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Escuela Jurídica y Forense del Sureste

Licenciatura en Derecho y Juicios Orales

Materia: Ejecución de Sanciones Penales

Docente: Rene Gordillo Ponce

Alumno: Dulce María González Zamora

Grupo: 193 C

Tesina

El principio de Judicialización de la Ejecución Penal

1
ÍNDICE

Introducción……….3

El principio de Judicialización de la Ejecución Penal……..4

Reinserción Social……6

El cumplimiento de las penas privativas de libertad……….7

¿Son válidos los argumentos para oponerse a la judicialización de la ejecución de la pena?………9

Principio de Inmediación de la Ejecución Penal……….14

Conclusión……….14

Bibliografía……….15

El principio de Judicialización de la Ejecución Penal


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Introducción

EL PRINCIPIO DE GARANTÍA DE EJECUCIÓN

El Derecho Penal expresa la prohibición de cualquier otra forma de ejecución de una pena
que se encuentre fuera del margen de la ley o los reglamentos que la desarrollen. Así,
mientras el principio de legalidad exige que nadie podrá ser sancionado o penado si es que su
comportamiento no se encuentra constituido como un delito o falta en el ordenamiento jurídico
al momento de su realización., el principio de garantía de ejecución exige toda pena tiene que
ser cumplida, ejecutada y aplicada única y exclusivamente de acuerdo a lo dictado por la ley.
La "intervención judicial" a que se refiere este principio debe entenderse como que, en todo
caso, la legalidad de la ejecución o el cumplimiento de la ejecución legal de una pena, por la
afectación de los derechos fundamentales que implica, debe ser "controlada" o "supervisada"
por el órgano jurisdiccional competente (juez penal, Sala penal, etc., pero también por el
Ministerio Público en el ámbito de su competencia). En tal sentido, intervenir la ejecución de la
pena significa controlar, comprobar, verificar que se esté llevando a cabo conforme a la ley y a
los reglamentos que la desarrollen.
En otras palabras, por el principio de intervención judicial, la actuación de la Administración
Penitenciaria queda limitada por el control jurisdiccional de los jueces penales. Estos, en virtud
de su deber de control judicial de la ejecución de la pena, deben velar por la legalidad de la
actuación de las autoridades penitenciarias en el ejercicio de sus facultades y el respeto a los
derechos fundamentales durante la ejecución de las penas.

