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El padre Alejandro Hernández preocupado con la falta de asistencia a las horas Santas de
adoración al Santísimo Sacramento del altar los jueves
 Ofrecer todos los jueves la Santa Misa por la asistencia a las Horas Santas
 Mantenerse el mayor tiempo de rodillas durante la Hora Santa
 Durante la Hora Santa (al principio o al final rezar el Angelus) Pedir la intercesión a
María Santísima. A Jesús por María
 Solicitar a los fieles que incluyan en sus oraciones la gracia de poder asistir a la Hora
Santa.
 Los primeros sábados de mes rezar el santo rosario e incluir esta petición
Mc 4, Dios hace crecer

me solicitó que preparase una conferencia para estimular a los grupos pastorales de la
parroquia y la feligresía sobre la importancia de las horas santas y las diferencias entre la hora
santa y la hora de adoración perpetua. 
 ¿Qué es la hora Santa?
 Frutos de la Hora Santa
 Realmente existe una diferencia entre la Hora Santa y la Adoración Perpetua
 ¿Qué se hace en la Hora Santa?
o El me mira yo le miro a nada más
o La llevare al desierto y le hablare al corazón
 ¿Por qué se nos dificulta realizarla?
 Santos con especial devoción al Santísimo
Adorote devote
“No hay nada imposible para Dios”
No preparen lo que van a decir dejen que el Espíritu Santo hable por ustedes

Existe un dato estadístico importante que no encuentro sobre


a. cuantas capillas de adoración perpetua existen en nuestro país y
b. cual es el país que posee mas capillas de adoración perpetua.
c. O cuantas son las capillas que realmente mantienen la adoración perpetua a nivel
mundial.
d. O si es posible me facilite los nombres de las principales capillas de adoración perpetua
en el mundo

El razonamiento de los Hombres no es el mismo que el de Dios

Me gustaría saber de usted una información que encontré que las hermanas Franciscanas,
procedentes de Alemania, tienen un récord de más de cien años de adoración perpetua
continuas en Estados Unidos aproximadamente 144 años.
 Ejemplo de la gracia de Dios
 De Perseverancia
 De fidelidad

De ante mano bien sabría agradecerle toda la información que me pueda facilitar para:
a. estimular a mis hermanos en cristo a las horas de adoración,
b. que mantengamos la fe a pesar de las dificultades que estamos enfrentando en
nuestro país,
c. que abracemos la cruz o nuestra cruz y
d. aprendamos a ver a nuestro Señor Jesucristo no con el sentido visual sino con la
percepción de la fe y
e. lo sintamos en el corazón con todo su gran amor que jamás nos abandona.

Señor creo pero Aumenta mi fe


Vida de la Gracia
Lectio Divina
Libro Carta Circular a los Amigos de la Cruz

Viva con Jesus

Pablo VI, Encicl. Mysterium Fidei, del 3 de setiembre de 1965: AAS 57 (1965), p. 771:
"Además, durante el día, los fieles no omitan el hacer la visita al Santísimo
Sacramento, que debe estar reservado en un sitio dignísimo con el máximo honor en
las iglesias, conforme a las leyes litúrgicas, puesto que la visita es prueba de gratitud,
signo de amor y deber de adoración a Cristo nuestro Señor, allí presente".

“en la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia” [39] (Cf.
Santo Tomás, Summa Theol., III, q. 66, a. 3, ad 1; y 79, a. 1, c, y a. 1.) es decir,
Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo que, con su Carne, por el Espíritu Santo
vivificada y vivificante, da vida a los hombres que de esta forma son invitados y
estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas
juntamente con El. Por lo cual, la Eucaristía aparece como la fuente y cima de toda la
evangelización.

“la adoración del Santísimo Sacramento tiene cotidianamente una importancia destacada y se


convierte en fuente inagotable de santidad. La participación devota de los fieles en la procesión
eucarística en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es una gracia de Dios, que cada
año llena de gozo a quienes toman parte en ella. Y se podrían mencionar otros signos positivos
de fe y amor eucarístico.

