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MOVIMIENTOS SOCIALES, ESTADO Y DEMOCRACIA

Centro de Estudios Sociales de la


Universidad Nacional de Colombia
Tercer Observatorio Sociopolítico y Cultural
Orlando Fals Borda
Mauricio Archila
Alvaro Delgado
Martha Cecilia García
Maria Clemencia Ramírez
Henry Salgado Ruiz
Remo Ramírez Barca
Ingridjohanna Bolívar
Margarita Chaves Chamorro
Carlos Vladimir Zambrano
Astrid Ulloa
Mauricio Pardo
Patricia Tovar
Julio Eduardo Benavides Campos
Mauricio Romero
Flor Alba Romero
Fabio López de la Roche
Reinaldo Barbosa Estepa
Leonor Perilla Lozano
MAURICIO ARCHILA Y MAURICIO PARDO
(Editores)

Movimientos sociales, Estado


y democracia en Colombia

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA


Centro de Estudios Sociales
INSTITUTO COLOMBIANO DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA
© de los artículos:
Los respectivos autores
© de esta edición:
UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA
Facultad de Ciencias Humanas
Centro de Estudios Sociales
INSTITUTO COLOMBIANO DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA

Primera edición:
marzo de 2001
ISBN 958-06-38-92-9

Todos los derechos reservados.


Prohibida su reproducción total o parcial
por cualquier medio sin permiso del editor.

Edición, diseño y armada electrónica:


Sánchez, De Narváez & Jursich
Impresión y encuademación:
LitoCamargo Ltda.
Impreso y hecho en Colombia
PREÁMBULO

Sobre el origen de este libro se pueden tejer muchas hipótesis,


aunque todas derivan en la realización del Tercer Observatorio
Sociopolítico y Cultural convocado por el Centro de Estudios
Sociales de la Universidad Nacional, sede Bogotá, los días 10 a
12 de mayo del 2000, para reflexionar sobre la temática que se
plasma en su título. Para unos nació en el marco del Doctorado
de Historia, en un curso sobre movimientos sociales en América
Latina. Para otros surge de la dinámica de proyectos colectivos
de seguimiento de luchas sociales o de estudio sobre el compor-
tamiento de actores sociales. No falta quien afirme que fue re-
sultado de la investigación de su tesis de postgrado. En realidad
lo que ocurrió en ese Tercer Observatorio fue la convergencia
de diversos esfuerzos investigativos, algunos enmarcados en
grupos de trabajo como los agenciados por el ICANH, el CINEP y
el mismo CES, otros fruto de la iniciativa individual de profeso-
res y estudiantes de postgrado de la Universidad Nacional y de
algunas otras universidades de Bogotá. Todos y todas acudimos
a la cita con el fin de hacer un análisis no coyuntural de la co-
yuntura en torno al papel de los actores sociales en la construc-
ción de democracia, en el fortalecimiento de la sociedad civil y,
por esa vía, en la estructuración de nuevas relaciones con el
Estado.
Son muy diversos los temas que allí abordamos y que se re-
flejan en esta publicación. Hubo análisis más teóricos, aunque
predominó el estudio de casos concretos de movilización social.
No obstante que el espacio de referencia fue el nacional, no fal-
taron las referencias a la globalización -e incluso se presentó una
ponencia sobre Perú-. Pero, sin duda, el ámbito espacial de
[81 LOS EDITORES

investigación predominante fue el regional o el local. En térmi-


nos temporales predominó la mirada coyuntural del presente,
pero continuamente se hicieron referencias a procesos de más
larga duración. En casi todas las presentaciones se realizaron
precisiones conceptuales y se indicaron las metodologías de in-
vestigación utilizadas. Por último, la nota dominante en este
Observatorio, como en los anteriores, fue el abordaje interdis-
ciplinario de una serie de temas que así lo requerían. Todo ello
constituye un conjunto de elementos que es de utilidad no sólo
al científico social preocupado por estos temas, sino a los acto-
res sociales involucrados por las circunstancias de su existencia
en ellos. Para unos y otros estas páginas pueden ofrecer hipóte-
sis, afirmaciones y, sobre todo, sugerencias e interrogantes críti-
cos que pueden orientar mejor tanto la pesquisa científica como
la acción social cotidiana.
Dentro de la amplia gama de organización temática que nos
ofreció el Tercer Observatorio, optamos en este libro por agru-
par las ponencias según las identidades sociales que proclama-
ban los actores estudiados. No se trata de un recuento propor-
cional según el peso de sus movilizaciones, pues eso hubiera
exigido atender más a los sectores urbanos, por ejemplo. Inclu-
so hay que lamentar la ausencia de reflexiones sobre actores
cruciales que no tuvieron intérpretes -los estudiantes y los jóve-
nes en general, por ejemplo-, pero lo que el libro refleja es el
estado de la investigación sobre los movimientos sociales en el
país.
Agradecemos a todas las personas e instituciones que hicie-
ron posible tanto el encuentro de investigadores sociales de mayo
del 2000 como este libro. A los ponentes por aportar sus inves-
tigaciones y someterse a la disciplina editorial que a veces resul-
ta incómoda. A los actores sociales cuya actividad y reflexión hi-
cieron posible tales análisis. Particular gratitud debemos expresar
al CES y al ICANH por hacer realidad esta nueva publicación que
Preámbulo í9]

continúa la serie editorial de los Observatorios. Sólo nos resta


desear que este libro, además de ratificar el compromiso
divulgativo de las entidades involucradas, sirva para entender
en algo la lógica de acción de un grupo no despreciable de ciu-
dadanos y ciudadanas que, de una forma u otra, buscan una
Colombia mejor.

LOS EDITORES
Orlando Fals Borda

COMENTARIOS SOBRE LA DIVERSIDAD


DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

Colegas movimientólogos:

Quiero saludar con entusiasmo, y recibo con expectativa, este


seminario. Es oportuno -diría "premonitorio" o "visionario", si
este último adjetivo lo hubiera empleado primero nuestro Ob-
servatorio Sociopolítico y Cultural, y no el movimiento cercano
que no está monopolizado- porque en el aire se percibe la ur-
gencia nacional de una transformación profunda, cuyo umbral
no puede estar en los partidos tradicionales sino en iniciativas
decididas de acción política subversora: la que pone al sistema
dominante injusto que tenemos de patas para arriba.
La conclusión de este necesario proceso subversor sería ob-
via, si éste no fuera el país macondiano del orden caótico, la
"Locombia" de Diego León Giraldo, donde todo puede pasar,
desde el "aguante" miserable de las masas hasta las avalanchas
clandestinas del Movimiento Bolivariano presentado en el Ca-
guán. Ya lo declaramos los sufridos editores de la revista Alter-
nativa en el "llamamiento a los independientes" que hicimos en
el último número, el que se salvó del taponazo de las ultrade-
rechas. Escribimos allí: "Éste es el momento de reorganizarnos
y actuar en el espacio político propio que debe llevarnos a una
opción de poder".
¿A quiénes nos referimos? Claro que a los movimientos so-
ciales, políticos, culturales y de toda índole que han seguido ac-
tivos o latentes desde los años setenta, a pesar del garrote reci-
Comentarios sobre la diversidad de los movimientos sociales 1 11 1

bido. Por allí quedan aún las brasas, en espera de vientos que
les abaniquen. Y ésta parece ser una coyuntura excelente para
levantar cabeza y armar alborotos bien concebidos. Y, por supues-
to, también nos referimos a los nuevos dirigentes que han avan-
zado desde la rutina anterior.
Si en realidad está pasando aquí la hora de los partidos tra-
dicionales, como ha ocurrido en países vecinos, vale la pena
volver a examinar los movimientos alternativos que están salien-
do al ruedo, con los mismos o con otros nombres, y claramente
colocados a la izquierda del espectro político, sin vergüenzas ni
eufemismos. Por eso es tan oportuno este seminario, que debe
animar y estimular a "terceristas" y socialistas como yo, sin
confundirnos con las "terceras vías" o socialdemocracias euro-
peizantes que farfullan sibilinas y asustadas en los medios.
Pero además de la oportunidad subversiva, este seminario
tiene también otro encanto positivo: la variedad de sus temáti-
cas, por la atención que presta a asuntos diversos relacionados
con la acción popular y cultural. Es un hecho nuevo, porque en
este campo hasta hoy se ha privilegiado el análisis político clási-
co más que el politológico disciplinario, como en efecto lo re-
quiere el Observatorio que nos congrega aquí. De allí lo nove-
doso que advierto en lo que habrá en estos días, y la importancia
que tiene para proyectarse la acción de lo que haya de venir en
el momento crítico actual.
En efecto, el programa del seminario me pareció sorpren-
dente: hay tal variedad de aspectos tratados, desde el contexto
estatal, pasando por lo étnico, territorial, campesino, laboral y
cívico, hasta llegar a las perspectivas de género, que este menú
destaca una diferencia sustancial con esfuerzos similares del pa-
sado. Los primeros cultores del tema en los años setenta y ochen-
ta quedábamos por lo regular hipnotizados por la acción políti-
ca, y allí nos deteníamos. Ahora veo que no es así, lo que quiero
interpretar como síntoma de progreso intelectual y analítico.
L 12 1 ORLANDO FALS BORDA

Pero, ¿será ello también indicativo de avances praxiológicos, como


lo anticiparíamos algunos veteranos? De igual manera quisiera
creerlo: me parece que los estudios aquí programados permiti-
rán juzgar, con mayor facilidad, si hay distancia excesiva o cer-
cana entre observación, interpretación, realidad y propósito. Éste
sigue siendo un problema teórico-práctico de la mayor pertinen-
cia.
Por el momento, y como punto de partida de esta evalua-
ción, recordemos aquel gran hito analítico que fue el tomo re-
copilado por Gustavo Gallón en 1989, titulado Entre movimien-
tos y caudillos. Algunos de los coautores de ese libro siguen firmes
y, cosa buena, reaparecen en el actual seminario. Se les suman
otros estudiosos que también amplían la temática. Tales son los
buenos índices de acumulación científica y técnica que estoy
observando entusiasmado, por lo que les ofrezco mis sinceros
parabienes.
Como yo pertenezco a la vieja generación analítica, me que-
da la tentación de reflexionar un poco sobre aquel hipnotismo
político de la década anterior. Resulta claro que quienes partici-
pamos en la producción de los artículos y libros de entonces -in-
cluido el de Gallón- habíamos recibido los primeros destellos del
Frente Unido de Camilo Torres y del Movimiento Firmes-Fren-
te Democrático del maestro Gerardo Molina. Otras semillas
habían sido sembradas por Antonio García en ANAPO Socialista
y en movimientos radicales como A Luchar, Paz y Libertad y
Unión Patriótica. Con ese impulso y con el del grupo de trabajo
del Poder Popular que organizamos con un formidable boletín
alrededor del malogrado amigo Carlos Urán, articulamos algu-
nos principios básicos de acción conocidos como las "Siete Te-
sis" de Chachagüí (Nariño). Así llegamos al climax de finales de
1988 con la convención de los 162 movimientos locales y regio-
nales que alcanzaron a organizarse en todo el país con aquellos
principios ("de las bases hacia arriba, de la periferia al centro",
Comentarios sobre la diversidad de los movimientos sociales [ 13 ]

hoy muy conocidos), para lanzar el gran consorcio de "Colom-


bia Unida".
Pero el hecho fue que "Colombia Unida" se frustró poco
después, y con ella se hundieron los componentes regionales,
muchos de los cuales pasaron a la Alianza Democrática M-l9.
Este apagón merece ser estudiado a fondo. Mirando ex post jacto,
en el crepúsculo de "Colombia Unida" parece que jugaron tres
factores: los asesinatos de la dirigencia izquierdista (esa horren-
da tradición magnicida de la clase política tradicional colombia-
na); las cooptaciones que hicieron los partidos oficialistas y el
gobierno sobre cuadros directivos del movimiento y de su suce-
sora; y fallas propias de liderazgo e imaginación y concepción
política. Éstos son factores que han incidido también en la des-
aparición de previos y posteriores movimientos políticos radi-
cales y de izquierda.
¿No convendría enfocar con mayor atención esta negatividad
específica, así pueda resultar dolorosa? Sería bueno saber más
sobre los procesos adversos que han afectado las iniciativas po-
pulares, e invito a llenar ese agujero negro en nuestras discipli-
nas. Hay inicios, como los tomos autocríticos que han publica-
do algunos exguerrilleros, lo cual es de agradecer. Por supuesto,
no he leído aún los estudios sometidos al presente seminario, y
es posible que ustedes estén dando puntadas al respecto. Ojalá.
Queda como lógica preocupación, por todo lo que los movimien-
tos que se están iniciando aprenderían de aquellas experiencias.
Como parte de la campaña analítica y pedagógica que sugie-
ro, habría que buscar y proponer formas eficaces para que el des-
compuesto sistema político dominante no repita los crímenes con
que destruyó la ola revolucionaria anterior: que no mande matar
a los nuevos dirigentes, que no los corrompa, que no los coopte
ni asimile con alianzas interesadas, ofertas y cargos envenena-
dos. Y que nuestros dirigentes a su vez se coloquen por encima
de las tentaciones del poder como tal, y demuestren con digni-
1 14 J ORLANDO FALS BORDA

dad el talante de moralidad y rectitud que el país espera y nece-


sita para su reconstrucción.
Al margen de las necesidades analíticas y tácticas que acabo
de señalar, en vista de la valiosa variedad actual de estudios so-
bre movimientos cabría esperar, finalmente, que se abran mejo-
res posibilidades de entender cómo coordinarlos. La coordina-
ción sería para redondear e imponer un proyecto auténticamente
democrático de nación, libre de la coerción armada que a veces
se insinúa tanto en las derechas como en las izquierdas; y para
superar los obstáculos que la ley 134 de participación popular
puso a las intenciones de los Constituyentes de 1991. Percibo
estas tareas como lo más útil que puedan hacer los movimientos
alternativos actuales, como el Frente Social y Político, Alternati-
va Política Colectiva, Convergencia Ciudadana, Movimiento Vi-
sionario, Alternativa Socialista y Democrática del Tolima, Alter-
nativa Democrática Momposina y otros de grandes posibilidades
locales, regionales y nacionales.
En conclusión, éste parece ser el tiempo para recoger los fru-
tos de esfuerzos anteriores, así hubieran fracasado, y de juntarlos
todos. La convergencia de los movimientos críticos y radicales que
hoy surgen me parece fundamental. Para ello los analistas pue-
den hacer una gran contribución, al estimular una convergencia
hacia otro gran consorcio, como el de 1988, pero de más amplia
gama, con el fin de impulsar el gran proyecto madre de una na-
ción en paz y progreso para todos. Esto es política bien entendi-
da. Pero, sin volver a la unifocalidad anterior, habría que mirar
otra vez el efecto práctico de los movimientos sobre la realidad,
esto es, calibrar las posibilidades de avanzar hacia una toma real
del poder en todos sus niveles. Tendríamos que volver a exami-
nar esta vieja tesis de las izquierdas clásicas, y hacerlo en el con-
texto contemporáneo con más realismo, buscando mayor efica-
cia no sólo en el plano político concreto, sino en lo cultural, en la
moral personal y colectiva, y hasta en lo espiritual.
Comentarios sobre la diversidad de los movimientos sociales [ 15 ]

Un rápido examen a nuestro alrededor podría demostrar que


no estamos solos en este gran empeño renovador, en el que la
sumatoria de diversidades resulta importante. Hay estampidas en
los partidos tradicionales, y un inusitado despertar entre indepen-
dientes y abstencionistas del voto de opinión. Además, el fenó-
meno movimientista actual está desbordando lo nacional para
pasar a lo global. Las recientes rebeliones populares de Seattle,
Davos y Washington de 600 movimientos coordinados a través del
Internet contra el FMI y el Banco Mundial han abierto los ojos a
muchos activistas colombianos. Los partidos tradicionales resul-
taron desbordados en el Norte, y la globalización capitalista reci-
bió un serio revés. Están resentidos, todo lo cual tiene repercusio-
nes prácticas en los movimientos sociales del Sur.
Creo que transmito la esperanza de muchos miembros de
estas vertientes democráticas de nuevo cuño para ver cómo pue-
den traducirse a la acción política las ponencias y discusiones
de este oportuno y rico seminario. La crisis nacional así lo viene
exigiendo. Intentemos otra vez ponernos a la altura de la tarea
histórica como compete a intelectuales así comprometidos, para
que la actual coyuntura no vuelva a ser tiempo perdido en de-
fensa de los más altos intereses de nuestra nación.
Mauricio Archila

VIDA, PASIÓN Y...


DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES EN COLOMBIA

Parece que, caído el Muro de Berlín, hay quienes han comenzado


a construir otro muro: el muro de Seattle. Para los colombianos, el asun-
to no es tan remoto como aparece. El muro que comienza en la esquina
noroccidental de los Estados Unidos pasa por Bogotá. En efecto, aquí
mismo, en Colombia, tenemos la simiente de una coalición semejante:
indigenistas de verdad, indigenistas de mentira, pero que aspiran a
graduarse en antropología, miembros de la guerrilla. Burócratas que
defienden sus clientelas y sus contratos, los jefes políticos de esos buró-
cratas protomarxistas científicos, exrevolucionarios trasnochados,
teatreros en vacaciones.
Humberto de la Calle
"¿RESUCITA MARX?" 1

¿Los sectores populares son lo que son, lo que ellos creen ser o lo
que otros creen que son?
Luis Alberto Romero,
"Los SECTORES POPULARES URBANOS COMO SUJETOS HISTÓRICOS"2

Las anteriores frases contrastan los estereotipos negativos que


un h o m b r e público transmite sobre los movimientos sociales
contemporáneos e n el país y la pregunta de u n intelectual en
torno a quién crea los imaginarios sobre los actores sociales. Para

1
Lecturas Dominicales, El Tiempo, 27 de febrero del 2000, p. 3.
2
Proposiciones, N 2 19, 1990 (?), p. 275.
Vida, pasión y... de los movimientos sociales en Colombia [17]

Humberto de la Calle, salvo los "indigenistas de verdad", todas


las demás categorías son negativas. En esas condiciones es difí-
cil construir una idea objetiva de los movimientos sociales, y
menos, entender sus lógicas de acción. Inspirados en preguntas
como las de Luis Alberto Romero nos planteamos la responsa-
bilidad de los intelectuales en la creación de imaginarios positi-
vos o negativos con relación a los actores sociales.
Así históricamente las luchas sociales en el país se remonten
casi a los inicios de la colonización europea, el tema de los mo-
vimientos sociales es de reciente aparición en nuestro medio.
Fruto tanto de dinámicas internas, centradas en la denuncia de
las limitaciones del régimen de coalición conocido como el Frente
Nacional, como sobre todo externas, como el auge de las luchas
anticoloniales, la Revolución cubana y los movimientos estudian-
tiles en Europa y Norteamérica, las ciencias sociales en los se-
senta comenzaron a reflexionar sobre la aparición de nuevos
actores sociales y el significado de sus luchas. En la medida en
que algunos movimientos adquirieron visibilidad, se convirtie-
ron en objeto de investigación. En el balance historiográfico que
hicimos de la producción académica en torno al tema que nos
convoca, constatábamos un incremento casi geométrico de pu-
blicaciones hasta comienzos de los años noventa3. Aunque aún
no hemos realizado el estudio para el último decenio, tenemos
la impresión de que la producción se ha estancado, así la activi-
dad social haya continuado con inusitado impulso, en especial
durante la actual administración Pastrana. ¿A qué factores res-
ponden estos vaivenes intelectuales? ¿Con qué modelos teóri-
cos se ha leído la protesta social en el país? ¿Cuál ha sido el diá-
logo, si lo ha habido, entre actores y analistas? Éstas son algunas

3
"Historiografía sobre los movimientos sociales en Colombia, siglo xx", en
Bernardo Tovar (compilador), La historia al final del milenio, Vol. I. Bogotá: Edi-
torial Universidad Nacional, 1994, pp. 251-352.
[ 18 ] MAURICIO ARCHILA

de las preguntas guías de esta ponencia, que intentará hacer un


balance crítico no tanto de las luchas sociales como tales, sino
de la producción académica sobre ellas a lo largo de los cuatro
últimos decenios.
Antes de entrar en materia propiamente dicha conviene pre-
cisar algunas de las categorías que utilizaremos en estas páginas.
Por movimientos sociales entendemos aquellas acciones sociales co-
lectivas más o menos permanentes, orientadas a enfrentar injus-
ticias, desigualdades o exclusiones, y que tienden a ser propositivas
en contextos históricos específicos4. Aunque no es el caso profun-
dizar en los elementos constitutivos de la definición, resaltamos
dos aspectos que conviene tener presentes a la hora de cualquier
balance: el terreno del conflicto en el que se mueven los actores
sociales es ilimitado y no se reduce a lo socioeconómico; y segun-
do, los movimientos sociales responden a asociaciones volunta-
rias y, en ese sentido, son también comunidades imaginadas5.
Ambos aspectos denotan un papel proactivo de los movimientos
sociales en la construcción de la democracia, pues amplían su base
y constituyen una expresión organizada de la sociedad civil.
Ahora bien, cuando se intenta aplicar esta definición al caso
colombiano, hay problemas por la debilidad organizativa de los
actores y su precaria autonomía con relación al Estado o a los ac-
tores armados. En consecuencia, hemos optado por hacer el se-
guimiento de una categoría más aprehensible: las protestas socia-
les. Ellas constituyen el conjunto de acciones sociales colectivas que
expresan intencionalmente demandas o presionan soluciones ante
el Estado, las entidades privadas o los individuos. La gran distin-

4
Una ampliación de esta definición en mi ensayo "Tendencias recientes de
los movimientos sociales", en Francisco Leal (compilador). En busca de la estabi-
lidad perdida. Bogotá: Tercer Mundo, 1995, pp. 254-257.
s
Punto desarrollado por Chantal Mouffe, "Democracia radical: ¿moderna o
postmoderna?", Revista Foro, N 2 24, Bogotá, septiembre de 1994, p. 23.
Vida, pasión y... de los movimientos sociales en Colombia í 19 ]

ción radica en lo puntual de estas acciones, mientras los movimien-


tos sociales exigirían cierta permanencia en el tiempo. De ahí que
una constante paradoja para los investigadores del caso colom-
biano es la persistencia de la protesta, a pesar de la aparente de-
bilidad organizativa de los actores sociales. Esta constatación nos
lleva de nuevo a la pregunta que orienta esta ponencia: ¿será que
les estamos pidiendo mucho a los actores sociales para que se
amolden a nuestros esquemas mentales? O, en últimas, ¿hemos
entendido realmente la lógica de su acción colectiva?
Con el objetivo de abordar estos cuestionamientos vamos a
realizar un balance crítico de la producción intelectual sobre la
acción social colectiva en cuatro momentos que expresan a su
vez algunos modelos teóricos vigentes en nuestro medio. Por
tanto, esta ponencia no es un recuento diacrónico de las luchas
sociales y de los distintos protagonismos públicos, pues eso co-
rresponde a otro tipo de ensayo6. No es tampoco la sucesión li-
neal de teorías, pues ellas no desaparecen de un día para otro y,
por el contrario, subsisten en formas más o menos creativas en
momentos posteriores. El punto de análisis es la interacción entre
los hechos sociales y las lecturas intelectuales de esos hechos. De
esta forma, veremos el nacimiento y evolución de un tema que,
lejos de estar muerto, sigue vivo no sólo entre los analistas y no
pocos políticos, sino, y sobre todo, entre los actores sociales.

6
Hay quienes postulan fases o momentos en la historia social reciente del país
según distintos protagonismos, lo que en sí constituye una interpretación de esa
historia, como toda cronología lo es. A guisa de ejemplo, véanse las propuestas
de Francisco de Roux y Cristina Escobar ("Una periodización de la movilización
popular en los setentas", Controversia, N 2 125, 1985) y la más elaborada de
Leopoldo Muñera {Rupturas y continuidades: poder y movimiento popular en Colom-
bia, 1968-1988. Bogotá: Cerec-Iepri-Facultad de Derecho UN, 1998). En ambos
casos se postula un protagonismo campesino a principios de los setenta, seguido
de un resurgimiento obrero a mediados del mismo decenio para pasar luego al
auge cívico de los ochenta.
[ 20 ] MAURICIO ARCHILA

DE LA LECTURA FUNCIONALISTA AL VANGUARDISMO PROLETARIO

En aras de la precisión histórica, no fue el marxismo la primera


vertiente teórica que intentó explicar las razones de la moviliza-
ción social en nuestro medio. Desde los años cincuenta, en el con-
texto de la Guerra Fría, los países centrales, y en particular los
Estados Unidos, estaban muy preocupados por la pobreza en el
mundo periférico. Obraba en ellos no sólo el terror del comunis-
mo en aparente expansión, sino la misma explosión demográfica
que socavaba los ideales de progreso sobre los que firmemente se
asentaban las sociedades occidentales. Así, se inventó el discurso
desarroliista y se diagnosticó el atraso dei llamado Tercer Mun-
do, categoría que encarnó el imaginario geopolítico de los países
centrales7.
Las nacientes ciencias sociales en Colombia bebieron de esta
fuente a finales de los años cincuenta. Al abrigo de las teorías
fúncionalistas se hicieron desde análisis macrosociales hasta es-
tudios de caso para tratar de indagar sobre las causas de nues-
tro subdesarrollo y ofrecer las recetas de solución de tal atraso8.
En este último aspecto sobresalían algunos actores sociales mo-
dernos llamados a impulsar o al menos a no frenar el desarro-
llo. Los trabajadores asalariados y especialmente sus sindicatos
eran cruciales en ese propósito, siempre y cuando se alejaran
de las ideologías revolucionarias y/o totalitarias, que para el
funcionalismo eran lo mismo. El apoyo a las llamadas corrien-
tes democráticas y una estrecha relación con el Estado eran las

7
Un crítica al discurso desarroliista, en Arturo Escobar, Encountering Deve-
lopment. The Making and Unmaking ofthe Third World. Princeton: Princeton
University Press, 1995.
8
Véanse, como ejemplos de los dos extremos, los trabajos del padre J o s e p h
Lebret, Estudios sobre las condiciones de desarrollo de Colombia. Bogotá: AEDHA, 1958,
y de O r l a n d o Fals Borda, Campesinos de los Andes. Estudio sociológico de Saucio
(Boyacá). Bogotá: Editorial Punta de Lanza, 1978.
Vida, pasión y... de los movimientos sociales en Colombia [ 21 ]

garantías de un desarrollo armónico9. Algo similar se postulaba


para otros actores sociales, en especial los campesinos y estudian-
tes, estos últimos de mucho protagonismo en los años del Fren-
te Nacional10. De los nuevos actores, y aun de los mencionados,
sospechaba el funcionalismo al considerarlos marginados y atri-
buirles conductas irracionales11.
Aunque en forma tardía, también a Colombia llegó el para-
digma marxista para leer la acción social. Así intelectualmente
ya se le conociera desde los años cuarenta, y aún antes hubiera
sido instrumento de movilización política, su impacto en el
mundo académico se vino a sentir a finales de los años sesen-
ta12. Su arribo a nuestras tierras no fue tarea fácil, pues el medio
cultural era poco propicio para ideologías revolucionarias. Pero
en el contexto de una creciente oposición interna al régimen de
coalición, alentada por los vientos internacionales favorables
representados en la irrupción de la Revolución cubana, la con-
solidación de la revolución china, los triunfos materiales del so-
cialismo soviético, el proceso de descolonización en África y Asia,
la oposición a la guerra de Vietnam y el despertar de los movi-
mientos estudiantiles en Europa y Norteamérica, entre otros
tantos factores, el marxismo encontró un terreno abonado para

9
Un texto representativo de esta primera aproximación, que cuenta además
con una importante base empírica, es el de Miguel Urrutia, Historia del sindica-
lismo en Colombia. Bogotá: Universidad de los Andes, 1969.
10
Consideraciones de este estilo en los textos de John D. Martz, Colombia, un
estudio de política contemporánea. Bogotá: Universidad Nacional, 1969, y de Robert
Dix, Colombia, the Political Dimensions of Change. New Haven: Yale University Press,
1967.
11
Estos aspectos teóricos los amplío en mi ensayo "Poderes y contestación",
Controversia, N 2 173, diciembre de 1998, pp. 29-60.
12
En esto coinciden los autores del libro El marxismo en Colombia. Bogotá: Uni-
versidad Nacional, 1984. Uno de ellos, Gabriel Misas, recuerda que "en la Uni-
versidad Nacional,..., se podían contar, en el lapso 1960-1965, únicamente tres
profesores marxistas" (ibid., p. 213).
[ 22 ] MAURICIO ARCHILA

su difusión, especialmente en el sistema público de educación


superior.
En esas condiciones sociopolíticas y culturales, el marxismo
inició la disputa con los modelos desarrollistas y ofreció un en-
tendimiento distinto del sentido de la acción social colectiva, sin
que rompiera definitivamente con el discurso eurocentrista, por-
que era su heredero, un tanto díscolo, es cierto, pero heredero al
fin y al cabo. El marxismo, consolidado en los años sesenta en la
vertiente leninista, consideraba que las contradicciones en la es-
fera productiva eran las fundamentales en la historia, pues cons-
tituían la base de la sociedad. De ahí que postulara un conflicto
de clases, entendiendo por éstas agrupaciones sociales fruto de
distintas posiciones en el proceso productivo. El tipo ideal de las
clases sociales era el proletariado, que además era el llamado a
conducir la revolución, pues no tenía más que sus cadenas por
perder. La clase obrera, el sujeto histórico por antonomasia, era
concebida como una unidad homogénea en su existencia natural
-la clase en sí-, así no siempre tuviera conciencia de ello: la clase
para sí. De allí que, en la vertiente leninista, necesitara de un ac-
tor externo a ella para que la dirigiera. Éste era una élite intelec-
tual agrupada en el partido del proletariado. Se combinaba así
un esencialismo que prácticamente naturalizaba a las clases so-
ciales, con un voluntarismo en términos de la acción política.
Lo anterior no significa que desconozcamos la importancia
de la categoría de clase social para el análisis de nuestra socie-
dad. Lo que criticamos es la reducción que de ella se hace a la
esfera productiva, lo que a todas luces la hace incompleta para
explicar la complejidad del conflicto social. Clases sociales ten-
dremos por mucho tiempo y ellas seguirán siendo fuente de
identidades, pero ellas no son los únicos actores sociales13. Otro

13
Para Leopoldo Muñera, "... la acción, la praxis social no se mueve sólo en el
eje de las clases y tenemos que asumir ese desafío" ("Actores y clases sociales",
Vida, pasión y... de los movimientos sociales en Colombia í 23 ]

asunto es el devenir de la clase obrera como sujeto histórico revo-


lucionario. Allí sí que primó, en los análisis marxistas leninistas,
más el deseo que la realidad14.
Aunque fue la clase obrera la que recibió la atención de los
analistas enmarcados en el paradigma marxista15, no faltaron los
estudios que intentaban explicar los orígenes de clase de otros
movimientos aparentemente más heterogéneos y a los que se les
proponía como máxima consigna la "alianza obrero, campesina
y popular". Así, se consumieron muchas páginas y neuronas tra-
tando de explicar los componentes clasistas de los estudiantes,
del magisterio o de los pobladores urbanos, sacrificando sus
especificidades socioculturales16. Era un proceso mental que re-

en Jaime Caycedo y Jairo Estrada (compiladores), Marx vive. Bogotá: Universi-


dad Nacional, 1998, p. 265).
14
Coincidimos con Boaventura de Sousa Santos en la centralidad que todavía
tiene en nuestras sociedades periféricas la esfera productiva o, en sus términos,
el "espacio-tiempo" de la producción. Esto ratifica la vigencia de un cierto aná-
lisis de clase, pero, como también lo señala el sociólogo portugués, ello no im-
plica que esté al orden del día la lucha de clases bajo la vanguardia del proleta-
riado como se entendió desde fines del siglo Xix y parte del xx (De la mano de
Alicia. Lo social y lo político en la postmodernidad. Bogotá: Uniandes, 1998, capítu-
lo 12). Héctor L. Moncayo insiste en la capacidad explicativa de la categoría
clase social, máxime si se le desprende de la teleología de "sujeto histórico"
que, a su juicio, es ajena al marxismo ("Las clases sociales, fenomenología e
historicidad", enjalme Caycedo y Jairo Estrada (compiladores), Marx vive...,
pp. 243-258).
15
En nuestro balance historiográfico ilustramos esta aseveración con estas ci-
fras: de 351 textos revisados, 156 fueron sobre clase obrera. De éstos, 2 fueron
escritos antes de los sesentas, 8 en los sesentas, 38 en ei decenio siguiente y 106
en los ochentas ("Historiografía...", p. 267). Los mejores ejemplos de la ten-
dencia marxista leninista son Ignacio Torres Giraldo, Los inconformes. Bogotá:
Margen Izquierdo, 1973, y Edgar Caicedo, Historia de las luchas sindicales en
Colombia. Bogotá: Ediciones Suramericana, 1977.
16
El análisis de clase solía ser el inicio de toda investigación sobre actores so-
ciales. Algunos esfuerzos de este tipo para el movimiento estudiantil, en Jaime
Caycedo "Los estudiantes y las crisis políticas", Escritos políticos, mayo-junio de
[ 24 ] MAURICIO ARCHILA

d u d a el conflicto social a lo económico, proceso que en ese sen-


tido no distaba del reduccionismo del discurso desarroliista tra-
dicional.

EL PUEBLO COMO ACTOR SOCIAL

La presencia de actores heterogéneos exigía un aproximación


menos rígida que la clasista, pero que no perdiera las fortalezas
del análisis desde el materialismo histórico 1 7 . En forma casi
imperceptible el énfasis de los investigadores sobre los movimien-
tos sociales pasó del obrerismo a algo así como un populismo
metodológico. Ya no sólo se hablaba de proletariado, sino de un
conjunto de clases explotadas y oprimidas que a veces se desig-
naba como pueblo, a veces como movimiento popular y a veces
simplemente como movimiento social en singular.
A principios de los años setenta hubo nuevos fenómenos en
la vida nacional que jalonaron la reflexión académica. La irrup-
ción en la escena pública de la mayor oganización campesina
de la historia, la ANUC; el fugaz éxito electoral de una coalición
de corte populista, la Anapo; y la creciente visibilidad, pero dis-
persa, de los pobladores urbanos pusieron de presente no sólo

1979, y "Conceptos metodológicos para la historia del movimiento estudiantil


colombiano", Estudios Marxistas, N a 27, 1984. Algo similar hizo para el magis-
terio Laureano Coral, Historia del movimiento sindical del magisterio. Bogotá: Edi-
ciones Suramericana, 1980. En el caso de los pobladores, véase, del Grupo José
R. Russi, Luchas de clases por el derecho ala ciudad. Medellín: Ed. 8 de junio, 1977
(?). Para los estudiantes hay un factor que complica aún más su reconstrucción
y es la fusión que se hace de su historia con la de la izquierda, por lo que termi-
na siendo analizado más como movimiento político que social.
17
La heterogeneidad de los movimientos cívicos era evidente casi por defini-
ción. Para el caso campesino, León Zamosc demostró que no sólo grandes di-
ferencias regionales, sino incluso sociales, explicaban tanto el inicial éxito en la
cobertura de la ANUC como su posterior crisis (Los usuarios campesinos y las luchas
por la tierra en los años setenta. Bogotá: Cinep, 1983 (?)).
Vida, pasión y... de los movimientos sociales en Colombia 1 25 ]

el fracaso de las reformas agraria y urbana, sino el desgaste po-


lítico del Frente Nacional 18 . El gobierno que siguió, el de Alfon-
so López Michelsen, lejos de apaciguar el descontento social lo
exacerbó tanto, que él mismo exclamó: "Hoy (1977) tenemos la
lucha de clases más que la lucha de los partidos" 1 9 .
Nuevos vientos teóricos reforzaban esta mirada hacia lo po-
pular. De una parte, la vertiente maoísta del marxismo, a pesar
de su formal ortodoxia, reivindicaba el papel protagónico del
campesinado que también había sido u n actor crucial en la Re-
volución cubana y en muchas luchas anticoloniales. De otra parte,
cobraba relevancia la llamada teoría de la dependencia, alimen-
tada tanto por las lecturas críticas del imperialismo como por el
pensamiento cepalino. Era una mirada crítica del desarrollo
p r o p u e s t o desde los países centrales, sin r o m p e r el molde
discursivo desarroliista 20 . Si bien el debate teórico ya no giraba
en torno al dualismo campo-ciudad, tradicional-moderno, y se
postulaba una mirada más histórica sobre nuestra evolución, la
meta seguía siendo u n desarrollo entendido como progreso de
corte material, y con los países centrales como modelo. En tér-
minos sociales, la teoría de la dependencia miraba, más que a
las clases aisladas, a u n conjunto de sectores populares sumidos
en condiciones de atraso precisamente por el desarrollo capita-
lista mundial 2 1 , lo que sugería la creación de u n bloque popular

18
El régimen bipartidista, según el analista norteamericanojonathan Hartlyn,
no sólo no movilizó a los sectores populares a su favor, sino que intentó dividir-
los y debilitarlos (La política del régimen de coalición. Bogotá: Tercer Mundo-
Uniandes, 1993, pp. 207 y siguientes).
19
Citado por J. Hartlyn, ibid., p. 251.
20
Arturo Escobar, EncounteringDevelopment..., cap. 2. Un texto representativo
de esta postura teórica en nuestro medio fue el de Mario Arrubla, Estudios sobre
el subdesarrollo colombiano. Bogotá: Estrategia, 1963.
21
Daniel Pecaut (Política y sindicalismo en Colombia. Bogotá: La Carreta, 1973)
hace eco de esta visión, en especial, en la Introducción.
[ 26 1 MAURICIO ARCHILA

que construyera una alternativa de corte nacionalista para im-


pulsar un crecimiento económico equilibrado.
Es cierto que con estas posturas se enriquecía el estudio de la
acción social colectiva, pues ella no se limitaba a la mera explota-
ción económica por las burguesías locales, sino que atendía a fe-
nómenos más complejos de opresión política en la arena mun-
dial 22 . En términos de los conflictos sociales, importaba tanto la
esfera de la producción como la del consumo, lo que era una
significativa innovación en la comprensión de las contradiccio-
nes que atravesaban nuestra sociedad. Inspirados en algunas
posturas internacionales renovadoras del marxismo, algunos
analistas comenzaron a hablar de crisis urbanas y de desarrollo
desigual y combinado, para explicar las primeras acciones cívi-
cas. Pero aun en este audaz paso se seguía insistiendo en el aná-
lisis de clase - d e t e r m i n a d a desde la producción- y de cierto
vanguardismo obrero en la movilización ciudadana 2 3 . El imagi-
nario de la lucha de clases seguía presidiendo tanto los sueños

22
Aunque distante del marxismo leninismo, la corriente de la "derivación ló-
gica del capital", que tuvo a Fernando Rojas y a Víctor Manuel Moncayo como
sus mejores exponentes en nuestro medio, postulaba una autonomía obrera y
aun popular como la tabla de salvación ante la lógica implacable de un capita-
lismo que no tenía patria. Véase, de los dos autores, Luchas obreras y política la-
boral en Colombia. Bogotá: La Carreta, 1978.
23
Así ocurrió con los pioneros trabajos de Medófilo Medina, "Los paros cívi-
cos en Colombia (1957-1977)", Estudios Marxistas, N 2 14, 1977, pp. 3-24 y de
Jaime Carrillo, Los paros cívicos en Colombia. Bogotá: Oveja Negra, 1981. El pri-
mero designó a los paros cívicos como una modalidad de huelga de masas, con
gran presencia sindical. El segundo desarrolló más la hipótesis de la crisis ur-
bana para explicar la movilización ciudadana, pero reiteró el peso sindical. Sería
Pedro Santana quien refutaría esa última apreciación y quien insistiría más en
la hipótesis del desarrollo desigual (Desarrollo regional y paros cívicos en Colombia.
Bogotá: Cinep, 1983). La inspiración en autores como Manuel Castells y Jordi
Borja ya estaba presente en tempranos estudios como el del Grupo Russi, Lu-
cha de clases..., y el de Jorge E. Vargas y Luis I. Aguilar, Planeación urhanay lucha
de clases. Bogotá: Cinep, 1976.
Vida, pasión y... de los movimientos sociales en Colombia l 27 ]

de los intelectuales de izquierda como las angustias de los polí-


ticos de derecha.
El paro cívico del 14 de septiembre del 77 sería la coyuntura
para encarnar ese común imaginario. Aunque sin duda fue una
jornada de unas magnitudes inesperadas para propios y ajenos,
no es menos cierto que su alcance y significación fue distorsionado
con fines políticos contradictorios, como lo denunció Medófilo
Medina en el primer encuentro de este Observatorio Sociopolítico
y Cultural 24 . Ya fuese catalogado como un nuevo caos al estilo del
"bogotazo" o como una insurrección sin armas, la resultante es
que el paro cívico del 77 encarnaba los anhelos y temores que la
supuesta unidad de clases populares presagiaba. La homogenei-
dad y el vanguardismo antes atribuidos a la clase obrera se exten-
dían, por esos subterfugios intelectuales, a la categoría pueblo 25 .
A pesar de su imprecisión conceptual, los discursos académicos y
políticos recababan en la unidad popular que pareció condensar-
se en ese 14 de septiembre, para no volverse a repetir, a pesar de
los esfuerzos de la izquierda para conseguirlo 26 . El Estado había
aprendido, a su modo, la lección y no estaba dispuesto a dejarse

24
"Dos acontecimientos reflejaron esa enfermedad de la percepción: la adop-
ción del Estatuto de Seguridad el 6 de septiembre de 1978 por el gobierno de
Turbay Ayala y la realización de la Séptima Conferencia Nacional de las Farc en
1982" ("Dos décadas de crisis política en Colombia, 1977-1997", en Luz Gabriela
Arango, La crisis sociopolítica colombiana. Bogotá: CES-Fundación Social, 1997, pp.
29-30).
25
Internacionalmente el momento coincide con el triunfo de la Revolución
nicaragüense, que le da un segundo aire al movimiento armado en el país, ahora
más urbano y con mayor proyección publicitaria (Eduardo Pizarro, "Elemen-
tos para una sociología de la guerrilla", Análisis Político, N 2 12, enero-abril de
1991, pp. 7-22).
26
De hecho, los paros cívicos nacionales fueron lanzados casi ritualmente cada
cuatro años, al final de los respectivos períodos presidenciales de Turbay Ayala
(1981) y de Belisario Betancur (1985), sin los mismos logros del 77, en parte
porque fue la izquierda la única convocante.
[ 28 ] MAURICIO ARCHILA

sorprender de nuevo. La ola de represión que acompañó la ex-


pedición del Estatuto de Seguridad en 1978 pareció sofocar las
movilizaciones sociales27.

EL DESPERTAR DE LOS (NUEVOS) MOVIMIENTOS SOCIALES

Si el levantamiento popular al estilo del primer paro cívico na-


cional quedó indefinidamente postergado, eso no significó que
la gente hubiera dejado de presentar demandas o exigir solu-
ciones a sus necesidades sentidas. De hecho, a partir de 1982 se
inició un repunte de las acciones sociales colectivas más visibles,
salvo en el caso del movimiento estudiantil28. Se destacaron las
movilizaciones en el campo y la ciudad en pos de mejoras en
servicios públicos domiciliarios y sociales, de vías de acceso y
transporte, de más crédito y asistencia técnica y, en general, de
planes de desarrollo local y regional. Pero, al mismo tiempo, los
habitantes del campo y de las ciudades intermedias pedían cam-
bios en las autoridades locales, respeto a las diferencias étnicas
y de género, mientras denunciaban en forma creciente violacio-
nes de derechos humanos y exigían la paz.
El cambio en la protesta social ocurre no sólo en las agendas
de los actores, sino en las modalidades de lucha. Las marchas
campesinas, los bloqueos de vías o tomas de entidades públicas

27
Aunque el seguimiento de las luchas sociales no es el objeto de estas pági-
nas, nuestros registros muestran un notorio descenso de los actores más visi-
bles entre 1978 y 1980, año en el que se inicia un repunte laboral y estudiantil,
no así cívico y campesino.
28
El ciclo de ascenso va hasta el año 88 cuando declina por varios factores,
entre los cuales se destacan las expectativas en torno a la reforma política y la
"guerra sucia" que no sólo tocó a la Unión Patriótica sino a muchos dirigentes
populares. El declive del movimiento estudiantil pertenece a otro tipo de ex-
plicaciones, tal vez más ligadas a la evolución de la problemática educativa y al
cambio de protagonismos políticos.
Vida, pasión y... de los movimientos sociales en Colombia í 29 1

y, en general, los paros cívicos sobresalen en los titulares de pren-


sa de mediados de los años ochenta. Aunque se siguen buscan-
do estructuras organizativas centrales, de hecho, las luchas son
orientadas por coordinadoras de existencia fugaz que privilegian
las relaciones horizontales y no el llamado centralismo demo-
crático. La escala espacial también se modifica, pues las movi-
lizaciones no pretenden tener una cobertura nacional, sino lo-
cal y, en el mejor de los casos, regional.
Este resurgir de la protesta social con los nuevos elementos
anotados hizo que muchos analistas proclamaran una nueva era
en la acción social colectiva en el país29. Ante el desgaste de la
política tradicional y de la misma acción de la izquierda, se con-
sideraba que la movilización urbana y rural anticipaba una nue-
va forma de participación política. En una clara continuidad con
el momento anterior, se postulaba que estaba surgiendo la si-
miente de un poder popular 30 . Aun políticos cercanos al esta-
blecimiento como Alvaro Gómez sugirieron que la movilización
cívica era la nueva forma de hacer política. En palabras textua-
les, decía en 1987: "Si los paros (cívicos) son el nuevo escenario
de la política buscado por el gobierno (de Barco), hay que fo-
mentarlos. Esta apertura democrática no debe desaprovecharse.

29
Ése era el espíritu que se refleja en los ensayos de Orlando Fals Borda ("El
nuevo despertar de los movimientos sociales", Revista Foro, Año 1, N2 1, septiem-
bre de 1986, pp. 76-83) y Luis Alberto Restrepo ("El protagonismo político de
los movimientos sociales", Revista Foro, Año 2, N2 2, febrero de 1987, pp. 33-43).
30
Camilo González, en un apresurado artículo, llegó a decir que la moviliza-
ción de principios del gobierno de Betancur era "la auténtica expresión de la
formación de un poder popular que tiene la potencialidad de convertirse en la
base institucional de un contrapoder" ("Poder local y la reorganización de la
acción popular", Controversia, N 2 121, 1984, pp. 75-76). La apuesta por la cons-
trucción de un poder popular estaba en la agenda de movimientos políticos de
izquierda como A Luchar, el Frente Popular y la misma Unión Patriótica (véase
Marta Harnecker, Entrevista con la nueva izquierda. Managua: Centro de Docu-
mentación y Ediciones Latinas, 1989).
[ 30 1 MAURICIO ARCHILA

Además, dada la quietud gubernamental, parece que ésta será


la única forma de hacerse oír"31.
A pesar de las aparentes continuidades con el populismo
metodológico, de hecho, los modelos teóricos con los que se lee
la realidad en este momento son bien diferentes. Ya no está al
orden del día la lectura marxista leninista y sus variantes e, inclu-
so, tampoco la teoría de la dependencia. La intelectualidad co-
lombiana lee, en forma tardía de nuevo, a Antonio Gramsci, y por
esa vía a nuevas aproximaciones marxistas. De hecho, la catego-
ría de (nuevos) movimientos sociales urbanos es acuñada al abri-
go de teóricos neomarxistas como Manuel Castells, Jordi Borja y
Jean Lojkine. Pero definitivamente quien más inspira a los inves-
tigadores criollos es Alain Touraine y su sociología de la acción,
así no se comparta siempre la pretensión de intervención social
que él propone32. En todo caso, llama la atención que en la con-
ceptualización sobre movimientos sociales se acudiera a los auto-
res europeos, más inclinados a indagar por los aspectos cultura-
les y simbólicos, y no tanto a los norteamericanos, quienes para

31
Editorial de El Siglo, 8 de junio de 1987. Por supuesto que el espíritu del
editorialista es más un reproche al gobierno de turno que un cambio radical en
la concepción política, pero no dejan de ser sintomáticos tanto el pronuncia-
miento como la lluvia de críticas que recibió. Algo similar habían hecho los li-
berales al denunciar que el gobierno de Betancur alentaba la movilización ciu-
dadana (El Espectador, 26 de octubre de 1982, p. 7A). Todavía años después le
cobraban esa "debilidad" (El Tiempo, 11 de marzo de 1987, p. 4A).
32
Ejemplos de estas nuevas inspiraciones son los trabajos de Pedro Santana
(Los movimientos sociales en Colombia. Bogotá: Foro, 1989) y Javier Giraldo (La
reivindicación urbana. Bogotá: Cinep, 1987). La forma de intervención social que
cobra vigencia a mediados de los ochenta entre nuestros intelectuales y activis-
tas es la propuesta de Investigación Acción Participativa, que tiene a Orlando
Fals Borda como uno de sus exponentes. La IAP fue proclamada en el Simposio
Mundial de Ciencias Sociales en Cartagena en 1977 por el mismo Fals Borda y
practicada en su Historia doble de la Costa, publicada en cuatro volúmenes entre
fines de los setenta y mediados de los ochenta. Véase, del mismo autor. Conoci-
miento y poder popular. Bogotá: Siglo xxi y Punta de Lanza, 1985.
Vida, pasión y... de los movimientos sociales en Colombia [ 31 ]

ese momento estaban postulando la "movilización de recursos"


para explicar las razones por las que un individuo se sumaba o
no a la acción social colectiva33.
De esta forma, la categoría de movimientos sociales ingresa
al lenguaje de nuestras ciencias sociales y desplaza, aunque no
siempre, los conceptos de clase y de pueblo. Se trata de un avance
indudable en términos teóricos, pues desprende el análisis del
economicismo predominante en anteriores momentos. Otras
dimensiones de la realidad social constituyen objeto no sólo del
conflicto -eso estaba visto desde tiempo antes-, sino de la re-
flexión académica. Ya la lucha social no se explica meramente
por las contradicciones en la esfera productiva o, cuando más,
en la de distribución y consumo. Dimensiones culturales y sim-
bólicas entran en la agenda de los actores sociales y en la mente
de los investigadores. La construcción de identidades en los ac-
tores colectivos cobra importancia y hay más sensibilidad inte-
lectual a las diferencias de género y étnicas.
Pero también en este momento aparecen nuevos entendimien-
tos de la relación entre las esferas social y política. Al desmontarse
el paradigma de la lectura clasista se cuestiona la esencialidad
de lo socioeconómico como predeterminante de lo político34. Por
la misma vía se duda de la pureza de los actores sociales y de su
ilimitada capacidad de autonomía. Entre los intelectuales y no
pocos activistas se comienza a percibir que los movimientos so-
ciales per se no son revolucionarios. Por tanto, las relaciones con
el Estado se miran en forma distinta: ya no hay total enemistad,
sino que a veces se plantean relaciones complementarias, lo que
no quiere decir que se suprima el conflicto que muchas veces se

33
Véase mi ya citado ensayo "Poderes y contestación...".
34
Punto desarrollado por María Erna Wills, en "Feminismo y democracia: más
allá de las viejas fronteras", Análisis Político, N 2 37, mayo-agosto de 1999, pp.
18-36.
[ 32 1 MAURICIO ARCHILA

focaliza contra el manejo que hace el ejecutivo de las políticas


sociales. La relación entre región y nación es puesta de nuevo
sobre el tapete, pero ya no como rivalidad entre las élites, como
ocurría en el siglo XIX y parte del XX, sino como demanda de
las más disímiles capas sociales de provincia35.
Desarrollos políticos como la descentralización y la elección
popular de alcaldes a fines de los ochenta, y la convocatoria a la
Asamblea Nacional Constituyente a principios de los noventa,
hacen viables estas nuevas aproximaciones teóricas. Así no siem-
pre los actores sociales hayan tenido éxito en la participación
electoral, hay una mirada menos maniquea de la política. En esto
se hacía eco a un movimiento intelectual que retornaba a los
análisis políticos, luego de excluirlos por años, en el intento de
destacar lo social.
A pesar de estos indudables logros de la acción social colec-
tiva y de los avances teóricos que la acompañaron, la categoría
de movimientos sociales, como se utilizó en los ochenta, toda-
vía respiraba añoranza por la búsqueda de un nuevo sujeto his-
tórico36. La necesidad de una vanguardia para un cambio societal
-así fuese menos revolucionario que el soñado en los años se-
senta y setenta-, hizo que el énfasis se trasladara del proletaria-
do al pueblo y de éste a los (nuevos) movimientos sociales. Si
bien es cierto que esta categoría socavaba el voluntarismo que
impregnaba la búsqueda de una vanguardia, muy cara al para-
digma marxista leninista, en el fondo mantenía el anhelo me-
siánico por un salvador. Esto no sólo borraba con la derecha lo
que se escribía con la izquierda, sino que les ponía a los actores

3:>
Clara Inés García llega a afirmar que la región es una construcción en la que
tiene que ver mucho la forma como se estructuran y resuelven los conflictos
sociales (El Bajo Cauca antioqueño: cómo ver las regiones. Bogotá: Cinep-iNER, 1993).
36
Muy inspiradora a este respecto es la ya citada reflexión de Luis Alberto Ro-
mero, "Los sectores populares urbanos...", pp. 268-278.
Vida, pasión y... de los movimientos sociales en Colombia [ 33 ]

sociales un deber ser revolucionario que difícilmente podían


cumplir. Entre esta euforia y un nuevo desencanto no había sino
un trecho, y por él transitó la intelectualidad colombiana en el
último decenio.

LA HORA DE LOS DERRUMBES Y DE LAS NUEVAS RUTAS

En cuanto al tema que venimos desarrollando, los signos de los


tiempos presentes son bien contradictorios. Es claro que los gran-
des paradigmas construidos en el siglo XIX y llevados a la prácti-
ca en el XX se han derrumbado. No es sólo la bancarrota del so-
cialismo real, del Estado de bienestar, de los populismos e incluso
del liberalismo clásico. Se trata de una profunda crisis de la mo-
dernidad que se trasluce en el pesimismo del pensamiento con-
temporáneo. Las ciencias sociales no son ajenas a esta coyuntura
y hoy se cuestionan tanto sus objetos y métodos como sus mismos
fundamentos. La resultante no es necesariamente negativa. Por
el contrario, el actual momento puede ser un reinicio de una la-
bor científica en condiciones menos ingenuas, de acuerdo con las
posibilidades reales de las distintas disciplinas, y más responsa-
bles con las promesas que ofrecen. La interdisciplinariedad que
amenaza los compartimientos estancos con los que dividíamos la
realidad puede dar origen a nuevas construcciones que nos aproxi-
men en forma más compleja y rica a ella.
Los actores sociales, por su parte, viven también contradic-
torias situaciones. De un lado, la crisis de los paradigmas los
afecta, en la medida en que socava su potencial político, al limi-
tar las pretensiones de cambios radicales. Pero, al mismo tiem-
po, nuevos espacios de participación se abren en la política co-
tidiana, que ofrecen logros, pequeños pero valiosos. La misma
movilización social no desaparece aunque no corresponde a los
modelos épicos construidos en los decenios anteriores. La bús-
queda de organizaciones centralizadas y con presencia nacional
[ 34 ] MAURICIO ARCHILA

arroja precarios avances. Incluso se duda de la real representa-


ción con la que muchas organizaciones sociales dicen contar. Por
eso, hoy más que nunca, es vigente la paradoja de una aparente
crisis organizativa y la persistencia de la protesta.
Miremos con mayor detenimiento los signos cruzados de
nuestra contemporaneidad para poder aclarar al menos dónde
está el problema, para así poder buscar luego la solución. En
cuanto al mundo de los actores, hay muchos indicios de que las
cosas no están tan mal como a veces se piensa. Hay quienes afir-
man que hay una buena base organizativa en la sociedad colom-
biana al menos si nos atenemos a la cobertura de asociaciones
voluntarias como las juntas de acción comunal, los sindicatos,
las organizaciones campesinas, de viviendistas, étnicas, de gé-
nero, ecológicas y de derechos humanos. Según cálculos de Rocío
Londoño, para 1993 teníamos casi 4,500.000 colombianos vin-
culados con esas asociaciones37. Claro que estas cifras pueden
ser engañosas, pues se duda de la representatividad de muchas
de esas organizaciones y de la "calidad" de la participación de
los afiliados. Esta crítica no esconde la existencia de una amplia
base organizativa que conecta horizontalmente a muchos colom-
bianos, así la mayoría no tenga una efectiva presencia en la are-
na pública.
Más cerca de nuestras inquietudes, se constata que la pro-
testa en los años noventa, aunque tiene sus vaivenes, no desapa-
rece y por ratos aumenta38. Aunque a veces se dude de la racio-
nalidad en sus fines y medios, por lo común la protesta social
refleja demandas sentidas de distintos ciudadanos y utiliza me-

37
Una visión de las organizaciones populares en Colombia. Bogotá: Fundación So-
cial-Viva la Ciudadanía-UPN, 1994, pp. 40-47.
38
Remitimos a los análisis coyunturales de luchas sociales elaborado por Alvaro
Delgado, Esmeralda Prada y Martha C. García, investigadores del Cinep, y pu-
blicados en la revista trimestral Cien Días.
Vida, pasión y... de los movimientos sociales en Colombia 1 35 ]

dios pacíficos, mas no necesariamente legales. Los "viejos" mo-


vimientos no sólo siguen vivos, sino que en muchas ocasiones
son los convocantes de grandes movilizaciones ciudadanas como
las ocurridas en el último semestre de 1999, mientras en forma
paralela amplían sus demandas más allá de lo estrictamente
material, que sigue siendo muy precario en un país como el nues-
tro. En años recientes, las luchas sociales se "politizan" al opo-
nerse a medidas oficiales y a los planes de desarrollo. Incluso
hay quienes postulan que movimientos como el campesino de
los últimos decenios buscan ante todo la inclusión ciudadana39.
Nuevos actores sociales hacen presencia pública con desigual
grado de éxito. Es conocido el impacto que han tenido las mi-
norías étnicas, especialmente indígenas, en la afirmación de su
diferencia y en la consecución de espacios territoriales para con-
solidar su identidad. Su presencia, primero en la Asamblea Cons-
tituyente, y luego en el Parlamento, ha sido garantía de esos lo-
gros40. Las acciones de las mujeres, ya no como meros actores
sociales, sino en pos de reivindicaciones de género, aunque han
sido menos espectaculares, tal vez han alcanzado más logros

39
León Zamosc, "Transformaciones agrarias y luchas campesinas en Colom-
bia: un balance retrospectivo (1950-1990)", Análisis Político, N2 15, abril de 1992,
pp. 35-66. En el análisis de las luchas campesinas en los últimos años hecho
por Esmeralda Prada y Carlos Salgado resaltan como principales demandas los
servicios públicos, las políticas agrarias, la tierra y los derechos humanos (La
protesta campesina, 1980-1995. Bogotá, Cinep, 2000, capítulo 3). Se ratifica un
cambio de agenda con relación a los años setenta, cuando el principal motivo
era la tierra.
40
Son numerosos los ensayos sobre este tema. A guisa de ejemplo menciona-
mos los de María Teresa Findji ("Movimiento social y cultura política: el caso
del movimiento de autoridades indígenas en Colombia", Ponencia al vm Con-
greso de Historia, Bucaramanga, 1992), Christian Gros (Colombia indígena. Iden-
tidad cultural y cambio social. Bogotá: Cerec, 1991) y los compilados por Arturo
Escobar y Alvaro Pedroza (Pacífico, ¿desarrollo o diversidad? Estado, capital y movi-
mientos sociales en el Pacífico colombiano. Bogotá: Cerec-Ecofondo, 1996).
[ 36 ] MAURICIO ARCHILA

duraderos, lo que hace pensar en una verdadera revolución invi-


sible41. Hay además notorios relevos generacionales en las orga-
nizaciones, y aun la categoría de joven adquiere relevancia como
nuevo actor social y político42. Las tensiones entre lo local, la re-
gión y la nación se consolidan en la agenda de la movilización
cuidadana otorgando una base social a las políticas de descentra-
lización. Hay, por último, novedosos brotes de organización y
movilización por la paz y la vigencia de los derechos humanos,
por problemas ambientales, de ejercicio de la sexualidad y aun
de objeción al servicio militar.
El anterior panorama habla en favor de la ampliación de los
campos del conflicto social, ahora muy distante del estrictamente
económico propio de las primeras lecturas. Si ya no hay una
centralidad de lo socioeconómico, pierde vigencia la primacía
clasista en la lectura de la realidad, lo que no quiere decir que se
suprima el conflicto. Por el contrario, éste prolifera en esferas antes
no pensadas, incursionando hasta en el ámbito privado de la fa-
milia, como lo señalan las feministas con acierto43.
Pero no todo es positivo en el pasado reciente de los movi-
mientos sociales. Ya decíamos que la crisis de paradigmas deja
huérfana a la acción social colectiva de la dimensión utópica.
Aunque hay intentos por replantearla, no es una tarea fácil ante
el derrumbe del mayor desafío al capitalismo y el aparente triun-
fo de su vertiente más destructiva en términos sociales, el neo-
liberalismo. En el caso colombiano, aunque hay una indudable

41
Dentro de la amplia investigación sobre movimientos de mujeres destaca-
mos los libros de Lola Luna y Norma Villarreal, Historia, género y política. Barce-
lona: Universidad de Barcelona, 1994, y Magdalena León (compiladora), Mu-
jeres y participación política, avances y desafios en América Latina. Bogotá: Tercer
Mundo, 1994.
42
Diego Pérez y Marco Raúl Mejía, De calles, parches, galladas y escuelas. Bogo-
tá: Cinep, 1996.
43
María E. Wills, "Feminismo y democracia...", pp. 29-35.
Vida, pasión y... de los movimientos sociales en Colombia l 37 ]

base organizativa, subsiste gran dispersión a la hora de acciones


conjuntas. La existencia de redes horizontales no subsana la
ausencia de organismos de cobertura nacional. Todo ello difi-
culta una expresión pública más contundente por parte de los
actores sociales.
Por último, pero no menos importante, la fragmentación y
degradación de las violencias afecta particularmente a los movi-
mientos sociales, pues siega la vida de muchos dirigentes y acti-
vistas, entorpece, si no anula, la cotidianidad de las organizacio-
nes y cercena notablemente su autonomía, no sólo con relación
al Estado, sino con los diversos actores armados44. El problema
de los actores sociales en el país no es propiamente la cantidad
de villanos y oportunistas que se les incorporan, como diría
Humberto de la Calle, sino la amenaza a su existencia física y
simbólica.
Todos estos signos contradictorios requieren nuevas lectu-
ras, y así lo han comprendido los intelectuales que reflexionan
sobre la acción social colectiva en el país. De esta forma, se han
incorporado modelos explicativos producidos en los países cen-
trales, bien sea en el postestructuralismo, bien en algunas de las
más avanzadas vertientes postmodernas. En aras de rescatar al
sujeto en la acción colectiva, se vuelven los ojos a un discutible
individualismo metodológico. Para dar cuenta de la relación
entre lo social y lo político, se asume rígidamente el neoestruc-
turalismo norteamericano que reelabora la teoría de moviliza-

44
El tema es continuamente denunciado por analistas y actores, pero poco de-
sarrollado teóricamente. Un interesante intento lo hizo la politóloga norteame-
ricana Leah Carroll al aplicar la teoría de que un cambio acelerado de poder,
así sea local y temporal, es respondido con violencia contra los líderes del cam-
bio. Estudia así el acceso de 18 dirigentes de la UP a alcaldías en 1988 ("Logros
y límites de la elección popular de alcaldes en Colombia", en Jaime Caycedo y
Carmenza Mantilla (eds.), Identidad, democracia y poderes populares. Bogotá: CEIS-
Uniandes, 1993).
[ 38 ] MAURICIO ARCHILA

ción de recursos desde las "oportunidades políticas". Las dimen-


siones culturales y simbólicas son leídas desde las propuestas
neoconstructivistas, que a su vez son readecuaciones del llama-
do paradigma de identidad elaborado por teóricos europeos45.
El problema con estas teorías no radica en que provengan de
los países centrales, sino en la forma aerifica y ligera como se
suelen incorporar.
Posiblemente, el mejor camino es formular preguntas centra-
les y buscar los conceptos, fuentes, metodologías y sobre todo
teorías que nos ayuden a responderlas. A manera de ejemplo,
mencionaré cuatro que son cruciales en el entendimiento de nues-
tros movimientos sociales. El primer interrogante gira en torno a
la racionalidad de la acción social colectiva. Iluminados por la
historiografía social inglesa, postulamos que la protesta social no
es una respuesta espasmódica a un deterioro en las condiciones
materiales, salvo en umbrales críticos de hambre o miseria46. La
acción social colectiva trasciende el mero instinto. Por lo común,
en toda demanda ciudadana hay la percepción de que se ha co-
metido una injusticia o de que existe una inequidad en relación
con otros grupos sociales, nacionales o internacionales, o con el
pasado. La gente no lucha simplemente porque tiene hambre, sino
porque siente que no hay una distribución justa de un bien mate-
rial, político o simbólico. Desde sus mismos gérmenes, los elemen-
tos culturales están presentes en toda movilización y habrá que

40
Estos aspectos teóricos que toco en mi ensayo ya citado "Poderes y contesta-
ción...", han sido analizados por numerosos autores, entre los que destaco ajean
Cohén en los ochenta ("Strategy or Identity: New Theoretical Paradigms and
Contemporary Social Movements", Social Research, Vol. 52, N2 4, invierno de
1985) y más recientemente, Joe Foweraker (Theorizing Social Movements. Lon-
dres: Pluto eds., 1995) y Enrique Laraña (La construcción de los movimientos socia-
les. Madrid: Alianza, 1999).
46
Muy iluminador es el texto de E. P. Thompson, Customs in Common. Nueva
York: The New Press, 1993.
Vida, pasión y... de los movimientos sociales en Colombia t 39 1

tomarlos más en cuenta a la hora de explicarla, cosa que poco se


ha hecho en nuestro medio.
La pregunta por la racionalidad de la acción social colectiva
tiene una vertiente criolla que se formula como el desfase entre
la acción reivindicativa y la expresión política47. De clara estirpe
leninista por el desajuste entre la existencia y la conciencia, la
cuestión debe ser replanteada a partir de la continuidad real
entre una y otra forma de acción colectiva. Ello implica desmon-
tar cualquier esencialidad o preexistencia de lo social en contra
de lo político, y viceversa. En su expresión más radical, esto su-
pone postular distintas racionalidades, no sólo la instrumental,
con igual valoración en las acciones sociales colectivas48. Luchar
por la igualdad de géneros en el ámbito familiar puede ser tan
válido y necesario como emprender una reforma del Parlamen-
to para purificar la política.
Otra pregunta clave y cercana a la anterior gira en torno al
aporte que las luchas y movimientos sociales han hecho a la cons-
trucción de la democracia en el país. Por supuesto que habrá que
definir qué entendemos por democracia, para lo que la propues-
ta de Chantal Mouffe y Ernesto Laclau sobre radicalizarla puede
ser pertinente 49 . En concreto, construir democracia en el caso
colombiano significa ampliar la ciudadanía, lo que a su vez ne-
cesita de un garante, que en forma ideal es el Estado. Ello re-
quiere una nueva lectura de las relaciones con el Estado, de sus

47
Quien mejor formuló la pregunta y aventuró explicaciones fue Javier Giraldo,
en el ya citado La reivindicación urbana...
48
Así lo propone María Erna Wills, "Feminismo y democracia...", p. 39. A una
conclusión similar llegaba yo en una relectura de los pensadores de la moder-
nidad, especialmente Marx y Weber ("La racionalidad de la acción colectiva:
¿problema moderno o postmoderno", Ponencia al Simposio del Instituto Pensar,
Bogotá, 1999).
49
Véase de la primera, The Retum ofthe Political. Londres: Verso eds., 1993.
[ 40 ] MAURICIO ARCHILA

debilidades y fortalezas, y de la necesidad de aprovechar o crear


nuevas oportunidades políticas50. Pero también implica una nue-
va lectura de la política, no tanto de la virtuosa sino de la prag-
mática, que permea también a los sectores subordinados51. Y, en
últimas, de los poderes existentes tanto en el Estado como en la
sociedad civil52. Así se podrá comprender que la acción social
colectiva no es gradual ni acumulativa, como se vio muchas ve-
ces al movimiento laboral53, y enfrenta distintos escenarios de
poder a los que responde con diferente eficacia, uno de ellos, y
nada despreciable, el Estado. Lo que hoy es un logro en materia
social, mañana puede ser una retroceso; lo que aquí tuvo éxito,
allá puede significar una derrota.
Por último, convendrá replantearnos la paradoja que hemos
reiterado a lo largo de estas páginas formulando una pregunta
más adecuada: más que enfatizar la supuesta debilidad de los
movimientos sociales, en contraste con la persistencia de la pro-
testa, deberíamos comenzar por la segunda parte para, desde
allí, intentar valorar su fortaleza o debilidad. Esto implica apar-
tarnos del deber ser que autores como Alain Touraine les po-
nen a los movimientos sociales, y tal vez retomar las lógicas prag-
máticas con las que actúan54. En caso de constatarse la debilidad,

50
Es lo que propone Francisco Leal en "Los movimientos sociales y políticos.
Un producto de la relación entre sociedad civil y Estado", Análisis Político, N 2
13, mayo-agosto de 1991, pp. 7-21.
51
Por esta vía va el ensayo de José L. Sanín, "La expresión política de las orga-
nizaciones sociales: una tendencia de reconstrucción de las prácticas políticas",
en Varios, Nuevos movimientos políticos: entre el ser y el desencanto. Medellín: IPC, 1997.
°2 Tal es, a mi juicio, el mayor aporte de Leopoldo Muñera en el ya citado Rup-
turas y continuidades...
53
Enfoque que aún sigue vigente en recientes textos como el de Marcel Silva,
Flujos y reflujos. Reseña histórica de la autonomía del sindicalismo colombiano. Bogo-
tá: Facultad de Derecho UN, 1998.
54
Touraine, a pesar de advertir sobre los problemas de utilizar categorías eu-
ropeas para explicar a América Latina, concluye que es un subcontinente lleno
Vida, pasión y... de los movimientos sociales en Colombia 1 41 ]

ella debe ser explicada no tanto como fruto de la voluntad deli-


berada de los actores sociales o políticos, y ni siquiera del Esta-
do 55 . Responsabilizar en forma exclusiva a las condiciones es-
tructurales o a un solo agente histórico de los hechos violentos
en este país no es posible desde la más sana historiografía. Los
análisis complejos sobre las violencias, sus causas, actores, esce-
narios, significados culturales y, sobre todo, su impacto sobre la
acción social colectiva, son más que necesarios para responder
el interrogante planteado 56 .

UNAS PALABRAS CONCLUSIVAS

Desde que se hicieron los primeros estudios de los actores so-


ciales hasta hoy, ha pasado mucha agua debajo del puente. Las
primeras miradas funcionalistas fueron reemplazadas por estu-
dios marxistas y dependentistas. Luego se relegó el análisis or-
todoxo clasista para postular categorías más comprensivas, pero
menos explicativas, como las de pueblo y movimiento popular.
En forma tardía, y con cierto triunfalismo, se adoptó la termi-
nología de movimientos sociales para explicar nuevas formas de
protesta. Estos jalones conceptuales y teóricos encierran algu-

de actores pero pobre en movimientos sociales, en parte porque éstos tienen


poca autonomía ante el sistema político (América Latina. Política y sociedad. Ma-
drid: Espasa-Calpe, 1989, pp. 157-163). Lo del pragmatismo ha sido aborda-
do por Javier Giraldo (La reivindicación urbana...), paradójicamente inspirado
en Touraine, y más recientemente por José L. Sanín ("La expresión política...").
55
Ésta es una denuncia común en académicos y activistas. Véase por ejemplo
la ponencia del CEIS, "Régimen político y movimientos sociales en Colombia",
en Caycedo y Mantilla (eds.), Identidad democrática..., p. 203.
06
Entre los balances propuestos recientemente en torno al tema de la violen-
cia menciono el de Elsa Blair, por llamar la atención sobre las dimensiones cul-
turales ("Perspectivas de análisis: Hacia una mirada cultural de la violencia",
Desde la Región, N 2 30, enero del 2000, pp. 43-53.).
[42] MAURICIO ARCHILA

ñas posibilidades explicativas del conflicto social en el país, pero


con limitaciones que se hacen evidentes cuando intentan apli-
carse rígidamente.
En los años noventa, cuando cayeron los paradigmas y se
acrecentó la violencia en el país, entramos en una valoración
pesimista de la movilización ciudadana. Se dudó incluso de su
aporte a la construcción democrática, cuando no de su raciona-
lidad. Tal vez eso explique la relativa disminución de análisis
académicos sobre las luchas sociales. Hoy no podemos decir que
estamos del otro lado del río. Aún estamos sumidos en un mar
de confusiones y de contradicciones. Pero nos hallamos mejor
preparados que antes, pues se ha cualificado la investigación al
precisarse mejor los conceptos, enriquecerse las fuentes y las
metodologías, y ampliarse el universo teórico con una actitud
cada vez más crítica hacia lo que recibimos en préstamo. De esta
forma, podemos plantear mejor las preguntas y, posiblemente,
emprender rutas más adecuadas para responderlas.
Nuestra condición, que bien puede ser definida como post-
colonial, nos exige descentrar estas nuevas aproximaciones des-
echando, por ejemplo, los modelos eurocéntricos y el discurso
desarroliista implícitos en muchas de ellas. Esto debe hacerse
desde una reflexión interdisciplinaria, pues el tema lo requiere.
A veces será necesario también ser eclécticos, ya que la explica-
ción de la realidad no se agota en un solo modelo teórico. Y, so-
bre todo, habrá que insistir en miradas menos prevenidas y más
pragmáticas para tratar de entender las dinámicas de nuestros
actores sociales. Para este fin, es más que necesario diálogo en-
tre académicos y actores que haga explícito un nuevo proceso
investigativo en el que unos y otros pongamos en circulación los
conocimientos y las experiencias. Con este diálogo evitaremos
también el apresuramiento al exaltar lo que no ha nacido o, peor
aún, al enterrar lo que todavía está vivo.
Vida, pasión y... de los movimientos sociales en Colombia i 43 ]

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PRIMERA PARTE

Luchas laborales y cívicas


Alvaro Delgado

LAS NUEVAS RELACIONES DE TRABAJO EN COLOMBIA

Antes que un ensayo sobre el tema, esta ponencia recoge diversos


criterios vertidos en la prensa colombiana en torno de los cam-
bios operados en los últimos años en las relaciones laborales.
La capacidad negociadora de los trabajadores colombianos
es relativamente baja dentro del conjunto de países latinoame-
ricanos. Indagaciones hechas por la Escuela Nacional Sindical
(ENS) para los años 1987-1988 establecieron que en el caso de
Antioquia se beneficiaba de convenciones colectivas sólo el 15%
de los asalariados de los sectores privado y público juntos; en el
comercio, el 0,73%, y en el transporte, el 4,5%1.

Contratos colectivos de trabajo en 4 países del


Grupo Andino, 1990-1996
País 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996

Colombia* 660 437 468 nd 496 516 607


Ecuador 334 313 308 221 216 197 206
Perú** 1.762 1.402 401 1.059 883 803 623
Venezuela nd nd 1.139 814 924 879 594

*Convenciones colectivas de trabajo solamente.


** Distorsión ocasionada por falta de información oficial.
Fuente: Oficina Internacional del Trabajo. Marleen Rueda Catry y otros, Tenden-
cias y contenidos de la negociación colectiva. Documento de trabajo N2 88, 1998, p. 26.

Norberto Ríos. Revista de la ENS, N2 17, diciembre de 1989, p. 35.


[ 52 ] ALVARO DELGADO

En el conjunto de la Comunidad Andina de Naciones la


negociación colectiva experimenta un fuerte retroceso que

[...] se manifiesta en una disminución del número de con-


venios firmados y de trabajadores cubiertos, en un empobreci-
miento de sus contenidos y en una pérdida de peso de la nego-
ciación de rama frente a la negociación de empresa o individual.
Las causas que explican esta marcha atrás son múltiples, pero
están estrechamente ligadas a una pérdida del poder negocia-
dor de los sindicatos. Las reformas en las legislaciones labora-
les de los países andinos, estrechamente relacionadas con un
entorno económico cambiante, han tenido sin duda un fuerte
impacto en las organizaciones de trabajadores. En Venezuela,
por el contrario, ha sido precisamente el Estado el que ha im-
pulsado la firma de acuerdos colectivos2.

La negociación por rama o sector de la economía es relati-


vamente alta en Argentina (70% de la negociación total de 1995)
y México (95%, en 1994), y mucho menor en los países de bajo
nivel de negociación, como Colombia, donde su participación
es de 15% aproximadamente 3 . La negociación colectiva, y sobre
todo la sectorial, se sostiene en los países desarrollados sólo como
resultado de persistentes luchas de los trabajadores. "En Fran-
cia se observa una tendencia al aumento del número de conve-
nios colectivos de empresa desde principios del decenio de 1980,
que se aceleró a partir de 1990, ya que pasó de 6.496 ese año a
8.550 en 1995. Se señala, sin embargo que, en Francia, aun ocu-

2
Marleen Rueda Catry y otros, "Tendencias y contenidos de la negociación
colectiva". Oficina Internacional del Trabajo. Documento de trabajo N- 88, 1998,
p. 25.
3
Oficina Internacional del Trabajo, El trabajo en el mundo. Relaciones laborales,
democracia y cohesión social, 1997-1998. Ginebra, 1998, p. 167.
Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia [ 53 ]

p a n d o un lugar central en el sistema de negociación, los conve-


nios colectivos sectoriales, salvo en algunos sectores, han solido
tener en la empresa un impacto menor que en otros países eu-
ropeos, en particular en materia de salarios. La negociación
colectiva en los países andinos es fundamentalmente de empre-
sa. Los acuerdos de rama son prácticamente inexistentes en Perú,
Bolivia y Ecuador y constituyen una excepción en Colombia" 4 , y
es extendido el criterio de que mientras no haya colaboración
del Estado, no habrá mejora en la negociación colectiva en ge-
neral. Eso lo dice el ejemplo de Venezuela y en cierta manera el
de Bolivia. El contenido de la negociación colectiva es bajo en
el área y en muy elevada proporción está relacionado con el sa-
lario, debido a la inflación histórica que estos países han sopor-
tado. Es común oír la opinión de que desde principios de los
años ochenta "no se ha conseguido ninguna gran conquista
nueva" 5 :

La debilidad de las organizaciones de trabajadores, los


cambios en la organización de la producción, laflexibilizacióny
las dificultades que establece en ocasiones la legislación labo-
ral, hacen que exista poca innovación en los temas tratados y
que la escasa innovación se dirija a limitar los efectos negati-
vos que la flexibilización de los procesos de producción puede
tener sobre los trabajadores6.

Con su proyecto de minimización del Estado y eliminación


del sindicalismo, lo que el nuevo modelo económico mundial
persigue en el mercado de trabajo libre es hacer que las decisio-
nes y responsabilidades del contrato de trabajo recaigan exclu-

4
Marleen Rueda Catry y otros, op. cit., p. 27.
5
Ibid., p. 32.
6
Ibid., p. 30.
[54: ALVARO DELGADO

sivamente en el trabajador individual 7 . En la nueva puja de las


relaciones laborales en Colombia debe observarse que el nuevo
modelo está exigiendo indeterminar todavía más el mercado de
la fuerza de trabajo, intento que tiene la demanda de reformar
las leyes 50 de 1990 y 100 de 1993. Por eso los gremios no tie-
nen empacho en proponer el salario integral para sueldos de
dos salarios mínimos en adelante e incluso para todo nivel sala-
rial, como lo hicieron en julio de 1998 Fedesarrollo, Fenalco y
el ministro de Hacienda Camilo Restrepo. Imponer el reino del
salario integral, opinan algunos economistas; equivaldría a aban-
donar a discreción del capital la distribución de la riqueza na-
cional producida:

Estos movimientos hacia el mercado aparecen rompiendo


los principios clásicos de la normatividad laboral: reconoci-
miento de la desigualdad en las relaciones entre las fuerzas del
capital y del trabajo, irrenunciabilidad de los derechos básicos
de los trabajadores y protección "especial" a las relaciones ge-
neradas por los vínculos laborales8.
La cuestión clave para los sindicatos sería averiguar cuá-
les son sus puntos débiles y qué es lo que está en su mano ha-
cer para mejorar los contenidos de la negociación colectiva.
Los sindicatos deberían establecer una estrategia que incluye-
se una serie de puntos ineludibles: cuáles son los temas priori-
tarios para los trabajadores, y analizar si son compatibles con
los intereses de la empresa de forma realista; establecer a qué
nivel se quiere negociar y definir posiciones; para conseguir-
lo, se debe estudiar asimismo cómo adquirir una mejor repre-
sentación. Tras realizar este análisis, quedaría ver si la forma-

7
Hernando Torres Corredor, en Universidad Nacional, Universidad de
Cartagena. El trabajo en los noventa, 1994, p. 46.
8
Ibid., p. 47.
Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia [ 55 ]

ción de los representantes de los trabajadores es suficiente o si


se pudiese mejorar para reforzar su capacidad negociadora9.

En la liza de la negociación laboral, desde luego, no están


todos los que son. En el escenario nacional aparecen solamente
las grandes organizaciones de asalariados, que, en el caso colom-
biano, están en el área pública:

La mayor movilización en el sector público se explica por


ciertas peculiaridades propias. La primera es la dimensión de
las unidades de producción y la homogeneidad de los estatu-
tos de personal, que, como en el caso de las grandes empresas
privadas, facilitan la sindicación. La segunda consiste en que
el empleador está solo frente a un gran número de trabajado-
res, lo cual fomenta el traspaso de autoridad a los sindicatos.
Aunque hay excepciones, [...] el sector público reconoce en
general la razón de ser de los sindicatos. Una tercera particu-
laridad es el carácter central del concepto de servicio público
en las relaciones de trabajo, que refuerza la solidaridad. Liga-
do al origen público de los recursos, favorece la consulta que,
en muchos países, sustituye a la negociación colectiva, y auto-
riza restricciones, a veces considerables, en materia de nego-
ciación y de huelga que serían más difíciles de aceptar en el
sector privado. Por último, esas diferencias características dan
a la movilización del personal, incluso cuando apunta a la ob-
tención de ventajas económicas, una dimensión política que
rara vez tiene en el sector privado (por ejemplo, en el caso de
los conflictos en el sector de la sanidad). Naturalmente, en la
inmensa mayoría de los países el sector público ha cambiado
profundamente hace ya años, por lo que se parece más al sec-

9
Marleen Rueda Catry y otros, op. cit., p. 33.
56 ] ALVARO DELGADO

tor privado. Han hecho aparición las fuerzas del mercado, en


forma de privatizaciones o de una competencia entre ciertos
servicios y el sector privado, y se han comprimido los costos.
Se han implantado normas de perfeccionamiento de los recur-
sos humanos, acompañadas de una descentralización de las de-
cisiones en ciertos campos. Ahora bien, las singularidades an-
tes mencionadas seguirán caracterizando al sector público. Aún
parcialmente diversificados, los estatutos de personal se refie-
ren siempre a un gran número de trabajadores, los límites pre-
supuestarios siguen determinándose en el nivel central y el
servicio público es un concepto que tenderá más bien a refor-

Las grandes concentraciones de asalariados imprimen a la


vez características a la negociación de las condiciones de traba-
j o y a la relación de los sindicatos con sus entidades jerárquicas.

Los sindicatos fuertes no recurren siempre a las centrales


sindicales o federaciones en materia de apoyo para un proceso
de negociación colectiva, son autosuficientes y en algunos ca-
sos tienen mayores recursos que las propias centrales. Son los
sindicatos más débiles los que tienen mayores dificultades y ne-
cesitan de las centrales y federaciones sindicales. Sin embargo,
la posibilidad de que las instancias superiores del movimiento
sindical logren atraer a los sindicatos locales, sea cual fuere su
fortaleza, dependerá de la capacidad de articulación e inter-
pretación de las demandas y de la capacidad para ofrecer a los
sindicatos legitimidad, eficiencia y autosostenimiento11.

Oficina Internacional del Trabajo, op. cit., p. 145.


Marleen Rueda Catry y otros, op. cit., p. 48.
Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia l 57 ]

El descenso en la negociación colectiva de trabajo en Colom-


bia aparece hoy interrumpido casi exclusivamente por las accio-
nes del sector público. De acuerdo con un estudio de la ENS12, la
flexibilidad contractual se ha fortalecido y generalizado a partir
de la Ley 50 de diciembre de 1990, de la Ley 60 de 1990 y de los
decretos de reestructuración del Estado del 28 de diciembre de
1991, expedidos al amparo del artículo 20 transitorio de la Cons-
titución del mismo año. Como consecuencia, el contrato de tér-
mino definido "hace en la práctica imposible la sindicalización,
puesto que la afiliación a los sindicatos por parte de estos traba-
jadores se convierte en motivo para la no renovación del con-
trato de trabajo. Este fenómeno ha estado convirtiendo a los
sindicatos en organizaciones de trabajadores antiguos que, poco
a poco, se extinguen por la jubilación de sus miembros", como
ocurrió en Propal. La Ley 50 "propició la eliminación de miles
de contratos de trabajo, entre otros, con trabajadores colocadores
de chance en puestos fijos de venta, y la imposibilidad de rei-
vindicar un contrato de trabajo en el caso de los vendedores de
seguros". En el caso estatal aparecen los contratos administrati-
vos de prestación de servicios, que no reconocen ningún dere-
cho laboral social. "Del total de empleados estatales se estima
que 25% de ellos laboran bajo esta modalidad", la cual creció
sobre todo después de la expedición de la Ley 80 de 1993, que
eliminó la prohibición de despido sin causa justa después de diez
años de servicio. El trabajador nuevo o antiguo que se afilia al
sindicato o adopta conductas notoriamente combativas es des-
pedido sin mayor problema. Las normas produjeron no menos
de 40.000 despidos en el área estatal; desaparecieron sindicatos
enteros: ferroviarios, portuarios, obreros de Obras Públicas o de
los extintos ICT e Inderena, o fueron reducidos a su mínima

Norberto Ríos. Revista de la ENS, N 2 41, octubre de 1996.


[ 58 ] ALVARO DELGADO

expresión, como ocurrió en el Ministerio de Hacienda y el DAÑE.


Como señala Ríos en su artículo ya citado, "Entre 1990 y 1994
han entrado en receso o han sido liquidados en Colombia cerca
de 514 sindicatos", con unos 95.229 afiliados. "Hoy escasamente
está sindicalizado el 6% de la población económicamente activa".
Las reformas legislativas aprobadas a partir de 1990, la re-
estructuración empresarial con motivo de la mal llamada "aper-
tura económica" del país al mercado globalizado, y el mismo
enfriamiento de los ideales de solidaridad internacional que
acompañó al derrumbe del campo socialista, profundizaron al
máximo la crisis del movimiento sindical colombiano, puesta de
manifiesto desde mediados de los años ochenta, uno de cuyos
frutos fue, paradójicamente, la aparición de la CUT. El conjunto
de la red organizativa sindical -y con mayor contundencia la
parte del capital privado- fue severamente destrozado, muchos
sindicatos desaparecieron y buena parte de los que lograron so-
brevivir en los últimos diez o quince años se convirtieron en or-
ganizaciones minoritarias dentro de las empresas. El empresa-
riado vio entonces el camino expedito para introducir las nuevas
formas de relación laboral directa con sus empleados, sin el es-
torbo de la mediación sindical. El resultado ha sido el descenso
sostenido de las convenciones colectivas de trabajo y el conse-
cuente incremento de los pactos colectivos, fenómeno que pue-
de observarse con mayor fuerza a partir de 1989.
Los funcionarios gubernamentales y los diarios han creado
en la opinión pública la idea de que los trabajadores colombia-
nos son altamente conflictivos. El seguimiento de los conflictos
colectivos de trabajo en los últimos cuarenta años, sin embargo,
dice todo lo contrario y confirma que las huelgas constituyen una
ínfima porción de los desenlaces. En los años noventa se acen-
tuó la tendencia a encontrar los acuerdos en la etapa de nego-
ciación directa, por lo menos en los predios de la gran indus-
tria, luego de que durante un largo período, entre los años sesenta
Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia [59]

Promedio anual de contratos colectivos de trabajo,


1982-1996
Período Totales Convenciones % Pactos %
1982-1989 886 655 74,0 231 26,0

1990-1996 824 531 64,0 293 36,0

1982-1996 882 624 71,0 258 29,0

Fuente: oír. Julio Puig y otros, Tendencias y contenidos de la negociación colectiva


en Colombia, 1990-1997. Resumen ejecutivo, p. 4 (copia del original).

Etapas de conclusión de la negociación de convenciones en la


gran industria colombiana

Abril de 1990 Diciembre de 1993 Diciembre de 1996


Etapas
Número % Número % Número %
Totales 108 100,0 112 100,0 115 100,0

Arreglo
48 44,4 67 68,8 99 86,1
directo

Mediación* 35 32,4 0 0 0 0

Prehuelga 19 17,6 22 19,6 10 8,7

Huelga 5 4,6 9 8,1 3 2,6

Laudo arbitral 1 1,0 4 3,5 3 2,6

* Es abolida a partir de 1991.


Fuente: Julio Puig y otros, Tendencias y contenidos de la negociación colectiva en Co-
lombia, 1990-1997. Resumen ejecutivo, p. 4 (copia del original).

y ochenta, la mayor parte de las negociaciones se zanjaba, bien


en la etapa de conciliación, bien en la de mediación con que la
ley la reemplazó. Es verdad que el nuevo marco legal no deja una
solución alternativa diferente a la huelga o el arbitramento, pero
de todas maneras la negociación laboral se ve beneficiada con el
acento puesto en la relación directa de empleadores y empleados.
[ 60 ] ALVARO DELGADO

Los pactos colectivos - q u e excluyen la mediación del sindica-


t o - entraron con mucha fuerza desde el principio de la crisis. De
acuerdo con la ENS, 18 de los 28 pactos colectivos suscritos en
Antioquia en 1987 se presentaron en la manufactura, donde la
mayoría de las empresas daba ocupación a más de cien trabajado-
res, "número más que suficiente para constituir sindicato". En
Fabricato el pacto, que benefició a 2.066 trabajadores, "práctica-
mente tiene en la disolución al sindicato". Aunque los pactos re-
bajaron de 51 a 28 entre 1986 y 1987, de ellos se beneficiaron 4.084
trabajadores, de los cuales el 80,4% pertenecía a la manufactura 13 .
El proceso de apertura económica ha estimulado los pactos:

Aunque la legislación laboral establece que allí donde exis-


tan sindicatos y éstos agrupen a más de la tercera parte de los
trabajadores en una empresa no puede haber pactos colecti-
vos, los empresarios están acudiendo a diversas modalidades
para imponer este mecanismo que sólo favorece sus intereses.
El mecanismo más utilizado es el de ofrecer dádivas económi-
cas, como primas extralegales, para que los trabajadores renun-
cien al sindicato y a la convención colectiva y se adhieran al
pacto, mecanismo que generalmente se acompaña de estrate-
gias más sutiles, como amenazar con despidos, desmejorar las
condiciones de trabajo o excluirlos definitivamente de cual-
quier mejora salarial o prestacional, al mismo tiempo que se
niegan a discutir los pliegos de peticiones con los sindicatos o
dilatan indefinidamente las negociaciones mientras realizan un
trabajo de zapa que finalmente coloca al sindicato en condi-
ciones precarias para negociar la convención; otras veces arre-
meten abiertamente contra los afiliados y los derechos de los
sindicatos, mediante despidos selectivos que tienen como pro-

Revista de la ENS, N2 13-14, diciembre de 1988.


Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia [ 61 ]

pósito intimidar y desmoralizar a las bases para luego colocar


al sindicato en situación minoritaria y venirse luego con la
propuesta de pacto; otras, aislan a las juntas directivas de sus
bases mientras realizan todo un trabajo de debilitamiento de
la organización sindical que crea las condiciones para impo-
ner el pacto colectivo violando toda legalidad laboral y desa-
fiando al propio Ministerio de Trabajo, que se limita a impo-
ner multas insignificantes.
[...] Aunque la legislación establece un mecanismo especí-
fico que regula la convocatoria y la realización de pactos co-
lectivos, éstos son impuestos de la manera más arbitraria, sin
asambleas de trabajadores que aprueben el petitorio y elijan a
sus representantes [...] Esta estrategia [...] se convierte a la lar-
ga en un bumerang para los propios sectores patronales, en la
medida en que se cierran vías naturales y civilizadas para la
resolución de los conflictos obrero-patronales14.

Se supone que los pactos se ajustan a las expectativas de los


empleadores que los imponen, pero ellos están tan engolosina-
dos con la idea de acabar del todo con los sindicatos, que no vaci-
lan en desconocer los compromisos que adquieren con aquéllos.
Que los trabajadores buscan acuerdos que descarten el re-
curso a medidas extremas lo confirma la utilización que hicie-
ron del recurso de tutela antes de que la Corte Constitucional
recortara los alcances del mismo, por sentencia del 10 de diciem-
bre de 1998, de acuerdo con la cual "La tutela es improcedente
para obtener el reintegro y el pago de salarios dejados de perci-
bir, cuyas pretensiones son propias de la jurisdicción especial del
trabajo" 15 , y que "resulta claro que la jurisdicción laboral es la

14
Héctor Vásquez, Revista de la ENS, N 2 34, octubre de 1994, p. 6.
15
El Tiempo, diciembre 10, 1998, p. 3A.
[ 62 1 ALVARO DELGADO

competente para conocer de los conflictos que se susciten por


razón del tuero sindical de los empleados públicos". Una inves-
tigación de Mario Jaramillo 1 6 refiere que, de 615 sentencias
proferidas por la Corte Constitucional en 1992,

[...] más de la tercera parte hizo referencia a asuntos labo-


rales. Y el 95,8% de ellas fueron promovidas por la acción de
tutela. En 1993, hasta el I o de septiembre, la Corte Constitu-
cional se había pronunciado con 376 sentencias. Una quinta
parte de ellas en temas laborales. Y el 87,6% de los casos estu-
diados en esta área respondieron al ejercicio de la nitela.
El 90,8% de las acciones de tutela laborales adelantadas
en 1992 están relacionadas directamente con la protección de
los derechos del trabajadores, y en menor volumen con la
constitucionalidad de algunas normas y con la seguridad so-
cial.
El 24,6% de las acciones de tutela laborales promovidas en
los ocho primeros meses de 1993 se refieren a la protección
de los derechos del trabajador, y ei 46,5% resolvieron asuntos
de seguridad social.

Merece considerarse el hecho de que en el lapso 1994-1996,


en medio de un importante descenso de los índices de desem-
pleo, la negociación colectiva encontró un ambiente favorable a
la concertación, y los ceses de labores disminuyeron. No puede
descartarse que el fenómeno obedeciera a una moderación de
las demandas laborales ante los efectos políticos de la reestruc-
turación empresarial, entre ellos la desaparición o el acentuado
debilitamiento orgánico de los sindicatos. Es significativo el
hecho de que importantes conflictos (Cerromatoso, Intercor,

Mario Jaramillo, Sindicalismo y economía de mercado, 1994, p. 59.


Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia í 63 ]

Coltejer, Telecom, Caja Agraria, Banco Cafetero, Banco de Co-


lombia, Banco Industrial Colombiano, Banco Popular) se zan-
jaron sin las anunciadas huelgas, y que la mayoría de los anun-
cios de paro quedó en eso: anuncios. 4.500 servidores de Coltejer
obtuvieron, en negociación directa, incrementos de 22,6%; en
Intercor el reajuste fue de 24,5% y cobijó a 3.100 trabajadores;
en el Banco Cafetero el aumento subió a 22%, y en Telecom, don-
de por primera vez, por motivo del cambio de carácter de insti-
tuto público a empresa industrial y comercial del Estado, se fir-
maba una convención colectiva, se conseguía 23% también en
etapa directa. La distensión del conflicto laboral puede medirse
también por el hecho de que en la Caja Agraria los trabajadores
se sometieron finalmente a la prueba mayor: el licénciamiento
de casi 5.000 de los 14.000 trabajadores que tenía el estableci-
miento a fines de 1991.
Por lo demás, la retórica empresarial enderezada a que los
asalariados entendieran la grave situación de crisis que atravesa-
ban los negocios por culpa de la apertura al mercado universal
en las condiciones de inequidad que imponía el capital multina-
cional alcanzó a ganar adeptos sinceros, sobre todo en empresas
de impronta histórica, caras para la memoria de los trabajado-
res. En enero de 1994 -una vez más en negociación directa- se
suscribió una nueva convención colectiva en Productora de Hi-
lados y Tejidos Única, de Manizales, para beneficio de 814 ser-
vidores, y el presidente del sindicato -de conocidos anteceden-
tes de lucha clasista- se permitió conceptuar que la negociación
había sido "un acuerdo histórico que marcó un antes y un des-
pués en la compañía, si se tienen en cuenta los antecedentes
laborales previos a la negociación del pliego". El directivo sin-
dical agregó:

Esta convención marca un hito en Única porque la políti-


ca que adoptamos de participación, información y respeto hace
[ 64 ] ALVARO DELGADO

que los trabajadores sean más conscientes y más personas que


piensan y opinan. Éste es el primer fruto de la calidad total17.

En el caso de la Fábrica de Hilazas Vanylon, de Bogotá, encon-


tramos otro ejemplo de las concepciones de participación y
concertación que aparecen en las relaciones laborales colombianas.
A principios de 1998 la empresa, en concordato de acreedores desde
principios de 1997 a causa de la desigual competencia del merca-
do internacional, tenía 600 empleados y proveía el 65% de la de-
manda de hilaza nacional. Quintex, su principal competidora, había
desaparecido y Enka había abandonado en el mismo año esa línea
de producción. El acuerdo concordatario contemplaba la venta de
por lo menos el 51% de las acciones de Vanylon a un inversionista
extranjero que garantizara la capitalización de la empresa y su cre-
cimiento en los mercados nacionales e internacionales. La idea era
que esa porción accionaria estuviese vendida en 1999.
Entonces se había instaurado en Vanylon un panorama apa-
rentemente desconocido en nuestro medio. Reinaban buenas
relaciones con la empresa, bajo la enseña de una mayor produc-
ción y una mejor calidad. El presidente del sindicato, que había
tomado el cargo apenas dos años atrás, en vez de disfrutar de
permiso sindical realizaba labores de control y vigilancia como
supervisor de mantenimiento. Trabajador supervisor con 33 años
de servicios, "asegura que uno de los cambios más importantes
es la conquista de la libertad" en el sentido de que los supervi-
sores y jefes de sección tienen la autonomía que nunca antes
tuvieron. "Se acabó la jerarquía y se ha reemplazado por el tra-
bajo en equipo. Es que si la empresa estaba como estaba y no
trabajábamos en equipo, no podíamos sacarla adelante" 18 . Se-

17
La República, enero 17, 1994, p. 8A.
18
El Tiempo, marzo 16, 1998, p. 10B.
Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia 1 65 ]

gún el dirigente sindical, el administrador impuesto por los


acreedores para salvar la empresa había sido fogueado en va-
rios casos similares:

Cuando asumió, en Vanylon trabajaban más de mil perso-


nas produciendo la mitad de lo que hoy se logra [...] casi la mi-
tad de los empleados sobraba: simplemente seleccionó a los
mejores y suprimió cargos innecesarios. "Antes había ingenie-
ros de turno, y teníamos mucha más gente de mando. Hoy en
día solamente queda un coordinador dentro del grupo de su-
pervisores y estamos trabajando eficientemente con el recurso
humano para motivarlo y fomentar en él un sentido de perte-
nencia hacia la empresa", explica19.

En la empresa minera caucana Industrias Puracé, creada en


1945 y apuntalada en el pasado por la desaparecida Celanese
Colombiana, el drama de la supervivencia comenzó en los años
setenta, mucho antes de la irrupción abrupta de la "apertura
económica", y las características de su desenlace temporal se ase-
mejan a las que han rodeado a Álcalis de Colombia.

En 1996, cuando cerró la empresa, se producían unas 54.000


toneladas de azufre al año. El procesamiento de cada tonelada
costaba 123.000 pesos, mientras que en el mercado externo va-
lía 43.000 pesos...

[...] desde el 14 de febrero [de 1998] los 164 trabajadores


se convirtieron en accionistas de la empresa mediante un acuer-
do avalado en Cali por la Superintendencia de Sociedades. La
liquidación de la industria se inició el 17 de diciembre de 1996,

Ibid.
[ 66 ] ALVARO DELGADO

pero en medio de la pelea legal por el pago de las deudas y las


obligaciones salariales, que ascienden a 1.000 millones de pe-
sos, surgió esta idea que dejó contentos a todos. Ahora los tra-
bajadores, en su mayoría indígenas puracé [sic; son paez, o
paeces], tienen 24 meses para responder por el pasivo y para
pagar los aportes de los empleados al Seguro20.
Los incrédulos no saben que conocemos a fondo el fun-
cionamiento de la mina y contamos con un grupo asesor de
técnicos, abogados y economistas. Además, vamos a invertir las
ganancias en nosotros. Eso antes no ocurría, dice Luis Enri-
que Guauña [sic], que pasó de ser presidente del sindicato a
vocero de la junta de accionistas". Sólo 12 indígenas iniciaron
el trabajo.

El periódico cita palabras del nuevo patrono de la empresa:

Siempre sobra comida porque por ahora sólo somos 12. La


idea es que nosotros saquemos una carga mínima de azufre
mientras adecuamos las instalaciones para funcionar al máxi-
mo con todos los mineros [...]. Las proporciones de precio se
mantienen, pero ahora los mineros dicen que no van a compe-
tir con el azufre petroquímico sino que lo ofrecerán en estado
puro para quienes requieran sus propiedades naturales.

Desde luego, ante la crisis del modelo económico tradicio-


nal, empresarios y trabajadores se han comportado contradic-
toriamente. Al revés de lo ocurrido en Avianca a mediados de
1994, cuando los esfuerzos para impedir la extinción del mayo-
ritario sindicato de empresa -también de vieja tradición de lu-
cha clasista, primero en la CTC y luego en la CSTC- terminarían

El Tiempo, abril 5, 1998, p. 18A.


Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia [ 67 ]

en un modus vivendi forzado, el sindicato de la Federación Na-


cional de Cafeteros pedía por la misma época la convocación del
tribunal de arbitramento para dirimir su petitorio. ¡Tal era el
artificio para impedir la desaparición del organismo sindical! El
Ministerio de Trabajo, sin embargo, rechazó la solicitud porque
supuestamente había sido aprobada en asamblea del sindicato
minoritario. O sea, el otrora importante sindicato de la empre-
sa (filial además de CUT), con sede en Chinchiná, se había con-
vertido en organización minoritaria; el movimiento sindical allí
no tenía fuerza ni siquiera para impulsar una negociación di-
recta, y pidió acceder a una instancia que el sindicalismo de cla-
se siempre había repudiado por considerarla profundamente
antidemocrática (empleadores y Estado contra trabajadores). La
cuestión es que, en las condiciones colombianas de atraso de las
relaciones laborales, el arbitramento tripartito, en no pocos ca-
sos, ha resultado menos perjudicial para los trabajadores que los
enfrentamientos radicalizados y sin perspectiva de desenlace po-
lítico. Ante la acentuada debilidad de las posiciones sindicales
en todas partes, la apelación a los instrumentos de legalidad
institucional no puede ser menospreciada por los trabajadores.
Los ejemplos sobran. En noviembre de 1993 un petitorio eleva-
do al Banco Popular por la Unión de Empleados Bancarios
(UNEB) agotó la negociación directa y pasó al tribunal de arbi-
tramento porque la empresa insistió en imponer un contrapliego.
En febrero del año siguiente el tribunal emitió su laudo sin la
firma del representante del sindicato, y la UNEB interpuso el
recurso de homologación. El 25 de mayo del mismo año la Cor-
te Suprema de Justicia declaró nulo el fallo, alegando extralimi-
tación de funciones por parte del tribunal, con lesión de los in-
tereses de los trabajadores. Fue anulado el período de vigencia
de la convención, porque la UNEB había pedido un año y el tri-
bunal acordado dos, y lo mismo pasó con varias cláusulas del
laudo interpuestas por el contrapliego empresarial: impugna-
[ 68 ] ALVARO DELGADO

ción de las elecciones sindicales, permisos sindicales, formas de


pago de sueldos, procedimientos para aplicar sanciones, arbi-
tramento de la Cámara de Comercio en las negociaciones de las
dos partes, etc.21.
En las grandes empresas estatales la inclinación a negociar
se vio estimulada por las ventajas que el Estado ofreció a los sin-
dicatos para crear fondos de pensiones y competir con ellos en
el mercado financiero y de servicios. La fórmula fue: acepten la
terminación del antiguo régimen de cesantías y pensiones de
jubilación y nosotros les permitimos manejar fondos de pensio-
nes y grandes contratos de servicios de salud a través de socie-
dades administradoras de pensiones.
Ningún esfuerzo de concertación, sin embargo, ha parecido
suficiente para cambiar la mentalidad violatoria de las leyes que
prevalece en los recintos del capital. A principios de 1998 el
Ministerio de Trabajo se veía precisado a sancionar a 50 empre-
sas por omitir la afiliación y los aportes de ley al Instituto de
Seguros Sociales, así como por remunerar a sus servidores con
sumas inferiores al salario de ley. Los patronos descontaban la
contribución a los trabajadores pero no pagaban nada al ISS, y
entre los infractores figuraban personas jurídicas supuestamen-
te "honorables": Croydon (en liquidación), Colmundo Radio,
Hospital Infantil Lorencita Villegas, Banco Andino, etc. El Mi-
nisterio investigó mil empresas que daban ocupación a cerca de
66.000 trabajadores y encontró que el 26% de ellas dejaba de
hacer los aportes de ley y, en calidad de morosas, debían al ISS
más de $4.200 millones, sin contar los intereses causados22.

21
El Espectador, mayo 26, 1994, p. 2B.
22
El Espectador, marzo 1°, 1998, p. 8B.
Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia 1 69 ]

LA NEGOCIACIÓN SECTORIAL

El camino transitado por los conflictos en la industria bananera,


las empresas de energía eléctrica y Ecopetrol contribuye a deli-
near, más que ninguno otro, las características que reviste la
negociación colectiva en la actualidad. Se trata de un proceso
que encarna el doble sentido en que se presenta el mundo de
fin de siglo para el conjunto del movimiento sindical colombia-
no: el esfuerzo por modernizar sus estructuras y, en esencia, por
erigir la organización sectorial, y el esfuerzo por meter el país
entero en la cabeza de los dirigentes sindicales.
Es una casualidad que la vida haya reunido en ellos la vieja
agricultura de exportación, la industria transformadora, en cri-
sis en el mundo entero, y los nuevos espacios de los servicios en
auge. De los dos primeros actores, sin embargo, no puede de-
jarse de tener en cuenta que se trata de fenómenos relativamente
recientes en la vida nacional, muy lejanos de la veteranía del
movimiento petrolero.
La proeza organizativa de los bananeros de Urabá no tiene
par en la historia colombiana contemporánea. Como fruto de
los cambios en la situación de violencia suscitados al suscribirse
la tregua entre el gobierno de Betancur y las FARC, las quince
convenciones colectivas suscritas en esa región en 1984 pasaron
a ser más de cien en 1985 y se convirtieron en 146 en 198723.
¿En qué condiciones?

Entre 1980 y 1985 Urabá exportó banano por un valor de


969,1 millones de dólares, producidos en 20.000 hectáreas de
259fincasdonde trabajan 11.997 obreros; obreros que han re-
cibido un tratamiento de esclavos, trabajando en situaciones

23
Revista de la ENS, N e 9, agosto de 1987, p. 9.
[ 70 ] ALVARO DELGADO

verdaderamente aberrantes, 10, 12 y hasta más horas diarias


por un salario inferior o igual al mínimo legal, sin seguridad
social, sin médicos, deambulando de una finca a otra, pues la
estabilidad laboral siempre ha sido precaria, recluidos en ba-
rracas que carecían de los más elementales factores de higiene
y donde vive el 79% de los trabajadores y sus familias, barra-
cas (llamadas "campamentos" por la patronal) en las que ape-
nas a partir de 1985, después de más de veinte años de cultivo
agroindustrial del banano, se inicia un proceso de recupera-
ción y mantenimiento, dotándolas de servicios de energía, agua
potable y sanitarios, proceso que apenas cubre al 50% de las
259 fincas bananeras.

Hasta un periódico como El Tiempo no p u d o dejar de reco-


nocer que el proceso d e organización que culminó en la funda-
ción del Sindicato Nacional de Trabajadores Agropecuarios
(Sintagro), que en 1984 contaba con unos diez mil afiliados,
permitió

[...] aislar a las viejas camarillas sindicales que controlaban


los sindicatos de la zona [...] Pero este proceso ha sido difícil y
doloroso, pues contra la nueva organización de los trabajado-
res (que también incluye a Sintrabanano y a Sintrajornaleros)
se ha desatado toda una campaña de violencia y terror que pre-
tende acabarla ahogándola en sangre24.

La convención colectiva suscrita en noviembre de 1993 en


270 fincas fue la primera lograda en negociaciones directas, y
fue al mismo tiempo la primera en que el reajuste de salarios se
pactó de acuerdo con u n índice de productividad verificable: la

El Tiempo, marzo 11, 1987.


Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia [ 71 ]

cantidad de cajas producidas cada catorce días. El dato adquie-


re importancia si se recuerda que la negociación laboral de 1992-
1993 estuvo encaminada a abolir las ventajas extralegales de los
asalariados, el régimen pensional antiguo, los salarios diferen-
ciados o por escalas, la inamovilidad en los puestos. Todo ello
encaminado a elevar la eficiencia de las empresas y acercar el
nivel de los salarios al nivel de la productividad. En el inicio del
"gran cambio" neoliberal, los empleadores lograron crear u n
ambiente favorable a sus propósitos en muchas empresas esta-
tales, y las nuevas normas de calidad y flexibilidad laboral cua-
jaron en numerosos acuerdos con los trabajadores.
Los avances de los empleadores no se quedan ahí. Desde
mediados de 1997 el gremio bananero rodea al sindicato de
proyectos de obras sociales y los trabajadores reciben capacita-
ción internacional sobre calidad y formación de líderes 25 . Las
empresas alegan que enfrentan penosamente u n a crisis de sus
negocios: estragos del Fenómeno del Pacífico (El Niño), caída
del precio internacional de la fruta, suspensión del acuerdo
marco con la UE. Sintrainagro se permite opinar, por su parte:

Los trabajadores no desconocen eso y hemos venido hacien-


do grandes esfuerzos para mantener la viabilidad de la indus-
tria bananera con sacrificios que, durante estos años, han lleva-
do al no pago oportuno de las prestaciones legales y extralegales
e incluso, parcialmente, de salarios, a lo que se agregan varia-
bles como el alto costo de la canasta familiar en Urabá26.

A la vez, los analistas de la prensa añaden algo que todo el


m u n d o conoce:

23
El Colombiano, julio 2, 1998, p. 2B.
26
El Colombiano, julio 5, 1998, p. 12B.
[ 72 ] ALVARO DELGADO

Cuando las reclamaciones de los trabajadores han servido


a los intereses de Augura, las relaciones entre las partes han
sido envidiables. Incluso hasta marchar juntos en la defensa
de la industria. Ahora es diferente: los patronos pretenden erra-
dicar los derechos convencionales de los trabajadores, por le-
sionar sus intereses (empresariales)27.

Por eso no puede resultar extraño que el agravamiento del


conflicto laboral a partir de 1997, hasta su exacerbada expre-
sión en el primer semestre de 1999, enseñe que el relativo ablan-
damiento de las relaciones de trabajo conocido entre 1994 y 1996
fue u n evento inconsistente y u n producto más que todo dei
adelgazamiento político de la organización sindical por la crisis
del país. Las relaciones obrero-patronales históricas no han cam-
biado su cariz entre nosotros: los empleadores no han abando-
n a d o por u n solo m o m e n t o su idea de un m u n d o sin fiscalía
estatal y sin sindicatos y éstos no están lo suficientemente con-
vencidos de que el escenario anterior, el de los años sesenta y
ochenta, ha pasado y no volverá a verse, y que por tanto debe-
rán cambiar sus tácticas de lucha.
En el campo de la electricidad, la historia de la negociación
y los conflictos fue siempre una historia local. Sólo muchos años
más tarde, en septiembre de 1991 y nuevamente en agosto de
1993, el recién creado Sindicato de Trabajadores Eléctricos de
Colombia (Sintraelecol) logró por primera vez la presentación
de un pliego de peticiones unificado para todo el país. En fe-
brero de 1996, cuando alrededor de quince mil trabajadores de
la electricidad amenazaban con una huelga en el sector, el go-
bierno nacional y los representantes de 32 empresas de energía
firmaron u n "acuerdo marco sectorial", punto de referencia para

La República, julio 8, 1998, p. 2.


Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia 1 73 ]

que cada empresa negociara por separado su respectiva conven-


ción. El acuerdo comprometió a los trabajadores a mejorar la
eficiencia y la productividad de las empresas, pero al mismo tiem-
po marginó a los trabajadores eléctricos del alza general de 17%
impuesta al sector público por el gobierno Samper. Según el
convenio, "el incremento más bajo será de 19,5%, y podrá lle-
gar hasta 22% [...] para el próximo año se les garantizó ese mis-
mo IPC histórico más 2,5 puntos por productividad" 2 8 .
Había nacido una nueva fuerza laboral, estrechamente liga-
da a la defensa de los servicios públicos estatales, opuesta a su
privatización y al mismo tiempo comprometida con la moder-
nización del sector. Pero las cosas no terminaron allí.

El "sector eléctrico", organizado como tal por la Ley 143


de 1994, y Sintraelecol, por primera vez en la historia laboral
colombiana, logran en 1996, como un primer paso, un acuer-
do escrito donde se entroniza un procedimiento de negocia-
ción por rama de industria a través de una Comisión del Acuer-
do Marco Sectorial, CAMS [...] En marzo de 1998 se consolida
este mecanismo de negociación por rama industrial al serle
aplicado también a las empresas [de energía eléctrica] privati-
zadas, en virtud de la figura de la sustitución patronal 29 .

Si al conflicto laboral de Urabá se le sigue dando u n trata-


miento de orden público, el petrolero aparece ante la opinión
pública con u n doble estigma: problema de orden público y
desafío a la soberanía de la nación. Desde luego, a los medios
de comunicación masiva no les faltan motivos para la alarma,
porque el conflicto colectivo de trabajo en las petroleras sigue

28
El Tiempo, febrero 14, 1996, p. IB.
29
Marcel Silva Romero, Flujos y reflujos, 1998, p. 241.
1 74 ] ALVARO DELGADO

teniendo hoy, medio siglo después de su nacionalización, carac-


terísticas de fricción y violencia similares a las que se conocie-
ron allí en los años veinte y treinta. Un reportaje del periódico
Voz refiere que durante el conflicto de 1991 se presentaron va-
rios paros escalonados (ilegales), sobre los cuales registra dife-
rentes formas de sabotaje:

[...] los analistas de laboratorio se negaron a efectuar las res-


pectivas pruebas [...] dejaron de llegar los datos del monto de
producción porque se rompió el hiloy todo era anarquía [...] los
operadores de maquinaria pesada parqueados frente a las ofici-
nas de Ecopetrol desinflaron las llantas de sus vehículos y se
interrumpió el transporte de combustible [...] un trabajador de
base tomó bajo su control las válvulas del llenadero de combus-
tible en la Refinería de Barrancabermeja y amenazó con abrir-
las si los 150 uniformados del ejército no renunciaban a la ocu-
pación de la planta que en esos momentos practicaban30.

Ese tipo de incidentes llevó a otros periódicos a sostener que


"los trabajadores agrupados bajo la férula de los dirigentes de
la Unión Sindical Obrera han resuelto convertirse, mediante el
mecanismo de los paros escalonados, en una especie de conso-
cios indirectos de los terroristas..." 31 . Enrique Caballero agregó
sobre la USO: "Sus dirigentes anímicamente no se diferencian
de los guerrilleros a quienes hacen el juego" 3 2 . Dos días antes
de aparecer estos agresivos conceptos se había producido el
acuerdo "que dejó satisfechos tanto a la administración de la
compañía como a sus trabajadores" 33 , pero ello tampoco con-

30
Voz, abril 18, 1991, p. 7-8.
31
El Tiempo, abril 6, 1991, editorial.
32
El Espectador, abril 14, 1991, p. 3A.
33
El Colombiano, abril 14, 1991, p. 14A.
Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia 1 75 ]

venció a otros formadores de opinión pública. Gilberto Arango


Londoño comentó en El Nuevo Siglo:

No hay despidos, no hay sanciones [...] La jurisprudencia


se ha reiterado. La próxima vez se sacará la misma partitura.
Se ejecutará a la perfección. Muertes. Terrorismo. Sabotaje y
'conquistas laborales'. El Estado ha demostrado que está se-
cuestrado [...] La realidad fue la de que triunfó la violencia; el
auténtico abuso de un derecho inexistente cual es el del terro-
nsmo .

