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Pensadores imprescindibles

para leer el poder hoy


Volumen 2
Pensadores imprescindibles
para leer el poder hoy
Volumen 2
Versión XV, XVI, XVII de la Cátedra Democracia y Ciudadanía

Juan Carlos Amador


Leopoldo Prieto Páez
(Compiladores)
© Universidad Distrital Francisco José de Caldas
© Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano (IPAZUD)
© Juan Carlos Amador, Leopoldo Prieto Páez (compiladores)
Primera edición, abril de 2015
ISBN: 978-958-8897-44-8

Dirección Sección de Publicaciones


Rubén Eliécer Carvajalino C.
Coordinación editorial
Miguel Fernando Niño Roa
Corrección de estilo
Editorial UD
Diagramación
Javier Barbosa
Imagen de cubierta
Rocío Neme

Editorial UD
Universidad Distrital Francisco José de Caldas
Carrera 24 No. 34-37.
Teléfono: 3239300 ext. 6202
Correo electrónico: publicaciones@udistrital.edu.co

Pensadores imprescindibles para leer el poder hoy. Volumen 2 /


Juan Carlos Amador... [et al.]. -- Bogotá : Universidad
Distrital Francisco José de Caldas, 2015.
164 páginas ; 24 cm.
ISBN 978-958-8897-44-8
1. Sociología política 2. Poder (Ciencias sociales) 3. Educación y
cultura política 4. Ciudadanía 5 Capitalismo
I. Amador, Juan Carlos.
320.1 cd 21 ed.
A1483021

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Todos los derechos reservados.


Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo escrito
de la Sección de Publicaciones de la Universidad Distrital.
Hecho en Colombia.
Contenido

Introducción9
Leopoldo Prieto Páez y Juan Carlos Amador

El debate en torno a la condición humana:


Sigmund Freud y su investigación (1895-1900) 15
Carlos Jilmar Díaz Soler

Apuntes metodológicos para trabajos


de historia intelectual en Antonio Gramsci35
Álvaro Oviedo Hernández

Fernand Braudel: conversaciones sin reloj ni brújula49


Andrés Castiblanco Roldán

La crisis y el cambio en los paradigmas de la educación:


una perspectiva a partir de Alain Touraine y otros autores
en el marco de la teoría dramática de la sociedad67
Gabriel Restrepo Forero

Umberto Eco: la teoría como ficción87


Betty Osorio

Capitalismo y subjetividad: contribuciones


de Mijaíl Bajtín a la política menor y del acontecimiento101
Juan Carlos Amador Baquiro
Ciudad, cultura y literatura:
bosquejos teóricos de un camino por recorrer127
Leopoldo Prieto Páez

La construcción cultural de la ciudadanía:


Jeffrey Alexander y la fragmentación de la sociedad civil149
Sebastián Cuéllar Sarmiento
Introducción

Leopoldo Prieto Páez1


Juan Carlos Amador2

Alguna vez Italo Calvino aseguró que los clásicos son aquellos “libros de los
cuales se suele oír decir ‘estoy releyendo…’ y nunca estoy leyendo…”. La razón
principal por la que esto sucede es porque “un clásico es un libro que nunca
termina de decir lo que tiene que decir” (Calvino, 1993). Lo mismo valdría para
aquellas obras de pensadores que trascienden en el tiempo, son propuestas que
se renuevan, a ellas se regresa una y otra vez para aprender, para confrontar,
para refutar y, ¿Quién lo creyera?, para crear. Aristóteles o Platón, Adam Smith
y Marx, Habermas o Rawls, todos nombres que son al mismo tiempo seres de
un pasado lejano y nombres de una actualidad insoslayable.

Una obra clásica es aquella que, en el sentido borgiano, merece volver a ser
leída: “que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen
con previo fervor y con una misteriosa lealtad” (Borges, s.f.). En suma, un vín-
culo de fidelidad que no es acrítico, ingenuo o irreflexivo. De hecho la validez
de un clásico está en la posibilidad de confrontarlo, refutarlo y superarlo. Per-
catarse de la genialidad de sus construcciones no es menos interesante que evi-
denciar sus límites y alcances. Y esto es así porque los teóricos, los pensadores
y los escritores son también seres humanos, que han escrito para una audiencia
determinada en un momento determinado, y sus análisis no por profundos,
pertinentes y perspicaces son infalibles.

1 Coordinador de la Línea de Territorios y Desarraigos del Instituto para la Pedagogía, la Paz y el


Conflicto Urbano de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas (IPAZUD).
2 Director del Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano de la Universidad Distrital
Francisco José de Caldas (IPAZUD).
Leopoldo Prieto Páez - Juan Carlos Amador

Pero al mismo tiempo los clásicos son tan de su tiempo como del nuestro, no
es raro el caso del científico presa de la decepción cuando cae en cuenta que
su descubrimiento no es más que un re-descubrimiento, y que ese análisis que
creyó inédito es una lectura renovada de algo dicho hace ya mucho tiempo. El
estadounidense Robert Merton en alguna ocasión mencionó que el trabajo de
muchos, quienes trabajan en las ciencias sociales, se parece más a un pequeño
avance hecho hombros de gigantes, haciendo un guiño a aquella referencia de
Bernardo de Chartres, un viejo canciller medieval, quien siglos antes había dicho
que “somos enanos encaramados a hombros de gigantes. De esa manera, vemos
más y más lejos que ellos, no porque nuestra vista sea más aguda sino porque
ellos nos sostienen en el aire y nos elevan con toda su altura gigantesca”.

Las primeras líneas del libro Modernidad periférica de Beatriz Sarlo es una
aceptación de este postulado. Según sus propias palabras, una obra científica
no es más que la continuación o el legado que deja otra obra, pues “todo libro
comienza como deseo de otro libro como impulso de copia, de robo, de contra-
dicción, como envidia y desmesurada confianza” (Sarlo, 2003). Basada en su
propia experiencia, reconoce que vuelve a este tipo de textos cuando la duda se
atraviesa, cuando el bloqueo aparece, cuando simplemente no se le ocurre nada.

Muchos de los clásicos en ciencias sociales son además teóricos. Es decir, pen-
sadores que intentaban entender los problemas de las sociedades a partir de
abstracciones y generalizaciones que dejaban de lado las particularidades. Un
reconocido sociólogo contemporáneo de hecho mencionaba que la teoría “no solo
es crucial, sino que es el corazón de la ciencia” (Alexander, 2000, p. 13), toda ella
construida por observadores atentos del mundo social, cargados de un innegable
poder de imaginación, erudición y sensibilidad frente a la realidad empírica.

Pero, por cierto, incluir una cita de un texto clásico no implica que un nuevo
hallazgo o la propuesta de un nuevo enfoque ya haya sido dicha. Para Merton
es una forma de establecer un diálogo entre los muertos y los vivos, una suerte
de relación de comunidad científica, de conversación en la que “cada uno está
encantado, a medida que descubre que el otro está de acuerdo con lo que hasta ese
momento solo era una idea que se había ocurrido en la soledad, quizá una simple
sospecha” (Merton, 2002, p. 53). Más allá de cualquier consideración, el volumen
de textos clásicos se va engrosando, va recorriendo ese camino que transita de un
material de interés hacia textos imprescindibles. Ya sea porque siempre tienen
algo que decirnos, porque los envidiamos o porque tenemos irrestricta confianza.
Porque dialogamos con ellos o porque simplemente consideremos provechosa
la relación de estos hombres y mujeres que marcaron un hito en la historia del
pensamiento. No de otra manera se explica que muchas universidades y escuelas
del pensamiento continúen enseñándolos y volviendo a ellos.

10
Introducción

Este segundo tomo de las memorias de la Cátedra Democracia y Ciudada-


nía, realizada por el Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano
IPAZUD durante los años 2011 y 2012, agrupa visiones que valoran, analizan y
confrontan las obras de pensadores convertidos ahora en imprescindibles para
el abordaje de los fenómenos sociales de los cuales se ocupan.

El primer capítulo, escrito por Carlos Jilmar Díaz, dedicado a una parte de la
vida y obra de Sigmund Freud, explora las condiciones epocales que rodearon su
tránsito de la medicina y la psiquiatría al psicoanálisis. Además del análisis sobre el
carácter experimental que acompañaba la actividad científica al final del siglo XIX
e inicios del siglo XX, ofrecido por el profesor Díaz, es importante destacar en este
trabajo la caracterización de cada uno de los pasos que permitieron a Freud cons-
tituir un programa de investigación que, a partir del estudio de lo humano, mar-
caron profundamente la psicología y las ciencias sociales a lo largo del siglo XX.

En el capítulo dos el profesor Álvaro Oviedo se encarga de hacer una sem-


blanza de la vida de Antonio Gramsci, así como de sus principales obras,
especialmente los difundidos Cuadernos de la cárcel. El recorrido por los aconte-
cimientos políticos que rodearon su vida, pero también sus propias condicio-
nes personales y familiares muestran su carácter humano, y en ocasiones hasta
frágil. Finalmente, Oviedo incluye algunas consideraciones que favorecen la
discusión, en compañía del mismo Gramsci, particularmente relacionadas con
los factores que deben tenerse en cuenta para comprender la obra de un autor,
la cual se encuentra diseminada e incluso poco explorada.

El capítulo tres aborda algunos rasgos del pensamiento de Fernand Braudel.


El profesor Andrés Castiblanco, a través de una escritura frecuentemente apo-
yada en referentes de las ciencias sociales y la literatura, recorre algunos deba-
tes alusivos al tiempo, la temporalidad y la historia. Basado en las ideas más
sobresalientes de trabajos clásicos del autor en mención, como El Meditarráneo,
el texto va introduciendo las principales problemáticas alusivas a la construc-
ción individual, social e histórica del tiempo. Es importante destacar que en
este trabajo el análisis del tiempo se encuentra frecuentemente interpelado por
otras coordenadas del mundo social, como el espacio y el propio sujeto.

El cuarto capítulo, escrito por Gabriel Restrepo, plantea como punto de par-
tida una semblanza de la obra de Alain Touraine. El autor menciona que la
mejor manera de ofrecer tributo a un intelectual es recrear su obra, confrontarla
y ponerla en paralelo junto con otras tantas, con el fin de promover nuevas
formas de pensamiento. Por esa razón en este apartado el lector encontrará
perspectivas tanto de Touraine como de Restrepo, en un texto que expone los
principales rasgos de la llamada teoría dramática de la sociedad.

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Leopoldo Prieto Páez - Juan Carlos Amador

Betty Osorio presenta en el quinto capítulo un acápite dedicado a los aportes


teóricos de Umberto Eco, aunque haciendo énfasis en su faceta de novelista y
creador de ficción. En un recorrido por la novela más conocida de Eco, El nombre
de la Rosa, la profesora Osorio muestra los distintos puntos de vista contenidos
en esta obra y la manera como se convierten en un aporte al análisis cultural de
los grupos humanos, centrada específicamente en la orientación académica del
semiólogo italiano.

El capítulo seis, escrito por Juan Carlos Amador, es dedicado a las contri-
buciones de Mijaíl Bajtín a la teoría de la política menor y del acontecimiento.
Aunque no se trata de un texto dedicado en sentido estricto a la vida y obra
de este autor, se abordan algunos conceptos que han sido retomados reciente-
mente por la corriente posestructuralista de la filosofía y la política. Uno de los
aspectos más relevantes de este trabajo es la relación entre capitalismo, subje-
tividad y acontecimiento, categorías que han sido alimentadas por las ideas de
plurilingüismo, polifonía de voces y exotópica, ampliamente desarrolladas por
el pensador ruso.

En el capítulo siete , Leopoldo Prieto establece algunas consideraciones rela-


cionadas con el papel que juega la cultura y el arte en la comprensión de la
construcción de las ciudades. En este trabajo se busca hacer una vinculación
entre propuestas teóricas europeas y norteamericanas, junto con trabajos rea-
lizados en latinoamericana, con el fin de mostrar la manera como el enfoque
cultural puede aportar elementos para la comprensión del espacio físico cons-
truido en entornos urbanos.

Este tomo lo cierra el capítulo de Sebastián Cuéllar, presenta un acercamiento


al programa fuerte en sociología cultural, cuya influencia ha estado marcada por
el trabajo del sociólogo norteamericano Jeffrey Alexander. El principal objetivo
del autor es exponer los argumentos que han acompañado este enfoque socio-
lógico, atravesado por el necesario giro cultural que proponen para la teoría
en este campo académico, y al tiempo mencionar la forma como la sociología
cultural podría ser aplicada en contextos como el colombiano.

Con estos textos se cierra el segundo tomo dedicado a poner en cuestión auto-
res fundamentales que se presienten como imprescindibles para las ideas de
hoy. La perspectiva de encontrar, analizar y discutir sobre pensadores latinoa-
mericanos ya ha sido considerada. Este será el reto del Ipazud en las cátedras
que están por venir y que, desde ya, comienzan a perfilarse.

12
Introducción

Referencias bibliográficas
Alexander, J. (2000). Las teorías sociológicas desde la segunda guerra mundial. Bar-
celona: Gedisa.

Borges, J. (s.f.). Sobre los clásicos. Recuperado de: http://www.ciudadseva.com/


textos/teoria/opin/borges_sobre_los_clasicos.htm

Calvino, I. (1993). ¿Por qué leer a los clásicos? Barcelona: Tusquets.

Merton, R. (2002). Teoría y estructuras sociales. México D.F: Fondo de Cultura


Económica.

Sarlo, B. (2003). Una modernidad periférica. Buenos Aires: 1920 y 1930. Buenos
Aires: Nueva Visión.

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El debate en torno a la condición
humana: Sigmund Freud y su
investigación (1895-1900)

Carlos Jilmar Díaz Soler1

No dudo que al destino le resultará por fuerza


más fácil que a mí librarlo de su padecer:
Pero usted se convencerá de que es grande la ganancia
si conseguimos mudar su miseria histérica
en infortunio ordinario.
Con una vida anímica restablecida
usted podrá defenderse mejor de este último.

Sigmund Freud (1895)

Introducción
Así concluye Freud su ensayo “Sobre la psicoterapia de la histeria”, que apa-
reció publicado en 1895; escrito que cierra la compilación Estudios sobre la histe-
ria y que, a su vez, reunió cinco historiales clínicos: elaborados unos por Freud
y otros por su colega Josef Breuer. En palabras de Breuer y Freud, esta compi-
lación recoge nuestras experiencias sobre un nuevo método de exploración y
tratamiento de fenómenos histéricos.

1 Profesor de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Facultad de Ciencias y


Educación.
Carlos Jilmar Díaz Soler

Estudios sobre la histeria reúne artículos que dan cuenta de actos del saber que
sus autores no dudan en calificar de nuevo método de exploración y tratamiento.
Textos en los que quedó consignado uno de los momentos de elaboración con-
ceptual en Freud y, para nosotros, al tomarlos, junto con otros aparecidos en
este puntual período, se convierten en la posibilidad de organizar una dis-
cusión que contribuya a comprender cómo aparecen las grandes teorías, qué
lugar ocupan sus creadores, así como los efectos que estas teorías producen en
la comprensión del mundo.

Buscamos en sus mismos textos la significación histórica de su aporte per-


sonal a la discusión sobre la especificidad de lo humano, ya que Freud ocupa
en este campo el lugar de creador. Escritos que permiten rastrear su postura
intelectual y que posibilitan entrever aspectos que contribuyeron a organizar su
perspectiva analítica, especialmente en dos de las aristas desde las que asumió
el inveterado problema del sufrimiento humano: la primera, el vínculo entre
saber y sufrimiento, descubierto por Freud; y la segunda, la persistente bús-
queda de formalización conceptual que, como efecto, poco a poco, contribuyó a
establecer una práctica clínica con claros tintes de novedad académica. Interesa
rastrear en estos documentos el marcado esfuerzo intelectual que implicó para
Freud la construcción de un aparato teórico que posibilitase actuar analítica-
mente sobre el problema de las enfermedades nerviosas y, para ello, establecer la
especificidad de la neurosis y la histeria.

Interrogar estos escritos posibilita comprender la particularidad que fue asu-


miendo su práctica clínica entre 1895 y 1900; momento en el cual, partiendo de un
ambiente extasiado por los significativos desarrollos de la anatomía, la fisiología
y la neurología, sus trabajos clínico-investigativos comienzan a mostrar algo que
hasta ese momento no había sido pensado. Asimismo, los evidentes logros de su
terapéutica sobre el sufrimiento y la lógica de su razonamiento posibilitan que
estas elaboraciones conceptuales se inserten en el debate académico contempo-
ráneo. La especificidad de lo humano encuentra así un campo de investigación
propio, determinado por los valores de la palabra y sus efectos, asunto que aún
es motivo de sofisticadas elaboraciones teóricas y acalorados debates.

