«Freud, el genio y sus sombras», de Louis Breger
Ediciones B, Argentina, 2001
Ramon Riera i Alibés
Puede ser útil que empiece la reseña de esta
biografía de Freud con una breve presentación de su
autor. Louis Breger tiene un doble background. Por
un lado tiene una larga experiencia clínica en
psicoterapia y psicoanálisis, y ha sido el presidente
fundador del Institute of Contemporary
Psychoanalysis (ICP) en Los Angeles. El ICP es una
institución psicoanalítica joven (fue fundado hace
11 años), y tiene en sus programas de formación una
alta presencia de los enfoques intersubjetivos,
relacionales y de la psicología del self. La
experiencia de Breger en el trabajo clínico con
pacientes, así como su experiencia en los programas
de formación psicoanalítica (primero como alumno
de los programas clásicos, y luego como fundador
del ICP) constituyen una sólida referencia a la hora
de valorar las aportaciones de Freud; ello lo
diferencia de otros biógrafos, como Peter Gay, que
provienen de fuera del campo psicoanalítico. Por
otro lado, Breger ha ejercido también como docente
de psicología en la universidad, donde investigó en
los años 60 sobre la psicología del soñar apoyándose
en las investigaciones neurofisiológicas
(monitorización de la fase REM). Esta base
académica junto con su pertenencia a un Instituto
psicoanalítico alejado de los grandes dogmas del
psicoanálisis es lo que lo diferencia de biógrafos
como Ernest Jones, mucho más implicados en la
ideología oficial del movimiento psicoanalítico.
De todo ello surge una biografía que como su
título inglés indica (darkness in the midst of vision
que traducido literalmente sería «oscuridad en
medio de la visión») contempla por un lado los
brillantes descubrimientos freudianos, pero no
olvida los puntos ciegos de sus conceptualizaciones.
Me interesa resaltar que tanto Breger como la
institución que éste fundó, el Institute of
Contemporary Psychoanalysis, tienen una enorme
influencia en el análisis norteamericano
contemporáneo, y que a pesar de que el enfoque de
esta biografía es enormemente crítico con muchos
de los aspectos de la obra freudiana, ello no implica
que dicho enfoque se pueda considerar marginal o
minoritario.1
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El libro empieza con un capítulo introductorio
que Breger titula El desarrollo del héroe, donde
encontramos ya una síntesis de lo que va a ser la tesis
principal del libro. El título de esta introducción está
tomado de la famosa carta que Freud escribió a su
novia cuando a los 28 años había ya acabado los
estudios de medicina. En esta carta Freud decía que
había destruido las notas de su diario para así dar
más trabajo a sus futuros biógrafos, de manera que
cada uno pudiera hacer su propia hipótesis sobre el
desarrollo del héroe. Por tanto, nos dice Breger,
desde muy pronto, antes de haber realizado sus
primeros descubrimientos, Freud tenía ya la ilusión,
quizá podríamos decir la necesidad, de devenir un
héroe. Los científicos que Freud tomó como modelo
a seguir no eran Pasteur o Koch, cuyo trabajo tanto
ayudó a combatir la enfermedad, sino Kepler y
Darwin, cuyas teorías dejaron al mundo cultural
patas arriba. Freud vivió una infancia traumática
(este es el punto más original de la biografía de
Breger) lo que lo hizo refugiar en fantasías
románticas de la historia militar y de la literatura.
Los héroes favoritos de su adolescencia fueron
Aníbal, Alejandro el Grande, Napoleón, y quizá
sobretodo Edipo que venció a su propio padre en
combate, descifró el enigma de la esfinge y se
convirtió en el rey de Tebas. De esta ambición de
grandeza surge la espectacularidad de sus teorías,
como su conceptualización de la universalidad del
complejo de Edipo. Veamos la síntesis final que hace
Breger al final de este capítulo introductorio:
La versión que Freud hizo de su propia infancia a
partir de su auto-análisis (un joven guerrero edípico
con fuertes deseos sexuales hacia su madre y en
guerra contra un poderoso padre, estando la
sexualidad en la raíz de sus miedos y de sus
síntomas) fue la versión que luego extrapoló a la
ortodoxia psicoanalítica. Ello fue una invención, una
auto-interpretación que sirvió para tapar los traumas
y pérdidas intolerables de su propia vida.