En contraste, durante las negociaciones de 1994 el econo-


mista liberal Jorge Child expresaba otro criterio: la USO no es
una organización subversiva y el Gobierno se equivoca con ella
como con Sittelecom, aunque la oposición sindical a la pri-
vatización de algunas funciones de explotación y distribución
petrolera es injustificada 35 . Y sobre las negociaciones de febrero
de 1996 el presidente de Ecopetrol, Luis Bernardo Flórez, apa-
recía más explícito y convencido cuando afirmaba:

[...] la administración de Ecopetrol y la Unión Sindical


Obrera dialogaron y conjuntamente tomaron una decisión so-
bre la reorganización de la empresa. Algunos interpretan eso
como una derrota; para nosotros es un logro. Frente a la alter-
nativa de la confrontación, en Ecopetrol le hemos apostado al
diálogo [...] Acuerdo es buscar soluciones que convengan a las
dos partes, sin vencedores ni vencidos, teniendo en mira el in-
terés nacional [...] ¿Qué se obtuvo? Resolver las dudas que una
organización que representa a la mitad del personal de la

34
El Nuevo Siglo, abril 18, 1991, p. 5.
35
El Espectador, septiembre 1°, 1994, p. 3A.
[ 76 ] ALVARO DELGADO

empresa tenía frente a un proceso fundamental para el futuro


de Ecopetrol, y darle vía libre a la reestructuración sin oposi-
ción sindical. Cuando se habla de reestructurar eso no signifi-
ca simplemente cambiar de organigramas. Eso es lo de menos.
Se trata, ante todo, de modificar la cultura, transformación que
sólo puede surgir de cada individuo y de las organizaciones que
lo representan [...] Van a ser los trabajadores -sindicalizados o
n o - quienes protagonizarán el cambio en Ecopetrol36.

AI año siguiente el nuevo presidente de la entidad, Antonio


Urdinola, denunciaba que al finalizar 1997 ella tendría pérdi-
das operacionales de $150.000 millones, y añadía:

El gobierno no puede ordeñar más a Ecopetrol [...] los prin-


cipales interesados en que haya una gran política petrolera en
Colombia son los trabajadores de Ecopetrol, porque eso garan-
tiza que entre más crezcan las exportaciones más se quede en
el FAEP y eso está asignado a pensiones. Si alguien tiene interés
en que haya un gran volumen de exportaciones, son los traba-
jadores 37 .

Para la Unión Sindical Obrera, reconvertida en sindicato de


rama industrial en 1997, la negociación colectiva al finalizar el
siglo aparece ligada, más que a la demanda de mejoras labora-
les y sociales, a la modernización y optimización de las instala-
ciones de Ecopetrol, a los planes de privatización de varias de
sus actividades, a la contratación de empleados temporales, a la
importación y la liberación de precios de los combustibles. Los
medios de prensa que asistieron al Foro sobre el estado de la

36
El Tiempo, marzo 4, 1996, p. 4A.
37
El Tiempo, agosto 28, 1997, p. 6A. FAEP: Fondo de Ahorro y Estabilización
Petrolera.
Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia 1 77 1

empresa, realizado en Barrancabermeja en febrero de 1999,


resumieron su impresión al respecto en estos términos:

La libre importación de gasolina subsidiada por el Esta-


do, recorte al presupuesto de inversiones, entrega de poliductos
al sector privado, traslado de manejo de contratos de asocia-
ción al Ministerio de Minas y Energía, venta de la refinería de
Cartagena y reforma a los contratos de asociación son los te-
mas que concitan el interés de los participantes en el foro38.

El 23 de diciembre de 1998 el gobierno decretó la libera-


ción de precios de los combustibles.
"Otros puntos clave - h a señalado el presidente del sindicato-
son la asistencia legal a los trabajadores que sean objeto de pro-
cesos penales [...] y que no se disminuya la planta de personal
vigente a diciembre de 1998" 39 . Ecopetrol está resuelta a conti-
nuar elevando su productividad por la vía de rebajar su planta de
personal, en particular la de contrato a término indefinido, obje-
tivo que además le ayuda a prevenir un grave deterioro de su si-
tuación financiera para la primera o segunda década del siglo XXI,
debido al continuo crecimiento de la carga pensional:

En 1990 Ecopetrol tenía 11.500 trabajadores y hoy cuenta


con 8.600. Pero según [el actual presidente] Rodado, con los ac-
tuales niveles de personal la empresa no es eficiente ni compe-
titiva. Ante esto se debe reducir la nómina un 5% cada año. Eso
quiere decir que en 1999 deberían salir 430 empleados [...] De
los 8.600 empleados de Ecopetrol la mitad están beneficiados
por los logros sindicales de la USO y la otra mitad está amparada

El Espectador, febrero 16, 1999, p. 4B.


Hernando Hernández, El Tiempo, enero 6, 1999, p. 3A.
[78] ALVARO DELGADO

bajo el Acuerdo 001 que funciona para personal directivo, des-


de los vicepresidentes hasta las secretarias40.

En ese cometido Ecopetrol no está sola, ya que

La caída vertiginosa en los precios del crudo ya llevó a que


13 de las principales multinacionales que operan en el país ha-
yan tomado la decisión de licenciar 872 de sus empleados en
los próximos seis meses41.

Finalmente, los términos en que se desenvuelven las relacio-


nes de trabajo en la principa! empresa industrial de! país llevan
impresa la marca de la Ley 200 de 1995 (julio 28), que cambió
el escenario tradicional de la negociación y sometió a los petro-
leros al régimen o código disciplinario único para todos los tra-
bajadores al servicio del Estado. Antes de esa ley, en Ecopetrol
regía lo de convención colectiva: comités tripartitos para resol-
ver conflictos disciplinarios. La USO había obtenido de la ministra
de Trabajo María Sol Navia u n concepto que declaró que la
norma convencional prevalecía sobre la Ley 200. La empresa
d e m a n d ó ante el Consejo de Estado y éste derogó la resolución
ministerial; consultó además a las cortes Suprema y Constitu-
cional y éstas fallaron que la ley debía aplicarse a todos los em-
pleados de la empresa, sin distinción entre sindicalizados y no
sindicalizados. La ley comenzó a aplicarse el I o de agosto del 98
y en febrero del año siguiente había ya cerca de 300 investiga-
ciones disciplinarias abiertas, que podían durar entre seis me-
ses y u n año en resolverse. Se había perdido la agilidad de las
comisiones tripartitas convencionales:

40
El Tiempo, febrero 10, 1999, p. 12A.
41
El Espectador, febrero 11, 1999, p. 4B.
Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia [ 79 ]

En términos prácticos, la aplicación de la Ley 200 les quita


poderes tanto a la uso como a Ecopetrol. Al sindicato porque
desaparecen los comités en los que tenía participación y en los
que velaba por la suerte de sus afiliados, y a la empresa porque
la vicepresidencia de personal no tendrá facultad alguna para
evaluar rebajas de sanciones a los empleados. Y también pierde
el gobierno en general, porque siempre que se efectuaba un paro,
una de las condiciones para levantarlo era no iniciar investiga-
ciones ni aplicar castigos a quienes hubieran participado en él.
Ahora el que lo haga, así sea el mismo presidente de la Repúbli-
ca, será investigado por la Procuraduría42.

¿LLEGAREMOS A LA CONCERTACIÓN?

Si en los países desarrollados resulta hoy un tanto ocioso hablar


de conciliación del conflicto social, en el caso latinoamericano la
fragilidad de las prácticas democráticas hace que la concertación
laboral tenga u n a doble cara fastidiosa: para los empresarios
representa una alternativa no deseada y para los trabajadores
u n recurso engañoso. En el caso colombiano, p o r lo menos, los
cambios en las relaciones de trabajo en el último decenio, casi
enteramente favorables al capital, vienen ocurriendo en medio
de una notoria agudización de los conflictos laborales. De prin-
cipios de 1997 para acá el tamaño del conflicto ha alcanzado las
dimensiones que se conocieron en los años ochenta, las más al-
tas de la historia contemporánea, y ahora vuelve a ser claro que
las dos partes, el capital y el trabajo, necesitan la concertación.
Ningún conflicto de carácter laboral, por espinoso que se pre-
sente, deja de perseguir una solución negociada.

El Espectador, febrero 24, 1999, p. 4B.


[ 80 1 ALVARO DELGADO

Los poderes conferidos a los organismos de concertación la-


boral creados en Colombia a partir de 1959 -año de arranque del
conflicto laboral colectivo de la actualidad- se han ido amplian-
do y enriqueciendo, pero la práctica real de los conflictos no ha
confirmado sus predicados. Por eso tal vez hoy casi nadie recuer-
da que en diciembre de 1995 el Congreso Nacional aprobó la
reglamentación de la Comisión Permanente de Concertación de
Políticas Salariales y Laborales que fuera creada en el artículo 56
de la Constitución de 1991. A partir de 1996 el organismo debe
fijar de manera concertada el reajuste del salario mínimo a más
tardar el 15 de diciembre de cada año. Tiene plazo final hasta
diciembre 30, y sólo entonces el Ejecutivo entra a fijar el reajuste
de manera unilateral. La cuantía será calculada tomando en cuenta
la inflación proyectada para el año siguiente y la productividad
acordada por el comité tripartito constituido por representantes
de los ministerios del Interior, Trabajo, Hacienda, Desarrollo y
Agricultura, el DNP, cinco representantes de los gremios del capi-
tal y cinco de las asociaciones sindicales (designados por ellas). El
organismo tiene otras funciones sobre fomento de la concertación,
la capacitación de fuerza de trabajo, la creación de empleo, el
mejoramiento de la producción y la productividad, la gestión
empresarial y los convenios del país con la OIT.
De acuerdo con la ENS, "la nueva ley crea una marco que re-
coge los elementos básicos para una verdadera concertación: ca-
pacidad decisoria, participación representativa y democrática,
amplitud temática y diversidad de niveles (nacional, regional y
sectorial)"43. Pero la concertación de políticas nacionales nunca
ha sido una estrategia convincente entre nosotros. En torno al
funcionamiento del Consejo Nacional Laboral, Fernando Car-
vajal opinaba que

Jorge Giraldo, Revista de la ENS, N2 39, marzo de 1996, p. 6.


Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia [81]

[...] la concertación es una de las herramientas legales por


medio de las cuales el Estado pretende concretar una política
de ingresos y salarios que tenga como referente principal la jus-
ticia social. Empero, esa finalidad primordial [...] de lograr la
concertación no trae aparejada una estructura institucional que
le permita llevar a cabo su loable tarea44.

Todavía hoy, cuarenta años después de creado el extinto


Consejo Nacional del Trabajo, el marco institucional de la
concertación laboral en Colombia no ofrece mayores esperan-
zas. Ya en 1989 se constataba que

[...] la mayoría de los organismos de concertación del país


en los que tienen participación los trabajadores y las organiza-
ciones populares se caracterizan por ser instituciones de carác-
ter meramente consultivo, aparte de que los que definen real-
mente la política macroeconómica y social, como son el Consejo
Nacional de Política Económica y Social (Conpes), la Junta Mo-
netaria, los Comités Sectoriales de Industria y la Junta Nacional
de Tarifas, entre otros, no cuentan con participación sindical y
popular. Tal hecho es lo que hace que la concertación en Colom-
bia sea más un espejismo demagógico que una realidad45.

Desde los años setenta el economista y posteriormente minis-


tro de Hacienda José Antonio Ocampo señaló la insignificancia de
la representación sindical en los organismos sociales del Estado:

La capacidad de concertación con el gobierno y los patro-


nos es débil, como también lo es el eco que tienen entre ellos

44
Fernando Carvajal, Revista de la ENS, N 2 20, diciembre de 1990, p. 18.
45
Revista de la ENS, N2 15, mayo de 1989, editorial.
t 82 ] ALVARO DELGADO

sus demandas. Pero, a decir verdad, el precario protagonismo


de los trabajadores y su poca capacidad de concertación no sólo
se explican por sus limitaciones; también por la carente voca-
ción de concertación del propio Estado y los patronos, quie-
nes siempre se han reservado el derecho de establecer por
cuenta propia políticas que competen a los trabajadores. Cla-
ra evidencia de esta actitud es el papel y alcance del Consejo
Nacional Laboral, el cual fue reducido a simple proponente
de los acuerdos a que se llegue en él, y la actitud de los patro-
nos de negarse a negociar cualquier punto que haga relación
al conocimiento y administración de los asuntos de la empre-
sa, actitud inconsistente con su reiterado propósito de consti-
tuir en las empresas círculos de calidad o participación46.

Y no es que los líderes sindicales no hayan hecho esfuerzos


reales por aclimatar la concertación en nuestro medio. Las opi-
niones de varios dirigentes sindicales, que a mediados de 1995
hacían parte del "sector democrático" de la CUT, opuesto a las
posiciones extremistas de izquierda, p u e d e n ser útiles para en-
trever los cambios operados en las cúpulas sindicales respecto
de la concertación y la confrontación en los conflictos de tra-
bajo:

No podemos llegar a la movilización por la movilización


[...] Los trabajadores en sus luchas deberían fijarse objetivos
posibles de conseguir. La tesis aquella de exigir mucho para
agarrar un poco, atrincherados en la beligerancia de las bases
así fuera por cañar, quedó en el pasado. Hoy estamos frente a
una sociedad tan pragmática, que no resiste presiones de ese

46
Norberto Ríos, Revista de la ENS, N2 25-26, agosto de 1992, p. 67.
Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia í 83 ]

tipo [...] es necesario encontrar los caminos para brindarle al


país propuestas alternativas de desarrollo y democracia47.

En el lado empresarial el optimismo tampoco ha sido la nota


sobresaliente, aunque también han aparecido actitudes de re-
flexión. Un economista de la Universidad Javeriana y consultor
de empresas discurre al respecto de la siguiente manera:

¿Existe la confianza en las relaciones laborales? Mucho me


temo que no. Los síntomas, uno de los cuales paradójicamente
es la existencia de pactos laborales, así lo evidencian en la ma-
yoría de las empresas, pese a los cacareados avances para alcan-
zar técnicas de gestión más participativas [...] Lo que se tiene
finalmente es una situación en la cual las partes, antes que acep-
tar y entender el razonamiento del contrario, dirigen sus esfuer-
zos hacia el ablandamiento del adversario [...] ¿Alternativas? [...]
una primera opción sería la de intentar modificar los paradigmas
y actitudes de las partes involucradas. Para ello, en primer lu-
gar, tanto patronos como trabajadores deben tener siempre pre-
sente que la negociación de un pliego de peticiones no es el con-
flicto laboral propiamente dicho sino un síntoma de éste. El
conflicto laboral hace parte por definición de la esencia y razón
de ser de las empresas. No aparece como por arte de magia
cuando se inicia la discusión de un pliego y se esfuma una vez se
logra un acuerdo. El pliego como tal es solo uno más de los as-
pectos en los que se manifiesta la imperfección de las relaciones
laborales [...]48.

47
Voz, octubre 11, 1995, p. 12. Glosa sobre el Tercer Congreso de la CUT, en pre-
paración (entrevista con Orlando Obregón, Héctor Fajardo, Domingo Tovar y Carlos
Rodríguez). Los líderes no podían ir más allá de esas apreciaciones porque apenas
dos meses más tarde Obregón ya sería ministro de Trabajo del presidente Samper.
48
Miguel Alvaro Mejía. El Espectador, marzo 8, 1998, p. 4B.
[84] ALVARO DELGADO

Repitiendo momentos de los años sesenta,

La Asociación Nacional de Industriales (ANDI) propuso un


nuevo modelo de relaciones laborales que permita la adopción
de esquemas gerenciales modernos, basados en una actitud de
colaboración entre la empresa y sus trabajadores y de solidari-
dad entre el empresario y su comunidad. "La realidad econó-
mica mundial nos exige crear esquemas distintos en materia la-
boral. Los trabajadores no pueden ser simples espectadores del
proceso de globalización, porque está de por medio la perma-
nencia o la liquidación de la empresa y, con ella, la del vínculo
laboral", dijo el presidente del gremio, Luis Carlos Villegas, al
intervenir en la conmemoración de los 15 años de fundación
de la Escuela Nacional Sindical (ENS)49.
Villegas Echeverri advirtió que cada vez es más difícil soste-
ner un modelo de confrontación permanente, cuando la amena-
za real no son los empresarios o los trabajadores, los gremios o
los sindicatos, sino un Estado ineficiente, corrupto y dientelizado
y una competencia internacional de bienes y servicios de terce-
ros países, los cuales trabajan en equipo. "El nabajo en equipo
debe sustituir al conflicto", dijo el presidente de la ANDI.
Sostuvo que la búsqueda continua de estrategias y meca-
nismos que incentiven y promuevan la productividad y la
competitividad no es una opción que pueda escoger o no la
comunidad empresarial, sino que es la única alternativa para
cimentar y mantener la presencia en los mercados nacional e
internacional. Por su parte, el presidente de la cux, Luis Eduar-
do Garzón, le planteó a la ANDI la conveniencia de formular,
en forma conjunta, propuestas sociales sin que haya necesidad
de dejar de lado sus propias diferencias gremiales. Garzón su-

El Colombiano, octubre 30, 1997, p. IB.


Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia í 85 ]

girió estudiar los problemas de la calidad del empleo, de la


intermediación y la crisis del sector agrario, y expresó que tanto
los industriales como los trabajadores tienen cosas comunes
para actuar.

Un editorial del principal diario del empresariado antioqueño


comentó al día siguiente:

Tanto los trabajadores, representados en las tres centrales


obreras, como los empresarios, aglutinados en la Asociación
Nacional de Industriales (ANDI), están conscientes de que el país
necesita desarrollar una nueva cultura en las relaciones labo-
rales. Esta iniciativa no es novedosa en Colombia, pues hace
casi tres años, en forma tripartita, las centrales, el Ministerio
de Trabajo y el Departamento Nacional de Planeación impul-
san el proyecto Nueva Cultura de las Relaciones Laborales, el
cual ha contado con el apoyo de la ANDI [...]
Ajuicio de la ANDI, esta nueva cultura debe generar con-
ductas o actitudes que permitan a los empleadores y a la masa
laboral establecer sus relaciones en un ambiente de diálogo y
de entendimiento, privilegiando la cooperación, la consulta y
el intercambio de información y desvalorizando el esquema tra-
dicional de confrontación50.

Algunos de los asuntos tocados por el presidente de la CUT


habían sido comentados poco antes por los investigadores de
la ESN. Un estudio de Héctor Vásquez planteaba:

En nuestro medio los sindicatos han tendido a asociar la


productividad con mayores incrementos de la explotación y de
la intensificación del trabajo, y por ello siempre ha habido mu-

El Colombiano, octubre 31, 1997, p. 4A, editorial.


[ 86 ] ALVARO DELGADO

cha resistencia para que se involucren con aquellas iniciativas


de las empresas que se proponen mejorar los niveles de produc-
tividad. Esta conducta tiene relación con el hecho de que la
mayoría de las empresas no han desarrollado una cultura de la
productividad y desconocen los diversos factores que la compo-
nen, por lo que muchas de las estrategias empresariales se cen-
tran predominantemente en solo uno de sus factores, la fuerza
laboral, intensificando su explotación a expensas de la calidad
de vida de los trabajadores y de las condiciones de su trabajo.
La solución real del problema reside en poner en marcha
una estrategia enderezada a compartir los resultados; u n cam-
bio en la cultura de las relaciones laborales que las sitúe en el
plano de la cooperación para la solución conjunta de los pro-
blemas; un cambio en la contratación colectiva, para que "to-
dos ganen", y finalmente la realización de programas de capa-
citación, educación e investigación.
Un modelo así supone la existencia de actores fuertes - e m -
presas y sindicatos- que compartan altos niveles de informa-
ción sobre todos los factores que intervienen en el proceso de
trabajo: financieros, productivos, económicos, laborales, tec-
nológicos, etc., en medio de un ambiente de respeto, recono-
cimiento y confianza recíproca 51 .

I m p r e s i o n e s p a r e c i d a s h a b í a n c a p t a d o las i n v e s t i g a c i o n e s
r e a l i z a d a s p o r A n i t a Weiss y su e q u i p o del D e p a r t a m e n t o d e So-
ciología d e la U n i v e r s i d a d N a c i o n a l 5 2 .

51
Revista de la ENS, N 2 41, octubre de 1996.
52
Véase Proyecto "Condiciones de trabajo en la industria colombiana", docu-
mentos de trabajo N— 1 a 3, 1990; Anita Weiss, La empresa colombiana, entre la
tecnocracia y la participación, 1994.
Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia [ 87 .

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Universidad Nacional, Universidad de Cartagena, 1994, p.
46.
Martha Cecilia García

LUCHAS Y MOVIMIENTOS CÍVICOS EN COLOMBIA


DURANTE LOS OCHENTA Y LOS NOVENTA,
TRANSFORMACIONES Y PERMANENCIAS

... El movimiento cívico ha venido en un proceso que dista mucho


de lo que se llama espontáneo, ha venido organizándose, ha venido
coordinándose... Claro está, y es bueno que se tenga en cuenta, que los
actos espontáneos siguen ocurriendo, que los paros explosivos también
se siguen dando... porque la dinámica social es de tal naturaleza, los
problemas son tan angustiantes y de tal envergadura y el conjunto de
la población ha tomado tal conciencia de sus necesidades y de que es a
través del paro cívico y de las movilizaciones como consiguen (satisfa-
cerlas) ...

Ramón Emilio Arcilaf.


REFLEXIONES SOBRE EL CONJUNTO DE LOS MOVIMIENTOS CÍVICOS

Las palabras del líder del Movimiento Cívico del nordeste antio-
queño, pronunciadas en el Coloquio sobre Alternativas Popula-
res en Colombia, en 1987, resumen parte del tema de esta po-
nencia, que abordará, en un primer momento, los enfoques más
representativos desde los cuales se han analizado las luchas y
movimientos cívicos en el país durante las tres últimas décadas 1 ;
el segundo p u n t o tratará sobre la crisis de los movimientos cívi-
cos en los años noventa y el tercero intentará explorar algunas
razones de la persistencia de las luchas cívicas, a pesar de dicha
crisis.

1
Una revisión detallada de las tendencias analíticas de luchas y movimientos
cívicos en Colombia en la ponencia presentada al ni Seminario de la Asociación
Colombiana de Investigadores Urbanorregionales, ACIUR, Bogotá, marzo del 2000.
Luchas y movimientos cívicos en Colombia [ 89 ]

PUNTOS DE PARTIDA PARA EL ANÁLISIS

Antes de entrar en materia, aclaremos el tema central de nues-


tro trabajo:
Definimos las luchas cívicas como acciones colectivas prota-
gonizadas por pobladores urbanos, con la intención de expre-
sar en el escenario público sus demandas sobre bienes y servi-
cios urbanos, respeto a los derechos fundamentales, ampliaciones
democráticas y participación en el manejo de sus destinos como
colectividad, y presionar respuestas eficaces de las autoridades
municipales, departamentales y nacionales.
Los movimientos cívicos, según los definió Javier Giraldo2,
son un conjunto de acciones colectivas, coordinadas por un gru-
po relativamente estable, espaciadas en un tiempo prolongado,
con objetivos reivindicativos o propositivos que tienden a la sa-
tisfacción de demandas sociales de un amplio sector poblacional.
Los movimientos cívicos no son simples aparatos organizativos
ni restringen su acción a un paro o a una movilización, aunque
se forman y desarrollan a través de luchas y conflictos.
Mientras los movimientos cívicos son estructurales, continuos
y orgánicos, las luchas cívicas constituyen una forma de acción
reivindicativa y de participación, pero no son necesariamente
expresión de una forma organizativa ni implican una propuesta
de solución a las demandas que plantean. Por tanto, cuando nos
refiramos a luchas no deben entenderse como movimientos so-
ciales, aunque pueden ser una de sus expresiones.
El adjetivo cívico fue acuñado por los participantes en estas
luchas con la pretensión de legitimarlas frente a los poderes es-
tatales -que las tildaban de subversivas-, de sustraerlas de la

2
Javier Giraldo, "La reivindicación urbana". Controversia, N— 138-139. Bo-
gotá: Cinep, 1987.
[ 90 ] MARTHA CECILIA GARCÍA

acción de los partidos políticos y de la guerrilla, y de mostrarlas


ajenas a una clase social específica, destacando el carácter gene-
ral y legítimo de sus exigencias. Pero este apelativo es proble-
mático porque no termina de precisar el contenido mismo de la
lucha o del movimiento que califica; lo hace por la vía negativa:
no partidista, no político, no subversivo, no clasista, a diferen-
cia de otras luchas o movimientos que son calificados por los
sujetos que los dinamizan (obrero, campesino, estudiantil, juve-
nil, de mujeres) o por la dimensión básica que les otorga identi-
dad (cultural, de género, étnica).
Habiendo hecho la anterior aclaración, asumimos la afirma-
ción de Giraldo según la cual lo cívico expresa que quien plan-
tea las reivindicaciones es el ciudadano como tal, no en cuanto
miembro de entidades gremiales, corporativas o políticas sino
como usuario de los servicios del Estado; de tal manera, las ac-
ciones cívicas reivindican los derechos del ciudadano.
En las luchas y movimientos cívicos el Estado se ve como ad-
versario y garante a la vez. Garante de bienes y servicios colecti-
vos, y adversario, porque niega o recorta los derechos de los habi-
tantes de localidades y regiones como parte de la nación, poniendo
en evidencia formas de exclusión que cuestionan el pretendido
carácter del Estado como representante del interés general.

LA LECTURA DE LOS AÑOS DORADOS DE LOS MOVIMIENTOS CÍVICOS

Las luchas cívicas han estado presentes en nuestra historia y han


cobrado mayor relevancia en las tres últimas décadas. Es inne-
gable que el paro cívico nacional del 14 de septiembre de 1977
contribuyó en gran medida a desencadenar el interés académi-
co -y político- sobre este tipo de fenómenos3.

3
De ello dan cuenta; Alvaro Delgado, "El paro cívico nacional", en Estudios
Marxistas, N 2 15, Bogotá, 1978, pp. 58-115. Andrés Hoyos, "Paros cívicos: de
Luchas y movimientos cívicos en Colombia [ 91 ]

En sus comienzos, la reflexión teórica y metodológica se


centró en la cuantificación de las principales características que
revestían estas protestas (reivindicaciones, participantes y diri-
gentes, respuestas oficiales), en la ubicación espacial del fenó-
meno, en la determinación de su trayectoria, sus causas estruc-
turales y su impacto en el cambio social.
Los estudios pioneros sobre el tema4, siguiendo la tradición
marxista, definieron el paro cívico como una forma peculiar de
"huelga de masas", subsidiaria de las luchas del movimiento
obrero, con carácter democrático por sus exigencias y por la
amplia participación de masas.
Luego se introdujeron núcleos problemáticos como la base
territorial de las motivaciones de estas movilizaciones5, encami-
nadas, en su mayoría, a obtener el suministro de valores de uso
colectivo, cuyo consumo tiene una base territorial, y la dimen-
sión regional de los conflictos6.
Del análisis de las luchas cívicas se pasó al de los movimien-
tos cívicos, dado el florecimiento de éstos durante la década de

Rojas al 14 de septiembre. Notas sobre el paro cívico como forma de lucha de


masas", en Teoría y Práctica, N— 12-13, Bogotá, octubre de 1978, pp. 81-92. Óscar
Delgado, El paro popular del 14 de septiembre de 1977'. Bogotá: Latina, 1978. Arturo
Alape, Un día de septiembre. Testimonios del Paro Cívico Nacional, 1977, Bogotá:
Armadillo, 1980.
4
El primer estudio fue el de Medófilo Medina: "Los paros cívicos en Colom-
bia (1957-1977)", en Estudios Marxistas, N 2 14, Bogotá, 1977, pp. 3-24, seguido
por los mencionados en la nota anterior, más Jaime Carrilllo, Los paros cívicos
en Colombia, Bogotá: Oveja Negra, 1981 y Elizabeth Ungar, "Los paros cívicos
en Colombia 1977-1980", Bogotá: Uniandes, 1981.
a
Samuel Jaramillo, "Apuntes para la interpretación de la naturaleza y de las
proyecciones de los paros cívicos en Colombia", en Carrión Diego y otros (comp.),
Ciudades en conflicto. Poder local, participación popular y planificación en las ciudades
intermedias de América Latina, Quito: El Conejo/Ciudad, 1986, pp. 269-282.
6
Contribución de Luz Amparo Fonseca ("Los paros cívicos en Colombia", en
Desarrollo y Sociedad. Cuadernos CEDE, N 2 3, Bogotá: Uniandes, 1982, pp. 17-30),
ampliamente trabajada en los estudios sobre movimientos cívicos.
[ 92 ] MARTHA CECILIA GARCÍA

los ochenta y el auge de la teoría de los movimientos sociales


urbanos, de corte neomarxista, desarrollada por Manuel Castells,
Jean Lojkine y Jordi Boja.
Los diversos enfoques7 desde los cuales se interpretaron las
luchas cívicas, durante los setenta y ochenta, coincidieron en afir-
mar que su aparición y florecimiento en el contexto nacional se
debía a la incidencia de factores estructurales como el desequi-
librio regional, la concentración urbana, el deterioro del ingre-
so de las mayorías, la centralización del poder estatal, el cons-
treñimiento político causado por la alternación bipartidista
durante el Frente Nacional que, al tildar como subversivas las
expresiones de oposición y las acciones reivindicativas, ocluyó
los canales de expresión de demandas sociales y de negociación
con el Estado; el proceso de militarización del Estado, y como
causas coyunturales, el abandono de políticas correctivas de la
desigualdad regional, la crisis de entes gubernamentales regio-
nales y locales, el severo programa de ajuste al que se vio some-
tido el país debido al crecimiento desmesurado de la deuda ex-
terna, que actuó en detrimento del gasto social.
De los análisis sobre causas estructurales y coyunturales, eco-
nómicas, sociales y políticas del surgimiento y fortalecimiento
de los movimientos cívicos, se pasó al planteamiento de su de-
ber ser como alternativa política, como poder popular con la
potencialidad de convertirse en la base institucional de un
contrapoder y llenar el vacío dejado por la incapacidad de los
partidos tradicionales y de la izquierda para ser los intermedia-
rios válidos de la población con las instancias de poder formal,
o como bases de una sociedad civil popular 8 .

7
Entre los que cabe señalar los de Medófilo Medina, de tradición marxista;
Pedro Santana, seguidor de Manuel Castells, y Javier Giraldo, de la escuela de
la sociología de la acción.
8
Francisco de Roux y Cristina Escobar, "Una periodización de la moviliza-
ción popular en los setenta", en Controversia, N 2 125. Bogotá: Cinep, 1985;
Luchas y movimientos cívicos en Colombia [ 93 ]

A mediados de los ochenta, otro asunto cobró relevancia den-


tro de los estudios del tema: la dinámica interna y las particula-
ridades regionales de los movimientos cívicos; así, se iniciaron
estudios de caso y se les dio voz a sus protagonistas9, lo que aportó
al conocimiento de la naturaleza, composición, formas de par-
ticipación y liderazgo, organización, negociación, respuestas y
logros obtenidos por movimientos cívicos particulares.
El debate acerca de la descentralización fomentó los análisis
sobre la relación de los Movimientos cívicos con la reforma muni-
cipal, y algunos investigadores10 insistieron en que ésta no podía
explicarse al margen de las reivindicaciones formuladas por las
luchas y movimientos cívicos que, en el fondo, reclamaban refor-
masfiscalesy administrativas en los municipios y departamentos,
y planificación regional y local con participación comunitaria.
Por la misma época, otra línea de análisis, influida por la
sociología de la acción, se dirigió a investigar algunos elemen-

Orlando Fals Borda, "Movimientos sociales y poder político", en Estudios Políti-


cos, N 2 8, septiembre-diciembre, 1989, pp. 48-58; y "El papel político de los
movimientos sociales", en Revista Foro, N2 11, enero de 1990, pp. 64-74. Cami-
lo González, "Movimientos cívicos 1982-1984: poder local y reorganización del
poder popular", en Controversia, N2 121. Bogotá: Cinep, 1985. Jairo Chaparro,
"Los movimientos político regionales: un aporte para la unidad nacional", en
Gustavo Gallón (comp.), Entre movimientos y caudillos, 50 años de bipartidismo, iz-
quierday alternativas populares en Colombia. Bogotá: Cinep/Cerec, 1989, pp. 208-
226.
9
Estudios y talleres de sistematización de experiencias promovidos por el
Cinep a mediados de los ochenta. Algunas memorias en Alvaro Cabrera y otros,
Los movimientos cívicos, Bogotá: Cinep, 1986. Otras mimeografiadas se encuen-
tran en la biblioteca de la institución.
10
Como Pedro Santana ("Crisis municipal: movimientos sociales y reforma po-
lítica en Colombia", en Revista Foro N 2 1, septiembre de 1986, pp. 4-15. Versión
resumida del Capítulo rv de su libro Movimientos sociales en Colombia), Fabio
Velásquez ("Crisis municipal y participación ciudadana en Colombia", en Re-
vista Foro, N 2 1, septiembre de 1986, pp. 16-25 y "La gestión municipal: ¿para
quién?", en Revista Foro, N 2 11, enero de 1990, pp. 11-19) y Óscar Arango (Los
[ 94 ] MARTHA CECILIA GARCÍA

tos simbólicos y culturales11 de la acción reivindicativa, encon-


trando una relación de interdependencia entre los niveles espa-
ciales donde se producen las acciones cívicas y las instancias
antropológicas que predominan en ellas: en el nivel local se ins-
criben paros y luchas cívicas, en los cuales predomina la necesi-
dad sentida físicamente; en el nivel regional las reivindicacio-
nes urbanas se expresan en los movimientos cívicos, arraigados
en el afecto por la región, lo que no significa que desconozcan
las necesidades sentidas colectivamente. En el nivel nacional, las
reivindicaciones se expresan a través de foros, congresos y pro-
testas nacionales, que presentan un énfasis en un esfuerzo ra-
cional, al proponer soluciones factibles a los problemas comu-
nes que están en la base de las luchas reivindicativas.
Este análisis develó el carácter festivo y ritual que se presenta
durante las luchas cívicas cuando el comportamiento popular es
contestatario y cuestiona la acción del Estado. Se da una explo-
sión utópica porque en la protesta cívica existe el horizonte polí-
tico de construir una sociedad alternativa. Pero en el comporta-
miento político electoral de los sectores populares prima una
concepción pragmática, ya que para solucionar sus problemas de
supervivencia, dentro del establecimiento, "los caminos más efec-
tivos ... pasan por las intrincadas redes del gamonalismo y del
clientelismo"12, cuyas prácticas y pertenencia partidista identifi-
can el mundo de lo político. Esta discontinuidad en la conciencia
de las masas explica las contradicciones que se manifiestan en
distintos momentos de la actuación de los movimientos cívicos.
A comienzos de los noventa, y siguiendo también el marco
interpretativo de la sociología de la acción, se realizó un conjunto

movimientos cívicos y la democracia local. Pereira: Sindicato de Educadores de


Risaralda. Mimeo, 1986).
11
Javier Giraldo, op. cit.
12
Ibidem, p. 198.
Luchas y movimientos cívicos en Colombia [ 95 ]

de estudios regionales comparativos13 que encontró que la orien-


tación de sentido de los movimientos cívicos se edifica sobre un
doble objetivo: conseguir mejores condiciones de vida y adoptar
medios y procedimientos políticos que las garanticen, y que la
movilización social -particularmente la relacionada con servicios
básicos- es la manifestación de un complejo proceso de cambio
en la relación Estado-sociedad, en el cual se establecen nuevas
mediaciones entre ambos y se configuran actores locales, por
oposición al Estado, cuyo factor desencadenante es la acción "po-
sitiva" de éste, el montaje y ejecución de una determinada políti-
ca pública, hallazgos que controvierten anteriores explicaciones
acerca del surgimiento de luchas y movimientos cívicos que afir-
maban que eran respuestas a carencias materiales y a la incapaci-
dad estatal para satisfacerlas.
Más recientemente, se han realizado análisis históricos com-
parativos sobre distintos movimientos sociales en Colombia, que
permiten tener nuevas miradas acerca de la relación entre movi-
mientos cívicos y Estado.
Un conjunto de ellos14 señala que no existe una dinámica
homogénea de los movimientos sociales y, por el contrario, las
luchas que protagonizan son fragmentadas y, a veces, contradic-

13
Realizados por Clara Inés García en cuatro regiones de Antioquia: Bajo
Cauca, Oriente, Urabá y Suroeste, de los cuales están publicados: El Bajo Cauca
antioqueño. Cómo ver las regiones, Bogotá: Cinep, 1993; Urabá. Región, actores y
conflicto. 1960-1990, Medellín/Bogotá: Iner/Cerec, 1996 y "Características y di-
námica de la movilización social en Urabá", en La investigación regional y urbana
en Colombia. Desarrollo y territorio 1993-1997, Bogotá: DNP/Findeter/Aciur/Car-
los Valencia Editores, 1997, pp. 290-303. Otro estudio que compara la movili-
zación social de actores de dos regiones es el de María del Rosario Saavedra,
Desastre yriesgo.Actores sociales en la reconstrucción de Armero y Chinchiná, Bogotá:
Cinep, 1996.
14
Mauricio Archila, "Tendencias recientes de los movimientos sociales", en
Francisco Leal Buitrago (comp.), "En busca de la estabilidad perdida. Actores
políticos y sociales en los años 90". Bogotá: lEPRi/ColcienciasAercer Mundo,
[ 96 ] MARTHA CECILIA GARCÍA

lorias, propias de una sociedad civil y un Estado débiles y de la


persistencia de violencias que afectan la existencia de los acto-
res sociales. Además, existe una crisis de representatividad de
las organizaciones sociales que obedece a una tensión no resuelta
entre autonomía e inscripción partidista. Sin embargo, observa
dos tendencias en los movimientos sociales de los noventa: una
actitud prepositiva y de concertación, y la búsqueda de repre-
sentación política directa en ámbitos locales y, si bien ambas re-
presentan avances políticos, todavía queda un largo camino por
recorrer para la construcción de la democracia.
El otro estudio de conjunto15 encontró que al ritmo de las
transformaciones y continuidades políticas, económicas, socia-
les -sucedidas entre 1968 y 1988-, los movimientos campesino,
sindical y cívico oscilaron entre la integración institucional y la
ruptura violenta del orden dominante. Descubre que los prota-
gonistas de las luchas cívicas se afirman como actores sociales
en la búsqueda de su reconocimiento como ciudadanos, porque
su relación con el Estado y su pretensión de convertir en dere-
chos las propias reivindicaciones ha caracterizado a las luchas
cívicas. Pero el predominio en ellas de la acción directa sobre la
representación política las aproxima más a las prácticas desti-
nadas a imponer la propia subjetividad sobre la ciudadanía.
Durante los años ochenta la producción sobre el tema fue muy
amplia (análisis estructurales, coyunturales, artículos divulgativos

1995, pp. 251-301; "¿Utopía armada? Oposición política y movimientos socia-


les durante el Frente Nacional", en Controversia, N2 168, mayo 1996; "Protesta
social y Estado en el Frente Nacional", en Controversia, N s 170, mayo 1997 y
"Protestas cívico regionales durante el Frente Nacional. Cifras y Debates", en
La investigación regionaly urbana en Colombia..., pp. 266-289, 1997.
15
Leopoldo Muñera, Rupturas y continuidades. Poder y Movimiento popular en Co-
lombia, 1968-1988. Bogotá: lEPRl/Universidad Nacional, Facultad de Derecho,
Ciencias Políticas y Sociales/CEREC, 1998.
Luchas y movimientos cívicos en Colombia [ 97 ]

y propagandísticos, estudios de caso, sistematizaciones de expe-


riencias de los participantes en ellos) y aunque en los años no-
venta salieron a la luz sesudos estudios sobre el tema, que abren
las puertas para continuar el camino, ellos son escasos, mien-
tras abunda la producción sobre organizaciones y sectores so-
ciales específicos. Algunos investigadores16 han señalado que
ante la fragmentación social y las expresiones de la diversidad
de identidades e intereses, deben estudiarse primero las orga-
nizaciones para luego aventurarse en el "indefinido" mundo de
los movimientos sociales. La reflexión teórico-conceptual sobre
los movimientos cívicos ha languidecido, entre otras razones por-
que el objeto de estudio se ha invisibilizado. El propósito del
siguiente aparte es explorar algunos de los factores que han
contribuido a que esto sea así.

LA PÉRDIDA DEL FULGOR DE LOS MOVIMIENTOS CÍVICOS

Durante los decenios de los setenta y los ochenta, las luchas cí-
vicas se encaminaron a exigir de las autoridades la solución a
problemas colectivos agudos e inmediatos que, en su orden17,
estaban relacionados con servicios públicos domiciliarios y so-
ciales, protección de los derechos humanos y ampliaciones de-
mocráticas, infraestructura física y transporte, problemas am-
bientales, atención a desastres y damnificados, acciones de
solidaridad con otros sectores en conflicto, gestiones adminis-

16
Entre ellos Rocío Londoño, Óscar Alfonso, Noriko Hataya, Samuel Jaramillo
y Gloria Naranjo.
Según los datos del Banco de Luchas Cívicas del Cinep, que cobija el perío-
do que va desde la administración de Belisario Betancur hasta la actual admi-
nistración de Pastrana, y los aportados por Mauricio Archila para el período
comprendido entre el Frente Nacional y agosto de 1982.
I 98 ] MARTHA CECILIA GARCÍA

trativas del orden municipal y departamental, alzas o nuevos im-


puestos, seguridad ciudadana y reordenamiento territorial.
En estas décadas, se presentó un deterioro de los salarios
reales y de la calidad del empleo y se eliminaron las subvencio-
nes a los productos de la canasta familiar, con el consecuente
aumento de precios.
En los ochenta, la gestión social estatal se vio fuertemente
afectada por los severos ajustes económicos impuestos por la
banca internacional, todos los componentes del gasto social per-
dieron participación dentro de la distribución del gasto públi-
co, salvo vivienda18, y las políticas públicas de los sectores socia-
les fueron cambiantes, y las decisiones, tímidas y dispersas19. Los
servicios públicos empezaron a manifestar síntomas de una pro-
funda crisis: baja calidad, lento crecimiento de la cobertura, un
acentuado desequilibrio espacial de las inversiones en infraes-

18
Educación pasó de 12,72% en 1980 a 10,85% en 1988; salud bajó de 5,23%
a 4,12%; seguridad social, de 3,13% a 2,0%; vivienda pasó de 3,13% en 1980 a
5,51% en 1984, y después cayó a 2,0%. Cálculos de Consuelo Corredor, Los lí-
mites de la modernidad, Bogotá: Cinep/Facultad de Ciencias Económicas, Uni-
versidad Nacional, 1992, p. 294.
19
En el sector educativo, las determinaciones legislativas se concentraron en la
educación superior, en la organización administrativa y financiera y en la admi-
nistración del personal docente, mientras las orientaciones de política se dirigie-
ron a ampliar la cobertura, especialmente en regiones y grupos de población
marginales, con logros inferiores a los obtenidos en las dos décadas anteriores y
con menores desarrollos en la calidad educativa. En salud hubo avances signifi-
cativos en el desarrollo de la atención básica, pero poco se progresó en cobertu-
ra. En el campo de protección y desarrollo de la infancia se ejecutaron progra-
mas con relativo éxito (campañas de vacunación, escuela nueva, guarderías,
servicios médicos preventivos) y el cuidado de infantes aumentó la cobertura pero
sus mecanismos de financiación fueron insuficientes. Juan Carlos Ramírez, "La
gestión social en los ochenta", en Luis Bernardo Flórez, Colombia. La gestión eco-
nómica estatal durante los 80's. Del ajuste al cambio institucional. Tomo i. Bogotá: CIID-
Canadá/ciD-Universidad Nacional de Colombia, pp. 318 y 336.
Luchas y movimientos cívicos en Colombia í 99 ]

tructura, débil situación financiera e ineficiencias operacionales


de las empresas responsables20.
Durante estos años, el Estado fue incapaz de cumplir con
algunas de sus funciones centrales como el control territorial, el
derecho de promulgar leyes y reglamentos de obligatorio cum-
plimiento para toda la sociedad, el monopolio del recaudo de
los tributos fiscales y el monopolio de la coerción física21. Ex-
presión de la precaria legitimidad del Estado colombiano es la
multiplicación de las violencias, de sus escenarios y de los acto-
res dispuestos a resolver todo conflicto con el uso de las armas
(guerrilla, paramilitares, narcotraficantes, grupos de limpieza
social, delincuencia común).
Como lo señaló Francisco de Roux22, muchas de las accio-
nes cívicas reivindicativas manifestaban la resistencia social ante
cambios económicos y en el aparato estatal, y eran expresiones
de movimientos cívicos que luchaban por abrir canales de inter-
mediación con el Estado -ante la incapacidad de los partidos
políticos para ejercerla-, por obtener su reconocimiento y por
tener injerencia en él.
A mediados de los ochenta se inició el proceso de descen-
tralización y se expidió la reforma municipal, con la cual se pre-
tendía dar mayor autonomía política, fiscal y administrativa a
los municipios frente al Estado central, y, a su vez, acercar la ad-
ministración al ciudadano para que éste se vinculara directamen-

20
Gabriel Turbay, "La gestión estatal en los servicios públicos: reorganización
institucional y políticas de ajuste en el sector de agua potable y saneamiento
básico, 1985-1992", en Luis Bernardo Flórez, Colombia. La gestión económica es-
tatal... tomo II, pp. 185 y 193.
21
Medófilo Medina, "Dos décadas de crisis política en Colombia, 1977-1997",
en Luz Gabriela Arango (comp.), La crisis sociopolítico colombiana: un análisis no
coyuntural de la coyuntura, Bogotá: Observatorio Sociopolítico y Cultural, CES,
Universidad Nacional/Fundación Social, 1997, pp. 31-42.
22
Francisco de Rouxy Cristina Escobar, "Una periodización de la movilización...".
[ 100 ] MARTHA CECILIA GARCÍA

te a la solución de sus problemas, para que interviniera en las


decisiones que afectan sus condiciones sociales de existencia, lo
que tendría como corolario el control de la protesta social.
Las elecciones de autoridades locales y los espacios de par-
ticipación en la vida municipal fueron aprovechados por los
movimientos cívicos que habían acumulado experiencia en la
movilización y en la negociación de sus conflictos, las cuales les
dieron la posibilidad de definir plataformas mínimas electora-
les. Era el momento propicio para dar el paso de la protesta a la
propuesta, como lo sugirió el líder del Movimiento del Oriente
Antioqueño, Ramón Emilio Ardía. Desde las administraciones
municipales se podría dar respuesta a las necesidades sentidas
por la población y expresadas a través de sus luchas. Y como lo
observó Pedro Santana, la sorpresa de las primeras elecciones
de alcaldes en marzo de 1988 fue la importante votación obte-
nida por candidatos a alcaldías y concejos pertenecientes a mo-
vimientos cívicos locales o regionales, pero ante la carencia de
una estructura política que les brindara apoyo nacional o regio-
nal, el mayor reto que debían enfrentar estos movimientos en la
administración local era que los dejaran gobernar23. A algunos
no se les permitió de entrada. Tanto la contienda electoral como
el primer período de alcaldes elegidos por voto popular se de-
sarrollaron en medio de una escalada de violencia que contri-
buyó en gran medida a la aniquilación de la Unión Patriótica24,

23 p e c j r o Santana, "Los movimientos cívicos: el nuevo fenómeno electoral", en


Revista Foro, N 2 6, j u n i o de 1988, p . 6 1 .
24
"En 1986 la UP ganó 9 cumies en el Congreso y 3 suplencias; 10 cumies y 4
suplencias en Asambleas departamentales y 350 concejales. En 1988 obtuvo 18
alcaldes populares, 13 diputados y 5 suplentes en las Asambleas y un buen
número de concejales. De estos funcionarios elegidos popularmente han sido
víctimas de la violencia 3 senadores, 3 representantes, 6 diputados, 89 conceja-
les, 3 candidatos a alcaldía y un exalcalde, además de sus dos candidatos presi-
denciales", Rodrigo Uprimny, citado por Leopoldo Muñera, op. cit., p. 278.
Luchas y movimientos cívicos en Colombia [ 101 ]

golpeó severamente a los movimientos cívicos25 y también alcan-


zó a los partidos tradicionales26.
Los últimos años de la década del ochenta fueron aciagos
para los movimientos cívicos y para las expresiones de protesta
social que disminuyeron en números absolutos, entre otras ra-
zones, por las expectativas de los pobladores frente a la gestión
de los alcaldes recientemente elegidos, por la represión27 y la
intimidación derivada de las prácticas terroristas, pero mostró
indicios de fortaleza y unidad de diversos sectores28.

25
Entre enero de 1988 y octubre de 1991 fueron asesinados 66 miembros de
organizaciones cívicas, 7 desaparecieron, 19 fueron amenazados, 1 torturado y
1 detenido, según el Banco de Datos de Derechos Humanos del Cinep.
26
Durante la época preelectoral de 1988 fueron asesinados 9 candidatos a Con-
cejos, 5 a Alcaldías y 1 a Asamblea pertenecientes a la Unión Patriótica; 4
candidatos a Concejos y 3 a Alcaldías del Partido Liberal y 2 candidatos a alcal-
días socialconservadores. "El preludio violento de la elección de alcaldes", en
El Espectador, 13 de marzo de 1988, p. 8A.
27
En enero de 1988 se expidió el Estatuto Antiterrorista como respuesta a la
actuación permanente del paramilitarismo y del sicariato, gracias al cual "no
sólo narcotraficantes y guerrilleros, sino también simples estudiantes y mani-
festantes tirapiedra fueron susceptibles de ser juzgados como peligrosos terro-
ristas", afirma Iván Orozco (Combatientes, rebeldes y terroristas. Guerra y derecho en
Colombia, Bogotá: lEPRi/Universidad Nacional/Temis, 1992, p. 54). Pero fue in-
eficaz ante la criminalidad paramilitar. Los asesinatos colectivos y selectivos de
campesinos, líderes sindicales y cívicos, dirigentes políticos, miembros de or-
ganismos de derechos humanos, intelectuales, atentados dinamiteros contra
personalidades o población civil se acrecentaban día a día.
28
Se presentaron las marchas campesinas de la costa norte y del nororiente,
exigiendo protección a los derechos humanos y el cumplimiento de los pactos
firmados el año anterior en el Paro Regional del Oriente; paros cívicos en
Tumaco, Pasto y Riohacha reclamando servicios públicos, y los sindicatos con-
vocaron a huelga general. Hubo una mayor permanencia de los paros en Urabá
y Barrancabermeja, que expresaban la resistencia ante el militarismo y la de-
fensa del derecho a la vida. Ésta se convirtió en reivindicación fundamental y,
en ocasiones, exclusiva de múltiples acciones cívicas, superando en número a
las tradicionales demandas por servicios públicos y sociales e infraestructura
física.
[ 102 ] MARTHA CECILIA GARCÍA

A la violencia estatal y paraestatal se sumaron otros factores


que contribuyeron a cercenar las perspectivas políticas de los
movimientos cívicos, entre ellos, la acérrima oposición de ba-
rones regionales, la baja capacidad administrativa, la incapaci-
dad fiscal municipal y la escasez de recursos -a pesar de las trans-
ferencias desde el sector central- para atender el cúmulo de
funciones que en adelante debía cumplir el municipio; el largo
y tortuoso proceso de ajuste institucional, la corrupción y el
clientelismo. Y qué decir de la baja participación ciudadana en
la vida pública. Al respecto, Fabio Velásquez29 señala que durante
el gobierno de Barco el desarrollo de la reforma municipal se
caracterizó por el control político de la participación ciudada-
na y por la aplicación de una especie de "ley del embudo" en la
reglamentación de leyes y decretos, con un propósito definido:
limitar el alcance de las transformaciones y evitar de esa mane-
ra que la reforma se convirtiera en una fuente de poder alter-
nativo para las clases subalternas y sus organismos de repre-
sentación social y política. Pero, de otra parte, la mayoría de
la población no tenía tradición de participación activa y
propositiva en los asuntos públicos. Aun quienes simpatizaban
o hacían parte de los movimientos cívicos mostraron grandes
dificultades para desempeñarse en la administración munici-
pal y en los espacios institucionales de participación. Ello fue
una muestra fehaciente de la discontinuidad que existe entre la
acción reivindicativa y la acción política. Leopoldo Muñera30 afir-
ma que el apartidismo de los movimientos cívicos, la prepon-
derancia de la acción directa como forma de manifestación po-
pular y la naturaleza de sus reivindicaciones relegaron el discurso

Fabio Velásquez, "La gestión municipal: ...", p. 12.


Leopoldo Muñera, op. cit., p. 454.
Luchas y movimientos cívicos en Colombia í 103 1

político explícito y argumentativo a un lugar secundario den-


tro de su praxis.
Si aceptamos la hipótesis de que los movimientos cívicos y
sus luchas tuvieron una alta injerencia en la reforma municipal,
hay que decir que ella se constituyó, a su vez, en un factor de
desarticulación de los movimientos regionales. El énfasis pues-
to en lo local fue desdibujando la idea de región como territo-
rio donde se expresa la imbricación de los conflictos y las diná-
micas sociales, que despierta entre sus habitantes el sentimiento
de pertenencia a ese lugar, y que había sido construida al fragor
de las luchas cívicas. Había que atender las competencias y fun-
ciones recientemente asignadas al municipio, había que impul-
sar los procesos de planeación participativa del desarrollo local,
velar por la ejecución de proyectos en el territorio municipal.
Los asuntos de carácter regional quedaban en manos de las cor-
poraciones autónomas o de los debilitados departamentos. Muy
pocos movimientos cívico regionales continuaron siendo tales
en pos de propósitos que fueran más allá de los límites político-
administrativos de sus municipios.
Pero entonces, ¿qué quedó de los movimientos cívicos de los
setenta y ochenta? ¿Cuáles fueron sus logros? Qué legado nos
dejaron?
Los movimientos cívicos en su práctica ayudaron a poner en
evidencia que la tramitación de las demandas sociales de un grue-
so de la población no pasaba por los partidos políticos y que el
Estado colombiano no era el representante del bien común. Esto,
que resulta una verdad de Perogrullo para ciertos sectores so-
ciales, era desconocido para grupos tradicionalmente atados al
clientelismo, acostumbrados al intercambio de favores con los
políticos locales de turno. Gracias a su participación en eleccio-
nes locales, se menguó el miedo -que no la desconfianza- a la
representación y a la representatividad política, y se contribuyó
a crear una reducida franja de voto independiente.
[ 104 ] MARTHA CECILIA GARCÍA

De otra parte, y como lo observa Muñera31, los movimien-


tos cívicos intentaron rehacer el tejido social de las regiones y
ciudades colombianas, en medio de escenarios donde se conju-
gan tantas violencias32 y, gracias a sus acciones y confrontacio-
nes, fueron construyendo identidades territoriales33, contribu-
yeron a crear identidades étnicas y culturales34 y, según descubre
Clara Inés García35, en algunas regiones, la construcción social
de lo público se fue haciendo dentro de los conflictos, donde
los cívicos fueron preponderantes.

31
Op. cit, p. 435.
32
Pero en el intento perdieron la vida muchos de los líderes de los movimien-
tos cívicos otrora fuertes, con amplia capacidad de movilización y de propues-
ta. Es el caso del Movimiento del Oriente Antioqueño, del cual han sido asesi-
nados sus mejores líderes y miembros. Hoy la región está siendo disputada por
actores armados de diverso signo. La fuerza de las armas se impuso allí sobre la
fuerza de la acción social. El 28 de abril del 2000 las administraciones de los 23
municipios de la región hicieron paro para pedir que los gobiernos departa-
mental y nacional intervengan en la solución de sus problemas de orden públi-
co (secuestros, amenazas, asesinatos de parte de guerrilla y paramilitares).
33
No se refieren únicamente a un espacio geográfico, sino a un ámbito social
específicamente delimitado, donde se expresan unas relaciones de producción,
una forma de aplicar la tecnología a la naturaleza, una tradición cultural, una
red de relaciones de poder, una historia y una práctica cotidiana. El territorio
es mucho más que sus características físicas y ecológicas; simboliza también la
historia que ha transcurrido en él.
34
Es necesario hacer la distinción entre movimientos cívicos y movimientos
étnicos y culturales. En estos últimos, identidad y oposición se definen por la
existencia de valores y rasgos culturales específicos y distintivos del grupo y no
por su residencia territorial compartida, referente básico para la construcción
de la identidad del movimiento cívico. La homogeneidad étnica o la fuerza de
las tradiciones culturales pueden facilitar la cohesión de un movimiento regio-
nal, pero no son condiciones necesarias para su surgimiento. Los movimientos
cívicos tienen contenidos étnicos y culturales pero no son su rasgo definitorio,
así como lo territorial no define los movimientos étnicos o culturales.
35
Clara Inés García, El Bajo Cauca antioqueño...
Luchas y movimientos cívicos en Colombia í 105 ]

Y LA LUCHA CONTINÚA

Recién inaugurada la última década del siglo se llevó a cabo la


Asamblea Nacional Constituyente, cuya convocatoria fue enten-
dida como un paso hacia la creación de un nuevo pacto fun-
dacional, que abarcaría la reestructuración de las esferas social
y política, la reorganización estatal y reconocimientos y acuer-
dos entre etnias, regiones y sectores sociales, para asegurar una
democracia estable y legítima. La aparición, en la arena políti-
ca, de grupos sociales hasta ese momento invisibles y la partici-
pación ciudadana -tradicionalmente excluida del ámbito legis-
lativo- en la formulación de la nueva Constitución generaron
esperanzas en un proceso democratizador36.
Sin desconocer que la Constitución del 91 rige la vida social
y política del país, queremos resaltar algunos aspectos que son
de suma importancia para la vida de la gente común: la nueva
carta fundamental le confirió centralidad a la participación de
la ciudadanía en los asuntos públicos, ampliando los espacios y
mecanismos a través de los cuales ella podía expresarse; privile-
gió el gasto social; profundizó el proceso de descentralización
al ampliar las competencias de las entidades territoriales y las
vías para fortalecer sus fiscos. Pero quizás lo más relevante para
el ciudadano corriente, como afirma Hernando Valencia Villa,
es la carta de derechos37 civiles y políticos, sociales, económicos,

36
Aunque los movimientos cívicos que aún pervivían habían logrado generar
-a través de sus acciones reivindicativas- algunos acuerdos básicos sobre el
desmonte del bipartidismo, la apertura a la participación cívica en instancias
de poder, el reordenamiento territorial, garantías efectivas para los derechos
civiles y de las minorías, reformas al proceso electoral, y aunque participaron
activamente en eventos previos a la asamblea, carecieron de representación en
la Constituyente, entre otras razones, porque no tuvieron iniciativas coheren-
tes y porque entre ellos se presentó rapiña por los puestos de representación.
37
84 artículos que incluyen más de 75 derechos, libertades y garantías; esta-
blecen distinciones entre derechos civiles y políticos o fundamentales, derechos
[ 106 ] MARTHA CECILIA GARCÍA

culturales y colectivos por la influencia que tiene en su vida co-


tidiana, en los microproblemas que configuran su existencia
concreta.
Pero la reforma constitucional corrió pareja con la profundi-
zación de la apertura económica, sobre líneas divergentes; de
ahí que los desarrollos legislativos de la Constitución se hayan
debatido entre atender los requisitos del libre mercado, de una
parte, y ampliar la democracia y consolidar el Estado social de
derecho, de otra.
Y las acciones gubernamentales de la década contribuyeron
a desdibujar buena parte de las esperanzas fincadas en la nueva
Constitución. La credibilidad en el sistema político no ha aumen-
tado, su transformación está lejos de darse. Ha sido patente la
incapacidad de las administraciones que ocupan la década de
los noventa para resolver los problemas sociales y políticos del
país. La legitimidad gubernamental ha sido puesta en tela de
juicio en varias ocasiones. Los derechos y garantías ciudadanos
han sido permanentemente conculcados y la violencia política
se exacerbó. Las masacres y asesinatos selectivos han sido pan
de cada día, las desapariciones forzadas se volvieron colectivas,
los éxodos se incrementaron, las formas civiles de protesta se han
reprimido violentamente, la presencia y acciones guerrilleras y
paramilitares han sembrado miedo en muchas regiones, la con-
frontación bélica entró en auge y la militarización de ciertas zonas
derivó en violaciones de libertades y garantías.

sociales, económicos y culturales, y derechos colectivos o de tercera generación;


a la paz, al medio ambiente, al espacio público, al desarrollo, a la participa-
ción, a los servicios públicos (salud, seguridad social, vivienda, cultura, recrea-
ción y deporte, ciencia y tecnología que se convierten en derechos subjetivos u
obligaciones del Estado). Hernando Valencia Villa, "Constitución de 1991: la
carta de derechos", en Análisis Político, N 2 13, mayo-agosto de 1991, pp. 73 y
74.
Luchas y movimientos cívicos en Colombia [ 107 ]

La política social de los noventa fue en contravía del enfo-


que de derechos planteado en la nueva constitución y, más bien,
obedeció a criterios de asistencialismo y discrecionalidad políti-
ca, con lo cual se fortaleció el clientelismo y la estigmatización
de la pobreza. Fue residual al manejo macroeconómico, primó
el enfoque monetarista y los equilibrios fiscal, comercial y de la
balanza de pagos. Se le dio prioridad al presupuesto de guerra,
al financiamiento de la burocracia y al pago de la deuda exter-
na. La participación se restringió a la ejecución de programas,
quedando por fuera la concertación para el diseño de políticas,
la asignación de recursos, el seguimiento y la evaluación. La con-
sulta de los planes de desarrollo fue protocolaria y carente de
capacidad de decisión. A través de los programas de la presiden-
cia, los fondos de cofinanciación y los recursos manejados por
ministerios e instituciones descentralizadas se siguió teniendo
un férreo control central de la inversión social y se utilizaron con
el fin de crear lealtades políticas, hacer populismo, apaciguar el
conflicto social (y, durante la administración Samper, para com-
prar el respaldo a la crisis presidencial). La Ley 60 de 1993, de
competencias y recursos, controla la destinación del gasto social,
limitando la autonomía de las localidades para orientar sus pro-
pios planes de desarrollo38.
La planificación del desarrollo social en la mayoría de las
entidades territoriales aún es precaria, cuentan con plantas bu-
rocráticas de bajo nivel técnico que no logran deshacerse de la
corrupción. Son escasos los mecanismos ágiles y amplios para
la interlocución con la comunidad y ésta sigue mostrando una
débil participación en la planeación y gestión de proyectos de
desarrollo. De otra parte, ni los programas de inversión ni las
transferencias territoriales han sido suficientes para subsanar las

38
Libardo Sarmiento, "Salto social, equilibrio político", enAnálisis Político, Na 27,
enero-abril de 1996, p. 77.
[ 108 ] MARTHA CECILIA GARCÍA

desigualdades sociales y regionales, y buena parte de los munici-


pios colombianos carece de condiciones financieras para cumplir
a cabalidad con todas las funciones que les fueron asignadas.
Contra todos los pronósticos, ni la reforma municipal del 86,
ni la elección popular de alcaldes, ni el recrudecimiento de la
guerra sucia y ni siquiera la Constitución del 91 lograron evitar la
expresión pública y colectiva de demandas de la población urba-
na. Los datos empíricos de los que disponemos así lo confirman.
Veamos cómo se comportaron las cifras de las luchas cívicas
durante los noventa:
En el cuatrienio Gaviria, el número de acciones reivindicativas
llegó a 494, cifra que supera las registradas en los años anterio-
res. Durante el primer año de ese gobierno el número de luchas
es más bajo que en cualquiera de los fres primeros años de la
administración anterior, porque a comienzos de su mandato
Gaviria se encontraba en estado de gracia con los colombianos,
pero al finalizar su segundo año de gobierno las silbatinas, los
cacerolazos, la petición de su renuncia, manifestaron el descon-
tento ciudadano y la pérdida de credibilidad en él.
En la administración Samper las luchas cívicas fueron ascen-
diendo año tras año hasta llegar a 544, 50 más que en el gobier-
no anterior y tuvieron un inusitado aumento durante el primer
año de gobierno de Pastrana, cuando alcanzaron la cifra de 391,
descendiendo en el segundo año a 246. Tan sólo en los dos pri-
meros años del actual mandato el número de luchas cívicas supe-
ra en 93 a las ocurridas durante todo el gobierno precedente.
A medida que transcurre la década, se abre el abanico de de-
mandas presentadas por los pobladores en sus luchas cívicas; de
tal manera, su peso relativo disminuye39. Los servicios públicos,

39
Por ejemplo, los servicios públicos motivaron 60% de los paros cívicos entre
1971 y 1980 (Pedro Santana, Desarrollo regional y paros cívicos en Colombia, Bogo-
Luchas y movimientos cívicos en Colombia [ 109 ]

que durante las décadas anteriores y aún durante el primer go-


bierno de los noventa fueron la principal bandera reivindicativa,
van perdiendo su estatus, mientras ascienden las demandas por
servicios sociales (salud, educación, seguridad social, recreación,
atención a la infancia y a la tercera edad) y protección a los dere-
chos humanos y por la paz. Aparecen otros motivos cuya impor-
tancia no es precisamente numérica. Ella reside en la naturaleza
de las demandas, en el recurso a la movilización para expresar
desacuerdos o peticiones que van más allá del consumo colecti-
vo y proponen una variedad de temas en los cuales a veces ni
siquiera el adversario ni el campo del conflicto están claramen-
te definidos.
El Plan de Desarrollo de Gaviria, "La Revolución Pacífica",
planteó como meta la ampliación de la cobertura en agua pota-
ble, educación básica, salud primaria, vivienda social, focalizando
esfuerzos en la población con necesidades básicas insatisfechas,
pero otros fueron los resultados.
El déficit nacional de cobertura en agua potable y saneamiento
básico aumentó durante el cuatrienio por encima de las tasas de
crecimiento poblacional, debido a la insuficiencia financiera y a
la concentración de inversiones en la región centroriental del país,
especialmente en Bogotá40, en claro detrimento de pueblos y ca-
pitales departamentales de la Costa Atlántica, Cauca y Nariño,
como también lo confirma la ubicación espacial de las luchas por
ese motivo, que generó el mayor número. En lo que tiene que ver

tá: Cinep, 1983, p. 135); 54,4% durante el período Betancur, 57% durante la
administración Barco, 30% durante la administración Gaviria, 15,5% durante
el cuatrienio de Samper y 10,4% en los dos primeros años del gobierno de
Pastrana (Banco de Datos de Luchas Cívicas, Cinep).
40
Óscar Alfonso y Carlos Caicedo, "Coberturas e inversiones", en Servicios pú-
blicos domiciliarios. Coyuntura 1993. Bogotá: Cinep, 1993.
[110] MARTHA CECILIA GARCÍA

con la energía eléctrica, la mayoría de las protestas se relaciona-


ron con el constante incremento de las tarifas y con los efectos
del racionamiento. El conjunto de servicios públicos domicilia-
rios ocupó el primer lugar entre las demandas de los pobladores.
El recrudecimiento de la guerra41 y la violación de derechos y
garantías ciudadanos generalizaron las movilizaciones y paros para
exigir al gobierno protección de los derechos civiles y políticos,
indemnización a víctimas, desmilitarización de zonas, cese a los
operativos militares, diálogos regionales con presencia ciudada-
na, respeto a los defensores de derechos humanos acusados de
ser auxiliadores de la guerrilla42 y de desprestigiar al gobierno
ante la comunidad internacional, así como para pedir a guerri-
lleros y paramilitares el cese de sus acciones contra la población
civil presa en medio de fuegos cruzados. Estas demandas llega-
ron a ocupar el segundo lugar entre los motivos de protesta.
En materia de salud y educación, las luchas cívicas del cua-
trienio se centraron en el mal estado de las construcciones, su
precaria dotación y la escasa capacidad financiera y administra-
tiva de los municipios para asumir el proceso de descentraliza-
ción en ambos sectores. Desde el tercer año de gobierno los uni-
versitarios se movilizaron en defensa de la educación pública.
Las acciones reivindicativas por servicios sociales ocuparon el
tercer lugar entre las demandas de los pobladores.

41
Que por momentos se exacerbó: mientras sesionó la Constituyente, des-
pués del fracaso de las conversaciones en Tlaxcala y después del 8 de noviem-
bre de 1992, cuando el presidente declaró la guerra integral a la guerrilla y a
los carteles de la droga. Los asesinatos políticos se tomaron Barrancabermeja
y Urabá, los secuestros el Cesar y los combates y sabotajes a Antioquia, San-
tander y Cesar.
42
Acusación que también recayó sobre alcaldes y obispos, que fueron deteni-
dos por orden de fiscalías regionales y provocó, durante el último año de ese
Luchas y movimientos cívicos en Colombia [ 111 ]

Las luchas cívicas que exigieron obras de infraestructura física


ocuparon el cuarto lugar. En ello incidió el reducido mantenimien-
to de la estructura vial, el aumento del tráfico pesado, las deficien-
ciasfinancierasy la lenta reestructuración del esquema institucional
en el sector de vías y transporte que, para aquel entonces, no ha-
bía logrado un ajuste de las competencias de la nación, los depar-
tamentos y los municipios en lo referente a construcción y mante-
nimiento de troncales y vías regionales y locales.
La flexibilización de la relación salarial, la eliminación de
empleos en el aparato gubernamental, la privatización de algu-
nas empresas municipales de servicios públicos, las concesiones
a empresas privadas para el mantenimiento de vías a través del
cobro de peajes, la disolución de empresas comerciales e indus-
triales del Estado43 y la desaparición de entidades nacionales en-
cargadas de prestar asistencia técnica, los intentos de controlar
los déficit fiscales municipales a través de la imposición de car-
gas tributarias, la reforma a la seguridad social en salud, consti-
tuyen un paquete de medidas contra las cuales protestaron los
pobladores bajo la consigna de lucha contra el neoliberalismo.
La gestión adelantada por funcionarios públicos municipales
y departamentales fue objeto de mayor fiscalización por parte de
la población, de cara al cumplimiento de planes y programas y al
manejo presupuesta!, y así lo expresaron en sus protestas44.

gobierno, movilizaciones y paros en Tibú (Norte de Santander), Saravena y


Arauquita (Arauca), Pesca (Boyacá), Vélez (Santander) y Sincelejo (Sucre).
43
Algunas acciones cívicas se realizaron en solidaridad y defensa de Col-
carburos, en Puerto Nare; de Paz del Río, empresa que beneficiaba a munici-
pios de las provincias de Sugamuxi, Tundama y Valderrama en Boyacá; y de la
Concesión Salinas, en Manaure, que, además de empleo, abastecía de agua a
los indígenas wayúu que habitan en ese municipio.
44
Algunas de las cuales se llevaron a cabo en Plato y Sitionuevo (Magdalena),
San Martín (Cesar), Montelíbano (Córdoba), Alto Baudó (Chocó), El Peñol
(Antioquia) -donde el alcalde era un reconocido líder cívico-; Vaupés y Cauca.
[112] MARTHA CECILIA GARCÍA

Hubo otras acciones cívicas que son propias de ese cuatrienio:


en 1992, manifestaciones contra el V Centenario del Descubri-
miento de América y para pedir desarrollos legislativos sobre los
derechos de las minorías étnicas, de sectores sociales específi-
cos y reordenamiento territorial.
Como lo muestran las luchas cívicas y los indicadores socio-
económicos, el gobierno de Gaviria renunció a la "Revolución
Pacífica" en lo que se refería a la reactivación del gasto social y a
la idea de que el mejor antídoto contra la violencia era la inver-
sión en capital humano, dejando una inmensa deuda social.
Samper propuso un viraje en la estrategia neoliberal, reorien-
tar la apertura económica y atender decididamente el sector
social. Para poner en marcha las reformas plasmadas en el "Sal-
to Social" se requería apoyo político y social, pero el presidente
lo perdió desde el escándalo de la financiación de su campaña.
La crisis de legitimidad presidencial también le impidió desa-
rrollar su política de paz y tener algún acercamiento con la gue-
rrilla.
Por primera vez en la historia del país, al menos según los
datos que poseemos, los servicios sociales ocuparon el primer
lugar entre las demandas de los pobladores y, entre ellos, la edu-
cación constituyó el eje de la movilización social, corroborando
que las obligaciones impuestas a los municipios en este sector
acarrearon más problemas a las administraciones que aires de
autonomía. De igual manera, la pretensión de que la educación
pública se autofinanciara lanzó a universitarios y escolares a
manifestarse contra su privatización. Las demandas alrededor
del régimen de seguridad social igualaron en número a las ac-
ciones por salud.
Las protestas contra la espiral de violencias ocuparon el se-
gundo lugar entre los motivos, seguidas de acciones colectivas
por la paz. Al abrigo del proceso 8.000 y a causa de la debilidad
política del gobierno, los actores armados consolidaron su pro-
Luchas y movimientos cívicos en Colombia [113]

tagonismo y la guerra cobró fuerza. La violencia se desbordó,


los grupos paramilitares45 extendieron sus frentes, azotando con
sus acciones amplias regiones del país46. Ante la falta de accio-
nes estatales eficientes para parar la guerra, la sociedad civil fue
configurando una red de iniciativas por la paz y por la partici-
pación ciudadana en el proceso de negociación.
El cuarto lugar lo ocuparon las movilizaciones por el mal
estado de las vías y contra peajes y alzas en sus cobros, en espe-
cial por la repercusión que tienen sobre el costo de vida.
Las acciones cívicas por servicios públicos disminuyeron sus-
tancialmente en número (descendiendo al quinto lugar entre las
demandas presentadas durante esta administración) y en cober-
tura, pero fueron significativas en pequeños municipios donde los
presupuestos son pobres, el esfuerzo fiscal es lánguido, la capaci-
dad de endeudamiento y la posibilidad de obtener cofinanciación
débiles y, por tanto, la contraprestación de la nación a través de
las transferencias es baja, trazándose un círculo vicioso fiscal que
impide la satisfacción de estas necesidades de la población. La
mayoría de las protestas se relacionaron con la imposición o ac-
tualización de la estratificación socioeconómica para el cobro de
tarifas, y con los desmontes de los subsidios.
El aumento de la criminalidad, particularmente en las ciu-
dades grandes e intermedias, lanzó a sus habitantes a realizar
acciones colectivas pidiendo seguridad ciudadana, las cuales al-
canzaron 7% del total.

45
Al día siguiente a la posesión de Samper, grupos paramilitares anunciaron
el asesinato de dirigentes sociales y políticos. El senador de la UP, Manuel
Cepeda, fue la primera víctima de la lista. Diego Pérez, "Derechos humanos;
¿cambio de rumbo?", en Cien Días, N 2 27, agosto-noviembre, 1994, p. 11.
46
Zonas de Norte de Santander, Cesar, Urabá chocoano, antioqueño y cordo-
bés, Magdalena medio y Meta.
[114] MARTHA CECILIA GARCÍA

A pesar de lo que comúnmente se piensa, las protestas contra


el presidente por sus vínculos con el narcotráfico fueron pocas:
12, que se concentraron en un breve lapso que se inició el 23 de
enero y terminó a mediados de marzo de 1996, y en su mayoría
se presentaron en Bogotá, convirtiéndose en una "curiosidad del
paisaje capitalino", y a ellas se opusieron 11 movilizaciones a fa-
vor de los programas sociales de Samper.
Las acciones cívicas generadas por aspectos ambientales fue-
ron desde las protestas contra medidas adoptadas para evitar
desastres por deslizamientos en zonas urbanas hasta aquellas
contra la fumigación de cultivos ilícitos con glifosato en el
suroriente del país.
Las acciones contra el contrabando y la evasión de impues-
tos recayeron sobre los sanandresitos de varias ciudades del país,
lo que generó el rechazo público de propietarios y empleados,
grupo de interés que se ha mostrado muy aguerrido en la de-
fensa de su actividad económica, pretendiendo sobreponer sus
intereses particulares al conjunto social.
Las demoras en entrega de recursos para planes de vivien-
da generaron algunas protestas, así como las propuestas de
reubicación de pobladores, contra las cuales reaccionaron de
manera violenta los posibles receptores de nuevos vecinos, ac-
ciones que enunciaron una cierta "tribalidad urbana" por la dis-
puta de un espacio en la ciudad.
La anulación de cédulas por trasteo de votantes que hizo la
Registraduría en casi la tercera parte de los municipios del país
-después de las elecciones de alcaldes y gobernadores de 1994,
que además estuvieron acompañadas de la compra de votos- im-
pulsó a habitantes de 3 de ellos a argüir su derecho a elegir y ser
elegidos.
Más de un tercio de las acciones llevadas a cabo durante esa
administración tuvieron origen en la aplicación de normas cons-
titucionales o legales referidas a la educación, la seguridad so-
Luchas y movimientos cívicos en Colombia [115]

cial, la protección del espacio público, el ordenamiento urbano,


las obligaciones fiscales, entre otras; además, operaron como re-
sorte de la protesta cívica y dejaron al descubierto la capacidad
de reacción de aquellos sectores sobre los cuales recaen algunas
formulaciones estatales y también develaron la confrontación
entre intereses privados y problemas públicos.
Durante los dos primeros años de la administración Pastrana,
más de una cuarta parte de las acciones cívicas ha reivindicado
la protección y el respeto a los derechos humanos, sean civiles,
políticos, económicos, sociales, culturales o colectivos. La peti-
ción explícita del respeto a la vida, a la integridad física y a la
paz, la reivindicación del derecho al trabajo, a la vivienda, a la
educación, a la equidad de género, a la etnia y a la cultura pro-
pias, ocupan el primer lugar entre las demandas de los pobla-
dores urbanos.
En segundo lugar están los servicios sociales y entre ellos se
destaca la educación, en particular la pública, afectada por la
pretensión gubernamental de lograr su autofinanciación y por
la puesta en marcha de planes de reestructuración administrati-
va y de racionalización de la oferta. La crisis de la red hospitala-
ria pública ha generado movilizaciones de trabajadores y usua-
rios en un intento de defenderla. Bajo los argumentos de que
los recursos destinados a la salud son objeto de corrupción y
despilfarro y que los hospitales públicos no son viables debido a
la carga prestacional de los trabajadores vinculados al sector, las
autoridades han sostenido que no existen sino dos opciones:
reestructurar los hospitales, o cerrarlos. Por su parte, los sindi-
catos y usuarios del sector sostienen que las amenazas de cierre
de las clínicas públicas son una muestra del inminente proceso
de privatización de la salud.
Los servicios públicos domiciliarios ocupan hoy el tercer
lugar entre las demandas de la población urbana, y en su mayo-
ría se refieren a los incrementos en las tarifas, que continuarán
[116] MARTHA CECILIA GARCÍA

subiendo, porque la política del actual gobierno consiste en el


reajuste mensual con base en el índice de precios al consumi-
dor, y el desmonte de los subsidios que reciben los estratos más
pobres de la sociedad.
Las demandas por infraestructura física y transporte tienen
durante este período una importancia que deriva no sólo de su
número sino también de su persistencia y resonancia, en el pri-
mer caso, y de la capacidad de convocar a un amplio sector so-
cial a lo largo y ancho del país, en el segundo. Las protestas contra
la instalación de peajes y contra el cobro de valorización por
obras de infraestructura urbano-regionales han dejado aflorar
el disgusto que generan las cargas impositivas y el sentimiento
colectivo de que las obras no se consultan con la población.
Como ningún otro, el Plan Nacional de Desarrollo "Cambio
para construir la paz" despertó una amplia movilización social,
liderada por las organizaciones sindicales de trabajadores estata-
les, con la participación de estudiantes, desempleados, vende-
dores ambulantes, deudores del sistema Upac, padres de fami-
lia, campesinos, indígenas y desplazados, por mencionar algunos
de los sectores que aunaron sus voces contra las políticas públi-
cas contenidas en el Plan y contra otras en curso. La defensa de
la educación y la salud públicas, las protestas contra las priva-
tizaciones o liquidaciones de empresas estatales, contra el au-
mento o creación de impuestos, contra las reformas laborales,
la petición de aumento en las transferencias de la nación hacia
entidades territoriales que atraviesan una profunda crisis pre-
supuesta!, se constituyeron en motivos de lucha, así como las
políticas fiscales que afectan a ciertos grupos de interés.
La desatención a las demandas sociales expresadas a través
de mecanismos institucionales o de acciones públicas y colecti-
vas no armadas -salvo casos excepcionales- caracteriza a la ad-
ministración Pastrana y transita por caminos peligrosos: la des-
esperación de algunos sectores sociales que no encuentran
Luchas y movimientos cívicos en Colombia [117]

satisfacción a sus peticiones y, en su lugar, enfrentan rasgos au-


toritarios y medidas coercitivas extremas, los está llevando a
radicalizar sus formas de acción colectiva, incluso hasta la vio-
lencia, anunciando una cierta anomización de la protesta social.
Pero también es necesario señalar que en las movilizaciones cí-
vicas se han venido mezclando sectores que más que propender
por los intereses colectivos de los manifestantes intentan diri-
girlas en beneficio propio.
Las cifras registradas durante los noventa muestran que se
está revirtiendo la tendencia relacionada con el escenario de las
protestas cívicas, otrora localizado principalmente en pequeños
y medianos poblados, y hoy centrado en las capitales departa-
mentales.
Alrededor de la mitad de las luchas cívicas del decenio de
los noventa se llevó a cabo en capitales departamentales, ponien-
do en evidencia los efectos de la apertura económica y del arri-
bo de miles de desplazados sobre la gestión y el ordenamiento
urbanos, lo que obligó a las administraciones locales a incorpo-
rar en sus agendas aspectos como el cambio de uso y la den-
sificación del suelo urbano, la productividad, la generación de
empleo y la informalidad urbana. Bogotá fue el escenario de la
mayor cantidad de acciones cívicas, dando cuenta de la centra-
lidad que conserva tanto en el poder como en la posibilidad de
darle visibilidad a conflictos de diversos sectores sociales prove-
nientes de todas las regiones del país.
Tan sólo 6,3% de las acciones tuvo carácter regional, pero
involucró un alto número de municipios y algunas llegaron a ser
departamentales, las cuales demandaron vías y transporte, un
clima favorable a la paz, realización de diálogos regionales con
participación civil, protección a los derechos humanos, cese a la
fumigación de cultivos ilícitos y desarrollo regional.
La localización de las luchas cívicas y el paulatino retorno a
las acciones regionales podría tener una explicación relaciona-
[118] MARTHA CECILIA GARCÍA

da con el escenario de la guerra que preferencialmente está en


zonas rurales o en pequeños poblados, a pesar de que también
se viene enquistando en las ciudades. Podría afirmarse, enton-
ces, que el miedo a hacer manifestaciones públicas y colectivas
para reivindicar demandas sociales está cercenando la protesta
en los pequeños cascos urbanos.
Si bien los paros y movilizaciones de la década se concentra-
ron en el ámbito local, las demandas se hicieron mayoritariamente
ante el gobierno nacional, lo que nuevamente dejó sin piso la
intención de que la reforma municipal contribuyera a descentra-
lizar los escenarios y los adversarios de los conflictos sociales.

PARA SEGUIR EL DEBATE

Como se ve a lo largo de este ensayo, los movimientos cívicos


otrora fuertes han ido declinando. Claro que cabría preguntar-
se si sólo existieron en el imaginario de los intelectuales que pre-
tendían encontrar gérmenes de nuevos sujetos políticos o ade-
cuar teorías foráneas a nuestra propia realidad, como se dijo en
este mismo escenario.
Soy de la postura de que sí existieron y desempeñaron un
papel preponderan te en la vida del país. Es más, creo que -como
lo señaló el maestro Fals Borda en su charla inaugural- algunos
permanecen como rescoldos que esperan vientos para inflamarse
de nuevo. El caso del CIMA, aquí comentado, nos muestra el re-
nacimiento de un movimiento que hubiéramos podido calificar
como extinguido.
A pesar de la crisis en la que se halla la mayoría de los movi-
mientos urbano-regionales y, quizás por esta misma razón, la pro-
testa cívica continúa y va en ascenso. La organización y cobertu-
ra alcanzada por muchos de ellos había logrado articular
múltiples microdemandas y coordinar diversas acciones de sus
participantes que iban de la protesta a la propuesta, de la dis-
Luchas y movimientos cívicos en Colombia [119]

rupción a la negociación de sus peticiones. Hoy, los pobladores


siguen recurriendo a las acciones colectivas para presentar sus
demandas porque son conscientes de las diferencias regionales
e intraurbanas 47 y reconocen la existencia de posibilidades de
cambio. La movilidad socioespacial, los medios de comunicación,
la escuela, entre otros, dan la posibilidad, a la población del más
apartado rincón del país, de percibir la existencia de regiones
con diferentes grados de desarrollo económico y social y condi-
ciones de vida marcadamente desiguales, que expresan las di-
mensiones espaciales del desarrollo.
De otra parte, aunque los pobladores también hagan uso de
los mecanismos y espacios institucionales de participación, és-
tos no han sido tan efectivos y eficaces para solucionar sus pro-
blemas colectivos de vieja data. Por ello, como lo anotamos en
la introducción, a través de las luchas cívicas se le exige con ur-
gencia al Estado cumplir con su papel como garante de los bie-
nes y servicios colectivos y de los derechos y garantías individuales
y colectivas, y más que constituir insubordinación o pretender
alterar el orden público, estas acciones expresan el deseo de sus
protagonistas de ser integrados al sistema institucional. Son un
mecanismo para hacer visibles sus demandas, no sólo ante el
Estado sino ante la sociedad en su conjunto.
No obstante, varias acusaciones recaen, de manera perma-
nente, sobre las acciones cívicas: se les tilda de ser irracionales;
de alterar el orden público y violar los derechos de otros, sin
reconocer que éstas exigen el respeto a los derechos de los ma-
nifestantes; de tener móviles políticos más que sociales o econó-
micos y, finalmente, la de ser instigadas y/o dirigidas por la gue-

47
La referencia a estas desigualdades permite denominar a estos movimien-
tos y luchas como "urbanos" o "regionales", según sea su alcance, ya que los
caracteriza mejor que el apelativo de cívicos.
[ 120 ] MARTHA CECILIA GARCÍA

rrilla48. Tales señalamientos han servido tanto para que el Esta-


do se oponga frontalmente a estas acciones colectivas y de un
tratamiento prioritariamente militar al conflicto social como para
que sus líderes y participantes sean víctimas de grupos armados
de diverso signo.
Resulta paradójico que los pobladores expresen sus deman-
das a través de acciones cívicas reivindicativas realizadas en ám-
bitos públicos, desde hace tanto tiempo, y que aún la sociedad
en su conjunto no haya tenido la capacidad de construir un es-
pacio público político donde se resuelvan los conflictos sociales.
Este panorama de las luchas cívicas implica nuevos retos de
comprensión por parte de quienes queremos contribuir con
nuestro conocimiento a que esa utopía cotidiana que ellas enar-
bolan tenga un lugar en nuestra sociedad.

48
Aunque en algunas zonas del país a la acción de las organizaciones sociales
y gremiales se suman la guerrilla y las autodefensas como actores políticos y
militares, no puede imputársele exclusivamente a la presión armada la partici-
pación de distintas fuerzas sociales y políticas en movilizaciones y paros.
Luchas y movimientos cívicos en Colombia [ 121 ]

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APÉNDICE

Los autores
Los autores 1 547 ]

ORLANDO FALS BORDA, sociólogo e historiador. En la actualidad


trabaja como profesor del Instituto de Estudios Políticos y
Relaciones Internacionales (lepri) de la Universidad Nacio-
nal de Colombia.

MAURICIO ARCHILA, historiador. Se desempeña como profesor


asociado de la Universidad Nacional de Colombia e investi-
gador del Centro de Investigación y Educación Popular
(Cinep).

ALVARO DELGADO, periodista, se halla vinculado al Cinep, don-


de trabaja como investigador.

MARTHA CECILIA GARCÍA es socióloga y trabaja como investiga-


dora en el Cinep.

MARÍA CLEMENCIA RAMÍREZ prepara actualmente su tesis de doc-


torado en antropología. Es funcionaria del Instituto Colom-
biano de Antropología e Historia (ICANH).

ha trabajado con el ICANH. Actualmente


H E N R Y SALGADO R U I Z
es subdirector académico del Departamento de Investigacio-
nes de la Universidad Central.

RENZO RAMÍREZ BACCA es candidato al doctorado en Historia


de la Universidad de Gotemburgo y becario del Instituto
Sueco.

es politóloga, investigadora del Cinep


INGRID J O H A N N A BOLÍVAR
y profesora de la Universidad de los Andes.

MARGARITA CHAVES CHAMORRO, antropóloga, trabaja como in-


vestigadora en el ICANH.
[ 548 1 APÉNDICE

CARLOS VLADIMIR ZAMBRANO realiza trabajos de investigación


para el ICANH. Es antropólogo.

ASTRID ULLOA. En la fecha, es candidata al ph. d. en antropolo-


gía. También se desempeña como investigadora del ICANH.

MAURICIO PARDO es antropólogo e investigador del ICANH.

PATRICIA TOVAR trabaja como investigadora en el ICANH. ES


antropóloga.

JULIO EDUARDO BENAVIDES CAMPOS es comunicador social e in-


vestigador de la Universidad Central.

MAURICIO ROMERO, economista y politólogo, trabaja como in-


vestigador del lepri de la Universidad Nacional de Colom-
bia.

FLOR ALBA ROMERO es antropóloga y especialista en derechos


humanos. Trabaja en el lepri de la Universidad Nacional de
Colombia.

FABIO LÓPEZ DE LA ROCHE, historiador de formación, en la ac-


tualidad es profesor del lepri de la Universidad Nacional de
Colombia.

REINALDO BARBOSA ESTEPA, historiador. Se halla vinculado como


investigador al Centro de Estudios Sociales de la Universi-
dad Nacional de Colombia.

LEONOR PERILLA LOZANO es trabajadora social y se desempeña


como docente en el departamento de Trabajo Social de la
Universidad Nacional de Colombia.
ÍNDICE

Movimientos sociales, Estado y democracia en Colombia

PREÁMBULO
6

Comentarios sobre la diversidad de los movimientos sociales 10


Orlando Fals Borda
Vida, pasión y... de los movimientos sociales en Colombia 16
Mauricio Archila

PRIMERA PARTE
Luchas laborales y cívicas
49

Las nuevas relaciones de trabajo en Colombia 51


Alvaro Delgado
Luchas y movimientos cívicos en Colombia durante
los ochenta y los noventa, transformaciones
y permanencias 88
Martha Cecilia García
SEGUNDA PARTE
Protestas agrarias
125

Los movimientos cívicos como movimientos sociales


en el Putumayo: el poder visible de la sociedad civil
y la consrrucción de una nueva ciudadanía 127
María Clemencia Ramírez
Procesos y estrategias socio-organizativas en el Guaviare 150
Henry Salgado Ruiz
El movimiento cafetero campesino y su lucha contra
los efectos de la apertura económica 173
Renzo Ramírez Bacca
MOVIMIENTOS SOCIALES

TERCERA PARTE
Acción colectiva y etnicidad
205

Estado y participación: ¿La centralidad de lo político? 207


Ingrid Johanna Bolívar
Discursos subalternos de identidad y movimiento indígena
en el Putumayo 234
Margarita Chaves Chamorro
Conflictos por la hegemonía regional.
Un análisis del movimiento social y étnico
del Macizo Colombiano 260
Carlos Vladimir Zambrano
El nativo ecológico: movimientos indígenas
y medio ambiente en Colombia 286
Astrid Ulloa
Escenarios organizativos e iniciativas institucionales
en torno al movimiento negro en Colombia 321
Mauricio Pardo

CUARTA PARTE
Movimientos de mujeres
347

Las Policarpas de fin de siglo: mujeres, rebelión,


conciencia y derechos humanos en Colombia 349
Patricia Tovar
Movimientos de mujeres populares en el Perú:
madres aprendiendo juntas a gestar ciudadanía 375
Julio Eduardo Benavides Campos
índice

QUINTA PARTE
Movilizaciones por la paz y derechos humanos
403

Movilizaciones por la paz, cooperación


y sociedad civil en Colombia 405
Mauricio Romero
El movimiento de derechos humanos en Colombia 441
Flor Alba Romero

SEXTA PARTE
Imaginarios, territorios y normatividad
473

Medios de comunicación y movimientos sociales:


Incomprensiones y desencuentros 475
Fabio López de la Roche
Imaginarios colecrivos y crisis de representación:
las disputas territoriales en un Estado en entredicho 495
Reinaldo Barbosa Estepa
Acerca de la noción de problema social en la Reforma
Constitucional de 1936 y la Constitución de 1991,
como expresión del Estado social
y social de derecho en Colombia 522
Leonor Perilla Lozano

APÉNDICE
545
Los autores 547

ÍNDICE
549
Este libro se terminó de imprimir
En el mes de Abril del aflo 2002
En los talleres de Litocamargo Ltda.
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SEGUNDA PARTE

Protestas agrarias
María Clemencia Ramírez

LOS MOVIMIENTOS CÍVICOS COMO MOVIMIENTOS


SOCIALES EN EL PUTUMAYO: EL PODER VISIBLE DE LA
SOCIEDAD CIVIL Y LA CONSTRUCCIÓN DE UNA NUEVA
CIUDADANÍA*

En esta ponencia me referiré a las marchas cocaleras que tuvie-


ron lugar en los departamentos de Guaviare, Putumayo y Caquetá
entre julio y septiembre de 1996, haciendo referencia en algu-
nos apartes de la ponencia a la Amazonia occidental como tal y,
en otros, al caso concreto del Putumayo.
Como presupuesto inicial, sostengo que las marchas cocaleras
de 1996 no pueden entenderse desligadas de otros paros y
movimientos cívicos anteriores a éstas, que desde una perspec-
tiva de larga duración son manifestaciones coyunturales de
movimientos sociales centrados alrededor de una demanda cen-
tral: el reconocimiento por parte del Estado-nación colombia-
no tanto de su ciudadanía como de sus derechos adscritos como
ciudadanos y como habitantes con larga permanencia -si no
oriundos- en la región amazónica.
Con el ánimo de contribuir al debate sobre los nuevos movi-
mientos sociales a partir de este caso, quiero dejar planteados
tres puntos centrales para la discusión:

* Esta ponencia forma parte de ia tesis de doctorado en curso para el departamento


de Antropología Social de la Universidad de Harvard. El trabajo de campo lo realicé
en el Putumayo y Baja Bota caucana, en el marco de un proyecto de investigación del
Instituto Colombiano de Antropología financiado por Colciencias, bajo mi dirección,
que se desarrolló también en los departamentos del Guaviare y Caquetá. Para mi tra-
bajo de grado, he recibido la financiación de la Wenner-Gren Foundation for
Anthropological Research y del United States Institute of Peace.
[ 128 ] MARÍA CLEMENCIA RAMÍREZ

En primer lugar, y como resultado del anterior presupues-


to, se hace indispensable analizar detenidamente los procesos
de exclusión y marginalización a los cuales se han visto expuestos
los habitantes de la Amazonia occidental y, más específicamente,
la población colona. Se puede afirmar que la construcción de la
marginalidad de la región amazónica es definitivamente una
estructura de larga duración que explica y legitima las políticas
que se dictan desde el gobierno central para esta región. Esta
relación que se establece entre el centro del país y esta región
marginal es un eje de análisis desde la perspectiva de la repre-
sentación que de una región se hace de la otra: la exclusión del
otro (en este caso los habitantes de la región amazónica) y la per-
cepción o asunción de esta exclusión por parte del mismo esta-
ría reflejando una relación de espejo que no puede perderse de
vista, y se torna recurrente en los discursos que se construyen
por unos y otros sobre esta región, así como en el desarrollo del
movimiento de los cocaleras.
En segundo lugar, y en respuesta a estos procesos de exclu-
sión, en el Putumayo se observa como una constante a lo largo
de las últimas décadas la tendencia de los movimientos sociales
a convertirse en movimientos políticos autónomos de los parti-
dos tradicionales. Su búsqueda por lograr una inclusión en el
sistema político nacional, caracterizado por la exclusión siste-
mática de partidos políticos de oposición a los dos partidos tra-
dicionales que detentan el poder, ha sido constante, y en este
sentido podríamos hablar del ejercicio de una política de la inclu-
sión "dirigida hacia las instituciones políticas buscando que nue-
vos actores políticos ganen reconocimiento por parte de los
miembros de la sociedad política y así poder ganar beneficios
para aquellos que ellos representan" (Cohén y Arato 1994: 526).
Sin embargo, se hace evidente que esta búsqueda de inclu-
sión política ha sido impedida sistemáticamente por la violen-
cia institucional y/o estatal que se ha instaurado en Colombia y
Los movimientos cívicos en el Putumayo [ 129 ]

que se dirige contra cualquier partido político de oposición. Tal


como lo han anotado Uprimny y Vargas (1989: 116), la guerra
sucia "es un mecanismo de oposición a la política de paz, a la
legalización de la actividad guerrillera y a la apertura de espa-
cios políticos para nuevas fuerzas"1. En este contexto, y consi-
derando que es en la Amazonia occidental donde las FARC han
establecido "otro gobierno dentro del gobierno", según decla-
raciones de Manuel Marulanda Vélez (Entrevista en Semana,
enero 18/99: 22), el logro de una representatividad política den-
tro del sistema político institucional se torna fundamental para
estos movimientos sociales surgidos en el seno de una sociedad
civil estigmatizada por la presencia guerrillera en la zona y que,
por consiguiente, es permanentemente atacada, amenazada y
deslegitimada.
En tercer lugar, y a partir de esta situación de conflicto que
conlleva a la estigmatización y deslegitimación, la relación que
se establece entre el Estado y la sociedad civil2 debe ser discuti-
da con detenimiento, centrándose en el análisis de cómo se ma-

1
Para la década de los ochenta Uprimny y Vargas (1989: 118-119) señalan, res-
pecto a los sectores victimizados por la guerra sucia: "desde el punto de vista de la
extracción social, la guerra sucia ha tendido a golpear sobre todo al campesinado y
en segundo término a la clase trabajadora urbana. Desde el punto de vista de la
actividad pública se ha concentrado en los líderes populares, sindicalistas, activistas
políticos y educadores, aun cuando también afecta a los sectores intelectuales y a los
mismos funcionarios oficiales (...en la actualidad) la guerra sucia no sólo ha aumen-
tado en intensidad sino que se ha urbanizado de forma creciente".
2
En cuanto a la definición del concepto sociedad civil, referido principalmente a la
relación sociedad-Estado, para lo que atañe a la discusión que aquí se presenta, es
fundamental tener en cuenta dos características que le han sido señaladas por di-
versos autores (Bejarano, 1992; Lechner, 1996; Bonamusa, 1997; Keane, 1998) que
se han ocupado de reflexionar sobre ésta: en primer lugar, su independencia del
Estado y su concreción en organizaciones diversas al margen del sistema de los par-
tidos políticos, permitiendo establecer determinadas relaciones Estado-sociedad,
según las organizaciones que se encuentren en la zona objeto de estudio y las for-
mas en que actúa el Estado en la misma.
[ 130 ] MARÍA CLEMENCIA RAMÍREZ

nifiesta la democratización de la vida cotidiana en dicho con-


texto y, más aún, cómo se percibe el ejercicio de la ciudadanía.
A pesar de que es debido a la expansión de un cultivo ilícito y a
la presencia de las FARC en la zona que los cocaleras han ganado
la atención del Estado, la insistencia en dialogar con los repre-
sentantes del gobierno central y, aún más, de hacer uso de las
herramientas dadas por la Constitución de 1991 en el contexto
de la democracia participativa, para hacerse oír por el Estado
central, es sobresaliente durante y después de las marchas, he-
cho que debe resaltarse. Más aún, la sociedad civil en la región
de la Amazonia occidental busca, a través de estas acciones de
participación ciudadana, plantear su posición autónoma frente
a los grupos armados en la zona (paramilitares, guerrilla y ejér-
cito), promotores de una guerra civil, guerra que se vuelve in-
minente con la posible aprobación del paquete de ayuda militar
por parte de Estados Unidos.
Cohén y Arato (1994) han insistido en que la influencia de
la sociedad civil sobre la sociedad política es una dimensión cen-
tral de la democracia. Para estos autores, la sociedad civil se tor-
na así no sólo en terreno para la acción colectiva contemporá-
nea, sino en objetivo de los movimientos sociales, por cuanto se
busca democratizar las relaciones sociales dentro de la sociedad
civil. Los movimientos sociales juegan un papel fundamental en
este sentido, por cuanto su éxito lo conciben como el logro de
la democratización de valores, normas e instituciones enraizadas
en una cultura política. Además de unapolítica de la inclusión, Co-
hén y Arato (1994) consideran que los nuevos movimientos so-
ciales buscan también influir sobre el discurso político hegemó-
nico y, más aún, sobre las instituciones, e introducen la política
de la influencia y la política de la reforma como otros aspectos fun-
damentales para tener en cuenta en el análisis de los objetivos
y/o logros de los nuevos movimientos sociales:
Los movimientos cívicos en el Putumayo [131]

Unapolüka de la influencia que busca alterar el universo del dis-


curso político para acomodar nuevas y necesitadas interpretaciones,
nuevas identidades y nuevas normas, es también indispensable. Sólo
con una combinación de esfuerzos puede ser restringida y controla-
da la colonización administrativa y económica de la sociedad civil
que tiende a congelar las relaciones de dominación y crear nuevas
dependencias. Finalmente, el avance en la democratización de las
instituciones políticas y económicas (unapolítica de la reforma) es tam-
bién central para este proyecto. Sin este esfuerzo cualquier ganan-
cia dentro de la sociedad civil sería tenue (Cohén y Arato, 1994: 526).

Si partimos de la imposibilidad de lograr una inclusión en el


sistema político nacional -a pesar de haberlo logrado localmente
algunos movimientos cívicos en momentos coyunturales-, la pre-
gunta sobre la política de la influencia de estos movimientos sociales
sobre el campo de lo político y, más aún, su incidencia en la refor-
ma de las instituciones del Estado así como en sus políticas hacia
la región, se convierte en eje del movimiento de los cocaleros de
1996, por cuanto nos introduce en el análisis de la relación que se
establece en áreas de conflicto entre el Estado y la sociedad civil.
Este análisis cobra aún más importancia si tenemos en cuenta
la crisis de hegemonía por la cual atraviesa desde la década de
los ochenta el régimen político colombiano3, que durante el go-
bierno de Samper se hizo aún más evidente a partir de las acu-
saciones referentes a la financiación de su campaña con dineros

3
Para un análisis de la crisis de hegemonía del gobierno durante la década de los
ochenta, véase Uprimny y Vargas (1989: 143), quienes establecen como hipótesis que
"la guerra sucia es una de las expresiones de las dificultades del régimen político
colombiano a inicios de los ochenta: éstas derivan de una doble crisis de hegemo-
nía, en el sentido que Poulantzas da a estos términos: crisis de hegemonía del blo-
que tradicional en el poder con respecto a las clases subordinadas, por el agotamiento
relativo de los mecanismos tradicionales de dominación; crisis de la hegemonía
dentro del mismo bloque en el poder, por la presencia de los empresarios de la dro-
[138] MARÍA CLEMENCIA RAMÍREZ

a la región central del país. Aún más, el general Bedoya enfatiza


que los cultivadores de coca son inmigrantes venidos de todas
partes del país, a quienes los mañosos les prestan plata para sem-
brar, recoger y procesar la coca, y una vez les empiezan a cobrar
"esta gente llegada de todas partes del país no tiene cómo res-
ponder y queda atrapada, secuestrada por las FARC, que la obli-
ga a promover paros como los que estamos viendo", y sostiene
que hay que mantener las medidas represivas y las zonas de or-
den público, "para proteger a la gente que es prisionera de la
mafia. Son esclavos movidos como recuas por los terroristas de
las FARC" (declaraciones del general Bedoya, en Padilla, Cambio
16, N 2 164, agosto 5/96: 18-20). De esta manera, se impide a los
campesinos cualquier iniciativa y, aún más, se les compara con
animales.
Sibley (1995: 27) ha señalado cómo deshumanizar a través
de la adscripción de atributos animales a los otros es una mane-
ra de legitimar su explotación y exclusión de la sociedad civili-
zada. A partir de estos marcadores de identidad impuestos a los
cocaleros como grupo social, se representan como dominados y
aún más secuestrados por las FARC, por lo cual se afirma que los
campesinos "aceptan huir del acoso de las FARC con la ayuda del
ejército", y así se empieza a forzar el desplazamiento de la gente
del Guaviare hacia Villavicencio por parte de las fuerzas arma-
das. Este desplazamiento, sumado a la destrucción de cultivos y
laboratorios, busca, según el general Bedoya, "dejar sin trabajo
a cerca de 100.000 coqueros de Guaviare, Caquetá y Putumayo"
y "cuando se les acabe el trabajo, tendrán que irse como llega-
ron porque, para citar el caso del Guaviare, ni el 2% de los habi-
tantes nació allí. Nosotros estamos ayudando a trasladarlos" (de-
claraciones del general Bedoya, en Padilla, Cambio 16, N2 164,
agosto 5/96: 18-20). Es tal el desconocimiento y la invisibilidad
de los antiguos pobladores de esta región, que el general Bedoya
llega a afirmar que "hay sitios donde sembrar algo distinto a la
Los movimientos cívicos en el Putumayo [ 131 ]

Unapolüica de la influencia que busca alterar el universo del dis-


curso político para acomodar nuevas y necesitadas interpretaciones,
nuevas identidades y nuevas normas, es también indispensable. Sólo
con una combinación de esfuerzos puede ser restringida y controla-
da la colonización administrativa y económica de la sociedad civil
que tiende a congelar las relaciones de dominación y crear nuevas
dependencias. Finalmente, el avance en la democratización de las
instituciones políticas y económicas (unapotítica de la reforma) es tam-
bién central para este proyecto. Sin este esfuerzo cualquier ganan-
cia dentro de la sociedad civil sería tenue (Cohén y Arato, 1994: 526).

Si partimos de la imposibilidad de lograr una inclusión en el


sistema político nacional -a pesar de haberlo logrado localmente
algunos movimientos cívicos en momentos coyunturales-, la pre-
gunta sobre la política de la influencia de estos movimientos sociales
sobre el campo de lo político y, más aún, su incidencia en la refor-
ma de las instituciones del Estado así como en sus políticas hacia
la región, se convierte en eje del movimiento de los cocaleros de
1996, por cuanto nos introduce en el análisis de la relación que se
establece en áreas de conflicto entre el Estado y la sociedad civil.
Este análisis cobra aún más importancia si tenemos en cuenta
la crisis de hegemonía por la cual atraviesa desde la década de
los ochenta el régimen político colombiano3, que durante el go-
bierno de Samper se hizo aún más evidente a partir de las acu-
saciones referentes a la financiación de su campaña con dineros

3
Para un análisis de la crisis de hegemonía del gobierno durante la década de los
ochenta, véase Uprimny y Vargas (1989: 143), quienes establecen como hipótesis que
"la guerra sucia es una de las expresiones de las dificultades del régimen político
colombiano a inicios de los ochenta: éstas derivan de una doble crisis de hegemo-
nía, en el sentido que Poulantzas da a estos términos: crisis de hegemonía del blo-
que tradicional en el poder con respecto a las clases subordinadas, por el agotamiento
relativo de los mecanismos tradicionales de dominación; crisis de la hegemonía
dentro del mismo bloque en el poder, por la presencia de los empresarios de la dro-
[ 132 ] MARÍA CLEMENCIA RAMÍREZ

provenientes del narcotráfico. La intensificación de las fumi-


gaciones y de la penalización de los cultivadores de coca se tra-
duce en una forma de posicionarse frente a los Estados Unidos
como persecutor del narcotráfico, pero al mismo tiempo se ge-
nera un gran movimiento social cocalero que devela en la prácti-
ca la falta de políticas estatales planificadas para complementar
esta fumigación con planes alternativos de producción para los
campesinos, lo cual deslegitima al Estado frente a los habitan-
tes del Putumayo, haciendo que el movimiento gane más adep-
tos que cuestionan al Estado, sin embargo, al mismo tiempo, y
ésta es la paradoja, al analizar el desarrollo del movimiento no
se plantea una lucha frontal contra el Estado, sino que, por el
contrario, se demanda la presencia efectiva del mismo en la zona,
por cuanto es el apoyo del Estado el único camino que los re-
presentantes de la sociedad civil ven para lograr una alternativa
democrática participativa frente a la guerra contra las drogas de-
clarada por Estados Unidos y las fuerzas armadas. En palabras
del general Bedoya, una vez se inician las marchas en el Guaviare:
"Vamos a recuperar este territorio que está inundado de culti-
vos ilícitos. El gobierno y las fuerzas armadas van a combatir este
flagelo. Ésta es una guerra que vamos a ganar, estamos empe-
zándola, nos vamos a demorar un rato, pero la vamos a ganar
completamente" (declaraciones en el Noticiero AM-PM).

LOS MOVIMIENTOS CÍVICOS COMO MOVIMIENTOS SOCIALES Y/O


POLÍTICOS: EL CASO DEL MOVIMIENTO CÍVICO DEL PUTUMAYO

La marcha cocalera de 1996 fue organiza da por el Movimiento


Cívico Regional del Putumayo, el cual se consolida como tal a fi-

ga, una poderosa nueva fracción dominante que no logra tener la expresión política
y social que corresponde a su poder económico y militar".
Los movimientos cívicos en el Putumayo [ 133 ]

nales de 1994, en el marco de un paro cívico que tuvo lugar entre


el 20 de diciembre de 1994 y el 11 de enero de 1995, en respues-
ta a la intensificación de la "guerra con glifosato" como política
del gobierno para la erradicación de los cultivos ilícitos, pero so-
bre todo demandando la implementación del Plan Nacional de
Desarrollo Alternativo (PLANTE), retomando su planteamiento cen-
tral de "complementar las campañas de erradicación forzosa,
mediante inversiones de carácter social" (documento CONPES
2734, 1994). Además, se exigió la ejecución de obras de infraes-
tructura, como la interconexión eléctrica, vías y programas en
educación y salud, y destinación de las regalías del petróleo para
programas de desarrollo comunitario, y se demandó la iniciación
de las negociaciones con la guerrilla, insistiendo en que "la paz
se debe lograr a través de cambios concretos en los aspectos so-
ciales, políticos y con la participación de la sociedad civil".
Al hacerle un seguimiento a este Movimiento Cívico Regio-
nal que durante las marchas se amplía y se consolida como
Movimiento Cívico para el Desarrollo Integral del Putumayo,
se hace evidente que se trata de un movimiento social que se
había venido gestando como resultado de los diversos paros cí-
vicos que habían tenido lugar en el Putumayo. Frente a prácti-
cas políticas de los partidos tradicionales, como la exclusión de
otros partidos, el clientelismo y la maquinaria política, los líde-
res locales contraponen una cultura política de resistencia que a
la vez responde y es moldeada por estas prácticas dominantes, y
se convierte en un discurso contrahegemónico que, como tal, es
perseguido y censurado por las élites4. En palabras de un fun-

4
Williams Roseberry (1994: 360) retoma el concepto de hegemonía de Gramsci
para entender la lucha entre grupos dominadores y subalternos y señala: "Las for-
mas en que las palabras, imágenes, símbolos, formas, organizaciones, instituciones
y movimientos son utilizados por poblaciones subordinadas para hablar de enten-
[ 134 ] MARÍA CLEMENCIA RAMÍREZ

cionario de la región al referirse a los paros cívicos que han te-


nido lugar en el Putumayo desde la década de los setenta:

Estos fenómenos de tipo social se deben y se gestan funda-


mentalmente ante el vacío de la dirigencia política tradicional que,
la verdad sea dicha, apunta muy al beneficio individual, al bene-
ficio grupista o partidista, pero, con contadas excepciones, no ha
habido una representación a nivel del Congreso o de la misma
gobernación y de las mismas alcaldías, líderes que hagan esta fun-
ción, que sean unos verdaderos gestores del desarrollo del depar-
tamento. En consecuencia, ante ese vacío y los innumerables
problemas, la gente se va apersonando, se va organizando en mo-
vimientos sociales, movimientos cívicos que han terminado en
paros muy largos, de pronto costosos para la región en términos
de debilitar la frágil economía, más que todo comercial, de los
distintos municipios del departamento, y también costosos en
vidas y costoso en lo que entraña generar ambientes de conflicto,
profundizar unos conflictos que de base acá se han asentado (en-
trevista a líder político local en Mocoa, 1999).

Otro líder político local aclara que a lo largo del tiempo han
surgido diferentes movimientos políticos, según zonas específi-
cas del Putumayo (por ejemplo en Puerto Guzmán, Puerto Leguí-
zamo, Orito, Mocoa), pero insiste en que aunque el nombre cam-
bia, las ideas son las mismas, situación que para los políticos
tradicionales no es ajena, y agrega:

Creo que el Putumayo tiene una dinámica nueva, el hecho


de que los movimientos cívicos, movimiento Unidad Campesina

der, confrontar, acomodarse a, o resistir su dominación están moldeadas por los


mismos procesos de dominación".
Los movimientos cívicos en el Putumayo [ 135 ]

[movimiento político], movimientos nuevos que han surgido, si


no han podido continuar hacia el futuro, se han tenido que mu-
dar, pero siguen, continúan y eso es esperanzador (entrevista a ex
alcalde de Puerto Leguízamo, 1999).

Es en esta medida que se puede hablar de la emergencia de


nuevos movimientos sociales en la región de la Amazonia occi-
dental, movimientos que abren diversos espacios políticos, gene-
ran pluralidad de demandas y cuestionan los partidos políticos
tradicionales, buscando, sin embargo, ser reconocidos y poder
articularse, a través de la consolidación de movimientos políticos,
al discurso hegemónico del Estado central. Tanto Santana (1992)
como Archila (1995) han señalado la tendencia de los movimien-
tos cívicos hacia su conversión en movimientos políticos, pero
ambos concluyen que no logran consolidarse como tales, lo cual
se cumple para el caso de la Amazonia occidental. Archila (1995:
276-277) señala además como algo "paradigmático" que los mo-
vimientos cívicos son "la expresión más dinámica de la acción
colectiva en el país, tanto, que atraen e incorporan a otros movi-
mientos, incluidos los típicos de clase, recomponiendo identida-
des". ¿Cómo se recomponen esas identidades en el caso del
Putumayo y del movimiento social de los cocaleros}

LA EMERGENCIA DE IDENTIDADES COLECTIVAS POLITIZADAS COMO


RESPUESTA A LA EXCLUSIÓN Y LA MARGINALIZACIÓN

En el movimiento social de los cocaleros se pone en evidencia la


política del reconocimiento, la cual se define en relación con la cons-
trucción de identidades, de acuerdo como la entiende Taylor
(1995: 249):

Nuestra identidad está parcialmente moldeada por el reco-


nocimiento o la ausencia de éste, muchas veces por el desconocí-
[ 136 ] MARÍA CLEMENCIA RAMÍREZ

miento o reconocimiento distorsionado (misrecognition) de los otros,


de manera que una persona o grupo de personas pueden sufrir
daño y deformación si las personas o la sociedad a su alrededor
les reflejan a manera de espejo una imagen de ellos mismos de-
gradante, reducida o despreciativa. El desconocimiento o el reco-
nocimiento distorsionado puede producir daño, puede conver-
tirse en una forma de opresión, al confinar a alguien dentro de
una forma de ser falsa, deformada y reducida.

Taylor está enfatizando no sólo que la identidad de un gru-


po se define en relación con o en contra de los significativos otros
(en el caso de los habitantes de la Amazonia, sus significativos
otros son los representantes del Estado central), sino también
que el reconocimiento, así como el desconocimiento y el reco-
nocimiento distorsionado, forja identidades. Al respecto, Young
(1990: 44) enfatiza que los grupos son expresión de relaciones
sociales y, por consiguiente, un grupo social existe sólo en rela-
ción con otro grupo. La identificación de un grupo social emerge
en su interacción con otros, al experimentar diferencias como
grupo a su interior, en sus formas de vida, de asociación, aun
cuando se reconozcan como pertenecientes a la misma sociedad.
Los significados que los definen como grupo son reconocidos
como propios, ya sea porque éstos hayan sido impuestos sobre
ellos, forjados por ellos, o ambos.
La idea que Young introduce sobre la imposición de signifi-
cados como grupo por parte de otro grupo es fundamental en
el análisis de las identidades colectivas que emergen en el movi-
miento social de los cocaleros, como se verá a continuación.
Young lleva su análisis sobre el concepto de grupo social al pun-
to de insistir en que

[...] algunas veces un grupo emerge como tal porque otro gru-
po lo excluye y le pone una etiqueta, un nombre a una categoría
Los movimientos cívicos en el Putumayo [ 137 ]

de personas, y aquellos rotulados se identifican como miembros


de este grupo poco a poco, sobre la base de su opresión compar-
tida (Young, 1990: 46).