Las palabras seleccionadas como epígrafe sorprenden porque anuncian una


diferente lógica de comprensión, frente a la ya establecida manera como era
comprendida la histeria y asumida su clínica. Con ellas Freud nos asombra por
la distancia que esboza frente a la manera como médicos y neurólogos pien-
san y actúan sobre las llamadas “enfermedades nerviosas”. Entonces ¿Cuál
es la novedad que representan estas palabras? ¿Cómo situar históricamente
y conceptualizar epistemológicamente estos textos? Importa para este ensayo
comprender la lógica intrínseca: las categorías analíticas que contribuyeron

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El debate en torno a la condición humana: Sigmund Freud y su investigación (1895-1900)

a presentar una forma de razonamiento que va dando forma a esa particular


orientación analítica que nos legó, gracias a su minucioso, sostenido y ético
trabajo investigativo.

Punto de partida
Sigmund Freud se matriculó en el año de 1873 en la Universidad de Viena;
tardó un tiempo considerable en graduarse en medicina, obteniendo su autori-
zación para oficiar como médico en 1881. En el periodo en que Freud se forma
como médico, las enfermedades en general ya son concebidas como un con-
junto de síntomas específicos que, una vez descritos, era necesario relacionarlas
a una causa anatómica o fisiológica. Se buscaba reducir la diversidad de los
hechos a la unidad de un principio. En el caso que fuese anatómica, se presu-
ponía una lesión orgánica localizable. En el caso que fuese fisiológica, era nece-
sario, entonces, asumirla como una disfunción fisiológica, es decir, era preciso
relacionarla con su medio.

A partir del último cuarto del siglo XIX la fisiología comenzó a sustituir la
concepción del organismo como mecanismo compensador, o como economía
cerrada, por la de un organismo conceptualizado en el marco de unas funciones
de autorregulación, que están íntimamente articuladas con funciones de adap-
tación al medio. En otras palabras, Freud se forma como médico en un ambiente
académico en donde comprender la vida se hacía en términos de homeostasis,
es decir, en el momento en el cual los organismos son comprendidos en fun-
ción de la autorregulación, estando íntimamente articulados con funciones de
adaptación al medio. La homeostasis como comprensión ganó terreno frente
al conocimiento de la vida como mecanismo compensador o como economía
cerrada. Esta manera de asumir la medicina es consistente con el positivismo
que, como postura filosófica, rechaza la metafísica y la teología (Canguilhem,
1978, p. 75); esta doctrina filosófica aparece en el seno de la Ilustración del siglo
XVIII y prospera en el siglo XIX, con los espectaculares triunfos de la física, la
química, la astronomía y, como estamos entreviendo, también es asumida por
la medicina. Desde esta perspectiva, en adelante, se discute con vehemencia
la superstición de todo panteísmo, todo misticismo natural, toda mención de
fuerzas divinas ocultas manifestándose en la naturaleza, ya que en variedad
de contextos y durante muchos siglos, las enfermedades fueron consideradas
como posesiones por parte de seres “malignos”, o como el castigo inflingido
por un poder sobrenatural a un vicioso o a un impuro; solo actos de taumatur-
gia podían vencerlas.

El siglo XIX es el siglo en el que el discurso de la ciencia intenta triunfar con-


tra la enfermedad, luego de que los tres siglos anteriores estuvieron dominados

17
Carlos Jilmar Díaz Soler

por la lepra (XVI), la epilepsia (XVII) y la sífilis (XVIII). Así, a partir del siglo
XVIII, gracias a las ciencias experimentales, el hombre se convierte en un inven-
tor de fenómenos, el encargado de la creación, adquiriendo creciente control y
poderío sobre la naturaleza, gracias a los progresos de la ciencia y su experi-
mentación. Característico, también, de esta tendencia intelectual que busca un
comprender y, en consecuencia, actuar sobre lo humano es que Auguste Comte,
en forma extrema a principio del siglo XIX, considerará posible fundar el estu-
dio del hombre en sociedad sobre una base fiable: inventó el término sociología
y la definió como una especie de física social.

En este marco, el prolongado proceso de formación de Freud lo lleva a asistir


a cátedras de física y de historia natural. Dos acontecimientos reconocemos de
esta primera época de formación y elaboración conceptual, que desembocan
en los escritos consignados en Estudios sobre la histeria. El primero, relacionado
con los inicios en su carrera académica, ubicados entre los años 1876 y 1882.
El segundo se produce a partir del encuentro con Charcot, su influencia y la
reorientación que le posibilitó a su trabajo científico. Veamos algunos aspectos
de estos periodos de la vida intelectual de Freud, queriendo presentar una dis-
cusión que permita comprender la discontinuidad que su perspectiva analítica
representa.

Trabajó Freud en el laboratorio de Carl Claus, uno de los más entusiastas


difusores de las ideas de Darwin en lengua alemana. Con Claus, Freud rea-
lizó investigaciones en la ciudad de Trieste, al norte de Italia, a orillas del mar
Adriático, en la estación experimental de biología marina. Allí, entre 1875 y
1876, disecó alrededor de cuatrocientos ejemplares de anguilas, buscando des-
virtuar la idea de que esta especie era hermafrodita (Gay, 1989, p. 56).

Posterior a esta experiencia se vinculó con el Instituto de fisiología, que en


aquel entonces estaba dirigido por Ernest von Brücke, uno de los represen-
tantes de la escuela antivitalista, quien trabajaba en probar que todos los fenó-
menos vitales podían ser explicados por la acción de fuerzas físico–químicas.
Freud trabajó en este laboratorio durante seis años, 1876 y 1882, resolviendo los
problemas que el reverenciado profesor le planteaba, con evidente satisfacción
tanto para Brücke como para Freud, como quedó consignado en su presentación
autobiográfica (1925). Su paso por este laboratorio le permitió adentrarse y des-
cifrar los enigmas del sistema nervioso: primero de peces inferiores y, después,
de seres humanos. Brücke tenía casi cuarenta años más que Freud y, gracias
a su “claridad intelectual”, capacidad de trabajo y exigencia, se había ganado
su respeto académico. Además era el representante más eminente en Viena
del positivismo. La experiencia con Brücke lo marcó profundamente, diría
Freud años después, ya que en este laboratorio halló tranquilidad, satisfacción

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El debate en torno a la condición humana: Sigmund Freud y su investigación (1895-1900)

y personas a las cuales tomar como ejemplo. Posteriormente Brücke lo reco-


mendó, al contribuir mediante concepto favorable, a que le fuese asignada una
beca para estudiar en París con Charcot.

Es importante mencionar, buscando elementos que nos permitan compren-


der el halo intelectual en el cual Freud trabaja, que Brücke fue compañero de
estudios en Berlín de Emil Du Bois-Reymond, quien a su vez tenía estrecho con-
tacto con el grupo en donde trabajaba Hermann Helmholtz, personajes estos
que realizaron significativos aportes en una variedad de campos (la óptica, la
acústica, la termodinámica, la física, la biología). La influencia de estos desta-
cados hombres se difundió rápida e irresistiblemente y, en el ambiente inte-
lectual de la Viena de Freud, gozaban de gran prestigio. Como miembros de
este selecto grupo intelectual, sus seguidores ocuparon prestigiosas cátedras en
las más importantes universidades y establecieron un tono para los periódicos
científicos (Gay, 1989, p. 59).

Es decir, la medicina comenzó a operar con presupuestos teóricos que busca-


ban establecer las causas de las enfermedades y los efectos de los remedios. Se
buscaba leer en los hechos mismos, al margen de cualquier interpretación, la
identidad física de lo fisiológico y lo patológico, con el fin de brindar a la medi-
cina el estatus de una ciencia progresiva. En adelante, la observación no sería
suficiente: “esa experimentación médica debe fundarse en el conocimiento de
las leyes vitales fisiológicas o patológicas”, o, en otras palabras, “la naturaleza
sólo habla cuando se la interroga bien” (Canguilhem 1965, p. 141). Se rechazó
de esta manera la práctica de observación y expectación.

La experimentación para la medicina permitió verificar la teoría. Teoría y


experimentación fueron asumidas como las dos caras de la misma moneda. En
adelante, hablar de medicina experimental era decir que desde el inicio hay una
orientación, ya sea por una hipótesis o por una teoría y, mediante experiencias,
fue posible establecer la relación entre ambas. En este sentido, el método es for-
mulado en el marco de la teoría en que se ha originado la investigación.

Heredando esta tradición, la práctica clínica de Freud es realizada en los mar-


cos de un arsenal conceptual que le permite intervenir sobre la enfermedad, en
donde el importante concepto de “medio interno” es fundamental para su prác-
tica médica. Canguilhem señala que la autonomía de la fisiología como ciencia
se logró gracias al concepto de medio interno, merced al cual fue posible concebir
un modo de análisis y modificación del ser viviente, gracias al uso de medios
mecánicos, físicos o químicos, que permiten intervenir artificialmente en la eco-
nomía de un todo orgánico, sin alterar en esencia su cualidad orgánica (1965,
p. 158). Esto nos permite intuir que Freud está inserto en esta lógica; forma de

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Carlos Jilmar Díaz Soler

razonar que asume las reglas para la investigación provenientes de los físicos y
aplicadas a la fisiología y la medicina. En palabras de Canguilhem, la medicina
experimental no es, entonces, sino una de las figuras del sueño demiúrgico que
sueñan, a mediados del siglo XIX todas las sociedades industriales, en una era
en la cual por conducto de sus aplicaciones el discurso de las ciencias se ha
convertido en un poder social (Canguilhem, 1965, p. 149).

La práctica médica moderna se inscribe en la gradual disociación entre la


enfermedad y el enfermo. En adelante, el enfermo es puesto entre paréntesis,
como objeto dilecto del interés médico. Las enfermedades fueron así sucesi-
vamente localizadas en el organismo, el órgano, el tejido, la célula, el gen, la
enzima. Se trabaja intensamente para identificarlas en las salas de autopsia,
en el laboratorio de exámenes médicos físicos (óptico, eléctrico, radiológico,
escanográfico, ecográfico) y químico y bioquímico (Canguilhem, 1989, p.36-37).

Los espectaculares progresos de la medicina y de la investigación, guiados


por y dirigidos hacia el positivismo, también tomaron curso hacia las deno-
minadas “enfermedades nerviosas”, al unir la mente y el cuerpo, así como el
síntoma físico a la psicología. A finales del siglo XIX, gracias a este discurso
científico se hacía temerario pensar que un loco fuera un ser maligno, poseído
por el demonio; las causas de su desorden fueron buscadas en el funcionamiento
interno del cerebro.

El ambiente académico en el cual Freud se formó e inició su trabajo investiga-


tivo estaba, entonces, cargado de positivismo y se le guardaba a esta perspec-
tiva un gran respeto académico. La perspectiva positiva se había encargado de
inaugurar para la medicina su periodo experimental, abandonando el periodo
de la medicina expectante, enfilando baterías hacia la intervención y la curación
de las enfermedades, es decir, mediante la comprensión de los fenómenos de la
vida, se buscó la dominación científica de la naturaleza viva.

En 1882, por sugerencia de Brücke, Freud abandona el laboratorio para ocupar


un puesto en el Hospital de General de Viena. La razón fundamental de este
cambio fue su pobreza y el deseo de buscar nuevos rumbos. Entra a trabajar
en el servicio del profesor Nothnangel, iniciador en Viena de la electrofisiolo-
gía; permanece luego como residente en el servicio psiquiátrico de Meynert,
considerado en su tiempo el mayor anatomista del cerebro, quien convertido
en psiquiatra, después de haber sido neurólogo, intenta dar una explicación
anatomo-fisiológica de todas las perturbaciones mentales. Freud está fascinado
por su enseñanza, pero está fuertemente atraído ya por el nombre de Charcot y
por su método anatomo-clínico, más ágil que el de la fisiología; decide entonces
obtener el grado de Privatdozent de neuropatología en la Universidad de Viena,

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El debate en torno a la condición humana: Sigmund Freud y su investigación (1895-1900)

antes de obtener una beca para viajar a Paris, a su encuentro con otro importante
personaje del panorama intelectual de la Europa de ese momento: Jean Martin
Charcot, en la Salpêtrière. Encuentro que permite reconocer aspectos centrales de
un segundo acontecimiento académico en la vida intelectual de Freud.

Es importante decir que el Hospital de la Salpêtrière, donde Charcot traba-


jaba, no fue ajeno a las transformaciones sobre la medicina y la enfermedad.
Comenzó poco a poco a sustituirse en el curso del siglo XVIII el hospicio
—asilo para la acogida y consuelo de enfermos muchas veces abandona-
dos— por el hospital —espacio de análisis y vigilancia de enfermedades cata-
logadas—, construido y gobernado como máquina de curar. El tratamiento
hospitalario de las enfermedades en una estructura social reglamentada con-
tribuyó, también, a construir una mirada sobre las enfermedades que trascen-
día el plano individual.

En el proceso de conocimiento de las enfermedades, la gradual eliminación de


la referencia a situaciones vividas por los enfermos no es solo fruto de la colo-
nización de la medicina por las ciencias fundamentales y aplicadas, producida
desde los primeros años del siglo XIX, sino también de la atención interesada,
en todos los sentidos del término, que desde la misma época las sociedades de
tipo industrial otorgaron a la salud de las poblaciones obreras o, para utilizar
otra expresión, al componente humano de las fuerzas productivas (Canguilhem,
1989). Medicina y política, entonces, coincidieron en un nuevo enfoque de las
enfermedades: la organización y las prácticas de la hospitalización permiten
entrever este vínculo.

Entonces, en el debate en torno a la condición humana es importante señalar


que, en el marco del discurso de la ciencia y su énfasis en la experimentación
desde el siglo XIX, esta perspectiva se ha extendido a la totalidad de la expe-
riencia humana y, sobre todo, a la experiencia social, extrayendo conclusiones
teóricas desprendidas de sus premisas. En otras palabras, se inaugura un conta-
gio de cientificidad, con un fin práctico. Se instaura así una representación de la
realidad cuya verdad no reside en lo que dice sino en lo que calla (Canguilhem,
1970, p. 55). Precisamente esta perspectiva, aplicada a la comprensión y trata-
miento de las enfermedades nerviosas es la que recibe Freud. Los magros logros
que la práctica clínica logra en estos marcos conceptuales impulsan a Freud a
cuestionarla.

La Salpêtrière fue el mayor hospital de Europa, albergando de cinco a ocho


mil internos permanentemente. Charcot era el mejor neuropatólogo de la época
y había logrado ordenar toda la red de síntomas que presenta la histeria. Char-
cot se convierte en 1862 en el médico del hospicio de la Salpêtrière, cargo que

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Carlos Jilmar Díaz Soler

asumió hasta su muerte. Se interesa por la patología del sistema nervioso. Entre
1862 y 1870 es el creador de una nueva neurología, tras hacer observaciones
sobre la esclerosis en placas y las localizaciones medulares. En 1872 le nombran
catedrático de anatomía patológica y comienza a dar clases sobre las localiza-
ciones cerebrales y la epilepsia cortical. Sus lecciones cautivan al mundo entero,
recibiendo en su consulta a las familias reales de España, del Brasil, de Rusia,
también a escritores, actores y periodistas. Fue una figura representativa en
su periodo. En 1881 el Parlamento Francés vota un presupuesto para la crea-
ción de una cátedra de clínica de las enfermedades nerviosas cuyo titular será
Charcot. En 1882 la neurología es reconocida, por primera vez, como disciplina
autónoma. Como médico del hospicio de la Salpêtrière Charcot, con una for-
jada carrera académica, se encuentra con una serie de enfermos que denomina
histéricos, en especial mujeres (Roudinesco, 1986, p. 40).

Charcot, al tomar interés por la histeria y la hipnosis, bajo la idea de que la


enfermedad nerviosa tiene su propia autonomía, renueva para la histeria el inte-
rés académico. No concibe su origen sin fundamento orgánico; en este plano es
heredero de la tradición anatomo-patológico a la que añade los recientes descu-
brimientos en el campo de la fisiología de Claude Bernard. Charcot es tributario
de una ciencia que asiste al arranque de las localizaciones anatómicas. El naci-
miento de esta nueva época llena de excesivas esperanzas, en donde las teorías
funcionalistas de sistema nervioso son predominantes, gracias al desarrollo de
la fisiología y de la electrofisiología.

Charcot inicia una clínica de la neurosis histérica. Este término, “neurosis”,


fue introducido por el médico escoses W. Cullen, hacia 1777. En esta categoría
se ordenan afecciones mentales a las que se atribuye un origen orgánico pre-
ciso: se les llama “funcionales”, es decir, sin lesión ni inflamación del órgano
en el que el dolor se manifiesta. Se les considera como enfermedades nerviosas.
Con Charcot se inaugura un tipo de clasificación que se distancia de la cuestión
del útero para hacer de la histeria una enfermedad nerviosa, de origen heredi-
tario y orgánico y, para separarla de la simulación, renuncia a la antigua etiolo-
gía sexual. Asunto que va a ser retomado, posteriormente, por Freud. Charcot
diagnosticó la histeria como una dolencia auténtica y no como refugio de indi-
viduos falsamente enfermos. Descubrió, además, que también podía afectar a
los hombres, no menos que a las mujeres, contradiciendo de este modo todas
las nociones tradicionales.