El principio de Judicialización de la Ejecución Penal

Desarrollo
Cuando una persona es privada de la libertad por obviedad algunos de sus derechos humanos son
restringidos; sin embargo, la vida en reclusión puede generar impactos de tal magnitud que afecten de
manera irreversible su personalidad y quebranten sus lazos familiares y su proyecto de vida, lo que podría
agudizar la situación de vulnerabilidad en que ya vivía.
En el año 2017 la CNDHDF promovió la primera Encuesta Nacional de Población Privada de la Libertad, que
además de otros datos sobre la vida al interior de los centros penitenciarios permite conocer las expectativas
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de reinserción de quienes entonces se encontraban compurgando una pena. Casi toda la población
encuestada opinó que podría reintegrarse a sus familias e incluso en un trabajo; no obstante, consideraba que
sus oportunidades eran sustancialmente menores en lo que respecta al ámbito escolar y entre la sociedad en
general.
Para las diversas Comisiones de Derechos Humanos es muy importante contribuir a la promoción de la
reinserción social. Si bien este cambio de paradigma ya se dio en la legislación, ahora toca hacer que la
sociedad transite de una visión que considera a las personas que viven en reclusión como aquellas que
debían ser corregidas por ser malas, apartadas de la sociedad y merecedoras de malos servicios y tratos
inadecuados, a otra que les reconoce como sujetos de derechos que deben ser garantizados por el Estado, el
cual además tiene que brindarles protección especial y asegurar que existan recursos para que se
inconformen por la condiciones de vida en reclusión
Esta Propuesta general, que parte de un diagnóstico de la situación elaborado a través de las quejas
interpuestas ante la CDHDF sobre presuntas violaciones a los derechos humanos en el ámbito penitenciario y
la compilación de las recomendaciones emitidas sobre cada tema, busca mostrar un ejercicio de contraste
entre la situación que impera en el sistema penitenciario y el contenido de los derechos humanos con el
objetivo de sugerir líneas de actuación general para que la autoridad en la materia y otras concurrentes
instituyan un sistema de derechos para las personas privadas de la libertad.
La reforma publicada en el DOF el 18 de junio de 2008, instituye un Sistema Integral de Justicia Penal el cual
comprende la etapa de ejecución, que implica la reinserción del sentenciado a la sociedad así como el
régimen de modificación y duración de penas con la intervención correspondiente del Poder Judicial.
La judicialización de la etapa de ejecución de sanciones tuvo como fin principal transferir expresa y
plenamente al Poder Judicial, la competencia para conocer y resolver sobre el cumplimiento, modificación y
duración de las penas y medidas de seguridad, de donde surge el Juez de Ejecución.
La Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobó la “Ley de Ejecución de Sanciones Penales y Reinserción
Social para el Distrito Federal”, publicada en la Gaceta Oficial de esta entidad el 17 de junio de 2011. Por ello,
se autorizó la creación de dos Juzgados de Ejecución de Sanciones Penales del Tribunal Superior de Justicia
del Distrito Federal, mismos que iniciaron operaciones el 19 de junio del 2011.
El Consejo de la Judicatura del Distrito Federal estableció una competencia limitada a los juzgados de
ejecución para conocer sólo de solicitudes de beneficios penitenciarios, dejando las cuestiones restantes
inherentes a la ejecución de las penas a los juzgados penales y los, entonces, juzgados de paz penal que las
dictaren.
El 2 de julio de 2013, el Consejo de la Judicatura de la Ciudad de México aprobó la creación de dos nuevos
Juzgados (Tercero y Cuarto) de Ejecución de Sanciones Penales para iniciar operaciones el 7 de enero de
2014, con el fin de reforzar a dichos órganos, para de esta manera atender la judicialización de los casos. La
Ley Nacional de Ejecución Penal, publicada en el Diario Oficial de la Federación el 16 de junio de 2016,
establece:
Las normas que deben de observarse durante el internamiento por prisión preventiva, en la ejecución de
penas y en las medidas de seguridad impuestas como consecuencia de una resolución judicial;
Los procedimientos para resolver las controversias que surjan con motivo de la ejecución penal, y

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Los medios para lograr la reinserción social. De acuerdo con las exposiciones de motivos contenidas en la
iniciativa de la Ley de Ejecución, se consideró necesario modificar el texto del artículo 18 Constitucional a fin
de enfatizar que las personas privadas de su libertad deben gozar y ejercer los derechos humanos que les
consagra la propia Constitución, con base en los principios de respeto irrestricto a sus derechos humanos, la
reinserción social, el La Ley Nacional de Ejecución Penal busca hacer efectivos los derechos humanos para
las personas privadas de la libertad reconocidos en nuestra Constitución Federal, en los Tratados
Internacionales de la misma naturaleza de los que México forma parte, así como en la misma Ley, quedando
establecidos en ella nuevas instituciones, derechos y principios bajo los cuales se rige el Sistema
Penitenciario, así como los procedimientos para resolver las controversias que surjan con motivo de la
ejecución penal principio de debido proceso y la judicialización del procedimiento de ejecución.
Con el procedimiento ordinario contenido en la Ley Nacional de Ejecución Penal, se materializa la
judicialización de la ejecución de las penas acorde con el artículo 21 de la Constitución Federal, pues ahora le
corresponde al Juez de Ejecución y no a la Autoridad Penitenciaria dar cumplimiento puntual a las sentencias
firmes dictadas por los Jueces de Control o Tribunales de Enjuiciamiento, por lo que actualmente en todas las
fases del procedimiento penal encuentra competencia el Poder Judicial. Restitución del pleno ejercicio de las
libertades tras el cumplimiento de una sanción o medida ejecutada con respeto a los derechos humanos.