Wendy Brown (1995) lleva esta reflexión más lejos e insiste


en que, cuando se protesta contra la marginalización o la subor-
dinación, las identidades políticas se ven adscritas a su propia
exclusión, porque es a partir de esta exclusión que existen como
identidad. Más aún, analiza que al tratarse de identidades estruc-
turadas por el resentimiento -y aun cuando con las protestas se
busca liberarse del sufrimiento al que se han visto expuestos
aquellos grupos marginados-, este resentimiento alimenta la su-
jeción, hasta el punto de que una identidad politizada que se
presenta como una autoafirmación puede predicar y requerir el
rechazo sostenido por parte del otro para existir como tal.
Estas reflexiones son centrales para entender que las identi-
dades colectivas en la Amazonia occidental están siendo moldea-
das por los sentimientos de exclusión y abandono por parte del
Estado central y la clase política hegemónica, y como resultado,
las identidades políticas que emergen lo hacen respondiendo a
este Estado central ausente, que cuando se hace presente durante
los paros cívicos es represivo, y reitera la condición de marginalidad
de sus r abitantes, tal como se hace evidente durante las marchas
cocaleras y los movimientos cívicos que las preceden.
A los cocaleros se les ha impuesto una identidad como gru-
po social, en el sentido que ha descrito Young: los campesinos
cocaleros son representados por las fuerzas armadas como "ma-
sas mañosas patrocinadas por el cartel de las FARC" (declaracio-
nes del general Bedoya, en Padilla, Cambio 16, N 2 164, agosto 5/
96: 18), de manera que el evento, de ser un movimiento campe-
sino, cambia su configuración al ser los campesinos cocaleros
tildados de delincuentes, dedicados a actividades ilícitas y, por
lo tanto, marginales económica, política y socialmente respecto
[ 138 ] MARÍA CLEMENCIA RAMÍREZ

a la región central del país. Aún más, el general Bedoya enfatiza


que los cultivadores de coca son inmigrantes venidos de todas
partes del país, a quienes los mañosos les prestan plata para sem-
brar, recoger y procesar la coca, y una vez les empiezan a cobrar
"esta gente llegada de todas partes del país no tiene cómo res-
ponder y queda atrapada, secuestrada por las FARC, que la obli-
ga a promover paros como los que estamos viendo", y sostiene
que hay que mantener las medidas represivas y las zonas de or-
den público, "para proteger a la gente que es prisionera de la
mafia. Son esclavos movidos como recuas por los terroristas de
las FARC" (declaraciones del general Bedoya, en Padilla, Cambio
16, N 2 164, agosto 5/96: 18-20). De esta manera, se impide a los
campesinos cualquier iniciativa y, aún más, se les compara con
animales.
Sibley (1995: 27) ha señalado cómo deshumanizar a través
de la adscripción de atributos animales a los otros es una mane-
ra de legitimar su explotación y exclusión de la sociedad civili-
zada. A partir de estos marcadores de identidad impuestos a los
cocaleros como grupo social, se representan como dominados y
aún más secuestrados por las FARC, por lo cual se afirma que los
campesinos "aceptan huir del acoso de las FARC con la ayuda del
ejército", y así se empieza a forzar el desplazamiento de la gente
del Guaviare hacia Villavicencio por parte de las fuerzas arma-
das. Este desplazamiento, sumado a la destrucción de cultivos y
laboratorios, busca, según el general Bedoya, "dejar sin trabajo
a cerca de 100.000 coqueros de Guaviare, Caquetá y Putumayo"
y "cuando se les acabe el trabajo, tendrán que irse como llega-
ron porque, para citar el caso del Guaviare, ni el 2% de los habi-
tantes nació allí. Nosotros estamos ayudando a trasladarlos" (de-
claraciones del general Bedoya, en Padilla, Cambio 16, N 2 164,
agosto 5/96: 18-20). Es tal el desconocimiento y la invisibilidad
de los antiguos pobladores de esta región, que el general Bedoya
llega a afirmar que "hay sitios donde sembrar algo distinto a la
Los movimientos cívicos en el Putumayo [ 139 ]

coca es imposible. Así ocurre en el sur del Guaviare. Allí lo que


hay que hacer es tratar de salvar esa selva que la narcoguerrilla
está acabando con los químicos de la coca" (declaraciones del
general Bedoya, en Padilla, Cambio 16, N2 164, agosto 5/96: 18-
20). Se antepone así la recuperación de la selva amazónica, de
acuerdo con el discurso hegemónico de preservación del medio
ambiente, a la atención de los campesinos y recolectores de coca
que insisten, con su movimiento, en develar un problema social
regional, en contestación al problema judicial de ilegalidad que
domina el discurso del Estado central, y exigen que se les escu-
che y se les reconozca como pobladores de la región, antes de ser
tildados como narcotraficantes y subversivos.
En este contexto de desconocimiento o reconocimiento dis-
torsionado por parte del Estado central de los habitantes del
Putumayo, Caquetá y Guaviare, la demanda central de los coca-
leros es la de ser reconocidos como habitantes de la región in-
teresados en su desarrollo y, por lo tanto, ser oídos y tenidos en
cuenta cuando se traten problemas referentes a su región, como
la erradicación de la coca. En palabras de los campesinos de la
vereda Villanueva en la jurisdicción de Mayoyoque (Putumayo):

Señores de Corpoamazonia, defensoría del pueblo, agricul-


tura, cómo vamos a sobrevivir los campesinos si el gobierno todo
nos fumiga; con los cultivos ilícitos, tamvién nos fumiga los líci-
tos. Prácticamente nos encontramos padeciendo de hambre. Nues-
tros pastos han sido fumigados junto con el plátano, la yuca, el
maiz, el arroz. Nosostros los campesinos lo que queremos es aserie enten-
der al gobierno que como ustedes tamvien somos humanos que tamvien
somos colombianos que como ustedes tamvien tenemos hijos. La pequeña
diferencia que ay entre sus hijos y los nuestros es que de sus hijos
nunca escucharán decir tengo hambre como nosotros escuchamos
a menudo de los nuestros después de la fumigación y lo único que
podemos responder la cruda verdad que el Gobierno con todo
[ 140 ] MARÍA CLEMENCIA RAMÍREZ

acabó (Carta dirigida a la Defensoría del Pueblo, Julio 26 1998.


Transcripción ortográfica original e itálicas mías).

Se hace evidente la asunción por parte de los habitantes de


la Amazonia occidental de su condición marginal y es así como
demandan al gobierno, en primera instancia, ser considerados
como seres humanos y, después, como ciudadanos colombianos.
Esta percepción de denigración, negación e invisibilidad va a
atravesar el discurso cultural y político que se maneja en la re-
gión. Ser señalado como colono cocalero se convierte así en una
categoría excluyente que genera resentimiento, por cuanto se
les adscribe una identidad negativa como gente al margen de la
ley, y como tal no se les adscribe un lugar dentro de la sociedad
legal y, peor aún, cuando se les reconoce un lugar, se les rotula
o categoriza como "auxiliares de la guerrilla" y, como tales, son
objeto de violencia sistemática.
Podemos afirmar entonces que la violencia del Estado, auna-
da a las crecientes exclusión, estigmatizadón y marginalización a
las que han estado sometidos los habitantes de la Amazonia occi-
dental por décadas, y a la importancia global que ha adquirido el
cultivo de la coca en el marco de la guerra contra las drogas, crea-
ron un movimiento social que demanda la presencia del Estado
civil y alternativas económicas al cultivo de la coca concertadas
con las comunidades.
Esta afirmación se hace evidente cuando un líder del Putuma-
yo explica cómo surge la necesidad de movilizarse, y pone de
manifiesto el desconocimiento del cual fueron objeto por parte
del Estado central antes de las marchas:

[...] las comunidades se dirigieron por escrito, buscaron en-


trevista con el nivel central, pidiendo Presidencia, Red de Solida-
ridad, Ministerios del Interior, Agricultura, Medio Ambiente, etc.,
sin que hayan encontrado eco o respuesta positiva a estas inquie-
Los movimientos cívicos en el Putumayo [ 141 ]

tudes, a estas manifestaciones de la comunidad y, en consecuen-


cia, ante esta falta de diálogo, esta falta de entendimiento de re-
cepción de la problemática por parte de la comunidad, ésta se vio
prácticamente abocada a irse organizando en los distintos muni-
cipios para afrontar el problema desde otro punto de vista, y apun-
taba fundamentalmente a movilizarse, a expresarse por distintos
medios (entrevista a líder político en Mocoa, 1999).

Aun cuando el eje del movimiento cocalero de 1996 se cen-


tró en la búsqueda del reconocimiento por parte del Estado
central del cultivo de coca como un problema social y económi-
co, antes que ser tratado como un problema punitivo de carác-
ter jurídico-legal como se venía haciendo, y así lograr un trata-
miento no represivo del problema, los acuerdos que se firmaron
se centraron alrededor de un listado de necesidades básicas en
servicios de electrificación, infraestructura vial, salud, saneamien-
to básico y seguridad social, educación, vivienda, recreación
deporte y cultura. Además se reiteraron los acuerdos suscritos
en el paro cívico anterior.
Se ha establecido como lugar común que la lucha por servi-
cios públicos e infraestructura no estructura un movimiento
social, y se habla de "listas de mercado" que no llevan a ninguna
solución concreta, que se quedan en el papel y que no se cum-
plen, que desmovilizan los movimientos cívicos y los llevan a su
desaparición. Esta mirada de corto alcance no permite enten-
der qué se busca, más allá del reconocimiento por parte del go-
bierno, de estas necesidades básicas insatisfechas. Tanto Alvarez
como Dagnino enfatizan que detrás de las demandas por infra-
estructura y servicios públicos, por parte de sectores excluidos,
como es el caso de los habitantes de la Amazonia occidental,
existe la expresión de la demanda del derecho a ser ciudadano.
En palabras de Alvarez (1997: 109):
[ 142 ] MARÍA CLEMENCIA RAMÍREZ

[...] los movimientos sociales proveen a los excluidos política


y socialmente con espacios públicos críticos y alternativos en los
cuales ellos pueden re/construir identidades culturalmente estig-
matizadas y aún más vilipendiadas y reclamar su "derecho a te-
ner derechos" no sólo de servicios sociales, sino de dignidad hu-
mana, diferencia cultural y/o equidad social.

En el movimiento social de los cocaleros, los campesinos in-


sistieron en demandar sus derechos o, incluso más, el derecho a
tener derechos como ciudadanos colombianos "dignos", cues-
tionando su señalamiento como personas al margen de la ley,
violentas y marginales. Así, se lee en una pancarta en Puerto Asís:
"Vereda Alto Piñuña Blanco se une con fuerza y dignidad para
exigirle al gobierno que respete y reconozca los derechos de los
campesinos". Durante las marchas un campesino es entrevista-
do en el puente de entrada a Florencia (Caquetá) y aclara contun-
dentemente;

Nosotros no venimos con propósitos de causar desórdenes.


Nosotros nuestro propósito, o el propósito que le he oído decir a
todos los marchantes, es: venimos a redamar nuestros derechos, veni-
mos a reclamar algo nuestro, nosotros no venimos a reclamar que
no se haga la fumigación, si, de pronto esa es la interpretación
que le han dado mucha gente, no. La mayoría, quizás todo el
mundo está de acuerdo en que se acabe la coca, digámoslo. No es
eso lo que estamos reclamando, que no se acabe la coca, sino que
hayan garantías, que hayan formas de trabajar tanto en el campo
como personas que están trabajando en el pueblo, personas, todo el mun-
do necesitamos nuestros derechos, entonces estamos reclamando es nues-
tros derechos (entrevista en el noticiero AM-PM. Itálicas mías).

En otra pancarta se expresa claramente: "Nosotros también


somos colombianos. ¿Por qué tanto abandono? Necesitamos un
Los movimientos cívicos en el Putumayo [ 143 ]

mejor futuro para nuestros hijos. Merecemos ser escuchados".


Un líder del movimiento, al referirse a la falta de inversión en
el departamento, afirma: "¿O es que nosotros no tenemos cé-
dula de ciudadanía así como la tienen ellos? La diferencia es que
ellos [se refiere a la clase dirigente] son ladrones y nosotros so-
mos humildes. Ésa es la gran diferencia, pero somos colombia-
nos. Pero colombianos somos, y somos los que trabajamos" (dis-
curso posterior a las marchas).
Pedro Santana (1993: 249), al evaluar el papel de la clase
obrera en la construcción de una sociedad democrática, conclu-
ye que se hace necesario que los trabajadores y sus organizacio-
nes entiendan la nueva dinámica de los movimientos sociales,
para lo cual deben dejar de verse sólo como trabajadores y con-
siderarse ciudadanos. Añade que este cambio implicaría una
nueva forma de relacionarse con los demás sectores subordina-
dos. Mientras pareciera por esta afirmación que el reivindicarse
como ciudadanos no se hace evidente en los movimientos obre-
ros, es el eje para grupos marginales como el de los cocaleros.
Aquí vale la pena anotar que para el caso concreto del Bra-
sil, Dagnino (1998) busca entender cómo estos movimientos
sociales han contribuido a resignificar las relaciones entre cul-
tura y política en sus luchas democratizadoras, y arguye que la
operacionalización de esta concepción alterna de democracia se
lleva a cabo a través de la redefinición de la noción de ciudada-
nía y de su referente central, la noción de derechos ciudadanos.
Lo que están demandando entonces estos nuevos movimientos
sociales es la transformación radical de la institucionalidad po-
lítica, es decir, la redefinición del significado y los límites de
lo político. En síntesis, argumenta (1998: 50) que "la redefinición
de la noción de ciudadanía, tal como es formulada por los mo-
vimientos sociales, expresa no sólo una estrategia política, sino
una política de la cultura".
[ 144 ] MARÍA CLEMENCIA RAMÍREZ

EL ESTADO Y LA SOCIEDAD CIVIL: HACIA EL FORTALECIMIENTO DE


LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA Y EL EJERCICIO DE LA CIUDADANÍA
COMO ALTERNATIVA AL CONFLICTO

Se puede afirmar, entonces, que es a través de los movimientos


cívicos que se hace visible la organización de la sociedad civil, y
es a través de las mesas de negociación que se entablan entre los
líderes del movimiento social y los representantes del Estado local
o central, como el poder del movimiento es reconocido, y en
nuestro caso, se reconoce a los cocaleros como habitantes -ya no
migrantes- de esta región amazónica. En la negociación, este
poder se confronta y se obliga al Estado a oírlos y tomar en cuenta
las diferencias de perspectivas. En palabras de Mellucci (1993:
250), "la acción colectiva hace posible la negociación y el esta-
blecimiento de acuerdos, que, aunque transitorios, sirven como
condición de una democracia política capaz de proteger a la co-
munidad contra el incremento de riesgos de un ejercicio del
poder o de la violencia". Exigir mesas de negociación y firma de
acuerdos se ha convertido en el Putumayo en una forma de ejer-
cer la demanda de derechos ciudadanos, reconocimiento como
movimientos sociales, en última instancia, de demandar su in-
clusión dentro de una democracia participativa promovida por
el Estado, pero a la cual no han podido acceder, o de plantear
nuevas formas democráticas y de ejercicio de la ciudadanía. Es-
tamos entonces ante el florecimiento de una sociedad civil que
se opone a las políticas del Estado, pero que a la vez demanda
su participación en la planeación de las mismas, presiona y ge-
nera movimientos sociales, condición sine qua non de la demo-
cratización de la vida cotidiana. Entonces, podemos concluir se-
ñalando, como lo hacen Cohén y Arato (1994: 562), que

[...] el éxito de los movimientos sociales a nivel de la socie-


dad civil no debe medirse en términos del logro de ciertos objeti-
Los movimientos cívicos en el Putumayo [ 145 ]

vos [en nuestro caso, los acuerdos firmados] o de la perpetuación


del movimiento [en nuestro caso, el movimiento de los cocaleros],
sino en términos de la democratización de valores, normas e ins-
tituciones afianzadas, en últimas, en una cultura política. Tal de-
sarrollo no puede volver permanente a una organización o movi-
miento dado, pero puede asegurar la modalidad de movimiento
como un componente básico de sociedades civiles en procesos de
autodemocratización.

Aunque se ha sostenido que una condición necesaria de la


democracia son espacios públicos independientes de las institu-
ciones del gobierno, del sistema de partidos y de las estructuras
del Estado (Melucci, 1993: 258), para el caso de la Amazonia
occidental, y específicamente para el Putumayo, es evidente que
hacer uso de espacios de participación ciudadana abiertos por
el Estado se ha vuelto central en la lucha por mantener una
autonomía como movimientos sociales y/o políticos. Una conti-
nuidad entre el Estado y la sociedad civil, en la que se establez-
can relaciones de cooperación, antes que una autonomía de la
sociedad civil frente al Estado, es lo que se vislumbra como una
alternativa para el fortalecimiento de la sociedad civil en zonas
de conflicto0. En palabras de los campesinos de la vereda Villa-
nueva, jurisdicción de Mayoyoque (Putumayo):

3
Ana María Bejarano (1995), en su artículo "Para repensar las relaciones Estado,
sociedad civil y régimen político, una nueva mirada conceptual", sostiene que para
consolidar un régimen democrático se hace necesaria "la existencia simultánea de
una sociedad fuerte y un Estado fuerte, enfrentados el uno al otro, en una relación
caracterizada por la tensión permanente, pero también por el mutuo control, la
negociación y el acomodamiento". Aun cuando la negociación y el consenso son
enfatizados como forma de relación, es condición la fortaleza de los dos al enfren-
tarse, lo cual no se cumple para el caso de la sociedad civil de la Amazonia occiden-
tal, cuyo fortalecimiento depende del apoyo del Estado.
ti46; MARÍA CLEMENCIA RAMÍREZ

Los campesinos no pedimos que no fumiguen, lo que noso-


tros queremos es que el gobierno entienda nuestras necesidades,
que por favor, antes.de combatir o en otras palabras erradicar cul-
tivos ylicitos nos den primero alternativas de trabajo a nuestra co-
munidad. Se pregunta en que quiere convertir el gobierno nues-
tro país con la fumigación. Lo único que el Gobierno esta
consiguiendo es que aumente el hambre y la violencia porque
todos podemos entender que si ay hambre hay desesperación y
un pais desesperado por el hambre desde luego que traerá vio-
lencia (carta dirigida a la Defensoría del Pueblo, julio 26,1998.
Transcripción ortográfica original y subrayado mío).

Los cocaleros demandan la presencia del gobierno en la re-


gión, mostrando su deseo de ejercer la democracia participativa
antes que tomar las armas. Es así como el respeto a los derechos
humanos y al derecho a la vida son también temas centrales de
los movimientos cívicos que se gestan durante la presente déca-
da. En otra pancarta del movimiento de los cocaleros, se lee:

Exigimos solución a los problemas de los campesinos del


Putumayo. Queremos la paz. No a la incrementación de la vio-
lencia, no a la violación de los derechos de los colombianos (Piñuña
Negro). ¿Por qué matas la vida? Dios nos la dio. ¿Qué haces para
respetarla? Déjanos vivir6.

"Llamar al Estado al rescate de la sociedad civil" (Walzer,


1991:125) se convierte así en una demanda central en el con-

6
En 1990 se establece, por medio de la Ley 03 de 1990 y por Acuerdo dictado por
el Concejo Municipal, el primer Comité de Derechos Humanos en Puerto Asís, con-
formado por 17 instituciones, del cual fue coordinador uno de los líderes del Movi-
miento Cívico.
Los movimientos cívicos en el Putumayo [ 147 ]

texto del conflicto armado entre guerrilla, paramilitares y ejér-


cito en la Amazonia occidental y específicamente en el Putumayo.

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Henry Salgado Ruiz

PROCESOS Y ESTRATEGIAS SOCIO-ORGANIZATIVAS EN


EL GUAVIARE

PRESENTACIÓN

Las marchas cocaleras de ios meses de junio y julio de 1996 en


regiones del Guaviare, Putumayo, Caquetá, Cauca, Norte de San-
tander y el sur de Bolívar suscitaron de nuevo muchos interro-
gantes frente a los movimientos sociales. ¿Cómo explicar la
movilización de más de 200.000 personas en zonas de econo-
mía cocalera? ¿Qué factores subjetivos y objetivos generaron esta
masiva movilización? ¿En la base de estas movilizaciones está la
exigencia por la apertura de canales de participación política y
de soluciones socioeconómicas a los campesinos que viven en
las zonas de colonización? ¿Fueron las fumigaciones aéreas a los
cultivos ilícitos y las medidas de control de insumos para el pro-
cesamiento de pasta básica de cocaína, emitidas por el gobier-
no de Samper, las que provocaron ipsofacto la reacción masiva?
¿Fueron los campesinos obligados a movilizarse por el movimien-
to insurgente? ¿Las marchas campesinas obedecen a procesos
organizativos que los campesinos vienen tejiendo desde tiempo
atrás?
Cómo explicar este fenómeno social a partir no sólo de lo
visible, de lo presente y activo -de lo que estaba sucediendo en
cada una de estas zonas y de lo que los medios de comunicación
estaban registrando diariamente-, sino también del estudio de
lo no visible, de las dimensiones socioculturales y políticas que
Procesos y estrategias socio-organizativas en el Guaviare [ 151 ]

posibilitaron el movimiento social: estudio de las redes sociales


preexistentes, de las construcciones discursivas, de las orienta-
ciones de la acción, de los lazos de solidaridad.
Para poder acercarnos a estas dimensiones no visibles de las
movilizaciones en zonas cocaleras, en el Instituto Colombiano
de Antropología -ICAN- tomamos la decisión de estudiar las ca-
racterísticas de este evento en la parte occidental de la región
amazónica. Decidimos adentrarnos en el estudio de las redes so-
ciales y procesos organizativos en los departamentos del
Putumayo, Guaviare y Caquetá.
Para este III Encuentro del Observatorio Sociopolítico y Cul-
tural del Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacio-
nal, he querido centrarme en el Guaviare y exponer las dinámi-
cas organizativas que están en la base de las marchas cocaleras
de 1996.
Sin duda alguna, tratar de explicar lo que había acontecido
en este departamento no era fácil. Cuando emprendí el intenso
trabajo de campo en la zona, comencé a revisar también las di-
ferentes teorías existentes en torno a los movimientos sociales.
¿Podría explicar la movilización social ocurrida en esta zona de
colonización guiado por las perspectivas conductistas (Smelser,
1963; Gurr, 1970) que presentan a la acción colectiva y a los in-
dividuos como elementos marginales y negativos y a la movili-
zación como un fenómeno disfuncional impulsado por las frus-
traciones y las subsecuentes agresiones nacidas de la privación a
que son sometidos los colonos por el distanciamiento, la sole-
dad y precariedad económica propia de las zonas de frontera?
El modelo de Smelser y Gurr evidentemente me limitaba para
interpretar los complejos sucesos sociales que se han tejido en
la región amazónica y, de manera específica, en el departamen-
to del Guaviare.
Afirmar de manera simple que toda acción colectiva es anor-
mal y disfuncional frente al "orden social establecido" era ob-
[ 152 ] HENRY SALGADO RUIZ

viar, sin responder, los interrogantes planteados por las teorías


sociales fundadas en conceptos como las clases o las categorías
sociales (Muñera, 1998: 28) y, a su vez, esquivar los problemas
relacionados con la estructura de tenencia de la tierra y los pro-
cesos históricos que crearon las condiciones críticas y difíciles que
en la actualidad enfrentan los pobladores de las zonas de colo-
nización. Tampoco consideré como pertinente el modelo inter-
pretativo sugerido por Olson (1968), quien explica la acción
colectiva desde la lógica de la racionalidad económica.
Para este autor, a diferencia de Smelser y Gurr, las revolu-
ciones y otras formas de acción "colectiva" no son motivadas por
sentimientos psicológicos de privación o de interés en relación
con fines sociales; para él, sólo la expectativa de un provecho
particular da motivos a los individuos para comprometerse po-
líticamente. Como anotan Dalton, Kuechler y Bürklin (1992: 26),
se trata de un modelo de elección racional del actor, en el cual
los individuos no participarán en amplias acciones colectivas, a
menos que los "beneficios" esperados superen los "costos" de
su participación. De no ser así, la persona racional se abstendrá
y obtendrá sin esfuerzo los beneficios colectivos. Este modelo
interpretativo exige trabajar con el concepto de racionalidad
económica capitalista y centrarse en el estudio de las gratifica-
ciones económicas y políticas individuales. Con este modelo teó-
rico hubiera perdido de vista cualquier noción que haga refe-
rencia al altruismo o al beneficio social colectivo y, además, hubiera
ignorado, por el predominio de una mirada unidimensional y
económico-instrumental, las múltiples lógicas discursivas e ideo-
lógicas que han nacido en los nuevos espacios sociales y cultura-
les de la Amazonia.
El interés de la investigación estaba centrado fundamental-
mente en examinar la acción colectiva que había tenido lugar
en la Amazonia occidental, y en relacionarla de manera directa
con los discursos ideológicos y las redes sociales preexistentes
Procesos y estrategias socio-organizativas en el Guaviare [ 153 ]

en el área. En este sentido, y asumidas como herramientas, apro-


veché las diferentes teorías que coinciden en señalar que la ac-
ción colectiva comienza no sólo por organizaciones, sino por
grupos, redes o cadenas informales de personas que tienen re-
laciones entre sí, que no son individuos aislados, sino que for-
man redes sociales y que empiezan desde allí a construir deter-
minadas orientaciones discursivas y de sentido y a generar formas
diferentes de entenderse (Melucci, 1993; 1996; Escobar y Alva-
rez, 1992). En esta búsqueda teórica sobre movimientos socia-
les me apoyé, además de Melucci, Escobar y Alvarez, en autores
como McCarthy, McAdam y Zald (1996), quienes desde la teo-
ría de la movilización por recursos y las perspectivas de la cons-
trucción de identidades políticas proporcionan un valioso mar-
co conceptual para el estudio de los movimientos sociales. Estos
autores obligan a centrar la atención en las organizaciones que
le dan sentido y dirección al movimiento social, y subrayan la
importancia de la iniciativa individual en la creación y conduc-
ción de dichas organizaciones.
Tomando como marco de referencia teórica a los menciona-
dos autores, he querido demostrar en esta ocasión que las mar-
chas campesinas que han tenido lugar en el Guaviare -fundamen-
talmente los éxodos de 1985 y 1986 y las marchas cocaleras de
1995 y 1996- son la punta del iceberg de procesos organizativos
dinamizados desde tiempo atrás por líderes agrarios de orienta-
ción comunista. Demostraré que a la natural vocación colectiva y
asociativa de los colonos del Guaviare, es necesario agregarle la
experiencia de líderes campesinos que desde la lucha por la tie-
rra han recogido la ya larga trayectoria organizativa agraria del
Partido comunista, y que bajo la orientación política y organizativa
de estos líderes se impulsó y consolidó una organización sindical
que, al tiempo que defendió los intereses gremiales de los peque-
ños agricultores del Guaviare, se constituyó en una autoridad
política que cubrió el déficit de representatividad institucional del
[ 154 ] HENRY SALGADO RUIZ

Estado y conquistó la legitimidad social de sus objetivos y me-


dios de acción.

DE LA ORGANIZACIÓN POR NECESIDAD A LA ORGANIZACIÓN POLÍTI-


CO GREMIAL DE LOS CAMPESINOS

El Comité de colonos: de la alianza por necesidad


a la organización político gremial

Las primeras formas organizativas de los campesinos-agriculto-


res del Guaviare surgieron en el marco propio de las necesida-
des que enfrentaron en su proceso de asentamiento. La familia
fue, sin lugar a dudas, un espacio de sociabilidad inicial importan-
te y la que aportó los primeros brazos para "domesticar" la sel-
va, pero el encuentro con los vecinos abrió nuevas posibilidades
y esperanzas. Estos niveles de apoyo doméstico y de intercam-
bio de mano de obra con sus pocos vecinos constituyeron el
primer germen organizativo en el Guaviare. Las alianzas se da-
ban en el marco de las necesidades propias de los nuevos asentamientos
humanos. Estos primeros vínculos y la llegada paulatina y pro-
gresiva de más población fueron constituyendo los primeros la-
zos de solidaridad y, con ello, la construcción de nuevos discur-
sos y sentidos, nuevas formas de decir, de hacer y de entenderse
(Melucci, 1993, 1996; Escobar y Alvarez, 1992).
Estas primeras alianzas entre colonos, no obstante, no se
transformaron inmediatamente en instancias organizativas for-
males. Cuando se estaban fortaleciendo las solidaridades entre
los colonos y estaban emergiendo las primeras organizaciones
de carácter comunitario-veredal, la coca emergió en el contexto
guaviarense como un cultivo que retrasó de manera significati-
va las dinámicas organizativas y desestructuró algunas relacio-
nes de parentesco y compadrazgo que habían surgido en el de-
sarrollo de los primeros asentamientos.
Procesos y estrategias socio-organizativas en el Guaviare [ 155 ]

El trabajo organizativo en contextos sociales y agrarios en


donde empezaban a predominar los cultivos ilícitos no fue sen-
cillo. Los líderes que se formaron en el marco de las primeras
urgencias de los colonos, así como líderes de orientación comu-
nista que ingresaron al Guaviare a comienzos de los años ochenta,
tuvieron que trabajar muy duro para restablecer las solidarida-
des y crear formas organizativas de mayor alcance.
La primera instancia organizativa de carácter interveredal
surgió en Calamar en 1981. Se le denominó Comité de Colonos
o Comité Cívico-Campesino1. En esencia, se trataba de un tra-
bajo organizativo orientado a generar cohesión comunitaria, a
promover la organización político-gremial de los campesinos y
a crear las bases sociales y políticas que le darían el soporte y la
continuidad a dicha organización.
Pese a la corta vida del Comité de Colonos (1981-1983), es
necesario señalar que fue a través de esta dinámica organizativa
que se logró reactivar en muchos campesinos su pasado de lu-
cha y liderazgo y se empezó a tejer una identidad política y so-
cial en los campesinos del Guaviare, inicialmente en La Liber-
tad y Calamar y posteriormente en Miraflores.
Con un trabajo continuo y sistemático, el Comité de colonos
logró conquistar la simpatía de muchos de los campesinos de la
zona y, además, identificar líderes comunitarios que empezaron
a ejercer un rol central en sus veredas y a ser interlocutores fun-
damentales de los líderes agrarios fundadores del comité. En ri-
gor, se puede afirmar que en el transcurso de dos años los líderes
agrarios del Guaviare pudieron construir las bases sociales y polí-
ticas para impulsar y organizar un ente organizativo de mayor
alcance y de carácter político-gremial.

Entrevista con Roberto Castro, Calamar, octubre 31 de 1998.


[156] HENRY SALGADO RUIZ

CONFORMACIÓN Y CONSOLIDACIÓN DE LA ORGANIZACIÓN POLÍTI-


CO-GREMIAL DE LOS CAMPESINOS DEL GUAVIARE

El SINPAG; Organización gremial y política de los campesinos

Con el Comité de Colonos, los líderes agrarios empezaron a cons-


truir las bases sociales y políticas que le darían vida y continuidad
al Sindicato de Pequeños Agricultores del Guaviare, SINPAG, una
de las organizaciones más fuertes y de mayor incidencia en los
procesos sociales y políticos que han tenido lugar en el Guaviare
desde 1983 hasta 1998. Se trataba de un sindicato que al tiempo
que buscaba representar los intereses gremiales de sus asociados,
impulsaba objetivos y acciones de carácter político. Para compren-
der la relación existente entre una organización formada para
dinamizar procesos sociales de carácter reivindicativo y gremial y
el modo de acción política de sus líderes, Offe anota lo siguiente:
"Una exigencia mínima para poder calificar de 'político' un modo
de actuar es la de que su autor pretenda de alguna forma explíci-
tamente que se reconozcan como legítimos sus medios de acción y
que los objetivos de la acción sean asumidos por la comunidad
amplia"2.
Desde el trabajo comunitario iniciado con el Comité de
Colonos los líderes agrarios comenzaron a formar en las vere-
das núcleos organizativos integrados por personas con carisma
o de reconocido prestigio en sus veredas. Estos núcleos veredales3
tenían la misión de ampliar la base social de apoyo de la organi-
zación y ganar el respaldo político de los líderes naturales de la

2
Claus Offe (1990: 175).
3
Adaramos que la denominación de núcleos veredales no hace referencia a una
instancia formalmente existente dentro de la estructura del Comité de colonos o del
SINPAG; es la manera como en este trabajo interpretamos un modo de acción políti-
co-organizativo que ha tenido lugar en la región.
Procesos y estrategias socio-organizativas en el Guaviare [ 157 ]

región. Los campesinos que asumieron este rol en las veredas se


constituyeron en verdaderos líderes políticos y gremiales del
campesinado. En estos líderes campesinos los directivos sindi-
cales depositaron diversas responsabilidades: constituir y forta-
lecer las juntas de acción comunal, ser interlocutores frente a las
autoridades estatales (corregidores, inspectores de policía) y
militares, y en la mayoría de los casos, asumir la vocería política
de la Unión Patriótica (UP) y la puesta en marcha de la estrate-
gia política veredal de este movimiento político: las Juntas Pa-
trióticas.

SlNPAG; autoridad política de la región

Desde su nacimiento, el SINPAG se asumió y fue reconocido como


una autoridad. Pese a que se definía como una organización gre-
mial organizativa, desde sus inicios comenzó a cumplir funcio-
nes de Inspección de Policía. Al sindicato llegaban las personas
a resolver sus problemas personales, de pareja, de linderos de
tierras. Los campesinos preferían a los directivos del sindicato
como intermediarios para resolver sus problemas; muy raras
veces la gente acudía al corregidor, que era la autoridad estatal
de los años ochenta.
Los campesinos del Guaviare encontraron en el SINPAG un
espacio para exponer sus problemas, sus quejas, sus conflictos
interpersonales, sus anhelos, sus sueños. Se trata de personas que,
cansadas de hablarle a un Estado inexistente -un ente invisible y/
o con oficinas mal dotadas, sin presupuesto y con bajo o nulo ni-
vel operativo-, optaron por acoger como autoridad a la organiza-
ción sindical. Ésta empezó a jugar las veces de Estado local y de
organización gremial. El sindicato se constituyó en la institución
que tenía la capacidad de ejercer en nombre de la comunidad los
controles, la representación frente a las autoridades locales y re-
gionales y la defensa de los derechos de los campesinos.
[ 158 ] HENRY SALGADO RUIZ

El SINPAG fue visto por los colonos como una organización


que supo dimensionar la problemática campesina en contextos
agrarios donde predominan los "cultivos ilícitos", y que asumía
la vocería para argumentar y defender sus derechos ante las au-
toridades estatales locales, regionales e incluso nacionales. El
SINPAG entró en el Guaviare a llenar el gran vacío que el Estado
ha dejado en estas zonas de colonización, y cubrió con su pre-
sencia el déficit de representatividad institucional existente4.
Los líderes sindicales no sólo trabajaban con los campesinos
hombro a hombro en la resolución de sus problemas más inme-
diatos; también mostraron la capacidad de ser interlocutores vá-
lidos e informados frente a las autoridades estatales civiles y mi-
litares. Se trataba de personas que tenían la destreza de manejar
varias gamas y formas del lenguaje. Cuando dialogaban con las
comunidades predominaba un manejo de códigos lingüísticos
propios de los campesinos; cuando se sentaban en una mesa de
negociaciones con funcionarios del Estado utilizaban códigos
lingüísticos mucho más elaborados. Este manejo de formas y
espacios de la comunicación nos muestra que se trataba de líde-
res que dominaban diferentes campos culturales, para expresar-
nos en términos de Bourdieu5, y que a partir de este dominio de
los campos lograban traducir los significados, valores y normas de
un lenguaje a otro, seleccionar los contenidos de un idioma local
para usarlos en otro.
Paulatinamente, el SINPAG fue construyendo en el Guaviare
su propia legitimidad. Los líderes con sus acciones y discursos
fueron "explicando" los objetivos planteados por la organización

4
Para ampliar el concepto de déficit de representatividad, véase la introducción
del libro de Daniel Pecaut (1989).
5
Para Bourdieu, un campo lo constituyen dos elementos: la existencia de un capi-
tal común y la lucha por su apropiación. Véase Bourdieu (1988), especialmente el
capítulo IV "La dinámica de los campos" y García Canclini (1990).
Procesos y estrategias socio-organizativas en el Guaviare [ 159 ]

y ganando consenso en torno a los medios requeridos para lo-


grar el éxito de los propósitos perseguidos. Apoyados en los
análisis fenomenológicos, podemos plantear que el SINPAG fue
tejiendo en la comunidad del Guaviare -de manera específica
en Calamar, La Libertad y Miraflores- un modo de interpretar
la realidad social y de actuar para transformarla. Progresivamen-
te, los campesinos que apoyaban al SINPAG fueron comprendien-
do por qué se debía realizar una acción y no otra y por qué las cosas
eran lo que eran6.
Los directivos sindicales trabajaron de manera continua y cons-
tante en torno a la validación social de sus medios de acción y de
los objetivos perseguidos por esas acciones. Se trataba de acciones
y prácticas discursivas que se validaban básicamente a partir de
tres estrategias, a saber:
1. Reflexión comunitaria cotidiana sobre los más relevantes
problemas de la región (campañas de sensibilización y concienti-
zación campesina).
2. Crítica permanente a la precariedad del Estado en la re-
gión y su incapacidad y falta de voluntad política para resolver
los problemas prioritarios identificados (prácticas discursivas
orientadas a erosionar de manera progresiva la lábil legitimidad
existente del Estado en la región).
3. La promoción y dinamización de acciones colectivas insti-
tucionales y extrainstitucionales como único recurso campesino
para ser escuchados y canalizar las múltiples tensiones sociales
presentes en esta región.

6
Berger y Luckmann (1995: 122) arguyen que la legitimación no sólo indica al
individuo por qué debe realizar una acción y no otra, sino que también le indica por
qué las cosas son lo que son. Para estos autores, la legitimación involucra tanto el
elemento cognoscitivo como el elemento normativo. Al respecto Berger y Luckmann
dicen: "La legitimación 'explica' el orden institucional atribuyendo validez cognoscitiva
a sus significados objetivados. La legitimación justifica el orden institucional adjudi-
cando dignidad normativa a sus imperativos prácticos".
[ 160 ] HENRY SALGADO RUIZ

Con la implementación de estas estrategias, el SINPAG ganó


mayor audiencia y amplió de manera significativa su base social
y política de apoyo. Muchos campesinos encontraron allí una
entidad que representaba sus intereses; sin embargo, el discur-
so políticogremial impulsado por los líderes agrarios no tuvo un
apoyo irrestricto ni homogéneo. Para otros campesinos y perso-
nas vinculados al comercio o al sector educativo, el SINPAG era
una entidad con marcados matices de autoritarismo.
Aunque se reconocía el rol central de autoridad que ejercía
el sindicato, no se estaba de acuerdo con directrices emanadas
de los líderes sindicales y, sobre todo, con el modo de actuar que
asumieron algunos líderes veredales. El poder que les fue atri-
buido a estos líderes agrarios fue en muchas ocasiones ejercido
de manera autoritaria, llegándose incluso a cometer abusos y
arbitrariedades que hirieron susceptibilidades personales y crea-
ron terrenos en donde prosperaron rencores y profundos des-
afectos y/o indiferencia hacia cualquier propuesta organizativa.
Aunque ésta no fue una actitud generalizada de los líderes vere-
dales del SINPAG, si afectó su avance en algunas veredas.
Sin embargo, los días del SINPAG en Miraflores, Calamar, La
Libertad y El Retorno estaban contados. El ejercicio de autori-
dad ejercido por el SINPAG fue rápidamente perseguido por las
Fuerzas Militares. Luego de acusar a los directivos del SINPAG de
ser guerrilleros y/o auxiliadores de la guerrilla, la Vil Brigada
del Ejército Nacional comenzó una fuerte persecución contra to-
dos los directivos y asociados del sindicato. Esto provocó el re-
fugio y la salida de la región de algunos líderes del sindicato y
un cambio sustantivo en la estrategia organizativa. El SINPAG se
vio obligado a ejercer sus funciones de manera clandestina y em-
pezó a fortalecer el trabajo desde (y con) las juntas de acción
comunal.
Procesos y estrategias socio-organizativas en el Guaviare [ 161 ]

El SINPAG y su trabajo organizativo desde el movimiento comunal

Luego de la fuerte arremetida que emprendió la Vil Brigada con-


tra los líderes agrarios del Guaviare, el SINPAG se vio obligado a
ejercer sus funciones de manera clandestina y empezó a fortale-
cer su trabajo desde las juntas de acción comunal. Para algunos
líderes, la fuerte represión militar estaba provocando una invo-
lución en el proceso organizativo de los campesinos del Guaviare.
El salto significativo del Comité de Colonos al SINPAG parecía
devolverse.
Sin embargo, luego de intensas y acaloradas discusiones en-
tre los líderes agrarios, se tomó la decisión de crear la Junta Cen-
tral (1984), que reunía todas las juntas de acción comunal de
Calamar. Esta Junta Central conservó los principios políticos y
gremiales del SINPAG y se encargó de orientar y promover la crea-
ción y consolidación de las juntas de acción comunales, y de la
canalización de los contratos con entidades estatales como el PNR,
que para esa época empezaba a tener presencia en la región.
Sin embargo, es necesario anotar que si bien la Junta Cen-
tral fue "la madre del movimiento comunal", ésta no tenía el
control sobre todo el proceso de expansión de las juntas de ac-
ción comunal (]AC) en el Guaviare. De hecho, como se señaló
anteriormente, algunos líderes de la región habían generado en
determinadas veredas cierta aversión hacia el discurso de orien-
tación comunista y sobre todo a las prácticas autoritarias que se
habían impuesto. Esto posibilitó, en cierta medida, la inserción
de los partidos políticos tradicionales en muchas de las veredas
y la toma por parte de éstos de algunas juntas directivas comu-
nales.
Con la creación de las juntas de acción comunal, entonces,
el SINPAG pudo continuar su proceso organizativo, aunque esta
vez compartido y disputado con otras orientaciones políticas e
ideológicas.
[ 162 ] HENRY SALGADO RUIZ

Las personas que estaban vinculadas desde el Comité de colo-


nos, en lo que hemos denominado en este trabajo los núcleos
veredales, tuvieron durante los procesos organizativos jalonados
desde las juntas de acción comunal un intenso y arduo trabajo, pues
en estos núcleos recayó buena parte del trabajo ideológico y polí-
tico. Estaba en sus manos volverse a ganar la confianza de los líde-
res naturales, quienes, ya sea por pragmatismo o por reacción fren-
te a las prácticas autoritarias adelantadas por los líderes agrarios,
habían decidido acercarse al accionar politiquero de los partidos
tradicionales. Estos núcleos veredales tenían en sus manos la ta-
rea de evitar una fragmentación del movimiento comunal y de
darle a éste el alcance de fuerza social, gremial y política con capa-
cidad de interlocución frente al Estado y otros sectores sociales.

LOS NÚCLEOS VEREDALES, UNA ESTRATEGIA POLÍTICA Y ORGANIZATIVA

Estrategia de cuadros y combinación de las formas de lucha

Desde que se empezó a estructurar el Comité de Colonos, los


líderes de orientación comunista que arribaron al Guaviare a
comienzos de los años ochenta emprendieron la tarea de iden-
tificar a los líderes de las veredas y a organizar en ellas núcleos
de personas que estuvieran de manera permanente al frente de
las tareas propias del proceso político-organizativo que se esta-
ba impulsando en el Guaviare. Se trataba de la estrategia leni-
nista de "conformación de cuadros", consistente en identificar
y comprometer a las personas más sobresalientes de las veredas,
para impulsar procesos organizativos.
Si bien, como vimos anteriormente, fue el SINPAG el que fo-
mentó políticas orientadas a la sensibilización y concientización
campesina, a la erosión de la legitimidad estatal existente en la
región y a la dinamización de acciones colectivas institucionales
y extrainstitucionales, es necesario señalar que fue en los núcleos
veredales en donde recayó buena parte de este trabajo. Este tra-
bajo político-ideológico estuvo centrado más en la práctica que
Procesos y estrategias socio-organizativas en el Guaviare í 163 ]

en el discurso. Trabajando hombro a hombro con los campesi-


nos, los líderes agrarios de la región fueron ampliando su radio
de influencia ideológica y ganando amigos y partidarios. La ex-
periencia sindical y política de los líderes agrarios del Guaviare
les había enseñado a darle prioridad a la práctica por encima
de los discursos teóricos.
Uno de los problemas más serios que tuvieron que enfren-
tar los líderes agrarios del Guaviare fue el de diferenciar ante el
gobierno y la opinión pública sus acciones político-organizativas
de las acciones político-militares del movimiento insurgente. Este
trabajo, sin duda alguna, no era sencillo, ya que tanto nacional
como regionalmente el Partido Comunista venía hablando de
la combinación de las formas de lucha.
El problema que enfrentaban los líderes, entonces, no era
tanto de orden ideológico, ya que para ellos la táctica de la com-
binación de las formas de lucha era la consecuencia de la vio-
lencia desatada desde los años cuarenta y cincuenta contra los
campesinos y los sectores populares. De hecho, una de las ini-
ciativas que impulsaron los líderes agrarios del Guaviare, tanto
desde el Comité de Colonos como desde el SINPAG, fue la dina-
mización de acciones colectivas institucionales y extrainsti-
tucionales. La experiencia de lucha agraria y sindical les había
enseñado que recurriendo a los mecanismos formales de peti-
ción establecidos por el Estado no iban a lograr nada. Frente a
un escenario de promesas nunca cumplidas y de creciente in-
credulidad, las acciones extrainstitucionales fueron cada vez más
recurrentes, y fueron conquistando de manera paulatina y cre-
ciente su legitimidad social. Parafraseando a Rolf Schroers en
su documento referido a la situación de los partisanos, los líde-
res del Guaviare nunca han tenido problema en probar ilegal-
mente la validez del derecho recusado7.

RolfSchoroes(1962:48).
[ 164 ] HENRY SALGADO RUIZ

Sin embargo, sí estaba en el interés de estos líderes agrarios


el que los medios usados para la conquista de sus objetivos po-
lítico-organizativos fueran diferenciados de los medios mili-
tares empleados por los guerrilleros de las FARC. Pese a conside-
rar plausible y legítimo el recurso a la lucha armada como una
vía para la defensa de los derechos de los campesinos, los líde-
res agrarios estaban interesados en mostrar que sus planteamien-
tos ideológicos no los convertían ipso facto en guerrilleros. Una
cosa era compartir en la esfera de las ideas políticas la necesi-
dad de la lucha armada en esas regiones, y otra muy diferente la
pelea cotidiana que tenían que dar los líderes agrarios para que
su trabajo político-organizativo no fuera subsumido por las di-
námicas de la guerra.
No fue sencillo para los líderes agrarios del Guaviare ganar
espacios políticos frente a las fuertes tendencias militaristas que
paulatinamente se fueron afianzando en la región. Su trabajo
político-organizativo impulsado de manera clandestina y cerra-
da desde los núcleos veredales, concomitante con su trabajo am-
plio de organización sindical y de fortalecimiento del movimien-
to comunal, los fue posicionando políticamente en la región. Tal
fue el grado de autoridad política adquirida que, como lo vimos
anteriormente, el SINPAG se constituyó rápidamente en una au-
toridad política de la región, y sus líderes, en interlocutores in-
evitables tanto para las autoridades estatales como para el rno-
vimiento insurgente. Progresivamente, las FARC empezaron a
validar y reconocer el trabajo político que se estaba adelantan-
do en la región.
Este nivel de respaldo de parte del movimiento insurgente
de las FARC hacia las organizaciones político-gremiales de los
campesinos del Guaviare fue un proceso ganado paulatinamen-
te por los líderes agrarios. Como lo reconocen algunos líderes
de la región, fue necesaria una serie de reuniones en donde, al
tiempo que se intercambiaban ideas políticas, se explicaban los
Procesos y estrategias socio-organizativas en el Guaviare [ 165 ]

horizontes perseguidos por las acciones de carácter político-


organizativo impulsadas desde el Comité de Colonos, inicialmen-
te, y, posteriormente, desde el SINPAG y las juntas de acción co-
munal.
En esta relación, los núcleos veredales jugaron el papel de
bisagras entre el movimiento insurgente y las organizaciones
político-organizativas del campesinado guaviarense. Por una par-
te, en el seno de los núcleos veredales se maduraban ideales co-
munistas y se impulsaban acciones colectivas y, por otra parte,
eran éstos el escenario social por excelencia en donde se forma-
ban y afianzaban los mejores cuadros políticos que se iban a
dedicar a la guerra o a la política activa8. Eran, para expresar-
nos en los términos de Cari Schmitt, "la escuela donde se for-
maban los partisanos"9.

Del trabajo político-organizativo a la ocupación


de los espacios políticos institucionales

El trabajo político-organizativo adelantado por líderes agrarios


del Guaviare, tanto desde el Comité de Colonos y del SINPAG,

8
Cuando decimos que los núcleos veredales eran una escuela de cuadros políticos
que se iban a dedicar a la guerra o a la política activa, no estamos afirmando que allí
se impartiera adiestramiento militar, sino que se formaban cuadros políticos que en
muchas ocasiones tomaban la decisión personal de vincularse al movimiento insurgente.
Cuando esto ocurría, estas personas ingresaban a las FARC como "cuota del Partido".
Así se les denomina a los guerrilleros formados política e ideológicamente por el
Partido Comunista.
9
En un esfuerzo por definir al partisano, Cari Schmitt (1963: 123) anotaba; "El
partisano combate dentro de una formación política y justamente el carácter políti-
co de sus acciones valoriza el significado originario de la palabra partisano. En efec-
to, este término deriva de partido y remite al vínculo con una parte o con un grupo
de algún modo combatiente, ya sea en guerra, ya en política activa. Los vínculos
con un partido de esta naturaleza se vuelven particularmente fuertes en épocas re-
volucionarias".
[ 166 ] HENRY SALGADO RUIZ

como desde el movimiento comunal, se centró fundamentalmen-


te, aunque no exclusivamente, en las veredas de la región. En
estos espacios socioculturales fue donde implementaron su "es-
trategia de cuadros", a través de la creación de lo que hemos de-
nominado los núcleos veredales, y en donde tuvieron que rela-
cionarse de manera directa e inevitable con el movimiento
insurgente. Decimos inevitable, ya que fue y ha sido en las vere-
das en donde se desenvuelve la vida cotidiana del movimiento
insurgente. Si bien su presencia no se da en todas las veredas ni
son éstas los sitios de residencia de los guerrilleros(as), el nivel
de relación entre los pobladores de las veredas y el movimiento
insurgente es permanente. Los guerrilleros(as) acuden a las ve-
redas, entre otros aspectos, a adquirir artículos de consumo, a
dialogar con sus amigos y amigas, a entrevistarse con los líderes
de las juntas de acción comunales, a participar en las reuniones
comunitarias, a resolver conflictos interpersonales y de pareja y
a dar orientaciones de carácter político e ideológico10.
Los líderes agrarios de la región estaban permanente movi-
lizados por la idea de no ver limitadas sus luchas y reivindica-
ciones a lo estrictamente gremial-comunitario. En el imagina-
rio político de estos líderes, el trabajo puntual y reivindicativo
adelantado en las veredas a través de las juntas de acción comu-
nales, y el trabajo interveredal y de alcance regional dinamizado
desde el SINPAG, eran significativos en la medida en que tuvie-
ran una dimensión política. Para estos líderes la acción local no
podía estar desligada del desarrollo local y regional. Esta pers-
pectiva integral de la acción fue parte fundamental del pensa-
miento que se reproducía en y desde los núcleos veredales. Allí

10
Es necesario tener presente que el movimiento insurgente es la autoridad políti-
co-militar de municipios como Miraflores y Calamar, y de un significativo número
de veredas de El Retorno y San José del Guaviare.
Procesos y estrategias socio-organizativas en el Guaviare [ 167 ]

se empezaron a formar campesinos que tuvieran, además de sus


aspiraciones socioeconómicas, aspiraciones políticas. Se buscó
de manera permanente que las campesinos contemplaran la
posibilidad política de ser ellos mismos los conductores de su
propio desarrollo. Esta idea era parte de la orientación política-
ideológica que los líderes agrarios impartían desde sus diferen-
tes instancias organizativas.
Este tipo de argumentos políticos empezaron a cobrar ma-
yor fuerza desde la administración de Belisario Betancur (1982-
1986). Durante este gobierno se empezó a impulsar un proceso
de diálogo y negociación con el movimiento insurgente -que
ofrecía amnistía y ayuda a los antiguos guerrilleros y reforma
política y creación de espacios democráticos para el debate y la
concertación-, y además se creó el Plan Nacional de Rehabilita-
ción, como mecanismo complementario, orientado a solucionar
los problemas socio-económicos de las regiones marginadas.
Para los líderes del Guaviare este momento político creó con-
diciones especiales y favorables para continuar, esta vez con
mayor ímpetu, su proselitismo político. Aprovechando el traba-
jo organizativo que venían impulsando desde 1981 con el Co-
mité de colonos y contando con el apoyo de líderes naturales y
copartidarios que estaban al frente del SINPAG y de las juntas de
acción comunales, algunos líderes agrarios de orientación co-
munista se dedicaron de forma exclusiva al trabajo político, se
dieron a la tarea de empezar a difundir y proponer ideas sobre
lo que entendían por la paz para la región. Para ellos, la solu-
ción del conflicto armado presuponía el logro de objetivos polí-
ticos relacionados con los derechos humanos, el medio ambien-
te y la promoción del desarrollo. Este trabajo político lo adelan-
taron los líderes agrarios del Guaviare de la mano con las FARC,
quienes venían negociando con la administración Betancur un
cese al fuego y firmaron el acuerdo de tregua con el gobierno
en La Uribe (Meta), el 28 de marzo de 1984.
[ 168 ] HENRY SALGADO RUIZ

En el marco de la tregua, que entró en vigencia dos meses


después de firmado el acuerdo, las FARC lanzaron la idea de la
creación de la Unión Patriótica (UP) como una propuesta que
buscaba aglutinar a los diferentes sectores inconformes del país
que no estuvieran de acuerdo con la dinámica de los partidos
tradicionales y quisieran luchar por "la defensa de la nacionali-
dad, de la soberanía y de la independencia de Colombia, por la
reforma política de las costumbres políticas viciadas, por la de-
fensa de los derechos cívicos, por la ampliación de la democra-
cia, por la paz con justicia social"11.
En el Guaviare fueron muchos los líderes que se vincularon
a esta iniciativa política de las FARC. Encontraron allí un terre-
no abonado para continuar trabajando por la concreción de sus
ideales. Desde este movimiento, además de luchar por las rei-
vindicaciones propias de la región, estos líderes se convirtieron
en actores políticos que empezaron a opinar sobre los grandes
problemas del país.
La principal forma organizativa creada por la Unión Patrió-
tica para impulsar su trabajo político fueron las Juntas Patrióti-
cas. Estas Juntas Patrióticas fueron impulsadas y puestas en mar-
cha rápidamente en el Guaviare. A ellas se unieron no sólo los
líderes agrarios de orientación comunista, sino también líderes
naturales de la región y personas que venían trabajando de ma-
nera clandestina desde los núcleos veredales, y cuya presencia y
participación en las asambleas comunitarias se había caracteri-
zado, para expresarnos en términos académicos, por ser de bajo
perfil. A este espacio también concurrieron personas que esta-
ban ligadas al movimiento insurgente, pero que por razones de
orden político y personal encontraban en las juntas la posibili-
dad de retirarse del mundo de las armas y vincularse al trabajo
político-organizativo con la comunidad.

José Arizala (1989: 160).


Procesos y estrategias socio-organizativas en el Guaviare [ 169 ]

ÉXODOS Y MARCHAS CAMPESINAS

Como se ha observado, desde comienzos de los años ochenta


en el Guaviare se han impulsado procesos organizativos de sig-
nificativa importancia, a partir de los cuales podemos interpre-
tar las acciones colectivas que allí han tenido lugar. Se trata de
éxodos o marchas campesinas orientadas todas a exigir solución
a los múltiples problemas socioeconómicos y políticos que en-
frentan los pobladores de la región.
En 1985 la Asociación de Juntas de Acción Comunal del
Guayabero y el Sindicato de Pequeños Agricultores del Guaviare
impulsaron y lideraron la primera gran marcha de campesinos
hacia San José del Guaviare. Ésta fue provocada por un proceso
agudo de militarización de La Carpa y La Macarena y fue cana-
lizada por sus líderes para exigir vías de comunicación, escue-
las, centros de salud, etc., es decir, para levantar un pliego de
peticiones en donde se consignaron todas las necesidades inhe-
rentes a las zonas de colonización, una "verdadera lista de mer-
cado", como lo expresaría años después uno de los líderes de la
protesta.
Un año después, la asociación de juntas y el sindicato pro-
mueven de nuevo una segunda gran marcha, esta vez para exi-
gir el cumplimiento de los acuerdos pactados el año anterior.
Como protesta, los pobladores del Guaviare llenaron de maíz,
yuca y plátano la iglesia, los colegios y escuelas de San José. Se
trataba esta vez de protestar contra una de las promesas del go-
bierno, que consistía en que el Idema se encargaría de comprar
la producción campesina de la región. Finalmente, estos produc-
tos se perdieron y la gente regresó a sus fincas con el cansancio
de la marcha y con algunos problemas solucionados. La adecua-
ción de algunos puestos de salud, la creación de un internado
en Calamar y creación de escuelas en algunas veredas fueron
puntos conquistados, pero aún continuaban con su problema
[ 170 ] HENRY SALGADO RUIZ

mayor: cómo sustituir los cultivos ilícitos y crear un bienestar


campesino en el Guaviare. Este problema aún permanece sin
solución.
En 1988 la movilización campesina fue para solicitar el le-
vantamiento de la Reserva de la Macarena y garantizar la con-
solidación de una colonización que hacía presencia allí por es-
pacio de más de una década. Una y otra vez los colonos han
marchado a sus cabeceras municipales para exigir solución a sus
demandas. Las últimas marchas (1995 y 1996) fueron contra las
fumigaciones a los cultivos ilícitos y contra las medidas de con-
trol de insumos para el procesamiento de pasta básica de cocaí-
na (cemento y gasolina).
Se trata de protestas campesinas que han sido permanente-
mente anatematizadas y que, pese a la fuerza de su expresión, no
han logrado abrir canales democráticos de participación política
ni han encontrado solución integral a su principal problema: el
de los cultivos ilícitos. En la actualidad el Guaviare ha dejado de
ser el principal cultivador de coca y procesador de pasta básica
de cocaína. Esto ha incrementado de manera sensible la pobre-
za en la zona. La solución a sus problemas está cada vez más le-
jana, la zona de reserva campesina que se está implementando
en Calamar camina de manera lenta y sus habitantes temen la
solución ofrecida por la actual administración a través del Plan
Colombia. Lo que se espera con este plan es el incremento del
conflicto armado en la zona.
Los lazos de solidaridad, los discursos y acciones comparti-
dos, las redes sociales, no han sido aún desestructuradas en el
Guaviare. Con el ingreso de los organismos paramilitares se atacó
fuertemente la estructura de las redes sociales; sin embargo, és-
tas no fueron fácilmente fraccionadas, resistieron. Los golpes que
recibieron fueron muy fuertes, pero aún existen y se amplían en
el corazón del Guaviare. Son estas redes las que han posibilita-
do los permanentes levantamientos y protestas campesinas en
Procesos y estrategias socio-organizativas en el Guaviare [ 171 ]

la zona. Es muy posible que dentro de poco nos despertemos de


nuevo con la noticia que nos habla de marchas campesinas que se
dirigen a San José del Guaviare, a Mocoa, a Florencia o a Bogotá.
Se tratará de movilizaciones campesinas que, con toda seguridad,
tendrán que sumarle a sus reivindicaciones tradicionales el des-
monte de la última medida gubernamental que, por lo general,
está orientada a lesionar sus intereses.

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Remo Ramírez Bacca

EL MOVIMIENTO CAFETERO CAMPESINO Y SU LUCHA


CONTRA LOS EFECTOS DE LA APERTURA ECONÓMICA*

En esta situación lo que nos toca será aguantar hambre más de cuatro
y robarnos unos a otros.

ENTREVISTA (1993) A PARMENIO BUITRAGO, LA AURORA-LÍBANO.

En esta ponencia se hará un balance y un análisis de los efectos


de la apertura económica en el sector agrícola cafetero, toman-
do en cuenta el caso del municipio de Líbano (Tolima)1. El au-
tor resalta el papel del movimiento de protesta campesino de
carácter minifundista y su lucha en favor de la condonación de
las deudas bancarias adquiridas por los caficultores en la última
década, y también analiza el carácter organizacional del movi-
miento y la participación de los principales actores e institucio-
nes (campesinos, guerrillas, Iglesia, FNCC y Estado) de la región.

'El presente trabajo toma en cuenta a uno de los aspectos que el autor desarrolla en
su estudio sobre transformaciones sociolaborales en estructuras agrarias especiali-
zadas en la caficultura en la vereda La Aurora (Tolima-Colombia).
1
Líbano fue considerado el Potosí agrícola colombiano, debido a la exitosa expan-
sión de la caficultura tradicional -cafetales bajo sombra- en las primeras décadas del
siglo xx. Después de haber sido uno de los epicentros de la guerra civil bipartidista
durante La Violencia, pasó a ser un modelo de tecnificación cafetera en el país, con
base en la variedad caturra. Y en la década de los noventa fue una de las regiones más
azotadas por el proceso de globalización económica. Actualmente sigue siendo un
municipio dependiente en un 90% de la producción cafetera, y no tiene ningún tipo
de infraestructura para el procesamiento industrial del café, y considerado el quinto
municipio nacional y el principal productor de café en el departamento del Tolima.
[ 174 ] RENZO RAMÍREZ BACCA

Para una comprensión global y desde una perspectiva histó-


rica, el autor tiene en cuenta los efectos sociales y económicos
del rompimiento del Convenio Internacional del Café, además
de algunos aspectos que identifican esta problemática sectorial,
como la superproducción cafetera, la expansión de la broca, la
deuda económica y las políticas gubernamentales.
La factualidad del escrito es resultado de un estudio heurístico
basado en diversas fuentes, y del contacto directo del autor en el
campo con dirigentes, caficultores y trabajadores agrícolas que han
vivido el impacto de lo que ellos llaman "la internacionalización
del café" en la década de los noventa.

ROMPIMIENTO DEL CONVENIO INTERNACIONAL DEL CAFÉ


Y sus EFECTOS SOBRE LA CAFICULTURA COLOMBIANA

Los antecedentes de un movimiento social liderado por campe-


sinos cafeteros son escasos2. La Federación Nacional de Cafete-
ros, FNCC, tenía predominio ideológico sobre los cafeteros, de
tal manera que los campesinos no habían actuado como grupo
o fuerza social que determinara o pudiera influir en los meca-
nismos burocráticos y las políticas del gremio. El único centro
focal de los distintos grupos había sido el interés económico que
representaba el precio del café.

2
Podemos recordar la importancia política de la lucha por la tierra que dieron
jóvenes liberales y socialistas durante la fase de hegemonía conservadora en el país.
Ésta se cristalizó en una protesta de los campesinos contra los cánones de arrenda-
miento y aparcería que prevalecían especialmente en las haciendas cafeteras. Hacia
1934 la gobernación de Cundinamarca y el Comité de Cafeteros de Cundinamarca
oficializaron un reglamento interno para las haciendas cafeteras que fue adoptado
en las zonas de conflicto. Véase Biblioteca Luis Ángel Arango, BLAA, Documento:
Gobernación de Cundinamarca y Comité de Cafeteros de Cundinamarca, "Regla-
mento para las haciendas cafeteras. Elaborado por la comisión creada por la gober-
nación de Cundinamarca", Bogotá, Editorial El Gráfico, 1934.
El movimiento cafetero campesino y su lucha [ 175 ]

El 3 de julio de 1989 se produjo la ruptura del sistema de


cuotas dentro del Convenio Internacional del Café, seguido de
un desplome de las cotizaciones internacionales del grano en casi
60%. Con el rompimiento del Pacto, el sector cafetero fue el pri-
mero en recibir el impacto de la economía de mercado y en sufrir
profundas transformaciones que afectaron el empleo, la inversión
y el ahorro en más de 500 municipios de 16 departamentos.
El sector cafetero, uno de los más apoyados y protegidos por
el Estado, comenzó a vivir una revolución silenciosa. Hasta ese
momento el Estado había centrado su atención en problemas de
financiamiento, de investigación tecnológica y de relaciones la-
borales, entre otros3. El crecimiento del crédito de los bancos pri-
vados hacia el sector había contado con el respaldo de la política
monetaria del gobierno, por medio de tasas de interés reducidas
y, en algunos casos, por debajo del costo real del dinero4.
Esta tendencia cambia durante la administración del presi-
dente César Gaviria (1990-1994), con la llamada "apertura eco-
nómica" y el "Plan de Desarrollo Social y Económico", con lo
que se pretendió transferir los ingresos del sector agropecuario
hacia el resto de la economía, tal y como se había hecho en otros
países de América Latina. Esto redujo la participación en el PIB,
de tal manera que creció lentamente la producción y sus expor-
taciones, afectando el nivel de ingreso de los productores rura-
les e introduciendo distorsiones en dicho nivel. Es importante
señalar también que esta administración inicialmente también
actuó apoyando a la FNCC en la realización de políticas más agre-
sivas de comercialización, al tiempo que pronosticó serios ajus-
tes en el Fondo Nacional del Café.
Los primeros meses posteriores al rompimiento del Pacto
Cafetero son de pleno optimismo. Colombia había sido el que

3
Vallejo et al., 1977, p. 95.
4
Ibid., 1977, p. 97.
[ 176 ] RENZO RAMÍREZ BACCA

mejor había soportado la crisis y, también, mejorado los precios


internos del grano 5 . La influencia y liderazgo de la FNCC se ha-
bía fortalecido en función de proteger a los países productores.
Colombia había aumentado los rendimientos por encima de
otros países como Brasil, México, Indonesia y Costa de Marfil.
Los países productores seguían desarrollando ciertas estrategias
a través de la Organización Internacional del Café, OIC, en don-
de se discutían políticas que permitieran regular el mercado y
los precios6.
Entre tanto, el sector cafetero, en función de la competen-
cia internacional, redujo los costos de la producción a través de
ajustes en una política de precios internos, afrontando las de-
primidas cotizaciones del mercado mundial. Esta coyuntura, y
las acciones de comercialización, parecieron favorecer el papel
de los exportadores privados, aunque para el sector empresa-
rial mixto la decadencia era evidente. El fenómeno se refleja en
una disminución del consumo y comercio local de las zonas ca-
feteras y en una reducción de 25% del ingreso anual del caficultor
colombiano en el año posterior al rompimiento del pacto7.
Estos impactos adversos ocasionados por las políticas macro-
económicas no alcanzaron a ser compensados con políticas sec-
toriales agropecuarias, por lo que la crisis del sector industrial
y agropecuario se hizo endémica. Esta situación se refleja en la
presencia de siete millones de colombianos en condiciones de

5
Esto es resultado del desmonte de un subsidio que existía para el consumo inter-
no del grano. El Espectador, 10 de enero de 1990.
6
El desdén por falta de acuerdos entre los dos más grandes productores de café se
basaba en el optimismo que se manejaba por parte de los empresarios colombianos
en torno a la preparación colombiana para participar con agilidad y flexibilidad en
el comercio internacional. Incluso Colombia habló de desmontar definitivamente
esta organización, debido a su costo e inoperancia, pérdida de credibilidad y por-
que no presentaba iniciativas para volver a un acuerdo con los consumidores.
7
Este cálculo es una comparación con 1988.
El movimiento cafetero campesino y su lucha [ 177 ]

extrema miseria, de los cuales 74% habitarían en las zonas ru-


rales8.
Los cafeteros empezaron a debatirse entre el pesimismo y la
esperanza. Algunos consideraban imposible mantener el índice
de oferta en el mercado. Otros, su antípoda, veían lo contrario.
No obstante, 1990 fue...

E L AÑO DE LA SUPERPRODUCCIÓN

En 1990 la política del gremio cafetero era aumentar la produc-


ción hacia el mercado internacional; su reducción significaba una
disminución de los ingresos para los exportadores. Se anuncia
también una de las más grandes cosechas en la historia de la
caficultura colombiana y se espera recoger 18 millones de arro-
bas9. La producción, en efecto, aumentó 25,3%10.
En las zonas del Eje Cafetero la gente parece no darse cuen-
ta de que sus ciudades capitales, poseedoras de un alto ingreso
per cápita, empiezan a ser desplazadas en su calidad de vida 1 '. El
alto costo de la canasta familiar, a pesar de la liquidez existente
por las ventas de café, influyó en el deterioro de su nivel de vida.
La pérdida de capacidad de compra se expresó en una dismi-
nución de ventas en el comercio. En lo único que no disminuyó
la demanda fue en el consumo de bebidas alcohólicas, ya que a

8
En la actualidad esta cifra llega a 79,7% del 55% nacional. Fuentes: Fedesarrollo,
en El Tiempo, 7 de mayo del 2000. Véase también Documento de Trabajo "Jornada
Cafetera Libanense", Organizador: Unidad Cafetera de Líbano, Coordinación ge-
neral: monseñor José Luis Serna Álzate, julio 13 y 14 de 1996, Líbano, Tolima.
9
En marzo se alcanzó la cifra récord de 1'350.000 sacos. El Espectador, 6 de abril
de 1990.
10
El Espectador, 12 de febrero de 1990.
1
' Pereira fue considerada como la ciudad con el mejor ingreso per cápita del país antes
de 1989, año a partir del cual empieza a ser desplazada en su calidad de vida.
[178] RENZO RAMÍREZ BACCA

la zona cafetera llegaban más de 50 mil cosecheros provenien-


tes de diversas ciudades, que disparaban la demanda 12 .
Los pequeños y medianos productores son las principales
víctimas de los cambios ocasionados por la caída del precio in-
ternacional, del alza en los precios internos que no compensan
el ritmo inflacionario, de los costos financieros y de producción,
y de la espiral alcista13.
En este contexto, la realidad es que mientras las exportacio-
nes crecieron 33%, los ingresos de estos caficultores habían dis-
minuido en 14,8%14.Ajuicio de expertos internacionales, Co-
lombia fue el país más afectado por la ruptura del Convenio
Internacional del Café. La consecuencia inmediata es que se des-
atiende una serie de gastos y programas de estudio económico,
de financiación, salud, educación, tecnología y créditos.
La respuesta por parte de la administración Gaviria es aban-
donar el carácter compensatorio y de subsidios, con el propósi-
to de estimular al pequeño productor y permitir una mayor li-
bertad del comercio. En materia de crédito, las tasas de interés
subsidiadas, según la administración, deben desaparecer, a cam-
bio de una mayor disponibilidad de recursos. El sector privado,
propone el Gobierno, debe dejar el oficio de reclamar compen-
saciones, para asumir una posición más técnica de promover la
productividad y fiscalizar a los entes estatales15.

12
El cosechero es un trabajador ambulante que se desplaza especialmente entre
los departamentos de Caldas, Tolima, Cundinamarca, Putumayo o Norte de San-
tander.
13
En esto deben incluirse los costos de fertilizantes y créditos, que empezaron a
aumentar de manera desproporcionada. Los insumos sufren alzas periódicas, como
consecuencia de que los abonos agrícolas habían quedado en libertad de precios desde
1989, cuando se acordó que serían incrementados trimestralmente, de acuerdo con
las variaciones de los costos de la producción. El Espectador, 6 de abril de 1990.
14
El Tiempo, 27 de octubre de 1990.
15
El Espectador, 21 de junio de 1990.
El movimiento cafetero campesino y su lucha [ 179 ]

Además, la FNCC, para contrarrestar los bajos precios y los al-


tos niveles del inventario, reactivó un plan puesto en marcha años
atrás16. El plan Programa de Desarrollo y Diversificación de Zo-
nas Cafeteras tendría como objeto convertir al cafícultor en un
empresario que planifique, tenga un sistema de organización la-
boral y maneje su presupuesto. El proyecto pretende disminuir
las pérdidas postcosechas, que llegan a 50% de la producción17.
El impacto neoliberal se refleja también en la disminución
del patrimonio del Fondo Nacional del Café, FNC, el cual era de
1.700 millones de dólares en julio de 1989 y disminuye a 1.300
millones en abril de 199018. Es el comienzo real de la transición
a las "nuevas condiciones", por lo que los funcionarios cafeteros
anunciaron que había llegado el momento de sentir los efectos
del rompimiento del Pacto Cafetero. La primera medida es re-
ajustar en 6% el valor del grano y aumentar los costos de la pro-
ducción de acuerdo con la inflación en 1991.
Gobierno y Federación se recriminan mutuamente; esta úl-
tima considera que las políticas gubernamentales, establecidas
en abril del mismo año, habían sacado del "pacto social" a los
caficultores. Los cafeteros sostienen que el ultimo reajuste ha-
bía generado una pérdida real en sus ingresos. El Gobierno, en
cabeza del ministro de Hacienda, Rudolf Hommes, sostiene que
los anteriores acuerdos se habían hecho en condiciones de mer-
cado totalmente distintas19. Las nuevas condiciones tenían un

16
Años antes del rompimiento del pacto cafetero, el país vivía el fenómeno de la
sobreproducción cafetera, para lo que se quiso utilizar como políticas los bajos pre-
cios del mercado interno y la erradicación de cultivos, como herramientas para
desincentivar la producción. Según Ocampo, ninguna de estas dos políticas eran
convincentes para frenar la producción. Véase Ocampo, 1987, p. 35.
17
Et Espectador, 21 de octubre de 1990.
18
El Espectador, 18 de mayo de 1990.
19
El ingreso promedio del productor en el país era en julio de 70,34 centavos de
dólar por libra, frente a 57 y 57 centavos en Brasil, El Salvador y México, Argüyó,
[ 180 ] RENZO RAMÍREZ BACCA

costo enorme para el Estado, pues ante la superproducción y una


tarifa alta del precio interno, el déficit era cada vez más grande.
Hasta ese momento se creía que el déficit ascendería a 135.000
millones de pesos20. El Fondo empieza a hacer balances, contan-
do en recursos unos siete millones de sacos de café, y con las
inversiones del Fondo (Bancafé, Empresa Mercante Gran Colom-
biana, Concasa, entre otros).

LA BROCA

Al precio del grano y la incertidumbre de la revolución capita-


lista neoliberal se le sumó el problema de la broca21. Éste fue otro
de los factores que influyó en la descomposición social de los
caficultores. Si bien la reacción inicial en torno a su control fue
un optimismo moderado, con el tiempo, los ataques agresivos e
incontrolados de la broca, y la timidez de la FNCC para afrontar
este problema, contribuyeron radicalmente al deterioro de la
rentabilidad del cultivo. El hecho es que de 25.000 hectáreas de
cultivos afectadas en 1990, se pasó a cerca de 600.000 en 1996,
de un total de 1,2 millones de hectáreas dedicas al cultivo (véa-
se Evolución de la broca a nivel nacional, 1988-1996).
La broca obligó a la FNCC a trazar un plan de erradicación
de cultivos, por lo que muchos desistieron de seguir invirtiendo
en la caficultura22. La gente ya no podía recoger el café y empe-

además, que un reajuste del 11% era exagerado, teniendo en cuenta que Colombia
tiene el precio al productor más alto del mundo. El Tiempo, 10 de julio de 1991; 10
de agosto de 1991.
20
El Tiempo, 10 de agosto de 1991.
21
El 7 de septiembre de 1988 había sido detectada la broca en el Ecuador y poco
después fue detectada en Colombia.
22
A mediados de los noventa se ofrecía un millón de pesos a cambio de erradicar
cada hectárea de café broquicado. Este tratamiento fue especial para los grandes
El movimiento cafetero campesino y su lucha 181

Evolución de la broca a nivel nacional, 1988-1996

1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996

Fuente: Fedecafé, El Espectador, 3 de mayo de 1996.

zó a abandonar sus fincas. Los caficultores que habían invertido


en insumos agroquímicos perdieron. El pesimismo se apoderó
de todos. El café dejó de ser un negocio lucrativo para cientos
de familias cafeteras.

LA DEUDA CAFETERA

Con la recesión económica cafetera, los productores aceleran su


endeudamiento con el sector financiero. La deuda es causada
por el alto costo de los intereses bancarios y crea una disminu-
ción alarmante de la producción. Es importante señalar que esta
tendencia se inició con la revolución tecnológica del caturra, la
que influyó en un proceso lento de endeudamiento, con el afán
de invertir recursos y lograr un buen margen de rentabilidad.

y medianos caficultores, los cuales recibieron subsidios por broca y renovación, debi-
do a las grandes áreas establecidas. Los pequeños propietarios poseedores de parce-
las de hasta cuatro o cinco hectáreas no siempre fueron protegidos por esta política.
[ 182 ] RENZO RAMÍREZ BACCA

Entonces, se contaba con un precio interno estable y crédito con


tasas de interés manejables23.
La inversión desmedida acumuló un pasivo que se quiso sub-
sanar con la producción o la esperanza de mejores precios, a lo
que se sumó el freno de flujo de crédito para la actividad cafete-
ra, especialmente entre 1991-1993, y la ¡liquidez del cafetero
obligó al endeudamiento extrabancario, reemplazando la tra-
dicional fuente de la Caja Agraria o Banco Cafetero, para no
dejar perder la inversión realizada en los predios, acelerando
aún más el endeudamiento.
Los intereses por mora rebasaron los límites de la usura, ya
que por ley estaban en 3% mensual, según el reglamento del
Fondo Rotatorio de Crédito Cafetero, pero crecieron hasta 5,4%,
lo que significó 65% anual, sin incluir los costos de abogado, que
permitían subirlos hasta 72,5%, en caso de cobro judicial.
Medianos y pequeños cultivadores fueron obligados a ven-
der sus fincas a cualquier precio, para pagar sus deudas. Otros,
simplemente, fueron sacados del negocio, porque las entidades
financieras les embargaron sus fincas. En muchos casos, las ven-
tas se hicieron a precio de ganga. Fincas cafeteras, que en 1992
valían entre 10 y 12 millones de pesos, se vendieron a 6 y 7 mi-
llones, es decir, 40% menos24.
La situación llegó a tal extremo, que en 1993, y debido a la
presión de los cafeteros y otros sectores de la sociedad de los cua-
les trataremos más adelante, se firmó la Ley 34 del 5 de enero
de 1993. Con ella se habló por primera vez de la refínanciación
de deudas. La insolvencia del Cafetero y el no pago de sus acreen-
cias estimuló el desespero de las entidades financieras que, te-

23
Esta inclinación aumentó hacia los años ochenta, auspiciada por la bonanza ca-
fetera de 1975.
24
En Risaralda se llegó a vender la hectárea a un millón de pesos, cuando su valor
había sido de cuatro millones.
El movimiento cafetero campesino y su lucha [ 183 ]

merosas por la posible pérdida de la deuda, presionaron a los


usuarios con los famosos "arreglos de cartera" (Ley 34, Plan de
Choque), haciendo refmanciaciones, recogiendo los intereses y
capitalizándolos conjuntamente en nuevos pagarés, multiplican-
do así el monto de la deuda y, por consiguiente, de la cartera,
mostrando a su oficina principal una disminución de cartera
vencida, pero a costa de lo inalcanzable que se hacía el pago de
las nuevas obligaciones25.
Por esta razón, en el norte del Tolima, al igual que en las otras
regiones cafeteras, el punto central de la crisis del pequeño y
mediano caficultor fue la deuda con las instituciones bancarias. El
problema consistió en que las deudas adquiridas en 1991 se ha-
bían triplicado en su monto nominal en 1996. Este problema era
potencialmente un foco de conflicto social, ya que se calculaba que
en el país había alrededor de 350.000 familias endeudadas.
Tan sólo contando las fuentes de la Caja Agraria, en Líbano
fueron contabilizadas 743 obligaciones vencidas, de las cuales
68% pertenecían a clientes que tenían deudas menores de 5 mi-
llones de pesos. En este mismo año, 1996, fueron contabiliza-
dos 317 casos que estaban en curso en el Juzgado Civil del Cir-
cuito de Líbano, de los cuales 160 habían sido diligenciados por
el Banco Cafetero.
Posterior a la Ley 34, se estimuló la Ley 101 de 1993, que es
una ley tributaria. En dicha ley existen unos artículos que tratan
sobre la condonación de deuda por primera vez en la historia
moderna del país. Esta ley abrió la condonación hasta por tres
millones de pesos. Con una nueva norma adicional a la Ley 223
de 1991, durante la administración del presidente Ernesto
Samper (1994-1998), se aprobó una condonación de cinco mi-

25
Documento de trabajo, "Jornada Cafetera Libanense", Organizador: Unidad
Cafetera de El Líbano, Coordinación general: monseñor José Luis Serna Álzate, julio
13 y 14 de 1996, Líbano, Tolima.
[184; RENZO RAMÍREZ BAGGA

Obligaciones vencidas de caficultores con la Caja Agraria


en Líbano (1996)
Deudas en millones de Número de obligaciones
Porcentaje
pesos vencidas

Menos de 5 502 67,56

De 5 a 10 119 16,00

De 10 a 15 46 3,19

De 15 a 20 22 2,96

Más de 20 54 7,26

Total 743 100,00

Nota: En esta estadística no están incluidos datos para el corregimiento de Santa


Teresa y tampoco las deudas adquiridas en el Banco Cafetero. Fuente: Archivo Caja
Agraria, municipio del Líbano 26 .

llones de pesos, hecho sin precedentes en la historia del país.


Ésta abarcó 28% del total los deudores nacionales, quedando el
restante sin solución.
La aprobación de estas leyes no se logró sin una fuerte pre-
sión del movimiento cafetero interregional y la participación de
instituciones y grupos de poder. Y si bien en términos generales
la lucha se dio en forma pacífica, no fueron excepción, para el
caso de los cafeteros, situaciones de fuerte politización y milita-
rización del conflicto, y de la instrumentación o desborde de la
represión, en algunos casos.

FORMACIÓN DEL MOVIMIENTO CAFETERO INTERREGIONAL:


EL PROCESO Y SUS ACTORES, 1 9 9 2 - 1 9 9 5

La Federación confiaba que 1992 fuera el último año de la cri-


sis; sus políticas se habían concentrado tan sólo a combatir la

26
Esta información estadística ha sido suministrada por Rafael Orellano, Presidente
ANUC, Líbano.
El movimiento cafetero campesino y su lucha [ 185 ]

broca27. Pero a comienzos del mismo, el sector fue sometido a


uno de los más duros ajustes que se recuerde, a fin de reducir el
déficit del gremio, seguido de un desplome del precio del gra-
no en el mercado internacional, el cual fue cotizado en 57 cen-
tavos de dólar la libra28. Ante estas circunstancias, la Federación
se ve obligada a usar el crédito externo, ante la carencia de re-
cursos, con el aval del Estado29.
El Congreso de la República y sus legisladores comienzan a
intervenir en la crisis, cuestionan duramente al Gobierno y a la
Federación, señalados culpables del costo político y social de la
crisis; empiezan a promover un paro nacional en el sector y plan-
tean por primera vez la necesidad de una política de refinan-
ciación30. El Gobierno advierte sobre la inconstitucionalidad de
este proyecto31.

27
Inicialmente se intentó erradicar la broca con ayuda de la avispa de Mongolia, y se
intentó no llegar al uso de fertilizantes, lo que en efecto se produce años después.
28
El desplome se debió, primero, a que Costa de Marfil se había dedicado a ven-
der grandes cantidades de grano, lo que empujó hacia abajo las cotizaciones. Y se-
gundo, porque el mercado internacional no creyó en un nuevo pacto de países pro-
ductores y siguió trabajando bajo las condiciones de una alta oferta y demanda. El
Tiempo, 5 de mayo de 1992.
29
En menos de un año el Fondo ya había prestado 300 millones de dólares; ade-
más, el Fondo tendría que conseguir 650 millones en los próximos tres años. Hommes
prometía que al resolver el problema del déficit cafetero por esta vía, no se afectaría
la demanda general de las 300 mil familias cafeteras. El Tiempo, 2 de noviembre de
1992.
30
La propuesta de refinanciación ya había sido hecha a la Federación por los cafe-
teros del Tolima y el Valle del Cauca, los departamentos con los niveles más críticos
de endeudamiento, por lo que el gremio propuso, en cambio, el plan del Banco Ca-
fetero, que fue imposible de cumplir. La propuesta de refmanciar la deuda se basa-
ba especialmente en ofrecer tranquilidad, evitar mayores costos por honorarios de
abogados, secuestres y, en algunos casos, pérdida de la propiedad, con la consecuente
emigración a la ciudad para sumar más desempleados y engrosar los cinturones de
miseria de las cabeceras municipales. El Tiempo, 19 de febrero de 1992; El Tiempo,
21 de febrero de 1992.
31
El Tiempo, 29 de octubre de 1992.
[ 186 ] RENZO RAMÍREZ BACCA

Lo cierto es que los caficultores comenzaron a incumplir en


el pago de sus deudas, originando una reacción social de gran
dimensión. En el transcurso del año fueron organizadas dos
marchas en la zona del Eje Cafetero, convocadas por la Unidad
Cafetera de Colombia, UCC, y un paro convocado por agricul-
tores y recolectores del municipio de Salgar, al sudoeste antio-
queño 32 .

32
La primera marcha fue organizada el 14 de junio de 1992. En ella participaron
11 departamentos y más de 220 municipios. Fue convocada por la Unidad Cafetera
de Colombia, UCC, con capacidad para movilizar 50 mil caficultores. El propósito es
protestar contra el bajo precio interno del grano y la política cafetera del Gobierno,
bajo la consigna "resistencia cafetera". Los productores piden el aumento del pre-
cio del grano, la eliminación del impuesto de 3% de retención en la fuente a las ventas
del grano, del certificado de cambio para las exportaciones y del Título de Ahorro
Cafetero, y el cese inmediato de todos los procesos judiciales que se realizan contra
los caficultores que no han podido cumplir con sus pagos. El Tiempo, 11 de junio de
1992.
En la segunda marcha, realizada el 11 de agosto, caficultores de todos los estra-
tos firmaron un documento con seis peticiones al presidente Gaviria, y lo entrega-
ron como una "Proclama Cafetera". La agenda propone cambiar a Hommes como
ministro de Hacienda, al director de Planeación Nacional, Armando Montenegro, y
al presidente del Banco Cafetero, Luis Prieto Ocampo, a quienes tildan de "injustos
con los intereses de los caficultores". En resumen, con la movilización, la marcha
pretende expresar la inconformidad del gremio por el abandono y la falta de una
verdadera atención por parte del Gobierno para con los cafeteros. El Tiempo, 11 de
agosto de 1992.
En el paro de trabajadores del sector, en el que participaron cerca de 150 agri-
cultores y recolectores de café del municipio de Salgar, al sudoeste antioqueño, los
cosecheros, durante ochenta días, exigieron un salario fijo mensual y las garantías
que brinda el Estado a los trabajadores. El movimiento se declaró independiente de
las acciones de la guerrilla -frentes xxxiv de las FARC y Ernesto "Che" Guevara, del
ELN- en la zona, aunque la policía señala que el paro había sido promovido por la
guerrilla. Según fuentes periodísticas, se calculaba que de 26.914 caficultores del
sudoeste, por lo menos 80% era asediado por la guerrilla. Estos frentes exigen ma-
terial logístico (radios, sleepings, etc.) y un impuesto de guerra que deben pagar se-
mestralmente, según la capacidad individual del caficultor, con el propósito de ofrecer
seguridad en la zona. El Tiempo, 24 de octubre de 1992,
El movimiento cafetero campesino y su lucha [ 187 ]

En 1993 se aprueba la Ley 34 sobre refinanciación, que en


medio de esperanzas no cumple con las expectativas de los cafi-
cultores33. La movilización social cafetera continúa, y el 30 de
marzo de 1993 se da una protesta masiva de unos 2.000 cafete-
ros en la Plaza de Bolívar de Bogotá34. La posición del Gobier-
no era que Colombia y su principal sector socio-productivo tra-
dicional estaban preparados para seguir en el mercado libre.
Ante la crisis cafetera, la posición de la Iglesia católica es uná-
nime. Los obispos colombianos, en cabeza de monseñor Pedro
Rubiano, presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana, y
monseñor Jorge Enrique Jiménez, obispo de Zipaquirá, piden al
Gobierno condonar la deuda de los pequeños caficultores y eli-
minar el Título de Ahorro Cafetero, TAC, un papel que se les en-
trega, en lugar de dinero en efectivo, a los cultivadores en parte
de pago por su cosecha35. La alta jerarquía católica invita a la co-
munidad campesina cafetera a reclamar sus derechos y presentar
sus legítimas exigencias. Y al resto de los colombianos pide soli-

33
El Tiempo, 12 de enero de 1993; El Tiempo, 2 de mayo de 1993.
34
Unos dos mil caficultores provenientes de distintas zonas cafeteras del país, en
unos 200 camperos Willis, jeeps y chivas o buses escalera protestaron contra las
políticas del Comité Nacional de Cafeteros. Los manifestantes reunidos en la plaza
lanzaron consignas en contra del ministro de Hacienda, Rudolf Hommes, y del pre-
sidente César Gaviria, considerados sus verdugos. Los cafeteros acudieron a símbo-
los como, por ejemplo, cargar un ataúd para simular el entierro de la caficultura
colombiana. También exhibieron máscaras del ministro Hommes, a tiempo que mo-
vilizaron pancartas en contra del Gobierno. La plenaria de la Cámara de Represen-
tantes recibió una comisión de los manifestantes que expuso sus inquietudes y algu-
nos parlamentarios se comprometieron a continuar buscando una solución para el
gremio. La mayoría regresó esa misma noche a sus lugares de trabajo. El Tiempo, 31
de marzo de 1993.
3D
La Iglesia, además de estos dos puntos, pide la reducción de los plazos estableci-
dos para la conversión del certificado de cambio, el establecimiento de una transfe-
rencia de recursos del Fondo de Regalías al Fondo Nacional del Café, la prórroga de
los términos fijados en la Ley 34 de 1993 sobre refmanciación de los créditos
[ 188 ] RENZO RAMÍREZ BACCA

daridad con los afectados36. En este sentido, y desde una pers-


pectiva nacional, esta posición de la Iglesia tampoco había teni-
do precedentes en el país.
Así, el criterio en torno a la condonación de la deuda es cada
día más unánime, especialmente entre las asociaciones que lu-
chan por los intereses de los caficultores y entre los miembros
del clero católico. La refinanciación para los dirigentes del sec-
tor rural significaba alargar la agonía de los cafeteros. Las orga-
nizaciones gremiales defensoras del sector también empiezan a
mirar con buenas expectativas la condonación de la deuda. El
hecho no es para menos: el ingreso real de los cafeteros había
disminuido en 60%37.

1 9 9 5 : EL AÑO DEFINITIVO DEL MOVIMIENTO CAFETERO

Hacia 1995 el norte del Tolima es una de la zonas más afectadas


del país ante el impacto de la economía de mercado38. La situa-
ción es de desempleo, hambre y, en general, falta de recursos.
La inseguridad se toma el norte del departamento. Los robos
en las fincas, atracos, suicidios, intentos de secuestro, boleteo y
extorsiones pasaron al orden del día. Unos 5.000 campesinos

agropecuarios, la reducción de los gastos de administración del Fondo Nacional del


Café, y otras más. El Tiempo, 11 de marzo de 1993.
36
Los obispos eran conscientes del acelerado empobrecimiento de los cafeteros, sus
estados de hambre, abandono y pérdida de fincas por la imposibilidad de pagar las
deudas adquiridas; de la intranquilidad en estas regiones tradicionalmente pacíficas,
el incremento de la violencia común, los homicidios y los robos, y de la presencia gue-
rrillera, cuyas filas empezaban a verse engrosadas, con alta frecuencia, porjóvenes que
desertaban de las actividades agrarias. El Tiempo, 11 de marzo de 1993.
37
El Tiempo, 25 de abril de 1994.
38
En este año quedaron también desempleados 100.000 trabajadores del sector
algodonero y arrocero tolimense.
El movimiento cafetero campesino y su lucha [ 189 ]

de la subregión, que habían adquirido sus parcelas con años de


trabajo y duros sacrificios, deciden abandonar sus fincas39.
A lo anterior se sumó la incursión de la guerrilla en 1992,
con la aparición del autodenominado frente de los Bolcheviques,
célula del ELN que tomó el nombre de la primera protesta po-
pular de índole social que tuvo lugar en Líbano en 1929. En el
primer comunicado de los "bolchevos" dejaron claro que su in-
tención era impedir los embargos y remates de las fincas por
parte de la Caja Agraria y el Banco Cafetero40.
A nivel nacional, el entrante gobierno de Ernesto Samper
declaraba que no hay más recursos para ofrecer a los cafeteros,
contradiciendo lo prometido durante su campaña presidencial41.
Los primeros en reaccionar fueron los cafeteros libanenses, ahora
agremiados en torno a la Asociación de Pequeños y Medianos
Agricultores del Tolima, ASOPEMA42. Éstos deciden declarar un

39
En Líbano se manejaban estadísticas muy diferentes de las que hasta ese momento
tenía el Gobierno. El destino de muchos caficultores había sido la marginalización
social y económica en los principales centros industriales del país o el éxodo a los
Llanos Orientales, en la recolección de la hoja de coca, lo que influye en una dismi-
nución de 25% en el índice poblacional urbano y rural, tomando como referencia el
censo poblacional de 1993.
40
El control social en la zona rural se inició simbólicamente dinamitando el puesto
de policía del corregimiento de Santa Teresa, sin que se hubieran registrado vícti-
mas. Posteriormente inicia su acción contra los rasgos de vandalismo y robos, al tiem-
po que impone ciertas normas sociales de comportamiento en la población, que
atacaban especialmente la violencia intrafamiliar, la vagancia y el alcoholismo.
41
El 28 de abril de 1994, el candidato Ernesto Samper le dijo a los cafeteros de
Calarcá: "Yo voy a devolverles la presencia del presupuesto nacional a las zonas ca-
feteras. Durante muchos años los cafeteros le dieron la mano, presupuestalmente
hablando, al país. Ahora el país va a tener que darles la mano presupuestalmente a
los cafeteros. Que regresen los recursos del gobierno nacional a las zonas cafeteras".
El Tiempo, 17 de julio de 1995.
42
La organización tiene sus antecedentes desde 1992 con el Gremio Cafetero Uni-
do de Colombia, que duró un tiempo politizado. En ASOPEMA convergieron diversas
fuerzas y sectores políticos que se unieron coyunturalmente, a fin de presionar al
[ 190 ] RENZO RAMÍREZ BACCA

paro cafetero para el 18 de febrero de 1995, en el que se oponen


abiertamente a la política de refmanciación de sus deudas y bus-
can fundamentalmente que las tierras embargadas de los campe-
sinos no sean rematadas. El paro se extendió a 23 días, logrando
sus organizadores que el Gobierno, la Federación y la Caja Agra-
ria llegaran a los siguientes acuerdos43.
• Refinanciamiento de la deuda, con un plazo de 10 años
para su pago y un periodo de gracia de tres años. La Federación
también se compromete a condonar automáticamente el 30%
de la deuda para los caficultores que se encuentren en los nive-
les de los fondos rotatorios y cuya deuda ascienda hasta los tres
millones y medio de pesos44.
• El Ministerio de Agricultura se compromete a otorgar re-
cursos por medio del programa de generación de empleo, para
enfrentar el problema de la broca.
• La Caja Agraria examinará uno a uno los casos de cobros
judiciales en el norte del Tolima, para buscarle salidas viables a
estos procesos.
• Los agentes del gobierno también se comprometieron a
continuar con el análisis de otras propuestas, como la celebra-
ción de un convenio entre la Caja Agraria y el Incora para ad-

gobierno nacional y lograr la condonación de la deuda. El éxito más grande fue la


realización de un paro cafetero en dos oportunidades durante 1995. Uno duró 23
días y otro 63 días, con epicentro en Líbano. Los principales dirigentes han sido
víctimas de amenazas; se recuerda especialmente al dirigente cívico Gonzalo Poveda,
quien fue asesinado por un grupo de sicarios el 14 de agosto de 1995.
43
La propuesta del gobierno es la de refinanciar la deuda a diez años de 139 mil
millones de pesos de la deuda total, 220 mil millones, a través del Banco Cafetero.
La posición de los caficultores es que ellos no están en capacidad de pagar esa deu-
da, ante el grave deterioro que vive la caficultura y ante la imposibilidad de obtener
nuevos créditos para reactivar el sector. La Federación se opone a utilizar los recur-
sos del Fondo Nacional.
44
Es importante señalar que estos acuerdos ya se habían hecho nacionalmente.
El movimiento cafetero campesino y su lucha í 191 ]

quirir las fincas en conflicto y renegociarlas con sus dueños ori-


ginales. Y también, a estudiar las propuestas entregadas por los
directivos de la Unidad Cafetera Nacional al presidente Sam-
per45.
En el nivel nacional, dirigentes cooperativistas consideraron
como una farsa la solución de condonar parcialmente la deu-
da46. Los cafeteros fortalecieron entonces la idea de una nueva
Marcha en el Eje Cafetero para el 29 de marzo. La convocatoria
a esta movilización tuvo diferentes criterios. De una parte, los
obispos de la región apoyaban a los productores de nueve de-
partamentos cafeteros y al presidente de la Unidad Cafetera,
Fabio Trujillo Agudelo, encargado de la convocatoria; y de otra,
el Comité Nacional de Cafeteros defendía la tarea de la Federa-
ción para aliviar la crisis y se oponía al movimiento, que según
ellos estaba dirigido por elementos extraños ajenos a los intere-
ses de los productores47. El respaldo de la Iglesia fue definitivo
para que en esta marcha hubieran participado caficultores de
ocho departamentos 48 . La marcha se realizó con éxito, sin que
se hubieran presentado problemas que lamentar, pero sin ha-
berse logrado definir una postura consecuente por parte del
Gobierno nacional.
Los cafeteros le seguían recordando al Presidente que la
revaluación del peso les hizo perder cerca de 1.000 millones de
dólares y que no estaban dispuestos a dejar que la situación si-

45
Tolima 7 Días, I o de marzo de 1995.
46
El Tiempo, 29 de marzo de 1995.
4/
El Tiempo, 29 de marzo de 1995.
48
La inquietud de los dirigentes huelguistas era similar a las anteriores, se relaciona-
ba con la deuda de los caficultores, que entonces ya había ascendido a 280 mil millones
de pesos, y el reajuste del precio interno, que en ese momento se hacía conforme a las
fluctuaciones en el mercado internacional. El Tiempo, 29 de marzo de 1995.
[ 192 ] RENZO RAMÍREZ BACCA

guiera deteriorándose 49 . La postura del gobierno de no seguir


aliviando la crisis del sector ante la carencia de presupuesto mo-
tiva a que distintas autoridades ofrecieran nuevamente su apo-
yo a la iniciativa del Primer Paro Nacional de Cafeteros50.
A pesar de haberse celebrado algunas reuniones entre el Go-
bierno y representantes del gremio cafetero, no se lograron acuer-
dos en los mecanismos de ayuda, de tal manera que el 2 de junio,
en Manizales, se dio la orden de Paro Cafetero Nacional, por 24
horas, para el 20 de julio. Jorge Enrique Robledo Castillo, coor-
dinador de la protesta, contaba con el respaldo y la solidaridad
del presidente del Senado de la República, Juan Guillermo Án-
gel, y de los obispos de la región cafetera (Manizales, Pereira,
Armenia, Dorada, Líbano-Honda)51.
Días antes a su realización, el movimiento estaba dividido.
Voceros del Gobierno cuestionaban la legalidad y el alcance del
paro ante los rumores de filtración de la guerrilla52. Los Comi-

49
El Tiempo, 28 de abril de 1995.
50
Los cafeteros, en una nueva dimensión nacional de su reivindicación, agregaron
la ayuda inmediata "constante y sonante" para evitar la expansión de la broca. El
Tiempo, 30 de abril de 1995.
51
El paro cafetero, lanzado por la ucc, fue acordado tras conocerse un documento
de la Asociación de Pequeños y Medianos Agricultores del Tolima, ASOPEMA, según
el cual entre los pequeños y medianos caficultores en los últimos cinco años se ha
producido un desplazamiento de 80.000 caficultores, que han abandonado sus pre-
dios por procesos judiciales, baja rentabilidad, amenazas de muerte, hostigamientos
militares y broca. El Tiempo, 6 de junio de 1995.
52
El gobernador de Antioquia, Alvaro Uribe Vélez, denunció un plan del F.I.N para
filtrar las organizaciones cafeteras y desde allí promover el paro nacional. Se "trata de
construir una organización política en aras de levantar un movimiento de masas", como
primordial elemento de la creación de "colectivos urbanos y rurales", más conocidos
como Milicias Populares. Se afirmó que los 30 grupos de milicias eran un apoyo arma-
do a la actividad política, principal herramienta de trabajo de estos grupos, y cuyo
comité serviría como eje y tendría como estrategia la acumulación en el área rural con
la intención de preparar el terreno para la defensa de la propuesta política". Los com
El movimiento cafetero campesino y su lucha [ 193 ]

tés Municipales de Cafeteros de algunos departamentos también


se opusieron abiertamente, por considerar que no era el méto-
do adecuado para el logro de los objetivos. El jerarca de la Igle-
sia, monseñor Pedro Rubiano, también se opuso53, al tiempo que
los dirigentes campesinos y cafeteros hacían declaraciones en el
sentido de que la guerrilla no estaba organizando el paro, y que
eran los cafeteros los que estaban al frente de su propia lucha54.
Para varios analistas, la protesta resultaba ser un ingredien-
te necesario para originar una reacción en cadena. La coyuntu-
ra mostraba, por un lado, el desespero y la crítica situación de
los dirigentes gremiales que pretenden salvarla. Por otro, el acoso
de la guerrilla, que estaba presionando al Gobierno en el pro-
ceso de paz. Y, finalmente, el pronunciamiento de Samper, que
había calentado el sorbo nacionalista55.
Ante el decidido movimiento cafetero y la movilización cam-
pesina, el Gobierno nacional hizo duras advertencias: anunció
que no iba a permitir el bloqueo de las vías y que el Eje Cafetero
sería militarizado56. Finalmente, con la jornada de protesta se

ponentes de trabajo, según el gobernador, consistían en influir los sectores cívicos y


estudiantiles y el sector obrero. Para sacar adelante el proyecto, se dice que en este
año se realizaron cursillos de líderes guerrilleros especializados en organizaciones ca-
feteras y se incrementaron las acciones en los comités de cafeteros para difundir estas
ideologías. De la misma manera, los frentes del ELN habían recibido la orden de "for-
talecer el movimiento obrero" en organizaciones sociales de las organizaciones obre-
ras del café, con la formación de medios, combatientes y premilitantes urbanos. De
esta manera, algunos oficiales creen que el paro ha sido infiltrado por la guerrilla o
por lo menos iba a ser aprovechado por ésta. El Tiempo, 19 de julio de 1995.
53
El Tiempo, 7 de julio de 1995.
34
El Tiempo, 6 de julio de 1995.
35
De hecho, la preocupación existente en las altas esferas del Gobierno es que el
Paro pensaba ser utilizado con propósitos políticos y podía tener efectos muy nega-
tivos. Peor aún, la crisis cafetera podría canalizar el inconformismo de otros sectores
agrícolas y terminar en pronósticos imprevisibles.
36
El Tiempo, 20 de julio de 1995.
[ 194 ] RENZO RAMÍREZ BACCA

identificaron autoridades eclesiásticas, civiles, municipales y de


la guerrilla. Se trató del primer gran movimiento social que buscó
cambiar la posición del Gobierno ante las consecuencias del
proceso de globalización económica cafetera.
La protesta transcurrió en calma y sus proporciones fueron
inferiores a lo esperado, aunque al paro se unieron el comercio,
las escuelas y el transporte 57 . Pero si bien el paro representó una
protesta social masiva, la posición gubernamental no cambió.
Finalizado el Paro Nacional, los dirigentes de ASOPEMA, en
cabeza de Gabriel Buitrago, deciden continuar con una huelga
indefinida58. Era la tercera vez en menos de un año que los liba-
nenses participaban en un paro cafetero. Unos 2.000 caficultores
deciden tomarse el parque Murillo Toro de Ibagué, reivindicando
la condonación de deudas cafeteras en 50% para todos los afec-
tados, y mayores auxilios al control de la broca59. Al movimien-
to se unieron también campesinos del departamento del
Quindío, Antioquia y Caldas, todos identificados con la condo-
nación de las deudas, a los que también se sumaron temporal-
mente 3.000 cultivadores de arroz, algodón, sorgo y otros pro-
ductos60.

ol
El tránsito de vehículos también se vio interrumpido en las carreteras que atra-
viesan las zonas cafeteras. Para las autoridades cafeteras y el Gobierno, el resultado
del movimiento fue intrascendente; para la Unidad Cafetera, representó un triun-
fo, pues por primera vez se realizó un paro de productores que involucró a cerca de
cien municipios del país.
58
Algunas versiones aseguraban que los campesinos del norte del Tolima llevaban
20 días preparando la protesta general. Fuentes periodísticas afirmaban que en las
reuniones de preparación era evidente la presencia de dos o tres miembros del ELN.
Los caficultores, que en su mayoría habían abandonado sus fincas, hablaban de ta-
ponamiento de vías y de bloquear el paso al occidente del país. El Tiempo, 19 de julio
de 1995.
59
El Tiempo, 20 de julio de 1995.
60
El Tiempo, 20 de julio de 1995.
El movimiento cafetero campesino y su lucha [ 195 ]

La opinión pública y dirigentes de diversos sectores también


se manifestaron en torno a esta protesta campesina; se unieron
voces críticas de intelectuales como Alfredo Molano, quien cues-
tionó fuertemente el papel de la Federación acusándola como
culpable del deterioro social de los pequeños campesinos, debi-
do a su burocratización, defensa elitista de intereses comercializa-
dores y política de tecnificación. Las reacciones en defensa de la
Federación también se hicieron sentir. Funcionarios del gremio
intentaban demostrar la importancia histórica de la gestión
institucional haciendo balances de los beneficios traídos al sec-
tor rural y, en general, al país61.
Monseñor José Luis Serna, obispo de la arquidiócesis Líba-
no-Honda, señalaba a la opinión pública el drama y la impoten-
cia de los campesinos, tomando como referencia lo sucedido en
el corregimiento de Tierradentro (Líbano), abandonado en su
totalidad. El dirigente de ASOPEMA, Gabriel Buitrago, también
revelaba el caso de las 2.000 fincas que habían sido abandonadas
en el norte del departamento; el problema de la inseguridad,
registrada en las estadísticas de la Policía, y los suicidios de ca-
ficultores producto del acoso económico; el debate de los campe-
sinos, en su condición de convivir con la angustiosa situación o
hacerles juego a los ofrecimientos de la guerrilla, donde se ofre-
cían hasta dos salarios mínimos mensuales. En el Eje Cafetero,
los dirigentes de Unidad Cafetera descartaban la posibilidad de
realizar otra protesta masiva y se mostraban indiferentes a las es-
trategias y los criterios de ASOPEMA; según ellos, ahora existían
otros mecanismos, como la discusión abierta y democrática.
En el transcurso de la protesta se dieron provocaciones, pero
la actitud de los manifestantes, así como la de las autoridades
civiles de Ibagué, estuvo evitando permanentemente un enfren-

Et Espectador, 21 de agosto de 1995.


[ 196 ] RENZO RAMÍREZ BACCA

tamiento entre los campesinos y la fuerza pública62. Fuentes pe-


riodísticas afirmaron que mientras los campesinos se concentra-
ban en Ibagué, los "bolchevos" azuzaban a los propietarios de
fincas y de vehículos transportadores que no habían participa-
do 63 . Entre tanto, para muchos campesinos el espacio ganado
por los "muchachos" y su intervención en el paro era de vital
importancia. De hecho, la última esperanza para no ver embar-
gar sus fincas era el apoyo y la asistencia a las reuniones convo-
cadas por los Bolcheviques64.
Después de 63 días, los campesinos decidieron volver a sus
parcelas. El ministro de Agricultura, Castro Guerrero, les ofre-
ció como punto principal la condonación de 70% de las deudas
hasta de cinco millones de pesos a los pequeños agricultores65.
Además de lo anterior, los campesinos asumieron como propia
la formación de la Comisión Accidental del Senado, cuyos inte-
grantes se encargaron de analizar la política cafetera y de reco-
mendar modificaciones en materia de deudas, precios y control

62
En el paro se produjo un intento de suicido que pudo ser controlado.
63
A cambio de su permanencia en la subregión, impusieron multas de hasta un
millón de pesos. Lo mismo ocurrió con los dueños de los carros, a quienes también
se les impusieron multas.
64
Desde que comenzaron los rumores de paro cafetero, la guerrilla se acercó a los
campesinos de las veredas para escucharlos y orientarlos sobre la manera más efec-
tiva para que el Gobierno comprendiera su situación. Un labriego manifestó por
aquellos días lo siguiente: "Hasta el momento, por lo menos en Líbano, ellos nunca
han amenazado a nadie. Lo de la plata es por asustarnos. Pero ellos son muy ama-
bles y ya se han ganado el cariño de la gente. Cómo no le vamos a dar un plato de
sancocho a quienes nos están apoyando, porque eso sí, el paro es cafetero, sino que
a ellos les ha tocado colaborar, porque si no es así la gente prefiere morirse de ham-
bre en su parcela". El Tiempo, 9 de agosto de 1995.
63
Las negociaciones siguieron el mismo esquema de las desarrolladas previamente
en Líbano. Representantes de ASOPEMA, directivos de la Caja Agraria, Bancafé y el Incora,
y el ministro de Agricultura, Castro Guerrero, discutieron los mecanismos del diálogo
y de acuerdo. El Tiempo, 20 de septiembre de 1995.
El movimiento cafetero campesino y su lucha [ 197 ]

de la broca. La huelga, según sus organizadores, despertó el le-


targo sindical y obligó a la Federación a trazar una nueva políti-
ca para el control de la broca, para lo cual destinó 200.000 mi-
llones de pesos. "Permitió que los diversos sectores de la sociedad
se pronunciaran al respecto, y se convirtió en un hecho históri-
co para el departamento", dijo Gabriel Buitrago66.
El ejemplo de este movimiento influye posteriormente para
que la Asociación Agropecuaria del Huila logre movilizar cerca
de 50.000 personas en las vías de este departamento, logrando
que el Gobierno redacte la Ley 203 de 1996 en el Congreso, que
abarcaría deudas que no eran sólo de los cafeteros67.
Si bien este movimiento logró que el Gobierno se pronun-
ciara en favor de una condonación de la deuda, los problemas
de fondo, como la definición de una política de precios del gra-
no nacional y la política cambiaría, no fueron discutidos. En rea-
lidad, el aumento de los costos internos no compensaba con el
incremento del tipo de cambio. La broca había diezmado la co-
secha en seis millones de sacos, después de haberse superado la
cifra de quince millones bajo la consigna: "Cafeteros, a sembrar
como locos"68.

66
Durante la movilización de protesta se presentaron detenciones, hostigamientos
alevosos, negociaciones infructuosas, enfermedades broncorrespiratorias, dos inten-
tos de suicidio, cinco nacimientos, un campesino cayó muerto mientras participaba
en una marcha de protesta en Bogotá, también murió en confusos hechos un líder
campesino de la vereda La Uribe del municipio de Villahermosa, y otro fue deteni-
do en Ibagué. La protesta albergó oficialmente a más de 1.000 campesinos, entre
los cuales había unas 30 mujeres. Los campesinos agradecieron el apoyo moral de
la ciudadanía, más que el apoyo económico. El Tiempo, 16 de septiembre de 1995.
67
El paro también fue punta de lanza en el país del movimiento que buscaba el
mejoramiento en los salarios en el sector de la salud.
68
El Tiempo, 5 de diciembre de 1995.
[ 198 1 RENZO RAMÍREZ BACCA

LA DINÁMICA POSTERIOR

Después de la condonación, el sector gremial oficial cafetero en-


tró en conflicto directo con el gobierno de Samper. La falta de
claridad entre el Banco de la República, el Congreso y el Go-
bierno lo llevó a asumir actitudes radicales como la de amena-
zar con declarar al Congreso en sesión permanente 69 . La situa-
ción llegó a un punto de equilibrio cuando en 1997 el Gobierno
y la FNCC llegaron a ciertos acuerdos que, ajuicio de varios aca-
démicos y el gremio exportador, no atacaban de fondo el anti-
guo esquema de manejar la política de comercialización del
grano dentro de un marco tradicional de sector primario, y sin
que hubieran tenido en cuenta el modelo neoliberal70.

69
Pese al reajuste de 16,6% del grano, en agosto de 1996 se produce una nueva
marcha cafetera en Armenia, con el apoyo de delegados del Valle del Cauca. El in-
cremento parece ridículo a los productores, por lo que la protesta es orientada a re-
visar el precio interno del grano y a recordar al Gobierno los compromisos adquiri-
dos con el sector. A pesar de la aprobación de la condonación de la deuda con la Ley
223 y 206, el Gobierno no manifestaba voluntad para hacer cumplir estas leyes. Al
igual que las veces anteriores, los obispos son apoyo principal en este proceso. El
Tiempo, 22 de agosto de 1996.
70
El Estado es orientado a seguir haciendo las veces de organismo administrador,
y la Federación, de agente comercial. La Federación seguiría siendo un mecanismo
tradicional de concertación. A la manera como había llevado, por ejemplo, la expe-
rimentación tecnológica del caturra en las zonas rojas epicentros de descomposi-
ción social durante La Violencia. Estos acuerdos perfeccionaron la funcionalidad
operacional de los gremios orientados tan sólo al campo de la comercialización del
grano y la administración de la institución; sin embargo, no reflejaron ningún tipo
de política social que beneficiara a los caficultores afectados por la apertura econó-
mica y la crisis de la caficultura tecnificada. La Unidad Cafetera seguía insistiendo
en que era necesario aclarar el futuro de las deudas que fueron refinanciadas, espe-
cialmente para el caso de las propiedades hipotecadas. El efecto es evidente: los ca-
feteros y otras fuerzas sociales (transportadores y agricultores en general) llevan a
cabo un paro de transporte en la llamada Zona Cafetera, que afectó la industria macro
del café en 1997. El Tiempo, 12 de noviembre de 1997.
El movimiento cafetero campesino y su lucha [ 199 ]

Después de ocho años de la "internacionalización del café", el


panorama social se ha transformado sustancialmente. El índice
poblacional disminuyó en las zonas más afectadas. Por ejemplo,
en 1993 se llegaron a contabilizar, en el Valle del Cauca, 25.000
familias que vivían de ese cultivo, y después, 7.000 habían cam-
biado de negocio. Los diagnósticos coinciden en señalar que las
condiciones sociales del campo en Colombia han empeorado en
los últimos años: el analfabetismo es cuatro veces mayor en el área
rural que en la urbana, la indigencia llega a 37%, frente a sólo 13%
en las ciudades, y 80% de la población no tiene algún tipo de se-
guridad social71. En forma paralela, aunque no hay datos dispo-
nibles, los agricultores han advertido un aumento en la inseguri-
dad rural expresada en el abigeato, el boleteo y el secuestro, lo
cual obliga o a abandonar las tierras o a generar un incremento
de costos por tener que administrar los negocios desde la ciudad.

REFLEXIONES FINALES

El sector cafetero, tradicionalmente ligado al concepto de pose-


sión de la tierra, dependiente de la producción agroindustrial y
del mercado internacional, fue el primero en recibir el impacto
de la globalización económica. El carácter mixto de la FNCC y
las políticas macroeconómicas de los gobiernos de corte
neoliberal generaron contradicciones al no definir con claridad
políticas sociales que favorecieran a los grupos sociales más dé-
biles. El resultado es la formación de un fuerte movimiento so-
cial que presionó a los gobernantes en la búsqueda de solucio-
nes para su difícil condición socioeconómica.
Las coaliciones entre los cafeteros se movieron en distintas
direcciones. El caos producido por la polarización y fragmenta-

El Tiempo, 29 de julio de 1996.


