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Jaime Collazo Odriozola

TEORÍA DEL CONOCIMIENTO

HISTÓRICO

No. REGISTRO: 03-2017-011910300800-01


TÍTULO : TEORÍA DEL CONOCIMIENTO HISTÓRICO

TIPO TRÁMITE :REGISTRO DE OBRA


PRESENTACIÓN: EMPASTADO
INDAUTOR
Instituto Nacional del Derecho de Autor

SEP - INDAUTOR
REGISTRO PÚBLICO
03-2017-01 1910300800-01
2

A quienes no estuvieron de acuerdo conmigo y me lo hicieron saber.


Ellos me obligaron a seguir pensando, a no detenerme.
Especialmente a David Lugo Pérez.
3

El experto que aplica un método cuya


estructura lógica ignora y reglas cuya
efectividad no sabe evaluar, se convierte en
símil del obrero que se encarga de
supervisar una máquina herramienta cuyo
funcionamiento controla pero que no sabría
reparar y menos aún construir.
Debemos denunciar con firmeza este tipo de
actitudes, que constituyen uno de los riesgos
más graves que amenazan a nuestra
civilización, que ya está en peligro de
sucumbir así a una barbarie técnica atroz.
Del conocimiento histórico Henri Irénée
Marrou

…muchos historiadores creen trabajar sin


conceptos. La masa de los historiadores de
la economía (y no solamente ellos) no ha
sido acostumbrada a reflexionar sobre las
hipótesis de trabajo, los marcos mentales,
implícitos o explícitos, los conceptos
tomados en préstamo que presiden
obligatoriamente a toda investigación.
El apego exclusivo a lo concreto impidió por
mucho tiempo que los historiadores, todos
los historiadores, hicieran la teoría de su
profesión. Esto les repugna, en general,
porque toda teoría les parece exterior a la
historia.
El aparato conceptual en la historia
económica contemporánea. Jean Bouvier
4

PRELIMINAR

En 1981 me ofrecieron impartir un curso con el nombre de “Taller de discusión de


problemática de la Historia” en la Licenciatura en Historia de la Facultad de Humanidades de
la Universidad Autónoma del Estado de México. El nombre reflejaba con exactitud sus
aspiraciones, pero ya conocemos la flexibilidad y versatilidad de los planificadores
administrativos. Pronto lo comprimieron a pocas letras donde nadie sabía su significado. Los
formularios no tenían suficiente espacio para admitir semejante título.
En la reforma al Plan de Estudio de 1984 cambió al convencional “Teoría de la
Historia”. Luego vinieron otras dos reformas y, por capricho de los planificadores, al segundo
curso debimos llamarle “Problemas del Conocimiento Histórico”. Antes de la siguiente
reforma me retiré de la docencia, ya habían pasado treinta y un años desde aquel primer
ofrecimiento.
Siempre consideré importante la disciplina, su docencia intensificó y amplió aquella
convicción. Enseñarla tenía otros problemas. El más importante fue la bibliografía. Se
necesitaba leer poco en muchos autores. La primera solución fue llevar libros y hacer leer en
voz alta en clase, para luego discutir. Como era un taller, no se podía pedir actividad fuera de
las cuatro horas semanales de clase. Pero la lectura de un texto nunca visto anteriormente
abrumaba a muchos alumnos. Opté por hacer fotocopias y entregárselas, así cada uno podía
leerla por sí mismo. Muchos filósofos y teóricos del conocimiento histórico no destacan por la
claridad de su escritura, eso era difícil de superar. Algunos traductores gustan colaborar y
agregan dificultades. Empecé a escribir cada una de las unidades de cada curso, citando a los
autores. Fue un intento por aclarar, dentro de mis posibilidades, el significado de lo escrito por
aquellos más abstrusos. También fijar mi posición.
Así fue surgiendo este texto. Me hubiera venido muy bien tenerlo cuando empecé a
impartir este curso, pero la forma de irlo modificando no hubiera sido posible sin la
participación de los alumnos. A través de ellos fui descubriendo los pasajes más difíciles y
ensayando otras formas de trasmitirlo hasta conseguir una mejor comunicación. No era
demasiado, pero para mí fue mucho. Ellos jamás han podido imaginar el tamaño de mi
agradecimiento.
Varios alumnos discreparon con mi manera de encarar la materia, esos me ayudaron
mucho más y a ellos dedico este trabajo. En especial a David Lugo Pérez, con el cual hubo
clases transformadas en una discusión personal. Pido disculpas al resto de aquel grupo, aunque
algunos aprendieron más con esas discusiones. Aumentó el aprendizaje David por
aleccionarlos fuera de las sesiones y, de esa manera, también él fue maestro de su generación.
Los ocho capítulos, fueron las unidades de dos programas semestrales impartidos en
más de veinte años. Cada grupo me ayudaba a intentar hacer más accesible la redacción, al
modificar pasajes poco inteligibles.
Una versión antecedente del primer capítulo fue publicada por el Centro de
Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades (CICSyH) como pequeño libro con el título
de Teoría de la Historia, ISBN 968-835-448-1, en 1999.
La primera versión del capítulo segundo apareció en la Revista Quadrivium, N° 12,
órgano de difusión del CICSyH, con el título: “El vocablo ’historia’”, entre las páginas 13 y
44, en septiembre de 2000.
El antecedente del tercer capítulo apareció en el N° 13 de la misma revista con el título:
“La Historia como conocimiento”, entre las páginas 176 y 210, en mayo de 2001.
5

La infancia del cuarto capítulo apareció en el N° 14 de la misma revista con el título:


“La explicación en Historia” entre las páginas 53 y 88, en noviembre de 2001.
También fue publicado un antecedente del quinto capítulo por la misma revista en su
número 17-18, entre las páginas 119 y 149, con el título de: “Objetividad y verdad en el
conocimiento histórico”, en diciembre de 2004. Todos fueron versiones iniciales.
Los tres siguientes capítulos fueron publicados por la Facultad de Humanidades de la
Universidad Autónoma del Estado de México, en la colección Cuadernos de Tlamatini en
2012. Con el número seis (6) apareció “Las nociones de estructura y coyuntura” ISBN: 978-
607-422-354-5. Número siete (7) fue “La periodización” ISBN: 978-607-422-355-2. El
número ocho (8) correspondió a “La utilidad del conocimiento histórico” ISBN: 978-607-422-
356-9. En los programas de estudio, correspondían a las tres últimas unidades.
Los primeros cinco contenían errores y saltos en la argumentación. En ese tiempo se
entregaban manuscritos en papel y había encargados de “capturar” el texto, lo cual generó
discrepancias con lo escrito. Los tres últimos fueron entregados en discos. Los errores fueron
mi responsabilidad y no “correcciones” y/o “arreglos” de otras personas. Contribuyó a esa
mejora Martín Mondragón Arriaga a quien agradezco la amistad, el respeto y la esmerada
edición.

Jaime Collazo Odriozola


6

CAPÍTULO PRIMERO

¿Qué estudia y para qué sirve la Teoría de la Historia?

En el hecho, al principio no había caminos sobre la Tierra,


pero siempre que muchos seres humanos pasaron por un
mismo lugar, allí quedó un camino.
(Lu Sin, “Mi viejo hogar”, en Cuentos. La Habana, Cuba, 1964)

1. – EL PENSAMIENTO. Todos los seres vivos conocidos habitamos un mundo con


dos orígenes diferentes. Una parte se formó con independencia de toda actividad humana; es la
más antigua y solemos llamarla “NATURALEZA”. La otra parte fue creada por mujeres y
hombres. Gordon-Childe, con fuerte sentido histórico, la llamó “HERENCIA SOCIAL“1. La
Antropología la designó: “CULTURA”, forma en la cual es más comúnmente conocida en la
actualidad.
En el desenvolvimiento de la actividad humana (herencia social o cultura), ha jugado
un papel protagónico el pensamiento;2 sin él, a los humanos nos sería imposible la subsistencia
en el universo. Quizá el ejemplo más concluyente para apoyar la afirmación anterior lo
constituyen quienes han perdido o carecido de esa facultad, total o parcialmente, sea por
accidente, enfermedad o cualquier otra causa.
1.1. – LA ACTIVIDAD HUMANA. Por mucho tiempo, el criterio utilizado para
distinguir al homínido de cualquier otro primate, o ser vivo, consistió en separar, por un lado,
a quienes elaboran o crean los instrumentos y las herramientas necesarios para su
supervivencia y/o comodidad. Por otro lado, existen especies vivas cuya actividad se limita a
aceptar lo ofrecido por la naturaleza; toman solo lo necesario para su subsistencia, pero nada
hacen para adaptar la naturaleza a sus requerimientos o necesidades. Aunque han surgido
algunas objeciones a esa clasificación, todavía sirve para nuestros fines.
Nos parece bastante clara la necesidad de concebir mentalmente (elaborar en el
pensamiento) esos “instrumentos y herramientas”, antes de poder realizarlos. Yendo más lejos:
entendemos la elaboración de esos instrumentos o herramientas dirigida por ese pensamiento.
Si luego, su utilización evidencia errores en la concepción inicial, o sugiere posibles mejoras,
las rectificaciones correspondientes para tornarlo más adecuado también son concebidas en el
pensamiento antes de su realización.
Tanto para vivir en la naturaleza, como para desenvolverse en la cultura, el ser humano
necesita tener una representación en su mente de esas realidades.
1° En la naturaleza, porque hombres y mujeres parecen ser los animales conocidos
más desprotegidos en la evolución de las especies en la Tierra. No poseen ni un duro cuero
difícil de penetrar, ni garras para defenderse, ni la capacidad de mimetizarse para pasar
desapercibidos, ni la velocidad requerida para aventajar a otras especies más rápidas y fuertes,
1
Vere GORDON CHILDE. Los orígenes de la civilización. F.C.E., colección Breviarios N° 92. México, cuarta
edición en español 1967. Original en inglés 1936. La designación se justifica a lo largo de los dos primeros
capítulos y expresamente aparece en la página 27.
2
En su vigésima segunda edición, el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia define
pensamiento como “potencia o facultad de pensar” y a pensar como “Imaginar, considerar, discurrir”,
“Reflexionar, examinar con cuidado algo para formar dictamen”, “Intentar o formar ánimo de hacer algo”.
Espasa Calpe, Madrid, 2001.
7

ni ninguna de las defensas hereditarias exhibidas por el resto de la vida animal. Precisamente,
si algo otorgó al ser humano la superioridad para haberse impuesto a los más fuertes y
resistentes y haber extendido su hábitat de polo a polo, por todo el planeta, es poseer una
capacidad de pensamiento más desarrollada, con una alta idoneidad, lo cual se deriva de la
complejidad de su cerebro. El pensamiento es nuestra “defensa hereditaria”, producto de miles
de generaciones, nos permite observar la actitud de otros animales para conocer y prever sus
acciones. De esa forma podemos organizarnos y actuar en grupos para neutralizar las ventajas
heredadas por otras especies. Planificando una acción coordinada con otros individuos, con
armas fabricadas por ellos, el ser humano puede cazar elefantes, como gustaba hacer un rey de
España, animales feroces y toda suerte de seres vivos.3
2° En la cultura, porque, según lo hemos planteado, es su propia creación, es la
materialización de su impulso por transformar la naturaleza buscando volverla más placentera,
más adecuada y cómoda para su vida, aunque los resultados obtenidos puedan ser discutibles.
Esa cultura se constituye también en otra “defensa hereditaria” producida por enormes
cantidades de seres humanos, de miles de generaciones. Solemos adjudicar a una persona la
creación de productos culturales y atribuimos a otra el descubrimiento de cierta ley. Sin
embargo, toda creación cultural es colectiva. Lu Sin lo expresó con la precisión propia de los
grandes escritores en el epígrafe de este capítulo. Podemos imitarlo de esta manera: ‘En el
hecho, al principio no había saber sobre la Tierra, pero siempre que muchos seres
humanos buscaron resolver un problema, allí quedó un (saber) conocimiento’.
1.1.2. – ALGUNAS ACTIVIDADES DEL PENSAMIENTO. En el desenvolvimien-
to humano, el pensamiento cumple y desarrolla varias funciones. En primer lugar la de
representarnos el mundo exterior a fin de permitirnos mover y actuar con relativa seguridad en
él. En segundo término, nos permite concebir nuevas herramientas para realizar las
transformaciones necesarias al buscar más eficiencia, placer u originalidad para nuestro pasaje
por el mundo. Cuando nos dedicamos a la materialización de nuestras concepciones, es quien
dirige la actividad.
Al analizar la evolución de la humanidad, para el pensamiento suponemos una función
ordenadora en toda cultura, clase o ubicación geográfica, aunque los principios en los cuales
se base cada orden puedan diferir entre sí.4 Cuando estamos frente a un conjunto de datos
aislados, de inmediato intentamos relacionarlos y ordenarlos, introducirlos en algún
compartimento de nuestra propia imagen mental del mundo exterior, o de una parte del
mismo. Encontrarles un orden. Cuando no podemos ubicarlos, no somos capaces de descubrir
ninguna coherencia entre ellos y, sobre todo, entre ellos y nosotros, nos sentimos incómodos,
nos desconcertamos y nos invade la angustia por no poder organizarlos. De allí surge nuestra
tendencia a etiquetar todo lo percibido y el consiguiente rechazo a ser etiquetados por quienes
se sienten originales o únicos, porque no se entiende la función clave de la etiquetación en el
pensamiento de los demás y aun en el suyo propio. Es curioso ese rechazo porque casi todos
hacen lo mismo con el resto de los seres vivos.

3
Para un desarrollo más detallado de este tema ver Jaime COLLAZO ODRIOZOLA, “Los valores sociales en el
desarrollo histórico de la ciencia moderna” en Administración y Política N° 4, tercera época, tercer
cuatrimestre de 1982. Revista de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad
Autónoma del Estado de México. Toluca, 1982. Páginas 84 a 87.
4
Un ejemplo excelente de un orden distinto al occidental lo suministra José Ramón ÁLVAREZ. China caos
vital. Las raíces taoístas del pueblo chino. Universidad de Fujen, Taipei, 1992.
8

En el ejercicio de esas funciones básicas, el pensamiento también ha permitido crear el


arte, la filosofía, el conocimiento histórico, las ciencias modernas y todos nuestros entornos
habituales.
1.1.3. – CARACTERÍSTICAS DEL PENSAMIENTO. A – Fijeza: cuando los seres
humanos actúan sobre la realidad, sea natural o cultural, de acuerdo con la representación de la
misma en su pensamiento y no logran lo buscado, a pesar de no haber habido defectos en la
deducción, en los principios guías, ni en la ejecución, con mucha frecuencia suelen atribuir ese
desencuentro a una equivocación de la realidad. Esto puede parecer absurdo, pero ocurre muy
a menudo.5
A los seres humanos suele llevarles un tiempo ubicar el error en la representación
inicial de esa realidad, en su concepción del funcionamiento de la misma. Por lo general,
resistimos con enorme energía la necesidad de modificar nuestras nociones acerca del mundo.
Esa tendencia se va acentuando con el aumento de la edad. Es una reacción muy natural; esos
pensamientos, esas creencias dan seguridad y hacen posible vivir con estabilidad, con cierta
tranquilidad. Dejar de lado las propias representaciones mentales supone aventurarse en
terreno desconocido, adaptarse a otro orden, por lo tanto también supone inseguridad y
ansiedad.
Por ese y otros motivos, modificar las representaciones globales de sociedades enteras,
acerca del funcionamiento del mundo, es un proceso en el cual, generalmente han sido
comprometidas varias generaciones. Un ejemplo lo constituyó el tiempo insumido por el
cambio de la concepción geocéntrica del universo a la heliocéntrica; modificación profunda,
simultánea con la sustitución de los fundamentos epistemológicos en la búsqueda de la verdad.
Generalmente, quienes no tienen ideas muy definidas ni fijas son quienes adoptan con
mayor facilidad y rapidez las nuevas concepciones sobre el mundo exterior. Es la ventaja de la
juventud.

…una nueva verdad científica no triunfa por medio del convencimiento de


sus oponentes, haciéndoles ver la luz, sino más bien porque dichos
oponentes llegan a morir y crece una nueva generación que se familiariza
con ella.6

Kuhn, en el capítulo XII de la obra recién citada, también sostiene la necesidad de un


cambio generacional para lograr imponer un nuevo paradigma científico. 7 En algunos casos,
se necesita mucho tiempo para dejar de lado opiniones recibidas con abundante
firmeza por más de una generación. No en pocas ocasiones, esas visiones sostienen otras
creencias fuertemente arraigadas. Abandonarlas significa quitarle sustentos a esas
convicciones. Continuando con el ejemplo anterior: aceptar la redondez de la Tierra suponía
anular las nociones de “arriba” y “abajo”. Para sociedades cristianas era necesario modificar la

5
Alberto EINSTEIN dijo: “Hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana. Aunque del primero no
estoy completamente seguro.”
6
Max PLANCK. Scientific Autobiography. Citado por Thomas S. KUHN. La estructura de las revoluciones
científicas. F.C.E. Cuarta reimpresión, México 1980, páginas 234 y 235. Original: The Structure of Scientific
Revolutions. University of Chicago, 1962.
7
KUHN llama “paradigma científico” a ciertas teorías impuestas por su mayor adecuación a las necesidades de
una época, por lo cual dirigen todas las investigaciones realizadas en una ciencia, mientras no pueda probarse
su falsedad, o no la sustituya con ventaja otra.
9

ubicación del cielo y el infierno. Para otras sociedades, era impensable la existencia de gente
en las antípodas sin caerse “hacia abajo”, también concebir el fenómeno de la atracción.
En los seres humanos, la resistencia a la modificación de sus imágenes e ideología es,
entonces, completamente natural. Con las representaciones aceptadas se vive seguro. Por esta
razón, entre otras, abandonar ideas heredadas por una sociedad, especialmente esas
representaciones globales sobre el funcionamiento del universo, es un proceso lento.
En un medio donde se producen transformaciones tan rápidas en las interpretaciones de
la realidad, como las vividas en los últimos dos siglos, es normal encontrar resistencias en la
personas mayores, como también es normal la imposición de esas novedades por los jóvenes.
Estos últimos adoptan con facilidad las nuevas formas y los nuevos contenidos del
pensamiento, porque no están tan apegados a las convicciones más antiguas, ni tan
comprometidos con ellas. Para finalizar con el ejemplo: en el mundo europeo anterior a 1492
se conocían tres continentes, lo cual se consideraba una manifestación de la santísima trinidad.
La aparición de un cuarto supuso una crisis, solucionada u olvidada tiempo después. Los
teólogos debieron trabajar duro para explicarlo.
B – Parcial inconsciencia. Derivado de la falta de conciencia plena de los seres
humanos sobre muchos de sus pensamientos, de sus convicciones acerca del mundo, uno de
los principales acompañantes de la fijeza es la confusión acerca de ciertas creencias muy
arraigadas.
Gran cantidad de las interpretaciones y convicciones más firmes de mujeres y hombres,
tan importantes en su vida, no siempre, y jamás en su totalidad, se les hace consciente. En
innumerable cantidad de casos, ese pensamiento está fuertemente influido por motivos
emocionales y/o estéticos, de los cuales tampoco se tiene discernimiento, por eso no es posible
controlarlo. Parte del problema se genera en la infancia, cuando se incorporan en el niño
ciertos valores y convicciones; la mayor parte de ellos, los conservarán durante toda su vida,
sin jamás tener claridad ni control sobre los mismos. Esa situación provoca contradicciones en
la misma persona, la induce a considerar y explicar ciertos procesos en una forma totalmente
opuesta e incompatible al tratamiento de otros fenómenos similares. Esto también llega a
ocurrir en las ciencias fácticas modernas consideradas del más alto nivel. A menudo un juicio
se justifica por razones pragmáticas.8
C – Capacidad de abstracción. Por su función ordenadora de los datos obtenidos de
la naturaleza y la cultura, una característica importante del pensamiento es la capacidad para
crear abstracciones. No todos los conceptos tienen el mismo nivel de abstracción. Algunos
solo representan un objeto o ser concreto, otros un grupo de esos objetos o seres, hay
pensamientos de alto grado de abstracción refiriéndose a conjuntos muy amplios y
heterogéneos. Cuanto mayor es el número de instancias particulares, seres o procesos
abarcados por una abstracción, menor es la cantidad de atributos comunes sobre los cuales es
posible predicar, porque solamente puede referirse a aquello unánimemente presente en todos
y parece muy clara la imposibilidad de incluir muchos elementos comunes cuando aumenta el
número de individuos sobre los cuales se predica.

8
Nos referimos al pensamiento científico, Para la afirmación del texto ver Paul K. FEYERABEND. Contra el
método. Ariel, Colección Quincenal N° 85, Barcelona, segunda reimpresión, noviembre de 1981. Original en
inglés: 1970. Véase especialmente la forma de calcular la trayectoria de Mercurio en la página 47. También
Ludovico GEYMONAT. El pensamiento científico. Eudeba, Colección Cuadernos N° 37. Buenos Aires,
sexta edición, 1972. Original en italiano: 1954. Tomado de la tercera edición italiana de 1958. Página 7.
10

Esos pensamientos, además se combinan y forman complejos, se busca representar y


hacernos coherentes realidades integradas por varias combinaciones complicadas de
abstracciones, constituidas con muchas relaciones.
1.2. – TEORÍA E IDEOLOGÍA. Los complejos de pensamiento no se limitan a
representar la realidad, sino fundamentalmente buscan hacerla inteligible, intentan explicarla.
De las explicaciones se deducen consecuencias. Diversas explicaciones presentan la
posibilidad de resultados diferentes. Cuando se trata de asuntos sociales, las explicaciones y
sus consecuencias son vistas, por distintos sectores, como favorecedoras de ciertos grupos y
perjudiciales para otros. “No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el
contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”.9 De allí las grandes controversias y
diferentes valoraciones en torno a las formas de explicación y sus corolarios.
Teniendo en cuenta esta característica axiológica, podemos agrupar las teorías
sustentantes de las distintas explicaciones en dos tipos diferentes, según la finalidad central
perseguida por sus autores o impulsores. A pesar de eso, nunca debemos olvidar la
peculiaridad de estos procesos: de cada explicación tipo, difícilmente encontraremos un
ejemplo puro en la realidad; es más bien un continuo en el cual ciertas construcciones buscan
acercarse a un extremo y otras al opuesto. En la gran mayoría de los casos, la diferencia entre
unas y otras será de grados, de porcentajes, no de naturaleza. Todos los tipos de explicaciones
intentan emplear conceptos y conexiones conscientes regidas por la racionalidad, aunque en
los dos casos no siempre con la misma intensidad.
Los nombres con los cuales designaremos aquí esas tendencias son utilizados con
múltiples sentidos en diferentes contextos y han dado lugar a definiciones prestigiosas, pero
muy lejanas de nuestra conceptualización. Hemos adoptado la formulada por José Blanco
Regueira, por parecernos la más adecuada para las necesidades de este trabajo.
Llamamos TEORÍA a un conjunto de ideas no contradictorias y organizadas, acerca
del funcionamiento de una realidad amplia y compleja pero circunscripta, cuya finalidad es
exclusivamente describir y explicar esa parcela del mundo. Toda ciencia tiene una o más
teorías. Cuando varias buscan explicar lo mismo, generalmente compiten en dar cuenta de la
realidad, aunque no necesariamente ocurre así en todos los casos. Sin teoría no puede existir
ciencia ni ningún conocimiento.
Por IDEOLOGÍA entendemos algo muy similar a lo anterior, aunque su objetivo
prioritario es movilizar gente para llevar a cabo acciones con determinadas metas, lo cual
no significa abandonar la intención de describir y explicar, aunque muchas de esas
explicaciones no se ajusten a la información disponible, porque su objetivo último es
modificar alguna parte de la realidad social.
La diferencia no siempre es fácilmente distinguible; es escasa la teoría no contaminada
con elementos ideológicos, mientras la ideología siempre se presenta con atuendo de teoría.
Esa diferencia, cuando se nota, generalmente lo hace por el acento puesto en la coherencia
entre las diversas partes integrantes de la explicación y la racionalidad de sus formas de
demostración. Tanto una como otra son representaciones mentales de un segmento de la
realidad, aunque la ideología tienda a incluir espacios más amplios por su propia finalidad.
1.3. – EL CONOCIMIENTO. En toda forma de conocimiento de cualquier tipo hay
dos partes, una teórica, interpretativa o ideológica y otra informativa o fáctica. En la

9
Carlos MARX. Prólogo de la contribución a la crítica de la economía política. En Obras escogidas de Marx y
Engels, en dos tomos, tomo 1, página 348. Editorial Progreso, Moscú, 1966.
11

elección de la teoría (o ideología) también influyen elementos no racionales como por ejemplo
las emociones, las preferencias personales y los sentimientos.
Cuando nos enfrentamos a un proceso completamente desconocido, de inmediato
buscamos ubicarlo dentro de aquello conocido en nuestras representaciones mentales, en los
compartimentos explicativos de nuestro cerebro, para entenderlo, vincularlo con algo
semejante ya conocido. Cuando los europeos, al buscar la India, llegaron a un nuevo
continente, a fines del siglo XV, la ubicaron dentro de lo conocido por ellos, en su concepción
del mundo (su teoría sobre el planeta) por eso lo llamaron “INDIA”, creyendo haber llegado a
esas legendarias tierras. Por ese equívoco, a sus habitantes originarios les ha quedado la
designación de “Indios”, aunque el desarrollo posterior del conocimiento haya puesto de
manifiesto su radical ausencia de toda relación con la India. Su búsqueda obsesiva de “las
Indias” les impidió, por un tiempo, percatarse del descubrimiento de un continente
desconocido para ellos, poblado por seres humanos con una cultura completamente diferente,
tanto de la propia, lo cual era evidente, como de la desarrollada por los habitantes de la India.
Las dimensiones del planeta Tierra eran mucho mayores de las suposiciones europeas
de ese tiempo (las teorías acerca del mismo), pero para darse cuenta del “error” de su teoría,
debió pasar más de una década y muchos viajes. Para tomar conciencia de las dimensiones del
planeta debieron pasar casi dos siglos. Han pasado más de cinco siglos y todavía no se
corrigen las erróneas designaciones iniciales. Todo esfuerzo de entendimiento ocurre en
nuestro pensamiento, no en el proceso exterior, el cual tiene su propio sentido o no tiene
ninguno.
Si salimos a caminar por una ciudad cualquiera, lo hacemos sobre la acera y nuestra
atención se pone alerta cuando debemos bajar a la calzada, porque nuestra representación
mental del funcionamiento de un medio urbano (nuestra teoría) nos enseñó a hacerlo en esa
forma. Nos parece “lo normal”, “se hace en todas las ciudades conocidas”: la calle es para la
circulación de vehículos, mientras la vereda está reservada para los peatones. Las vías sin
aceras, existentes en algunas ciudades, nos sorprenden, nos parecen exóticas y nos obligan a
redoblar la atención si por ellas circulan también vehículos. El paseo pierde entonces una parte
de su atractivo, ya no es tan relajante y placentero. Si en una vía normal un vehículo sube y
transita sobre la acera, nos sentimos inseguros, porque contradice nuestra representación
mental de la normalidad y no nos permite pasear tranquilos en esa vereda, nos quita la
certidumbre, nos inquieta, nos hace sentir en peligro y transitar alerta. Este caso particular
contradijo nuestras ideas generales, no cumplió con lo esperado, con nuestras expectativas.
Necesitamos una explicación particular para tranquilizarnos, como por ejemplo: alguna rotura
de la máquina, el conductor perdió el control o sufrió un desvanecimiento. Lo ubicamos como
una excepción. Esa explicación para la excepción vista, en el lenguaje científico se llama
“hipótesis ad hoc”, explicación para ese solo caso o algunos casos especiales de ese mismo
tipo.
Pero si nos enteramos de la corrección de esa actitud, de ser perfectamente normal en
ese lugar la circulación de vehículos, tanto por la calle como por la vereda, eso nos
sorprendería y nos quitaría toda tranquilidad: contradice nuestra creencia (nuestro
conocimiento teórico) acerca de la forma de realizar esas acciones, nuestra teoría acerca del
funcionamiento de las ciudades; eso incrementaría la sensación de peligro para nuestra
seguridad.
Siempre tendemos a creer correcta nuestra interpretación mental de la realidad, la
propia teoría nos parece existente “en la naturaleza de las cosas” y la ajena es la equivocada.
No consideramos el aspecto cultural de esas disposiciones. Eso suele hacernos afirmar la
12

“mala organización” de la circulación en ese lugar. Muy representativa de lo dicho, es una


deliciosa anécdota relatada por Kula según la cual, en una guía de carreteras inglesa para
quienes viajaran a Francia figuraba el siguiente aviso: “Recuerden que en el continente no se
circula como es debido sino por la ‘derecha’” 10 . Vemos así cómo nuestra representación
mental de lo existente, si bien se nutre y sustenta en cierta información, tiende a fijarse con
tanta firmeza como para llegar a negar u omitir nueva información proveniente del mundo
exterior, desautorizándola por “incorrecta” o, en una alternativa más atenuada, no tolerar
formas de organización diferentes a las ya conocidas.
1.3.1 LOS ORÍGENES. Desde tiempo inmemorial, los seres humanos hemos
intentado manipular el mundo donde vivimos. Para poder hacer eso es necesario entenderlo. El
entendimiento exige una explicación. Las antiguas formas de explicación conocidas, hoy nos
parecen inadecuadas. Cada grupo suele medir la adecuación de las explicaciones por los
resultados obtenidos con su utilización. Antes del siglo XV, mientras las sociedades obtenían
lo necesario con los medios materiales y teóricos a su disposición, no se sentían motivadas a
modificar o sustituir ese caudal cognoscitivo. Solo en caso de alteraciones en las condiciones
de vida, por variaciones en la naturaleza, el clima, cambios demográficos o cualquier otra
transformación, se veían precisadas de poner en juego su creatividad e imaginación para lograr
un nuevo equilibrio. De allí podían surgir otros planteamientos teóricos, otras representaciones
de lo existente, otras explicaciones de los procesos (otras teorías). Todo eso podía implicar no
solo un cambio de ideología (religiosa por ejemplo) sino incluso la sustitución de esa ideología
(y esa religión en su caso) por otras formas explicativas. Si un grupo explicaba el fenómeno de
la lluvia por la voluntad de un ser superior, era coherente intentar propiciar su buena
disposición para evitar alteraciones y mantener la “correcta” producción y envío de agua
cuando ellos la necesitaban. Si además, esos actos propiciatorios “lograban” hacer llover, o si
se quiere, coincidían con la llegada de lluvias, no tenían ningún estímulo para intentar otra
explicación del proceso de la lluvia.
Sin embargo, si luego de muchos años o décadas, las lluvias desaparecían, no se
producían, a pesar de haberlo intentado todo para propiciar al ser superior, las presiones
sicológicas sobre los estímulos para buscar otra explicación del fenómeno de la lluvia se
hacían muy intensas. Caben otras posibilidades: no solamente por motivos utilitarios los
humanos han buscado explicaciones alternativas a las conocidas, a fin de entender los
procesos de la naturaleza (o de la cultura). Para muchos pudo constituir un pasatiempo o una
forma de invertir sus energías vitales. Este último planteo viene al caso cuando recordamos
aquello considerado como el lugar y el momento del nacimiento del conocimiento científico,
según los libros de Historia de la ciencia.
Nos referimos a “la ciencia” porque en nuestra época se la considera la forma superior
del conocimiento alcanzada por los humanos hasta la actualidad. Sin embargo, en lo personal,
nos invade la duda si solamente “Es la necesidad de resolver nuevos problemas lo que provoca
la reflexión sobre el propio trabajo y la necesidad de sistematizar y fundamentar la
metodología empleada”.11

10
Witold KULA. Problemas y métodos de la historia económica. Península, Serie Universitaria, Colección
historia/ciencia/sociedad. N° 100. Barcelona, tercera edición, noviembre de 1977. Página 575. Original en
polaco: 1963.
11
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. “¿Para qué sirve la teoría de la historia?”, en Coatepec Revista de la
Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México. N° 2, setiembre de 1988.
Toluca, año 2, 1988, Página 37
13

1.3.2 FILOSOFÍA Y CIENCIA. De acuerdo con los conocimientos actuales, los


primeros humanos en dedicarse a pensar en todo lo existente, tanto natural como cultural,
tomando en cuenta sus observaciones y experiencia, sin participación de seres sobrenaturales
(dioses) se auto nombraron “filósofos”. La palabra significaba “amantes de la sabiduría”.
Originalmente entonces, la filosofía comprendía el estudio del mundo. Con el tiempo se
fueron acumulando muchos conocimientos, lo cual provocó la fragmentación de la filosofía en
diversas áreas del saber. En cierto momento, el estudio necesario para dominar un área de
conocimiento, impedía dedicarse a todas y era necesario escoger. Con el correr de los años
algunas de esas “especializaciones” comenzaron su separación de la filosofía y fueron
llamadas “ciencias”. Significativamente, el título del libro en el cual Newton publicó su Teoría
de la Gravitación Universal no fue Física, ni Astronomía, sino Principios matemáticos de
Filosofía Natural. Apareció hace poco más de trescientos años, en la segunda mitad del XVII.
Todavía en ese tiempo, la física se designaba como “filosofía natural”.12
La separación de la filosofía en diferentes áreas de conocimiento o “ciencias”,
constituyó un proceso complejo y prolongado. Incluimos las ciencias sociales, todavía sin
haber adquirido su nombre actual. Durante muchos siglos los filósofos continuaron
reflexionando sobre ese campo; ya no sobre la manipulación del objeto de estudio, sino sobre
los resultados obtenidos por los científicos prácticos. Los filósofos buscaban retener los
aspectos teóricos de ese tipo específico de conocimiento, sin captar la imposibilidad de
separarlos del conocimiento íntegro de la disciplina. Por esta razón, junto con la
independización de la física, la astronomía, la química, etc., se desarrolla una “filosofía de la
física”, “…de la astronomía”, “…de la química”, etc., constituidas por los aspectos teóricos:
ontológicos, axiológicos y gnoseológicos propios de cada una de ellas.
Cuando los físicos, los químicos, los astrónomos, etc., reclamaron para sí el análisis de
los aspectos gnoseológicos de su ciencia respectiva, pretendieron dejar de lado las cuestiones
axiológicas, aunque esto solo los llevó a modificar la escala de valores, privilegiando por
encima de todo el conocimiento. Al final del camino, con sus investigaciones, se sintieron los
únicos autorizados para exponer los problemas ontológicos de aquel segmento de la realidad
indagada.
Pero los filósofos no se retiraron tan fácilmente. Continuaron intentando la visión
globalizadora de la naturaleza. Para ellos, a los especialistas en cada ciencia “los árboles no les
permitían ver el bosque”, la gran especialización les impedía la visión de conjunto, del todo.
Por esta razón, al estudio del ser de la naturaleza lo transformaron en “Filosofía de la
Naturaleza” y la Teoría del Conocimiento, al aplicarse al análisis del conocimiento científico,
desprendió una rama: la “Filosofía de la ciencia” destinada a estudiar, ya no la forma de
conocer de una ciencia particular, sino la de todas las ciencias en general, lo cual debía basarse
en la postulación de una creencia: ‘todas las ciencias tienen algo en común en su forma de
conocer’. Ese fue el proceso histórico de los últimos tres siglos. Anteriormente, todo estaba
muy entreverado, lo cual dificulta distinguir claramente, en ciertos casos, a un filósofo de un
científico, o discriminar con exactitud un trabajo científico de otro filosófico.
Aunque los sumerios, los egipcios y otros pueblos dejaron testimonio de haber
acumulado importantes conocimientos prácticos en materias como astronomía, matemáticas,
etc., antes del primer milenio anterior a nuestra era, la convención sostiene el nacimiento de la
ciencia (filosofía) en Grecia durante el siglo VI de esa misma era.13 En ese lugar y en ese

12
El manuscrito original se titulaba Philosophiae naturalis Principia mathematica. (1686)
13
Ludovico GEYMONAT, Op. Cit., referencia en la nota 6.
14

momento, se dice, en las respuestas a las preguntas tradicionales sobre el Universo, la Tierra,
el conocimiento, etc., se omitió toda referencia mitológica o religiosa, o casi toda, buscando
respuestas teóricas, racionales, basadas en generalidades.14
En la actualidad, esas primeras prácticas, a mucha gente le parecen contaminadas de
abundante superchería; por siglos química y alquimia no eran cosas diferentes, de la misma
manera astronomía y astrología. Como contrapeso, para no dejarse llevar demasiado lejos por
los prejuicios actuales, es interesante recordar a Kepler con su firme creencia en la astrología;
en ese oficio trabajó en la corte del duque de Wallenstein y luego para el emperador Rodolfo
II, 15 lo cual no le impidió formular tres leyes sobre las órbitas planetarias, básicas en el
desarrollo de la astronomía y la física modernas, sin las cuales difícilmente Newton hubiera
podido concebir su famosa teoría de la Gravitación Universal.
1.3.3. TEORÍA, FILOSOFÍA, EPISTEMOLOGÍA. De acuerdo con lo ya visto, el
conocimiento, en cuanto tal, se compone de una parte teórica, ingrediente fundamental para
otorgarle el carácter de “ciencia” a ciertos conocimientos. Pero tanto en la ciencia como en
cualquier forma de conocimiento, los aspectos teóricos y/o ideológicos no siempre son tan
fácilmente separables de los fácticos o informativos. Nada sabemos, o nada podemos ver ni
observar de la realidad circundante, si no es a través de los condicionamientos de nuestro
pensamiento, de nuestras ideas. Dicho de otra manera: no vemos ni observamos la realidad
circundante, lo existente, aquello ofrecido a nuestra atención, solo captamos y aprehendemos
algunos elementos de esa realidad, ciertos fragmentos; porque nuestra atención es guiada por
nuestros “conocimientos previos”, por nuestras necesidades, por nuestras ideas acerca del
mundo, por nuestra “teoría” sobre la forma de funcionar lo exterior. Vemos solamente lo que
“queremos o podemos” ver en lo ofrecido a nuestra atención.
Cuando un conocimiento se muestra estéril con respecto a nuestras necesidades o fines,
si algo se debe modificar son los ingredientes teóricos o interpretativos del mismo, la “teoría”;
porque al cambiar esos elementos, al modificar nuestras ideas acerca del funcionamiento de lo
exterior, podemos apreciar aspectos nunca antes vistos por nosotros de ese mundo, porque
nuestras ideas no nos permitían verlos, según lo expuesto por Kuhn.16 Por esta razón, por lo
general, los períodos de mayor desarrollo de la meditación acerca del conocimiento fueron
aquellos en los cuales los humanos descubrieron una inadecuación, aparentemente insalvable,
entre lo conocido y la necesidad de resolver problemas sentidos como obstrucciones a su
normal evolución.
Por lo general, las grandes “revoluciones científicas” vienen acompañadas de
profundas reflexiones en torno a la teoría del conocimiento o de la ciencia en especial. En este
último campo, Platón fue culminación de las múltiples reflexiones conducentes a la
formalización de la ciencia antigua; Kant teorizó la sistematización en la cual tuvo lugar el
ordenamiento de la ciencia moderna.
La nueva revolución científica del siglo XX vino acompañada, no tanto de un
individuo resumen de una época, sino más bien de escuelas compitiendo entre sí en la

14
William Cecil DAMPIER, Historia de la ciencia y sus relaciones con la filosofía y la religión. Tecnos,
Madrid, primera reimpresión de la primera edición en español de 1972, 1986. Original en inglés, 1929. Página
45. John D BERNAL, La ciencia en la historia. UNAM y Nueva Imagen, México quinta edición, 1981.Original
en inglés, 1954. Página 177. Arthur KOESTLER, Los sonámbulos. Historia de la cambiante cosmovisión del
hombre. Conacyt, México, 1981. Original en inglés, 1959. Página 22.
15
Arthur KOESTLER. Op. Cit. Páginas 239 a 307
16
Thomas S KUHN, La estructura de las revoluciones científicas. F.C.E. Colección Breviarios N° 213.
México, cuarta reimpresión, 1980. Página 176. Original en inglés 1962.
15

formulación de los recursos teóricos necesarios para el análisis, la formalización y la


evolución del conocimiento científico.
Tal vez veamos esto así, porque todavía no apareció quien resumiera teóricamente los
cambios de nuestra época, o si apareció, aún no lo hemos reconocido como tal. Personalmente,
considero a Einstein con un papel para el siglo XX, bastante cercano al cumplido por aquellos
en su época.
Cada ciencia en particular entonces, tiene sus teorías específicas, cambiantes con el
tiempo. En física por ejemplo tuvimos la teoría Aristotélica, la de la Gravitación Universal, la
de la Relatividad. Para aspectos más limitados encontramos otras teorías de menor generalidad
en sus propósitos explicativos, como puede ser el caso de los problemas térmicos, de los
cuales procuran dar cuenta la termodinámica, la teoría cinética y la mecánica estadística.17
En un nivel superior de abstracción, el estudio de los aspectos comunes a todas las
teorías de una ciencia, su lógica y sus interrelaciones, constituyen la “teoría” de esa ciencia
particular. Retomando el ejemplo anterior, sería Teoría de la Física, de la Química, de la
Biología y así de todas ellas.
Se han planteado algunas confusiones porque durante ciertos períodos, la unanimidad
de los especialistas ha aceptado como válida, una sola teoría interpretativa del fragmento de la
realidad, reservado a esa ciencia para su explicación. En nuestro ejemplo, podemos ver
durante el final del siglo XVIII y todo el XIX, la identificación de la Teoría de la astronomía y
la física con la Teoría de la Gravitación Universal. Esta última fue considerada como la única
teoría “verdadera” en la interpretación de los movimientos de los cuerpos en el espacio. En ese
caso, la confusión se generó por creer en una teoría definitiva, como sugería la unanimidad de
su aceptación entre los físicos, al desechar las anteriores. Eso fue un error, comprensible pero
error igualmente, porque la teoría de esa ciencia, la física para el caso, debe indagar todos los
planteamientos teóricos conocidos al respecto, aunque ya se los considere falsos o
equivocados. Solo de esa manera podrá relativizar sus convicciones (creencias) actuales acerca
de esa materia.
1.3.4 TEORÍA DE LA CIENCIA – En otro nivel de abstracción, más elevado al
anterior, se han elaborado análisis con la intención de establecer los elementos comunes a
todas las formas de conocimiento científico. Con relación a la teoría de cada ciencia particular
esto es una “meta-teoría”, situada por encima de las ciencias particulares para abarcarlas a
todas. Si al estudio anterior de las teorías con el propósito de explicar las interpretaciones de
los fenómenos físicos le llamamos Teoría de la Física, a estos otros estudios, cuya finalidad es
poner de manifiesto la lógica de las teorías de TODAS las ciencias particulares, se los suele
llamar Teoría de la Ciencia.
1.3.5 FILOSOFÍA DE LA CIENCIA. La situación se complica cuando muchos
estudiosos insisten en diferenciar entre Teoría de la Ciencia y Filosofía de la Ciencia por una
parte, y la Epistemología por otra. La mayoría de los estudios titulados con esas tres
designaciones tratan temas comunes, con variaciones no significativas. Durante largo tiempo,
muchos filósofos nunca aceptaron la pérdida total del estudio de las formas cognoscitivas de
aquellas disciplinas separadas de su tronco original. Se aferraron al aspecto gnoseológico y
han tenido un limitado éxito por ahora. Por esa razón Filosofía de la Ciencia ha sido la forma
más antigua de designar la misma materia.

17
Karel LAMBERT y Gordon G. BRITTAN Jr. Introducción a la filosofía de la ciencia. Guadarrama, colección
Punto Omega N° 199. Madrid, 1975. Sin fecha del original en inglés. Páginas 82 y 83.
16

1.3.6 EPISTEMOLOGÍA. En los primeros tiempos, el relativo éxito de los filósofos


en el terreno gnoseológico se debió, en parte, al ostensible descuido de los científicos hacia
consideraciones de ese tipo. La confusión generada a comienzos del siglo XX estimuló la
búsqueda de una síntesis para absorber las dos designaciones. Así surgió el nombre de
Epistemología, derivado de “episteme” vocablo griego para designar “la verdad”. El intento
hasta ahora no ha logrado su cometido; en lugar de aclarar las cosas, enredó más la situación,
no desplazó a las anteriores formas de nombrarla, generó más confusión, particularmente entre
los estudiantes al introducir una tercera designación.
1.4 LA HISTORIA. La Historia es una forma de conocimiento diferente de las
ciencias de la naturaleza. Aunque cuenta con varias características compartidas con las
ciencias sociales, tiene peculiaridades exclusivas. También posee, naturalmente, un
ingrediente teórico muy importante.
El conocimiento histórico busca explicar la evolución de la humanidad, nuestro
pasado, para entenderlo y entendernos mejor. Ese entendimiento podría evitarnos la repetición
de conductas ya fallidas anteriormente. Si los gobernantes del último medio siglo hubieran
hecho “el sacrificio” de leer Rebeldes primitivos y Bandidos, dos libros iniciales de Eric
Hobsbawm, tal vez no se hubieran “zambullido” con tanto entusiasmo en la implementación
del neoliberalismo.
El tema se vuelve delicado porque muchas explicaciones se nutren de convicciones
muy arraigadas e intereses muy concretos, razón por la cual el ingrediente ideológico del
conocimiento histórico es más molesto y engañoso al de otras formas cognoscitivas.
Adicionalmente, ese ingrediente se ve acrecentado porque muchos hombres han intentado, con
más persistencia, utilizar la Historia con el fin de movilizar a otras personas, para manipular
tanto a la sociedad como a la naturaleza.
En los estudios históricos, el componente ideológico se vuelve más grave por el
descuido y hasta menosprecio de la teoría por parte de muchos historiadores. Esos estudiosos
creen su deber entenderse directamente con “los hechos”, como si algo semejante existiera, lo
cual los ha conducido a utilizar, en medida mucho mayor, elementos inconscientes con
excesiva carga ideológica. El resultado ha sido una más numerosa cantidad de incongruencias
en sus trabajos.
Haciendo un paralelismo con el origen de la ciencia, la convención establece el
nacimiento del conocimiento histórico también en Grecia, un siglo más tarde del de la
filosofía. Se le adjudicó ese nacimiento a pesar de conocer otros pueblos también interesados
en su pasado en épocas muy anteriores. Una diferencia con las ciencias: en su origen no se
desgajó de la filosofía como lo hicieron aquellas. Tuvo un comienzo autónomo y separado de
los filósofos. Es más, entre los griegos, ambas formas de conocimiento fueron antagónicas.
Mientras la preocupación central de los filósofos era la búsqueda de “esencias” eternas e
inmutables, despreciando como “simple apariencia” todo lo sometido al cambio, a la
transformación, el objeto de estudio de los historiadores era la evolución de las sociedades
humanas. Esta diferencia entre sus objetivos y sus centros de atención las mantendrá, no solo
bien separadas durante veintitrés siglos, sino por momentos hostilmente enfrentadas.
Con la única excepción de Isócrates ningún otro filósofo se ocupó del conocimiento
histórico. Ningún historiador prestó atención especial a la filosofía. Casi cerrando la
Antigüedad, ya fuera de Grecia, Agustín de Ipona intentó una difícil combinación de ambas, lo
cual constituyó una excepción. Un moderno diccionario especializado considera como objeto
de la filosofía el estudio de los problemas teóricos universales, mientras los estudios históricos
17

se conciben como el “estudio individualizado de la evolución de las sociedades humanas”.18 A


pesar de las enormes transformaciones sufridas por las dos formas disciplinarias, de las
diferencias de objetivos de ambas, entre ellas y con relación a los originarios griegos, se
mantiene cierto distanciamiento. Estrechamente relacionada con esto está la preparación dada
por ambas disciplinas para formas de pensamiento diferentes y, en ocasiones, hasta
antagónicas. Kuhn llegó a esa conclusión luego de impartir los mismos cursos a alumnos de
Filosofía y de Historia y observar las diferentes maneras de enfrentar el mismo material.19
¿Cómo se podían combinar dos formas de pensar “antagónicas”?
1.4.1 LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA. En el siglo XVIII, François Marie
Arouet, más conocido como Voltaire, filósofo e historiador, acuñó la expresión “Filosofía de
la Historia”. Al parecer, con ese nombre pretendía exhortar al cultivo de un conocimiento
histórico amplio, no solo limitado al relato de los acontecimientos políticos, sino extenderlo
también a aspectos sociales, culturales, económicos y de otra índole. Aunque esa fuera su
intención, como sucede frecuentemente, quienes retomaron la expresión intentaron combinar
los objetivos de ambas disciplinas y sacaron la conclusión lógica de su significado, sin tomar
en cuenta los propósitos de su creador. Por esa causa Johann Gottfried Herder es considerado
el primero en hacer verdadera “Filosofía de la Historia” en los tiempos modernos.
Desde la Grecia clásica la Filosofía estudiaba lo general y la Historia lo particular, por
esa razón la expresión de Voltaire se interpretó como “encontrar” lo general y permanente,
“entre” aquello particular, aparentemente cambiante y efímero. Lo verdadero entre las
“apariencias” según la terminología platónica. La convicción subyacente sugerida por la
expresión llevó a buscar “detrás” o “debajo” de lo, en apariencia, perpetuamente variable y
superficial presentado por el discurso histórico, algunas tendencias o regularidades no tan
fácilmente mudables, aunque ocultas. Elementos con mayor permanencia en el tiempo. A esos
elementos más persistentes los filósofos las llamaron “leyes”. Estaban convencidos de su
existencia en el proceso histórico. Descubrirlas les permitiría poder explicar el
desenvolvimiento social, así como había ocurrido con la explicación de la evolución de la
naturaleza a partir de la “ley” de la gravitación universal de Newton. Cuando esas “leyes” se
mostraron demasiado esquivas para poder ser detectadas en el ámbito social, luego de mucho
tiempo de buscarlas, se intentó descubrir “el plan” según el cual está regida o determinada la
anécdota histórica. La tarea del filósofo consistía en poner de manifiesto esas regularidades,
esas “leyes” o esos “planes”.
A fines del siglo XVII, Isaac Newton había formulado su “LEY” de la Gravitación
Universal, la cual constituyó un estímulo enorme para los intelectuales del siglo siguiente. Si
los complejos y variados movimientos de los cuerpos en el espacio podían ser explicados por
una “ley tan sencilla”, de la misma manera podrían ser explicados todos los otros fenómenos
del universo. El movimiento de la Ilustración, en el siglo XVIII, prescribió como tarea del
filósofo el “descubrimiento” de todas las “leyes” reguladoras de los procesos del mundo.
Algunos fueron más allá: “¿no podrían ser explicados de la misma forma los procesos
sociales?” Esa fue la tarea prioritaria de la “Filosofía de la Historia”: buscar las leyes bajo las
cuales está regido el proceso histórico, eso permitiría explicarlo. Conociéndolas se podrían
evitar los desórdenes y las revoluciones. De la dificultad del intento da cuenta la culminación
del siglo XVIII: la Revolución Francesa.

18
José FERRATER MORA. Diccionario de Filosofía. Alianza, Barcelona, 1982, páginas 1177 a 1178.
19
Thomas S. KUHN. La tensión esencial. F.C.E y Conacyt. México, 1982. Original en inglés 1977. Páginas 30 y
31.
18

Cuando la búsqueda de tales leyes condujo a ciertos callejones sin salida, algunos
filósofos de la historia consideraron un “plan” para ese proceso, cuyo origen podía ser divino,
si el filósofo era creyente, como fue el caso de San Agustín, lo cual podría considerarse una
“Teología de la Historia”, o bien puede ser profano, sin necesidad de considerar ninguna
creación. También fracasó ese intento. Los epígonos terminaron buscando “el significado del
proceso histórico”. A mediados del siglo XX, Popper contestó:
El historicismo sale a buscar la Trayectoria que la humanidad está destinada
a seguir; sale a descubrir la Clave de la Historia (como dice J. Macmurray) o
el Significado de la Historia. … Y en ese sentido, me atrevo a responder que
la historia no tiene significado.20

Para fines del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, el Romanticismo, tan
preocupado por las peculiaridades y por rechazar todo lo propuesto por la Ilustración,
sorprendentemente retoma, aunque con menor vigor, parte de este aspecto de la ideología
precedente. El fracaso de muchas previsiones realizadas a partir de las supuestas “leyes” o los
imaginarios “planes” del proceso histórico, le fueron restando prestigio a la disciplina y
generaron la reacción de los historiadores. Sin embargo, de la fuerza de su atractivo nos da
testimonio la popularidad alcanzada por las obras de dos epígonos tardíos, cuyos “hallazgos”
aparecieron en la primera mitad del siglo XX. 21
Como herencia más dañina de esa misma tradición, ilustrada y positivista, nos legaron
también otra suposición, según la cual todas las sociedades humanas transitan por las mismas
etapas evolutivas, deben recorrer el mismo camino. Clasificaciones muy famosas como
“salvajismo, barbarie, civilización”, o la “Ley de los tres estados” de Augusto Comte (el
mismo perro con distinto collar), o la más famosa, la marxista, cuyo postulado es la sucesión
de “modos de producción” también “progresivos”. Aunque han sido refutadas por las
evidencias disponibles, en los ámbitos académicos y a nivel popular mantienen enorme
vigencia, sostenidas también por los medios masivos de comunicación y por el mismo
lenguaje. En las últimas décadas ha sido engalanada con nuevos ropajes (modernidad,
posmodernidad, etc.) Esas suposiciones han sido la expresión ideológica con la cual Europa
Occidental buscó imponer sus pautas económicas, políticas, culturales y sociales al resto de la
Humanidad.
1.5 – EL CAPITALISMO. A partir de los últimos siglos de la Edad Media, un
fragmento pequeño de Europa Occidental inició el desarrollo del sistema capitalista, una forma
de organización económica y social esencialmente expansiva. Dicho de otro modo, la
expansión es parte de su esencia. Cuando un régimen capitalista se limita a producir siempre
lo mismo, para una población demográficamente estancada, se encuentra en crisis. Para poder
considerarse floreciente, debe aumentar permanentemente su rendimiento. El incremento de lo
producido debe superar al aumento de la población. Esa peculiaridad le confiere un carácter
intrínseca y eminentemente expansivo: es imprescindible el crecimiento permanente de su
economía para mejorar el nivel de vida, lo cual no tiene parangón con ninguna otra forma

20
Karl Raymond POPPER. La sociedad abierta y sus enemigos. Paidós Studio, segunda reimpresión, Barcelona,
1982. Página 431. Original: Princeton University Press, 1945.
21
Oswald SPENGLER. La decadencia de Occidente. Espasa-Calpe. Madrid, cuarta edición. 1934. Original en
alemán 1918 – 1923. Arnold J TOYNBEE. Estudio de la historia (Compendio) Alianza, cuarta edición en la
colección El libro de Bolsillo Números 247, 248 y 249. Madrid, 1977. Original en inglés en trece tomos: 1936
– 1948.
19

de organización social conocida hasta ese momento. Ese fundamento justifica las necesidades
de los primeros focos capitalistas al conquistar cada vez más poblaciones remotas, para
atraerlas a sus parámetros económicos, hasta abarcar todo el planeta.
Logrado ese objetivo, fue posible y hasta racionalmente plausible la descolonización:
esas poblaciones ya habían sido conquistadas ideológicamente. No era preciso gastar en un
dominio físico directo para gobernarlos; ellos solos hacían lo necesario para satisfacer las
necesidades de los países centrales. Más tarde, en la propia Europa demostrarían la falsedad de
la premisa inicial: dejadas a su libre desenvolvimiento, la casi totalidad de las sociedades
conocidas jamás mostraron ni el más mínimo indicio de transitar hacia formas de organización
capitalista.22
1.5.1 LA REACCIÓN. La reacción de los historiadores en relación a la Filosofía de
la Historia fue tardía. La ambigüedad mostrada frente a la nueva disciplina oscilaba entre la
indiferencia y la adhesión. Al comienzo parece no haberse advertido el papel subordinado
destinado a su trabajo. Entre el estudio de lo cambiante y el de lo eterno o permanente, para la
escala de valores europea occidental, lo último continuaba teniendo mayor jerarquía. En la
división del trabajo intelectual, a los historiadores se les solicitaba la compilación de sucesos,
a los cuales llamaban “hechos”.23 Teniendo delante la totalidad de los “hechos” compilados
por los historiadores, los filósofos establecían las generalidades, la lógica o la voluntad
directora de su evolución, “la necesidad” de esa sucesión de los hechos. De esta forma
quedaba reservado al filósofo el trabajo intelectualmente más “profundo” complejo, eficaz e
importante: mostrarnos el orden y las causas de una serie de acontecimientos aparentemente
caóticos o, por lo menos azarosos. Cumplían la importante misión de transformar lo
presentado por los historiadores como casual, producto de voluntades personales o caprichos
de ciertos individuos, en explicaciones racionales de acuerdo con regularidades, “leyes” o
“planes” actuando como las verdaderas causas de esos procesos a los cuales llamaban
“hechos”.
1.5.2 LA HISTORIA Y LAS CIENCIAS. La reacción mencionada anteriormente
coincidió con la popularización y el aumento de prestigio del conocimiento científico. Aunque
fueron procesos separados, quedaron ligados a nuevos intentos por adecuar la investigación
histórica a las exigencias de una disciplina científica. El positivismo exacerbó esta tendencia,
prolongada hasta la segunda mitad del siglo XX. Según esta ideología, para no correr el riesgo
de incurrir en especulaciones antojadizas, los historiadores debían limitarse a establecer los
“hechos”, como había ocurrido con los filósofos ilustrados. En sustitución de los filósofos,
ahora los sociólogos se encargarían de “descubrir” las leyes generales, “científicas”, del
desenvolvimiento social.
Con diferente fundamentación, los positivistas recomendaban a los historiadores
exactamente lo mismo antes recomendado por los filósofos de la Historia. De todas maneras,
tal programa era totalmente irrealizable, porque, evidentemente, no se podían establecer
TODOS los “hechos”. Aún en el caso de creerse posible, tampoco interesaban todos con la
misma fuerza. ¿Cuáles “hechos” eran los dignos de establecerse? La innegable necesidad de
selección remitía a un criterio dependiente de los valores o, en el mejor de los casos, de la

22
Este punto está tratado más detenidamente en Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. “Viabilidad del capitalismo”
en Coatepec Año 4, número 2, otoño-invierno Nueva Época, 1995. Páginas 42 a 55.
23
Los tales “hechos” no existen. Es el estudioso quien determina y crea el “hecho”. Diversas escuelas o escalas
de valores forman diferentes “hechos”. En el proceso social todo está en perpetuo movimiento, son procesos,
pero incluso de esos procesos el investigador selecciona lo considerado por él importante.
20

teoría manejada por el investigador. Esto ya no era el puro “establecimiento de los hechos”,
era algo teórico, dependiente de una escala de valores, a veces muy personal.
Coincidiendo con esta evolución, o tal vez estimulado por ella, se realizó un análisis
más afinado de las obras de Filosofía de la Historia. Así se descubrieron, mezclados con la
especulación ya vista sobre “leyes” y “planes”, ciertos estudios acerca de la manera de
conocer, de su validez y de las formas de proceder de diversos historiadores. Lo primero, el
establecimiento de generalidades y desarrollos, era un trabajo ontológico sobre el proceso
histórico, algo para lo cual los historiadores negaron competencia a los filósofos. Si no han
generado conocimiento histórico, si no han estado en contacto con documentos, si no han
experimentado la transformación de ese material en un relato coherente y explicativo, los
filósofos carecían de autoridad para establecer las causas de los procesos partiendo del
material producido por los historiadores, mucho menos, para realizar extrapolaciones y
generalizaciones aventuradas.
En cambio, lo segundo era un examen válido, algo existente para toda forma de
conocimiento y desarrollado por toda ciencia, según hemos visto; era el intento de desentrañar,
aislar y establecer la teoría del conocimiento histórico. Por tanto, era necesario separar ambos
intereses y diferenciar claramente el segundo para rescatarlo. Para marcar esa diferencia, la
primera solución fue llamarlo “Teoría de la Historia”, dejando la antigua designación
“Filosofía de la Historia” para el estudio de lo otro, lo de mayor popularidad, las “leyes” y los
“planes” con los cuales se quería menospreciar ostensiblemente la disciplina.
Por otro lado, muchos filósofos, si bien coincidían en la necesidad de abandonar el
estudio ontológico de la realidad, siguieron utilizando la antigua designación para los análisis
del conocimiento histórico y los problemas anexos a esto. Así se generó una primera
confusión entre expresiones diferentes referidas a un mismo estudio: Teoría de la Historia y
Filosofía de la Historia.
Un caso peculiar lo constituyó Inglaterra, donde los filósofos se enfrentaron a este
problema casi con un siglo de atraso respecto a la tradición continental. Influidos por la
escuela alemana, gustosamente incorporaron la expresión “Filosofía de la Historia”, pero al
advertir los dos diferentes estudios comprendidos en ella, decidieron diferenciarlos agregando
un vocablo a la expresión. De esta forma, la búsqueda de leyes o el plan supuestamente
directriz del proceso histórico fue designado como “Filosofía ESPECULATIVA de la
Historia”, mientras al análisis de la forma de conocer el pasado humano, aquello a lo cual los
historiadores ya llamaban “Teoría de la Historia”, lo nombraron “Filosofía CRÍTICA de la
historia”. Con esas designaciones se intentaba disminuir la confusión. A juzgar por la actitud
de algunos estudiantes, en ciertos casos lograron exactamente lo contrario.
1.5.3 – PARALELISMOS. De acuerdo con lo visto, podemos comparar lo ocurrido
con el estudio de la naturaleza y el estudio del pasado humano. En ambos casos existe el deseo
de conocer un objeto y hay una o varias formas de abordarlo, de investigarlo, de conocerlo. En
los estudios de la naturaleza, la teoría del conjunto de todas las ciencias se designa Teoría de
la ciencia. Se analizan los aspectos cognoscitivos comunes a las diversas ciencias naturales.
También es válido repasar las respectivas teorías de cada una de esas ciencias. En la
indagación del pasado humano son las diversas teorías, los diversos marcos teóricos utilizados
por los historiadores. Como todo conocimiento tiene un ineludible y básico ingrediente
teórico, hay un estudio de ese elemento cognoscitivo. Para el primer caso, como vimos, es la
Teoría de la ciencia (o Filosofía de la Ciencia o Epistemología). Para el segundo es la Teoría
del conocimiento histórico (o Teoría de la Historia o Filosofía crítica de la Historia)
21

Tanto en las ciencias naturales, como en el conocimiento histórico, las reflexiones


acerca de los aspectos relacionados con la específica forma de conocer, han corrido por cuenta
de investigadores provenientes unos de la filosofía y otros de la disciplina específica. En
Teoría de la Ciencia, junto a Duhem, Poincaré, Whewell, Heisemberg y otros científicos
famosos, encontramos a filósofos como Nagel, Hempel, Bunge, Popper y muchos más.
También en el conocimiento histórico, a la par de las reflexiones de historiadores como
Braudel, Veyne, Marrou, Stone, y otros, encontramos filósofos como Dray, Walsh, Dilthey,
Rickert, etc. Los períodos más fecundos para el desarrollo de la teoría son aquellos
enfrentados a escollos tremendos porque:

…es la necesidad de resolver nuevos problemas lo que provoca la reflexión


sobre el propio trabajo [en científicos e historiadores y sobre el trabajo de
éstos en los filósofos] y la necesidad de sistematizar y fundamentar la
metodología empleada.24

Además, siempre ha habido formas especulativas de interpretar y abordar los objetos


de estudio, tanto de las ciencias naturales como del pasado humano. El objeto de estudio de las
ciencias naturales es la naturaleza y la forma especulativa de abordar ese objeto es la
“Filosofía de la Naturaleza”. En el siglo XIX, los estudios científicos se han caracterizado por
un gran desarrollo y rigor, lo cual terminó por desacreditar a la Filosofía de la Naturaleza,
relegándola a un lugar subordinado dentro de la metafísica general, perdiendo cultivadores
hasta desaparecer.
Con el conocimiento histórico ocurrió algo similar pero más atenuado. El pasado
humano también es designado con la palabra “HISTORIA”, por lo cual el abordaje
especulativo de ese objeto de estudio fue conocido como “Filosofía de la historia”, pero
también se designó de la misma manera a la forma de conocer de los historiadores. Esa
bivalencia de la palabra “HISTORIA” ha permitido a la misma expresión referirse a dos
estudios diferentes: uno ontológico, sobre el ser del pasado humano (el proceso histórico o la
historia), y el otro gnoseológico, sobre la forma de conocer de los historiadores (el
conocimiento histórico o la Historia). Esta particularidad está en la base de la confusión
general sobre la expresión. Pero no es la única fuente de dicha confusión.
En segundo lugar, el conocimiento histórico ha tenido mucho menos investigadores de
los poseídos por las ciencias naturales desde sus orígenes.
En tercer término y por el motivo anterior, ha tenido a su servicio una menor cantidad
de cerebros de primera categoría.
En vinculación con lo anterior, algo a considerar es la novedad de las reflexiones
acerca del “oficio de historiador”. Son mucho más recientes y por lo mismo hasta ahora se han
hecho sin la sistematización y el rigor característicos de aquellas realizadas sobre las ciencias
naturales. Todo ese proceso va acompañado por la consideración social hacia ambas. Mientras
las sociedades del siglo XX, en su gran mayoría, desarrollaron una veneración casi religiosa
por el conocimiento científico de la naturaleza, atribuyéndole todos los cambios producidos en
el confort material adquirido durante una vida humana media, la importancia atribuida al
conocimiento histórico ha sido mucho menor, cuando no inexistente; no se le ve claramente
una utilidad similar a la de las ciencias naturales. No se le conocen aplicaciones prácticas. Por
todo lo anterior, la permanencia de la expresión “Filosofía de la Historia” ha sido mucho más

24
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. “¿Para qué…” Ibid. Página 37. Repetición, en otro contexto, de la nota N°
11, en la página 12 de este libro.
22

sostenida y persistente a la expresión “Filosofía de la naturaleza”, ya desaparecida en casi


todos los centros académicos.
En lo referente a los contenidos, la desaparición de la Filosofía de la Historia ha sido
mucho menos clara y tajante a la de su homóloga científica. Como indicio alentador, a partir
de 1950 ha sido notorio el creciente interés de un mayor número de historiadores por acercarse
al estudio y la reflexión sobre las peculiaridades y la problemática del conocimiento histórico.
Sin duda, la inclusión de la disciplina en diferentes centros de estudios superiores, donde se
imparten carreras vinculadas a la investigación y la docencia de la Historia ha contribuido a
ese desarrollo. El rigor y la disciplina puestos de manifiesto por las modernas obras históricas
de la academia, atestiguan lo anterior. También se debe tener en cuenta el gran desarrollo de la
labor historiográfica.
Desde el siglo XIX, cuando ingresó en algunas universidades, el conocimiento
histórico fue adquiriendo autonomía. Impulsado por el Romanticismo y el Nacionalismo fue
progresivamente incluido en casi todos los centros de enseñanza, también ha aumentado
exponencialmente el número de los seres humanos dedicados a su cultivo, tal vez no en la
misma proporción al aumento de la población total. De todas maneras, alrededor del noventa
por ciento de todos los humanos considerados historiadores hasta nuestros días, vivieron total
o parcialmente en el siglo XX, más de la mitad de ese total todavía vivía a fines de ese siglo.
1.6 EL LENGUAJE. El diferente lenguaje utilizado por las ciencias de la
naturaleza por un lado y el conocimiento histórico por otro, también contribuye a establecer
una diferencia notoria entre ellas. Los científicos de la naturaleza, ante descubrimientos y
cambios, al buscar claridad y precisión, en muchos casos han creado un habla inaccesible a los
no “iniciados”. En otros casos, fueron opciones deliberadamente abstrusas. Si bien las
novedades producidas justifican la adopción de neologismos, también el “halo de misterio”
desprendido de lo anterior contribuye al prestigio de ciertos conocimientos científicos.
Demasiada gente venera lo ininteligible para ellos.
Algunas ciencias sociales también elaboran su vocabulario y lo “renuevan”
constantemente. El esoterismo emanado de términos y lenguajes incomprensibles para la
mayor parte de la sociedad, pero académicos y con prestigio, imponen un desconcierto
equiparable al producido por la magia o la religión en otros tiempos. En gran cantidad de gente
impone respeto.
En el siglo XVII, Galileo pudo recurrir al público como árbitro de su controversia,
porque el lenguaje de la física de esa época era comprensible por todos. Hoy en día, ninguna
persona no iniciada en el conocimiento de ciertas disciplinas, entendería algo escrito por un
profesional. Incluso los vulgarizadores del conocimiento científico tienen serios problemas
para traducir a una lengua cotidiana muchas concepciones y novedades de algunas ciencias
actuales.
Para los historiadores, en cambio, esta última etapa no ha llegado y tal vez nunca
llegue. Por lo general, quienes se dedican a producir conocimiento histórico jamás escriben
una obra exclusivamente para sus pares. Entre otras causas, eso representaría enormes
dificultades para poder publicarlo. Quienes redactan los resultados de sus investigaciones
históricas, intentan expresarse en un lenguaje común, accesible al mayor número de individuos
posible.
Además de intentar llegar a un público numeroso, es necesario recordar la antigüedad
de la disciplina y el acostumbramiento generado entre lectores y editores a considerar esas
obras como placenteras, como pasatiempos.
23

En tercer lugar, tampoco debemos perder de vista la consideración de la disciplina


durante muchos siglos como un género literario. Aun hoy, muchos especialistas siguen
considerando la exposición literaria de importancia capital. 25 De allí la confusión, tan
generalizada incluso en los estudiantes, entre la novela histórica, la historia novelada, la
biografía y la investigación histórica propiamente dicha. Los análisis críticos de tres novelas,
publicadas entre 1989 y 1991, atestiguan la confusión, aún entre quienes, se supone, deben
orientar y esclarecer al público.26
También, debemos recordarlo, cualquier individuo sin formación en la elaboración de
conocimiento histórico puede escribir ocurrencias y ponerle como título “Historia de…”. La
mayor parte de los lectores, no acostumbrados al rigor de la disciplina, preferirán cualquier
charlatanería bien escrita y amena a un consistente análisis histórico cuya lectura se les puede
tornar dificultosa.
Pero no son estos los únicos problemas vinculados al lenguaje utilizado en la
presentación de los resultados de la investigación histórica. Los vocablos empleados han
jugado frecuentemente un papel generador de confusión, debido a su carga polisémica y al uso
inconsciente de los mismos. Observemos cuatro casos particulares:
1.6.1 – PRIMERO. El vocabulario procedente del uso cotidiano provoca
innumerables confusiones al carecer del rigor y la precisión necesarios para una disciplina con
aspiraciones a la adquisición del nivel considerado “científico”. Es suficiente ojear un
diccionario para descubrir la multiplicidad de significados de muchísimas palabras de uso
corriente, algunos de ellos absolutamente diferentes. En muchos casos una acepción es más
usual en una región, siendo otra completamente diferente al cambiar de territorio. La palabra
“lagarto” por ejemplo, puede significar un reptil, un ladrón, un músculo del brazo, una espada
insignia o una interjección para ahuyentar la mala suerte. Como veremos en el capítulo
siguiente, la propia palabra “Historia” adolece de ese problema. Esa característica le otorga a
la disciplina una carga ideológica muy pesada.
1.6.2 – SEGUNDO. La segunda dificultad se deriva de la traslación de vocablos
técnicos procedentes de algunas ciencias, sin un estudio suficiente de sus posibilidades de
adecuación a los requerimientos de la disciplina histórica.
Desde mediados del siglo XX, quizá no haya mejor ejemplo del problema al ofrecido
por el término “estructura”. Si bien, en la primera mitad del siglo XIX, Marx y otros autores
ya lo empleaban, su difusión técnica se inició en la lingüística con Fernando de Saussure.
Aunque algunas voces ya venían haciendo acercamientos al concepto sin una designación
concreta, la aparición de la Revue Historique en 1900 fue un hito fundamental para nuclear a
todos los descontentos con aquello llamado “historia tradicional”. Posteriormente, la obra
antropológica de Claude Levy-Strauss fue muy influyente para los historiadores.
Precisamente, en esa disciplina se convirtió en un concepto central y eje de una teoría
conocida con ese nombre: “estructuralismo”. De allí se extiende a muchas disciplinas sociales

25
Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI. Algo más sobre la Historia. Teoría y metodología de la
investigación histórica. A’baco de Rodolfo Depalma S.R.I. Buenos Aires, segunda edición, 1979. La primera
era de 1977, página 24, último párrafo y nota siete. George Macaulay TREVELYAN. Historia social de
Inglaterra. F.C.E. México, 1946. Original en inglés: 1942, página 13. George LEFEBVRE. El nacimiento de
la historiografía moderna. Martínez Roca, México, 1974. Original en francés, 1971, páginas 109 y 110, entre
otros.
26
Las novelas fueron El general en su laberinto de Gabriel García Márquez, Maluco de Napoleón Baccino
Ponce de León y La novela de Perón de Tomás Eloy Martínez.
24

y, a fines de la década de los cuarenta del siglo XX, ingresa en los estudios históricos, con la
presentación de la tesis de Fernando Braudel.
Su éxito haría sospechar un conocimiento exacto de su significación. Sin embargo no
era así. Ya en el original de Levy-Strauss había poca precisión, la cual fue trasladada al terreno
de la Historia y agravada por la imposibilidad de coordinarse con las teorías historicistas,
entonces muy en boga.27
Por su etimología evocaba dos cosas, un objeto fijo, no cambiante por una parte y por
la otra, algo construido, creado conscientemente.28 El primer significado no se combinaba muy
bien con el estudio de lo cambiante, de “acontecimientos individuales”, de lo “único e
irrepetible”, 29 como solían decir algunos teóricos del conocimiento histórico. Muchos
pensadores consideraban aleatoria la evolución social. Tampoco podía avenirse bien con el
análisis de las acciones humanas intencionales como proponía el historicismo.
Respetando la importancia intelectual de Levy-Strauss, en parte coincidimos con Caio
Prado Jr.; muy a menudo la desorientación de los historiadores provenía de su falta de
conciencia generalizada acerca de los elementos teóricos manejados; de otra manera, el
término hubiera sido analizado con claridad y se hubieran captado rápidamente las dificultades
implicadas en su utilización, para así poder resolver el problema.
Recién en 1958, con la aparición de un artículo de Fernando Braudel,30 comenzará la
polémica a través de la cual se aclarará la importancia del concepto para el conocimiento del
pasado humano, situará a los demás y, de acuerdo con su concepción acerca del funcionamien-
to del proceso histórico, les señalará la posible utilización. Si bien fue muy importante, esto no
terminó con la confusión: diez años más tarde, una revista francesa sintió la necesidad de
convocar a varios científicos sociales para discutir públicamente el significado de la palabra en
diversos ámbitos de estudio.31
Lo anterior no fue unánimemente aceptado. En algunos casos se utilizan palabras
creadas para responder a marcos teóricos totalmente contradictorios con el adoptado para
dirigir la labor de esa investigación, lo cual produce contradicciones y pone de manifiesto
confusión.
1.6.3 – TERCERO. El tercer problema consiste en la utilización de vocablos con una
carga ideológica y política difícil de contrarrestar frente a todo público. Muchas palabras casi
se constituyen en armas de lucha política cotidiana. Mientras se mantenga esa vigencia
popular, los estudiosos de lo social están derrotados de antemano. Uno de los casos más
notorios se relaciona con todo término derivado de la voz “fascismo”. Para los estudios

27
Ciro F. S. CARDOSO y Héctor PÉREZ BRIGNOLI. Los métodos de la historia. Grijalbo, México, 1977,
página 58, citan a Caio PRADO Jr. En O estructuralismo de Lévi-Strauss. O marxismo de Louis Althuser,
analiza específicamente este caso.
28
Pierre VILAR. Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Crítica, Barcelona, tercera edición, noviembre
de 1981. Original en francés: 1980. Páginas 52 y 53.
29
La expresión es de Alexandro Dimitrie XENOPOL. Teoría de la Historia. De “los principios fundamentales
de la Historia”. Daniel Jorro. Madrid. Segunda edición.1911.
30
El artículo se titulaba “Histoire et sciences sociales: la longue durée” y apareció en Annales E.S.C. N° 4,
octubre-diciembre de 1958. Débats et Combats, páginas 724-753. Diez años más tarde fue traducido y
publicado en castellano en una compilación de artículos suyos, cuyo título fue La Historia y las Ciencias
Sociales. Alianza, Colección El libro de bolsillo N° 139. Madrid 1968. Allí el artículo aparece como “La larga
duración” y ocupa de la página 60 a la 106.
31
Parte de los resultados se publicaron en la obra: Ernest LABROUSSE, René ZAZZO, Lucien GOLDMANN,
Henry LEFÉBVRE. André MARTINET y otros. Las estructuras y los hombres. Ariel, Colección Quincenal
N° 17, Barcelona, 1969. Original en francés: 1968.
25

históricos tiene su origen en la primera mitad del siglo XX y la duración de su hegemonía


coincidió con la de los movimientos políticos así autollamados. Allí donde existió, en su
primera etapa finalizó con la Segunda Guerra Mundial en 1945. Se impuso en centros
hegemónicos del capitalismo multipolar, en una situación económico-social muy definida y,
por lo mismo, en metrópolis imperialistas.
Aunque como ideología, los historiadores encuentran su inicio a fines del siglo XIX en
Francia, la adopción del nombre proviene de Italia, donde, aludiendo a la añorada grandeza de
la República y el Imperio Romanos, algunos grupos con “soluciones” a la crisis de posguerra,
comenzaron a llamarse a sí mismo de esa manera. Su unión y organización culminó con la
formación de un partido político. Ese partido asumió el gobierno de Italia en 1922.
Posteriormente, el término se hizo extensivo a otros movimientos y partidos inspirados
en una ideología semejante. Algunos de ellos alcanzaron el gobierno. Luego de la gran crisis
de 1929, todos sintieron afinidad ideológica y parentesco emocional. Consecuentemente,
buscaron la unión y se ayudaron para enfrentar a quien consideraban su enemigo más
peligroso: el comunismo.
Como particularidad ideológica glorificaron al Estado, expresando públicamente sus
aspiraciones totalitarias. En el gobierno desarrollaron la dura represión de los opositores. Si
nos quedamos solo con esto último, el concepto pierde operatividad, porque en todos los
tiempos ha habido gobiernos represores. Para poder distinguir con más precisión un proceso
peculiar ocurrido en determinado período y lugar, es necesario agregar otras características:
congregaban enormes adhesiones de masas encuadrando a mucho más de la mitad de la
población, llevaron el nacionalismo a los niveles de agresividad más altos conocidos,
traducían ese nacionalismo en una auténtica defensa del interés nacional en todos los campos.
Sus focos fueron Italia y Alemania, no casualmente los dos últimos países europeos
occidentales en constituirse en estados unificados en la segunda mitad del siglo XIX. Italia
1861 y Alemania 1871.
Al llegar al gobierno de Italia, se destacaron en las leyes sociales: crearon el
sindicalismo oficialista, el seguro de desempleo y la seguridad social. De esta manera vamos
estrechando los límites para ubicar con más precisión un proceso histórico, cuya importancia
deriva de la influencia ejercida en todo el planeta, particularmente en la primera mitad del
siglo XX.
Luego de ese tiempo siguió manteniendo una variable cantidad de adeptos en diversas
partes del mundo, los cuales siguen apoyando gobiernos con algunas de esas características.
Los períodos de crisis económicas los hacen crecer con mayor vigor.
La guerra más devastadora de los países desarrollados de Europa y Asia, terminó con el
triunfo de todos los “adversarios” del fascismo. Esa lucha y ese fin dieron a toda palabra
emparentada con ese concepto un sentido peyorativo unánimemente aceptado. En la jerga
política su utilización ha servido para concentrar todos los valores negativos imaginables. Para
los militantes políticos es importante mantenerlo difuso, expresando con él todo lo malo o
negativo. Su aplicación a un adversario supone una descalificación casi automática. Pero el
conocimiento histórico y otras disciplinas sociales no pueden utilizarlo de esta manera
imprecisa. Además, la función del historiador no es juzgar, sino explicar.32 En esta tarea, sacar
a luz aspectos considerados positivos para muchos sectores sociales, atenta contra las
necesidades de los políticos prácticos. En esa pugna, el científico social está de antemano en

32
Paráfrasis de Lucien FEBVRE. Combates por la Historia. Ariel, Barcelona, cuarta edición, diciembre de 1975.
“La historia no es juzgar; es comprender – y hacer comprender.” Página 167.
26

amplia desventaja, porque no tiene el acceso necesario a los medios de comunicación masiva y
al público, ni siquiera en un cinco por ciento del ostentado por políticos y periodistas.
Tampoco puede caer en simplificaciones absurdas para convencer rápidamente, antes de
cansar la atención del público televisivo y provocar su aburrimiento.
1.6.4 – CUARTO. El aspecto axiológico nos traslada al cuarto y último problema a
tratar: la carga valorativa de las palabras. Los historiadores no han podido, o no han sabido,
neutralizar adecuadamente esa característica. A nuestro parecer, muchos ni siquiera han
tomado conciencia de la existencia del problema. Un ejemplo bastante claro lo ofrece la
defunción de cualquier héroe causada por sus enemigos. Para exponerlo es necesario utilizar
alguna palabra. Si tomamos el caso de Miguel Hidalgo y Costilla en México, se puede decir
“fusilado”, “ejecutado”, “asesinado”, “ajusticiado”, sin faltar a la verdad, ni modificar el
suceso. Sin embargo, la elección supone una posición teórica valorativa, aunque el autor no
tenga conciencia de esa valoración. Decir “ajusticiar” significa haberlo eliminado en
aplicación del orden jurídico vigente en el lugar y en el momento de su juicio, algo normal si
ese autor asume el punto de vista de España. Las autoridades españolas pudieron haberlo dicho
de esa forma.
En Hispanoamérica difícilmente sea aceptado ese vocablo, porque, se puede replicar:
ese orden jurídico lo ejercía un poder sin legitimidad ya para esa época. Un historiador
nacionalista podría preferir “asesinar”, para acusar de ilicitud el acto. Al no tener legitimidad
el régimen, sus leyes ya no debían regir en esta parte del mundo. “Fusilar” alude a la forma de
terminar con su vida, con un acento alusivo a cierta falta de validez de esa justicia. ¿Cómo dar
una explicación o una simple descripción del proceso, despojándolo de toda carga valorativa?
El lenguaje no es imparcial ni inocente, aunque quien lo utilice no lo sepa.
1.7 – PROBLEMAS DEL DESCONOCIMIENTO TEÓRICO. Aunque con el
tiempo hemos ido encontrando excepciones, cuyo número aumenta asiduamente, en las
últimas décadas, la actitud respecto a la teoría adoptada por la mayor parte de cuantos han
estado vinculados a la investigación, difusión, docencia y estudio del proceso histórico, ha
sido de prescindencia. En algunos casos ufanándose y haciendo ostentación de esa actitud.33
Discrepando con esa conducta, historiadores brillantes han intentado mostrar el error en el cual
incurren, como por ejemplo Marrou y Bouvier, en las citas iniciales donde se presenta este
trabajo, o Alan Knight en un artículo:

…los argumentos históricos nunca son del todo empíricos y siempre


dependen de la aplicación de teorías / conceptos / “leyes” exógenas: los
modelos teóricos […] Los historiadores –y algunos más- que rechazan
cualquier acercamiento de esta naturaleza […] se perjudican por doble
partida: a) excluyen una amplia y legítima gama de indagación histórica y b)
se engañan a sí mismos, en la medida en que la alardeada ausencia de
teorías / conceptos / comparaciones “impuestos” y “extraños” abren la

33 Un caso famoso es el de Pierre CHAUNU; en un artículo aparecido en la revista Industrie del 4 (6) de junio
de 1960, entre las páginas 370 y 376, cuya traducción: “Dinámica coyuntural e historia serial” fue publicada en
castellano, con otros trabajos del autor, en un volumen titulado Historia cuantitativa, historia serial. F.C.E.,
México, 1987, entre las páginas 15 y 27, sostiene que la epistemología, para el historiador, “es una tentación
que debe saber descartar”. Según él, es suficiente si alguno les ilumina el camino. Paradójicamente, luego, todos
los artículos son sobre problemas teóricos y epistemológicos especialmente. ¿Se consideraba uno de los guías?
27

puerta hacia la oscuridad, la arbitrariedad y el uso disfrazado del “sentido


común.34

Por otro lado, quienes no están familiarizados con el trabajo historiográfico, suelen
desconcertarse cuando dos historiadores, al tratar un mismo tema sostienen cosas totalmente
diferentes, sin por eso suponer la falsedad de lo sostenido por alguno de ellos. También cuesta
entender la imposibilidad de establecer, sin ningún lugar a dudas, cuál de los dos tiene razón
(la presunta verdad). La confusión surge por ser una discusión eminentemente interpretativa,
sustentada en una teoría. Al lego le cuesta comprender algo muy normal: entre historiadores,
las discusiones acerca de lo ocurrido son excepcionales, lo frecuente es la polémica en torno a
la “explicación”, la significación del acontecimiento, sus antecedentes, sus repercusiones, la
interpretación, y todo esto ya es, evidentemente, teórico, va ligado a los valores del autor, a su
teoría. Por lo mismo, ambas posiciones pueden ser “verdaderas”.
En el caso de la Independencia de México por ejemplo, nadie discute si Miguel
Hidalgo arengó a sus feligreses en la mañana del 16 de setiembre de 1810, ni si de allí salieron
haciendo un recorrido cuyos puntos de referencia son Atotonilco, San Miguel, Guanajuato,
etc., hasta llegar al Cerro de las Cruces. Esa es solamente la base fáctica, la información. En
eso todos coinciden. La falta de acuerdo en diversas versiones del proceso se centra en los
motivos y la significación del acontecimiento dentro de la evolución de la sociedad mexicana,
en una forma global. En los textos de enseñanza básica se suele interpretar como el inicio de la
gesta de la Independencia, cuya culminación tuvo lugar once años más tarde con la firma del
pacto trigarante. Sin embargo, ya en la primera mitad del siglo XIX, Lucas Alamán presentaba
otra interpretación del mismo proceso evolutivo. Para él, lo ocurrido entre 1810 y 1815 fue
una revolución social, donde emergió el odio de clase, la rebelión de los estratos sumergidos
contra las capas dominantes. Resaltan algunos pasajes, como lo ocurrido en la Alhóndiga de
Granaditas, donde nadie discriminó entre criollos y peninsulares, porque la línea divisoria de
las clases enfrentadas no se identificaba con el lugar de nacimiento de los individuos, sino con
su ubicación social. Mientras ese estado de inseguridad se mantuviera, a las clases dominantes
les convenía continuar estrechamente aliados con el poder español, debían cerrar filas, para
sujetar a los rebeldes. Algo parecido sucedió en algunas islas caribeñas, donde el temor al
alzamiento de los esclavos negros, derivado del ejemplo de los acontecimientos de Haití de
1804, mantuvo a la oligarquía colonial ligada a la metrópoli.
En México, una vez aplacado el levantamiento de los más desheredados, cuando los
poderosos ya tenían otra libertad de acción y otro control del territorio, desde la propia España
llegaron inquietantes señales liberales con la Revolución de 1820, al imponerle a Fernando VII
la firma de la Constitución de 1812. Esa nueva situación ponía en peligro la estabilidad tan
duramente alcanzada; entonces sí, los sectores criollos dominantes deciden cortar los lazos con
la península, concretando la separación del nuevo país, para conservar su posición dirigente.
No constituyó ninguna coincidencia ver a Agustín de Iturbide, el mismo militar
vencedor de Morelos y quien lo entregó a las autoridades eclesiásticas, firmar el acta de la
independencia y encabezar ese movimiento en el momento de su imposición.
Significativamente, un siglo más tarde, Luis Villoro, desde una perspectiva afín al marxismo,
con un punto de vista completamente opuesto al de Alamán, realiza una interpretación similar,
aunque manejando otros valores.

34
Alan KNIGHT. “La Revolución Mexicana: ¿burguesa, nacionalista o simplemente una ‘gran rebelión’?”, en
Cuadernos Políticos. N° 48. ERA, octubre-diciembre de 1986. Página 5.
28

En ese ejemplo se aprecia con claridad la coincidencia en cuanto a la cronología del


acaecer ocurrido, con una diferencia completamente nítida en la forma de interpretarlo.
Resaltan la separación de la España liberal, regida por la Constitución de Cádiz, no de la
España absolutista de Fernando VII. La diferencia se inicia al momento de explicar los
acontecimientos y mostrar, desde ese punto de vista, la significación y consecuencias de ese
acontecer.
De lo anterior podemos desprender algunos posibles problemas acarreados por el
desconocimiento de la Teoría. En primer término, para un historiador es fundamental, por
cuanto le permite tomar conciencia de las herramientas necesarias para intentar resolver el
problema planteado. Al no tener conciencia de esos “instrumentos” es bastante frecuente
perderse en el laberinto de los documentos por senderos no sospechados, dejándoles a ellos
(los documentos) la dirección de la pesquisa, tornándola contradictoria con lo buscado al
inicio. Al escoger un método de trabajo, el autor debe ser consciente de los fines perseguidos y
la forma de tener posibilidades de hacerlo, para llegar a buen puerto. De otra manera, en lugar
de conducir la investigación el historiador, será la investigación quien lo dirija a él.
En la indagación histórica los mejores y más innovadores trabajos suelen correr por
cuenta de individuos creativos, lo cual les permite elaborar su propio método, frecuentemente
haciendo todo lo contrario de lo indicado en los manuales de metodología. Un muy famoso
ejemplo de lo anterior lo constituyó Fernando Braudel, de acuerdo con el testimonio de su
esposa y colaboradora.35
Hay también marcos teóricos reconocidos por amplias colectividades, como el
marxismo, el estructuralismo, el funcionalismo, etc., pero para el historiador su utilización es
muy problemática. En primer lugar porque no son marcos estáticos y el tiempo ha generado la
formación de diversas tendencias con matices más o menos importantes. En segundo lugar,
porque las sociedades humanas cambian, se van transformando y una teoría apta para el
análisis de una sociedad en un período concreto, puede ya no serlo para otros períodos o para
otra sociedad. Ninguna realidad es estática y muchas veces se generan situaciones
imprevisibles por el marco seleccionado originalmente. Por lo anterior, los mejores
historiadores, los más famosos, aunque tomen elementos de diversas teorías, elaboran algo
propio, aunque solo sea por la forma de ordenar y combinar esos elementos, los cuales, en sí
mismos y tomados de manera aislada, carecen de originalidad.
Acerca del tema metodológico, solo podemos ofrecer una generalización: no hay
recetas. Para resolver problemas es necesario utilizar la lógica, la razón. Por ejemplo, para un
historiador cuya teoría indica a las diversas agrupaciones humanas como motor de las
transformaciones de la sociedad, sería incongruente si basara su estudio en epistolarios de unas
pocas personas, excepto si los tomara no en sí mismo, sino por la recepción, en amplias capas
de la población, de las ideas allí contenidas. En cambio, sería normal tenerlos como fuente
principal para otro historiador, cuya convicción se base en los grandes hombres o pequeñas
minorías, como los dirigentes llamados a encauzar mayorías por los senderos propicios para
ellos.
En segundo lugar y estrechamente ligado a lo anterior, la falta de rigurosidad teórica
puede llevar a no saber elegir las técnicas más adecuadas para aquello buscado, dando por
resultado la falta de confiabilidad en las conclusiones. En este sentido, es muy ilustrativa la

35
Paule BRAUDEL, “Braudel antes de Braudel”, artículo aparecido en La Jornada semanal, nueva época, N°
135 del 12 de enero de 1992, revista dominical del periódico La Jornada de México. Sin más datos.
29

polémica sostenida entre los historiadores de la economía y los economistas historiadores.36 En


los estudios demográficos es muy notoria la variación de las técnicas de acuerdo con los
testimonios disponibles y consecuentemente con el lugar y la época estudiada. Mientras para
los siglos XX y XXI, en general, se cuenta con censos y técnicas estadísticas muy afinadas,
con una confiabilidad alta en los datos, lo cual permite un buen grado de precisión; para los
dos siglos anteriores, en Europa es necesario trabajar con archivos parroquiales menos
precisos y sistemáticos, sobre todo en lo relativo a migraciones. Pero el asunto se complica
mucho cuando nos remontamos más atrás, porque la ausencia de testimonios directos obliga a
agudizar el ingenio para elaborar datos indirectos. Por ahora y a pesar de lo afinado de las
técnicas, solamente permite resultados aproximados de mucha menor confiabilidad.
Una tercera dificultad, derivada del desconocimiento de la materia, tiene relación con
el grado de precisión y la posibilidad de ser alcanzado. Generalmente, cada período y cada
enfoque teórico se combinan de cierta forma a fin de permitir el máximo nivel de exactitud.
No tomar conciencia del enfoque teórico suele conducir, aunque no necesariamente, a
desaprovechar las oportunidades ofrecidas por el marco teórico para alcanzar el máximo nivel
de precisión permitido por la documentación. Esto es más notorio cuando se presenta la
ocasión de emplear técnicas cuantitativas.
Finalmente, aunque no sea lo último, (porque esta enumeración no pretende ser
exhaustiva, ni organizada jerárquicamente) tampoco es lo menos importante, debemos
considerar la cantidad de gente escritora de obras consideradas “de Historia”. Algunos han
recibido una preparación formal para ello, otros no, algunos hacen gala de gran perspicacia y
penetración, otros se mueven en la superficie con una miopía escalofriante. ¿Cómo evaluar
esos trabajos? Si bien el estudio de la teoría del conocimiento histórico no garantiza un
juicio crítico más certero, si provee algunos elementos para hacerlo posible. Permite
distinguir entre un trabajo coherente, bien fundamentado y sólido, de otro emocional y
contradictorio. Tampoco en los casos anteriores, la preparación intensa en esta asignatura
garantiza excelentes resultados. Es más, puede darse el caso de alguien descollante por la
efectividad para resolver estas cuatro formas de problemas, sin haber leído ni comentado, ni
siquiera haberse planteado claramente el aspecto teórico de la disciplina. Lo único necesario es
conocer la lógica. Pero no es saludable confiar todo al caso excepcional. ¿Puede una
excepción justificar el descuido en la preparación de la mayoría, siempre inscripta dentro de la
normalidad determinante? Estadísticamente es más probable franquear airosamente estos
problemas con la ayuda de conocimientos teóricos conscientemente adquiridos, a hacerlo con
la misma adecuación cuando se carece de ellos.
1.8 NIVEL DE LOS TRABAJOS. Por un lado, los resultados de la investigación
histórica se escriben para el público en general; por otro, cualquier persona puede hacerlo.
Distinguir entre el trabajo de un aficionado sagaz y el de un profesional pudiera parecer algo
relativamente sencillo, sin embargo no lo es. En toda exposición histórica hay dos aspectos
con los cuales es necesario tener mucho cuidado. Uno es la calidad de la escritura, el segundo
se relaciona con el estatuto cognoscitivo de los argumentos utilizados.

36
Partes de esa polémica puede seguirse en el mencionado libro de Pierre CHAUNU. En su totalidad puede
encontrarse en Jean MARCZEWSKI y Pierre VILAR. ¿Qué es la historia cuantitativa? Nueva Visión,
colección Fichas N° 15. Buenos Aires 1973. Es la compilación de dos artículos en los cuales sus autores
polemizaron acerca del tema y cuyos originales aparecieron como Jean MARCZEWSKI. “Qu’est-ce que
l’histoire quantitative” en los Cahiers del I’I.S.E.A., París, serie AF, N° 115, julio de 1961 y Pierre VILAR.
“Pour un meilleure compréhension entre économistes et historiens” Revue Historique, P.U.F., París, N° 474,
abril-junio de 1965.
30

El entrenamiento para la investigación histórica no incluye el estímulo a la capacidad y


aptitud para redactar, claramente y en forma amena. Algunos lo poseen y otros no, este
aspecto suele quedar librado al talento natural y la preocupación de cada individuo. En este
sentido, los historiadores entrenados están en igualdad de condiciones con los aficionados y,
cuando de escritores se trata, la desigualdad pesa en contra de los primeros en forma muy
acusada.
Una escritura agradable y buenos recursos para captar la atención no suelen ser
patrimonio ni preocupación de los historiadores académicos, pero sí suelen ser armas efectivas
de convencimiento. Esto plantea un difícil problema, porque en general, muchas de las
mejores labores historiográficas no suelen gozar de gran popularidad, por lo menos mientras
sus planteamientos permanecen vigentes. En cambio, obras cuya consistencia lógica o racional
es de una endeblez aguda, impotentes para resistir las más elementales refutaciones, pueden
constituirse en verdaderos éxitos de venta si están escritos con los recursos literarios hábiles
para captar y mantener la atención del lector a lo largo de todo el texto. La simplicidad en la
presentación del tema también influye considerablemente en el éxito editorial, pero cualquier
investigador sabe perfectamente la imposibilidad de presentar con sencillez la mayor parte de
los temas históricos sin falsear la realidad.
En la primera mitad del siglo XX, obras como El otoño de la Edad Media, de Johan
Huizinga, La sociedad feudal de Marc Bloch o Los orígenes intelectuales de la Revolución
Francesa de Daniel Mornet, por citar solo tres casos, jamás permitieron a sus autores atreverse
a soñar con la popularidad de las biografías noveladas de Emil Ludwig o Stefan Sweig, o con
los Momentos estelares de la humanidad del segundo. Que para la primera década del siglo
XXI, los tres primeros trabajos sigan siendo admirados por los especialistas como obras
maestras e innovadoras de la historiografía de su momento, mientras los segundos han
prácticamente desaparecido del horizonte cultural, no logra hacer olvidar el éxito en vida de
los autores de estos últimos y la influencia ejercida sobre la mayor parte del público.
Sobre el nivel de los trabajos, el segundo aspecto a señalar, es la forma de razonar y la
justa apreciación del valor de los testimonios utilizados; la contundencia en la demostración de
lo buscado. Esto se relaciona con la manera de argumentar, con la lógica. En disciplinas cuyo
estatuto científico sigue siendo objetado, a pesar de la incansable búsqueda de un grado de
sistematización, objetividad y formalización para salvaguardarlas contra la charlatanería
barata, la distinción entre argumentos racionales y argumentos emocionales se vuelve
fundamental. Quien consigue excitar nuestros sentimientos y nuestras pasiones, muchas veces
ancladas en prejuicios inconscientes, queda en situación privilegiada para pasarnos cualquier
incongruencia lógica con el ropaje de seriedad otorgado por una presentación solemne.
Por ejemplo: a pesar de no haber podido establecerse nunca un concepto de “raza”
aceptable desde el punto de vista científico, los argumentos basados en esa vaga noción, hasta
no hace tanto tiempo, tuvieron una influencia enorme y todavía siguen siendo agitados por
grupos, por el momento minoritarios. Lo mismo ocurrió con el concepto de “nación”. En ese
sentido, evidentemente, un buen novelista o poeta está entrenado para dominar con más
solvencia semejantes recursos. En determinado momento y contexto, algunos libros,
coincidentes con tendencias ideológicas más amplias, cautivaron auditorios populosos con
argumentos endebles e inconsistentes, al grado de no resistir el más superficial análisis
racional, ni la más tímida contrastación con la información disponible. Un ejemplo de lo dicho
fue el efímero éxito, a fines de la década de los sesenta del siglo XX, de la Historia de la
Nación Latinoamericana, libro ideológico, realizado por un político con fines de movilización,
incapaz de pasar la prueba de cualquier análisis sistemático medianamente serio, como lo puso
31

de manifiesto uno de los más destacados historiadores latinoamericanos, como Tulio Halperin
Donghi, en su momento, sin mucho éxito entre los militantes políticos.
1.9 - LA LUCHA IDEOLÓGICA. Lo anterior nos conduce a otro problema. Más
adelante deberemos reflexionar acerca de la utilidad y función social de los estudios históricos.
Sin querer adelantar elementos, es fácilmente reconocible la particularidad de ser la disciplina
más cercana a la política, a las luchas ideológicas y a la ideología. Desde tiempos muy
antiguos, casi todos los ideólogos, los luchadores sociales y los políticos han considerado los
estudios del pasado humano como auxiliares privilegiados de su actividad y como elemento de
convencimiento sobre sus contemporáneos.
No necesariamente, lo recién visto significa adjudicar conciencia de su accionar a
quien actúa de esa manera. Alcanza con recordar tanto a los creadores de la “leyenda negra”
en torno a la conquista española del continente americano como a quienes buscaron
contrarrestarla con la “leyenda rosa”. En ese tiempo, en pleno desarrollo de la Primera
Revolución Industrial, coincidían las necesidades Inglesas de acceder a los mercados
coloniales de este continente, controlados monopólicamente por España.
Sin necesidad de invocarla expresamente, hay argumentaciones impregnadas del
conocimiento histórico, porque el pasado lo invade todo a través de ciertos conceptos, sin
sentido en otros contextos teóricos: nociones como “nación” o “raza” solo pueden significar
algo en una perspectiva histórica, aunque esa significación esté totalmente deformada por una
selección claramente tendenciosa. Un libro famoso como Mi lucha tuvo enorme influencia en
su época y aunque no es de conocimiento histórico, lo presupone, porque todo el llamado
irracional de su contenido está basado en argumentación presunta o abiertamente histórica.
Con respecto a esos casos surgen dos posiciones: la primera no cree en las
posibilidades esclarecedoras del conocimiento histórico. Como “ningún proceso se repite”, el
estudio de los acontecimientos pasados no puede servir para enseñarnos algo sobre los actuales
o futuros, los cuales también son o serán únicos. Entonces decide utilizar el saber adquirido
para “probar” o justificar ideas no desprendidas de él, ni del proceso histórico. Se invierte el
procedimiento: primero se concibe la idea o las ideas y luego se buscan argumentos en el
pasado para “probarla”. Si es preciso se deforman o “acomodan” los acontecimientos
“incómodos”, omitiendo la información “desagradable” por contraria a la idea a verificar.
La segunda posición plantea un estudio del pasado lo más desapasionado posible y
luego, si en alguna oportunidad ese conocimiento parece servir para resolver algún problema
concreto, aplicarlo al caso junto con los conocimientos de otras disciplinas. Sin embargo, no
aceptan tampoco aplicaciones más sistemáticas del conocimiento histórico por sí solo. En su
consideración, no se puede sobreponer inmediatamente a los problemas planteados en forma
constante por el desarrollo social y la vida humana.
Sin embargo, muchas ideas acerca del pasado, correspondan o no a lo ocurrido, son
importantes para los seres humanos a la hora de tomar decisiones en el presente: el mito de la
“puñalada por la espalda”, creado con conocimiento de su falsedad, al acusar al gobierno
alemán de traicionar al ejército, con motivo del armisticio de noviembre de 1918, de inmediato
mostró un aparente éxito entre los militares y fanáticos nacionalistas, con su adhesión al
rechazo del gobierno “judeo-marxista” acusado por aquella calumnia. Ese aparente éxito sirvió
32

para entregar su destino al nazismo y llevar a su país, en 1945, al desastre evitado en 1918, la
peor catástrofe vivida por Alemania en toda su existencia.37
Un ejemplo más actual y cercano lo constituyen dos obras de Eric J. Hobsbawm.38 Una
de sus conclusiones muestra una relación entre el debilitamiento del Estado y la aparición de
grupos “ilegales” haciéndose cargo de algunas de las funciones descuidadas o abandonadas
por ese Estado debilitado, especialmente las de seguridad.
En los años ochenta del siglo XX los grupos gobernantes de América Ibérica encararon
con entusiasmo la implementación de políticas neoliberales. Tal vez si hubieran leído esos
trabajos, podían haber reflexionado más detenidamente sobre esa “necesidad” de “adelgazar al
Estado”, de debilitarlo económicamente y quitarle toda posibilidad de financiar sus tareas.
Ahora, en plena época de inseguridad y de dominio de ciertos grupos ilegales en importantes
partes del territorio, con muchísimos muertos, alguna gente recién toma conciencia de las
consecuencias de semejante viraje para la seguridad de la sociedad.
Los dos últimos siglos terminaron con la imposición plena del liberalismo. En ambos
casos desembocaron en las peores crisis del sistema. ¿Estaremos condenados a repetir
experiencias similares cada cierto tiempo?
El papel de las ideas puede ser mucho más eficaz al de la fuerza bruta o la presión
política y sin duda es mucho más duradero. El punto máximo de poderío de un pueblo sobre
otro se alcanza cuando el dominador logra convencer al dominado de su inferioridad. En esas
condiciones, cuando el dominado tenga algún problema consultará al dominador para
resolverlo y éste le sugerirá las “recetas” más convenientes para sí mismo, no para el
dominado. Esta relación busca establecerse en todos los terrenos, incluso en aquellos
aparentemente más inocentes, como las historietas para niños.39
El conocimiento histórico juega un papel protagónico en esta lucha ideológica, lo cual
no significa para nada adjudicar el origen de los trabajos destinados a perpetuar el dominio, a
autores de los países dominantes, y otros facilitando el autoconocimiento a investigadores
autóctonos. Si así fuera, sería muy fácil su identificación y, consecuentemente, neutralización.
El problema es más complejo. Muchos de los mejores estudios de Historia de América Latina
y de México han sido realizados en las metrópolis, por serios investigadores nacidos,
formados, entrenados y financiados en ellas. En reciprocidad, muchas de las “Historias” con
pretensiones de justificar ideologías de subordinación han sido concebidas, y las propuestas
deducidas de ellas llevadas a la práctica, por sujetos nacidos y formados en nuestros países.
También quienes endeudaron y subastaron las riquezas de muchos estados, fueron gobernantes
nativos, mientras quienes asumieron, con gran competencia, la defensa de nuestros intereses
eran ciudadanos de países dominadores.
1.9.1 Los recursos. A la hora de evaluar el trabajo historiográfico y social en
general, adquieren mucha importancia los recursos disponibles, tanto el monto como la
utilización de los mismos en investigaciones históricas y/o sociales. En el caso específico del
conocimiento histórico, más de la mitad de los estudios de mayor calidad y rigor metodológico

37
Marc FERRO. La Gran Guerra 1914-1918. Alianza, Colección El libro de bolsillo N° 274, Madrid, 1970.
Original en francés: 1969 y Eugene DAVIDSON, Cómo surgió Adolfo Hitler. F.C.E. Colección popular N°
193. México, 1981. Original en inglés 1977.
38
Las obras fueron Rebeldes primitivos. Crítica, Barcelona, 2001. Original en inglés 1959 y Bandidos. Ariel,
colección quincenal, 1976. Original 1969, segunda edición 1976. La secuencia es inversa en la edición en
castellano.
39
Ariel DORFMAN y Armand MATTELART. Para leer el Pato Donald. Siglo XXI, México, vigésimo-segunda
edición, 1981. Original de 1972.
33

sobre nuestros países fueron elaborados por cuenta de países dominantes. Eso deriva de un
problema económico.
Como para cualquier otra actividad, para generar saber histórico se requieren medios
materiales. Algunas potencias dominantes destinan muchísimos más recursos para la
investigación histórica de la América subdesarrollada, de los invertidos por la totalidad de los
propios estados del continente para el mismo fin. Esto es perfectamente explicable. Una
condición imprescindible para someter a otros grupos humanos, es conocer lo mejor posible el
objeto al cual se desea dominar o ya se domina. No tomar en cuenta esta precaución llevó a los
norteamericanos al desastre de Viet Nam. No aprendieron la lección y en la actualidad están
en otro callejón aparentemente sin salida en Medio Oriente.
En contraparte, la ideología particularmente difundida en este último medio siglo entre
nosotros, nos dice: los estudios sociales, históricos y, en general, las humanidades, no tienen ni
un mínimo porcentaje de la utilidad ofrecida por las ciencias naturales, las matemáticas y todo
el saber “práctico”. Solo invirtiendo en “ciencias duras” podremos “progresar”. Hace ya siglo
y medio nos vienen recetando esas “medicinas” para alcanzar el desarrollo e igualarnos con
esos estados preponderantes. Con esa división del trabajo la “normalidad” otorgará a ellos el
estudio de nuestro pasado, de nuestras sociedades, economías y culturas. Por lo tanto, hay
perfecta coherencia en el tremendamente superior gasto hecho por ellos (los dominadores),
con relación al hecho por nosotros (los dominados), para obtener conocimiento profundo sobre
nuestras sociedades. Pero no se limita a esto la derrama de recursos para estudios sociales de
nuestros países. También debemos considerar la financiación de muchos trabajos realizados
por investigadores latinoamericanos. En todo o en parte, muchas investigaciones están
financiadas con recursos de fundaciones e instituciones de esos mismos países dominantes.
Algunos llaman a esto “colonialismo cultural”, pero a nuestro entender es solamente
una parte del mismo. El colonialismo cultural es algo más amplio y mejor disfrazado. Se
produce cuando nos hacen pensar con sus categorías, con sus conceptos, es decir, con sus
teorías. En nuestro continente, la abrumadora mayoría de sus habitantes hablamos idiomas
europeos, estudiamos filosofía y literatura en autores europeos, creemos en religiones europeas
o somos agnósticos o ateos a la europea.40
A pesar de la cantidad de oportunidades en las cuales se ha manifestado, en la mayor
parte de los casos, la inutilidad de esas estructuras de pensamiento, pues no solo no sirven para
analizar nuestra realidad, sino además atentan contra nuestras posibilidades de evolución
autónoma. En nuestras elites políticas e intelectuales sigue prevaleciendo la idea del desarrollo
europeo, con industrialización basada en el petróleo, para producir artículos desechables y
desarrollar sociedades de consumo.41 El modelo es el norteamericano. Todo eso, hace tiempo
ha demostrado su imposibilidad de futuro, llevando a situaciones de peligro para la existencia
de toda forma de vida sobre el planeta, sin embargo, el ideal de vida de esa sociedad: la
acumulación de riqueza individualmente, sigue siendo la meta de nuestros grupos dirigentes,
incluso algunos considerados de “izquierda”.
Para los dirigentes de esta sociedad, el agotamiento de recursos fundamentales como el
agua, el petróleo, pronto le llegará el turno al oxígeno, sirven como oportunidades para

40
Cuando decimos “europeos” nos referimos a la Europa Occidental y a los Estados Unidos de Norte América.
Los últimos son la prolongación y realización más acabada de la civilización capitalista.
41
Aleccionador al respecto es el libro de Vance Packard. Los artífices del despilfarro, publicado en traducción
castellana por la Editorial Universitaria de Buenos Aires.
34

adquirir más riqueza. Privatizar todo lo escaso es otra oportunidad para acumular más bienes
materiales.
Lo anterior atenta contra nuestras posibilidades de evolucionar por otros rumbos, con
otros recursos, con otras metas y otros ideales de vida. Nos han inducido, al menos hasta
ahora, a intentar soluciones con una inadecuación manifiesta y cuya finalidad es claramente
profundizar nuestra subordinación. Incluso en terrenos tan alejados de los intereses materiales,
como la literatura por ejemplo, los europeos llamaron “realismo mágico” a formas literarias
difundidas con el “boom”. Cuando Alejo Carpentier lo denominó “real maravilloso”, se estaba
enfocando el fenómeno, no desde un vacío imparcial, sino desde la perspectiva mental
europea. Lo “maravilloso”, lo “exótico” es lo raro. A nosotros nos han inculcado la lógica
aristotélica y el racionalismo cartesiano, hasta el punto de hacernos ver como exóticas, cosas
anejas, costumbres, tradiciones y hábitos completamente cotidianos en nuestros vecinos, gente
con la cual nos relacionamos. Nos adiestraron a mirar con la óptica de los dominadores.
En ciertos períodos de nuestra historia, para designar ciertos procesos, utilizamos
términos creados para el análisis de la realidad europea, aunque esas designaciones no
armonicen adecuadamente con la realidad de la cual deben dar cuenta. Un ejemplo repetido
país por país, en el estudio de la segunda mitad del siglo XIX, es designar a los bandos
políticos en pugna de nuestro continente como “liberales” y “conservadores”, la forma de
nombrar a los dos principales partidos políticos en Inglaterra, y en varias partes de Europa
Occidental a dos tendencias políticas bien diferenciadas. Son las divisiones de los europeos.
Cuando tratamos de establecer la correspondencia con nuestra realidad, encontramos
incompatibilidades entre europeos y latinoamericanos. No es infrecuente hallar un liberal de
este lado del océano, más parecido a un conservador europeo, aunque tampoco concuerde
exactamente con aquél.
Nuestros intelectuales de aquellos momentos, en lugar de crear conceptos teóricos para
dar cuenta de nuestra situación, los tomaron acríticamente de los europeos; aunque nuestra
realidad era diferente de la europea de esa época. Desde aquel tiempo, la admiración por
Europa y Estados Unidos de Norte América ha sido enorme, al punto de intentar solo
imitarlos, quizá creyendo de esa forma poder llegar a ser como ellos. Más de un siglo de
intentos tan infructuosos enseñaron la imposibilidad, en ciertos casos también la
inconveniencia, de ser “como ellos”, porque ese tipo de transformaciones no ocurren en los
procesos sociales. Somos como somos y como tales evolucionamos.
En lo tocante al desarrollo industrial, los japoneses fueron los mejores imitadores de
Europa y Estados Unidos, sin embargo, no por eso dejaron de ser japoneses y se transformaron
en europeos, aunque hayan cambiado mucho en casi un siglo y medio. Cambiaron aplicando
nociones de su cultura ancestral. Una idea tradicional sostenía: “Si tu adversario te vence,
imítalo”. En los aspectos materiales, hicieron eso.
Estados Unidos, Europa Occidental y Japón vivieron las transformaciones impuestas
por la Revolución Industrial en una época en la cual pudieron poner a muchas partes del
mundo a trabajar en función de sus necesidades. Una nueva expansión imperialista,
protagonizada por otros países, no se ve como muy razonable en la actualidad. Difícilmente
podríamos nosotros pretender conquistar partes del mundo para hacerlas trabajar en función de
nuestros intereses. Se podría seguir argumentando para demostrar la imposibilidad del intento
de convertirnos en Europa. Al menos, esta es una enseñanza brindada por el conocimiento
histórico y la razón.
Al margen de la investigación seria y profunda, algunas obras con determinada carga
ideológica tienen mayor apoyo para su difusión en todos los medios masivos de comunicación.
35

Independientemente de su origen, esos trabajos cumplen, en forma perfecta, los objetivos de


mantener y profundizar las relaciones de dominio existentes. Trabajos tramposos, como los de
Erick Von Daniken, han tenido mayor difusión y propaganda en América Latina, a la
dispensada a las excelentes obras de historiografía aparecidas desde mediados del siglo XX.
Nos es muy difícil pensar en esa situación como una casualidad.42
Además de conceptos para hacernos “sentir nuestra inferioridad”, en las últimas cinco
décadas, de Europa nos han llegado mensajes catastrofistas, pesimistas, mágicos,
oscurantistas. Nos hablan de apocalipsis inminentes si no procedemos de tal o cual forma, de
seres extraterrestres “superiores”, autores de algunas de las obras, hasta este momento,
consideradas entre las mejores joyas de la potencia creadora de los seres humanos.
Junto a esos mensajes nos envían recomendaciones sobre la forma de evitar las peores
consecuencias. Países con una densidad de población rondando los trescientos habitantes por
quilómetro cuadrado, algunos con medidas para estimular la natalidad, aprobadas cuando
llegaron al crecimiento cero, les recomiendan controlarla a otros países, cuya densidad
demográfica se sitúa entre diez y cuarenta habitantes por quilómetro cuadrado. Proponen
controlarla artificialmente, como si el propio proceso histórico de los países desarrollados no
haya demostrado ya la forma de disminuir la natalidad espontáneamente: un desarrollo general
de las posibilidades de toda la población para acceder a mejores niveles de vida material.
Países responsables de haber llevado a cabo la mayor agresión contra el medio ambiente en
todo el planeta, hoy promueven campañas internacionales para exigir a Brasil la conservación
de la selva amazónica. Muchos de esos mensajes además, buscan convencer a través de
argumentación histórica amañada.
Todo esto exige a los historiadores (no solo a ellos) tanto investigadores, como
docentes o divulgadores, estar muy atentos a las bases teóricas y la consistencia lógica de las
obras de reciente aparición, para salirle al paso a los fraudes y mostrar su naturaleza a la
mayor cantidad de personas alcanzable, a fin de contrarrestar, en la medida de lo posible, la
influencia de una forma de pensamiento destinado a perpetuar la confianza en la superioridad
de ellos. El estudio de la Teoría de la Historia puede aportar elementos para llevar a cabo esta
tarea con efectividad.
1.10 - EL DESINTERÉS DE LOS ESTUDIANTES. Sin embargo quienes,
supuestamente, más deberían esforzarse en el estudio de esta disciplina, los estudiantes de
Historia, en su gran mayoría se desinteresan ostensiblemente y solo buscan aprobar la
asignatura correspondiente, como un requisito molesto y sin sentido en su carrera. Esta actitud
tiene raíces muy fuertes, algunas identificables.
De alguna manera, entendemos este proceder de los estudiantes como reflejo e
imitación de la asumida por gran parte de los historiadores, como ya lo señalamos en el
apartado 7. Por lo menos tiene las mismas causas. Un importante porcentaje de la formación
de las nuevas generaciones en cualquier carrera, se deriva de los ejemplos encontrados al
enfrentarse al ejercicio de la profesión. El conocimiento y la observación de autores,
investigadores y docentes sin interés en determinados temas, los estimula inconscientemente
para introducir en su escala de valores una actitud despreciativa hacia ese tipo de estudios;
como para ellos carecen de importancia, no creen necesario dedicarles más tiempo del
imprescindible para superar los cursos y sortear el escollo con el menor esfuerzo posible.

42
En “El determinismo en los procesos históricos”, Coatepec N°1, marzo de 1987, página 34 a 38 y en “¿Para
qué…” ya citada, presentamos otras perspectivas relativas a este colonialismo cultural.
36

Aunado a, y complementando lo anterior, en los planes de estudio se incluye la unidad


de aprendizaje Teoría de la Historia y de la historiografía, pero rara vez aparece
orgánicamente vinculada a las demás, al estudio de los procesos humanos concretos. Por lo
tanto su impartición es como una gota de agua en un mar de petróleo. Si en todas, o la mayoría
de las restantes unidades de aprendizaje se resaltara la importancia del aspecto teórico para el
cultivo de las disciplinas “prácticas”, y se pusieran de manifiesto las falacias cometidas por
muchos autores, como consecuencias de su desconocimiento o descuido de la Teoría de la
Historia, se podría comenzar a pensar en revertir la situación. Pero para esto, es necesaria la
colaboración de todos los docentes en un ejercicio coordinado.
En tercer lugar, debemos considerar a quienes deciden estudiar Historia, al menos en la
UAEM. Durante seis años, el primer día de clases apliqué un cuestionario enfilado a conocer
los motivos de la elección de carrera. Recibí respuestas muy variadas y extrañas. Incluso,
quienes declaraban su gusto por la asignatura, resultaban tener ideas, acerca de la disciplina,
muy distantes de la realidad actual de la misma. Para muchos la Historia era un relato más o
menos novelesco de las andanzas de una serie de personajes con existencia “probada” en el
pasado. Más o menos como lo dice Paul Veyne: “la historia es una novela verdadera”43, con
muchas dudas sobre el adjetivo.
Lo importante para ellos consiste en la identificación del conocimiento histórico con
gente de carne y hueso, de acontecimientos protagonizados por seres humanos, delimitables
con precisión, en una palabra: de anécdotas concretas. Al tomar un curso de Teoría se
enfrentan, a veces por primera vez, a un estudio de nociones abstractas, difíciles de acotar con
nitidez, a la variación de muchos conceptos según quien los utilice. Para algunos alumnos la
materia es muy “filosófica”, lo cual les parece excéntrico en los planes de estudio de su
carrera. Es normal la angustia cuando no se entiende claramente lo estudiado, cuando el objeto
se les escurre entre las manos como si fuera de arena. Todo eso y algo más, conduce al
rechazo, a la búsqueda de caminos fáciles para aprobar la unidad.
Casi como consecuencia de lo anterior, debemos considerar las diferencias. Mientras el
estudio de determinados períodos del pasado humano incluye anécdotas, actos, frases cuyo
efecto impresiona a los interlocutores jóvenes y le otorga a la materia cierto carácter ameno, la
Teoría de la Historia, aun cuando las ideas se ejemplifiquen con casos concretos, no puede
volverse una disciplina divertida como para atraer y mantener la atención alerta durante
períodos de hora y media. Si para aprobarla es necesario esforzarse, lógicamente piensan: ‘ya
no solo es aburrida sino además exige demasiado’. No hay entrenamiento previo para tales
ejercicios.
Tal vez lo anterior podría contrarrestarse si todos los jóvenes pudieran sentir algún
provecho manifiesto en ese estudio. Si fuera posible introducir la conciencia de su importancia
para los historiadores, el valor del entrenamiento en formas de pensar abstractas, la situación
sería otra; pero, en circunstancias como las descritas, lógicamente, muchos estudiantes no
encuentran ninguna utilidad en la unidad de aprendizaje, lo cual no contribuye en nada a
despertar el interés por la misma.
El clima intelectual general vivido en las tres últimas décadas de neoliberalismo,
culminación de una teoría plurisecular desarrollada junto con la burguesía y por ella
impulsada, tampoco estimula estudios teóricos de ninguna naturaleza, ni el cultivo de las
humanidades. El énfasis puesto en la tecnología por encima de la ciencia, en los problemas

43
Paul VEYNE. Como se escribe la historia. Foucault revoluciona la historia. Alianza. Colección Universidad
N° 404. Madrid, 1984. Original en francés, 1981. Página 10.
37

prácticos antes de los abstractos, en lo individualizable no en lo general, en el confort material


con preferencia al desarrollo espiritual, conspira en contra del gusto y la necesidad de
continuar estudiando materias como la tratada aquí. La crisis actual vivida por la Filosofía,
quizá sea el emergente más ilustrativo y manifiesto de esta situación, muy común en nuestros
días.
Este ambiente general envuelve en su propia crisis estos estudios. Un objetivo de esta
disciplina es enseñar a pensar, pero para quienes dirigen el mundo, no es conveniente el
desarrollo de la capacidad crítica de la mayoría de la gente. Eso afecta su dedicación al
trabajo, el tiempo libre puede llenarlo con la cultura de masas en su máxima expresión: la
televisión.
Como último argumento, no debemos soslayar ni olvidar nuestra responsabilidad, la de
los propios docentes. Si quien imparte la unidad de aprendizaje no cree en su importancia,
trasmitirá a sus alumnos esa desvalorización. Además, una materia abstracta, cuyo tratamiento
requiere no un estudio libresco y repetitivo, sino la capacidad de pensar, la discusión y el
intercambio permanente, no puede impartirse como una rutina mecánica, donde solo se atiende
lo escrito en los textos conocidos, porque eso incrementa el desinterés estudiantil en lugar de
combatirlo. Enseñar algo dicho por un filósofo griego hace veinticinco siglos puede aburrir,
pero lograr, a través de la discusión, el arribo del alumno a la misma conclusión, como un
descubrimiento propio, es mucho más motivador.
1.11 FUNCIÓN Y PERTINENCIA DE LA MATERIA. Tanto para los
estudiantes, como para el público en general, parece necesario destacar la importancia de la
materia, aclarando su contenido, sus objetivos y resaltando su eficacia cuando permite
deslindar el estudio histórico serio, responsablemente realizado y bien fundamentado, de los
acercamientos espurios, vengan de la Filosofía de la Historia, del interés puramente ideológico
o del simple desconocimiento del manejo de los principios de la lógica. La labor de
esclarecimiento es fundamental y se puede desglosar en múltiples aspectos concretos, pero
aquí nos limitaremos a unos pocos.
En primer lugar, parece preferible aclararse a uno mismo las ideas manejadas,
introducir la coherencia allí donde se detecte su ausencia. Siempre es preferible ser
conscientes de nuestros pensamientos, a vivir sin tener noción de la propia forma de
pensar. Esta última opción da más facilidad a la introducción de prejuicios, arbitrariedades y
absurdos, como lo señaló Alan Knight en el fragmento citado en las páginas 26 y 27. Muchas
veces, este tipo de reflexión conduce a contrastar las propias ideas con la información
disponible, cobrando de esta forma conocimiento de la inadecuación de algunas de ellas, de la
necesidad de modificarlas y organizarlas en un complejo sistematizado.
En segundo lugar, la frecuentación de la teoría, de la abstracción, el hábito de
desentrañar los conceptos teóricos, guías de trabajos concretos, adiestran para leer y pensar
críticamente, para no aceptar en forma pasiva aquello propuesto por un autor, sino elaborar
nuestra propia interpretación del proceso en función de los datos mencionados y de otros
conocidos a partir de distintas fuentes. En este sentido, no solo por los aspectos informativos
es posible señalar errores en una obra, sino también por la pequeñez o inadecuación de los
conceptos utilizados para trabajar ese material fáctico.
Se hace mucho más notorio en estudios de “Historia Nacional”, donde en muchos
casos, los historiadores tienden a interpretar todos los procesos en términos de lo ocurrido
exclusivamente dentro de las fronteras del país. Una visión más amplia, abarcando la totalidad
del mundo, puede relativizar y disminuir la importancia de muchos factores, considerados
relevantes por el autor correspondiente. Especialmente suele ocurrir esta valoración cuando se
38

trata del peso de las individualidades, de los héroes, los padres de la patria, todos aquellos
cuya impronta quedó plasmada en bronce o mármol.
Un ejemplo muy repetido es el análisis de lo ocurrido en América Latina en el siglo
XIX. En la primera mitad, lo más generalizado fueron las guerras civiles, la inestabilidad
política, el desorden administrativo. En la segunda mitad se “calman las pasiones”, se
establece el “orden” más o menos por doquier, se evidencia el “progreso” y comienzan
algunas transformaciones en la producción, en las comunicaciones, trasmitidas también a otros
aspectos de la vida, como la sensibilidad.44
Los libros de texto de cada país tienden a adjudicar la mayor parte de esos cambios a
ciertos personajes, en México se resalta a Porfirio Díaz, en Argentina suele atribuirse a
Bartolomé Mitre, Julio Argentino Roca, Domingo Faustino Sarmiento, Carlos Pellegrini y los
otros presidentes del período, en Brasil podría ser el emperador Pedro II. Sin embargo, si,
como recomienda Braudel, se “levanta la vista” y se mira lo ocurrido en derredor, se
descubren las mismas transformaciones en la mayor parte de los otros países iberoamericanos.
Llegó la paz, aumentó la producción, se construyeron ferrocarriles, se incrementaron los
intercambios con países europeos y Estados Unidos. Pero en los demás países no estuvo ni
Porfirio Díaz, ni Julio Roca, ni el emperador Pedro II. Al observar la coincidencia, tenemos
derecho a sospechar la existencia de alguna otra causa de más peso como impulsora de esas
transformaciones, en la mayor parte del continente. Estudiando el comercio exterior podemos
tener una pista de lo ocurrido en aquellos países cuyo intercambio se incrementó enormemente
con los de Iberoamérica. Así podemos llegar a la Segunda Revolución Industrial y “descubrir”
una “causa inicial” de muchos procesos “nacionales” ocurridos en esta y otras partes del
mundo.45
En la actualidad, los estudios históricos se han visto invadidos por dos corrientes
aparentemente contradictorias, con gran influencia en los dos últimos siglos. Por un lado los
conocimientos se han incrementado en forma abrumadora, lo cual ha obligado a desarrollar
especializaciones. Han surgido Historias económicas, ideológicas, diplomáticas, demográficas,
de mentalidades colectivas y varias más. Algunos han visto esa tendencia como un alejamiento
de las posibilidades de una “historia total” como ha proclamado siempre la corriente de los
Annales. La tendencia a la especialización también ha mantenido su presencia a nivel
geográfico, de la mano del patriotismo y del nacionalismo. Actualmente no se consideran
únicamente, y quizá ni siquiera tan importantes, las “historias nacionales”. A su vera se ha ido
afirmando una historia regional muy saludable para matizar las generalizaciones establecidas a
partir de un caso, las historias escritas desde las capitales, desde el centro. Paralelamente, con
semejantes tendencias a la especialización, a la regionalización, la expansión de la civilización
europea occidental, de la burguesía, de la industrialización, del sistema capitalista, han
provocado una globalización de los problemas, impidiendo tener una clara comprensión de los
asuntos regionales al desconocer el proceso mundial. Una guerra entre árabes e israelíes, en un
lejano territorio de Asia, puede provocar reacciones, decisiones y medidas de represalia
afectando al mundo entero. Las crisis económicas del siglo XX se han caracterizado por su

44
Al respecto es muy ilustrativo el libro de José Pedro BARRÁN. Historia de la sensibilidad en el Uruguay.
Ediciones de la Banda Oriental y Facultad de Humanidades y Ciencias. Montevideo, primera edición, 1989,
cuarta reimpresión, 1990.
45
En la licenciatura en Historia de la Facultad de Humanidades de la UAEM, en el último plan de estudios se
quitaron cuatro semestres de Historia de América. Esos cursos permitían poner de manifiesto lo absurdo de
buscar solamente dentro del país las causas de las transformaciones. Hemos retornado a ver en Porfirio Díaz la
causa de todas las “novedades”, a finales del siglo XIX y comienzos del XX.
39

extensión geográfica, por la amplitud de los pueblos englobados. Una ola de golpes de estado,
entre 1930 y 1934, sacudió a toda América Latina, con excepción de México; sería explicada
parcial e inadecuadamente, si no se tuviera en cuenta la crisis económica iniciada en octubre
de 1929, en Nueva York. Los problemas derivados de estas tendencias, supuestamente
antagónicas, los pone de manifiesto la reflexión sobre los aspectos teóricos de la materia.
En tercer término, cobrar conciencia de estos problemas nos permite, no solamente
hacer trabajos más eficientes, más precisos, mejor ajustados, sino también justificados con
mayor solidez. Teniendo conocimiento de las bases donde se asienta la investigación en
marcha, se puede fundamentar seriamente tanto la obra completa, como cualquiera de sus
partes, como el orden sobre el cual se ha organizado la misma. Cuando se comienzan a
detectar tantos trabajos con enormes desniveles, con basamentos tan endebles, con una
organización tan descabellada, se comienza a valorar muy positivamente la Teoría de la
Historia.
Cuarto: Inmediatamente después de lo anterior y en estrecha relación con ello, el
manejo teórico posibilita elegir o elaborar con solvencia las herramientas necesarias para hacer
lo propuesto. Así como un martillo es inadecuado para colocar una tuerca, hay métodos y
técnicas imposibles de adaptar a los objetivos propuestos. Sin embargo, de todas maneras, se
utilizan por motivos tan ilógicos como ser los únicos conocidos o los determinados por los
materiales a mano o, inclusive, por pereza. Aquí la claridad teórica se hace fundamental; una
buena idea inicial puede arruinarse por llevarla a la práctica con técnicas inadecuadas. El
ejemplo mencionado en el apartado 7, en las páginas 28, 29 y siguientes, sobre los posibles
problemas a presentarse por el desconocimiento teórico, acerca de los epistolarios utilizados
para hacer historia social es ilustrativo. El historiador debe plantearse claramente su objetivo
mediante una o más hipótesis. Luego pensar ¿en dónde se puede obtener información sobre
ese tema?, para buscar los materiales necesarios a fin de llevarlo a cabo. Si no encuentra
testimonios directos, trabaja con indirectos, pero en estos pasos no es conveniente invertir el
orden, porque eso afecta la calidad del resultado. En los estudios históricos no aplica la
propiedad conmutativa y el orden de los factores sí altera el producto.
Quinto: Al iniciar una investigación, es muy importante tener muy claro lo buscado.
Parece una verdad de Perogrullo, sin embargo, es muy común encontrar proyectos con
objetivos difusos o planteados erróneamente, especialmente entre estudiantes cuando deben
iniciar sus trabajos de tesis. Otros tienen más claro el objetivo, pero al llevarlo a la práctica se
“descubre” la ausencia de ideas (de teorías) para investigarlo. Sin esa precaución es posible
pasar la vida entera en archivos sin encontrar nada: “cuando no se sabe lo que se busca
tampoco se sabe lo que se encuentra, decía Dastre” 46 y tenía razón. ¿Cuántas veces hemos
visto personas con materiales valiosísimos entre sus manos sin percatarse de su valor?
Ignoraron su hallazgo, no tenían claro el objeto de su búsqueda o no era lo buscado.
Los documentos y vestigios en general no nos dicen nada. Es necesario preguntarles
algo y entonces responden, a veces significativamente si la interrogación es adecuada. Para
detectar de inmediato ¿cuándo se tiene algo importante delante? el investigador debe estar
buscándolo, solo así puede reconocerlo. Es necesario tener una hipótesis dirigiendo la
actividad. Pero no es posible tener una hipótesis consistente sin una teoría respaldándola. La
hipótesis ya es un elemento teórico por excelencia.