REINSERCIÓN SOCIAL
El artículo 25 de la Ley Nacional de Ejecución Penal, establece la competencia de los Jueces de Ejecución.
La vigilancia que realice el juez de ejecución debe ser promoviendo, respetando, protegiendo y garantizando
los derechos humanos.
Como lo establece la regla 10.1 de las Reglas Mínimas sobre las medidas no privativas de libertad (REGLAS
DE TOKIO), el objetivo de la supervisión es disminuir la reincidencia y ayudar al delincuente en su reinserción
social de manera que se reduzca a un mínimo la probabilidad de que vuelva a la delincuencia.
La vigilancia que realice el juez de ejecución debe ser promoviendo, respetando, protegiendo y garantizando
los derechos humanos.
La Ley Nacional de Ejecución Penal, el surgimiento del Derecho de Ejecución Penal, en el que desde ahora,
ya no solo se encuentra la tutela de derechos de los sentenciados ejecutoriados e internos en un centro de
reclusión; sino de igual forma, la tutela de derechos de las personas privadas de su libertad aún bajo los
efectos de la medida cautelar de prisión preventiva, oficiosa o justificada.
La fase de ejecución es la más conveniente para aplicar los métodos alternos de justicia, buscando siempre
resultados restaurativos, no sólo porque la persona ya fue condenado, sino además porque la justicia formal
ya operó y son pocos los beneficios institucionales que puede recibir el condenado
La figura del Juez de Ejecución de Penas y la justicia restaurativa, tienen como objetivo reparar el daño
causado a la víctima.
Tras la previsión legal del marco penal abstracto y concreto de la pena y su determinación, procede concretar
la forma de cumplimiento de la concreta sanción impuesta. El Derecho se orienta entonces a la ejecución de
la sentencia.
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Mucho depende que el cumplimiento de la pena sea exacto o mitigado, con permisos de salida o en régimen
cerrado, tomando en cuenta o no el pronóstico de reinserción... Es el momento del Derecho penitenciario.
Se entiende por Derecho penitenciario el conjunto de normas jurídicas que regulan la ejecución de todas las
sanciones penales privativas de libertad, tanto penas como medidas de seguridad y medidas cautelares. De
tal definición surgen como características propias de este derecho que es una parte del ordenamiento jurídico,
por ser su contenido normativo; se ocupa de la ejecución de penas y medidas de seguridad impuestas; se
extiende también a medidas cautelares como la prisión provisional.
Aunque se estudia en el conjunto del Derecho penal, el Derecho penitenciario es formalmente independiente:
tiene un cuerpo legislativo propio (sobre todo, la Ley Orgánica General Penitenciaria y el Reglamento
Penitenciario), una jurisdicción específica (los jueces de ejecución penitenciaria) y, sobre todo, un objeto
propio, como es la ejecución de penas, medidas privativas de libertad y medidas cautelares.