La palabra histeria designa, desde la Antigüedad, una enfermedad


orgánica de origen uterino que afecta la totalidad del cuerpo; Hipócra-
tes es el inventor del término. Las perturbaciones nerviosas se obser-
van, sobre todo, en mujeres que no han estado embarazadas o que

22
El debate en torno a la condición humana: Sigmund Freud y su investigación (1895-1900)

abusan de los placeres carnales. El tratamiento recomienda, para las


jóvenes, casarse, y para las viudas volverse a casar. Durante la edad
media, por influjo de concepciones agustinianas, se ve, en las mani-
festaciones histéricas, una intervención del diablo. La caza de brujas
dura dos siglos y entre las víctimas supuestamente “poseídas” se
incluye sobre todo a las histéricas. Ya en esta época la opinión médica
se resiste a la concepción demoníaca de la histeria. En el siglo XVII,
antes que Charcot, Charles Lepois afirma que esta enfermedad pro-
viene del cerebro, pues se produce en ambos sexos: se discute, pues,
la teoría uterina. Paralelamente, se evoca el papel de las emociones en
el origen de las perturbaciones. El vínculo entre el cerebro y la matriz
permanece, pero es desplazado; el cerebro es un intermediario que
distribuye un mal cuyo origen es visceral. “Hasta fines del siglo XVIII,
—escribe M. Foucault—, hasta Pinel, el útero y la matriz seguirán pre-
sentes en la patología de la histeria, pero gracias a un privilegio de
difusión por los humores y los nervios, y no por el prestigio particular
de su naturaleza. (Roudinesco, 1986, p. 38)

Con mayor osadía Charcot rescata a la hipnosis de las manos de charlata-


nes, para ponerla al servicio de los propósitos serios de la curación mental.
Freud quedó sorprendido al ver a Charcot inducir y curar parálisis histéricas
por medio de la sugestión hipnótica directa (Gay, 1989, p. 75). Charcot crea y
suprime síntomas a partir de una sugestiva palabra. Muestra, más allá de la
magia, que los fenómenos de la histeria obedecen a leyes; trata las observacio-
nes clínicas como hechos y hace con ellas conjeturas neurológicas.

Freud encuentra que Charcot afirma dos verdades aparentemente contra-


dictorias: una “pasteurina”, según la cual la histeria es una enfermedad ner-
viosa “transmisible” por vía hereditaria; otra “neurológica”, para la cual la
histeria no es una simulación, sino una enfermedad eminentemente nerviosa,
autónoma, funcional y sin huellas lesivas. Con esta doble proposición Charcot
repite el gesto de Pinel, quien desencadenó a las personas tildadas de “locas”
y, a cambio, ofreció los grilletes de una nosología adecuada. Para realizar este
acto invoca los grandes principios de la clínica anatomo-patológica y de la fisio-
logía, construyendo una nueva neurología, cuyo funcionamiento inscribe en
la herencia, a costa de revocar la noción vaporosa y molesta del sexo, como
desencadenante de la histeria, descubierta en los pasillos de la Salpêtrière (Rou-
dinesco, 1986, p. 38). Trabajando y estudiando en la Salpêtrière Freud estuvo
en Paris desde octubre de 1885 hasta febrero de 1886. Mediante este contacto
Freud se puso en el camino de la histeria y de la hipnosis.

23
Carlos Jilmar Díaz Soler

Dos años antes que apareciese su conjunta publicación con Breuer: Estudios
sobre la histeria, Freud dedica unas palabras a la memoria de su maestro en la
Salpêtrière. En agosto de 1893, como homenaje a su maestro recién muerto,
escribe un texto titulado “Charcot” en donde dedica elogiosas palabras: “nadie
se acercó sin cosechar fruto”. Pero junto con los elogios, encuentra la oportuni-
dad para discutir el estado del conocimiento sobre la histeria, esbozando, desde
entonces, su incomodidad frente a ciertos razonamientos. Con la erudición que
ya lo caracteriza, Freud se dedica a situar el vigoroso aporte de Charcot.

Durante muchos años dictó Charcot la cátedra de anatomía patológica


en Paris; y sin tener puesto alguno, como un quehacer colateral, desa-
rrollaba sus trabajos y sus conferencias de neuropatología, que pronto
le dieron fama también en el exterior. Y bien, para la neuropatología
fue una suerte que el mismo hombre pudiera tomar la conducción
en ambas instancias, creando por un lado, mediante la observación
clínica, los cuadros nosológicos, y por el otro poniendo de manifiesto,
tanto en el tipo como en la forme fruste, idéntica alteración anatómica
como base de la afección. Son de todos conocidos los éxitos que este
método anatómico de Charcot obtuvo en el campo de las patologías
nerviosas orgánicas, la tabes, la esclerosis múltiple, la esclerosis late-
ral amiotrófica, etc. (…) Más o menos por la época en que se erigía
su clínica y Charcot renunciaba a la cátedra anatomía patológica, se
consumaba en sus inclinaciones científicas un campo al que debe-
mos lo mejor de sus trabajos, y fue que declaró bastante completa por
el momento la doctrina de las enfermedades nerviosas orgánicas, y
empezó a consagrar su interés casi exclusivamente a la histeria, que
así paso a ocupar de golpe el centro de la atención general. Esta, la más
enigmática de las enfermedades nerviosas, para cuya apreciación los
médicos no habían hallado todavía el punto de vista adecuado, había
caído por aquella época en un total descrédito, que se extendía tanto
a las enfermas como a los médicos que se ocupaban de esa neurosis.
En la histeria, se decía todo es posible, y ya no se quería creer nada a
las histéricas. El trabajo de Charcot comenzó devolviendo su digni-
dad al tema; la gente poco a poco se acostumbró a deponer la sonrisa
irónica que las enfermas de entonces estaban seguras de encontrar; ya
no serían necesariamente unas simuladoras, pues Charcot, con todo
el peso de su autoridad, sostenía el carácter auténtico y objetivo de
los fenómenos histéricos. (…) Una vez que se disipó el ciego temor de
que las pobres enfermas lo volvían a uno loco, temor que hasta enton-
ces había obstaculizado todo estudio serio de la neurosis, fue posible
ponerse a buscar el modo de elaboración que llevara a solucionar el
problema por el camino más corto. (Freud, 1893, pp.18-20)

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El debate en torno a la condición humana: Sigmund Freud y su investigación (1895-1900)

Freud quedó encantado con el modelo de análisis para la histeria y la técnica


que, para su tratamiento, presentó Charcot: la hipnosis. El encuentro en 1885 de
Freud con Charcot le puso en el camino la idea de que la histeria es una afección
eminentemente humana y que, dadas las peculiaridades de sus síntomas, le
llevaron a pensar que son efecto de la particularidad humana: su intensa activi-
dad psíquica. La hipnosis, como técnica para el tratamiento de estas afecciones
utilizada por Charcot, así se lo indicaba.

El procedimiento hipnótico era así: llegaba un paciente con síntomas de


angustia y ansiedad, entonces se le hipnotizaba y se le enviaban mensajes ver-
bales acerca de su enfermedad. Este procedimiento le resultó ser mejor, más
efectivo. Freud, posteriormente, decidió viajar a Nancy a estudiar con Berheim,
quien estaba dedicado al estudio de la influencia de la hipnosis en las enfer-
medades de histeria. Berheim practicaba la hipnosis sugiriendo a sus pacien-
tes que le miraran fijamente a los ojos y les decía que se iban adormeciendo
gradualmente. Una vez conseguido el estado de somnolencia, les indicaba la
desaparición de los síntomas. Con este procedimiento llegó a tratar todo tipo de
enfermedades. Berheim, aprendió este método de Liébeault y lo explicó como
producto de la sugestión. La histeria y su tratamiento mediante la hipnosis
ganaban la atención de los médicos de aquel entonces.

A su regreso a Viena, entusiastamente Freud decide en su clínica hacer uso


de su nueva herramienta. Se encontró compartiendo intereses en su práctica clí-
nica con un reconocido médico llamado J. Breuer, quien ya aplicaba el método
hipnótico. Era él un especialista en enfermedades internas, de mucho prestigio
en Viena y ejerció una fuerte influencia sobre Freud. El encuentro intelectual
con Breuer y el compartir inquietudes sobre estas afecciones con las que se
deparaban en la clínica, los induce a publicar conjuntamente Estudios sobre la
histeria, en el cual Breuer presentó un caso clínico que trabajó entre 1880 y 1882.
Este historial clínico bautizado como Anna O., le permite a Breuer describir una
paciente de 21 años, quien consultó por causa de una tos nerviosa muy molesta.
Pero sus síntomas eran mucho más complejos: parálisis de la pierna y brazo
derecho, alteraciones de la visión y repugnancia hacia los alimentos. Además,
siendo su idioma materno el alemán, hablaba en inglés, ya que no comprendía
nada de lo que en alemán se decía. Hay que decir, también, que estos sínto-
mas aparecieron en el mismo periodo que se desarrolló una larga y dolorosa
enfermedad que padeció su padre; tiempo en que Anna O. con gran esmero se
dedicó a asistirle y cuidarle. Desarrolló, entonces, Anna O. un cuadro histérico
a partir del periodo en el que cuidaba a su moribundo padre.

En el curso del tratamiento Breuer aplicó la hipnosis, dejando que Anna


hablara acerca de todo lo relacionado con sus síntomas. Para aquel entonces,

25
Carlos Jilmar Díaz Soler

Breuer se sorprendió con el hecho de que todo lo que Anna O. refería estaba
relacionado con el cuidado que le había proporcionado a su padre. Breuer pudo
comprobar que una vez que (en estado hipnótico y esto es importante) Anna
O. había comunicado todos sus temores, afectos y, en general, las ideas que
la acompañaban y la dominaban… cesaban sus males, sus dolores. Después
que la paciente comunica asuntos que en estado de vigilia no consigue decir y,
como parte de la técnica, del tratamiento hipnótico, el médico ordena cancelar
algunos de estos recuerdos dolorosos, que desaparecen al hacer esto. Breuer
había comenzado a tratar a esta paciente con hipnosis repetidamente, hasta que
la paciente comenzó a hablar de sus experiencias específicas y del pasado en las
que habían aparecido los síntomas.

El procedimiento terapéutico en cada una de las sesiones hipnóticas se fue


centrando en animar a la paciente a hablar sobre los incidentes relacionados
con sus síntomas (método al que Freud y Breuer denominaron catártico) y que
Anna bautizó como “cura por medio de la palabra” “Tatking cure” o “desholli-
nar la chimenea”. Este método catártico fue inicialmente descrito por J. Breuer
(aunque Janet ya lo practicaba), pero el trabajo conjunto y las inquietudes com-
partidas entre Breuer y Freud contribuyeron a compilar sus experiencias en el
texto al que nos estamos refiriendo.

La importancia del método hipnótico es posible vislumbrarla en dos sentidos:


primero, la hipnosis era una forma de tratamiento que trataba la enfermedad
mental por medio de palabras inducidas por el médico. La sugestión hipnótica,
en segundo lugar, al ser efectiva contra ciertos síntomas, era también un efecto
diagnóstico que confirmaba el origen psicológico de esos trastornos. Es decir que
son trastornos que no tienen como base alteraciones neurológicas. Contraria-
ban las neurosis descritas y analizadas por Freud la perspectiva neurológica en
boga; la hipnosis así se lo indicaba. En este marco y para el periodo que acota
nuestra reflexión, el método catártico, mediante el uso, mediante la ayuda de la
hipnosis, buscaba ampliar el campo de conciencia del sujeto. La idea era posibi-
litar que el sujeto expresase aquello que habiendo sido olvidado produce, como
efecto, parálisis, olvidos, en pocas palabras síntomas, dificultades de diverso
orden que hacen muy difícil la vida cotidiana de quienes los padecen.

La experiencia clínica le fue confirmando a Freud que, en el marco establecido


por la hipnosis, los pacientes hablaban de sus “cosas”, es decir, que mediante
el método catártico se lograba hacer desaparecer los síntomas. Pero Freud
estaba inquieto; surgió entonces un fuerte inconveniente: primero, no todos los
pacientes eran sugestionables; segundo, Freud se percató que los efectos de la
hipnosis eran momentáneos, ya que sus pacientes referían que, al cabo de un
tiempo, los síntomas reaparecían.

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El debate en torno a la condición humana: Sigmund Freud y su investigación (1895-1900)

Está, así puesto el reto: o renunciaba a esos enfermos a los cuales no era posi-
ble hipnotizar, o procuraba otro camino clínico para lograr ese ensanchamiento
de la conciencia. Era necesario, entonces, prescindir de la hipnosis, pero procu-
rarse otro camino para alcanzar los recuerdos patógenos.

Este problema que apareció con la utilización de la hipnosis colocó a Freud frente
a preguntas de muy difícil solución: ¿Cómo habría de abordarse esa renuencia a
la cura? ¿Debía sugerirse o exigirle al paciente de viva voz que se la depusiera? O,
simplemente, ¿Debía investigársela como a otro fenómeno psíquico?

Poco a poco, y gracias al empeño en su actividad clínica, Freud tomó distan-


cia frente a la sugestión hipnótica, como método. Al percatarse, también, que
el paciente, al ser hipnotizado, quedaba a merced del terapeuta, quien toma
la palabra y el control de la situación para dar orientaciones. Le produjo esto
un fuerte cuestionamiento ético. Postura que le permitió futuros hallazgos. Sin
embargo, la hipnosis había abierto el camino para lo que denominó “el ensan-
char la memoria, para hallar los recuerdos patógenos ausentes en la conciencia
ordinaria” (1895, p. 274).

Si Breuer, con Anna O. había usado el método catártico en una sola paciente,
Freud lo convirtió en una técnica de tratamiento. La utilización del “método
catártico”, es decir, posibilitar que el paciente hablé de sus asuntos, introducido
por Freud en su práctica clínica, le permitió extrañarse con las consideracio-
nes provenientes de la neurología y con sus efectos sobre la clínica establecida
para entender y actuar sobre la histeria. Conceptualización en la cual había sido
fuertemente formado; disciplina que le posibilita en su práctica clínica perca-
tase de los pobres efectos que conseguía.

En el camino de la investigación
Al aplicar el método hipnótico a una serie de enfermos Sigmund Freud se tro-
pieza con dos dificultades. La primera: en palabras de Freud, “no eran hipnoti-
zables todas las personas que mostraban síntomas inequívocamente histéricos
y en las cuales, con toda probabilidad reinaba el mismo mecanismo psíquico”.
La segunda: “debí tomar posición frente al problema de saber qué caracteri-
zaba a la histeria y qué la deslindaba de otras neurosis” (Freud, 1895, p. 264).
Pronto se percata que estas dolencias que provienen del factor eminentemente
humano (la intensa actividad del pensamiento) no habían sido expuestas de
esta manera, que lo humano y su particularidad es un enigma que se encierra
también en la manera como cada quien tramita sus afecciones, y que este mis-
terio estaba sin resolver.

27
Carlos Jilmar Díaz Soler

Freud buscó eludir estas dificultades y poco a poco fue prescindiendo de la


hipnosis. El abandono de esta técnica le posibilitó ampliar su intelección de los
procesos psíquicos revelándole la presencia de otro obstáculo: la resistencia de
los pacientes a su tratamiento. La renuencia a cooperar en su propia curación
le lleva a reconocer que con algunas pacientes no se requería mucho esfuerzo
para ello, ya que producían a borbotones este material y todo lo que se requería
era sentarse a escuchar, pero con otras el asunto era muy difícil. Y este asunto
se convirtió en un obstáculo. Freud se encontró, así mismo, con otro problema:
sus pacientes se rehusaban a conocer. La reminiscencia era muy difícil. Las
resistencias aparecían ferozmente. Y se pregunta ¿de qué medios se dispone
para superar esta continuada resistencia? Y responde

son escasos, pero son casi todos los medios de que dispone de ordina-
rio un ser humano para ejercer influjo psíquico sobre otro. Uno debe
decirse ante todo que la resistencia psíquica, en particular una consti-
tuida desde hace largo tiempo, sólo se puede resolver de manera lenta
y poco a poco, y es preciso armarse de paciencia. Además es lícito
contar con el interés intelectual que empieza a moverse en el enfermo
apenas comenzado el trabajo. En la medida en que se lo esclarece, en
que se le hacen comunicaciones sobre el maravilloso mundo de los
proceso psíquicos, del cual uno mismo ha obtenido visiones en virtud
de tales análisis, se lo lleva a considerarse a sí mismo con el interés
objetivo del investigador y, así, se esfuerza hacía atrás la resistencia
que descansa sobre una base afectiva (…) Puesto que el enfermo sólo
se libera del síntoma histérico reproduciendo las impresiones patoló-
gicas causadoras y declamándolas bajo una exteriorización de afecto,
la tarea del terapeuta consiste sólo en moverlo a ello, y una vez solucio-
nada esa tarea no le resta al médico nada más para corregir ni cance-
lar. (1895, pp. 288–289)

En la tarea de superar la resistencia Freud se esforzó en dilucidar un elemento


adicional a los ya expuestos. En este escrito utiliza dos palabras para nom-
brarlo: “prestigio personal” o “factor personal”, para referirse a ese “particula-
rísimo vínculo con la persona del médico” que era necesario establecer. De esta
manera, Freud se percata que no solo era necesaria la experiencia del médico, es
decir, el haberse enfrentado otras veces con el monstruo de las mil cabezas –las
resistencias–, o conocer y entender conceptualmente los distintos fenómenos
psíquicos, consideraba necesario comprender, también, el fenómeno de la cre-
dibilidad que el paciente deposita en su terapeuta. Asunto que denominó años
más tarde como transferencia y que se convirtió en un importante concepto que
posibilita comprender la práctica analítica inaugurada por Freud.

