sus proyectos al presidente
Kennedy. Para ellos el plan era perfectamente viable y exitoso, por los recursos disponibles.
Como consecuencia, con el pragmatismo característico en los políticos norteamericanos, era
lógico pensar en el avance de esos proyectos si suprimían el obstáculo. Así se hizo y
avanzaron... por cierto tiempo. Es más, puede incluso sospecharse un avance similar sin el
asesinato. El crecimiento económico acelerado se detuvo cinco años más tarde y una onda
recesiva de media duración se inició en poco tiempo.
Doce años después del crimen, la guerra se constituyó en el peor desastre militar,
moral, político, ético e ideológico sufrido por ese país y la primera derrota humillante de sus,
hasta allí invictos, “buenos muchachos”. Las grandes empresas crecieron a límites nunca antes
vistos. El proceso posterior dejó ver como más ajustado en sus previsiones al proyecto
atribuido a Kennedy, al menos en cuanto al futuro de la sociedad en general. El de sus asesinos
proveyó ganancias rápidas y enormes a sectores reducidos, presumiblemente los responsables
del crimen.
El asesinato no cambió el rumbo del proceso histórico, simplemente modificó la
anécdota a través de la cual se produjo, quizá opuso un leve escollo haciendo más difícil el
“alumbramiento” del futuro, pero de todas formas, la evolución general se iba a producir. En
los sesenta y principios de los setenta, el asesinato pareció modificar sustancialmente el
panorama social del país, pero nuevas generaciones, sin la experiencia directa de la guerra,
entraron al relevo. Las aguas volvieron a su cauce. Los Estados Unidos actuales no serían muy
diferentes si la guerra no hubiera tenido lugar.
Al desaparecer físicamente la generación viva durante el conflicto, todo se convirtió en
un relato del pasado. Sin embargo, para la sociedad norteamericana de aquellos años, para
quienes fueron a combatir y no volvieron o volvieron mutilados, física y/o mentalmente, la
simplificación fue fatal, hizo optar por un camino duro y funesto. En su momento, esa decisión
se convirtió en una tragedia para una parte de la sociedad, aunque históricamente no haya
alterado el rumbo del país.
En el caso de Viet Nam fue peor, para su sociedad la guerra constituyó un trauma
insuperable por mucho tiempo. La marcó por varias décadas, pero a largo plazo su
desenvolvimiento la restituyó a una normalidad quizá similar a la existente si la guerra no
hubiera tenido lugar. En última instancia, si hubiera continuado con vida el presidente
Kennedy, tampoco es posible asegurar la ausencia de la guerra. Imaginemos por ejemplo, los
efectos actuales de la Guerra de los Treinta Años para los participantes.
2.8.2. Un caso especial. Extraño es el caso de Pierre Vilar. Todo un capítulo de su
libro relativo a la teoría de la historia lo dedica al análisis del término “historia”. Luego de
señalar la dualidad del mismo para los historiadores, analiza la expresión “La historia me
absolverá” con la cual Fidel Castro cerró el alegato de su defensa ante el tribunal encargado de
juzgarlo por haber dirigido el ataque al cuartel Moncada en 1953, con la finalidad de provocar
una insurrección general para derrocar al gobierno dictatorial de Fulgencio Batista.
En ese contexto y en esa expresión, sostiene, la palabra pudo significar tres cosas
distintas. En primer término, pudo querer decir: “el tribunal va a condenarme, pero el
recuerdo colectivo (...) acabará siéndome favorable”. Ese recuerdo colectivo lo ubica dentro
de una “historia tradición”, para él, “una construcción, de los que la han escrito”.
Inmediatamente fusiona este significado con el segundo: “El juicio moral del recuerdo
colectivo corre el riesgo de (...) ser, la historiografía dominante”. Llama la atención la
asociación de la historia conocimiento con juicios morales, especialmente por ser un
83
112
Pierre VILAR. Op. cit., páginas 18 y 19.
113
Citada por Jerzy TOPOLSKY. Op. cit., página 54.
84
cuando la disciplina parecía estar entrando en un período de desvalorización. Sin duda, esto
llevó a algunos cultores a sentir la necesidad de justificarla. Al respecto, es modélica la de
Lesley Byrd Simpson: “Historia es un resumen de la experiencia humana y su función es
enseñar”.114 Sería interesante averiguar el contenido dado por el autor al vocablo “enseñar”.
A una definición se le exige contener el material a definir, pero no se le pide mencionar
la función o finalidad de la materia. Según Huizinga, una definición es buena cuando contiene
la totalidad del fenómeno del cual aspira a dar cuenta, con toda precisión y en la forma más
concisa posible. Abarcar “la totalidad” del fenómeno implica nombrar los caracteres genéricos
y diferenciales del proceso a definir. La exigencia de precisión implica claridad y exactitud en
la enunciación de los límites del mismo. La concisión puede quedar incluida en la exigencia de
claridad. Si nos atenemos a estas normas, encontraremos muy pocas “buenas definiciones”.
Algunas son excesivamente largas y farragosas, como las de los maestros alemanes, mientras
la mayor parte de las más escuetas, dejan fuera muchos elementos.
Cuando las definiciones caracterizan al conocimiento histórico como una ciencia,
manifiestan la influencia del positivismo y proceden de fines del siglo XIX y del XX. En esa
situación hay muchas. Esto ha dado lugar a larguísimas discusiones acerca del estatuto
cognoscitivo de la disciplina. Varios autores afirman su calidad científica, ya sea por
definición, ya sea con otro tipo de consideraciones, algunos de ellos son Ernst Bernheim,
Wilhelm Bauer, Lucien Febvre, Marc Bloch, Carlos Rama, E. Callot, Raymond Aron, R. G.
Collingwood, Jorge Luis Cassani, A. J. Pérez Amuchástegui, Edward H. Carr, Adam Schaft,
Pierre Vilar, Paul Kirn, etcétera.
Veamos cómo, ciertas formulaciones, no tan antiguas, delatan su esclerosis por
sumergirse demasiado en los conceptos a la moda en la época de su aparición: “historia es la
rama del saber que revive, estudia y representa el progreso de la cultura humana en forma
especializada” propuso Emilio Ravignani en 1949 y muy cerca suyo, el profesor Eugenio Petit
Muñoz declaraba: “la historia estudia la elaboración progresiva de la cultura por la especie”.
No ha sido únicamente en nuestro continente donde se escucharon estos acentos; en Europa,
un historiador de muy bien ganada fama como Henri Pirenne, sostenía: “El objeto de estudio
de la historia es el desarrollo de las sociedades humanas en el espacio y en el tiempo”.
Pecando de exceso, el maestro italiano Lombardo Radice, con una retórica acorde con los
tiempos de su formulación, nos define en 1933:
114
Lesley BYRD SIMPSON. Dos ensayos sobre la función y la formación del historiador. El Colegio de
México, México, 1945. Citado por Carlos RAMA, Op. cit. páginas 56 y 112.
115
Las cuatro están tomadas de Carlos RAMA. Op. cit., páginas 55 y 56. La de Ravignani es tomada de
Introducción a los estudios históricos. REI, Montevideo, 1949, página 23. La de Lombardo Radice es de
Lecciones de didáctica. Labor, Barcelona, 1933, página 323. De las otras dos no ofrece referencias.
85
Todas ellas imbuidas del optimismo sustentado en ideas como las de progreso,
desarrollo, etcétera, legadas del siglo anterior, debilitadas por dos guerras mundiales pero no
extinguidas. Aún ahora, cuando los nuevos problemas planteados por la evolución condujeron
al cuestionamiento de los fundamentos sobre los cuales se edificaron aquellas creencias,
todavía palpitan en muchos pensamientos; siguen destilando en nuestro tiempo, cuando han
llegado a ser objetados casi todos los conceptos y las ideas axiomáticas de nuestros abuelos.
Carlos Rama dice: “es la ciencia que estudia las estructuras sociales del pasado
humano”, dejando el sello de una teoría circunstancial de gran influencia a mediados del siglo
XX; otros, como Ortega y Gasset, Droysen o Lesley Byrd Simpson, cuya fórmula ya vimos,
ponen el acento en la experiencia humana. Uno de los argumentos usados para justificar los
estudios históricos como veremos en otra parte, se basa, precisamente, en caracterizarla como
la experiencia social de la humanidad. Originada quizá en una famosa frase de Ranke, esta
proposición ha dado lugar a expresiones como “si los pueblos no conocen su historia, están
condenados a repetirla”. Algunas incluso, buscan limitar el campo de indagación como la
confusa y sorprendente, aparecida en el inicio del libro de Droysen, la cual reza:”...los
acontecimientos más importantes de todos los tiempos, propiamente los políticos, constituyen
la historia”.116
El idealismo alemán ha provocado verdaderas vuelos retóricos si bien en la actualidad
mueven a discretas sonrisas. Un solo ejemplo para no cansar:
116
Johan Gustav DROYSEN. Historia. Lecciones sobre la Enciclopedia y metodología de la historia. Alfa,
Barcelona, 1983, página 5. Curso dictado por el autor en la primera mitad del siglo XIX.
117
Walter SCHULTZE-SOELDE. Citado por Rama, Op. cit., página 55, sin más referencias.
86
118
La cita es del libro de Marc BLOCH, Op. cit., página 25. Para un desarrollo de lo siguiente, ver Jaime
COLLAZO ODRIOZOLA. “Los valores sociales en el desarrollo histórico de la ciencia moderna”. En
Administración y política. N° 4, tercera época, tercer cuatrimestre de 1982, revista de la Facultad de Ciencias
Políticas y Administración Pública de la Universidad Autónoma del Estado de México.
119
El término “temporidad” lo acuñó Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI para designar al tiempo lento,
cuando las cosas, no pasan de inmediato, sino muy despacio. Al rápido en pasar lo llama “temporalidad”. Se
desarrolla en el capítulo sexto.
87
Bauer, sobre las cuales hace ciertas observaciones. Como veremos, las mismas se pueden
extender a la enorme mayoría.
La primera objeción surge para quienes caracterizan a la Historia como una “ciencia”,
de esa manera se está limitando enormemente el alcance de la disciplina, pues la enorme
cantidad de personas consideradas historiadoras, desde los orígenes de la materia, de acuerdo
con esa designación, no podrían considerarse “historiadores”, deberíamos quitarlos. Según el
autor, Bauer aceptó esta limitación, pero de todas maneras defendió su postura sosteniendo:
“toda época tiene, en realidad, su modo propio y específico de concebir la naturaleza y las
funciones de la Historia, lo cual, si bien es aceptable, no impide la posibilidad de existencia de
un significado general para permitir la identificación de un saber (“relato de algo que acaeció”
dice él) conocido como “Historia” desde hace veinticinco siglos. Ese significado merece
poder ser definido y tener la capacidad para rescatar el sustrato común a todas esas
conceptualizaciones de la materia, en todas las épocas.
Para iniciar la búsqueda de tal definición, se plantea dos preguntas, una se refiere a la
esencia de las realizaciones de ciertos hombres por las cuales fueron considerados
historiadores en otras épocas; la otra está referida a los motivos por los cuales lo han hecho.
Luego destaca la ausencia de respuesta a esas preguntas en las definiciones analizadas; cuando
el hombre común recurre a la Historia, su idea de la misma no coincide con lo sostenido en
esas definiciones. Al no querer limitar la definición a una época o una forma de conocimiento
particular, es necesario remontarse a una idea más general, más abarcadora. Sólo los seres
humanos estudian su propio pasado, por lo cual la historia es una creación exclusivamente
humana, es un proceso cultural, debemos abordarlo como tal, nos dice. A partir de allí, la
principal interrogante se refiere a los elementos comunes en las funciones y las formas de ese
proceso cultural en todas las sociedades conocidas.
Contradiciendo una tradición muy arraigada, incluso en muchas definiciones,
puntualiza: la historia no nos da “el relato del pasado” lo ofrecido por ella es una imagen
coherente e inteligible de algún fragmento de ese pasado. De ninguna manera es
“reconstrucción” o “reproducción”, más bien consiste en la construcción de una
interpretación de algún segmento de los sucesos ocurridos a algún grupo humano; la
historia busca conexiones y la naturaleza de estas conexiones la establecen los valores
atribuidos por el historiador, por tanto es éste quien construye ese fragmento del pasado.
Posteriormente, Lucien Febvre lo expresó de otra manera:
120
Lucien FEBVRE. Op. cit., página 144.
121
“Espiritual” es la versión castellana de Wenceslao Roces, vertida directamente del alemán o del holandés. En
el libro de Topolsky la traducen como “intelectual”. El original del último está en polaco, por lo cual hay dos
88
pasado y a través de él”. Entendida así la disciplina, quedan incluidos dentro de la misma,
investigadores, divulgadores, memorialistas, cronistas, biógrafos, profesores, desde el trabajo
histórico más antiguo hasta el más contemporáneo y tecnificado.
Buscar la intención de los grupos, lleva a investigar, escribir, leer historia, en el modo
de situarse frente al ayer, pero con la perspectiva y las preocupaciones de hoy, llama a la
actividad histórica rendirse cuentas, lo que le permitirá explicar su separación de la literatura
por la ausencia del elemento juego y la preocupación por la verdad. Esta fórmula permite
incluir las modalidades más variadas de “darle forma al pasado” porque cada cual se rinde
cuentas de acuerdo con los patrones valorativos señalados por su propio horizonte cultural. Si
el medio privilegia la importancia de la religión, los individuos se rinden cuentas en forma
religiosa, un medio mitológico privilegiará rendiciones de cuenta mitológicas y un ámbito
científico sólo admitirá como válidas formas científicas de rendirse cuentas. Curiosamente, la
traducción del polaco establece esa rendición de cuentas “a sí mismo”, lo cual, en nuestro
idioma resulta pleonasmo, porque rendirse cuentas sólo se puede hacer a uno mismo.
¿Quién se rinde cuentas? Para el autor se desprende de lo anterior. Según él, sólo “una
cultura” puede rendirse cuentas dándole forma a su pasado. La traducción del polaco habla de
“civilización”, diferencia poco significativa mientras no se precise el límite de la acepción de
los términos “cultura” y “civilización”; con ambos podrían referirse a un mismo significado.
Ahora bien, cada cultura tiene sus preocupaciones parciales, sus intereses particulares,
por eso, cada cultura establece su propio concepto de Historia, su propia manera de elaborarla.
También cada cultura tiene su propio pasado y a cada una le corresponde delimitarlo, porque
“el pasado sólo puede convertirse en historia para él (el grupo) en la medida en que llegue a
comprenderlo”. Culturas amplias estructurarán una Historia amplia, las limitadas generarán
una limitada.
Una característica de la naturaleza de las culturas es incorporar, como parte
constitutiva de su ser, todo lo comprendido por su espíritu, por esa razón las culturas más
amplias, lo son por haber incorporado las historias de muchas otras culturas a través de la
comprensión otorgada por el conocimiento. Si aceptamos esta perspectiva, desde la expansión
imperialista y la “unificación cultural” del mundo, la europea occidental se convirtió en la
cultura universal, por eso mismo, por primera vez, su historia se ha convertido en la primera
verdaderamente universal.
Reuniendo todos estos elementos, completa su definición de la siguiente manera:
“HISTORIA ES LA FORMA ESPIRITUAL EN QUE UNA CULTURA SE RINDE CUENTAS DE SU
PASADO”.
En defensa de esta definición, sostiene: como expresión, “forma espiritual” es más
amplia e incluyente, comprende también el concepto, de “ciencia”. Adicionalmente, esta
formulación permite evitar la separación entre investigación y exposición, considerada
anteriormente. Al referirse a “una cultura” se incluye lo inevitablemente subjetivo de todo
conocimiento histórico. También permite reconocer la existencia de ámbitos culturales
diferentes, más restringidos, dentro de una misma cultura; aunque todos tengan algo en común
por ser miembros de la misma cultura, también tienen distintos puntos de vista con los cuales
valoran en forma diferente la rendición de cuentas del pasado realizada por la cultura más
amplia. Una historia confesional tendrá diferencias necesarias con una atea y materialista;
traducciones de por medio, una del alemán u holandés al polaco y la otra del polaco al castellano, sin embargo,
sin saber alemán, holandés ni polaco, la segunda versión parece más ajustada al sentido general del artículo.
89
122
El artículo mencionado y todas las citas de este pasaje no aclaradas, son de Johan HUIZINGA,
90
En época de cambios drásticos, es preferible posponer todo marco rígido, todo compartimento
estanco, toda definición plenamente acabada, pues en cualquier momento pueden producirse
transformaciones modificando nuestras ideas y dejando inadecuadas las definiciones
realizadas con tanta meticulosidad. Califica el afán definitorio como una “manía”. Vista en
perspectiva, su actitud parece profética, porque quizá nunca antes la humanidad haya vivido
cambios tan rápidos y profundos como los experimentados en el más de medio siglo
transcurrido desde la aparición de ese artículo, ni la disciplina histórica haya sufrido tantas
transformaciones como las vividas en ese mismo período.
Ya en términos generales más intemporales, iguala las definiciones con cárceles. En su
opinión, son fórmulas en las cuales se pretende encerrar las ideas, el intelecto. El desarrollo
del conocimiento, de las ciencias, de la creatividad humana requiere todo lo contrario, necesita
libertad total y absoluta para poder desenvolverse.
El caso particular de la Historia, adicionalmente, presenta otra dificultad: ¿qué historia
definir? ¿La de una escuela particular, la de un período, de un pueblo?, para preguntar: “¿No
varía la historia perpetuamente en su inquieta búsqueda de técnicas nuevas, puntos de vista
inéditos, problemas que hay que plantear mejor?”. También en este punto parecería haber
avizorado el futuro inmediato.
Continúa luego: las definiciones más juiciosas, exactas y meticulosamente pensadas,
corren el riesgo de omitir lo mejor de la historia, ciertos elementos imprevistos y creativos,
con los cuales adquiere esa provisionalidad, ese estar rehaciéndose permanentemente,
condicionada por las preocupaciones presentes de cada sociedad y de cada generación dentro
de ella.
Finalmente ridiculiza la actitud de quienes, a partir de una definición, intentan señalar a
los investigadores ciertos terrenos en los cuales no deben incursionar, porque invaden el
campo de estudio de otros científicos sociales. En última instancia, las definiciones son actos
legislativos sin capacidad coactiva para imponerse a los demás. Basado en esto, arremete
vigorosamente contra esos “tabiques y etiquetas”, abogando precisamente por la invasión
consciente de otros campos de estudio, si eso permite analizar mejor y profundizar en la
comprensión del problema planteado. En este sentido, tiempos posteriores han coincidido con
ese llamado. Hoy es mucho más amplia la aceptación de la unidad entre las ciencias sociales y
la Historia, y la esterilidad cognoscitiva de intentar encerrarse en teorías y metodologías
típicas de la propia y exclusiva disciplina.
A la actitud de quienes buscan separar los distintos conocimientos, la llama “Pesadilla,
tontería, mutilación” para preguntarse si definir no es, en definitiva, “embromar”. Termina con
una declaración de principios muy adecuada para presidir cualquier institución donde se
enseñe a generar conocimiento histórico: “Donde el historiador debe trabajar libremente es
en la frontera, sobre la frontera, con un pie en el lado de acá y otro en el de allá”.123 Desde
muchos puntos de vista, esta actitud de evitar definiciones puntuales parece ser la más fecunda
y provechosa para la disciplina. Teniendo claras las metas buscadas, es posible despejar más
fácilmente la forma de obtener los resultados esperados.
2.10. FILOSOFÍA DE LA HISTORIA NUEVAMENTE. Luego de haber analizado
la ambivalencia de la palabra, es conveniente volver a repasar la expresión “Filosofía de la
Historia”.
Solo es aceptable cuando el vocablo “historia” se refiere al proceso histórico. En ese
caso, aspira a ser un estudio ontológico del ser del transcurrir social humano. Dejando de lado
123
Lucien FEBVRE. Op. cit., páginas 227, 228.
91
lo relativo a las leyes y los planes en los cuales ya casi nadie cree, no se puede abordar el
estudio de un proceso histórico sin tener alguna idea, aunque sea muy vaga, de la dinámica de
funcionamiento de ese proceso, sin participar de algunos valores al jerarquizar la importancia
de los diferentes niveles de análisis, o indicaciones sobre cuáles impulsan el cambio, la
transformación con mayor fuerza, los menos vigorosos y cuáles son impulsados por los otros.
Cuando Carlos Pereyra sostiene: “la historia es proceso sin sujeto”, porque los
hombres, si bien “hacen” la historia, también resultan haber sido “hechos” por ella o cuando
Paul Veyne niega la existencia de “motores” constantes para producir las transformaciones y
sostiene “las causas más dispares adoptan alternativamente el liderazgo...” 124 , no están
refiriéndose a ningún proceso particular, no están intentando mostrar planes o leyes; están
postulando bases teóricas; pero no acerca de la forma de conocer de los historiadores, sino
sobre la manera de transcurrir, de evolucionar de la humanidad; están hablando de ontología,
del ser del proceso histórico, formulando hipótesis acerca de las fuerzas impulsoras de esa
transformación.
Esas hipótesis servirán de punto de apoyo a quienes deseen intentar algún
conocimiento de un proceso concreto y compartan las mismas convicciones. A nuestro
parecer, tomada la expresión exclusivamente en este sentido, es posible establecer un legítimo
campo de estudio para la disciplina, sin ninguna relación con las “leyes”, la “dirección” o el
“sentido” del fluir histórico.
124
Carlos PEREYRA. El sujeto de la historia. Alianza, Madrid, 1984. Páginas 9 a 91. Paúl VEYNE. Cómo se
escribe la historia. Foucault revoluciona la historia. Alianza, Madrid, 1984. Página 184.
92
CAPÍTULO TERCERO
La Historia en el conocimiento
125
José FERRATER MORA. Diccionario de Filosofía. Sudamericana, Buenos Aires, segunda reimpresión de la
quinta edición, 1971, primer tomo, página 340.
93
proceso es continuo mientras exista alguna forma de contacto entre el sujeto y el objeto. Al
respecto, en otro escrito hemos definido al conocimiento como una:
126
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. La naturaleza del conocimiento histórico. UAEM, Toluca, 1994. Página
25.
127
Adam SCHAFF. Historia y verdad, Grijalbo, colección “Teoría y praxis” N° 2, México, quinta edición, 1981.
Páginas 82 y 83.
128
Carlos PEREYRA. El sujeto de la historia. Alianza, colección “Universidad”. N° 376. Madrid 1984.
94
“hacer Historia” -en el sentido de investigarla y escribirla- consistía en “mostrar las cosas tal y
como sucedieron”, según una famosa y pueril frase de Leopoldo Ranke.129 A esas “cosas”,
llamadas “hechos” por los positivistas, las suponían contenidas en los documentos. Un manual
finisecular con tanto éxito como para merecer una nueva edición en español setenta y cuatro
años después de su primera aparición, se inicia con la frase: “La Historia se hace con
documentos” 130 . En esas expresiones, cuyo éxito fue enorme durante más de un siglo,
congregando todavía un número considerable de adeptos en nuestro medio, subyace la
creencia en la existencia de un objeto, el proceso histórico, plasmado en una serie de
testimonios, cuya presencia imprime en el sujeto -el historiador- la verdad de lo acontecido en
el pasado.
La expresión positivista “hecho” para designar cualquier acontecer histórico, es un
esfuerzo por equiparar el suceder humano con los procesos estudiados por las ciencias
naturales. Tal vez en forma inconsciente, indica una voluntad de fijar los acontecimientos
ocurridos en una versión única, a la cual deberán atenerse todos los estudiosos, recalcando el
carácter directriz, activo del objeto y, al mismo tiempo, por omisión, la actitud receptiva,
pasiva, del sujeto.
2 - En oposición a esta manera de entender el conocimiento, se desarrolló una segunda
teoría llamada “idealista”, “activista” y aquí designada “subjetivista”, porque ubica la acción
del sujeto como el factor decisivo en la producción de la actividad cognoscitiva. La primera
forma de nombrarla se origina en la vinculación histórica mantenida con esa tendencia
filosófica. “Activista” es un modo ambiguo de designarla, basado en el carácter activo
atribuido al sujeto cognoscente. Hemos adoptado la tercera designación por ser la más clara
para recordar la ubicación del elemento dinámico en el sujeto. Llevada al extremo, hay
quienes conciben al sujeto como creador del mundo exterior en su mente. Podría formularse
como “para mí, lo desconocido no existe”.
Un ejemplo susceptible de ser utilizado para defender esta posición, consiste en llevar a
cinco personas a un recorrido caminando juntas. Posiblemente, al requerirles un reporte de lo
visto, las cinco destaquen aspectos diferentes, al punto de hacer dudar a un observador exterior
acerca de si verdaderamente hicieron el mismo recorrido en el mismo momento. Los intereses
y la percepción particular de la realidad de cada una, pueden conducirlas a fijar la atención en
elementos distintos de ese mundo exterior ofrecido a su percepción. En este caso, esa realidad
externa, el objeto, sería un elemento inerte, pasivo, cuya existencia sólo cobraría importancia
en caso de ser percibida por un sujeto, pero el conocimiento dependería de la aprehensión de
ese sujeto. Toda la actividad se le atribuye al sujeto, volcando la actitud pasiva en el objeto.
La desconfianza en los datos aportados por los sentidos, provocada por la Revolución
Científica de los siglos XVI y XVII, condujo a un extremo, en el cual solo se podía estar
seguro de aquello pensado por la propia mente, lo ocurrido en el “propio espíritu”. René
Descartes y su duda metódica abren el camino hacia la culminación Kantiana en el siglo
XVIII.
Entre los historiadores, podría esperarse muy poca atención hacia esta forma de
entender el proceso cognoscitivo; sin embargo, los espiritualistas alemanes, como Droysen,
129
“Er will bloss zeigen wie es eigentlic wie es eigentlich gewesen” es el original en alemán.
130
Charles-Victor LANGLOIS y Charles SEIGNOBOS. Introducción a los estudios históricos. La Pléyade,
Buenos Aires, 1972. Página 17.
95
Dilthey y sus seguidores 131 , con epígonos tardíos en el siglo XX en Inglaterra, como
Oakeshott, Collingwood y Walsh, 132 desarrollaron una teoría de la “comprensión”, cuya
influencia en la América Ibérica, nos obligará a considerarla en el próximo capítulo.
3 - Cuando varios epistemólogos encontraron insuficiencias en ambas maneras de
intentar entender el conocimiento, surgió otra forma de encararlo; sus defensores la han
llamado “relativista” o “criticista”. Para esta posición, el aspecto dinámico del conocimiento
no se ubica en uno u otro extremo, en el objeto o en el sujeto, sino en la relación establecida
entre ambos. De esta manera, el fenómeno cognoscitivo es una interacción constante, en
permanente desarrollo entre ambos extremos, mientras permanezcan en contacto. Ambas
partes tendrían elementos activos: el objeto existe con independencia del sujeto y le presenta
la plenitud de sus cualidades, pero el sujeto selecciona las de su interés o las estimulantes para
su aparato perceptivo.
Un ejemplo podría ser la diferencia en la consideración de una persona de acuerdo con
el aumento de nuestro conocimiento de sus cualidades, de más aspectos de su personalidad. La
primera vez, sin hablar, advertimos la presencia física de alguien, nos formamos una idea de la
persona a partir de su aspecto exterior. El humano es un animal axiológico, no puede enfrentar
un proceso sin simultáneamente formularse un juicio de valor. La vez siguiente lo vemos
hablando con alguien de quien tenemos una opinión formada sobre la base de un mayor
conocimiento; de acuerdo con la forma de valorar a este último y del tono de la conversación,
modificamos nuestra primera valoración. La tercera vez oímos su voz y nos aporta una nueva
faceta. Así sucesivamente en forma indefinida mientras sigamos teniendo contacto con él o
ella.
Este ejemplo destaca la actividad detectada en el sujeto y la influencia del punto de
vista del mismo. Sin embargo, tampoco el objeto es pasivo. Por momentos parece desaparecer,
pero en otras ocasiones impone su presencia, llamando la atención del sujeto. En el ejemplo de
las cinco personas, mencionado anteriormente, cada una pudo realizar un relato distinto de su
paseo, como ya vimos; pero si algo excepcional, o fuera de lo común para todos, ocurre
durante el trayecto, sería sorprendente si alguno no refiere ese suceso. Si solamente fuera
excepcional para tres, seguramente esos tres lo relatarán. En ese caso podemos aceptar el
predominio de la presencia del objeto, aunque esto también puede estar relacionado con la
experiencia previa y el universo cultural de los paseantes.
Para el caso concreto del conocimiento histórico, esta posición parecería adecuarse
mejor. Muchos historiadores trabajan como si coincidieran con esta forma de entender el
proceso cognoscitivo.
En Historia hay períodos para los cuales la documentación existente es casi inacabable;
quien investigue acerca de ese lapso tiene, entre otras responsabilidades, la de determinar hasta
dónde conducirá su investigación, cuál será el momento para considerar suficiente lo obtenido
y poder pasar a la etapa de exponer sus proposiciones, su conocimiento, so pena de pasarse la
vida revisando documentación sin llegar jamás a una conclusión o a una versión del tema. En
la actualidad, las nuevas formas de encarar el estudio del pasado han propiciado un desarrollo
131
Johann Gustav DROYSEN. Histórica. Lecciones sobre la Enciclopedia y metodología de la Historia. Alfa,
Barcelona, 1983. // Wilhelm DILTHEY. Introducción a las ciencias del espíritu. Alianza, colección
Universidad N° 271, Madrid, segunda edición, 1980. // Wilhelm WINDELBAND. La filosofía de la Historia.
UNAM, México, 1958. // Henri. RICKERT. Ciencia cultural y ciencia natural. Calpe, Madrid, 1922.
132
Michael Joseph OAKESHOTT. Experience and its modes. C.U.P. Cambridge, 1933. // Robin George COLL-
INGWOOD. Idea de la Historia. FCE, México, cuarta reimpresión, 1972. // W. H. WALSH. Introducción a la
filosofía de la Historia. Siglo XXI, México, novena edición, 1980.
96
Para esta cuarta posición, llamada “dialéctica”, no existe tal dualidad, el objeto,
especialmente en el estudio de la sociedad, es producto de la actividad social humana, del
sujeto. La posición objetivista tradicional no captaba “la presencia del componente subjetivo
en la configuración de la objetividad”, porque “la realidad social no existe como objeto en
sí, es el producto de la práctica subjetiva”.134
Analizando el otro extremo, se aprueba del subjetivismo su rescate del aspecto activo
del sujeto, pero también se señalan ciertas limitaciones: no es capaz de captar el aspecto
“material objetivo de esa actividad” subjetiva. La forma de superar esas limitaciones consiste
en registrar la materialidad de la acción subjetiva y de los resultados de la misma. Este autor
propone ir más lejos; recalca, en todas las formas de la práctica social, el ingrediente subjetivo
en la formación de la objetividad, como también censura la relación de exterioridad entre
sujeto y objeto en las tres posiciones anteriores. Para él, la relación sujeto/objeto posee una
unidad en la cual ninguno de los términos puede darse fuera de ella o independientemente del
otro. Sujeto y objeto se constituyen recíprocamente. Así como la realidad es constituida
por la actividad del sujeto, también debemos tomar en cuenta la simultánea creación de
ese sujeto por ella, por ser parte de esa misma realidad.
133
Carlos PEREYRA. “La unidad sujeto-objeto” en Cuadernos de MARCHA, segunda época, año II, número 12,
México, marzo-abril de 1981, páginas 15 a 21.
134
Ibid.
97
Deberían analizarse esas experiencias aunque las creamos imaginarias, muchas de ellas
provocan transformaciones en quienes las experimentan y, en ese sentido, están vinculadas al
conocimiento. Pero existen diferencias básicas por ser experiencias personales e
intransferibles. Un místico nos puede relatar su comunicación con la divinidad, pero no logra
hacer “vivir” su experiencia en otras personas. Pablo de Tarso pudo relatarnos la aparición de
Jesús de Nazaret en el camino de Damasco, en una fecha muy posterior a su muerte física,
pero no tuvo manera de demostrarnos la veracidad del suceso.
Los creyentes pueden interpretar sus palabras como una verdad firmemente
establecida, incluso como una “prueba” de la divinidad de Jesús. Los incrédulos pueden
considerarlo como un delirio producto de una insolación, como una alegoría de su conversión,
como una falsedad propagandística o como mejor les parezca, pero no es posible convencer a
todos, ni siquiera a la mayoría, de esas interpretaciones.
Tampoco se ha repetido esa experiencia con otra persona por recorrer el camino de
Damasco; muchos lo han hecho y, evidentemente, no se encontraron con Jesús. Algo parecido
ocurre con la magia: dentro de la Civilización Occidental, la mayoría de la gente no cree en su
existencia, pero gran parte de los incrédulos, en condiciones de desesperación, han recurrido a
alguna de sus manifestaciones. La experiencia mágica también es intransferible e irrepetible
indefinidamente a voluntad de los interesados.
Pensemos en algún acontecimiento histórico establecido en forma tan convincente,
como para no generar dudas en nadie sobre su ocurrencia: el “descubrimiento” de América por
los europeos por ejemplo. Igual a la experiencia de San Pablo, fue algo único e irrepetible. Es
más, Jesús podría aparecérsele a otro peregrino, pero los europeos no pueden volver a
descubrir este continente. ¿Dónde radica la diferencia? Además de la serie de testimonios
colectivos producidos por esa actividad, como el cuaderno de bitácora y la posibilidad de ser
seguido por otros navegantes, la cantidad de tripulantes, los habitantes del “nuevo” continente,
llevados como prueba, en su regreso a Europa, etc., estuvo la circunstancia de poder volver a
cruzar el océano y llegar cuantas veces se quisiera. Se podía haber discutido la fecha, la hora,
quien fue el primero en ver tierra y otros detalles, pero esos puntos son irrelevantes desde una
perspectiva histórica. La significación de ese “descubrimiento” está en relación a la expansión
europea, impulsada por el desarrollo del capitalismo. Ese suceso obligó a los europeos
primero, y con el tiempo al resto del mundo, a aceptar una nueva interpretación del universo y
todas sus consecuencias, las cuales no hubieran variado un ápice si en lugar del 12, hubiera
ocurrido el 13 o el 11 de octubre, si en lugar del vigía, la vio antes otro tripulante. Tampoco
variaría si en lugar de Colón el capitán hubiera sido otro.
En este aspecto, el encuentro de Pablo con Jesús también tuvo tanta trascendencia,
como para modificar la actitud religiosa e intelectual de los pueblos mediterráneos, al lograr
transformar a una pequeña secta judía, sin demasiadas perspectivas de futuro, en una nueva
religión de aspiraciones universales, la cual, con el correr del tiempo, sería un ingrediente
fundamental en el diseño ideológico de la Civilización Occidental y, a través de ella, en gran
parte del mundo, como mínimo durante los siglos siguientes al acontecimiento. En ese sentido,
ambos fueron acaecimientos históricos, aunque según creemos, uno se produjo realmente y el
otro no ha podido ser contrastado empíricamente, o nos plantea dudas y nos obliga a diversas
interpretaciones.
Otros europeos habían llegado al continente americano unos pocos siglos antes. Ese
viaje no tuvo mayor trascendencia, nadie lo vio como algo excepcional. Para las necesidades
europeas era un lujo superfluo. Por eso mismo, sus protagonistas ni siquiera lo trasmitieron y
nos enteramos siglos más tarde.
99
135
Ernest NAGEL. La estructura de la ciencia. Päidós, Buenos Aires, tercera edición, 1978.
136
Mario BUNGE. La ciencia, su método y su filosofía. Siglo Veinte, Buenos Aires, 1980. Aunque no tiene
indicación de número de edición, se señala la primera publicación separadamente de los cuatro ensayos
contenidos. Dos de ellos por la Universidad de Buenos Aires, uno por la Facultad de Ingeniería y el otro por la
de Filosofía y Letras, ambos en 1958. El tercero por la Universidad Nacional de México (SIC) en 1958 y el
cuarto por la revista Ciencia e investigación en 1957.
101
1 – Racional. Para Mario Bunge eso significa utilizar la razón y dejar de lado las
sensaciones, imágenes, valoraciones y demás representaciones de carácter no racional, a la
hora de demostrar sus afirmaciones. Esto no significa negar al científico la utilización de
algunos ingredientes irracionales en el proceso de generar nuevos conocimientos.
Simplemente, su punto de partida deben ser ideas entendibles, y la formulación de sus
resultados debe ofrecer la posibilidad de ser controlados por otros científicos y por cualquier
persona entendida en el tema. Es en esta etapa de demostración y también en la de
control donde no caben los elementos irracionales.
Las ideas formuladas deben poseer capacidad para su combinación, para producir otras
nuevas, ateniéndose a ciertas normas trazadas por la lógica. Sin embargo, existe la posibilidad
de encontrar esta misma característica en formas de conocimiento no consideradas científicas;
eso le resta exclusividad. Por si sola, ella no permite diferenciar la ciencia de otras formas
cognoscitivas. La Historia y la Filosofía, entre otras, comparten esa aspiración a la
racionalidad.
Como segunda característica, debe ser:
2 – Explicativo. En tanto es una de las finalidades fijadas a toda ciencia, sería ridículo
negarlo. Como en el caso anterior, no es una particularidad distintiva; otros modos de conocer
también buscan explicar. Tampoco la Historia está excluida de esta cualidad, al menos algunas
modalidades de practicarla.
Mencionada unánimemente por los tratadistas, una característica más eficaz para
diferenciar claramente al conocimiento científico, la constituye ser:
3 – Sistemático. En el desarrollo de esta cualidad, es llamativa la presentación de
Nagel como “el intento de fijar los límites dentro de los cuales es válido ese conocimiento”.
Parece más adecuada la exposición de Bunge. Para el argentino el conjunto de ideas
constitutivas de una ciencia se integran en un sistema. Esto significa afirmar una conexión
lógica entre ellas. Un solo enunciado afirmativo, sea cual sea su grado de generalidad, si está
aislado, aunque empíricamente haya sido confirmado por todas las instancias con las cuales
fue contrastado, no constituye parte de ninguna ciencia si no puede ser integrado en algún
sistema. No es una proposición científica.
El ejemplo más citado es la generalización universal: “todos los cuervos son negros”.
Si bien hasta hoy jamás se ha podido encontrar un cuervo blanco o de color, no hay ningún
sistema de ideas para permitir establecer una relación lógica o empírica entre esa característica
y los cuervos, por lo cual, hasta ahora, no se la considera científica.
Para recalcar más la importancia de esta característica, es bueno recordar la dificultad
para encontrar una generalización formulada por una ciencia fáctica sin ninguna excepción,
capaz de lograr tantas contrastaciones positivas como la del color de los cuervos, lo cual, sin
embargo, no disminuye el carácter científico de aquéllas ni aumenta el de esta última. Esta
aclaración nos va alertando contra la tan generalizada, como falsa, asimilación entre ciencia y
verdad. Una proposición aislada, como la de los cuervos, no puede ser explicada. Si la ciencia
es explicativa, debe explicar sus proposiciones además de contrastarlas empíricamente.
Lo que Mario Bunge llama “exacto”, Nagel, en un acercamiento más adecuado, lo
señala como búsqueda de:
4 – Precisión, porque toda ciencia y todo conocimiento pasa por diversos grados de
exactitud. Siempre es posible ser más exacto. En muchos casos, los instrumentos de medición
limitan las posibilidades de mayor precisión. En otros, las finalidades de lo buscado hacen
102
137
. En la primera mitad del siglo XIX, Augusto Comte realizó una clasificación siguiendo el criterio de
complejidad creciente y Sergio Bagú utiliza el mismo parámetro en el último tercio del siglo XX en Tiempo,
realidad social y conocimiento. Siglo XXI, Buenos Aires, 1975, páginas 168 y 169.
105
Por construir su objeto de estudio como una abstracción sin existencia material, real,
2º, las ciencias formales nunca entran en conflicto con la realidad. Si bien se pueden vaciar
en ellas contenidos empíricos, eso se hace con arreglo a ciertas normas de correspondencia;
nunca confundimos la realidad vertida con las abstracciones elaboradas por el cerebro
humano. En el caso de las gotas de agua, al no funcionar, jamás se nos ocurre pensar en un
error de la aritmética, simplemente no existen normas de correspondencia apropiadas.
En cambio las ciencias fácticas son refutables por la realidad. Al trabajar con entes
extra-científicos, no creados para la ciencia, sino anteriores a ella, las ciencias fácticas
surgieron para conocerlos, ordenarlos, explicarlos y, de ser posible, controlarlos. Con
frecuencia la realidad no funciona como la ciencia lo interpretaba.
Al tener tan diversos objetos de estudio, ambos tipos de conocimientos también
difieren en el método de trabajo utilizado y las formas para enseñarnos sus conclusiones.
Como no tienen relaciones con el mundo material, 3º, las ciencias formales solamente
demuestran sus teoremas y razonamientos con asistencia de la deducción. También las
ciencias fácticas trabajan con la lógica y demuestran sus conjeturas, pero eso no es suficiente,
además necesitan contrastar empíricamente sus resultados, es decir, necesitan elementos
adicionales concretos para confirmar sus conclusiones. El razonamiento pudo haber sido
correcto, pero la realidad funciona de manera diferente a nuestra lógica y nuestra matemática.
La observación, la experiencia y el experimento son los elementos distintivos del método de
estas ciencias.
Como sus enunciados tienen contenido empírico, Bunge sostiene la exigencia
ineludible de ser “verificables en la experiencia”. Toda verificación de una teoría es
provisoria; siempre es posible la aparición de una instancia mostrando la falsedad de la
conclusión. La experiencia acumulada en cinco siglos de desarrollo científico, condujo a la
cautela en cuanto al contenido de verdad de las conclusiones de la ciencia. Cuando se califica
un enunciado de “verdadero”, es en forma provisoria, siempre está sujeto a cambio. La
tendencia actual intenta formular “grados” de probabilidad de una teoría, casi siempre se le
adjudica un porcentaje a esa probabilidad. Toda afirmación exacta en una ciencia fáctica es
provisoria.
Un ejemplo para mostrar la diferencia entre formales y fácticas: Si recorremos el
camino de las ciencias formales desde sus orígenes, ubicados convencionalmente en la Grecia
clásica, veremos los mismos resultados, dos más dos eran cuatro para ellos y lo siguen siendo
para nosotros. Luego encontramos los famosos teoremas mencionados de Tales o Pitágoras.
En nuestro tiempo siguen siendo considerados correctos. En contraposición, ningún resultado
científico fáctico de aquella época se mantiene en pie actualmente. De hipótesis al parecer tan
firmes como las leyes de Kepler o la Teoría de la Gravitación Universal de Newton,
formuladas apenas cuatro siglos atrás, ha sido demostrada su falsedad ya hace bastante tiempo.
Con respecto a la realidad estudiada, solamente eran acercamientos, quizá más adecuados a las
creencias de la época de su aparición.
Otras diferencias importantes: 4º, mientras los enunciados de las ciencias formales
son relaciones entre signos, los de las ciencias fácticas son relaciones entre procesos,
acontecimientos, entes no científicos.
5º, Los símbolos utilizados por las ciencias formales son vacíos, o asumen un
contenido ideal dentro de un sistema, pero cambian o pierden el sentido en otro sistema. En
las ciencias fácticas los símbolos utilizados siempre son interpretados, representan
fuerzas, masas, velocidades, energías, etc. Por esta causa, el problema de la verdad es
totalmente diferente en ambos tipos de ciencias.
106
6º, En las ciencias formales la verdad es relativa al sistema utilizado, pero dentro de
él es absoluta. Por ejemplo, dentro de la geometría euclidiana, la distancia más corta entre dos
puntos es la línea recta, con otros principios geométricos puede ser la curva. Si nos
mantenemos en un solo sistema, la verdad es permanente, como vimos ocurrir con la
aritmética utilizada por los griegos y todavía vigente veinticinco siglos más tarde. Todo
depende de los puntos de partida escogidos. Modificando los postulados, alteramos todas las
verdades, porque cambiamos las reglas, pero mientras nos mantengamos dentro de un mismo
sistema, la verdad se mantiene incambiada.
Por el contrario, dentro de las ciencias fácticas la verdad es una aspiración. Todas
las conclusiones de este tipo de ciencias son búsquedas de un orden inteligible en la realidad,
aproximaciones a la verdad, pero siempre con la posibilidad de nuevos descubrimientos para
permitir un acercamiento más adecuado al objeto, o diferente, según los fines para los cuales
fue creado. Podemos entender lo provisorio de la verdad, o la imposibilidad de alcanzarla.
Aunque la creamos absoluta, nunca hay seguridad de poder reconocerla.
En el capítulo quinto veremos el problema de la verdad en abstracto y luego su relación
con el conocimiento histórico. Tradicionalmente ha sido objeto de arduas polémicas y sigue
sin haber unanimidad de opiniones en torno suyo.
En ese sentido es posible 7º, concebir los sistemas matemáticos o lógicos como
perfectos porque pueden ser llevados a su estancamiento. En cambio, las teorías utilizadas
por las ciencias fácticas son perfectibles, siempre pueden ser mejoradas y quizá, puedan
acercarse más a la perfección, aunque no está garantizado. Jamás han podido ser llevadas a un
estado de estancamiento. Si en alguna rama de la ciencia se alcanzara la verdad y se
reconociera, ya no tendría sentido continuar investigando. Si ya sabemos la verdad, no queda
nada por investigar.
Varios autores han caracterizado 8º, a las ciencias formales como deductivas, porque
partiendo de los principios postulados, enunciados generales, todas las demostraciones y
teoremas operan deductivamente, hacia lo particular. Para muchos de esos autores las ciencias
fácticas son inductivo deductivas. De acuerdo con este punto de vista, las generalizaciones
utilizadas para deducir, se elaboraron por el camino inductivo. Primero, la observación de
muchos casos particulares permite formular una o más generalizaciones; luego, con esas
generalizaciones se explican por deducción los acontecimientos particulares.
Karl R. Popper negó a las ciencias fácticas la posibilidad de proceder por medio de la
inducción. Para él, todo tipo de ciencia debe operar siempre por el camino deductivo. Ningún
principio de inducción permite establecer una generalización universal a partir del
conocimiento de casos particulares. Para poder formular una generalización o ley basada en
la observación, es obligatorio haber examinado absolutamente todos los casos contenidos en
la generalización, lo cual es manifiestamente imposible; una generalización universal
irrestricta abarca instancias pasadas, incluidas las inexistentes en la actualidad, las presentes
y también las futuras, aun no conocidas.
Para el autor austríaco el equívoco se deriva de mezclar dos cosas totalmente
diferentes; una es la formulación de nuevas generalizaciones universales (ideas, hipótesis,
teorías) y la otra es la validación de esas generalizaciones. Lo primero es objeto de estudio de
una ciencia fáctica: la psicología. En ese terreno no deben inmiscuirse ciencias formales:
matemáticas y lógica, porque operan de diferente manera.
La etapa donde le corresponde intervenir a la epistemología es la validación, una
cuestión puramente lógica. Para validar un enunciado con una generalización universal
107
138
Karl Raymond POPPER. La lógica de la investigación científica, Tecnos, Madrid, sexta reimpresión, 1982.
139
Mario BUNGE. Op. Cit. Página 18.
108
140
La carta era ofreciendo sus servicios a Ludovico el Moro, depositario del ducado de Milán y se reproduce en
Umberto Baldini, “Leonardo”, capítulo de Los hombres de la Historia. Del Humanismo a la Contrarreforma
1, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1973.
109
su propia creación, referida siempre al período vivido o sobre el cual había podido interpelar a
quienes todavía estaban vivos.
Es a partir del siglo XVIII, con el perfeccionamiento de las técnicas, el cambio de
actitud y de visión hacia y acerca del pasado, cuando el conocimiento histórico incrementa de
tal forma su campo de trabajo hasta hacer imposible, a un solo individuo, abarcarlo totalmente.
No fue casualidad el surgimiento de la “Filosofía de la Historia” en ese siglo, buscando ofrecer
amplias miradas a la totalidad. Poco a poco, los investigadores se van especializando en
períodos, en espacios, en niveles de análisis, etc. Al historiador muy especializado, se le
complica el no poder desconocer, ni perder de vista nunca, la totalidad del período tratado. Un
historiador de la economía, si no toma en cuenta los otros niveles de análisis, difícilmente
podrá dar explicaciones convincentes de muchos fenómenos económicos. En la misma forma,
un investigador de una región, país o proceso limitado en el espacio, no podrá dar cuenta de
muchas particularidades sin conocer influencias exteriores, fenómenos más amplios,
regionales y hasta mundiales.
A partir del siglo XIX, los procesos planetarios provocan grandes transformaciones.
Muchas historias del avance de los liberales y la estabilización del estado mexicano, en la
segunda mitad de ese siglo XIX, dejan grandes dudas, espacios vacíos por no tomar en cuenta
los procesos internacionales ocurridos en otras partes del mundo.
Cuando se interpreta la evolución de México como el resultado de la acción
intencionada de algunos individuos, como vimos en el ejemplo entre las páginas 38 y 39, nos
sorprenderá “descubrir” evoluciones similares en el resto de las comarcas iberoamericanas.
Nadie atribuye la estabilización simultánea producida en la Argentina durante el mismo
período, a las acciones de los héroes mexicanos. Tampoco ocurre en otros estados con
experiencias análogas. Si en muchos países se producen transformaciones semejantes,
debemos considerar motivos más amplios, buscar causas comunes, como impulsoras de la
orientación de esos cambios, afectando a todos. Eso nos obliga a “mirar más allá de las
fronteras”, como dijo Pierre Vilar,141 a indagar los procesos históricos de aquellas partes de la
humanidad relacionadas con nuestros países.
Así podremos “descubrir” la crisis del capitalismo competitivo, el inicio de la Segunda
Revolución Industrial, los avances del capitalismo monopolista y su secuela: la expansión
imperialista europea. Si intentamos vincular esos procesos, podemos encontrar la transferencia
de tecnologías, para permitir, a los gobiernos iberoamericanos, contener por primera vez, las
fuerzas centrífugas regionales, provocadoras de lo llamado por Bosch García “la dispersión en
el siglo XIX”. 142 Anteriormente, esas fuerzas habían impedido la instalación de un orden
homogéneo y también otros procesos simultáneos.
No todo fue coacción y violencia. El desorden anterior coincidió con la ausencia de
mercados para las potencialidades productivas de estos territorios y las guerras civiles eran,
entre otras cosas, una forma de descargar la sobreproducción de bienes “exportables”. Cuando
aparecen los mercados y se vende todo lo producido, agentes sociales, anteriormente
protagonistas de la “anarquía”, se transforman en defensores de la estabilización. De enemigos
del sistema pasan a ser sus principales apoyos. Encontraron mercados insaciables, y de
caudillos insurgentes llegaron a ser prósperos empresarios.
141
Pierre VILAR. Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Crítica, Barcelona, Tercera edición.
Noviembre de 1981. Página 104.
142
Carlos BOSCH GARCÍA. Latinoamérica. Una interpretación global de la dispersión en el siglo XIX.
UNAM, Instituto De Investigaciones Históricas. México, 1978.
110
143
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. “¿Qué crisis fue la de octubre de 1962?” en Encuentros en Catay. Revista
anual N° 9, de la Universidad de Fujen. Taipei, 1995.
111
circunscriben a las artes. Por otra parte, si no fuera comunicable, no podría practicarse la
contrastación empírica intersubjetiva.
Esta particularidad no garantiza la comunicación inmediata de todos los resultados de
la ciencia. Por razones de diversos tipos, mucha información se mantiene en secreto por cierto
tiempo. Eso no significa ninguna imposibilidad de comunicarlo. Si existe el espionaje
industrial y científico, es precisamente porque quienes lo practican pueden entender y trasmitir
el objeto de sus afanes. La comunicación siempre es estimable, porque cuantas más
contrastaciones independientes tenga una hipótesis o novedad, será mejor valorada la calidad
de sus resultados. Por todo lo visto, en este rubro la historia tiene una ubicación privilegiada.
6 – Metódica. Mucho se ha hablado del “método científico”, a nadie puede resultar
extraña la exigencia de serlo. Eso no significa compartir un mismo método, Popper ha negado
la posibilidad de la unidad metodológica de las ciencias más allá del “ensayo y error”.144 A
nadie deben caberle dudas acerca de la posesión de uno o más métodos por cada ciencia. Toda
investigación científica es planificada, intentando prever de antemano todas las dificultades
posibles de presentarse en el curso de un trabajo. Siempre es mejor resolver antes de empezar
la mayor cantidad de dificultades posibles.
Aunque la ciencia no excluye el azar y, en ocasiones lo utiliza y hasta lo provoca para
sus fines, la investigación científica no es azarosa. Antes de iniciar un trabajo, los científicos
ya conocen el camino a recorrer. Esto es así porque toda elaboración científica está basada en
los conocimientos anteriores, utiliza las técnicas, se ajusta a las reglas ya probadas en el
pasado y demuestra su efectividad. Las nuevas investigaciones pueden perfeccionar esas
técnicas y reglas, lo cual provoca su renovación permanentemente.
7 – Experimentales. En un sentido muy lato, las ciencias experimentan, para lo cual
también son fundamentales el registro minucioso, la observación planificada y, en caso de ser
posible, la manipulación con control de las variables más importantes.
Para el mantenimiento y desarrollo de estas características, cada ciencia elabora una
serie de preceptos sobre la forma de proceder en cada caso. Esos preceptos son la experiencia
acumulada por los científicos a lo largo del tiempo y pueden ser afinados y perfeccionados en
cada generación.
