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« Los derechos fundamentales de los Reclusos España y Argentina », Editores del Puerto, 1999.
3 Aún cuando el procesado está a disposición del tribunal que ordenó la medida privativa de la
libertad y el Servicio Penitenciario actúa como órgano de ejecución que debe responder como
auxiliar de la justicia a las órdenes emanadas del órgano judicial, lo cierto es que en la práctica son
pocos los magistrados que se preocupan de las cuestiones que se suscitan en el ámbito carcelario lo
que genera una sensación de desportección de los internos frente a la administración. También es
evidente la precariedad de la asistencia de la defensa oficial en el ámbito carcelario. Un alto
porcentaje de las personas privadas de libertad proviene de los sectores de más bajos recursos
económicos y es atendida por la defensa oficial que no se preocupa adecuadamente de los conflictos
de sus asistidos en el ámbito carcelario. La prueba más evidente de las falencias del sistema es la
escasa cantidad de recursos presentados por los internos ante los tribunales en cuestiones de
conflicto con la administración tales como el régimen disciplinario o las decisiones relativas al
lugar de alojamiento.
4 La cuestión se ha manifestado con diferentes matices en el derecho comparado. José Luís
Manzanares Samaniego, describe la situación en España: “...Parece como si quienes se ocupan de la
justicia –en especial los jueces y tribunales- agotaran sus energías y preocupaciones en llegar a una
sentencia justa. A partir de ahí se observa un marcado desapego, casi un desprecio, hacia el
contenido mismo de la pena. El cumplimiento pasa a manos de la administración y, por decirlo así,
es la administración quien individualiza finalmente la pena...”. Conf. El juez de vigilancia
penitenciaria, p. 174.
5Sobre este aspecto señala Pavarini refiriéndose a la situación en Italia pero, según creo, asimilable
a la realidad en nuestro país: “….El tribunal de ejecución es, en los hechos, llamado a ratificar la
disminución del umbral de sufrimiento legal sobre la base de valoraciones que provienen de la
autoridad penitenciaria; estas valoraciones se fundan en criterios de peligrosidad social, o remten
directamente a las necesidades del gobierno administrativo de la cárcel, en la lógica de premios y
castigos. Es entonces la administración penitenciaria la que predispone, construye y confecciona las
condiciones mismas del intercambio”. Cf. La cárcel en Italia, entre voluntad de descarcelación y
necesidades disciplinarias, pág. 122.
SALT Marcos – « Los derechos fundamentales de los Reclusos en Argentina » en Iñaqui Rivera Beiras y Marcos Salt
« Los derechos fundamentales de los Reclusos España y Argentina », Editores del Puerto, 1999.
del Derecho procesal penal. Según esta posición, las normas del Derecho procesal penal
regulan sólo la etapa de conocimiento, la actividad que debe desplegar el Estado para
imponer una pena o una medida de seguridad. La etapa de ejecución de la pena, por el
contrario, no es objeto de su regulación y, por lo tanto, tampoco rigen sus principios y
garantías. En la base de esta postura está la idea de que la ejecución penal reviste
naturaleza jurídica administrativa. El Estado ostenta el poder de castigar a través de sus
órganos ejecutivos una vez que el poder judicial ha dictado una sentencia condenatoria
que lo habilita. La actividad judicial actuaría sólo como un “filtro” (autorización del
derecho estatal de punir) entre el hecho delictivo y la ejecución material de la pena por
parte de la administración6.
Según hemos visto en el punto C.3 del Capítulo II, esta posición es contraria al
principio de legalidad (CN, art. 18) y a elementales principios del Derecho penal propio
de un Estado de Derecho. En efecto, el principio de legalidad penal demanda, como una
de sus derivaciones, que la ejecución de las penas impuestas como consecuencia de un
delito, se realice de acuerdo a lo previsto normativamente antes de la comisión del
hecho ilícito (garantía de legalidad ejecutiva) y, por este motivo, las resoluciones que
definen el contenido concreto que tendrá la pena exigen el cumplimiento de la garantía
de la jurisdicción7. La presencia de normas del Derecho penal material en la etapa de
ejecución, regulando las condiciones cualitativas de la pena requieren, para su
concreción, del derecho procesal penal que debe extender la vigencia de sus garantías
hasta el agotamiento de la ejecución de la pena8.
En esto consiste, básicamente, el tan mentado proceso de “judicialización” de la
ejecución penal. No es más que la asignación de competencia al poder judicial para
6Cf. Clariá Olmedo, Tratado de Derecho procesal penal, vol V, p. 305; Massimo Pavarini, Lo
Scambio Penitenziario. Manifesto e latente nella flessibilitá della pena in fase esecutiva, Edizioni
Martina, pág. 291 y Giovani Leone, Tratado de Derecho procesal penal, p. 471.
7Cf. José I. Cafferata Nores, Proceso penal y derechos humanos. La influencia de la normativa
supranacional sobre derechos humanos de nivel constitucional en el proceso penal argentino.