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El debate en torno a la condición humana: Sigmund Freud y su investigación (1895-1900)

Con el abandono de la hipnosis, es decir, el de la sugestión deliberada, se


pasó a confiar en el flujo de lo que denominó las “asociaciones libres”, lo cual le
abrió el camino para el estudio de los sueños. El análisis de los sueños en 1900
le permitió comprender el funcionamiento del “proceso primario” de la psique
y la forma en que influye en la producción de nuestros pensamientos. El instru-
mento que dio paso a “la sugestión hipnótica”, fue la asociación libre, utilizada
con fines directamente terapéuticos para persuadir al paciente de que produjera
material que permitiese comprender sobre la vida anímica consciente, los efec-
tos de la región inconsciente de la psique. La asociación libre consistía en sugerir
al paciente recostado en un diván (parte derivada del método hipnótico) que a
partir de un tema de su biografía debía hablar sin ninguna inhibición. Para este
momento, cuando el paciente se bloqueaba, Freud le ponía la mano en la frente
y le indicaba, por sugestión, recordar un hecho. Posteriormente abandonó esta
presión y la proposición de un tema específico y la asociación libre se realizaba
sobre el material que el paciente traía a consulta, indicando el terapeuta solo
la regla de la asociación libre. Este método constituyó la base del psicoanálisis.

La hipnosis, y su posterior abandono por la asociación libre, colocó a Freud


frente a dos postulados. El primero está relacionado con la afirmación: los sín-
tomas neuróticos no son fenómenos casuales, están relacionados con motivos
que el paciente no recuerda y, por lo tanto, desconoce. Es decir, los síntomas
neuróticos son el resultado activo de motivos inconscientes; están ocultos a la
conciencia, pero actúan e interfieren en la vida cotidiana. Estos motivos en lo
cotidiano producen efectos que no nos es posible evitar. El segundo y que causó
gran revuelo en todos los círculos sociales se relaciona con la explicación de
esos olvidos, con una explicación del fenómeno. Freud postuló que los trau-
mas originales que llevan a la formación de los síntomas por lo general tienen
origen sexual. Para Freud, la amnesia era una de las características del paciente
histérico. Se percató que el contenido psíquico manifiesto de los pacientes, no
lo era todo, que había detrás un contenido inconsciente. Poco a poco le fue
quedando claro que el problema no consistía meramente en investigar los pro-
cesos psíquicos consientes. Vislumbrar los contenidos inconscientes requería
del material que el paciente producía en el marco de la técnica de la asociación
libre. Es decir, se requería de la palabra producida en el marco del instrumento
de investigación del psicoanálisis: el caso clínico.

Freud no se contenta con constatar lo que para la época ya se conoce, “repi-


tiendo” las ideas de sus contemporáneos, fabrica con una evidencia: los sínto-
mas, nuevos conceptos. Lo cual lo lleva a dar una solución teórica al famoso
problema de las causas genitales. Freud se orienta y se instruye por medio de
lo que construye: sus elaboraciones conceptuales que quedaron consignadas en
los historiales clínicos. Sus elaboraciones conceptuales le posibilitan suscitar

29
Carlos Jilmar Díaz Soler

un mundo, ya no por un impulso mágico, inmanente a la realidad, sino, más


bien, por un impulso racional, inmanente al espíritu. Comenzó, entonces, un
fructífero diálogo entre los fenómenos que Freud aisló y la conceptualización.
Movimiento alternativo que tras algunas rectificaciones del proyecto concep-
tual busca incesantemente asir el noúmeno. Freud fue diseñando el marco de
aparición de sus fenómenos. En palabras de Bachelard “Tras formar, en los
albores del espíritu científico, una razón a imagen y semejanza del mundo, la
actividad espiritual de la ciencia moderna se aboca a construir un mundo a la
imagen de la razón. La actividad científica realiza, con toda la fuerza del tér-
mino, conjuntos racionales” (1934, p. 19).

Con estos postulados Freud pasaba a un ámbito que se encontraba fuera de la


ciencia establecida e intentaba, mediante nuevos y sofisticados conceptos que
pudieran aclararse o especificarse adecuadamente, organizar una perspectiva
que diese cuenta de mejor manera del fenómeno de la histeria.

Con lo anteriormente expuesto Freud se enfrenta a nuevos problemas con-


ceptuales, derivados de su práctica clínica. Se le impusieron fuertes preguntas
relacionados con la etiología de los síntomas: si son de otra naturaleza, si no
se relacionaban con entidades corporales, entonces, ¿Cómo orientarse para su
clasificación? Y, la otra gran pregunta que se le impuso a Freud está relacionada
con la clínica: si el enfermo fabrica señales, muestra, expresa, entonces, ¿Qué
lugar para el médico? Freud decide afrontar estos retos; comienza a recorrer el
camino de la comprensión y elaboración conceptual que la clínica le exige.

La elección de este último camino llevó a Freud a la exploración de un mundo


desconocido hasta ese entonces, que le mantuvo ocupado durante el resto de
su vida y que nos permite hoy tener una idea más clara de la complejidad del
mundo humano. La elección de este último camino lo llevó a la intelección de
los procesos psíquicos.

Con esto Freud estaba ad-portas de la invención del primer instrumento para
el análisis científico de lo humano. Los elementos que posibilitarían la ade-
cuada orientación con este instrumento fueron poco a poco organizados con-
ceptualmente por Freud. Estos elementos están relacionados con el olvido y sus
efectos, con las resistencias a recordar, con el esfuerzo de la asociación libre,
con la interpretación y, sobre todo, con el lugar del analista y el trabajo para
estar allí.

Freud estaba ad-portas de una epistemología que establece una estrecha vin-
culación entre la observación y la experimentación, en boga y tan querida para
las ciencias biológicas y a la neurología en aquel entonces, pero en un formato

30
El debate en torno a la condición humana: Sigmund Freud y su investigación (1895-1900)

que trabaja con la palabra: la del paciente y la del analista; que busca efectos
frente al sufrimiento humano.

Estaba en camino Freud de formular una teoría de la mente: es decir una


teoría abstracta, mediante conceptos articulados, formulados con claridad y
con consecuencias empíricas que permitían determinar si la teoría es correcta o
incorrecta, o si está bien encaminada o no y que, a la vez, tenga las propiedades
de la ciencia matemática, esto es, las propiedades de rigor y precisión, y una
estructura que permita deducir conclusiones sobre la base de supuestos.

Gracias al marcado interés por documentarlos, los trabajos clínicos de Freud


permiten vislumbrar la historia de un descubrimiento del saber. En ellos nos
es posible percibir el esfuerzo analítico por comprender la lógica de la psiquis
humana y actuar en consecuencia clínicamente.

Por ejemplo, Freud se percata que el material psíquico producido en el pro-


ceso de asociación libre por un paciente, se comporta como un cuerpo extraño
y la terapia opera como remoción de un cuerpo extraño de tejido vivo. Esta
metáfora que sirve para explicar el fenómeno al que se enfrenta, es rápidamente
matizada por Freud al señalar que “nuestro grupo psíquico patógeno, en cam-
bio, no se puede extirpar limpiamente del yo, pues sus estratos más externos
traspasan unilateralmente hacia sectores del yo normal, y en verdad pertenecen
a este último no menos que a la organización patógena” (1895, p. 295). Con
esto Freud está en el camino de discutir esa tajante frontera entre lo normal y
lo patológico para la condición humana. Va a dar un paso más audaz aún al
plantear que “la organización patógena no se comporta genuinamente como
un cuerpo extraño, sino, mucho más, como una infiltración. En este símil debe
suponerse que la resistencia es lo que infiltra. La terapia no consiste entonces
en extirpar algo –hoy la psicoterapia es incapaz de tal cosa–, sino en disolver
la resistencia y así facilitar a la circulación el camino por un ámbito antes blo-
queado” (1895, p. 296).

Con estas afirmaciones Freud hacía notar que los motivos que hacen que una
persona haga lo que hace, que incluso se comporte como si deseara hacerse
daño, son desconocidos para la persona misma. Es decir el neurótico, es cual-
quiera de nosotros, ha olvidado el proceso que desencadenó sus síntomas. Pero
este olvido es parte estructural del mecanismo del funcionamiento del aparato
psíquico.

A partir de entonces Freud no busca conocer en lo conocido, se decide a


hacer, a fabricar el conocimiento de la vida interior de los humanos. Está en el
camino de iniciar una discusión sobre la condición humana y el “orden” que le

31
Carlos Jilmar Díaz Soler

subyace. Freud, entonces, estaba frente a una de las conclusiones más impor-
tantes que lo obligarían a continuar su trabajo investigativo hasta el día de su
muerte incluso, en 1939, en Londres.

32
El debate en torno a la condición humana: Sigmund Freud y su investigación (1895-1900)

Referencias bibliográficas
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Bernard. En Estudios de historia y de filosofía de las ciencias. Buenos Aires:
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(1893-1899). Obras completas, ordenamiento, comentarios y notas de James Stra-
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Roudinesco, E. (1986). La batalla de cien años. Historia del psicoanálisis en Francia.


1 (1885-1939). España: Editorial Fundamentos.

33
Apuntes metodológicos para
trabajos de historia intelectual
en Antonio Gramsci

Álvaro Oviedo Hernández1

Antonio Gramsci es uno de los pensadores con mayor incidencia en el pen-


samiento social contemporáneo, varias de sus conceptualizaciones categorías y
reflexiones han sido apropiadas y difundidas por autores con frecuencia, desde
perspectivas teóricas diversas. Ante la diversidad de usos de Gramsci, habría
que reivindicar un análisis gramsciano de su obra, para lograr su apropiación
crítica y desarrollo, como él solía exigirlo.

Los cuadernos y las cartas


La variedad de interpretaciones, usos y versiones tiene que ver con las vici-
situdes propias de la escritura y difusión, de sus principales obras: Cuadernos
de la cárcel y Cartas de la cárcel, por demás complementarias entre sí, escritas en
la prisión bajo el régimen fascista italiano. Desde febrero de 1929 hasta 1935,
produce 29 cuadernos. Ya en 1931 se había agravado su estado de salud, todo
lo cual explica los altibajos en su producción y el reajuste en sus planes. A
finales de 1933 inicia su peregrinación por las clínicas y sanatorios mientras se
arrecia a nivel internacional la campaña de solidaridad por su liberación. En
1936 reanuda correspondencia con su mujer y sus hijos, hasta 1937 año de su
fallecimiento.

1 Profesor de la Pontificia Universidad Javeriana. Magister en Análisis de problemas económicos,


políticos e internacionales contemporáneos. Doctor en Historia de la Universidad Andina Si-
món Bolívar.
Álvaro Oviedo Hernández

Inicialmente aparecen cuadernos de notas, especie de ficheros, que apoyan


la redacción de sus textos. Luego van apareciendo textos redactados sobre las
temáticas propuestas, observaciones metodológicas, apuntes, sugerencias de
planes de trabajo que habría que desarrollar, en los cuales va incorporando sus
primeras notas, unas modificadas y ampliadas, otras sin modificar. Borradores
no revisados por el autor para entregar a la publicación. Sin el arduo trabajo
realizado por el Instituto Gramsci, reconstruyendo el orden, identificando los
textos modificados etc., y sin el riguroso soporte crítico aportado en sus notas,
así como el índice temático incluido al final de la obra, la lectura de los Cuader-
nos sería aún más difícil de seguir en el orden y propósitos propuestos por el
autor. Esta obra teórica fue entregada a la luz pública, en edición que agrupa
los 29 cuadernos en 6 tomos, en 1975, bajo la dirección de Valentino Gerratama
de la Editorial Einaudi2. Antes se habían conocido textos organizados temáti-
camente, una especie de antologías, con las limitaciones que estas suelen tener.

La edición de la selección de 218 cartas, editadas por Palmiro Togliatti, prece-


dió en tiempo y fama a la edición de Cuadernos, toda vez que estos demandaron
un trabajo mucho más acucioso. Esta compilación constituyó un documento
humano y literario extraordinario, que pone de presente la talla moral e inte-
lectual de Antonio Gramsci, y obtuvo el apreciado premio literario Viareggio.

Es famosa la reseña que escribió en marzo de 1947 Benedetto Croce, influ-


yente filósofo italiano, duramente criticado por Gramsci en sus escritos. La
mencionada reseña escrita, desde la otra orilla de la reflexión intelectual, mani-
fiesta la autoridad ética e intelectual alcanzada por Gramsci, en ella se destaca:

[…] el libro que se publica ahora de sus cartas pertenece también a


quien es de otro u opuesto partido político, y le pertenece por razón
doble: por la reverencia y el afecto que se sienten por todos aquellos
que mantuvieron alta la dignidad del hombre y que aceptaron peli-
gros, persecuciones, sufrimientos y muerte por un ideal, que es lo que
hizo Antonio Gramsci con fortaleza, serenidad y sencillez […], y por-
que como hombre de pensamiento él fue uno de los nuestros, de aque-
llos que en los primeros decenios del siglo en Italia se formaron una
mente filosófica e histórica adecuada a los problemas del presente, y
veo aquí los frutos de aquellos años: el concepto de filosofía renovado
en su tradición especulativa dialéctica, ya no positivista y clasificato-
ria, la amplia visión de la historia, la unión de la erudición con el filo-
sofar, el sentido vivísimo de la poesía y del arte en su carácter original

2 En castellano corresponde a la edición hecha por la Benemérita Universidad de Puebla en 1981,


y Editorial Era en México.

36
Apuntes metodológicos para trabajos de historia intelectual en Antonio Gramsci

(…) al leer sus juicios sobre hombres y libros me sucedió de aceptarlos


casi todos o quizás precisamente todos. (Gramsci, 2003, p. 12)

Anotaciones sobre su vida


Antonio Gramsci nace en Ales (Cagliari/Oristano), Cerdeña, Italia, el 22 de
enero de 1891. Conoce tempranamente dificultades económicas, y presenta una
salud frágil. En 1910 comienza sus lecturas de Marx, un par de años atrás entra
en relación, por su hermano Gennaro, con la prensa socialista y publica sus
primeros artículos. Gracias a una beca se inscribe en Turín en la Facultad de
Letras en 1911. Con serios problemas económicos y de salud cursa los primeros
años, pasa los exámenes de lingüística y literatura con Umberto Cosmo y Mat-
teo Guilio Bartoli. Asiste a clases de derecho y literatura. Aprueba los exámenes
de geografía, glotología, gramáticas griega y latina, filosofía, historia moderna,
y literatura griega y latina. Pierde la beca por razones de salud y finalmente
desiste de sus estudios, en 1915.

Desde 1913 se había vinculado activamente a la política como integrante del


Partido Socialista. Dicta un sinnúmero de conferencias y desarrolla una profusa
actividad editorial y periodística que lo lleva a asumir de hecho la dirección de
Il grido del popolo hasta 1918, cuando esta publicación es remplazada por Avanti,
donde figura al lado de Palmiro Togliatti dirigente histórica del comunismo
italiano. En 1919 escribe en L´ordine nouvo y es arrestado por primera vez. En
1920 opta por hacerse comunista, participa en las discusiones sobre los consejos
de fábricas, que habían asumido el control de las mismas, formados a partir
de la huelga general de abril, realizada sin el apoyo de la dirección del partido
socialista y que termina con su derrota. En el mismo año se funda con su contri-
bución activa el Instituto de Cultura Proletaria y el Partido Comunista Italiano.

La vinculación de Gramsci al movimiento socialista significa su inmersión en


un ambiente intelectual de grandes debates en torno a los pensadores sociales
más representativos. El desarrollo del capitalismo había llevado a la formación
de monopolios que jugaban un papel predominante en la economía mundial,
el mundo había sido repartido entre las principales potencias como fuentes de
recursos y mercados para la difusión de sus mercancías. Los países que habían
llegado tarde al reparto pugnaban por tener los recursos y zonas de influen-
cia necesarias para su expansión, y en consecuencia presentaban serias contra-
dicciones de intereses con las potencias mejor posesionadas; el liberalismo se
debatía en profunda crisis, tanto en sus postulados económicos de libre concu-
rrencia barridos por los monopolios y las crisis periódicas como en sus postula-
dos liberales políticos, base de la democracia acosada por la crisis del desarrollo
capitalista y el choque entre las potencias.

