La Nueva Atlántida (The New Atlantis en el original inglés) es una novela utópica escrita por Francis Bacon en 1626. Describe una tierra mítica, Bensalem, a la que él viaja. Narra la descripción que hace uno de sus hombres sabios del método que utiliza en sus invenciones. Los mejores y de los ciudadanos de Bensalem pertenecen a un centro de enseñanza denominada La Casa de Salomón, donde se llevan a cabo experimentos científicos según el método baconiano de inducción, con el objetivo de comprender y conquistar la naturaleza para poder aplicar el conocimiento obtenido para la mejora de la sociedad. En Bensalem, el conocimiento es considerado como el más preciado de sus tesoros. Por eso en el pasaje más conocido de la obra se refieren a los investigadores con las palabras: "Estas son, hijo mío, las riquezas de la Casa de Salomón". En Bensalem, el matrimonio y la familia son la base de la sociedad y los lazos familiares se celebran en fiestas subvencionadas por el estado. En su utopía, Francis Bacon apuesta por una reforma de la sociedad a través de la ciencia aplicada; una sociedad en la que los hombres pueden alcanzar la armonía mediante el control de la naturaleza. En la Nueva Atlántida los hombres logran la felicidad debido a su perfecta organización social, organización centrada en la naturaleza y en los preceptos científicos.
Utopía de Tomas Moro
En su libro UTOPÍA Tomas Moro, en 1516 plantea la posibilidad de crear un estado justo en la que todos sus habitantes alcanzan la felicidad, por la organización del Estado, que creen que es la mejor y única forma de gobernar honestamente. UTOPIA es un país en el que no existe nada privado, todo es común y por lo que nadie carece de nada. Sus habitantes son ricos, aunque nada posean. En Tomás Moro podemos encontrar un ejemplo de vida, un político honesto, modelo para aquellos laicos que, queriendo vivir en medio del mundo, busquen transformarlo y llevarlo a Dios. Tomás Moro fue un modelo político, honesto por su afán de servir, veía la política como su modo de servir a Dios: su vocación. La idea de una isla “ningún lugar” es una imagen perfecta, porque supone la necesidad de descubrir ese lugar.
Utopía de la Ciudad del Sol
El hecho de que haya castigos en la Ciudad del Sol hace que sea una utopía singular. Normalmente, en un orden perfecto, feliz, como tiene que ser el de las utopías, no hay necesidad de castigar a nadie, porque se ha dejado fuera el delito, el pecado, la maldad. En la Ciudad del Sol los castigos están presentes constantemente. No son muy imaginativos: hay latigazos, exilio, una especie de cárcel, privación de la mesa común o del trato con mujeres, un foso con leones. Salvo por la elaborada fantasía de la pena de muerte, no son muy edificantes ni hablan de una humanidad mejor, ni distinta de la que conocemos. Casi todo es diferente en la Ciudad del Sol, desde el vestido y el modo de comer, la religión o el gobierno, hasta la educación; no obstante, los castigos son básicamente los mismos que ha imaginado la humanidad desde siempre, incluido el alarde teatral del foso de los leones. Acaso lo más conocido de la utopía de Campanella sea la fusión de la autoridad política y la autoridad religiosa. El príncipe supremo es un sacerdote, que tiene facultades políticas y religiosas. O sea, la Ciudad del Sol es una teocracia. Concedido. Pero, de hecho, el príncipe gobierna de una manera bastante limitada, porque el orden que tiene que imponer es el orden de la naturaleza, según puede descubrirlo la razón. El príncipe no es un déspota, sino un sabio. No manda, sino que descubre lo que se debe hacer, es decir, en el fondo, no manda, sino que obedece. Es el filósofo rey de tantas utopías, de Platón en adelante.
¿Cuál utopía elegiría?
La idea de Utopía de Tomas Moro es la que más me gusta, un Estado justo en donde todos alcancen la felicidad. Me agrada ya que, a diferencia de La Ciudad del Sol, esta es una utopía sin delincuentes, robos, u otros tipos de crímenes, por ende, no hay necesidad de castigos.