Como ya he anticipado, la comprensión de la
infancia de Freud como algo traumático que tuvo
que ser desmentido está en el centro de la manera
que tiene Breger de entender la biografía de Freud, y
es también una pieza clave para la comprensión del
particular camino que tomó Freud en sus
conceptualizaciones teóricas. Sigi (así es como su
madre le llamaba de niño) nació en una familia judía
de un pueblo católico de 4000 habitantes llamado
Freiberg, en Moravia, unos 100 km. al norte de
Viena. Los judíos eran sólo el 3% de la población (al
igual que los protestantes) por lo que se supone que
la familia Freud tuvo que sufrir un cierto
aislamiento social. Debido a su pobreza habitaban
un piso de una sola habitación en condiciones
bastante precarias.
A los 10 meses de edad del pequeño Sigmund
murió un tío materno llamado Julius que tenía sólo
20 años; un mes después nace su hermano al que le
ponen el nombre del tío muerto; y antes de que
Sigmund cumpla los dos años este hermano (Julius)
muere de una infección intestinal. Si bien no hay
constancia escrita de ello, cabe presuponer que
Amalia, la madre de Freud quedó profundamente
deprimida después de la muerte primero de su
hermano y después de su hijo. Curiosamente pero,
años después, Freud centró más su autoanálisis en la
rivalidad que sentía con su hermano Julius y en la
supuesta culpa que sintió después de su muerte, que
no en el efecto traumático que supuso la probable
depresión de su madre, y la presencia de la muerte
en una casa de una sola habitación a una edad tan
temprana. En este sentido, Breger reproduce una
extensa cita del ensayo sobre la feminidad, que
Freud escribió cuando tenía 75 años, dónde explica
el sentimiento de abandono que siente el bebé
(«aunque sólo tenga 11 meses» escribe textualmente
Freud) ante el nacimiento de un hermano. Es
curioso pero, nos dice Breger, que Freud no ligara
este tipo de sentimientos con su propia historia, ni
tan siquiera a la historia de cualquier humano (varón
o hembra), y en su ensayo sobre la feminidad los
circunscribiera sólo a las mujeres. Es también
curioso que la edad de 11 meses, sea exactamente la
que Freud tenía cuando nació su hermano Julius.
Otra pérdida traumática para Freud fue la
expulsión de la casa y su ulterior denuncia judicial
de la mujer que cuidaba de él. Esta mujer que era
quien estaba con el pequeño Sigi las largas horas
que su madre tenía que dedicar a la manufacturación
de la lana (el negocio familiar), fue efectivamente
despedida y acusada de robo cuando el pequeño
Freud tenía dos años y medio. Sabemos por su
correspondencia con Fliess que Freud consideraba
que fue esta mujer la que «inyectó en mí la buena
opinión sobre mis propias capacidades». Por tanto, a
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esta edad de 2 años y medio Freud había sufrido ya
la más que probable pérdida por depresión de su
madre y la pérdida en una situación violenta de su
madre substituta.
Finalmente, a los tres años y medio, el negocio
de su padre se arruinó, de manera que la familia (los
padres Jacob y Amalia, el pequeño Sigi, y su recién
nacida hermana Ana) tuvieron que abandonar
Frieberg (y el círculo familiar que allí los rodeaba).
Distintos biógrafos atribuyen este revés a la
economía familiar al antisemitismo o a una crisis
general en el sector textil en el área de Moravia;
pero, según Breger, parece más razonable considerar
que fue consecuencia de las escasas capacidades de
Jacob en el manejo de sus negocios (el colega de
Jacob, Ignaz Fluss, también judío, creó entonces una
próspera fábrica de lana en Freiberg).
Inevitablemente esta vivencia de catástrofe
económica, de inseguridad, tuvo que hacer mella en
el pequeño Freud.
Curiosamente, nos dice Breger, Freud en su
autoanálisis no dio mucha importancia a todas estas
circunstancias traumáticas expuestas hasta ahora.