El cumplimiento de las penas privativas de libertad


Como ya hemos estudiado, el sub principio de aplicación de la ley obliga a prever en la ley los márgenes y
modos de cumplimiento con el fin de evitar que produzca restricciones al penado sin las garantías que otorga
el Derecho formal.
De poco serviría proclamar la vigencia del principio de legalidad (subprincipio de mandato de determinación)
para delitos y penas, si a la hora de cumplirlas es prolongara su duración o se hiciera de manera insufrible. Es
lo que se expresó con la regla de «cumplimiento de acuerdo con la ley o garantía de ejecución.
La pena impuesta afecta a la dignidad de la persona, el principio de legalidad viene a restringir dicho
menoscabo en lo posible, con el fin de que el cumplimiento no rebase lo estrictamente previsto y fijado en la
sentencia condenatoria. Además, el cumplimiento se somete al control por el Juez de Vigilancia Penitenciaria
se pretende así que durante la fase de efectivo cumplimiento la pena no lleve consigo males adicionales que
agravarían la condena se supone que la actividad penitenciaria se desarrollará con las garantías y dentro de
los límites establecidos por la Ley, los reglamentos y las sentencias judiciales. Se trata de la garantía de
ejecución o penitenciaria de la y es la que traza las líneas generales del estatuto jurídico del recluso, a partir
del principio del respeto de dignidad de la personalidad humana (proporcionalidad) y de los derechos e
intereses jurídicos no afectados por la condena. Tanto la ley como el reglamento tratan el estatuto jurídico del
recluso: desde los horarios, el régimen de visitas, objetos que pueden poseer, hasta el sistema de sanciones.
En el cumplimiento de las penas privativas de libertad se distinguen cuatro grados, de mayor a menor carga
punitiva:
I) Primer grado: régimen cerrado
II) Segundo grado: régimen ordinario
III) Tercer grado: régimen abierto
IV) cuarto grado: libertad condicional.
La garantía de ejecución está referida a la fase de ejecución que debe regirse imperativamente también por el
principio de legalidad. Si el destino final de las normas es ser aplicadas, ejecutadas, la garantía de ejecución
impone que sólo del modo en que aparece regulado en la ley se pueden cumplir las penas y medidas de

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seguridad. Esta garantía conlleva que las leyes de ejecución han de recoger las garantías, derechos
fundamentales y libertades públicas consignadas.
En el Estado moderno encontramos como elemento nuevo de esa organización política y diferenciador de las
que le preceden precisamente el principio de legalidad, pilar básico de la legitimación de toda la actividad
estatal que le da la seguridad al ciudadano de saber que sus derechos fundamentales serán respetados y que
sólo se podrán restringir al amparo de una ley, lo que le da certeza al individuo de saber a qué puede
atenerse.
El principio rige con toda razón cuando se trata del ejercicio del poder de castigar y la posibilidad de restringir
la libertad de una persona, potestad que a partir del surgimiento del Estado de Derecho se otorga en
exclusiva a la autoridad estatal como atributo elemental del poder político y expresión consecuente de la
soberanía del Estado.
En América Latina la situación de las prisiones resulta lamentable y espeluznante. Probablemente el espacio
terrenal más parecido a lo que pueda ser el infierno. Muy preciso y descriptivo es el término que utiliza
Neuman para referirse a las mismas cuando las denomina cárceles cloacales.
Eso es un hecho público y notorio, por lo que no necesitamos ahondar en esa afirmación. Constantes son los
informes de noticieros sobre motines, muertes, fugas y corrupción en cárceles de toda el área: Brasil, México,
Perú, Venezuela, Colombia, Argentina, Honduras, Guatemala, Costa Rica. ¿En qué país Latinoamericano no?
Sin embargo, hasta hace pocos años las administraciones penitenciarias de estos países se encontraban
solas en el desempeño de sus funciones, pues el poder judicial se desentendía de las personas privadas de
libertad una vez que se dictaba la sentencia condenatoria.
Con las reformas procesales iniciadas en la década de los noventa, la situación cambia y se comienza un
proceso de judicialización de la ejecución, asumiéndose esta etapa como una más del proceso penal e
introduciendo un actor más dentro del sistema de justicia penal, concretamente los jueces de ejecución de
pena. Así, por ejemplo, prácticamente en toda Centroamérica se cuenta con este tipo de jueces y actualmente
la figura se empieza a introducir en algunos estados mexicanos bajo un diseño de control judicial indirecto,
con evidente influencia de la legislación española.
Con esta nueva jurisdicción, casi 50 años después de haber sido reconocido el derecho de acceso a la justicia
a todos los seres humanos, se viene a garantizar el mismo a las personas privadas de libertad. Más grave
aún es la situación de un gran sector del área, donde esa posibilidad no se brinda todavía a las personas
presas, porque ni las procuradurías de derechos del preso o de los derechos humanos, ni el Defensor del
Pueblo o comités o comisiones de observadores cumplen esa función.
Parece que la jurisdicción, por naturaleza, genera polémica y roces con la administración penitenciaria, pues
el cambio normalmente genera temor y el control produce resistencia; sin embargo, constituye un mecanismo
básico y fundamental para procurar el efectivo respeto de los derechos de los prisioneros.

