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Idea (ampliación)
Un grupo de amigos de la literatura admite cada tanto en sus reuniones a un
artista plástico, algo mayor, quizá alcohólico recuperado, extrovertido,
generoso, expansivo, un tanto ingenuo. En algún momento se enteran de que
este hombre, con varios fracasos matrimoniales por detrás, conoció a una
chica muy joven, nórdica, ex bióloga, que ha dejado la profesión para viajar y
dedicarse también a la plástica. Para sorpresa del grupo, la relación avanza, (se
desliza que los dos están solos en el mundo porque ella no tiene familia) los
dos se casan y empiezan una segunda etapa en la que la chica quiere quedar
embarazada. No lo consiguen inmediatamente. Burlas en el grupo sobre el
trabajo reglamentario que debe hacer el artista en los días fértiles, las
posiciones, etcétera. Cuando están a punto de iniciar un tratamiento de
fertilización, la chica queda finalmente embarazada. Durante el embarazo ella
engorda mucho, pierde toda la gracia y se vislumbran algunos rasgos de un
comportamiento autoritario con respecto al artista. El dinero del matrimonio
es el de la chica, y compra una casa antigua, muy grande, de dos pisos y con
un sótano.
En el grupo se siguen con interés e ironía las fases del embarazo, en que la
chica empieza a revelar su manía por un cuidado extremo, reposo absoluto,
etcétera. También se desliza que la mujer prefiere tener al bebé en su casa, con
parto natural y no en un hospital. Finalmente nace el bebé, todos en el grupo
quieren conocerlo, el artista está orgulloso porque el bebé, según cuenta, es
idéntico a él (debe contar algunos detalles de los rasgos, quizá mostrar alguna
foto). A la vez debe revelar que sacó la foto a escondidas, porque la mujer se
apropió del bebé con una vigilancia extrema, no quiere sacarlo a la calle, tiene
la cuna cubierta con un mosquitero, tiene un temor (quizá inventado) de que el
chico sea fotofóbico o tenga algún problema inmunológico y pueda infectarse.
Comenta que según le han dicho esta clase de comportamiento en madres
primerizas no es extraño. En definitiva, el artista se excusa, avergonzado, de
que no puede por ahora llevarlos a la casa para verlo.
Pasa quizá un mes entre el inicio del juicio y el momento en que el artista va
a la primera visita. El artista está agradecido y le pide al narrador que lo
acompañe hasta la puerta de la casa porque no sabe en qué estado de locura
encontrará a la mujer. Cuando el artista sale está demudado. Le dice, con
horror, que el bebé no es el mismo. Que la mujer de algún modo se las arregló
para cambiar a su hijo por ese otro bebé, que no es el suyo. El narrador le
pregunta si no es posible que las facciones hayan cambiado en algo en ese
primer mes. El artista lo niega enfáticamente: él es el padre y sabe
perfectamente cómo era su hijo. Sabe que tenía (por ejemplo) una manchita en
la piel, que este bebé no la tiene. Sugiere que la mujer se apropió de alguna
manera de ese otro bebé, que será el bebé que mostrará al mundo mientras
dejará encerrado a su hijo dentro de la casa. El artista le dice también que
percibió que había algunos arreglos en marcha en el sótano, y que venía desde
el sótano una ola de calor extraña. Le cuenta al narrador que estuvo vigilando
la casa durante todo ese tiempo para asegurarse de que ella no se fugara del
país con el hijo y que había visto obreros que trabajaban en una refacción en el
sótano.
El narrador percibe que en ese tiempo el artista volvió a tomar. Se inicia una
segunda fase del juicio, en que el artista acusa a la mujer de que el bebé no es
su hijo propio. A su vez, la mujer le inicia una contrademanda de demencia,
por síndrome de Capgras: aduce que él enloqueció y no puede reconocer a su
propio hijo. Durante el proceso, antes de las pericias de ADN, el artista intenta
una noche penetrar en el sótano. Al ingresar suenan las alarmas, el artista
escapa y quizá trata de refugiarse en la casa del narrador. Le dice al narrador
que nadie creerá lo que él vio, que no puede contárselo porque todos lo
creerán loco. Se va luego a su casa y lo encuentran muerto. Se ha suicidado,
sin dejar ninguna nota. La causa entonces se archiva.
En un epílogo el narrador recuerda todo esto cuando han pasado varios años
y se entera de que el hijo del artista va al mismo colegio que su hija, en otra
división. Lo lleva y lo trae una mujer de servicio, nunca la madre. Escucha
que otras madres de esa división comentan que la mujer vive enclaustrada en
su casa, y que les llama la atención que aún en los días fríos el chico va
desabrigado, y muchas veces sucio, como si la madre no le prestara la menor
atención. El narrador vuelve a su auto, donde está prendida la calefacción y en
el calor del auto vuelve a recordar esa otra ola de calor que según el artista,
subía desde el sótano, donde quizá otro chico, ahora de seis años, sigue
encerrado, muy bien protegido.