Se ha negado al conocimiento histórico la calidad de científico, precisamente por su
imposibilidad de experimentar. Esta objeción no pudo desecharse cuando se puso de
manifiesto la misma característica en la astronomía, porque al estudiar fenómenos repetitivos,
la ciencia “del cielo” permitió formular predicciones de muy largo plazo y de enorme
precisión; en cambio la Historia, como todas las ciencias sociales, no es predictiva.
8 – Sistemática. Ya considerada entre las características generales de todos los
conocimientos científicos.
9 – Abierta. Cualidad desprendida de lo visto hasta aquí. No acepta barreras a priori a
sus posibilidades. Como ya ha sido señalado, todos los conocimientos generados por las
ciencias fácticas son provisorios, se aceptan mientras no se demuestre su falsedad o, si ésta ya
está demostrada, se sigue utilizando en la tecnología mientras dé resultados, hasta el
descubrimiento de alguna aproximación más efectiva para el asunto tratado. Se reconoce su
falibilidad, porque no puede haber seguridad absoluta sobre los logros de las ciencias fácticas.
Actualmente ya no creemos en la existencia de axiomas, “verdades evidentes por sí mismas,
no necesitadas de demostración”, como creían los griegos antiguos.
144
Karl Raymond POPPER. “La lógica de las ciencias sociales” en J. M. MARDONES y N. URSÚA. Filosofía
de las ciencias humanas y sociales. Fontamara, Barcelona, segunda edición, 1983, páginas 104 a 114.
112
En otros tiempos se pensaba la verdad como una primera “entrega divina”. Los
antiguos humanos habían conocido la verdad y con el correr del tiempo, en la trasmisión de
una generación a otra, la habían ido deformando, escondiendo u olvidando,145 de allí el culto
de los humanistas del Renacimiento a los manuscritos antiguos, porque estaban “más cerca”
de la verdad, siempre contenida en la afirmación más antigua.
El desarrollo científico ha provocado un giro de ciento ochenta grados en esa
convicción. Esta particularidad ha conducido a valorar positivamente los saberes más nuevos.
En la actualidad, la gente aprecia los descubrimientos recientes, considera sus resultados más
confiable de los precedentes, lo cual, en muchas ocasiones, conduce a la novelería, al culto a la
“última moda”. Junto con este elemento se desarrolla el valor del riesgo, porque cualquier
científico considera preferible arriesgarse a probar cosas nuevas no confirmadas, antes de
seguir repitiendo las antiguas ya reconocidas como ineficaces.
10 – Falsable (verificable). Como vimos al desarrollar las diferencias entre las
ciencias formales y las fácticas, se considera a estas últimas como “verificables”, eso significa
la posibilidad de demostrar experimentalmente la verdad de sus conclusiones o leyes. Popper
ha objetado esta característica, al negar la verificabilidad para las leyes científicas. Toda
verificación sólo otorga “cierta credibilidad provisional”. Para él, lo característico de una ley
científica es poder ser falsada por la realidad, por la experiencia. Exige a todas las
generalizaciones, con aspiración a esa jerarquía, ofrecer, en su formulación, la posibilidad de
ser demostrada su falsedad, empírica y/o experimentalmente.
El autor pone de manifiesto la ausencia de simetría entre verificación y falsación.
Todas las verificaciones imaginables y posibles no garantizan la veracidad de una ley, nunca
podemos tener la seguridad total sobre la verdad de una generalización científica (ley).
En cambio, UNA sola muestra de falsedad, vuelve completamente falsa cualquier ley.
3.2.3 – Cuatro particularidades problemáticas. Estrechamente ligadas entre sí,
dejamos para el final las cuatro propiedades ausentes en el conocimiento histórico y en todas
las ciencias sociales:
11 – Generales. Las ciencias naturales buscan clasificar y colocar los procesos
singulares en modelos generales. Fue Aristóteles quien distinguió de esta manera al
conocimiento científico y de esa forma se siguió repitiendo hasta el siglo XIX, cuando algunos
pensadores comenzaron a ponerlo en duda. Para el científico de la naturaleza, el
acontecimiento singular cobra sentido cuando puede ser ubicado como caso particular de una
generalización. Una creencia, común entre los científicos, considera a todos los sucesos
estudiados susceptibles de ser clasificados e incluidos dentro de una generalización.
Literalmente Bunge dice: “No es que la ciencia ignore la cosa individual o el hecho irrepetible,
lo que ignora es el hecho aislado”.146 Se rechazan las proposiciones solitarias, sean singulares
o generales.
El presupuesto ontológico subyacente, no declarado, de esta convicción es considerar a
todos los acontecimientos estudiados con algunas cualidades compartidas, lo cual permite
tratarlos en conjunto como un grupo homogéneo, al menos, respecto de esa o esas
particularidad/es común/es. Es la antigua discusión en torno a la existencia de los universales.
Esas cualidades, a veces supuestamente “escondidas” detrás de muchos acontecimientos,
serían comunes a todos ellos.
145
Enrique SERNA. Genealogía de la soberbia intelectual. Taurus, Santillana, México, F.F. 2013.
146
Mario BUNGE. Op. Cit., página 27.
113
147
W. H. WALSH. Op. cit., Página 36 y ss.
148
Carlos RAMA. Teoría de la Historia. Tecnos. Madrid. Tercera edición revisada, 1974. Página 41.
114
149
Fernando BRAUDEL. La Historia y las ciencias sociales. Alianza, Madrid, 1968. Páginas 64 a 66.
115
Por último, también se ha sostenido y aceptado la utilización, por las ciencias sociales,
de generalizaciones estadísticas; generalizaciones no iniciadas con las expresiones “todos” o
“ningún”, sino con “el tanto por ciento de…”. En la actualidad, cuando las ciencias naturales
tienden a trabajar cada vez más con la estadística, sería absurdo exigir a las ciencias sociales la
formulación de generalizaciones absolutas. La Historia, al aprovechar los resultados de todas
las ciencias sociales, participaría de esta misma defensa.
12 – Legal. Vinculada con la característica anterior, la ciencia “busca leyes y las
aplica”. Según Bunge, esto es así porque busca llegar a la “raíz de las cosas”. Aquí debemos
aclarar: no todos los autores manejan el mismo concepto de “ley”. El propio Bunge hace una
serie de consideraciones para comprender en su estudio, precisamente, a las “leyes”
supuestamente propias de las ciencias sociales:
Sin duda, el tema planteaba muchas dificultades, porque dio lugar a variadas
proposiciones, algunas verdaderamente descabelladas. Rama lo ve como un problema de
desarrollo de la disciplina cuando sostiene:
...si bien es cierto que la Historia debe ser legal y predictiva, actualmente no
puede serlo -como tampoco la sociología y otras disciplinas- porque
aquellas características corresponden a una etapa superior en el progreso
interno de cada ciencia. Sin embargo, es muy importante que figuren entre
sus objetivos aceptados.151
150
Mario BUNGE. Op. cit., páginas 29 y 30.
151
Carlos RAMA. Op. cit., página 41.
152
Ernest NAGEL. Op. cit., Página 59.
116
sostener: las ciencias sociales no formulan predicciones sino profecías. Eso las diferencia
de las predicciones basadas en leyes de la naturaleza.
Otorga mucha importancia a esta diferencia, porque si bien mediante ambas formas se
puede intentar conocer de antemano algunos aspectos del futuro, la consecuencia lógica del
fracaso de ese intento es totalmente diferente. Mientras la frustración de una predicción
basada en una ley, dentro de ciertas circunstancias, permite establecer la falsedad de esa
ley, el infortunio de una “profecía” basada en una tendencia, jamás permite establecer lo
mismo. Las tendencias cambian. Si no se produce lo profetizado, pudo haberse extinguido o
modificado la tendencia, aunque la profecía haya estado bien establecida y fuera verdadera,
nunca lo sabremos.
En las ciencias naturales, las leyes autorizan la elaboración de predicciones, mientras
las tendencias de las ciencias sociales solo permiten establecer profecías. Para las
generalizaciones históricas señala la imposibilidad, ya vista, de formular universales
irrestrictos, solo pueden establecer “singulares, sobre un acontecimiento individual o un
número determinado de tales acontecimientos”.153
Basados en las observaciones de Popper, en otro trabajo, planteamos la posibilidad de
igualar predicciones y profecías, si aceptamos nuestra imposibilidad para detectar el cambio en
las leyes empleadas por las ciencias de la naturaleza, debido a la prolongadísima escala
temporal necesaria para medir su “vigencia” y permanencia. Esta podría ser infinitamente
superior a la duración de las tendencias vigentes para la sociedad y/o la cultura.154 De allí
derivamos una generalización sobre las previsiones a futuro de las ciencias sociales:
153
Karl Raymond POPPER. La miseria del historicismo. Alianza-Taurus, Madrid, segunda edición, 1981, página
121. El tratamiento completo del tema se encuentra entre las páginas 119 y 134.
154
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. Op. cit., páginas 269 y 270.
155
Ibid. Página 270.
117
156
Citado por Fernando BRAUDEL en La Historia y las ciencias sociales… Op. Cit. Página 115.
118
requiere por lo menos un relevo generacional para imponer un nuevo “paradigma científico”,
como sostiene Kuhn; 157 en cambio, en el conocimiento histórico y también en ciencias
sociales, encontramos la coexistencia y complementación, a veces rivalidad, de distintas
teorías interpretativas y explicativas de los acontecimientos y procesos.
3.3 – LAS CIENCIAS SOCIALES. La primera gran división de las ciencias,
planteada aquí, fue entre formales y fácticas. Había una diferencia de naturaleza, originada en
la finalidad, el objeto de estudio y manifestada en múltiples aspectos. Ahora corresponde ver
las diferencias dentro de las ciencias fácticas. Ya vimos su campo de estudio, son procesos
reales con existencia en el mundo material, exteriores a mujeres y hombres y ocurridos
al margen de la mente humana.
Pronto advertimos dos tipos de procesos: unos producidos desde mucho antes de la
aparición del ser humano sobre la Tierra y en cuya ocurrencia la acción de aquel no juega
ningún papel consciente, a los cuales llamamos “naturales”. Los otros, creados por el ser
humano, se llaman “cultura” o “procesos sociales”. Ya visto al inicio: a todo lo realizado por
el ser humano se le llama “cultura” y todo lo hecho por él es un producto social, o cultural.
El mismo ser humano es un producto social; la potencialidad del cerebro recibida al
nacer, sólo lo convertirá en hombre o mujer si recibe los estímulos adecuados a la edad
adecuada; de otra forma repetirá las conductas de aquellos seres entre los cuales se haya
formado. Si crece entre lobos, actuará como un lobo, aunque sus características físicas
pertenezcan a las de un humano. Solamente si es criado entre mujeres y hombres podrá ser
como los demás. En otros seres del reino animal la situación es diferente; aunque sean
separados de sus congéneres en el momento de nacer y criados en ambientes diversos, de todas
formas repetirán conductas propias de su especie, como si estuvieran previamente
programados.
Volviendo a la diferencia mencionada entre naturaleza y cultura, quienes habitan las
grandes ciudades, viven y están rodeados por un mundo compuesto de elementos casi en su
totalidad elaborados por la sociedad, por la cultura.
Los procesos naturales suelen repetirse con enorme regularidad, el día y la noche, las
cuatro estaciones del año, el ciclo de las plantas y los animales, la periódica llegada de los
cometas etc. Mayormente son repetitivos. En cambio, los procesos culturales o sociales son
preferentemente acumulativos, gran parte de lo descubierto por una generación es la base a
partir de la cual la siguiente comenzará a desarrollarse, es una adquisición cultural para las
generaciones futuras.
En parte, esa diferencia explica las posibilidades de previsión de las ciencias naturales:
al ser repetitivos muchos procesos estudiados por ellas, es muy sencillo captar la frecuencia de
la repetición. Las ciencias sociales no pueden predecir porque su objeto de investigación no se
repite, es acumulativo. Una vez generado un cambio ya no puede repetirse, ya se conoce. Esa
adquisición será la base para nuevas realizaciones. Esas nuevas transformaciones casi siempre
son imprevisibles. Cuando los europeos “descubrieron” América, ya no podía repetirse ese
“descubrimiento”, se podía viajar con mayor seguridad, recorrerla, explorarla, habitarla,
muchas cosas, menos “descubrirla”. Por otra parte, era imposible haber previsto su
“descubrimiento”. Además fue un equívoco, porque quienes llegaron primero la confundieron
con la India. Pasaron algunos años antes de “descubrir” su propio “descubrimiento”
157
Thomas KUHN. La estructura de las revoluciones científicas. FCE. México, cuarta reimpresión, 1980.
Páginas 234 y siguientes.
119
A principios del siglo XX, un filósofo rumano ya había dividido y separado a las
ciencias naturales de la Historia. Aquellas estudiaban “hechos de repetición”. La otra
estudiaba “hechos de sucesión, únicos e irrepetibles”. 158 Hay quienes han objetado esta
diferenciación, para ellos también existen repeticiones constantes en los procesos sociales.
Muchos hombres se levantan todos los días, realizan una serie de acciones iguales y van a
trabajar. Al terminar, regresan a su casa, se alimentan y descansan. Las sociedades humanas
suelen festejar determinadas fechas todos los años, etc. Es más, en un nivel más complicado,
frente a determinadas situaciones, los humanos, por lo menos quienes pertenecen a un
horizonte cultural común, suelen reaccionar de la misma manera ante similares desafíos, así se
producen movimientos, a los cuales llamamos “revoluciones”, porque tienen elementos
semejantes o parecidos, evoluciones comparables, etc.
Veamos una diferencia fundamental entre estos procesos y la evolución de la
naturaleza: cuando se presenta una situación particular, algunos humanos estudian en el
pasado otras consideradas parecidas y ese estudio les permite actuar de forma diferente a como
lo hubieran hecho de no haber tenido acceso al conocimiento de las instancias anteriores. En
esto se basa una máxima muy difundida: “quienes no conocen su historia están condenados a
repetirla”, pero también nos deja ver la diferencia: ningún proceso social se repite exactamente
igual, con los mismos protagonistas, porque la experiencia consciente de lo vivido, al operar
sobre los individuos, los compele a no repetir lo considerado errores en la actuación anterior.
En este sentido, también el elemento acumulativo diferencia los procesos sociales de los
naturales.
De allí surgen entonces, dos objetos de estudio, la naturaleza y la sociedad o la cultura;
de esos dos objetos surgen dos tipos de ciencias fácticas. Por una parte, las ciencias naturales,
o ciencias encargadas de estudiar los procesos ocurridos en la naturaleza. Por la otra, las
ciencias sociales, también han sido llamadas ciencias “de la cultura”, “del espíritu”, “del
hombre”, cuyo objeto de estudio son las creaciones de las sociedades humanas. La
proliferación de designaciones, en contraste con las primeras, puede irnos alertando sobre las
diferencias producidas en torno suyo y las dificultades encontradas para constituirse como
tales.
3.3.1 – Peculiaridades. Las diferencias en el objeto de estudio se traducen en otras
de funcionamiento. Por eso intentaremos determinar los elementos característicos de las
ciencias sociales. Si el conocimiento histórico es una ciencia, evidentemente pertenece a este
grupo.
La primera particularidad hecha notar por quienes objetan las posibilidades científicas
en los estudios sociales, consistió en señalar la identificación del sujeto y el objeto. Al
estudiarse a sí mismo y sus creaciones, los seres humanos no podían mantener la
imparcialidad y la objetividad. El problema es generado por la utilización muy imprecisa de
los conceptos de imparcial y objetivo. Como dentro de dos capítulos abordaremos
específicamente esos conceptos, solamente adelantamos la inconsistencia de la objeción.
Primero: la imparcialidad no existe. Segundo: nada impide al ser humano la más rigurosa
objetividad cuando se estudia a sí mismo.
En segundo lugar, tomando en cuenta las generalizaciones posibles en las ciencias
sociales, solamente podemos formular leyes estadísticas, las cuales no permiten predecir
conductas individuales. Este tipo de generalizaciones autorizan hacer predicciones muy
158
Alexandro Dimitrie XENOPOL. Teoría de la Historia. Jorro. Madrid, segunda edición, 1981. Páginas 123 a
126.
120
precisas sobre porcentajes, es decir, sobre la forma de comportarse las partes integrantes de un
universo dado, pero no permiten predecir el comportamiento de un individuo particular. Por
ejemplo, si se estableció en sesenta por ciento el porcentaje de los fumadores con cáncer de
pulmón, habiendo definido con claridad el concepto de “fumador”; al conocer la cantidad de
fumadores existentes en México, se puede predecir cuantas personas padecerán cáncer de
pulmón en cierto tiempo entre los fumadores, pero ningún procedimiento lógico permite saber
si un fumador individual, integrante de ese grupo, padecerá ese mal o no.
De todas maneras, este rasgo distintivo ha perdido relevancia por cuanto muchas
ciencias naturales tienden a trabajar cada vez más claramente con este tipo de leyes. En forma
deliberada, el ejemplo puesto no se refiere al campo de las ciencias sociales exclusivamente.
Inclusive la física ha desarrollado, cada vez con mayor intensidad, el cálculo probabilístico,
pues muchas de sus leyes, formuladas como universales irrestrictos, han sido refutadas por
instancias particulares Aún, en predicciones estadísticas, el tiempo de duración de una
previsión social es limitado, mientras el de la naturaleza no parece serlo.
Una tercera singularidad de este tipo de ciencias consiste en no ser experimentales,
son empíricas. Si bien pueden basarse en la observación disciplinada y la experiencia, no
pueden realizar experimentos. La característica fundamental de esta noción consiste en la
posibilidad de producir a voluntad, cuantas veces sea necesario y en cualquier momento, los
procesos para demostrar sus afirmaciones. También se permite alterar las condiciones
naturales de ocurrencia del fenómeno, para estudiar la influencia de las diversas variables y
poner a prueba las hipótesis formuladas.
Las ciencias sociales están muy limitadas en sus posibilidades de realizar
experimentos; al trabajar con seres humanos, hay fuertes restricciones morales, religiosas y
políticas, a la experimentación científica.
De todas maneras, en ciertos lugares y en determinados períodos, ha habido un margen
de posibilidades más amplio. El gobierno totalitario nazi en Alemania, entre 1933 y 1945
permitió la utilización de personas integrantes de lo considerado “razas inferiores”, para
experimentos, aunque no fueron exactamente en ciencias sociales.
Hay otra forma de experimentación y se lleva a cabo diariamente, porque todos los
planes económicos, educativos, sociales, etc. aplicados por los gobiernos son instancias
experimentales para probar hipótesis. Todas las campañas propagandísticas, al buscar vender
mayor cantidad de ciertas mercancías o lograr éxito en las elecciones son experimentos.
Supuestamente, cada experimento mejora y afina el anterior, en un intento por hacerlos más
efectivos.
Un viejo libro sobre propaganda relataba cómo, los investigadores motivacionales
ponían cámaras escondidas detrás de los artículos ofrecidos por los supermercados, buscando
medir los parpadeos por minuto de los consumidores. Los estados placenteros disminuyen las
defensas mentales, eso provoca menos parpadeos hasta casi desaparecer. Cuatro parpadeos por
minuto es la antesala del sueño. De esta forma averiguaban cual era la mejor manera de ubicar
los productos para provocar el estado de mayor placer posible y la máxima disminución de las
defensas. Así “estimulaban” al público a consumir más.159 Fue una forma de experimentar.
De todas maneras, aunque no es imposible, evidentemente existen límites mucho más
estrechos a la libertad de experimentación cuando los cobayos son seres humanos. Pero
aunque existiera una total libertad para realizar experimentos de cualquier tipo en cuestiones
159
Vance PACKARD. Las formas ocultas de la propaganda. Sudamericana, Buenos Aires, octava edición,
1970. Páginas 47 a 55.
121
humanas, hay limitaciones sin relación con la organización social ni los valores, sino con las
características de los objetos observados.
Un mismo experimento jamás se puede repetir, porque el grupo con el cual se realizó
por primera vez, no reaccionará de la misma manera en una segunda aplicación. La
experiencia previa modificará su respuesta. Se podría buscar otro grupo equivalente, pero
jamás se tendrá la seguridad acerca del grado de igualdad o equivalencia. Aunque hay técnicas
para establecer ciertas paridades de muchos grupos, en este tipo de experimentación se puede
aspirar como máximo a una duda fundada.
Esto es así para las ciencias sociales, mucho más grave es la situación para el
conocimiento histórico, por cuanto trabaja fundamentalmente con intermediarios y no
directamente con aquellos procesos cuya existencia quisiera presenciar y entender. La
“historia oral” abarca un campo muy limitado y no soluciona el problema. Los materiales más
comunes para el trabajo del historiador son los vestigios dejados por seres humanos durante su
vida. La única experimentación posible para la mayor parte de los investigadores es con los
documentos, tomando esta palabra en sentido amplio y no únicamente como testimonios
escritos. El estudioso puede intentar nuevas formas de ordenar los materiales, puede utilizar
fuentes no tomadas en cuenta anteriormente y hacer diferentes preguntas a los testimonios ya
conocidos, pero en el terreno de los acontecimientos, no puede influir en lo más mínimo.
Como curiosidad, es interesante recordar: la exigencia de hacer experimentos bajó
mucho su fuerza al percibir los epistemólogos la imposibilidad de la astronomía para poder
experimentar. Era una ciencia natural muy antigua, cuyo estatuto científico nunca ofreció la
más mínima duda a nadie. Basada en las repeticiones regulares de muchos procesos naturales,
su imposibilidad de experimentar no le había impedido hacer predicciones a muy largo plazo,
varias de las cuales se han venido cumpliendo con precisión envidiable.
Un último señalamiento: muchos de los errores cometidos por los científicos sociales
en la predicción de acontecimientos, se deben, entre otras cosas, a la imposibilidad de
controlar la totalidad de las variables determinantes y/o influyentes en la ocurrencia de sucesos
predichos
Mientras los físicos y los químicos pueden controlar todas las variables relevantes,
supuestamente con posibilidad de alterar el experimento, han logrado de esta manera un éxito
significativo, especialmente entre los no iniciados en esas disciplinas. Las ciencias sociales no
pueden hacer nada parecido, las variables influyentes en un proceso social o cultural son tantas
y tan diversas, como para hacer imposible controlarlas a todas, al menos por el momento.
Incluso, muchos experimentos han permitido descubrir nuevas influencias, antes no tomadas
en cuenta.
3.4 – EL ENFOQUE HISTORICISTA. El vocablo ha sido utilizado en forma amplia
y liberal, especialmente por Popper. “Historicismo” identifica una teoría de la historia, surgida
en Alemania, con una posición muy definida.
Cuando el positivismo exigió al conocimiento histórico establecer su calidad científica
o aceptar su relegación jerárquica, al rango de disciplina auxiliar de la sociología, surgieron en
Alemania pensadores denunciando rápidamente dos argucias: lo exigido al conocimiento
histórico no era tanto una demostración de su capacidad para constituirse en una ciencia
moderna, sino una adaptación de su forma de trabajar para volverla similar a la utilizada por la
física, considerada en ese momento el paradigma al cual deberían ajustar su funcionamiento
todas las ciencias. El pensamiento positivista solo concebía un método científico y toda
ciencia debía utilizarlo para poder merecer ese apelativo.
122
Desde su punto de vista, los procesos naturales son captados por el ser humano como
una única realidad: la aprehendida exteriormente. Eso conduce a intentar explicarla por medio
de regularidades. Como dijo Bertrand Russell:
En cambio, las acciones humanas tienen dos realidades para nosotros, una exterior, la
peripecia visible, susceptible de ser relatada, y otra interior, integrada por intenciones,
sentimientos, razonamientos, etc. Cuando conocemos el exterior de una acción humana, no
necesitamos explicación, de inmediato la comprendemos, somos capaces de penetrar al
interior donde residen las intenciones causa de la acción. Esta “comprensión” tiene lugar
porque somos una unidad; solamente para fines de análisis se puede separar la vida espiritual
de la vida material por medio de la abstracción, pero semejante recurso metodológico no debe
hacernos creer en la existencia aislada una de otra: el ser humano es un todo. Por ejemplo: un
marido mató a su esposa al encontrarla en situación comprometida con otro hombre. No
necesitamos explicación, comprendemos de inmediato el motivo por el cual cometió el
crimen, aunque no compartamos su forma de proceder.
Esto tiene como consecuencia métodos diferentes para distintos tipos de ciencias.
Mientras las ciencias de la naturaleza “explican” los procesos estudiados, las ciencias del
espíritu “comprenden” las acciones humanas por sus motivos.
En las primeras, los valores no tienen mayor trascendencia; para los seres humanos las
transformaciones naturales ocurren sin cargar elementos axiológicos. En cambio, todas las
acciones humanas son esencialmente valorativas, tanto las actuales como las pasadas y las
futuras, por lo cual, el tratamiento de los valores es de medular importancia en el estudio de
acciones intencionadas de mujeres y hombres, en las ciencias sociales y en el conocimiento
histórico.
Rickert se encargó de desarrollar el tema como elemento central de su punto de vista,
distinguiendo entre valorar y avalorar. La segunda actitud consiste en relacionar aquellas
acciones estudiadas con ciertos valores reguladores de su realización, ya sean bienes (objetos
en los cuales se depositaron valores) o actos.
Como los acontecimientos históricos fueron provocados, en parte, por los valores
portados por sus protagonistas, quien estudia esos sucesos debe referirlos a esos valores de la
época y del individuo.164
Windelband, también discípulo de Dilthey, hace hincapié en la intención de
particularizar de la Historia, en contraste con la intención generalizadora de las ciencias
naturales. Para designar aquellas ciencias cuyo fin es generalizar, buscar leyes y predecir,
estableció el término “nomotéticas”. Para las otras, con una intención individualizadora, como
la Historia, utilizó el término de “idiográficas”.
Las segundas no pueden predecir, porque las acciones humanas intencionadas no están
abarcadas por ninguna generalización. Cuando se le presenta un problema, el hombre tiene la
posibilidad de decidir entre cierta gama de opciones; por lo tanto, nunca puede saberse de
antemano cuál será su decisión, ni las acciones elegidas para concretarla. En cambio, luego de
163
Bertrand RUSSELL. An Outline of Philosophy. Páginas 163 a 165, citado por Arthur Koestler. Los
sonámbulos. Conacyt, México, 1981. Página 523.
164
Henrik RICKERT. Op. cit., páginas 89 a 102.
124
De todas maneras, los elementos complementarios existentes entre ambas teorías han
producido una simpatía bastante generalizada en algunos historiadores y se han identificado
con esta concepción. En México, Fuentes Mares y Enrique Krauze han practicado esa forma
de encarar el conocimiento histórico. En Argentina, Pérez Amuchástegui ha sostenido la
hipótesis, más cercana a Dilthey, de un proceso resultado del entrechocamiento de las acciones
individuales de todos los seres humanos.166 Las tendencias sociológicas prefieren verlo como
un fenómeno colectivo, donde lo individual es irrelevante.
165
Wilhelm DILTHEY. Introducción… Op. cit., página 150.
166
Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI. Algo más sobre la Historia. Teoría y metodología de la
investigación histórica. A’baco de Rodolfo Depalma S.R.L., Buenos Aires, segunda edición, abril de 1979,
páginas 43 a 54.
167
Paul VEYNE. “La Historia conceptualizante” en Jacques Le Goff y Pierre Nora (Directores) Hacer la
Historia, Laia, Barcelona, 1974, tomo I página 90.
125
En segundo término, para él esta posición tiene implicaciones graves, como creer en lo
deliberado y premeditado de todas las acciones humanas, lo cual refuta, “...muchas acciones
que la historia investiga fueron hechas bajo el incentivo del momento, en respuesta a un
impulso súbito;...” 168 “Los personajes históricos, como dijo Hegel, muchas veces hacen (o
intentan) más de lo que saben”.169 Pero incluso, muchas actuaciones humanas no realizadas en
condiciones extremas, también tuvieron lugar obedeciendo a pulsiones, pasiones, sentimientos
y otros motores no racionales.
La circunstancia de no ser racionales, podría alegarse, no modifica la calidad de
intencionadas. Otra respuesta posible: acciones tenidas como “irreflexivas”, con el correr del
tiempo podrían llegar a considerarse como expresión del pensamiento, en una forma bastante
análoga a la del sicoanálisis, cuando descubre intenciones y voluntad en actitudes
aparentemente inexplicables, irracionales y aleatorias. Una considerable parte del accionar
humano se atribuye al azar, a coincidencias impremeditadas, pero aquello ahora considerado
fruto de la casualidad, con el tiempo puede llegar a ser “comprendido” como resultado de
acciones humanas deliberadas, pero inconscientes.
Tercera objeción: no para toda forma de hacer Historia podría admitirse esta teoría; si
pasamos a la historia económica por ejemplo, es absurdo atribuir a intenciones deliberadas de
los hombres los movimientos de los precios, las oscilaciones de la oferta y la demanda.
Si la evolución económica se sometiera a la voluntad de los individuos sería ilógica la
aparición de crisis, recesiones y todo tipo de catástrofes, como el “crac” de 1929, pues nadie se
beneficia, por lo cual nadie podría tener intención de producirlas. También para esto existe una
respuesta posible: la evolución de la economía es el resultado de la acción no concertada de
todos los individuos y ese entrechocar de acciones con intenciones opuestas produce la marcha
de la vida económica. No existe UN plan deliberado, sino millones de planes, deliberados o
no, ninguno de los cuales puede realizarse sin afectar a muchos otros y ser afectado por ellos.
Walsh agrega: “una idea puede ejercer una influencia persistente sin que esté constantemente
ante la mente de alguien”,170 puede ser algo ubicado en el inconsciente.
La cuarta objeción: sin conceder, acepta hipotéticamente nuestra posibilidad para ser
capaces de “repensar” los pensamientos de ciertos actores cuya actuación ha tenido lugar en
medios culturales similares al nuestro, pero nos sería imposible penetrar los pensamientos de
un médico-brujo de alguna tribu africana o de un jefe vikingo, lo cual limitaría mucho las
oportunidades para utilizar esa teoría. Aun manteniéndonos dentro de nuestro ámbito cultural,
podemos ir más lejos: si fuera posible penetrar con certeza los pensamientos de las personas al
conocer sus acciones, ¿cuál es la causa del alto porcentaje de equivocaciones con quienes
viven en nuestro propio entorno y participan de nuestro horizonte cultural? Quienes han
recibido el desaire de una dama por proceder de acuerdo con lo sugerido por sus acciones, ha
experimentado personalmente la dificultad para descifrar los pensamientos de los demás, o al
menos de las demás, a partir de su actitud visible.
Muchos otros pensadores han señalado a esta manera de concebir el conocimiento
histórico, el inconveniente de asimilarse demasiado a la psicología y al psicoanálisis. Si la
calidad científica de la primera se discutió ásperamente hasta el abandono de ciertos métodos
y la del segundo sigue siendo discutida, sería absurdo fundamentar la calidad cognoscitiva de
la Historia en disciplinas objetadas por su metodología. Máxime cuando el historiador ni
168
W H. WALSH. Op. Cit., página 59.
169
Ibid. Página 62.
170
WALSH, Op. Cit., página 60.
126
siquiera tiene ante sí a los actores para interrogarlos directamente, como pueden hacerlo
sicólogo y sicoanalista. Sería entonces una especie de sicología mediada, establecida sobre
bases más endebles aun a las de la original, lo cual volvería mucho menos convincentes sus
conclusiones.
3.4.2 – Las objeciones del materialismo. Carlos Pereyra opone una objeción de
naturaleza diferente. Para él, los seres humanos no pueden tener cualquier intención; no es tan
amplia la gama de posibilidades abierta en cada ocasión. Además, aún dentro de estos
limitados márgenes, tampoco escoge al azar. Es necesario poner de manifiesto la causa de esa
intención, porque también las intenciones de los individuos son causadas por factores de
diferente tipo:
Este aspecto constituye un ingrediente fundamental del tema central de su trabajo, por
eso le dedica mucha atención. Más delante dirá:
171
Carlos PEREYRA. El sujeto… Op. Cit., páginas 27 a 29.
172
Ibid. Página 270.
127
recuerda la posición de Popper cuando la equipara con la ingeniería, en tanto la ve como una
actividad práctica, como una tecnología: utiliza a las ciencias pero su finalidad es resolver
situaciones particulares concretas, siendo innecesario instarla a cambiar.
sólo a expensas de reconocer que la historia es algo menos que una ciencia.
[más adelante amplía] La historia no es una ciencia, pero tampoco es,
igualmente, una fuente extracientífica de conocimientos. 173
grupo de disciplinas que tienen como objeto las actividades del hombre y
persiguen como finalidad la investigación de “leyes” a título de relaciones
funcionales susceptibles de verdad o de falsedad en lo que concierne a su
adecuación a lo real. 175
todas las controversias de aquella época habían sido superadas, ésta continúa con el mismo
vigor.
Cuando indagamos la permanencia de esta discusión, en la cual parece imposible poner
de acuerdo a todos, surge con toda claridad, escondida tras ésta, otra no mencionada, no
emergente a la luz del día, aunque no solo es la medular, sino el único justificante de la
duración del enfrentamiento. Se está discutiendo si el saber histórico sirve para algo, si es un
conocimiento con alguna utilidad práctica concreta, o simplemente es un pasatiempo
placentero. El positivismo, en sus versiones menos extremas, surgió ubicando a la ciencia
como la forma de conocimiento verdadero más eficaz existente.179
En el inconsciente colectivo se identificó ciencia con verdad, por lo tanto cualquier
disciplina, para justificar su existencia debía “demostrar” su calidad científica.
Unido a esto, el pragmatismo, cuyo ascenso ha ido a la par con la imposición de su
escala de valores a toda la sociedad por parte de la burguesía, fue introduciendo una idea
difusa sobre la inutilidad de todo aquello inservible para generar bienes materiales, para
producir dinero; esas actividades fueron identificadas con los conocimientos no científicos, lo
cual demostraba su irrelevancia. En este ambiente se engendró la necesidad de establecer el
estatuto cognoscitivo de la Historia.
Desde una perspectiva más seria, la discusión no solamente ha sido intrascendente,
sino algo más grave, ha sido estéril, porque más de siglo y medio más tarde, los estudiosos
siguen tan contrapuestos como al inicio; hacen pesar sus prejuicios y su ideología con tanto
vigor como en la época de Ranke. Para terminar más rápido el debate, era necesario haber
declarado abiertamente el tema central: la utilidad del Conocimiento Histórico, punto a
desarrollar en el capítulo ocho.
3.7 – Conclusión. Las controversias entre estudiosos se gestan por ausencia de una
definición clara y precisa de los dos términos implicados. Se debería empezar por formular el
concepto de ciencia y luego el de Historia. Ambos términos son sumamente amplios y
diversos en las diferentes conceptualizaciones. Algunos se afirman en las cuatro cualidades
problemáticas vistas en el apartado 3.2.3. Al exigirse esas características al conocimiento
científico, la Historia no cabe dentro del campo de las ciencias. Tampoco se puede concebir
otra posibilidad en el futuro.
Si la ciencia se encarga de lo constante, lo no cambiante, lo permanente, las
“sustancias”, como decían los griegos, la discusión es inútil. El conocimiento histórico
siempre se ha ocupado del cambio. Incluso, dentro de la escuela de la larga duración, esas
permanencias también tienden a transformarse, aunque su ritmo de cambio sea muy lento.
En tales condiciones, el campo de estudio de las ciencias se restringe mucho, junto con
el conocimiento histórico quedan fuera muchas otras disciplinas, incluidas la totalidad de las
ciencias sociales. Por otra parte, las grandes transformaciones experimentadas por las ciencias
tradicionales, como la astronomía y la física en los últimos dos siglos, podrían poner en duda
también su calidad científica, porque ahora “conocemos” la existencia de cambios en el
universo y también la evolución de la materia inorgánica, aunque los espacios temporales
dentro de los cuales se producen sus transformaciones sean enormemente más extensos a
aquellos dentro de los cuales se modifican las realizaciones humanas.
Otra disyuntiva consiste en restringir las exigencias y flexibilizar los requisitos
requeridos de una ciencia. Popper recomendó fijarse exclusivamente en el método y las
179
En sus versiones más extremas y perversas, postulaba la científica como la única forma de conocimiento
existente. Todo lo demás era superstición y charlatanería.
129
CAPÍTULO CUARTO
180
Karel LAMBERT y Gordon G. BRITTAN Jr. Introducción a la filosofía de la ciencia. Guadarrama,
Madrid, 1975. Página 36. El autor citado por ellos es Ernest NAGEL. La estructura de la ciencia. Paidós.
Buenos Aires, tercera edición, 1978. En la versión española la frase fue traducida así: “…el objetivo distintivo
de la empresa científica es suministrar explicaciones sistemáticas y adecuadamente sustentadas”. Página 27.
131
variadas: ‘porque tomó demasiado sol’, ‘porque trabajó mucho’, ‘porque estuvo sometida a
presiones intensas’; también podría verse como el síntoma de una gripe o alguna otra
enfermedad en proceso de incubación.
Más vaga aun, puede ser la respuesta a la pregunta ‘¿Por qué Alberto cree en dios?’; el
interrogador podría estar solicitando un argumento en apoyo de alguna creencia, una
justificación de la misma o hasta una defensa. También podría estar inquiriendo una causa de
la actitud creyente de Alberto. Es fácil notar, no solamente las diferencias entre las posibles y
diversas intenciones del interrogador, sino también, la variedad de respuestas posibles.
Si nos detenemos en la última opción, se puede mencionar como causa su carácter
místico, la educación recibida, la influencia de ciertos maestros o predicadores, el influjo de
una mujer amada, la conjunción de todas ellas, etc. Cualquiera de las respuestas, aunque pueda
servir para el caso particular mencionado, no sirve para aplicar a todas las instancias de
creyentes en dios, en las mismas circunstancias. Muchos seres humanos tuvieron una
educación religiosa, los mismos maestros, hasta pudieron amar a la misma mujer u otra
equivalente, pero no siguieron el mismo camino de Alberto.
Son respuestas imprecisas, no podemos medir el grado de misticismo de un carácter, de
una pasión amorosa, la intensidad de la influencia de una educación. En el otro extremo,
tampoco los seres humanos somos iguales en nuestras reacciones ante una educación, unos
maestros, un amor o cualquier otra forma de incitación. Así se puede seguir poniendo en
evidencia la equivocidad del argumento explicativo.
En ciencias naturales, a una explicación se le exige ser general, no solo debe servir
para el caso concreto, sino también para todas las instancias similares. Estas circunstancias, y
otras a ver más adelante, nos impiden tener una garantía absoluta, una certeza lógica de la
corrección de las respuestas acerca de la religiosidad de Alberto. Siempre pueden ser factibles
otras posibilidades ni siquiera sospechadas. Como veremos, de esta particularidad se derivan
otras cualidades para el conocimiento histórico y todas las ciencias sociales.
Los científicos dicen aspirar a la exactitud, por eso no pueden manejarse con una
noción tan vaga de explicación. Precisar un concepto implica delimitar su significado, por
medio de ciertas normas, las cuales pueden no ser aceptadas. Sin embargo, algunas
restricciones son inevitables para contrarrestar las carencias de claridad y precisión del
lenguaje vulgar.
Todo concepto es una convención y/o una imposición más o menos arbitraria. El
mismo idioma es convencional, se nos inculca desde el nacimiento, es la primera estructura en
moldear nuestro cerebro, por eso no lo “sentimos” como impuesto, sino como totalmente
“natural”. Es inevitable ceñir los conceptos utilizados, para disminuir la ambigüedad de las
explicaciones históricas y/o sociales. Los dos autores citados llaman intuiciones a las normas
establecidas por ellos para precisar la expresión; como también son las más generalmente
mencionadas, nos parecen adecuadas para iniciar el análisis.
4.1.3 - Explicación causal. Aunque esta expresión todavía es demasiado amplia, ya
nos circunscribe a un campo donde quedan eliminadas las justificaciones, argumentaciones,
defensas, etc. Nos limita a responder la pregunta “¿por qué?” dando las causas de la ocurrencia
del proceso. De esta manera, la pregunta sobre el catolicismo de Alberto puede ser respondida
‘por su deseo de ir al cielo’. La primera restricción impide aceptarla, los epistemólogos
suelen exigir de la palabra “causa”, algún proceso ocurrido antes del “efecto”. En este caso,
para ir al cielo (la causa) antes debió creer (el efecto). Evidentemente, esa ida al cielo se
producirá posteriormente al tiempo en que era creyente. Según vimos en el capítulo anterior,
este problema puede solucionarse a la manera de los historicistas: Alberto no puede provocar
132
ni determinar su ida al cielo, pero si puede tener la intención de hacerlo. En este caso, esa
intención, anterior a su ida al cielo, podría ser la causa de su creencia y de las acciones
realizadas para lograr su objetivo. La intención de ir al cielo es anterior a la acción realizada y,
por tanto, puede, en sentido estrictamente lógico, ser la causa de la actitud creyente de Alberto.
De todas maneras, esta forma de explicar su posición tampoco sirve para otros casos
semejantes.
El historicismo, ya visto, establece como característica distintiva del conocimiento
histórico estudiar acciones humanas intencionadas. Para ellos, los seres humanos actúan a
partir de intenciones, sus actos están dotados de esa peculiaridad. Sus actuaciones no son
acontecimientos naturales. Las intenciones varían con la cultura, la experiencia y otras
características de las sociedades humanas. Una explicación de ese tipo no es aceptada como
científica.
Una segunda restricción impuesta por la explicación causal, consiste en limitar los
sucesos objeto de explicación a acaecimientos pasados, ya ocurridos. Como veremos, al
tratar la tercera intuición de Lambert-Brittan, el equivalente a la explicación, en el caso de un
acontecimiento futuro, es la predicción, cuya función epistemológica es sustancialmente
distinta.
Las tres “intuiciones” propuestas por los autores, como necesarias para delimitar
aceptablemente el concepto analizado son:
1ª Intuición. - El concepto a analizar debe coincidir con las formas de explicación
utilizadas habitualmente por los científicos en sus diversas disciplinas de estudio. Debe
concordar con la realidad, con el trabajo efectivamente desarrollado por los investigadores
cuando explican un proceso.
Si en algún momento, el análisis nos condujera a una situación en la cual debiéramos
considerar no explicativa la Teoría de la Gravitación Universal, formulada por Newton en el
siglo XVII, deberíamos detenernos y volver atrás; debemos sospechar incorrecto nuestro
análisis. Al estar tan sólidamente instalada esta teoría entre los logros del conocimiento
científico, una consideración excluyente solamente causaría hilaridad, aunque ahora
conozcamos positivamente su falsedad. Si en algún momento, la negativa fuera aceptada por la
comunidad científica, eso sería una revolución dentro de la epistemología, quizá equivalente a
la constituida por aquella teoría en la física del siglo XVII.
2ª Intuición. – Las conclusiones de todo aquello considerado “explicación” siempre
deben ofrecer la posibilidad de contrastación empírica. Se contrastan empíricamente los
resultados del razonamiento explicativo. Si introducimos argumentos basados en un dogma,
aunque la mayoría de la gente los acepte, no pueden ser admitidos como explicativos. Cuando
Bolívar había tomado Caracas, el terremoto ocurrido en la ciudad, fue explicado por la iglesia
como una intervención de dios para castigar a los hombres por haber procedido mal. Esa
explicación no es algo susceptible de ser indagado empíricamente, por eso es inaceptable.
Esta restricción elimina la posibilidad de considerar explicativa la teoría de la
comprensión sostenida por el historicismo alemán, porque las intenciones se “captan”
inmediatamente al conocer la acción realizada, pero no es algo contrastable empíricamente. En
ciertas condiciones, es posible contrastar la acción, pero nunca la intención.
3ª Intuición. – La tercera intuición es presentada como la más importante
para las ciencias sociales y particularmente para el conocimiento histórico, también es la más
problemática, exige de aquello considerado explicación, indicar:
133
181
Karel LAMBERT y Gordon G. BRITTAN Jr. Idem, página 39.
182
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. Diccionario…. Op. Cit. Tomo 1, página 483.
183
Ernest NAGEL. La estructura de la ciencia. Paidós. Buenos Aires, tercera edición, 1978. Página 32.
184
En la versión 2001 del diccionario de la REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, apareció por primera vez el verbo
“subsumir” y sus significados son: “1 - Incluir algo como componente en una síntesis o clasificación más
134
acontecimiento bajo leyes en forma deductiva”. Incluir, sumergir, subsumir implican, en este
caso, mostrar una instancia particular como parte de algo establecido en una generalidad o ley.
En este sentido, explicar por qué lanzada hacia arriba (el espacio) una piedra regresa a la
Tierra (vulgarmente decimos “cae “) consiste en mostrar dicho proceso como una instancia de
algo previsto o comprendido en la generalización o ley de la Gravitación Universal.
Para hacer explícita la caída de la piedra como una instancia de la ley de Newton, se
requieren otros elementos además de dicha ley. Es necesario establecer la masa del planeta
Tierra y de la piedra. Medir la distancia a la cual se separaron. Finalmente, al aplicar la ley se
puede establecer hasta la velocidad con la cual se volvieron a juntar la piedra y la Tierra. La
formalización de esa explicación es:
1° La ley de la Gravitación Universal establece: “todos los cuerpos suspendidos en el
espacio se atraen con una fuerza directamente proporcional a la masa e inversamente
proporcional al cuadrado de la distancia”.
2° La Tierra es un cuerpo con una masa “x”.
3° La piedra es otro cuerpo con una masa “y”.
4° Cuando estuvieron más alejados, la distancia entre ellos fue de “n” metros.
5° Ninguna otra fuerza se ejercía sobre ambos cuerpos.
Conclusión: la piedra y la Tierra se acercaron y juntaron con una determinada
velocidad, impulsadas por la fuerza de atracción mencionada en la primera premisa, la cual ha
sido llamada “ley de la gravitación universal”.
Si las cinco premisas son absolutamente verdaderas, la conclusión, de ninguna
manera puede ser falsa. Desde el punto de vista lógico, debe ser necesariamente
verdadera. A esa relación se le llama inferencia forzosa.
Al detenernos en la estructura de esta forma de explicación, vemos en primer lugar una
ley general, luego una serie de cláusulas descriptivas numeradas de dos a cinco. En conjunto
constituyen las premisas. Si ese conjunto de enunciados (esas premisas) son verdaderos(as),
establecen la obligatoriedad de producirse el proceso descripto en la conclusión. El conjunto
de premisas constituye la explicación. La conclusión es el proceso explicado.
De acuerdo con lo visto, el suceso queda comprendido en una generalización (la
primera premisa), o dicho en forma más moderna, subsumido deductivamente bajo (o dentro
de) una ley. Se cumplen los requisitos exigidos al comienzo del análisis: en primer término,
las causas ocurren antes de las consecuencias; segundo, se trata de un acontecimiento ya
ocurrido; tercero, se procede deductivamente, de lo general (la ley inicial) a lo particular (la
conclusión).
También se cumplen las tres “intuiciones” propuestas: 1º - es lo hecho por los
científicos cuando dicen explicar un proceso; 2º - tiene contenido empírico y experimental,
para poder ser contrastada, medida y repetida cuantas veces se desee y 3º - es simétrica con la
predicción; al conocer todas las premisas, pudo haberse anunciado con antelación la caída de
la piedra, el lugar y la velocidad a la cual lo haría. En su vida cotidiana, los seres humanos lo
hacen habitualmente sin tanto rigor, cuando aconsejan a los niños no tirar piedras para arriba o
cuando se cuidan de seguir la trayectoria, al ver a otras personas tirándolas.
Centrando nuestra atención en la explicación, podemos notar en la composición de sus
premisas dos tipos diferentes de enunciados. Primero está la generalización o ley, ya vista, en
la premisa inicial. Luego siguen otros enunciados describiendo circunstancias concretas
abarcadora. //2 – Considerar algo como parte de un conjunto más amplio o como caso particular sometido a un
principio o norma general.”.
135
particulares, para informarnos sobre las condiciones en las cuales se produjo el acontecimiento
al serle aplicada la ley o generalización. A esos enunciados particulares generalmente se los
conoce como “condiciones iniciales” o “cláusulas protocolarias”. Entonces, tal como la
define Popper:
En el ejemplo propuesto hay una sola ley, pero en otras explicaciones es posible
encontrar más de una. Así como las leyes son indispensables para la existencia de una
explicación nomológico-deductiva, también lo es la especificación de las condiciones
iniciales. Ningún proceso singular puede ser explicado exclusivamente con generalizaciones,
como tampoco puede ser deducido prescindiendo de leyes generales.
En la vida diaria, las informaciones ofrecidas sobre sucesos cotidianos, muchas veces
son epítomes de explicaciones nomológico-deductivas más complejas. En esos resúmenes
damos por supuestas una serie de condiciones iniciales muy evidentes. A esas explicaciones
con premisas suprimidas, dadas por supuestas por obvias, se les llama entimemas. En
ocasiones estos entimemas conducen a ciertas falacias. Para esclarecerlas, lo correcto es
desarrollar la explicación completa para poner de manifiesto los errores. Cuando decimos:
‘fulano es mortal porque es hombre’, estamos suprimiendo la generalización: ‘todos los
hombres son mortales’. De la misma manera podemos sostener: ‘fulano es inquieto porque es
hombre’ lo cual se basaría en una suposición personal: ‘Todos los hombres son inquietos’,
pero esta generalización difícilmente podría contrastarse empíricamente en forma exitosa.
Se llama “deducción” a una forma de razonar cuyo itinerario se inicia con
generalidades (leyes), para ir hacia enunciados particulares (sucesos singulares). Una
propiedad lógica de esta forma de explicación, cuya importancia es insoslayable en el
conocimiento de las ciencias fácticas, sostiene: la verdad de las premisas se trasmite a la
conclusión. Siguiendo a Popper, la importancia adquirida por esta característica se manifiesta
con toda claridad recorriendo el camino en sentido inverso: la falsedad de la conclusión se
trasmite a las premisas, muy a menudo a la ley o una de las leyes. Si en lugar de una
explicación fuera una predicción, la conclusión debería enunciar la ocurrencia del proceso. En
caso de no suceder lo predicho, la conclusión es falsa. Como la deducción era lógicamente
una inferencia forzosa, al ser falsa la conclusión, inevitablemente debe ser falsa por lo
menos una de las premisas. El camino para determinar dónde está el error comienza por
revisar los elementos observables, las condiciones iniciales o cláusulas protocolarias. Si se
establece su corrección, la única posibilidad es admitir la falsedad de la ley inicial, o de una
de ellas para el caso de haber varias. Según algunos de los más connotados epistemólogos,
este ha sido el procedimiento lógico característico de la física y de la astronomía para decidir
la verdad o falsedad de sus leyes.
Con esta estructura se pueden explicar los acontecimientos particulares, y además,
como acabamos de ver, poner a prueba las propias leyes de las ciencias fácticas. Este tema,
interesante en sí, no es relevante para los objetivos de este trabajo.
185
Karl Raymond POPPER. La lógica de la investigación científica. Tecnos, Madrid, sexta reimpresión, 1982,
de la primera edición en castellano de 1962. Página 57. Los subrayados son del autor. El original en alemán es
de 1934.
136
a la generación anterior dentro del mismo grupo, si como tal existía, o con relación al grupo
más amplio del cual se desprendió.
De esta manera, aunque percibimos repeticiones dentro de la vida social, esas
repeticiones se producen en lapsos limitados. Los hombres se levantan todos los días y repiten
una serie de acciones cotidianas, pero nada los obliga a eso, cuando toman vacaciones suelen
adoptar otras repeticiones o hacer más variada su vida. Los procesos productivos son
repetitivos, pero no siempre los resultados son los mismos. Durante ciertos períodos, incluso
de varios siglos, la vida parecería reproducirse de la misma manera, pero el estudio del pasado
nos muestra cambios entre las formas de relacionarse, soñar y trabajar en la República
Romana y en la Edad Media por ejemplo.
Quizá nos tocó vivir una situación ‘privilegiada’ para percibir los cambios. Los dos
últimos siglos han presenciado una aceleración de las transformaciones sociales, políticas,
económicas, culturales sin precedentes, por lo menos desde hace seis mil años y
presumiblemente desde la aparición del ser humano sobre la Tierra. Antes del siglo XVIII
mujeres y hombres nacían y morían en el mismo mundo, en él habían nacido y muerto sus
padres, abuelos, etc. A partir de la Revolución Industrial, en la cultura se producen
alteraciones significativas durante la vida de una persona. Los hijos ya no nacen en el ámbito
donde nacieron y se criaron sus ancestros. Su formación estuvo marcada por estímulos
distintos. Las diferencias generacionales adquieren una importancia enorme, nunca antes
tenida y provocan problemas antes desconocidos. Eso permitió decir a Marc Bloch, citando un
proverbio árabe: “los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres”.186 Es más, en la
actualidad, durante la vida de un ser humano promedio, se originan cambios profundos como
para provocarle severos trastornos psicológicos. No es casualidad la aparición del sicoanálisis
hace poco más de un siglo.
Durante muchos milenios, las sociedades tendieron a valorar positivamente la madurez
y la ancianidad. Allí estaba depositada la sabiduría acumulada. Un viejo dicho popular rezaba:
“El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo”. En la actualidad, los ancianos, e incluso
la gente madura, tienden a constituirse en una carga, un estorbo.
Muchos conocimientos necesarios para desempeñarse eficientemente son nuevos y
difíciles de entender y aceptar por los mayores. Muchas empresas prefieren no tener
empleados con más de cuarenta años, y buscan recursos para desprenderse de quienes rebasan
esa edad.187
La juventud es valorada en forma mucho más positiva. No parece casual esa
coincidencia entre el inicio de la Revolución Industrial y esa inversión de la valoración de los
seres humanos. La primera “ruptura” generacional, el Romanticismo, fue igualmente el primer
movimiento moderno de exaltación de la juventud y rechazo de la madurez y la senectud. La
frase de Lord Byron: “Líbrame Dios mío de una vejez respetable” se convirtió en su lema. La
respetabilidad también fue blanco de los dardos de aquella juventud romántica.