46
Citado por Lucien FEBVRE. Combates por la historia. Ariel, Colección Quincenal N° 35. Barcelona, cuarta
edición, diciembre de 1975, Página 236. Original en francés, 1953.
40

…sin teoría previa, sin teoría preconcebida no hay trabajo científico


posible. La teoría, construcción del espíritu que responde a nuestra
necesidad de comprender, es la experiencia misma de la ciencia. Toda
teoría está fundada, naturalmente, en el postulado de que la naturaleza es
explicable. Y el hombre, objeto de la historia, forma parte de la naturaleza.
El hombre es para la historia lo que la roca para el mineralogista, el animal
para el biólogo, las estrellas para el astrofísico: algo que hay que explicar.
Que hay que entender. Y por lo tanto, que hay que pensar. Un historiador
que rehúsa pensar el hecho humano, un historiador que profesa la
sumisión pura y simple a los hechos, como si los hechos no estuvieran
fabricados por él, como si no hubieran sido elegidos por él, previamente,
en todos los sentidos de la palabra “escoger” (y los hechos no pueden no
ser escogidos por él) es un ayudante técnico Que puede ser excelente.
Pero no es un historiador.47

Sexto: normalmente, ningún historiador aborda como finalidad para su investigación la


totalidad del pasado humano, casi todos eligen un objeto más circunscripto; tanto temporal
como espacialmente. Fijar límites en el tiempo significa establecer un período: periodizar.
Una de las dificultades presentadas por gran cantidad de tesis radica, precisamente, en la
arbitrariedad al fijar los límites de los períodos abarcados. Se invoca la tiranía de los
documentos encontrados para establecer límites cronológicos antojadizos, sin sustento en la
temática ni en el proceso estudiado, lo cual significa decir, en la sustancia principal del mismo.
El manejo teórico solvente también enseña a periodizar con fundamentos consistentes, a
establecer límites allí donde la combinación entre el tipo de historia deseado y la evolución de
la realidad encontrada en su estudio sugieren como más apropiado.
Séptimo: El acostumbramiento a pensar en forma abstracta también estimula la
capacidad crítica, induce al análisis del lenguaje utilizado y, aunque en el conocimiento
histórico, por el momento, esto nunca haya motivado estudios tan profundos como los
estimulados por las ciencias naturales, de todas maneras desarrolla la preocupación por la
precisión y la claridad en la forma de expresarse. Luego de tomar conciencia de los posibles
equívocos provocados por un lenguaje descuidado, el historiador comienza a seleccionar con
más cautela sus medios expresivos. Esto no es motivo para pensar en una equiparación con la
literatura, porque no es la belleza o efectividad para convencer lo buscado por el historiador,
sino la precisión; su meta es ser tan conciso y rigurosamente exacto como el físico.
Octava: Aunque la lista sobre la situación y pertinencia de la Teoría de la Historia
puede ser demasiado extensa, vamos a cerrarla con una muy especial. No es la última, pero sí
quizá la más inquietante para muchos estudiantes y para el público en general: la función
social cumplida por el conocimiento histórico.
Todo ser humano, al realizar cierta tarea, especialmente cuando convierte esa tarea en
la principal de su vida, aunque la haya desempeñado por un tiempo no muy largo, suele tener
algunos motivos personales para valorar positivamente la importancia de su actividad. Siente
cumplir determinado cometido en el medio donde actúa. Si trasmite sus convicciones a otros
seres humanos, también es frecuente la discrepancia de otras personas hacia esa manera de
valorar. Con la actividad del historiador, esta divergencia de opiniones se arrastra desde el
mismo momento del nacimiento de la disciplina. Sabemos del claro desprecio de los filósofos
griegos clásicos hacia el cultivo de estos estudios, por considerarlos de rango inferior. Sin

47
Lucien FEBVRE. Combates… Op. Cit., página 179 y 180.
41

embargo, con acusados altibajos y transformaciones profundas, el saber histórico ha


sobrevivido hasta nuestros días. En la actualidad, los filósofos posmodernos y los políticos
neoliberales vuelven a enfilar sus viejos arcabuces en contra del conocimiento histórico. Ahora
son voces agoreras anunciando su decadencia, su inminente final y desaparición.
Escépticos en lo referente a la posibilidad de su extinción definitiva, creemos muy
alentadoras las exigencias planteadas para demostrar su capacidad para existir. En el largo
plazo, también es un desafío positivo, pues redundará en la superación y mejoramiento del
conocimiento histórico, lo cual se hará evidente en la disciplina.
Es notorio el utilitarismo materialista de nuestra época. Cuando los especialistas en
administración asumen la dirección de instituciones de enseñanza, exigen a cada carrera
justificar su existencia. Aunque el Dr. José Blanco Regueira sostenía, muy atinadamente, la
evidencia de existir como la mejor justificación de un conocimiento, nos parece problemático
ese argumento para lograr el acuerdo con los administradores. No hablemos de
convencimiento, por favor.
De todas maneras, la reflexión acerca de este punto no se inicia por las exigencias
actuales, desde mucho tiempo atrás, algunos historiadores se habían planteado el problema,
por eso fue incorporado como tema permanente del estudio de la materia. “Papá, explícame
para qué sirve la Historia”, pregunta de un niño, con la cual Marc Bloch inicia su obra
póstuma. 48 La frase puede ser intercambiable con “¿Qué función social cumplen los
historiadores?”. El estudio de la teoría también exige a los profesionales plantearse esta
reflexión, para luego poder defender su profesión ante los escépticos o, en su defecto,
abandonarla.
1.12 ALGUNOS TEMAS A ESTUDIO DE LA MATERIA. Como en cualquier
disciplina de estudio, en el conocimiento histórico los aspectos teóricos son una enorme y
variable cantidad. Sin perder vigencia muchos antiguos y tradicionales, la evolución de la
disciplina trae permanentemente al primer plano otros nuevos.
Carecemos de noticias sobre algún intento de abordar todos los temas. Tampoco aquí
cometeremos la imprudencia de intentarlo. En líneas generales y de acuerdo a lo planteado, en
esta época tienen prioridad los problemas gnoseológicos, es decir, aquellos específicamente
dedicados a la forma de conocer, la naturaleza y la consistencia de ese conocimiento. Pero no
pueden ser los únicos, a cierta altura nos encontramos con la imposibilidad de plantear el
conocimiento de una realidad cualquiera, careciendo de ciertas nociones básicas acerca de su
funcionamiento como mínimo. Por otra parte, si establecemos un conocimiento de un objeto,
es para intentar saber cada vez más acerca del mismo. Muchas veces ese “saber más”, cuando
se alcanza en alto grado, modifica muchos criterios de la propia forma de conocer y
particularmente altera sus ingredientes teóricos. Por esta razón, inevitablemente la teoría del
conocimiento histórico debe plantearse algunos problemas ontológicos con respecto al
funcionamiento del proceso histórico.
Finalmente, en el conocimiento histórico, como en cualquier ciencia social, no se
puede experimentar como lo hacen las ciencias naturales. Eso vuelve imposible una
verificación (falsación para Popper) capaz de convencer a todos los estudiosos, aunque sea por
un tiempo. Los procesos sociales no se pueden reproducir cuantas veces se quiera. Junto a

48
Marc BLOCH. Introducción a la Historia. F.C.E. Colección Breviarios N° 64. México, quinta edición, 1967.
La primera edición en francés fue de 1949. Página 9. Hay otra edición posterior anotada por su hijo: Ëtienne
BLOCH, Apología por la historia o el oficio de historiador. F.C.E. México, segunda edición 2001. Página 41.
Traducida de la segunda en francés, de 1997. La primera fue de 1993.
42

esto, hay otras particularidades, quienes estudian e investigan esta disciplina también son
productos históricos, pertenecientes a ciertos grupos, con ciertas escalas de valores, ciertas
maneras de sentir, de pensar, de relacionarse, en fin: de vivir. La elección de ciertos elementos
teóricos, generalmente tiene relación con los valores y las convicciones del historiador, en
mayor medida a la tenida por otros elementos surgidos incuestionablemente del proceso a
estudio. Eso nos obliga a reflexionar sobre la forma de influir los valores en el historiador y
también aquellos valores de los seres humanos y las sociedades objeto de su estudio. La
consideración axiológica es inevitable y esclarecedora, aunque a algunos pueda parecerle no
fundamental de la materia.
En cuanto a la enumeración de los asuntos a tratar, cualquier programa de estudios,
generalmente titulados “Introducción”, “Teoría”, “Filosofía”, “Problemática” o “Metodología
de la Historia”, tienen en sus unidades, o en sus índices, la enunciación de ciertos problemas
tratados en el curso. Este mismo capítulo introductorio es el primer problema. Otros han sido
aludidos. Siguiendo el plan de los programas elaborados durante treinta años de impartir estos
cursos y el índice de este libro, podemos mencionar:
1° La palabra “Historia”. Nuestra disciplina tiene la peculiaridad de llamarse con una
palabra poseedora de muchas acepciones. Por esa causa, en algunas oportunidades da lugar a
equívocos serios. No es establecer otra definición el tema del capítulo, sino dedicarse a
analizar las existentes, las soluciones propuestas para evitar la ambigüedad y poner de
manifiesto las posibles consecuencias provocadas por la confusión terminológica. Se intenta
hacer conocer la evolución del concepto, en tanto conocimiento, a lo largo del tiempo.
También las diferentes finalidades y significados otorgados por cada época al vocablo.
2° La historia en el conocimiento. Esclarecido ya el sentido de la palabra como un
conocimiento, parece razonable intentar aclarar la naturaleza de ese tipo de conocimiento, sus
particularidades y sus similitudes y diferencias con otros conocimientos estudiados por la
epistemología general. Mostrar sus peculiaridades, desarrollar su especificidad y la
confiabilidad de sus resultados. Confrontar y discutir las diversas posiciones teóricas
generadas en torno a este tema y la fundamentación de cada una de ellas.
3° La explicación histórica. Ligado estrechamente al punto anterior, surge el de la
explicación. Este se ha vuelto básico en nuestro tiempo para cualquier forma de conocimiento,
pero en el caso del conocimiento histórico cobra una importancia medular, porque es en torno
a esto como se caracterizará de una forma o de otra al conocimiento histórico. También en
torno a este tema han surgido diversas escuelas o actitudes y serán expuestas para discutirlas.
5° Verdad y objetividad en el conocimiento histórico. Muy directamente vinculado
con los dos temas inmediatos anteriores aparecen el de la objetividad y el de la verdad. Su
empleo cotidiano ha provocado, incluso entre científicos, la utilización de ambos términos
como si fueran sinónimos. Buscaremos esclarecer el significado de cada uno, para luego
referirlos al conocimiento histórico y comparar su uso, a este respecto, con otras formas de
conocimiento. De esta manera, intentamos mostrar la igualdad de su atribución, tanto a
cualquier ciencia fáctica, como al conocimiento histórico. Esta aclaración reviste particular
importancia, debido a las abundantes confusiones generadas por el lenguaje vulgar.
6° Las nociones de “estructura” y “coyuntura”. Estamos aludiendo a un tema
gnoseológico, indisolublemente ligado a otro ontológico. La elección, indudablemente tendrá
connotaciones axiológicas, por lo cual es un tema múltiple en cuanto a los puntos abordados.
Siempre se habló del conocimiento histórico como de un estudio de algo en perpetuo cambio,
pero a mediados del siglo XX, la importación del concepto de “estructura” de otras ciencias
43

sociales, significó también pensar en el sentido posible de su adaptación al estudio de ese


objeto mudable: el proceso histórico.
Antes de eso ya habían aparecido cuestionamientos a la herencia conceptual,
sosteniendo la importancia de las permanencias, las “duraciones”. La polémica continuó por
mucho tiempo, sin haberse cerrado completamente todavía. La adopción de una posición al
respecto está ligada directamente con nuestros valores.
7° La periodización. Primero se buscará esclarecer si el tema es ontológico o
gnoseológico, si los períodos existen en el proceso histórico o si son una creación del
investigador para poder estudiarlos. En segundo lugar, se buscará establecer ciertas normas a
tener en cuenta para formar períodos. Inevitablemente, esto nos lleva a aclarar los
fundamentos, la finalidad perseguida al formarlos y la utilidad reportada por la división del
devenir histórico en segmentos. Hasta ahora ha parecido imprescindible elaborarlos. También
se considerará la estrecha relación del tema con el de los niveles de análisis.
8° Utilidad y actualidad de la materia. En todos los cursos impartidos, siempre
hemos dejado un tiempo para discutir este tema al finalizar el mismo. De las reflexiones
surgidas en esas discusiones y del análisis de las lecturas se nutren las páginas de este capítulo.
Hasta aquí el contenido del libro. Otros temas interesantes son:
9° Vinculación con disciplinas afines. Consiste en analizar la relación tenida por el
conocimiento histórico con otras ciencias sociales y especialmente con la sociología, por haber
planteado los problemas de competencia más agudos. Todas ellas tienen bastante para
enseñarle al historiador, en los últimos dos siglos esas disciplinas han influido en la evolución
del propio conocimiento histórico, lo cual ha sido recíproco.
Algunos de los logros son esclarecer confusiones por cuestiones terminológicas, la
especificidad de cada una, como también el carácter auxiliar básico tenido por el conocimiento
histórico para algunas.
10° Los niveles de análisis. Tema eminentemente gnoseológico y teórico, plantea una
metodología para descomponer idealmente el suceder histórico en diferentes niveles,
jerarquizados o no. Surge entonces la forma, inconsciente en el pasado, de privilegiar algunos
aspectos de la actividad humana, aunque no siempre los mismos.
También se pone de manifiesto la función instrumental y esclarecedora desempeñada
por este recurso. Finalmente se analiza el problema de los diferentes ritmos de evolución de
cada nivel y las tensiones provocadas por esto en el entramado social.
11° Formas de abordaje. De acuerdo con las ideas tenidas acerca de un objeto,
elegiremos la forma de enfrentarlo para conocerlo. También hemos mencionado la
imposibilidad de experimentar y otros factores. Eso hace quimérica la unanimidad de las ideas
de los diversos individuos en torno del funcionamiento del proceso histórico. Tratamos de
esclarecer las variables básicas causantes de esas discrepancias y, en consecuencia, hemos
tratado de clarificar los diversos elementos necesarios para elaborar los distintos marcos
teóricos con los cuales se enfrenta el conocimiento del objeto de estudio.
12° La comparación. La primera mitad del siglo XX vio surgir muchas novedades
teóricas, luego reflejadas en la metodología. La posibilidad de efectuar comparaciones entre
diversos procesos sociales, no fue la menor.
Como el siglo anterior los había declarado “únicos e irrepetibles”, se puso a discusión
este postulado. De esa forma se abrió paso el método comparativo, el cual adquirió carta de
naturalización en la disciplina, avalado por la calidad de los productos publicados por quienes
lo utilizaban. Pronto se notó la aparición de situaciones absurdas por el abuso de algunos
44

usuarios. Se fijaron reglas. Antes de utilizarlo es necesario pensar en sus límites, importancia,
normas, y sus posibilidades en general.
13° La cuantificación. El desarrollo de las ciencias puso de manifiesto la importancia
de las matemáticas como auxiliar de cualquier disciplina. Las otras ciencias sociales la
incorporaron rápidamente. En el conocimiento histórico la asimilación fue más lenta y
resistida. De todas maneras, se formaron escuelas defendiendo el método como la mejor
herramienta para combatir el peso de la “subjetividad”, aun con la salvedad conocida: no todo
es cuantificable. En el estudio de cuestiones sociales y humanas, para algunos, siempre
quedarán aspectos cualitativos fundamentales. Para otros, también esos aspectos pueden ser
cuantificables.
Creemos conveniente repetir: aquí no se agotan los temas de estudio de la Teoría de la
Historia; algunos más, no contemplados ahora, pueden ser el análisis de cuáles son los
elementos impulsores del cambio histórico, los motores (o el motor) de la transformación del
acontecer de las sociedades humanas, tema eminentemente ontológico.
También es posible incluir el estudio y la valoración de los diferentes métodos y
técnicas susceptibles de utilizarse en una investigación concreta, el análisis del peso de los
valores en los estudios históricos. Así se podría seguir por mucho tiempo, pero entendemos
suficiente lo ya expuesto y ejemplificado para dar una idea de la tarea a realizar.
La finalidad del curso no es agotar su temática, sino desarrollar en los alumnos el
hábito de no aceptar nada impuesto por la autoridad, sino repensar todo y desarrollar su propia
convicción para encarar el estudio. La vida es diversidad. La unanimidad es la esclerosis de
las sociedades y del pensamiento creativo.
45

CAPÍTULO SEGUNDO

El vocablo “historia “

La salud de una disciplina científica exige, de quien la practica,


cierta inquietud metodológica, la preocupación por tomar
conciencia del mecanismo de su conducta, cierto esfuerzo
de reflexión sobre los problemas derivados de la
“teoría del conocimiento”.
Henri Irénée Marrou en Del conocimiento histórico

2 – ACEPCIONES. En el capítulo anterior hemos considerado entre varias


dificultades enfrentadas por los historiadores al hacer su trabajo, la constituida por el
vocabulario con el cual transmiten sus descubrimientos, sus análisis, sus hipótesis. Según lo
visto, entre otras limitaciones ese vocabulario tiene la de ser polisémico. Uno de los mejores
ejemplos de lo dicho es la propia palabra con la cual se designa a la disciplina: HISTORIA.
Si nos detenemos en el diccionario de la lengua publicado por la Real Academia
Española en su presentación de 2001, encontramos diez acepciones de esta voz:

1 - Narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de


memoria, sean públicos o privados. 2 - Disciplina que estudia y narra esos
sucesos. 3 - Obra histórica compuesta por un escritor. 4 - Conjunto de los
sucesos o hechos políticos, sociales, económicos, culturales, etc., de un
pueblo o una nación. 5 - Conjunto de los acontecimientos ocurridos a
alguien a lo largo de su vida o en un período de ella. 6 - Relación de
cualquier aventura o suceso. 7 - Narración inventada. 8 – Mentira o
pretexto. 9 - Cuento, chisme, enredo. 10 - Cuadro o tapiz que representa
un caso histórico o fabuloso.49

Pero además, a continuación de los significados anteriores, nos ofrece una serie de
expresiones donde se incluye la palabra. En esos contextos, otros sentidos y matices adicionan
ambigüedad al término. Tanto “de historia”, como “dejarse de historias”, aluden a cosas
secundarias, sin importancia o valorativamente negativas; en el segundo caso, además, exhorta
a omitir rodeos innecesarios, a ir directamente al grano; en cambio “picar en historia” se
refiere exactamente a lo contrario, a tener mayor importancia de la comúnmente supuesta.
“Pasar a la historia” reviste mayor incertidumbre; puede significar tanto atribuirle gran
importancia a algo o alguien, como perder totalmente actualidad, trascendencia e interés. En el
uso corriente, la expresión también suele interpretarse en esas dos formas total y
absolutamente antagónicas: por un lado se refiere a algo superado por la evolución, pero por
otra parte también significa haber o haberse realizado o provocado acciones con tal
trascendencia y envergadura, como para modificar el proceso y trazarle otro derrotero, porque
sus consecuencias han afectado a todas o amplias capas de la población; después de sucedidas
sería socialmente imposible no tomarlas en cuenta, ni siquiera en forma inconsciente.
Conscientemente, deberán tomarlas en cuenta no solamente quienes luego realicen la tarea de
investigar ese período, lo cual únicamente podría significar haberse ganado una mención en
49
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. Diccionario de la lengua española. Espasa, Madrid, vigésima segunda
edición, 2001. Tomo II, página 1219. Cotejada con dos ediciones anteriores.
46

los libros de Historia, sino fundamentalmente quienes viven en ese medio social, porque a
partir de los acontecimientos considerados, esa sociedad ya no podrá evolucionar de la misma
manera, a como lo hubiera hecho si esas acciones no se hubieran llevado a cabo, incluso
aunque esas transformaciones no hayan sido registradas como medulares por quienes las
experimentaron.
También comporta un importante equívoco la expresión “hacer Historia”, la cual puede
denotar investigar, exponer y explicar el pasado humano por una parte, mientras por otra
significa la realización de acciones, cuya trascendencia social llega a producir modificaciones
de tal magnitud en la evolución posterior de esa comunidad, como para constituirse en un
condicionante de la forma de actuar de esa gente durante un prolongado lapso a partir de ese
momento. Cuando en un mitin político, un orador dice: “estamos haciendo historia”, se refiere
inequívocamente a la trascendencia de las acciones realizadas en ese momento. Puede haber
quienes no estén de acuerdo en la magnitud de esa importancia.
El diccionario no lo menciona, pero también suele utilizarse el vocablo como sinónimo
de “argumento”, cuando este último significa “asunto o materia de que se trata en una obra”,
generalmente de carácter narrativo, es decir: desarrollo argumental.
Como vemos, muchas acepciones están ligadas a ciertos valores. “Acontecimientos
pasados y dignos de memoria”, es algo relativo a los valores de cada uno. Personajes y pasajes
de la Antigüedad greco-romana han exaltado figuras políticas y especialmente militares.
Cuando se habla de esa época, casi toda persona formada en la cultura occidental conoce, o ha
oído nombrar, a Alejandro, Julio César y algunos más. Sobre ellos se han escrito libros y
filmado películas. Ambos fueron militares y de allí les vino la “gloria”. Sin embargo, casi
nadie oyó hablar de Pericles. Estando en la secundaria superior, leímos un texto de Charles
Seignobos donde se relataba una anécdota de ese personaje en su lecho de muerte.
Sus amigos, reunidos en torno suyo, evocaban sus obras en Atenas. En cierto
momento, Pericles ya moribundo dijo: ‘Habéis olvidado lo más importante de mi obra’. Todos
se sorprendieron y preguntaron ¿qué era? Entonces contestó: ‘Fui durante una década estratega
de Atenas50 y nunca por mi culpa llevó luto un ciudadano ateniense’51.
Evidentemente, Pericles manejaba valores diferentes y otro sentido de la
responsabilidad hacia sus soldados y gobernados. Me sorprendió e impresionó esa valoración,
la sentí y la sigo sintiendo más importante a las “hazañas de Julio César y Alejandro Magno”,
al punto de recordarla todavía, luego de cincuenta y siete años. En estos tiempos, unos pocos
valoran por encima de todo la defensa de la vida humana como Pericles. La mayoría parece
indiferente ante la muerte.
La falta de precisión en muchas acepciones podría superarse fácilmente si el contexto
en el cual se utiliza fuera inequívocamente claro y preciso, pero lamentablemente, como ya
adelantamos al detenernos en algunas expresiones, esto no suele ocurrir. La antigüedad de la
palabra y las diferentes maneras de encarar la disciplina a lo largo de los siglos fueron
agregando nuevas acepciones sin eliminar las anteriores; pero no se detiene allí el problema,
pues asociado a algunos antiguos significados han persistido ciertas ideas totalmente
inadecuadas para nuestra época. Su permanencia en la mentalidad colectiva es consecuencia
de la falta de reflexión, análisis y también del desinterés de la Real Academia española de la
lengua, lo cual incluye a varios especialistas en la materia. Iniciaremos el estudio rastreando

50
Estratega era el cargo más alto en el gobierno de Atenas en esa época.
51
La cita no es textual.
47

los orígenes y la evolución del vocablo, lo cual, creemos, nos permitirá explicar algunos
hábitos todavía vigentes.
2.2 – ORIGEN. Según Shotwell, la mención conocida más antigua, hasta este
momento, de algún término relacionado con la voz “HISTORIA” usada en la actualidad, se
encuentra en el canto XXIII de La Ilíada de Homero. La filología moderna ha establecido
como fecha para la primera versión escrita de la obra, un lapso entre finales del siglo IX y
principios del VIII anteriores a nuestra era. Como a nuestro parecer, al exponer este origen,
Shotwell otorga a la palabra significados relacionados con lo conocido en la actualidad acerca
de su evolución posterior, también con el sentido tenido para los griegos de dos o tres siglos
más tarde, pero no claramente desprendidos del pasaje citado, creemos necesario reproducirlo
y examinarlo.52
El canto XXIII está destinado a relatar los funerales de Patroclo, organizados por su
amigo Aquiles. Entre los juegos realizados durante la ceremonia se incluye una carrera. A lo
largo de su desarrollo, Ayax e Idomeneo discuten acerca de quien marcha a la cabeza de la
misma. Para terminar con la discusión, el segundo propone: “Apostemos un trípode o una
caldera y nombremos ÁRBITRO a Agamenón”.53 La palabra “árbitro”, es la traducción dada
en castellano al término griego Iστωρ. En grafía latina se representa como Istor. Aunque
hasta dos siglos más tarde no conocemos testimonios escritos señalándonos la existencia de
otros significados, Shotwell y algunos de sus seguidores “descubren” en esa acepción la
implicación de otras nociones cuando dicen:

[juez o árbitro es él] …hombre sabio versado en las costumbres de la tribu y


que puede resolver el derecho del caso “indagando” en los hechos, [por lo
cual también lo asimilan a] buscadores de la verdad, (…) investigadores,
etcétera.54

Entendemos todos estos “agregados” a los términos “historiador”, “árbitro” y “juez”,


influidos por significados válidos en tiempos posteriores, aunque quizá no conceptuados
exactamente de la misma manera en la época referida por la obra literaria. Por ejemplo, se
propone nombrar juez a Agamenón, el cual no fue conocido como el más sabio o el más
versado, tampoco como alguien con los sentidos más aguzados, sino como el más poderoso.
En la Antigüedad, la Edad Media y los inicios de la modernidad, el poder no se concebía
dividido y la impartición de justicia era uno de sus atributos naturales, lo cual nos permite
dudar de todas las extensiones atribuidas al significado de la voz “árbitro”. Si era necesario
emitir un fallo sobre cualquier acontecimiento, Agamenón era quien poseía la más alta
potestad requerida para hacerlo. No podemos perder de vista ciertas circunstancias: aunque la
justicia era una facultad del poder, tal característica no otorgaba automáticamente a los
poderosos las cualidades de justos, versados o ecuánimes. La fama de Salomón, respecto a este
punto, puede ser un indicio de lo poco frecuente de esas características entre los poderosos,
aunque, por su jerarquía, fueran los encargados de impartir justicia.
Tal vez, esta relación inicial entre el “Istor” y la justicia constituya el origen de una
concepción según la cual, el saber histórico está asociado con algo parecido a un tribunal, una
de cuyas funciones sería juzgar las acciones de los hombres y las sociedades del pasado. Más

52
James Thomson SHOTWELL, Historia de la Historia en el mundo antiguo. F.C.E., México, primera edición
1940. Primera reimpresión 1982. Páginas 21 y 186. Primera edición original en inglés 1939.
53
HOMERO. La Ilíada. Porrúa, colección Sepan cuantos… N° 2. México, décima cuarta edición, 1971.
54 James Thomson SHOTWEL, Op. cit. Página 186.
48

adelante señalaremos el absurdo de esta concepción y su posible responsabilidad en la


aparición de una de las acepciones actuales de la palabra, derivada de la necesidad de dar
coherencia lógica a esa convicción.
Muchos historiadores han padecido confusión respecto de este problema, lo cual ha
conducido a la proliferación de adjetivos condenatorios o exaltantes en sus obras,
induciéndolos a una división de las personas y grupos en buenos y malos. En apoyo de ellos, y
de una visión equivocada y absurda de la disciplina, acude la “Historia” impartida
generalmente en los estudios primarios y secundarios, cuya finalidad principal es introducir en
la mente de los alumnos, valores considerados positivos por el grupo dominante, aunque eso
implique no exponer fielmente lo ocurrido a los seres humanos y/o intentar su explicación.

2.3 EVOLUCIÓN POSTERIOR. Por un largo período no tenemos testimonios de


la utilización de la palabra hasta el florecimiento intelectual griego iniciando en el siglo sexto.
2.3.1 Grecia. Dos siglos después de cristalizada la obra homérica en un texto escrito,
la palabra HISTORIA aparece utilizada por un grupo de estudiosos surgidos y florecientes en
las ciudades jónicas de la parte asiática griega, cuyos afanes culminaron en la obra del “padre”
de la disciplina. “Esta es la exposición de las INVESTIGACIONES de Herodoto de
Halicarnaso…” comienza el ahora considerado primer libro de la materia. Destacamos la
palabra “investigaciones” porque es la traducción de la voz Ϊστωρια trasladada a nuestra
grafía e idioma como “HISTORIA”. Buscando mayor precisión, Topolsky señala y analiza las
cinco apariciones del término a lo largo de toda la obra. De allí deriva su significación como
“encuesta, entrevista, interrogatorio de un testigo ocular”. En forma similar, Huizinga lo había
formulado como “aquello que llega a saberse preguntando“.55
La frase citada más arriba, dando comienzo al trabajo de Herodoto, diferencia
claramente la investigación o Historia, de la exposición de los resultados. Todavía en el siglo
XX, algunos estudiosos mantienen esta división56; sin embargo, las modernas disciplinas de
conocimiento normalmente investigan acerca de su objeto de estudio con la finalidad de dar a
conocer los resultados. El conocimiento realmente lo es cuando se socializa, cuando puede ser
refutado o aprovechado por el resto de la sociedad. Manteniéndolo en secreto desaparece junto
con quien lo generó. La llegada de grupos normandos a las costas de América mucho antes de
1492, aunque ha sido corroborada fehacientemente, no se considera su descubrimiento por los
europeos, entre otras cosas, porque como conocimiento de la existencia de estas tierras se
perdió, quedó circunscrito al grupo autor de la acción, el cual parece no haberle otorgado
mayor importancia. Una de las características atribuidas a las ciencias modernas es
precisamente ser comunicable, “no es inefable, sino expresable, no es privada sino pública “57.
Sea o no ciencia, esta característica es claramente compartida por el conocimiento histórico.

55
HERODOTO. Los nueve libros de la historia. Antología de Natalia Palomar Pérez. México, 1983, página 5.
La traducción es de María Rosa Lida. Otra traducción a cargo del P. Bartolomé Pou I.S. publicada por Porrúa
en la colección “Sepan cuantos…” N° 176 reza: “La publicación que HERODOTO DE HALICARNASO va a
presentar de su historia…” Jerzy TOPOLSKY. Metodología de la historia. Cátedra, Madrid, 1995, página 48.
Johan HUIZINGA. El concepto de la historia y otros ensayos. F.C.E., México, primera reimpresión, 1977.
Página 90.
56
Por ejemplo Jorge Luis CASSANI y Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI. Del Epos a la historia
científica. A’baco de Rodolfo Depalma, Buenos Aires, quinta edición, revisada y aumentada, 1980, páginas 38
a 42; Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI lo reafirma en Algo más sobre la historia. A’baco de Rodolfo
Depalma, Buenos Aires, segunda edición, 1979, página 24. También en SHOTWELL, op. cit. y Jerzy
TOPOLSKY, op. cit., en el cuadro presentado en la página 52
57
Mario BUNGE, La ciencia: su método y su filosofía. Siglo XX, Buenos Aires, 1980. Página 22.
49

Por esto, la distinción señalada, ya no es tenida en cuenta mayoritariamente. Investigación y


exposición de resultados son dos aspectos de una misma actividad, dos fases del trabajo de una
disciplina de estudio, de un conocimiento. Si ahora no nos parece relevante la distinción entre
esos pasos, en el Siglo V antes de nuestra era, en Grecia, evidentemente sí se consideraba y
practicaba. Recién al final del período, Polibio, el último de los grandes historiadores griegos,
al decir de Shotwell, utilizó la palabra refiriéndose a ambas actividades indistintamente. Esto
ha dado pie para la traducción del vocablo como “investigación”, “pesquisa”, “indagación” o
término semejante.58
Encontramos entonces la primera variación en el significado del término: de designar
un arbitraje, pasa a referirse a una indagación. Con el tiempo, la costumbre la circunscribió a
aspectos vinculados a las sociedades humanas. Algunos pasajes de la obra de Herodoto,
parecieran querer explicar fenómenos naturales aparentemente ajenos a la existencia humana.
No es así, por afectar la vida de los seres humanos, se incluyen esos pasajes para explicar
características culturales peculiares de ciertos pueblos.
La pesquisa de Herodoto era muy amplia y abarcaba aspectos geográficos, ideológicos,
sociales, económicos y, por supuesto, políticos y militares. En este sentido, su obra también ha
sido considerada como el primer trabajo antropológico. Pero en esa diversidad de intereses, el
de Halicarnaso no tuvo seguidores hasta muchos siglos más tarde.
El camino recorrido por los trabajos posteriores, en las centurias inmediatas, fue el
trazado por Tucídides. Si desde el punto de vista valorativo, la inútil polémica acerca de la
superioridad de uno u otro no ha tenido definición desde su aparición y no se avizora
perspectiva de tenerla en el futuro, tomando en cuenta la amplitud del campo de indagación,
no es discutible la considerable reducción de los intereses de la disciplina llevada a cabo por el
ateniense. Su historia se ocupa exclusivamente de actividades políticas y militares, con las
cuales personalizó la evolución social. Este empobrecimiento gozó de un éxito muy
prolongado: durante más de veinte siglos se identificó al conocimiento histórico casi
exclusivamente con esos niveles de análisis. En ese momento se produjo la primera
transformación del significado de la actividad del historiador.
Una diferencia con nuestra concepción actual llama poderosamente la atención y
merece ser destacada: aquellos primeros historiadores llamaban “Historia” a la indagación
realizada interrogando a otros seres humanos o a lo visto y constatado por ellos mismos. Esta
particularidad, si bien necesaria para evitar las afirmaciones sin fundamento y las
explicaciones sobrenaturales, limitaba tremendamente el desarrollo temporal de sus trabajos:
sólo podían referirse al corto tiempo abarcado por la memoria de sus contemporáneos. El
origen de esta actitud radicaba en su desconfianza hacia las tradiciones. El más importante de
los logógrafos y antecedente inmediato de Herodoto, inicia su exposición con estas palabras:
“Hecateo de Mileto habla así: Yo escribo lo que creo ser verdad; porque las historias de los
griegos son diversas y me parecen ridículas”59. Si por un lado fueron muy perspicaces en el
análisis de los testimonios orales, por el otro no contaron con elementos críticos para la
evaluación de la autenticidad y veracidad de los documentos antiguos; por esta razón, cuando
refieren relatos acerca de acontecimientos lejanos en el tiempo, sobre los cuales es imposible

58
Llama la atención la insistencia de los tratadistas en el término “pesquisa”. Sospechamos la atribución
inconsciente de una posible relación o identificación del mismo con la función judicial: “juez pesquisidor” era
“El que se destinaba o enviaba para hacer jurídicamente la investigación de un delito o reo” según el diccionario
citado, en su tomo 2, página 1210.
59
James Thomson SHOTWELL. Op. cit. Página 189, sin datos del original.
50

la existencia de un testigo presencial vivo, no los llaman “Historia”, sino “logoi”, es decir,
“dichos”.
Los romanos mantuvieron ese sentido. Tácito llamó “Historia” a sus testimonios sobre
lo visto personalmente, pero a sus escritos sobre períodos anteriores a su tiempo los designó
con la palabra “anales”. Según Topolsky, tampoco en la Edad Media la palabra era utilizada
para los relatos de cosas antiguas, 60 sino para mencionar algo reciente, estático, corto
temporalmente y no limitado a actividades humanas. Esa y otras restricciones metodológicas
de los primeros historiadores, pueden consultarse en la obra citada de Jorge Luis Cassani y
Antonio J. Pérez Amuchástegui.61
Otra característica introducida por la obra de Tucídides, con mucho éxito en el futuro,
fue el cuidado por la calidad de la escritura y la dosificación de los elementos dramáticos, a fin
de mantener activa la atención del lector. Tal vez este aspecto haya constituido al ateniense en
el modelo de la mayor parte de los historiadores posteriores, relegando el trabajo de Herodoto
a un segundo plano. Esta peculiaridad ubicó la disciplina como un género literario. Todavía
hoy, luego de veinticinco siglos, sigue pesando sobre la Historia la carga de esta
conceptuación: muchos estudiosos la consideran un arte, al menos en cierta medida, con lo
cual le adjudican un estatuto cognoscitivo intermedio y ambiguo. En otro trabajo nos hemos
extendido sobre este tema.62
Aquí interesa destacar cómo, toda forma de conocimiento auténtica es susceptible de
ser compartida. Participar de un conocimiento junto con otros seres humanos implica maneras
de comunicación. Entre los humanos contemporáneos, la forma de comunicación por
excelencia ha sido el lenguaje oral y entre las generaciones, el lenguaje escrito; por lo tanto, en
los últimos dos mil años, el conocimiento se ha trasmitido preferentemente por esta última vía.
Nadie considera a la física como un género literario porque Galileo, Newton y todos los
grandes innovadores en esa disciplina hayan trasmitido sus descubrimientos en forma escrita.
Los únicos requisitos exigibles al historiador son claridad y precisión, también exigidos a
quienes exponen conocimientos de cualquier otra índole. Es absurdo ubicar a la Historia en
una posición intermedia, entre dos vertientes diferentes igualmente importantes, una
emparentándola con la ciencia y otra ubicándola en el arte, por el simple hecho de exigírsele al
historiador la transmisión por escrito de los resultados, siendo esa obligación igual para todos
los científicos.
Por otra parte, esa oposición entre ciencia y arte requeriría un fundamento más claro y
contundente, porque en varios aspectos sus diferencias no son tan nítidas. Si la historia es
ciencia o no, intentaremos dilucidarlo en el próximo capítulo; pero con relación a sí es arte o
no, tomando en cuenta los argumentos utilizados para responder afirmativamente, nos parece
un contraste vacuo y, por lo mismo, nos inclinamos por la negativa.
Una prueba adicional: muchos de quienes sustentan la posición afirmativa incluyen a
Polibio como uno de los más importantes cultivadores de ese género en la Antigüedad,
incurriendo luego en aparente contradicción, pues reconocen las deficiencias de su escritura y
hasta la necesidad de un esfuerzo considerable para el entendimiento de sus discursos. Al no
haber cumplido con un requisito constituyente (la mitad “artística” de la disciplina, según

60
Jerzy TOPOLSKY. Op.cit., página 49.
61
Jorge Luis CASSANI y Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI. Op. cit. Páginas 57 a 60.
62
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. La naturaleza del conocimiento histórico. UAEM, Toluca, 1994. Páginas
99 a 102.
51

ellos) no debió haber sido ubicado entre los “grandes historiadores”. Sin embargo, hasta ahora
a nadie se le ocurrió proceder de semejante manera.
2.3.2 La orientación romana. La creatividad griega se manifestó en múltiples
campos de la actividad humana: en el arte, la ciencia, la epistemología, los ejercicios físicos, la
reflexión filosófica, etc. La historia no fue una actividad privilegiada. Tomando en cuenta la
cantidad y la calidad de quienes dedicaron sus energías vitales al cultivo de nuestra disciplina,
llama la atención su exiguo número, al menos si los comparamos con quienes se dedicaron al
estudio de la filosofía y el arte; pero además, son menos aún quienes lo hicieron con la
perspicacia, la vocación y la brillantez característica de los mejores artistas y filósofos.
Excepto Herodoto, Tucídides y Polibio, el resto de los historiadores griegos carecen de la
relevancia intelectual necesaria para dar a sus nombres la popularidad gozada por múltiples
pensadores y creadores dedicados a otras actividades. Encarada como vocación, sólo del
primero tenemos indicios de una elección libre; de dedicarse a la historia como forma de
realización personal. Tucídides fue un exilado político, buscaba en la confección de su obra un
sucedáneo a la frustración por la imposibilidad de actuar en el campo de su preferencia.
Polibio, finalmente, fue un prisionero de guerra esclavizado, cuya obra histórica se realizó por
encargo de sus amos romanos: los Escipiones.
Entre los romanos la situación fue diferente. Mucho más limitados en el vuelo de su
pensamiento, no dejaron en la actividad artística, ni nombres como Mirón, Praxíteles o Fidias,
ni creaciones como el Partenón, el Discóbolo o la helenística Victoria de Samotracia.
Tampoco en la dramaturgia crearon obras equiparables a las de Esquilo, Sófocles, Eurípides o
Aristófanes. Filósofos y científicos son irrelevantes repetidores de los maestros griegos. La
mayor cuota de talento desplegada por los romanos se volcó en la política práctica y las
disciplinas jurídicas; durante muchos siglos, ambas fueron asociadas con el cultivo de la
Historia, lo cual se evidencia en la mayor cantidad de historiadores producidos. Si por nuestras
pautas valorativas actuales no les adjudicamos una trascendencia equiparable a la de sus
predecesores griegos, no podemos ignorar otras épocas en las cuales fueron considerados los
máximos exponentes del género en toda la Antigüedad y los ejemplos más dignos de ser
imitados por encima de cualquiera de los maestros griegos. Esto fue muy acusado durante el
Renacimiento.
Según Gubernatis, la dedicación latina a la historia está relacionada con el carácter
conservador de aquel pueblo, con un sentido muy precoz de su destino, del papel a
desempeñar en el mundo, lo cual les sugirió o impuso un matiz

grandilocuente a todas sus narraciones históricas. [Para Gubernatis] ningún


pueblo, tal vez, sintió como el romano la necesidad de consignar para la
posteridad un documento solemne de sus gestas.63

actitud también manifestada en su inclinación por los monumentos públicos y los epígrafes.
En la actualidad, ciertas características de su producción son consideradas “desviaciones” o
“retrocesos”. Un filósofo e historiador del siglo XX sostiene: “…no pudieron (…) liberarse del
preconcepto de que la historia debe tener un fin edificante y, sobre todo, pedagógico”, lo cual
obligaba a esos historiadores, no solamente a no considerar una falta o un acto inconveniente
el inventar discursos o incluir conscientemente falsificaciones, sino además, a reputarlo

63
Ángel de GUBERNATIS. Historia de la historiografía universal. C.E.P.A., Buenos Aires, 1943. Páginas 103
a 106.
52

correcto, a considerarlo parte de su “cumplimiento de la obligación de enseñar y aconsejar”,


finalidad primordial de la disciplina. 64 Este pragmatismo de la historiografía romana se ha
perpetuado hasta nuestros días en la forma de enseñar la materia en las escuelas primarias y
secundarias, en general. Es lo llamado “historia cívica” o “historia de bronce” por la mayoría
de nuestros historiadores. Algunas de sus características han sido señaladas por Luis González
y González:

…aspira a la recuperación de los valores del pasado en provecho del aquí y


ahora: busca en adultos de otras épocas la lección para los menores de hoy;
añade adrede la moraleja a la descripción de obras y al relato de vidas
pasadas; quiere dotarnos de un proyecto vital por medio de un repertorio de
exempla de grandes hombres y de hechos hazañosos. En otros tiempos se le
utilizó en la industria hacedora de santos; hoy se usa más en la industria
encargada de hacer héroes nacionales. Antes se llamó curso de moral por
ejemplos; ahora podría decírsele curso de patriotismo por ejemplos.65

A esa característica debemos combinarla con la exacerbación del carácter literario


derivado de Tucídides. Entre ambas, desplazarán al desván de las antiguallas la preocupación
por la verdad, tan cara a Herodoto, como asimismo, quedará relegado su espíritu crítico. En
ese período hubo algo gracioso y llamativo: mientras más relegaban la verdad en sus obras,
mayor era la frecuencia de sus declaraciones de adhesión a la misma. Según Collingwood, el
“derrotismo respecto a la exactitud en la labor histórica” se deriva del “substancialismo”
propio de griegos y romanos; “a los acontecimientos, en cuanto que eran puramente accidentes
transitorios, se les consideraba incognoscibles”,66 por lo cual, la fidelidad a los mismos era
algo totalmente intrascendente y secundario. Condenar esa actitud desde una escala de valores
propia de nuestra época, con opiniones como la siguiente:

…omitían, deformaban o subvertían los hechos en aras de la mayor gloria de


Roma (…) exageran cifras, ponen en juego lo fantástico y lo milagroso, (…)
abultan el número de los ejércitos adversarios, exageran el valor, la fuerza y
hasta el tamaño de los enemigos vencidos, ponen en boca de generales y
estadistas discursos imposibles, trasladan al remoto pasado sucesos
recientes.67

es estéril. Tal enjundia, por lo menos, parece infantil.


Semejante apreciación cobra validez únicamente desde posiciones epistemológicas
divergentes; la nuestra ubica a la verdad como el valor supremo al cual es necesario supeditar
todos los demás, la única fuente para obtenerla son los testimonios de la actividad pasada. No
debemos perderlo de vista. En la historia de las concepciones historiográficas esta manera de
encarar la disciplina ha sido aceptada en períodos reducidos; otras épocas tuvieron otros
valores, otras prioridades y otras fuentes donde encontrar la verdad. Todavía en el siglo XX ha
habido quienes no han dudado en utilizar los recursos de las modernas técnicas para
implementar falsificaciones con el fin de dar validez a posiciones filosóficas o religiosas,

64
Benedetto CROCE. Teoría de la Historia y de la Historiografía. Escuela, Buenos Aires, 1955. Páginas 159 y
160.
65
Luis GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ. Nueva invitación a la microhistoria. SEP/80-FCE, México, 1982. Página
10.
66
Robin George COLLINGWOOD, Idea de la historia. F.C.E., México, cuarta reimpresión, 1972, página 52.
67
Jorge Luis CASSANI y Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI., Op.cit, páginas 79 y 80.
53

como fue el caso del “descubrimiento” del hombre de Piltdown en 1911.68 Si la demostración
de la gloria y la predestinación de Roma era el valor más importante en aquella época,
lógicamente los demás debían supeditársele.
Menos reproches podemos hacerles todavía cuando en nuestra época, a pesar de
declarar a la verdad como el valor supremo, en los años formativos se imparte una concepción
de la Historia como la caracterizada tan ajustadamente por Luis González y González, recién
vista. De todas maneras, nuestras incongruencias no pueden servir para justificar las de otros,
pero, aunque esto no fuera así, aunque en la actualidad la Historia no fuera utilizada para otros
fines distintos del conocimiento de la verdad, ¿podemos, desde nuestros valores, reprocharle a
otra época haberlos tenido diferentes? La sola enunciación de la pregunta pone de manifiesto
la tontería del planteamiento. Para griegos y romanos lo importante eran las “esencias” eternas
e inmutables. La anécdota diaria del actuar humano era completamente secundaria, carente de
interés.
Adicionalmente, el concepto de verdad es algo bastante problemático. En el capítulo
quinto analizaremos y veremos la ausencia de consenso también respecto a ese tema.
2.3.3 El cristianismo. Para los historiadores de la historiografía, el grupo humano
de la Antigüedad con el sentido histórico más desarrollado fue el hebreo, aunque no hayan
inventado la disciplina tal como la entendemos ahora, ni la palabra con el sentido utilizado por
nosotros. Su libro sagrado, el Antiguo Testamento es considerado y analizado como un libro
donde se relatan aspectos del proceso histórico de esa etnia. Una considerable parte de la
concepción histórica sustentada por las poblaciones organizadas de acuerdo a las pautas de la
civilización europea occidental, procede de ese venero. Junto con los griegos, fueron los dos
universos culturales de la Antigüedad con mayor influencia sobre nuestro desarrollo
intelectual. El intermediario entre una de esas fuentes y nosotros fue el cristianismo.
Surgidos en el ámbito hebreo como una secta más, todos los primeros cristianos fueron
judíos. Recién con la aparición de Pablo de Tarso, aquella secta del judaísmo se transformó en
una religión autónoma, con más éxito entre los gentiles del alcanzado entre los propios judíos.
A diferencia de los acompañantes de Jesús, Pablo era originario de la diáspora, la dispersión,
comunidades judías establecidas alrededor del Mar Mediterráneo, fuera del territorio donde se
había asentado el pueblo de Israel diez siglos atrás.
Formado en una ciudad de la Grecia Asiática, en el seno de una familia materialmente
acomodada, tuvo acceso a un conocimiento muy afinado del mundo intelectual de tradición
griega, como también, claro está, a un manejo eficiente de los fundamentos culturales
característicos de su propio pueblo, incluido un amplio conocimiento de su religión.
Difícilmente pueda personalizarse mejor en otro individuo, uno de los dilemas filosóficos
constitutivos del sustrato constante en la evolución del pensamiento occidental; nos referimos
a la tensión entre la razón y la lógica griegas por un lado, basadas en el principio de identidad
y en las esencias eternas e inmutables, y la conciencia histórica hebrea por el otro, afianzada
en el concepto de evolución, de cambio, de desarrollo progresivo a partir de un comienzo, y su
confianza en un fin ubicado en el futuro.
Pero el cristianismo era una fe. Pablo acentuará esa característica, lo cual no constituirá
un incentivo para la investigación; ésta requiere una actitud desconfiada y un agudo sentido
crítico. En este aspecto, la historiografía cristiana, juzgada desde los parámetros valorativos de
nuestra época, siempre pecará de credulidad, de exceso de confianza y significará un

68
Un sintético relato de este asunto puede consultarse en Camille ARAMBOURG. La génesis de la humanidad.
Eudeba, Buenos Aires, cuarta edición, 1971. Páginas 136 a 138.
54

“retroceso” con relación a sus predecesores griegos. La participación de ángeles, demonios y


la providencia en los acontecimientos humanos, retrotrajeron los estudios históricos a la época
de los logógrafos, predecesores de Herodoto.
En los primeros siglos de nuestra era, no se produjeron obras historiográficas
conocidas de orientación cristiana, lo cual, siguiendo a Shotwell, era lógico: aquellos seres
humanos creían en la inminencia del fin de los tiempos, actitud poco propicia para el interés en
dejar constancia, registros de la evolución presente o el afán por mantener el recuerdo de la
experiencia pasada. Recién dos o tres siglos más tarde, la confianza en la inmediatez del
apocalipsis fue cediendo terreno a una actitud más apacible y resignada, al propiciar el interés
por el mundo terrenal, donde estaban inmersos y en el cual debían realizar sus esfuerzos para
alcanzar la felicidad en la otra vida.
La historiografía cristiana surge portando ciertas características basadas en sus
principios. Debido a ello, muchos filósofos e historiadores de nuestra época la han
descalificado. Shotwell, por ejemplo, sostiene:

la religión, cuando está originada en el desastre, o bien falsifica las


realidades apelando a una fe que descubre la victoria en la derrota, o bien
debe refugiarse en el dominio del espíritu, donde los tributos del mundo, su
enemigo, son vistos con indiferencia o con desprecio.

Para agregar en la siguiente página:

[fue] una calamidad para la historiografía que las nuevas normas lograran
dominar la situación,

Porque en lo relativo al pasado, Pablo fue tan judaizaste y exclusivista como los
antiguos profetas y a su influjo se sancionará el mismo esquema del proceso histórico
conservado por los judíos. En estos aspectos cifra el autor el empobrecimiento del sentido
crítico, porque, a diferencia de los paganos, si un cristiano dudaba de la versión oficial del
pasado, cometía sacrilegio; concluyendo: “cuando la creencia en la inmortalidad estaba ligada
a la aceptación de un esquema de la historia, esta aceptación estaba asegurada”.69
Benedetto Croce destaca ciertas “virtudes”, como la incorporación del concepto de
espíritu y la ampliación del horizonte implicada en él. A partir de allí, la historia lo será del
género humano y ya no de un pueblo determinado. Pero también señala algunos “retrocesos”,
como el dogmatismo, la recaída en la mitología fomentada por la credulidad, el ascetismo
despreciativo de la peripecia concreta de los humanos, debilitando la individualización de los
procesos hacia los cuales se manifiesta indiferencia; todo esto tiene una culminación en el
ejemplo de Agnello, biógrafo de la vida de los obispos de Ravena, quien luego de confesar no
poseer ningún dato sobre alguno de ellos, concluía afirmando su creencia en no haber faltado a
la verdad. Para este bien inspirado señor, lo importante en sus personajes era haber llegado a
tan alta dignidad, algo imposible si no hubieran llevado una vida ejemplar. La anécdota
específica era algo totalmente irrelevante y secundario. Inclusive, podemos atisbar una
confianza rayana en la fe, según la cual la divinidad guiaría su mano, impidiéndole faltar a la
verdad pues su intención era loable. En este caso, además de otras cosas, nos separa de
Agnello un concepto diferente de la verdad y un criterio distinto acerca de las fuentes donde
podemos encontrarla. Mientras nosotros la buscamos en el análisis crítico de los documentos,

69
SHOTWELL, Op.cit., páginas 351 a 353.
55

él sólo la concebía en la Revelación Divina. También es diferente la valoración de los actos


humanos, su importancia y su relación con “lo inmutable”. Las peripecias concretas de los
seres humanos eran manifestaciones particulares de la voluntad divina, general y eterna.
Evidentemente, la última era lo más importante, mientras las anteriores se volvían irrelevantes.
Si en el relato de una vida desconocida había partes no concordantes exactamente con lo
ocurrido, eso no era algo significativo ni inquietante; donde debía ponerse todo el cuidado y la
atención era en la interpretación de la voluntad divina, porque eso sí era esencial.
En nuestra época valoramos mucho la fidelidad a los procesos concretos; para nosotros
son la base de donde extraer generalizaciones explicativas. Para la teoría del conocimiento
contemporáneo, cuando una generalización entra en conflicto con la anécdota concreta, con lo
acontecido, es necesario rectificar la generalización, allí es donde debemos ubicar el error. En
cambio, aquellos cristianos entendían conveniente o necesario rectificar lo acontecido porque
les era inconcebible contradecir la voluntad divina, o lo reputado como tal. Lo anterior puede
parecer una censura pero no es así, repetimos: ¿Podemos juzgar a aquellos hombres,
basándonos en nuestras convicciones actuales? ¿Estamos tan seguros de la superioridad de
nuestras creencias sobre las suyas? En todo caso, el propio Croce nos auxilia con dos
observaciones precisas:

…todo pensamiento histórico (…) es siempre adecuado al momento en que


surge e inadecuado al momento sucesivo [para completar más adelante] Tal
como la historiografía antigua, la cristiana respondió a los problemas que se
propuso, pero no respondió, porque no se lo propuso, a los otros problemas
que sólo se presentaron después.70

La oposición es igual a la producida entre la filosofía y la historia griegas, con una


diferencia: ahora toma carácter de dogma religioso y se hace mucho más dura, rígida y
enconada.
Por otro lado, no deja de ser interesante una observación de Topolsky: la voz
“historia”, sobre todo en plural, fue muy “usada en la Edad Media para referirse a los sucesos
‘sagrados’ descritos en el Antiguo y Nuevo Testamento”.71
Diez o doce siglos fueron mucho tiempo; algunos autores resaltan diversidades en el
desarrollo de esa historiografía y marcan períodos. Para los fines de este trabajo nos son
indiferentes, detenernos en ellos no contribuiría a reforzar la argumentación. Nuestro objetivo
es poner de manifiesto cómo cada época ha considerado a la Historia en forma distinta, lo cual
nos previene contra la inclinación a absolutizar nuestra conceptualización, a juzgar desde
nuestra perspectiva la forma de encararla de las épocas precedentes. Por esta razón, tampoco
mencionamos en este período las historiografías bizantina, musulmana, oriental y americana,
porque sus características aparecen, con distinta cronología, en otras épocas de la evolución de
la occidental y cristiana heredada.
2.3.4 El Humanismo. Seguramente, muchos elementos coincidieron en la tarea de ir
socavando los cimientos del pensamiento cristiano medieval, pero sin duda, uno de los
protagonistas, quizá inconsciente, en esta labor de zapa, fue Francisco de Asís, no casualmente
hijo de un burgués. Renegó de las actividades de su padre y propuso la creación divina, como
lo único accesible a los seres humanos para intentar un conocimiento más profundo de dios.
Eso promovió, al menos entre sus seguidores, pero no solamente en ellos, un cambio en la

70
Benedetto CROCE. Op.cit., Páginas 163 a 181. Las citas en 163 y 169.
71
Jerzy TOPOLSKY. Op.cit., página 50.
56

dirección de la mirada, una nueva manera de enfocar el problema. No servía contemplar


insistentemente el cielo, en espera de percibir señales de la divinidad, era necesario bajar la
vista y mirar a su alrededor la creación divina. Así comenzaron a fijar su atención en las cosas
terrenales.
En el monasterio Franciscano de Oxford, en Inglaterra, esta actitud estimuló las
primeras críticas a la ciencia antigua y, particularmente, a la obra aristotélica; también
promovió los primeros elogios modernos a la experimentación y, en definitiva, los tímidos
inicios de la ciencia moderna. Roberto Grosseteste y su discípulo, Roger Bacon, fueron de los
primeros en insistir en la exclusividad de los métodos experimentales para alcanzar la verdad.
Mirando en torno suyo, inevitablemente encontraron a sus semejantes. Según el dogma
judeo-cristiano, en el contexto de la creación, el hombre tenía un lugar privilegiado por ser el
único ser vivo hecho “a imagen y semejanza” del creador. Su naturaleza participaba de dos
vertientes: si por un lado era criatura, como todas las demás especies, también era creador,
como dios. Al comienzo y durante mucho tiempo, para muchos humanistas, el interés por el
hombre y sus creaciones, fue un interés renovado por conocer a dios, como claramente lo
expresa Pico della Mirándola en la Oratio, luego conocida como el Manifiesto Humanista.72
Esta transformación de la mentalidad, el nuevo interés por este mundo, por la realidad
circundante y por el ser humano es simultánea con el surgimiento y desarrollo de la burguesía.
Dentro del mismo proceso se incluye el ascenso del materialismo y del individualismo. Sin
dudar de las influencias recíprocas entre todas esas evoluciones, resistimos su jerarquización.
El interés por cuanto los rodea, inevitablemente condujo a aquellos hombres a la búsqueda de
lo ya escrito al respecto. Así fueron encontrando satisfacción parcial a su curiosidad en los
manuscritos de la Antigüedad.
Transformaciones tan amplias y profundas, en la manera de encarar la vida y el mundo,
afectaron todos los campos del pensamiento. La historia no fue una excepción. Ya en el siglo
XIV aparecieron los primeros exponentes de lo más tarde llamado “historiografía humanista”.
En esa época la atención se concentraba en los hombres y sus peripecias reales y no en el plan
divino expresado en esa anécdota. “Eliminaron completamente la idea de que una Providencia
divina, fija, sea el curso de la historia universal”, junto con ella eliminaron la concepción
universalista de la historia medieval, para neutralizar las aspiraciones ecuménicas de la Iglesia
Católica Romana. La influencia e importancia adquirida por las nacientes ciudades-estados, las
búsquedas por relacionarse con otros estados en condiciones de igualdad, vuelven a parcelar el
relato histórico en historias de grupos sociales humanos particulares. Fueter llama a estos
discursos “historia regional” y agrega:

...concuerda (...) con los esfuerzos para someter a los poderes eclesiásticos
de cada país a la soberanía del gobierno territorial. [sin embargo, no hubo
enfrentamiento] La Iglesia Romana no fue atacada, fue ignorada. [Para
concluir...] en sus tentativas por tratar la historia de su propia ciudad como
un desarrollo independiente se expresaba la opinión de la soberanía del
estado moderno.73

Como suele ocurrir cuando los humanos encaran nuevos desafíos, se comenzó a buscar
en el pasado modelos para las nuevas creaciones e intentar enfrentar de esta manera los

72
Sam DRESDEN. Humanismo y Renacimiento. Guadarrama, Madrid, 1968, página 11.
73
Eduardo FUETER. Historia de la historiografía moderna. Nova, Buenos Aires, 1953. Las últimas citas son de
esta obra, tomo I, páginas 26 a 28.
57

desafíos del presente. Como el pasado inmediato era objeto de un rechazo total, se fue más
atrás, retomando las obras de los autores grecolatinos. De allí surgió el equívoco de la
expresión “Renacimiento”, si bien nada renació de aquel lejano pasado; eran dos mundos
diferentes, con necesidades y soluciones distintas, aunque en la superficie pudieran avizorarse
algunas lejanas semejanzas exteriores. Estos humanistas copiaron conscientemente modelos
formales antiguos, pero buscaron eliminar todo ingrediente mitológico en sus narraciones, al
punto de haber sido valorada posteriormente como un “nuevo nacimiento” de la disciplina.
Durante mucho tiempo, siguiendo las opiniones formuladas por ellos mismos, se había
considerado esa secularización como una copia de lo hecho antiguamente por los fundadores
griegos. Más tarde, afinando la observación, se advirtió en los modelos adoptados, no la
semejanza con los autores helénicos, sino con aquellos latinos en los cuales la ausencia del
mito se había debilitado considerablemente. Esto mejoró la valoración actual de esta
característica: “se separan de Tito Livio en cuanto excluyen de su narración toda especie de
prodigios” 74 . Georges Lefebvre otorga tanto peso al ejemplo de los antiguos, como a la
responsabilidad del naciente estado moderno, porque “…cada Estado italiano reduce todo a él
y sólo a él: él es lo único esencial”.75
Sin embargo, en algo sí se vio afectada la nueva creación por este contacto; al tomar
como modelos los mejores escritores latinos, vuelven a ubicar la disciplina dentro de las letras,
como un género literario, tal vez porque los más importantes precursores del movimiento,
Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio, fueron literatos. Uno de los libros más completos
sobre historiografía moderna inicia así: “Como otras ramas de la literatura, la historiografía
moderna arranca del humanismo”.76
En varias oportunidades se han producido estas aparentes rupturas en el desarrollo
histórico; por eso es llamativa la censura de un historiador, como Georges Lefebvre, al
rechazo de los valores medievales por parte de los humanistas, así como su elogio a la mayor
sensatez de los románticos del siglo XIX por haberlos recuperado y puesto “de moda”
nuevamente. 77 Posiblemente los propios románticos se hubieran sentido injuriados al verse
llamados “sensatos”, pero además, independientemente de la imagen de sí mismos tenida por
ellos, tampoco sus analistas los han considerado de esa manera. Una de las características
unánimemente reconocidas de los integrantes de ese movimiento era su extremismo. Su
recuperación de valores medievales surgió de una actitud similar a la de los humanistas, de un
rechazo al pasado inmediato. Por reaccionar contra la razón y la “sensatez” del siglo XVIII
encontraron afinidad con los valores medievales.
Ubicar la historia dentro de las letras, manteniéndola alejada de la filosofía y de la
ciencia, como habían hecho los griegos, acentuó el interés por la retórica, por la forma del
discurso, por el estilo para exponer los sucesos. De la misma manera se retomó el
pragmatismo; se pretendía de la materia la exposición de ejemplos morales y una guía segura
para la formación de políticos y diplomáticos; también se le exigía la exaltación de la
importancia y grandeza de la ciudad-estado objeto de su tarea. Como resultado, se retomó
naturalmente la tendencia a abordar como tema principal, y casi único, la política y las

74
Eduardo FUETER. Op. cit. página 26
75
Georges LEFEBVRE. El nacimiento de la historiografía moderna. Ediciones Martínez Roca, S. A. México D.
F. 1975. Páginas 66 y 67.
76
Eduardo FUETER. Op. cit., tomo I, página 15.
77
Georges LEFEBVRE. Op. cit., página 48.
58

relaciones entre estados. Aunque estas características parezcan copia de los historiadores
antiguos, tienen, en ese mundo italiano de los siglos XV al XVII, un sustento propio.
El ascenso de una nueva clase a posiciones dirigentes, transformó la antigua jerarquía
social. La crisis del siglo XIV, acompañó esa transición al revolucionar el universo espiritual.
La preocupación por el mundo circundante y los bienes materiales, produjeron antagonismos
entre los aspirantes a ejercer el gobierno. Así se impulsó un vigoroso resurgimiento de la
política como actividad privilegiada. El medio en el cual se desarrolló dio coherencia a la
supremacía y casi exclusividad de ese tema en las obras de los historiadores del período. La
mayoría fueron políticos o secretarios y asesores de los gobernantes de su tiempo, Hasta aquí
las similitudes, porque al responder a otra época, también existen sensibles diferencias.
La historia diplomática fue algo nuevo; las relaciones internacionales recién se
iniciaban. El materialismo avanzó inexorablemente; junto a él, la preocupación, no ya por las
“sustancias” eternas e inmutables, sino por lo tangible, lo terrenal, lo cambiante, lo diverso. En
concordancia con lo anterior, el individualismo gozó de un poderoso desarrollo, su influjo se
reflejó en el arte con la aparición del retrato, el autorretrato y las obras de caballete en la
pintura, También la biografía estuvo en auge, pero muy especialmente la autobiografía a partir
de Montaigne. Cuando la preocupación era conocer al hombre, el mejor objeto de estudio era
uno mismo. A la vez, el mejor sujeto cognoscente de un hombre era él mismo. Si para los
griegos la “areté” (la virtud) de un individuo se realizaba en la consideración de los demás, en
el Renacimiento era lo contrario, de acuerdo a sus coordenadas nadie podía conocer mejor a
un individuo sino ese mismo ser humano. Todavía no había sicoanalistas.
Metodológicamente, la originalidad peculiar de la historiografía humanista, para
diferenciarla tajantemente de cualquier otra anterior, es la preocupación por el análisis crítico
de los documentos escritos y por la búsqueda de otra documentación adicional a la
tradicionalmente considerada. Esto la sitúa en la base del desarrollo de la historiografía
occidental, todavía vigente y en evolución hasta nuestros días. Dejando de lado ejemplos como
el de Agnello de Ravena, hemos visto a los historiadores de la Antigüedad y la Edad Media sin
recursos para reconstruir pasados lejanos, por lo cual sus trabajos versaban sobre el tiempo del
propio historiador. En la actualidad los consideraríamos historiadores de lo contemporáneo. A
los relatos sobre sucesos lejanos en el pasado, los griegos los designaban “dichos”; los latinos
los nombraron “annales”, en la Edad Media se incorporó la palabra “crónica”.78
En ese período renacentista floreció una consideración del conocimiento histórico con
la cual nos sentimos mucho más cercanos. El análisis crítico, la preocupación por las
traducciones de un mismo texto original en una o varias lenguas, la confrontación de los
documentos con otros relativos al mismo período y, en ocasiones, a los mismos
acontecimientos, el estudio de la coherencia del contenido con la información disponible sobre
la época, permitió comenzar a depurar los propios textos antiguos, detectar las interpolaciones,
ubicar las diferencias de estilo y datar, con aceptable precisión, cada parte del documento. Así
nació una disciplina importantísima para la evolución posterior del conocimiento histórico: la
filología.
Como la diferencia con los antiguos es tan grande, la pregunta surge con toda
naturalidad: ¿las similitudes fueron realmente simple copia, como ellos mismos creían, o
respuestas parecidas a estímulos semejantes?
La historiografía humanista fue una creación de las ciudades-estado del norte de la
península italiana. En el siglo XVI rebasará esa frontera geográfica. Allende los Alpes jamás

78
Un buen análisis etimológico aparece en Jerzy TOPOLSKY. Op. cit., página 49
59

producirá trabajos de calidad equiparable. Los exponentes más destacados crearon su obra en
el siglo XV y en la primera mitad del XVI. Anteriormente hubo precursores; los posteriores
fueron epígonos desprovistos del talento de Leonardo Bruni, Nicolo Maquiavelo o Francesco
Guichiardini, pero el influjo del movimiento tuvo una enorme amplitud, alcanzó a impregnar a
toda la civilización europea occidental.
Recién ahora, a comienzo del siglo XXI, luego de transcurridos cinco siglos y una
transformación de tal profundidad y magnitud como la producida por la Revolución Industrial,
se ha comenzado a cuestionar la pertinencia de los estudios históricos. Analizando la
evolución, aún nos parece prematuro decidir si es una actitud con porvenir o una simple moda
pasajera. Por el momento nos inclinamos por la primera opción. El conocimiento histórico ha
evolucionado en profundidad, pero la realidad es diferente. Si la mayoría de la población se
acostumbra a analizar el presente de acuerdo con los criterios actuales de la Historia, los
sectores dominantes no lo podrán ver con buenos ojos. Esa forma de analizar el proceso social,
extendida a la mayoría de la población, es muy arriesgada para la minoría más poderosa. Así
se ponen de manifiesto las desigualdades, sus orígenes y su fundamentación.
Mientras tanto, en ese lapso, el ininterrumpido aumento numérico de individuos
dedicados al cultivo de la disciplina encuentra su origen y se cimienta firmemente en esa
actitud de la historiografía humanista italiana, iniciada junto con los tiempos modernos y en
cierta forma, abarcándolos.
2.3.5 Los eruditos modernos. La Revolución Científica del siglo XVII demolió
la autoridad Aristotélica. Las transformaciones en las ciencias naturales repercuten en los
estudios históricos, fomentan una vigorosa reacción intelectual contra los humanistas. Esta
reacción se centra en los fundamentos sobre los cuales se asienta el concepto de verdad.
También esas bases empiezan a cambiar de lugar.
Para los humanistas, como para algunos pensadores anteriores a ellos, la verdad residía
en los manuscritos antiguos. Era como si hubiera sido revelada a los primeros humanos y
luego, con el correr del tiempo, en cada etapa de su trasmisión a una nueva generación, se
hubiera ido corrompiendo, degradando, se había ido perdiendo. Esa convicción los hizo
incansables buscadores de manuscritos, los cuales se valoraban más, cuanto mayor fuera su
antigüedad.
Las nuevas necesidades, derivadas básicamente de los viajes oceánicos y de la
utilización de la pólvora con fines bélicos, pusieron de manifiesto la inadecuación de las
antiguas teorías sobre la realidad circundante. Plagiando a Aristarco, Copérnico se beneficiará
del desconocimiento general acerca de la obra del sabio griego, para formular una
interpretación diferente acerca del funcionamiento del universo. 79 La oposición de las
instancias oficiales le hubiera quitado toda trascendencia, pero las tablas estelares elaboradas a
partir de las nuevas proposiciones corroboraron empíricamente la validez de las mismas.
Los astros podían moverse como quisiera la autoridad eclesiástica, pero marinos y
burgueses preferían los “mapas del cielo” derivados de la interpretación “copernicana” para
conducir sus barcos. También se benefició Copérnico de una circunstancia peculiar: su libro,
farragoso, complicado y con errores significativos, parece no haber sido leído íntegramente
por nadie. Quien popularizó e hizo circular como idea de Copérnico la teoría de Aristarco, fue
su discípulo Rético, en un resumen muy didáctico publicado con el nombre de Narratio
prima. Para el siglo XVI, esto era algo totalmente nuevo.

79
Arthur KOESTLER. Los sonánbulos. Historia de la cambiante cosmovisión del hombre. Conacyt, México,
1982. Página 204.
60

Más adelante, Galileo, heredero de una larga escuela de físicos preocupados por el
movimiento de los sólidos, comenzó a dar las primeras respuestas consistentes para solucionar
las dificultades de la balística. Su éxito permitió la sustitución de la física griega antigua,
respaldada por la veneración de casi veinte siglos, por una nueva, impuesta rápidamente al
demostrar mayor eficiencia en sus aplicaciones prácticas.
En otra parte de Europa, Kepler, basado en el heliocentrismo, formuló tres leyes sobre
el movimiento de los planetas. A partir de ellas se establecieron no sólo tablas estelares más
precisas, sino también mayor exactitud en el año solar. Tanto las tablas, como la precisión del
tiempo eran requeridas por una burguesía cuya prosperidad le había permitido adquirir tierras.
Deseaba explotar esos campos aplicando “su” racionalidad. Todavía utilizamos esa “nueva”
duración del año.
Una medida del éxito de esta interpretación del sistema planetario, la ofrece el rey más
famoso de la segunda mitad del siglo XVII, el Borbón Luis XIV en Francia. Buscando un
paralelo para dar idea del lugar ocupado por ambos en sus respectivos “sistemas”, se hizo
llamar “rey sol”. Evidentemente, ya era conocido el lugar del sol dentro del sistema planetario,
de otra manera no hubiera tenido sentido el paralelo.
Desde mediados del siglo XVI, la gran mayoría de los científicos perdió su confianza
en las fuentes antiguas. Poco a poco, la experiencia personal fue sustituyendo las opiniones y
observaciones de los sabios de la Antigüedad. El manantial donde residía la verdad pasó a ser
sustituido por sus propias actividades y lo indicado por su experiencia particular.
Propagandistas como Francis Bacon, dedicaron parte sustancial de sus esfuerzos a imponer las
nuevas formas de abordar el conocimiento de la naturaleza.
Semejante reacción enfiló sus baterías directamente contra la escuela humanista y el
culto por las autoridades. En los estudios históricos, esto se manifestó en una tendencia
fundamental para la evolución posterior de la disciplina, a pesar de ser impugnada por muchos
autores como escuela historiográfica. Nos referimos a la historiografía erudita.
Para el cultivo de la Historia era imposible sustituir los documentos antiguos por la
experiencia personal actual, pero se podía utilizar ésta para tratar a aquellos documentos de
manera diferente. Lo desarrollado e incrementado en grado superlativo, fue la desconfianza
hacia esos documentos, hacia la veracidad de los acontecimientos por ellos atestiguados. Esto
condujo a una profundización del espíritu crítico. Desecharon las opiniones de los
humanistas acerca de los documentos muy antiguos, se acercaron directamente a los mismos,
los diferenciaron con mayor eficacia y afinaron los límites de la confiabilidad ofrecida,
estableciendo grados en este aspecto.
Esta reacción contra la fe en los documentos antiguos y en las autoridades consagradas
por los siglos, no fue una ruptura súbita con lo anterior, fue más bien una inclinación cuyo
desarrollo inicial se produjo en ciertos sectores de aquella escuela humanista al acentuar y
profundizar el sentido crítico. Pero la nueva tendencia ya es algo totalmente diferente, el
trabajo se convierte en obra colectiva, lo asumen órdenes religiosas y prácticamente se
renuncia a la construcción interpretativa y explicativa, para publicar directamente los
documentos, con un análisis crítico de los mismos y el estudio comparativo de aquellos
referidos a los mismos acontecimientos.
En este contexto no puede causar extrañeza la creación, o al menos la sistematización y
desarrollo de la metodología y de aquellas disciplinas designadas más adelante como “ciencias
auxiliares de la Historia”: cronología, diplomática, paleografía, heráldica, epigrafía,
lexicografía, etcétera. Sobre todas estas disciplinas, los monjes benedictinos y jesuitas
escribieron tratados precisos. Críticos de la documentación ya había habido muchos. Algunos
61

historiadores, sobre la base de su experiencia y reflexiones personales, habían logrado


maravillas. Pero esa actitud no se sistematizó, no se convirtió en conocimiento porque no
sirvió a los demás. Lo peculiar de este período, además de la difusión del análisis documental,
fue la publicación de obras de metodología. Para Marc Bloch, por ejemplo:

Aquel año -1681, el año de la publicación de De Re Diplomatica en verdad


gran fecha en la historia del espíritu humano-, fue definitivamente fundada la
crítica de los documentos de archivo. (más adelante agrega) La doctrina de
las investigaciones se elaboró únicamente en el curso del siglo XVII, siglo
del que no se aprecia siempre la grandeza tal como se debiera, y
especialmente la de su segunda mitad.80

Buscando aportar materiales a los polemistas, se comenzaron a publicar catálogos de


documentos y de bibliotecas, los primeros reunidos en torno a un pasaje determinado del
proceso histórico.

Por primera vez el historiador se puso en condiciones de abarcar de una


ojeada los materiales para ciertos períodos, de discernir lo verdadero de lo
falso según principios metódicos, de interpretar los textos con una exactitud
filológica.81

Entre las más destacadas características de esta forma de encarar la investigación


histórica, una se ha perpetuado hasta nuestros días entre los historiadores y es parte de la
formación universitaria de los mismos: la referencia puntillosa de las fuentes sobre las cuales
apoyan sus aserciones y el cuidado por los detalles. Aunque puedan parecer aburridos al
profano, estos pasos son fundamentales para permitir la verificación o “falsación”82 a otras
personas, ofrecerles el control de las bases sobre las cuales se cimenta el análisis y la
interpretación.
No sólo no temían la inspección (el control) ejercida por los demás sobre su obra, sino
parecían buscarla, querer ser rectificados o ratificados por sus iguales, quizá con el fin de
descubrir errores no advertidos o de ganar seguridad para sus conclusiones. Así ha procedido
la ciencia moderna. Popper llama a eso “la tradición crítica”. Así actuó el bolandista Daniel
Van Papenbroeck,83 respondido, según Carbonell, “seis años después”, por el benedictino Jean
Mabillon, con De Re diplomática,84.
Su entrenamiento, como disciplinados religiosos, les permitió aportar al estudio
histórico la tradición de los teólogos polemistas, sin duda crecientemente detallistas a partir de
la Reforma. Esta característica está intrínsecamente ligada a la nueva relación de la disciplina
con la verdad. Por primera vez, los estudios históricos declararon tener por finalidad

80
Marc BLOCH. Introducción a la historia. F.C.E., quinta edición, México, 1967, páginas 66 y 67. En el texto
dice siglo XVIII en lugar de XVII, pero es un error tipográfico. El original francés establece el siglo
consignado en la cita. Años más tarde de haber escrito esta parte, apareció otra edición del mismo libro,
anotada por Étienne BLOCH donde se corrige el error.
81
Eduardo FUETER. Op. cit., tomo 1, página 340.
82
Según veremos en el capítulo siguiente, para POPPER las ciencias fácticas no pueden verificar, lo único que
pueden hacer es falsar (Demostrar la falsedad de las hipótesis).
83
(De J. VAN BOLLAND, 1596-1665, jesuita flamenco fundador de la sociedad de este nombre) Individuo de
una sociedad formada por miembros de la Compañía de Jesús, para publicar y depurar críticamente, los textos
originales de las vidas de los santos. Diccionario de la lengua española, Op. cit. Tomo 1, página 333.
84
Charles-Olivier CARBONELL. La Historiografía. FCE, Breviarios N° 353, México, 1986. Página 93.
62

principal la búsqueda de la verdad en forma privilegiada, como la entendemos ahora.


Todos los demás objetivos planteados luego, quedan completamente supeditados a aquélla.
Esto no significaba carecer de intenciones apologéticas –como sus predecesores, también
eclesiásticos-, sino la confianza inquebrantable en la verdad como elemento confirmatorio de
las posiciones de su iglesia siempre y sin asomo de duda. La fe en su religión y su fe en la
verdad eran una misma cosa. No podía ser de otra manera.
Ya no se disimulaba el trabajo de preparación; es más, ahora se lo exponía
meticulosamente. Cuando la preocupación es de este tipo, nada pueden hacer los recursos
retóricos en su búsqueda del efecto estético, ni los discursos imaginarios, ni las frases
altisonantes pero imprecisas. En ningún período anterior se había realizado un trabajo tan
efectivo para separar la disciplina de la literatura, ni consciente ni inconscientemente. Desde
nuestra perspectiva actual, esos valores siguen siendo considerados positivos.
Muchos autores no consideran Historia el trabajo de las órdenes religiosas. Aceptan
como valiosas sus publicaciones, por servir de base a trabajos interpretativos, explicativos,
narrativos inclusive, mejor elaborados, dedicados al conocimiento de un período, pero niegan
a esa tarea “preparatoria” la categoría de Historia. Se les ha reprochado centrarse en procesos
individualizados, ser incapaces de ver la relación entre varios de esos acaecimientos, no tener
el sentido del desarrollo. También se les señala no haber llevado su crítica hasta donde
hubieran podido hacerlo. Posiblemente estas censuras contengan algo de razón, sin embargo,
nadie duda de su responsabilidad en el establecimiento de las bases para posibilitar el
conocimiento histórico posterior, tal como ha llegado a nuestros días y, si bien ellos no
produjeron obras maestras de Historia propiamente dicha, magníficos trabajos como el de
Gibbon y tantos otros, no hubieran podido ser realizados sin su tarea colectiva previa. Las
mejores historias del siglo XIX y muchas de las obras maestras del XX, asentaron gran parte
de su éxito y su rigor en las colecciones documentales, en la metodología y los análisis críticos
establecidos por los eruditos del siglo XVII, por eso no puede extrañar el elogio sin reservas
de un historiador de los quilates de Marc Bloch.
2.3.6 El siglo de las luces. Herodoto buscaba explicarse un acontecimiento humano:
las Guerras Médicas, para lo cual indagó en los antecedentes de cada contrincante. Por ser
miembro de una de las partes, tal vez su imparcialidad podría haberse visto afectada, pero, al
hacer públicas sus fuentes, permitía, no sólo revisar las bases donde cimentaba sus
interpretaciones, sino también posibilitar al lector la detección de los pasajes donde su
partidismo lo desviaba de la ecuanimidad. De esa forma, cualquiera podía desechar sus
conclusiones y, con los datos aportados, sacar las propias. Con los romanos era imposible
hacer lo mismo, ellos sabían de antemano a quien se debía favorecer y, en consecuencia,
acomodaban el relato de acuerdo al resultado preconcebido.
Durante la Edad Media, la preocupación por la eternidad restó importancia al acaecer
humano y los historiadores sustituyeron lo ocurrido por lo que debió ocurrir, lo verdadero por
lo verosímil. Si bien nuestros criterios actuales de verosimilitud pueden no coincidir con los de
esas épocas, no por ello podemos censurar a aquellos historiadores y perderles nuestro respeto.
Los humanistas restituyeron parte de su importancia a lo efectivamente ocurrido, pero
su preferencia por la estética, tampoco los impulsó a entorpecer el relato con la mención de las
fuentes. En una reacción comprensible, los eruditos dieron un giro de 180 grados, valoraron
sólo las fuentes, relegaron los desarrollos fácticos, las explicaciones, las grandes
interpretaciones a un modesto plano secundario.
El siglo XVIII, a su vez, reaccionó contra esta actitud, por momentos con exagerada
vehemencia; censuró la “poca creatividad” de sus predecesores inmediatos, al punto de no
63

utilizar el resultado de sus trabajos. Consecuentemente, restituyó la importancia de la


interpretación, de la explicación, del elemento teórico necesario para darle cierta coherencia y
ligazón a los diversos acontecimientos. No significa esto la ausencia de elementos teóricos en
la labor de los eruditos, sino simplemente la diferente naturaleza de la teoría utilizada por
ellos. Por ese camino los ilustrados llegarán al extremo opuesto: establecerán reglas generales
acerca de la marcha de las sociedades humanas, a un punto donde “la acrobacia conceptual
reemplaza las razones de la razón“85. Nace entonces oficialmente la Filosofía de la Historia,
cuyo sentido ya vimos en la introducción. Es un extremo, pero también hay pasos intermedios
dentro del mismo movimiento en el cual se produjeron algunas obras maestras de excelente
Historia, como El siglo de Luis XIV, el Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las
naciones y sobre los principales hechos de la historia después de Carlomagno hasta Luis
XIII, la introducción a la Historia del reinado del Emperador Carlos V, o la Historia de la
declinación y caída del imperio Romano, además de una cantidad de obras menores animadas
por un espíritu, por una “teoría”, totalmente diferente. Se trascendieron la política y la religión
y se comenzó a pensar en fuerzas menos personalizadas como el comercio, la industria, la
civilización.
Esto se deriva de una característica importante, con consecuencias de larga duración
para la evolución de la disciplina: los historiadores ilustrados no adoptan el punto de vista del
poder y de las instituciones establecidas, lo cual les confiere mayor libertad e independencia y
les permite un despliegue imaginativo de vastos alcances. En muchos casos no tuvieron, o bien
los medios, o bien la energía suficiente para desarrollar ampliamente sus intuiciones; pero de
todas maneras, fueron el estímulo para las épocas siguientes; autores posteriores desplegarán
esos atributos en todo su esplendor. Por esta razón, percibimos las transformaciones
experimentadas por el conocimiento histórico en los siglos XIX y XX, como cimentadas en
esos dos pilares extremos y opuestos: la erudición y el Iluminismo. Para el caso de los
segundos, incluso, no pocas contradicciones sirvieron de germen a brillantes desarrollos
posteriores.
La Revolución Francesa elevará a la superficie a sectores sociales tradicionalmente
sumergidos. A partir de ella, muchos grupos se enfrentarán en la búsqueda de satisfacción a
sus necesidades. Justificaron su actuación creando armazones teóricos o ideológicos a fin de
contar con un respaldo sistemático. A partir de allí, ya no existirá una corriente historiográfica
dominante en el panorama de la producción global. En adelante debieron coexistir diversas
maneras (teorías) de encarar el estudio del pasado y del presente de las sociedades humanas.
Junto con la erudición habían convivido supervivencias del humanismo, las mismas
entroncaron con ciertas tendencias de la Ilustración, pero aparte de ser muy minoritarias, han
perdido toda relevancia para nosotros. Lejos de constituir un movimiento uniforme, el
Iluminismo generó corrientes diversas, en ocasiones con matices contradictorios, pero siempre
hubo ideas generales emparentando a casi todos, incluso a un “disidente” como Giambattista
Vico.
Podemos abandonar esta ojeada sobre las diferentes maneras de conceptualizar a la
Historia por parte de diversas épocas y culturas, porque lo posterior aún mantiene vigencia, es
decir, no difiere sustancialmente de muchas formas de tratamiento teórico vigentes en la
actualidad. También debemos resaltar cómo, a pesar de todas las renovaciones mencionadas,
ciertas concepciones, aparentemente desechadas, han dejado huellas inconscientes en teorías
de actualidad.

85
Charles-Olivier CARBONELL. Op. cit. página 97.
64

2.4 – LA SITUACION ACTUAL. La proliferación de armazones teóricos ha


impedido a nuestra época llegar a un acuerdo generalizado acerca del significado y el uso
correcto del vocablo. En la actualidad la situación es más confusa todavía. Si esto es
perfectamente explicable en el nivel popular, no lo es tanto cuando se trata de aquellos cuya
ocupación es el conocimiento histórico; menos todavía cuando la falta de claridad y las
discrepancias se extienden a los pocos cuyo objeto central de reflexión es este tema.
En idioma inglés algunas dificultades fueron superadas porque ciertas acepciones como
“fábula”, “cuento”, “chisme”, “enredo”, “argumento”, etcétera, se designan con la palabra
STORY. HISTORY designa el acontecer humano, el estudio de ese acontecer y los
resultados de ese estudio. La simplificación es de poca ayuda, porque la mayor confusión se
generó entre estos últimos significados y se extiende a todos los idiomas romances. Aunque en
castellano, francés, italiano, portugués y alemán también se incluyan los primeros sentidos, el
equívoco puede ser detectado con bastante facilidad por el contexto general donde aparece la
palabra.
Cuando un literato famoso como Gabriel García Márquez titula uno de sus cuentos La
increíble y triste HISTORIA de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, es poco
probable imaginarse el relato como una indagación sobre sucesos ocurridos a seres humanos
reales. La menos extravagante HISTORIA de Mayta, del peruano Mario Vargas Llosa, puede
plantear algunas dudas porque el personaje existió, sin embargo, si algún desconocedor del
autor la toma por un libro de historia, le alcanzará iniciar su lectura para salir de su error. Lo
mismo ocurre cuando alguien refiere las “historias” de Pulgarcito, de Caperucita Roja o de
Gulliver. Incluso cuando una obra histórica se presenta con estructura narrativa, aunque el
autor aspire a exponer su pesquisa en alguna forma literaria similar a la novelesca,
generalmente se capta de inmediato la disparidad con una novela.
Sin ser las siguientes las únicas diferencias, suele considerarse característica de la
novela, centrar su interés en personajes individuales; la historia actual, aun en aquellos casos
en los cuales es encarada como relato de individuos, destaca con mayor insistencia los
aspectos sociales y las interacciones; pero sobre todo, cuando un acontecimiento carece de
verosimilitud y lógica, el historiador debe justificarlo meticulosamente mediante la referencia
a las fuentes sobre las cuales estableció su existencia, límite del cual carece la novela.
Huizinga agrega en la literatura un “elemento juego” totalmente ajeno a la Historia.
En síntesis: las tres acepciones referidas a lo ocurrido a las sociedades humanas del
pasado por una parte, por otra a la investigación de lo sucedido en ese pasado; en tercer lugar a
la exposición de esa pesquisa, son las mayores generadoras de confusión y discrepancias. Por
habernos acostumbrado, no nos llama la atención esta particularidad. Ya Hegel discriminaba
entre historia res gestae, aquello hecho por los seres humanos e Historia rerum gestarum la
parte conocida acerca de todo lo hecho por los seres humanos. Para Rama, al vocablo se lo
hace valer “objetivamente, como lo que sucede o ha sucedido, y subjetivamente como el
conocimiento de ese suceder”86. Pierre Vilar lo expresa con un juego de palabras: “historia
designa a la vez el conocimiento de una materia y la materia de ese conocimiento”87. Quizá la
traducción de este pasaje no fue de las más felices, sobre todo en la utilización del vocablo

86
Carlos RAMA. Teoría de la Historia. Tecnos, Madrid, tercera edición revisada, 1974, página 53.
87
Pierre VILAR. Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Crítica, Barcelona, tercera edición 1981.
Página 17.
65

“materia”, también polisémico y ambiguo en castellano. Si lo sustituimos por “objeto”, tal vez
se aclare el sentido y se disipe la ambigüedad.
Significativamente, apenas se intenta definir el término, aparecen las confusiones. Por
ejemplo: Willy Hellpach sostiene: “Historia es la formación consciente de la vida común
humana a partir de la voluntad creadora” 88 , la cual, independientemente de su carácter
discutible, se refiere inequívocamente al proceso histórico. Es una rareza, la enorme mayoría
de las definiciones se refieren al conocimiento histórico. Por ejemplo la propuesta por Lucien
Febvre un poco sesgadamente:

Yo defino gustosamente la historia como una necesidad de la humanidad la


necesidad que experimenta cada grupo humano, en cada momento de su
evolución, de buscar y dar valor en el pasado a los hechos, los
acontecimientos, las tendencias que preparan el tiempo presente, que
permiten comprenderlo y que ayudan a vivirlo.89

Nos resulta difícil concebir una definición donde puedan abarcarse los dos conceptos,
el de proceso ya ocurrido y el del conocimiento de ese proceso, por esta razón nos sorprende la
valoración de Kirn cuando dice:

Deberíamos, pues, preferir una definición que comprenda las tres


significaciones de la palabra Historia: 1, el acaecer; 2, la narración de lo
acaecido; 3, la ciencia del acaecer.90

Este pasaje parecería identificar el pasado con el conocimiento posible de ser


alcanzado acerca de él, ya sea anecdótico o analítico. No es el único caso de confusión. Al
menos, eso intentaremos demostrar.
Shotwell, luego de señalar: “se da igual nombre al objeto del estudio y al estudio del
mismo”, informa lo novedoso de la confusión. Fue recién en “los tiempos modernos” cuando
se comenzó a usar la palabra para designar también al proceso vivido por las sociedades
humanas. Este aspecto es señalado por Topolsky.91 Otra curiosidad respecto a este punto, la
menciona el antiguo texto de Wilhelm Bauer, al destacar cómo, en los idiomas occidentales
primero se designó el estudio, la investigación, el conocimiento con la palabra “Historia” y
luego, con el correr del tiempo, se usó la misma palabra para designar al pasado, el objeto de
estudio; en cambio en alemán, la evolución fue la inversa, primero se designó el pasado con la
palabra “geschichte”, voz del verbo geschehen cuyo significado es “suceder”, “ocurrir”,
“existir”, “pasar”; para luego ampliar el significado del término y usarlo para designar también
el conocimiento de ese suceder, la disciplina de estudio.92 Igualmente Topolsky destaca esta
peculiaridad y hace notar, además, la utilización en plural del sustantivo, como hicieran los
latinos. Según él “El cambio al singular coincidió con la aparición de la ciencia histórica”93.

88
Willy HELLPACH. Die Welt als Geschichte (El mundo como historia), 1940, tomo VI, página 250, citado
por Paul KIRN. Introducción a la ciencia de la Historia. UTEHA, México, 1961, página 4.
89
Lucien FEBVRE. Combates por la Historia. Ariel, Barcelona, cuarta edición, 1975. Página 173.
90
Paul KIRN. Op. cit., página 4 y 5.
91
James Thomson SHOTWELL. Op. cit., página 17 y Jerzy TOPOLSKY, Op. cit., página 49.
92
Wilhelm BAUER. Introducción al estudio de la historia. Bosch, Barcelona, 1944, página 32. Hay una
segunda edición de 1952.
93
Jerzy TOPOLSKY, Op. cit., páginas 50 y 51.
66

La dualidad entre conocimiento y proceso solamente puede ser eliminada por una
posición idealista extrema. Para éstos, la única realidad sobre la cual podemos tener plena
seguridad de su existencia es la ubicada en nuestra mente, es decir, la conocida, porque es lo
único del pasado sobre lo cual podemos predicar. Pero en nuestra época ya es muy difícil
encontrar defensores de esa forma del idealismo. Si esa tendencia fuera coherente, debería
negar la posibilidad de ampliar nuestro conocimiento, lo cual, evidentemente, no ocurre. Los
hombres se afanan por desarrollar permanentemente sus conocimientos. Esta característica se
intensificó respecto de los precedentes a partir del siglo XVI. Se cree en la existencia de una
realidad por conocer, lo cual indica suponerla más amplia de lo ya conocido sobre ella. Por ese
camino regresamos a la dualidad de la palabra: existen realidades pasadas no conocidas por
nosotros, exteriores a nuestra mente.
2.5 – LA HISTORIA COMO PROCESO. Desde la aparición de los primeros
humanos sobre la corteza terrestre, sus descendientes hemos vivido muchas vicisitudes: nos
hemos multiplicado enormemente, hemos desarrollado considerable cantidad de procesos para
modificar las condiciones de vida ofrecidas por la naturaleza. En su conjunto, a eso lo hemos
llamado “cultura”.
En una primera aproximación, debemos destacar los cambios propios en la naturaleza.
Por lo general, o bien son repetitivos, como la sucesión del día y la noche, o de las estaciones
del año, o bien son transformaciones modificadoras de lo existente, pero sin el propósito de
“mejorar” las condiciones de vida; esos cambios se suman a lo ya establecido, como es el caso
de los terremotos, las inundaciones, etcétera, generalmente pasajeros, algunos más duraderos
como islas aparecidas y/o desaparecidas, cambios en el recorrido de algunas corrientes de
agua, en la temperatura ambiente, aparición de montañas, entre otros.
“Mejorar” o “empeorar” son valores; solo reflejan el punto de vista humano o de
ciertos humanos. Algo mejor para nosotros puede ser letal para algunas especies animales o
vegetales; ya hemos extinguido muchas variedades de plantas y animales, otras están en
peligro de extinción. Tampoco los humanos coinciden entre ellos en su valoración.
En cambio, las transformaciones operadas en el ámbito cultural, en su mayor parte son
acumulativas: los nuevos elementos se cimentan en, y se agregan a, lo ya existente, para
aprovecharlo y, generalmente modificarlo. No lo anulan. Según los positivistas, lo “mejoran”
Esta peculiaridad ha permitido aplicar a los cambios culturales, conceptos como los de
“evolución”, “desarrollo”, “progreso”, etcétera. El último, particularmente, carga con una
connotación axiológica positiva. Por ejemplo, la llegada de los europeos a este continente fue
una transformación cultural profunda. En Europa fue considerada un avance, mejoraba las
posibilidades de muchos, pero para las poblaciones americanas fue todo lo contrario, nadie la
consideró “un progreso”. Ese acontecimiento no fue repetitivo, no podía “volverse a descubrir
América”. Fue acumulativo, se agregó a los conocimientos existentes.
Muchos europeos también vivieron crisis, debieron cambiar conceptos, objetivos en
sus vidas. Piénsese solamente en la angustia religiosa vivida por los cristianos. Había tres
continentes como reflejo de la santísima trinidad. Al aparecer un cuarto continente aquello
quedaba refutado. Había aquí seres como nosotros y Jesús vino a salvar a los humanos. Si no
estuvo aquí, sus habitantes ¿eran humanos o no? A ellos no los vino a salvar. Para el ámbito
científico se “probó” la redondez del planeta. ¿Cómo no caían quienes estaban en las
antípodas? Si todos caminaban sobre sus pies en todo el globo terráqueo ¿dónde se ubicaba
“arriba” y dónde “abajo”? ¿El cielo y el infierno? Esos y otros problemas complicaron y
acrecentaron el trabajo de los teólogos.
67

Es necesario recordar el carácter instrumental de esta clasificación, su utilidad es


facilitar el estudio de la realidad. Ir más lejos supone exponerse a ciertas objeciones; por
ejemplo, presentar al hombre como otra creación natural restaría consistencia a la diferencia
anterior, porque entonces, consecuentemente, sus realizaciones pueden considerarse una parte
de la naturaleza. También, en este sentido, podría hacerse una historia de la naturaleza. Tal vez
descubriríamos la existencia de procesos acumulativos en ella. Un ejemplo: si efectivamente la
teoría de la evolución de las especies por medio de mutaciones es una explicación correcta de
la sucesión de los seres vivos hasta el presente, eso es acumulativo, muchos humanos la
consideran progresiva. Por eso insistimos en presentar la división de la realidad en
“naturaleza” y “cultura” exclusivamente como una herramienta.
Sobre esa base, cuando se usa la palabra “historia” sin ninguna especificación, siempre
se refiere a los seres humanos y sus creaciones. En este caso, el vocablo designa todo lo
ocurrido a, y realizado por, los seres humanos, incluyendo aquellos procesos sucedidos en la
naturaleza sin su participación, pero cuyos efectos afectaron o estimularon sus realizaciones y
su evolución.
Cuando se la utiliza con este sentido, la palabra significa un acontecer, un proceso, una
evolución, un acaecer, un suceder. Es la vida de los seres humanos a través del tiempo. De
TODOS los seres humanos y de TODO lo ocurrido a esos seres humanos a lo largo de su
existencia. Si antes mencionamos la postulación extrema del idealismo y buscamos refutarla
porque no la compartimos, ahora corresponde destacar su contrapartida: afirmar la existencia
de una realidad independiente de nuestra mente, también es una postulación. No debemos
perder de vista su estatuto de proposición básica de carácter “convencional”.
Al admitir la existencia de una realidad independiente de nosotros, aceptamos no
conocerla en su integridad. Es más, sostenemos la imposibilidad de conocerla en su totalidad,
tanto por no tener recursos para hacerlo, como por no interesarnos si los tuviéramos. De todas
formas, nuestro interés o nuestra capacidad parecen indiferentes para esa realidad, aunque
también formen parte de ella. Por estas razones, la existencia y la evolución del mundo
aparecen como totalmente independientes de nuestras opiniones, ideas y razonamientos,
aunque éstas se deriven de él.
Sin embargo, los seres humanos han transformado el entorno a límites catastróficos, lo
cual es un indicio de la forma de influir sus pensamientos, opiniones, ideas, creaciones y
razonamientos en la evolución de aquél. Pero así como aceptamos la existencia de una parte de
la naturaleza no conocida, también debemos admitir la realidad de no conocer muchas cosas
del pasado de la humanidad. Algunos de esos trozos pudieron haber tenido una influencia
significativa en la evolución de la naturaleza y/o de la sociedad. Por esto, desde el punto de
vista de la lógica, no hay otra posibilidad, debemos aceptarlo: TODO lo ocurrido a TODOS
los humanos es historia, tanto el estallido de la Segunda Guerra Mundial, como el resfrío
padecido por un campesino macedonio hace treinta siglos, aunque no seamos capaces de
establecer alguna influencia de ese padecimiento sobre otra persona, ni podemos advertir si
modificó en algo el discurrir de la existencia humana. Sobre este punto, posiblemente jamás
podríamos establecer en forma incuestionable la positiva ni la negativa.
Esta acepción de la palabra parece ser la mayor generadora de confusiones. Uno de los
investigadores más juiciosos de la historia de la historiografía, luego de señalar ambos
significados, comentando el más reciente dice:

La idea de que los hechos y las personas son históricos por alguna cualidad
que les es propia, aunque nadie los haya estudiado ni escrito acerca de
68

ellos, no se les había ocurrido a los antiguos (…) Las cosas no son nunca
históricas en sí mismas. Pueden ser perpetuadas tan sólo de dos maneras: o
como parte del presente en continuo movimiento (…) o en aquella
reconstrucción imaginativa que es misión especial del historiador.94

La confusión de este pasaje se produce al cambiar el sustantivo “historia”, por el


adjetivo “histórico”. Tomando la historia como un proceso, el adjetivo sería equivalente a
“humano” o “social”, pero el autor pasa en forma imperceptible a otro plano en la última parte
de la cita, adjudicando el calificativo de “histórico” a las cosas cuando se perpetúan. No
siempre podemos saber cuándo un acontecimiento perduró por un tiempo o hasta el presente.
Solamente a través del estudio, de la investigación y el análisis, sin poder tener la seguridad de
ser infalibles y haber aprehendido la totalidad de los elementos perdurables. Pueden haberse
proyectado muchos sin haber sido todavía advertidos por nadie. La devaluación de la moneda
en el Imperio Romano simultáneamente a su decadencia, no fue “descubierta” hasta el siglo
XX, sin embargo, historiadores de primer nivel habían tratado el período.
La segunda posibilidad nos parece aún más clara. En ambas, para poder adjudicar a un
acontecer el adjetivo “histórico”, es necesario un pensamiento humano. Lo adjudica una mujer
o un hombre, lo cual implica valores. Los valores cambian con cada época; aún en una misma
época, con la escala personal de cada investigador y también cambian en el mismo estudioso
en distintos momentos de su vida.
Si el proceso pudiera determinar esa característica, con independencia de nuestro
conocimiento de él, de nuestros valores, de nuestros criterios, fuertemente condicionados por
el mundo donde vivimos, ¿cuáles acontecimientos son “históricos” y cuáles no?
Adicionalmente, nuestros criterios, valores, etcétera, también dependen del conocimiento
alcanzado acerca de esos procesos.
Dos ejemplos pueden ilustrar esta situación: el primero se refiere a los documentos
manejados por los historiadores antes de 1948 acerca de la existencia de Jesús. No sólo eran
escasos, sino bastante confusos; era una situación normal por tratarse de un hombre
proveniente de un medio sin poder económico, social o político, cuyas relaciones eran con
gente trabajadora, posiblemente analfabeta, y lo hacía en una zona marginal y limítrofe de un
imperio orgulloso de su centro y despreciativo de los pueblos conquistados, vistos como
inferiores. Eso dio lugar a diversas concepciones tremendamente antagónicas como la de los
historiadores confesionales por un lado, para los cuales no había lugar a duda alguna, los
agnósticos por otro y los ateos modernos negando la existencia misma del personaje, como
Paul Louis Couchoud y George Brandes.
En la fecha mencionada se encontraron los famosos rollos del Mar Muerto,
documentos originales de la secta esenia, acerca de la cual sólo teníamos referencias
sumamente vagas y oscuras, era la secta menos conocida por su retiro al Mar Muerto. Se
consideraron documentos de mucho valor para los historiadores, porque procedían de la
misma época de los acontecimientos. No eran copias interpoladas ni traducidas, no pretendían
demostrar cosas todavía no pensadas y habían sido redactados sin afán de impresionar a la
posteridad. Su traducción fue arrojando magnífica y nueva luz sobre la secta misma, sobre la
situación del judaísmo en ese tiempo y, fundamentalmente, sobre la misma figura de Jesús, su
actitud y su predicación, la cual, a través de esos documentos cobraba coherencia y
verosimilitud a los ojos de los no creyentes. Considerando la calidad de “histórico” como algo

94
James Thomson SHOTWELL. Op. cit. página 17.
69

establecido por los hombres, muchos aconteceres adquirían recién esa calidad, porque antes no
teníamos conocimiento de ellos. En cambio, si consideramos la historia como un proceso, esos
acaecimientos, aunque no fueran conocidos, de todas maneras habían ocurrido, habían influido
sobre muchos humanos, sociedades y generaciones, sobre la posteridad; por tanto, eran
“históricos” aunque no los conociéramos. Adicionalmente, ese descubrimiento nos alerta sobre
muchos otros procesos de los cuales posiblemente no tenemos idea, o las tenemos muy
equivocadas y deformadas, lo cual no es obstáculo para su existencia efectiva, e incluso, para
haber influido sobre la evolución posterior.
El segundo ejemplo se refiere a la época en la cual se realiza la investigación. En el
tercer cuarto del siglo XVIII, Eduardo Gibbon publicó en Londres su famosa Historia de la
decadencia y caída del Imperio Romano. Por mucho tiempo fue considerada como la última
palabra sobre el tema. Muchas obras posteriores se limitaron a señalarle diferencias de detalle,
pero en lo básico, seguían sus lineamientos. En la segunda mitad del siglo XIX, Teodoro
Mommsen publica dos partes de su Historia Romana, cuyo quinto tomo se constituiría en un
clásico. Su perspectiva ampliaba mucho el campo de indagación, llevando la atención hacia las
bases sociales, el desarrollo del derecho constitucional, las diferencias regionales y las
condiciones económicas. A comienzo del siglo XX, Rostowtzeff publicó su Historia social y
económica del Imperio Romano, la cual también adquirió rápidamente enorme fama. Si bien
Mommsen omite el desarrollo del imperio en su período central, el cual ocupa el cuerpo
principal de la obra de Rostwotzeff y parte importante del trabajo de Gibbon, los tres abordan
períodos y procesos comunes. Los tres historiadores utilizaron, en líneas generales, las mismas
fuentes; sin embargo, sus historias son totalmente diferentes. No surgieron nuevos documentos
permitiendo ver aspectos antes ocultos, pero cada investigador ‘buscó’ elementos diferentes en
los mismos documentos, hizo preguntas distintas a los mismos testimonios y por lo tanto,
obtuvo respuestas también distintas. Había cambiado el mundo, era diferente la sociedad en
la cual vivieron y formó a cada uno de los tres, eran diferentes los problemas enfrentados por
esas sociedades; por eso, los tres participaban de teorías con valores e inquietudes diferentes.
Esas teorías, al expresar esos valores y esas inquietudes les sugerían las preguntas a formular.
El conocimiento histórico se produce desde el presente, proyectando las interrogantes
actuales sobre el pasado.
La desvalorización de la moneda durante el desarrollo del Imperio, no era un suceso
relevante y digno de mención para la sociedad de la época cuando escribió Gibbon y, en
cambio, sí lo era para la de Rostowtzeff, por eso los contemporáneos de Gibbon no
consideraban significativo ese dato, pero los de Rostowtzeff sí. Si la desvalorización de la
moneda se había producido y había condicionado las sociedades de aquella época, ese
acontecer había existido lo conociéramos o no, lo valoráramos o no. ¿Cuántos sucesos
ocurridos han influido, sin ser nunca considerados importantes, ni lo son ahora y quizá no lo
serán nunca? ¿De cuántos no podremos conocer su existencia por no subsistir testimonios de
haber ocurrido? O sí, haber testimonios, pero no han llamado la atención de los historiadores;
sin embargo, esos acontecimientos existieron y tal vez tuvieron influencia sobre los seres
humanos de su época y posteriores, aunque nuestros intereses no nos hayan permitido
advertirlo. ¿Cuántos acontecimientos fueron desechados por muchas épocas y en otras fueron
considerados significativos? ¿Cuántos son considerados importantes por una escuela
historiográfica e irrelevantes por otra?
Cuando la palabra “HISTORIA” se refiere al proceso histórico, las consideraciones,
los valores y los criterios particulares de los hombres, de uno, de varios, o aun de todos los
períodos no tienen ninguna injerencia; el proceso tuvo lugar con independencia de todas estas
70

consideraciones, por eso insistimos: desde este punto de vista, para esta definición de la
palabra, TODO lo ocurrido a las mujeres y los hombres es historia. En una traducción un tanto
confusa, para Toplosky esta aceptación de la palabra puede tener varias interpretaciones: una
como pasado general de todo, la segunda coincide con la sostenida aquí, se refiere al pasado
humano. Extrañamente, en una tercera cuya caracterización, en la traducción castellana, no
está del todo clara, agrega:

Puesto que imaginamos los hechos pasados siempre sobre la base de lo que
sabemos de ellos, el contenido que varias personas (o grupos de personas)
asocian con el término historia (usado para indicar los hechos pasados)
puede variar enormemente desde las ideas inspiradas por la ciencia y
aquellas penetradas por leyendas y mitos.95

Al referirse a lo “imaginado” por los hombres parece no advertir estar trasladándose a


otro concepto del término, lo cual se hace más evidente al referirse a la sustentación de esa
imaginación en la ciencia, la leyenda o el mito, creaciones humanas, formas de acercamiento a
la realidad exterior, al proceso histórico en este caso, búsquedas del conocimiento.
Propone luego como ejemplos de esta manera de usar la palabra, expresiones como:
LA historia de México, LA historia de la Antigüedad, LA historia del movimiento obrero,
etcétera, en las cuales destaca el uso del artículo determinado. Según creemos, la versión
original en polaco, posiblemente no participa de estas confusiones.
2.6 – LA HISTORIA COMO DISCIPLINA DE CONOCIMIENTO. Desde tiempos
muy antiguos, según hemos visto, el vocablo “Historia” fue utilizado para designar una
pesquisa, una indagación sobre acciones de los seres humanos. Si el párrafo inicial de la obra
de Herodoto parece permitir una diferenciación entre la investigación y la exposición de los
resultados de la misma, como vimos en las páginas 48-49, en nuestro tiempo son
excepcionales los estudiosos aferrados a esta diferencia original. Normalmente se designa con
la palabra tanto a una actividad como a la otra, porque no se las concibe separadas, se las
considera etapas del mismo proceso intelectual. Cuando al referirnos a un libro lo designamos
como de “historia”, aludimos a un producto material terminado y puesto a disposición del
público, relativo a una averiguación sobre actividades humanas. Sin embargo, ciertas
traducciones parecen querer mantener esta distinción; los viejos manuales alemanes de Ernst
Bernheim y Wilhelm Bauer, fueron traducidos a nuestro idioma como Introducción al
estudio de la historia, lo que podría ser interpretado como “Introducción al estudio del
pasado humano”; en otros casos como el de Antonio J. Pérez Amuchástegui, el significado se
hace explícito:

…caracterizamos la historia como el saber que procura el conocimiento


sistemático de (…) lo histórico (…) Y la obra literaria que contiene esos
resultados recibe el nombre de historiografía.96

Aquí el autor se aferra a la diferenciación entre pesquisa y publicación. Topolsky


argumenta más exhaustivamente este aspecto, atribuyéndolo al siglo XIX. En su concepto, la
palabra puede significar “el procedimiento investigador” la ciencia como oficio y la “serie de
afirmaciones de los historiadores” sobre el pasado, la ciencia como resultado de la

95
Jerzy TOPOLSKY. Op. cit., página 54.
96
Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI, Algo más… op. cit., páginas 24 y 25. Las cursivas están en el original.
71

investigación. Para él, la propia palabra ciencia se interpreta también con estos dos criterios.
Lo anterior no le impide designar igualmente como historiografía los resultados, aunque esta
designación, dice, tiene un “significado auxiliar”. Según este autor, esta diferenciación surge
en el siglo XIX con la introducción del “método científico” en la investigación histórica, por
haber supuesto una complicación. Según ya vimos, esta separación parece haber surgido con el
origen de la disciplina; por otra parte no la entendemos tan problemática como para separar
dos significados generalmente muy implicados. Esta asimilación se extiende a todo
conocimiento, porque las afirmaciones de los historiadores sobre los hechos pasados no son
algo al margen de la marcha de la investigación, son parte constitutiva de ese procedimiento,
como ocurre en cualquier ciencia o disciplina de conocimiento. Para él: cuando hablamos de
libros de la materia y decimos “UNA historia de México”, “UNA historia de la Revolución
Cubana”, “UNA historia del feudalismo”, etcétera, nos referimos a los productos terminados
de la investigación, donde el artículo indeterminado destaca las varias posibilidades. En su
concepto, expresiones como “historia económica”, “historia política”, etcétera, sugieren el
procedimiento de investigación. Al detenernos en ambos tipos de locuciones y en las
anteriores, donde se designaba el proceso, toda interpretación depende del contexto, porque
asignaturas llamadas de “historia económica”, no necesariamente aluden al curso de la
investigación y en “maestría en historia de México” tampoco se refiere a eso.
Como habíamos sostenido, lo más generalizado en este tema es la asimilación. No son
pocas las dificultades presentadas por un mismo vocablo al designar un objeto y su estudio;
parece ocioso agregarle otra para diferenciar la etapa indagatoria de la expositiva, máxime
cuando en la actualidad todas las disciplinas de conocimiento designan con un solo nombre
esas dos etapas.
2.6.1 En busca de claridad. El surgimiento de un estudio de la evolución de las
actividades humanas, es manifestación de una curiosidad por ese tema. Nadie invierte su
tiempo en investigar algo sin atractivo para él. Generalmente la atracción está basada en
consideraciones del investigador; eso le permite justificar su actividad ante los otros. Si, como
en el caso de la Historia, esa ocupación tiene éxito, eso significa el apoyo de otros miembros
de la sociedad, tal vez fueron persuadidos por la argumentación del historiador, quizá
pensaban de manera similar, o también consideraban digno de crédito el estudio, aunque por
razones totalmente diferentes.
Hemos visto a cada época adjudicarle una función distinta a la materia, de lo cual se
puede desprender una valoración diversa. Pero además, en cada época es posible la existencia
de hombres o grupos con una valoración positiva de la disciplina por motivos muy alejados de
los mayoritarios. Esto se hace evidente en los últimos siglos, en los cuales las variadas
escuelas, y aún los individuos particulares, conceptúan y justifican de diversa manera la
disciplina. En este caso, el pensamiento humano, su interpretación del mundo y sus
valoraciones ocupan un lugar protagónico.
Para Agnes Heller no puede existir la Historia como estudio mientras no surja “la
conciencia del cambio”, porque esta actitud lleva inevitablemente a pensar en las causas de ese
cambio, lo cual desemboca en las decisiones humanas. Al reflexionar acerca de aquellas
decisiones humanas del pasado cuyos resultados constituyen, en todo o en parte, el actual
estado de cosas, “surge la imagen de la alternativa”. Mientras las decisiones fueron divinas, el
mundo no podía ser diferente a como era, pero cuando esas decisiones pasaron a manos de los
72

humanos, bien pudieron haber sido otras y dar por resultado un mundo diferente. Esto implica
reflexión, ideas, imaginación, interpretación, en una palabra: teoría.97
De esta forma, el estudio del pasado de los seres humanos y los resultados de ese
estudio también reciben el nombre de “Historia”. La situación es diferente a lo ocurrido
cuando la palabra designa al proceso, porque si queremos darle forma, entender ‘cierto
pasado’, eso no significa pretender conocerlo todo. Retornando al ejemplo visto, sobre la
disparidad entre el estallido de la Segunda Guerra Mundial y el resfrío del campesino
macedonio en tiempos homéricos, la desigualdad sí adquiere mucha importancia, quienes
estudian el pasado consideran altamente significativa la primera, por haber afectado a
muchísima gente y en cambio, el segundo es visto como un suceso totalmente irrelevante,
cuya inexistencia no hubiera modificado en nada lo ocurrido al resto de la humanidad, quizá ni
al propio campesino.
Hay dos caminos a través de los cuales arribamos a esta conclusión: por una parte,
reconocemos la imposibilidad material de conocer todo lo sucedido, pero por otra, aunque la
moderna inteligencia artificial nos diera esa posibilidad de conocer, si no la totalidad, por lo
menos todo lo documentado, todo lo factible de ser analizado, gran cantidad de material no
nos interesaría, porque muchísimas peripecias ocurridas a los seres humanos nos resultan
insignificantes desde el punto de vista social, totalmente carentes de importancia.
Por otra parte, en el ejemplo de las varias historias del Imperio Romano, hemos visto
cómo, diversos historiadores de diferentes épocas se interesaban por distintos datos de los
mismos documentos. Desde el punto de vista de esta acepción de la palabra, solamente serán
considerados y analizados algunos de esos datos existentes a nuestra disposición, los exigidos
por el interés de los criterios teóricos guías de nuestra pesquisa. En esta acepción, la historia es
un saber, una parcela del conocimiento, una disciplina de estudio, algunos la consideran una
ciencia. Una forma de pensar cuya finalidad consiste en ofrecer una imagen coherente de
cierto fragmento del pasado, percibido como aparentemente caótico. Es un intento para
volverlo inteligible.
En ocasiones se ha intentado buscarle un sentido y una dirección, aplicar (desentrañar
dirían otros) la lógica a (de) esa evolución percibida como algo azaroso. Para lograr esto, a los
datos del pasado es necesario aplicarles un criterio ordenador, una idea clasificatoria, una
jerarquización, un pensamiento inteligente, en una palabra: una teoría.
De esta manera, la Historia sería el ‘estudio de los restos, huellas o vestigios dejados
por nuestros predecesores, de su actividad sobre la Tierra, con el fin de ofrecer una
imagen inteligible de algunas actividades supuestamente testimoniadas por ellos’ y a los
resultados y la comunicación de los mismos según lo establecimos en otro trabajo y en las
páginas 49 y 50 con menor precisión.98
Cuando nos referimos a la historia como proceso, presentamos la posición aquí
sustentada como algo basado en una postulación teórica. Aquella postulación podía pasar casi
desapercibida por cuanto era de un nivel de abstracción más elevado; servía para fundamentar
el razonamiento posterior mediante procesos lógicos. En el caso de la segunda acepción, la
Historia como conocimiento, los elementos teóricos, pero sobre todo el peso de los valores, se
vuelven mucho más evidentes, porque ya no se trata solamente de postulados fundacionales;
esos ingredientes axiológicos impregnan toda esta actividad por ser esencialmente intelectual.

97
Agnes HELLER. Teoría de la historia. Fontamara 3, México, 1984, página 17. Cursivas de la autora.
98
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. La naturaleza… Op. cit., página 81.
73

Como postulación fundante para esta segunda acepción, se mantiene la misma utilizada
para la primera, con el agregado de: ‘esa realidad exterior considerada independiente’ tiene la
posibilidad de ser parcialmente conocida por nosotros. Una forma de superar esta dualidad,
entre una realidad exterior y nuestra capacidad cognoscitiva es mediante la postulación
extrema del idealismo. Al aceptar este último punto de partida, solamente existiría una
acepción lógica del vocablo, por cuanto si del proceso sólo podemos afirmar lo ocurrido en
nuestro pensamiento, eso es al mismo tiempo el conocimiento; de esta forma: proceso y saber
se identifican, según ya vimos.
Un inconveniente de esta manera de considerar la situación consiste en no estimular la
ampliación permanente de nuestro saber, porque esa ampliación sería, al mismo tiempo, la del
proceso. ¿Si no creemos en la existencia de una realidad de mayor amplitud a la de nuestros
conocimientos, cómo podríamos intentar conocerla? ¿Cuál sería el aliciente para ampliar
nuestra información y nuestro saber?
2.6.2 Claridad en la expresión. Advirtiendo los equívocos provocados por esta
dualidad y tratando de solucionarlos, diversos historiadores y filósofos han propuesto ideas
para diferenciar con mayor claridad ambas acepciones.
Una solución propuesta consistía en escribir la palabra con minúscula (historia) cuando
la misma se refiera al proceso, al acaecer; y hacerlo con mayúscula (Historia) cuando con ella
se nombrara el conocimiento, la disciplina de estudio, el saber. Prestigiosos autores la
secundaron, como Johan Huizinga, los maestros alemanes Bernheim y Bauer y,
posteriormente Carlos Rama; pero fuera del ámbito cultural francés y alemán no tuvo una
acogida calurosa; incluso un autor argentino anglófilo, como Pérez Amuchástegui, la
desvaloriza explícitamente en una nota a pie de página, tildándola de “ardid” y de “pueril”.99
Benedetto Croce, formado en la tradición filosófica alemana, entiende como más
apropiado acuñar una nueva palabra para designar el conocimiento: historiografía, dejando el
antiguo vocablo para referirse al proceso. Kahler sigue sus pasos y defiende este criterio:

El hecho de que términos tales existan, de que podamos concebir un


“estudio de la historia”, es prueba suficiente de que la historia ha de
entenderse como el acontecimiento mismo, no como la descripción o
investigación de él.

Luego inicia el siguiente párrafo con la tajante afirmación: “La historia es


acontecer”.100
Sin embargo, ya en el propio Croce hay ambigüedades y ausencia de claridad y
precisión. En repetidas ocasiones designa el conocimiento con la palabra “historia”; incluso en
el título de la obra Teoría e historia de la historiografía es utilizada de esta manera. Si
hubiera sido congruente con su propia afirmación: “resulta imposible aislar en este [el
pensamiento histórico] la teoría de la historia y la historia”, el título debió ser Teoría e
historiografía de la historiografía, pero no lo formuló de esa manera. También, en la primera
parte de la frase citada, dice: “la historia de la historiografía es historia del pensamiento
histórico”101, lo cual deja espacio para otra interpretación, luego la más ampliamente difundida
y aceptada; según ella, se define el neologismo como el estudio de las perspectivas teóricas y
filosóficas (conscientes o no), a partir de las cuales se ha encarado y realizado el análisis,

99
Algo más… Op. Cit., página 23, nota 5.
100
Erich KAHLER. ¿Qué es la historia? F.C.E., México, tercera reimpresión 1977, páginas 14 y 15.
101
Benedetto CROCE. Op. cit., página 141.
74

interpretación y explicación del proceso histórico o pasado de la humanidad. En el diccionario


de la lengua española ya citado, en su segunda acepción se define como: “Estudio
bibliográfico y crítico de los escritos sobre historia y sus fuentes, y de los autores que han
tratado de estas materias”.102
Otros estudiosos también la identifican como el estudio histórico de la teoría y la
metodología de cada época. Finalmente, según vimos en la cita señalada con la nota 96, de la
página 70, hay quienes interpretan la palabra como el conjunto de las obras literarias en las
cuales fue vertido el resultado de la investigación histórica. Si bien las últimas tres acepciones
no están muy alejadas unas de otras, ciertos matices permiten discriminarlas porque su
significado no coincide exactamente. Para Topolsky, su uso se debe a razones eufónicas para
“evitar la expresión la historia de la historia” 103 . De esta manera, Croce queda en una
posición intermedia, entre quienes admitiendo las dos acepciones de la palabra, sólo proponían
clarificar su uso mediante signos visuales, de aquellos otros cuyo propósito era eliminar esta
polisemia mediante la supresión de alguno de sus significados.
Como Kahler, Pérez Amuchástegui aboga por una solución drástica al problema de la
dualidad de la palabra, pero en este caso, al contrario de Kahler, niega al vocablo la
designación del proceso histórico. Por eso propone “sustantivizarlo” mediante e1 uso del
neutro “lo histórico”, dejando la palabra “historia” exclusivamente para designar al
conocimiento; sigue en esto las enseñanzas de Rómulo D. Carbia, quien, en 1943, en la
introducción a la publicación de la versión castellana de la obra de Gubernatis, ya expresaba
esta posición.104
Por limitar el uso de la palabra a un solo significado, tanto a Kahler como a Pérez
Amuchástegui los calificamos como monistas, aunque ambos se ubican en extremos opuestos.
Para el primero, (filósofo) “historia” designa únicamente al proceso histórico, mientras para el
argentino (historiador) designa exclusivamente la investigación de ese proceso. Si bien otros
autores se sitúan en estas posiciones, en el ámbito de los historiadores, lo más generalizado es
la aceptación de ambas acepciones, utilizando la palabra indistintamente, tanto para designar
al proceso como para nombrar el conocimiento, su propia actividad. Por lo tanto llamamos
dualistas a quienes, como mínimo, admiten la designación de dos cosas diferentes con esa
palabra: el proceso y su estudio, aunque también puedan aceptar los usos del lenguaje popular
y admitan más de esas dos acepciones. Nos interesan estas dos únicamente, porque, por lo
dicho, los otros significados no provocan tantas dificultades como estos.
Los esfuerzos vistos, no solamente no han tenido éxito en sus intentos por clarificar el
problema de los usos de la palabra, sino además, han multiplicado los equívocos y las
confusiones, como se puede ver por la suerte corrida por el término “historiografía”. El

102
Op. Cit., página 1220.
103
Jerzy TOPOLSKY. Op. cit., página 55.
104
Algo más… op. cit., página 23. El párrafo completo dice: “Cuando sustantivizamos la realidad cósmica
enunciamos el neutro ‘lo cósmico´; la realidad física es ‘lo físico’; la psíquica ‘lo psíquico’. Y entonces ¿por
qué no hemos de sustantivizar la realidad histórica mediante el empleo del neutro ‘lo histórico’? Creemos que
esta simple y clara posición pone punto final a la viejísima e inútil discusión referida a la ambivalencia del
vocablo historia. Y conforme a lo expuesto hasta aquí, podemos caracterizar lo histórico como acciones
específicamente humanas con significatividad presente”.
En tanto, en la introducción a la obra citada de Ángel de Gubernatis, Carbia sostuvo en la primera nota,
en la página siete: “Sin disputa posible sábese bien que historia no puede ser sinónimo de historiografía, ni
sinónimo de pasado. Este último es el motivo de un conocimiento que cuando logra su máxima profundidad,
de acuerdo con las exigencias de la cultura presente, se denomina historia, viniendo a constituir la
historiografía sólo la composición literaria que se realiza para exponer el contenido de la indicada captación”.
75

conocimiento de este fracaso generalizado de las soluciones propuestas, inhibe cualquier


intento adicional para lograr nuevos acuerdos buscando consenso; sin embargo, la experiencia
docente nos ha llevado a recomendar a los alumnos un recurso para identificar el significado
de la palabra cuando no aparezca con claridad. Consiste en sustituirla por las expresiones
“conocimiento histórico” y “proceso histórico o humano”. En la mayor parte de los casos
esta sustitución permite comprender más claramente el sentido con el cual se la está utilizando.
No es infalible, por supuesto, hay muchos contextos en los cuales la ambigüedad llega al
punto de poder significar cualquiera de ambas cosas, como vimos en la expresión “hacer
historia”, pero en varias situaciones ayuda significativamente.
2.7 CONFUSIONES. La confusión generada por la polisemia de la palabra “historia”, Comentado [J1]:
no sólo embarulla al público en general, sino también a especialistas, incluyendo aquellos
dedicados expresamente a estos temas. Lo señalamos al comenzar este capítulo y lo repetimos
al iniciar el apartado sobre la situación actual. Ya hemos tratado la ambigüedad en algunos
escritos de Croce, aunque, por tratarse de un idealista, goza del beneficio de la duda. Otros
casos son más claros.
Hans Georg Gadamer, en una obra traducida a varios idiomas, justifica en el proceso
histórico una estructura teleológica, 105 aun aceptando la inexistencia de algún significado
tenido o no por las acciones humanas. Para él, el significado es el éxito o fracaso de las
mismas, para concluir:

Una acción lo es cuando hace historia, esto es, cuando tiene un efecto que le
confiere un significado histórico duradero. Los elementos del nexo histórico
se determinan pues de hecho en el sentido de una teleología inconsciente
que los reúne y que excluye de él lo que no tiene significado.106

Aunque hasta este momento, inclusive en este pasaje, da la idea de haberse referido
solamente al proceso, parecería no atender a la siguiente circunstancia: los “significados” de
las acciones, las relaciones causa-efecto, los nexos históricos, son establecidos por mujeres y
hombres. Para determinarlos deben indagar el proceso, lo cual hacen siempre dirigiendo su
indagación por pistas y preguntas impuestas por su época y su sociedad, por el medio donde
viven, el cual condiciona su teoría. ¿Cuál es el significado entonces de “hacer historia” en ese
contexto, trascender o descubrir esa trascendencia? Lo primero es inherente al proceso y lo
podemos descubrir o no. Lo segundo constituye un ingrediente depositado por los humanos:
historiadoras e historiadores, los estudiosos o las sociedades sobre la acción, sobre el proceso,
y puede coincidir con lo primero o puede ser una distorsión, un simple espejismo, una
convicción actual destruida por épocas posteriores. También puede ser algo intermedio entre
esos extremos.
Kahler, a quien ya hemos visto tomar una posición extrema respecto al término, luego
de la cita dando pie a la nota 100, en el párrafo siguiente agrega:

Para volverse historia los acontecimientos deben ante todo estar


relacionados entre sí, formar una cadena, un continuo flujo (...) Para formar
una “historia” la conexión de los acontecimientos debe tener algún sustrato,

105
Insisto en el vocablo “Teleológica”, porque los “correctores” de otro trabajo lo cambiaron por “Teológica”, lo
cual es algo completamente diferente.
106
Hans Georg GADAMER. Verdad y método. Sígueme, Barcelona, 1984. Página 260.
76

o foco, algo con lo que esté relacionada (...) semejante coherencia específica
no se da por sí misma, es dada por una mente que perciba y que comprenda.
Es creada como un concepto, es decir como un significado.107

Luego de definir la palabra “historia” exclusivamente como un acaecer, ahora limita


ese proceso a los acontecimientos cuando están “relacionados”, forman “una cadena, un
continuo flujo”. ¿Quién establece si hay relación o no entre los acontecimientos?
Evidentemente, él mismo lo dice, “una mente que perciba y que comprenda”. Para establecer
eso es necesario indagar en el proceso, lo cual nos lleva a un conocimiento. La “conexión”, el
“sustrato”, el “foco”, lo genera o crea la misma “mente que perciba y que comprenda”, un
pensamiento, un conocimiento, y es parte constitutiva de ese conocimiento.
Podemos incluso no captar algunas relaciones posibles, lo cual no impide su existencia,
pero lo más contradictorio del pasaje es el final, porque allí declara expresamente la falta de
coherencia del proceso por sí solo, la necesidad de una “mente” cognoscente y comprensiva
para otorgarle ese sentido, esa coherencia. ¿Y si no existe tal “mente”? De acuerdo con sus
palabras, antes del nacimiento del estudio histórico, no hubo historia, es decir, no hubo
proceso histórico porque no había habido “mentes” percibiendo y comprendiendo los
acontecimientos. Ese proceso anterior no fue historia hasta ser conocido. Cuando los autores
designan un conocimiento con la palabra “historia”, cuando son dualistas, o cuando identifican
proceso y conocimiento esto sería lógico, pero es totalmente contradictorio cuando el autor
acaba de sostener: “la historia es acontecer”, diferenciando claramente ese acontecer del
conocimiento tenido acerca de él, a lo cual llama “historiografía”.
En este caso, el acontecer es algo totalmente independiente del conocimiento y la
comprensión alcanzada acerca del mismo. Para profundizar en la contradicción, la segunda
parte del libro se titula “La historia de la historia” y al comienzo de la tercera parte, en la
página 179, en el segundo renglón, insiste en esa expresión, buscando aclarar la diferencia con
“historia de la ‘historiografía’”, y con “historia de la conciencia histórica”. Para él, estas dos
expresiones no son sinónimas de la primera. Aquella designación, nos dice, se refiere al
“desplegarse coherente de la interacción entre experiencia viva y acontecer histórico”, sin
advertir la falta de coherencia con lo planteado al inicio. Termina diciendo: lógica y
correctamente, lo ofrecido fue una “historiografía de la historia”, o más precisamente, de
algunos aspectos de ella.
2.7.1 La historia como juez. Una concepción muy generalizada, cuyo origen
posiblemente proceda de la etimología de la palabra, considera a la historia como un tribunal
encargado de emitir veredictos sobre procesos e individuos. Entendemos esto como derivado,
entre otras cosas, primero de la confusión entre las dos acepciones ya vistas de la palabra,
segundo de la característica esencialmente valorativa de los seres humanos, como así también,
en tercer lugar, de la asociación con la creencia en el libre albedrío de los seres humanos y, por
lo mismo, de la responsabilidad por las consecuencias de sus actos. Este estado de cosas ha
conducido a muchos historiadores a expresarse como si se tratara de un tribunal y ellos fueran
los jueces. Se ponen en ridículo por no advertir la imposibilidad de un juicio humano
intemporal, sostenido eternamente, pero además, como dice Croce:

Al hacerlo así (…) no se repara en (...) que nuestros tribunales son tribunales
del tiempo presente y para hombres que viven, obran y son peligrosos, y
aquellos pasaron ya por los tribunales de su tiempo y no pueden ser dos [o

107
Erich KAHLER. Op. cit., página 15.
77

más veces] absueltos o condenados. No son responsables ante ningún


nuevo tribunal (...) están más allá de la severidad y de la indulgencia (…) así
como del vituperio y de la alabanza.108.