37
Álvaro Oviedo Hernández

El movimiento obrero había logrado desarrollar partidos de masas con un


carácter de clase, como paso inicial de la reivindicación de su acción autónoma,
y en el seno de él gozaba de gran prestigio el pensamiento de Karl Marx. Sin
embargo, al mismo tiempo, al lado de las conquistas sociales económicas y polí-
ticas, se venía afianzando una tendencia reformista que veía como suficientes
las conquistas logradas, que prefería el logro de mejoras y reformas en lo inme-
diato, en lugar de una nueva sociedad libre en definitiva de la explotación en un
futuro incierto, y que clamaba por la revisión del contenido revolucionario del
marxismo, por una política realista de reformas y de apoyo a las aspiraciones
nacionales de sus burguesías por encima de los postulados internacionalistas
que ponía en primer plano los intereses comunes de los asalariados sin impor-
tar su pertenencia nacional.

La primera guerra mundial había puesto en evidencia la escisión entre las dos
tendencias que convivían en el movimiento político de los obreros, la tenden-
cia reformista, revisionista, chovinista, y la tendencia revolucionaria, marxista e
internacionalista. Mientras que los partidos obreros de masas europeos más fuer-
tes respaldaron a sus respectivas burguesías en sus aspiraciones, en Rusia el par-
tido marxista revolucionario, que resultó mayoritario (bolcheviques), también se
opuso a la guerra, calificada de rapiña para repartir el mundo, y logró deponer
las clases gobernantes y erigir su propio Estado en alianza con los campesinos. Y
por primera vez ensayaba el desarrollo de una economía no basada en la propie-
dad privada sobre los medios de producción. Levanta como alternativa el desa-
rrollo económico planificado con base en la propiedad estatal y cooperativa.

La emergencia del nuevo Estado y su victoriosa resistencia a la interven-


ción extrajera, en apoyo al viejo régimen depuesto, despierta simpatías en los
sectores obreros revolucionarios europeos, de América Latina, África, y Asia,
en países con importantes poblaciones rurales, y con condiciones de opresión
nacional. En Europa significa el rompimiento de los viejos partidos socialistas,
denominados en su mayoría socialdemócratas, y el surgimiento de partidos
que agrupan los revolucionarios, partidarios de la Revolución Bolchevique y
que terminan agrupándose en la llamada III Internacional.

Discusiones teóricas sobre la economía, el problema nacional, el Estado, el


papel de los partidos, problemas de táctica y estrategia política, la importancia
del trabajo cultural y teórico, debates sobre las bases filosóficas de tales con-
cepciones, constituyen el ambiente intelectual al cual se integra Gramsci, quien
opta por la tendencia anticapitalista, rupturista, revolucionaria.

En 1922 parte para Moscú, en condiciones difíciles de salud, participa en


la Segunda Conferencia del Comité Ejecutivo Ampliado de la Internacional

38
Apuntes metodológicos para trabajos de historia intelectual en Antonio Gramsci

Comunista y entra a formar parte de su Comité Ejecutivo. Conoce a Giulia


Schucht, quien será su esposa y la madre de sus dos hijos. En el mismo año,
en octubre, ocurre la Marcha fascista sobre Roma, que culmina con la toma del
poder por este movimiento. En noviembre y diciembre tiene lugar el I Con-
greso de la Internacional Comunista. Un año después viaja a Viena, rumbo a
Italia, a donde llega en mayo de 1924. Aparece L´unitá, periódico emblemático
del Partido Comunista Italiano, es nombrado secretario general del partido,
elegido diputado y transcurre el año dedicado a actividades políticas y organi-
zativas. Nace su primer hijo: Delio.

En 1925 participa en la V sesión del Comité Ejecutivo de la Internacional


Comunista en Moscú. Colabora con una escuela por correspondencia. Se pro-
nuncia contra la lucha de tendencias en el partido bolchevique, desatada con la
muerte de Lenin, y que termina con la victoria de Stalin.

El ambiente que se vive en la III Internacional es el de la apropiación de la


experiencia de la Revolución Bolchevique, la discusión en torno al papel del
Estado, la planeación de la economía, la alianza obrera-campesina como eje de
la hegemonía, la Revolución Cultural, el desarrollo de una teoría revoluciona-
ria, el rescate de la dialéctica materialista como eje de la misma, la política de
frente único como esencia de la política de alianzas en la lucha por la hegemo-
nía, problemas en torno al papel del partido y la lucha contra la burocracia, la
metodología de estudio de la situación política nivel nacional e internacional,
para definir la política revolucionaria, la perspectiva de la Revolución Mun-
dial, son algunos de los debates que se desarrollan en el seno del movimiento
comunista, con los cuales se familiariza Gramsci en su viajes y estadías en la
naciente Unión Soviética, y van a ser referentes obligados de su reflexión teó-
rica en prisión.

En 1926 es arrestado pese a tener inmunidad parlamentaria y en diciembre es


condenado a 5 años de destierro a Ustica (isla italiana). En el mismo año nace
su segundo hijo Giuliano. En 1927 lo trasladan a la cárcel de Milán. En 1928
sale trasladado para Roma, allí en nuevo juicio el fiscal señala que “durante
20 años debemos impedir a este cerebro funcionar”. Es condenado a 20 años,
4 meses y 5 días de reclusión. Pasará por las prisiones de Turi, cerca de Bari,
y finalmente por las clínicas de Citavecchia, Formia, Cusumano, Quisisana de
Roma. En 1937 recobra su libertad, unos días antes de su muerte, el 27 de abril.

Esta condena sobre condena, y el peregrinar por las prisiones italianas y


finalmente por las clínicas, cuando se agrava su estado de salud, muestra que
el régimen fascista hizo lo posible por obstaculizar su actividad intelectual,
pero no pudo impedirla. La resistencia en el terreno jurídico y la solidaridad

39
Álvaro Oviedo Hernández

internacional estuvieron presentes en este forcejeo que no cesa durante su exis-


tencia. De su correspondencia se deduce que tiene claro que ha sido separado de
la lucha inmediata y se concentra en producir una obra für ewig, para siempre,
perdurable, desinteresada en las cuestiones inmediatas. Y para ello ha de contar
con lo que conoce, partir de su experiencia y apoyarse en sus propias fuerzas.

El plan de estudios
En sus cartas muestra que tenía desde 1927 un plan de estudios, y cuando
en 1929 obtiene permiso para escribir en la celda, en febrero del mismo año,
empieza sus Cuadernos de la cárcel. Para Togliatti son una continuación del
ensayo sobre la Cuestión Meridional de 1926, es decir el tema principal de
reflexión gramsciana de la cárcel son los intelectuales.

De hecho en su carta a Tania el 19 de marzo de 1927 comunica su plan de


trabajo que incluye cuatro temas “lo cual es un índice de que no me puedo
concentrar”:

1. Una investigación sobre la formación del espíritu público en Italia


en el siglo pasado; en otras palabras un trabajo sobre los intelectua-
les italianos, sus orígenes, agrupaciones, según las corrientes de cul-
tura, sus modos de pensar etc. (…) ¿Recuerdas mi corto y superficial
ensayo sobre Italia meridional y sobre la importancia de B. Croce?
Bueno quisiera desarrollar ampliamente la tesis que bosqueje enton-
ces, desde un punto de vista desinteresado “für ewig”.
2. ¡Un estudio de lingüística comparada! Ni más ni menos. ¿Qué cosa
podría ser más “desinteresada” y für ewig que eso? […]
3. Un estudio sobre Pirandello
4. Un ensayo sobre las novelas de suplemento y el gusto popular en la
literatura […].

En el fondo, si bien se observa, entre estos cuatro temas existe homogeneidad:


el espíritu popular creativo en sus diversas fases y grados de desarrollo está de
igual manera en el fundamento de los cuatro (Gramsci, 2003, p. 18).

Dos años después, en la carta del 25 de marzo de 1929, cuando ya ha sido


autorizado a escribir, recuerda a Tania una lista de libros que deben haber que-
dado en Roma, de los cuales le urgen solo siete, cuatro de Croce, una biografía
de Mazzini, uno de Michels sobre los partidos políticos y de R. Ciasca, y señala:

Decidí ocuparme principalmente y tomar notas sobre estos tres temas 1)


La historia italiana en el siglo XIX con especial atención a la formación

40
Apuntes metodológicos para trabajos de historia intelectual en Antonio Gramsci

y desarrollo de los grupos intelectuales; 2) La teoría de la historia y la


historiografía; 3) El americanismo y el fordismo. (Gramsci, 2003, p. 197)

El 17 de noviembre de 1930 vuelve a recordarle a Tania.

Me fijé tres o cuatro temas principales, uno de los cuales es aquel de


la función cosmopolita que tuvieron los intelectuales italianos hasta el
siglo XVIII, que luego se divide en varias secciones: El Renacimiento,
Maquiavelo, etcétera. Si tuviese la posibilidad de consultar el material
necesario creo se podría hacer un libro verdaderamente interesante
que aún no existe; digo libro sólo por referirme a la introducción de
cierto número de trabajos monográficos, porque la cuestión se pre-
senta diversamente en las distintas épocas […]. (Gramsci, 2003, p. 20)

En cualquiera de las alusiones a sus planes de estudio resulta central el tema


de los intelectuales. En unas mira hacia la contemporaneidad con el teatro de
Pirandello y las novelas de folletín, o el fordismo. En otras mira hacia el siglo
XIX, y en otra mira hacia el XVIII y el Renacimiento. Pero al fin y al cabo en
todas sus propuestas lo central es la reflexión sobre los intelectuales, su histo-
ria, la historiografía, las funciones desempeñadas por ellos en las diferentes eta-
pas, en la reforma o Revolución Cultural, en la construcción de hegemonía. Este
es un elemento articulador en sus reflexiones sobre temas tales como poder,
hegemonía, sentido común o filosofía de la praxis y demás temas aludidos.

Así que no es un elemento irrelevante en su reflexión, sus apuntes y reco-


mendaciones metodológicas, para una historia intelectual, su apuesta por un
estudio sistemático de la actividad intelectual.

Los intelectuales en la historia


En el cuaderno 12, escrito en 1932, titulado Apuntes y notas dispersas para un
grupo de ensayos sobre la historia de los intelectuales (Gramsci, 2003) hay un con-
junto de reflexiones particularmente sugerentes, desde el punto de vista teórico
y metodológico, para el desarrollo de investigaciones sobre historia intelectual
y de la cultura. En este comentario llamamos la atención sobre algunos aspectos
relevantes, que no abarcan en su totalidad los contenidos del texto y que no
liberan al lector de su necesaria lectura.

En primer lugar nos indica que en cada grupo social se crea, al mismo tiempo,
orgánicamente, una o más capas de intelectuales que le dan homogeneidad
y conciencia de su propia función, no solo en el campo económico, sino tam-
bién en el social y político. Pero todo grupo social “esencial”, emergiendo a la

41
Álvaro Oviedo Hernández

sociedad desde la precedente estructura económica y como expresión de su


desarrollo (de esta estructura), ha encontrado, al menos en la historia conocida
hasta ahora, categorías sociales preexistentes que aparecían como representan-
tes de una continuidad histórica ininterrumpida, incluso por los más complica-
dos y radicales cambios de las formas sociales y políticas. Y señala como la más
típica de estas categorías intelectuales la de los eclesiásticos, monopolizadores
por largo tiempo de algunos de los servicios importantes.

Hace opción por la investigación sobre la historia de los intelectuales que


no será de carácter sociológico” sino que dará lugar a una serie de ensayos de
historia de la cultura y de historia de la ciencia política. La primera parte de la
investigación y podría ser una crítica metodológica de las obras ya existentes
sobre los intelectuales, que son casi todas de carácter sociológico. El error meto-
dológico más difundido en su opinión es el de haber buscado este criterio de
distinción en lo intrínseco de las actividades intelectuales y no, por el contrario,
en el conjunto del sistema de relaciones en el que aquellas (y por lo tanto los
grupos que las encarnan) vienen a encontrarse en el complejo general de las
relaciones sociales.

En esta dirección, adelanta varias claves, entre ellas ubica la escuela como
el instrumento para elaborar intelectuales de diferente grado. Sobre la escuela
regresa en este escrito y otros para llamar la atención sobre la funcionalidad
de los contenidos de la enseñanza, de la pedagogía etc. Y como campo per se
de desarrollo de las funciones de trasmisión del conocimiento adquirido, la
generación de nuevo conocimiento, y por ende luchas culturales, teóricas e
ideológicas.

Señala la relación entre los intelectuales y el mundo de la producción, como


una relación mediada en diverso grado por todo el tejido social, por el conjunto
de las superestructuras de las que precisamente los intelectuales son “funcio-
narios”, tanto de la sociedad civil como del Estado, y que tienen que ver con el
ejercicio de la hegemonía en tanto en la construcción de consensos, como en la
coerción.

En cuanto a los partidos políticos señala que para algunos grupos el partido
político no es otra cosa que el modo propio de elaborar su propia categoría de
intelectuales orgánicos, hasta convertirlos en intelectuales políticos calificados,
dirigentes, organizadores de todas las actividades y las funciones inherentes al
desarrollo orgánico de una sociedad integral civil y política. Se convierten en
agentes de actividades generales, de carácter nacional e internacional. En otros
textos lo alude como intelectual colectivo y como príncipe moderno.

42
Apuntes metodológicos para trabajos de historia intelectual en Antonio Gramsci

Es rico en sugerencias de caracterizaciones y comparaciones acerca de las


diferencias y cuestiones en común sobre la formación de intelectuales en Italia
Francia, Rusia Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, América meridional y cen-
tral, Japón, China e India, para sugerir la realización de un plan orgánico, siste-
mático y razonado. De registro de la actividad de carácter predominantemente
intelectual. Instituciones ligadas a la actividad intelectual y cultural, tanto de
carácter creativo como divulgativo. Escuela, academia, círculos de diverso tipo
como instituciones de elaboración colegial de la vida cultural. Revistas y perió-
dicos como medios para organizar y difundir determinados tipos de cultura.

Culmina indicando que el modo de ser del nuevo intelectual no puede seguir
consistiendo en la elocuencia sino en mezclarse activamente en la vida práctica,
como constructor, organizador “persuasor permanentemente”.

Recomendaciones para el estudio de una concepción del


mundo o de un autor
En el cuaderno 16, escrito entre 1933-1934, Temas de cultura 1º (Gramsci, 2003)
señala que si se quiere estudiar el nacimiento de una concepción del mundo
que nunca fue expuesta sistemáticamente por su fundador (y cuya coherencia
esencial debe buscarse no en cada escrito individual o serie de artículos, sino
en desarrollo total del trabajo intelectual en que los elementos de la concepción
se hayan implícitos) hay que hacer preliminarmente un trabajo filológico
minucioso y realizado con el máximo de escrúpulo de exactitud, de honradez
científica, de lealtad intelectual, de ausencia de todo prejuicio y apriorismo
o toma de partido. Ante todo es preciso reconstruir el proceso de desarrollo
intelectual del pensador dado para identificar los elementos que se convirtieron
en estables y “permanentes”, lo asumido como propio y distinto o superior al
material precedente estudiado; solo estos elementos son momentos esenciales
del proceso de desarrollo.

Son los que nos permiten diferenciar la etapa en la que cualquier intelectual
reproduce el pensamiento de otro, sigue en actividades de mimesis y difusión,
de la etapa en la que apropiado el pensamiento del otro aparecen diferencias,
puntos que no se comparten, o problemas a los que no responde satisfactoria-
mente la disertación de autor, y se puede pasar a la etapa de construcción del
momento de equilibrio crítico. Y de allí a la etapa de creación de pensamiento y
conocimiento nuevo y a la elaboración autocrítica del mismo.

En este sentido, el primer paso que recomienda es el de la reconstrucción


biográfica del autor aludido, enfatizando en los aspectos de su formación inte-
lectual y no solo de su actividad práctica.

43
Álvaro Oviedo Hernández

En segundo lugar, el registro de todas las obras, incluso las más desdeñables,
en orden cronológico, dividido según temas intrínsecos: de formación intelec-
tual, de madurez, de posesión y aplicación del nuevo modo de pensar y de con-
cebir la vida y el mundo. El leitmotiv, el ritmo del pensamiento en desarrollo, es
más importante que afirmaciones causales o aforismos aislados.

Advierte sobre la necesidad de distinguir entre las obras.

Las que supervisó la edición el autor. Estas sin duda expresan lo que el autor
quería comunicar en la fecha de su publicación. Son las más confiables en el
estudio del pensamiento del mismo. Pueden ser libros, artículos, epistolario,
circulares o glosas.