La velocidad de los cambios en las tecnologías de la cibernética, dejan atrás a quienes
han vivido más, entonces se produce el fenómeno del padre dependiente del hijo para resolver
muchos problemas. Eric Hobsbawm lo presenta con mayor efectividad:
186
Marc BLOCH. Introducción a la Historia. FCE. México, quinta edición, 1967. Página 32.
187
Marginalmente, es interesante notar lo paradójico de una sociedad con una importante inversión de energía
creativa para prolongar físicamente la vida humana y luego no saber cómo desprenderse de aquellos cuya vida
ha prolongado. La moda de lo desechable nos ha influido como para considerar desechable también a la gente,
sin provocar demasiadas objeciones.
138
188
Eric HOBSBAWM. Historia del siglo XX. Editorial Crítica, 1994. Página 13. El original se titula Age of
extremes the short twentieth Century 1914-1991. Londres 1994.
189
Ibidem.
190
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. La naturaleza del conocimiento histórico. UAEM, Toluca, 1994. Página
270.
191
El diccionario define “entropía” como “Medida del desorden de un sistema. Una masa de sustancia con sus
moléculas regularmente ordenadas, formando un cristal, tiene mucho menor entropía que la misma sustancia
en forma de gas con sus moléculas libre y en pleno desorden”. En física se utiliza para un orden en proceso de
desordenarse.
139
192
Amílcar O. HERRERA. La larga Jornada. Siglo XXI, México, 1981. También Arthur KOESTLER. Los
sonámbulos. Conacyt, México, 1981 y Jano. Debate, Madrid, 1981.
193
John BURY. La idea de progreso. Alianza, Madrid, 1971.
194
Karl Raymond POPPER. La sociedad abierta y sus enemigos. Paidós, Barcelona, segunda reimpresión en
España, 1982. Capítulo 25, páginas 422 a 440.
195
Karl Raymond POPPER. Miseria del historicismo. Alianza-Taurus. Madrid, segunda edición en “El libro de
bolsillo”, 1981. Páginas 119 a 134.
140
En todo lo anterior existe la ambigüedad acerca del lugar donde se ubican las leyes. La
forma de hablar hace creer en la existencia de leyes reguladoras del mundo exterior, con
independencia de nosotros, derivado de la creencia en una naturaleza predeterminada.
En el mejor de los casos, la fe en las “leyes” sociales también estaba basada en la
creencia acerca de la determinación de la sociedad. Es el discurso heredado de los siglos
XVIII y XIX. Para los ilustrados las leyes existían en la naturaleza y la tarea del científico era
descubrirlas. Los positivistas acentúan esa creencia y la extienden a las ciencias sociales. Tal
vez Marx sea uno de sus propagandistas más efectivos. Aborda esa convicción en varios
pasajes; sin embargo, como para muestra alcanza un botón, es suficiente con mencionar dos
cláusulas del prólogo a la primera edición alemana de su obra más famosa, donde sostiene:
196
Karl MARX. El capital. Akal, Madrid, 1976. Páginas 17 y 18.
141
197
L. CASTELLANI y L. GIGANTE. Einstein. En LOS HOMBRES de la historia. Centro editor de América
Latina, Buenos Aires, 1968. Página 41
198
Ernest NAGEL. Op. Cit., capítulos IV y V, entre las páginas 56 y 107. Lo citado está en la página 58.
142
fantasmas tienen pie plano’, reúne los requisitos necesarios de cualquier generalización legal,
pero no es posible realizar su verificación (ni su falsación), porque no hay evidencias de la
existencia de fantasmas, por tanto, no puede integrarse en ningún sistema de leyes aceptado.
Tampoco la Ley de la Relatividad puede ser directamente corroborada, aunque existen
múltiples elementos para integrarla dentro de un sistema de nociones teóricas elaboradas por la
física.
En estos casos es interesante el tratamiento popperiano. Para este autor, las leyes de
alto nivel de generalización no pueden contrastarse directamente, por lo cual es necesario
realizar deducciones a partir de ellas hasta llegar a enunciados sobre procesos directamente
observables y atestiguar con ellos la verdad o falsedad de la conclusión. Si, como ya vimos, se
puede establecer la veracidad de las cláusulas protocolarias o condiciones iniciales, la falsedad
de la conclusión establecerá la falsedad de la ley. Si la predicción se cumple, entonces
provisoriamente seguiremos aceptando la ley como verdadera hasta el surgimiento de alguna
instancia particular negativa.199 El procedimiento es estrictamente deductivo y lógico.
3° - La predicación de una ley debe referirse a un universo mayor de aquellos
elementos de juicio a partir de los cuales pudo ser formulada.
Si formulamos una generalización referida a todos los artistas de la Grecia clásica, no
será un universal irrestricto, porque el universo sobre el cual predica es finito, no pueden
aparecer en el futuro artistas de la Grecia clásica. Esa generalización puede considerarse como
una forma resumida de establecer un número determinado de enunciados singulares, cada uno
de ellos referido a un artista particular, hasta agotar la totalidad de los mismos. En este caso, es
posible probar la verdad del enunciado global, al establecer la verdad de cada uno de los
enunciados singulares. A estos enunciados se los llama “datos históricos”.
199
Karl Raymond POPPER. La lógica… Op. Cit., página 39 a 47.
200
Ernest NAGEL. Op. cit., Página 70.
143
distintos. Un ejemplo: ‘Si Porfirio Díaz hubiera permitido a Francisco Madero postularse a la
vicepresidencia, para las elecciones de 1910, la Revolución Mexicana no hubiera ocurrido’.
En física, la práctica de formular este tipo de enunciados puede cumplir una función
saludable, precisamente por haber trabajado tanto tiempo con leyes como las mencionadas por
este autor. En ciencias sociales, donde no se manejan leyes sino tendencias susceptibles de
cambiar en cualquier momento, es excesivamente incierto y temerario utilizar esos recursos.
En el conocimiento histórico se le llama “Historia de si…” y se recomienda no practicarla.
Hace pocas décadas, un historiador británico la recomendó como un ejercicio teórico;
la consideraba fecunda para estimular la profundidad analítica de los investigadores, siempre y
cuando no aparezcan como hipótesis alternativas en la exposición de los resultados de una
investigación. También un filósofo británico la recomienda por razones más discutibles.201
4.3.3 – Leyes estadísticas. Otros enunciados, cuyo comienzo no utiliza las voces
“todos” o “ninguno” sino un porcentaje, son las leyes estadísticas, cada vez más utilizadas en
las ciencias fácticas. Ejemplo: ‘El setenta por ciento de los bebedores padecen cirrosis
hepática’. Es necesario definir con precisión lo considerado “bebedor” y la enfermedad. La
exactitud de estas leyes puede ser sorprendente, pero sus consecuencias sobre la explicación
nomológico-deductiva son diferentes.
Cuando en una explicación figura una ley de este tipo, la conclusión no puede referirse
a una instancia individual. Utilizando el reciente ejemplo: basados en esa ley no se puede
predecir la adquisición de la enfermedad por un bebedor particular. Para Hempel es posible
establecer una conexión, llamada por él “inductiva”, según la cual se predice a ese bebedor
una alta probabilidad de adquirir la enfermedad.202 Sin embargo, aparte de la imprecisión del
vocabulario, también es problemática la aceptación de la propuesta. Supongamos a ese
bebedor como trabajador de un determinado ramo. Sobre esos trabajadores se ha formulado
otra generalización estadística según la cual ‘el cuarenta por ciento de quienes laboran en esas
tareas padecen cirrosis hepática’. El individuo no puede tener al mismo tiempo el setenta y el
cuarenta por ciento de probabilidades de adquirir la enfermedad y sería descabellado combinar
los porcentajes. En estos casos no existe inferencia forzosa, porque el caso particular no está
implicado necesariamente en las premisas.
La biología genética ha formulado leyes de gran precisión como la siguiente: al
cruzarse dos heterocigóticos (seres con un gen dominante y otro recesivo) una cuarta parte de
la descendencia inmediata será homocigótica dominante, otra será homocigótica recesiva y el
cincuenta por ciento será heterocigótica. Para contrastar esta ley, los trámites corroborativos
pertinentes deben realizarse sobre un universo considerable, porque en pequeñas cantidades
disminuyen las garantías de su ocurrencia. En un solo caso no existen garantías.
Para nosotros revisten mucha importancia, porque con este tipo de leyes operan en
forma intensa las ciencias sociales; no debemos perderlas de vista. Esas leyes estadísticas
permiten inferencias forzosas sobre acontecimientos de masas, sobre porcentajes. En el
ejemplo visto, si bien no podemos predecir la adquisición de la enfermedad por parte de un ser
humano concreto, conociendo la cantidad de bebedores existentes en un país, es posible
predecir la cifra de decesos por ese padecimiento, para un horizonte temporal determinado.
201
Lawrence STONE. El pasado y el presente. FCE. México, 1986. También lo hizo más ampliamente Isaiah
BERLIN. Contra la corriente. FCE. México, 1983. El segundo no es historiador sino filósofo, ocasionalmente
ocupado con ciertos temas teóricos en torno, tanto al proceso como al conocimiento histórico.
202
Carl G. HEMPEL. La explicación científica. Paidós, Buenos Aires, 1979. Páginas 370 a 418.
144
203
Lucien FEBVRE. Combates por la Historia. Ariel, Barcelona, cuarta edición, diciembre de 1975. Páginas
41, 126 y 228. La última frase es citada por Marc BLOCH, en Introducción a la Historia. Op. Cit. Página
156, quien lo toma de La Terre et l’Évolution humaine, del mismo FEBVRE. Página 201.
145
sociedades. Muchas de esas posiciones teóricas básicas pueden combinarse y hay quienes lo
han hecho, dando lugar a interpretaciones de diversos tipos.
Los estudios de Thomas S. Kuhn muestran la forma de funcionar de la física y otras
ciencias de la naturaleza, en las cuales, durante ciertos lapsos, la comunidad de científicos
dedicados a esa disciplina aceptan y utilizan una misma teoría para dirigir su actividad.
Cuando intercambian opiniones, lo hacen sobre una base teórica común. A esa teoría, él la
llama “Paradigma”, y su virtud es facilitar el entendimiento entre los cultivadores de esa
ciencia. En el conocimiento histórico jamás ha ocurrido algo similar. Cuando se advirtió la
dificultad, se exigió a cada historiador exponer y explicar sus bases teóricas, para evitar
discusiones estériles, cuyas diferencias están en esos fundamentos iniciales y no en los
desarrollos posteriores. Eso no ha evitado publicaciones con una teoría declarada, luego
contradicha por muchas de sus propias afirmaciones posteriores.
Lamentablemente, la gran mayoría de los “historiadores” van deslizando sus
“presuposiciones” durante el desarrollo de sus trabajos, muy asiduamente en forma implícita,
lo cual genera confusiones importantes y otorga a la disciplina un cierto aire de
improvisación, de antojadiza, por alejarla de la seriedad y la trascendencia, considerada
característica de las ciencias naturales por la opinión general. Esta ausencia nos obliga a tomar
como ejemplos diversos casos de explicaciones ofrecidas, no solamente por distintos
especialistas, sino inclusive por un mismo historiador.
1° - En una de las obras históricas más trascendentes y famosas de mediados del siglo
XX, Fernando Braudel explica la rápida ocupación turca de los Balcanes en el siglo XVI.
Luego de establecer cómo, la relativa riqueza del territorio, en la época, pudo dificultar su
invasión, afirma:
Sin ser los únicos elementos invocados en la explicación, parece ser la parte sustancial
de la misma. En el párrafo y la página siguiente abunda: “Esta realidad social explica los
estragos y los éxitos fulgurantes de los invasores”.
Si analizamos parte por parte esta explicación, notaremos la existencia de una serie de
generalizaciones no explícitas. Parece sugerir una: ‘las divisiones y rivalidades existentes
entre los diversos pueblos de una región, debilitan sus defensas y favorecen al invasor’. No se
puede estatuir un universal irrestricto afirmando: ‘las divisiones y conflictos entre los grupos
habitantes de una misma región, favorecen la invasión y conquista de su territorio’. Podrían
citarse procesos donde la amenaza exterior hizo todo lo contrario, generó la unidad y pospuso
las diferencias intestinas. En casos como este, es preferible concebir una generalización
estableciendo la probabilidad estadística de cada una de las diferentes respuestas. El mismo
Braudel nos da una pista sobre ese caso concreto, en su conclusión:
204
Fernand BRAUDEL. El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. FCE. México
1953. Tomo I, página 550.
146
205
Ibidem. Página 551
206
José HERNÁNDEZ. Martín Fierro. Porrúa, colección “sepan cuantos…”N° 216. México, 1990. Página 102.
147
como todavía operantes en nuestra época y, presumiblemente, en algún futuro;207 ese futuro
siempre será limitado, circunscrito y la generalización podrá cerrarse en cualquier momento.
Los factores más valorados para esta explicación son aquellos cuya transformación es más
lenta. Al estudiar variables con ritmos de cambio más acelerados, el peso y la importancia de
esas características va decreciendo.
Esas permanencias y repeticiones son generalizaciones acerca de relaciones entre
diversas variables. Evidentemente no pueden ser llamadas “leyes” en la misma forma de las
analizadas por Nagel, pero si fueran conscientemente formuladas con la máxima precisión
posible, su estructura sería similar a la de las leyes probabilísticas, aunque cerradas.
3º - En algunas Historias superficiales, se ha explicado la Reforma Anglicana a partir
del atractivo ejercido por “los ojos azul profundo” de Ana Bolena sobre Enrique VIII. André
Maurois rechaza esa explicación, sustituyéndola con la necesidad de un heredero varón para
sucederlo en el trono. La primera esposa de Enrique, Catalina de Aragón, le dio a María, su
primogénita, luego sufrió varios abortos y ya no podía tener otros hijos. Aunque, a diferencia
de Francia, en Inglaterra no regía la ley sálica, desde la coronación de Guillermo de
Normandía, en 1066, solamente una mujer había ocupado el trono. Su período constituyó un
continuo desorden.208
Al casarse con Enrique, Catalina era viuda del hermano mayor: Arturo. Un pasaje del
levítico prohibía el casamiento con la cuñada. El obstáculo se salvó, porque presionado, el
Papa declaró nulo por no consumación el primer matrimonio de Catalina. Al no tener hijos
varones, con el correr de los años, Enrique comenzó a atribuir esa carencia a la maldición de
su matrimonio por haber violado las sagradas escrituras y, por lo mismo, a acariciar la idea del
divorcio. Durante cierto período ocultó sus temores y convicciones porque aspiraba casar a
María con Carlos V y este era sobrino de Catalina, pero cuando finalmente el nieto de los
Reyes Católicos contrajo matrimonio con una infanta portuguesa, nada impedía a Enrique
legalizar su amor por Ana y buscar un heredero legítimo. Nada, excepto el Papa, dominado
por el emperador.
Estas circunstancias explican, según el autor, la decisión de romper con la curia
romana, para erigir la Iglesia Anglicana, cuyo jefe espiritual sería el mismo rey.209
La explicación de esta acción individual con repercusiones sociales, políticas y
religiosas de largo alcance, basa su sustento en las intenciones de una persona, elementos
imposibles de contrastar empíricamente. Sin embargo, tras esa fachada historicista, se dan por
supuestas ciertas generalizaciones, también bastante obvias.
Incluso, sin los problemas sucesorios, en sociedades machistas (todas las culturizadas)
tener hijos varones siempre ha sido un deseo paterno y muy a menudo también materno.
Adicionalmente, en los países monárquicos, la abrumadora mayoría de los reyes han sido
hombres. Se ha generado así un prejuicio muy común: creer, a pesar de toda la evidencia en
contrario, en una mayor aptitud de los varones para gobernar. Precisamente en Inglaterra, la
hija de Ana Bolena, como su homónima castellana, darían un sonado mentís a tal convicción.
Pero en el imaginario popular, eso no elimina la existencia de una generalización de ese tipo.
En el imaginario no tan popular, mueve a risa, pero también está difundido: un “historiador”
207
Como confirmación de lo propuesto, años más tarde, nuevamente la región estuvo asolada por enfrentamientos
armados, cuyo resultado fue la disolución de Yugoeslavia y el resurgimiento de una serie de pequeños estados.
208
La ley sálica prohibía a las mujeres gobernar y trasmitir los derechos al trono,
209
André MAUROIS. Historia de Inglaterra. Plaza y Janés, Barcelona, 1968. Páginas 844 y 845.
148
del siglo XX, entre las virtudes de Isabel la católica de Castilla, enumera “su espíritu varonil”;
otro historiador, ahora inglés, la califica como “no excesivamente femenina”. 210
Al analizar más detenidamente el razonamiento de estas explicaciones de procesos
sociales por acciones personales, vemos combinarse varias generalizaciones del mismo tipo.
Creemos fácil advertir la diferencia radical entre leyes como esas y las propuestas por los
epistemólogos citados más arriba. Walsh las considera creaciones del sentido común, referidas
al comportamiento de los humanos. Además de ser más imprecisas, vagas y discutibles, esas
concepciones generales no resultan de una investigación deliberada de la realidad para
establecerlas. La diferencia estriba en la finalidad del conocimiento histórico.
Por lo visto, en ningún instituto de formación de historiadores se enseña a generalizar
para permitir la comprensión de instancias individuales. Al analizar cada caso se acude al
auxilio de todo lo tenido a su disposición por el investigador. En primer lugar, las tendencias
surgidas de su propia investigación son generalizaciones pero no leyes, parten de instancias
individuales, pero en cada región pueden tener significación y consecuencias diferentes.
También se acude a los avances y resultados de las otras ciencias sociales y aun de las
naturales. Muy a menudo, de convicciones derivadas de su propia formación y reflexión, del
medio cultural en el cual creció y del análisis del mismo, desarrollado junto con su experiencia
personal. Sería enriquecedor si estas últimas fueran deducidas de un marco teórico organizado
y lógico, pero cuando valoramos el trabajo de muchos historiadores, es difícil mantener
semejante esperanza.
En el caso concreto visto, esa explicación no es aceptada unánimemente. Aunque su
tercera esposa le dio el hijo varón tan anhelado, según se dice, Enrique VIII siguió
divorciándose hasta casarse varias veces. Todas las otras explicaciones del mismo suceso
también acuden al auxilio, aunque sea en forma inconsciente, de generalizaciones de ese tipo.
Análisis más profundos han formulado otros tipos de explicaciones, tomando en cuenta
el entorno y la sociedad. Cuando se reformó la iglesia británica, estaba en ascenso el
capitalismo. Del dinero recaudado por la Iglesia católica, una buena parte iba a parar a Roma
para las obras del Vaticano. Eso ocurría en todos los países. La burguesía británica fue la
primera en señalar el enriquecimiento de la Curia Romana y el “empobrecimiento” de
Inglaterra. La reforma anglicana no se impuso por la voluntad de Enrique VIII; no hubiera
sido el primer rey en ser echado y hasta eliminado por su propio pueblo. Se impuso por el
apoyo recibido de las clases pudientes para sostener la nueva iglesia y el “papado” del rey. No
es la voluntad de quienes mandan, sino el apoyo recibido de su sociedad la fuerza para
cambiar situaciones antiguas y arraigadas. Lo otro es anécdota, en muchos casos digna de
revistas del corazón.
El avance de la burguesía, en ciertas partes de Europa, promovió la aparición de
religiones no contrarias a sus intereses. Así fueron surgiendo grupos heréticos y reformadores
hasta concretar la Reforma a comienzos del siglo XVI. En ese contexto, Enrique VIII solo se
limitó a sumarse a esa tendencia. Quien mejor interpretó y defendió los intereses de los
capitalistas, en el siglo XVI, fue el calvinismo, cuya imposición en el siglo siguiente a través
210
La primera cita es de un texto de amplio uso en la enseñanza secundaria durante muchísimos años: José
TERRERO. Historia de España. Ramón Sopena, Barcelona, 1958. Página 279. La segunda corresponde a
John LYNCH. España bajo los Austria. Península, Barcelona, 1970. Tomo I, página 7.
Una de las pruebas más contundentes de la afirmación de Einstein sobre la infinitud de la estupidez humana son
los miles de años en los cuales lo único de lo cual se podía estar seguro al nacer un ser humano era de su madre.
Sin embargo los hijos heredaban, y siguen heredando, el apellido del padre.
149
Nagel lo utiliza como un elemento cuantitativo, cuando muchas personas presionan en pro de
una determinación.
Millones de acciones individuales de seres humanos muy poderosos no tuvieron la
menor importancia y fueron olvidadas, precisamente porque eran eso: acciones estrictamente
individuales, sin ninguna repercusión social. A un acontecimiento se le adjudica el calificativo
de “histórico” por su relevancia colectiva.
En su Martín Lutero, Lucien Febvre pone de manifiesto la peripecia individual del
monje agustino por una preocupación espiritual personal, pero muy difundida en su época. Por
esta difusión, lo propuesto por Lutero tuvo enorme eco en la población alemana. Muchas otras
predicaciones anteriores y posteriores no tuvieron la misma contestación, porque no
respondían a las preocupaciones existenciales de amplios sectores sociales. Alberto Tenenti
puso de manifiesto el origen de algunas de las inquietudes colectivas anteriores a la difusión
fulminante de las ideas expresadas por Lutero.
La explicación de una acción individual sin repercusiones históricas carece de
importancia para el historiador, puede ser alimento del novelista. Cuando André Maurois nos
explica la “infidelidad” de Ana Bolena, a fin de complacer a Enrique con un heredero, al
sospechar fuera él quien no pudiera engendrar un varón, expone una peripecia individual sin
ninguna importancia y, aunque a ella le costó literalmente la cabeza, su omisión no altera un
ápice la Historia de Inglaterra. No se trata de un acontecimiento “histórico”, si por esto
aceptamos aquellos cuyas consecuencias afectaron a algún grupo social, o un importante
número de personas.
Adicionalmente, este ejemplo nos permite apreciar cómo, la atribución de intenciones
es completamente controvertible. Otros historiadores han concebido otras intenciones para
explicar las mismas acciones. Ana pudo haberse enamorado de otro hombre. Enrique pudo
haber tomado en cuenta la riqueza a adquirir, al separar la iglesia Británica del Vaticano. Con
estas especulaciones se puede seguir indefinidamente. Además, los impulsos conducentes a
tomar ciertas decisiones pueden ser totalmente inconscientes. Esas vías nos llevarían, no solo a
la incertidumbre, sino al peligro de multiplicar hipótesis sicológicas, irrelevantes en este caso.
Las explicaciones históricas suelen ser entimemas; casi nunca se hacen explícitas las
generalizaciones tenidas en cuenta para su formulación. También son probabilísticas porque
sus premisas no implican necesariamente su conclusión, sino con cierto grado de probabilidad.
Consecuentemente, no sirven para predecir; con la información disponible hubo diversas vías
de acción posible. Nagel dice: “la verdad de las premisas de una explicación histórica es
totalmente compatible con la falsedad de la conclusión”. 213 Es correcto.
A la explicación causal de las ciencias de la naturaleza se le exige dar cuenta de las
condiciones necesarias y suficientes para la ocurrencia del fenómeno explicado. Los
historiadores, y todos los científicos sociales, solamente pueden mencionar algunas de las
condiciones necesarias, siéndole totalmente imposible mencionar las condiciones
suficientes.
Son ‛necesarias’ aquellas condiciones sin las cuales el proceso a explicar no podría
producirse, pero cuya ocurrencia no garantiza la producción del mismo. Son ‛suficientes’
aquellas condiciones cuya confluencia necesariamente debe producir el acontecimiento a
explicar.
En el primer caso, pueden producirse las condiciones sin provocar la consecuencia,
porque difícilmente el historiador puede conocer todos los condicionantes para ocasionar el
213
Ernest NAGEL. Op. Cit. Página 502.
151
acontecer, otras muchas no las enuncia por parecerle demasiado obvias. De allí surgen las
reservas para aceptar las explicaciones de procesos particulares, no solamente para el
conocimiento histórico y las ciencias sociales, sino también para varias ciencias naturales. La
más común de esas reservas es la cláusula ceteris paribus, la cual acepta una explicación
“siempre que otras cosas sean iguales”. 214
4.4.2 – Tratamientos diferentes. Algo llamativo en los epistemólogos provenientes
del campo de las ciencias naturales, con particular intensidad de la física, es el aflojamiento de
las exigencias cuando se enfrentan con las ciencias sociales y muy particularmente con el
conocimiento histórico. Dos de esos ejemplos son Nagel y Hempel.
El primero, luego de establecer condiciones rigurosas a las leyes científicas, acepta las
generalizaciones utilizadas implícitamente por los historiadores, como válidas para la
explicación de carácter probabilístico. El segundo, en un artículo posterior, amplía lo señalado
en la obra mencionada anteriormente. Declara a las formas de explicación como la
nomológico-deductiva, vista anteriormente: “idealizaciones teóricas” sin pretensiones de
reflejar la manera de operar de los científicos. Menciona los entimemas, a los cuales llama
“forma elíptica de explicación”. Luego habla de “explicaciones parciales” en las cuales la
conclusión está solo parcialmente explicada en las premisas, pues éstas implican como
“consecuencia” una gama variada de acontecimientos, uno de los cuales fue el explicado pero,
con esas mismas premisas podía haber sido explicado cualquiera de los otros. Los procesos
históricos, dice, generalmente deben ser explicados de esta manera porque:
Finalmente, cuando una explicación se separa de los patrones ideales a mayor distancia
de la vista en los dos casos anteriores, lo admite como un “esquema de explicación” (en la
obra citada antes lo tradujeron como ‛esbozo’). En ese caso la descripción explicativa
solamente sugiere las directrices con las cuales se puede generar un argumento más claramente
razonado, al permitir la formulación de una explicación ajustada al esquema visto. Pero:
214
José FERRATER MORA. Diccionario de Filosofía. Alianza Editorial. Madrid, quinta edición en “Alianza
Diccionarios”, 1984. Tomo I – A – D. Página 478. “Ceteris paribus - Puede traducirse por “siendo todas las
cosas iguales”. “en igualdad de condiciones”, “en igualdad de circunstancias”. La cláusula ceteris paribus
restringe el alcance de oraciones declarativas. Consideremos la oración “A causa B”. De cambiar las
condiciones en que se encuentra A puede ocurrir que A no cause B, por lo que se entiende, afírmese o no
explícitamente, que A causa B ceteris paribus. La función de la cláusula de referencia queda clara en muchos
ejemplos de condicionales. Consideremos: “Si se aprieta el gatillo de una pistola cargada con pólvora y bala se
dispara la pistola”. Si suponemos que la pólvora está mojada, entonces no se disparará la pistola. Por lo tanto el
condicional mencionado es entendido ceteris paribus. La cláusula ceteris paribus no resulta necesaria si se
especifican todas las condiciones en que se supone que tiene lugar algo. Desde este punto de vista, la cláusula
pone de relieve el conjunto de condiciones necesarias y suficientes.
215
Carl G. HEMPEL. “La explicación en la ciencia y en la Historia”, en Etienne BALIBAR y otros. Teoría de la
Historia. Terra Nova, México, 1981. Página 44.
216
Carl G. HEMPEL. “La explicación científica. Op. cit. Página 244.
152
La diferencia entre estas tres posibilidades, nos dice, “es un asunto de interpretación
sensata”, con lo cual la imprecisión invade todo el razonamiento. “No pueden establecerse
reglas de decisión inequívocas” para determinar la categoría en la cual encuadrar una
descripción explicativa.
Luego afirma: las explicaciones históricas están basadas subyacentemente en ‛leyes’ de
la sicología, la economía y “en parte quizá históricas”. También recurre frecuentemente el
historiador a leyes físicas, químicas, biológicas; pero al ejemplificar esto confunde la forma de
operar del trabajo historiográfico, pues pone como ejemplo las técnicas de datación, como el
carbono 14, el uso de los anillos mostrando los años de crecimiento de los árboles, el
establecimiento de la autenticidad de los documentos, las monedas, las obras de arte, etcétera,
sin percibir, aparentemente, la diferencia entre técnicas para permitir establecer las bases
necesarias para una interpretación y la explicación histórica misma cimentada en la inclusión
de esas bases como cláusulas protocolarias, como condiciones iniciales, mas no como leyes.
La conclusión extraída de lo anterior es extraña: sostiene la falta de fundamentos de la
separación entre “descripción pura”, y “generalización hipotética y construcción teórica”. Si
bien la proposición puede considerarse plausible, no se alcanza a captar el proceso lógico para
derivarla de lo anterior.
En esta culminación coincide con Lucien Febvre: sostiene la inexistencia de los
“hechos” en sí; es necesario crearlos, el investigador debe generarlos de acuerdo con sus
valores, no solo en el conocimiento histórico, sino también en el resto de las ciencias fácticas,
sean naturales o sociales.
En una obra anterior, de Ernest Nagel con Morris Cohen, se pone de manifiesto la
contradicción entre dos afirmaciones comúnmente formuladas por las mismas personas. Una
establece como única forma de comprender el presente, el conocimiento ‛del pasado’. La
segunda contrapone ciencia natural y conocimiento histórico, porque la ciencia aspira a
establecer leyes sin referencias temporales de ningún tipo, mientras el segundo estudia sucesos
particulares uno de cuyos ingredientes inevitables es la ubicación temporal.
De esas afirmaciones deducen: “los métodos lógicos generales”, característicos de la
ciencia, “no promueven nuestra comprensión del presente”, lo cual es una falacia. El error se
ubica al conectar el estudio de casos particulares localizados temporal y espacialmente, con la
no utilización de generalizaciones del mismo tipo de las empleadas por las ciencias. Para ellos
es incuestionable la necesidad de suposiciones por parte de cualquier estudioso de un
fragmento del pasado humano.
217
Morris COHEN y Ernest NAGEL. Introducción a la lógica y al método científico. Amorrortu. Séptima
reimpresión, 1990. Original en inglés 1934. Tomo 2, página 154 y 157.
153
218
Morris COHEN y Ernest NAGEL. Op. Cit. Tomo 2, páginas 176.
154
219
Jürgen KUCZYNSKI. Evolución de la clase obrera. Guadarrama, Madrid, 1967. Páginas 52 y 53.
155
Hay una diferencia fundamental con las ciencias fácticas de la naturaleza, si bien esto
nos permite explicar algunos aspectos del pasado humano, de ninguna manera nos autoriza
a predecir el porvenir, porque en cada etapa, si observamos atentamente, veremos
presentarse diversas posibilidades de acción. Una de ellas se producirá, pero antes de haber
ocurrido, no se podía, racional y lógicamente, prever cuál, inevitablemente, debía suceder.
La circunstancia concreta de haberse confirmado fácticamente alguna profecía sobre
sucesos humanos, no es prueba en contrario, porque el acierto puede ser una coincidencia
220
Carl G. HEMPEL. La explicación en la… Op. cit. Página 51
156
fortuita. Para aceptarla como predicción debería explicarse su estructura lógica y las pruebas a
favor de su(s) ley(es).
Las ciencias sociales realizan una serie de profecías (predicciones) en su tarea
cotidiana, pero todas son de corto o mediano plazo. Algunos gobernantes buscan actuar
teniendo en cuenta la forma prevista de evolución de la realidad. Las empresas de
investigadores motivacionales y la propaganda moderna actúan de la misma manera, cuando
buscan influir en las decisiones futuras del público. En un muy alto porcentaje de los casos,
esas profecías se cumplen, porque son a un futuro muy próximo. No puede ser de otra manera,
están cimentadas en tendencias, no en leyes científicas como las formuladas por las ciencias de
la naturaleza. De todas formas debemos precavernos; cuanto más lejanos temporalmente estén
los acontecimientos profetizados, mayor probabilidad existe del cambio de la tendencia y, por
lo mismo, menor confiabilidad ofrece la profecía.
En explicaciones de este tipo, diversos historiadores pueden escoger distintas variables
para cimentar la base de su explicación, eso depende de la teoría utilizada, de la concepción
general sustentada acerca de las variables básicas para “mover e impulsar” el proceso
histórico. Allí se originan muchos desacuerdos.
4.5.1 – Problemas conexos. Las teorías utilizadas para estudiar el proceso histórico,
no solamente permiten escoger diferentes elementos básicos en los cuales asentarlas, sino
también jerarquizar de otra forma la importancia de las diversas variables.
En el caso de la Revolución Industrial muchas discusiones se han centrado en la fecha
de inicio. La discrepancia es ociosa. Nadie debate sobre lo realmente ocurrido, sino acerca de
la importancia de cada momento particular, es una discrepancia interpretativa, teórica. Este
problema adquiere otras características cuando se trata de procesos complejos con una fecha
de inicio. Allí se suele diferenciar entre causas profundas, generalmente gestadas durante
lapsos considerables, y causa detonante. La última, generalmente algún suceso momentáneo,
pasajero y aleatorio, solo recogido por la memoria histórica, precisamente por ser considerado
el inicio del proceso complejo mayor.
La discusión se ha centrado alrededor de la importancia de esa causa menor, pero
desencadenante. Para algunas teorías, ese acontecer es despreciable y podría omitirse, porque
el proceso hubiera tenido lugar de todos modos, con esa anécdota o con otra. Si ese incidente
no hubiera ocurrido, cualquier otro lo hubiera sustituido. Cuando todo está preparado para
desencadenar una evolución trascendente de larga o media duración, el incidente
desencadenante puede hasta inventarse. 221 Los adversarios admiten la irrelevancia del suceso,
pero sostienen la imposibilidad de asegurar el acaecimiento de otro del mismo tipo, si el
detonante no hubiera ocurrido e iniciado el proceso mayor, lo cual deja planteada la
posibilidad de no haber ocurrido tampoco el último.
En otra obra, ya citada, nos extendimos sobre el asesinato del archiduque Francisco
Fernando de Austria y el inicio de la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial, como ejemplo
típico de ese tipo de discusiones. 222 En este caso el debate es pertinente, ninguno de los
gobiernos de los países beligerantes deseaban ir a la guerra. El emperador no quería a su hijo
221
En la Guerra de Viet Nam, los norteamericanos volaron dos barcos chatarra vacíos en el Golfo de Tonkin,
frontera entre ambas partes y lo anunciaron como un ataque de Viet Nam del norte, motivo para desencadenar
un bombardeo sostenido en el cual tiraron sobre un pequeño territorio más quilos de bombas de los arrojados
sobre toda Europa en la Segunda Guerra Mundial.
222
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. La naturaleza… Op. cit. Páginas 279 a 282.
157
223
La argumentación está basada en Marc FERRO. La gran guerra 191471918. Alianza Editorial. Colección El
libro de bolsillo N° 274. Madrid, 1970. La edición original es del año anterior. Hay una detallada consideración
del acontecimiento.
158
durante la vigencia de la “ley seca”, aplicada en Estados Unidos en la década del veinte del
siglo pasado, y tomando en cuenta la política de algunos países europeos de esa época.
Muchas voces proponen la legalización del consumo como forma de eliminar un factor
importante de atracción. En América del Sur, la República Oriental del Uruguay, con solo 176
mil quilómetros cuadrados, ha legalizado y reglamentado recientemente la producción y el
consumo de mariguana.
Todas esas suposiciones se basan en ciertas generalizaciones no explícitas. Para la
primera, eliminando la producción de droga no podrá haber consumo. Para la segunda, una
disminución del mercado eliminaría gran parte de la ganancia; eso quitaría atractivo al negocio
y disminuiría el poder de los grupos dedicados a ese tráfico. Para la tercera todo lo prohibido
tiene un atractivo especial, sobre todo para la juventud; legalizarla haría desaparecer esa
atracción. Otras posibilidades de esclarecimiento de la asignación de importancia a las
diversas causas de un proceso las expone Nagel en la obra mencionada entre las páginas 524 y
527.
Este rápido esbozo, de asignación de motivos y su peso, permite comprender la cautela
y las prevenciones de los historiadores a la hora de formular juicios contrafácticos, según ya
vimos. Nagel ve la causa de muchos desacuerdos entre historiadores, al valorar “la
importancia relativa de diversos factores causales”. Es la ausencia de reglas claras, uniformes
y organizadas para determinar el peso comparativo de las “premisas que contienen elementos
de juicio” 224. En algunos casos existen “reglas claras”, pero con ellas o sin ellas, la base de los
desacuerdos es la utilización de diferentes marcos teóricos, de los cuales se desprenden
distintas jerarquizaciones.
4.6 – EL DETERMINISMO. Aunque el determinismo a ultranza ha perdido terreno
tanto en el ámbito de la Historia como en el de las ciencias fácticas de la naturaleza, es muy
difícil la desaparición total de su influencia en la investigación. En el conocimiento histórico
una tendencia establecida teóricamente, cuya profecía haya sido negada por la experiencia, no
implica su falsedad. También es clara la imposibilidad de establecer incuestionablemente, por
deducción, en forma puramente lógica, la ausencia de determinación en el proceso histórico.
La enorme vinculación del tema con el de la responsabilidad personal, dificulta en mayor
medida desterrar la ética. Eso pone de manifiesto lo quimérico de buscar algún tipo de acuerdo
para hacer factible el cierre de la discusión.
En sociedades desiguales, donde “el ser social es lo que determina [la] conciencia” de
los humanos; pertenecer a ciertos grupos condiciona la actitud, al adoptar una posición ante la
realidad exterior.
Tanto para aquellos procesos vistos positivamente, como para los considerados
negativos, los seres humanos tenemos necesidad de encontrar responsables. La dificultad
lógica oscurece el problema de la responsabilidad, porque si las cosas están determinadas, si
los procesos no pudieron ocurrir de forma diferente a como lo hicieron, entonces nadie puede
ser responsable por lo sucedido. No habría héroes ni malhechores, tanto en lo individual como
en lo colectivo. Mujeres y hombres serían impotentes para modificar el devenir del proceso
histórico. Quienes actuaron de determinada manera, no podían hacerlo de otra. Se equipararían
a marionetas.
224
Ernest NAGEL. Op. Cit. Página 531.
159
En otra oportunidad tratamos este tema y señalamos sus connotaciones religiosas. 225
Parte de su desprestigio proviene de su asociación con la Filosofía de la Historia, pero esta
atribución es errónea. Si bien toda Filosofía de la Historia es determinista, no todo
determinismo forma parte de una Filosofía de la Historia.
Vistos en la perspectiva pequeña de un país, una nación o una región, en algunos
procesos impresiona la actuación de algunas individualidades o ciertos grupos pequeños, por
la aparente trascendencia del papel desempeñado. Sin embargo, al elevar un poco el punto de
mira y contemplar el proceso en forma comparativa con lo ocurrido en otros países, naciones o
regiones durante la misma epoca, “descubrimos” evoluciones similares, aunque los individuos
o elites protagonistas de esas acciones tuvieron otros nombres y otras fisonomías.
En Iberoamérica, en forma bastante insistente, las Historias nacionales tienden a
derivar sus procesos del caudillo y/o del grupo dirigente, durante el transcurso de un mismo
espacio temporal. Cuando se analiza lo sucedido en otros países del continente, en ese mismo
período, se encuentra una evolución muy similar, con las mismas metas y equivalentes logros.
Si alguna diferencia se hace significativa, suelen advertirse con facilidad sus causas y,
generalmente, no se debe a los individuos titulares del poder sino a factores más impersonales
y anónimos, menos evidentes.
Anteriormente, entre las páginas 38 y 39 vimos lo ocurrido en la segunda mitad del
siglo XIX y los equívocos generados por considerarse aislados del resto del mundo y pretender
su evolución histórica como exclusiva y únicamente suya.
1 En los años treinta y cuarenta del siglo XX, vinculados al avance del
populismo, las figuras de Lázaro Cárdenas, Getulio Vargas, Juan Domingo Perón, José María
Velazco Ibarra y otros líderes menos famosos aparecen como imprescindibles y providenciales
en las Historiografías de México, Brasil, Argentina y Ecuador respectivamente. Eran
personalidades muy diferentes entre sí, procedentes de medios sociales también variados.
2 A partir de los años setenta del siglo XX, el neoliberalismo invadió
Iberoamérica. Esa evolución se adjudica a Augusto Pinochet en Chile, a Carlos Salinas de
Gortari en México, a Carlos Saúl Menem en Argentina, a Alberto Fujimori en Perú, a Carlos
Andrés Pérez en Venezuela. El último, anteriormente había sido un presidente populista.
Vistos en una perspectiva mundial y hasta continental, los procesos sobrepasan a esos
individuos y esas pequeñas elites.
Al apreciar las características tan diferentes de cada uno de los líderes y sus adláteres,
parecería demasiado ingenuo no sospechar la existencia de causas mucho más profundas y
muy por encima de esas individualidades y las pequeñas minorías, supuestamente dirigentes,
con “sus intenciones”. Ver a políticos procedentes de la izquierda encabezar gobiernos
neoliberales, como Paz Zamora en Bolivia, o a peronistas como Menem realizando un giro de
180 grados, desde el populismo al neoliberalismo, estimulan las ideas deterministas, hacen
suponer la existencia de voluntades superiores, fuerzas impuestas a las ideas y la firmeza de
los humanos.226
El caso de Carlos Andrés Pérez es paradigmático. Votado como populista por su
desempeño anterior, sus primeras medidas de gobierno provocaron indignación, mucha gente
225
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. “El determinismo en los procesos históricos” en COATEPEC, Nº 1. Revista
de la Facultad de Humanidades de la UAEM. Toluca, semestre marzo-agosto de 1987. Páginas 34 a 38.
226
Lamentablemente, en la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México, en la
última reforma al Plan de Estudios de la Licenciatura, se eliminaron cuatro cursos semestrales de Historia de
América, los cuales permitían hacer evidente la existencia de similitudes en los procesos en todo el continente
y justificaba buscar las causas muy por encima de la voluntad de los gobernantes y líderes de turno.
160
227
Isaiah BERLIN. Lo inevitable en Historia. Galatea-Nueva Visión, Buenos Aires, 1957.
161
importan nada. Mas para nosotros, dado el corto tiempo que nos toca vivir,
estas frivolidades de la historia devienen nuestro propio destino. 228
Sería ridículo sostener que es posible predecir todo detalle del futuro del
hombre (...) no es menos ridículo sostener que somos completamente
incapaces de predecir nada acerca del futuro humano con alguna seguridad.
Casi todos planeamos nuestras acciones de los próximos días y horas. Mucha gente
conoce los planes de acción de otras personas, relacionadas con ellos. Incluso muchos tienen
pensado su futuro para las próximas semana, meses y a veces, incluso años. Eso se basa en la
posibilidad de prever. Cuando van a tomar un autobús las personas tienen previsto su recorrido
y horario con cierta aproximación. Los ordenamientos jurídicos, políticos, administrativos y de
otro tipo se establecen para lapsos prolongados. La gente actúa dando por sentada su
operatividad en el futuro. Las sucesivas generaciones de mexicanos del último medio siglo no
podían saber los nombres de quienes serían sus futuros presidentes, pero sabían las fechas de
las futuras elecciones, siempre se nombraría una persona diferente, sería de nacionalidad
mexicana y otros detalles. No son altamente precisas, pero para la enorme mayoría se
cumplen, aunque siempre quede un margen amplio de posibilidades, por eso deja en claro:
…todas las acciones humanas son tanto libres como determinadas, según el
punto de vista desde el cual se las considera.230
228
Alexandr GUELMAN, epígrafe a un informe de Mijaíl Gorbáchov en Cuadernos políticos Nº 51. ERA,
México, julio-setiembre de 1987, página 66.
229
Las dos citas son de Ernest NAGEL. La estructura… Op. cit. Página 537
230
Edward Hallett CARR. ¿Qué es la Historia? Seix Barral, Barcelona, quinta edición, 1972. Página 127.
231
Ernest NAGEL. La estructura… Op. cit. Página 543.
162
232
Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI. Algo más sobre la Historia. Teoría y metodología de la investigación
histórica. Ábaco de Rodolfo Depalma. Buenos Aires, segunda edición, 1979. Página 59.
163
Encontramos otra faceta en el caso de los fenómenos térmicos. Estos procesos suelen
ser abordados por tres disciplinas: la termodinámica, la mecánica estadística y la teoría
cinética. La primera procede de acuerdo con los patrones ya vistos, incluyendo los enunciados
descriptivos de los procesos particulares, junto a leyes generales. Las otras dos proceden en
forma diferente. Utilizan preferentemente una forma explicativa de patrón reductivo. Puede
sorprender la inclinación de los físicos a apreciar como verdaderamente explicativas a las dos
últimas, mientras a la termodinámica suelen incluirla entre las teorías fenomenológicas. Enrico
Fermi llegó a sostener:
233
Citado por Norwood R. HANSON. The Concept of the Positron. Cambridge University Press, Cambridge,
1963, página 50. Vuelto a citar por LAMBERT-BRITTAN. Op. cit., página 82.
234
Enrico FERMI. Thermodynamic. Dover Publications. New York, 1937. Páginas IX y X. Citado por
LAMBERT-BRITTAN, Op. cit. página 146, nota 54 del tercer capítulo.
164
historiador en niveles de análisis, tiempos, ritmos, etc., es algo mental. También el físico lo
concibe primero, pero luego lo realiza. El historiador no puede actuar sobre la realidad, su
objeto de trabajo son los vestigios de algo ya inexistente. Por eso, sus interpretaciones siempre
serán discutibles para alguna parte de sus colegas.
Adicionalmente, las divisiones hechas por los historiadores se llevan a cabo en dos
planos; si por una parte fragmenta en niveles de análisis, por otra secciona esos mismos
niveles -y también la globalidad- en forma temporal, construye períodos de cada nivel y de la
totalidad. Todos los procesos históricos se desenvuelven en el tiempo. Las metáforas utilizadas
para caracterizar diversas etapas de un proceso son elocuentes al respecto: la infancia del
Imperio, el otoño de la Edad Media, la decadencia de Occidente, etc.
Cuando un físico se dispone a fragmentar un proceso de la naturaleza, por lo general se
desinteresa totalmente de los aspectos temporales. Para él, las etapas por las cuales pasó su
objeto de estudio, para llegar a constituirse en su realidad actual, son indiferentes. Aquellas
ciencias para las cuales la dimensión temporal es un elemento significativo son clasificadas,
precisamente, como históricas. 235 Para las ciencias históricas los procesos se explican por sus
antecedentes, en ocasiones ocurridos mucho tiempo antes.
Otra diferencia, ya mencionada para otros temas, se refiere a la posibilidad de
divisiones distintas de una misma realidad por parte de diferentes investigadores.
Finalmente, los historiadores tienden a jerarquizar los componentes de la realidad
histórica según el grado de influencia atribuido por ellos mismos, pero diferente a la
valoración de otros colegas. Ninguna de esas posibilidades existe en el proceso explicativo por
reducción para la física.
4.7.2 – La coligación. Por los años setenta y ochenta del siglo XX, se publicó en
español un pequeño manual con mucho éxito en nuestro medio. Su autor, W. H. Walsh, intenta
rescatar ciertas posiciones por él calificadas de “idealistas”. Resucita e introduce una forma
explicativa cuyos primeros desarrollos corrieron por cuenta de William Whewell, científico e
historiador de la ciencia británico, de la primera mitad del siglo XIX.
Para este autor no había hechos puros, desligados de las ideas; tampoco había una
diferencia absoluta entre un hecho y una teoría.
Utilizó como ejemplo las leyes de Kepler, las cuales en sí formaban una teoría, pero se
constituyeron en hechos al ser utilizados por Newton en su famosa teoría gravitacional.
Las “ideas” de Whewell eran principios o generalizaciones con las cuales se pueden
establecer relaciones entre diversos “hechos” permitiendo su comprensión. Esa forma de
conectar “hechos”, él la llamaba coligación. Las ideas, teorías, conceptos, leyes o como sean
llamadas, coligaban (“vinculaban”) una determinada cantidad de “hechos”. Al relacionarlos
de esta manera, los “hechos” se ven desde un nuevo punto de vista.
Walsh introduce una variante, para él coligar era:
235
Paul KIRN. Introducción a la ciencia de la Historia. Uteha, México, 1961. Capítulo primero, páginas 1 a 3.
236
John LOSEE. Introducción histórica a la filosofía de la ciencia. Alianza. Madrid, segunda edición, 1979.
Página 129 y siguientes.
166
Este autor combina este método con quienes toman en cuenta los propósitos como
fuerza motriz del proceso histórico. Ateniéndonos a la posición de los historicistas, una sola
intención tiene la capacidad para promover un amplio repertorio de acciones, llevadas a cabo
individual o colectivamente. De esta forma, los propósitos o intenciones individuales se
equipararían a las ideas de Whewell, permitiendo relacionar una pluralidad de
acontecimientos, cuya totalidad forma un conjunto vinculado, donde los elementos posteriores
en el tiempo están condicionados por los anteriores, los cuales también fueron afectados por
los últimos: cuando los primeros se produjeron ya estaban planificados los posteriores, existía
el propósito, la intención de llevarlos a cabo. Esa intención o propósito condicionó a los
precedentes, incluso en el caso de no haberse producido los posteriores o, lo cual es más
verosímil, de haberse realizado en forma diferente a las concebidas por sus autores.
Al ponerlo como ejemplo de Historia idealista, Walsh lo descalifica parcialmente.
Según él, las tendencias o políticas utilizadas para “coligar” acontecimientos, como los casos
de la Ilustración, el Humanismo, el Romanticismo, el Capitalismo, etc., no son intentos
deliberados de llevar adelante una política coherente. Se podría discutir la posición del autor si
en el vocablo deliberado no incluimos también consciente y razonado, pero entonces ¿de
quién es la “premeditación”? Sin embargo, acepta esta forma explicativa para ciertos casos,
donde una política estatal o de partido se propone ciertas metas y las logra, aunque sea
parcialmente. En muchas ocasiones, los hombres llevan adelante políticas coherentes, eso no
puede negarse, nos dice, y pone como ejemplos la conquista de Europa por los nazis y la
reforma legislativa inglesa en la primera mitad del siglo XX. Significativamente, solo lo
ejemplifica y acepta para acontecimientos políticos.
El entrecruzamiento de diversos propósitos puede concebirse como el productor de una
tendencia no concebida por ninguna persona, lo cual sería aplicable también a los procesos
más amplios citados por él y mencionados anteriormente.
Aparte de las objeciones al historicismo, vistas en el capítulo anterior, aceptar esta
posición implicaría renunciar a una explicación de procesos históricos complejos. Sería
imposible reconstruir las intenciones de todos los participantes, la mayor parte de los cuales ni
siquiera es posible conocerlos.
El intento de los historiadores por explicar acontecimientos agrupándolos en tendencias
o movimientos como los señalados más arriba, lo considera un procedimiento semi-
teleológico, porque vinculan acontecimientos conectados por esas ideas, independientemente
de si los agentes de esos actos tienen o no conciencia de las tendencias o ideas, porque éstas
ejercen influencia sobre la forma de actuar de las personas, aunque esas personas no las
puedan concienciar.
Para el caso de ser aceptado este método como la forma de actuar de muchos
historiadores, agrega algunas precisiones:
1. Este procedimiento no nos brinda una explicación completa, por lo cual la
coligación debe ser completada con otros procedimientos.
237
W. H. WALSH. Introducción a la filosofía de la historia. Siglo XXI, México, novena edición, 1980, Página
66.
167
2. Esa explicación no dice una palabra sobre el origen de esas ideas, tampoco de su
adopción por cierta gente. ¿Hasta dónde lograron los defensores implantarlas frente
a los obstáculos opuestos, tanto naturales como culturales?
3. Por lo anterior, ninguna explicación por coligación puede pretender presentarse
como “toda la verdad”.
Parecería ocioso recalcarlo, pero Walsh deja fuera de la explicación por coligación,
precisamente lo considerado por los historiadores el meollo de su trabajo en el último siglo.
Muchas exageraciones se han cometido con este tipo de programas. El “espíritu de la época”,
en asociación con la pereza mental, servía para explicar cualquier cosa incomprensible para
ellos. Lo importante hubiera sido hacerlo más profunda y convincentemente.
Las ideas para conectar acontecimientos deben ser objetivas, tarea jamás conseguida
por el idealismo alemán. Es una injusticia mezclar a Whewell con los historicistas alemanes,
con quienes no tiene ninguna relación. Su método fue formulado para ser utilizado en ciencias
naturales, no en el conocimiento histórico.
4.7.3 – La tipología. Desarrollada por Max Weber a principios del siglo XX, ha sido
considerada como una forma de explicación característica de las ciencias sociales y muy
especialmente de la sociología. El acercamiento, cada vez más notorio entre esta disciplina y
el conocimiento histórico, ha vuelto pertinente su consideración.
El método tipológico comienza con la construcción de un “tipo ideal”, es decir, un
modelo de funcionamiento de alguna forma de acontecimiento social. Esto implica reconocer
la existencia de eventos sociales repetitivos. Toda clasificación se cimenta en ese presupuesto.
No existen dos procesos exactamente iguales. Esto tiene vigencia tanto para la cultura como
para la naturaleza, aunque en el primer caso es mucho más evidente. De los procesos
estudiados por las ciencias naturales, nadie aceptaría la existencia de dos objetos exactamente
iguales. Un árbol jamás es exactamente igual a otro, pero para el estudio de los árboles las
diferencias entre ellos son dejadas de lado, solamente se toman en cuenta aquellas
características comunes a todos. Luego, con los árboles se elabora una taxonomía tomando en
cuenta las analogías y diferencias existentes entre las instancias individuales. Con los eventos
sociales se hace exactamente lo mismo, se toman las propiedades comunes para elaborar una
clasificación.