En cambio sus deseos sexuales hacia su madre y su
terror ante la amenaza de castigo y castración en
manos de un padre poderoso adquirió un
protagonismo especial, y se convirtió en el germen
de su posterior promulgación de la espectacular
teoría sobre la universalidad del complejo de Edipo.
Un detalle que es ilustrativo en esta misma dirección
es que Freud conjeturó que su fobia a viajar en tren
estaba relacionada con la probabilidad de que viera
a su madre desnuda en aquel primer viaje cuando se
vieron obligados a abandonar Freiberg, factor este a
todas luces menor si lo comparamos con la carga de
angustia que la ruina familiar y la inseguridad de un
futuro incierto (de hecho Jacob trató de instalarse en
Leipzig, donde la familia vivió durante un año, sin
resultados positivos, con lo que finalmente, la
familia tuvo que trasladarse a Viena, donde residía
la familia de Amalia). Veamos en la siguiente cita
como Breger sintetiza su idea acerca del posible
sentido que podemos dar a las aparentes
incoherencias de la manera de Freud de interpretar
su propia infancia:
Aunque la rabia del pequeño Freud formó parte de
sus reacciones ante los episodios traumáticos de su
infancia, su insistencia en estos aspectos, y el
correspondiente descuido de sus miedos y de su
sentimiento de desamparo, fue una manera de
protegerse a sí mismo de estos últimos afectos,
mucho más desequilibrantes. Su reconstrucción de
sus primeros años creó un auto-retrato en el que se
 atribuía un mayor control, en el que no aparecía
como el pequeño desvalido que en realidad fue.
Por supuesto que los pequeños varones tienen
sentimientos de rivalidad ante su padre, y a los dos
años de edad suelen sentir rabia y competitividad con
los hermanitos recién nacidos, e incluso pueden
querer que mueran (dentro de su limitada
comprensión de la muerte), pero tales sentimientos
no tienen necesariamente que ser fuente de conflicto.
En cambio, para el Freud adulto, fue menos
inquietante centrarse en ellos que no en los
sentimientos de terror e indefensión. La
interpretación que Freud creó para explicar su propia
infancia devino el prototipo de su comprensión de
todo el mundo, un fundamento que sostuvo durante
toda su vida.
Una de las características que Breger subraya es
que padre e hijo tenían los papeles cambiados:
mientras que Jacob fue progresivamente
mostrándose poco dotado para mantener la
seguridad familiar, el pequeño Sigmund fue
ocupando progresivamente el papel de salvador de
la familia. Ya desde muy pronto el joven Sigmund
se ocupaba de escribir a Emmanuel y Philip, sus dos
hermanastros afincados en Manchester, para pedir
ayuda económica para su padre. Por ello resulta
sorprendente que para Freud, en la versión
mitológica de su infancia, su padre estuviera
representado por Layo, el poderoso rey de Tebas. De
hecho, nos dice Breger, Jacob se correspondería más
a la figura de un vendedor fracasado, como el que
retrata Arthur Miller en La muerte de un viajante.
Por otro lado, Amalia, la madre de Sigmund, fue
un carácter frío y dominante. Aunque de aspecto
afable para los de fuera, no fue alguien con quien
fuera fácil sentirse seguro en una relación de
intimidad. Además, en la relación con ella,
inevitablemente debía estar presente la amenaza de
repetición de aquellas primeras pérdidas de la
primera infancia. Por tanto, para el joven Sigmund,
el papel de hijo preferido de la madre en su posición
de muy buen estudiante fue una solución de
compromiso aceptable para sentir un cierto
sentimiento de seguridad.