[ 200 ] RENZO RAMÍREZ BAGCA

ción de los gremios y grupos de poder durante la administra-


ción Samper favoreció la intervención de otros actores como el
clero católico, el Congreso, guerrillas del ELN y las FARC, los Co-
mités Cafeteros Departamentales y organizaciones como Aso-
pema y Unidad Cafetera. Estos grupos, si bien lucharon por de-
finir políticas para solucionar los problemas propios de la
industria y la deuda de los cafeteros, reivindicaron en la prácti-
ca el derecho a la propiedad y la defendieron ante la barbarie
del capitalismo financiero.
En el nivel local, es importante analizar el papel de la Igle-
sia católica, ASOPEMAy los Bolcheviques. La carencia de organi-
zaciones de tipo nacional que representaran a los campesinos
pobres, y la debilidad extrema de los actores políticos, expresa-
da en limitaciones para plantear políticas de estabilización
macroeconómica, dinamizaron el accionar del clero y de una or-
ganización campesina local, que se vio fortalecido en espacios
dejados por el Estado y los partidos tradicionales. La lucha por
la propiedad de la tierra permitió retomar el capital político y
social de una Iglesia que había visto perder espacios en el cam-
po por las heridas sociales que abrió La Violencia en la zona; el
proceso de fragmentación de los núcleos hacendatarios, en don-
de existieron mecanismos de socialización, que permitían pre-
sentar a la propiedad y la familia como pilares de justicia social
y progreso en el campo; y el proceso de tecnificación de
la caficultura tradicional, que individualizó y monetizó la fuer-
za de trabajo familiar. De igual manera, ASOPEMA, considerada
como organización campesina local, reactivó una nueva fase de
un movimiento campesino, en la que ya no son protagonistas
arrendatarios, agregados y colonos, sino pequeños propietarios,
con reinvidicaciones concretas de problemas locales, y que bus-
can a su vez no verse infectados por las prácticas políticas de los
partidos tradicionales. Entre tanto, en el campo, los Bolcheviques
parecen cumplir un función de control social, especialmente
El movimiento cafetero campesino y su lucha [ 201 ]

cuando en el período de mayor degradación social impusieron


normas de comportamiento social, como el control de la violen-
cia intrafamiliar, la delincuencia y la vagancia, medidas con las
que pareció frenarse la degradación de los afectados núcleos fa-
miliares campesinos. La presión de esta guerrilla también dina-
mizó la movilización de los campesinos y frenó los presuntos em-
bargos, remates o secuestros que deberían darse con la deuda
de los cafeteros por parte de las entidades crediticias. Como efec-
to, el mercado de tierras local sufrió una paralización total, fac-
tor al que se sumó la decadente producción cafetera. La oferta
creció y la demanda por tierras descendió, llevando a un abara-
tamiento sin precedentes de los predios, y a un fin temporal de
la especulación rentista de la tierra causada por el café.
También es importante señalar que este movimiento cafete-
ro no es un movimiento de trabajadores, es un movimiento de
pequeños y medianos propietarios acosados por las deudas con
entidades bancarias. Los trabajadores temporales, nómadas por
tradición, no son actores vitales del proceso. Éstos se favorecen
por la coyuntura expansiva de las zonas cocaleras en la Amazonia
y los Llanos Orientales.
El movimiento cafetero, si bien en términos generales se
desarrolló en forma pacífica, recibió en algunos casos la estig-
matizaron política, por lo que algunos dirigentes fueron vícti-
mas de amenazas y otros asesinados. Igualmente, la presión de
grupo fue aprovechada por políticos opuestos a la coalición in-
terna burocrática de la Federación, para dictar una ley reglamen-
to de participación democrática directa de los productores en
las elecciones cafeteras con sufragio universal, para elegir los
comités municipales y departamentales de cafeteros y el Con-
greso Nacional de Cafeteros72.

Rodríguez, 1998, p. 20.


[ 202 ] RENZO RAMÍREZ BACCA

Las prácticas de presión social se convirtieron especialmen-


te en paros y marchas masivas. El bloqueo a las vías de transpor-
te, al estilo de los agricultores europeos afectados por las refor-
mas neoliberales, es aplicado en toda su dimensión interregional
y local. El comercio, el transporte y la educación también se unen
a la protesta, al igual que trabajadores de otros sectores agríco-
las. La presión desciende gracias a las políticas de condonación
y refmanciación apoyadas por dirigentes bipartidistas -ligados
al sector cafetero-, líderes de la jerarquía eclesiástica y dirigen-
tes nacionales del gremio cafetero, y por los actores locales arri-
ba mencionados.
El movimiento cafetero no fue un movimiento en la búsque-
da de nuevos paradigmas; éste parte de una realidad concreta
que responde a un modelo de reestructuración estatal y desa-
rrollo económico, en el que el Estado no estaba preparado para
proveer un marco regulador para el sector privado, garantizar
una provisión de servicios básicos -salud, educación y seguridad
social-, realizar nuevas inversiones en infraestructura básica y
propender a una distribución del ingreso más equitativa. En este
sentido, el proyecto de transformación socioproductiva indivi-
dual del modelo neoliberal puede convertirse en una utopía si
no se ofrecen programas de recapacitación en el sector rural aco-
plados a los cambios tecnológicos modernizantes, que generen
nuevas formas de producción y que transformen las relaciones
consuetudinarias de los productores. De esto se desprende por
qué la década de los noventa fue la década de la descomposi-
ción del agro y el caos73. En este sentido, la acción del movimiento
cafetero respondió a cuestiones materiales y sociales concretas,
en las que el campesino deposita su esperanza en la credibili-

73
Un material interesante sobre el proceso de apertura económica y moderniza-
ción del sistema productivo puede leerse en Machado, 1992.
El movimiento cafetero campesino y su lucha 1 203 ]

dad ganada por un grupo heterogéneo de dirigentes identifica-


dos con una causa común: la condonación de sus deudas y el no
embargo de sus fincas.

FUENTES

Periódicos

El Espectador, 1990-1995.
El Tiempo, 1989-2000.
Tolima 7 Días, 1995.

ENTREVISTAS

Bedoya, Germán: Secretario general de Asopema.


Buitrago, Parmenio: Pequeño propietario, La Aurora-Líbano,
Dávila, Óscar: Inspector de Trabajo, Alcaldía del Líbano.
Orellano Centeno, Gustavo Antonio: Presidente de la ANUC, sec-
cional Líbano.
Serna, José Luis, Obispo arquidiócesis Líbano-Honda.
Vallejo, Hermes y otros dirigentes de Asopema, Asamblea Ge-
neral en Líbano.

FUENTES PRIMARIAS

Documento: Gobernación de Cundinamarca y Comité de Cafe-


teros de Cundinamarca, Reglamento para las haciendas cafete-
ras. Elaborado por la comisión creada por la gobernación de Cun-
dinamarca, Bogotá: Editorial El Gráfico, 1934.
Documento de Trabajo "Jornada Cafetera Libanense". Organi-
zador: Unidad Cafetera El Líbano. Coordinación general:
monseñor José Luis Serna Álzate. Julio 13 y 14 de 1996, Lí-
bano, Tolima.
[ 204 ] RENZO RAMÍREZ BACGA

Constitución Nacional de Colombia, Artículos 64-66.

FUENTES SECUNDARIAS

Dombois, Raines. "Tendencias en las transformaciones de las


relaciones laborales en América Latina. Los casos de Brasil,
Colombia y México", en Luz Gabriela Arango y Carmen Ma-
rina López (compiladoras), Globalización, apertura económica
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tad de Ciencias Humanas-Universidad Nacional, 1999, pp.
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Leal Buitrago, Francisco et al. El agro en el desarrollo histórico co-
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fetera. Bogotá: Federarrollo-Tercer Mundo, 1987, pp. 13-37.
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y Sociales, N 2 12, julio-diciembre de 1998, pp. 13-32.
TERCERA PARTE

Acción colectiva y etnicidad


Ingridjohanna Bolívar

ESTADO Y PARTICIPACIÓN:
¿LA CENTRALIDAD DE LO POLÍTICO?'

El espacio político burgués es de condición paradójica, el privilegiado si-


tio que ocupa no puede hacer olvidar que su presencia es, no pocas veces,
la de un emisario... se impone la certidumbre de que sus formas, sus agen-
tes y sus asuntos, son deudores de otros ámbitos. Sus representaciones, como
en el universo onírico, hacen patentes otros contenidos, dejan entender
aquello que calla.

Fernando Escalante en LA POLÍTICA DEL TERROR

El objetivo de este texto es problematizar el vínculo entre lo


público y lo político partiendo de la manera como han sido re-
glamentados y usados algunos de los mecanismos y espacios de
participación consagrados en la Constitución de 1991.
No nos interesa ofrecer una versión acabada de cómo debe
ser la relación entre uno y otro, ni criticar las bondades o los
defectos de la carta constitucional. No. Partimos de la Constitu-
ción porque ella permite centrar la mirada, y porque al mismo
tiempo tiende a formalizar la ambigüedad con que lo público y
lo político se expresan en la vida social contemporánea. Ade-
más, y aunque no se puede desarrollar aquí, es preciso indicar
que partimos del señalamiento hecho por autores como Offe y

* Agradezco los comentarios que sobre la presentación que hice de este texto me brin-
daron Mauricio Archila, María Emma Wills, Mauricio Romero, Mauricio Pardo, Ale-
jandro Sánchez, Paola Castaño y Franz Hensel. Las imprecisiones y los errores que
aquí cometo no son sólo míos, como suele decirse; algunos también son de ellos.
[ 208 ] INGRID JOHANNA BOLÍVAR

Kosseleck1, en el sentido de que lo público y lo político históri-


camente no sólo no coinciden, sino que incluso en algunas oca-
siones resultan contrapuestos.
Así, pues, nuestro interés es capturar ciertos deslizamientos
conceptuales y la creciente fluidez de los fenómenos que hasta
hace algunos años podíamos clasificar con tranquilidad como
"sociales", "políticos", "públicos", entre otros. Tal vez, el análi-
sis de la acción colectiva, y su relación con el Estado, sea uno de
los ámbitos donde más se resiente cierta estrechez de las cate-
gorías analíticas tradicionales. En ese sentido, cabe recordar el
señalamiento de Boaventura de Sousa Santos, según el cual "el
conflicto Este-Oeste es uno de los grandes responsables de que,
durante todo el siglo XX, la sociología hubiera sido hecha con
los conceptos y las teorías que heredamos del siglo xix" 2 . De ahí
que se insista en que éste es un esfuerzo por mostrar la ambi-
valencia del espacio público promovido por la Constitución de
1991, pero que también eso se utiliza como excusa para ver que
algunas de las categorías centrales del pensamiento sobre la
sociedad se revelan cada vez más insuficientes. Por esta vía se
constata hasta qué punto aquello que se concibe como público o
político forma parte de la lucha política misma3.

1
Al respecto, resulta pertinente el señalamiento de Koselleck, para quien "el es-
pacio público ilustrado nace con un déficit político que proviene de su originaria
pretensión de emancipación de todo poder político". En ese sentido, el espacio pú-
blico supone una crisis de lo político, no su transformación. Véase Nora Rabotnikof,
"El espacio público: caracterizaciones teóricas y expectativas políticas", en Enciclo-
pedia Iberoamericana de Filoso fia, A/e 13, Filosofía política 1. Ideas políticas y movimientos
sociales, Editorial Trotta, Madrid, 1997, pp. 142 y ss.
2
Boaventura de Sousa Santos, De la mano de Alicia. Lo social y lo político en la
postmodemidad, Siglo del Hombre Editores, Ediciones Uniandes, Universidad de los
Andes, 1998, p. 16.
3
En términos de Lechner "Definir qué es política es parte de la lucha política mis-
ma", en La nunca acabada y siempre conflictiva construcción del orden deseado, Madrid,
Siglo xxi; cis, 1986.
Estado y participación: ¿la centralidad de lo político? í 209 ]

El texto está dividido en tres partes. En la primera se hacen


algunas precisiones sobre la disciplina desde la cual se piensa el
problema y sobre la perspectiva analítica general que orienta la
presentación. En la segunda se contextualiza la pregunta por lo
público y la participación en la Constitución de 1991. Al mismo
tiempo, se presenta la referencia a algunos casos concretos que
sugirieron el presente análisis. En la última parte, se revisan al-
gunos de los supuestos y de los implícitos de tal análisis y se plan-
tean algunos de los problemas que, desde nuestra perspectiva,
es necesario repensar.

EL ESTATUTO DE LO POLÍTICO

El interés por problematizar las relaciones entre lo público y lo


político parte de la constatación de que una amplia literatura
sobre movimientos sociales insiste en que ellos expresan nuevas
formas de ciudadanía, maneras alternativas de construir demo-
cracia y, por esa vía, de redefinir lo público y político 4 . Aquí no
ponemos en duda "el momento de verdad" de tales enunciados.
Más bien, queremos llamar la atención sobre la ambigüedad
propia de los conceptos políticos que tales lecturas acogen, pues
lo público, lo político, la democracia y la ciudadanía tienen re-
laciones muy conflictivas entre sí. Se trata entonces de aclarar
que aunque distintos análisis de los movimientos sociales se re-
fieren indistintamente a lo público y lo político, y suponen en-
tre ellos una relación armónica, su diferenciación no está exen-
ta de conflictos. Algo parecido sucede cuando se habla de formas
alternativas de democracia y ciudadanía pero no se puntualiza

4
Una revisión de los principales puntos orientados en esta dirección puede leerse
en Arturo Escobar, "Lo cultural y lo político en los movimientos sociales de América
Latina", en El fin del salvaje, Cerec, ICAN, 1999. pp. 50 y ss.
[ 210 ] INGRID JOHANNA BOLÍVAR

por qué serían democracia y ciudadanía y por qué serían alter-


nativas. De cualquier manera, hay que insistir en que este traba-
jo parte de que el análisis de los movimientos sociales constitu-
ye una importante fuente para la crítica y redefinición de las
categorías centrales del pensamiento político.
Y con esto pasamos a otro punto. La discusión sobre lo pú-
blico y lo político se hace desde la ciencia política, una discipli-
na bastante joven y que permanece muy centrada en la imagen
de la política como representación de intereses, y en el Estado
como red organizativa, como aparato. Sin negar la relevancia de
esta perspectiva, insistimos en que las crecientes transformacio-
nes en las pautas de identificación y vinculación social exigen
redefinir el contenido del análisis de la política. Éste no pasa
solamente por la dinámica de representación, sino también por
el reconocimiento de los límites cambiantes de lo político, esto
es, de la forma en que se experimenta el orden colectivo5. Tal
exigencia se torna aún más importante cuando se recuerda que
en América Latina, Estado y sociedad no están tan diferencia-
dos como supone la teoría clásica liberal o marxista. De ahí que
algunos autores hayan hablado de ámbitos políticos subalternos
y paralelos a los ámbitos dominantes 6 .
Así, pues, desde nuestra perspectiva, un problema político
no es sólo cómo se representan y traducen en políticas de Esta-
do los intereses y objetivos de distintos grupos sociales y como
las instancias del Estado se hacen cada vez más representativas,
sino sobre todo cómo se construye aquello que denominamos
interés o identidad política y qué visión particular del orden so-
cial se expresa en ella. Para respaldar este planteamiento reto-

3
Para una distinción entre la política y lo político, véase Norbert Lechner, "Los
nuevos perfiles de la política: un bosquejo", en Revista Nueva Sociedad, N 2 130.
6
Arturo Escobar, op. cit., pp. 147 y ss.
Estado y participación: ¿la centralidad de lo político? [211]

mamos algunas ideas de Escalante y de Lechner. Para Escalante


existe en la actualidad un desplazamiento de lo político. Las
formas de intermediación política que se sustentaban en la vo-
luntad general ya no encuentran la sociedad que antes podían
representar. En sus palabras, "las series de flujos sociales ya no
son representables en tales discursos. Aún a tientas, aún seduci-
dos en ocasiones por las viejas fórmulas, las necesidades buscan
dar de sí una evidencia más inmediata, afirmar su urgencia con
su presencia: fragmentada sí como intermitente, huidiza y mul-
tiforme"7. Y es precisamente esa "aparición más inmediata de
las necesidades" lo que nos hace retomar el plateamiento de
Lechner, para quien "no hay una sociedad per se, un sí misma,
sino a través de su representación simbólica"8. Así, pues, las ne-
cesidades que nos aparecen como inmediatas, como naturales,
como obvias, no lo son, en sentido estricto. Han sido configura-
das y articuladas como necesidad a partir de la representación
simbólica que la política hace del orden social. De ahí que se
insista en que el análisis de la política tiene que dar cuenta de la
manera como una sociedad elabora sus necesidades e intereses.
Además, porque el análisis de algunos movimientos sociales exige
"abandonar el viejo conflicto entre interés e identidad, recono-
ciendo que todo conflicto implica afirmaciones de identidad al
igual que el desarrollo de intereses colectivos"9. Todo esto, para
insistir en que el análisis de la política tiene que dar cuenta del
proceso de representación de intereses, pero también y sobre
todo de su configuración. Si los movimientos sociales definen

7
Fernando Escalante, La política del terror, FCE, México, 1991, p. 64.
8
Norbert Lechner, "Acerca del ordenamiento de la vida social por medio del Es-
tado", en Revista Mexicana de Sociología, año XLIII, vol XLIII, N s 3, 1981, p. 1.080.
9
Charles Tilly, "Conflicto político y cambio social", en Los movimientos sociales, Pe-
dro Ibarra, Benjamín Tejerina, Trotta, Madrid, 1998, pp. 33 y ss.
[212] INGRIDJOHANNA BOLÍVAR

nuevas formas de ciudadanía, es preciso problematizar el esta-


tuto conceptual e histórico de ese vínculo político.

¿EL RECONOCIMIENTO ES POLÍTICO?

Francisco Gutiérrez ha mostrado que el discurso constitucional


hace de la participación un momento privilegiado de acerca-
miento y vinculación del ciudadano con lo público y por esa vía
con el "nuevo país" en el que se imagina superado el cliente-
lismo 10 . De ahí que el preámbulo de la Constitución establezca
que el pueblo de Colombia persigue, entre otros fines, la vigen-
cia de "un marco jurídico, democrático y participativo". De ahí
también que el artículo 2 le atribuya al Estado, como fin esen-
cial, "facilitar la participación de todos en las decisiones que los
afecten y en la vida económica, política, administrativa y cultu-
ral de la Nación".
Se trata, entonces, de pensar qué tipo de espacio público se
desprende de la forma en que es pensada la participación, cómo
se la entiende y qué tipo de lugar se le asigna en el conjunto de
la vida política.
En u n trabajo anterior 1 1 se mostraba que la participación,
como cualquier vínculo político, está cambiando de carácter per-
m a n e n t e m e n t e y que en la historia reciente de Colombia ha
recibido diferentes connotaciones. Así, por ejemplo, en los años
sesenta la participación era considerada u n elemento fundamen-
tal para combatir la marginalidad y la exclusión social. En la re-
forma política de 1968 se piensa la participación como un dis-

10
Francisco Gutiérrez, "Participación, renovación y ciudadanía", en La ciudad re-
presentada. Política y conflicto en Bogotá, Tercer Mundo-Iepri, Bogotá, 1998.
1
' Fernán González; Ingrid Bolívar y Renata Segura, Participación ciudadana y recu-
peración de la política. Fondo para la Participación Ciudadana, Ministerio del Inte-
rior, abril de 1997.
Estado y participación: ¿la centralidad de lo político? í 213 ]

positivo central para "contrarrestar" aquello que se percibe como


manipulación clientelista. Más recientemente, la participación
se pone enjuego bien sea para reducir el papel del Estado o para
modernizarlo, presionando mejoras en la administración públi-
ca. La Constitución de 1991 no es ajena, y no puede serlo, a la
ambigüedad propia de esa historia. Así que la consagración cons-
titucional de los distintos mecanismos de participación puede
ser leída de diversas maneras. Para algunos analistas, la amplia-
ción de los mecanismos de participación está ligada indudable-
mente a un proceso de democratización del Estado12. Para otros,
tales reformas no pueden entenderse si no es en una perspecti-
va global, en la cual el Estado se ve presionado a redefinir la for-
ma como regula la sociedad, y principalmente como interviene
en el mundo del mercado y de la iniciativa económica. Así, la
participación se convierte en uno de los elementos de lo que se
ha denominado Estado Neorregulador.
En dicho modelo, se establece una "nueva relación Estado-
ciudadano, similar a la que se establece entre productor y con-
sumidor de mercancías, donde el indicador fundamental es la
eficiencia en la acepción económica del término"13. Así, se in-
terpreta la participación como una salida a la congestión del Es-
tado y como una garantía de que se van a mantener ciertos ni-
veles de legitimidad.

12
Rodrigo Villar, Natalia Pradilla, recogiendo los argumentos de Ana María
Bejarano. "Las ONG y la sociedad civil, oportunidades y retos en un contexto cam-
biante", Documento de trabajo, febrero de 1995.
13
Alejo Vargas, Participación social, planeación y desarrollo regional. Universidad Na-
cional, Bogotá, 1994, p. 15. Una discusión más amplia sobre esto en Ingrid Bolívar,
Lo público: entre los derechos de propiedad sobre la política y la despolitización del Estado.
Tesis para optar al título de Politóloga, Departamento de Ciencias Políticas, Univer-
sidad de los Andes, 1996.
[214] INGR1DJOHANNA BOLÍVAR

La visión de la participación como expresión de un "proce-


so de democratización del Estado", si bien parece sobrevalorar
el elemento político, es útil para explicar algunos de los meca-
nismos de participación en la conformación y ejercicio del po-
der, especialmente los artículos constitucionales 103 a 106 y la
Ley 134 de 1994, ley de participación política. Ahora bien, se-
gún algunos estudios, esos mecanismos no han sido muy utili-
zados y no ofrecen muchos incentivos a la ciudadanía14. Así, por
ejemplo, hasta 1999 se habían presentado cuatro iniciativas po-
pulares legislativas, de las cuales sólo prosperó la de la Funda-
ción País Libre contra el secuestro. Por otro lado, han sido efec-
tuados 11 referendos y 13 consultas populares. En ambos casos,
suele tratarse de pequeños municipios. Esto con la excepción de
algunas consultas convocadas en Santa Marta, Valledupar y
Aguachica, que o no prosperaron o la Registraduría no tiene in-
formación al respecto. Algo parecido ha tenido lugar con la
revocatoria del mandato, pues se han presentado cinco casos,
pero la votación en todos ha sido muy baja15. Este rápido reco-
rrido por algunas de las experiencias de participación ampara-
das en la Ley 134 de 1994 sólo quiere llamar la atención sobre
el tipo de "iniciativas ciudadanas" o, mejor, sobre el "reperto-
rio" de algunos actores sociales. Llama la atención que la inicia-
tiva sobre el Estatuto laboral presentada por la CUT, y con res-
paldo de un millón de firmas, ni siquiera haya sido considerada
por el Congreso y no aparezca en las discusiones que distintos
agentes sociales y políticos hacen al respecto.

14
Francisco Gutiérrez, Ibid, p. 50.
15
La información detallada sobre el uso de algunos de los mecanismos de partici-
pación y sobre los distintos casos que aquí sólo se nombran puede leerse en Leila
Rojas, Análisis contextualizado de la Ley 134 de 1994, Centro de Apoyo Académico al
Legislativo-CAAL, Departamento de Ciencias Políticas, Universidad de los Andes, Bo-
gotá, 1999. También se puede leer José Renán Trujillo, La democracia participativa en
Colombia. De mito a realidad. Talleres Gráficos de Prensa, 1999.
Estado y participación: ¿la centralidad de lo político? [ 215 ]

Por otro lado, se tiene que la visión de la participación como


estrategia de Estado para acoplarse a un contexto internacional
cada vez más economizado puede explicar el que la sociedad sea
llamada a "colaborar" en la ejecución de la política social, y que
se haya dado una relativa explosión de espacios de participación
en áreas de acción social que antes se consideraban exclusivas
del Estado y en las que ahora se involucra a distintos actores
sociales16. Y es que la mayor parte de los espacios de participa-
ción abiertos por la Constitución y por las leyes que la reglamen-
tan se encuentran fragmentados según los diferentes niveles
territoriales o las diferentes áreas temáticas... "Como ciudada-
no se invita a participar en lo político-electoral, como habitante
de una comunidad, a participar en la solución de los problemas
comunitarios, como usuario de los servicios del Estado, a parti-
cipar en la mejor gestión de los mismos, como empleado, a la
buena marcha de la empresa, como parte de un género deter-
minado, a una relación más igualitaria"17. Este tipo de afiliación
y participación de los actores sociales en los asuntos públicos

16
Un caso interesante al respecto es el de los consejos departamentales y munici-
pales de planeación. En la composición social de estas instancias se destaca la forta-
leza de los representantes de los sectores "social" y "económico" contra la de grupos
"ecológicos" o "étnicos". Un informe preliminar de una investigación al respecto
que está siendo desarrollada por el Consejo Nacional de Planeación señala que sólo
en 47% de los municipios se han conformado consejos. Otro dato interesante es la
alta participación de funcionarios públicos y representantes políticos de distintos
niveles (diputados, concejales, secretarios, entre otros) en las instancias de planeación
que, según la ley, son un espacio de la sociedad civil. Véase Boletín del Consejo
Nacional de Planeación, Lo Público, N- 8, abril-mayo del 2000.
17
Alejo Vargas, "La democracia en Colombia: al final del túnel o en la mitad del
laberinto", en Identidad democrática y poderes populares, Memorias VI Congreso de Antro-
pología en Colombia, julio 22-25, 1992, p. 31. La idea de que el ciudadano es el que
participa en lo político-electoral hace necesario recordar que sobre la ciudadanía
existen distintas tipologías y clasificaciones. La mayoría reconoce por lo menos tres
dimensiones: la civil, la política y la social, según el tipo de derechos a que remite
[ 216 ] INGRID JOHANNA BOLÍVAR

parece compatible con lo que Laclau y Mouffe han llamado las


múltiples identidades y "posiciones de sujeto"18. Resaltamos el
parece, porque, en efecto, la existencia simultánea de esos dis-
tintos espacios de participación puede ser vista como el correlato
de la no preeminencia de unas identidades sobre otras, de su
movilidad y, en general, como una expresión del descentramiento
de la vida social en la época (post)moderna. Sin embargo, esas
distintas identificaciones no están articuladas a un proyecto de
sociedad. Sobre este punto se vuelve después. Por ahora, basta
señalar que el hecho de que se participe en esos diferentes es-
pacios desde distintas identidades, y que sólo en lo político elec-
toral se participe como ciudadano, recuerda los planteamientos
de Boaventura de Sousa Santos, según los cuales la vida social
en la actualidad transcurre en distintos espacios estructurales;
el espacio de la ciudadanía es sólo uno, entre otros. Distinto del
espacio doméstico, del espacio de la producción y del espa-
cio mundial 19 . Lo que está enjuego aquí, entonces, es el lugar,
el estatuto conceptual e histórico de la ciudadanía y de lo polí-
tico. Ahora bien, para perfilar mejor los problemas conceptua-
les que emergen aquí es pertinente plantear algunos casos:
El estudio de Eduardo Restrepo sobre la construcción de
etnicidad de las comunidades negras en las discusiones políticas
del artículo 55 transitorio de la Constitución Nacional, y de su
desarrollo en la Ley 70 de 1993, muestra que ha predominado

cada una. La civil a los derechos o libertades personales, la política al sufragio uni-
versal y la participación política, y la social a los derechos y el bienestar sociales. Un
recorrido histórico sobre las diferenciaciones en el desarrollo de la ciudadanía pue-
de leerse en, Marshall T. H. Class, Citizenship and Social Development, Connecticut,
Greenwood Press, 1976.
18
Véase Ernesto Laclau, "Los movimientos sociales y la pluralidad de lo social", en
Revista Foro, N 2 4, noviembre de 1987 y Chantal Mouffe, "La democracia radical:
¿moderna o postmoderna?", en Revista Foro, N 2 24.
19
Véase Boaventura de Sousa Santos, op. cit.
Estado y participación: ¿la centralidad de lo político? [217]

una visión de la comunidad negra como una comunidad mar-


cadamente rural, con un uso colectivo del espacio, y armónica,
ambiental y socialmente, entre otras características20. A partir de
esta representación de las comunidades negras, se ha hecho que
su principal vínculo con el Estado sea la titulación colectiva de
baldíos. Tal titulación colectiva constituye, sin lugar a dudas, el
derecho mínimo de las comunidades negras que tradicionalmente
los han ocupado y conservado, pero no puede agotar la relación
con el Estado.
En otras palabras, la titulación colectiva favorece la configu-
ración de un espacio público, de una nueva relación del Estado
con miembros de un grupo poblacional. Sin embargo, hay que
hacer dos señalamientos. El primero, que la titulación tiende a
acaparar la relación Estado-comunidades, y aparece cada vez más
como un problema administrativo, de eficiencia.
Así, por ejemplo, la Ley 70 dispone la configuración de los
Consejos Comunitarios como principal procedimiento para ac-
ceder a la titulación colectiva. Sin embargo, no hay ninguna
consideración similar sobre la manera como tales organizacio-
nes se pueden articular entre sí y con la sociedad regional21. Con

20
Tal predominio tiene que ver con la influencia que algunas organizaciones cam-
pesinas y experiencias organizativas del departamento del Chocó tuvieron tanto en
el desarrollo de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 como en su reglamen-
tación. Eduardo Restrepo, "La construcción de la etnicidad. Comunidades negras
en Colombia", en Modernidad, identidad y desarrollo, editado por María Lucía
Sotomayor, ICAN, Bogotá, 1998, p. 357.
21
En la génesis de la Ley 70 no se proponían consejos comunitarios, sino palen-
ques. La decisión final fue resultado de una votación telefónica y, en esa medida, no
pudo ser suficientemente discutida. Ahora bien, la ley también dispone la creación
de unas consultivas regionales y de alto nivel para "poner en contacto" la experien-
cia organizativa de distintas zonas del país. Sin embargo, en el desarrollo de tales
consultivas no se ha adelantado una discusión sobre los problemas de "otras" comu-
nidades negras, como los raizales de San Andrés. En las reuniones consultivas pre-
dominan los asuntos relacionados con la minería y la titulación colectiva de baldíos,
[218] 1NGRIDJOHANNA BOLÍVAR

tal omisión, la organización de las comunidades negras en pro


de la titulación y el reconocimiento social de su diversidad que-
da desperdigada en numerosos consejos comunitarios incomu-
nicados entre sí y carentes de reconocimiento como sujetos po-
líticos. No promueve una organización o la construcción de un
tejido asociativo entre esos diferentes consejos, no se favorece
la creación de un ámbito común de confluencia de los diferen-
tes actores, sino acuerdos pequeños e inconexos entre los con-
sejos comunitarios y las oficinas públicas22. Segundo, es preciso
preguntarse qué pasa en este caso con lo político, entendido, en
términos de Lechner, como "el conjunto de formas en que ima-
ginamos, vivimos y valoramos el orden social"23. Es necesario
indagar cómo la titulación, y en términos más amplios, la cons-
trucción de esa etnicidad se proyecta sobre el conjunto de la
sociedad. Cómo tal etnicidad es leída y traducida por los distin-
tos grupos sociales, cómo ellos se sitúan frente a esa nueva iden-
tidad, en qué transforma su percepción y valoración del orden.
Las mismas preguntas se desprenden de los trabajos de Ma-
ría Lucía Sotomayor y de Margarita Chaves sobre la representa-
ción de lo indígena en dos experiencias particulares. Sotomayor
analiza los discursos y acciones con que la comunidad indígena
del resguardo de Quizgó, en el municipio de Silvia, Cauca, trata

asuntos que sin dejar de ser centrales no son reconocidos como preocupación por
algunos grupos negros. Debo estas precisiones a los profesores Jaime Arocha y
Mauricio Pardo. Véase el trabajo de Pardo en este mismo volumen, sobre todo su
discusión sobre las identidades "autolimitantes y fragmentadas".
22
Véase Ley 70 de 1993, capítulo referido a Consejos Comunitarios. Véase tam-
bién, Ingrid Bolívar, "Ciudadanía multicultural y construcción de un ámbito públi-
co: el caso del Chocó y la Ley 70 de 1993", en Formación de investigadores. Estudios
sociales y propuestas de futuro, Compilado por Elssy Bonilla, Bogotá, Editorial
Colciencias y Tercer Mundo, 1997. Véase también el artículo de Mauricio Pardo en
este volumen.
23
Norbert Lechner, op. cit.
Estado y participación: ¿la centralidad de lo político? I 219 1

de redefinirse como indígena. Al hacerlo, se encuentra con el ca-


rácter ambiguo del marco constitucional. Aunque la recuperación
de lo indígena en Quizgó comienza mucho antes de la reforma
constitucional, las distintas atribuciones que tal Constitución da a
los resguardos y a las autoridades indígenas, así como el respeto
a sus "usos y costumbres", afianzan el proceso de imaginar una
comunidad. Ahora bien, en el proceso de construir una identi-
dad cultural y redefinirse como indígenas, se ha generando lo que
Sotomayor llama una "invisibilidad" cultural del campesino que,
en su perspectiva, podría ser útil al gobierno para neutralizar las
luchas campesinas"24. En otros términos, el tipo de dispositivos
con que la Constitución de 1991 escenifica el reconocimiento de
la diversidad étnica y cultural del país, su insistencia y forma de
leer lo étnico, alimentan, por no decir invierten, la distinción en-
tre indígena y campesino, sin favorecer su articulación. Algo pa-
recido sucede en la Amazonia colombiana. Margarita Chaves
encontró que allí la definición constitucional de los derechos de
las comunidades indígenas afianza la representación negativa que
existe de ellos, tanto en lo político como en lo económico y am-
biental, al tiempo que favorece su marginación como sujetos po-
líticos diferenciables. Además, Chaves muestra que los vínculos
entre colonos e indígenas pasan cada vez más por la reivindica-
ción de una identidad étnica indígena por parte de los colonos y
por sus esfuerzos por pertenecer a una comunidad indígena re-
conocida como tal 25 . Es preciso pensar qué tipo de relación o de víncu-
lo social resulta fortalecido por las propuestas constitucionales, en qué me-
dida se proyectan sobre el conjunto de la sociedad o se quedan como
problema particular de grupos poblacionales definidos.
Ampliando aquí una idea de Cristian Gross, se puede decir
que hoy más que nunca en Colombia la etnicidad está sirviendo

24
María Lucía Sotomayor, op. cit., p. 419.
23
Margarita Chaves, op. cit., p. 419.
[ 220 ] INGRID JOHANNA BOLÍVAR

como paraguas, "como medio eficaz de lucha contra la anomia,


la exclusión y la violencia que golpea a los individuos y a los gru-
pos en sus espacios culturales de referencia..."26, y que, en algu-
na medida, es mejor, más rentable políticamente y más útil para
demandar bienes y servicios del Estado ser indígena o negro que
ser un mestizo pobre. Pero, incluso -y con lo que se llega de nuevo
al punto clave-, la forma como están dispuestos los distintos
mecanismos de participación ahonda o invierte la diferencia, la
representación negativa y la desarticulación entre los grupos
étnicos o culturales que se pueden reconocer como tales, y aque-
llos otros, ahora desprovistos de defensa y de atención, los mes-
tizos pobres. Y todo este dinamismo social, el esfuerzo por cons-
truir una etnicidad, aparece aún aislado del resto de la sociedad,
no se ha proyectado sobre ella, no ha trabajado sobre la forma
en que se configura a ese otro. Así, por ejemplo, los indígenas
u'wa de la comunidad de La Mulera en el municipio de Chitagá,
Norte de Santander, se quejaban en enero de 1998 y ante dis-
tintas instancias del ELN de que los guerrilleros del Frente Efraín
Pabón Pabón se pusieron del lado de los colonos en una asam-
blea en la que se estaba decidiendo qué hacer ante el "atropello
cometido y negado por los colonos en perjuicio de un mular que
al pasarse de un potrero de los u'wa a otro de los campesinos
fue inutilizado a golpes, partiéndole una pata"27. Los indígenas
manifiestan su inconformidad por la presencia de los guerrille-
ros, por estar donde nadie los llamó y por ponerse del lado de
los colonos, quienes "históricamente, no obstante ser trabajado-
res campesinos muchas veces desalojados por la violencia, han
despojado de sus tierras a los indígenas". Se quejan de que los

26
Cristian Gross, "Indigenismo y etnicidad: el desafío neoliberal", en Antropología
en la modernidad. Bogotá: ICAN, 1997, p. 51.
27
Fotocopia de la queja de los indígenas de La Mulera, Chitagá, Norte de Santander,
ante el ELN.
Estado y participación: ¿la centralidad de lo político? [ 221 ]

guerrilleros, antes que "contribuir al esclarecimiento de la ver-


dad y al restablecimiento de la justicia, vienen, según las pro-
pias palabras de uno de los guerrilleros, 'no a hacer justicia sino
a mantener el orden' ".
Este caso se trae a colación para mostrar cómo la nueva rela-
ción entre el Estado y los grupos étnicos no ha logrado proyectarse
aún sobre otros espacios de la vida social, incluida la relación his-
tórica entre actores armados y colonos. Se hace todo este recorri-
do no para insinuar que la Constitución como tal es la responsa-
ble de la "desarticulación" de algunas iniciativas ciudadanas, o que
es el Estado el que con una acción malintencionada pretende frag-
mentar la "acción social"28. No. Como se verá más adelante, la
llamada "desarticulación" o "falta de proyección sobre la socie-
dad mayor" es parte de un problema mucho más amplio sobre
las condiciones en que es posible la política moderna. Se ha
hecho este recorrido por las ambivalencias del reconocimiento
de la diversidad étnica y cultural y su "marginación" frente a la
sociedad mayor por dos razones. Primera, porque se acoge un
planteamiento de Escobar, según el cual "en vez de evaluar o
medir el éxito de los movimientos principal o exclusivamente
con base en cómo las demandas de los movimientos son proce-
sadas dentro de las políticas de representación institucional, hay
que indagar sobre la manera como los discursos y las prácticas
de los movimientos sociales pueden desestabilizar y, en esta
medida, por lo menos parcialmente, transformar los discursos
dominantes y las prácticas excluyentes de la democracia latinoa-
mericana actualmente existente"29. De ahí que resulte central
para el análisis de los movimientos sociales o de las dinámicas

28
Hago esta aclaración para no dar pie a que se piense que culpo a la Constitución
o al Estado de lo que viene sucediendo con distintas iniciativas ciudadanas.
29
Arturo Escobar, op. cit., pp. 147 y ss. En este punto, Escobar sigue a Frazer.
[ 222 ] INGRID JOHANNA BOLÍVAR

ciudadanas recientes pensar no sólo el vínculo con el Estado, sino


la forma en que tales movimientos leen y son leídos por otros
grupos.
Con esto llegamos a la segunda razón. Insistimos en la arti-
culación movimiento social otros grupos de la sociedad, porque
en ocasiones se suele creer que el reconocimiento constitucio-
nal solamente "activa" un actor que está ahí esperando el guiño
institucional. O al contrario, que el guiño institucional se pro-
duce solamente por la presión recurrente del actor. Tratando de
complementar estas lecturas del vínculo político, insistimos en
que, en ciertos casos, los cambios constitucionales no activan un
sujeto social preexistente, sino que median y enmarcan su pro-
pia autoproducción como actor, como movimiento. En palabras
que Eduardo Restrepo refiere a la experiencia de producción de
la comunidad negra en el Pacífico nariñense, se trata de cues-
tionar "aquellos análisis que suponen unos movimientos socia-
les emergiendo en su aislamiento simplemente por la dialéctica
moral de la justeza de sus reivindicaciones"30. Así, se insiste en
la necesidad de atender al dinamismo social que el cambio cons-
titucional promueve, pero sobre todo al tipo de ciudadanía o de
vinculación política que empieza a representar y producir.
Ahora bien, lo que hasta ahora se ha señalado no sólo sucede
en el terreno de la diversidad étnica y cultural. Francisco Gutiérrez,
en su trabajo sobre Bogotá, muestra que una dinámica similar
se vive en el nivel de la llamada micropolítica. El autor constata
la tensión entre las antiguas juntas de acción comunal y las re-
cientemente creadas juntas administradoras locales. Tal tensión
se expresa en distintos niveles. Por un lado, en el personal, que

30
Eduardo Restrepo, "Retóricas y políticas de la alteridad: 'comunidad negra' en
el pacífico sur colombiano", texto basado en la ponencia presentada en el simposio
"Black Populations, Social Movements and Identity in Latin America", Manchester
27-31 de octubre de 1991.
Estado y participación: ¿la centralidad de lo político? [ 223 ]

alimenta unas y otras, y que paradójicamente tiende a ser el


mismo. Sólo que ahora, y como miembros de las JAL, son estig-
matizados por venir de las JAC. Pero el punto más importante,
para lo que aquí trabajamos, es el malestar en algunas comuni-
dades porque los ediles sólo invierten en sus respectivos barrios.
Gutiérrez recoge interesantes testimonios de los propios ediles
y de otros miembros de la comunidad, y muestra la ambigüe-
dad que hay frente a esa situación. De un lado, se espera que el
elegido trabaje por todos sin distinciones, pero también que
defienda sobre todo a su barrio. Se le critica que sólo invierte en
las zonas que votaron por él, y a las demás las deja abandonadas
a su suerte. Gutiérrez captura la discusión en torno a si esta prác-
tica es "condenable o no", y muestra cómo para gran parte de
los ediles no sólo no es condenable sino que, en palabras de los
electos, "es inevitable... es el juego de intereses", pues no inver-
tir en las zonas donde resultaron electos "sería una traición"31.
Desde nuestra perspectiva, lo que está enjuego aquí, y que
se expresa muy bien en los argumentos de los ediles, es que el
tránsito entre lo social y lo político no sólo no es tan fácil y natu-
ral como solemos creer, sino que incluso ya no pasa de manera
privilegiada por la vía de la representación política. En otras
palabras, el que los ediles consideren que no es condenable que
inviertan en los barrios de sus propios votantes, en detrimento
de otros grupos de pobladores que pueden necesitar más esa
inversión, es un espacio en el que se materializa y se puede cons-
tatar la ambigüedad de la relación entre lo social y lo político.
Cada vez menos, lo social y lo político se comportan como esfe-
ras diferenciadas y unidas por el vínculo de la representación.
Cada vez más se expresan como dinámicas yuxtapuestas, indis-
cernibles. Este punto se retoma en la sección siguiente.

Francisco Gutiérrez, op. cit., pp. 126 y ss.


[ 224 ] INGRID JOHANNA BOLÍVAR

Si se lee con cuidado cada uno de los casos comentados arri-


ba, se puede constatar que la explosión de espacios de partici-
pación tiene un correlato en la creciente fragmentación y neu-
tralización m u t u a entre distintas relaciones de exclusión y
desigualdad social y política. De ahí que resulte pertinente re-
pensar y desconfiar de que a cada uno de tales espacios se vaya
en calidad de representante de u n rol particular, privilegiando
una identidad entre otras. Pero, también, de ahí que haya que
problematizar las categorías conceptuales con que aquel fenó-
meno se hace visible y preocupante.
Así, por ejemplo, de lo dicho hasta este momento se despren-
de que el lugar que la Constitución de 1991 y las leyes que la
reglamentan dan a la participación, tiende a fortalecer un espacio
público que diluye lo político. Esto es, u n espacio en el que aunque
se promueven distintas formas de vinculación social, ellas están
perfectamente sectorizadas e incomunicadas entre sí y con las
formas tradicionalmente políticas de los partidos y movimien-
tos políticos. De tal manera, los consensos y las disputas que dis-
tintos actores sociales elaboran en su relación con el Estado no
transforman los límites de la vida social, no dejan de ser un
encuentro sectorial y poco le dicen al conjunto de la sociedad.
Un caso revelador de esta tendencia es el reconocimiento de la
diversidad étnica y cultural. Aunque el Estado y las comunida-
des han transformado de manera importante su relación, no han
logrado proyectarse sobre la sociedad mayor, ni articular en torno
de sí propuestas de sociedad. El Estado aparece en las dinámi-
cas de reconocimiento étnico no como el regulador de la vida
social, sino como la contraparte de u n a relación que se des-
politiza, que se imagina y se construye como un asunto mera-
mente administrativo, de gestión pública.
Ahora bien, el objetivo de éste quedaría incompleto si no se
discuten, por lo menos de manera preliminar, algunos de los
temas implícitos que han acompañado el análisis, las categorías
Estado y participación: ¿la centralidad de lo político? í 225 1

con que hemos pensado los fenómenos pero que empiezan (ellas
mismas) a revelarse insuficientes. Lo que hacemos enseguida es
desconfiar de las categorías con que se ha leído aquí el proble-
ma, mostrando que en alguna medida sólo exageran tensiones
históricas mucho más amplias.

i ... EL MUNDO TIENE SU FORMA?

En las líneas siguientes vamos a plantear dos de las preguntas


conceptuales sugeridas por las experiencias antes comentadas.
No sobra insistir en que son sobre todo preguntas, problemas,
reflexiones que hay que seguir trabajando, pero que derivan su
legitimidad del hecho de que implican la redefinición de algu-
nas de las categorías propias de la filosofía y la sociología políti-
ca; categorías con las que hemos venido pensando el tipo de
articulación entre Estado, movimientos sociales y democracia.
Primero, hemos dicho que la manera como fueron reglamen-
tados los mecanismos de participación hace énfasis en las distin-
tas identidades y roles de los actores, pero que noprevé la forma en
que los consensos en un espacio se articulan con los disensos configurados
en otro. Decíamos también que la explosión de espacios de parti-
cipación como padre, obrero, mujer, maestra, entre otras, parece
compatible con lo que Laclau y Mouffe han llamado la plurali-
dad de lo social y las múltiples identidades y "posiciones de
sujeto" 32 . Ahora bien, la pregunta que surge es cómo esa plurali-
dad de lo social se relaciona con el tipo de identidad al que hasta
ahora habíamos llamado ciudadanía. Está claro que la ciudada-
nía no puede ser más el vínculo que une a un individuo, a un sujeto
centrado y totalizado, con el Estado por medio de la ley. Está cla-
ro que hay formas colectivas de ciudadanía e, incluso, que ella cada

Véase Ernesto Laclau, op. cit.


[ 226 ] INGRID JOHANNA BOLÍVAR

vez se juega, más que en el terreno de la representación política,


en el terreno del reconocimiento social. Pero, de nuevo, ¿cuál es
la relación entre la identidad ciudadano y la identidad negro,
obrero o cualquier otra? ¿Es acaso que la identidad ciudadano no
es una, sino una manera de articular las demás?
La relevancia de estas preguntas parte de las distintas posi-
ciones encontradas al respecto, y del hecho de que, en el análi-
sis de los movimientos sociales, de la acción colectiva y el Esta-
do, la ciudadanía sea constantemente invocada.
Para autores como Boaventura de Sousa Santos, la ciudada-
nía es uno de los espacios estructurales de la vida contemporá-
nea, pero uno al lado del espacio doméstico, del espacio de la
producción y del espacio global. Para un filósofo político como
Michael Walzer, la ciudadanía, al tiempo que es un compromiso
más, tiene un carácter crucial porque nos sirve de mediador entre
los demás compromisos33. En una dirección similar se orienta
Mouffe cuando dice que "de la ciudadanía emerge un tipo de
asociación más general y que debe tener cierta primacía en re-
lación con otras", pero que lo estratégico hoy es precisamente
qué tipo de articulación se construye entre las distintas iden-
tidades34. La manera como se resuelve tal articulación no se pue-
de establecer a priori, sino únicamente en la práctica, en la vida
social concreta en la que los movimientos sociales configuran
tipos de ciudadanía y relaciones diferenciadas entre tales ciuda-
danías y otras identidades sociales y políticas. Antes insistíamos
en que la desarticulación entre esas distintas formas de identi-
dad colectiva no es responsabilidad de la Constitución, ni del
Estado colombiano como tal, sino que más bien radicaliza una
ambivalencia histórica de la política moderna.

13
Chantal Mouffe, "Conversación con Michel Walzer", en Leviatán, revista de hechos
'. ideas, N 2 48, 1992.
14
Ibid, p. 55.
Estado y participación: ¿la centralidad de lo político? [ 227 ]

Al respecto, comenta Offe, "la gestación histórica de siste-


mas políticos de democracia competitiva puede describirse como
un proceso de diferenciación, en el curso del cual los ciudada-
nos han sido, por una parte, ascendidos a sujetos de la voluntad
(mediata) de la soberanía del Estado, mientras que, sin embar-
go, por otra parte, se han ido cortando los hilos de unión entre
las esferas de la vida política y social... la soberanía del ciudada-
no se conquista históricamente pagando el precio de la separa-
ción de ese papel del ciudadano de su inserción en contextos de
actividades y vida según su clase, religión... (La conquista de la
ciudadanía se paga) con el desgaje entre querer y hacer", con la
neutralización del vínculo entre acción social y conciencia
política35. Así, pues, la pregunta por el vínculo entre las distin-
tas identidades colectivas y la ciudadanía no es tan nueva como
parece. Ella expresa una constante ambivalencia en la relación
entre lo político y lo social. Así, para Escalante, el "ciudadano es
un tramo de la historia, pero necesita pensarse fuera de ella, por-
tador abstracto de la voluntad racional del pueblo... el ciudada-
no es un signo que ignora sus determinaciones como tal"36. Lo
que está enjuego es el carácter de tales determinaciones. Laclau
y Mouffe han mostrado que la ciudadanía o, en términos más
amplios, las posiciones de sujeto no se pueden derivar "necesa-
riamente" a partir de categorías como clase social o sexo. Sin
embargo, eso no quiere decir que las clases sociales hayan des-
aparecido. Entonces, ¿cómo aparecen en el nuevo contexto las
determinaciones de la ciudadanía? ¿Cómo dar cuenta de ellas y
situarlas en la ambigüedad propia de la vida política moderna?
En otros términos, ¿cómo reconocer las distintas identidades y
posiciones del sujeto que transforman la ciudadanía, pero no

33
Claus Offe, Partidos políticos y nuevos movimientos sociales. Editorial Sistema, Ma-
drid, 1990, p. 95yss.
36
Fernando Escalante, op. cit., p. 45.
[ 228 ] INGRID JOHANNA BOLÍVAR

permitir que ella se diluya en solipsismos, en el momento me-


ramente subjetivo de la realidad social, en lo que los actores
predican de sí mismos y nada más?
Como se establecía más arriba, el texto está interesado en
plantear y acotar algunas preguntas, pero por ahora no puede
siquiera intentar una respuesta. Con esto en mente, podemos
pasar al segundo punto.
A lo largo de la exposición, y como criterio para diferenciar
lo político, insistimos en que implica una manera de proyectarse
y de experimentar el orden colectivo. Decíamos que hay un es-
pacio público renovado en las relaciones entre el Estado y las
comunidades indígenas o negras, pero también que ese espacio
público aparece despolitizado, porque no transforma las coor-
denadas de la sociedad nacional, porque no se proyecta sobre
ella y porque el Estado aparece sólo como el actor a quien se
dirige la reivindicación. Lo político se perfila entonces como una
relación con la sociedad mayor. Relación que, según dijimos an-
tes, apunta a transformar los límites de la sociedad, las coorde-
nadas en que ella se hace inteligible. ¿Es posible tal enunciado
cuando se señala de manera insistente que la sociedad contem-
poránea ya no tiene un centro y que no se puede representar
más en los grandes relatos? ¿No será que aquí se expresa de nue-
vo el problema que el profesor Archila ha comentado para el caso
de los movimientos sociales, y es que en ocasiones "les exigimos
mucho?"37. En nuestro caso particular, ¿estaremos exigiendo mu-
cho de lo político, su proyección sobre el conjunto de la socie-
dad, su capacidad de transformar sus límites? ¿Qué implica exi-
gir esto cuando se insiste en que la sociedad contemporánea no
tiene centro y cuando se recalca que la tensión típicamente mo-
derna entre individuo y sociedad tiene que ser contrapunteada

Mauricio Archila, "Vida, pasión y... de los movimientos sociales", en este volumen.
Estado y participación: ¿la centralidad de lo político? [ 229 ]

con la tensión entre los múltiples yoes del individuo, con sus
múltiples identificaciones?38.
Por otro lado, si se retoman los planteamientos de Mouffe,
en el sentido de que "lo político no es una esfera sino la dimen-
sión de antagonismo (parcial) que es propia e inerradicable de
las relaciones humanas" 39 , ¿cuándo y cómo la participación de
los grupos sociales alimenta y redefine tales antagonismos? ¿Cómo
podemos leer desde aquí las tensiones entre comunidades negras,
grupos indígenas, colonos y otros grupos sociales? ¿Se ha cons-
truido alrededor de tales relaciones un antagonismo político?
¿Cuál sería entonces la particularidad del conflicto social? Desta-
camos que, desde nuestra perspectiva, el antagonismo no es un
dato preexistente, ni tampoco la diversidad social o el otro. Por el
contrario, partimos de que un problema político central es preci-
samente la manera como el otro es construido, inventado, imagi-
nado. Así mismo, el antagonismo social. Él no preexiste a la
interacción política, se configura en ella.
Así, pues, y como señalábamos antes, las categorías con que
hemos leído los distintos procesos sociales tienen que ser repen-
sadas para dar cuenta de las transformaciones y sobre todo de
las contradicciones propias del objeto. Y es que el concepto de
lo político que construyamos tiene que partir de la premisa de
que, citando a Adorno, "la sociedad es contradictoria y, sin em-
bargo, determinable; racional e irracional a un tiempo, es siste-
ma y es ruptura, naturaleza ciega y mediación por la concien-
cia"40. Así, la invención de lo político tiene que discutir la idea

38
Michael Walzer, Sobre la tolerancia, Paidós, 1998.
39
Chanta! Mouff e, "Pluralismo agonista: la teoría ante la política" (entrevista), en
Revista Internacional de Filosofía Política, N 2 8, UAM-UNED, diciembre de 1996.
40
Theodor Adorno, "Sobre la lógica de las ciencias sociales", en La disputa del posi-
tivismo en la sociología alemana, varios autores, Barcelona-México D. F., Ediciones
Grijalbo, 1973, p. 122. Primera edición en alemán, 1969.
[ 230 ] INGRID JOHANNA BOLÍVAR

de una sociedad que se autorregula, que no necesita ser media-


da y que tiene en lo político el elemento perturbador de los con-
sensos, tanto como la lectura que hace de ella, de la sociedad,
un "algo" que simplemente tendría que ser representado, ad-
ministrado, reproducido de manera especular. Sin negar el mo-
mento de verdad que yace en la formulación "para que haya un
espejo del mundo es necesario que el mundo tenga una forma"41,
es preciso señalar que lo político no es sólo "un espejo" de lo
social. Y no lo es, porque cualquier cosa que sea "lo social" no
está dada en la naturaleza, no es un dato para ser descubierto y
reproducido, sino algo que tiene que ser imaginado y construi-
do. La comprensión de lo político pasa por reconocer que está
atado a las contradicciones de lo social, pero que al operar so-
bre ellas las inventa y hace posibles.

41
Eco, Umberto, El nombre de la rosa, editorial Plaza y Janes, 1992. Debo esta refe-
rencia y parte de la discusión sobre el vínculo entre lo político y lo social a Franz
Hensel.
Estado y participación: ¿la centralidad de lo político? [ 231 ]

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Margarita Chaves Chamorro

DISCURSOS SUBALTERNOS DE IDENTIDAD Y MOVIMIENTO


INDÍGENA EN EL PUTUMAYO

INTRODUCCIÓN*

En esta ponencia hago un análisis de la competencia de discur-


sos subalternos de identidad que se ha generado en el Putumayo,
y sus repercusiones para el movimiento indígena que se insinúa
en la región, el cual se halla comprometido con la construcción
de una identidad colectiva que los representa en su lucha políti-
ca por el acceso a mecanismos de poder, pero también en su lucha
cultural en la búsqueda de una identidad diferenciada (Escobar
y Alvarez, 1992).
Entiendo por competencia de discursos la producción con-
flictiva de narrativas de identidad por parte de sujetos en una
posición de subalternidad dentro de una relación de poder y en
un contexto de activismo étnico-político. La elaboración de es-
tas narrativas es vista como un medio a través del cual dichos
sujetos ordenan y significan una serie de eventos relacionados
con sus historias personales y colectivas. Sin embargo, ellas cons-
tituyen respuestas que son a la vez reacción a y resultado de su
subordinación.
Analizo la rivalidad de discursos identitarios que se presen-
ta actualmente entre indígenas y entre ellos y los colonos, en

Quiero agradecer a Diana López y Juana Schlenker su contribución al desarrollo


de esta ponencia. La información contenida en sus trabajos de tesis fue definitiva
para dar forma a este ensayo. No obstante, los puntos de vista aquí expuestos no las
comprometen y son de mi entera responsabilidad.
Discursos de identidad y movimiento indígena en Putumayo [ 235 ]

términos de la relación dialéctica entre situación y contexto; las


tensiones entre lo étnico y lo político y las actuaciones de los
diferentes actores. ¿Cómo se generan estos discursos? ¿Quiénes
los auspician? ¿Por qué esta competencia de discursos? ¿Con qué
fines? ¿En qué contextos? ¿Cuáles son los límites del uso estra-
tégico del esencialismo para orientar la acción política del mo-
vimiento indígena en el Putumayo? ¿Es posible un tránsito del
esencialismo a la gestión? Éstas son algunas de las preguntas que
intento responder en este ensayo.
Para ilustrar la situación de activismo étnico-político a que nos
referimos, se reseñan tres casos que se presentan en un área espe-
cífica del Putumayo. Sin embargo, quiero dejar en claro que la
situación que se describe se presenta en varias de las subregiones
del territorio regional.
La reflexión conduce a la crítica de las posiciones esencialistas
sobre la identidad indígena, las cuales implican una representa-
ción de la misma como referente de un conjunto de prácticas y
significados culturales fijos, que niegan la multiplicidad de ex-
presiones culturales y las diferencias existentes entre los indíge-
nas. A partir de allí, propongo el diseño de estrategias identi-
tarias más adecuadas a los cambios del contexto político local,
regional y nacional, por parte tanto de los líderes de la organi-
zación indígena, como de los antropólogos y colaboradores de
la misma.
La reflexión sobre la esencialización y competencia de discur-
sos identitarios, y sus posibles consecuencias, tiene como finali-
dad contribuir a ampliar las posibilidades presentes y futuras de
los grupos subalternos de ser escuchados en sus reclamos políti-
cos, sin que la inclusión de unos se haga necesariamente a costa
de la exclusión de otros. El contexto político regional, con sus
múltiples fracturas y disociaciones, hace imperiosa la concepción
de nuevas formas de participación política indígena y campesina
que tengan en cuenta las particularidades de las historias regio-
[ 236 ] MARGARITA CHAVES CHAMORRO

nales. En últimas, el análisis se dirige a identificar estrategias que


permitan unir actores aparentemente involucrados en diferentes
tipos de lucha. Los antecedentes históricos de alianzas sociales
entre indios y colonos en esta área de colonización de la región
amazónica iluminan esta búsqueda.

LA CONSTITUCIÓN DEL 91:


LAS TENSIONES ENTRE LO ÉTNICO Y LO POLÍTICO

En las diversas regiones del país es posible constatar, con poste-


rioridad a la proclamación de la Constitución de 1991, u n a
redefinición de la dinámica de los procesos de identificación y
representación entre individuos, y al interior de grupos étnicos
y culturales distintos, que ha alterado los referentes sobre los
cuales se construyen las relaciones de poder entre éstos, así como
frente al Estado y los distintos actores de la sociedad mayor. Es
decir, la Constitución de 1991 ha tocado la raíz misma de la ten-
sión entre lo étnico y lo político presente en la interacción entre
individuos indígenas y no indígenas.
En las áreas de colonización cercanas al piedemonte ama-
zónico, y en particular en el Putumayo, donde la población es
mayoritariamente colona y mestiza, pero donde lo indígena se
ha hecho hegemónico en la construcción de la identidad regio-
nal, el mero hecho de la promulgación de la Constitución ha
modificado los referentes -políticos, étnicos, culturales, sociales
y económicos- sobre y dentro de los cuales se construye la inter-
acción entre esta población y los indígenas. Esto ha determina-
do la generación de nuevos discursos de identidad por parte de
colonos que reclaman una ascendencia étnica indígena, y de
colonos que, sin reclamar esa ascendencia, emulan o imitan las
narrativas de grupos indígenas de manera instrumental, con
miras a construir una identidad cultural. Sin embargo, ambos
actúan también con el fin de obtener u n tratamiento preferen-
Discursos de identidad y movimiento indígena en Putumayo [ 237 ]

cial y diferenciado por parte del Estado, al que hoy por hoy sólo
tienen acceso grupos considerados tradicional o históricamen-
te como étnicos. De hecho, es cada vez más frecuente encontrar
individuos indígenas y no indígenas moldeando fluidas catego-
rías étnicas y raciales para identificarse (Chaves, 1998).
Los procesos de reetnización -o reindigenización, como se de-
nomina el reclamo de una identidad indígena por parte de indi-
viduos y comunidades de colonos- que se han generado desde la
proclamación de la Constitución y después de aprobada la Ley
60 de transferencias económicas a los resguardos son de tal mag-
nitud, que han exigido a los funcionarios de la Dirección de Asun-
tos Indígenas del Ministerio del Interior replantearse la pregun-
ta sobre "quiénes son los indios". La misma cuestión ha sido
esbozada recientemente por un indígena del Tolima en una re-
unión con dichos funcionarios, en los siguientes términos: "¿Si
nosotros no éramos indios en los cincuenta, qué va a pasar con
los indios cuando todos seamos indios?"1. Es ahí cuando los mo-
mentos metonímicos de los sujetos subalternos y la hibridación
del lenguaje, activada en la angustia asociada con límites o fron-
teras vacilantes -culturales y territoriales-, pueden ser entendi-
dos, ¿Dónde marcar la línea entre gentes, culturas y lenguajes?
Esta situación resulta de la combinación explosiva de dos ele-
mentos presentes en la Constitución; el primero, con carácter de
principio general, y el segundo, con un contenido específico: 1)
el reconocimiento del carácter pluriétnico y multicultural de la
sociedad colombiana, con el cual se reafirma la concepción li-
beral, hegemónica, de la autodeterminación de los individuos
con voluntad política en la Constitución de la nación colombia-
na y, 2) la incorporación explícita de derechos territoriales y

1
Agradezco la información suministrada por Sonia Rodríguez, Ariel Uribe y Con-
suelo Reyes, de la Dirección de Asuntos Indígenas del Ministerio del Interior.
[ 238 ] MARGARITA CHAVES CHAMORRO

privilegios y recursos políticos y económicos de sectores subal-


ternos de la sociedad, más específicamente, de las comunida-
des indígenas. Es decir, la aplicación de políticas derivadas del
reconocimiento a la multiculturalidad y plurietnicidad ha aña-
dido un ingrediente más a las disputas que sobre territorios y
recursos sostienen diferentes sectores de la sociedad. La discri-
minación hacia los colonos -discriminación que los excluye de
los discursos y políticas estatales encaminadas a dar reconoci-
miento efectivo a la diversidad cultural en la Amazonia occiden-
tal-, los ha llevado a generar narrativas de identidad étnica y
cultural que compiten con las de los indígenas, de cara a la in-
tervención del Estado (Chaves, 1998).
Ahora bien, el hecho de que sea posible para grupos socia-
les no indígenas recrear su identidad cultural y darle una dimen-
sión étnica o indígena tiene implicaciones en planos diferentes:
en el plano teórico-antropólogico revela el carácter contradicto-
rio de los procesos de construcción de identidades esencializadas,
a la vez que devela la identidad como un proceso inestable, nunca
terminado, siempre en construcción (Hall, 1996; Bhabha, 1994);
en el plano de la práctica cotidiana pone en cuestión la forma y
el contenido de los procesos de creación y representación de los
discursos y narrativas mediante los cuales los grupos que histó-
ricamente se han considerado a sí mismos como indígenas han
construido su identidad étnica.
Esta inestabilidad, ahora abiertamente explícita, de los dis-
cursos de identidad y representación ha obligado tanto a indí-
genas como a no indígenas a confluir en la redefinición de los
referentes étnicos y políticos con base en los cuales construyen
sus discursos identitarios y estructuran sus relaciones de poder.
El resultado de esta competencia de discursos subalternos de
identidad, pero también de discursos de identidad subalterna,
ha sido, de una parte, una intensificación de ese proceso de cons-
trucción dialógica de discursos diferenciados y esencializantes
Discursos de identidad y movimiento indígena en Putumayo l 239 ]

y, de otra, como resultado de lo anterior y de manera concomi-


tante, la agudización de conflictos de diversa índole e intensi-
dad entre los grupos sociales subalternos presentes en la región.
La intensidad de la competencia de discursos y narrativas
ha alcanzado hoy por hoy un momentum tal, que en algunos ca-
sos la creación de discursos ha adquirido autonomía y dinámica
propia, al punto que la preocupación por la cuestión agraria y,
de manera más general, por la articulación de las relaciones de
poder de estos dos grupos frente al Estado y la sociedad mayor
ha pasado a un segundo plano, sin llegar a desaparecer. Cabe
preguntarse si la generación de discursos podría dejar de ser,
en ese contexto, instrumento en la redefinición de la relación
con el Estado y frente a la sociedad mayor, para ambos grupos,
para convertirse en tales casos en un fin en sí mismo. Uno de
los casos que expondremos más adelante así lo sugiere. Este re-
sultado tendría serias implicaciones, cuyas verdaderas dimen-
siones políticas e ideológicas aún no han sido estudiadas.
Lo que resulta evidente de esta competencia es que los gru-
pos subalternos han quedado atrapados en la lógica del discurso
hegemónico implícito en el espíritu liberal de la Constitución de
1991, descubriendo la tensión entre lo étnico y lo político, espe-
cíficamente la cuestión de la tierra y el derecho a la autodetermi-
nación (Chaves, 1998). Así visto, no resulta extraño constatar el
reclamo y la disputa entre indígenas de una misma etnia por la
autenticidad de una identidad étnica genuina, como se ilustra en
este ensayo. De otra parte, en el plano regional, la lógica del dis-
curso hegemónico se manifiesta en la agudización de tensiones y
la intensificación de conflictos interétnicos, la cual se traduce en
una creciente dificultad de sostener alianzas estratégicas estables
entre los distintos grupos, cuya viabilidad ha sido probada en el
pasado, así como en la imposibilidad de forjar nuevas formas de
acción conjunta dirigidas a obtener derechos económicos y polí-
ticos frente al Estado y la sociedad mayor.
[ 240 ] MARGARITA CHAVES CHAMORRO

La crítica realidad social en la Amazonia occidental es, pues,


la de una profundización de los procesos de fragmentación y rup-
tura de las identidades étnicas y culturales de los grupos indíge-
nas y de los colonos, subalternos en su relación frente al Estado
y la sociedad mayor, como resultado de la redefinición del ima-
ginario de nación que busca imponer el bloque hegemónico en
un contexto de globalización económica.

CONSTRUYENDO IDENTIDADES:
REETNIZACIÓN, ESENCIALIZACIÓN Y MEMORIA

Tres son básicamente los procesos identitarios que se han gene-


rado entre la población indígena y de colonos en el Putumayo
en el contexto de la nueva Constitución: y, en particular, de dos
hechos tan importantes como la aprobación de la Ley 60 sobre
transferencias económicas y autonomía administrativa de los res-
guardos, y la Ley Ambiental que ordena los procesos de Consul-
ta Previa a las comunidades indígenas.
1) Por una parte, están los procesos de reetnización de indí-
genas que se desligaron de sus comunidades y se distanciaron
de las prácticas culturales asociadas con su identidad étnica co-
lectiva. Por lo general se trata de individuos que residen por fuera
de los resguardos, que perdieron o no utilizan su idioma nativo
y, en muchos casos, han contraído matrimonios con personas
identificadas como colonos. La mayoría de estos individuos con-
forman asentamientos caracterizados como multiétnicos, en los
que conviven indígenas de diferente filiación étnica con indivi-
duos y familias de colonos. Entre éstos se destacan numérica-
mente aquellos en los que la representación indígena está con-
formada por indígenas migrantes de otras regiones del país
(paez, emberá-catío, awa).
Los procesos de reetnización se relacionan, en primer lugar,
con el cambio dramático de la representación de los indígenas
Discursos de identidad y movimiento indígena en Putumayo i 241 ]

en el país, el cual abrió la posibilidad de revertir los procesos de


negación y/o debilitamiento de las identidades indígenas por las
connotaciones negativas que se les atribuían. En segundo lugar,
se relacionan con el uso instrumental de la identidad indígena
para acceder a recursos y beneficios del Estado. Aunque se tien-
de a subvalorar la primera de estas razones, y a considerar como
causa principal y única de este fenómeno la búsqueda de incen-
tivos materiales brindados por el Estado a las comunidades in-
dígenas después de aprobada la nueva Constitución, los testi-
monios y las afirmaciones de indígenas reetnizados entrevistados
contradicen esta percepción (Chaves, 1998; Schlenker, 2000). Aho-
ra bien, reconocer la validez de los reclamos de subjetividades
indígenas no niega, en ningún momento, las contradicciones y
la inestabilidad de los procesos políticos relacionados con la
conformación de nuevas identidades grupales.
En la mayoría de los casos, los procesos de reetnización son
impulsados por individuos particulares que en pocas oportunida-
des cuentan con el apoyo de las organizaciones indígenas regio-
nales. El primer paso hacia su reconocimiento es la conformación
de un cabildo. Seguidamente, las comunidades se organizan para
emprender procesos de recuperación de prácticas culturales y apro-
piación de símbolos de pertenencia étnica, los cuales implican una
negociación entre sus miembros sobre sus diferentes historias para
recobrar los puntos en común, y significativamente la imbricación
de los pasados y presentes. Como lo sugiere Homi Bhabha, "aquí
la afiliación puede ser antagónica y ambivalente; la solidaridad
puede ser sólo situacional y estratégica; la comunalidad, frecuen-
temente negociada a través de la 'contingencia' de los intereses
sociales y los reclamos políticos" (Bhabha, 1996: 59).
2) Por otro lado, se presentan procesos de esencialización de
las identidades étnicas en comunidades indígenas relativamente
homogéneas, los cuales están orientados por un núcleo muy visi-
ble de actores, los líderes de la organización indígena, quienes
[ 242 ] MARGARITA CHAVES CHAMORRO

promueven procesos de recuperación cultural y lingüística y de


ampliación territorial de los resguardos a partir de estrategias
de reinvención de su identidad étnica. Como lo señalan Dover
y Rappaport (1996), estos procesos son, en cierta forma, una es-
trategia interna de recreación de la identidad indígena, en la cual
los aspectos tradicionales recuperados pueden ser vistos como mar-
cadores exóticos de etnicidad, como estereotipos que funcionan
para la mirada ajena. No obstante, las representaciones así cons-
truidas son productos híbridos en los que es fácil identificar la in-
fluencia de imágenes culturales de muy diverso origen y de am-
plia circulación en los niveles regional, nacional e internacional,
las cuales abarcan desde el indígena defensor de la selva amazónica
hasta el sabio curandero. Sin duda, el discurso antropológico es
materia prima fundamental en todas estas elaboraciones.
Esta nueva generación de líderes comunitarios emergió como
consecuencia de los cambios en la política estatal indígena acae-
cidos durante las tres últimas décadas. A diferencia de las auto-
ridades tradicionales, estos "ejecutivos de la identidad" -como
los denomina Michel Agier- son mucho más jóvenes, cuentan
con mayor educación y están más al tanto de los procesos polí-
ticos nacionales. Las estrategias identitarias que producen se
caracterizan por tener como interlocutor no sólo al mundo lo-
cal, sino al nacional e incluso al internacional. En consecuencia,
sus discursos identitarios manejan un mismo tipo de reperto-
rio, de lenguaje étnico, que, por demás, ha sido simplificado para
poder ser escuchado en la red global. Apoyados por una serie
de instituciones gubernamentales y privadas, invierten notables
esfuerzos por "revivir", "recuperar" o "detener" el debilitamiento
de las "tradiciones" indígenas, favoreciendo el surgimiento de
nuevos tipos de conciencia étnica (Agier, 2000).
Ambos casos -reetnización y esencialización- son sin duda
una respuesta inmediata de la población regional al cambio
positivo que ha tenido la representación de los indígenas en los
Discursos de identidad y movimiento indígena en Putumayo [ 243 ]

discursos oficiales. A fin de cuentas, es el uso de los discursos de


identidad como medio para ejercer poder, como medio para
alterar o estabilizar la relación de fuerzas por parte de los suje-
tos en una relación de poder, lo que constituye la política de la
identidad. En el Putumayo hoy es fácil observar cómo comuni-
dades disímiles adaptan y modifican formas culturales y socia-
les existentes para interpretar y responder a las demandas exter-
nas. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede en otras regiones
de la Amazonia donde se ha cuestionado la adecuación de los
espacios institucionales precursores y dominantes de la moder-
nidad, como son la escuela y la educación formal, para llevar a
cabo la recuperación y fortalecimiento del conocimiento indí-
gena (Véase Londoño, 1998; Hugh-Jones, 1997), en esta zona
de colonización de la Amazonia son precisamente éstos los ejes
centrales desde donde se desarrollan los procesos de recupera-
ción cultural en el sentido más amplio.
3) Una tercera situación está representada por la construc-
ción de identidades no étnicas por parte de colonos, quienes a
partir de la recuperación de la memoria sobre procesos de mi-
gración, salida y llegada, es decir, sobre la colonización misma,
enuncian su identidad por fuera de una adscripción étnica.

LOS CASOS DE DESCANCE, SAN JOSÉ, CASCAJO Y YUNGUILLO

Para ilustrar los anteriores procesos, describiremos sintética-


mente las situaciones que se vienen presentando en diferentes
asentamientos del Putumayo y de la baja bota caucana, territo-
rio que por sus dinámicas socioeconómicas, políticas y cultura-
les se encuentra más estrechamente vinculado con el Putumayo,
pero que política y administrativamente pertenece al departa-
mento del Cauca. Los casos en cuestión han sido estudiados por
las antropólogas Juana Schlenker y Diana López en sus tesis de
grado (Schlenker, 2000; López, 2000).
[ 244 ] MARGARITA CHAVES CHAMORRO

Descance y San José

Los procesos de reetnización que describiremos giran alrededor


de Descance, u n pueblo de campesinos colonos a orillas del río
Caquetá. Sus pobladores se consideran a sí mismos como veni-
deros o colonos, pues muchos de ellos llegaron a este sitio desde
otras regiones en la época de la explotación de la quina y el cau-
cho. Aunque reconocen un poblamiento antiguo de indígenas
en el sitio d o n d e se ubica su asentamiento, también construyen
la memoria del lugar asociada con tempranos pobladores colo-
nos. La mayoría de sus habitantes salieron del Cauca, Nariño y
Huila por los años en que el minifundio hizo crisis (1910yl920),
y no en pocos casos se reconocen como descendientes de indios
en sus regiones de origen 2 .
Enmarcados dentro de los procesos identitarios que propició
la Constitución de 1991, algunos individuos que desde mediados
de los años cincuenta hacían parte del asentamiento de Descance
comenzaron a autopercibirse/identificarse como indígenas ingas.
A partir de ahí, estas familias iniciaron u n proceso de desmem-
bramiento de Descance, para crear el asentamiento de San José.
Para explicar los motivos de su decisión, los líderes de San José
señalaron que su vinculación con el asentamiento de Descance se
debía tan sólo a la necesidad de dar educación a sus niños en la
escuela del lugar, y que si bien su convivencia con los descancefios
fue buena, nunca se sintieron representados por la junta de ac-
ción comunal que, desde 1971, operaba para atender los proble-

2
"La salida de las familias de su lugar de origen y la llegada al actual territorio son
marcadores importantes en las historias personales que narran los descanceños; la
ruptura de la identidad territorial por la migración hacia Descanse es determinante
en la construcción de su identidad como venideros; sus historias recuerdan el lugar de
donde vinieron sus familias, las razones por las cuales migraron y las condiciones en
que se encontraba este territorio en el momento de su llegada". (Schlenker, 2000: 38).
Discursos de identidad y movimiento indígena en Putumayo i 245 ]

mas comunitarios. Preferían, en cambio, participar en "las mingas


para arreglar la escuela o los caminos" (Schlenker, 2000: 53).
Con el apoyo del Consejo Regional Indígena del Cauca
(CRIC) y de la Dirección de Asuntos Indígenas del Ministerio del
Interior, los líderes de San José organizaron el cabildo y trami-
taron la aprobación del resguardo ante el Incora, cediendo para
ello las tierras en posesión de las familias del asentamiento. Su
meta a mediano plazo es integrarse al resguardo de Yunguillo
mediante la ampliación de ambos resguardos. Desde la aproba-
ción del resguardo, en 1994, los habitantes de San José han ini-
ciado un proceso de recuperación de la cultura (lengua, fiestas
tradicionales y artesanías) y las tierras. Para encauzar las diná-
micas y actividades de recuperación que en este sentido se rea-
lizan principalmente desde la escuela, los líderes del cabildo han
producido un documento titulado: Control interno del resguardo
inga de San José, municipio de Santa Rosa, departamento del Cauca,
en el cual se dictan las directrices de las mismas.

Cascajo y San José

Durante el proceso de consolidación del resguardo de San José


se presentaron problemas relacionados con los reclamos iden-
titarios de algunas familias que, en opinión de los líderes del
cabildo, no eran indígenas, es decir, las consideraban como co-
lonos. En 1996, estas familias se escindieron del cabildo de San
José y conformaron el de Cascajo. Para ello contaron con el apoyo
del CRIC, la misma organización que hacía unos años había apo-
yado la creación del resguardo de San José 3 . Hoy, los integran-
tes de Cascajo están a la espera de que el Incora los reconozca

3
Sería interesante desarrollar una indagación más profunda sobre el papel políti-
co del CRIC en esta área limítrofe.
[ 246 ] MARGARITA CHAVES CHAMORRO

como resguardo indígena y legalice la posesión de su tierras


(Schlenker, 2000). Mientras tanto, algunas de sus familias conti-
núan residiendo en el asentamiento de Descance.
Desde entonces, las rivalidades entre estos dos cabildos se
han intensificado, pues los integrantes del cabildo de San José
consideran que el reconocimiento de Cascajo como cabildo in-
dígena, y el apoyo brindado por el CRIC a dicho proceso, ponen
en peligro los recursos asignados por el Estado a las comunida-
des indígenas y amenazan seriamente su propio proceso de re-
conocimiento como pueblo indígena (Schlenker, 2000). Para la
comunidad de Cascajo, en cambio, la situación no es problemá-
tica. Sus líderes reconocen que sus reclamos en pos de ser reco-
nocidos como indígenas se ven afectados por la pérdida de la
lengua y de las tradiciones en el proceso de colonización. Sin
embargo, consideran que ello no demerita su derecho a ser re-
conocidos como indígenas. En palabras de su líder:

El cabildo lo conforman cuarenta familias. No son todas que


puedan las lenguas, pero pues, ni yo, como le digo, uno antes le
decían en la escuela, o le decían los antepasados, eso no aprenda,
eso se oye feo. Hoy en día no. Ya uno se va preparando y dice:
esto es lo que voy a rescatar, esto es lo que se me ofrece a mí. Y le
digo a mis hijos: eso hay que pelear a capa y espada por un pro-
fesor, y seguir los profesores bilingües, porque nosotros hemos
perdido, pero nosotros tenemos que seguir rescatando nuestras
costumbres, nuestra lengua (Schlenker, 2000: 56).

En 1998, las hostilidades entre los dos cabildos llegaron al


punto en que los gobernadores de 16 cabildos ingas, incluido el
cabildo de San José, conformaron un consejo zonal interno y
disolvieron el cabildo de Cascajo, aduciendo que las familias
indígenas debían pasar al resguardo de San José y las colonas a
la junta de acción comunal de Descance. Naturalmente, los ha-
Discursos de identidad y movimiento indígena en Putumayo [ 247 ]

hitantes de Cascajo no reconocieron la decisión de ese consejo,


reunieron los documentos que los acreditaban como cabildo
indígena, y continuaron con sus trámites frente al Incora para
la constitución del resguardo. De este modo, enfrentan por la
vía legal el descrédito que los cabildos de la zona les han im-
puesto (Schlenker, 2000: 56).
La gente de Descance ha sido testigo del deterioro de las
relaciones entre familias que hasta hace poco tiempo compar-
tían un mismo territorio y una misma dinámica social. Para ellos
está claro que la reconversión en indígenas de personas que hasta
hace poco se consideraban colonas implica una mayor compe-
tencia por los recursos que el Estado ha puesto a disposición de
los indígenas, y que esto afecta la relación de los cabildos indí-
genas con los colonos vecinos. Según su manera de ver, los miem-
bros de estos cabildos no son esencialmente diferentes de ellos
mismos; por el contrario, ellos, que se consideran venideros, tam-
bién pueden demostrar un ancestro indígena que, como bien lo
señalan, todos en la zona tienen (Schlenker, 2000).
En efecto, si bien la instrumentalización de la recomposición
indígena o reetnización de individuos es evidente en el contex-
to particular a que nos referimos, la edificación de fronteras sim-
bólicas visibles frente a los otros grupos de la población regio-
nal por parte los líderes de las comunidades no lo es tanto.

Yunguillo

Este resguardo inga está ubicado a seis horas de camino de


Descance, bajando por la cuenca del río Caquetá. Constituido
como tal en 1953, Yunguillo es el resguardo más antiguo que
existe en la Amazonia colombiana. En sus inmediaciones ope-
ran cuatro cabildos: Yunguillo, Osocoche, Tandarido y San Car-
los (López, 2000). Su población es relativamente homogénea.
Entre sus miembros se diferencian claramente aquellos que per-
[ 248 ] MARGARITA CHAVES CHAMORRO

tenecen a la etnia inga. Los pocos colonos que habitan dentro


del resguardo, en unión matrimonial con personas de la comu-
nidad, se consideran ajenos al resguardo, por lo que sus dere-
chos para participar en las decisiones del cabildo son restringi-
dos (Schlenker, 2000; López, 2000).
Desde mediados de los ochenta, una generación de jóvenes
ingas, educados en su mayoría por religiosos católicos, llevan a cabo
un proceso de recuperación de la tradición indígena con miras al
fortalecimiento de la identidad inga, especialmente a través de la
escuela. Las tareas asociadas con la recuperación de la lengua inga
se constituyen en el centro de este proceso. Para ello, los docentes
indígenas cuentan con la activa colaboración de algunos misione-
ros franciscanos. En conjunto, han producido una serie de mate-
riales escritos sobre la historia del asentamiento, en lengua inga,
que se emplean en la escuela para educar a los niños. Alentados
por los misioneros, los profesores y algunos de los líderes del res-
guardo proponen a la comunidad en general discursos identitarios
completamente desligados de la realidad sociopolítica y cultural
de la gente y de su contexto regional-nacional. Por ejemplo, en
una de las cartillas de historia se asocia el pasado de los ingas con
la historia del Perú y del sur del continente, y se vincula la identi-
dad de Yunguillo con la de los incas y el Tahuantisuyo (López,
2000). Paralelamente, los docentes promueven una serie de acti-
vidades culturales, como la celebración del carnaval de la cosecha,
en la que la esencialización de la tradición indígena se representa
como un texto performativo en el que se lee "son indígenas, son
indios, hacen fiestas de indios" (para una descripción detallada,
López, 2000: 68). Sus líderes, en conjunto con los de la organiza-
ción regional indígena del Putumayo, han intentado posicionar
este asentamiento como baluarte de la identidad inga y, en este
sentido, los procesos de re-creación cultural que allí tienen lugar
se utilizan como término de referencia por los líderes de San José
y Cascajo, para determinar su grado de autenticidad indígena.
Discursos de identidad y movimiento indígena en Putumayo [ 249 ]

El contexto regional

La evaluación de las estrategias identitarias y de las tensiones que


se han generado entre individuos y las comunidades particulares
debe hacerse a la luz de los procesos políticos regionales. En el
Putumayo, desde mediados de los años ochenta, líderes indíge-
nas de diferente filiación étnica vienen conformando un movimien-
to que reclama su derecho a ser reconocidos como diferentes y a
acceder a recursos del Estado a partir de este reconocimiento. Este
movimiento se ha estructurado con base en las actividades políti-
cas de las organizaciones regionales indígenas que se han creado,
reproduciendo en algunos casos el modelo de otras regiones del
país. La organización política regional más importante y de ma-
yor antigüedad es la Organización Zonal Indígena del Putumayo
(OZIP). Fundada en los ochenta por indígenas ingas del resguar-
do de Yunguillo, cuenta en sus cuadros con dirigentes indígenas
de diferentes etnias, mas no de aquellas que no son autóctonas
del territorio putumayense. La OZIP ha asumido, principalmente,
la vocería de las comunidades indígenas del medio y bajo Pu-
tumayo. Después de ratificada la Constitución de 1991, el liderazgo
regional de la OZIP se ha hecho evidente, especialmente por su
intervención en todas las instancias gubernamentales donde tie-
nen representación los indígenas. Su papel en los procesos de con-
sulta sobre impactos ambientales y regalías petroleras, si bien no-
torio, ha sido cuestionado por el tipo de estrategias que utiliza en
las negociaciones y por el poco respaldo de las bases, a pesar de la
representatividad que detenta (Calderón, 1999).
Además de la OZIP, existen otras organizaciones que defien-
den los intereses gremiales de grupos étnicos indígenas parti-
culares como es el caso de Musu Runakuna - q u e representa a
los ingas y kamsas del alto Putumayo-, la organización de "Los
16" - q u e reúne a los líderes ingas de 16 cabildos del Putumayo,
el alto Caquetá y la baja bota caucana-, y asociaciones de auto-
[ 250 ] MARGARITA CHAVES CHAMORRO

ridades tradicionales como la Fundación ZlO-A'l -que agrupa a


los ancianos y curacas siona y kofán- y la Unión de Médicos In-
dígenas Yageceros de la Amazonia, UMIYAC -que congrega a
chamanes curacas, taitas o médicos tradicionales del Putumayo
y de otras regiones de la Amazonia colombiana-, las cuales han
ido ganando terreno en las negociaciones políticas con las insti-
tuciones públicas y privadas que actúan en la región.
Ahora bien, políticamente son los ingas quienes están a la
cabeza de la organización regional. Este hecho no es gratuito.
Actualmente, la población inga representa 40% de la población
indígena en el Putumayo; es decir, del total de 30.431 indíge-
nas pertenecientes a 10 grupos étnicos, 12.000 son ingas (Plan
Piloto Territorial de Convivencia, 1998-2000)4. La supremacía
numérica y espacial de la población inga en el departamento,
unida a su fortaleza lingüística, tiene amplias repercusiones en
las líneas políticas trazadas por la organización regional5 y, en
particular, en el no reconocimiento de las demandas que hacen
los indígenas de los cabildos multiétnicos.
Si tenemos en cuenta el cuadro de cifras demográficas de la
población indígena en el Putumayo, podemos especular que los
únicos grupos en capacidad de disputar el dominio de la repre-
sentación inga son los indígenas pertenecientes a etnias que han
migrado de otras regiones del país y que hoy conforman en su
mayoría cabildos multiétnicos. Éstos suman hoy más de 30% de
la población indígena departamental (Plan de Desarrollo de los
Pueblos Indígenas del Putumayo, 1999).
¿Qué implicaciones políticas tiene este balance demográfico
en los procesos descritos? Considero que la desautorización por

4
La población total del departamento del Putumayo se estima en 314.571, de los
cuales 10% es indígena.
3
Cuentan además con cabildos urbanos en Bogotá y otras ciudades capitales, y
amplia representación política nacional.
Discursos de identidad y movimiento indígena en Putumayo [251]

parte del Consejo Inga de "los 16" de los reclamos identitarios


de cabildos recién formados se funda en el temor que existe al
verse sobrepasados en sus intereses territoriales y políticos por in-
tegrantes de otras etnias y/o indígenas pertenecientes a cabildos
multiétnicos, conformados en muchos casos por asociaciones de
colonos representantes de otras etnias.
¿Cómo interpretar entonces el papel del CRIC en los proce-
sos descritos? Teniendo en cuenta que el CRIC asume la repre-
sentación de los indígenas paeces en el Cauca, no sería del todo
descabellado deducir que, dado el alto porcentaje de población
paez existente en el territorio del Putumayo6, su intervención
en un área como la de la baja bota caucana sea el comienzo para
una actuación más decidida en los procesos políticos del Putu-
mayo. No hay que olvidar que su apoyo a los procesos de reetni-
zación y de conformación de cabildos se hace sobre la base de
los reclamos identitarios de cualquier conglomerado de más de
tres familias que puedan demostrar su ascendencia indígena (y
en muchos casos sólo el apellido basta), que en el Putumayo son
muy numerosos. Por otra parte, el método de alianzas estratégi-
cas con sectores de la población campesina ya ha sido probada
por largo tiempo en el Cauca, con buenos resultados en térmi-
nos del espacio y apoyo políticos ganados entre sectores no in-
dígenas. En este sentido, el CRIC le estaría señalando a la orga-
nización indígena del Putumayo nuevos caminos por explorar.

SUBALTERNIDAD Y DIFERENCIA

Situaciones como las aquí reseñadas evidencian que el espa-


cio sobre la multiculturalidad que planteó la Constitución del
91 no ha podido superar la aproximación esencialista a la iden-

6
La población de indígenas paeces representa 8,9% de la población indígena de-
partamental (Plan de Desarrollo de los Pueblos Indígenas del Putumayo).
[ 252 ] MARGARITA CHAVES CHAMORRO

tidad cultural como signo referencial de un conjunto de ras-


gos, prácticas y significados fijos, una herencia perdurable, una
serie de costumbres y experiencias compartidas por cada uno
de los grupos que se propone reconocer. En otras palabras, la
diversidad que se defiende desde el Estado y, en buena parte,
por los actores políticos que se movilizan alrededor de ella, se
refiere a la existencia de una pluralidad de identidades, vista
como una condición de la existencia de los diversos grupos
étnicos, mas no como el efecto de la enunciación de la dife-
rencia por la constitución de jerarquías y asimetrías de poder
(Hall, 1990; Bhabha, 1994). Dentro de esta lógica, la discri-
minación de que son y han sido objeto los indígenas aparece
dada por la diferencia, cuando es justo al contrario: la dife-
rencia y la notoriedad de la diferencia de los sujetos étnicos
son producto de la discriminación, "un proceso que establece
la superioridad, la tipicidad o la universalidad de algunos, en
términos de la inferioridad, la atipicidad o la particularidad
de otros" (Scott, 1995: 6).
Una alternativa a esta naturalización de la identidad es in-
troducir el análisis de su producción y, por lo tanto, de las cons-
trucciones y de los conflictos por el poder en que ella se enmarca.
Al contextualizar históricamente las estrategias identitarias de los
indígenas en el Putumayo, por ejemplo, es posible observar sus
constantes cambios y transformaciones de acuerdo con las situa-
ciones políticas. En los cincuenta y sesenta asistimos a los proce-
sos de aculturación y/o asimilación de los grupos indígenas a las
comunidades campesinas; los setenta y ochenta vieron los pro-
cesos de recuperación de la tradición y de reafirmación de
la etnicidad. Hoy asistimos a la reetnización (como reconversión),
así como a la reinvención de la identidad indígena.
Ahora bien, para avanzar en el proceso político de esclareci-
miento de la situación actual y definición de los reclamos de de-
rechos territoriales del conjunto de actores de los que hemos ha-
Discursos de identidad y movimiento indígena en Putumayo í 253 ]

blado considero pertinente la discusión sobre subalternidad, es-


trategia y esencialización.
A mi manera de ver, el análisis de la situación actual desde
la perspectiva de la condición de subalternidad de los actores
en cuestión brinda una salida frente a la contradicción de reafir-
mar las diferencias que se intenta desafiar cuando se reclama una
identidad. Si indígenas y colonos son vistos como sujetos subal-
ternos en el sentido propuesto por Gramsci para referirse no sólo
a grupos oprimidos, sino a aquellos carentes de autonomía, su-
jetos a la influencia o hegemonía de otro grupo social, y por lo
tanto carentes de una posición hegemónica propia (Gramsci,
1992), la condición de subalterno lleva implícita u n a estrategia
ambivalente en la estructura de su identificación. Es decir, la
producción de una imagen o de una representación de identi-
dad por parte del sujeto subalterno, y la transformación de ese
sujeto al asumir esa imagen o representación, tiene lugar en la
demanda de identificación que implica la representación del su-
jeto en el orden diferenciado de la otredad, el ser para Otro
(Bhabha, 1996). Una vez se evidencia la relación que da lugar a
la demanda por una identificación es posible llevar a cabo la
elaboración crítica - e n cuanto discurso ideológico- de las cate-
gorías dominantes privilegiadas sobre la diferencia, es decir,
sobre aquellas rupturas de la historia y la cultura creadas por la
dominación, conduciéndonos a lo que Escobar (1999) denomi-
na "el final del salvaje".
Un resultado positivo de esta aproximación al problema será
el diseño de estrategias políticas que permitan crear alianzas
entre actores diferenciados, en este caso entre indios reetnizados,
"tradicionales", y campesinos colonos. El carácter procesual de
las identidades prescribe que la identificación sea una construc-
ción no determinada, en el sentido de que siempre puede ser
"adquirida" o "perdida", lo cual no implica que no esté ligada a
las condiciones determinantes de existencia que incluyen los
[ 254 ] MARGARITA CHAVES CHAMORRO

recursos simbólicos y materiales requeridos para soportarla. La


identificación que buscan los sujetos reetnizados con los indíge-
nas no borra la diferencia que existe entre ellos, y aunque la
misma idea de identificación sugiere la fusión, ésta no es más
que una fantasía, pues, como no los recuerda Hall, "una vez ase-
gurada, ella no borra la diferencia" (Hall, 1996: 3). La no acep-
tación de este hecho funda el temor y la renuencia de los esen-
cialistas a considerar las alianzas que se pueden tejer entre actores
diferenciados.
¿Qué decir de las esencializaciones? Al esencializar la dife-
rencia, el discurso subalterno indígena asume como propias las
categorías externas sobre lo que significa ser indígena, y si bien
la apropiación de estos signos de diferenciación juega un papel
importante en la construcción de la identidad del grupo, el pe-
ligro está en que la lógica de la discriminación que crea la dife-
rencia se asuma sin ninguna crítica, olvidando que las diferen-
cias de grupo no deben ser concebidas de manera categórica sino
relacional, no como entidades diversas sino como estructuras
interconectadas o sistemas creados a través de repetidos proce-
sos de enunciación de la diferencia (Bhabha, 1994).
En las esencializaciones que caracterizan las afirmaciones de
la cultura política del movimiento regional indígena y de sus
ejecutivos de la identidad, es posible identificar un temor a en-
contrarse nuevamente en una situación de discriminación ne-
gativa, pero es también posible leer en esta estrategia un interés
político oculto por parte de fracciones del movimiento por aca-
parar recursos. Sin embargo, el uso proselitista de posiciones
esencialistas por parte de los líderes del movimiento indígena
del Putumayo puede convertirse en una trampa y, por lo tanto,
en algo opuesto a una estrategia.
El esencialismo como estrategia sólo puede funcionar a tra-
vés de una crítica permanente. El momento crítico no debe apa-
recer sólo en escenarios que permiten prever su esfuerzo como
Discursos de identidad y movimiento indígena en Putumayo [ 255 ]

exitoso. Por lo tanto, el uso estratégico de una esencia como


consigna, como palabra clave de un movimiento -tal como lo
puede ser el término indígena o afrodescendiente-, debe usarse con
cautela, pues nunca es igual como referente para todos los inte-
grantes de un movimiento político. Aún cuando pareciera ser
que la crítica permanente es contraproducente, una distancia
prudente con respecto al "carácter fetichista" de los términos
identitarios debería persistir a lo largo de todo el camino. La
alternativa de aceptar el esencialismo como estrategia definiti-
va equivaldría a aceptar que la situación que reclamaba el dise-
ño de la estrategia está aparentemente resuelta. En el Putumayo,
las condiciones están dadas para avanzar hacia posiciones
desesencializantes pues se corre el riesgo de que el "esencialismo"
esté operando para esconder divisiones políticas entre miembros
del movimiento. El deber de la crítica en este caso sería pregun-
tar quién está representado y quién no.
Ahora bien, la crítica de las posiciones esencialistas desde la
antropología también corre el riesgo de asumir el papel de au-
toridad frente a los discursos de los movimientos sociales. Esta-
mos confrontados con una perspectiva etnicista por parte de los
propios actores (Agier, 2000), que en todo caso no debe ser re-
producida por los antropólogos: no podemos tomar las catego-
rías de los propios actores como incuestionables. Su viabilidad
estratégica debe ser probada. ¿En qué momento se hace nece-
sario dar el paso hacia posiciones desesencializantes?

CONCLUSIONES

Una comprensión de las dimensiones teóricas y prácticas de la


competencia actual de discursos identitarios en sus diferentes
momentos y determinaciones desde la doble perspectiva ofreci-
da por la antropología y la economía política de la modernidad
resulta, pues, imperativa. Ello, con el propósito explícito de que
[ 256 ] MARGARITA CHAVES CHAMORRO

los diferentes grupos subalternos atrapados en la misma - p e r o


a la vez funcionarios públicos con su reinvención del desarrollo
y de otros actores presentes en la región- tomen conciencia de
dicha competencia, de forma tal que sea posible pensar y hacer
viables fórmulas y políticas conducentes al restablecimiento de
u n balance de las relaciones de interacción y de poder inter-
étnicas. Sólo así será posible sentar las bases para la creación de
alianzas estables y de condiciones para una mayor capacidad de
acción de los grupos subalternos comprometidos en el mejora-
miento y fortalecimiento de su condición social, económica y
política.
La tarea es particularmente importante, si se considera que
el proceso de reordenamiento territorial ordenado por la nue-
va Constitución implica una completa reorganización de los es-
pacios políticos y culturales en que tradicionalmente se ha de-
sarrollado la relación entre estos grupos. Será necesaria la
definición de mecanismos para asegurar la participación de los
colonos en la redefinición del proceso político que implica el
reordenamiento territorial en la Amazonia colombiana ordena-
do por la nueva Constitución. Así, no sólo se entraría en la bús-
queda de una solución global a la crítica cuestión agraria en la
zona, sino que también se evitaría la generación de tensiones
entre indígenas y colonos en áreas en las que éstas están ausen-
tes, y donde la conformación de alianzas estratégicas todavía es
viable, o d o n d e éstas ya existen de hecho.
La comprensión de los procesos de construcción de identidad
y representación de indígenas y colonos como momento central
de los procesos políticos, sociales y culturales en la Amazonia
occidental es urgente. La irrupción de diferentes actores con
fuerte presencia política y militar en el Putumayo, capaces de
imponer el conflicto armado y una cultura de la violencia de
dimensiones no conocidas en la historia reciente de la región,
plantea la necesidad de un análisis antropológico que contribu-
Discursos de identidad y movimiento indígena en Putumayo t 257 ]

ya al desarrollo de mecanismos políticos para poner freno a la


generalización de nuevos y mayores conflictos armados que ine-
vitablemente afectarán a los habitantes de la misma. La compren-
sión de estos procesos también es central si se tienen presentes
los grandes flujos migratorios de desplazados por la violencia
del campo a la ciudad en todo el territorio nacional, y su impac-
to en la dinámica social en los centros urbanos donde ésta se
concentra.

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Carlos Vladimir Zambrano

C O N F L I C T O S P O R LA H E G E M O N Í A REGIONAL.
U N ANÁLISIS DEL M O V I M I E N T O SOCIAL Y É T N I C O DEL
MACIZO COLOMBIANO

INTRODUCCIÓN

El siguiente análisis está ligado al particular interés por los pro-


blemas que implica pensar las distintas formas como la socie-
dad asume la contingencia de su presente y la construcción y
redefinición de las comunidades políticas. Forma parte de un
estudio que se ha adelantado, a lo largo de la década de los
noventa, sobre el movimiento social del Macizo Colombiano. A
principios de ella, durante 1991, el trabajo estuvo concentrado
en la dinámica del movimiento indígena yanacona y se llevó a
cabo en el marco del proyecto de investigación Etnicidad y socie-
dad en el Macizo Colombiano. En 1996, se presentó la oportuni-
dad de estudiar algunos aspectos del movimiento campesino de
integración del Macizo Colombiano, en el marco de los acuer-
dos de la II Movilización del Macizo Colombiano y Sur del Cauca.
Los dos movimientos fueron estudiados de manera independien-
te (Zambrano, 1998). A finales de la década, en 1999, por me-
dio del proyecto Gobernabilidad cultural en Colombia, de la Uni-
versidad Nacional, se inició la investigación sobre el proceso y
dinámica de la producción de la identidad colectiva maciceña,
teniendo en cuenta la pugna ideológica de dos movimientos -in-
tegración del Macizo y recuperación yanacona- que aunque an-
tagónicos en la arena política, se vinculan en cuanto a la preten-
sión de construir región en el Macizo Colombiano. Conflictos por
Conflictos por la hegemonía regional [ 261 ]

la hegemonía regional es un análisis que trata de aproximarse a la


lucha social dentro del Macizo Colombiano, como una lucha por
la unidad y la integración regional, en la que se movilizan varias
propuestas políticas diferentes, destacando las vías supramunicipal
y etnicista, que se ocultan bajo las etiquetas campesinas e indíge-
nas, respectivamente.
En noviembre de 1999 alrededor de 30.000 personas del
suroccidente colombiano taponaron la vía Panamericana, cerca de
la frontera caucanonariñense, en el sitio conocido como Galíndez,
para reclamar sus derechos y exigir al gobierno nacional el cum-
plimiento de los acuerdos firmados en 1996, durante la II Movi-
lización del Macizo Colombiano y Sur del Cauca, y para reiterar
su desazón por la exclusión y marginamiento al que han sido so-
metidas. El gobierno reconoció la legitimidad de la movilización1,
a pesar de que durante los 25 días de permanencia en la vía, en
no pocas oportunidades trató de criminalizar la protesta y provo-
có acciones de orden público que hicieron temer un desenlace
violento2. Intentó agotar a los manifestantes dilatando la nego-
ciación, trató de deslegitimarlos señalándolos como guerrille-
ros e intentó fracturar la solidaridad interna de la gente. Sin
embargo, la fortaleza de los manifestantes demostró organiza-
ción y responsabilidad, capacidad logística para movilizar cerca
de 500 toneladas de alimentos, habilidad para el manejo de la
coyuntura y resistencia social sin precedentes. A la vez, la pre-
sencia de los integrantes de la manifestación puso de manifies-
to que este tipo de movilizaciones crea unos lazos de pertenen-
cia y solidaridad fuertes entre todos ellos, estimula formas de

1
"No hubo ni ganadores ni perdedores. El escenario, como lo planteó el gobierno,
fue de interlocución con una organización campesina que estaba reclamando unos
derechos legítimos, a los cuales el Estado tiene la prioridad de atender en áreas defi-
nitivas..." Viceministro del Interior, El Espectador, 28 de noviembre, p. 10A.
2
Cfr. Varios periódicos y varias fechas entre el I o y el 25 de noviembre de 1999.
[ 262 ] CARLOS VLADIMIR ZAMBRANO

socialización y socialidad políticas que permiten la reproducción


del sentido de su acción asignándole contundencia y coherencia,
y coadyuva al desarrollo y consolidación de las identidades colec-
tivas. La toma de la carretera Panamericana se ha convertido en
un emblema que representa a todos los habitantes del Macizo,
tanto a los que están en la vía, como a aquellos que los apoyan
logísticamente.
Los movilizados buscaban que el gobierno se comprometie-
ra a girar recursos, a incorporarlos dentro del Plan de Desarro-
llo y a definir mecanismos para proyectos de inversión. Demos-
traron la ineficacia del Estado para atender los sectores
marginales de la sociedad y la debilidad de las políticas de desa-
rrollo, dejaron en evidencia que mientras las comunidades tie-
nen planes a largo plazo, el Estado y su dirigencia son corto-
placistas, sin metas nacionales concretas y sin iniciativas para
impulsar las regiones. Víctor Collazos, negociador de la protes-
ta, al evaluar los resultados, dejó entrever unos posibles efectos
regionales en la dirección del movimiento del Macizo Colom-
biano:

[...] deja la experiencia que acumulan los líderes en el aspec-


to organizativo; deja una cantidad de nuevos líderes, la solidari-
dad de todos los sectores regionales... Hacia el futuro las luchas
sociales se van a unificar y fortalecer. La región entendió que no
podemos seguir siendo la cenicienta en los presupuestos nacio-
nales y que no podemos seguir viviendo de una historia que no
nos da calidad de vida (Collazos, 1999).

Se responde aquí a la convocatoria para "hacer un análisis


no coyuntural de la reciente coyuntura" que incitó a los campe-
sinos del Macizo Colombiano a tomarse la vía panamericana en-
tre el I o y el 25 de noviembre de 1999. Lo "no coyuntural" pre-
tende demostrar cómo la movilización social en esta región del
Conflictos por la hegemonía regional [ 263 ]

suroccidente del país, en los últimos 10 años, ha fraguado un


movimiento regional con dos tendencias integracionistas fuer-
temente marcadas, una supramunicipalista y otra etnicista,
lideradas respectivamente por el Comité de Integración del Ma-
cizo Colombiano (CIMA), y por el Cabildo Mayor del Pueblo
Yanacona (CMY). En tanto que el CIMA y el CMY son organizacio-
nes que protagonizan un conflicto por la hegemonía política
dentro del Macizo Colombiano con discursos integracionistas,
y al tener ambas una capacidad inusitada de movilización social,
la opinión experta es fundamental para interpretarlo, pues pa-
rece ser -a la luz del actual desarrollo del movimiento- que el
modo de reconstrucción de las comunidades maciceñas pasa por
la conformación de una entidad macro, políticamente estable.
Teórica y metodológicamente ambos se replantean no como
dos movimientos visibles independientes, sino como antagonis-
tas visibles de un mismo movimiento regional. La intenciona-
lidad de tal puntualización no es otra que la de sostener la idea
de que la lucha social al interior del Macizo Colombiano busca
caminos de inserción en las actuales circunstancias nacionales y
globales bajo la forma regional. La crisis de la descentralización
política, la incapacidad gubernamental para trazar metas socia-
les a largo plazo, la capacidad de los movimientos para plantear
estrategias propias de desarrollo y la emergencia de procesos de
reordenamiento territorial supramunicipales son aspectos de la
coyuntura, que serán tratados como decisivos en la estructuración
de propuestas regionales en el Macizo Colombiano.
Lo señalado hasta aquí son unas consideraciones prelimina-
res para analizar la protesta en el horizonte del movimiento
social, la complejidad del movimiento social del Macizo Colom-
biano que manifiesta los trazos de su conversión en un movi-
miento regional de enorme complejidad y de difícil desarticu-
lación, pues está redefiniendo las formas de pertenencia y de
participación de sus habitantes, y permite precisar algunos ele-
[ 264 ] CARLOS VLADIMIR ZAMBRANO

mentos teóricos y conceptuales para una mejor comprensión de


lo que este país está produciendo social y culturalmente en medio
de esta, aparente, sin salida de la crisis colombiana.

UNA DIGRESIÓN TEÓRICA SOBRE EL ASUNTO

En 1993 eLprofesor yanacona Carlos Horacio Juspián, del Ca-


bildo Indígena de El Oso, Municipio de La Sierra, Cauca, plan-
teó que "La historia es un proceso de identificación. La historia
yanacona que nos toca hacer, es la de volver a identificarnos con
lo nuestro, que ya es distinto" (Juspián, 1993), para indicar su
percepción acerca del trabajo para el fortalecimiento de la iden-
tidad indígena yanacona. Sus trazos constructivistas, la profun-
didad de su pensamiento en torno a la identidad, la sensibili-
dad para pensarse a través de los cambios, y la percepción de
estar haciendo historia, hacen de esta cita un ejemplo de la ca-
pacidad analítica y teórica de la gente del Macizo Colombiano.
La magnitud del afán teórico puede hacerse evidente si se le com-
para con una teórica de los movimientos sociales, como Chantal
Mouffe. Ella, al respecto, escribió que "La historia del sujeto es
la historia de sus identificaciones, y no hay una identidad oculta
que deba ser rescatada más allá de la última identificación"
(Mouffe, 1998: 14). Juspián se adelantó cinco años a la compren-
sión teórica del asunto; él es un ejemplo para fortalecer la con-
vicción de que el Movimiento del Macizo Colombiano puede
desarrollar sus propias formas de teorización.

ALGUNAS PRECISIONES NECESARIAS

Este análisis se fundamenta en los siguientes supuestos: 1. Las


identidades étnicas, regionales y nacionales son un tipo de iden-
tidades políticas que otorgan coherencia simbólica, dotan de
potencia a la acción colectiva y dan sentido a las comunidades
Conflictos por la hegemonía regional i 265 ]

políticas imaginadas, llámense naciones o etnias. Así, los


regionalismos, nacionalismos y etnicismos no son una simple
banalidad fundamentalista, sino una fuerza política que
coadyuva a dotar de capacidad estructurante de lo social y cul-
tural a las comunidades. 2. Si bien dichas identidades general-
mente se sustentan en rasgos culturales, aspectos lingüísticos,
normas sociales y referentes cosmovisionales, son producciones
colectivas que se forjan en medio de los movimientos sociales.
3. Los movimientos sociales son, pues, la arena de producción
de este particular tipo de identidades colectivas, por lo cual en
ellos se ponen enjuego no sólo los aspectos vernáculos de sus
culturas y sus costumbres sociales y políticas, sino todos los ele-
mentos innovadores, externos e internos, en un momento his-
tórico determinado.
Se pretende enfatizar el punto de vista según el cual las iden-
tidades son reflexivas y dinámicas; y, si bien son consubstanciales
a toda colectividad de manera diferenciada, son históricas y se
transforman de manera permanente (Arditi, 2000; Bartolomé,
1997; Friedman, 1992; Giddens, 1995; Zambrano, 1998; Laclau,
1987, Mouffe, 1998). Ellas pueden ser movilizadas tanto en la
confrontación con otros, como entre sí. La dimensión interna, a
veces descuidada, es fundamental para la comprensión de los
movimientos sociales, pues éstos, a la vez que son una reacción
a la inoperancia del Estado y a la marginación social y política
de las comunidades, suscitan un enfrentamiento interno que po-
sibilita el relevo generacional y la reubicación de los sujetos. Un
movimiento es sede de muchas visiones distintas, a veces anta-
gónicas, presentes entre miembros de un mismo grupo.
Teóricamente, esta indagación se inscribe dentro de los es-
tudios que tratan de la producción y reproducción de las identi-
dades colectivas; en ellos el ámbito de la producción y reproduc-
ción de la identidad es el movimiento social en su conjunto
(Arditi, 2000; Giddens, 1995; Zambrano, 1998; Laclau, 1987;
[ 266 ] CARLOS VLADIMIR ZAMBRANO

Mouffe, 1998; Türton, 1999). Así, el movimiento no es una co-


yuntura ni un estado excepcional a que recurre una sociedad cuan-
do carece de algo, sino la fuerza estructurante y progresiva que
puede dar como resultado referentes identitarios que coadyuven
al desarrollo de procesos de construcción social. El doble movi-
miento de producción y reproducción identitaria es fruto de la
inestabilidad que genera un cambio social, político o institucional,
y la estabilidad que nace a medida que surgen y se establecen los
nuevos significantes, los cuales circulan a través de lo instituido -
cabildos indígenas, concejos municipales, juntas de acción comu-
nal, escuelas, marchas y protestas, leyes, decretos, presupuestos
nacionales, departamentales, locales, etc.-, transformando sus
contenidos y asignándole nuevas posibilidades de acción comu-
nitaria. Por ejemplo, la vinculación de veredas no indígenas a un
territorio indígena; la formación de redes colectivas en áreas de
propiedad privada. "La dialéctica de inestabilidad/fijación sólo es
posible porque la estabilidad no está dada de antemano, porque
ningún centro de la subjetividad precede las identificaciones del
sujeto" (Mouffe, 1998: 15). Lo que equivale a decir que la estabi-
lidad no se mide por unos resultados preconcebidos y presupues-
tados, tampoco por su ajuste conceptual a lo previamente defini-
do, sino en la lógica del desenvolvimiento de la sociedad, que es
la que produce nuevos sentidos sociales.
Quienes han intentado acercarse a la problemática social del
Macizo tienden a estudiar por separado al CIMA o al CMY {Cfr.
Sotomayor, 1997). Cuando se trata del primero, sin vacilación
se define su origen campesino; cuando es del segundo, sin nin-
guna duda se tipifica como indígena. A pesar de que ambos, aun-
que desde estrategias distintas, aspiran a la reconstrucción so-
cial y política del Macizo Colombiano, nunca son puestos en
relación como distintas caras de una misma moneda en la re-
definición de la identidad regional maciceña; a lo sumo, se vin-
culan para fijar sus límites y trazar las fronteras que impone el
Conflictos por la hegemonía regional l 267 1

conflicto existente entre ellos, el cual es transmitido por sus res-


pectivos líderes con el fin de alinear la opinión experta a su fa-
vor. Son ellos los que en cierta forma definen la perspectiva de
los investigadores, y éstos, a menudo reproducen las diferencias
clásicas entre indígena y campesino, que hoy cierran más puer-
tas de las que abren para la mejor comprensión de los actuales
mecanismos intracomunitarios de institucionalización de los pro-
cesos sociales y de los modos de construcción y reconstrucción
social de comunidades políticas, en las que la redefinición
identitaria regional constituye un aspecto central en la construc-
ción de un orden regional.
En suma, se mira el movimiento del movimiento social y se
explica cómo la vías campesina e indígena se desplazan, sin per-
der su identidad, transformándose en supramunicipales y étnicas,
hacia una resolución regional de las tensiones que ellas mismas
imponen al Macizo Colombiano. Desarrollar tal perspectiva pro-
picia un acercamiento a otros procederes académicos que buscan
una mejor elucidación de lo que actualmente sucede en el seno
de los movimiento sociales. Éstos tratan de conocer no tanto las
condiciones de la protesta, como sus efectos sociales estructurantes,
y el Macizo Colombiano manifiesta hechos que lo posibilitan. Se
pueden tener en cuenta, por ejemplo, el sentimiento de unidad
regional que une a los pobladores del Macizo Colombiano y que
es anterior al CIMA y al CMY; los cambios en las maneras de repre-
sentarse la región como reflejo de las dinámicas propias del mo-
vimiento social que en una década se ha redefinido cuando me-
nos cuatro veces; cómo divergen y convergen los procesos de
producción de identidad regional desde las estrategias CIMA y CMY,
y cómo las transformaciones de sentido reflejan las condiciones
de contemporaneidad y reflexividad del movimiento social, para
definir su capacidad de influencia en la redefinición regional.
Laclau (1987) señaló que la investigación social "explica no
las condiciones objetivas o subjetivas que hicieron posible la
[ 268 ] CARLOS VLADIMIR ZAMBRANO

emergencia de un movimiento social, sino el tipo de relaciones


entre los agentes sociales que este último supone" (Laclau, 1987:
34), presupuesto que es útil para trazar los eventuales vínculos
del CIMA y del CMY en tanto fuerzas de un mismo movimiento,
que fijan el nuevo horizonte regional como posibilidad política
y como reto analítico. Además, dicha precisión nos distancia de
las miradas de distinto cuño que muestran a los movimientos
sociales como algo homogéneo, para resaltar en cambio la es-
pecificidad de los antagonismos presentes en su interior.
La conceptualización mecanicista sobre la inobjetable dife-
rencia entre CIMA y CMY parece no ser adecuada en stricto sensu y
es insuficiente. No es adecuada porque tanto el CIMA corno el
CMY son organizaciones políticas y como tales representan sólo
una parte de las tendencias involucradas en el seno de los mo-
vimientos campesino e indígena en el Macizo Colombiano; y es
insuficiente, por dos razones: la primera, porque de tratarse co-
mo movimientos individuales, ni el CIMA es típicamente campe-
sino, ni el CMY es típicamente indígena; es preciso analizarlos
como expresión de una nueva dinámica de los llamados movi-
mientos campesinos e indígenas y, llegado el caso, redefinirlos
en el contexto de sus propias transformaciones. Desde este punto
de vista, cuando menos, el analista debe introducir tanto las
variables indígenas y campesinas del CIMA y del CMY, respecti-
vamente, como las disidencias no organizadas -campesinas e in-
dígenas- que también hacen parte del movimiento.
La segunda, corolario de la anterior, hace insuficiente la
conceptualización clásica porque ambas organizaciones fomen-
tan un desplazamiento discursivo y estratégico hacia el encua-
dramiento de las demandas propiamente campesinas e indíge-
nas, en el marco de unas reivindicaciones supramunicipales por
parte del CIMA y étnicas por parte del CMY, en las que se puede
leer la intención de formar país dentro de un país, vale decir, de
hacer región; por lo tanto, de pugnar por hacer hegemónica su
Conflictos por la hegemonía regional [ 269 ]

propuesta política, redefiniendo totalmente el sentido de las


peticiones de cubrimiento de infraestructura y necesidades bá-
sicas, que los primeros estimulan impulsando la maciceñidad, y
los segundos la yanaconidad.
Conviene apuntar cuando menos tres cosas: la primera es
que el movimiento social puede ser analizado con una orienta-
ción constructivista, que dé cuenta de su capacidad estructurante
y no exclusivamente coyuntural. Vale decir, una guía metodoló-
gica que observe los lazos que se forjan con la movilización y que
perfilan sentimientos de pertenencia, unidad y solidaridad que
producen el parentesco simbólico necesario para dotar de sen-
tido a esa comunidad imaginada regional, bajo cualquiera de los
dos criterios de maciceñidad o yanaconidad. La segunda es
que metodológicamente hay que situarse en el avance del mo-
vimiento hacia reivindicaciones regionales, pues la producción
de las identidades campesinas e indígenas se transforma en
propuestas de maciceñidad y yanaconidad, que abren la posibi-
lidad de incoporar sujetos diversos. Es por tal razón, por ejem-
plo, que bajo la autoridad del CMY existen negros y campesinos
que se dicen yanaconas, y en el CIMA hay indígenas que dicen
no ser yanaconas, situaciones que han desarrollado procesos de
indigenización, reindigenización y etnización, así como de
campesinización. La tercera es que a la carretera, la vía Pana-
mericana, si bien se llega a negociar y a presionar recursos para
inversión social, existen otras movilizaciones invisibles que es
preciso tener en cuenta; por ello se piensa en que el análisis de
la protesta social debe incluir unos tiempos sociales de movilización
que llamaremos de preprotesta, protesta y postprotesta, con los
cuales descalabramos de paso los discursos que la interpretan
como espontánea, y los que tratan de desligitimarla asignándo-
le a la movilización social la dirección de fuerzas externas.
[ 270 ] CARLOS VLADIMIR ZAMBRANO

HACIA UNA CARACTERIZACIÓN DEL MOVIMIENTO REGIONAL

En los últimos diez años, tanto el CIMA como el CMY del Macizo
Colombiano, cada uno por su lado, han logrado sentar en una
mesa de negociación a los gobiernos nacional colombiano y de-
partamental caucano en varias oportunidades. Aunque son dos
organizaciones relativamente recientes, parece que guardan en su
interior, entre otros, la contradicción histórica de los movimien-
tos indígenas y campesinos. Sin embargo, ambas, de alguna for-
ma, reflejan unos movimientos modernos. En primer lugar, el
CIMA reclama una región, un territorio, formas de organización
propia, una cultura y una identidad que hasta ahora no se en-
cuentra en las mesadas reivindicatorías de los movimientos pe-
culiarmente campesinos. En segundo lugar, el CMY reclama la
integración social del territorio, la jurisdicción política y admi-
nistrativa allende las fronteras de los resguardos y la incorpora-
ción -bajo la noción de pueblo como nacionalidad incipiente-
de negros y campesinos, urbanos y rurales, dentro de su espec-
tro de acción.
En el Macizo, lo indígena y lo campesino son realidades
redefinidas en lo étnico y lo supramunicipal, que constituyen dos
líneas ideológico-políticas que pugnan por la hegemonía regio-
nal dentro del Macizo Colombiano. Dicha pugna puede ser en-
tendida como la tensión que divide al movimiento en indígena
y campesino, individualmente, pero también la que permite co-
nectarlos en la perspectiva regional. Este trabajo desarrollará la
segunda opción, por lo cual se presentan los resultados del exa-
men al papel que las líneas campesinista e indigenista -vale decir,
supramunicipalista y etnicista- desempeñan en la construcción
de la regionalidad y, por ende, en la conformación de un macro-
movimiento, para sustentar que el Movimiento del Macizo Co-
lombiano es un movimiento social de carácter regional, con ca-
pacidad estructurante en lo sociopolítico, en el que la identidad
Conflictos por la hegemonía regional [ 271 ]

regional -la regionalidad (maciceñidad y yanaconidad)- se con-


vierte en el eje de organización social y política.
Con esta decisión, que es metodológica, se dejan de lado las
respectivas complejidades internas, pues si bien es evidente que
el discurso manifiesta la intención de integración regional, sigue
siendo una tarea por realizar la comprensión de cómo se resuelve
la construcción identitaria al interior de las veredas. Es decir, cómo
se ponen en marcha los mecanismos de institucionalización de
la identidad colectiva, en un área bastante diversa y heterogénea,
con innumerables diferenciaciones sociales y culturales, y en
medio de todos los conflictos del país, de los que el Macizo no
está exento, sus guerras militares y paramilitares, sus violencias
por narcotráfico y sus secuelas sociales, los desajustes produci-
dos por los cambios estructurales del país y los consecuentes
desplazamientos de población, etc.
Así, pues, tras de las demandas por servicios, vías de comu-
nicación, educación, etc., los habitantes del Macizo desarrollan
una lucha para construir y consolidar su región. En este senti-
do, la profundidad del hiato CIMA-CMY está en formar parte de
un movimiento que aspira a configurar una región, una identi-
dad y un nuevo sentido de pertenencia entre sus pobladores. La
identidad que se está construyendo emergerá de la solución del
conflicto que ha producido la confrontación por la hegemonía
de un discurso y de un poder que está siendo movilizado por las
líneas de integración política supramunicipal liderada por el
CIMA, y la de recuperación territorial étnica, en cabeza del CMY.
Tanto el CIMA como el CMY tienen posiciones definidas respecto
a la centralidad asignada a la identidad regional en la construc-
ción del orden social y político en el Macizo.
Por línea, de modo general, se entienden las propuestas orga-
nizativas para demandar unos derechos, las tácticas de lucha
elegidas para presionar al Estado, los objetivos estratégicos con
una definición ideológica explícita del sector social que defien-
[ 272 ] CARLOS VLADIMIR ZAMBRANO

den, que, a la vez, les permite establecer alianzas con otros mo-
vimientos populares en la región. La línea CMY es sustenta-
da por varios sectores yanaconas, no yanaconas, indígenas con
resguardo y sin resguardo, organizaciones indígenas como el
Consejo Regional Indígena del Cauca, Autoridades Indígenas
de Colombia, Alianza Social Indígena, y cabildos indígenas, y
está basada en la recuperación territorial, la autoridad de los ca-
bildos y la jurisdicción indígena. La línea CIMA también es sus-
tentada p o r múltiples actores colonos, campesinos pobres y me-
dianos, comerciantes y artesanos, organizados en t o r n o a la
Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, juntas de acción
comunal y asociaciones municipales, entre otras, y están aglu-
tinados por la movilización a la vía Panamericana, por necesi-
dades básicas de servicios públicos y una estrategia de toma de
poder en las alcaldías y concejos.