Hay acontecimientos históricos a los cuales llamamos revolución, entre ellos podemos
estudiar la “Revolución Francesa”, la “Revolución Mexicana”, etc. Pero la palabra revolución
es polisémica igualmente, lo cual hace necesario precisar si es revolución social, revolución
política o de algún otro tipo. También la palabra designa un recorrido circular de 360 grados y
se habla de “78 revoluciones por minuto” para ciertos discos o se habla de “un motor muy
revolucionado”. En la expresión “Revolución Industrial” adquiere un significado totalmente
diferente.
Aun habiendo ya precisado el tipo de revolución al cual nos referimos, en algunos
casos concretos los investigadores no logran acuerdos en torno a la inclusión de determinado
acontecimiento dentro de la categoría convenida. Algunos hablan de “Revolución
Norteamericana” mientras otros no aceptan incluirla en el concepto revolución. John Womack
Jr. inicia su libro Zapata y la Revolución Mexicana, con una aguda e irónica observación:
“Este es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo,
hicieron una revolución”
Estas discrepancias existen en todas las ciencias con casos ubicados en los límites, pero
en el conocimiento histórico son mucho más comunes y complejas, comparadas con las
168
presentadas en las ciencias naturales, porque casi ninguna definición de un concepto histórico
es unánimemente aceptada por todos los investigadores.
Perry Anderson, a partir de un análisis social de corte marxista, considera al
levantamiento de los comuneros de Castilla, en 1520, como la primera revolución burguesa en
el mundo y atribuye su derrota al haber sido prematura. Difícilmente, la mayor parte de los
especialistas en ese período y lugar aceptarían su punto de vista. 238 Gordon-Childe habla de la
“revolución urbana” y John A. Wilson, al analizar el caso concreto de Egipto, acepta incluirlo
en ese marco conceptual, pero hace la aclaración de no haber sido ni revolución, ni urbana. 239
Los “tipos ideales” se forman observando varias instancias individuales concretas;
extrayendo de ellas las características comunes consideradas más significativas y
construyendo así, mentalmente, un modelo arquetípico del proceso a estudiar. 240 La
explicación de las instancias particulares se realiza comparándolas con el “tipo ideal”
elaborado, a fin de medir el grado de desviación de cada uno.
Siempre manteniéndonos en el terreno mental, se puede repensar la evolución del
proceso concreto, manteniendo fijas todas las variables consideradas significativas menos una;
luego se imagina lo ocurrido si esa variable se hubiese portado de diferente manera. Esto se
hace con todas, una a una, hasta establecer cuáles fueron las de mayor peso en la concreción
del acaecimiento o la transformación a explicar. Las conclusiones extraídas a partir de
manipular de esa forma la evolución posible del proceso a explicar, anteriormente las hemos
llamado contrafácticos. Ya señalamos sus peligros. Tampoco escaparon a la percepción del
mismo Weber.
Heredero de la escuela alemana ligada al historicismo, Max Weber se acerca al
concepto de “comprensión” como orientador en la creación de hipótesis, aun admitiendo su
dudosa confiabilidad en muchos casos. Las hipótesis formuladas a partir de estos
procedimientos deben ser empíricas y falsables (verificables), con total independencia de la
existencia o no de empatía en la “comprensión” de los sucesos y en la formulación de las
mismas. Con mucha agudeza, acepta los peligros de los “experimentos imaginarios”, lo cual
explica su insistencia para exigir a toda elaboración tipológica finalizar en la contrastación
empírica.
Hempel sostiene:
238
Perry ANDERSON. El estado absolutista. Siglo XXI, México, tercera edición, 1982. Páginas 62 y 63.
239
Vere GORDON-CHILE. Los orígenes de la civilización. FCE, México, cuarta edición, 1967. Especialmente
el capítulo VII. John A. WILSON. La cultura egipcia. FCE. México, cuarta edición, 1967. Página 61.
240
El diccionario define “Arquetipo” como “Modelo original y primario de un arte u otra cosa// 2. Punto de
partida de una tradición textual// 3. Representación que se considera modelo de cualquier manifestación de la
realidad// 4. Imágenes o esquemas congénitos con valor simbólico que forma parte del inconsciente colectivo//
5. Tipo soberano y eterno que sirve de ejemplar y modelo al entendimiento y a la voluntad humanos.”
241
Carl G. HEMPEL. La explicación científica. Op. cit. Página 166.
169
Luego se explaya para demostrar cómo esa forma de operar es igual a lo ocurrido en
las ciencias naturales, cuando se incluye un caso particular dentro de una idea general.
Las principales objeciones hechas a la tipología señalan la ausencia de un criterio
ordenador para la formulación de los tipos ideales. Cada investigador puede proponer uno
diferente acerca del mismo modelo de fenómeno social. Entonces son arbitrarios, y los
experimentos imaginarios derivados de ellos no son fuente de evidencia para corroborar
hipótesis sociales. Cumplen simplemente una función heurística cuando sugieren
hipótesis estableciendo conexiones regulares entre variables, susceptibles de someterse a
contrastaciones empíricas adecuadas.
Para Hempel, la ciencia social en la cual se aplica la tipología en forma más cercana a
la de las ciencias naturales, es la economía. Sin embargo, le pone también dos objeciones para
impedir identificar su utilización en forma total. Primera: todo sistema teórico debe ofrecer
una interpretación con validez empírica clara, precisa e intersubjetiva. La segunda parece más
discutible. A largo plazo, debe incorporarse como caso especial dentro de un sistema teórico
más amplio, más inclusivo.
En el conocimiento histórico se utilizan conceptos generales y marcos teóricos no
siempre claramente explícitos, pero difícilmente se podría acusar a los historiadores de
construir tipos ideales a partir de procesos concretos. El método comparativo descansa en el
postulado de la existencia de procesos susceptibles de ser comparados, porque poseen
elementos similares y repetitivos.
En ocasiones se ha tomado alguno de los acontecimientos ya ocurridos como modelo
para comparar a los demás, a los cuales se considera “desviaciones”, pero este esquema ha
mostrado sus deficiencias y ha sido abandonado. La Revolución Francesa fue tomada como
modelo de “revolución burguesa”, sin embargo, el reparto de tierras de poca extensión a
muchos campesinos, para fijarlos en zonas rurales fue adverso a los intereses de la burguesía y
al desarrollo industrial. La estructura ocupacional es considerada uno de los factores más
fuertes por los cuales Francia nunca pudo ubicarse a la vanguardia del desarrollo industrial.
Otras revoluciones burguesas evitaron ese “error”.
4.8 - CONSIDERACIONES FINALES. En el capítulo anterior vimos la posición del
historicismo alemán del siglo XIX y el callejón sin salida donde quedó atrapado con la teoría
de la “comprensión”.
En la segunda mitad del siglo XX, Hans Georg Gadamer retoma algunos postulados de
aquella teoría para intentar reencaminarla al desprenderla del lastre de “volver a pensar” lo
pensado por otros en diferentes épocas. La base sobre la cual cimenta su nueva interpretación
es el lenguaje. Cuando decimos ‘comprender’ algo dicho o hecho por otra persona, en realidad
estamos afirmando habernos puesto “de acuerdo en la cosa”, hemos logrado un consenso.
Compara el conocimiento del pasado con los problemas de la traducción de un idioma
a otro. Luego propone la existencia de tres etapas: primero quien trasmite algo, segundo quien
traduce eso a otro idioma y finalmente quien lo recibe en el otro idioma.
Es necesario trasladar el sentido de lo dicho, rescatando el contexto dentro del cual fue
emitido, y pasarlo al contexto en el cual vive quien lo lee traducido. Como el idioma al cual se
traslada es diferente, debe significarlo de una forma distinta, más acorde con la modalidad del
idioma receptor. De allí su conclusión: ‛toda traducción es una interpretación’. 242
242
Horacio GONZÁLEZ TREJO, traductor profesional, hablando de su oficio a la hora de jubilarse, lo llamó:
“La traducción o el oficio de la traición”, revista Triunfo. Madrid, N° 899 del 19 de abril de 1980. Páginas 50 y
51. ¿También se puede calificar así el del historiador?
170
La conclusión del autor, presentada al comienzo del libro nos dice: “…la Historia es
una novela verdadera” 246, coincidiendo, en parte, con Michel de Certeau, quien titula el último
apartado de uno de sus libros: “La novela de la historia”.247 El conocimiento histórico sería
entonces la interpretación de los restos del pasado y de anteriores interpretaciones de los
mismos; pero las formas lógicas a través de las cuales se realizan esas interpretaciones no
encuentran lugar en sus estudios.
Algo a señalar para terminar: la palabra teleológico ha sido utilizada como sinónimo de
funcional. La biología explica ciertos desarrollos por la función cumplida en un proceso más
amplio. Así se puede explicar un órgano del cuerpo humano, por el lugar ocupado y el papel
243
Hans Georg GADAMER. Verdad y método. Sígueme, Salamanca, 1977. Páginas 461 a 468. Lo último
entrecomillado, lo cita Gadamer de DROYSEN. Histórica. Alfa, Barcelona, 1983. Página 63, en el original
alemán. La versión española lo traduce: “La lengua tal como es o como la tenemos fija en las grandes
literaturas, es un trozo vivo de historia…” Página 63.
244
Idem. Página 467. Subrayados del autor.
245
Paul VEYNE. Cómo se escribe la historia. Foucault revoluciona la historia. Alianza, Madrid, 1984. Página
70.
246
Idem. Página 10.
247
Michel de CERTEAU. La escritura de la Historia. Universidad Iberoamericana, México, 1985. Capítulo IX,
quinto y último apartado, página 366.
171
cumplido en el funcionamiento del todo. En estos casos, la pregunta ¿por qué? planteada al
inicio, se podría cambiar por la pregunta ¿para qué? En otra obra, ya hemos establecido
nuestra discrepancia con la identificación entre esta forma explicativa y la basada en
propósitos, intenciones, metas o fines, la cual es verdaderamente teleológica; recordemos el
significado de telos, en nuestra lengua es fin, meta, objetivo, lugar a donde llegaremos. Si
bien se puede imaginar la explicación de ciertos acontecimientos históricos en términos
funcionales, en muchas oportunidades se confundiría con formas explicativas ya vistas como
la coligación o el reduccionismo. También parece imposible la aceptación unánime de la
“función” de determinado proceso con la misma certidumbre con la cual es admitida la
función de un órgano del cuerpo humano.
CONCLUSIONES
Uno de los problemas de las políticas económicas oficiales de las últimas décadas, en
América Ibérica y otras partes del mundo, ha sido precisamente la torpe soberbia de
economistas posgraduados en rimbombantes universidades de países desarrollados,
encandilados con la “precisión” de su limitado dominio intelectual, desconocieron y
248
Amiya K. DASGUPTA. Las etapas del capitalismo y la teoría económica. FCE, México, 1988. Páginas 13 y
15.
172
CAPÍTULO QUINTO
249
Op cit. Página 16.
174
250
Johan HUIZINGA. El concepto de la Historia y otros ensayos. FCE. México, primera reimpresión, 1977.
Páginas 91 y 92.
251
Citado por Carlos RAMA. Teoría de la Historia. Tecnos, Madrid, tercera edición, 1974. Páginas 56 y 117.
252
John DEWEY. Lógica. Teoría de la investigación. FCE, México, 1950. Páginas 260 a 266.
253
Benedetto CROCE. La historia como hazaña de la libertad. FCE, México, segunda edición, segunda
reimpresión, 1979. Página 35.
175
254
“Dispersión” llamamos a la división de los estudios históricos en múltiples especialidades, perdiendo de vista
la visión global, la “Historia total” tan encarecida por la corriente de los Annales en tiempos de Lucien Febvre.
En defensa de esa división, muchas de esas especialidades no se limitan únicamente a su temática, siempre la
relacionan con otras variables del mismo proceso.
255
Paul VEYNE. Cómo se escribe la Historia. Foucault revoluciona la Historia. Alianza, Madrid, 1984.
Páginas 9, 10 y 178.
176
práctica su concepción del significado: “Una mentira repetida cien veces se convierte en una
verdad”.
5.2.1 – La verdad como congruencia. Entre los partidarios de esta posición, se han
discriminado tres tendencias: 1ª la de la “congruencia” propiamente dicha. 2ª la de la
“evidencia” y 3ª la “pragmática”. Aquí las consideraremos como si fueran una por no ofrecer
diferencias sustanciales desde el punto de vista lógico. Cuando sea necesario, marcaremos sus
singularidades.
Al intentar aclarar el significado de la palabra “verdad”, captamos su vinculación con
ciertos presupuestos gnoseológicos y ontológicos mayormente inconscientes.
Como todo aquello llamado “conocimiento” pasa por nuestro pensamiento o se ubica
en él, para algunos pensadores solamente es posible referirse con seguridad a ese pensamiento.
De la realidad exterior nada podemos afirmar con total y absoluta garantía; ni su existencia, ni
si es como la concebimos. Dos personas diferentes pueden tener imágenes distintas de una
misma evidencia. Las sensaciones nos engañan. ¿Quiénes perciben correctamente los colores,
los daltónicos, quienes no lo son o ninguno de los dos? Ningún dato de los sentidos sugiere el
movimiento de la Tierra sobre su eje y, si se deja, todos “podemos ver” al sol recorrer el
firmamento durante el día.
La Revolución Científica de los siglos XVI y XVII creó dudas acerca de lo trasmitido
por nuestros sentidos, lo cual derivó en una actitud escéptica, vulgarmente conocida como
“idealismo” y en muchos casos identificada con el racionalismo de origen cartesiano. Un
antiguo manual la llama “inmanentismo” porque todo se resuelve internamente dentro del
pensamiento.256
Para quienes así piensan, la existencia o no existencia del mundo exterior es totalmente
imposible de probar; por lo tanto la verdad consiste en la coherencia del pensamiento
consigo mismo. Cualquier proposición es considerada verdadera si es congruente con otras
proposiciones ya consagradas como verdaderas, si no las contradice y si puede acomodarse
correctamente dentro del sistema de ideas admitido. De allí la designación para
individualizarla: “teoría de la verdad como congruencia”. Sus postulantes basan su punto de
vista en un axioma: ninguna proposición existe aisladamente; todas se formulan a partir del
conocimiento preexistente. El conocimiento es una totalidad organizada, no contradictoria,
presente en cada una de sus partes. Aceptar una afirmación contraria implica cambiar todo el
sistema, algo para lo cual los seres humanos nos mostramos sumamente reacios; lo aceptamos
únicamente cuando ya no tenemos otra posibilidad. En este último caso se debe elaborar
completamente una nueva teoría. A estos acontecimientos, Kuhn los llama “revoluciones
científicas” en una ciencia.
Lo no resuelto satisfactoriamente por esta teoría es la explicación causal de los
cambios de sistemas o “de paradigmas” –si hablamos de ciencias y aceptamos el planteo de
Kuhn-. Tratándose solo de la coherencia interna del pensamiento, ¿es necesario modificar todo
nuestro orden de conocimientos ante una proposición discordante? Algo evidentemente
producido varias veces en la historia del conocimiento científico.
La respuesta más coherente a este tipo de planteos la dieron los pragmatistas. Justifican
esa modificación con la utilidad a producirse. Para ellos la verdad es lo útil para la acción.
Los partidarios de la teoría de la verdad como congruencia rechazan la noción
positivista de “hecho” como algo dado, aprehendido por el ser humano en su forma original.
256
Juan HESSEN. Teoría del conocimiento. Despasa-Calpe, México, décimo-novena edición, 1985. Página 110.
177
Para ellos, los “hechos” se construyen, son el punto de llegada de un proceso intelectual. Un
“hecho” implica una teoría y es parte de ella.
Algunas exageraciones de los defensores de esta postulación provocaron críticas de
varios tipos. Al considerar su afirmación básica, se manifiesta una contradicción interna,
porque si ninguna proposición es firmemente verdadera, tampoco debe serlo la afirmación: “la
verdad es congruencia”.
Refiriéndose a los pragmatistas, emparentados con todos los “congruentes”, un
empirista inglés sostenía a principios del siglo XX: “minimizan la base factual y hablan de la
‘fabricación de la realidad’ como algo que marcha pari passu con la ‘fabricación de la
verdad’”. 257
No contradecir el sistema en vigor era una de las características exigidas a las leyes
científicas para ser aceptadas con ese estatuto. Tampoco puede negársele ser la forma de
proceder de la mayor parte de los seres humanos en su vida cotidiana. Cuando una afirmación
sobre algo desconocido es inverosímil, porque no se integra armónicamente con el resto de los
conocimientos aceptados hasta ese momento, o los contradice, la desechamos por absurda. La
dificultad más seria, planteada por ciertos partidarios extremistas de esa posición, es la
aseveración de la existencia de un sistema único de conocimientos, conteniendo todas las
verdades existentes; interpretado por algunos como una forma de determinismo total. Sin
embargo, parece posible prescindir de este extremo sin afectar mayormente la teoría.
Algunas variantes de la misma sostienen la existencia de ciertas verdades evidentes.
En ese caso hay una superposición de la verdad con aquello general y ampliamente tenido por
verdadero; la llamamos “teoría de la evidencia” o “teoría de la verosimilitud”. Los
pragmatistas, al identificar la verdad con la utilidad, relativizan a la primera, la conciben como
mutable, cambiante.
Las mayores resistencias a esta posición se centran en su relativización de la verdad.
Un filósofo inglés lo sintetiza así:
257
Bertrand RUSSELL. Ensayos filosóficos. Alianza. Madrid, sexta edición en la colección “El libro de
bolsillo”, 1982. Página 176.
258
W. H. WALSH. Introducción a la Filosofía de la Historia. Siglo XXI, México, novena edición, 1980. Página
92
178
259
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. La naturaleza… Op. cit. Capítulo primero y en especial página 70.
260
Ibidem. Páginas 181 a 185.
179
las percepciones deben pasar por el tamiz de nuestra personalidad, de nuestra formación
previa, de nuestras creencias más arraigadas e inconscientes, etcétera. Si las experiencias se
utilizan para comprobar teorías, deben ser comunicadas y al trasmitirlas a los demás las
interpretamos, relacionándolas con otras experiencias similares, clasificándolas dentro de
ordenamientos preexistentes. El mismo idioma es una manera de ordenar nuestras
percepciones de la realidad en conceptos generales. Es la única forma de describirlas
intersubjetivamente y, como consecuencia, utilizarlas para contrastar teorías. Por lo tanto,
aunque sea muy alto el grado de firmeza de una creencia, aunque esté muy generalizada, eso
no modifica su calidad cognoscitiva. Lo ofrecido por el autor se acerca mucho más a una
teoría de la verosimilitud, no de la verdad. No parece posible una certeza de este tipo, excepto
para las ciencias formales, cuya existencia, como vimos, solo tiene lugar en nuestra mente.
5.2.3 – La “solución” de Tarsky. El problema planteado consiste en poder determinar
cuándo un enunciado verbal es verdadero. Varios autores han considerado el planteo de
Alfred Tarsky como la solución al problema. Para este epistemólogo, dentro de los lenguajes
naturales hablados en todo el mundo existen dificultades infranqueables para permitir la
formulación de una definición de “enunciado verdadero”. Dos son las más vigorosas y
evidentes. En primer término la carencia de precisión en las normas para la elaboración de
enunciados en todos los idiomas conocidos. En segundo lugar la factibilidad para formular
contradicciones lógicas al utilizar esas lenguas. La más famosa de todas esas paradojas
lingüísticas es: “Este enunciado es falso”. Si suponemos la veracidad de la proposición,
sostenemos la corrección de su afirmación; pero su propuesta sostiene su propia falsedad, por
lo cual “si lo suponemos verdadero, concluimos en su falsedad”. Si por el contrario,
suponemos su falsedad, concluiremos en su veracidad. Estas “pruebas” lo persuadieron de la
imposibilidad de dar una definición lógicamente aceptable de “enunciado verdadero”, dentro
de la gama de opciones ofrecidas por los lenguajes naturales existentes. Desde allí dirigió su
atención hacia las experiencias con lenguajes artificiales realizadas en las primeras décadas del
siglo XX por varios filósofos de la ciencia.
Cada uno de esos lenguajes está elaborado para expresar un sector limitado de la
realidad estudiada por una ciencia y dentro de ellos, las reglas de formación de proposiciones
están establecidas con precisión matemática. Esas experiencias lo llevaron a tratar el asunto de
la verdad utilizando un metalenguaje con el cual fuera posible referirse a dos cosas:
1. Enunciados y
2. Procesos a los cuales se refieren esos enunciados.
Si un enunciado dice: “el mar es salado” (a), en un nivel de lenguaje más amplio, un
metalenguaje, podemos sostener: “la afirmación ‛el mar es salado’ corresponde con la realidad
si, y solo si, el mar es realmente salado” (b)
A este segundo lenguaje (metalenguaje) (b) –ubicado en una dimensión más extensa
a la del enunciado inicial (a)– con el cual podemos hablar de los dos elementos implicados
en la teoría, -(1) la realidad exterior y (2) el enunciado para describirla- lo llama
“semántico”.
A los lenguajes descriptivos de la realidad, no autorizados para hablar de los
procesos a los cuales se refieren esos lenguajes objeto (a), los llama “sintácticos”.
Aunque a primera vista pueda parecer un juego de palabras y no una solución, es
necesario ubicarse en el momento de su aparición (1933). Las transformaciones de las ciencias
naturales, especialmente la física, en el primer tercio del siglo XX, provocaron un auge de las
teorías subjetivistas vistas en el apartado anterior. Particularmente, se desató una tremenda
desconfianza hacia las hipótesis de la correspondencia. Se relativizaba toda certeza, se
180
…una teoría puede ser verdadera aunque nadie crea en ella y aunque no
tengamos razón alguna para creer que es verdadera; y otra teoría puede ser
falsa aunque tengamos razones relativamente buenas para aceptarla.261
5.2.3.1 – Problemas de esta solución. Si aceptamos este punto de vista, se plantea otra
dificultad ya visualizada por Jenófanes de Colofón hace veinticinco siglos: ¿Cuál es el criterio
para poder reconocer la verdad cuando la hemos aprehendido? Para este autor no existe tal
criterio. Si bien es concebible estar en posesión de la verdad en algún momento, jamás se nos
permite tener la certeza de estarlo. Este estado de cosas hace posible sustituir una teoría
verdadera por una falsa, sin posibilidad de poder darnos cuenta. Popper compara la
situación con la de un conjunto de picos montañosos envueltos en espesas nubes. El
montañista alcanza una cumbre pero no puede saber si es la más alta, porque la nubosidad le
impide divisar las demás. El pico más alto (la verdad) existe, pero el deportista duda sobre si
lo alcanzó. La circunstancia misma de dudar implica el reconocimiento de la existencia de tal
pico. En contrapartida, en muchos casos, sí, podemos tener la seguridad de no haber
alcanzado la verdad:
[El científico] nunca puede saber con certeza si sus hallazgos son
verdaderos, aunque a veces pueda demostrar con razonable certeza que una
teoría es falsa […] Así, aunque la coherencia, o consistencia, no es un
criterio de verdad, simplemente porque hasta los sistemas cuya consistencia
es demostrable pueden ser falsos de hecho, la incoherencia o inconsistencia
permiten establecer la falsedad; de este modo, si tenemos suerte, podemos
descubrir la falsedad de algunas de nuestras teorías.262
261
Alfred TARSKY. “The Semantic Conception of Truth” en Philosophy and Phenon. Research, 4, 1943-4.
Página 341 y ss. (Cfr. Especialmente la sección 21), citado por Karl Raymond POPPER. Conjeturas y
refutaciones. Paidós, Barcelona, segunda edición castellana (revisada), 1983. Páginas 272 a 279, la cita en la
276. También por León Henkin. “Truth and Prebability”, en Sidney MORGENBESSER. Philosophy of
Science Today. Basic Books. Inc., New York, 1967, capítulo II, traducido y publicado en: Hugo PADILLA
(Selección y prólogo) El pensamiento científico (Antología), Anuies, México, 1974.
262
Karl Raymond POPPER. Conjeturas… Op. cit. Páginas 150, 277
181
263
Karl Raymond POPPER. La lógica de la investigación científica. Tecnos. Madrid, sexta reimpresión, 1982,
sección 84, página 256.
264
Thomas S. KUHN. La estructura de las revoluciones científicas. FCE, México, cuarta reimpresión, 1980.
Capítulo X. Páginas 176-211. La tensión esencial. FCE, México. 1982. Páginas 29 a 31.
182
fijeza de los “hechos”, en tanto ya pasados. Quizá, en ningún otro caso sea tan clara su
separación y libertad de nuestro pensamiento como en los “hechos históricos”. Lo ya ocurrido
es totalmente independiente de nuestras ideas. Parece perogrullesco de tan evidente. Los
positivistas recalcaron la obligatoriedad del historiador de establecer lo “verdaderamente
ocurrido”. Si el relato del pasado no “coincide” con lo sucedido, con lo “verídicamente
sucedido” entonces lo consideramos una falsificación, un engaño. Nada dicho o pensado
sobre el pasado puede cambiarlo. Así alegan los partidarios de la correspondencia. Las
historias de bronce, las oficialistas y las destinadas a la enseñanza primaria, tienden a omitir
elementos de lo ocurrido cuando quienes la encargan o confeccionan conciben esos sucesos
como contrarios a la moral o a los intereses y preferencias del momento. Las historias
nacionalistas y, en general, las ideológicas no se limitan a la supresión; también suelen
deformar, tergiversar y hasta inventar acontecimientos, lo cual las excluye del ámbito de la
historiografía. Es triste, pero el gran público no las diferencia nítidamente porque, entre otras
razones, los historiadores han omitido casi totalmente la tarea de desenmascararlas.
Olímpicamente las ignoran.
Los prosélitos de la congruencia se desentienden del tema de la existencia de un pasado
independiente; para ellos el escollo se centra en la cognoscibilidad de ese pasado. Si tratándose
de la naturaleza, donde podemos repetir experimentos, esta tendencia resaltaba la debilidad de
nuestra certidumbre en la correspondencia entre nuestros enunciados y la realidad, con mucho
mayor vigor objetará la seguridad en el conocimiento histórico, donde el pasado es irrepetible
y debemos recurrir a intermediarios para conocerlo.
En una de las manifestaciones de fe más prístinas y contundentes del idealismo,
Benedetto Croce llega a decir:
265
Benedetto CROCE. Teoría e historia de la historiografía. Escuela. Buenos Aires, 1955, página 87
183
económica elaborada por estudiosos alemanes en las últimas décadas del siglo XIX. De
acuerdo con ese paradigma, usando la significación de Kuhn, las propiedades rurales eran
autosuficientes, no existiendo prácticamente comercio, mercaderes, ni productores no rurales.
Se llamó a eso “economía cerrada” o “doméstica”.
Ya entrado el siglo XX, algunos investigadores comenzaron a destacar la importancia
de ciertos indicios contradiciendo aquella concepción del período. En el norte de Europa se
pusieron de manifiesto activas corrientes comerciales desde la más temprana Edad Media,
derivadas de una creciente especialización productiva regional: pesquerías del estuario del
Rin, zonas laneras en el norte de Inglaterra, etcétera, lo cual sugería cierto comercio
interregional. En otras zonas muy pocos producían la sal, los metales y los textiles; sin
embargo se consumían. En alguna parte debían adquirirlos.
En el sur se destacó un documento emitido por el rey lombardo Astolfo hacia el año
750, en el cual dividía a la población imponible en “negotiatores” y “posesores”, clasificando
a cada uno de estos grupos en tres categorías. Los “negotiatores potentes” son equiparados a
propietarios de por lo menos siete grandes fundos rurales, por lo cual deben aportar corazas,
lanzas, escudos y cabalgaduras en proporción con su riqueza, como hacían los grandes
propietarios rurales. La única diferencia era la autorización a los “negotiatores” para hacer
efectiva su contribución en dinero, lo cual también es significativo, pues la versión clásica
sostenía la desaparición casi completa de este medio de pago.
Asimismo, eran conocidas las invectivas de Agobardo de Lyon contra los privilegios e
importancia asignados por Luis el Piadoso a sus mercaderes judíos.
¿Cambiaron los “hechos”? Quienes sostienen la teoría de la correspondencia lo
negarán; para ellos el error se ubicaba en nuestra interpretación. Sus adversarios alegarán la
inexistencia de los “hechos” sin una interpretación.
La memorización de acontecimientos diversos e inconexos, ordenados en forma
cronológica al estilo de anales o almanaques, no constituye conocimiento histórico, aunque los
participantes y organizadores de concursos televisivos aún no lo sepan. El “hecho” no existe,
“lo crea el historiador”, es necesario “darle forma al pasado”, diría Huizinga, para eso es
ineludible constituirlo, organizarlo, relacionarlo con otros, mostrar cierta coherencia en su
sucesión, destacar los aspectos relevantes.
266
Lucien FEBVRE. Combates por la historia. Ariel, Barcelona, cuarta edición, 1975. Páginas 177-178.
267
Heri-Irénée MARROU. Del conocimiento histórico. Per Abbat, Buenos Aires, 1975. Páginas 25 y 214.
184
Croce resalta la diferencia entre crónica e Historia y califica a la primera como muerta
e ininteligible y a la segunda como el “pensamiento vivo del pasado”.268
En el ejemplo visto, los responsables de la antigua explicación no percibieron, o no se
interesaron, en ciertos indicios. En cambio sus “correctores” centraron su atención
precisamente en ellos. Esas huellas, esas señales, siempre habían estado allí, la diferencia con
los historiadores anteriores consiste en no haber reparado en ellas, las preocupaciones
directrices de “los interrogatorios” jamás se interesaron por esos indicios, consecuentemente
no les preguntaron acerca de ese tema.
Cuando las circunstancias en las cuales se vive plantean nuevos desafíos, esos recientes
retos son proyectados en preguntas diferentes a los mismos restos del pasado, por eso, cada
época suele sugerir cuestionamientos distintos a la misma documentación existente y, por
lógica, obtiene respuestas novedosas. Los historiadores de generaciones anteriores no podían
imaginar esas preguntas, porque el medio social donde se desenvolvían no planteaba
problemas de ese tipo.
Los defensores de la teoría de la correspondencia pueden alegarlo en su favor, por
cuanto la realidad no cambió, sino nuestro interés en ella, nuestra manera de considerarla. Los
sostenedores de la teoría de la congruencia pueden resaltar la inoperancia de semejante visión;
si antes nadie había reparado en ello, eso no existía para los estudiosos de la Historia. Fueron
los problemas y las dificultades de la época de los nuevos estudiosos, los responsables de
conducir la atención hacia determinados detalles en la documentación ya conocida.
Lo que tenemos a mano no es el pasado, sino sus restos, las “pruebas”, algo actual:
Basado en similares fundamentos, Croce llega a decir: “la verdadera historia es historia
contemporánea”, porque “la realidad de la historia se halla en esta verificabilidad.270
La mayor parte de lo ocurrido en el pasado no es cuestionado por ningún historiador, al
menos de los últimos siglos. Podría considerarse paradójico. La verdad acerca de lo ocurrido a
los seres humanos es sentida más firme e indiscutible, de aquella relativa a lo sucedido en el
mundo de la naturaleza. Que Cristóbal Colón y sus acompañantes divisaron y pisaron tierra el
12 de octubre de 1492, luego de un prolongado viaje hacia el oeste iniciado en la Península
Ibérica, no es objetado por nadie. Que la tierra a la cual llegaron resultó ser una isla del Mar
Caribe en el continente americano tampoco. Las controversias comienzan cuando se inician las
preguntas acerca de las causas, la significación, las consecuencias, es decir, cuando intentamos
interpretar o explicar ese suceso y, por lo tanto, introducimos nuestros conceptos, nuestra
teoría.
268
Benedetto CROCE. Teoría e Historia de la Historiografía. Escuela, Buenos Aires, 1955. Primer capítulo.
269
Michael OAKESHOTT. Experience and its Modes. Páginas 107 y 108, citado por WALSH. Op. cit., Páginas
104 y 105.
270
Benedetto CROCE. Teoría… Op. cit. Páginas 12 y 13
185
Largos viajes por mar han existido muchos desde antes de esa fecha, llegada a tierras
desconocidas ha habido una buena cantidad, pero a los historiadores no les interesan. De
ninguna otra llegada a tierra se han ocupado como de este caso. Los problemas y las
diferencias se refieren a si fue positivo o negativo ese acontecimiento, a si fue “encuentro de
dos mundos”, “descubrimiento”, “invención”, etcétera. Si fue producto de las necesidades
expansivas del capitalismo europeo o fue la inspiración genial de un marino genovés. A pesar
de no poder ser repetido, el acontecimiento no es objetado ni puesto en duda por ninguna
persona en su sano juicio. Existen otros acaecimientos menos seguros, pero esa falta de
seguridad se deriva de la ambigüedad de los testimonios sobre los cuales se pretende
asentarlos, o del temor a las falsificaciones. Las polémicas sobre estos casos también se
refieren a la interpretación, no ya del acontecimiento mismo, sino de los vestigios.
Una fuente de confusión ha sido la palabra “hecho” introducida por los positivistas en
su afán por asimilar las ciencias sociales a las naturales, para designar los sucesos, procesos,
acontecimientos, acaecimientos, o como quiera llamárseles. El proceso histórico no presenta
nada fijo, de allí la inadecuación y absurdo del término “hecho”.
En el caso del conocimiento histórico conviene aclarar el sentido de cada palabra. El
origen de donde se saca la información son los documentos, restos, vestigios, todo lo
encontrado como testimonio de la presencia y actividad humana, susceptible de ser
manipulado por distintas personas de forma diferente. Esos documentos son “testimonios” y
la información contenida en ellos son “datos”. El testimonio por sí solo no dice nada. Es
necesario preguntarle para obtener “datos”. Con los “datos” obtenidos de los testimonios por
medio del interrogatorio, el estudioso puede elaborar una interpretación del “proceso”
integrado por “acontecimientos”, a eso se refieren quienes los llaman “hechos”. Cada uno
puede hacer diferentes elaboraciones, de acuerdo con la teoría usada para formular sus
preguntas a los testimonios. El acontecimiento, o “hecho”, no es inocente, está impregnado de
teoría, ya es interpretación. Esto es general a toda ciencia social. Ningún individuo puede
abarcar por si solo una realidad tan amplia y compleja. Un actor de la Revolución Mexicana
debió estar en alguna parte del territorio. Eso le impedía experimentar directamente lo
ocurrido en otras partes del país, para enterarse de eso también debía recurrir a testimonios.
5.3.2 – El problema de los testimonios. Un tema objeto de discusiones se ubica en
torno a la pregunta: “¿cuántos vestigios quedaron?”, al poner el problema cuantitativo en
primer plano. A ciertos períodos se les reprocha lo fragmentario de la documentación, los
prejuicios de quienes los compilaron, etc. El ejemplo de la Alta Edad Media europea fue
elegido deliberadamente. Ese período se caracteriza por la escasez de documentación escrita,
la parquedad de las mismas y la inseguridad en la información acerca de elementos
económicos. Para la época carolingia la construcción historiográfica se ha manejado con unas
decenas de registros, inventarios y censos, fundamentalmente de origen eclesiástico. Entre los
más famosos se encuentra el Políptico del Abad Irminon donde se enumeran los mansos, los
siervos y los beneficios de la abadía de Saint-Germain-des-Prés hacia el siglo IX. Se ha
sugerido esa insuficiencia como causa de la formulación de síntesis interpretativas audaces y,
por eso mismo, poco confiables. Podemos captar la relatividad del argumento cuando
tomamos en cuenta períodos con una riqueza enorme en materia de vestigios, los cuales, sin
embargo, no están exentos de reinterpretaciones tan radicales como la anterior, como ha sido
el caso de la Revolución Francesa, la Primera Guerra Mundial y tantos otros.
Por situaciones como la del ejemplo donde escasea la documentación, hay quienes
argumentan la imposibilidad de haber registrado “todo lo ocurrido” en los vestigios llegados
hasta nuestros días. Sorprendentemente, Popper llega incluso a decir: “las llamadas ‘fuentes’
186
de la Historia solo registran aquellos hechos que parecían lo bastante interesantes para ser
asentados”,271 ignorando la enorme masa de residuos dejados tras de sí inadvertidamente por
los seres humanos. Desconoce además los preceptos de los manuales de metodología del siglo
XX, en los cuales ya se recomendaba preferir, entre los documentos escritos, aquellos cuyo
destinatario no era la posteridad, sino sujetos menos trascendentes. Creados con fines
inmediatos muy claros, se consideran más confiables precisamente por no tener intenciones de
inmortalidad. Un buen ejemplo de lo anterior son los epistolarios privados por ejemplo. Las
misivas enviadas a sus familiares por los combatientes situados en el frente de batalla, durante
la Primera Guerra Mundial, son canteras reputadas como muy confiables para los historiadores
de ese proceso. Allí se plasman los estados de ánimo, los temores, la forma de vida, etcétera.
Nos muestran una visión completamente diferente a los partes oficiales, a la versión de
quienes dirigen la situación. La gloria, el heroísmo alardeado por la historia de bronce tiene su
contracara en esas epístolas.
También los “cuadernos de quejas” portados por los diputados a los Estados Generales
franceses convocados para 1789 han brindado una invaluable información sobre la situación y
el sentir de la población francesa en esos días. Los seres humanos se acercan más a comunicar
su situación, sus percepciones, sus pensamientos cuando lo hacen en forma espontánea e
inadvertida.
A quienes trabajan con correspondencia se les observaba la imposibilidad de conocer
los “hechos” no consignados en documentos. Llegados a este punto nos parece ociosa la
discusión. En toda forma de conocimiento, siempre se depende de lo ofrecido por el mundo
exterior. En Historia, nos cuesta concebir acciones humanas sin haber dejado alguna huella
sobre la faz del planeta. No necesaria, ni solamente en forma deliberada; los humanos son la
especie animal más depredadora y sucia conocida hasta ahora, nunca debemos olvidarlo. Es la
única constructora de las herramientas necesarias para su desempeño, sin preocuparse por
destruirlas luego de utilizadas, la única en elaborar y consumir productos espirituales, además
de los materiales; también la única en intentar dejar memoria de lo considerado importante.
Si bien la mayor parte de los historiadores hasta el siglo XX preferían muy claramente
los rastros escritos, lo cual dejaba ocultos los puntos de vista, los problemas, las pasiones y la
actuación del noventa y cinco o más por ciento de casi todas las sociedades anteriores al siglo
XIX, pues los letrados eran una ínfima minoría y, en general, la abrumadora mayoría de lo
escrito se refería a la vida, las preocupaciones y los asuntos de los extremadamente
minoritarios grupos dominantes. Sin embargo, en el último siglo varias escuelas
historiográficas han intentado subsanar esa omisión con técnicas progresivamente más
innovadoras y confiables.
5.3.3 – En busca de un punto intermedio. Con lo visto hasta aquí, parecería necesario
reconocer cierta ventaja a la teoría de la congruencia. Sin embargo, con ella no podemos
hablar de una teoría de la verdad, porque no nos provee criterios claros para distinguir entre la
realidad y ciertas construcciones totalmente imaginarias. Todos nuestros conocimientos
históricos quedan absolutamente respaldados por el vacío. No tienen bases firmes, pasan a ser
conjeturas o, como lo nombraban los griegos, doxa (simple opinión). Tampoco tendrían
sustento los cambios generales de interpretaciones, ya mencionamos un ejemplo de ello. Lo
omitido por esta teoría es el papel básico jugado por los datos.
En la práctica diaria, los testimonios utilizados para “darle forma” al pasado, han
permitido establecer una serie de acontecimientos tenidos por verdaderos. Nadie en su sano
271
La Sociedad abierta y sus enemigos. Op. cit.. Página 428.
187
juicio podría hoy dudar de la conquista de Inglaterra por Guillermo “el bastardo”, Duque de
Normandía, en el año 1066; de la conquista de Tenochtitlán por las huestes comandadas por
Hernán Cortés el 13 de agosto de 1521; de la detonación de la bomba atómica sobre la ciudad
de Hiroshima el 6 de agosto de 1945, aunque la valoración referida a cada acontecimiento
pueda dar lugar a disparidades extremas. Miles de otros sucesos están en la misma situación.
Si apareciera un vestigio, un documento en sentido amplio, contradiciendo algún
acaecimiento tenido por verdadero hasta el momento, se debería establecer la autenticidad y la
confiabilidad del mismo. Basados en esta característica de las ciencias sociales, los neonazis
han pretendido negar la existencia de los campos de exterminio, donde fueron asesinados y
cremados millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Hay una vía para cada una
de esas tareas. La primera consiste en utilizar todos los recursos de la ciencia y la tecnología
modernas, con el fin de determinar si no es una falsificación posterior, si los materiales por los
cuales están constituidos son exactamente de la época en cuestión. Establecida su
autenticidad en cuanto a la fecha de su elaboración, corresponde establecer su veracidad en
lo referente al contenido. Pertenecer a la época no implica decir la verdad. Esta tarea supone
rastrear al, o los, autor(es) y establecer los posibles motivos tenidos para escribir algo falso. Si
esto no da resultado positivo, entonces es necesario revisar toda la documentación conocida,
para intentar concebir otra interpretación y así otorgar coherencia al conjunto de indicios
conocidos, incluyendo ese nuevo vestigio. 272 ¿No ocurrió lo mismo con las observaciones
recabadas para refutar la explicación aristotélica del funcionamiento del universo? ¿No
constituyó la visión copernicana una sustitución de la teoría interpretativa del universo a partir
de indicios o evidencias discordantes con la cosmovisión vigente? ¿No hicieron lo mismo la
teoría de la gravitación universal y tantas otras? ¿No es igual o parecido a lo señalado por
Kuhn cuando menciona cambios de paradigmas, y los llama “revoluciones científicas”?
Volvemos a la diferenciación ya señalada entre la relatividad y provisionalidad de las
interpretaciones –como ocurre también con las teorías de las ciencias naturales al intentar dar
cuenta del funcionamiento del mundo exterior- y la seguridad ofrecida por los vestigios en los
cuales están basadas esas interpretaciones. Para hacer más evidente esto alcanza con observar
cómo, en muchos casos, las distintas explicaciones, algunas veces antagónicas, se basan en la
misma documentación. La diferencia se centra en las preguntas hechas por cada uno a esos
restos, esos documentos. A diferentes preguntas, suelen suceder diferentes respuestas.
Por ejemplo, con la misma masa documental unos buscaron la sucesión de los
emperadores romanos, otros la evolución de las instituciones jurídicas y políticas, otros la
marcha de la economía. Todos ellos obtuvieron cosas diferentes de los mismos testimonios.
Las historias escritas por Gibbon, Mommsen o Rostovseff coinciden en muchas delimitaciones
espaciales y temporales, pero no se contradicen, se refieren a temas y niveles diferentes.
Las distintas preguntas formuladas por cada historiador a los mismos restos suelen
venir dictadas por diversas convicciones ontológicas generales, acerca de los elementos
decisivos en el impulso al cambio, a la evolución social. Esas convicciones son dictadas por la
época vivida, por la teoría o “ideología” usada en la conducción de sus investigaciones. Esto
no suele ocurrir en las ciencias naturales con la misma frecuencia a lo sucedido en el
conocimiento histórico o en las disciplinas sociales.
Casi todos los biólogos investigan con la misma teoría. También formulan las mismas
preguntas a los procesos. En esas condiciones es bastante lógico suponer la frecuente
272
Un magnífico ejemplo de este tipo de trabajos, lo constituye la obra de Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI
La “carta de Lafond” y la preceptiva historiográfica. Siglo veinte. Buenos Aires, 1963.
188
Al comparar con los extremos a los cuales habían llegado Oakeshott y Croce, vistos
más arriba, aquí se diferencia claramente entre las pruebas presentes, sobre las cuales descansa
nuestro conocimiento del pasado, y la identificación entre estos dos tiempos. Porque esos
vestigios, con los cuales trabaja el historiador, pertenecen y se refieren al pasado, no al
presente. Precisamente, la memoria nos conecta con su significado, “nos da un acceso
inmediato al pasado”. Para él, aunque el intento de los defensores de la correspondencia está
condenado al fracaso, siempre persiste la tentación por renovarlo.
Al intentar un análisis de la actitud práctica asumida por la inmensa mayoría de los
historiadores, los vemos ubicarse en un término equidistante de ambos extremos. Si bien
algunos pueden reconocer la imposibilidad de nuestro conocimiento para alcanzar una verdad
absoluta, la gran mayoría afirmaría su intención de aprehender, aunque más no fuera,
fragmentos de una realidad autónoma e independiente de su ser y su pensamiento.
Como en otras formas de conocimiento, la experiencia sensorial es básica para entrar
en contacto con las huellas del pasado, pero a diferencia de los demás, en el conocimiento
histórico, la memoria juega un papel decisivo para permitirnos un acceso al pasado aludido por
esas huellas. Sin embargo, nunca podemos contrastar directamente nuestras conclusiones,
porque el pasado se ha ido y no se puede repetir, contrastamos con la interpretación de los
vestigios, por lo cual, dice el autor.
273
WALSH. Op. cit. Página 101.
274
WALSH. Op. cit. página 110.
190
Se hace difícil entender cómo el conocimiento objetivo puede ser a la vez un “proceso
dinámico del pensar” y no depender “de la conciencia humana”. Más adelante se torna más
abstruso aún:
275
P. V. KOPNIN. Hipótesis y verdad. Grijalbo. México, 1969. Páginas 36 y 37.
276
Idem. Los subrayados son nuestro.
277
Agnes HELLER. Teoría de la Historia. Fontamara, México, 1984. Página 60.
278
Adam SCHAFF. Historia y verdad. Grijalbo, México, quinta edición, 1981. Página 101.
191
Parece clara la relación del tema con el carácter valorativo habitualmente atribuido al
conocimiento histórico, porque las pasiones, los sentimientos, las emociones nos desvían de la
ecuanimidad necesaria para formular proposiciones imparciales. Otra paradoja. Quienes más
detalladamente han encarado el problema de la incidencia de los valores en el conocimiento
histórico son los historicistas, llamados por algunos idealistas o relativistas, los cuales se
encuentran aparentemente en las antípodas de los vistos anteriormente, porque niegan a los
estudios históricos la posibilidad de ofrecer un conocimiento equiparable al brindado por las
ciencias de la naturaleza, basados precisamente en esta característica, entre otras.
Otros autores ven el menosprecio de Aristóteles hacia el conocimiento histórico al
compararlo con la poesía, relacionado con la preocupación de la disciplina por lo singular,
porque, se ha sostenido, es imposible fijar pautas objetivas para llevar adelante esa disciplina.
Únicamente al tratar universales es posible definir claramente esos criterios. Adicionalmente,
al ser tan enorme la masa de acontecimientos “únicos e irrepetibles”, se torna quimérica la
pretensión de abarcarlos todos, cuando se busca formular un universal. Por esa razón, dicen,
todo conocimiento histórico omite muchas circunstancias integrantes del fenómeno a
recuperar, como si alguna otra forma de conocimiento pudiera rescatar íntegro el proceso bajo
su estudio.
Con menos energía, también se ha puntualizado la imposibilidad del historiador para
observar directamente el proceso a analizar. Ya hemos visto esta objeción. La característica
no es privativa de la Historia, como mínimo abarca a todas las ciencias sociales. No es
lógicamente comprensible la relación establecida entre ser un estudio mediado y la
incapacidad para ser objetiva. Para Pereyra, la facilidad para obtener consensos respecto a lo
ocurrido es una prueba concluyente de la solidez de los recursos del historiador para obtener
información, contrastarla y autenticarla. Las discrepancias, ya lo vimos, en un noventa y nueve
por ciento de las instancias son sobre interpretación.
5.4.1 – Los valores. Citado por William H. Dray y Ernest Nagel, el historiador
norteamericano Charles A. Beard sostiene la total imposibilidad para el conocimiento histórico
de alcanzar la objetividad.
Una de las preocupaciones del autor se centra en la imposibilidad de conocer la
totalidad de cualquier fragmento del pasado humano. Toda explicación debe tomar en cuenta
“ciertos aspectos” de un acontecimiento, sin poder abarcarlo íntegramente.
…la cuestión fundamental es: ¿qué podemos saber acerca de esa totalidad
omnímoda que llamamos historia? Millones, miles de millones de hechos
históricos han sido establecidos más allá de toda discusión por las
investigaciones de eruditos competentes. Las bibliotecas están atiborradas
de ellos… Pero ¿podemos captar esta totalidad que incluye todas las
relaciones, conocerla, formular sus leyes, reducirla a una ciencia exacta o a
cualquier tipo de ciencia? Si todo tema particular acerca de cuestiones
humanas trata solo de un aspecto y este aspecto está condicionado por
otros aspectos, debemos plantearnos este interrogante, a menos que
decidamos deliberadamente ser dogmáticos, fijar límites arbitrarios a la
discusión y ser infieles a nuestro propio conocimiento.279
279
Charles A. BEARD. The Discussion of Human Affairs. The Macmillan Co. 1936. Páginas 79 a 81. Citado
por Ernest NAGEL. Op. Cit. Página 518.
192
absolutamente nada, porque todo está relacionado con todo. Si aceptamos este postulado,
para admitir aquello hasta ahora considerado conocimiento adquirido de cualquier realidad, el
mismo debe coincidir exactamente con esa realidad, lo cual, sostiene el autor, debe ser
descartado por absurdo. Pone el ejemplo de un mapa, al cual se debería tachar de “versión
deformada” del territorio que representa si no coincide con él. Si se realizara un mapa con esas
características, dice el autor, “sería una monstruosidad totalmente inútil”. Esto no ocurre en
ninguno de los tipos de conocimiento aceptados hasta hoy.
280
NAGEL. Op. cit. Página 519.
193
Isaiah Berlin recalca la utilización, por los historiadores, del lenguaje vulgar,
demasiado cargado de valores. Vocablos como “traición”, “victoria”, etcétera, no son
exclusivamente descriptivos.
Los contradictores no niegan la existencia de esos valores, pero centran su atención en
otro punto. Para Nagel, por ejemplo, el asunto no consiste en dilucidar si se utilizan valores o
no en la investigación histórica, porque es innegable su uso, sino aclarar si esa situación es
elemento lógico de la misma o meramente casual. Su actitud es clara, para él:
índole, como preferir determinadas actividades por sobre otras o creer más importante cierto
nivel de análisis relegando los demás. También podríamos formular la pregunta: ¿qué
propósitos tiene un índice inflacionario? Aunque no pudiéramos atribuirle ninguno, eso no
eliminaría el problema de los valores. En primer lugar, podría ser presentado como el
resultado no buscado de un conjunto de decisiones individuales con propósitos definidos,
tomadas a partir de ciertas valoraciones. Pero aun sin entrar en esa discusión, nuestra decisión
de darle importancia está valorando ese índice como algo significativo. Finalmente, el propio
Dray se pregunta si al atribuir un propósito al agente histórico, eso significa estarlo evaluando.
En nuestra opinión, esa discusión pierde de vista una perspectiva más relevante. No
interesa tanto saber si pueden o no descartarse los valores en el trabajo del historiador, sino
observar si esta característica diferencia al histórico de otros tipos de conocimiento. Luego de
ver otros dos apartados donde, se dice, inciden los valores en los investigadores, abordaremos
este punto.
5.4.1.2 – Valores en la selección. La segunda objeción se centra en el carácter
selectivo de aquello a lo cual el investigador echa mano para conformar su estudio. Lo
destacado por el historiador, se ha repetido hasta el cansancio, son procesos significativos.
¿Quién y cómo determina la significatividad de un acontecimiento para destacarlo o la falta de
ella para omitirlo? Es bastante clara la existencia de diferencias entre historiadores, como entre
hombres y mujeres con otras actividades, acerca de la importancia de diferentes sucesos o de
distintos factores en la producción del acontecimiento.
Para ciertos períodos, la cantidad de testimonios es tan abrumadora, al punto de parecer
inalcanzable la posibilidad de tenerlos en cuenta a todos. Pero aun para aquellos donde su
escasez los hace fácilmente abarcables, el estudioso no los considera todos o, al menos, no
todo lo informado por cada uno de ellos. ¿No son valores quienes dirigen esta selección? Aun
en las historias narrativas o descriptivas exclusivamente, se incluyen algunos procesos, pero se
omiten otros conocidos por el autor. Esa selección es una forma encubierta de explicación, por
lo cual no creemos en la existencia de historias puramente descriptivas o narrativa. Lévy-
Strauss sostiene:
284
Claude LÉVI-STRAUSS. El pensamiento salvaje. FCE. México, tercera reimpresión, 1975. Página 373.
195
determina la conciencia”. E. Troeltsch, Werner Sombart, Max Weber y otros autores sostienen
exactamente lo contrario, es la forma de pensar de la gente la determinante de su
comportamiento económico y hacen derivar el avance del capitalismo de las características de
cierta predisposición mental: la “mentalidad capitalista”. Para Sombart esa mentalidad era
portada por los judíos, para otros se deriva de la Reforma religiosa, particularmente de la
doctrina difundida por Juan Calvino. Desde convicciones opuestas, ambas perspectivas ponen
en relación procesos materiales con evoluciones mentales, con formas de pensamiento. Ningún
sostenedor de las dos posiciones ha podido establecer contrastaciones empíricas irrefutables,
ni determinar con claridad el itinerario de los nexos causales. Adoptar una u otra depende de
una elección teórica valorativa, de una convicción individual del historiador, derivada de su
experiencia vital.
Muchos historiadores adoptan una posición intermedia, observan cambios en ambos
niveles de análisis, aceptan la simultaneidad y coordinación de las transformaciones, pero, al
no poder descubrir el mecanismo vinculante, se niegan a admitir la determinación de un nivel
sobre el otro. Incluso pueden buscar el impulso dinamizador de aquellos dos, en un tercer
nivel. De allí la importancia dada por algunos investigadores al “punto de vista” mediatizado,
según ellos, por el condicionamiento social del mismo:
285
Sergio BAGÚ. Tiempo, realidad social y conocimiento. Siglo XXI. Buenos Aires, tercera edición, abril de
1975. Página 188.
196
También respecto a este punto, luego del próximo apartado, veremos si eso diferencia
al conocimiento histórico de otras formas de conocimiento.