¿Son válidos los argumentos para oponerse a la judicialización de la ejecución de la


pena?

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Debemos señalar que el objetivo con el que se establece esta jurisdicción es asegurar la efectiva vigencia del
principio de legalidad en la ejecución de la pena y procurar mecanismos que subsanen una ejecución
descarriada o arbitraria.
Por esa razón no son válidos los argumentos ordinarios con los que se procura obstaculizar la incorporación
de esta institución.
Dichos considerandos son los siguientes:
1. Estos jueces vienen a sustituir a la administración penitenciaria, la cual es la autoridad más adecuada para
administrar las prisiones.
Esto es falso: con la incorporación de esta jurisdicción, la autoridad penitenciaria normalmente sigue
custodiando y asegurando el cumplimiento de las penas. Los jueces únicamente vienen a controlar que la
administración en sus funciones cumpla con lo legalmente establecido.
2. Estos jueces no reducen el hacinamiento de las cárceles.
Efectivamente cierto, pero es que esa no es su función.
Los jueces de ejecución no son una fórmula para reducir el hacinamiento carcelario, al menos no a través del
otorgamiento de beneficios de libertad. Si bien les corresponderá resolver sobre algunos beneficios como la
libertad condicional, nada asegura su efectivo otorgamiento, pues eso dependerá de las características y la
situación fáctica de cada caso. Lo cual es distinto a que los jueces deban establecer mecanismos para
prohibir situaciones de hacinamiento, pues ésta es una de las principales razones que devalúan por completo
los derechos de los presos y vulneran su dignidad, y si no proceden contra esa mala práctica penitenciaria y
estatal será porque no gozan realmente de independencia judicial, sea por debilidad del propio sistema de
justicia o porque no se cumplen las obligaciones y funciones encomendadas.
3. La figura del juez de ejecución disminuye importancia al trabajo de los técnicos del sistema penitenciario.
Esto es falso. Con la jurisdicción no se resta importancia al trabajo de los funcionarios penitenciarios ni de los
equipos técnicos de los centros carcelarios. Por el contrario, los informes de estos equipos serán una prueba
muy importante cuando el juzgador tenga que resolver sus asuntos.
4. La incorporación de estos jueces no resuelve todos los problemas carcelarios.
Efectivamente cierto, pero esa tampoco es su función.
Resulta ilusorio pretender que con sólo la incorporación de esta jurisdicción se resuelvan los problemas de la
cárcel.
Este juez es sencillamente un mecanismo corrector de situaciones anómalas y garante del principio de
legalidad en la ejecución de las penas y del respeto de los derechos del privado de libertad.
Por supuesto, la incorporación de la figura evidencia un compromiso del Estado, pues si éste dispone la
creación de esta nueva jurisdicción y le impone a los jueces como función velar por el efectivo cumplimiento
de las penas así como por el respeto de los derechos fundamentales, legales y penitenciarios de los presos,
sin duda alguna eso significa un compromiso del Estado por asegurar mejores condiciones de vida a la
población penal, y la mejoría se producirá por propia decisión de la autoridad estatal o como consecuencia de
las resoluciones dictadas por el juez en pleno ejercicio de sus funciones y cumplimiento de sus obligaciones.