DINÁMICA ESTRUCTURAL DEL MOVIMIENTO

Todo movimiento regional moviliza cuando menos tres elemen-


tos estructurales: u n a base territorial, u n sentimiento de identi-
dad y unos mecanismos de gobierno. No cabe duda de que el
CIMA y el CMY los tienen y su horizonte de lucha unas veces se
cruza y otras no. Ambas líneas sostienen la defensa del Macizo
Colombiano, por lo que la región geográfica es una base para
las dos; el CIMA impulsa la maciceñidad y el CMY la yanaconidad
para la región, y sus mecanismos de gobierno son, para el CIMA,
las alcaldías y concejos municipales, y para los yanaconas, los ca-
bildos indígenas y los consejos territoriales; además, u n o y otro
son entidades organizativas orgánicas al movimiento.
Social y culturalmente, el Macizo Colombiano se levanta
sobre una serie de sedimentos que dejan los movimientos socia-
les a su paso. Un conjunto de jurisdicciones que se superponen
de manera conflictiva, u n palimpsesto de poderes que operan
Conflictos por la hegemonía regional [ 273 ]

simultáneamente, un vaivén cartográfico administrativo sin pre-


cedentes. En medio de esto, las dos fuerzas principales del movi-
miento regional no pierden su identidad ni las características
propias, sino que se transforman, cambiando también las formas
de relación y los escenarios de conflicto. Si bien sus diferencias en
términos de la probabilidad del desarrollo de la lucha se radi-
calizan, también de manera complementaria sus pretensiones en
el horizonte regional se fusionan. De hecho, la observación
germinal de esta apreciación es que a lo largo de los últimos diez
años el CMY ha reconocido miembros no indígenas, campesinos y
negros, y el CIMA ha incorporado indígenas que no se reconocen
como yanaconas, y ambos se nutren de otros sectores como el
magisterio; y aunque las propuestas no han sido muy claras en
términos de la existencia de u n discurso explícito de articula-
ción, cada uno, en la aspiración regional, tiende a asimilar al otro.
Dicho coloquialmente, la yanaconidad tiende a asimilar a la
maciceñidad, sugiriendo que la yanaconidad sea el baluarte de
identidad regional y, a la vez, la maciceñidad anhela asimilar a
la yanaconidad para ser el bastión de la regionalidad.
Desde luego, las prerrogativas jurídico-políticas que tiene
cada línea no son dables sin la resolución de problemas regio-
nales internos, todos ellos complejos, entre los cuales destaca
la forma de resolución de la actual discriminación y margina-
lización de los indígenas y de los sectores campesinos bastante
pauperizados dentro de la región, y el tratamiento que le den a
la institucionalidad dominante. Ésta es u n a tensión fundamen-
tal que transita los caminos de la acción ideológica y de pro-
ducción de sentido que define a las identidades, a la acción
política - p r o p i a m e n t e dicha- que trata de convertir los anhe-
los en relaciones sociales. En la realidad concreta del movimien-
to, los alcances y posibilidades de cada línea d e p e n d e n de las
tácticas usadas.
t 274 ] CARLOS VLADIMIR ZAMBRANO

La base socioterritorial

No se sabe con precisión de qué manera se desarrolló el sentido


de identidad regional en el Macizo Colombiano, con anteriori-
dad a la presencia del CIMA y del CMY. Lo cierto es que para sus
habitantes ésta existía antes de ellos, inducida, seguramente, de
manera indirecta por los textos escolares que señalan al Macizo
como un referente geográfico de carácter nacional, comúnmente
conocido con la metáfora de estrella fluvial, porque allí nacen
los ríos Cauca, Magdalena, Patía y Caquetá. El nombre geográ-
fico delimitó con claridad una región cultural, hasta antes de
1991, comprendida exclusivamente por eí área caucana dei
macizo geográfico, que cubre los municipios de Bolívar, Almaguer,
San Sebastián, Rosas, La Vega, La Sierra y la parte sur de Sotará
y norte de Santa Rosa. Ése es el Macizo Colombiano al que aquí
hacemos referencia, por lo que podemos decir que su movimien-
to social es definitivamente caucano.
Los demás municipios de los departamentos del Huila, Tolima,
Nariño, Putumayo y del mismo Cauca, en que se asienta todo el
macizo geográfico, no pertenecían a tal definición de Macizo. Por
ejemplo, del departamento del Cauca, la zona de Tierradentro,
Paletará, Patía, Timbío e incluso Popayán, y la gente del sur del
municipio de Santa Rosa, en el medio Caquetá -áreas del macizo
geográfico- no se consideraban del Macizo. Mucho menos la zona
de San Agustín y La Plata, en el Huila, o La Cruz, en Nariño. Vale
decir, los macícenos eran los habitantes de los municipios enun-
ciados en el párrafo anterior, fueran negros, mestizos, blancos o
yanaconas, indígenas, colonos o campesinos, urbanos o rurales.
Las empresas de transporte intermunicipal que cubrían las rutas
desde Popayán a la región distinguían sus buses con calcomanías
que garantizaban algún destino en el Macizo Colombiano.
En 1989 una marcha de los municipios de Santa Rosa, San
Sebastián y Bolívar fue detenida, en cercanías de la carretera
Conflictos por la hegemonía regional [ 275 ]

panamericana, a la altura de Guachicono (caliente) en inmedia-


ciones del valle del Patía, que marcó, según Walter Aldana, el ori-
gen del CIMA3. En 1991 se desarrolló una protesta en la carretera,
a la altura de la cabecera municipal de Rosas, en la que partici-
pan Rosas, Bolívar, Almaguer, La Sierra, La Vega, San Sebastián,
Santa Rosa y el sur de Sotará. El éxito de la protesta divide a los
indígenas, a los campesinos y a la incipiente organización. Por esa
época el Movimiento yanacona hacía crisis con el Consejo Regio-
nal Indígena del Cauca (CRIC) y con las Autoridades Indígenas
de Colombia (AICO y se perfilaba como un sector independiente
de la zona sur del CRIC. Se había estructurado en movimiento con
la Comisión Permanente Yanacona, a la que ocho cabildos la do-
taron de autoridad, antecedente inmediato del CMY. Después de
esta fecha y de los cambios constitucionales, la base territorial del
Macizo va a ser tan consistente como una gelatina.
El CMY concentra su estrategia en la unidad de los cabildos,
la consolidación de los resguardos y la reivindicación territorial
del Macizo Colombiano; procurando una estrategia supramu-
nicipal, intenta la conformación de una comisión de alcaldes para
asuntos yanaconas, teniendo en cuenta que su movimiento toca
los municipios de La Sierra, Sotará, La Vega, San Sebastián y
Almaguer, y se lanza a formar cabildos en Cali, Popayán y Santa
Rosa. El CIMA impulsa el movimiento campesino e incorpora,
en su afán expansionista, a los referentes del Macizo Colombia-
no, a los municipios de Timbío, El Bordo, Florencia, Balboa, Ar-
gelia y Mercaderes. Así, no bien entrada la década, el Macizo
estaba redefiniendo su área de influencia, y las líneas del movi-
miento regional progresivamente adquirían identidad propia.
Después de la Constitución de 1991 otros actores comien-
zan a intervenir en la definición de la región, sin que se sustitu-

Líder del CIMA hasta 1998.


[ 276 ] CARLOS VLADIMIR ZAMBRANO

yan unos por otros. Con la conformación de la Corporación del


Río Grande de la Magdalena se vuelve a la noción geográfica
para definir el Macizo Colombiano, por lo cual su extensión, de
la noche a la mañana, se cuadriplica y los presupuestos destina-
dos a ella se reducen implacablemente en una proporción simi-
lar. La GTZ, entidad de la cooperación económica alemana, tam-
bién define sus intereses en el Macizo Colombiano y entra a
operar en consecuencia con programas de desarrollo destina-
dos de manera particular a cubrir los sectores campesinos de San-
ta Rosa. También aparecen dos entidades del gobierno depar-
tamental, una asociación de municipios del Macizo Colombiano
que es conformada por alcaldes que poco se reúnen y que son de
Cauca, Nariño y Putumayo; y el Plan Patía, que es un plan técni-
co para el desarrollo de la zona caliente del Macizo Colombia-
no. La estrategia del Estado es defender la institucionalidad con
campañas de las corporaciones autónomas regionales del Ca-
quetá, Cauca, Grande de la Magdalena y Nariño. Prácticamente,
la asociación de corporaciones parece un plan de contención del
movimiento social.

La base organizativo gubernamental

La aparición de jurisdicciones sobre un mismo territorio no sólo


aumenta los conflictos, sino que redefine los existentes. Así mis-
mo, es parte de la dinámica de la reestructuración del Estado
en la región, de suerte que todas estas fuerzas sólo pueden ser
vistas en franca lucha por la hegemonía regional, en un territo-
rio que se está reconstruyendo con argumentos de los sectores
dominantes. Con la aparición del CIMA y del CMY se sientan las
bases organizativas del movimiento y aparecen legitimados los
dos principales interlocutores con el Estado nacional y el gobier-
no departamental. Ambas fuerzas reivindican derechos otorga-
dos por un mismo Estado neoliberal, mediante procedimientos
Conflictos por la hegemonía regional [ 277 ]

que el mismo Estado les asignó para definir su participación po-


lítica. Por un lado, los indígenas tienen el cabildo indígena, otrora
institución hispana; por el otro, los campesinos tienen los con-
cejos municipales y las alcaldías. Estos hechos no invalidan la
acción social y política del movimiento social, que en el fondo
es reformador, pues de todas maneras así procede para quitarle
al Estado algo de su inoperancia, negociando unos recursos que
satisfagan algunas necesidades colectivas maciceñas.

La base identitaria regional

Amparada en la profundidad histórica de la lucha por la tierra


en la región, la cual se remonta a más de 500 años, aparece la
base identitaria regional. Aunque hay una pluralidad de regis-
tros identitarios, simbólicos, reales e imaginarios, y de que la
producción de identidad sea inestable, no significa que la iden-
tidad colectiva se produzca de manera arbitraria e inopinada.
En la década del ochenta se protestaba municipalmente, así
que campesinos e indígenas de un mismo municipio marchaban
unidos, sin diferenciación específica, por lo que las dos organiza-
ciones tienen por origen común tales movilizaciones cívicas, to-
mas de alcaldías y marchas de protesta anteriores a 1991. La dife-
renciación ocurre en forma paulatina y se le dota de mayor sentido
después de la Constitución de 1991. Hacia finales de los ochenta,
se habían desarrollado formas intermunicipales de organización
campesina y se impulsaba la efímera Directiva Zonal Indígena del
Macizo Colombiano, promovida por Gregorio Palechor, uno de
los líderes indígenas, inspirador de la histórica ruptura que origi-
nó una de las modernas formas de lucha y organización indígena,
el Consejo Regional Indígena y la separación definitiva de los in-
dígenas de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC).
El movimiento regional del Macizo Colombiano es reflejo
de la sociedad tradicional del Macizo, a la vez que es reflejo de
[ 278 ] CARLOS VLADIMIR ZAMBRANO

la sociedad moderna emancipante, que es a su vez la misma


sociedad tradicional regional en proceso de cambio. Laura Va-
lladares resume la idea:

Para constituir sus identidades los grupos humanos seleccio-


nan, deliberadamente o no, caracteres que surgen de su experien-
cia y de su historia, de su memoria colectiva y del patrimonio socio-
cultural propio y de aquellos con quienes se han relacionado y les
resultan significativos. Sin embargo, dichos caracteres no son de-
finitivos, su representatividad obedece a diferentes factores y puede
cambiar con el tiempo; por ello, no se trata de uno o varios ras-
gos acumulados a modo de catálogo, fijos e inamovibles (Vallada-
res, 1985: 160).

El tiempo social de la protesta

Mouffe (1997) señala que "el sujeto es el lugar de la carencia...


el lugar del anhelo... La carencia es un vacío que subvierte y es
la condición de toda constitución de la identidad." (Mouffe 1997:
15). La afirmación resulta interesante de cara a la configuración
de la protesta, pues exige pensar cómo se construye socialmen-
te la carencia y cómo desde la carencia se transita a la identidad
y de ésta a la formación de una comunidad imaginada. Si, de
manera abstracta, la carencia moviliza, la movilización produce
identidad y la identidad resultante da sentido al ideal de comu-
nidad que ella representa. Ahora bien, si la carencia se produce
socialmente, debe preexistir a la protesta, pues la protesta es un
resultado. Además, suponemos que debe subsistir a la protesta
para que ésta no sea espontánea.
El tiempo social de la protesta no está definido por el orden
de los preparativos que permiten su realización, sino por la for-
mación de los aspectos que hacen que ella pueda significar a un
conjunto de personas, es decir, produce identificación. Tratare-
Conflictos por la hegemonía regional í 279 ]

mos el asunto como preprotesta, protesta y postprotesta. La


preprotesta es la base de la identificación en la que se dan los
procesos de diferenciación y de posicionamiento en relación con
la construcción del orden deseado. La protesta genera las for-
mas simbólicas de pertenencia y de acción, y la postprotesta es
el lapso para el fomento de los mecanismos de instucionalización
y de formación de la comunidad imaginada. La transición de la
postprotesta y la preprotesta marca la regeneración del conflic-
to y los usos políticos de la construcción de la memoria.

MOVIMIENTO SOCIAL Y MODERNIDAD

El movimiento social del Macizo Colombiano produce y movili-


za una identidad colectiva moderna, nodo simbólico de integra-
ción para la construcción de u n proceso regional que procura
romper con el atraso atávico de la región. Conduce, pues, una
acción consciente de la comunidad regional sobre sí misma, y
una representación de ella en tanto orden colectivo. Desde la
perspectiva de la modernidad, el movimiento se presenta bajo
la forma de emancipación social y cultural, con el fin de apro-
piarse del presente de manera reflexiva, para coadyuvar en la
construcción autónoma del orden social y político. Se introdu-
cen en la anterior definición las nociones de reflexividad de los
movimientos sociales (Giddens, 1995), su rol estructurante del
orden social y político (Lechner, 1989) y su cualidad emancipatoria
(De Souza, 1997). Con ellas el movimiento se revela reflexivo, au-
tónomo y ciudadano. Reflexivo porque rectifica las formas tra-
dicionales de hacer política y las dota de nuevo sentido (Giddens,
1995: 13), autónomo porque, afirmando su autonomía, los in-
dividuos se hacen irremediablemente cargo de organizar su con-
vivencia (Lechner, 1989: 36), y ciudadano por la reivindicación
de la realidad social como u n orden determinado por los hom-
bres sujetos de derechos (De Souza, 1997: 9).
[ 280 ] CARLOS VLADIMIR ZAMBRANO

Lo reflexivo

Toda sociedad interactúa, crea y produce sentidos estratégicos, vale


decir, es reflexiva (Giddens, 1993: 47). Éste es un rasgo de la mo-
dernidad de los movimientos sociales. Los discursos circulan ne-
gativa y positivamente, en forma continua, "entrando y saliendo",
reestructurando reflexivamente a los sujetos (Giddens, 1993: 50),
con lo que se generan conocimientos, destrezas, se racionalizan
las decisiones y se transforman las percepciones de sí mismos y
de sus culturas. La reflexividad en el Macizo se origina en los
cuestionamientos producidos y sus reflexiones en torno a sus
virtuales identidades, supramunidpal y étnica, pues éstas no son
coherentes con las formas de representación -las prenociones
durkheimnianas- que los maciceños tienen de sí mismos.
La emancipación social y cultural, con el fin de apropiarse
del presente para coadyuvar en la construcción del orden social
y político, supone riesgos, por lo que la búsqueda de opciones
siempre será racional y el movimiento social encara la raciona-
lidad de manera diferente de la de un administrador de! Esta-
do. El costo de tomar las riendas del destino propio es asumir la
angustia de un mundo en el que se es responsable de hacerlo.

El orden

El orden es una meta a conseguir, como la democracia, nunca


una realidad instituida per se. En este sentido los factores de orden
y disciplinamiento político son, definitivamente, el CIMA y el CMY,
quienes orientan la institucionalización y consolidación progre-
siva de lo que genera la nueva tradición fundada por el movi-
miento, desde identificaciones hasta antagonismos. Teóricamen-
te, el orden está siempre en construcción, su estabilidad está dada
por su permanente cambio. El orden del movimiento fluye en
los intersticios de lo instituido. El orden comienza a regularse a
Conflictos por la hegemonía regional [ 281 ]

partir de los derechos constitucionales para los sujetos indíge-


nas y para los municipios. Por eso intriga por qué los derechos
constitucionales, fundamentales y humanos se convirtieron en
el lenguaje de una política progresista para las comunidades
locales, como si invocarlos llenara los vacíos del sistema domi-
nante. El orden se produce de manera tensa en la perspectiva
regional; por un lado, se da la tensión entre regulación interna
CIMA-CMY y la emancipación social externa de la región; por otro
lado, se da la tensión entre el Estado y el movimiento regional
que lo sustituye, porque no funge ni siquiera como garante de
los derechos maciceños.

Lo ciudadano

La conciencia de la autonomía se deriva de la estrategia del


movimiento para tener el control de su proceso histórico. Como
intenta decir Bordieu en Desigualdad social y poder simbólico, es la
elección de aceptar ser, sea en forma resignada o provocativa,
sumisa o rebelde, pactada o intransigente. Es la estrategia del
renacer, del resurgimiento. La presencia de esta tensión es nor-
mal, en la medida en que la gente no reconoce el presente como
parte de la historia. Se devela un cambio en el sentido del ser,
que apunta no a exigir un derecho, sino a redefinir al ciudada-
no y la conciudadanía con la libertad de elegirla, desdibujando
los modos habituales de ver en la unidad racial la razón de exis-
tencia de las etnias y su autorreproducción, su finalidad, y el
facilismo de ver en estos procesos sólo oportunismo. ¿Al produ-
cir sentidos, reivindicar derechos, invocar tradiciones, reorga-
nizar el gobierno, batallar electoralmente, demandar la aplica-
ción de las normas constitucionales, no se estaba llevando a cabo
de algún modo una acción que permite pensar una nueva forma
para que los maciceños se hagan ciudadanos? ¿Ese cuestiona-
miento acaso no surge de observar un tránsito modernizante que
[ 282 ] CARLOS VLADIMIR ZAMBRANO

los pone en la ruta de representar sus propias prácticas y trans-


formarse en sujetos históricos, vale decir, pasar de los órdenes
sociales recibidos a la producción social del orden, buscando in-
clusiones concretas en los escenarios sociales?

CONCLUSIONES

Las identidades colectivas son construidas de manera racional,


selectiva y reflexiva. No hay identidad esencial o natural, sino
ideas, pensamientos y teorías, discursos y prácticas, que las con-
vierten en esenciales (Cfr. Mouffe, 1997). Se demostró que la mo-
vilización social del Macizo Colombiano ha fraguado u n movi-
miento regional con dos tendencias integracionistas fuertemente
marcadas, una supramunicipalista y otra etnicista, lideradas res-
pectivamente por el CIMA y el CMY. Se postuló que la lucha so-
cial al interior del Macizo Colombiano busca caminos de inser-
ción en la actuales circunstancias nacionales y globales bajo la
forma regional.
Se analizó que el movimiento del movimiento social está
orientado hacia una resolución regional de las tensiones en el
Macizo Colombiano, teniendo en cuenta el sentimiento de uni-
dad regional que une a los pobladores del Macizo Colombiano,
los cambios en las maneras de representarse la región, y las trans-
formaciones del sentido regional, para caracterizar al movimien-
to como forjador de sentimientos de pertenencia, unidad y so-
lidaridad necesarios al parentesco simbólico que dota de sentido
a esa comunidad imaginada regional, bajo cualquiera de los dos
criterios de maciceñidad o yanaconidad.
Se planteó que social y culturalmente el Macizo Colombia-
no se levanta sobre una serie de sedimentos que dejan los movi-
mientos sociales a su paso. Un conjunto de jurisdicciones que se
superponen de manera conflictiva, u n palimpsesto de poderes
que operan simultáneamente, u n vaivén cartográfico adminis-
Conflictos por la hegemonía regional i 283 ]

trativo sin precedentes. También se propuso el concepto de tiem-


po social de la protesta, para poder analizar la relación entre
protesta y producción de identidad colectiva en tres tiempos:
preprotesta, protesta y postprotesta. Se concluyó que el movi-
miento del Macizo produce una identidad colectiva moderna,
producto de una acción consciente de la comunidad regional
sobre sí misma, y una representación de ella en tanto orden co-
lectivo. Desde la perspectiva de la modernidad, el movimiento
se presentó bajo la forma de emancipación social y cultural, con
el fin de apropiarse del presente de m a n e r a reflexiva, para
coadyuvar en la construcción autónoma del orden social y polí-
tico. Se introdujeron en el análisis las nociones de reflexividad,
orden y emancipación.
El Macizo Colombiano enfrenta el reto de su reestructura-
ción simbólica, territorial, administrativa, social y política. Se-
ría útil que los estudiosos de la región y de los movimientos so-
ciales se percataran de las transformaciones ya evidenciadas, con
el fin de someterlas al escrutinio de la reflexión, con miras a
coadyuvar en el debate regional.

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lombia. Medellín. 1994.
. YanacanaY. En la senda del Camino Real. Etnicidad y socie-
dad en el Macizo Colombiano. Bogotá: Instituto Colombiano
de Antropología e Historia, 1995.
.El Comité de integración del Macizo Colombiano y el Cabildo
Mayor del pueblo yanacona. Bogotá: Corporación Humanizar,
1998.
Astrid Ulloa

EL NATIVO ECOLÓGICO:
MOVIMIENTOS INDÍGENAS Y MEDIO AMBIENTE EN
COLOMBIA

Durante los últimos 500 años los indígenas han sido estereoti-
pados como salvajes, brujos o menores de edad. Sin embargo,
en las últimas décadas se han vuelto importantes y poderosos
interlocutores dentro del espacio político nacional, lo que les
permite repensar la esfera política y sus predominantes concep-
tos de nación, ciudadanía, democracia, desarrollo y medio am-
biente. En este nuevo contexto, los indígenas ahora son consi-
derados tanto por la comunidad académica como por el público
en general, en Colombia y en el ámbito internacional, como in-
dígenas ecológicos que protegen el medio ambiente y dan espe-
ranza a la crisis ambiental y del desarrollo. Por lo tanto, las re-
presentaciones sobre los indígenas han sido transformadas del
"sujeto colonial salvaje" al "actor político-ecológico".
Así, los movimientos ambientalistas, las organizaciones no
gubernamentales, los programas nacionales y globales de desa-
rrollo sostenible, y las luchas políticas de los indígenas están en
constante interrelación, contradicción y negociación, reconfi-
gurando tanto las prácticas locales como globales. Consecuen-
temente, los significados y las concepciones acerca de la natura-
leza y del medio ambiente y de su manejo ecológico son terreno
de confrontación en el cual se llevan a cabo diversas luchas po-
líticas sobre los significados.
El nativo ecológico í 287 ]

Dada la diversidad de orígenes, identidades, intereses polí-


ticos, acciones territoriales, coaliciones, alianzas y estrategias
organizativas de los movimientos indígenas, este texto se cen-
trará en el papel que algunas organizaciones indígenas y movi-
mientos ambientalistas (regionales, nacionales y transnacionales)
han tenido en relación con la construcción de las identidades
indígenas ecológicas, para tratar de responder a las preguntas
¿cómo los han y se han situado los movimientos indígenas co-
lombianos y sus identidades y propuestas político-ambientales
en los contextos nacionales y transnacionales, y cuáles son sus
efectos? En este sentido, miro la singularidad de la relación in-
dígenas/ecología y su papel como protectores de la naturaleza,
y problematizo esta autoevidente relación al igual que sus múl-
tiples causalidades y efectos.

EL PODER DE LA IDENTIDAD1:
E L PROCESO DE CONSTRUCCIÓN DE LAS IDENTIDADES ECOLÓGICAS

LAS CULTURAS CON PRINCIPIOS NO SE VENDEN.


LA MADRE TIERRA NO SE VENDE.

Consigna en la marcha que celebraron los u'wa y los embera-katío frente a la


sede del Ministerio del Medio Ambiente, el 3 de febrero del 2000.

En Colombia, las luchas de los pueblos indígenas por sus dere-


chos y territorios comenzaron a tener efectos en el ámbito legal
desde el siglo XVIII. Sin embargo, solamente hacia los años se-
tenta, con la aparición de la primera organización indígena (el
CRIC-Consejo Regional Indígena del Cauca-1971), los pueblos
indígenas comenzaron a tener participación en la política na-
cional a través de sus propias organizaciones y basados en u n

Retomo el nombre del libro de Castells de 1997, The Power ofthe Identity.
[ 288 ] ASTRID ULLOA

discurso étnico que ha buscado su inserción dentro del Estado y


la sociedad nacional, al demandar un entendimiento nacional
basado en el reconocimiento de sus derechos y diferencias. Sus
acciones les han permitido construir nuevas relaciones políticas
y una mayor capacidad de negociación con el Estado, los secto-
res privados, otros grupos y movimientos sociales, al igual que
con la guerrilla.
Como Epstein resalta, las acciones de los movimientos indí-
genas h a n expresado conflictos relacionados con problemas
étnicos y culturales. Los objetivos de los movimientos sociales
incluyen "una revolución cultural, dentro y fuera: lo cual crea
movimientos que encarnan los valores de una nueva sociedad y
traen cambios fundamentales en los valores sociales" (Epstein
1990: 36). Estos movimientos se han caracterizado por la inclu-
sión de nuevos actores sociales en procesos políticos, formas
radicales de acción, organizaciones descentralizadas, rechazo a
las instituciones políticas y demandas por la democratización de
las estructuras sociales dentro de la sociedad civil como una nueva
manera de hacer política. Características que difieren de las viejas
concepciones acerca de los movimientos sociales en los cuales
los conflictos fueron relacionados con problemas económicos y
laborales (Cohén, 1985; Klandermans y Tarrow, 1988; Offe,
1985; Scott, 1995; Touraine, 1985).
La presencia y acciones de estos actores sociales no se pue-
den desligar de las transformaciones generadas desde los setenta
por los procesos de democratización y globalización, ligados a
la diseminación de la tecnología y las comunicaciones que rela-
cionan procesos locales-globales y transforman situaciones tem-
porales y espaciales del Estado-nación y de los movimientos so-
ciales, a la vez que los articulan con escenarios transnacionales.
Así mismo, el proceso de reconocimiento indígena a través de
la Constitución del 91 estuvo ligado a los procesos de transfor-
mación del Estado p o r m e d i o de la descentralización y la
El nativo ecológico [ 289 ]

implementación de políticas neoliberales (privatización de las


instituciones del Estado, supresión de los subsidios y la apertu-
ra de Colombia al comercio y los mercados internacionales).
Los movimientos indígenas y sus diversas articulaciones (so-
ciales, económicas y políticas que traspasan fronteras), ligados a
su reconocimiento como grupos étnicos por la Constitución del
91, han introducido no solamente nuevos espacios democráti-
cos de participación política y redefinición de ideas sobre dere-
chos civiles, sociales y culturales, ciudadanía, igualdades y dife-
rencias individuales y colectivas, sino también nuevas discusiones
relacionadas con identidades. El proceso de construcción de
identidad de los movimientos indígenas ha estado basado en sus
tradiciones, definiciones legales y antropológicas, estereotipos
nacionales e internacionales y diversos ideales que responden a
situaciones históricas y sociales específicas de cada pueblo y or-
ganización. En las últimas décadas el proceso de construcción
de identidad de los movimientos indígenas ha estado relacio-
nado con ideas ecológicas.
Desde los años setenta alrededor del mundo, los indígenas
han comenzado a ser situados como actores importantes dentro
del discurso ambiental con la proliferación de documentos de
las Naciones Unidas, las ONG y los programas ambientales. Los
indígenas ahora son vistos por la comunidad académica, las
organizaciones en pro del medio ambiente, los medios masivos
de comunicación y el público en general, tanto en Colombia
como en el ámbito internacional, como los guardianes de la natu-
raleza, eco-héroes2 o nativos ecológicos que protegen el medio am-
biente y dan esperanza a la crisis ambiental global.

2
La revista Time tiene una sección denominada "eco-héroes" donde destacan, por
ejemplo, las actividades de indígenas norteamericanos y brasileños en su lucha por
salvar el medio ambiente.
290] ASTRID ULLOA

De hecho, en 1984, la organización indígena COICA (la Coor-


dinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Ama-
zónica) recibió el premio internacional alternativo de la paz
"Right Livehood Award" por sus propuestas ambientales. La Or-
ganización Regional Indígena Embera-Wounan-OREWA (1995) y
los embera (1997) también fueron reconocidos por institucio-
nes nacionales p o r sus logros como organización y sociedad
ecológicas. A los u'wa les concedieron en 1998 el premio de Me-
dio Ambiente Goldman en Estados Unidos. En 1998 el gobier-
no suizo, a través del Premio a la Creatividad de la Mujer Rural,
destacó la labor en torno a lo ambiental de Milena Duquara Ta-
piero (gobernadora indígena del cabildo de Guaipá Centro, Or-
tega, Tolima). Así mismo, en 1999, los kogui fueron reconoci-
dos como indígenas ecológicos en el ámbito global, a través del
premio internacional de ecología otorgado por la Organización
Internacional de Biopolítica (BIOS)3.
Las organizaciones indígenas también han establecido un
diálogo con los discursos ambientales nacionales, transnacionales
y globales de movimientos sociales, organizaciones no guberna-
mentales, instituciones gubernamentales, investigadores y orga-
nismos multilaterales, entre otros. De esta manera, una identi-
dad ecológica está siendo conferida a los indígenas, quienes al
mismo tiempo están construyendo sus identidades al reafirmar
sus prácticas y concepciones relacionadas con la naturaleza.
Analizar el proceso de construcción de identidades ecológicas
requiere que la idea de identidad no sea vista como una catego-
ría fija, sino como un proceso relacional y en negociación con
identidades que han sido históricamente conferidas por otros.

3
Los kogui son los primeros en América en recibir este premio, el cual ha sido
concedido a personajes como Jacques Cousteau, quien lo recibió en 1996. Bios, que
está formada por 103 países, surgió en Grecia para promover el respeto por la vida
y realizar cooperación internacional para proteger el medio ambiente.
El nativo ecológico [ 291 ]

De esta manera, la construcción de identidad es una negocia-


ción entre la historia, el poder, la cultura y las situaciones espe-
cíficas (de acuerdo con categorías de clase, sexualidad, género,
raza o religión) en las cuales se está dando. Las identidades tie-
nen que ser analizadas como relaciónales y no como la emer-
gencia histórica de entidades categóricas. Por lo tanto, el proce-
so de construcción de identidades étnicas es el resultado de la
autoidentificación en relación -y oposición- con identidades con-
feridas dentro de un proceso específico tanto histórico como de
relaciones de conocimiento/poder que implica negociaciones y
conflictos. La construcción de identidades étnicas colectivas
conforma u n juego relacional de múltiples actores sociales y si-
tuaciones que permiten que estas identidades se redefinan cons-
tantemente como nuevas entidades sociales. Esto también im-
plica analizar, en una perspectiva histórica y teniendo en cuenta
las relaciones de poder/conocimiento, la manera como los acto-
res construyen sus identidades, hablan acerca de su vida diaria,
de sus situaciones sociales y de sus prácticas (Hall, 1990; Scott,
1995; Wade, 1997; Castells, 1997; Comaroffy Comaroff, 1997).
Siguiendo a Cohén (1985), una de las características más sobre-
salientes de los movimientos sociales no es que "ellos se articu-
len en acciones expresivas o afirmen sus identidades, sino que
relacionan actores conscientes de su capacidad de crear identi-
dades y de las relaciones de poder relacionadas en sus construc-
ciones sociales" (p. 694).
Los movimientos indígenas están embebidos en identidades
colectivas que se reafirman a través de prácticas y elementos sim-
bólicos que producen efectos políticos. Por otro lado, las identi-
dades indígenas que los reafirman d e n t r o de las naciones
influencian la conciencia pública. Esto ha ayudado a formar
nuevas identidades nacionales, como se refleja en las políticas
culturales nacionales, caso concreto de los "diálogos de nación"
propuestos por el Ministerio de Cultura, o las políticas ambienta-
[ 292 ] ASTRID ULLOA

les del Ministerio del Medio Ambiente. En la perspectiva de


Comaroffy Comaroff (1997), este proceso puede ser visto como
el resultado de la capacidad de acción (agency) de los movimien-
tos indígenas, la cual, como una actividad significativa, trae con-
secuencias y articula discursos sobre su representación dentro del
Estado-nación. De esta manera, los indígenas "usan" su identi-
dad colectiva como una estrategia performativa para establecer
relaciones (políticas, económicas, etc.) con el Estado (Gros, 1999),
y como una estrategia política que les permite manipular su si-
tuación histórica y cultural. La identidad colectiva se convierte en
una construcción histórica que les permite a los movimientos in-
dígenas luchar por sus intereses políticos en el ámbito nacional e
internacional, como ocurre con las identidades ecológicas. Con-
secuentemente, los indígenas tienen, en términos de Gros, una
"etnicidad abierta", lo que significa nuevas concepciones sobre los
indígenas como flexibles para poder tratar con las contradiccio-
nes de la modernidad y del Estado-nación.
Los movimientos indígenas como identidades colectivas se
han originado en las tres fuentes sugeridas por Castells (1997).
Los movimientos indígenas fueron reconocidos como actores
étnicos por las instituciones estatales dominantes (identidad legi-
timadora) a través de la Constitución del 9 1 , en la cual se esta-
blece su reconocimiento como indígenas. Las luchas de los pue-
blos indígenas desde los setenta han ayudado a conformar su
identidad como resultado de un proceso de resistencia (identi-
dad de resistencia). Finalmente, los movimientos indígenas es-
tán en proceso de construcción de nuevas identidades (identi-
dad proyecto), basados en las tradiciones étnicas y en relación
con los discursos globales y nacionales sobre el medio ambien-
te, la diversidad cultural, los desarrollos alternativos y las iden-
tidades colectivas. Por lo tanto, los movimientos indígenas como
identidades colectivas tienen u n espacio político para proponer
y confrontar el sistema oficial. De esta manera, siguiendo a Cas-
El nativo ecológico [ 293 ]

tells, las acciones de los movimientos indígenas transforman "los


valores y las instituciones de la sociedad" (p. 3).
Alvarez, Dagnino y Escobar (1998) consideran que los pro-
cesos de construcción de identidades colectivas y las acciones de
los movimientos sociales son elementos esenciales para los aná-
lisis contemporáneos de dichos movimientos en América Lati-
na. Así mismo, consideran que las acciones de los movimientos
sociales como resultado de su política cultural 4 buscan cambiar
o interrumpir la política cultural dominante. De esta manera,
los movimientos indígenas están confrontando y redefiniendo
la modernidad al proponer nuevas concepciones sobre derechos
(étnicos, culturales, entre otros), economías, desarrollos, condi-
ciones sociales y, en este caso, condiciones ambientales (Alvarez,
Dagnino y Escobar, 1998).
En esta perspectiva, las acciones de los movimientos indíge-
nas pueden ser analizadas de una manera diferente. De hecho,
la pregunta no es solamente "por qué emergen" o "cómo actúan",
sino también cómo la política cultural de los movimientos indí-
genas y sus procesos de construcción de identidad han ayudado
a resignificar la política cultural nacional al abrir nuevos espa-
cios democráticos y cambiar la forma de hacer política. De la
misma manera, analizar las estrategias indígenas de construc-
ción de sus identidades nos permite comprender sus efectos den-
tro del contexto político nacional y transnacional. El estudio de
los movimientos sociales, y específicamente de los movimientos

4
Política cultural puede ser definida como "el proceso generado cuando diferen-
tes conjuntos de actores políticos, marcados por prácticas y significados culturales
diferentes, y encarnándolas, entran en conflicto. Esta definición de política cultural
supone que las prácticas y los significados -particularmente aquellos teorizados como
marginales, opositivos, minoritarios, residuales, emergentes, alternativos y disiden-
tes, entre otros, todos éstos concebidos en relación con un orden cultural dominan-
te- pueden ser la fuente de procesos que deben ser aceptados como políticos" (p. 7)
Alvarez, Dagnino y Escobar 1998.
[ 294 ] ASTRID ULLOA

indígenas -emergencia, desarrollo y eventual desaparición-, in-


cluye la interrelación de las oportunidades políticas, las estruc-
turas de movilización y las dimensiones culturales (procesos con-
ceptuales) en el ámbito nacional e internacional. Esto también
implica analizar, en una perspectiva histórica y teniendo en cuen-
ta las relaciones de poder/conocimiento, la manera como los
actores construyen sus identidades, hablan acerca de su vida
diaria, de sus situaciones sociales y de sus prácticas. Esto impli-
ca que los movimientos sociales son reflexivos de los procesos
sociales de formación de identidades, los cuales reinterpretan
normas, construyen nuevos significados, reforman el discurso
público, desafían fronteras entre los espacios públicos y priva-
dos y los campos políticos y culturales, y crean nuevas maneras
de ser políticos, en lo cual las diferencias culturales se convier-
ten en el elemento esencial para entender estos movimientos (Es-
cobar 1992). Más aún, el estudio de los movimientos indígenas
se refiere al análisis de los actores étnicos como actores sociales
cuya capacidad de acción la autotransforman en acciones colec-
tivas, y no sólo al análisis de dichos actores como grupos domi-
nados o víctimas (Bonfil Batalla, 1981; Cohén, 1985; Touraine,
1985; Escobar, 1992; McAdams, McCarthy y Zald, 1996;Tarrow,
1998; Brysk, 2000).
Por lo tanto, el nativo ecológico es el producto de discursos
diversos generados por varios actores sociales situados en di-
ferentes puntos del espectro del poder. De esta manera, explo-
rar las múltiples causalidades que han ayudado a reconfigurar
las identidades indígenas colectivas en torno a lo ambiental
implica rastrear las relaciones históricas y las condiciones socia-
les relacionadas al menos con dos dinámicas que están en per-
manente interacción: el surgimiento de la "conciencia ambien-
tal global" como respuesta a la crisis ambiental y económica
expresada en el desarrollo sostenible y en los movimientos
ambientalistas nacionales y globales; y la política cultural y am-
El nativo ecológico 1 295 ]

biental de los indígenas, sus procesos de construcción de iden-


tidad y sus efectos en el ámbito nacional y transnacional.

El surgimiento de la conciencia ambiental

Durante los setenta, las discusiones internacionales sobre los lí-


mites de crecimiento en el Club d e Roma-1972, el r e p o r t e
Meadows-1970, entre otros, los cambios ambientales y el surgi-
miento de los movimientos ambientales, afectaron el contexto
colombiano de dos maneras diferentes: la introducción de polí-
ticas internacionales, con la consecuente creación de institucio-
nes nacionales para implementar políticas en torno al manejo
del medio ambiente, y la formación de diversos grupos, movi-
mientos y ONG ambientalistas. En particular, desde los años se-
tenta, diversas ONG (la Fundación Herencia Verde, Cosmos, en-
tre otras) y grupos locales (Consejo Ecológico de la Región Centro
Occidental-CERCO, Grupos Ecológicos de Risaralda, GER, etc.)
trajeron nuevas perspectivas en torno a lo ambiental, las cuales
han interrelacionado la conservación, los problemas sociales y
protestas en contra del desarrollo. Esta mirada social ha permi-
tido la interacción de estas organizaciones y grupos ambientales
con las demandas sociales, económicas y políticas de los movi-
mientos de indígenas, campesinos y afrocolombianos. Paralelo
a estos procesos, se h a n venido incrementando las ONG, los
programas, las instituciones, las políticas y las investigaciones
relacionadas con los cambios ambientales y las estrategias de
conservación de los recursos naturales. De manera similar, se
ha dado un incremento en los programas académicos ambien-
tales de las universidades de todo el país. Todos estos actores
tienen diferentes actividades, intereses y concepciones respec-
to a la naturaleza y a las estrategias de conservación (desde la
protección de los animales silvestres y ecosistemas hasta la pro-
moción de los programas de desarrollo sostenible), las cuales
[ 296 ] ASTRID ULLOA

combinan con intereses particulares como, por ejemplo, los de-


rechos humanos, la paz, los derechos étnicos, al igual que desa-
rrollos alternativos (Palacio, 1997; Alvarez, 1997; Carrizosa, 1997).
A partir de 1992, Colombia se posicionó como el segundo país
de mayor diversidad biológica en el ámbito mundial 3 . La decla-
ración de Rio de Janeiro (UNCED) implicó la implementación de
programas globales de desarrollo sostenible y un llamado para la
articulación de las diversas posiciones frente al medio ambiente.
En este nuevo contexto nacional y de articulación con la concien-
cia ambiental global es que diferentes propuestas ambientales co-
menzaron a ser incluidas. De hecho, los conocimientos indíge-
nas, sus territorios 6 y sus recursos empezaron a ser parte del interés
nacional y a ser considerados de manera más sistemática en los
estudios antropológicos y biológicos acerca de las concepciones
sobre la naturaleza y el manejo de los recursos por parte de los
indígenas (Reichel-Dolmatoff, 1968; 1976; Hildebrand, 1983; Rei-
chel-Dolmatoff, 1989; Correa, 1990; Van der Hammen, 1992;
Ulloa, 1996).
Consecuentemente, las categorías de lo indígena y sus siste-
mas de conocimiento han sido reposicionados. De acuerdo con
Moseley (1991), el significado práctico de lo indígena puede ser
apreciado por la contradicción en los procesos de industrializa-
ción, las dificultades en los programas de desarrollo, y la urgen-
cia de nuevos patrones de producción. Este reconocimiento co-
menzó a ser expresado en los discursos políticos de las organi-

5
De hecho, la mayoría del territorio colombiano está clasificado como biodiversity
hot spot y el área de la Amazonia como tropical wilderness área.
6
Las poblaciones indígenas (aproximadamente 800 mil individuos cerca de 2%
de la población colombiana) legalmente poseen 259?; del territorio nacional conti-
nental, y gran parte de los territorios indígenas están en las regiones de alta
biodiversidad (véase Posey 1984, Moran 1996, Ulloa 1996, Correa 1990).
El nativo ecológico í 297 ]

zaciones gubernamentales, no gubernamentales e indígenas y a


través de los programas de desarrollo sostenible.

La política cultural y ambiental de los indígenas

El reconocimiento nacional e internacional de los movimientos


indígenas como ecológicos no se puede desligar de las luchas
políticas de los indígenas por el derecho a sus territorios y por
mantener el manejo de sus recursos naturales. En estas luchas han
estado presentes elementos de identidad basados en ideas eco-
lógicas y en concepciones que difieren de las nociones y relacio-
nes modernas con la naturaleza. Las luchas indígenas en torno a
lo ambiental se han manifestado en acciones ligadas al fortale-
cimiento, protección y respeto de la identidad cultural, la cual
se basa en la relación cultura/territorio. Así, por ejemplo, en el
plan de vida de la OREWA (1996) denominado "Lo que quere-
mos y pensamos hacer en nuestro territorio" está explícita esta
relación al plantear que

Para los pueblos indígenas del departamento [Chocó] el bien-


estar está basado en el sentido de pertenencia a la Naturaleza como
un legado ancestral de su origen; la Naturaleza y el mundo están
constituidos por múltiples espíritus donde cada uno de ellos re-
presenta una de las especies de los seres vivos o muertos que exis-
ten. El tejido simbólico de la cosmovisión de los pueblos indíge-
nas juega un papel definitivo en el equilibrio de los ecosistemas
que se encuentran en su territorio. Es por eso que cuando se atenta
contra la Naturaleza se atenta contra la cultura y viceversa (p. 423).

Acciones más puntuales en torno a lo ambiental han sido


realizadas por los movimientos indígenas a través de mecanis-
mos legales, como las demandas y procesos legales liderados por
los embera-katío desde 1993, las tutelas y las audiencias públi-
t 298 ] ASTRID ULLOA

cas presentadas por los u'wa; y el lobby ante organizaciones na-


cionales e internacionales realizado por diversos miembros de
organizaciones nacionales y regionales. Así mismo, han liderado
manifestaciones directas, como la paralización de la construc-
ción de la carretera Panamericana por los embera en 1992, el
bloqueo de la carretera hacia Buenaventura por los embera-
chamí, paez y wounan en abril de 2000, la ocupación de Pueblo
Rico (Risaralda) por los embera-chamí y katío en marzo de 2000,
la ocupación de oficinas del Estado por parte de los wayuu en
1995 y los embera-katío en 1999, al igual que la movilización
nacional en torno a los u'wa y embera-katío el pasado 4 de abril
de 2000, con 5.000 delegados de 48 grupos étnicos. Las denun-
cias en torno a lo ambiental también han sido expresadas en ve-
tos a los programas de investigación antropológica, biológica y
genética 7 . Las acciones de los movimientos indígenas en torno
a lo ambiental no se pueden desligar de los territorios indíge-
nas, los cuales son presentados como figuras de defensa de la
biodiversidad y los ecosistemas. De hecho, varios pueblos indí-
genas están planteando diversas propuestas alternativas en tor-
no al manejo de sus territorios y de la biodiversidad a través de
sus planes de vida, los cuales plantean su visión de futuro y de-
sarrollo acorde con sus necesidades y prácticas culturales. Por lo
tanto, la política cultural y ambiental de los movimientos indí-
genas propone como vital para la conservación y protección de
la biodiversidad, el reconocimiento de la propiedad de los te-
rritorios indígenas y la garantía de que los resguardos puedan
asumir su función ecológica, a la vez que los indígenas puedan

' Caso concreto, la declaración realizada en 1996 por la ONIC y diversas organiza-
ciones indígenas en contra de los programas de investigación y toma de muestras
sobre información genética humana realizados por la Universidad Javeriana. Por
otro lado, en 1999, COICA logró la revocación de la patente del yagé, la cual había
sido otorgada a un investigador norteamericano.
El nativo ecológico l 299 ]

ejercer sus funciones como autoridades ambientales en sus te-


rritorios, articulando así sus propuestas con las políticas nacio-
nales de desarrollo sostenible.

LOS EFECTOS NACIONALES Y TRANSNACIONALES DE LOS MOVIMIEN-


TOS INDÍGENAS Y SUS IDENTIDADES ECOLÓGICAS

Los movimientos indígenas y sus políticas culturales y ambien-


tales han permitido situar la identidad cultural como u n fin en
sí mismo dentro de los espacios políticos. Más aún, procesos de
construcción de identidades ecológicas han permitido a los
movimientos sociales establecerse como fuerzas sociales concre-
tas para generar cambios sociales dentro del espacio político y
social en el ámbito nacional y transnacional. Así mismo, los pro-
cesos de construcción de identidad de los movimientos indíge-
nas han permitido confrontar los lazos tradicionales entre los
procesos culturales, políticos y socioeconómicos dentro y fuera
de los espacios institucionales y dentro de las fronteras naciona-
les, al igual que en los flujos transnacionales (Bonfil Batalla, 1981;
Touraine, 1985; Escobar, 1992; Brysk, 2000).
Los movimientos indígenas están dentro de las representacio-
nes, confrontaciones, negociaciones y replanteamientos de lo
ambiental, en donde sus acciones político-ambientales han afec-
tado las esferas nacionales y transnacionales de diferentes mane-
ras al darse una dispersión de significados a través de estas redes
de movimientos sociales. De esta manera, analizar el impacto de
los movimientos indígenas en torno a lo ambiental implica mirar
la circulación y dispersión de las propuestas de estos movimien-
tos no solamente dentro del marco institucional, sino también en
otros espacios culturales y políticos. De manera similar, las accio-
nes de los movimientos indígenas tienen que ser vistas en rela-
ción con la sociedad civil que permite cooperación a través de
fronteras, y construcción de identidades transnacionales. De he-
[ 300 ] ASTRID ULLOA

cho, la política cultural de los movimientos sociales puede ser


aprehendida a través del papel que tienen en el fortalecimiento
de la sociedad civil y en la consolidación de los procesos de de-
mocratización dentro y fuera de lo público y lo nacional (Escobar
y Alvarez, 1992; Findji, 1992; Avirama y Márquez, 1992; Brysk,
1993, 1994, 1996, 2000; Várese, 1995; Pardo, 1997; Alvarez, Dag-
nino y Escobar, 1998; Dagnino, 1998; Warren, 1998; 1999; Gros,
1999). Las acciones de los movimientos indígenas en torno a lo
ambiental pueden ser resumidas en los efectos que éstas han te-
nido como movimientos; y los efectos que se han generado sobre
los movimientos.

Efectos de los movimientos indígenas

Las luchas indígenas en torno a lo ambiental y sus identidades


ecológicas han sido estratégicas para los pueblos indígenas que
han encontrado soporte de actores nacionales y transnacionales
al establecer lazos, alianzas y redes (desde apoyo conceptual y
político hasta apoyo financiero) con organizaciones (guberna-
mentales y no gubernamentales) y movimientos sociales, al igual
que con otros movimientos indígenas que han abierto espacios
de acción, les han dado mayor poder político y nuevas identi-
dades dentro del Estado-nación 8 .
De esta manera, los indígenas han accedido a los regímenes
internacionales (Brysk, 1993, 1994) conformados por redes de
ONG y movimientos ambientalistas, las cuales presionan por el
establecimiento de nuevas relaciones con la naturaleza. De ma-
nera similar, las ONG ambientalistas han influenciado corpora-

8
J. Beneria-Surkin (2000) describe cómo en Bolivia la capitanía del Alto y Bajo
Izozog (CABI) y sus alianzas con movimientos ambientales han permitido mayor es-
pacio político para los indígenas, y el poder para elaborar una estrategia descentra-
lizada de desarrollo sostenible para las comunidades izoceño-guaraníes.
El nativo ecológico 1 301 ]

clones, políticas nacionales y globales, al igual que patrones de


consumo de ciudadanos comunes alrededor del planeta. Las con-
cepciones indígenas sobre la naturaleza han influenciado el dis-
curso ambientalista global al brindar a las ONG ambientalistas tanto
nacionales como internacionales 9 y a grupos ecológicos locales
herramientas conceptuales para luchar por nuevas relaciones entre
la sociedad y el medio ambiente. De la misma manera, han con-
tribuido a la redefinición de estrategias de conservación de dichas
organizaciones. Estas dinámicas han ayudado a situar a los indí-
genas como ambientalistas en espacios internacionales, lo cual
permite una mayor defensa de su territorio y de sus recursos. Las
ONG ambientalistas han establecido lazos entre los contextos po-
líticos locales, nacionales y globales 10 que contribuyen al cambio
social (Princen, 1994; Sethi, 1993; Wapner, 1994, 1995).
En otros países latinoamericanos, como Ecuador, Brasil, Méxi-
co, Bolivia y Nicaragua, los pueblos indígenas y los ecologistas han
liderado luchas en contra de compañías madereras y petroleras,
programas de desarrollo (hidroeléctricas, carreteras, etc.) e inves-
tigaciones de bioprospección. En Colombia, desde 1993 los
embera-katío han estado en contra de la construcción de la hi-
droeléctrica Urrá en el río Sinú. Aunque no pudieron detener la
construcción, el pasado 23 de abril de 2000 lograron la inclusión
de nuevos territorios y la suspensión de Urra II. Estas situaciones
han ayudado a consolidar una red internacional ambiental de
apoyo y denuncia de este proceso, con la solidaridad de Global

9
Como el Fondo Mundial para la Vida Silvestre, WWF, The Nature Conservancy,
TNC, Conservation International, ci, la Unión Internacional para la conservación de
la Naturaleza y los Recursos Naturales, UICN y la Fundación Natura.
10
Sin embargo, diversas ONG ambientalistas han ayudado a implementar programas
de desarrollo que no consideran las concepciones locales sobre la naturaleza y el de-
sarrollo. Por lo tanto, es importante llamar la atención sobre las diferencias que exis-
ten entre las ONG ambientalistas, dado que hacer una generalización sobre ellas impi-
de ver las contradicciones que existen entre ellas y entre sus intereses particulares.
[ 302 ] ASTRID ULLOA

Response, Amnistía Internacional y Survival International, en-


tre otros. En el caso de los u'wa, se ha consolidado una red na-
cional e internacional de ONG ambientalistas y de derechos hu-
manos, la cual ha organizado protestas en diferentes países11.
El pasado 22 de marzo de 2000, una misión extranjera confor-
mada por miembros de organizaciones de derechos humanos y
ambientalistas de El Salvador, Paraguay, Alemania, Argentina,
Ecuador y Brasil, entre otros, recomendó la suspensión de las
actividades de la multinacional Occidental de Colombia (OXY)
en terrenos aledaños al territorio u'wa. Así mismo, el pasado 31
de marzo de 2000 una juez dictaminó la suspensión de las ex-
ploraciones petroleras. Paralelamente, en Estados Unidos, acti-
vistas ambientalistas y de derechos humanos presionarán en con-
tra de la candidatura presidencial de Al Gore por sus nexos con
la OXY.
De igual manera, los indígenas han establecido relaciones con
comunidades étnicas alrededor del mundo, trascendiendo las
fronteras nacionales para reafirmar una identidad panindígena
(Bonfil Batalla, 1981; Castells, 1997; Brysk, 2000) al crear varias
redes transnacionales de intercambio y apoyo en torno a lo am-
biental con otros pueblos indígenas. Estas redes utilizan las nue-
vas tecnologías de comunicación como nuevas estrategias que
permiten unas dinámicas más ágiles de interacción y respuestas
casi inmediatas de los miembros de los grupos étnicos alrededor
del mundo. Por ejemplo, en 1997, en la región amazónica colom-
biana se realizó el segundo encuentro de ancianos y sacerdotes
indígenas de América organizado por la Fundación Sendama, en

11
Action Resource Center, Amazon Watch, Earthjustice Legal Defense Fund,
EarthWays Foundation, Indigenous Environmental Network, Project Underground,
Rainforest Action Network, Sol Communications, U'wa Defense Project, Intemational
Law Project for Human Environmental and Economic Defense y Beyond Oil Campaign.
Además hay comités u'wa en países como Finlandia, Dinamarca y España.
El nativo ecológico l 303 ]

donde se discutieron las estrategias ambientales para proteger


sus territorios. En junio de 1999 se realizó el Encuentro de Taitas
en Yurayaco 12 , Caquetá. En dicho encuentro, los participantes
destacaron la importancia de sus conocimientos sobre el yagé y
las plantas medicinales, por lo que hacen u n llamado para que
se respeten sus territorios y los derechos de propiedad intelec-
tual colectiva. De igual manera, se realizó en la Sierra Nevada
de Santa Marta-Nabusímake, el "ll Encuentro Internacional In-
dígena de América" en enero de 1999, que buscó la integración
de los pueblos indígenas participantes (ijka, maya, entre otros)
en torno a la naturaleza.
Así mismo, los kogui han establecido relaciones con la red
de indígenas norteamericanos denominada Tribalink, la cual vie-
ne estableciendo nexos con varios pueblos indígenas de diferen-
tes partes del m u n d o y realizando denuncias en torno a la pro-
blemática ambiental de sus territorios (www.tribalink.com). Otros
ejemplos de las redes indígenas internacionales en torno a lo
ambiental son la red denominada Nativenet, la cual está dedica-
da a "proteger y defender la madre tierra y los derechos de los
pueblos indígenas alrededor del mundo" (www.natnet.com), y
la red denominada Indigenous Environmental Network (lEN),
la cual busca proteger la Madre Tierra de la contaminación y la
explotación, al fortalecer, mantener y respetar las técnicas tra-

12
Este encuentro se realizó del I o al 8 de junio de 1999 con la participación de 40
médicos indígenas representantes de los pueblos inganos de Caquetá, Bota Caucana,
Mocoa y valle del Sibundoy; cofanes del valle del Guamuéz, Santa Rosa de Sucumbíos,
Afilador y Yarinal; sionas del bajo Putumayo, kamsás del valle del Sibundoy; la an-
ciana carijona del Tablero; coreguajes venidos de Orteguaza, en el Caquetá, y los
payes tatuyos invitados del Vaupés. Encuentro de Taitas en la Amazonia Colombia-
na. Unión de Médicos Indígenas Yageceros de Colombia-UMIYAC. 1999. Este encuen-
tro se realizó gracias a una red internacional conformada por la Unión de Médicos
Indígenas Yageceros de Colombia (UMIYAC), la organización ingana Tanda Chiridu
Inganokuna y la ONG ambientalista Amazon Conservation Team.
[ 304 ] ASTRID ULLOA

dicionales y las leyes naturales (www.alphacdc.com/ien). La coa-


lición con diferentes actores ha ayudado a los indígenas no sólo
a consolidar sus identidades, sino también a producir cambios
sociales en las instituciones, las políticas y las concepciones na-
cionales y transnacionales. Así, se han producido cambios en las
constituciones políticas en América Latina, y legislaciones rela-
cionadas con el manejo de los recursos, la biodiversidad y terri-
torios indígenas, hasta el fortalecimiento de la sociedad civil
global a través de acciones ambientales que trascienden el ám-
bito local y generan acciones globales.
Las acciones de los movimientos indígenas han confronta-
do el derecho (nacional e internacional), usando c! mismo de-
recho al resituarse dentro de las constituciones nacionales y el
derecho internacional (Lazarus-Black y Hirsch, 1994). Así, los
movimientos indígenas han "manipulado" el sistema legal no
sólo usándolo, sino también redefiniéndolo. El reconocimiento
nacional de la diversidad cultural y biológica y los derechos que
esto conlleva están ligados al derecho internacional [convenio
de la OIT 169 (1989), la Declaración de los Derechos de los Pue-
blos Indígenas (1992) y el Convenio de la Biodiversidad (1992)
(artículo 8j y 15), entre otros] los cuales han ayudado a repensar
la soberanía, las dinámicas territoriales nacionales y los derechos
indígenas en el ámbito local.
En cuanto al convenio de la diversidad biológica (CDB), la
reglamentación del artículo 8j (que busca formas legales de pro-
tección de los conocimientos, innovaciones y prácticas de los
grupos étnicos y comunidades locales), los movimientos indíge-
nas han generado propuestas que permiten replantear las con-
cepciones de soberanía nacional, propiedad individual y dere-
chos de autor, entre otros. Específicamente, COICA propone, entre
otros, incorporar en la reglamentación el concepto de patrimo-
nio cultural colectivo de los pueblos indígenas; establecer regí-
menes especiales y sistemas sui generis de protección del conocí-
El nativo ecológico l 305 ]

miento indígena; valorar las innovaciones y prácticas tradicio-


nales de los pueblos indígenas como innovaciones informales, y
reconocer los pueblos indígenas como tales y evitar los acuer-
dos individuales de acceso a los recursos genéticos. Los movi-
mientos indígenas están construyendo alianzas con investigado-
res, centros académicos, movimientos indígenas internacionales
y organizaciones ecológicas, lo cual les permite articular mayo-
res demandas por sus derechos y repensar el derecho nacional.
Estas alianzas han ayudado a situar la identidad ecológica en
contextos nacionales e internacionales.
Los pueblos indígenas y sus lazos políticos transnacionales
han ayudado a formar una sociedad civil global que, al mismo
tiempo, está impactando la sociedad civil nacional al ampliar sus
derechos, mediar entre las relaciones entre lo local y el Estado,
e m p o d e r a r los movimientos sociales locales y acumular una
autoridad no estatal (Wapner, 1995; Brysk, 2000).
Santos (1998) considera que las demandas de los pueblos in-
dígenas por los derechos colectivos de autodeterminación permi-
ten formas alternativas de derecho y justicia y nuevos regímenes
de ciudadanía. Así mismo, las propuestas de los indígenas en tor-
no a lo ambiental se articulan con las acciones que Santos (1998)
denomina "la herencia común de la humanidad", lo cual implica
acciones globales relacionadas con, por ejemplo, cambios ambien-
tales. Las acciones de los indígenas y la herencia común de la
humanidad son, en términos de Santos, "globalizaciones de aba-
j o hacia arriba" o "globalizaciones contrahegemónicas", dado que
son expresiones de resistencia que buscan construir espacios más
participativos y democráticos, generando alternativas al desa-
rrollo.
Esta dimensión multiforme de territorio, redes sociales y
relaciones políticas que trascienden las fronteras nacionales y
construyen lo que se podría llamar una eco-comunidad indígena
transnacional basada en la política cultural y ambiental de los
[ 306 ] ASTRID ULLOA

movimientos indígenas abre espacios políticos que ayudan a


cambiar la realidad social en Colombia, y a la vez promueve
concepciones ecológicas alternativas. Sin embargo, las políticas
ambientales nacionales y globales no son neutrales, dado que el
acceso, los beneficios y los costos de los recursos naturales están
mediados por relaciones desiguales de poder que afectan los mo-
vimientos indígenas. Por lo tanto, la interacción y negociación
con lo ambiental también ha traído efectos sobre los movimientos
indígenas en relación con, por ejemplo, los recursos genéticos
de los territorios indígenas, las representaciones y la autonomía,
que afectan sus derechos como grupos étnicos.

Efectos sobre los movimientos indígenas

De acuerdo con Gupta (1998), el surgimiento del interés en los


indígenas es ambivalente porque puede estar relacionado con
los imaginarios colonialistas y nacionalistas sobre el "nativo tra-
dicional" que están presentes en los proyectos de desarrollo. De
manera similar, los conocimientos indígenas en torno a la
biodiversidad están también relacionados con los procesos ca-
pitalistas que los introducen en los circuitos de producción y
consumo a través del turismo (ecológico y étnico), la búsqueda
de materias primas para la industria (el petróleo, la madera y
los minerales) y de nuevos recursos genéticos. La inclusión de
los conocimientos indígenas ha sido importante para los discur-
sos de desarrollo, ecológico y agrológico transnacionales por-
que los indígenas han servido como informantes y como herra-
mientas de validez para implementar los programas. Por otro
lado, la inclusión de los conocimientos indígenas en los proce-
sos de bioprospección reduce costos y aumenta los beneficios de
las corporaciones farmacéuticas transnacionales (Baptiste y
Hernández, 1998), lo cual ocurre ahora cuando la "naturaleza"
se ha vuelto una inminente mercancía global frente a la destruc-
El nativo ecológico [ 307 ]

ción ambiental y donde las prácticas indígenas son necesarias


para este nuevo "eco-mercado" libre (Gupta, 1998; McAfee, 1999;
Escobar, 1999).
Así mismo, el reconocimiento de los indígenas como nativos
ecológicos no es impedimento para que los poderes económicos
nacionales y transnacionales confronten los derechos indígenas
de autodeterminación y autonomía en sus territorios. Dado que
los territorios indígenas tienen una gran biodiversidad, al igual
que minerales y petróleo, se ha venido d a n d o una intervención
nacional e internacional en los territorios indígenas (la OXY en
el territorio u'wa, la construcción de la hidroeléctrica en el te-
rritorio embera-katío, por ejemplo). En Colombia, los indíge-
nas tienen el derecho de gobernar en sus territorios y tienen la
autonomía, entre otros, para coordinar los programas a reali-
zarse sobre sus territorios, diseñar planes y programas de desa-
rrollo económico y social, y cuidar los recursos naturales, los cua-
les deben estar "en armonía con el plan nacional de desarrollo"
(CN 1991, Art. 330). Lo que implica implementar sus prácticas
de manejo de los recursos bajo los estándares de seguridad eco-
lógica que reproducen los patrones internacionales del desarrollo
sostenible. Los proyectos de desarrollo sostenible que h a n sido
introducidos en el "Tercer Mundo" muchas veces imponen un
manejo global para los recursos naturales, desconociendo las
prácticas y estrategias indígenas. Por otro lado, el desarrollo de
los planes en sus territorios requiere de la participación de di-
versos entes gubernamentales, lo que implica alianzas políticas
con partidos tradicionales y con la maquinaria burocrática.
Jackson (1996) resalta cómo en este proceso las "organizaciones
indígenas se convierten, en muchas maneras, en agentes del
Estado, con burocracias similares, lenguajes y construcciones de
lo que es necesario hacerse y cómo debe hacerse" (p. 140).
Por otro lado, la coalición de los indígenas con movimientos
ambientalistas, aunque estratégica, ha tenido implicaciones ne-
[ 308 ] ASTRID ULLOA

gativas para la autonomía de los indígenas dentro de sus terri-


torios, dado que algunas ONG ambientales con visión biocéntrica
buscan la preservación de lo "silvestre", sin considerar los terri-
torios indígenas y los espacios que ellos usan (Arvelo, 1995;
Várese, 1995). Paralelamente, el interés económico que tiene la
biodiversidad, y la falta de la reglamentación del artículo 8j del
convenio de Biodiversidad (CDB), tanto a nivel nacional como
internacional, también son una amenaza para la autonomía in-
dígena y sus territorios, especialmente en los lugares de sobre-
posición de áreas protegidas sobre territorios indígenas. Así
mismo, los introduce en una normatividad occidental donde las
concepciones de individuo y de recursos son impuestas a las
concepciones locales sobre naturaleza y a los sistemas jurídicos
internos. De hecho, posiciones como la de Lorenzo Muelas han
criticado las implicaciones que sobre la autodeterminación in-
dígena tiene el convenio de la diversidad biológica, y rechazan
la introducción de formas legales que regulen la relación que han
mantenido con la naturaleza.
De manera similar, las representaciones de los indígenas aso-
ciadas a lo ecológico alimentan imaginarios occidentales del
"noble primitivo" (el buen salvaje), que vive una vida comunal y
tiene una relación cercana y armónica con el medio ambiente,
enfrentada a los programas de desarrollo que han destruido su
cultura (Tennant, 1994). En el imaginario de los programas de
ecoturismo, por ejemplo, el retorno a las tradiciones indígenas
es presentado como una esperanza para las personas citadinas.
Estas representaciones han servido para alimentar diversos
movimientos sociales (ambientalistas, religiosos, pacifistas, etc.)
y proveer una crítica a Occidente y al pensamiento y vida mo-
dernos, donde vivir en armonía con la naturaleza se ha vuelto
una metáfora y un imperativo en el discurso global frente a la
crisis ambiental. Sin embargo, la noción de armonía responde a
ideales occidentales de u n Edén perdido y prístino, lo que im-
El nativo ecológico i 309 ]

plica una naturaleza que se escapa del orden cultural y, por con-
siguiente, el nativo ecológico se torna parte integral de esa natu-
raleza ideal, donde los indígenas representan el deseo de retor-
nar a u n m u n d o primitivo, a un estilo de vida preindustrial y a
un m u n d o ecológicamente sostenible. De esta manera, los indí-
genas son situados como "silvestres", en oposición a la gente de
las sociedades industriales. Así mismo, esto también implica la
intervención externa de un conocimiento experto (antropólogos,
abogados ambientales, ambientalistas, biólogos, conservacio-
nistas, etc.) para proteger a los pueblos indígenas de la destruc-
ción y la extinción, lo que significa una concepción naturaliza-
da de los indígenas, a la par con las especies biológicas que hay
que proteger 1 3 .
En la visión de muchos de los ambientalistas, los indígenas
tienen que asumir la tarea histórica de salvar el planeta Tierra
manteniendo y perpetuando sistemas tradicionales ecológicos
ideales, bajo una visión romántica del nativo ecológico. Sin em-
bargo, no hay una claridad ni u n conocimiento sobre los discur-
sos locales sobre la naturaleza y sus perspectivas frente al desa-
rrollo. Por otro lado, dentro del discurso ecológico global, la
extinción y la contaminación son presentados como el resulta-
do de las actividades humanas, sin desglosar las causas, convir-
tiéndose en un problema ambiental global cuya solución perte-
nece a todos los ciudadanos del planeta, especialmente a aquellos
que han tenido una relación armónica (es decir, los indígenas)
con la naturaleza, quienes deben salvar el planeta Tierra (la
Madre Naturaleza).
De esta manera, los pueblos indígenas son llamados ahora a
dar sus conocimientos (los cuales fueron anteriormente desco-

13
En la página web www.solcommunications.com los indígenas y las especies son
presentadas y representadas como necesitadas de protección y carentes de solucio-
nes propias.
[ 310 ] ASTRID ULLOA

nocidos por Occidente) y recursos genéticos a la humanidad,


como expresiones de solidaridad con el resto de las poblaciones
humanas y porque se presume que ellos son parte de la "natu-
raleza". Los pueblos indígenas tienen la responsabilidad histó-
rica de mantener la "vida" (recursos genéticos) y ayudar a re-
producir la humanidad y las demás especies. En este sentido,
tienen la responsabilidad histórica de proteger sus territorios y
mantener la biodiversidad, sin cambiar sus prácticas culturales.
Pero no es claro quiénes compartirán los beneficios de estos nue-
vos tesoros de la biodiversidad.
Todas estas representaciones presentan al nativo ecológico
asociado a la Madre Naturaleza, dado que se supone que una sen-
sibilidad y espiritualidad femeninas naturales pueden ser encon-
tradas en las tradiciones y la espiritualidad de los indígenas 14 , por
estar éstos en contacto más directo con lo natural, asociación que
responde a la visión occidental de la naturaleza, donde ésta es vista
como un ente femenino, lo que implica relaciones de poder. Por
lo tanto, los indígenas son pensados, ahora más que nunca, como
parte de la naturaleza y, por extensión, son feminizados, lo que
bajo las concepciones occidentales de género implica una relación
de poder (de dominación o protección) sobre los indígenas. Así,
las representaciones asociadas a una naturaleza prístina, como

14
Vale la pena mencionar cómo dentro del ecofeminismo se propone la conexión
entre género y medio ambiente y se considera que "las ideologías que legitiman las
injusticias basadas en género, raza y clase están relacionadas con las ideologías que
admiten la explotación y la degradación del medio ambiente" (Sturgeon 1997). En
esta teoría, visiones del desarrollo y del desarrollo sostenible pueden ser considera-
das en conflicto con los derechos de las mujeres, dado que se plantea que el medio
ambiente es un punto importante a considerar en las desigualdades de género. Aun
cuando hay varias posiciones dentro del ecofeminismo, éste propone a grandes ras-
gos la esencialización de la relación mujer/naturaleza y presenta un punto impor-
tante al considerar el medio ambiente como un aspecto importante relacionado con
nociones de género. De igual manera, hay perspectivas que critican la conexión
mujer/naturaleza.
El nativo ecológico [311]

identidades impuestas, ayudan a continuar estereotipando a los


indígenas como el "otro exótico" o el "buen salvaje".
Las situaciones anteriores introducen al nativo ecológico en una
nueva "eco-gubermentalidad"15 y ecodisciplinas sobre los indígenas
y sus territorios, que parece que tienen como objetivo ayudar a
mantener los estándares de vida de las sociedades industriales que
no desean cambiar los patrones capitalistas de producción y con-
sumo.

REFLEXIONES FINALES

Las situaciones analizadas anteriormente traen cambios en co-


munidades específicas y en las prácticas diarias de los indíge-
nas, al igual que en sus epistemologías e identidades. Así, el na-
tivo ecológico es el producto de las interacciones entre la política
cultural y ambiental de los movimientos indígenas y las políti-
cas ambientales nacionales y globales, y de los diversos discur-
sos generados por los diferentes actores sociales situados en di-
ferentes puntos del espectro del poder, dado que es una constante
interacción, contradicción y negociación con procesos ambien-
tales globales que reconfiguran prácticas e identidades tanto
locales como globales.
Consecuentemente, los significados y las concepciones acerca
de la naturaleza y del medio ambiente y de su manejo ecológico
son terreno de constante confrontación política. De hecho, la
cultura política de los movimientos indígenas está confrontan-
do y reconfigurando constantemente estas concepciones y, por

15
Utilizo el concepto gubernamentalidad (govermentality) de Foucault, que se re-
fiere a "todos los proyectos o prácticas que intentan dirigir a los actores sociales a
comportarse de una manera particular y hacia fines específicos, en los que la políti-
ca gubernamental es sólo uno de los medios de regular o dirigir dichas acciones"
(Watts, 1993/1994).
[312] ASTRID ULLOA

ende, las situaciones en torno a lo ambiental, dado que las repre-


sentaciones no significan una imposición vertical y totalitaria.
Aunque las identidades ecológicas son conferidas, las dinámicas
de construcción de identidad de los movimientos indígenas esta-
blecen relaciones con ellas. Los indígenas han disputado estas
representaciones a través de la resistencia. Por esta razón, se pue-
de decir que las representaciones occidentales y de los indíge-
nas están en un encuentro permanente en el cual los indígenas
se han apropiado, han repensado y han revertido estas repre-
sentaciones. Diferentes organizaciones indígenas han empezado
a confrontar las representaciones occidentales de nativo ecológico,
una imagen que, aunque estratégica en espacios internaciona-
les, ha permitido el desplazamiento de lo político por interven-
ciones de manejo ambiental, en aras de la seguridad ambiental
global (Brosius, 1999). Así mismo, ellos han usado esas identida-
des conferidas como una estrategia esencialista, para así luchar
por su diferencia (Gupta, 1998).
De acuerdo con las situaciones anteriormente descritas, pa-
reciera que los movimientos indígenas están en una situación his-
tórica particular para situarse como actores políticos poderosos
dentro de la ecopolítica nacional y global, dado que ser recono-
cidos como actores sociales requirió un cambio de la concepción
moderna de la democracia, al considerar los derechos indígenas
y sus diferencias, lo que a su vez requiere un cambio de concep-
ciones acerca de la naturaleza (tanto dentro de la modernidad
como dentro de los movimientos indígenas). Las concepciones
indígenas acerca de la naturaleza están situadas dentro de los
discursos globales ambientales, y por sus diversas perspectivas
permiten luchas internas dentro de los mismos discursos, dado
que están en proceso de formación. Por lo tanto, dichos discur-
sos pueden ser reinterpretados, confrontados, transformados,
contestados o asumidos por los indígenas. El interés global en el
medio ambiente, a pesar de su tendencia a la mercantilización
El nativo ecológico [313]

de la naturaleza, permite pensar en la necesidad de nuevas re-


laciones no solamente entre los humanos, sino también entre los
humanos y los no humanos. Por lo tanto, estoy de acuerdo con
Luke (1997, 1999), Gupta (1998), Santos (1998) y Escobar (1998)
en considerar que los discursos ambientales también permiten
el surgimiento de una nueva "eco-gubermentalidad" que resitúa
a los conocimientos indígenas y replantea las relaciones actua-
les de conocimiento/poder, para proponer desarrollos alterna-
tivos ecológicos o ecologías alternativas lideradas por los movi-
mientos indígenas.

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Mauricio Pardo

E S C E N A R I O S ORGANIZATIVOS E INICIATIVAS
INSTITUCIONALES
EN T O R N O AL M O V I M I E N T O N E G R O EN C O L O M B I A 1

INTRODUCCIÓN

Desde hace unas tres décadas se ha hecho cada vez más eviden-
te que el panorama político que había sido registrado por los
estudios clásicos de la sociedad había entrado en una etapa de
significativas transformaciones. El orden social mundial de la
postguerra - d e consolidación del Estado de bienestar en los paí-
ses capitalistas, del socialismo estatista en buena parte del pla-
neta y de una oscilación entre autoritarismo, socialismo y demo-
cracia populista en los países capitalistas periféricos, muchos de
ellos apenas saliendo de la dominación colonial- acusaba sínto-
mas de agotamiento. La delimitación de los actores políticos en
la arena nacional entre agentes de los Estados nacionales de norte
homogéneo, partidos políticos tradicionales, grupos marxistas
de múltiples tendencias, uniones sindicales, da paso a una crisis
de las definiciones nacionales, a la irrupción de una serie de
nuevos actores políticos, los cuales reclaman u n heterogéneo

1
El contenido de este artículo se deriva de cortos viajes que hice en el Pacífico
colombiano en 1993, 1994 y 1998, y también de numerosas conversaciones con lí-
deres populares, académicos y funcionarios, en los últimos seis años. Debo una par-
te importante de las ideas aquí consignadas a las comunicaciones verbales o escritas
con mis compañeros de investigación del proyecto "Poblaciones negras y moderni-
dad. Movimientos sociales, sociedad civil y Estado en el Pacífico colombiano", pa-
trocinado por el ICANH y Colciencias. Por supuesto, la responsabilidad sobre el con-
tenido del artículo es exclusivamente mía.
[ 322 ] MAURICIO PARDO

espectro de reivindicaciones; a un desprestigio de los partidos


tradicionales y a una declinación de las acciones de protesta guia-
das por alguna de las muchas tendencias de la izquierda mar-
xista. Con el ascenso del neoliberalismo anglosajón se inicia un
desmonte del Estado de bienestar; al poco tiempo, los regíme-
nes socialistas de Europa oriental se desploman. Los términos
del crédito internacional sufren un vuelco radical y la crisis de
la deuda propicia una retirada generalizada de los gobiernos de
sus responsabilidades sociales, dentro de programas de ajuste
estructural exigidos por el FMI, al tiempo que las interconexiones
internacionales se exacerban en el proceso que viene a ser de-
nominado como globalización.
La crisis latinoamericana de la deuda durante el fin de los
setenta y comienzos de los ochenta propicia aún más el decai-
miento del ideal nacional y la deslegitimación de los partidos
tradicionales y de la izquierda ortodoxa. Surgen entonces varios
tipos de los nuevos actores políticos, entre los que han sido no-
torios los movimientos locales por servicios o atención estatal,
movimientos por los derechos humanos, movimientos por la res-
tauración democrática, movimientos de mujeres, movimientos
barriales de solidaridad en la crisis, movimientos cristianos de
base, movimientos ambientales y movimientos étnicos.
En Colombia, la década de los setenta vio una explosión de
movimientos cívicos y el nacimiento del movimiento indígena
organizado. De la misma época datan los primeros intentos de
constituir un movimiento negro por la reafirmación étnica y
contra la discriminación, con la creación de grupos de discusión
de estudiantes e intelectuales en algunas de las principales ciu-
dades. A mediados de los ochenta surgieron organizaciones de
campesinos negros en el Chocó. Estas organizaciones étnicas pla-
nearon un viraje de anteriores reclamos por inclusión y ciuda-
danía -ser reconocidos plenamente como colombianos-, a re-
clamos por la legitimación de la diferencia -ser reconocidos como
E n torno al movimiento negro en Colombia l 323 ]

colombianos diferentes-. Esta exigencia, que iba en contravía de


la Constitución vigente de 1886, dirigida a un conjunto de ciu-
dadanos libres e iguales ante la ley, vino a tener cabida dentro
del orden político que proclamó la Constitución de 1991.
Este artículo pretende reflexionar sobre las interacciones
entre actividades institucionales y el movimiento negro en Co-
lombia durante el período comprendido entre 1993 y 1999, es
decir, en los siete años siguientes a la expedición de la Ley 70
de 1993 sobre comunidades negras2. Para ello se presentan bre-
vemente aspectos del movimiento negro antes, durante su estu-
dio y después de la puesta en vigencia de dicha ley, y de sus re-
laciones con entidades nacionales, regionales o locales.

MOVIMIENTO SOCIAL NEGRO EN COLOMBIA:


ORGANIZACIÓN, IDEOLOGÍA Y POLÍTICA

La tesis central de este escrito es la de que las actividades, políti-


cas y discursos gubernamentales en buena parte derivados de los
desarrollos de esta ley han condicionado significativamente la
iniciativa y repertorio de acciones de las distintas expresiones del
movimiento social negro en Colombia. Sin corresponder a un
accionar deliberado por parte del Estado, el conjunto de proyec-
tos, escenarios institucionales y actividades de los diferentes or-
ganismos y funcionarios han copado, fragmentado y dispersado
el tiempo y el accionar de activistas, grupos y organizaciones del
movimiento negro, restándole posibilidades de elaborar nuevas

2
En 1991 se eligió en Colombia una Asamblea para reformar la Constitución po-
lítica. Una vez expedida la nueva Constitución, en ésta se incluyó el Artículo Transi-
torio 55 que ordenaba al gobierno constituir una Comisión especial, la cual redacta-
ría para estudio del Congreso el texto de un proyecto de ley para la protección del
territorio y la cultura de las comunidades negras de la costa del océano Pacífico y
otras poblaciones de características similares.
[ 324 ] MAURICIO PARDO

propuestas o de reexaminar sus presupuestos ideológicos, sus


estrategias organizativas, su posición dentro del concierto na-
cional o las perspectivas de coordinación y comunicación entre
las distintas vertientes del movimiento.
La dispersión de la movilización y el enfriamiento ideológi-
co nacional han coexistido en varios casos con notoria actividad
de dinámicas locales, como en algunas organizaciones de río en
el Pacífico, en organizaciones y grupos en los centros urbanos,
especialmente en eventos sobre la cultura y la historia negras,
en el inicio de un movimiento pedagógico negro con diferentes
expresiones a través del país, o en la radicalización del movi-
miento sanandresano. Esta situación hace que sea difícil hablar
de un movimiento negro en Colombia como un fenómeno con-
sistente.
Esta dificultad para articular acciones y propuestas de alcance
nacional puede verse como consecuencia de la combinación de
dos factores: de un lado, la carencia de un manejo hacia conver-
gencias mínimas a partir de la heterogeneidad ideológica de las
organizaciones de movimientos sociales negras y, por otro lado,
la institucionalización de un modo de asignar recursos por par-
te del Estado a organizaciones locales y pequeñas ONG {cf. Gam-
son y Meyer, 1996: 283-290). El hecho de haber logrado u n
amplio espectro de concesiones en un tiempo relativamente corto
a través de la Ley 70 se interpuso en la posibilidad para los gru-
pos y organizaciones negras de haber consolidado redes de di-
mensión nacional, y provocó u n viraje hacia u n cariz más ins-
trumental que subcultural del conjunto del movimiento {cf
Kriesi, 1996: 158).
Aunque con diferentes énfasis, los estudiosos de los movi-
mientos sociales reconocen contemporáneamente en su mayo-
ría que el desarrollo de la acción colectiva depende tanto de las
formas de organización, de los planteamientos ideológicos como
de los contextos políticos. En cuanto a este último aspecto, la
En torno al movimiento negro en Colombia [ 325 ]

tendencia denominada del "proceso político", especialmente los


escritos de Tilly y de Tarrow, ha subrayado que los movimientos
sociales varían de acuerdo con las características de los regíme-
nes políticos a los que se enfrentan. Los procesos de formación
o transformación nacional, ya sea de integración territorial, de
expansión de los medios de comunicación, de reforma política,
de protagonismo de determinados actores o sectores sociales,
de presencia d e conflictos, son el medio a través del cual los
movimientos sociales aparecen, se desarrollan o languidecen. El
repertorio de tácticas, y formas de acción colectiva, el cual nace
de forma paralela al estado contemporáneo, es difundido y trans-
mitido por medio de esos procesos de dimensión nacional, los
cuales se inscriben a su vez en tendencias internacionales (Tarrow,
1994: 7).
En el caso de los movimientos negros colombianos, se ob-
serva que en un nivel más inmediato, preocupaciones de rango
nacional -como el mejoramiento de las instituciones políticas y
el reconocimiento de la multiculturalidad, particularmente den-
tro del proceso que llevó a la Constitución de 1991, o la integra-
ción al concierto de la nación de la región del Pacífico bajo ima-
ginarios de biodiversidad- fueron contextos que propiciaron y
facilitaron la visibilidad y entrada al concierto nacional del mo-
vimiento negro. En una instancia algo menos reciente, se tiene
el surgimiento de movimientos étnicos, principalmente indíge-
nas en Latinoamérica, entre los cuales el movimiento indígena
colombiano mostró particular dinamismo. La organización in-
dígena en el Chocó se posicionó notablemente como una expre-
sión de organización de base en lucha por sus derechos, apor-
tando de esta manera un paradigma de organización y de recla-
mos que influyó decisivamente en el surgimiento de la organi-
zación campesina negra en el Chocó, pionera del movimiento
negro contemporáneo articulado en torno a lo territorial y a lo
étnico.
[ 326 ] MAURICIO PARDO

De otra parte, otros autores han notado que frecuentemente


los movimientos actuales, como reacción a la prolongada domi-
nación del populismo, paternalismo y cooptación de los parti-
dos políticos tradicionales, se han distanciado de ventilar agen-
das políticas ambiciosas y se han concentrado en elaboraciones
identitarias "autolimitantes". Por razones similares, algunos
movimientos argumentan defender su autonomía como justifi-
cación para persistir en situaciones de fragmentación y para
evitar esfuerzos hacia la coordinación o la unidad de acción en
escenarios nacionales. (Foweraker, 1995: 61). En efecto, las dife-
rentes expresiones del movimiento negro en Colombia han par-
ticipado de manera muy limitada en actividades de coordina-
ción con otros sectores de los movimientos sociales y populares,
o aun en procesos reflexivos de exploración de posibles desa-
rrollos comunes de los distintos discursos e imaginarios.
Como se comentó al comienzo, algunos analistas de los mo-
vimientos sociales han anotado que el avance de éstos depende
de una sumatoria de factores que combinan la coyuntura política
nacional, las costumbres políticas locales, las formas de organiza-
ción interna de los movimientos y sus contenidos ideológicos
(McAdam, McCarthy, Zald, 1996). Otros académicos han señala-
do que las organizaciones pueden ser impulsoras del movimien-
to social pero también pueden ser sus anestesistas o sepultureras.
Así mismo, en diversas oportunidades los teóricos de la acción
colectiva han notado que ante la carencia de versatilidad orga-
nizativa y de solidez ideológica, los logros institucionales produc-
to de las acciones confrontacionales del movimiento pueden anu-
lar su impulso y ocasionar retrocesos bien considerables (Tarrow,
1994).
La reflexión sobre el movimiento negro en Colombia pone
en evidencia la compleja articulación de circunstancias como las
mencionadas arriba, su carácter fragmentario, desigual y hete-
rogéneo. Revela que conceptos o entidades como comunidades
En torno al movimiento negro en Colombia l 327 ]

negras, identidad negra y movimiento negro tienen diversas


acepciones y están en continua construcción, que los parámetros
identitarios están inmersos en procesos en constante realinea-
miento y que hay varias concepciones sobre "lo negro" en Co-
lombia. Dichas concepciones pasan por múltiples ejes, algunos
anclados más en lo local que otros, pero todos cruzados por las
comunicaciones que la globalización propicia, ya sea para reafir-
mar las luchas territoriales y prácticas ambientales de produc-
tores locales o para propiciar intercambios internacionales en-
tre descendientes de la diáspora africana occidental (Wade, 1998;
Agier, 1999: 197-204).
De otra parte, los avances políticos de los movimientos socia-
les no pueden ser medidos únicamente por sus adelantos
organizativos o por sus logros reivindicativos. De acuerdo con
planteamientos como los de Gramsci (1997) y Touraine (1987)
en cuanto a los aspectos culturales del conflicto político, y con re-
cientes tendencias sobre la dimensión cultural de la política de
los movimientos sociales, la construcción discursiva con la cual los
movimientos hacen reclamos, plantean reivindicaciones o buscan
nuevas definiciones sobre su posicionamiento en la sociedad y
frente al Estado son importantes piezas de política cultural, la cual,
en muchos casos, busca no sólo participar en las estructuras del
poder, sino replantear su ejercicio, o sea transformar las culturas
políticas prevalecientes (Alvarez, Dagnino y Escobar, 1998).
Siguiendo esta argumentación, puede verse entonces que el
movimiento negro colombiano desarrolla continuamente distin-
tas propuestas político-culturales, las cuales están algunas veces
en diálogo dinámico entre ellas, y otras veces en confrontación.
Aquí, también, los discursos e idearios que apuntalan la creación
y consolidación de los territorios colectivos han tenido mayor
desarrollo y posicionamiento. Estos planteamientos involucran
visiones sobre el medio ambiente, la diversidad cultural y bio-
lógica, los patrones culturales de asentamiento y de uso de los
[ 328 ] MAURICIO PARDO

recursos naturales, que se contraponen a los imaginarios del


desarrollo basados en el lucro, la acumulación y la expoliación
de las poblaciones locales y el medio ambiente (Villa, 1998: 443-
444).
Sin embargo, otros discursos dentro del movimiento negro
-como los antes mencionados, centrados en la reivindicación de
aspectos expresivos y artísticos de la cultura negra, en diálogos
internacionales con otros pueblos negros, en el avance de pro-
cesos educativos enfocados hacia la especificidad cultural negra,
en reivindicaciones económicas y políticas de la población ne-
gra urbana y de otras áreas fuera del Pacífico-, están localizados
en pequeñas organizaciones y no han logrado ubicarse en un
terreno sólido de negociación con el Estado, pese a estar conte-
nidos también dentro de las consideraciones de la Ley 70. Estos
reclamos tampoco han logrado ampliar significativamente su
base social o motivar movilizaciones de considerable impacto.
Los activistas y organizaciones que plantean estas reivindicacio-
nes tienen el reto de ampliar su inserción en las bases sociales,
de dinamizar puntos de articulación con los planteamientos de
los campesinos negros del Pacífico y de configurar escenarios de
alcance nacional (Agudelo, 1988: 33), y de retomar tanto los re-
clamos más recientes como los aspectos más idiosincrásicos de
la sociedad negra, localizados en los asentamientos rurales, ya
sea en cuanto a su organización social, sus creaciones expresivas
o sus estrategias productivas para avanzar en la conformación
de enunciados identitarios.
Es muy diciente, respecto a las dificultades del movimiento
negro para articular demandas de alcance nacional, que las exi-
gencias de los raizales sanandresanos para detener el proceso
de sobrepoblación de inmigrantes continentales y recuperar por
parte de los isleños nativos el control territorial, político y cul-
tural del archipiélago -planteado recientemente al gobierno
como un proyecto de ley para aprobar un Estatuto Raizal-, no
En torno al movimiento negro en Colombia [ 329 ]

hayan sido parte de una estrategia concertada con otras orga-


nizaciones o sectores del movimiento negro en el país. El movi-
miento de los raizales con notoria base social en el archipiélago
sanandresano -que ha involucrado paros, tomas de la isla y agi-
tadas manifestaciones, y que ha logrado la presencia de delega-
ciones negociadoras del gobierno nacional-, constituye, junto
con las acciones colectivas en pro del territorio de los campesi-
nos del Atrato y con las movilizaciones en pro de la inclusión de
la cuestión negra en la Constituyente, el conjunto de expresio-
nes más notables del movimiento negro que han involucrando
significativa participación colectiva.
Muñera ha subrayado que los énfasis en la parte emotiva de
los movimientos sociales de los tempranos enfoques funcionalistas
sicologizantes, en la racionalidad pragmática de la escuela de
movilización de recursos, o en la formación identitaria o de va-
lores de los analistas de la llamada tendencia de los "nuevos"
movimientos sociales, no son excluyentes o equivocados, sino
expresiones posibles de los movimientos de acuerdo con sus
niveles de consolidación política3 (Muñera, 1988: 471-473). En
efecto, en el movimiento negro en Colombia se puede ver cómo

3
La teo fa sobre movimientos sociales surge en un principio como parte del aná-
lisis sobre comportamiento colectivo, y acudía a explicaciones sobre desadaptaciones
o expresiones marginales respecto del contexto social (Smelser, Turner y Killian).
Este enfoque funcionalista de los años cincuenta y sesenta en Norteamérica fue su-
cedido por el enfoque llamado de movilización de recursos, en el que los integran-
tes de los movimientos sociales eran vistos como actores racionales tomando deci-
siones sobre el uso de recursos, ya fueran económicos, políticos u organizativos en la
instrumentación de sus reclamos (Olson, McCarthy y Zald). Otros sociólogos norte-
americanos vieron la necesidad de examinar el desarrollo de los movimientos socia-
les en estrecha relación con las acciones del Estado, en la que se ha dado en llamar
la teoría del proceso político (Tilly, Tarrow). Por otro lado, principalmente en Euro-
pa, la tendencia conocida como de los "nuevos" movimientos sociales hace énfasis
en las construcciones de identidad, por la cual los movimientos se autodefmen y
construyen propuestas alternativas de orientación de la sociedad (Touraine, Melucci,
[ 330 ] MAURICIO PARDO

han predominado aspectos emotivos y pragmáticos en la bús-


queda de elementos identitarios y programáticos que pudieran
ampliar la trascendencia y convocatoria política. Las organiza-
ciones de pobladores rurales con territorios susceptibles de ti-
tulación colectiva han preferido proteger su independencia y su
interlocución con el Estado, a buscar escenarios de concertación
con otras expresiones del movimiento negro. A su vez, otras or-
ganizaciones con planteamientos diversos en defensa de otros
aspectos de las poblaciones negras no han logrado tampoco avan-
zar en la consolidación de propuestas y acciones hacia la confor-
mación de un movimiento negro de alcance nacional.

LA BÚSQUEDA DE UN CONCIERTO NACIONAL


Y EL SURGIMIENTO DE LO RURAL

Con anterioridad a la promulgación de la Constitución de 1991,


el movimiento negro colombiano se hallaba disperso en esos
varios frentes, con diferentes antecedentes y procesos en lo ideo-
lógico y en lo organizativo, y no había encontrado escenarios de
encuentro de alcance nacional o por lo menos regional.
Hacia los años setenta, un par de organizaciones impulsa-
ban grupos de discusión estudiantiles acerca de la discrimina-
ción y de luchas por el pleno reconocimiento ciudadano de las
gentes negras en las principales ciudades del país. Algunos de
estos activistas impulsaban en la costa atlántica la organización
de trabajadores negros (Cassiani, 1999).
De reciente formación, remontándose a mediados de los
ochenta, se tenían las organizaciones campesinas de las princi-

Offe). En la actualidad la mayoría de los analistas coinciden en que son necesarias


visiones complejas que consideren aspectos emotivos, instrumentales, expresivos, de
los movimientos sociales en complejos contextos políticos de alianzas y confronta-
ciones, de oportunidades y dificultades, e inscritos en coyunturas específicas dentro
de las tendencias estructurales generales del Estado y del capitalismo.
En torno al movimiento negro en Colombia [ 331 ]

pales cuencas fluviales en el Chocó, de las cuales la más notable


era ACIA, la Asociación Campesina Integral del Atrato. Esta or-
ganización había logrado avanzar notablemente en su confron-
tación con las compañías madereras, lo cual obligó al gobierno
a negociar el futuro de esos territorios. Poco después se forman
otras organizaciones de cuenca fluvial en el Chocó.
La conformación de estas organizaciones no sería explicada
enteramente si se pasara por alto la importancia de la organiza-
ción indígena departamental establecida en 1980, OREWA, la cual,
en el escenario regional, había mostrado la factibilidad de organi-
zar las comunidades locales alrededor de reivindicaciones propias
centradas en la propiedad colectiva del territorio y en el gobierno
propio, y argumentadas desde el derecho a la diferencia cultural.
Las líneas gruesas de este estilo de reclamación política fueron
adoptadas por ACIA inicialmente y después por las otras organiza-
ciones campesinas chocoanas (Archila, 1995: 280; Wade, 1995).
El impulso del movimiento de base se da entonces en el
Chocó en el reclamo territorial por asociaciones de campesinos
negros en las cuencas fluviales, y constituye un objetivo claro con
convocatoria de movilización. Presenta una convergencia de
aspectos organizativos y reivindicativos, en un ámbito geográfi-
co muy concreto, que no se había dado anteriormente en la his-
toria republicana del país entre las poblaciones negras.
En la sección sur del litoral pacífico, en los departamentos de
Valle, Cauca y Nariño a finales de los ochenta, existían también
procesos organizativos de variada naturaleza. Entre ellos estaban
algunas organizaciones para el progreso regional, asociaciones
gremiales (agricultores, carboneros, pescadores) y culturales, e
incipientes organizaciones de campesinos en unos veinte muni-
cipios (seis en el Valle, tres en Cauca y diez en Nariño), algunos
de ellos producto de los trabajos de acción social por parte de los
programas de pastoral social de las diócesis católicas y de algunas
parroquias. Se perfilaba también un grupo de activistas de ori-
[ 332 ] MAURICIO PARDO

gen estudiantil que planteaban la necesidad de impulsar un mo-


vimiento de amplio cubrimiento entre la población negra del país.
Los temas de construcción identitaria o marcos ideológicos de
estos sectores del movimiento negro eran análogamente hete-
rogéneos. Las organizaciones campesinas del Chocó se orientaban
hacia la protección, el control y el acceso al territorio y sus recur-
sos naturales. Asociaciones culturales trataban de consolidar pro-
cesos de conciencia colectiva a partir de las tradiciones estéticas y
expresivas, mientras que las asociaciones de productores defendían
su ingreso en situaciones hostiles de mercado. Grupos de intelec-
tuales trataban de articular los reclamos porjusticia social, con for-
talecimiento de la conciencia étnica o la inclusión de la población
negra en espacios de ciudadanía (Cassiani, 1999; Wade, 1996).
El panorama en cuanto a los parámetros organizativos in-
ternos era también variado. Las asociaciones campesinas gira-
ban alrededor de un modelo federativo de comunidades locales
agrupadas zonalmente, el cual sigue en sus rasgos principales
al modelo concéntrico de representación delegada que de ma-
nera exitosa habían implementado las organizaciones indígenas,
mientras que intelectuales de clase media se agrupan en peque-
ñas ONG, ejercen activismo individual o tratan -sin mucho éxi-
to, dada la tendencia centrífuga de la organización étnico-terri-
torial-, de impulsar procesos regionales (Pardo, 1998). En la costa
atlántica, en cambio, en ausencia de un movimiento rural de
dimensión significativa, el núcleo de profesionales y estudian-
tes ha mantenido un mayor activismo en pro de la consolida-
ción del movimiento negro regional (Cassiani, 1999).
En cuanto a los contextos políticos regionales y nacionales y a
las tradiciones políticas locales vernáculas -o según la terminolo-
gía de una escuela de sociología anglosajona sobre los movimien-
tos sociales, las oportunidades políticas, compuestas por la estruc-
tura institucional política y las relaciones de poder informales
(McAdam, McCarthy y Zald, 1996)-, en el Pacífico se dan unas
En torno al movimiento negro en Colombia [ 333 ]

características comunes. La política tradicional bipartidista y


clientelista colombiana encuentra en esta región una de sus ex-
presiones más exacerbadas. Las actitudes de las clases medias y
de la mayoría de los cuadros intelectuales negros se orientan a ser
incluidos en los circuitos políticos, sociales y económicos domi-
nantes en el país. Esta situación es u n factor importante para en-
tender cómo las organizaciones étnicas y sus promotores origina-
les, los equipos misioneros católicos no encontraron eco ni aliados
entre las clases medias urbanas de la región, y tuvieron que bus-
car apoyo en el movimiento indígena y en algunos sectores aca-
démicos del centro del país. Dicho contexto político institucional
facilitará también la comprensión de ulteriores desarrollos del mo-
vimiento negro en cuanto a acceso a recursos estatales.
Las otras regiones de importante población negra como la
costa atlántica y el archipiélago sanandresano no escapan de los
altos niveles de clientelismo, pero tienen actividades económi-
cas más diversificadas y complejas. A pesar de la alta población
urbana que se reconoce como negra, comunidades negras como
tales están muy específicamente localizadas, sin pasar de unas
veinte localidades de dimensión variada, incluyendo desde al-
gunos barrios en las ciudades capitales hasta municipios y co-
rregimientos. La comunicación entre estas localidades es enton-
ces relativamente fácil, haciendo más expedita la coordinación
regional del movimiento; su proceso ha sido entonces una con-
solidación paulatina (Cassiani, 1999).
En San Andrés, el problema del marginamiento de la pobla-
ción raizal nativa frente al crecido número de inmigrantes con-
tinentales tiene connotaciones políticas, culturales y ambienta-
les y ha mostrado solidez y considerable apoyo popular.
Los apartes anteriores muestran entonces cómo a principios
de la década de los noventa el panorama de las distintas expre-
siones del movimiento negro en Colombia era el de una gran
heterogeneidad y dispersión regional, tanto en los aspectos or-
[ 334 ] MAURICIO PARDO

ganizativos como en cuanto a los planteamientos ideológicos y


los procesos identitarios.

EL MOVIMIENTO NEGRO Y LA CONSTITUYENTE

En el nivel nacional, con anterioridad a la Constitución de 1991,


era muy escasa la recepción a las inquietudes que algunos em-
brionarios movimientos negros pudieran brindar, y los espacios
institucionales y políticos con alguna accesibilidad para los acti-
vistas negros eran muy restringidos. El espacio político estaba
copado por los dos partidos tradicionales y era abiertamente
hostil a los reclamos de inclusión política por parte de los secto-
res populares, organizaciones de base y movimientos étnicos. Los
movimientos y partidos de izquierda no consideraban la especi-
ficidad política de los grupos étnicos y no tenían ninguna pro-
puesta peculiar para la población negra, a la cual se considera-
ba como parte de los sectores explotados del país.
En Colombia, la convocatoria y las deliberaciones de la Asam-
blea Constituyente de 1991 abrieron espacios políticos en los que
sectores sociales y políticos anteriormente excluidos o ignora-
dos vieron la posibilidad de expresarse en el concierto nacional.
El orden político liberal, encarnado en la antigua Constitución,
que trazaba un imaginario nacional de homogeneidad cultural
y de delegación de la representación política a través del cerro-
jo parlamentario bipartidista, apareció entonces sujeto a replan-
teamiento. Pero aun en este marco de apertura la consideración
de la población negra dentro de las discusiones de los constitu-
yentes no parecía tener acogida (Wade, 1995). La mayoría de
las organizaciones negras que no pudieron ponerse de acuerdo
para unificar candidatos a la constituyente cuando habían efec-
tuado un encuentro preconstituyente, tuvieron que coordinar en-
tonces acciones y llevaron su movilización a las calles y recintos
políticos para presionar a la Asamblea.
En torno al movimiento negro en Colombia í 335 ]

Esta coyuntura marcó una notable oportunidad política que


permitió aglutinar a los dispersos núcleos de activistas y a las
heterogéneas organizaciones negras en torno a las banderas muy
concretas del reconocimiento de la especificidad sociocultural
de la población negra del país y a la necesidad de expedir una
normatividad que protegiera los fundamentos territoriales y cul-
turales de esa especificidad, y que propugnara por el bienestar
de dicha población. Estos reclamos intersectaban en un común
denominador el espectro de orientaciones ideológicas de los dis-
tintos grupos: la de aquellos que reclaman el cese del racismo
velado que ha marginado a la población negra dentro del con-
cierto nacional, la de algunos grupos culturales que propugna-
ban el reconocimiento y fortalecimiento de las manifestaciones
culturales y artísticas de la población negra, la de las organiza-
ciones campesinas chocoanas que aspiraban a asegurar sus te-
rritorios y recursos naturales, la de los raizales de San Andrés y
Providencia frente a la sobrepoblación inmigrante continental,
y la de algunos activistas que propugnaban la construcción y afir-
mación de una identidad étnico-cultural como medio para avan-
zar hacia la eliminación de las desigualdades.
La época de preparación y de las sesiones de la comisión re-
dactora de la ley para comunidades negras, y los meses que si-
guieron a su expedición, no tienen paralelo en cuanto a la mo-
vilización de las ideas y de las acciones nacionales de las organi-
zaciones, voceros y simpatizantes de la población negra colom-
biana. Los diferentes grupos pudieron expresarse y confrontarse
en la búsqueda de un estatuto para los descendientes de africa-
nos. La necesidad de representatividad de los deliberantes lle-
vó -con patrocinio gubernamental a la difusión de las discusio-
nes en las regiones con población negra del país-, a una activi-
dad sin precedentes de divulgación de las discusiones y proce-
sos de elaboración de la ley para comunidades negras (Agudelo,
1998).
[ 336 ] MAURICIO PARDO

DESPUÉS DE LA LEY 70

En los prolegómenos y deliberaciones para la redacción de la


ley se expresaron y discutieron preocupaciones muy diversas de
los representantes de los grupos negros. En repetidas ocasiones
se hizo mención de lo restrictivo que era el sector poblacional
concebido por el artículo transitorio 55, de cómo la situación
de la alta población urbana negra, los problemas de los raizales
sanandresanos, de numerosos grupos laborales negros, queda-
ban por fuera, así como de la discusión sobre numerosas situa-
ciones de exclusión, discriminación y marginamiento en contra
de las personas negras.
Como ha sido notado por comentaristas en numerosas oca-
siones, el artículo transitorio 55 y la Ley 70 de 1993 se refieren
a las zonas rurales del Pacífico (por ejemplo, Villa, 1998). Estas
piezas normativas aluden a una región y a una zona específica;
la Ley de Comunidades Negras es en realidad, en la mayoría de
su texto, una ley de comunidades negras rurales del Pacífico. Los
integrantes de la Comisión Especial trataron de suplir en parte
esta gran limitación al establecer un cubrimiento amplio de la
comisión consultiva de alto nivel, de manera que en el segui-
miento de la ley estuvieran representantes de la costa atlántica y
de las islas de San Andrés y Providencia.
Para muchos pobladores negros colombianos hubo por pri-
mera vez noticia o conciencia de una comunidad de factores
históricos y culturales que servían de fundamento para la pos-
tulación de una serie de intereses compartidos.
Pero bien pronto, incluso antes de la aprobación de la ley,
las organizaciones territoriales del Chocó se habían apartado del
intento de crear una coordinación nacional del movimiento ne-
gro, reticentes a ceder autonomía a grupos de activistas de sede
urbana pero carentes de representatividad en el seno de las or-
ganizaciones de base.
En torno al movimiento negro en Colombia i 337 ]

La Ley 70 contiene 8 capítulos y u n total de 68 artículos, de


los cuales los primeros 5 capítulos se refieren a la delimitación,
constitución y manejo de los territorios colectivos en el Pacífico,
y los otros son dirigidos a las comunidades negras en términos
más generales en cuanto a los derechos, la identidad cultural y
el desarrollo económico y social. La ley establece una gran can-
tidad de instancias de participación de los miembros de la po-
blación negra y de sus organizaciones en organismos oficiales y
en procedimientos de planeación y ejecución relacionados con
la población negra, sus territorios y los respectivos recursos na-
turales. Los recursos del Estado, contratos y empleos se consti-
tuyen en una importante fuente de recursos para las organiza-
ciones y activistas negros.
Como consecuencia de la Ley 70 y sus desarrollos, hay en la
actualidad miembros de las organizaciones o individuos respal-
dados por dichas organizaciones en las juntas directivas de en-
tidades regionales, o como empleados y contratistas en institu-
ciones regionales o nacionales.
Los logros derivados de la ley han permitido notables avan-
ces hacia el reconocimiento de los derechos de u n sector impor-
tante de la población negra colombiana -los pobladores ribe-
reños de los bosques del Pacífico-, y h a n abierto espacios para
interesantes perspectivas de configuración societal alternativos
a las premisas de propiedad privada de la tierra, de homogenei-
zación cultural y de economías de acumulación. Pero, de otra
parte, no se han proyectado efectivamente hacia otros aspectos
del espectro de reivindicaciones y derechos de las gentes negras
del resto del país, particularmente de aquellas por fuera de las
áreas rurales del Pacífico4. La Ley 70 de 1993 y sus consecuen-
tes implementaciones institucionales han ocasionado una apre-

4
Según algunas interpretaciones, en el último censo nacional de 1993 aproxima-
damente 30% de la población nacional total de 34 millones de habitantes se recono-
[ 338 ] MAURICIO PARDO

ciable constricción de la iniciativa política, ideológica y organi-


zativa nacionales, respecto de las perspectivas que se presenta-
ron durante la movilización en pro de la inclusión de los dere-
chos negros en la Constituyente y durante la discusión originada
por el artículo 55 transitorio de la Constitución, que condujo a
la promulgación de la Ley 705.
De otro lado, al haber previsto la Ley 70 el establecimiento
de territorios colectivos en el Pacífico administrados por conse-
jos comunitarios, las localidades con títulos o en proceso de ti-
tulación en la mayoría de los casos terminan prefiriendo inter-
locutar directamente con el gobierno y con las instituciones y se
desligan de las coordinaciones regionales con sede urbana. Esta

ce como perteneciente a la etnia negra. De este total, un número mucho más redu-
cido corresponde a comunidades negras, es decir, localidades con población mayor-
mente negra en las que están vigentes prácticas culturales y relaciones sociales de
características específicas de este grupo étnico. Estas comunidades se asientan prin-
cipalmente en el Pacífico, en un número aproximado de 800.000 personas; de ellas,
la mitad en asentamientos selváticos ribereños o costeros y la otra mitad en cabece-
ras municipales, mayormente en Buenaventura, Quibdó y Tumaco. Hay unas cien
mil personas en comunidades negras en la región atlántica o caribeña. Hay grandes
cantidades de población negra en barriadas de inmigrantes negros en Cali, Carta-
gena, Bogotá, Medellín, Barranquilla y otras ciudades colombianas. El sector de
Aguablanca en Cali, con unas 200.000 personas negras oriundas mayormente del
Pacífico surcolombiano, es la mayor concentración urbana de población negra en
Colombia; otras 100.000 personas negras viven en otros barrios de Cali (Barbary,
1998a, 1998b).
3
La Ley 70 establece los procedimientos para reconocerles territorios colectivos a
las comunidades negras que ocupen y usufructúen territorios selváticos, se organi-
cen en Consejos Comunitarios y soliciten la titulación.
La Ley ordena un manejo concertado y sostenible de dichos territorios, otorga
derechos especiales a las comunidades negras en la actividad minera, e instaura me-
didas para la protección cultural y la promoción socia) y económica de la población
negra colombiana; crea la Dirección de Comunidades Negras en el Ministerio del
Interior y las Comisiones Consultivas departamentales y nacional para concertar
políticas entre los representantes de las comunidades negras y las instituciones esta-
tales.
En torno al movimiento negro en Colombia i 339 ]

situación, que ya se había consolidado en el Chocó6 desde los tiem-


pos de discusiones de la ley en 1992 y 1993, en donde las organi-
zaciones rurales tenían cierta solidez, se ha generalizado ahora
hacia el sur, al resto del Pacífico. El resultado especialmente pal-
pable desde hace unos dos años es el de un número creciente de
organizaciones ribereñas étnico-territoriales con muy poca coor-
dinación entre ellas, destinatarias de la mayoría de los recursos
institucionales previstos por la Ley 70, y el de otra cantidad de
organizaciones de escaso número de miembros y de objetivos di-
versos -ambientales, educativos, cívicos, culturales, étnico-políti-
cos-, radicadas en los centros urbanos y en las regiones por fuera
del Pacífico, con análoga poca coordinación en los escenarios re-
gionales y nacionales. Aparece entonces claro que, como lo ha
sugerido un estudioso de los movimientos sociales en América
Latina, en ausencia de sólidas conformaciones identitarias y de
claros y concisos objetivos políticos a largo plazo, después de un
proceso de negociación con el Estado, los movimientos sociales
pueden verse abocados a competir entre ellos mismos por recur-
sos, a administrar logros económicos para satisfacer a sus miem-
bros, y a entrar en un proceso de institucio-nalización (Foweraker,
1995: 65-82). En la situación antes descrita, las organizaciones
étnico-territoriales se concentran sobre los recursos derivados de
la Ley 70, mientras que organizaciones negras de otro tipo care-
cen de marcos institucionales que les provean recursos para satis-
facer o engrosar sus bases, y no encuentran una manera de am-
pliar el efecto de sus reclamos para motivar una movilización social.