8 Sobre la necesidad de extender el ámbito de actuación del Derecho procesal penal a la etapa de
ejecución, Cf. Julio B. J. Maier, Derecho procesal penal argentino, p. 81.
SALT Marcos – « Los derechos fundamentales de los Reclusos en Argentina » en Iñaqui Rivera Beiras y Marcos Salt
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de manera exclusiva de todas las cuestiones de la ejecución penal (CPP, arts 490 y ss)11 .
En realidad, la intervención judicial en la etapa de ejecución penal y el control
judicial del ámbito carcelario no surgen con la sanción del Código Procesal Penal. Ya
antes de la reforma procesal del año 1991 hay muchas cuestiones de la etapa de
ejecución que eran resueltas por autoridades judiciales (así, por ejemplo, el
otorgamiento de la libertad condicional) y, al mismo tiempo, el viejo ordenamiento
procesal (Ley 2.372) establecía que los magistrados debían cumplir determinadas
funciones de control sobre el funcionamiento del sistema carcelario. La novedad
introducida por el Código Procesal del año 1991 fue la creación de un órgano judicial
con competencia exclusiva para este tipo de cuestiones y la ampliación de las facultades
judiciales en detrimento de las competencias asignadas a la autoridad administrativa a
cargo del servicio penitenciario. La intención del legislador, ratificada posteriormente al
sancionar la Ley 24.660, es profundizar el proceso de judicialización de la ejecución
penal y asegurar un control idóneo y real (no sólo formal) de las garantías de las
11La discusión sobre la manera más eficiente de organizar a los órganos judiciales para hacer frente
a las tareas de la judicatura durante la ejecución de las penas ha girado alrededor de dos posturas.
Una consiste en otorgar las funciones propias de esta etapa procesal al tribunal de sentencia, la otra
es la creación de tribunales que tengan competencia exclusiva para resolver los incidentes jurídicos
de esta etapa procesal.
Como he señalado anteriormente se trata de una opción de política criminal a fin de determinar cuál
es el sistema (como instrumento procesal) más conveniente para garantizar la vigencia del principio
de judicialización y es un error mayúsculo identificar el principio de judicialización con la creación
de la figura del juez de ejecución que es sólo un instrumento para su concreción (ver el punto C.3
del capítulo II).
Ambos sistemas presentan ventajas y desventajas que deben ser analizadas de acuerdo a las
características y posibilidades de los distintos lugares (Cf. Sobre este tema más extensamente,
Marcos Salt, Tribunal de Ejecución ¿algo nuevo en la ejecución de las penas?, p. 269. De todas
maneras, según creo existe un fundamento de peso a favor de evitar que los mismos jueces que
dictaron la sentencia condenatoria se ocupen también de los incidentes de ejecución. Este surge del
diverso fin que debe cumplir la pena en su etapa de ejecución (las decisiones de la etapa de
ejecución están orientadas normativamente por el principio de resocialización). El conocimiento
previo de los miembros del tribunal que impuso la sentencia condenatoria (circunstancias del delito
y de la víctima) puede afectar la garantía de imparcialidad en las decisiones de la etapa de
ejecución. En efecto, la imparcialidad del juzgador las cuestiones características de la etapa de
ejecución (por ejemplo, el otorgamiento de las salidas transitorias o la semilibertad) puede verse
afectada por su intervención en la etapa de conocimiento y el compromiso asumido con el
contenido de la sentencia condenatoria.
SALT Marcos – « Los derechos fundamentales de los Reclusos en Argentina » en Iñaqui Rivera Beiras y Marcos Salt
« Los derechos fundamentales de los Reclusos España y Argentina », Editores del Puerto, 1999.
personas privadas de libertad, creando un juez que, al no estar involucrado en las tareas
propias de la etapa de conocimiento, puede dedicarse a solucionar las cuestiones propias
de la ejecución de las penas y al control del cumplimiento de las garantías en el ámbito
carcelario.
Este es el motivo que justifica que el legislador, variando el sistema adoptado
tradicionalmente en nuestro país para regular la etapa procesal de ejecución12 , haya
optado por la figura del “juez de ejecución”, asignándole competencia para entender de
manera exclusiva en esta fase del proceso.
La creación de la figura del juez de ejecución como mecanismo procesal para
garantizar la vigencia del principio de judicialización de la ejecución y asegurar un
control adecuado de la administración en un ámbito especialmente conflcitivo como es
el carcelario no significa, por supuesto, prescindir de la actividad de la administración
en la ejecución de las medidas de encierro sino sólo un nuevo acomodamiento de las
funciones judiciales y administrativas en la etapa de la ejecución. Sin embargo, la
delimitación de las funciones administrativas y judiciales en la etapa de ejecución no es
una tarea sencilla y es uno de los aspectos que más conflictos ha generado en los países
que profundizaron la judicialización con la creación de la figura del juez de ejecución o
el juez de vigilancia penitenciaria. La particiapción de dos poderes del Estado en un
mismo ámbito genera innumerables problemas y tensiones de poder13. Por otra parte no
podemos perder de vista que el Servicio Penitenciario ha funcionado durante mucho
tiempo como un organismo militarizado aislado de los demás organismos que
componen el sistema penal y reacio a aceptar el control judicial y cualquier otro tipo de
control externo, incluso el de las autoridades del Poder Ejecutivo del que depende
funcionalmente. Aunque esta situación se ha revertido con el advenimiento de la
12La mayoría de los códigos procesales del país otorgaban la función de resolver las cuestiones que
suceden durante la etapa procesal de ejecución al mismo tribunal que dictó el fallo de condena.