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5. El juez de ejecución de la pena es una instancia más para resolver sobre la responsabilidad penal del
privado de libertad.
Esto es falso. De ninguna manera puede considerarse a estos jueces como una instancia penal más porque,
por el contrario, es la firmeza de la sentencia penal condenatoria lo que genera la competencia del juez de
ejecución y en esta fase se encuentra desvirtuada ya la presunción de inocencia. El juez de ejecución no
sustituye en funciones al juez de juicio, más bien se le remite la sentencia cual título ejecutivo y en sus
resoluciones no deberá de imponer más castigos, por lo que deberá resolver los diferentes incidentes,
partiendo de la responsabilidad penal ya definida y sin imponer nuevos
6. Con estos jueces se retardará la resolución de los beneficios.
Esto es falso. En primer lugar, los beneficios que son competencia de la administración penitenciaria
normalmente siguen bajo su conocimiento, y el juez velará porque se resuelvan conforme a lo que la ley
disponga e incluso que se resuelvan dentro del periodo o término que establezca la normativa, por lo que,
lejos de lo que se señala en este considerando inexacto, la jurisdicción es un mecanismo idóneo para
asegurar el pronunciamiento efectivo en tiempo, forma y fondo de los beneficios penitenciarios.
7. Con esta figura no se reducen los niveles de discrecionalidad y arbitrariedad que existen en las cárceles
sino que sólo se traslada el asunto a las autoridades judiciales.
Esto es falso. A través de los jueces de ejecución se procura el respeto al principio de legalidad en la
ejecución de la pena y la certeza jurídica. No se trata de sustituir en la resolución de los diferentes asuntos a
la autoridad penitenciaria, sino de establecer un mecanismo garante de que la administración penitenciaria en
su actuación proceda apegada a los procedimientos y requisitos legales.
8. Es un mecanismo muy oneroso y las cárceles siguen igual.
Efectivamente pero, ¿acaso la existencia de los juzgados civiles, laborales o de lo contencioso administrativo
acaban con el problema que atacan? Además, ¿no son igual o más onerosas esas otras jurisdicciones?
Es cierto que el sistema de justicia es muy costoso pero, ¿es que se justifica siempre excepto cuando de lo
que se trata es de los derechos de las personas privadas de libertad?, ¿acaso no son esas personas
ciudadanos iguales a cualquier otro?, ¿o los consideramos de una categoría inferior? Probablemente
podremos encontrar más argumentos que se opongan a esta jurisdicción, pero hallar uno sólido e irrefutable
en un verdadero Estado de Derecho parece tarea imposible. Las personas privadas de libertad son objeto de
un castigo –la pena– pero siguen siendo sujetos de derechos y no se convierten en un objeto. Además, no
hay razón válida para permitir la existencia dentro de un Estado de Derecho de un espacio donde no impere
la ley, ya que cuando se le ha otorgado al Estado el monopolio de la potestad de juzgar y castigar, ha sido
bajo determinadas condiciones que si no se satisfacen tornan ilegítima su actividad. Inexplicable resulta,
pues, la oposición a ultranza que en la mayoría de los países latinoamericanos presenta la autoridad
penitenciaria a la incorporación de este mecanismo de control. Si tan objetivo y legal es su proceder,
realmente entonces poco trabajo dará a los jueces de ejecución y probablemente la jurisdicción sólo vendrá a
legitimar y reforzar su autoridad. Con la jurisdicción de ejecución de la pena sólo se pretende asegurar que las
prisiones se administren con más objetividad y certeza, reduciendo para ello los amplios niveles de discreción
con los que de ordinario actúan las autoridades penitenciarias.