Desgraciadamente, junto a estas luces, no faltan sombras. En efecto, hay sitios donde se
constata un abandono casi total del culto de adoración eucarística. A esto se añaden, en diversos
contextos eclesiales, ciertos abusos que contribuyen a oscurecer la recta fe y la doctrina católica
sobre este admirable Sacramento. Se nota a veces una comprensión muy limitada del Misterio
eucarístico. Privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor
que el de un encuentro convival fraterno. Además, queda a veces oscurecida la necesidad del
sacerdocio ministerial, que se funda en la sucesión apostólica, y la sacramentalidad de la
Eucaristía se reduce únicamente a la eficacia del anuncio. También por eso, aquí y allá, surgen
iniciativas ecuménicas que, aun siendo generosas en su intención, transigen con prácticas
eucarísticas contrarias a la disciplina con la cual la Iglesia expresa su fe. ¿Cómo no manifestar
profundo dolor por todo esto? La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir
ambigüedades y reducciones.” (CARTA ENCÍCLICA ECCLESIA DE EUCHARISTIA DEL
SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II SOBRE LA EUCARISTÍA EN SU RELACIÓN CON
LA IGLESIA)

11. « El Señor Jesús, la noche en que fue entregado » (1 Co 11, 23), instituyó el Sacrificio
eucarístico de su cuerpo y de su sangre. Las palabras del apóstol Pablo nos llevan a las
circunstancias dramáticas en que nació la Eucaristía. En ella está inscrito de forma indeleble el
acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace
sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos.(9) Esta
verdad la expresan bien las palabras con las cuales, en el rito latino, el pueblo responde a la
proclamación del « misterio de la fe » que hace el sacerdote: « Anunciamos tu muerte, Señor
»..” (CARTA ENCÍCLICA ECCLESIA DE EUCHARISTIA DEL SUMO PONTÍFICE JUAN
PABLO II SOBRE LA EUCARISTÍA EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA)

La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros
muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo,
de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Ésta no queda relegada
al pasado, pues « todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de
la eternidad divina y domina así todos los tiempos... ».(10) .” (CARTA ENCÍCLICA
ECCLESIA DE EUCHARISTIA DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II SOBRE LA
EUCARISTÍA EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA)

La Santa Misa “Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y


resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de
salvación y « se realiza la obra de nuestra redención ».(11) Este sacrificio es tan
decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha
vuelto al Padre sólo  después de habernos dejado el medio para participar de él , como
si hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo
frutos inagotablemente. Ésta es la fe de la que han vivido a lo largo de los siglos las
generaciones cristianas. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente,
en la Eucaristía nos muestra un amor que llega « hasta el extremo » ( Jn  13, 1), un
amor que no conoce medida.” (CARTA ENCÍCLICA ECCLESIA DE EUCHARISTIA
DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II SOBRE LA EUCARISTÍA EN SU RELACIÓN
CON LA IGLESIA)

La Misa hace presente el sacrificio de la Cruz, el único y definitivo sacrificio redentor de


Cristo se actualiza siempre en el tiempo. La naturaleza sacrificial del Misterio
eucarístico no puede ser entendida, por tanto, como algo aparte, independiente de la
Cruz o con una referencia solamente indirecta al sacrificio del Calvario.

Por su íntima relación con el sacrificio del Gólgota, la Eucaristía es   sacrificio en sentido
propio y no sólo en sentido genérico.

Ciertamente es un don en favor nuestro, más aún, de toda la humanidad (cf.  Mt 26,
28; Mc 14, 24;  Lc 22, 20; Jn  10, 15), pero don ante todo al Padre: « sacrificio que el
Padre aceptó, correspondiendo a esta donación total de su Hijo que se hizo “obediente
hasta la muerte” (Fl 2, 8) con su entrega paternal, es decir, con el don de la vida
nueva e inmortal en la resurrección ».(18)

El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la


Iglesia. Dicho culto está estrechamente unido a la celebración del Sacrificio eucarístico. La
presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa –presencia
que dura mientras subsistan las especies del pan y del vino(45)–, deriva de la celebración del
Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual.(46) Corresponde a los Pastores
animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición
del Santísimo Sacramento y la adoración de Cristo presente bajo las especies eucarísticas.(47)
Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13,
25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro
tiempo sobre todo por el « arte de la oración »,(48) ¿cómo no sentir una renovada necesidad de
estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante
Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y
hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!