5.4.1.3 – Valores en la elección del tema. Por último, aunque con mucho menor vigor
y por parte de muy pocos pensadores, se ha cuestionado la objetividad del conocimiento
histórico basándose en la gama de posibilidades abiertas al historiador en la elección del tema
de estudio. No solamente se pueden elegir períodos, regiones, naciones, etcétera, sino también
niveles de análisis diferentes. Dentro de cualquier período, en el país o la zona geográfica
seleccionada, el historiador puede escoger entre estudiar su evolución económica, su arte, sus
formas de pensamiento, las conductas habituales, la vida cotidiana, la demografía, etcétera.
En algunos casos la objeción parece tener una relativa validez, porque de acuerdo al
tema elegido, el estudioso puede poner en juego valores diversos. Pero en la concepción del
conocimiento histórico, esa parcelación no puede hacer perder de vista la unidad básica de
todos los niveles de análisis simultáneos, relacionados entre sí.
A partir del siglo XVI, la expansión europea va extendiendo su influencia en todo el
mundo. Desde entonces, al estudiar una región, país o nación, jamás debe olvidarse su relación
con otras, su integración a una unidad mayor, la comparación con distintas zonas de evolución
similar. Al abordar un período, es absurdo desechar su unión, por las relaciones de
continuidad, con los anteriores y los posteriores. Pierre Vilar nos invita a “mirar más allá de
las fronteras”.
Como ya vimos, en América Latina, a partir de la independencia, cada país ha escrito
su Historia como si fuera única. Si uno toma un período y estudia todos los países se encuentra
con la simultaneidad de procesos similares. Por ejemplo: en la segunda mitad del siglo XIX,
luego de un tiempo tumultuoso, de “revoluciones”, golpes de mano y ensayos de organización
fracasados, se produce una pacificación en casi todo el continente; en unos países en los
cincuenta, en otros en los sesenta, pero para los setenta ya casi todos están en paz y los
gobiernos trabajan sin dificultades. Ese proceso en México es atribuido a un dictador, quien
gobernó unas tres décadas. En Argentina ningún gobernante duró en el cargo más del tiempo
para el cual fue electo, los presidentes se fueron sucediendo como lo establecían las leyes. En
la mayor parte de los países se produjo lo mismo bajo gobiernos de muy distinto tipo formal y
orientación, sin embargo, la mayoría de sus historiadores concentran su trabajo en la evolución
política. Si levantaran la vista y miraran a sus vecinos, quizá advirtieran la similitud de otros
procesos: la construcción de ferrocarriles, la preocupación por el “orden” y el “progreso”,
como gustaba a los positivistas. La formalización y oficialización de la educación, etc.
Cuando advertimos en casi todos esos países evoluciones similares en aspectos
económicos, sociales, en tendencias de larga duración, tenemos derecho a imaginar la
influencia de fuerzas superiores a sus propios gobiernos, para dirigir el Estado en esa
dirección. En este caso rápidamente localizamos esas fuerzas: en Europa Occidental y Estados
Unidos se estaba produciendo el inicio de la Segunda Revolución Industrial, con sus
necesidades de materias primas, alimentos y mercados, lo cual obligó a esas potencias a buscar
en todo el mundo la satisfacción de sus necesidades.
En nuestros países, hacendados, mineros, y empresarios se vieron frente a demandas
enormes y se desentendieron de las rencillas políticas, para ponerse a producir volúmenes
antes impensables, con los cuales hicieron enormes fortunas. Ya no les convenía la revuelta,
ahora exigían la paz. A partir de allí se pueden encontrar muchos indicios en los más diversos
ramos. Ante esa transformación social, el nombre del gobernante en turno es completamente
indiferente.
197
286
Karl Raymond POPPER. La lógica… Op, cit., Páginas 31 y 32.
287
Karl Raymond POPPER. “La lógica de las ciencias sociales”, en: Theodore W. Adorno y otros. La disputa del
positivismo en la filosofía alemana. Grijalbo, Barcelona, 1973. Páginas 103 y siguientes.
199
polémica, porque el motor de esa transformación se sitúa precisamente en este punto. Han sido
objetivos prácticos los cuales, por medio de una persistente propaganda, lograron transformar
estudios cuya gloria, para Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, residía en la no
contaminación con los aspectos prácticos de la vida, en investigaciones cuya aplicación a los
intereses materiales e individualistas terminaron exaltando tirios y troyanos como justificación
de las crecientes inversiones de capital exigidas. Francis Bacon acusó al conocimiento antiguo
desde esta perspectiva:
288
Francis BACON. Novum Organum. Libro I, afor. 71, citado por John RANDALL Jr. La formación del
pensamiento moderno. Nova. Buenos Aires, 1952. Página 229.
200
Los documentos por sí solos no dicen nada, es necesario preguntarles para hacerlos
hablar. A preguntas diferentes, lógicamente, dan respuestas diferentes. Cada historiador puede
formular nuevas y originales preguntas a los mismos restos del pasado. Sin embargo, las
disímiles versiones surgidas de esas preguntas, no necesariamente son antagónicas; en la
mayor parte de los casos, tratándose de historiadores formados en instituciones especializadas,
son complementarias, ofrecen múltiples puntos de vista, enriquecen la comprensión del tema,
ampliando la perspectiva y el mismo conocimiento.
Con mucho optimismo Dray afirma:
289
William DRAY. Op. cit. Página 54. El verbo “suplementar” no aparece en el diccionario de la Academia en
su vigésima segunda edición, Está el vocablo “suplementario” y su acepción reza: “Que sirve para suplir algo
o complementarlo” Parecería más adecuado los verbos complementar, completar o ampliar.
201
los períodos “normales” todos los científicos adoptan una misma teoría para interpretar la
realidad. Al iniciar sus estudios les enseñan esa teoría como la más adecuada. Kuhn la llama
“paradigma”. También en ciencias naturales se producen disidencias de vez en cuando. El
propio Kuhn ejemplifica casos en los cuales se sustituye un paradigma por otro. Enfatiza el
tema como una pugna entre generaciones.
Pero la disidencia generacional no es la causa del nuevo paradigma. Los cambios en
ciencias naturales se relacionan con las necesidades de las sociedades en las cuales se
producen. Aristarco de Samos, astrónomo griego del siglo tercero antes de nuestra era,
enunció la teoría heliocéntrica de funcionamiento del sistema planetario en el cual vivimos. Su
teoría no tuvo ninguna repercusión. Nicolás Copérnico, diecinueve siglos más tarde sostuvo lo
mismo en un libro farragoso, de difícil comprensión y tuvo un éxito deslumbrante.290 Hasta
nuestros días se habla de “la revolución copernicana”, aunque a su autor se lo puede acusar de
muchas cosas menos de “revolucionario”. Habían cambiado las necesidades sociales.
Antes de la época moderna, la nueva teoría era un lujo innecesario. Los marinos
navegaban por un mar interior, sobre el cual, el cielo era exactamente el mismo. Siglos más
tarde, al salir al Océano Atlántico y cruzar la línea ecuatorial, el cielo cambia y los marinos no
tenían puntos de apoyo fijos.
Los turcos habían bloqueado las rutas comerciales entre la Europa Occidental y el Asia
central del sur, especialmente con la India. Eso obligó a los occidentales a buscar otras rutas.
Esos rumbos exigían navegar por el hemisferio sur. Para hacer más rápidos y seguros los
viajes era necesario contar con mapas celestes diferentes. Ese proceso fue parte de la misma
revolución del saber, por la cual ya habían dado la vuelta al mundo y probado la redondez de
la Tierra. A pesar de la prohibición sobre los nuevos mapas, los comerciantes se los
proporcionaban a los marinos con quienes trabajaban.
La fe es una cosa y las ganancias otra diferente. Los importadores habían detectado la
mayor velocidad de los viajes guiados por los nuevos mapas. Una transacción comercial en un
año, por la duración de los viajes, podía convertirse en cuatro transacciones si los trayectos
eran más rápidos y seguros. Podían cuadruplicar las ganancias. Ese cálculo impuso no solo los
mapas, a la larga, también la nueva teoría. No era un problema de genialidad ni de suerte, era
un asunto de necesidad para la emergente burguesía.
En ciencias sociales, especialmente en el conocimiento histórico, no existen los
paradigmas, no son posibles. Siempre compiten diversas teorías, muchas antagónicas.
Una visión social del proceso humano no puede compaginarse con la teoría
individualista de los “grandes hombres” de Carlyle. El historicismo y su concepción de las
acciones intencionadas, no puede armonizarse con una posición donde elementos materiales o
culturales moldean o condicionan la manera de pensar y vivir de los seres humanos.
Por último, de acuerdo con el ejemplo donde cinco personas realizaban juntas un
paseo. Cada uno podía percibir elementos diferentes. Sin embargo, si ocurría algo excepcional,
eso lo recordarían varios; sería “sospechoso” si fuera mencionado solo por uno. En lo referente
a la selección ocurre algo similar. Ningún historiador puede ignorar algunos rastros, lugares,
temas y acontecimientos al dedicarse a ciertos períodos. En historia política de Europa sería
impensable un estudioso ignorante de la batalla de Poitiers, en la cual las huestes comandadas
por Carlos Martel derrotaron y detuvieron a los invasores musulmanes en su avance desde el
sur. En México no se concibe la ignorancia de la campaña encabezada por Miguel Hidalgo a
290
Arthur KOESTLER. Los sonámbulos. Historia de la cambiante cosmovisión del hombre. Conacyt, México,
1981. Original: Hutchinson & Co., Ltd., Londres, 1959.
202
Los grandes rasgos de la evolución humana han dependido sobre todo del
resultado estadístico de los hechos anónimos: de aquellos cuya repetición
determina los movimientos de población, la capacidad de la producción, la
aparición de las instituciones, las luchas secretas o violentas entre clases
sociales, -hechos de masas todos ellos que tienen su propia dinámica…291
291
Pierre VILAR. Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Crítica. Barcelona. Tercera edición,
noviembre de 1981. Página 26. Las cursivas son del autor, el subrayado nuestro.
203
en el estudio específico del período y tema en cuestión parece más difícil atribuir un papel
demasiado destacado a los valores individualistas, en la explicación del acontecimiento o el
proceso. Parece más normal sentir simpatía por un personaje o una conducta humana, a
sentirla por un índice demográfico, una curva de salarios, un balance de pagos, o cualquier
tipo de estadísticas.
Se niega la objetividad a los estudios históricos para rechazar la calidad científica de la
disciplina. Luego niegan la calidad científica del conocimiento histórico, basados en su
ausencia de objetividad. Para Pereyra:
Repetimos: ninguna conclusión alcanzada por las ciencias fácticas es definitiva. Todas
son provisorias.
292
Carlos PEREYRA. El sujeto de la historia. Alianza, Madrid, 1984. Página 153.
293
Karl Raymond POPPER. La lógica… Op. cit. Página 259.
204
Carlos Pereyra lo contradice: “no hay conocimiento que ‘proceda’ del objeto”.
Independientemente de esa imposibilidad para saber si algo procede realmente del objeto, esta
forma de encararlo lo iguala con el concepto de “verdad”, haciendo superfluo uno de los dos.
Extraña descubrir este punto de vista en Schaff, autor autodefinido como marxista, tomando en
cuenta las primera y quinta tesis sobre Feuerbach, donde ya el propio Marx había atacado esta
concepción:
Segundo, es “objetivo” lo que es válido para todos y no sólo para tal o cual
individuo. Por consiguiente, es “objetivo” el conocimiento que tiene una
294
Federico SUÁREZ. La historia y el método de investigación histórica. Rialp. Madrid, 1977. Páginas 131,
132. El citado por él es Josef Pieper. El descubrimiento de la realidad. (Madrid, 1974) Página 43-44.
295
Carlos MARX “Tesis sobre Feuerbach”, en Carlos MARX, Federico ENGELS. Obras escogidas en dos
tomos. Progreso. Moscú, 1966. Tomo 2. Ediciones en lenguas extranjeras. Página 404. Primera tesis.
296
Idem. Página 405. Tesis quinta.
297
Corina de YTURBE. La explicación de la historia. UNAM. México, 1981. Páginas 20 a 23.
206
De esta manera, es más fácil definir este adjetivo como sinónimo de controlable,
susceptible de “contrastación empírica”. En la terminología de Popper sería “falsable, apto
para ser falsado”. Tomado exclusivamente en esta acepción, la cualidad sí ocupa un lugar
importante dentro del conocimiento. Una de las formas para persuadir a los demás de la
veracidad de una proposición, es precisamente, la posibilidad de la misma de ser comprobada
con los elementos fácticos y teóricos disponibles.
5.5.1 – Confusiones. Lo anterior es un buen ejemplo de las contradicciones derivadas
de una concepción demasiado vaga, producida al introducir la imprecisión del lenguaje
corriente en disciplinas en busca de su sistematización. Lo opuesto a “objetivo”, para la
epistemología, es “subjetivo”, con disculpa de la señora Heller. Si analizamos cada una de las
otras significaciones vistas, podremos clarificar nuestros conceptos.
Es un error identificar “objetivo” con “verdadero”. Lo contrario de “verdadero” es
“falso”, por lo tanto es posible la existencia de una proposición objetiva y falsa; es más,
precisamente por ser objetiva podemos demostrar su falsedad, porque podemos controlarla. En
298
Adam SCHAFF. Historia y verdad. Grijalbo. México. 1981. Colección Teoría y Praxis N° 2. Página 101.
299
Carlos PEREYRA. El sujeto de la historia. Alianza, Madrid. 1984. Página 165.
207
el otro extremo, también una proposición subjetiva puede ser verdadera, aunque esto sea
indemostrable. Hablar de “verdad objetiva” significa hablar de una proposición verdadera y
comprobable al ponerla a prueba; cualquiera puede intentar la refutación del enunciado y
obtener resultados. Es una probabilidad alta de llegar a acuerdos intersubjetivos.
En ciencias fácticas, ninguna verdad es definitiva. Ya lo hemos visto. Una “verdad
objetiva”, por ser objetiva, en cualquier momento puede ser demostrada su falsedad, entonces
deja de ser “verdad” aunque sigue siendo “objetiva”.
La proposición “esta tarde lloverá” puede controlarla cualquier persona, si vive lo
suficiente para pasar la tarde. Si es verídica o falsa se establecerá si, evidentemente, llueve o
no por la tarde. La decisión sobre su verdad o falsedad puede ser establecida mediante la
observación dirigida. Quien la haga debe establecer claramente el significado de “llover”,
porque luego caen dos gotas y se eterniza la discusión sobre si fue lluvia o no lo fue. Bromas
aparte, desde ahora, sin saber todavía si es verdadera o falsa, ya podemos establecer su
objetividad. Por otra parte, la proposición “Dios existe” puede ser verdadera, pero no objetiva,
porque nadie ha podido establecer formas de control para decidir intersubjetivamente acerca
de su verdad o falsedad.
Esta posición desautoriza la teoría realista, la cual concibe el conocimiento como un
reflejo de la realidad en la mente del individuo. Varios autores también sostienen esta
acepción, pero la incluyen junto con otras, como es el caso de Heller por ejemplo, la cual en
otro pasaje dice: “la objetividad […] consiste en la disponibilidad, en la medida de lo posible,
de comprobar los hechos antes de emitir un juicio…”300
Hablando específicamente del conocimiento histórico, Nagel sostiene:
introyectando valores, ideas, formas de enfrentar la realidad. Todo eso impide poder juzgar
cualquier cosa desde una posición absolutamente prescindente. A los especialistas, muchos
conceptos teóricos necesarios para desarrollar su trabajo, se los ha impuesto la comunidad
dentro de la cual se han formado como tales. Aunque a veces reaccionan contra esas ideas
recibidas y las reformulan o las refutan, especialmente en períodos de crisis de la disciplina, su
rebeldía se realiza entre límites en gran parte determinados por esas ideas anteriores y en parte
por la realidad circundante y sus dificultades, nunca en forma imparcial. A una persona puede
parecerle imparcial un enunciado, pero a otras les resulta totalmente parcial. Ante las
increpaciones de los periodistas europeos, los cuales lo censuraban por su renuencia a brindar
opiniones, siendo ellos tan “imparciales”, Franz Fanon, el lúcido y legendario dirigente de la
Revolución Argelina, les respondió: “vuestra imparcialidad siempre está contra nosotros”.
Independientemente de esta imposibilidad básica, confundir la objetividad con la
imparcialidad significa confundir los condicionantes sociales y de cualquier otro tipo, incluido
el posible azar, influyentes sobre los individuos generadores del conocimiento, con la
posibilidad de someter a las pruebas y trámites verificativos pertinentes el trabajo de los
historiadores y de cualquier otro tipo de investigador. Ser parcial, no quita a un conocimiento
la posibilidad de ser objetivo. La inversa también es válida: puede ser imparcial y subjetivo.
La posibilidad de controlar las hipótesis y proposiciones de un conocimiento, no
depende de los compromisos del investigador, sino de elementos formales, lógicos. Si la
imparcialidad existiera, tampoco conviene olvidar la inexistencia de relación entre parcialidad
y verdad. Una proposición parcial puede ser verdadera, como así también lo contrario: puede
ser falsa una imparcial.
5.5.2 – La posibilidad teórica. Desde esta perspectiva, la objetividad queda
supeditada a las posibilidades teóricas de la disciplina, a saber:
302
Carlos PEREYRA. El sujeto de la historia. Op. cit. Página 161.
209
Para él, las teorías utilizadas por los historiadores, cada vez con mayor intensidad, son:
“la teoría del Estado y de la organización política”, “la teoría de las ideologías y de la
hegemonía”, “la teoría de la acumulación de capital y de la plusvalía”, entre otras. También
considera las elaboraciones teóricas de las otras ciencias sociales como nutrientes de los
historiadores. Finalmente, destaca la renuencia académica a admitir la importancia de “la
perspectiva analítica abierta por Marx”.
Cabe mencionar la existencia de otras posibilidades de análisis del mismo tipo, es
decir, proposiciones muy amplias, de carácter ontológico, casi imposible de ser contrastadas
intersubjetivamente y, sin embargo, muy fértiles como orientadoras del trabajo de los
investigadores, como han sido el funcionalismo, el estructuralismo, el positivismo, el propio
historicismo, aun con vigencia en nuestro continente, etcétera.
Pereyra sugiere la estrecha colaboración entre la Historia y las diferentes disciplinas
sociales. También apoyaron este punto Lucien Febvre y la corriente de los Annales, además de
otros historiadores de alto nivel. Un obstáculo ha sido la reticencia de muchos historiadores
hacia las amplias perspectivas teóricas, tan del agrado del resto de los investigadores sociales.
El fracaso de algunas aplicaciones indiscriminadas a épocas diferentes de aquella para la cual
fue formulada, ha generado mucha desconfianza.
Nos enfrentamos con una situación bastante cambiante de acuerdo con la época en
estudio, como si fuera necesario modificar los conceptos teóricos de acuerdo con el período e
incluso con la región del mundo a investigar. De todas maneras, su definición es precisa:
Desde esta óptica, cuantos más procesos explica, mayor eficacia manifiesta el modelo
puesto a prueba.
Aunque la unanimidad teórica dentro de las ciencias naturales no es tan amplia como
suele creerse a nivel popular, es bastante evidente la diferencia con el conocimiento histórico;
en éste siempre hay divergencias mucho más sustanciales y profundas. Las ciencias de la
naturaleza generan ciertas tecnologías y a la larga, es la práctica la encargada de dirimir las
discrepancias en torno a las teorías interpretativas.
En nuestra disciplina la situación es diferente. Primero porque no se derivan de ella
tecnologías con el mismo carácter de las anteriormente mencionadas. Segundo, las ideas
tenidas acerca del pasado afectan nuestra actuación en el mundo donde vivimos. Aplicar
ciertas medidas sociales, políticas o económicas, basados en nuestros conocimientos del
pasado, supone alterar la forma de vida de mucha gente, perturbar a ciertos grupos. La
ingeniería social es muy peligrosa, si altera a sectores demasiado poderosos, el experimento
está destinado al fracaso, lo cual puede terminar en desastre. Por eso, diversos grupos sociales
adoptan diferentes puntos de vista acerca del pasado y destacan variables y aspectos
diferentes.
La pugna por imponer los propios puntos de vista, corre pareja con el interés por
imponer proyectos culturales, sociales, políticos y económicos. Esto vuelve muy improbable la
posibilidad de un acuerdo generalizado en torno de cierta teoría de la Historia y de las ciencias
sociales.
303
Carlos PEREYRA. El sujeto… Op. Cit. Página 162.
210
5.5.3 – La tradición crítica. Es muy clara la forma en la cual los intereses grupales
operan sobre la producción de conocimientos y su difusión en la sociedad. Sin embargo, como
ya sostuvimos, esta situación no autoriza cuestionar la objetividad del conocimiento histórico,
porque el encargado de controlar la teoría, las hipótesis y las generalizaciones formuladas por
el investigador, no es quien lo genera, sino el resto de la comunidad, como ocurre en toda
forma de conocimiento.
A ese control de los pares sobre lo propuesto por uno de ellos, Popper lo llama la
“tradición crítica”. Para él, la “crítica consiste en intentos de refutación”. Por lo tanto, todo
enunciado formulado en cualquier disciplina de estudio se reputará objetivo, cuando ofrezca la
posibilidad de ser sometido a intentos de refutación. Quien lo formula puede proponer formas
de control derivadas de su subjetividad, de sus tendencias, sentimientos, pasiones, etcétera,
pero los encargados de su control, no participan de esos estados subjetivos del investigador,
por lo cual, al someter a prueba sus conclusiones, utilizan exclusivamente los recursos puestos
a su disposición por la lógica.
Este punto no es una cuestión individual de los diferentes estudiosos, sino un asunto
social de intercambios y controles recíprocos, los cuales se trasmiten de una época a otra.
Muchas proposiciones teóricas, luego de resistir los intentos de refutación de varias
generaciones, fueron falsadas al cabo de más de un siglo, como ocurrió con la teoría de la
gravitación universal, por ejemplo.
Otro elemento aportado por Pereyra, también integrante de esta “tradición crítica”,
puntualiza cómo, quienes deben poner a prueba un modelo teórico, no lo contrastan
exclusivamente con los datos aportados por quien lo ha propuesto, o por sus defensores;
también agregan toda otra información empírica disponible acerca del tema en cuestión. La
comunidad de historiadores (o de científicos en su caso) no intenta salvar una hipótesis, una
teoría o una proposición, sino todo lo contrario, su intención es refutarla, demostrar su
falsedad. De allí se deriva la objetividad de los conocimientos históricos. Ocurre de la misma
manera en las ciencias de la naturaleza y de la sociedad.
5.6 – CONCLUSIÓN. De acuerdo con lo visto, el problema de la verdad no puede
tener una solución terminante y para siempre. Si aceptamos la existencia de una realidad
exterior, tanto natural como social y nuestra posibilidad de conocerla, podemos llegar a estar
en posesión de la verdad, pero jamás tener la seguridad total de ser sus poseedores. Es más, es
posible abandonar una verdad para sustituirla con una falsedad, pero es imposible poder
probarlo.
Si nos alineamos con los idealistas, la única verdad es nuestro pensamiento; en ese
caso el problema es obtener un consenso con las otras subjetividades. Para los dialécticos la
verdad es un proceso en desarrollo permanente y abarca toda existencia material. La realidad
es creada por el sujeto, pero simultáneamente esa creación forma y moldea al propio sujeto,
por tanto, ambos son partes de una instancia más amplia en permanente proceso de
desenvolvimiento: la realidad.
Respecto a la objetividad, la única forma lógica de definirla sin repetir conceptos es: la
posibilidad de controlar las hipótesis, las proposiciones teóricas y los aspectos fácticos.
Aceptada esta definición, es absurdo negar la posibilidad del conocimiento histórico, y de
muchas otras modalidades cognoscitivas, de acceder a ella. Las perspectivas en ese sentido,
son exactamente iguales a las de cualquier otra forma de conocimiento objetivo.
La dificultad planteada deriva de ciertas formas de escribir “Historia”, sin capacidad de
ofrecer elementos convincentes para su control. En la actualidad, esas formas han sido
empujadas, cada vez más, hacia áreas marginales, aunque es muy difícil erradicarlas. La
211
CAPÍTULO SEXTO
prescribió la forma en la cual deberían trabajar los historiadores. Replanteó, con nuevas y más
sutiles formulaciones, la antigua disyuntiva del conocimiento de lo “permanente” (versión
moderna de las “esencias” de los griegos) y lo llamó “estructura” -y también, en otros
contextos, “historia fría”- por oposición al estudio de lo mudable, de lo “único e irrepetible”,
de la “historia caliente”. Buscaba eliminar una expresión absurda: “pueblos sin historia”.
Como otros lo habían hecho antes, ubicaba su disciplina en el estudio de lo primero, lo
cual le otorgaba mayor jerarquía, mientras los investigadores del pasado humano eran los
encargados de estudiar lo segundo, lo variable; evidentemente, una tarea de inferior rango.
Con formas más discretas, compartía con Augusto Comte una división del trabajo en la cual
los historiadores eran los albañiles encargados de elaborar partes, detalles, de “colocar
ladrillos”; mientras sociólogos y antropólogos ocuparían el lugar de los arquitectos,
responsables de planificar y construir un edificio cultural estable, racional y coherente.
Si en tiempos anteriores, esas desvalorizaciones habían podido provocar crisis entre
algunos profesionales del conocimiento histórico, en la primera mitad del siglo XX, la
disciplina contaba con un considerable prestigio ya cimentado. El desprecio no pudo afectarla
con la misma intensidad de otras épocas. Tampoco la situación era la misma, porque la
etnología no pretendía sustituir a la Historia, sino sustraerle las sociedades llamadas
“arcaicas”.
Por otro lado, un antiguo compañero de Lévi-Strauss, Fernando Braudel, sin duda
influido por el ambiente intelectual del momento, elaboró una nueva teoría de la historia, en
parte acercándose a sus planteamientos, en parte descalificando su posición crítica. De todas
maneras, durante cierto tiempo, la personalidad vigorosa y el éxito de Lévi-Strauss provocaron
dificultades insalvables para muchos historiadores, debido fundamentalmente a la falta de
solidez de estos últimos respecto de los problemas teóricos y epistemológicos. En opinión de
Cardoso y Pérez Brignoli, la mayor virtud del “estructuralismo” consistió, precisamente, en
obligar a quienes se dedicaban a la investigación histórica a pensar y razonar acerca de su
propio trabajo.
Si anteriormente sugerimos la posibilidad de una relación entre la realidad en
transformación del siglo V helénico antes de nuestra era y el surgimiento de la filosofía, con
una prioritaria finalidad por descubrir “esencias inmutables”, en siglos tan conflictivos y
cambiantes como el XIX, XX y lo transcurrido del XXI, no nos resultará llamativo este
renovado impulso de los herederos de aquellos filósofos, hacia una conceptuación
crecientemente positiva de las variables sociales con mayor permanencia temporal, con una
duración más prolongada, con relativa estabilidad.
No se puede ir más allá por este camino. El gran crecimiento de la población griega de
hace veintiséis siglos no es comparable con la explosión `planetaria´ de los dos últimos.
Tampoco los cambios producidos en nuestro período se limitan a ese nivel, y no parecen ser
totalmente motivados por esa variable. En la cadena de estímulos y respuestas, la demografía
pudo haber jugado últimamente papeles de diverso peso en ambos extremos.
En Lévi-Strauss se combinaron una gran capacidad creativa, muchos éxitos originales,
junto a una serie de postulados teóricos imprecisos, en ciertos casos contradictorios,
desligados de los resultados de sus investigaciones. Un historiador brasileño señaló estas
ambivalencias de la obra del gran maestro francés en términos un tanto duros:
Ante un panorama tan polémico y caótico, nos ha parecido lo más prudente centrarnos
en el análisis de la etimología y evolución de la palabra.
6.2 – ETIMOLOGÍA. La palabra latina de la cual se deriva nuestro vocablo es un
verbo: struere, cuyo significado es “construir” 307 . Su primera acepción está relacionada a
“construcción” (obra construida o edificada)308, con ese origen, no puede extrañar su tardía
llegada a las ciencias sociales. Desde la Antigüedad fue empleada en ingeniería y en
arquitectura. Todavía el diccionario de la Academia consigna, antes de otros significados:
“Distribución y orden de las partes importantes de un edificio”; y en su cuarta acepción:
“Armadura, generalmente de acero y hormigón armado, que, fija al suelo, sirve de
sustentación a un edificio”. Más modernamente, al ampliarse, el término se hizo más
abstracto; por ejemplo, en otras fuentes la encontramos como: “Distribución y orden de las
partes que componen un todo” dándole un ámbito de predicación más amplio al de la primera
acepción ofrecida por la Academia. La influencia de las ciencias sociales también ha
multiplicado sus acepciones, con la consiguiente ampliación de su polisemia. Ahora la
podemos encontrar como:
306
Caio PRADO Junior. O estruturalismo de Lévy-Strauss. O marxismo de Louis Althusser, Editora
Brasiliense, Säo Paulo, 1971. Páginas 30 y 31. Citado por Ciro F. S. CARDOSO y H. Pérez BRIGNOLI, Los
métodos de la Historia. Grijalbo, México, octubre de 1977. Página 58.
307
Pïerre VILAR. Op. Cit. Página 52.
308
Real Academia Española. Diccionario de la lengua española. Vigésima segunda edición. Editorial Espasa
Calpe. Madrid, 2001. Tomo 1. Página 1006.
215
El punto nos concierne porque nos va acercando a nuestra disciplina. Por algunas
consideraciones de Fernando Braudel, a verse más adelante, nos interesa citar una acepción
formulada específicamente para la ingeniería: “Combinación de cuerpos resistentes, capaz de
trasmitir fuerzas o soportar cargas sin que haya movimiento relativo entre sus partes”.
También en el análisis literario se ha generalizado la utilización del término. En su tercera
acepción, la Academia establece: “Distribución y orden con que está compuesta una obra de
ingenio, como poema, historia, etc.”310
Para la sociología, la situación es ligeramente más problemática; aunque con gran
optimismo se la define como: “forma que toma la organización interna de un determinado
grupo social”, eso parece demasiado impreciso, porque si bien todo grupo adopta cierta forma
de organización interna, nada garantiza la inmovilidad o permanencia de esa forma. Hay
demasiados ejemplos contrarios. Algo peculiar de esa definición puede ser, entonces, su
aparente desinterés por lo estable, permanente. Eso iría en contra, no solamente del significado
principal con el cual ha sido identificada la palabra, sino también de los fines declarados para
la sociología en la totalidad de orientaciones teóricas aspirantes a dirigir sus pasos.311
Si nos detenemos un poco en las definiciones vistas, encontraremos una serie de
dificultades a debatir. En primer lugar: desde sus orígenes, la palabra ha sido identificada con
elementos permanentes, fijos, o al menos con un período de estabilidad considerable. Si el
conocimiento histórico estudia lo cambiante, a primera vista no parece coherente la posibilidad
de tomar en cuenta esta categoría por parte de los historiadores. De alguna manera estamos
nuevamente en la disyuntiva en la cual se situaban los griegos.
En segundo lugar, tratándose de la ingeniería, la arquitectura o la literatura, el término
se aplica a creaciones humanas, elementos de la cultura, no a la naturaleza; son mujeres y
hombres quienes elaboran esas estructuras luego de concebirlas mentalmente; pero al traspasar
el concepto a la anatomía, los seres vivos, los mares, etc., se busca aplicarlo a objetos dados, a
algo elaborado al margen del ser humano, de su voluntad y actividad.
Otra derivación se presenta al adaptarlo a la economía, la sociedad, la política, la
ideología, etc., las cuales, si pueden considerarse realizaciones humanas, no son plenamente
deliberadas, son creaciones culturales en parte inconscientes, cambiantes, difícilmente
equiparables a los edificios, puentes, represas, etc.
Si dejamos de lado las actividades de la construcción, en las cuales surgió el concepto,
donde la estructura es algo pensado previamente y luego realizado para durar un tiempo
prolongado, nos podemos concentrar en aquellos campos donde la noción se aplica a
309
Citado por Renée DOEHAERD. Occidente durante la alta Edad Media. Economías y sociedades. Labor,
Barcelona, colección Nueva Clío N° 14, 1974. Páginas 267 y 268.
310
En este caso, el vocablo ̏ historia ̋se refiere a una obra literaria considerada ̏conocimiento histórico ̋.
311
Las definiciones se han tomado de: Real Academia Española. Diccionario de la lengua española. Espasa
Calpe, vigésima segunda edición, Madrid, 1992. Tomo I, página 921; y Enciclopedia Salvat. Diccionario, en
doce tomos. Barcelona, 1976. Tomo cinco “elec-frai”, páginas 1319-1320.
216
312
Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI. Algo más sobre la historia. Teoría y metodología de la
investigación histórica. Editorial Abaco de Rodolfo Depalma S.R.L. Buenos Aires, segunda edición, 1979.
Página 25, la anterior en la 27.
313
John A. WILSON. La cultura egipcia. F.C.E. Breviarios N° 86. México. Cuarta edición.
218
verticalidad de los Góticos, asentados en los países nórdicos, con su fluir hacia el sur, cada vez
más débil cuanto más avanza.
Las características del Románico suelen atribuirse a habitantes de regiones con climas
benignos, tierras soleadas, donde la gente pasa la mayor parte de su tiempo al aire libre,
reunida en grupos, gozando el espectáculo de la naturaleza, extrovertida, dada a la
conversación y firmemente asentada sobre la tierra.
Para esa consideración, los rasgos del Gótico son propios de pueblos establecidos en
climas fríos, acostumbrados a pasar mucho tiempo en espacios interiores, cuyas relaciones
humanas tienden a ser poco numerosas y eso mismo los vuelve más proclives a la reflexión
interior, al desarrollo de la espiritualidad. Su anhelo del cielo se manifiesta en su búsqueda de
la altura.
La religión también ha moldeado culturas durante siglos, y hasta milenios. La política,
durante décadas y, en algunas ocasiones, una o dos centurias. La economía por períodos más
cortos y así sucesivamente.
6.3.1 – La historicidad. La circunstancia de reconocer la presencia del tiempo en las
cosas, al punto de considerarlo un ingrediente constitutivo de las mismas, no significa aceptar
la existencia de una conciencia de esa dimensión, propia en los seres humanos. Los
organismos vivos padecen o gozan muchas circunstancias sin ser conscientes de ello. Esa
carencia conduce a repetir indefinidamente conductas frustradas o fracasadas. Especialmente
las mujeres y los hombres, a los cuales la sabiduría popular atribuye ser “los únicos animales
que tropiezan dos veces con la misma piedra”.
La temporidad actúa sobre todos los aspectos de la naturaleza. En el caso de los seres
vivos, condiciona y regula su desempeño en el mundo. Los humanos también padecemos la
temporidad; es más, la padecemos por partida doble; por una parte, la derivada de la naturaleza
y sus ciclos, por la otra, la inherente a los fenómenos culturales o sociales. En compensación,
podemos ir un poco más lejos; tenemos capacidad para reconocer ese padecimiento y así
volver consciente la perduración de ese tiempo. Se puede entender cómo nos moldea y nos
condiciona. Cuando se trata de factores culturales, al llevarlo al nivel de la conciencia,
tenemos la posibilidad de actuar sobre la realidad y, consecuentemente, sobre la duración de
“ciertos tiempos” en nosotros.
Al hacer consciente la temporidad, la transformamos en historicidad, en experiencia,
por lo mismo, en elemento constitutivo de nuestras decisiones, de nuestra manera de actuar
hacia el futuro. La historicidad es la temporidad consciente. Esa conciencia sólo puede
derivarse del conocimiento del pasado, por lo mismo, sin mucha precisión, Rama definía la
historicidad como lo conocido de un proceso ya ocurrido.314 Entendemos insuficiente esa
definición, el tener noticias de un proceso pasado no implica tener conciencia del mismo.
Mucha gente puede recordar experiencias pasadas pero no las tiene en cuenta en el momento
de tomar decisiones frente a circunstancias equivalentes; no las concientiza porque no las
relaciona con su situación presente. Eduardo Salvador Ullúa da otro enfoque:
314
Carlos M. RAMA. Teoría de la Historia, Introducción a los estudios históricos. Tecnos, Madrid, tercera
edición revisada, 1974. Páginas 92 y 93.
315
Carta personal al autor.
219
En este famoso pasaje, se manifiestan algunas de las confusiones señaladas al final del
apartado 6.2. y otras, contra las cuales nos previene Pierre Vilar y veremos más adelante.
Luego de hablar de “ensamblaje”, de “arquitectura”, sugiriendo algo generado en la mente del
estudioso, elaborado por él, les otorga la posibilidad de “obstruir” el cambio en unos casos y
de “posibilitarlo” en otros, para lo cual, necesariamente, la “estructura” debe encontrarse en la
realidad estudiada, debe tener existencia propia, independiente de la captación del
investigador. Podría no ser significativa la confusión, si al detallar los componentes de la
misma, todos los estudiosos coincidieran. Pero no es así. No existe unanimidad acerca de los
elementos constitutivos de una estructura social; esto nos permite poner en duda, o bien su
existencia en lo ocurrido realmente, o bien nuestras posibilidades para captarla con prístina
claridad. Además, en el conocimiento histórico, las construcciones teóricas elaboradas para ser
cotejadas con la realidad, al intentar explicarla, no permanecen exactamente iguales a través de
todo el período de su vigencia; el investigador va introduciendo pequeñas modificaciones
durante el transcurso del tiempo. Asimismo, cambios repetidos indefinidamente, de forma más
316
Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI. Op. Cit., página 33.
317
Fernand BRAUDEL. La Historia y las ciencias sociales. Alianza Editorial, Madrid, 1968. El título original
era “Histoire et sciences sociales: la longue durée.”
318
Fernand BRAUDEL. Op. Cit. Páginas 70 y 71.
221
o menos similar, deben ser tomados en cuenta e incorporados en la construcción. Ambas cosas
suelen ocurrir simultáneamente en una estructura histórica.
El propio Braudel, estudioso del Antiguo Régimen, pone como ejemplo la estructura
económica de Europa Occidental en ese período, a la cual llama “capitalismo comercial”. A
pesar de reconocer modificaciones evidentes durante su transcurso, ve en ella “cierta
coherencia”, una “serie de rasgos comunes que permanecen inmutables”, en forma simultánea
con infinidad de cambios y sacudimientos, en el inicio del proceso destinado a modificar
radicalmente “la faz del mundo”. Cuando explica esos rasgos, se nos hace evidente la
imposibilidad de hacerlos aceptables a todos los historiadores de la economía. Muchos tal vez
incluirían algunos no mencionados por el autor, mientras otros, y aun los mismos, podrían no
aceptar ciertos elementos incluidos por él. Posiblemente, gran cantidad de economistas
estarían en desacuerdo con la forma global de enfrentar el tema.
Considerada de esta manera, la estructura, como todo conocimiento, sería algo
elaborado mentalmente por seres humanos a partir de ciertas observaciones realizadas sobre
un objeto. Enriquecidos con esa herramienta, volvemos a enfocar esa realidad y descubrimos
nuevos elementos. Eso nos obliga a rectificar o retocar la noción teórica inicial.
Supuestamente, con cada rectificación se afina la adecuación de los elementos teóricos al
objeto exterior, pero siempre dentro de los parámetros y valores utilizados por el investigador
para la selección de los constituyentes significativos. Otros criterios pueden ofrecer otra visión
de esa estructura, lo cual dará resultados distintos. El proceso continúa hasta donde decida el
investigador.
6.4.1 – La estructura y el conocimiento histórico. La confusión generada en torno a
estos temas por las afirmaciones de especialistas en diversos conocimientos, estimuló a la
Union Rationaliste a patrocinar, con la revista Raison Présente, los días 22 y 23 de febrero de
1968, en la Sorbona de París, la reunión de diez intelectuales procedentes de distintas
disciplinas de conocimiento, para exponer y cotejar públicamente sus respectivas
concepciones acerca de la significación y alcance del término “estructura”. Los textos
completos de esas discusiones fueron publicados en español con el título de Las estructuras y
los hombres. Representando a la historia estuvieron Ernest Labrousse y Albert Soboul, con
posiciones similares pero no totalmente coincidentes. El primero, buscando un común
denominador a todas las ciencias, propuso:
319
Ernest LABROUSSE, R. ZAZZO et. al. Las estructuras y los hombres. Ariel quincenal N° 17. Barcelona,
1969. Páginas 94 y 95. Exposición de Ernest LABROUSSE.
222
con el consecuente descenso o elevación de los precios de los alimentos, y con las mismas
dificultades para distribuir sus productos. En segundo lugar, confirmando su sujeción, esa
industria está dominada por los productos de consumo, especialmente los tejidos, los cuales a
su vez, dependen también de fibras textiles agrícolas o de la producción pecuaria. Esto lo
conduce a confirmar su concepto de “estructura” como una relación, “un tipo de equilibrio o
desequilibrio”; expresión poco feliz a nuestro entender, porque nos parece difícil concebir una
estabilidad desequilibrada. Los desequilibrios parecerían ser, precisamente, los productores de
las modificaciones en las estructuras y hasta de sus estallidos.
Se nos hace interesante resaltar el concepto de “interdependencia”, porque alude a
elementos esenciales en el proceso estudiado, al lado de los cuales, sin lugar a dudas, hay otros
considerados accesorios y cuya presencia o ausencia no modifica nada sustancial en la
configuración del conjunto.
Esto se puede visualizar fácilmente en la construcción de edificios, en los cuales hay
ciertas partes imposibles de variar porque su alteración pone en peligro la integridad y el
equilibrio del conjunto, como los cimientos, las columnas, las vigas transversales, etc. Su
modificación, cuando es posible, implica la transformación en otro edificio. Esas partes están
en interdependencia unas de otras. Pero también hay otros elementos como muros,
separaciones, puertas, ventanas, para establecer la distribución interna de los espacios,
susceptibles de modificarse cuantas veces se desee, agregarse y quitarse a voluntad, sin ningún
riesgo ni transformación significativa alguna para la “esencia” de la construcción, no pone en
peligro su estabilidad ni su fortaleza.
Los primeros serían interdependientes entre sí, sin ninguna dependencia respecto de los
segundos, mientras estos últimos, sí dependen exclusivamente de los primeros. Aquellas partes
esenciales, confieren estabilidad y permanencia al conjunto, trasmiten fuerza, le permiten
subsistir durante muchos años, a veces siglos, excepcionalmente milenios, como las pirámides
egipcias por ejemplo. También soportan pesos y desplazamientos, sostienen el todo.
6.4.2 – La estructura y el cambio. A partir de ese momento, el ponente desarrolla y
profundiza la aplicación del concepto al proceso histórico. Luego de definir la estructura como
una relación agrega:
320
LABROUSSE y otros. Op. Cit. Páginas 94 a 99. Participación de Ernesto LABROUSSE.
321
Albert SOBOUL. Las estructuras… Op. Cit., páginas 115 a 129.
224
diferencia entre el “modelo estructural” considerado y el “modelo ideal” propuesto por Max
Weber. Según él, el primero permite manejar cualquier realidad exterior, mientras el segundo
no: es meramente un referente para comparación.
A través de un repaso de la utilización del término por algunos economistas de
diferentes tendencias, pone de manifiesto otra imprecisión en el uso de la palabra. Se habla de
estructuras económicas, sociales, demográficas, técnicas, políticas, institucionales, mentales,
etc. Recuerda otras estructuraciones posibles dentro de un país o una nación, como las étnicas
o regionales.
Quienes adoptan estas perspectivas, al encontrarse con la fragmentación, buscan
integrarlas, mirarlas en la forma combinada como se presentan, para estudiar las totalidades y
les dan el nombre de sistemas, si las consideran teóricamente, y de regímenes si se trata de
casos concretos.
Se menciona el “sistema capitalista” y dentro de éste, se habla del “régimen porfirista”,
“norteamericano”, “fascista”, etc. Se contrasta con el manejo hecho por Marx, el cual habló de
una base o infraestructura material y un edificio levantado sobre ella o supra-estructura
política, ideológica, artística, etc., cuyo conjunto constituía la estructura de la sociedad. Para el
tratamiento teórico general -nos recuerda- Marx utilizó el concepto de “modo de producción”.
A nuestro entender, la tremenda amplitud y grado de abstracción de esa expresión hacían
abarcar demasiadas cosas a la vez, lo cual la volvió muy poco operativa, desde el punto de
vista del estudio de casos concretos a los cuales se dedica la investigación histórica.
Afirmando las posiciones ya vistas de Soboul, destaca la especificidad de la Historia
por entenderse con realidades en evolución permanente; esto obliga a trabajar con “esquemas
estructurales de funcionamiento”, a poner de manifiesto las tensiones y contradicciones en el
seno de la propia estructura, las cuales provocan su evolución interna y su mutación en algo
diferente, a lo cual propone llamar “desestructuraciones y reestructuraciones”.322
6.5 - LA LARGA DURACIÓN. El título original del artículo de Braudel citado
anteriormente era Historia y ciencias sociales: la larga duración, donde propone como tarea
primordial de la “nueva” Historia, el análisis de
322
Pierre VILAR. Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Crítica, Barcelona, tercera edición, noviembre
de 1981. Páginas 51 a 77.
323
BRAUDEL, Op. cit., páginas 62 y 63.
226
su obra intenta explicaciones de más largo aliento. Se ha solido llamar de esa manera a la
historia política practicada mayoritariamente antes de nuestro siglo, pero, nuevamente, el
mismo autor se encarga de señalar lo inadecuado de semejante identificación, tomando en
cuenta a algunos de sus mejores exponentes, quienes buscaron también en lo político razones y
justificaciones más durables, menos dependientes de la mera voluntad individual o el capricho
de los poderosos.
En este mismo sentido, nos hace notar: el tiempo corto existe en cualquier
manifestación de la actividad humana; en el arte, en la economía, en la religión, inclusive en la
geografía donde se puede ejemplificar con un huracán, una erupción de un volcán, etc. Del
“acontecimiento” sostiene:
324
BRAUDEL, Op. cit., páginas 64 a 66.
325
La afirmación es muy tajante, por lo tanto sospechosa. Muchas invenciones han demorado siglos para
difundirse; otras, seguramente nunca llegaron a imponerse
227
326
BRAUDEL, Op, cit., página 68.
228
autónoma, autosuficiente, es inadecuado y poco fértil: una buena ruta para arribar a
conclusiones absurdas.
Los estudios de diferente nivel son útiles en la medida de su contribución a ampliar y
desarrollar la Historia de la totalidad de las actividades humanas, así se facilitan perspectivas
más amplias a las miradas generalizadoras.
Al estudiar la evolución humana descompuesta de esa manera, para cada nivel de
análisis se descubrió un ritmo de cambio diferente. No todos los aspectos de la realidad se
transforman a la misma velocidad:
Las ciencias, las técnicas, las instituciones políticas, los utillajes mentales y
las civilizaciones (para emplear una palabra tan cómoda) tienen también su
ritmo de vida y de crecimiento.327
327
BRAUDEL, Op. cit. página 69.
229
Siempre he pensado que el nivel más bajo por muy miserable que sea a
veces es el terreno sólido de la historia. Y dudo que sea así desde 1950, es la
estructura, todas las estructuras profundas del país las que han sido
atropelladas, dañadas... 328
328
Entrevista de J.J. BROCHIER y F. EWALD. “Mares y tiempos de la historia”, Vuelta Nº 103, volumen 9,
junio de 1985. Entrevista. Página 45.
230
En su intento por imponerse, muchos nacientes estudios sobre las actividades humanas
adoptaron el análisis de lo invariante como una manera de afirmar su diferencia con los
tradicionales estudios históricos; de esta manera, también creían establecer su superioridad.
Pero esos han sido pecados de juventud, de los cuales tampoco estuvo exenta la renovación del
propio conocimiento del pasado de la humanidad. Con la llegada de la madurez, todos
descubrieron sus parentescos, al advertir las virtudes y la necesidad de la colaboración.
Tampoco nos parece adecuado explicar su permanencia en la búsqueda de un lenguaje común
interdisciplinario, como propuso Braudel. Muchas formas lingüísticas tuvieron oportunidad de
integrarse al mismo y, sin embargo, no participaron de idéntico éxito.
Si la expresión se instaló, aparentemente en forma definitiva en estos estudios, fue
porque ha resultado tremendamente fértil, porque de cierta manera respondió a una necesidad
ya manifestada expresamente por Voltaire en el siglo XVIII e inconsciente y equivocadamente
portada por la Filosofía de la Historia. Todo el siglo XIX estuvo atravesado por este intento: la
búsqueda por trascender lo efímero, lo accidental, lo azaroso en las explicaciones del
desenvolvimiento histórico. Preexistía una necesidad. El concepto vino a satisfacerla, aunque
fuera parcialmente. Pero, como hemos visto, al comienzo el vocablo generó desconcierto. Su
fertilidad fue creciendo al ritmo de su clarificación. No afirmamos la ausencia total de aristas
confusas, de zonas oscuras, pero sí su drástica disminución. Por lo general, en la actualidad,
quienes lo usan lo conciben como algo existente en la realidad misma, algo a descubrir, a
poner de manifiesto. Tampoco en esto hay unanimidad pero sí un creciente consenso.
Vilar introdujo algunos ajustes: si bien considera necesario el dominio del concepto de
estructura por parte de los historiadores, no lo juzga suficiente. Sería únicamente un punto de
partida firme. En historia, el cambio, la innovación es algo fundamental, porque el historiador
debe dar cuenta de las transformaciones, explicar la evolución social, justificar las
“desestructuraciones y reestructuraciones”. El estudio de casos concretos es una forma de
confirmar, descalificar, o, más comúnmente, relativizar, muchas generalizaciones, muchos
esquemas estructurales.
Cuando los resultados de investigaciones regionales, parciales, no armonizan
adecuadamente con la estructura donde se las suponía insertas, estamos autorizados a
desconfiar de su formulación, del conocimiento tenido sobre ella e iniciar el proceso de su
revisión.
Un ejemplo actual lo constituye la generalización acerca de los efectos provocados por
la “ley de desamortización de fincas rústicas y urbanas propiedad de las corporaciones civiles
y eclesiásticas” o, más comúnmente conocida como “ley Lerdo”. Hasta no hace muchos años
se le atribuía haber provocado un incremento del latifundio en todo el país. Ser responsable de
una transformación en la estructura de la tenencia de la tierra, en favor de la gran propiedad. A
partir de fines de la década de 1970, autores como René García Castro, Ton Halventhout,
Robert Knowlton, Frank Schenk, Rosa María Hernández Ramírez y José Trinidad Quezada
Rojas, mediante estudios regionales han puesto de manifiesto, al menos para algunas
localidades de los actuales estados de Jalisco, Michoacán, México y Tlaxcala, lo incorrecto de
esa interpretación. No fue eso lo ocurrido.
6.8 – LOS MODELOS. Vilar no es suficientemente claro en su diferenciación entre la
estructura y el modelo destinado a dar cuenta de ella. Por eso, creemos necesaria una
clarificación y delimitación de conceptos.
A ciertas creaciones intelectuales, inexistentes en la realidad, pero con intenciones de
reflejar las características y relaciones más importantes del objeto de estudio, a fin de ser
empleadas como guía para conducir las investigaciones y destinadas a ser aplicadas al proceso
231
En otro pasaje sostiene una especie de relación entre duración y amplitud del modelo
utilizado. Según él, los modelos de corta duración pueden comprender realidades amplias y
complejas; pero, si intentamos alargar su duración, necesariamente debemos ir estrechando la
amplitud de lo abarcado. De allí sugiere la necesidad de realizar una confrontación entre el
concepto de duración y los modelos. De la duración abarcada por el modelo, depende “tanto su
significación como su valor de explicación”.
Al intentar un acercamiento más detallado, Vilar nos orienta acerca de los elementos a
tener en cuenta para la elaboración de los modelos. Nos aconseja distinguir entre
informaciones “estáticas” y “dinámicas”. Las primeras pueden ser expresadas mediante tablas
y cortes, en tanto las segundas se ven mejor reflejadas en las curvas.
También nos previene contra determinados peligros comportados por la utilización de
estas herramientas. Ante todo recomienda desconfiar de cualquier modelo presentado como
“universal y eterno”. Ninguna realidad posee esas características; por lo mismo, ningún
modelo con pretensiones de reflejar esa existencia puede ser confiable. Igualmente aconseja
sospechar de ciertos modelos muy complicados, elaborados a partir de la observación de un
solo caso. Aunque no lo expresa directamente, se puede deducir de su exposición la
importancia, para el historiador, de aquellos modelos susceptibles de ser utilizados como
esquemas de funcionamiento; esos expresan, no solamente las condiciones estructurales, sino
también las contradicciones contenidas, generadoras de transformaciones.
Luego de semejantes recomendaciones, resulta extraño su ejemplo de un modelo
estructural general, englobante. Escoge el “modo de producción” formulado por Marx:
329
BRAUDEL, “La larga...”Op. cit. página 85.
232
Cada uno de los tres niveles vistos, son interdependientes, lo cual no les impide poseer
una tendencia a la autonomía. Esta tendencia ha generado muchas confusiones en los analistas
al hacerlos pensar en la independencia de cada uno. Podemos considerar esa tendencia como
una fuente de contradicciones al seno de la estructura. Una de las tareas del historiador sería,
precisamente, poner de manifiesto la lógica interna de esa estructura y la forma como se
relacionan y entrechocan esos niveles. Entre el modelo y la estructura debe haber una
permanente búsqueda de adecuación, siempre con posibilidad de ser mejorada. Es lo mismo ya
afirmado respecto al conocimiento en general.