Reducción de la discrecionalidad
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Resulta interesante el planteamiento que realiza Ferrajoli en su teoría sistemática para reducir la
discrecionalidad con la que se administra la ejecución de la pena. Para este autor, los beneficios
penitenciarios responden a una especie de hipocresía institucional, pues son tan altos los montos de las
sanciones penales, que al final se procuran mecanismos para atenuar los graves efectos de esa situación.
Señala además que los poderes de la autoridad penitenciaria son tan amplios al decidir la ubicación
penitenciaria o el avance o no del sujeto dentro del sistema progresivo, que producen una total lesión a la
dignidad de las personas privadas de libertad, toda vez que para él la libertad, desde su concepción clásica,
se define como certeza de expectativas e inmunidad frente a intervenciones arbitrarias; y el preso en la cárcel,
ante los amplios poderes del personal penitenciario sobre su vida y el ejercicio de sus derechos, realmente no
puede formular expectativa alguna sobre sus derechos ni su situación.
Ferrajoli señala además que el principio de flexibilización de la pena produce una disminución de las garantías
penales, pues con ella la sanción penal pierde el carácter de abstracta y genérica y se convierte en una
medida incierta, de contenido variable e indeterminado, ajena a los fines constitucionales de la igualdad y
certeza que la deben regir.
Otro elemento nocivo de este principio es que acentúa el carácter selectivo y desigual del sistema, pues los
criterios predominantes utilizados para resolver la procedencia o no de los beneficios son completamente
clasistas porque más que al hecho y a la conducta del sujeto, se pone atención a sus perspectivas laborales o
civiles, que obviamente son mejores para quienes gozan de un mayor nivel económico o educativo. Por esta
razón, dentro de su programa de minimización y partiendo de un modelo ideal donde el monto máximo de la
pena no supere los diez años de reclusión, contra la flexibilidad de la sanción propone como garantía la
certeza de la duración de la pena, de tal forma que se transformen los beneficios penitenciarios en plenos
derechos, transcurrido un breve periodo de tiempo de reclusión.
Coincidimos con el autor en la mayoría de sus críticas pero no en la solución. La flexibilización de la pena no
es sinónimo de incerteza ni los beneficios penitenciario producen por sí mismos un vaciamiento de las
garantías penales.
Es cierto que en la práctica penitenciaria normalmente es muy amplio el poder discrecional que se otorga a
los funcionarios penitenciarios y judiciales para resolver la procedencia o no de beneficios e incluso muchas
veces los criterios varían completamente de una cárcel a otra, de un pabellón al otro o de un circuito judicial a
otro, pero ante esa situación no parece que lo mejor sea suprimir el principio de flexibilidad cuando el
problema bien podría resolverse asegurando la efectiva vigencia del principio de legalidad en la ejecución
penal y procediendo a disminuir la discrecionalidad de la administración penitenciaria y judicial, regulando y
limitando las atribuciones de la administración y asegurando un adecuado control judicial.
Un adecuado control exige primero la existencia de una ley que con precisión regule la forma en la que se
aplican las sanciones penales y sujete a la administración a procedimientos y requisitos para su proceder.
Además necesita diseñar la jurisdicción de ejecución de la pena, dotando al juez de amplios y suficientes
poderes, definiéndose con precisión las competencias tanto de la administración penitenciaria como del juez,
asegurando el principio del contradictorio y el derecho de defensa. Como señala Bergalli.
Cabe proponer un amplio debate que por supuesto involucre no sólo a los estudiosos de la cárcel en sus
distintos niveles disciplinarios, sino también a los deferentes implicados en su funcionamiento (funcionarios,
jueces, fiscales). Dicho debate debería estar orientado a reconducir la única posibilidad viable para que la