Charcot, nos dice Breger, fue una figura de una
enorme influencia para Freud: la prueba es que le
puso su nombre a su primer hijo, su retrato estuvo
para siempre colgado en su consulta, y nunca
cuestionó su idealizada imagen. La influencia de
Charcot contribuyó a que Freud diera un giro
definitivo a su vida profesional: abandonó la
anatomía y la neurofisiología para sumergirse de
lleno en la investigación del mundo de las
emociones. La tesis de Breger es que el control que
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Charcot tenía sobre las pacientes histéricas en sus
demostraciones le dio una gran seguridad al tímido
y emocionalmente bloqueado Freud para que
pudiera así atreverse a sustituir el rígido y
disciplinado laboratorio de Brücke por el mucho
más incierto estudio de las emociones (incluyendo,
por supuesto, las propias). Por otro lado, el poder
que tenía Charcot en la Salpetrière, así como su
mundología, hacía que apareciera a los ojos del
joven Sigmund ocupando una posición opuesta a la
de su fracasado padre, y por tanto se convirtió en un
modelo a seguir. Al mismo tiempo pero, Breger
enfatiza que el método freudiano se alejaría de un
modo radical del quehacer de Charcot:
efectivamente, este último nunca se sintió
interesado por la vida y sentimientos de sus
pacientes, nunca hablaba con ellas fuera de sus
demostraciones públicas; hoy sabemos que en estas
sesiones tanto las pacientes-actrices como los
médicos ayudantes sabían lo que el maestro
esperaba de ellos. Por el contrario, pocos años
después, Breuer y Freud escogerían un camino
completamente distinto, donde sin duda radica la
más valiosa aportación del psicoanálisis: se
interesaron profundamente en conocer y entender el
pasado traumático de Anna O para poder así dar un
sentido y al mismo tiempo alivio a su sufrimiento
actual.
Es interesante la comparación que hace Breger
entre Breuer y Freud: Breuer estaba más interesado
en la conexión empática con el sufrimiento de Berta
Pappenheim (la vio casi a diario durante más de dos
años), mientras que Freud se sentía más motivado
para alcanzar el supuesto origen sexual de su
neurosis, utilizando de forma incisiva todos aquellos
instrumentos que le permitieran alcanzar las
profundidades del inconsciente. Veamos a
continuación cómo Breger utiliza distintas
expresiones de Freud sacadas de los Estudios sobre
la histeria, para describir el carácter agresivo del
estilo freudiano:
Freud habla de «penetrar en las más profundas capas
de la memoria» utilizando «las armas de la armería
terapéutica»; habla también de «forzar nuestra
entrada en los estratos internos superando
continuamente las resistencias»; y habla de la
psicoterapia como «una intervención quirúrgica»
parecida al «drenaje quirúrgico de una cavidad llena
de pus». Estas imágenes y metáforas nos dan una
idea de cómo Freud abordaba a sus pacientes, los
cuales, por supuesto, eran todos mujeres.
Consideraba que lo que había en su interior era un
material enfermo e infectado (pus) que había que
extraer. La necesidad de controlar y de dominar, que
 caracterizaba su matrimonio y sus ulteriores
relaciones con colegas, era también evidente con sus
primeras pacientes.
Breger da una versión muy distinta de la que
todos conocemos sobre los pormenores de la ruptura
entre Freud y Breuer. Es importante constatar como
ha sido adulterada la historia oficial del denominado
movimiento psicoanalítico. La versión «oficial»
(construida entre Freud y Ernest Jones) cuenta que
Breuer huyó despavorido de Berta Pappenheim
(Anna O) cuando ésta tuvo un embarazo histérico y
pretendía que Breuer era el padre. La guinda de esta
historia «oficial» es que Breuer, para proteger su
matrimonio, tuvo que viajar entonces con su celosa
esposa a Venecia en una segunda luna miel. Y para
acabarlo de rematar, la historia cuenta que en este
viaje a Venecia fue concebida una hija que años
después se suicidó en Nueva York. La versión de
Breger, apoyada en parte en la biografía de Breuer
escrita por Hirschmüller, nos dice que no existió tal
huida de Breuer, sino que, al contrario, Breuer
continuó durante varios años siendo el médico de
cabecera de Berta. Por otro lado, existe evidencia
que los Breuer no estuvieron en Venecia en la época
en que Jones pretende, y su hija Dora fue concebida
antes de que Berta terminara su tratamiento.