Numerosos Santos nos han dado ejemplo de esta práctica, alabada y recomendada
repetidamente por el Magisterio.(49) De manera particular se distinguió por ella San Alfonso
María de Ligorio, que escribió: « Entre todas las devociones, ésta de adorar a Jesús
sacramentado es la primera, después de los sacramentos, la más apreciada por Dios y la más útil
para nosotros ».(50) La Eucaristía es un tesoro inestimable; no sólo su celebración, sino también
estar ante ella fuera de la Misa, nos da la posibilidad de llegar al manantial mismo de la
gracia. Una comunidad cristiana que quiera ser más capaz de contemplar el rostro de
Cristo, en el espíritu que he sugerido en las Cartas apostólicas Novo millennio
ineunte y Rosarium Virginis Mariae, ha de desarrollar también este aspecto del culto
eucarístico, en el que se prolongan y multiplican los frutos de la comunión del cuerpo y
sangre del Señor.

En el humilde signo del pan y el vino, transformados en su cuerpo y en su sangre,


Cristo camina con nosotros como nuestra fuerza y nuestro viático y nos convierte en
testigos de esperanza para todos. Si ante este Misterio la razón experimenta sus
propios límites, el corazón, iluminado por la gracia del Espíritu Santo, intuye bien cómo
ha de comportarse, sumiéndose en la adoración y en un amor sin límites (CARTA
ENCÍCLICA ECCLESIA DE EUCHARISTIA DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
SOBRE LA EUCARISTÍA EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA) Roma, junto a San Pedro,
17 de abril, Jueves Santo, del año 2003, vigésimo quinto de mi Pontificado y Año del Rosario.

IOANNES PAULUS II

“Además, durante el día, que los fieles no omitan el hacer la visita al Santísimo
Sacramento, que ha de estar reservado con el máximo honor en el sitio más noble de
las iglesias, conforme a las leyes litúrgicas, pues la visita es señal de gratitud, signo de
amor y deber de adoración a Cristo Nuestro Señor, allí presente.

Todos saben que la divina Eucaristía confiere al pueblo cristiano una dignidad
incomparable. Ya que no sólo mientras se ofrece el sacrificio y se realiza el
sacramento, sino también después, mientras la Eucaristía es conservada en las iglesias
y oratorios, Cristo es verdaderamente el Emmanuel, es decir, «Dios con nosotros».
Porque día y noche está en medio de nosotros, habita con nosotros lleno de gracia y
de verdad [68]; ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos,
fortalece a los débiles, incita a su imitación a todos que a El se acercan, de modo que
con su ejemplo aprendan a ser mansos y humildes de corazón, y a buscar no ya las
cosas propias, sino las de Dios. Y así todo el que se vuelve hacia el augusto
sacramento eucarístico con particular devoción y se esfuerza en amar a su vez con
prontitud y generosidad a Cristo que nos ama infinitamente, experimenta y comprende
a fondo, no sin gran gozo y aprovechamiento del espíritu, cuán preciosa es la vida
escondida con Cristo en Dios [69] y cuánto sirve estar en coloquio con Cristo: nada
más dulce, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad.”

De aquí se sigue que el culto de la divina Eucaristía mueve muy fuertemente el ánimo
a cultivar el amor social [71], por el cual anteponemos al bien privado el bien común;
hacemos nuestra la causa de la comunidad, de la parroquia, de la Iglesia universal, y
extendemos la caridad a todo el mundo, porque sabemos que doquier existen
miembros de Cristo. (CARTA ENCÍCLICA MYSTERIUM FIDEI DE SU SANTIDAD PABLO
VI SOBRE LA DOCTRINA Y CULTO DE LA SAGRADA EUCARISTÍA Dado en Roma junto
a San Pedro, en la fiesta de San Pío X, el 3 de septiembre del año 1965, tercero de
Nuestro Pontificado. PAULUS PP. VI)

“Hombre de penitencia, San Juan María Vianney había comprendido igualmente que
«el sacerdote ante todo ha de ser hombre de oración»[46]. Todos conocen las largas
noches de adoración que, siendo joven cura de una aldea, entonces poco cristiana,
pasaba ante el Santísimo Sacramento.

El tabernáculo de su Iglesia se convirtió muy pronto en el foco de su vida personal y


de su apostolado, de tal suerte que no sería posible recordar mejor la parroquia de
Ars, en los tiempos del Santo, que con estas palabras de Pío XII sobre la parroquia
cristiana: «El centro es la iglesia, y en la iglesia el tabernáculo, y a su lado el
confesionario: allí las almas muertas retornan a la vida y las enfermas recobran la
salud»[47].