Un ejemplo típico de glosas publicadas bajo la supervisión del autor es Crítica


al programa de Gotha, de K. Marx, donde da a conocer sus observaciones al pro-
grama del partido social demócrata alemán, aprobado en la ciudad de Gotha,
así como buena parte de su epistolario conocido.

Las no impresas bajo responsabilidad del autor, que son por lo general
reflexiones provisionales, en borrador, no terminadas. Pueden ser inéditas, las
póstumas, antologías. Igualmente libros, artículos, notas, recopilaciones, gra-
baciones, cartas.

Las antologías y recopilaciones se hacen según el criterio que tenga el com-


pilador, normalmente incluye los textos que él considera significativos y que le
permiten subrayar los énfasis o enfoques que está destacando.

Un ejemplo de obras póstumas serían los tomos 2 y 3 de El Capital, publicados


por Engels después de la muerte Marx, o los Grundisse, que corresponden a los
borradores de Marx con los que preparó El Capital, o Ideología Alemana, que fue
publicada como obra póstuma de Marx y Engels, mucho tiempo después de
que fuera considerada por uno de los autores como obra “entregada a la crítica
roedora de los ratones”.

Y obviamente las obras fundamentales de Gramsci, Cuadernos de la Cárcel y


Cartas de la Cárcel, obras póstumas, como la mayor parte de los textos de Walter
Benjamín o Memoria colectiva de Maurice Halbwachs.

Advertía Gramsci que es evidente que el contenido de estas obras póstumas


debe ser tomado con mucha discreción y cautela, porque no puede ser conside-
rado definitivo, sino solo material todavía en elaboración, todavía provisional;
no puede excluirse que estas obras, especialmente si estuvieron en elaboración

44
Apuntes metodológicos para trabajos de historia intelectual en Antonio Gramsci

largo tiempo y que el autor no se decidió nunca a completar, en todo o en parte


fuese repudiadas por el autor o no consideradas satisfactorias.

Y reitera advertencias en el mismo sentido en relación con los epistolarios.

En cualquier caso no se debe prescindir de la organización cronológica crítica.


Y características específicas del texto. Estas recomendaciones metodológicas
son útiles para el estudio de cualquier autor, aunque con frecuencia traslucen
la alusión de Gramsci a los fundadores de la filosofía de la praxis.

Algunos problemas para el estudio del desarrollo de la


filosofía de la praxis
Uno de los puntos que más le preocupa esclarecer a Gramsci es la de las bases
teóricas en las que se apoya para su reflexión: la filosofía de la praxis y la obra
de sus principales gestores, Marx y Engels. Y advierte sobre la necesidad de
identificar sus características de pensamiento por separado, pues son pensado-
res diferentes. Colaboradores cercanos, pero diferentes. El hecho de que hayan
hecho textos conjuntamente, solo indica que están de acuerdo en lo sostenido
en dichos textos, y para estudiar sus perfiles hay que buscarlos en las obras
individuales publicadas bajo la directa supervisión de cada uno de ellos.

Al respecto señala que sería utilísimo un inventario crítico de todas las cues-
tiones que se han planteado y discutido en torno a la filosofía de la práxis, con
amplias bibliografías críticas. Obra que considera de gran aliento y que necesa-
riamente tiene que ser abordada por un equipo.

En opinión de Gramsci, la filosofía de la praxis ha sido un momento de las


cultura moderna; en cierta medida ha determinado y fecundado algunas de sus
corrientes. El estudio de este hecho, muy importante y significativo, ha sido
descuidado e ignorado por los así llamados ortodoxos.

La filosofía de la praxis, nos dice, ha sufrido realmente una doble revisión.


Algunos de sus elementos, de manera implícita o explícita, han sido absorbidos
e incorporados por corrientes idealistas, algunos de sus expositores son Croce,
Gentile, Sorel, Bergson. Otros como los llamados ortodoxos han vuelto al mate-
rialismo tradicional, y otras al kantismo, como es el caso de Max Adler, vienés,
o Alfredo Poggi y Adelchi Baratono, italianos.

Su balance, el de sus interacciones sería ni más ni menos que hacer una his-
toria de la cultura moderna después de la actividad de los fundadores de la
filosofía de la praxis.

45
Álvaro Oviedo Hernández

Llama la atención sobre la importancia del renacimiento, la reforma, el vol-


terismo, la filosofía clásica alemana, la economía clásica inglesa, el liberalismo
laico e historicismo en la definición de estos itinerarios de la cultura.

La filosofía de la praxis, nos indica, tenía dos tareas. Combatir las ideolo-
gías modernas en sus formas más refinadas para constituir su propio grupo de
intelectuales independientes; y educar a las masas populares cuya cultura era
medieval. Esta segunda absorbió sus fuerzas y obligó a alianzas con fuerzas
extrañas para combatir los residuos pre capitalistas en las masas populares.
Pero no basta con el seguimiento del desarrollo de estas líneas del pensamiento
sistematizado, sino de las expresiones culturales de masas.

La gran multitud no lee ni periódicos, se informa por conversaciones o asis-


tencia ocasional a conferencias y mítines. La civilización intelectual descansó
por un largo periodo en la oratoria y la retórica con nula o escasa ayuda de los
escritos. Hay diferentes niveles de lectura: los que leen periódicos, los que leen
revistas informativas y analíticas, científicas, no de variedades y los lectores de
libros.

Hoy, además, hay que prestar atención a las características de la comuni-


cación hablada. Hay (rapidez, área de acción, simultaneidad emotiva) teatro,
cinematógrafo, radio parlantes. El hoy del que habla Gramsci está en lo visto en
los años treinta, sin lugar a dudas potenciado con la comunicación en tiempo
real, a nivel global, con la multimedia y el surgimiento de redes, apoyadas
en Internet. Que sin lugar a dudas ameritaría estudios puntuales sobre estas
temáticas.

Advertía que todas esas expresiones por él conocidas baten en cobertura,


pero no en profundidad a la comunicación escrita. Y apostaba a la creación de
una nueva cultura sobre una base social nueva. Lo cual nos abre a la reflexión
de otras partes de su obra, que en nuestra opinión vale la pena conocer y eva-
luar en su conjunto, rescatarla desde una perspectiva gramsciana, obra potente
en la interlocución de las problemáticas contemporáneas, sugerente, abierta,
crítica de todo tipo de dogmatismo o anquilosamiento.

46
Apuntes metodológicos para trabajos de historia intelectual en Antonio Gramsci

Referencias bibliográficas
Gramsci, A. (2003). Cartas de la cárcel: 1926-1937. Puebla: Benemérita Universi-
dad Autónoma de Puebla, Fundazione Instituto Gramsci y ediciones Era.

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Fernand Braudel: conversaciones
sin reloj ni brújula

Andrés Castiblanco Roldán1

Introducción
De nada vale que me diga que no existen ya ciudades de provincias y que acaso
nunca han existido: todos los lugares comunican con todos los lugares instantánea-
mente, la sensación de aislamiento se experimenta sólo durante el trayecto de un lugar
a otro, o sea cuando no se está en ningún lugar. Yo justamente me encuentro aquí sin
un aquí ni un allá, reconocible como extraño por los no extraños, tanto al menos como
los no extraños son reconocidos por mí y envidiados. Sí, envidiados. Estoy mirando
desde fuera la vida de una noche cualquiera en una pequeña ciudad cualquiera, y me
doy cuenta de que estoy al margen de las noches cualesquiera por quién sabe cuánto
tiempo, y pienso en miles de ciudades como ésta, en cientos de miles de locales ilumi-
nados donde a esta hora la gente deja que descienda la oscuridad de la noche,
y no tiene en la cabeza ninguno de los pensamientos que tengo yo,
a lo mejor tendrá otros que no serán nada envidiables, pero que
en este momento estaría dispuesto a cambiarme por cualquiera de ellos.

Italo Calvino. Si una noche de invierno un viajero (1979/2007).

1 Docente de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Facultad de Ciencias y


Educación.
Andrés Castiblanco Roldán

Calvino nos seduce con el reclamo de la ciudad en lo cotidiano, mientras


Georges Perec en su libro Especies de espacios (1999) siente asombro con el prag-
matismo humano, pues es más común que un ciudadano use reloj a que use
brújula, en su actividad cotidiana. Creemos tener el espacio domesticado, lo
vivimos todos los días y disentimos de la necesidad de pensarlo, dejamos estos
interesantes menesteres a geógrafos y científicos sociales.

Entonces, el tiempo sigue siendo nuestro problema, además porque somos


seres finitos y la edad nos cuenta día a día lo que nos separa y une de la muerte.
Quizá es interesante esta reflexión frente a lo cotidiano, porque es allí donde
se pone en escena nuestra geocronología, que más que una nueva palabra es el
sentido biológico y orgánico del ser (incluso se puede pensar que el lenguaje está
colonizado más por el tiempo que por el espacio). El filósofo Cornelius Castoria-
dis nos confundió hace un tiempo cuando explicaba que el individuo está en la
capacidad de crear porque es constituido por la suma del tiempo y el espacio, y
que la creación irrumpía constituyendo nuevas visiones sobre la realidad.

La novedad del acontecimiento y lo que siempre sucede sin ser novedoso o vio-
lento habita el espacio y el tiempo. Podemos llegar a decir que la humanidad, al vivir
y crear la realidad, es simultáneamente temporoespacial o espaciotemporal y que
atiende a los fenómenos en la medida en que estos son detectados por el asombro.

Precisamente Braudel pone en juego la simultaneidad, al sumergirse en el


Mediterráneo y ponerlo en una conversación sin depender necesariamente del
reloj o la brújula, digamos sin ausentarse de la importancia de cada elemento
que constituye su paisaje, por lo demás, un paisaje que le costó buen tiempo de
investigación documental. Al respecto, él mismo afirma: “He tardado 25 años
en escribir el primer Mediterráneo, por lo menos 15 años en olvidarlo, y hoy lo
he olvidado por completo. Algunas veces tengo pesadillas. No me pongo natu-
ralmente en el infierno, sino en el purgatorio; y en el purgatorio estoy obligado
a releer el Mediterráneo” (Braudel, 1985, p. 67).

En este caso es el Mediterráneo el punto de llegada de la comprensión del


pasado y sus elementos. Y como ocurre en la vida de muchos intelectuales, uno
de sus trabajos se transforma en la obsesión de la vida, ese motivo que aleja de
la banalidad de los placeres mundanos por otra clase de placeres por demás
también excéntricos: los simbólicos.

El bajo continuum de la cotidianidad


Volviendo al título de la conferencia, conversar sin reloj ni brújula es ese
encantamiento de no pensar en cuando y donde sino en qué: es superar el mero

50
Fernand Braudel: conversaciones sin reloj ni brújula

acontecimiento para entender el todo. Es posible que parezca solo una preten-
sión, pero si lo pensamos detenidamente, toda nuestra vida no es solo lo que
nos ocurre de forma novedosa y sorprendente, sino todo lo que nos rodea en los
hechos. Aunque nuestra memoria nos traicione con especial insistencia depen-
demos de los que vivimos todos los días y significamos con especial cuidado,
aquello que nos sorprende. Si no consumiéramos ese tibio alimento común de
lo cotidiano difícilmente podríamos acceder a esta conferencia, o mucho menos
al título universitario que ostentaremos tiempo después de escuchar estos
encuentros con las palabras.

De tal modo que la historia en su acepción más clásica marcó nuestra forma
de mirar la vida. El relato universal de Heródoto sobre los grandes episodios
transformó incluso el reconocimiento de nuestra narración íntima. Compren-
demos lo que nos rodea desde la edad o los grandes sucesos. En las familias
tradicionales de herencia o derivación católica se marcaba el paso de los días de
los integrantes, apoyados en los sacramentos y sus apuestas de remembranza.

A partir de allí, junto a estos sucesos o acontecimientos, la narrativa de la his-


toria familiar se alimenta del movimiento y el lugar: cuando vivíamos con los
padres, cuando nos independizamos, cuando viajamos, y con este último ele-
mento en mención las trayectorias, entradas y salidas ocupan un significativo
lugar en nuestros relatos; heredamos el relato homérico con lo doloroso que es
aceptar que de la misma forma que nos mostraron la cruz en otros tiempos tam-
bién nos enseñaron la Odisea, aun cuando salimos del tráfico vehicular sentimos
y pensamos en la odisea del día, digna del viaje de Eneas o el riesgo en Verne.

Pero conforme a este estilo historiográfico la narración del pasado hizo de


esta forma de contar, la estructura oficial, el principal estilo de llegar al otro
y por lo tanto de entenderse a uno mismo. Sin proponerlo de forma íntima,
nuestro relato se sitúa en nuestras cronologías más privadas y asumimos con
naturalidad algo que en un principio no era más que una forma de ver transcu-
rrir el tiempo. Aceptamos axiomáticamente, sin curiosidad alguna, el paso de
los días y los meses, el eterno girar de las manecillas y la exactitud del mundo
que se adaptó para nosotros.

Pero ¿Qué ocurre entre el gran hecho y la simple acción? Braudel planteaba
que le interesaba la inmovilidad que servía como el bajo continuo de la orquesta
de la civilización, ese instrumento que no cesa de sonar al fondo de todos los
instrumentos que sobresalen: bajo la voz de Farinelli, los violonchelos, los violi-
nes y el clavicémbalo se acompasan con ese sonido conector, ese bajo continuo,
ritmo que las congas salpican en las músicas tropicales y con los cuales meren-
gue, salsas y otros géneros sirven para ejemplificar lo que sucede en el mundo

51
Andrés Castiblanco Roldán

ordinario; esa preocupación por la gran corriente histórica que nos domina lo
llevó a pensar en el concepto de la duración, lo que dura, cuánto dura: un ins-
tante, un rato o siempre, con este tenor entendía su proyecto metodológico,
las capas de narraciones y acontecimientos sobre las grandes narraciones y
los acontecimientos telúricos. Utilizo estos ejemplos y términos que van de lo
musical a lo geológico para llamar la atención sobre ese movimiento que no se
percibe pero en el cual se vive.

¿Qué es un matrimonio que fracasa hoy? el acontecimiento triste de una pareja


o quizá la prueba de la decadencia de los valores de las relaciones actuales, la
emergencia de una rapidez irrefrenable, o también puede ser la evidencia del
debilitamiento de la institución cristiana en occidente. Al respecto, Georges
Perec en su texto Lo infraordinario llama la atención sobre la tendencia contem-
poránea a vivir por el acontecimiento, la emergencia, la punta del iceberg y el
olvido o la ignorancia decidida sobre lo que sucede entre cada alta o baja. El
sonido de la lluvia que tan solo fastidia o enamora pero que entra en escena
pública cuando inunda un pueblo, un barrio o una universidad.

Eventos de corta duración en lugares donde se concentra todo el universo


conocido, el espacio mundo que Braudel establece y frente al cual Wallerstein
interroga e interpone la fusión del espaciotiempo en pos de la transformación
de ese sistema mundo. Braudel buscó el hecho total, ese espectro universal que
también persiguieron contemporáneos como Marcel Mauss, o la construcción
de las grandes narraciones de lo inconsciente en trabajos como los de Maurice
Halbwachs y en los retos de la academia en Lucien Febvre, con quien dieron
continuidad al proyecto de los Annales de historia social en Francia.

Un movimiento que se plasmó en la ciencia colombiana, en especial en las


investigaciones de la década del noventa, a través de nuestros historiadores y
sociólogos, donde se usa a Braudel como referente, tanto como enfoque meto-
dológico para enfocar trabajos que van desde historia económica hasta sociolo-
gía urbana. Trabajos como los de Bernardo Tovar Zambrano (La historia al final
del milenio. Ensayos de historiografía colombiana y latinoamericana, 1994) reúnen
posturas, análisis y críticas al proceso de investigar historia y reconstruirla en
Colombia. Se suman a este grupo interesantes textos como el de Abel Ignacio
López Forero (Europa en la época del descubrimiento, 1998), Pablo Rodríguez (Sen-
timientos y vida familiar en el Nuevo Reino de Granada, 1997) y Victoria Peralta (El
ritmo lúdico y los placeres en Bogotá, 1995) para mencionar solo algunos estudios
que usan a Braudel como referencia en su desarrollo.

Resignificar el acontecimiento y tomar el todo por el todo era reconocer nece-


sariamente que, aunque suene cliché, no hay una historia sin lugar ni un lugar

52
Fernand Braudel: conversaciones sin reloj ni brújula

sin historia. Incluso “los no lugares” de Augé tienen ese sentido historizante
que les da el ser testigos del paso de la humanidad y no ser significados de
nada, aunque representen lo que es el ser contemporáneo. En este caso, la línea
que representa Braudel para la Historia se alimenta de un ejercicio transdisci-
plinar en el cual se establece un diálogo con otras latitudes conceptuales, de allí
la importancia de sus aportes al saber contemporáneo.