13Cf. Especialmente, Alonso de Escamilla, El juez de vigilancia penitenciaria; Heriberto Asencio
Cantisán, La intervención judicial en la ejecución penal desde una perspectiva resocializadora,
pág. 136; Massimo Pavarini, La cárcel en Italia, entre voluntad de descarcelación y necesidades
disciplinarias, pág 119; Borja Mapelli Caffarena, Presupuestos de una política penitenciaria
Progresista, págs. 191 a 210 y, del mismo autor, Ejecución y Proceso Penal, pág. 121.
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puede ver perjudicada por la redacción del artículo 10 de la Ley 24.660 que fija una
suerte de cláusula de cierre de la actividad judicial invirtiendo el principio general. En
efecto el artículo 10 establece que: “La conducción, desarrollo y supervisión de las
actividades que conforman el régimen penitenciario serán de competencia y
resposabilidad administrativa, en tanto no estén específicamente asignadas a la
autoridad judicial”. De tal manera que, una interprtación literal de esta norma, dejaría
en manos de la administración una competencia residual amplia que puede llevar a
equívocos y desvirtuar la actividad judicial en algunas cuestiones de suma
trascendencia14.
De una interpretación sistemática de las normas citadas y del resto de los artículos
del Código Procesal Penal que se refieren a la ejecucuión de las penas privativas de la
libertad, podemos concluuir que en relación a las personas privadas de libertad, el juez
de ejecución tiene dos tipos de funciones. Por un lado, resolver todos los incidentes
necesarios para el cumpimiento y ejecución de la pena de acuerdo a las normas de
fondo que regulan el contenido y las características cualitativas de la pena (CPP, arts.
490, 49315 y 505 y ss. referido de manera especial al incidente de libertad condicional;
LEP, art. 4). De acuerdo al principio de judicialización, el juez de ejecución debe
resolver todos los incidentes que puedan derivar en una modificación del contenido de
la pena aun cuando no esté previsto expresamente en el texto de la ley (clasificación,
avances y retrocesos en el régimen progresivo, otorgamiento de las salidas transitorias y
14Así sucede, por ejemplo, con las decisiones en relación a la clasificación inicial o los avances y
retrocesos en el régimen progresivo que no están asignados expresamente a la autoridad judicial y,
sin embargo, en la medida en que se trata de decisiones que significan modificar las condiciones
cualitativas de a pena deben estar alcanzadas por el control judicial. Otro ejemplo es el caso de las
decisiones en relación a los traslados. El atículo 72 de la Ley 24.660 establece que la administración
sólo debe comunicar al juez los traslados realizados. Si consideramos que un traslado integra el
régimen penitenciario y en tanto la decisión no está específicamente asignada a la autoridad
judicial, podríamos concluir que es una competencia exclusiva de la administración. Sin embargo,
una correcta interpretación de todas las normas en juego debería advertir que en la medida en que el
traslado pueda significar la violación a algún derecho del interno, es aplicable la norma del artículo
4 y la medida debe ser revisable judicialmente. De todas maneras, como se advierte, la redacción
del artículo 10 es desafortunada y puede llevar a equívocos.
15 Art. 493 …4) Resolver todos los incidentes que se susciten en dicho período.
SALT Marcos – « Los derechos fundamentales de los Reclusos en Argentina » en Iñaqui Rivera Beiras y Marcos Salt
« Los derechos fundamentales de los Reclusos España y Argentina », Editores del Puerto, 1999.
16 “Art. 493 … 1) Controlar que se respeten todas las garantías constitucionales y tratados
internacionales ratificados por la República Argentina, en el trato otorgado a los condenados,
presos, y personas sometidas a medidas de seguridad…”
17 La norma fue copiada de la vieja Ley Penitenciaria Nacional sin advertir que en ese texto
normativo el rol asignado al control judicial era absolutamente distinto. Así surge claramente de la
lectura de la exposición de motivos de la LPN: “…frente al problema el necesario contralor de la
ejecución penal, se ha adoptado un temperamento intermedio entre la franca intervención
jurisdiccional en todo su trámite, que podría asimismo, involucrar la adopción de una magistratura
especial…”.
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18 En este sentido, Cf. Claria Olmedo, Tratado de Derecho Procesal Penal, vol. VII, pág. 320.