«El hombre es un pobre que tiene necesidad de pedirlo todo a Dios»[49]. «¡Cuántas
almas podríamos convertir con nuestras oraciones!» [50]. Y repetía: «La oración, esa
es la felicidad del hombre sobre la tierra»[51]. Felicidad ésta que el mismo gustaba
abundantemente, mientras su mirada iluminada por la fe contemplaba los misterios
divinos y, con la adoración del Verbo encarnado, elevaba su alma sencilla y pura hacia
la Santísima Trinidad, objeto supremo de su amor. Y los peregrinos que llenaban la
iglesia de Ars comprendían que el humilde sacerdote les manifestaba algo del secreto
de su vida interior en aquella frecuente exclamación, que le era tan familiar: «Ser
amado por Dios, estar unido a Dios, vivir en la presencia de Dios, vivir para Dios: ¡cuán
hermosa vida, cuán bella muerte!»[52].

A los sacerdotes de hoy, tan fácilmente atraídos por la eficacia de la acción y tan
fácilmente tentados por un peligroso activismo, ¡cuán saludable es este modelo de
asidua oración en una vida íntegramente consagrada a las necesidades de las almas!
«Lo que nos impide a los sacerdotes —decía— ser santos es la falta de reflexión; no
entra uno en sí mismo; no se sabe lo que se hace; necesitamos la reflexión, la oración,
la unión con Dios?».

«El hombre es un pobre que tiene necesidad de pedirlo todo a Dios»[49]. «¡Cuántas
almas podríamos convertir con nuestras oraciones!» [50]. Y repetía: «La oración, esa
es la felicidad del hombre sobre la tierra»[51]. Felicidad ésta que el mismo gustaba
abundantemente, mientras su mirada iluminada por la fe contemplaba los misterios
divinos y, con la adoración del Verbo encarnado, elevaba su alma sencilla y pura hacia
la Santísima Trinidad, objeto supremo de su amor. Y los peregrinos que llenaban la
iglesia de Ars comprendían que el humilde sacerdote les manifestaba algo del secreto
de su vida interior en aquella frecuente exclamación, que le era tan familiar: «Ser
amado por Dios, estar unido a Dios, vivir en la presencia de Dios, vivir para Dios: ¡cuán
hermosa vida, cuán bella muerte!»[52].

 la necesidad de ser hombres de oración y de la posibilidad de serlo

Un deber de piedad personal, donde la sabiduría de la Iglesia ha precisado algunos


puntos importantes, como la oración mental cotidiana, la visita al Santísimo
Sacramento, el Rosario y el examen de conciencia [54]. Y es también una estricta
obligación contraída con la Iglesia, la tocante al rezo cotidiano del Oficio divino [55].

Se santificaba a sí mismo, para mejor poder santificar a los demás»[56].

Cura de Ars  Su devoción a nuestro Señor, presente en el Santísimo Sacramento del


altar, era verdaderamente extraordinaria: «Allí está —decía— Aquel que tanto nos
ama; ¿por qué no habremos de amarle nosotros?» [59]. Y ciertamente que él le amaba
y se sentía irresistiblemente atraído hacia el Sagrario: «No es necesario hablar mucho
para orar bien —así explicaba a sus parroquianos—. Sabemos que el buen Dios está
allí, en el santo Tabernáculo: abrámosle el corazón, alegrémonos de su presencia. Esta
es la mejor oración»[60].

En todo momento inculcaba él a los fieles el respeto y el amor a la divina presencia


eucarística, invitándoles a acercarse con frecuencia a la santa mesa, y él mismo les
daba ejemplo de esta tan profunda piedad: «Para convencerse de ello —refieren los
testigos— bastaba verle celebrar la santa Misa, y verle cómo se arrodillaba cuando
pasaba ante el Tabernáculo»[61].

«Si queréis que los fieles oren con devoción —decía Pío XII al clero de Roma— dadles
personalmente el primer ejemplo, en la iglesia, orando ante ellos. Un sacerdote
arrodillado ante el tabernáculo, en actitud digna, en un profundo recogimiento, es para
el pueblo ejemplo de edificación, una advertencia, una invitación para que el pueblo le
imite»[63]. La oración fue, por excelencia, el arma apostólica del joven Cura de Ars.
No dudemos de su eficacia en todo momento. “ (ENCÍCLICA SACERDOTII NOSTRI
PRIMORDIA* DE SU SANTIDAD JUAN XXIII EN EL I CENTENARIO DEL TRÁNSITO DEL
SANTO CURA DE ARS Dado en Roma, junto a San Pedro, el 1 de agosto de 1959, año
primero de Nuestro Pontificado. IOANNES PP. XXIII )
El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible,
su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el
amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Cristo,
revela plenamente el hombre al mismo hombre.