Renglones más arriba expresamos nuestra extrañeza frente al ejemplo elegido, porque
inmediatamente de las advertencias mencionadas, la aplicación propuesta parecería
contradecir alguna de ellas. Si bien el modo de producción no aspira a ser eterno, sí fue
planteado como universal. Se desprendía de una posición euro-centrista, muy difundida por el
Positivismo en el siglo XIX.
Para sostener su desarrollo, las potencias industriales requerían materias primas,
alimentos y mercados. Eso las condujo a conquistar territorios y pueblos. El dominio y
explotación de otras sociedades, creó la necesidad de justificar su expansión, y la consecuente
dominación de amplias regiones. Buscaban establecer su soberanía en el resto del mundo. En
ese ambiente intelectual, interpretaban lo conocido, o lo deseado conocer del proceso de sus
propios países, como aplicable a todo el resto del planeta. Ese fue el contexto para la difusión
de un axioma según el cual todas las sociedades evolucionan y se transforman a través de
las mismas etapas, arma ideológica muy efectiva para justificar sus conquistas, pero difícil de
hacer concordar con lo conocido de la evolución de otras partes del mundo. Con estas
convicciones, Carlos Marx interpretó la conquista de la India por los ingleses como un
beneficio para los indios, porque los ayudaría a acelerar su ingreso en la “civilización”. Algo
similar planteó sobre la invasión francesa a México. Si un siglo más tarde, el famoso filósofo
alemán hubiera podido observar los resultados reales de aquellos “avances”, posiblemente no
hubiera mantenido esas convicciones para interpretar el proceso. De allí nuestra extrañeza
cuando un seguidor de sus ideas, casi cien años después de su muerte, continuaba insistiendo
con una forma teórica demasiado amplia, cuya utilización dogmática ha provocado tantos
análisis incorrectos, y pretendido justificar tantas acciones de despojo. Posiblemente, seguir
mirando el mundo desde Europa Occidental impide captar las consecuencias de la aplicación
de esas concepciones para los otros pueblos.
Braudel explica las diferentes posibilidades de cada tipo de modelo. Ya en esa época
advierte ciertas tendencias a exagerar la importancia de la herramienta. Reclama un esfuerzo
para precisar “la función y los límites” de la misma. Para eso, opina, es necesario
330
Pierre VILAR. Op. cit. página 67.
233
…preparar lo social para las matemáticas de lo social, que han dejado de ser
únicamente nuestras viejas matemáticas tradicionales: curvas de precios, de
salarios, de nacimientos...331
331
BRAUDEL, La historia..., Op. cit. páginas 89 y 90.
332
Ibidem, página 94.
234
333
Real Academia Española. DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA. Editado por Espasa Calpe S. A.
Vigésima segunda edición. Madrid, 2001. Página 679.
334
Arnold J. TOYNBEE. ¿Para qué estudiar historia?(Uso y valor de la historia) EMECÉ. Buenos Aires, 1966.
Página 10.
335
Pierre VILAR, Op. cit. Página 93.
235
ciertas precauciones adoptadas por los egipcios para salir al desierto, han quedado fijadas por
siglos en los practicantes de ese credo. Lo mismo ocurre con musulmanes, protestantes y otros
grupos religiosos.
Respecto al tema de este capítulo, los autores son mucho más parcos. Solamente Pierre
Vilar le ha dedicado un apartado en la obra citada. Advirtiendo las incongruencias de la
utilización corriente del término, lo define en forma precisa como:
336
Pierre VILAR. Op. cit. Página 81.
337
Pierre VILAR, Op. cit. Página 82.
338
Pierre VILAR, Op. cit. Página 95.
339
Pierre VILAR, Op. cit. Página 104.
236
Por último, formula ciertas reservas; en primer lugar: la coyuntura no puede ser
utilizada como explicación sistemática, es muy importante tenerlo en cuenta, porque es una
tentación muy difundida, difícil de resistir. El ejemplo propuesto es gracioso y elocuente:
“’Esto se explica por la coyuntura’ no tiene más sentido que ‘llueve a causa de la
meteorología’”.340
También aconseja pensar siempre el estudio coyuntural “dentro de un tipo de
estructura”, jamás dejar de relacionar ambas realidades. La otra reserva, viene con el ejemplo
más extenso de esta parte de su libro. Propone prestar atención a la “multiplicidad de los
ciclos”. Se refiere a los diversos ciclos económicos, para lo cual es básica la precisión
cronológica, más aguda aún, tratándose de estudios coyunturales. Sin embargo, podemos
extenderlo a otras realidades. Por el momento solamente se ha estudiado la diversidad de
ciclos en el nivel económico, pero no se puede descartar la existencia de algo similar en otros
niveles de análisis. También es muy importante tomar en cuenta los diversos niveles para
considerar el desfase de los tiempos.
340
Pïerre VILAR. Op. Cit. Página 105.
237
CAPÍTULO SÉPTIMO
La periodización
El corte más exacto no es forzosamente
el que pretende conformarse con la más
pequeña unidad de tiempo –en cuyo caso
habría que preferir el segundo al día, como
el año a la década- Sino el mejor adaptado
a la naturaleza de las cosas.
Marc Bloch. (Introducción a la Historia)
341
Carlos M. RAMA. Teoría de la Historia. Introducción a los estudios históricos. Tecnos, Madrid, tercera
edición revisada, 1974. Página 152. Ambas formas son neologismos, pero mientras periodización es una
trasposición del inglés, periodificación es propuesta por Rama tomando en consideración la similitud con
tipificación.
238
dedicado alguna reflexión escrita. Menos aún, quienes han publicado sus ideas acerca de esos
criterios. En algunos casos, como veremos, la confusión alcanza a nombres de prestigio.
En el siglo XIX se definieron dos actitudes antagónicas al respecto. Por un lado, los
positivistas: concebían el proceso como una sucesión de “hechos” y no titubeaban en
establecer separaciones con enorme facilidad. La exageración los condujo a situaciones muy a
menudo consideradas ridículas.
En el extremo opuesto, la escuela alemana, en su vertiente historicista, destacaba la
continuidad del acontecer histórico y la “arbitrariedad” de cualquier separación “impuesta
desde el exterior”. Ambas posiciones ahora nos resultan equivocadas.
La innegable continuidad no impide aislar un fragmento del tiempo para verlo en
detalle, como la unidad total de los seres vivos no impide aislar un pequeño trozo de tejido
celular para observarlo al microscopio, o la diferente dimensión de cada país, provincia,
territorio o ciudad no impide trazar un mapa o plano detallado de esa parte de la totalidad de
las tierras emergentes de nuestro planeta.
A los positivistas es necesario recordarles el carácter instrumental de recurrir a fijar
períodos. La periodización no es un fin en sí mismo, sino una herramienta necesaria para
aumentar la cantidad, y quizá también la calidad, de nuestros conocimientos. Convertirlo en un
fin autónomo, además de innecesario, conduce a extravagancias sin sentido.
Un riesgo, del cual no han salido bien libradas ciertas celebridades, radica en atribuir al
fragmento escogido una importancia exagerada dentro del contexto más amplio donde está
comprendido; o en perder de vista ese mismo entorno en el cual se ubica, porque, en muchas
ocasiones, los cambios vividos por una sociedad son motivados por acontecimientos ocurridos
lejos de ellas y/o ajenos a sus preocupaciones. Los procesos conocidos como “guerras
mundiales” tuvieron su origen en problemas europeos, de ciertos países desarrollados, sin
embargo, afectaron prácticamente a casi todos los demás. La prosperidad de la mayor parte de
Iberoamérica durante esos conflictos tuvo una relación más estrecha con esa situación exterior,
a la tenida con sus propios procesos internos.
Otro desatino planteado por el eurocentrismo positivista, consistió en pretender
extender la validez de los períodos establecidos para el propio objeto de estudio a realidades
sociales y culturales con una evolución completamente independiente y distinta. La división
“tripartita” en Antigüedad, Edad Media y Modernidad, no tiene ningún sentido en América,
África o Asia, mucho menos en Oceanía y los archipiélagos del Océano Pacífico.
A cada sociedad, como decía Huizinga, le interesa su pasado para “rendirse cuentas”,
lo cual no significaba el aislamiento de todas las influencias recibidas por esa sociedad. Hasta
el siglo XIX hubo agrupaciones humanas cuyo desenvolvimiento se produjo casi en el
aislamiento total. Recordemos la carta con la cual el emperador de la China, Ch’ien Lung, en
1793, con gran seguridad, contesta la solicitud de Jorge III de Inglaterra para establecer
relaciones comerciales; la respuesta expresa su “comprensión” hacia los intentos por
relacionarse con su imperio, pero también informa la imposibilidad de aceptarlo, por cuanto
“…el Imperio (Chino) producía de todo en abundancia y no confiaba nunca en las mercancías
de los ‘bárbaros’ para la satisfacción de sus necesidades”.342
La tendencia al aislamiento y a las evoluciones autónomas ha sido dominante en la
mayor parte de los conjuntos humanos. Las influencias estimulantes de una cultura sobre otra,
antes del siglo XIX, han sido muy importantes, pero escasas, fragmentarias y limitadas en la
342
Herbert FRANKE y Rolf TRAUZETTEL. El Imperio Chino. Siglo XXI. México, octava edición, 1989. Pág.
302.
239
mayoría de los casos. Los sumerios viajaban a comerciar con los egipcios a la orilla occidental
del Mar Rojo. Allí los últimos vieron a los primeros hacer anotaciones en tabletas de barro
blando. Entonces concibieron la idea de fijar información en documentos escritos, el estímulo
requerido para “inventar” su escritura jeroglífica, sin relación con la sumeria.
Los seres humanos suelen temer lo desconocido y tratándose de otros seres humanos
tienden a la desconfianza. También acostumbran considerar el ámbito cultural en el cual
fueron formados como “derivado de la naturaleza de las cosas”, como el más adecuado y
correcto. De allí la extrañeza, el desprecio y hasta la irritación hacia las costumbres cotidianas
ajenas.
Es a partir de la conquista del planeta por parte de la cultura generada en Europa
Occidental, buscando satisfacer las necesidades expansivas del capitalismo, cuando se va a
iniciar el proceso de uniformización del mundo con la imposición coactiva de las pautas
fundamentales de una civilización sobre las demás. Eso es reciente; para algunas regiones del
planeta tiene poco más de cien años. Excepto superposiciones de casos individuales sin
ninguna relación entre ellos, antes del siglo XIX no existió la “Historia Universal”, entendida
como el proceso unificado y relacionado del género humano. Por lo tanto, tampoco pudo
existir una periodización común, aplicable a todos los desarrollos culturales del planeta. La
historia de todas las sociedades anteriores a las dos últimas centurias, es un agregado de casos
particulares generalmente sin relación uno con otro, o con una relación mínima, efímera o
superficial. Designarla “Historia Mundial” es un subterfugio, no altera en nada el problema.
Hablar de ‘Edad Media’ en África, América o Australia es un disparate. No obstante, como
veremos, no han escaseado los intentos por establecer cortes con aspiraciones de validez para
cualquier parte del mundo, para cualquier sociedad. Las comparaciones culturales entre
sociedades del pasado tampoco autorizan afirmaciones como la siguiente:
¿Cuál es el criterio para establecer el grado de “avance” de una sociedad sobre otra?
¿Cómo saber si la sociedad romana del siglo II era más avanzada a la china o la india de la
misma época? ¿La sociedad árabe del siglo XI, mostraba “las tendencias principales de
desarrollo para el resto de la humanidad”? Anteriormente hemos tenido oportunidad de
destacar la inexistencia de la imparcialidad. Nadie realiza valoraciones desde el vacío, desde la
ausencia axiológica total. Todos hemos sido formados y moldeados por una sociedad y hemos
bebido e introyectado sus valores sin nuestro consentimiento. Los fundamentos ideológicos de
estas postulaciones se generan en la civilización occidental en los siglos XVIII y XIX y los
consideraremos más adelante.
Esa misma perspectiva, aunque desde un marco teórico totalmente opuesto, ha
generado concepciones antojadizas como la expresada por un antiguo manual: “Es imposible
llegar a una determinada división del contenido de la Historia si antes no se llega a una
concepción de la unidad del género humano y de sus destinos”. 344 Lo cual supone la
imposibilidad de dividir las historias locales, nacionales, regionales, etc., algo manifiestamente
inexacto.
343
Enrique SEMO. “Acerca de la periodización” en Historia Mexicana. Era, México, sexta reimpresión, 1991.
Página 146.
344
Ernst BERNHEIM. Introducción al estudio de la historia. Labor, Barcelona, 1937. Página 81.
240
adelante destaca una separación entre los mecanismos intelectuales según los cuales opera la
erudición y los correspondientes a la Historia.
Esta última no “selecciona hechos”, arma, prepara, crea el “hecho único, el hecho
pensado”. En el primer caso parecería aplicar el sustantivo “hecho” tanto a los restos, los
vestigios, los documentos, como a los datos con los cuales trabaja el filólogo, el erudito y
cualquier otro estudioso de lo social. Cuando menciona el vocablo “dato”, en este caso,
también parece referirse a los objetos materiales conservados y la información contenida en
los mismos, los cuales son elementos diferentes. El documento es algo siempre igual, ajeno a
la intencionalidad del investigador, en cambio el dato es la respuesta a una pregunta formulada
por el estudioso a ese documento, en gran parte es una elaboración de éste. El “hecho” es la
interpretación de un proceso complejo; se integra con muchos datos y teoría.
Idealista, formado en Alemania, afirma: Como los “hechos históricos” son “hechos
pensados”, carece totalmente de sentido hablar de “hecho no histórico”, lo cual significaría
“no pensado”, porque las cosas no pensadas no tienen existencia. Por ese camino nos lleva a la
periodización:
Pensar la historia es por cierto dividirla en períodos, (...) pero esas pausas
son ideales, y por ello inseparables del pensamiento, con el cual constituyen
una unidad, como la sombra con el cuerpo...345
De acuerdo con este pasaje, nuestro pensamiento, por ser esencialmente ordenador, en
cuanto se enfoca al pasado, automáticamente lo divide en períodos, los cuales son puramente
ideales. No es algo derivado de la evolución de las sociedades, sino de nuestra manera de
pensarlo, de nuestras ideas.
Croce analiza luego dos formas de pensamiento, la cristiana antigua y la europea
moderna, para mostrar cómo, cada una de ellas divide de manera diferente el pasado, porque
ambas se basan en distintas pautas de pensamiento. Sólo “mientras nuestra conciencia persista
en la fase en que se encuentra ahora” perdurará nuestra forma actual de dividir el pasado.
Luego desaparecerá, como desaparecieron tantas otras con plena vigencia en otros tiempos.
Pero no solamente varían con las formas de pensar, sino también con respecto a las distintas
“materias históricas” (niveles de análisis) y la forma de ser percibidas por los diferentes
historiadores. Estas afirmaciones parecerían darle un enorme relativismo a la función de
periodizar. A lo cual responde:
345
Benedetto CROCE. Teoría e Historia de la Historiografía. Escuela, Buenos Aires, 1955. Página 90.
346
Idem, página 91.
242
La datación de los períodos con ciertos criterios exige justificaciones teóricas y éstas,
como toda creación humana, sufren transformaciones luego impuestas al propio pensamiento
histórico. Cuando el hombre alcanzó cierto dominio para medir el tiempo, desde hace unos
cuatro siglos, sin ser la primera en su tipo, se ha introducido una escala de medición exterior al
proceso histórico. Se divide en milenios, siglos, décadas, años, meses, días, horas. Se le
sobrepone el tiempo físico, mecánico, determinado por las rotaciones del planeta alrededor del
sol y sus giros sobre sí mismo. También desde muy antiguo surgió la cronología, muy útil
como auxiliar, como herramienta para ubicar con rapidez datos, noticias, acontecimientos y
poder relacionarlos adecuadamente, pero con respecto a la cual es necesario sortear el peligro
de confundir una fecha con el acontecimiento o con su causa. Con mucha precisión, Semo
agrega:
Entre los muchos errores introducidos por esta confusión en el análisis teórico, no es el
menos frecuente la posibilidad de una periodización “objetiva y natural”. Utiliza
equivocadamente el calificativo “objetiva”, según hemos visto, porque toda periodización
debe justificarse, debe exponer las bases teóricas según las cuales fue formulada, lo cual
permite, al resto de los seres humanos, ejercer el control pertinente. Lo de “natural” es mucho
más objetable. Toda forma de conocimiento, incluido el histórico, es un producto cultural, una
creación humana, no necesariamente existente en la naturaleza. Tampoco puede ser unánime,
porque se selecciona desde una posición teórica y responde a ella, también depende del nivel
de análisis considerado más importante. En otra obra, el mismo Croce ofrece otro aspecto de
este punto:
347
Enrique SEMO. Op. cit. Página 143.
348
Benedetto CROCE. La historia como hazaña de la libertad. FCE., México, segunda edición, segunda
reimpresión, 1979. Páginas 271-272.
243
349
Giambattidsta VICO. Principios de una ciencia nueva. En torno a la naturaleza común de las naciones
FCE., segunda edición en español, 1978. Original en italiano, 1725.
350
Citado por Carlos M. RAMA Teoría de la historia. Tecnos, Madrid, tercera edición, 1974. Página 153.
244
mejor y más cómodo análisis. Si existe arbitrariedad, está contenida en los presupuestos
teóricos (o ideológicos) del historiador; la periodización debe surgir de allí y, naturalmente, de
la relación con los elementos encontrados por la investigación en el proceso de conocimiento.
Si bien la tarea es dirigida por ese marco teórico, los datos recabados pueden exigir ciertos
ajustes en el mismo o su completa modificación. Es una relación dialéctica permanente, de ida
y vuelta entre la teoría y los acontecimientos, entre nuestras ideas y el proceso histórico.
Es extraña la forma del razonamiento de Semo: luego de citar adecuadamente a Kon,
afirma: “La periodización (...) presupone la existencia de un criterio teórico que sólo puede
derivarse del material histórico”. Y luego, al abordar un ejemplo, contradictoriamente, invierte
los términos:
351
SEMO. Op. cit., páginas 140 y 141.
352 Benedetto CROCE. Teoría… Op. Cit., Entre las páginas 90 y 91.
245
Dejando de lado el tema de las “leyes”, ya tratado y sobre el cual insiste más adelante,
aunque la utilización inadecuada del vocablo “objetivo”, de acuerdo con lo visto en el capítulo
quinto, salta a la vista la primera y notoria diferencia con los autores anteriores: aquí el
período se formula a partir de una serie de características existentes en el proceso, no en la
mente del estudioso. En el caso de Semo, sin embargo, esto pronto será relativizado:
353
Citado por RAMA, Op. Cit., página 153.
354
Enrique SEMO. Historia mexicana. Economía y lucha de clases. Era, México, sexta reimpresión, 1991.
Página 139.
355 Ibid. Páginas 139 – 140.
356 I. S. Kon. Die geschichtsphilosophie des 20 Jahrhunderts. Berlín, 1964, vol. II, pp. 231-232. Citado por
proceso histórico. Este sería el caso de la tripartita: combatida desde mucho tiempo atrás, hasta
ahora no se ha podido modificar. Sin embargo, es posible relativizar lo anterior, al recordar
otras formas de dividir utilizadas en el pasado, mantenidas por los humanos de su tiempo con
la misma persistencia con la cual nosotros mantenemos ésta; eso no impidió su abandono hace
ya varios siglos y hoy ser consideradas caducas.
Si la afirmación de Croce es verdadera, estaríamos ante el umbral de su modificación.
La mutación cultural en la cual estamos sumergidos dará lugar (está dando ya) a modos de
pensar totalmente diferentes a los conocidos hasta ahora, los cuales deberán traer aparejada
una transformación de las preguntas a formularle a los vestigios y, por lo tanto, un nuevo
criterio para periodizar nuestro pasado como especie humana.
7.4 – BASES TEÓRICAS. En un intento de organizar la discusión, Rama propuso la
formulación de ciertas normas, a las cuales llamó “principios”; buscaba una amplia avenencia
sobre la técnica para elaborar los períodos. Ante la diversidad de cuestiones a tratar, propone
dividirlas de acuerdo con su temática. Jerarquiza los temas y sostiene la prioridad de los
asuntos formales, por lo cual ocupan en su obra el primer grupo de recomendaciones. Luego,
considera los relativos a la naturaleza del fenómeno a analizar. Por último propone examinar
las reglas sobre la fijación de los límites.
Si bien los dos primeros nos parecen claramente más importantes, creemos pertinente
modificar el orden. Entendemos los problemas relativos a la naturaleza de los mismos como
previos para la consideración de las cuestiones formales y de límites. No nos resulta lógico
tratar maneras de establecer los períodos, si antes no tenemos clara su naturaleza.
Abordaremos entonces, en primer lugar, los considerados por él en segundo término.
7.4.1. Principios acerca de la naturaleza de los períodos. El aspecto más
controvertido de la discusión se centra en la ubicación de los períodos. El punto medular es
determinar si los mismos existen realmente en el proceso histórico o son proyecciones de
nuestra mente sobre la evolución de la humanidad. Iniciamos con la posición subjetivista:
Spangemberg intenta un puente destinado a lograr un entendimiento con los antagonistas.
Dice:
Los períodos no tienen existencia objetiva, sino que más bien son
imágenes subjetivas, artificiales, aunque en modo alguno arbitrarias, que
sólo con dificultad o acaso nunca podrán ser enlazadas del todo con la
multiforme realidad.357
357
H. SPANGEMBERG. Los períodos de la historia universal Revista de Occidente. Madrid, 1925-1926. Citado
por Carlos M. RAMA. Op. Cit. Página 154.
247
Oscilando cada generación entre los treinta y los treinta y cinco años, se integran tres o
cuatro de ellas elaborando espacios de cien o ciento veinticinco años, tan exteriores al
desarrollo social como la división en siglos, años, etc. Es llamativo observar cómo no
advirtieron la similitud con la superposición del tiempo mecánico, porque al intentar
“encerrar” el acontecer histórico en cualquier tipo de medida exterior a su propia naturaleza y
dinámica, incurren en el mismo error. En última instancia, las generaciones también son
medidas reguladas de acuerdo con los movimientos del planeta sobre su propio eje y en torno
al sol, es decir, con el tiempo mecánico.
Para evitar lo anterior, pero manteniendo la aspiración de encontrar una periodización
aplicable a toda sociedad, algunos pensadores, especialmente filósofos de la historia, trazaron
un paralelo entre las diferentes evoluciones de variadas culturas, tomando en cuenta los
períodos establecidos para cada una de ellas, con ciertos desarrollos repetitivos característicos
de procesos de la naturaleza, como las etapas de la vida, las cuatro estaciones del año, etc. Aun
no ateniéndose a lapsos de igual dimensión, de todas maneras, en la actualidad se considera
inadecuado aplicar a la evolución de la cultura humana criterios tomados de la naturaleza.
Ya se señalaron las diferencias entre la naturaleza y la cultura o desarrollo social. En
este sentido, es aleccionador el ejemplo de uno de los más destacados historiadores del siglo
XX. En el prólogo a la segunda edición de su obra más famosa, en el último párrafo anota:
358
Citado por RAMA. Op. Cit., en las páginas 154 y 155. El autor italiano es Giuseppe FERRARI, no Ferrin
como aparece en el texto.
359 Johan HUIZINGA. El otoño de la Edad media. Revista de Occidente, Madrid, séptima edición, 1967. Página
12.
248
latinoamericano vivía su canto del cisne, llevó a sus máximas posibilidades aquella orientación
como líder de un partido con esa tendencia en Venezuela. Tres lustros más tarde, cuando la
ideología dominante en el mundo era el neoliberalismo, nuevamente fue electo, como
manifestación de rechazo hacia esta corriente mundial. Al ocupar el poder defraudó, aplicando
un programa neoliberal sumamente drástico. De inmediato fue destituido y estuvo
encarcelado. En Bolivia, Jaime Paz Zamora, antiguo militante de izquierda, otrora defensor del
movimiento guerrillero procubano, al llegar a la presidencia también aplicó políticas similares.
Otro tanto ocurrió con Carlos Saúl Menem y el Partido Justicialista en la República Argentina.
Podemos ver a cada uno de ellos haciendo un uso bastante contradictorio y poco razonable de
su “libre albedrío”, pero estadísticamente, en conjunto, no es convincente el argumento. Quizá
los partidarios de ciertas tendencias políticas los vean “descubriendo la verdadera manera
sensata de conducir los asuntos públicos”, pero la reiteración de giros tan drásticos
simultáneamente, disminuye la credibilidad de esa posición. En otros casos, individuos de
gran prestigio e influencia en la sociedad, los perdieron cuando sus inclinaciones o directrices
los alejaron de las preferencias de los sostenedores de aquel prestigio. Parece bastante claro: si
los hombres tienen un margen de acción libre, es dentro de ciertos límites, no demasiado
amplios.
Las discrepancias actuales pueden situarse en la amplitud de esos límites, pero ya no es
sostenible la posición del libre albedrío absoluto. No es concebible un hombre o una mujer de
nuestro tiempo intentando ser un legionario romano, como hubiera sido imposible un
romano/a del siglo V a. c. con aspiración de ser astronauta. Tampoco los seres humanos
desean “cualquier cosa”. El ámbito social donde se han formado los provee de un horizonte de
posibilidades limitado. Cuando algún individuo, al utilizar “su libertad”, se aleja demasiado de
aquello sancionado socialmente como “aceptable”, sus contemporáneos piensan en forma
negativa de su salud mental. Por esta causa las excepciones son tratadas como casos
particulares o simplemente ignoradas.
Más adelante, arremete el autor contra los calificativos utilizados para identificar a
quienes se alejan de la tendencia, como “anacrónico”, “rezagado”, “avanzado para su época”,
etc. Sin embargo, esas adjetivaciones tienen una razón de ser: significan la inadecuación de
ese ser humano respecto de las tendencias dominantes de la época en la cual le tocó vivir y por
lo tanto, el alejamiento en su relación con la mayor parte de sus contemporáneos. Si luego, con
el correr del tiempo, sus planteamientos convencen a muchos seres humanos, suele decirse:
“se adelantó a su época”, lo cual es una figura retórica. En realidad, fue uno de los iniciadores
de una forma distinta de pensar. Cuando esas ideas coinciden con la manera de pensar de
personas desaparecidas, se le llama “retrasado” o “reaccionario”, por ser uno de los postreros
representantes de esas ideas. La recepción social de determinadas políticas, ideas o
proposiciones es básica para la configuración de las tendencias.
Por estas razones, en la actualidad, las clases dominantes procuran no imponer
coactivamente sus criterios, salvo en aquellas ocasiones consideradas imposibles de solución
por otros medios. Previamente, por ejemplo, intentan el dominio de las mentes a través del
monopolio de los medios masivos de comunicación más influyentes. Hoy en día, en la
inmensa mayoría de los casos, se obtienen mejores resultados por medio de una forma de
persuasión, vulgarmente designada “lavado de cerebro”, lo cual además, es un negocio
sumamente lucrativo. En la Alemania de los años treinta del siglo XX, Joseph Goebbels
demostró hasta el hartazgo su famosa sentencia: “una mentira repetida cien veces se
transforma en una verdad”. Sin disponer del potencial de la televisión, teniendo a la mano la
prensa escrita, la radio y el cine, logró nazificar a más del noventa por ciento de una
249
360
RAMA, Op. cit. página 154.
251
361
Thomas S. KUHN. La tensión esencial. FCE y Conacyt, México, primera edición, 1982, Páginas 12 y 13.
362
SEMO. Op. cit. página 144.
252
fuerza y han sido tan persistentes, como para llevar a ciertos estudiosos a intentar
periodizaciones según el “nivel de desarrollo” de cada sociedad, dando por sentado el axioma
positivista: todas deben transitar por caminos similares.
En el siglo XIX, los países imperialistas, necesitados de justificaciones ideológicas
para su expansión y dominio sobre otros territorios ocupados por sociedades diferentes,
formularon un conjunto de ideas destinadas a acreditar su accionar, a las cuales asignaron el
prestigioso calificativo de “científicas”.
Una idea básica para la lógica de la teoría sostenía el imperativo para todo grupo
humano de recorrer las mismas etapas en su “desarrollo”. Aparecieron varias clasificaciones
acerca de las diferentes fases en el desenvolvimiento de toda sociedad, todas ellas debían pasar
por ciertos grados de desarrollo como “salvajismo, barbarie y civilización”. Comte concibió
una sucesión de “estados” y los nombró “teológico, metafísico y científico”. Para Marx toda
sociedad pasa por una serie de “modos de producción”: “asiático, esclavista, señorial,
capitalista”.
Demás está decirlo, Europa Occidental estaba en el escalón más avanzado de todas las
clasificaciones: la civilización, el estado científico y el modo de producción capitalista. Todos
estos postulados ideológicos, presentados como “científicos”, fueron necesarios para sustituir
a la religión, ya desprestigiada, como elemento legitimador de las conquistas de territorios y
trabajadores. El fundamento teológico había operado con eficacia para las adquisiciones
realizadas durante los siglos XVI, XVII y XVIII, pero los ataques demoledores infligidos por
los ideólogos de la burguesía a la Iglesia Católica, por ser ésta quien aportaba el cimiento
ideológico al sistema absolutista, la habían despojado de su aureola de infalibilidad y de una
buena parte de su capacidad de convencimiento. También los avances de la ciencia habían
mellado su credibilidad. Ya no era posible invocar la evangelización para justificar las
conquistas europeas de otras tierras donde existieran las materias primas, la mano de obra y
los mercados tan necesarios para el desarrollo de Europa Occidental y los Estados Unidos. La
coartada ideológica para el dominio sobre otras sociedades se ejercía con la finalidad de
“ayudarlas a alcanzar la civilización”, para “llevarles el progreso”, para “comunicarles la
ciencia”, etc. Esta convicción explica los aplausos de Carlos Marx cuando los franceses
conquistaron México y cuando escribió sobre la ocupación de la India por los ingleses.
Teniendo en mente estas bases teóricas, algunos estudiosos, principalmente alemanes,
buscaron elaborar una periodización útil para todo el planeta, no con límites sincrónicos para
la totalidad, sino indagando en cada desarrollo cultural las fechas adecuadas para hacerlo caber
dentro de un cuadro general elaborado sobre la base de la evolución europea. Karl Gottfried
Lamprecht, basado en la historia alemana, conecta aspectos ideológicos con elementos
materiales y encuentra una correlación entre etapa “espiritual” y “primeras culturas
materiales”, entre “animismo” y “economía de ocupación colectivista”, entre “simbolismo” y
“economía de ocupación individual”, entre “tipismo” y “economía natural con procedimientos
colectivistas”, entre “convencionalismo” y “economía natural con procedimientos
individualistas”, entre “individualismo” y “economía dineraria con predominio social del
comercio” y, finalmente, entre “subjetivismo” y “economía dineraria con base individualista”.
Consideraba esta división como una ley a la cual sería necesario adaptar las historias
nacionales o regionales de todos los países y territorios aplicando la inducción. Entrado el
siglo XX consideró formulada su “ley” y aplicable a la historia universal. Pensó en la
253
[Las] culturas [son] seres vivos de un orden superior, crecen en una sublime
ausencia de todo fin y propósito, como flores en el campo. Pertenecen, cual
plantas y animales, a la naturaleza viviente de Goethe no a la naturaleza
muerta de Newton. Yo veo en la historia universal la imagen de una eterna
formación y deformación, de un maravilloso advenimiento y perecimiento de
formas orgánicas.365
4º) El cuarto principio es fácilmente aceptable por todos. Los períodos creados deben
vincularse con la totalidad del tiempo histórico, con los otros períodos establecidos. Muy
particularmente con el antecedente y el consecuente. No son unidades autónomas. Si un
período no se ajusta con todos los demás en un cuadro cronológico total, entonces no cubre las
necesidades mínimas para las cuales fue creado. Rama lo plantea para la historia universal.
363
Para la presentación de los trabajos de estos historiadores hemos seguido la exposición de RAMA, Op. cit. y
Ernst CASSIRER. El problema del conocimiento. FCE. México, quinta reimpresión, 1993. Tomo IV, pags.
336 y siguientes.
364
Para los nombres de estos pensadores nos hemos atenido a la formulación de la Enciclopedia Británica, pues
hay discrepancias en la presentación hecha por los diferentes autores.
365
Oswald SPENGLER. La decadencia de Occidente. Espasa-Calpe, Madrid, 1932. Introducción.
366
Veit VALENTIN. Prólogo a su Historia Universal. Sudamericana, Buenos Aires, 1944. Tomo I. Citado por
Carlos RAMA, Op. Cit. Página 95.
254
Entendemos su necesidad para cualquier tipo de estudio del pasado porque tampoco son
unidades autónomas las historias regionales, nacionales, etc., ni las separaciones temporales
realizadas para mejor analizarlas, para observarlas con más detalle.
5º) Por último, el quinto principio formal exige, para el conjunto de todos los períodos
elaborados, cubrir la totalidad del tiempo histórico, es decir, no dejar hiatos y abarcar todo el
pasado de la sociedad periodizada. También, en este caso, parece lógicamente aceptable para
todos los estudiosos, igual al principio anterior.
7.4.3 – Principios relativos a los límites. El tema de las fechas en las cuales se
produce el paso de un período a otro, quizá haya provocado algunas de las controversias más
intensas. Antes del siglo XIX la situación era más sencilla. En la enorme mayoría de los casos,
el conocimiento histórico se refería a la política y las fechas se fijaban de acuerdo con los
cambios producidos en ese nivel. Aun así, las objeciones a las formulaciones concretas no
menudeaban. La división tripartita original fechaba el comienzo de la Edad Media en el año
476, cuando, supuestamente, “cayó” el Imperio Romano de Occidente. Su finalización fue
fechada en 1453, cuando, se dice, caía el Imperio Romano de Oriente, conocido como Imperio
Bizantino para sus últimos diez siglos de existencia. Aun tratándose de un solo nivel, se hace
evidente lo absurdo de precisar fechas de esa manera.
El Imperio occidental había sucumbido mucho antes del siglo quinto. Al transformarse
una República limitada a un territorio menor al de la actual Italia, en un Imperio continental de
enormes dimensiones, el territorio a controlar y defender requería muchísimos más soldados,
para eso fueron ingresando guerreros del otro lado de “limes”. Al establecer pactos con los
pueblos germánicos de la frontera para integrar sus ejércitos, el ejército romano se había ido
germanizando totalmente. Es sintomático: todos los maestres de milicias,367 en el último siglo
y medio de existencia del Imperio occidental ostentaban nombres germánicos. Ellos eran la
verdadera autoridad, quienes tenían la fuerza porque dominaban el aparato coactivo. Cada jefe
germánico en “su” territorio hacía y deshacía a su antojo. El emperador retenía las atribuciones
religiosas, convirtiéndose su cargo en algo casi decorativo, especialmente a partir de la
popularización y “oficialización” del cristianismo. Los más altos mandos militares de este
último tiempo ponían y quitaban emperadores como y cuando se les antojaba. Odoacro puso
tres y los quitó. Cuando destituyó al último, Rómulo Augusto, decidió no nombrar más. Envió
los símbolos imperiales a Bizancio (Constantinopla), capital del Imperio oriental. En su
momento, casi nadie se enteró de lo ocurrido. La vida cotidiana continuó discurriendo con
toda normalidad. Los contemporáneos no fueron afectados en ningún detalle de sus existencias
por ese acontecimiento.
Tomando en cuenta estos elementos, otros autores han preferido iniciar la Edad Media
con la crisis del siglo III, porque en la parte occidental, la etapa siguiente es algo
absolutamente diferente a lo anterior. El imperio de Diocleciano y sus sucesores, no sólo fué
un imperio cristiano, como lo nombró Piganiol, sino una organización política con
aspiraciones totalitarias, como lo señaló Rostowzeff, dura y progresivamente ruralizada. Otro
importante autor, como Henri Pirenne, traslada esa fecha hasta la invasión de los musulmanes
en los inicios del siglo VII, cuando es nuevamente puesto en circulación el tesoro de los
templos orientales y se reactiva el comercio.
El problema es más complejo para fijar la fecha de terminación del período. La caída
de Constantinopla en manos de los turcos, en 1453, tuvo mayor repercusión al acontecimiento
anterior, porque trajo a Roma los manuscritos guardados por los sabios bizantinos durante
367
Cargo equivalente a nuestros comandantes en jefes de los ejércitos modernos o ministros de defensa.
255
“Es bien sabido que el siglo XVIII empieza en 1715 y termina en 1789.”
¿Candor? ¿Malicia? No lo sé. En todo caso era poner al descubierto ciertas
rarezas del uso. Pero tratándose de la filosofía del siglo XVIII, podría decirse
con mayor exactitud que empezó mucho antes de 1701: la Historia de los
Oráculos apareció en 1687 y el Diccionario de Bayle en 1697.369
368
R. H. TAWNEY. La religión en el origen del capitalismo. Dedalo. Buenos Aires, 1959. Max WEBER. La
ética protestante y el espíritu del capitalismo. Península, Barcelona, 1969. Werner SOMBART. El burgués.
Alianza, Madrid, 1972. Henri SÉE. “¿En qué medida puritanos y judíos contribuyeron al progreso del
capitalismo?” en Universidad Autónoma del Estado de México. Nueva época. Revista trimestral. Número 7.
Octubre-diciembre de 1991.
369
Marc BLOCH. Introducción a la Historia. FCE, México, quinta edición, 1967. Página 140.
256
Las discusiones por fechas de iniciación o finalización de períodos son una manera
absurda de perder el tiempo. En el ejemplo de los inicios de la época moderna, lo complejo del
proceso es notorio. Por una parte, es claro el comienzo de transformaciones consideradas
importantes por la mayoría en el siglo XIV. La detención de las roturaciones provoca escasez
de alimentos, lo cual genera hambre, desnutrición y un ambiente propicio para la difusión de
epidemias y pestes. La enorme mortandad y la penuria material, empuja a las personas por un
lado a emigrar y por otro a refugiarse en los consuelos espirituales. Esa hecatombe trastoca la
vida cotidiana y conduce a reflexiones más profundas. La preocupación por la muerte se
exacerba al punto de surgir su imagen iconográfica. La popularidad de El arte del bien morir
370
BLOCH, Op. cit. página 141.
257
lo convierte en el “Best Seller” del siglo con varias ediciones como lo atestigua Alberto
Tenenti.371
La crisis del mundo feudal trastoca prácticamente todas las manifestaciones de la vida
en ese pequeño territorio llamado Europa Occidental. La utilización de la pólvora con fines
bélicos modifica la actividad de los señores y transforma su situación política y su prestigio
social. Su arte de “hacer la guerra” se vuelve obsoleto.372 Lo desplaza uno nuevo, no individual
sino colectivo.
Las cada vez más detalladas actividades administrativas de los clérigos, les quita
tiempo para dedicarse a la meditación sobre su función específica, lo cual provoca un
desencuentro con las necesidades de una feligresía con problemas diferentes a los antes
habituales, con distinta espiritualidad. Las antiguas respuestas, repetidas por sacerdotes mal
preparados para innovar, no sirven para enfrentar ese nuevo universo espiritual. En muchas
regiones, las migraciones llevan a la desaparición de la servidumbre.
Por otro lado, comprar las nuevas armas requiere dinero; los nobles no lo tienen e
ignoran las formas de obtenerlo. Precisamente por poseerlo, otro grupo social cobra
importancia: la burguesía. El lastimoso estado material, unido a la reflexión, conduce a las
rebeliones populares, mayoritariamente campesinas.
Algunos intelectuales decepcionados, entre otras cosas, por el descubrimiento de
diferentes versiones de las sagradas escrituras, buscan conocer a dios a través de su creación,
muy especialmente al hombre, la única creación divina “a su imagen y semejanza”. Debemos
observar la naturaleza, los seres vivos. El hombre tiene un estatuto privilegiado por su
naturaleza dual, es criatura y creador, también participa de los reinos de la luz, por su origen, y
de las sombras, por haberse contaminado con el pecado. Eso traslada el centro de atención de
gran parte de la intelectualidad europea y coloca al ser humano en el centro de sus
preocupaciones.
Negociando alianzas a nivel político, algunos individuos o instituciones obtienen el
apoyo de la clase adinerada para concentrar el poder, antes disperso entre muchos señores
guerreros. Esos cambios reseñados sólo son una pequeña muestra del abigarramiento de las
transformaciones sufridas durante los siglos XIV y XV.
Entre tanta variación ¿puede considerarse la más importante la caída de la capital del
antiguo Imperio Romano de Oriente? ¿Es razonable adjudicarle una fecha exacta a esta
profunda y radical transmutación, aunque sea tan prolongada como un año, o diez, o cien?
7.5 – LA PROPUESTA DE GORDON CHILDE. El esfuerzo de Gordon Childe ha
sido considerado uno de los más serios. Su forma de periodizar centra la atención en la
demografía. Ese nivel, dice, refleja los grandes cambios estructurales de cualquier sociedad.
Su enfoque lo “descubre” como el indicador de las transformaciones de mayor profundidad en
toda agrupación humana.
Durante la mayor parte del tiempo transcurrido desde la aparición del hombre sobre
este planeta, las tasas de natalidad y mortalidad se han neutralizado, han sido similares.
Habitualmente, una débil superioridad de la primera provoca un moderadísimo crecimiento
demográfico. Toda sociedad tiene un límite máximo para ese crecimiento: el fijado por las
posibilidades de obtención de alimentos. Cuando el aumento de población sobrepasa ese
“techo”, operan los “correctores naturales” para restituir el equilibrio imprescindible para la
371
Alberto TENENTI. La vie et la mort à travers de l’art du XVᵉ Siècle. París, 1952.
372
El tema fue desarrollado en Jaime COLLAZO ODRIOZOLA, “El papel de la pólvora en el tránsito a la
modernidad” en La colmena, revista de la UAEM, N° 1, invierno de 1993-1994.
258
estabilidad. En la mayor parte de los casos esos correctores son el hambre, la desnutrición, la
enfermedad y la guerra.
En ciertas épocas la natalidad aumenta en forma notable, a veces también disminuye la
mortalidad, como consecuencia, el índice demográfico crece en forma desmedida. Para
Gordon Childe, esos momentos marcan el advenimiento de una “revolución”: son los únicos
fenómenos para los cuales admite esa designación. Sólo pueden considerarse “revoluciones”
cambios ocurridos en períodos relativamente cortos, dos o tres siglos. Pero esas verdaderas
“mutaciones” afectan radicalmente toda la manera de vivir de los seres humanos, desde los
sistemas para obtener y distribuir sus recursos hasta niveles tan superficiales como la
vestimenta, pasando por la alimentación, las formas de pensar y todo lo relacionado con las
sociedades humanas.
Una segunda característica suele ser la extensión de esa transformación a la mayor
parte de los grupos humanos existentes en Europa. Algunos no se adaptan, pero sobreviven en
un completo aislamiento. Aunque, a la larga, son utilizados por los más evolucionados para
sus propósitos y/o son eliminados completamente. Con este criterio, ubica tres períodos de
cambios trascendentes para los seres humanos desde sus orígenes.
El primero se caracteriza por el descubrimiento de la producción de alimentos. Se
pasa de la recolección a la creación: agricultura y ganadería. Los antiguos manuales solían
llamarlo pasaje del “paleolítico” al “neolítico”. Él lo llama “revolución neolítica” y la ubica
en el transcurso de algunos siglos alrededor del octavo milenio anterior a nuestra era.
El segundo está marcado por una alta centralización de las decisiones, lo cual genera
maneras de organizar la producción alimenticia mucho más eficientes. Se puede disponer así
de mayores excedentes. Eso permite alimentar grandes grupos de población para dedicarlos a
la realización de otras tareas. Es la aparición de las altas culturas o civilizaciones. La llama
“revolución urbana” y la ubica, también a lo largo de algunos siglos, cuatro milenios después
del anterior.
El tercer período se caracteriza por el descubrimiento de máquinas para realizar
trabajos pesados y poder utilizarlas en la producción de alimentos y en la transformación de
materias primas en bienes no comestibles, sin necesidad de utilizar la fuerza muscular de los
seres animados. Comúnmente se lo llama “revolución industrial”, el autor no modifica esta
designación. Su inicio ocurre hacia fines del siglo XVIII y todavía estamos inmersos en él.
Para este arqueólogo e historiador son las únicas divisiones verdaderamente importantes, por
lo cual también son las únicas imposibles de no ser aceptadas por todo investigador. Para
ejemplificar nos hace notar: entre el año cuatro mil antes de nuestra era y el siglo XVII de la
nuestra, la forma más rápida de desplazarse los seres humanos era a caballo, el rendimiento de
la agricultura o la ganadería era bastante similar. Luego de la “última” revolución, es posible
trasladarse a velocidades muchísimo mayores en carros mecánicos, volar y cruzar los océanos
mucho más rápido. Los rendimientos agrícolas se han elevado a cantidades enormes.
Comparados con los cambios reseñados, tienen muy poca importancia la formación y
desvanecimiento de los imperios y unidades políticas, la muerte de un rey, el resultado de una
batalla o el estallido de una revolución política y social.
Si por un lado es muy convincente esa manera de dividir la evolución de las sociedades
humanas, no podemos olvidar el carácter instrumental de toda periodización. En este último
sentido, no tiene demasiadas aplicaciones cuando deseamos analizar fenómenos o procesos
menos extensos. Cualquier período así concebido sería demasiado amplio para un estudio en
profundidad. La mayor parte de lo habitualmente llamado Historia quedaría comprendida
entre el segundo y el tercer gran cambio, entre las revoluciones urbana e industrial, es una
259
extensión de seis mil años. El último cambio todavía transcurre y toda nuestra vida y la de
nuestros contemporáneos está sumergida en el mismo. Decepciona constatar la poca utilidad
de la periodización más convincente realizada hasta el momento.
7.6 – SOLUCIONES PRÁCTICAS ADOPTADAS EN EL PASADO. Desde los
más antiguos testimonios de la preocupación humana por pensar en su pasado, hay constancia
de la necesidad de hacer divisiones en su transcurso para ordenar el análisis. En los primeros
imperios unificados, Sumer y Egipto, se contaba el tiempo de acuerdo con la vida de cada uno
de sus reyes. Al asumir un nuevo monarca se empezaba de cero. Sin embargo, a pesar de las
atribuciones divinas depositadas por esos pueblos en sus gobernantes, éstos debieron haber
seguido siendo humanos, pues no parecen haber tenido capacidad para regular su desaparición
o aparición en coincidencia con las unidades astronómicas utilizadas para medir el transcurso
del tiempo cotidiano, de acuerdo con el cual se realizaban las labores agrícolas, se organizaban
los ciclos fiscales, se programaban las rutinas comerciales, etc.
Esa forma de “organizar el pasado” ha generado problemas a posteriores estudiosos
para datar con precisión muchos acontecimientos y correlacionar los procesos ocurridos en
diferentes ámbitos culturales, especialmente los cristianos, preocupados en poner de acuerdo
los sucesos de los otros pueblos con los de los judíos hasta el advenimiento de Jesús. Otros
agrupamientos humanos, como los chinos por ejemplo, han periodizado tomando en cuenta las
dinastías.
Cuando una civilización entraba en contacto con otra u otras, era inevitable la
comparación entre sus propias tradiciones y creencias con las sostenidas por los demás.
Hecateo y Herodoto ironizan acerca de las creencias tradicionales de los griegos cuando toman
contacto con las generaciones egipcias, no solamente mucho más numerosas, sino, además,
mucho mejor atestiguadas en los templos. Esas comparaciones obligan a tomar en cuenta un
panorama mucho más amplio y, por lo mismo, a repensar los fundamentos de las propias
creencias. Si tenemos en consideración lo anterior, no nos puede extrañar el surgimiento del
primer intento de periodizar la historia universal, en un pueblo cuya experiencia vital los puso
en contacto con las civilizaciones más elaboradas de su tiempo y los convirtió en el primero
con ideología de misión universal, conciencia histórica y sentido progresivo, al punto de
generar y ostentar como su libro sagrado una obra de Historia: La Biblia. Esa misma
evolución les transfirió un aire cosmopolita y los constituyó en pioneros en poseer una
concepción muy amplia del ser humano. Nos referimos el pueblo hebreo.
Tampoco parece casualidad el momento en el cual se producen estos primeros intentos
por periodizar. La fusión y combinación de elementos helénicos y asiáticos desatada como
consecuencia de las conquistas de Alejandro de Macedonia, promueven la reflexión acerca de
la relatividad de las propias convicciones, dando lugar a la aparición de las culturas
helenísticas, en las cuales quedan incluidos algunos autores de La Biblia.
Fue en el “Libro de Daniel”, escrito alrededor de mediados del segundo siglo anterior a
nuestra era,373 donde se generó uno de los dos primeros intentos conocidos de periodización de
tipo moderno. Se formula allí la hipótesis de la sucesión de las “tres monarquías” (o etapas).
Nabucodonosor II, monarca babilonio, conquistador de Judá e Israel, desea aclararse el sentido
de un sueño. Ante la impotencia de los sabios, los manda eliminar. Daniel, uno de los cuatro
373
Para RAMA, la confección de este texto se produjo alrededor del año 145. Shotwell, afirmando que fue
escrito en la época de Antíoco Epífanes, lo sitúa entre el 175 y el 164. Todas las fechas son de la era anterior a
la nuestra.
260
El “universo” del cual tenía noticias Polibio era mucho más estrecho del actualmente
conocido, pero, de todas maneras, abarcaba una importante multiplicidad y variedad de
pueblos, cada uno con desarrollos particulares y diferentes. Las peripecias de todos esos
pueblos confluían hacia una gran unidad forjada por Roma, la cual, para Romero, realizaba el
ideal universalista latente en el “espíritu helenístico”. La periodización ensayada se refiere a
cada pueblo dominador y la concibe como una regularidad de la naturaleza, como la existencia
de cualquier ser vivo. Todo pueblo pasa por etapas como nacimiento, crecimiento, madurez y
decadencia. De esta manera, explica la imposición sobre Cartago. Cuando se produce el
enfrentamiento; Roma está en su impetuosa juventud, mientras aquélla había pasado ya su
momento de madurez.
374
La sagrada Biblia. versión directa de los textos primitivos por Mons. Dr. Juan STRAUBINGER. La prensa
católica. Chicago, 1971. Página 724. Daniel 2:36 a 44.
375
POLIBIO, Hist., I, 4. Citado por José Luis ROMERO. De Heródoto a Polibio. Espasa-Calpe Argentina,
Colección Austral, Buenos Aires, 1952. Página 133.
261
Un siglo más tarde, Diodoro de Sicilia refrescará este planteamiento y se internará más
profundamente en el pasado, ayudándose de todos los antecesores conocidos por él. Aunque
todos le elogian la intercalación de fuentes textuales desaparecidas, no hay unanimidad acerca
de la importancia de su planteo. Su plan parece haber sido grandioso, sin embargo, Shotwell
afirma su fracaso. El conocimiento actual de casi todas las otras obras de la época es
fragmentario, lo cual no contribuye a una evaluación ecuánime.
7.6.2 – La unificación cristiana. El éxito de la periodización bíblica fue aportado por
los cristianos. Eusebio de Cesárea, para Shotwell “el padre de la historia de la Iglesia”,
replanteó la tesis de “las cuatro monarquías” en el siglo IV de nuestra era, ubicando en el
cuarto lugar a Roma, para ese entonces ya cristianizada. Los pensadores posteriores se basaron
en él. Hasta las postrimerías de la Edad Media, esta concepción mantendrá una vigencia
compartida con otra de muy distinto carácter. Su competidora surgió y creció muy bien
apadrinada.
Desde los primeros tiempos, pero especialmente a partir de su difusión en el Imperio,
la necesidad de convencer a los escépticos condujo a intentos por justificar la creencia en la
correlación de los acontecimientos bíblicos con las historias de los paganos y establecer
fundamentos para la división del tiempo histórico. Esa base, era ajena al proceso, como las
condenadas por Croce. La más antigua parecería haber sido planteada por primera vez por
Orígenes. Griego, de formación racionalista, difícilmente armonizable con el pensamiento
histórico, tomó la idea del escriba judío Justo de Tiberíades. Intentaba superponer un esquema
racional al proceso histórico consistente en la formación de épocas regulares e iguales entre sí.
Cada una constaba de catorce generaciones. De esta manera se cotejaba con las historias de
otros pueblos, estructurando “un sistema convincente y definido de cronología comparada”.376.
Agustín de Hipona la desarrolló más profundamente y realizó una nueva organización del
pasado en seis edades. La primera se inicia con Adán, la segunda con Noé, sigue Abraham,
luego David, el cautiverio de Babilonia y, por último, Jesús.
Al momento de escribirla, estaban viviendo la sexta edad. Comienza con Cristo y
durará hasta el fin de los tiempos. Luego del Juicio Final vendrá la séptima y será eterna.377
Más adelante, Isidoro de Sevilla y Beda le conferirán el prestigio del cual gozó durante un
milenio. El primero acentúa nítidamente la división entre la evolución de los paganos, sumidos
en las tinieblas y el luminoso reino de Cristo. De ese tiempo parece ser la partición
apocalíptica, todavía en uso en nuestra cultura, según la cual contamos los años hacia atrás y
hacia adelante, a partir de un momento determinado, señalado por el nacimiento de Jesús de
Nazaret.
7.6.3 – La tripartición renacentista. Ya antes de la crisis del mundo feudal, el
materialismo, promovido por la ascendente burguesía, había ido generando, en los
intelectuales, la sensación de vivir algo diferente; pero fue la tremenda crisis del siglo XIV la
responsable de la exacerbación de esa vivencia.