Con mucha ironía, compara esta actitud de juzgar hombres y aconteceres pasados, con
el intento de “agredir a puñetazos a una estatua”. También llama “tribunal metafórico” a lo
normalmente designado como “tribunal de la historia”. Desde nuestro punto de vista no hay tal
metáfora; al discurrir, el proceso adopta ciertas formas; algunas de ellas pueden, en cierta
medida, ofrecer coincidencias o la apariencia de ellas, en sus líneas generales, con la dirección
de las acciones de ciertos hombres o grupos basados precisamente en la previsión acertada de
lo ocurrido, o por ocurrir en el futuro; incluso, esa coincidencia puede ser el fruto de la total
casualidad. Cuando se dice: “el tribunal de la historia” “absolvió” o “condenó” a tal o cual
personaje o grupo, se está afirmando: “el proceso posterior coincidió o no con las previsiones
sobre las cuales se basaron las acciones de aquél o aquéllos”, actividad totalmente ajena al
conocimiento histórico, o sólo tangencialmente vinculada con él. La finalidad del
conocimiento histórico es explicarnos la evolución de las sociedades humanas en la forma
conocida. Como ha dicho Lucien Febvre: “La historia no es juzgar; es comprender y hacer
comprender”109.
Muchas coincidencias suelen ser fruto de las interpretaciones y, en muchos casos, éstas
no son tan claras. El “telos”, como le gusta a Gadamer, no es unívoco y permanente. Por una
parte, diferentes interpretaciones pueden ubicarlo en extremos opuestos; por otra, en
determinados períodos, ciertas acciones humanas del pasado pueden aparecer como basadas en
previsiones correctas, precursoras de un tiempo presente grato, lo cual les confiere una carga
valorativa muy positiva. Eso no garantiza interpretaciones futuras coincidentes. Luego de un
tiempo, al modificarse las tendencias del desarrollo social, pueden pasar a ser consideradas
como graves errores, responsables de las condiciones críticas vividas en ese momento. Un
ejemplo reciente lo constituye la evolución de la Unión Soviética. Entre 1955 y 1960, la
recuperación de posguerra y los avances tecnológicos en aeronáutica, cohetería, armas
atómicas, viajes espaciales, etcétera, impresionaron a Occidente y muchos concibieron esa
evolución como la consecuencia lógica de decisiones acertadas adoptadas por sus dirigentes en
las décadas anteriores. Treinta años más tarde, las mismas decisiones han sido consideradas el
origen de los errores o desviaciones cuyas consecuencias condujeron a la crisis de disolución
de comienzos de los años noventa.
2.8 – HISTORIA Y ÉTICA. Esa actitud se deriva de una confusión entre dos
disciplinas ajenas, una normativa y la otra explicativa: la ética, la moral o su formulación más
pedestre y temporalmente localizada: el civismo, por una parte y el conocimiento histórico por
la otra. Esto se hizo muy claro cuando Adolfo Sánchez Vázquez manifestó su discrepancia con
la posición expresada por Carlos Pereyra en su tesis El sujeto de la historia.110 En dicho
trabajo, este último indagó los condicionamientos sobre las conductas de los seres humanos,
para poner de manifiesto el carácter circular del razonamiento de quienes los acusan por su
108
Benedetto CROCE. La Historia como hazaña de la libertad. F.C.E., segunda reimpresión de la segunda
edición, 1979, página 37.
109
Lucien FEBVRE. Op. cit., página 167.
110
Encargado de presentar el libro de Carlos Pereyra, utilizó la ocasión para hacer la crítica de algunas tesis
centrales del libro en una conferencia luego publicada en Adolfo SÁNCHEZ VÁZQUEZ. Ensayos marxistas
sobre historia y política. Oceáno, México, 1985. Páginas 59 a 64. La polémica fue analizada en Jaime
COLLAZO ODRIOZOLA. “El determinismo en los procesos históricos”, en Coatepec N° 1, revista de la
Facultad de Humanidades de la UAEM, marzo de 1987, páginas 34 a 38.
78

responsabilidad, al ser “creadores del proceso histórico”. Esos acusadores destacan los
condicionamientos sociales sobre esos mismos hombres, al haber sido moldeados por esa
misma sociedad, por ese mismo proceso histórico. ¿Se puede responsabilizar a un individuo, o
un grupo humano, por las consecuencias políticas y sociales de sus actos, cuando ese
individuo o ese grupo han sido condicionados en su formación por esa misma sociedad?
Basado en esto, niega la posibilidad de explicar el desarrollo histórico a partir de las
intenciones de los seres humanos. Afirma la necesidad de explicar esas intenciones, porque
ellas también son provocadas por los condicionamientos sociales.
Sánchez Vázquez rechazó ese planteo porque, al aceptar esta posición, dice, “la
elección [del individuo o del grupo] se vuelve superflua y la crítica y la valoración de esta
elección” también. Según él, esa forma de encarar el tema excluye la posibilidad de considerar
“el problema de la responsabilidad política y moral de los agentes”. Según él, es necesario
explicar el proceso por las decisiones libremente tomadas por mujeres y hombres, así es
posible luego exigirles responsabilidad por las consecuencias políticas, sociales, económicas,
etcétera, de aquellas decisiones tomadas con total libertad.
1 – Una de las causas propuestas para explicar esta confusión, se deriva de ambas
acepciones de la palabra “historia”.
Cuando Pereyra defiende su posición, se aboca directamente al intento de desentrañar
la forma de discurrir del proceso histórico; un problema ontológico. Busca establecer
principios teóricos para hacer más efectivo el abordaje cognoscitivo de su objeto de estudio.
De ese planteo no se desprende ningún criterio para permitir establecer el tipo de aconteceres a
seleccionar, ni siquiera una jerarquía de actividades humanas a tener en cuenta. Busca los
motores impulsores del proceso histórico o social, las fuerzas destinadas a implementar el
cambio. Esa actividad, si bien se cimienta en nuestro conocimiento actual del pasado, le sirve
de base para reflexionar sobre la forma de evolucionar del acontecer humano; a partir de ahí,
perfeccionar nuestros recursos a fin de conocerlo mejor.
La respuesta de Sánchez Vázquez se sitúa en otro terreno. Adopta como punto de
partida la ética; no refuta la lógica interna del razonamiento sino los resultados a los cuales
conduce, los resultados del conocimiento histórico. Necesita responsables a quienes poder
acusar por los efectos de esa evolución; porque si esas acciones estuvieron condicionadas o
determinadas por el propio proceso histórico, entonces a esos individuos no se los puede
responsabilizar por las mismas.
La ética necesita responsables, culpables. El conocimiento histórico sólo provee
explicaciones. Pereyra trabaja sobre un concepto de historia como proceso, buscando
desentrañar su mecánica para mejor conocerlo. Sánchez Vázquez comenta los resultados, para
él desagradables, de otro concepto de Historia: la disciplina de conocimiento. Es la diferencia
entre explicar a Colón, como producto de una sociedad en un momento de su
desenvolvimiento, totalmente sustituible como individuo por un lado; o condenarlo como el
responsable personal de los abusos traídos aparejados por la conquista o, inclusive, cometidos
por él mismo. El concepto de “abuso” es susceptible de diversas interpretaciones, en distintas
épocas.
2 – Vinculamos también esta persistente actitud de muchos historiadores, con el
carácter esencialmente valorativo de los seres humanos. Efectivamente, no se concibe a
mujeres y hombres sin valoraciones. No existiría la cultura, ni el propio conocimiento, ni la
investigación de ningún tipo, si los humanos no valoráramos. La investigación y el
conocimiento se generan a partir de una valoración positiva de la misma “por eso dicha
actividad se vuelve digna de realizarse”. Ya hemos visto cómo, el conocimiento histórico, y
79

cualquiera otra forma de conocimiento, no sería posible sin algún criterio axiológico, sin una
guía indicando cuáles procesos son merecedores de ser tomados en cuenta y cuáles no. Popper
expuso el carácter valorativo de la aspiración a la “neutralidad valorativa”, como otros más
elementales: la búsqueda de la verdad, etcétera.
Cuando estudiamos acontecimientos pasados, algunos personajes despiertan simpatía,
otros, rechazo. Sobre este aspecto no caben dudas. No sólo ocurre con individuos sino con
procesos complejos, grupos sociales y hasta pueblos enteros. En muchos casos, además, eso es
un poderoso estímulo para el desarrollo de la investigación. Pero trasladar nuestros criterios y
nuestras preferencias a las realizaciones humanas, pretendiendo darles un carácter de
imparciales, ya es algo muy diferente. Las preferencias están formadas y condicionadas por
una ética o una estética particular, localizadas en el tiempo y en el espacio. De todas maneras,
aunque pongamos toda nuestra atención, es imposible evitar el peso de nuestros valores en el
resultado de nuestro trabajo, aun inconscientemente; por eso es importante poner mucho
cuidado en eliminarlos allí donde seamos capaces de detectarlos. Aquellos no eliminados,
serán detectados y desechados por los receptores de nuestra obra; ellos no necesariamente
comparten nuestra escala axiológica, lo cual es excelente como estímulo a la discusión.
Cualquier personaje, grupo o proceso histórico puede despertar, alternativa o
simultáneamente, simpatías o rechazos en diversos grupos o individuos. Personajes como
Hitler o Stalin, grupos como los nazis o los bolcheviques, procesos como la Revolución Rusa
o el Estado Nacional Socialista, han tenido desde su origen y hasta nuestros días, partidarios y
opositores. Un historiador de esos procesos, tanto al otorgar cierta relevancia a algunos
aspectos como al negarla a otros, está poniendo de manifiesto su teoría, sus ideas y con ellas
sus preferencias, sus valores. ¿Es preciso, además, la inclusión de juicios laudatorios o
condenatorios? De ninguna manera. Eso no solamente no mejoraría su trabajo, sino lo
desmerecería ostensiblemente.
3 – Esta problemática se relaciona estrechamente con una antigua discusión religiosa y
teórica acerca de la situación y las posibilidades del ser humano: se trata de saber si tiene
libertad para escoger entre opciones realmente diferentes o, si está determinado a tomar ciertas
decisiones, sin poder hacerlo de otra manera. En caso de aceptar la primera postulación, las
decisiones tomadas y sus consecuencias involucrando a otros hombres y mujeres, serán
responsabilidad suya y por ellas deberá responder ante sus congéneres. Quien las tomó puede
ser un individuo particular o un grupo. Este criterio es el utilizado mayoritariamente por la
justicia en casi todo el mundo. La situación es muy distinta si se adopta la segunda
postulación, porque si las decisiones no pudieron ser diferentes de las tomadas, por estar
determinadas por fuerzas superiores al individuo, entonces quien las tomó no puede ser
responsabilizado por las mismas.
La acción humana, individual o colectiva, puede favorecer o perjudicar a otros
hombres o grupos contemporáneos en su vida cotidiana, sus propiedades, etcétera. Para
intentar rectificar los efectos de esas acciones perjudiciales hay tribunales y juicios, pero no
“históricos”.
Muy diferente es creer en la posibilidad de alterar el curso de la historia por acciones
de ese tipo, ese curso puede estar muy por encima de las voluntades de los individuos o los
grupos, aunque se vean muy poderosos. El neoliberalismo de las décadas de los ochenta y
noventa del siglo XX se extendió por todos los países con mayor o menor intensidad. En los
iberoamericanos lo hizo con particular virulencia. Carlos Salinas de Gortari pudo apresar a
Joaquín Hernández Galicia, favorecer amigos y perjudicar enemigos. Carlos Saúl Menem
pudo indultar a los peores asesinos del proceso histórico de la Argentina, suprimir periodistas
80

molestos, etcétera. Todas esas son acciones personales y afectan a gente contemporánea de las
mismas. Sin embargo, es muy difícil culpar a esos gobernantes por el cambio de orientación
política, diplomática, económica, social, en los otros países del continente ¿Se los puede
culpar por los cambios en México y Argentina respectivamente? ¿No tenemos derecho a
sospechar la existencia de tendencias históricas ubicadas muy por encima de las mujeres y los
hombres, particularmente cuando se trata de aquellos provenientes de movimientos políticos
antagónicos a esa tendencia, como pudieron ser los casos vistos o el más notorio de Jaime Paz
Zamora?
La justicia actúa en el presente, su misión de mantener la cohesión y tranquilidad social
al custodiar el mantenimiento de las jerarquías existentes, condenando todo acto atentatorio
contra lo establecido por las leyes, en la persona del agente visible, supuestamente sin atender
a las determinaciones exteriores a él, excepto como atenuantes o agravantes en ciertas
circunstancias. Muchas veces esto no se comprende. Pero en el conocimiento histórico, como
dice Croce, el juicio sobre personas desaparecidas no tiene sentido, porque ya no ponen en
peligro ninguna situación ni jerarquía social, ni el acusado puede ser alcanzado por el brazo de
esa justicia.
Importante responsabilidad en el desarrollo de lo considerado aquí “desviación”, corre
por cuenta de ciertas prácticas llamadas por Luis González y González “historia de bronce”,
otros autores la nombran “historia cívica”. En esa forma se enseña algo a lo cual llaman
“historia” en las escuelas primarias y secundarias: el pasado se explica por la lucha de los
buenos contra los malos, con el triunfo final de los primeros, como en una película de
Hollywood.111 Se intenta utilizar la disciplina para introducir ciertos valores en el educando y
promover ejemplos de vidas virtuosas, de acuerdo con el concepto de “virtud” sustentado por
los sectores dominantes. También sirve para justificar y apoyar el sistema político y el régimen
vigente.
Desde nuestra profesión, creemos más importante, porque se nos hace más nefasta, la
función de alejar a la mayor parte de la juventud y los niños del goce y cultivo de la disciplina,
esa desviación la transforma en algo tedioso y pueril, esto puede ser un subproducto no
deseado (un “daño colateral”), aunque personalmente lo creemos deliberado. Quien se
acostumbra a cierta forma de analizar el pasado, luego utiliza ese mismo método para observar
el presente. Es significativo, centros de estudio donde dirigían y asistían familiares de
políticos, cuando del pasado del país se trataba, los cursos de Historia Contemporánea
terminaban medio siglo antes del presente.
En este caso, los valores y los juicios sí ocupan el primer plano. En muchos países,
cuando el nacionalismo se transformó en ideología dominante, esa historia fomentó, además,
el odio entre los pueblos en lugar de la comprensión reclamada por Lucien Febvre. También
ha servido para descargar las presuntas culpas de todas las desgracias propias, sobre hombros
ajenos.
Luego de las reacciones ante la celebración en España del quinto centenario del
“descubrimiento” de este continente por parte de los europeos, difícilmente haya ejemplo de
mayor actualidad sobre la mezcla de la ética con la Historia. Allí se juntó la conquista y la
colonización, vistas como consecuencia del acto celebrado. Al historiador sólo le corresponde
establecer lo ocurrido y explicar las causas y los motivos de haberse producido de esa manera.
En nuestro ámbito cultural ha sido harto difícil circunscribir la tarea de ese modo,
porque inmediatamente surgen los calificativos para los principales jefes, por la forma de

111
Esa situación ha dado lugar a una frase muy difundida pero errónea: “La Historia la escriben los vencedores”
81

llevarse a cabo. También para el país de origen de los mismos. Aparecieron entonces
“leyendas negras” y su contraparte: “leyendas rosas”, sobre ese pasado. Aprovechando el
momento, en la televisión mexicana se presentó un programa pretendiendo juzgar a Hernán
Cortés. El título del evento era una pregunta “¿Héroe o villano?”. La propia formulación da
idea de la ridícula simplificación establecida en torno a un proceso complejo. Se resumió todo
en un individuo, a quien se otorgaba una importancia mucho mayor de las posibilidades
tenidas por cualquier humano en empresas similares. Sólo con preguntarse ¿cómo pudo Cortés
situar medio millón de hombres en su segunda presentación ante Tenochtitlán? cuando en tres
siglos España apenas pudo hacer llegar a todo el continente una cifra considerablemente
menor; alcanzaría para reflexionar un poco más a fondo sobre el tema.
Los juicios de valor sobre el suceder no tienen ninguna relación con la Historia, corren
por cuenta de la ética y son tan variados como diversos los grupos y épocas desde los cuales
fueron formulados. Sin embargo, su tarea es nociva, nublan y entorpecen la comprensión de
los procesos.
2.8.1 Simplificación. La mente humana tiende a simplificar complicados procesos
de todo tipo, incluidos los sociales, resumiéndolos en algunos nombres propios a los cuales se
hace depositarios de las pasiones provocadas por aquellos procesos. Esto puede ser una
característica psicológica propia de la especie, o un elemento desarrollado o estimulado por
determinadas formas de organización social. Cuando se acostumbra a la gente a simplificar los
procesos pasados, es natural para esa misma gente, abordar de manera similar la evolución
actual. Esto es muy importante para mantener la cohesión y tranquilidad sociales.
Los enfrentamientos tenidos por Estados Unidos en las últimas décadas con países del
Tercer Mundo, han sido presentados como enfrentamientos entre los presidentes de turno en la
potencia hegemónica y los líderes de esos países. El atropello a Panamá, en diciembre de
1989, fue mostrado como una lucha entre George Bush y Manuel Antonio Noriega. Esto
permitió omitir la larga serie de conflictos y oposiciones de intereses más profundos y
duraderos, etapas de esa relación desde el nacimiento de Panamá, en 1903, también inducido
por Estados Unidos.
En cada desavenencia, la prensa norteamericana exhibe al líder del pueblo rival como
la encarnación del “demonio”. Presentaciones de este tipo parecen demasiado triviales, sin
embargo, sorprendentemente, cada “enemigo” suprimido eleva el índice de popularidad del
presidente norteamericano en turno.
Un ejemplo interesante de esta forma de presentar la realidad actual lo constituyó el
último asesinato de un presidente norteamericano hasta 2015. Desde el fin de la Segunda
Guerra Mundial la economía norteamericana ha basado su excelente crecimiento en el
desarrollo de las industrias militares; este gasto debía ser justificado ante los contribuyentes.
Una de las justificaciones más prometedoras, en 1963, era la posibilidad de ampliar los
enfrentamientos con los comunistas en Viet Nam, desarrollar la guerra y fortalecer al
Complejo Militar-Industrial. De acuerdo con algunos testimonios, el presidente en ejercicio
parecía estar dispuesto a suspender la ayuda al gobierno de Viet Nam del sur y retirar toda
presencia del ejército norteamericano en la zona.
Aplicando esta forma de interpretar la realidad política, social, militar, económica y
cultural, en 1963, grupos todavía no claramente identificados con precisión, pero conocidos
genéricamente, hicieron asesinar al presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy. Uno
de los sectores aparentemente más activo en la participación en ese atentado fue el Complejo
Militar-Industrial. Otros agrupamientos pudieron tener otros motivos para participar, pero nos
interesa aislar éste para su análisis.
82

Según todos los indicios, la interpretación desarrollada por este conjunto de individuos,
señalaba como responsable del estancamiento de algunos de sus proyectos al presidente
Kennedy. Para ellos el plan era perfectamente viable y exitoso, por los recursos disponibles.
Como consecuencia, con el pragmatismo característico en los políticos norteamericanos, era
lógico pensar en el avance de esos proyectos si suprimían el obstáculo. Así se hizo y
avanzaron... por cierto tiempo. Es más, puede incluso sospecharse un avance similar sin el
asesinato. El crecimiento económico acelerado se detuvo cinco años más tarde y una onda
recesiva de media duración se inició en poco tiempo.
Doce años después del crimen, la guerra se constituyó en el peor desastre militar,
moral, político, ético e ideológico sufrido por ese país y la primera derrota humillante de sus,
hasta allí invictos, “buenos muchachos”. Las grandes empresas crecieron a límites nunca antes
vistos. El proceso posterior dejó ver como más ajustado en sus previsiones al proyecto
atribuido a Kennedy, al menos en cuanto al futuro de la sociedad en general. El de sus asesinos
proveyó ganancias rápidas y enormes a sectores reducidos, presumiblemente los responsables
del crimen.
El asesinato no cambió el rumbo del proceso histórico, simplemente modificó la
anécdota a través de la cual se produjo, quizá opuso un leve escollo haciendo más difícil el
“alumbramiento” del futuro, pero de todas formas, la evolución general se iba a producir. En
los sesenta y principios de los setenta, el asesinato pareció modificar sustancialmente el
panorama social del país, pero nuevas generaciones, sin la experiencia directa de la guerra,
entraron al relevo. Las aguas volvieron a su cauce. Los Estados Unidos actuales no serían muy
diferentes si la guerra no hubiera tenido lugar.
Al desaparecer físicamente la generación viva durante el conflicto, todo se convirtió en
un relato del pasado. Sin embargo, para la sociedad norteamericana de aquellos años, para
quienes fueron a combatir y no volvieron o volvieron mutilados, física y/o mentalmente, la
simplificación fue fatal, hizo optar por un camino duro y funesto. En su momento, esa decisión
se convirtió en una tragedia para una parte de la sociedad, aunque históricamente no haya
alterado el rumbo del país.
En el caso de Viet Nam fue peor, para su sociedad la guerra constituyó un trauma
insuperable por mucho tiempo. La marcó por varias décadas, pero a largo plazo su
desenvolvimiento la restituyó a una normalidad quizá similar a la existente si la guerra no
hubiera tenido lugar. En última instancia, si hubiera continuado con vida el presidente
Kennedy, tampoco es posible asegurar la ausencia de la guerra. Imaginemos por ejemplo, los
efectos actuales de la Guerra de los Treinta Años para los participantes.
2.8.2. Un caso especial. Extraño es el caso de Pierre Vilar. Todo un capítulo de su
libro relativo a la teoría de la historia lo dedica al análisis del término “historia”. Luego de
señalar la dualidad del mismo para los historiadores, analiza la expresión “La historia me
absolverá” con la cual Fidel Castro cerró el alegato de su defensa ante el tribunal encargado de
juzgarlo por haber dirigido el ataque al cuartel Moncada en 1953, con la finalidad de provocar
una insurrección general para derrocar al gobierno dictatorial de Fulgencio Batista.
En ese contexto y en esa expresión, sostiene, la palabra pudo significar tres cosas
distintas. En primer término, pudo querer decir: “el tribunal va a condenarme, pero el
recuerdo colectivo (...) acabará siéndome favorable”. Ese recuerdo colectivo lo ubica dentro
de una “historia tradición”, para él, “una construcción, de los que la han escrito”.
Inmediatamente fusiona este significado con el segundo: “El juicio moral del recuerdo
colectivo corre el riesgo de (...) ser, la historiografía dominante”. Llama la atención la
asociación de la historia conocimiento con juicios morales, especialmente por ser un
83

historiador formado en la escuela de los Annales, por haber manifestado su admiración y


reconocimiento a Marc Bloch y Lucien Febvre, quienes tan vigorosamente se expresaron
contra los juicios morales, pero sobre todo porque luego él mismo sostiene la creación de dos
corrientes historiográficas opuestas en torno a casi toda acción humana significativa: una
elogiosa y otra condenatoria. Agregamos: se forman dos como mínimo, pero pueden formarse
más.
Esta situación relativiza tremendamente el juicio y la posibilidad de “absolución” a la
cual se refirió Fidel con tanta seguridad. Porque independientemente de la conciencia tenida
por Castro al pronunciar esas palabras, o incluso, aunque sólo hubiera sido un recurso retórico.
La expresión en sí, tiene sentido.
No esos dos mencionados por el autor, pasajeros, cambiantes, aleatorios, relativos, sino
el tercero, también enunciado por Vilar como una posibilidad de tres: ante aquel tribunal
sabido condenatorio de antemano, invocar a la Historia como instancia de mayor jerarquía,
coherentemente sólo podía significar: el proceso histórico, algo sin dependencia de la moral
cambiante y pasajera, con un desarrollo unívoco. La frase significaba: fuera cual fuera el
futuro personal, individual de Fidel Castro, aquellos cambios intentados mediante la acción
violenta, como la caída del gobierno por ejemplo, de todas maneras se iban a producir. Si la
profecía era exacta o no, sólo podría dilucidarlo el futuro, cuando ya se supiera lo ocurrido.
Esto significaba: si Fidel Castro hubiera muerto de inmediato y nadie lo hubiera recordado, ni
hubiera tenido conocimiento de ese juicio y ese alegato, pero la caída de la dictadura y la
Revolución Cubana se hubieran producido de todas maneras, el proceso histórico lo hubiera
“absuelto” anónima y secretamente, porque se hubieran realizado los cambios de fondo
buscados por él, justificantes de la acción por la cual lo estaban juzgando.112
Es más. Anteriormente hubo otro grupo invasor procedente de República Dominicana,
detenido al desembarcar y completamente exterminado. No hay memoria colectiva de ese
acontecimiento, solo algunos testimonios periodísticos. Sin embargo, a esos “desconocidos”
por el conocimiento histórico, también los “absolvió” el proceso histórico, en el tercer sentido
invocado por Vilar. Aunque casi nadie los recuerde, también fueron absueltos.
2.9. DEFINICIONES. Una tentación, no resistida por muchos historiadores, ha
consistido en ensayar una definición de la materia. Por lo menos, desde el siglo XIX podemos
encontrar abundantes definiciones de la disciplina, cada una intentando determinada
originalidad terminológica y una precisión conceptual para situarse en un lugar destacado.
Sin embargo, cuando las apreciamos en perspectiva, casi todas delatan el momento y el
basamento teórico y/o ideológico sobre el cual se asientan. En este sentido es muy ilustrativa
la de Voltaire; porque por ser del siglo XVIII, cuando los problemas, las preocupaciones y las
confusiones eran otras, detectamos de inmediato la inserción en su medio: “La historia es la
narración de hechos considerados como ciertos, distinta de una fábula, que es una narración de
hechos que son falsos o inventados”113 . Surge de inmediato la preocupación central de los
historiadores por diferenciarla de otros géneros literarios; eso induce a sospechar en el público
una dificultad para distinguirla claramente de la ficción.
Según Topolsky, si bien podemos encontrar similitudes en la gran mayoría, también
hay notables diferencias entre casos especiales, en particular en la parte referida a los fines de
la materia. No todas abordan el asunto de las metas, pero el hecho de aparecer este tema en
varias, delata la mala conciencia de algunos historiadores, especialmente en aquellos tiempos,

112
Pierre VILAR. Op. cit., páginas 18 y 19.
113
Citada por Jerzy TOPOLSKY. Op. cit., página 54.
84

cuando la disciplina parecía estar entrando en un período de desvalorización. Sin duda, esto
llevó a algunos cultores a sentir la necesidad de justificarla. Al respecto, es modélica la de
Lesley Byrd Simpson: “Historia es un resumen de la experiencia humana y su función es
enseñar”.114 Sería interesante averiguar el contenido dado por el autor al vocablo “enseñar”.
A una definición se le exige contener el material a definir, pero no se le pide mencionar
la función o finalidad de la materia. Según Huizinga, una definición es buena cuando contiene
la totalidad del fenómeno del cual aspira a dar cuenta, con toda precisión y en la forma más
concisa posible. Abarcar “la totalidad” del fenómeno implica nombrar los caracteres genéricos
y diferenciales del proceso a definir. La exigencia de precisión implica claridad y exactitud en
la enunciación de los límites del mismo. La concisión puede quedar incluida en la exigencia de
claridad. Si nos atenemos a estas normas, encontraremos muy pocas “buenas definiciones”.
Algunas son excesivamente largas y farragosas, como las de los maestros alemanes, mientras
la mayor parte de las más escuetas, dejan fuera muchos elementos.
Cuando las definiciones caracterizan al conocimiento histórico como una ciencia,
manifiestan la influencia del positivismo y proceden de fines del siglo XIX y del XX. En esa
situación hay muchas. Esto ha dado lugar a larguísimas discusiones acerca del estatuto
cognoscitivo de la disciplina. Varios autores afirman su calidad científica, ya sea por
definición, ya sea con otro tipo de consideraciones, algunos de ellos son Ernst Bernheim,
Wilhelm Bauer, Lucien Febvre, Marc Bloch, Carlos Rama, E. Callot, Raymond Aron, R. G.
Collingwood, Jorge Luis Cassani, A. J. Pérez Amuchástegui, Edward H. Carr, Adam Schaft,
Pierre Vilar, Paul Kirn, etcétera.
Veamos cómo, ciertas formulaciones, no tan antiguas, delatan su esclerosis por
sumergirse demasiado en los conceptos a la moda en la época de su aparición: “historia es la
rama del saber que revive, estudia y representa el progreso de la cultura humana en forma
especializada” propuso Emilio Ravignani en 1949 y muy cerca suyo, el profesor Eugenio Petit
Muñoz declaraba: “la historia estudia la elaboración progresiva de la cultura por la especie”.
No ha sido únicamente en nuestro continente donde se escucharon estos acentos; en Europa,
un historiador de muy bien ganada fama como Henri Pirenne, sostenía: “El objeto de estudio
de la historia es el desarrollo de las sociedades humanas en el espacio y en el tiempo”.
Pecando de exceso, el maestro italiano Lombardo Radice, con una retórica acorde con los
tiempos de su formulación, nos define en 1933:

Historia es aquella reconstrucción del pasado en la que subsiste la


conciencia viva de la continuidad del pasado en el Presente. Seguir la línea
de desenvolvimiento de la actividad humana a través de las distintas épocas
históricas hasta nuestros días, para llegar a poseer al fin no tanto la lista de
los hechos reconstruidos como el secreto de sus conexiones vitales: revivir
el drama de la humanidad sintiendo pulsar nuestra vida misma como un
momento de aquel drama y adquiriendo conciencia de lo más sublime de
nuestra función de hombres: el ser herederos conscientes y proseguidores
de aquella tarea que agita... el pasado impulsando hacia el porvenir.115

114
Lesley BYRD SIMPSON. Dos ensayos sobre la función y la formación del historiador. El Colegio de
México, México, 1945. Citado por Carlos RAMA, Op. cit. páginas 56 y 112.
115
Las cuatro están tomadas de Carlos RAMA. Op. cit., páginas 55 y 56. La de Ravignani es tomada de
Introducción a los estudios históricos. REI, Montevideo, 1949, página 23. La de Lombardo Radice es de
Lecciones de didáctica. Labor, Barcelona, 1933, página 323. De las otras dos no ofrece referencias.
85

Todas ellas imbuidas del optimismo sustentado en ideas como las de progreso,
desarrollo, etcétera, legadas del siglo anterior, debilitadas por dos guerras mundiales pero no
extinguidas. Aún ahora, cuando los nuevos problemas planteados por la evolución condujeron
al cuestionamiento de los fundamentos sobre los cuales se edificaron aquellas creencias,
todavía palpitan en muchos pensamientos; siguen destilando en nuestro tiempo, cuando han
llegado a ser objetados casi todos los conceptos y las ideas axiomáticas de nuestros abuelos.
Carlos Rama dice: “es la ciencia que estudia las estructuras sociales del pasado
humano”, dejando el sello de una teoría circunstancial de gran influencia a mediados del siglo
XX; otros, como Ortega y Gasset, Droysen o Lesley Byrd Simpson, cuya fórmula ya vimos,
ponen el acento en la experiencia humana. Uno de los argumentos usados para justificar los
estudios históricos como veremos en otra parte, se basa, precisamente, en caracterizarla como
la experiencia social de la humanidad. Originada quizá en una famosa frase de Ranke, esta
proposición ha dado lugar a expresiones como “si los pueblos no conocen su historia, están
condenados a repetirla”. Algunas incluso, buscan limitar el campo de indagación como la
confusa y sorprendente, aparecida en el inicio del libro de Droysen, la cual reza:”...los
acontecimientos más importantes de todos los tiempos, propiamente los políticos, constituyen
la historia”.116
El idealismo alemán ha provocado verdaderas vuelos retóricos si bien en la actualidad
mueven a discretas sonrisas. Un solo ejemplo para no cansar:

Historia es la idea libremente producida por la unificación [síntesis], en la


desordenada soledad del ser racional, tal como se precipita en una ola
perceptible en el tiempo y en el espacio.117

Para Goethe cada generación debía reescribir la historia universal. De acuerdo a lo


visto, esa afirmación parece haber sido interpretada como la necesidad sentida por cada
generación para redefinir la disciplina de acuerdo con sus problemas más acuciantes. Tal vez
por esa razón se han multiplicado interminablemente.
Ejemplos y dependencias podrían reproducirse por páginas y páginas, pero además de
aburrido y cansador no le vemos un sentido válido. Ejercicio más provechoso sería si cada
lector pudiera analizar las posiblemente encontradas en la bibliografía a su alcance.
A pesar de las enormes diferencias vistas entre unas y otras, podemos notar elementos
comunes, a veces explícitamente, a veces implícitos. Por momentos algunos autores no
incluyen determinados rasgos en su definición, pero luego los desarrollan en el resto del
artículo o capítulo. Esos atributos nos permiten captar los límites del consenso generalizado
mayoritariamente y las características atribuidas por nuestra cultura a la disciplina. En este
sentido podemos enumerar:
1° Las definiciones consideradas se refieren a la Historia como un saber, una disciplina
de estudio, en fin, una forma de conocimiento con todos los elementos implicados en esto.
Además de ser mínimas, no interesan aquí definiciones encarando la palabra como un proceso
y es inoperante intentar una con ambos sentidos.
2° Para la totalidad de los autores ese estudio o conocimiento se refiere al pasado.
Algunos como Marc Bloch incluyen el presente y muy pocos mencionan el futuro como

116
Johan Gustav DROYSEN. Historia. Lecciones sobre la Enciclopedia y metodología de la historia. Alfa,
Barcelona, 1983, página 5. Curso dictado por el autor en la primera mitad del siglo XIX.
117
Walter SCHULTZE-SOELDE. Citado por Rama, Op. cit., página 55, sin más referencias.
86

proyección, pero todos incluyen el pasado. Se plantean algunas discrepancias de menor


cuantía acerca del momento para empezar a considerar al pasado como tal.
3° Otro acuerdo unánimemente aceptado establece a los seres humanos como objeto
de estudio de ese pasado. Algunos hablan, en sentido genérico, del “hombre”. El historiador,
dice Marc Bloch poéticamente, “allí donde huele la carne humana sabe que está su presa”.
Otros hablan de la “sociedad”. No hay ninguna discrepancia. Los seres humanos son el
principal producto social. No hay mujer u hombre sin sociedad, ni sociedad sin hombres y
mujeres.118 Algunos, inclusive, se refieren a la cultura o la civilización. También está incluido
aquí porque, en ese contexto “cultura” es la totalidad de las creaciones humanas y
“civilización” la parte más compleja y elaborada de la cultura. La evolución de ambas ha sido
la misma de los humanos porque de ellos ha dependido.
4° Otro consenso generalizado acepta como meta de este saber el tratamiento del
cambio, aunque en ocasiones aparezca bajo nombres como “progreso” “evolución”,
“desarrollo”, etcétera. Sin dejar de aceptar el estudio de las transformaciones vividas por las
sociedades como tema de análisis de la Historia, en el siglo XX se comenzó a destacar el papel
de lo muy lentamente cambiante, de la permanencia, también llamada “duración”. De todas
formas, y aunque parezcan conceptos opuestos, los teóricos de la “temporidad” 119 nunca
dejaron el cambio fuera del horizonte cognoscitivo de la materia. Simplemente, agregaron las
permanencias, los tiempos muy lentos, obstáculos para las modificaciones, pero a la vez
también caminos para su discurrir. La humanidad se transforma permanentemente, aunque no
siempre lo hace con la misma velocidad.
5° Hablar de pasado y de cambio supone hablar de la dimensión temporal, por lo cual,
aunque muchas definiciones lo dan por supuesto y no lo mencionan directamente, el tiempo es
un elemento protagónico en estos estudios. Más adelante, al analizar la naturaleza de este
conocimiento, tendremos oportunidad de descubrir el carácter intrínsecamente constitutivo de
esta variable en el análisis histórico.
6° Finalmente, otro elemento fundamental, estrechamente vinculado con el tiempo y al
cual ninguna definición o concepto puede dejar al margen es el espacio. Tanto por la
influencia mantenida sobre los grupos humanos, como por las reacciones suscitadas en ellos,
las cuales repercutieron en su propia transformación. Si desde el origen de la disciplina, desde
el considerado primer momento, el espacio ha sido una variable considerada fundamental, en
nuestros tiempos ha cobrado un destaque particular a partir de los desajustes provocados por la
actividad humana sobre él.
Antes de terminar, nos interesa resaltar dos posiciones particulares, no solamente por
su originalidad y vigencia durante tanto tiempo, sino por los gérmenes de una reflexión más
profunda encerrados en ellas.
2.9.1. Una definición globalizadora. El primer caso lo planteó Johan Huizinga en un
artículo aparecido en 1921 y aumentado en 1928. Allí desarrolló un estudio sobre definiciones
de la materia. Luego de plantear su concepto acerca de la significación de una buena
definición, analiza dos casos concretos, las formuladas por los maestros alemanes Bernheim y

118
La cita es del libro de Marc BLOCH, Op. cit., página 25. Para un desarrollo de lo siguiente, ver Jaime
COLLAZO ODRIOZOLA. “Los valores sociales en el desarrollo histórico de la ciencia moderna”. En
Administración y política. N° 4, tercera época, tercer cuatrimestre de 1982, revista de la Facultad de Ciencias
Políticas y Administración Pública de la Universidad Autónoma del Estado de México.
119
El término “temporidad” lo acuñó Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI para designar al tiempo lento,
cuando las cosas, no pasan de inmediato, sino muy despacio. Al rápido en pasar lo llama “temporalidad”. Se
desarrolla en el capítulo sexto.
87

Bauer, sobre las cuales hace ciertas observaciones. Como veremos, las mismas se pueden
extender a la enorme mayoría.
La primera objeción surge para quienes caracterizan a la Historia como una “ciencia”,
de esa manera se está limitando enormemente el alcance de la disciplina, pues la enorme
cantidad de personas consideradas historiadoras, desde los orígenes de la materia, de acuerdo
con esa designación, no podrían considerarse “historiadores”, deberíamos quitarlos. Según el
autor, Bauer aceptó esta limitación, pero de todas maneras defendió su postura sosteniendo:
“toda época tiene, en realidad, su modo propio y específico de concebir la naturaleza y las
funciones de la Historia, lo cual, si bien es aceptable, no impide la posibilidad de existencia de
un significado general para permitir la identificación de un saber (“relato de algo que acaeció”
dice él) conocido como “Historia” desde hace veinticinco siglos. Ese significado merece
poder ser definido y tener la capacidad para rescatar el sustrato común a todas esas
conceptualizaciones de la materia, en todas las épocas.
Para iniciar la búsqueda de tal definición, se plantea dos preguntas, una se refiere a la
esencia de las realizaciones de ciertos hombres por las cuales fueron considerados
historiadores en otras épocas; la otra está referida a los motivos por los cuales lo han hecho.
Luego destaca la ausencia de respuesta a esas preguntas en las definiciones analizadas; cuando
el hombre común recurre a la Historia, su idea de la misma no coincide con lo sostenido en
esas definiciones. Al no querer limitar la definición a una época o una forma de conocimiento
particular, es necesario remontarse a una idea más general, más abarcadora. Sólo los seres
humanos estudian su propio pasado, por lo cual la historia es una creación exclusivamente
humana, es un proceso cultural, debemos abordarlo como tal, nos dice. A partir de allí, la
principal interrogante se refiere a los elementos comunes en las funciones y las formas de ese
proceso cultural en todas las sociedades conocidas.
Contradiciendo una tradición muy arraigada, incluso en muchas definiciones,
puntualiza: la historia no nos da “el relato del pasado” lo ofrecido por ella es una imagen
coherente e inteligible de algún fragmento de ese pasado. De ninguna manera es
“reconstrucción” o “reproducción”, más bien consiste en la construcción de una
interpretación de algún segmento de los sucesos ocurridos a algún grupo humano; la
historia busca conexiones y la naturaleza de estas conexiones la establecen los valores
atribuidos por el historiador, por tanto es éste quien construye ese fragmento del pasado.
Posteriormente, Lucien Febvre lo expresó de otra manera:

La historia no presenta a los hombres una colección de hechos aislados.


Organiza esos hechos. Los explica y para explicarlos hace series con ellos,
series a las que no presta en absoluto igual atención.120

Este proceso ocurre de la misma manera en un simple relato de algo sucedido, en


aquello llamado “historia científica”, en el mito, la epopeya o cualquier otra forma de
escudriñar acciones humanas pretéritas. Lo buscado por el historiador es la aprehensión e
interpretación de una lógica, por eso, a esta actitud de “construir el pasado” la llama “darle
forma”. El producto final de esa actividad, sólo puede ser, una “forma espiritual” o
“intelectual”. 121 Esa forma espiritual o intelectual, “pretende comprender el mundo en el

120
Lucien FEBVRE. Op. cit., página 144.
121
“Espiritual” es la versión castellana de Wenceslao Roces, vertida directamente del alemán o del holandés. En
el libro de Topolsky la traducen como “intelectual”. El original del último está en polaco, por lo cual hay dos
88

pasado y a través de él”. Entendida así la disciplina, quedan incluidos dentro de la misma,
investigadores, divulgadores, memorialistas, cronistas, biógrafos, profesores, desde el trabajo
histórico más antiguo hasta el más contemporáneo y tecnificado.
Buscar la intención de los grupos, lleva a investigar, escribir, leer historia, en el modo
de situarse frente al ayer, pero con la perspectiva y las preocupaciones de hoy, llama a la
actividad histórica rendirse cuentas, lo que le permitirá explicar su separación de la literatura
por la ausencia del elemento juego y la preocupación por la verdad. Esta fórmula permite
incluir las modalidades más variadas de “darle forma al pasado” porque cada cual se rinde
cuentas de acuerdo con los patrones valorativos señalados por su propio horizonte cultural. Si
el medio privilegia la importancia de la religión, los individuos se rinden cuentas en forma
religiosa, un medio mitológico privilegiará rendiciones de cuenta mitológicas y un ámbito
científico sólo admitirá como válidas formas científicas de rendirse cuentas. Curiosamente, la
traducción del polaco establece esa rendición de cuentas “a sí mismo”, lo cual, en nuestro
idioma resulta pleonasmo, porque rendirse cuentas sólo se puede hacer a uno mismo.
¿Quién se rinde cuentas? Para el autor se desprende de lo anterior. Según él, sólo “una
cultura” puede rendirse cuentas dándole forma a su pasado. La traducción del polaco habla de
“civilización”, diferencia poco significativa mientras no se precise el límite de la acepción de
los términos “cultura” y “civilización”; con ambos podrían referirse a un mismo significado.
Ahora bien, cada cultura tiene sus preocupaciones parciales, sus intereses particulares,
por eso, cada cultura establece su propio concepto de Historia, su propia manera de elaborarla.
También cada cultura tiene su propio pasado y a cada una le corresponde delimitarlo, porque
“el pasado sólo puede convertirse en historia para él (el grupo) en la medida en que llegue a
comprenderlo”. Culturas amplias estructurarán una Historia amplia, las limitadas generarán
una limitada.
Una característica de la naturaleza de las culturas es incorporar, como parte
constitutiva de su ser, todo lo comprendido por su espíritu, por esa razón las culturas más
amplias, lo son por haber incorporado las historias de muchas otras culturas a través de la
comprensión otorgada por el conocimiento. Si aceptamos esta perspectiva, desde la expansión
imperialista y la “unificación cultural” del mundo, la europea occidental se convirtió en la
cultura universal, por eso mismo, por primera vez, su historia se ha convertido en la primera
verdaderamente universal.
Reuniendo todos estos elementos, completa su definición de la siguiente manera:
“HISTORIA ES LA FORMA ESPIRITUAL EN QUE UNA CULTURA SE RINDE CUENTAS DE SU
PASADO”.
En defensa de esta definición, sostiene: como expresión, “forma espiritual” es más
amplia e incluyente, comprende también el concepto, de “ciencia”. Adicionalmente, esta
formulación permite evitar la separación entre investigación y exposición, considerada
anteriormente. Al referirse a “una cultura” se incluye lo inevitablemente subjetivo de todo
conocimiento histórico. También permite reconocer la existencia de ámbitos culturales
diferentes, más restringidos, dentro de una misma cultura; aunque todos tengan algo en común
por ser miembros de la misma cultura, también tienen distintos puntos de vista con los cuales
valoran en forma diferente la rendición de cuentas del pasado realizada por la cultura más
amplia. Una historia confesional tendrá diferencias necesarias con una atea y materialista;

traducciones de por medio, una del alemán u holandés al polaco y la otra del polaco al castellano, sin embargo,
sin saber alemán, holandés ni polaco, la segunda versión parece más ajustada al sentido general del artículo.
89

ambas hacen lo correcto dando su perspectiva, si se atienen a las normas metodológicas


admitidas por la cultura general para esa actividad.
Con “rendirse cuentas” nuevamente se unen los investigadores con los resultados de su
trabajo y, sobre todo, se disuelven las diferencias marcadas por Bernheim entre historia
narrativa, pragmática y genética, porque aquí están comprendidas la totalidad de las formas de
conocimiento del pasado humano, incluyendo a la Filosofía de la Historia, la compilación de
annales, desde “la más modesta monografía arqueológica” hasta “la más grandiosa concepción
de la historia universal”.122
La amplitud de la definición así confeccionada permite soslayar las discrepancias entre
las diversas escuelas historiográficas acerca de puntos específicos. Quizá su único defecto sea,
precisamente, la excesiva amplitud por la cual se vuelve poco operativa. Sus mayores virtudes
son, sin duda alguna, su concisión y precisión, características reclamadas por el autor al inicio
del artículo. En su elogio no se puede omitir el ser, quizá, la única definición sin esclerosis ni
síntomas de senectud a casi cien años de su publicación. La peculiaridad de permitir incluir en
su concepto a todo y a todos aquellos en algún momento considerados historiadores o parte de
la Historia, nos autoriza a calificarla como una definición globalizadora. En ella se incluye
todo, globalmente.
2.9.2. Evitar definiciones. El segundo caso lo planteó Lucien Febvre, en 1949, en un
artículo publicado con ocasión de la aparición del famoso libro inconcluso de Marc Bloch
Apologie pour l’histoire ou Métier d’historien, extrañamente vertido por primera vez al
castellano como Introducción a la Historia, a pesar de proponerse dos nombres tan elocuentes
en el original.
Un análisis crítico del mismo, evidentemente significaba algo emocionalmente muy
intenso para él. Compañeros, colegas, correligionarios, camaradas y amigos desde mucho
tiempo atrás, habían acometido juntos empresas audaces entre las cuales, la publicación de la
revista ANNALES no fue la de menor importancia. Aunque compartían una gama de intereses
e información de amplitud desusada, lo cual les permitía escribir sobre los temas más variados,
Bloch se había especializado en el período feudal europeo y Febvre en los problemas
ideológicos del siglo XVI.
Aparte de artículos ocasionales comentando trabajos de otra gente, nunca se habían
ocupado específicamente de teoría y metodología, pero la invasión alemana de Francia durante
la Segunda Guerra Mundial, convirtió a Marc Bloch en prisionero y lo alejó de archivos y
bibliotecas donde poder trabajar.
Obligado por las circunstancias, escribió reflexiones acerca de su profesión y la
disciplina a la cual dedicó sus energías creativas. Sus manuscritos quedaron sin terminar,
porque Bloch fue fusilado en 1944, Febvre se encargó de publicarlos. El libro apareció en
1949.
En el artículo introductorio, al destacar la “virtud” de Marc Bloch por no haber
intentado ninguna definición de la materia, desarrolla sus ideas de ese momento, totalmente
contrarias a definiciones precisas y exhaustivas. En su apología utiliza dos tipos de
razonamientos. Unos están circunscritos a la época, los otros son más generales.
El argumento ocasional está ligado a los reacomodos de la posguerra. Para él, viviendo
en época de transformaciones, incertidumbres, destrucciones, no es adecuado proponer
definiciones, eso se podía hacer en tiempos de tranquilidad con puntos de apoyo seguros,
cuando el futuro se encaraba con optimismo y confianza y no con interrogantes e inquietud.

122
El artículo mencionado y todas las citas de este pasaje no aclaradas, son de Johan HUIZINGA,
90

En época de cambios drásticos, es preferible posponer todo marco rígido, todo compartimento
estanco, toda definición plenamente acabada, pues en cualquier momento pueden producirse
transformaciones modificando nuestras ideas y dejando inadecuadas las definiciones
realizadas con tanta meticulosidad. Califica el afán definitorio como una “manía”. Vista en
perspectiva, su actitud parece profética, porque quizá nunca antes la humanidad haya vivido
cambios tan rápidos y profundos como los experimentados en el más de medio siglo
transcurrido desde la aparición de ese artículo, ni la disciplina histórica haya sufrido tantas
transformaciones como las vividas en ese mismo período.
Ya en términos generales más intemporales, iguala las definiciones con cárceles. En su
opinión, son fórmulas en las cuales se pretende encerrar las ideas, el intelecto. El desarrollo
del conocimiento, de las ciencias, de la creatividad humana requiere todo lo contrario, necesita
libertad total y absoluta para poder desenvolverse.
El caso particular de la Historia, adicionalmente, presenta otra dificultad: ¿qué historia
definir? ¿La de una escuela particular, la de un período, de un pueblo?, para preguntar: “¿No
varía la historia perpetuamente en su inquieta búsqueda de técnicas nuevas, puntos de vista
inéditos, problemas que hay que plantear mejor?”. También en este punto parecería haber
avizorado el futuro inmediato.
Continúa luego: las definiciones más juiciosas, exactas y meticulosamente pensadas,
corren el riesgo de omitir lo mejor de la historia, ciertos elementos imprevistos y creativos,
con los cuales adquiere esa provisionalidad, ese estar rehaciéndose permanentemente,
condicionada por las preocupaciones presentes de cada sociedad y de cada generación dentro
de ella.
Finalmente ridiculiza la actitud de quienes, a partir de una definición, intentan señalar a
los investigadores ciertos terrenos en los cuales no deben incursionar, porque invaden el
campo de estudio de otros científicos sociales. En última instancia, las definiciones son actos
legislativos sin capacidad coactiva para imponerse a los demás. Basado en esto, arremete
vigorosamente contra esos “tabiques y etiquetas”, abogando precisamente por la invasión
consciente de otros campos de estudio, si eso permite analizar mejor y profundizar en la
comprensión del problema planteado. En este sentido, tiempos posteriores han coincidido con
ese llamado. Hoy es mucho más amplia la aceptación de la unidad entre las ciencias sociales y
la Historia, y la esterilidad cognoscitiva de intentar encerrarse en teorías y metodologías
típicas de la propia y exclusiva disciplina.
A la actitud de quienes buscan separar los distintos conocimientos, la llama “Pesadilla,
tontería, mutilación” para preguntarse si definir no es, en definitiva, “embromar”. Termina con
una declaración de principios muy adecuada para presidir cualquier institución donde se
enseñe a generar conocimiento histórico: “Donde el historiador debe trabajar libremente es
en la frontera, sobre la frontera, con un pie en el lado de acá y otro en el de allá”.123 Desde
muchos puntos de vista, esta actitud de evitar definiciones puntuales parece ser la más fecunda
y provechosa para la disciplina. Teniendo claras las metas buscadas, es posible despejar más
fácilmente la forma de obtener los resultados esperados.
2.10. FILOSOFÍA DE LA HISTORIA NUEVAMENTE. Luego de haber analizado
la ambivalencia de la palabra, es conveniente volver a repasar la expresión “Filosofía de la
Historia”.
Solo es aceptable cuando el vocablo “historia” se refiere al proceso histórico. En ese
caso, aspira a ser un estudio ontológico del ser del transcurrir social humano. Dejando de lado

123
Lucien FEBVRE. Op. cit., páginas 227, 228.
91

lo relativo a las leyes y los planes en los cuales ya casi nadie cree, no se puede abordar el
estudio de un proceso histórico sin tener alguna idea, aunque sea muy vaga, de la dinámica de
funcionamiento de ese proceso, sin participar de algunos valores al jerarquizar la importancia
de los diferentes niveles de análisis, o indicaciones sobre cuáles impulsan el cambio, la
transformación con mayor fuerza, los menos vigorosos y cuáles son impulsados por los otros.
Cuando Carlos Pereyra sostiene: “la historia es proceso sin sujeto”, porque los
hombres, si bien “hacen” la historia, también resultan haber sido “hechos” por ella o cuando
Paul Veyne niega la existencia de “motores” constantes para producir las transformaciones y
sostiene “las causas más dispares adoptan alternativamente el liderazgo...” 124 , no están
refiriéndose a ningún proceso particular, no están intentando mostrar planes o leyes; están
postulando bases teóricas; pero no acerca de la forma de conocer de los historiadores, sino
sobre la manera de transcurrir, de evolucionar de la humanidad; están hablando de ontología,
del ser del proceso histórico, formulando hipótesis acerca de las fuerzas impulsoras de esa
transformación.
Esas hipótesis servirán de punto de apoyo a quienes deseen intentar algún
conocimiento de un proceso concreto y compartan las mismas convicciones. A nuestro
parecer, tomada la expresión exclusivamente en este sentido, es posible establecer un legítimo
campo de estudio para la disciplina, sin ninguna relación con las “leyes”, la “dirección” o el
“sentido” del fluir histórico.

124
Carlos PEREYRA. El sujeto de la historia. Alianza, Madrid, 1984. Páginas 9 a 91. Paúl VEYNE. Cómo se
escribe la historia. Foucault revoluciona la historia. Alianza, Madrid, 1984. Página 184.
92

CAPÍTULO TERCERO

La Historia en el conocimiento

Conocimiento es lo que creemos que sabemos


Fe es lo que sabemos que creemos

3.1 EL CONOCIMIENTO. Al ser la Historia un conocimiento, corresponde discernir


sus peculiaridades distintivas. Este tema nos obliga a desviar la atención hacia el significado
del término.
Al revisar lo escrito en torno a la actividad cognoscitiva, nos encontramos con una
inagotable cantidad de materiales de muy diversa índole. Sociología, Psicología, Filosofía y
otras disciplinas lo abordan; cada una de ellas desde sus particulares puntos de vista. Para las
necesidades de este trabajo nos interesa la filosófica. En este sentido, un prestigioso libro en
lengua castellana lo define como: “conocer es lo que tiene lugar cuando un sujeto (llamado
'cognoscente') aprehende un objeto (llamado 'objeto de conocimiento')” 125
La polisemia de algunos términos puede inducir a confusión a lectores no
familiarizados con las formas de expresión usuales entre filósofos. Muchos años de docencia
impartiendo cursos sobre esta materia, nos han hecho ver la necesidad de aclarar algunos
vocablos y/o adicionarles ciertas precisiones, aunque no se compadezcan muy bien con el
quehacer filosófico.
En primer lugar, la “aprehensión” a la cual se refiere el autor, es mental o espiritual.
En la misma obra la define como “percepción” y a ésta como algo ubicado “entre la sensación
y la intuición”, lo cual permite aclararnos: no es un acto material de apropiación, sino una
asimilación en el pensamiento. Puede considerarse como “aprender”, tal cual lo consigna el
diccionario de la Real Academia en su segunda acepción, pero entendemos ese matiz como
poco preciso. “captar” tal vez sea un acercamiento más adecuado.
En segundo lugar, la experiencia nos ha hecho ver las limitaciones de nuestro
conocimiento: nunca conocemos total e íntegramente un objeto, sino solamente algunos
aspectos del mismo. Es más, generalmente, en la medida de nuestra permanencia en la
manipulación, la observación o simplemente en la proximidad de un objeto durante un tiempo,
encontramos nuevas propiedades o facetas del mismo, advertimos el incremento de nuestro
conocimiento, lo cual nos muestra la posibilidad de descubrir permanentemente nuevas
propiedades en el objeto. Incluso, podemos medir el crecimiento cuantitativo de las
propiedades conocidas y de los matices de las mismas. Por esta razón, entendemos posible el
aumento persistente del conocimiento. Eso nos lleva a un ajuste de la definición,
complementándola con algunos agregados. Queda entonces de la siguiente forma: `Conocer
es lo que tiene lugar cuando un sujeto (llamado cognoscente) aprehende, mental o
espiritualmente, algunas cualidades de un objeto (llamado objeto de conocimiento)’ Ese

125
José FERRATER MORA. Diccionario de Filosofía. Sudamericana, Buenos Aires, segunda reimpresión de la
quinta edición, 1971, primer tomo, página 340.
93

proceso es continuo mientras exista alguna forma de contacto entre el sujeto y el objeto. Al
respecto, en otro escrito hemos definido al conocimiento como una:

…relación dialéctica, en perpetuo desarrollo, entre ciertas potencialidades


cerebrales, las cuales se realizarán si reciben los estímulos adecuados en
los momentos oportunos, cuando esos estímulos provienen de un ámbito
exterior a ese cerebro.126

Con esta forma de caracterizar al conocimiento, advertimos la existencia de dos entes


diferentes y enfrentados: un sujeto conocedor o ‘sujeto cognoscente’ y un objeto en proceso de
ser conocido por aquel sujeto. No todos los autores coinciden con esa dicotomía, más adelante
comentaremos una concepción diferente y, por lo mismo, otra forma de abordar el tema.
Hasta el siglo XIX, los filósofos del conocimiento consideraban únicamente
estos dos elementos, el sujeto y el objeto. En los últimos dos siglos se sumó el proceso
cognoscitivo o proceso de conocimiento, como los tres elementos constituyentes del
fenómeno al cual llamamos “conocimiento”. Así lo hizo Adam Schaff, en un libro con cierta
popularidad en nuestro medio, entre 1960 y 1990. 127 Con esta posición polemizó Carlos
Pereyra en una de sus publicaciones.128
Quienes aceptan este análisis del acto de conocer, no son unánimes en el momento de
adjudicar grados de importancia a cada uno de esos tres elementos, como factor dinámico del
proceso cognoscitivo. Esta discrepancia dio lugar a la formación de tres posiciones diferentes.
Cronológicamente, la primera en aparecer fue la atribuida por Schaff a Demócrito,
frecuentemente llamada “teoría del reflejo”, “materialista, “mecanicista”, “aristotélica” y/u
“objetivista”, por situar al objeto como el elemento provocador de la actividad cognoscitiva.
Para esta opinión, el objeto de conocimiento impone su presencia al sujeto y despierta sus
posibilidades cognoscitivas. Es el componente activo.
1 – Para quienes aceptan este punto de vista, el conocimiento es un “reflejo” del objeto
producido en la mente del sujeto, de allí la primera designación. 2 – Por ser Demócrito
considerado el primer filósofo materialista y también porque, en general, los filósofos
materialistas la han adoptado durante muchos siglos, se la designa “materialista”. 3 – El autor
citado la califica de “mecanicista”, derivándola de una suposición, según la cual, la acción del
objeto sobre el sujeto es mecánica, se opera automática y espontáneamente. 4 – “Aristotélica”
por la defensa hecha por Aristóteles de esta teoría del conocimiento. 5 – Como todas esas
formas de llamarla requieren explicación, nos ha parecido mejor nombrarla “objetivista” para
facilitar la memoria, al recordarnos más directamente la selección del objeto como el
elemento dinámico en la producción de conocimiento. En tiempos recientes, corrientes como
el sensualismo y el empirismo continúan apegados a esta perspectiva. El sujeto es un
receptáculo pasivo de lo impuesto por el objeto. Es como una página en blanco sobre la cual
escribe el objeto.
Para el caso del conocimiento histórico, quizá en razón del desinterés manifestado por
la mayor parte de los historiadores acerca de estos temas, la posición objetivista ha tenido
muchos partidarios. Inclusive hasta bien entrado el siglo XX, para los libros de metodología

126
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. La naturaleza del conocimiento histórico. UAEM, Toluca, 1994. Página
25.
127
Adam SCHAFF. Historia y verdad, Grijalbo, colección “Teoría y praxis” N° 2, México, quinta edición, 1981.
Páginas 82 y 83.
128
Carlos PEREYRA. El sujeto de la historia. Alianza, colección “Universidad”. N° 376. Madrid 1984.
94

“hacer Historia” -en el sentido de investigarla y escribirla- consistía en “mostrar las cosas tal y
como sucedieron”, según una famosa y pueril frase de Leopoldo Ranke.129 A esas “cosas”,
llamadas “hechos” por los positivistas, las suponían contenidas en los documentos. Un manual
finisecular con tanto éxito como para merecer una nueva edición en español setenta y cuatro
años después de su primera aparición, se inicia con la frase: “La Historia se hace con
documentos” 130 . En esas expresiones, cuyo éxito fue enorme durante más de un siglo,
congregando todavía un número considerable de adeptos en nuestro medio, subyace la
creencia en la existencia de un objeto, el proceso histórico, plasmado en una serie de
testimonios, cuya presencia imprime en el sujeto -el historiador- la verdad de lo acontecido en
el pasado.
La expresión positivista “hecho” para designar cualquier acontecer histórico, es un
esfuerzo por equiparar el suceder humano con los procesos estudiados por las ciencias
naturales. Tal vez en forma inconsciente, indica una voluntad de fijar los acontecimientos
ocurridos en una versión única, a la cual deberán atenerse todos los estudiosos, recalcando el
carácter directriz, activo del objeto y, al mismo tiempo, por omisión, la actitud receptiva,
pasiva, del sujeto.
2 - En oposición a esta manera de entender el conocimiento, se desarrolló una segunda
teoría llamada “idealista”, “activista” y aquí designada “subjetivista”, porque ubica la acción
del sujeto como el factor decisivo en la producción de la actividad cognoscitiva. La primera
forma de nombrarla se origina en la vinculación histórica mantenida con esa tendencia
filosófica. “Activista” es un modo ambiguo de designarla, basado en el carácter activo
atribuido al sujeto cognoscente. Hemos adoptado la tercera designación por ser la más clara
para recordar la ubicación del elemento dinámico en el sujeto. Llevada al extremo, hay
quienes conciben al sujeto como creador del mundo exterior en su mente. Podría formularse
como “para mí, lo desconocido no existe”.
Un ejemplo susceptible de ser utilizado para defender esta posición, consiste en llevar a
cinco personas a un recorrido caminando juntas. Posiblemente, al requerirles un reporte de lo
visto, las cinco destaquen aspectos diferentes, al punto de hacer dudar a un observador exterior
acerca de si verdaderamente hicieron el mismo recorrido en el mismo momento. Los intereses
y la percepción particular de la realidad de cada una, pueden conducirlas a fijar la atención en
elementos distintos de ese mundo exterior ofrecido a su percepción. En este caso, esa realidad
externa, el objeto, sería un elemento inerte, pasivo, cuya existencia sólo cobraría importancia
en caso de ser percibida por un sujeto, pero el conocimiento dependería de la aprehensión de
ese sujeto. Toda la actividad se le atribuye al sujeto, volcando la actitud pasiva en el objeto.
La desconfianza en los datos aportados por los sentidos, provocada por la Revolución
Científica de los siglos XVI y XVII, condujo a un extremo, en el cual solo se podía estar
seguro de aquello pensado por la propia mente, lo ocurrido en el “propio espíritu”. René
Descartes y su duda metódica abren el camino hacia la culminación Kantiana en el siglo
XVIII.
Entre los historiadores, podría esperarse muy poca atención hacia esta forma de
entender el proceso cognoscitivo; sin embargo, los espiritualistas alemanes, como Droysen,

129
“Er will bloss zeigen wie es eigentlic wie es eigentlich gewesen” es el original en alemán.
130
Charles-Victor LANGLOIS y Charles SEIGNOBOS. Introducción a los estudios históricos. La Pléyade,
Buenos Aires, 1972. Página 17.
95

Dilthey y sus seguidores 131 , con epígonos tardíos en el siglo XX en Inglaterra, como
Oakeshott, Collingwood y Walsh, 132 desarrollaron una teoría de la “comprensión”, cuya
influencia en la América Ibérica, nos obligará a considerarla en el próximo capítulo.
3 - Cuando varios epistemólogos encontraron insuficiencias en ambas maneras de
intentar entender el conocimiento, surgió otra forma de encararlo; sus defensores la han
llamado “relativista” o “criticista”. Para esta posición, el aspecto dinámico del conocimiento
no se ubica en uno u otro extremo, en el objeto o en el sujeto, sino en la relación establecida
entre ambos. De esta manera, el fenómeno cognoscitivo es una interacción constante, en
permanente desarrollo entre ambos extremos, mientras permanezcan en contacto. Ambas
partes tendrían elementos activos: el objeto existe con independencia del sujeto y le presenta
la plenitud de sus cualidades, pero el sujeto selecciona las de su interés o las estimulantes para
su aparato perceptivo.
Un ejemplo podría ser la diferencia en la consideración de una persona de acuerdo con
el aumento de nuestro conocimiento de sus cualidades, de más aspectos de su personalidad. La
primera vez, sin hablar, advertimos la presencia física de alguien, nos formamos una idea de la
persona a partir de su aspecto exterior. El humano es un animal axiológico, no puede enfrentar
un proceso sin simultáneamente formularse un juicio de valor. La vez siguiente lo vemos
hablando con alguien de quien tenemos una opinión formada sobre la base de un mayor
conocimiento; de acuerdo con la forma de valorar a este último y del tono de la conversación,
modificamos nuestra primera valoración. La tercera vez oímos su voz y nos aporta una nueva
faceta. Así sucesivamente en forma indefinida mientras sigamos teniendo contacto con él o
ella.
Este ejemplo destaca la actividad detectada en el sujeto y la influencia del punto de
vista del mismo. Sin embargo, tampoco el objeto es pasivo. Por momentos parece desaparecer,
pero en otras ocasiones impone su presencia, llamando la atención del sujeto. En el ejemplo de
las cinco personas, mencionado anteriormente, cada una pudo realizar un relato distinto de su
paseo, como ya vimos; pero si algo excepcional, o fuera de lo común para todos, ocurre
durante el trayecto, sería sorprendente si alguno no refiere ese suceso. Si solamente fuera
excepcional para tres, seguramente esos tres lo relatarán. En ese caso podemos aceptar el
predominio de la presencia del objeto, aunque esto también puede estar relacionado con la
experiencia previa y el universo cultural de los paseantes.
Para el caso concreto del conocimiento histórico, esta posición parecería adecuarse
mejor. Muchos historiadores trabajan como si coincidieran con esta forma de entender el
proceso cognoscitivo.
En Historia hay períodos para los cuales la documentación existente es casi inacabable;
quien investigue acerca de ese lapso tiene, entre otras responsabilidades, la de determinar hasta
dónde conducirá su investigación, cuál será el momento para considerar suficiente lo obtenido
y poder pasar a la etapa de exponer sus proposiciones, su conocimiento, so pena de pasarse la
vida revisando documentación sin llegar jamás a una conclusión o a una versión del tema. En
la actualidad, las nuevas formas de encarar el estudio del pasado han propiciado un desarrollo

131
Johann Gustav DROYSEN. Histórica. Lecciones sobre la Enciclopedia y metodología de la Historia. Alfa,
Barcelona, 1983. // Wilhelm DILTHEY. Introducción a las ciencias del espíritu. Alianza, colección
Universidad N° 271, Madrid, segunda edición, 1980. // Wilhelm WINDELBAND. La filosofía de la Historia.
UNAM, México, 1958. // Henri. RICKERT. Ciencia cultural y ciencia natural. Calpe, Madrid, 1922.
132
Michael Joseph OAKESHOTT. Experience and its modes. C.U.P. Cambridge, 1933. // Robin George COLL-
INGWOOD. Idea de la Historia. FCE, México, cuarta reimpresión, 1972. // W. H. WALSH. Introducción a la
filosofía de la Historia. Siglo XXI, México, novena edición, 1980.
96

extraordinario de la cautela. Todo historiador consciente considera provisorias sus


conclusiones. Él mismo puede modificarlas con el surgimiento de nuevas evidencias (el
objeto) o la adquisición de nuevas perspectivas (el sujeto), con los posibles cambios a operarse
tanto en él como en el objeto y, por supuesto, en los dos simultáneamente. Nueva
documentación puede modificar la valoración del autor. De todas maneras, un cambio en uno
de los extremos siempre provoca otro u otros en el extremo opuesto, porque lo cambiante, en
todo caso, es la realidad en la cual están comprendidos ambos.
Descubrimientos, a veces casuales, otras deliberados, obligan a modificar no solamente
las interpretaciones de ciertos acontecimientos, sino incluso el panorama fáctico tenido hasta
el momento. El descubrimiento de la Troya de Héctor y Paris, por Schlieman o los
manuscritos del Mar Muerto, son solamente dos de los más famosos ejemplos de
modificaciones en nuestro conocimiento y, consecuentemente, también en la interpretación de
ciertos procesos, generalmente considerados como de enorme influencia sobre la evolución de
la civilización europea occidental. El primero deliberado, el segundo azaroso.
4 - Ya lo hemos mencionado. Algunos autores no aceptan la separación entre el sujeto
y el objeto. Volvemos a Carlos Pereyra, en una polémica con el texto de Schaff. Precisamente,
es en la forma de encarar este tema donde se encuentra la raíz de la mayor parte de las
discrepancias entre estos autores y también entre otros. Todos ellos se consideraban marxistas
cuando se desarrolló la controversia y todos ubicaban su punto de partida en las Tesis sobre
Feuerbach de Marx. No es extraño, pero sí resulta curiosa la circunstancia; ambos extremos se
decían intérpretes de igual texto, eso permite sospechar la ambigüedad o insuficiencia del
mismo. Para Pereyra:

El núcleo teórico fundamental de la concepción dialéctica (...) conduce a


negar (...) la separación de (sujeto y objeto) (...) la idea de que son 'lados' de
la realidad constituidos en y por sí mismos y, en consecuencia, inteligibles
de manera aislada. 133

Para esta cuarta posición, llamada “dialéctica”, no existe tal dualidad, el objeto,
especialmente en el estudio de la sociedad, es producto de la actividad social humana, del
sujeto. La posición objetivista tradicional no captaba “la presencia del componente subjetivo
en la configuración de la objetividad”, porque “la realidad social no existe como objeto en
sí, es el producto de la práctica subjetiva”.134
Analizando el otro extremo, se aprueba del subjetivismo su rescate del aspecto activo
del sujeto, pero también se señalan ciertas limitaciones: no es capaz de captar el aspecto
“material objetivo de esa actividad” subjetiva. La forma de superar esas limitaciones consiste
en registrar la materialidad de la acción subjetiva y de los resultados de la misma. Este autor
propone ir más lejos; recalca, en todas las formas de la práctica social, el ingrediente subjetivo
en la formación de la objetividad, como también censura la relación de exterioridad entre
sujeto y objeto en las tres posiciones anteriores. Para él, la relación sujeto/objeto posee una
unidad en la cual ninguno de los términos puede darse fuera de ella o independientemente del
otro. Sujeto y objeto se constituyen recíprocamente. Así como la realidad es constituida
por la actividad del sujeto, también debemos tomar en cuenta la simultánea creación de
ese sujeto por ella, por ser parte de esa misma realidad.

133
Carlos PEREYRA. “La unidad sujeto-objeto” en Cuadernos de MARCHA, segunda época, año II, número 12,
México, marzo-abril de 1981, páginas 15 a 21.
134
Ibid.
97

Las consecuencias de las posiciones anteriores para el conocimiento histórico, según


señala el autor, son: 1 – en el caso del objetivismo, la necesidad de absolutizar ciertas
variables, vistas como externas e incorporarlas como condicionantes del proceso social, en la
forma desarrollada por algunos con la economía, la geografía, la raza, etc. transformándolas en
determinaciones rígidas; 2 – En el caso del subjetivismo, se reduce el proceso al
individualismo metodológico, donde se hace depender la evolución general de la realidad, de
la acción de ciertos individuos, al margen de las relaciones sociales, transformadoras de esos
mismos individuos en aparentes protagonistas de algunos procesos. Lo anteriormente visto
como dos partes o “lados” del conocimiento, solamente son momentos o etapas metodológicas
para el análisis del acontecer. Pero ese acontecer es uno solo, una unidad de enorme
complejidad.
El origen de esta posición puede ubicarse en la dialéctica hegeliana, cuando rompe con
la visión tradicional y rechaza toda separación entre sujeto y objeto y, por lo tanto, de
cualquier planteo postulando una oposición entre ellos. Cuando tratemos el tema de la
explicación histórica, veremos las implicaciones prácticas de estas posiciones en el momento
de confeccionar los textos de historia.
En los dos últimos siglos, tal vez no con plena conciencia, muchos historiadores han
actuado en forma coherente con esta posición, al desarrollar nuevos centros de interés
impersonales para la investigación, como han sido la demografía, la multitud, las mentalidades
colectivas, etc. Tanta importancia pierden los individuos particulares ante estas visiones, como
para concebir formas de escribir la Historia prescindiendo totalmente de los nombres propios,
de las individualidades, de aquellos anteriormente considerados los protagonistas más
destacados.
Al mismo tiempo, se han encontrado ejemplos para relativizar todos los determinantes
absolutos planteados por el objetivismo.
3.1.1 - Tipos de conocimiento. Parece suficientemente clara la utilización, por parte
de los seres humanos, de sus posibilidades cognoscitivas desde el mismo momento de nacer,
quizá desde antes. Para la psicología, ciertas características de diversas formas de
conocimiento son propias de diferentes momentos en la evolución de las personas. La
memoria se destaca en la infancia, la asociación se desarrolla en la adolescencia, etc. También
los psicólogos han mostrado la posibilidad de estimular algunas de esas características
mediante ejercicios y entrenamiento. Todos estos elementos y algunos más han conducido a
pensar en la existencia de diversas formas de conocimiento, aunque no todos los autores
coinciden en este punto.
Algunos de los más destacados expositores de una corriente epistemológica de gran
influencia en la primera mitad del siglo XX, como lo fue el grupo conocido como “Círculo de
Viena”, sostuvo la existencia de una única forma de conocimiento; las diferencias sólo son
aparentes; corresponden a diversos grados de sistematización y de conciencia del propio
quehacer. Sin embargo, la gran mayoría de los tratadistas y los aficionados al tema suponen la
existencia de distintas vías para acceder al conocimiento.
Al revisar manuales y tratados, rápidamente se puede advertir la aceptación bastante
generalizada de modalidades de conocimiento nombradas: “ordinario”, “tecnológico”,
“popular”, “filosófico”, “divulgador”, “empírico”, “científico”. Con un grado mucho menor de
aceptación hay quienes hablan de un conocimiento “mágico”, o quienes aceptan experiencias
místicas como una forma de conocimiento. Las dos últimas modalidades ocupan una posición
diferente en nuestra cultura; en gran parte de los casos provoca sonrisas irónicas cuando son
mencionados como “conocimientos”.
98

Deberían analizarse esas experiencias aunque las creamos imaginarias, muchas de ellas
provocan transformaciones en quienes las experimentan y, en ese sentido, están vinculadas al
conocimiento. Pero existen diferencias básicas por ser experiencias personales e
intransferibles. Un místico nos puede relatar su comunicación con la divinidad, pero no logra
hacer “vivir” su experiencia en otras personas. Pablo de Tarso pudo relatarnos la aparición de
Jesús de Nazaret en el camino de Damasco, en una fecha muy posterior a su muerte física,
pero no tuvo manera de demostrarnos la veracidad del suceso.
Los creyentes pueden interpretar sus palabras como una verdad firmemente
establecida, incluso como una “prueba” de la divinidad de Jesús. Los incrédulos pueden
considerarlo como un delirio producto de una insolación, como una alegoría de su conversión,
como una falsedad propagandística o como mejor les parezca, pero no es posible convencer a
todos, ni siquiera a la mayoría, de esas interpretaciones.
Tampoco se ha repetido esa experiencia con otra persona por recorrer el camino de
Damasco; muchos lo han hecho y, evidentemente, no se encontraron con Jesús. Algo parecido
ocurre con la magia: dentro de la Civilización Occidental, la mayoría de la gente no cree en su
existencia, pero gran parte de los incrédulos, en condiciones de desesperación, han recurrido a
alguna de sus manifestaciones. La experiencia mágica también es intransferible e irrepetible
indefinidamente a voluntad de los interesados.
Pensemos en algún acontecimiento histórico establecido en forma tan convincente,
como para no generar dudas en nadie sobre su ocurrencia: el “descubrimiento” de América por
los europeos por ejemplo. Igual a la experiencia de San Pablo, fue algo único e irrepetible. Es
más, Jesús podría aparecérsele a otro peregrino, pero los europeos no pueden volver a
descubrir este continente. ¿Dónde radica la diferencia? Además de la serie de testimonios
colectivos producidos por esa actividad, como el cuaderno de bitácora y la posibilidad de ser
seguido por otros navegantes, la cantidad de tripulantes, los habitantes del “nuevo” continente,
llevados como prueba, en su regreso a Europa, etc., estuvo la circunstancia de poder volver a
cruzar el océano y llegar cuantas veces se quisiera. Se podía haber discutido la fecha, la hora,
quien fue el primero en ver tierra y otros detalles, pero esos puntos son irrelevantes desde una
perspectiva histórica. La significación de ese “descubrimiento” está en relación a la expansión
europea, impulsada por el desarrollo del capitalismo. Ese suceso obligó a los europeos
primero, y con el tiempo al resto del mundo, a aceptar una nueva interpretación del universo y
todas sus consecuencias, las cuales no hubieran variado un ápice si en lugar del 12, hubiera
ocurrido el 13 o el 11 de octubre, si en lugar del vigía, la vio antes otro tripulante. Tampoco
variaría si en lugar de Colón el capitán hubiera sido otro.
En este aspecto, el encuentro de Pablo con Jesús también tuvo tanta trascendencia,
como para modificar la actitud religiosa e intelectual de los pueblos mediterráneos, al lograr
transformar a una pequeña secta judía, sin demasiadas perspectivas de futuro, en una nueva
religión de aspiraciones universales, la cual, con el correr del tiempo, sería un ingrediente
fundamental en el diseño ideológico de la Civilización Occidental y, a través de ella, en gran
parte del mundo, como mínimo durante los siglos siguientes al acontecimiento. En ese sentido,
ambos fueron acaecimientos históricos, aunque según creemos, uno se produjo realmente y el
otro no ha podido ser contrastado empíricamente, o nos plantea dudas y nos obliga a diversas
interpretaciones.
Otros europeos habían llegado al continente americano unos pocos siglos antes. Ese
viaje no tuvo mayor trascendencia, nadie lo vio como algo excepcional. Para las necesidades
europeas era un lujo superfluo. Por eso mismo, sus protagonistas ni siquiera lo trasmitieron y
nos enteramos siglos más tarde.
99

El desarrollo de la confianza en los conocimientos producidos por las ciencias, con el


tiempo disminuyó la verosimilitud del testimonio paulino, luego de varios siglos de haber sido
aceptado como una verdad indiscutible dentro del ámbito cultural cristiano. Durante ese lapso,
se confirmó la noticia de la llegada de europeos a América. Sin embargo, conviene tener claro:
en la base del conocimiento de ambos eventos estuvo la creencia en los testimonios
disponibles acerca de su ocurrencia. La generalización de esa creencia y su posible
unanimidad, no cambia su estatuto cognoscitivo.
En el conocimiento histórico podemos encarar la jerarquía cognoscitiva de esos
sucesos desde otra perspectiva, podemos verlos como incidentes sin importancia, cuya
trascendencia se manifestó por haberse insertado en evoluciones sociales más amplias,
incluyentes, profundas y duraderas, las cuales son, en definitiva, las portadoras de la
trascendencia. Desde este punto de vista, la conversión de Pablo pudo ser sustituida por otro
accidente de poca jerarquía, porque lo verdaderamente importante, para esa sociedad, era la
necesidad de adecuar la estructura ideológica a las realidades política, social y material
cuyo avance se estaba viviendo.
La transformación de la República romana en un enorme Imperio, necesitaba la
sustitución de sus creencias politeístas por otras donde se reflejara más adecuadamente la
individualización de la cabeza en la cúspide del poder. Esa nueva formulación ideológica la
pudo dar el judaísmo o cualquier otra creencia monoteísta. La dio la separación de una secta
judía del tronco original: el cristianismo y su transformación en una nueva religión.
Por otro lado, el empobrecimiento de masas humanas en las regiones conquistadas por
el imperio, también eran caldo de cultivo para el mensaje cristiano. Escisión y transformación
atribuidas a la actuación de Pablo, el cual a su vez se transformó de funcionario imperial
perseguidor de radicales, en uno de los artífices de una nueva religión. Sin embargo, el
proceso fue colectivo y muy complejo para atribuirlo a la actuación de un solo hombre.
Podemos encarar el asunto de diversas formas: si Pablo no hubiera evolucionado de esa
manera, otro ser humano pudo haberlo hecho, aunque la anécdota hubiera sido diferente. Del
mismo modo, si el cristianismo no se hubiera separado del judaísmo, se pudo haber creado
otra religión monoteísta, pudo haberse separado otra secta u otra posibilidad y, a largo plazo,
hubiera producido resultados equivalentes a los cuales se llegó con la aparición del
cristianismo.
Se ha señalado la importancia de la aparición de enormes masas empobrecidas, bajo
control de minorías poderosas. Una situación potencialmente explosiva requería una
justificación convincente a nivel ideológico, para desactivar la tensión y hacer aceptable la
realidad para las mayorías. El cristianismo proveyó esa justificación, exaltaba a los pobres y
les proponía resignación en este mundo, para ganar una grata eternidad.
De la misma manera, podemos imaginar otras evoluciones posibles con relación a la
llegada de europeos a América: si Colón no hubiera viajado a nuestro continente, otro u otros
lo hubieran hecho en poco tiempo. Desde mucho antes los portugueses exploraban la forma de
llegar rodeando África y por ese camino fueron los primeros en llegar a la verdadera India.
Eran las necesidades de un sistema expansivo, como el capitalismo, las impulsoras de la
expansión europea; fue la compulsión de la burguesía la productora, entre muchas otras
empresas, de la expedición colombina.
Para las posibilidades alternativas, no hay manera de probar la ocurrencia de esos
sucesos sustitutos, por lo cual también podemos creer en una evolución posterior diferente de
no haber tenido lugar aquellos acaecimientos. Veremos cómo, esta imposibilidad manifiesta
de probar completamente sus interpretaciones, por no poder repetir los procesos, le
100

otorga al conocimiento histórico un estatuto cognoscitivo particular, donde las convicciones


personales del investigador tienen un peso mayor al tenido en otras formas de conocimiento.
Un largo siglo de Ilustración y la aparición del Positivismo como su continuador,
generaron un enorme prestigio para “la ciencia”. Cualquier forma tradicional de conocer debía
ajustar su manera de proceder a los llamados “métodos científicos” o resignarse a desaparecer,
o vivir condenada al desprecio. Si subsistía, lo hacía en un nivel de inferioridad, cuya
consideración la convertía en superflua, indigna de ser cultivada por gente inteligente.
Esta circunstancia motivó la reflexión en torno al tema de la naturaleza del
conocimiento histórico, pero la presión del ambiente la transformó casi exclusivamente en un
intento por demostrar su calidad científica. Aunque nos parezca irrelevante, este tema ha
dominado el análisis hasta nuestros días. Volvemos a recordar a Einstein.
A partir del siglo XIX, algunos filósofos alemanes comenzaron a ocuparse del lugar y
la jerarquía de la Historia dentro del conocimiento. Por este motivo, se nos hace necesario
desviar la atención en un intento por establecer las peculiaridades de la ciencia y las
características distintivas del conocimiento científico.
3.1.2 - El conocimiento científico. La casi totalidad de los epistemólogos actuales
aceptan considerar la ciencia como un cuerpo de conocimientos cimentado en algunas ideas
formuladas como principios, a partir de los cuales se puede razonar, deducir teoremas y sacar
conclusiones. Esos principios iniciales, base del conocimiento científico, han sido designados
“axiomas” o “postulados”. La última designación tiene mayor precisión: es lo propuesto.
De acuerdo con Popper, el itinerario para generar conocimiento científico es:
1. Proponer ideas explicativas de los problemas planteados. Son generalizaciones
postuladas.
2. A partir de esas ideas generales o principios se deducen explicaciones de
procesos observables.
3. Los resultados de esas explicaciones deben ser contrastados empíricamente
con los procesos naturales o sociales concretos a explicar.
Aunque los cambios ocurridos en las ciencias, en la primera mitad del siglo XX, han
mellado considerablemente la confianza desarrollada por el positivismo, todavía permanecen
en pie ciertas creencias sobre algunas particularidades distintivas del conocimiento científico.
Es necesario analizarlas repetidamente porque el prestigio adquirido por la ciencia a nivel
popular, llevó al absurdo de calificar como “científica” cualquier afirmación de la cual se
quisiera convencer a los demás. En este sentido, la ciencia ha sustituido a las sagradas
escrituras como autoridad para respaldar la verdad de muchas afirmaciones, lo cual no deja de
ser paradójico en esta época, cuando las propias ciencias naturales y sociales afirman la
provisionalidad, y por lo mismo inseguridad, de sus conclusiones.
3.1.3 Características generales de las ciencias. Como forma de conocimiento
diferenciada de otras, la ciencia reúne algunas características distintivas. Serios autores
formulan esas peculiaridades con mucha cautela, como es el caso de Ernest Nagel;135 otros,
como Mario Bunge, son más categóricos y osados.136 Más allá de ciertos puntos polémicos,
difícilmente, alguien negaría al conocimiento científico ser:

135
Ernest NAGEL. La estructura de la ciencia. Päidós, Buenos Aires, tercera edición, 1978.
136
Mario BUNGE. La ciencia, su método y su filosofía. Siglo Veinte, Buenos Aires, 1980. Aunque no tiene
indicación de número de edición, se señala la primera publicación separadamente de los cuatro ensayos
contenidos. Dos de ellos por la Universidad de Buenos Aires, uno por la Facultad de Ingeniería y el otro por la
de Filosofía y Letras, ambos en 1958. El tercero por la Universidad Nacional de México (SIC) en 1958 y el
cuarto por la revista Ciencia e investigación en 1957.
101

1 – Racional. Para Mario Bunge eso significa utilizar la razón y dejar de lado las
sensaciones, imágenes, valoraciones y demás representaciones de carácter no racional, a la
hora de demostrar sus afirmaciones. Esto no significa negar al científico la utilización de
algunos ingredientes irracionales en el proceso de generar nuevos conocimientos.
Simplemente, su punto de partida deben ser ideas entendibles, y la formulación de sus
resultados debe ofrecer la posibilidad de ser controlados por otros científicos y por cualquier
persona entendida en el tema. Es en esta etapa de demostración y también en la de
control donde no caben los elementos irracionales.
Las ideas formuladas deben poseer capacidad para su combinación, para producir otras
nuevas, ateniéndose a ciertas normas trazadas por la lógica. Sin embargo, existe la posibilidad
de encontrar esta misma característica en formas de conocimiento no consideradas científicas;
eso le resta exclusividad. Por si sola, ella no permite diferenciar la ciencia de otras formas
cognoscitivas. La Historia y la Filosofía, entre otras, comparten esa aspiración a la
racionalidad.
Como segunda característica, debe ser:
2 – Explicativo. En tanto es una de las finalidades fijadas a toda ciencia, sería ridículo
negarlo. Como en el caso anterior, no es una particularidad distintiva; otros modos de conocer
también buscan explicar. Tampoco la Historia está excluida de esta cualidad, al menos algunas
modalidades de practicarla.
Mencionada unánimemente por los tratadistas, una característica más eficaz para
diferenciar claramente al conocimiento científico, la constituye ser:
3 – Sistemático. En el desarrollo de esta cualidad, es llamativa la presentación de
Nagel como “el intento de fijar los límites dentro de los cuales es válido ese conocimiento”.
Parece más adecuada la exposición de Bunge. Para el argentino el conjunto de ideas
constitutivas de una ciencia se integran en un sistema. Esto significa afirmar una conexión
lógica entre ellas. Un solo enunciado afirmativo, sea cual sea su grado de generalidad, si está
aislado, aunque empíricamente haya sido confirmado por todas las instancias con las cuales
fue contrastado, no constituye parte de ninguna ciencia si no puede ser integrado en algún
sistema. No es una proposición científica.
El ejemplo más citado es la generalización universal: “todos los cuervos son negros”.
Si bien hasta hoy jamás se ha podido encontrar un cuervo blanco o de color, no hay ningún
sistema de ideas para permitir establecer una relación lógica o empírica entre esa característica
y los cuervos, por lo cual, hasta ahora, no se la considera científica.
Para recalcar más la importancia de esta característica, es bueno recordar la dificultad
para encontrar una generalización formulada por una ciencia fáctica sin ninguna excepción,
capaz de lograr tantas contrastaciones positivas como la del color de los cuervos, lo cual, sin
embargo, no disminuye el carácter científico de aquéllas ni aumenta el de esta última. Esta
aclaración nos va alertando contra la tan generalizada, como falsa, asimilación entre ciencia y
verdad. Una proposición aislada, como la de los cuervos, no puede ser explicada. Si la ciencia
es explicativa, debe explicar sus proposiciones además de contrastarlas empíricamente.
Lo que Mario Bunge llama “exacto”, Nagel, en un acercamiento más adecuado, lo
señala como búsqueda de:
4 – Precisión, porque toda ciencia y todo conocimiento pasa por diversos grados de
exactitud. Siempre es posible ser más exacto. En muchos casos, los instrumentos de medición
limitan las posibilidades de mayor precisión. En otros, las finalidades de lo buscado hacen
102

innecesarios ciertos grados de precisión técnicamente alcanzables. En este sentido, también la


Historia ha ido afinando sus instrumentos de medición, y tiene entre sus metas la de lograr
permanentemente mayor precisión.
Todos los autores mencionan la
5 - Objetividad, aunque no coinciden en su significado. Bunge la presenta como una
tendencia a coincidir con su objeto, lo cual complica las cosas porque en caso de
discrepancia, ambas partes podrían afirmar su posición como la más coincidente con el
objeto. Los daltónicos ven los colores en forma diferente a quienes no lo son. ¿Cómo saber
cuál de ambas percepciones coincide más con el color del objeto?
En el habla cotidiana la utilización del vocablo es imprecisa, lo cual nos obligará a
dedicarle buena parte del capítulo quinto. Provisoriamente podemos identificarlo con la
posibilidad de ser controlado, tal como lo señala Nagel. El conocimiento científico debe
ofrecer posibilidades de control a toda la comunidad, pero, como hemos visto, también alguna
generalización no científica, como la de los cuervos, es controlable. Toda proposición con
contenido empírico puede ser contrastada intersubjetivamente, lo cual nos presenta este
aspecto como no distintivo del conocimiento científico, sino aplicable también a otras
modalidades de conocimiento. Parece superfluo decirlo, pero el conocimiento histórico
también requiere objetividad (poder ser controlado) para ser aceptado, aunque en este caso las
discusiones son mucho más intrincadas.
Entre varios historiadores es mucho más difícil lograr unanimidad en los principios o
postulados (las teorías generales). En cambio, las ciencias naturales suelen trabajar con
“paradigmas científicos”, principios teóricos en los cuales suele coincidir toda, o casi toda la
comunidad, durante lapsos prolongados.
La cualidad de:
6 – No contradictoria. Señalada por Nagel. Aparte de ser una tendencia y una
aspiración, nos parece contenida en la ya vista de sistemática, por cuanto las ideas integrantes
de un sistema, si funciona efectivamente, tampoco deben ser contradictorias.
Por último, el mismo autor distingue como:
7 – No valorativo. Si bien será analizado en el capítulo quinto, podemos referir
rápidamente lo paradójico de este señalamiento. Varias de las características antes apuntadas
son valores a los cuales se aspira. El humano es un animal eminentemente valorativo. Es
imposible pretender quitarle los valores. No existirían ciencias, ni científicos si despojamos la
actividad de valores, porque la motivación de mujeres y hombres para investigar ciertos temas
de cierta forma, es su valoración de la importancia y la efectividad de esos temas y esos
métodos.
Las siguientes características no son comunes a todos los conocimientos científicos.
Para comentarlas, primero es necesario clasificar los diferentes tipos de ciencias.
3.2 – CLASIFICACIONES DE LAS CIENCIAS. La proliferación de especialidades
y ramas del saber condujo al surgimiento de nuevas ciencias. Por otra parte, antiguas
disciplinas despreocupadas acerca de su calidad cognoscitiva, debieron adecuar y ajustar sus
procedimientos, intentando alcanzar los niveles establecidos por el quehacer científico
dedicado al conocimiento de la naturaleza, tal como le pasó a la Historia, según hemos visto.
Ya en el siglo XIX se hizo evidente la confusión derivada de englobar dentro del término
“ciencia” una serie de conocimientos de índole muy diversa. Para complicar más la situación,
la Segunda Revolución Industrial, cuya aceleración se hizo notoria durante la segunda mitad
del siglo XIX, utilizó en forma deliberada y sistemática los avances de algunas ciencias para
103

aplicarlos a la solución de problemas prácticos planteados por las necesidades de la guerra y la


producción.
Poco a poco se fue estableciendo una diferencia entre lo llamado “ciencias” por un
lado, disciplinas dedicadas a la comprensión general de cierto aspecto de lo existente, sin
ninguna intención práctica concreta, tal como lo fueron desde la Antigüedad, y “tecnologías”
por otro lado, cuyo fin es aplicar las conclusiones de aquellas ciencias a casos particulares,
concretos.
La tecnología es distinta de la técnica, lo podemos apreciar en las diferentes formas de
intentar llegar a la India por parte de España y Portugal en los siglos XIV y XV. En esa época
existían teorías científicas rivales para dar cuenta de la forma del planeta. Para una, la Tierra
era plana; para otra era esférica. En algunas aplicaciones prácticas eran incompatibles,
antagónicas.
De ambas se dedujeron aplicaciones: si la primera era correcta, al navegar siempre en
la misma dirección, necesariamente se llegaría al fin del mundo, pero si era esférica se
retornaría al punto de partida. Además, en este último caso, el fin del mundo no existía. Lo
realizado por la expedición colombina y sus secuelas consistió en una aplicación tecnológica
de una teoría científica. De una concepción general dedujo una aplicación a un caso particular.
Tuvo especial relevancia por el éxito de esa aplicación específica. Al ser puesta a prueba por
primera vez, servía también como confirmación de la teoría, descalificando simultáneamente
la hipótesis rival.
Los portugueses, usaron la hipótesis “oficial”; buscaron rodear poco a poco el
continente africano, para llegar a la India por el sur. Era indiferente si la Tierra era plana o
esférica, pero más cautelosa y prolongada. Les llevó mucho tiempo y muchos viajes bordear
África hasta dar con el paso. La culminación estuvo a Cargo de Vasco Da Gama en 1497,
antes de la llegada, en 1521, de Sebastián Elcano, sucesor de Magallanes, confirmando la
redondez del planeta.
A esas innovaciones paso a paso, lentas, sin consecuencias para ninguna concepción
del mundo o teoría general, como la forma portuguesa de llegar a la India, se les llama
“técnicas”. Así trabajaron nuestros antepasados desde tiempos inmemoriales.
Lo aquí llamado simplemente “ciencia”, en muchos trabajos se lo distingue como
“ciencia pura” o “ciencia teórica” porque sólo se ocupa de teorías generales. Lo aquí llamado
“tecnología”, es posible encontrarlo con los nombres de “ciencia aplicada” o “ciencia
práctica”. Como el conocimiento histórico no tiene aplicaciones prácticas equiparables a las de
la física o la química, en adelante prescindiremos de la tecnología y nos abocaremos
exclusivamente a las ciencias.
La enorme acumulación de saberes, si por un lado 1°, condujo al análisis de las
características distintivas del conocimiento científico, en relación con otras formas de
conocimiento o seudo conocimiento, como prefieren los más recalcitrantes, 2°, por otra parte
propició clasificaciones de las diversas ciencias. Los criterios empleados para establecer una
taxonomía, no siempre fueron de la misma naturaleza. En el siglo XIX, Augusto Comte
formuló una clasificación basada en el grado de complejidad de las diversas ciencias,
partiendo de las más simples hasta alcanzar las más complicadas. La fertilidad de esa actitud
104

se patentiza en el hecho de seguir siendo la base de múltiples clasificaciones todavía en


nuestros días.137
Para los tiempos vividos y los fines de este trabajo, nos parecen inadecuados esos
fundamentos. Mezclar diversos principios de clasificación para distintos niveles, puede arrojar
resultados más fecundos desde el punto de vista didáctico y cognoscitivo.
3.2.1 – Formales y fácticas. Mario Bunge inicia una clasificación separando las
ciencias formales de las fácticas. Hemos creído importante este punto de partida, para evitar
en lo sucesivo el error tan común de equiparar las matemáticas con algunas ciencias naturales,
especialmente la física.
La diferencia fundamental, de la cual derivarán luego las otras, consiste en el objeto de
estudio. Las formales se ocupan de formas o ideas creadas por la mente humana, es decir, de
entes inmateriales, sin existencia en el espacio exterior o fuera de nuestro pensamiento. A
estas ciencias se les llama “formales” o “ideales”.
Las otras, en cambio, trabajan con “hechos” (factos), procesos concretos ocurridos en
la naturaleza o en la sociedad, al margen e independientemente de nuestro pensamiento. Se les
llama “fácticas” o “concretas”.
Son formales la lógica y la matemática, en todas sus ramas. Estas ciencias ayudan a las
otras para aplicar sus conclusiones a la realidad exterior: son instrumentales.
Un ejemplo: el concepto de número es una abstracción. Nadie puede ver, tocar u oír un
número, lo cual no impide aplicarlo a cuestiones concretas del mundo exterior: “Compramos
diez naranjas”, en ese caso lo adjudicamos a un ente concreto, algo extra-científico.
No siempre funcionan esas interpretaciones materiales. Uno más uno es igual a dos:
pero si a una gota de agua le adicionamos una segunda, no tendremos dos, seguiremos
teniendo una. En la demostración de un teorema geométrico se utiliza exclusivamente el
razonamiento deductivo y se entiende sin necesidad de referirlo a ningún caso concreto.
Recuérdese la demostración del Teorema de Pitágoras, o el de Tales. Es más, si intentáramos
hacer una contrastación empírica para “demostrar” esos teoremas, seguramente los resultados
no serían exactos por la imperfección de nuestras mediciones.
En el otro extremo, la mayor parte de las ciencias conocidas, como la física, la
química, la biología, la sociología, etc. son fácticas porque trabajan con procesos concretos,
exteriores a nuestra mente, como objetos, animales, plantas, rocas, etc., seres humanos,
sociedades.
Los entes materiales los podemos ver, palpar, oír, oler o gustar. Los objetos de estudio
de las ciencias sociales, si bien no son tangibles, ni tienen la misma permanencia, podemos
captarlos a través de ciertos intermediarios cuya materialidad es equivalente a la de los
anteriores. Por contraposición, a veces se las designa como “ciencias concretas”. Es
incorrecto, más adelante lo veremos.
De esta diferencia inicial se derivan otras. 1º, Por trabajar con ideas, formas o
abstracciones, creaciones del pensamiento, las primeras construyen su objeto de estudio, lo
crean los seres humanos en su pensamiento. En cambio a las ciencias fácticas, el objeto de
estudio les viene dado, es el mundo exterior, existe desde muchísimo antes de existir los seres
humanos y la ciencia.

137
. En la primera mitad del siglo XIX, Augusto Comte realizó una clasificación siguiendo el criterio de
complejidad creciente y Sergio Bagú utiliza el mismo parámetro en el último tercio del siglo XX en Tiempo,
realidad social y conocimiento. Siglo XXI, Buenos Aires, 1975, páginas 168 y 169.
105

Por construir su objeto de estudio como una abstracción sin existencia material, real,
2º, las ciencias formales nunca entran en conflicto con la realidad. Si bien se pueden vaciar
en ellas contenidos empíricos, eso se hace con arreglo a ciertas normas de correspondencia;
nunca confundimos la realidad vertida con las abstracciones elaboradas por el cerebro
humano. En el caso de las gotas de agua, al no funcionar, jamás se nos ocurre pensar en un
error de la aritmética, simplemente no existen normas de correspondencia apropiadas.
En cambio las ciencias fácticas son refutables por la realidad. Al trabajar con entes
extra-científicos, no creados para la ciencia, sino anteriores a ella, las ciencias fácticas
surgieron para conocerlos, ordenarlos, explicarlos y, de ser posible, controlarlos. Con
frecuencia la realidad no funciona como la ciencia lo interpretaba.
Al tener tan diversos objetos de estudio, ambos tipos de conocimientos también
difieren en el método de trabajo utilizado y las formas para enseñarnos sus conclusiones.
Como no tienen relaciones con el mundo material, 3º, las ciencias formales solamente
demuestran sus teoremas y razonamientos con asistencia de la deducción. También las
ciencias fácticas trabajan con la lógica y demuestran sus conjeturas, pero eso no es suficiente,
además necesitan contrastar empíricamente sus resultados, es decir, necesitan elementos
adicionales concretos para confirmar sus conclusiones. El razonamiento pudo haber sido
correcto, pero la realidad funciona de manera diferente a nuestra lógica y nuestra matemática.
La observación, la experiencia y el experimento son los elementos distintivos del método de
estas ciencias.
Como sus enunciados tienen contenido empírico, Bunge sostiene la exigencia
ineludible de ser “verificables en la experiencia”. Toda verificación de una teoría es
provisoria; siempre es posible la aparición de una instancia mostrando la falsedad de la
conclusión. La experiencia acumulada en cinco siglos de desarrollo científico, condujo a la
cautela en cuanto al contenido de verdad de las conclusiones de la ciencia. Cuando se califica
un enunciado de “verdadero”, es en forma provisoria, siempre está sujeto a cambio. La
tendencia actual intenta formular “grados” de probabilidad de una teoría, casi siempre se le
adjudica un porcentaje a esa probabilidad. Toda afirmación exacta en una ciencia fáctica es
provisoria.
Un ejemplo para mostrar la diferencia entre formales y fácticas: Si recorremos el
camino de las ciencias formales desde sus orígenes, ubicados convencionalmente en la Grecia
clásica, veremos los mismos resultados, dos más dos eran cuatro para ellos y lo siguen siendo
para nosotros. Luego encontramos los famosos teoremas mencionados de Tales o Pitágoras.
En nuestro tiempo siguen siendo considerados correctos. En contraposición, ningún resultado
científico fáctico de aquella época se mantiene en pie actualmente. De hipótesis al parecer tan
firmes como las leyes de Kepler o la Teoría de la Gravitación Universal de Newton,
formuladas apenas cuatro siglos atrás, ha sido demostrada su falsedad ya hace bastante tiempo.
Con respecto a la realidad estudiada, solamente eran acercamientos, quizá más adecuados a las
creencias de la época de su aparición.
Otras diferencias importantes: 4º, mientras los enunciados de las ciencias formales
son relaciones entre signos, los de las ciencias fácticas son relaciones entre procesos,
acontecimientos, entes no científicos.
5º, Los símbolos utilizados por las ciencias formales son vacíos, o asumen un
contenido ideal dentro de un sistema, pero cambian o pierden el sentido en otro sistema. En
las ciencias fácticas los símbolos utilizados siempre son interpretados, representan
fuerzas, masas, velocidades, energías, etc. Por esta causa, el problema de la verdad es
totalmente diferente en ambos tipos de ciencias.
106

6º, En las ciencias formales la verdad es relativa al sistema utilizado, pero dentro de
él es absoluta. Por ejemplo, dentro de la geometría euclidiana, la distancia más corta entre dos
puntos es la línea recta, con otros principios geométricos puede ser la curva. Si nos
mantenemos en un solo sistema, la verdad es permanente, como vimos ocurrir con la
aritmética utilizada por los griegos y todavía vigente veinticinco siglos más tarde. Todo
depende de los puntos de partida escogidos. Modificando los postulados, alteramos todas las
verdades, porque cambiamos las reglas, pero mientras nos mantengamos dentro de un mismo
sistema, la verdad se mantiene incambiada.
Por el contrario, dentro de las ciencias fácticas la verdad es una aspiración. Todas
las conclusiones de este tipo de ciencias son búsquedas de un orden inteligible en la realidad,
aproximaciones a la verdad, pero siempre con la posibilidad de nuevos descubrimientos para
permitir un acercamiento más adecuado al objeto, o diferente, según los fines para los cuales
fue creado. Podemos entender lo provisorio de la verdad, o la imposibilidad de alcanzarla.
Aunque la creamos absoluta, nunca hay seguridad de poder reconocerla.
En el capítulo quinto veremos el problema de la verdad en abstracto y luego su relación
con el conocimiento histórico. Tradicionalmente ha sido objeto de arduas polémicas y sigue
sin haber unanimidad de opiniones en torno suyo.
En ese sentido es posible 7º, concebir los sistemas matemáticos o lógicos como
perfectos porque pueden ser llevados a su estancamiento. En cambio, las teorías utilizadas
por las ciencias fácticas son perfectibles, siempre pueden ser mejoradas y quizá, puedan
acercarse más a la perfección, aunque no está garantizado. Jamás han podido ser llevadas a un
estado de estancamiento. Si en alguna rama de la ciencia se alcanzara la verdad y se
reconociera, ya no tendría sentido continuar investigando. Si ya sabemos la verdad, no queda
nada por investigar.
Varios autores han caracterizado 8º, a las ciencias formales como deductivas, porque
partiendo de los principios postulados, enunciados generales, todas las demostraciones y
teoremas operan deductivamente, hacia lo particular. Para muchos de esos autores las ciencias
fácticas son inductivo deductivas. De acuerdo con este punto de vista, las generalizaciones
utilizadas para deducir, se elaboraron por el camino inductivo. Primero, la observación de
muchos casos particulares permite formular una o más generalizaciones; luego, con esas
generalizaciones se explican por deducción los acontecimientos particulares.
Karl R. Popper negó a las ciencias fácticas la posibilidad de proceder por medio de la
inducción. Para él, todo tipo de ciencia debe operar siempre por el camino deductivo. Ningún
principio de inducción permite establecer una generalización universal a partir del
conocimiento de casos particulares. Para poder formular una generalización o ley basada en
la observación, es obligatorio haber examinado absolutamente todos los casos contenidos en
la generalización, lo cual es manifiestamente imposible; una generalización universal
irrestricta abarca instancias pasadas, incluidas las inexistentes en la actualidad, las presentes
y también las futuras, aun no conocidas.
Para el autor austríaco el equívoco se deriva de mezclar dos cosas totalmente
diferentes; una es la formulación de nuevas generalizaciones universales (ideas, hipótesis,
teorías) y la otra es la validación de esas generalizaciones. Lo primero es objeto de estudio de
una ciencia fáctica: la psicología. En ese terreno no deben inmiscuirse ciencias formales:
matemáticas y lógica, porque operan de diferente manera.
La etapa donde le corresponde intervenir a la epistemología es la validación, una
cuestión puramente lógica. Para validar un enunciado con una generalización universal
107

irrestricta, es necesario deducir de él, enunciados de niveles inferiores, más restringidos,


hasta lograr uno o varios susceptibles de ser contrastados empíricamente.
En todo razonamiento deductivo, la verdad de las premisas se trasmite a la
conclusión, de acuerdo con el principio de la inferencia forzosa; pero si la conclusión resulta
falsa, entonces la falsedad de la conclusión se trasmite a las premisas. Es necesario analizar
todas las premisas. Si de las cláusulas protocolarias (enunciados describiendo las
circunstancias concretas y particulares de la deducción) podemos establecer la verdad con total
seguridad, es necesario admitir la falsedad de la generalización universal, o de una de ellas en
caso de haber varias. Esto es forzoso y por eso mismo, por ahora, el único camino seguro para
controlar la veracidad de las generalizaciones universales irrestrictas.138
Como última diferencia entre estos dos tipos de ciencias, las formales, por no tener
aplicación directa a la realidad del mundo material, son: 9º, instrumentales, sirven a las
ciencias fácticas como principal recurso de organización. Todas las ciencias hacen uso de la
matemática y la lógica, ambas son para ellas instrumentos indispensables, sin los cuales no
serían consideradas ciencias. En cambio las ciencias fácticas son finales, es decir, su meta es
explicar una fracción de la realidad exterior, de este mundo donde vivimos, y hacerla conocer.
Si el conocimiento histórico tiene alguna relación con las ciencias, evidentemente no es
con las formales, excepto la posibilidad de utilizarlas como instrumento, por lo cual, en
adelante no volveremos a ocuparnos de éstas. Seguiremos con las fácticas.
3.2.2 – Propiedades distintivas de las ciencias fácticas. En un desborde de
entusiasmo, Mario Bunge señala quince características propias de las ciencias fácticas.
Algunas son redundantes, como decir “son fácticas” por ejemplo, lo cual está contenido en la
definición; aunque, en su descargo, debemos agregar: al desarrollar el concepto expone ciertas
implicaciones de esta cualidad. Otras son repetición de cosas ya mencionadas, como ser
racionales y objetivas. Si como vimos, toda ciencia es racional y objetiva, normalmente las
fácticas también deben serlo. Deducción pura. Por último, algunas son valoraciones
personales, no compartidas siquiera por todos sus colegas, como “la ciencia es útil”. De todas
maneras, es una buena guía para el análisis, primero de la ciencia y luego del saber histórico.
La ciencia es:
1 – Fáctica. Lo es por definición. A renglón seguido sostiene: siempre se inicia y
termina en los “hechos”, forma positivista para designar a lo real. No se ancla en ellos, va
“más allá”, los trasciende: busca relacionarlos y explicarlos, para lo cual debe descartar
algunos, controla y crea otros, buscando nexos supuestos detrás de ellos, a fin de encuadrarlos
en generalizaciones universales, es decir, en leyes y teorías. Para esas cualidades
supuestamente existentes “detrás” de los hechos y no percibidas espontáneamente, se generan
conceptos. La ciencia ha sido una creadora permanente de esas nuevas ideas. A esto lo llama
“salto del nivel observacional al Teórico”139.
No vemos inconveniente en aceptar para el conocimiento histórico la participación en
esta característica. En primer lugar porque efectivamente también trabaja con huellas,
vestigios, reliquias de acontecimientos existentes en el pasado y en segundo término, porque
no se limita a esos sucesos, además los trasciende, los correlaciona, compara unos con otros y,
en la medida de sus posibilidades, generaliza algunas propiedades a partir de ellos, aunque sus
generalizaciones no son universales irrestrictos, están restringidas a períodos y regiones, a
determinada cantidad limitada de instancias; son universales restrictos, limitados.

138
Karl Raymond POPPER. La lógica de la investigación científica, Tecnos, Madrid, sexta reimpresión, 1982.
139
Mario BUNGE. Op. Cit. Página 18.
108

2 – Analítica. Se ocupa de problemas bien delimitados y los descompone en sus partes


constitutivas. El proceso de análisis puede ser infinito, también se pueden analizar las partes
del todo inicial, pero por lo general, no se busca llegar a los últimos elementos, sino solamente
descubrir el funcionamiento del proceso por medio de sus componentes. El análisis no es un
fin en sí mismo, sino un medio para poder elaborar las generalizaciones. El opuesto natural y
correlativo del análisis es la síntesis. Nos previene contra confundir la síntesis con la
aprehensión directa de la totalidad.
Aquí hay una posición militante, porque de mucho tiempo atrás se han opuesto dos
métodos de aprehensión de la realidad. Por un lado el método analítico y por otro el
fenomenológico. Plantear la exclusividad del análisis previo para autorizar las afirmaciones
sobre la totalidad es descalificar de antemano a la fenomenología, actitud adoptada por el
positivismo. Otras corrientes admiten el método de abordar las totalidades, sin
descomponerlas para su estudio, como perfectamente compatible con la ciencia.
En una imagen para explicar las diferencias metodológicas entre las formas de trabajar
de Pavlov y Freud, León Bronstein, para comparar esas diferencias, imaginaba al primero ante
la realidad de un pozo, lo veía sumergido hasta el fondo desde donde comenzaba a estudiarlo
ladrillo por ladrillo, intentando descubrir el secreto de cada una de sus partes y las
interrelaciones con las cuales se constituía el todo, mientras el segundo se asomaba al brocal
buscando explicarlo por su manera de operar y las funciones a cumplir como totalidad.
Aceptemos o no la calidad de analítica para la ciencia fáctica en todas sus manifestaciones, eso
no afecta al conocimiento histórico, por cuanto no cabe duda sobre la necesidad y costumbre
de los historiadores de utilizar ese método. Al abordar un proceso o período determinado, los
investigadores, casi sin excepciones, tienden a descomponer el proceso en sus partes. No solo
buscan verlas una por una, sino también buscan descomponerlo en las variables supuestamente
constitutivas del mismo.
3 – Especializada. El desmesurado aumento de la información generado por la
humanidad, llevó a separar ciertas parcelas de conocimiento del tronco filosófico original, para
crear ciencias particulares. Eso ya implicaba un grado considerable de especialización; pero
con el tiempo, muchas ciencias debieron, a su vez, dividirse en otras especialidades. Todavía
en el Renacimiento los sabios podían abarcar campos muy diversos del conocimiento; el caso
más famoso fue Leonardo Da Vinci; en una célebre carta ofreció, con cierta detención, ocho
profesiones en las cuales podía ser útil, en áreas tan disímiles como medicina, arquitectura e
ingeniería, para informar al final, no con la misma jerarquía de las ocho primeras, casi como
una curiosidad, su competencia para pintar “tan bien como cualquiera”.140 En la actualidad es
difícil concebir en una misma persona competencias como ser médico e ingeniero, cuando
tanto una como otra profesión tienen varias especialidades y ya nadie ejerce esas profesiones
en forma global, mucho menos sumarle otras seis.
Tampoco nos parece problemático aceptar esta cualidad para la Historia. Si aceptamos
la “paternidad” de Herodoto, el conocimiento histórico “nació” como un estudio de la
diversidad en la evolución de distintas sociedades. A partir del siglo XVIII extendió su campo
de actividad hacia pasados más lejanos. Durante muchos siglos, los historiadores se limitaban
a reescribir lo escrito por otros autores para aquello lejano en el tiempo, luego terminaban con

140
La carta era ofreciendo sus servicios a Ludovico el Moro, depositario del ducado de Milán y se reproduce en
Umberto Baldini, “Leonardo”, capítulo de Los hombres de la Historia. Del Humanismo a la Contrarreforma
1, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1973.
109

su propia creación, referida siempre al período vivido o sobre el cual había podido interpelar a
quienes todavía estaban vivos.
Es a partir del siglo XVIII, con el perfeccionamiento de las técnicas, el cambio de
actitud y de visión hacia y acerca del pasado, cuando el conocimiento histórico incrementa de
tal forma su campo de trabajo hasta hacer imposible, a un solo individuo, abarcarlo totalmente.
No fue casualidad el surgimiento de la “Filosofía de la Historia” en ese siglo, buscando ofrecer
amplias miradas a la totalidad. Poco a poco, los investigadores se van especializando en
períodos, en espacios, en niveles de análisis, etc. Al historiador muy especializado, se le
complica el no poder desconocer, ni perder de vista nunca, la totalidad del período tratado. Un
historiador de la economía, si no toma en cuenta los otros niveles de análisis, difícilmente
podrá dar explicaciones convincentes de muchos fenómenos económicos. En la misma forma,
un investigador de una región, país o proceso limitado en el espacio, no podrá dar cuenta de
muchas particularidades sin conocer influencias exteriores, fenómenos más amplios,
regionales y hasta mundiales.
A partir del siglo XIX, los procesos planetarios provocan grandes transformaciones.
Muchas historias del avance de los liberales y la estabilización del estado mexicano, en la
segunda mitad de ese siglo XIX, dejan grandes dudas, espacios vacíos por no tomar en cuenta
los procesos internacionales ocurridos en otras partes del mundo.
Cuando se interpreta la evolución de México como el resultado de la acción
intencionada de algunos individuos, como vimos en el ejemplo entre las páginas 38 y 39, nos
sorprenderá “descubrir” evoluciones similares en el resto de las comarcas iberoamericanas.
Nadie atribuye la estabilización simultánea producida en la Argentina durante el mismo
período, a las acciones de los héroes mexicanos. Tampoco ocurre en otros estados con
experiencias análogas. Si en muchos países se producen transformaciones semejantes,
debemos considerar motivos más amplios, buscar causas comunes, como impulsoras de la
orientación de esos cambios, afectando a todos. Eso nos obliga a “mirar más allá de las
fronteras”, como dijo Pierre Vilar,141 a indagar los procesos históricos de aquellas partes de la
humanidad relacionadas con nuestros países.
Así podremos “descubrir” la crisis del capitalismo competitivo, el inicio de la Segunda
Revolución Industrial, los avances del capitalismo monopolista y su secuela: la expansión
imperialista europea. Si intentamos vincular esos procesos, podemos encontrar la transferencia
de tecnologías, para permitir, a los gobiernos iberoamericanos, contener por primera vez, las
fuerzas centrífugas regionales, provocadoras de lo llamado por Bosch García “la dispersión en
el siglo XIX”. 142 Anteriormente, esas fuerzas habían impedido la instalación de un orden
homogéneo y también otros procesos simultáneos.
No todo fue coacción y violencia. El desorden anterior coincidió con la ausencia de
mercados para las potencialidades productivas de estos territorios y las guerras civiles eran,
entre otras cosas, una forma de descargar la sobreproducción de bienes “exportables”. Cuando
aparecen los mercados y se vende todo lo producido, agentes sociales, anteriormente
protagonistas de la “anarquía”, se transforman en defensores de la estabilización. De enemigos
del sistema pasan a ser sus principales apoyos. Encontraron mercados insaciables, y de
caudillos insurgentes llegaron a ser prósperos empresarios.

141
Pierre VILAR. Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Crítica, Barcelona, Tercera edición.
Noviembre de 1981. Página 104.
142
Carlos BOSCH GARCÍA. Latinoamérica. Una interpretación global de la dispersión en el siglo XIX.
UNAM, Instituto De Investigaciones Históricas. México, 1978.
110

El desarrollo europeo requirió muchas materias primas y alimentos. Todo lo producido


se vendía bien. Por esa misma causa, los compradores externos proveerán, a esos gobiernos
empresariales, medios técnicos modernos para imponer su superioridad a fuerzas “del pasado
sin estímulos para adaptarse a las transformaciones en marcha a nivel mundial”.
Entre los más notorios cambios tecnológicos se contaron el ferrocarril, el telégrafo, el
teléfono y el fusil de repetición. La superioridad proporcionada por esos medios a los
gobiernos centrales fue abrumadora. Los políticos regionales debieron adaptarse y alinearse o
desaparecer.
El sistema capitalista es la primera forma de organización social y económica, cuya
dinámica es esencialmente expansiva. Dentro del capitalismo, si se produce siempre la misma
cantidad, permaneciendo estable la población, el sistema está en crisis. Para prosperar es
necesario expandirse permanentemente. La expansión de los países desarrollados se extendió a
todo el planeta, por lo cual, a partir del siglo XIX, no existió en este mundo casi ninguna
región intocada por él. Por primera vez la historia se hizo realmente universal, impulsada por
los centros dinámicos imperialistas, lo cual pone de manifiesto lo ridículo y absurdo de los
esfuerzos por explicar las historias individuales de cada país, región, nación, etc.
prescindiendo de factores “foráneos”.
4 – Clara y precisa. Como lo menciona Bunge, es una cuestión de grado, como ya
vimos refiriéndonos a la precisión exclusivamente. La ciencia ha sido uno de los propulsores
más entusiastas del incremento de los niveles de precisión. Una forma de desarrollar esta
característica es generar registros minuciosos y medir absolutamente todo, incluso aspectos
aparentemente no apropiados para una medición, como podrían ser los sentimientos, la calidad
estética, etc.
La claridad es una exigencia imprescindible para poder ubicar con precisión el
problema a abordar. Un alto porcentaje de las vaguedades y desencuentros entre los
individuos, provienen de no haber ubicado claramente el problema a resolver, como observó
Robert McNamara.143 Para mejorar estas propiedades, se exige al científico la definición de sus
conceptos. Como dicen Lambert-Brittan, en toda definición hay algo de legislativo, pero sólo
aquellas definiciones aceptadas por la comunidad de científicos, por el reconocimiento
mayoritario a su fertilidad y conveniencia, son incorporadas al lenguaje habitual de la ciencia
en cuestión. En muchos casos y en algunas ciencias particulares, se crean lenguajes artificiales
y se inventan términos y símbolos.
La Historia no ha quedado al margen de estos afanes. En muchas ocasiones, los
diferentes marcos teóricos adjudican diferente significación a los mismos vocablos, lo cual ha
conducido a muchos historiadores a formular definiciones de algunas palabras antes de iniciar
la exposición de sus investigaciones. La dificultad enfrentada por la Historia, como ya hemos
visto, es su obligación de navegar entre dos aguas, porque si por un lado aspira a mayor
precisión, por otro lado, la utilización del lenguaje vulgar, como corolario de su intención
divulgadora, la arrastra en ocasiones hacia ciertas imprecisiones. Pero nadie ha objetado la
calidad científica del estudio del pasado, basado en alguna violación a esta característica. Por
otra parte, no es imposible alcanzar niveles más elevados de precisión, lo cual debería impedir
la exclusión.
5 – Comunicable. Un conocimiento imposible de trasmitirse con palabras, no cabe
dentro de la ciencia. El lenguaje científico debe ser informativo, los lenguajes expresivos se

143
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. “¿Qué crisis fue la de octubre de 1962?” en Encuentros en Catay. Revista
anual N° 9, de la Universidad de Fujen. Taipei, 1995.
111

circunscriben a las artes. Por otra parte, si no fuera comunicable, no podría practicarse la
contrastación empírica intersubjetiva.
Esta particularidad no garantiza la comunicación inmediata de todos los resultados de
la ciencia. Por razones de diversos tipos, mucha información se mantiene en secreto por cierto
tiempo. Eso no significa ninguna imposibilidad de comunicarlo. Si existe el espionaje
industrial y científico, es precisamente porque quienes lo practican pueden entender y trasmitir
el objeto de sus afanes. La comunicación siempre es estimable, porque cuantas más
contrastaciones independientes tenga una hipótesis o novedad, será mejor valorada la calidad
de sus resultados. Por todo lo visto, en este rubro la historia tiene una ubicación privilegiada.
6 – Metódica. Mucho se ha hablado del “método científico”, a nadie puede resultar
extraña la exigencia de serlo. Eso no significa compartir un mismo método, Popper ha negado
la posibilidad de la unidad metodológica de las ciencias más allá del “ensayo y error”.144 A
nadie deben caberle dudas acerca de la posesión de uno o más métodos por cada ciencia. Toda
investigación científica es planificada, intentando prever de antemano todas las dificultades
posibles de presentarse en el curso de un trabajo. Siempre es mejor resolver antes de empezar
la mayor cantidad de dificultades posibles.
Aunque la ciencia no excluye el azar y, en ocasiones lo utiliza y hasta lo provoca para
sus fines, la investigación científica no es azarosa. Antes de iniciar un trabajo, los científicos
ya conocen el camino a recorrer. Esto es así porque toda elaboración científica está basada en
los conocimientos anteriores, utiliza las técnicas, se ajusta a las reglas ya probadas en el
pasado y demuestra su efectividad. Las nuevas investigaciones pueden perfeccionar esas
técnicas y reglas, lo cual provoca su renovación permanentemente.
7 – Experimentales. En un sentido muy lato, las ciencias experimentan, para lo cual
también son fundamentales el registro minucioso, la observación planificada y, en caso de ser
posible, la manipulación con control de las variables más importantes.
Para el mantenimiento y desarrollo de estas características, cada ciencia elabora una
serie de preceptos sobre la forma de proceder en cada caso. Esos preceptos son la experiencia
acumulada por los científicos a lo largo del tiempo y pueden ser afinados y perfeccionados en
cada generación.
Se ha negado al conocimiento histórico la calidad de científico, precisamente por su
imposibilidad de experimentar. Esta objeción no pudo desecharse cuando se puso de
manifiesto la misma característica en la astronomía, porque al estudiar fenómenos repetitivos,
la ciencia “del cielo” permitió formular predicciones de muy largo plazo y de enorme
precisión; en cambio la Historia, como todas las ciencias sociales, no es predictiva.
8 – Sistemática. Ya considerada entre las características generales de todos los
conocimientos científicos.
9 – Abierta. Cualidad desprendida de lo visto hasta aquí. No acepta barreras a priori a
sus posibilidades. Como ya ha sido señalado, todos los conocimientos generados por las
ciencias fácticas son provisorios, se aceptan mientras no se demuestre su falsedad o, si ésta ya
está demostrada, se sigue utilizando en la tecnología mientras dé resultados, hasta el
descubrimiento de alguna aproximación más efectiva para el asunto tratado. Se reconoce su
falibilidad, porque no puede haber seguridad absoluta sobre los logros de las ciencias fácticas.
Actualmente ya no creemos en la existencia de axiomas, “verdades evidentes por sí mismas,
no necesitadas de demostración”, como creían los griegos antiguos.

144
Karl Raymond POPPER. “La lógica de las ciencias sociales” en J. M. MARDONES y N. URSÚA. Filosofía
de las ciencias humanas y sociales. Fontamara, Barcelona, segunda edición, 1983, páginas 104 a 114.
112

En otros tiempos se pensaba la verdad como una primera “entrega divina”. Los
antiguos humanos habían conocido la verdad y con el correr del tiempo, en la trasmisión de
una generación a otra, la habían ido deformando, escondiendo u olvidando,145 de allí el culto
de los humanistas del Renacimiento a los manuscritos antiguos, porque estaban “más cerca”
de la verdad, siempre contenida en la afirmación más antigua.
El desarrollo científico ha provocado un giro de ciento ochenta grados en esa
convicción. Esta particularidad ha conducido a valorar positivamente los saberes más nuevos.
En la actualidad, la gente aprecia los descubrimientos recientes, considera sus resultados más
confiable de los precedentes, lo cual, en muchas ocasiones, conduce a la novelería, al culto a la
“última moda”. Junto con este elemento se desarrolla el valor del riesgo, porque cualquier
científico considera preferible arriesgarse a probar cosas nuevas no confirmadas, antes de
seguir repitiendo las antiguas ya reconocidas como ineficaces.
10 – Falsable (verificable). Como vimos al desarrollar las diferencias entre las
ciencias formales y las fácticas, se considera a estas últimas como “verificables”, eso significa
la posibilidad de demostrar experimentalmente la verdad de sus conclusiones o leyes. Popper
ha objetado esta característica, al negar la verificabilidad para las leyes científicas. Toda
verificación sólo otorga “cierta credibilidad provisional”. Para él, lo característico de una ley
científica es poder ser falsada por la realidad, por la experiencia. Exige a todas las
generalizaciones, con aspiración a esa jerarquía, ofrecer, en su formulación, la posibilidad de
ser demostrada su falsedad, empírica y/o experimentalmente.
El autor pone de manifiesto la ausencia de simetría entre verificación y falsación.
Todas las verificaciones imaginables y posibles no garantizan la veracidad de una ley, nunca
podemos tener la seguridad total sobre la verdad de una generalización científica (ley).
En cambio, UNA sola muestra de falsedad, vuelve completamente falsa cualquier ley.
3.2.3 – Cuatro particularidades problemáticas. Estrechamente ligadas entre sí,
dejamos para el final las cuatro propiedades ausentes en el conocimiento histórico y en todas
las ciencias sociales:
11 – Generales. Las ciencias naturales buscan clasificar y colocar los procesos
singulares en modelos generales. Fue Aristóteles quien distinguió de esta manera al
conocimiento científico y de esa forma se siguió repitiendo hasta el siglo XIX, cuando algunos
pensadores comenzaron a ponerlo en duda. Para el científico de la naturaleza, el
acontecimiento singular cobra sentido cuando puede ser ubicado como caso particular de una
generalización. Una creencia, común entre los científicos, considera a todos los sucesos
estudiados susceptibles de ser clasificados e incluidos dentro de una generalización.
Literalmente Bunge dice: “No es que la ciencia ignore la cosa individual o el hecho irrepetible,
lo que ignora es el hecho aislado”.146 Se rechazan las proposiciones solitarias, sean singulares
o generales.
El presupuesto ontológico subyacente, no declarado, de esta convicción es considerar a
todos los acontecimientos estudiados con algunas cualidades compartidas, lo cual permite
tratarlos en conjunto como un grupo homogéneo, al menos, respecto de esa o esas
particularidad/es común/es. Es la antigua discusión en torno a la existencia de los universales.
Esas cualidades, a veces supuestamente “escondidas” detrás de muchos acontecimientos,
serían comunes a todos ellos.

145
Enrique SERNA. Genealogía de la soberbia intelectual. Taurus, Santillana, México, F.F. 2013.
146
Mario BUNGE. Op. Cit., página 27.
113

Con respecto al conocimiento histórico, muchos objetores de su calidad científica han


basado su rechazo en esta característica: no generalizar sino todo lo contrario; la intención de
su pesquisa, dicen, es individualizadora. Los historiadores no estudian conceptos generales
como “las revoluciones”; lo interesante para ellos son procesos singulares como la
“Revolución Francesa”, la “Revolución Mexicana”, etc.
Para los defensores del estatus científico del conocimiento histórico, la necesidad de
utilizar generalizaciones es evidente y forzosa, porque sin ellas los historiadores no podrían
explicar. La Historia estudia procesos singulares, pero al utilizar conceptos como “revolución”
está utilizando una idea general para aplicarla a un caso concreto. Es una generalización
englobando a muchos acontecimientos cuya singularidad, en ocasiones, “esconde” los
elementos comunes a todos ellos. Incluso Popper ha señalado a las ciencias naturales la
utilización de generalizaciones para explicar instancias individuales, lo cual sería su finalidad
en la actualidad.
Walsh va más allá todavía. Sostiene: “tendemos a emplear la palabra 'científico' cuando
se trata de un conjunto de proposiciones generales”. 147 Luego aclara, las generalizaciones
usadas por el historiador son de especie diferente a las empleadas por los científicos de la
naturaleza; no son elaboradas por él, sino tomadas del conocimiento vulgar, generalmente en
forma inconsciente. El científico natural elabora conscientemente sus generalizaciones.
Las “generalizaciones” utilizadas por el historiador, no son abiertas como las del
científico natural, no son universales irrestrictos, es decir, mientras las elaboradas por las
ciencias naturales se aplican a cualquier proceso de ese tipo ya sucedido o por suceder en el
futuro, las generalizaciones históricas, son cerradas, se refieren a un universo limitado de
casos particulares ya ocurridos. Iniciar una proposición con la expresión “todo cuerpo
suspendido en el espacio”, no es lo mismo a iniciarla con “todos los filósofos ilustrados del
siglo XVIII”, porque en el futuro seguirá habiendo cuerpos suspendidos en el espacio y ya
están comprendidos en la proposición, pero no podemos esperar la aparición de “nuevos”
filósofos ilustrados del siglo XVIII. El conocimiento histórico trabaja con universos
limitados.
Para Carlos Rama, la Historia es general y particular simultáneamente. General cuando
realiza la comparación, la periodización, el “establecimiento de leyes” (sic) y otras actividades
generalizadoras, pero también se ocupa de aquellos elementos diferentes de cada proceso
estudiado: su singularidad, y en ese sentido es particular.148 Estas son falacias.
La periodización es una tarea para identificar la singularidad de una etapa en la
evolución de determinadas sociedades o de la humanidad, su finalidad es marcar los límites de
los espacios temporales.
La Historia comparada busca similitudes entre procesos diferentes, cuyo fundamento,
se dice, es la misma suposición sustentada por la búsqueda de generalizaciones científicas.
Aunque la expresión “Historia comparada” surge en el siglo XX, si analizamos detenidamente
la labor de los historiadores del pasado, notamos en muchos de ellos la práctica de la
comparación, aunque no fueran conscientes.
El método comparativo no es igual al establecimiento de una ley, es la búsqueda de
elementos semejantes entre sociedades como la europea occidental de la Baja Edad Media y la
japonesa durante el shogunato, tal como lo hizo Marc Bloch en las dos páginas finales del
anteúltimo capítulo de La sociedad feudal. Se comparan dos singulares restrictos.

147
W. H. WALSH. Op. cit., Página 36 y ss.
148
Carlos RAMA. Teoría de la Historia. Tecnos. Madrid. Tercera edición revisada, 1974. Página 41.
114

La comparación no crea “universales irrestrictos”; solamente coteja procesos con


ciertas similitudes en algunos desarrollos sociales, comunes a grupos humanos diferentes.
Busca poner de manifiesto respuestas análogas de dos o más sociedades lejanas, en el tiempo
y/o en el espacio, frente a estímulos semejantes.
El gran fracaso de la Filosofía de la Historia fue no encontrar las “leyes” del proceso
histórico.
La intención de la Historia es individualizadora, no es el descubrimiento de
generalizaciones. La pregunta es: ¿esta peculiaridad la excluye de las áreas de conocimiento
calificadas como “científicas”?. Quienes han defendido esta posición, también han buscado
argumentos forzados para sostener la cientificidad de la Historia. En otro trabajo planteamos
lo absurdo de esa discusión, lo escondido detrás de ella, no es, si el conocimiento histórico es
ciencia o no lo es, sino si tiene alguna utilidad o no, porque para quienes sostienen esa
discusión “la mayor gloria de la ciencia” es ser útil. El capítulo ocho está dedicado a ese tema.
En segundo lugar, como mínimo a partir de Braudel, muchos historiadores se interesan
por procesos con permanencia constante durante períodos prolongados, Braudel los llamó
“duraciones”. Ciertos niveles de análisis han influido sobre muchísimas generaciones.
Piénsese en las religiones, varias de ellas han influido en la forma de vida y el comportamiento
de enorme cantidad de gente durante varios siglos.
Más adelante veremos cómo este fenómeno ha dado lugar a la aparición de lo llamado
“Historia estructuralista”. Esta tendencia ha invadido el campo de trabajo de la mayor parte de
los historiadores importantes de la actualidad. Evidentemente, los sucesos particulares y las
anécdotas disminuyen su importancia ante el peso creciente de aquellas variables duraderas
por amplios intervalos. Esas permanencias afectan y abarcan a muchísimos seres humanos, a
generaciones enteras. Dice Braudel:

“...el acontecimiento es explosivo, tonante. Echa tanto humo que llena la


conciencia de los contemporáneos; pero apenas dura, apenas se advierte su
llama”, [y en la siguiente página abunda:] “La ciencia social tiene horror del
acontecimiento. No sin razón: el tiempo corto es la más caprichosa, la más
engañosa de las duraciones”. 149

Las permanencias son pequeñas conductas generalizadas, procesos repetidos durante


cierto tiempo: las “duraciones” son finitas pero prolongadas, a escala del tiempo de la vida
humana. De acuerdo con la persistencia de esas repeticiones, se habla de corta, media, larga y
larguísima duración. Aunque sean muy prolongadas, todas son restrictas.
En tercer lugar, algunos han señalado a la más reciente forma de generar conocimiento
histórico, su desinterés por los acontecimientos y los individuos. En la actualidad los
historiadores formulan “generalizaciones limitadas” a partir de acontecimientos particulares,
cuando elaboran curvas de precios, de salarios, demográficas, etc. Es más, la historia serial se
dedica a construir series. El documento aislado y detonante la impresiona muy poco.
Las corrientes historiográficas modernas se orientan hacia fenómenos de masas,
procesos llamados “colectivos”; en definitiva son conceptos abarcando una enorme serie de
individualidades, como la Historia de las mentalidades colectivas, la Historia demográfica, la
Historia social, etc. Han aparecido libros de Historia donde no figuran nombres propios de
individuos.

149
Fernando BRAUDEL. La Historia y las ciencias sociales. Alianza, Madrid, 1968. Páginas 64 a 66.
115

Por último, también se ha sostenido y aceptado la utilización, por las ciencias sociales,
de generalizaciones estadísticas; generalizaciones no iniciadas con las expresiones “todos” o
“ningún”, sino con “el tanto por ciento de…”. En la actualidad, cuando las ciencias naturales
tienden a trabajar cada vez más con la estadística, sería absurdo exigir a las ciencias sociales la
formulación de generalizaciones absolutas. La Historia, al aprovechar los resultados de todas
las ciencias sociales, participaría de esta misma defensa.
12 – Legal. Vinculada con la característica anterior, la ciencia “busca leyes y las
aplica”. Según Bunge, esto es así porque busca llegar a la “raíz de las cosas”. Aquí debemos
aclarar: no todos los autores manejan el mismo concepto de “ley”. El propio Bunge hace una
serie de consideraciones para comprender en su estudio, precisamente, a las “leyes”
supuestamente propias de las ciencias sociales:

...el ulterior avance en el progreso de la legalización de los fenómenos no


físicos requiere, por sobre todo, una nueva actitud frente al concepto mismo
de ley científica. En primer lugar, es preciso comprender que hay muchos
tipos de leyes (aun dentro de una misma ciencia) ninguno de los cuales es
necesariamente mejor que los tipos restantes.150

Sin duda, el tema planteaba muchas dificultades, porque dio lugar a variadas
proposiciones, algunas verdaderamente descabelladas. Rama lo ve como un problema de
desarrollo de la disciplina cuando sostiene:

...si bien es cierto que la Historia debe ser legal y predictiva, actualmente no
puede serlo -como tampoco la sociología y otras disciplinas- porque
aquellas características corresponden a una etapa superior en el progreso
interno de cada ciencia. Sin embargo, es muy importante que figuren entre
sus objetivos aceptados.151

Es bastante absurdo esperar del futuro la equiparación metodológica del conocimiento


histórico y de las ciencias sociales con las ciencias naturales. Son totalmente diferentes y no
pueden compartir iguales procedimientos.
Nagel intenta dilucidar el significado de la palabra “ley” en las ciencias naturales y
sostiene: “la conexión [establecida por una ley] supone algún elemento de 'necesidad…'”152
Para el consenso generalizado, una ley es un enunciado instituyendo una conexión necesaria
entre diversos elementos. Normalmente la observación, y en ocasiones la experimentación,
han permitido establecer la constancia de esa conexión, aunque, como el mismo Nagel lo
reconoce, no hay elementos lógicos para establecer la necesidad de esa ley. Por tanto,
muchas leyes científicas son relaciones establecidas en forma empírica. Son creencias.
Mientras sirven para actuar sobre la naturaleza, o la sociedad en su caso, se mantienen como si
fueran verdaderas, aunque en algunas de sus aplicaciones hayan demostrado su falsedad. Las
leyes son fundamentales para posibilitar la explicación nomológico-deductiva y la predicción
científica, de allí la importancia atribuida al tema.
12.1 Leyes y tendencias. Las ciencias sociales, sostiene Popper, no pueden formular
leyes, porque la sociedad, la cultura, son entes cambiantes y las leyes se establecen sobre
elementos invariantes. Para él, las ciencias sociales establecen “tendencias”. Esto lo lleva a

150
Mario BUNGE. Op. cit., páginas 29 y 30.
151
Carlos RAMA. Op. cit., página 41.
152
Ernest NAGEL. Op. cit., Página 59.
116

sostener: las ciencias sociales no formulan predicciones sino profecías. Eso las diferencia
de las predicciones basadas en leyes de la naturaleza.
Otorga mucha importancia a esta diferencia, porque si bien mediante ambas formas se
puede intentar conocer de antemano algunos aspectos del futuro, la consecuencia lógica del
fracaso de ese intento es totalmente diferente. Mientras la frustración de una predicción
basada en una ley, dentro de ciertas circunstancias, permite establecer la falsedad de esa
ley, el infortunio de una “profecía” basada en una tendencia, jamás permite establecer lo
mismo. Las tendencias cambian. Si no se produce lo profetizado, pudo haberse extinguido o
modificado la tendencia, aunque la profecía haya estado bien establecida y fuera verdadera,
nunca lo sabremos.
En las ciencias naturales, las leyes autorizan la elaboración de predicciones, mientras
las tendencias de las ciencias sociales solo permiten establecer profecías. Para las
generalizaciones históricas señala la imposibilidad, ya vista, de formular universales
irrestrictos, solo pueden establecer “singulares, sobre un acontecimiento individual o un
número determinado de tales acontecimientos”.153
Basados en las observaciones de Popper, en otro trabajo, planteamos la posibilidad de
igualar predicciones y profecías, si aceptamos nuestra imposibilidad para detectar el cambio en
las leyes empleadas por las ciencias de la naturaleza, debido a la prolongadísima escala
temporal necesaria para medir su “vigencia” y permanencia. Esta podría ser infinitamente
superior a la duración de las tendencias vigentes para la sociedad y/o la cultura.154 De allí
derivamos una generalización sobre las previsiones a futuro de las ciencias sociales:

...las profecías sociales pierden credibilidad en proporción directa al


aumento del espacio temporal para el cual han sido formuladas; conforme se
alarga ese lapso, aumentan las probabilidades de un cambio en la
tendencia.155

13 – Explicativa. Aunque hay diversos tipos de explicación, el más generalmente


aceptado ha sido el nomológico-deductivo. El propio Bunge, al desarrollar este tema, sostiene:
“la ciencia intenta explicar los hechos en términos de leyes” aunque más adelante matiza la
proposición, al señalar la existencia de diversos tipos de leyes y de explicaciones, porque no
todas son causales. El tema de la explicación es una de las claves con la cual se pretende
diferenciar el conocimiento científico de otras formas de conocer. Lo abordaremos
especialmente en el próximo capítulo.
14 – Predictiva. De las señaladas por Bunge como distintivas del conocimiento
científico, la última característica es la predicción. “Trasciende la masa de los hechos de
experiencia, imaginando cómo puede haber sido el pasado y cómo podrá ser el futuro”.
Según hemos visto, la predicción es también una forma de poner a prueba las leyes,
porque toda previsión se cimenta en ellas. Como hay diversos tipos de leyes, también hay
diversos tipos de predicciones. Las leyes estadísticas no autorizan a predecir un
acontecimiento individual, pero pueden ser muy exactas en la predicción de porcentajes.
Cuando pensamos en el conocimiento histórico, este tema es central, de cierta manera resume
las tres características anteriores.