El problema de la duración
Braudel propone la necesidad de la historia para la constitución de unas cien-
cias del hombre “integrales”, y realiza la diferencia entre el tiempo corto y la
larga duración. En este sentido, plantea la existencia de trabajos sobre el acon-
tecimiento, la microhistoria, los eventos y las diferencias de una duración más
larga. De ciclos que se agrupan en décadas, veintenas o cincuentenas de años,
y de un tiempo más largo, de siglos, que sería el horizonte en el cual se ubica.
Sumado a la medición de periodicidades que se nominalizan, a partir del hecho
social instituyente, como por ejemplo los avatares de la Revolución Industrial o
el Renacimiento y sus movimientos humanistas emergentes.

La larga duración se posiciona como la apuesta de la historia, porque en la


larga duración pueden entenderse los procesos estructurales de cambios de las
sociedades. Siguiendo el ejemplo anterior, a través del análisis de las duracio-
nes, pensar escalas mayores de desarrollo de determinada sociedad pueden ser
estructuradas de acuerdo a mecanismos más pequeños, como el proceso del
maquinismo en la Revolución Industrial o el nacimiento de la banca florentina
en el renacimiento italiano. En estos casos es comprensible la insistencia en el
evento ya que en él la historia ha logrado consolidar la disciplina, pero no obs-
tante debe hacerse el paso a la visión de larga duración.

En su artículo “La larga duración”, traducido recientemente para la Revista


académica de Relaciones Internacionales, 5 (2007), discute dos formas de investiga-
ción social: una sociología que “sucesaliza” lo que ocurre, sin perspectiva his-
tórica, es decir que particularmente se centra en el acontecimiento como punto
de enunciación histórico; y la del estructuralismo y la “ciencia de la comuni-
cación”, en las cuales interviene los análisis jerárquicos y sistemáticos propios
de enfoques de autores como Lévi-Strauss, caracterizados por cierta atempo-
ralidad o una sustracción de la acción del tiempo sobre las situaciones de los
sujetos.

Siguiendo lo anterior, se puede observar cómo la historia otorga perspectiva


y distancia generando extrañamiento y haciendo posible una visión de las cosas
que dista de quienes vivieron los acontecimientos, inmersos en lo invisible y

53
Andrés Castiblanco Roldán

lo obvio, transitando por sus lugares, viviendo sus barrios e intercambiando


en sus mercados. Una distancia de quien, desde un punto presente, observa
ese pasado ajeno o inmediato, y que propicia la relación de historicidad que el
tiempo registra sobre los lugares.

Podríamos pensar, entonces, que la compilación de informaciones nos ase-


guraría una certeza del ayer. Sin embargo, Braudel desconfía de la recolección
de datos en sí misma, ya que no aporta nada a la comprensión. A pesar de que
informa vastos repertorios de documentación no aseguran una visibilidad más
clara del pasado. Es allí donde su crítica directa es al “presentismo”, el noví-
simo de una especie de miopía descrito en las encuestas sociológicas. Pero de
manera más directa critica el presentismo de la economía y su falta de perspec-
tiva histórica, siempre enfilada desde el presente hacia el futuro y los análisis
de las coyunturas. En este caso, un accionar del presente como evidencia única
de la experiencia del tiempo, algo que se involucra con el acto de memoria o el
ejercicio del recuerdo en la modernidad, un pensar presente en proyección sin
la debida elaboración del pasado.

Duración, dramas sociales y representaciones en superficie


Pero Braudel supone una ciencia de la comunicación como la esbozada por
Lévi-Strauss, cimentada en el lenguaje, y que ha generado lo que el historia-
dor llama una matemática social cualitativa, la cual apunta a la construcción de
modelos explicativos, a través de los cuales se establecen conjuntos formulaicos
para explicar realidades. Estos modelos apuntan a la identificación de unidades
básicas que forman la estructura (fonemas, mitemas, gustemas) con base en los
cuales habría una organización estructurada que conecta con formas incons-
cientes que permanecen sólidos y estables en el tiempo. Lo que explicaría esa
constante tensión entre las representaciones, las imaginaciones recientes y las
prácticas sociales tradicionales.

En este caso reconoce el valor de estos modelos, pero dice que se trata de
una construcción que cae en la atemporalidad. Aquí, siguiendo directamente
el texto referido del autor, el énfasis en los modelos hace parte del problema y
la crítica, ya que estos son válidos mientras sea válida la realidad que regis-
tran. Esos modelos dependen del tiempo de la precisión y confiabilidad de las
observaciones iniciales con base en las cuales se construyen. Casos como estos
se podrían evidenciar en enfoques como la microhistoria y la historia regional
de los años setenta.

Finalmente, analiza la diferencia entre el tiempo del sociólogo y el tiempo del


historiador. La crítica a la sociología es más directa, pues evade el problema del

54
Fernand Braudel: conversaciones sin reloj ni brújula

tiempo, escudándose en una de dos posiciones: el evento presente, o el tiempo


cíclico de la larguísima duración del estructuralismo, al estilo Lévi-Strauss. En este
caso, Braudel señala tres formas de integración de las ciencias sociales: los mode-
los, la reducción al espacio y la larga duración. Hace la apuesta por la tercera forma
de integración, en la cual se concreta la duración sobre el espacio y sus pliegues.

Frente a esta relación o modelo, Renato Rosaldo, en su Cultura y Verdad. Nueva


propuesta de análisis social (1989), remite a esta cuestión cuando se adentra en
esos ritmos que se han sedimentado en los márgenes de los sistemas sociales,
para él establecidos, con Clifford Geertz y los dramas sociales de Turner, en
Social dramas and ritual metaphors (1974), que densifican el tejido social alrededor
de los gestos y sentimientos colectivos de las comunidades. El tiempo es un
tiempo poético y simbólico en todos sus usos, es el motivo del movimiento y,
así mismo, es el agente de la movilidad, que como lo vincula Rosaldo es norma
y regla de los procesos relacionales, y que Braudel recoge cuando se preocupa
por la comprensión de los pueblos y sus espacios:

Es también la geografía ligada, ligada de algún modo a la velocidad


o mejor, a la lentitud del transporte. Las 3000 ciudades de todos los
tamaños que poseía Alemania del siglo XV eran otras tantas escalas,
a 4 ó 5 horas de camino unas de otras, en el sur y en el oeste del país;
a 7 u 8 horas en el norte y en el este… Toda ciudad por tanto acoge el
movimiento, lo recrea, dispersa mercancías y hombres, para reunir de
nuevo a otros y así sucesivamente (Braudel, 1979/1984, p. 438).

Turner también permite ver esta relación de tiempos y espacios en función


de ritmos cuando insiste en que todo movimiento ritualizado se suscribe a un
código cultural (Turner, 1974:13). Tramas y códigos que se insertaron en las for-
mas jurídicas, a través de las demandas normativas, que inmanentes a sus nece-
sidades se fueron transformando en un conglomerado de patrimonios y hábitos
transmitidos conformando el hoy, el presente. Unas evidencias que para Brau-
del, quien hacia 1958 define la duración, hablan de la larga duración dialogante
con al acontecimiento, sistemas y estructuras talladas en los itinerarios cultura-
les que debían revisarse como procesos, para no caer en lo episódico.

Es importante retomar las críticas esbozadas por Braudel a sus vecinos. El


señalamiento de las cegueras metodológicas esgrimidas contra economistas
y sociólogos, se pueden ver como las más mordaces, específicamente a Levi
Strauss o Vidal de la Blache, antropólogos y geógrafos que en este ejercicio
crítico no se vieron muy damnificados. Entonces, lo que impregna en varios
modos el discurso braudeliano es el determinismo también influido desde Ale-
mania por la geografía de Ratzel.

55
Andrés Castiblanco Roldán

Estas críticas permiten ver una preocupación central por el acontecimiento


y la duración como dos caminos distintos en la investigación de las relaciones
tiempo-espacio, su crítica profunda a la historia y en últimas al agotamiento
de modelos teóricos o su renovación llaman la atención por su necesidad de
definir los elementos preponderantes en los análisis de larga duración. Ahora,
a los ojos de hoy, habría que discutir mucho con Braudel con relación al acon-
tecimiento, pues en razón a otras versiones como las de Santos en la geografía,
entre otros, el acontecimiento tiene mucho que decir como cresta de una gran
ola de largas duraciones, o como ruptura entre sistemas o periodos estables
en las diferentes sociedades. Luego nuevamente es necesario redimensionar el
acontecimiento.

Ritmos, rituales, tiempos, objetivaciones o racionalizaciones de las lógicas


temporo–sociales en circulación; el posicionamiento de la cultura en el espacio–
tiempo implica una constante elaboración de ideas y prácticas sobre lo creado
con anterioridad por los paradigmas originarios, que pretendieron resolver los
miedos ancestrales y, en determinado momento, con la modernidad definieron
la existencia de un tiempo distante y cercano al mismo tiempo, a través del cual
se regularía la fuerza de las necesidades y el movimiento de las sociedades.

La colonización del conocimiento y el posicionamiento de tiempos y voces


son parte del ejercicio de reconocer las regularidades entre las enunciaciones
de unos grupos y su posición respecto a los otros. Braudel y autores como
Johannes Fabian (1983), permiten preguntarse cómo las ciencias han construido
sus objetos de estudio, a través de qué tipo de duraciones se desarrollaron las
luchas de los paradigmas. Batallas o combates donde urdimbres teóricas como
los dramas sociales o los sistemas se encuentran con las premisas de grandes
moldes paradigmáticos como el estructuralismo levistrosiano o el materia-
lismo marxista, que ejercen una dominación, una colonización sobre actores
y territorios, enunciaciones y audiencias. De esta serie de cuestiones también
nos hablan los espacios–tiempos transformativos, apropiando lo que plantea
Wallerstein cuando piensa que esta relación univoca, o más bien íntima, es un
punto de referencia para mirar la realidad humana.

Pero, volviendo a la cita literal de Braudel sobre las escalas en las ciudades
alemanas, el transporte y la velocidad que motivan la preocupación por la
movilidad, y por lo tanto nos devuelve indefectiblemente al tiempo. Marc Augé
recoge un poco la discusión de la movilidad y de la duración en estas frases:

[…] plantearse el concepto de movilidad es volver a plantearse el


concepto de tiempo: cuando la ideología occidental trató el tema del
final de los grandes discursos y del final de la historia, ya llegaba

56
Fernand Braudel: conversaciones sin reloj ni brújula

tarde respecto al acontecimiento, puesto que hablaba de una época,


sin darse cuenta de que ya hacía tiempo que nos encontrábamos en
un nuevo periodo. Así pues, trataba los nuevos tiempos con palabras
antiguas y medios obsoletos. (Auge, 2007, p. 88)

Duraciones y movimiento traducen las sinergias entre el tiempo y el espa-


cio, y en su interpretación la interdisciplinaridad entre la historia, la geogra-
fía y la antropología, comprende la manera en que el hecho de la duración es
un elemento de trabajo para interpretar la sociedad. También le da apertura a
estas rutas y caminos teóricos, como los que retoma Braudel en su Historia y la
Ciencias Sociales (1966) o Las civilizaciones actuales (1968), donde establece que
en relación a esas movilidades de la humanidad sobre el tiempo y el espacio
era importante categorizar el gran tiempo casi inmóvil geohistórico, el tiempo
de las estructuras o de larga duración y el rápido de las coyunturas y el acon-
tecimiento, relaciones que exigen el diálogo propuesto entre las disciplinas y
que desvanece los bordes disciplinares en que se encierran algunos científicos
sociales.

Prueba o producto de su forma holística de comprender la historia se plasma


en las tres superficies del Mediterráneo, la latina, la griega y la islámica, en rela-
ción con las asociaciones que interconectan dichas superficies en el concepto de
economía–mundo con la cual articula todos los elementos que configuran un
paisaje natural, artificial y simbólico. Relaciones que, aunque criticadas desde
algunos historiadores, pueden situarse en los tres grandes apartados de su obra
Civilización material, economía y capitalismo siglos XV – XVIII (1979).

Espacio–mundo y Tiempo–espacio
Pensar en definir el espacio es remontarse a la geometría, a los presupues-
tos de sabios como Estrabón o moverse hacia los desarrollos de la técnica y la
definición del espacio, contenedor y testigo, como lo planteó Fernand Braudel
cuando afirmaba que era el escenario de la obra de los hombres. Sin embargo,
esta tendencia a tornar al espacio en algo fijo, uniforme y maleable, tuvo que
cambiarse cuando la misma historia dio cuenta de cómo muchos giros de los
hechos de la humanidad fueron el resultado del impacto del lugar como espa-
cio de experiencia; esta serie de acontecimientos en la teoría social llevaron al
regreso a los elementos transversales: el espacio y el tiempo.

En esta medida se hace el giro espacial de la ciencia social y el análisis espacio


temporal de los hechos humanos. Parte de esta argumentación se insertó en tra-
bajos preliminares como los de Carl O. Sauer, quien desde su introducción a la
Geografía histórica, propugnó por “la necesidad en el geógrafo de fortalecer la

57
Andrés Castiblanco Roldán

habilidad de ver la tierra con los ojos de sus primitivos ocupantes, desde el punto
de vista de sus necesidades y capacidades” (Sauer, 1940/1980, p. 44). En este
mismo texto el autor propone toda una metodología de análisis de campo, cuyas
actividades tienen tendencias arqueológicas sobre la retrospectiva del espacio:

1. Llevar al lugar un informe de hace mucho tiempo para mirar en el


sitio los cambios y su sentido a través del tiempo.
2. La localización de relictos y fósiles culturales: los relictos culturales
son instituciones sobrevivientes que indican condiciones primiti-
vamente dominantes pero pasadas de moda en la actualidad. Por
ejemplo: 1. tipos de estructuras, 2. Planos de pueblos, 3. Modelos
de campo que han sobrevivido de los primeros tiempos. (Sauer,
1940/1980, p. 48)

Estas dos técnicas son parte de un cuadro de estrategias que buscaron hallar
la trayectoria del tiempo en el espacio y la influencia de este último sobre el
primero. No obstante, la fuerza de esta serie de intenciones con tintes de geo-
grafías culturales se desplazaría por cuenta de la Revolución Cuantitativa que
influyó en los cambios de concepción en el interior de la geografía humana, y
por lo tanto del espacio en su relación con el tiempo.

Sin embargo es en los fines del siglo XX en que se hace el giro espacial y
la geografía comienza a ser no solo medio sino fin de los análisis de la teoría
social. En el panorama de la definición del espacio se hizo sentir la necesidad
de independizar el concepto de la hegemonía de las ciencias naturales y físicas,
las cuales habían puesto sobre el tapete la cuestión espacial al saber geográfico
y este trabajaba sobre dichas premisas.

Richard Hartshorne, en su texto The Nature of Geography. A critical Survey of


current Thought in the light of the past (1939, reeditado en 1961), reflexiona sobre
la relación espacio–tiempo desde una perspectiva teórica en la que involucra
la forma científica en que el tiempo, representado por la historia, se relaciona
con el espacio y con la geografía frente al método y al objeto científico: “la
geografía en función de los espacios de la tierra, la historia en función de los
periodos del tiempo. La interpretación de las configuraciones geográficas pre-
sentes requiere cierto conocimiento de su desarrollo histórico; en este caso la
historia constituye un medio para un fin geográfico” (Hartshorne, 1961/1982, p.
358). Esta postura, frente a la necesidad de estudiar el espacio desde el tiempo y
viceversa, desemboca en una nueva evocación de lo geo–histórico: “Es posible
que una aproximación a semejante combinación pueda realizarse en geografía
a través del método de proyección de sucesivas imágenes de geografía histórica
de un mismo lugar” (Hartshorne, Cfr. Gómez, 1961/1982, p. 359)

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Fernand Braudel: conversaciones sin reloj ni brújula

Pero esta perspectiva que plantea una inquietud sobre el quehacer científico
del saber geográfico evolucionaría sobre la necesidad de dar una definición al
espacio, desde la geografía como disciplina, además de mudar el planteamiento
de un espacio absoluto por uno relativo que en el universo social era mejor reci-
bido que la concepción estática y purista de las llamadas ciencias duras.

Geógrafos como Peter Gould apoyan la cuestión espacial exponiéndola en


términos de percepción. En su texto Mental images of geographic space (1975) este
autor reconoce que las preocupaciones de la geografía cultural por conocer, en
términos antropológicos y sociológicos, la forma de apropiación de los espacios
es válida, por cuanto en el análisis de planeación urbana o de ordenamiento
territorial esta serie de variantes afectan la materialidad del espacio geográfico.
Situación que se puede observar en la historia de las ciudades donde tradicio-
nalmente se ha dejado de lado la mirada de estos factores sobre el mapa y el
plano, originando inconsistencias que se evidencian tiempo después sobre los
trazados o disposiciones de los lugares en los entornos urbanos.