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institución penitenciaria no siga siendo el ámbito donde la administración mantenga la última palabra para
decidir sobre la permanencia de los condenados.
Esa posibilidad está dada con la limitación al máximo de la discrecionalidad de la administración o del juicio a
los técnicos. Esto únicamente podría lograrse con un potencialismo de las capacidades de los Jueces de
Vigilancia Penitenciaria y con un desarrollo integral de la posible actividad del Ministerio Público. Una decisión
en tal sentido debe contar tanto con un cambio en la cultura de los jueces cuanto con una eliminación del uso
instrumental de categorías y principios del sistema penitenciario.
De otro modo, ocuparse de la cuestión penitenciaria puede suponer seguir hablando del sexo de los ángeles y
no manifestar una voluntad expresa de asumir responsabilidades y eliminar conflictos, pues sobre éstos se
montan las oleadas de “pánico” que ponen en juego la forma
Un verdadero Estado de Derecho no puede permitirse la existencia de poderes públicos no regulados por la
ley, menos cuando de lo que se trata es de la aplicación de la potestad de castigo. Elemental resulta que todo
Estado de Derecho cumpla con la garantía ejecutiva en la fase del cumplimiento de las penas, disponiendo
previamente la forma y modo en los que se cumplirán las sanciones penales; asimismo, que la población
penal tenga pleno conocimiento de sus derechos y obligaciones y de las consecuencias del incumplimiento y
posea acceso a una vía judicial donde se atienda el reclamo ante el quebranto de sus derechos.
El modelo de Estado de Derecho es perfectible y mejorable por naturaleza, pero aquel Estado que no
garantice los derechos fundamentales a un sector de la población, a pesar de su alto grado de vulnerabilidad,
no puede calificarse como verdadero.
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Principio de Inmediación de la Ejecución Penal


Estimamos que este citado principio debería hacerse efectivo de manera material, es decir, que el juez de
ejecución en su papel de custodio de que se cumpla la ejecución de la pena apegada a derecho y en absoluto
respeto a los derechos humanos vigile de manera presencial el desarrollo de esta, no sólo lo haga a través de
documentos en donde las autoridades encargadas le informen lo que a sus intereses convengan sin que este
constate la veracidad de estos informes.
Dotar de autonomía a este Principio que presentamos en razón de considerarlo de suma relevancia en el
ámbito de la ejecución penal, ya que su observancia permitirá arribar a soluciones más justas al evitar la
intromisión de factores ajenos a la valoración o la incorporación de informes técnico-criminológicos no
ajustados a la realidad, que devienen en la mayoría de los casos puestos en consideración judicial, en
decisiones de mérito que vulneran derechos penitenciarios y atentan contra el objetivo primario de las normas
de la ejecución penal.

Conclusión
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Habiendo tomado la licencia de denominar Principios a los que en realidad serían Normas Rectoras,
proponemos una sistematización de los Principios Rectores de la Ejecución Penal que estimamos más
didáctica y comprensiva de la expuesta por prestigiosos juristas nacionales, a la par de presentar un nuevo
Principio, el de la Inmediación de la Ejecución Penal, cuya operatividad consideramos de magna relevancia
para el ámbito de la ejecución penal, con motivo de la implementación de órganos judiciales especializados
(los Jueces de Ejecución Penal) y en pro de la finalidad resocializadora anhelada con la ejecución de las
penas privativas de la libertad.
Estos Principios Rectores de la Ejecución Penal deberían
Orientar al legislador al redactar la ley penal;
Orientar y regir la actividad de los operadores penitenciarios con la población privada de libertad;
Orientar al poder administrativo al momento de establecer políticas penitenciarias progresistas y respetuosas
de los derechos humanos;
Servir de guía de interpretación al juez a fin de desentrañar el sentido y alcance de las normas penales y
establecer la primacía de éstas, declarando la inconstitucionalidad delos reglamentos y de las normas
inferiores que se le opusieran.
Esperemos sea una realidad su plena operatividad, y ello depende del aporte principalmente de todos los que
estamos relacionados con la temática de la ejecución penal, desde los alumnos de derecho y de la carrera
penitenciaria, pasando por los profesionales que conforman los establecimientos penales, y hasta quienes
tienen a cargo la dirección de centros y/o políticas penitenciarias y a los representantes judiciales encargados
de controlar una ejecución penal que respete la dignidad humana del sentenciado.

Bibliografía
Tribunal Superior de justicia de la Ciudad de México
www.Instituto de investigaciones juridicas de la UNAM
Biblioteca virtual SciELO
Biblioteca virtual Scribd
Mapelli Caffarena

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