153
Karl Raymond POPPER. La miseria del historicismo. Alianza-Taurus, Madrid, segunda edición, 1981, página
121. El tratamiento completo del tema se encuentra entre las páginas 119 y 134.
154
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. Op. cit., páginas 269 y 270.
155
Ibid. Página 270.
117

El razonamiento de Popper para demostrar la imposibilidad de predecir de las ciencias


sociales, se funda en una observación: la evolución de la humanidad está fuertemente
condicionada por los conocimientos de hombres y mujeres. Si se acepta esta afirmación, se
hace evidente la imposibilidad de saber hoy los conocimientos del futuro, por una causa muy
bien fundada: si lo supiéramos, entonces ya tendríamos esos conocimientos y deberíamos
sospechar otros para el futuro.
Si esas dos afirmaciones de base son ciertas, entonces vemos claramente la
imposibilidad de predecir el futuro de las sociedades humanas. El razonamiento sirve no solo
para la Historia, sino también para aquellas ciencias sociales cuyo planteamiento tiene como
objetivo “establecer leyes y predecir el futuro”. Hemos visto cómo, para Rama, era una
cuestión de desarrollo de la disciplina y creía en la posibilidad de llegar a una etapa de este
tipo. Con su rigurosidad lógica, Popper lo considera imposible para cualquier tiempo y lugar.
Tratándose del conocimiento histórico el problema es más severo todavía, porque
nunca ha tenido como objetivo predecir el futuro. Su objeto de estudio siempre ha sido el
pasado y, en algunos historiadores, también el presente. “La historia, ciencia del pasado,
ciencia del presente” decía Lucien Febvre”.156 En varias oportunidades ha sido defendida su
importancia como ayuda para permitir la comprensión del mundo en el cual nos tocó vivir,
pero ningún historiador conocido ha sostenido la posibilidad de predecir el futuro basado en
sus conocimientos históricos.
Esta situación excluiría al conocimiento histórico del campo de las ciencias. En un
intento defensivo, varios epistemólogos han sostenido como finalidad de la Historia
retrodecir, no predecir. Haciendo exactamente lo mismo realizado por las ciencias naturales,
dicen, pero en dirección al pasado, en lugar de orientarlo hacia el futuro. Los historiadores
elaborarían hipótesis explicativas sobre el pasado, las cuales, al ser corroboradas por la
experiencia (los testimonios disponibles), se convierten en leyes, etc. Se planteó entonces la
retrodicción como simétrica de la predicción, lo cual ha sido rápidamente atacado por varios
autores. El argumento más fuerte, para negar esa supuesta simetría, pone de manifiesto el
conocimiento de lo ocurrido con posterioridad al proceso retrodicho. Mientras en la previsión
nunca se puede conocer con total seguridad los acontecimientos futuros luego de producido el
evento previsto, en Historia siempre sabemos lo sucedido con posterioridad al proceso
retrodicho. A pesar de esta supuesta “ventaja” de la retrodicción, los resultados tampoco
autorizan el optimismo.
Una diferencia básica con el científico natural cuando predice un suceso, es la
posibilidad de hacerlo presenciar por quienes se interesen. El físico, el químico, el biólogo
trabajan directamente con su objeto de estudio y eso les permite experimentar. El historiador,
en cambio, no puede hacer lo mismo, porque su objeto de estudio no es el proceso en sí,
aunque su finalidad sea “darle forma” y explicarlo lo más certeramente posible, sino las
huellas dejadas por ese proceso. La Historia es un estudio mediado, siempre se debe pasar
por la mediación de los testimonios, restos o vestigios dejados por la actividad humana.
Por lo anterior, diversos historiadores pueden elaborar diferentes explicaciones para un
mismo proceso y todas pueden ser válidas. Ninguno puede “probar” contundentemente la
exclusividad de su versión. Diferentes interpretaciones pueden dar relevancia a distintos
factores, pero no pueden demostrar la superioridad de aquellos invocados por ellas.
De esto se desprende: los científicos naturales logran unanimidad en cuanto a una
teoría general interpretativa de la realidad, por lapsos prolongados. Cuando cambian, se

156
Citado por Fernando BRAUDEL en La Historia y las ciencias sociales… Op. Cit. Página 115.
118

requiere por lo menos un relevo generacional para imponer un nuevo “paradigma científico”,
como sostiene Kuhn; 157 en cambio, en el conocimiento histórico y también en ciencias
sociales, encontramos la coexistencia y complementación, a veces rivalidad, de distintas
teorías interpretativas y explicativas de los acontecimientos y procesos.
3.3 – LAS CIENCIAS SOCIALES. La primera gran división de las ciencias,
planteada aquí, fue entre formales y fácticas. Había una diferencia de naturaleza, originada en
la finalidad, el objeto de estudio y manifestada en múltiples aspectos. Ahora corresponde ver
las diferencias dentro de las ciencias fácticas. Ya vimos su campo de estudio, son procesos
reales con existencia en el mundo material, exteriores a mujeres y hombres y ocurridos
al margen de la mente humana.
Pronto advertimos dos tipos de procesos: unos producidos desde mucho antes de la
aparición del ser humano sobre la Tierra y en cuya ocurrencia la acción de aquel no juega
ningún papel consciente, a los cuales llamamos “naturales”. Los otros, creados por el ser
humano, se llaman “cultura” o “procesos sociales”. Ya visto al inicio: a todo lo realizado por
el ser humano se le llama “cultura” y todo lo hecho por él es un producto social, o cultural.
El mismo ser humano es un producto social; la potencialidad del cerebro recibida al
nacer, sólo lo convertirá en hombre o mujer si recibe los estímulos adecuados a la edad
adecuada; de otra forma repetirá las conductas de aquellos seres entre los cuales se haya
formado. Si crece entre lobos, actuará como un lobo, aunque sus características físicas
pertenezcan a las de un humano. Solamente si es criado entre mujeres y hombres podrá ser
como los demás. En otros seres del reino animal la situación es diferente; aunque sean
separados de sus congéneres en el momento de nacer y criados en ambientes diversos, de todas
formas repetirán conductas propias de su especie, como si estuvieran previamente
programados.
Volviendo a la diferencia mencionada entre naturaleza y cultura, quienes habitan las
grandes ciudades, viven y están rodeados por un mundo compuesto de elementos casi en su
totalidad elaborados por la sociedad, por la cultura.
Los procesos naturales suelen repetirse con enorme regularidad, el día y la noche, las
cuatro estaciones del año, el ciclo de las plantas y los animales, la periódica llegada de los
cometas etc. Mayormente son repetitivos. En cambio, los procesos culturales o sociales son
preferentemente acumulativos, gran parte de lo descubierto por una generación es la base a
partir de la cual la siguiente comenzará a desarrollarse, es una adquisición cultural para las
generaciones futuras.
En parte, esa diferencia explica las posibilidades de previsión de las ciencias naturales:
al ser repetitivos muchos procesos estudiados por ellas, es muy sencillo captar la frecuencia de
la repetición. Las ciencias sociales no pueden predecir porque su objeto de investigación no se
repite, es acumulativo. Una vez generado un cambio ya no puede repetirse, ya se conoce. Esa
adquisición será la base para nuevas realizaciones. Esas nuevas transformaciones casi siempre
son imprevisibles. Cuando los europeos “descubrieron” América, ya no podía repetirse ese
“descubrimiento”, se podía viajar con mayor seguridad, recorrerla, explorarla, habitarla,
muchas cosas, menos “descubrirla”. Por otra parte, era imposible haber previsto su
“descubrimiento”. Además fue un equívoco, porque quienes llegaron primero la confundieron
con la India. Pasaron algunos años antes de “descubrir” su propio “descubrimiento”

157
Thomas KUHN. La estructura de las revoluciones científicas. FCE. México, cuarta reimpresión, 1980.
Páginas 234 y siguientes.
119

A principios del siglo XX, un filósofo rumano ya había dividido y separado a las
ciencias naturales de la Historia. Aquellas estudiaban “hechos de repetición”. La otra
estudiaba “hechos de sucesión, únicos e irrepetibles”. 158 Hay quienes han objetado esta
diferenciación, para ellos también existen repeticiones constantes en los procesos sociales.
Muchos hombres se levantan todos los días, realizan una serie de acciones iguales y van a
trabajar. Al terminar, regresan a su casa, se alimentan y descansan. Las sociedades humanas
suelen festejar determinadas fechas todos los años, etc. Es más, en un nivel más complicado,
frente a determinadas situaciones, los humanos, por lo menos quienes pertenecen a un
horizonte cultural común, suelen reaccionar de la misma manera ante similares desafíos, así se
producen movimientos, a los cuales llamamos “revoluciones”, porque tienen elementos
semejantes o parecidos, evoluciones comparables, etc.
Veamos una diferencia fundamental entre estos procesos y la evolución de la
naturaleza: cuando se presenta una situación particular, algunos humanos estudian en el
pasado otras consideradas parecidas y ese estudio les permite actuar de forma diferente a como
lo hubieran hecho de no haber tenido acceso al conocimiento de las instancias anteriores. En
esto se basa una máxima muy difundida: “quienes no conocen su historia están condenados a
repetirla”, pero también nos deja ver la diferencia: ningún proceso social se repite exactamente
igual, con los mismos protagonistas, porque la experiencia consciente de lo vivido, al operar
sobre los individuos, los compele a no repetir lo considerado errores en la actuación anterior.
En este sentido, también el elemento acumulativo diferencia los procesos sociales de los
naturales.
De allí surgen entonces, dos objetos de estudio, la naturaleza y la sociedad o la cultura;
de esos dos objetos surgen dos tipos de ciencias fácticas. Por una parte, las ciencias naturales,
o ciencias encargadas de estudiar los procesos ocurridos en la naturaleza. Por la otra, las
ciencias sociales, también han sido llamadas ciencias “de la cultura”, “del espíritu”, “del
hombre”, cuyo objeto de estudio son las creaciones de las sociedades humanas. La
proliferación de designaciones, en contraste con las primeras, puede irnos alertando sobre las
diferencias producidas en torno suyo y las dificultades encontradas para constituirse como
tales.
3.3.1 – Peculiaridades. Las diferencias en el objeto de estudio se traducen en otras
de funcionamiento. Por eso intentaremos determinar los elementos característicos de las
ciencias sociales. Si el conocimiento histórico es una ciencia, evidentemente pertenece a este
grupo.
La primera particularidad hecha notar por quienes objetan las posibilidades científicas
en los estudios sociales, consistió en señalar la identificación del sujeto y el objeto. Al
estudiarse a sí mismo y sus creaciones, los seres humanos no podían mantener la
imparcialidad y la objetividad. El problema es generado por la utilización muy imprecisa de
los conceptos de imparcial y objetivo. Como dentro de dos capítulos abordaremos
específicamente esos conceptos, solamente adelantamos la inconsistencia de la objeción.
Primero: la imparcialidad no existe. Segundo: nada impide al ser humano la más rigurosa
objetividad cuando se estudia a sí mismo.
En segundo lugar, tomando en cuenta las generalizaciones posibles en las ciencias
sociales, solamente podemos formular leyes estadísticas, las cuales no permiten predecir
conductas individuales. Este tipo de generalizaciones autorizan hacer predicciones muy

158
Alexandro Dimitrie XENOPOL. Teoría de la Historia. Jorro. Madrid, segunda edición, 1981. Páginas 123 a
126.
120

precisas sobre porcentajes, es decir, sobre la forma de comportarse las partes integrantes de un
universo dado, pero no permiten predecir el comportamiento de un individuo particular. Por
ejemplo, si se estableció en sesenta por ciento el porcentaje de los fumadores con cáncer de
pulmón, habiendo definido con claridad el concepto de “fumador”; al conocer la cantidad de
fumadores existentes en México, se puede predecir cuantas personas padecerán cáncer de
pulmón en cierto tiempo entre los fumadores, pero ningún procedimiento lógico permite saber
si un fumador individual, integrante de ese grupo, padecerá ese mal o no.
De todas maneras, este rasgo distintivo ha perdido relevancia por cuanto muchas
ciencias naturales tienden a trabajar cada vez más claramente con este tipo de leyes. En forma
deliberada, el ejemplo puesto no se refiere al campo de las ciencias sociales exclusivamente.
Inclusive la física ha desarrollado, cada vez con mayor intensidad, el cálculo probabilístico,
pues muchas de sus leyes, formuladas como universales irrestrictos, han sido refutadas por
instancias particulares Aún, en predicciones estadísticas, el tiempo de duración de una
previsión social es limitado, mientras el de la naturaleza no parece serlo.
Una tercera singularidad de este tipo de ciencias consiste en no ser experimentales,
son empíricas. Si bien pueden basarse en la observación disciplinada y la experiencia, no
pueden realizar experimentos. La característica fundamental de esta noción consiste en la
posibilidad de producir a voluntad, cuantas veces sea necesario y en cualquier momento, los
procesos para demostrar sus afirmaciones. También se permite alterar las condiciones
naturales de ocurrencia del fenómeno, para estudiar la influencia de las diversas variables y
poner a prueba las hipótesis formuladas.
Las ciencias sociales están muy limitadas en sus posibilidades de realizar
experimentos; al trabajar con seres humanos, hay fuertes restricciones morales, religiosas y
políticas, a la experimentación científica.
De todas maneras, en ciertos lugares y en determinados períodos, ha habido un margen
de posibilidades más amplio. El gobierno totalitario nazi en Alemania, entre 1933 y 1945
permitió la utilización de personas integrantes de lo considerado “razas inferiores”, para
experimentos, aunque no fueron exactamente en ciencias sociales.
Hay otra forma de experimentación y se lleva a cabo diariamente, porque todos los
planes económicos, educativos, sociales, etc. aplicados por los gobiernos son instancias
experimentales para probar hipótesis. Todas las campañas propagandísticas, al buscar vender
mayor cantidad de ciertas mercancías o lograr éxito en las elecciones son experimentos.
Supuestamente, cada experimento mejora y afina el anterior, en un intento por hacerlos más
efectivos.
Un viejo libro sobre propaganda relataba cómo, los investigadores motivacionales
ponían cámaras escondidas detrás de los artículos ofrecidos por los supermercados, buscando
medir los parpadeos por minuto de los consumidores. Los estados placenteros disminuyen las
defensas mentales, eso provoca menos parpadeos hasta casi desaparecer. Cuatro parpadeos por
minuto es la antesala del sueño. De esta forma averiguaban cual era la mejor manera de ubicar
los productos para provocar el estado de mayor placer posible y la máxima disminución de las
defensas. Así “estimulaban” al público a consumir más.159 Fue una forma de experimentar.
De todas maneras, aunque no es imposible, evidentemente existen límites mucho más
estrechos a la libertad de experimentación cuando los cobayos son seres humanos. Pero
aunque existiera una total libertad para realizar experimentos de cualquier tipo en cuestiones

159
Vance PACKARD. Las formas ocultas de la propaganda. Sudamericana, Buenos Aires, octava edición,
1970. Páginas 47 a 55.
121

humanas, hay limitaciones sin relación con la organización social ni los valores, sino con las
características de los objetos observados.
Un mismo experimento jamás se puede repetir, porque el grupo con el cual se realizó
por primera vez, no reaccionará de la misma manera en una segunda aplicación. La
experiencia previa modificará su respuesta. Se podría buscar otro grupo equivalente, pero
jamás se tendrá la seguridad acerca del grado de igualdad o equivalencia. Aunque hay técnicas
para establecer ciertas paridades de muchos grupos, en este tipo de experimentación se puede
aspirar como máximo a una duda fundada.
Esto es así para las ciencias sociales, mucho más grave es la situación para el
conocimiento histórico, por cuanto trabaja fundamentalmente con intermediarios y no
directamente con aquellos procesos cuya existencia quisiera presenciar y entender. La
“historia oral” abarca un campo muy limitado y no soluciona el problema. Los materiales más
comunes para el trabajo del historiador son los vestigios dejados por seres humanos durante su
vida. La única experimentación posible para la mayor parte de los investigadores es con los
documentos, tomando esta palabra en sentido amplio y no únicamente como testimonios
escritos. El estudioso puede intentar nuevas formas de ordenar los materiales, puede utilizar
fuentes no tomadas en cuenta anteriormente y hacer diferentes preguntas a los testimonios ya
conocidos, pero en el terreno de los acontecimientos, no puede influir en lo más mínimo.
Como curiosidad, es interesante recordar: la exigencia de hacer experimentos bajó
mucho su fuerza al percibir los epistemólogos la imposibilidad de la astronomía para poder
experimentar. Era una ciencia natural muy antigua, cuyo estatuto científico nunca ofreció la
más mínima duda a nadie. Basada en las repeticiones regulares de muchos procesos naturales,
su imposibilidad de experimentar no le había impedido hacer predicciones a muy largo plazo,
varias de las cuales se han venido cumpliendo con precisión envidiable.
Un último señalamiento: muchos de los errores cometidos por los científicos sociales
en la predicción de acontecimientos, se deben, entre otras cosas, a la imposibilidad de
controlar la totalidad de las variables determinantes y/o influyentes en la ocurrencia de sucesos
predichos
Mientras los físicos y los químicos pueden controlar todas las variables relevantes,
supuestamente con posibilidad de alterar el experimento, han logrado de esta manera un éxito
significativo, especialmente entre los no iniciados en esas disciplinas. Las ciencias sociales no
pueden hacer nada parecido, las variables influyentes en un proceso social o cultural son tantas
y tan diversas, como para hacer imposible controlarlas a todas, al menos por el momento.
Incluso, muchos experimentos han permitido descubrir nuevas influencias, antes no tomadas
en cuenta.
3.4 – EL ENFOQUE HISTORICISTA. El vocablo ha sido utilizado en forma amplia
y liberal, especialmente por Popper. “Historicismo” identifica una teoría de la historia, surgida
en Alemania, con una posición muy definida.
Cuando el positivismo exigió al conocimiento histórico establecer su calidad científica
o aceptar su relegación jerárquica, al rango de disciplina auxiliar de la sociología, surgieron en
Alemania pensadores denunciando rápidamente dos argucias: lo exigido al conocimiento
histórico no era tanto una demostración de su capacidad para constituirse en una ciencia
moderna, sino una adaptación de su forma de trabajar para volverla similar a la utilizada por la
física, considerada en ese momento el paradigma al cual deberían ajustar su funcionamiento
todas las ciencias. El pensamiento positivista solo concebía un método científico y toda
ciencia debía utilizarlo para poder merecer ese apelativo.
122

La segunda argucia descubierta por estos pensadores estableció la diferencia absoluta


en la forma de funcionar de la Historia, con el método de la física. Eso volvía sin sentido el
intento por equipararlas. Era algo imposible. Eran formas de pensamiento antitéticas.
Basados en este enfoque, decidieron analizar el pensamiento histórico como una forma
científica diferente a las empleadas en el estudio de la naturaleza. De allí comenzaron a surgir
las designaciones de “ciencias del espíritu”, acuñada por Dilthey y “ciencias culturales”,
establecida por Rickert.160
Según esta posición, las ciencias tienen distintos métodos de acuerdo con el diferente
objeto de estudio. Los fenómenos naturales son externos al ser humano, por eso no los
entiende, deben ser explicados para poderlos comprender. Los procesos humanos nos son
interiores, por lo cual su tratamiento es totalmente distinto. Droysen dice:

Las ciencias naturales reconocen que ellas no están en modo alguno en


condiciones de aclarar, con su mecánica de los átomos, todo lo que cae en
el ámbito de la investigación empírica.
Si tal es el caso, entonces hay que encontrar para este resto, por grande o
pequeño que pueda ser, otras formas de conocimiento, formas tales que
correspondan a la peculiaridad de los fenómenos que caben en él, que
resultan de esta peculiaridad, para las cuales tienen que ser adecuadas. 161

Para él, dentro de las especies, la individualidad carece totalmente de importancia,


excepto cuando se trata de la especie humana, donde cada individuo incorpora algo propio a lo
recibido, lo cual obliga a un tratamiento particular de cada sujeto.
Ciertas particularidades, esencialmente humanas, los distinguen del resto de la
naturaleza: la “voluntad”, la “moral” y la “libertad”. El resto de la “creación” está
condicionado, pero el hombre tiene la posibilidad de elegir, tiene la libertad para ensayar
diversos caminos e incluso, para llevar adelante la irracionalidad. En todos ellos, las acciones
de la cultura, las acciones sociales, son acciones intencionadas. En lugar de tener una causa
tienen una intención.
Los hombres realizan actos con la intención de conseguir un fin, de alcanzar una meta.
La libertad les permite tener diferentes intenciones y buscar distintos fines. Para Dilthey la
historia “es accesible únicamente a la consideración teleológica” o final. 162 Para la lógica
clásica es inconcebible una causa situada temporalmente con posterioridad al efecto y a la
decisión. La lógica no acepta la causa teleológica. Pero esta dificultad se creyó superada
fácilmente. Mujeres y hombres, cuando actúan, lo hacen con la intención de lograr un fin, lo
cual no significa el logro de ese fin. Esa intención sí, es anterior a la acción y, por lo tanto, al
efecto. El fin buscado puede no producirse, pero la intención de lograrlo fue la causa de la
actuación de ese individuo.
160
El primer planteamiento del tema es el libro de Johann Gustav DROYSEN. Histórica. Lecciones sobre la
Enciclopedia y metodología de la Historia. Alfa, Barcelona. 1983. Quien hace el primer planteo vigoroso de
esta tesis es Wilhelm DILTHEY. Introducción a las ciencias del espíritu. Alianza. Madrid, 1980. Ya en el
siglo XX aparece la obra de Henrick RICKERT. Ciencia cultural y ciencia natural. Calpe. Madrid, 1922, la
cual poco agrega a lo establecido por el maestro
161
Johann Gustav DROYSEN. Op. cit., página 7.
162
Wilhelm DILTHEY. El mundo histórico. FCE. México, primera reimpresión, 1944. Página 129. Teleológico
deriva de “Telos” que significa “fin”, “finalidad”. Cuando se intenta explicar una acción por la finalidad
perseguida o por el fin al cual se esperaba llegar, se la denomina “explicación teleológica”. Al desarrollar el
tema de las causas, Aristóteles distinguía cuatro tipos de causas, la última era la teleológica, es decir, el fin al
cual se llegaba.
123

Desde su punto de vista, los procesos naturales son captados por el ser humano como
una única realidad: la aprehendida exteriormente. Eso conduce a intentar explicarla por medio
de regularidades. Como dijo Bertrand Russell:

La física es matemática no porque sepamos mucho del mundo físico, sino


porque sabemos muy poco; lo que podemos descubrir son sólo las
propiedades matemáticas del mundo físico.163

En cambio, las acciones humanas tienen dos realidades para nosotros, una exterior, la
peripecia visible, susceptible de ser relatada, y otra interior, integrada por intenciones,
sentimientos, razonamientos, etc. Cuando conocemos el exterior de una acción humana, no
necesitamos explicación, de inmediato la comprendemos, somos capaces de penetrar al
interior donde residen las intenciones causa de la acción. Esta “comprensión” tiene lugar
porque somos una unidad; solamente para fines de análisis se puede separar la vida espiritual
de la vida material por medio de la abstracción, pero semejante recurso metodológico no debe
hacernos creer en la existencia aislada una de otra: el ser humano es un todo. Por ejemplo: un
marido mató a su esposa al encontrarla en situación comprometida con otro hombre. No
necesitamos explicación, comprendemos de inmediato el motivo por el cual cometió el
crimen, aunque no compartamos su forma de proceder.
Esto tiene como consecuencia métodos diferentes para distintos tipos de ciencias.
Mientras las ciencias de la naturaleza “explican” los procesos estudiados, las ciencias del
espíritu “comprenden” las acciones humanas por sus motivos.
En las primeras, los valores no tienen mayor trascendencia; para los seres humanos las
transformaciones naturales ocurren sin cargar elementos axiológicos. En cambio, todas las
acciones humanas son esencialmente valorativas, tanto las actuales como las pasadas y las
futuras, por lo cual, el tratamiento de los valores es de medular importancia en el estudio de
acciones intencionadas de mujeres y hombres, en las ciencias sociales y en el conocimiento
histórico.
Rickert se encargó de desarrollar el tema como elemento central de su punto de vista,
distinguiendo entre valorar y avalorar. La segunda actitud consiste en relacionar aquellas
acciones estudiadas con ciertos valores reguladores de su realización, ya sean bienes (objetos
en los cuales se depositaron valores) o actos.
Como los acontecimientos históricos fueron provocados, en parte, por los valores
portados por sus protagonistas, quien estudia esos sucesos debe referirlos a esos valores de la
época y del individuo.164
Windelband, también discípulo de Dilthey, hace hincapié en la intención de
particularizar de la Historia, en contraste con la intención generalizadora de las ciencias
naturales. Para designar aquellas ciencias cuyo fin es generalizar, buscar leyes y predecir,
estableció el término “nomotéticas”. Para las otras, con una intención individualizadora, como
la Historia, utilizó el término de “idiográficas”.
Las segundas no pueden predecir, porque las acciones humanas intencionadas no están
abarcadas por ninguna generalización. Cuando se le presenta un problema, el hombre tiene la
posibilidad de decidir entre cierta gama de opciones; por lo tanto, nunca puede saberse de
antemano cuál será su decisión, ni las acciones elegidas para concretarla. En cambio, luego de

163
Bertrand RUSSELL. An Outline of Philosophy. Páginas 163 a 165, citado por Arthur Koestler. Los
sonámbulos. Conacyt, México, 1981. Página 523.
164
Henrik RICKERT. Op. cit., páginas 89 a 102.
124

ocurridos los acontecimientos, ya conocemos la decisión tomada, lo cual nos permite


“comprender” sus acciones. La comprensión no da lugar a la posibilidad de predecir, la
explicación nomológico-deductiva sí.
Simultáneamente con el desarrollo de esta teoría, en Inglaterra, para Thomas Carlyle el
proceso histórico era impulsado por ciertos individuos superiores. Esos “próceres” arrastraban
a los demás tras sus decisiones, eran los conductores, mientras las grandes mayorías actuaban
como un rebaño, siguiendo dócilmente la ruta señalada por esos “grandes hombres”.
Dilthey fue sensible a la posibilidad ofrecida por su teoría para hipótesis de ese tipo y
reaccionó enérgicamente contra esa manera de encarar el conocimiento histórico; la consideró
una forma de desviación. Para él, todos los individuos contribuyen a impulsar el proceso
histórico:

...mientras los individuos llegan y se marchan, cada uno de ellos, sin


embargo, es un elemento cooperador en esa enorme construcción de la
realidad histórico-social.165

De todas maneras, los elementos complementarios existentes entre ambas teorías han
producido una simpatía bastante generalizada en algunos historiadores y se han identificado
con esta concepción. En México, Fuentes Mares y Enrique Krauze han practicado esa forma
de encarar el conocimiento histórico. En Argentina, Pérez Amuchástegui ha sostenido la
hipótesis, más cercana a Dilthey, de un proceso resultado del entrechocamiento de las acciones
individuales de todos los seres humanos.166 Las tendencias sociológicas prefieren verlo como
un fenómeno colectivo, donde lo individual es irrelevante.

La historia no puede reducirse a una ontología de las sustancias


individuales, a una lógica de los diversos modos, los individuos no están
amurallados en su singularidad.167

Modernamente, la escuela historicista, luego de un período de decadencia, ha resurgido


a través de la hermenéutica, sin haber producido todavía obras concretas de Historia
reconocidas universalmente por su importancia.
3.4.1 – Las censuras al historicismo. A pesar de haber encontrado tierra fértil en
Inglaterra, en la primera mitad del siglo XX, también allí le fueron señaladas algunas
insuficiencias. W. H. Walsh enumera varios puntos débiles.
En primer término, rechaza el absurdo del libre albedrío expresado como: “los
hombres hacen su propia historia, libres de toda determinación por fuerzas naturales”. Censura
en esa frase el desprecio por las determinaciones naturales. A pesar de su simpatía por la
escuela espiritualista, no acepta el inicio y fin de todo, en el pensamiento humano. Considera
equivocado ignorar las causas naturales y culturales básicas contra las cuales reacciona el
propio individuo. En última instancia, no deja de reconocer en las partes constitutivas del ser
humano, su pensamiento, su espíritu, o como quiera llamársele, un producto de la naturaleza y
de la cultura.

165
Wilhelm DILTHEY. Introducción… Op. cit., página 150.
166
Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI. Algo más sobre la Historia. Teoría y metodología de la
investigación histórica. A’baco de Rodolfo Depalma S.R.L., Buenos Aires, segunda edición, abril de 1979,
páginas 43 a 54.
167
Paul VEYNE. “La Historia conceptualizante” en Jacques Le Goff y Pierre Nora (Directores) Hacer la
Historia, Laia, Barcelona, 1974, tomo I página 90.
125

En segundo término, para él esta posición tiene implicaciones graves, como creer en lo
deliberado y premeditado de todas las acciones humanas, lo cual refuta, “...muchas acciones
que la historia investiga fueron hechas bajo el incentivo del momento, en respuesta a un
impulso súbito;...” 168 “Los personajes históricos, como dijo Hegel, muchas veces hacen (o
intentan) más de lo que saben”.169 Pero incluso, muchas actuaciones humanas no realizadas en
condiciones extremas, también tuvieron lugar obedeciendo a pulsiones, pasiones, sentimientos
y otros motores no racionales.
La circunstancia de no ser racionales, podría alegarse, no modifica la calidad de
intencionadas. Otra respuesta posible: acciones tenidas como “irreflexivas”, con el correr del
tiempo podrían llegar a considerarse como expresión del pensamiento, en una forma bastante
análoga a la del sicoanálisis, cuando descubre intenciones y voluntad en actitudes
aparentemente inexplicables, irracionales y aleatorias. Una considerable parte del accionar
humano se atribuye al azar, a coincidencias impremeditadas, pero aquello ahora considerado
fruto de la casualidad, con el tiempo puede llegar a ser “comprendido” como resultado de
acciones humanas deliberadas, pero inconscientes.
Tercera objeción: no para toda forma de hacer Historia podría admitirse esta teoría; si
pasamos a la historia económica por ejemplo, es absurdo atribuir a intenciones deliberadas de
los hombres los movimientos de los precios, las oscilaciones de la oferta y la demanda.
Si la evolución económica se sometiera a la voluntad de los individuos sería ilógica la
aparición de crisis, recesiones y todo tipo de catástrofes, como el “crac” de 1929, pues nadie se
beneficia, por lo cual nadie podría tener intención de producirlas. También para esto existe una
respuesta posible: la evolución de la economía es el resultado de la acción no concertada de
todos los individuos y ese entrechocar de acciones con intenciones opuestas produce la marcha
de la vida económica. No existe UN plan deliberado, sino millones de planes, deliberados o
no, ninguno de los cuales puede realizarse sin afectar a muchos otros y ser afectado por ellos.
Walsh agrega: “una idea puede ejercer una influencia persistente sin que esté constantemente
ante la mente de alguien”,170 puede ser algo ubicado en el inconsciente.
La cuarta objeción: sin conceder, acepta hipotéticamente nuestra posibilidad para ser
capaces de “repensar” los pensamientos de ciertos actores cuya actuación ha tenido lugar en
medios culturales similares al nuestro, pero nos sería imposible penetrar los pensamientos de
un médico-brujo de alguna tribu africana o de un jefe vikingo, lo cual limitaría mucho las
oportunidades para utilizar esa teoría. Aun manteniéndonos dentro de nuestro ámbito cultural,
podemos ir más lejos: si fuera posible penetrar con certeza los pensamientos de las personas al
conocer sus acciones, ¿cuál es la causa del alto porcentaje de equivocaciones con quienes
viven en nuestro propio entorno y participan de nuestro horizonte cultural? Quienes han
recibido el desaire de una dama por proceder de acuerdo con lo sugerido por sus acciones, ha
experimentado personalmente la dificultad para descifrar los pensamientos de los demás, o al
menos de las demás, a partir de su actitud visible.
Muchos otros pensadores han señalado a esta manera de concebir el conocimiento
histórico, el inconveniente de asimilarse demasiado a la psicología y al psicoanálisis. Si la
calidad científica de la primera se discutió ásperamente hasta el abandono de ciertos métodos
y la del segundo sigue siendo discutida, sería absurdo fundamentar la calidad cognoscitiva de
la Historia en disciplinas objetadas por su metodología. Máxime cuando el historiador ni

168
W H. WALSH. Op. Cit., página 59.
169
Ibid. Página 62.
170
WALSH, Op. Cit., página 60.
126

siquiera tiene ante sí a los actores para interrogarlos directamente, como pueden hacerlo
sicólogo y sicoanalista. Sería entonces una especie de sicología mediada, establecida sobre
bases más endebles aun a las de la original, lo cual volvería mucho menos convincentes sus
conclusiones.
3.4.2 – Las objeciones del materialismo. Carlos Pereyra opone una objeción de
naturaleza diferente. Para él, los seres humanos no pueden tener cualquier intención; no es tan
amplia la gama de posibilidades abierta en cada ocasión. Además, aún dentro de estos
limitados márgenes, tampoco escoge al azar. Es necesario poner de manifiesto la causa de esa
intención, porque también las intenciones de los individuos son causadas por factores de
diferente tipo:

La pretensión de que el individuo es el fundamento de la historia [proceso


histórico] se apoya en una creencia ingenua: lo único concreto es el
individuo, los 'conjuntos supraindividuales' son meras abstracciones. No se
puede hablar de individuos, sin embargo, al margen de las relaciones
sociales (...) El individuo es el 'lugar' donde convergen las determinaciones
sociales y no el fundamento de éstas. (...) 'la iniciativa del hombre no es
arbitraria, incondicionada' (...) los móviles sólo se vuelven inteligibles en el
análisis de las relaciones sociales. 171

Este aspecto constituye un ingrediente fundamental del tema central de su trabajo, por
eso le dedica mucha atención. Más delante dirá:

La insuficiencia de la interpretación teleológica o intencionalista de la


historia (...) no se encuentra en la invención de elementos ficticios, pues
todos ellos, en rigor, forman parte de la realidad social, sino en creer que
tales elementos desempeñan una función explicativa definitiva, (...) la tarea
fundamental de la investigación consiste en descubrir la conexión de esos
elementos con los motores económicos, políticos e ideológicos que
consciente o inconscientemente deciden el vaivén de la voluntad.172

3.5. LAS POSICIONES “CONCILIADORAS”. Algunos autores sostienen


posiciones intermedias. Si por un lado le reconocen a la Historia ciertas características
alejándola del sentido común y otras formas cognoscitivas consideradas de menor jerarquía,
por otro, no llegan a reconocerle rango científico. Walsh, caracterizando al positivismo, ofrece
un buen ejemplo de esta situación. Para ellos, nos dice, la Historia no es predictiva, su
declarado objeto de estudio es el pasado, el cual en algunos autores puede abarcar el presente,
pero nunca se ocupa del futuro. Hemos visto otros autores exigiendo esa característica propia
del conocimiento científico: su capacidad de predicción. Inmediatamente contemplan la
posibilidad de la retrodicción para ocupar el lugar de aquella, pero siempre terminan
desechándola.
Otra limitación señalada consiste en negar su posibilidad de objetividad, porque el
objeto es el mismo sujeto, también su imposibilidad para experimentar. No puede controlar
todas las variables influyentes en los procesos estudiados. El conocimiento histórico no
termina en generalizaciones explícitas sino en análisis singulares; cuando generaliza, no
universaliza, sus generalizaciones son cerradas, pero esto, nos dice, no les preocupa. Luego

171
Carlos PEREYRA. El sujeto… Op. Cit., páginas 27 a 29.
172
Ibid. Página 270.
127

recuerda la posición de Popper cuando la equipara con la ingeniería, en tanto la ve como una
actividad práctica, como una tecnología: utiliza a las ciencias pero su finalidad es resolver
situaciones particulares concretas, siendo innecesario instarla a cambiar.

sólo a expensas de reconocer que la historia es algo menos que una ciencia.
[más adelante amplía] La historia no es una ciencia, pero tampoco es,
igualmente, una fuente extracientífica de conocimientos. 173

Aparentemente, su versión del positivismo conceptualiza a la Historia como una forma


de conocimiento con rasgos peculiares, aunque no tan diferente de la ciencia natural, con la
cual comparte técnicas y método, tampoco está tan alejada del sentido común como se la ha
pensado. Sin embargo, sus peculiaridades la convierten en una forma de conocimiento cuasi-
científico.
3.6 – CLASIFICACIÓN DE LAS CIENCIAS SOCIALES. A pesar de las
interminables discusiones, llaman la atención los epistemólogos modernos por incluir a la
Historia entre las “ciencias del hombre”. En un intento colectivo de organizar la teoría general
de las ciencias sociales, llevado a cabo en Francia hace algunas décadas, se las clasifica
dividiéndolas en cuatro categorías. 174
En primer término se mencionan a las “nomotéticas”, a las cuales se caracteriza como:

grupo de disciplinas que tienen como objeto las actividades del hombre y
persiguen como finalidad la investigación de “leyes” a título de relaciones
funcionales susceptibles de verdad o de falsedad en lo que concierne a su
adecuación a lo real. 175

Ubica luego a las “...disciplinas históricas (...) cuyo objeto es la reconstitución y la


interpretación del pasado (historia, filología, crítica literaria, etcétera)”.176
Las terceras son las “disciplinas jurídicas”, dedicadas a “los problemas de las normas,
y no de los hechos o de la explicación causal”. Se ocupan del deber ser. En este ámbito, una
ley simboliza un conjunto de obligaciones y derechos, nunca “una relación funcional que
concierna a la categoría de 'verdad'”.177
Por último, se incluyen las “filosóficas” encargadas de investigar “lo absoluto”,
analizar la “totalidad de la experiencia humana”, como asimismo encarar el estudio de los
valores. Se incluyen la moral, la teoría del conocimiento en general, la metafísica, entre
otras.178
Se da por sentada la existencia de diferentes tipos de ciencias y no se cuestiona el
carácter individualizador de algunas de ellas, como un impedimento para excluirla de esa
categoría. Casi simultáneamente, apareció la obra de un historiador arremetiendo
enjundiosamente contra el carácter científico de la disciplina.
La polémica acerca de si la historia es ciencia o no lo es, surgió, junto con el
positivismo, en la primera mitad del siglo XIX. Más de siglo y medio más tarde, cuando casi
173
W. H. WALSH. Op. Cit., páginas 50 y 51.
174
Jean PIAGET (Director) Tratado de lógica y conocimiento científico. Paidós, Buenos Aires, 1979. Siete
tomos, el sexto se subtitula: Epistemología de las ciencias del hombre.
175
Jean PIAGET (Director) tomo sexto. Epistemología de las ciencias del hombre Op. Cit. Página 182.
176
Ibid. Página 183.
177Ibidem.
178
Ibid. Página 184.
128

todas las controversias de aquella época habían sido superadas, ésta continúa con el mismo
vigor.
Cuando indagamos la permanencia de esta discusión, en la cual parece imposible poner
de acuerdo a todos, surge con toda claridad, escondida tras ésta, otra no mencionada, no
emergente a la luz del día, aunque no solo es la medular, sino el único justificante de la
duración del enfrentamiento. Se está discutiendo si el saber histórico sirve para algo, si es un
conocimiento con alguna utilidad práctica concreta, o simplemente es un pasatiempo
placentero. El positivismo, en sus versiones menos extremas, surgió ubicando a la ciencia
como la forma de conocimiento verdadero más eficaz existente.179
En el inconsciente colectivo se identificó ciencia con verdad, por lo tanto cualquier
disciplina, para justificar su existencia debía “demostrar” su calidad científica.
Unido a esto, el pragmatismo, cuyo ascenso ha ido a la par con la imposición de su
escala de valores a toda la sociedad por parte de la burguesía, fue introduciendo una idea
difusa sobre la inutilidad de todo aquello inservible para generar bienes materiales, para
producir dinero; esas actividades fueron identificadas con los conocimientos no científicos, lo
cual demostraba su irrelevancia. En este ambiente se engendró la necesidad de establecer el
estatuto cognoscitivo de la Historia.
Desde una perspectiva más seria, la discusión no solamente ha sido intrascendente,
sino algo más grave, ha sido estéril, porque más de siglo y medio más tarde, los estudiosos
siguen tan contrapuestos como al inicio; hacen pesar sus prejuicios y su ideología con tanto
vigor como en la época de Ranke. Para terminar más rápido el debate, era necesario haber
declarado abiertamente el tema central: la utilidad del Conocimiento Histórico, punto a
desarrollar en el capítulo ocho.
3.7 – Conclusión. Las controversias entre estudiosos se gestan por ausencia de una
definición clara y precisa de los dos términos implicados. Se debería empezar por formular el
concepto de ciencia y luego el de Historia. Ambos términos son sumamente amplios y
diversos en las diferentes conceptualizaciones. Algunos se afirman en las cuatro cualidades
problemáticas vistas en el apartado 3.2.3. Al exigirse esas características al conocimiento
científico, la Historia no cabe dentro del campo de las ciencias. Tampoco se puede concebir
otra posibilidad en el futuro.
Si la ciencia se encarga de lo constante, lo no cambiante, lo permanente, las
“sustancias”, como decían los griegos, la discusión es inútil. El conocimiento histórico
siempre se ha ocupado del cambio. Incluso, dentro de la escuela de la larga duración, esas
permanencias también tienden a transformarse, aunque su ritmo de cambio sea muy lento.
En tales condiciones, el campo de estudio de las ciencias se restringe mucho, junto con
el conocimiento histórico quedan fuera muchas otras disciplinas, incluidas la totalidad de las
ciencias sociales. Por otra parte, las grandes transformaciones experimentadas por las ciencias
tradicionales, como la astronomía y la física en los últimos dos siglos, podrían poner en duda
también su calidad científica, porque ahora “conocemos” la existencia de cambios en el
universo y también la evolución de la materia inorgánica, aunque los espacios temporales
dentro de los cuales se producen sus transformaciones sean enormemente más extensos a
aquellos dentro de los cuales se modifican las realizaciones humanas.
Otra disyuntiva consiste en restringir las exigencias y flexibilizar los requisitos
requeridos de una ciencia. Popper recomendó fijarse exclusivamente en el método y las

179
En sus versiones más extremas y perversas, postulaba la científica como la única forma de conocimiento
existente. Todo lo demás era superstición y charlatanería.
129

técnicas. Si se acepta la existencia de ciencias individualizadoras o “idiográficas”, como las


llamó Windelband, sin exigirles la formulación de universales irrestrictos, sin obligarlas a
utilizar la explicación nomológico-deductiva en sus formas más rígidas y, en fin, sin exigir la
predicción del futuro, se pueden incluir dentro de las ciencias a ciertas formas de conceptuar y
encarar el conocimiento histórico. Veamos cuáles son esas formas.
Por su antigüedad, por la falta de formación específica requerida para escribir relatos,
por parecer fácil su producción, porque cualquiera puede ponerse a escribir y llamarle
“historia” a lo escrito, las variaciones conceptuales a las cuales ha sido sometida la disciplina
también son múltiples, como ya vimos en sus acepciones.
Si durante siglos la historia era el estudio de la peripecia política, desde el siglo XVIII,
el horizonte se ha ampliado considerablemente. Ahora existe Historia económica, social,
demográfica, diplomática, etc. También se hace Historia universal, nacional, regional,
microhistoria. Han aparecido historias de la vida cotidiana, de la ciudad, de la lectura, de la
locura, de la mujer, de la represión, del tiempo etc., aunque muchos historiadores,
explícitamente quienes coinciden con la corriente de los Annales, a todas esas
especializaciones las consideran “partes de la Historia”, pues la comprensión de las sociedades
humanas exige tomar en cuenta la mayor cantidad de manifestaciones de esas sociedades.
Nadie puede hacer una buena historia especializada en un nivel, una región, un aspecto, sin
conocer y tener permanentemente en consideración la historia global o total del período
analizado.
En esta perspectiva, ciertamente la historia es muy diferente de las ciencias naturales,
por cuanto en las últimas es posible especializarse en un aspecto sin necesidad de tener un
conocimiento amplio de la totalidad del campo de estudio de esa ciencia y sin tenerlo
permanentemente en consideración. En la Historia de los últimos dos siglos y medio eso ya es
imposible. La Revolución Industrial universalizó el conocimiento histórico; la comprensión de
los problemas “nacionales” requiere el conocimiento de lo ocurrido en lugares muy lejanos de
esa entidad política.
Como ya vimos, en cuestiones ontológicas también hay quienes encaran el estudio de
la Historia desde puntos de vista diferentes. Algunos, cada vez menos, postulan el liderazgo de
“grandes hombres” o “pequeñas minorías” como fuerzas impulsoras del proceso. Otros
proponen el protagonismo de las masas; ven a las sociedades cargando con el peso de la
evolución y consideran a esos “grandes hombres” o pequeñas minorías, como los emergentes
visibles. No necesariamente conductores, no se consideran imprescindibles, son
intercambiables, sustituibles. Muchos historiadores piensan en una combinación de ambas
posiciones: si bien los procesos históricos transcurren sobre los hombros de toda la sociedad,
también hay fuertes individualidades con una parte mayor de responsabilidad en la dirección
tomada por los mismos, esa parte varía en importancia de unos a otros.
A nuestro parecer, las teorías más fuertemente individualistas ya no serían aceptadas en
ninguna definición del término 'ciencia', por más flexibilidad adquirida por el mismo.
Tampoco la teoría de la 'comprensión' sería aceptada como un método válido para el
funcionamiento de una ciencia. En cambio otras, las más abiertamente inclinadas por la
cuantificación, por el desarrollo de la estadística, por la indagación de las duraciones, podrían
ser aceptadas dentro de algunas definiciones de ciencia con mayor facilidad.
La atribución de la calidad cognoscitiva del conocimiento histórico, su inclusión o
exclusión del campo de las ciencias, depende de las definiciones de los términos “ciencia” e
“Historia”. El tema nunca debió tener la importancia adquirida, este es otro caso para recordar
a Alberto Einstein: ‘lo único infinito es la estupidez humana’.
130

CAPÍTULO CUARTO

La explicación en el conocimiento histórico

La razón sin pasión es estéril.


La pasión sin razón es histeria.
(Anónimo, copiado en 1984 de un pizarrón del
Centro de Servicios Educativos de la UAEM,)

4.1 – LA EXPLICACIÓN. En muchas ocasiones, la discusión acerca de la


cientificidad del conocimiento histórico se ha circunscripto a la consideración sobre su forma
de explicar. Como vimos en el capítulo anterior, una de las características centrales de las
ciencias consiste en ser “explicativas”. Esto convierte a la explicación en un tema importante
para la dilucidación del estatus cognoscitivo de aquel.
Sin ser el único tipo de conocimiento cuya manera de explicar ha causado
controversias, la discusión acerca del conocimiento histórico lo transformó en un tema
medular, por ser también un aspecto central de las diferencias entre marcos teóricos
opuestos.
Citando a otro autor, dos docentes de la Universidad de California escribieron:

El propósito característico de la empresa científica es proporcionar


explicaciones sistemáticas y sostenidas responsablemente’ (para agregar
ellos al terminar) Pocos estarían en desacuerdo (con esa afirmación)180

Al revisar otros autores, constatamos la unanimidad al considerar explicativa toda


forma de conocimiento científico. Sin embargo, no nos hemos excedido en la aclaración del
significado de tal afirmación, más allá de la vaguedad con la cual suele utilizarse
cotidianamente el término. Corresponde ahora tratar el tema. Veremos primero aquello
comúnmente tenido por “explicación”, luego lo diferenciaremos del uso más riguroso dado al
concepto por la epistemología. Después analizaremos la forma de proceder de los historiadores
cuando dicen “explicar” algún proceso. Para terminar, buscaremos correlacionar ambas
actitudes e intentaremos diferenciar los elementos comunes y las diferencias entre ambos
casos.
4.1.2 – ¿Qué significa “explicar”? Como la mayor parte de los vocablos de uso
cotidiano, el término “explicación” es polisémico, tiene varias acepciones. Aunque todos
tenemos alguna idea, no muy precisa, acerca de su significado, en ocasiones se nos hace
dificultoso decidir si ciertos enunciados específicos sobre un proceso determinado constituyen
o no una explicación.
Hablando sin demasiada precisión, los mismos autores mencionan un primer sentido
amplio: es una “respuesta a la pregunta ¿por qué?”; sin embargo, esa expresión se utiliza
para muchos propósitos diferentes y puede ser respondida también de muchas formas distintas.
“¿Por qué le duele la cabeza a Jacinta?” esa interrogación puede tener respuestas muy

180
Karel LAMBERT y Gordon G. BRITTAN Jr. Introducción a la filosofía de la ciencia. Guadarrama,
Madrid, 1975. Página 36. El autor citado por ellos es Ernest NAGEL. La estructura de la ciencia. Paidós.
Buenos Aires, tercera edición, 1978. En la versión española la frase fue traducida así: “…el objetivo distintivo
de la empresa científica es suministrar explicaciones sistemáticas y adecuadamente sustentadas”. Página 27.
131

variadas: ‘porque tomó demasiado sol’, ‘porque trabajó mucho’, ‘porque estuvo sometida a
presiones intensas’; también podría verse como el síntoma de una gripe o alguna otra
enfermedad en proceso de incubación.
Más vaga aun, puede ser la respuesta a la pregunta ‘¿Por qué Alberto cree en dios?’; el
interrogador podría estar solicitando un argumento en apoyo de alguna creencia, una
justificación de la misma o hasta una defensa. También podría estar inquiriendo una causa de
la actitud creyente de Alberto. Es fácil notar, no solamente las diferencias entre las posibles y
diversas intenciones del interrogador, sino también, la variedad de respuestas posibles.
Si nos detenemos en la última opción, se puede mencionar como causa su carácter
místico, la educación recibida, la influencia de ciertos maestros o predicadores, el influjo de
una mujer amada, la conjunción de todas ellas, etc. Cualquiera de las respuestas, aunque pueda
servir para el caso particular mencionado, no sirve para aplicar a todas las instancias de
creyentes en dios, en las mismas circunstancias. Muchos seres humanos tuvieron una
educación religiosa, los mismos maestros, hasta pudieron amar a la misma mujer u otra
equivalente, pero no siguieron el mismo camino de Alberto.
Son respuestas imprecisas, no podemos medir el grado de misticismo de un carácter, de
una pasión amorosa, la intensidad de la influencia de una educación. En el otro extremo,
tampoco los seres humanos somos iguales en nuestras reacciones ante una educación, unos
maestros, un amor o cualquier otra forma de incitación. Así se puede seguir poniendo en
evidencia la equivocidad del argumento explicativo.
En ciencias naturales, a una explicación se le exige ser general, no solo debe servir
para el caso concreto, sino también para todas las instancias similares. Estas circunstancias, y
otras a ver más adelante, nos impiden tener una garantía absoluta, una certeza lógica de la
corrección de las respuestas acerca de la religiosidad de Alberto. Siempre pueden ser factibles
otras posibilidades ni siquiera sospechadas. Como veremos, de esta particularidad se derivan
otras cualidades para el conocimiento histórico y todas las ciencias sociales.
Los científicos dicen aspirar a la exactitud, por eso no pueden manejarse con una
noción tan vaga de explicación. Precisar un concepto implica delimitar su significado, por
medio de ciertas normas, las cuales pueden no ser aceptadas. Sin embargo, algunas
restricciones son inevitables para contrarrestar las carencias de claridad y precisión del
lenguaje vulgar.
Todo concepto es una convención y/o una imposición más o menos arbitraria. El
mismo idioma es convencional, se nos inculca desde el nacimiento, es la primera estructura en
moldear nuestro cerebro, por eso no lo “sentimos” como impuesto, sino como totalmente
“natural”. Es inevitable ceñir los conceptos utilizados, para disminuir la ambigüedad de las
explicaciones históricas y/o sociales. Los dos autores citados llaman intuiciones a las normas
establecidas por ellos para precisar la expresión; como también son las más generalmente
mencionadas, nos parecen adecuadas para iniciar el análisis.
4.1.3 - Explicación causal. Aunque esta expresión todavía es demasiado amplia, ya
nos circunscribe a un campo donde quedan eliminadas las justificaciones, argumentaciones,
defensas, etc. Nos limita a responder la pregunta “¿por qué?” dando las causas de la ocurrencia
del proceso. De esta manera, la pregunta sobre el catolicismo de Alberto puede ser respondida
‘por su deseo de ir al cielo’. La primera restricción impide aceptarla, los epistemólogos
suelen exigir de la palabra “causa”, algún proceso ocurrido antes del “efecto”. En este caso,
para ir al cielo (la causa) antes debió creer (el efecto). Evidentemente, esa ida al cielo se
producirá posteriormente al tiempo en que era creyente. Según vimos en el capítulo anterior,
este problema puede solucionarse a la manera de los historicistas: Alberto no puede provocar
132

ni determinar su ida al cielo, pero si puede tener la intención de hacerlo. En este caso, esa
intención, anterior a su ida al cielo, podría ser la causa de su creencia y de las acciones
realizadas para lograr su objetivo. La intención de ir al cielo es anterior a la acción realizada y,
por tanto, puede, en sentido estrictamente lógico, ser la causa de la actitud creyente de Alberto.
De todas maneras, esta forma de explicar su posición tampoco sirve para otros casos
semejantes.
El historicismo, ya visto, establece como característica distintiva del conocimiento
histórico estudiar acciones humanas intencionadas. Para ellos, los seres humanos actúan a
partir de intenciones, sus actos están dotados de esa peculiaridad. Sus actuaciones no son
acontecimientos naturales. Las intenciones varían con la cultura, la experiencia y otras
características de las sociedades humanas. Una explicación de ese tipo no es aceptada como
científica.
Una segunda restricción impuesta por la explicación causal, consiste en limitar los
sucesos objeto de explicación a acaecimientos pasados, ya ocurridos. Como veremos, al
tratar la tercera intuición de Lambert-Brittan, el equivalente a la explicación, en el caso de un
acontecimiento futuro, es la predicción, cuya función epistemológica es sustancialmente
distinta.
Las tres “intuiciones” propuestas por los autores, como necesarias para delimitar
aceptablemente el concepto analizado son:
1ª Intuición. - El concepto a analizar debe coincidir con las formas de explicación
utilizadas habitualmente por los científicos en sus diversas disciplinas de estudio. Debe
concordar con la realidad, con el trabajo efectivamente desarrollado por los investigadores
cuando explican un proceso.
Si en algún momento, el análisis nos condujera a una situación en la cual debiéramos
considerar no explicativa la Teoría de la Gravitación Universal, formulada por Newton en el
siglo XVII, deberíamos detenernos y volver atrás; debemos sospechar incorrecto nuestro
análisis. Al estar tan sólidamente instalada esta teoría entre los logros del conocimiento
científico, una consideración excluyente solamente causaría hilaridad, aunque ahora
conozcamos positivamente su falsedad. Si en algún momento, la negativa fuera aceptada por la
comunidad científica, eso sería una revolución dentro de la epistemología, quizá equivalente a
la constituida por aquella teoría en la física del siglo XVII.
2ª Intuición. – Las conclusiones de todo aquello considerado “explicación” siempre
deben ofrecer la posibilidad de contrastación empírica. Se contrastan empíricamente los
resultados del razonamiento explicativo. Si introducimos argumentos basados en un dogma,
aunque la mayoría de la gente los acepte, no pueden ser admitidos como explicativos. Cuando
Bolívar había tomado Caracas, el terremoto ocurrido en la ciudad, fue explicado por la iglesia
como una intervención de dios para castigar a los hombres por haber procedido mal. Esa
explicación no es algo susceptible de ser indagado empíricamente, por eso es inaceptable.
Esta restricción elimina la posibilidad de considerar explicativa la teoría de la
comprensión sostenida por el historicismo alemán, porque las intenciones se “captan”
inmediatamente al conocer la acción realizada, pero no es algo contrastable empíricamente. En
ciertas condiciones, es posible contrastar la acción, pero nunca la intención.
3ª Intuición. – La tercera intuición es presentada como la más importante
para las ciencias sociales y particularmente para el conocimiento histórico, también es la más
problemática, exige de aquello considerado explicación, indicar:
133

…por qué, dadas ciertas condiciones antecedentes, se podría haber


esperado que ocurriese el acontecimiento a explicar. En otras palabras, una
explicación muestra cómo, dados los hechos del caso, tenía que ocurrir el
acontecimiento en cuestión; es en cierto sentido (a aclarar) necesario
relativamente a sus antecedentes.181

De acuerdo con esta cita, la estructura de una explicación es exactamente igual a la de


una predicción. Solo es diferente la relación temporal entre el suceso y la formulación de su
explicación. Si ya ha ocurrido cuando lo exponemos, se trata de una explicación. Si lo
anunciado para el futuro, ocurre, entonces es una predicción acertada.
A pesar de las apariencias, esas dos posibilidades no son simétricas. Desde el punto de
vista epistemológico tienen consecuencias diferentes, porque un proceso predicho puede no
ocurrir, lo cual invalidaría alguno de los elementos constitutivos de la predicción. Mientras del
suceso explicado ya conocemos hasta sus derivaciones posteriores.
La situación nos conduce al concepto de causa en su sentido académico: “aquello que
se considera como fundamento u origen de algo”. 182 Para procesos complejos podemos
considerarla como: conjunto de circunstancias provocadoras de un acontecimiento, No
existen fundamentos lógicos para permitir afirmar consistentemente la futura producción
inevitable de cierta(s) consecuencia(s) a partir de determinado conjunto de antecedentes. Tal
vez sea Nagel quien lo expresa con mayor claridad.

…es justamente porque las proposiciones (singulares y generales)


investigadas por las ciencias empíricas pueden ser negadas sin incurrir en
un absurdo lógico por lo que se necesitan elementos de juicio
observacionales que las sustenten.183

La reiteración de predicciones fallidas ha inducido a los científicos de nuestro tiempo a


la cautela y a dudar acerca de muchos planteamientos tenidos por plenamente establecidos
hasta el siglo XIX. La única afirmación posible, en torno a esta cuestión, es haber
experimentado en ocasiones anteriores la ocurrencia de lo predicho (la predicción) luego de
producirse la coincidencia de determinados procesos (las premisas). En ciencias
experimentales, esa coincidencia puede provocarse cuando el experimentador lo desee. Esto
no permite ir más allá del establecimiento de una regularidad empírica, la cual no confiere
ninguna fuerza lógica.
4.2 – LA EXPLICACIÓN NOMOLÓGICO DEDUCTIVA. Indagando la naturaleza
de la conexión causal, David Hume estableció por primera vez el análisis moderno de esta
forma de explicación; de allí el nombre de humeana con el cual se conoció en otras épocas.
En la actualidad se la conoce más comúnmente como explicación nomológico-deductiva, lo
cual alude a su dependencia de leyes generales (nomológico) y procede de lo general a lo
particular (deducción).
Desde esta perspectiva, explicar, o dar las causas de una instancia singular, significa
ubicar dicha singularidad dentro de alguna o algunas generalidades (leyes) referidas a todos
los procesos del mismo tipo. Últimamente, algunos lo expresan como: “subsumir 184 un

181
Karel LAMBERT y Gordon G. BRITTAN Jr. Idem, página 39.
182
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. Diccionario…. Op. Cit. Tomo 1, página 483.
183
Ernest NAGEL. La estructura de la ciencia. Paidós. Buenos Aires, tercera edición, 1978. Página 32.
184
En la versión 2001 del diccionario de la REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, apareció por primera vez el verbo
“subsumir” y sus significados son: “1 - Incluir algo como componente en una síntesis o clasificación más
134

acontecimiento bajo leyes en forma deductiva”. Incluir, sumergir, subsumir implican, en este
caso, mostrar una instancia particular como parte de algo establecido en una generalidad o ley.
En este sentido, explicar por qué lanzada hacia arriba (el espacio) una piedra regresa a la
Tierra (vulgarmente decimos “cae “) consiste en mostrar dicho proceso como una instancia de
algo previsto o comprendido en la generalización o ley de la Gravitación Universal.
Para hacer explícita la caída de la piedra como una instancia de la ley de Newton, se
requieren otros elementos además de dicha ley. Es necesario establecer la masa del planeta
Tierra y de la piedra. Medir la distancia a la cual se separaron. Finalmente, al aplicar la ley se
puede establecer hasta la velocidad con la cual se volvieron a juntar la piedra y la Tierra. La
formalización de esa explicación es:
1° La ley de la Gravitación Universal establece: “todos los cuerpos suspendidos en el
espacio se atraen con una fuerza directamente proporcional a la masa e inversamente
proporcional al cuadrado de la distancia”.
2° La Tierra es un cuerpo con una masa “x”.
3° La piedra es otro cuerpo con una masa “y”.
4° Cuando estuvieron más alejados, la distancia entre ellos fue de “n” metros.
5° Ninguna otra fuerza se ejercía sobre ambos cuerpos.
Conclusión: la piedra y la Tierra se acercaron y juntaron con una determinada
velocidad, impulsadas por la fuerza de atracción mencionada en la primera premisa, la cual ha
sido llamada “ley de la gravitación universal”.
Si las cinco premisas son absolutamente verdaderas, la conclusión, de ninguna
manera puede ser falsa. Desde el punto de vista lógico, debe ser necesariamente
verdadera. A esa relación se le llama inferencia forzosa.
Al detenernos en la estructura de esta forma de explicación, vemos en primer lugar una
ley general, luego una serie de cláusulas descriptivas numeradas de dos a cinco. En conjunto
constituyen las premisas. Si ese conjunto de enunciados (esas premisas) son verdaderos(as),
establecen la obligatoriedad de producirse el proceso descripto en la conclusión. El conjunto
de premisas constituye la explicación. La conclusión es el proceso explicado.
De acuerdo con lo visto, el suceso queda comprendido en una generalización (la
primera premisa), o dicho en forma más moderna, subsumido deductivamente bajo (o dentro
de) una ley. Se cumplen los requisitos exigidos al comienzo del análisis: en primer término,
las causas ocurren antes de las consecuencias; segundo, se trata de un acontecimiento ya
ocurrido; tercero, se procede deductivamente, de lo general (la ley inicial) a lo particular (la
conclusión).
También se cumplen las tres “intuiciones” propuestas: 1º - es lo hecho por los
científicos cuando dicen explicar un proceso; 2º - tiene contenido empírico y experimental,
para poder ser contrastada, medida y repetida cuantas veces se desee y 3º - es simétrica con la
predicción; al conocer todas las premisas, pudo haberse anunciado con antelación la caída de
la piedra, el lugar y la velocidad a la cual lo haría. En su vida cotidiana, los seres humanos lo
hacen habitualmente sin tanto rigor, cuando aconsejan a los niños no tirar piedras para arriba o
cuando se cuidan de seguir la trayectoria, al ver a otras personas tirándolas.
Centrando nuestra atención en la explicación, podemos notar en la composición de sus
premisas dos tipos diferentes de enunciados. Primero está la generalización o ley, ya vista, en
la premisa inicial. Luego siguen otros enunciados describiendo circunstancias concretas

abarcadora. //2 – Considerar algo como parte de un conjunto más amplio o como caso particular sometido a un
principio o norma general.”.
135

particulares, para informarnos sobre las condiciones en las cuales se produjo el acontecimiento
al serle aplicada la ley o generalización. A esos enunciados particulares generalmente se los
conoce como “condiciones iniciales” o “cláusulas protocolarias”. Entonces, tal como la
define Popper:

Dar una explicación causal de un acontecimiento quiere decir deducir un


enunciado que lo describe a partir de las siguientes premisas deductivas:
una o varias leyes universales y ciertos enunciados singulares –las
condiciones iniciales--.185

En el ejemplo propuesto hay una sola ley, pero en otras explicaciones es posible
encontrar más de una. Así como las leyes son indispensables para la existencia de una
explicación nomológico-deductiva, también lo es la especificación de las condiciones
iniciales. Ningún proceso singular puede ser explicado exclusivamente con generalizaciones,
como tampoco puede ser deducido prescindiendo de leyes generales.
En la vida diaria, las informaciones ofrecidas sobre sucesos cotidianos, muchas veces
son epítomes de explicaciones nomológico-deductivas más complejas. En esos resúmenes
damos por supuestas una serie de condiciones iniciales muy evidentes. A esas explicaciones
con premisas suprimidas, dadas por supuestas por obvias, se les llama entimemas. En
ocasiones estos entimemas conducen a ciertas falacias. Para esclarecerlas, lo correcto es
desarrollar la explicación completa para poner de manifiesto los errores. Cuando decimos:
‘fulano es mortal porque es hombre’, estamos suprimiendo la generalización: ‘todos los
hombres son mortales’. De la misma manera podemos sostener: ‘fulano es inquieto porque es
hombre’ lo cual se basaría en una suposición personal: ‘Todos los hombres son inquietos’,
pero esta generalización difícilmente podría contrastarse empíricamente en forma exitosa.
Se llama “deducción” a una forma de razonar cuyo itinerario se inicia con
generalidades (leyes), para ir hacia enunciados particulares (sucesos singulares). Una
propiedad lógica de esta forma de explicación, cuya importancia es insoslayable en el
conocimiento de las ciencias fácticas, sostiene: la verdad de las premisas se trasmite a la
conclusión. Siguiendo a Popper, la importancia adquirida por esta característica se manifiesta
con toda claridad recorriendo el camino en sentido inverso: la falsedad de la conclusión se
trasmite a las premisas, muy a menudo a la ley o una de las leyes. Si en lugar de una
explicación fuera una predicción, la conclusión debería enunciar la ocurrencia del proceso. En
caso de no suceder lo predicho, la conclusión es falsa. Como la deducción era lógicamente
una inferencia forzosa, al ser falsa la conclusión, inevitablemente debe ser falsa por lo
menos una de las premisas. El camino para determinar dónde está el error comienza por
revisar los elementos observables, las condiciones iniciales o cláusulas protocolarias. Si se
establece su corrección, la única posibilidad es admitir la falsedad de la ley inicial, o de una
de ellas para el caso de haber varias. Según algunos de los más connotados epistemólogos,
este ha sido el procedimiento lógico característico de la física y de la astronomía para decidir
la verdad o falsedad de sus leyes.
Con esta estructura se pueden explicar los acontecimientos particulares, y además,
como acabamos de ver, poner a prueba las propias leyes de las ciencias fácticas. Este tema,
interesante en sí, no es relevante para los objetivos de este trabajo.

185
Karl Raymond POPPER. La lógica de la investigación científica. Tecnos, Madrid, sexta reimpresión, 1982,
de la primera edición en castellano de 1962. Página 57. Los subrayados son del autor. El original en alemán es
de 1934.
136

En este momento, no es superfluo recordar a los historicistas y su teoría de la


“comprensión”. Aun si se aceptara la posibilidad de comprender las acciones humanas de la
forma declarada por ellos, nunca estaríamos autorizados a preverlas. Antes de realizar una
acción, los seres humanos tienen varias opciones; de esa variedad pueden elegir; a esta
posibilidad comúnmente suele llamársele libre albedrío. Frente a una decisión individual
siempre existe una gama de posibilidades. Una misma comprensión nos debe permitir
entender decisiones muy diversas lo cual no nos faculta para poder prever, y por tanto,
predecir la finalmente adoptada.
Retomando el ejemplo del capítulo anterior: el hombre asesinó a su esposa por
encontrarla con otro hombre en situación comprometida. Podemos conocer infinidad de casos
donde el marido encontró a su mujer con otro ser humano en la misma situación, sin embargo,
la mayoría no terminaron en asesinato. Algunos se divorciaron, otros la abandonaron, unos
más las castigaron físicamente, muchos la “perdonaron” y así sucesivamente. El mismo ser
humano puede actuar de diferente manera en distintos momentos de su vida. Todas esas
actitudes pueden ser explicadas con la misma motivación. En cuanto a la del ejemplo, el
derecho penal ha indagado esos caminos y establecido atenuantes y agravantes para acciones
punibles legalmente, lo cual nos indica la enorme complejidad reconocida a los actos
humanos.
4.3 – LAS LEYES CAUSALES. Ya hemos tocado el tema de las leyes científicas;
ahora veremos su calidad cognoscitiva: las leyes causales son el producto de la observación de
repeticiones regulares, reconocidas empírica y/o experimentalmente, enunciadas en
forma de leyes. Sin embargo, desde el punto de vista lógico no se les conoce ninguna
necesidad, constituyen un buen ejemplo de la ausencia de relación entre naturaleza y
lógica, entre las ciencias fácticas y las formales. Su único sustento cognoscitivo es haberse
observado, en reiterados casos o durante cierto tiempo, la repetición de su ocurrencia en la
misma forma, lo cual nos provee una expectativa razonable de su continuidad hacia el futuro.
Con muchas, hasta se pueden hacer experimentos cotidianos para demostrar su repetición,
como podría ser el caso del ejemplo de la piedra.
Sin embargo, la sociedad, las creaciones humanas, aquello llamado “cultura”, aunque
se integren con repeticiones (la mayor parte de la gente suele comer todos los días, o al menos
cuando puede, por ejemplo) no son esencialmente repetitivas, son acumulativas. Las
realizaciones de una generación son un punto de partida para la siguiente, la cual
necesariamente debe plantearse otras metas. Cuando una sociedad, o un grupo dentro de ella,
logran cierto consenso acerca de los problemas más urgentes a resolver, invierte sus energías
creativas en la solución de esos problemas. Si se logran solucionar –sin olvidar la relatividad
de la conceptualización realizada por la misma sociedad acerca de todas las ‘soluciones’-, para
la generación siguiente, inevitablemente, esos problemas dejaron de ser los más importantes
planteados por la realidad, generalmente pueden considerarse superados, entonces otras
dificultades emergen como las más acuciantes para su solución; tal vez algunas de ellas
existían desde mucho tiempo atrás, pero no eran percibidas como tan urgentes por
comparación con aquellas ahora consideradas superadas.
Hay períodos donde es difícil lograr consensos amplios. Habiendo superado
dificultades para toda la sociedad, los siguientes problemas, pueden ser más variados, parciales
y discutidos. Si ya no existe una aceptación tan generalizada como en el caso anterior (si
existió), quizá cada grupo identifique los desafíos más incitantes de ese momento con
dificultades diferentes, pero aun así, esos grupos se dedicarán a acciones distintas con respecto
137

a la generación anterior dentro del mismo grupo, si como tal existía, o con relación al grupo
más amplio del cual se desprendió.
De esta manera, aunque percibimos repeticiones dentro de la vida social, esas
repeticiones se producen en lapsos limitados. Los hombres se levantan todos los días y repiten
una serie de acciones cotidianas, pero nada los obliga a eso, cuando toman vacaciones suelen
adoptar otras repeticiones o hacer más variada su vida. Los procesos productivos son
repetitivos, pero no siempre los resultados son los mismos. Durante ciertos períodos, incluso
de varios siglos, la vida parecería reproducirse de la misma manera, pero el estudio del pasado
nos muestra cambios entre las formas de relacionarse, soñar y trabajar en la República
Romana y en la Edad Media por ejemplo.
Quizá nos tocó vivir una situación ‘privilegiada’ para percibir los cambios. Los dos
últimos siglos han presenciado una aceleración de las transformaciones sociales, políticas,
económicas, culturales sin precedentes, por lo menos desde hace seis mil años y
presumiblemente desde la aparición del ser humano sobre la Tierra. Antes del siglo XVIII
mujeres y hombres nacían y morían en el mismo mundo, en él habían nacido y muerto sus
padres, abuelos, etc. A partir de la Revolución Industrial, en la cultura se producen
alteraciones significativas durante la vida de una persona. Los hijos ya no nacen en el ámbito
donde nacieron y se criaron sus ancestros. Su formación estuvo marcada por estímulos
distintos. Las diferencias generacionales adquieren una importancia enorme, nunca antes
tenida y provocan problemas antes desconocidos. Eso permitió decir a Marc Bloch, citando un
proverbio árabe: “los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres”.186 Es más, en la
actualidad, durante la vida de un ser humano promedio, se originan cambios profundos como
para provocarle severos trastornos psicológicos. No es casualidad la aparición del sicoanálisis
hace poco más de un siglo.
Durante muchos milenios, las sociedades tendieron a valorar positivamente la madurez
y la ancianidad. Allí estaba depositada la sabiduría acumulada. Un viejo dicho popular rezaba:
“El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo”. En la actualidad, los ancianos, e incluso
la gente madura, tienden a constituirse en una carga, un estorbo.
Muchos conocimientos necesarios para desempeñarse eficientemente son nuevos y
difíciles de entender y aceptar por los mayores. Muchas empresas prefieren no tener
empleados con más de cuarenta años, y buscan recursos para desprenderse de quienes rebasan
esa edad.187
La juventud es valorada en forma mucho más positiva. No parece casual esa
coincidencia entre el inicio de la Revolución Industrial y esa inversión de la valoración de los
seres humanos. La primera “ruptura” generacional, el Romanticismo, fue igualmente el primer
movimiento moderno de exaltación de la juventud y rechazo de la madurez y la senectud. La
frase de Lord Byron: “Líbrame Dios mío de una vejez respetable” se convirtió en su lema. La
respetabilidad también fue blanco de los dardos de aquella juventud romántica.
La velocidad de los cambios en las tecnologías de la cibernética, dejan atrás a quienes
han vivido más, entonces se produce el fenómeno del padre dependiente del hijo para resolver
muchos problemas. Eric Hobsbawm lo presenta con mayor efectividad:

186
Marc BLOCH. Introducción a la Historia. FCE. México, quinta edición, 1967. Página 32.
187
Marginalmente, es interesante notar lo paradójico de una sociedad con una importante inversión de energía
creativa para prolongar físicamente la vida humana y luego no saber cómo desprenderse de aquellos cuya vida
ha prolongado. La moda de lo desechable nos ha influido como para considerar desechable también a la gente,
sin provocar demasiadas objeciones.
138

La destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que


vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones
anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las
postrimerías del siglo XX. En su mayor parte, los jóvenes, hombres y
mujeres, de este final de siglo crecen en una suerte de presente permanente
sin relación orgánica alguna con el pasado del tiempo en el que viven.188

Elige un ejemplo paradigmático:

…nadie a quien un estudiante norteamericano inteligente le haya preguntado


si la expresión ´segunda guerra mundial´ significa que hubo una ‘primera
guerra mundial’ ignora que no puede darse por sentado el conocimiento aun
de los más básicos hechos de la centuria.189

4.3.1 – Ley y tendencia. En otro trabajo planteamos la posibilidad de


modificaciones de ciertas regularidades descritas en las leyes establecidas en las ciencias de la
naturaleza, tal como cambian las tendencias sociales. La diferencia se refería al tiempo de
duración de esas repeticiones; en la naturaleza debía ser tan prolongado como para no
permitirnos todavía detectar sus transformaciones.190 Planteada como posibilidad solamente,
esa similitud no cambia los términos establecidos por Popper al diferenciar entre “ley”, propia
de las ciencias naturales y “tendencias”, características de las ciencias sociales y el
conocimiento histórico; comparados con los de la naturaleza, las últimas abarcan períodos
extremadamente reducidos, donde muy a menudo se perciben fácilmente los cambios de
tendencia.
Aun si esta posibilidad fuera cierta, no parece ser el tiempo de duración la única
diferencia. Las transformaciones ocurridas en la naturaleza con posibilidad de establecer otro
orden de regularidades (otras leyes) no parecen ser acumulativas. Destruyen lo anterior y
generan otro orden distinto, no usan lo antiguo como base para cimentar lo siguiente. El nuevo
orden no parece mejor ni peor al antiguo.
Una erupción de un volcán, un terremoto, un plegamiento de la corteza terrestre, una
explosión en el espacio, no parecen tener efectos acumulativos para el futuro, con las mismas
cualidades al tenido por la llegada de europeos a América en 1492.
Una transformación de la naturaleza puede modificar condiciones de funcionamiento
de muchas partes de la misma, como pudieron haber sido las glaciaciones, o los diversos
reacomodos de las distintas capas de la corteza terrestre; esas modificaciones podrían implicar
un cambio de regularidades en su funcionamiento, un cambio de “leyes”, pero eso no significa
un aprovechamiento de las antiguas condiciones de funcionamiento del Universo o de la
Tierra.
El concepto físico de “entropía” 191 parece avalar esa afirmación. Las diferencias,
entonces, no serían solamente cuantitativas, sino también cualitativas. Por ejemplo, el aumento

188
Eric HOBSBAWM. Historia del siglo XX. Editorial Crítica, 1994. Página 13. El original se titula Age of
extremes the short twentieth Century 1914-1991. Londres 1994.
189
Ibidem.
190
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. La naturaleza del conocimiento histórico. UAEM, Toluca, 1994. Página
270.
191
El diccionario define “entropía” como “Medida del desorden de un sistema. Una masa de sustancia con sus
moléculas regularmente ordenadas, formando un cristal, tiene mucho menor entropía que la misma sustancia
en forma de gas con sus moléculas libre y en pleno desorden”. En física se utiliza para un orden en proceso de
desordenarse.
139

de la cantidad de las unidades de la especie humana y la posibilidad de alimentarlos, es algo


diferente a una simple repetición, aunque se base en las repeticiones de los nacimientos y las
cosechas. También es diferente a una mutación evolucionista, porque la mutación es natural y
el aumento de la población es cultural. Muchas mujeres y hombres suponen inevitable la
mutación pero no los cambios culturales, aunque, en honor a la verdad, hasta ahora no ha
habido demostraciones concluyentes acerca de la posibilidad de evitar o revertir un cambio
cultural.
Asimismo, quienes han aconsejado no descartar la posibilidad de la existencia de
propósitos en la naturaleza; consecuentemente, plantean el carácter progresivo (acumulativo)
de la evolución natural.192
Una reserva en relación a esta opinión es el carácter totalmente valorativo del término
“progreso”. Hasta el momento, no ha podido fundamentarse la idea de progreso desde un
punto de vista cualitativo. Una lectura atenta del libro de Bury nos persuade fácilmente de esta
situación. 193 Si el progreso es algo sostenible únicamente con criterios cuantitativos y el
universo es expansivo, entonces no hay argumentos para negarle a la naturaleza criterios
progresivos en su transformación. Pero la secuencia de los vegetales, animales hasta llegar al
ser humano como “máxima creación”, también podría revertirse como sustento del progreso,
en tanto el ser humano es el animal más peligroso, el único capaz de vivir en las zonas más
frías y las más cálidas, responsable de la extinción de varias especies, cuyo aumento numérico
amenaza desbaratar el equilibrio de la vida en el Planeta. La evolución de los últimos años y la
persistencia de los intereses más poderosos en continuar destruyendo lo hecho por la
naturaleza, nos ha puesto ante la posibilidad de una extinción de toda forma de vida en este
planeta. ¿Progreso?
Para terminar esta digresión, podemos extender a la naturaleza la pregunta formulada
por Popper a la historia en el último capítulo de uno de sus libros más famosos: “¿Tiene la
historia algún significado?”194 Ni para el proceso social de la humanidad, ni para la evolución
de la naturaleza se ha podido probar la existencia de algún significado en sí mismo. Los seres
humanos somos esencialmente valorativos y por eso hemos necesitado otorgarle sentido y
valores a ambas. Presumiblemente, de allí surge la idea de progreso.
La predicción en ciencias naturales consiste en proyectar hacia el futuro las
repeticiones establecidas en las leyes. La no ocurrencia del proceso predicho significa, desde
el punto de vista estrictamente lógico, la falsedad de alguna de las premisas, generalmente una
ley.
En la evolución de la sociedad es diferente. Si por su propia naturaleza, la tendencia
admite el cambio, una predicción basada en una tendencia y no cumplida, no necesariamente
indica la falsedad de esa tendencia, puede ser el producto de una evolución. La predicción
pudo haber sido correctamente establecida y verdadera, pero al cambiar la tendencia, no se
cumplirá. Por esa causa Popper propone no llamar “leyes” a las generalizaciones establecidas
por las ciencias sociales, sino tendencias. Tampoco llamar predicciones a las proyecciones a
futuro basadas en tendencias, sino profecías.195

192
Amílcar O. HERRERA. La larga Jornada. Siglo XXI, México, 1981. También Arthur KOESTLER. Los
sonámbulos. Conacyt, México, 1981 y Jano. Debate, Madrid, 1981.
193
John BURY. La idea de progreso. Alianza, Madrid, 1971.
194
Karl Raymond POPPER. La sociedad abierta y sus enemigos. Paidós, Barcelona, segunda reimpresión en
España, 1982. Capítulo 25, páginas 422 a 440.
195
Karl Raymond POPPER. Miseria del historicismo. Alianza-Taurus. Madrid, segunda edición en “El libro de
bolsillo”, 1981. Páginas 119 a 134.
140

En todo lo anterior existe la ambigüedad acerca del lugar donde se ubican las leyes. La
forma de hablar hace creer en la existencia de leyes reguladoras del mundo exterior, con
independencia de nosotros, derivado de la creencia en una naturaleza predeterminada.
En el mejor de los casos, la fe en las “leyes” sociales también estaba basada en la
creencia acerca de la determinación de la sociedad. Es el discurso heredado de los siglos
XVIII y XIX. Para los ilustrados las leyes existían en la naturaleza y la tarea del científico era
descubrirlas. Los positivistas acentúan esa creencia y la extienden a las ciencias sociales. Tal
vez Marx sea uno de sus propagandistas más efectivos. Aborda esa convicción en varios
pasajes; sin embargo, como para muestra alcanza un botón, es suficiente con mencionar dos
cláusulas del prólogo a la primera edición alemana de su obra más famosa, donde sostiene:

…nacidos de las leyes naturales de la producción capitalista, sino de las


leyes mismas, de las tendencias que actúan y se imponen con férrea
necesidad (más adelante abunda) Aunque una sociedad haya descubierto la
pista de la ley natural de su movimiento (…) no puede saltarse ni abolir por
decreto las fases de su desarrollo natural.196

En la actualidad, luego de haber detectado instancias particulares en las cuales no se


cumplen la mayor parte de esas “leyes naturales”, mandamientos de la fe del positivismo
decimonónico, se procede con un poco más de cautela, las llaman “leyes científicas” y las
piensan como ordenamientos imaginarios de nuestras mentes.
Esos “imaginarios” han sido aplicados a la naturaleza y a la sociedad, intentando
“encerrarlas” dentro de los moldes de las ciencias formales. Cuando vamos perdiendo la
esperanza de “atraparlas” en sus redes, de todas maneras mantenemos su vigencia mientras
“nos son útiles”. Durante los últimos cuatro siglos como mínimo, la burguesía ha sostenido el
gasto de la investigación científica. Con todo su pragmatismo, sean verdaderos o no sus
resultados, la seguirá financiando mientras le rinda buenos dividendos.
Esa imaginación formalista no es arbitraria, sin duda se basa en observaciones y
contrastaciones realizadas con intención de acercarse lo más posible a la manera de funcionar
de las cosas. Son falibles por ser creaciones de la mente humana. Luego de tantas ilusiones
truncadas, a nuestro parecer, ni la naturaleza, ni la sociedad fueron organizadas en fórmulas
matemáticas, ni en proposiciones lógicas. Una comparación entre los dos tipos de ciencias, nos
muestra la permanencia de las formales a través de muchos siglos. Para un egipcio de hace seis
mil años, dos más dos eran cuatro. Hasta nuestros días sigue siendo así. Los teoremas de Tales
o Pitágoras siguen siendo demostrables desde su aparición. Las ciencias formales han
permanecido inmutables en sus resultados. En cambio, ninguna “verdad” de las ciencias
fácticas de la Antigüedad se mantiene en pie, tampoco se sustentan muchas de las establecidas
en la época moderna. Varias generalizaciones, cuya falsedad ya conocemos, siguen siendo
utilizadas con fines tecnológicos. Pocos han podido definir esta situación como Einstein:

Puesto que la percepción de los sentidos no proporciona sino indicios


indirectos de este mundo exterior, de esta “realidad física”, esta última no
puede ser aprehendida por nosotros más que a través de la vía especulativa.
A ello se debe que nuestras concepciones sobre la realidad física no puedan
nunca ser definidas. Si queremos estar de acuerdo, según una lógica, tan
perfecta como sea posible, con los hechos perceptibles, debemos estar
siempre prontos a modificar estas concepciones; dicho de otra manera, a

196
Karl MARX. El capital. Akal, Madrid, 1976. Páginas 17 y 18.
141

modificar el fundamento axiomático de la física. En realidad, si se da una


ojeada a la evolución de la física, puede comprobarse que, en el curso de los
tiempos, este fundamento ha sufrido cambios profundos.197

Paralelamente, ha menguado nuestra antigua confianza en la determinación de la


realidad. Así como las leyes de Kepler asestaron un golpe mortal al pitagorismo, los cambios
de la física en el siglo XX destruyeron la fe en el determinismo; pero también así como el
pitagorismo siguió, consciente o inconscientemente, habitando el pensamiento de muchos
científicos hasta nuestros días, el determinismo no ha sido desterrado de los hábitos mentales
de la mayor parte de la comunidad científica y académica de nuestro tiempo.
A pesar de la última cita, en su momento fue sumamente esclarecedora la profesión de
fe emitida por Alberto Einstein, ante el principio de indeterminación formulado por Werner
Heisemberg: “No puedo creer que dios juegue juegos de azar con los seres humanos.”
4.3.2 – Características distintivas. Las leyes científicas deben cumplir otra serie
de requisitos cuya enumeración y descripción desarrolla Nagel, luego de manifestar lo fútil de
intentar “una definición férrea y rigurosamente excluyente de ‘ley natural’”198
No toda proposición formulada como universal irrestricto, es decir, iniciadas con
“Todo(s)…” o “Ningún(o)…”, es una ley científica. Se han propuesto principios estableciendo
conexiones no refutadas por la experiencia, las cuales sin embargo no son consideradas
“leyes”. El ejemplo más conocido: “Todos los cuervos son negros” no es considerado una ley,
aunque jamás se haya podido encontrar un cuervo blanco o de color. Es una generalización
empírica, pero no una ley, porque no se han descubierto elementos para establecer una
relación de necesidad entre los cuervos y el color negro. Nagel lo llamó: “universalidad
accidental”.
Aunque en el pasado jamás se encontró un cuervo de color o blanco, no hay ningún
impedimento ni razón lógica o científica para considerar imposible la aparición de alguno.
Sería una ley (un universal nomológico) si hubiese otros elementos con los cuales pudiera
afirmarse la imposibilidad total de existencia, pasada, presente o futura de un cuervo no negro.
Según el autor citado, ‘ley’ implica “necesidad”, lo cual es contradictorio, porque ya lo hemos
visto sostener, en la tercera cita de este capítulo, la ausencia de necesidad lógica de las
proposiciones de las ciencias fácticas. Exclusivamente en forma empírica, no se puede
establecer la necesidad más allá de una regularidad observada hasta el momento.
1º - Como primera característica, las leyes científicas no deben contener referencias a
ningún objeto particular ni a ningún lapso determinado. El mismo autor se encarga de
neutralizar esa exigencia. La gran mayoría de lo considerado “ley científica”, nos dice,
contiene esas referencias. Plantea incluso la duda de si es posible formular alguna ley sin esas
referencias, si desmontamos los conceptos integrados en cada una de ellas.
2º - Para considerarse “ley científica”, la generalización debe integrarse en un
sistema de leyes aceptado y no debe contradecir las posibles afirmaciones desprendidas
de ese sistema.
Esta exigencia se deriva de la necesidad de aceptar algunas leyes acerca de las cuales
no hay elementos de juicio empíricos para contrastar su veracidad. Sería posible formular un
universal irrestricto sobre elementos sin existencia real. Lógicamente, estaría correctamente
formulado, pero no habría forma de someterlo a contrastación. Por ejemplo: ‘todos los

197
L. CASTELLANI y L. GIGANTE. Einstein. En LOS HOMBRES de la historia. Centro editor de América
Latina, Buenos Aires, 1968. Página 41
198
Ernest NAGEL. Op. Cit., capítulos IV y V, entre las páginas 56 y 107. Lo citado está en la página 58.
142

fantasmas tienen pie plano’, reúne los requisitos necesarios de cualquier generalización legal,
pero no es posible realizar su verificación (ni su falsación), porque no hay evidencias de la
existencia de fantasmas, por tanto, no puede integrarse en ningún sistema de leyes aceptado.
Tampoco la Ley de la Relatividad puede ser directamente corroborada, aunque existen
múltiples elementos para integrarla dentro de un sistema de nociones teóricas elaboradas por la
física.
En estos casos es interesante el tratamiento popperiano. Para este autor, las leyes de
alto nivel de generalización no pueden contrastarse directamente, por lo cual es necesario
realizar deducciones a partir de ellas hasta llegar a enunciados sobre procesos directamente
observables y atestiguar con ellos la verdad o falsedad de la conclusión. Si, como ya vimos, se
puede establecer la veracidad de las cláusulas protocolarias o condiciones iniciales, la falsedad
de la conclusión establecerá la falsedad de la ley. Si la predicción se cumple, entonces
provisoriamente seguiremos aceptando la ley como verdadera hasta el surgimiento de alguna
instancia particular negativa.199 El procedimiento es estrictamente deductivo y lógico.
3° - La predicación de una ley debe referirse a un universo mayor de aquellos
elementos de juicio a partir de los cuales pudo ser formulada.
Si formulamos una generalización referida a todos los artistas de la Grecia clásica, no
será un universal irrestricto, porque el universo sobre el cual predica es finito, no pueden
aparecer en el futuro artistas de la Grecia clásica. Esa generalización puede considerarse como
una forma resumida de establecer un número determinado de enunciados singulares, cada uno
de ellos referido a un artista particular, hasta agotar la totalidad de los mismos. En este caso, es
posible probar la verdad del enunciado global, al establecer la verdad de cada uno de los
enunciados singulares. A estos enunciados se los llama “datos históricos”.

Por consiguiente, un requisito plausible para considerar un universal


irrestricto como una ley es saber que los elementos de juicio en su favor no
coinciden con su ámbito de predicación y, además, que su ámbito de
predicación no está cerrado a todo aumento ulterior. 200

Si la función de una ley es permitir predecir, sería absurdo esperar el cumplimiento de


una predicción basada en ella, cuando la generalización afirma únicamente lo ya contenido en
los elementos de juicio a su favor. Nada podría ser predecible, si el universo sobre el cual
predica es cerrado, se integra únicamente con instancias individuales ya ocurridas. No
podemos predecir nada sobre los filósofos helénicos de la época clásica.
4° - Aquello a lo cual llamamos “ley”, además de los elementos directos aducidos en
su favor, integrantes de su ámbito de predicación, se le exigen elementos indirectos en su
apoyo. Este requerimiento puede parecer muy similar al de la segunda característica, aunque
cumple una función diferente, porque sirve para sostener leyes cuya corroboración ha
demostrado su falsedad. Al no tener aplicación en Historia, ni en ciencias sociales, no nos
extenderemos en ella.
Luego dedica un espacio a una demanda con la cual él mismo no está de acuerdo.
Según ésta, una ley debe dar apoyo a un condicional contrafáctico.
Contrafácticos son suposiciones sobre la posibilidad de haberse producido algún o
algunos procesos, si ciertos detalles antecedentes de lo realmente acaecido hubieran sido

199
Karl Raymond POPPER. La lógica… Op. Cit., página 39 a 47.
200
Ernest NAGEL. Op. cit., Página 70.
143

distintos. Un ejemplo: ‘Si Porfirio Díaz hubiera permitido a Francisco Madero postularse a la
vicepresidencia, para las elecciones de 1910, la Revolución Mexicana no hubiera ocurrido’.
En física, la práctica de formular este tipo de enunciados puede cumplir una función
saludable, precisamente por haber trabajado tanto tiempo con leyes como las mencionadas por
este autor. En ciencias sociales, donde no se manejan leyes sino tendencias susceptibles de
cambiar en cualquier momento, es excesivamente incierto y temerario utilizar esos recursos.
En el conocimiento histórico se le llama “Historia de si…” y se recomienda no practicarla.
Hace pocas décadas, un historiador británico la recomendó como un ejercicio teórico;
la consideraba fecunda para estimular la profundidad analítica de los investigadores, siempre y
cuando no aparezcan como hipótesis alternativas en la exposición de los resultados de una
investigación. También un filósofo británico la recomienda por razones más discutibles.201
4.3.3 – Leyes estadísticas. Otros enunciados, cuyo comienzo no utiliza las voces
“todos” o “ninguno” sino un porcentaje, son las leyes estadísticas, cada vez más utilizadas en
las ciencias fácticas. Ejemplo: ‘El setenta por ciento de los bebedores padecen cirrosis
hepática’. Es necesario definir con precisión lo considerado “bebedor” y la enfermedad. La
exactitud de estas leyes puede ser sorprendente, pero sus consecuencias sobre la explicación
nomológico-deductiva son diferentes.
Cuando en una explicación figura una ley de este tipo, la conclusión no puede referirse
a una instancia individual. Utilizando el reciente ejemplo: basados en esa ley no se puede
predecir la adquisición de la enfermedad por un bebedor particular. Para Hempel es posible
establecer una conexión, llamada por él “inductiva”, según la cual se predice a ese bebedor
una alta probabilidad de adquirir la enfermedad.202 Sin embargo, aparte de la imprecisión del
vocabulario, también es problemática la aceptación de la propuesta. Supongamos a ese
bebedor como trabajador de un determinado ramo. Sobre esos trabajadores se ha formulado
otra generalización estadística según la cual ‘el cuarenta por ciento de quienes laboran en esas
tareas padecen cirrosis hepática’. El individuo no puede tener al mismo tiempo el setenta y el
cuarenta por ciento de probabilidades de adquirir la enfermedad y sería descabellado combinar
los porcentajes. En estos casos no existe inferencia forzosa, porque el caso particular no está
implicado necesariamente en las premisas.
La biología genética ha formulado leyes de gran precisión como la siguiente: al
cruzarse dos heterocigóticos (seres con un gen dominante y otro recesivo) una cuarta parte de
la descendencia inmediata será homocigótica dominante, otra será homocigótica recesiva y el
cincuenta por ciento será heterocigótica. Para contrastar esta ley, los trámites corroborativos
pertinentes deben realizarse sobre un universo considerable, porque en pequeñas cantidades
disminuyen las garantías de su ocurrencia. En un solo caso no existen garantías.
Para nosotros revisten mucha importancia, porque con este tipo de leyes operan en
forma intensa las ciencias sociales; no debemos perderlas de vista. Esas leyes estadísticas
permiten inferencias forzosas sobre acontecimientos de masas, sobre porcentajes. En el
ejemplo visto, si bien no podemos predecir la adquisición de la enfermedad por parte de un ser
humano concreto, conociendo la cantidad de bebedores existentes en un país, es posible
predecir la cifra de decesos por ese padecimiento, para un horizonte temporal determinado.

201
Lawrence STONE. El pasado y el presente. FCE. México, 1986. También lo hizo más ampliamente Isaiah
BERLIN. Contra la corriente. FCE. México, 1983. El segundo no es historiador sino filósofo, ocasionalmente
ocupado con ciertos temas teóricos en torno, tanto al proceso como al conocimiento histórico.
202
Carl G. HEMPEL. La explicación científica. Paidós, Buenos Aires, 1979. Páginas 370 a 418.
144

Las corrientes historiográficas de mayor actualidad centran su interés en sucesos


masivos, donde pesan porcentajes de la población, no casos individuales. El resto de las
ciencias sociales, como la sociología, la economía, la antropología trabajan con porcentajes,
ignoran las instancias individuales. La Historia todavía lidia con su propio pasado.
Las ciencias de la naturaleza, caracterizadas como “generales”, especialmente la
paradigmática física, están muy preocupadas por la predicción de acontecimientos
particulares, las ciencias sociales y el conocimiento histórico, profusamente menospreciado
por individualizador, se ocupan preferentemente, en un número creciente de sus
manifestaciones, por procesos estadísticos, masivos, con ciertos grados de generalidad. Toda
una paradoja.
4.4 – LA EXPLICACIÓN NOMOLÓGICO-DEDUCTIVAS EN HISTORIA. Al
intentar desentrañar la forma de explicar de los historiadores, se detectó un problema: la
ausencia de unanimidad en su forma de trabajar. Cualquier persona escribe algo y le llama
“Historia”. Las bases teóricas, los postulados a partir de los cuales se inicia el trabajo son
diferentes en distintas escuelas historiográficas. Eso no sería grave, al conocer sus postulados
y su posición teórica se comprenden sus dichos, aunque no se esté de acuerdo con ellos. Pero
en una enorme cantidad de casos, todo eso es inconsciente y por lo mismo, contradictorio, no
uniforme. Allí comienza lo alarmante.
Hemos visto al historicismo, con mucha influencia en América Latina hasta hace poco
tiempo, proclamar la ausencia de explicación en el conocimiento histórico, sustituida por la
“comprensión inmediata” de un acto humano. Muchos han procedido de esa forma, “sacando
a luz las intenciones” escondidas tras las acciones individuales.
También hemos visto a los materialistas atribuir, como función del historiador, la
necesidad de explicar “esas intenciones” por otro tipo de factores. Además, a siglo y medio de
su obra, todavía oímos a los epígonos de Thomas Carlyle adjudicar a ciertos individuos “muy
importantes” la tarea de promover la evolución del proceso histórico, dejando a las inmensas
mayorías a merced de sus designios. En contraposición, la corriente francesa de los Annales, el
marxismo y otras tendencias se afirman en la historia social, adjudican los cambios operados
en la evolución de la humanidad a grandes grupos humanos, establecen relaciones de diversos
grados con la participación de los “grandes hombres”:

…el objeto de nuestros estudios no es un fragmento de lo real, uno de los


aspectos aislados de la actividad humana, sino el hombre mismo,
considerado en el seno de los grupos de que es miembro. (…) El individuo
histórico… el personaje histórico más exactamente, se desarrolla en y por el
grupo. (…) Una vez más, no el hombre, nunca el hombre, las sociedades
humanas, los grupos organizados.203

Para socializar los “motores” del cambio, el Positivismo postuló determinantes


“naturales” del devenir histórico: la geografía, la raza, etc. Desde mediados del siglo XX, otro
enfoque sobre el discurrir del proceso, introduce en forma explícita el concepto de “duración”,
donde se otorga mucha más importancia a los fenómenos de larga duración, a las
permanencias, desdeñando sucesos espectaculares sin resultados trascendentes sobre las

203
Lucien FEBVRE. Combates por la Historia. Ariel, Barcelona, cuarta edición, diciembre de 1975. Páginas
41, 126 y 228. La última frase es citada por Marc BLOCH, en Introducción a la Historia. Op. Cit. Página
156, quien lo toma de La Terre et l’Évolution humaine, del mismo FEBVRE. Página 201.
145

sociedades. Muchas de esas posiciones teóricas básicas pueden combinarse y hay quienes lo
han hecho, dando lugar a interpretaciones de diversos tipos.
Los estudios de Thomas S. Kuhn muestran la forma de funcionar de la física y otras
ciencias de la naturaleza, en las cuales, durante ciertos lapsos, la comunidad de científicos
dedicados a esa disciplina aceptan y utilizan una misma teoría para dirigir su actividad.
Cuando intercambian opiniones, lo hacen sobre una base teórica común. A esa teoría, él la
llama “Paradigma”, y su virtud es facilitar el entendimiento entre los cultivadores de esa
ciencia. En el conocimiento histórico jamás ha ocurrido algo similar. Cuando se advirtió la
dificultad, se exigió a cada historiador exponer y explicar sus bases teóricas, para evitar
discusiones estériles, cuyas diferencias están en esos fundamentos iniciales y no en los
desarrollos posteriores. Eso no ha evitado publicaciones con una teoría declarada, luego
contradicha por muchas de sus propias afirmaciones posteriores.
Lamentablemente, la gran mayoría de los “historiadores” van deslizando sus
“presuposiciones” durante el desarrollo de sus trabajos, muy asiduamente en forma implícita,
lo cual genera confusiones importantes y otorga a la disciplina un cierto aire de
improvisación, de antojadiza, por alejarla de la seriedad y la trascendencia, considerada
característica de las ciencias naturales por la opinión general. Esta ausencia nos obliga a tomar
como ejemplos diversos casos de explicaciones ofrecidas, no solamente por distintos
especialistas, sino inclusive por un mismo historiador.
1° - En una de las obras históricas más trascendentes y famosas de mediados del siglo
XX, Fernando Braudel explica la rápida ocupación turca de los Balcanes en el siglo XVI.
Luego de establecer cómo, la relativa riqueza del territorio, en la época, pudo dificultar su
invasión, afirma:

Pero estaba dividida: bizantinos, serbios, búlgaros, albaneses, venecianos y


genoveses, luchan allí unos contra otros. Ortodoxos y latinos andan a la
greña, en constantes querellas religiosas. Por último, socialmente, el mundo
balcánico es de una extrema fragilidad (…) la conquista turca de los
Balcanes pudo llevarse a cabo porque se aprovechó de una pasmosa
revolución social.204

Sin ser los únicos elementos invocados en la explicación, parece ser la parte sustancial
de la misma. En el párrafo y la página siguiente abunda: “Esta realidad social explica los
estragos y los éxitos fulgurantes de los invasores”.
Si analizamos parte por parte esta explicación, notaremos la existencia de una serie de
generalizaciones no explícitas. Parece sugerir una: ‘las divisiones y rivalidades existentes
entre los diversos pueblos de una región, debilitan sus defensas y favorecen al invasor’. No se
puede estatuir un universal irrestricto afirmando: ‘las divisiones y conflictos entre los grupos
habitantes de una misma región, favorecen la invasión y conquista de su territorio’. Podrían
citarse procesos donde la amenaza exterior hizo todo lo contrario, generó la unidad y pospuso
las diferencias intestinas. En casos como este, es preferible concebir una generalización
estableciendo la probabilidad estadística de cada una de las diferentes respuestas. El mismo
Braudel nos da una pista sobre ese caso concreto, en su conclusión:

204
Fernand BRAUDEL. El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. FCE. México
1953. Tomo I, página 550.
146

…a la llegada de los turcos, todo un mundo social se derrumba por sí solo,


confirmando con ello, una vez más, la sentencia de Albert Grenier: “sólo son
conquistados los pueblos que quieren serlo”.205

Maquiavelo enunció como principio, la ventaja de dividir a los enemigos para


vencerlos y atribuía la debilidad de Italia a su fragmentación. La opinión general maneja
habitualmente esta idea y hasta un poema gauchesco como Martín Fierro prescribe:

Los hermanos sean unidos / porque esa es la ley primera;


tengan unión verdadera / en cualquier tiempo que sea /
porque si entre ellos pelean / los devoran los de afuera.206

Lo mismo ocurre con las situaciones sociales calificadas de “revolucionarias” o las


discordias religiosas. En México, las rivalidades y divisiones entre los pueblos originarios
ocuparon un lugar importante en la explicación de la conquista española. También en otras
latitudes, al explicar otras conquistas, se evidencia la extensión de esa actitud.
Una de las diferencias de la generalización vista, con las leyes probabilísticas
formuladas por las ciencias naturales, es no poder fijar porcentajes tan exactos como los de la
ley genética vista más arriba. Otra consiste en la forma de establecerla. Mientras las leyes
probabilísticas de las ciencias naturales son el resultado de largas investigaciones y búsquedas
controladas, la implicada en la explicación de Braudel es una observación colectiva derivada
de una experiencia vital no controlada, trasmitida de generación en generación. Podríamos
decir: de “sentido común”. Por lo mismo sin cifras exactas.
2º - Braudel utilizó también otro tipo de explicaciones. Esa obra se constituyó en un
acontecimiento trascendente precisamente por su tratamiento del tema de las duraciones, su
principal aporte. Dividida en tres partes, comienza con aquellos elementos cuya velocidad de
cambio es de extrema lentitud; por esa causa moldean la vida de los seres humanos durante un
tiempo más prolongado. Por ejemplo: la geografía, el clima, el paisaje, las rutas naturales. Nos
muestra la fuerza y la forma de condicionar las costumbres de múltiples generaciones y, por lo
tanto, también la de aquellas sobre las cuales se centra su trabajo.
Luego continúa con elementos cuyo cambio se produce con menor lentitud sin ser
acontecimientos breves: la economía, los grandes imperios, las civilizaciones, las sociedades,
para finalmente dedicarse a los niveles más rápidos en su evolución, pero menos significativos
en su influencia sobre mujeres y hombres, como la política, etcétera. Así va organizando una
explicación general de la evolución de ciertas sociedades, en un período relativamente
limitado, como fue la segunda mitad del siglo XVI, pero con elementos cuya influencia se
ejercía desde mucho tiempo atrás. Esos condicionantes se perpetuaron al sostener ciertas
características de esa época y forjar maneras de ser, reiteraciones culturales, permanencias de
todo tipo, algunas de ellas hasta nuestros días.
Aquí la generalización no es de carácter irrestricto ni estadístico, sino temporal,
cerrada, es la repetición de respuestas culturales a situaciones similares, ocurridas en
territorios equivalentes pero, en algunos casos, con diferencia de siglos entre una zona y otra.
Es la interacción entre el cambio y la permanencia. En ciertos procesos invoca esos factores

205
Ibidem. Página 551
206
José HERNÁNDEZ. Martín Fierro. Porrúa, colección “sepan cuantos…”N° 216. México, 1990. Página 102.
147

como todavía operantes en nuestra época y, presumiblemente, en algún futuro;207 ese futuro
siempre será limitado, circunscrito y la generalización podrá cerrarse en cualquier momento.
Los factores más valorados para esta explicación son aquellos cuya transformación es más
lenta. Al estudiar variables con ritmos de cambio más acelerados, el peso y la importancia de
esas características va decreciendo.
Esas permanencias y repeticiones son generalizaciones acerca de relaciones entre
diversas variables. Evidentemente no pueden ser llamadas “leyes” en la misma forma de las
analizadas por Nagel, pero si fueran conscientemente formuladas con la máxima precisión
posible, su estructura sería similar a la de las leyes probabilísticas, aunque cerradas.
3º - En algunas Historias superficiales, se ha explicado la Reforma Anglicana a partir
del atractivo ejercido por “los ojos azul profundo” de Ana Bolena sobre Enrique VIII. André
Maurois rechaza esa explicación, sustituyéndola con la necesidad de un heredero varón para
sucederlo en el trono. La primera esposa de Enrique, Catalina de Aragón, le dio a María, su
primogénita, luego sufrió varios abortos y ya no podía tener otros hijos. Aunque, a diferencia
de Francia, en Inglaterra no regía la ley sálica, desde la coronación de Guillermo de
Normandía, en 1066, solamente una mujer había ocupado el trono. Su período constituyó un
continuo desorden.208
Al casarse con Enrique, Catalina era viuda del hermano mayor: Arturo. Un pasaje del
levítico prohibía el casamiento con la cuñada. El obstáculo se salvó, porque presionado, el
Papa declaró nulo por no consumación el primer matrimonio de Catalina. Al no tener hijos
varones, con el correr de los años, Enrique comenzó a atribuir esa carencia a la maldición de
su matrimonio por haber violado las sagradas escrituras y, por lo mismo, a acariciar la idea del
divorcio. Durante cierto período ocultó sus temores y convicciones porque aspiraba casar a
María con Carlos V y este era sobrino de Catalina, pero cuando finalmente el nieto de los
Reyes Católicos contrajo matrimonio con una infanta portuguesa, nada impedía a Enrique
legalizar su amor por Ana y buscar un heredero legítimo. Nada, excepto el Papa, dominado
por el emperador.
Estas circunstancias explican, según el autor, la decisión de romper con la curia
romana, para erigir la Iglesia Anglicana, cuyo jefe espiritual sería el mismo rey.209
La explicación de esta acción individual con repercusiones sociales, políticas y
religiosas de largo alcance, basa su sustento en las intenciones de una persona, elementos
imposibles de contrastar empíricamente. Sin embargo, tras esa fachada historicista, se dan por
supuestas ciertas generalizaciones, también bastante obvias.
Incluso, sin los problemas sucesorios, en sociedades machistas (todas las culturizadas)
tener hijos varones siempre ha sido un deseo paterno y muy a menudo también materno.
Adicionalmente, en los países monárquicos, la abrumadora mayoría de los reyes han sido
hombres. Se ha generado así un prejuicio muy común: creer, a pesar de toda la evidencia en
contrario, en una mayor aptitud de los varones para gobernar. Precisamente en Inglaterra, la
hija de Ana Bolena, como su homónima castellana, darían un sonado mentís a tal convicción.
Pero en el imaginario popular, eso no elimina la existencia de una generalización de ese tipo.
En el imaginario no tan popular, mueve a risa, pero también está difundido: un “historiador”

207
Como confirmación de lo propuesto, años más tarde, nuevamente la región estuvo asolada por enfrentamientos
armados, cuyo resultado fue la disolución de Yugoeslavia y el resurgimiento de una serie de pequeños estados.
208
La ley sálica prohibía a las mujeres gobernar y trasmitir los derechos al trono,
209
André MAUROIS. Historia de Inglaterra. Plaza y Janés, Barcelona, 1968. Páginas 844 y 845.
148

del siglo XX, entre las virtudes de Isabel la católica de Castilla, enumera “su espíritu varonil”;
otro historiador, ahora inglés, la califica como “no excesivamente femenina”. 210
Al analizar más detenidamente el razonamiento de estas explicaciones de procesos
sociales por acciones personales, vemos combinarse varias generalizaciones del mismo tipo.
Creemos fácil advertir la diferencia radical entre leyes como esas y las propuestas por los
epistemólogos citados más arriba. Walsh las considera creaciones del sentido común, referidas
al comportamiento de los humanos. Además de ser más imprecisas, vagas y discutibles, esas
concepciones generales no resultan de una investigación deliberada de la realidad para
establecerlas. La diferencia estriba en la finalidad del conocimiento histórico.
Por lo visto, en ningún instituto de formación de historiadores se enseña a generalizar
para permitir la comprensión de instancias individuales. Al analizar cada caso se acude al
auxilio de todo lo tenido a su disposición por el investigador. En primer lugar, las tendencias
surgidas de su propia investigación son generalizaciones pero no leyes, parten de instancias
individuales, pero en cada región pueden tener significación y consecuencias diferentes.
También se acude a los avances y resultados de las otras ciencias sociales y aun de las
naturales. Muy a menudo, de convicciones derivadas de su propia formación y reflexión, del
medio cultural en el cual creció y del análisis del mismo, desarrollado junto con su experiencia
personal. Sería enriquecedor si estas últimas fueran deducidas de un marco teórico organizado
y lógico, pero cuando valoramos el trabajo de muchos historiadores, es difícil mantener
semejante esperanza.
En el caso concreto visto, esa explicación no es aceptada unánimemente. Aunque su
tercera esposa le dio el hijo varón tan anhelado, según se dice, Enrique VIII siguió
divorciándose hasta casarse varias veces. Todas las otras explicaciones del mismo suceso
también acuden al auxilio, aunque sea en forma inconsciente, de generalizaciones de ese tipo.
Análisis más profundos han formulado otros tipos de explicaciones, tomando en cuenta
el entorno y la sociedad. Cuando se reformó la iglesia británica, estaba en ascenso el
capitalismo. Del dinero recaudado por la Iglesia católica, una buena parte iba a parar a Roma
para las obras del Vaticano. Eso ocurría en todos los países. La burguesía británica fue la
primera en señalar el enriquecimiento de la Curia Romana y el “empobrecimiento” de
Inglaterra. La reforma anglicana no se impuso por la voluntad de Enrique VIII; no hubiera
sido el primer rey en ser echado y hasta eliminado por su propio pueblo. Se impuso por el
apoyo recibido de las clases pudientes para sostener la nueva iglesia y el “papado” del rey. No
es la voluntad de quienes mandan, sino el apoyo recibido de su sociedad la fuerza para
cambiar situaciones antiguas y arraigadas. Lo otro es anécdota, en muchos casos digna de
revistas del corazón.
El avance de la burguesía, en ciertas partes de Europa, promovió la aparición de
religiones no contrarias a sus intereses. Así fueron surgiendo grupos heréticos y reformadores
hasta concretar la Reforma a comienzos del siglo XVI. En ese contexto, Enrique VIII solo se
limitó a sumarse a esa tendencia. Quien mejor interpretó y defendió los intereses de los
capitalistas, en el siglo XVI, fue el calvinismo, cuya imposición en el siglo siguiente a través

210
La primera cita es de un texto de amplio uso en la enseñanza secundaria durante muchísimos años: José
TERRERO. Historia de España. Ramón Sopena, Barcelona, 1958. Página 279. La segunda corresponde a
John LYNCH. España bajo los Austria. Península, Barcelona, 1970. Tomo I, página 7.
Una de las pruebas más contundentes de la afirmación de Einstein sobre la infinitud de la estupidez humana son
los miles de años en los cuales lo único de lo cual se podía estar seguro al nacer un ser humano era de su madre.
Sin embargo los hijos heredaban, y siguen heredando, el apellido del padre.
149

de la primera revolución burguesa triunfante, le dio a Inglaterra el liderazgo mundial en


materia económica y política.
Para Popper, los historiadores utilizan generalizaciones de varios tipos, no solamente
las derivadas del sentido común, sino también tendencias establecidas a través de la propia
investigación, como las curvas de precios, salarios, comercio, evoluciones demográficas, etc.
Para él, toda explicación de un acontecimiento particular, en cualquier ciencia, puede ser
llamada “histórica” en tanto y en cuanto la causa siempre debe ser descrita por condiciones
iniciales singulares. Considera acertada la idea popular, “explicar un suceso causalmente es
contar su historia”, inclusive en ciencias naturales.

Pero es únicamente en historia donde en realidad nos interesamos por la


explicación causal de un acontecimiento singular. En las ciencias teóricas,
las explicaciones causales de este tipo son principalmente medios para un
fin distinto: la experimentación de leyes universales.211

4.4.1 - Confusiones. Al considerar el conocimiento histórico, Nagel sostiene: los


historiadores explican indistintamente acciones de una mujer o un hombre particular y
acontecimientos “acumulativos” en los cuales se incluyen las acciones de muchos seres
humanos. Presenta marcos teóricos antagónicos como si fueran lo mismo.212
En primer lugar, cuando los historiadores toman en cuenta la acción de una persona,
aun en las teorías más individualistas, lo hace porque esa acción individual tuvo repercusiones
importantes para muchos individuos o, por la recepción social dispensada. Entonces, esa
acción no fue meramente individual, sino algo encuadrado en tendencias existentes en la
propia época. La Reforma Anglicana prosperó, no por las intenciones de Enrique, sino porque
la burguesía inglesa buscaba detener la emigración de capitales a Roma y retenerlos en su
territorio. También buscaba otras cosas, como la protección del gobierno para defenderlos de
sus competidores de otros países. La formación de estados modernos centralizados y el
concepto de soberanía exigían romper con los poderes supranacionales, como el Imperio y la
Iglesia Católica.
Para demostrar su apoyo, luego de dos décadas de no reunirse, el Parlamento reinició
su funcionamiento regular para manifestar su acuerdo con el monarca. En España y Francia,
sendos concordatos habían establecido la independencia relativa de sus iglesias. Uno de los
primeros capítulos de esa pugna había sido la prisión del Papa Bonifacio VIII, ordenada por
Felipe el Hermoso de Francia a comienzos del siglo XIV.
Hasta el siglo XX, en todos los países donde los intereses de la burguesía ascendieron a
posiciones dominantes, ha habido conflictos con la iglesia católica. Al historiador no le
interesa el motivo personal, si lo hubiere, por el cual tomó Enrique esa decisión; sino la causa
por la cual tuvo tanta trascendencia social la decisión de Enrique. ¿Por qué fuerzas con
mucho peso en esa sociedad apoyaron la resolución? Los motivos personales son irrelevantes,
al conocimiento histórico le interesa el cúmulo de variables actuando como causas y las
consecuencias de esa tendencia.
Otra diferencia con Nagel es el significado del vocablo “acumulativo”. En este trabajo
lo hemos usado como fenómeno cualitativo, un descubrimiento enfila ciertos conocimientos o
ciertas investigaciones en un sentido diferente, eso se acumula al caudal de conocimientos
existentes en ese momento o modifica muchos de ellos y genera nuevas rutas de investigación.
211
Karl Raymond POPPER. La miseria…Op. cit. página 159.
212
Ernest NAGEL. La estructura… Op. Cit. Capítulo XV.,
150

Nagel lo utiliza como un elemento cuantitativo, cuando muchas personas presionan en pro de
una determinación.
Millones de acciones individuales de seres humanos muy poderosos no tuvieron la
menor importancia y fueron olvidadas, precisamente porque eran eso: acciones estrictamente
individuales, sin ninguna repercusión social. A un acontecimiento se le adjudica el calificativo
de “histórico” por su relevancia colectiva.
En su Martín Lutero, Lucien Febvre pone de manifiesto la peripecia individual del
monje agustino por una preocupación espiritual personal, pero muy difundida en su época. Por
esta difusión, lo propuesto por Lutero tuvo enorme eco en la población alemana. Muchas otras
predicaciones anteriores y posteriores no tuvieron la misma contestación, porque no
respondían a las preocupaciones existenciales de amplios sectores sociales. Alberto Tenenti
puso de manifiesto el origen de algunas de las inquietudes colectivas anteriores a la difusión
fulminante de las ideas expresadas por Lutero.
La explicación de una acción individual sin repercusiones históricas carece de
importancia para el historiador, puede ser alimento del novelista. Cuando André Maurois nos
explica la “infidelidad” de Ana Bolena, a fin de complacer a Enrique con un heredero, al
sospechar fuera él quien no pudiera engendrar un varón, expone una peripecia individual sin
ninguna importancia y, aunque a ella le costó literalmente la cabeza, su omisión no altera un
ápice la Historia de Inglaterra. No se trata de un acontecimiento “histórico”, si por esto
aceptamos aquellos cuyas consecuencias afectaron a algún grupo social, o un importante
número de personas.
Adicionalmente, este ejemplo nos permite apreciar cómo, la atribución de intenciones
es completamente controvertible. Otros historiadores han concebido otras intenciones para
explicar las mismas acciones. Ana pudo haberse enamorado de otro hombre. Enrique pudo
haber tomado en cuenta la riqueza a adquirir, al separar la iglesia Británica del Vaticano. Con
estas especulaciones se puede seguir indefinidamente. Además, los impulsos conducentes a
tomar ciertas decisiones pueden ser totalmente inconscientes. Esas vías nos llevarían, no solo a
la incertidumbre, sino al peligro de multiplicar hipótesis sicológicas, irrelevantes en este caso.
Las explicaciones históricas suelen ser entimemas; casi nunca se hacen explícitas las
generalizaciones tenidas en cuenta para su formulación. También son probabilísticas porque
sus premisas no implican necesariamente su conclusión, sino con cierto grado de probabilidad.
Consecuentemente, no sirven para predecir; con la información disponible hubo diversas vías
de acción posible. Nagel dice: “la verdad de las premisas de una explicación histórica es
totalmente compatible con la falsedad de la conclusión”. 213 Es correcto.
A la explicación causal de las ciencias de la naturaleza se le exige dar cuenta de las
condiciones necesarias y suficientes para la ocurrencia del fenómeno explicado. Los
historiadores, y todos los científicos sociales, solamente pueden mencionar algunas de las
condiciones necesarias, siéndole totalmente imposible mencionar las condiciones
suficientes.
Son ‛necesarias’ aquellas condiciones sin las cuales el proceso a explicar no podría
producirse, pero cuya ocurrencia no garantiza la producción del mismo. Son ‛suficientes’
aquellas condiciones cuya confluencia necesariamente debe producir el acontecimiento a
explicar.
En el primer caso, pueden producirse las condiciones sin provocar la consecuencia,
porque difícilmente el historiador puede conocer todos los condicionantes para ocasionar el

213
Ernest NAGEL. Op. Cit. Página 502.
151

acontecer, otras muchas no las enuncia por parecerle demasiado obvias. De allí surgen las
reservas para aceptar las explicaciones de procesos particulares, no solamente para el
conocimiento histórico y las ciencias sociales, sino también para varias ciencias naturales. La
más común de esas reservas es la cláusula ceteris paribus, la cual acepta una explicación
“siempre que otras cosas sean iguales”. 214
4.4.2 – Tratamientos diferentes. Algo llamativo en los epistemólogos provenientes
del campo de las ciencias naturales, con particular intensidad de la física, es el aflojamiento de
las exigencias cuando se enfrentan con las ciencias sociales y muy particularmente con el
conocimiento histórico. Dos de esos ejemplos son Nagel y Hempel.
El primero, luego de establecer condiciones rigurosas a las leyes científicas, acepta las
generalizaciones utilizadas implícitamente por los historiadores, como válidas para la
explicación de carácter probabilístico. El segundo, en un artículo posterior, amplía lo señalado
en la obra mencionada anteriormente. Declara a las formas de explicación como la
nomológico-deductiva, vista anteriormente: “idealizaciones teóricas” sin pretensiones de
reflejar la manera de operar de los científicos. Menciona los entimemas, a los cuales llama
“forma elíptica de explicación”. Luego habla de “explicaciones parciales” en las cuales la
conclusión está solo parcialmente explicada en las premisas, pues éstas implican como
“consecuencia” una gama variada de acontecimientos, uno de los cuales fue el explicado pero,
con esas mismas premisas podía haber sido explicado cualquiera de los otros. Los procesos
históricos, dice, generalmente deben ser explicados de esta manera porque:

Puede considerarse que cualquier acontecimiento particular tiene una


infinidad de aspectos o características diferentes, de los que no se puede
dar cuenta por medio de un conjunto finito, no importa cuán grande, de
enunciados explicativos. 215

Finalmente, cuando una explicación se separa de los patrones ideales a mayor distancia
de la vista en los dos casos anteriores, lo admite como un “esquema de explicación” (en la
obra citada antes lo tradujeron como ‛esbozo’). En ese caso la descripción explicativa
solamente sugiere las directrices con las cuales se puede generar un argumento más claramente
razonado, al permitir la formulación de una explicación ajustada al esquema visto. Pero:

Sólo el establecimiento de leyes concretas puede completar la tesis general


con un contenido científico, sujetarlo a comprobaciones empíricas y
conferirle función explicativa. 216

214
José FERRATER MORA. Diccionario de Filosofía. Alianza Editorial. Madrid, quinta edición en “Alianza
Diccionarios”, 1984. Tomo I – A – D. Página 478. “Ceteris paribus - Puede traducirse por “siendo todas las
cosas iguales”. “en igualdad de condiciones”, “en igualdad de circunstancias”. La cláusula ceteris paribus
restringe el alcance de oraciones declarativas. Consideremos la oración “A causa B”. De cambiar las
condiciones en que se encuentra A puede ocurrir que A no cause B, por lo que se entiende, afírmese o no
explícitamente, que A causa B ceteris paribus. La función de la cláusula de referencia queda clara en muchos
ejemplos de condicionales. Consideremos: “Si se aprieta el gatillo de una pistola cargada con pólvora y bala se
dispara la pistola”. Si suponemos que la pólvora está mojada, entonces no se disparará la pistola. Por lo tanto el
condicional mencionado es entendido ceteris paribus. La cláusula ceteris paribus no resulta necesaria si se
especifican todas las condiciones en que se supone que tiene lugar algo. Desde este punto de vista, la cláusula
pone de relieve el conjunto de condiciones necesarias y suficientes.
215
Carl G. HEMPEL. “La explicación en la ciencia y en la Historia”, en Etienne BALIBAR y otros. Teoría de la
Historia. Terra Nova, México, 1981. Página 44.
216
Carl G. HEMPEL. “La explicación científica. Op. cit. Página 244.
152

La diferencia entre estas tres posibilidades, nos dice, “es un asunto de interpretación
sensata”, con lo cual la imprecisión invade todo el razonamiento. “No pueden establecerse
reglas de decisión inequívocas” para determinar la categoría en la cual encuadrar una
descripción explicativa.
Luego afirma: las explicaciones históricas están basadas subyacentemente en ‛leyes’ de
la sicología, la economía y “en parte quizá históricas”. También recurre frecuentemente el
historiador a leyes físicas, químicas, biológicas; pero al ejemplificar esto confunde la forma de
operar del trabajo historiográfico, pues pone como ejemplo las técnicas de datación, como el
carbono 14, el uso de los anillos mostrando los años de crecimiento de los árboles, el
establecimiento de la autenticidad de los documentos, las monedas, las obras de arte, etcétera,
sin percibir, aparentemente, la diferencia entre técnicas para permitir establecer las bases
necesarias para una interpretación y la explicación histórica misma cimentada en la inclusión
de esas bases como cláusulas protocolarias, como condiciones iniciales, mas no como leyes.
La conclusión extraída de lo anterior es extraña: sostiene la falta de fundamentos de la
separación entre “descripción pura”, y “generalización hipotética y construcción teórica”. Si
bien la proposición puede considerarse plausible, no se alcanza a captar el proceso lógico para
derivarla de lo anterior.
En esta culminación coincide con Lucien Febvre: sostiene la inexistencia de los
“hechos” en sí; es necesario crearlos, el investigador debe generarlos de acuerdo con sus
valores, no solo en el conocimiento histórico, sino también en el resto de las ciencias fácticas,
sean naturales o sociales.
En una obra anterior, de Ernest Nagel con Morris Cohen, se pone de manifiesto la
contradicción entre dos afirmaciones comúnmente formuladas por las mismas personas. Una
establece como única forma de comprender el presente, el conocimiento ‛del pasado’. La
segunda contrapone ciencia natural y conocimiento histórico, porque la ciencia aspira a
establecer leyes sin referencias temporales de ningún tipo, mientras el segundo estudia sucesos
particulares uno de cuyos ingredientes inevitables es la ubicación temporal.
De esas afirmaciones deducen: “los métodos lógicos generales”, característicos de la
ciencia, “no promueven nuestra comprensión del presente”, lo cual es una falacia. El error se
ubica al conectar el estudio de casos particulares localizados temporal y espacialmente, con la
no utilización de generalizaciones del mismo tipo de las empleadas por las ciencias. Para ellos
es incuestionable la necesidad de suposiciones por parte de cualquier estudioso de un
fragmento del pasado humano.

Estas suposiciones dependen de teorías acerca de la causación (sic) social y


la conducta humana, teorías que tiñen los resultados fundamentales a que
llega el historiador”217.

Precisamente, esas teorías permiten al historiador suplir la escasez de documentos en


algunos períodos, seleccionar los más relevantes cuando sean demasiado copiosos y establecer
conexiones no evidentes entre diversas variables. La diferencia estriba en no poder ser
formuladas “con la misma precisión que en las ciencias naturales”, porque los procesos

217
Morris COHEN y Ernest NAGEL. Introducción a la lógica y al método científico. Amorrortu. Séptima
reimpresión, 1990. Original en inglés 1934. Tomo 2, página 154 y 157.
153

humanos incluyen más factores, dándole mayor complejidad a su estudio e impidiéndole su


verificación o refutación en forma concluyente. 218
Los procesos sociales tampoco son repetibles, lo cual impide la experimentación de la
misma forma a la practicada por las ciencias de la naturaleza. Recordemos aquí la distinción
popperiana entre ley y tendencia.
Tampoco es posible soslayar las inconsistencias de muchos historiadores, porque lo
anterior, frecuentemente encubre la ausencia de claridad en los conceptos teóricos,
inevitablemente sustituidos por prejuicios e ideas inconscientes y contradictorias. Cualquier
individuo puede escribir sobre relaciones personales, individuos o anécdotas y lo llama
Historia. Ya lo señalamos.
4.5 – EXPLICACIÓN GENÉTICA. Cuando se trata de procesos complejos,
desarrollados a lo largo de un tiempo prolongado, incluyendo a muchos individuos, llamados
por Nagel “sucesos acumulativos”, como lo fueron ‛La Reforma protestante’, ‛La Revolución
Francesa’, ‛La independencia de las colonias españolas de América’, ‛La Revolución
Industrial’, ‛La decadencia del Imperio Romano”, ‛El Humanismo”, etc., no es posible
explicarlos por medio de una sola ley, aunque sea muy amplia, ni siquiera por un grupo de
ellas. Son acontecimientos de enorme complejidad, influidos por múltiples variables
combinadas de formas muy específicas, cuyo desarrollo temporal puede extenderse por siglos.
Extrañamente, esta característica ha permitido negar la intervención de generalizaciones de
ningún tipo en el estudio de esos procesos. Los autores mencionados discrepan con esta
posición.
Nagel traza un paralelo con una locomotora, acerca de la cual no existe ley para dar
cuenta de su funcionamiento, es necesario considerarla como un sistema integrado por varias
partes, cuyas operaciones se explican en forma nomológico-deductiva. La totalidad es el
resultado de la interacción entre sus diversos componentes, cada uno de los cuales puede ser
explicado apelando a una serie de generalizaciones legales físicas o de otras ciencias.
Con los acontecimientos complejos los historiadores proceden en forma análoga. No
los abordan como un todo, sino los analizan en sus diversos elementos constitutivos, cada uno
de los cuales es explicado mediante generalizaciones. Su combinación da por resultado el
proceso global. La determinación de las partes significativas y las suposiciones para permitir
explicar cada una de ellas dependen, o deberían depender, del marco teórico o concepción
general dentro del (o la) cual se sitúe el investigador. Por lo tanto, las generalizaciones son tan
básicas en la explicación de ese tipo de acontecimientos, como lo son en la de procesos
individuales.
Si nos detenemos en los ejemplos mencionados, los tres primeros se diferencian de los
tres últimos por tener un inicio fácilmente ubicable, según la convención en uso, lo cual los
hace generalmente aceptados. Los otros son resultado de la evolución normal de lo anterior,
difíciles de delimitar con precisión en el tiempo, lo cual generalmente da lugar a prolongadas
discusiones entre los especialistas.
Veamos como ejemplo la Revolución Industrial. Por haber sido detectados en primer
lugar los cambios ocurridos en la industria, se aceptó la permanencia del adjetivo “Industrial”.
Pero es equívoca, porque induce a creer en la preponderancia de ese factor. Simultáneamente a
los cambios en la producción manufacturera, y aun antes de ellos, ocurrieron otros no menos
importantes e imprescindibles, sin los cuales es hartamente dudosa la posibilidad de las
transformaciones industriales.

218
Morris COHEN y Ernest NAGEL. Op. Cit. Tomo 2, páginas 176.
154

Si el campo no se hubiera transformado, la mano de obra rural no hubiera nutrido las


nacientes fábricas. Sin los avances de la revolución agropecuaria, no hubieran existido los
excedentes necesarios para alimentar la creciente población urbana. Sin los desarrollos de la
minería, la producción del campo quizá no se hubiera multiplicado tan intensamente. Sin
cambios radicales en la mentalidad colectiva, las máquinas pudieron haber sido recibidas
como lo hicieron en el siglo XVI en Danzig, según el relato del abad Lancellotti, cuando contó
cómo, Anton Müller había visto al consejo de la ciudad mandar destruir una máquina
antecedente de la lanzadera de Kay y asfixiado en secreto al inventor. 219
Fueron necesarias múltiples coincidencias de muchas variables para producir una
transformación tan profunda en todas las manifestaciones de la vida de los seres humanos,
prácticamente en todo el Planeta. Es imposible abordar el proceso sin descomponerlo en
diferentes partes constitutivas, como lo hemos esbozado, para dar idea de su complejidad.
Cada una de esas partes, además, puede ser descompuesta en otras más pequeñas, hasta llegar
a elementos simplificados para autorizar una explicación probabilística.
Las transformaciones ocasionadas por la descomposición del mundo señorial,
generaron la falta de pertinencia de la nobleza. Al modificarse su profesión, sus destrezas se
tornaron inútiles. La aparición de las armas de fuego cambió radicalmente la forma de hacer la
guerra. Los nuevos instrumentos de combate exigían dinero para su fabricación: cañones,
pólvora, balas, mercenarios, etc. Quien tuvo dinero adquirió una importancia inusitada, podía
dirigir las batallas por sí mismo, comprando guerreros, como ocurrió en las ciudades-estado
del norte de la península italiana. También podían apoyar a un poder centralizador, para
domeñar las fuerzas disgregantes de los señores, como ocurrió en Francia en torno a la
monarquía. Por un buen tiempo, esas sociedades continuaron dominadas ideológicamente por
parámetros aristocráticos.
La posesión de tierras era uno de esos valores. Para obtener dinero, algunos señores
hipotecaron, vendieron o entregaron parte o la totalidad de sus tierras. Cuando la burguesía
adquirió tierras, aunque conocía perfectamente la reducida ganancia de esa explotación con
relación a otras inversiones, de todas maneras intentó obtener del campo el máximo posible.
Para ese fin aplicó a la explotación agropecuaria sus características mentales distintivas:
racionalidad, cálculo, análisis, etc. En estas condiciones, algunos nuevos propietarios
comenzaron a ensayar modificaciones. Podemos situar allí los inicios de la Revolución
Agrícola.
En este pequeño esbozo, tenemos una serie de afirmaciones interpretativas para
desarrollar parte de una explicación acerca del origen de las transformaciones en la producción
del campo, imprescindible para poder dar inicio a la Revolución Industrial.
1º - En la primera afirmación hay implícita la siguiente generalización: ‛al modificarse
las condiciones de una actividad, dejando obsoletas las habilidades antes necesarias para
realizarla, quienes la ejercían, por lo general, tienden a perder las prerrogativas derivadas del
ejercicio de esa actividad’.
De esa generalización, junto con la descripción de las condiciones vividas durante los
siglos XIV y XV, podemos deducir el caso concreto: la pérdida de prestigio, importancia y
poder de la aristocracia feudal al transformarse la manera de hacer la guerra.
2º - Segunda generalización: al surgir nuevas necesidades sociales, aquellos grupos
aptos para satisfacerlas adquieren nuevas posibilidades.

219
Jürgen KUCZYNSKI. Evolución de la clase obrera. Guadarrama, Madrid, 1967. Páginas 52 y 53.
155

En forma similar al ejemplo anterior, ésta permite entender el ascenso de la burguesía,


simultáneamente con la decadencia nobiliaria. La causa de estos dos ejemplos es la misma: la
transformación en la forma de pelear debido a la utilización de la pólvora con fines bélicos.
3º - Las ideologías y las mentalidades colectivas se modifican con mayor lentitud a
otras variables del proceso social. Generalización explicativa para dar cuenta –con las mismas
condicionantes de las anteriores- de la persistencia de pautas culturales aristocráticas imitadas
por la burguesía e inevitablemente modificadas por no responder a sus necesidades ni a su
sensibilidad.
4º - Cuando un grupo social se dedica a nuevas actividades, lleva sus disposiciones
mentales y sus valores a las mismas. De allí se puede deducir la aplicación de la racionalidad a
la explotación agropecuaria y a la guerra por parte de la burguesía.
Podría ampliarse mucho la lista hasta llegar al desarrollo del maquinismo, pero como
ejemplo alcanza con lo visto. Con cada una de esas generalizaciones y con condiciones
iniciales describiendo lo ocurrido, se pueden armar infinidad de explicaciones con estructura
similar a las probabilísticas tratadas anteriormente, las cuales, en su conjunto, nos permiten
formular una explicación parcial del proceso complejo llamado ‘Revolución Industrial’.
A esta forma de dar cuenta del proceso histórico, los autores citados la llaman
“explicación genética”, comparable a la explicación de elementos materiales complejos como
una locomotora. Para ellos, ésta sería la forma de explicar los procesos complejos por parte de
los historiadores. Sin embargo, la locomotora funciona en todas sus partes simultáneamente; si
una parte se descompone las otras no pueden continuar, mientras la explicación histórica va
desmenuzando etapas donde el logro de cada una sirve como punto de partida de la
siguiente.
Según Hempel, la conexión nomológica se advierte más claramente cuando
comparamos esos desarrollos temporales con una lista cronológicamente ordenada de los
acontecimientos más importantes del año, entre los cuales no hay ninguna conexión ni
explicación. Debemos tener cuidado, su alusión se refiere a una cronología. La cronología es
un auxiliar del historiador, pero no es Historia. Lamentablemente, esto último todavía no lo
han comprendido muchos profesores/as, cuyo trabajo es impartir clases “de Historia” en
establecimientos secundarios y preparatorios; así han logrado hacer aborrecible la materia y
apartado para el resto de su vida a muchos jóvenes con ese ejemplo equivocado.

En una explicación genética se debe mostrar que cada etapa conduce a la


próxima, y por tanto, que está ligada a su sucesora en virtud de algún
principio general que hace la ocurrencia de esta última por lo menos
racionalmente probable, dada la anterior. 220

Hay una diferencia fundamental con las ciencias fácticas de la naturaleza, si bien esto
nos permite explicar algunos aspectos del pasado humano, de ninguna manera nos autoriza
a predecir el porvenir, porque en cada etapa, si observamos atentamente, veremos
presentarse diversas posibilidades de acción. Una de ellas se producirá, pero antes de haber
ocurrido, no se podía, racional y lógicamente, prever cuál, inevitablemente, debía suceder.
La circunstancia concreta de haberse confirmado fácticamente alguna profecía sobre
sucesos humanos, no es prueba en contrario, porque el acierto puede ser una coincidencia

220
Carl G. HEMPEL. La explicación en la… Op. cit. Página 51
156

fortuita. Para aceptarla como predicción debería explicarse su estructura lógica y las pruebas a
favor de su(s) ley(es).
Las ciencias sociales realizan una serie de profecías (predicciones) en su tarea
cotidiana, pero todas son de corto o mediano plazo. Algunos gobernantes buscan actuar
teniendo en cuenta la forma prevista de evolución de la realidad. Las empresas de
investigadores motivacionales y la propaganda moderna actúan de la misma manera, cuando
buscan influir en las decisiones futuras del público. En un muy alto porcentaje de los casos,
esas profecías se cumplen, porque son a un futuro muy próximo. No puede ser de otra manera,
están cimentadas en tendencias, no en leyes científicas como las formuladas por las ciencias de
la naturaleza. De todas formas debemos precavernos; cuanto más lejanos temporalmente estén
los acontecimientos profetizados, mayor probabilidad existe del cambio de la tendencia y, por
lo mismo, menor confiabilidad ofrece la profecía.
En explicaciones de este tipo, diversos historiadores pueden escoger distintas variables
para cimentar la base de su explicación, eso depende de la teoría utilizada, de la concepción
general sustentada acerca de las variables básicas para “mover e impulsar” el proceso
histórico. Allí se originan muchos desacuerdos.
4.5.1 – Problemas conexos. Las teorías utilizadas para estudiar el proceso histórico,
no solamente permiten escoger diferentes elementos básicos en los cuales asentarlas, sino
también jerarquizar de otra forma la importancia de las diversas variables.
En el caso de la Revolución Industrial muchas discusiones se han centrado en la fecha
de inicio. La discrepancia es ociosa. Nadie debate sobre lo realmente ocurrido, sino acerca de
la importancia de cada momento particular, es una discrepancia interpretativa, teórica. Este
problema adquiere otras características cuando se trata de procesos complejos con una fecha
de inicio. Allí se suele diferenciar entre causas profundas, generalmente gestadas durante
lapsos considerables, y causa detonante. La última, generalmente algún suceso momentáneo,
pasajero y aleatorio, solo recogido por la memoria histórica, precisamente por ser considerado
el inicio del proceso complejo mayor.
La discusión se ha centrado alrededor de la importancia de esa causa menor, pero
desencadenante. Para algunas teorías, ese acontecer es despreciable y podría omitirse, porque
el proceso hubiera tenido lugar de todos modos, con esa anécdota o con otra. Si ese incidente
no hubiera ocurrido, cualquier otro lo hubiera sustituido. Cuando todo está preparado para
desencadenar una evolución trascendente de larga o media duración, el incidente
desencadenante puede hasta inventarse. 221 Los adversarios admiten la irrelevancia del suceso,
pero sostienen la imposibilidad de asegurar el acaecimiento de otro del mismo tipo, si el
detonante no hubiera ocurrido e iniciado el proceso mayor, lo cual deja planteada la
posibilidad de no haber ocurrido tampoco el último.
En otra obra, ya citada, nos extendimos sobre el asesinato del archiduque Francisco
Fernando de Austria y el inicio de la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial, como ejemplo
típico de ese tipo de discusiones. 222 En este caso el debate es pertinente, ninguno de los
gobiernos de los países beligerantes deseaban ir a la guerra. El emperador no quería a su hijo

221
En la Guerra de Viet Nam, los norteamericanos volaron dos barcos chatarra vacíos en el Golfo de Tonkin,
frontera entre ambas partes y lo anunciaron como un ataque de Viet Nam del norte, motivo para desencadenar
un bombardeo sostenido en el cual tiraron sobre un pequeño territorio más quilos de bombas de los arrojados
sobre toda Europa en la Segunda Guerra Mundial.
222
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. La naturaleza… Op. cit. Páginas 279 a 282.
157

como heredero al trono, pues otras circunstancias lo descalificaban. En lo profundo podía no


haber sido motivo para un conflicto de la magnitud del iniciado.223
En torno a este ejemplo, podría discutirse la relevancia de la guerra misma como
promotora de cambios trascendentales. Muchas de las trasformaciones atribuidas a su
acaecimiento eran tendencias ya existentes antes del conflicto. Es probable la aceleración de
algunos cambios con motivo del enfrentamiento, como puede ser el ejemplo de la liberación
de la mujer. Para otros autores demoró el estallido de la crisis estructural del sistema
capitalista monopolista hasta 1929. Ella misma fue la consecuencia de tendencias muy
anteriores. Pocas guerras habían sido tan anunciadas como esa en las dos décadas previas.
Otra dificultad presentada por las explicaciones históricas consiste en establecer el
grado de importancia de las diversas variables señaladas como causas. Generalmente los
historiadores desarrollan más de una variable como antecedente del proceso a explicar.
Braudel desarrolla una metodología cuya jerarquización goza de mayor claridad. Los procesos
de más larga duración son los de mayor peso en la causalidad. Al disminuir la duración de la
variable, también su peso va disminuyendo.
El interés de Braudel se orientaba hacia lo “permanente”, lo “no cambiante”, las
transformaciones le interesaban menos. Eso ha tenido una enorme fuerza explicativa para los
períodos anteriores a los últimos dos mil años, pero encuentra serios inconvenientes en un
mundo donde la velocidad de los cambios se ha acelerado a niveles impensables desde hace,
precisamente, dos siglos. Entre los marxistas los procesos materiales y especialmente los
aspectos económicos determinan la evolución, al menos en “última instancia”, pero el resto no
tiene una jerarquización clara y unánime. Adicionalmente, un historiador puede señalar en
forma difusa algunos procesos como más importantes que otros para la producción de un
tercero, pero ninguno se arriesgaría a señalar porcentajes de importancia.
Esto es distinto a las explicaciones formuladas por las ciencias naturales, las cuales no
miden el peso de las diversas causas de un proceso. Generalmente se acusa a los historiadores
de arbitrarios cuando jerarquizan de esa manera variables diferentes. Esta característica no es
exclusiva de los historiadores; todas las ciencias sociales proceden de la misma forma, incluso
los encargados de juzgar un delito o una actuación humana, toman en cuenta circunstancias
agravantes y atenuantes en variados grados. Tal vez, en el conocimiento histórico sea donde
esta característica es más imprecisa y donde provoca mayor cantidad de discusiones entre los
especialistas, porque se están analizando sociedades con el condicionante de valores
diferentes.
Un ejemplo actual es la asignación de importancia y responsabilidad en el tema del
narcotráfico de América Latina hacia los Estados Unidos de Norte América. En los momentos
más enconados, el gobierno norteamericano hacía responsable del fenómeno a ciertos
gobiernos iberoamericanos por su “tolerancia” hacia la producción y exportación de drogas.
Para algunos gobiernos del sur el factor más importante era el mercado ofrecido por la gran
potencia. Ambas actitudes eran reales y verdaderas, pero cada uno señalaba con más peso la
responsabilidad del “otro”. La causa determinante siempre era la conducta de la parte
contraria.
Menos comprometidos, otros analistas sostenían, como causa principal del fenómeno
delictivo, la prohibición del consumo de drogas. Haciendo una comparación con lo ocurrido

223
La argumentación está basada en Marc FERRO. La gran guerra 191471918. Alianza Editorial. Colección El
libro de bolsillo N° 274. Madrid, 1970. La edición original es del año anterior. Hay una detallada consideración
del acontecimiento.
158

durante la vigencia de la “ley seca”, aplicada en Estados Unidos en la década del veinte del
siglo pasado, y tomando en cuenta la política de algunos países europeos de esa época.
Muchas voces proponen la legalización del consumo como forma de eliminar un factor
importante de atracción. En América del Sur, la República Oriental del Uruguay, con solo 176
mil quilómetros cuadrados, ha legalizado y reglamentado recientemente la producción y el
consumo de mariguana.
Todas esas suposiciones se basan en ciertas generalizaciones no explícitas. Para la
primera, eliminando la producción de droga no podrá haber consumo. Para la segunda, una
disminución del mercado eliminaría gran parte de la ganancia; eso quitaría atractivo al negocio
y disminuiría el poder de los grupos dedicados a ese tráfico. Para la tercera todo lo prohibido
tiene un atractivo especial, sobre todo para la juventud; legalizarla haría desaparecer esa
atracción. Otras posibilidades de esclarecimiento de la asignación de importancia a las
diversas causas de un proceso las expone Nagel en la obra mencionada entre las páginas 524 y
527.
Este rápido esbozo, de asignación de motivos y su peso, permite comprender la cautela
y las prevenciones de los historiadores a la hora de formular juicios contrafácticos, según ya
vimos. Nagel ve la causa de muchos desacuerdos entre historiadores, al valorar “la
importancia relativa de diversos factores causales”. Es la ausencia de reglas claras, uniformes
y organizadas para determinar el peso comparativo de las “premisas que contienen elementos
de juicio” 224. En algunos casos existen “reglas claras”, pero con ellas o sin ellas, la base de los
desacuerdos es la utilización de diferentes marcos teóricos, de los cuales se desprenden
distintas jerarquizaciones.
4.6 – EL DETERMINISMO. Aunque el determinismo a ultranza ha perdido terreno
tanto en el ámbito de la Historia como en el de las ciencias fácticas de la naturaleza, es muy
difícil la desaparición total de su influencia en la investigación. En el conocimiento histórico
una tendencia establecida teóricamente, cuya profecía haya sido negada por la experiencia, no
implica su falsedad. También es clara la imposibilidad de establecer incuestionablemente, por
deducción, en forma puramente lógica, la ausencia de determinación en el proceso histórico.
La enorme vinculación del tema con el de la responsabilidad personal, dificulta en mayor
medida desterrar la ética. Eso pone de manifiesto lo quimérico de buscar algún tipo de acuerdo
para hacer factible el cierre de la discusión.
En sociedades desiguales, donde “el ser social es lo que determina [la] conciencia” de
los humanos; pertenecer a ciertos grupos condiciona la actitud, al adoptar una posición ante la
realidad exterior.
Tanto para aquellos procesos vistos positivamente, como para los considerados
negativos, los seres humanos tenemos necesidad de encontrar responsables. La dificultad
lógica oscurece el problema de la responsabilidad, porque si las cosas están determinadas, si
los procesos no pudieron ocurrir de forma diferente a como lo hicieron, entonces nadie puede
ser responsable por lo sucedido. No habría héroes ni malhechores, tanto en lo individual como
en lo colectivo. Mujeres y hombres serían impotentes para modificar el devenir del proceso
histórico. Quienes actuaron de determinada manera, no podían hacerlo de otra. Se equipararían
a marionetas.