Finalmente, Dora no se suicidó en Nueva York, sino
que tomó veneno cuando la Gestapo la iba a detener
en Viena en 1936. En realidad lo que sucedió es que
Freud no toleró el escepticismo de Breuer ante
algunas de sus teorías, especialmente la del origen
sexual de las neurosis, y ello le llevó, como
sucedería posteriormente con tantos otros
disidentes, a crear la leyenda de que supuestas
insuficiencias de Breuer en el manejo de la
transferencia erótica lo llevó a tener que negarla. En
cambio, el estudio detallado del caso de Berta y de
otros que Breuer trató nos muestra como la
sexualidad no jugó un papel central en las
dificultades que surgieron, sino que lo que resultaba
especialmente difícil de manejar eran los intensos y
abrumadores sentimientos de pérdida, abandono,
muerte etc. Unos 20 años después, Breuer escribió
en relación al tratamiento de estos pacientes:
«Aprendí muchas cosas, cosas valiosas desde el
punto de vista científico, pero también aprendí que
es imposible para un médico tratar tales casos sin
que su vida profesional y privada quede arruinada
por los mismos. Entonces me juré que nunca en la
vida volvería a pasar por aquel calvario». Hoy
sabemos que emociones tan desquiciantes como las
que surgen en el tratamiento de pacientes disociados
con severos antecedentes traumáticos (ansiedades
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de fragmentación, terrores que pueden llevar al
suicidio etc.) tienen un efecto muy disruptivo en el
terapeuta, y por tanto no es difícil de entender que
Breuer optara por pasar estos pacientes a Freud, con
mucho más empuje y con otra motivación para
asumirlos. Ahora bien, eso no quita que se pueda
considerar que fue una desgracia para la ulterior
evolución del psicoanálisis el cambio que hizo
Freud al pasar de Breuer a Fliess. Veámoslo en
palabras de Breger:
Freud necesitó deshacerse de Breuer porque no era el
«gran hombre» carismático que necesitaba. A pesar
de los años de colaboración y amistad Freud nunca se
refirió a él con estas palabras. Las contribuciones
científicas de Breuer fueron iguales o superiores a las
de Brücke o Charcot, pero en cambio Breuer no fue
para Freud ni un «maestro», ni una famosa autoridad,
ni hizo nunca ningún comentario acerca del «poder
de su mirada». Breuer fue más bien un cuidadoso
científico, una persona modesta que no estaba
dirigido por las ambiciones ni tuvo que inventar
teorías para ocupar un lugar en la historia; pero en
cambio estuvo muy preocupado por el bienestar de
sus enfermos. Todo ello hizo que fuera difícil que
ocupara para Freud el lugar de un ídolo tal como
había sucedido con otros mentores, y tal como estaba
a punto de suceder con Fliess […] El cambio de
Breuer a Fliess sería fatídico para la ulterior
dirección del trabajo de Freud, como teórico y como
terapeuta. A partir de aquí Freud abandonó el
abordaje abierto que se puede ver en Comunicación
preliminar, co-escrita con Breuer, para adoptar la
posición doctrinaria que tanto caracterizó el ulterior
psicoanálisis.
Efectivamente, Breger nos presenta a Fliess
como un iluminado que conceptualizó lo que él
denominó la «neurosis nasal refleja», lo cual le
permitió relacionar distintos dolores corporales
(cardíacos, musculares, abdominales etc.) con
supuestas alteraciones en las membranas nasales. A
partir de esta conceptualización el tratamiento de
elección de la mayoría de síntomas pasaba a ser la
cirugía nasal y la cocaína. La segunda gran (!) teoría
de Fliess era que los ciclos sexuales (describió un
ciclo sexual de 23 días en el hombre, equivalente al
ciclo de 28 días femenino) dominan la vida humana:
a partir de la fecha de nacimiento se podían predecir
las enfermedades e inclusive la muerte. Compartía
pues con Freud la necesidad de describir teorías
espectaculares que revolucionaran la cosmovisión
de la época, de manera que se convirtió en el
principal puntal de Freud en su autoanálisis. El
mismo Freud recurrió al tratamiento de Fliess para
tratar sus dolores precordiales y su terror
concomitante a morir de una crisis cardiaca: así
Freud se hizo operar por Fliess, y su adicción a la
cocaína quedó reforzada. La fascinación de Freud
por las aparatosas teorías de Fliess queda ilustrada
por el episodio Emma Eckstein (la famosa Irma del
sueño): ésta era una paciente de Freud con dolores
abdominales que no mejoraban, por lo que
finalmente fue intervenida nasalmente por Fliess;
éste olvidó una gasa en la cavidad nasal por lo que la
pobre Emma estuvo a las puertas de la muerte por
una hemorragia en el postoperatorio. Ahora bien al
cabo de un año, la evidencia de que Emma había
sido víctima de una negligencia médica se había ya
difuminado, y Freud le escribía a Fliess:
«Primeramente Eckstein. Te podré demostrar que
tenías razón, que sus episodios de hemorragia
fueron histéricos, fueron ocasionados por anhelos, y
probablemente ocurrieron en momentos
sexualmente relevantes [en referencia a la teoría de
Fliess de los períodos masculinos y femeninos]. La
paciente, todavía bajo resistencia, no me ha
suministrado las fechas.»