Al irradiar desde el norte de la península italiana hacia el norte de Europa y desde
Flandes en dirección al sur, los portadores de una nueva estética y un renovado modo de
pensar, sintieron afinidad con ciertas realizaciones de los artistas e intelectuales de la
Antigüedad grecolatina. El cultivo del conocimiento histórico no solamente no quedó al
margen, sino también animó activamente las tendencias de su tiempo. Las antiguas
periodizaciones carecían de significado para ellos. La atención se concentraba ahora sobre la
376
SHOTWELL, Op. cit. página 365.
377
Georges LEFEBVRE. El nacimiento de la historiografía moderna. Roca, México, 1975.
262
figura humana, como hasta poco antes lo había hecho sobre la divinidad. En ese contexto, con
toda su carga valorativa, surge la periodización tripartita, la cual, con pequeños retoques, ha
llegado hasta nuestros días.
Dos edades importaban: aquellas hermanadas en los valores comunes de quienes las
sostenían. La Antigüedad, ocupada en problemas mundanos, con su gran desarrollo de las
ciencias formales, su interés por la política y su estética predominantemente clasicista por un
lado, y el tiempo en el cual se vivía, considerado un “renacer” de aquel arte y aquel
pensamiento, por el otro. De allí sus respectivos nombres: Antigüedad y Renacimiento, luego
Modernidad. El tiempo ubicado entre ambos períodos era despreciable, opaco, poco digno, ni
nombre propio merecía. Simplemente, fue “lo del medio”, el sobrante.
Según Marc Bloch el origen de la expresión se remonta al mismo período designado,
aunque con un fundamento religioso.378 Habrían sido los humanistas quienes transformaron su
significado al mencionado anteriormente, el cual, hasta finales del siglo XVII, sólo tuvo
validez para pequeños círculos eruditos. Fue entonces cuando un manual designó de esa
manera al período comprendido entre las invasiones germánicas y el Renacimiento. A partir de
allí, su difusión fue lenta pero amplia y firme. Para el mismo Bloch:
...ya no vive sino una humilde vida pedagógica: discutible comodidad de los
programas y, ante todo, marbete de técnicas eruditas cuyo campo, por otra
parte, se encuentra bastante mal delimitado por las fechas tradicionales. 379
378
La venida del Mesías había derogado la antigua ley mosaica, pero el reino de dios no había llegado aún, por lo
tanto, lo vivido entre ambas épocas era lo intermedio. Op. cit. página 137.
379
BLOCH. Op. cit. Página 139.
263
380
Jean CHESNEAUX. ¿Hacemos tabla rasa del pasado? Siglo XXI, cuarta edición, México, 1981. Páginas 99
y 100.
264
CAPÍTULO OCTAVO
384
ARISTÓTELES. Poética, UNAM, México 1946. Páginas 13 y 14.
266
escritura, también los seres humanos han creado, gozado y aprendido de los relatos de ficción,
de las creaciones literarias, etc. Para Blanco Regueira, la misma existencia de una actividad
humana durante muy largo tiempo es una clara evidencia de su necesidad, por lo menos en las
sociedades donde fueron fomentadas.
El utilitarismo contemporáneo, tan interesado en el estudio de la economía, tiende a
comprender en su seno únicamente bienes materiales; sin decirlo, se fundamenta en una
antigua creencia burdamente materialista: “sólo de pan vive el hombre”. Si esto fuera verdad,
se debería explicar por qué las tasas de suicidio son más altas en aquellas sociedades con
mayor riqueza, mayor capacidad de consumo, mayor cantidad de satisfactores materiales,
economías más fuertes. Utilizando la misma forma de expresión y para sintetizar: “donde más
pan tienen”. Si tantos seres humanos desprecian las posibilidades ofrecidas por una vida tan
confortable desde la perspectiva materialista, algo debe hacer falta.
Quienes asumen la tarea de gobernar nuestras sociedades, en este fin del siglo XX y
comienzos del XXI, o bien han confundido los medios con los fines, o bien se plantean fines
con los cuales no están de acuerdo la mayor parte de los habitantes. Para ellos, la finalidad
principal de su actividad, debería ser la reproducción de la vida y el intento por hacerla más
placentera para el mayor número de congéneres posible. Sin embargo, cuando se oye hablar a
los políticos, lo único importante parece ser el mantenimiento aceptable de la macroeconomía
y lograr un alto crecimiento, aunque una parte considerable de la población viva en
condiciones bastante difíciles, desde ese mismo punto de vista material. En este sentido, sigue
siendo válido un pasaje escrito en otro contexto y para otra finalidad:
385
Lucien FEBVRE. Combates por la historia. Ariel, Barcelona, cuarta edición, diciembre de 1975. Página 55.
386
Johan HUIZINGA “En torno a la definición del concepto de historia”, en El concepto de la historia y otros
ensayos. Fondo de Cultura Económica, México primera edición, 1946, primera reimpresión 1977, entre las
páginas 85 y 97. Ver capítulo dos.
267
387
Arnold J. TOYNBEE. ¿Para qué estudiar historia? (Uso y valor de la historia). Emecé. Buenos Aires, 1966.
Página 9.
388
Perry ANDERSON. “Balance del neoliberalismo: lecciones para la izquierda” en Viento del sur Nº 6, México,
primavera de 1996. Página 45. La conferencia entre las páginas 37 y 47.
389
En su discurso de ingreso al Colegio de Francia, Lucien FEBVRE preguntaba “¿Podrían obligar alguna vez a
los hombres leyes históricas perfectamente establecidas?” Op. cit., página 27.
268
390
Vivian Hunter GALBRAITH. “Reflexiones” en: Lewis Perry Curtis Jr. (Compilador) El taller del historiador.
FCE. México, 1975. Página 45
269
hubo erupción, pero el calor producido por esa actividad en las paredes de su cráter, derritió
los hielos permanentes de su corona. Al contacto con la tierra se formó una enorme masa de
lodo, cuyo rodar terminó sepultando completo al pueblo de Armeros y causando gravísimos
percances al de Chinchina. Se produjo una de las peores tragedias ocurridas en el continente
americano.391 El diagnóstico fue correcto, pero no se previeron otras consecuencias.
Lo ocurrido no fue imaginado por los expertos; pero de allí en adelante, la experiencia
histórica será tomada en cuenta para otros casos similares, si los hay. En México, entre las
hipótesis contempladas para prever los efectos de la actividad del Popocatépetl a mediados de
la década de los noventa del siglo XX, figuraba el derretimiento de sus glaciares. Por el
momento no se ha producido nada parecido a lo del Nevado del Ruiz. En casos como este la
predicción exacta sería de una utilidad enorme, pero la abrumadora mayoría de la gente
reconoce su imposibilidad. En este terreno, hasta los países y las zonas tecnológicamente más
avanzadas del planeta siguen a merced de la naturaleza. Por esa misma imprevisibilidad, en
forma metafórica se habla de “los caprichos de la naturaleza”.
Lo anterior nos permite apreciar cómo, algunas actividades capaces de anticipar
acontecimientos con enorme exactitud, como la astronomía, no necesariamente brindan una
utilidad equivalente a la humanidad. En cambio otras, mucho más necesarias, como la
meteorología, carecen de la precisión ansiada por los seres humanos. Predicción y utilidad,
entonces, no guardan una relación directa. Por lo tanto, la circunstancia de no ser capaz de
‘prever’ el futuro y, más grave aún, el reconocimiento de la ausencia de intenciones para
hacerlo, no son obstáculos para la posibilidad de admitir alguna utilidad al conocimiento
histórico.
8.3.2 – La experiencia del pasado. La imposibilidad mencionada no ha amilanado a
hombres y mujeres. Todo grupo humano y todo individuo intentan entrever el futuro buscando
insertarse adecuadamente en él, formulando previsiones o “profecías”, según la terminología
de Popper, para decidir su actuación. El intento para aprovechar lo mejor posible los sucesos
esperados, nunca ha desaparecido. Sin tener garantizado el éxito, el mejor apoyo para esta
última actividad parece ser “la experiencia adquirida en el pasado”, la cual nos proveerá de
alguna guía sobre la forma de encarar ese “incierto provenir”.
Si desentrañamos la tendencia de la evolución de la humanidad hasta este momento,
podemos proyectarla hacia el futuro y, de esa forma, avizorar la evolución de los sucesos por
venir, mientras esa tendencia permanezca en vigencia. En el ejemplo visto, la experiencia
histórica sobre lo ocurrido en Colombia, permitió prever otras posibilidades a los
vulcanólogos mexicanos, las cuales tal vez no hubieran sido consideradas de no haber ocurrido
la tragedia colombiana. Conocer aquello permitió elaborar un rumbo de acción más adecuado
para otros casos similares.
En casi todas las actividades humanas conocidas suele, o solía, valorarse positivamente
la experiencia personal; se estima, o estimaba, de mucha importancia para el afinamiento de
nuestra capacidad de discriminación de matices, para la emisión de juicios, para la adopción
del mayor porcentaje posible de decisiones eficaces y para la adquisición de destrezas. Aunque
“ninguna persona sensata supondrá que la experiencia recogida a través de los años le
permitirá predecir el futuro con precisión matemática”,392 mujeres y hombres suelen identificar
esa característica con una mayor capacidad para precaverse acerca de los sucesos futuros. Si
391
En cualquier periódico diario del 15 de noviembre de 1985 y días subsiguientes se encuentran relatos y
explicaciones acerca del suceso
392
Arnold TOYNBEE. Op. Cit., página 11. También los entrecomillados precedentes en la página anterior.
270
bien reconocemos la imposibilidad de anticipar la acción de otro ser humano ante un estímulo
concreto, aun teniendo un conocimiento amplio del mismo, también asociamos ese
conocimiento a la posibilidad de alcanzar un alto porcentaje de aciertos al profetizar su
conducta general y sus actitudes. Esto se produce también, y quizá con mayor porcentaje de
aciertos, cuando pasamos del nivel individual al social.
Aunque para un período de cambios tan profundos y acelerados como los vividos
desde el inicio de la Revolución Industrial, esta cita quizá debería ser atenuada y relativizada;
todavía, tanto en lo concerniente a actividades privadas como en la vida pública, mucha gente
sigue considerando la experiencia en forma positiva. Ante una intervención quirúrgica por
ejemplo, los seres humanos suelen preferir un cirujano con experiencia a uno recién egresado
de la facultad de medicina, a pesar de suponer al último en posesión de los conocimientos
librescos y teóricos más modernos y avanzados. En otras actividades sucede exactamente lo
mismo. Las ofertas de trabajo suelen exigir “experiencia” entre las condiciones para su
otorgamiento. Si la experiencia puede ser importante en el nivel individual, no tiene por qué
serlo menos en el social, por eso, el mismo Toynbee dice:
393
Arnold TOYNBEE. Op. Cit., pẚgina 10.
394
Ibidem.
395
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. La naturaleza del conocimiento histórico. Página 270.
271
396
Studies in Archaic Forms of Social Movement in the 19th and 20ta Centuries. 1959. Traducido y publicado
en español como Rebeldes Primitivos, Crítica, Barcelona, 2001 y Bandits, 1969. En español Bandidos, Ariel,
Barcelona, 1976.
272
historiadores de los últimos tres siglos, como mínimo, no han debido estar de acuerdo. Antes
de esa época, el problema era más grave, casi todos los considerados historiadores hacían
“Historia oficial”. Lo corriente era elaborar versiones del proceso histórico desde una
perspectiva oficialista, desde el punto de vista de los sectores privilegiados. Aquellos
encargados de “darle forma” al pasado, cortesanos de segundo rango, solían hacerlo buscando
halagar a quienes detentaban el poder. Benedetto Croce llega a caracterizarlos como:
“literatuelo (...) adulador de los poderosos del día...”.397
A partir del siglo XVIII esa situación se modifica. Otra clase social aspira a gobernar.
Con la Ilustración; la escritura de la Historia comienza a hacerse desde perspectivas diferentes
a las oficiales y, con mucha frecuencia, en oposición a ellas. El ascenso de la burguesía, en
medio de una sociedad nobiliaria, genera contradicciones con abundantes repercusiones en el
conocimiento histórico. La guerra ya no será solamente tarea de los guerreros; desde tiempo
atrás también lo iba siendo crecientemente de quienes la financiaban.
A pesar del cambio en la consideración de la materia por parte de quienes la cultivan,
el poder se reservó ciertos cotos cerrados. En las instituciones de enseñanza elemental y
secundaria, los gobiernos se han preocupado por implementar el adoctrinamiento a través de
una deformación bastarda del conocimiento histórico, estrechamente ligada al civismo, por lo
cual hay quienes la designan “historia cívica”. Varios ingredientes deforman y supeditan ese
tipo de “conocimiento histórico”.398 Un condicionante parece ser de carácter natural. Proviene
de las necesidades didácticas.
Estudios sicológicos recomiendan no ofrecer a la niñez de temprana edad contenidos
con alto nivel de complejidad. Cuando no los pueden abarcar comprensivamente, su abordaje
les provoca angustia. De allí se deriva la necesidad de presentar los temas en forma sencilla y
clara. Esto debe conducir a la utilización de esquemas y recursos didácticos tendientes a
simplificar y, consecuentemente, facilitar la comprensión de los objetos de análisis y/o
estudio.
El problema comienza cuando, para lograr esos fines se cae en la trampa de la
enseñanza de la historia en blanco y negro, en forma maniquea, en la introducción de una
ética: los buenos y los malos. La mayor parte de los textos y docentes no logran evitar esa
celada y suelen incurrir en situaciones penosas para la disciplina. Todo esquema falsea los
procesos representados; los más adecuados intentan desvirtuar lo mínimo posible la realidad a
explicar, sin descuidar las necesidades didácticas. Lamentablemente, no suelen ser los más
abundantes, quizá porque también existen otras motivaciones, además de las pedagógicas, para
plantear el asunto de esa manera. La esquematización y simplificación de los temas no implica
necesariamente ocultar su diversidad y complejidad, sus matices, sus distintos tonos de gris. Si
los jóvenes, especialmente los de secundaria, necesitan esquemas para poder asimilar y
entender cabalmente los asuntos, a fin de relacionarse y manejarse con ellos sin angustia, eso
no significa ofrecerles simplificaciones ridículas imposibles de creer. Son adolescentes, no
estúpidos.
Con esa degradación de la disciplina, sumada al aburrimiento absurdo de repetir fechas
y nombres, se logra, a la postre, alejar a los jóvenes del conocimiento histórico, casi siempre
en forma definitiva. Sin embargo, a juzgar por las apariencias, la mayor parte de los
encargados de la enseñanza de estos estudios parecen no compartir este criterio. Aunque tal
397
La historia como hazaña de la libertad. FCE. México, segunda edición, segunda reimpresión, 1979. P. 39.
398 La ponemos entre comillas, porque no puede llamarse propiamente de esa manera. Es ideología. Se utiliza el
conocimiento histórico para “probar” ciertas ideas preconcebidas, descabelladas o sin sustento.
273
De todas maneras, los canales, por medio de los cuales estos últimos difunden su
versión, suelen ser infinitamente menos efectivos a los de la educación formal, en sus niveles
primario y secundario, casi siempre dominada por los primeros. Desde el punto de vista
sostenido aquí, todas ellas son utilizaciones ideológicas de la disciplina, absolutamente
inaceptables para los historiadores. Estas dos maneras de darle forma al pasado suelen tener en
común la costumbre de forzar y deformar el conocimiento histórico con fines políticos y
sociales, ya sea para conservar lo existente unos o cambiarlo los otros. Ambos pueden intentar
cambiarlo pero en diferentes direcciones. Su finalidad prioritaria es el poder político, no la
verdad histórica.
Lo anterior no significa afirmar la posibilidad de imparcialidad para quienes investigan
el pasado despojados de esas finalidades espurias. Ya lo hemos visto en el capítulo tercero,
nadie se ha criado en el vacío total. Todos hemos sido formados por una sociedad y hemos
399
Luis VILLORO. “El sentido de la Historia”, en Historia ¿para qué?, compilación de diez artículos de
diversos autores. Siglo XXI, segunda edición, México, 1981. Página 45.
400
Luis VILLORO, ibídem.
274
adquirido, sin saberlo, enorme cantidad de valores, prejuicios e ideas sobre el mundo, portadas
por esa cultura desde antes, en ocasiones, desde muchos siglos atrás. Aunque no lo queramos,
ese bagaje opera sobre nuestras “ideas”, por eso los procedimientos para “darle forma” a un
mismo pasado pueden ser muy variados. También los resultados. Muchos de ellos juegan un
papel importante desde el punto de vista de ciertas finalidades, perseguidas por quienes las
alientan. Hay quien otorga a esta tarea una dimensión bastante valiosa, como por ejemplo en el
siguiente pasaje:
401
Carlos CASTILLO PERAZA. “Una orilla fatal”, en la revista Proceso Nº 1021 del 27 de mayo de 1996. P. 59.
275
La historia ha sido, de hecho, después del mito, una de las formas culturales
que más se han utilizado para justificar instituciones, creencias y propósitos
comunitarios que prestan cohesión a grupos, clases, nacionalidades,
imperios (...) Ninguna actividad intelectual ha logrado mejor que la historia
dar conciencia de la propia identidad a una comunidad.404
402
Paul VALÉRY. Miradas sobre el mundo actual. Losada, Buenos Aires, 1945. Página 37.
403
En Carlos PEREYRA et. al. Historia ¿para qué? Siglo XXI, México, segunda edición, 1981. Págs. 23 y 24.
404
Luis VILLORO. “El sentido de la Historia” en Historia ¿para qué? Op. Cit., Página 44.
276
Este estado de cosas generó problemas de difícil solución entre las poblaciones de
muchos países limítrofes. Combinada con el culto a los héroes dio lugar a lo llamado por el
mismo Luis González “historia de bronce”, y también podría llamarse “historia de mármol”,
porque ambas designaciones aluden a monumentos levantados en honor de los “grandes
hombres” quienes “hicieron y moldearon” la patria, la nacionalidad, el país, en fin, todo lo que
somos. Consciente o inconscientemente, esta forma de utilizar la Historia infiltra
subrepticiamente la creencia en el peso decisivo de ciertos individuos excepcionales, o ciertas
minorías iluminadas, sobre la marcha de los procesos sociales.
Otra dificultad, generada por esta manera de encarar la investigación del pasado
humano, consiste en descalificar de antemano cualquier versión “ofensiva” para la memoria de
los héroes consagrados por quienes relataron ese pasado, es decir, por la Historia enseñada por
ellos. La “ofensa” se produce de acuerdo con la peculiar acepción del verbo “ofender”
manejada por esos grupos, los cuales, aunque numéricamente minoritarios, generalmente
cuentan con gran poder para difundir ampliamente sus ideas, creencias, convicciones e
intereses, sobre todo.
Ilustrativo de lo dicho fue, hace unos años, la puesta en escena de una obra teatral
acerca del martirio de José María Morelos y Pavón en la UNAM. Se centraba en el
descubrimiento, por parte del autor, de las actas levantadas con motivo de la tortura a la cual
fue sometido el héroe. Para algunos sectores influyentes no era admisible la reacción de un
padre de la patria frente a la tortura, como lo hacen normalmente casi todos los mortales.406
También en ese trance, el héroe debía conservar su característica de prócer: Ser superior.
La campaña de prensa y la oleada de indignación levantada por las “buenas
conciencias” provocaron la suspensión de su exhibición en público. En respuesta, se hicieron
notar otros grupos de intelectuales, también con poder de difusión a través de la prensa,
cuando censuraron la medida y alertaron sobre el ataque a la “libertad de expresión”.
405
Luis GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ. Nueva invitación a la microhistoria. Sep/80-FCE. México, 1982. Página
11.
406
El “casi” es por si algún torturado reaccionó de otra manera y no lo sabemos.
277
407
Marc FERRO. La gran guerra 1914/1918. Alianza, Madrid, 1969. Páginas 372 a 379.
408
Ibid, Eugene DAVIDSON. Cómo surgió Adolfo Hitler. FCE, México, 1981. Capítulo IV y William L.
SHIRER Auge y caída del III Reich. Luis de Caralt, Barcelona, 1962. Página 43 y sigs.
278
409
Juan S. CHAPARRO. Prólogo a. La causa nacional. Ensayo sobre los antecedentes de la Guerra del
Paraguay. Imprenta y librería La Mundial, Asunción, 1919. Página 5.
410
La frase aparece en medio de los Diálogos del orador donde Cicerón analizaba la significación de la oratoria,
sin pretender definir ni caracterizar la historia en ningún momento. Decía así: ‘La historia misma, testigo de
los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, mensajera de la antigüedad. ¿con qué
otra voz sino con la del orador se dirige a la inmortalidad?’ En el mismo discurso, hablando de la oratoria dice:
‘…os hablaré con algo que está fundado en la mentira, que nunca llega a ser ciencia y que se aumenta con las
opiniones y errores de los hombres.’ Ver Jorge Luis CASSANI y A. J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI. Del
‘Epos’ a la historia científica.Abaco, Buenos Aires, quinta edición revisada y aumentada, 1980. Página 94 y
la traducción de una parte del discurso en Josefina Zoraida VÁZQUEZ. Historia de la historiografía. Ateneo,
México, segunda edición, 1980. Página 33.
411
Luis GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ. Nueva invitación a la microhistoria. Op. Cit. Página 12.
279
...de esa forma [el culto a los héroes] de interpretar la historia [porque] una
actitud saludable frente al pasado no supone la desaparición de los héroes
sino su apreciación ponderada. [Por eso da la bienvenida a] los héroes de
carne y hueso.
No creemos casual esta posición del historiador oficial de Televisa. Para él los aspectos
dramáticos y personales tienen un peso muy superior a las condiciones estructurales, masivas,
a la larga duración. Los títulos de sus obras son testimonio de su actitud con respecto al
pasado, pero por si no fuera suficiente, en una entrevista concedida con motivo de la caída del
comunismo en los países del este de Europa, declaró: “...otra lección es que los individuos
excepcionales y las elites muy reducidas son, para bien o para mal, quienes mueven el timón
de la historia”.414
412
Luis GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ. Ibidem.
413
Enrique KRAUZE. Tiempo contado. Océano, México, 1996. Páginas 197 a 200. También la cita anterior.
414
La jornada, México, domingo 6 de mayo de 1990, página 34. “Para bien o para mal”, expresión tautológica y
sin sentido, suele ser la muletilla infaltable en casi todas las declaraciones contundentes de ese autor. Un buen
280
Por ser sus patrones los dueños de los medios de información y comunicación más
influyentes de nuestra época, nos parece oportuno recordar el lema del “Ministerio de la
Verdad” imaginado por George Orwell en su novela 1984: “Quien controla el presente
controla el pasado; quien controla el pasado controla el futuro”. Algún pesimista exagerado
podría agregar: quien controla los medios de comunicación masivos, controla el presente.
Nos parece necesario deslindar los conceptos y las ideas vinculadas a la expresión
calificadora de la historia como “maestra de la vida”, de aquellos otros ligados a la locución
“historia de bronce”. Efectivamente, el estudio del pasado, como experiencia de la humanidad,
puede proveer enseñanzas importantes, siempre y cuando se acepten sus resultados, sus
conclusiones tal y como han sido formuladas desde sus propias intenciones, lo cual significa
no admitir la alteración de sus procedimientos por la necesidad de obtener resultados
preconcebidos y coincidentes con aspiraciones y metas humanas. También Villoro defiende
otra acepción legítima de la expresión:
análisis de una obra y de las metas de Krause realiza Claudio Lomnitz en un artículo publicado en Milenio Nº
37 del 11 de mayo de 1998, páginas 34 a 43 y significativamente titulado “La historia en ruinas”.
415
Historia ¿para qué? Op. Cit. Páginas 47 y 48.
281
instancia, sin embargo, a largo plazo, el propio proceso histórico cobra un alto precio por ese
proceder. El caso de la “puñalada por la espalda” es una muestra ejemplar para todo el mundo.
En los años treinta tuvo un éxito rotundo, sin embargo, posteriormente Alemania debió pagar
un precio demasiado elevado por una interpretación histórica deliberadamente falaz y errónea.
Aun no siendo deliberada la comprensión errónea inducida por una falsedad, actuar de ese
modo nos parece lo más adecuado para sumergirse en el fracaso. Como veremos más adelante,
hay muchas formas de hacer Historia y de concebirla. Cada una puede tener una utilidad
diferente, pero aquello aquí conceptualizado como CONOCIMIENTO HISTÓRICO, no
puede subordinarse a las necesidades de otra actividad humana. Antes de ninguna otra cosa, se
trata de crear un CONOCIMIENTO.
8.5 – UTILIZACIONES PARTICULARES. Aparte del tema de la posible utilidad
general del estudio del conocimiento histórico para los seres humanos, se han señalado
algunas actividades específicas para las cuales ha tenido determinada importancia, con
variados grados de provecho.
8.5.1 – El derecho. En primer lugar, lo relativo al orden jurídico. Tradicionalmente, el
origen de las normas jurídicas era la costumbre. Inclusive en muchas partes y épocas se
prescribe expresamente la solución de ciertos litigios de acuerdo con “los usos y costumbres
del lugar”. Por lo tanto, no es necesario resaltar la importancia del conocimiento histórico para
constatar el origen y la evolución de los hábitos jurídicos de los diferentes pueblos. En el
México actual, muchas comunidades indígenas reclaman como uno de sus derechos el de
regirse de acuerdo con sus tradiciones.
En el siglo XVIII, al desarrollarse el culto a la razón y el afán unificador y
homogeneizador, se atacó fuertemente la pertinencia de la costumbre como fuente del derecho,
anteponiéndole un ideal jurídico “racional” con validez universal y absoluta, a partir del cual
debían elaborarse las leyes por un procedimiento deductivo. Esa concepción derivaba el
derecho de ciertos principios, dictados por la razón a los seres humanos y postulados como
iguales en todo lugar y tiempo. La Revolución Francesa intentó aplicar este último criterio sin
excesivo éxito.
En Inglaterra, en cambio, con fuerte tradición empirista, la primacía ha sido para el
derecho consuetudinario. En el siglo XX, la mayor parte de los países han adoptado una
posición intermedia. Por un lado los parlamentos elaboran leyes, según dicen, inspirados en
ciertos principios como los de equidad, justicia, libertad, etc. Por otra parte, los jueces
encargados de aplicar esas leyes tienen poco margen de maniobra para interpretarlas
libremente, porque están obligados a tomar muy en cuenta las sentencias anteriores sobre
casos similares, lo que se llama ‘jurisprudencia’. En cualquier estudio jurídico, además de las
colecciones de leyes y decretos, también existen otras publicaciones con las sentencias
emitidas en diferentes casos a lo largo de los años. Es el reconocimiento oficial de la
importancia adquirida por las costumbres en la práctica jurídica.
Confiados en la existencia de principios universales de derecho, muchos países, al
adoptar un sistema donde prevalece el “derecho natural”, han caído en una especie de
esquizofrenia, por cuanto la ley escrita promulgada por los gobiernos establece cierta
normatividad, pero la práctica diaria, la realidad de la vida se rige por otros códigos, no
escritos a veces, pero cuya fuerza y vigencia es mucho mayor. En la primera mitad del siglo
XIX, en América Latina, la copia acrítica de sistemas y organizaciones de origen
estadounidense y de algunos países europeos, se tradujo en guerras civiles casi permanentes e
inestabilidad.
282
En este sentido es muy ilustrativo el caso relatado por la película de René Allio sobre
Pierre Rivière, basado en un proceso real ocurrido en la Francia de fines de la década de los
veinte del siglo XIX. Se aplicaba entonces un derecho elaborado por la burguesía, diferente y
enfrentado a costumbres ancestrales de los campesinos. A pesar de haber asesinado a su
madre, una hermana y un hermano, los habitantes de la región consideraban correcto lo
actuado por Pierre Rivière y protegían al prófugo no delatándolo y dejándole comida en
lugares donde solía estar o por donde acostumbraba pasar.
El derecho es una creación humana. Las leyes no las hacen seres superiores o
extraterrestres, sino hombres y mujeres con intereses, pasiones y sentimientos. Por lo general,
son aquellos más fuertes quienes imponen ciertas leyes al resto de la sociedad, para favorecer
sus intereses particulares.
Si la burguesía y los terratenientes no hubieran controlado la mayoría en el parlamento
inglés durante el siglo XVII y siguientes, ciertas leyes como la de cercamiento de los campos,
la de vagos, de prohibición a los sindicatos y otras agrupaciones obreras, no hubieran obtenido
una votación positiva, lo cual pudo haber entorpecido y quizá frustrado el proceso de la
Revolución Industrial en aquel país. Esas leyes proveían mano de obra a las nacientes fábricas,
dejaban sin su propiedad a los pequeños propietarios rurales, condenaban al trabajo fabril a los
desplazados del campo y les quitaba la única arma con la cual hubieran podido enfrentar
legalmente la fuerza económica, política y educativa de sus patrones. En un mundo con gran
cantidad de desocupados como es el inglés actual, una ley como la de vagos no tiene el menor
sentido. Las mismas clases dominantes convencieron luego a casi toda la población del
carácter “progresista” de aquel proceso. No tenemos el testimonio de las mayorías, de las
víctimas perjudicadas por esas leyes, quienes sostuvieron sobre sus hombros el crecimiento
industrial y padecieron las peores consecuencias de ese “progreso”. Legítimamente podemos
sospechar una opinión menos festiva y optimista.
Ha sido el conocimiento histórico, precisamente, el encargado de poner de manifiesto
la diversidad del derecho, de acuerdo con el horizonte cultural dentro del cual se ha ubicado
cada sociedad. Ha mostrado cómo, las formas de organizarse las mujeres y los hombres
guardan una estrecha relación con los hábitats y las evoluciones experimentadas como
conjuntos de personas interactuantes. Por esta razón, las bases más firmes para la
fundamentación del derecho, en el pasado, las ha proveído la Historia, y lo sigue haciendo en
el presente.
La oposición entre la razón y la historia es otra forma de manifestarse la tensión entre
la sustancia o permanencia y el cambio o la evolución. En nuestra época, dejando de lado las
comparaciones con los seres vivos, fuera de moda, parece indiscutible la siguiente afirmación:
416
Icilio VANNI. Filosofía del Derecho. Rosay, Lima, 1923. Página 404. Citado por Carlos RAMA. Teoría de
la historia. Tecnos, Madrid, tercera edición revisada, 1974. Página 181.
283
417
Sigmund FREUD. El malestar en la cultura. Alianza, México, undécima edición, 1984. Páginas 60 y 61.
284
418
Oscar HANDLIN. La verdad en la historia. FCE, México, 1982. Página 399.
419
HANDLIN. Ibidem. Página 399.
285
420
Lucien FEBVRE. Combates…Op. cit. página 30.
286
Finalmente, para Oscar Handlin, todo lo escrito en este apartado, es posible siempre y
cuando no se pierda de vista el auxiliar de la cronología. El ajustar las interpretaciones y las
influencias a la tiranía de las fechas ha sido muy criticado por otros científicos sociales; sin
embargo, eso ha impedido a los historiadores caer en delirios cruzando tiempos y espacios
para establecer causas y consecuencias, relaciones entre elementos de épocas y culturas
diferentes. “La disciplina de las fechas desvía al historiador y lo protege contra esas peligrosas
zambullidas”422 al estilo de los antropólogos.
Aclaramos: eso de la “tiranía de las fechas”, no significa gastar la décima parte de una
neurona tratando de recordar alguna fecha precisa, o también algún nombre. Todo eso está
escrito en las cronologías a las cuales se refiere y son un auxiliar imprescindible para evitarle
pérdidas de tiempo y errores al historiador.
En un famoso artículo, Fernando Braudel atribuía otra utilidad a la disciplina.
Refiriéndose a la actitud de algunos representantes de otras ciencias sociales, les reprochaba
caer en la persecución del acontecimiento, lo mismo por lo cual fue acusado el Conocimiento
Histórico en repetidas ocasiones. Dejarse llevar por sucesos muy llamativos, muy detonantes o
brillantes, pero carentes de significación para la evolución de las sociedades. Para él, la
“perspectiva”, el “extrañamiento”, la “sorpresa”, el “alejamiento” y la “desorientación” son
poderosas armas de combate del conocimiento para sortear esos peligros.
Al tomar distancia se evita ser atrapado por el acontecimiento. Hay dos formas de
utilizar esas “armas”, una aprovecha el espacio, el conocimiento de otras realidades diferentes
a la propia. Pone el ejemplo de lo aprendido acerca de particularidades francesas, viajando a
Inglaterra. La otra utiliza el tiempo y se traslada al pasado para entender mejor rasgos
fundamentales del presente: “Frente a lo actual, el pasado igualmente es extrañamiento”.423
Esto mismo lo expresaba Pierre Vilar cuando recomendaba “levantar la cabeza”. Lucien
Febvre había sostenido algo similar:
421
Lucien FEBVRE. Ibídem, páginas 160 y 161.
422
HANDLIN, Op.cit. página 399.
423
Fernando BRAUDEL. Escritos sobre la historia. FCE, México, 1991. Página 54. Otra traducción del mismo
artículo en La historia y las ciencias sociales. Alianza, Madrid, 1968. El pasaje citado, página 80.
424
Lucien FEBVRE. Op. cit. Páginas 64 y 65.
425
W. H. WALSH. Introducción a la filosofía de la historia. Siglo XXI, 9ª edición, México, 1980. Página 229.
287
Nuestra actuación en el mundo, las decisiones tomadas y a tomar, suelen estar influidas
por nuestra formación y la percepción de nuestro pasado. No por casualidad los grupos
fascistas de Alemania sostuvieran firmemente la versión de la “puñalada por la espalda” en lo
relativo a la derrota en la Primera Guerra Mundial. Salvaba la responsabilidad de todos como
nación y, por otra parte, atacaba mecanismos no racionales incrustados en la mentalidad
colectiva del país. El pueblo alemán había sido seducido por la idea de pensarse superior.
Encuadrado totalmente en la civilización europea occidental y cristiana, la cual se
consideraba “La Civilización” por antonomasia, “se podía demostrar esa superioridad”.
Cuando “decidieron” crear música, surgieron los músicos más aclamados del mundo; cuando
“se propusieron” hacer filosofía, ocurrió algo bastante parecido, cuando se “trazaron como
meta” crear una industria, rápidamente creyeron haberse constituido en la primera potencia
industrial del mundo. En todos los ámbitos dentro de los cuales invirtieron sus energías
creativas habían sobrepasado rápidamente a las demás naciones. En ese contexto, la
humillación impuesta por la derrota en la guerra venía a asestar un golpe demoledor a una
convicción autocomplaciente de la mentalidad alemana. Se anulaban los efectos de la anterior
imposición sobre Francia, en 1870.
La versión del ejército y los grupos nacionalistas daba una explicación de la debacle
para salvar el orgullo nacional y la idea de superioridad. No habían fracasado por ser inferiores
a sus adversarios, sino por la traición de grupos infiltrados en sus propias filas.
Esa versión otorgaba un valor totalmente diferente al ejército alemán, a los políticos
civiles, a los socialistas e, incluso, a los judíos. De esa manera se condicionaban ciertas ideas
en la gente y, por lo tanto, ciertas actitudes ante el mundo dentro del cual les tocó vivir. Lo
mismo suele ocurrir a todos los hombres y las mujeres, en los más variados ámbitos de la vida
en los cuales deben tomar decisiones de todo tipo.
Por otra parte, también influye en los humanos el pasado cultural dentro del cual se han
formado. Al respecto Benedetto Croce nos dice: “Somos producto del pasado, y estamos
viviendo sumergidos en lo pasado, que por todas partes nos oprime”.427 Difícilmente se puede
negar esa aserción. Braudel habló de “cárceles de larga duración” para referirse a las herencias
ideológicas. Pero no solamente en lo ideológico. Al llegar al mundo una persona, ya existen
formas de producción, de organización política, de ordenamiento social, preceptos morales,
religiosos, etc. Dentro de esa realidad cultural nos formamos, ella nos moldea a su modo.
Lucien Febvre lo expresó con su acostumbrada elocuencia:
426
Lucien FEBVRE. Op. cit. Página 27.
427
Benedetto CROCE. La Historia como hazaña de la libertad. F.C.E. México, segunda edición y reimpresión,
1979. Página 34.
288
428
Lucien FEBVRE. Op. cit. Página 66.
289
propia vida. Los otros querían seguridad, debían pagarla, cedían parte de su trabajo pero no
arriesgaban su existencia. Así se gestó una clase de guerreros cuyo origen, en muchos casos,
era mejor no indagar. Tal vez, algunos se iniciaron dando protección contra sí mismo. Quienes
sabían pelear, en aquellos tiempos, eran los forajidos y en el principio de muchos linajes
nobiliarios de la modernidad, hay no pocos salteadores de caminos y asesinos. Pero el pueblo
trabajador los premió por aceptar asumir su defensa y así surgen una serie de prerrogativas
necesarias para su exigente y permanente adiestramiento, incrementadas con el correr del
tiempo.
Eran los hombres, con sus necesidades, quienes habían instituido esa jerarquía de
“nobleza”, no dios. Con el paso de los años, las condiciones cambiaron. Aparecieron las armas
de fuego y modificaron la guerra. El poder central se restableció. La inseguridad desapareció.
Muchos descendientes de aquellos nobles seguían usufructuando los privilegios heredados de
sus antepasados, sin ofrecer la contraparte de los mismos. Se habían convertido en un grupo
parasitario, ya no practicaban el oficio de las armas porque había cambiado la forma de hacer
la guerra. No había motivo para perpetuar sus privilegios.
Aunque esas ideas demoraron mucho en propagarse, a la larga, su conocimiento se
difundió e influyó en la actitud de las personas. Aparte de no existir los medios masivos de
comunicación de nuestro tiempo, era muy difícil difundir ideas condenadas por el poder. La
mayor parte de la población no sabía leer, especialmente quienes masivamente podían intentar
modificar ese estado de cosas. Pero poco a poco se fueron difundiendo. Cuando la mayor parte
de la población sintió como intolerable la situación, la actuación de esa sociedad terminó con
la nobleza y sus privilegios. El conocimiento y las ideas sobre el pasado tuvieron una
influencia decisiva en el cambio operado.
8.6.2 – Liberarse de la opresión del pasado. Como herederos de una tradición
cultural, nos obstaculizan algunos límites, ciertas trabas, determinadas barreras. Esas fuerzas
intangibles nos impelen a desarrollar ciertas conductas y nos impiden practicar otras. Marx lo
expresó así: “lo muerto aprisiona a lo vivo”.429 Si supiéramos el origen de muchas de nuestras
costumbres e ideas, quizá pudiéramos cambiarlas y, al hacerlo, modificar nuestra manera de
actuar. Tal vez no nos parezca necesario modificarlas; pero aun así, conocer el origen nos
permitiría eliminar ciertos malestares por las contradicciones entre nuestra forma de pensar y
nuestra acción, entre nuestro razonamiento y nuestros impulsos, por eso Benedetto Croce
continúa:
¿Cómo emprender nueva vida, cómo crear nuestra acción sin salir del
pasado, sin sobrepujarlo? ¿Y cómo sobrepujarlo, si estamos dentro de él y
él está con nosotros? (...) Escribir historia -dijo Goethe una vez- es un modo
de quitarse de encima el pasado. (...) y la historiografía [el conocimiento
histórico] nos liberta de la historia [el proceso histórico]. 430
Tal vez sea imposible quitarnos todo el pasado de encima. Pero en síntesis: el
conocerlo nos libera de una parte del pasado, de cierta “herencia” recibida, de algunas trabas a
nuestra acción, nos hace más libres en nuestras decisiones. Ya Dilthey había sostenido: “La
historia nos hace libres al elevarnos sobre la condicionalidad del punto de vista significativo
429
Carlos MARX. El capital. Libro I, tomo I, Akal 74, Madrid 1976. Prólogo, página 17. En francés en el
original. Literalmente dice: Le mort saisit le vif!
430
Benedetto CROCE. La Historia como…Op. Cit, Páginas 34 y 35.
290
También en Estados Unidos, en el período entre los siglos XIX y XX, se expresaban
las mismas ideas en forma un poco más didáctica y analítica:
Existe, por lo tanto, un doble proceso. Por una parte, los cambios que
ocurren en el presente y que dan nuevo giro a los problemas sociales,
colocan el significado de lo que ocurrió en el pasado en una perspectiva
nueva. Estos cambios plantean nuevos intereses desde cuyo punto de vista
se tiende a escribir de nuevo la Historia del pasado. Por otra parte, como ha
cambiado el juicio sobre el significado de sucesos pasados, adquirimos
nuevos instrumentos para apreciar la fuerza de las condiciones presentes
como potencialidades del futuro. La comprensión inteligente de la historia
pasada constituye, en cierta medida, una palanca para dirigir el presente
hacia cierto género de futuro. Ningún presente histórico es una mera
redistribución, por medio de permutaciones y combinaciones, de los
elementos del pasado. Los hombres no están empeñados en la
transposición mecánica de las condiciones que heredaron ni tampoco
preparando, sencillamente, algo que ha de venir después. Tienen que
resolver sus propios problemas, tienen que llevar a cabo sus propias
adaptaciones. Se encaran con el futuro pero por razón del presente y no del
futuro mismo.433
Tal vez, la utilización del verbo “determinar” sea un poco excesiva, pero ciertamente el
pasado, el proceso histórico, estrecha el margen de las posibilidades a la acción presente de los
hombres. Tener conocimiento de esas limitaciones es saludable; si por una parte amplía las
opciones disponibles para actuar, por otra disminuye los riesgos de equivocarse, porque nos
presenta los límites de lo posible y nos muestra la imposibilidad de alcanzar ciertas cosas
431
Wilhelm DILTHEY. El mundo histórico. FCE. México, primera reimpresión, 1978. Página 277.
432
Lucien FEBVRE. Combates...Op. Cit., Página 244.
433
John DEWEY. Lógica. Teoría de la investigación. FCE, México, 1950. Páginas 265 y 266.
434
Entrevista a David Ibarra por el periodista Carlos Acosta Córdoba publicada por la revista Proceso en el
número 1013 del 1º de abril de 1996 con el título de “Ningún paso que da el gobierno conduce a la
recuperación económica”. Página 18. La entrevista completa entre las páginas 15 y 21.
291
aunque se ponga toda la voluntad disponible. Nos demuestra, una vez más, la falsedad del
tradicional adagio popular: “querer es poder”. Gracias al conocimiento histórico descubrimos
la insuficiencia del “querer” si se limita exclusivamente a eso.
8.7 – HISTORIA Y SICOANÁLISIS. El conocimiento de uno mismo. Muchos
autores han puesto el acento en la utilidad de la Historia para el conocimiento de sí mismo, por
parte de los grupos humanos como conjuntos esencialmente sociales. También se insiste en la
importancia de la disciplina para la comprensión individual de las propias creencias y
actitudes. En ambos sentidos se puede hacer un paralelo con las técnicas sicoanalíticas. Así
como el sicoanálisis nos libera de ciertas insatisfacciones, al conocer el origen y las causas de
nuestras conductas provocadoras de aquellas, también la comprensión del ámbito cultural en el
cual nos hemos formado, de la educación impuesta por cierta sociedad, juega un papel muy
importante en nuestro autoconocimiento social y personal.
El sicoanálisis no nos garantiza la modificación de aquellas conductas discordes,
porque no siempre es posible, pero nos faculta para vivir menos molestos con ellas. Tampoco
el conocimiento histórico nos asegura un cambio en nuestras formas de sentir, pensar, actuar;
pero la explicación de nuestro pasado social nos permite reconciliarnos con aspectos ingratos
de nosotros mismos y de nuestro entorno cultural; ubicarlo claramente, conocer las causas y el
origen de aquello desagradable nos ayuda a tolerarlo cuando no somos capaces de modificarlo.
En muchos casos pone a nuestra disposición elementos de análisis de la realidad actual
sumamente esclarecedores para entender nuestras inadecuaciones. Ya en la primera mitad del
siglo XIX, Goethe sostenía:
435
Johann Wolfgang GOETHE. Poesía y verdad en Obras completas, tomo III, Aguilar, México, 1991. Página
435.
292
Por otro lado, debemos tener en cuenta la aceleración de las comunicaciones, tanto
verbales como físicas. Ahora es posible dar la vuelta al mundo en horas, platicar directamente
con otra persona ubicada en las antípodas, oír una radio cuya emisión se está produciendo en
otro continente, o leer un periódico editado a miles de quilómetros. Los pueblos se han
acercado y se han abolido antiguos obstáculos. Desiertos y océanos han pasado a ser
nimiedades. Mientras demoren en desaparecer las rémoras del nacionalismo, mientras no
asimilemos la conciencia de pertenecer a un género muy amplio, con variedades físicas y
culturales significativas, debemos estar atentos, a fin de evitar el estallido de conflictos con
nuestros vecinos, e inmiscuirnos para anticipar posibles desavenencias entre ellos.
Si el panorama no es muy halagüeño, todavía hemos de considerar otro factor de
peligro para la sobrevivencia de la humanidad en este planeta. Varios pensadores han insistido
en señalarnos la “espada de Damocles” pendiente sobre nuestras cabezas desde la fabricación
y detonación de la primera bomba nuclear. ¡Cuánta tentación! Demasiada gente molesta por
436
En su intervención en el coloquio publicado como Las estructuras y los hombres, Op. Cit. página 99 y 100.
437
Lucien FEBVRE. Op. cit. página 69.
293
coincidir con una posibilidad de exterminio masiva como jamás antes se había conocido. En
medio de esta peligrosa situación, nos dice Toynbee:
Necesitamos comprender a todos los otros pueblos del planeta, porque no podemos
permitirnos el lujo de aceptar su desconocimiento, traducido en irracionalidad. No debemos
permitir la posibilidad de una realidad absurda, de procesos sin explicación posible. Para Carr,
la ausencia total de causas para entender la realidad exterior; es el fundamento de la sensación
angustiosa producida por las novelas de Franz Kafka. El hombre y la mujer no soportan un
entorno totalmente casual e irracional, suponen
En esta segunda década del tercer milenio, parecían haber disminuido o desaparecido
los temores enunciados por los autores citados. Sin embargo, aunque nos hemos acostumbrado
a vivir en el “equilibrio del terror”, como se llamó al período de la “Guerra fría”, o nos
congratulamos por el aflojamiento de las tensiones internacionales a partir de la caída de la
Unión Soviética y el mundo comunista, no han disminuido en lo más mínimo los riesgos de la
actualidad mundial; todo lo contrario, no han cesado de incrementarse. Es imposible modificar
la situación, porque una vez conocida la posibilidad de fabricar armas de ese tipo, es
quimérico, no ya eliminar las existentes, sino evitar la fabricación de otras nuevas y la
investigación para perfeccionarlas, lo cual significa hacerlas cada día más efectivas, capaces
de matar a mayor cantidad de personas en menos tiempo y derramar radioactividad sobre la
corteza terrestre.
Para el sistema capitalista es una fuente de supervivencia. Sumergidos en las crisis
económicas estructurales, como las de 1873, 1929, 2008, lo necesario es generar demanda y la
guerra consume sin competencia, es el recurso “salvador”, porque su producción no se satura,
es un enorme gasto para la destrucción.
Para valorar a los grupos dirigentes, una prueba de la desaparición de fines
trascendentes es la fabricación de la bomba de neutrones. Su estallido mata a la gente pero no
afecta los bienes materiales entre los cuales habita esa gente. Los objetos pasan a ser las metas
más importantes a conservar. Las vidas humanas quedan relegadas a un lugar subalterno, si no
son el principal objetivo, para disminuir el crecimiento demográfico. Tal vez sea una forma
diferente de interpretar el humanismo, como señaló Manuel Vázquez Montalbán, para
privilegiar las obras de los seres humanos en lugar de sus vidas.440
8.9. FUNCIÓN SOCIAL DEL HISTORIADOR. En otros lugares ya lo hemos
señalado: el conocimiento histórico y, en general, las ciencias sociales, no producen una
438
Arnold TOYNBEE. Op. cit. página 25.
439
Edward.Hallett CARR. ¿Qué es la historia? Seix Barral, quinta edición, 1973. Página 126.
440
“Bestiario”, en la revista española Triunfo Nº 12, sexta época, octubre de 1981. Página 22.
294
tecnología para realizaciones a través de las cuales se haga “evidente” su utilidad a todo el
mundo. Por otra parte, ya nadie espera de los historiadores, ni del resto de los científicos
sociales, soluciones milagrosas a los problemas de actualidad, no obstante lo cual, no debemos
echar en saco roto todas las advertencias y lecciones de nuestros antecesores. Continúa vigente
la exhortación de Lucien Febvre: “Expliquemos el mundo al mundo”, porque ante los
problemas vistos, ante los variables desafíos de la actualidad, como cualquier otra creación
humana, la Historia no tiene soluciones infalibles, pero puede arrimar fragmentos de
compresión para reducir el margen de equivocación e incertidumbre en los rumbos elegidos.
441
Lucien FEBVRE. Op. cit. páginas 70 y 71.
295
APÉNDICE
Perspectivas teóricas desde los cuales se pueden abordar las
indagaciones sobre problemas del pasado.
Tanto la “realidad histórica” como la realidad
física se perciben a través de las formas de
nuestro espíritu.
(Lucien Febvre. Combates por la Historia, página 89)
442
Entendido el término “cultura” como todo lo creado por el ser humano.
443
Suele considerase a Herodoto “el padre de la Historia”, pero también puede ser considerado el padre de la
Antropología y de varias ciencias sociales en general, porque, como vimos, su visión era muy amplia,
trascendía ampliamente la actividad política concebida en forma estrecha.
298
sus integrantes, se puede constatar el enorme bagaje de conocimientos del pasado humano
invocados. Algunos de ellos también fueron historiadores.444
En consecuencia, las ideas requeridas para su estudio contenían nociones sobre la
forma de operar y evolucionar esa actividad: la política. En algunos casos, esas nociones
solían ser vagas, diversas y no se consideraban una teoría, en el sentido de un cuerpo de ideas
organizadas racionalmente sobre aspectos generales de esa actividad, importantes para
enmarcar las investigaciones, para tener claro lo buscado. Hubo excepciones, claro, pero
escritores como Maquiavelo fueron una pequeña minoría. Es dudoso si había alguna forma de
pensar consciente, común a varios historiadores, aparte de las corrientes filosóficas. En esas
épocas, los abordajes de la política solían ser diversos e individualizados, sobre todo, porque
casi nadie se planteaba problemas teóricos como elemento central de su reflexión, con la
excepción, quizá, de Polibio e Ibn Jaldún. Por momentos, para nosotros los trabajos de estos
dos autores parecen acercarse más a la Filosofía de la Historia y menos al análisis del
conocimiento histórico, de allí el “quizá”.
En una situación ideal, toda esa combinación de ideas y opiniones deberían constituir
un sistema no contradictorio, pero los humanos no solemos ser tan sistemáticos, operamos con
un agregado de nociones no necesariamente racionales, asimiladas inconscientemente desde la
infancia, de las cuales no siempre adquirimos clara conciencia. Sin embargo, en ciertas
ocasiones, esas ideas tienen más fuerza y fecundidad a la de cualquier principio racional y
comprometido.
Esa situación no afecta únicamente al trabajo del historiador. Todas las actividades y
teorías de la humanidad están impregnadas de imágenes y representaciones mentales, muy a
menudo no reflexionadas reposadamente; a cierto porcentaje de esas nociones solemos
aferrarnos con un ardor y una insistencia, dignas de objetivos más plausibles para la gran
mayoría de la humanidad. También trabajamos con ideas preconcebidas más conscientes, lo
cual no necesariamente implica tener mejor sustento. Nuestros prejuicios y atavismos tampoco
nos abandonan completamente aunque hayamos logrado elevarlos al nivel de la conciencia, en
ciertos casos por comodidad, en otros por una decisión más meditada. Esto ocurre en todo
conocimiento. Leer los apuntes de Johannes Kepler, puede dar una idea muy clara acerca de
esta situación445.
9.1 – Problemas de la teoría. En el primer capítulo nos referimos a las diferencias
entre teoría e ideología, utilizamos una definición muy precisa del segundo concepto.446 Existe
una peligrosa dificultad para lograr un planteo teórico “impoluto”, despojado de toda
“impureza” ideológica.
Junto a lo anterior, también recordamos nuestra imposibilidad para ser neutrales, lo
cual nos induce a escoger ciertas ideas y desechar otras por motivos de la más diversa índole,
no siempre vinculados a la lógica interna de la investigación en curso. En conferencia
magistral en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, el catedrático italiano Riccardo
444
Para la diferencia entre historiador y persona que sabe historia me atengo a la frase de Lucien Febvre:
“…historiador no es el que sabe, sino el que investiga” en El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La
Religión de Rabelais. Uthea, México, 1959. Página 1.
445
Una lectura muy aguda de su situación mental en Arthur KOESTLER. Los sonámbulos. Historia de la
cambiante cosmovisión del hombre. Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, México, 1981. Versión
faximilar de la publicada por EUDEBA, Buenos Aires, 1974.
446
Nos referimos a la definición del Dr. José Blanco Regueira para el cual la teoría tiene por finalidad explicar un
conjunto de procesos, mientras la ideología busca movilizar a la acción.
299
Viale sostuvo: “la duplicidad cognitiva de la mente compuesta de razón y afecto” 447 . Las
decisiones de los seres humanos, sostuvo, tienen elementos racionales y otros subjetivos y
emocionales.
Todo esto no es una particularidad del conocimiento histórico, ni siquiera de las
ciencias sociales. Las ciencias fácticas de la naturaleza, hechas por hombres, tampoco están
exentas de esta dificultad. Cotidianamente podemos encontrar ejemplos de eso en la prensa
dedicada a las actividades científicas. Dos psicocirujanos, V. H. Mark y F. R. Ervin han
sostenido lo irrelevante de las condiciones sociales, como causa de la violencia en los guetos
negros de Estados Unidos, porque no todos los habitantes de los mismos participaron en los
“veranos calientes” de fines de los años sesenta y comienzos de los setenta del siglo pasado,
aunque todos estaban expuestos a las mismas condiciones sociales.448
Su hipótesis inicial planteaba la violencia como una enfermedad de la mente, como si
la violencia no fuera un impulso básico del ser humano desde su aparición en el universo.