224
Ernest NAGEL. Op. Cit. Página 531.
159

En otra oportunidad tratamos este tema y señalamos sus connotaciones religiosas. 225
Parte de su desprestigio proviene de su asociación con la Filosofía de la Historia, pero esta
atribución es errónea. Si bien toda Filosofía de la Historia es determinista, no todo
determinismo forma parte de una Filosofía de la Historia.
Vistos en la perspectiva pequeña de un país, una nación o una región, en algunos
procesos impresiona la actuación de algunas individualidades o ciertos grupos pequeños, por
la aparente trascendencia del papel desempeñado. Sin embargo, al elevar un poco el punto de
mira y contemplar el proceso en forma comparativa con lo ocurrido en otros países, naciones o
regiones durante la misma epoca, “descubrimos” evoluciones similares, aunque los individuos
o elites protagonistas de esas acciones tuvieron otros nombres y otras fisonomías.
En Iberoamérica, en forma bastante insistente, las Historias nacionales tienden a
derivar sus procesos del caudillo y/o del grupo dirigente, durante el transcurso de un mismo
espacio temporal. Cuando se analiza lo sucedido en otros países del continente, en ese mismo
período, se encuentra una evolución muy similar, con las mismas metas y equivalentes logros.
Si alguna diferencia se hace significativa, suelen advertirse con facilidad sus causas y,
generalmente, no se debe a los individuos titulares del poder sino a factores más impersonales
y anónimos, menos evidentes.
Anteriormente, entre las páginas 38 y 39 vimos lo ocurrido en la segunda mitad del
siglo XIX y los equívocos generados por considerarse aislados del resto del mundo y pretender
su evolución histórica como exclusiva y únicamente suya.
1 En los años treinta y cuarenta del siglo XX, vinculados al avance del
populismo, las figuras de Lázaro Cárdenas, Getulio Vargas, Juan Domingo Perón, José María
Velazco Ibarra y otros líderes menos famosos aparecen como imprescindibles y providenciales
en las Historiografías de México, Brasil, Argentina y Ecuador respectivamente. Eran
personalidades muy diferentes entre sí, procedentes de medios sociales también variados.
2 A partir de los años setenta del siglo XX, el neoliberalismo invadió
Iberoamérica. Esa evolución se adjudica a Augusto Pinochet en Chile, a Carlos Salinas de
Gortari en México, a Carlos Saúl Menem en Argentina, a Alberto Fujimori en Perú, a Carlos
Andrés Pérez en Venezuela. El último, anteriormente había sido un presidente populista.
Vistos en una perspectiva mundial y hasta continental, los procesos sobrepasan a esos
individuos y esas pequeñas elites.
Al apreciar las características tan diferentes de cada uno de los líderes y sus adláteres,
parecería demasiado ingenuo no sospechar la existencia de causas mucho más profundas y
muy por encima de esas individualidades y las pequeñas minorías, supuestamente dirigentes,
con “sus intenciones”. Ver a políticos procedentes de la izquierda encabezar gobiernos
neoliberales, como Paz Zamora en Bolivia, o a peronistas como Menem realizando un giro de
180 grados, desde el populismo al neoliberalismo, estimulan las ideas deterministas, hacen
suponer la existencia de voluntades superiores, fuerzas impuestas a las ideas y la firmeza de
los humanos.226
El caso de Carlos Andrés Pérez es paradigmático. Votado como populista por su
desempeño anterior, sus primeras medidas de gobierno provocaron indignación, mucha gente

225
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. “El determinismo en los procesos históricos” en COATEPEC, Nº 1. Revista
de la Facultad de Humanidades de la UAEM. Toluca, semestre marzo-agosto de 1987. Páginas 34 a 38.
226
Lamentablemente, en la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México, en la
última reforma al Plan de Estudios de la Licenciatura, se eliminaron cuatro cursos semestrales de Historia de
América, los cuales permitían hacer evidente la existencia de similitudes en los procesos en todo el continente
y justificaba buscar las causas muy por encima de la voluntad de los gobernantes y líderes de turno.
160

se sintió traicionada, al punto de producirse un levantamiento popular y ser destituido del


cargo de inmediato.
Si el problema se abordara desde una perspectiva mundial, vinculándolo con procesos
iniciados en las zonas más desarrolladas del planeta, deteniéndose en la evolución y las
necesidades de los países más altamente industrializados, podrían omitirse los nombres de los
gobernantes del período. La “globalización” también alcanzaría al conocimiento histórico.
La proposición toca aristas sensibles por relacionarse con convicciones muy
positivamente valoradas desde hace pocos siglos, con el surgimiento del liberalismo. Se alegan
ciertas tendencias de la sicología conductistas o de la sociología naturalista como “culpables”
de demoler las bases de la moral y destruir la idea de libertad humana.
Sir Isaiah Berlin ha sido uno de los más ardientes defensores del indeterminismo y la
vigencia de la ética, posición ubicada en las antípodas de la anterior, pero igualmente
extremista.227
Al llegar a este punto podríamos vernos tentados a diferenciar claramente entre los
estudios históricos y las ciencias sociales, cuya pretensión es establecer las determinaciones
del presente. Además de arduo y difícil, sería contradictorio porque no es coherente utilizar un
criterio para el análisis de las sociedades del pasado y otro diferente para el de nuestra
sociedad actual.
Sin embargo, si de exigir responsabilidades se trata, los hombres, grupos y
acaecimientos pasados fueron enjuiciados por sus contemporáneos y por el desarrollo histórico
posterior, eso muestra ridículas las pretensiones de volver a juzgarlos por generaciones
posteriores, con sus distintos criterios, problemas y valores. Sentenciar las responsabilidades
individuales corresponde a la propia época y sus pautas axiológicas, no a las posteriores. El
presente plantea un problema distinto porque las decisiones actuales ponen en juego el futuro,
cargado de incertidumbre, de posibilidades diferentes. Ya hemos planteado nuestra
convicción: si la actuación individual o colectiva puede afectar a otros individuos
contemporáneos, para juzgar esas acciones hay tribunales en la misma época. Esas acciones,
meramente individuales, no pueden afectar la marcha de las tendencias históricas de largo
plazo.
Los defensores del determinismo no pueden demostrar sus hipótesis más allá de ciertas
impresiones generalizadoras con límites muy difusos, pero han adoptado una variación
interesante: creer determinada la evolución del proceso histórico no significa suponer la
determinación plena y total de la anécdota de la vida individual de cada persona, quizá ni
siquiera de cada grupo o sociedad hasta en sus más mínimos detalles. Aceptan la aleatoriedad
de esas peripecias. Admitir eso no afecta su convicción determinista. El análisis histórico
considera esos pormenores totalmente irrelevantes, no afectan el desarrollo general de las
sociedades humanas, el cual se cree determinado en sus grandes lineamientos por causas
explicables por su época. Una dramática forma de exponer este problema la realizó Alexandr
Guelman, refiriéndose a la periodización:

… la historia, no importa cuán rigurosas sean sus leyes, al marcar sus


períodos, se comporta con despreocupación totalmente infantil. Una o dos
décadas más para allá o más para acá, marcando el comienzo y final, no le

227
Isaiah BERLIN. Lo inevitable en Historia. Galatea-Nueva Visión, Buenos Aires, 1957.
161

importan nada. Mas para nosotros, dado el corto tiempo que nos toca vivir,
estas frivolidades de la historia devienen nuestro propio destino. 228

Aunque niega el determinismo extremista, Nagel sostiene las conexiones causales


establecidas por los historiadores y las cree sustentadas por elementos de juicio convincentes,
porque si bien:

Sería ridículo sostener que es posible predecir todo detalle del futuro del
hombre (...) no es menos ridículo sostener que somos completamente
incapaces de predecir nada acerca del futuro humano con alguna seguridad.

Casi todos planeamos nuestras acciones de los próximos días y horas. Mucha gente
conoce los planes de acción de otras personas, relacionadas con ellos. Incluso muchos tienen
pensado su futuro para las próximas semana, meses y a veces, incluso años. Eso se basa en la
posibilidad de prever. Cuando van a tomar un autobús las personas tienen previsto su recorrido
y horario con cierta aproximación. Los ordenamientos jurídicos, políticos, administrativos y de
otro tipo se establecen para lapsos prolongados. La gente actúa dando por sentada su
operatividad en el futuro. Las sucesivas generaciones de mexicanos del último medio siglo no
podían saber los nombres de quienes serían sus futuros presidentes, pero sabían las fechas de
las futuras elecciones, siempre se nombraría una persona diferente, sería de nacionalidad
mexicana y otros detalles. No son altamente precisas, pero para la enorme mayoría se
cumplen, aunque siempre quede un margen amplio de posibilidades, por eso deja en claro:

…aunque los seres humanos que participan en los sucesos venideros


puedan tener un margen considerable de libre elección en sus acciones, sus
opciones y acciones reales caerán dentro de límites muy definidos.229

Carr lo expresa de otra manera:

…todas las acciones humanas son tanto libres como determinadas, según el
punto de vista desde el cual se las considera.230

De allí se desprende la existencia de límites determinantes (o por lo menos


condicionantes) de los sucesos humanos, tanto para el futuro como hacia el pasado. Por esa
razón y por la estructura probabilística ya vista, las explicaciones del conocimiento histórico
son incompletas y, por lo mismo, sumamente imprecisas. Eso no proporciona base alguna para
rechazar tajantemente el determinismo. Al final de su libro, Nagel rompe abiertamente una
lanza a favor de la idea determinista al sostener: “abandonar el principio determinista mismo
es renunciar a la empresa de la ciencia”. 231 Si no hubiera algún grado de determinación, sea en
la naturaleza como en la sociedad, no tendría sentido hablar de leyes, de tendencias y de
explicación nomológico-deductiva.

228
Alexandr GUELMAN, epígrafe a un informe de Mijaíl Gorbáchov en Cuadernos políticos Nº 51. ERA,
México, julio-setiembre de 1987, página 66.
229
Las dos citas son de Ernest NAGEL. La estructura… Op. cit. Página 537
230
Edward Hallett CARR. ¿Qué es la Historia? Seix Barral, Barcelona, quinta edición, 1972. Página 127.
231
Ernest NAGEL. La estructura… Op. cit. Página 543.
162

Lo anterior, no significa proponer una determinación fuera de la actuación humana. A


los países latinoamericanos esa determinación les viene impuesta por el predominio mundial
de algunas elites sociales de determinados países y ciertas fuerzas, ahora económicas, en otros
tiempos de otro tipo. Los problemas de la deuda externa, la aparición de organismos
económicos mundiales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, son
instrumentos para establecer las políticas obligatorias a seguir por nuestros países, a los cuales
pueden acosar y ahogar económicamente cuando decidan un camino “incorrecto” para ellos.
Pero en esas determinaciones permiten más de una solución, siempre hay una gama de
posibilidades para cumplir con lo solicitado.
4.6.1 – Causación, causalidad. Más cercano a los epígonos historicistas ingleses, para
el Dr. Pérez Amuchástegui el primer paso de toda explicación de un suceso histórico consiste
en ubicarlo en sus coordenadas espacio-temporales. Luego debemos considerar a todos los
individuos y grupos cuyas acciones influyen en el acontecimiento. Diversos sectores
emprenden acciones diferentes en forma simultánea. De la conjunción y enfrentamiento de
todas ellas surgirán nuevas situaciones. Luego, en forma un tanto alejada de la lógica, sostiene:
en sentido estricto los proyectos de un grupo no son causa de otro sincrónico, “pero ambos son
causa de los dos” y de otros simultáneos. Esto le permite concluir:

Las interconexiones causales en el comportamiento de lo histórico son,


como se ve, mucho más complejas que las propias del comportamiento de lo
no histórico. 232

Como magnífico polemista, el autor se hubiera alegrado de nuestra discrepancia. Para


nosotros, confunde la conexión causal. Si el suceder histórico está compuesto de muchas
variables y muchos actores, lo cual lo vuelve extremadamente complicado, eso no nos impide
ver en cada individuo, grupo o nivel, causas específicas de cada una de esas instancias. Lo
sincrónico no puede ser causa ni efecto, aunque entre ambas series de procesos puedan irse
dando etapas en las cuales una acción de una serie provoca modificaciones en la otra, la cual a
su vez puede repercutir sobre la primera o sobre una serie diferente en una reacción más
intrincada. Si bien todas esas interacciones se producen durante el transcurso de un proceso
complejo, ese proceso también tiene un desarrollo temporal, a lo largo del cual se van
presentando modificaciones, a su vez, causas de procesos posteriores. No se altera el orden
cronológico de la secuencia. Para él, la pregunta “¿por qué?” debe ser sustituida por la
pregunta “¿Para qué?” pues son las intenciones por lograr algo las provocadoras (causas) de
las acciones humanas.
Luego afirma: los procesos no históricos (naturales) se explican “con la descripción del
modo como se presentan” para hacerlos inteligibles. Descripción y explicación se identifican.
En el conocimiento histórico no ocurre lo mismo, el camino a la comprensión de los eventos
históricos es la actualización de “significatividad interrelacionada”, es el significado tenido
aquí y ahora.
Es una nueva formulación de la antigua posición de Collingwood acerca de “volver a
pensar” los sucesos ya vividos por otra gente. También recuerda a Croce, para el cual toda
Historia es contemporánea, porque la estamos “recreando” en el presente.

232
Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI. Algo más sobre la Historia. Teoría y metodología de la investigación
histórica. Ábaco de Rodolfo Depalma. Buenos Aires, segunda edición, 1979. Página 59.
163

4.7 – OTRAS FORMAS EXPLICATIVAS. La explicación nomológico-deductiva


fue sistematizada y expuesta a partir del análisis de la forma de razonar en física y astronomía.
En la actualidad, la crisis de la primera disminuye el impacto de algunas afirmaciones de
famosos físicos, cuando ponen en duda su carácter explicativo. Para Heisenberg:

Es imposible explicar… las cualidades de la materia salvo retrotrayéndola al


comportamiento de entidades que no poseen ellas mismas esas cualidades.
Si los átomos han de explicar realmente el origen del color y del olor de los
cuerpos visibles, no pueden poseer propiedades como color y olor… La
teoría atómica niega consistentemente al átomo cualquier propiedad
perceptible. 233

Encontramos otra faceta en el caso de los fenómenos térmicos. Estos procesos suelen
ser abordados por tres disciplinas: la termodinámica, la mecánica estadística y la teoría
cinética. La primera procede de acuerdo con los patrones ya vistos, incluyendo los enunciados
descriptivos de los procesos particulares, junto a leyes generales. Las otras dos proceden en
forma diferente. Utilizan preferentemente una forma explicativa de patrón reductivo. Puede
sorprender la inclinación de los físicos a apreciar como verdaderamente explicativas a las dos
últimas, mientras a la termodinámica suelen incluirla entre las teorías fenomenológicas. Enrico
Fermi llegó a sostener:

…La mecánica estadística ha llevado a una comprensión muy satisfactoria


de las leyes termodinámicas fundamentales (…) los resultados
termodinámicos son generalmente muy exactos. Por el contrario, a veces
resulta bastante insatisfactorio obtener resultados sin poder ver con algún
detalle cómo funcionan en realidad las cosas. 234

La situación condujo al análisis de otras estructuras formales con capacidad


explicativa. Estas consideraciones nos sumergen en dificultades serias desde el punto de vista
de los requisitos lógicos planteados al inicio, porque las formas alternativas de explicación,
utilizadas por diferentes ciencias, no cumplen con uno de ellos: no sirven para predecir el
comportamiento de la realidad. Como consecuencia, la explicación no puede ser considerada
simétrica de la predicción.
4.7.1 - La explicación por reducción. Consiste en descomponer un proceso a explicar
y analizar cada una de sus partes por separado. Teóricamente, el proceso de reducción puede
continuarse indefinidamente. En la realidad las cosas no van tan lejos. Luego se recompone
ese acontecer y se explica en términos de sus componentes.
Como ocurría con las formas anteriores, hay ciertas restricciones del método:
1. Se busca explicar las propiedades del todo, es decir, del proceso a explicar, a partir
de las propiedades de sus partes. Este requisito se llama “principio de micro-
reducción”.
2. Se exige a aquellas propiedades de las partes utilizadas para explicar las del todo,
ser diferentes a las propiedades a explicar en esa totalidad. Suele llamarse a esto
“principio de reducción de las propiedades”. Es lógico; explicar una propiedad de

233
Citado por Norwood R. HANSON. The Concept of the Positron. Cambridge University Press, Cambridge,
1963, página 50. Vuelto a citar por LAMBERT-BRITTAN. Op. cit., página 82.
234
Enrico FERMI. Thermodynamic. Dover Publications. New York, 1937. Páginas IX y X. Citado por
LAMBERT-BRITTAN, Op. cit. página 146, nota 54 del tercer capítulo.
164

un proceso, afirmando su existencia en alguno de sus componentes, es trasladar la


necesidad de explicación a ese componente.
Estos principios ya estaban especificados en la reciente cita de Werner Heisenberg.
Muchos epistemólogos desechan esta manera de operar, por no servir para la
predicción, por la dificultad para sistematizar su forma lógica y por prescindir absolutamente
de leyes generales. Quienes la han defendido, según las citas anteriores, son científicos cuyos
trabajos se han desarrollado en el campo de la física. Pero no hay unanimidad. Aunque sea una
minoría, hay quienes han rechazado estas formas de trabajo. Entre los más famosos estuvieron
Ernst Mach y Pierre Duhem. Para ellos, estos procedimientos derivan de concepciones
atomísticas, surgen a partir de visiones a priori, de enfoques metafísicos del mundo, pero no de
consideraciones derivadas de la experiencia –los átomos no se perciben con los sentidos- ni de
la obligación de satisfacer necesidades lógicas. Consideran un prejuicio el fundamento de la
preferencia manifestada por la mayor parte de los físicos hacia la mecánica estadística y la
teoría cinética sobre la termodinámica. Sin embargo, muy significativamente, para la mayor
parte de esta minoría las teorías científicas no explican. La explicación sería una
pretensión de teorías metafísicas. La ciencia se plantea como meta, describir, clasificar,
conectar fenómenos, mas no explicarlos.
La tentación de trasladar literalmente esta forma explicativa al conocimiento histórico
ha seducido a más de un pensador. Casi todos advirtieron las dificultades de semejante
adaptación. Los historiadores generalmente descomponen los procesos a explicar en
fragmentos más pequeños. En muchos casos, es necesario desarmar esas partes en otras más
reducidas aun. Esa operación puede llevarse a cabo en varios niveles. En el ejemplo de la
Revolución Industrial, los historiadores suelen descomponerla en varios procesos, uno de los
cuales fueron los cambios técnicos operados en la producción industrial, otro ha sido llamado
revolución agrícola, otros revolución demográfica, revolución comercial, revolución en
los transportes, etc. Vimos una forma posible para analizar la revolución agrícola. De la
misma manera se pueden descomponer cada uno de los otros procesos. En ocasiones se puede
desmontar un componente de uno de esos procesos en fenómenos más limitados.
Se cumple con el segundo principio, una explicación del aumento demográfico, en
primer término, se centra en los cambios en la alimentación, luego trata los avances en la
medicina, se pasa a la transformación en las formas de vida, etc. Ninguna de las cualidades de
los todos se explican en función de la misma cualidad existente en una de las partes, o esa
cualidad se explica en un nivel analítico más profundo.
Desde los orígenes de la disciplina, los historiadores han llevado adelante esta forma de
operar, la cual se ha mostrado tremendamente fecunda. Pero nos invaden varias dudas acerca
de la similitud entre las estructuras lógicas de lo realizado por los físicos y el trabajo efectuado
por los historiadores.
Los físicos conciben la reducción como una tarea a realizarse con un fragmento de la
realidad a conocer. En ese fragmento, donde van a intentar explicar la totalidad, están
contenidos simultáneamente todos los elementos constitutivos del mismo. Ellos pueden
manipular directamente la materia cuando analizan el proceso. Sus objetos de estudio no
tienen diversos niveles, se les presentan como una unidad. En cambio, el historiador jamás
aprehende una existencia total, aunque así lo parezca; la amplitud del proceso a explicar debe
determinarla él mismo, según su teoría, su(s) hipótesis o sus convicciones arraigadas.
No solo en eso difieren con los físicos; éstos suelen compartir un paradigma teórico, lo
cual hace unánime su fijación de la dimensión. Diversos historiadores manejan diversas teorías
y cuando comparten alguna, es solo un pequeño grupo. La descomposición realizada por el
165

historiador en niveles de análisis, tiempos, ritmos, etc., es algo mental. También el físico lo
concibe primero, pero luego lo realiza. El historiador no puede actuar sobre la realidad, su
objeto de trabajo son los vestigios de algo ya inexistente. Por eso, sus interpretaciones siempre
serán discutibles para alguna parte de sus colegas.
Adicionalmente, las divisiones hechas por los historiadores se llevan a cabo en dos
planos; si por una parte fragmenta en niveles de análisis, por otra secciona esos mismos
niveles -y también la globalidad- en forma temporal, construye períodos de cada nivel y de la
totalidad. Todos los procesos históricos se desenvuelven en el tiempo. Las metáforas utilizadas
para caracterizar diversas etapas de un proceso son elocuentes al respecto: la infancia del
Imperio, el otoño de la Edad Media, la decadencia de Occidente, etc.
Cuando un físico se dispone a fragmentar un proceso de la naturaleza, por lo general se
desinteresa totalmente de los aspectos temporales. Para él, las etapas por las cuales pasó su
objeto de estudio, para llegar a constituirse en su realidad actual, son indiferentes. Aquellas
ciencias para las cuales la dimensión temporal es un elemento significativo son clasificadas,
precisamente, como históricas. 235 Para las ciencias históricas los procesos se explican por sus
antecedentes, en ocasiones ocurridos mucho tiempo antes.
Otra diferencia, ya mencionada para otros temas, se refiere a la posibilidad de
divisiones distintas de una misma realidad por parte de diferentes investigadores.
Finalmente, los historiadores tienden a jerarquizar los componentes de la realidad
histórica según el grado de influencia atribuido por ellos mismos, pero diferente a la
valoración de otros colegas. Ninguna de esas posibilidades existe en el proceso explicativo por
reducción para la física.
4.7.2 – La coligación. Por los años setenta y ochenta del siglo XX, se publicó en
español un pequeño manual con mucho éxito en nuestro medio. Su autor, W. H. Walsh, intenta
rescatar ciertas posiciones por él calificadas de “idealistas”. Resucita e introduce una forma
explicativa cuyos primeros desarrollos corrieron por cuenta de William Whewell, científico e
historiador de la ciencia británico, de la primera mitad del siglo XIX.
Para este autor no había hechos puros, desligados de las ideas; tampoco había una
diferencia absoluta entre un hecho y una teoría.

…un hecho es cualquier porción de conocimiento que forma la materia prima


para la formulación de leyes y teorías (…) Si una teoría se incorpora dentro
de otra teoría, se convierte en un hecho por derecho propio. 236

Utilizó como ejemplo las leyes de Kepler, las cuales en sí formaban una teoría, pero se
constituyeron en hechos al ser utilizados por Newton en su famosa teoría gravitacional.
Las “ideas” de Whewell eran principios o generalizaciones con las cuales se pueden
establecer relaciones entre diversos “hechos” permitiendo su comprensión. Esa forma de
conectar “hechos”, él la llamaba coligación. Las ideas, teorías, conceptos, leyes o como sean
llamadas, coligaban (“vinculaban”) una determinada cantidad de “hechos”. Al relacionarlos
de esta manera, los “hechos” se ven desde un nuevo punto de vista.
Walsh introduce una variante, para él coligar era:

235
Paul KIRN. Introducción a la ciencia de la Historia. Uteha, México, 1961. Capítulo primero, páginas 1 a 3.
236
John LOSEE. Introducción histórica a la filosofía de la ciencia. Alianza. Madrid, segunda edición, 1979.
Página 129 y siguientes.
166

…El procedimiento de explicar un acontecimiento rastreando sus relaciones


intrínsecas con otros acontecimientos y de localizarlo en su contexto
histórico.237

Este autor combina este método con quienes toman en cuenta los propósitos como
fuerza motriz del proceso histórico. Ateniéndonos a la posición de los historicistas, una sola
intención tiene la capacidad para promover un amplio repertorio de acciones, llevadas a cabo
individual o colectivamente. De esta forma, los propósitos o intenciones individuales se
equipararían a las ideas de Whewell, permitiendo relacionar una pluralidad de
acontecimientos, cuya totalidad forma un conjunto vinculado, donde los elementos posteriores
en el tiempo están condicionados por los anteriores, los cuales también fueron afectados por
los últimos: cuando los primeros se produjeron ya estaban planificados los posteriores, existía
el propósito, la intención de llevarlos a cabo. Esa intención o propósito condicionó a los
precedentes, incluso en el caso de no haberse producido los posteriores o, lo cual es más
verosímil, de haberse realizado en forma diferente a las concebidas por sus autores.
Al ponerlo como ejemplo de Historia idealista, Walsh lo descalifica parcialmente.
Según él, las tendencias o políticas utilizadas para “coligar” acontecimientos, como los casos
de la Ilustración, el Humanismo, el Romanticismo, el Capitalismo, etc., no son intentos
deliberados de llevar adelante una política coherente. Se podría discutir la posición del autor si
en el vocablo deliberado no incluimos también consciente y razonado, pero entonces ¿de
quién es la “premeditación”? Sin embargo, acepta esta forma explicativa para ciertos casos,
donde una política estatal o de partido se propone ciertas metas y las logra, aunque sea
parcialmente. En muchas ocasiones, los hombres llevan adelante políticas coherentes, eso no
puede negarse, nos dice, y pone como ejemplos la conquista de Europa por los nazis y la
reforma legislativa inglesa en la primera mitad del siglo XX. Significativamente, solo lo
ejemplifica y acepta para acontecimientos políticos.
El entrecruzamiento de diversos propósitos puede concebirse como el productor de una
tendencia no concebida por ninguna persona, lo cual sería aplicable también a los procesos
más amplios citados por él y mencionados anteriormente.
Aparte de las objeciones al historicismo, vistas en el capítulo anterior, aceptar esta
posición implicaría renunciar a una explicación de procesos históricos complejos. Sería
imposible reconstruir las intenciones de todos los participantes, la mayor parte de los cuales ni
siquiera es posible conocerlos.
El intento de los historiadores por explicar acontecimientos agrupándolos en tendencias
o movimientos como los señalados más arriba, lo considera un procedimiento semi-
teleológico, porque vinculan acontecimientos conectados por esas ideas, independientemente
de si los agentes de esos actos tienen o no conciencia de las tendencias o ideas, porque éstas
ejercen influencia sobre la forma de actuar de las personas, aunque esas personas no las
puedan concienciar.
Para el caso de ser aceptado este método como la forma de actuar de muchos
historiadores, agrega algunas precisiones:
1. Este procedimiento no nos brinda una explicación completa, por lo cual la
coligación debe ser completada con otros procedimientos.

237
W. H. WALSH. Introducción a la filosofía de la historia. Siglo XXI, México, novena edición, 1980, Página
66.
167

2. Esa explicación no dice una palabra sobre el origen de esas ideas, tampoco de su
adopción por cierta gente. ¿Hasta dónde lograron los defensores implantarlas frente
a los obstáculos opuestos, tanto naturales como culturales?
3. Por lo anterior, ninguna explicación por coligación puede pretender presentarse
como “toda la verdad”.
Parecería ocioso recalcarlo, pero Walsh deja fuera de la explicación por coligación,
precisamente lo considerado por los historiadores el meollo de su trabajo en el último siglo.
Muchas exageraciones se han cometido con este tipo de programas. El “espíritu de la época”,
en asociación con la pereza mental, servía para explicar cualquier cosa incomprensible para
ellos. Lo importante hubiera sido hacerlo más profunda y convincentemente.
Las ideas para conectar acontecimientos deben ser objetivas, tarea jamás conseguida
por el idealismo alemán. Es una injusticia mezclar a Whewell con los historicistas alemanes,
con quienes no tiene ninguna relación. Su método fue formulado para ser utilizado en ciencias
naturales, no en el conocimiento histórico.
4.7.3 – La tipología. Desarrollada por Max Weber a principios del siglo XX, ha sido
considerada como una forma de explicación característica de las ciencias sociales y muy
especialmente de la sociología. El acercamiento, cada vez más notorio entre esta disciplina y
el conocimiento histórico, ha vuelto pertinente su consideración.
El método tipológico comienza con la construcción de un “tipo ideal”, es decir, un
modelo de funcionamiento de alguna forma de acontecimiento social. Esto implica reconocer
la existencia de eventos sociales repetitivos. Toda clasificación se cimenta en ese presupuesto.
No existen dos procesos exactamente iguales. Esto tiene vigencia tanto para la cultura como
para la naturaleza, aunque en el primer caso es mucho más evidente. De los procesos
estudiados por las ciencias naturales, nadie aceptaría la existencia de dos objetos exactamente
iguales. Un árbol jamás es exactamente igual a otro, pero para el estudio de los árboles las
diferencias entre ellos son dejadas de lado, solamente se toman en cuenta aquellas
características comunes a todos. Luego, con los árboles se elabora una taxonomía tomando en
cuenta las analogías y diferencias existentes entre las instancias individuales. Con los eventos
sociales se hace exactamente lo mismo, se toman las propiedades comunes para elaborar una
clasificación.
Hay acontecimientos históricos a los cuales llamamos revolución, entre ellos podemos
estudiar la “Revolución Francesa”, la “Revolución Mexicana”, etc. Pero la palabra revolución
es polisémica igualmente, lo cual hace necesario precisar si es revolución social, revolución
política o de algún otro tipo. También la palabra designa un recorrido circular de 360 grados y
se habla de “78 revoluciones por minuto” para ciertos discos o se habla de “un motor muy
revolucionado”. En la expresión “Revolución Industrial” adquiere un significado totalmente
diferente.
Aun habiendo ya precisado el tipo de revolución al cual nos referimos, en algunos
casos concretos los investigadores no logran acuerdos en torno a la inclusión de determinado
acontecimiento dentro de la categoría convenida. Algunos hablan de “Revolución
Norteamericana” mientras otros no aceptan incluirla en el concepto revolución. John Womack
Jr. inicia su libro Zapata y la Revolución Mexicana, con una aguda e irónica observación:
“Este es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo,
hicieron una revolución”
Estas discrepancias existen en todas las ciencias con casos ubicados en los límites, pero
en el conocimiento histórico son mucho más comunes y complejas, comparadas con las
168

presentadas en las ciencias naturales, porque casi ninguna definición de un concepto histórico
es unánimemente aceptada por todos los investigadores.
Perry Anderson, a partir de un análisis social de corte marxista, considera al
levantamiento de los comuneros de Castilla, en 1520, como la primera revolución burguesa en
el mundo y atribuye su derrota al haber sido prematura. Difícilmente, la mayor parte de los
especialistas en ese período y lugar aceptarían su punto de vista. 238 Gordon-Childe habla de la
“revolución urbana” y John A. Wilson, al analizar el caso concreto de Egipto, acepta incluirlo
en ese marco conceptual, pero hace la aclaración de no haber sido ni revolución, ni urbana. 239
Los “tipos ideales” se forman observando varias instancias individuales concretas;
extrayendo de ellas las características comunes consideradas más significativas y
construyendo así, mentalmente, un modelo arquetípico del proceso a estudiar. 240 La
explicación de las instancias particulares se realiza comparándolas con el “tipo ideal”
elaborado, a fin de medir el grado de desviación de cada uno.
Siempre manteniéndonos en el terreno mental, se puede repensar la evolución del
proceso concreto, manteniendo fijas todas las variables consideradas significativas menos una;
luego se imagina lo ocurrido si esa variable se hubiese portado de diferente manera. Esto se
hace con todas, una a una, hasta establecer cuáles fueron las de mayor peso en la concreción
del acaecimiento o la transformación a explicar. Las conclusiones extraídas a partir de
manipular de esa forma la evolución posible del proceso a explicar, anteriormente las hemos
llamado contrafácticos. Ya señalamos sus peligros. Tampoco escaparon a la percepción del
mismo Weber.
Heredero de la escuela alemana ligada al historicismo, Max Weber se acerca al
concepto de “comprensión” como orientador en la creación de hipótesis, aun admitiendo su
dudosa confiabilidad en muchos casos. Las hipótesis formuladas a partir de estos
procedimientos deben ser empíricas y falsables (verificables), con total independencia de la
existencia o no de empatía en la “comprensión” de los sucesos y en la formulación de las
mismas. Con mucha agudeza, acepta los peligros de los “experimentos imaginarios”, lo cual
explica su insistencia para exigir a toda elaboración tipológica finalizar en la contrastación
empírica.
Hempel sostiene:

Un tipo ideal, pues, debe servir como esquema de interpretación o


explicación, incorporando un conjunto de ‛reglas empíricas generales’ que
establezcan conexiones ‛subjetivamente significativas’ entre distintos
aspectos de algún tipo de fenómenos, tal como la conducta económica
perfectamente racional, una sociedad capitalista, la economía artesanal, una
secta religiosa u otros. Entonces los tipos ideales no representan, por lo
menos como intención, a los conceptos propiamente dichos, sino más bien
a las teorías. 241

238
Perry ANDERSON. El estado absolutista. Siglo XXI, México, tercera edición, 1982. Páginas 62 y 63.
239
Vere GORDON-CHILE. Los orígenes de la civilización. FCE, México, cuarta edición, 1967. Especialmente
el capítulo VII. John A. WILSON. La cultura egipcia. FCE. México, cuarta edición, 1967. Página 61.
240
El diccionario define “Arquetipo” como “Modelo original y primario de un arte u otra cosa// 2. Punto de
partida de una tradición textual// 3. Representación que se considera modelo de cualquier manifestación de la
realidad// 4. Imágenes o esquemas congénitos con valor simbólico que forma parte del inconsciente colectivo//
5. Tipo soberano y eterno que sirve de ejemplar y modelo al entendimiento y a la voluntad humanos.”
241
Carl G. HEMPEL. La explicación científica. Op. cit. Página 166.
169

Luego se explaya para demostrar cómo esa forma de operar es igual a lo ocurrido en
las ciencias naturales, cuando se incluye un caso particular dentro de una idea general.
Las principales objeciones hechas a la tipología señalan la ausencia de un criterio
ordenador para la formulación de los tipos ideales. Cada investigador puede proponer uno
diferente acerca del mismo modelo de fenómeno social. Entonces son arbitrarios, y los
experimentos imaginarios derivados de ellos no son fuente de evidencia para corroborar
hipótesis sociales. Cumplen simplemente una función heurística cuando sugieren
hipótesis estableciendo conexiones regulares entre variables, susceptibles de someterse a
contrastaciones empíricas adecuadas.
Para Hempel, la ciencia social en la cual se aplica la tipología en forma más cercana a
la de las ciencias naturales, es la economía. Sin embargo, le pone también dos objeciones para
impedir identificar su utilización en forma total. Primera: todo sistema teórico debe ofrecer
una interpretación con validez empírica clara, precisa e intersubjetiva. La segunda parece más
discutible. A largo plazo, debe incorporarse como caso especial dentro de un sistema teórico
más amplio, más inclusivo.
En el conocimiento histórico se utilizan conceptos generales y marcos teóricos no
siempre claramente explícitos, pero difícilmente se podría acusar a los historiadores de
construir tipos ideales a partir de procesos concretos. El método comparativo descansa en el
postulado de la existencia de procesos susceptibles de ser comparados, porque poseen
elementos similares y repetitivos.
En ocasiones se ha tomado alguno de los acontecimientos ya ocurridos como modelo
para comparar a los demás, a los cuales se considera “desviaciones”, pero este esquema ha
mostrado sus deficiencias y ha sido abandonado. La Revolución Francesa fue tomada como
modelo de “revolución burguesa”, sin embargo, el reparto de tierras de poca extensión a
muchos campesinos, para fijarlos en zonas rurales fue adverso a los intereses de la burguesía y
al desarrollo industrial. La estructura ocupacional es considerada uno de los factores más
fuertes por los cuales Francia nunca pudo ubicarse a la vanguardia del desarrollo industrial.
Otras revoluciones burguesas evitaron ese “error”.
4.8 - CONSIDERACIONES FINALES. En el capítulo anterior vimos la posición del
historicismo alemán del siglo XIX y el callejón sin salida donde quedó atrapado con la teoría
de la “comprensión”.
En la segunda mitad del siglo XX, Hans Georg Gadamer retoma algunos postulados de
aquella teoría para intentar reencaminarla al desprenderla del lastre de “volver a pensar” lo
pensado por otros en diferentes épocas. La base sobre la cual cimenta su nueva interpretación
es el lenguaje. Cuando decimos ‘comprender’ algo dicho o hecho por otra persona, en realidad
estamos afirmando habernos puesto “de acuerdo en la cosa”, hemos logrado un consenso.
Compara el conocimiento del pasado con los problemas de la traducción de un idioma
a otro. Luego propone la existencia de tres etapas: primero quien trasmite algo, segundo quien
traduce eso a otro idioma y finalmente quien lo recibe en el otro idioma.
Es necesario trasladar el sentido de lo dicho, rescatando el contexto dentro del cual fue
emitido, y pasarlo al contexto en el cual vive quien lo lee traducido. Como el idioma al cual se
traslada es diferente, debe significarlo de una forma distinta, más acorde con la modalidad del
idioma receptor. De allí su conclusión: ‛toda traducción es una interpretación’. 242

242
Horacio GONZÁLEZ TREJO, traductor profesional, hablando de su oficio a la hora de jubilarse, lo llamó:
“La traducción o el oficio de la traición”, revista Triunfo. Madrid, N° 899 del 19 de abril de 1980. Páginas 50 y
51. ¿También se puede calificar así el del historiador?
170

Todas esas situaciones relativas a “ponerse de acuerdo” adquieren un carácter


“propiamente hermenéutico”, cuando se trata de “comprender textos”. Los textos son
“manifestaciones vitales fijadas duraderamente 243 ; para adquirir sentido deben ser
interpretados. Es como una conversación entre el texto y el intérprete en la cual deben
“ponerse de acuerdo”. “El texto hace hablar a un tema, pero quien lo logra es, en último
extremo, el intérprete”, quien implica las ideas de su tiempo en esa interpretación.
Comprender entonces se trasmuta en interpretar.

Desde el romanticismo ya no cabe pensar como si los conceptos de la


interpretación acudiesen a la comprensión, atraídos según las necesidades
de un reservorio lingüístico en el que se encontrarían ya dispuestos, en el
caso de que la comprensión no sea inmediata. Por el contrario, el lenguaje
es el medio universal en el que se realiza la comprensión misma. La forma de
realización de la comprensión es la interpretación.244

Otros filósofos han seguido desarrollando el camino trazado por Gadamer, no


solamente en Alemania, sino también en Francia y Canadá.
En lo relativo al conocimiento histórico, curiosamente, donde más eco ha tenido su
teoría ha sido en Francia, cuna y sostén de una historiografía totalmente enfrentada a la forma
de proceder de los historicistas. Aunque el planteo corre por cuenta de filósofos,
particularmente dos historiadores han intentado adaptar esas ideas a una epistemología del
conocimiento histórico. Lo han hecho en sus trabajos teóricos, pero no está tan clara la
aplicación del método a sus obras concretas. Veyne defiende la antigua posición, según la
cual:

La Historia no explica, en el sentido de que no puede deducir ni prever (esto


sólo puede hacerlo un sistema hipotético-deductivo); sus explicaciones no
remiten a un principio que haría el acontecimiento inteligible, sino que son el
sentido {la interpretación} que el historiador da al relato. 245

La conclusión del autor, presentada al comienzo del libro nos dice: “…la Historia es
una novela verdadera” 246, coincidiendo, en parte, con Michel de Certeau, quien titula el último
apartado de uno de sus libros: “La novela de la historia”.247 El conocimiento histórico sería
entonces la interpretación de los restos del pasado y de anteriores interpretaciones de los
mismos; pero las formas lógicas a través de las cuales se realizan esas interpretaciones no
encuentran lugar en sus estudios.
Algo a señalar para terminar: la palabra teleológico ha sido utilizada como sinónimo de
funcional. La biología explica ciertos desarrollos por la función cumplida en un proceso más
amplio. Así se puede explicar un órgano del cuerpo humano, por el lugar ocupado y el papel

243
Hans Georg GADAMER. Verdad y método. Sígueme, Salamanca, 1977. Páginas 461 a 468. Lo último
entrecomillado, lo cita Gadamer de DROYSEN. Histórica. Alfa, Barcelona, 1983. Página 63, en el original
alemán. La versión española lo traduce: “La lengua tal como es o como la tenemos fija en las grandes
literaturas, es un trozo vivo de historia…” Página 63.
244
Idem. Página 467. Subrayados del autor.
245
Paul VEYNE. Cómo se escribe la historia. Foucault revoluciona la historia. Alianza, Madrid, 1984. Página
70.
246
Idem. Página 10.
247
Michel de CERTEAU. La escritura de la Historia. Universidad Iberoamericana, México, 1985. Capítulo IX,
quinto y último apartado, página 366.
171

cumplido en el funcionamiento del todo. En estos casos, la pregunta ¿por qué? planteada al
inicio, se podría cambiar por la pregunta ¿para qué? En otra obra, ya hemos establecido
nuestra discrepancia con la identificación entre esta forma explicativa y la basada en
propósitos, intenciones, metas o fines, la cual es verdaderamente teleológica; recordemos el
significado de telos, en nuestra lengua es fin, meta, objetivo, lugar a donde llegaremos. Si
bien se puede imaginar la explicación de ciertos acontecimientos históricos en términos
funcionales, en muchas oportunidades se confundiría con formas explicativas ya vistas como
la coligación o el reduccionismo. También parece imposible la aceptación unánime de la
“función” de determinado proceso con la misma certidumbre con la cual es admitida la
función de un órgano del cuerpo humano.

CONCLUSIONES

El origen de la explicación, como forma de volver inteligible un proceso, tal vez se


remonte a sociedades ágrafas, en fecha muy posterior fue adoptada por las ciencias de la
naturaleza. Quienes se encargaron de su análisis se basaron en los trabajos de los científicos
naturales. Cuando todo conocimiento “debió ajustar su funcionamiento” al patrón establecido
por aquellas, especialmente por la física, el tema cobró mucha importancia.
Los epistemólogos, algunos historiadores y el resto de los científicos sociales
dedicaron considerable parte de su tiempo a dilucidar el problema. De allí surgieron
diferencias sustanciales. Si bien el conocimiento histórico y las ciencias sociales realizan
ciertas operaciones intelectuales, cuya estructura es similar a la llevada a cabo por los
científicos de la naturaleza, la materia estudiada impone diferencias significativas. En la base
de esas diferencias se ubica el carácter repetitivo de la mayor parte de los procesos naturales y
la cualidad acumulativa de los sociales más trascendentes.
Al conocimiento histórico le es imposible formular leyes generales. Desde su aparición
se propone “organizar” el pasado, un pasado concreto, único e irrepetible. Esta imposibilidad
lo acerca a todas las ciencias sociales. La diferencia establecida por Windelband entre ciencias
nomotéticas e idiográficas coloca a todas las disciplinas sociales dentro del segundo grupo. No
siempre es entendido el razonamiento de Popper para justificar lógicamente esta diferencia, de
allí clasificaciones como la de Piaget, vista en el capítulo anterior, donde se sitúan ciencias
nomotéticas entre las sociales. La confusión incluye a algunos historiadores, como es el caso
de Paul Veyne cuando ubica a la economía como la única ciencia social legal y predictiva, a
pesar de las prevenciones de algunos economistas, como la siguiente:

Es propio de la ciencia económica que se ocupe de eventos y fenómenos


que no solo cambian de composición con el transcurso del tiempo, sino que
tampoco ocurren en todos los lugares (…) una teoría económica no debe
juzgarse en términos absolutos, sino en relación con el ambiente peculiar al
que pertenezca y con el propósito al cual debe servir. 248

Uno de los problemas de las políticas económicas oficiales de las últimas décadas, en
América Ibérica y otras partes del mundo, ha sido precisamente la torpe soberbia de
economistas posgraduados en rimbombantes universidades de países desarrollados,
encandilados con la “precisión” de su limitado dominio intelectual, desconocieron y

248
Amiya K. DASGUPTA. Las etapas del capitalismo y la teoría económica. FCE, México, 1988. Páginas 13 y
15.
172

presuntamente despreciaban el estudio de la Historia. Su desconocimiento los condenó a


repetir errores ya vividos, lo injusto fue obligar a mucha otra gente a acompañarlos en la
condena.
Los historiadores utilizan una serie de formas explicativas, cuyo patrón lógico es
similar a los utilizados por las diversas ciencias fácticas, pero el conocimiento histórico carece
de la precisión de aquellas pues no puede formular leyes con carácter universal irrestricto, ni
de estructura probabilística de alta precisión. Tampoco se lo propone como objetivo. No
puede establecer paradigmas teóricos aceptados por toda la comunidad, porque la forma de
encarar sus temas tiene relación con la vida cotidiana de los seres humanos y en ésta, los
intereses de los diversos grupos generan visiones (teorías) distintas de la realidad. De esas
imágenes se derivan rutas divergentes, a menudo antagónicas, para conducir a toda la sociedad
hacia determinados fines. Rutas y metas también son diferentes y contradictorias entre esos
distintos sectores de la sociedad.
En cuanto a la predicción, no es un objetivo del conocimiento histórico. Las otras
ciencias sociales, dentro de cuyas metas se encuentra predecir en lugar privilegiado, tampoco
pueden hacerlo con la misma seguridad de las ciencias de la naturaleza. Toda tendencia tiene
ciertas posibilidades de continuar en vigencia, las cuales disminuyen con su “prolongación” en
el tiempo. Cuando se formulan para el corto plazo, podemos otorgarles cierto grado de
confiabilidad, pero la misma merma en relación directa a su permanencia.
Los economistas no han podido predecir las crisis estructurales ocurridas en 1873,
1929 y 2008, y muchas otras de menor cuantía. Sus “leyes”, en realidad tendencias, son de
vigencia limitada en el tiempo. Sin embargo, su desprecio hacia el conocimiento histórico, les
ha permitido terminar los dos últimos siglos, con desbarajustes económicos mundiales y
fatales para varios millones de personas. Algunos de ellos todavía creen en las soluciones
“únicas” y uniformes aplicadas en todo el planeta. La economía también es una ciencia
acumulativa, aunque el optimismo de sus cultores todavía no les permite darse cuenta.
173

CAPÍTULO QUINTO

Verdad y objetividad en el conocimiento histórico

La primera ley del historiador consiste en


“jamás atreverse a decir una mentira y la
segunda jamás suprimir nada que pueda
ser cierto”
(Oscar Handlin citando a Ciceron en
La verdad en la Historia, p. 407)

5.1 – INTRODUCCIÓN. Los temas a tratar no son exclusivos del conocimiento


histórico; ocupan a los epistemólogos desde la Antigüedad. La aspiración a la verdad es
común a todo tipo de conocimiento. Una manera de contrastarlo es imaginar lo contrario. Sería
ridícula una forma de conocimiento en busca de lo opuesto: la falsedad.
El segundo concepto es más controvertido. Como toda ciencia fáctica, en tanto
conocimiento, debe “justificarse”, una de sus características, según vimos, es la objetividad. El
párrafo donde Mario Bunge desarrolla el concepto, sostiene:

Que el conocimiento científico de la realidad es objetivo, significa:


a) Que concuerda aproximadamente con su objeto; vale decir, que busca
alcanzar la verdad fáctica.
b) Que verifica la adaptación de las ideas a los hechos recurriendo a un
comercio peculiar con los hechos (observación y experimento), intercambio
que es controlable y hasta cierto punto reproducible.249

El inciso “a” identifica el concepto de objetividad con el de verdad. Lo vuelve


superfluo. El segundo parece muy sencillo, pero no lo es. Determinar el procedimiento para
establecer la concordancia entre el “hecho” (objeto) y el enunciado trasmisor de su
conocimiento, “la adaptación de las ideas a los ‘hechos’”, ha dado lugar a larguísimas y no
concluidas discusiones. Son ya demasiado los ejemplos demostrativos de esa dificultad, como
para compartir el optimismo del autor.
Si esto es así para todo conocimiento, incluido el científico de la naturaleza, luego de
lo visto, podemos sospechar mayores dificultades al analizar estos problemas en las ciencias
sociales en general y el conocimiento histórico en particular. En estas disciplinas proliferan las
versiones diferentes de un mismo acontecer y coexisten sin posibilidad de una decisión
intersubjetiva unánime y concluyente, donde los acaecimientos, llamados “hechos” por los
positivistas, no son tan claramente repetibles como en la naturaleza. A menudo se debe
recurrir a intermediarios para poder “establecerlos”.
En ciertos grupos, esas características han sembrado una duda sobre la veracidad del
conocimiento histórico. La utilización ideológica, propagandística y deliberada por parte de
diversos sectores en competencia por el poder político, estimulan esa convicción. También, el
defectuoso entendimiento de declaraciones formuladas por brillantes historiadores, como por
ejemplo la publicada por Johan Huizinga, donde sostiene:

249
Op cit. Página 16.
174

[La Historia] no es nunca la reconstrucción o la reproducción de un pasado


dado. El pasado no es dado nunca. (…) La imagen histórica surge cuando se
indagan determinadas conexiones, cuya naturaleza se determina por el valor
que se le atribuye. (…) La Historia es siempre, por lo que se refiere al
pasado, una manera de darle forma, y no puede aspirar a ser otra cosa. Es
siempre la captación e interpretación de un sentido que se busca en el
pasado. 250

El “valor” atribuido a esas “determinadas conexiones” es presente; surge de nuestras


preocupaciones y urgencias actuales, lo cual explica la frase de Johan Wolfgang Goethe
(1749-1832) cuando dijo: “Cada generación debe reescribir la Historia universal”.251 Alrededor
de ciento veinte años más tarde, John Dewey (1859-1952) lo haría más explícito:

A medida que la cultura cambia, cambian también los conceptos dominantes.


Surgen necesariamente puntos de vista nuevos para mirar, calibrar y ordenar
los datos. Entonces se vuelve a escribir la Historia. (…) Al utilizar la herencia
que han recibido del pasado (los hombres), se ven forzados a modificarla
para que sirva a sus propias necesidades, y este proceso crea un presente
nuevo en el que el proceso continúa. La Historia no puede encarar a su
propio proceso. Por lo tanto tendrá que ser reescrita constantemente. 252

Todo ese cúmulo de características, alimenta a quienes proclaman el descrédito del


conocimiento histórico.
Hemos agrupado estos dos conceptos: “verdad” y “objetividad”, en un solo capítulo
porque, equivocadamente, en muchas ocasiones se los utiliza como sinónimos. A nivel
general, incluyendo sectores sociales con altos niveles de educación, hay confusión en torno a
los mismos, particularmente con el segundo. Comenzamos con el de “verdad” por considerarlo
básico para aclarar el otro, también porque siendo aparentemente el más claro y conocido, ha
ofrecido mayores dificultades para su comprensión.
5.2 – LA VERDAD: GENERALIDADES. Luego de haber sido una de las disciplinas
más positivamente valoradas, dentro de los planes educativos de la mayor parte de los estados
influidos por la ideología nacionalista de la Cultura Occidental, en las últimas décadas del
siglo XX el conocimiento histórico inició, junto con el nacionalismo, un acelerado descenso
en la apreciación del lugar a ocupar entre las diversas disciplinas de estudio. En la década de
los treinta del mismo siglo, Benedetto Croce escribió:

Las edades en que se preparan reformas y transformaciones, miran


atentamente al pasado (…) Las edades consuetudinarias, lentas y pesadas,
prefieren a las historias, las fábulas y las novelas (…) los hombres que se
encierran en el egoísmo de sus afectos privados y de su vida económica
particular, se desinteresan de cuanto acaeció en el vasto mundo y no
reconocen más historia que la del corto aliento (…) 253

250
Johan HUIZINGA. El concepto de la Historia y otros ensayos. FCE. México, primera reimpresión, 1977.
Páginas 91 y 92.
251
Citado por Carlos RAMA. Teoría de la Historia. Tecnos, Madrid, tercera edición, 1974. Páginas 56 y 117.
252
John DEWEY. Lógica. Teoría de la investigación. FCE, México, 1950. Páginas 260 a 266.
253
Benedetto CROCE. La historia como hazaña de la libertad. FCE, México, segunda edición, segunda
reimpresión, 1979. Página 35.
175

Parece haber predicho el futuro, aunque de consuetudinario y lento no tiene nada.


Desde antes de la caída de los regímenes comunistas, pero especialmente a partir de ese
momento, la hipótesis sobre el “fin de la historia” ha ganado innumerables adeptos, aunque la
enorme mayoría desconoce los argumentos de semejante proposición. Si el proceso histórico
terminó, poca importancia tiene su estudio.
Las consideraciones acerca de la juventud y la vejez, han acompañado la pérdida de
prestigio de la disciplina. La sensación de vivir transformaciones generadoras de problemas
inéditos, para cuya solución no nos sirve en lo más mínimo conocer nuestro pasado,
posiblemente haya contribuido al desinterés por la disciplina. Al dejar de importar los
antecedentes y valorar más los cambios y lo nuevo, pierden atractivo tanto la longevidad como
la Historia. Ambas valían como experiencia, pero ésta ya no interesa, se la considera
inservible. Distintos enfoques ayudarían a entender el fin de un ciclo, en el cual el estudio de
la Historia ocupó un lugar privilegiado. Hacia mediados de 1995, para amplios segmentos de
la sociedad, el conocimiento histórico había reducido en gran medida su jerarquía.
Otros sectores consideran excesivamente remota la posibilidad de alcanzar alguna
verdad a través de ella. Quizá las supuestas exageraciones de la dispersión de las dos últimas
décadas compartan la responsabilidad en este estado de cosas. 254 Nos ocuparemos de la
utilidad del conocimiento histórico en el capítulo octavo.
La situación cambia radicalmente cuando quienes hablan son los propios historiadores.
Un objetor de la calidad científica de la Historia como Paul Veyne, llegó a escribir:

La historia no explica absolutamente nada. (…) No alcanzamos un


conocimiento completo de nada; ni siquiera el acontecimiento en el que nos
hallamos más íntimamente implicados nos es conocido salvo por vestigios.
[Pero también afirma, quizá un poco contradictoriamente] (…) la historia es una
novela verdadera. 255

Ningún historiador pone en duda la veracidad de la disciplina. Hemos visto cambiar el


concepto de verdad y las fuentes dónde encontrarla a lo largo del tiempo, pero difícilmente sea
posible encontrar hombres, considerados historiadores en su época, capaces de relegar o
despreciar el valor de la verdad, aunque su definición del concepto haya diferido mucho de la
utilizada actualmente.
Esa característica no es exclusiva de nuestra disciplina. Copérnico, Galileo, Kepler,
Newton y muchos otros científicos echaron por tierra la concepción aristotélica del universo y
del movimiento de los cuerpos en el espacio. En la actualidad, casi nada de lo “descubierto”
por ellos queda en pie. También las ciencias de la naturaleza han cambiado sus concepciones
generales sobre la realidad estudiada. Eso es normal. Vimos proliferar versiones diversas sobre
muchos de sus temas hasta surgir un paradigma. Las ciencias sociales y el conocimiento
histórico no pueden tenerlos. Es una importante diferencia.
En los años treinta del siglo XX, el nazismo mostró la endeblez del concepto mismo de
verdad. Joseph Goebbels, su ministro de propaganda, sedujo al pueblo alemán al poner en

254
“Dispersión” llamamos a la división de los estudios históricos en múltiples especialidades, perdiendo de vista
la visión global, la “Historia total” tan encarecida por la corriente de los Annales en tiempos de Lucien Febvre.
En defensa de esa división, muchas de esas especialidades no se limitan únicamente a su temática, siempre la
relacionan con otras variables del mismo proceso.
255
Paul VEYNE. Cómo se escribe la Historia. Foucault revoluciona la Historia. Alianza, Madrid, 1984.
Páginas 9, 10 y 178.
176

práctica su concepción del significado: “Una mentira repetida cien veces se convierte en una
verdad”.
5.2.1 – La verdad como congruencia. Entre los partidarios de esta posición, se han
discriminado tres tendencias: 1ª la de la “congruencia” propiamente dicha. 2ª la de la
“evidencia” y 3ª la “pragmática”. Aquí las consideraremos como si fueran una por no ofrecer
diferencias sustanciales desde el punto de vista lógico. Cuando sea necesario, marcaremos sus
singularidades.
Al intentar aclarar el significado de la palabra “verdad”, captamos su vinculación con
ciertos presupuestos gnoseológicos y ontológicos mayormente inconscientes.
Como todo aquello llamado “conocimiento” pasa por nuestro pensamiento o se ubica
en él, para algunos pensadores solamente es posible referirse con seguridad a ese pensamiento.
De la realidad exterior nada podemos afirmar con total y absoluta garantía; ni su existencia, ni
si es como la concebimos. Dos personas diferentes pueden tener imágenes distintas de una
misma evidencia. Las sensaciones nos engañan. ¿Quiénes perciben correctamente los colores,
los daltónicos, quienes no lo son o ninguno de los dos? Ningún dato de los sentidos sugiere el
movimiento de la Tierra sobre su eje y, si se deja, todos “podemos ver” al sol recorrer el
firmamento durante el día.
La Revolución Científica de los siglos XVI y XVII creó dudas acerca de lo trasmitido
por nuestros sentidos, lo cual derivó en una actitud escéptica, vulgarmente conocida como
“idealismo” y en muchos casos identificada con el racionalismo de origen cartesiano. Un
antiguo manual la llama “inmanentismo” porque todo se resuelve internamente dentro del
pensamiento.256
Para quienes así piensan, la existencia o no existencia del mundo exterior es totalmente
imposible de probar; por lo tanto la verdad consiste en la coherencia del pensamiento
consigo mismo. Cualquier proposición es considerada verdadera si es congruente con otras
proposiciones ya consagradas como verdaderas, si no las contradice y si puede acomodarse
correctamente dentro del sistema de ideas admitido. De allí la designación para
individualizarla: “teoría de la verdad como congruencia”. Sus postulantes basan su punto de
vista en un axioma: ninguna proposición existe aisladamente; todas se formulan a partir del
conocimiento preexistente. El conocimiento es una totalidad organizada, no contradictoria,
presente en cada una de sus partes. Aceptar una afirmación contraria implica cambiar todo el
sistema, algo para lo cual los seres humanos nos mostramos sumamente reacios; lo aceptamos
únicamente cuando ya no tenemos otra posibilidad. En este último caso se debe elaborar
completamente una nueva teoría. A estos acontecimientos, Kuhn los llama “revoluciones
científicas” en una ciencia.
Lo no resuelto satisfactoriamente por esta teoría es la explicación causal de los
cambios de sistemas o “de paradigmas” –si hablamos de ciencias y aceptamos el planteo de
Kuhn-. Tratándose solo de la coherencia interna del pensamiento, ¿es necesario modificar todo
nuestro orden de conocimientos ante una proposición discordante? Algo evidentemente
producido varias veces en la historia del conocimiento científico.
La respuesta más coherente a este tipo de planteos la dieron los pragmatistas. Justifican
esa modificación con la utilidad a producirse. Para ellos la verdad es lo útil para la acción.
Los partidarios de la teoría de la verdad como congruencia rechazan la noción
positivista de “hecho” como algo dado, aprehendido por el ser humano en su forma original.

256
Juan HESSEN. Teoría del conocimiento. Despasa-Calpe, México, décimo-novena edición, 1985. Página 110.
177

Para ellos, los “hechos” se construyen, son el punto de llegada de un proceso intelectual. Un
“hecho” implica una teoría y es parte de ella.
Algunas exageraciones de los defensores de esta postulación provocaron críticas de
varios tipos. Al considerar su afirmación básica, se manifiesta una contradicción interna,
porque si ninguna proposición es firmemente verdadera, tampoco debe serlo la afirmación: “la
verdad es congruencia”.
Refiriéndose a los pragmatistas, emparentados con todos los “congruentes”, un
empirista inglés sostenía a principios del siglo XX: “minimizan la base factual y hablan de la
‘fabricación de la realidad’ como algo que marcha pari passu con la ‘fabricación de la
verdad’”. 257
No contradecir el sistema en vigor era una de las características exigidas a las leyes
científicas para ser aceptadas con ese estatuto. Tampoco puede negársele ser la forma de
proceder de la mayor parte de los seres humanos en su vida cotidiana. Cuando una afirmación
sobre algo desconocido es inverosímil, porque no se integra armónicamente con el resto de los
conocimientos aceptados hasta ese momento, o los contradice, la desechamos por absurda. La
dificultad más seria, planteada por ciertos partidarios extremistas de esa posición, es la
aseveración de la existencia de un sistema único de conocimientos, conteniendo todas las
verdades existentes; interpretado por algunos como una forma de determinismo total. Sin
embargo, parece posible prescindir de este extremo sin afectar mayormente la teoría.
Algunas variantes de la misma sostienen la existencia de ciertas verdades evidentes.
En ese caso hay una superposición de la verdad con aquello general y ampliamente tenido por
verdadero; la llamamos “teoría de la evidencia” o “teoría de la verosimilitud”. Los
pragmatistas, al identificar la verdad con la utilidad, relativizan a la primera, la conciben como
mutable, cambiante.
Las mayores resistencias a esta posición se centran en su relativización de la verdad.
Un filósofo inglés lo sintetiza así:

Lo que omite es toda referencia al elemento de independencia que


asociamos con la verdad. Todos creemos que hay una diferencia entre
verdad, que se sostiene queramos o no, y ficción, que hacemos que se
acomode a nosotros. 258

5.2.2 – La verdad como correspondencia. Dos postulados fundantes cimentan esta


idea. El primero afirma ontológicamente la existencia de una realidad exterior independiente
de nuestro pensamiento. La realidad existe aunque no la conozcamos. El segundo, de orden
gnoseológico, afirma nuestra posibilidad de conocer esa realidad.
Derivada del sentido común, esta teoría es la más antigua. Aristóteles y la mayor parte
de los filósofos griegos de los tiempos helénicos y helenísticos ya la utilizaban con este
significado. A nivel popular ha sido suscrita por prácticamente toda la humanidad en forma
tácita. Durante mucho tiempo se correspondió con la teoría del reflejo en lo concerniente al
conocimiento. Según sus postulados, la verdad de cualquier afirmación consiste en su
correspondencia con la realidad, con lo efectivamente ocurrido –con los “hechos”, según dicen
los positivistas- Verdad y correspondencia con el mundo exterior son exactamente lo mismo.

257
Bertrand RUSSELL. Ensayos filosóficos. Alianza. Madrid, sexta edición en la colección “El libro de
bolsillo”, 1982. Página 176.
258
W. H. WALSH. Introducción a la Filosofía de la Historia. Siglo XXI, México, novena edición, 1980. Página
92
178

De tan elemental y obvia la proposición parece tautológica. Sin embargo, profundizando un


poco, encontramos ciertas dificultades. Aun cuando aceptemos la independencia de nuestro
pensamiento en relación con el mundo, nosotros aprehendemos la realidad exterior a través de
nuestro cerebro. De lo exterior obtenemos una imagen en nuestra mente, en nuestro intelecto.
Luego, para poder trasmitir a los demás nuestras percepciones de la realidad, debemos
formularlas mediante enunciados verbales. Hay, por lo tanto, tres instancias:
1. La realidad.
2. La imagen en el pensamiento.
3. La comunicación de esa imagen.
Los más recalcitrantes sostienen la imposibilidad de afirmar la existencia de la
realidad, porque no hay manera de establecer positivamente si nuestra mente refleja algo
exterior, lo distorsiona o crea esas imágenes.
Menos extremistas, otros ven, en el pasaje de cada etapa a la siguiente, la posibilidad
de producirse deformaciones. La correspondencia aludida debe tener lugar entre lo ocurrido en
el mundo exterior (1) y los enunciados trasmisores de lo aprehendido por el pensamiento (3).
En ese pasaje de una etapa a otra, es donde los escépticos han centrado su atención con mayor
vigor.
Como sostuvimos en un trabajo anterior, en la base de todo conocimiento hay creencias
imposibles de probar, excepto con un razonamiento circular. Muchas de ellas son consideradas
“evidencias”, pues son procesos no negados por nadie; con gran optimismo los griegos las
consideraban “verdades evidentes por sí mismas, sin necesidad de demostración”. 259 Debemos
aceptarlas porque todo conocimiento necesita algún punto de partida, pero no es saludable
olvidar su rango cognoscitivo de creencia.
Desde una perspectiva empirista, Russell discrimina en nuestras diferentes creencias
distintos grados de firmeza. Algunas no son puestas en duda por ninguna persona considerada
normal, como por ejemplo: “el sol brilla en estos momentos” o “todos los seres vivos son
mortales”. Otras creencias, como la destitución del último emperador romano de Occidente
por parte del maestre de milicias, Odoacro, o la penitencia del emperador Enrique IV ante el
castillo de Canossa, se sostienen con menor firmeza a las anteriores, al menos en sus detalles,
pero tampoco ofrecen dudas demasiado importantes en lo esencial de su significación. Las
referidas a un futuro inmediato como “mañana lloverá” o “los vuelos a Monterrey se
realizarán como están programados”, tal vez no sean susceptibles de la misma convicción de la
cual gozaban las anteriores, pero pueden obtener una credibilidad importante. Las leyes
científicas son menos creíbles y las convicciones filosóficas mucho menos.
También clasifica las creencias en espontáneas y/o derivadas. Las últimas son las
obtenidas por medio de un razonamiento deductivo a partir de las primeras. Parecería lógico
atribuir, en cierta proporción, la fuerza de la creencia en las derivadas, a una dependencia de la
creencia inspirada por las espontáneas, en las cuales cimentan algo de su credibilidad; en la
otra parte, a la calidad del razonamiento utilizado para su derivación, etc. 260
Aunque en este pasaje el autor nos ofrece una descripción de cómo ocurren verosímil y
automáticamente las cosas, esta no es una respuesta lógica al problema planteado acerca del
conocimiento verdadero. También es discutible la noción de creencia “espontánea”, porque
jamás nos enfrentamos a la realidad desde un vacío absoluto de ideas, pensamientos,
sentimientos, conocimientos, etcétera, no somos una página en blanco; por el contrario, todas

259
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. La naturaleza… Op. cit. Capítulo primero y en especial página 70.
260
Ibidem. Páginas 181 a 185.
179

las percepciones deben pasar por el tamiz de nuestra personalidad, de nuestra formación
previa, de nuestras creencias más arraigadas e inconscientes, etcétera. Si las experiencias se
utilizan para comprobar teorías, deben ser comunicadas y al trasmitirlas a los demás las
interpretamos, relacionándolas con otras experiencias similares, clasificándolas dentro de
ordenamientos preexistentes. El mismo idioma es una manera de ordenar nuestras
percepciones de la realidad en conceptos generales. Es la única forma de describirlas
intersubjetivamente y, como consecuencia, utilizarlas para contrastar teorías. Por lo tanto,
aunque sea muy alto el grado de firmeza de una creencia, aunque esté muy generalizada, eso
no modifica su calidad cognoscitiva. Lo ofrecido por el autor se acerca mucho más a una
teoría de la verosimilitud, no de la verdad. No parece posible una certeza de este tipo, excepto
para las ciencias formales, cuya existencia, como vimos, solo tiene lugar en nuestra mente.
5.2.3 – La “solución” de Tarsky. El problema planteado consiste en poder determinar
cuándo un enunciado verbal es verdadero. Varios autores han considerado el planteo de
Alfred Tarsky como la solución al problema. Para este epistemólogo, dentro de los lenguajes
naturales hablados en todo el mundo existen dificultades infranqueables para permitir la
formulación de una definición de “enunciado verdadero”. Dos son las más vigorosas y
evidentes. En primer término la carencia de precisión en las normas para la elaboración de
enunciados en todos los idiomas conocidos. En segundo lugar la factibilidad para formular
contradicciones lógicas al utilizar esas lenguas. La más famosa de todas esas paradojas
lingüísticas es: “Este enunciado es falso”. Si suponemos la veracidad de la proposición,
sostenemos la corrección de su afirmación; pero su propuesta sostiene su propia falsedad, por
lo cual “si lo suponemos verdadero, concluimos en su falsedad”. Si por el contrario,
suponemos su falsedad, concluiremos en su veracidad. Estas “pruebas” lo persuadieron de la
imposibilidad de dar una definición lógicamente aceptable de “enunciado verdadero”, dentro
de la gama de opciones ofrecidas por los lenguajes naturales existentes. Desde allí dirigió su
atención hacia las experiencias con lenguajes artificiales realizadas en las primeras décadas del
siglo XX por varios filósofos de la ciencia.
Cada uno de esos lenguajes está elaborado para expresar un sector limitado de la
realidad estudiada por una ciencia y dentro de ellos, las reglas de formación de proposiciones
están establecidas con precisión matemática. Esas experiencias lo llevaron a tratar el asunto de
la verdad utilizando un metalenguaje con el cual fuera posible referirse a dos cosas:
1. Enunciados y
2. Procesos a los cuales se refieren esos enunciados.
Si un enunciado dice: “el mar es salado” (a), en un nivel de lenguaje más amplio, un
metalenguaje, podemos sostener: “la afirmación ‛el mar es salado’ corresponde con la realidad
si, y solo si, el mar es realmente salado” (b)
A este segundo lenguaje (metalenguaje) (b) –ubicado en una dimensión más extensa
a la del enunciado inicial (a)– con el cual podemos hablar de los dos elementos implicados
en la teoría, -(1) la realidad exterior y (2) el enunciado para describirla- lo llama
“semántico”.
A los lenguajes descriptivos de la realidad, no autorizados para hablar de los
procesos a los cuales se refieren esos lenguajes objeto (a), los llama “sintácticos”.
Aunque a primera vista pueda parecer un juego de palabras y no una solución, es
necesario ubicarse en el momento de su aparición (1933). Las transformaciones de las ciencias
naturales, especialmente la física, en el primer tercio del siglo XX, provocaron un auge de las
teorías subjetivistas vistas en el apartado anterior. Particularmente, se desató una tremenda
desconfianza hacia las hipótesis de la correspondencia. Se relativizaba toda certeza, se
180

cuestionaba el conocimiento alcanzado, se buscaba afanosamente un “criterio de verdad”, es


decir, alguna regla acerca de la confiabilidad o el éxito de un enunciado, para hacer posible
“medir” el grado de veracidad a adjudicarle. Según Popper, la formulación de Tarsky generó
una actitud totalmente diferente dentro del mundo científico y epistemológico al posibilitar
asertos como:

…una teoría puede ser verdadera aunque nadie crea en ella y aunque no
tengamos razón alguna para creer que es verdadera; y otra teoría puede ser
falsa aunque tengamos razones relativamente buenas para aceptarla.261

5.2.3.1 – Problemas de esta solución. Si aceptamos este punto de vista, se plantea otra
dificultad ya visualizada por Jenófanes de Colofón hace veinticinco siglos: ¿Cuál es el criterio
para poder reconocer la verdad cuando la hemos aprehendido? Para este autor no existe tal
criterio. Si bien es concebible estar en posesión de la verdad en algún momento, jamás se nos
permite tener la certeza de estarlo. Este estado de cosas hace posible sustituir una teoría
verdadera por una falsa, sin posibilidad de poder darnos cuenta. Popper compara la
situación con la de un conjunto de picos montañosos envueltos en espesas nubes. El
montañista alcanza una cumbre pero no puede saber si es la más alta, porque la nubosidad le
impide divisar las demás. El pico más alto (la verdad) existe, pero el deportista duda sobre si
lo alcanzó. La circunstancia misma de dudar implica el reconocimiento de la existencia de tal
pico. En contrapartida, en muchos casos, sí, podemos tener la seguridad de no haber
alcanzado la verdad:

[El científico] nunca puede saber con certeza si sus hallazgos son
verdaderos, aunque a veces pueda demostrar con razonable certeza que una
teoría es falsa […] Así, aunque la coherencia, o consistencia, no es un
criterio de verdad, simplemente porque hasta los sistemas cuya consistencia
es demostrable pueden ser falsos de hecho, la incoherencia o inconsistencia
permiten establecer la falsedad; de este modo, si tenemos suerte, podemos
descubrir la falsedad de algunas de nuestras teorías.262

Como en el caso de la falsación, de acuerdo con este punto de vista, únicamente


podemos estar absolutamente seguros de algo negativo, de la falsedad de ciertas teorías o
enunciados básicos. Nunca de la verdad de ninguno de ellos.
Consecuentemente con lo visto hasta aquí, los defensores de la teoría de la
correspondencia examinados sostienen la invariabilidad de la realidad exterior. El mundo ha
sido y será siempre exactamente igual. Cuando se descubre la falsedad de una teoría tenida por
verdadera anteriormente, se considera haber estado equivocados, nunca debemos pensar en un
cambio ocurrido en la realidad. Dicho de otra manera: lo respetado como verdadero y como
falso, lo será siempre, al margen del paso del tiempo, aunque nosotros no lo podamos saber y

261
Alfred TARSKY. “The Semantic Conception of Truth” en Philosophy and Phenon. Research, 4, 1943-4.
Página 341 y ss. (Cfr. Especialmente la sección 21), citado por Karl Raymond POPPER. Conjeturas y
refutaciones. Paidós, Barcelona, segunda edición castellana (revisada), 1983. Páginas 272 a 279, la cita en la
276. También por León Henkin. “Truth and Prebability”, en Sidney MORGENBESSER. Philosophy of
Science Today. Basic Books. Inc., New York, 1967, capítulo II, traducido y publicado en: Hugo PADILLA
(Selección y prólogo) El pensamiento científico (Antología), Anuies, México, 1974.
262
Karl Raymond POPPER. Conjeturas… Op. cit. Páginas 150, 277
181

lo conceptuemos de una forma en determinados períodos y de la contraria, o una diferente, en


otros.263
La hipótesis es demasiado absolutista. Si nunca podemos estar seguros de lo verdadero,
es aventurado afirmar su existencia. Tampoco podemos afirmar la invariabilidad de la realidad
con el paso del tiempo, cuando hemos tenido tantos ejemplos negándolo
Como se puede notar, la teoría es compatible con tres de las posiciones vistas acerca
del conocimiento, las tres donde se separa tajantemente el sujeto y el objeto. En cambio, para
la posición dialéctica, la cual considera a ambos elementos como partes de una misma realidad
constantemente cambiante, la situación es diferente, porque si la realidad, donde están
incluidos tanto el sujeto como el objeto, se transforma, seguramente también se modificará
aquello considerado como verdad. Cuando más adelante veamos a la mayoría de los
“dialécticos” defender el criterio de la verdad como correspondencia, la suposición anterior
parecerá relativizada. En apariencia, hay algo incoherente en juntar ambas convicciones.
Desde el punto de vista de las ciencias naturales es muy difícil aceptar esa perspectiva.
En dos de sus obras, Kuhn sostiene la necesidad de un esfuerzo intelectual importante
para un científico actual, si desea ver en el cielo lo descrito por los antiguos. Para lograrlo,
sostiene, debe desprenderse de las teorías manejadas durante toda su vida y situarse en la
concepción de aquellos.264 Poder realizar exitosamente tal experiencia, justificaría a quienes no
aceptan la posibilidad de transformaciones en la manera de ser de la naturaleza. Existen esos
cambios y los científicos los registran, son cambios de hecho, pero son variaciones originadas
de acuerdo con las mismas “leyes” con las cuales se han producido y quizá se seguirán
produciendo. Son parte de las regularidades establecidas.
El funcionamiento, la manera de operar de la naturaleza, sería intemporal. Sin
embargo, en el mismo pasaje, el autor sostiene la “construcción” de la realidad estudiada por
el mismo científico, por su teoría, por sus hipótesis, por el “paradigma” utilizado. Cambiamos
nuestra manera de estudiarla. Pero ¿cómo saber, entonces, si la misma realidad cambia o no?
En el caso mencionado parece claro; si un astrónomo actual logra poder mirar el cielo con la
misma teoría y la misma “predisposición” con la cual lo miraban los astrónomos pre-
copernicanos, y si al observarlo de esa manera llega a ver lo mismo descrito por ellos,
podemos considerar la inexistencia de cambios, desde aquellos tiempos, en la forma de
funcionamiento del cielo. La verdad, en tanto correspondencia entre las proposiciones dando
cuenta de ella y la realidad, no ha sido alterada durante ese espacio temporal.
De lo anterior no se desprende la inmutabilidad de la naturaleza. Como hemos visto al
analizar las regularidades a las cuales solemos llamar “leyes”, siempre cabe la posibilidad de
una “vigencia” finita de las mismas, aunque por lapsos tan inmensamente grandes como para
hacer imposible toda tentativa humana de conocer las transformaciones o medirlas. En este
caso, como no cambian en nada la forma de estimar y actuar de los seres humanos, podemos
ignorar esas modificaciones.
5.3 - LA HISTORIA Y LA VERDAD. Tratándose del conocimiento histórico, las
controversias entre tendencias diversas, en la abrumadora mayoría de los casos se refieren a
aspectos teóricos, explicativos, interpretativos. Esta situación parecería apoyar claramente la
teoría de la correspondencia. Sus defensores no han cesado de recalcar la independencia y

263
Karl Raymond POPPER. La lógica de la investigación científica. Tecnos. Madrid, sexta reimpresión, 1982,
sección 84, página 256.
264
Thomas S. KUHN. La estructura de las revoluciones científicas. FCE, México, cuarta reimpresión, 1980.
Capítulo X. Páginas 176-211. La tensión esencial. FCE, México. 1982. Páginas 29 a 31.
182

fijeza de los “hechos”, en tanto ya pasados. Quizá, en ningún otro caso sea tan clara su
separación y libertad de nuestro pensamiento como en los “hechos históricos”. Lo ya ocurrido
es totalmente independiente de nuestras ideas. Parece perogrullesco de tan evidente. Los
positivistas recalcaron la obligatoriedad del historiador de establecer lo “verdaderamente
ocurrido”. Si el relato del pasado no “coincide” con lo sucedido, con lo “verídicamente
sucedido” entonces lo consideramos una falsificación, un engaño. Nada dicho o pensado
sobre el pasado puede cambiarlo. Así alegan los partidarios de la correspondencia. Las
historias de bronce, las oficialistas y las destinadas a la enseñanza primaria, tienden a omitir
elementos de lo ocurrido cuando quienes la encargan o confeccionan conciben esos sucesos
como contrarios a la moral o a los intereses y preferencias del momento. Las historias
nacionalistas y, en general, las ideológicas no se limitan a la supresión; también suelen
deformar, tergiversar y hasta inventar acontecimientos, lo cual las excluye del ámbito de la
historiografía. Es triste, pero el gran público no las diferencia nítidamente porque, entre otras
razones, los historiadores han omitido casi totalmente la tarea de desenmascararlas.
Olímpicamente las ignoran.
Los prosélitos de la congruencia se desentienden del tema de la existencia de un pasado
independiente; para ellos el escollo se centra en la cognoscibilidad de ese pasado. Si tratándose
de la naturaleza, donde podemos repetir experimentos, esta tendencia resaltaba la debilidad de
nuestra certidumbre en la correspondencia entre nuestros enunciados y la realidad, con mucho
mayor vigor objetará la seguridad en el conocimiento histórico, donde el pasado es irrepetible
y debemos recurrir a intermediarios para conocerlo.
En una de las manifestaciones de fe más prístinas y contundentes del idealismo,
Benedetto Croce llega a decir:

Desde que un hecho es histórico en tanto es pensado, y ya que nada existe


fuera del pensamiento, no puede tener sentido alguno la pregunta: ¿cuáles
son los hechos históricos y cuáles los hechos no históricos? Hecho no
histórico significaría hecho no pensado, y por ello inexistente; y no se
tropieza nunca, que yo sepa, con hechos inexistentes. A un pensamiento
histórico se une y sigue otro pensamiento, y luego otro, y otro más; y, por
más que nos internemos en el gran mar del ser, no salimos jamás del bien
definido mar del pensamiento.265

En este caso, la disciplina es un ejemplo magnífico en su apoyo, porque todo lo


susceptible de saberse acerca de lo ya ocurrido, se cimenta en los vestigios actuales dejados
por esos acontecimientos y en la capacidad para descifrarlos, comprenderlos e interpretarlos.
Lo establecido por los historiadores se lleva a cabo de acuerdo con la teoría de la congruencia,
según ellos, porque todos los mensajes llegados del pasado, lo habitualmente llamado
“nuestros conocimientos históricos” son el resultado final de un proceso de reflexión mental,
de pensamiento. Las conclusiones de los historiadores están estrechamente relacionadas unas
con otras, formando un sistema coherente. Si por alguna circunstancia, una de esas ideas es
contradicha por cierta “evidencia” imposible de refutar, omitir o negar, eso puede significar la
modificación de todo el sistema y obligar a un replanteamiento profundo del tema.
5.3.1 – Ejemplo a debate. Un ejemplo famoso lo constituye la interpretación de la
vida material en la Alta Edad Media en Europa. A principios del siglo XX, Heri Pirenne, uno
de los más importantes historiadores del período, había sintetizado una interpretación

265
Benedetto CROCE. Teoría e historia de la historiografía. Escuela. Buenos Aires, 1955, página 87
183

económica elaborada por estudiosos alemanes en las últimas décadas del siglo XIX. De
acuerdo con ese paradigma, usando la significación de Kuhn, las propiedades rurales eran
autosuficientes, no existiendo prácticamente comercio, mercaderes, ni productores no rurales.
Se llamó a eso “economía cerrada” o “doméstica”.
Ya entrado el siglo XX, algunos investigadores comenzaron a destacar la importancia
de ciertos indicios contradiciendo aquella concepción del período. En el norte de Europa se
pusieron de manifiesto activas corrientes comerciales desde la más temprana Edad Media,
derivadas de una creciente especialización productiva regional: pesquerías del estuario del
Rin, zonas laneras en el norte de Inglaterra, etcétera, lo cual sugería cierto comercio
interregional. En otras zonas muy pocos producían la sal, los metales y los textiles; sin
embargo se consumían. En alguna parte debían adquirirlos.
En el sur se destacó un documento emitido por el rey lombardo Astolfo hacia el año
750, en el cual dividía a la población imponible en “negotiatores” y “posesores”, clasificando
a cada uno de estos grupos en tres categorías. Los “negotiatores potentes” son equiparados a
propietarios de por lo menos siete grandes fundos rurales, por lo cual deben aportar corazas,
lanzas, escudos y cabalgaduras en proporción con su riqueza, como hacían los grandes
propietarios rurales. La única diferencia era la autorización a los “negotiatores” para hacer
efectiva su contribución en dinero, lo cual también es significativo, pues la versión clásica
sostenía la desaparición casi completa de este medio de pago.
Asimismo, eran conocidas las invectivas de Agobardo de Lyon contra los privilegios e
importancia asignados por Luis el Piadoso a sus mercaderes judíos.
¿Cambiaron los “hechos”? Quienes sostienen la teoría de la correspondencia lo
negarán; para ellos el error se ubicaba en nuestra interpretación. Sus adversarios alegarán la
inexistencia de los “hechos” sin una interpretación.
La memorización de acontecimientos diversos e inconexos, ordenados en forma
cronológica al estilo de anales o almanaques, no constituye conocimiento histórico, aunque los
participantes y organizadores de concursos televisivos aún no lo sepan. El “hecho” no existe,
“lo crea el historiador”, es necesario “darle forma al pasado”, diría Huizinga, para eso es
ineludible constituirlo, organizarlo, relacionarlo con otros, mostrar cierta coherencia en su
sucesión, destacar los aspectos relevantes.

¿A qué se llama los hechos? ¿Qué hay detrás de la palabrita “hecho”?


¿Pensáis que los hechos están dados en la historia como realidades
sustanciales que el tiempo ha enterrado más o menos profundamente y que
se trata de desenterrar, limpiar y presentarlo? […] todas las ciencias fabrican
su objeto.266

… al transformarse en “historia” y ser conocido, el pasado no vuelve a


producirse tal como fue cuando era presente. Sin considerar aún las
innumerables transformaciones (transposiciones, deformaciones,
selecciones) que le imponen las manipulaciones mediante las cuales la
razón histórica elaborara su conocimiento, baste subrayar por ahora que el
pasado asumido por la historia adquiere, por este solo hecho, una
característica específica: es conocido como pasado […] el hecho no es un
dato inicial, sino el resultado de todo el proceso de elaboración que
constituye la primera parte del trabajo.267

266
Lucien FEBVRE. Combates por la historia. Ariel, Barcelona, cuarta edición, 1975. Páginas 177-178.
267
Heri-Irénée MARROU. Del conocimiento histórico. Per Abbat, Buenos Aires, 1975. Páginas 25 y 214.
184

Croce resalta la diferencia entre crónica e Historia y califica a la primera como muerta
e ininteligible y a la segunda como el “pensamiento vivo del pasado”.268
En el ejemplo visto, los responsables de la antigua explicación no percibieron, o no se
interesaron, en ciertos indicios. En cambio sus “correctores” centraron su atención
precisamente en ellos. Esas huellas, esas señales, siempre habían estado allí, la diferencia con
los historiadores anteriores consiste en no haber reparado en ellas, las preocupaciones
directrices de “los interrogatorios” jamás se interesaron por esos indicios, consecuentemente
no les preguntaron acerca de ese tema.
Cuando las circunstancias en las cuales se vive plantean nuevos desafíos, esos recientes
retos son proyectados en preguntas diferentes a los mismos restos del pasado, por eso, cada
época suele sugerir cuestionamientos distintos a la misma documentación existente y, por
lógica, obtiene respuestas novedosas. Los historiadores de generaciones anteriores no podían
imaginar esas preguntas, porque el medio social donde se desenvolvían no planteaba
problemas de ese tipo.
Los defensores de la teoría de la correspondencia pueden alegarlo en su favor, por
cuanto la realidad no cambió, sino nuestro interés en ella, nuestra manera de considerarla. Los
sostenedores de la teoría de la congruencia pueden resaltar la inoperancia de semejante visión;
si antes nadie había reparado en ello, eso no existía para los estudiosos de la Historia. Fueron
los problemas y las dificultades de la época de los nuevos estudiosos, los responsables de
conducir la atención hacia determinados detalles en la documentación ya conocida.
Lo que tenemos a mano no es el pasado, sino sus restos, las “pruebas”, algo actual:

Lo cierto es… que el pasado en historia varía con el presente, descansa


sobre el presente, es el presente, “Lo que realmente sucedió “… si ha de
rescatarse la historia de la nada, tiene que ser sustituido por “lo que las
pruebas nos obligan a creer “… No hay dos mundos –el mundo de los
sucesos pasados y el mundo de nuestro conocimiento actual de dichos
sucesos-, no hay más que un mundo, y es un mundo de experiencia
presente.269

Basado en similares fundamentos, Croce llega a decir: “la verdadera historia es historia
contemporánea”, porque “la realidad de la historia se halla en esta verificabilidad.270
La mayor parte de lo ocurrido en el pasado no es cuestionado por ningún historiador, al
menos de los últimos siglos. Podría considerarse paradójico. La verdad acerca de lo ocurrido a
los seres humanos es sentida más firme e indiscutible, de aquella relativa a lo sucedido en el
mundo de la naturaleza. Que Cristóbal Colón y sus acompañantes divisaron y pisaron tierra el
12 de octubre de 1492, luego de un prolongado viaje hacia el oeste iniciado en la Península
Ibérica, no es objetado por nadie. Que la tierra a la cual llegaron resultó ser una isla del Mar
Caribe en el continente americano tampoco. Las controversias comienzan cuando se inician las
preguntas acerca de las causas, la significación, las consecuencias, es decir, cuando intentamos
interpretar o explicar ese suceso y, por lo tanto, introducimos nuestros conceptos, nuestra
teoría.

268
Benedetto CROCE. Teoría e Historia de la Historiografía. Escuela, Buenos Aires, 1955. Primer capítulo.
269
Michael OAKESHOTT. Experience and its Modes. Páginas 107 y 108, citado por WALSH. Op. cit., Páginas
104 y 105.
270
Benedetto CROCE. Teoría… Op. cit. Páginas 12 y 13
185

Largos viajes por mar han existido muchos desde antes de esa fecha, llegada a tierras
desconocidas ha habido una buena cantidad, pero a los historiadores no les interesan. De
ninguna otra llegada a tierra se han ocupado como de este caso. Los problemas y las
diferencias se refieren a si fue positivo o negativo ese acontecimiento, a si fue “encuentro de
dos mundos”, “descubrimiento”, “invención”, etcétera. Si fue producto de las necesidades
expansivas del capitalismo europeo o fue la inspiración genial de un marino genovés. A pesar
de no poder ser repetido, el acontecimiento no es objetado ni puesto en duda por ninguna
persona en su sano juicio. Existen otros acaecimientos menos seguros, pero esa falta de
seguridad se deriva de la ambigüedad de los testimonios sobre los cuales se pretende
asentarlos, o del temor a las falsificaciones. Las polémicas sobre estos casos también se
refieren a la interpretación, no ya del acontecimiento mismo, sino de los vestigios.
Una fuente de confusión ha sido la palabra “hecho” introducida por los positivistas en
su afán por asimilar las ciencias sociales a las naturales, para designar los sucesos, procesos,
acontecimientos, acaecimientos, o como quiera llamárseles. El proceso histórico no presenta
nada fijo, de allí la inadecuación y absurdo del término “hecho”.
En el caso del conocimiento histórico conviene aclarar el sentido de cada palabra. El
origen de donde se saca la información son los documentos, restos, vestigios, todo lo
encontrado como testimonio de la presencia y actividad humana, susceptible de ser
manipulado por distintas personas de forma diferente. Esos documentos son “testimonios” y
la información contenida en ellos son “datos”. El testimonio por sí solo no dice nada. Es
necesario preguntarle para obtener “datos”. Con los “datos” obtenidos de los testimonios por
medio del interrogatorio, el estudioso puede elaborar una interpretación del “proceso”
integrado por “acontecimientos”, a eso se refieren quienes los llaman “hechos”. Cada uno
puede hacer diferentes elaboraciones, de acuerdo con la teoría usada para formular sus
preguntas a los testimonios. El acontecimiento, o “hecho”, no es inocente, está impregnado de
teoría, ya es interpretación. Esto es general a toda ciencia social. Ningún individuo puede
abarcar por si solo una realidad tan amplia y compleja. Un actor de la Revolución Mexicana
debió estar en alguna parte del territorio. Eso le impedía experimentar directamente lo
ocurrido en otras partes del país, para enterarse de eso también debía recurrir a testimonios.
5.3.2 – El problema de los testimonios. Un tema objeto de discusiones se ubica en
torno a la pregunta: “¿cuántos vestigios quedaron?”, al poner el problema cuantitativo en
primer plano. A ciertos períodos se les reprocha lo fragmentario de la documentación, los
prejuicios de quienes los compilaron, etc. El ejemplo de la Alta Edad Media europea fue
elegido deliberadamente. Ese período se caracteriza por la escasez de documentación escrita,
la parquedad de las mismas y la inseguridad en la información acerca de elementos
económicos. Para la época carolingia la construcción historiográfica se ha manejado con unas
decenas de registros, inventarios y censos, fundamentalmente de origen eclesiástico. Entre los
más famosos se encuentra el Políptico del Abad Irminon donde se enumeran los mansos, los
siervos y los beneficios de la abadía de Saint-Germain-des-Prés hacia el siglo IX. Se ha
sugerido esa insuficiencia como causa de la formulación de síntesis interpretativas audaces y,
por eso mismo, poco confiables. Podemos captar la relatividad del argumento cuando
tomamos en cuenta períodos con una riqueza enorme en materia de vestigios, los cuales, sin
embargo, no están exentos de reinterpretaciones tan radicales como la anterior, como ha sido
el caso de la Revolución Francesa, la Primera Guerra Mundial y tantos otros.
Por situaciones como la del ejemplo donde escasea la documentación, hay quienes
argumentan la imposibilidad de haber registrado “todo lo ocurrido” en los vestigios llegados
hasta nuestros días. Sorprendentemente, Popper llega incluso a decir: “las llamadas ‘fuentes’
186

de la Historia solo registran aquellos hechos que parecían lo bastante interesantes para ser
asentados”,271 ignorando la enorme masa de residuos dejados tras de sí inadvertidamente por
los seres humanos. Desconoce además los preceptos de los manuales de metodología del siglo
XX, en los cuales ya se recomendaba preferir, entre los documentos escritos, aquellos cuyo
destinatario no era la posteridad, sino sujetos menos trascendentes. Creados con fines
inmediatos muy claros, se consideran más confiables precisamente por no tener intenciones de
inmortalidad. Un buen ejemplo de lo anterior son los epistolarios privados por ejemplo. Las
misivas enviadas a sus familiares por los combatientes situados en el frente de batalla, durante
la Primera Guerra Mundial, son canteras reputadas como muy confiables para los historiadores
de ese proceso. Allí se plasman los estados de ánimo, los temores, la forma de vida, etcétera.
Nos muestran una visión completamente diferente a los partes oficiales, a la versión de
quienes dirigen la situación. La gloria, el heroísmo alardeado por la historia de bronce tiene su
contracara en esas epístolas.
También los “cuadernos de quejas” portados por los diputados a los Estados Generales
franceses convocados para 1789 han brindado una invaluable información sobre la situación y
el sentir de la población francesa en esos días. Los seres humanos se acercan más a comunicar
su situación, sus percepciones, sus pensamientos cuando lo hacen en forma espontánea e
inadvertida.
A quienes trabajan con correspondencia se les observaba la imposibilidad de conocer
los “hechos” no consignados en documentos. Llegados a este punto nos parece ociosa la
discusión. En toda forma de conocimiento, siempre se depende de lo ofrecido por el mundo
exterior. En Historia, nos cuesta concebir acciones humanas sin haber dejado alguna huella
sobre la faz del planeta. No necesaria, ni solamente en forma deliberada; los humanos son la
especie animal más depredadora y sucia conocida hasta ahora, nunca debemos olvidarlo. Es la
única constructora de las herramientas necesarias para su desempeño, sin preocuparse por
destruirlas luego de utilizadas, la única en elaborar y consumir productos espirituales, además
de los materiales; también la única en intentar dejar memoria de lo considerado importante.
Si bien la mayor parte de los historiadores hasta el siglo XX preferían muy claramente
los rastros escritos, lo cual dejaba ocultos los puntos de vista, los problemas, las pasiones y la
actuación del noventa y cinco o más por ciento de casi todas las sociedades anteriores al siglo
XIX, pues los letrados eran una ínfima minoría y, en general, la abrumadora mayoría de lo
escrito se refería a la vida, las preocupaciones y los asuntos de los extremadamente
minoritarios grupos dominantes. Sin embargo, en el último siglo varias escuelas
historiográficas han intentado subsanar esa omisión con técnicas progresivamente más
innovadoras y confiables.
5.3.3 – En busca de un punto intermedio. Con lo visto hasta aquí, parecería necesario
reconocer cierta ventaja a la teoría de la congruencia. Sin embargo, con ella no podemos
hablar de una teoría de la verdad, porque no nos provee criterios claros para distinguir entre la
realidad y ciertas construcciones totalmente imaginarias. Todos nuestros conocimientos
históricos quedan absolutamente respaldados por el vacío. No tienen bases firmes, pasan a ser
conjeturas o, como lo nombraban los griegos, doxa (simple opinión). Tampoco tendrían
sustento los cambios generales de interpretaciones, ya mencionamos un ejemplo de ello. Lo
omitido por esta teoría es el papel básico jugado por los datos.
En la práctica diaria, los testimonios utilizados para “darle forma” al pasado, han
permitido establecer una serie de acontecimientos tenidos por verdaderos. Nadie en su sano

271
La Sociedad abierta y sus enemigos. Op. cit.. Página 428.
187

juicio podría hoy dudar de la conquista de Inglaterra por Guillermo “el bastardo”, Duque de
Normandía, en el año 1066; de la conquista de Tenochtitlán por las huestes comandadas por
Hernán Cortés el 13 de agosto de 1521; de la detonación de la bomba atómica sobre la ciudad
de Hiroshima el 6 de agosto de 1945, aunque la valoración referida a cada acontecimiento
pueda dar lugar a disparidades extremas. Miles de otros sucesos están en la misma situación.
Si apareciera un vestigio, un documento en sentido amplio, contradiciendo algún
acaecimiento tenido por verdadero hasta el momento, se debería establecer la autenticidad y la
confiabilidad del mismo. Basados en esta característica de las ciencias sociales, los neonazis
han pretendido negar la existencia de los campos de exterminio, donde fueron asesinados y
cremados millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Hay una vía para cada una
de esas tareas. La primera consiste en utilizar todos los recursos de la ciencia y la tecnología
modernas, con el fin de determinar si no es una falsificación posterior, si los materiales por los
cuales están constituidos son exactamente de la época en cuestión. Establecida su
autenticidad en cuanto a la fecha de su elaboración, corresponde establecer su veracidad en
lo referente al contenido. Pertenecer a la época no implica decir la verdad. Esta tarea supone
rastrear al, o los, autor(es) y establecer los posibles motivos tenidos para escribir algo falso. Si
esto no da resultado positivo, entonces es necesario revisar toda la documentación conocida,
para intentar concebir otra interpretación y así otorgar coherencia al conjunto de indicios
conocidos, incluyendo ese nuevo vestigio. 272 ¿No ocurrió lo mismo con las observaciones
recabadas para refutar la explicación aristotélica del funcionamiento del universo? ¿No
constituyó la visión copernicana una sustitución de la teoría interpretativa del universo a partir
de indicios o evidencias discordantes con la cosmovisión vigente? ¿No hicieron lo mismo la
teoría de la gravitación universal y tantas otras? ¿No es igual o parecido a lo señalado por
Kuhn cuando menciona cambios de paradigmas, y los llama “revoluciones científicas”?
Volvemos a la diferenciación ya señalada entre la relatividad y provisionalidad de las
interpretaciones –como ocurre también con las teorías de las ciencias naturales al intentar dar
cuenta del funcionamiento del mundo exterior- y la seguridad ofrecida por los vestigios en los
cuales están basadas esas interpretaciones. Para hacer más evidente esto alcanza con observar
cómo, en muchos casos, las distintas explicaciones, algunas veces antagónicas, se basan en la
misma documentación. La diferencia se centra en las preguntas hechas por cada uno a esos
restos, esos documentos. A diferentes preguntas, suelen suceder diferentes respuestas.
Por ejemplo, con la misma masa documental unos buscaron la sucesión de los
emperadores romanos, otros la evolución de las instituciones jurídicas y políticas, otros la
marcha de la economía. Todos ellos obtuvieron cosas diferentes de los mismos testimonios.
Las historias escritas por Gibbon, Mommsen o Rostovseff coinciden en muchas delimitaciones
espaciales y temporales, pero no se contradicen, se refieren a temas y niveles diferentes.
Las distintas preguntas formuladas por cada historiador a los mismos restos suelen
venir dictadas por diversas convicciones ontológicas generales, acerca de los elementos
decisivos en el impulso al cambio, a la evolución social. Esas convicciones son dictadas por la
época vivida, por la teoría o “ideología” usada en la conducción de sus investigaciones. Esto
no suele ocurrir en las ciencias naturales con la misma frecuencia a lo sucedido en el
conocimiento histórico o en las disciplinas sociales.
Casi todos los biólogos investigan con la misma teoría. También formulan las mismas
preguntas a los procesos. En esas condiciones es bastante lógico suponer la frecuente

272
Un magnífico ejemplo de este tipo de trabajos, lo constituye la obra de Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI
La “carta de Lafond” y la preceptiva historiográfica. Siglo veinte. Buenos Aires, 1963.
188

obtención de las mismas respuestas. Cuando en la biología se produce una “revolución” en el


sentido dado por Kuhn a esa palabra, todos los biólogos de la siguiente generación suelen
adoptar el nuevo paradigma.
Algo similar es impensable en ciencias sociales y en el estudio del pasado. Los
conocimientos sobre la sociedad influyen en nuestra manera de participación, en la toma de
decisiones, en el proceso histórico, por eso es importante su conocimiento para la forma de
actuar asumida y deseada por mucha gente, con la intención de favorecer ciertas soluciones a
lo percibido como problemas presentes. Cada grupo tiene intereses diferentes, perciben
problemas diversos y, en consecuencia, desean cosas distintas para solucionarlos. Al interrogar
los datos, lo hacen desde perspectivas dispares.
Hay otros señalamientos interesantes hechos a la teoría de la congruencia. En primer
lugar, en algún momento el historiador debe comenzar a construir su “Historia”, su
explicación; en ese instante necesita basarse en algunos acontecimientos tenidos por
verdaderos, como el caso de los ejemplos mencionados; todo conocimiento fáctico debe
iniciarse sobre una base de sucesos indiscutibles (de factos)
No hay debate coherente posible entre historiadores si no están de acuerdo en algunos
elementos básicos. Los replicantes pueden recordar el caso de Guillermo Tell, cuya existencia
se tuvo por algo indiscutible. Sin embargo, la investigación demostró su falsedad. Este proceso
se puede encarar como una excepción, pero nos alerta contra un optimismo excesivo con
relación a los conocimientos tenidos por “indiscutibles”. Desde otra perspectiva, puede verse
como un triunfo de la investigación sobre la leyenda y la tradición para establecer la verdad.
En toda forma de conocimiento ocurren cosas de ese tipo.
Desde el punto de vista de la lógica, no parece factible encontrar una solución
aceptable al problema de la verdad. El problema es fáctico, no formal. Como en todo
conocimiento, debemos tomar en cuenta la manera de operar de la mayoría de los
investigadores, los cuales necesitan la confianza de sentirse en contacto con la realidad, de allí
la aceptación irrestricta de tantos acontecimientos pasados.
3.3.4. El papel de la memoria. Walsh señala la ligazón existente entre la memoria y el
conocimiento histórico. Al distinguir lo ocurrido y lo recordado, en tanto los historiadores
buscan ir mucho más lejos de lo ofrecido por los recuerdos, resalta la relación de dependencia
entre el conocimiento histórico y la memoria, aunque el investigador jamás lo invoque
explícitamente en su argumentación. ¿Tendría sentido para nosotros la noción de “pasado” si
no existiera la memoria? Enfrenta así un argumento según el cual la memoria nos conecta
directamente al pasado, permitiendo hacer afirmaciones sobre las cuales no caben dudas. En
este sentido es una fuente de conocimiento. La censura de algunos recuerdos como carentes de
credibilidad, confirma la proposición anterior.
En su tratamiento equipara el papel de la memoria en el conocimiento histórico con el
de la percepción sensorial en ciencias naturales: así como no nos es posible percibir la realidad
sino a través de las interpretaciones elaboradas sobre la misma, para él tampoco es posible
recordar acontecimientos del pasado separándolos de las “construcciones” levantadas sobre los
mismos. Indudablemente, estamos constreñidos a ver el pasado a través de nuestra existencia
presente, de nuestras categorías conceptuales actuales. Aunque acepta la utilidad de proceder
así para los fines de la vida práctica, no deja de señalar la diferencia entre la “memoria pura”,
donde se trata lo dado en la experiencia y los “juicios de memoria”, en los cuales
interpretamos lo anterior; diferenciación posible únicamente en forma teórica, mas no en la
práctica, lo cual imposibilita considerar esos enunciados como transcripciones puras de lo
ocurrido.
189

La memoria pura, como la hemos llamado, nos da un acceso inmediato al


pasado, pero no se sigue de ahí que captemos en el recuerdo el pasado
exactamente como fue, conociéndolo, por decirlo así, mediante una especie
de intuición pura. La verdad más bien parecería ser que tenemos una base
sobre la cual reconstruirlo, pero no para mirarlo cara a cara.273

Al comparar con los extremos a los cuales habían llegado Oakeshott y Croce, vistos
más arriba, aquí se diferencia claramente entre las pruebas presentes, sobre las cuales descansa
nuestro conocimiento del pasado, y la identificación entre estos dos tiempos. Porque esos
vestigios, con los cuales trabaja el historiador, pertenecen y se refieren al pasado, no al
presente. Precisamente, la memoria nos conecta con su significado, “nos da un acceso
inmediato al pasado”. Para él, aunque el intento de los defensores de la correspondencia está
condenado al fracaso, siempre persiste la tentación por renovarlo.
Al intentar un análisis de la actitud práctica asumida por la inmensa mayoría de los
historiadores, los vemos ubicarse en un término equidistante de ambos extremos. Si bien
algunos pueden reconocer la imposibilidad de nuestro conocimiento para alcanzar una verdad
absoluta, la gran mayoría afirmaría su intención de aprehender, aunque más no fuera,
fragmentos de una realidad autónoma e independiente de su ser y su pensamiento.
Como en otras formas de conocimiento, la experiencia sensorial es básica para entrar
en contacto con las huellas del pasado, pero a diferencia de los demás, en el conocimiento
histórico, la memoria juega un papel decisivo para permitirnos un acceso al pasado aludido por
esas huellas. Sin embargo, nunca podemos contrastar directamente nuestras conclusiones,
porque el pasado se ha ido y no se puede repetir, contrastamos con la interpretación de los
vestigios, por lo cual, dice el autor.

…el único criterio de verdad de que disponemos en historia como en otras


ramas del conocimiento de hechos, es la congruencia interna de las
creencias que erigimos sobre esa base.274

Aunque, como ya hemos visto, rectificado esporádicamente por otros documentos


contradictorios.
5.4 – LA OBJETIVIDAD. Al concepto de verdad es más fácil acceder de manera
intuitiva. Al meditar en torno suyo, se ingresa en las complicaciones tratadas. En cambio la
objetividad no es tan fácilmente aprehendida espontáneamente. En la realidad, aunque el
término se utiliza intensamente con diversos significados, desde un punto de vista
estrictamente epistemológico, la gran mayoría son erróneos. El mismo diccionario de la
academia induce la confusión al repetir antiguos significados sin sustento filosófico en la
actualidad. Las tres primeras acepciones la definen como: 1° “perteneciente o relativo al
objeto en sí y no a nuestro modo de pensar o de sentir”. 2° “desinteresado, desapasionado”. 3°
“dícese de lo que existe realmente, fuera del sujeto que lo conoce”.
La confusión también alcanza a muchos especialistas, particularmente marxistas,
porque mezclan la dialéctica hegeliana con el realismo aristotélico, algo como el agua y el
aceite. Cuando hablamos de las posiciones respecto al conocimiento, mencionamos en cuarto
lugar la dialéctica. Esta tendencia no acepta la dicotomía entre sujeto y objeto, mientras el

273
WALSH. Op. cit. Página 101.
274
WALSH. Op. cit. página 110.
190

realismo lo considera evidente, establecido, entiende el conocimiento como un reflejo del


objeto en la mente del sujeto. En la cita inicial de Mario Bunge, en el primer inciso lo vimos
identificado con la teoría de la verdad como correspondencia, algo muy generalizado. En este
autor no hay contradicción; su positivismo no solo es compatible con una actitud realista, sino
quizá obligatorio. Sin embargo, aunque no hay compatibilidad en materia cognoscitiva entre
las ideas epistemológicas de Aristóteles y de Hegel, ocurre algo similar con Adam Schaff,
Agnes Heller y Kopnin, entre otros marxistas. El último, luego de sostener la necesidad de
entender la verdad como un proceso, agrega:

La gnoseología marxista demostró la existencia de la verdad objetiva, es


decir, de un conocimiento cuyo contenido no depende de la conciencia
humana […] es […] un proceso dinámico del pensar […] Al margen de la
dinámica del pensamiento es imposible hablar de la verdad objetiva.275

Se hace difícil entender cómo el conocimiento objetivo puede ser a la vez un “proceso
dinámico del pensar” y no depender “de la conciencia humana”. Más adelante se torna más
abstruso aún:

La hipótesis […] es el reflejo del mundo material en la conciencia del


hombre, la imagen subjetiva del mundo objetivo. La hipótesis científica
proporciona un conocimiento objetivamente verídico de las leyes del mundo
exterior; su contenido no depende ni del individuo ni de la humanidad, no es
una ficción, ni un símbolo, ni un signo taquigráfico, ni un patrón lógico, ni un
instrumento de trabajo, ni una selva que rodea el edificio de la ciencia, ni
tampoco sus muletas, sino una copia, una fotografía de los objetos, de los
fenómenos del mundo material y de las leyes de su movimiento.
La hipótesis […] no es una copia fotográfica de la realidad, sino un proceso
activo y creador de reflejo del mundo.276

Parecería un acto de prudencia y piedad solicitarle al autor ponerse de acuerdo consigo


mismo. Las contradicciones y absurdos son tan disparatados como para sospechar la
contribución del traductor en tan escandalosa empresa.
También Agnes Heller –contradiciendo no solamente al diccionario, sino la tradición
general en ese aspecto- nos sorprende al afirmar: “Lo opuesto a la objetividad no es, sin
embargo, la subjetividad, sino la actitud particularista”. No hemos tenido el original y es
posible un defecto de traducción, porque el término “particularista” por el contexto, parecería
aludir a algo parcial. Más adelante abunda:

La objetividad no excluye, por tanto, la subjetividad [por ejemplo el


compromiso subjetivo] pero si excluye las motivaciones particularistas
como el rencor, la envidia, los celos, la vanidad y los prejuicios tercos.277

Es decir, excluye al ser humano real y existente.


Adam Schaff, en la tercera definición ensayada del término, coincide con ella al
considerar “objetivo” aquello despojado “de emotividad y, por consiguiente, de parcialidad”.278

275
P. V. KOPNIN. Hipótesis y verdad. Grijalbo. México, 1969. Páginas 36 y 37.
276
Idem. Los subrayados son nuestro.
277
Agnes HELLER. Teoría de la Historia. Fontamara, México, 1984. Página 60.
278
Adam SCHAFF. Historia y verdad. Grijalbo, México, quinta edición, 1981. Página 101.
191

Parece clara la relación del tema con el carácter valorativo habitualmente atribuido al
conocimiento histórico, porque las pasiones, los sentimientos, las emociones nos desvían de la
ecuanimidad necesaria para formular proposiciones imparciales. Otra paradoja. Quienes más
detalladamente han encarado el problema de la incidencia de los valores en el conocimiento
histórico son los historicistas, llamados por algunos idealistas o relativistas, los cuales se
encuentran aparentemente en las antípodas de los vistos anteriormente, porque niegan a los
estudios históricos la posibilidad de ofrecer un conocimiento equiparable al brindado por las
ciencias de la naturaleza, basados precisamente en esta característica, entre otras.
Otros autores ven el menosprecio de Aristóteles hacia el conocimiento histórico al
compararlo con la poesía, relacionado con la preocupación de la disciplina por lo singular,
porque, se ha sostenido, es imposible fijar pautas objetivas para llevar adelante esa disciplina.
Únicamente al tratar universales es posible definir claramente esos criterios. Adicionalmente,
al ser tan enorme la masa de acontecimientos “únicos e irrepetibles”, se torna quimérica la
pretensión de abarcarlos todos, cuando se busca formular un universal. Por esa razón, dicen,
todo conocimiento histórico omite muchas circunstancias integrantes del fenómeno a
recuperar, como si alguna otra forma de conocimiento pudiera rescatar íntegro el proceso bajo
su estudio.
Con menos energía, también se ha puntualizado la imposibilidad del historiador para
observar directamente el proceso a analizar. Ya hemos visto esta objeción. La característica
no es privativa de la Historia, como mínimo abarca a todas las ciencias sociales. No es
lógicamente comprensible la relación establecida entre ser un estudio mediado y la
incapacidad para ser objetiva. Para Pereyra, la facilidad para obtener consensos respecto a lo
ocurrido es una prueba concluyente de la solidez de los recursos del historiador para obtener
información, contrastarla y autenticarla. Las discrepancias, ya lo vimos, en un noventa y nueve
por ciento de las instancias son sobre interpretación.
5.4.1 – Los valores. Citado por William H. Dray y Ernest Nagel, el historiador
norteamericano Charles A. Beard sostiene la total imposibilidad para el conocimiento histórico
de alcanzar la objetividad.
Una de las preocupaciones del autor se centra en la imposibilidad de conocer la
totalidad de cualquier fragmento del pasado humano. Toda explicación debe tomar en cuenta
“ciertos aspectos” de un acontecimiento, sin poder abarcarlo íntegramente.

…la cuestión fundamental es: ¿qué podemos saber acerca de esa totalidad
omnímoda que llamamos historia? Millones, miles de millones de hechos
históricos han sido establecidos más allá de toda discusión por las
investigaciones de eruditos competentes. Las bibliotecas están atiborradas
de ellos… Pero ¿podemos captar esta totalidad que incluye todas las
relaciones, conocerla, formular sus leyes, reducirla a una ciencia exacta o a
cualquier tipo de ciencia? Si todo tema particular acerca de cuestiones
humanas trata solo de un aspecto y este aspecto está condicionado por
otros aspectos, debemos plantearnos este interrogante, a menos que
decidamos deliberadamente ser dogmáticos, fijar límites arbitrarios a la
discusión y ser infieles a nuestro propio conocimiento.279

Nagel hace ver lo desatinado de esta posición, al poner de manifiesto su implicación


más extremistas: si no sabemos todo lo ocurrido en el pasado, no podemos saber

279
Charles A. BEARD. The Discussion of Human Affairs. The Macmillan Co. 1936. Páginas 79 a 81. Citado
por Ernest NAGEL. Op. Cit. Página 518.
192

absolutamente nada, porque todo está relacionado con todo. Si aceptamos este postulado,
para admitir aquello hasta ahora considerado conocimiento adquirido de cualquier realidad, el
mismo debe coincidir exactamente con esa realidad, lo cual, sostiene el autor, debe ser
descartado por absurdo. Pone el ejemplo de un mapa, al cual se debería tachar de “versión
deformada” del territorio que representa si no coincide con él. Si se realizara un mapa con esas
características, dice el autor, “sería una monstruosidad totalmente inútil”. Esto no ocurre en
ninguno de los tipos de conocimiento aceptados hasta hoy.

Todo conocimiento discursivo es el producto de investigaciones


realizadas para resolver determinadas (y, por ende, limitadas) cuestiones.
Por ello, no solo es un ideal de objetividad irrealizable sino también absurdo
el que caracteriza de “subjetiva” a una explicación histórica que no enuncie
“todo lo que han dicho, hecho y pensado los seres humanos en el planeta
desde que la humanidad comenzó a existir”.280

Otra limitación del conocimiento histórico, aducida para negar su posibilidad de


alcanzar la objetividad, radica en no poder establecer la sucesión de todas las causas y efectos
conducentes al suceso a explicar. A esta posición, Marc Bloch la llamaba “el ídolo de los
orígenes” y sostenía la necesidad de combatirla. De ser aceptada, cualquier explicación de un
acontecimiento reciente nos obligaría a remontarnos hasta la aparición del ser humano sobre la
Tierra y quizá un poco antes todavía.
Nagel pregunta: ¿cuál es la violación a la verdad o a la objetividad por detenerse o
hacer un corte en esa sucesión regresiva interminable? Tampoco a la Astronomía se le pide
una explicación de todos los antecedentes, de determinadas condiciones iniciales, a partir de
las cuales nos explica la situación de un planeta. Los historiadores toman un acontecimiento y
fijan los límites temporales dentro de los cuales van a desarrollar su investigación del mismo.
También los otros conocimientos fijan límites a su objeto de estudio particular. Sin esas
convenciones el conocimiento histórico y toda forma de conocimiento serían imposibles.
Siguiendo a Carlos Pereyra, entendemos estas objeciones como formas irracionales del
escepticismo.
El mismo autor tiene más seguidores cuando formula otro tipo de objeciones de mayor
seriedad. Especialmente aquellas referidas a la manera en la cual los valores inciden en el
trabajo de los historiadores. Veremos tres casos.
5.4.1.1 – Objeto cargado de valores. Al considerar el proceso histórico como una
sucesión de acciones llevadas a cabo con cierta intención, los valores influyen directamente en
el objeto de estudio. Los actos de los hombres están guiados por pautas valorativas. Cuando
los historiadores abordan ese objeto, no pueden abstenerse, bajo ningún concepto, de poner en
juego su propia escala axiológica, tanto personal como social. Generalmente se recurre a
ejemplos de la Historia del Arte o de las Religiones, en las cuales suponen un lugar
fundamental para los valores estéticos y morales o religiosos respectivamente. El historiador
no puede abstraerse de juzgar los valores estéticos portados, inevitablemente, por una obra de
arte. Prueba de ello sería la diferente consideración de determinadas obras y determinados
artistas a través del tiempo. Los historiadores de la religión hablan de “cambios en la
religiosidad”, de “profundidad espiritual”, de “grados de la piedad”, etcétera. ¿Cómo podrían
hacerlo si no recurrieran a juicios valorativos? Finalmente, el autor se pregunta:

280
NAGEL. Op. cit. Página 519.
193

…una referencia a cierto cuadro en la historia del arte, el historiador se


compromete a juzgar si es que sea una obra genuina. Juzga, por ejemplo que
no es “basura”; y no puede hacer esta distinción sin apelar a medidas
estéticas. Igualmente en la historia de la religión: ¿es posible escribirla sin
hacer juicios religiosos, juicios que establecen, por ejemplo, diferencias de
piedad o de profundidad espiritual? […] ¿cómo puede el historiador escribir
acerca de cualquier cosa si no es capaz de reconocer su naturaleza misma?
y ¿cómo puede captar objetos de estudio como éstos sin darles valor? 281

Isaiah Berlin recalca la utilización, por los historiadores, del lenguaje vulgar,
demasiado cargado de valores. Vocablos como “traición”, “victoria”, etcétera, no son
exclusivamente descriptivos.
Los contradictores no niegan la existencia de esos valores, pero centran su atención en
otro punto. Para Nagel, por ejemplo, el asunto no consiste en dilucidar si se utilizan valores o
no en la investigación histórica, porque es innegable su uso, sino aclarar si esa situación es
elemento lógico de la misma o meramente casual. Su actitud es clara, para él:

Es un disparate suponer que sólo un arriero gordo puede conducir un


rebaño gordo. Es un error igualmente torpe mantener que no es posible
investigar las condiciones y las consecuencias de valores y evaluaciones sin
necesariamente formar juicios de valor morales o estéticos.282

En parte, el tema está confundido por la creencia en la vinculación del conocimiento


histórico con un tribunal encargado de juzgar procesos, personajes e individuos desaparecidos,
por sus relaciones con la ética, ligada a necesidades presentes. En el segundo capítulo, hemos
tratado la falta de pertinencia de semejante actitud. La función del conocimiento es hacernos
comprender, no juzgar; pero al explicar, es inevitable poner en juego valores de diferente tipo.
Como cada época y sociedad tienen su propia escala, lo cual por sí solo justifica la afirmación
de Goethe, se formulan todas esas objeciones. Algunos pensadores han propuesto una
transformación de la disciplina buscando eliminar implicaciones evaluativas de los enunciados
utilizados para la descripción de lo ocurrido, pero, de llevarse a cabo ese emprendimiento, el
resultado sería algo muy diferente de la idea tenida hasta ahora acerca del conocimiento
histórico. Los propios historiadores se sentirían rebajados si debieran limitarse a la pura
descripción física. Por otra parte, aún en ese caso, como veremos, los valores no estarían fuera
del trabajo historiográfico.
Este punto es esencial para el historicismo, porque entiende el proceso histórico en
términos de propósitos humanos, pero parece perder mucho peso al considerar otras maneras
de enfrentar el estudio. Butterfield, historiador de la ciencia y la tecnología, defiende una
visión en la cual el estudioso debe analizar “las interconexiones observables en los hechos”.
En este tipo de investigación, los juicios morales son “por su propia naturaleza irrelevantes”…
“ajenos” a “su dominio intelectual”283
Aunque pudiera llegar a probarse la irrelevancia de los juicios morales en estos
estudios, intento muy problemático, no por eso estarían ausentes valoraciones de diferente
281
William H. DRAY. Filosofía de la Historia. UTEHA. México. 1965. Página 42.
282
Ernest NAGEL. “The Logic of Historical Analysis”, en: The Philosophy of History in Our Time. Editado
por Hans Meyerhoff (Garden City: Doubleday & Company Inc. 1959; an Anchor book) Página 209. Citado
por DRAY. Op. cit. Página 43.
283
Herbert BUTTERFIELD: “Moral Judgment in History” (un extracto de History and Human Relations), en
The Philosophy of History in Our Time. Op. cit. Páginas 229-230.
194

índole, como preferir determinadas actividades por sobre otras o creer más importante cierto
nivel de análisis relegando los demás. También podríamos formular la pregunta: ¿qué
propósitos tiene un índice inflacionario? Aunque no pudiéramos atribuirle ninguno, eso no
eliminaría el problema de los valores. En primer lugar, podría ser presentado como el
resultado no buscado de un conjunto de decisiones individuales con propósitos definidos,
tomadas a partir de ciertas valoraciones. Pero aun sin entrar en esa discusión, nuestra decisión
de darle importancia está valorando ese índice como algo significativo. Finalmente, el propio
Dray se pregunta si al atribuir un propósito al agente histórico, eso significa estarlo evaluando.
En nuestra opinión, esa discusión pierde de vista una perspectiva más relevante. No
interesa tanto saber si pueden o no descartarse los valores en el trabajo del historiador, sino
observar si esta característica diferencia al histórico de otros tipos de conocimiento. Luego de
ver otros dos apartados donde, se dice, inciden los valores en los investigadores, abordaremos
este punto.
5.4.1.2 – Valores en la selección. La segunda objeción se centra en el carácter
selectivo de aquello a lo cual el investigador echa mano para conformar su estudio. Lo
destacado por el historiador, se ha repetido hasta el cansancio, son procesos significativos.
¿Quién y cómo determina la significatividad de un acontecimiento para destacarlo o la falta de
ella para omitirlo? Es bastante clara la existencia de diferencias entre historiadores, como entre
hombres y mujeres con otras actividades, acerca de la importancia de diferentes sucesos o de
distintos factores en la producción del acontecimiento.
Para ciertos períodos, la cantidad de testimonios es tan abrumadora, al punto de parecer
inalcanzable la posibilidad de tenerlos en cuenta a todos. Pero aun para aquellos donde su
escasez los hace fácilmente abarcables, el estudioso no los considera todos o, al menos, no
todo lo informado por cada uno de ellos. ¿No son valores quienes dirigen esta selección? Aun
en las historias narrativas o descriptivas exclusivamente, se incluyen algunos procesos, pero se
omiten otros conocidos por el autor. Esa selección es una forma encubierta de explicación, por
lo cual no creemos en la existencia de historias puramente descriptivas o narrativa. Lévy-
Strauss sostiene:

…por cuanto la historia aspira a la significación, se condena a elegir


regiones, épocas, grupos de hombres e individuos en estos grupos, y a
hacerlos resaltar, como figuras discontinuas, sobre un continuo que apenas
si sirve para tela de fondo. Una historia verdaderamente total se neutralizaría
a sí misma: su producto sería igual a cero. Lo que hace posible a la historia,
es que un subconjunto de acontecimientos, para un período dado, tiene
aproximadamente la misma significación para un contingente de individuos
que no han vivido necesariamente esos acontecimientos, que pueden,
inclusive considerarlos a varios siglos de distancia. Así pues, la historia
nunca es la historia, sino la historia-para.284

No creemos la incidencia de los valores limitada a lo escogido por el investigador para


integrar su relato. También se ponen en relación ciertas acciones humanas con otras de niveles
totalmente diferentes. Un marxista puede decirnos: ‘la evolución de las relaciones económicas
va modificando la manera de pensar y actuar de la gente’, luego detalla: ‘el avance del
capitalismo desarrolla una mentalidad materialista y estimula el avance del individualismo’,
para él los procesos materiales “moldean” las formas de pensamiento, “el ser social es quien

284
Claude LÉVI-STRAUSS. El pensamiento salvaje. FCE. México, tercera reimpresión, 1975. Página 373.
195

determina la conciencia”. E. Troeltsch, Werner Sombart, Max Weber y otros autores sostienen
exactamente lo contrario, es la forma de pensar de la gente la determinante de su
comportamiento económico y hacen derivar el avance del capitalismo de las características de
cierta predisposición mental: la “mentalidad capitalista”. Para Sombart esa mentalidad era
portada por los judíos, para otros se deriva de la Reforma religiosa, particularmente de la
doctrina difundida por Juan Calvino. Desde convicciones opuestas, ambas perspectivas ponen
en relación procesos materiales con evoluciones mentales, con formas de pensamiento. Ningún
sostenedor de las dos posiciones ha podido establecer contrastaciones empíricas irrefutables,
ni determinar con claridad el itinerario de los nexos causales. Adoptar una u otra depende de
una elección teórica valorativa, de una convicción individual del historiador, derivada de su
experiencia vital.
Muchos historiadores adoptan una posición intermedia, observan cambios en ambos
niveles de análisis, aceptan la simultaneidad y coordinación de las transformaciones, pero, al
no poder descubrir el mecanismo vinculante, se niegan a admitir la determinación de un nivel
sobre el otro. Incluso pueden buscar el impulso dinamizador de aquellos dos, en un tercer
nivel. De allí la importancia dada por algunos investigadores al “punto de vista” mediatizado,
según ellos, por el condicionamiento social del mismo:

…la existencia individual implica una visión de lo social inmediato sólo


desde un ángulo muy preciso; aunque también una posibilidad, mayor o
menor, de percibir totalidades complejas. Ese ángulo no es, sin embargo,
igual al ángulo del observador de lo físico en un espacio determinado.
Aunque a lo social corresponde un espacio, lo que el individuo percibe es un
conjunto funcional [no una cosa] sobre un espacio
En esa distribución de funciones que es, también una sociedad, el tipo
de funciones que el individuo realiza es uno de los agentes determinantes
del grado y la naturaleza de su aptitud gnoseológica. Pero no hay una
relación única y directa entre esos dos polos. Solo después de comprender
la naturaleza de lo social se puede comprender cómo actúa la ubicación del
individuo en un todo social como agente determinante de su aptitud de
conocerlo.285

Dos páginas más adelante, el autor profundiza al sostener diferentes maneras de


“enseñar” del conocimiento histórico, según la situación histórica vivida. El conflicto es un
elemento básico en la aptitud de los individuos para conocer. El grado de intensidad con el
cual se vive y se actúa tiende a agudizar la capacidad cognoscitiva, hasta un cierto punto. Un
exceso puede inhibirla. Parece haber algún umbral, a partir del cual se produce cierto
desequilibrio por la imposibilidad de la mente de ordenar los elementos.
Una situación ideal se produciría si los valores guía de la selección del historiador se
derivaran íntegramente de la teoría adoptada. Sin embargo, la valoración está tan
estrechamente integrada a la mente humana, al punto de no ser conscientes de toda su
repercusión en nuestras actitudes, lo cual torna imposible evitar la incidencia de valores
derivados de mecanismos no controlados por la mente del propio historiador, en su elección de
elementos y relaciones. Al hablar de “situación ideal”, es notoria, asimismo, la utilización de
una escala de valores. Los valores son parte de la esencia del conocimiento.

285
Sergio BAGÚ. Tiempo, realidad social y conocimiento. Siglo XXI. Buenos Aires, tercera edición, abril de
1975. Página 188.
196

También respecto a este punto, luego del próximo apartado, veremos si eso diferencia
al conocimiento histórico de otras formas de conocimiento.
5.4.1.3 – Valores en la elección del tema. Por último, aunque con mucho menor vigor
y por parte de muy pocos pensadores, se ha cuestionado la objetividad del conocimiento
histórico basándose en la gama de posibilidades abiertas al historiador en la elección del tema
de estudio. No solamente se pueden elegir períodos, regiones, naciones, etcétera, sino también
niveles de análisis diferentes. Dentro de cualquier período, en el país o la zona geográfica
seleccionada, el historiador puede escoger entre estudiar su evolución económica, su arte, sus
formas de pensamiento, las conductas habituales, la vida cotidiana, la demografía, etcétera.
En algunos casos la objeción parece tener una relativa validez, porque de acuerdo al
tema elegido, el estudioso puede poner en juego valores diversos. Pero en la concepción del
conocimiento histórico, esa parcelación no puede hacer perder de vista la unidad básica de
todos los niveles de análisis simultáneos, relacionados entre sí.
A partir del siglo XVI, la expansión europea va extendiendo su influencia en todo el
mundo. Desde entonces, al estudiar una región, país o nación, jamás debe olvidarse su relación
con otras, su integración a una unidad mayor, la comparación con distintas zonas de evolución
similar. Al abordar un período, es absurdo desechar su unión, por las relaciones de
continuidad, con los anteriores y los posteriores. Pierre Vilar nos invita a “mirar más allá de
las fronteras”.
Como ya vimos, en América Latina, a partir de la independencia, cada país ha escrito
su Historia como si fuera única. Si uno toma un período y estudia todos los países se encuentra
con la simultaneidad de procesos similares. Por ejemplo: en la segunda mitad del siglo XIX,
luego de un tiempo tumultuoso, de “revoluciones”, golpes de mano y ensayos de organización
fracasados, se produce una pacificación en casi todo el continente; en unos países en los
cincuenta, en otros en los sesenta, pero para los setenta ya casi todos están en paz y los
gobiernos trabajan sin dificultades. Ese proceso en México es atribuido a un dictador, quien
gobernó unas tres décadas. En Argentina ningún gobernante duró en el cargo más del tiempo
para el cual fue electo, los presidentes se fueron sucediendo como lo establecían las leyes. En
la mayor parte de los países se produjo lo mismo bajo gobiernos de muy distinto tipo formal y
orientación, sin embargo, la mayoría de sus historiadores concentran su trabajo en la evolución
política. Si levantaran la vista y miraran a sus vecinos, quizá advirtieran la similitud de otros
procesos: la construcción de ferrocarriles, la preocupación por el “orden” y el “progreso”,
como gustaba a los positivistas. La formalización y oficialización de la educación, etc.
Cuando advertimos en casi todos esos países evoluciones similares en aspectos
económicos, sociales, en tendencias de larga duración, tenemos derecho a imaginar la
influencia de fuerzas superiores a sus propios gobiernos, para dirigir el Estado en esa
dirección. En este caso rápidamente localizamos esas fuerzas: en Europa Occidental y Estados
Unidos se estaba produciendo el inicio de la Segunda Revolución Industrial, con sus
necesidades de materias primas, alimentos y mercados, lo cual obligó a esas potencias a buscar
en todo el mundo la satisfacción de sus necesidades.
En nuestros países, hacendados, mineros, y empresarios se vieron frente a demandas
enormes y se desentendieron de las rencillas políticas, para ponerse a producir volúmenes
antes impensables, con los cuales hicieron enormes fortunas. Ya no les convenía la revuelta,
ahora exigían la paz. A partir de allí se pueden encontrar muchos indicios en los más diversos
ramos. Ante esa transformación social, el nombre del gobernante en turno es completamente
indiferente.
197

Al privilegiar un nivel de análisis, no debe perderse de vista su característica de parte


de una totalidad más amplia, donde juegan un papel importante otros niveles. También se debe
ser consciente de la artificialidad del recurso consistente en dividir el objeto de estudio en
niveles, porque el proceso histórico no se presenta parcelado, sino como una unidad. Es un
ejercicio mental, intelectual, dividir de esa forma el acontecer.
La “historia total” como la concebía la corriente de los Annales en tiempos de Marc
Bloch y Lucien Febvre, no admitía una historia del arte aislada de la realidad social,
ideológica, material, geográfica, etcétera, dentro de la cual se desarrolló ese arte y es su
fundamento y su explicación. Aunque se indague preferentemente un aspecto del proceso, si se
desea hacer una “buena Historia”, es necesario establecer correlaciones de ese nivel con la
totalidad de los otros en los cuales sea posible dividir la realidad completa.
Relacionado con el tema axiológico, también es necesario considerar si deben ser los
valores de la época del historiador los determinantes en la elección de los elementos
significativos a destacar y de las relaciones a poner de manifiesto, o si en cambio, esos valores
debieran ser los del tiempo de aquello investigado. Es curioso, pero para la mayor parte de los
filósofos y algunos historiadores la investigación debe guiarse con valores de la época
indagada. Ya lo vimos, solo podemos usar los de nuestro tiempo.
Resulta ocioso el planteo, porque al haber sostenido el protagonismo del presente en el
estudio del pasado, no tiene sentido preferir valores vigentes en sociedades anteriores. Si como
dice Huizinga, la Historia es “rendirse cuentas de su pasado”, no puede uno rendirse cuentas
de ese pasado con herramientas diferentes a las conocidas y familiares: las actuales. Los
valores también son herramientas de análisis presentes, influidas por el conocimiento
adquirido de ese pasado, algo imposible para quienes lo protagonizaron.
La posición contraria es coherente con la concepción del conocimiento histórico como
un tribunal de justicia. En ese caso no hay duda, los individuos son juzgados según los valores
de su tiempo. Estudiados siglos después, no es función de los historiadores juzgarlos
nuevamente y hacer el ridículo.
5.4.2 – La neutralidad valorativa. El tema fue debatido entre el Círculo de Viena y
la Escuela de Frankfort en relación al conocimiento científico de la naturaleza primero, luego
pasó el social al primer plano. Su superación en aquellos campos hace extraña su presencia en
torno al conocimiento del pasado humano, porque las conclusiones son similares, lo cual pone
de manifiesto el desconocimiento y/o desinterés por la epistemología entre los historiadores.
Popper ha resumido la actividad científica como “proponer hipótesis y contrastarlas”;
dos tareas completamente diferentes. La pregunta acerca de ¿cómo se genera una hipótesis? y,
en su caso, una nueva teoría, la debe contestar una ciencia fáctica: La sicología (por ejemplo),
lo cual no tiene relación ninguna con una ciencia formal.
Del procedimiento para controlar la corrección de la contrastación empírica de la
hipótesis se encarga La lógica. Las ciencias formales no se interesan por los procesos de
hecho sino por la validez formal de los mismos, la justificación de las proposiciones teóricas.
La producción de nuevas proposiciones explicativas, acerca del mundo exterior y su
funcionamiento no interesa en absoluto a la epistemología, cuya tarea consiste en tomar esas
interpretaciones o explicaciones una vez formuladas y llevar a cabo los procedimientos
pertinentes a fin de establecer la falsedad (o la verdad) de las mismas.

…no existe en absoluto, un método lógico de tener nuevas ideas, ni una


reconstrucción lógica de este proceso. Puede expresarse mi parecer
diciendo que todo descubrimiento contiene “un elemento irracional” o “una
198

intuición creadora” en el sentido de Bergson. Einstein habla de un modo


parecido de la “búsqueda de aquellas leyes sumamente universales […] a
partir de las cuales puede obtenerse una imagen del mundo por pura
deducción. No existe una senda lógica –dice-- que encamine a estas […]
leyes. Sólo pueden alcanzarse por la intuición, apoyada en algo así como
una introyección (‘Einfühlung’) de los objetos de la experiencia. “286

Por lo tanto, la objetividad no tiene ninguna relación con la predisposición del


investigador (sea científico natural, social o historiador) sino con un procedimiento lógico
posterior a la formulación de la hipótesis.

Es de todo punto erróneo conjeturar que la objetividad de la ciencia depende


de la objetividad del científico. Y es de todo punto erróneo creer que el
científico de la naturaleza es más objetivo que el científico social. El
científico de la naturaleza es tan partidista como el resto de los hombres y
[…] en extremo unilateral y partidista en lo concerniente a sus propias
ideas.287

La investigación científica está indisolublemente ligada con intereses extra-científicos


como la defensa nacional, el desarrollo industrial, el enriquecimiento, la realización personal,
el bienestar de la sociedad, etcétera. De allí se derivan muchas afirmaciones acerca de la
relevancia o el interés en justificar ciertas investigaciones. Es imposible desligar a la ciencia
de esos intereses, porque son ellos, precisamente, los impulsores del enorme desarrollo del
conocimiento científico en los últimos tres siglos. Afirmar la conveniencia de la investigación
científica ya es un valor. Invertir el tiempo en dedicarse a hacer ciencia en lugar de otra cosa,
también manifiesta la realización de un valor. La gente pudiente realiza actividades para ella
importantes, divertidas o agradables.
El razonamiento de Popper va más lejos, plantea la pregunta: ¿es conveniente la
ausencia de valores en el científico? Porque tanto la objetividad como la neutralidad valorativa
son valores también, lo cual hace paradójico batallar a favor de un total despojamiento de
valores. Si quitáramos todos los valores a un científico, perdería también el del impulso para
hacer ciencia, nos quedaría algo similar a un ente inanimado. Esto se aplica por igual a las
ciencias naturales, a las sociales y al conocimiento histórico.
Popper intenta una clasificación de los valores dividiéndolos en “científicos” y “extra-
científicos”. La aspiración a la verdad, la fertilidad explicativa, la sencillez, la exactitud, la
abundancia de resultados pertenecen al primer grupo. Otros vistos anteriormente en el
segundo. En ambos grupos afirma la existencia de valores positivos y negativos.
Sorprendentemente, luego de reconocer la imposibilidad de excluir los valores extra-
científicos, aboga por combatir la confusión entre esos dos tipos de valoraciones y, sobre todo,
por evitar inmiscuir los valores extra-científicos en todo lo referente al tema de la verdad, lo
cual podría ser tan imposible como el despojamiento total de valores.
En los ejemplos vistos parece muy fácil la clasificación, pero al alejarnos del núcleo
central y acercarnos al otro extremo, se va desdibujando la nitidez de la frontera para
diferenciarlos. Si la conveniencia práctica se conceptúa como un valor extra-científico, al
analizar lo ocurrido a partir de la Revolución Científica del siglo XVII, el tema se presta a la

286
Karl Raymond POPPER. La lógica… Op, cit., Páginas 31 y 32.
287
Karl Raymond POPPER. “La lógica de las ciencias sociales”, en: Theodore W. Adorno y otros. La disputa del
positivismo en la filosofía alemana. Grijalbo, Barcelona, 1973. Páginas 103 y siguientes.
199

polémica, porque el motor de esa transformación se sitúa precisamente en este punto. Han sido
objetivos prácticos los cuales, por medio de una persistente propaganda, lograron transformar
estudios cuya gloria, para Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, residía en la no
contaminación con los aspectos prácticos de la vida, en investigaciones cuya aplicación a los
intereses materiales e individualistas terminaron exaltando tirios y troyanos como justificación
de las crecientes inversiones de capital exigidas. Francis Bacon acusó al conocimiento antiguo
desde esta perspectiva:

De todos estos sistemas de los griegos y de sus ramificaciones en las


ciencias particulares, después de un período de tantos años apenas puede
aducirse un solo experimento que tienda a mitigar y beneficiar la condición
humana.288

De allí en adelante, lo no sumergido íntegramente en los intereses materiales del


emergente sector social regidor de los destinos del mundo y las necesidades prácticas de los
seres humanos, no será considerado de rango científico.
Con la experiencia de haber desatado fuerzas terribles, capaces de aniquilar toda forma
de vida, con el planeta a punto de agotar muchos recursos, con el envenenamiento atmosférico
y la ruptura de algunos equilibrios naturales, ya en la segunda década del siglo XXI resulta
asombrosa la persistencia de actitudes similares a las del filósofo de la Inglaterra de los siglos
XVI y XVII, soberbias, arrogantes, autoritarias. Por lo menos, “el aprendiz de brujo” tomó
conciencia de su falta de control sobre la situación por él creada.
5.4.2.1 – Las respuestas. De acuerdo con lo visto anteriormente, la primera objeción
formulada a quienes niegan la objetividad del conocimiento histórico invoca el “principio del
contraste no vacuo”. De acuerdo con este principio, al predicar algo sobre un fenómeno, ese
algo debe diferenciarlo de otra cosa a la cual no se le pueda aplicar esa predicación.
Si se desea negar la objetividad del conocimiento histórico por la utilización de
valores, es necesario compararlo con otro tipo de conocimiento al cual se le pueda adjudicar la
cualidad de “objetivo” basados en una ausencia de valores o una utilización diferente de los
mismos. La comparación generalmente ha sido realizada enfrentándolo al conocimiento
científico de la naturaleza, porque a éste sí se le adjudica la cualidad de “objetivo” como una
característica distintiva. Pero según lo mostrado por los adversarios de la “neutralidad
valorativa” de la ciencia, los científicos utilizan los valores en la misma medida y con la
misma intensidad a la utilizada por los historiadores. La única diferencia se sitúa en el objeto,
no en el estudioso. También vimos a Nagel ridiculizar la falacia según la cual un objeto en
cuya realización tuvieron una intervención destacada los valores no puede ser analizado sin
valorarlo.
Al margen de eso, todas las ciencias y toda forma de conocimiento selecciona, tanto el
tema como aquello a incluirse dentro de él; no pueden trabajar de otra manera, por lo cual, el
contraste elaborado por quienes niegan la objetividad del conocimiento histórico es vacío. No
presenta ningún ejemplo con características operativas diferentes.
Los estudiosos, atribuyen el desconcierto y las objeciones vistas, a la aparente
discrepancia entre diversos historiadores, al presentar distintas versiones de un mismo
acontecimiento, luego de manejar idénticos vestigios, elementos semejantes.

