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Instituto Superior del Profesorado N°2 "Joaquín V.

González"
Carrera: Profesorado de secundaria en Historia
Cátedra: Fundamentos de Ciencias Políticas y Económicas
Profesora: Cecilia Giribone
Curso: 2do
Fecha: 05/07/2018
Autor: Paloma Miretti
TP N°3

Trabajo práctico reflexivo sobre "Democracia y justica" de


Álvaro De Vita

Democracia y justicia
La teoría competitiva de la democracia es un método de selección de élites políticas y de las
instituciones necesarias para el funcionamiento de ese método. Encontramos en ella su razón
de ser normativa: líderes políticos auto interesados se ven obligados en la disputa competitiva
del voto popular, a tener en cuenta las preferencias y los intereses de los no líderes para poder
ser reelectos. Podemos decir entonces que la norma moral considera igual a las preferencias e
intereses de cada sector. En teoría cada elector tendría o debería tener la oportunidad igual de
ver sus propias preferencias prevalecer en las elecciones. El proceso democrático es entonces
una forma de justicia distributiva: distribuye el poder político, un recurso crucial para la
distribución de cualquier otro bien social en la sociedad, por lo que los resultados del proceso
democrático tenderán a corresponder con los intereses de la mayoría.

Si los procedimientos de decisión colectiva son equitativos, los resultados democráticos son
justos. Pero se debe hacer una consideración sobre esto: el proceso democrático, método para
llegar a decisiones de cumplimiento obligatorio en una asociación política dada, no
predetermina sus propios resultados. Por ejemplo, la persecución a una minoría religiosa una
política de discriminación racial, son resultados posibles en una democracia.

El funcionamiento efectivo del método democrático requiere la existencia de instituciones que


protejan la libertad de expresión política, la libertad de asociación política y la libertad de
prensa. Esto es porque no puede haber competencia política genuina en la sociedad si no son
garantizados derechos de este tipo.

Grandes problemáticas en la tradición de la democracia competitiva

 Ésta supone que los intereses políticos de los ciudadanos tienen como base el interés
propio de cada persona. Esta apreciación deja de ser apropiada cuando las
consecuencias de las acciones y reglas políticas afectan a otros y no solamente a
aquellos que las hicieron.

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 El procedimiento de la democracia competitiva puede ser suficiente para justificar
moralmente los resultados políticos cuando solamente deben ser computados
intereses y preferencias individuales. Pero, es mucho menos satisfactorio en relación
con las cuestiones que involucran un importante componente de desacuerdo moral,
por lo que un procedimiento que solamente tenga en cuenta nuestros intereses
individuales, ignorando nuestros juicios morales, no es suficiente para justificar
moralmente los resultados políticos. No es suficiente contar votos y declarar vencedor
al lado que posea una cantidad mayor, es necesario también que las decisiones
políticas se apoyen en las mejores razones y argumentos posibles.
 Las preferencias individuales no deben ser consideradas como punto de partida para
las decisiones políticas, ya que muchas de ellas pueden revelar formas penosas de
condicionamiento mental a circunstancias desfavorables. Son problemáticas en
contextos de privación y de desigualdades arraigadas. Personas que aprendieron a
ajustar sus deseos a circunstancias de destitución pueden contentarse con muy poco,
pero esa no es una buena razón para que solamente obtengan, en las elecciones
colectivas, lo poco que desean.
 La cuarta objeción es sobre la desigualdad de la participación y del activismo político.
Con este modelo competitivo los ciudadanos más activos son más capaces de proteger
sus propios intereses y, en competición con los menos participativos, de hacer que las
leyes y políticas públicas correspondan a sus propias preferencias. Los niveles
desiguales de participación política se deben, en gran medida, a la distribución
desigual de recursos políticos cruciales, tales como renta, riqueza, tiempo disponible
para la actividad política, capacidad de organización, información e intereses políticos,
intensidad de preferencias e relación con cuestiones públicas y nivel educacional.

Además la eficacia de las formas de participación son impulsadas por dos recursos políticos:
intensidad de las preferencias y dinero. Los líderes y partidos políticos muchas veces prefieren
satisfacer las preferencias de minorías privilegiadas antes que las de la mayoría de electores.
Esto es porque para los electores el usar el derecho de voto tiene un beneficio mínimo o casi
nulo, por lo que no tienen un incentivo para informarse sobre cómo las diferentes propuestas
políticas públicas pueden afectar sus propios intereses. Es por ello que los gobernantes
privilegian la acción de las minorías con preferencias en las decisiones políticas, ya que pueden
convencer a los electores insuficientemente informados de que sus propuestas corresponden
a las preferencias de esos mismos electores.