Breger sostiene que en la época del autoanálisis
con Fliess, Freud empezó a recordar y revivir los
hechos traumáticos de su infancia en Freiberg (la
pérdida de su madre, de su niñera, la ruina familiar y
emigración), y fue entonces cuando necesitó
inventar la universalidad del complejo de Edipo
como una manera de escapar al impacto de su
pasado traumático:
Freud se hallaba impulsado por dos fuerzas
contrarias. Por un lado quería descubrir la verdad de
su propio pasado, aunque al progresar su auto-análisis
se viera expuesto a los amenazantes recuerdos y
emociones de sus primeros años; no se trata de
seducciones en su caso, pero sí en cambio de pérdidas
aplastantes. Por otro lado podría contrarrestar estas
emociones traumáticas con un gran descubrimiento
que le afirmara sus capacidades […] La promulgación
de la universalidad de la teoría edípica fue un
compromiso: por un lado revelaba su deseo por el
amor de su madre y su pérdida ante un rival; y al
mismo tiempo, lo convertía en un guerrero, en el
joven Edipo, en combate con un padre poderoso como
un rey. De esta forma se deshacía de los traumas
reales, sexuales y de cualquier otro tipo, y le daba un
énfasis especial a las pulsiones y fantasías. En esta
nueva teoría ya no es lo que realmente le ha sucedido
al niño lo que es fuente de miedo, depresión y
síntomas, sino que lo importante es la masturbación,
los placeres infantiles, las fantasías edípicas y los
deseos sexuales que entran en conflicto con la moral
standard. Y esta misma teoría, inmediatamente
promovida a un estatus universal, se convierte a su
81
vez en su tentativa de alcanzar fama universal; le
convertiría en un gran y poderoso científico.
Un grupo de entusiastas seguidores se fue
aglutinando alrededor de la carismática figura de
Freud. La «Sociedad de los miércoles» primero,
rebautizada luego como «Sociedad Psicoanalítica de
Viena», fue un grupo de médicos y de intelectuales
que vieron en Freud una poderosa ayuda para poder
conocer las profundidades del alma humana y poder
alcanzar así un alivio del propio sufrimiento. La
mayoría fueron «analizados» por Freud, aunque el
susodicho análisis consistiera en unas pocas
conversaciones. Los seguidores de Freud
pertenecían a generaciones más jóvenes, y Freud se
convirtió para muchos de ellos en su fuente de
pacientes, es decir de trabajo y de ingresos. Todo
ello y especialmente la enorme atracción que ejercía
su brillantez intelectual, hizo que Freud ejerciera un
enorme poder sobre el grupo. Breger cuenta una
breve anécdota que ilustra bien este poder de
seducción que Freud ejercía sobre sus seguidores; se
refiere a Ernest Jones, uno de sus más fieles
discípulos, y junto con el mismo Freud, el máximo
responsable de las deformaciones con las que la
historia del psicoanálisis ha llegado hasta nosotros.
El día que Jones fue presentado a Freud por primera
vez, éste le dijo que por la forma de su cabeza no
podía ser inglés, y que tenía que ser galés. Por
supuesto que Jones se quedó admirado de la
sabiduría de Freud; no sería hasta muchos años
después que Jones se enteró de que Freud había sido
informado con anterioridad por Jung acerca de su
nacionalidad.