288
Francis BACON. Novum Organum. Libro I, afor. 71, citado por John RANDALL Jr. La formación del
pensamiento moderno. Nova. Buenos Aires, 1952. Página 229.
200

Los documentos por sí solos no dicen nada, es necesario preguntarles para hacerlos
hablar. A preguntas diferentes, lógicamente, dan respuestas diferentes. Cada historiador puede
formular nuevas y originales preguntas a los mismos restos del pasado. Sin embargo, las
disímiles versiones surgidas de esas preguntas, no necesariamente son antagónicas; en la
mayor parte de los casos, tratándose de historiadores formados en instituciones especializadas,
son complementarias, ofrecen múltiples puntos de vista, enriquecen la comprensión del tema,
ampliando la perspectiva y el mismo conocimiento.
Con mucho optimismo Dray afirma:

…si dos historiadores hacen selecciones distintas de lo que es sabido al


producir su versión, no es necesario concluir que ni uno ni otro hayan
escrito una versión falsa. Ni necesitamos tampoco considerar que se
contradicen. Al contrario, mientras que sus versiones están formadas
enteramente de declaraciones ciertas, se suplementarán.289

5.4.2.2 – Las condiciones. La explicación científica de la naturaleza busca poner de


manifiesto las condiciones necesarias y suficientes para la ocurrencia de los procesos
explicados. Como es simétrica con la predicción, también puede predecirlos. Esa es la base de
la experimentación.
Sobre los procesos históricos, las explicaciones solo puede establecer algunas
condiciones necesarias, pero no pueden sacar a luz las condiciones suficientes. En el
capítulo anterior ya tratamos esta singularidad, compartida con todas las ciencias sociales.
Precisamente, por esa característica no son ciencias experimentales. De esa peculiaridad de
las disciplinas sociales, deriva su posibilidad de admitir distintas interpretaciones de un mismo
proceso sin ser falsa ninguna. Muy a menudo se armonizan y completan mutuamente.
Los procesos sociales, también lo vimos, son acumulativos, no repetitivos. Para
algunos autores, si fuera viable establecer todas las interpretaciones posibles no
contradictorias, eso podría constituir una explicación completa. Además de ser imposible, ese
ideal solo permitiría una explicación total desde una sola perspectiva teórica individual. Otras
teorías, sin duda, la desautorizarían íntegramente. Si bien muchas interpretaciones y/o
explicaciones de acontecimientos humanos pasados son complementarias, no siempre y
necesariamente lo son todas.
El ejemplo del origen del capitalismo es claro. Para los marxistas las condiciones
materiales son las determinantes del nacimiento y avance de esa forma de organización
económica y social. Autores como Werner Sombart y Max Weber lo atribuyen a ciertas
predisposiciones mentales de algunos grupos humanos; en el caso del primero son los judíos,
en el segundo es la ideología del protestantismo derivada de Juan Calvino. Esos autores
adoptan puntos de partida totalmente opuestos a los marxistas, por eso llegan a conclusiones
igualmente opuestas en torno al problema tratado. En ese caso, los puntos de partida, las
teorías, son antagónicas, por lo cual las explicaciones e interpretaciones basadas en ellas
producirán conclusiones igualmente opuestas, como lo fueron y lo son, en el campo de las
ciencias naturales, las interpretaciones del universo formuladas por Aristóteles y Galileo.
Otra diferencia entre los estudios de la naturaleza y aquellos acerca de las sociedades,
es la diferente manera de trabajar de ambos tipos de conocimiento: En ciencias naturales, en

289
William DRAY. Op. cit. Página 54. El verbo “suplementar” no aparece en el diccionario de la Academia en
su vigésima segunda edición, Está el vocablo “suplementario” y su acepción reza: “Que sirve para suplir algo
o complementarlo” Parecería más adecuado los verbos complementar, completar o ampliar.
201

los períodos “normales” todos los científicos adoptan una misma teoría para interpretar la
realidad. Al iniciar sus estudios les enseñan esa teoría como la más adecuada. Kuhn la llama
“paradigma”. También en ciencias naturales se producen disidencias de vez en cuando. El
propio Kuhn ejemplifica casos en los cuales se sustituye un paradigma por otro. Enfatiza el
tema como una pugna entre generaciones.
Pero la disidencia generacional no es la causa del nuevo paradigma. Los cambios en
ciencias naturales se relacionan con las necesidades de las sociedades en las cuales se
producen. Aristarco de Samos, astrónomo griego del siglo tercero antes de nuestra era,
enunció la teoría heliocéntrica de funcionamiento del sistema planetario en el cual vivimos. Su
teoría no tuvo ninguna repercusión. Nicolás Copérnico, diecinueve siglos más tarde sostuvo lo
mismo en un libro farragoso, de difícil comprensión y tuvo un éxito deslumbrante.290 Hasta
nuestros días se habla de “la revolución copernicana”, aunque a su autor se lo puede acusar de
muchas cosas menos de “revolucionario”. Habían cambiado las necesidades sociales.
Antes de la época moderna, la nueva teoría era un lujo innecesario. Los marinos
navegaban por un mar interior, sobre el cual, el cielo era exactamente el mismo. Siglos más
tarde, al salir al Océano Atlántico y cruzar la línea ecuatorial, el cielo cambia y los marinos no
tenían puntos de apoyo fijos.
Los turcos habían bloqueado las rutas comerciales entre la Europa Occidental y el Asia
central del sur, especialmente con la India. Eso obligó a los occidentales a buscar otras rutas.
Esos rumbos exigían navegar por el hemisferio sur. Para hacer más rápidos y seguros los
viajes era necesario contar con mapas celestes diferentes. Ese proceso fue parte de la misma
revolución del saber, por la cual ya habían dado la vuelta al mundo y probado la redondez de
la Tierra. A pesar de la prohibición sobre los nuevos mapas, los comerciantes se los
proporcionaban a los marinos con quienes trabajaban.
La fe es una cosa y las ganancias otra diferente. Los importadores habían detectado la
mayor velocidad de los viajes guiados por los nuevos mapas. Una transacción comercial en un
año, por la duración de los viajes, podía convertirse en cuatro transacciones si los trayectos
eran más rápidos y seguros. Podían cuadruplicar las ganancias. Ese cálculo impuso no solo los
mapas, a la larga, también la nueva teoría. No era un problema de genialidad ni de suerte, era
un asunto de necesidad para la emergente burguesía.
En ciencias sociales, especialmente en el conocimiento histórico, no existen los
paradigmas, no son posibles. Siempre compiten diversas teorías, muchas antagónicas.
Una visión social del proceso humano no puede compaginarse con la teoría
individualista de los “grandes hombres” de Carlyle. El historicismo y su concepción de las
acciones intencionadas, no puede armonizarse con una posición donde elementos materiales o
culturales moldean o condicionan la manera de pensar y vivir de los seres humanos.
Por último, de acuerdo con el ejemplo donde cinco personas realizaban juntas un
paseo. Cada uno podía percibir elementos diferentes. Sin embargo, si ocurría algo excepcional,
eso lo recordarían varios; sería “sospechoso” si fuera mencionado solo por uno. En lo referente
a la selección ocurre algo similar. Ningún historiador puede ignorar algunos rastros, lugares,
temas y acontecimientos al dedicarse a ciertos períodos. En historia política de Europa sería
impensable un estudioso ignorante de la batalla de Poitiers, en la cual las huestes comandadas
por Carlos Martel derrotaron y detuvieron a los invasores musulmanes en su avance desde el
sur. En México no se concibe la ignorancia de la campaña encabezada por Miguel Hidalgo a

290
Arthur KOESTLER. Los sonámbulos. Historia de la cambiante cosmovisión del hombre. Conacyt, México,
1981. Original: Hutchinson & Co., Ltd., Londres, 1959.
202

partir del 16 de setiembre de 1810, al considerar el proceso relativo a los antecedentes de la


separación de España. En cualquier tipo de Historia de los últimos dos siglos, provocaría risa o
indiferencia quien ignorara la “Revolución Industrial”. Es decir, determinados procesos se
imponen por su trascendencia, por la cantidad de personas afectadas por el mismo y por la
profundidad de esa afectación.
Estos argumentos nos permiten apreciar el tema desde otra perspectiva. No es tan
azarosa y arbitraria la selección realizada por los historiadores como la presentan los
relativistas. En los casos más lúcidos está dirigida mayoritariamente por una teoría. En
otros, por prejuicios y consideraciones personales, no individuales y únicas, sino compartidas
por todo un medio social en el cual se formó el investigador. En situación más extrema, para
ciertos acontecimientos y en ciertas circunstancias, es el mismo proceso quien impone su
propia significación, derivada de su influencia sobre la sociedad.
5.4.3 – Otras Historias. Las diferentes teorías directrices del conocimiento histórico
ofrecen diversas gradaciones para la incidencia de los valores en sus estudios. La Historia
política tradicional y la concepción individualista del proceso histórico, seguramente no
pueden evitar un peso más acusado de los gustos y preferencias del investigador. Quienes han
destacado la figura de Julio César por haberse elevado en su tiempo, violentando las leyes de
la República Romana, no solamente reconocen la inviabilidad de seguir administrando un
vasto imperio con los recursos creados para gobernar un territorio unitario y limitado, habitado
por grupos homogéneos, sino también, frecuentemente manifiestan sus preferencias por los
“hombres fuertes”, su fascinación por el poder, su admiración personal por “la gloria” y lo
entendido por ellos como “grandeza”. Otros exaltan el carácter populista de la actuación de
César como gobernante, sus desprecios y ataques a la aristocracia senatorial, su entendimiento
con la plebe. Otros acentúan su violación al orden jurídico de la República. Leyéndolos a
todos, se puede elaborar un concepto propio del proceso.
Desde la perspectiva de una historia económica, la figura de César es irrelevante. En
todo caso puede ser explicada como el producto de una coyuntura particular en la cual, de no
haber sido él, otro u otros hubieran ocupado su puesto, pero la evolución general no hubiera
sido distinta en lo fundamental, aunque presumiblemente, la anécdota pudo haber sido
diferente. También los historiadores interesados por elementos susceptibles de tratamiento
estadístico, como los partidarios de la “Historia serial”, o aquellos atentos a los fenómenos de
larga duración, tienden a disminuir enormemente el peso de las individualidades, de los
hombres particulares, aunque la Historia Cívica, o la tradicional los hayan elevado a niveles de
endiosamiento. Pierre Vilar llega a decir:

Los grandes rasgos de la evolución humana han dependido sobre todo del
resultado estadístico de los hechos anónimos: de aquellos cuya repetición
determina los movimientos de población, la capacidad de la producción, la
aparición de las instituciones, las luchas secretas o violentas entre clases
sociales, -hechos de masas todos ellos que tienen su propia dinámica…291

Parece suficientemente clara la menor incidencia de valores no controlados en este tipo


de Historias. Si bien privilegiar una de esas formas de “hacer historia” ya significa una
valoración, es más factible evitar muchos valores cuando se acepta la dependencia de una
teoría social acerca del funcionamiento de las sociedades humanas. Una vez escogida la teoría,

291
Pierre VILAR. Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Crítica. Barcelona. Tercera edición,
noviembre de 1981. Página 26. Las cursivas son del autor, el subrayado nuestro.
203

en el estudio específico del período y tema en cuestión parece más difícil atribuir un papel
demasiado destacado a los valores individualistas, en la explicación del acontecimiento o el
proceso. Parece más normal sentir simpatía por un personaje o una conducta humana, a
sentirla por un índice demográfico, una curva de salarios, un balance de pagos, o cualquier
tipo de estadísticas.
Se niega la objetividad a los estudios históricos para rechazar la calidad científica de la
disciplina. Luego niegan la calidad científica del conocimiento histórico, basados en su
ausencia de objetividad. Para Pereyra:

En el fondo del relativismo está, pues, el convencimiento de que no es


posible una teoría científica de la organización social y de sus
transformaciones.292

Aceptada la necesidad de criterios selectivos en toda forma de conocimiento, no por


ello desaparecen los argumentos para negar la posibilidad de objetividad en los estudios
históricos. Las ciencias, se dice, extraen sus criterios selectivos de sus teorías, de sus leyes; en
cambio, el conocimiento histórico, al utilizar generalizaciones emanadas del sentido común,
echa mano de formulaciones, no solamente no controladas, sino generalmente elementales y
falsas. Los historiadores solamente tienen a la mano principios arbitrarios y subjetivos para la
selección, por eso se producen tantas discrepancias entre ellos en la interpretación y
explicación de un mismo acaecimiento.
Por último, también se ha negado al conocimiento histórico la posibilidad de alcanzar
la objetividad, porque las relaciones propuestas entre las diversas variables de los procesos
humanos pasados no son ingredientes propios de esa realidad, sino algo impuesto
arbitrariamente desde afuera por el investigador.
El argumento es pueril y constituye otro contraste vacuo. Todas las ciencias fácticas de
la naturaleza encuentran instancias en las cuales ciertas leyes son negadas por procesos del
mundo exterior. Eso nos indica claramente la misma situación. Las “leyes”, relaciones e
interpretaciones del mundo formuladas por los científicos de la naturaleza, no son algo
existente en la naturaleza, sino impuestas por los mismos estudiosos desde afuera, son las
creaciones del pensamiento humano en su infatigable y tenaz intento por explicarse el mundo.
Si eso fuera posible, ya conoceríamos todo y no habría nada más por indagar. El hecho de
seguir investigando indica la insuficiencia de nuestro saber.
Gran parte de estas objeciones no claramente explicitadas, se derivan de la antigua y
falaz identificación de la ciencia con la verdad. Es interesante cotejar esta idea con lo dicho
por Popper hace ya seis décadas:

La ciencia no es un sistema de enunciados seguros y bien asentados, ni uno


que avanzase firmemente hacia un estado final. Nuestra ciencia no es
conocimiento (episteme): nunca puede pretender que ha alcanzado la
verdad, ni siquiera el sustituto de ésta que es la probabilidad.293

Repetimos: ninguna conclusión alcanzada por las ciencias fácticas es definitiva. Todas
son provisorias.

292
Carlos PEREYRA. El sujeto de la historia. Alianza, Madrid, 1984. Página 153.
293
Karl Raymond POPPER. La lógica… Op. cit. Página 259.
204

El llamado “conocimiento científico” es un intento humano por “atrapar” la marcha de


la naturaleza y de la sociedad en la perfección de las ciencias formales, es tratar de explicar el
funcionamiento del mundo en términos matemáticos y lógicos. Es una tarea imposible. Son
cosas de diferente naturaleza. Un ejemplo elocuente lo ofrece el conocimiento matemático
desde sus inicios: los planteos de sumerios y egipcios, aquello alcanzado por los griegos hace
más de veinte siglos, las aportaciones de los árabes, etc., mantienen su vigencia actualmente.
El teorema de Tales o el de Pitágoras se demuestran en la misma forma en la actualidad. La
lógica de Aristóteles es la misma lógica clásica estudiada todavía en cualquier universidad del
mundo. Dos más dos siguen siendo cuatro muchísimos siglos después.
En contraste, ningún conocimiento de la realidad exterior tenido por verídico en la
Antigüedad, es considerado verdadero en nuestro tiempo. Es más, ningún conocimiento sobre
la naturaleza o la sociedad, tenido por veraz hace solo cuatro siglos, se acepta de la misma
manera en la actualidad. Ninguna conclusión alcanzada por las ciencias de la naturaleza tiene
tanta consistencia. Casi todas han sido refutadas.
5.5 – DEFINICIONES. Una parte importante de la discusión en torno a este tema está
relacionada con los diferentes criterios utilizados para definir el vocablo Historia. Ya
mencionamos la confusión introducida en el diccionario de la academia. Si en el lenguaje
popular es posible un alto grado de imprecisión, en la teoría científica esto no es admisible.
Tampoco es tolerable utilizar términos con muchos significados diferentes, pues eso confunde.
Por esa razón es necesario analizar si muchas de las complicaciones puestas de manifiesto no
estarán relacionadas con una equivocada utilización del concepto.
Adam Schaff nos ofrece un magnífico ejemplo de esta vaguedad. Obligado por el
desarrollo de su pensamiento, se plantea la pregunta acerca de la significación del vocablo
“objetivo”. Luego de señalar las dificultades derivadas del uso habitual, asegura la existencia
de una equivocidad en torno a las muchas acepciones, inclusive, algunas de ellas
contradictorias entre sí. Esto lo obliga a proponer una “definición proyectiva” sin apartarse
demasiado del sentido establecido y las “intuiciones corrientes” acerca del mismo, pero
intentando un esfuerzo de precisión. Nos dice entonces:

Primero, es “objetivo” lo que procede del objeto. En este sentido, se


entiende por “objetivo” el conocimiento que refleja (en una acepción
determinada del verbo “reflejar”) en la conciencia cognoscente el objeto que
existe fuera e independientemente de ésta (de modo opuesto al
conocimiento “subjetivo” que crea su objeto)

Es la antigua definición aristotélica, derivada de la teoría cognoscitiva del “reflejo”, la


repetida por el diccionario en sus primera y tercera acepciones, según ya vimos. También al
inicio del capítulo observamos a Bunge muy próximo a esta concepción. Suárez, más
extremista, dice:

…cuando se pide a un conocimiento que sea objetivo, lo que en realidad se


le está pidiendo es que sea verdaderamente conocimiento. Y esto es así
porque el conocimiento “está determinado por la cosa, por el objeto, por lo
que está ahí. Por tanto, cuando… se da en el conocimiento cualquier
determinación de contenido que provenga de la voluntad del sujeto –en
cuando éste quiere que aquello sea así, y de ninguna manera otra cosa--,
205

entonces, siempre que esta influencia subjetiva no-objetiva se logra, no nos


encontramos en absoluto ante un conocimiento.”294

Carlos Pereyra lo contradice: “no hay conocimiento que ‘proceda’ del objeto”.
Independientemente de esa imposibilidad para saber si algo procede realmente del objeto, esta
forma de encararlo lo iguala con el concepto de “verdad”, haciendo superfluo uno de los dos.
Extraña descubrir este punto de vista en Schaff, autor autodefinido como marxista, tomando en
cuenta las primera y quinta tesis sobre Feuerbach, donde ya el propio Marx había atacado esta
concepción:

El defecto fundamental de todo el materialismo anterior –incluido el de


Feuerbach-- es que sólo concibe las cosas, la realidad, la sensoriedad, bajo
la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial
humana, como práctica, no de un modo subjetivo. […] Feuerbach quiere
objetos sensibles, realmente distintos de los objetos conceptuales; pero
tampoco él concibe la actividad humana como una actividad objetiva […] Por
tanto, no comprende la importancia de la actuación ‘revolucionaria’,
práctico-crítica.295

Continúa en la quinta tesis:

Feuerbach, no contento con el pensamiento abstracto, apela a la


contemplación sensorial; pero no concibe la sensoriedad como una
actividad práctica, como actividad sensorial humana.296

Comentando estos pasajes, Corina de Yturbe subraya la censura marxiana a Feuerbach:

“por tener una concepción limitada de la realidad, por concebirla como


naturalmente dada y asequible por vía de la mera contemplación. La
limitación del materialismo tradicional, incluido el de Feuerbach, estriba,
entonces, en la falta de reconocimiento del trabajo como actividad práctico-
cognoscitiva en la construcción de la objetividad, esto es, no reconoce que
la propia actividad humana es material”

La objetivista, es una concepción demasiado restrictiva del proceso de conocimiento


del mundo real. Presenta la cualidad cognoscitiva del sujeto “como mera actividad discursiva”.
La verdadera “actividad práctico-cognoscitiva en la construcción de la objetividad” es el
trabajo (…) la cuestión filosófica de la relación entre ser y pensar, en términos de relación
entre sujeto y objeto, requiere ser sustituida, y de hecho es abandonada en lo sucesivo por
Marx.297
Volviendo a Schaff:

Segundo, es “objetivo” lo que es válido para todos y no sólo para tal o cual
individuo. Por consiguiente, es “objetivo” el conocimiento que tiene una

294
Federico SUÁREZ. La historia y el método de investigación histórica. Rialp. Madrid, 1977. Páginas 131,
132. El citado por él es Josef Pieper. El descubrimiento de la realidad. (Madrid, 1974) Página 43-44.
295
Carlos MARX “Tesis sobre Feuerbach”, en Carlos MARX, Federico ENGELS. Obras escogidas en dos
tomos. Progreso. Moscú, 1966. Tomo 2. Ediciones en lenguas extranjeras. Página 404. Primera tesis.
296
Idem. Página 405. Tesis quinta.
297
Corina de YTURBE. La explicación de la historia. UNAM. México, 1981. Páginas 20 a 23.
206

validez universal y no solo individual (de modo opuesto al conocimiento


“subjetivo” en sentido individual).

Esta acepción iguala el término “objetivo” con “unánime”, como “válido


universalmente”, lo cual, evidentemente, también es una falacia. Uno de los dos conceptos es
superfluo, está sobrando. Por otra parte, la unanimidad es algo imposible de abarcar, inclusive
en ciencias de la naturaleza. Además, parte de la humanidad ha creído verdaderas muchas
teorías científicas, durante prolongados períodos hasta demostrarse su falsedad.
Por último:

Tercero, es “objetivo” lo que está exento de emotividad y, por consiguiente,


de parcialidad (de modo opuesto a lo “subjetivo” en el sentido de “colorea-
do” emotivamente y “parcial”) 298

Coincide con la segunda acepción asignada por el diccionario y la cita de Heller. Ya


examinamos la posibilidad de quitarle a un individuo sus valores, es decir, su “parcialidad”.
También vimos las objeciones de Popper a esta consideración. La objetividad no tiene ninguna
relación con las condiciones en las cuales se crean nuevos conocimientos.
Hace un siglo, el vocablo provocó muchas discusiones y algunos filósofos y
epistemólogos llegaron a sugerir su sustitución por “intersubjetivo”. El intento no prosperó, el
sentido del término escogido no coincide exactamente con la acepción de la palabra “objetivo”
y este es necesario en el vocabulario epistemológico.
Carlos Pereyra contesta a Schaff: luego de descartar las definiciones anteriores,
formula una, coincidente con la de Popper, en el acercamiento más preciso, con un sentido
único en lo relativo al tema.

Para que un discurso pueda legítimamente caracterizarse como “objetivo”,


no hace falta que sea “verídico”, ni que estén ausentes de él los juicios de
valor, ni que sea aceptado universalmente. Basta que se trate de un discurso
cuyos elementos teóricos e informativos pueden someterse, en todo caso, a
contrastación y control.299

De esta manera, es más fácil definir este adjetivo como sinónimo de controlable,
susceptible de “contrastación empírica”. En la terminología de Popper sería “falsable, apto
para ser falsado”. Tomado exclusivamente en esta acepción, la cualidad sí ocupa un lugar
importante dentro del conocimiento. Una de las formas para persuadir a los demás de la
veracidad de una proposición, es precisamente, la posibilidad de la misma de ser comprobada
con los elementos fácticos y teóricos disponibles.
5.5.1 – Confusiones. Lo anterior es un buen ejemplo de las contradicciones derivadas
de una concepción demasiado vaga, producida al introducir la imprecisión del lenguaje
corriente en disciplinas en busca de su sistematización. Lo opuesto a “objetivo”, para la
epistemología, es “subjetivo”, con disculpa de la señora Heller. Si analizamos cada una de las
otras significaciones vistas, podremos clarificar nuestros conceptos.
Es un error identificar “objetivo” con “verdadero”. Lo contrario de “verdadero” es
“falso”, por lo tanto es posible la existencia de una proposición objetiva y falsa; es más,
precisamente por ser objetiva podemos demostrar su falsedad, porque podemos controlarla. En

298
Adam SCHAFF. Historia y verdad. Grijalbo. México. 1981. Colección Teoría y Praxis N° 2. Página 101.
299
Carlos PEREYRA. El sujeto de la historia. Alianza, Madrid. 1984. Página 165.
207

el otro extremo, también una proposición subjetiva puede ser verdadera, aunque esto sea
indemostrable. Hablar de “verdad objetiva” significa hablar de una proposición verdadera y
comprobable al ponerla a prueba; cualquiera puede intentar la refutación del enunciado y
obtener resultados. Es una probabilidad alta de llegar a acuerdos intersubjetivos.
En ciencias fácticas, ninguna verdad es definitiva. Ya lo hemos visto. Una “verdad
objetiva”, por ser objetiva, en cualquier momento puede ser demostrada su falsedad, entonces
deja de ser “verdad” aunque sigue siendo “objetiva”.
La proposición “esta tarde lloverá” puede controlarla cualquier persona, si vive lo
suficiente para pasar la tarde. Si es verídica o falsa se establecerá si, evidentemente, llueve o
no por la tarde. La decisión sobre su verdad o falsedad puede ser establecida mediante la
observación dirigida. Quien la haga debe establecer claramente el significado de “llover”,
porque luego caen dos gotas y se eterniza la discusión sobre si fue lluvia o no lo fue. Bromas
aparte, desde ahora, sin saber todavía si es verdadera o falsa, ya podemos establecer su
objetividad. Por otra parte, la proposición “Dios existe” puede ser verdadera, pero no objetiva,
porque nadie ha podido establecer formas de control para decidir intersubjetivamente acerca
de su verdad o falsedad.
Esta posición desautoriza la teoría realista, la cual concibe el conocimiento como un
reflejo de la realidad en la mente del individuo. Varios autores también sostienen esta
acepción, pero la incluyen junto con otras, como es el caso de Heller por ejemplo, la cual en
otro pasaje dice: “la objetividad […] consiste en la disponibilidad, en la medida de lo posible,
de comprobar los hechos antes de emitir un juicio…”300
Hablando específicamente del conocimiento histórico, Nagel sostiene:

…la obvia imposibilidad lógica de reproducir un suceso dado del pasado no


demuestra que las explicaciones históricas del mismo no puedan ser
sometidas a prueba y, por lo tanto, que no se las pueda fundamentar
objetivamente.301

Y en la siguiente página, contestando a quienes niegan la posibilidad de “someter a


prueba” el pasado por irrepetible, agrega: “…hay otras técnicas además de la manipulación
experimental directa para obtener un conocimiento fáctico confiable”.
En segundo lugar, de acuerdo con las proposiciones de Schaff, se confunde el concepto
analizado con el de “unánime”, válido para todos. También es incorrecta esa definición. Lo
contrario de unánime es “disconforme”. Ninguno de ambos términos afecta al control de los
conocimientos. Aunque toda la sociedad crea en la existencia de Dios, como pudo haber
ocurrido en tiempos pasados, eso no transforma en ‘conocimiento objetivo’ la proposición
estableciendo esa existencia. La moderna teología lo plantea como una cuestión de fe, una
postulación dogmática, pero a nadie se le ocurre ya “demostrar” su existencia. Ninguna ciencia
o disciplina cognoscitiva actual plantea esa demostración como una de las finalidades de su
trabajo.
En la tercera significación, Schaff identifica la objetividad con la imparcialidad. En
otro trabajo sostuvimos las dificultades planteadas por la imparcialidad. El desapasionamiento
no asegura esta característica, porque un investigador, al dedicarse a un tema, ya debe tener
ciertas ideas acerca del mismo, lo cual lo hace parcial. Nadie vive en el vacío absoluto. Todos
nos hemos formado en sociedades, desde el momento del nacimiento se nos están
300
Agnes HELLER. Teoría de la Historia. Op. cit. Página 61.
301
Ernest NAGEL. La estructura… Op. cit. Página 522.
208

introyectando valores, ideas, formas de enfrentar la realidad. Todo eso impide poder juzgar
cualquier cosa desde una posición absolutamente prescindente. A los especialistas, muchos
conceptos teóricos necesarios para desarrollar su trabajo, se los ha impuesto la comunidad
dentro de la cual se han formado como tales. Aunque a veces reaccionan contra esas ideas
recibidas y las reformulan o las refutan, especialmente en períodos de crisis de la disciplina, su
rebeldía se realiza entre límites en gran parte determinados por esas ideas anteriores y en parte
por la realidad circundante y sus dificultades, nunca en forma imparcial. A una persona puede
parecerle imparcial un enunciado, pero a otras les resulta totalmente parcial. Ante las
increpaciones de los periodistas europeos, los cuales lo censuraban por su renuencia a brindar
opiniones, siendo ellos tan “imparciales”, Franz Fanon, el lúcido y legendario dirigente de la
Revolución Argelina, les respondió: “vuestra imparcialidad siempre está contra nosotros”.
Independientemente de esta imposibilidad básica, confundir la objetividad con la
imparcialidad significa confundir los condicionantes sociales y de cualquier otro tipo, incluido
el posible azar, influyentes sobre los individuos generadores del conocimiento, con la
posibilidad de someter a las pruebas y trámites verificativos pertinentes el trabajo de los
historiadores y de cualquier otro tipo de investigador. Ser parcial, no quita a un conocimiento
la posibilidad de ser objetivo. La inversa también es válida: puede ser imparcial y subjetivo.
La posibilidad de controlar las hipótesis y proposiciones de un conocimiento, no
depende de los compromisos del investigador, sino de elementos formales, lógicos. Si la
imparcialidad existiera, tampoco conviene olvidar la inexistencia de relación entre parcialidad
y verdad. Una proposición parcial puede ser verdadera, como así también lo contrario: puede
ser falsa una imparcial.
5.5.2 – La posibilidad teórica. Desde esta perspectiva, la objetividad queda
supeditada a las posibilidades teóricas de la disciplina, a saber:

Si es posible o no […] fijar criterios que permitan decidir entre hipótesis


antagónicas. Si en una rama de investigación se utilizan conceptos cuyos
referentes no son susceptibles de control intersubjetivo, o si sus hipótesis
son válidas exclusivamente desde cierta tabla de valores y para cierta
concepción del mundo, no hay en esa disciplina objetividad posible.302

Una causa de la confusión ha sido la proliferación de formulaciones de los tipos más


variados acerca de los estudios del pasado humano. De ese caos ha surgido la idea de la
imposibilidad de la existencia de verdaderas teorías en el conocimiento histórico, porque
aquello a lo cual algunos “historiadores” han llamado de esa manera, fueron controlados con
generalidades derivadas del sentido común y la sabiduría popular, sin una necesaria conexión
lógica entre sí y sin la precisión requerida para un marco teórico. Para Pereyra, en muchas
ocasiones el escepticismo acerca de las posibilidades del conocimiento histórico, se deriva de
la ignorancia acerca del trabajo real, tal como lo desarrollan la mayor parte de los historiadores
formados con seriedad en la actualidad.
Puede agregarse el poco interés de estos últimos en dar a conocer sus modalidades de
trabajo. Un ejemplo seleccionado por él son ciertas concepciones muy amplias, imposibles de
contrastar y, por lo mismo, de ser consideradas teorías históricas. Algunas de ellas derivan del
“devenir social”, de los “grandes hombres”, del “carácter nacional”, de las “condiciones
económicas”, de “la geografía”, etc.

302
Carlos PEREYRA. El sujeto de la historia. Op. cit. Página 161.
209

Para él, las teorías utilizadas por los historiadores, cada vez con mayor intensidad, son:
“la teoría del Estado y de la organización política”, “la teoría de las ideologías y de la
hegemonía”, “la teoría de la acumulación de capital y de la plusvalía”, entre otras. También
considera las elaboraciones teóricas de las otras ciencias sociales como nutrientes de los
historiadores. Finalmente, destaca la renuencia académica a admitir la importancia de “la
perspectiva analítica abierta por Marx”.
Cabe mencionar la existencia de otras posibilidades de análisis del mismo tipo, es
decir, proposiciones muy amplias, de carácter ontológico, casi imposible de ser contrastadas
intersubjetivamente y, sin embargo, muy fértiles como orientadoras del trabajo de los
investigadores, como han sido el funcionalismo, el estructuralismo, el positivismo, el propio
historicismo, aun con vigencia en nuestro continente, etcétera.
Pereyra sugiere la estrecha colaboración entre la Historia y las diferentes disciplinas
sociales. También apoyaron este punto Lucien Febvre y la corriente de los Annales, además de
otros historiadores de alto nivel. Un obstáculo ha sido la reticencia de muchos historiadores
hacia las amplias perspectivas teóricas, tan del agrado del resto de los investigadores sociales.
El fracaso de algunas aplicaciones indiscriminadas a épocas diferentes de aquella para la cual
fue formulada, ha generado mucha desconfianza.
Nos enfrentamos con una situación bastante cambiante de acuerdo con la época en
estudio, como si fuera necesario modificar los conceptos teóricos de acuerdo con el período e
incluso con la región del mundo a investigar. De todas maneras, su definición es precisa:

Un modelo teórico es un conjunto de conceptos e hipótesis relacionados


entre sí y su eficacia explicativa consiste, precisamente, en su capacidad
para volver inteligible una amplia variedad de fenómenos.303

Desde esta óptica, cuantos más procesos explica, mayor eficacia manifiesta el modelo
puesto a prueba.
Aunque la unanimidad teórica dentro de las ciencias naturales no es tan amplia como
suele creerse a nivel popular, es bastante evidente la diferencia con el conocimiento histórico;
en éste siempre hay divergencias mucho más sustanciales y profundas. Las ciencias de la
naturaleza generan ciertas tecnologías y a la larga, es la práctica la encargada de dirimir las
discrepancias en torno a las teorías interpretativas.
En nuestra disciplina la situación es diferente. Primero porque no se derivan de ella
tecnologías con el mismo carácter de las anteriormente mencionadas. Segundo, las ideas
tenidas acerca del pasado afectan nuestra actuación en el mundo donde vivimos. Aplicar
ciertas medidas sociales, políticas o económicas, basados en nuestros conocimientos del
pasado, supone alterar la forma de vida de mucha gente, perturbar a ciertos grupos. La
ingeniería social es muy peligrosa, si altera a sectores demasiado poderosos, el experimento
está destinado al fracaso, lo cual puede terminar en desastre. Por eso, diversos grupos sociales
adoptan diferentes puntos de vista acerca del pasado y destacan variables y aspectos
diferentes.
La pugna por imponer los propios puntos de vista, corre pareja con el interés por
imponer proyectos culturales, sociales, políticos y económicos. Esto vuelve muy improbable la
posibilidad de un acuerdo generalizado en torno de cierta teoría de la Historia y de las ciencias
sociales.

303
Carlos PEREYRA. El sujeto… Op. Cit. Página 162.
210

5.5.3 – La tradición crítica. Es muy clara la forma en la cual los intereses grupales
operan sobre la producción de conocimientos y su difusión en la sociedad. Sin embargo, como
ya sostuvimos, esta situación no autoriza cuestionar la objetividad del conocimiento histórico,
porque el encargado de controlar la teoría, las hipótesis y las generalizaciones formuladas por
el investigador, no es quien lo genera, sino el resto de la comunidad, como ocurre en toda
forma de conocimiento.
A ese control de los pares sobre lo propuesto por uno de ellos, Popper lo llama la
“tradición crítica”. Para él, la “crítica consiste en intentos de refutación”. Por lo tanto, todo
enunciado formulado en cualquier disciplina de estudio se reputará objetivo, cuando ofrezca la
posibilidad de ser sometido a intentos de refutación. Quien lo formula puede proponer formas
de control derivadas de su subjetividad, de sus tendencias, sentimientos, pasiones, etcétera,
pero los encargados de su control, no participan de esos estados subjetivos del investigador,
por lo cual, al someter a prueba sus conclusiones, utilizan exclusivamente los recursos puestos
a su disposición por la lógica.
Este punto no es una cuestión individual de los diferentes estudiosos, sino un asunto
social de intercambios y controles recíprocos, los cuales se trasmiten de una época a otra.
Muchas proposiciones teóricas, luego de resistir los intentos de refutación de varias
generaciones, fueron falsadas al cabo de más de un siglo, como ocurrió con la teoría de la
gravitación universal, por ejemplo.
Otro elemento aportado por Pereyra, también integrante de esta “tradición crítica”,
puntualiza cómo, quienes deben poner a prueba un modelo teórico, no lo contrastan
exclusivamente con los datos aportados por quien lo ha propuesto, o por sus defensores;
también agregan toda otra información empírica disponible acerca del tema en cuestión. La
comunidad de historiadores (o de científicos en su caso) no intenta salvar una hipótesis, una
teoría o una proposición, sino todo lo contrario, su intención es refutarla, demostrar su
falsedad. De allí se deriva la objetividad de los conocimientos históricos. Ocurre de la misma
manera en las ciencias de la naturaleza y de la sociedad.
5.6 – CONCLUSIÓN. De acuerdo con lo visto, el problema de la verdad no puede
tener una solución terminante y para siempre. Si aceptamos la existencia de una realidad
exterior, tanto natural como social y nuestra posibilidad de conocerla, podemos llegar a estar
en posesión de la verdad, pero jamás tener la seguridad total de ser sus poseedores. Es más, es
posible abandonar una verdad para sustituirla con una falsedad, pero es imposible poder
probarlo.
Si nos alineamos con los idealistas, la única verdad es nuestro pensamiento; en ese
caso el problema es obtener un consenso con las otras subjetividades. Para los dialécticos la
verdad es un proceso en desarrollo permanente y abarca toda existencia material. La realidad
es creada por el sujeto, pero simultáneamente esa creación forma y moldea al propio sujeto,
por tanto, ambos son partes de una instancia más amplia en permanente proceso de
desenvolvimiento: la realidad.
Respecto a la objetividad, la única forma lógica de definirla sin repetir conceptos es: la
posibilidad de controlar las hipótesis, las proposiciones teóricas y los aspectos fácticos.
Aceptada esta definición, es absurdo negar la posibilidad del conocimiento histórico, y de
muchas otras modalidades cognoscitivas, de acceder a ella. Las perspectivas en ese sentido,
son exactamente iguales a las de cualquier otra forma de conocimiento objetivo.
La dificultad planteada deriva de ciertas formas de escribir “Historia”, sin capacidad de
ofrecer elementos convincentes para su control. En la actualidad, esas formas han sido
empujadas, cada vez más, hacia áreas marginales, aunque es muy difícil erradicarlas. La
211

enorme mayoría de los historiadores profesionales, son conscientes de la obligación de ofrecer


elementos formales claros para facilitar la contrastación empírica de sus afirmaciones por
parte del resto de la comunidad. Tampoco pretender imponer la exclusividad de las propias
instancias fácticas para ser tomadas en cuenta en esa contrastación.
212

CAPÍTULO SEXTO

Las nociones de estructura y coyuntura

El cambio es eterno. Nada cambia jamás.


Los dos tópicos son “ciertos”. Las estructuras son
los arrecifes de coral de las relaciones humanas, que
tienen una existencia estable durante un período
relativamente largo de tiempo. Pero las estructuras
también nacen, se desarrollan y mueren.
Immanuel Wallerstein
(El moderno sistema mundial)

6.1 – GENERALIDADES. Entre los problemas planteados en el primer capítulo,


consideramos el lenguaje utilizado por los historiadores, como una fuente de confusión y
malos entendimientos. Un ejemplo importante se generó hacia las décadas de los cuarenta y
cincuenta del siglo XX. Por ese entonces, la evolución de las ciencias sociales arrastró el
vocablo “estructura” al terreno del conocimiento histórico, donde generó múltiples
confusiones, derivadas de la imprecisión y la falta de rigor con la cual fue manejado. El
término ya era utilizado por diversas disciplinas sociales desde el siglo anterior. Pero crear
toda una escuela en torno a él parece haber sido tarea de la lingüística, a partir de Fernando de
Saussure.

En las ciencias humanas, ha sido la lingüística la que ha proporcionado el


modelo de las investigaciones estructurales, ya sea descomponiendo la
lengua en elementos cada vez más simples y estableciendo las leyes que
rigen las combinaciones entre esos elementos, ya sea formalizando los
“sistemas” de una lengua en caracteres distintivos que se condicionan
mutuamente 304

De allí emigró a otros estudios humanos. Con el tiempo, la Etnología, o Antropología


Cultural, lo propuso como el concepto central para el estudio de las sociedades. Tal vez
inconscientemente, era otra manifestación del antiguo intento de volcar las ciencias sociales al
estudio de lo estable, lo no cambiante. Al pasar de los años, la moda generó extremos de
exageración, lo cual provocó reacciones en historiadores más cautos, más desconfiados
respecto a las novedades espectaculares y detonantes. Por ejemplo, Bouvier ha señalado:

Mi impresión es que los historiadores, aunque utilicen con competencia el


concepto de estructura, le atribuyen, si es posible decirlo así, el papel de un
cuadro inmenso, en el cual se puede leer un paisaje heterogéneo donde se
entrelazan la demografía, la economía, las clases. La etiqueta “estructuras”
es al mismo tiempo indispensable, muy sencilla, y demasiado amplia.305

En el terreno de nuestro interés, quizá la influencia más poderosa provino de la obra


antropológica de Claude Lévi-Strauss, quien no se limitó a su disciplina, sino también
304
Pierre VILAR. Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Crítica. Barcelona. Tercera edición,
noviembre de 1981. Página 56.
305
Jean BOUVIER. “L’appareil conceptuel dans l’histoire économique contemporaine”, en Revue économique,
Armand Colin, París, Nº 1, 1965. Página 12. Citado por Ciro F. S. Cardoso y Héctor Pérez Brignoli, Los
métodos de la historia. Grijalbo, colección teoría y praxis N° 35. México, segunda edición, 1981. Página 55.
213

prescribió la forma en la cual deberían trabajar los historiadores. Replanteó, con nuevas y más
sutiles formulaciones, la antigua disyuntiva del conocimiento de lo “permanente” (versión
moderna de las “esencias” de los griegos) y lo llamó “estructura” -y también, en otros
contextos, “historia fría”- por oposición al estudio de lo mudable, de lo “único e irrepetible”,
de la “historia caliente”. Buscaba eliminar una expresión absurda: “pueblos sin historia”.
Como otros lo habían hecho antes, ubicaba su disciplina en el estudio de lo primero, lo
cual le otorgaba mayor jerarquía, mientras los investigadores del pasado humano eran los
encargados de estudiar lo segundo, lo variable; evidentemente, una tarea de inferior rango.
Con formas más discretas, compartía con Augusto Comte una división del trabajo en la cual
los historiadores eran los albañiles encargados de elaborar partes, detalles, de “colocar
ladrillos”; mientras sociólogos y antropólogos ocuparían el lugar de los arquitectos,
responsables de planificar y construir un edificio cultural estable, racional y coherente.
Si en tiempos anteriores, esas desvalorizaciones habían podido provocar crisis entre
algunos profesionales del conocimiento histórico, en la primera mitad del siglo XX, la
disciplina contaba con un considerable prestigio ya cimentado. El desprecio no pudo afectarla
con la misma intensidad de otras épocas. Tampoco la situación era la misma, porque la
etnología no pretendía sustituir a la Historia, sino sustraerle las sociedades llamadas
“arcaicas”.
Por otro lado, un antiguo compañero de Lévi-Strauss, Fernando Braudel, sin duda
influido por el ambiente intelectual del momento, elaboró una nueva teoría de la historia, en
parte acercándose a sus planteamientos, en parte descalificando su posición crítica. De todas
maneras, durante cierto tiempo, la personalidad vigorosa y el éxito de Lévi-Strauss provocaron
dificultades insalvables para muchos historiadores, debido fundamentalmente a la falta de
solidez de estos últimos respecto de los problemas teóricos y epistemológicos. En opinión de
Cardoso y Pérez Brignoli, la mayor virtud del “estructuralismo” consistió, precisamente, en
obligar a quienes se dedicaban a la investigación histórica a pensar y razonar acerca de su
propio trabajo.
Si anteriormente sugerimos la posibilidad de una relación entre la realidad en
transformación del siglo V helénico antes de nuestra era y el surgimiento de la filosofía, con
una prioritaria finalidad por descubrir “esencias inmutables”, en siglos tan conflictivos y
cambiantes como el XIX, XX y lo transcurrido del XXI, no nos resultará llamativo este
renovado impulso de los herederos de aquellos filósofos, hacia una conceptuación
crecientemente positiva de las variables sociales con mayor permanencia temporal, con una
duración más prolongada, con relativa estabilidad.
No se puede ir más allá por este camino. El gran crecimiento de la población griega de
hace veintiséis siglos no es comparable con la explosión `planetaria´ de los dos últimos.
Tampoco los cambios producidos en nuestro período se limitan a ese nivel, y no parecen ser
totalmente motivados por esa variable. En la cadena de estímulos y respuestas, la demografía
pudo haber jugado últimamente papeles de diverso peso en ambos extremos.
En Lévi-Strauss se combinaron una gran capacidad creativa, muchos éxitos originales,
junto a una serie de postulados teóricos imprecisos, en ciertos casos contradictorios,
desligados de los resultados de sus investigaciones. Un historiador brasileño señaló estas
ambivalencias de la obra del gran maestro francés en términos un tanto duros:

En resumen, si los discípulos de Lévi-Strauss se limitasen únicamente a los


consejos y normas metodológicas del maestro, al llamado “análisis
estructural” que recomienda, quedarían reducidos a la simple adivinación.
214

Deberían imaginar, sin ningún apoyo objetivo y concreto, y sin ninguna


orientación o pista ofrecida por la consideración y observación de los
hechos, algún esquema, o varios esquemas, en conformidad apenas con las
“condiciones” formales dadas por el maestro. Verificarían en seguida tales
esquemas, producto de la pura imaginación, confrontándolos con los
hechos, en la esperanza de alguna coincidencia que solamente podría ser
dictada por el azar, considerándose su origen. Finalmente, consagrarían
como “modelo” a aquel de los esquemas que, favorecido por la suerte en la
adivinación, diera mejor cuenta de dichos hechos. Al llegar a este punto, y
según el pasaje de la Anthropologie structurale que tuviese bajo sus ojos -ya
que los conceptos de Lévi-Strauss al respecto son, como hemos visto,
variables y vacilantes-, ya poseerían la “estructura” cuyo descubrimiento
constituye la meta final del “análisis estructural” levistraussiano. O entonces
les haría falta todavía, con los modelos, pasar al descubrimiento de la
“estructura”, ya ahora sin ninguna sombra de indicación del maestro quien -
aunque mal y con todas sus ambigüedades, vacilaciones e inconsecuencias-
dice algo respecto de los modelos, pero ninguna información nos ofrece en
relación a su “estructura”; ni aun qué sea, en qué consiste.306

Ante un panorama tan polémico y caótico, nos ha parecido lo más prudente centrarnos
en el análisis de la etimología y evolución de la palabra.
6.2 – ETIMOLOGÍA. La palabra latina de la cual se deriva nuestro vocablo es un
verbo: struere, cuyo significado es “construir” 307 . Su primera acepción está relacionada a
“construcción” (obra construida o edificada)308, con ese origen, no puede extrañar su tardía
llegada a las ciencias sociales. Desde la Antigüedad fue empleada en ingeniería y en
arquitectura. Todavía el diccionario de la Academia consigna, antes de otros significados:
“Distribución y orden de las partes importantes de un edificio”; y en su cuarta acepción:
“Armadura, generalmente de acero y hormigón armado, que, fija al suelo, sirve de
sustentación a un edificio”. Más modernamente, al ampliarse, el término se hizo más
abstracto; por ejemplo, en otras fuentes la encontramos como: “Distribución y orden de las
partes que componen un todo” dándole un ámbito de predicación más amplio al de la primera
acepción ofrecida por la Academia. La influencia de las ciencias sociales también ha
multiplicado sus acepciones, con la consiguiente ampliación de su polisemia. Ahora la
podemos encontrar como:

Conjunto de las relaciones existentes entre los diversos elementos que


forman un todo en el que cada elemento depende de los otros y existe en
función del todo.

O también, de manera más inasible:

Disposición de las partes de un conjunto abstracto, de un fenómeno, de un


sistema complejo, consideradas en cuanto característica fundamental del
conjunto, fenómeno o sistema.

306
Caio PRADO Junior. O estruturalismo de Lévy-Strauss. O marxismo de Louis Althusser, Editora
Brasiliense, Säo Paulo, 1971. Páginas 30 y 31. Citado por Ciro F. S. CARDOSO y H. Pérez BRIGNOLI, Los
métodos de la Historia. Grijalbo, México, octubre de 1977. Página 58.
307
Pïerre VILAR. Op. Cit. Página 52.
308
Real Academia Española. Diccionario de la lengua española. Vigésima segunda edición. Editorial Espasa
Calpe. Madrid, 2001. Tomo 1. Página 1006.
215

Para el caso de la economía, se ha señalado: “elementos estables”, lo cual podría


generar dudas. En las relaciones materiales entre los seres humanos no se ha demostrado la
existencia de tales elementos. Más precavido, André Marchal lo presenta con mayor precisión:

Los elementos de un conjunto económico que, en el transcurso de un


determinado período, aparecen como relativamente estables en relación a
los demás.309

El punto nos concierne porque nos va acercando a nuestra disciplina. Por algunas
consideraciones de Fernando Braudel, a verse más adelante, nos interesa citar una acepción
formulada específicamente para la ingeniería: “Combinación de cuerpos resistentes, capaz de
trasmitir fuerzas o soportar cargas sin que haya movimiento relativo entre sus partes”.
También en el análisis literario se ha generalizado la utilización del término. En su tercera
acepción, la Academia establece: “Distribución y orden con que está compuesta una obra de
ingenio, como poema, historia, etc.”310
Para la sociología, la situación es ligeramente más problemática; aunque con gran
optimismo se la define como: “forma que toma la organización interna de un determinado
grupo social”, eso parece demasiado impreciso, porque si bien todo grupo adopta cierta forma
de organización interna, nada garantiza la inmovilidad o permanencia de esa forma. Hay
demasiados ejemplos contrarios. Algo peculiar de esa definición puede ser, entonces, su
aparente desinterés por lo estable, permanente. Eso iría en contra, no solamente del significado
principal con el cual ha sido identificada la palabra, sino también de los fines declarados para
la sociología en la totalidad de orientaciones teóricas aspirantes a dirigir sus pasos.311
Si nos detenemos un poco en las definiciones vistas, encontraremos una serie de
dificultades a debatir. En primer lugar: desde sus orígenes, la palabra ha sido identificada con
elementos permanentes, fijos, o al menos con un período de estabilidad considerable. Si el
conocimiento histórico estudia lo cambiante, a primera vista no parece coherente la posibilidad
de tomar en cuenta esta categoría por parte de los historiadores. De alguna manera estamos
nuevamente en la disyuntiva en la cual se situaban los griegos.
En segundo lugar, tratándose de la ingeniería, la arquitectura o la literatura, el término
se aplica a creaciones humanas, elementos de la cultura, no a la naturaleza; son mujeres y
hombres quienes elaboran esas estructuras luego de concebirlas mentalmente; pero al traspasar
el concepto a la anatomía, los seres vivos, los mares, etc., se busca aplicarlo a objetos dados, a
algo elaborado al margen del ser humano, de su voluntad y actividad.
Otra derivación se presenta al adaptarlo a la economía, la sociedad, la política, la
ideología, etc., las cuales, si pueden considerarse realizaciones humanas, no son plenamente
deliberadas, son creaciones culturales en parte inconscientes, cambiantes, difícilmente
equiparables a los edificios, puentes, represas, etc.
Si dejamos de lado las actividades de la construcción, en las cuales surgió el concepto,
donde la estructura es algo pensado previamente y luego realizado para durar un tiempo
prolongado, nos podemos concentrar en aquellos campos donde la noción se aplica a

309
Citado por Renée DOEHAERD. Occidente durante la alta Edad Media. Economías y sociedades. Labor,
Barcelona, colección Nueva Clío N° 14, 1974. Páginas 267 y 268.
310
En este caso, el vocablo ̏ historia ̋se refiere a una obra literaria considerada ̏conocimiento histórico ̋.
311
Las definiciones se han tomado de: Real Academia Española. Diccionario de la lengua española. Espasa
Calpe, vigésima segunda edición, Madrid, 1992. Tomo I, página 921; y Enciclopedia Salvat. Diccionario, en
doce tomos. Barcelona, 1976. Tomo cinco “elec-frai”, páginas 1319-1320.
216

elementos ya dados y, además, sujetos a transformaciones, por lo general, no dependientes de


una voluntad humana deliberada.
Modernamente, se ha llamado “estructura” a ciertos modelos creados por la
imaginación humana para ser aplicados a procesos exteriores a él, en un intento por
comprenderlos. En este sentido, una de las definiciones rezaba: “Modelo lógico o matemático
que posibilita el estudio científico de los hechos empíricos”.
Ante tanta variedad, si pretendemos esclarecer la posible relación de estos conceptos
con nuestra disciplina, o cuál de ellos es susceptible de ser utilizado fértilmente, debemos
examinar la variable temporal, tradicionalmente considerada una de las dos piedras angulares
de los estudios históricos.
6.3 – EL DESARROLLO TEMPORAL. Parece imposible pensar el conocimiento
histórico sin relacionarlo con el tiempo. “Ciencia de los hombres en el tiempo”, la definió
Marc Bloch. Sin embargo, este ingrediente, incluido en todas las definiciones vistas del
vocablo “Historia” en tanto conocimiento, no es uniforme. Suponemos a todos en posesión de
experiencias acerca de las diversas formas de “considerar”, “percibir” o “vivir” el tiempo. Hay
un tiempo mecánico, plasmado en los relojes para regular las actividades concertadas.
Aristóteles lo definió como “la medida del movimiento”. Sin embargo, cuando debemos
cumplir con ciertos compromisos, vivencialmente nuestros sentidos nos indican la existencia
de otras maneras de considerar el transcurrir del tiempo. Si nos aburrimos, padecemos la
lentitud del acontecer como algo irritante. Por el contrario, frente a una experiencia placentera,
sufrimos la “aceleración” del tiempo, su gran velocidad.
Social e históricamente ocurre algo parecido: ciertas expresiones como “la aceleración
de la historia”, la “siesta colonial”, aluden a formas diversas de reflexionar la organización del
pasado. Croce ha hablado de “épocas de cambios rápidos” y de “edades consuetudinarias,
lentas y pesadas”. Al reflexionar estas expresiones, el doctor Pérez Amuchástegui propuso una
clasificación para considerar dos diferentes maneras de examinar el tiempo en relación con
nuestra materia.
Es claro y elemental el pasaje del tiempo durante cuyo transcurso todo se va
transformando. Es la experiencia de nuestras generaciones. Una frase lo sintetiza con
precisión: “Todas las cosas están sujetas al desarrollo temporal”. Ya tenemos una dimensión
importante de la influencia del tiempo sobre la vida, porque todo lo existente necesitó cierta
duración para experimentar aquellas transformaciones a través de las cuales llegó a ser como
es.
En cambio, no se hace evidente con tanta claridad y de manera tan elemental, la
existencia simultánea, con “ese” tiempo de rápido pasar, de “otro” tiempo, casi inadvertido,
pero fundamental en la evolución humana; ese “otro” tiempo “queda” en el ser humano y en
las cosas, lo impregna todo y permanece, durante intervalos variables, tanto en los objetos
inanimados como en los seres vivos. No lo advertimos hasta no vivir ciertas experiencias,
durante las cuales tomamos conciencia de nuestra propia evolución, o “descubrimos” la de
otras personas allegadas:

Al historiador el tiempo se le acusa no sólo como transcurso, demora o


espera. Cuando al cabo de su pesquisa, aprehende una realidad histórica,
conoce su pasado, su presente y su futuro a la vez; el tiempo es algo
consustanciado a esa realidad y, por lo mismo, sigue siendo parte
217

inseparable de ella, sigue operando en ella, permanece en ella, subsiste en


ella: en una palabra: dura.312

Más adelante agregará: el tiempo es un “ingrediente constitutivo inseparable” de


cualquier aspecto o fragmento de la realidad, de toda existencia real.
En el nivel individual, podemos ilustrar esto recordando el período cuando casi todos
hemos aprendido a leer y escribir o cualquier otro aprendizaje. Ese tiempo pasó, es ido e
imposible de recuperar. Jamás podremos volver a experimentar lo sentido y pensado durante
ese proceso, una vez conocida la lectoescritura, no podemos repetir la experiencia del
aprendizaje de lo mismo, ya lo sabemos. Pero también es evidente: luego de ese aprendizaje,
hemos leído y escrito durante un largo período, es decir, hemos conservado esa destreza
durante cierto lapso, por lo general, el de la duración de la vida. De esta manera, junto a un
tiempo pasado: el del aprendizaje, otro queda: el de la destreza adquirida. Por ser individual, el
ejemplo anterior puede confundir, pero lo mismo ocurre con acontecimientos militares,
religiosos o de otra índole.
Un congreso constituyente elabora un diseño de organización para regir la forma de
funcionamiento de la vida política de una sociedad durante muchas décadas. La duración del
congreso es relativamente corta, unos meses, a lo sumo un año, pero la vigencia de esa
constitución puede perpetuarse durante varias generaciones.
Pocas personas abrigarán dudas acerca de la importancia relativa de cada uno de los
dos tiempos. Al primero, el aprendizaje o la elaboración de la constitución, Pérez
Amuchástegui lo llama “temporalidad”, como habitualmente se utiliza esa palabra. En cambio
al otro tiempo, el de la utilización del aprendizaje o la aplicación de la ley, ese tiempo vigente
durante períodos más prolongados, el mismo autor cree prudente diferenciarlo con el
neologismo: “temporidad”. En este sentido son tiempos opuestos, uno pasa, desaparece
rápidamente y el otro permanece durante cierto período, variable de acuerdo con otras
circunstancias, significativo si se lo mide en relación a la duración promedio de la vida
humana. Es posible considerar lo anterior como una argucia, sin embargo, evidencia cómo
ciertos elementos de la realidad social, política, económica, ideológica, etc., influyen sobre
hombres y mujeres durante tiempos de diferentes duraciones. Algunos de ellos han moldeado
sucesivas generaciones hasta por siglos. La geografía, con su clima, su fauna y su flora, pero
sobre todo, con su lentísima transformación, ha contribuido a la configuración del carácter, la
estética y hasta ciertas formas de pensar y actuar de muchos pueblos durante miles de años.
Pero no es inmutable. El conocimiento humano permite superarla.
Wilson ha explicado el carácter alegre y confiado de los egipcios, antes del segundo
período intermedio, derivándolo de la conciencia de estar protegidos por su situación
geográfica. Se basaban en la imposibilidad, para cualquier ejército, de llegar a su país en plan
de conquista. Con el saber de la época era imposible atravesar enormes desiertos teniendo
abastecido un grupo numeroso de personas. Sin embargo, la llegada de los hicsos por mar,
portando adquisiciones técnicas como el carro y el caballo, terminó con esa seguridad y
también con aquel carácter optimista y juguetón.313
Otro ejemplo lo ofrecen las relaciones observadas entre la tendencia a la horizontalidad
de los templos Románicos, con su irradiación desde el Mar Mediterráneo hacia el norte, y la

312
Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI. Algo más sobre la historia. Teoría y metodología de la
investigación histórica. Editorial Abaco de Rodolfo Depalma S.R.L. Buenos Aires, segunda edición, 1979.
Página 25, la anterior en la 27.
313
John A. WILSON. La cultura egipcia. F.C.E. Breviarios N° 86. México. Cuarta edición.
218

verticalidad de los Góticos, asentados en los países nórdicos, con su fluir hacia el sur, cada vez
más débil cuanto más avanza.
Las características del Románico suelen atribuirse a habitantes de regiones con climas
benignos, tierras soleadas, donde la gente pasa la mayor parte de su tiempo al aire libre,
reunida en grupos, gozando el espectáculo de la naturaleza, extrovertida, dada a la
conversación y firmemente asentada sobre la tierra.
Para esa consideración, los rasgos del Gótico son propios de pueblos establecidos en
climas fríos, acostumbrados a pasar mucho tiempo en espacios interiores, cuyas relaciones
humanas tienden a ser poco numerosas y eso mismo los vuelve más proclives a la reflexión
interior, al desarrollo de la espiritualidad. Su anhelo del cielo se manifiesta en su búsqueda de
la altura.
La religión también ha moldeado culturas durante siglos, y hasta milenios. La política,
durante décadas y, en algunas ocasiones, una o dos centurias. La economía por períodos más
cortos y así sucesivamente.
6.3.1 – La historicidad. La circunstancia de reconocer la presencia del tiempo en las
cosas, al punto de considerarlo un ingrediente constitutivo de las mismas, no significa aceptar
la existencia de una conciencia de esa dimensión, propia en los seres humanos. Los
organismos vivos padecen o gozan muchas circunstancias sin ser conscientes de ello. Esa
carencia conduce a repetir indefinidamente conductas frustradas o fracasadas. Especialmente
las mujeres y los hombres, a los cuales la sabiduría popular atribuye ser “los únicos animales
que tropiezan dos veces con la misma piedra”.
La temporidad actúa sobre todos los aspectos de la naturaleza. En el caso de los seres
vivos, condiciona y regula su desempeño en el mundo. Los humanos también padecemos la
temporidad; es más, la padecemos por partida doble; por una parte, la derivada de la naturaleza
y sus ciclos, por la otra, la inherente a los fenómenos culturales o sociales. En compensación,
podemos ir un poco más lejos; tenemos capacidad para reconocer ese padecimiento y así
volver consciente la perduración de ese tiempo. Se puede entender cómo nos moldea y nos
condiciona. Cuando se trata de factores culturales, al llevarlo al nivel de la conciencia,
tenemos la posibilidad de actuar sobre la realidad y, consecuentemente, sobre la duración de
“ciertos tiempos” en nosotros.
Al hacer consciente la temporidad, la transformamos en historicidad, en experiencia,
por lo mismo, en elemento constitutivo de nuestras decisiones, de nuestra manera de actuar
hacia el futuro. La historicidad es la temporidad consciente. Esa conciencia sólo puede
derivarse del conocimiento del pasado, por lo mismo, sin mucha precisión, Rama definía la
historicidad como lo conocido de un proceso ya ocurrido.314 Entendemos insuficiente esa
definición, el tener noticias de un proceso pasado no implica tener conciencia del mismo.
Mucha gente puede recordar experiencias pasadas pero no las tiene en cuenta en el momento
de tomar decisiones frente a circunstancias equivalentes; no las concientiza porque no las
relaciona con su situación presente. Eduardo Salvador Ullúa da otro enfoque:

Siempre he entendido la cultura como aquello que nos queda cuando le


quitamos lo que no nos interesaba pero nos hicieron estudiar en forma
impuesta o por mera obligación.315

314
Carlos M. RAMA. Teoría de la Historia, Introducción a los estudios históricos. Tecnos, Madrid, tercera
edición revisada, 1974. Páginas 92 y 93.
315
Carta personal al autor.
219

El conocimiento se convierte en historicidad, en conciencia de lo vivido, cuando nos


induce a modificar nuestras conductas presentes, cuando nos sirve para resolver con mayor
eficacia los problemas, cuando nos alerta para “no volver a tropezar con la misma piedra”. Ya
hemos visto la imposibilidad y la inutilidad de intentar “reconstruir” el pasado en su totalidad.
Huizinga nos ha definido el conocimiento histórico como un “darle forma” a “nuestro”
pasado. Ese saber adquirido responsablemente sobre determinados procesos pasados es
la historicidad del mismo, los aspectos de ese pretérito, de los cuales hemos tomado
conciencia y los tenemos presentes al realizar nuevas acciones.
Mientras el estudio se circunscribió a los aspectos políticos, la conciencia tenida se
limitaba a su peripecia política. La “historicidad” de un proceso determinado, como por
ejemplo el pasaje de la República al Imperio en la Roma del siglo I de ambas eras. Cuando las
circunstancias vividas condujeron la atención de los historiadores hacia otros aspectos de sus
múltiples actividades, como la economía, la ideología, las relaciones sociales, etc., ese interés
se proyectó también hacia esos aspectos del pasado y, concretamente en este caso, hacia ese
período, lo cual modificó, podemos decir “amplió”, la perspectiva, el “conocimiento” del
proceso. Si además, tomamos conciencia de esa ampliación, también se expandió su
historicidad.
Al tomar en cuenta solamente la anécdota política, esos procesos eran considerados el
resultado de la acción de ciertos hombres “superiores” como Julio Cesar, Carlomagno,
Napoleón; pero también, y por lo mismo, para su cristalización se adjudicaba un porcentaje
muy alto al azar. Al agregarle a esa visión el análisis económico, geográfico, social,
ideológico, demográfico, de la mentalidad colectiva, etc., la importancia adjudicada a las
individualidades y al azar fue reduciéndose considerablemente. En algunos casos, el papel de
los individuos fue viéndose como condicionado y hasta determinado por esos factores. De
protagonistas pasaron a ser el emergente visible e intercambiable de procesos mucho más
complejos y vastos.
Al adoptar este punto de vista, el grado de historicidad de una realidad pasada equivale
a nuestro conocimiento consciente, nuestra experiencia presente de ese acaecimiento, la cual
va siendo modificada por la ampliación de nuestro interés y nuestra información. Va siendo
problematizada y aumentada.
Muchos autores han afirmado la finitud de nuestras posibilidades de conocimiento del
pasado; para ellos hay un límite material, impuesto por los restos existentes. Basados en ese
supuesto, niegan la posibilidad de expansión indefinida de la historicidad, a pesar de la
evidencia en contrario ofrecida por el siglo XX en particular.
No solamente aparece nueva documentación, como en el caso excepcional de los rollos
del Mar Muerto, o en los normales de excavaciones, arqueológicas o de otros tipos; también
nuestro interés actual fija su atención en una serie de vestigios anteriormente no
considerados por quienes nos precedieron en la tarea de investigar el pasado. Ese interés actual
ha agregado nuevas áreas de estudio, las cuales han ampliado el campo de indagación. Esas
novedades conducen a tratar de manera distinta, a hacerle nuevas preguntas a la
documentación ya conocida y considerada hasta ese momento.
Desde el punto de vista de Pérez Amuchástegui, esta característica, específicamente
humana, nos permite discernir entre lo pasado y lo histórico. Pasado es todo lo ocurrido a los
seres humanos, como sostuvimos al definir “proceso histόrico” en el segundo capítulo,
retomando un trabajo anterior. Histórico es un pequeño fragmento de ese pasado con
“significatividad actual”, importante para nosotros en el presente, por lo cual, precisamente,
tiene historicidad.
220

…un ente tiene temporidad cuando el tiempo no ha pasado para él en vano; y


un ente tiene historicidad cuando hay conciencia de que el tiempo no ha
pasado para él en vano 316

Si establecemos una relación entre la temporidad, ese tiempo duradero, y el término


estructura como algo estable, podemos considerar ahora algunas reflexiones ofrecidas por los
historiadores tratando de combinar ambas cosas.
6.4 – LA RESPUESTA DE BRAUDEL. Al continuar las directrices centrales
trazadas por sus maestros -Lucien Febvre y Marc Bloch- en defensa de la “historia total” y la
colaboración entre las diversas disciplinas sociales, en 1958, en la revista Annales, Fernando
Braudel, en aquel tiempo su director, publicó uno de sus artículos más famosos. Una década
más tarde, acompañado de otros cinco trabajos del mismo autor, Alianza Editorial lo presentó
en castellano en un libro cuyo título era parte de la misma denominación de aquel artículo.317
Esa publicaciόn empezό a clarificar varias confusiones vinculadas al tiempo y el cambio. Una
de ellas fue la generada en torno a la utilización del término “estructura” por parte de los
historiadores, a la cual define como:

...indudablemente un ensamblaje, una arquitectura; pero, más aún, una


realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en transportar.
Ciertas estructuras están dotadas de tan larga vida que se convierten en
elementos estables de una infinidad de generaciones: obstruyen la historia,
la entorpecen y, por tanto, determinan su transcurrir. Otras, por el contrario,
se desintegran más rápidamente. Pero todas ellas constituyen al mismo
tiempo, sostenes y obstáculos. En tanto obstáculos, se presentan como
límites (envolventes, en el sentido matemático) de los que el hombre y sus
experiencias no pueden emanciparse. Piénsese en la dificultad de romper
ciertos marcos geográficos, ciertas realidades biológicas, ciertos límites de
la productividad, y hasta determinadas coacciones espirituales...318

En este famoso pasaje, se manifiestan algunas de las confusiones señaladas al final del
apartado 6.2. y otras, contra las cuales nos previene Pierre Vilar y veremos más adelante.
Luego de hablar de “ensamblaje”, de “arquitectura”, sugiriendo algo generado en la mente del
estudioso, elaborado por él, les otorga la posibilidad de “obstruir” el cambio en unos casos y
de “posibilitarlo” en otros, para lo cual, necesariamente, la “estructura” debe encontrarse en la
realidad estudiada, debe tener existencia propia, independiente de la captación del
investigador. Podría no ser significativa la confusión, si al detallar los componentes de la
misma, todos los estudiosos coincidieran. Pero no es así. No existe unanimidad acerca de los
elementos constitutivos de una estructura social; esto nos permite poner en duda, o bien su
existencia en lo ocurrido realmente, o bien nuestras posibilidades para captarla con prístina
claridad. Además, en el conocimiento histórico, las construcciones teóricas elaboradas para ser
cotejadas con la realidad, al intentar explicarla, no permanecen exactamente iguales a través de
todo el período de su vigencia; el investigador va introduciendo pequeñas modificaciones
durante el transcurso del tiempo. Asimismo, cambios repetidos indefinidamente, de forma más

316
Antonio J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI. Op. Cit., página 33.
317
Fernand BRAUDEL. La Historia y las ciencias sociales. Alianza Editorial, Madrid, 1968. El título original
era “Histoire et sciences sociales: la longue durée.”
318
Fernand BRAUDEL. Op. Cit. Páginas 70 y 71.
221

o menos similar, deben ser tomados en cuenta e incorporados en la construcción. Ambas cosas
suelen ocurrir simultáneamente en una estructura histórica.
El propio Braudel, estudioso del Antiguo Régimen, pone como ejemplo la estructura
económica de Europa Occidental en ese período, a la cual llama “capitalismo comercial”. A
pesar de reconocer modificaciones evidentes durante su transcurso, ve en ella “cierta
coherencia”, una “serie de rasgos comunes que permanecen inmutables”, en forma simultánea
con infinidad de cambios y sacudimientos, en el inicio del proceso destinado a modificar
radicalmente “la faz del mundo”. Cuando explica esos rasgos, se nos hace evidente la
imposibilidad de hacerlos aceptables a todos los historiadores de la economía. Muchos tal vez
incluirían algunos no mencionados por el autor, mientras otros, y aun los mismos, podrían no
aceptar ciertos elementos incluidos por él. Posiblemente, gran cantidad de economistas
estarían en desacuerdo con la forma global de enfrentar el tema.
Considerada de esta manera, la estructura, como todo conocimiento, sería algo
elaborado mentalmente por seres humanos a partir de ciertas observaciones realizadas sobre
un objeto. Enriquecidos con esa herramienta, volvemos a enfocar esa realidad y descubrimos
nuevos elementos. Eso nos obliga a rectificar o retocar la noción teórica inicial.
Supuestamente, con cada rectificación se afina la adecuación de los elementos teóricos al
objeto exterior, pero siempre dentro de los parámetros y valores utilizados por el investigador
para la selección de los constituyentes significativos. Otros criterios pueden ofrecer otra visión
de esa estructura, lo cual dará resultados distintos. El proceso continúa hasta donde decida el
investigador.
6.4.1 – La estructura y el conocimiento histórico. La confusión generada en torno a
estos temas por las afirmaciones de especialistas en diversos conocimientos, estimuló a la
Union Rationaliste a patrocinar, con la revista Raison Présente, los días 22 y 23 de febrero de
1968, en la Sorbona de París, la reunión de diez intelectuales procedentes de distintas
disciplinas de conocimiento, para exponer y cotejar públicamente sus respectivas
concepciones acerca de la significación y alcance del término “estructura”. Los textos
completos de esas discusiones fueron publicados en español con el título de Las estructuras y
los hombres. Representando a la historia estuvieron Ernest Labrousse y Albert Soboul, con
posiciones similares pero no totalmente coincidentes. El primero, buscando un común
denominador a todas las ciencias, propuso:

Si entendemos la estructura como un conjunto de relaciones


mayoritarias -pues todo es meramente mayoritario en las relaciones, en las
‘leyes’ estadísticas que las ciencias humanas nos permiten establecer-, si
entendemos, pues, la estructura como una interdependencia, como un todo
constituido por componentes solidarios, aparece entre todas las ciencias un
vínculo común, íntimo y decisivo, una especie de medida común.319

De inmediato, pensando ya en términos históricos, ejemplifica también con el


Antiguo Régimen: “una constelación de dominantes solidarias” entre las cuales sobresale la
agricultura en función de la subsistencia, carente de medios de transporte accesibles y por lo
mismo, de posibilidades de especialización regional para aprovechar las ventajas
comparativas. En este tipo de sociedades, la industria está totalmente subordinada, teniendo en
cuenta la fluctuación del mercado de acuerdo al éxito o fracaso de las cosechas en cada zona,

319
Ernest LABROUSSE, R. ZAZZO et. al. Las estructuras y los hombres. Ariel quincenal N° 17. Barcelona,
1969. Páginas 94 y 95. Exposición de Ernest LABROUSSE.
222

con el consecuente descenso o elevación de los precios de los alimentos, y con las mismas
dificultades para distribuir sus productos. En segundo lugar, confirmando su sujeción, esa
industria está dominada por los productos de consumo, especialmente los tejidos, los cuales a
su vez, dependen también de fibras textiles agrícolas o de la producción pecuaria. Esto lo
conduce a confirmar su concepto de “estructura” como una relación, “un tipo de equilibrio o
desequilibrio”; expresión poco feliz a nuestro entender, porque nos parece difícil concebir una
estabilidad desequilibrada. Los desequilibrios parecerían ser, precisamente, los productores de
las modificaciones en las estructuras y hasta de sus estallidos.
Se nos hace interesante resaltar el concepto de “interdependencia”, porque alude a
elementos esenciales en el proceso estudiado, al lado de los cuales, sin lugar a dudas, hay otros
considerados accesorios y cuya presencia o ausencia no modifica nada sustancial en la
configuración del conjunto.
Esto se puede visualizar fácilmente en la construcción de edificios, en los cuales hay
ciertas partes imposibles de variar porque su alteración pone en peligro la integridad y el
equilibrio del conjunto, como los cimientos, las columnas, las vigas transversales, etc. Su
modificación, cuando es posible, implica la transformación en otro edificio. Esas partes están
en interdependencia unas de otras. Pero también hay otros elementos como muros,
separaciones, puertas, ventanas, para establecer la distribución interna de los espacios,
susceptibles de modificarse cuantas veces se desee, agregarse y quitarse a voluntad, sin ningún
riesgo ni transformación significativa alguna para la “esencia” de la construcción, no pone en
peligro su estabilidad ni su fortaleza.
Los primeros serían interdependientes entre sí, sin ninguna dependencia respecto de los
segundos, mientras estos últimos, sí dependen exclusivamente de los primeros. Aquellas partes
esenciales, confieren estabilidad y permanencia al conjunto, trasmiten fuerza, le permiten
subsistir durante muchos años, a veces siglos, excepcionalmente milenios, como las pirámides
egipcias por ejemplo. También soportan pesos y desplazamientos, sostienen el todo.
6.4.2 – La estructura y el cambio. A partir de ese momento, el ponente desarrolla y
profundiza la aplicación del concepto al proceso histórico. Luego de definir la estructura como
una relación agrega:

No precisamente como una relación estable, no lógicamente como una


razón duradera. Pero si la duración no se encuentra en la lógica, nosotros sí
que nos encontramos, en cualquier caso, ante una relación de hábito y
costumbre. Así, pues, afirmo no de derecho, sino de hecho, una relación
entre estructura y duración.

De allí deriva la función estructural de ciertos procesos momentáneos, coyunturales. El


ejemplo alude al mismo período: la modificación de los precios del trigo de una cosecha a la
siguiente; esa variación puede fácilmente alcanzar el cien por ciento. Cada alteración de ese
tipo es un acontecimiento coyuntural, pero la frecuencia de su repetición, la peculiaridad de
ubicarse dentro de la “lógica” del sistema, le confieren un lugar privilegiado dentro de la
estructura del mismo. Paul Lacombe habló de variaciones “institucionales”, para referirse a las
reiteradas con una periodicidad aceptablemente regular. Esos cambios son parte constitutiva
de la estructura:

En general la coyuntura, como fenómeno repetido, es, pues, un


fenómeno estructural.
223

Dicho de otro modo: en historia, el movimiento es también una


estructura. Pero, a la inversa, la estructura es un movimiento (...) Estructura
y movimiento se nos presentan así íntimamente vinculados; y el movimiento
toma a veces un carácter solemne.

Esta peculiaridad confiere a la historia un elemento distintivo, su autonomía respecto al


resto de las ciencias sociales: “La historia es el punto de vista dinámico para la consideración
de las estructuras. Es la ciencia del movimiento”320.
Posteriormente, Albert Soboul presionó un poco más en favor del cambio, del
movimiento. En su definición se acerca a su colega:

…relaciones internas, estables, pensadas según la prioridad lógica del todo


sobre las partes, de tal modo que ningún elemento de la estructura se pueda
comprender fuera de la oposición (sic) que ocupa en ella, en la configuración
total. (...) Para el historiador, una estructura es sin duda un ensamblamiento,
una arquitectura, pero es todavía más una realidad transportada por el
tiempo, por él, en cierto modo, vehiculada, y por él lentamente desgastada.
(...) Algunas estructuras, por su dilatada vida, se convierten en elementos
relativamente estables para una infinidad de generaciones.

Simultáneamente, centra la atención en el “carácter estable” de la estructura, así objeta


la noción de invariante manejada por los estructuralistas. Defiende la imposibilidad de la
permanencia de una estructura para la perspectiva histórica, para él las contradicciones
internas la mantienen en permanente búsqueda de nuevos equilibrios. Deslinda netamente
posiciones con el estructuralismo, al cual siente imposible para el punto de vista histórico. Al
referirse a los cambios, su concepción no coincide con lo planteado por Labrousse acerca de la
posibilidad del carácter estructural de la repetición regular de ciertos movimientos. Para él, son
verdaderas transformaciones en el seno mismo de la estructura, la modifican sustancialmente
aunque parezcan pequeñas e imperceptibles.

Lo que importa al historiador, una vez comprobado que las estructuras


evolucionan, que el movimiento es su verdadera esencia, es el mecanismo
de ese movimiento (...) El análisis estructuralista tiende a una anatomía de
las estructuras. El análisis histórico requiere también esa anatomía, pero va
más allá, porque se propone hacer también una fisiología de las estructuras.
321

La diferencia se hace esencial, tanto al considerar términos como “sincronía” y


“diacronía”, como al explicar los factores productores de las alteraciones. Según este autor,
para los estructuralistas el estudio se reduce a lo sincrónico, es decir, a aquello coexistente en
el mismo momento; mientras el historiador, si bien no desprecia la consideración anterior, no
puede detenerse allí, para él es fundamental el análisis diacrónico, donde queda implicada la
transformación.
Por esta diferencia, por su acento en la invariancia, al intentar explicar la realidad, el
estructuralismo siempre considera exteriores las causas del cambio, de la evolución; las
considera como el choque de una estructura con otra estructura. En el extremo opuesto, para
los historiadores el motor esencial del cambio de una estructura es inmanente, radica en

320
LABROUSSE y otros. Op. Cit. Páginas 94 a 99. Participación de Ernesto LABROUSSE.
321
Albert SOBOUL. Las estructuras… Op. Cit., páginas 115 a 129.
224

tensiones anidadas en su interior, en contradicciones constitutivas de su ser, las cuales le


imponen la necesidad de su propia transformación. No niega totalmente la influencia de
factores exteriores, pero les resta protagonismo. Los historiadores consideran cualquier
estructura como un conjunto de contradicciones. Los estructuralistas las ven como
“complementariedades”. Por eso, para estos últimos no existen necesidades internas de
transformación; ésta sólo se producirá cuando entre en colisión con otra(s), estructura(s). En
una imagen elocuente presenta la realidad de los estructuralistas “como una serie discontinua
de vistas fijas”; mientras al movimiento ofrecido por el historiador lo conceptúa más parecido
al cine.
6.4.3 – Las advertencias de Pierre Vilar. Años más tarde, cuando el estructuralismo
ya estaba “apaciguado”, Pierre Vilar, historiador marxista, de la escuela de los Annales y
discípulo de Braudel, retoma el tema en forma amplia, mostrando variadas maneras de
plasmarlo. Inicia con dos posibilidades de examinar el asunto.
En la primera, la estructura es algo ubicado en la realidad, en el proceso histórico
mismo. De inmediato nos previene contra tres peligros derivados de esa consideración.
1 – El primer riesgo es sugerir la construcción del objeto de estudio por parte de quien
lo aborda. Para él, es totalmente incorrecto. Ya consideramos este aspecto e hicimos
aclaraciones: si bien la realidad social y cultural es creada por las mujeres y los hombres, no lo
es en forma deliberada o, por lo menos, no es el resultado de una planificación minuciosa.
Ciertas escuelas personalistas pueden considerar esa realidad como el resultado del
entrechocamiento de diversos planes deliberados; de todas maneras, el resultado es algo no
previsto por nadie y, en gran medida, se aleja de toda posible idea preconcebida.
2 – En segundo lugar, parece insinuar un objeto fijo, inmóvil, realizado de una vez para
siempre, lo cual ni siquiera existe en la naturaleza, mucho menos aún en el proceso social. En
ambos casos, aunque no tengamos elementos para captarlo, todo está en permanente
movimiento, en cambio perpetuo.
3 – La comparación con un edificio o cualquier otra construcción humana puede hacer
pensar en la idea de “armonía”. Para él, en toda sociedad las clases dominantes intentan
infiltrar esta idea constantemente. Pero no es así, las estructuras sociales nunca son
armoniosas, viven atravesadas por múltiples contradicciones, siempre en tensión, lo cual es el
motor de sus transformaciones.
La segunda forma de entender el concepto es como una creación humana, intelectual,
derivada de la observación de la realidad. Es un modelo elaborado incluyendo “el mayor
número posible de características del objeto o, en todo caso, de sus rasgos fundamentales”.
Nos parece insostenible la aspiración a incluir “el mayor número posible de
características”, lo cual significa tratar de reproducirlo en su totalidad. Si así fuera, no tendría
sentido hablar de estructura, porque la esperanza explícita tendería a la identificación con la
integridad del objeto. Sólo podemos coincidir con la segunda parte, donde se incluyen los
“rasgos fundamentales”, lo cual, como vimos, puede estar sujeto a diferentes valoraciones.
Para contrastar la efectividad de esta creación del intelecto, Vilar propone tomar en
cuenta la capacidad de actuar con eficiencia sobre la realidad a reflejar. Algo normal en un
autor militante, pero difícil de llevar a la práctica tratándose del pasado. También en este caso
nos previene contra dos extremos igualmente perniciosos. Por un lado contra el “idealismo”
pues sólo considera esa característica de “construcción del espíritu”. Por el otro, contra el
“empirismo”, el cual sólo considera como fuente al objeto en observación. Se reproducen así,
las posiciones ya vistas en el capítulo tercero con respecto al conocimiento, lo cual no es
extraño, porque, en definitiva, el concepto es una herramienta del mismo conocimiento. Luego
225

diferencia entre el “modelo estructural” considerado y el “modelo ideal” propuesto por Max
Weber. Según él, el primero permite manejar cualquier realidad exterior, mientras el segundo
no: es meramente un referente para comparación.
A través de un repaso de la utilización del término por algunos economistas de
diferentes tendencias, pone de manifiesto otra imprecisión en el uso de la palabra. Se habla de
estructuras económicas, sociales, demográficas, técnicas, políticas, institucionales, mentales,
etc. Recuerda otras estructuraciones posibles dentro de un país o una nación, como las étnicas
o regionales.
Quienes adoptan estas perspectivas, al encontrarse con la fragmentación, buscan
integrarlas, mirarlas en la forma combinada como se presentan, para estudiar las totalidades y
les dan el nombre de sistemas, si las consideran teóricamente, y de regímenes si se trata de
casos concretos.
Se menciona el “sistema capitalista” y dentro de éste, se habla del “régimen porfirista”,
“norteamericano”, “fascista”, etc. Se contrasta con el manejo hecho por Marx, el cual habló de
una base o infraestructura material y un edificio levantado sobre ella o supra-estructura
política, ideológica, artística, etc., cuyo conjunto constituía la estructura de la sociedad. Para el
tratamiento teórico general -nos recuerda- Marx utilizó el concepto de “modo de producción”.
A nuestro entender, la tremenda amplitud y grado de abstracción de esa expresión hacían
abarcar demasiadas cosas a la vez, lo cual la volvió muy poco operativa, desde el punto de
vista del estudio de casos concretos a los cuales se dedica la investigación histórica.
Afirmando las posiciones ya vistas de Soboul, destaca la especificidad de la Historia
por entenderse con realidades en evolución permanente; esto obliga a trabajar con “esquemas
estructurales de funcionamiento”, a poner de manifiesto las tensiones y contradicciones en el
seno de la propia estructura, las cuales provocan su evolución interna y su mutación en algo
diferente, a lo cual propone llamar “desestructuraciones y reestructuraciones”.322
6.5 - LA LARGA DURACIÓN. El título original del artículo de Braudel citado
anteriormente era Historia y ciencias sociales: la larga duración, donde propone como tarea
primordial de la “nueva” Historia, el análisis de

…la duración social, esos tiempos múltiples y contradictorios de la vida de


los hombres que no son únicamente la sustancia del pasado, sino también la
materia de la vida social actual (...) para nosotros, nada hay más importante
en el centro de la realidad social que esta viva e íntima oposición,
infinitamente repetida, entre el instante y el tiempo lento en transcurrir.323

Censura en la “historia tradicional” su preferencia por el tiempo corto, los individuos y


los acontecimientos. Señala la asociación estrecha atribuida a esa característica, “no sin cierta
inexactitud”, con su preferencia por la política. Si como tendencia, esa asociación podría ser
aceptada, no se puede dejar de lado lo peyorativamente llamado de esa manera, pues es una
entidad bastante indefinida y sumamente variada. Podemos hacer una división temporal y
denominar de esa manera a toda la historia escrita antes del siglo XIX o XX, pero él mismo
hace notar la injusticia cometida con muchos antepasados; en primer lugar con aquel al cual
hemos atribuido la paternidad de nuestra disciplina: Herodoto. Si bien el de Halicarnaso no
desprecia ciertos acontecimientos, tal vez por necesidades dramático-literarias, lo sustancial de

322
Pierre VILAR. Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Crítica, Barcelona, tercera edición, noviembre
de 1981. Páginas 51 a 77.
323
BRAUDEL, Op. cit., páginas 62 y 63.
226

su obra intenta explicaciones de más largo aliento. Se ha solido llamar de esa manera a la
historia política practicada mayoritariamente antes de nuestro siglo, pero, nuevamente, el
mismo autor se encarga de señalar lo inadecuado de semejante identificación, tomando en
cuenta a algunos de sus mejores exponentes, quienes buscaron también en lo político razones y
justificaciones más durables, menos dependientes de la mera voluntad individual o el capricho
de los poderosos.
En este mismo sentido, nos hace notar: el tiempo corto existe en cualquier
manifestación de la actividad humana; en el arte, en la economía, en la religión, inclusive en la
geografía donde se puede ejemplificar con un huracán, una erupción de un volcán, etc. Del
“acontecimiento” sostiene:

Por lo que a mí se refiere, me gustaría encerrarlo, aprisionarlo, en la


corta duración: el acontecimiento es explosivo, tonante. Echa tanto humo
que llena la conciencia de los contemporáneos: pero apenas dura, apenas se
advierte su llama (...) el tiempo corto, a medida de los individuos, de la vida
cotidiana, de nuestras ilusiones, de nuestras rápidas tomas de conciencia; el
tiempo por excelencia del cronista, del periodista. (...) el tiempo corto es la
más caprichosa, la más engañosa de las duraciones 324

El desprecio manifestado por muchos historiadores con respecto a la historia de


acontecimientos (“evenementielle” la llamó Paul Lacombe) es el rechazo a la mera cronología.
Aunque a la sucesión de acaecimientos “grandiosos”, nombres y fechas, muchas instancias
oficiales le adjudiquen el título de “Historia”, para su difusión en escuelas primarias,
secundarias y, lamentablemente, también en algunos centros de mayor nivel, aquello llevado a
cabo no pasa de ser una disciplina auxiliar de la historia.
En contra de esa concepción, propone como tema central el estudio de los fenómenos
duraderos, de las permanencias, de los condicionantes de la vida humana durante muchas
generaciones, como los espacios geográficos por ejemplo. Aparecen así muchos elementos de
diferente subsistencia. Se clasificaron en corta, media, larga y larguísima duración. Sin
necesidad de tomarlo como una rígida propiedad matemática, es posible interpretar su posición
como una preferencia por las duraciones más largas, aquellas cuya influencia afectó la vida de
un mayor número de generaciones. La duración de las diferentes variables podría ser una guía
para orientar a los investigadores acerca de la importancia de cada una de ellas: las más
significativas son las de mayor duración, a partir de las cuales va decreciendo su trascendencia
en forma más o menos proporcional a la disminución de su permanencia.
Vilar busca matizar el planteamiento Braudeliano: si debemos atenernos únicamente a
la larga duración, corremos el riesgo de volver a caer en determinismos. El hombre no es
prisionero de ningún factor, porque la técnica le permite evadirlos todos. En segundo lugar, si
centramos la atención en sus características de “obstáculos”, de “cárceles”, estamos incitando
al cultivo de la historia “fría” sobre la “caliente”, estamos poniendo el acento en las
“prácticas”, postergando la “praxis que destruye los obstáculos y abre las cárceles”.
Al exagerar el valor de la “resistencia de las supervivencias”, corremos el riesgo de
menospreciar la fuerza de las invenciones, las cuales habitualmente terminan por imponerse.325
Por ese error acusa a Foucault de haber pasado “al lado de verdaderas innovaciones” sin

324
BRAUDEL, Op. cit., páginas 64 a 66.
325
La afirmación es muy tajante, por lo tanto sospechosa. Muchas invenciones han demorado siglos para
difundirse; otras, seguramente nunca llegaron a imponerse
227

advertirlas, ni tomarlas en cuenta, cuando es al historiador a quien corresponde destacarlas


nítidamente.
6.6 – LOS NIVELES DE ANÁLISIS Y LOS RITMOS. Para Braudel, el cambio
fundamental en la manera de encarar el estudio del pasado humano está estrechamente
vinculado con los nuevos centros de interés. La preocupación por las instituciones, las
religiones, las civilizaciones; el desarrollo de la Historia económica y social ha transformado
los métodos, ha destacado otras fuentes, ha hecho entrar en escena la cuantificación. Por
encima del vestigio privilegiado, cobran interés las series armadas con muchos testimonios
insignificantes, los cálculos estadísticos. Por encima de las manifestaciones de voluntad de los
poderosos, empezaron a escudriñarse las actitudes de ciertos grupos sociales antes
menospreciados o directamente ignorados. Las costumbres sobre la edad del matrimonio -con
repercusiones sobre la tasa de natalidad y, por lo mismo, sobre la evolución demográfica- los
hábitos de trabajo y su influencia en la productividad, las fiestas colectivas, la actitud ante la
muerte, las costumbres alimenticias, etc.

Un día, un año, podían parecerle a un historiador político de ayer


medidas correctas. El tiempo no era sino una suma de días. Pero una curva
de precios, una progresión demográfica, el movimiento de salarios, las
variaciones de la tasa de interés, el estudio (más soñado que realizado) de la
producción o un análisis riguroso de la circulación exigen medidas mucho
más amplias.326

La operación realizada fue audaz: descomponer en partes, intelectualmente, una


realidad unitaria y compleja dentro de la cual vemos componentes afines. Cada una de esas
partes puede ser observada por separado, prescindiendo momentáneamente del resto de las
actividades con las cuales se presenta. A ciertas particularidades las incluimos dentro de la
economía y estudiamos su evolución. A otras las catalogamos como “mentalidades colectivas”
y también las aislamos para observarlas al microscopio, para destacarlas más allá de las
proporciones guardadas con la evolución general de la humanidad. Al ser separadas, a fin de
estudiarlas más detenidamente, cada una se constituye en un nivel de análisis.
Las sociedades humanas son unitarias, globales; pero para su estudio, como
herramienta metodológica, se las puede dividir en varios rubros diferentes. Destacamos un
nivel político, otro jurídico, otros más artístico, institucional, religioso, tecnológico, etc. Cada
uno de estos niveles puede tener su tiempo corto, medio y largo, por lo cual, antes de
reintegrarlo a la unidad original, podemos ver las distintas formas en las cuales se combinan e
influyen las diversas variables y sus tiempos diferentes. Era la forma de operar de un buen
número de historiadores, anteriores al siglo XX., aunque, por lo general, solo con respecto a
una variable: la política.
Ampliemos el horizonte y trabajemos entonces con diversos niveles, uno económico,
otro político, un tercero social, institucional, ideológico, de vida cotidiana, de mentalidades
colectivas, de la mujer, etc.
Como toda metodología de trabajo nueva, en algunos casos fue llevada a extremos
inaceptables, porque adoptar esa forma de operar y escoger como objeto de estudio uno de
ellos, no debe hacer olvidar su pertenencia a un todo mayor. Verlo como una realidad

326
BRAUDEL, Op, cit., página 68.
228

autónoma, autosuficiente, es inadecuado y poco fértil: una buena ruta para arribar a
conclusiones absurdas.
Los estudios de diferente nivel son útiles en la medida de su contribución a ampliar y
desarrollar la Historia de la totalidad de las actividades humanas, así se facilitan perspectivas
más amplias a las miradas generalizadoras.
Al estudiar la evolución humana descompuesta de esa manera, para cada nivel de
análisis se descubrió un ritmo de cambio diferente. No todos los aspectos de la realidad se
transforman a la misma velocidad:

Las ciencias, las técnicas, las instituciones políticas, los utillajes mentales y
las civilizaciones (para emplear una palabra tan cómoda) tienen también su
ritmo de vida y de crecimiento.327

Esta forma de encarar el estudio permitió “descubrir” la mayor velocidad de las


evoluciones económicas. Tal vez esta característica haya estimulado los excesos de muchos
pensadores materialistas. Un poco más lentamente, aunque todavía con cierta agilidad, se van
transformando los vínculos sociales, la vida familiar, la organización regional, etc. En un
tercer nivel podemos ubicar la política, el precario equilibrio de fuerzas sociales en el cual se
adoptan las decisiones generales para toda una comunidad o varias de ellas. Más lentamente
aún, algunos autores ubican la evolución científica, las cambiantes cosmovisiones adoptadas a
lo largo del desenvolvimiento de la humanidad.
Creemos necesarias algunas precisiones respecto a este último nivel, porque si bien
tuvo un lento desarrollo durante miles de años, a partir del siglo XVI o XVII, según el punto
de vista, ha sufrido una progresiva aceleración, cuya mayor velocidad ha sido alcanzada en
nuestro tiempo, lo cual, de continuar, modificaría su ubicación en la escala. En quinto lugar se
suele ubicar a las técnicas, las lentas transformaciones en la manera de hacer las cosas,
trasmitida de padres a hijos, de generación en generación. Mucho más lentamente han solido
evolucionar las maneras de pensar, las ideologías, las mentalidades colectivas. Para Braudel,
“también los encuadramientos mentales representan prisiones de larga duración”. En último
lugar, como nivel más lento en transformarse suele ser ubicada la geografía, esos ámbitos en
los cuales viven los humanos, se forman las características colectivas y se desarrollan las
culturas, cuya influencia fue llevada al máximo de exaltación por los positivistas
decimonónicos y algunos epígonos de la primera mitad del siglo siguiente.
Lo anterior es el resultado de la observación y búsqueda de tendencias de largo plazo;
pero no es algo rígido, no excluye la posibilidad ocasional de una evolución muy rápida de
cualquier nivel, aun los más lentos, en un lapso no demasiado prolongado. Incluso la geografía
ha podido ser transformada en corto tiempo como resultado de movimientos sísmicos,
vendavales, etc. Hasta ahora no hemos creído en la dependencia de esos fenómenos de alguna
actividad humana. Pero desde el siglo XIX, también el ser humano ha modificado rápidamente
ciertas condiciones geográficas, desviando cauces de ríos, abriendo canales, devastando
bosques, agotando recursos naturales formados a lo largo de espacios temporales amplísimos,
etc.
Hay períodos en los cuales ciertos niveles dan la impresión de retrasarse respecto de
los demás. Mientras todo el resto evoluciona, ese nivel parece haber quedado estancado.
Posteriormente, no es raro observar su aceleración más allá de lo habitualmente normal y

327
BRAUDEL, Op. cit. página 69.
229

ofrecer la sensación de superar el ritmo de cambio de los comúnmente más rápidos. Lo


suponemos poniéndose a tono con el resto del proceso social.
Cuando los cambios afectan a grupos humanos muy numerosos, los consideramos
profundos, trascendentales. Esos suelen extenderse a todos los niveles, aunque su evidencia,
en cada uno de ellos se manifiesta en diferentes momentos; no son sincrónicos. Ciertos
niveles, especialmente los ideológico y de mentalidades colectivas, suelen cambiar en forma
espasmódica, como si las modificaciones no se notaran, hasta hacerse demasiado llamativas al
rebasar la medida de lo tolerable e iniciara un corto período de transformaciones aceleradas.
Algo parecido a lo ocurrido con las mutaciones biológicas.
Ciertas transformaciones, padecidas por los contemporáneos como abismales, al ser
reconsideradas tiempo después, con diferente perspectiva, ya no parecen tan importantes; la
realidad no había sido modificada tan drásticamente como se creyó durante el tiempo
de la aceleración de sus cambios. Ocurre como si ciertos sedimentos desaparecidos bajo el
crecimiento de la marea, volvieran a aflorar al bajar el nivel de aquella. Las revoluciones
políticas modernas suelen ser un buen ejemplo de lo dicho; con el pasar de las décadas es
frecuente ver resurgir aspectos tenidos por abolidos para siempre.
En nuestro siglo, el desarrollo de los medios masivos de comunicación parece haber
modificado esta característica, al hacer más rápida la evolución en este nivel, especialmente en
las zonas urbanas, donde se tiende a concentrar la mayor parte de la población. Por lo mismo,
la aceleración de las alteraciones producida en todos los niveles de análisis, ha sido
acompañada también por modificaciones mentales e ideológicas. El mismo Braudel, en
entrevista publicada en castellano poco antes de su desaparición física, declara:

Siempre he pensado que el nivel más bajo por muy miserable que sea a
veces es el terreno sólido de la historia. Y dudo que sea así desde 1950, es la
estructura, todas las estructuras profundas del país las que han sido
atropelladas, dañadas... 328

El conservadurismo atribuido a las sociedades agrarias y a los campesinos en general,


puede estar en relación con su menor acceso y, por lo tanto, menor sometimiento a la
influencia de estos recursos tenidos por modernos, por los avances tecnológicos de los dos
últimos siglos, pero conocidos por los gobernantes como mínimo desde los tiempos del
nacimiento de las primeras civilizaciones, aunque quizá con menores posibilidades de
difusión.
6.7 – UTILIDAD DEL CONCEPTO PARA LOS HISTORIADORES. Un
observador exterior podría preguntarse ¿cómo, un concepto tan problemático ha tenido tanto
éxito, generalizándose tan ampliamente su utilización? Una explicación puede recordar la
extensión tan amplia del estructuralismo en el campo de las ciencias sociales; de no adoptarlo,
nuestra disciplina hubiera corrido el riesgo de quedar huérfana, desvalorizada y aislada.
No nos convence semejante argumento. El conocimiento histórico goza de una
antigüedad mucho mayor, de un discurso oficial exaltante, o cuando menos, aprobatorio y de
una serie de ramificaciones y relaciones con la novela, con esa noción tan imprecisa designada
mediante la expresión “cultura general” y, muy particularmente, con la política; difícilmente
puede temer el aislamiento del resto de las disciplinas humanas. Para muchas de ellas la
situación sería exactamente la inversa.

328
Entrevista de J.J. BROCHIER y F. EWALD. “Mares y tiempos de la historia”, Vuelta Nº 103, volumen 9,
junio de 1985. Entrevista. Página 45.
230

En su intento por imponerse, muchos nacientes estudios sobre las actividades humanas
adoptaron el análisis de lo invariante como una manera de afirmar su diferencia con los
tradicionales estudios históricos; de esta manera, también creían establecer su superioridad.
Pero esos han sido pecados de juventud, de los cuales tampoco estuvo exenta la renovación del
propio conocimiento del pasado de la humanidad. Con la llegada de la madurez, todos
descubrieron sus parentescos, al advertir las virtudes y la necesidad de la colaboración.
Tampoco nos parece adecuado explicar su permanencia en la búsqueda de un lenguaje común
interdisciplinario, como propuso Braudel. Muchas formas lingüísticas tuvieron oportunidad de
integrarse al mismo y, sin embargo, no participaron de idéntico éxito.
Si la expresión se instaló, aparentemente en forma definitiva en estos estudios, fue
porque ha resultado tremendamente fértil, porque de cierta manera respondió a una necesidad
ya manifestada expresamente por Voltaire en el siglo XVIII e inconsciente y equivocadamente
portada por la Filosofía de la Historia. Todo el siglo XIX estuvo atravesado por este intento: la
búsqueda por trascender lo efímero, lo accidental, lo azaroso en las explicaciones del
desenvolvimiento histórico. Preexistía una necesidad. El concepto vino a satisfacerla, aunque
fuera parcialmente. Pero, como hemos visto, al comienzo el vocablo generó desconcierto. Su
fertilidad fue creciendo al ritmo de su clarificación. No afirmamos la ausencia total de aristas
confusas, de zonas oscuras, pero sí su drástica disminución. Por lo general, en la actualidad,
quienes lo usan lo conciben como algo existente en la realidad misma, algo a descubrir, a
poner de manifiesto. Tampoco en esto hay unanimidad pero sí un creciente consenso.
Vilar introdujo algunos ajustes: si bien considera necesario el dominio del concepto de
estructura por parte de los historiadores, no lo juzga suficiente. Sería únicamente un punto de
partida firme. En historia, el cambio, la innovación es algo fundamental, porque el historiador
debe dar cuenta de las transformaciones, explicar la evolución social, justificar las
“desestructuraciones y reestructuraciones”. El estudio de casos concretos es una forma de
confirmar, descalificar, o, más comúnmente, relativizar, muchas generalizaciones, muchos
esquemas estructurales.
Cuando los resultados de investigaciones regionales, parciales, no armonizan
adecuadamente con la estructura donde se las suponía insertas, estamos autorizados a
desconfiar de su formulación, del conocimiento tenido sobre ella e iniciar el proceso de su
revisión.
Un ejemplo actual lo constituye la generalización acerca de los efectos provocados por
la “ley de desamortización de fincas rústicas y urbanas propiedad de las corporaciones civiles
y eclesiásticas” o, más comúnmente conocida como “ley Lerdo”. Hasta no hace muchos años
se le atribuía haber provocado un incremento del latifundio en todo el país. Ser responsable de
una transformación en la estructura de la tenencia de la tierra, en favor de la gran propiedad. A
partir de fines de la década de 1970, autores como René García Castro, Ton Halventhout,
Robert Knowlton, Frank Schenk, Rosa María Hernández Ramírez y José Trinidad Quezada
Rojas, mediante estudios regionales han puesto de manifiesto, al menos para algunas
localidades de los actuales estados de Jalisco, Michoacán, México y Tlaxcala, lo incorrecto de
esa interpretación. No fue eso lo ocurrido.
6.8 – LOS MODELOS. Vilar no es suficientemente claro en su diferenciación entre la
estructura y el modelo destinado a dar cuenta de ella. Por eso, creemos necesaria una
clarificación y delimitación de conceptos.
A ciertas creaciones intelectuales, inexistentes en la realidad, pero con intenciones de
reflejar las características y relaciones más importantes del objeto de estudio, a fin de ser
empleadas como guía para conducir las investigaciones y destinadas a ser aplicadas al proceso
231

vivido, en un intento por entenderlo, proponemos no designarlas con el vocablo “estructura”;


para su identificación preferimos la palabra “modelos”, los cuales constituyen una herramienta
de trabajo dedicada, precisamente, a ayudarnos a poner en evidencia las características
estructurales consideradas más importantes del acaecer social humano, aunque muchas veces
desborde ese limitado objetivo.
Si bien, como hemos visto, existe una relación entre el modelo y la estructura, eso no
justifica su identificación total. Gran parte de esta confusión se ha generado por el contacto
con la economía, donde la utilización de modelos econométricos se ha confundido con la
estructura. Por estas razones, hay enorme variedad de modelos, por lo menos tantos como las
formas de concebir la estructura. Pero hay más, porque también prestan otros servicios. Según
Pierre Vilar, el modelo puede ser el instrumento idóneo para analizar las relaciones entre los
diversos niveles de análisis.
Para Braudel:

Los modelos no son más que hipótesis, sistemas de explicación


sólidamente vinculados según la forma de la ecuación o de la función; esto
iguala a aquello o determina aquello. Una determinada realidad sólo aparece
acompañada de otra, y entre ambas se ponen de manifiesto relaciones
estrechas y constantes. El modelo establecido con sumo cuidado permitirá,
pues, encausar, además del medio social observado -a partir del cual ha sido
creado-, otros medios sociales de la misma naturaleza, a través del tiempo y
del espacio. En ello reside su valor recurrente. Estos sistemas de
explicaciones varían hasta el infinito según el temperamento, el cálculo o la
finalidad de los usuarios: simples o complejos, cualitativos o cuantitativos,
estáticos o dinámicos, mecánicos o estadísticos.329

En otro pasaje sostiene una especie de relación entre duración y amplitud del modelo
utilizado. Según él, los modelos de corta duración pueden comprender realidades amplias y
complejas; pero, si intentamos alargar su duración, necesariamente debemos ir estrechando la
amplitud de lo abarcado. De allí sugiere la necesidad de realizar una confrontación entre el
concepto de duración y los modelos. De la duración abarcada por el modelo, depende “tanto su
significación como su valor de explicación”.
Al intentar un acercamiento más detallado, Vilar nos orienta acerca de los elementos a
tener en cuenta para la elaboración de los modelos. Nos aconseja distinguir entre
informaciones “estáticas” y “dinámicas”. Las primeras pueden ser expresadas mediante tablas
y cortes, en tanto las segundas se ven mejor reflejadas en las curvas.
También nos previene contra determinados peligros comportados por la utilización de
estas herramientas. Ante todo recomienda desconfiar de cualquier modelo presentado como
“universal y eterno”. Ninguna realidad posee esas características; por lo mismo, ningún
modelo con pretensiones de reflejar esa existencia puede ser confiable. Igualmente aconseja
sospechar de ciertos modelos muy complicados, elaborados a partir de la observación de un
solo caso. Aunque no lo expresa directamente, se puede deducir de su exposición la
importancia, para el historiador, de aquellos modelos susceptibles de ser utilizados como
esquemas de funcionamiento; esos expresan, no solamente las condiciones estructurales, sino
también las contradicciones contenidas, generadoras de transformaciones.
Luego de semejantes recomendaciones, resulta extraño su ejemplo de un modelo
estructural general, englobante. Escoge el “modo de producción” formulado por Marx:

329
BRAUDEL, “La larga...”Op. cit. página 85.
232

Un modo de producción es una estructura que expresa un tipo de


realidad social total, puesto que engloba, en las relaciones a la vez
cuantitativas y cualitativas, que se rigen todas en una interacción continua:
1) las reglas que presiden la obtención por el hombre de productos de la
naturaleza y la distribución social de esos productos; 2) las reglas que
presiden las relaciones de los hombres entre ellos, por medio de
agrupaciones espontáneas o institucionalizadas; 3) las justificaciones
intelectuales o míticas que dan de estas relaciones, con diversos grados de
conciencia y sistematización...330

Cada uno de los tres niveles vistos, son interdependientes, lo cual no les impide poseer
una tendencia a la autonomía. Esta tendencia ha generado muchas confusiones en los analistas
al hacerlos pensar en la independencia de cada uno. Podemos considerar esa tendencia como
una fuente de contradicciones al seno de la estructura. Una de las tareas del historiador sería,
precisamente, poner de manifiesto la lógica interna de esa estructura y la forma como se
relacionan y entrechocan esos niveles. Entre el modelo y la estructura debe haber una
permanente búsqueda de adecuación, siempre con posibilidad de ser mejorada. Es lo mismo ya
afirmado respecto al conocimiento en general.
Renglones más arriba expresamos nuestra extrañeza frente al ejemplo elegido, porque
inmediatamente de las advertencias mencionadas, la aplicación propuesta parecería
contradecir alguna de ellas. Si bien el modo de producción no aspira a ser eterno, sí fue
planteado como universal. Se desprendía de una posición euro-centrista, muy difundida por el
Positivismo en el siglo XIX.
Para sostener su desarrollo, las potencias industriales requerían materias primas,
alimentos y mercados. Eso las condujo a conquistar territorios y pueblos. El dominio y
explotación de otras sociedades, creó la necesidad de justificar su expansión, y la consecuente
dominación de amplias regiones. Buscaban establecer su soberanía en el resto del mundo. En
ese ambiente intelectual, interpretaban lo conocido, o lo deseado conocer del proceso de sus
propios países, como aplicable a todo el resto del planeta. Ese fue el contexto para la difusión
de un axioma según el cual todas las sociedades evolucionan y se transforman a través de
las mismas etapas, arma ideológica muy efectiva para justificar sus conquistas, pero difícil de
hacer concordar con lo conocido de la evolución de otras partes del mundo. Con estas
convicciones, Carlos Marx interpretó la conquista de la India por los ingleses como un
beneficio para los indios, porque los ayudaría a acelerar su ingreso en la “civilización”. Algo
similar planteó sobre la invasión francesa a México. Si un siglo más tarde, el famoso filósofo
alemán hubiera podido observar los resultados reales de aquellos “avances”, posiblemente no
hubiera mantenido esas convicciones para interpretar el proceso. De allí nuestra extrañeza
cuando un seguidor de sus ideas, casi cien años después de su muerte, continuaba insistiendo
con una forma teórica demasiado amplia, cuya utilización dogmática ha provocado tantos
análisis incorrectos, y pretendido justificar tantas acciones de despojo. Posiblemente, seguir
mirando el mundo desde Europa Occidental impide captar las consecuencias de la aplicación
de esas concepciones para los otros pueblos.
Braudel explica las diferentes posibilidades de cada tipo de modelo. Ya en esa época
advierte ciertas tendencias a exagerar la importancia de la herramienta. Reclama un esfuerzo
para precisar “la función y los límites” de la misma. Para eso, opina, es necesario

330
Pierre VILAR. Op. cit. página 67.
233

confrontarlos con la noción de “duración”. De ésta dependen la trascendencia y la calidad


esclarecedora del análisis. Hasta ese momento, en su opinión, los modelos construidos por los
historiadores eran bastante primitivos, ninguno tuvo la intención de ser formulado en forma
matemática, lo cual hubiera sido “revolucionario”. La consideración del autor nos conduce a
identificarlo con las teorías explicativas. Cualquier relación establecida entre dos variables del
proceso constituiría un modelo de funcionamiento de toda realidad del mismo tipo.
Comparada con las ciencias sociales, la Historia ocupa una posición de retaguardia con
relación a la teoría de los modelos. Los intentos de los historiadores son, nada más, “haces de
explicaciones”. En otras disciplinas, particularmente en información y comunicación, se han
introducido las matemáticas cualitativas, enfrentando el peligro de perder el control de sus
trabajos al menor descuido.
Entre el determinismo de ciertos procesos, expresado en las matemáticas tradicionales
y la aleatoriedad de otros, interpretados por el cálculo de probabilidades, hay un terreno
intermedio de transcursos no determinados pero tampoco librados al puro azar; están
condicionados, sometidos a ciertas “reglas de juego”. En este terreno, la traslación de la
observación a fórmulas matemáticas no implica necesariamente medidas y largos cálculos
estadísticos, se puede realizar directamente. Esas son las matemáticas cualitativas. El caso de
las máquinas para la traducción de un idioma a otro, le estimulan reflexiones. De allí puede
asegurar la existencia de las posibilidades matemáticas en el análisis de la sociedad, por lo
cual sostiene la necesidad de

…preparar lo social para las matemáticas de lo social, que han dejado de ser
únicamente nuestras viejas matemáticas tradicionales: curvas de precios, de
salarios, de nacimientos...331

La conversión de la observación social y las relaciones obtenidas de ella a


“ecuaciones” permitirán a las matemáticas extraer conclusiones y realizar prolongaciones
hasta desembocar en un “modelo” abarcándolas a todas. Pero el modelo, como vimos, siempre
es susceptible de ajustes y también

De esta forma, el modelo es sucesivamente ensayo de explicación de


la estructura, instrumento de control, de comparación, verificación de la
solidez y de la vida misma de una estructura dada.332

6.9 – COYUNTURA. Casi simultáneamente con la adquisición por la historia del


término “estructura”, se adoptó “coyuntura” como si estuvieran en estrecha relación. El
diccionario avalado por la Academia en su primera significación lo define como “articulación
o trabazón movible de un hueso con otro”, lo cual era deducible del contexto. Si la estructura
era lo inmóvil, lo estable; la coyuntura, al constituirse en su antónimo, debía significar
aquellos elementos móviles, las articulaciones organizadoras para permitir el movimiento de
las diversas partes fijas.
En ingeniería o arquitectura, de donde era originario el primer término, no existe este
concepto. Su origen parece situarse en el estudio del cuerpo humano, especialmente el
esqueleto. La segunda acepción establece “sazón, oportunidad para algo”; es la forma más
usual en el lenguaje cotidiano. Finalmente, también influida por las ciencias sociales, se define

331
BRAUDEL, La historia..., Op. cit. páginas 89 y 90.
332
Ibidem, página 94.
234

como “combinación de factores y circunstancias que, para la decisión de un asunto importante,


se presenta en una nación”.333. Del mismo modo, se puede presentar a una empresa o cualquier
otro tipo de organización social, incluso a individuos.
Se ha insistido en fijar como interés fundamental del conocimiento histórico el
cambio, lo mudable. Todavía en la primera mitad del siglo XX, Arnold Toynbee le
adjudicaba como función principal, ser el “conjunto de experiencias vividas por el género
humano”.334 Los planteos del estructuralismo cuestionaron la importancia de la disciplina si se
ocupaba de los “único e irrepetible”. Al afirmar, con mayor o menor énfasis, las
transformaciones como su interés principal, el concepto parecía especialmente diseñado para
ayudarla a combatir los excesos de los estructuralistas. En muchos autores lo encontramos
utilizado con este sentido. Se habla de “coyuntura” cuando se hace evidente la aceleración de
ciertas transformaciones. Inclusive Pierre Vilar, en algunos pasajes ambiguos y confusos
referidos a este tema, parece acercarse a esta forma de conceptualizarlo cuando dice:

[el historiador] se dirige más hacia las consecuencias de los movimientos


coyunturales espontáneos de la demografía, de la economía, que a sus
causas próximas o remotas,

o en otro pasaje donde afirma:

“...permitirían imaginar las fases largas de la ‘coyuntura’ como otros tantos


signos de modificación de las estructuras.335

En Historia, dentro de las permanencias o estructuras, hemos visto a distinguidos


autores sostener la constante existencia de movimientos, muchas veces casi imperceptibles,
pero cuya actividad va socavando aquella estabilidad. Si se asume esta afirmación, el concepto
podría resultar superfluo, cuando simultáneamente se sostiene la omnipresencia del cambio en
el proceso social, más allá de las diversidades de ritmos. Visto de esta manera sería
innecesario. Si todo está en permanente movimiento, todo es coyuntura. Aunque entre los
diversos autores se hace evidente una disparidad de matices bastante sutiles: si todo parece
descansar en una diferencia de acentuación, porque depende de si se da más importancia el
cambio o la permanencia, no deja de resultar paradójica la utilización de un término para
designar la esencia misma del objeto de estudio de la disciplina.
Por el momento, no se ha podido probar la existencia de algo eterno. El universo
cambia. También la naturaleza en nuestro planeta. Muchos cambios naturales obligaron a
ciertas sociedades a modificar su forma de subsistencia. La diferencia se centra en la velocidad
de esos cambios. Las sociedades cambian con mayor rapidez, lo cual no implica la
inexistencia de ciertas costumbres, creencias, hábitos y conocimientos cuya vigencia dura por
períodos muy amplios. En el mundo occidental, el cristianismo ha impregnado las ideas de las
sociedades europeas por dos milenios. Si bien ha existido cierta evolución, hay algunos
principios, determinados conceptos inculcados a enorme cantidad de generaciones. En otras
religiones sucede lo mismo. Dietas incluidas en las Tablas de la ley por Moisés, aprendidas de

333
Real Academia Española. DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA. Editado por Espasa Calpe S. A.
Vigésima segunda edición. Madrid, 2001. Página 679.
334
Arnold J. TOYNBEE. ¿Para qué estudiar historia?(Uso y valor de la historia) EMECÉ. Buenos Aires, 1966.
Página 10.
335
Pierre VILAR, Op. cit. Página 93.
235

ciertas precauciones adoptadas por los egipcios para salir al desierto, han quedado fijadas por
siglos en los practicantes de ese credo. Lo mismo ocurre con musulmanes, protestantes y otros
grupos religiosos.
Respecto al tema de este capítulo, los autores son mucho más parcos. Solamente Pierre
Vilar le ha dedicado un apartado en la obra citada. Advirtiendo las incongruencias de la
utilización corriente del término, lo define en forma precisa como:

…el conjunto de las condiciones articuladas entre sí que caracterizan un


momento en el movimiento global de la materia histórica (...) de todas las
condiciones, tanto de las psicológicas, políticas y sociales como de las
económicas o meteorológicas.336

Sostiene la importancia de la noción para el político, para el hombre de acción, porque


le permite saber exactamente la situación actual, es la definición precisa del momento, un
corte transversal en el todo social, en las diferentes duraciones. Para el analista encierra
peligros porque es más difícil definir un instante a poner de manifiesto una duración. Por eso
el autor advierte sobre ciertos riesgos, como el irse por lo fácil: explicar todo por la coyuntura.
Muy a menudo es una evasión cómoda para evitar el trabajo de un análisis serio. Para él, la
política y la historia comparten ciertas dificultades como la imposibilidad de medir factores y
la alta complejidad de estos. El historiador es, precisamente, quien debe “establecer los
vínculos entre lo que puede ser medido y lo que no” 337 , pero no debe perder de vista la
asociación estrecha entre ambos conceptos: “Coyunturas y estructuras no son dos nociones
extrañas entre sí; son dos aspectos de fenómenos comunes”.338 El problema de la noción de
coyuntura para el historiador es evaluar hasta donde su estudio de la misma le permite
entender y explicar el pasado de una región, un estado, un área geográfica, en forma global, en
un momento determinado.
Finalmente, de igual forma a lo hecho con la noción anterior, emite una serie de
advertencias para tener en cuenta al encarar un estudio de este tipo. En primer lugar
recomienda estar atento a la confluencia de elementos particulares con otros generales. De esta
manera se evita el riesgo de hacer depender todo de un solo factor. Muy ligado al anterior, nos
previene contra la personalización de procesos complejos. Ya hemos visto en otro pasaje
cómo, en muchas ocasiones, en un país, se adjudican a un gobernante transformaciones
trascendentes, ocurridas también en otros países fuera de los límites de su territorio. Para
evitar estos riesgos, propone “mirar más allá de las fronteras” 339 , realizar un estudio
comparativo con otros países en condiciones similares o parecidas a la del estudiado. Si en
varios de ellos encontramos los mismos cambios, estamos obligados a indagar fuerzas
motrices más amplias, con influencia sobre territorios más extendidos de aquellos encerrados
dentro de ciertos límites políticos y geográficos.
Una causa de error muy generalizada ha sido el imputar todo a lo político. El estudio
de la coyuntura se presta maravillosamente para incurrir en esta falacia. No es una casualidad;
cuando el conocimiento histórico se limitó a ese nivel de análisis, la mayor parte de los
trabajos incurrieron en uno o varios de estos errores.

336
Pierre VILAR. Op. cit. Página 81.
337
Pierre VILAR, Op. cit. Página 82.
338
Pierre VILAR, Op. cit. Página 95.
339
Pierre VILAR, Op. cit. Página 104.
236

Por último, formula ciertas reservas; en primer lugar: la coyuntura no puede ser
utilizada como explicación sistemática, es muy importante tenerlo en cuenta, porque es una
tentación muy difundida, difícil de resistir. El ejemplo propuesto es gracioso y elocuente:
“’Esto se explica por la coyuntura’ no tiene más sentido que ‘llueve a causa de la
meteorología’”.340
También aconseja pensar siempre el estudio coyuntural “dentro de un tipo de
estructura”, jamás dejar de relacionar ambas realidades. La otra reserva, viene con el ejemplo
más extenso de esta parte de su libro. Propone prestar atención a la “multiplicidad de los
ciclos”. Se refiere a los diversos ciclos económicos, para lo cual es básica la precisión
cronológica, más aguda aún, tratándose de estudios coyunturales. Sin embargo, podemos
extenderlo a otras realidades. Por el momento solamente se ha estudiado la diversidad de
ciclos en el nivel económico, pero no se puede descartar la existencia de algo similar en otros
niveles de análisis. También es muy importante tomar en cuenta los diversos niveles para
considerar el desfase de los tiempos.

340
Pïerre VILAR. Op. Cit. Página 105.
237

CAPÍTULO SÉPTIMO

La periodización
El corte más exacto no es forzosamente
el que pretende conformarse con la más
pequeña unidad de tiempo –en cuyo caso
habría que preferir el segundo al día, como
el año a la década- Sino el mejor adaptado
a la naturaleza de las cosas.
Marc Bloch. (Introducción a la Historia)

7.1 – GENERALIDADES. Como hemos visto en el segundo capítulo, la historia, en


tanto proceso, consiste en todo aquello sucedido a los seres humanos desde su aparición sobre
la Tierra hasta nuestros días. Como conocimiento, nos lo enseñó Huizinga, la hemos
considerado un intento por “darle forma” a una parte de lo vivido por nuestros antecesores,
con la intención de explicar algunos procesos. Como igualmente vimos, no nos interesa todo
lo ocurrido a la humanidad, únicamente limitados elementos. Cada época -o si se prefiere la
expresión de Goethe: “cada generación”- de acuerdo con sus preocupaciones presentes, escoge
los aspectos del ayer, a su parecer más significativos o importantes para, retomando
nuevamente una expresión de Huizinga, “rendirse cuentas de su pasado”, es decir, intentar
explicar cómo se llegó a la situación actual.
Épocas o generaciones, no individuos o personalidades. El autor, e incluso la
formulación, pierden importancia frente a la recepción brindada a esas ideas y las
interpretaciones realizadas por la sociedad.
Para abordar el estudio del pasado, así como se escogen temas, aspectos o regiones,
también se seleccionan espacios temporales, momentos, ciclos. Aun teniendo ya seleccionado
el nivel de análisis y el ámbito espacial, es imposible abarcar en un estudio la totalidad del
tiempo acerca de esas variables. Es necesario todavía “separar” algún fragmento del
desenvolvimiento general. A esa necesidad de dividir el proceso a estudiar en períodos se le
llama periodización o periodificación.341 Aun aquellas Historias con pretensiones de “abarcarlo
todo” deben hacer pausas temporales y discriminar etapas.
Una de las debilidades más notorias en las tesis presentadas en la carrera de Historia,
en la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México, consiste
en la justificación del período escogido. En no pocos casos ha sido ubicado al acervo
documental disponible, como responsable de la determinación de los límites del fragmento a
estudio, relegando la lógica de los contenidos abarcados.
Además de la pereza, uno de los factores a tener en cuenta al momento de intentar una
explicación de este desinterés, radica en los propios historiadores, porque aunque algunos
autores muy famosos han destacado la importancia de este tema y la necesidad de hacer
explícitos los criterios utilizados en la elaboración de los períodos, solo unos pocos le han

341
Carlos M. RAMA. Teoría de la Historia. Introducción a los estudios históricos. Tecnos, Madrid, tercera
edición revisada, 1974. Página 152. Ambas formas son neologismos, pero mientras periodización es una
trasposición del inglés, periodificación es propuesta por Rama tomando en consideración la similitud con
tipificación.
238

dedicado alguna reflexión escrita. Menos aún, quienes han publicado sus ideas acerca de esos
criterios. En algunos casos, como veremos, la confusión alcanza a nombres de prestigio.
En el siglo XIX se definieron dos actitudes antagónicas al respecto. Por un lado, los
positivistas: concebían el proceso como una sucesión de “hechos” y no titubeaban en
establecer separaciones con enorme facilidad. La exageración los condujo a situaciones muy a
menudo consideradas ridículas.
En el extremo opuesto, la escuela alemana, en su vertiente historicista, destacaba la
continuidad del acontecer histórico y la “arbitrariedad” de cualquier separación “impuesta
desde el exterior”. Ambas posiciones ahora nos resultan equivocadas.
La innegable continuidad no impide aislar un fragmento del tiempo para verlo en
detalle, como la unidad total de los seres vivos no impide aislar un pequeño trozo de tejido
celular para observarlo al microscopio, o la diferente dimensión de cada país, provincia,
territorio o ciudad no impide trazar un mapa o plano detallado de esa parte de la totalidad de
las tierras emergentes de nuestro planeta.
A los positivistas es necesario recordarles el carácter instrumental de recurrir a fijar
períodos. La periodización no es un fin en sí mismo, sino una herramienta necesaria para
aumentar la cantidad, y quizá también la calidad, de nuestros conocimientos. Convertirlo en un
fin autónomo, además de innecesario, conduce a extravagancias sin sentido.
Un riesgo, del cual no han salido bien libradas ciertas celebridades, radica en atribuir al
fragmento escogido una importancia exagerada dentro del contexto más amplio donde está
comprendido; o en perder de vista ese mismo entorno en el cual se ubica, porque, en muchas
ocasiones, los cambios vividos por una sociedad son motivados por acontecimientos ocurridos
lejos de ellas y/o ajenos a sus preocupaciones. Los procesos conocidos como “guerras
mundiales” tuvieron su origen en problemas europeos, de ciertos países desarrollados, sin
embargo, afectaron prácticamente a casi todos los demás. La prosperidad de la mayor parte de
Iberoamérica durante esos conflictos tuvo una relación más estrecha con esa situación exterior,
a la tenida con sus propios procesos internos.
Otro desatino planteado por el eurocentrismo positivista, consistió en pretender
extender la validez de los períodos establecidos para el propio objeto de estudio a realidades
sociales y culturales con una evolución completamente independiente y distinta. La división
“tripartita” en Antigüedad, Edad Media y Modernidad, no tiene ningún sentido en América,
África o Asia, mucho menos en Oceanía y los archipiélagos del Océano Pacífico.
A cada sociedad, como decía Huizinga, le interesa su pasado para “rendirse cuentas”,
lo cual no significaba el aislamiento de todas las influencias recibidas por esa sociedad. Hasta
el siglo XIX hubo agrupaciones humanas cuyo desenvolvimiento se produjo casi en el
aislamiento total. Recordemos la carta con la cual el emperador de la China, Ch’ien Lung, en
1793, con gran seguridad, contesta la solicitud de Jorge III de Inglaterra para establecer
relaciones comerciales; la respuesta expresa su “comprensión” hacia los intentos por
relacionarse con su imperio, pero también informa la imposibilidad de aceptarlo, por cuanto
“…el Imperio (Chino) producía de todo en abundancia y no confiaba nunca en las mercancías
de los ‘bárbaros’ para la satisfacción de sus necesidades”.342
La tendencia al aislamiento y a las evoluciones autónomas ha sido dominante en la
mayor parte de los conjuntos humanos. Las influencias estimulantes de una cultura sobre otra,
antes del siglo XIX, han sido muy importantes, pero escasas, fragmentarias y limitadas en la

342
Herbert FRANKE y Rolf TRAUZETTEL. El Imperio Chino. Siglo XXI. México, octava edición, 1989. Pág.
302.
239

mayoría de los casos. Los sumerios viajaban a comerciar con los egipcios a la orilla occidental
del Mar Rojo. Allí los últimos vieron a los primeros hacer anotaciones en tabletas de barro
blando. Entonces concibieron la idea de fijar información en documentos escritos, el estímulo
requerido para “inventar” su escritura jeroglífica, sin relación con la sumeria.
Los seres humanos suelen temer lo desconocido y tratándose de otros seres humanos
tienden a la desconfianza. También acostumbran considerar el ámbito cultural en el cual
fueron formados como “derivado de la naturaleza de las cosas”, como el más adecuado y
correcto. De allí la extrañeza, el desprecio y hasta la irritación hacia las costumbres cotidianas
ajenas.
Es a partir de la conquista del planeta por parte de la cultura generada en Europa
Occidental, buscando satisfacer las necesidades expansivas del capitalismo, cuando se va a
iniciar el proceso de uniformización del mundo con la imposición coactiva de las pautas
fundamentales de una civilización sobre las demás. Eso es reciente; para algunas regiones del
planeta tiene poco más de cien años. Excepto superposiciones de casos individuales sin
ninguna relación entre ellos, antes del siglo XIX no existió la “Historia Universal”, entendida
como el proceso unificado y relacionado del género humano. Por lo tanto, tampoco pudo
existir una periodización común, aplicable a todos los desarrollos culturales del planeta. La
historia de todas las sociedades anteriores a las dos últimas centurias, es un agregado de casos
particulares generalmente sin relación uno con otro, o con una relación mínima, efímera o
superficial. Designarla “Historia Mundial” es un subterfugio, no altera en nada el problema.
Hablar de ‘Edad Media’ en África, América o Australia es un disparate. No obstante, como
veremos, no han escaseado los intentos por establecer cortes con aspiraciones de validez para
cualquier parte del mundo, para cualquier sociedad. Las comparaciones culturales entre
sociedades del pasado tampoco autorizan afirmaciones como la siguiente:

La periodización de la historia universal se realiza, considerando que las


sociedades más avanzadas constituyen el factor rector y muestran las
tendencias principales de desarrollo para el resto de la humanidad.343

¿Cuál es el criterio para establecer el grado de “avance” de una sociedad sobre otra?
¿Cómo saber si la sociedad romana del siglo II era más avanzada a la china o la india de la
misma época? ¿La sociedad árabe del siglo XI, mostraba “las tendencias principales de
desarrollo para el resto de la humanidad”? Anteriormente hemos tenido oportunidad de
destacar la inexistencia de la imparcialidad. Nadie realiza valoraciones desde el vacío, desde la
ausencia axiológica total. Todos hemos sido formados y moldeados por una sociedad y hemos
bebido e introyectado sus valores sin nuestro consentimiento. Los fundamentos ideológicos de
estas postulaciones se generan en la civilización occidental en los siglos XVIII y XIX y los
consideraremos más adelante.
Esa misma perspectiva, aunque desde un marco teórico totalmente opuesto, ha
generado concepciones antojadizas como la expresada por un antiguo manual: “Es imposible
llegar a una determinada división del contenido de la Historia si antes no se llega a una
concepción de la unidad del género humano y de sus destinos”. 344 Lo cual supone la
imposibilidad de dividir las historias locales, nacionales, regionales, etc., algo manifiestamente
inexacto.

343
Enrique SEMO. “Acerca de la periodización” en Historia Mexicana. Era, México, sexta reimpresión, 1991.
Página 146.
344
Ernst BERNHEIM. Introducción al estudio de la historia. Labor, Barcelona, 1937. Página 81.
240

Alcanzaría con tener en la memoria los desarrollos culturales americanos anteriores a


la invasión y dominio europeos en este continente, para entender lo ridículo de una empresa
semejante. ¿Los pueblos originarios carecían y carecen de “una concepción de la unidad del
género humano y de sus destinos”?
Poniendo en práctica un método impresionista, algunos autores -por lo general
filósofos de la historia, como Spengler por ejemplo- han querido ver ligazón en algunos
florecimientos intelectuales de civilizaciones distantes en el espacio y diferentes en sus
fundamentos, más o menos coincidentes en el tiempo, como el Siglo de Oro Ateniense, la
época de la predicación de Gautama en la India y de Confucio y Lao Tsé en China. Semejante
paralelo no resiste un análisis detenido y en profundidad, ni una explicación intersubjetiva de
su simultaneidad. Cuando se dictan cursos o se habla de “Historia Universal”, el tema es la
formación y desarrollo de la civilización europea occidental, porque, como a partir del
desarrollo capitalista todo el resto del planeta ha sido conquistado por ella, ya es parte del
pasado de todas las culturas. Sólo en esa medida puede considerarse “universal”.
La única justificación de tal conquista es la imposición por la fuerza bruta.
Simultáneamente, al asimilar ciertos aspectos de las culturas locales conquistadas, aquélla se
ensancha e incluye en “su” pasado, parte del pasado de esas otras culturas. Por esa razón,
civilizaciones como la china o la japonesa, por lo general, no suelen ser consideradas en los
primeros cursos de la materia, -aunque ya existieran en el tiempo estudiado allí- sino en los
últimos, cuando se llega al momento de ser incorporadas por la violencia a la dinámica y
evolución impuesta por los europeos.
Posiblemente, los estudios históricos desarrollados en algunas civilizaciones milenarias
operan exactamente al revés: estudian su propia historia e incorporan la de los europeos en el
momento de la irrupción de estos últimos en sus ámbitos territoriales. En estos casos, la
periodización anterior a este último acontecimiento puede ser totalmente autónoma y diferente
a las conocidas.
En el estudio del pasado humano, la perspectiva, el lugar desde donde son observados
los procesos, adquiere una relevancia difícilmente equiparable a la reconocida hasta ahora por
cualquier otra disciplina social. En muchos aspectos, cada sociedad todavía puede descubrir en
su pasado etapas diferentes y hacer un período con cada una de ellas. Sólo como producto de
la casualidad, alguna de esas etapas podría hacerse extensiva a otras culturas.
Quizá la necesidad de afirmarse, intentando asumir una falaz universalidad, condujo a
otras ciencias sociales a disimular la pertinencia del punto de vista. En Historia, es innegable
su posición medular, otros estudios sociales pueden intentar adoptarlo, porque, como lo
analizamos al considerar el estatuto cognoscitivo y la explicación, desde un punto de vista
epistemológico no se sustenta, no es de cualidad la distancia entre las ciencias sociales y el
conocimiento histórico.
De la misma manera a lo ocurrido con otros problemas tratados anteriormente, se han
generado diferentes posiciones acerca de este tema. Dos, ubicadas en extremos antagónicos,
son las aquí consideradas, porque entre ellas pueden situarse todos los matices concebibles por
nuestra imaginación.
7.2 – EL IDEALISMO. Pocos han podido expresar tan precisa y claramente la
posición del idealismo como lo ha hecho Benedetto Croce. Por considerarlas operaciones
mentales del mismo tipo, aborda conjuntamente la selección y la división del objeto de
estudio. Sin embargo, luego utiliza criterios no coincidentes para caracterizar ambos procesos.
Al mencionar la selección llevada a cabo por filólogos y eruditos, afirma la inexistencia de
algún criterio lógico para dirigirla, la considera totalmente arbitraria. Sin embargo, más
241

adelante destaca una separación entre los mecanismos intelectuales según los cuales opera la
erudición y los correspondientes a la Historia.
Esta última no “selecciona hechos”, arma, prepara, crea el “hecho único, el hecho
pensado”. En el primer caso parecería aplicar el sustantivo “hecho” tanto a los restos, los
vestigios, los documentos, como a los datos con los cuales trabaja el filólogo, el erudito y
cualquier otro estudioso de lo social. Cuando menciona el vocablo “dato”, en este caso,
también parece referirse a los objetos materiales conservados y la información contenida en
los mismos, los cuales son elementos diferentes. El documento es algo siempre igual, ajeno a
la intencionalidad del investigador, en cambio el dato es la respuesta a una pregunta formulada
por el estudioso a ese documento, en gran parte es una elaboración de éste. El “hecho” es la
interpretación de un proceso complejo; se integra con muchos datos y teoría.
Idealista, formado en Alemania, afirma: Como los “hechos históricos” son “hechos
pensados”, carece totalmente de sentido hablar de “hecho no histórico”, lo cual significaría
“no pensado”, porque las cosas no pensadas no tienen existencia. Por ese camino nos lleva a la
periodización:

Pensar la historia es por cierto dividirla en períodos, (...) pero esas pausas
son ideales, y por ello inseparables del pensamiento, con el cual constituyen
una unidad, como la sombra con el cuerpo...345

De acuerdo con este pasaje, nuestro pensamiento, por ser esencialmente ordenador, en
cuanto se enfoca al pasado, automáticamente lo divide en períodos, los cuales son puramente
ideales. No es algo derivado de la evolución de las sociedades, sino de nuestra manera de
pensarlo, de nuestras ideas.
Croce analiza luego dos formas de pensamiento, la cristiana antigua y la europea
moderna, para mostrar cómo, cada una de ellas divide de manera diferente el pasado, porque
ambas se basan en distintas pautas de pensamiento. Sólo “mientras nuestra conciencia persista
en la fase en que se encuentra ahora” perdurará nuestra forma actual de dividir el pasado.
Luego desaparecerá, como desaparecieron tantas otras con plena vigencia en otros tiempos.
Pero no solamente varían con las formas de pensar, sino también con respecto a las distintas
“materias históricas” (niveles de análisis) y la forma de ser percibidas por los diferentes
historiadores. Estas afirmaciones parecerían darle un enorme relativismo a la función de
periodizar. A lo cual responde:

Se ha advertido a veces que toda división en períodos tiene valor


relativo, pero es necesario apuntar: relativo y absoluto a la vez, como todo
pensamiento, siempre que la división en períodos sea intrínseca al
pensamiento y determinada con la determinación de éste.346

A continuación, centra la atención en actividades diferentes, cuya introducción en el


estudio del pasado humano afectan su conceptualización. Señala cómo, a la Historia se le
superpone la práctica del “cronicismo”, mediante la cual se ponen fechas a los períodos. Si
bien esa costumbre es importante, no debemos perder de vista su carácter exclusivamente
instrumental.

345
Benedetto CROCE. Teoría e Historia de la Historiografía. Escuela, Buenos Aires, 1955. Página 90.
346
Idem, página 91.
242

La datación de los períodos con ciertos criterios exige justificaciones teóricas y éstas,
como toda creación humana, sufren transformaciones luego impuestas al propio pensamiento
histórico. Cuando el hombre alcanzó cierto dominio para medir el tiempo, desde hace unos
cuatro siglos, sin ser la primera en su tipo, se ha introducido una escala de medición exterior al
proceso histórico. Se divide en milenios, siglos, décadas, años, meses, días, horas. Se le
sobrepone el tiempo físico, mecánico, determinado por las rotaciones del planeta alrededor del
sol y sus giros sobre sí mismo. También desde muy antiguo surgió la cronología, muy útil
como auxiliar, como herramienta para ubicar con rapidez datos, noticias, acontecimientos y
poder relacionarlos adecuadamente, pero con respecto a la cual es necesario sortear el peligro
de confundir una fecha con el acontecimiento o con su causa. Con mucha precisión, Semo
agrega:

La diferencia entre cronología y periodización consiste precisamente


en que mientras la primera fija los límites temporales de los sucesos, la
segunda debe reflejar los cambios en el proceso interno del desarrollo
histórico.347

Entre los muchos errores introducidos por esta confusión en el análisis teórico, no es el
menos frecuente la posibilidad de una periodización “objetiva y natural”. Utiliza
equivocadamente el calificativo “objetiva”, según hemos visto, porque toda periodización
debe justificarse, debe exponer las bases teóricas según las cuales fue formulada, lo cual
permite, al resto de los seres humanos, ejercer el control pertinente. Lo de “natural” es mucho
más objetable. Toda forma de conocimiento, incluido el histórico, es un producto cultural, una
creación humana, no necesariamente existente en la naturaleza. Tampoco puede ser unánime,
porque se selecciona desde una posición teórica y responde a ella, también depende del nivel
de análisis considerado más importante. En otra obra, el mismo Croce ofrece otro aspecto de
este punto:

Las “épocas históricas” (...) son divisiones útiles para la memoria,


legítimas con respecto a ese fin y aun indispensables, como se prueba por el
hecho de que surgen espontáneamente y, por lo común, no es fácil evitarlas.
Sin embargo, cuando se olvidan su origen y propósito, cuando se vuelven
rígidas (...) no sirven ya para hacer más fácil la memoria de lo histórico, sino
que más bien la comprimen, deforman y mutilan, haciendo así, ciertamente,
que se olviden sus verdades.348

Aquí se advierte, también, cómo la rigidez puede operar en sentido contrario al


motivado por la formación del período, haciendo de la “creación”, formada según criterios
históricos, una especie de corsé donde luego se debe hacer caber cualquier particularidad,
aunque sea una excepción sin relación con los fundamentos de acuerdo con los cuales se
estableció originalmente el período.
Esta deformación es bastante común en gente absorbida por la teoría y no se limita a
los problemas de periodización. Cuando los datos obtenidos no coinciden con la concepción
teórica, suele forzárselos para hacerlos caber en ese marco. Es un error grave; en los legos
produce desconfianza hacia la disciplina.