El autor Downs tiene el razonamiento de que las preferencias políticas de los ciudadanos son
fijas, son datos exógenos a la competencia política, por lo que no es la estructura de la
competencia la que produce las preferencias de los ciudadanos, sino que las preferencias son
las que marcan los términos de la competencia. Sin embargo, expone que ciertas preferencias
son endógenas al proceso político ya que electores desinformados pueden adoptar creencias
que favorecen no a sus propios intereses, sino a los de minorías políticamente activas. Los
electores no votan por resultados y sí por políticas propuestas por candidatos y partidos, que
pueden o no llevar a los resultados deseados. Los políticos, los partidos, quienes financian las
campañas electorales y los grupos de presión se empeñan en influir en las creencias de los
electores y son más afectados aquellos con menor información y capacidad cognitiva, y esas
creencias van a afectar luego a decisiones políticas. De esta manera se puede explicar la
persistencia de la desigualdad en las democracias, aún cuando políticas públicas igualitarias
beneficien a una mayoría de los ciudadanos.

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Hay un criterio de justicia que deberíamos aplicar a la evaluación moral de los resultados
políticos. Este expone lo siguiente: son moralmente justificadas las decisiones políticas que
nadie podría rechazar razonablemente si quienes deliberan estuviesen situados en una
posición de igualdad y motivados para llegar a términos de acuerdos aceptables para todos. Se
trata de un criterio liberal igualitario de legitimidad política que requiere que al hacer una
propuesta quienes deliberan tengan en cuenta no en qué medida tal propuesta es aceptable
desde la óptica de sus propios intereses, sino en qué medida otros pueden tener fuertes
razones para rechazarla.

La segunda observación es que este criterio de legitimidad debe entenderse como


independiente de cualesquier procedimientos efectivos de deliberación democrática.
Preservar esa independencia es algo esencial si queremos ser capaces de realizar juicios.

Además el procedimiento contrafactual de la deliberación provee un padrón con el cual


evaluar la justicia de los resultados de procesos deliberativos reales. Hay que analizar cómo
mejorar el "valor epistemológico" de la democracia, es decir, cómo aumentar la posibilidad de
que el proceso democrático produzca resultados legítimos o justos de acuerdo con padrones
que son independientes de los propios procedimientos deliberativos y decisorios.

Se da cierta restricción al criterio de evaluación moral de los resultados políticos. Uno de los
casos es que, si los ciudadanos y sus representantes estuviesen motivados para resolver sus
divergencias con respecto a los elementos constitucionales esenciales y a las cuestiones de
justicia básica apelando solamente a las razones que nadie podría oponerse razonablemente,
ellos adoptarían algún criterio que no diferiría de los dos principios de justicia que regulan la
estructura básica de su sociedad. Hay cuestiones controvertidas que tienen que ser decididas
por medio del proceso democrático y que no se refieren ni a los elementos constitucionales
esenciales ni a las cuestiones de la justicia básica. Hay cuestiones públicas que no pueden ser
debatidas sin que sean introducidos, en la discusión pública, juicios morales que se apoyen no
en valores políticos compartidos o plausibles de ser compartidos, sino en concepciones del
bien o en doctrinas metafísicas eminentemente controvertibles.

Al discutir las relaciones entre justicia y democracia es importante esclarecer el lugar que el
acuerdo razonable o la unanimidad deben ocupar en nuestra visión normativa, lugar que debe
estar delimitado. Este punto se contrapone para los teóricos de la democracia deliberativa
para quienes los resultados son democráticamente legítimos si son de acuerdo libre y reflexivo
entre iguales. Un criterio como este para evaluar moralmente las decisiones políticas es
irrealizable en el caso de decisiones que versan sobre controversias que no tienen cómo ser
resultas solamente con base en fundamentos y premisas compartidas.

La aceptación de un modelo liberal igualitario de legitimidad política no implica la suposición


de que la deliberación democrática efectiva será caracterizada por la búsqueda del consenso, y
eso mismo, en lo que refiere a los elementos constitucionales esenciales. Los principios de
justicia pueden ser introducidos en el proceso de deliberación pública como alternativas a ser
consideradas, pero es improbable que haya un acuerdo unánime en cualquier democracia real.

La competencia política además no es suficiente para asegurar que la democracia produzca


resultados justos, pero una competencia política justo y efectiva desempeña un papel
importante instrumental en la promoción de la justicia social, pero eso depende del tipo de
activismo político desarrollado por los partidos opositores

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En conclusión, se debe tener compromiso con una concepción epistémica de democracia para
no llevarnos a ser negligentes con la importancia de la competencia política. Cuando esta
última se muestra demasiado lenta en producir resultados que reduzcan las injusticias, las
razones para eso pueden estar en una distribución muy desigual de los recursos políticos
cruciales. También es posible que las oportunidades que abre una competencia política
desigual no estén siendo aprovechadas en la medida necesaria por aquellos que están más
comprometidas con la justicia social. No es posible en una democracia obtener aquello que no
es exigido.

La democracia y la justicia no siempre caminan juntas. De todos modos, al igual que Álvaro De
Vita, creo que no pudiese haber en la toma de decisiones colectivas otro procedimiento más
propicio que la democracia para producir resultados políticos justos.

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