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Uno de tantos días…

La observé, más que todos los días, que todas las noches, más que toda la vida. Se
despertó con la tristeza escurrida y del mismo modo se levantó y comenzó su día. Al
salir de casa su andar no tenía prisa, ni rumbo, ni vida… parecía un muerto.

Como una sombra la seguí.

El ruido y la algarabía de las grandes avenidas acrecentaban el sentido del ser, del estar
y el sinsentido de ella de no querer pertenecer, de ser sin estar y de estar sin ser; parecía
haber perdido su paz, su alegría, su razón y su alma entera; a veces me parecía escuchar
las vocecillas de su cabeza que constantemente le repetían:
- ¿A dónde vas?
- No sé.
- ¿Qué quieres?
- No sé.
- ¿Qué haces?
- ¡No sé!
- ¿Entonces por qué sigues caminado?
- ¡Porque si detengo estos pasos se me termina la vida! ¡Camina mujer, camina,
no detengas los pasos que te llevarán hacia algún lugar!
- Está bien, entonces caminaré contigo…

A veces su carita se transformaba y parecía un demonio,


a veces la evidenciaba el exceso de dolor,
a veces la locura parecía poseerla,
a veces equivocadamente se le escapaba una sonrisa
hasta que volvía a ese estado putrefacto del que la vi salir.

- ¿Aquí sigues?
- Sí.
- Pues habla, sólo de esa forma me devuelvo al presente.
- ¿Qué quieres oír?
- No lo sé.
- Sí lo sabes.
- … ¿Qué hice mal?, ¿En qué me equivoqué?, ¿Qué pasó?, ¿Qué sobró?…
¡Carajo! No sé nada, no entiendo nada, no sé qué o quién soy… Mi casa, me
quedé sin casa y sin él. Y mis cosas quedaron repartidas entre algunos amigos,
pero yo no sé dónde quedaron las partes que me conformaban… ¡Aaaahh!!!
Aúllo con este silencio que me invade desde entonces, seco, sin voz, asfixiante,
sin sollozos, sin boca y sin ojos. Apenas te percibo, me he quedado sin oídos y
ni siquiera tengo ánimos para sentirte.
- …
- … Creo que recuerdo mi nombre. Creo que recuerdo cuál es mi profesión…
Tengo que estudiar. ¡Oh! ¿Y mi memoria?… ¡Tengo que estudiar, tengo que
estudiar, tengo que estudiar!
- ¡Suelta esas hojas, es domingo!
- ¡Nooo! ¡No! Es lo único que me mantiene de pie… ¡Déjame, ya déjame!
¡Camina mujer, camina, no detengas los pasos que te llevarán hacia algún lugar!
¡Avanza como los segundos, como los días, como las canas al pelo, avanza!

Al saludo de la luna devolvió sus pasos; era ya un guiñapo, cansada, maltratada y más
triste. Al pasar por el parque: siempre tan solo, tan frío y tan vacío; se dirigió a la
fuente, se sentó y fue hasta entonces que comenzó a llorar, como una niña sin dulce y
con manazo; pero al fin lloraba.

La abracé. Estaba rota, inconsciente, perdida, trémula.


Le permití volverse líquido una vez más, de lo contrario la petrificaría la ausencia de
tantos veranos.

-Una noche la vi emprender el viaje hacia el sueño:


oscuro, la nada, el vacío
el cotidiano ensayo de muerte de todas sus noches, sin conseguirlo
esa mañana, con sobresalto resucitó
y fui testigo de cómo la poseía la gran pena
y esa vez, la que lloró fui yo.
Entonces susurré a su oído con voz dulce: Levántate y vete a caminar, otra vez se
abrieron tus ojos. Camina mujer, camina, no detengas los pasos que te llevarán hacia
algún lugar. Avanza como las horas, como las semanas, como los cabellos a las corvas,
avanza.-

Llora, llora pequeña mía, llora como la fuente hasta que se vaya la penumbra, hasta que
se vaya la gran pena; que así como el ave fénix, tú resurgirás… acaricié sus lágrimas y
fui feliz, ella de la luz estaba cada vez más cerca, sin embargo no lo sabía, no era el
momento, aún no… Ese día la observé, más que todos los días, que todas las noches,
más que toda la vida…
Luzma Espinosa

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