6
El Pacífico colombiano es una franja selvática de tierras bajas que se extiende de
norte a sur entre Panamá y Ecuador, limitada al oriente por la cordillera de los An-
des. Tiene aproximadamente 1.000 km. de largoy unos 100.000 km 2 . Políticamen-
te, está dividido en cuatro departamentos, de norte a sur: Chocó, Valle, Cauca y
Nariño. El Chocó está enteramente en la llanura del Pacífico, mientras los otros tres
departamentos tienen buena parte de su territorio y sus capitales en las montañas y
valles interandinos.
[ 340 ] MAURICIO PARDO

Las Comisiones Consultivas departamentales y nacional, que


establece la Ley 70, se han convertido en los únicos terrenos de
encuentro de las distintas vertientes del movimiento negro, pero
mucho más de una manera reactiva ante ciertos puntos de la agen-
da institucional que como espacios de convergencia que pudie-
ran ser utilizados para retomar la iniciativa frente al gobierno o
reconstruir las bases programáticas hacia una mayor inclusión y
coordinación. A este respecto, es sintomático que en la Consulti-
va Nacional de 1999 los puntos más álgidos en discusión hayan
girado en torno a los territorios colectivos, como los de planes de
manejo de recursos naturales, el estatus de los manglares dentro
de los territorios colectivos y los derechos de los mineros arte-
sanales, mientras que otras temáticas que pudieran reforzar las
dimensiones nacionales del movimiento negro -como la pobla-
ción negra desplazada por la guerra, la cátedra afrocolombiana 7 ,
las facilidades de acceso a estudiantes negros en la educación su-
perior, la problemática poblacional de los raizales isleños o la si-
tuación marginal de la población negra asentada en las grandes
ciudades- tienen una figuración muy secundaria.

CONCLUSIONES

La Ley 70 creó una agenda de proyectos por cumplir y unos esce-


narios de participación institucional y de representación legal que
se convirtieron en un guión preestablecido para el movimiento
negro. Desde la puesta en vigencia de la ley, las expresiones de
acción colectiva de la población negra no han podido eludir este
libreto, limitando de esta forma su capacidad de convocatoria y
movilización y, por lo tanto, de una calificación de sus métodos
de organización, de sus demandas, de sus mecanismos identitarios

' La Ley 70 ordena la implementación de una estrategia educativa sobre los valo-
res y realidades de la población negra.
En torno al movimiento negro en Colombia [ 341 ]

y, en últimas, de impacto y posicionamiento en el conjunto de la


vida política nacional.
La filtración de tradiciones políticas partidistas tradiciona-
les circundantes y los estilos organizativos internos en el Pacífi-
co han conducido a que la mayoría de las dirigencias de las or-
ganizaciones entraran sin mayor reflexión previa a disputarse
empleos, posiciones directivas y recursos provenientes del Esta-
do, perdiendo de esta manera la iniciativa en el trazado de la
agenda política y quedando así restringidas a una perspectiva
puramente institucional trazada por la Ley 70. Se han ubicado
así en la situación desventajosa de que para poder continuar en
sus reclamaciones al Estado, y la profundización de la dinámica
organizativa, las organizaciones dependen casi exclusivamente
de los recursos del Estado. Puede decirse entonces que la aper-
tura de espacios políticos no reportó mayor comodidad de ma-
niobra a las organizaciones negras, sino, por el contrario, una
limitación conceptual y logística de su accionar.
Las previsiones de la Ley 70 sobre participación de las orga-
nizaciones y personas negras en la planificación y la gestión
concernientes a la población negra y sus territorios han acen-
tuado el faccionalismo y una disminución del dinamismo orga-
nizativo, al entrar en competencia las organizaciones tanto de
base como ONG por el protagonismo y reconocimiento oficial, y
al haberse debilitado los escenarios de coordinación entre los
actores del movimiento negro subregional, departamental y na-
cional. Dentro de este panorama, se han consolidado de una for-
ma fragmentada las organizaciones de base territorial en proce-
so de titulación o manejo de territorios colectivos, pero otros tipos
de organizaciones han visto disminuir notablemente su dinamis-
mo y protagonismo, y han sido opacadas las reivindicaciones de
otras poblaciones negras fuera del Pacífico.
Este proceso basado en federaciones de organizaciones lo-
cales con reclamos territoriales que había irrumpido con fuerza
[ 342 ] MAURICIO PARDO

en el Chocó, en los siete años siguientes a la expedición de la


ley, ha ido extendiéndose por todo el Pacífico, ya que la Ley 70
prevé la creación de Consejos Comunitarios para la solicitud,
trámite y posterior administración de territorios colectivos. En
consecuencia, los modelos organizativos de estas poblaciones se
estructurarán a partir de los Consejos Comunitarios, ya sea in-
dividualmente o en federaciones de éstos, y dado que el grueso
de los recursos estatales derivados de la Ley 70 se destina a los
procesos de los territorios colectivos, se crea así una distancia
con organizaciones étnicas de otro tipo, ya sea cultural, gremial,
ambiental o de algún tipo de proyección política, que quedan
por fuera del acceso a dichos recursos.
Este hecho va a llevar a que, aunque no ha habido una rup-
tura formal de los Palenques como forma federativa departamen-
tal en el sur del Pacífico, paulatinamente el liderazgo centrali-
zado en los núcleos urbanos se vaya debilitando mayormente en
favor de liderazgos locales y subregionales con base territorial,
y en menor medida, a favor de algunas organizaciones con base
poblacional urbana que reclaman tener acceso directamente a
los recursos estatales de apoyo a procedimientos de titulación y
organizativos.
Algo bien diferente se presenta en la costa atlántica, en don-
de ante la ausencia de adjudicación de territorios colectivos, se
ha conservado el carácter regional del movimiento en el que
confluyen asociaciones rurales, gremiales, culturales, grupos de
estudio, en donde los dirigentes, ya sea de las organizaciones
locales o de formación universitaria con proyección regional o
nacional, trabajan mancomunadamente por los intereses zonales
del movimiento negro y de su representación nacional.
Como se ha mencionado anteriormente, en las islas de San
Andrés y Providencia, en los últimos tiempos se ha ido intensi-
ficando el movimiento en pro del control del territorio y de la
administración regional por los raizales, pobladores negros an-
En torno al movimiento negro en Colombia [ 343 ]

glófonos establecidos desde hace tres siglos. Pero este movimien-


to n o ha tenido mayor coordinación ni procedimientos solida-
rios con otras expresiones del movimiento negro en la parte con-
tinental.
Aunque en el ámbito local se estén dando interesantes pro-
cesos de organización y gestión que no hubieran sido posibles
sin la Ley 70, y aunque algunos grupos culturales han intensifi-
cado su actividad, la diversidad de reclamos y de expresiones
identitarias del movimiento negro colombiano no ha hallado un
camino de concertación de estrategias que conduzca a un mu-
tuo enriquecimiento y refuerzo. En detrimento de esta perspec-
tiva, sin que sea una estrategia instrumentalmente consciente,
el Estado ha logrado fragmentar al movimiento negro, tras el
fugaz momento de encuentro en los tiempos de la Constituyen-
te y de estudio de la Ley 70, y concentrar gran parte de los es-
fuerzos de las diferentes manifestaciones del movimiento negro
colombiano en la competencia por el acceso a posiciones, em-
pleos y recursos institucionales. Como ha sido señalado por un
politólogo británico, en Latinoamérica la participación demo-
crática de los movimientos sociales muchas veces ha tomado más
el camino de u n contrapunteo por recursos con los poderes eje-
cutivos que un verdadero accionar en los escenarios políticos na-
cionales en pro de derechos políticos, sociales y culturales (Fo-
wereker, 1995). La historia reciente del movimiento negro en
Colombia parece ser un ejemplo palpable de esto.

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CUARTA PARTE

Movimientos de mujeres
Patricia Tovar

LAS POLICARPAS DE FIN DE SIGLO: MUJERES, REBELIÓN,


CONCIENCIA Y DERECHOS HUMANOS EN COLOMBIA

Una pregunta que se hace con frecuencia cuando se habla de


mujeres, rebelión y conciencia es si estamos hablando de movi-
mientos sociales de mujeres o de la participación de las mujeres
en los movimientos sociales. En este ensayo se examinan los ejes
teóricos alrededor de los cuales se han estudiado los patrones
de acción colectiva de las mujeres, tomando como ejemplo los
intereses y los objetivos de los movimientos de final de siglo en
Colombia. Por movimiento social se entiende, en este caso, un
grupo organizado de mujeres que se han unido para propiciar
un cambio o resistir una situación que se percibe como injusta,
indigna o inmoral. Algunos de estos movimientos tienen efec-
tos a largo plazo y producen u n cambio social significante; otros
son pasajeros, pues son creados alrededor de u n asunto inme-
diato, y mueren una vez se resuelve el problema. En este mo-
mento existe un vasto número de organizaciones, asociaciones
y agrupaciones de mujeres con una amplia variedad de orienta-
ciones políticas, religiosas y sociales, con objetivos y maneras de
accionar que a veces pueden parecer abiertamente contradicto-
rios. La mayoría intenta reformar algún aspecto de la sociedad,
dejando de ser simplemente asociaciones de mujeres aisladas,
para transformarse en coaliciones de grupos alrededor del tema
de la paz y los derechos humanos. Las tácticas de estos movi-
mientos no siempre se describen como políticas, ni se incluyen
dentro de los análisis académicos, ni se les brinda la atención
que otros movimientos sociales reciben. Los procedimientos de
organización, de movilización de recursos, de reclutamiento y
retención de integrantes, y la selección de líderes también varían.
[ 350 ] PATRICIA TOVAR

A pesar de los diversos intereses e identidades de grupo, sobre-


salen ciertos temas que han servido tradicionalmente a las mu-
jeres como base de estrategia de resistencia, empoderamiento y
rebelión.
Esta aproximación al estudio de los movimientos sociales de
mujeres en Colombia sale del trabajo previamente realizado en
Portugal con el Movimiento Esperanza y Vida, MEV1. Ésta es una
organización compuesta de más de diez mil mujeres viudas, con-
formando la mayor ONG de mujeres de todo el país. Las integran-
tes de MEV se definen como mujeres católicas con la misión de dar
apoyo moral y económico, en caso de ser necesario, a mujeres que
han perdido a sus maridos. Su interés colectivo incluye la trans-
formación de las prácticas culturales relacionadas con la viudez y
la muerte, como el usar luto riguroso por el resto de sus vidas y no
volver a considerar un segundo matrimonio como posibilidad.
Como dicen ellas mismas, su labor como grupo es servir a los vi-
vos y no a los muertos. Este movimiento de viudas se desarrolló a
partir de los años setenta, reflejando el clima político del país y
las luchas de las mujeres en otros campos. MEV es pluriclasista, con
representantes de todos los estratos sociales y regiones del país,
aunque no de todas las edades, pues tiende a ser caracterizado
por mujeres mayores de cincuenta años, ya que el número de viu-
das jóvenes ha disminuido drásticamente. MEV ofrece una voz y el
medio para ventilar agravios y la posibilidad de acceso a ciertos
recursos a muchas mujeres a las que previamente se les fueron
negados. MEV fue descrito (Tovar, 1995) como un movimiento
social emergente, ya que simultáneamente desafía y se acomoda a
las expectativas tradicionales sobre el matrimonio y los roles de

1
Este trabajo, "Historias de amor y muerte: las vidas de las viudas portuguesas",
fue presentado como disertación doctoral al Departamento de Antropología de The
Gradúate Center, City University of New York, en 1995.
Las Policarpas de fin de siglo [ 351 ]

género, y porque su intención no es cambiar el orden establecido,


por lo menos no abiertamente a través de la organización, sino
lidiar con un problema específico como el de la viudez. Este tipo
de organizaciones tienden a no ser incluidas dentro de los rígidos
modelos y esquemas sobre lo que se considera un "verdadero" mo-
vimiento social. En el caso de los estudios sobre movimientos de
mujeres, esto se complica, pues se traduce en la discusión sobre
cuáles son los "verdaderos" movimientos feministas y cuáles no.
Este análisis parte de que los movimientos de mujeres tam-
bién son agentes de cambio social, defendiendo y demandando
no sólo lo que consideran que les corresponde por derecho pro-
pio, sino lo que sienten como injusto, abusivo o agresivo. Vale la
pena resaltar que está claro que estos movimientos no se pue-
den agrupar todos dentro de una misma categoría, sólo por el
hecho de que sus integrantes sean mujeres, ni que todas las
mujeres están de acuerdo con las demandas relacionadas con su
condición de género. Éste es el caso de las organizaciones en pro
del aborto, un tema controvertido que afecta a las mujeres di-
rectamente, ya sea por la búsqueda de lo que se considera el dere-
cho sobre el propio cuerpo y la despenalización del aborto, o lo
que ocurre en Estados Unidos con los movimientos fundamen-
talistas que buscan la eliminación del derecho que existe a abor-
tar. Las acciones de estos movimientos se materializan en una
multiplicidad de estrategias, a veces violentas, como el caso de
las bombas colocadas en las clínicas donde se practican abortos.
Los cambios sociales y legislativos que han resultado de este ac-
cionar son regresivos, como, por ejemplo, la eliminación de los
subsidios estatales para el funcionamiento de las clínicas, y el
aumento de dificultades legales para que las adolescentes se prac-
tiquen abortos, y que lo puedan hacer sin notificar a sus familia-
res.
Dada la exclusión sistemática de las mujeres de los espacios
políticos tradicionales, a menudo se recurre a otras rutas para
[ 352 ] PATRICIA TOVAR

participar en los procesos sociales, que pueden dar como resulta-


do actos de rebelión abierta. Como ya lo dijo Kaplan (1982), las
mujeres no siempre quieren cambiar los sistemas de desigualdad
de género o la división sexual del trabajo. Para entender el tema
de la conciencia femenina en las organizaciones de mujeres po-
pulares, se debe clarificar cómo se define e interpreta la división
sexual del trabajo, pues ésta está relacionada con lo que las muje-
res hacen y, por lo tanto, provee un sentido de lo que ellas son
dentro de la sociedad y la cultura. Por esto, muchas de las activi-
dades que las mujeres hacen como parte de sus vidas diarias tie-
nen el potencial de ser parte de un proceso político, tomando a
veces proporciones revolucionarias. A menudo, las mujeres ma-
nipulan las instituciones políticas y económicas, llegando a cons-
tituir una estructura paralela, respecto a las estructuras formales
de la sociedad, utilizando el acceso y la información que tengan a
las vías informales. Como ocurre en el caso de Portugal y como
veremos más adelante en el caso de Colombia y los movimientos
centrados alrededor de la paz y los derechos humanos, las muje-
res manipulan conscientemente los modelos y roles de género para
dar significado a su activismo político.

"YO NO SOY FEMINISTA,


PERO LUCHO POR LA IGUALDAD DE LAS MUJERES"

Esta frase se oye a menudo entre mujeres activistas en diferentes


organizaciones no sólo colombianas, sino de otros países. Luchar
por la igualdad social y el mejoramiento de las condiciones de la
mujer no se considera como equivalente de ser "feminista". Se-
gún esto, el feminismo quiere decir muchas cosas, todas ellas
negativas, como el odio a los hombres, a la maternidad o a la
familia y otros extremos similares, tanto que es mejor no ser
identificada como tal, a pesar de estar luchando a diario por los
intereses específicos de género, que incluyen luchar contra el
Las Policarpas de fin de siglo [353]

odio y el desprecio que la sociedad tiene hacia las mujeres y su


trabajo, y las desigualdades en la familia resultantes del ejerci-
cio de la maternidad.
La contradicción que existe en la manera como las mujeres
mismas ven su activismo político está relacionada con la mane-
ra como se han teorizado y analizado estos movimientos socia-
les, y con la clase social de sus integrantes. En Colombia, al igual
que en otros países latinoamericanos, las condiciones extremas
de pobreza han propiciado el activismo y la protesta alrededor
de la satisfacción de las necesidades básicas de subsistencia de
la familia. Estos movimientos han sido comparados con los lla-
mados movimientos feministas europeos y norteamericanos de
la última mitad del siglo XX que no incluían entre sus reivindi-
caciones la búsqueda de vivienda digna, el acceso a servicios pú-
blicos, guarderías, cocinas comunales, y la protesta contra el alto
costo de la vida, pues como mujeres de clase media, residentes
en países con mejores niveles de vida, tenían estos problemas
resueltos, mientras que éstos han sido los motivos principales
para la organización política, especialmente de mujeres de sec-
tores populares, en Latinoamérica. Otros intereses que han aglu-
tinado a mujeres de diversos sectores han sido la salud y la repro-
ducción y las luchas obreras tradicionales. Pero más recientemente,
como ya se dijo, se ha visto un incremento de las organizaciones
de mujeres por los derechos humanos, en contra de diferentes
clases de violencia y del secuestro y la búsqueda de la paz. Aun-
que el activismo en estas organizaciones ya lleva muchos años, es
tal vez a partir del reconocimiento internacional de las Madres
de la Plaza de Mayo en Argentina y de los testimonios de figu-
ras como Rigoberta Menchú que se ha incrementado la atención
a este fenómeno.
Las ideas de estos grupos y sus estrategias de movilización
se han tomado como ejemplo en muchos países, tal vez con la
esperanza de obtener resultados similares. Vale la pena resaltar
[ 354 ] PATRICIA TOVAR

sus experiencias como grupos para entender mejor el caso de


Colombia. Por ejemplo, las mujeres guatemaltecas refugiadas en
campos del sur de México han transformado el trauma y el exi-
lio en herramientas de empoderamiento, logrando organizarse
en una fuerza productiva para el avance social. Las integrantes
de Mama Maquin, nombre escogido en honor a una líder indí-
gena que murió en una masacre en Guatemala, se acogieron
desde u n principio al tema de la subordinación de la mujer, in-
sistiendo en que se les dejara decidir, pensar y actuar por sí
mismas, pues estaban cansadas de que les dijeran que "las mu-
jeres no valían nada" (Light, 1992). Esta subordinación de gé-
nero, según ellas, debe ser resuelta al mismo tiempo que los otros
problemas que confrontan como refugiadas y víctimas de la vio-
lencia. La comunicación entre estos grupos y el intercambio de
experiencias y estrategias de trabajo nunca antes había sido tan
fácil. De manera que las decisiones de u n grupo pueden ser di-
fundidas y apropiadas por otro. En el caso de Conavigua, otra
organización guatemalteca conformada por mujeres viudas, en
su mayoría indígenas, es ampliamente conocida su contribución
a los Acuerdos de Paz. Su plataforma incluye la lucha contra la
"injusticia, explotación, discriminación, marginación, opresión,
represión y militarismo y que las mujeres sufrimos estos atrope-
llos el doble, y más todavía las mujeres indígenas y particularmente
las viudas" 2 . Por otro lado, en Apartado un número creciente de
viudas de la violencia de Urabá se han unido, conformando un
centro de atención y apoyo con la ayuda de diversas entidades
religiosas y privadas 3 . Las organizaciones de las mujeres de la
clase trabajadora han sido tratadas como separadas y/o parale-
las a lo que se ha considerado como feminismo organizado. Es

2
Véase su página web: http://wwwc.net.gt/fmaya/conavi.html.
3
"Enséñame a sonreír y a reconstruir el mundo", El Colombiano, p. 1 IA. Medellín,
domingo 25 de junio de 1995.
Las Policarpas de fin de siglo [355]

decir, las demandas de reforma social que han buscado las mu-
jeres de clase media alrededor de la discriminación de género.
Estos movimientos, clasificados como feministas, tienden a ser
analizados en oposición a los de las mujeres de sectores popula-
res aglutinados dentro de los llamados movimientos de mujeres. Lla-
ma la atención que muchos de estos movimientos se construyen
alrededor de la identidad y la labor como madres y esposas y los
roles y representaciones específicas de género, lo que a su vez
permite y limita la participación política. Como vimos en el caso
de MEV, es precisamente el haber perdido la identidad de espo-
sas y la reconstrucción de ésta como viudas lo que motiva la par-
ticipación política; igual ocurre con Conavigua y con las muje-
res de Apartado. Esta identidad femenina está muchas veces por
encima del origen e interés de clase social o étnico de sus inte-
grantes.
La mayoría de los movimientos de mujeres de fin de siglo
en Colombia están enlazados por la búsqueda de la paz, la pro-
testa por la violación de los derechos humanos, el secuestro y
las desapariciones forzosas. El punto en el que se ha argumen-
tado y se supone que no se coincide es en el del desafío de la
explotación y desigualdad de género. Nuevamente, el caso de
Portugal nos sirve para ver estos movimientos de manera dife-
rente. En MEV ocurre, al igual que en el caso de Colombia, que
sus integrantes no se definen como feministas, pues también con-
sideran este término como problemático; sin embargo, su reto
principal como grupo gira alrededor de u n asunto primordial
de desigualdad de género: el ser tratadas de manera diferente
en la sociedad por haber perdido a sus maridos. La muerte y la
violencia han tocado a las mujeres de todas las clases sociales, y
a través de esta experiencia común se sienten identificadas para
actuar en conjunto.
La cuestión de la interpretación del significado de los movi-
mientos sociales de mujeres está determinada muchas veces no
[ 356 ] PATRICIA TOVAR

sólo por la clase social de las integrantes de la organización, com-


ponente que también se manifiesta en las estrategias de movili-
zación, sino por la clase social de la persona que interpreta. Las
contradicciones de estas luchas las podemos ver todos los días a
nuestro alrededor. En Colombia un grupo pequeño de mujeres
de clase media organiza una marcha mundial en contra del
patriarcado y el neoliberalismo, palabras que resalto pues pueden
sonar huecas y sin sentido, especialmente a las mujeres que en
este mismo momento se encuentran tomando por la fuerza edi-
ficaciones públicas con la intención de conseguir cupos para
sus hijos en las escuelas locales.
En las publicaciones académicas también se habla de los
grupos de mujeres y los grupos feministas como si una cosa fue-
ra diferente, paralela o excluyera a la otra. Los grupos feminis-
tas son descritos como los únicos encargados de luchar por la
aplicación y reconocimiento de los derechos económicos, socia-
les y civiles de las mujeres (López, 1998), mientras que a los lla-
mados grupos de mujeres se les resta importancia y se disminu-
ye el alcance social que puedan tener. También se ha hecho una
diferencia entre movimientos populares y movimientos sociales.
Los primeros han sido vistos en términos marxistas como parte
de la lucha de clases, y no son vistos como situados en un ámbi-
to postindustrial o postmoderno en donde los actores están tra-
tando de moverse de un grupo al otro (Stephen, 1992). En el
caso de las organizaciones de mujeres, éstas han sido excluidas
del análisis, pues su identidad y motivaciones de clase y de gé-
nero no se solidifican claramente en categorías opuestas como
masculino/femenino o ricos/pobres; sin embargo, las mujeres que
participan en estos movimientos lo hacen muchas veces con una
conciencia clara de su estrato social y las limitaciones que esto
acarrea, de las ocupaciones que les han sido asignadas y de sus
responsabilidades como esposas, madres e hijas. La manera como
las categorías de clase y de género son vividas por las mujeres
Las Policarpas de fin de siglo l 357 ]

puede ser diferente, pero éstas son fundamentales para la par-


ticipación política.
Dentro de los estudios sobre la participación de las mujeres
en los movimientos sociales se han enfatizado el sindicalismo,
las luchas campesinas y étnicas y la presencia de la mujer en los
grupos alzados en armas, comparativamente y con respecto a
las actividades de los hombres. Se ha analizado el tema de la
conciencia como trabajadoras, la capacidad y obstáculos para la
movilización y el desempeño como líderes, siempre girando al-
rededor de un tema fundamental de género: las dificultades que
se producen por la maternidad, el cuidado de los hijos y otras
responsabilidades familiares producto de la división sexual del
trabajo. Durante mucho tiempo se asumió que la militancia se
oponía a las obligaciones de las mujeres con su familia, factor
que también se citaba como impedimento para el desarrollo de
una conciencia política. Por el contrario, es más bien esta visión
paternalista, junto con las jerarquías sexuales en el trabajo, la
familia y los sindicatos, las que han obstaculizado la moviliza-
ción en ese campo. A pesar de esto, existe una historia impor-
tante de participación de la mujer colombiana en las luchas
obreras en diferentes capacidades. También vale la pena resal-
tar la militancia de la mujer dentro de los partidos políticos tra-
dicionales o dentro de los llamados grupos alzados en armas,
temas que merecen atención independiente.
También se han comenzado a investigar otras formas de
protesta informal, actos de resistencia y estrategias diseñadas
para establecer control y ganar ventajas en el sitio de trabajo.
Lo que se ha llamado "cultura laboral de la mujer", es decir, las
ideologías, los rituales y otras prácticas que permiten lograr
mejores condiciones en el trabajo que no se pueden conseguir
de manera formal. Ejemplos de esto son los rumores y el chis-
me en espacios netamente femeninos como los baños, donde se
intercambia información sobre casos de acoso sexual y se bus-
[ 358 ] PATRICIA TOVAR

can estrategias para evitarlo. También en estos espacios se fra-


guan tácticas para desafiar la imposición de controles excesivos
sobre horarios, salarios inadecuados, restricciones de movimien-
to y condiciones ambientales extremas, entre otras cosas. Son
bien conocidas las estrategias que tienen las secretarias para
obtener control y agilizar o demorar trámites o para permitir o
negar el acceso a las oficinas. También son bastante conocidas
las manipulaciones de las empleadas de servicio doméstico para
lograr un trato decente. Cuando estos actos no son individuales
ni aislados y conforman un patrón de comportamiento, se ha-
bla de las "formas diarias de resistencia," de las armas de los dé-
biles, que son también actos políticos y que pueden llegar a ser
tan efectivos como una rebelión abierta (Scott, 1990).
La tendencia a clasificar los movimientos de mujeres en dos
categorías principales, "los verdaderos movimientos feministas"
y los "movimientos de mujeres populares", tiene varios proble-
mas. Analizando los movimientos colombianos y latinoamerica-
nos, vemos que no es tan fácil hacer esta separación, especial-
mente si tenemos en cuenta que las ideologías e intereses cambian
acomodándose a las circunstancias sociales del momento. Esta
clasificación tiene una connotación de idea de progreso y alcan-
ce de un nivel de conciencia e intereses considerados en deter-
minado momento como superiores o feministas, siguiendo los
modelos teóricos de movimientos de mujeres europeas o norte-
americanas. Esto ha oscurecido la riqueza y complejidad de
nuestros movimientos, disminuyendo su importancia, sin brin-
dar atención a los puntos en común, creando divisiones, dificul-
tando alianzas y estigmatizando el término "feminista".
Por otra parte, hay que tener en cuenta que en los movimien-
tos existen transformaciones graduales o radicales, los discur-
sos se adaptan a nuevas circunstancias, se crean nuevas concien-
cias y objetivos, y entran nuevos líderes. Algunos han pasado de
tener objetivos políticos limitados a ser movimientos más cons-
Las Policarpas de fin de siglo í 359 ]

cientes, siguiendo el ejemplo de otras organizaciones locales o


internacionales, o uniéndose con ellas para poder hacer deman-
das más amplias y tener así mayores efectos políticos.
Muchos de los temas tradicionalmente considerados femi-
nistas, como la violencia doméstica y el control de la sexualidad,
han sido incorporados dentro de las agendas políticas e ideoló-
gicas de movimientos de diferentes sectores y clases sociales. A
mi manera de ver, las acciones y eventos de estas organizaciones
han sido interpretados y experimentados de diferentes mane-
ras. El análisis que se ofrece a menudo muestra una clara influen-
cia de los trabajos pioneros sobre los estudios de género y del
uso de dicotomías como naturaleza/cultura y público/privado.

EL FEMINISMO COMO MOVIMIENTO SOCIAL

Dentro de la teoría social, el feminismo se ha considerado u n


movimiento social de y para mujeres, que reside y está al mismo
tiempo fuera de otras determinaciones teóricas y epistemológicas.
El sujeto está conceptualizado como movible y a su vez organiza-
do dentro de una variedad de ejes de diferencia en donde hay
muchas formas de opresión, por lo que muchas veces es mejor
hablar de feminismos en plural, especialmente cuando se mira
desde los prismas de clase y de etnicidad. El gran punto en co-
mún que une los discursos teóricos de estos feminismos es la críti-
ca de la supremacía masculina en muchos aspectos de la vida
social. Como decía Simone de Beauvoir (1981), "la humanidad
es masculina", ya que la mujer no está definida en sí misma, sino
en relación con el hombre. Ella es el otro. J u n t o con el marxis-
mo, el feminismo es una teoría sobre el estudio del poder y la
desigualdad, basada en la división sexual del trabajo. Ya se ha
dicho que la sexualidad y la reproducción son al feminismo lo
que el trabajo es al marxismo. Si ver al m u n d o desde la pers-
pectiva del proletariado le permite a Marx entender la ideólo-
[ 360 ] PATRICIA TOVAR

gía del burgués, la teoría feminista permite entender la ideolo-


gía y las instituciones patriarcales que definen y controlan a la
mujer (MacKinnon, 1987). La identidad femenina está deter-
minada por el trabajo biológico de la reproducción y la mater-
nidad y por la responsabilidad cultural de la crianza de los hi-
jos. Debido a que el cuerpo de la mujer es un instrumento de
producción, ella se construye culturalmente en relación con otras
personas, mientras que los hombres se definen en cuanto a sí
mismos. En otras palabras, la identidad sexual y social de las
mujeres se construye externamente. El entendimiento de los me-
canismos de dominación presentes tanto en el m u n d o privado
como en el público, como las condiciones del matrimonio, la
dependencia económica de las mujeres, la discriminación labo-
ral, el acoso sexual y la violación, fomentan y permiten el con-
trol sobre la mujer y coexisten con otras estructuras sociales y
con las normas culturales.
Dentro de la antropología y la teoría de los movimientos
sociales ya se ha descartado la oposición entre lo público y lo
privado como única explicación sobre por qué las actividades
colectivas de las mujeres se relacionan con sus papeles de ma-
dres y esposas. Muchos de estos trabajos se basan en los escritos
de Molineux (1986) y Kaplan (1982) realizados en la década de
los ochenta. Kaplan desarrolla la teoría de "conciencia femeni-
na" al examinar los sucesos ocurridos en Barcelona a comien-
zos del siglo XX, donde una rebelión masiva de mujeres en pro-
testa por el incremento de los precios de los artículos básicos de
subsistencia asalta los mercados, decomisa víveres y los reparte
entre las personas necesitadas. En resumen, Kaplan explica cómo
las mujeres que han interiorizado sus roles como proveedoras y
cuidadoras de su familia, cuando se ven impedidas de llevar a
cabo sus tareas y obligaciones, se sienten movidas a participar
en acciones que les permitan cumplir con sus roles sociales. Esta
idea de conciencia femenina es similar a lo que Molyneux llama
Las Policarpas de fin de siglo [ 361 ]

"intereses prácticos de género". Intereses que emergen de los


roles atribuidos a cada género, y el reclamo de derechos basa-
dos en esos roles. Estos intereses no son vistos como u n reto
directo a la discriminación, sino que más bien son considerados
circunstanciales. Sin embargo, hay que tener en cuenta que mu-
chos de los objetivos de estos movimientos incluyen mecanismos
para aliviar las cargas de la subordinación, como la lucha por la
mayor participación de los hombres en el trabajo doméstico y la
búsqueda de alternativas para el cuidado de los niños.
Dentro de los llamados movimientos feministas se insistió en
la necesidad de que la mujer saliera del campo de lo privado al
público como una estrategia para ganar acceso a las áreas domi-
nadas por los hombres, y se criticaba a los movimientos populares
de mujeres con "intereses estratégicos" o de "supervivencia", con
el argumento de que mantenían el lugar asignado a la mujer en
la sociedad. Este dualismo entre movimientos "utilitarios o estra-
tégicos" y movimientos de "interés de género" asume que éstos
no pueden ser simultáneamente una estrategia de superviven-
cia y una estrategia política que desafía el orden social estableci-
do. La búsqueda de soluciones a los impedimentos en busca de
la resolución de necesidades básicas no es u n asunto de supervi-
vencia únicamente, sino que es el resultado de una construcción
de identidad y el entendimiento de las relaciones de poder al-
rededor del género.
La palabra conciencia tiene un potencial de liberación, im-
plicando la noción de lucha con u n entendimiento de las bases
de la opresión. La formación de conciencia es otro de los pun-
tos fundamentales en el análisis, el método y la teoría feminista
(De Lauretis, 1990). Los mecanismos de la inferioridad se han
hecho visibles y, al igual que ocurre con las relaciones de clase,
las relaciones de género ya no son personales sino colectivas.
La conciencia feminista también critica los discursos, las re-
presentaciones y las ideologías. Es una transformación subjeti-
[ 362 ] PATRICIA TOVAR

va de las concepciones asumidas como naturales en relación con


la construcción de la mujer. El feminismo ha redefinido la opre-
sión de la mujer como una categoría política diferente de la ca-
tegoría económica de explotación, es una manera de conceptua-
lizar una experiencia, entendiendo conceptos como políticas
sexuales, identidad y dominio patriarcal en relación con la sub-
jetividad y con la identidad, por una parte, y a la capacidad de
resistencia y de agencia, por otra. Paralelo al uso del término de
conciencia feminista se ha usado el término empoderamiento,
para definir una amplia gama de actividades de carácter político
que van desde actos de resistencia individual hasta movilizaciones
políticas masivas que intentan desafiar las relaciones básicas de
poder en la sociedad (Bookman y Morgen, 1988). La palabra
empoderamiento, la cual, a pesar de llevar años de ser utilizada
aun produce levantadas de cejas y miradas cruzadas. Magdale-
na León (1997) analiza el origen de esta palabra castiza y aclara
que implica que el sujeto se convierte en agente activo como re-
sultado de un accionar. Por eso, cuando se analizan los movimien-
tos sociales de mujeres es importante determinar los factores que
motivan al empoderamiento dentro de las condiciones sociales
en que se vive. El vocablo empoderamiento ha adquirido signi-
ficado por su pertinencia para las experiencias prácticas de las
mujeres, principalmente a nivel de base y su uso en consignas
militantes.
El feminismo es considerado como uno de los "nuevos mo-
vimientos sociales", por funcionar fuera de las instituciones for-
males y por su énfasis en asuntos de identidad, más que en inte-
reses económicos. Otra característica de estos movimientos es
la politización de la vida diaria, que en términos feministas se
ha identificado con el lema de lo "personal es político".
Si queremos entender las acciones colectivas realizadas por
mujeres, no podemos seguir pensando en si son o no feminis-
tas, dependiendo de la definición que se tenga, ni cuánto grado
Las Policarpas de fin de siglo í 363 ]

de avance tienen en su conciencia, sino más bien en los intere-


ses de género, clase social y de grupo étnico, y las estrategias de
movilización. Lo que hay que ver más de cerca es la interrelación
de estos movimientos con otras actividades políticas y con las
condiciones de la comunidad donde viven, y la situación gene-
ral de la sociedad. Por otra parte, el asumir que estos mo-
vimientos no tienen objetivos feministas claros expresa una po-
sición paternalista que implica que las mujeres de sectores
populares y con poca educación formal no pueden tener ni cla-
ridad, ni conciencia política.

LAS POLICARPAS DE FIN DE SIGLO

Las mujeres colombianas han sido y continúan siendo participan-


tes activas en los diferentes movimientos sociales que ha vivido el
país a lo largo de la historia, llegando a crear los suyos propios
cuando los que existen no se adecúan a sus necesidades. Como
sabemos, la heroína de la Independencia, Policarpa Salavarrieta,
es una de las pocas mujeres que ha recibido atención por la his-
toria. Ella se ha convertido en un símbolo que representa a mi-
les de mujeres anónimas y olvidadas que no han tenido recono-
cimiento, pero que han dejado en claro que ellas también han
sido componentes importantes en acciones y esferas generalmen-
te asumidas como masculinas. Desde los tiempos de la Conquista
hasta el presente, las mujeres se han rebelado en contra de los
lugares y roles que se les han asignado. Indígenas, esclavas, sir-
vientes, hijas y esposas, se han escapado de sus amos, han par-
ticipado en revueltas o en episodios diarios de subversión y ac-
tos colectivos de desobediencia y rebeldía, pero sus luchas no
han recibido toda la atención seria que merecen. Una de las
razones de esta oscuridad recae en la manera como definimos
una acción política, colectiva o un movimiento social, y como
interpretamos esa participación de acuerdo con los roles de gé-
[ 364 ] PATRICIA TOVAR

ñero. Policarpa fue fusilada por su participación como espía en


las luchas de la Independencia del país. Costurera, de origen
humilde, nunca se casó ni tuvo hijos; sin embargo, ha pasado a
la historia como "una madre comprometida con la superviven-
cia de su cría" (Guhl, 1997). Se dice que ella y otras heroínas de
la Independencia no asumieron roles masculinos sino que "en-
contraron un espacio para la dimensión maternal de la guerri-
lla patriota" {op. cit, p. 129).
En este momento, las Policarpas de fin de siglo están congre-
gadas en más de 300 organizaciones de y para mujeres, con in-
tereses estratégicos e intereses de género, con orientaciones po-
líticas, religiosas y laborales muy diversas. Algunos ejemplos de
la heterogeneidad de estos grupos son la Asociación Cristiana
Femenina, asociaciones de mujeres campesinas o indígenas de
todas las regiones del país, el Grupo de Mujeres Maltratadas,
Mujeres Afrocolombianas, Chicas Unidas por la Vida, Mujeres
Nuevas, Hijas del Rey, Mujeres Empresarias, Sueños de Mujer,
la Unión de Ciudadanas Colombianas y el Movimiento por la
Igualdad ante la Ley, y la Red Colombiana de Mujeres por los
Derechos Sexuales y Reproductivos. Muchas de las integrantes
de estas organizaciones han trabajado en conjunto convocando
a la participación política en la búsqueda de alternativas para la
paz y en contra de la violencia, y se han pronunciado pública-
mente ante hechos como el secuestro de la senadora Piedad
Córdoba. En este caso particular, cuarenta organizaciones de
mujeres dejaron de lado sus intereses particulares y representa-
tivos para unirse con otros grupos, y con mujeres no afiliadas,
luchando por un mismo objetivo. Entre los logros de estas orga-
nizaciones vale la pena resaltar el de la Asociación Nacional de
Mujeres Campesinas e Indígenas, creada en 1985 (León, 1998),
quienes con su esfuerzo han conseguido que la titulación de tie-
rras sea hecha a nombre de la pareja, y no como se hacía tradi-
cionalmente, a nombre del hombre designado por la ley como
Las Policarpas de fin de siglo [ 365 1

cabeza de familia. La presión de grupos como éste ha promovi-


do legislaciones, dando derechos explícitos de igualdad a hom-
bres y mujeres para poseer y heredar la tierra a nombre propio.
Dentro de las organizaciones creadas específicamente como
respuesta a la violencia y el abuso de los derechos humanos se
encuentran grupos como el de Escritoras por la Vida y por la
Paz, Foro Mujer, Justicia y Paz, Madres por la Vida, Mujeres en
Vigilia por la Vida y por la Paz, Mujeres Actoras y Autoras de
Paz y Mujeres Creadoras de Paz. Algunas zonas de Colombia se
destacan más que otras por la presencia y amplia participación
política de las mujeres, como en el caso de Barrancabermeja,
donde la violencia cotidiana y el elevado número de muertes,
en vez de amedrentar, han contribuido a un mayor activismo.
Se destaca allí la Organización Femenina Popular (Barreto,
1998), con más de veinte años de existencia. También partici-
pan en estos movimientos las Mujeres Cabeza de Familia y las
Madres Comunitarias, movimientos que de ninguna manera se
pueden considerar como "estratégicos" únicamente, pues las mo-
tivaciones de acción se han ampliado, creando alianzas con otros
grupos, embarcándose en u n movimiento mucho mayor agluti-
nado alrededor de la paz y los derechos humanos. Otras orga-
nizaciones que no fueron creadas específicamente como orga-
nizaciones de mujeres, sino a l r e d e d o r de u n p r o b l e m a de
derechos humanos o de desapariciones, como ASFADDES (Aso-
ciación de Familiares de Desaparecidos) o CREDHOS (Comisión
regional de Derechos Humanos), tienen una amplia mayoría de
mujeres entre sus integrantes. Es importante resaltar de nuevo
que las acciones colectivas y tácticas usadas han tomado el ejem-
plo de experiencias de grupos de otros países, como el de Las
Madres de la Plaza de Mayo en Argentina y de otras organiza-
ciones creadas como respuesta a los excesos y las violaciones de
los derechos humanos ejercidos por militares y dictadores en
otros países latinoamericanos. Los contactos y los intercambios
[ 366 ] PATRICIA TOVAR

entre organizaciones son cada vez más amplios, y noticias de éstos


llegan a lugares apartados, gracias a la globalización.
Esta actividad política que han emprendido las familiares de
las víctimas de la violencia y el secuestro tiene riesgos serios, que
incluyen amenazas, atentados y, en casos extremos, la muerte
de ellas, de sus hijos o de sus nuevos esposos, como ocurrió con
Blanca Cecilia Valero, secretaria de CREDHOS y madre de tres hi-
jos, quien fue asesinada por haber continuado su labor de de-
fensa de los derechos humanos en Barrancabermeja, a pesar de
la intimidación. Otras que han corrido con mejor suerte han te-
nido que abandonar el país. Estas amenazas se extienden a los
abogados, periodistas y otras personas involucradas en investi-
gaciones para esclarecer desapariciones y secuestros. ASFADDES
ha tenido que cerrar sus oficinas en algunas ciudades, en res-
puesta a las constantes amenazas y acusaciones de "simpatizar
con la guerrilla". Como en el caso de Urabá, otras viudas co-
lombianas también han utilizado sus experiencias y traumas de
violencia y viudez como instrumentos de activismo político en
diferentes regiones del país, y continúan valerosamente, a pe-
sar de la intimidación y el peligro que esto implica.
Los medios de comunicación han resaltado las acciones co-
lectivas de mujeres dentro de diferentes campos. En 1999 hubo,
entre otros hechos, protestas de esposas y hermanas de reclusos
de la cárcel de Villahermosa de Cali y la Penitenciaría de Palmira,
para exigir el desmonte de la justicia sin rostro. En Bogotá, en
las cárceles Modelo y La Picota, las mujeres se enfrentaron con
la fuerza pública, apoyando el amotinamiento de sus esposos
dentro de la cárcel, mientras que en Cucuta e Ibagué se presen-
taron acciones simultáneas. Ciento trece mujeres desempleadas
por el cierre de la empresa Mancol han permanecido frente a la
fábrica donde trabajaron durante muchos años, para evitar que
saquen las máquinas y en espera de que se les paguen sus pres-
taciones. Curiosamente, son definidas por la prensa como "amas
Las Policarpas de fin de siglo i 367 ]

de casa" y no como operarías4. Estas mismas trabajadoras ya se


habían tomado el Ministerio de Trabajo en Popayán, para recla-
mar un pago justo 5 . Describió como una "turba enfurecida" al
grupo de mujeres que agredieron a un sacerdote cerca de Car-
tagena, en protesta por lo que ellas consideran "conductas sexua-
les impropias". Más de 500 mujeres de diferentes organizacio-
nes y regiones del país se congregaron en Cartagena, en lo que
llamaron "la ruta pacificadora" y en solidaridad con las mujeres
víctimas de la violencia en el sur de Bolívar6. Pero las acciones
que más atención han recibido de la prensa son las relacionadas
con la protesta por el secuestro de familiares, especialmente
donde las madres de los soldados retenidos por la guerrilla se
han unido con las madres de guerrilleros, llevando a cabo acti-
vidades conjuntas como la toma de iglesias. Igualmente, las
madres de líderes campesinos secuestrados por las Autodefensas
han utilizado los medios de comunicación para hacer llamados
de apoyo a la opinión pública. Mujeres anónimas también tra-
tan de realizar actos individuales de protesta como el de "Doña
Soledad", madre de uno de los secuestrados del avión de Avianca
por el ELN, quien con el rostro cubierto se sitúa por horas frente
a edificaciones públicas. Mujeres vestidas de negro o de blanco
han inscrito en sus cuerpos una serie de consignas en contra de
la violencia y por la liberación de los secuestrados, mostrando
las fotografías de sus seres queridos ausentes, movilizándose a
través de misas, marchas, vigilias y protestas de varios tipos, lla-
madas por la prensa "teatrales", restándoles su importancia
política7. Igualmente, mujeres desplazadas, muchas de ellas viu-
das de la violencia, se han unido, logrando en algunos casos aten-

El Tiempo, domingo 23 de mayo de 1999, p. 10A.


El Tiempo del sábado 10 de abril de 1999, p. 7A.
"Mujeres por una vida en paz". El Espectador, 25 de noviembre de 1998, p. 4A.
"El silencio de Doña Soledad", El Tiempo, domingo 17 de octubre de 1999, p. 10A.
[ 368 ] PATRICIA TOVAR

ción a sus dramas personales. De la misma manera, las "Madres


de la Plaza de Berrío", como se les conoce en Medellín, se re-
ú n e n una vez por semana para clamar justicia por sus hijos des-
aparecidos. Mujeres, algunas de ellas excombatientes de los gru-
pos alzados en armas, se han unido con mujeres de organizacio-
nes de familiares de miembros de las fuerzas a r m a d a s y de
familiares de civiles secuestrados, que nunca antes habían parti-
cipado en ninguna organización de carácter político. Es preci-
samente el trauma de la violencia lo que propicia este activismo
y las conexiones entre grupos nacionales e internacionales, pues
tiene el potencial de transformarse en una herramienta de em-
poderamiento y, como en el caso de Guatemala, sirve como una
terapia efectiva que incluye el fortalecimiento de la identidad
de género, permitiendo sobrellevar las debilitantes secuelas del
trauma de la violencia.
Esta unión entre grupos bajo la bandera de la paz y los dere-
chos humanos no está exenta de problemas. Existen corrientes
dentro de estos grupos que argumentan que las mujeres, por de-
finición, y siguiendo el ejemplo de las griegas inmortalizadas por
Aristófanes en Lisístrata, deben ser enemigas de la guerra, pues
las guerras las hacen los hombres, quienes desde su perspectiva
de género son socializados para resolver los conflictos por me-
dio de la fuerza, la violencia y las armas (Pineda, 1998). Es de-
cir, las mujeres, por la misma condición de madres, tienen la obli-
gación d e evitar que sus hijos, esposos, amantes y hermanos
vayan a la guerra. Éste es un punto que divide y crea contradic-
ciones entre organizaciones. Además, por otro lado, hay miles
de mujeres luchando por el derecho a hacer parte de las fuerzas
armadas y a obtener entrenamiento militar j u n t o con los hom-
bres, como parte del derecho a la inclusión completa como ciu-
dadanas, o escogiendo el camino de la lucha armada. De cual-
quier manera, la entrada de la mujer en áreas dominadas por
los hombres, como el ejército o la política gobiernista, no nece-
Las Policarpas de fin de siglo í 369 ]

sariamente afecta las instituciones como tal, ni cambia auto-


máticamente los sistemas de género.
En cuanto a la movilización y la protesta contra la violencia
sexual y la violencia doméstica, se ha logrado atención hacia esta
área, al exigir el tratamiento de la violación no como u n crimen
meramente sexual, sino como un asalto a los derechos huma-
nos, con connotaciones similares a la tortura política. Estos ac-
tos afectan la vida diaria de muchas mujeres y niñas en propor-
ciones más amplias que las de víctimas de otros tipos de violencia,
incluso en situaciones donde no hay conflicto armado. Vale la
pena destacar el activismo del movimiento Mujeres Rompien-
do Silencio que surgió en la ciudad de Cali. El Colectivo de Mu-
jeres de Bogotá, además de participar en diversas actividades
para promover la causa de la no violencia contra la mujer, elabo-
ró un proyecto de ley sobre la violencia intrafamiliar (Ramírez,
1997), presentado al Congreso por Piedad Córdoba, quien era
entonces representante a la Cámara. Otros temas que ha propi-
ciado el activismo político de las mujeres son las propuestas de
las empleadas domésticas por un trato justo y digno y u n salario
decente, que se notó a partir de la década de los setenta. Más
recientemente, y a partir del incremento del sida, también las
trabajadoras sexuales se han politizado y organizado alrededor
de temas de salud y reproducción. En este último tema, un pun-
to álgido en el que no todo m u n d o está de acuerdo es el aborto,
aún ilegal en nuestro país, aunque, como se sabe, se practica clan-
destinamente en condiciones aterradoras. Antes de la década de
los cincuenta las luchas de las mujeres se centraron principal-
mente alrededor del acceso a la educación superior, la apertura
de espacios laborales y el derecho a elegir y ser elegidas, cam-
pos donde se ha logrado u n gran avance.
[ 370 ] PATRICIA TOVAR

CONCLUSIÓN

Es importante examinar la cuestión relativa a los modos de re-


presentación de grupos marginales o excluidos del dominio de
la política formal y replantear la manera como se han analizado
y clasificado estos movimientos. Esta reflexión permite sacar a
la luz las prácticas organizativas y asociativas que hasta enton-
ces se habían ignorado o menospreciado, además de dar el lu-
gar que merecen en la historia a los actos colectivos de rebelión
donde las protagonistas son mujeres. Hay que recordar que cada
época crea un modelo de mujer diferente, que usa las armas que
tenga a su alrededor para protestar por las cosas que considera
injustas y para defender lo que considera que es su obligación o
su derecho, según las necesidades del momento. Si en la colo-
nia la lucha fue por la independencia de los españoles, a media-
dos del siglo XX lo fue por el acceso al voto y ahora lo es por la
búsqueda de la paz, por la equidad y por el respeto de los dere-
chos humanos. Igualmente, las ideas que se tengan sobre la
maternidad y las responsabilidades y roles de la mujer repercu-
ten en la interpretación de las actividades políticas de la mujer
dándoles una perspectiva específica. Las mujeres han estado
activas en campos laborales y políticos que se han asumido como
masculinos, y no viven en un mundo doméstico aislado y ajeno
a lo que ocurre en el resto de la sociedad.
El análisis de las acciones colectivas de mujeres debe consi-
derar a sus participantes como estrategas y actores políticos for-
jando tácticas y comportamientos para enfrentar una variedad
de problemas a su alrededor. Teniendo en cuenta que las ideo-
logías y jerarquías de género estructuran los roles de la mujer
en el campo político, económico y social, la participación en
organizaciones relacionadas con los derechos humanos, los des-
aparecidos, secuestrados o los muertos que ha dejado la violen-
cia, se ha convertido en instrumento de resistencia, ya que re-
Las Policarpas de fin de siglo [ 371 ]

percute en otros aspectos normativos de la vida diaria. La parti-


cipación y el activismo político propiciado por la situación de
violencia del país se transforman en acciones políticas con el po-
tencial de provocar un cambio en la sociedad. Usando los me-
dios a su alcance como mujeres, esposas, madres o víctimas, se
adquieren un mecanismo de empoderamiento y la conciencia y
el deseo de cambiar determinadas condiciones existentes en la
sociedad. Para las mujeres que han sido afectadas directamente
por la violencia, la participación en estos movimientos ofrece
beneficios adicionales, pues se obtiene un sentido de au-
toestima, de utilidad y de apoyo hacia otras personas que han
pasado por circunstancias similares, como ha sido documenta-
do para el caso de las viudas de MEV (Tovar, 1995), o para el
caso de las viudas guatemaltecas. Vemos cómo la participación
de las mujeres en actividades en contra de la violencia y el se-
cuestro ha sido un factor importante para la formación de coa-
liciones y alianzas estratégicas temporales o permanentes en-
tre grupos de mujeres totalmente disímiles, fomentando la
creación de nuevas conciencias y nuevos estilos de rebelión. Lo
que los medios de comunicación no resaltan son los mecanis-
mos que intentan suprimir, ridiculizar o restarle importancia a
la participación política de las mujeres. Algunos de estos meca-
nismos han llegado a actos extremos de violencia como la vio-
lación y el acoso sexual, o amenazas de muerte hacia ellas, sus
esposos e hijos.
El activismo político de las mujeres, especialmente de los sec-
tores populares, ha sido un capítulo olvidado en el estudio de los
movimientos sociales. Estas acciones se materializan en una
multiplicidad de estrategias que no siempre producen un cam-
bio general en la sociedad. Teniendo en cuenta la exclusión sis-
temática de la mujer en los espacios políticos tradicionales,
sólo le resta escoger otros caminos que a veces generan verda-
deros actos de rebelión. Queda pues planteada la necesidad de
[ 372 ] PATRICIA TOVAR

escribir la nueva historia y los mecanismos de la participación


política de la mujer colombiana*.

* Este artículo se benefició de la valiosa ayuda de Martha López y Adriana Ramírez,


estudiantes de antropología de la Universidad Nacional en semestre de tesis, quie-
nes colaboraron en la documentación de este trabajo, y de María Eugenia Vásquez
y Astrid Ulloa, por sus puntuales comentarios y sugerencias.
Las Policarpas de fin de siglo [ 373 1

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Julio Eduardo Benavides Campos

MOVIMIENTOS DE MUJERES POPULARES EN EL PERÚ:


MADRES APRENDIENDO JUNTAS A GESTAR CIUDADANÍA*

INTRODUCCIÓN

El año 1984 marca un momento particular en la historia políti-


ca del Perú; por primera vez se daba inicio a una gestión muni-
cipal de un alcalde de izquierda para Lima Metropolitana. Al-
fonso Barrantes Lingán se convirtió en el primer burgomaestre
representante de una alianza de partidos de izquierda, llamada
Izquierda Unida (iu). Hacía tan sólo cuatro años que se había
retornado a la normalidad democrática, luego de doce años de
dictadura, una dictadura militar que había cambiado la estruc-
tura misma del Estado y se había propuesto construir una rela-
ción distinta entre Estado y sociedad1.

* Este trabajo es una versión revisada de aquel que se hiciera como trabajo final
para el Seminario "Aspectos de la Historia Social Latinoamericana", dictado por el
profesor Mauricio Archila, en el marco del doctorado de Historia de la Universidad
Nacional de Colombia. Primer semestre de 1999 y que fue presentado en el xvn
Encuentro Académico de AFACOM, "Medios de comunicación, movimientos sociales
y ciudadanía: nuevos retos para la democracia". Pontificia Universidad Javeriana,
Bogotá, septiembre de 1999.
1
La dictadura militar se inicia en octubre de 1968, como resultado del golpe mi-
litar del general Juan Velasco Alvarado, quien, luego de 7 años, sería a su vez "gol-
peado" por el general Francisco Morales Bermúdez, quien gobernaría desde 1975
hasta 1980. Es así que la dictadura se divide en "Primera fase" y "Segunda fase". La
primera fase se caracteriza por su carácter eminentemente reformista y modernizador
del Estado, mientras que en el segundo se trata de frenar el proceso iniciado por
Velasco.
[ 376 ] JULIO EDUARDO BENAVIDES CAMPOS

Son éstos los primeros rasgos del contexto que rodea la pro-
blemática a desarrollar, la de los movimientos de mujeres que
surgen en el Perú a principios de la década de los ochenta como
resultado de un proceso que tiene lugar en los sectores popula-
res, cuando la crisis económica iniciada en el segundo lustro de
la década de los setenta enfrenta, a las madres de familia en
especial, a tomar acciones colectivas para aliviar los problemas
de alimentación de sus familias.
Ahora bien, dentro de un contexto particular y en un mo-
mento particular, se trata de poder dar cuenta de cómo, comu-
nicativamente, estos movimientos de mujeres populares son el
síntoma de una reconfiguración del espacio público, luego de
reanudado - e n 1980- el proceso de continuidad en la democra-
cia representativa peruana, que volvería a interrumpirse en abril
de 1992, con el autogolpe del actual presidente peruano, inge-
niero Alberto Fujimori. Cabe anotar que a partir de los ochenta
se dio una explosión de medios masivos de comunicación; en
pocos años se pasa de contar con 3 canales de televisión a tener
7 canales, y en prensa diaria es posible encontrar más de una
docena de diarios en Lima.
Esto puede requerir de una caracterización de la situación
política y del conjunto de los actores presentes socialmente en
el proceso político, pero la envergadura de la tarea hace que,
más bien, se delineen ciertos rasgos predominantes en la diná-
mica política peruana que, a modo de matriz de lectura, le dan
ubicación y sentido al movimiento de mujeres populares en el
Perú. Se pondrá especial atención en ciertas marcas históricas
de la sociedad peruana que son importantes en la configuración
de un escenario público político.
Asimismo, se plantearán algunos elementos de la compleji-
dad de un movimiento popular de mujeres que no encuentra,
en la definición de movimiento feminista, un marco suficiente
para explicar el sentido que tiene la inscripción de las acciones
Movimientos de mujeres populares en el Perú [ 377 1

femeninas colectivas como parte de los movimientos de muje-


res; este hecho, como veremos más adelante, se convierte en un
rasgo que afecta al conjunto del movimiento en el nivel mun-
dial, que verá redefinidas las fronteras y los propios contenidos
de sus reivindicaciones como mujeres, haciendo de lo feminista
(o de lo femenino) algo mucho más amplio y diverso.
Una visión que se incorpora al presente ensayo es la de quien
suscribe. Es un testimonio de alguien que fue partícipe de una
parte del proceso desde su rol de comunicador promotor de una
ONG2, lo cual es aprovechado para que a lo largo de la exposi-
ción ciertas reflexiones puedan cobrar un espesor distinto al de
la sola fuente bibliográfica. Con esto, se trata de exponer una
vivencia que se da en el ámbito urbano de un país que, a la vez
que buscaba consolidar el retorno al cauce democrático, ingre-
saba en la vorágine del imparable deterioro económico y en un
proceso político en el que la violencia y la crisis de representa-
ción de los partidos políticos se hacían presentes.

SOBRE LA HISTORIA Y SUS HEREDADES

El año 1968 no es sólo el del mayo francés o el de la masacre de


estudiantes en México; para el Perú es el punto de inicio de un
proceso de dictadura, liderado por un grupo de militares refor-
mistas que vieron en el panorama político de ese año u n

2
En la Asociación de Comunicadores Sociales, CALANDRIA, de la cual soy socio
comndador, ejercí la labor como integrante del equipo de producción del progra-
ma radial "Nuestra vida", cuya primera emisión se hizo en septiembre de 1984 y
que se mantuvo al aire por diez años; luego pasé a integrar el Área de Trabajo con
las Organizaciones Populares (ATOP) en coordinación con la Organización del Vaso
de Leche, y finalmente conformé el equipo de trabajo que le dio nacimiento a un
programa de video de emisión comunitaria llamado "Como nosotros".
[ 378 ] JULIO EDUARDO BENAVIDES CAMPOS

"teatro de operaciones" cargado de peligro, en tanto la pola-


rización política estaba en marcha y la necesidad de una acción
preventiva de la guerra contrainsurgente [...] la pronta realización
de reformas estructurales de índole nacionalista y comunitaria que
favorecieran la integración política de las masas al aparato esta-
tal, disolviendo su autonomía política3.

Durante casi 150 años de vida republicana, los sectores hege-


mónicos de la sociedad peruana habían excluido, más que incor-
porado a un proyecto de sociedad, a las grandes mayorías, care-
ciendo de capacidad para articular un ejercicio del poder basado
en el desarrollo del capitalismo como elemento inte-grador, des-
de la gestación de un mercado nacional, en el efectivo manejo
político propio de un Estado centralista como el peruano y en el
rompimiento de un sentimiento aristocrático que hacía (y hace)
imborrable la marca étnica como una marca social.
Si se revisa con mayor atención a quienes han mirado el caso
peruano encontramos, por ejemplo, que se alude a una forma-
ción social peruana en cuya historia "la carencia de un margen
significativo de autonomía de las clases propietarias peruanas y
su falta de hegemonía política - e n términos de Gramsci-, así
como la falta de integración política de las capas populares,
dejaron pendiente la constitución de u n Estado y de una Na-
ción que se viera representada en él" 4 . Huellas de esa persisten-
te herencia colonial se encuentran en la cotidianidad de una ciu-
dad como Lima: empleadas de servicio indígenas o mestizas,
uniformadas, que caminan detrás de la patrona cargando bebé
y pañalera en un día caluroso al lado del mar, sin dejar que ellas

' Julio Cotler, Clases, Estado y nación en el Perú, Lima: Ed. Instituto de Estudios Pe-
ruanos, 1985, pp. 357, 364.
4
Ibid., solapa.
Movimientos de mujeres populares en el Perú [ 379 ]

disfruten del goce del baño "con" los patrones, o por lo menos
en el mismo espacio. De algún modo, es el reflejo de la "persis-
tencia de las relaciones sociales de la explotación de la pobla-
ción indígena [...] de ahí que las relaciones sociales de domina-
ción en el Perú estén cargadas de un fuerte ingrediente de natu-
raleza étnica"5.
Este carácter aristocrático de la sociedad ha impregnado las
relaciones económicas, al punto que se podría decir que hay cier-
tas ocupaciones, ciertos trabajos que son sólo realizados por los
"cholos". Decía Guillermo Nugent, sociólogo peruano, que el
modo de discriminación existente en el campo laboral no corres-
ponde al que se da en otras realidades, principalmente, la del lla-
mado Primer Mundo. Comentaba que mientras en una sociedad
como la norteamericana al interior de los trabajadores de la cons-
trucción civil puede encontrarse que los negros, latinos o asiáti-
cos son tratados de manera discriminatoria frente a los blancos,
en el Perú eso no se da porque sencillamente no hay obreros blan-
cos, sino que todos forman parte de eso que él llama "choledad";
que la sociedad peruana discrimina laboralmente a partir de lo
étnico: trabajadores de la construcción, de la recolección de ba-
suras, por ejemplo, son casi exclusivamente indígenas, mestizos
o negros. Ciertos oficios los realizan, preferencialmente, ciertos
sectores de la sociedad y no otros.
En el marco de esa herencia colonial, la formación social
peruana no transitó por una definitiva secularización de la so-
ciedad, en términos de romper con una sociedad estamentaria,
cuyos cortes hacían imposible la creación de un entre, como es-
pacio común, de unas esferas públicas varias, movibles y entrelaza-
das: local, regional, nacional, abierta al mundo; en donde lo nacio-
nal surgiera como engranaje, en tanto justicia interna y recomposición

Ibid., p. 366.
[ 380 ] JULIO EDUARDO BENAVIDES CAMPOS

de ubicación en el mundo 6 . Dicho en otras palabras, de una capa-


cidad para construir lo nacional como espacio público en el que
fuera posible establecer aquello que acercaba y dividía a los dis-
tintos sectores de la sociedad.

SOBRE LA HISTORIA, UN MARCO PARA


LOS MOVIMIENTOS POPULARES DE MUJERES

Resulta sugestivo iniciar este acápite citando a Virginia Vargas,


una de las más connotadas feministas peruanas, quien en un
escrito titulado El movimiento feminista latinoamericano: entre la es-
peranza y el desencanto1, aludiendo a los encuentros feministas que
se realizan en América Latina, afirma que éstos, además del tes-
timonio del avance de la lucha de las mujeres por su liberación,
"nos han dejado también algunos 'nudos', que acumulan en sus
hilos desencuentros, impaciencias, intolerancias, paradojas, efec-
tos enfrentados, que evitan de mil maneras que estas mismas
mujeres - n o s o t r a s - expresemos también de mil maneras y len-
guajes la validez de nuestras rupturas, nudos que salen con más
fuerza cuando, como ahora, los cambios en el clima político,
económico y cultural no logran generar aún un nuevo horizon-
te referencial" 8 . Este planteamiento, hecho público en 1994, pre-
figura esa idea acerca del conjunto de incertidumbres que sur-
gen del significado que adquiere la gesta de las mujeres en ese

6
En la historia peruana aparecen en este siglo movimientos que van en esta direc-
ción. Por ejemplo, se reconoce que el movimiento indigenista peruano (1920-1930),
nació con el propósito de reivindicar lo nacional postergado -lo indígena-, en su
posibilidad de expresarse a partir de un proyecto modernizador, lo que iba en la
dirección de darle existencia pública y reconocimiento nacional a una identidad cul-
tural andina, mayoritaria (y a la vez diversa) en el territorio del Perú.
' Publicado por Magdalena León (compiladora), Mujeres y participación política.
Avances y desafios en América Latina. Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1994.
8
Ibid., pp. 45-46.
Movimientos de mujeres populares en el Perú [ 381 ]

momento, y sugiere un descentramiento en la óptica con que se


mira el fenómeno, es decir, redefinir el lugar desde donde se
lanzan las preguntas.
Pero el movimiento popular de mujeres que irrumpe con
fuerza en la primera mitad de los ochenta, no es un fenómeno
aislado y tampoco una derivación directa del movimiento femi-
nista peruano; es parte de una dinámica de la sociedad iniciada
en la década de los setenta, en donde los pobladores urbanos,
los llamados sectores marginales, irrumpen en la "escena nacio-
nal como colectivo organizado y movilizado" 9 , sin poder ser nom-
brados como movimientos sociales, sino como movimientos de
pobladores o movimientos populares, al no constituir, como los
obreros, una clase social, como u n actor colectivo no definible
desde su posición de clase.
Es evidente dentro de los estudiosos de los movimientos so-
ciales en Latinoamérica hay una discusión no zanjada entre aque-
llos que propugnan mirar con cautela la dirección y el sentido
que pueden tener los movimientos populares cuando se coloca
el rol de unos actores en la transformación de la estructura de la
sociedad y quienes defienden un modelo menos ortodoxo para
definir a los movimientos sociales por fuera de la lucha de cla-
ses y las relaciones de producción, gesta que cobra valor desde
el potencial transformador de los discursos de estos nuevos ac-
tores que se hacen presentes en el escenario social, y que cuen-
tan con una gran capacidad para interpelar, desde otros aspec-
tos de la vida social, al poder 1 0 . Un caso que paso a citar es el
del personaje Superbarrio en México, un héroe urbano cuya

9
Teresa Tovar, "Barrios, ciudad, democracia y política", en Movimientos sociales y
democracia: la fundación de un nuevo orden. Eduardo Bailón (editor), Lima: Deseo,
1986, p. 71.
10
Dos textos han servido de referencia central para una revisión del debate; el pri-
mero es de Alberto Adrianzén y Eduardo Bailón (editores), Lo popular en América
[ 382 ] JULIO EDUARDO BENAVIDES CAMPOS

imagen ha sido inspirada en quienes participan en la lucha li-


bre, deporte-espectáculo popular que dio origen en la historia
de la cultura masiva a personajes como El Santo o Blue Demon,
enmascarados que luchaban de manera altruista por el triunfo
de la justicia en la sociedad; Superbarrio lucha contra Catalino
Creel, un casero voraz11.
En el particular contexto peruano se hace necesario subra-
yar cierto hilo de continuidad y mencionar algunos aconteci-
mientos que les dan sentido a la aparición y al desarrollo de los
movimientos populares.
El primero de ellos es el descabezamiento del que fuera
objeto la cúpula sindical, luego del paro nacional del 19 de julio
de 1977, y la secuela de despidos selectivos en las empresas en
las que laboraban quienes conducían un movimiento social que
buscaba derrocar a la dictadura. Esto ocurre con mayor fuerza
durante la llamada "segunda fase" de la dictadura militar (1975-
1980).
El segundo es el agravamiento de la situación de la econo-
mía peruana, que se inicia con la crisis petrolera mundial (1973)
y cuyos síntomas más visibles (inflación y devaluación) no cesa-
rán sino hasta 1990. Al respecto dice Teresa Tovar:

Si la coyuntura del treinta ( p r i m e r a crisis oligárquica) consti-


tuyó a la naciente clase o b r e r a e n m o v i m i e n t o social, la coyuntu-
r a 76-80 (crisis e c o n ó m i c a y polarización social) c o n f o r m a defini-

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p. 138.
Movimientos de mujeres populares en el Perú í 383 1

tivamente a los barrios como movimiento, y éstos se insertan


gravitantemente en la vida nacional de distintas maneras 12 .

El tercero es el proceso político que se generó durante la pri-


mera fase de la dictadura militar y cuyo análisis no es el objetivo
del presente documento13, pero que significó un cambio inne-
gable en la sociedad peruana. "El Estado devino en productor
de la sociedad en todo orden de cosas"14, es decir, el grupo de
militares encabezado por el general Velasco se propuso construir
un proyecto nacional que pudiera convencer a la mayoría de pe-
ruanos de la legitimidad identitaria de una serie de procesos
liderados por el Estado: la Reforma Agraria; la nacionalización
de todas las industrias consideradas estratégicas; la creación del
Sistema Nacional de Movilización Social, SINAMOS; la expropia-
ción de las grandes cadenas radiales, canales de televisión y dia-
rios de circulación nacional para su posterior entrega a los gru-
pos organizados de la sociedad; todo apuntaba, en esa dirección,
a modificar una situación en términos del acceso a la propiedad,
ya sea de la tierra o de la posibilidad de expresar públicamente
una voz.
Aspectos de orden discursivo y simbólico, como la abolición
del término "barriada" y su reemplazo por el de "pueblo joven",
como una forma de pensar en la futura madurez y mejora de
condiciones de los sectores marginales; la implantación de un
uniforme único para toda la población escolar, que borrara las
distinciones entre el vestir diario de estudiantes de escuelas pú-
blicas y privadas; la erradicación de la palabra indio o indígena

12
Teresa Tovar, op. cit., p. 71.
13
Entre los escritos al respecto puede consultarse la obra de Francisco Guerra-
García, Velsaco: del Estado oligárquico al capitalismo de Estado. Lima: Ed. CEDEP, 1983.
14
Eduardo Bailón, "Estado, sociedad y sistema político: una aproximación inicial",
en Eduardo Bailón (editor), op. cit., p. 20.
[ 384 ] JULIO EDUARDO BENAVIDES CAMPOS

y su conversión a "campesino" (para el caso de los habitantes


campesinos de la sierra), rescatando su rol productivo o "nati-
vo" (para referirse al poblador de la región amazónica), en una
defensa de lo peruano: todas estos hecho que suenan anecdóticos
fueron, entre otros aspectos manejados por la dictadura, mane-
ras de generar un sentir nacional incluyente que mirara de cara
al futuro las reivindicaciones de los sectores mayoritarios del
Perú, con capacidad para aglutinar a los peruanos en torno a un
"nosotros como nación".
El cuarto es el gran telón que marca una etapa cruenta en la
vida peruana: la aparición de Sendero Luminoso con su proyec-
to revolucionario de carácter maoísta-polpotiano, que inició su
lucha armada en las elecciones de 1980, en el pueblo de Chu-
cchis, quemando las ánforas electorales y dando vivas a la lucha
armada. Aunque sus principales líderes han sido capturados, es
aún difícil evaluar la total extinción de dicho movimiento, cuya
secuela de violencia, paralela a la guerra sucia, traería como
correlato 25.000 muertos entre 1980 y 1990, pero cuya inciden-
cia en la vida política del país aún está por escribirse.

MOVIMIENTOS DE MUJERES DESDE EL TESTIMONIO. INICIOS.

Corría 1984, cuando, a fines del mes de agosto, el equipo del


programa radial "Nuestra Vida"15 preparaba la primera emisión
de una propuesta que formaba parte de un programa asistencial
llamado El Vaso de Leche (PVL), cuyo mentor era el gobierno muni-

10
"Nuestra Vida" fue un programa radial cuya producción estaba a cargo de la Aso-
ciación de Comunicadores Sociales, CAIANDRIA. Estuvo al aire durante 10 años y en
ese tiempo tuvo un proceso lleno de transformaciones y que aún está por escribirse.
Inicialmente era el programa de las mujeres organizadas alrededor del PVL, luego se
expandió a la mujer popular organizada. Formé parte del equipo de producción des-
de que salió al aire, hasta 1989, y ahí aprendí mucho de esas mujeres.
Movimientos de mujeres populares en el Perú [ 385 ]

cipal de Izquierda Unida (lU), con Alfonso Barrantes a la cabeza.


Yo formaba parte de ese equipo. Salíamos a recoger testimonios
sobre lo que había significado para la gente, para las madres del
pueblo joven 1 6 El Nazareno, del municipio de San J u a n de
Miraflores, el haber sido las primeras beneficiarías del PVL. Re-
cuerdo que, luego de tomar sus declaraciones, decidimos que ellas
solicitaran al programa alguna canción de su gusto, todas vacila-
ban y se reían, parecía que nuestra solicitud había propiciado la
descompostura. Dudaron por un momento, cuando una mujer
morena dijo: "A mí me gusta Mary es mi amor, de Leo Dan".
Esa anécdota aún resuena en mi cabeza, y sería intrascen-
dente si no fuera porque para quienes se comprometen con las
luchas populares, era difícil "pegar" el sentir colectivo y solida-
rio de unas mujeres, con el gusto por canciones que formaban
parte de lo masivo y no de lo popular (por lo menos de las com-
prensiones que se tenían sobre esto), quizás porque el tiempo
de las fronteras definidas, de lo propio y de lo ajeno, se había
acabado sin darnos cuenta, o se trataba de una visión de la rea-
lidad carente de la complejidad de un mestizaje que no remitía
a la Colonia, sino a lo popular-urbano. La canción se emitió, no
sin haber discutido dentro del equipo sobre el asunto, sabiendo
que no había otra salida; por añadidura, tuve que buscarla en-
tre aquella discografía de mi adolescencia primera y que ya ha-
bía desterrado en algún rincón de mi casa. ¿Paradoja?
H a n pasado más quince años y me parece interesante reto-
mar el ejemplo porque dice de ciertas lógicas que construían unas
definiciones tan precisas de lo que acontecía en la realidad, en

16
Nombre con el que se llama a las invasiones que forman nuevos asentamientos
humanos. El gobierno militar de Juan Velasco Alvarado los nombró así para deste-
rrar el sentido misérrimo que tenía la palabra "barriada", que era la manera usual
de llamarlos. El ser pueblo joven alentaba la idea de esperanza, de futuro, de un
pueblo naciente, que algún día maduraría, progresaría.
[ 386 ] JULIO EDUARDO BENAVIDES CAMPOS

particular de aquellos sujetos que irrumpían como nuevos acto-


res en la escena pública, poblando las calles como vendedores
ambulantes, habitando la ciudad desde (y en) la periferia, "colo-
nizando" musicalmente la ciudad17 y haciendo sentir sus deman-
das en aspectos básicos de la vida. En ese sentido, el conjunto de
anécdotas presentes en este texto prefiguran intuiciones expues-
tas cronológicamente y que son pertinentes como posibilidad de
ver más allá del pasado formalizado, para dar lugar a una mirada
en los intersticios, y como refiere Hobsbawm, romper con el así no
es como siempre se han hecho las cosas16, al referirnos a los movimien-
tos populares como "nuevos" movimientos sociales.
Este testimonio empieza con la puesta en marcha de un pro-
grama de corte asistencialista que, a diferencia de programas si-
milares, condicionaba la entrega de un recurso, en este caso la
leche en polvo, a la organización del grupo de madres 19 de una
manzana, una zona, un sector o un barrio de los 44 distritos de
Lima Metropolitana 20 . Esta iniciativa municipal, realizada a
partir de una promesa electoral del programa de Izquierda

17
A principios de los ochenta se da en Lima un fenómeno musical urbano, llama-
do el de la "música chicha". Éste era la expresión musical de un proceso, de una
manera de asumir la vida en la ciudad desde las raíces andinas, retomando ciertos
ritmos tropicales. Tuvo su gran momento de auge a mediados de la misma década
e incluso llegaron a tener un espacio de televisión, dado el carácter masivo del gus-
to por esta música.
18
Eric Hobsbawm, Sobre la historia, Barcelona: Ed. Crítica, 1998, p. 24.
19
Las mujeres (excepcionalmente había hombres) debían reunirse para nombrar a
una representante del grupo de familias y establecer turnos de preparación de la
leche en la comunidad. El recurso debía prepararse y repartirse comunitariamente,
solidariamente, no en la privacidad de cada hogar. Éste fue el germen de la organi-
zación, de otra manera, no habría sido sino un programa de beneficiencia más.
20
La división política del Perú, establece que dentro del área metropolitana de la
capital existan otros municipios. Así, existe una municipalidad metropolitana, pero,
a la vez, existen un sin número de municipios distritales cuyos alcaldes se eligen por
votación popular desde la primer década de este siglo, pero fueron suspendidas por
Movimientos de mujeres populares en el Perú [ 387 ]

Unida, tomó el nombre de Programa de Vaso de Leche (PVL).


Pero la historia no empieza ahí, en 1984; ya en Lima, hacia 1978,
los llamados comedores populares, nacientes formas autoges-
tionarias21, para resolver el problema de la alimentación fami-
liar, aparecen en la escena de un país cuya crisis económica se
aceleraba cada día más22.
Para el caso del PVL, la génesis del mismo se centra en el de-
sarrollo de un programa de gobierno municipal, concretamen-
te el de Lima Metropolitana; mientras que para el caso de los
Comedores Populares Autogestionarios (CPA), la iniciativa la to-
man las mujeres, apoyadas por sectores eclesiales y las ONG23.

50 años. Dentro de los municipios hay urbanizaciones, sectores o zonas; el concepto


de barrio es más la dimensión subjetiva de un colectivo que delimita, ya sea por las
relaciones que construye y/o por los espacios que ocupa, lo que se considera como
barrio.
21
Siguiendo a Arturo Granados, en su libro Madresantas, maquiavélicas y bulliciosas.
Mujeres y negociación política. Lima: Ed. Calandria, 1996, p. 50; "los comedores po-
pulares nacen inspirados en parte por la experiencia de ollas comunes durante las
huelgas del SUTEP y por un esfuerzo de la Iglesia católica". El SUTEP es el Sindicato
Único de Trabajadores de la Educación Peruana. Organizó huelgas que duraron
varios meses, en 1978 y 1979.
22
Para 1978 la inflación anual acumulada llegó a 75%, para 1987 ésta bordeaba el
115%, mientras que la devaluación para ese mismo año fue de 136%. Una de las
medidas para cortar la espiral inflacionaria y la devaluación consistió en aplicar una
devaluación de 240% en septiembre de 1990, y una nueva denominación moneta-
ria. En 1985, el gobierno de Alan García adoptó una nueva unidad monetaria, el
inti, que equivalía a 1.000 soles; en ese momento la cotización del dólar era de 17
intis; en 1990, el gobierno de Alberto Fujimori adoptó como nuevo signo moneta-
rio el nuevo sol, que equivalía a 1.000.000 de intis, y la cotización del dólar se esta-
bleció en 0,8 nuevos soles. En 10 años, la moneda había "perdido" nueve ceros. Si
en 1985, 800.000 intis equivalían a más de 47.000 dólares americanos, cinco años
después valían apenas un dólar. Datos de Gustavo Riofrío y Romeo Grompone Cidiag,
Lima, ¿para vivir mañana?, Lima: Ed. CIDIAG/Fovida, 1991, gráfico # 2, Inflación y
devaluación; 1977-1987. Para 1990, la inflación anual llegó a 7.650%.
23
Afirma Arturo Granados, op. cit., p. 49, que "en el año 86, en el mes de julio,
gracias a un evento convocado por la Comisión Episcopal de Acción Social (CEAS),
se crea una Comisión Provisional Nacional de Comedores (CNC)", actúa principal-
[ 388 ] JULIO EDUARDO BENAVIDES CAMPOS

Esto marca una diferencia que no será sólo de carácter formal,


sino que creará afirmaciones organizativas de carácter identitario
que valoraban cada "partida de nacimiento", para equipararlas
con menor o mayor autonomía frente al gobierno local o el go-
bierno central. Quiero anotar que al respecto hay algo que lla-
mó mi atención en Colombia, y es el saber que las madres co-
munitarias reciben una especie de sueldo por su labor en la co-
munidad. ¿Un Estado que copa espacios?
Pero las menciones al Programa del Vaso de Leche o a los
Comedores Populares Autogestionarios no eran las únicas enti-
dades de mujeres populares. Existían, por ejemplo, los Clubes
de Madres creados por el Programa de Asistencia Directa (PAD)24,
pero con un carácter más oficial y ligados al gobierno central.
Éste era el panorama que se configuraba, el de programas que
poco a poco, sea gracias a la asistencia del gobierno municipal o
a la labor de grupos de iglesia y de las ONG, fueron haciendo
que las mujeres reconocieran que la alimentación, en particular
en el binomio madre-hijo, era un derecho fundamental y no una
caridad, y que, por lo tanto, les correspondía a ellas iniciar un
proceso de gestión de una organización, que realizando una la-

mente en la capital y su objetivo es logar la centralización del movimiento en una


organización; sus iniciadoras forman parte de los distritos de Comas y El Agustino.
Por otro lado, Celia Aldana, Revueltas íntimas. Aventuras y aprendizajes en los liderazgos
de las mujeres, Lima: Ed. Calandria, 1996, p. 24, nos dice que "las discusiones y capa-
citaciones dadas por las ONG de este tiempo se concentraron en la comprensión de
la recepción de alimentos donados como un derecho, y no como limosna, actitud
que sentó las bases para una mayor autonomía".
24
Según Celia Aldana, op. cit., p. 25, era un "órgano encargado de ejecutar la polí-
tica social impulsada por el gobierno aprista, presidido por Alan García (1985-1990).
Han existido distintos Clubes de Madres; este nombre recibieron las primeras agru-
paciones de mujeres. Sin embargo, los Clubes de Madres a los que nos referimos
fueron creados por el gobierno aprista y fortalecidos, al destinárseles recursos pú-
blicos, desarrollaron distintos tipos de actividades, especialmente talleres producti-
vos y restaurantes populares".
Movimientos de mujeres populares en el Perú [ 389 ]

bor diaria y cotidiana cercana al derecho a la vida, planteara


también sus demandas a las autoridades locales y al gobierno
central.
Volviendo a "mi historia", el papel del programa radial
"Nuestra Vida", cuya producción había sido encargada a la Aso-
ciación de Comunicadores Sociales "Calandria" hacia mediados
de 1984, era el de ser difusor del PVL y un portavoz de las muje-
res que empezaban a formar parte de este programa municipal.
Es así que empieza sus emisiones el día 2 de septiembre con un
programa semanal de una hora de duración, en dos emisoras
locales: en Radio Santa Rosa -propiedad de la congregación de
los padres dominicos- y en Radio Imperial II, emisora comer-
cial, ubicada en el distrito de Villa El Salvador25.
Esto significó un acercamiento desde la producción a una
dinámica concreta dentro de este naciente movimiento de mu-
jeres, y que dejó una serie de constataciones que se constituían
en insumos para futuros planes de trabajo, no sólo del progra-
ma "Nuestra Vida", sino de un papel ligado al apoyo en la ges-
tión organizativa. Se mencionan las siguientes:
1. Algunas de las dirigentes populares habían participado
en la militancia política, principalmente de grupos de izquier-
da. No es posible dar información estadística al respecto, pero
se fue haciendo notorio, sobre todo cuando la organización fue
surgiendo y se fueron creando cargos de dirigencia distritales o
metropolitanos. Esto hizo que la estructura organizativa del PVL
retomara la de los partidos políticos o la de los sindicatos, sin

25
Distrito ubicado a 19 kilómetros al sur de Lima, en una zona desértica, ocupa
unas 2.700 hectáreas. Surge el 12 de mayo de 1971, como producto de una invasión
que es reubicada y que se convierte en un laboratorio de autogestión en el gobierno
bajo una forma organizativa que lleva el nombre de Comunidad Autogestionaria de
Villa El Salvador (CUAVES). Tomado de Gustavo Riofrío y Romeo Grompone Cidiag,
op. cit., pp. 211-212.
[ 390 ] JULIO EDUARDO BENAVIDES CAMPOS

que existiera una actitud crítica a la necesidad de contar con


determinada forma organizativa, no por desidia, sino porque
sencillamente eso ya estaba inventado y al alcance de la mano.
2. Esta militancia no era óbice para excluir a las no militan-
tes, dado que mujeres militantes populares y dirigentes no eran
muchas: los partidos de izquierda (por mencionar a aquellos que
propugnaban el cambio social radical) y los sindicatos habían
reproducido en su interior el machismo imperante de la socie-
dad que criticaban. Los cargos de dirigencia populares, en par-
ticular aquellos de las Asociaciones Vecinales, eran ocupados por
hombres26; el PVL y la paulatina organización de las mujeres fue
generando un espacio para que las mujeres empezaran a for-
mar parte de la vida pública barrial.
3. Por otro lado, no sólo la actividad sindical se había visto afec-
tada por el golpe que le diera la dictadura militar en 1977; las
organizaciones vecinales también veían declinar su actividad en
la medida que se iban consiguiendo aquellas reivindicaciones bá-
sicas colectivas, como la titulación de tierras, la instalación de ser-
vicios básicos domiciliarios como agua y desagüe, la pavimentación
de calles, etc. Parecía que su norte se cifraba muy fuertemente en
dinámicas participativas para logros concretos, sin generar hori-
zontes políticos distintos, de presencia en el espacio público.
4. Aun cuando las mujeres afirmaban su autonomía, las for-
mas organizativas que se adoptaban repetían las formas de orga-
nización de los partidos políticos; la misma estructura organizativa,
los mismos cargos y la misma tendencia a la burocratización. La

26
Véase Rosa María Alfaro Moreno, De la conquista de la ciudad a la apropiación de la
palabra, Lima: Ed. Tarea. En este libro se relata el proceso de asunción de las mujeres
a los cargos de dirigencia, en un mercado popular cooperativo donde sólo había un
hombre y era quien ocupaba la presidencia casi de modo permanente, por elección
de todas -en este caso-, las integrantes. Se subraya cómo las mujeres llegan a tomar
la palabra para sí mismas como integrantes de una organización y en ese momento
se sienten con la capacidad y en la necesidad de asumir los cargos de dirigencia.
Movimientos de mujeres populares en el Perú 1 391 ]

verdad es que tampoco había propuestas renovadoras en ese as-


pecto.
5. Las mujeres enfrentaban un proceso de liberación al inte-
rior de sus hogares. Liberación que no implicaba una actitud
feminista, en tanto verse en perspectiva de opresión, con sus
derechos individuales conculcados, sino dentro de una posición
donde el binomio madre-hijo hacía que la negativa y/u oposi-
ción del esposo a que ella tuviese que salir de la casa para jun-
tarse con las vecinas y preparar la leche o asistir a las asambleas
en horas de la noche -como fuente de conflicto en la pareja-, se
viera desde un imperativo cuya actuación tenía como eje a la
maternidad. Ésta las movilizaba a hacer comprender a la pareja
(no siempre con éxito) la importancia y la necesidad de su par-
ticipación en la organización.
6. Las dirigentes no tenían un modelo claro de referencia
para ejercer como tales, y tampoco lo tenían las integrantes de
la organización. Los modelos de organización partidaria hicie-
ron funcionar a la organización, pero me aventuro a afirmar que
existieron otros ingredientes más cercanos a esa maternidad
social27, como actuación pública, no sólo en el horizonte de traba-
jo de la organización -lo hacemos por nuestros hijos-, sino en la
mirada que podía tener la dirigente frente a una integrante28 que
incumplía con su labor dentro de la organización, acercándose a
ella desde otra ribera, desde aquella definida por los conflictos
más íntimos. Esto facilitaba formas distintas de relación dentro
de la organización, por fuera de los espacios hegemónicos for-
males para compartir (asambleas), como instancias para venti-

27
Véase Rosa María Alfaro Moreno, op. cit.
28
Anoto un caso que tomo de mi experiencia en el asentamiento humano de San
Francisco de Ate, en el distrito de Ate-Vitarte en Lima, en 1989-1990. La dirigente
no sabía qué hacer con una señora que incumplía permanentemente su labor en la
t 392 ] JULIO EDUARDO BENAVIDES CAMPOS

lar los problemas individuales que afectaban al colectivo, y en la


toma de decisiones.

HISTORIA DE MUJERES DESDE EL TESTIMONIO. LOS INTERROGANTES

Según Aldana, son cuatro los momentos en que se divide el de-


sarrollo del movimiento popular de mujeres en Lima Metropo-
litana:
1. Primer período: Los orígenes (1978-1984).
2. Segundo período: Centralización y consolidación (1985-
1990).
3. Tercer período: Retraimiento por la violencia (1991-1992).
4. Cuarto período: La reconstrucción (1993-...) 29 .
Comunicativamente hablando, el primero define una etapa
de reconocimiento de sí mismas en su capacidad para tomarse
la palabra pública. Esto tiene unas características y un proceso.
La manera de hacer uso de la palabra por parte de las mujeres
marcaba una diferencia respecto del modo en que los hombres
tomaban la palabra públicamente. Mientras los dirigentes ten-
dían a exponer u n conjunto de argumentos lógicamente orde-
nados, racionalmente dispuestos en sus implicaciones (primero
los considerandos y, luego, el por lo tanto), las mujeres dirigen-
tes asumían la palabra en u n tono más vivencia!, haciendo visi-
ble lo cotidiano como argumento, dando espacio a la dimensión
sensible y a la d e m a n d a sentida.

preparación comunitaria de la leche; las demás integrantes decían que había que
castigarla quitándole el recurso. Ella no sabía qué hacer, puesto que los perjudica-
dos iban a ser los niños. Así, se acercó como mujer a conversar con ella y lograr que
le contara sus problemas personales con el esposo. Fue así que en ese diálogo en-
contraron una manera de poder hacer que ella cumpliera con su labor y que el es-
poso no se enterara.
23
Celia Aldana, op. cit., pp. 26-27.
Movimientos de mujeres populares en el Perú í 393 ]

Pero esto no fue un producto espontáneo e inmediato; se tra-


tó de una expresión tensionada, en la medida que la herencia
organizativa de partidos y sindicatos seguía dando una pauta para
expresarse en público, ya sea directa o mediáticamente30. También
nos habla del reconocimiento "entre ellas", es decir, de conocer a
otras mujeres que tenían vidas similares y se expresaban con un
discurso más cotidiano, más cercano y, por ende, compartían otros
espacios de carácter público -no sólo las asambleas—, con identi-
dad organizativa (estar juntas en una fiesta o pollada31), lo que
generó un sentido de comunidad, más cercano a la vecindad (en-
tre ellas, se llamaban vecinas), subrayando el carácter tensionado
entre formas opuestas; una política y la otra no política.
En Calandria, al segundo año de su gestión del programa
radial, se plantea la necesidad de darle un rumbo distinto al
trabajo. Era válido concederle un espacio a las mujeres popula-
res que ya estaban organizadas, pero no era suficiente para con-
solidar un proceso organizativo. Es por esa razón que se decide
extender el trabajo hacia el acompañamiento de sus organiza-
ciones. En particular, el PVL se iba convirtiendo poco a poco en
la Organización del Vaso de Leche (OVL) y cada día aumentaba
el número de Comités del Vaso de Leche -instancia organizativa
básica-; para el año 1990 había un total de 7.458 comités que
atendíun a cerca de un millón de niños entre los cero y los 13

30
Recuerdo claramente a una dirigente del Vaso de Leche que luego de darnos una
entrevista para el programa "Nuestra Vida", le planteamos que si deseaba enviar
algún saludo o felicitación por cumpleaños. Ella nos dijo que los medios de comuni-
cación debían ser usados para decir cosas serias, que no había que desperdiciar esos
espacios en asuntos propios del entretenimiento, que para eso estaban los medios
de comunicación comerciales.
31
En el Perú, se suele denominar parrillada a lo que en Colombia se conoce como
asado. Por extensión, y ante la imposibilidad económica de hacer actividades para
recaudar fondos usando carne de res, se reemplazó ésta por carne de pollo; nace así
la pollada.
[ 394 ] JULIO EDUARDO BENAVIDES CAMPOS

años32. Lo mismo ocurría con los CPA, los cuales, para 1995,
sumaban un total de 2.400 comedores y atendían a un prome-
dio de 500.000 limeños33.
En esta etapa la intervención comunicativa se hace más evi-
dente, en términos de un diagnóstico que se empezó a construir
sistemáticamente. Una de las líneas de trabajo que se implementan
se relaciona con la posibilidad de develar el potencial de las muje-
res en la actuación pública como producto del estar juntas -un
sentido de comunidad-, del valor de su palabra y de su capaci-
dad para construir propuestas y pensarse como interlocutores
frente a los gobiernos locales y el gobierno central. Pero, tam-
bién, en la mirada interna, en la construcción de la dimensión
subjetiva; aquí, trabajando en el significado de ser dirigente, en
la relación con las demás integrantes, en la generación de diná-
micas participativas que propiciaran un relevo en la conducción
de la organización y en la defensa por la autonomía de la misma.
Con el apoyo de las ONG y los sectores progresistas de la Igle-
sia, se discute en momentos distintos, tanto para el Programa
del Vaso de Leche, como para los Comedores Populares Autoges-
tionarios, que existan leyes que amparen el derecho fundamen-
tal a la vida. Así, el 17 de diciembre de 1984 se aprueba la Ley
del Programa del Vaso de Leche, que garantizaría los recursos
necesarios para la continuidad del programa; para el caso de los
CPA, se aprueba la ley 25307 el 15 de diciembre de 1990.
En este apretado resumen, se ve reflejada una dinámica en
la que la organización consolida procesos de centralización
organizativa y de actuar público, no sólo en marchas y propues-
tas al Congreso, sino en su presencia en los medios. Sus rostros
empiezan a aparecer en los noticieros, son protagonistas de la

32
Gustavo Riofrío, Romeo Grompone, op. cit., Cuadro l y Arturo Granados, op. cit.,
p, 51.
33
Arturo Granados, op. cit, p. 50.
Movimientos de mujeres populares en el Perú í 395 ]

noticia, pero también nuevos actores de un movimiento que por


momentos tenía dificultad para dialogar con sus pares.
En efecto, por un lado, la necesidad de afirmar la identidad
del grupo, se convirtió en un espíritu de cuerpo que, en muchos
casos, dificultaba el diálogo entre organizaciones. En un princi-
pio, hacer dialogar a las mujeres populares de los CAP y a las de
la OVL se volvía más difícil que sentarlas en la misma mesa con
la autoridad a la que le reclamaban algo. Surgían los celos, los
CPA se sentían más autónomos que la OVL, por no depender del
gobierno local. En parte, esto se debía, a modo de hipótesis, a
la posición de trinchera desde la que siempre actuaban como
organización; se protestaba, se reclamaba, el otro no era visto
como un interlocutor, era más un enemigo que un adversario.
Esta práctica, a mi modo de ver, permeó el modo de relacionar-
se con el "afuera" de la organización.
En relación con la actuación frente a los medios masivos, se
hicieron esfuerzos por generar estrategias comunicativas en las
que se tuvieran claros aspectos como el significado de aprove-
char las oportunidades para aparecer en los medios masivos, el
manejo del discurso frente a la cámara, el aprender a reconocer
quiénes eran los periodistas que cubrían esas noticias, a qué
medios había que llamar porque se interesaban en sus proble-
mas; así como el de transformar esa imagen negativa que suele
tener el manifestante que reclama, como alguien lejano y que
sólo busca generar problemas.
El período, llamado por Aldana, del retraimiento por la vio-
lencia, está signado por la presencia en la capital del Partido
Comunista del Perú, Sendero Luminoso, (PC del P-SL), que ini-
cia una "campaña de desprestigio y amedrentamiento contra las
organizaciones y sus líderes"34. Este retraimiento afecta también

Celia Aldana, op. cit., p. 18.


[ 396 ] JULIO EDUARDO BENAVIDES CAMPOS

la labor de las ONG, quienes son sindicadas de estar con el siste-


ma, al no plegarse a la lucha senderista. Sendero había cuestio-
nado el trabajo de las ONG y había lanzado una advertencia ge-
neralizada. Varios líderes campesinos, sindicales y barriales, así
como miembros "onegeístas" habían sido asesinados por Sen-
dero Luminoso. Muchas coordinadoras de Comités de Vaso de
Leche se ven en la obligación de colaborar con ellos, asignando
raciones de leche a través de un empadronamiento ficticio de
niños. Es una etapa de relativo silencio, en una Lima donde los
estallidos de bombas resonaban desde 1983.

DESARROLLO DE LAS PREGUNTAS

No deseo internarme en la mirada de lo que Aldana señala como


el cuarto período, y que llama la reconstrucción (1993-...). En este
período, según la autora, se reactivan las organizaciones, se
mantiene como objetivo la participación política, y el papel de
las ONG se hace menos indispensable para sostener la dinámica
organizativa35. Y no deseo ahondar en éste, quizás porque uno
no se siente un buen testigo de ese momento, quizás porque me
hacen falta elementos de juicio, referencias a otras reflexiones
que me sitúen en el ojo del huracán, más allá de lo evidente: de
la dictadura embozada de Fujimori, del fenómeno de violencia
que embarga a la juventud y que se expresa en barras bravas que
en muchos casos funcionan como pandillas (¿o viceversa?), de
un movimiento popular femenino que logró gestar una dimen-
sión política de la organización, de aparecer como un nuevo actor
en el escenario político, frente al Estado, pero,... del noventa para
acá, el Estado ha sufrido una drástica reducción, todo se ha pri-
vatizado sin titubear: ya no hay sectores estratégicos de la eco-

Ibid., p. 28.
Movimientos de mujeres populares en el Perú í 397 ]

nomía; podría decirse que sólo el ejército y el Banco Central de


Reserva (equivalente al Banco de la República colombiano) no
se han privatizado.
Para 1992, el desempleo en el Perú era menos de 10% de la
PEA, pero, a la vez, sólo 15% eran asalariados y casi 75% sub-
empleados. Los síntomas del país económicamente enfermo han
desaparecido (hiperinflación e hiperdevaluación), pero sigue la
enfermedad; el empleo no se reactiva y la recesión sigue en au-
mento. La situación del sistema financiero peruano no es hala-
gadora; para 1996, 20% de la cartera de crédito de los bancos
era de consumo, ahora el crédito para consumo es 80% del cré-
dito bancario, tal como lo hacen saber las informaciones que
llegan a través de los canales peruanos, lo que quiere decir que
no se está invirtiendo en el país; sólo el 20% se destina para prés-
tamos de capital.
Teniendo como telón de fondo los trazos gruesos de u n con-
texto peruano contemporáneo, aparecen algunas líneas de tra-
bajo, que no pueden ser profundizadas en este texto, pero cuya
mención es obligada para futuros desarrollos.
Una primera línea es la que nos conduce a establecer, histó-
ricamente, la manera como se pasó de un orden recibido a u n
orden producido, en otras palabras, y retomando de diversos
autores 36 , cómo fue el proceso de producción social de una so-
ciedad que le apostó al proyecto moderno; en particular, la ma-
nera como la modernización social afecta la esfera de la comuni-
cación; "cabe señalar la configuración de nuevos espacios de
comunicación, dentro de los cuales se facilita el encuentro de
personas y colectivos con frustraciones, convicciones y vivencias
parecidas. [...] la urbanización [...] y la expansión de los medios

36
Eric Hobsbawm, op. cit.; Julio Cotler, op. cit.; Norbert Lechner, en "Democraciay
modernidad", en Revista Foro N 2 10, septiembre de 1989; por mencionar a algunos.
[ 398 ] JULIO EDUARDO BENAVIDES CAMPOS

de comunicación permiten la superación del aislamiento carac-


terístico de la sociedad agraria"37. Esto nos conduce a una mira-
da cultural del problema, un análisis en ese sentido, lo cual "no
significa introducir un 'tema' más en un espacio aparte, sino
focalizar el lugar en que se articula el sentido que los procesos
económicos y políticos tienen para una sociedad. Lo que, en el
caso de los medios masivos, implicaría construir su historia des-
de los procesos culturales en cuanto articuladores de prácticas
de comunicación -hegemónicas y subalternas- con los movi-
mientos sociales"38.
Desde lo histórico, se puede seguir pensando en el papel que
le puede caber o no a las persistencias coloniales que vienen em-
pujando desde el pasado a ser lo que ahora son (somos) los pe-
ruanos, desde el rol que tiene en el ordenamiento de la socie-
dad el factor étnico, en su hálito aristocrático, en el modo en el
que las relaciones sociales de dominación están impregnadas por
este aspecto. Retomo una idea de Raymond Williams, presenta-
da por Jesús Martín Barbero, quien aborda metodológicamente
los procesos constitutivos de lo social, "mediante la propuesta
de una topología de las formaciones culturales que presenta tres
'estratos'; arcaico, residual y emergente. Arcaico es lo que sobre-
vive del pasado pero en cuanto pasado, objeto únicamente de
estudio o de rememoración". A diferencia de la anterior, lo resi-
dual es "lo que formado efectivamente en el pasado se halla
todavía hoy dentro del proceso cultural [...] como efectivo ele-
mento del presente. Es la capa pivote, y se torna la clave del pa-
radigma, ya que lo residual no es uniforme [...] la tercera capa

37
Ludger Mees, "¿Vino viejo en odres nuevos?", en Pedro Ibarra y Benjamín Tejerina
(editores), Los movimientos sociales. Transformaciones y cambios, Madrid: Ed.Trotta, 1996,
p. 297.
38
Jesús Martín Barbero, De los medios a las mediaciones, México: Ed. Gustavo Gili,
1991, p. 178.
Movimientos de mujeres populares en el Perú [ 399 ]

es formada por lo emergente que es lo nuevo, el proceso de in-


novación de prácticas y significados. [...] La diferencia entre
arcaico y residual representa la posibilidad de superar el
historicismo sin anular la historia y una dialéctica del pasado-
presente sin escapismos ni nostalgias"39.
El sentido que tiene el proceso vivido por la sociedad peruana
desde la aparición de Sendero Luminoso y de su real dimensión
política. La percepción personal es que, si bien es cierto Sende-
ro Luminoso jamás pensó en su inserción dentro del escenario
político de las democracias representativas, como sí se eviden-
cia en las propuestas de negociación en Colombia por parte de
los grupos alzados en armas, el enfoque unidimensional con el
que se ha tendido a analizar su emergencia y su accionar terro-
rista excluye toda posibilidad de un análisis político más pro-
fundo. Estos aspectos, entre otros, forman parte de una deuda
que se tiene con el Perú y que es necesario empezar a subsanar.
Que las mujeres populares configuraron un movimiento
social parece ser un hecho. Un movimiento con una identidad
no homogénea, con un proyecto político en construcción, que
incorpora dimensiones comunicativas distintas a las tradicional-
mente entendidas como propias del quehacer político, girando
alrededor de esa idea de la maternidad social, configuradas so-
bre esa matriz de lectura de su existencia ciudadana, haciendo
visible un aspecto de la vida que había sido confinado a lo do-
méstico y que bien se leía como un derecho fundamental: el
derecho a la alimentación, el derecho a la vida. Pero, también,
de un movimiento que ha contado con una alianza bastante cla-
ra de un grupo significativo de las ONG, que han estado al lado
del proceso, no sólo acompañando, sino cumpliendo el rol de
interlocutores críticos del proceso político peruano; una crítica

Ibid., p. 90.
[ 400 ] JULIO EDUARDO BENAVIDES CAMPOS

que tiene el carácter pedagógico de no pensarse como un pun-


to de partida, sino resultado de un proceso y posibilidad de cons-
trucción de un proyecto político distinto.
Un movimiento con discontinuidades, en un país con discon-
tinuidades, con quiebres inesperados, como el de la aparición
de Fujimori y su elección como presidente en 1990. ¿Crisis de la
representación política... o algo más? ¿Victoria de los margina-
dos frente a un Vargas Llosa aristocrático?
¿Un movimiento en crisis? ¿Qué tanto depende del apoyo
de las ONG y de la Iglesia? ¿Un espacio de articulación de la lla-
mada sociedad civil? Percibo que las preguntas aún resultan algo
endebles; el curso del análisis del movimiento de mujeres debe-
ría pasar por el sentido que tiene hablar de sociedad civil, por
profundizar más, qué implicaciones tiene para la dimensión de
género. Quizás haya que repetir las palabras expresadas por Vir-
ginia Vargas, al referirse a la época que le toca vivir al movimiento
feminista:... aparecen unos nudos que salen con más fuerza cuan-
do, como ahora, los cambios en el clima político, económico y
cultural no logran generar aún un nuevo horizonte referencial.

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QUINTA PARTE

Movilizaciones por la paz y derechos humanos


M a u r i c i o Romero

MOVILIZACIONES POR LA PAZ, COOPERACIÓN Y


SOCIEDAD CIVIL EN COLOMBIA

La constitución de 1991 fue considerada como u n "tratado de


paz" por las sectores políticos que participaron en su elabora-
ción, luego de una década de violencia política y enfrentamientos
armados no vistos desde la época de La Violencia 40 años atrás.
Sin embargo, a pesar del pluralismo político logrado en la asam-
blea constituyente que discutió el nuevo texto, hecho sin prece-
dentes, el fracaso de las negociaciones con los grupos guerrille-
ros que no participaron en la asamblea -las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia, FARC, y el Ejército de Liberación
Nacional, ELN-, y la ausencia de cambios significativos en los
mecanismos de acceso a los espacios de representación pública
y su funcionamiento, prolongaron una vez más la crisis política
que venía desde finales de los años setenta. Esos mecanismos
continuaron amarrados al clientelismo y la corrupción, acom-
pañadas ahora de una gran fragmentación de las agrupaciones
políticas y de una abrumadora influencia de narcotraficantes en
la actividad electoral (Entrevista C. González, febrero 8 del 2000).
Así, si bien la nueva Constitución avanzó en la democratiza-
ción de la vida pública y en la apertura de canales de participa-
ción ciudadana, la crisis de gobernabilidad casi permanente que
siguió a su promulgación, pusieron en la agenda de discusión
otra negociación entre gobierno y guerrilla (Zuluaga, 1999, p p .
321-326). El objetivo era intentar p o r fin u n a solución al en-
frentamiento armado, con u n elemento adicional, reducir el
[ 406 ] MAURICIO ROMERO

narcotráfico asociado con él. Esa negociación debería no sólo


restituir los conflictos societales al terreno político, en reempla-
zo de su resolución por la vía militar, sino también hacerlo bajo
unas reglas del juego nuevas y concertadas. Esto supondría unas
condiciones en donde los antiguos insurgentes formarían parte
de ese nuevo orden, lo cual iría más allá de una simple reinserción
social al Estado que antes habían combatido (Arnson, 1999, pp.
1-28).
Esta ronda de negociaciones iniciada en el año 1992, no sin
tropiezos ni interrupciones, ha enfrentado, sin embargo, unas
condiciones radicalmente diferentes a las de la década anterior.
Este trabajo hace referencia a las que han facilitado la coopera-
ción y movilización en favor de la paz. Una mirada global ayuda
a tener una apreciación del incremento de esa movilización en
contra de la prolongación del conflicto armado. En los años
setenta la acción colectiva en busca de la paz representaba 1,6%
del total de las luchas cívicas. Esa proporción pasó al 19% du-
rante el gobierno de Virgilio Barco (1986-1990), aunque tuvo
un descenso al 15,8% durante el período de César Gaviria (1990-
1994). Esto fue un resultado indirecto de las expectativas des-
pertadas por la nueva Constitución y la desmovilización de los
actores armados durante los dos primeros años de ese gobier-
no. Como efecto del escalamiento del conflicto armado desde
finales de 1992, la proporción de movilizaciones en favor de la
paz, por el respeto a los derechos humanos y por falta de segu-
ridad ascendieron al 22% del total de la protesta cívica en las
zonas urbanas, y al 28% en el área rural en el primer año del
período presidencial de Ernesto Samper (1994-1998) (Funda-
ción Social-Cinep, 1996, p. 17). Hay que advertir, sin embargo,
que varios de los participantes en esas movilizaciones lo hicie-
ron más por motivos estratégicos que con el propósito de im-
pulsar innovaciones y aprendizaje en términos de prácticas y
marcos normativos no violentos o de mayor justicia social.
Movilizaciones por la paz en Colombia í 407 ]

Hay varias razones para el incremento de la acción colectiva


por la paz. Una es la mayor "visibilidad" del conflicto armado
colombiano dentro de los organismos de las Naciones Unidas, or-
ganizaciones internacionales de derechos humanos, promotoras
de desarrollo sostenible y protección ambiental, lo mismo que
dentro de los gobiernos de la región y de la comunidad europea
e internacional. Esa mayor atención llegó acompañada por un
cambio en las agendas de las organizaciones de financiación y
cooperación internacional, el cual ha dado un mayor protagonismo
a los diversos grupos de la sociedad civil en los diferentes proyec-
tos que financian. La actitud nueva está a tono con una estrategia
de democratización diferente al estatismo social o a un énfasis
exclusivo en los mecanismos del mercado (Rabotnikof, Riggirozzi
y Tussie, 1999, pp. 2-9). Esa "apertura" internacional favoreció y
coincidió con una creciente movilización social por una resolución
negociada del enfrentamiento armado, hecho que tampoco se
presentaba en la década de los ochenta. En ese entonces, la visión
dominante del conflicto en el exterior y en lo doméstico era la de
una perspectiva de seguridad estatal, asociada al entorno de Gue-
rra Fría prevaleciente, contexto que entorpecía y estigmatizaba cual-
quier acción colectiva por fuera de los cálculos estratégicos de los
actores del momento.
Así, la movilización de diferentes sectores sociales por la paz
en los años noventa ha marcado u n hito, no sólo por la autono-
mía frente a los diferentes partidos políticos, incluidos los acto-
res armados, sino también por la coincidencia entre sectores que
tradicionalmente habían sido opositores en otros ámbitos o en
anteriores negociaciones. ¿Cómo surgió esa cooperación y mo-
vilización por fuera de los partidos tradicionales y los actores ar-
mados? ¿Cómo llegaron a acuerdos para la acción colectiva sec-
tores tan diversos en u n ambiente de desconfianza política tan
marcado?
[ 408 ] MAURICIO ROMERO

DIVISIONES "NATURALES", BIPARTIDISMO Y COOPERACIÓN

La respuesta a esas preguntas es relevante porque el contexto


pronosticaba un comportamiento opuesto al de la cooperación.
En efecto, la preponderancia de la sociedad política en la vida
pública en Colombia ha sido tal, que algunos autores hablan de
una "colonización" de la sociedad civil por las redes políticas libe-
ral-conservadoras (Pecaut, 1999, p. 226). Ha existido un influjo
claro de aquéllas hacia las diferentes asociaciones horizontales con
capacidad de movilización, hecho que no ha sido correspondido
con un efecto similar en el sentido contrario, al menos en el de
una receptividad a las demandas de una representación organi-
zada y colectiva. Esas redes han respondido más a demandas in-
dividuales, moldeando lo que se ha denominado una "democra-
cia sin ciudadanos", la cual no ha creado una idea de ciudadanía
común que haga las veces de barrera en contra de discriminacio-
nes y en defensa de la aplicación de derechos mínimos o, para el
caso, que se movilice en una acción conjunta en busca de la paz.
Igualmente, la convergencia entre grupos afínes ai bipar-
tidismo y sectores cercanos a la oposición a los dos partidos histó-
ricos también es significativa. El Frente Nacional (1958-1974) y
su evolución posterior marcó casi una división "natural" entre el
bipartidismo y sus críticos. Ese tutelaje de los espacios asociativos
por las redes bipartidistas, en particular de las organizaciones con
potencial de oposición como los sindicatos o las juntas de acción
comunal, JAC, fue uno de los dispositivos para delinear las inclu-
siones/exclusiones definidas por el régimen político organizado
por los dos partidos (Romero, 1999, pp. 1-8). Así, las oportuni-
dades para la interacción en encuentros "suma-positiva" entre estas
dos tendencias de la sociedad civil, es decir, en donde ambos la-
dos obtuvieran beneficios, habían sido escasos hasta el inicio de
la década del noventa. Uno de esos momentos fue la constituyen-
te de 1991 (Romero, 1999, pp. 26-31).
Movilizaciones por la paz en Colombia í 409 ]

Lo usual hasta la asamblea constituyente eran interacciones


de "suma-cero", en donde las ganancias de un lado necesariamen-
te representaban una pérdida en igual proporción para el bando
contrario. Esta forma de relación había empezado a cambiar a nivel
municipal y regional durante los paros cívicos de finales de los
años setenta y comienzos de los años ochenta, en protesta por las
alzas en las tarifas de los servicios públicos, su cobertura limitada
y calidad deficiente, responsabilidades que en ese entonces esta-
ban a cargo del gobierno central. Los efectos de esa centraliza-
ción administrativa generaron una reacción unificada en las re-
giones más afectadas, rompiéndose a nivel local la barrera para
la cooperación y alianzas entre el bipartidismo y sus opositores,
línea hasta entonces casi infranqueable. El proceso de paz inicia-
do por el presidente Belisario Betancur (1982-1986) contribuyó
también a ir diluyendo esa barrera, sobre todo con los intelectua-
les. El mismo hecho se hizo evidente en la conformación de la
Central Unitaria de Trabajadores, CUT, en 1986, en donde con-
fluyeron liberales, conservadores, comunistas y otros grupos per-
tenecientes a diversas vertientes de la izquierda (Romero, 1999,
pp. 26-31). A partir de la Constituyente de 1991, esas relaciones
de suma-positiva pasaron a ser más frecuentes.
¿Cuáles fueron las razones para el incremento de esos inter-
cambios que plantearon cooperación, aprendizaje e innovación?
En este texto se van a explorar cuatro factores: el primero, un
cambio dentro de las diferentes iglesias, y en particular la cató-
lica, hacia una posición más favorable y activa en relación con
una solución negociada al conflicto armado; el segundo, la elec-
ción por voto directo de alcaldes (1987) y gobernadores (1992),
lo cual permitió iniciativas de paz locales y regionales más autó-
nomas de los poderes centrales; tercero, la decisión de redes de
activistas de izquierda, ex-guerrilleros, organizaciones de muje-
res, de derechos humanos, de desaparecidos, periodistas y acto-
res, organizaciones sindicales, ONG, entre otros, para buscar una
[410] MAURICIO ROMERO

salida negociada a la confrontación bélica; y por último, la reac-


ción de individuos y grupos sociales afectados por el secuestro y
la extorsión y de quienes optaron por pronunciarse y movilizar-
se públicamente en contra de esos hechos. Si bien cada uno de
estos grupos tuvo razones específicas para pronunciarse y em-
prender acciones a favor de una solución negociada o en contra
del enfrentamiento armado, el rechazo a la "guerra sucia" rural
y urbana y al escalamiento de las acciones bélicas como medio
para resolver un conflicto político fue un común denominador
(Entrevista A. Garzón, febrero 16 del 2000).
La confluencia de estos cuatro escenarios diferentes y sus
protagonistas facilitó los acercamientos, los debates y la acción
colectiva en busca de la paz. Aunque la coyuntura que aceleró
los hechos y abrió oportunidades fue la declaración de "guerra
integral" en contra de los grupos alzados en armas en noviem-
bre de 1992. En efecto, el gobierno liberal de César Gaviria
(1990-1994), por intermedio del primer ministro de defensa civil
desde 1953, prometió someter la guerrilla a la ley en 18 meses
(Pardo, 1996, pp. 353-387). La prohibición presidencial de cual-
quier contacto, mediación o diálogo entre los diferentes grupos
de la sociedad civil y los insurgentes, o la posibilidad de enta-
blar diálogos regionales entre aquéllos y sectores interesados en
la paz, desencadenó primero desconcierto y luego una gran opo-
sición. Hubo obispos que plantearon el "derecho a la paz de los
colombianos" y llamaron a una "desobediencia civil" frente a la
política presidencial (Entrevista C. Castellanos, febrero 7 del
2000). Es en este contexto en donde surgieron las posibilidades
para esa dinámica de confluencia, aprendizaje e innovación.