Aparentemente, algunas condiciones la estimulan, extienden y amplían, mientras otras la
vuelven menos frecuente y peligrosa. Pero ninguna sociedad conocida, en ningún período,
eliminó completamente la violencia. Condenada por la moral, las leyes y los preceptos
religiosos, en ocasiones ha sido controlada más o menos eficazmente, pero nunca ha podido
ser erradicada de las agrupaciones humanas conocidas, desde la aparición de nuestra especie
sobre la Tierra, hasta nuestros días. Precisamente, el estudio de la Historia podía haberles
enseñado algo tan elemental.
447
Nota de José Galán en La Jornada, sábado 20 de agosto de 2005, página 43.
448
Violence and the Brain, citado por R. C. Lewontin, Steven Rose y León J. Kamin. No está en los genes.
Racismo, genética e ideología. Crítica, CONACULTA, México, 1991. Página 33.
449
Idem, página 50.
450
Empleamos la palabra “satisfactores” en el sentido amplio de condiciones espirituales y materiales adecuadas
para la convivencia social.
300
amor a la verdad, sino de cuestiones más apegadas a vulgares necesidades terrenales. Para los
requerimientos de su época, ese conocimiento era completamente innecesario e indiferente, los
mapas estelares elaborados de acuerdo con las observaciones de Claudio Ptolomeo
funcionaban excelentemente para una navegación encerrada en un mar interior como el
Mediterráneo; tampoco la duración exacta del año solar preocupaba en forma acuciante a los
campesinos de la época helenística.
Dieciocho siglos más tarde, Nicolás Copérnico retomó esa idea, y la amplitud de su
aceptación social acabó con el geocentrismo. En ese tiempo ya se navegaba en los océanos y
los navíos debían hacerlo por variadas latitudes. Los antiguos mapas del cielo ya no tenían la
misma utilidad, no cumplían eficientemente su función, era necesario conseguir algo más
adecuado para poder trasladarse con mayor seguridad y velocidad por todo el planeta,
abarcando ambos hemisferios451. Por la misma época, la burguesía venía adquiriendo tierras y
quería saber con precisión las fechas adecuadas para iniciar las labores del campo para un
rendimiento óptimo.
No fueron las únicas, pero fueron dos de las necesidades más importantes para los
grupos comerciantes y nuevos terratenientes con mayor poder económico. Por eso exigieron,
un acercamiento más afinado a la forma en que se veía funcionar el cielo desde cualquier
punto de la corteza terrestre y un calendario más exacto.
Copérnico tenía la obra de Aristarco en su biblioteca, pero fue al único astrónomo de la
Antigüedad al cual no mencionó en su libro. A pesar de eso, hasta hoy carga con la gloria de
haber “descubierto” el funcionamiento del sistema planetario. No lo descubrió, solamente lo
propuso cuando era útil y necesario.
9.2 – Los grandes sistemas interpretativos. Financiado por la burguesía, el desarrollo
de algunas ciencias de la naturaleza, operado desde el fin de la Edad Media hasta nuestros
días, convirtieron esa forma de adquirir conocimiento, en “la única” confiable y eficaz para el
imaginario colectivo europeo occidental. Para ilustrados y positivistas cualquier otro
acercamiento a la realidad era “superstición” o algo parecido. Ese “prestigio” del
conocimiento científico relegó cualquier otro saber al desván de los trastos inútiles. Antiguas
disciplinas, como la Historia, fueron forzadas a optar entre convertirse en pasatiempos
prescindibles, desaparecer u organizar su funcionamiento de acuerdo con las exigencias
teóricas y metodológicas de los nuevos tiempos. Eso, ya visto en el segundo capítulo,
significaba, entre otras cosas, tener una concepción general sobre la evolución de las
sociedades humanas, dentro de la cual encuadrar cualquier estudio de las mismas: una
teoría. Como las ciencias de la naturaleza operan con “paradigmas” 452 , cualquier otro
conocimiento, como el encargado de estudiar las sociedades humanas, para ser “ciencia”
deberían hacerlo de esa manera.
El positivismo proveyó las primeras visiones generales y universales sobre esa
evolución. Con diversos nombres para los distintos períodos, en Occidente, todo el siglo XIX
y gran parte del XX creyeron sin dudar en la evolución similar de todos los conjuntos de seres
humanos; para ellos, las organizaciones sociales humanas se han desarrollado y se desarrollan
451
Arthur KOESTLER. Los sonámbulos. Historia de la cambiante cosmovisión del hombre. CONACYT,
México, 1981. Páginas 201 a 204.
452
El concepto de “paradigma” aquí, es una concepción general de su objeto de estudio, aceptada por todos los
investigadores de una misma ciencia. Está tomada de Thomas S. KHUN. La estructura de las revoluciones
científicas. FCE, México, cuarta reimpresión, 1980.
301
en forma “progresiva”, pasando todas por etapas semejantes o equivalentes, cada una “más
avanzada” o “superior” a la antecedente.
En todos los casos, quienes iban más adelante en ese camino eran los europeos
occidentales, por eso tenían la “misión” de llevar su civilización y su ciencia a todos los
rincones del planeta. Si no eran aceptados, cosa muy frecuente, la llevaban con violencia,
claro. Era una posición ideológica, cuyo centro y patrón de medida de toda cultura lo
constituía el alcanzado por Europa Occidental.453
Ese postulado fue convertido en “ley de la naturaleza” y lo vistieron con un lenguaje
seudocientífico, a fin de justificar la expansión imperialista, impuesta por el crecimiento de sus
economías, derivado de la evolución del sistema capitalista. Más adelante, traspasaron la teoría
de Darwin sobre la evolución de las especies a los estudios sociales, buscando justificar las
condiciones socioeconómicas de creciente desigualdad en que vivía la población europea y
diversos grupos humanos del planeta454.
En oposición a los positivistas, en Alemania se fue desarrollando el historicismo, cuya
influencia se sintió en Hispanoamérica hasta fines de los setenta del siglo XX.
Dentro del contexto positivista, surgió el marxismo, una vigorosa interpretación
general de la evolución humana con amplia difusión en todas las ciencias sociales. Con signo
contrario al darwinismo social, también era una ideología: buscaba la movilización de algunos
sectores desposeídos de la población a fin de modificar las condiciones económicas, sociales y
políticas para poder revertir la creciente desigualdad en la distribución de la riqueza material
entre los miembros de la sociedad.
Ya en pleno siglo XX se le opusieron el funcionalismo y el estructuralismo, finalmente
fusionadas en una concepción general de mucho peso en la segunda mitad del siglo XX.
Ambas diluyen el conflicto social y dicen superar la noción de “lucha de clases”. Mientras el
marxismo ponía el acento en el cambio social, el estructuralismo se centraba en las
permanencias y el funcionalismo en las funciones sociales cumplidas por cada grupo.
9.3. Imposibilidad de los paradigmas en ciencias sociales. Ninguna teoría general,
interpretativa de la realidad humana, logró una aceptación unánime en la comunidad de
científicos sociales, equivalente a las teorías utilizadas por los científicos de la naturaleza
dentro de sus respectivas disciplinas. Por eso, el concepto de “paradigma”, elaborado por
Thomas S. Kuhn, no opera de la misma manera para los estudios sociales. Diversas
concepciones teóricas suelen coexistir y disputar sobre las interpretaciones más adecuadas de
la realidad social.
Ya hemos sostenido lo inevitable de esta situación. Las derivaciones de cada teoría
formulada por las ciencias sociales, cuando conducen a aplicaciones prácticas, afectan de
manera diversa a distintos grupos sociales:
453
Esto no implica ningún tipo de censura a lo actuado por los europeos. Si el capitalismo se hubiera
desarrollado primero en América, muy probablemente hubieran sido lo americanos los expansivos y quienes
hubieran hecho lo mismo con el resto del mundo. Eso vale para cualquier pueblo y cualquier región del
planeta donde el desarrollo cultural privilegie los aspectos materiales. El etnocentrismo es propio de muchas
culturas, quizá todas.
454
Esto no significa prejuzgar si esa justificación era consciente o no.
302
Con la sociedad, tampoco se pueden repetir experimentos científicos cuantas veces sea
necesario, para demostrar la eficacia de una tecnología. Los grupos elegidos nunca son iguales
y de repetirse un experimento con un mismo grupo, los resultados son diferentes, porque la
primera experiencia desarrolla otras predisposiciones.
Lo anterior no niega la realidad. Quienes detentan el poder, aplican teorías y provocan
transformaciones en la sociedad, en la educación, en la economía y en otros aspectos de la
vida humana, pero esos “experimentos” muchas veces suelen tener un costo social elevado y
nunca se declaran como tales; se presentan como “la única posibilidad” de solucionar un
“problema”, en ocasiones inexistente para la gran mayoría de la población. El ejemplo de la
aplicación de la teoría neoliberal, en las dos últimas décadas del siglo XX y las primeras del
siglo siguiente, es claro en ese sentido. Benefició a una minoría privilegiada muy pequeña,
pero su costo fue devastador para la mayor parte de la población mundial. Por esa situación,
los seres humanos suelen buscar “culpables”, responsables individuales y/o sociales para las
dificultades planteadas por, o atribuidas a, los sistemas políticos y sociales o los regímenes de
turno.
Durante más de un siglo, al encarar una pesquisa, los investigadores solían aclarar las
ideas guías de su trabajo: el marco teórico, apelando a la autoridad de esas grandes
concepciones del mundo y de la evolución humana. Cada científico social cree su deber
exponernos algunos conceptos antes de presentarnos el problema a tratar. De otra manera no
entenderíamos la siguiente afirmación:
455
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. La naturaleza del conocimiento histórico. Universidad Autónoma del
Estado de México, Toluca, 1994. Página 289.
456
Lawrence STONE. El pasado y el presente. FCE, México, 1986. Página 60. Tratándose de un prestigioso
historiador británico, es significativa la separación entre “científico” e “historiador”.
303
457
La llamó « Filosofía de la Historia ».
458
Antoine (Pierre-Joseph-Marie), BARNAVE. Introduction à la révolution française, texte présenté par
Fernando Rude. Cahiers des Annales, Association Marc Bloch, Librairie Armand Colin, Paris, 1960. Pág. 3.
Barnave (1761-1793) integró la Asamblea Nacional en 1789 como diputado del Delfinado y fue uno de los
oradores más destacados. En 1792 fue detenido y llevado a la guillotina en 1793. Durante su estadía en prisión
escribió su reflexión social sobre la historia de la humanidad y la Revolución Francesa.
304
459
En este caso, la palabra “ideología” tiene un sentido completamente diferente al utilizado anteriormente. Los
historiadores suelen utilizarla como el “conjunto de ideas fundamentales”, más o menos espontáneas y
parcialmente conscientes, “que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un
movimiento cultural, religioso o político, etc.”, y que conduce a los individuos a actuar de determinada manera.
Las partes entre comillas fueron tomadas del Diccionario de la Lengua Castellana de la Real Academia
Española en su vigésima primera edición, Madrid, 1992. Tomo II, página 1138.
460
Carlos MARX. “Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política” en Marx y Engels. Obras
escogidasen dos tomos. Progreso, Moscú, 1966, página 348 del primer tomo.
305
vivida, tanto social como personalmente, por la mayor parte de los seres humanos. 461 Lo
mismo ocurre con otras nociones generales, gestadas en alguna otra teoría global de
interpretación de la evolución de las sociedades humanas, cuya vigencia, como totalidad, ha
caducado.
Durante el siglo XIX, las mentes más lúcidas dedicadas al estudio de las ciencias
sociales habían captado la dificultad de utilizar esas teorías para el análisis de sociedades
particulares del pasado. Fustel de Coulanges realizó su obra más notable cuando abandonó los
patrones metodológicos establecidos por Augusto Comte. Para la elaboración de su gran obra
histórica, Von Ranke nunca realizó el programa de su famosa afirmación.462 Lucien Febvre
solía declararse “marxólogo”, lo cual significaba, echar mano de los elementos del marxismo
cuando le eran útiles para el análisis y desechar aquello, a su parecer, inadecuado. Sin
declararlo tan abiertamente como Febvre, la mayor parte de los historiadores reunidos en torno
a la Revista Histórica y a la revista Annales hicieron lo mismo. Quienes pretendieron ser fieles
a todos los detalles planteados por los padres del marxismo, terminaron descubriendo
“rincones” inapropiados de ese tipo de análisis, o bien, produciendo obras piadosamente
olvidadas casi de inmediato.
Más o menos algo parecido fueron haciendo progresivamente otros historiadores con
todos los grandes marcos teóricos formulados para analizar las sociedades. Su fracaso no
necesariamente siempre significa un planteo equivocado; en ocasiones fue pensado para una
sociedad con determinadas características cambiantes. Al transformarse algunas de esas
características, surgían inadecuaciones en esos marcos teóricos, ya no eran aptos para el
análisis de una sociedad distinta.
Lo mismo sucede en las ciencias naturales, algunos paradigmas permiten ciertas
aplicaciones, pero al interpretar diferentes procesos, se ponen de manifiesto inadecuaciones
del paradigma. Para las ciencias sociales, esta situación ha sido caracterizada por Daniel Bell
como “el fin de las ideologías”.463 Sin embargo, muchas investigaciones de estas últimas tres
décadas, aunque ya no lo declaren expresamente, a cierta distancia, con distintos grados,
siguen apegadas a algunos de los grandes lineamientos de las antiguas teorías generales de
interpretación de la realidad humana.
Pero ha habido una modificación sustancial: una parte de la disciplina se ha dispersado
en investigaciones muy concretas, centradas en ciertos aspectos más limitados del proceso
histórico. Hay quienes han visto esta evolución como una crisis de la Historia, sin embargo,
también es notorio el enriquecimiento de la misma con los nuevos puntos de vista y el
descubrimiento de detalles anteriormente desconocidos por completo o conocidos muy
defectuosamente. Para algunos, el afán de precisión es uno de los cambios sustanciales,
considerados como avances de la disciplina. Lawrence Stone, por ejemplo, señala:
461
Sin embargo, en otras civilizaciones esa afirmación pudo no haber tenido sustento.
462
Para RANKE la historia debía “sólo mostrar lo que de hecho ocurrió”, en G. P. GOOCH. Historia e
historiadores en el siglo XIX. FCE, México, 1942. Página 85.
463
Daniel BELL. El fin de las ideologías, Tecnos, Madrid, 1964.
306
El eje central del positivismo se vino abajo al ser destacados los aspectos ideológicos
de la teoría.
Un fragmento de este mismo autor, referido al desarrollo de la historia de las
mentalidades, nos puede servir para caracterizar la situación de muchas formas de “Historia”
elaboradas en las últimas décadas:
464
Lawrence STONE. El pasado y el presente. FCE, México, 1986. Página 30.
465
Philippe ARIÈS. “La historia de las mentalidades” en Jacques LE GOFF, Roger CHARTIER y Jacques
REVEL. La nueva historia. Mensajero, Bilbao, s/f. Páginas 479-480.
466
Según Pierre CHAUNU “la historia económica es un terreno todavía joven (...) Pueden buscarse sus lejanas
raíces en el horizonte de 1890”, en “La economía – Superación y prospectiva”, en Hacer la Historia, Laia,
Barcelona, 1979. Tomo II, Nuevos enfoques, página 59.
467
La historia económica busca la influencia de la economía en la evolución de las sociedades humanas. La
historia de la economía indaga las ideas sobre este tema en cada época.
307
...en un salto atrás de uno o dos siglos las palabras y las cifras cambian de
sentido. Después de todo, en la “historia cuantitativa” está lo “cuantitativo”,
pero también está la “historia”. Solo existe un esfuerzo interdisciplinario
468
Jean MARCZEWSKI «Qu’est-ce que l’histoire quantitative», Cahiers de l’I.S.E.A. (Institut de Science
Economique Appliquée) Paris, serie AF, Nº 115, julio de 1991, pp. III-LIV.
469
Significativamente, el artículo se tituló “Pour un meilleure compréhensión entre économistes et historiens”,
(“Para una mejor comprensión entre economistas e historiadores”) Revue Historique, Nº 474, P.U.F., Paris,
abril-junio de 1965. Ambos artículos fueron traducidos al castellano y publicados: ¿Qué es la historia
cuantitativa?, Nueva Visión, fichas 15, Buenos Aires, 1973.
470
Jean MARCZEWSKI y Pierre VILAR. ¿Qué es la historia cuantitativa?Op. Cit., Página 16.
308
cuando cada disciplina, lista para dar sus lecciones, acepta también
recibirlas.471
471
Op. Cit. Página 72.
472
Op. Cit. Página 85.
473
Op. Cit. Página 83.
474
Lucien FEBVRE. Combates por la historia. Ariel, Barcelona, cuarta edición, 1975. Página 39.
309
475
Nos referimos a Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, El dieciocho de Brumario de Luis
Bonaparte y La Guerra civil en Francia, todas incluidas en las Obras escogidas de Marx y Engels en dos
tomos ya mencionadas.
476
ARIÈS, La historia de las mentalidades. En La nueva historia. Op. Cit. Página 466.
310
Para este autor, la historia de las mentalidades y la ideología tienen origen en diferentes
herencias y dos maneras de pensar distintas. La ideología es parte de concepciones generales,
más sistemáticas y pensadas. “Mentalidades colectivas” ha sido voluntariamente empírica, se
ha ido elaborando lenta y permanentemente en el imaginario colectivo, transformándose
constantemente. Las mentalidades colectivas y la ideología se inscriben en la larga duración.
Para Braudel, “…los encuadramientos mentales representan prisiones de larga duración”.478
La importancia de estos estudios es la revolución propuesta dentro del conocimiento
histórico. Su contacto con la etnología ha producido obras donde pierde interés el tema de los
antecedentes, las filiaciones, como también las consecuencias o las influencias. Ariès lo
resume con precisión. “El historiador aísla un bloque del pasado (...) y lo estudia evitando en
lo posible los problemas de origen y de posteridad”.479 Por eso suelen ser trabajos centrados en
un área pequeña y en un breve lapso. La obra maestra reconocida por la mayor parte de los
477
Michel VOVELLE. Idéologies et mentalités. Maspero, segunda edición revisada y aumentada, Paris, 1982.
Página 24 y 25.
478
Ferdinand BRAUDEL. La Historia y las ciencias sociales. Alianza Editorial. Madrid, 1968. Página 71. Cit.
479
Philippe ARIÈS. La historia de las mentalidades. En La nueva historia. Op. Cit. Página 480.
311
autores de esa línea es Montaillou: village occitan de 1294 a 1324 de Emmanuel Le Roy
Ladurie.480
9.7.2. “Otra” historia social. La familia. Hasta ese momento, tanto la historia
económica, como la historia de la clase obrera industrial, habían sido abordadas bajo el
supuesto de su influencia sobre la vida política. Luego de la Segunda Guerra Mundial, en los
estados y en la lucha política, la economía ha ocupado un lugar de primer nivel hasta nuestros
días. Un recurso para hacer evidente lo anterior, es comparar los porcentajes respectivos del
espacio ocupado por la información de carácter económico, en los periódicos de un siglo atrás
o más, y en los de las últimas cinco décadas. El resultado dará una idea de la dimensión del
cambio.
También, las condiciones materiales de vida han sido puestas en primer término en la
lucha política democrática. En la segunda mitad del siglo XX surgieron estudios derivados de
la historia social, pero mucho más circunscriptos y sistemáticos. El desarrollo de las teorías
sobre la educación, los estudios sobre la formación de los niños y sus etapas evolutivas, la
importancia cobrada por la mujer en la vida económica, social y política, condujo la atención
hacia problemas antes impensables para los historiadores. En una obra publicada en 1976,
Jean-Louis Flandrin justifica su tema:
El que hoy los historiadores comiencen a hablar de la familia tal vez se deba
a que la actualidad está impregnada de problemas de la vida privada, a que
los derechos y los deberes del marido y de la mujer, así como su autoridad
sobre los hijos, las posibilidades de divorcio, de la anticoncepción o del
aborto se han convertido en asuntos de Estado. Ante una transformación
cada día más evidente de las costumbre, hay quienes requieren del Estado la
preservación de la moral tradicional, otros, la aceleración de las evoluciones
“necesarias”, mientras que otros, finalmente, intentan hacer de ella un arma
de guerra contra el régimen político. ¿Cómo podría un historiador atento a
los conflictos políticos de su época dejar de interesarse por la “vida privada”
de nuestros antepasados?481
Luego hace una clasificación de los trabajos publicados hasta ese momento. Para
quienes no somos especialistas en el tema, resulta muy esclarecedora. Divide los estudios en
cuatro categorías, pero de inmediato descarta una, la “psicohistoria”, por sus dificultades con
480
Editorial Gallimard, Paris, 1982. Hay traducción castellana en Taurus.
481
Jean-Louis FLANDRIN. Orígenes de la familia moderna. Crítica, Barcelona, 1978. Página 7.
482
Michael ANDERSON. Aproximaciones a la historia de la familia occidental (1500-1914). Siglo XXI,
Madrid, 1988. Página 1.
312
las pruebas y una serie de afirmaciones fuera de lugar, derivadas de un desconocimiento grave
de las normas de la investigación histórica.
9.7.2.1. Los demógrafos. Nos quedan entonces las otras tres escuelas o
“aproximaciones”, como las llama el autor. La primera se centra en estudios demográficos,
tratando de establecer diversos tipos de familia, la cantidad de integrantes en cada lugar y en
cada época para, a partir de datos confiables, poder imaginar su forma de vida. Para llevar
adelante su empresa, recurrieron a registros parroquiales, censos, datos fiscales o documentos
de época elaborados con fines completamente diferentes a su uso actual. Según el autor, han
obtenido resultados importantes al echar por tierra muchas creencias generalizadas sobre el
tema. Por ejemplo, han determinado estadísticamente la edad promedio para el matrimonio de
hombres y mujeres en vastas regiones de Europa Occidental, la cantidad de hijos procreados,
el porcentaje de quienes permanecían en la soltería. También han establecido tasas de
ilegitimidad, de embarazos antes del matrimonio. Trabajos más detallistas buscaron establecer
esas normas dentro de los diversos segmentos sociales de una misma sociedad.
Ha acometido con vigor este tipo de aproximaciones un grupo de historiadores ingleses
de Cambridge, por eso las críticas van mayormente enfiladas hacia ellos. Se les ha señalado su
preferencia por la descripción y su desprecio o timidez ante la interpretación de las fuentes. La
confiabilidad de muchas cifras es cuestionada por otros estudiosos, pero objetando la validez
de su utilización. Otra crítica reprocha la utilización casi exclusiva de datos obtenidos en
Inglaterra, tomando en cuenta lo atípico del caso con relación al continente europeo. En
Francia, ya vimos a Ariès explicando la historia de las mentalidades como un desprendimiento
de este tipo de trabajos.
9.7.2.2. Las significaciones y las ideas. Algunos críticos de la escuela anterior han
propuesto otra forma de acercarse a la familia. Para ellos no es tan importante establecer la
estabilidad de una cierta estructura familiar, como conocer el significado de esa organización
para diversos grupos y épocas diferentes. ¿Cómo era la relación intelectual y emocional con la
familia? Allí se insertan los franceses, especialmente Ariès y Flandrin. Sin duda la observación
de la familia actual, con su composición inalterada pero en crisis emocional, ha inducido a
estos investigadores a indagar ese mismo fenómeno en el pasado. Las fuentes utilizadas por
los demógrafos limitaban sus posibilidades de interrogación, en cambio, este grupo parte de
preguntas y luego busca documentos donde obtener respuestas confiables. Como esos
documentos son en su mayor parte escritos, la investigación se limita mayormente a ciertos
sectores con acceso a la lectura y la escritura, pequeñas minorías privilegiadas en algunos
casos.
Aquí se presenta uno de los problemas más serios, porque a pesar de hacer
deliberadamente la historia de una minoría, las dudas suscitadas por sus autores sobre la
interpretación de determinados pasajes es sumamente problemática. Muchas veces, la misma
actitud puede responder a situaciones diferentes y no es posible decidir categóricamente.”...
todo el análisis de Stone sobre el pueblo inglés tiene una base tan endeble que puede ser
ignorado sin más” nos dice el autor.483 En diccionarios de distintas épocas, ciertas palabras son
definidas de forma diferente. Se trata de vocablos de uso común. Eso pone de manifiesto la
dificultad para ubicar el significado exacto de un concepto en diversos contextos.
9.7.2.3. La economía doméstica. Una tercera escuela propone otra forma de abordar el
tema. Para ellos se debe estudiar la familia analizando la actitud económica de sus miembros.
La cercanía de estos autores con la sociología y la antropología, los lleva a dirigir la
483
Michael ANDERSON. Aproximaciones… Op. Cit. Página 40.
313
Otro problema era la delimitación precisa del asunto a tratar. Años atrás, la editorial
MATEU de Barcelona había publicado una colección sobre “vida cotidiana” en la Antigüedad.
Por ese tiempo, Marcelin Defourneaux publicó otro sobre la España del Siglo de Oro. Los
autores no deseaban caer en lo mismo sino enfocar problemas diferentes. También debían
evitar el individualismo o la intimidad. Se buscó definir lo privado por su opuesto: lo público.
Se ubicaron así tres espacios donde se iba a concentrar el estudio, espacios considerados
eminentemente privados: la casa habitación, donde reside la familia, los centros de trabajo,
particularmente antes de la Revolución Industrial, donde proliferaban los pequeños talleres, los
pequeños negocios o la oficina y por último, los centros de esparcimiento como el café o el
club. Quizá, para los primeros tiempos la clasificación no sea adecuada. El mismo Duby nos
dice
484
Philippe ARIÈS y Georges DUBY. Historia de la vida privada, cinco tomos. Taurus, Madrid, segunda
edición 2001. Tomo I, páginas 11 y 12.
314
Expone los argumentos con los cuales se decide por la afirmativa. La argumentación
está muy bien elaborada. Aunque no existiera el concepto de vida privada, porque la mayor
parte de lo ahora considerado dentro de ese campo, en aquella época se hacía en público, de
todas maneras sirve para marcar el contraste entre una época y otra.
En el tercer tomo, Ariès ensaya una explicación de los cambios en la vida y las
costumbres durante la primera mitad del segundo milenio de nuestra era. Según él, las
unidades colectivas dentro de las cuales transcurría la vida de los individuos, participaban de
ambas vertientes: lo actualmente considerado público y privado. Eran comunidades pequeñas,
como en la alta Edad Media y, por lo tanto, el conocimiento entre los individuos era intenso.
No había desconocidos y cada uno individualizaba al resto y tenía conciencia de ser
individualizado él por los demás. Cada uno ocupaba un lugar en la sociedad reconocido por
todos.
Luego de la Revolución Industrial, cuando las ciudades gigantescas impidan ese
conocimiento y cada individuo pase a ser un anónimo, completamente desconocido para la
gran mayoría, así como los otros son desconocidos para él, la necesidad de ser identificado y
reconocido por los otros lleva a la formación de solidaridades parciales, las cuales han sido
incluidas en el concepto de “vida privada”. Lo anterior no impide la preservación de reductos
para la intimidad, también reconocidos por todos.
Para los autores, el desafío era explicar esa transformación de aquel tipo de sociedad y
de sociabilidad en el modelo actual. Se ofrecieron diversos enfoques. El primero es el
iluminista y positivista. Para ellos la evolución está dirigida por el progreso, por lo cual todo
venía determinado en sus lineamientos generales. Es un modelo simplificador, porque
desprecia los saltos atrás, las diferencias y la heterogeneidad de las sociedades actuales. Solo
toma en cuenta las señales de continuidad y antecedentes.
Ariès propone otra explicación, separándose tajantemente de la periodización centrada
en la economía, la cultura o la política, para encarar la evolución de la vida privada. Eso no
implica desechar las varias transformaciones sufridas por la última desde el ocaso de la Edad
Media hasta los inicios de la primera Revolución Industrial. El autor se detiene largamente en
tres procesos con gran influencia sobre la transformación de la mentalidad, especialmente en
lo relativo a este tema:
En primer lugar, señala el surgimiento y desarrollo del Estado, cuyo crecimiento fue
exponencial a partir del siglo XV. En su afán de control, el poder político intentará examinar
las manifestaciones anteriormente en manos de las diversas formas comunales de sociabilidad.
La prohibición del duelo como forma de “lavar el honor” y el intento de evitar el lujo son dos
de los casos más visibles sobre los cuales el Estado extenderá su poder. El incremento de las
obligaciones impositivas es otro tema muy caro a la burguesía.
En segundo término, la imprenta y la difusión de la enseñanza permiten la expansión
de la lectura a sectores cada vez más amplios. Leer en silencio provoca la reflexión individual
y, por consecuencia, la elaboración de una visión personal de la sociedad y la naturaleza. El
485
Ibid. Tomo II, páginas 11.
315
486
Carlo GINZBURG. El queso y los gusanos. Muchnik, Barcelona, cuarta edición, 1997.
487
Es significativa la transformación de la designación “in-bellis” (no guerrero) en nuestra palabra “imbécil”.
488
Joan SCOTT. “Historia de las mujeres” en Peter BURKE (ed.) Formas de hacer Historia. Alianza, Madrid,
1993. Página 72.
316
toda naturalidad fueron apareciendo investigaciones sobre la vida familiar, la vida privada, la
organización de esos ámbitos en diversas culturas y regiones.
Esta Historia ha tenido particular importancia, por haberse desarrollado a la par de una
toma de conciencia de las mismas mujeres, lo cual ha generado la aparición de organizaciones
feministas y defensoras de los derechos de la mujer. Estas instituciones han hecho cobrar
conciencia del tema a muchos sectores de la sociedad, lo cual ha permitido mejorar
considerablemente la situación de la mujer. No han logrado todavía la igualdad y quizá esa
meta requiera muchísimo más tiempo, pero por lo menos han puesto a ciertas sociedades en el
camino para alcanzarla algún día.
9.8. Otra historia social: la “historia de los de abajo”. Todas las innovaciones
comentadas, incluso la “larga duración”, vista en el capítulo sexto, no modificaron el punto de
vista de la historia política, siguieron considerando esos temas desde la perspectiva de las
clases dominantes ilustradas, “construyeron ‘una especie de variante plebeya de la teoría
liberal de la historia’”489
Una de las novedades más interesantes y subversivas, la ha constituido la puesta en
duda de la veracidad e importancia de toda la Historia escrita hasta la segunda mitad del siglo
XX, objetando su amplitud y pertinencia para la mayor parte de la humanidad. Lo llamado
conocimiento histórico hasta ese momento han sido solo algunos elementos de la vida, las
preocupaciones, los valores, la política, las relaciones sociales y otros aspectos de una ínfima
minoría de los seres humanos, al menos desde la aparición de la escritura. Tomando en cuenta
los porcentajes de habitantes alfabetos en cualquier sociedad anterior al siglo XVIII, podemos
tener una idea de quienes han escrito y difundido la historia de todos esos períodos. Si además
recordamos la caracterización de Benedetto Croce para los historiadores anteriores a la
Ilustración:
…completamos el panorama.
A partir de Voltaire, algunos de esos calificativos perdieron gran parte de su
justificación; muchos historiadores han criticado y censurado la situación política, los partidos
y los líderes de su época. El mismo Voltaire fue perseguido por la difusión de sus ideas. El
conflicto de clases condujo a la burguesía a “descubrir” una “nueva” Historia. Sin embargo, la
perspectiva continuó siendo la de una nueva minoría; distinta a la nobleza pero igualmente
minoritaria.
Debimos esperar hasta los primeros trabajos de George Frederick Elliot Rudé y, muy
especialmente, Edward Palmer Thompson y su planteamiento teórico. Este último propone, al
“revisar” el conocimiento histórico, adoptar el punto de vista de los sectores subordinados,
para comenzar a tomar conciencia de la dimensión de nuestro desconocimiento acerca de la
489
Julián CASANOVA en la presentación del libro de Harvey J. KAYE. Los historiadores marxistas
británicos. Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 1989. Página XI. El entrecomillado de Casanova refiere a
Gareth STEDMAN JONES. “The Poverty of Empiricism” en Robin Blackburn (ed.) Ideology in Social
Science. Fontana/Collins, Glasgow, 1979. Páginas 207 s 237.
490
La historia como hazaña de la libertad. FCE, México, segunda edición 1979. Página 39.
317
vida de la mayor parte de la humanidad.491 Buscar documentos sobre la vida, el sentir y las
preocupaciones de los trabajadores, para luego apreciar el pasado desde su punto de vista.
Había antecedentes de intentos en esa dirección, aunque incompletos o fallidos. Junto
con la Revolución Industrial apareció la clase obrera moderna. Al ritmo de avance de ambas
fue creciendo el interés en ese agrupamiento humano emergente. Uno de los padres del
marxismo escribió una obra sobre las condiciones de vida materiales de los obreros en
Inglaterra.492 Si bien también se escribió sobre otros grupos poco evidentes, la nueva clase
obrera se llevó la enorme mayoría de los estudios. Al interesarse en la sociedad, la Historia no
podía dejar de lado el tema; aparecieron Historias especiales de la clase obrera, de sus
orígenes, su formación, su desarrollo.
Había motivos para este nuevo interés; anteriormente las condiciones de miseria de la
vida de los campesinos, dispersa y lejos de senderos y paseos de los grupos privilegiados, no
se hacían evidentes, permanecían “escondidas”. En cambio, la concentración obrera en barrios
miserables era imposible de soslayar, su presencia era permanente e inevitable. Haciendo una
comparación acerca de nuestros conocimientos sobre unos y otros, un prestigioso autor
británico sostuvo:
...los horrores del trabajo de los niños, de los barrios bajos y de la opresión
que trajo aparejados [la primera Industrialización] (...) no pueden ser
enfocados en su verdadera perspectiva, por carecer de normas de
comparación (...) no nos atrevemos a presentar una imagen precisa de la
vida de un siervo durante la Edad Media (...) Cuando se vislumbra un destello
de la verdad en la página de una cédula medieval o de una oración antigua,
quienes son dados al sentimentalismo, cierran sus ojos con prudencia,
completamente horrorizados.493
Con relación a ese intento de comparación, estudios posteriores sobre la baja Edad
Media han modificado sustancialmente la apreciación. El siervo tenía seguridad acerca de su
alimentación, en una época en la cual el problema más urgente de gran parte de la población,
era precisamente ese. Hay más elementos a tener en cuenta: si bien el siervo no podía
separarse de la tierra, tampoco podía ser despojado de ella por nadie. Si bien laboraba tierras
del señor y entregaba parte de su propia cosecha, no debía arriesgar su vida para proteger el
fruto de su trabajo. Lo pagado era la protección suministrada por su señor.
El trabajo del campesino en esos tiempos se ajustaba al ritmo de las necesidades del
trabajador; en las fábricas de la primera Revolución Industrial el ritmo era marcado por la
máquina; si el obrero tenía necesidades debía esperar a satisfacerlas cuando se detuviera la
maquinaria. El obrero tampoco se reconoce en el producto terminado, no puede identificarlo,
como hacían los artesanos. La parte creativa del trabajo corría por cuenta de la máquina.
No es casualidad: la clase más calculadora y racional para encarar el proceso
productivo ha sido la burguesía; en sus cálculos descubrió la forma más eficiente para
491
E. P. THOMPSON. “History from Below” en The Times Literary Supplement, 7 de abril de 1966, páginas
279-280. Tomado de Dorothy THOMPSON (Editora) The essencial E. P. Thompson, New York, New Press.
2001. Entre las páginas 481 y 489.
492
Federico ENGELS. La situación de la clase obrera en Inglaterra. Futuro, Buenos Aires, 1946. También
escribió sobre el problema campesino en Francia y Alemania y algunos otros folletos sobre cuestiones sociales.
493
Vere GORDON CHILDE. Los orígenes de la civilización. FCE, México, cuarta edición, 1967. Páginas 24 y
25.
318
disminuir los costos del trabajo: el asalariado. A diferencia de la inversión para adquirir un
esclavo, el obrero no le cuesta nada, no debe mantenerlo si no hay trabajo, no debe velar por
su salud. A un asalariado se le paga lo ya trabajado y en poder del patrón, su rendimiento
puede ser controlado y medido con facilidad. El esclavo debe ser observando
permanentemente. Para lograr el esfuerzo del asalariado se lo hace competir con sus iguales y
siempre está pendiente el peligro de la desocupación por el exceso de mano de obra, no es
necesario personal especial para vigilarlo.
Todas esas peculiaridades fueron incluidas dentro de la “historia social”. Con el
tiempo, al ponerse de manifiesto otras implicaciones sociales, el asunto fue objeto de intensos
debates. Todos abogaban por un tratamiento amplio, tan amplio como para hacer decir a
Lucien Febvre:
Una palabra tan vaga como “social” parecía haber sido creada (…) para
servir de bandera a una revista que (…) pretendía (…) hacer irradiar sobre
todos los jardines del vecindario, ampliamente, libremente, indiscretamente
incluso, un espíritu, su espíritu. (...) Esto es, precisamente, lo que significa el
epíteto “social” que ritualmente se coloca junto al de “económico”. Nos
recuerda que el objeto de nuestros estudios no es un fragmento de lo real,
uno de los aspectos aislados de la actividad humana, sino el hombre mismo,
considerado en el seno de los grupos de que es miembro.494
9.8.1. Una revolución: la historia vista y vivida desde abajo. Los primeros
trabajos, si bien enfocaban el interés hacia los grupos subalternos, dirigían el análisis con la
misma perspectiva, el mismo bagaje teórico, los mismos puntos de vista de las antiguas
historias escritas por los grupos privilegiados. 495 La nueva forma de encararlos abría
horizontes de enorme amplitud, el nuevo enfoque conducía a una revisión completa de toda la
historia conocida hasta mediados del siglo XX. La temática “estaba en el ambiente”, uno de
los primeros libros en hacer un estudio diferente del pasado de “los de abajo” 496 fue La
multitud en la historia, aparecido en 1964. El título era muy sugestivo y ponía de manifiesto
un problema latente pero no bien definido. Para su autor, los documentos tradicionales usados
por los historiadores, tienden a presentar la cuestión exclusivamente desde el punto de vista de
las clases dominantes. Primero nos presenta las preguntas efectuadas al material documental,
luego plantea las dificultades:
Una cosa es, por supuesto, formular tales preguntas y otra bastante diferente
encontrar para ellas respuestas razonablemente adecuadas. El grado en que
nuestra curiosidad puede ser satisfecha dependerá tanto del hecho mismo
como de que se disponga de información adecuada (...) Porque
infortunadamente, estos participantes rara vez dejan información propia en
forma de memorias, folletos o cartas, y para identificarlos –e identificar a sus
víctimas- así como también para indagar sus motivos y su conducta,
tendremos que confiar en otros materiales.497
494
Lucien FEBVRE. Combates por la historia. Ariel, Barcelona, cuarta edición, 1975. Págs. 39 y 41.
495
Entre tales estudios se pueden mencionar Édouard DOLLÉANS. Historia del movimiento obrero. Tres
tomos. Eudeba, Buenos Aires, 1961. G. D. H. COLE. Historia del pensamiento socialista. Siete tomos. F.C.E.
México, 1957 – 1960. Jürgen KUCZYNSKI. Evolución de la clase obrera. Guadarrama, Madrid, 1967.
Alberto J. PLA et al, Historia del movimiento obrero. 5 tomos, 8 volúmenes, Centro Editor de América
Latina, Buenos Aires, Buenos Aires, 1973-1974.
496
La expresión es el título de una famosa novela de Mariano Azuela.
497
George RUDÉ. La multitud en la historia. Los disturbios populares en Francia e Inglaterra 1730-1848.
319
Siglo XX, Madrid, tercera edición en castellano, mayo de 1979. Página 20.
498
En México, el historiador John WOMACK jr., coincide con esa apreciación al iniciar su libro: Zapata y la
Revolución Mexicana.: “Este es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso
mismo, hicieron una revolución.” Siglo XXI, décimo primera edición en español, México 1980. Página XI.
499
George RUDE La multitud… Op. Cit. Prefacio a la versión castellana. Página 7.
500
Ver nota 487.
501
Aunque esta obra apareció un año antes de La multitud..., las respectivas versiones españolas invirtieron el
orden de aparición, el libro de RUDÉ apareció en 1971 y el de THOMPSON en 1977.
502
Edward Palmer THOMPSON. La formación histórica de la clase obrera. Inglaterra: 1780-1832. Laia,
Barcelona, 1977. Páginas 12 y 13.
320
pone de manifiesto cómo, durante la primera Revolución Industrial, en su cuna: Gran Bretaña,
la mayor parte de la población vivió un período de empeoramiento de sus condiciones de vida,
materiales y espirituales. Por lo menos cuatro generaciones fueron sacrificadas para establecer
las bases de una industrialización modelo para el resto del mundo. En cursos y libros sobre el
tema, suele presentarse el proceso como un avance permanente y progresivamente acelerado,
algo altamente positivo. Sin embargo, ahora vamos conociendo otras facetas del
acontecimiento: el costo social de semejante “avance”.
9.8.2. La terminología. Muchos términos también deben ser revalorados. Carlos
Marx definió, utilizó y difundió cuatro términos: “revolucionario”, “reaccionario”,
“conservador” y “reformista”. Según su definición, el primero designa a quienes están a favor
del “progreso” y quieren adelantar el futuro a velocidad máxima. Los reaccionarios desean
“hacer volver atrás la rueda de la historia”, retroceder hacia un momento juzgado como el
mejor. Los conservadores desean la inmovilidad, para ellos lo existente es lo mejor. Los
reformistas desean el mismo “progreso” pero lentamente, a través de pequeñas reformas, de
manera paulatina, sin “violencia”.
Luego de esa clasificación, el propio Marx considera a los obreros industriales como la
clase revolucionaria por excelencia. Sin embargo, parte importante de los grupos subalternos
han luchado, en varios de los casos, entre otras cosas, por mantener su forma de vida o por
regresar a otra anterior. En el extremo opuesto, la burguesía ha sido la clase más
revolucionaria de la historia de la humanidad, ha impulsado y financiado todas las
transformaciones de la ciencia y de la Revolución Industrial. Es responsable de la progresiva
velocidad de los cambios desarrollada por el mundo donde nos tocó vivir.503
Esta forma de encarar el estudio del pasado nos lleva al terreno de la ética, no para
juzgar individuos, sino para hacernos valorar la justificación de todo ese proceso: si para llegar
a donde estamos fue necesario sacrificar la felicidad de tantas generaciones, surge de
inmediato la pregunta: ¿quién tuvo derecho para decidir algo semejante? Para los
creyentes, solamente dios podría hacerlo. Pero en este caso, esa decisión ha sido tomada por
seres humanos. La búsqueda del beneficio material personal ha trastocado el orden y la
finalidad de la organización social: en el lugar de los fines, se han colocado algunos medios
considerados importantes por ciertas minorías, a fin de lograr sus propósitos.
Vale la pena recordar las palabras de Lucien Febvre, aunque estuvieran en un contexto
diferente, donde tenían otra significación: “Cuando no existe un fin mayor que empuja a los
hombres hacia los límites de su horizonte, los medios pasan a ser fines y convierten en
esclavos a los hombres libres.504 Desde otros puntos de vista, la decisión ha sido objetada,
porque nunca ha habido tasas tan altas de desigualdad social, económica y educativa como en
el mundo actual. En la minoría beneficiaria del mayor bienestar material, el índice de suicidios
es más alto a la de otros grupos mucho menos favorecidos. Asimismo, el desarrollo de las
armas atómicas, químicas y biológicas ha generado peligros jamás conocidos por las
sociedades humanas anteriores. Todo eso y otros problemas, también forman parte de la
Revolución Industrial.
9.8.3. La difusión. El nuevo enfoque surgió entre historiadores de habla inglesa,
mayormente británicos y formados en la teoría marxista. Eric Hobsbawm fue uno de los más
503
MARX lo plantea así en el Manifiesto del Partido Comunista, publicado en castellano en las Obras escogidas
de MARX y ENGELS en dos tomos. Progreso, Moscú, 1966. Tomo I, página 22.
504
Combates por la historia. Ariel, Barcelona, cuarta edición, 1975. Página 55.
321
destacados animadores del mismo, algunos también lo señalan como fundador. 505 Aunque
muchas de sus obras se enfocan a la comprensión de temas estrictamente delimitados en
ámbitos amplios, o bien son síntesis sobre el siglo XIX, tiene pasajes notables al respecto,
como el capítulo cuarto de Industria e imperio, significativamente titulado: “Los resultados
humanos de la Revolución Industrial, 1750-1850” y los relativos a la sociedad, especialmente
al desarrollo y evolución de la clase obrera en sus grandes síntesis. Además, es autor de otras
obras monográficas sobre movimientos de las clases populares, de excelente factura.506
El alto nivel de esos trabajos los hizo merecedores de traducciones a varios idiomas. Su
difusión permitió a historiadores de otros medios ponerse en contacto con esas preocupaciones
e interesarse por hacer algo similar. Para períodos anteriores al siglo XVIII, las dificultades se
multiplican exponencialmente. La carencia de documentación directa y la crónica sesgada, de
quienes los combatían y explotaban, han presentado una versión, sin duda, muy distorsionada
de lo ocurrido. Si bien hubo infinidad de alzamientos populares desde los tiempos más lejanos
de los cuales tenemos noticias, casi nada sabemos sobre los pensamientos, las intenciones y
los fines de muchos alzados. Tampoco sobre sus sufrimientos, por eso, algunos de mucha
fama han dejado ciertos recuerdos y han permitido a los novelistas imaginarlos y plasmarlos
en esa forma literaria. El más famoso, seguramente, ha sido el levantamiento de los
gladiadores romanos liderados por Espartaco. En el siglo XX, el acontecimiento dio lugar a
novelas de Arthur Koestler y Howard Fast, las cuales fueron la base del libreto para la película
homónima de Stanley Kubrik.
Más conocida por el pueblo hebreo, fue la sublevación contra Babilonia, encabezada
por Judas Matatías, un sacerdote rural en el Israel del siglo segundo antes de nuestra era, en la
cual sus cinco hijos, conocidos como “los hermanos macabeos”, tuvieron un papel
protagónico. Howard Fast, nuevamente, publicó otra obra de ficción sobre ese tema, titulada
Mis gloriosos hermanos. En comparación, es bien poco y ha corrido por cuenta de creadores
con preocupaciones sociales, lo cual no es lo más generalizado.
Hasta ahora, el conocimiento a nuestra disposición, nos trasmite la idea de pequeños
triunfos momentáneos de los sectores populares, en comparación con la imposición casi
permanente de los grupos dominantes. Desde los Gracos en Roma, hasta nuestros días,
muchos dirigentes populares han muerto violentamente a manos de las clases dominantes.
Aquellos a quienes no pudieron eliminar físicamente, o neutralizarlos, produjeron éxitos muy
discutibles mientras vivieron y actuaron. Las clases subalternas de las sociedades rara vez se
han organizado y resistido, para establecer un sistema de larga duración a satisfacción de la
inmensa mayoría de la población.
Desde la aparición de las primeras civilizaciones, el trabajo para edificarlas y hacerlas
funcionar se dividió en “intelectual” y “físico”. Si bien todo trabajo requiere de ambas
cualidades, hay algunos con una carga mucho mayor de desgaste corporal y otros donde el
peso recae en ejercicios mentales.
Un obrero debe cargar bultos pesados, mezclar elementos de construcción, etc., hace
un mayor desgaste de su fuerza muscular al realizado por un empleado, cuya tarea ahora es
escribir en teclado, un siglo y medio atrás lo hacía con pluma.
505
Quienes así lo hacen, seguramente tienen un conocimiento más directo y profundo del propio proceso. Noso-
tros debemos atenernos a la fecha de publicación de las obras, lo cual es engañoso.
506
Revolución industrial y revuelta agraria. El capitán Swing. Siglo XXI, Madrid, 1985. Trabajadores.
Estudios de historia de la clase obrera. Crítica, Barcelona, segunda edición 1982, entre otros.
322
Aunque en sus respectivos trabajos ambos despliegan las dos aptitudes: el obrero debe
pensar en las cantidades a mezclar o en la forma de levantar los bultos, el empleado debe
mover los dedos para oprimir las teclas o guiar la pluma. Pero lo fundamental del trabajo de
cada uno es: lo generado por el esfuerzo del cuerpo el obrero y lo elaborado con el
pensamiento el intelectual.
Los grupos gobernantes se han reclutado siempre entre quienes desarrollan trabajo
mayoritariamente intelectual. Muchas sociedades guerreras tendieron a considerar deshonroso
el trabajo físico, no así el intelectual. En algunas sociedades, si un noble realizaba tareas
consideradas no aceptables, perdía su honra, su calidad de noble. En la Antigüedad se hacía la
guerra a fin de conseguir mano de obra para los trabajos pesados, con desgaste muscular.
Luego surgieron otras formas de obtener trabajadores, hasta la asalariada actual.
A pesar de eso, la enseñanza dejada por el conocimiento histórico actual, pone de
manifiesto la dependencia de toda sociedad, incluidos los “trabajadores de cuello blanco”, del
trabajo muscular de muchas personas. Si nadie realizara esas tareas, no existirían intelectuales.
Si todos se vieran obligados a producir sus alimentos, su vivienda, su ropa y luego procesar
varios productos para obtener esos satisfactores, a ninguna persona le sobraría el tiempo
suficiente para ponerse a pensar y elaborar los productos del intelecto. Ya Platón mencionaba
la necesidad del “ocio fecundo y productivo” para las clases dominantes, a fin de poder
organizar “la vida de todos”. Muchas sociedades modernas siguen jerarquizando el trabajo
como lo hacían las antiguas noblezas.
El conocimiento histórico lo elaboran intelectuales, de allí la preferencia por aspectos
políticos, intelectuales, “filosóficos”, pero también por la evolución de sus congéneres
privilegiados. La casi totalidad de los nombres mencionados en los libros de Historia son de
miembros de los grupos dedicados al trabajo intelectual. Solo por excepción aparece algún
trabajador manual, como podía ser el caso del Pípila en México.
En La Ilíada, poema épico atribuido a Homero, por un momento vemos un personaje
popular no perteneciente a la nobleza guerrera: Tersites. Seguramente, la mayor parte de
quienes han leído la novela no lo recuerdan, por lo breve de su intervención. En el otro
extremo, a Agamenón, Paris, Héctor, Aquiles y varios otros nombres de los aristócratas, es
imposible no recordarlos. Para los intelectuales, como para la mayor parte de la gente, los
importantes son quienes realizan tareas similares a la suya. De allí el desinterés por la suerte
de las clases trabajadoras con mayor desgaste físico. En el caso mencionado, es significativo el
trato recibido en ese pasaje.
Casi como respuesta a la “historia desde abajo”, aparecieron los filósofos
posmodernistas. Su planteamiento nos habla de las diversas versiones de un mismo proceso
histórico por diferentes autores. En su exposición, el conocimiento histórico parece un
baturrillo de imágenes, todas diferentes, de los procesos del pasado. Pero la realidad es otra.
Como vimos en el capítulo octavo, nuestra comprensión del pasado condiciona
nuestras decisiones actuales, por lo tanto, si uno indaga las diferentes versiones, puede
encontrar una complementación muy adecuada para tener una imagen más completa sobre la
explicación y las causas de ciertos acontecimientos. Pero, George Steiner lo presenta de la
siguiente manera:
Sin embargo, cuando se han hecho algunos descubrimientos, luego se repiten otros,
podemos sospechar algún atisbo de acercamiento a la verdad. Pero el reconocimiento de la
inseguridad de nuestros conocimientos, como de todo conocimiento de algo exterior a
nosotros mismos, no implica abandonarlo todo, como suelen proponer.
Hasta aquí el manuscrito inconcluso, un poco “adaptado” a las circunstancias.
¿Podemos sacar algo de allí?
Pensamientos, nociones, generalizaciones, creencias, obsesiones, sentimientos, ideas…
en síntesis TEORÍA. Todo en nuestro cerebro, cotejándose con otras ideas, con la experiencia,
con nueva información. Para terminar, Febvre brinda la mejor síntesis sobre este punto;
aunque una parte ya figura en un capítulo, vale la pena presentarla completa como conclusión:
…sin teoría previa, sin teoría preconcebida no hay trabajo científico posible.
La teoría, construcción del espíritu que responde a nuestra necesidad de
comprender, es la experiencia misma de la ciencia. Toda teoría está fundada,
naturalmente, en el postulado de que la naturaleza es explicable. Y el
hombre, objeto de la historia, forma parte de la naturaleza. El hombre es para
la Historia lo que la roca para el mineralogista, el animal para el biólogo, las
estrellas para el astrofísico: algo que hay que explicar. Que hay que
entender. Y por tanto, que hay que pensar. Un historiador que rehúsa pensar
el hecho humano, un historiador que profesa la sumisión pura y simple a los
hechos, como si los hechos no estuvieran fabricados por él, como si no
hubieran sido elegidos por él, previamente, en todos los sentidos de la
palabra “escoger” (y los hechos no pueden no ser escogidos por él) es un
ayudante técnico. Que puede ser excelente. Pero no es un historiador. 508
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George STEINER. En el castillo de Barba Azul. Una aproximación a un nuevo concepto de cultura.
Gedisa, Barcelona, tercera reimpresión, 2001 Página 17.
508
Lucien FEBVRE. Combates por la Historia. Ariel, quincenal. Barcelona, cuarta edición, diciembre de 1975.
Páginas 179, 180.