Alfred Adler fue el primer disidente. Adler
centró sus investigaciones en los sentimientos de
fragilidad, debilidad e inferioridad que tienen los
niños ante el adulto, en como la agresividad puede
ser una manera compensatoria de reaccionar ante
estos sentimientos y en como estas vivencias de
pequeñez pueden ser vividas por el varón como una
falta de virilidad y pueden generar la «protesta
masculina». Para Breger lo que resulta de vital
importancia en la comprensión de la ruptura entre
Freud y Adler es que Adler describía estados
emocionales a los que Freud, debido a su particular
pasado traumático, no tenía acceso. Adler
consideraba que los sentimientos de pequeñez y
desprotección del adulto tienen su origen en las
experiencias de inferioridad que están presentes en
el origen de toda vida psicológica; y que
dependiendo de las circunstancias de la vida, este
tipo de vivencias tomarán distinta presencia en la
vida psicológica de cada cual.
 En 1913, a instancias de Ernest Jones («que
siempre fue un combativo partidario de la caza de
herejes» nos dice Breger), Freud creó un «comité
secreto» formado por sus seguidores fieles, cuyo
objetivo era velar por lo que ellos consideraban la
pureza del psicoanálisis. Freud regaló a cada
miembro un entalle griego antiguo que
posteriormente engarzaron en anillos. Poco antes
Adler había sido expulsado por desviacionista, de
manera que la creación de este comité obedecía a la
necesidad de contar con una estructura que pudiera
enfrentar situaciones parecidas que se dieran en el
futuro: y efectivamente sólo un año después de su
creación, el comité apoyó a Freud en la destitución
de Jung como presidente de la Asociación
Internacional y como redactor de su revista. Y como
sucedería con tantos otros en la posteridad, el
comité se encargó de hacer circular el veredicto de
que Jung estaba psicológicamente enfermo para la
práctica del psicoanálisis. Breger nos relata la
historia de Jung, el «hijo predilecto» de Freud, que
desde muy pronto sintió que su experiencia clínica
no encajaba con las teorías de Freud, pero que hasta
muy avanzado en su relación con el maestro no se
atrevió a manifestarse abiertamente. Jung no veía
claro la etiología sexual de la neurosis, y por otro
lado consideraba que la teoría freudiana del proceso
analítico descuidaba la importancia de la relación.
Freud empezó a criticarle que utilizara teorías de
antes del descubrimiento del psicoanálisis, y a
continuación, con la ayuda de Abraham y Jones,
consideró que Jung estaba mentalmente
discapacitado para la práctica del psicoanálisis. Esta
estrategia tan común en la historia del
«movimiento» psicoanalítico, irritó especialmente a
Jung tal como podemos leer en una de sus últimas
cartas a Freud que Breger nos transcribe:
…señalaré que su técnica de tratar a sus discípulos
como pacientes es un error garrafal. De ese modo
crea hijos serviles o cachorros insolentes. Va por ahí
husmeando todas las acciones sintomáticas en el
vecindario, por consiguiente reduciendo a todo el
mundo al nivel de hijos e hijas que, avergonzados,
reconocen la existencia de sus defectos. Mientras
tanto usted está por encima de todos como el padre,
bien colocado…
Nos dice Breger que Freud respondió a esta
carta rompiendo la relación, utilizando la típica
estrategia de diagnosticarlo. Textualmente le
escribió: «El que mientras se comporta de forma
anormal no deja de gritar que es normal da pie a la
sospecha de que le falta perspicacia sobre su
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enfermedad. Por consiguiente, propongo que
abandonemos por completo nuestra relación
personal». A partir de aquí las teorías de Jung
fueron consideradas «místicas» por la corriente
oficial del psicoanálisis, con lo cual todas sus
aportaciones quedaron así disociadas.