347
Enrique SEMO. Op. cit. Página 143.
348
Benedetto CROCE. La historia como hazaña de la libertad. FCE., México, segunda edición, segunda
reimpresión, 1979. Páginas 271-272.
243

Si hay discrepancias entre la teoría y lo acontecido, la única solución lógicamente


posible es modificar la teoría. Esto, aparentemente tan sencillo, a gran parte de los científicos
sociales les cuesta mucho practicarlo, lo cual generó en los historiadores ciertos recelos hacia
los aspectos teóricos; de esos recelos se derivó la absurda convicción de poder trabajar sin
teoría, algo explícitamente manifestado por algunos e implícitamente sostenido por otros más
cautos.
En cualquier período encarado separadamente se pueden encontrar sucesos y personas
excéntricas, acontecimientos “extraños” a la época en la cual ocurren, procesos no
coincidentes con las tendencias generales, motivo de la formación de aquél. Es totalmente
normal “descubrir” en el origen de algunas tendencias características de cierto período, su
gestación en el período anterior y prolongaciones de algunas otras, o las mismas, en el
siguiente, lo cual deja ver como imprescindible la excentricidad de cualquier manifestación de
las mismas en esos otros períodos. Un ejemplo muy famoso, entre los historiadores, lo
constituyó la vigorosa y fecunda elaboración intelectual de Giambattista Vico349 en la época de
la Ilustración, dominada por el racionalismo. Su concepción historiográfica era antagónica con
las tendencias de su tiempo, lo cual no impidió la trascendencia posterior de la misma.
Siempre es bueno tener presente la necesaria flexibilidad.
Por las mismas razones, Croce objeta también la denominación “períodos de
transición” utilizada por algunos estudiosos para señalar la aceleración de los cambios durante
ciertos espacios temporales. Para él, cualquier fragmento del tiempo aislado de la totalidad, lo
es porque el proceso es continuo, el cambio indetenible y la generación de nueva vida
perpetua, aunque todo ello no sea perceptible para el observador de una época determinada.
Por las mismas razones, también censura la división en períodos “orgánicos y críticos” a pesar
de haber escrito anteriormente sobre “edades lentas y pesadas” lo cual no nos parece
demasiado alejado de aquellos conceptos, aunque, evidentemente, no es exactamente lo mismo
y sus expresiones eran, fundamentalmente metafóricas. Dentro de esta misma concepción,
Gelzer, según Rama, sostiene:

Todas las divisiones y limitaciones de períodos en el curso de la


historia universal son puramente convencionales, y por lo tanto, plenamente
arbitrarias. La propia historia, en la cual cada acontecimiento está en una
dependencia causal con el precedente y con el subsiguiente, no hace
ninguna sección, es una continuación ininterrumpida.350

Al ser el argumento la continuidad del proceso, suponemos la limitación no


circunscrita exclusivamente a la universal, sino también válida para cualquier historia
nacional, regional o de una cultura. Lo llamativo de este pasaje deriva de su ubicación en el
marco del antiguo enfrentamiento entre positivistas e historicistas alemanes, visto al inicio del
tema. Este asunto nos remite a un problema ontológico, ya familiar, relativo al conocimiento:
¿están los períodos en el mismo proceso y los “descubrimos”, o nosotros imponemos nuestras
categorías al suceder y de allí se derivan?
La circunstancia de aceptar o reconocer al proceso como un acontecer ininterrumpido,
desde un punto de vista lógico, no obliga a considerar arbitraria su división, siempre y cuando
no perdamos de vista la función instrumental de este recurso, con la finalidad de facilitar un

349
Giambattidsta VICO. Principios de una ciencia nueva. En torno a la naturaleza común de las naciones
FCE., segunda edición en español, 1978. Original en italiano, 1725.
350
Citado por Carlos M. RAMA Teoría de la historia. Tecnos, Madrid, tercera edición, 1974. Página 153.
244

mejor y más cómodo análisis. Si existe arbitrariedad, está contenida en los presupuestos
teóricos (o ideológicos) del historiador; la periodización debe surgir de allí y, naturalmente, de
la relación con los elementos encontrados por la investigación en el proceso de conocimiento.
Si bien la tarea es dirigida por ese marco teórico, los datos recabados pueden exigir ciertos
ajustes en el mismo o su completa modificación. Es una relación dialéctica permanente, de ida
y vuelta entre la teoría y los acontecimientos, entre nuestras ideas y el proceso histórico.
Es extraña la forma del razonamiento de Semo: luego de citar adecuadamente a Kon,
afirma: “La periodización (...) presupone la existencia de un criterio teórico que sólo puede
derivarse del material histórico”. Y luego, al abordar un ejemplo, contradictoriamente, invierte
los términos:

Así, la solución de ese problema de periodización influye no sólo en la


interpretación de la historia de la revolución, sino en la de toda la historia
contemporánea. Dejar de fijar en el tiempo el término de la revolución,
“porque todo corte tiene un valor relativo” equivale, en este caso, a
renunciar a la interpretación racional del México actual. 351

El período formado no determina la teoría. Es exactamente lo contrario, la teoría debe


dirigir la formación de los períodos. Además, suena exagerado señalar la ausencia de un corte
como responsable de la imposibilidad de una “interpretación racional” de la Revolución
Mexicana.
Otro elemento de peso para disminuir el grado de arbitrariedad en la formación de
períodos es la aceptación social. Durante más de tres siglos, innumerable cantidad de
pensadores han señalado los “defectos” de la división tripartida del proceso histórico europeo,
todavía utilizada con ciertos “arreglos”. Sin embargo, no ha sido abandonada. Una de las
críticas se ha centrado en un origen incierto, anónimo, aparentemente subrepticio. Croce, en
cambio, ve una virtud en ese origen; para él es una muestra de la ausencia “del arbitrio
individual”, una confirmación del surgimiento “natural”, como parte misma del desarrollo de
la “conciencia moderna”. Otro argumento en su favor es su persistencia a lo largo de los
siglos, a pesar de lo generalizado de los ataques.
Para cambiarla, nos dice, es necesario modificar nuestro pensamiento, lo cual sucederá
cuando se modifique nuestra forma social, nuestra cultura, porque eso hará cambiar nuestra
percepción acerca de los problemas a resolver, modificará nuestra perspectiva y nuestras
preguntas. “Tal vez”, ejemplifica, “antigüedad, medioevo y época moderna se contraerán en
una época única”, sin duda, influido por los ejemplos del pasado. Si bien esa afirmación
provoca mucha vacilación, es difícil no estar de acuerdo con él cuando vaticina una
distribución diferente de las pausas, algo ya intentado con posterioridad a la publicación de su
obra.352
7.3 – LOS OBJETIVISTAS. Muchos pensadores opuestos a los anteriores, al poner
el acento en la aceptación general obtenida en su momento por la mayor parte de las
periodizaciones conocidas, sostienen la existencia de los períodos en la realidad social. La
única tarea del investigador es “descubrirlos” al abordar el tema. Así, para C. J. Neumann, los
períodos históricos son:

351
SEMO. Op. cit., páginas 140 y 141.
352 Benedetto CROCE. Teoría… Op. Cit., Entre las páginas 90 y 91.
245

…espacios de tiempo bien individualizados de la vida histórica, que, por su


contenido y sustancia, se ligan en una unidad, y que, justamente por ello, se
destacan de los que preceden o siguen.353

Yendo más lejos, un historiador mexicano afirma:

La necesidad de dividir el tiempo histórico en épocas que obedecen a leyes


específicas, la localización de los momentos de cambio cualitativo y de las
rupturas en la historia de un fenómeno, y el esfuerzo por ubicar la relación
temporal que existe entre los sucesos particulares y la totalidad se derivan
de la realidad objetiva de la historia. 354

Dejando de lado el tema de las “leyes”, ya tratado y sobre el cual insiste más adelante,
aunque la utilización inadecuada del vocablo “objetivo”, de acuerdo con lo visto en el capítulo
quinto, salta a la vista la primera y notoria diferencia con los autores anteriores: aquí el
período se formula a partir de una serie de características existentes en el proceso, no en la
mente del estudioso. En el caso de Semo, sin embargo, esto pronto será relativizado:

Toda periodización es una abstracción por medio de la cual separamos un


momento determinado del flujo ininterrumpido de la historia. 355

Para luego citar a I. S. Kon:

La periodización de la historia (...) Presupone la existencia de un criterio


teórico que sólo puede derivarse del material histórico. Pero, como es
sabido, lo lógico nunca corresponde a lo histórico. De ahí provienen la
relatividad y las limitaciones de toda periodización.356

En segundo término, para refutar la objeción acerca de la completa arbitrariedad de


dividir un suceder continuo, se afirma la existencia, en ese proceso ininterrumpido, de
ingredientes diferentes, susceptibles de ser reunidos en un conjunto con determinada duración
Esos grupos de elementos, así formados, difieren de otros conjuntos, con otras características,
cuya “vigencia” corresponde a un espacio temporal diverso. La circunstancia de ser distintos
no significa estar apartados, no denota aislamiento. Los períodos no se presentan separados
sino simplemente diferentes.
Por último, también derivada de la existencia de esos complejos de particularidades
diferenciadas, se sostiene la necesidad de establecer fronteras. El mismo proceso nos induce a,
o nos impone fijar límites temporales. En este punto, se incurre en las mayores contradicciones
y empiezan los peores equívocos.
De acuerdo con esta forma de encarar el tema, la permanencia de ciertas
periodizaciones durante prolongados lapsos, a pesar de las objeciones de muchos de los
principales pensadores, justificarían su pertinencia a partir de su existencia en el mismo

353
Citado por RAMA, Op. Cit., página 153.
354
Enrique SEMO. Historia mexicana. Economía y lucha de clases. Era, México, sexta reimpresión, 1991.
Página 139.
355 Ibid. Páginas 139 – 140.
356 I. S. Kon. Die geschichtsphilosophie des 20 Jahrhunderts. Berlín, 1964, vol. II, pp. 231-232. Citado por

Enrique SEMO en Historia Mexicana. Página 140.


246

proceso histórico. Este sería el caso de la tripartita: combatida desde mucho tiempo atrás, hasta
ahora no se ha podido modificar. Sin embargo, es posible relativizar lo anterior, al recordar
otras formas de dividir utilizadas en el pasado, mantenidas por los humanos de su tiempo con
la misma persistencia con la cual nosotros mantenemos ésta; eso no impidió su abandono hace
ya varios siglos y hoy ser consideradas caducas.
Si la afirmación de Croce es verdadera, estaríamos ante el umbral de su modificación.
La mutación cultural en la cual estamos sumergidos dará lugar (está dando ya) a modos de
pensar totalmente diferentes a los conocidos hasta ahora, los cuales deberán traer aparejada
una transformación de las preguntas a formularle a los vestigios y, por lo tanto, un nuevo
criterio para periodizar nuestro pasado como especie humana.
7.4 – BASES TEÓRICAS. En un intento de organizar la discusión, Rama propuso la
formulación de ciertas normas, a las cuales llamó “principios”; buscaba una amplia avenencia
sobre la técnica para elaborar los períodos. Ante la diversidad de cuestiones a tratar, propone
dividirlas de acuerdo con su temática. Jerarquiza los temas y sostiene la prioridad de los
asuntos formales, por lo cual ocupan en su obra el primer grupo de recomendaciones. Luego,
considera los relativos a la naturaleza del fenómeno a analizar. Por último propone examinar
las reglas sobre la fijación de los límites.
Si bien los dos primeros nos parecen claramente más importantes, creemos pertinente
modificar el orden. Entendemos los problemas relativos a la naturaleza de los mismos como
previos para la consideración de las cuestiones formales y de límites. No nos resulta lógico
tratar maneras de establecer los períodos, si antes no tenemos clara su naturaleza.
Abordaremos entonces, en primer lugar, los considerados por él en segundo término.
7.4.1. Principios acerca de la naturaleza de los períodos. El aspecto más
controvertido de la discusión se centra en la ubicación de los períodos. El punto medular es
determinar si los mismos existen realmente en el proceso histórico o son proyecciones de
nuestra mente sobre la evolución de la humanidad. Iniciamos con la posición subjetivista:
Spangemberg intenta un puente destinado a lograr un entendimiento con los antagonistas.
Dice:

Los períodos no tienen existencia objetiva, sino que más bien son
imágenes subjetivas, artificiales, aunque en modo alguno arbitrarias, que
sólo con dificultad o acaso nunca podrán ser enlazadas del todo con la
multiforme realidad.357

El tema debe estar supeditado a la posición adoptada respecto al conocimiento en


general. Este autor es subjetivista y solo reconoce lo existente en su pensamiento. Aquellos a
los cuales llamamos objetivistas en el capítulo tercero, lógicamente sostienen la existencia del
período en el objeto. En contraposición, los subjetivistas están obligados a negarla, para ellos
es únicamente una imagen en la mente del sujeto cognoscente. Los relativistas deben
entenderla como una negociación permanente entre uno y otro extremo: el sujeto y el objeto.
Los dialécticos, al no reconocer la existencia de ambas entidades en forma independiente, lo
ven como ingredientes, como facetas diferentes de una misma realidad.
Lo sorprendente de todo este asunto han sido los intentos por lo que Rama llama
“objetivizarlos”, como si eso fuera una posibilidad de la voluntad humana. Los presenta así:

357
H. SPANGEMBERG. Los períodos de la historia universal Revista de Occidente. Madrid, 1925-1926. Citado
por Carlos M. RAMA. Op. Cit. Página 154.
247

Procurando darle un sentido totalmente objetivo al período ha surgido la idea


de las generaciones, con lo cual se atiende, por lo demás, el tema de los
límites de las unidades cronológicas. Iniciada su consideración por el
francés Cournot y el italiano Ferrin (sic) es precisada por el alemán Lorenz.
358

Oscilando cada generación entre los treinta y los treinta y cinco años, se integran tres o
cuatro de ellas elaborando espacios de cien o ciento veinticinco años, tan exteriores al
desarrollo social como la división en siglos, años, etc. Es llamativo observar cómo no
advirtieron la similitud con la superposición del tiempo mecánico, porque al intentar
“encerrar” el acontecer histórico en cualquier tipo de medida exterior a su propia naturaleza y
dinámica, incurren en el mismo error. En última instancia, las generaciones también son
medidas reguladas de acuerdo con los movimientos del planeta sobre su propio eje y en torno
al sol, es decir, con el tiempo mecánico.
Para evitar lo anterior, pero manteniendo la aspiración de encontrar una periodización
aplicable a toda sociedad, algunos pensadores, especialmente filósofos de la historia, trazaron
un paralelo entre las diferentes evoluciones de variadas culturas, tomando en cuenta los
períodos establecidos para cada una de ellas, con ciertos desarrollos repetitivos característicos
de procesos de la naturaleza, como las etapas de la vida, las cuatro estaciones del año, etc. Aun
no ateniéndose a lapsos de igual dimensión, de todas maneras, en la actualidad se considera
inadecuado aplicar a la evolución de la cultura humana criterios tomados de la naturaleza.
Ya se señalaron las diferencias entre la naturaleza y la cultura o desarrollo social. En
este sentido, es aleccionador el ejemplo de uno de los más destacados historiadores del siglo
XX. En el prólogo a la segunda edición de su obra más famosa, en el último párrafo anota:

El autor tenía, en la época en que escribió este libro, menos conciencia


que hoy del peligro que puede haber en comparar las secciones de la
historia con las estaciones del año. Ruega, por ende, que se tome el título
sólo como una expresión figurada que pretende sugerir el tono del
conjunto.359

Croce considera “mitológicas” a esas formas de intentar “encerrar” el acaecer. La


cronología debe saber ocupar su lugar auxiliar y mantenerse en el cronicismo, no invadir
terreno de los estudios históricos. En la segunda obra mencionada anteriormente, liga este
tema con el de la determinación.
Como idealista de raigambre católica, considera la actividad de los hombres y las
mujeres totalmente libre de determinaciones. Se basa en las excepciones para confirmar su
convicción. Pero su posición ha perdido vigencia a lo largo del siglo veinte. Su muy ingeniosa
y literariamente convincente formulación, para ridiculizar a sus adversarios, los cuales, según
él, presentan las acciones humanas como “tareas encomendadas a los individuos” y a éstos
como “empleados de la época”, deja de lado los innumerables casos evocados por sus
antagonistas.
En nuestro continente, en las últimas décadas pueden considerarse varios ejemplos.
Carlos Andrés Pérez, presidente de Venezuela durante los años setenta, cuando el populismo

358
Citado por RAMA. Op. Cit., en las páginas 154 y 155. El autor italiano es Giuseppe FERRARI, no Ferrin
como aparece en el texto.
359 Johan HUIZINGA. El otoño de la Edad media. Revista de Occidente, Madrid, séptima edición, 1967. Página

12.
248

latinoamericano vivía su canto del cisne, llevó a sus máximas posibilidades aquella orientación
como líder de un partido con esa tendencia en Venezuela. Tres lustros más tarde, cuando la
ideología dominante en el mundo era el neoliberalismo, nuevamente fue electo, como
manifestación de rechazo hacia esta corriente mundial. Al ocupar el poder defraudó, aplicando
un programa neoliberal sumamente drástico. De inmediato fue destituido y estuvo
encarcelado. En Bolivia, Jaime Paz Zamora, antiguo militante de izquierda, otrora defensor del
movimiento guerrillero procubano, al llegar a la presidencia también aplicó políticas similares.
Otro tanto ocurrió con Carlos Saúl Menem y el Partido Justicialista en la República Argentina.
Podemos ver a cada uno de ellos haciendo un uso bastante contradictorio y poco razonable de
su “libre albedrío”, pero estadísticamente, en conjunto, no es convincente el argumento. Quizá
los partidarios de ciertas tendencias políticas los vean “descubriendo la verdadera manera
sensata de conducir los asuntos públicos”, pero la reiteración de giros tan drásticos
simultáneamente, disminuye la credibilidad de esa posición. En otros casos, individuos de
gran prestigio e influencia en la sociedad, los perdieron cuando sus inclinaciones o directrices
los alejaron de las preferencias de los sostenedores de aquel prestigio. Parece bastante claro: si
los hombres tienen un margen de acción libre, es dentro de ciertos límites, no demasiado
amplios.
Las discrepancias actuales pueden situarse en la amplitud de esos límites, pero ya no es
sostenible la posición del libre albedrío absoluto. No es concebible un hombre o una mujer de
nuestro tiempo intentando ser un legionario romano, como hubiera sido imposible un
romano/a del siglo V a. c. con aspiración de ser astronauta. Tampoco los seres humanos
desean “cualquier cosa”. El ámbito social donde se han formado los provee de un horizonte de
posibilidades limitado. Cuando algún individuo, al utilizar “su libertad”, se aleja demasiado de
aquello sancionado socialmente como “aceptable”, sus contemporáneos piensan en forma
negativa de su salud mental. Por esta causa las excepciones son tratadas como casos
particulares o simplemente ignoradas.
Más adelante, arremete el autor contra los calificativos utilizados para identificar a
quienes se alejan de la tendencia, como “anacrónico”, “rezagado”, “avanzado para su época”,
etc. Sin embargo, esas adjetivaciones tienen una razón de ser: significan la inadecuación de
ese ser humano respecto de las tendencias dominantes de la época en la cual le tocó vivir y por
lo tanto, el alejamiento en su relación con la mayor parte de sus contemporáneos. Si luego, con
el correr del tiempo, sus planteamientos convencen a muchos seres humanos, suele decirse:
“se adelantó a su época”, lo cual es una figura retórica. En realidad, fue uno de los iniciadores
de una forma distinta de pensar. Cuando esas ideas coinciden con la manera de pensar de
personas desaparecidas, se le llama “retrasado” o “reaccionario”, por ser uno de los postreros
representantes de esas ideas. La recepción social de determinadas políticas, ideas o
proposiciones es básica para la configuración de las tendencias.
Por estas razones, en la actualidad, las clases dominantes procuran no imponer
coactivamente sus criterios, salvo en aquellas ocasiones consideradas imposibles de solución
por otros medios. Previamente, por ejemplo, intentan el dominio de las mentes a través del
monopolio de los medios masivos de comunicación más influyentes. Hoy en día, en la
inmensa mayoría de los casos, se obtienen mejores resultados por medio de una forma de
persuasión, vulgarmente designada “lavado de cerebro”, lo cual además, es un negocio
sumamente lucrativo. En la Alemania de los años treinta del siglo XX, Joseph Goebbels
demostró hasta el hartazgo su famosa sentencia: “una mentira repetida cien veces se
transforma en una verdad”. Sin disponer del potencial de la televisión, teniendo a la mano la
prensa escrita, la radio y el cine, logró nazificar a más del noventa por ciento de una
249

población, acerca de la cual jamás nadie afirmó ni sospechó su ausencia de capacidad


discriminativa y raciocinio.
Pero además, aún si se acepta el libre albedrío total de los seres humanos, sostener la
posibilidad de guiar, cambiar o detener la marcha de toda una colectividad humana, a partir de
esas determinaciones personales, significa otorgarle al individuo un peso decisivo en la
evolución de las sociedades. Significaría regresar a Carlyle. La soberbia impide, a cierta parte
de los pueblos occidentales, reconocer la modestia de su lugar en la evolución social. Los
ejemplos anteriores y lo relativo a la recepción de esas ideas o actitudes por parte del resto de
los contemporáneos, relativizan esos asertos. En muchos ejemplos, ha solido atribuirse a
ciertos individuos poderes casi sobrenaturales para moldear su época; sin embargo, cuando
levantamos la mirada y atisbamos un poco más lejos de los límites de esa sociedad así
“moldeada”, encontramos muchas similitudes con la evolución de otras diversas, en las cuales,
esos seres humanos, presentados como excepcionales, no tuvieron la menor posibilidad de
influir, en muchos casos fueron totalmente desconocidos fuera de su país.
Otro método para situar adecuadamente el papel de las individualidades, consiste en
“escarbar” un poco más profundamente en el entorno de esos individuos elogiados por ciertos
autores. Podemos descubrir a su alrededor a muchos otros seres humanos sorprendentes por
ciertas dotes excepcionales, por su capacidad, su valor, etc., sin embargo, totalmente
desconocidos para la posteridad. Los podemos percibir tan importantes como el sobresaliente
o aún más. En muchos casos, nos cuesta explicarnos los motivos del destaque de una
personalidad, cuando descubrimos otros contemporáneos, con virtudes superiores,
calificándolos como más capaces, más importantes, no solamente en general, sino también
para el proceso por el cual se ha hecho brillar otra figura.
El tema del carisma todavía encierra muchos misterios para nosotros. Al respecto,
suele considerarse a Luis XIV como el rey absoluto por excelencia. Colbert le señaló algunos
límites económicos a su omnipotencia. Por tal atrevimiento fue despedido. Los vaticinios del
economista se hicieron realidad: el país se empobreció, sus industriales emigraron y los
fracasos militares y diplomáticos no se hicieron esperar, como secuelas del descalabro
económico. Los sucesores de aquel monarca debieron abandonar muchas de sus prerrogativas
y el segundo lo perdió todo, incluida su vida.
7.4.2 – Principios formales para la elaboración de períodos. En busca de un
consenso operativo, Rama propone cinco principios a los cuales deberían ajustar su trabajo los
historiadores para alcanzar cierta homogeneidad en esta tarea.
1º) En primer lugar aconseja “atender a la unidad interior” del propio período. Lo
abarcado en él debe tener puntos comunes para identificarlo claramente y diferenciarlo de lo
antecedente y lo subsecuente. Se debe formar “un núcleo bien delimitado y configurado en sí
mismo”. Cita a Spangemberg en su apoyo, para sostener la prioridad absoluta de este punto
sobre cualquier otro principio u otra consideración. Sin embargo, parecerían no haber
advertido, él y su citado autor, las implicaciones de semejante postulado. Lo sugerido es una
toma de posición acerca del problema de la naturaleza del mismo. Prescribir lo anterior
significa aceptar el axioma objetivista, la existencia de los períodos en el proceso histórico. Si
está “configurado en sí mismo”, es algo a descubrir por el observador, el sujeto cognoscente.
Algo a desentrañar por el investigador. Ya hemos analizado esta posición y vimos su poca
fecundidad y la forma en la cual se ha ido haciendo cada vez más inaceptable para un creciente
número de pensadores.
Para quienes se sitúan en el extremo opuesto, considerándolo totalmente ideal, cada
investigador podría marcar diferentes separaciones, de acuerdo con las determinaciones de su
250

propio pensamiento, de su “libre albedrío”, aunque la exposición de Croce podría hacer


sospechar la posibilidad de una cierta entidad pensante supraindividual, al ejercer un influjo de
tendencia homogeneizadora sobre ciertos historiadores, lo cual disminuiría las posibilidades de
diversificación en las soluciones adoptadas. Quizá la constatación más elocuente de la
imposibilidad de mantener ese principio propuesto por Rama está constituida por una
evidencia: la ausencia de unanimidad en la formación de los mismos y las críticas formuladas
a todos los existentes. Si diferentes autores y épocas trazan distintas separaciones, se hace
palmaria la incidencia de las convicciones teóricas particulares en la determinación de
aquellas. También, según el nivel de análisis privilegiado, cambia ese “núcleo bien delimitado
y configurado” y con él cambian las fechas.
Un ejemplo es el pasaje de la Edad Media a la Época Moderna. Quienes privilegian la
actividad intelectual, fijan la fecha cuando aparece la imprenta, en torno a 1410; quienes
consideran más importante la religión establecen el inicio con la Reforma Luterana en 1517; la
historia de la ciencia privilegia el “descubrimiento” de nuestro continente en 1492 por
europeos; los historiadores de la economía la sitúan en la invención de la contabilidad por
partida doble, en 1512; los sostenedores de la tradición política, la establecen con la caída del
Imperio Romano de Oriente en 1453 (Imperio Bizantino en ese tiempo) Entre la primera y la
segunda hay un siglo y siete años. Dentro de esas fechas caben todas.
2º) Para el segundo principio, cita en su apoyo a Bauer cuando afirma la necesidad de
deducir el período del objeto de estudio,

…de los hechos históricos mismos o de las concepciones de la época que


abarca. Con otras palabras, no debemos llevar nuestro propio concepto a la
caracterización de un período histórico.360

Junto a esto, menciona la recomendación de Herder, según la cual se debe analizar el


pasado de acuerdo con los criterios de la época considerada. Aunque luego la relativiza, no
queda clara la imposibilidad de aceptar semejante proposición. En ese conjunto de
afirmaciones se confunden dos cosas diferentes: en primer lugar la necesidad de no forzar lo
sucedido para “armar” un período, no acomodar los acontecimientos para hacer ver aceptables
nuestras postulaciones teóricas al momento de establecer o crear separaciones; en segundo
término, las bases sobre las cuales se sustentan los parámetros utilizados al momento de
analizar esos procesos.
Si para generar divisiones temporales tuviéramos en cuenta los criterios de la época a
estudiar, cada período sería formado con un fundamento diferente, lo cual nos parece caótico e
inadecuado. Eso permitiría la superposición de determinados períodos durante intervalos
variables, los cuales abarcarían algunos tramos del acaecer comunes a ambos. Por último, pero
no menos importante; la historia se estudia siempre desde el presente, para responder las
preguntas planteadas por la actualidad, el criterio para “darle forma” y, por lo mismo,
dividirla, debe ser actual y uniforme. Admitir la posibilidad y necesidad de comprender
adecuadamente las formas de pensamiento de los seres humanos de otro tiempo, no obliga a
coincidir con ellos, ni aceptar sus planteamientos.
Kuhn menciona la exigencia de un esfuerzo considerable para poder “ver” el cielo de la
misma forma como lo veían los astrónomos pre-copernicanos y lo imprescindible de hacerlo si

360
RAMA, Op. cit. página 154.
251

deseamos comprender sus afirmaciones, pero en ningún momento sostiene la posibilidad de


coincidir con ellos.361
Si la periodización es una herramienta para facilitarnos el estudio del pasado, parece
aconsejable utilizar fundamentos uniformes para todos los períodos; también se presume un
ejercicio de prudencia echar mano de aquellos más familiares, por responder a nuestras
necesidades, por eso lo más adecuado sería manejarnos con nuestros criterios actuales y no
aquellos elaborados por hombres de otras épocas, con problemas y preguntas diferentes. Como
guía para la confección de los períodos, en lo relativo a este principio, propondríamos la
obligatoriedad de utilizar una fundamentación uniforme y contemporánea para la totalidad del
proceso histórico. Partiendo de una teoría particular, Semo niega esta posibilidad:

No se puede utilizar el mismo criterio para periodizar todas las formaciones


sociales. Existen leyes generales de la historia (sic), pero cada formación
social tiene también sus leyes específicas y la periodización debe reflejarlas.
La aplicación de un sistema único lleva inevitablemente a un mecanismo
ahistórico. Si dividimos la historia universal del capitalismo en un estadio
embrionario o manufacturero, uno clásico o industrial y el estadio
imperialista, es claro que esta periodización no es aplicable al feudalismo,
cuyas etapas deberán establecerse con un criterio diferente; tampoco es
idónea para cada país capitalista, que no tiene por qué reproducir
exactamente la historia universal.362

Nos parece sugestivo el pasaje, no solamente por su postulación de la existencia de


“leyes”, tanto generales como específicas, cuya utilidad provoca dudas, al no reproducirse en
igual forma en cada país capitalista, sino porque además confunde el criterio único, con la
designación única. Si le damos nombre a diferentes etapas, debemos reconocer la dinámica
interna de cada una de ellas; si diferenciamos períodos, debemos aceptar las diferentes pautas
de funcionamiento de cada uno de ellos, pero esto no implica un cambio de criterio. El mismo
marxismo, teoría inspiradora del autor citado, utiliza un criterio económico para diferenciar
tanto al capitalismo, como al feudalismo o a cualquier otra etapa: “modo de producción”, en la
historia de toda la humanidad. Luego, dentro de esas etapas reconoce diferencias en la forma
de relación con los trabajadores, de producir, en la distribución de los bienes producidos, en la
organización política, en las maneras de pensar, etc., pero el criterio según el cual
establecieron los períodos es uniforme, siempre el mismo y actual.
La cita también ilustra sobre otro aspecto a tratarse más adelante. Junto con la
perspectiva euro-centrista con la cual se encara el acontecer humano, la postulación de una
evolución similar para toda sociedad, pasando por las mismas etapas, cuya vanguardia, faltaba
más, es Europa Occidental. Ocasionalmente, alguna sociedad podía saltearse alguna etapa,
pero la secuencia seguía siendo la misma.
3º) El tercer principio planteado es el más problemático. Para muchos autores los
períodos deben tener aplicación universal. Rama lo menciona y aunque parece desaconsejarlo,
no dedica todo el espacio necesario para exponer claramente sus motivos. Ya hemos tratado la
imposibilidad y lo ridículo de los intentos por llevar esto a la práctica con anterioridad a la
expansión imperialista del siglo XIX. La historia universal es reciente, por lo cual, la
periodización de validez universal es algo a tomar en cuenta desde los últimos dos siglos como
máximo. Estas proposiciones unificadoras, propias de la ideología dominante, han tenido tanta

361
Thomas S. KUHN. La tensión esencial. FCE y Conacyt, México, primera edición, 1982, Páginas 12 y 13.
362
SEMO. Op. cit. página 144.
252

fuerza y han sido tan persistentes, como para llevar a ciertos estudiosos a intentar
periodizaciones según el “nivel de desarrollo” de cada sociedad, dando por sentado el axioma
positivista: todas deben transitar por caminos similares.
En el siglo XIX, los países imperialistas, necesitados de justificaciones ideológicas
para su expansión y dominio sobre otros territorios ocupados por sociedades diferentes,
formularon un conjunto de ideas destinadas a acreditar su accionar, a las cuales asignaron el
prestigioso calificativo de “científicas”.
Una idea básica para la lógica de la teoría sostenía el imperativo para todo grupo
humano de recorrer las mismas etapas en su “desarrollo”. Aparecieron varias clasificaciones
acerca de las diferentes fases en el desenvolvimiento de toda sociedad, todas ellas debían pasar
por ciertos grados de desarrollo como “salvajismo, barbarie y civilización”. Comte concibió
una sucesión de “estados” y los nombró “teológico, metafísico y científico”. Para Marx toda
sociedad pasa por una serie de “modos de producción”: “asiático, esclavista, señorial,
capitalista”.
Demás está decirlo, Europa Occidental estaba en el escalón más avanzado de todas las
clasificaciones: la civilización, el estado científico y el modo de producción capitalista. Todos
estos postulados ideológicos, presentados como “científicos”, fueron necesarios para sustituir
a la religión, ya desprestigiada, como elemento legitimador de las conquistas de territorios y
trabajadores. El fundamento teológico había operado con eficacia para las adquisiciones
realizadas durante los siglos XVI, XVII y XVIII, pero los ataques demoledores infligidos por
los ideólogos de la burguesía a la Iglesia Católica, por ser ésta quien aportaba el cimiento
ideológico al sistema absolutista, la habían despojado de su aureola de infalibilidad y de una
buena parte de su capacidad de convencimiento. También los avances de la ciencia habían
mellado su credibilidad. Ya no era posible invocar la evangelización para justificar las
conquistas europeas de otras tierras donde existieran las materias primas, la mano de obra y
los mercados tan necesarios para el desarrollo de Europa Occidental y los Estados Unidos. La
coartada ideológica para el dominio sobre otras sociedades se ejercía con la finalidad de
“ayudarlas a alcanzar la civilización”, para “llevarles el progreso”, para “comunicarles la
ciencia”, etc. Esta convicción explica los aplausos de Carlos Marx cuando los franceses
conquistaron México y cuando escribió sobre la ocupación de la India por los ingleses.
Teniendo en mente estas bases teóricas, algunos estudiosos, principalmente alemanes,
buscaron elaborar una periodización útil para todo el planeta, no con límites sincrónicos para
la totalidad, sino indagando en cada desarrollo cultural las fechas adecuadas para hacerlo caber
dentro de un cuadro general elaborado sobre la base de la evolución europea. Karl Gottfried
Lamprecht, basado en la historia alemana, conecta aspectos ideológicos con elementos
materiales y encuentra una correlación entre etapa “espiritual” y “primeras culturas
materiales”, entre “animismo” y “economía de ocupación colectivista”, entre “simbolismo” y
“economía de ocupación individual”, entre “tipismo” y “economía natural con procedimientos
colectivistas”, entre “convencionalismo” y “economía natural con procedimientos
individualistas”, entre “individualismo” y “economía dineraria con predominio social del
comercio” y, finalmente, entre “subjetivismo” y “economía dineraria con base individualista”.
Consideraba esta división como una ley a la cual sería necesario adaptar las historias
nacionales o regionales de todos los países y territorios aplicando la inducción. Entrado el
siglo XX consideró formulada su “ley” y aplicable a la historia universal. Pensó en la
253

conversión de su teoría inductiva en una deductiva.363 Es llamativa la utilización distorsionada


de estos términos, derivados de las formas de razonar en el proceso de conocimiento.
Posteriormente, Kurt Breysig 364 , siguiendo los pasos del anterior, pero manteniendo una
denominación más tradicional, busca una Antigüedad, una Edad Media, etc. entre los griegos,
los romanos y los pueblos germánicos. También pretenderá hacerla extensiva a toda cultura.
Junto con estos intentos se “infiltró” la identificación de la evolución social con los
desarrollos biológicos, especialmente el humano. Los casos de Oswald Spengler y Arnold
Toynbee se encuadran en estas ideas, aunque son ligeramente diferentes entre ellos. En
realidad son epígonos de la decadente Filosofía de la Historia. Spengler buscó en cada
“cultura” el momento de su nacimiento, su infancia, su juventud, su madurez, su senectud y su
muerte, aunque establecer las unidades detectadas fuera algo bastante forzado. En su
establecimiento, prescinde de la cualidad acumulativa. Para él

[Las] culturas [son] seres vivos de un orden superior, crecen en una sublime
ausencia de todo fin y propósito, como flores en el campo. Pertenecen, cual
plantas y animales, a la naturaleza viviente de Goethe no a la naturaleza
muerta de Newton. Yo veo en la historia universal la imagen de una eterna
formación y deformación, de un maravilloso advenimiento y perecimiento de
formas orgánicas.365

Arnold Toynbee, buen heredero del empirismo inglés, matiza el planteamiento:


propone “generaciones de civilizaciones” y mayores posibilidades de evolución particular para
cada una. No presenta cada cultura como un ente aislado sin posibilidades de comunicación
con las otras, sino como individuos de la misma especie, capaces de relacionarse e influirse.
Luego de las civilizaciones iniciales, las demás serán hijas de aquellas. Por eso encuentra
veintiuna y abre la posibilidad de descubrir otras. El desconocimiento de todo lo ajeno a
Europa Occidental y su pasado se manifiesta con claridad en la caracterización de las culturas
americanas anteriores a la invasión europea como una sola. Para Rama, citando a Veit
Valentín:

“Estas construcciones mentales adolecen de una y la misma falla común: la


de confundir el símbolo con la realidad” (…) Los grandes pueblos no tienen
una sola juventud, no tienen una sola época o edad. En ellos al otoño puede
seguir el estío. Poseen la maravillosa y bienaventurada virtud de poder
renovarse y transformarse.366

4º) El cuarto principio es fácilmente aceptable por todos. Los períodos creados deben
vincularse con la totalidad del tiempo histórico, con los otros períodos establecidos. Muy
particularmente con el antecedente y el consecuente. No son unidades autónomas. Si un
período no se ajusta con todos los demás en un cuadro cronológico total, entonces no cubre las
necesidades mínimas para las cuales fue creado. Rama lo plantea para la historia universal.

363
Para la presentación de los trabajos de estos historiadores hemos seguido la exposición de RAMA, Op. cit. y
Ernst CASSIRER. El problema del conocimiento. FCE. México, quinta reimpresión, 1993. Tomo IV, pags.
336 y siguientes.
364
Para los nombres de estos pensadores nos hemos atenido a la formulación de la Enciclopedia Británica, pues
hay discrepancias en la presentación hecha por los diferentes autores.
365
Oswald SPENGLER. La decadencia de Occidente. Espasa-Calpe, Madrid, 1932. Introducción.
366
Veit VALENTIN. Prólogo a su Historia Universal. Sudamericana, Buenos Aires, 1944. Tomo I. Citado por
Carlos RAMA, Op. Cit. Página 95.
254

Entendemos su necesidad para cualquier tipo de estudio del pasado porque tampoco son
unidades autónomas las historias regionales, nacionales, etc., ni las separaciones temporales
realizadas para mejor analizarlas, para observarlas con más detalle.
5º) Por último, el quinto principio formal exige, para el conjunto de todos los períodos
elaborados, cubrir la totalidad del tiempo histórico, es decir, no dejar hiatos y abarcar todo el
pasado de la sociedad periodizada. También, en este caso, parece lógicamente aceptable para
todos los estudiosos, igual al principio anterior.
7.4.3 – Principios relativos a los límites. El tema de las fechas en las cuales se
produce el paso de un período a otro, quizá haya provocado algunas de las controversias más
intensas. Antes del siglo XIX la situación era más sencilla. En la enorme mayoría de los casos,
el conocimiento histórico se refería a la política y las fechas se fijaban de acuerdo con los
cambios producidos en ese nivel. Aun así, las objeciones a las formulaciones concretas no
menudeaban. La división tripartita original fechaba el comienzo de la Edad Media en el año
476, cuando, supuestamente, “cayó” el Imperio Romano de Occidente. Su finalización fue
fechada en 1453, cuando, se dice, caía el Imperio Romano de Oriente, conocido como Imperio
Bizantino para sus últimos diez siglos de existencia. Aun tratándose de un solo nivel, se hace
evidente lo absurdo de precisar fechas de esa manera.
El Imperio occidental había sucumbido mucho antes del siglo quinto. Al transformarse
una República limitada a un territorio menor al de la actual Italia, en un Imperio continental de
enormes dimensiones, el territorio a controlar y defender requería muchísimos más soldados,
para eso fueron ingresando guerreros del otro lado de “limes”. Al establecer pactos con los
pueblos germánicos de la frontera para integrar sus ejércitos, el ejército romano se había ido
germanizando totalmente. Es sintomático: todos los maestres de milicias,367 en el último siglo
y medio de existencia del Imperio occidental ostentaban nombres germánicos. Ellos eran la
verdadera autoridad, quienes tenían la fuerza porque dominaban el aparato coactivo. Cada jefe
germánico en “su” territorio hacía y deshacía a su antojo. El emperador retenía las atribuciones
religiosas, convirtiéndose su cargo en algo casi decorativo, especialmente a partir de la
popularización y “oficialización” del cristianismo. Los más altos mandos militares de este
último tiempo ponían y quitaban emperadores como y cuando se les antojaba. Odoacro puso
tres y los quitó. Cuando destituyó al último, Rómulo Augusto, decidió no nombrar más. Envió
los símbolos imperiales a Bizancio (Constantinopla), capital del Imperio oriental. En su
momento, casi nadie se enteró de lo ocurrido. La vida cotidiana continuó discurriendo con
toda normalidad. Los contemporáneos no fueron afectados en ningún detalle de sus existencias
por ese acontecimiento.
Tomando en cuenta estos elementos, otros autores han preferido iniciar la Edad Media
con la crisis del siglo III, porque en la parte occidental, la etapa siguiente es algo
absolutamente diferente a lo anterior. El imperio de Diocleciano y sus sucesores, no sólo fué
un imperio cristiano, como lo nombró Piganiol, sino una organización política con
aspiraciones totalitarias, como lo señaló Rostowzeff, dura y progresivamente ruralizada. Otro
importante autor, como Henri Pirenne, traslada esa fecha hasta la invasión de los musulmanes
en los inicios del siglo VII, cuando es nuevamente puesto en circulación el tesoro de los
templos orientales y se reactiva el comercio.
El problema es más complejo para fijar la fecha de terminación del período. La caída
de Constantinopla en manos de los turcos, en 1453, tuvo mayor repercusión al acontecimiento
anterior, porque trajo a Roma los manuscritos guardados por los sabios bizantinos durante

367
Cargo equivalente a nuestros comandantes en jefes de los ejércitos modernos o ministros de defensa.
255

siglos, lo cual se constituyó en un acontecimiento extraordinario para los humanistas, siempre


ávidos de documentos, cuanto más antiguos mejor. Pero tampoco provocó un cambio
trascendental en la cultura europea occidental. Quienes iniciaron una nueva etapa en la
escritura de la Historia en ese entonces eran, precisamente, algunos de esos mismos
humanistas, de allí la exaltación de aquel suceso.
Dentro del mismo ámbito de los estudiosos, hay quienes encuentran mucho más
trascendente y cargado de repercusiones intelectuales más profundas y duraderas, la aparición
de la imprenta, en torno a 1410. Este “invento” permitió, a escritores y pensadores, viajar
menos y leer más. Ya no era necesario ir a lomo de burro, hasta un monasterio lejano o una
ciudad extraña, para poder tener en sus manos y, en su caso, copiar un documento único.
Ahora, quien tuviera el dinero suficiente podía guardar en su casa todo impreso. Varios
autores han señalado como sintomático, los retratos de algunos humanistas, particularmente
Erasmo de Rotterdam, donde aparece como fondo su biblioteca.
Otros historiadores encuentran mucho más trascendente el viaje de Colón en 1492,
como hito fundamental para señalar un viraje sustancial. Esa travesía fue el prolegómeno de la
circunvalación del planeta y la demostración más completa de la redondez de la Tierra. En las
sociedades cristianas surgieron nuevos problemas: si el mundo es redondo ¿Dónde está el
cielo y dónde el infierno? Antes estaban “arriba” y “abajo”, pero frente a las nuevas evidencias
ya no existían más ni “arriba, ni “abajo”. Los feligreses no podían explicarse cómo no se caían
quienes vivían en las antípodas. Además se descubrió un cuarto continente. Hasta ese
momento los tres continentes eran la correlación y confirmación de la Santísima Trinidad. Sin
duda, los teólogos tuvieron mucho trabajo en aquellos tiempos.
Para los historiadores de la religión y de las ideologías en general, la publicación de
noventa y cinco tesis, en la puerta de la Abadía de Wittemberg, por parte del monje agustino
Martín Lutero, el 31 de octubre de 1517, fue la fecha más importante para considerar el
cambio de época. Con ese acontecimiento se inicia la ruptura de la unidad espiritual del
Occidente Europeo, se produce un “verdadero viraje” en la cultura “occidental”. A partir de
esa fecha, los múltiples “reformadores” irán puliendo una religión a la medida de la
ascendente burguesía. Algunos trabajos se especializaron en esa relación.368
Para un historiador de la economía como Werner Sombart, la nueva era comenzará
cuando surja la contabilidad por partida doble, técnica sin la cual las empresas no hubieran
podido crecer a niveles antes desconocidos y el capitalismo no hubiera tenido recursos
técnico-administrativos para expandirse e imponerse con tanta contundencia como lo hizo.
Son ejemplos para mostrar con claridad la preocupación de cada uno al fijar la fecha de
acuerdo al nivel de análisis considerado más significativo, lo cual haría imposible el acuerdo.
Citando algo leído en un ejercicio escolar, Marc Bloch dice:

“Es bien sabido que el siglo XVIII empieza en 1715 y termina en 1789.”
¿Candor? ¿Malicia? No lo sé. En todo caso era poner al descubierto ciertas
rarezas del uso. Pero tratándose de la filosofía del siglo XVIII, podría decirse
con mayor exactitud que empezó mucho antes de 1701: la Historia de los
Oráculos apareció en 1687 y el Diccionario de Bayle en 1697.369

368
R. H. TAWNEY. La religión en el origen del capitalismo. Dedalo. Buenos Aires, 1959. Max WEBER. La
ética protestante y el espíritu del capitalismo. Península, Barcelona, 1969. Werner SOMBART. El burgués.
Alianza, Madrid, 1972. Henri SÉE. “¿En qué medida puritanos y judíos contribuyeron al progreso del
capitalismo?” en Universidad Autónoma del Estado de México. Nueva época. Revista trimestral. Número 7.
Octubre-diciembre de 1991.
369
Marc BLOCH. Introducción a la Historia. FCE, México, quinta edición, 1967. Página 140.
256

Es normal. Quienes se dedican a la Historia económica, gustan periodizar tomando en


cuenta fechas significativas para la evolución de la economía, como hizo Werner Sombart;
quienes hacen Historia política tomarán como base fechas consideradas importantes en el
desarrollo político y así sucesivamente. Al hacer Historia de un solo nivel, parece correcto y
acertado utilizar fechas consideradas trascendentes para ese nivel determinado.
El problema es más complicado cuando se intenta hacer Historia a secas, Historia total,
como querían los fundadores de los Annales, síntesis donde se combinan las relaciones entre
los diversos niveles. La manera más fácil de llevarlo a cabo es privilegiar un nivel y fechar
siempre de acuerdo con él. Con toda seguridad esa solución será impugnada repetida e
insistentemente, como mínimo por quienes no coincidieron en la importancia asignada a ese
nivel.
La forma más correcta y adecuada, aunque también la más dificultosa, consistiría en
elaborar una periodización para combinar los cambios producidos en varios niveles. Una
transformación significativa en un nivel, suele tener correlato en todos los otros o, por lo
menos, en una buena cantidad. Las fechas no coincidirán en los diversos niveles, pero habrá
un espacio temporal relativamente corto durante el cual se operan cambios en todos o casi
todos los niveles. Ese intervalo es el indicador del cambio, aunque sean varios años. El
ejemplo del fin de la Edad Media es significativamente largo: 107 años, pero no suele repetirse
muy a menudo. La fijación de fechas concretas induce al engaño, no solamente a los extraños
a la disciplina, sino también a muchos cultores de la misma. Incluso, al trabajar en un solo
nivel, el tiempo indicado para señalar un cambio puede no ser demasiado pequeño:

...tengamos cuidado de no sacrificarlo todo al ídolo de la falsa exactitud. El


corte más exacto no es forzosamente el que pretende conformarse con la
más pequeña unidad de tiempo -en cuyo caso habría de preferir el segundo
al día, como el año a la década-, sino el mejor adaptado a la naturaleza de las
cosas. Pero cada tipo de fenómeno tiene su medida particular y, por decirlo
así, su decimal específica. Las transformaciones de la estructura social, de la
economía, de las creencias, del comportamiento mental no podrían plegarse
sin deformación a un cronometraje demasiado exacto. Cuando escribo que
una modificación muy profunda de la economía occidental, marcada a la vez
por las primeras importaciones en masa de trigos exóticos y por el primer
gran desarrollo de las industrias alemana y norteamericana se produjo más o
menos entre 1875 y 1885, hago uso de la única aproximación que autoriza
este tipo de hechos. Una fecha que pretendiese ser más exacta traicionaría la
verdad.370

Las discusiones por fechas de iniciación o finalización de períodos son una manera
absurda de perder el tiempo. En el ejemplo de los inicios de la época moderna, lo complejo del
proceso es notorio. Por una parte, es claro el comienzo de transformaciones consideradas
importantes por la mayoría en el siglo XIV. La detención de las roturaciones provoca escasez
de alimentos, lo cual genera hambre, desnutrición y un ambiente propicio para la difusión de
epidemias y pestes. La enorme mortandad y la penuria material, empuja a las personas por un
lado a emigrar y por otro a refugiarse en los consuelos espirituales. Esa hecatombe trastoca la
vida cotidiana y conduce a reflexiones más profundas. La preocupación por la muerte se
exacerba al punto de surgir su imagen iconográfica. La popularidad de El arte del bien morir

370
BLOCH, Op. cit. página 141.
257

lo convierte en el “Best Seller” del siglo con varias ediciones como lo atestigua Alberto
Tenenti.371
La crisis del mundo feudal trastoca prácticamente todas las manifestaciones de la vida
en ese pequeño territorio llamado Europa Occidental. La utilización de la pólvora con fines
bélicos modifica la actividad de los señores y transforma su situación política y su prestigio
social. Su arte de “hacer la guerra” se vuelve obsoleto.372 Lo desplaza uno nuevo, no individual
sino colectivo.
Las cada vez más detalladas actividades administrativas de los clérigos, les quita
tiempo para dedicarse a la meditación sobre su función específica, lo cual provoca un
desencuentro con las necesidades de una feligresía con problemas diferentes a los antes
habituales, con distinta espiritualidad. Las antiguas respuestas, repetidas por sacerdotes mal
preparados para innovar, no sirven para enfrentar ese nuevo universo espiritual. En muchas
regiones, las migraciones llevan a la desaparición de la servidumbre.
Por otro lado, comprar las nuevas armas requiere dinero; los nobles no lo tienen e
ignoran las formas de obtenerlo. Precisamente por poseerlo, otro grupo social cobra
importancia: la burguesía. El lastimoso estado material, unido a la reflexión, conduce a las
rebeliones populares, mayoritariamente campesinas.
Algunos intelectuales decepcionados, entre otras cosas, por el descubrimiento de
diferentes versiones de las sagradas escrituras, buscan conocer a dios a través de su creación,
muy especialmente al hombre, la única creación divina “a su imagen y semejanza”. Debemos
observar la naturaleza, los seres vivos. El hombre tiene un estatuto privilegiado por su
naturaleza dual, es criatura y creador, también participa de los reinos de la luz, por su origen, y
de las sombras, por haberse contaminado con el pecado. Eso traslada el centro de atención de
gran parte de la intelectualidad europea y coloca al ser humano en el centro de sus
preocupaciones.
Negociando alianzas a nivel político, algunos individuos o instituciones obtienen el
apoyo de la clase adinerada para concentrar el poder, antes disperso entre muchos señores
guerreros. Esos cambios reseñados sólo son una pequeña muestra del abigarramiento de las
transformaciones sufridas durante los siglos XIV y XV.
Entre tanta variación ¿puede considerarse la más importante la caída de la capital del
antiguo Imperio Romano de Oriente? ¿Es razonable adjudicarle una fecha exacta a esta
profunda y radical transmutación, aunque sea tan prolongada como un año, o diez, o cien?
7.5 – LA PROPUESTA DE GORDON CHILDE. El esfuerzo de Gordon Childe ha
sido considerado uno de los más serios. Su forma de periodizar centra la atención en la
demografía. Ese nivel, dice, refleja los grandes cambios estructurales de cualquier sociedad.
Su enfoque lo “descubre” como el indicador de las transformaciones de mayor profundidad en
toda agrupación humana.
Durante la mayor parte del tiempo transcurrido desde la aparición del hombre sobre
este planeta, las tasas de natalidad y mortalidad se han neutralizado, han sido similares.
Habitualmente, una débil superioridad de la primera provoca un moderadísimo crecimiento
demográfico. Toda sociedad tiene un límite máximo para ese crecimiento: el fijado por las
posibilidades de obtención de alimentos. Cuando el aumento de población sobrepasa ese
“techo”, operan los “correctores naturales” para restituir el equilibrio imprescindible para la

371
Alberto TENENTI. La vie et la mort à travers de l’art du XVᵉ Siècle. París, 1952.
372
El tema fue desarrollado en Jaime COLLAZO ODRIOZOLA, “El papel de la pólvora en el tránsito a la
modernidad” en La colmena, revista de la UAEM, N° 1, invierno de 1993-1994.
258

estabilidad. En la mayor parte de los casos esos correctores son el hambre, la desnutrición, la
enfermedad y la guerra.
En ciertas épocas la natalidad aumenta en forma notable, a veces también disminuye la
mortalidad, como consecuencia, el índice demográfico crece en forma desmedida. Para
Gordon Childe, esos momentos marcan el advenimiento de una “revolución”: son los únicos
fenómenos para los cuales admite esa designación. Sólo pueden considerarse “revoluciones”
cambios ocurridos en períodos relativamente cortos, dos o tres siglos. Pero esas verdaderas
“mutaciones” afectan radicalmente toda la manera de vivir de los seres humanos, desde los
sistemas para obtener y distribuir sus recursos hasta niveles tan superficiales como la
vestimenta, pasando por la alimentación, las formas de pensar y todo lo relacionado con las
sociedades humanas.
Una segunda característica suele ser la extensión de esa transformación a la mayor
parte de los grupos humanos existentes en Europa. Algunos no se adaptan, pero sobreviven en
un completo aislamiento. Aunque, a la larga, son utilizados por los más evolucionados para
sus propósitos y/o son eliminados completamente. Con este criterio, ubica tres períodos de
cambios trascendentes para los seres humanos desde sus orígenes.
El primero se caracteriza por el descubrimiento de la producción de alimentos. Se
pasa de la recolección a la creación: agricultura y ganadería. Los antiguos manuales solían
llamarlo pasaje del “paleolítico” al “neolítico”. Él lo llama “revolución neolítica” y la ubica
en el transcurso de algunos siglos alrededor del octavo milenio anterior a nuestra era.
El segundo está marcado por una alta centralización de las decisiones, lo cual genera
maneras de organizar la producción alimenticia mucho más eficientes. Se puede disponer así
de mayores excedentes. Eso permite alimentar grandes grupos de población para dedicarlos a
la realización de otras tareas. Es la aparición de las altas culturas o civilizaciones. La llama
“revolución urbana” y la ubica, también a lo largo de algunos siglos, cuatro milenios después
del anterior.
El tercer período se caracteriza por el descubrimiento de máquinas para realizar
trabajos pesados y poder utilizarlas en la producción de alimentos y en la transformación de
materias primas en bienes no comestibles, sin necesidad de utilizar la fuerza muscular de los
seres animados. Comúnmente se lo llama “revolución industrial”, el autor no modifica esta
designación. Su inicio ocurre hacia fines del siglo XVIII y todavía estamos inmersos en él.
Para este arqueólogo e historiador son las únicas divisiones verdaderamente importantes, por
lo cual también son las únicas imposibles de no ser aceptadas por todo investigador. Para
ejemplificar nos hace notar: entre el año cuatro mil antes de nuestra era y el siglo XVII de la
nuestra, la forma más rápida de desplazarse los seres humanos era a caballo, el rendimiento de
la agricultura o la ganadería era bastante similar. Luego de la “última” revolución, es posible
trasladarse a velocidades muchísimo mayores en carros mecánicos, volar y cruzar los océanos
mucho más rápido. Los rendimientos agrícolas se han elevado a cantidades enormes.
Comparados con los cambios reseñados, tienen muy poca importancia la formación y
desvanecimiento de los imperios y unidades políticas, la muerte de un rey, el resultado de una
batalla o el estallido de una revolución política y social.
Si por un lado es muy convincente esa manera de dividir la evolución de las sociedades
humanas, no podemos olvidar el carácter instrumental de toda periodización. En este último
sentido, no tiene demasiadas aplicaciones cuando deseamos analizar fenómenos o procesos
menos extensos. Cualquier período así concebido sería demasiado amplio para un estudio en
profundidad. La mayor parte de lo habitualmente llamado Historia quedaría comprendida
entre el segundo y el tercer gran cambio, entre las revoluciones urbana e industrial, es una
259

extensión de seis mil años. El último cambio todavía transcurre y toda nuestra vida y la de
nuestros contemporáneos está sumergida en el mismo. Decepciona constatar la poca utilidad
de la periodización más convincente realizada hasta el momento.
7.6 – SOLUCIONES PRÁCTICAS ADOPTADAS EN EL PASADO. Desde los
más antiguos testimonios de la preocupación humana por pensar en su pasado, hay constancia
de la necesidad de hacer divisiones en su transcurso para ordenar el análisis. En los primeros
imperios unificados, Sumer y Egipto, se contaba el tiempo de acuerdo con la vida de cada uno
de sus reyes. Al asumir un nuevo monarca se empezaba de cero. Sin embargo, a pesar de las
atribuciones divinas depositadas por esos pueblos en sus gobernantes, éstos debieron haber
seguido siendo humanos, pues no parecen haber tenido capacidad para regular su desaparición
o aparición en coincidencia con las unidades astronómicas utilizadas para medir el transcurso
del tiempo cotidiano, de acuerdo con el cual se realizaban las labores agrícolas, se organizaban
los ciclos fiscales, se programaban las rutinas comerciales, etc.
Esa forma de “organizar el pasado” ha generado problemas a posteriores estudiosos
para datar con precisión muchos acontecimientos y correlacionar los procesos ocurridos en
diferentes ámbitos culturales, especialmente los cristianos, preocupados en poner de acuerdo
los sucesos de los otros pueblos con los de los judíos hasta el advenimiento de Jesús. Otros
agrupamientos humanos, como los chinos por ejemplo, han periodizado tomando en cuenta las
dinastías.
Cuando una civilización entraba en contacto con otra u otras, era inevitable la
comparación entre sus propias tradiciones y creencias con las sostenidas por los demás.
Hecateo y Herodoto ironizan acerca de las creencias tradicionales de los griegos cuando toman
contacto con las generaciones egipcias, no solamente mucho más numerosas, sino, además,
mucho mejor atestiguadas en los templos. Esas comparaciones obligan a tomar en cuenta un
panorama mucho más amplio y, por lo mismo, a repensar los fundamentos de las propias
creencias. Si tenemos en consideración lo anterior, no nos puede extrañar el surgimiento del
primer intento de periodizar la historia universal, en un pueblo cuya experiencia vital los puso
en contacto con las civilizaciones más elaboradas de su tiempo y los convirtió en el primero
con ideología de misión universal, conciencia histórica y sentido progresivo, al punto de
generar y ostentar como su libro sagrado una obra de Historia: La Biblia. Esa misma
evolución les transfirió un aire cosmopolita y los constituyó en pioneros en poseer una
concepción muy amplia del ser humano. Nos referimos el pueblo hebreo.
Tampoco parece casualidad el momento en el cual se producen estos primeros intentos
por periodizar. La fusión y combinación de elementos helénicos y asiáticos desatada como
consecuencia de las conquistas de Alejandro de Macedonia, promueven la reflexión acerca de
la relatividad de las propias convicciones, dando lugar a la aparición de las culturas
helenísticas, en las cuales quedan incluidos algunos autores de La Biblia.
Fue en el “Libro de Daniel”, escrito alrededor de mediados del segundo siglo anterior a
nuestra era,373 donde se generó uno de los dos primeros intentos conocidos de periodización de
tipo moderno. Se formula allí la hipótesis de la sucesión de las “tres monarquías” (o etapas).
Nabucodonosor II, monarca babilonio, conquistador de Judá e Israel, desea aclararse el sentido
de un sueño. Ante la impotencia de los sabios, los manda eliminar. Daniel, uno de los cuatro

373
Para RAMA, la confección de este texto se produjo alrededor del año 145. Shotwell, afirmando que fue
escrito en la época de Antíoco Epífanes, lo sitúa entre el 175 y el 164. Todas las fechas son de la era anterior a
la nuestra.
260

hebreos elegidos para influir en la corte conquistadora, presenta la siguiente interpretación y


salva a la intelectualidad:

...Después de ti se levantará otro reino inferior a ti; y otro tercer reino de


bronce, que dominará sobre toda la tierra. Luego habrá un cuarto reino
fuerte como el hierro (...) que nunca jamás será destruido, y que no pasará a
otro pueblo; (...) subsistirá para siempre...374

Tomando en cuenta la fecha de su creación, se ve con claridad la convicción en la


existencia de tres épocas netamente diferenciadas: primero la del dominio Asirio-Babilónico o
inicial. El autor pretende hacernos creer haber escrito ese texto en esa misma época, lo cual
hubiera sido una profecía totalmente apoyada por la realidad. No podía sospechar la futura
creación de la filología. La segunda etapa corresponde al Imperio Medo-Persa o intermedia.
La tercera, vivida al momento de escribirla, es la de la hegemonía griega. Como elemento
característico en una versión judía de los tiempos mesiánicos, no podía estar ausente la
consideración del futuro, en el cual se realizaría la cuarta etapa o imperio dominado por ellos
mismos, el cual sería definitivo, no tendría fin.
7.6.1 – El aporte grecolatino. En el mismo siglo en el cual los hebreos llevaban a
cabo esta realización, en el occidente de aquel mundo despuntaba una nueva potencia; pronto
iba a asimilar también estas regiones: Roma. Entre los rehenes llevados de Grecia, como
garantía, el más importante para la historiografía fue Polibio de Megalópolis; por encargo de
sus propietarios realizó su obra en el mismo momento de ser escrita la periodización bíblica.
Casi seguramente no tuvo noticia de la labor de su colega oriental, por esa razón considerará
ser el primero en ocuparse de una historia “del mundo entero” e intentar abarcar el conjunto de
acontecimientos significativos particulares producidos en el medio donde habitaba.

...si hay un buen número de historias parciales consagradas al relato de


algunas guerras particulares y de los hechos que se relacionan con ellas, no
hay una sola -al menos que yo sepa- que lo sea del mundo entero, y que
haya intentado trazar en su conjunto la marcha de los acontecimientos, el
origen y la sucesión de las revoluciones que han llevado los asuntos al
estado en que se encuentran hoy.375

El “universo” del cual tenía noticias Polibio era mucho más estrecho del actualmente
conocido, pero, de todas maneras, abarcaba una importante multiplicidad y variedad de
pueblos, cada uno con desarrollos particulares y diferentes. Las peripecias de todos esos
pueblos confluían hacia una gran unidad forjada por Roma, la cual, para Romero, realizaba el
ideal universalista latente en el “espíritu helenístico”. La periodización ensayada se refiere a
cada pueblo dominador y la concibe como una regularidad de la naturaleza, como la existencia
de cualquier ser vivo. Todo pueblo pasa por etapas como nacimiento, crecimiento, madurez y
decadencia. De esta manera, explica la imposición sobre Cartago. Cuando se produce el
enfrentamiento; Roma está en su impetuosa juventud, mientras aquélla había pasado ya su
momento de madurez.

374
La sagrada Biblia. versión directa de los textos primitivos por Mons. Dr. Juan STRAUBINGER. La prensa
católica. Chicago, 1971. Página 724. Daniel 2:36 a 44.
375
POLIBIO, Hist., I, 4. Citado por José Luis ROMERO. De Heródoto a Polibio. Espasa-Calpe Argentina,
Colección Austral, Buenos Aires, 1952. Página 133.
261

Un siglo más tarde, Diodoro de Sicilia refrescará este planteamiento y se internará más
profundamente en el pasado, ayudándose de todos los antecesores conocidos por él. Aunque
todos le elogian la intercalación de fuentes textuales desaparecidas, no hay unanimidad acerca
de la importancia de su planteo. Su plan parece haber sido grandioso, sin embargo, Shotwell
afirma su fracaso. El conocimiento actual de casi todas las otras obras de la época es
fragmentario, lo cual no contribuye a una evaluación ecuánime.
7.6.2 – La unificación cristiana. El éxito de la periodización bíblica fue aportado por
los cristianos. Eusebio de Cesárea, para Shotwell “el padre de la historia de la Iglesia”,
replanteó la tesis de “las cuatro monarquías” en el siglo IV de nuestra era, ubicando en el
cuarto lugar a Roma, para ese entonces ya cristianizada. Los pensadores posteriores se basaron
en él. Hasta las postrimerías de la Edad Media, esta concepción mantendrá una vigencia
compartida con otra de muy distinto carácter. Su competidora surgió y creció muy bien
apadrinada.
Desde los primeros tiempos, pero especialmente a partir de su difusión en el Imperio,
la necesidad de convencer a los escépticos condujo a intentos por justificar la creencia en la
correlación de los acontecimientos bíblicos con las historias de los paganos y establecer
fundamentos para la división del tiempo histórico. Esa base, era ajena al proceso, como las
condenadas por Croce. La más antigua parecería haber sido planteada por primera vez por
Orígenes. Griego, de formación racionalista, difícilmente armonizable con el pensamiento
histórico, tomó la idea del escriba judío Justo de Tiberíades. Intentaba superponer un esquema
racional al proceso histórico consistente en la formación de épocas regulares e iguales entre sí.
Cada una constaba de catorce generaciones. De esta manera se cotejaba con las historias de
otros pueblos, estructurando “un sistema convincente y definido de cronología comparada”.376.
Agustín de Hipona la desarrolló más profundamente y realizó una nueva organización del
pasado en seis edades. La primera se inicia con Adán, la segunda con Noé, sigue Abraham,
luego David, el cautiverio de Babilonia y, por último, Jesús.
Al momento de escribirla, estaban viviendo la sexta edad. Comienza con Cristo y
durará hasta el fin de los tiempos. Luego del Juicio Final vendrá la séptima y será eterna.377
Más adelante, Isidoro de Sevilla y Beda le conferirán el prestigio del cual gozó durante un
milenio. El primero acentúa nítidamente la división entre la evolución de los paganos, sumidos
en las tinieblas y el luminoso reino de Cristo. De ese tiempo parece ser la partición
apocalíptica, todavía en uso en nuestra cultura, según la cual contamos los años hacia atrás y
hacia adelante, a partir de un momento determinado, señalado por el nacimiento de Jesús de
Nazaret.
7.6.3 – La tripartición renacentista. Ya antes de la crisis del mundo feudal, el
materialismo, promovido por la ascendente burguesía, había ido generando, en los
intelectuales, la sensación de vivir algo diferente; pero fue la tremenda crisis del siglo XIV la
responsable de la exacerbación de esa vivencia.
Al irradiar desde el norte de la península italiana hacia el norte de Europa y desde
Flandes en dirección al sur, los portadores de una nueva estética y un renovado modo de
pensar, sintieron afinidad con ciertas realizaciones de los artistas e intelectuales de la
Antigüedad grecolatina. El cultivo del conocimiento histórico no solamente no quedó al
margen, sino también animó activamente las tendencias de su tiempo. Las antiguas
periodizaciones carecían de significado para ellos. La atención se concentraba ahora sobre la

376
SHOTWELL, Op. cit. página 365.
377
Georges LEFEBVRE. El nacimiento de la historiografía moderna. Roca, México, 1975.
262

figura humana, como hasta poco antes lo había hecho sobre la divinidad. En ese contexto, con
toda su carga valorativa, surge la periodización tripartita, la cual, con pequeños retoques, ha
llegado hasta nuestros días.
Dos edades importaban: aquellas hermanadas en los valores comunes de quienes las
sostenían. La Antigüedad, ocupada en problemas mundanos, con su gran desarrollo de las
ciencias formales, su interés por la política y su estética predominantemente clasicista por un
lado, y el tiempo en el cual se vivía, considerado un “renacer” de aquel arte y aquel
pensamiento, por el otro. De allí sus respectivos nombres: Antigüedad y Renacimiento, luego
Modernidad. El tiempo ubicado entre ambos períodos era despreciable, opaco, poco digno, ni
nombre propio merecía. Simplemente, fue “lo del medio”, el sobrante.
Según Marc Bloch el origen de la expresión se remonta al mismo período designado,
aunque con un fundamento religioso.378 Habrían sido los humanistas quienes transformaron su
significado al mencionado anteriormente, el cual, hasta finales del siglo XVII, sólo tuvo
validez para pequeños círculos eruditos. Fue entonces cuando un manual designó de esa
manera al período comprendido entre las invasiones germánicas y el Renacimiento. A partir de
allí, su difusión fue lenta pero amplia y firme. Para el mismo Bloch:

...ya no vive sino una humilde vida pedagógica: discutible comodidad de los
programas y, ante todo, marbete de técnicas eruditas cuyo campo, por otra
parte, se encuentra bastante mal delimitado por las fechas tradicionales. 379

Es llamativo cómo, muchos románticos, a pesar de invertir la valoración sobre la Edad


Media y encontrar en ella un tiempo dorado y positivo, ni siquiera repararon en la posibilidad
de cambiar su designación. Así se reafirmó su nombre. El siglo XVII ve la consolidación de
esta periodización, pasando a llamar MODERNIDAD a la tercera etapa. Luego, la Revolución
Industrial provoca trastornos de una profundidad inusitada y la Francesa dará sustento
ideológico y jurídico a esas transformaciones.
En el siglo XX se agregará la “Época Contemporánea” para, con otro ropaje, adecuado
a otros tiempos, inconscientemente, rearmar el esquema de las cuatro monarquías. Las fechas
utilizadas surgen todas de la historia política, como tuvimos oportunidad de ver anteriormente.
A pesar de los tremendos ataques recibidos, ha seguido en pie hasta nuestros días. Para Jean
Chesneaux, esta moderna cuatripartición cumple una serie de funciones importantes para los
países europeos, especialmente Francia: la pedagógica, ya mencionada por Bloch, otra
institucional universitaria, una tercera intelectual, todas ellas con efectos locales o regionales.
Como

…función ideológica y política (...) da por resultado privilegiar el papel de


Occidente en la historia del mundo y reducir cuantitativa y cualitativamente
el lugar de los pueblos no europeos en la evolución universal. Por esta
razón, forma parte del aparato intelectual del imperialismo. Las fechas
elegidas no tienen significación alguna para la inmensa mayoría de la
humanidad (...) Las categorías de base del cuatripartidismo tienen una

378
La venida del Mesías había derogado la antigua ley mosaica, pero el reino de dios no había llegado aún, por lo
tanto, lo vivido entre ambas épocas era lo intermedio. Op. cit. página 137.
379
BLOCH. Op. cit. Página 139.
263

función ideológica específica, enraízan en el pasado cierto número de


valores culturales esenciales para la burguesía dirigente.380

A nuestro entender, la mutación cultural en proceso mientras se escribe este trabajo,


deberá necesariamente provocar su abandono y la elaboración de otra más adecuada a las
nuevas necesidades en surgimiento.
Al margen de estos casos, ya hemos visto ciertos intentos, más filosóficos, menos
históricos, de establecer períodos, los cuales, con diferentes fechas, sean aplicables a cualquier
desarrollo humano en cualquier territorio conocido. Para inicios del siglo XXI, han perdido
todo su atractivo a pesar del avance de los proyectos para uniformar, respecto a algunos
aspectos, todas las sociedades a nivel mundial.

380
Jean CHESNEAUX. ¿Hacemos tabla rasa del pasado? Siglo XXI, cuarta edición, México, 1981. Páginas 99
y 100.
264

CAPÍTULO OCTAVO

La utilidad del conocimiento histórico


La historia no enseña nada, sólo castiga
por no aprender de sus lecciones.
Vasily Kliuchevsky (Medievalista ruso)

8.1 – INTRODUCCIÓN. Ya anteriormente,381 al tratar el larguísimo debate relativo a


la calidad científica del conocimiento histórico, lo calificamos como un subterfugio.
Entendimos esa controversia como una estratagema, quizá inconsciente, para escamotear el
meollo de la cuestión.
La jerarquía conferida a la ciencia, por la Ilustración y el Positivismo, la convirtió, para
el imaginario colectivo europeo occidental y su área de influencia, en casi la única forma
valiosa y aceptable de conocimiento. La mayoría de la población de aquellas partes del mundo
asociaba las modificaciones operadas en las tecnologías y las consecuentes “mejorías”382 en el
confort material de la vida, con aquello reputado como “avances del conocimiento científico”.
Tal situación llevaba a considerar las transformaciones atribuidas a la ciencia, como las
únicas, o como mínimo las principales fuentes de la producción cada vez más numerosa de
artículos para hacer más llevadera la existencia material: el ferrocarril, el tranvía, el automóvil,
los telares mecánicos, los barcos fluviales a vapor, luego los buques de mar etcétera. En forma
pragmática y quizá no forzosamente consciente, inferían de allí, su utilidad. En no pocos
casos, eso llevó a considerar la ciencia, como única forma de conocimiento verdadero, por lo
tanto única forma de conocimiento a secas.
Durante más de siglo y medio, muchos pensadores se enfrascaron en interminables
polémicas, al tratar de demostrar las posibilidades científicas de nuestra disciplina. Aunque
posiblemente lo ignoraran, tácitamente estaban aceptando la premisa establecida en el párrafo
anterior. Aunque no lo tuvieran claro, detrás de esa discusión se ocultaba el verdadero tema
significativo: la utilidad del conocimiento histórico.
Con este convencimiento, en el trabajo citado ya hemos expuesto la irrelevancia de la
controversia acerca de si el conocimiento histórico es una ciencia o no. 383 El sustento, no
explícito, mantenido por más de siglo y medio tras ese debate, en forma subyacente, es algo
más importante: dilucidar si la disciplina sirve para algo o no.
Al habernos correspondido vivir en una época tan materialista y utilitaria, como lo han
sido estos últimos dos siglos, se ha tendido, con creciente intensidad, a valorar con signo
positivo y otorgar suprema importancia, solo aquello a lo cual se le reconoce cierto
“beneficio”, más o menos concreto, para la vida material. Para simplificarlo en una forma más
descarnada: algo para permitirnos obtener riqueza. Gran parte de los sectores más
privilegiados de la sociedad, valoran con signo positivo únicamente las actividades
productoras de bienes materiales. Axiomáticamente, toda ciencia es considerada útil, como si
eso fuera una revelación divina acerca de la cual no es posible vacilación alguna. En apoyo de
lo dicho, recordemos la utilidad como una de las quince características atribuidas por Mario
381
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. La naturaleza del conocimiento histórico. UAEM, 1994.
382
El término” mejoría” es valorativo, por lo tanto toda “mejoría” tiene su valor opuesto. Toda acción vista por
cierto sector social como mejora, avance, progreso, puede ser considerada por otro u otros sectores como
pérdida, empeoramiento, retroceso, de allí las comillas.
383
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. La naturaleza… Op. Cit.
265

Bunge a las ciencias fácticas. En contraposición, cuando se plantea el posible provecho


aportado por el conocimiento histórico, en muchas oportunidades se exteriorizan serias dudas,
en otras, de plano, se lo niega completamente.
Ya para los antiguos griegos, en la oposición entre lo general y lo singular, lo eterno y
lo cambiante, la realidad y la apariencia, la episteme (verdad) y la doxa (dichos), lo importante
siempre era lo primero. Al conocimiento histórico siempre se lo identificaba con lo segundo:
lo único e irrepetible, lo variable, la apariencia y los dichos.
En la época clásica, la mayor parte de los pensadores griegos valoraban las “esencias
inmutables”, por eso la mayoría consideró al conocimiento histórico como algo superfluo o
prescindible. Si solamente contamos la cantidad de filósofos producidos por la época helénica
y los comparamos con la cantidad de historiadores, apreciamos claramente la diferencia. Pero
también en lo cualitativo esa diferencia es notable, casi no existen cerebros de primera
categoría entre los historiadores. En la actualidad, pocas personas no dedicadas al cultivo o
enseñanza del conocimiento histórico pueden decirnos el nombre de un historiador helénico de
aquella época; Herodoto, Tucídides, Jenofonte y Polibio no cuentan actualmente con la
popularidad de Aristóteles, Platón, Sócrates, Demócrito o Heráclito. Gran cantidad de gente de
diversas actividades pueden nombrarnos rápidamente a algunos de estos últimos, mientras
difícilmente ocurra lo mismo con los anteriores.
De la obra escrita y conservada de los pensadores griegos, quizá, quien más claramente
hizo explícito su rechazo a otorgarle importancia al conocimiento histórico fue Aristóteles. Su
testimonio es una de las manifestaciones más claras de la jerarquía conferida por los
intelectuales griegos a lo universal y su desprecio por lo singular:

...en efecto, no está la diferencia entre poeta e historiador en que el uno


escribe con métrica y el otro sin ella –que posible fuera poner a Herodoto en
métrica y, con métrica o sin ella; no por eso dejaría de ser historia–, empero
diferéncianse en que el uno dice las cosas tal como pasaron y el otro cual
ojalá hubieran pasado. Y por este motivo la poesía es más filosófica y
esforzada que la historia, ya que la poesía trata sobre todo de lo universal, y
la historia, por el contrario, de lo singular (...) y en singular, cuando se dice
qué hizo o le pasó a Alcibíades.384

Con semejante antecedente resultaba bastante difícil intentar una justificación de la


utilidad y, por lo tanto, pertinencia del conocimiento histórico. Sin embargo, como veremos,
varios autores lo han intentado.
8.2 – UNA EXISTENCIA PROLONGADA. Al requerírsele una defensa de la
pertinencia de la filosofía, el doctor José Blanco Regueira sostuvo como evidencia de su
necesidad social, el haber existido durante más de dos milenios. Por alguna razón, aunque no
poseyéramos capacidad o penetración suficiente para poderla desentrañar, los seres humanos
han cultivado ciertas actividades durante períodos prolongados. La misma pregunta y la misma
respuesta pueden plantearse para el arte, las letras, etc. ¿Qué utilidad tiene la poesía, o la
escultura? Sin embargo, desde los tiempos en que vivían de la recolección, los hombres han
creado objetos ornamentales. ¿Qué necesidad existía de tallar un pájaro en el mango de un
cuchillo de piedra? A quienes dedicaron tiempo y trabajo para hacerlo, los suponemos
estimulados por el impulso de alguna necesidad vital. Es más, aunque sospechamos su
existencia desde mucho antes, sin poder probarlo para los tiempos previos a la aparición de la

384
ARISTÓTELES. Poética, UNAM, México 1946. Páginas 13 y 14.
266

escritura, también los seres humanos han creado, gozado y aprendido de los relatos de ficción,
de las creaciones literarias, etc. Para Blanco Regueira, la misma existencia de una actividad
humana durante muy largo tiempo es una clara evidencia de su necesidad, por lo menos en las
sociedades donde fueron fomentadas.
El utilitarismo contemporáneo, tan interesado en el estudio de la economía, tiende a
comprender en su seno únicamente bienes materiales; sin decirlo, se fundamenta en una
antigua creencia burdamente materialista: “sólo de pan vive el hombre”. Si esto fuera verdad,
se debería explicar por qué las tasas de suicidio son más altas en aquellas sociedades con
mayor riqueza, mayor capacidad de consumo, mayor cantidad de satisfactores materiales,
economías más fuertes. Utilizando la misma forma de expresión y para sintetizar: “donde más
pan tienen”. Si tantos seres humanos desprecian las posibilidades ofrecidas por una vida tan
confortable desde la perspectiva materialista, algo debe hacer falta.
Quienes asumen la tarea de gobernar nuestras sociedades, en este fin del siglo XX y
comienzos del XXI, o bien han confundido los medios con los fines, o bien se plantean fines
con los cuales no están de acuerdo la mayor parte de los habitantes. Para ellos, la finalidad
principal de su actividad, debería ser la reproducción de la vida y el intento por hacerla más
placentera para el mayor número de congéneres posible. Sin embargo, cuando se oye hablar a
los políticos, lo único importante parece ser el mantenimiento aceptable de la macroeconomía
y lograr un alto crecimiento, aunque una parte considerable de la población viva en
condiciones bastante difíciles, desde ese mismo punto de vista material. En este sentido, sigue
siendo válido un pasaje escrito en otro contexto y para otra finalidad:

...debido a que esos hombres dejaron de creer en el valor humano de la


ciencia pudieron ser esclavizados por sus técnicas. Cuando no existe un fin
mayor que empuja a los hombres hacia los límites de su horizonte, los
medios pasan a ser fines y convierten en esclavos a los hombres libres.385

Podría refutarse la afirmación de Blanco Regueira, al recordar ciertas actividades vistas


como útiles durante un tiempo prolongado, cuya valoración se modificó posteriormente. La
alquimia podría servir de ejemplo, aunque no es conveniente olvidar su transformación en
química con el paso del tiempo. En esos casos se tiene noticia de las transformaciones
ideológicas motivo de ese abandono; sin embargo, en lo relativo a los estudios históricos aún
no se ha producido nada semejante.
Es significativo el interés de los sectores dominantes por controlar el estudio y la
enseñanza de algunas de las peores modalidades de “darle forma” al propio pasado social y/o
político, a fin de “rendirse cuentas”, según la precisa manera de expresarlo de Huizinga.386 Ese
interés se materializa en la primaria y la secundaria, donde fomentan un “conocimiento” de las
manifestaciones más inútiles, aburridas y deformadas del estudio del pasado. Proclaman como
“conocimiento histórico” las “historias de bronce”, las cronologías, el ocultamiento de la
realidad detrás del culto a los héroes. Esa es la mejor manera de alejar a la gran mayoría de la
población del estudio serio y analítico del pasado. Lo aprendido en la primaria y la secundaria
es el primer acercamiento de la población al conocimiento “histórico”. Es una forma de
“vacunarlos” para toda la vida contra ese virus… perdón, conocimiento.

385
Lucien FEBVRE. Combates por la historia. Ariel, Barcelona, cuarta edición, diciembre de 1975. Página 55.
386
Johan HUIZINGA “En torno a la definición del concepto de historia”, en El concepto de la historia y otros
ensayos. Fondo de Cultura Económica, México primera edición, 1946, primera reimpresión 1977, entre las
páginas 85 y 97. Ver capítulo dos.
267

Descartando esas deformaciones de la materia, creemos posible encontrar otros


elementos para justificar su existencia, establecer su utilidad y fundamentar la necesidad de los
estudios históricos. Simultáneamente, muchos de los argumentos servirán también para
evidenciar la pertinencia de otras ciencias sociales.
8.3 – UTILIDAD Y PREDICCIÓN. En un folleto publicado en castellano en la
década de los sesenta del siglo XX, un pensador inglés planteó el tema desde varios ángulos.
Presentaremos algunos de sus enfoques, aunque, en ciertos casos, podamos disentir y
apartarnos de sus posiciones específicas.
La primera posibilidad contemplada es la vinculada con la predicción. Al respecto
Toynbee llega a declarar:

Lo que sí es esencialmente un asunto de vida o muerte es la conducta futura


de nuestros congéneres. Si estuviéramos en condiciones de predecirla, este
conocimiento nos resultaría de un valor incalculable en el terreno de las
relaciones humanas, que es uno de nuestros puntos más críticos; pero si
existe alguna forma del conocimiento humano que nos permita erigirnos en
incuestionables profetas dentro del tema, se trataría únicamente del
conocimiento de la Historia.387

En los capítulos 3 y 4 ya hemos considerado la imposibilidad lógica de algo parecido a


lo logrado por las ciencias fácticas de la naturaleza, debido a las características de sus
respectivos objetos de estudio. Mientras las ciencias naturales estudian una realidad repetitiva,
los estudios sobre la sociedad examinan un objeto acumulativo, cuyos “ciclos” no se repiten
exactamente en la misma forma.
Dentro de los parámetros temporales marcados por la existencia humana, las
regularidades encontradas por las leyes de las ciencias naturales suelen reiterarse con
inexorable exactitud, mientras las tendencias, establecidas por las ciencias sociales, llevan en
su esencia la posibilidad de cambiar en cualquier momento. Perry Anderson lo expresa
elocuentemente: “…apenas sabemos cómo prever cuándo y dónde van a surgir [nuevos
regímenes]. Históricamente el momento de viraje de una ola es una sorpresa”.388
Desde otras perspectivas, suenan lógicamente pueriles ese tipo de aspiraciones.
Discrepamos con Toynbee. Si supiéramos lo que ocurrirá y nada pudiéramos hacer para
modificarlo, la vida carecería de incertidumbre, sería mucho más aburrida, mucho menos
emocionante, perderíamos la capacidad de sorpresa, el asombro, anularíamos el perfil de
apostador, de jugador, la necesidad de arriesgar inherente a la especie humana. Si, por el
contrario, al conocer el futuro pudiéramos cambiarlo, ya no sería previsible porque, sin lugar a
dudas, lo modificaríamos. Adicionalmente, en apoyo de esta última posibilidad, parafraseando
a Lucien Febvre, podemos preguntar: Conocerlo de antemano, ¿no es incitar a los hombres a
cambiar el futuro? 389.
Otro historiador, asociando también utilidad y predicción, formula un diagnóstico
bastante pesimista:

387
Arnold J. TOYNBEE. ¿Para qué estudiar historia? (Uso y valor de la historia). Emecé. Buenos Aires, 1966.
Página 9.
388
Perry ANDERSON. “Balance del neoliberalismo: lecciones para la izquierda” en Viento del sur Nº 6, México,
primavera de 1996. Página 45. La conferencia entre las páginas 37 y 47.
389
En su discurso de ingreso al Colegio de Francia, Lucien FEBVRE preguntaba “¿Podrían obligar alguna vez a
los hombres leyes históricas perfectamente establecidas?” Op. cit., página 27.
268

La verdadera historia carece de valor comercial para predecir el futuro, y


sólo los charlatanes afirman lo contrario. Su verdadero estudio es pura y
simplemente educativo. No tiene valor tecnológico, y en malas manos, se le
puede aprovechar para probar cualquier cosa. Con excepción de quienes
hallan un deleite en ella, es mejor olvidarla; y es disparatado hablar de ella
en términos de “productividad”. La historia no tiene otro valor -¿quién
querrá que lo tuviera?- que el de hacer que, en un mundo difícil, sus devotos
se sientan “menos abandonados”.390

8.3.1 – Ausencia de relación. Lo original del planteamiento de Toynbee radica en


abrir la perspectiva para deslindar utilidad de predicción. Nos muestra cómo, ciertas
realizaciones humanas con capacidad de anticipar el futuro con enorme precisión no
necesariamente son de gran utilidad. Por otra parte, evoluciones consideradas muy útiles para
la sociedad, no se prestan a ser predichas con la exactitud y seguridad deseadas. Aunque no lo
expone de esta manera, y quizá ni siquiera tuvo esta intención, al comparar las utilidades y
capacidades predictivas de dos actividades cognoscitivas, pone de manifiesto la tensión entre
esas dos propiedades.
Por una parte, señala: la astronomía nos asombra con predicciones exactas de procesos
ocurridos muchísimos años después de su anuncio. Sin embargo, su utilidad para los humanos
es bastante limitada. Por ejemplo, en el siglo XVII, Edmond Halley anunció la reaparición de
un cometa en diferentes fechas; tres siglos más tarde sus presagios se han mostrado
asombrosamente exactos. De la precisión de semejantes anticipaciones aún no se han derivado
beneficios palpables para la humanidad. El autor califica de “lujo para los humanos” esa
posibilidad.
Tal vez, si hubiera podido prever el futuro inmediato, el autor no lo hubiera
considerado algo tan superfluo. Pocos años después de haber aparecido la edición original del
folleto en inglés, se colocaba en órbita el primer satélite artificial. Desde aquel momento hasta
nuestros días, la carrera espacial ha realizado importantes conquistas. Si el agotamiento del
planeta no las detiene, se esperan nuevas proezas en el futuro.
Por otro lado, nos recuerda: la meteorología reúne las características opuestas. La
exactitud de sus predicciones podría sernos mucho más útil; con toda claridad para los
trabajadores del campo, pero no solamente para ellos, sino para toda la sociedad. La
trayectoria exacta de un huracán, la cantidad de agua producida por una precipitación
permitirían evitar muchas tragedias y un óptimo aprovechamiento de los recursos puestos a
nuestra disposición por esos fenómenos atmosféricos. Sin embargo, los vaticinios en esta
actividad son mucho menos precisos. Todos hemos escuchado bromas acerca de la necesidad
de llevar paraguas cuando el pronóstico meteorológico anuncia buen tiempo y sol radiante. En
una abrumadora cantidad de ocasiones, una tormenta devastadora “cambió sorpresivamente de
rumbo”, dejando sin utilidad las precauciones tomadas en los lugares donde se la esperaba y
provocando desgracias en otras donde no estaba previsto su paso.
En vulcanología, una experiencia terrible fue el exacto diagnóstico sobre el volcán
Nevado de Ruiz, en el departamento de Cundinamarca, en Colombia, a mediados de
noviembre de 1985. Luego de estudios detallados, los expertos dieron a conocer su predicción:
la actividad volcánica no iba a traducirse en una erupción, lo cual hacía innecesario tomar
medidas de protección para las poblaciones enclavadas en sus estribaciones. Efectivamente, no

390
Vivian Hunter GALBRAITH. “Reflexiones” en: Lewis Perry Curtis Jr. (Compilador) El taller del historiador.
FCE. México, 1975. Página 45
269

hubo erupción, pero el calor producido por esa actividad en las paredes de su cráter, derritió
los hielos permanentes de su corona. Al contacto con la tierra se formó una enorme masa de
lodo, cuyo rodar terminó sepultando completo al pueblo de Armeros y causando gravísimos
percances al de Chinchina. Se produjo una de las peores tragedias ocurridas en el continente
americano.391 El diagnóstico fue correcto, pero no se previeron otras consecuencias.
Lo ocurrido no fue imaginado por los expertos; pero de allí en adelante, la experiencia
histórica será tomada en cuenta para otros casos similares, si los hay. En México, entre las
hipótesis contempladas para prever los efectos de la actividad del Popocatépetl a mediados de
la década de los noventa del siglo XX, figuraba el derretimiento de sus glaciares. Por el
momento no se ha producido nada parecido a lo del Nevado del Ruiz. En casos como este la
predicción exacta sería de una utilidad enorme, pero la abrumadora mayoría de la gente
reconoce su imposibilidad. En este terreno, hasta los países y las zonas tecnológicamente más
avanzadas del planeta siguen a merced de la naturaleza. Por esa misma imprevisibilidad, en
forma metafórica se habla de “los caprichos de la naturaleza”.
Lo anterior nos permite apreciar cómo, algunas actividades capaces de anticipar
acontecimientos con enorme exactitud, como la astronomía, no necesariamente brindan una
utilidad equivalente a la humanidad. En cambio otras, mucho más necesarias, como la
meteorología, carecen de la precisión ansiada por los seres humanos. Predicción y utilidad,
entonces, no guardan una relación directa. Por lo tanto, la circunstancia de no ser capaz de
‘prever’ el futuro y, más grave aún, el reconocimiento de la ausencia de intenciones para
hacerlo, no son obstáculos para la posibilidad de admitir alguna utilidad al conocimiento
histórico.
8.3.2 – La experiencia del pasado. La imposibilidad mencionada no ha amilanado a
hombres y mujeres. Todo grupo humano y todo individuo intentan entrever el futuro buscando
insertarse adecuadamente en él, formulando previsiones o “profecías”, según la terminología
de Popper, para decidir su actuación. El intento para aprovechar lo mejor posible los sucesos
esperados, nunca ha desaparecido. Sin tener garantizado el éxito, el mejor apoyo para esta
última actividad parece ser “la experiencia adquirida en el pasado”, la cual nos proveerá de
alguna guía sobre la forma de encarar ese “incierto provenir”.
Si desentrañamos la tendencia de la evolución de la humanidad hasta este momento,
podemos proyectarla hacia el futuro y, de esa forma, avizorar la evolución de los sucesos por
venir, mientras esa tendencia permanezca en vigencia. En el ejemplo visto, la experiencia
histórica sobre lo ocurrido en Colombia, permitió prever otras posibilidades a los
vulcanólogos mexicanos, las cuales tal vez no hubieran sido consideradas de no haber ocurrido
la tragedia colombiana. Conocer aquello permitió elaborar un rumbo de acción más adecuado
para otros casos similares.
En casi todas las actividades humanas conocidas suele, o solía, valorarse positivamente
la experiencia personal; se estima, o estimaba, de mucha importancia para el afinamiento de
nuestra capacidad de discriminación de matices, para la emisión de juicios, para la adopción
del mayor porcentaje posible de decisiones eficaces y para la adquisición de destrezas. Aunque
“ninguna persona sensata supondrá que la experiencia recogida a través de los años le
permitirá predecir el futuro con precisión matemática”,392 mujeres y hombres suelen identificar
esa característica con una mayor capacidad para precaverse acerca de los sucesos futuros. Si

391
En cualquier periódico diario del 15 de noviembre de 1985 y días subsiguientes se encuentran relatos y
explicaciones acerca del suceso
392
Arnold TOYNBEE. Op. Cit., página 11. También los entrecomillados precedentes en la página anterior.
270

bien reconocemos la imposibilidad de anticipar la acción de otro ser humano ante un estímulo
concreto, aun teniendo un conocimiento amplio del mismo, también asociamos ese
conocimiento a la posibilidad de alcanzar un alto porcentaje de aciertos al profetizar su
conducta general y sus actitudes. Esto se produce también, y quizá con mayor porcentaje de
aciertos, cuando pasamos del nivel individual al social.

Previsión y planeamiento son atributos inherentes a la civilización y casi


podríamos decir que son sinónimos de ella. Por otra parte, al mirar hacia el
futuro e intentar planificar nuestra existencia, solamente la experiencia
adquirida en el pasado nos permitirá distinguir algo de luz en el incierto
porvenir, y lo que llamamos experiencia del pasado no es otra cosa que una
definición de la historia.393

Aunque para un período de cambios tan profundos y acelerados como los vividos
desde el inicio de la Revolución Industrial, esta cita quizá debería ser atenuada y relativizada;
todavía, tanto en lo concerniente a actividades privadas como en la vida pública, mucha gente
sigue considerando la experiencia en forma positiva. Ante una intervención quirúrgica por
ejemplo, los seres humanos suelen preferir un cirujano con experiencia a uno recién egresado
de la facultad de medicina, a pesar de suponer al último en posesión de los conocimientos
librescos y teóricos más modernos y avanzados. En otras actividades sucede exactamente lo
mismo. Las ofertas de trabajo suelen exigir “experiencia” entre las condiciones para su
otorgamiento. Si la experiencia puede ser importante en el nivel individual, no tiene por qué
serlo menos en el social, por eso, el mismo Toynbee dice:

Toda vez que se habla de ‘historia’, creemos hacer referencia al conjunto de


experiencias vividas por el género humano (...) En la vida privada, al igual
que en las esferas públicas, se considera la experiencia como artículo de
gran importancia, ya que contribuye a mejorar nuestro juicio y nos permite
discriminar con mayor sensatez, así como llegar a las mejores
decisiones...394

Como ya hemos sostenido, las posibilidades de previsión sobre acontecimientos


humanos, tanto en lo individual como en lo social, están en relación inversa con el tiempo para
el cual hayan sido formuladas.395 En la mayor parte de los casos, no nos equivocamos acerca
de nuestra actuación y la de otras personas en el día. También es alto el porcentaje de aciertos
para las actividades de los próximos días; pero a partir de la próxima semana esa proporción
comienza a disminuir. Una profecía humana para dentro de cincuenta años tiene bajísimas
posibilidades de cumplirse. De allí el asombro causado por Tocqueville cuando, a mediados
del siglo XIX, vaticinó al Imperio Ruso y a los Estados Unidos de Norte América la
importancia internacional a la cual llegaron en la segunda mitad del siglo XX. Lo
materializado fueron únicamente partes de su análisis. La admiración se despertó sólo por
haber acertado al señalar las potencias dominantes del siglo siguiente, sin mayores precisiones
cronológicas. Por ejemplo, el Imperio ruso, como tal, desapareció sin haber llegado nunca a la
posición anunciada por el autor; pero se toma a su sucesora, la Unión Soviética, como si fuera
lo mismo. Nadie pudo prever la necesidad de la enorme transformación ocurrida antes del

393
Arnold TOYNBEE. Op. Cit., pẚgina 10.
394
Ibidem.
395
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. La naturaleza del conocimiento histórico. Página 270.
271

cumplimiento de su profecía. Aunque muchos pudieron haber previsto la industrialización del


Imperio, difícilmente alguien podía vaticinar las características distintivas de ese proceso, las
cuales facilitarían su derrocamiento.
Todo gobierno intenta ver con anticipación el futuro cercano y actuar para impulsar u
obstaculizar aquello previsto, procurando conducir el proceso hacia ciertas metas deseadas. De
la misma manera actúan las grandes empresas con respecto a sus actividades productivas y
comerciales. La mercadotecnia busca saber de antemano las posibilidades de éxito de un
producto o un negocio. Casi todo conglomerado humano con un mínimo de organización se
comporta en forma parecida. El desarrollo de disciplinas como la sociología, la economía y
algunas otras, ha sido impulsado por esa meta. Los partidos políticos y los candidatos a cargos
de gobierno anuncian acciones a llevar a cabo en caso de ocupar los puestos por los cuales
contienden. En algunas ocasiones las cumplen.
En toda actividad humana encontraremos este afán por conocer el futuro para adecuar
la acción presente, dentro de los márgenes tolerados por la realidad, de acuerdo con los fines
perseguidos, en parte, en función de la perspectiva mantenida. Para el mismo fin, muchas
veces se recurre a actividades consideradas éticamente negativas o ilegítimas, como el
espionaje, el soborno, la delación, la tortura, etc.
Lo anterior se refiere a un futuro inmediato; pero en gran medida, la previsión no de
acontecimientos puntuales, sino de una evolución general de la sociedad es posible con un
buen conocimiento de pasados similares.
Un ejemplo: el siglo XIX terminó con el dominio completo del liberalismo en el
gobierno de la mayor parte de los países europeos, en Estados Unidos y en la enorme mayoría
de los países latinoamericanos. Esa experiencia finalizó con la crisis estructural de 1929 y
entre dos guerras mundiales. A fines del siglo XX, una nueva ola liberal volvió a difundirse en
todo el mundo, llegando hasta 2008, donde se inició la crisis todavía no superada en 2015.
¿Debemos esperar otra guerra mundial para superarla? ¿No pudimos prever un resultado ya
conocido?
Segundo ejemplo: cuando en los años setenta y ochenta del siglo XX, empezó a
difundirse la necesidad de “adelgazar” el Estado, de privatizar todas sus empresas y muchas
otras actividades. Eric J. Hobsbawm ya había publicado dos libros 396 donde mostraba, con
claridad, casos en los cuales la renuncia de los Estados a sus funciones, en particular la de
mantener la seguridad, provocaban su apoderamiento por grupos particulares de la sociedad.
Normalmente, esos grupos imponían “su orden” y cobraban por esa función. Defendían “sus
intereses”, no los del total de la sociedad, como se supondría debiera hacerlo el Estado.
Esos dos ejemplos no son excepcionales, pero son paradigmáticos. Hay dos
posibilidades, o bien los gobernantes dejaron de leer Historia e interesarse por lo ocurrido en
otras partes, o sus ambiciones económicas los condujeron a no querer ver, o dejar de lado los
ejemplos ofrecidos por uno de los más importantes historiadores del siglo XX.
Lo anterior podría avalar un dicho popular: ‘Quien no conoce la Historia está
condenado a repetirla’. Si así fuera, en esos gobiernos, es un buen motivo para intentar apartar
a la población, desde su infancia, del estudio serio del pasado humano.
8.4 – LOS USOS OFICIALES. Los gobiernos y los sectores dominantes han
concebido utilizaciones de la historia en beneficio propio, con las cuales, la mayor parte de los

396
Studies in Archaic Forms of Social Movement in the 19th and 20ta Centuries. 1959. Traducido y publicado
en español como Rebeldes Primitivos, Crítica, Barcelona, 2001 y Bandits, 1969. En español Bandidos, Ariel,
Barcelona, 1976.
272

historiadores de los últimos tres siglos, como mínimo, no han debido estar de acuerdo. Antes
de esa época, el problema era más grave, casi todos los considerados historiadores hacían
“Historia oficial”. Lo corriente era elaborar versiones del proceso histórico desde una
perspectiva oficialista, desde el punto de vista de los sectores privilegiados. Aquellos
encargados de “darle forma” al pasado, cortesanos de segundo rango, solían hacerlo buscando
halagar a quienes detentaban el poder. Benedetto Croce llega a caracterizarlos como:
“literatuelo (...) adulador de los poderosos del día...”.397
A partir del siglo XVIII esa situación se modifica. Otra clase social aspira a gobernar.
Con la Ilustración; la escritura de la Historia comienza a hacerse desde perspectivas diferentes
a las oficiales y, con mucha frecuencia, en oposición a ellas. El ascenso de la burguesía, en
medio de una sociedad nobiliaria, genera contradicciones con abundantes repercusiones en el
conocimiento histórico. La guerra ya no será solamente tarea de los guerreros; desde tiempo
atrás también lo iba siendo crecientemente de quienes la financiaban.
A pesar del cambio en la consideración de la materia por parte de quienes la cultivan,
el poder se reservó ciertos cotos cerrados. En las instituciones de enseñanza elemental y
secundaria, los gobiernos se han preocupado por implementar el adoctrinamiento a través de
una deformación bastarda del conocimiento histórico, estrechamente ligada al civismo, por lo
cual hay quienes la designan “historia cívica”. Varios ingredientes deforman y supeditan ese
tipo de “conocimiento histórico”.398 Un condicionante parece ser de carácter natural. Proviene
de las necesidades didácticas.
Estudios sicológicos recomiendan no ofrecer a la niñez de temprana edad contenidos
con alto nivel de complejidad. Cuando no los pueden abarcar comprensivamente, su abordaje
les provoca angustia. De allí se deriva la necesidad de presentar los temas en forma sencilla y
clara. Esto debe conducir a la utilización de esquemas y recursos didácticos tendientes a
simplificar y, consecuentemente, facilitar la comprensión de los objetos de análisis y/o
estudio.
El problema comienza cuando, para lograr esos fines se cae en la trampa de la
enseñanza de la historia en blanco y negro, en forma maniquea, en la introducción de una
ética: los buenos y los malos. La mayor parte de los textos y docentes no logran evitar esa
celada y suelen incurrir en situaciones penosas para la disciplina. Todo esquema falsea los
procesos representados; los más adecuados intentan desvirtuar lo mínimo posible la realidad a
explicar, sin descuidar las necesidades didácticas. Lamentablemente, no suelen ser los más
abundantes, quizá porque también existen otras motivaciones, además de las pedagógicas, para
plantear el asunto de esa manera. La esquematización y simplificación de los temas no implica
necesariamente ocultar su diversidad y complejidad, sus matices, sus distintos tonos de gris. Si
los jóvenes, especialmente los de secundaria, necesitan esquemas para poder asimilar y
entender cabalmente los asuntos, a fin de relacionarse y manejarse con ellos sin angustia, eso
no significa ofrecerles simplificaciones ridículas imposibles de creer. Son adolescentes, no
estúpidos.
Con esa degradación de la disciplina, sumada al aburrimiento absurdo de repetir fechas
y nombres, se logra, a la postre, alejar a los jóvenes del conocimiento histórico, casi siempre
en forma definitiva. Sin embargo, a juzgar por las apariencias, la mayor parte de los
encargados de la enseñanza de estos estudios parecen no compartir este criterio. Aunque tal

397
La historia como hazaña de la libertad. FCE. México, segunda edición, segunda reimpresión, 1979. P. 39.
398 La ponemos entre comillas, porque no puede llamarse propiamente de esa manera. Es ideología. Se utiliza el
conocimiento histórico para “probar” ciertas ideas preconcebidas, descabelladas o sin sustento.
273

vez en forma no totalmente consciente, no se puede descartar la posibilidad de cierta


intencionalidad para lograr aquel alejamiento.
8.4.1 – La Historia cívica o de bronce. A los efectos de promover el amor a la patria
y la adhesión a las instituciones, muchas veces, mezclado hasta la confusión con el régimen
vigente y el gobierno en ejercicio, a “la Historia” se le encomienda proveer paradigmas de
vidas heroicas o virtuosas para fungir de guía y ejemplo en el desarrollo futuro de los
educandos. Se intenta proyectar los valores sustentados por los grupos dominantes a través del
saber histórico. Se presenta una visión del pasado grata a las instancias oficiales, muy a
menudo en apoyo del sistema político, económico y social imperante en ese momento. La
finalidad es reproducir la cultura proyectada por los sectores hegemónicos. Podríamos
designarlo como un uso conservador, aunque el término es equívoco para este caso, por cuanto
la burguesía, grupo dominante en un alto porcentaje de los países del mundo durante los
últimos doscientos años, ha sido la responsable de la mayor parte de las revoluciones
producidas en los últimos cuatro siglos y ha provocado e impulsado las transformaciones
culturales más profundas y espectaculares conocidas por el planeta desde el fin de la Edad
Media.

Las historias nacionales “oficiales” suelen colaborar a mantener el sistema


de poder establecido y manejarse como instrumentos ideológicos que
justifican la estructura de dominación imperante.399

En oposición a la versión de los grupos dominantes, aquellos sectores descontentos con


la situación reinante, o bien aquellos partidos políticos ansiosos por modificar el régimen,
buscan presentar el pasado con tintes diferentes a los anteriores, a veces simples matices, para
utilizar la materia como elemento revulsivo. Se busca mostrar a la población las aristas oscuras
de lo establecido en el presente, con la finalidad de movilizarla hacia un cambio favorable a
sus ideas e intereses. El mismo autor también agrega:

...muchas historias de minorías oprimidas han servido también para alentar


su conciencia de identidad frente a los otros y mantener vivos sus anhelos
libertarios400.

De todas maneras, los canales, por medio de los cuales estos últimos difunden su
versión, suelen ser infinitamente menos efectivos a los de la educación formal, en sus niveles
primario y secundario, casi siempre dominada por los primeros. Desde el punto de vista
sostenido aquí, todas ellas son utilizaciones ideológicas de la disciplina, absolutamente
inaceptables para los historiadores. Estas dos maneras de darle forma al pasado suelen tener en
común la costumbre de forzar y deformar el conocimiento histórico con fines políticos y
sociales, ya sea para conservar lo existente unos o cambiarlo los otros. Ambos pueden intentar
cambiarlo pero en diferentes direcciones. Su finalidad prioritaria es el poder político, no la
verdad histórica.
Lo anterior no significa afirmar la posibilidad de imparcialidad para quienes investigan
el pasado despojados de esas finalidades espurias. Ya lo hemos visto en el capítulo tercero,
nadie se ha criado en el vacío total. Todos hemos sido formados por una sociedad y hemos

399
Luis VILLORO. “El sentido de la Historia”, en Historia ¿para qué?, compilación de diez artículos de
diversos autores. Siglo XXI, segunda edición, México, 1981. Página 45.
400
Luis VILLORO, ibídem.
274

adquirido, sin saberlo, enorme cantidad de valores, prejuicios e ideas sobre el mundo, portadas
por esa cultura desde antes, en ocasiones, desde muchos siglos atrás. Aunque no lo queramos,
ese bagaje opera sobre nuestras “ideas”, por eso los procedimientos para “darle forma” a un
mismo pasado pueden ser muy variados. También los resultados. Muchos de ellos juegan un
papel importante desde el punto de vista de ciertas finalidades, perseguidas por quienes las
alientan. Hay quien otorga a esta tarea una dimensión bastante valiosa, como por ejemplo en el
siguiente pasaje:

No se edifica un futuro a la medida de imperio alguno si no se inventa


un pasado que incluso la víctima que se trata de “liberar” haga suyo y sienta
como odioso. Inglaterra se volvió el modelo de la democracia, el Estado de
derecho y el respeto al aborigen. El indigenismo, la doctrina que nos
recetaron quienes –lo señaló Vasconcelos– aniquilaron a sus indígenas.401

Quienes intentaron exterminar a los nativos de las tierras conquistadas en este


continente, quienes los utilizaron para sus fines más inconfesables, quienes no querían ningún
contacto con ellos por un racismo irracional, difundieron “leyendas” sobre las conquistas de
otros países rivales, resaltando los aspectos más crueles.
Sin embargo, es necesario diferenciar dos utilizaciones sustancialmente diferentes. Por
una parte, existe el problema señalado por Handlin, de acuerdo con el cual hay quienes van a
la historia a buscar ejemplos para “probar” preexistentes convicciones personales. Nada
encontrado en su investigación los hará cambiar sus ideas. En esta categoría se igualan las
historias nacionalistas, las falsedades ideadas por el ejército alemán en 1919, la historia cívica,
de bronce y todos los intentos de poner conscientemente la disciplina al servicio de ideologías
o intereses particulares. Pero si una persona quiere investigar el pasado para encontrar
respuestas a problemas actuales, estando dispuesto a aceptar lo encontrado aunque no coincida
con sus hipótesis e ideas anticipatorias, de todas maneras debe escoger un marco teórico, debe
poner en juego sus convicciones personales, debe tener un punto de vista, alguna base sobre la
cual edificar. De otra manera, sería inexplicable su interés en el asunto. Deliberadamente o sin
darse cuenta del alcance de sus pensamientos, proyecta cierta escala de valores, ideas sobre lo
importante y lo no importante dentro de aquello indagado, sobre la relevancia de los diversos
niveles de análisis, lo cual llevará a diferentes investigadores, a establecer relaciones causales
distintas, por tanto, también a diversas explicaciones.
Una de las enseñanzas más importantes de los estudios históricos consiste en mostrar la
capacidad del ser humano, de cualquier cultura y de cualquier parte del planeta, para las
acciones ahora consideradas más sublimes y también para las actualmente vistas como más
bestiales y abyectas.
Como se ve, son cosas muy diferentes; pero los detractores de nuestra disciplina suelen
mezclarlas para apoyar mejor sus argumentos. “En la noche”, dijo Hegel, “todos los gatos son
pardos”, lo cual facilita la tarea de los censores. Cuanto más confuso sea el problema, más
fácil será obtener adeptos. Nos corresponde a nosotros discriminar con claridad entre ambas
formas de proceder y difundirlo, porque lamentablemente, aunque no tienen la misma seriedad
y jerarquía cognoscitiva, ambas se designan con el mismo vocablo y suelen ser vistas como
partes de lo mismo. Esta situación ha permitido escribir cosas como la siguiente:

401
Carlos CASTILLO PERAZA. “Una orilla fatal”, en la revista Proceso Nº 1021 del 27 de mayo de 1996. P. 59.
275

La Historia es el producto más peligroso que haya elaborado la


química del intelecto. Sus propiedades son muy conocidas. Hace soñar,
embriaga a los pueblos, engendra en ellos falsos recuerdos, exagera sus
reflejos, mantiene sus viejas llagas, los atormenta en el reposo, los conduce
al delirio de grandezas o al de persecuciones, y vuelve a las naciones
amargas, soberbias, insoportables y vanas.
La historia justifica lo que quiere. No enseña rigurosamente nada,
porque contiene todo y da ejemplos de todo.402

Carlos Pereyra, situándose en el terreno de los legítimos estudios históricos, reconoce


estos dos extremos, entre los cuales se ubica toda la gama de posibles utilizaciones legítimas
de la disciplina, y los caracteriza, con toda crudeza:

…como uno de los instrumentos de mayor eficacia para crear las


condiciones ideológico-culturales que facilitan el mantenimiento de las
relaciones de dominación, [por eso mismo, desde una posición militante
prescribe como] …tarea de la investigación histórica recuperar el movimiento
global de la sociedad, producir conocimientos que pongan en crisis las
versiones ritualizadas del pasado y enriquecer el campo temático
incorporando las cuestiones suscitadas desde la perspectiva ideológica del
bloque social dominado.403

8.4.2 – El nacionalismo. Por la tremenda influencia desarrollada en los últimos dos


siglos, es imposible soslayar una variante con representantes en ambos extremos: oficialista y
opositor. Materializada en diversos momentos en las obras generadas por autores
nacionalistas.
La Historia nacionalista no siempre puede ser incluida dentro de la Historia oficial,
porque en muchas oportunidades, particularmente en sus orígenes, creció en oposición a las
instancias gubernamentales, pero su finalidad siempre fue consolidar una conciencia para
permitir identificar a la nación con una entidad estatal independiente, dando legitimidad a
grupos aspirantes al control económico y, por lo mismo, político y social.
Ideología surgida entre pequeñas minorías intelectuales, del seno irracionalista del
romanticismo, fue expandiéndose a lo largo del siglo XIX para llegar a su apogeo en la
primera mitad del XX. Si por un lado estimuló el estudio de nuestra disciplina, con su
insistencia en el pasado, en los recuerdos, en las experiencias vividas colectivamente, en la
formación del idioma, etc., por otro lado exacerbó la tendencia a la deformación, al intentar
alcanzar objetivos extraños a la disciplina. Muchos autores sostienen la existencia de una
deuda de la Historia con esa ideología, por el estímulo infundido a su cultivo. Incluso Villoro
en forma bastante ambigua sostiene:

La historia ha sido, de hecho, después del mito, una de las formas culturales
que más se han utilizado para justificar instituciones, creencias y propósitos
comunitarios que prestan cohesión a grupos, clases, nacionalidades,
imperios (...) Ninguna actividad intelectual ha logrado mejor que la historia
dar conciencia de la propia identidad a una comunidad.404

402
Paul VALÉRY. Miradas sobre el mundo actual. Losada, Buenos Aires, 1945. Página 37.
403
En Carlos PEREYRA et. al. Historia ¿para qué? Siglo XXI, México, segunda edición, 1981. Págs. 23 y 24.
404
Luis VILLORO. “El sentido de la Historia” en Historia ¿para qué? Op. Cit., Página 44.
276

No aceptamos tal deuda. Aunque es verdadero el aumento enorme del interés


generalizado en la materia, de los individuos dedicados a su investigación y difusión, aunque
la disciplina se independizó e ingresó en los planes de estudio de todas las instituciones de
enseñanza primaria y media y en muchas de educación superior, lo hizo a costa de supeditarse
a propósitos ajenos a sus propios objetivos. Cuando se ha querido utilizar la Historia en
beneficio de alguna intención ajena a sus propias finalidades, se la ha degradado como
conocimiento y se ha traicionado una de sus principales metas si no la principal: la búsqueda
de la verdad.
Las intenciones suelen ser de algunos grupos, no de la totalidad de la sociedad; siempre
surgen en defensa de intereses sectoriales. Luis González cita un elocuente pasaje de Stefan
Zweig sin identificación de fuente:

Antes aún de que pudiéramos contemplar bien el mundo se nos


pusieron unos lentes para que pudiéramos contemplar bien el mundo no con
una mirada ingenua y humana, sino desde el ángulo del interés nacional (ver)
que nuestra patria, en el curso de la historia, tuvo siempre razón, y pase lo
que pase, en adelante siempre la seguirá teniendo. 405

Este estado de cosas generó problemas de difícil solución entre las poblaciones de
muchos países limítrofes. Combinada con el culto a los héroes dio lugar a lo llamado por el
mismo Luis González “historia de bronce”, y también podría llamarse “historia de mármol”,
porque ambas designaciones aluden a monumentos levantados en honor de los “grandes
hombres” quienes “hicieron y moldearon” la patria, la nacionalidad, el país, en fin, todo lo que
somos. Consciente o inconscientemente, esta forma de utilizar la Historia infiltra
subrepticiamente la creencia en el peso decisivo de ciertos individuos excepcionales, o ciertas
minorías iluminadas, sobre la marcha de los procesos sociales.
Otra dificultad, generada por esta manera de encarar la investigación del pasado
humano, consiste en descalificar de antemano cualquier versión “ofensiva” para la memoria de
los héroes consagrados por quienes relataron ese pasado, es decir, por la Historia enseñada por
ellos. La “ofensa” se produce de acuerdo con la peculiar acepción del verbo “ofender”
manejada por esos grupos, los cuales, aunque numéricamente minoritarios, generalmente
cuentan con gran poder para difundir ampliamente sus ideas, creencias, convicciones e
intereses, sobre todo.
Ilustrativo de lo dicho fue, hace unos años, la puesta en escena de una obra teatral
acerca del martirio de José María Morelos y Pavón en la UNAM. Se centraba en el
descubrimiento, por parte del autor, de las actas levantadas con motivo de la tortura a la cual
fue sometido el héroe. Para algunos sectores influyentes no era admisible la reacción de un
padre de la patria frente a la tortura, como lo hacen normalmente casi todos los mortales.406
También en ese trance, el héroe debía conservar su característica de prócer: Ser superior.
La campaña de prensa y la oleada de indignación levantada por las “buenas
conciencias” provocaron la suspensión de su exhibición en público. En respuesta, se hicieron
notar otros grupos de intelectuales, también con poder de difusión a través de la prensa,
cuando censuraron la medida y alertaron sobre el ataque a la “libertad de expresión”.

405
Luis GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ. Nueva invitación a la microhistoria. Sep/80-FCE. México, 1982. Página
11.
406
El “casi” es por si algún torturado reaccionó de otra manera y no lo sabemos.
277

Salomónicamente, buscando satisfacer a tirios y troyanos, la obra se estrenó en el mes


de diciembre a pocos días de las vacaciones. Se exhibió por muy corto tiempo; se retiró de
cartel por las fiestas de Navidad y fin de año y no se volvió a exhibir. Aunque ninguna de
ambas partes quedó satisfecha, se logró quitar el tema de las primeras planas y dejar al tiempo
hacer su trabajo de erosión de la memoria. Los amantes de la Historia tampoco pudieron
quedar conformes: ocultar la verdad es falsearla.
8.4.3 – Un ejemplo famoso. Sobre utilizaciones bastardas de nuestra disciplina, quizá
pocos ejemplos tan elocuentes como el ofrecido por el ejército alemán al final de la Primera
Guerra Mundial, iniciada en 1914. El alto mando del ejército germano, en 1918, frente a la
posibilidad de una derrota desastrosa, conminó al gobierno a firmar la paz a cualquier precio.
Los aliados se negaban a entablar tratativas con el emperador y/o el ejército.
Para poder sentarse a dialogar, debió irse el emperador y formarse un gobierno de
emergencia integrado con civiles, cuya conducción recayó en los socialistas. Los aliados solo
aceptaban la rendición incondicional. Al ser aceptada por el gobierno alemán, pudieron
elaborar con tiempo las condiciones de la paz, cuando ya no había peligro de hostilidades; esas
condiciones fueron duras para los vencidos.
El gobierno socialista alemán percibió esa paz como humillante y no deseaba firmarla.
Buscando alternativas consultó al alto mando del ejército. Los militares afirmaron
categóricamente la imposibilidad del menor esfuerzo bélico y amenazaron con renunciar si no
se firmaba la paz de inmediato, pues el ejército ya no podría evitar la invasión del territorio
alemán.407
A pesar de eso, aprovechando el secreto y la circunstancia de haber sido firmada por un
gobierno socialista, con un primer ministro de origen judío, difundieron la versión conocida
como “la puñalada por la espalda”. Confluían en ella fobias y prejuicios, nuevos y ancestrales.
Según esta versión, las fuerzas armadas alemanas se aprestaban a una gran ofensiva para
aniquilar a sus enemigos. Empeñadas en esa empresa, no repararon en su retaguardia, donde la
conspiración de una coalición de marxistas y judíos les asestó una “puñalada por la espalda”,
al firmar un tratado de paz ignominioso, del cual derivaron muchos males posteriores.
Para difundir la falsa versión, el mismo ejército, antes de reducirse a las dimensiones
establecidas por esos Tratados de Versalles, envió miembros con cualidades oratorias a centros
de enseñanza, colectividades de todo tipo cubriendo la totalidad del territorio alemán. Varios
partidos, entre los cuales se contaba el Nacional Socialista, recogieron con entusiasmo la
versión, casi la única conocida hasta después de 1945. Fue una interpretación histórica no
convalidada por la documentación existente, pero impuesta por la fuerza de una propaganda,
no desmentida por muchos de sus enemigos, los cuales también tenían interés en mantenerla.408
Ya en el poder los nazis, se aplicó al pie de la letra la frase de Josefh Goebbels,
ministro de propaganda del Tercer Reich, según la cual “una mentira repetida cien veces se
convierte en una verdad”. Contradecirla dentro de Alemania debió ser traición a la patria,
delito grave en contra de la nación alemana.
La particularidad de insertarse en tendencias ideológicas colectivas, con diversa
antigüedad, aumentó la eficacia de esa falsa versión. Por una parte, aprovechaba el muy
tradicional antijudaísmo, generalizado para casi toda la Europa cristiana. Por otro lado, se
beneficiaba de medio siglo de propaganda anti-socialista y anti-obrera por parte de los grandes

407
Marc FERRO. La gran guerra 1914/1918. Alianza, Madrid, 1969. Páginas 372 a 379.
408
Ibid, Eugene DAVIDSON. Cómo surgió Adolfo Hitler. FCE, México, 1981. Capítulo IV y William L.
SHIRER Auge y caída del III Reich. Luis de Caralt, Barcelona, 1962. Página 43 y sigs.
278

empresarios alemanes, en un momento de avance del prestigio de los movimientos populares


por, presuntamente, haberse opuesto a la guerra antes de 1914.
Todas estas utilizaciones y otras más del mismo tipo, buscan adjudicarle a la Historia
finalidades ajenas a sus objetivos; así la deforman, la degradan y la apartan de sus fines.
Muchos autores considerados “historiadores” llegan incluso a declararlo teóricamente. Un
ejemplo entre muchísimos: en el prólogo a una obra de Justo Pastor Benítez, se buscan apoyos
invocando al “eminente historiador” Prevost Paradol cuando escribió: “la historia no tiene
razón de ser si no enseña la justicia”. También se apoya en la afirmación de Gonzaga Truc,
“publicista de la moderna ciencia francesa”, según la cual: “los hechos se deben interpretar de
acuerdo con el sentimiento moderno”. Con una cuota alta de incongruencia, todo esto permite
al autor concluir:

...el verdadero historiador, enemigo de todo lo que significa mezquindad del


pensamiento, no iría seguramente a investigar la verdad en las contingencias
que constituyen los hechos mismos. La crítica inteligente debe señalar
detrás de los acontecimientos inmediatos, las verdaderas causas, única
manera de apreciar los hechos y hallar la razón de ser de los mismos.409

Con lo cual podrían estar parcialmente de acuerdo muchos historiadores actuales,


aunque difícilmente aceptarían las premisas sobre las cuales pretende basarse.
8.4.4 – Maestra de la vida. Todos esos escritores y pensadores, con diferentes puntos
de vista, se unen en una creencia: ‘no es posible justificar la disciplina si no enseña “algo”’
pero algo más del simple conocimiento de lo ocurrido a los seres humanos, algo como la
moraleja al final de cierto tipo de fábulas. Para justificar estas utilizaciones, se suele invocar
una frase de Cicerón, según la cual, “la historia es maestra de la vida”. La fama de esa oración
se deriva de una errónea interpretación, al haber sido sacada del contexto original en el cual
cobraba un sentido diferente.410 Si verdaderamente se considera maestra de la vida, no puede
ser por ponerse al servicio de ideologías cuya efímera vida ella misma ha puesto de
manifiesto. Aunque así no fuera, en los tiempos actuales se debería considerar ridículo y
contradictorio admitir semejantes manejos del conocimiento histórico para intentar su
justificación. Sin embargo, el mismo Luis González y González, ya citado, agrega luego:

Con todo, ningún detractor de la historia de bronce, pragmática, edificante y


nacionalista ha propuesto la supresión de tal espécimen de los planes de
estudio; nadie ha refutado la validez de acarrear al presente valores del
pasado, sino el modo de hacerlo en la enseñanza pública, supeditado al
nacionalismo y a manera de desfile de héroes, villanos y batallas.411

409
Juan S. CHAPARRO. Prólogo a. La causa nacional. Ensayo sobre los antecedentes de la Guerra del
Paraguay. Imprenta y librería La Mundial, Asunción, 1919. Página 5.
410
La frase aparece en medio de los Diálogos del orador donde Cicerón analizaba la significación de la oratoria,
sin pretender definir ni caracterizar la historia en ningún momento. Decía así: ‘La historia misma, testigo de
los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, mensajera de la antigüedad. ¿con qué
otra voz sino con la del orador se dirige a la inmortalidad?’ En el mismo discurso, hablando de la oratoria dice:
‘…os hablaré con algo que está fundado en la mentira, que nunca llega a ser ciencia y que se aumenta con las
opiniones y errores de los hombres.’ Ver Jorge Luis CASSANI y A. J. PÉREZ AMUCHÁSTEGUI. Del
‘Epos’ a la historia científica.Abaco, Buenos Aires, quinta edición revisada y aumentada, 1980. Página 94 y
la traducción de una parte del discurso en Josefina Zoraida VÁZQUEZ. Historia de la historiografía. Ateneo,
México, segunda edición, 1980. Página 33.
411
Luis GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ. Nueva invitación a la microhistoria. Op. Cit. Página 12.
279

Continúa invocando en apoyo de su posición fragmentos de Stefan Sweig y Paul


Valéry, relativos a la urgencia de transformar la enseñanza de la historia para eliminar los
héroes, las guerras, la política y dedicarla a las conquistas de la civilización. Parece no notar la
contradicción con su discurso anterior y la censura implícita a la historia de bronce, cuando
concluye: “A la pregunta ¿debe seguir enseñándose la historia magistra vitae? suele dársele
como respuesta un sí rotundo, que no sin peros” 412 . Infiltrando, de esta manera, la
identificación entre la expresión “maestra de la vida” con la historia de bronce, lo cual acentúa
la confusión en torno a estos dos conceptos.
También Enrique Krauze, en una publicación reciente, cree “que la historia puede ser
maestra de la vida, mover a la emulación y cultivar una actitud” patriótica. Se siente deudor
inconfeso, “junto con su generación”:

...de esa forma [el culto a los héroes] de interpretar la historia [porque] una
actitud saludable frente al pasado no supone la desaparición de los héroes
sino su apreciación ponderada. [Por eso da la bienvenida a] los héroes de
carne y hueso.

Algo contradictorio, porque cuando empiezan a ponerse pesas en el otro platillo de la


balanza, de inmediato se va agotando la aureola de perfección y magnificencia propia de los
héroes de bronce. Quizá esa sea una función mucho más importante del verdadero
conocimiento histórico: mostrar la naturaleza humana de los héroes, enseñar las
condicionantes para llegar donde llegaron, no fueron más que eso: hombres iguales a los
demás, a los cuales ciertas circunstancias colocaron en determinadas situaciones y les dieron
más visibilidad o una pátina brillante, lo cual no los inmunizaba contra muchas facetas de su
personalidad menos publicitadas, por no ser consideradas dignas de servir de ejemplo, de
acuerdo con determinadas escalas de valores. No es necesario ser muy perspicaz para
descubrir a esos “héroes” como productos de un contexto y un medio ambiente, donde
recibieron los estímulos necesarios para llegar a ocupar el lugar asignado por la posteridad.
Finalmente concluye sacando a luz sus obsesiones personales y confesando sus pueriles
creencias:

Es bueno que los niños aprendan a admirar y es bueno que al crecer


aprendan a discernir y criticar. De ambas vertientes resultará, no un libro de
texto único, sino algo mucho mejor: una democracia plural y retrospectiva
sobre nuestra historia.413

No creemos casual esta posición del historiador oficial de Televisa. Para él los aspectos
dramáticos y personales tienen un peso muy superior a las condiciones estructurales, masivas,
a la larga duración. Los títulos de sus obras son testimonio de su actitud con respecto al
pasado, pero por si no fuera suficiente, en una entrevista concedida con motivo de la caída del
comunismo en los países del este de Europa, declaró: “...otra lección es que los individuos
excepcionales y las elites muy reducidas son, para bien o para mal, quienes mueven el timón
de la historia”.414

412
Luis GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ. Ibidem.
413
Enrique KRAUZE. Tiempo contado. Océano, México, 1996. Páginas 197 a 200. También la cita anterior.
414
La jornada, México, domingo 6 de mayo de 1990, página 34. “Para bien o para mal”, expresión tautológica y
sin sentido, suele ser la muletilla infaltable en casi todas las declaraciones contundentes de ese autor. Un buen
280

Por ser sus patrones los dueños de los medios de información y comunicación más
influyentes de nuestra época, nos parece oportuno recordar el lema del “Ministerio de la
Verdad” imaginado por George Orwell en su novela 1984: “Quien controla el presente
controla el pasado; quien controla el pasado controla el futuro”. Algún pesimista exagerado
podría agregar: quien controla los medios de comunicación masivos, controla el presente.
Nos parece necesario deslindar los conceptos y las ideas vinculadas a la expresión
calificadora de la historia como “maestra de la vida”, de aquellos otros ligados a la locución
“historia de bronce”. Efectivamente, el estudio del pasado, como experiencia de la humanidad,
puede proveer enseñanzas importantes, siempre y cuando se acepten sus resultados, sus
conclusiones tal y como han sido formuladas desde sus propias intenciones, lo cual significa
no admitir la alteración de sus procedimientos por la necesidad de obtener resultados
preconcebidos y coincidentes con aspiraciones y metas humanas. También Villoro defiende
otra acepción legítima de la expresión:

Historia magistra vitae: no porque dicte normas o consejos edificantes,


menos aún porque dé recetas de comportamiento práctico, “maestra de la
vida” porque enseña, al través de ejemplos concretos, lo que puede ser el
hombre. 415

La historia de bronce ya supone una posición teórica subordinante respecto de la


materia, busca destacar aquello considerado “virtudes” y ocultar lo juzgado “defectos” de
ciertos individuos, como ejemplos a seguir por las generaciones venideras, eso la vuelve
dependiente de la ética, la transforma en defensora de ciertos valores sustentados por quienes
la elaboraron.
Si desde la aparición de la obra citada de Luis González y González hasta este
momento, la situación se mantiene como él informa, señalamos nuestra discrepancia. Seremos
el primer detractor, si es necesario.
Por un lado, nos parece una contradicción objetar la Historia subordinada al
nacionalismo o dedicada a hacer desfilar héroes y apoyarla como forma de traer al presente
valores del pasado. Tal vez ninguna época como la nuestra haya presenciado una seguidilla de
transformaciones culturales aceleradas hasta volverse verdaderas mutaciones a nivel universal.
Cada sociedad y cada período generan sus valores de acuerdo con el resto de los
constituyentes de su propio universo cultural. Además de estéril, es absurdo prescribir al
conocimiento histórico la función de intentar algo imposible: la resurrección de valores
obsoletos, definitivamente desaparecidos, cuya vigencia, incluso en su propia época, en
muchos casos, es de difícil contrastación empírica. Tiene todo el aspecto de ser una coartada
para difundir e imponer los propios valores, aunque sea inconscientemente. En cambio, por
otro lado, nos parece una de las mejores formas de alejar a los estudiantes y al gran público en
general de la frecuentación de nuestra disciplina. El conocimiento histórico puede servir para
muchas finalidades, pero solo a condición de no ponerse al servicio de ninguna de ellas. Tiene
sus propios fines y no debe desviarse un ápice de ellos, si realmente se le quiere reconocer
alguna utilidad.
¿Puede influir correctamente sobre la realidad un conocimiento falso, deformado por
motivos ajenos a la materia? Hay casos en donde la respuesta parece positiva en primera

análisis de una obra y de las metas de Krause realiza Claudio Lomnitz en un artículo publicado en Milenio Nº
37 del 11 de mayo de 1998, páginas 34 a 43 y significativamente titulado “La historia en ruinas”.
415
Historia ¿para qué? Op. Cit. Páginas 47 y 48.
281

instancia, sin embargo, a largo plazo, el propio proceso histórico cobra un alto precio por ese
proceder. El caso de la “puñalada por la espalda” es una muestra ejemplar para todo el mundo.
En los años treinta tuvo un éxito rotundo, sin embargo, posteriormente Alemania debió pagar
un precio demasiado elevado por una interpretación histórica deliberadamente falaz y errónea.
Aun no siendo deliberada la comprensión errónea inducida por una falsedad, actuar de ese
modo nos parece lo más adecuado para sumergirse en el fracaso. Como veremos más adelante,
hay muchas formas de hacer Historia y de concebirla. Cada una puede tener una utilidad
diferente, pero aquello aquí conceptualizado como CONOCIMIENTO HISTÓRICO, no
puede subordinarse a las necesidades de otra actividad humana. Antes de ninguna otra cosa, se
trata de crear un CONOCIMIENTO.
8.5 – UTILIZACIONES PARTICULARES. Aparte del tema de la posible utilidad
general del estudio del conocimiento histórico para los seres humanos, se han señalado
algunas actividades específicas para las cuales ha tenido determinada importancia, con
variados grados de provecho.
8.5.1 – El derecho. En primer lugar, lo relativo al orden jurídico. Tradicionalmente, el
origen de las normas jurídicas era la costumbre. Inclusive en muchas partes y épocas se
prescribe expresamente la solución de ciertos litigios de acuerdo con “los usos y costumbres
del lugar”. Por lo tanto, no es necesario resaltar la importancia del conocimiento histórico para
constatar el origen y la evolución de los hábitos jurídicos de los diferentes pueblos. En el
México actual, muchas comunidades indígenas reclaman como uno de sus derechos el de
regirse de acuerdo con sus tradiciones.
En el siglo XVIII, al desarrollarse el culto a la razón y el afán unificador y
homogeneizador, se atacó fuertemente la pertinencia de la costumbre como fuente del derecho,
anteponiéndole un ideal jurídico “racional” con validez universal y absoluta, a partir del cual
debían elaborarse las leyes por un procedimiento deductivo. Esa concepción derivaba el
derecho de ciertos principios, dictados por la razón a los seres humanos y postulados como
iguales en todo lugar y tiempo. La Revolución Francesa intentó aplicar este último criterio sin
excesivo éxito.
En Inglaterra, en cambio, con fuerte tradición empirista, la primacía ha sido para el
derecho consuetudinario. En el siglo XX, la mayor parte de los países han adoptado una
posición intermedia. Por un lado los parlamentos elaboran leyes, según dicen, inspirados en
ciertos principios como los de equidad, justicia, libertad, etc. Por otra parte, los jueces
encargados de aplicar esas leyes tienen poco margen de maniobra para interpretarlas
libremente, porque están obligados a tomar muy en cuenta las sentencias anteriores sobre
casos similares, lo que se llama ‘jurisprudencia’. En cualquier estudio jurídico, además de las
colecciones de leyes y decretos, también existen otras publicaciones con las sentencias
emitidas en diferentes casos a lo largo de los años. Es el reconocimiento oficial de la
importancia adquirida por las costumbres en la práctica jurídica.
Confiados en la existencia de principios universales de derecho, muchos países, al
adoptar un sistema donde prevalece el “derecho natural”, han caído en una especie de
esquizofrenia, por cuanto la ley escrita promulgada por los gobiernos establece cierta
normatividad, pero la práctica diaria, la realidad de la vida se rige por otros códigos, no
escritos a veces, pero cuya fuerza y vigencia es mucho mayor. En la primera mitad del siglo
XIX, en América Latina, la copia acrítica de sistemas y organizaciones de origen
estadounidense y de algunos países europeos, se tradujo en guerras civiles casi permanentes e
inestabilidad.
282

En este sentido es muy ilustrativo el caso relatado por la película de René Allio sobre
Pierre Rivière, basado en un proceso real ocurrido en la Francia de fines de la década de los
veinte del siglo XIX. Se aplicaba entonces un derecho elaborado por la burguesía, diferente y
enfrentado a costumbres ancestrales de los campesinos. A pesar de haber asesinado a su
madre, una hermana y un hermano, los habitantes de la región consideraban correcto lo
actuado por Pierre Rivière y protegían al prófugo no delatándolo y dejándole comida en
lugares donde solía estar o por donde acostumbraba pasar.
El derecho es una creación humana. Las leyes no las hacen seres superiores o
extraterrestres, sino hombres y mujeres con intereses, pasiones y sentimientos. Por lo general,
son aquellos más fuertes quienes imponen ciertas leyes al resto de la sociedad, para favorecer
sus intereses particulares.
Si la burguesía y los terratenientes no hubieran controlado la mayoría en el parlamento
inglés durante el siglo XVII y siguientes, ciertas leyes como la de cercamiento de los campos,
la de vagos, de prohibición a los sindicatos y otras agrupaciones obreras, no hubieran obtenido
una votación positiva, lo cual pudo haber entorpecido y quizá frustrado el proceso de la
Revolución Industrial en aquel país. Esas leyes proveían mano de obra a las nacientes fábricas,
dejaban sin su propiedad a los pequeños propietarios rurales, condenaban al trabajo fabril a los
desplazados del campo y les quitaba la única arma con la cual hubieran podido enfrentar
legalmente la fuerza económica, política y educativa de sus patrones. En un mundo con gran
cantidad de desocupados como es el inglés actual, una ley como la de vagos no tiene el menor
sentido. Las mismas clases dominantes convencieron luego a casi toda la población del
carácter “progresista” de aquel proceso. No tenemos el testimonio de las mayorías, de las
víctimas perjudicadas por esas leyes, quienes sostuvieron sobre sus hombros el crecimiento
industrial y padecieron las peores consecuencias de ese “progreso”. Legítimamente podemos
sospechar una opinión menos festiva y optimista.
Ha sido el conocimiento histórico, precisamente, el encargado de poner de manifiesto
la diversidad del derecho, de acuerdo con el horizonte cultural dentro del cual se ha ubicado
cada sociedad. Ha mostrado cómo, las formas de organizarse las mujeres y los hombres
guardan una estrecha relación con los hábitats y las evoluciones experimentadas como
conjuntos de personas interactuantes. Por esta razón, las bases más firmes para la
fundamentación del derecho, en el pasado, las ha proveído la Historia, y lo sigue haciendo en
el presente.
La oposición entre la razón y la historia es otra forma de manifestarse la tensión entre
la sustancia o permanencia y el cambio o la evolución. En nuestra época, dejando de lado las
comparaciones con los seres vivos, fuera de moda, parece indiscutible la siguiente afirmación:

...el derecho es un hecho histórico, producto del espíritu de un pueblo,


indisolublemente ligado a los demás elementos de su vida y su cultura,
formado con un proceso orgánico de desarrollo.416

A pesar de la recurrencia de movimientos jusnaturalistas y de otros tipos,


emparentados con el racionalismo, la vinculación de la historia con el derecho prácticamente
no tiene opositores en el mundo actual. La jurisprudencia moderna no tiene otra manera de
proceder sino mediante el método histórico.

