Está en la página 1de 1

Cárcel para conductores ebrios

Por: Yesid Reyes Alvarado

Revisado el proyecto de Ley que propone sancionar con prisión a conductores borrachos, no queda
muy clara cuál es su verdadera motivación.

Debido al despliegue que en los medios de comunicación reciben las afectaciones a la vida y salud
ocasionadas por esas personas, se diría que la nueva norma es necesaria debido a que estamos frente a
acciones que generan una gran cantidad de víctimas. Sin embargo, si se miran estadísticas del Instituto
de Medicina Legal para el año 2011 se podrá apreciar que mientras los conductores en aparente estado
de ebriedad ocasionaron 1.871 lesiones o muertes en el tráfico automotor (4% del total), el exceso de
velocidad cobró 5.911 víctimas (12,7%) y el irrespeto a las señales de tránsito afectó la integridad
física de 17.208 personas (36,9%).

De acuerdo con estas cifras, si lo que se pretende es emplear el derecho penal como herramienta para
obtener una sensible reducción de las víctimas que deja la participación irresponsable en el tráfico
automotor, debería comenzarse por convertir en delito el desconocimiento de señales de tráfico (no
respetar pares, saltarse los semáforos en rojo, conducir en contravía, hacer giros prohibidos) y la
conducción a exceso de velocidad (ya criminalizada, con limitaciones, en países de Europa central),
que en conjunto ocasionan la mitad de las heridas y decesos en tránsito.

Otro aspecto que no queda claro en este proyecto de ley es cuál sería el impacto que la figura delictiva
propuesta tendría en el funcionamiento de la administración de justicia. Si se toman los datos
suministrados por la Policía Nacional para el año 2010, se podrá observar que se impusieron 39.000
comparendos a personas por el solo hecho de conducir bajo los efectos del alcohol, con absoluta
independencia de si con tal actuación ocasionaron o no accidentes. Elevar a delito dicho
comportamiento implica que la sanción no se limite al cobro administrativo de una multa o a la
suspensión de la licencia, como hoy ocurre, sino que incluiría la eventual imposición de una pena
privativa de la libertad. En la práctica esto significa que a la ya abrumadora carga laboral que hoy
padecen fiscales y jueces, tendremos que sumarle 39.000 nuevos casos cada año; pero también quiere
decir que nuestros atiborrados centros de reclusión deberán recibir anualmente un número adicional de
condenados, que equivale aproximadamente a una tercera parte de la actual población reclusa del país.

El proyecto de ley se limita a criminalizar una conducta, sin hacer referencia alguna a la trascendencia
que tendría en la administración de justicia y, lo que es peor, sin indicar cómo se afrontaría semejante
aumento de casos a nivel de fiscales, jueces y prisiones. Suministrar esas explicaciones hace parte del
ejercicio responsable de la función legislativa, que no debe limitarse a la creación de delitos, sino que
debe analizar si a través de tal mecanismo se pueden conseguir los fines perseguidos. Y este no parece
ser el caso. (25 Oct 2012 - Elespectador.com)

También podría gustarte