Con Ferenczi se repite la historia. Breger relata
como Ferenczi formó parte del comité secreto, y
participó en las purgas de Adler, Stekel, Jung y
Rank, a pesar de que en realidad estaba de acuerdo
con la mayoría de los enfoques «desviacionistas» de
los expulsados. Pero probablemente su fragilidad y
necesidad de protección hicieron que no pudiera
enfrentarse a Freud hasta los 60 años. El mismo
Ferenczi diría con posteridad que «las ventajas de
seguirlo ciegamente» consistían en poder «ser
miembro de un grupo importante avalado por el rey,
asignándoseme el rango de mariscal de campo
(fantasía del príncipe heredero)». Pero Ferenczi se
esforzó en no culpar al paciente de los problemas de
los análisis, y se esforzó asimismo en ser empático e
intentar ver las cosas desde la perspectiva del
paciente. También insistía en que «uno no debe
avergonzarse de confesar los propios errores». Otra
característica que lo separaba de Freud fue su
constatación de la importancia de los traumas reales
como causa de las neurosis. A Freud esto le parecía
inadmisible, le escribió a su hija Ana que Ferenczi
había retrocedido 35 años en la historia al retornar a
aquellas ya superadas explicaciones del inicio de las
investigaciones psicoanalíticas. Y Ferenczi pasó a
correr la misma suerte de sus antecesores, y durante
años en la mayoría de los Institutos de psicoanálisis
se ridiculizaba a Ferenczi como alguien que
pretendía curar a los pacientes dándoles abrazos y
que acabó enloqueciendo. De nuevo Jones, a través
de su biografía de Freud, se encargó de acabar de
consolidar esta falsedad: supuestamente, según
Jones, Ferenczi desarrolló una psicosis paranoica
que le hizo sentirse perseguido por Freud, lo cual le
hizo distanciarse de las teorías del maestro. En
cambio, hoy en día Ferenczi es considerado por
muchos como el primer autor con un claro enfoque
relacional o intersubjetivo.
Breve comentario personal
Mi comentario sobre este libro será breve, creo
que el amplio resumen precedente se comenta solo.
Intentaré sintetizar las sensaciones que me generó su
lectura en los siguientes tres puntos:
1. Si tuviera que resumir las ideas de Breger en
una sola frase diría: Freud dio el paso histórico de
separarse de Charcot (recuérdese que éste no
hablaba con sus pacientes), y empezó a escuchar a
sus pacientes con la convicción de poder encontrar
un sentido, no perceptible a primera vista, al
sufrimiento de éstos; en cambio, al romper con
Breuer (un clínico empático) para unirse a Fliess (un
fantaseador grandilocuente) dio un paso que
significaría una pesada rémora para la ulterior
evolución del pensamiento psicoanalítico.
2. Breger es una analista que trabaja en
psicoanálisis y ama al psicoanálisis. Parte de su
trabajo consiste precisamente en la formación de
psicoanalistas. Por tanto las profundas críticas que
dirige a las teorías de Freud y a la institución que
éste creó no pretenden ser un ataque al psicoanálisis
sino que, todo al contrario, pretenden rescatar al
psicoanálisis del pasado doctrinario que tanto le ha
desprestigiado.
3. Sorprende, en el mundo editorial
psicoanalítico de habla castellana, encontrar un libro
tan innovador como este. Sorprende aún más la
rapidez con que ha sido traducido (el original inglés
apareció el año 2000). Todo ello hace que, en mi
opinión, este libro sea una joya de gran valor para
difundir un nuevo psicoanálisis entre los
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profesionales y estudiantes de habla castellana. Por
ello, siempre que puedo, lo recomiendo a los
colegas y a los estudiantes… y por supuesto también
a los lectores de Intercanvis.
Ramon Riera i Alibés
París 170, 1er 2ª
08036 Barcelona
Tel. 93 410 28 13
rieraramon@terra.es
Nota
1. Quizá pueda resultarle útil al lector la información de que
en la actualidad, el ICP de Los Angeles, junto con el
Postdoctoral Program in Psychotherapy and Psychoanalysis de
la Universidad de Nueva York, es la institución de formación en
psicoanálisis con el mayor número de formación de graduados
de Estados Unidos. En contra de la idea que se suele tener de
que en Estados Unidos predomina la «psicología del yo», la
realidad es que en los últimos años el denominado
«psicoanálisis relacional», aglutinado alrededor de la revista
Psychoanalytic Dialogues, es con diferencia el enfoque teórico
más extendido.