416
Icilio VANNI. Filosofía del Derecho. Rosay, Lima, 1923. Página 404. Citado por Carlos RAMA. Teoría de
la historia. Tecnos, Madrid, tercera edición revisada, 1974. Página 181.
283

8.5.2 – La ética. Otra particularidad de las sociedades humanas, consiste en desarrollar


ciertas normatividades, no obligatorias desde el punto de vista legal, aunque muchas veces
más forzosas y tiranas. Son reglas pertenecientes al fuero interno de los individuos y
regulatorias de sus relaciones con los demás seres vivos. De esos ordenamientos se deriva la
moral, la cual pretende encauzar las acciones de los integrantes de la sociedad por ciertos
carriles, en un intento por evitar determinado tipo de conductas. Las dos pulsiones primarias
de hombres y mujeres, llamadas por Freud instintos de vida y de muerte, se constituyeron,
desde los orígenes, en protagonistas privilegiados de los sistemas morales.417
Tradicionalmente, también las religiones han creado una serie de preceptos para
regular las relaciones entre los fieles y entre éstos y el resto de los seres humanos. Prescriben
formas de comportamiento cuya transgresión provocará la aplicación de determinadas
penalidades, ya sea en otra vida futura o en la propia conciencia del individuo. Como suelen
derivarse de la divinidad o, como mínimo, de algún tipo de relación con la misma, deben tener
las mismas características de ésta, es decir, ser eternas e inmutables.
Finalmente, el racionalismo, con el mismo método utilizado para encarar el derecho,
siempre intentó regular la moral desde la convicción en una “esencia humana inmutable”. En
este caso, las reglas no se derivan de una divinidad sino de la naturaleza. A los efectos de
nuestro estudio es algo muy parecido a lo anterior y ambos pueden ser encarados en conjunto.
En contra de todo lo anterior, los estudios históricos han mostrado la inexistencia de
tales “reglas eternas”, han puesto al descubierto la relatividad de las normas éticas y del
derecho; ambas se adecuan al tipo de sociedad donde surgen y se vinculan estrechamente con
las necesidades del ambiente. Evolucionan con toda la sociedad.
La doctora Rosario Guerra, sostenía no haber podido encontrar un principio ético
positivo válido para todas las sociedades y todos los tiempos. Sin embargo, entendía haber
encontrado un contravalor en el cual coincidían todas las agrupaciones humanas: la traición.
No había podido encontrar sociedad donde no se condenara a los traidores. Sin embargo, ni
todas las mujeres, ni todos los hombres consideran unánimemente algunas acciones como
manifestaciones de traición. Uno de los problemas más serios vividos por muchos seres
humanos desde la antigüedad es el de las fidelidades, los desgarramientos entre la fidelidad a
amigos, hijos, cónyuges, etc. y la debida a grupos más amplios, como la polis, la patria, la
nación etc. Estos desgarramientos cobraron dramatismo en regímenes políticos como el nazi
en Alemania, cuando desde el gobierno se prescribía como traición a la patria, a la nación y al
líder, no denunciar actitudes sospechosas de los propios padres, hermanos, etc. Todavía en la
primera mitad de la década de los sesenta del siglo XX, con motivo del juicio a quienes
planeaban matarlo, Fidel Castro, en aquel entonces primer ministro de Cuba, dejó estampado
en una carta su concepción: para él, la verdadera amistad se cimentaba en la ideología común,
mezclando planos para darle preeminencia a aspectos políticos e ideológicos. Sin embargo, lo
mostrado por la experiencia es la generalización de todo lo contrario. Muchas amistades se
cimentan, y muy tenazmente, en coincidencias éticas o emocionales, a pesar de fuertes
diferencias ideológicas o partidarias. Todo depende de cual factor pese más en el ánimo del
sujeto. Un mismo individuo modifica la preeminencia de esos factores a lo largo de su vida,
así como modifica también los valores a los cuales ajusta su conducta social. En épocas de
anomia o descaecimiento de las normas y, consecuentemente, los valores vigentes hasta ese
momento, los seres humanos viven verdaderas tragedias personales, tan graves como los

417
Sigmund FREUD. El malestar en la cultura. Alianza, México, undécima edición, 1984. Páginas 60 y 61.
284

desgarramientos producidos por imposibilidad de sostener fidelidades enfrentadas entre ellas,


o quizá más. Romeo y Julieta son un ejemplo paradigmático.
8.5.3 – Vocabulario, contexto y datación. Oscar Handlin sostiene la importancia de la
disciplina por la precisión otorgada a las palabras. Para él, éstas son “evasivas”, pero el
historiador debe oficiar de intérprete para su exacta comprensión. Entender ciertas expresiones
exige saber quién y cuándo las dijo. Para eso se requiere penetrar las estructuras de
pensamiento, las maneras de sentir, las formas de trabajo de aquellos para los cuales tuvieron
cierto significado en el momento de ser emitidas. Liberadas de su tiempo por medio del
entendimiento, las palabras se elevan y comparten su mensaje con diferentes ambientes y
épocas. En forma un poco contradictoria, el autor remata el párrafo con la siguiente oración:

Una utilidad de la historia consiste en instruir en la lectura de una palabra, en


la comprensión de los que hablan o escriben, que son distintos de quien
escucha o de quien observa.418

Lo anterior no puede desligarse del contexto, el medio natural y cultural en el cual


vivieron quienes emitieron e interpretaron aquellas palabras. Tan importante es la visión del
emisor como la de los receptores; en caso de discrepancias, quizá la última lo sea más aún,
porque por su número imponen criterios y valores. Es posible desechar la intención de un
autor al emitir un mensaje, ante la comprensión del auditorio, porque finalmente éste será
quien difundirá socialmente la interpretación de aquel discurso.
Desde otro punto de vista, analizando mensajes emitidos por políticos, Héctor Campos
sostenía como función del lenguaje encubrir la verdad, no comunicarla. Para Handlin, quienes
realizaron obras, lo hicieron para ser vistas, leídas o comprendidas por los demás. Quizá la
generalización sea exagerada. Muchas creaciones son del todo inconscientes y los motivos
pueden ser múltiples y sumamente complejos. De todas maneras, se nos hace muy difícil
contradecir su discurso, pues a continuación sostiene: todo lo hecho por los hombres denota
cierto tipo de relaciones del autor con las otras personas, realizaciones y conceptos sociales de
su mundo. De allí concluye:

La identidad del remitente y del destinatario explican el contenido de una


carta, el medio de transmisión explica la idea que se está desarrollando, las
pasiones de los patrones y de los trabajadores, la organización de la fábrica.
La utilidad de la historia está en la ayuda que presta para localizar
acontecimientos no bien identificados, fenómenos y expresiones, en toda su
amplitud.419

Para poder realizar ese programa, aparentemente tan limitado, al historiador se le


exige, sin embargo, un bagaje enciclopédico de conocimientos. Si todas las manifestaciones de
una época se relacionan entre sí, quien aborda esa época no puede ser ajeno a ninguna de ellas.
Pero este punto de vista ha encontrado oposiciones fuertes dentro del gremio. Sin embargo,
observando la evolución de la profesión en el siglo XX, con una perspectiva europea y
norteamericana, por supuesto, el autor se siente optimista. La necesidad de encarar más
amplios contextos parece haber ganado la batalla, tanto entre quienes se afanan tras totalidades
como culturas, civilizaciones e, incluso, “espíritu de una época”, como entre quienes niegan al

418
Oscar HANDLIN. La verdad en la historia. FCE, México, 1982. Página 399.
419
HANDLIN. Ibidem. Página 399.
285

conocimiento histórico el carácter de disciplina particular, considerándola como un conjunto


de disciplinas vinculadas entre sí. También, quizá por prevención, a cada una de esas unidades
se les exige ver “más allá de sus propios límites”, como recomendaba también Pierre Vilar
para la confección de períodos. Muchos años antes, en su manifiesto inaugural, la corriente de
los Annales ya abogaba por lo mismo cuando defendía la “historia total”. Posiblemente, en
aquella época no haya sido expresado en mejor forma a la utilizada por Lucien Febvre:

Negociar perpetuamente nuevas alianzas entre disciplinas próximas o


lejanas; concentrar en haces sobre un mismo tema la luz de varias ciencias
heterogéneas: ésa es la tarea primordial, la más urgente y la más fecunda sin
duda, de las que se imponen a una historia que se impacienta ante las
fronteras y los comportamientos estancos.420

8.5.4 – Riesgos de la especialización. La especialización es uno de los temas


controvertidos desde los inicios de la Revolución Industrial. La tendencia ha llevado a crear
especialistas cada vez más limitados a pequeños fragmentos de las diversas ramas del saber.
En cierta medida, la evolución ha venido impuesta por el aumento descomunal de los
conocimientos; pero también ha sido aprovechada para generar técnicos con un dominio
absoluto de un pequeño campo muy especializado, al cual dedicaron su tiempo, pero no tienen
mucha idea del lugar ocupado por ese dominio dentro de la sociedad, del mundo y del mismo
conocimiento actual.
Con la aceleración de las transformaciones producida en nuestros siglos XX y XXI,
esos técnicos también se han hecho desechables, por cuanto sus habilidades suelen quedar
obsoletas frente a las nuevas tecnologías, durante el transcurso de su vida útil. Un
conocimiento más amplio del contexto en el cual se sitúa su dominio facilitaría su adaptación a
esas modificaciones, pero también podría proporcionarle una conciencia más activa, acerca de
su papel en la sociedad y su responsabilidad para con sus semejantes. Lo último no es del
agrado de las elites dirigentes, por eso intentan evitarlo. Los técnicos despojados de
pensamiento crítico son menos problemáticos y, consecuentemente, ética social y política no
son temas de su dominio.
En un planeta donde junto con la riqueza ha crecido la desigualdad social, ese tipo de
expertos son imprescindibles para garantizar la estabilidad social. Si pueden ser sustituidos
cada diez o quince años, sin ser necesario preocuparse por su situación personal, al quedar al
margen de las corrientes creativas de la vida, su formación difícilmente los conducirá a una
toma de conciencia colectiva peligrosa para lo establecido. Todas sus energías se concentran
en el intento de mantener su nivel de consumo, pero su edad les dificultará modificar sus
patrones de pensamiento.
En sus clases del Instituto Alfredo Vázquez Acevedo, quizá sin sospechar la mutación
en curso en los inicios de esa segunda mitad del siglo XX, Lincoln Machado Ribas ya
denunciaba a quienes se especializan demasiado en una pequeña actividad o conocimiento,
descuidando el contexto más general, porque, decía, “terminan por no servir ni siquiera para
aquello en lo cual se especializaron”. Quienes se dedican al Conocimiento Histórico deben
manejar diferentes dominios, pero también deben especializarse en alguna forma particular del
mismo. Otra vez Lucien Febvre aporta las expresiones precisas:

420
Lucien FEBVRE. Combates…Op. cit. página 30.
286

Ni una sola concesión al espíritu de especialidad, que es el espíritu de la


muerte (...) no, ciencias no, nada de esas combinaciones circunstanciales y
locales (...) ir recto a los problemas (...) Es así como se hará sensible a todos
la unidad del espíritu humano: esa unidad que oculta la abundante
reproducción de las pequeñas disciplinas contentas de su autonomía y
aferradas desesperadamente, también ellas, a una autarquía tan vana en el
dominio intelectual como funesta en el campo económico.421

Finalmente, para Oscar Handlin, todo lo escrito en este apartado, es posible siempre y
cuando no se pierda de vista el auxiliar de la cronología. El ajustar las interpretaciones y las
influencias a la tiranía de las fechas ha sido muy criticado por otros científicos sociales; sin
embargo, eso ha impedido a los historiadores caer en delirios cruzando tiempos y espacios
para establecer causas y consecuencias, relaciones entre elementos de épocas y culturas
diferentes. “La disciplina de las fechas desvía al historiador y lo protege contra esas peligrosas
zambullidas”422 al estilo de los antropólogos.
Aclaramos: eso de la “tiranía de las fechas”, no significa gastar la décima parte de una
neurona tratando de recordar alguna fecha precisa, o también algún nombre. Todo eso está
escrito en las cronologías a las cuales se refiere y son un auxiliar imprescindible para evitarle
pérdidas de tiempo y errores al historiador.
En un famoso artículo, Fernando Braudel atribuía otra utilidad a la disciplina.
Refiriéndose a la actitud de algunos representantes de otras ciencias sociales, les reprochaba
caer en la persecución del acontecimiento, lo mismo por lo cual fue acusado el Conocimiento
Histórico en repetidas ocasiones. Dejarse llevar por sucesos muy llamativos, muy detonantes o
brillantes, pero carentes de significación para la evolución de las sociedades. Para él, la
“perspectiva”, el “extrañamiento”, la “sorpresa”, el “alejamiento” y la “desorientación” son
poderosas armas de combate del conocimiento para sortear esos peligros.
Al tomar distancia se evita ser atrapado por el acontecimiento. Hay dos formas de
utilizar esas “armas”, una aprovecha el espacio, el conocimiento de otras realidades diferentes
a la propia. Pone el ejemplo de lo aprendido acerca de particularidades francesas, viajando a
Inglaterra. La otra utiliza el tiempo y se traslada al pasado para entender mejor rasgos
fundamentales del presente: “Frente a lo actual, el pasado igualmente es extrañamiento”.423
Esto mismo lo expresaba Pierre Vilar cuando recomendaba “levantar la cabeza”. Lucien
Febvre había sostenido algo similar:

“El Espacio es la primera coordenada. La segunda, el Tiempo. (...) En


definitiva, hablar de Espacio es hablar de geografía. Y hablar del Tiempo es
hablar de la historia. 424

Para la dimensión temporal, Walsh también recuerda la importancia atribuida por


Trevelyan a la tarea de “hacer que los hombres conozcan el carácter de su propio tiempo
viéndolo en comparación y por contraste con otros”.425

421
Lucien FEBVRE. Ibídem, páginas 160 y 161.
422
HANDLIN, Op.cit. página 399.
423
Fernando BRAUDEL. Escritos sobre la historia. FCE, México, 1991. Página 54. Otra traducción del mismo
artículo en La historia y las ciencias sociales. Alianza, Madrid, 1968. El pasaje citado, página 80.
424
Lucien FEBVRE. Op. cit. Páginas 64 y 65.
425
W. H. WALSH. Introducción a la filosofía de la historia. Siglo XXI, 9ª edición, México, 1980. Página 229.
287

8.6 – SABER Y PRÁCTICA. En el segundo capítulo tratamos la polisemia del


vocablo “historia”. Designa por una parte una realidad: el pasado humano o acontecer
histórico: el proceso histórico; por otro lado el estudio de esa realidad: el conocimiento
histórico. Muchos autores han afirmado la existencia de una influencia ejercida por el
conocimiento sobre la realidad.

...hay dos planos siempre diferenciados, el del conocimiento y el de la


acción; el plano del saber y el de la inspiración, el plano de las cosas que ya
han empezado a existir y el de la creación en formación.426

Nuestra actuación en el mundo, las decisiones tomadas y a tomar, suelen estar influidas
por nuestra formación y la percepción de nuestro pasado. No por casualidad los grupos
fascistas de Alemania sostuvieran firmemente la versión de la “puñalada por la espalda” en lo
relativo a la derrota en la Primera Guerra Mundial. Salvaba la responsabilidad de todos como
nación y, por otra parte, atacaba mecanismos no racionales incrustados en la mentalidad
colectiva del país. El pueblo alemán había sido seducido por la idea de pensarse superior.
Encuadrado totalmente en la civilización europea occidental y cristiana, la cual se
consideraba “La Civilización” por antonomasia, “se podía demostrar esa superioridad”.
Cuando “decidieron” crear música, surgieron los músicos más aclamados del mundo; cuando
“se propusieron” hacer filosofía, ocurrió algo bastante parecido, cuando se “trazaron como
meta” crear una industria, rápidamente creyeron haberse constituido en la primera potencia
industrial del mundo. En todos los ámbitos dentro de los cuales invirtieron sus energías
creativas habían sobrepasado rápidamente a las demás naciones. En ese contexto, la
humillación impuesta por la derrota en la guerra venía a asestar un golpe demoledor a una
convicción autocomplaciente de la mentalidad alemana. Se anulaban los efectos de la anterior
imposición sobre Francia, en 1870.
La versión del ejército y los grupos nacionalistas daba una explicación de la debacle
para salvar el orgullo nacional y la idea de superioridad. No habían fracasado por ser inferiores
a sus adversarios, sino por la traición de grupos infiltrados en sus propias filas.
Esa versión otorgaba un valor totalmente diferente al ejército alemán, a los políticos
civiles, a los socialistas e, incluso, a los judíos. De esa manera se condicionaban ciertas ideas
en la gente y, por lo tanto, ciertas actitudes ante el mundo dentro del cual les tocó vivir. Lo
mismo suele ocurrir a todos los hombres y las mujeres, en los más variados ámbitos de la vida
en los cuales deben tomar decisiones de todo tipo.
Por otra parte, también influye en los humanos el pasado cultural dentro del cual se han
formado. Al respecto Benedetto Croce nos dice: “Somos producto del pasado, y estamos
viviendo sumergidos en lo pasado, que por todas partes nos oprime”.427 Difícilmente se puede
negar esa aserción. Braudel habló de “cárceles de larga duración” para referirse a las herencias
ideológicas. Pero no solamente en lo ideológico. Al llegar al mundo una persona, ya existen
formas de producción, de organización política, de ordenamiento social, preceptos morales,
religiosos, etc. Dentro de esa realidad cultural nos formamos, ella nos moldea a su modo.
Lucien Febvre lo expresó con su acostumbrada elocuencia:

426
Lucien FEBVRE. Op. cit. Página 27.
427
Benedetto CROCE. La Historia como hazaña de la libertad. F.C.E. México, segunda edición y reimpresión,
1979. Página 34.
288

...cuando nos autopenetramos, cuando nos observamos a nosotros mismos


en profundidad, nos sorprendemos al encontrar (...) numerosas huellas de
nuestros antepasados: una sorprendente colección de testimonios de
edades antiguas, de antiguas creencias, de viejas formas de pensar y sentir
que cada cual hereda el día de su nacimiento, sin saberlo. 428

A fin de corroborarlo, alcanza con imaginar lo sucedido si en el momento de nacer,


cualquiera de nosotros hubiera sido separado del medio ambiente donde nació y llevado a otra
parte del mundo, con otra cultura diferente, a ser criado por una familia de aquella cultura. Un
ser humano nacido en México en esas condiciones, al crecer podrá quizá mantener ciertas
características físicas de sus antepasados biológicos, pero será sin duda un ser perteneciente a
la cultura en la cual se insertó y se formó. Si fue llevado a China, por ejemplo, se comportará
como un chino, sentirá, pensará y actuará como los otros chinos del entorno en el cual creció.
No hablará castellano sino chino, no profesará la religión católica sino otra o ninguna, de
acuerdo con los estímulos recibidos al respecto. Si hubiera sido adoptado por alguna sociedad
del África Subsajariana, sería uno de ellos, aunque su aspecto físico fuera diferente.
En el caso de los niños secuestrados por los raptores y asesinos de sus padres y
adoptados por ellos mismos o sus amigos, durante las dictaduras sudamericanas asociadas en
la “Operación Cóndor”, entre 1973 y 1985, ocurre algo similar aunque menos notorio. De
haberse criado con sus antepasados, al ubicar a los asesinos de sus progenitores, su manera de
pensar y su actitud ante el sistema establecido, las fuerzas represivas, el régimen político e,
incluso, sus actuales padres adoptivos, sería muy diferente a la actual. Lo mismo ocurriría si
existiese la posibilidad de realizar ese experimento en su tiempo y pudiéramos trasladar un
recién nacido a una sociedad del pasado. La cultura, con sus coordenadas de tiempo y espacio,
hace de nosotros lo que somos como ser social. La acción de otros estímulos particulares más
la herencia biológica, nos otorgan la individualidad.
8.6.1 – Un ejemplo concreto. En la Francia del siglo XVIII, algunos intelectuales y
burgueses luchaban contra los privilegios de la nobleza y el régimen político vigente. La
población aceptaba las prerrogativas de ese estamento porque los creía instituidos por dios. Se
trataba de demostrar la inexactitud de esa creencia, para lograr el repudio mayoritario de la
gente a lo establecido en ese caso. Varios estudiosos realizaron investigaciones históricas
buscando el origen de la situación.
Al hurgar en el pasado se llegó a los siglos VIII y IX. En esa época, la inexistencia o
ineficiencia de un poder central dejaba a las poblaciones a merced de todo tipo de
depredaciones. Levantadas las cosechas, llegaban los sarracenos del sur, los normandos del
norte y los húngaros del este. Violaban sus mujeres, a veces las robaban, mataban, quemaban,
destrozaban y se llevaban los alimentos y cualquier otro bien considerado apetecible. Por si
fuera poco, la ausencia de autoridad permitió el auge de bandoleros de todo tipo.
Cuando la inseguridad alcanzó cotas demasiado altas, los trabajadores estuvieron
dispuestos a pagar un precio muy elevado a quien pudiera defenderlos. Por esa causa, los más
fuertes, los más rudos, los más capacitados para la violencia, en muchos casos, sin duda, los
más crueles, fueron retribuidos espléndidamente como “protectores”. Se les trabajaba
gratuitamente sus tierras para permitirles dedicar todo su tiempo a ejercitarse para la guerra.
Esa tarea requería mucha destreza y entrenamiento. Se les entregaba una parte de lo cosechado
en las tierras propias de los campesinos. Poco a poco fueron adquiriendo más privilegios
porque, para defender a los trabajadores, esos guerreros ponían en juego lo más importante: su

428
Lucien FEBVRE. Op. cit. Página 66.
289

propia vida. Los otros querían seguridad, debían pagarla, cedían parte de su trabajo pero no
arriesgaban su existencia. Así se gestó una clase de guerreros cuyo origen, en muchos casos,
era mejor no indagar. Tal vez, algunos se iniciaron dando protección contra sí mismo. Quienes
sabían pelear, en aquellos tiempos, eran los forajidos y en el principio de muchos linajes
nobiliarios de la modernidad, hay no pocos salteadores de caminos y asesinos. Pero el pueblo
trabajador los premió por aceptar asumir su defensa y así surgen una serie de prerrogativas
necesarias para su exigente y permanente adiestramiento, incrementadas con el correr del
tiempo.
Eran los hombres, con sus necesidades, quienes habían instituido esa jerarquía de
“nobleza”, no dios. Con el paso de los años, las condiciones cambiaron. Aparecieron las armas
de fuego y modificaron la guerra. El poder central se restableció. La inseguridad desapareció.
Muchos descendientes de aquellos nobles seguían usufructuando los privilegios heredados de
sus antepasados, sin ofrecer la contraparte de los mismos. Se habían convertido en un grupo
parasitario, ya no practicaban el oficio de las armas porque había cambiado la forma de hacer
la guerra. No había motivo para perpetuar sus privilegios.
Aunque esas ideas demoraron mucho en propagarse, a la larga, su conocimiento se
difundió e influyó en la actitud de las personas. Aparte de no existir los medios masivos de
comunicación de nuestro tiempo, era muy difícil difundir ideas condenadas por el poder. La
mayor parte de la población no sabía leer, especialmente quienes masivamente podían intentar
modificar ese estado de cosas. Pero poco a poco se fueron difundiendo. Cuando la mayor parte
de la población sintió como intolerable la situación, la actuación de esa sociedad terminó con
la nobleza y sus privilegios. El conocimiento y las ideas sobre el pasado tuvieron una
influencia decisiva en el cambio operado.
8.6.2 – Liberarse de la opresión del pasado. Como herederos de una tradición
cultural, nos obstaculizan algunos límites, ciertas trabas, determinadas barreras. Esas fuerzas
intangibles nos impelen a desarrollar ciertas conductas y nos impiden practicar otras. Marx lo
expresó así: “lo muerto aprisiona a lo vivo”.429 Si supiéramos el origen de muchas de nuestras
costumbres e ideas, quizá pudiéramos cambiarlas y, al hacerlo, modificar nuestra manera de
actuar. Tal vez no nos parezca necesario modificarlas; pero aun así, conocer el origen nos
permitiría eliminar ciertos malestares por las contradicciones entre nuestra forma de pensar y
nuestra acción, entre nuestro razonamiento y nuestros impulsos, por eso Benedetto Croce
continúa:

¿Cómo emprender nueva vida, cómo crear nuestra acción sin salir del
pasado, sin sobrepujarlo? ¿Y cómo sobrepujarlo, si estamos dentro de él y
él está con nosotros? (...) Escribir historia -dijo Goethe una vez- es un modo
de quitarse de encima el pasado. (...) y la historiografía [el conocimiento
histórico] nos liberta de la historia [el proceso histórico]. 430

Tal vez sea imposible quitarnos todo el pasado de encima. Pero en síntesis: el
conocerlo nos libera de una parte del pasado, de cierta “herencia” recibida, de algunas trabas a
nuestra acción, nos hace más libres en nuestras decisiones. Ya Dilthey había sostenido: “La
historia nos hace libres al elevarnos sobre la condicionalidad del punto de vista significativo

429
Carlos MARX. El capital. Libro I, tomo I, Akal 74, Madrid 1976. Prólogo, página 17. En francés en el
original. Literalmente dice: Le mort saisit le vif!
430
Benedetto CROCE. La Historia como…Op. Cit, Páginas 34 y 35.
290

surgido en nuestro curso de vida”431 , coincidiendo tangencialmente con el “extrañamiento”


aludido por Braudel.
Más próximo a nosotros, Lucien Febvre sostuvo algo muy parecido en un pasaje de sus
“virutas”, cuya traducción castellana suena un tanto cacofónica:

Hay la tradición. Hay la historia. Que responde, finalmente, a la misma


necesidad -sea o no consciente esa necesidad-. La historia, que es un medio
de organizar el pasado para impedirle que pese demasiado sobre los
hombros de los hombres.432

También en Estados Unidos, en el período entre los siglos XIX y XX, se expresaban
las mismas ideas en forma un poco más didáctica y analítica:

Existe, por lo tanto, un doble proceso. Por una parte, los cambios que
ocurren en el presente y que dan nuevo giro a los problemas sociales,
colocan el significado de lo que ocurrió en el pasado en una perspectiva
nueva. Estos cambios plantean nuevos intereses desde cuyo punto de vista
se tiende a escribir de nuevo la Historia del pasado. Por otra parte, como ha
cambiado el juicio sobre el significado de sucesos pasados, adquirimos
nuevos instrumentos para apreciar la fuerza de las condiciones presentes
como potencialidades del futuro. La comprensión inteligente de la historia
pasada constituye, en cierta medida, una palanca para dirigir el presente
hacia cierto género de futuro. Ningún presente histórico es una mera
redistribución, por medio de permutaciones y combinaciones, de los
elementos del pasado. Los hombres no están empeñados en la
transposición mecánica de las condiciones que heredaron ni tampoco
preparando, sencillamente, algo que ha de venir después. Tienen que
resolver sus propios problemas, tienen que llevar a cabo sus propias
adaptaciones. Se encaran con el futuro pero por razón del presente y no del
futuro mismo.433

Ya en el presente, tratando un caso práctico de la actividad político-económica, un ex


secretario (ministro) de hacienda de México comentó los peligros a sortear en el ejercicio de la
función de gobernar:

A veces (...) se nos olvida que la evolución económica y social es proceso,


que no venimos de la nada, venimos de algo, de construir bien o mal durante
muchos años y que no es que de repente descubramos la verdad y ya nos
confiamos. No: hay una evolución histórica que nos determina.434

Tal vez, la utilización del verbo “determinar” sea un poco excesiva, pero ciertamente el
pasado, el proceso histórico, estrecha el margen de las posibilidades a la acción presente de los
hombres. Tener conocimiento de esas limitaciones es saludable; si por una parte amplía las
opciones disponibles para actuar, por otra disminuye los riesgos de equivocarse, porque nos
presenta los límites de lo posible y nos muestra la imposibilidad de alcanzar ciertas cosas

431
Wilhelm DILTHEY. El mundo histórico. FCE. México, primera reimpresión, 1978. Página 277.
432
Lucien FEBVRE. Combates...Op. Cit., Página 244.
433
John DEWEY. Lógica. Teoría de la investigación. FCE, México, 1950. Páginas 265 y 266.
434
Entrevista a David Ibarra por el periodista Carlos Acosta Córdoba publicada por la revista Proceso en el
número 1013 del 1º de abril de 1996 con el título de “Ningún paso que da el gobierno conduce a la
recuperación económica”. Página 18. La entrevista completa entre las páginas 15 y 21.
291

aunque se ponga toda la voluntad disponible. Nos demuestra, una vez más, la falsedad del
tradicional adagio popular: “querer es poder”. Gracias al conocimiento histórico descubrimos
la insuficiencia del “querer” si se limita exclusivamente a eso.
8.7 – HISTORIA Y SICOANÁLISIS. El conocimiento de uno mismo. Muchos
autores han puesto el acento en la utilidad de la Historia para el conocimiento de sí mismo, por
parte de los grupos humanos como conjuntos esencialmente sociales. También se insiste en la
importancia de la disciplina para la comprensión individual de las propias creencias y
actitudes. En ambos sentidos se puede hacer un paralelo con las técnicas sicoanalíticas. Así
como el sicoanálisis nos libera de ciertas insatisfacciones, al conocer el origen y las causas de
nuestras conductas provocadoras de aquellas, también la comprensión del ámbito cultural en el
cual nos hemos formado, de la educación impuesta por cierta sociedad, juega un papel muy
importante en nuestro autoconocimiento social y personal.
El sicoanálisis no nos garantiza la modificación de aquellas conductas discordes,
porque no siempre es posible, pero nos faculta para vivir menos molestos con ellas. Tampoco
el conocimiento histórico nos asegura un cambio en nuestras formas de sentir, pensar, actuar;
pero la explicación de nuestro pasado social nos permite reconciliarnos con aspectos ingratos
de nosotros mismos y de nuestro entorno cultural; ubicarlo claramente, conocer las causas y el
origen de aquello desagradable nos ayuda a tolerarlo cuando no somos capaces de modificarlo.
En muchos casos pone a nuestra disposición elementos de análisis de la realidad actual
sumamente esclarecedores para entender nuestras inadecuaciones. Ya en la primera mitad del
siglo XIX, Goethe sostenía:

Pero a tal fin se requiere algo inasequible, a saber: que el individuo se


conozca a sí propio y a su siglo; a sí propio en cuanto se haya mantenido el
mismo en todas las circunstancias, y al siglo como a algo que consigo
arrastra, al que quiere y al que no quiere, y lo determina y forma; de tal
manera, que se puede decir que cualquiera que hubiere venido al mundo
sólo diez años antes o después, por lo que a la cultura propia y a la acción
hacia afuera se refiere, habría sido enteramente otro.435

También se asemejan Historia y sicoanálisis cuando evitan la reiteración de


actuaciones nefastas. Así como muchos individuos tienden a repetir conductas y errores a lo
largo de toda su vida, o un período prudencial de la misma, también las sociedades, en
ocasiones, tienden a reproducir en forma similar cursos de acción reiteradamente finalizados
en fracasos estrepitosos y amargas frustraciones.
El ejemplo de liberalismo, en los dos últimos fines de siglo, es elocuente.
Aparentemente, la mejor forma de combatir esas reiteraciones, es tomar conciencia de ellas y
tenerlas en cuenta en el momento de adoptar decisiones, de asumir responsabilidades ante
casos similares. Para las sociedades, esa tendencia suele caracterizarse con un proverbio muy
difundido: “Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”. Con otra
formulación, dice algo muy parecido la oración del historiador ruso ubicada en el epígrafe de
este capítulo.
Pero no solamente en lo individual nuestra disciplina produce ese autoconocimiento,
sino fundamentalmente en lo social, lo colectivo. Para Labrousse

435
Johann Wolfgang GOETHE. Poesía y verdad en Obras completas, tomo III, Aguilar, México, 1991. Página
435.
292

… uno de los caracteres específicos de la Historia es sin duda la amplia toma


de consciencia colectiva. Y esta consciencia colectiva lleva a la acción
colectiva (...) facilita el movimiento. 436

Recordemos el ejemplo de los privilegios de la nobleza en el Siglo de las Luces. Hubo


de producirse una toma de conciencia colectiva para, por medio de la acción, también
colectiva, abrir la posibilidad de su abolición, con el estallido de la Revolución de 1789.
8.8 – EL CONOCIMIENTO DEL OTRO. Además de conocerse a uno mismo, es
necesario conocer a los otros, a los extranjeros, a los vecinos, a los posibles rivales, a los
camaradas, a los adversarios, etc. Hay varias formas de conocer al prójimo, la Historia es una
de las más efectivas cuando se intenta comprenderlo, desentrañar las causas, los motivos de su
manera de proceder, los orígenes de sus costumbres, los cimientos de su cultura. Además de
conseguir el efecto de “extrañamiento”, recomendado por Braudel y tan necesario para el
autoconocimiento. También se nos hace muy importante la comprensión de los otros para
poder establecer una relación pacífica con el resto de la humanidad. Este problema se hizo
imperativo luego de la Guerra de 1939 a 1945. Varios autores han procurado llamar la
atención acerca de esta temática.
Por un lado resaltan los efectos del aumento de la población mundial. Ya no existe la
posibilidad del aislamiento para ninguna sociedad, ahora es necesario contar con “los otros”.
Sin duda se presentarán a nuestra puerta, si nosotros no nos presentamos antes a la suya.
Inevitablemente debemos negociar con ellos. Si queremos hacerlo en la forma más ventajosa
posible, es preferible conocerlos y comprenderlos.
Los seres humanos suelen temer lo ignorado, lo no comprendido. El temor suele ser
muy mal acompañante y peor consejero para llevar a cabo acciones propicias para el propio
grupo. De allí, esa urgente necesidad de conocerlos, de comprenderlos:

Hacer Historia, sí. En la medida, precisamente, en que la Historia es capaz, la


única capaz, de permitirnos vivir con reflejos distintos de los del miedo, en
un mundo en situación de inestabilidad definitiva; con reflejos distintos de
los del miedo que se experimenta en los descensos sin rumbo... 437

Por otro lado, debemos tener en cuenta la aceleración de las comunicaciones, tanto
verbales como físicas. Ahora es posible dar la vuelta al mundo en horas, platicar directamente
con otra persona ubicada en las antípodas, oír una radio cuya emisión se está produciendo en
otro continente, o leer un periódico editado a miles de quilómetros. Los pueblos se han
acercado y se han abolido antiguos obstáculos. Desiertos y océanos han pasado a ser
nimiedades. Mientras demoren en desaparecer las rémoras del nacionalismo, mientras no
asimilemos la conciencia de pertenecer a un género muy amplio, con variedades físicas y
culturales significativas, debemos estar atentos, a fin de evitar el estallido de conflictos con
nuestros vecinos, e inmiscuirnos para anticipar posibles desavenencias entre ellos.
Si el panorama no es muy halagüeño, todavía hemos de considerar otro factor de
peligro para la sobrevivencia de la humanidad en este planeta. Varios pensadores han insistido
en señalarnos la “espada de Damocles” pendiente sobre nuestras cabezas desde la fabricación
y detonación de la primera bomba nuclear. ¡Cuánta tentación! Demasiada gente molesta por

436
En su intervención en el coloquio publicado como Las estructuras y los hombres, Op. Cit. página 99 y 100.
437
Lucien FEBVRE. Op. cit. página 69.
293

coincidir con una posibilidad de exterminio masiva como jamás antes se había conocido. En
medio de esta peligrosa situación, nos dice Toynbee:

...la unificación de la humanidad (...) es uno de los movimientos más


significativos de nuestra época. (...) No podemos permitirnos recurrir a la
fuerza bruta en una era en que el hacerlo significaría desencadenar una
guerra atómica. 438

Necesitamos comprender a todos los otros pueblos del planeta, porque no podemos
permitirnos el lujo de aceptar su desconocimiento, traducido en irracionalidad. No debemos
permitir la posibilidad de una realidad absurda, de procesos sin explicación posible. Para Carr,
la ausencia total de causas para entender la realidad exterior; es el fundamento de la sensación
angustiosa producida por las novelas de Franz Kafka. El hombre y la mujer no soportan un
entorno totalmente casual e irracional, suponen

…que los acontecimientos tienen causas, y (...) que pueden descubrirse


bastantes de esas causas como para elaborar en la mente humana una
imagen del pasado y del presente lo suficientemente coherente como para
servir de guía para la acción.439

En esta segunda década del tercer milenio, parecían haber disminuido o desaparecido
los temores enunciados por los autores citados. Sin embargo, aunque nos hemos acostumbrado
a vivir en el “equilibrio del terror”, como se llamó al período de la “Guerra fría”, o nos
congratulamos por el aflojamiento de las tensiones internacionales a partir de la caída de la
Unión Soviética y el mundo comunista, no han disminuido en lo más mínimo los riesgos de la
actualidad mundial; todo lo contrario, no han cesado de incrementarse. Es imposible modificar
la situación, porque una vez conocida la posibilidad de fabricar armas de ese tipo, es
quimérico, no ya eliminar las existentes, sino evitar la fabricación de otras nuevas y la
investigación para perfeccionarlas, lo cual significa hacerlas cada día más efectivas, capaces
de matar a mayor cantidad de personas en menos tiempo y derramar radioactividad sobre la
corteza terrestre.
Para el sistema capitalista es una fuente de supervivencia. Sumergidos en las crisis
económicas estructurales, como las de 1873, 1929, 2008, lo necesario es generar demanda y la
guerra consume sin competencia, es el recurso “salvador”, porque su producción no se satura,
es un enorme gasto para la destrucción.
Para valorar a los grupos dirigentes, una prueba de la desaparición de fines
trascendentes es la fabricación de la bomba de neutrones. Su estallido mata a la gente pero no
afecta los bienes materiales entre los cuales habita esa gente. Los objetos pasan a ser las metas
más importantes a conservar. Las vidas humanas quedan relegadas a un lugar subalterno, si no
son el principal objetivo, para disminuir el crecimiento demográfico. Tal vez sea una forma
diferente de interpretar el humanismo, como señaló Manuel Vázquez Montalbán, para
privilegiar las obras de los seres humanos en lugar de sus vidas.440
8.9. FUNCIÓN SOCIAL DEL HISTORIADOR. En otros lugares ya lo hemos
señalado: el conocimiento histórico y, en general, las ciencias sociales, no producen una

438
Arnold TOYNBEE. Op. cit. página 25.
439
Edward.Hallett CARR. ¿Qué es la historia? Seix Barral, quinta edición, 1973. Página 126.
440
“Bestiario”, en la revista española Triunfo Nº 12, sexta época, octubre de 1981. Página 22.
294

tecnología para realizaciones a través de las cuales se haga “evidente” su utilidad a todo el
mundo. Por otra parte, ya nadie espera de los historiadores, ni del resto de los científicos
sociales, soluciones milagrosas a los problemas de actualidad, no obstante lo cual, no debemos
echar en saco roto todas las advertencias y lecciones de nuestros antecesores. Continúa vigente
la exhortación de Lucien Febvre: “Expliquemos el mundo al mundo”, porque ante los
problemas vistos, ante los variables desafíos de la actualidad, como cualquier otra creación
humana, la Historia no tiene soluciones infalibles, pero puede arrimar fragmentos de
compresión para reducir el margen de equivocación e incertidumbre en los rumbos elegidos.

La historia responde a las preguntas que el hombre de hoy se plantea


necesariamente. Explicación de situaciones complicadas en cuyo ambiente
el hombre se debatirá menos ciegamente si conoce su origen. (...) De esta
manera [los historiadores] operarán sobre su época. Y permitirán a sus
contemporáneos, a sus conciudadanos comprender mejor los dramas de
que van a ser, de que ya son, todos juntos, actores y espectadores. Así es
cómo aportarán los más ricos elementos de solución a los problemas que
turban a los hombres de su tiempo.441

En la época actual, se necesitan otros aportes para afinar la efectividad de las


propuestas. Sería deseable la integración más intensa y frecuente de equipos
interdisciplinarios. El resto de las ciencias sociales tienen mucho para enseñarnos, no
solamente en sus resultados sino también en los métodos y técnicas a través de los cuales
obtienen esos resultados. Cualquier pretensión de aislamiento por parte de una de ellas, supone
perjuicios substanciales para todas.
Desde la aparición del marginalismo, a mediados del siglo XIX, algunos economistas
pretendieron desligar su conocimiento del histórico, de los estudios de lo social y lo político,
transformándola en una ciencia “exacta”, en “economía matemática”, confiados en las
posibilidades de dominar el proceso. Para la década iniciada en 1920, los marginalistas
prácticamente controlaban la conducción de la política económica en los países más
desarrollados del mundo. Esa experiencia terminó con una de las crisis económicas más
profundas y ampliamente recordadas por la humanidad.
Sin embargo, el olvido de la Historia y la consiguiente ignorancia de ese proceso,
permitió a sus herederos el retorno a la dirección de las políticas económicas mundiales desde
el último tercio del siglo XX, con un dominio mucho más estrecho, a través de organismos
internacionales dominados por ellos. Las consecuencias han sido equivalentes, ampliadas por
la diferencia de magnitudes entre un período y otro.
Toda aplicación de un plan, sea social, económico, educativo o de cualquier otra
índole, es un experimento. Se parte de ciertas hipótesis basadas en postulados, se desarrolla un
razonamiento por medio del cual se plantea un camino para lograr ciertas metas,
supuestamente en beneficio de toda o la mayor parte de la sociedad. Sin embargo, toda
aplicación de un saber social afecta intereses humanos. Es imposible generar en todos la
sensación de ser beneficiados, ni beneficiarlos simultáneamente. Cada grupo intenta mejorar
su situación y defender sus intereses, de allí una dificultad para lograr la unanimidad acerca
del conocimiento generado por las ciencias sociales, porque de ese conocimiento se deducen
conclusiones sobre las metas y los caminos a seguir, acerca de las y los cuales es imposible
poner de acuerdo a todos. Sin duda, quienes se sientan perjudicados por esas metas y esos

441
Lucien FEBVRE. Op. cit. páginas 70 y 71.
295

recorridos, se opondrán con todas sus fuerzas a su implementación. En el siglo XVIII,


seguramente la mayor parte de los nobles no estaban de acuerdo con las conclusiones de la
investigación histórica acerca de sus privilegios. Muchos, ni siquiera los consideraban
privilegios.
Lo planteado aquí se refiere a la Historia concebida como estudio de las sociedades, en
la cual se busca integrar todos los elementos generados por hombres y mujeres con influencia
sobre la evolución de la humanidad. La polisemia del vocablo exige esta aclaración, porque se
suele llamar con el mismo nombre a biografías, novelas, cronologías y cualquier cosa referida
al pasado, aunque no haya tenido la menor influencia sobre nadie.
El conocimiento histórico pasa al margen de las actividades sexuales de los hombres
públicos, aunque sean presidentes de los Estados Unidos de Norte América, de las desventuras
de las princesas o las tribulaciones de viudas millonarias fotografiadas en la intimidad de sus
islas privadas. No le interesa la mayor parte del material noticioso ofrecido por la prensa con
enorme espectacularidad, en tanto esos acontecimientos no influyan en la evolución de las
sociedades. La función de explicar las actuaciones de la humanidad es mucho más modesta, y
anónima.
Quienes hayan investigado en periódicos de hace varios años, han visto infinidad de
primeras planas, con noticias espectaculares de un incendio, un asalto, un personaje asesinado
alevosamente, una esposa engañada, una rencilla de borrachos donde murió uno de ellos,
incluso algunas manifestaciones violentas y enfrentamientos entre “fuerzas del orden” y
particulares. Todos acontecimientos desconocidos por el lector. Eso nos permite confirmar el
sensacionalismo de la prensa, con tal de vender más ejemplares, aunque esos acontecimientos
no tuvieron ninguna repercusión en el transcurrir de esas sociedades, las cuales han vivido
experiencias con mayor peso en su evolución, con más importancia para el conocimiento
histórico, pero poco interesante para el periodismo. Los primeros son “acontecimientos” no
integrados en ninguna tendencia, sino eventos individuales excepcionales o particulares,
alimento del chismorreo popular. Braudel los califica despectivamente. No modificaron nada
en la sociedad. Ninguna relación tienen con el conocimiento histórico.
8.10 – VENTAJAS PERSONALES. Una utilidad de la Historia descubierta
personalmente: En cada viaje a países diferentes, se pueden observar, en las reacciones de la
mayor parte de los extranjeros cuando descubren costumbres, tradiciones y formas de hacer las
cosas en otros ámbitos culturales. En su gran mayoría, no intentan comprender. Rápidamente
adjetivan. Para ellos, la forma de comportarse en sociedad, las maneras de hacer las cosas,
muchas costumbres de otros pueblos son calificadas como “grosería”, evidencia, del “atraso”
de esos pueblos, la “mala educación”, la “suciedad” y otras características propias de seres
“inferiores”. Raramente “descubren” alguna virtud en su cultura.
En cambio, los historiadores y otros científicos sociales suelen ser más cautos, aunque
no en su totalidad ni con exclusividad, buscan explicaciones, tratan de conocer el origen de
esas costumbres, intentan fundamentar la manera de actuar de esa sociedad ante determinados
estímulos, a través de su pasado. El aprendizaje de la Historia, seriamente realizado, podría
promover un mejor entendimiento entre prácticas culturales diversas, eliminando la mayor
parte de los adjetivos utilizados para calificarlas.
La finalidad no debería ser calificar sino comprender. Cuando se comprende, no
solamente se es más tolerante, sino además se pueden “descubrir” ciertas ventajas en formas
de vivir y proceder, rechazadas en la primera impresión.
Todos nos criamos en una sociedad, allí aprendimos lo “correcto” y lo “incorrecto”. Al
hacernos adultos nuestra forma de convivir nos resulta “natural”. En la primera impresión todo
296

lo diferente lo “vemos” incorrecto. Es un grave error, fácil de corregir estudiando Historia


seriamente.
El nacionalismo nos ha inculcado la “superioridad” de nuestra cultura y la mayor
calidad humana de nuestros connacionales. Es falso. Podemos ir a cualquier parte del mundo y
en todos lados encontraremos personas con las cuales nos sentimos muy bien, otras
indiferentes, y otras perversas. Siempre hay gente con la cual congeniamos de inmediato.
Una alumna acusaba a los argentinos por fanfarrones. Quise saber cuántos argentinos
conocía. Muy segura, respondió ‘seis’. Le pregunté: ¿Cuántos habitantes tiene Argentina? No
lo sabía, dije: “unos cuarenta y dos millones”. Luego volví a preguntar si conocía seis
mexicanos fanfarrones. ¡Conocía muchos más! Entonces la estimulé a pensar “¿cómo se
sentiría al ver a un extranjero calificando de fanfarrones a todos los mexicanos por haber
tenido la mala suerte de conocer solo a seis de los ‘muchos más’ conocidos por ella”.
Emitir juicios valorativos es muy fácil. Comprender es más difícil.
297

APÉNDICE
Perspectivas teóricas desde los cuales se pueden abordar las
indagaciones sobre problemas del pasado.
Tanto la “realidad histórica” como la realidad
física se perciben a través de las formas de
nuestro espíritu.
(Lucien Febvre. Combates por la Historia, página 89)

9. GENERALIDADES – En el primer capítulo hemos visto la necesidad de elementos


teóricos, conscientes o no, en todo conocimiento. Sin ellos, no existen formas cognoscitivas.
En nuestra disciplina son “ciertas nociones” acerca del proceso social, esenciales para
poder abordar su estudio. Cuando nos interesa una materia es porque alguna idea tenemos
acerca de su objeto de conocimiento. Lo totalmente desconocido nos es indiferente, no existe
para nosotros.
Esas “ciertas nociones” (teorías) pueden ser más o menos adecuadas, lo cual se
manifestará al profundizar en el estudio. Si se emprende una investigación, el grado de
adecuación y la calidad de los resultados dan cuenta de la eficacia de nuestras ideas para
explicar convincentemente la realidad indagada, lo cual siempre será dictaminado por la
valoración de quienes lo conozcan y aprecien; es un asunto social, como casi todos los asuntos
humanos. Para lograr la difusión de un trabajo entre un público amplio y conocedor, su autor
debe satisfacer las expectativas y los requerimientos de una parte de sus colegas, aunque sea
minoritaria.
Según vimos en el capítulo dos, se le atribuye al conocimiento histórico el estudio del
pasado humano, lo cual puede también presentarse como “la cultura” 442 . Es un primer
acercamiento rápido, porque ese objeto de estudio es excesivamente amplio; ese pasado es no
solamente algo demasiado grande, sino también amorfo y confuso; contiene las tendencias de
larga duración -abarcando a muchos seres humanos particulares y generaciones enteras- como
también los acontecimientos individuales de todos los hombres y mujeres de todos los
tiempos, incluyendo la totalidad de los procesos intermedios entre esos extremos. En la
actualidad, en ese pasado, se consideran acontecimientos económicos, culturales, sociales,
familiares, artísticos, políticos, militares, naturales y de cualquier tipo, siempre y cuando estén
relacionados con actividades humanas. Hace cuatro siglos y medio la situación era
completamente diferente.
A pesar de la herencia paterna, en sus primeros tiempos de existencia, ese
conocimiento histórico se circunscribió a la política, en el sentido estrecho de la palabra.443
Desde Tucídides hasta el siglo XVIII, para la mayor parte de los historiadores su campo de
estudio estuvo constituido por eventos relativos al ejercicio del poder y a los acontecimientos
militares conexos. No por casualidad, muchos de los cultores de Clío tuvieron por actividad
principal la política. Durante el siglo XIX y primera mitad del XX, en las actas de sesiones del
Poder Legislativo de cualquier país donde ese poder existiera, en los discursos de muchos de

442
Entendido el término “cultura” como todo lo creado por el ser humano.
443
Suele considerase a Herodoto “el padre de la Historia”, pero también puede ser considerado el padre de la
Antropología y de varias ciencias sociales en general, porque, como vimos, su visión era muy amplia,
trascendía ampliamente la actividad política concebida en forma estrecha.
298

sus integrantes, se puede constatar el enorme bagaje de conocimientos del pasado humano
invocados. Algunos de ellos también fueron historiadores.444
En consecuencia, las ideas requeridas para su estudio contenían nociones sobre la
forma de operar y evolucionar esa actividad: la política. En algunos casos, esas nociones
solían ser vagas, diversas y no se consideraban una teoría, en el sentido de un cuerpo de ideas
organizadas racionalmente sobre aspectos generales de esa actividad, importantes para
enmarcar las investigaciones, para tener claro lo buscado. Hubo excepciones, claro, pero
escritores como Maquiavelo fueron una pequeña minoría. Es dudoso si había alguna forma de
pensar consciente, común a varios historiadores, aparte de las corrientes filosóficas. En esas
épocas, los abordajes de la política solían ser diversos e individualizados, sobre todo, porque
casi nadie se planteaba problemas teóricos como elemento central de su reflexión, con la
excepción, quizá, de Polibio e Ibn Jaldún. Por momentos, para nosotros los trabajos de estos
dos autores parecen acercarse más a la Filosofía de la Historia y menos al análisis del
conocimiento histórico, de allí el “quizá”.
En una situación ideal, toda esa combinación de ideas y opiniones deberían constituir
un sistema no contradictorio, pero los humanos no solemos ser tan sistemáticos, operamos con
un agregado de nociones no necesariamente racionales, asimiladas inconscientemente desde la
infancia, de las cuales no siempre adquirimos clara conciencia. Sin embargo, en ciertas
ocasiones, esas ideas tienen más fuerza y fecundidad a la de cualquier principio racional y
comprometido.
Esa situación no afecta únicamente al trabajo del historiador. Todas las actividades y
teorías de la humanidad están impregnadas de imágenes y representaciones mentales, muy a
menudo no reflexionadas reposadamente; a cierto porcentaje de esas nociones solemos
aferrarnos con un ardor y una insistencia, dignas de objetivos más plausibles para la gran
mayoría de la humanidad. También trabajamos con ideas preconcebidas más conscientes, lo
cual no necesariamente implica tener mejor sustento. Nuestros prejuicios y atavismos tampoco
nos abandonan completamente aunque hayamos logrado elevarlos al nivel de la conciencia, en
ciertos casos por comodidad, en otros por una decisión más meditada. Esto ocurre en todo
conocimiento. Leer los apuntes de Johannes Kepler, puede dar una idea muy clara acerca de
esta situación445.
9.1 – Problemas de la teoría. En el primer capítulo nos referimos a las diferencias
entre teoría e ideología, utilizamos una definición muy precisa del segundo concepto.446 Existe
una peligrosa dificultad para lograr un planteo teórico “impoluto”, despojado de toda
“impureza” ideológica.
Junto a lo anterior, también recordamos nuestra imposibilidad para ser neutrales, lo
cual nos induce a escoger ciertas ideas y desechar otras por motivos de la más diversa índole,
no siempre vinculados a la lógica interna de la investigación en curso. En conferencia
magistral en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, el catedrático italiano Riccardo

444
Para la diferencia entre historiador y persona que sabe historia me atengo a la frase de Lucien Febvre:
“…historiador no es el que sabe, sino el que investiga” en El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La
Religión de Rabelais. Uthea, México, 1959. Página 1.
445
Una lectura muy aguda de su situación mental en Arthur KOESTLER. Los sonámbulos. Historia de la
cambiante cosmovisión del hombre. Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, México, 1981. Versión
faximilar de la publicada por EUDEBA, Buenos Aires, 1974.
446
Nos referimos a la definición del Dr. José Blanco Regueira para el cual la teoría tiene por finalidad explicar un
conjunto de procesos, mientras la ideología busca movilizar a la acción.
299

Viale sostuvo: “la duplicidad cognitiva de la mente compuesta de razón y afecto” 447 . Las
decisiones de los seres humanos, sostuvo, tienen elementos racionales y otros subjetivos y
emocionales.
Todo esto no es una particularidad del conocimiento histórico, ni siquiera de las
ciencias sociales. Las ciencias fácticas de la naturaleza, hechas por hombres, tampoco están
exentas de esta dificultad. Cotidianamente podemos encontrar ejemplos de eso en la prensa
dedicada a las actividades científicas. Dos psicocirujanos, V. H. Mark y F. R. Ervin han
sostenido lo irrelevante de las condiciones sociales, como causa de la violencia en los guetos
negros de Estados Unidos, porque no todos los habitantes de los mismos participaron en los
“veranos calientes” de fines de los años sesenta y comienzos de los setenta del siglo pasado,
aunque todos estaban expuestos a las mismas condiciones sociales.448
Su hipótesis inicial planteaba la violencia como una enfermedad de la mente, como si
la violencia no fuera un impulso básico del ser humano desde su aparición en el universo.
Aparentemente, algunas condiciones la estimulan, extienden y amplían, mientras otras la
vuelven menos frecuente y peligrosa. Pero ninguna sociedad conocida, en ningún período,
eliminó completamente la violencia. Condenada por la moral, las leyes y los preceptos
religiosos, en ocasiones ha sido controlada más o menos eficazmente, pero nunca ha podido
ser erradicada de las agrupaciones humanas conocidas, desde la aparición de nuestra especie
sobre la Tierra, hasta nuestros días. Precisamente, el estudio de la Historia podía haberles
enseñado algo tan elemental.

...las explicaciones científicas consideradas aceptables tienen determinantes


sociales y cumplen funciones sociales. El progreso de la ciencia es el
resultado de una tensión continua entre la lógica interna de un método de
adquisición de conocimientos que pretende corresponder al mundo material
real y detentar la verdad sobre él y la lógica externa de estos determinantes y
funciones sociales.449

Las teorías son creaciones de la mente humana, en un esfuerzo por entender y


explicar el mundo exterior; son conjuntos de ideas organizadas y sistemáticas con la
intención de ordenar la gran variedad de elementos heterogéneos integrantes de esa
realidad, considerada externa a nosotros y percibida como un amontonamiento caótico de
objetos y procesos.
Esas ideas organizadas nos sirven para explicar partes del mundo, supuestamente ajeno
a nuestro propio ser. Cuando una sociedad satisface sus requerimientos con las teorías
existentes, no siente necesidad de modificarlas. Pero si esa sociedad cree necesarios
satisfactores imposibles de solventar con esa interpretación del mundo 450 , entonces suele
buscar nuevas creaciones teóricas, nuevas interpretaciones para lograr sus objetivos.
Dos ejemplos de lo dicho: en el siglo III antes de nuestra era, Aristarco de Samos
sostuvo la organización heliocéntrica del universo, lo cual no tuvo mayor trascendencia,
aparentemente nadie lo tomó en cuenta. El desprecio social no se derivaba de un acendrado

447
Nota de José Galán en La Jornada, sábado 20 de agosto de 2005, página 43.
448
Violence and the Brain, citado por R. C. Lewontin, Steven Rose y León J. Kamin. No está en los genes.
Racismo, genética e ideología. Crítica, CONACULTA, México, 1991. Página 33.
449
Idem, página 50.
450
Empleamos la palabra “satisfactores” en el sentido amplio de condiciones espirituales y materiales adecuadas
para la convivencia social.
300

amor a la verdad, sino de cuestiones más apegadas a vulgares necesidades terrenales. Para los
requerimientos de su época, ese conocimiento era completamente innecesario e indiferente, los
mapas estelares elaborados de acuerdo con las observaciones de Claudio Ptolomeo
funcionaban excelentemente para una navegación encerrada en un mar interior como el
Mediterráneo; tampoco la duración exacta del año solar preocupaba en forma acuciante a los
campesinos de la época helenística.
Dieciocho siglos más tarde, Nicolás Copérnico retomó esa idea, y la amplitud de su
aceptación social acabó con el geocentrismo. En ese tiempo ya se navegaba en los océanos y
los navíos debían hacerlo por variadas latitudes. Los antiguos mapas del cielo ya no tenían la
misma utilidad, no cumplían eficientemente su función, era necesario conseguir algo más
adecuado para poder trasladarse con mayor seguridad y velocidad por todo el planeta,
abarcando ambos hemisferios451. Por la misma época, la burguesía venía adquiriendo tierras y
quería saber con precisión las fechas adecuadas para iniciar las labores del campo para un
rendimiento óptimo.
No fueron las únicas, pero fueron dos de las necesidades más importantes para los
grupos comerciantes y nuevos terratenientes con mayor poder económico. Por eso exigieron,
un acercamiento más afinado a la forma en que se veía funcionar el cielo desde cualquier
punto de la corteza terrestre y un calendario más exacto.
Copérnico tenía la obra de Aristarco en su biblioteca, pero fue al único astrónomo de la
Antigüedad al cual no mencionó en su libro. A pesar de eso, hasta hoy carga con la gloria de
haber “descubierto” el funcionamiento del sistema planetario. No lo descubrió, solamente lo
propuso cuando era útil y necesario.
9.2 – Los grandes sistemas interpretativos. Financiado por la burguesía, el desarrollo
de algunas ciencias de la naturaleza, operado desde el fin de la Edad Media hasta nuestros
días, convirtieron esa forma de adquirir conocimiento, en “la única” confiable y eficaz para el
imaginario colectivo europeo occidental. Para ilustrados y positivistas cualquier otro
acercamiento a la realidad era “superstición” o algo parecido. Ese “prestigio” del
conocimiento científico relegó cualquier otro saber al desván de los trastos inútiles. Antiguas
disciplinas, como la Historia, fueron forzadas a optar entre convertirse en pasatiempos
prescindibles, desaparecer u organizar su funcionamiento de acuerdo con las exigencias
teóricas y metodológicas de los nuevos tiempos. Eso, ya visto en el segundo capítulo,
significaba, entre otras cosas, tener una concepción general sobre la evolución de las
sociedades humanas, dentro de la cual encuadrar cualquier estudio de las mismas: una
teoría. Como las ciencias de la naturaleza operan con “paradigmas” 452 , cualquier otro
conocimiento, como el encargado de estudiar las sociedades humanas, para ser “ciencia”
deberían hacerlo de esa manera.
El positivismo proveyó las primeras visiones generales y universales sobre esa
evolución. Con diversos nombres para los distintos períodos, en Occidente, todo el siglo XIX
y gran parte del XX creyeron sin dudar en la evolución similar de todos los conjuntos de seres
humanos; para ellos, las organizaciones sociales humanas se han desarrollado y se desarrollan

451
Arthur KOESTLER. Los sonámbulos. Historia de la cambiante cosmovisión del hombre. CONACYT,
México, 1981. Páginas 201 a 204.
452
El concepto de “paradigma” aquí, es una concepción general de su objeto de estudio, aceptada por todos los
investigadores de una misma ciencia. Está tomada de Thomas S. KHUN. La estructura de las revoluciones
científicas. FCE, México, cuarta reimpresión, 1980.
301

en forma “progresiva”, pasando todas por etapas semejantes o equivalentes, cada una “más
avanzada” o “superior” a la antecedente.
En todos los casos, quienes iban más adelante en ese camino eran los europeos
occidentales, por eso tenían la “misión” de llevar su civilización y su ciencia a todos los
rincones del planeta. Si no eran aceptados, cosa muy frecuente, la llevaban con violencia,
claro. Era una posición ideológica, cuyo centro y patrón de medida de toda cultura lo
constituía el alcanzado por Europa Occidental.453
Ese postulado fue convertido en “ley de la naturaleza” y lo vistieron con un lenguaje
seudocientífico, a fin de justificar la expansión imperialista, impuesta por el crecimiento de sus
economías, derivado de la evolución del sistema capitalista. Más adelante, traspasaron la teoría
de Darwin sobre la evolución de las especies a los estudios sociales, buscando justificar las
condiciones socioeconómicas de creciente desigualdad en que vivía la población europea y
diversos grupos humanos del planeta454.
En oposición a los positivistas, en Alemania se fue desarrollando el historicismo, cuya
influencia se sintió en Hispanoamérica hasta fines de los setenta del siglo XX.
Dentro del contexto positivista, surgió el marxismo, una vigorosa interpretación
general de la evolución humana con amplia difusión en todas las ciencias sociales. Con signo
contrario al darwinismo social, también era una ideología: buscaba la movilización de algunos
sectores desposeídos de la población a fin de modificar las condiciones económicas, sociales y
políticas para poder revertir la creciente desigualdad en la distribución de la riqueza material
entre los miembros de la sociedad.
Ya en pleno siglo XX se le opusieron el funcionalismo y el estructuralismo, finalmente
fusionadas en una concepción general de mucho peso en la segunda mitad del siglo XX.
Ambas diluyen el conflicto social y dicen superar la noción de “lucha de clases”. Mientras el
marxismo ponía el acento en el cambio social, el estructuralismo se centraba en las
permanencias y el funcionalismo en las funciones sociales cumplidas por cada grupo.
9.3. Imposibilidad de los paradigmas en ciencias sociales. Ninguna teoría general,
interpretativa de la realidad humana, logró una aceptación unánime en la comunidad de
científicos sociales, equivalente a las teorías utilizadas por los científicos de la naturaleza
dentro de sus respectivas disciplinas. Por eso, el concepto de “paradigma”, elaborado por
Thomas S. Kuhn, no opera de la misma manera para los estudios sociales. Diversas
concepciones teóricas suelen coexistir y disputar sobre las interpretaciones más adecuadas de
la realidad social.
Ya hemos sostenido lo inevitable de esta situación. Las derivaciones de cada teoría
formulada por las ciencias sociales, cuando conducen a aplicaciones prácticas, afectan de
manera diversa a distintos grupos sociales:

Las “tecnologías” que podían derivarse de la Historia [y de las otras ciencias


sociales] no son iguales a las que se derivan de las ciencias naturales. En
primer lugar, porque su experimentación implica trastornos en la vida de
muchos sectores de la sociedad que no están dispuestos a soportarlos. En

453
Esto no implica ningún tipo de censura a lo actuado por los europeos. Si el capitalismo se hubiera
desarrollado primero en América, muy probablemente hubieran sido lo americanos los expansivos y quienes
hubieran hecho lo mismo con el resto del mundo. Eso vale para cualquier pueblo y cualquier región del
planeta donde el desarrollo cultural privilegie los aspectos materiales. El etnocentrismo es propio de muchas
culturas, quizá todas.
454
Esto no significa prejuzgar si esa justificación era consciente o no.
302

segundo término, porque cualquier modificación produce alteraciones que


muchos grupos viven como un perjuicio.455

Con la sociedad, tampoco se pueden repetir experimentos científicos cuantas veces sea
necesario, para demostrar la eficacia de una tecnología. Los grupos elegidos nunca son iguales
y de repetirse un experimento con un mismo grupo, los resultados son diferentes, porque la
primera experiencia desarrolla otras predisposiciones.
Lo anterior no niega la realidad. Quienes detentan el poder, aplican teorías y provocan
transformaciones en la sociedad, en la educación, en la economía y en otros aspectos de la
vida humana, pero esos “experimentos” muchas veces suelen tener un costo social elevado y
nunca se declaran como tales; se presentan como “la única posibilidad” de solucionar un
“problema”, en ocasiones inexistente para la gran mayoría de la población. El ejemplo de la
aplicación de la teoría neoliberal, en las dos últimas décadas del siglo XX y las primeras del
siglo siguiente, es claro en ese sentido. Benefició a una minoría privilegiada muy pequeña,
pero su costo fue devastador para la mayor parte de la población mundial. Por esa situación,
los seres humanos suelen buscar “culpables”, responsables individuales y/o sociales para las
dificultades planteadas por, o atribuidas a, los sistemas políticos y sociales o los regímenes de
turno.
Durante más de un siglo, al encarar una pesquisa, los investigadores solían aclarar las
ideas guías de su trabajo: el marco teórico, apelando a la autoridad de esas grandes
concepciones del mundo y de la evolución humana. Cada científico social cree su deber
exponernos algunos conceptos antes de presentarnos el problema a tratar. De otra manera no
entenderíamos la siguiente afirmación:

Únicamente defendiendo con vigor los dos principios de diversidad


metodológica y pluralismo ideológico, seguirá siendo fructífero el
indispensable intercambio intelectual entre el historiador y el científico en el
campo social.456

De la misma forma a lo ocurrido entre los físicos con el paradigma centrado en la


teoría de la Gravitación Universal hacia fines del siglo XIX, desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial, los historiadores y científicos sociales encontraron muchas excepciones a esas
interpretaciones globales del proceso humano. Así lograron una significativa disminución de
su credibilidad. Los historiadores, pioneros en esa presentación, habían encontrado
inadecuaciones serias entre esas teorías y sus descubrimientos concretos. Muchos
investigadores debieron introducir salvedades equivalentes a las hipótesis ad hoc utilizadas en
ciencias naturales. Otros, más preocupados por sus convicciones ideológicas, forzaban u
ocultaban la evidencia documental para obligarla a adecuarse a sus ideas generales. Este
último camino desprestigió mucho varias disciplinas sociales, entre ellas cierto tipo de
“conocimiento histórico”.
9.4 – Ensanchar el horizonte. Esa época de la creación de nuevas teorías obligó a los
historiadores a ampliar su campo de estudio, a levantar la mirada para observar otros
elementos propios de las sociedades humanas, aparte de los políticos. La observación y la

455
Jaime COLLAZO ODRIOZOLA. La naturaleza del conocimiento histórico. Universidad Autónoma del
Estado de México, Toluca, 1994. Página 289.
456
Lawrence STONE. El pasado y el presente. FCE, México, 1986. Página 60. Tratándose de un prestigioso
historiador británico, es significativa la separación entre “científico” e “historiador”.
303

reflexión, permitió advertir la gravitación de elementos económicos, sociales, educativos y


otros, sobre la política. En el siglo XVIII, ya Voltaire había reclamado una “historia cultural”
más amplia, a la cual, como vimos, bautizó de forma inadecuada.457 Su preocupación por las
líneas de crecimiento, anteponiéndolas a los acontecimientos, anticipa parte del futuro.
También su preocupación por la administración, las finanzas y la evolución económica inician
tendencias desarrolladas en los siglos siguientes.
Un nuevo agrupamiento humano había adquirido fuerza económica y reclamaba su
lugar en el juego de poder. Eso lo obligó a la reflexión sobre la política. Así descubrió sus
distintos intereses y adoptó un punto de vista diferente para considerar el conocimiento
histórico.
En su análisis de la Revolución Francesa, Barnave postuló la necesidad de los
historiadores de atender la actividad de los diversos conjuntos sociales para poder explicar los
fenómenos políticos.458 Quienes siguieron sus directivas, necesitaron considerar otro tipo de
residuos o documentos, diversas huellas del pasaje de los humanos por este mundo. Esos
documentos no habían sido considerados anteriormente como influencia sobre la adquisición y
el ejercicio del poder. Este punto de partida nos expone la sucesión histórica de las bases sobre
las cuales se establece el poder; son tres: 1º la fuerza armada, 2º la propiedad y 3º la opinión.
Son nociones generales, abstracciones, no aluden a cualidades ni condiciones de individuos.
Junto con otros colegas menos conocidos, introdujo conceptos como “clase social” y “lucha de
clases” en el análisis histórico.
La aplicación de esos esfuerzos al estudio de las sociedades contemporáneas en su
época, con la finalidad de solucionar sus problemas, generó posteriormente el nacimiento de la
sociología. Aunque no con exclusividad, muchos centraron la atención sobre la particularidad
de las formas materiales de vida de toda sociedad y postularon la importancia de los procesos
económicos como elemento determinante de los equilibrios de poder. No fue Barnave el
primero en poner su atención en la economía, pero se ubica entre los pioneros en poner el
acento en el estudio de las formas de organización económica de las sociedades del pasado.
En sus inicios, la arqueología y la antropología dirigieron preferentemente la mirada
hacia el pasado o el presente de las sociedades ágrafas y crearon otras formas de “organizar”
ese pasado, basadas en otro tipo de documentos. La paleontología rescató especies animales
desaparecidas. El origen del hombre se ubica en el primer lugar de los intereses de esa época y
surge entonces la historia de ¿quiénes vivieron antes de la invención de la escritura, la rueda y
la tracción animal?: las sociedades recolectoras y los primeros productores en pequeña escala,
ya mencionados por Barnave con gran despliegue de imaginación.
Sucesivamente, fueron siendo objeto de indagación histórica muchas otras actividades
humanas. Esas nuevas preocupaciones ampliaron mucho el análisis y quitaron sustento a la
idea de una autonomía absoluta del nivel político.
También surgieron nuevas ciencias sociales, las cuales, al buscar afirmar su situación,
hacían presión sobre la Historia; de esa manera obligaron a los historiadores a analizarlas y
tomarlas en cuenta en sus trabajos. Más adelante, la economía condujo a considerar los
análisis cuantitativos, estimulando nuevas ideas para medir procesos de variados tipos.

457
La llamó « Filosofía de la Historia ».
458
Antoine (Pierre-Joseph-Marie), BARNAVE. Introduction à la révolution française, texte présenté par
Fernando Rude. Cahiers des Annales, Association Marc Bloch, Librairie Armand Colin, Paris, 1960. Pág. 3.
Barnave (1761-1793) integró la Asamblea Nacional en 1789 como diputado del Delfinado y fue uno de los
oradores más destacados. En 1792 fue detenido y llevado a la guillotina en 1793. Durante su estadía en prisión
escribió su reflexión social sobre la historia de la humanidad y la Revolución Francesa.
304

A la vez, la nueva cantidad de temas a considerar fue dando lugar a la aparición de


especialidades dentro de la propia disciplina: la historia de la diplomacia, de la economía, del
arte, de la ciencia, de las ideas, de las religiones, etc. Ese proceso generó una sensación de
dispersión, percibida como una amenaza de diluir los estudios históricos. Cuatro décadas más
tarde, esa dispersión provocó la reacción del grupo ligado a la Revista Annales en defensa de
la “historia total”. No se negaba la pertinencia de las nuevas orientaciones, pero se
recomendaba no encasillarse con exclusividad en una especialización, no perder de vista nunca
el marco general de las sociedades en las cuales se situaban esos fenómenos particulares
estudiados. Paradójicamente, un cuarto de siglo más tarde, los descendientes de ese mismo
grupo generaron otra época en la cual aparecieron nuevos centros de interés para los estudios
históricos, en aspectos como las mentalidades colectivas, las ideologías,459 la vida privada, la
vida cotidiana, la familia, el niño, las mujeres, la visión de los sectores populares y sus luchas,
la lectura, la microhistoria italiana, el estudio de casos particulares como indicio de la
relatividad de ciertas tendencias establecidas, entre otras. No es difícil imaginar las
consecuencias de estos cambios de objetos de estudio. No solamente las fuentes cambian, sino
también las técnicas utilizadas y los métodos para su interpretación y organización.
En ciertos casos no se han encontrado fuentes directas y confiables y se hace necesario
deducir a partir de testimonios secundarios. Estas nuevas formas de trabajar sugieren también
nuevos tratamientos de las fuentes tradicionales. Pero esa renovación y las nuevas variables
puestas de manifiesto, también generaron resultados más discutidos y cuestionaron la validez
de muchas autoridades para poner en duda su acercamiento a la verdad.
9.5. La dispersión – Semejante al nacionalismo, para la vida de muchos países, la
caída de las grandes teorías dejó un vacío y un desconcierto enormes dentro de los estudios
sociales. Durante su período de popularidad, todos ellos, a su turno, tanto las teorías
interpretativas como las nuevas ciencias sociales, habían incurrido en exageraciones respecto
de ciertos puntos de su estudio o sus postulaciones teóricas. Las reacciones contra esos
excesos también han solido ser abultadas. A todas les llegó la hora de la moderación. Sin
embargo, de ese período, ciertas partes de sus concepciones pudieron ser rescatadas como
herramientas de análisis, aunque su visión global del proceso social haya entrado en completa
bancarrota.
Como ejemplo, alcanza considerar el postulado enunciado por Marx, según el cual “No
es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino por el contrario, el ser social es lo
que determina su conciencia”.460 En la actualidad, no solamente suscriben ese postulado gran
cantidad de estudiosos y políticos muy alejados del marxismo y hasta adversarios acérrimos de
sus posiciones, sino una considerable porción de gente sin ninguna noción de su origen o la
significación tenida en la segunda mitad del siglo XIX y gran parte del XX. Sencillamente, se
ha incorporado a la cultura de nuestro mundo como una idea más de las aceptadas, quizá no
tanto por un análisis riguroso y una severa contrastación empírica, sino por la experiencia

459
En este caso, la palabra “ideología” tiene un sentido completamente diferente al utilizado anteriormente. Los
historiadores suelen utilizarla como el “conjunto de ideas fundamentales”, más o menos espontáneas y
parcialmente conscientes, “que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un
movimiento cultural, religioso o político, etc.”, y que conduce a los individuos a actuar de determinada manera.
Las partes entre comillas fueron tomadas del Diccionario de la Lengua Castellana de la Real Academia
Española en su vigésima primera edición, Madrid, 1992. Tomo II, página 1138.
460
Carlos MARX. “Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política” en Marx y Engels. Obras
escogidasen dos tomos. Progreso, Moscú, 1966, página 348 del primer tomo.
305

vivida, tanto social como personalmente, por la mayor parte de los seres humanos. 461 Lo
mismo ocurre con otras nociones generales, gestadas en alguna otra teoría global de
interpretación de la evolución de las sociedades humanas, cuya vigencia, como totalidad, ha
caducado.
Durante el siglo XIX, las mentes más lúcidas dedicadas al estudio de las ciencias
sociales habían captado la dificultad de utilizar esas teorías para el análisis de sociedades
particulares del pasado. Fustel de Coulanges realizó su obra más notable cuando abandonó los
patrones metodológicos establecidos por Augusto Comte. Para la elaboración de su gran obra
histórica, Von Ranke nunca realizó el programa de su famosa afirmación.462 Lucien Febvre
solía declararse “marxólogo”, lo cual significaba, echar mano de los elementos del marxismo
cuando le eran útiles para el análisis y desechar aquello, a su parecer, inadecuado. Sin
declararlo tan abiertamente como Febvre, la mayor parte de los historiadores reunidos en torno
a la Revista Histórica y a la revista Annales hicieron lo mismo. Quienes pretendieron ser fieles
a todos los detalles planteados por los padres del marxismo, terminaron descubriendo
“rincones” inapropiados de ese tipo de análisis, o bien, produciendo obras piadosamente
olvidadas casi de inmediato.
Más o menos algo parecido fueron haciendo progresivamente otros historiadores con
todos los grandes marcos teóricos formulados para analizar las sociedades. Su fracaso no
necesariamente siempre significa un planteo equivocado; en ocasiones fue pensado para una
sociedad con determinadas características cambiantes. Al transformarse algunas de esas
características, surgían inadecuaciones en esos marcos teóricos, ya no eran aptos para el
análisis de una sociedad distinta.
Lo mismo sucede en las ciencias naturales, algunos paradigmas permiten ciertas
aplicaciones, pero al interpretar diferentes procesos, se ponen de manifiesto inadecuaciones
del paradigma. Para las ciencias sociales, esta situación ha sido caracterizada por Daniel Bell
como “el fin de las ideologías”.463 Sin embargo, muchas investigaciones de estas últimas tres
décadas, aunque ya no lo declaren expresamente, a cierta distancia, con distintos grados,
siguen apegadas a algunos de los grandes lineamientos de las antiguas teorías generales de
interpretación de la realidad humana.
Pero ha habido una modificación sustancial: una parte de la disciplina se ha dispersado
en investigaciones muy concretas, centradas en ciertos aspectos más limitados del proceso
histórico. Hay quienes han visto esta evolución como una crisis de la Historia, sin embargo,
también es notorio el enriquecimiento de la misma con los nuevos puntos de vista y el
descubrimiento de detalles anteriormente desconocidos por completo o conocidos muy
defectuosamente. Para algunos, el afán de precisión es uno de los cambios sustanciales,
considerados como avances de la disciplina. Lawrence Stone, por ejemplo, señala:

[…al desarrollarse, las ciencias sociales...] obligaron a los historiadores a


hacer sus aserciones y presuposiciones, hasta ese momento inexpresadas y
ciertamente inconscientes, más explícitas y precisas (...) Los científicos en el
campo social exigían que estos conceptos fueran traídos a la superficie y se
expusieran a la vista de todos. Lo que se les pedía a los historiadores era

461
Sin embargo, en otras civilizaciones esa afirmación pudo no haber tenido sustento.
462
Para RANKE la historia debía “sólo mostrar lo que de hecho ocurrió”, en G. P. GOOCH. Historia e
historiadores en el siglo XIX. FCE, México, 1942. Página 85.
463
Daniel BELL. El fin de las ideologías, Tecnos, Madrid, 1964.
306

que explicaran qué conjunto de aserciones y exactamente cuál modelo


causal con respecto al cambio estaban usando...464

Un párrafo de Philippe Ariès, lo encara con mayor amplitud:

Estas creencias [ilustración, positivismo, marxismo, etc.] se han debilitado.


El hombre de hoy no está ya convencido ni de la superioridad de la
modernidad (...) ni de la superioridad de la cultura que parece haber
preparado la modernidad... desde la época de la invención de la escritura. Ve
culturas diferentes e igualmente interesantes allí donde el historiador clásico
reconocía una civilización y unas barbaries.

El eje central del positivismo se vino abajo al ser destacados los aspectos ideológicos
de la teoría.
Un fragmento de este mismo autor, referido al desarrollo de la historia de las
mentalidades, nos puede servir para caracterizar la situación de muchas formas de “Historia”
elaboradas en las últimas décadas:

...pulverizar los modelos (...) negar la realidad de modelos coherentes y


sólidos y reemplazarlos por una constelación de micro-elementos poco
consistentes, mantenidos por un tiempo juntos gracias a la conjunción de
numerosas causas independientes (políticas, religiosas, económicas), sin
que ninguna de ellas salga verdaderamente vencedora y que se resuelven
las unas en las otras en un perpetuo cambio.465

9.6 – Nuevos centros de interés. La historia económica. Desde el siglo XIX se


desarrollaron diversas formas de encarar el estudio del proceso histórico. En Alemania, en las
últimas décadas del siglo XIX, surgió una vigorosa escuela de historia económica. 466 A
mediados del siglo XX se advirtió la existencia de dos clases de estudios: la historia
económica abocada al estudio de la evolución de las formas de generar y distribuir la riqueza y
la historia de las teorías económicas.467 No es necesario un gran esfuerzo de imaginación para
darse cuenta del cambio significativo en cuanto a fuentes y métodos de trabajo. Su crecimiento
no cesó durante un siglo. Sin embargo, a partir de la Crisis de 1929 evolucionó en medio de un
equívoco no advertido en sus inicios. Por un lado, el cataclismo provocado por el “crac” había
llevado a algunos economistas a orientarse hacia la historia de las formas de organización
económica de las sociedades más desarrolladas; por el otro, los historiadores metidos a
estudiar economía continuaban la evolución de su disciplina.
Todos creían dedicarse a lo mismo, pero diferían en métodos y bases conceptuales.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, comenzaron a detectarse las diferencias, aunque
todavía llevó un tiempo aclarar sus fundamentos.

464
Lawrence STONE. El pasado y el presente. FCE, México, 1986. Página 30.
465
Philippe ARIÈS. “La historia de las mentalidades” en Jacques LE GOFF, Roger CHARTIER y Jacques
REVEL. La nueva historia. Mensajero, Bilbao, s/f. Páginas 479-480.
466
Según Pierre CHAUNU “la historia económica es un terreno todavía joven (...) Pueden buscarse sus lejanas
raíces en el horizonte de 1890”, en “La economía – Superación y prospectiva”, en Hacer la Historia, Laia,
Barcelona, 1979. Tomo II, Nuevos enfoques, página 59.
467
La historia económica busca la influencia de la economía en la evolución de las sociedades humanas. La
historia de la economía indaga las ideas sobre este tema en cada época.
307

En 1961, Jean Marczewski, economista, promotor de una historia cuantitativa de la


economía francesa, publicó un documento encabezando la primera entrega de ese proyecto.468
Pronto recibió respuesta de tradicionales historiadores de la economía. Primero, Pierre Chaunu
señaló la confusión metodológica y opuso a la expresión “historia cuantitativa”, la de “historia
serial”, porque en el análisis económico del pasado difícilmente se alcanzan las cifras
absolutas, más bien se elaboran series útiles, tan largas como se quiera, pero nunca completas
con total seguridad.
Cuatro años más tarde, Pierre Vilar responde directamente aquel documento, en otro
artículo donde busca aclarar las diferencias teóricas y metodológicas.469
En el planteo de Marczewski, se reclama, como aportación de su grupo de
economistas, el método.

La ventaja de los métodos cuantitativos se reduce, en suma, al hecho de


que desplazan el momento en que interviene la selección del observador:
en lugar de hacerla actuar durante la observación de la realidad a describir,
la selección se manifiesta esencialmente al construir el sistema de
referencias que servirá para la enumeración de los hechos, convertidos de
esta manera en conceptualmente homogéneos.470

Antes de iniciar su investigación, los economistas, representados por Marczewski,


elaboran un “sistema de referencias”, dentro del cual se establecen las variables a ser
investigadas. En ese sistema se clasifican ciertos “hechos” del tipo de los habitualmente
incluidos en las realidades económicas actuales. Luego se buscan en la documentación los
datos necesarios para permitir establecer esos procesos en sociedades de otros tiempos. De allí
se desprenden las estadísticas y la síntesis acerca del lugar y momento estudiados. También
determina el sistema “un conjunto de definiciones, un lenguaje especializado”.
Sintetizando: la creación teórica, la califica como “un modelo”. Para el caso de la
investigación por él promovida, se utilizó el modelo de la contabilidad nacional: la forma de
medir esa evolución económica de los diversos estados nacionales. Se escoge un lapso
determinado y se mide la producción y extracción de materias primas, la transformación de
esos productos primarios, la distribución de los bienes y servicios, el gasto, el ahorro y la
inversión. De esta manera, Marczewski creía evitar la subjetividad del historiador y desarrollar
una mayor atención hacia “los acontecimientos no espectaculares”.
En su réplica, Pierre Vilar señala algunas incongruencias de ese método “cuantitativo”,
por no poner atención a las advertencias de los historiadores, los cuales tienen una larga
experiencia en materia de anacronismos.

...en un salto atrás de uno o dos siglos las palabras y las cifras cambian de
sentido. Después de todo, en la “historia cuantitativa” está lo “cuantitativo”,
pero también está la “historia”. Solo existe un esfuerzo interdisciplinario

468
Jean MARCZEWSKI «Qu’est-ce que l’histoire quantitative», Cahiers de l’I.S.E.A. (Institut de Science
Economique Appliquée) Paris, serie AF, Nº 115, julio de 1991, pp. III-LIV.
469
Significativamente, el artículo se tituló “Pour un meilleure compréhensión entre économistes et historiens”,
(“Para una mejor comprensión entre economistas e historiadores”) Revue Historique, Nº 474, P.U.F., Paris,
abril-junio de 1965. Ambos artículos fueron traducidos al castellano y publicados: ¿Qué es la historia
cuantitativa?, Nueva Visión, fichas 15, Buenos Aires, 1973.
470
Jean MARCZEWSKI y Pierre VILAR. ¿Qué es la historia cuantitativa?Op. Cit., Página 16.
308

cuando cada disciplina, lista para dar sus lecciones, acepta también
recibirlas.471

Luego de aclarar técnicas y objetivos de ambas materias, afirma la existencia de dos


disciplinas, ambas al servicio de dos estudios diferentes. Por un lado está la “econometría
retrospectiva”, hecha por los economistas, cuya finalidad es servir al análisis económico. Pero
paralelamente, también “puede y debe existir una ‘Historia económica’ al servicio de la
Historia”.472
La Historia económica no debe aspirar a colocarse como el objetivo fundamental del
conocimiento histórico, solamente es”...la operación intelectual que permite delimitar un
campo que no sea un caos a los efectos del análisis”, pero siempre al servicio de la “Historia”
a secas, una explicación de la evolución de las sociedades humanas.473 Luego continúa con
una serie de observaciones puntuales sobre las implicaciones de las técnicas utilizadas por los
economistas.
Esta discusión tuvo lugar en una época, en la cual las ciencias sociales aspiraban a
igualarse a las de la naturaleza, buscando leyes de la evolución social, la economía, y otras
creaciones humanas. Dejaban fuera a la Historia por tener un objeto de estudio cambiante. No
era solamente una cuestión de clasificación, había también un matiz de menosprecio por los
estudios históricos “poco sistemáticos”. La obra de Popper y muy particularmente la de Paul
K. Feyerabend, derivadas de los fracasos de aquellas disciplinas, terminaron por enseñar la
similitud del estado epistemológico de la Historia y las ciencias sociales. Ya en el tercer
capítulo, al analizar la clasificación de las ciencias del hombre en una enciclopedia dirigida
por Jean Piaget, señalamos la misma confusión.
La historia económica sigue siendo practicada a comienzo del siglo XXI, pero adoptó
un perfil más modesto, se ha relegado a un plano más discreto. Ya reconoce y acepta la
imposibilidad de explicar absolutamente todo lo ocurrido en la evolución humana.
9.7 – Nuevos centros de interés: la historia social. Lamentablemente, los orígenes de
la historia social son más confusos y su definición menos clara y concentrada. Ya hemos visto
a Barnave hablando de clases sociales y lucha de clases. El propio Lucien Febvre declaraba en
1941:

Cuando Marc Bloch y yo hicimos imprimir esas dos palabras tradicionales


en la portada de los Annales, sabíamos perfectamente que lo “social”, en
particular, es uno de aquellos adjetivos a los que se ha dado tantas
significaciones en el transcurso del tiempo que, al final, no quieren decir
nada. Pero lo recogimos precisamente por eso. Y lo hicimos tan bien que
por razones puramente contingentes hoy figura solo en la portada de los
propios Annales, que pasaron a ser de económicos y sociales, por una
nueva desgracia, a sólo Sociales. Una desgracia que aceptamos con la
sonrisa en los labios. Porque estábamos de acuerdo en pensar que,
precisamente, una palabra tan vaga como “social” parecía haber sido
creada y traída al mundo por un decreto nominal de la Providencia
histórica, para servir de bandera a una revista que no pretendía rodearse
de murallas...474

471
Op. Cit. Página 72.
472
Op. Cit. Página 85.
473
Op. Cit. Página 83.
474
Lucien FEBVRE. Combates por la historia. Ariel, Barcelona, cuarta edición, 1975. Página 39.
309

En otro artículo explica más detalladamente la importancia de la palabra “social” para


él. El individuo solo, no existe. Todo ser humano ha sido formado por una sociedad y
responde a los estímulos de acuerdo con esa formación, todos llevamos en nosotros la marca
de la sociedad, por eso para él “historia social” es sinónimo de la historia total, porque capta la
evolución humana como totalidad. Como vimos, alcanza con pensar lo que hubiera sucedido
con cualquier persona si en los dos primeros días de nacida hubiera sido trasladada a una
cultura diferente, por ejemplo a China y hubiera sido criada en aquel medio por una familia
china. Posiblemente la apariencia física mostraría el origen biológico, pero culturalmente sería
un chino más.
Sin embargo no todos han coincidido con esa concepción. Para mucha gente hay un
nivel social perfectamente delimitable en el estudio del pasado humano. Marx trataba de
distinguir las reacciones de los individuos por la pertenencia a determinada clase social o
fracción de clase. En sus estudios sobre la evolución francesa desde 1848 hasta 1871, un
elemento central de su análisis es la distinción entre las reacciones de esas categorías. 475
Muchos historiadores siguieron su ejemplo, especialmente aquellos dedicados, precisamente,
al estudio de las clases y sus interrelaciones. Durante parte del siglo XIX y primera mitad del
XX, los diversos grupos sociales eran la principal preocupación de la sociología. La historia
social se nutrió y avanzó, en gran medida, al ritmo trazado por aquella.
Una categoría central del estudio social iniciado en el siglo XIX, eran las relaciones
entre las diversas clases sociales. Pero había discrepancias acerca de cómo caracterizarlas. La
influencia marxista privilegiaba la vinculación de las personas con la propiedad de los medios
de producción para determinar la clase social a la cual pertenecían. Otros estudiosos
privilegiaban otros aspectos, como los ingresos, la educación, el prestigio y el poder político
de los miembros del grupo. Sin embargo, por haber sido los primeros en estudiarlo
sistemáticamente, no debe extrañar la mayoritaria presencia de marxistas en esos estudios
pioneros. En su gran mayoría la meta era ideológica, buscaba sustituir el sistema capitalista
por el socialista. También, como Marx había señalado al proletariado industrial como la clase
destinada a realizar esa transformación, no es extraño su primer centro de interés: la clase
obrera industrial.
Los estudios sobre la formación y evolución del moderno proletariado industrial
tuvieron un enorme desarrollo. Muchos censuraron la apropiación del título para un campo de
estudio tan limitado. La expresión evocaba un concepto mucho más amplio y, con el tiempo,
hubo quienes aceptaron el desafío. Estudiar la sociedad no se limita a un sector específico,
sino abarca un campo mucho más amplio, por eso pronto surgieron censuras razonables.
También el economicismo cerril de varios autores provocó una reacción contraproducente.
Para Ariès, la historia económica condujo a la cuantificación y ésta llevó de la
economía a la demografía, entre otros centros de interés. La historia demográfica convocó a
muchos historiadores no comprometidos con la economía. “Varias series numéricas en la larga
duración hicieron aparecer modelos de comportamiento que de otro modo eran inaccesibles y
clandestinos”.476 Surgieron sorpresas al poner de manifiesto la evolución demográfica y las
preguntas condujeron a otros estudios sociales.

475
Nos referimos a Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, El dieciocho de Brumario de Luis
Bonaparte y La Guerra civil en Francia, todas incluidas en las Obras escogidas de Marx y Engels en dos
tomos ya mencionadas.
476
ARIÈS, La historia de las mentalidades. En La nueva historia. Op. Cit. Página 466.
310

9.7.1. Las mentalidades colectivas. Como forma de explicar esas


“incongruencias” de la historia demográfica algunos investigadores creyeron necesario
establecer las pautas mentales de los hombres y sus impulsos para continuar o modificar
ciertas conductas de sus antepasados. Se descubren entonces características de la sicología
colectiva de toda una sociedad o de su mayor parte, impuesta a sus integrantes en forma
completamente inconsciente. Esa sicología colectiva también ha sido llamada “cosmovisión”
para los “grandes” temas o, en forma menos presuntuosa “estructuras mentales”. Es muy
difícil poder abarcar toda la estructura mental de una sociedad, de una cultura, por eso hubo un
recorrido por temas muy puntuales a los cuales se dedicaron los historiadores durante las
últimas décadas; esos temas dieron la idea de una “dispersión” por su variedad y cantidad,
pero viéndolo con detención, se capta una unidad subyacente entre la mayor parte de ellos.
Así aparecieron nuevos temas como la familia, la sexualidad, la actitud ante la muerte,
la vida cotidiana, la privada, el trabajo; temas relativos tanto a los condicionamientos
biológicos como a lo psíquico, a la naturaleza como a la cultura. Pronto las temáticas se
multiplican: la alimentación y las variaciones en las características físicas de una sociedad, las
formas de delincuencia, las mujeres, la niñez, las formas de relación social, la locura, las
religiones populares, la lectura y otras con menos difusión en nuestro medio.
El concepto de “mentalidad colectiva” creó dificultades. Era fácil confundirlo con la
Historia de las ideologías, también con la Historia ideológica de los marxistas. En un libro
cuyo título, precisamente, es Ideología y mentalidades, Michel Vovelle discute las diferencias
y las relaciones. Reconoce la dificultad de definiciones precisas. Para él, la ideología es una
parte de la mentalidad colectiva.

Todo el problema de las complejas meditaciones entre la vida real de los


hombres y la imagen –incluso las representaciones fantásticas- que se
hacen, es el tránsito de las estructuras sociales a las actitudes y
representaciones colectivas, que se elaboran en las aproximaciones de la
historia de las mentalidades. (...) estudio de las meditaciones y relaciones
dialécticas entre las condiciones objetivas de la vida de los hombres y la
manera en que ellos la cuentan y también en que la viven.477

Para este autor, la historia de las mentalidades y la ideología tienen origen en diferentes
herencias y dos maneras de pensar distintas. La ideología es parte de concepciones generales,
más sistemáticas y pensadas. “Mentalidades colectivas” ha sido voluntariamente empírica, se
ha ido elaborando lenta y permanentemente en el imaginario colectivo, transformándose
constantemente. Las mentalidades colectivas y la ideología se inscriben en la larga duración.
Para Braudel, “…los encuadramientos mentales representan prisiones de larga duración”.478
La importancia de estos estudios es la revolución propuesta dentro del conocimiento
histórico. Su contacto con la etnología ha producido obras donde pierde interés el tema de los
antecedentes, las filiaciones, como también las consecuencias o las influencias. Ariès lo
resume con precisión. “El historiador aísla un bloque del pasado (...) y lo estudia evitando en
lo posible los problemas de origen y de posteridad”.479 Por eso suelen ser trabajos centrados en
un área pequeña y en un breve lapso. La obra maestra reconocida por la mayor parte de los

477
Michel VOVELLE. Idéologies et mentalités. Maspero, segunda edición revisada y aumentada, Paris, 1982.
Página 24 y 25.
478
Ferdinand BRAUDEL. La Historia y las ciencias sociales. Alianza Editorial. Madrid, 1968. Página 71. Cit.
479
Philippe ARIÈS. La historia de las mentalidades. En La nueva historia. Op. Cit. Página 480.
311

autores de esa línea es Montaillou: village occitan de 1294 a 1324 de Emmanuel Le Roy
Ladurie.480
9.7.2. “Otra” historia social. La familia. Hasta ese momento, tanto la historia
económica, como la historia de la clase obrera industrial, habían sido abordadas bajo el
supuesto de su influencia sobre la vida política. Luego de la Segunda Guerra Mundial, en los
estados y en la lucha política, la economía ha ocupado un lugar de primer nivel hasta nuestros
días. Un recurso para hacer evidente lo anterior, es comparar los porcentajes respectivos del
espacio ocupado por la información de carácter económico, en los periódicos de un siglo atrás
o más, y en los de las últimas cinco décadas. El resultado dará una idea de la dimensión del
cambio.
También, las condiciones materiales de vida han sido puestas en primer término en la
lucha política democrática. En la segunda mitad del siglo XX surgieron estudios derivados de
la historia social, pero mucho más circunscriptos y sistemáticos. El desarrollo de las teorías
sobre la educación, los estudios sobre la formación de los niños y sus etapas evolutivas, la
importancia cobrada por la mujer en la vida económica, social y política, condujo la atención
hacia problemas antes impensables para los historiadores. En una obra publicada en 1976,
Jean-Louis Flandrin justifica su tema:

El que hoy los historiadores comiencen a hablar de la familia tal vez se deba
a que la actualidad está impregnada de problemas de la vida privada, a que
los derechos y los deberes del marido y de la mujer, así como su autoridad
sobre los hijos, las posibilidades de divorcio, de la anticoncepción o del
aborto se han convertido en asuntos de Estado. Ante una transformación
cada día más evidente de las costumbre, hay quienes requieren del Estado la
preservación de la moral tradicional, otros, la aceleración de las evoluciones
“necesarias”, mientras que otros, finalmente, intentan hacer de ella un arma
de guerra contra el régimen político. ¿Cómo podría un historiador atento a
los conflictos políticos de su época dejar de interesarse por la “vida privada”
de nuestros antepasados?481

En las últimas cinco décadas la historia de la familia ha dado lugar al surgimiento de


una considerable bibliografía. Para 1980, Michael Anderson creyó necesario hacer un balance
y presentar lo obtenido hasta ese momento, no sin antes advertirnos:

Las incontables horas de minucioso trabajo necesario para lograr algún


resultado, aun en el caso de una sola comunidad, han hecho que el progreso
haya sido lento. El hecho de que la mayor parte del trabajo se haya centrado
en pueblos aislados o en pequeñas regiones ha dificultado enormemente la
obtención de una imagen clara de los cambios fundamentales en la vida
familiar a lo largo de los últimos 400 años.482

Luego hace una clasificación de los trabajos publicados hasta ese momento. Para
quienes no somos especialistas en el tema, resulta muy esclarecedora. Divide los estudios en
cuatro categorías, pero de inmediato descarta una, la “psicohistoria”, por sus dificultades con

480
Editorial Gallimard, Paris, 1982. Hay traducción castellana en Taurus.
481
Jean-Louis FLANDRIN. Orígenes de la familia moderna. Crítica, Barcelona, 1978. Página 7.
482
Michael ANDERSON. Aproximaciones a la historia de la familia occidental (1500-1914). Siglo XXI,
Madrid, 1988. Página 1.
312

las pruebas y una serie de afirmaciones fuera de lugar, derivadas de un desconocimiento grave
de las normas de la investigación histórica.
9.7.2.1. Los demógrafos. Nos quedan entonces las otras tres escuelas o
“aproximaciones”, como las llama el autor. La primera se centra en estudios demográficos,
tratando de establecer diversos tipos de familia, la cantidad de integrantes en cada lugar y en
cada época para, a partir de datos confiables, poder imaginar su forma de vida. Para llevar
adelante su empresa, recurrieron a registros parroquiales, censos, datos fiscales o documentos
de época elaborados con fines completamente diferentes a su uso actual. Según el autor, han
obtenido resultados importantes al echar por tierra muchas creencias generalizadas sobre el
tema. Por ejemplo, han determinado estadísticamente la edad promedio para el matrimonio de
hombres y mujeres en vastas regiones de Europa Occidental, la cantidad de hijos procreados,
el porcentaje de quienes permanecían en la soltería. También han establecido tasas de
ilegitimidad, de embarazos antes del matrimonio. Trabajos más detallistas buscaron establecer
esas normas dentro de los diversos segmentos sociales de una misma sociedad.
Ha acometido con vigor este tipo de aproximaciones un grupo de historiadores ingleses
de Cambridge, por eso las críticas van mayormente enfiladas hacia ellos. Se les ha señalado su
preferencia por la descripción y su desprecio o timidez ante la interpretación de las fuentes. La
confiabilidad de muchas cifras es cuestionada por otros estudiosos, pero objetando la validez
de su utilización. Otra crítica reprocha la utilización casi exclusiva de datos obtenidos en
Inglaterra, tomando en cuenta lo atípico del caso con relación al continente europeo. En
Francia, ya vimos a Ariès explicando la historia de las mentalidades como un desprendimiento
de este tipo de trabajos.
9.7.2.2. Las significaciones y las ideas. Algunos críticos de la escuela anterior han
propuesto otra forma de acercarse a la familia. Para ellos no es tan importante establecer la
estabilidad de una cierta estructura familiar, como conocer el significado de esa organización
para diversos grupos y épocas diferentes. ¿Cómo era la relación intelectual y emocional con la
familia? Allí se insertan los franceses, especialmente Ariès y Flandrin. Sin duda la observación
de la familia actual, con su composición inalterada pero en crisis emocional, ha inducido a
estos investigadores a indagar ese mismo fenómeno en el pasado. Las fuentes utilizadas por
los demógrafos limitaban sus posibilidades de interrogación, en cambio, este grupo parte de
preguntas y luego busca documentos donde obtener respuestas confiables. Como esos
documentos son en su mayor parte escritos, la investigación se limita mayormente a ciertos
sectores con acceso a la lectura y la escritura, pequeñas minorías privilegiadas en algunos
casos.
Aquí se presenta uno de los problemas más serios, porque a pesar de hacer
deliberadamente la historia de una minoría, las dudas suscitadas por sus autores sobre la
interpretación de determinados pasajes es sumamente problemática. Muchas veces, la misma
actitud puede responder a situaciones diferentes y no es posible decidir categóricamente.”...
todo el análisis de Stone sobre el pueblo inglés tiene una base tan endeble que puede ser
ignorado sin más” nos dice el autor.483 En diccionarios de distintas épocas, ciertas palabras son
definidas de forma diferente. Se trata de vocablos de uso común. Eso pone de manifiesto la
dificultad para ubicar el significado exacto de un concepto en diversos contextos.
9.7.2.3. La economía doméstica. Una tercera escuela propone otra forma de abordar el
tema. Para ellos se debe estudiar la familia analizando la actitud económica de sus miembros.
La cercanía de estos autores con la sociología y la antropología, los lleva a dirigir la

483
Michael ANDERSON. Aproximaciones… Op. Cit. Página 40.
313

investigación sobre la forma de generarse y cambiar las relaciones interpersonales, a partir de


las teorías elaboradas en las ciencias sociales. Buscan establecer los efectos a largo plazo de
las presiones, conscientes e inconscientes sufridas por sus integrantes. En primer término, los
factores derivados de las relaciones económicas entre los miembros de la familia y el papel
desempeñado por cada uno en las relaciones con otras familias.
Son críticos de la posición anterior; para ellos lo llamado “sentimientos” no son
variables independientes, sino resultado de elementos estructurales, en relación directa con la
vida material. Adoptan frecuentemente el método comparativo. Seleccionan otro tipo de
documentos: son muy atentos con las herencias, se interesan en toda descripción de la
propiedad familiar. Para otros casos echan mano de los registro de trabajo. Otra fuente de
información para ellos son los presupuestos de las familias y las descripciones de las formas
de trabajo.
Lo novedoso de esta escuela consiste en contradecir muchas de las afirmaciones
tradicionales sobre la transformación de la sociedad campesina como efecto de la Revolución
Industrial. Sus estudios ponen de manifiesto lo complejo y enmarañado del proceso.
9.7.3. La historia de la vida privada. Con el mismo título de este apartado, en 1985,
apareció en Francia una colección dirigida por Philippe Ariès y Georges Duby y escrita por
una gran variedad de autores con antecedentes en la investigación del tema. En el prefacio,
Duby ofrece un panorama de las dificultades presentadas para iniciar el trabajo. No había un
camino marcado, sino apenas algunos senderos inseguros. Nadie tenía certidumbre acerca de
las fuentes adecuadas por falta de una selección previa. Sin mucha indagación, la
documentación era copiosa, pero no se había concentrado adecuadamente y era necesario
rastrear las pistas para ubicar cada parte. Por esos motivos, nos dice:

Nos vimos en la necesidad de abrir aquí y allí, en medio de una auténtica


maraña, los primeros claros, de trazar caminos, y, como esos arqueólogos
que, sobre un terreno inexplorado cuya enorme riqueza les es conocida,
pero que da muestras de ser demasiado vasto para poder ser excavado
sistemáticamente en toda su extensión, se limitan a cavar algunas zanjas de
señalización, hubimos de resolvernos a unos sondeos análogos sin acariciar
la ilusión de poder llegar a despejar una verdadera visión de conjunto.484

Otro problema era la delimitación precisa del asunto a tratar. Años atrás, la editorial
MATEU de Barcelona había publicado una colección sobre “vida cotidiana” en la Antigüedad.
Por ese tiempo, Marcelin Defourneaux publicó otro sobre la España del Siglo de Oro. Los
autores no deseaban caer en lo mismo sino enfocar problemas diferentes. También debían
evitar el individualismo o la intimidad. Se buscó definir lo privado por su opuesto: lo público.
Se ubicaron así tres espacios donde se iba a concentrar el estudio, espacios considerados
eminentemente privados: la casa habitación, donde reside la familia, los centros de trabajo,
particularmente antes de la Revolución Industrial, donde proliferaban los pequeños talleres, los
pequeños negocios o la oficina y por último, los centros de esparcimiento como el café o el
club. Quizá, para los primeros tiempos la clasificación no sea adecuada. El mismo Duby nos
dice

484
Philippe ARIÈS y Georges DUBY. Historia de la vida privada, cinco tomos. Taurus, Madrid, segunda
edición 2001. Tomo I, páginas 11 y 12.
314

...¿es legítimo –y quiero decir legítimo, y no sólo pertinente– hablar de la


vida privada en la Edad Media, trasladar a un pasado tan lejano una
noción, la de privacy, que, como sabemos, se formó en el curso del siglo
XIX en el seno de la sociedad anglosajona, entonces en la vanguardia de
la elaboración de una cultura “burguesa”? 485

Expone los argumentos con los cuales se decide por la afirmativa. La argumentación
está muy bien elaborada. Aunque no existiera el concepto de vida privada, porque la mayor
parte de lo ahora considerado dentro de ese campo, en aquella época se hacía en público, de
todas maneras sirve para marcar el contraste entre una época y otra.
En el tercer tomo, Ariès ensaya una explicación de los cambios en la vida y las
costumbres durante la primera mitad del segundo milenio de nuestra era. Según él, las
unidades colectivas dentro de las cuales transcurría la vida de los individuos, participaban de
ambas vertientes: lo actualmente considerado público y privado. Eran comunidades pequeñas,
como en la alta Edad Media y, por lo tanto, el conocimiento entre los individuos era intenso.
No había desconocidos y cada uno individualizaba al resto y tenía conciencia de ser
individualizado él por los demás. Cada uno ocupaba un lugar en la sociedad reconocido por
todos.
Luego de la Revolución Industrial, cuando las ciudades gigantescas impidan ese
conocimiento y cada individuo pase a ser un anónimo, completamente desconocido para la
gran mayoría, así como los otros son desconocidos para él, la necesidad de ser identificado y
reconocido por los otros lleva a la formación de solidaridades parciales, las cuales han sido
incluidas en el concepto de “vida privada”. Lo anterior no impide la preservación de reductos
para la intimidad, también reconocidos por todos.
Para los autores, el desafío era explicar esa transformación de aquel tipo de sociedad y
de sociabilidad en el modelo actual. Se ofrecieron diversos enfoques. El primero es el
iluminista y positivista. Para ellos la evolución está dirigida por el progreso, por lo cual todo
venía determinado en sus lineamientos generales. Es un modelo simplificador, porque
desprecia los saltos atrás, las diferencias y la heterogeneidad de las sociedades actuales. Solo
toma en cuenta las señales de continuidad y antecedentes.
Ariès propone otra explicación, separándose tajantemente de la periodización centrada
en la economía, la cultura o la política, para encarar la evolución de la vida privada. Eso no
implica desechar las varias transformaciones sufridas por la última desde el ocaso de la Edad
Media hasta los inicios de la primera Revolución Industrial. El autor se detiene largamente en
tres procesos con gran influencia sobre la transformación de la mentalidad, especialmente en
lo relativo a este tema:
En primer lugar, señala el surgimiento y desarrollo del Estado, cuyo crecimiento fue
exponencial a partir del siglo XV. En su afán de control, el poder político intentará examinar
las manifestaciones anteriormente en manos de las diversas formas comunales de sociabilidad.
La prohibición del duelo como forma de “lavar el honor” y el intento de evitar el lujo son dos
de los casos más visibles sobre los cuales el Estado extenderá su poder. El incremento de las
obligaciones impositivas es otro tema muy caro a la burguesía.
En segundo término, la imprenta y la difusión de la enseñanza permiten la expansión
de la lectura a sectores cada vez más amplios. Leer en silencio provoca la reflexión individual
y, por consecuencia, la elaboración de una visión personal de la sociedad y la naturaleza. El

485
Ibid. Tomo II, páginas 11.
315

caso de Menocchio, el protagonista de la famosa obra de Carlo Ginzburg, es sumamente


elocuente al respecto.486
Al evolucionar en el mismo sentido, las formas religiosas maduradas a partir de la
crisis del siglo XIV, antecedente de la Reforma protestante, desarrollaron una religiosidad más
íntima, más individual, sentida de una forma completamente distinta a lo existente en la Edad
Media hasta comienzos del siglo XIV, mucho más centrado en lo ritual y colectivo.
Luego nos presenta variadas novedades de la época, como testimonios de esa tendencia
al surgimiento de costumbres y actividades privadas, individuales o de muy pequeños grupos.
9.7.4. Otras tendencias actuales. La historia de las mujeres. Muchas de las
especialidades con las cuales se ha ampliado el estudio del pasado, por el momento no han
tenido una amplia recepción, ni en la comunidad de historiadores, ni entre el público en
general. Solamente contemplaremos, entonces, algunas de aquellas con mayor trascendencia.
Así apareció el interés por grupos humanos tradicionalmente tenidos en un segundo plano y
relegados desde el punto de vista del poder. Las minorías raciales, religiosas, culturales en
diversos medios.
También se centró la atención sobre las mujeres, tradicionalmente consideradas “el
segundo sexo”, como tituló Simone de Beauvoir una de sus obras. Durante la Antigüedad y la
Edad Media, siempre estuvieron en segundo plano porque no eran consideradas aptas para la
guerra. En sociedades divididas en bellis (nobles, guerreros) e in-bellis, (no combatientes)
todos los integrantes del segundo grupo ocupaban un lugar de segunda categoría, excepto
quizá algunas excepciones famosas por su participación en alguna guerra como
combatientes.487
El liberalismo burgués redujo y limitó derechos y actividades a las mujeres, pero
cuando pasaron a ser utilizadas como mano de obra más barata para las modernas industrias,
comenzaron a pesar ostensiblemente en la vida económica. Ya desde el siglo XIX, algunas
iniciaron actividades para exigir ciertos derechos e incitaron a otras a sumarse al movimiento.
Con el correr del tiempo, esa tendencia se fue acentuando y ampliado. En el siglo XX,
aparecieron investigaciones sobre la función, las actividades y el lugar ocupado por ellas en el
pasado de las diversas sociedades del mundo. Es interesante constatar la antigüedad y la
generalidad de su relegación. Eso obligó a redefinir la disciplina y reescribir la Historia,
tomando en cuenta a esa mitad de la humanidad, lo cual generó malestar en el sector
académico de la profesión:

... reivindicar la importancia de las mujeres en la historia equivale


necesariamente a manifestarse contra las definiciones de la historia y sus
agentes establecidas ya como “verdaderas” o, al menos, como reflexiones
precisas de lo que sucedió (o de lo que fue importante) en el pasado. Y
equivale también a luchas contra normas fijadas por comparaciones nunca
manifiestas, por puntos de vista que jamás se han expresado como tales.488

De allí surgieron otras tendencias. Como en la sociedad occidental moderna, la mujer


había sido destinada a organizar el hogar, criar y educar a los hijos y atender a su esposo, con

486
Carlo GINZBURG. El queso y los gusanos. Muchnik, Barcelona, cuarta edición, 1997.
487
Es significativa la transformación de la designación “in-bellis” (no guerrero) en nuestra palabra “imbécil”.
488
Joan SCOTT. “Historia de las mujeres” en Peter BURKE (ed.) Formas de hacer Historia. Alianza, Madrid,
1993. Página 72.
316

toda naturalidad fueron apareciendo investigaciones sobre la vida familiar, la vida privada, la
organización de esos ámbitos en diversas culturas y regiones.
Esta Historia ha tenido particular importancia, por haberse desarrollado a la par de una
toma de conciencia de las mismas mujeres, lo cual ha generado la aparición de organizaciones
feministas y defensoras de los derechos de la mujer. Estas instituciones han hecho cobrar
conciencia del tema a muchos sectores de la sociedad, lo cual ha permitido mejorar
considerablemente la situación de la mujer. No han logrado todavía la igualdad y quizá esa
meta requiera muchísimo más tiempo, pero por lo menos han puesto a ciertas sociedades en el
camino para alcanzarla algún día.
9.8. Otra historia social: la “historia de los de abajo”. Todas las innovaciones
comentadas, incluso la “larga duración”, vista en el capítulo sexto, no modificaron el punto de
vista de la historia política, siguieron considerando esos temas desde la perspectiva de las
clases dominantes ilustradas, “construyeron ‘una especie de variante plebeya de la teoría
liberal de la historia’”489
Una de las novedades más interesantes y subversivas, la ha constituido la puesta en
duda de la veracidad e importancia de toda la Historia escrita hasta la segunda mitad del siglo
XX, objetando su amplitud y pertinencia para la mayor parte de la humanidad. Lo llamado
conocimiento histórico hasta ese momento han sido solo algunos elementos de la vida, las
preocupaciones, los valores, la política, las relaciones sociales y otros aspectos de una ínfima
minoría de los seres humanos, al menos desde la aparición de la escritura. Tomando en cuenta
los porcentajes de habitantes alfabetos en cualquier sociedad anterior al siglo XVIII, podemos
tener una idea de quienes han escrito y difundido la historia de todos esos períodos. Si además
recordamos la caracterización de Benedetto Croce para los historiadores anteriores a la
Ilustración:

El literatuelo de los tiempos antiguos, adulador de los poderosos del día,


estaba siempre dispuesto a sermonear incansablemente y a condenar a los
personajes de la historia, envolviéndose en la dignidad del historiador
togado, austero, incorruptible...490

…completamos el panorama.
A partir de Voltaire, algunos de esos calificativos perdieron gran parte de su
justificación; muchos historiadores han criticado y censurado la situación política, los partidos
y los líderes de su época. El mismo Voltaire fue perseguido por la difusión de sus ideas. El
conflicto de clases condujo a la burguesía a “descubrir” una “nueva” Historia. Sin embargo, la
perspectiva continuó siendo la de una nueva minoría; distinta a la nobleza pero igualmente
minoritaria.
Debimos esperar hasta los primeros trabajos de George Frederick Elliot Rudé y, muy
especialmente, Edward Palmer Thompson y su planteamiento teórico. Este último propone, al
“revisar” el conocimiento histórico, adoptar el punto de vista de los sectores subordinados,
para comenzar a tomar conciencia de la dimensión de nuestro desconocimiento acerca de la

489
Julián CASANOVA en la presentación del libro de Harvey J. KAYE. Los historiadores marxistas
británicos. Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 1989. Página XI. El entrecomillado de Casanova refiere a
Gareth STEDMAN JONES. “The Poverty of Empiricism” en Robin Blackburn (ed.) Ideology in Social
Science. Fontana/Collins, Glasgow, 1979. Páginas 207 s 237.
490
La historia como hazaña de la libertad. FCE, México, segunda edición 1979. Página 39.
317

vida de la mayor parte de la humanidad.491 Buscar documentos sobre la vida, el sentir y las
preocupaciones de los trabajadores, para luego apreciar el pasado desde su punto de vista.
Había antecedentes de intentos en esa dirección, aunque incompletos o fallidos. Junto
con la Revolución Industrial apareció la clase obrera moderna. Al ritmo de avance de ambas
fue creciendo el interés en ese agrupamiento humano emergente. Uno de los padres del
marxismo escribió una obra sobre las condiciones de vida materiales de los obreros en
Inglaterra.492 Si bien también se escribió sobre otros grupos poco evidentes, la nueva clase
obrera se llevó la enorme mayoría de los estudios. Al interesarse en la sociedad, la Historia no
podía dejar de lado el tema; aparecieron Historias especiales de la clase obrera, de sus
orígenes, su formación, su desarrollo.
Había motivos para este nuevo interés; anteriormente las condiciones de miseria de la
vida de los campesinos, dispersa y lejos de senderos y paseos de los grupos privilegiados, no
se hacían evidentes, permanecían “escondidas”. En cambio, la concentración obrera en barrios
miserables era imposible de soslayar, su presencia era permanente e inevitable. Haciendo una
comparación acerca de nuestros conocimientos sobre unos y otros, un prestigioso autor
británico sostuvo:

...los horrores del trabajo de los niños, de los barrios bajos y de la opresión
que trajo aparejados [la primera Industrialización] (...) no pueden ser
enfocados en su verdadera perspectiva, por carecer de normas de
comparación (...) no nos atrevemos a presentar una imagen precisa de la
vida de un siervo durante la Edad Media (...) Cuando se vislumbra un destello
de la verdad en la página de una cédula medieval o de una oración antigua,
quienes son dados al sentimentalismo, cierran sus ojos con prudencia,
completamente horrorizados.493

Con relación a ese intento de comparación, estudios posteriores sobre la baja Edad
Media han modificado sustancialmente la apreciación. El siervo tenía seguridad acerca de su
alimentación, en una época en la cual el problema más urgente de gran parte de la población,
era precisamente ese. Hay más elementos a tener en cuenta: si bien el siervo no podía
separarse de la tierra, tampoco podía ser despojado de ella por nadie. Si bien laboraba tierras
del señor y entregaba parte de su propia cosecha, no debía arriesgar su vida para proteger el
fruto de su trabajo. Lo pagado era la protección suministrada por su señor.
El trabajo del campesino en esos tiempos se ajustaba al ritmo de las necesidades del
trabajador; en las fábricas de la primera Revolución Industrial el ritmo era marcado por la
máquina; si el obrero tenía necesidades debía esperar a satisfacerlas cuando se detuviera la
maquinaria. El obrero tampoco se reconoce en el producto terminado, no puede identificarlo,
como hacían los artesanos. La parte creativa del trabajo corría por cuenta de la máquina.
No es casualidad: la clase más calculadora y racional para encarar el proceso
productivo ha sido la burguesía; en sus cálculos descubrió la forma más eficiente para

491
E. P. THOMPSON. “History from Below” en The Times Literary Supplement, 7 de abril de 1966, páginas
279-280. Tomado de Dorothy THOMPSON (Editora) The essencial E. P. Thompson, New York, New Press.
2001. Entre las páginas 481 y 489.
492
Federico ENGELS. La situación de la clase obrera en Inglaterra. Futuro, Buenos Aires, 1946. También
escribió sobre el problema campesino en Francia y Alemania y algunos otros folletos sobre cuestiones sociales.
493
Vere GORDON CHILDE. Los orígenes de la civilización. FCE, México, cuarta edición, 1967. Páginas 24 y
25.
318

disminuir los costos del trabajo: el asalariado. A diferencia de la inversión para adquirir un
esclavo, el obrero no le cuesta nada, no debe mantenerlo si no hay trabajo, no debe velar por
su salud. A un asalariado se le paga lo ya trabajado y en poder del patrón, su rendimiento
puede ser controlado y medido con facilidad. El esclavo debe ser observando
permanentemente. Para lograr el esfuerzo del asalariado se lo hace competir con sus iguales y
siempre está pendiente el peligro de la desocupación por el exceso de mano de obra, no es
necesario personal especial para vigilarlo.
Todas esas peculiaridades fueron incluidas dentro de la “historia social”. Con el
tiempo, al ponerse de manifiesto otras implicaciones sociales, el asunto fue objeto de intensos
debates. Todos abogaban por un tratamiento amplio, tan amplio como para hacer decir a
Lucien Febvre:

Una palabra tan vaga como “social” parecía haber sido creada (…) para
servir de bandera a una revista que (…) pretendía (…) hacer irradiar sobre
todos los jardines del vecindario, ampliamente, libremente, indiscretamente
incluso, un espíritu, su espíritu. (...) Esto es, precisamente, lo que significa el
epíteto “social” que ritualmente se coloca junto al de “económico”. Nos
recuerda que el objeto de nuestros estudios no es un fragmento de lo real,
uno de los aspectos aislados de la actividad humana, sino el hombre mismo,
considerado en el seno de los grupos de que es miembro.494

9.8.1. Una revolución: la historia vista y vivida desde abajo. Los primeros
trabajos, si bien enfocaban el interés hacia los grupos subalternos, dirigían el análisis con la
misma perspectiva, el mismo bagaje teórico, los mismos puntos de vista de las antiguas
historias escritas por los grupos privilegiados. 495 La nueva forma de encararlos abría
horizontes de enorme amplitud, el nuevo enfoque conducía a una revisión completa de toda la
historia conocida hasta mediados del siglo XX. La temática “estaba en el ambiente”, uno de
los primeros libros en hacer un estudio diferente del pasado de “los de abajo” 496 fue La
multitud en la historia, aparecido en 1964. El título era muy sugestivo y ponía de manifiesto
un problema latente pero no bien definido. Para su autor, los documentos tradicionales usados
por los historiadores, tienden a presentar la cuestión exclusivamente desde el punto de vista de
las clases dominantes. Primero nos presenta las preguntas efectuadas al material documental,
luego plantea las dificultades:

Una cosa es, por supuesto, formular tales preguntas y otra bastante diferente
encontrar para ellas respuestas razonablemente adecuadas. El grado en que
nuestra curiosidad puede ser satisfecha dependerá tanto del hecho mismo
como de que se disponga de información adecuada (...) Porque
infortunadamente, estos participantes rara vez dejan información propia en
forma de memorias, folletos o cartas, y para identificarlos –e identificar a sus
víctimas- así como también para indagar sus motivos y su conducta,
tendremos que confiar en otros materiales.497

494
Lucien FEBVRE. Combates por la historia. Ariel, Barcelona, cuarta edición, 1975. Págs. 39 y 41.
495
Entre tales estudios se pueden mencionar Édouard DOLLÉANS. Historia del movimiento obrero. Tres
tomos. Eudeba, Buenos Aires, 1961. G. D. H. COLE. Historia del pensamiento socialista. Siete tomos. F.C.E.
México, 1957 – 1960. Jürgen KUCZYNSKI. Evolución de la clase obrera. Guadarrama, Madrid, 1967.
Alberto J. PLA et al, Historia del movimiento obrero. 5 tomos, 8 volúmenes, Centro Editor de América
Latina, Buenos Aires, Buenos Aires, 1973-1974.
496
La expresión es el título de una famosa novela de Mariano Azuela.
497
George RUDÉ. La multitud en la historia. Los disturbios populares en Francia e Inglaterra 1730-1848.
319

Luego de exponer algunas versiones anteriores, hace señalamientos muy precisos,


basados en evidencia documental, sobre levantamientos e insurrecciones populares. Entre las
novedades más destacadas, pone de manifiesto la defensa, por parte de los campesinos, de su
modo de vida frente a los cambios tecnológicos y sociales, como causa de gran parte de los
disturbios analizados. Muchas insurrecciones populares buscaban mantener lo existente o
regresar a algún período anterior en el cual creían haberse sentido mejor.498
9.8.2. El camino por recorrer. Si bien el enfoque era novedoso, todavía quedaba
mucho por transformar. El propio autor, recordando el dudoso elogio de Eric Hobsbawm, al
señalar como virtud “que pronto estaría pasado de moda”, reconoce, seis años después, “que
había mucho de verdad en lo que Hobsbawm escribió”.499 Ya muchos historiadores dudaban
de la mayor parte de las generalizaciones formuladas por sus antecesores en años recientes.
Dos años más tarde apareció el artículo mencionado de Edward Palmer Thompson, dándole
nombre a una tendencia bastante difundida en ciertos medios, pero aun sin designación
definida.500 El mismo autor había publicado en 1963 una de sus obras más renombradas: La
formación histórica de la clase obrera inglesa.501 Allí planteaba no solamente el estudio de los
grupos subalternos, sino además, un enfoque desde el punto de vista de ellos; intentaba ver y
sentir las cosas como las vieron y sintieron los participantes, sin tomar en cuenta lo ocurrido
con posterioridad, procesos para ellos, obviamente, desconocidos:

Me propongo rescatar al humilde tejedor de medias y calcetines, al


jornalero luddita, al obrero de los más anticuados telares, al artesano
utopista y hasta al frustrado seguidor de Joanna Southcott, rescatarlos de
una posteridad excesivamente condescendiente. Acaso sus oficios y
tradiciones estaban destinados a desaparecer irremediablemente.
También es posible que su hostilidad hacia el nuevo industrialismo fuese
una actitud atrasada y retrógrada, sus ideales humanitarios puras
fantasías y sus conspiraciones revolucionarias pretensiones infantiles.
Pero ellos vivieron aquellos tiempos de agudo trastorno social y nosotros
no. Sus aspiraciones fueron válidas a la luz de su propia experiencia.
Realmente, cayeron víctimas de la historia, pero, ya condenados en vida,
aún permanecen como víctimas.502

El nuevo enfoque, si bien se ha enfrentado a discusiones enormes, tanto por la falta de


documentación como por la manera de trabajar con ella, ha modificado radicalmente la
perspectiva histórica. No de la mayor parte de los historiadores, pero sí de suficientes como
para augurar un futuro promisorio a la nueva “teoría”.
Solo para los últimos tres siglos de la Civilización Occidental, la consideración sobre
axiomas casi indiscutidos, introducidos por la Ilustración y el Positivismo, como el concepto
de “progreso”, han sido cuestionados seriamente. Progreso ¿de quién? El libro de Thompson

Siglo XX, Madrid, tercera edición en castellano, mayo de 1979. Página 20.
498
En México, el historiador John WOMACK jr., coincide con esa apreciación al iniciar su libro: Zapata y la
Revolución Mexicana.: “Este es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso
mismo, hicieron una revolución.” Siglo XXI, décimo primera edición en español, México 1980. Página XI.
499
George RUDE La multitud… Op. Cit. Prefacio a la versión castellana. Página 7.
500
Ver nota 487.
501
Aunque esta obra apareció un año antes de La multitud..., las respectivas versiones españolas invirtieron el
orden de aparición, el libro de RUDÉ apareció en 1971 y el de THOMPSON en 1977.
502
Edward Palmer THOMPSON. La formación histórica de la clase obrera. Inglaterra: 1780-1832. Laia,
Barcelona, 1977. Páginas 12 y 13.
320

pone de manifiesto cómo, durante la primera Revolución Industrial, en su cuna: Gran Bretaña,
la mayor parte de la población vivió un período de empeoramiento de sus condiciones de vida,
materiales y espirituales. Por lo menos cuatro generaciones fueron sacrificadas para establecer
las bases de una industrialización modelo para el resto del mundo. En cursos y libros sobre el
tema, suele presentarse el proceso como un avance permanente y progresivamente acelerado,
algo altamente positivo. Sin embargo, ahora vamos conociendo otras facetas del
acontecimiento: el costo social de semejante “avance”.
9.8.2. La terminología. Muchos términos también deben ser revalorados. Carlos
Marx definió, utilizó y difundió cuatro términos: “revolucionario”, “reaccionario”,
“conservador” y “reformista”. Según su definición, el primero designa a quienes están a favor
del “progreso” y quieren adelantar el futuro a velocidad máxima. Los reaccionarios desean
“hacer volver atrás la rueda de la historia”, retroceder hacia un momento juzgado como el
mejor. Los conservadores desean la inmovilidad, para ellos lo existente es lo mejor. Los
reformistas desean el mismo “progreso” pero lentamente, a través de pequeñas reformas, de
manera paulatina, sin “violencia”.
Luego de esa clasificación, el propio Marx considera a los obreros industriales como la
clase revolucionaria por excelencia. Sin embargo, parte importante de los grupos subalternos
han luchado, en varios de los casos, entre otras cosas, por mantener su forma de vida o por
regresar a otra anterior. En el extremo opuesto, la burguesía ha sido la clase más
revolucionaria de la historia de la humanidad, ha impulsado y financiado todas las
transformaciones de la ciencia y de la Revolución Industrial. Es responsable de la progresiva
velocidad de los cambios desarrollada por el mundo donde nos tocó vivir.503
Esta forma de encarar el estudio del pasado nos lleva al terreno de la ética, no para
juzgar individuos, sino para hacernos valorar la justificación de todo ese proceso: si para llegar
a donde estamos fue necesario sacrificar la felicidad de tantas generaciones, surge de
inmediato la pregunta: ¿quién tuvo derecho para decidir algo semejante? Para los
creyentes, solamente dios podría hacerlo. Pero en este caso, esa decisión ha sido tomada por
seres humanos. La búsqueda del beneficio material personal ha trastocado el orden y la
finalidad de la organización social: en el lugar de los fines, se han colocado algunos medios
considerados importantes por ciertas minorías, a fin de lograr sus propósitos.
Vale la pena recordar las palabras de Lucien Febvre, aunque estuvieran en un contexto
diferente, donde tenían otra significación: “Cuando no existe un fin mayor que empuja a los
hombres hacia los límites de su horizonte, los medios pasan a ser fines y convierten en
esclavos a los hombres libres.504 Desde otros puntos de vista, la decisión ha sido objetada,
porque nunca ha habido tasas tan altas de desigualdad social, económica y educativa como en
el mundo actual. En la minoría beneficiaria del mayor bienestar material, el índice de suicidios
es más alto a la de otros grupos mucho menos favorecidos. Asimismo, el desarrollo de las
armas atómicas, químicas y biológicas ha generado peligros jamás conocidos por las
sociedades humanas anteriores. Todo eso y otros problemas, también forman parte de la
Revolución Industrial.
9.8.3. La difusión. El nuevo enfoque surgió entre historiadores de habla inglesa,
mayormente británicos y formados en la teoría marxista. Eric Hobsbawm fue uno de los más

503
MARX lo plantea así en el Manifiesto del Partido Comunista, publicado en castellano en las Obras escogidas
de MARX y ENGELS en dos tomos. Progreso, Moscú, 1966. Tomo I, página 22.
504
Combates por la historia. Ariel, Barcelona, cuarta edición, 1975. Página 55.
321

destacados animadores del mismo, algunos también lo señalan como fundador. 505 Aunque
muchas de sus obras se enfocan a la comprensión de temas estrictamente delimitados en
ámbitos amplios, o bien son síntesis sobre el siglo XIX, tiene pasajes notables al respecto,
como el capítulo cuarto de Industria e imperio, significativamente titulado: “Los resultados
humanos de la Revolución Industrial, 1750-1850” y los relativos a la sociedad, especialmente
al desarrollo y evolución de la clase obrera en sus grandes síntesis. Además, es autor de otras
obras monográficas sobre movimientos de las clases populares, de excelente factura.506
El alto nivel de esos trabajos los hizo merecedores de traducciones a varios idiomas. Su
difusión permitió a historiadores de otros medios ponerse en contacto con esas preocupaciones
e interesarse por hacer algo similar. Para períodos anteriores al siglo XVIII, las dificultades se
multiplican exponencialmente. La carencia de documentación directa y la crónica sesgada, de
quienes los combatían y explotaban, han presentado una versión, sin duda, muy distorsionada
de lo ocurrido. Si bien hubo infinidad de alzamientos populares desde los tiempos más lejanos
de los cuales tenemos noticias, casi nada sabemos sobre los pensamientos, las intenciones y
los fines de muchos alzados. Tampoco sobre sus sufrimientos, por eso, algunos de mucha
fama han dejado ciertos recuerdos y han permitido a los novelistas imaginarlos y plasmarlos
en esa forma literaria. El más famoso, seguramente, ha sido el levantamiento de los
gladiadores romanos liderados por Espartaco. En el siglo XX, el acontecimiento dio lugar a
novelas de Arthur Koestler y Howard Fast, las cuales fueron la base del libreto para la película
homónima de Stanley Kubrik.
Más conocida por el pueblo hebreo, fue la sublevación contra Babilonia, encabezada
por Judas Matatías, un sacerdote rural en el Israel del siglo segundo antes de nuestra era, en la
cual sus cinco hijos, conocidos como “los hermanos macabeos”, tuvieron un papel
protagónico. Howard Fast, nuevamente, publicó otra obra de ficción sobre ese tema, titulada
Mis gloriosos hermanos. En comparación, es bien poco y ha corrido por cuenta de creadores
con preocupaciones sociales, lo cual no es lo más generalizado.
Hasta ahora, el conocimiento a nuestra disposición, nos trasmite la idea de pequeños
triunfos momentáneos de los sectores populares, en comparación con la imposición casi
permanente de los grupos dominantes. Desde los Gracos en Roma, hasta nuestros días,
muchos dirigentes populares han muerto violentamente a manos de las clases dominantes.
Aquellos a quienes no pudieron eliminar físicamente, o neutralizarlos, produjeron éxitos muy
discutibles mientras vivieron y actuaron. Las clases subalternas de las sociedades rara vez se
han organizado y resistido, para establecer un sistema de larga duración a satisfacción de la
inmensa mayoría de la población.
Desde la aparición de las primeras civilizaciones, el trabajo para edificarlas y hacerlas
funcionar se dividió en “intelectual” y “físico”. Si bien todo trabajo requiere de ambas
cualidades, hay algunos con una carga mucho mayor de desgaste corporal y otros donde el
peso recae en ejercicios mentales.
Un obrero debe cargar bultos pesados, mezclar elementos de construcción, etc., hace
un mayor desgaste de su fuerza muscular al realizado por un empleado, cuya tarea ahora es
escribir en teclado, un siglo y medio atrás lo hacía con pluma.

505
Quienes así lo hacen, seguramente tienen un conocimiento más directo y profundo del propio proceso. Noso-
tros debemos atenernos a la fecha de publicación de las obras, lo cual es engañoso.
506
Revolución industrial y revuelta agraria. El capitán Swing. Siglo XXI, Madrid, 1985. Trabajadores.
Estudios de historia de la clase obrera. Crítica, Barcelona, segunda edición 1982, entre otros.
322

Aunque en sus respectivos trabajos ambos despliegan las dos aptitudes: el obrero debe
pensar en las cantidades a mezclar o en la forma de levantar los bultos, el empleado debe
mover los dedos para oprimir las teclas o guiar la pluma. Pero lo fundamental del trabajo de
cada uno es: lo generado por el esfuerzo del cuerpo el obrero y lo elaborado con el
pensamiento el intelectual.
Los grupos gobernantes se han reclutado siempre entre quienes desarrollan trabajo
mayoritariamente intelectual. Muchas sociedades guerreras tendieron a considerar deshonroso
el trabajo físico, no así el intelectual. En algunas sociedades, si un noble realizaba tareas
consideradas no aceptables, perdía su honra, su calidad de noble. En la Antigüedad se hacía la
guerra a fin de conseguir mano de obra para los trabajos pesados, con desgaste muscular.
Luego surgieron otras formas de obtener trabajadores, hasta la asalariada actual.
A pesar de eso, la enseñanza dejada por el conocimiento histórico actual, pone de
manifiesto la dependencia de toda sociedad, incluidos los “trabajadores de cuello blanco”, del
trabajo muscular de muchas personas. Si nadie realizara esas tareas, no existirían intelectuales.
Si todos se vieran obligados a producir sus alimentos, su vivienda, su ropa y luego procesar
varios productos para obtener esos satisfactores, a ninguna persona le sobraría el tiempo
suficiente para ponerse a pensar y elaborar los productos del intelecto. Ya Platón mencionaba
la necesidad del “ocio fecundo y productivo” para las clases dominantes, a fin de poder
organizar “la vida de todos”. Muchas sociedades modernas siguen jerarquizando el trabajo
como lo hacían las antiguas noblezas.
El conocimiento histórico lo elaboran intelectuales, de allí la preferencia por aspectos
políticos, intelectuales, “filosóficos”, pero también por la evolución de sus congéneres
privilegiados. La casi totalidad de los nombres mencionados en los libros de Historia son de
miembros de los grupos dedicados al trabajo intelectual. Solo por excepción aparece algún
trabajador manual, como podía ser el caso del Pípila en México.
En La Ilíada, poema épico atribuido a Homero, por un momento vemos un personaje
popular no perteneciente a la nobleza guerrera: Tersites. Seguramente, la mayor parte de
quienes han leído la novela no lo recuerdan, por lo breve de su intervención. En el otro
extremo, a Agamenón, Paris, Héctor, Aquiles y varios otros nombres de los aristócratas, es
imposible no recordarlos. Para los intelectuales, como para la mayor parte de la gente, los
importantes son quienes realizan tareas similares a la suya. De allí el desinterés por la suerte
de las clases trabajadoras con mayor desgaste físico. En el caso mencionado, es significativo el
trato recibido en ese pasaje.
Casi como respuesta a la “historia desde abajo”, aparecieron los filósofos
posmodernistas. Su planteamiento nos habla de las diversas versiones de un mismo proceso
histórico por diferentes autores. En su exposición, el conocimiento histórico parece un
baturrillo de imágenes, todas diferentes, de los procesos del pasado. Pero la realidad es otra.
Como vimos en el capítulo octavo, nuestra comprensión del pasado condiciona
nuestras decisiones actuales, por lo tanto, si uno indaga las diferentes versiones, puede
encontrar una complementación muy adecuada para tener una imagen más completa sobre la
explicación y las causas de ciertos acontecimientos. Pero, George Steiner lo presenta de la
siguiente manera:

Lo que nos rige no es el pasado literal, salvo posiblemente en un sentido


biológico. Lo que nos rige son las imágenes del pasado, las cuales a
menudo están en alto grado estructuradas y son muy selectivas como los
mitos. Esas imágenes y construcciones simbólicas del pasado están
323

impresas en nuestra sensibilidad, casi de la misma manera que la


información genética.507

Sin embargo, cuando se han hecho algunos descubrimientos, luego se repiten otros,
podemos sospechar algún atisbo de acercamiento a la verdad. Pero el reconocimiento de la
inseguridad de nuestros conocimientos, como de todo conocimiento de algo exterior a
nosotros mismos, no implica abandonarlo todo, como suelen proponer.
Hasta aquí el manuscrito inconcluso, un poco “adaptado” a las circunstancias.
¿Podemos sacar algo de allí?
Pensamientos, nociones, generalizaciones, creencias, obsesiones, sentimientos, ideas…
en síntesis TEORÍA. Todo en nuestro cerebro, cotejándose con otras ideas, con la experiencia,
con nueva información. Para terminar, Febvre brinda la mejor síntesis sobre este punto;
aunque una parte ya figura en un capítulo, vale la pena presentarla completa como conclusión:

…sin teoría previa, sin teoría preconcebida no hay trabajo científico posible.
La teoría, construcción del espíritu que responde a nuestra necesidad de
comprender, es la experiencia misma de la ciencia. Toda teoría está fundada,
naturalmente, en el postulado de que la naturaleza es explicable. Y el
hombre, objeto de la historia, forma parte de la naturaleza. El hombre es para
la Historia lo que la roca para el mineralogista, el animal para el biólogo, las
estrellas para el astrofísico: algo que hay que explicar. Que hay que
entender. Y por tanto, que hay que pensar. Un historiador que rehúsa pensar
el hecho humano, un historiador que profesa la sumisión pura y simple a los
hechos, como si los hechos no estuvieran fabricados por él, como si no
hubieran sido elegidos por él, previamente, en todos los sentidos de la
palabra “escoger” (y los hechos no pueden no ser escogidos por él) es un
ayudante técnico. Que puede ser excelente. Pero no es un historiador. 508

Toluca, domingo 23 de octubre de 2015.

507
George STEINER. En el castillo de Barba Azul. Una aproximación a un nuevo concepto de cultura.
Gedisa, Barcelona, tercera reimpresión, 2001 Página 17.
508
Lucien FEBVRE. Combates por la Historia. Ariel, quincenal. Barcelona, cuarta edición, diciembre de 1975.
Páginas 179, 180.

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