El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo —no solamente según
criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso
aparentes— debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y
pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así,
entrar en Él con todo su ser, debe «apropiarse» y asimilar toda la realidad de la
Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo. Si se actúa en él este
hondo proceso, entonces él da frutos no sólo de adoración a Dios, sino también de
profunda maravilla de sí mismo. (CARTA ENCÍCLICA REDEMPTOR HOMINIS DEL SUMO
PONTÍFICE JUAN PABLO II A LOS VENERABLES HERMANOS EN EL EPISCOPADO A LOS
SACERDOTES A LAS FAMILIAS RELIGIOSAS A LOS HIJOS E HIJAS DE LA IGLESIA Y A
TODOS LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD AL PRINCIPIO DE SU MINISTERIO
PONTIFICAL ado en Roma, junto a San Pedro, el día 4 de marzo, primer domingo de
cuaresma del año 1979, primero de mi Pontificado.)

ueridos hermanos y hermanas, la Eucaristía es el origen de toda forma de santidad, y


todos nosotros estamos llamados a la plenitud de vida en el Espíritu Santo. ¡Cuántos
santos han hecho auténtica su propia vida gracias a su piedad eucarística! De san
Ignacio de Antioquía a san Agustín, de san Antonio abad a san Benito, de san
Francisco de Asís a santo Tomás de Aquino, de santa Clara de Asís a santa Catalina de
Siena, de san Pascual Bailón a san Pedro Julián Eymard, de san Alfonso María de
Ligorio al beato Carlos de Foucauld, de san Juan María Vianney a santa Teresa de
Lisieux, de san Pío de Pietrelcina a la beata Teresa de Calcuta, del beato Piergiorgio
Frassati al beato Iván Merz, sólo por citar algunos de los numerosos nombres, la
santidad ha tenido siempre su centro en el sacramento de la Eucaristía.

https://conferenciaepiscopalvenezolana.com/diocesis-de-el-tigre-inauguro-capilla-provisional-
de-adoracion-perpetua-al-santisimo-sacramento
Adoro te devote
Adoro te devote, latens Deitas,
Quae sub his figuris vere latitas:
Tibi se cor meum totum subiicit,
Quia te contemplans totum deficit.

Visus, tactus, gustus in te fallitur,


Sed auditu solo tuto creditur.
Credo quidquid dixit Dei Filius:
Nil hoc verbo Veritatis verius.

In cruce latebat sola Deitas,


At hic latet simul et humanitas;
Ambo tamen credens atque confitens,
Peto quod petivit latro paenitens.

Plagas, sicut Thomas, non intueor;


Deum tamen meum te confiteor.
Fac me tibi semper magis credere,
In te spem habere, te diligere.

O memoriale mortis Domini!


Panis vivus, vitam praestans homini!
Praesta meae menti de te vivere
Et te illi semper dulce sapere.

Pie pellicane, Iesu Domine,


Me immundum munda tuo sanguine.
Cuius una stilla salvum facere
Totum mundum quit ab omni scelere.

Iesu, quem velatum nunc aspicio,


Oro fiat illud quod tam sitio;
Ut te revelata cernens facie,
Visu sim beatus tuae gloriae.

Amen

Adoro te devote (traducción al español)


Te adoro con devoción, Dios escondido, 
que estás aquí verdaderamente, oculto bajo estas apariencias.
A Ti se somete mi corazón por completo, 
pues al contemplarte cae rendido totalmente.

Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto, 


pero basta el oído para creer con firmeza. 
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.
En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, 
pero aquí se esconde también la Humanidad.
Sin embargo, creyendo y confesando ambas cosas,
pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás,


mas como él te llamo: «Dios mío». 
Haz que siempre crea más en Ti,
que espere más en Ti, y que te ame cada día más.

¡Oh Memorial de la muerte del Señor! 


Pan vivo que das vida al hombre: 
concede a mi alma que viva de Ti 
 y que siempre saboree tu dulzura.