MOVIMIENTO POR LA VIDA Y RENOVACIÓN DISCURSIVA

La Compañía de Jesús fue uno de los grupos pioneros dentro


de la sociedad civil que se planteó como objetivo primordial crear
Movilizaciones por la paz en Colombia [411]

condiciones para la consecución de la paz. Hasta mediados de


1985 este era un propósito liderado por la sociedad política, al
cual el presidente conservador Belisario Betancur (1982-1986)
le dio u n impulso sustancial, esfuerzo que contrastó con la posi-
ción adversa de las dos administraciones liberales que le ante-
cedieron. Los jesuitas apoyaron el proceso de paz de Betancur,
aunque "el objetivo era disminuir la violencia, que estaba adqui-
riendo proporciones de animal grande, antes que la paz" (En-
trevista H. Arango, febrero 18 del 2000). Vendieron "La Le-
chuga" -reliquia colonial de oro macizo y cubierta de piedras
preciosas- al Banco de la República en 1985, y el producto de la
transacción sirvió para organizar u n fondo cuyos réditos han fi-
nanciado el Programa por la Paz, el cual inició operaciones en
1987.
En los primeros 10 años de actividades el programa finan-
ció cerca de 1.000 proyectos para fortalecer la sociedad civil, en
particular en las zonas de conflicto y áreas marginales (Entrevis-
ta H. Arango, febrero 18 del 2000). Esta intervención incluyó
proyectos productivos y actividades de educación y reflexión con
grupos pobres o marginados, encaminadas al fortalecimiento de
la noción de sujetos colectivos y su reconocimiento como agen-
tes portadores de derechos. Según su primer director, el sacer-
dote jesuita Horacio Arango, las diferentes comunidades mos-
traron una gran capacidad para respuestas coyunturales, pero
una gran dificultad para articular propuestas hacia propósitos
más grandes. Sobre este punto, Arango indica que "hay u n inte-
rés partidista muy hostil, desde la izquierda o del bipartidismo,
hacia esa articulación". Este aspecto vale la pena resaltarlo, por-
que ese excesivo faccionalismo de la vida pública colombiana, la
competencia resultante por el control de los recursos estatales y
de los mecanismos de decisión, y la dificultad para la coopera-
ción, pueden tener como anverso un asedio permanente desde
el ámbito político a la autonomía de la vida asociativa.
[ 412 ] MAURICIO ROMERO

Una de las iniciativas financiadas por el Programa por la Paz


desde finales de los años ochenta fue la del Movimiento por la
Vida, antecesor de uno de los principales colectivos que confor-
maron a Redepaz en los noventa, organización que ha sido una
de las mayores impulsoras de las diversas manifestaciones co-
lectivas para poner un alto a la confrontación armada (Entrevis-
ta A. T Bernal, febrero 17 del 2000). La cooperación entre estas
redes de activistas sociales y cívicos, el Programa por la Paz y el
Cinep -otra institución de los jesuitas- es una experiencia de
asociación notable. El Movimiento por la Vida se agrupó como
resultado de los dramáticos acontecimientos que rodearon la
toma del Palacio de Justicia por el movimiento guerrillero M-
19 en noviembre de 1985, y la reacción del ejército para contra-
rrestar el acto. La muerte de aproximadamente 110 personas a
doscientos metros de la casa presidencial, incluidos la mayoría
de los miembros de la Corte Suprema de Justicia, el comando
guerrillero y empleados de la institución causó una gran con-
moción pública, en especial dentro de los grupos interesados en
el "diálogo nacional" propuesto por la insurgencia armada al go-
bierno del conservador Belisario Betancur.
Grupos de mujeres que apoyaban un diálogo entre gobier-
no y guerrilla como Mujeres por la Democracia, Casa de la Mujer
y Mujeres del M-l9 organizaron un año después de los hechos
un concierto para recordar el insuceso, al cual nombraron "con-
cierto con flores para la vida y el amor" y en donde se proclamó
un manifiesto en defensa de la vida y contra la muerte. En el
evento participaron artistas internacionales y se celebró en frente
del palacio en ruinas (Entrevista A. T. Bernal, febrero 17 del
2000). Además de los grupos de mujeres, el Movimiento por la
Vida también incluyó a periodistas, actores y artistas, quienes
se denominaron "locos por la vida" y efectuaron varias expre-
siones lúdicas en lugares públicos de la capital, desafiando los
estrictos controles de las autoridades y el miedo provocado por
Movilizaciones por la paz en Colombia [ 413 ]

el ambiente político belicoso. También se organizaron "colecti-


vos por la vida" en Pasto, Cali y Medellín, en donde la partici-
pación de grupos de mujeres fue igualmente destacada. Un
hecho sobresaliente en Bogotá fue la proliferación de "grafitis"
en los muros y paredes del centro y algunas de las principales
vías, aludiendo con humor y sarcasmo a la violencia y a los ex-
cesos de autoridad: "Do... Re... Mi., edo..." decía u n o de esos
grafitis.
La dinámica del movimiento tomó u n giro hacia la educa-
ción para la convivencia dirigida a jóvenes y niños, experiencia
que desembocó en la organización anual de una semana por la
paz, la cual se ha realizado sin interrupción desde 1987 con el
apoyo del Programa por la Paz. Durante la primera semana, en
septiembre de 1987, se lanzó un "manifiesto de sueños infanti-
les" y se les pidió a los niños reflexionar sobre el país "que que-
rían y que soñaban". A través de talleres de pintura y narrativa,
los niños expresaron sus expectativas a lo largo de la semana en
los centros educativos. La figura pictórica que más se repitió fue
la de "un soldado y un guerrillero dándose la mano" (Entrevista
A. T. Bernal, febrero 17 del 2000). Esta p r i m e r a semana se
clausuró con u n acto al que asistieron aproximadamente 50.000
niños en la plaza de Bolívar, el centro institucional e histórico
de Bogotá, en su gran mayoría provenientes de colegios oficia-
les y de religiosos. La organización de la semana se hizo a partir
de "redes de amigos y la gran colaboración de los padres de fa-
milia y los rectores de los colegios", aunque con una gran hosti-
lidad de las autoridades políticas de la capital, quienes no apro-
baron la realización del acto y ordenaron a la policía el desalojo
de la plaza, orden que finalmente no se cumplió (Entrevista A.
T. Bernal, febrero 17 del 2000).
Para los jóvenes se organizó una "consulta ciudadana por la
paz" en la cual tenían que responder la pregunta "¿Usted cómo
cree que se construye la paz?". Además de talleres de discusión
[ 414 ] MAURICIO ROMERO

en los colegios, otros grupos recorrieron los principales centros


de la capital entrevistando y discutiendo sobre el tema con otros
adolescentes. A pesar de los propósitos pedagógicos y por la con-
vivencia que pretendía la acción, la hostilidad de la administra-
ción conservadora del nuevo alcalde Andrés Pastrana era laten-
te. Tres jóvenes fueron arrestados por "alterar el orden público"
y liberados más tarde tras las gestiones del procurador de en-
tonces, el liberal Horacio Serpa. Éste recriminó telefónicamente
al alcalde por el arresto, le inquirió "¿Qué clase de gorila tiene
en la secretaría de gobierno?", e instó por la liberación de los
estudiantes (Entrevista A. T. Bernal, febrero 17 del 2000). La
respuesta de las autoridades de la capital a estas primeras accio-
nes colectivas por la paz indican la animosidad a lo no bipartidis-
ta en la década de los ochenta, así aquéllas incluyeran llamados
a la convivencia y a la civilidad.
Si bien esas actividades no tuvieron mayor resonancia en los
medios, sí consolidaron un "contra-público" (Fraser, Nancy; 1997)
o una red comunicativa y de prácticas en competencia con las
de la esfera oficial o de grupos radicalizados, a los cuales les
disputaban la creación de un marco de interpretación y de sen-
tido de la conflictiva realidad del momento. En efecto, uno de
los aspectos más significativos de estas primeras movilizaciones
fue la innovación en el lenguaje y la intención de no polarizar, y
más bien crear mediaciones simbólicas entre las partes enfren-
tadas. Un ejemplo fue la decisión explícita por no reproducir la
división entre lo popular y lo no popular, oposición que aludía
a los imaginarios "clasistas" que habían dado origen al conflicto
armado (Entrevista A. T. Bernal, febrero 17 del 2000). Se quería
congregar a "todo el país, sin exclusiones", y por eso el lenguaje
utilizado reflejaba ese esfuerzo. Sin embargo, esa intención por
"desarmar el lenguaje" no significaba la negación de los con-
flictos, sino un llamado a enfrentarlos y resolverlos pacíficamente
(Entrevista A. T. Bernal, febrero 17 del 2000).
Movilizaciones por la paz en Colombia [ 415 ]

A pesar de ese objetivo por ir más allá de las divisiones del


momento, esta posición encontró críticos severos. Fue atacada
desde la izquierda por conciliadora, derrotista y por borrar las
exclusiones sociales y políticas, y mirada con indiferencia por el
establecimiento liberal-conservador, aún confiado en derrotar
militarmente a la guerrilla. Con todo, el experimento del Movi-
miento por la Vida fue un intento por crear un marco discursivo
común para aquéllos ajenos a la confrontación armada y con-
vencidos de una salida negociada al conflicto. Igualmente, las
iniciativas que desarrolló ese colectivo a finales de los años ochen-
ta prefiguraron varias de las acciones desarrolladas por Redepaz,
Unicef y Fundación País Libre, casi una década después. Esta
tendencia de la sociedad civil resurgiría con fuerza luego de la
declaración de guerra integral a la guerrilla por el gobierno Gavi-
ria (1990-1994) a finales de 1992, pero esta vez con más simpa-
tizantes, con apoyo desde diversos sectores sociales y con alia-
dos más poderosos. Esto supuso superar recelos y desconfianzas,
crear puentes entre grupos que hasta el momento tenían poco
en común y, por lo tanto, innovar y aprender. Como todo cami-
no nuevo, también incluyó riesgás y equivocaciones.

LOS AÑOS NOVENTA:


DISCUSIÓN DE UNA AGENDA DE DERECHOS HUMANOS

Durante la década del noventa el enfrentamiento armado tuvo


un escalamiento sin precedentes, a pesar de las expectativas de
paz y reconciliación originadas por la aprobación de una nueva
constitución en 1991. De igual forma, paralelo a ese incremen-
to de las acciones armadas ocurrió una significativa confluencia
de diferentes grupos, instituciones y organizaciones nacionales
e internacionales para apoyar la búsqueda de una negociación
del conflicto armado. A la política de guerra integral del presi-
dente Gaviria se propuso una de "paz integral" desde la socie-
[ 416 ] MAURICIO ROMERO

dad civil (Entrevista L. Sandoval, febrero 3 del 2000). La dimen-


sión de esa confluencia y movilización era una hecho nuevo fren-
te a las negociaciones de la década pasada. Con excepción de
las acciones colectivas regionales para buscar acuerdos sociales
y reducir la violencia política, como las de los trabajadores del
banano en Urabá, en los años ochenta los diversos grupos civi-
les participaron en las negociaciones de paz siguiendo una invi-
tación de los grupos guerrilleros, más que como resultado de
una iniciativa propia. Esa actitud por fortalecer una tercería fren-
te a los dos bandos enfrentados contrasta con la amplitud de la
polarización característica de las guerras civiles, situación que
no se había presentado en la disputa armada colombiana, y con
pocas probabilidades de tomar fuerza en el futuro. La búsqueda
de la paz por sectores sociales organizados y movilizados repre-
sentaba una postura definida a favor de una solución política
pactada, hecho sin antecedentes en las negociaciones anterio-
res (Entrevista C. González, febrero 8 del 2000).
En efecto, a finales de 1992 se constituyó una red de inicia-
tivas por las paz, compuesta por 12 organizaciones de diferente
naturaleza: centros de educación popular como Ismac; organi-
zaciones de los jesuitas como Cinep, el Programa por la Paz y la
Fundación Social; ONG de derechos humanos como Centro Ju-
rídico Colombiano y la Comisión Colombiana de Juristas; y ex-
periencias regionales como la Mesa de Trabajo por la Vida de
Medellín, Derrotemos la Guerra de Santander, y La Iniciativa
por la Vida de Bogotá, entre otros. El objetivo era articular las
experiencias de gestión de paz que estaban surgiendo en todo
el territorio, y darle fuerza y resonancia a sus demandas. "Ha-
cer un mar de muchos ríos", según el director del Programa por
la Paz (Entrevista H. Arango, 2000). La dinámica de la red cul-
minó en el primer encuentro de "iniciativas ciudadanas contra
la guerra y por la paz", realizado en Bogotá a finales de 1993 y
con participación de más de 300 personas provenientes de 20
Movilizaciones por la paz en Colombia [ 417 ]

regiones del país. El encuentro dio origen a Redepaz, cuyo prin-


cipal objetivo fue definido como "el de derrotar la guerra", se-
gún monseñor Leonardo Gómez Serna, obispo de la provincia
de Socorro y San Gil, en el nororiente del país, y destacado im-
pulsor de la iniciativa.
El grupo inicial en el que habían tenido u n importante in-
flujo ex-guerrilleros del Movimiento 19 de Abril, M-l9, fue lue-
go reforzado por asociaciones de ex-guerrilleros, ahora "reinser-
tados" a la vida civil, como los de la Corriente de Renovación
Socialista, provenientes del ELN. La red debía propender por la
representación propia de la sociedad civil, y hacer énfasis en ac-
tividades educativas y de carácter simbólico en contra de la gue-
rra y por la paz (Villarraga, 1998, p p . 72-82). Para los antiguos
excombatientes, la generalización de la violencia a todo nivel
había llevado a una situación en la que "las armas perdieron su
brillo", y se necesitaba un imaginario de cambio diferente al de
la lucha armada (Fundación Social-Cinep, 1996; p . 32).
Los debates suscitados por la definición de la agenda a se-
guir dentro de la red fueron reveladores. Su propósito era el de
congregar, antes que el de separar, aunque la exclusión de los
grupos guerrilleros no fue bien acogida por sectores con alguna
afinidad con éstos. Estas diferencias se ahondaron con la discu-
sión sobre derechos humanos y las violaciones por agentes del
Estado, énfasis de las organizaciones encargadas de velar por su
defensa y de la legislación internacional, las cuales no conside-
raban las que cometían las guerrillas. Un consenso dentro de la
red coincidió en hacer también visibles las violaciones cometi-
das por la guerrilla. La tensión aumentó con la discusión sobre
el paramilitarismo y su origen. Se consideró que éste no se po-
día ver sólo como u n a "política de Estado", sino que también se
alimentaba de los efectos surgidos de la extorsión y el secuestro
cometidos por la guerrilla (Entrevista A. T. Bernal, febrero 17
del 2000).
[ 418 ] MAURICIO ROMERO

Otro punto de discusión álgido fue el del alcance de la con-


vocatoria al país. En efecto, se propuso un cambio de actitud ha-
cia empresarios y militares, y se consideró que la paz era impo-
sible sin el concurso de ellos, abriéndose canales de acercamiento
e intercambio. En suma, se inició un proceso de innovación y
aprendizaje al tratar de moldear una propuesta civilista, y al
mismo tiempo intentar transgredir las barreras casi "naturales"
entre las dos grandes tendencias de la sociedad civil creadas por
el Frente Nacional y su evolución posterior. La búsqueda de una
interacción de suma-positiva entre sectores sociales que se con-
sideraban ubicados en orillas políticas e idelógicas opuestas, y
aún sin un claro reconocimiento mutuo como actores legítimos,
fue un paso más hacia la redefinición de los antagonismos ca-
racterísticos de la herencia del Frente Nacional.
La decisión del presidente Gaviria (1990-1994) de llevar por
la fuerza a la mesa de negociación a la guerrilla, o de derrotar-
la, contradecía el artículo 22 de la nueva constitución, el cual
expresaba que la "paz es un derecho y un deber de obligatorio
cumplimiento" (Comisión de Conciliación Nacional y otros,
1998, p. 53). Redepaz inició una ferviente campaña nacional para
hacer efectivo ese derecho en 1994 y 1995, promoviendo con-
sultas ciudadanas, encuentros y reuniones, con el fin de impul-
sar la iniciativa popular legislativa y presionar por la reglamen-
tación de ese artículo constitucional. También, en asocio con la
iglesia menonita, trabajó con jóvenes en edad de reclutamiento
para hacer efectiva la objeción de conciencia al servicio militar
obligatorio. Igualmente, Redepaz propuso la creación de con-
sejos de paz regionales y locales, y ampliar el marco jurídico con
mecanismos de conciliación y mediación (Villarraga, 1998, pp.
75-76).
En el plano legal, la creación del Consejo Nacional de Paz
por decreto presidencial en 1998, fue un logro tardío de esa cam-
paña, aunque su inoperancia en la práctica describe las limita-
Movilizaciones por la paz en Colombia [ 419 ]

ciones de la sociedad civil colombiana para influir sobre el po-


der político o, mejor, el autismo social de éste.
Gobernadores y alcaldes, ahora elegidos por voto directo,
acogieron las diferentes iniciativas con variado entusiasmo, aun-
que la inclemencia de los efectos del conflicto armado sobre la
población civil le abrió al tema de la paz un lugar central en las
diferentes agendas regionales y locales. El Consenso de
Apartado, en la zona bananera del noroeste del país, durante la
alcaldía de Gloria Cuartas (1995-1997) fue un esfuerzo fallido
por construir convivencia en medio de una intensa disputa ar-
mada. La alcaldía del sacerdote Bernardo Hoyos (1995-1997)
en Barranquilla, cuarta ciudad del país, fue una experiencia
exitosa de apertura democrática. Otro caso significativo fue el
de la Consulta por la Paz en el municipio de Aguachica, zona
agroindustrial y ganadera del sur del departamento del Cesar,
en el nororiente del país, y eje de un enconado enfrentamiento
social por derechos sindicales y por apoyo a la economía cam-
pesina, y entre guerrilla (principalmente el ELN) y fuerzas bipar-
tidistas. La consulta se realizó a mediados de 1995, con el áni-
mo de "derrotar a los violentos", y utilizando una de las nuevas
herramientas constitucionales sobre participación popular. La
convocatoria contó con el apoyo de la iglesia católica -cuyo pá-
rroco la apoyó desde el pulpito-, la cámara de comercio, el al-
calde saliente y el candidato derrotado por el alcalde elegido,
Fernando Rincón (1995-1997), un ex-guerrillero del M-19. Este
fue el principal impulsor de la consulta, y su candidatura triun-
fó gracias al apoyo de la fracción mayoritaria del liberalismo en
el municipio (Romero, 1997, pp. 34-40).
El propósito era el de consolidar un "territorio de paz", a partir
del plebiscito popular. Sin embargo, el desarrollo de la consulta
puso de presente los riesgos de su realización. Los votos deposi-
tados no alcanzaron el mínimo legal para convertirse en "man-
dato", y el tono antiguerrillero de algunos de los convocantes, lo
[ 420 ] MAURICIO ROMERO

mismo que la consolidación posterior de los paramilitares como


fuerza dominante en el municipio, terminaron por polarizar aún
más la situación. Los críticos de la consulta indicaron que el di-
seño del tarjetón era maniqueista. La pregunta pidió marcar una
de dos opciones: Sí a la guerra o Sí a la paz, y aquéllos afirma-
ron que con esa formulación era obvio que nadie iba a votar por
la guerra (Romero, 1997, p p . 34-40).
Además, con la posterior evolución política del municipio,
quedaron planteados los riesgos de un ejercicio ciudadano como
el de Aguachica, en el que parece que no fue suficiente hacer un
llamado por la paz si éste no iba acompañado de una demanda
por democracia y justicia social. Igualmente, la experiencia in-
dicó que el contexto nacional de estancamiento o consolidación
de las negociaciones con la guerrilla influía en el sentido y tra-
yectoria final que tomara la iniciativa. Tal y como se desarrolló,
en u n ambiente de estancamiento de aquéllas, la consulta se
deslizó a un terreno "gris" en donde la confianza, la coopera-
ción y las posibilidades de reconciliación no fueron las más be-
neficiadas. La guerrilla consideró que la consulta se había orga-
nizado en contra de ella, el alcalde que la promovió fue acusado
-sin p r u e b a s - de apoyar a los paramilitares, y la población si-
guió padeciendo los efectos de la violencia.
Con todo, para mediados de 1995 los esfuerzos de paz em-
pezaron a tener unas dimensiones significativas a nivel nacio-
nal, así no fueran unificados. La jerarquía de la iglesia católica
organizó la Comisión de Conciliación Nacional, con la intención
de mediar y acercar a las partes enfrentadas y estructurar una
política nacional permanente de paz (Comisión de Conciliación
Nacional y otros, 1998, pp. 51). En ella participaron, además
de los obispos, políticos, líderes sindicales, ex-militares, perio-
distas y empresarios. Si bien el cambio de actitud de los obispos
no fue resultado de una reformulación del papel de la iglesia en
la vida nacional, sino de los efectos de la guerra en la población,
Movilizaciones por la paz en Colombia [ 421 ]

el nombramiento del cardenal Alfonso López Trujillo a una


posición dentro de la burocracia del Vaticano en Roma, figura
conservadora y dominante dentro de la dinámica de la jerarquía,
permitió en Colombia oír nuevas voces y propuestas de obispos
m á s cercanos a posiciones m e n o s c o m p r o m e t i d a s con el
bipartidismo (Entrevista H. Arango, febrero 17 del 2000). Este
hecho contrastó con la reticente disposición de los obispos ha-
cia las negociaciones de paz durante la década de los ochenta.
Por su lado, las confederaciones obreras y los sindicatos nacio-
nales, las ONG de derechos humanos y los activistas de izquierda
organizaron el Comité de Búsqueda por la Paz para contribuir a
ésta desde una "perspectiva popular" (Villarraga, 1998, p. 76).
En asocio con Redepaz, este comité realizó seminarios sobre "paz
integral y sociedad civil" en las principales capitales departamen-
tales, con participación de trabajadores, indígenas, grupos de
mujeres, de jóvenes y ambientalistas con la intención de "cons-
truir un gran movimiento social por la paz".
Así mismo, la Fundación Social impulsó dentro del sector
privado la discusión de la conveniencia de una solución nego-
ciada al conflicto armado, lo cual tuvo como resultado inmedia-
to la organización del grupo Empresarios por la Paz, compues-
to por las principales agremiaciones patronales: Asociación
Nacional de Industriales, ANDI; Asociación Nacional de Institu-
ciones Financieras, ANIF; Asobancaria; Asociación Nacional de
Exportadores, Analdex; Sociedad de Agricultores de Colombia,
SAC; Asociación Colombiana de Pequeños Industriales, Acopi,
entre otros. El hecho representaba una posición radicalmente
opuesta a la asumida por el empresariado en las negociaciones
de la década anterior, cuando formaron una voz con la oposición
militar al proceso de paz (Romero, 1999, p . 19). La nueva actitud
también se notó con el rechazo al impuesto de guerra propues-
to por la administración Samper y con la crítica a la ineficiencia
del gasto militar (Fundación Social-Cinep, 1996; p. 17).
[ 422 ] MAURICIO ROMERO

Igualmente, la oficina del Alto Comisionado para la Paz,


dependencia de la Presidencia, organizó con Ecopetrol -la em-
presa petrolera estatal- y la Unión Sindical Obrera, USO, un plan
conjunto para discutir la política energética y su relación con un
eventual proceso de paz, colaboración que llevó a la Asamblea
por la Paz en 1996. De este evento surgió la idea de convocar a
la constitución de la Asamblea Permanente de la Sociedad Civil
por la Paz, la cual se realizó en 1998 con cerca de 4.000 delega-
dos de todo el país, en donde confluyeron una impresionante
variedad de grupos, experiencias y propuestas locales y regio-
nales para "construir la paz con democracia y justicia social". El
evento tuvo un apoyo decidido de la Fundación Social, otras
entidades de la iglesia católica y organizaciones internacionales
como la Cruz Roja y el PNUD, y fue instalado por Danielle
Mitterand, viuda del ex-primer ministro francés.

EL MANDATO CIUDADANO POR LA PAZ, LA VIDA Y LA LIBERTAD

Para mediados de la década del noventa era un hecho el


activismo de diferentes grupos de la sociedad civil para abrir
espacios y mecanismos de participación. Éstos buscaban presio-
nar al gobierno y a los actores armados para que llegaran a una
solución del conflicto o al menos para que respetaran a la po-
blación civil. Mientras tanto, crecía la vinculación a la guerra de
menores de edad, aumentaba el número de secuestros y de des-
apariciones forzadas de civiles, se ampliaba la dimensión de la
población desplazada, se incrementaban los lisiados por heri-
das de guerra, se multiplicaba la eliminación de presuntos sim-
patizantes no armados de uno u otro bando, al igual que las bajas
de los enfrentamientos directos entre éstos. El nuevo marco cons-
titucional sobre consultas ciudadanas ofrecía oportunidades para
hacer oír la voz del "constituyente primario" de una forma civi-
lista. Se realizó un primer ensayo con el Mandato de los Niños
Movilizaciones por la paz en Colombia í 423 ]

y las Niñas por la Paz y sus Derechos en octubre de 1996, ya que


este grupo es uno de los primeros afectados en las guerras, y
uno de los menos atendidos. Con el apoyo de Unicef y la Re-
gistraduría Nacional, Redepaz y otras ONG como Semilleros de
Medellín organizaron en los colegios de 300 municipios una
consulta sobre los derechos de los infantes, y con la participa-
ción de dos millones setecientos mil niños y niñas. El derecho a
la vida y el derecho a la paz, entre otros diez derechos, obtuvie-
ron la mayoría de votos (Entrevista A. T Bernal, febrero 17 del
2000).
Entre tanto, la reacción a otro drama provocado por la gue-
rra tomaba su impulso propio. Para finales de 1996 la Fundación
País Libre organizó cinco marchas contra el secuestro en cinco
ciudades -Bogotá, Medellín, Cali, Villavicencio y Valledupar- con
una movilización que rompió las expectativas de sus impulsores.
En Bogotá, movilizaron cerca de 50.000 personas bajo la consig-
na "por el país que queremos, no al secuestro". El propósito ini-
cial de la Fundación era el de apoyar a las familias de los secues-
trados, y a éstos mismos, una vez liberados. En la primera parte
de los años noventa, País Libre recolectó más de un millón de fir-
mas para apoyar un proyecto de ley Antisecuestro, el cual tuvo
éxito, y apoyó el pago de recompensas por el Estado para quie-
nes dieran información a las autoridades que condujeran a la li-
beración de secuestrados o a la captura de los implicados en estos
hechos. La cabeza visible de la Fundación es el periodista Fran-
cisco Santos, secuestrado durante 8 meses por el traficante de dro-
gas Pablo Escobar a finales de los años ochenta, y directivo del
periódico El Tiempo, el diario de mayor circulación en el país. La
Fundación también recibe el apoyo del sector privado en gene-
ral, y de ganaderos y empresarios agrícolas en particular, los gru-
pos sociales más afectados por el secuestro y la extorsión de la gue-
rrilla y la delincuencia común (Archivo de prensa, Fundación País
Libre).
[ 424 ] MAURICIO ROMERO

Los orígenes y objetivos de Redepaz y País Libre no permi-


tían predecir su confluencia y cooperación, aunque cada uno, a
su manera, representaba formas diferentes de experimentar el
mismo fenómeno - u n a confrontación a r m a d a - y sus efectos en
individuos y grupos concretos. La violencia del conflicto los igua-
ló y los puso en el mismo terreno de demandar derechos y ga-
rantías comunes, es decir, para todos, hecho que contrastaba con
la evidente desigualdad social de la que partían. La forma como
llegaron a u n acuerdo para la acción unificada supuso la inexis-
tencia de la protección estatal, la cual habría que redefinir y re-
construir una vez superado el enfrentamiento. En efecto, la in-
vitación de País Libre a Redepaz a participar en las marchas de
diciembre de 1996 fue aceptada, siempre y cuando a la protesta
contra el secuestro se le agregara otra contra la desaparición
forzada. País Libre aceptó y a su causa, "que era un dardo hacia
la guerrilla, añadió la nueva contra la desaparición, que era un
dardo hacia el Estado" (Guerrero, 1998, p . 124). Estaba plan-
teado el terreno para una causa común, y no sólo particular.
El hecho tenía un significado más allá de la simple suma de
esfuerzos, lo cual ya era un logro para reconocer. Como cada uno
de los grupos representaba a la tendencia en que históricamen-
te había estado dividida la sociedad civil colombiana, la coope-
ración entre ellas abría posibilidades de recomponer esa sepa-
ración casi natural. Algo similar había ocurrido con la creación
de la Central Unitaria de Trabajadores, CUT, en 1986, o duran-
te la asamblea constituyente en 1991. Cada vez que esa división
histórica se ponía en entredicho, aumentaban las posibilidades
de crear un campo para el desarrollo de una ciudadanía más
inclusiva, ampliar los sujetos portadores de derechos y para que
sectores que se desconocían mutuamente se reconocieran entre
sí. Esto fue claro en el caso de las marchas contra el secuestro de
diciembre de 1996. Allí se encontraron por primera vez en la
calle los familiares de los desaparecidos, codo a codo, agitando
Movilizaciones por la paz en Colombia í 425 ]

pancartas con los familiares de los secuestrados (Guerrero, 1998,


p. 124).
Este primer acercamiento entre sectores tan diversos dejó
perplejos a muchos. Era nada menos que proyectar una imagen
menos clasista de la sociedad, para promover una centrada alre-
dedor de una causa común, en este caso el derecho a la vida y a la
libertad. Semanas después se llegó a un acuerdo entre Unicef, Re-
depaz y País Libre para realizar una consulta que tuviera la fuerza
de un mandato del constituyente primario. Había que aprovechar
las elecciones locales y regionales de octubre de 1997, para lo cual
se debería contar con el apoyo del gobierno, quien costearía la
consulta. A la idea del Mandato por la Paz y la Vida, se le agregó
la palabra Libertad, y la propuesta del mandato ciudadano em-
pezó a tomar forma. La dinámica surgida de la organización de la
consulta permitió nuevas interacciones entre personas y sectores
que rara vez tenían oportunidad de compartir una causa común,
como los miembros del Consejo Gremial y los representantes de
las centrales obreras, o miembros de organizaciones de derechos
humanos con representantes de grupos económicos. "Debemos
superar el esquema de estar siempre los mismos con las mismas",
explicó la vocero de Redepaz (Guerrero, 1998, pp. 126-129).
Las reacciones de los actores armados frente a la "troika"
fueron variadas. Para el jefe máximo de las FARC, "los partidos y
los tres poderes... ahora, en las proximidades de una campaña
electoral, quieren tapar el sol con las manos proponiendo el voto
por la paz" (Guerrero, 1998, p p . 126). El ELN fue más receptivo
y reconoció el hecho como u n acto de soberanía popular; los
paramilitares mostraron interés en participar y apoyaron públi-
camente la consulta; y los militares vieron la oportunidad para
llevar a cabo una "operación psicológica" (Entrevista A. T. Bernal,
2000). Como reconociera un dirigente de la CUT, la convocato-
ria es abierta y sirve a agendas diferentes, y por eso "tiene lectu-
ras distintas" {El Tiempo, septiembre 26 de 1997).
[ 426 ] MAURICIO ROMERO

El proceso que culminó con cerca de 10 millones de votos


apoyando el mandato ciudadano fue un ejercicio de pedagogía
política sin antecedentes. Igual sucedió con la mezcla entre técni-
cas de comunicación masiva y la acción colectiva. Por ejemplo, el
uso del internet para informar y promover las movilizaciones de
colombianos en el exterior fue una novedad notable (Entrevista
L. Sandoval, 2000). El voto por el mandato en el exterior fue
casi tres veces más que los conseguidos por los candidatos a la
presidencia juntos, seis meses después. Con todo, no faltaron
quienes acusaron a unos y otros de estar colaborando con la ex-
trema izquierda o con la extrema derecha, según el caso (Pon-
tón, 1998, pp. 136).
Sin embargo, para el presidente de la CUT, Luis Eduardo
Garzón, como mínimo, el mandato "vinculó a la gente a la dis-
cusión sobre la paz, y ese elemento es positivo" {El Tiempo, sep-
tiembre 26 de 1997). Para el representante de los exportadores,
las discusiones alrededor de la paz permitieron conocer otras
facetas más prepositivas de los líderes sociales, diferentes a las
capacidades para organizar luchas reivindicativas, y esto fue
importante (Entrevista J. Díaz, febrero 23 del 2000). Para la
vocero de Redepaz, además de influir en la agenda de discusión
pública, se logró la aplicación de la prohibición legal de la par-
ticipación de menores de 18 años en la guerra, de la legaliza-
ción de la vinculación de civiles en actividades de inteligencia y
vigilancia a través de las cooperativas de seguridad Convivir, y
se propició un acercamiento entre miembros de la sociedad ci-
vil y el ELN. De aquí surgió el encuentro en Maguncia, Alema-
nia, patrocinado por el episcopado católico alemán, y en donde
se reunieron 40 representantes de organizaciones gremiales,
sociales y de la iglesia, y otras personalidades. Éstos acordaron
realizar en el futuro una "convención nacional" entre la socie-
dad civil y el ELN en territorio colombiano, la cual se frustró con
el cambio de gobierno en 1998.
Movilizaciones por la paz en Colombia [ 427 ]

En suma, la experiencia del mandato puso en evidencia la


diversidad y número de iniciativas en busca de la paz, las cuales
no sólo representaban esfuerzos diferentes, sino perspectivas,
ritmos y aliados distintos en un eventual proceso de negociación.
Mientras Redepaz hacía énfasis en una propuesta civilista, en
defensa de la población civil no vinculada al conflicto armado,
por la aplicación del derecho internacional humanitario, y bus-
caba un alto en la guerra y negociación inmediata entre gobier-
no y guerrilla, las propuestas provenientes de las organizaciones
sociales tenían otras prioridades. En efecto, sin estar en desacuer-
do con los objetivos anteriores, anteponían los de justicia y
concertación social. Igualmente, País Libre tenía la denuncia del
secuestro como su prioridad, aunque también estaba interesa-
do en un cese de la guerra. En la práctica, estos matices y dife-
rencias se reflejaban en los escenarios, las convocatorias y los
aliados. Sin embargo, el grado de cooperación logrado entre
sectores tan disímiles fue notable durante la convocatoria del
mandato, dados los orígenes y propósitos tan diversos. Por un
corto tiempo, algunas de esas divisiones históricas parecieron
desvanecerse y atisbos de un posible "nuevo país" dejaron ver
sus rasgos.

COOPERACIÓN ENTRE DIFERENTES GRUPOS SOCIALES


Y EL REGISTRO EN LOS MEDIOS

El presidente Andrés Pastrana (1998-2002) inició su mandato


con la decisión de consolidar un proceso de negociación políti-
ca con las FARC. Por el contrario, los avances logrados con el ELN
por el gobierno anterior no fueron considerados, decisión a la
cual este grupo respondió con represalias sobre la población civil.
Una secuencia de hechos resultaron especialmente traumáticos:
el secuestro de un avión comercial con 46 pasajeros a bordo en
abril de 1999, el secuestro de más de 100 feligreses que asistían
[ 428 ] MAURICIO ROMERO

a misa en una iglesia de la ciudad de Cali a finales de mayo del


mismo año, y el secuestro de más de 10 miembros de un club
privado de pesca y recreo en la ciudad de Barranquilla el mis-
mo fin de semana.
1999 no había comenzado como un año normal. A finales de
enero tres miembros del Instituto Popular de Capacitación, IPC,
de Medellín, fueron secuestrados por paramilitares acusados de
"auxiliadores de la guerrilla", y su jefe, Carlos Castaño, lanzó
amenazas contra las organizaciones que trabajan por la defensa
de los derechos humanos. Víctor G. Ricardo, Alto Comisionado
para la Paz, defiende a esas organizaciones y manifiesta que "los
líderes de derechos humanos son constructores de paz" {El Tiem-
po, 2 de febrero de 1999). Aunque los secuestrados del IPC fueron
liberados, tuvieron que abandonar el país y fue asesinada la coor-
dinadora de Redepaz en el departamento del Cesar a mediados
de ese año. La senadora liberal Piedad Córdoba, enérgica vocera
por el respeto a los derechos humanos, también fue secuestrada
por los paramilitares y, aunque fue liberada a los pocos días, tam-
bién tuvo que salir al exilio en el exterior.
País Libre se movilizó para organizar marchas en contra del
secuestro en todo el país, en asocio con los gremios empresaria-
les. Redepaz, la Comisión Colombiana de Juristas, Asfades y otras
ONG también se unieron a la campaña, pidiendo la inclusión de
la desaparición forzada. Éstas últimas estaban empeñadas en la
tipificación de ésta como delito, lo cual no se había podido lo-
grar, no obstante las continuas solicitudes a los diferentes go-
biernos desde la década pasada. La ausencia de estatus jurídico
para este delito implicaba una serie de problemas legales para
sus familiares, además de la imposibilidad de adelantar alguna
acción penal en contra de sus ejecutores, generalmente agentes
del Estado (Entrevista Y. Quintero, marzo 13 del 2000).
Al igual que durante la organización del Mandato Ciudada-
no, la ampliación de la consigna inicial, esta vez en contra del
Movilizaciones por la paz en Colombia l 429 ]

secuestro, y la inclusión de la desaparición forzada, creó u n te-


rreno de cooperación y un frente colectivo para la defensa de
un derecho común, esta vez el de la libertad personal. También
se buscó sensibilizar a la sociedad acerca de la privación de la
libertad e involucrarla pacíficamente en su defensa (Entrevista
Y. Quintero, marzo 13 del 2000). Miles de personas y familias
de diferente condición social realizaron marchas masivas en
contra del secuestro y la desaparición forzada en Bucaramanga,
Cali y Barranquilla. Aunque el "equilibrio" en el momento de
hacer las declaraciones ante televisión, radio y prensa no se
guardó, y los medios hicieron énfasis en el secuestro olvidándo-
se de la desaparición (Entrevista Y. Quintero, marzo 13 del 2000).
A la par que se organizaban las marchas, sus impulsores ini-
ciaron una campaña de cabildeo en el congreso para la elabora-
ción del proyecto de ley tipificando la desaparición forzada, y
luego para presionar por su aprobación. Igualmente, se mantu-
vo informado al cuerpo diplomático, en particular a los emba-
jadores de la Comunidad Europea, sobre el avance del proyec-
to. En esto, la oficina delegada para los derechos humanos de la
Naciones Unidas en Colombia ofreció u n apoyo definitivo. Un
hecho para realzar fue la posición del representante de los em-
presarios durante el cabildeo en el congreso. No obstante la in-
tensa discusión sobre si el proyecto era una estrategia para debi-
litar al Estado y a la fuerza pública, debate en el que participaron
Asfades, País Libre y Mario Gómez, miembro de la j u n t a direc-
tiva de Fenalco -Federación Nacional de Comerciantes- y repre-
sentante de los empresarios, una vez llegado a un acuerdo, aquél
se hizo presente en el congreso para abogar a favor del proyec-
to. Pese a las críticas de algunos congresistas y de militares por
"andar con esos revoltosos", Gómez se mantuvo en su criterio
(Entrevista Y. Quintero, marzo 13 del 2000).
Para el cierre de las marchas se planeó una gran moviliza-
ción nacional en octubre con epicentro en Bogotá. Para ese en-
[ 430 ] MAURICIO ROMERO

tonces los publicistas asociados a País Libre habían convertido


la campaña ciudadana por la libertad, contra el secuestro y la
desaparición forzada en un estruendoso ¡No Más!, el cual redu-
jo en los medios el sentido de la acción al sólo rechazo del se-
cuestro y, en el contexto en el que se realizó, a convertir la mar-
cha en una condena a la guerrilla, y no a sus acciones, lo que
debilitaba el proceso de paz. Aproximadamente cuatro millones
de personas marcharon en todo el país para expresar su recha-
zo al secuestro y a la violencia, hecho que fue convertido en los
medios en una "cuenta de cobro" en contra de la guerrilla. En
opinión de la vocero de Redepaz, "el ¡No Más! ya era otra cosa.
La marcha no se había pensado hacerla en contra de ninguno
de los actores armados, ni para polarizar aún más el ambiente"
(Entrevista A. T. Bernal, febrero 17 del 2000).
Los resultados de la gran marcha de octubre dejaron un sa-
bor amargo dentro de Redepaz y sus asociados. Se llegó a soste-
ner por los más descontentos que los créditos del esfuerzo "se
los había robado la oligarquía", representada por la familia San-
tos, propietaria del periódico El Tiempo, afirmación que no fue
bien recibida en País Libre. Además, el Mandato Ciudadano ha-
bía dejado de existir como un hecho que generó una convergen-
cia amplia de diferentes grupos, y pasó a convertirse en una or-
ganización no gubernamental más, dirigida por un sector de esa
convergencia. Igualmente, alrededor del ¡No Más! se organizó
otra ONG apoyada por empresarios y gremios económicos, para
quienes el objetivo primordial era parar la guerra, y con esto el
secuestro, pero quienes no tenían ningún propósito de transfor-
mación social, punto importante para Redepaz (Entrevista L.
Sandoval, febrero 3 del 2000). Si bien el nuevo milenio comen-
zó con los principales actores de las movilizaciones por la paz
distanciados, quedaron los puentes y las enseñanzas para futu-
ras acciones.
Movilizaciones por la paz en Colombia [ 431 ]

EL PDPMM: DESARROLLO Y PAZ "EN CALIENTE"

Una de las iniciativas más innovadoras en la segunda parte de la


década de los noventa ha sido el Programa de Desarrollo y Paz
del Magdalena Medio, PDPMM, impulsada por el sacerdote jesuita
Francisco de Roux, el Cinep y la Pastoral Social de Barrancaber-
meja. Además del fortalecimiento de la sociedad civil, esta inicia-
tiva incluye un componente de desarrollo sostenible y coopera-
ción con las instituciones estatales y organismos internacionales,
combinación que hasta entonces había sido inexistente, si no im-
pensable, en proyectos de intervención similares y llevados a cabo
por organizaciones no estatales. El PDPMM está ubicado en Ba-
rrancabermeja, eje de la industria petrolera estatal, de un sindi-
calismo militante, progresista e influyente, y centro de una de las
regiones más afectadas por la disputa armada. Su radio de acción
llega a 4 departamentos e incluye a 29 municipios de esta zona.
El programa es una confluencia al nivel subnacional de sec-
tores de la sociedad civil, agencias del gobierno nacional, banca
multilateral y organizaciones de cooperación internacional.
Igualmente, es una experiencia piloto de democratización dife-
rente al estatismo social, o a una solución de mercado sin otro
tipo de mediación. Liderado por la comunidad de los jesuitas y
la diócesis de Barrancabermeja, y con la estrecha participación
de comunidades locales agrupadas en una "red de pobladores",
el PDPMM ha generado un espacio público per se, con la posibili-
dad de poner como una prioridad las necesidades de los gru-
pos y zonas más pobres del Magdalena medio en la agenda de
desarrollo y paz. El objetivo del PDPMM es cambiar lo que ellos
denominan "dinámicas perversas" en el desarrollo regional y
sentar las bases para la reconciliación política en el Magdalena
medio (Romero, 1999a, pp. 64-71).
El PDPMM nació del interés mutuo de la empresa estatal de
petróleo, Ecopetrol, y su sindicato, la Unión Sindical Obrera,
[ 432 ] MAURICIO ROMERO

USO, para llegar a un acuerdo sobre formas de seguridad para


los oleoductos e instalaciones petroleras, diferente a la militari-
zación. Los atentados de la guerrilla a esa infraestructura esta-
ban produciendo cuantiosas pérdidas económicas y daños am-
bientales considerables. Se acordó una inversión social en la
región, hecho que puso las bases del programa, el cual fue to-
mando una dinámica propia y cada vez de mayor envergadura y
alcance. En el PDPMM han confluido la banca multilateral como
el Banco Mundial, agencias de cooperación como el Programa
de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD; diferentes nive-
les, programas y agencias del Estado como la Red de Solidari-
dad de la Presidencia, el programa de Municipios Saludables del
Minsalud, o el Departamento Nacional de Planeación, que con
su patrocinio ha facilitado la obtención del aval de la nación para
los préstamos del Banco Mundial al PDPMM. Además, por la igle-
sia Católica han participado la Diócesis de Barrancabermeja y
el Cinep.
En esa confluencia también se han incorporado profesiona-
les y líderes de la región como funcionarios y asesores del PDPMM,
y más importante aún, éste ha promovido la conformación de
núcleos comunitarios en los 28 municipios en los que opera, y a
partir de éstos, una red de pobladores del Magdalena medio. Ésta,
aunque en proceso de consolidación, ha permitido la participa-
ción directa de grupos organizados a nivel local en la selección,
diseño y planeamiento de los proyectos en los 28 municipios que
incluye el programa, hecho que se ha constituido en uno de sus
mayores activos, junto con el del pluralismo político e ideológico
en su interior. Al igual que con el Movimiento por la Vida, el PDPMM
ha generado un espacio en donde se oyen voces y propuestas al-
ternativas, opuestas o coincidentes, según el caso, a las del gobier-
no, los partidos tradicionales o los actores armados.
Esa "voz propia" de sectores marginados es lo que se conoce
como u n contra-público a la esfera oficial generada por el Esta-
Movilizaciones por la paz en Colombia [ 433 ]

do y sus prácticas, sus proyectos y sus discursos, el cual no exclu-


ye las posibilidades de cooperación entre estos dos polos. Ade-
más, en el caso del Magdalena medio, ese espacio comunicativo
y práctico creado por el PDPMM no sólo le disputa la creación de
significados y de un marco de interpretación de los hechos a los
diferentes niveles y organizaciones estatales, sino también a los
grupos guerilleros, por un lado, y a los paramilitares y autode-
fensas, por el otro. Se podría decir que cada acción y pronun-
ciamiento del PDPMM pretende ser "una tacada a tres bandas":
hay por los menos tres audiencias diferentes observando cuida-
dosamente su actividad.
En efecto, la diversidad de voces, perspectivas e intereses que
se ventilan en la red de comunicación y cooperación que consti-
tuye el PDPMM, la posibilidad de poner como una prioridad en
la agenda de desarrollo y paz las necesidades de los grupos y
zonas más pobres del Magdalena medio, y las reducidas posibi-
lidades de corrupción en el manejo de los recursos, hechos difí-
ciles de lograr en las instituciones estatales regionales maneja-
das por los dos partidos tradicionales, han convertido al PDPMM
en una experiencia piloto para la superación de la pobreza y la
construcción de la paz. Esta modalidad de asociación entre or-
ganismos de cooperación internacional, banca multilateral, agen-
cias estatales y grupos de la sociedad civil, incluyendo a los sec-
tores populares como sujetos portadores de derechos, y no como
clientelas, está a tono con las demandas domésticas de demo-
cratización y participación, y con las nuevas corrientes interna-
cionales sobre desarrollo social. Éstas ya no centran toda la res-
ponsabilidad del desarrollo en el Estado, sino abogan por una
¡nteracción positiva entre Estado y sociedad civil, dos polos que
antes se consideraban excluyentes o al menos contradictorios
(Montúfar, 1996, pp. 11-23).
Al invocar la defensa de derechos universales como los de-
rechos humanos, la convivencia y defensa de la vida, la satisfac-
[ 434 ] MAURICIO ROMERO

ción de necesidades básicas y otros puntos, el PDPMM ha vuelto


a poner en la discusión regional la noción de bien común o co-
lectivo, sin confundirlo con lo estatal, pero reconociendo la im-
portancia de éste para su implementación y estabilización en un
complejo de derechos sancionados por ley y respetados en la
práctica. Esto también supone la lucha contra la corrupción en
el manejo de los recursos públicos por las administraciones lo-
cales, que en muchos casos están "privatizadas" por las diferen-
tes redes políticas, incluyendo las de los actores armados. De ahí
que el control de las municipalidades, sobre todo cuando recau-
dan recursos derivados de regalías de la explotación de petró-
leo o gas, se haya convertido en uno de los puntos álgidos de la
disputa armada.
Una de las mayores dificultades del PDPMM es la gran des-
confianza frente al Estado central y sus aliados locales en el Mag-
dalena medio. La explotación de recursos naturales como el
petróleo y el gas no ha tenido los efectos regionales esperados y
prometidos, y la riqueza del subsuelo de esta zona no ha ofreci-
do progreso a su población, debido al modelo de economía
extractiva utilizado y a la ausencia de encadenamientos produc-
tivos sólidos con la región (de Roux, 1996). En esta situación de
desconfianza, no sólo frente al Estado, sino dentro de la misma
sociedad, el trabajo del PDPMM ha sido difícil debido a esa au-
sencia de "capital social", definido como la capacidad para aso-
ciarse, para crear redes de solidaridad, confianza y reciprocidad,
no sólo dentro y entre los miembros de los diferentes grupos
sociales, sino entre los potenciales ciudadanos y las distintas
organizaciones estatales.
Esa capacidad para asociarse está relacionada con el desa-
rrollo económico, y tiene mucho que ver con la sinergia entre
Estado y grupos de la sociedad, de la cual el PDPMM es un resul-
tado relativamente exitoso. Sin embargo, el escepticismo origi-
nado por el conflicto armado ha sido una barrera para la coope-
Movilizaciones por la paz en Colombia [ 435 ]

ración, y las perspectivas de su recrudecimiento, al convertirse


la región, y la misma ciudad de Barrancabermeja, en un territo-
rio en disputa entre guerrilla y paramilitares, demandarán una
dosis mayor de optimismo y esfuerzo por parte del PDPMM. Con
todo, lo obtenido hasta el momento por esta iniciativa ha demos-
trado los beneficios de esas nuevas posibilidades de asociación.

CONCLUSIONES

La movilización por la paz en Colombia ha tenido muchas facetas


y múltiples actores en los últimos 15 años. Éstos han fluctuado
entre seguir interactuando estratégicamente para sacar venta-
jas en el conflicto o cooperar para innovar y aprender, y, de paso,
redefinir las divisiones de la sociedad civil heredadas del Frente
Nacional y su desarrollo posterior. Así se puede entender la di-
námica del sector sindical, que de un faccionalismo extremo pasó
a la cooperación entre diferentes tendencias rivales y a la crea-
ción de la CUT en 1986, o lo sucedido con ciertos sectores polí-
ticos e intelectuales durante el proceso de paz de la década de
los ochenta. La movilización por la paz de la década del noven-
ta puede ubicarse en la misma dirección.
La confluencia de los cuatro factores mencionados al comien-
zo del trabajo han facilitado esa cooperación y aprendizaje. Dife-
rentes obispos a través de las obras de pastoral social han coinci-
dido con otras comunidades como la de los jesuitas, o con sectores
laicos, para impulsar acciones que faciliten una solución negocia-
da del conflicto armado o al menos un respeto a la población ci-
vil. Por su lado, los alcaldes y gobernadores, ahora elegidos y más
autónomos del poder central, han tenido que responder a las si-
tuaciones de violencia en sus territorios. Así, aunque la invoca-
ción de la paz hace parte de un juego estratégico, también es
parte de un proceso de aprendizaje e innovación política. Esto
ha sido claro en el caso de la diversidad de asociaciones, redes,
[ 436 ] MAURICIO ROMERO

ONG, grupos e individuos provenientes de las diferentes tenden-


cias de la izquierda, quienes han impulsado acciones para pre-
sionar por una negociación política y el respeto a la población
civil, como parte de un paradigma de cambio político nuevo,
diferente al de la lucha armada. Finalmente, la movilización de
sectores empresariales y de profesionales en contra del secues-
tro y por u n alto a la guerra, y la cooperación con otros sectores
sociales como los mencionados antes, indicaron que es posible,
así sea por corto tiempo, crear condiciones para avanzar en un
propósito colectivo y en la idea de una ciudadanía común míni-
ma, que ayude a generar confianza entre grupos sociales que
históricamente han pertenecido a redes políticas rivales, lo mis-
mo que a crear barreras culturales e institucionales en contra de
violación de derechos y discriminaciones.
La dimensión de las marchas contra el secuestro ha llevado
a algunos a pensar que la movilización por la paz y sus diferen-
tes formas puede ser reducida a esa sola manifestación. Si bien
aquéllas h a n constituido u n o de los hechos más controvertidos,
y por tanto reveladores, dentro de esa variedad de formas de
expresar una preferencia colectiva por la solución negociada del
conflicto armado, o al menos por el respeto de la población ci-
vil, en este trabajo se ha tratado de mostrar la complejidad y
diversidad de esa movilización por la paz. Ésta y su significado
no p u e d e n reducirse a u n único hecho como el de las marchas,
las cuales ganaron notoriedad no sólo por el número de pobla-
ción involucrada, sino por el registro positivo en los medios de
comunicación, en comparación con otras expresiones o proce-
sos que no han merecido despliegues semejantes.
Finalmente, el secuestro se ha convertido en un verdadero
flagelo para la sociedad colombiana. Sin embargo, su uso como
recurso estratégico para alimentar un "revanchismo" -entendible-
en contra de la guerrilla, sin reconocer otras violaciones de dere-
chos que afectan a sectores específicos de la población que son
Movilizaciones por la paz en Colombia [ 437 ]

asociados con "la izquierda" y, por extensión, con "la guerrilla",


cierra las posibilidades de cooperación entre grupos de la socie-
dad agredidos por aparatos armados. Esto impide la formación
de condiciones sociales para el fortalecimiento de barreras ins-
titucionales y culturales en contra de la violación de derechos.
Por fortuna, las distintas movilizaciones por la paz de la ultima
década en Colombia han sido u n avance en la cooperación de
los sectores afectados por la violencia para impulsar el respeto,
la promoción y el lenguaje de los derechos. Aunque, sin duda,
todavía falta mucho por hacer.

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ENTREVISTAS

Arango, Horacio, provincial general de la Comunidad de Jesús


en Colombia, director por 10 años del Programa por la Paz
de esta comunidad, Bogotá: febrero 18 del 2000.
Bernal, Ana Teresa, coordinadora nacional de Redepaz (Red
Nacional de Iniciativas por la Paz y Contra la Guerra), Bo-
gotá: febrero 17 del 2000.
Castellanos, Camilo, director de ILSA (Instituto Legal de Servi-
cios Alternativos) y antiguo miembro del Cinep (Centro de
Investigación y Educación Popular), Bogotá: febrero 7 del
2000.
Díaz, Javier, miembro del Consejo Gremial Nacional y director
de Analdex (Asociación Nacional de Exportadores), Bogo-
tá: febrero 23 del 2000.
Garzón, Angelino, antiguo dirigente sindical, ex-constituyente
y miembro de la Comisión de Conciliación Nacional, Bogo-
tá: febrero 16 del 2000.
González, Camilo, exministro por el Movimiento 19 de Abril,
M-19, durante la primera parte del gobierno de César Ga-
viria (1990-1994) y actual coordinador del Mandato Ciuda-
dano por la Paz, la Vida y la Libertad, Bogotá: febrero 8 del
2000.
Quintero, Yolima, miembro de Asfades (Asociación de Familia-
res de Desaparecidos), Bogotá: marzo 13 del 2000.
[ 440 ] MAURICIO ROMERO

Sandoval, Luis, miembro del consejo directivo de Redepaz y


director del Ismac (Instituto María Cano), Bogotá: febrero 3
del 2000.
Flor Alba Romero

EL MOVIMIENTO DE DERECHOS HUMANOS EN COLOMBIA

INTRODUCCIÓN

Al igual que otros movimientos sociales en Colombia, el movi-


miento de derechos humanos ha estado influido y es producto
de la difícil situación que vive el país en todos los niveles -eco-
nómico, social y político-, y aunque su existencia es relativamente
corta -desde la década del setenta-, su trayectoria e incidencia
a favor de la vigencia de los derechos humanos del país ha sido
determinante.
El presente ensayo hace una presentación de los Derechos
humanos como movimiento; luego adelanta u n breve recorrido
histórico desde su surgimiento, pasando por las diversas actitu-
des tomadas frente al Estado y las respuestas de éste, hasta lle-
gar a la situación actual, en la que, si bien el movimiento de de-
rechos humanos sigue existiendo, presenta debilidad, sobre todo
en las regiones. Finalmente, analiza que en los últimos dos años
la labor de los defensores de derechos humanos pasó de la de-
fensa de los afectados a convertirse en la búsqueda de la propia
protección de los activistas.

LOS DERECHOS HUMANOS COMO MOVIMIENTO SOCIAL

Los movimientos sociales en Colombia buscan recuperar el es-


pacio público y en particular el de la ciudadanía, en u n contex-
to donde el Estado bipartidista es débil pero a la vez excluyente,
[ 442 ] FLOR ALBA ROMERO

y en donde los conflictos sociales se han desbordado y la violen-


cia ha llegado a límites insospechados 1 .
Tomando en cuenta la categorías que definen un movimiento
social, consideramos que el de derechos humanos reúne dichas
características:

... Por movimientos sociales entendemos aquellas acciones so-


ciales colectivas, más o menos permanentes, orientadas a enfren-
tar injusticias, desigualdades o exclusiones, es decir, que denotan
conflictos y que tienden a ser propositivas. Todo ello en contextos
históricos... 2 .

Efectivamente, el movimiento de derechos humanos ha ade-


lantado acciones colectivas que tienen que ver con reivindica-
ciones de otros y, a pesar de las dificultades, su actividad per-
manece, y aunque su comportamiento ha variado en el tiempo
y la forma, mantiene ante el Estado una actitud de reclamo res-
pecto de la responsabilidad que a éste le corresponde, sin que
esto riña con una participación que busca ser prepositiva y de
construcción de democracia; intenta hallar, j u n t o con otros, me-
canismos alternativos para lograr que su relación con el Estado
responda a las obligaciones institucionales y legales.
Aunque el movimiento de derechos humanos no es homo-
géneo, sus acciones no alcanzan una verdadera cobertura nacio-
nal y padecen de cierto centralismo; pero su existencia ha sido
definitiva para exigir una política estatal en materia de derechos
humanos, y sus acciones han tenido trascendencia en el aconte -

1
Francisco Leal B., "Los movimientos políticos y sociales. Un producto de la relación entre
Estado y sociedad civil", Revista Análisis Político, N 2 13, IEPRI, Universidad Nacional de
Colombia, Bogotá, mayo-agosto/1991, pp. 7-21.
2
Véase capítulo 7, de Mauricio Archila Neira, en En busca de la estabilidad perdida,
Francisco Leal (compilador), IEPRI, Bogotá, 1995.
El movimiento de derechos humanos en Colombia í 443 ]

cer nacional, porque su labor ha visibilizado las diferentes facetas


de la violación de los derechos humanos.
La acción en defensa de los derechos humanos representa una
posibilidad de trabajar construyendo democracia real y plantean-
do soluciones; es una forma de dirimir conflictos frente a los abu-
sos de poder del Estado. En este sentido, como otros movimien-
tos sociales, el de derechos humanos está inscrito en una dinámica
de construcción de consensos y no de imposición por la vía armada 3 .
Si bien se habla de las organizaciones no gubernamentales
como el quinto poder 4 , con solvencia económica y capacidad de
gestión, las organizaciones no gubernamentales de derechos
humanos han enfrentado desde siempre dos obstáculos consi-
derables: por un lado, recortes y limitaciones presupuéstales, y
por otro, los riesgos que implica para la vida de los activistas este
trabajo.
A pesar de estos obstáculos, cuyas consecuencias han sido
devastadoras, el movimiento de derechos humanos ha logrado
movilizar a la opinión pública, obtener protección, colaborar en
desarrollos legislativos importantes e incidir en la sensibilización
y denuncia de la situación de derechos humanos del país.
En Colombia, como en la mayoría de países del mundo, este
movimiento se concentró, en una primera etapa, en los dere-
chos civiles y políticos; desde hace unos cinco años incluyó la
preocupación por los derechos económicos, sociales y cultura-
les y los derechos colectivos a la paz, al desarrollo y al medio
ambiente sano.
Las características del conflicto colombiano hicieron que el
movimiento de derechos humanos, muy señalado por su escaso
pronunciamiento frente a las violaciones al Derecho Internacio-

3
Alain Touraine, citado por Mauricio Archila, op. cit.
4
Véase revista Semana, 938, 24 de abril a I o de mayo, Bogotá, pp. 33-38.
[444] FLOR ALBA ROMERO

nal Humanitario, DHI, por parte de la insurgencia, incluyera en


sus análisis e informes, desde 1995, reflexiones y datos sobre in-
fracciones al DHI por parte de todos los actores armados.
El movimiento de los derechos humanos comporta en su
accionar los tres principios básicos de todo movimiento social 5 :
La identidad, es decir, la definición del actor por sí mismo; la
oposición, en la cual su contradictor es el Estado, y la totalidad, es
decir, una actividad reivindicativa con proyección en el ámbito
social. Según los tipos de relaciones, este movimiento sostiene
relaciones de articulación, de oposición y de exclusión.
De articulación, en la medida en que en el transcurso de su
historia ha creado formas progresivas de coordinación, interlo-
cución y adhesión a otros movimientos, atrayendo especialmente
a las organizaciones sindicales, a los grupos eclesiásticos o al
movimiento popular. De oposición, porque define una postura
indeclinable de rechazo a cualquier forma de abuso contra la vida
humana, tanto frente al Estado como ante los particulares y los
grupos armados de izquierda o de derecha. De exclusión, en cuan-
to a la actitud diferenciada de admisión de sus miembros, de
aceptación de alianzas y de evitar provocaciones provenientes
de sectores que pretenden silenciarlo.

5
Véase Leopoldo Muñera, Rupturas y continuidades. Poder y movimiento popular en
Colombia 1968-1988, IEPRI, Facultad de Derecho, Universidad Nacional de Colom-
bia, CEREC, Bogotá, 1998.
El movimiento de derechos humanos en Colombia [ 445 ]

TRAYECTORIA DEL MOVIMIENTO


DE DERECHOS HUMANOS EN COLOMBIA 6

Primera etapa: confrontación contestataria

El movimiento alrededor de la defensa de los derechos huma-


nos surge a comienzos de la década del setenta 7 en una relación
de abierto conflicto con el Estado. En esta primera etapa, la la-
bor de las organizaciones no gubernamentales se centra en la
denuncia, la confrontación y la educación 8 , ante las violaciones
de los derechos humanos cometidas por agentes estatales. Los
miembros de las primeras ONG de derechos humanos provienen
del movimiento popular y democrático, de activistas populares,
sindicales y de oposición; su actividad se adelantó a través de
foros nacionales e internacionales.
Su labor se desarrolla en medio del auge del movimiento
social y popular de finales de la década del setenta, cuando se
registraron huelgas obreras, tomas de tierras, protestas estudian-
tiles y paros cívicos por el derecho al acceso a los servicios públi-
cos, la educación, la salud y la vivienda. Paralelo a ello, se cons-

6
Véase Jaime Prieto M., "La relación Estado-ONG y su incidencia en la situación
de derechos humanos", trabajo de grado para la especialización en derechos huma-
nos, ESAP, agosto de 1999.
' La primera organización no gubernamental de derechos humanos fue el Comité
de Solidaridad con los Presos Políticos, creada en 1973 por personalidades demo-
cráticas. A la cabeza de ellas estaban el premio Nobel de literatura, Gabriel García
Márquez, Enrique Santos Calderón, líderes sociales como Noel Montenegro de la
Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, la señora Carmen de Rodríguez, del
movimiento de los barrios nororientales, y miembros de la academia como Jorge
Villegas, Diego Arango y Nirma Zarate.
8
Las organizaciones no gubernamentales de derechos humanos se dedicaron a en-
señar en los sectores populares y sindicales las normas de protección nacional e in-
ternacional de derechos humanos, instrumentos legales de defensa y forma de ac-
ceder a ellos.
[ 446 ] FLOR ALBA ROMERO

tituye la insurgencia, dándose inicio al conflicto armado inter-


no que aún vivimos hoy.
En esta época el tema de los derechos humanos es extraño
al gobierno nacional; su práctica en esta materia estaba restrin-
gida a ciertos derechos civiles y políticos. La firma y ratificación
de los tratados internacionales no pasaban del procedimiento
formal y legitimador ante la comunidad internacional, pero éste
no correspondía a la situación del país.
Ante las protestas sociales, la respuesta del Estado es repre-
siva. Es conocido que sucesivos gobiernos hicieron un uso casi
permanente del estado de sitio y, por lo tanto, se restringieron
las libertades fundamentales, se otorgaron facultades especiales
al Ejecutivo, con el fin de dar poderes extraordinarios a las fuer-
zas armadas y de policía para el control del orden público.
Las violaciones de los derechos humanos ocurren dentro de
operativos de control social; se vuelve cotidiano el juzgamiento
de civiles por parte de autoridades militares, se adelantan cap-
turas sin orden judicial, se aplica la sanción de arresto hasta por
180 días por alcaldes y gobernadores contra dirigentes sociales,
dando como resultado detenciones arbitrarias y masivas, tortu-
ras, restricciones a las garantías judiciales y al derecho al babeas
corpus.
La labor de las ONG de derechos humanos se centra, enton-
ces, en la defensa de los derechos civiles y políticos. Se trabajó
en las regiones, y se adelantaron denuncias públicas exaltando
las causas justas de los sectores sociales, la exigencia por el res-
peto a las libertades de asociación, expresión, movilización, res-
peto a la integridad personal y al debido proceso.
Con base en la declaratoria del estado de sitio, el 6 de sep-
tiembre de 1978 se adoptó el Estatuto de Seguridad, por medio
del cual se establecieron nuevas conductas delictivas, se amplia-
ron penas para delitos políticos, se impusieron penas de arresto y
prisión a formas de protesta social, se estableció el juzgamiento
El movimiento de derechos humanos en Colombia [ 447 ]

de civiles por parte de militares, se limitó la libertad de prensa y


se dio vía libre para la implementación de la "guerra sucia".
En este período se utilizó en forma arbitraria la facultad que
daba el artículo 28 de la Constitución nacional de 1886, que
autorizaba la retención administrativa, hasta por 10 días, de
sospechosos de intervenir en actos contra el orden público.
Se destacan en esta primera etapa actividades como la pu-
blicación del Libro negro de la represión (1974), editado por el
Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, el debate en el
Congreso por la denuncia de tortura a detenidos en operacio-
nes militares en Santander (1975), la campaña de acción urgen-
te de Amnistía Internacional por torturas y n o atención médica
a detenidos políticos y la realización del Primer Foro Nacional
de Derechos Humanos (1978), en el cual se denuncian las viola-
ciones dentro del Estatuto de Seguridad.
El Primer Foro por los Derechos Humanos dio lugar, en 1979,
a la creación del Comité Permanente por la Defensa de los De-
rechos Humanos.
El espacio público para la labor de las ONG era precario en
ese período, ya que no contaban con posibilidades de interlo-
cución con las autoridades, las cuales no aceptan la ocurrencia
de atropellos denunciados, eludían su deber de promover y di-
fundir los derechos humanos y además le daban tratamiento de
prohibido, peligroso y subversivo al tema, calificando a los de-
fensores como enemigos del Gobierno y apatridas.
Lo anterior condujo a que se realizaran muchos allanamientos,
detenciones arbitrarias (5.000 presos políticos por año), se ins-
titucionalizara la tortura y se desconociera la legislación interna-
cional de protección de los derechos humanos.
Ante la primera visita de Amnistía Internacional -Al- (1980),
el presidente Julio César Turbay negó los hechos violatorios de
los derechos humanos y calificó a las ONG como parte de una
conjura internacional. Al informe de Al lo calificó de vago e
[ 448 ] FLOR ALBA ROMERO

impreciso; Hugo Escobar Sierra, entonces ministro de Justicia,


señaló que Al había violado la soberanía nacional.
Por su parte, AI recomendó el levantamiento del Estado de
sitio, la derogación del Estatuto de Seguridad, la publicación de
las actas del Consejo de Ministros que ordenaban la retención
de personas, por el artículo 28, el traslado a la justicia ordinaria
de los procesos de civiles que estaban en la justicia penal mili-
tar, la revisión de los procedimientos para acoger denuncias sobre
derechos humanos y garantizar el derecho del babeas corpus, crear
comisiones de investigación por torturas a detenidos y garanti-
zar la comunicación de los detenidos con los abogados y sus fa-
miliares en las 24 horas siguientes al arresto.
El ejército, por su parte, ante las acusaciones recibidas, se
defendía:

Es una campaña contra los jefes de la institución militar, pro-


curando su deshonra, situación en la cual fuerzas disociadoras han
mostrado acucioso interés, con la clara estrategia de minar la co-
hesión que existe dentro del estamento militar y que el país re-
quiere como base insustituible para su tranquilidad y progreso9.

Segunda etapa: el acceso a organismos internacionales


y la nueva actitud del Gobierno

A finales de los setenta, las ONG decidieron acudir a organismos


y agencias de cooperación internacional, aunque dudando de
su éxito. En 1980 el país fue visitado, como dijimos antes, por
Amnistía Internacional (que tiene status consultivo ante el Con-
sejo Económico y Social de Naciones Unidas) y la Comisión

9
Carta pública suscrita el 20 de diciembre de 1977 por el general Luis Carlos
Camacho Leyva, comandante general de las fuerzas militares, luego ministro de
Defensa del gobierno de Turbay Ayala.
El movimiento de derechos humanos en Colombia í 449 ]

Interamericana de derechos humanos. Sus informes alertaron


sobre la grave situación de derechos humanos prevaleciente en
Colombia.
Esta intervención propició una actitud esperanzadora en las
ONG de derechos humanos, que se decidieron a presentar casos
ante el Sistema Regional (de la OEA) y el Sistema Universal de
las Naciones Unidas, e influyó para que el gobierno colombia-
no iniciara algunos cambios de actitud frente al tema.
El presidente Belisario Betancur (1982-1986) reconoce la
existencia de abusos y atropellos y abre las expectativas para una
negociación con la guerrilla. En materia de derechos humanos
su discurso es distinto. Betancur atendió parcialmente las reco-
mendaciones del informe de Amnistía Internacional y estable-
ció controles a las actas del Consejo de Ministros.
Sin embargo, el tema de los derechos humanos fue perdien-
do su lugar; la Procuraduría General de la Nación, en cabeza de
Carlos Jiménez Gómez, adelantó la investigación sobre para-
militarismo, la cual no tuvo ninguna repercusión. "El país no to-
ma en serio la defensa de los derechos humanos", señaló el Pro-
curador 10 . Las autoridades militares, por su parte, hablaron del
"Síndrome de la Procuraduría", señalando que su intervención
limitaba la efectividad de las acciones militares.
Este período se caracterizó por la gran contradicción entre
el discurso público, favorable al respeto de los derechos huma-
nos, y los resultados prácticos. Paradójicamente, se disminuye-
ron los allanamientos y las detenciones, pero aumentaron las des-
apariciones forzadas y las ejecuciones extrajudiciales.
El fenómeno paramilitar se extendió y se perfeccionaron los
métodos de represión y ocultamiento de la identidad de los

10
Declaraciones del procurador general de la Nación, Carlos Jiménez Gómez, en
la revista Semana de octubre de 1985.
[ 450 ] FLOR ALBA ROMERO

victimarios, y el trabajo de protección y defensa de los derechos


humanos se hizo mucho más difícil, por el carácter encubierto
de las acciones ejecutadas.
Ante el aumento de prácticas de desaparición forzada, las
ONG se dedicaron a la búsqueda de pruebas materiales y testi-
gos para aportar a las investigaciones, buscando superar la im-
punidad.

Tercera etapa. La estatizacíón del tema de los derechos


humanos y la deliberación con las ONG

Mediante la Resolución 035 del 9 de septiembre de 1986, el en-


tonces procurador general Carlos Mauro Hoyos creó la Comi-
sión de Derechos Humanos de la Procuraduría e invitó al Comi-
té Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos y la
Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos -
ASFADDES- a hacer parte de ella. La Comisión recibió casos e hizo
seguimiento puntuales.
Luego del asesinato del procurador Hoyos, asume la direc-
ción de ese despacho Horacio Serpa Uribe, quien por medio de
la Resolución 014 del 14 de junio de 1988 amplía la participa-
ción de las ONG y su órbita de actuación, facultándolas para re-
cibir y escuchar quejas. Fueron invitados a participar el Comité
de Solidaridad con los Presos Políticos, la Corporación Colecti-
vo de Abogados, el Comité de Madres y Familiares de Presos
Políticos y el Colectivo por la Vida 5 de Junio. La Procuraduría
delegada para derechos humanos ejerció la secretaría de la Co-
misión.
Entre las labores adelantadas por esta Comisión están el
pronunciamiento acerca de los inconvenientes por utilizar las
instalaciones militares como lugares de detención de civiles, y
la presentación del primer proyecto de ley para la tipificación
del delito de desaparición forzada.
El movimiento de derechos humanos en Colombia [ 451 ]

Al finalizar el período presidencial de Virgilio Barco, el pro-


curador Alfonso Gómez Méndez amplió el número de partici-
pantes y creó comisiones regionales.
Este gobierno, aceptando la gravedad de la situación, y ante
la presión de la comunidad internacional, creó la Consejería Pre-
sidencial de Derechos Humanos, mediante el Decreto 2211 del
8 de noviembre de 1987, como una instancia asesora del presi-
dente en el diseño de políticas en materia de derechos huma-
nos.
La Consejería tomó la iniciativa de adelantar actividades de
promoción de los derechos humanos y estuvo abierta al debate
público, cambiando de actitud y dando una real importancia a
lo que llamó la cultura de los derechos humanos.
Aunque se fortaleció la interlocución con las ONG de dere-
chos humanos, la administración Barco planteó un discurso pro-
blemático sobre "los derechos humanos como responsabilidad
de todos", diluyendo la responsabilidad del Estado. Ante el In-
forme de Amnistía Internacional, el gobierno respondió que el
contexto era de muchas violencias por fuera del control del Es-
tado y que, por lo tanto, había muchos responsables11. Por su
parte, las organizaciones no gubernamentales de derechos hu-
manos expresaron que "la situación de derechos humanos es en
efecto compleja, pero no confusa".
El Gobierno colombiano, que comienza a recibir fondos de
las Naciones Unidas, por Servicios de Asesoramiento Técnico
en materia de derechos humanos, es requerido por instancias
de la ONU y la OEA, y sabe que debe cuidar su imagen y tener
una legitimidad internacional; por esto delega a la Consejería
la atención de demanda de información e invita al Grupo de Tra-

1
' Véase Por la vigencia de los derechos humanos, Tomo IX, I a parte, Presidencia de la
República, Virgilio Barco, agosto de 1988, pp. 109-112.
[ 452 ] FLOR ALBA ROMERO

bajo sobre Desapariciones Forzadas e Involuntarias y al Relator


Especial sobre Ejecuciones Extrajudiciales de Naciones Unidas.
Delegados de estos mecanismos especiales de la Comisión
de Derechos Humanos de las Naciones Unidas visitaron a Co-
lombia en 1988 y 1989 y formularon importantes recomenda-
ciones, sobre todo ante la ausencia de políticas de protección a
los derechos humanos. La actitud de las autoridades fue positi-
va. Los señalamientos contra el Estado ya no provenían de las
ONG de derechos humanos, sino de las Naciones Unidas y la OEA.

El reconocimiento de la labor de las ONG de derechos humanos

La visita de instancias intergubernamentales al país incidió fa-


vorablemente en el reconocimiento del trabajo de las ONG de
derechos humanos y de las difíciles condiciones de seguridad y
de hostilidad en medio de las cuales se desarrolla la labor de
defensa.

138. A los miembros de la misión les impresionó profunda-


mente la valerosa actitud de los activistas de los derechos huma-
nos en Colombia. Al prestar asistencia jurídica y de otro tipo a las
víctimas de la violencia, satisfacen una necesidad que no puede
atender el Estado. A veces tienen que trabajar en condiciones
sumamente arriesgadas. Muchos de ellos han perdido la vida.
Merecen que el gobierno les dispense un reconocimiento, un apo-
yo y una protección mayores que los que parece haberles presta-
do hasta la fecha12.

12
Contra viento y marea. Conclusiones y recomendaciones de la ONU y la OEA para garanti-
zar la vigencia de los derechos humanos en Colombia: 1980-1997. Defensoría del Pueblo,
Comisión Colombiana de Juristas, Tercer Mundo Ed., Bogotá, 1997, p. 138.
El movimiento de derechos humanos en Colombia [ 453 ]

Por su p a r t e , el E s t a d o c o l o m b i a n o t a m b i é n h a c e u n r e c o -
n o c i m i e n t o q u e busca r o m p e r el e s t i g m a c r e a d o a las ONG d e
d e r e c h o s h u m a n o s , y d a r l e s su v e r d a d e r a c a t e g o r í a :

Detrás de los ataques recientes a los organismos de Derechos


Humanos -y que coinciden con la ola de atentados que han teni-
do que enfrentar algunos de ellos- está a veces un curioso supuesto:
el de que si se pide a las Fuerzas Armadas actuar dentro de la ley,
respetando los derechos de la población civil, como lo exige la
Constitución Nacional y como es su política, se está bloqueando
su capacidad de enfrentar eficientemente a la guerrilla. Esto no
podría sostenerlo sino quien esté dispuesto a afirmar que para de-
rrotar a la guerrilla es lícito pasar por encima de las leyes, se jus-
tifica, por ejemplo, la tortura o el fusilamiento de los capturados,
para no correr el riesgo de que los jueces puedan dejarlos libres.
[...] Pero ésta no puede ser la posición del Estado, ni de las Fuer-
zas Armadas, ni de quienes buscan realmente la derrota de la
guerrilla 13 .

Más a d e l a n t e , y l u e g o d e l r e c r u d e c i m i e n t o d e a t a q u e s , e n
j u l i o d e 1997, se d i o a c o n o c e r la Directiva Presidencial 0 1 1 , e n
la cual se h a c e u n r e c o n o c i m i e n t o a las ONG d e d e r e c h o s h u m a -
n o s , s e ñ a l a n d o q u e c u m p l e n l a b o r e s d e asesoría y d e asistencia
j u r í d i c a a la s o c i e d a d :

El Presidente de la República ordena una actitud comedida


con las organizaciones; atender y despachar favorablemente a la
mayor brevedad posible solicitudes a entrevistas, reuniones, peti-
ciones de información y suministro de documentos, salvo los so-

13
Pronunciamiento del Consejero de Derechos Humanos, Revista No. 16, Jorge
Orlando Meló.
[ 454 ] FLOR ALBA ROMERO

metidos a reserva legal, circunstancia ésta que se deberá explicar;


abstenerse de formular planteamientos de declaraciones que des-
conozcan la legitimidad de las ONG, que contengan afirmaciones
injuriosas o insultantes, que constituyan formas de amenaza u hos-
tigamiento contra aquéllos, y éstos, abstenerse de permitir o tole-
rar que los servidores públicos sometidos a la autoridad del fun-
cionario de que se trate realicen ese mismo tipo de acto. Así como
de instigar o inducir a terceros, directamente o por interpuesta
persona, a que incurran en esas mismas conductas. Actuar con di-
ligencia e impulsar el trámite de los procesos disciplinarios con-
tra los funcionarios de la rama Ejecutiva que incurran en contra
de los miembros de las organizaciones de derechos humanos, e
imponer las sanciones previstas para ello. Abstenerse de incurrir
en la formulación de falsas imputaciones, y en caso de recibir in-
formación en relación con la eventual comisión de delitos por parte
de los miembros de las ONG de derechos humanos, ponerla en co-
nocimiento de las autoridades competentes. Convocar Consejos
de Seguridad departamentales y municipales que contengan el
examen de las situaciones de riesgo o de agresión contra las or-
ganizaciones de derechos humanos y la adopción de medidas ten-
dientes a conjurar dichas situaciones. Promover y efectuar un se-
guimiento sostenido y sistemático e impulsar las investigaciones
penales, disciplinarias y administrativas relacionadas con las vio-
laciones de derechos humanos y DIH cuyas víctimas sean o hayan
tenido la condición de miembros de organizaciones de derechos
humanos. Como complemento de lo anterior y en orden al debi-
do cumplimiento por parte de los funcionarios públicos de los
deberes impuestos por esta directiva, el Presidente de la Repúbli-
ca insta y convoca a las entidades que integran la rama Judicial y
el Ministerio Público, otorgar prioridad y conducir con especial
eficiencia y celeridad las investigaciones penales y disciplinarias
relacionados con violaciones a los derechos humanos y del DIH cu-
yas víctimas tengan o hayan tenido la condiciones de miembros
El movimiento de derechos humanos en Colombia í 455 ]

de organizaciones de derechos humanos. Responsabilizar de la


conducción de las respectivas investigaciones a personal muy idó-
neo y eficiente, así como asignar agentes especiales del Ministe-
rio Público a los respectivos procesos que a su vez tenga tales cua-
lidades.

La Constitución del 91 y los derechos humanos

Con el reconocimiento de los derechos humanos en la nueva


Constitución política del país, se inicia una nueva etapa en la
cual el Estado colombiano continúa, desde su perspectiva, la con-
solidación del tema de los derechos humanos.
Siguiendo el mandato constitucional, se crea la Defensoría
del Pueblo; es nombrado defensor Jaime Córdoba Triviño, an-
terior procurador delegado para los derechos humanos, quien
ya tenía una estrecha relación con las ONG de derechos huma-
nos. El artículo 32 de la Ley 24/92, que regula las funciones de
la Defensoría, contempla la creación del Consejo Asesor del
Defensor del Pueblo, en cual participarían 4 delegados de ONG.
Este Consejo nunca funcionó, ni en la administración Córdoba
Triviño ni en la del actual defensor del Pueblo, José Fernando
Castro Caicedo.
Pese a lo anterior, esta etapa fue de una buena interlocución
con las ONG de derechos humanos, como el Defensor del Pue-
blo expresara:

El Defensor del Pueblo y las ONG tienen en común fundo-


nes como orientar e instruir a la comunidad sobre la defensa de
sus derechos; divulgar información sobre violaciones de los de-
rechos humanos, es decir, reuniría, evaluarla y diseminarla; pro-
porcionar asistencia legal a las víctimas de violaciones y poner
en práctica los nuevos mecanismos judiciales para proteger los
derechos y realizar actividades que expresen los intereses de la
[ 456 ] FLOR ALBA ROMERO

comunidad, como es el caso de la presentación de proyectos de


ley [...]. De lo anterior se deduce que existen muchos frentes de
acción en los cuales la Defensoría y las ONG podrían conjugar es-
fuerzos y recursos para proteger los derechos humanos. Esta co-
operación no comprometería la autonomía institucional ni ideo-
lógica de las ONG, mientras que sí comprometería a la Defensoría
en el ejercicio de sus funciones14.

Mediante la circular 7.432 de agosto de 1994 del Ministerio


de Defensa al Comandante de las Fuerzas Armadas y al Director
General de la Policía, se dan recomendaciones acerca de la rela-
ción con las ONG, principalmente sobre el respeto a la integri-
dad física de sus miembros, a fin de disipar los prejuicios o des-
confianza hacia estas organizaciones de derechos humanos por
parte de funcionarios estatales.

El debate internacional

La interlocución entre las organizaciones de la sociedad civil y


los órganos de la ONU, en particular de la Comisión, responden
a la definición sobre la labor de las organizaciones no guberna-
mentales, adoptada por la Conferencia Mundial de Derechos
Humanos, realizada en Viena en 1993, que señalaba:

La Conferencia Mundial de Derechos Humanos reconoce la im-


portante función que cumplen las organizaciones no gubernamen-
tales en la promoción de todos los derechos humanos y en las acti-
vidades humanitarias a nivel nacional, regional e internacional. La

14
Jaime Córdoba T , El Defensor del Pueblo: antecedentes, desarrollo y perspectiva de la
institución del Ombudsman en Colombia. Ed. Jurídicas Gustavo Ibáñez, Bogotá, 1992,
pp. 390-391.
El movimiento de derechos humanos en Colombia [ 457 ]

Conferencia aprecia la contribución de esas organizaciones a la


tarea de acrecentar el interés público en las cuestiones de dere-
chos humanos, a las actividades de enseñanza, capacitación e in-
vestigación en ese campo y a la promoción y protección de los
derechos humanos y las libertades fundamentales. Si bien reco-
noce que la responsabilidad primordial por lo que respecta a la
adopción de normas corresponde a los Estados, la Conferencia
también aprecia la contribución que las organizaciones no guber-
namentales aportan a ese proceso. A este respecto, la Conferen-
cia subraya la importanda de que prosigan el diálogo y la coope-
ración entre gobiernos y organizaciones no gubernamentales. Las
organizaciones no gubernamentales y los miembros de esas orga-
nizaciones que tienen una genuina participación en la esfera de
los derechos humanos deben disfrutar de los derechos y las liber-
tades reconocidos en la Declaración Universal de Derechos Hu-
manos y de la protección de las leyes nacionales. Esos derechos y
libertades no pueden ejercerse en forma contraria a los propósi-
tos y principios de las Naciones Unidas. Las organizaciones no
gubernamentales deben ser dueñas de realizar sus actividades de
derechos humanos sin injerencias, en el marco de la legislación
nacional y de la Declaración Universal de Derechos Humanos 15 .

Para las ONG de Colombia, la Comisión de Derechos Huma-


nos de Naciones Unidas ha sido uno de los espacios privilegiados
en donde se ha dado el debate entre ONG de derechos humanos
y delegados gubernamentales sobre la situación colombiana.
A través de diferentes procedimientos y mecanismos de la
Comisión, se h a examinado la efectividad de las medidas guber-
namentales de protección de los derechos humanos, su agilidad

15
Conferencia Mundial de Derechos Humanos, Viena, 14 a 25 de junio de 1993,
Declaración y Programa de Acción de Viena.
[ 458 ] FLOR ALBA ROMERO

o morosidad, profundidad y eficacia, y la influencia de políticas


aplicadas por el Gobierno en materia de orden público y segu-
ridad ciudadana.
Entre 1988 y el 2000, se han producido numerosas recomen-
daciones derivadas de órganos de la ONU; entre ellas, la más im-
portante es la "Declaración del Presidente del 52 período de
sesiones de la Comisión de derechos humanos", del 23 de abril
de 1996, gracias a la cual se suscribió un Convenio entre el Go-
bierno de Colombia y la Oficina de la Alta Comisionada de de-
rechos humanos de la ONU, para establecer una oficina perma-
nente en el país y cuyos informes han sido de gran utilidad para
el análisis y seguimiento a la situación de derechos humanos y
Derecho Internacional Humanitario. El más reciente de dichos
informes fue presentado ante la Comisión de Derechos Huma-
nos en Ginebra, en marzo del 2000.

Las experiencias nacionales de interlocución

Durante los gobiernos de Gaviria (1990-1994) y Samper (1994-


1998) se dieron importantes acercamientos entre las ONG de
derechos humanos y el Estado, y valiosas experiencias de interlo-
cución:
1. Comisión de Investigación de Sucesos de Trujillo: surgió
como resultado de un acta de entendimiento (suscrita el 26 de
septiembre/94), firmada por los delegados del Gobierno de Co-
lombia y la Comisión Intercongregacional de Justicia y Paz, re-
presentante de las víctimas de las masacres, desapariciones, tor-
turas y amenazas en el municipio de Trujillo (Valle), ante la
Comisión Interamericana de derechos humanos, siguiendo el
procedimiento de solución amistosa16.

Caso N" 11007, Comisión Interamericana de Derechos Humanos.


El movimiento de derechos humanos en Colombia [ 459 ]

Sus actividades centrales consistieron en la revisión de ex-


pedientes judiciales, la realización de entrevistas a testigos, la
promoción de medidas de protección para éstos; la formulación
de recomendaciones a los órganos de investigación y punición;
la evaluación del conjunto de pruebas recogidas; la formulación
de recomendaciones sobre medidas compensatorias, y la respon-
sabilidad del Estado frente a los hechos.
La Comisión estuvo conformada por 5 miembros de enti-
dades del Estado (de ramas distintas al Ejecutivo); 7 represen-
tantes del Ejecutivo; 1 representante del Episcopado de Colom-
bia; uno de la Cruz Roja Colombiana; 5 delegados de ONG:
Comisión Intercongregacional de Justicia y Paz de la Confe-
rencia de Religiosos de Colombia, Asociación de Familiares de
Detenidos Desaparecidos, ASFADDES; Comisión Andina de Ju-
ristas, Seccional Colombiana, Colectivo de Abogados "José
Alvear Restrepo" y Comité de Solidaridad con los Presos Polí-
ticos.
La Comisión se instaló el 13 de octubre de 1994, en un acto
público presidido por el ministro de Relaciones Exteriores, Ro-
drigo Pardo García-Peña, y contó con la asistencia de Leo Valla-
dares, representante de la Comisión Interamericana de derechos
humanos. La creación de la misma fue ratificada mediante el
Decreto Presidencial 2771 del 20 de diciembre de 1994.
En enero de 1995 la Comisión aprobó el Informe Final, en el
cual señala la responsabilidad del Estado por acción y omisión, y
se recomienda investigar y sancionar penal y disciplinariamente
a los autores de los hechos. En discurso del 31 de enero de 1995,
el entonces presidente Ernesto Samper reconoce la responsabili-
dad del Estado en estos atroces hechos.
2. Comisión Nacional de Derechos Humanos (Comisión
1533): la Comisión 1533 se creó como resultado del Foro Nacio-
nal de derechos humanos "Retos y propuestas", realizado en julio
de 1994, y como parte de los acuerdos firmados entre la Admi-
[ 460 ] FLOR ALBA ROMERO

nistración de César Gaviria (1990-1994) y una facción del Ejér-


cito de Liberación Nacional que se desmovilizó, la Corriente de
Renovación Socialista.
Los miembros de la Comisión fueron: u n delegado por los
ministerios de Gobierno, de Defensa Nacional, de Relaciones Ex-
teriores y de Justicia; la Consejería Presidencial de derechos hu-
manos, los Inspectores Generales de las Fuerzas Militares, un
delegado del Departamento Nacional de Planeación, uno de la
Oficina del Alto Comisionado de Paz, u n o de la Fiscalía General
de la Nación, uno de la Procuraduría General de la Nación, uno
de la Defensoría del Pueblo, uno de las Comisiones de derechos
humanos del Senado y de la Cámara de Representantes, uno de
la Conferencia Episcopal de la Iglesia católica, uno de la Cruz
Roja Colombiana, uno de la Central Unitaria de Trabajadores -
CUT-, uno de la Corriente de Renovación Socialista y uno de las
ONG; Comisión Colombiana de Juristas, Comité de Solidaridad
con los Presos Políticos, Comité Permanente para la Defensa de
los derechos humanos, Fundación Progresar, CINEP, CEDAVIDA,
Corporación Avre y Red de Iniciativas por la Paz, más u n obser-
vador de la Embajada de Holanda.
La Comisión inició sus labores en septiembre de 1994 y se
convirtió en un espacio importante de debate sobre propuestas
de políticas en materia de derechos humanos; allí se constató el
reconocimiento estatal de las ONG de derechos humanos como
interlocutores válidos. Éstas, por su parte, demandaron de las
autoridades el cumplimiento de las leyes. En la Comisión se
deliberó sobre diagnósticos, causas y formulación de soluciones,
en materia de derechos humanos.
La Comisión contribuyó a la decisión gubernamental de
aprobar el Protocolo ll Adicional a los Convenios de Ginebra, la
ley que autoriza el pago de indemnizaciones declaradas por la
Comisión Interamericana de derechos humanos y el Comité de
derechos humanos de Naciones Unidas a víctimas de graves vio-
El movimiento de derechos humanos en Colombia [ 461 ]

laciones de derechos humanos, y favoreció la creación de la Uni-


dad Nacional de Derechos Humanos de la Fiscalía.
Sin embargo, a pesar de esta exitosa experiencia, se eviden-
ció la ambigüedad del gobierno del presidente Samper, que ra-
tificó las objeciones a la ley de desaparición forzada (que en su
momento había expresado el presidente Gaviria) y declaró el
Estado de Conmoción Interior, en agosto de 1995, situación que
iba en contravía de la política de derechos humanos recomen-
dada por las Naciones Unidas y la OEA, hecho que originó que
las ONG se retiraran de la Comisión.
3. Comisión Interinstitucional sobre la situación de derechos
humanos en Casanare: fue creada en 1995 y en ella participa-
ron la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, ANUC, la
Consejería Presidencial de derechos humanos, la Procuraduría
delegada para los derechos humanos, la Defensoría del Pueblo,
la Fiscalía General de la Nación y el Comité de Solidaridad con
los Presos Políticos.
La Comisión realizó visitas y entrevistas, a fin de recogerlas
en un Informe de recomendaciones. Su trabajo también sirvió
de base para los reclamos que luego se hicieron a la compañía
British Petroleum, por presunto involucramiento con los grupos
paramilitares.
4. Comité de Impulso de los casos de Caloto, Los Uvos y
Villatina: los casos por las masacres ocurridas en Caloto (Cauca),
Los Uvos (Cauca) y Villatina (Antioquia) fueron aceptados por
la Comisión Interamericana de derechos humanos; u n Comité
de Impulso se creó mediante Acta de entendimiento entre el Go-
bierno y los peticionarios, con el propósito de dar un nuevo alien-
to a las investigaciones penales y disciplinarias, favorecer la pre-
sencia de testigos de los hechos y formular recomendaciones en
relación con la reparación a las víctimas.
El Comité inició sus actividades en octubre de 1995; el Go-
bierno refrendó su existencia mediante la expedición del Decreto
[ 462 ] FLOR ALBA ROMERO

318/96. En 1998 el Comité de Impulso presentó las recomenda-


ciones al gobierno. El presidente Samper reconoció en alocución
pública, el 29 de julio/98, la responsabilidad estatal en los hechos.
5. Comisión Interinstitucional sobre el departamento del
Meta: esta Comisión se creó por iniciativa del Comité Cívico de
derechos humanos del Meta, ante el asedio de grupos parami-
litares, buscando claridad sobre los hechos violentos y sus res-
ponsables en esta región. Por diversas circunstancias, la Comi-
sión no logró consolidarse.
6. Comisión Redactora del Código de Justicia Penal Militar:
fue creada mediante el Decreto 265 de 1995, conformada por
el Fiscal General, el Procurador, el Defensor del Pueblo y el Di-
rector de la Comisión Colombiana de Juristas. Luego de meses
de deliberación, hubo consenso en casi toda la propuesta de
Reforma, pero no en temas como "obediencia debida", "actos
del servicio militar o policial" y "adscripción de la justicia penal
militar a la rama Jurisdiccional o la Ejecutiva".
En 1999, finalmente, el código fue reformado, pero su vi-
gencia se condicionó a las modificaciones al Régimen Discipli-
nario Interno. Esto ocurrió en el primer trimestre del 2000, pero
su espíritu no recoge los planteamientos básicos formulados por
la ONU, la OEA y las ONG17.
7. Comité de Evaluación de Riesgos del Ministerio del Inte-
rior: ante la situación de ataques reiterados y hostigamiento a

17
En el Informe de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para
los derechos humanos en Colombia, recomienda: "... 193. La Alta Comisionada ins-
ta al gobierno de Colombia y al Congreso a adoptar la normativa requerida para la
entrada en vigencia del nuevo Código Penal Militar. Dicha norma debe tomar en
cuenta los principios y recomendaciones internacionales sobre independencia e
imparcialidad de los funcionarios encargados de administrar justicia, la formación
jurídica de éstos y el carácter restringido del fuero. Así mismo, exhorta a las autori-
dades competentes a la adecuada aplicación e interpretación de estos principios",
Bogotá, abril del 2000.
El movimiento de derechos humanos en Colombia [ 463 ]

los defensores de derechos humanos, y gracias a la presión de la


comunidad internacional, mediante la Ley 199 del 95, se esta-
bleció la Unidad Administrativa Especial para los Derechos
Humanos, adscrita al Ministerio del Interior, y en su artículo 32
contempla la creación del Comité de Reglamentación y evalua-
ción de Riesgos, dirigido a atender a dirigentes sociales, sindi-
cales y defensores de derechos humanos.
La labor fundamental de este Comité se centró ya no en la
concertación para los diagnósticos y recomendaciones en mate-
ria de violaciones a los derechos humanos, sino para la toma de
medidas de protección a los defensores de derechos humanos,
dado su grado de vulnerabilidad.
El Comité asume las medidas necesarias para la protección
de los defensores de derechos humanos y líderes sociales en ries-
go, bien sea mediante protección armada o "dura" (guardaes-
paldas, vehículos blindados), el uso de los medios de comunica-
ción, la cobertura de transporte nacional e internacional, la
adecuación de sedes con puertas y ventanas blindadas, y la ins-
talación de circuitos cerrados de televisión y de aparatos detec-
tores de metales. Aunque el Comité manifiesta aún lentitud en
los procedimientos y trabas en la ejecución presupuestal, tiene
importantes resultados.

La persecución contra los defensores de los derechos humanos

La situación de los defensores de derechos humanos en el mun-


do es crítica: muchos de ellos sufren persecución y represión, lo
que hace que hayan tenido que adelantar sus trabajos en forma
callada, clandestina o desde el exilio. Las formas de persecución
a los defensores van desde la deslegitimación de su trabajo, el
desconocimiento de su existencia legal, las acusaciones, hasta la
realización de acciones intimidatorias y atentados contra su vida,
su integridad y su libertad.
[ 464 ] FLOR ALBA ROMERO

Así, el movimiento de los derechos humanos en Colombia


ha sufrido persecución y hostigamiento, al igual que el resto de
movimientos sociales. La democracia en Colombia es restringi-
da, la degradación de la guerra y la polarización del país han
hecho que los defensores de los derechos humanos sean vulne-
rables. La lucha cotidiana por los derechos humanos, la demo-
cracia y la justicia, se hace cada vez más difícil.
En 1996, la Comisión de derechos humanos de la ONU ma-
nifestó su preocupación por la situación de emergencia que vive
el país en materia de derechos humanos y de Derecho Interna-
cional Humanitario y saludó positivamente la creación de la Ofi-
cina Permanente en Colombia de la Alta Comisionada de las Na-
ciones Unidas para los Derechos Humanos, la cual solamente
entró en funciones en abril de 1997.
Respecto de la situación de los defensores de derechos hu-
manos, la Comisión señaló que ésta se había empeorado, y que
los Defensores habían tenido que soportar el hostigamiento, las
amenazas, los secuestros, las detenciones, desapariciones, los ase-
sinatos y los continuos atentados.
En octubre de 1998, la señora Mary Robinson, Alta Comi-
sionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos,
visitó a Colombia y se pronunció a favor del establecimiento de
responsabilidades estatales que permitieran la supervivencia del
trabajo de los defensores de derechos humanos en Colombia.
En noviembre del mismo año, fue muy importante la apro-
bación, por parte de la Asamblea General de la ONU de la De-
claración sobre el derecho y el deber de los individuos de prote-
ger y defender los derechos humanos, o Declaración de Defen-
sores, la cual establece 18 :

18
ONU. Declaración sobre el derecho y el deber de los individuos, grupos e instituciones de
promover y proteger los derechos humanos, Asamblea General, Ginebra, noviembre de
1998.
El movimiento de derechos humanos en Colombia i 465 ]

a. El derecho a defender los derechos humanos, como tarea


de todos: promoción, prevención y protección.
b. El derecho a la información y a la libertad de opinión y
de expresión en la defensa de los derechos humanos.
c. El derecho a la libertad de reunión y asociación en defen-
sa de los derechos humanos.
d. El derecho a defender los derechos humanos de otras per-
sonas.
e. El derecho de hacer uso de la ley y de las instituciones en
la defensa de los derechos humanos.
f. El derecho a obtener recursos para la defensa de los dere-
chos humanos.
g. La obligación de los Estados de proteger a los defensores
de los derechos humanos y promover la defensa de los mismos.
En Colombia, los defensores de derechos humanos viven una
situación contradictoria: a pesar de sostener contactos con las
autoridades colombianas y existir mecanismos de interlocución,
paralelo a ello se mantiene una aguda persecución, hostigamien-
to, amenazas y atentados.
El último Informe de la Alta Comisionada de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos sobre la Oficina en Colom-
bia 19 expresa que hay en el país una preocupante situación de
los sectores vulnerables, por la degradación de la guerra, entre
ellos, los defensores de derechos humanos. Señala el secuestro
de cuatro miembros del Instituto Popular de Capacitación de Me-
dellín, de Piedad Córdoba, Presidenta de la Comisión de Dere-
chos Humanos del Senado, y las amenazas, hostigamientos y
atentados a defensores de ONG, que, como el Comité de Solida-

19
Informe de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los derechos hu-
manos sobre la Oficina en Colombia, del 1 o de enero al 31 de diciembre de 1999,
Bogotá, abril del 2000.
[466; FLOR ALBA ROMERO

ridad con los Presos Políticos, han tenido que cerrar temporal-
mente sus oficinas.
Señala el Informe que si bien el Programa de Protección
Especial del Ministerio del Interior, como mecanismo oficial de
protección para personas amenazadas, ha funcionado y atendió,
en 1999, 93 casos de protección para individuos y para organi-
zaciones, confirma sus problemas administrativos y retraso en
la ejecución del presupuesto.
Sostiene que el Estado colombiano se comprometió, a tra-
vés del Procurador General de la Nación, a revisar los archivos
de inteligencia militar, y constatar la información que exista sobre
las ONG de derechos humanos, y aunque esta revisión ya se rea-
lizó, no se conocen sus resultados.
El informe plantea:

Recomendación N 2 7. La Alta Comisionada insta a adoptar


medidas efectivas para garantizar la vida e integridad de los de-
fensores de derechos humanos, así como de sindicalistas, indíge-
nas, periodistas, académicos, religiosos y servidores públicos ame-
nazados como consecuencia de actividades vinculadas al ejercicio
de derechos y libertades fundamentales. Igualmente, a fortalecer
con suficientes recursos los programas de protección para esta po-
blación 20 .

Por su parte, las organizaciones de Defensa de los derechos


humanos, ante la persecución contra los Defensores de derechos
humanos, crearon el Comité Ad Hoc No Gubernamental de Ac-
ción y Protección para los Defensores de Derechos Humanos de
Colombia. Este Comité coordina un programa de pasantías na-

20
Informe de la Oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los
Derechos Humanos en Colombia, p. 44, E7CN.4/2000/11.
El movimiento de derechos humanos en Colombia l 467 ]

cionales e internacionales, remite casos al Programa de Preven-


ción de Ataques y protección de los Defensores del Ministerio
del Interior, tramita becas de estudios fuera de Colombia, apo-
ya el retorno de defensores exiliados y realiza campañas de sen-
sibilización, información y denuncia ante la opinión pública acer-
ca de la situación de los defensores colombianos.
Igualmente, las ONG llevaron a cabo el Seminario Interna-
cional sobre la Protección de Defensores de Derechos Humanos,
organizado por el Servicio Internacional para los Derechos Hu-
manos y la Comisión Colombiana de Juristas, en octubre de
1998. Dicho Seminario dio continuidad al realizado en 1996 por
Amnistía Internacional en Bogotá sobre el mismo tema. En
ambos se analizó la situación de los defensores en América La-
tina y, en particular, en Colombia; la necesidad de desarrollar
e implementar nuevas medidas para lograr una mejor protec-
ción de los defensores de derechos humanos, los riesgos y obs-
táculos en la labor de los defensores de derechos humanos, y las
medidas y recursos de protección en el ámbito nacional e inter-
nacional.
En los meses de abril y octubre de 1999 visitó al país una
Misión Internacional sobre Defensores de Derechos Humanos,
la última de las cuales contó con la presencia del juez español
Baltazar Garzón y la señora Kerry Kennedy Cuomo. La Misión
llamó la atención sobre la necesidad de protección por parte del
Estado, para que las ONG de Colombia puedan ejercer su labor
con libertad y seguridad.
Al mismo tiempo, las ONG colombianas desarrollaron un
seminario en el que analizaron la situación de los Defensores,
los factores de riesgo y fortalezas y las propuestas para poder
continuar con su labor.
En febrero de 1999 se realizó en Bogotá un Taller de Afirma-
ción y Resistencia, para tratar el impacto de la violencia en los
defensores de derechos humanos; en él se trataron temas como
[ 468 ] FLOR ALBA ROMERO

las formas de afrontar el miedo, las normas de autoprotección y


el comportamiento frente al peligro.
Según la Misión, la situación de los Defensores de derechos
humanos en estos dos últimos años es grave: 30 defensores han
sido asesinados, 1 desaparecido, 4 secuestrados y liberados, 4
detenidos, 70 amenazados y 27 forzados al exilio.
En su visita expresaron la labor de los defensores en la pro-
moción de los derechos humanos, acopio de información, la
denuncia de violaciones, la lucha contra la impunidad, la asis-
tencia a desplazados y la exigencia de retorno o reubicación.
La Misión planteó que era necesario retomar una propuesta
integral para la prevención de ataques y protección, presentada
por las ONG en junio de 1997, cuyo contenido principal destaca
los siguientes puntos:
• Garantía para el ejercicio de las actividades, legitimidad
de su labor, prohibición a los funcionarios de manifestar juicios
que los afecten injustamente, definir y desarrollar estrategia de
prevención ante la agresión a los defensores de derechos huma-
nos.
• Control y verificación de actividades de investigación de
los organismos de seguridad que han hecho u n trabajo de se-
guimiento, interceptación de llamadas y otras formas de con-
trol a las ONG de derechos humanos.
• Adoptar medidas, acciones judiciales y sanciones a los gru-
pos paramilitares, sus incitadores y financiadores.
• Depurar las fuerzas armadas, desvinculando a los indivi-
duos responsables de las violaciones de derechos humanos.
• Establecer mecanismos o espacios de distensión entre las
ONG y las autoridades civiles y militares.
• Desarrollar campañas de sensibilización y concientización
de las actividades de las ONG de derechos humanos.
• Asegurar la tipificación del delito de desaparición forza-
da.
El movimiento de derechos humanos en Colombia í 469 ]

• Reforma del Código Penal Militar.


• Abolir de la justicia regional.
• Aplicar la Directiva presidencial 07, del 9 de septiembre
de 1999, sobre el respaldo, interlocución y colaboración del Es-
tado con organizaciones de derechos humanos.
En su Declaración, la Presidenta de la Comisión de Derechos
Humanos, en su 55 período de Sesiones, afirma que la situación
de los derechos humanos en Colombia es grave; la degradación
del conflicto hace necesario que se tomen medidas legislativas
frente al paramilitarismo y a los abusos por parte de los actores
armados. Plantea:

La Comisión expresa su profunda preocupación por la grave


situación creada por las agresiones contra los defensores de los
Derechos Humanos y deplora la falta de investigaciones judicia-
les efectivas de esos delitos así como la falta de medidas judicia-
les, administrativas, de seguridad y financieras efectivas para pro-
teger a esos defensores sociales y de los derechos humanos que se
encuentran en situación de peligro. Insta al gobierno de Colom-
bia a que observe la Declaración sobre el derecho y el deber de
los individuos, los grupos y las instituciones de promover y prote-
ger los derechos humanos y las libertades fundamentales univer-
salmente reconocidos aprobados por la Asamblea General. Pide
al gobierno de Colombia que consolide su apoyo, por conducto
de todas las instituciones del Estado, a todos aquellos que pro-
mueven la defensa de los derechos humanos, y en especial, que
aplique la directiva presidencial sobre el reconocimiento del tra-
bajo de los defensores de los derechos humanos adoptada en 1997,
y otras medidas adoptadas por el Gobierno para mejorar la situa-
ción de las organizaciones de defensores de los derechos huma-
nos, y protegerlos efectivamente. Alienta a la autoridades de Co-
lombia a que establezcan un diálogo p e r m a n e n t e con las
organizaciones no gubernamentales, sociales y eclesiásticas, con
[ 470 ] FLOR ALBA ROMERO

miras a realizar la protección de los defensores de los derechos


humanos 21 .

CONCLUSIONES

La labor de los defensores de derechos humanos en Colombia


constituye un esfuerzo mancomunado de muchos sectores, que
indica la existencia de un verdadero movimiento social, que ha
tenido un reconocimiento nacional e internacional; ha contri-
buido a la promoción y protección de los derechos humanos, al
desarrollo normativo y a la protección de personas víctimas de
la violación de sus derechos. En el área de educación, ha desa-
rrollado programas que posibilitan el empoderamiento del tema
por parte de los sectores populares.
Sobre su legitimidad, hay una gran ambigüedad: mientras
los Estados reconocen el papel del movimiento de derechos
humanos, en muchos casos en que son seriamente señalados los
califican de faltas a la patria, enemigos de las instituciones o
cómplices de los actores armados.
El movimiento de los derechos humanos ha tenido diversos
obstáculos para ejecutar su accionar libremente. El conflicto
armado interno, el paramilitarismo, la impunidad, el desplaza-
miento forzado y, en general, los problemas que aquejan al país
han impedido que puedan desarrollar su legítima labor con ga-
rantías a su integridad y seguridad personal.
Las ONG de derechos humanos pasaron de la confrontación
contestataria a la interlocución y apoyo en los debates sobre la
materia.

21
Naciones Unidas, 55° período de sesiones, Ginebra, 22 de marzo a 30 de abril
de 1999.
El movimiento de derechos humanos en Colombia [ 471 ]

Las experiencias de interlocución de las ONG con el Estado


evidencian la posibilidad de encontrar u n espacio en donde di-
rimir los conflictos mediante el debate argumentado, el diálo-
go, las controversias. Haciendo un balance de ellas, se puede
concluir que se lograron avances para esclarecer casos, identifi-
car situaciones, responsables, y plantear recomendaciones.
Este ejercicio ha logrado, en 20 años, darles credibilidad a
las ONG ante el Estado; por su parte, las ONG superaron el cam-
po de la denuncia contestataria y u n a actitud defensiva, para
examinar propuestas y fórmulas concretas. En general, ha habi-
do una buena disposición de todos; el gobierno se ha mostrado
dispuesto a tomar medidas, las cuales no siempre alcanzan a
tener correspondencia con la realidad que se vive.
A pesar del reconocimiento de las ONG por parte del Estado
y de la comunidad internacional, aún pesan persecuciones y
hostigamiento a dichas ONG; es por esta razón que muchas aún
desconfían del diálogo con el Estado.
Quedan, sin embargo, otros aspectos por desarrollar, y sin
desconocer su importante labor, las ONG de derechos humanos
tienen el reto de ser más argumentativas, manejar con mayor
profundidad los análisis sobre la coyuntura nacional y de dere-
chos humanos y DIH, y superar la debilidad propia, recuperan-
do espacios de interlocución.

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SEXTA PARTE

Imaginarios, territorios y normatividad


Fabio López de la Roche

MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y MOVIMIENTOS SOCIALES:


INCOMPRENSIONES Y DESENCUENTROS

Este ensayo intenta abordar en una primera parte algunos ele-


mentos conceptuales sobre la relación entre medios de comuni-
cación y movimientos sociales, así como entre éstos y los prime-
ros, en una época histórica como la presente, marcada por la
centralidad de los medios masivos en la experiencia cultural de
individuos y grupos sociales. En una segunda parte, sobre la base
del estudio de la movilización campesina de noviembre de 1999
en el departamento del Cauca, y de la manera como los medios
nacionales dieron cuenta de ella desde su producción informa-
tiva, mostraremos algunos problemas que se presentan en la
relación que construyen los medios nacionales con los movimien-
tos sociales y con los niveles regionales de la información, como
también algunas facetas de cómo el movimiento social se rela-
cionó con la comunicación masiva, con miras a hacer visibles
internacional, nacional y localmente sus reivindicaciones. Final-
mente, presentaremos algunas sugerencias a los medios y a los
movimientos sociales, con miras a la construcción de versiones
informativas más equilibradas y más acordes con las complejas
realidades de nuestro país y de sus regiones.

ANTECEDENTES Y PRECISIONES CONCEPTUALES

Mucho se ha escrito en los últimos años en el mundo y en Amé-


rica Latina, desde mediados de los años ochenta y sobre todo a
[ 476 ] FABIO LÓPEZ DE LA ROCHE

partir de los años noventa, acerca de la influencia de los medios


de comunicación masiva en diversas esferas de la vida social.
Entre algunos temas que han sido abordados por la investiga-
ción, está el de la massmediatización de la política, el desarrollo
de la telepolítica o política televisiva, en virtud de la centralidad
y la expansión de la televisión en la vida social durante esas dé-
cadas y las precedentes (Schmucler y Mata, 1992; Landi, 1991);
el de la influencia cultural de la televisión y de las nuevas tecno-
logías audiovisuales e informáticas en la producción de nove-
dosos procesos cognitivos, nuevas sensibilidades culturales, va-
lores, estilos de vida y nuevas formas de memoria, perceptibles
especialmente en las nuevas generaciones; o el de los retos que
el nuevo régimen comunicativo les plantea a los intelectuales ha-
cia su interlocución con la sociedad, mediada ahora por nuevas
formas de obtención de la visibilidad (Sarlo, 1997). En otro cam-
po, el de la vida cotidiana y la ritualidad social, recientemente nos
ha sorprendido un bello trabajo, muy sugerente para la antropo-
logía urbana, acerca de la influencia de la televisión sobre la trans-
formación y puesta en escena contemporánea de las fiestas de
quince años (Nieto Calleja, 2000).
Sobre la massmediatización de la política, no está de más obser-
var que en los años recientes, de forma similar a como en Argen-
tina llegaron a ocupar el poder en sus provincias el automovilista
Carlos Reuteman y el cantante y empresario de espectáculos "Pa-
lito" Ortega, apoyándose en una visibilidad social y en un recono-
cimiento colectivo obtenidos en campos diferentes al de la activi-
dad política, Colombia ha vivido u n proceso de llegada a las
instituciones parlamentarias de un buen grupo de videopolíticos
o políticos televisivos: inicialmente Antanas Mockus, y después el
locutor deportivo Edgar Perea, el director de cine Sergio Cabrera,
el actor Bruno Díaz, la actriz Nelly Moreno, el humorista Alfonso
Lizarazo, la cantante negra Leonor González Mina y la periodista
María Isabel Rueda, para nombrar sólo algunos de los casos.
Medios de comunicación y movimientos sociales l 477 ]

Para mirar la influencia de la videopolítica sobre las audien-


cias televisivas convertidas en electorado, quiero narrar una anéc-
dota por cierto bastante expresiva de lo que está pasando con la
formación de la decisión electoral del votante. Actuando como
jurado oficial en las elecciones parlamentarias del 8 de marzo de
1998 en el barrio popular de Las Cruces de Bogotá, en una mesa
donde votaban mujeres, muchas de ellas mayores de 30 años, nos
sorprendió una mujer que al llegar nos expresó a los jurados elec-
torales presentes en el momento en nuestra mesa que "Yo quiero
votar por la de La viuda de blanco". Todos probablemente sabía-
mos que La viuda de blanco era una telenovela, pero ninguno de
nosotros en medio de nuestro desconcierto atinaba a descubrir
por quién realmente quería votar la señora. Le entregamos el tar-
jetón donde figuraban los candidatos a la Cámara de Represen-
tantes, y después de varios minutos de búsqueda del candidato
de su preferencia nos indicó la foto de Leonor González Mina, la
cantante negra, ampliamente conocida como "La Negra Grande
de Colombia", quien había representado en La Viuda de Blanco el
papel de empleada doméstica. Lo curioso es que no la identifica-
ba como "La Negra Grande de Colombia", sino como "la de La
viuda de blanco".
Retomando la investigación académica sobre el paisaje me-
diático de fin de siglo XX y comienzos del XXI, hay que observar
que si bien la actividad investigativa y pedagógica de Jesús Mar-
tín-Barbero ha dinamizado enormemente en el país el interés
de la academia por la comunicación social y por una pluralidad
de orientaciones de la investigación comunicativa (su línea cen-
tral de indagación sobre comunicación-cultura, pero también el
interés por la relación entre comunicación y educación, comu-
nicación y democracia, comunicación y desarrollo, comunicación
y tecnicidad, etc.), y los trabajos de Germán Rey y Javier Darío
Restrepo (Rey y Restrepo, 1996; Rey, 1997) han venido estimu-
lando el interés por la relación medios-democracia, p o r los pro-
[ 478 ] FABIO LÓPEZ DE LA ROCHE

cesos en el interior del periodismo y por la cuestión de la res-


ponsabilidad social de los medios, está haciendo falta en el país
el desarrollo desde la academia de programas y proyectos de in-
vestigación empírica sobre medios, procesos, sucesos y episodios
de información y comunicación masiva concretos, y procesos de
formación de opinión pública y de pautas de ciudadanía.
En los departamentos de ciencia política, si bien está nacien-
do una preocupación por la relación medios-democracia-ciuda-
danía, la comunicación política no ha sido un tema principal ni
en la producción académica de la politología colombiana, ni en
los currículos de las carreras existentes actualmente en el país.
En las propias conversaciones de paz con la insurgencia arma-
da, en las propuestas de reforma política y en las plataformas
de movimientos sociales y partidos políticos, parece ser un tema
de segundo o tercer orden. Dentro de la clase política, con con-
tadas excepciones, prima la práctica que hace que los medios
de comunicación y las licitaciones para acceder a espacios den-
tro de ellos en Señal Colombia y en los canales del sistema mix-
to se otorguen como pago de favores políticos o personales. No
obstante los desarrollos citados de la investigación comunicativa
en Colombia y en América Latina, poco sabemos en nuestro país,
de una parte, sobre la influencia del nuevo paisaje comunicati-
vo de finales del siglo XX, comienzos del XXI, sobre los movi-
mientos sociales, sobre las formas de ritualidad, de sus integran-
tes o participantes, sobre sus discursos, los cambios ocurridos
en sus simbologías políticas, acerca de sus formas de puesta en
escena, de la protesta y de las reivindicaciones1, sobre su com-
prensión o incomprensión del mundo de los jóvenes y de las

1
Sobre la escenificación de la protesta por los movimientos sociales en la ciudad
de México, véase el trabajo del antropólogo Francisco Cruces, "El ritual de la pro-
testa", en Néstor García-Canclini, (coord.), Los ciudadanos imaginados por los medios,
UAM-Iztapalapa, México, 1999.
Medios de comunicación y movimientos sociales [ 479 ]

nuevas mediaciones generacionales de la acción política y social.


Y creo que si sobre los temas nombrados algo intuímos, de otra
parte, tendríamos que reconocer que muy poco sabemos sobre
-y muy poco hemos estudiado-, las formas de representación
de los movimientos sociales en medios y formatos específicos de
prensa, radio y televisión. Hay que reconocer, no obstante, como
antecedentes significativos en el estudio de las maneras como
los medios han construido sus representaciones de los movimien-
tos sociales y de la protesta social, el trabajo de Jorge Iván Bonilla
y Eugenia García sobre cubrimiento de paros cívicos desde los
editoriales de El Tiempo, y la investigación de Carlos Iván García
sobre representaciones periodísticas acerca del desplazamiento
forzado y de los desplazados.