Oh Señor Jesús, Pelícano bueno, 


límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, 
de la que una sola gota puede liberar 
de todos los crímenes al mundo entero.

Oh Jesús, a quien ahora contemplo entre velos,


te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:
que al mirar tu rostro cara a cara, 
sea eternamente feliz con la visión de tu gloria.

Amén

ORACIÓN DE JUAN PABLO II


ANTE EL SANTÍSIMO SACRAMENTO SOLEMNEMENTE
EXPUESTO
EN LA BASÍLICA VATICANA
Capilla del Sacramento de la Basílica de San Pedro
Miércoles 2 de diciembre de 1981

1.  "Quédate con nosotros. Señor".

Estas palabras las pronunciaron por primera vez los discípulos de Emaús. Luego, en el
curso de los siglos, las han repetido infinitas veces los labios de muchos discípulos y
confesores tuyos, oh Cristo.

Las mismas palabras las pronuncio hoy yo como Obispo de Roma y primer servidor de
este templo erigido en el lugar del martirio de San Pedro.
Las pronuncio para invitarte, Cristo, realmente presente en la Eucaristía, a recibir la
adoración cotidiana, prolongada durante todo el día en este templo, en esta basílica,
en esta capilla.

Quédate con nosotros  hoy y quédate, de ahora en adelante, todos los días,  según el
deseo de mi corazón, que acoge la llamada de muchos corazones de diversas partes, a
veces lejanas; y atiende así sobre todo el deseo de muchos moradores de esta Sede
Apostólica.

¡Quédate!, para que podamos  encontrarnos contigo en la plegaria de adoración y de


acción de gracias, en la plegaria de expiación y petición, a la que están invitados todos
los que visitan esta basílica.

¡Quédate!, Tú que estás simultáneamente  velado en el misterio eucarístico de la fe y,


a la vez,  desvelado bajo las especies del pan y del vino, que has asumido en este
sacramento.

¡Quédate!, para que se confirme de nuevo incesantemente tu presencia en este


templo, y todos los que entran en él se den cuenta de que   es tu casa "la morada de
Dios entre los hombres" (Ap 21, 3) y, al visitar esta basílica, encuentren en ella la
fuente misma "de vida y santidad que desborda de tu corazón eucarístico".

2. Comenzamos esta adoración perpetua, cotidiana, al Santísimo Sacramento, al


principio del Adviento del año del Señor 1981, año en que se han celebrado jubileos y
aniversarios importantes para la Iglesia, año de relevantes acontecimíenlos.

Todo esto tuvo y tiene lugar  entre tu primera y segunda Venida.

La Eucaristía es el testimonio sacramental de tu primera Venida, con la cual quedaron


ratificadas las palabras de los Profetas y se realizaron las esperanzas. Nos has dejado,
Señor, tu Cuerpo y tu Sangre bajo las especies del pan y del vino, para que atestigüen
que se ha realizado la redención del mundo, a fin de que mediante ellas tu misterio
pascual llegue a todos los hombres, como sacramento de la vida y de la salvación. La
Eucaristía es, al mismo tiempo, un anuncio constante de   tu segunda Venida y el signo
del Adviento definitivo y, a la vez, de la espera de toda la Iglesia: "Anunciamos tu
muerte, proclamamos tu resurrección; ¡ven, Señor Jesús!".

Deseamos adorarte cada día y cada hora a ti, oculto bajo las especies del pan el vino,
para renovar la esperanza de la.."llamada a la gloria" (cf.   1 Pe 5, 10), cuyo comienzo,
lo has constituido Tú con tu Cuerpo glorificado "a la derecha del Padre".

5. Señor, un día preguntaste a Pedro: "¿Me amas?".

Se lo preguntaste por tres veces, y tres veces el Apóstol respondió: "Señor, Tú lo


sabes todo, Tú sabes que te amo" (Jn 21, 15-17).

Que la respuesta de Pedro, sobre cuyo sepulcro ha sido erigida esta basílica, se


exprese mediante esta adoración cada día y de todo el día, que hoy hemos
comenzado.
Que el indigno Sucesor de Pedro en la Sede romana, y todos los que participarán en la
adoración de tu presencia eucarística, con cada una de sus visitas den testimonio y
hagan resonar aquí la verdad encerrada en las palabras del Apóstol:

"Señor, Tú lo sabes todo;  Tú sabes que te amo".

Amén.

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