La construcción de lo público también


se juega en los medios privados

Es importante subrayar, respecto a la construcción del interés


público desde las políticas de manejo de la comunicación y los
medios masivos, que ese proceso involucra no sólo a los medios
de comunicación público-estatales desde el punto de vista de su
propiedad, sino al conjunto de los medios masivos, y dentro de
ellos a los privados, que, no obstante su propiedad privada, jue-
gan funciones públicas fundamentales que implican responsa-
bilidades y deberes para con la sociedad.
En medios de comunicación, con excepción de aquellos or-
denamientos donde todos los medios de comunicación son de
propiedad estatal, la construcción de lo público tiene que pen-
sarse y asumirse también desde lo privado y, por ende, la catego-
ría kantiana de "publicidad" no puede concebirse al margen del
sistema privado de medios. La esfera pública comunicativa con-
temporánea, aquello que algunos autores han denominado el
agora electrónica, en épocas de fuerte desregulación de los sis-
[ 480 ] FABIO LÓPEZ DE LA ROCHE

temas de medios como la actual, no puede imaginarse sin abo-


car lo público que se juega en lo privado.
No está de más recordar que un factor adicional que ha fa-
vorecido el manejo privado de los medios de comunicación ha
sido el desprestigio de los modelos estatales de manejo de me-
dios, en virtud de los abusos y manipulaciones llevados a cabo
por los gobiernos populistas, los regímenes militares derechis-
tas de los setenta y los socialismos burocráticos cubano y de
Europa del este. Es conveniente precisar que este desprestigio
de los modelos de propiedad pública sobre los medios de co-
municación no implica la descalificación de algunas entidades
estatales (como Inravisión, la Radiodifusora Nacional, la Comi-
sión Nacional de Televisión, o de las "oficinas de comunicacio-
nes" de las instituciones estatales) como potenciales agenciadoras
de políticas de construcción democrática de lo público, así algu-
nas de ellas en la actualidad no lo sean.
Quisiera añadir que cuando me refiero a la necesidad de ver
al sector privado de medios como u n lugar importante para el
diseño y desarrollo de políticas vinculadas a la promoción del
interés público, lo hago desde una mirada políticamente opti-
mista sobre los procesos de campo2 que tienen lugar en las empre-
sas periodísticas, y con una valoración de las posibilidades que
pueden incubarse desde aquellos sectores del periodismo y la
comunicación social que laboran desde parámetros de profe-
sionalismo y de compromiso con los deberes democráticos del
oficio. Este optimismo no es sin embargo ingenuo. En un pano-
rama de desinstitucionalización, de corrupción y de subordina-
ción de lo público a los intereses particulares como el que vivi-
mos actualmente en el país, no podemos ser ingenuos, pero

2
Me refiero a la noción de campo de Pierre Bourdieu, entendida aquí como la
esfera del periodismo y de los medios de comunicación, con sus instituciones, agen-
tes y funciones especializadas (Bourdieu, 1998, 1999).
Medios de comunicación y movimientos sociales [ 481 ]

tampoco apocalípticos e incapaces de ver los gérmenes de re-


novación de las costumbres y de transformación de la cultura
política dominante.

Los sistemas de medios como reproductores del orden social

Buena parte de la literatura teórica sobre medios y sistema po-


lítico plantea la relación funcional entre los medios de comuni-
cación y el mantenimiento del statu quo político, económico y
social. Para Gaye Tuchman "la noticia es una aliada de las insti-
tuciones legitimadas" (1983:16), en la medida en que cubre
prioritariamente sucesos de instituciones legitimadas. Tuchman
y Van Dijk han mostrado cómo los medios despliegan su red de
captura de información noticiosa privilegiando actores e insti-
tuciones políticamente legitimadas que les proveen de sus ver-
siones e interpretaciones oficiales e institucionales de los suce-
sos. Van Dijk ha argumentado así la reproducción del statu quo
que realizarían tendencialmente los medios de comunicación:

La accesibilidad de las fuentes favorece los relatos de los ac-


tores periodísticos que han organizado vinculaciones con la prensa,
como los portavoces, los comunicados o las conferencias de pren-
sa. Las rutinas de la producción periodística, de esta manera, re-
producen la estructura social mediante su especial selección y aten-
ción respecto de las organizaciones, las instituciones y las personas
que cumplen con estos requisitos. Esto explica parte del especial
interés por las élites política y social, los países más fuertes o las
organizaciones importantes. El encubrimiento social y el poder
de los actores destacados y sus acontecimientos son reproducidos
y confirmados por la prensa. Estas limitaciones sociales tienen an-
tecedentes y consecuencias cognitivos. Esta atención especial y re-
petida por personas, grupos y países destacados también lleva al
periodista a elaborar modelos y marcos en los que estas élites son
[ 482 ] FABIO LÓPEZ DE LA ROCHE

actores dominantes. Es decir, los periodistas internalizan el cua-


dro social resultante de las limitaciones sociales y profesionales
en la escritura de noticias (Atwood y Grotta, 1973). Y este modelo
o esquema favorece a su vez la selección y la producción de rela-
tos periodísticos sobre las mismas élites. Se ha demostrado ya que
es muy difícil romper este círculo vicioso3.

Los esquemas o "guiones" desde los que se cubren


determinados eventos y sucesos

Van Dijk ha puesto de presente cómo desde las rutinas perio-


dísticas se configura una serie de guiones o esquemas desde los
cuales tienden a cubrirse, desde distintos sistemas de medios,
ciertos eventos sociales. Las huelgas laborales, paros y otras
manifestaciones de protesta tenderían, por ejemplo, a ser cu-
biertos desde el esquema del traumatismo que ellos producirían
en el funcionamiento normal de las instituciones.
En efecto, si prestamos atención a la información televisiva
que se difunde en nuestro país en coyunturas de paros cívicos,
huelgas y otras manifestaciones de protesta social, encontrare-
mos que los balances que se hacen sobre el día del paro están
orientados de manera antinómica y maniquea a dar partes de
normalidad o de quebrantamiento del "orden público", y muy
pocos informes se orientan a informar sobre las perspectivas y
razones de los protagonistas de la protesta.

Las rigideces de las rutinas profesionales o ideologías de la noticia

Tal vez en virtud de su tendencia a privilegiar instituciones y ac-


tores de la noticia políticamente legitimados o política y econó-

Van Dijk (1996), p. 175.


Medios de comunicación y movimientos sociales [ 483 1

micamente poderosos, los medios descuidan el seguimiento de


actores subalternos, que no por serlo resultan menos importan-
tes para la concordia social, para la construcción de consensos y
alternativas negociadas a los conflictos.
Gaye Tuchman ha subrayado también cómo a menudo las
lógicas profesionales en la producción de la noticia que privile-
gian la noticia dura (factual, inscrita en la coyuntura, descripti-
va, relacionada con hechos concretos) sobre la noticia blanda
(contextual, histórica, estructural y analítica) favorecen la narra-
ción de hechos sobre el planteamiento de cuestiones: "La concien-
cia del oficio en el trabajo informativo identifica a los aconteci-
mientos, y no a las cuestiones, como el material fundamental y
la sustancia de la noticia dura" (Tuchman, 1983: 153).

A L G U N O S A P U N T E S SOBRE EL C U B R I M I E N T O M E D I Á T I C O DEL M O V I -
M I E N T O CAMPESINO DEL MACIZO COLOMBIANO EN NOVIEMBRE DE
1999 EN EL DEPARTAMENTO DEL CAUCA

Mi interés por el cubrimiento por parte de los medios naciona-


les de la movilización campesina del Macizo Colombiano en el
departamento del Cauca partió de la constatación de que la in-
formación que yo recibía, sobre todo la televisiva, a través de los
autodenominados noticieros nacionales, tenía muy poco que ver
con la información recibida simultáneamente por vía telefóni-
ca, conversando con colegas, amigos y familiares residentes en
la ciudad de Popayán. Lo que percibía más fuertemente era la
información que descalificaba al movimiento por estar supues-
tamente "infiltrado" y dirigido por la guerrilla, mientras toda
la información que recibía telefónicamente, procedente de fuer-
zas muy distintas y al mismo tiempo muy confiables, evidencia-
ba un fuerte y amplio apoyo ciudadano a la movilización.
[ 484 ] FABIO LÓPEZ DE LA ROCHE

Las razones para la movilización campesina y ciudadana

Algunas de las razones principales que inspiraron la moviliza-


ción campesina y de amplios sectores de la población urbana de
Popayán, que muy poco figuraron en la información audiovisual,
y algo en la información de prensa, serían las siguientes:
• El incumplimiento por los sucesivos gobiernos de los com-
promisos acordados con el movimiento campesino como pro-
ducto de anteriores movilizaciones.
• La permanencia de graves problemas de vías, educación,
salud, transporte, electrificación, telefonía.
• La aparición de nuevas demandas, con el fin de hacer frente
a nuevos problemas que se adicionan a los antes nombrados, de
vivienda, ecológicos y de derechos humanos.
• La molestia por la no inclusión del Cauca en el Plan de
Desarrollo, un sentimiento extendido de marginalidad regional
y ciertos motivos de dignidad regional y de descontento con los
niveles nacionales, muy presentes en amplios sectores sociales
de la capital departamental. Probablemente hayan jugado tam-
bién su papel el desempleo en una ciudad donde el principal
empleador es el Estado, que ha tenido que prescindir en los úl-
timos años de decenas de funcionarios y trabajadores, así como
la situación de los pensionados del departamento, afectados por
atrasos de tres y cuatro meses en sus mesadas.
• Ligado a lo anterior, una sensación de solidaridad ciuda-
dana con la situación social de los campesinos de los municipios
del Macizo Colombiano. Este sentimiento de solidaridad ciuda-
dana se expresó en la elaboración de banderines de papel con
la consigna "Por vida digna para el suroccidente. Yo te amo
Macizo", j u g a n d o con la erótica popular de "Yo te amacizo", con
el símbolo del abrazo solidario y la representación de las mon-
tañas de una región que tiene también una indudable significa-
ción ecológico-simbólica para los caucanos.
Medios de comunicación y movimientos sociales l 485 ]

Esta pluralidad de razones quedaba absolutamente subsumida


en una versión hegemónica difundida por los medios que hacía
énfasis en que en Popayán "no hay gasolina ni hay comida". Como
bien lo expresa una de las participantes, en observación intere-
sante para ver cómo la gente construye desde las regiones pers-
pectivas críticas sobre las versiones de los acontecimientos pro-
ducidas por los medios nacionales, "el filtro nacional en televisión
no se pudo evitar. Uno veía solamente que no hay gasolina, que
no hay alimentos, que Popayán está con hambre..." 4 .

LOS SECTORES PARTICIPANTES EN EL MOVIMIENTO

En el movimiento participaron sectores del magisterio, agrupa-


dos en la Asociación de Institutores del Cauca, Asoinca, asocia-
ciones de trabajadores como Fesutrac y otros sindicatos, Funcop
y otras ONG de reconocidas cartas democráticas, grupos de mu-
jeres organizadas, madres comunitarias y madres, FAMI, colonias
de migrantes residentes en la ciudad, provenientes de Almaguer,
La Vega, Santa Rosa, Bolívar, La Sierra, Mercaderes y otros muni-
cipios del suroccidente del departamento, juntas de acción co-
munal y habitantes de distintas comunas y barrios de la ciudad,
así como sectores del movimiento indígena. El movimiento gozó
también de cierta neutralidad y cierta atención de los gremios y
los medios locales, cíclicas es cierto, en la medida en que la movi-
lización se prolongaba y se recibían distintas presiones del go-
bierno central. Hay testimonios también de la solidaridad es-
pontánea de la gente, en ocasiones gente muy pobre, que con-
tribuía con una libra de azúcar o un frasco de aceite a la recolec-
ción de alimentos para ser enviados a las zonas de taponamiento

4
Entrevista con una de los participantes en la movilización ciudadana de apoyo al
Movimiento del Macizo en noviembre de 1999, Popayán, mayo 6 de 2000, p. 16.
[ 486 ] FABIO LÓPEZ DE LA ROCHE

de la carretera Panamericana. Si bien no se puede negar la par-


ticipación de sectores de la insurgencia armada en el movimiento,
no se puede descalificar al conjunto del movimiento campesino
y ciudadano tildándolo de guerrillero.
En este punto quisiera decir que creo que hay que evitar des-
de el poder central el uso de este recurso a la estigmatización de
cualquier movilización social sobre el supuesto muchas veces in-
fundado de que la guerrilla está detrás de ella. Es un recurso
maniqueo, irresponsable y estimulante de mayores radicalismos
y polarizaciones, por lo cual no está de más sugerir a los periodis-
tas la necesidad de un cubrimiento cuidadoso, matizado y equili-
brado de los conflictos sociales. En la teorización sobre la libertad
de expresión y la independencia de los medios, uno de los indi-
cadores fundamentales de aquéllas es la cobertura equilibrada y
comprensiva de los conflictos sociales (Me Quail, 1998: 187).

O T R A S D E F I C I E N C I A S Y SESGOS E N EL C U B R I M I E N T O P O R L O S M E -
DIOS NACIONALES DE LA MOVILIZACIÓN CAMPESINA

Además de los problemas citados en el cubrimiento por parte


de los medios nacionales del conflicto campesino, habría que
anotar otras carencias en la acción de los medios:
• La desatención de los periodistas hacia las realidades regio-
nales y sus complejidades. Mientras en el caso de la insurgencia
armada y las negociaciones de paz se exponen a menudo los pun-
tos de vista de especialistas y analistas del conflicto, generalmen-
te residentes en la capital, en el caso de los cubrimientos de estas
movilizaciones regionales pareciera no haber el más mínimo in-
tento de entrevistar a intelectuales y analistas locales.
• La reproducción inercial, en muchos casos, de las opinio-
nes de los altos funcionarios del gobierno por parte de los me-
dios. Uno de los episodios que más molestia generó y genera
hasta hoy día en la población que tomó parte en la movilización
Medios de comunicación y movimientos sociales l 487 ]

fue el de la acusación formulada por el ministro Néstor Hum-


berto Martínez en uno de sus viajes a Popayán, a los líderes del
movimiento, de no haber querido recibirlo, de la cual los me-
dios nacionales hicieron eco inmediatamente, apareciendo los
campesinos como opuestos al diálogo y a la negociación. La
verdad es que los líderes del movimiento se encontraban en ese
momento informando a sus bases sobre el desarrollo de la ne-
gociación, y para eso se habían desplazado a los dos puntos de
bloqueo de la Panamericana, a El Cairo (Cajibío), en el norte, y
a Galíndez (Patía), en el sur.
• Es evidente que en algún eslabón de la cadena que conec-
ta a reporteros, periodistas asignados para cubrir la moviliza-
ción, fotógrafos, camarógrafos, y otros trabajadores subalternos
de los medios, con editores y jefes de redacción, o se produje-
ron filtros a la información proveniente de la región sobre lo que
efectivamente estaba pasando, y se privilegió la versión guber-
namental de los acontecimientos, o simplemente por descono-
cimiento y falta de preparación los periodistas no pudieron leer
y asimilar lo que allí estaba sucediendo.
Al hacer estas críticas al comportamiento de los medios ma-
sivos nacionales, y sobre todo a la televisión, quisiéramos subra-
yar el cubrimiento atento y equilibrado realizado por el diario
El Colombiano, así como el amplio despliegue otorgado por di-
cho periódico a la movilización, al punto de dedicarle un infor-
me especial de varias páginas durante los días del conflicto.

LA COMUNICACIÓN DESDE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

En el caso del movimiento campesino del Cauca, el trabajo de


las ONG solidarias con la movilización permitió mantener per-
manentemente informadas a través del correo electrónico a sus
contrapartes europeas, constituyendo importantes espacios de
presión y fiscalización sobre el gobierno nacional.
[ 488 ] FABIO LÓPEZ DE LA ROCHE

En los niveles local y departamental, se logró mantener más


o menos informada a la ciudadanía sobre la negociación y el cur-
so de los acontecimientos, conservando el apoyo ciudadano du-
rante 26 días que duró el movimiento. La formulación de li-
neamientos que se tradujeron en consignas como "Cualquier
propuesta del gobierno debe ser para unir y no para dividir", o
aquella dirigida a construir opinión local, "Conocer lo que su-
cede es avanzar en caminos de solidaridad", fue importante para
garantizar la cohesión interna y el apoyo ciudadano.
En el sistema local de medios fue importante el apoyo brin-
dado a la visibilidad social del movimiento, por la actitud abier-
ta de Radio Super. Esta emisora, que funciona encadenada con
otras pertenecientes a la misma red en otras ciudades del país,
logró en alguna medida transgredir el bloqueo informativo na-
cional, dando la palabra a participantes y líderes de la moviliza-
ción campesina. Como lo expresa otra de las participantes: "De
verdad es que a través de Super, por lo menos, pudimos mante-
ner todos los días la información oficial desde lo popular, de lo
que realmente estaba sucediendo, y se podían hacer entrevistas
en directo desde El Cairo" 5 .
El movimiento no logró superar los bloqueos informativos
del nivel nacional, aunque mandó información a varios medios
nacionales y a otras instituciones del nivel central, y estableció
contactos con la revista Semana, la cual publicó un informe so-
bre el movimiento.

SUGERENCIAS FINALES A TÍTULO DE CONCLUSIÓN

A los medios nacionales hay que decirles que requieren mayor


atención hacia los movimientos sociales y las expresiones de la
protesta social. Como lo han anotado distintos analistas de me-

Ibidem, p. 16.
Medios de comunicación y movimientos sociales t 489 ]

dios, el cubrimiento respetuoso de los conflictos y la capacidad


de dar cuenta de manera objetiva y justa de los diversos intere-
ses enjuego puede contribuir a estimular prácticas de toleran-
cia y de flexibilidad en la negociación y, por ende, a la consecu-
ción de la paz social.
• Los medios nacionales deben repensar su relación infor-
mativa con las regiones y con los escenarios locales, con miras a
construir estructuras informativas y comunicativas verdadera-
mente representativas de lo nacional. En cuanto a la informa-
ción sobre los movimientos campesinos, hay que anotar que el
m u n d o campesino y de las zonas de colonización con sus con-
flictos, problemas, anhelos y esperanzas, muy poco aparece en
los medios masivos, y mucho menos en la televisión. Los me-
dios, arrastrados por la urbanización cultural creciente del orbe
y de la vida nacional, descuidan realidades que para el caso co-
lombiano es importantísimo conocer para buscar soluciones a
los diversos conflictos que allí se incuban, entre ellos, el de la
confrontación armada guerrilla-Estado y el de la existencia en
algunas sociedades campesinas y de colonización de u n a base
social de apoyo para el proyecto político-militar de la guerrilla.
• Es necesario, desde el análisis comunicativo, realizar in-
ventarios regionales y locales de medios y prestar atención a la
relación entre los sistemas regionales y locales de medios y la
cobertura geográfico-territorial de los sucesos. No está de más
anotar aquí cómo para la construcción de la agenda pública en
el Cauca, por ejemplo, además de El Liberal, el único diario de
prensa escrita en la ciudad, de las emisoras radiales y de los ca-
nales televisivos locales, son importantes el diario El País, de Cali,
y el Canal Regional "Telepacífico". Es conveniente que los mo-
vimientos sociales conozcan estos sistemas regionales y locales
de medios masivos, con miras a lograr acceso a ellos y poder re-
presentar sus opiniones y perspectivas en torno a distintos asun-
tos de interés público.
[ 490 ] FABIO LÓPEZ DE LA ROCHE

• Los movimientos sociales deben asumirse como provee-


dores de información para los medios, y para ello deben cons-
truir estrategias comunicativas adecuadas: boletines, organiza-
ción de ruedas de prensa con sus líderes y voceros, con conoci-
miento y buen manejo de la especificidad de los distintos medios
y formatos. Esto supone saber hablar y gesticular para televisión,
saber redactar un comunicado para los medios, conocer el gre-
mio periodístico y cultivar relaciones con periodistas y comuni-
cadores, conocer sus rutinas de trabajo, las horas de cierre de
sus ediciones, etc.
• Al mismo tiempo, los movimientos sociales y sus líderes tie-
nen también que repensar sus inercias y carencias comunicativas,
sus discursos contestatarios rutinarios a menudo convertidos en
cantinela, o la confusión de escenarios, como sucedió con la par-
ticipación de algunos líderes y activistas sindicales durante la au-
diencia ciudadana en San Vicente del Caguán para discutir polí-
ticas de empleo entre empresarios y sindicalistas -audiencia
transmitida televisivamente por el canal público Señal Colom-
bia-, donde observamos la poca eficacia del traslado del modelo
del miting de plaza pública y del formato discursivo contestatario
y de denuncia a la televisión, junto a otros problemas de la puesta
en escena de la reivindicación popular y sindical, ligados a la di-
ficultad de escuchar y de dialogar con el contradictor político o
con el vocero patronal o empresarial, así como a la posibilidad de
construir una buena comunicación con la sociedad.
• Es importante considerar, además, ciertas consecuencias
comunicativas negativas de acciones reivindicativas, como las
tomas de vías, que afectan los intereses de amplios sectores de
la población, tener mucha conciencia de su oportunidad y sen-
tido en determinadas coyunturas. Lo anterior lo expreso en la
medida en que me tocó ser testigo de expresiones ciudadanas
de molestia y al mismo tiempo de intolerancia con el movimiento
social caucano durante la pasada Semana Santa (abril del 2000),
Medios de comunicación y movimientos sociales [ 491 ]

que estuvieron asociadas a dos hechos, que desestimularon no-


toriamente el flujo de turistas a la ciudad de Popayán, afectan-
do a comerciantes, hoteleros, dueños de tabernas y establecimi-
entos nocturnos, expositores de ferias artesanales, vendedores
ambulantes y otros sectores que tradicionalmente se benefician
del flujo de turistas a la ciudad durante la Semana Mayor. De un
lado, la explosión, en la semana previa a la Semana Santa, de
una bomba en la carretera Popayán-Cali, que había quedado
sobre la vía luego de una refriega entre guerrilla y ejército, que
al tratar de ser manipulada por las fuerzas oficiales mató a un
ciudadano, mutiló a otro e hirió a pasajeros que casualmente
transitaban por la carretera Panamericana. De otro, un conato
de movilización indígena y de bloqueo por ella de la carretera
Panamericana, el cual se produjo en esa misma semana anterior
a la Semana Santa, que aunque al parecer fue decidido inconsul-
tamente por algunos indígenas sin contar con el aval de la di-
rección del Consejo Regional Indígena del Cauca, CRIC, fue
percibido por amplios sectores de la ciudadanía como causante
del débil flujo de turistas hacia Popayán. Fui testigo de un grafftti
puesto en la pared a la entrada de la sede del movimiento de
integración del Macizo, CIMA, insultando a sus miembros e in-
crepándoles porque "se tiraron la Semana Santa".
Creo, en cuanto a este asunto, que buscando un comporta-
miento más maduro y una acción política más responsable, dada
la muy compleja y conflictiva situación por la que atraviesa ac-
tualmente nuestro país, los movimientos sociales deben tener en
cuenta la reflexión desarrollada desde la teoría de la ciudada-
nía sobre la necesidad de la moderación y el sentido de la opor-
tunidad en las acciones, demandas y reivindicaciones de los mo-
vimientos sociales.
Finalmente, quisiera decir que a la academia le correspon-
de desempeñar un papel crítico sobre la producción de medios
y la construcción social de la realidad, y simultáneamente un pa-
[ 492 ] FABIO LÓPEZ DE LA ROCHE

peí propositivo que estimule la construcción de espacios de co-


laboración con aquellos sectores al interior de los medios inte-
resados en un funcionamiento objetivo, democrático y pluralista
de los medios masivos.
Los trabajos de Teun Van Dijk sobre medios de comunica-
ción, racismo y exclusión social de minorías e inmigrantes en el
caso europeo (1997), las investigaciones sobre narrativas y con-
trol político y social (Mumby, 1997), los estudios interdiscipli-
narios dedicados al análisis etnográfico y antropológico de los
rituales políticos y las movilizaciones ciudadanas (Cruces, 1998),
así como los análisis de los discursos mediáticos constructores
de representaciones sociales acerca del conflicto en general y de
conflictos específicos, podrían alimentar valiosos estudios em-
píricos de los movimientos sociales y de las expresiones reivin-
dicativas de sectores subalternos, que contribuyan a la construc-
ción de una representación más equilibrada, plural, matizada y
objetiva de una realidad altamente compleja como es la colom-
biana contemporánea, que requiere para el encuentro de alter-
nativas a su crisis presente, objetividad, crítica de los abusos, par-
cialidades y subordinaciones indebidas de los medios, y sobre
todo, compromisos claros e indeclinables con la verdad.

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Reinaldo Barbosa Estepa

IMAGINARIOS COLECTIVOS Y CRISIS DE


REPRESENTACIÓN:
LAS DISPUTAS TERRITORIALES EN UN ESTADO EN
ENTREDICHO

Practicar la memoria implica disponer de los instrumentos conceptuales e


interpretativos necesarios para investigar la densidad simbólica de los rela-
tos; "expresar sus tormentos", supone recurrir a figuras del lenguaje (sím-
bolos, metáforas, alegorías) lo bastante conmovedoras para que entren en
relación solidaria con la desatadura emocional del recuerdo. El consenso -
que reprime esta desatadura emocional- sólo nombra la memoria con pala-
bras exentas de toda convulsión de sentido para que no vayan a alterar el
formulismo minuciosamente calculado del intercambio político mediático.
Nelly Richard1

Es preciso superar el dualismo entre "filósofos"y "nofilósofos"que se ha


traducido muchas veces en una relación de hostilidad entrefilósofosque se
entienden a sí mismos como casta especial y políticos que entienden a los
filósofos como francotiradores sin compromiso'1.
Jorge Luis Acanda

El conocimiento y dominio de la territorialidad puede llegar a


ser un arma para la guerra o un instrumento para la coexisten-

1
Nelly Richard, "Políticas de la memoria y técnicas del olvido", en Cultura, política
y modernidad. Gabriel Restrepo editor, CES, U.N., 1998.
- Jorge Luis Acanda, La contemporaneidad de Antonio Gramsci; Editorial C. Sociales.
La Habana, 1991.
[ 496 ] REINALDO BARBOSA ESTEPA

cia dentro de la diferencia. El territorio bien puede ser un polí-


gono de fuerzas en el que se desenvuelven los enfrentamientos
por el poder o espacios simbólicos de trascendencia para la pro-
ducción y reproducción étnica. Del mismo modo que el suelo, o
la renta que éste genera, la producción agrícola o minera y la acu-
mulación que logre provocar, tanto como la monopolización de
la propiedad de la tierra, son estratégicamente importantes para
empresarios capitalistas, ganaderos y terratenientes; en igual
medida, aunque dentro de u n significante valorativo distinto, las
lagunas, los cerros, las piedras u otros sitios naturales son marcas
con significación social para comunidades ancestralmente ubica-
das allí; o marcadores naturales que delimitan el área de explota-
ción de un grupo, definen sus derechos a los recursos del medio,
o la zona de influencia de sus chamanes y brujos, en caso de las
comunidades indígenas.
La ponencia en referencia, "Imaginarios colectivos y crisis de
representación: las disputas territoriales en un Estado en entre-
dicho", aporta una mirada amplia de la crisis de gobernabilidad,
los mecanismos de entramado redes de poder y las respuestas
que la población civil da en los territorios disputados por los
actores armados. Uno de los factores de la actual crisis insti-
tucional de la sociedad colombiana, además de la inoperancia
del Estado, lo constituye el papel de las colectividades políticas
en su relación con el movimiento social. La llamada crisis de los
partidos se expresa en la disfuncionalidad, en el sentido de que
buena parte de sus funciones se han venido deteriorando, fun-
damentalmente en torno de la construcción de identidades y
mecanismos de representación, mostrándose incapaces de dar
respuesta a las demandas y expectativas de la población; que
instauran a la postre condiciones propias de una cultura políti-
ca atravesada p o r mecanismos de tramitación coercitiva e inti-
midación, a partir de nuevas formas de lealtad ideológico-polí-
tica que bien pudiera denominarse "clientelismo armado", cuya
Imaginarios colectivos y crisis de representación l 497 ]

complejidad merece ser abordada con mayor énfasis en el aná-


lisis de coyuntura 3 .
En este sentido, el presente d o c u m e n t o constituye u n a
aproximación al estudio de las formas de "gobernabilidad alter-
nativa" que van construyendo espontánea y cotidianamente las
comunidades, allí donde la precariedad estatal y las disputas
armadas por el control territorial colocan a la población civil en
estado de indefensión, d a n d o lugar a una particular cultura
política, si así puede llamarse a los modos de obrar que surgen
como respuesta a las situaciones en las que al Estado y sus insti-
tuciones les resulta imposible procesar con efectividad las de-
mandas de los diversos sectores de la ciudadanía, ganando su
propia legitimidad. Recurriendo a la manera como se vivencia,
como se recuerda, y sobre todo como se recomponen identida-
des e imaginarios colectivos en medio del conflicto, y a pesar de
los mismos, se presenta a manera de caso, sin pretensión de
exhaustividad, y para los estudios comparativos a que hubiere
lugar, el análisis no coyuntural de la coyuntura en la región de
los Llanos, sector territorial y sociocultural en el que he venido
desarrollando mis investigaciones sobre la complejidad de las
violencias y su interrelación con el Estado y los partidos políti-
cos en sus connotaciones espacio temporales regionales 4 .

3
Para el objeto de este documento hemos tenido en cuenta los aportes al debate
de Luis Jorge Garay, La transición hacia la construcción de sociedad; reflexiones en torno a
la crisis colombiana, 1999. Salomón Kalmanovitz, "Rcntismo, crisis y nueva sociedad".
Cambio 16, enero 2000. José Antonio Rivas León, "Gobernabilidad, democracia y
partidos políticos: Ideas para un debate", en Ciencias de gobierno N- 5, junio 1999.
Minrex, PNUD, Fescol, "El fin de la política o su verdadero comienzo". Bogotá, 1996.
4
Puede consultarse: Guadalupe y sus centauros, memorias de la insurrección llanera, IFPRI
U. N. CEREC 1992. Orinoquia, Amazonia, conflictos regionales. IEPRI u. N. FESCOL 1998.
"Vuelan los Bachacos, economías, sociedades y conflictos interétnicos en los Llanos",
1999 inédito.
[ 498 ] REINALDO BARBOSA ESTEPA

IMAGINARIO Y REPRESENTACIÓN EN LA CULTURA POLÍTICA

¿Cuáles pueden ser las preguntas desde las cuales abordamos


la que consideramos historia de instantes cotidianos o de sue-
ños colectivos de larga duración, que por lo "superfluos", o "va-
gos" o de "escaso rigor científico", apenas si alcanzan para re-
construir el símbolo político o las transformaciones geográficas
del poder? Las respuestas a ¿por qué, en medio de esta "crisis
catastrófica", no hemos logrado semantizar las experiencias de
la muerte, del genocidio recurrente o la eliminación del opo-
nente? ¿Por qué, en medio de esta carrera loca por la "revolu-
ción de la información" se desdeña el pensamiento simbólico
mientras se privilegian las cadenas discursivas en las que el ejer-
cicio de la violencia apuesta radicalmente a imponerse como
parte del tejido social y el impacto de lo inenarrable sume en la
mudez al pensamiento critico? Creo que dan para algo más que
una crónica roja o un evento en la página judicial en los perió-
dicos.
Incidir sobre las relaciones entre la historia y lo imaginario,
a la manera de Lucien Febvre, en el "problema de la increduli-
dad en el siglo XVI", a propósito de Gargantúay Pantagruel, o de
la más reciente obra de Evelyne Patlagean, La historia de lo ima-
ginario, en la que "el dominio de lo imaginario está constituido
por el conjunto de las representaciones que rebasan el límite
planteado por las constataciones de la experiencia y los encade-
namientos deductivos que éstas permiten"; como decir que cada
cultura, cada sociedad e incluso cada grupo étnico, con toda su
complejidad, tiene sus imaginarios. Incidir, decimos, sobre la
violencia y sus imaginarios, los imaginarios de la cultura políti-
ca, los procesos de construcción y deconstrucción del poder o la
subjetividad de la información apenas empieza a ser del interés
de los historiadores, quienes en la mayoría de los casos han de
acudir a las fuentes literarias, estéticas o al pensamiento religio-
Imaginarios colectivos y crisis de representación [ 499 ]

so, portadores del símbolo y el signo, dos modos de habitar el


lenguaje humano y, por tanto, vestigios de la acción social.
Los imaginarios en cuanto formas de representación, y las
mentalidades, entendidas éstas como visiones de la sociedad y
la naturaleza, habitan el lenguaje, viven del lenguaje y se nu-
tren de representaciones y pensamientos. La semantización o,
mejor dicho, las palabras son a la vez indicadores que designan
cosas, y evocaciones que suscitan la evocación del acontecimiento.
Lo imaginario en la historia colombiana pertenece al campo
de la larga duración y abarca una amplia variedad de posibilida-
des, que van desde la iconografía, el manuscrito de un testamen-
to, el "boleto de amenaza" o la declaración libre o juramentada
de un testigo o de un acusado en expediente judicial, hasta el canto
arrebatado del peón remembrando la gesta cotidiana.
Desde la antropología, los estudios etnológicos y sociológi-
cos, el mito y la leyenda de nuestros pueblos, el arrebato de los
actores armados o la fecundidad laboriosa de la mujer en socie-
dades patriarcales en las que el hombre divaga como corsario
en busca de territorios por sujetar y saquear, mientras la mujer
se funda para crear y recrear, adquieren la estatura del documen-
to monumento y retratan la jerarquización del poder de unos
grupos humanos respecto de otros, de unos territorios frente a
otros, la mediación de lo sagrado, como escribe Gellner en su capí-
tulo sobre la guerra y la violencia, y permiten explicar algunos
de los factores generadores de conflicto en sus formas simbóli-
cas: "Generalmente las sociedades agrarias son autoritarias. El
principal factor que determina este notable rasgo es la lógica del
derecho de propiedad y el deseo de desarmar, en la medida de
lo posible, a todo potencial especialista rival en ejercer la coac-
ción"5. Aunque esta formulación es útil en igual medida para

5
Ernest Gellner, Antropología y política, revoluciones en el bosque de lo sagrado. Gedisa
ed. Barcelona, 1997.
t 500 ] REINALDO BARBOSA ESTEPA

explicar la lógica defensiva de las comunidades nómadas o semi-


nómadas, bien sea el indígena o el peón de sabana, cuya rique-
za móvil, difícilmente logra ser sujetada por las leyes del merca-
do o el fuego de las ametralladoras.
Qué útil ha venido siendo para la historia de la sociedades
indígenas y marginales la confrontación de las mentalidades
europeas con el mito y la magia americana, que se produjo en
los albores de la presencia extranjera en nuestro territorio y cuya
evolución posterior definió, en medio de la crisis de la moder-
nidad, la caída de los paradigmas que sustentaban el pensamien-
to occidental racionalista, reivindicando como distinto, como
otro, el pensamiento simbólico y mítico, como ya lo planteaba
Cassirer en su Filosofía de las formas simbólicas. Bachelard, por su
parte, abandona su posición racionalista, filosófica y psicológi-
ca, para dedicarse a la interpretación de la poética entendida
como una forma de comunicación donde las palabras adquie-
ren nuevos significados y se unen a los símbolos y los pensamien-
tos. De ambos están llenos los estantes de la memoria colectiva
de las comunidades territoriales colombianas 6 .
Bástenos mencionar la mentalidad cristiana, heroica y de
tiempo lineal, propia de los europeos, al contacto con la com-
plejidad de las cosmovisiones indígenas. Se replegó a sus oríge-
nes medievales, levantó mamparas de intolerancia, estigmatizó
la sabiduría de brujos y chamanes, sojuzgó a los pueblos de la
cultura del maíz y judicializó la diferencia étnico-cultural. De-
trás, el apetito por los territorios y sus recursos, el afán del usu-
fructo de la mano de obra indígena; y porque no, en el fondo
de su orgullo de honor caballeresco, la búsqueda de gloria en la
ritualización de sus hazañas retrotraídas en el recuerdo de olvi-
dados mitos de la antigüedad, como el de las amazonas, los

" Milagros Palma, La mujer es puro cuento. Feminidad aborigen y mestiza.. Bogotá, Ter-
cer Mundo. 1992.
Imaginarios colectivos y crisis de representación l 501 ]

cíclopes, las sirenas, los encantamientos y hechizos, y al mismo


tiempo la urgente necesidad de realizar proezas que superaran
las releídas novelas de caballería, que enriquecieron la literatu-
ra de la Conquista, contada de primera mano, o de ojos vista,
en la versión de los cronistas.
Las transmutaciones culturales resultantes llevan siglos de
elaboración, puesto que la cosmogonía indígena sufrió un re-
pliegue tras la destrucción de su obra monumental artística y es-
tética; la obra de las misiones religiosas, la introducción de un
nuevo modelo económico social y político a través de las reduc-
ciones, haciendas y conventos, como en el caso de los jesuitas
en el Llano, erigió la impronta de la cultura criolla, arisca y cima-
rronera; y el estilo romancero del antiguo juglar creó el canta-
dor, coplero relancino que se convierte en el memorialista a tra-
vés de cuya voz se relata la tragedia, el corrido es símbolo e
instrumento y por él y a través de él se personifica, se simbiotiza
y se simboliza la vida cotidiana de los llaneros.
La historia y el pensamiento eurocéntrico de la modernidad
difícilmente pueden referir la importancia de Doña Bárbara de
Gallegos o La vorágine de Rivera, que recuperan el m u n d o de
las ideas y de la vida del Llano y sus sabanas, de la frontera teji-
da por la selva entre la civilización y la barbarie, para explicar que
no siempre triunfa la lógica racional, que la naturaleza en su
formas originarias acaban por configurar el carácter telúrico de
la cultura, y que, entre sus complejidades, termina por sucum-
bir la fuerza del hombre corsario o filibustero (extractor de ma-
terias primas para el mercado mundial), quien en su intento por
domeñar termina "tragado por el llano o la selva", dando signi-
ficación al proceso de construcción de territorialidad'.

' Ernest Gellner, Cultura identidad y política. Barcelona, Gedisa, 1998. Varios, Can-
tan los alcaravanes. Asociación Gravo Norte 1990. Camilo Domínguez y otros, Colom-
bia: Orinoco. Arauca, U.N., Fondo FEN, 1998.
[ 502 ] REINALDO BARBOSA ESTEPA

Constituyen fuentes primarias en el proceso de reconstrucción


del saber, del mismo modo que las cadenas discursivas del corri-
do guerrillero, y muy recientemente el corrido carrancero o la
música norteña: retratan los imaginarios de lo inenarrable, repro-
ducen el ejercicio de la violencia constitutiva del tejido social y
manifiestan la imposibilidad de someterlo a la resignificación; en
igual sentido, tanto la literatura local o sobre lo local, como las
expresiones demosóficas, nos permiten una lectura de la cultura
política, de los imaginarios de los oponentes, de la capacidad que
despliegan las agrupaciones partidistas para proponer un siste-
ma de representación a la totalidad de la sociedad, sin siquiera
contemporizar con las transformaciones causadas por los nuevos
imaginarios políticos.
En territorialidades marginales, en comunidades premo-
dernas como se les ha llamado a los desarrollos fronterizos por
fuera del ecumene o espacio vital, los imaginarios políticos li-
gan íntimamente la vida privada con la colectiva; el sistema de
representación auto-otorgado subsume el consenso colectivo, y
los imaginarios de la oposición levantan territorios vedados para
los oponentes. "Sin embargo, las sociedades que muestran una
gran participación militar (y por lo tanto política) de sus miem-
bros constituyen, según parece, una minoría en las sociedades
agrarias; bastante más comunes son aquellas sociedades centra-
lizadas, jerárquicas y opresivas, en las que la eliminación de ri-
vales condujo a la concentración del poder" 8 . Antes que el afán
por la innovación tecnológica o el incremento de excedentes pro-
ductivos, la mayor preocupación estriba en ejercer regulación a
través del equilibrio de poderes que se controlan recíprocamen-
te mediante el mecanismo de la segmentación o el gregarismo
local, según el término usado por Durkheim, procedimiento

Ernest Gellner, Antropología y política, p. 184.


Imaginarios colectivos y crisis de representación [ 503 ]

según el cual los segmentos sociales o de grupo "sólo pueden


controlar a sus propios miembros y obtener su apoyo al domi-
nar o invadir todos los aspectos de sus vidas, sus prácticas ritua-
les, matrimoniales, económicas y de otra índole" 9 .
Aunque sutil, la expansión territorial de los nuevos actores en
armas, en el caso colombiano, genera un triple proceso: de una
parte, la homogeneización ideológico-política y, de suyo, la inser-
ción en todas las formas de acción social, político-administrativa
y cultural; en segundo lugar, la segmentación en uso de la regula-
ción, la mediación y el control, funciones propias del Estado; y
por último, la unificación territorial mediante la consolidación,
léase copamiento de nuevos territorios, de territorialidades pro-
tegidas por la fuerza de las armas. Estos procesos se nutren de la
prestación y contraprestación de favores y servicios, "clientelismo
armado"; lo que antaño caracterizaba el comportamiento políti-
co de las agrupaciones partidistas tradicionales, se constituye en
el modo de obrar de los oponentes armados al régimen, y de las
organizaciones paramilitares; elevando a la categoría de "enemi-
go político" a quienes no cuenten con su aval, bien para la ocupa-
ción de cargos públicos o la tramitación de compromisos contrac-
tuales, contratos, privilegios o reencauzamiento de los fondos
públicos; a la pugna político-militar se le agrega la disputa te-
rritorial, y por ese camino se reedifica el paradigma de la iden-
tidad.
Las identidades resultantes subrayan lo paradójico de la pre-
cariedad de la cultura política, se mistifica lo propio, la perte-
nencia colectiva, pero se estigmatiza la oposición, la negación
del otro. La vivencia construida de manera directa otorga legiti-
midad al imaginario propio y del grupo al que se pertenece, pero

9
Émile Masqueray, Formation des cites chez les populations sédentaires de l'Algerie. Pa-
rís, Edisud, 1983.
[ 504 ] REINALDO BARBOSA ESTEPA

califica de irrelevante y subjetiva la pertenencia e identidad del


otro. Proceso resultante de los acuerdos fraguados por arriba
durante el Frente Nacional, que en su momento rescató al país
de las violencias interpartidistas y de intervención militar en los
asuntos del Estado, pero que ahondó las raíces de la crisis políti-
co-institucional. Mientras el poder se concentraba en manos del
bipartidismo, las emergentes fuerzas de oposición eran excluidas
del mismo. Sin competencia ni control político, el clientelismo y
la corrupción se instauraron en la vida pública, menguando cre-
dibilidad al conjunto del aparato institucional. Las fuerzas insur-
gentes y paramilitares que se consolidan territorialmente donde
el Estado cede sus dominios asumen no sólo el control de la vida
pública e institucional en una ambigua combinación entre insur-
gencia e institucionalidad, sino que también heredaron la rigidez
del esquema institucional y los vicios del clientelismo y la corrup-
ción. Por esa vía, a nombre de la revolución, los unos, y de la de-
fensa de la institucionalidad, los otros, tejen los hilos de la nueva
cultura política; aunque con significativas diferencias entre unos
y otros.
Las fronteras naturales que antaño vinculaban los pueblos y
su expresiones culturales, se erigen ahora como fronteras de muer-
te, basta un gesto para iniciar el ataque, una copa de sombrero,
una jineta, la posición de los bolsillos en la guerrera o el blandir
de un poncho identifica o diferencia, y encontrarse en el momento
inoportuno en el lugar no indicado es sinónimo de muerte. Ésa
es la metáfora de la cotidianidad en los territorios sumidos en el
turbión de la degradación de la guerra, en medio de esta moder-
nización que nos cobijó a todos. La crisis de legitimidad cobija
todas las instancias políticas del orden nacional, departamental y
local y sus efectos repercuten en la configuración de nuevos mo-
dos de obrar pragmático e inmediatista: todo tiene precio, todo
es negociable, todo tiene su cuarto de hora, que se aprovecha o se
desecha, y lo pactado se cumple o se paga con la vida.
Imaginarios colectivos y crisis de representación [ 505 ]

Superado el Frente Nacional mas no sus efectos, el escalo-


namiento del narcotráfico agudizó la ruina del régimen políti-
co y su sistema de representación partidista; los partidos ya no
representan a nadie, sólo son microempresas electorales que se
conforman coyunturalmente para negociar empeñando el era-
rio o estableciendo alianzas de distinta naturaleza con los comer-
ciantes de narcóticos y de otras formas de economía subterrá-
nea; financiado el clientelismo se asegura el ejercicio de la
impunidad de la justicia, la definición y distribución del presu-
puesto de las entidades territoriales y la formulación de las polí-
ticas públicas; el monopolio de la fuerza se fragmenta en manos
de la fuerza pública comprometida con la guerra sucia y entrega-
da al mejor postor. Frente a estos fenómenos de crisis de gober-
nabilidad, crisis de legitimidad y deterioro de la cultura política
o su reconfiguración, como dice Norbert Lechner, asistimos más
que nada a transformaciones de la política y el surgimiento de
nuevas formas que expresan su desceñiramiento, su informalización
o desconfiguración del andamiaje institucional, y la reestructura-
ción de lo público y lo privado, reestructuración de la esfera pú-
blica y privatización de la política, como postula este autor 10 . Quizá
por eso, o como efecto de lo mismo, en las zonas de frontera agrí-
cola los nuevos imaginarios están íntimamente ligados a la rota-
ción geográfica del poder.

LA FRAGMENTACIÓN TERRITORIAL, EPÍTOME DE LA INCERTIDUMBRE

Observar con detenimiento la política del Estado colombiano,


regulador como debiera ser de las relaciones interestatales,
interinstitucionales e intersubjetivas, en materia de administra-
ción territorial, podemos sugerir, a manera de hipótesis que: "La

10
Norbert Lechner, "Por qué la política ya no es lo que fue", en Nexos, N 2 216,
México, 1996.
[ 506 ] REINALDO BARBOSA ESTEPA

geopolítica del Estado colombiano es la geopolítica del caos". Las


fronteras vecinales constituyen escenarios en tensión, en los que
se vigilan con sigilo los movimientos del vecino, se alertan los
fúsiles o se tienden cordones sanitarios mediante el control mili-
tar auspiciado desde Washington, en cuanto "Colombia constitu-
ye una amenaza potencial para la región". Y la política de fronte-
ras, contenida en la Ley 191, por ejemplo, va desdibujándose
frente a la convivencia cotidiana en las zonas de interacción. La
crisis institucional y política trasciende las fronteras territoriales
colombianas, narcotráfico, violencia insurgente y crisis de dere-
chos humanos son pretexto en el escenario internacional, auspi-
ciado por el Pentágono y el Departamento de Estado norteame-
ricano, para calificar a Colombia de "amenaza a la Seguridad
Nacional de Estados Unidos" y propiciar su aislamiento interna-
cional e interno del gobierno, como en efecto ocurrió durante el
período presidencial inmediatamente anterior, 1994-1998.
Internamente asistimos a una fragmentación territorial sin
antecedentes en la historia, en cuanto se van consolidando pivotes
geopolíticas con carácter patrimonial de uso exclusivo de grupos
de interés, organizaciones armadas o santuarios de seguridad
defendidos con las armas. Su coexistencia se explica o se justifi-
ca con argumentaciones que van desde tecnicismos propios del
modelo de desarrollo, pertinencia de un plan de ordenamiento
territorial propuestos por los ministerios e institutos en la Ley
388 de 1999, hasta proyectos políticos propios del reformismo
institucional, Ley 290 de 1996, proceso de descentralización, ley
orgánica de ordenamiento territorial; pasando por movimien-
tos regionales, sociales y académicos que se atreven a defender
particularidades de la territorialidad ancestral u otras alternati-
vas de ordenamiento territorial. Y al margen o paralelamente
con ellos, las concepciones vanguardistas y/o fundamentalistas
de los actores armados que se disputan el territorio para la con-
solidación de sus espacios de poder.
Imaginarios colectivos y crisis de representación i 507 ]

El proceso político militar asociado a las reestructuraciones


territoriales se adentra en la memoria histórica, desde cuando
"las guerras civiles del siglo XIX y comienzos del XX fueron gue-
rras de expropiación en las cuales el botín de guerra de los ven-
cedores eran las tierras de los vencidos" 11 . Pero igualmente está
asociado con la política de tierras del Estado central, que consi-
deraba los territorios allende la frontera, territorios baldíos y,
por tanto, susceptibles de ser otorgados como parte del pago
de la deuda pública, y en cuanto desconoce la existencia de co-
munidades ancestrales, justifica y autoriza la violencia de los nue-
vos ocupantes. Colonización y ocupación territorial han venido
siendo sinónimos de violencia, expulsión y desplazamiento for-
zado. Las distintas etapas de las violencias político-militares du-
rante el siglo x x se dieron en escenarios productivos que deja-
ban significativos excedentes como zonas de extracción de ma-
teria prima: quina, caucho, pieles, recursos forestales, zonas
cafeteras, zonas petrolíferas y, más recientemente, zonas coca-
leras, sobre las cuales la presencia paramilitar (pájaros, sicarios
y autodefensas) no sólo garantiza el control monopólico del pro-
ducto extraído y su mercado, sino que agencia la expropiación
de pequeños propietarios y el control de los territorios median-
te la coacción y la fuerza de las armas. Se impone entonces, la
necesidad del control de la fuerza laboral tanto como la necesi-
dad del uso de la fuerza para la defensa.
En ambos casos se privilegia y se establece el control de vien-
tres y nacimientos; la colonización también se da en el vientre
del ocupado, e n g e n d r a n d o su propia prole de varones para la
guerra y para el trabajo; además de la tierra, el recurso más
importante viene a ser la fuerza de trabajo; el poder y la seguri-
dad se miden en relación directa con la posesión y control de

" Camilo Domínguez y Fernando Cubides, editores, Desplazados, migraciones inter-


nas y reestructuraciones territoriales, CES U.N., 1999.
[ 508 ] REINALDO BARBOSA ESTEPA

territorios y de hombres. Por eso es tan importante homogenei-


zar a partir del establecimiento de vínculos de lealtad como el
endeude económico o pago por anticipado, el vínculo de san-
gre y la lealtad clientelista. Tanto la insurgencia como el para-
militarismo, al igual que la profesionalización de las fuerzas ar-
madas, se han convertido en fuente de empleo que, a la vez que
incrementa los pies d e fuerza, teje la urdimbre del tejido social
del territorio que se desea controlar. Quien no se acoja o se en-
frente a esta dinámica se asume como desplazado, diferencian-
do así "regiones expulsoras" de "regiones receptoras", forma
actual de la reestructuración territorial.
La expansión territorial de las guerrillas y el escalamiento
del conflicto a r m a d o frente al Estado h a n incrementado los
enfrentamientos entre éstas por el control de zonas de influen-
cia, y contra éstas, el paramilitarismo, en cuanto política de Es-
tado, busca recuperar el control de territorios mediante masacres
y crímenes de lesa humanidad.
Para el movimiento insurgente el territorio no es sólo su tea-
tro de operaciones bélicas o fuente de recursos; es también el
lugar donde se edifican y se controlan los símbolos de la legi-
timidad, el escenario de cristalización de su proyecto estratégi-
co, para lo cual busca, al menos en teoría, mecanismos de cohe-
sión y de lealtad socio-política, y sobre este territorio ejerce poder,
aunque no toda la población esté en armas, aunque, sin embar-
go, sobre ella se practique la violencia coercitiva.
Lo que bien pudiera llegar a ser una lógica transaccional en-
tre actores armados tras el mismo objetivo, el dominio territo-
rial se convierte en factor de confrontación. La expansión de las
FARC, entre 1985 y 1999, a lo largo de la geografía colombiana
se dio con base en la combinación de tres factores: de una parte,
la incapacidad militar de las fuerzas regulares para derrotar a la
guerrilla, generando un virtual equilibrio de poderes; de otra
parte, la confluencia de la presión social, el fortalecimiento del
Imaginarios colectivos y crisis de representación [ 509 ]

movimiento campesino en lucha por la tierra y las movilizaciones


urbanas de pobladores por mejores servicios, coyunturas apro-
vechadas por la guerrilla para otorgarse la representación de
estos sectores e incidir sobre su evolución; y en tercer lugar, las
inconsistencias de la política de paz por parte del Estado, que le
restaba credibilidad. Mas, sin embargo, las FARC requirieron cons-
truir su propia legitimidad a partir de incidir en todos los asun-
tos de la vida de sus bases sociales de apoyo, fundando su accio-
nar en las raíces históricas y sociales de la insurgencia popular
de los años cincuenta y en los procesos de colonización agraria
espontánea, armada o coquera.
El ELN, pese a los continuos reveses militares, se desplaza
hacia el nororiente, desde donde se inserta en las zonas de ex-
plotación petrolera sobreviviendo militarmente reducido, a ex-
pensas del control del aparato de Estado, en u n a ambigua
interacción entre la institucionalidad y la insurgencia, factor por
el cual se diferencia y se enfrenta militarmente con las FARC.
Las selvas del río Lipa, frontera natural entre el piedemonte
oriental y las sabanas araucanas, se convierten en lugar de con-
frontación entre estos dos actores armados por cuanto allí se
dirimen las diferencias por el control de las fuentes de recursos
financieros estratégicos para cada una de ellas. Los paros arma-
dos del ELN no son otra cosa que un mecanismo de coerción con-
tra las FARC para presionar acuerdos que no se pueden dirimir po-
líticamente en las corporaciones públicas donde tienen asiento.
Al margen del fortalecimiento militar de la guerrilla y del
eventual desarrollo del movimiento social y político, empieza a
desarrollarse desde los años setenta un fenómeno que multipli-
caría y haría más complejas las disputas político militares por
los dominios territoriales: el narcotráfico. Estimulado por el
enorme mercado estadounidense y surtido por la oferta de pas-
ta de coca de Perú y Bolivia, la cocaína encontró en Colombia
no sólo una plataforma geoestratégica adecuada, sino sobre todo
[510] REINALDO BARBOSA ESTEPA

un nicho propicio, generado por el carácter estructural de agu-


da desigualdad social, ilegalidad y violencia propio de un régi-
men político corrupto y en crisis.
La regulación económica y la intervención social impuestas
por las FARC en las zonas cocaleras, y en menor medida prohi-
jadas por el ELN como parte de su política financiera, propicia-
ron, por un lado, el fortalecimiento financiero y militar de la in-
surgencia, en contraste con el debilitamiento de su discurso
político, y por otro, la confrontación con los organismos de jus-
ticia privada, sicarios, pájaros, autodefensas y paramilitares, que
el narcotráfico creó y apoyó para contrarrestar los embates de
las guerrillas, simultáneamente auspiciados por terratenientes,
hacendados, comerciantes y empresarios. Frente a la ofensiva
guerrillera, las autodefensas se consolidan, desde principio de
los años noventa, con indiscutible participación de la fuerza
pública y los organismos de seguridad del Estado.
Las costas del río Casanare, la confluencia con el río Meta y
la red fluvial que recorre los territorios de la Orinoquia se cons-
tituyen en escenario de confrontación armada por dominios te-
rritoriales entre la insurgencia y el paramilitarismo. Desarrollan-
do una ofensiva estratégica, las AUC desplazan efectivos armados
hacia los puntos de entrada de abastecimientos: la carretera
Pamplona-Río Frío-Saravena, La Cabuya, carretera del Cusiana,
Chocontá-Aguaclara y el cruce del río Upía; el objetivo expresa-
do públicamente es evitar que la cordillera Oriental se convier-
ta en la "Sierra Maestra" de la subversión. Para conseguirlo, han
aumentado significativamente su pie de fuerza. Por su parte, las
autodefensas del Meta se subdividen territorialmente entre Puer-
to López, El Castillo, El Dorado, controlando los puntos de ac-
ceso al Orinoco y el Atlántico por el eje del río Meta y hacia el
occidente, por el filo de la cordillera, impidiendo que las FARC
controlen militarmente todo el piedemonte desde Arauca hasta
el Putumayo.
Imaginarios colectivos y crisis de representación [511]

La guerra antinarcóticos desarrollada por el Estado duran-


te los años noventa generó una doble situación: el desplazamien-
to de los cultivos y las cocinas hacia el nororiente de la Orinoquia,
y el incremento de la inversión de narcodólares en la compra de
tierras en la sabana y el piedemonte. Y con ellos, los mecanis-
mos de coerción, intimidación y terror sobre la población civil.
Sin embargo, no todo propietario puede abandonar sus propie-
dades; aquellos que tengan fundaciones superiores a las 250
hectáreas, no pueden ni ceder ni vender sus posesiones; por el
contrario, deben pagar un impuesto de seguridad de $50.000
promedio. La tributación asegura los excedentes necesarios para
sostener la guerra contra la subversión.
"Entre 1992 y 1998 fueron asperjados cerca de dos y medio
millones de litros de glifosato para erradicar más de 19.000
hectáreas de amapola y 41.000 hectáreas de coca. Hoy, en el año
2000, ninguna autoridad antinarcóticos sabe con precisión cuán-
ta amapola existe en Colombia y la CÍA acaba de señalar que se
cultivan en el país 122.500 hectáreas de coca, lo cual se traduce
en un potencial de producción de más de 500 toneladas de co-
caína para el mercado mundial"12, lo cual revela el rotundo fra-
caso de la política antinarcóticos.
La magnitud del problema de los desplazados dejados por
la guerras y la reestructuración violenta del territorio nacional
se hacen aún más complejas, frente al impacto de las economías
extractivas de influencia internacional como el petróleo. "Debi-
do a las gigantescas ganancias que produce y a las enormes trans-
formaciones que ocurren sobre las regiones en donde actúa, el
petróleo tiene efectos explosivos sobre una sociedad y su espa-
cio. En regiones como la Orinoquia o la Amazonia, en donde
hay bajas densidades demográficas y la presencia del Estado es

12
Ricardo Vargas Mesa, "Un mal menor ¿erradicar la actual política antidrogas?"
en u.N. Periódico, abril de 2000.
512 REINALDO BARBOSA ESTEPA

prácticamente simbólica, las compañías petroleras se convierten


en el factor determinante en los procesos de ordenamiento es-
pacial..." 13 . Caño Limón, Cusiana, Cupiagua, Coporo, Tolvane-
ra y otros campos de explotación no sólo se constituyen en te-
rritorio vedado para el control efectivo y real del Estado o la
sociedad, sino que generan su propia forma de defensa estraté-
gica contra la subversión, que les obliga a pagar la tasa petrole-
ra, a reinvertir socialmente las regalías y regular las relaciones
laborales paraestatales que allí se establecen.
La postmodernidad cogió al país sumido en el desorden te-
rritorial. La precariedad administrativa del territorio dificulta
la gestión pública y ciudadana, permitiendo la colisión de fun-
ciones y competencias. La sociedad colombiana se enfrenta a la
existencia de múltiples y variadas territorialidades. Las interpre-
taciones de las territorialidades nacionales por parte de los agen-
tes estatales no orientan el desarrollo económico, crean tensio-
nes entre el Estado y los agentes de la producción y restringen
los espacios públicos para los agentes económicos.
Pero sobre todo las formulaciones recientes sobre reorde-
namiento territorial excluyen a comunidades negras e indíge-
nas, no reconocen sus territorios, los mecanismos tradicionales
de apropiación colectiva de la tierra, o el carácter mágico, ritual
y simbólico de los territorios ancestrales. Ni el Estado central,
ni los organismos regionales de planificación, como los Corpes,
abordan esta complejidad, y planifican en abstracto; las comu-
nidades marginales o periféricas consideradas barbecho social
no caben en las estadísticas y, por tanto, están por fuera de toda
perspectiva planificadora.
Podría resumirse diciendo que el ordenamiento territorial
en el actual esquema es equivalente a desconocimiento de las

13
Camilo Domínguez, "Petróleo y reordenamiento territorial en la Orinoquia y la
Amazonia", en Cubides y Domínguez, op. cit., p. 41.
Imaginarios colectivos y crisis de representación [513]

regiones históricas, yuxtaposición de la modernidad tardía a la


historia de las provincias, ruptura de las identidades provincia-
les y desconocimiento de las formas subregionales para el ma-
nejo del territorio, provincias y comarcas.
Frente a la crisis de territorialidad, fruto de la crisis insti-
tucional y política del Estado y la sociedad, pareciera levantarse
una opción en los opositores al régimen. Pero vistas en detalle
las fisuras que la guerra deja, el territorio como espacio de po-
der, de producción y reproducción comunitaria, es decir, en
cuanto espacio vital, no figura en las agendas de negociación de
los actores armados.
Al contrario, ante el vacío territorial del Estado colombiano
se incrementa la rotación geográfica del poder: retorno a la
geopolítica del siglo xix, el territorio es un espacio por conquis-
tar o arrebatarle al otro, y la fuerza de las armas es el instrumento
per se. El conocimiento y dominio de la territorialidad puede lle-
gar a ser un arma para la guerra o un instrumento para la coexis-
tencia dentro de la diferencia. El territorio bien puede ser polí-
gono de fuerzas en el que se desenvuelven los enfrentamientos
por el poder; o espacios simbólicos de trascendencia para la pro-
ducción y reproducción étnica.
Del mismo modo que el suelo, o la renta que éste genera, la
producción agrícola o minera y la acumulación que logre pro-
vocar, tanto como la monopolización de la propiedad de la tie-
rra, son estratégicamente importantes para empresarios capita-
listas, ganaderos y terratenientes; en igual medida, aunque
dentro de una significación valorativa distinta, las lagunas, los
cerros, las piedras u otros sitios naturales son marcas con signi-
ficación social para comunidades ancestralmente ubicadas allí;
o marcadores naturales que delimitan el área de explotación de
un grupo, definen sus derechos a los recursos del medio, o la
zona de influencia de sus chamanes y brujos; en caso de las co-
munidades indígenas, para defenderlo, los linderos se trazan por
[514] REINALDO BARBOSA ESTEPA

odios mutuos, fruto de discrepancias programáticas tramitadas


mediante la violencia, las fronteras naturales se tornan fronte-
ras de muerte generando soberanías internas y dominios terri-
toriales cuya legitimidad y pertenencia no se discuten.
Mientras no existe una política territorial coherente por parte
del Estado, la población civil se halla sometida a la arbitrarie-
dad de la guerra y la ambigüedad paraestatal de los poderes
locales. Las formas de cogobierno en Arauca, Casanare, Gua-
viare, Meta, Caquetá, Córdoba o Urabá son solamente las aris-
tas de un polígono territorial de indiscutible presencia.

GLOBALIZACIÓN Y CONFLICTOS EN LAS FRONTERAS

Las fronteras geográficas, así como las sociales, caso de nuestra


frontera agrícola interior, en permanente proceso de expansión,
son ante todos espacios socio-políticos en los que se expresa la
diferenciación, la identidad, la pluralidad y la resistencia frente
a "los otros" a "lo otro", lo que no es "nuestro". Ello, entonces,
fija nuestros límites, nuestro ser y nuestro modo de ser diferen-
tes, nuestra realidad específica de países, nuestra personalidad
propia y nuestra expresión internacional particular. Todas ellas
realidades sociales que han ido surgiendo en el complejo proce-
so histórico de nuestro devenir como Estados nacionales, ape-
nas en formación, donde la política, la economía, la construc-
ción territorial y la sociedad han dado origen a las ideas de
soberanía y nacionalismo, cemento unificador e identifícador de
los mismos.
Hablar de fronteras y de conflictos fronterizos en esta era
llamada de la globalización en la que, al parecer, las diferencias
entre países tenderían a borrarse y, con ello, a ampliarse las es-
feras de integración y cooperación; las que, a su vez, atenuarían
y distenderían los conflictos, parecería no sólo un retroceso en
el campo académico, sino un contrasentido frente a los cambios
Imaginarios colectivos y crisis de representación [515]

mundiales, a las nuevas realidades del mundo post-moderno en


el que hoy vivimos.
En efecto, para los ideólogos o doctrinarios del "globalismo
y del integracionismo", los cambios tecnológicos y sus impactos
en la producción, así como en los flujos de información que a
partir de 1960 surgen como factores determinantes de la actual
evolución industrial a escala nacional e internacional, nos han
incitado a olvidarnos de las fronteras, de las diferencias y conflic-
tos, de las trabas y regulaciones que impiden la libertad comer-
cial, la mundialización de las finanzas, la universalización de la
producción y del consumo. Es más, los anteriores procesos -se-
gún aquellos-,

Están facilitando el surgimiento o la ampliación de la sociedad


civil y de la democracia, esferas múltiples, donde la cooperación,
la ayuda mutua y la solidaridad surgen como los frutos maduros
de un mundo libre de los nacionalismos y estatismos, hoy día fi-
nalmente en franca derrota.

Pero contra toda evidencia, la frontera se torna un escenario


de poder virtualmente explosivo. En las llamadas zonas de inte-
gración panameña, venezolana, brasileña, ecuatoriana o perua-
na con Colombia, son los poderes defacto o las formas paraestatales
de regulación y mediación, las encargadas de decidir la política
fronteriza.
En el nororiente el ELN se autoproclama gobierno e incentiva
acuerdos y negociaciones con los gobiernos locales venezolanos,
y el Estado del país vecino le reconoce condición de beligeran-
cia. En el suroriente, las FARC determinan y deciden las relacio-
nes económicas, laborales, sociales y políticas y exigen su reco-
nocimiento por parte de los países vecinos.
El valor geoestratégico que ha alcanzado la frontera sur del
país para los diversos actores armados explica la presión del
[516] REINALDO BARBOSA ESTEPA

subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental, Peter


Romero, sobre los gobiernos de Ecuador y Perú para que trasla-
den sus tropas de la frontera común tras el término de la guerra
hacia Colombia. A lo largo de este año se han venido creando
en esta extensa región unos "teatros de operaciones militares"
similares a los que tiene el ejército venezolano hace años14. Las
múltiples violencias y sus impactos en las relaciones fronterizas
convierten a Colombia en una amenaza regional.
El Plan Colombia que se discute actualmente en Washing-
ton está concebido para llevar a cabo una guerra prioritaria con-
tra la guerrilla y los cultivos ilícitos, pensados en forma comple-
mentaria. No apunta a colocar el flagelo de los cultivos ilícitos
en un escenario más complejo, en el que juegan otros actores
diferentes de la guerrilla que tiene su base en la Amazonia y la
Orinoquia. Hacia allá va dirigida toda la tecnología y el equi-
pamiento militares de ese plan de ayuda, escribe el profesor
Pizarro Leongómez.
Las visiones unilaterales y retóricamente optimistas desde las
cuales se analizan los impactos fronterizos del conflicto interno,
la esperanza de un mundo nuevo sin fronteras ni conflictos, de
ampliación de las libertades y de la democracia, de un mayor
disfrute de los avances del desarrollo de la ciencia y de la tecno-
logía que -ellos creen-, han contribuido a la ampliación de la
riqueza en el ámbito mundial, tienen que ser comprendidas y
analizadas con un enfoque complejo y crítico más equilibrado
de las realidades nacionales e internacionales, cuya interacción
conflictiva y dinámica es extremadamente rica y diversa. Ello es,
sin duda, aplicable al caso de los conflictos regionales y
subregionales internos e incluso de los países limítrofes que por

14
Eduardo Pizarro Leongómez, "Colombia: una grave encrucijada", u.N. Periódi-
co, agosto de 1999.
Imaginarios colectivos y crisis de representación [ 517 ]

su condición de países en "vías de desarrollo", como el colom-


biano, experimentan con más tuerza las crisis institucionales y
políticas, tanto como su derivación hacia la violencia; que en los
países desarrollados se hacen menos evidentes.
Vale la pena insistir en que la otra cara del proceso glo-
balizador se expresa en la integración de bloques industriales y
comerciales que, en un nuevo movimiento concentrador y
regionalizador de la economía, se disputan no sólo el mercado
mundial, sino la hegemonía social, cultural y territorial. Sólo que
para el caso colombiano, la producción, procesamiento y comer-
cialización de cocaína y sus derivados, la elevada criminalidad,
la crisis de derechos humanos y el escalonamiento del conflicto
interno armado producen "una súbita internacionalización en
las agendas políticas y en los temas estratégicos del mundo con-
temporáneo" como globalización negativa.
Se da, pues, en el contexto de un proceso de integración entre
países de marcadas diferencias económicas y políticas, que con-
duce a formas de regionalización económica en las que se con-
densa una fuerte hegemonía política de los países que -como
los Estados Unidos, los países del Este, la Unión Europea, y el
Japón, después de la Segunda Guerra Mundial-, han asimilado
para su beneficio los adelantos científicos y tecnológicos apare-
jados a la Tercera revolución industrial.
Éstos, a su vez, a partir de tácticas y estrategias diferentes,
han incrementado su dominio político, económico y financiero
sobre los países económica y políticamente menos poderosos.
En este contexto de intensas disputas de los "Grandes" por el
poder y la hegemonía sobre los recursos naturales de los dife-
rentes países y de los mercados nacionales de los mismos, el aná-
lisis de los conflictos fronterizos requiere de un nuevo enfoque.
Esto es, los estudios sobre las fronteras o sobre la abrogación
de las mismas, tan en boga actualmente, tienen que ser vistos
dentro de un contexto social altamente conflictivo, con la parti-
[518] REINALDO BARBOSA ESTEPA

cularidad de ser una sociedad polarizada o en trance de serlo,


en la que los intereses nacionales e internacionales contrapues-
tos se sobreponen y determinan los intereses privados, provin-
ciales y locales; donde no sólo los gobiernos (como institucio-
nes que representan el poder y la organización de los países en
el ámbito internacional), sino los diferentes sectores sociales, tie-
nen que ser involucrados, sin dejar de considerar las mediacio-
nes e intermediaciones de las organizaciones armadas que di-
cen representar sus intereses.
La migración de trabajadores colombianos a Venezuela, para
dar un ejemplo, ha estado determinada por la mayor remune-
ración y subsidios estatales en el segundo país, y por la concen-
tración de la propiedad territorial en la costa atlántica colom-
biana, que ha dejado sin oportunidades de ingreso y expulsa a
una parte sustancial de los campesinos de la región. La urbani-
zación subsidiada por Venezuela ha distorsionado su mercado
laboral, hasta el punto de convertirlo en demandador de traba-
jadores rurales no calificados, para mantener en funcionamien-
to su agricultura y su ganadería. El carácter ilegal de este mer-
cado genera múltiples conflictos, en los cuales la violencia y la
corrupción operan en sustitución de la justicia.
Hay violencia en las relaciones de los patronos y las autorida-
des policiales venezolanas, brasileñas, peruanas y ecuatorianas con
los trabajadores ilegales colombianos. Hay corrupción a todo lo
largo de las cadenas de intermediarios que conducen a los mi-
grantes a los puestos de trabajo en los países vecinos. Las guerri-
llas colombianas aspiran a llenar el vacío de seguridad de los
indocumentados y ejercen la violencia del secuestro y la extorsión
contra propietarios más allá de las fronteras. En su enfrentamiento
con las guerrillas, la fuerza pública de los vecinos ejerce violencia
contra los migrantes ilegales y la población fronteriza colombia-
na. Se ha creado un complejo contrabando de personas, bienes,
drogas y armas, que corre paralelo a los flujos e intercambios le-
Imaginarios colectivos y crisis de representación [ 519 ]

gales y que genera fricciones y violencia en las relaciones cotidia-


nas de las poblaciones en contacto.
A su turno, la fuerza pública colombiana sostiene una gue-
rra por los dominios territoriales con el ELN y las FARC, que se
extiende a lo largo de la frontera. Los derrames de petróleo por
sabotajes al oleoducto, usados como acciones de guerra por las
guerrillas, contaminan gravemente el sistema hídrico venezola-
no o ecuatoriano. La militarización de la frontera y la coopera-
ción entre fuerzas armadas binacionales en la lucha contra gue-
rrillera puede aumentar los efectos adversos contra la población
civil en los dos países.
El Putumayo ha sido geohistóricamente una zona con rela-
ciones complejas entre grupos étnicos, en las que se entrecruzan
procesos de colonización europea, misionera, militar y económi-
co-mercantil, hasta las sucesivas interacciones con la "sociedad na-
cional", y, adicionalmente, el carácter de región fronteriza; sobre
este territorio se cierne la incertidumbre, al convertirla en área
económica estratégica para Estados como el ecuatoriano o el pe-
ruano, para quienes, además, la intensificación de la presencia
institucional y sobre todo militar, fruto de la implementación del
plan Colombia extendería sus conflictos a sus territorios, según
lo analiza Virgilio Becerra, en U.N. Periódico.
Hay varias posibilidades de escalamiento del conflicto arma-
do en una situación como la descrita. Pueden aumentar los con-
tactos entre guerrillas y fuerzas armadas venezolanas, peruanas
o ecuatorianas; puede aumentar la intensidad de la confronta-
ción entre fuerza pública colombiana y guerrillas, y eventualmen-
te puede haber incidentes militares entre los otros países del área.
Otra fuente de cambios acelerados en las relaciones fronte-
rizas es el establecimiento del tráfico de drogas que se origina
en Colombia y utiliza a Brasil, Venezuela, Perú y Ecuador como
lugares de paso hacia los Estados Unidos y Europa. Este tráfico
induce a la corrupción y violencia y crea resistencias adicionales
[ 520 ] REINALDO BARBOSA ESTEPA

a los migrantes colombianos en esos países. A mediano plazo


puede propiciar el surgimiento de mafias locales en estos países
y la creación de redes criminales relacionadas con el narcotráfico,
como, en efecto, viene aconteciendo.
Frente a la actual coyuntura de bonanza y declive de la trans-
ferencia de regalías petroleras, los departamentos de la cuenca
orinoquense han de pensar en cómo consolidar procesos pro-
ductivos a largo plazo que garanticen lo que han dado en lla-
mar desarrollo sostenible. En Arauca, particularmente, el desarro-
llo económico-social del departamento depende en gran medida
del aprovechamiento de su posición estratégica en la frontera
internacional con Venezuela, en cuya área fronteriza se vivencian
de hecho la integración económica y social así como la eclosión
de la universalidad de la cultura más allá de los límites natura-
les y políticos. Estos procesos, uno de los más avanzados del con-
tinente y de los de mayor tradición histórica, incumben a toda
la Orinoquia, no sólo por la magnitud de los intercambios comer-
ciales, y los dividendos que generen, sino por su carácter estraté-
gico en las relaciones interculturales, interétnicas, interregionales
e internacionales. Ahora bien, los procesos de integración,
globalización, de internacionalización y de mundialización im-
plican necesariamente agudización de algunas de las anterio-
res caracterizaciones para asumir nuevas modalidades del con-
flicto.
Cobra vigencia el planteamiento del profesor Ernesto Guhl
en La insurgencia de las provincias, acerca de que un Estado no es
imaginable sin una base espacial territorial, y es el poder políti-
co y militar del Estado el que determina el dominio territorial,
fijando sus fronteras como una realidad política. Si reconocemos
la validez de los factores antropológicos, etnográficos, socioló-
gicos, y político culturales que hemos venido analizando, tanto
como los procesos histórico-políticos asociados a la construcción
de territorialidades, tendremos que reconocer igualmente la co-
Imaginarios colectivos y crisis de representación [521]

existencia de múltiples formas de Estados regionales o "paraestados"


que reúnen estas condiciones.
En el caso de la Orinoquia colombiana, por ejemplo, nos en-
contramos frente a una realidad: durante la mayor parte del tiem-
po en el que se ha venido constituyendo la región, el poder es-
tatal no alcanza todavía a llegar a las zonas fronterizas del espacio
geográfico, denotando un vacío territorial; como ocurrió a lo
largo de América Latina durante el siglo XIX y parte del XX, los
Estados no ejercían poder real sobre sus territorios y debieron
adoptar el Uti possidetis.
Iniciado el tercer milenio, asistimos no sólo a la fragmenta-
ción territorial, política social y económica de la nación y del país,
sino también a la ruptura y recomposición de los imaginarios
culturales, como consecuencia de la complejidad de los conflic-
tos, en la cual la Orinoquia continúa cumpliendo la importante
responsabilidad de amortiguamiento, desde su doble condición
de frontera interior, agrícola y en expansión, y frontera política
con Venezuela y Brasil. Y lo más grave es que no contamos ni
con instituciones, ni con política, ni con tradición, ni con pen-
samiento sistemático para reaccionar coherentemente frente al
desmembramiento y la marginalidad.
Leonor Perilla Lozano

ACERCA DE LA NOCIÓN DE PROBLEMA SOCIAL EN LA


REFORMA CONSTITUCIONAL DE 1936 Y LA CONSTITUCIÓN
DE 1991, COMO EXPRESIÓN DEL ESTADO SOCIAL Y SOCIAL
DE DERECHO EN COLOMBIA

Este análisis, sin ninguna pretensión constitucionalista (no es mi


formación), no quiere conceptualizar sobre el Estado o el Esta-
do social de derecho, ni hacer un análisis constitucional -ya se
han hecho bastantes y muy rigurosos análisis de los mismos-; la
intención, en este caso, es integrar a la lectura constitucional el
análisis social desde la perspectiva de lo que se entiende por
problemas sociales; es decir, por un lado, subrayar el aspecto que
define al Estado colombiano desde la Constitución política como
"Estado social de derecho" (menciono, en particular, la Consti-
tución de 1991 y la Reforma Constitucional de 1936, que intro-
duce la noción de Estado social en nuestro país) y, por otro, su-
brayar, de las constituciones mencionadas, los aspectos que, a
mi juicio, expresan una noción particular de problema social.
Partiré para el análisis de la pregunta: ¿Por qué interesa re-
visar la noción de problema social en un texto constitucional?; a
la que en principio responderé diciendo que, siendo dichos tex-
tos la base de las políticas estatales públicas, ya que es la consti-
tución política de un país el enunciado de principios para la
acción política de un Estado -bajo la forma de "ley fundamen-
tal"-, deberíamos encontrar concordancia tanto entre los pro-
blemas sociales que aquejan a un país y la noción que se tiene
de ellos -expresada en el texto constitucional-, como con la res-
puesta estatal frente a los mismos, en la forma de políticas pú-
blicas.
La noción de problema social en la Constitución [ 523 ]

Para tales efectos, se requiere precisar lo que se entiende por


Estado, Estado social de derecho, constitución y problema so-
cial, y subrayar aspectos tanto de la Reforma del 36 como de la
Constitución del 9 1 , por ser en éstas en las que se define el Es-
tado colombiano como social y de derecho, de tal forma que
podamos identificar enunciados que nos permitan una interpre-
tación social de la misma.

ACERCA DE LA IDEA DE ESTADO

Hay tal diversidad de ideas y enfoques sobre el Estado - e n cuanto


a su naturaleza y finalidad-, que no nos cabrían en estas líneas
mencionar ni los autores ni sus perspectivas; por mencionar sólo
algunos, diremos que tenemos diversas concepciones de Estado
desde Platón, pasando por Aristóteles, Rousseau, Hegel, Savigny,
Kant, Marx, Engels, Lenin, Kelsen, Weber, Duguit, Burdeu,
Bakunin, entre muchos otros 1 .
Para efectos de este análisis mencionaré en principio dos
perspectivas de Estado, agrupando, por un lado, las ideas de
Rousseau y de Hegel y, por otro lado, la idea marxista de Esta-
do, las que encuentro pertinentes para la reflexión propuesta.
En una perspectiva del análisis, ubico la idea de Estado -des-
de las concepciones de Rousseau y de Hegel, las que, aun siendo
distintas, es posible integrarlas, en particular, en la perspectiva
del Estado m o d e r n o - como el ente moral que representa la vo-
luntad general por el "bien común" y como realidad del espíri-
tu ético, en espíritu objetivo, en donde lo ético se define como
el "bien" que reside en el pensamiento, y la "verdad", la "volun-

1
Me refiero al Estado moderno, en tanto aparece éste en la historia como la for-
ma institucional del poder político -elemento constitutivo del Estado junto con la
nación y el territorio-, y como expresión del poder impersonal, cristalizado en una
entidad permanente.
[ 524 ] LEONOR PERILLA LOZANO

tad sustancial" (que es la voluntad del Estado), la "libertad". Para


los dos autores, la idea de la razón es constitutiva tanto del cuerpo
social (constituido por la razón de la voluntad general) como de
la persona moral (el Estado).
Para Rousseau, el Estado es la asociación política que se fun-
da, sobre la base de la libertad y de la voluntad de los contratan-
tes, en la voluntad general: "Si el Estado no es más que una per-
sona moral, cuya vida consiste en la unión de sus miembros y su
cuidado más importante es el de su propia conservación, necesi-
ta una fuerza moral y compulsiva para mover y disponer todas las
partes del modo más conveniente al todo... en el imperio de la
razón, del mismo modo que en el imperio de la naturaleza nada
se hace sin motivo" 2 . Y, para Hegel, el Estado es "la realidad de la
idea ética; es el espíritu ético en cuanto a voluntad patente, por sí
mismo sustancial que se piensa y se reconoce, y que cumple lo
que sabe y como lo sabe. En lo ético el Estado tiene su existencia
inmediata; y tiene su existencia mediata y esta conciencia de sí,
por medio de los sentimientos, tiene su libertad sustancial en él,
como su esencia, fin y producto de la actividad" 3 y el concepto de
idea ética para Hegel es "la objetivación de sí mismo... En conse-
cuencia tal concepto es:
a) El concepto ético inmediato o natural: la familia.
b) La sociedad civil, la unión de los miembros como indivi-
duos, independientes en una universalidad formal, mediante sus
necesidades y la constitución jurídica, como medio de garantía
de las personas y de la propiedad y en virtud de u n orden exter-
no para sus intereses particulares y comunes.

2
Juan Jacobo Rousseau, El contrato social, Editorial Cometa de Papel, Bogotá, 1996,
pp. 31-32.
3
Guillermo Federico Hegel, Filosofía del Derecho, Biblioteca Filosófica, Ed. Unidad
S.A, Buenos Aires, 1968, p. 212.
La noción de problema social en la Constitución í 525 ]

c) Estado externo que se recoge y retrae en el fin y en la rea-


lidad de lo universal sustancial y de la vida pública dedicada al
mismo, en la constitución del Estado"4.
Me tomo entonces el atrevimiento de poner en una sola voz
la voces de Rousseau y de Hegel, para los cuales el Estado es
"asociación" y "espíritu objetivo", es "persona moral"; así, el
Estado sería la asociación de los contratantes en donde lo que
prima es la relación social por necesidad, dada por la libertad
de asociarse en un estado civil que garantice lo que el estado de
la naturaleza no garantiza: el ejercicio de la libertad, la protec-
ción, para el "bien común", idea moral del Estado: aquí hay un
criterio de lo "bueno", de lo justo de dicha asociación, como
unión de voluntades, que representa una voluntad sustancial, la
voluntad del Estado; entonces, el Estado, por principio, es éti-
co, es ente moral por excelencia, porque representa la voluntad
sustancial, la voluntad de todos y lo que les es común; la bús-
queda del "bien" de todos, lo bueno, la verdad, la objetividad.
En otra perspectiva, y desde la concepción marxista, el Estado,
contrariamente a lo que piensa Hegel, no es la "realidad de la idea
moral", ni producto de la evolución de la razón, sino que es "pro-
ducto de la sociedad cuando ésta llega a un grado de desarrollo
determinado; es la confesión de que esa sociedad se ha enredado
en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida
por antagonismos irreconciliables, que es impotente para conju-
rarlos..., ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone por
encima de ella y se divorcia de ella más y más, es el Estado"5; por lo
que el Estado es un instrumento de dominación de clase, "es el
aparato de coerción de los hombres, que sólo aparece con la divi-
sión de la sociedad en clases, división en donde unos explotan a

Hegel, Filosofía del Derecho, Editorial Claridad, Buenos Aires, 1955, p. 155.
V. I. Lenin, El marxismo y el Estado, Editorial Progreso, Moscú, 1973, p. 56.
[ 526 ] LEONOR PERILLA LOZANO

los otros, se apropian del trabajo de los otros; la historia demues-


tra que el Estado como aparato especial de coerción de los hom-
bres surgió únicamente en el lugar y en la época en que apareció
la división de la sociedad en clases, es decir, la división en grupos
de hombres entre los que unos podían apropiarse siempre del tra-
bajo de otros, donde unos explotaban a otros", y más adelante agre-
ga: "... desde este punto de vista, antes de la división de la socie-
dad en clases no existía el Estado, pero a medida que surge y se
afianza la división de clases, surge y se afianza también el Estado"6.
Por lo tanto, desde esta perspectiva, el Estado es la expre-
sión de una clase que representa sus propios intereses, consti-
tuyéndose en una "máquina" para mantener el dominio sobre la
clase explotada; así, el Estado evoluciona, se transforma, sólo de
acuerdo con los intereses de los que en un momento histórico
determinado tienen el poder económico y político, se transfor-
ma para representar los intereses del grupo social que emerge,
en donde cambia la forma del dominio pero no la esencia de la
dominación dada por la estructura económica de la sociedad:
"siempre que existe el Estado, existe en cada sociedad un grupo
de personas que gobiernan, que mandan, que dominan y que,
para conservar el poder, tienen en sus manos una máquina de
coerción física, un aparato de violencia, las armas que corres-
ponden al nivel técnico de cada época"7.
Según Vladimiro Naranjo, "Es evidente que el Estado apa-
rece como un ser espiritual a la vez que como agrupación hu-
mana; que él es tanto un ente ordenador de la conducta, como
un titular abstracto y permanente del poder; que puede ser en
ciertas circunstancias un instrumento de dominación de clase o
un obstáculo para la libertad individual, como puede y debe ser

6
V. I. Lenin, "Acerca del Estado", Conferencia pronunciada en la Universidad
Jverdlou el 11 de julio de 1919, en Obras escogidas, tomo III, pp. 262-264.
7
ídem, p. 265.
La noción de problema social en la Constitución l 527 ]

también una situación de convivencia en la forma más elevada" 8 ,


sin embargo, para efectos del presente análisis, interesa resaltar
las tres perspectivas teóricas que, a mi juicio, definen y caracte-
rizan al Estado moderno, a saber:
• Como producto de la asociación de voluntades en una vo-
luntad general por el "bien común".
• Como expresión de la razón, de la "voluntad sustancial",
de la libertad y plenitud de los derechos; de la idea ética, como
constitutiva de la vida pública.
• Como expresión de los antagonismos en la sociedad, divi-
dida entre quienes tienen y quienes no tienen (poder económi-
co y político); por lo que el Estado representaría, antes que el
interés general, intereses particulares.
Es así que nos encontramos - e n dirección de las concepcio-
nes teóricas presentadas- con una concepción "ideal" de Esta-
do, en tanto producto del consenso por el bien común; como
agrupación de individuos por este fin en la forma de "persona
moral" y, por otro lado, el Estado como expresión "real" de los
antagonismos sociales y las pugnas por el poder, por acceder a
él o perpetuarse en él 9 .

QUÉ DEFINE AL ESTADO SOCIAL DE DERECHO

Con las revoluciones liberales en el mundo en los siglos XVII y XVIII


-revolución inglesa, 1688; americana, en 1776, y francesa, en

8
Vladimiro Naranjo Mesa, Teoría constitucional e instituciones políticas. Editorial Temis,
1997, p. 73.
9
Como se verá más adelante, así como nos encontramos con un ideal de Estado
-que se puede contrastar con la concreción de éste en la vida diaria-, encontrare-
mos también un "ideal" de constitución política, en cuanto enunciado de "buenos
" propósitos, de consignar la "voluntad general" por el "bien común", que difícil-
mente se traduce en la realidad en "bienestar de todos".
[ 528 ] LEONOR PERILLA LOZANO

1789-, se instaura el orden social, económico y político basado


en la concepción liberal del individuo; es decir, sobre la conside-
ración de que todos los individuos son libres, dignos e iguales
ante la ley10. Así, se instaura el Estado moderno -liberal - sobre
la consideración de la individualidad de las personas y su con-
sentimiento para participar en la "conformación del Estado".
Una de las consecuencias directas de las revoluciones burgue-
sas de los siglos XVII y XVIII es la declaración de cartas o De-
rechos11 y, más adelante -siglos XIX y XX- la institucionalización
jurídica de garantías y derechos en la forma de constituciones
políticas de los Estados. Por tal razón, y para efectos del presente
análisis, interesa abordar el tema de cómo se define lo que es una
Constitución política.
La Constitución política de un Estado se define, según La-
ssalle, como la ley fundamental de un país, en donde la idea de
fundamento lleva implícita la noción de una necesidad activa,
de una fuerza eficaz que hace por ley de necesidad que sea así y
no de otro modo; siendo los factores reales de poder esa fuerza
activa y eficaz que informa todas las leyes e instituciones jurídi-
cas de cada sociedad12.
Es entonces en la constitución política de un país en donde
se consignan "los factores reales de poder", en la forma de nor-
mas básicas para la organización del Estado -la población y el

10
Aquí estos valores -libertad, igualdad y fraternidad- son válidos fundamental-
mente para efectos del intercambio de mercancías y de apropiación de fuerza de
trabajo: valores que responden a las necesidades e intereses de la naciente burgue-
sía, que chocan con la sociedad estamental y la nobleza privilegiada (del siglo xvn).
Así, las ideas liberales se traducen en una organización clasista de la sociedad, y ju-
rídicamente en la forma de Estado de derecho.
11
Entre otras, la Declaración de Derechos de EU en 1776 y la Declaración Univer-
sal de los Derechos del Hombre en 1789.
12
Ferdinand Lassalle, ¿Quées una constitución?, Ediciones Universales, Bogotá, 1994,
pp. 37-39.
La noción de problema social en la Constitución í 529 ]

territorio-, y donde se definen -en la forma de normas- las re-


glas del juego social y la regulación de las relaciones de poder;
esto es, la definición de roles, el enunciado de derechos y los
deberes de los integrantes del Estado. "La Constitución es el con-
junto de normas fundamentales para la organización del Esta-
do, que regulan el funcionamiento de los órganos del poder pú-
blico y que establecen los principios básicos para el ejercicio de
los derechos y la garantía de las libertades dentro del Estado"13.
Siguiendo con el tema de la evolución de la forma de Esta-
do liberal -de derecho-, es necesario anotar que es en el tránsi-
to del siglo XIX al siglo XX, y en particular en la década del treinta
del último siglo, que se evidencia en el mundo capitalista cómo
la forma liberal de Estado no representaba las reivindicaciones
básicas de sus asociados, menos aún la dignidad e igualdad de
los individuos que promulgaba, coincidiendo además con la
depresión económica de 1929. El mundo capitalista, entonces,
se encuentra convulsionado por la crisis económica, por las pro-
testas populares y por la crisis política: "el liberalismo no terminó
siendo todo lo que esperaba, el individualismo, una sociedad in-
diferente e insolidaria, la pasividad del sistema y, principalmen-
te, la creciente desigualdad material entre la burguesía y la emer-
gente clase proletaria produjo en la teoría política el deseo de
superar el modelo liberal"14.
Es entonces sobre la base de la evidencia de que el Estado
liberal fracasó en su tarea de "procurar" una vida digna, enten-
dida como igualdad de oportunidades y de un orden social y
económico para sus "asociados", que se da el viraje en la teoría

13
Vladimiro Naranjo Mesa, op. cit., p. 321.
14
Ramón Eduardo Madriñán, El Estado social de derecho, Ediciones Jurídicas, 1997,
p. 33.
[ 530 ] LEONOR PERILLA LOZANO

política, y en la promulgación por la vía constitucional de los


Estados, al concepto de Estado social de derecho15.

La principal manifestación de la procura de un mínimo exis-


tencial 16 en el Estado social se encuentra en la existencia de los
sistemas de seguridad social, con garantía y coadministración
estatal, los cuales tienden hacia la disminución de los riesgos so-
ciales de los integrantes del Estado. Por lo tanto, para que un
Estado pueda llevar el calificativo de "social" debe procurar exis-
tencia de sistemas de seguridad social17.

Así, al Estado de derecho como garante de la ley, los dere-


chos y las libertades de sus asociados, se le agrega otra función,
la de procurar a los integrantes del Estado las condiciones para
una vida digna, sobre la base de prestar los servicios sociales bási-
cos para el logro del fin de la dignidad humana.

¿QUÉ ENTENDEMOS POR PROBLEMA SOCIAL?

En principio anotar que el problema social lo entendemos como:


• Un fenómeno social complejo: en tanto realidad tangible
e intangible, referido a condiciones de vida cuantificables y ca-
lificables.

15
Para Elias Díaz, a pesar de las variantes del Estado social de derecho, éste man-
tiene las características y exigencias del Estado de derecho como son: el imperio de
la ley formalizada en un órgano popular representativo, la separación de poderes,
la legalidad y garantía de derechos y libertades fundamentales. Véase Elias Díaz,
Estado de derecho y sociedad democrática, Ed. Taurus, Madrid, 1986, p. 85.
16
Con relación al concepto de "mínimo existencial", Madriñán, citando a Ángel
Garronera, dice que es por este concepto que se le otorga al Estado una función
asistencial, gestor de prestaciones, servicios y asistencias para asegurar condiciones
fundamentales de existencia humana. Madriñán, op. cit., p. 55.
17
Ramón Madriñán, op. cit, p. 57-58.
La noción de problema social en la Constitución [ 531 ]

• Una realidad construida discursivamente desde el discur-


so político y social.
• Un fenómeno social que puede constituirse en una ame-
naza: para el régimen político y/o para la vida misma.
De tal forma, los "problemas sociales" son "propios" de cada
contexto en particular, producto del desarrollo social económico,
político y, por lo mismo, corresponden al momento histórico por
el que atraviesa cada sociedad en particular; por lo que entende-
mos que los problemas sociales, tanto en su concepción como en
su manifestación y en su consideración social, también cambian.
Para Robert Horton, los problemas sociales representan pau-
tas complejas de comportamiento social y, por lo mismo, no es
fácil describirlos; sin embargo, hay algunos elementos que nos
permiten reconocerlos. Una condición es que son creación hu-
mana, tienen origen social, no son productos naturales ni so-
brenaturales; los problemas sociales deben tener cierto grado de
permanencia; deben afectar a un número importante de perso-
nas, ser considerados inconvenientes; que la gente piense que
puede y debe hacer algo para corregir cierta condición. Que una
situación sea o no deseable, tiene que ver con los valores acep-
tados por la mayoría de la población, valores que cambian con
el tiempo18. Y, más adelante, el mismo autor agrega que "los pro-
blemas sociales representan interpretaciones subjetivas de con-
diciones objetivas"19.
Se puede decir, entonces, que el problema social se define
por la existencia de:
a) Unas condiciones objetivas: como un hecho social de ca-
rencia, de necesidad; una situación social permanente verifica-
ble, cuantificable, contrastable.

18
Robert I. Horton, Problemas sociales, Ateneo Editorial, Buenos Aires, 1978, p. 2-3.
19
ídem, p. 5.
[ 532 ] LEONOR PERILLA LOZANO

b) Unas condiciones subjetivas: en principio, un conocimien-


to de la realidad objetiva (científico); una interpretación negativa
de dicha realidad; un valor socialmente compartido de que el
hecho afecta a la sociedad y atenta contra ella, y va en contra de
cierta conciencia de "orden", de "bienestar" o de "vida humana
digna", valores que se comparten y se construyen socialmente.
Y la expresión política de las dos condiciones mencionadas
en la forma de "correlación de fuerzas", en donde encontramos,
por un lado, la presión que ejercen distintos grupos sociales y
políticos que pugnan por poner, en el debate y la decisión públi-
ca, un problema social como expresión de la necesidad, la caren-
cia, la demanda de distintos grupos de población20 y, por otro lado,
la decisión de quienes detentan el poder político, de incorporar
o no un problema social como prioritario en la agenda de políti-
ca pública. Interesa agregar además, y de acuerdo con Alejo Vargas,
que el "proyecto político dominante", en cada momento históri-
co, condiciona también el tipo de respuesta, constituyéndose en
un factor determinante que influencia la política pública21.
Alejo Vargas, inspirado en Ozslak y O'Donnell, distingue en-
tre "problema social" y "situaciones socialmente problemáticas";
entendiendo el primero como las necesidades, carencias y de-
mandas de la sociedad que en general rebasan la capacidad de
respuesta del Estado, y las segundas, como aquellas en las cua-
les la sociedad, de manera mayoritaria, percibe un problema
social como relevante y considera que el régimen político debe
enfrentarlo con políticas públicas; dándose un continuo tránsi-
to entre "problemas sociales" y "situaciones socialmente proble-

20
Alejo Vargas incorpora esta discusión, de la presión ejercida por los distintos
actores políticos y sociales, en el tema del entendimiento de la política pública. Véa-
se Alejo Vargas Velásquez, Notas sobre el Estado y las políticas públicas, Almuneda Edito-
res, 1999, p. 59.
21
Alejo Vargas V, op. cit., pp. 61-63.
La noción de problema social en la Constitución [ 533 ]

máticas", en el que la intervención de los actores sociales y polí-


ticos con poder es fundamental para hacer que sus intereses
específicos sean considerados de interés general, y lograr dis-
cusiones y políticas en relación con ellos 22 .
Por lo expuesto anteriormente, los problemas sociales están
en la base de las políticas públicas, en tanto éstas se plantean
como respuesta gubernamental a las demandas y necesidades
sociales, a los problemas sociales relevantes (o situaciones social-
mente problemáticas, como diría Alejo Vargas).
En síntesis, tanto las condiciones objetivas de necesidad y
carencias, como las interpretaciones subjetivas de éstas, y la de-
cisión política frente a las mismas - c o m o expresión de poder-,
tienen una permanencia relativa en el tiempo y el espacio, en
tanto que se transforman o se expresan de distinta forma, aun-
que se mantengan aspectos estructurales de una situación social
determinada. Para el caso, podemos ilustrarnos con el tema de
la pobreza como u n problema social estructural, reiterado his-
tóricamente, que en cada momento histórico se manifiesta en
diferentes formas - e n distintos grupos de población- y se dan
respuestas sociales y políticas de diversa índole, según sea con-
siderado éste como u n problema social que amenaza al régimen
político o como u n a amenaza a la vida misma; en este sentido,
vemos la relación directa de la formulación de políticas públicas
con procesos de gobernabilidad y legitimidad del Estado.
Además, la insatisfacción social sentida (y reiterada) en u n
contexto social determinado significa, a su vez, que existe un con-
flicto entre la necesidad y el nivel de desarrollo de la sociedad
en cuestión.
Por tanto, el conflicto social se crea, además, por los proble-
mas sociales no resueltos de distintos grupos de población que ex-
presan una demanda que es desatendida y que genera el conflicto.

Alejo Vargas Velásquez, op. cit., pp. 58-59.


[ 534 ] LEONOR PERILLA LOZANO

Desde el proyecto político (del modelo de Estado del que


estemos hablando) y, en particular, desde las políticas públicas
planteadas como respuestas a los problemas sociales, se afronta
el conflicto social que provoca los problemas sociales sin resol-
ver; es decir, desde una perspectiva ideológica y política23 del Es-
tado se da respuesta a los problemas sociales, expresados en de-
mandas sociales al Estado, y/o se "afronta" o se aplaza el conflicto
social.

A C E R C A DE L A R E F O R M A C O N S T I T U C I O N A L D E L 3 6 Y LA C O N S T I -
T U C I Ó N DEL 91 COMO EXPRESIÓN DEL ESTADO SOCIAL Y SOCIAL DE
DERECHO, Y LA NOCIÓN DE PROBLEMA SOCIAL ALLÍ

Interesa, en principio, precisar aspectos de la Reforma Consti-


tucional de 1936 y de la Constitución de 1991 referidos a la in-
clusión del tema de los problemas sociales allí y, por ende, lo
tocante al campo económico-social, como reconocimiento de
ciertos derechos de los individuos; como derechos fundamenta-
les -no sólo políticos, sino también económicos, sociales, cultu-
rales- y deberes del Estado y de los particulares para con los
mismos, en particular para con los "más necesitados".
Con este propósito, enunciaré los principios constituciona-
les más relevantes, relacionados con alguna noción de proble-
ma social allí -en cuanto enunciado de necesidades y carencias
de la población-, mencionando la idea de unidad política y de
actuación del Estado a este respecto.
Entonces, a propósito de la noción de problema social en los
textos constitucionales, interesa:
• Identificar la visión de totalidad -de unidad- de los prin-
cipios constitucionales.

23
Aquí entiendo por ideológico el conjunto de ideas que orientan la acción; mien-
tras que lo político se refiere a la acción gubernamental misma.
La noción de problema social en la Constitución i 535 ]

• Identificar principios en conflicto.


• Identificar correspondencia o no con el contexto econó-
mico, social y político, interno y externo.
• Visualizar en el texto constitucional el "ideal" de organi-
zación del Estado.

A PROPÓSITO DE LA REFORMA CONSTITUCIONAL DE 1936

Se ubica en el contexto internacional de surgimiento del llamado


Estado interventor, el Estado de bienestar o Estado social -para
nuestro caso-, teniendo como marco una crisis económica, social
y política en el mundo capitalista, en general, y en nuestro país,
en particular; además que esta reforma, a pesar de las resisten-
cias políticas y económicas internas en el país, promulga la liber-
tad de cultos, la libertad de enseñanza, un intervencionismo de
Estado y de orientación social en el régimen de propiedad y de
garantías individuales.
Los principios enunciados por la Reforma del 36 referidos
a la acción social del Estado se expresan en los artículos 9, 10,
11, 12, 13, 14, 16, 17 y 20.
• Deberes sociales del Estado y de los particulares.
• El interés público o social.
• Racionalización de la distribución y el consumo de riquezas.
• La equidad.
• Los fines sociales de la cultura.
• La asistencia pública como función del Estado.
• El trabajo como obligación social y de protección del Estado.

CON RELACIÓN A LA CONSTITUCIÓN DE 1991

El objetivo social del Estado, en cuanto a su finalidad de procu-


rar bienestar general, calidad de vida y satisfacción de las nece-
[ 536 ] LEONOR PERILLA LOZANO

sidades básicas a la población, aparece consignado de manera


expresa. Es así que en el artículo I o de la ponencia del Congre-
so de la República sobre régimen económico y finalidad del Es-
tado se enuncia: "Es finalidad social del Estado procurar el bien-
estar general y el mejoramiento de la calidad de vida de la
población atendiendo a principios de universalidad, integridad
y solidaridad, así como la satisfacción permanente de sus nece-
sidades básicas, y entre ellas, prioritariamente, la salud, la edu-
cación y el consumo básico de agua potable" 2 4 .
• Respeto a la dignidad humana, solidaridad, prevalencia
del interés general, artículo I o .
• Servir a la comunidad, garantizar derechos y deberes, fa-
cilitar participación, asegurar la vigencia de u n orden justo, debe-
res sociales del Estado y de los particulares. Artículo 2 o .
• Condiciones para la igualdad real y efectiva, medidas a fa-
vor de grupos discriminados o marginados, artículo 13.
• Protección integral a la familia y asistencia a personas de
la tercera edad, artículos 42 y 46.
• Políticas de previsión, rehabilitación e integración social
para disminuidos físicos y psíquicos, artículo 47.
• Seguridad social; servicio público de carácter obligatorio.
Principios de eficiencia, universalidad y solidaridad, artículo 48.
• Atención en salud y saneamiento ambiental, servicios pú-
blicos. Garantizar a todas las personas promoción, protección y
recuperación de la salud, artículo 49.
• El interés privado, ceder al interés público o social (en lo
referido a la propiedad). Propiedad como función social que
implica obligaciones. Función ecológica, artículo 58.
• Deber del Estado: promover acceso progresivo a la pro-
piedad de la tierra de los trabajadores, mejorar ingresos y cali-
dad de vida de los campesinos, artículo 64.

Gaceta Constitucional, N 2 53, abril 11 de 1991.


L a noción de problema social en la Constitución í 537 ]

• Servicios públicos inherentes a la función social del Estado.


Asegurar prestación eficiente a todos los habitantes, artículo 365.
• Bienestar general y mejoramiento de calidad de vida de la
población. Solución de necesidades insatisfechas de salud, educación,
saneamiento ambiental y agua potable, artículo 366.
• La ley fijará en cobertura, calidad, financiación y régimen
tarifario; criterios de costos, de^solidaridad y redistribución de
ingresos, artículo 367.
Hay que mencionar, entonces, que se amplían numéricamen-
te las funciones sociales del Estado en la Constitución de 1991,
con relación a la Constitución de 1886 y la Reforma del 36; en
tanto que en la del 86 se dedica sólo u n título a la promulgación
de derechos civiles y garantías sociales -artículos 19 al 52-, en
la Constitución del 91 se habla de los derechos fundamentales
como sociales, económicos y culturales; colectivos y del ambien-
te; de protección y aplicación de los deberes y obligaciones -artí-
culos 11 al 95-, y de la finalidad social del Estado y de los servi-
cios públicos -artículos 365 al 370-, por lo que se podría presumir
que existe un "mayor entendimiento" de los problemas sociales,
económicos, políticos, ambientales y culturales que aquejan a
nuestra sociedad en ésta época y, por lo mismo, una incorpora-
ción de éstos como principios orientadores para la acción social
y política del Estado colombiano. Hecho que no necesariamen-
te significa una materialización institucional del Estado (en la
forma de políticas públicas), en concordancia fiel con los enun-
ciados de los derechos y deberes propuestos en la Constitución.

A MANERA DE LECTURA SOCIAL


DE LAS REFORMAS CONSTITUCIONALES

1. En la Reforma del 36 encontramos, como unidad constitucio-


nal: La intervención social del Estado para garantizar liberta-
des, racionalización, distribución, asistencia directa en ciertos
[ 544 ] LEONOR PERILLA LOZANO

sófica. Buenos Aires: Editorial Unidad, 1968. Y Editorial


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Vargas Velásquez, Alejo. Notas sobre el Estado y las políticas públi-
cas. Bogotá: Almuneda Editores, 1999.
La noción de problema social en la Constitución i 537 1

• Servicios públicos inherentes a la función social del Estado.


Asegurar prestación eficiente a todos los habitantes, artículo 365.
• Bienestar general y mejoramiento de calidad de vida de la
población. Solución de necesidades insatisfechas de salud, educación,
saneamiento ambiental y agua potable, artículo 366.
• La ley fijará en cobertura, calidad, financiación y régimen
tarifario; criterios de costos, de^solidaridad y redistribución de
ingresos, artículo 367.
Hay que mencionar, entonces, que se amplían numéricamen-
te las funciones sociales del Estado en la Constitución de 1991,
con relación a la Constitución de 1886 y la Reforma del 36; en
tanto que en la del 86 se dedica sólo un título a la promulgación
de derechos civiles y garantías sociales -artículos 19 al 52-, en
la Constitución del 91 se habla de los derechos fundamentales
como sociales, económicos y culturales; colectivos y del ambien-
te; de protección y aplicación de los deberes y obligaciones -artí-
culos 11 al 95-, y de la finalidad social del Estado y de los servi-
cios públicos -artículos 365 al 370-, por lo que se podría presumir
que existe un "mayor entendimiento" de los problemas sociales,
económicos, políticos, ambientales y culturales que aquejan a
nuestra sociedad en ésta época y, por lo mismo, una incorpora-
ción de éstos como principios orientadores para la acción social
y política del Estado colombiano. Hecho que no necesariamen-
te significa una materialización institucional del Estado (en la
forma de políticas públicas), en concordancia fiel con los enun-
ciados de los derechos y deberes propuestos en la Constitución.

A MANERA DE LECTURA SOCIAL


DE LAS REFORMAS CONSTITUCIONALES

1. En la Reforma del 36 encontramos, como unidad constitucio-


nal: La intervención social del Estado para garantizar liberta-
des, racionalización, distribución, asistencia directa en ciertos
[ 538 ] LEONOR PERILLA LOZANO

casos (personas "incapacitadas") y protección al trabajo. Y en la


Constitución del 91, se define como Estado social de derecho.
2. En cuanto a principios en conflicto: la presencia del tema
de "los particulares"; si bien en lados reformas se enuncia el prin-
cipio de los deberes sociales del Estado y de los particulares como el
conjunto de obligaciones que corresponden al Estado y a los parti-
culares, preocupa este tema en concreto cuando se hace referen-
cia a los servicios públicos o sociales.
3. Existe correspondencia del enunciado de principios cons-
titucionales con el contexto político nacional e internacional (en
tanto presencia de grupos de presión y protesta social y presión
por reformas políticas); sin embargo, luego del enunciado de
principios, el desarrollo de políticas públicas es el que no corres-
ponde con la problemática social del contexto nacional.
4. Según los textos constitucionales, podemos "leer" al Esta-
do colombiano como producto de la "asociación" de todos por el
"bien común", en donde no se reconocen diferencias ni intereses
en conflicto; se obvian antagonismos en este "ideal" de Estado.
En síntesis, podemos decir:
1. Tanto las constituciones políticas del siglo XX como las re-
formas políticas de esta época dan un paso importante con rela-
ción a las de los siglos anteriores, XVIII y XIX: el de incorporar el
tema de los "derechos sociales" de los individuos que conforman
un Estado (entre otras, están la Constitución de Weimar de 1919,
la de la República española de 1931, la Constitución soviética
de 1918, el New Deal de 1932 de Roosevelt, y en nuestro país,
la Reforma del 3625).

25
Si bien el Acto Reformatorio de la Constitución de 1936 no enuncia de manera
explícita el término "derechos sociales", sí habla de asegurar el cumplimiento de los
deberes sociales del Estado de los particulares -la propiedad como función social
(Art. 9 y 10)-, la libertad de conciencia, de enseñanza y de enseñanza primaria gra-
La noción de problema social en la Constitución [ 539 1

Para explicar esta extensión de los textos constitucionales a


los problemas económicos y sociales, los economistas hablan ge-
neralmente de un acrecentamiento de los derechos individuales.
Haciendo notar que a los derechos tradicionales contenidos en
las viejas constituciones se añade hoy una nueva categoría a los
derechos del individuo: los derechos llamados sociales"26.

2. Las reformas políticas y jurídicas responden a cambios en


el orden mundial, referidos tanto a crisis económicas (crisis de
acumulación del mundo capitalista que se inicia en 1929) como
a revueltas políticas y sociales (guerras mundiales, protestas po-
pulares y huelgas generalizadas), que están expresando el "ma-
lestar" generalizado por el orden económico, político y social,
una organización institucional del Estado que no atiende ni las
necesidades básicas de la población pobre -que es la mayoría-,
ni responde a valores de dignidad humana.
3. Los procesos de reformas políticas y constitucionales no
cuentan en su mayoría con respaldos políticos y económicos de
los grupos con poder; es decir, no responden a iniciativas con-
juntas de los grupos en el poder, o son iniciativas de personajes
políticos en particular o de grupos políticos que no representan
a intereses de la mayoría27, por lo que, en la práctica, los gobier-

tuita (arts. 13 y 14) la asistencia pública como función del Estado (art. 16); la protec-
ción del Estado al trabajo (art. 17); el derecho a huelga (art. 20).
26
Francesco Vito, "Los problemas sociales en las Constituciones modernas", en Re-
vista Javeriana, vol. 28, N2 139, 1947, p. 278.
27
Para el caso de la constitución política colombiana de 1991, interesaría analizar
en qué medida, al ser promulgada por una Asamblea Nacional Constituyente -pre-
sidida por representantes de las tres corrientes políticas más importantes en su mo-
mento, Partido Liberal, Partido Conservador yn-19-, realmente responde a los in-
tereses de la mayoría o si quedaron allí consignados los propósitos de una sociedad
nacional y el respaldo de la misma.
[ 540 ] LEONOR PERILLA LOZANO

nos se encuentran con graves tropiezos de materializar los prin-


cipios constitucionales en la realidad; es decir, dificultades en
traducir los enunciados jurídicos en formas institucionales y
políticas públicas.
4. Las reformas constitucionales y políticas, además de no
contar con el respaldo de los grupos con poder -los grupos eco-
nómicos, los grupos políticos en el poder del Estado o fuera de
él 28 -, tampoco corresponden con el nivel de "madurez" o "in-
madurez" política, ni de la llamada sociedad civil, ni de las ins-
tancias políticas encargadas de traducir los principios constitu-
cionales en políticas públicas, es decir, los altos funcionarios de
la administración pública del Estado. Nos encontramos con que
las constituciones políticas no corresponden a un determinado
desarrollo de las conciencias o de las prácticas políticas cotidia-
nas de los miembros de una sociedad29, en cuanto están o más
adelante o más atrás de éstas. En este sentido, y refiriéndose a
la Constitución del 91, el profesor Luis Carlos Sáchica dice: "La
Constitución del 91 será modificada pronto y con frecuencia
porque la historia se está desenvolviendo a ritmo vertiginoso.
Es una Constitución de empalme, destinada a quedar atrás por
su propio dinamismo. Realizarla es llevar a Colombia a los um-

28
Es el caso, entre otros, de la Reforma del 36, a la que luego se opusieron de manera
férrea tanto grupos económicos de terratenientes, industriales y banqueros organi-
zados en la Asociación de Propietarios, APEN, como el Partido Conservador y la je-
rarquía de la Iglesia católica.
29
Un hecho, entre muchos, que nos ilustra esta idea son los escándalos recientes
de corrupción política producidos por la Cámara de Representantes, hecho que, sin
ser novedoso, sí nos reitera la apreciación de que pueden darse "excelentes" consti-
tuciones, en cuanto cartas de derechos y enunciado de principios orientadores de
una mejor organización social y política de la sociedad, pero mientras no haya una
verdadera "revolución" de las conciencias -como ya alguien dijo- y, como efecto de
ésta, cambio en las prácticas, nada ha de cambiar en el orden social, político y eco-
nómico de nuestro país.
L a noción de problema social en la Constitución [ 541 ]

brales de la modernidad y, con ello, a la necesidad de otra for-


ma de vida"30.
5. Las reformas constitucionales representan una formali-
zación jurídica de un conjunto de principios y propósitos, es
decir, un conjunto de normas que responden a una intencio-
nalidad -intencionalidad que es de orden político, social y eco-
nómico-, pero que luego deben ser traducidas en política pú-
blica, para lo que se requiere voluntad política que se materialice
en decisión y acción pública y social31. Siendo en este aspecto
de la materialización de la norma donde nos quedamos cortos,
tanto la administración del Estado como quienes lo conforma-
mos.
6. Si bien las mencionadas reformas sociales del Estado se
hacen en el marco del Estado de derecho, lo que supone que los
poderes públicos y los particulares deben obrar conforme a la
ley, a la norma jurídica establecida por la Constitución política,
"en el pleno sentido de la palabra el Estado de derecho presu-
pone no sólo la sujeción del ejercicio del poder a las normas
generales, sino, sobre todo, la subordinación de las leyes al lí-
mite material del reconocimiento de los derechos fundamenta-
les"32. Sin embargo, para nuestro caso v respecto a la Constitu-
ción de 1991, todo el enunciado de los derechos, garantías,
deberes y derechos fundamentales está acompañado en la prác-

30
Luis Carlos Sáchica, Nuevo constitucionalismo colombiano. Editorial Temis S.A., Bo-
gotá, 1992, p. 376.
31
Me refiero a decisión y acción pública en lo correspondiente al rol del Estado en
cuanto a la formulación, administración y gestión de las políticas: administración
pública. En tanto que a decisión y acción social en lo que respecta al papel de la
sociedad en general y las comunidades en particular en cuanto al pronunciamiento
y al seguimiento del enunciado de principios y de las políticas públicas mismas.
32
Abel Rodríguez Céspedes, "Estado social de derecho y neoliberalismo", en Re-
vista Foro, N 2 20, 1993, p. 73.
[ 542 J LEONOR PERILLA LOZANO

tica de una realidad económica y social y una prácticas políticas


y administrativas que van en contravía del Estado social de de-
recho.
7. Teniendo en cuenta que u n texto constitucional se pre-
senta como un enunciado de principios que prescriben una ac-
ción desde unos valores filosóficos y políticos reconocidos y, a
su vez, dejan un espacio de discrecionalidad a la labor legislati-
va 33 , nos encontramos con que, o no todos los principios se tra-
ducen en acción legislativa y ejecutiva, o la traducción de los
mismos efectivamente queda a discrecionalidad del poder pú-
blico del momento.
8. No debemos olvidar que el contexto internacional y so-
cial en el cual se gesta una nueva constitución o una reforma
constitucional - q u e presiona por ampliar una serie de funcio-
nes sociales asignadas al Estado- es, paradójicamente, por u n
lado el de "minimización del Estado" y, por otro, el de ausencia
de éste, en particular, y de manera más evidente, en muchos sec-
tores rurales de nuestro país, hecho que muestra que, o n o hay
traducción de los principios constitucionales en la vida de la na-
ción - e n la forma institucional o de formulación de políticas es-
tatales públicas-, o dicha traducción no es fiel a los preceptos
constitucionales.
9. En tanto que una determinada noción de problema social
conduce a una "toma de posición" de quienes detentan el po-
der político dominante en un momento histórico determinado,

33
Según lo dispuesto por la Corte Constitucional, los principios "consagran pres-
cripciones jurídicas generales que suponen una delimitación política y axiológica
reconocida y, en consecuencia, restringen el espacio de interpretación, lo cual hace
de ellos normas de aplicación inmediata, tanto por el legislador como por el juez
constitucional... expresan normas jurídicas para el presente; son el inicio del nuevo
orden... Los principios son normas que establecen un deber ser específico del cual
se deriva un espacio de discrecionalidad legal y judicial". Corte Constitucional, Sala
N s 1 de Revisión, sentencia T-406, citada por Ramón E. Madriñán, op. cit, p. 110.
La noción de problema social en la Constitución l 543 ]

en este sentido estaría de acuerdo con el profesor Alejo Vargas


en cuanto a que los problemas sociales rebasan la capacidad de
respuesta del Estado y la acción del mismo no apunta a erradi-
car definitivamente una situación problemática, sino a volverla
"manejable".
10. Finalmente, es de anotar que se requiere profundizar en
el análisis constitucional con el fin de identificar valores en con-
flicto en los textos constitucionales mismos; la correspondencia
o no de dichos valores con la situación política, económica y social
del país, así como identificar el ideal social y político que, de
manera explícita o implícita, se plantea en la Constitución y su
correspondencia o no con la materialización que se hace de la
norma y, por lo mismo, la concreción del Estado en la vida de la
Nación.

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