De esta forma el espacio se resuelve relativo cuando viene a sentirse desde la


mentalidad de los habitantes sobre los territorios, situación que se desenvuelve
o se pretende dilucidar con la geografía del comportamiento. Al respecto, Arild
Holt Jensen, siguiendo la línea argumental de David Harvey (1969), afirma que
“los espacios son relativos porque están ligados a la percepción de los indi-
viduos. En una teoría de localización los que crean modelos espaciales están
intentando también utilizar medidas de localización relativa antes que de loca-
lización absoluta” (Holt, 1994, p. 89). Esta comprensión requiere en su relación
con el tiempo y la cultura el diálogo colaborativo de la geografía con la historia,
la antropología y la sociología. Ya sea en las ramas del saber geográfico o en el
intercambio de productos a nivel interdisciplinar.

El espacio en su relación social, al igual que el tiempo, es asociativo y se puede


descomponer en función de lo que afecta, pero definirlos sin parcelar sus cuali-
dades es algo inevitable. De allí que en este recuento genealógico sobre la teoría
espacial que rodea a Braudel, es importante destacar los acercamientos de un
geógrafo que plantea sin miramientos la definición: Milton Santos. En primer
lugar hay que resaltar que aunque el trabajo de este geógrafo resulte extraño en
escenarios europeos, con excepción de escuelas francesas y españolas, con repre-
sentantes como Pierre George, Georges Benko o Ricardo Méndez y Rafael Pujol,
la incidencia de sus análisis en Latinoamérica son de gran remembranza y uso en
la planeación y desarrollo del análisis urbano regional.

Santos, como la mayoría de los geógrafos americanos, antes de arriesgarse


a presentar sus hipótesis o teorías sobre el espacio y el objeto de la geografía,

59
Andrés Castiblanco Roldán

pone sobre la mesa todo el panteón teórico geográfico (una característica muy
particular de los teóricos en la edición de sus textos). Cuando se piensa en ese
acumulado de las escuelas y sus especialistas, se evidencia que el lenguaje en
la afirmación, refutación o dialéctica del discurso geográfico está en constante
revisión retrospectiva y proyectiva. De igual forma este autor brasilero enuncia
los conceptos de la geografía y dispone de los anclajes geográficos y de la teoría
social para construir fortalezas teóricas sobre fenómenos ausentes de análisis al
interior de la disciplina.

Su bibliografía abarca desde la década del setenta y se remonta a una vasta


producción editorial en torno al tema. Sin embargo compila un trabajo que pre-
tende reunir el conjunto de su vida académica, tratando de sintetizar los via-
jes teóricos encaminados y los resultados, obstáculos y fenómenos hallados. La
naturaleza del espacio. Técnica y tiempo. Razón y emoción (1997/2000) es la fuente
de las nociones y conceptos que se presentan para tratar de acercarse, en forma
concreta, al espacio geográfico.

Para definir el espacio comienza por un enunciado sencillo que se complejiza


al observar cada una de sus partes: “el espacio está formado por un conjunto
indisoluble, solidario y también contradictorio de sistemas de objetos y siste-
mas de acciones, no considerados aisladamente, sino como el contexto único
en el que se realiza la historia” (Santos, 2000, p. 54). Esta premisa es el punto
de partida para hablar de los objetos como fijos y las acciones como flujos. Para
Santos los fijos están atravesados por los flujos, y hoy en día con la evolución
de las relaciones sociales hay una tendencia de variaciones y relatividades entre
los fijos como objetos en el espacio.

En un principio esta teoría partía de pensar en un conjunto de objetos y accio-


nes naturales, el espacio como entidad intocada era fruto y prueba tangible de
la tierra como formación natural y cósmica. Pero con el crecimiento de las eco-
nomías y la evolución en los modos de producción, por decirlo en un sentido
marxista, se torna este panorama del espacio en un conjunto de fijos y flujos
artificiales, para los cuales el concepto de artefactos se apropia como una forma
clara de mirar la producción del hombre.

Hablar de la producción social del espacio constituye hablar de espacio–


tiempo y artefactos. Estos últimos incluidos en las acciones, se suman para con-
formar una definición práctica del espacio geográfico. En la dimensión de la
teoría social hay abordajes que van encaminados hacia un mismo sentido de
definición pero conformados en su estructura por elementos emanados de otra
serie de discursos.

60
Fernand Braudel: conversaciones sin reloj ni brújula

En este panorama Braudel agrega ese rasgo del hecho total, a través del espa-
cio–mundo, el cual expresa en su análisis de las estructuras económicas cuando
propone que: “una economía mundo es una suma de espacios individuales,
económicos y no económicos, reagrupados por ella (para el caso utiliza a Vene-
cia como Ejemplo) que abarca una superficie enorme (en principio es la más
vasta zona de coherencia; en tal o cual época en una parte determinada del
globo); que traspasa de ordinario, los límites de los otros agrupamientos masi-
vos de la historia” (Braudel, 1979, p. 8).

En su preocupación por esos movimientos, momentos y estructuras, asimi-


lando la noción de Durkheim al respecto2, presenta la posibilidad de pensar y
repensar las interacciones que transforman lugares en grandes espacios conver-
gentes de mecanismos económicos, políticos y por lo tanto sociales. En la visión
del espacio se piensa en estos ritmos que han sido mencionados anteriormente:
es una geografía ligada a la velocidad: “toda ciudad, por tanto acoge el movi-
miento, lo recrea, dispersa mercancías y hombres, para reunir de nuevo a otros
y así sucesivamente” (Braudel, 1979, p. 438).

Los mercados urbanos, como modelo de las relaciones espacio/duración,


hacen tangible en todas partes esta función del movimiento:

[…] toda ciudad, cualquier ciudad era ante todo un mercado, sin él la
ciudad es inconcebible; por el contrario, puede situarse un mercado
cerca de un pueblo, incluso en una vacía rada feriante, en un simple
cruce de carreteras, sin que por ello surja una ciudad. Toda ciudad en
efecto necesita estar enraizada, nutrida por la tierra y los hombres que
la rodean. (Braudel, 1979, p. 438)

Continuando esa línea de trabajo, Immanuel Wallerstein en su texto The time


of Space and Space of the Time: the future of Social Science (1996/1998) plantea la
utilización del tiempo-espacio como forma de conocimiento y construcción de
la teoría social. Supone con certeza que no existe ningún fenómeno que no sea
susceptible de ser enmarcado como acontecimiento en el tiempo y se pueda
localizar en el espacio. A continuación define cinco formas de tiempos-espacios
en función de categorías sociológicas de análisis. En primer lugar presenta el
episódico-geopolítico en el cual el acontecimiento gira en torno a las posiciones

2 Durkheim entiende el orden social y las estructuras del mismo como externo, coercitivo y supe-
rior al individuo. Así una de las reglas esenciales que toma Braudel es la de la causa determinante
de un hecho social, que debe ser buscada en los hechos sociales precedentes y no en los estados de
conciencia individual. Por otro lado también el elemento colectivo se toma con fuerza cuando se
aduce que un fenómeno no puede ser colectivo, más que si es común a todos los miembros de la
sociedad, o por lo menos a la mayoría de ellos si es general (Durkheim, 1982, p. 43).

61
Andrés Castiblanco Roldán

y disposiciones políticas en función de la representación y la participación ciu-


dadana, sumando el análisis espacial propio de la geopolítica que enmarca el
acontecimiento político, por ejemplo la toma de la Bastilla en 1789 o el Bogotazo
de 1948.

En segundo lugar ubica el cíclico ideológico cuando el análisis se remonta a


revisar la espacialización de las posturas ideológicas en sus acontecimientos
de larga duración y lo que representa el choque de las mismas en referencia a
una territorialidad. Wallerstein lo revisa desde el catolicismo–protestantismo
en Irlanda o las secuelas del colonialismo británico. Sigue el estructural que
mira muy de cerca el ascenso de la cultura de Occidente, definiendo la organi-
zación (clases, funciones, jerarquías) y su trayectoria en la formación de lugares
y la construcción de espacios, partiendo de la formación de grandes conceptos
como la ciudad romana o en este caso la cuadrícula hispanoamericana, caracte-
rísticas que sirvieron de molde para nuestros límites actuales.

El tiempo-espacio eterno hace referencia, en lo general, a las formas del com-


portamiento y las tensiones que en compatibilidad con el episódico se presen-
tan en las apropiaciones de rasgos tan marcados y con límites explícitos como
la etnia y lo que refiere a las formas de sociabilidad y comportamiento en estos
espacios y tiempos más universales. Esta generalidad desemboca en la interre-
lación de todas las categorías definidas por Wallerstein que, a su vez, llegan a
ser definidos por un último tipo denominado tiempo-espacio transformativo,
que observa los impactos del acontecimiento en las instituciones sociales como
agentes cambiantes de los contextos sociales, las transiciones de las grandes
hegemonías y los periodos históricos a nivel global.

El tiempo es común al espacio como el espacio lo es del tiempo. La historia ha


vivido la preocupación por el tiempo, como marco, periodo, momento, testigo
de los acontecimientos y lo que se halla tras los hechos de la humanidad. Eliseu
Carbonell, quien cita a Duchet, analiza la cuestión del tiempo en sí: “Mientras
que, en el estado de naturaleza, el tiempo se prolonga en una duración que no
parece que habrá de terminar jamás, los puntos de referencia temporales se
multiplican en la segunda parte: a la plenitud de la dicha primitiva se opone
una historia humana invadida por el acontecimiento” (Duchet, Cfr. Carbonell,
2004, p. 51).

La implicación del hecho histórico y del acontecimiento, como se mencionó


al principio, es un problema que también se puede encontrar en autores de
los Anales como Marc Bloch y, desde la filosofía de Henry Lefebvre, o más
recientemente en Paul Ricoeur. Sin embargo, es importante mencionar que el
tiempo se resuelve en el espacio, como el posicionamiento del hecho e incluso

62
Fernand Braudel: conversaciones sin reloj ni brújula

de la ideología por cuanto se parte de las condiciones reales de un entorno


para formular un principio sobre el mismo; de allí se anclan cuestiones como la
territorialidad y la identidad con base en la apropiación de espacios sociales. En
este sentido, la consolidación del aporte de Braudel transformó el análisis del
trasfondo de las relaciones de lo local y lo global.

Finalmente espacio–tiempo son dos conceptos claves para formular una hipó-
tesis de la producción social de artefactos e identidades colectivas sobre la base
territorial, tanto rural o urbana. La producción social del espacio lo es también
del tiempo, aunque se vea como algo imperativo, lo estacional, lo conmemo-
rativo, lo que se recuerda–en razón a la memoria–; es creación de momentos
colectivos, tiempos sobre espacios, nuevas formas que se sobreponen en len-
guajes heredados y que se alimentan constantemente.

Palabras finales: ajustando el reloj a la muñeca y fingiendo


estar orientado
Hace siete años en un texto que originalmente se titulaba Las fábricas de olvido,
pero que gracias al ejercicio del editor se llamó La modernidad a lomo de mula, en
mi análisis básicamente esbozaba cómo la modernización del país que no es lo
mismo que su modernidad llegaba en el lomo de estos importantes animales,
los cuales, bajo el látigo de sus arrieros, trajeron los pianos con los cuales se
interpretaron los nocturnos de Chopin, los cigarrillos ingleses que fascinaban
a José Asunción Silva y las gacetas más elegantes que consultaba la sociedad
capitalina para estar a la moda. Objetos modernos para una sociedad primitiva
de castas y abolengos, máquinas que modernizaban en un país de modernidad
tardía, signos que llegaban a mutarse a través de sus interpretaciones.

En el mismo artículo sugerí con prudencia de no sonar obvio, que: “las catás-
trofes se pueden calcular y predecir, pero no se puede impedir que sucedan.
Una alerta roja puede configurarse en la señal de una erupción volcánica o
quizá en el inminente movimiento de tierra de un terremoto” (Castiblanco,
2005, p. 25). Y siguiendo el argumento, las señales no son más que signos que
informan, pero realmente simbolizan cuando se determinan colectivamente, y
en este caso el pensar cómo el territorio vive en sus pobladores recuerda que
lo físico es inminente pero el signo varía, que las élites elaboraron un conjunto
de imaginarios burgueses, pero que los sectores populares tomaron los mismos
signos y los establecieron en otro sentido.

Desde lo anterior Braudel tomó una especie de stop motion: una sucesión de
imágenes que configuraban signos, símbolos e interpretaciones, coexistiendo
con lo imperante de la naturaleza y sus fenómenos, pensando esa reflexión para

63
Andrés Castiblanco Roldán

una sociedad de humanos, probando que el pensar el tiempo decididamente


conduce el pensamiento hacia el espacio y por lo tanto al hombre y la mujer. El
retorno de un lenguaje romántico, serio y directo dibujado sobre años de evi-
dencia, archivo y transcripción, forman parte de la obra de Braudel.

Pero al volver a mirar la hora, la de este día y las que quedan pienso en el reloj:
ese remedo de máquina del tiempo que acompasa la vida de todos, incluso de
los que no lo usan. Si bien esto es verídico, respondería a Perec que cada uno
tiene su brújula en sí mismo, cuando recordamos los cerros que rodean la ciu-
dad o la estación de Transmilenio. Donde siempre nos encontramos con el otro
o la otra, estamos haciendo geografía sin brújula, mejor dicho, nosotros somos
la brújula y el reloj: nuestro rostro marca el tiempo y nuestros pasos el espacio.

Olvidamos todo eso y no pensamos en nada, solo transitamos con nuestra


vida que ya es suficiente combinación de espacio-tiempo y resolvemos los pro-
blemas que nos ocupan como terrestres. Miramos desde lejos cuando escucha-
mos una conferencia de un autor preocupado por la historia y sus elementos,
para luego volver a nosotros y nuestro relato más íntimo, esa historia que Brau-
del solo puede arañar, Castiblanco especular y como en un principio lo men-
cionó Italo Calvino, envidiar desde una ventana distante en la misma noche en
que los otros simplemente viven sin pensar en sus pequeñas ciudades, conecta-
das, con las grandes ciudades, finalmente la humanidad.

64
Fernand Braudel: conversaciones sin reloj ni brújula

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Andrés Castiblanco Roldán

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66
La crisis y el cambio en los
paradigmas de la educación: una
perspectiva a partir de Alain Touraine
y otros autores en el marco de la
teoría dramática de la sociedad

Gabriel Restrepo Forero1

Breve esbozo de la evolución intelectual de Alain Touraine


He seguido desde hace medio siglo algunos hitos del pensamiento de Alain
Touraine (n. 1925), uno de los científicos sociales vivos de pensamiento genuino
y profundo. Buen conocedor de América Latina, como quiera que se casó con
una chilena, y uno de sus discípulos Daniel Pecaut que tiene nacionalidad
colombiana, visita con frecuencia esta parte del continente junto a otro discí-
pulo, el sociólogo Michel Wieviorka, uno de los estudiosos más importantes
de la violencia en el mundo. Touraine recibió el doctorado honoris causa de la
Universidad Nacional de Colombia, junto a Orlando Fals Borda, en el marco
del IX Congreso Nacional de Sociología que tuve oportunidad de coordinar y
presidir, en diciembre de 2006.

En los primeros años de la década del sesenta se dedicó al estudio de las


organizaciones sociales, y en ellas al sindicalismo en una perspectiva estruc-
tural, realizó un giro extraordinario luego de mayo del 68, cuando a raíz del
movimiento estudiantil comprendió que el eje de la sociedad ya no pasaba por
la clase obrera sino por los nuevos movimientos sociales, de cuyo estudio fue
pionero en el mundo. Investigador de la prestigiosa École des Hautes Études
en Sciences Sociales de París, fundó allí el Centro de Análisis y de Intervención

1 Sociólogo. Profesor pensionado de la Universidad Nacional de Colombia.


Gabriel Restrepo Forero

Sociológicos (CADIS). Siguió de cerca el movimiento de los polacos y, desde


allí, forjó su interés creciente por el concepto de solidaridad.

La crisis mundial desatada a finales de la década del ochenta y comienzos de


los años noventa, con la primera intervención de George Bush (padre) en Irán y
la crisis de Serbia y Bosnia en los Balcanes, lo condujo a otro giro trascendental
con el libro Pensar el sujeto, publicado por primera vez, por la Editorial Fayard,
Paris, en 1995. Coincidía entonces Touraine con quienes retornaban a un tema
cancelado en las corrientes estructuralistas e incluso sistémicas: el sujeto. El
tema hallará una proyección pedagógica trascendental en el libro: ¿Podremos
vivir juntos e iguales? Iguales y diferentes (1997). Uno de los capítulos es dedicado
a una postulación crucial: la escuela del sujeto, en la cual sostiene que la educa-
ción ha servido para que el individuo sirva a la religión, al Estado, al partido,
pero no a la formación de un sujeto que sea ante todo sujeto de sí mismo. La
obra de Touraine, aún bastante activo, alcanzó una cota muy alta con el libro
publicado en 1999: Igualdad y diversidad.

La importancia de estudiar al mismo tiempo movimientos sociales, cuyo sello


era ahora no ya el tema de la identidad sino el reconocimiento de las diferen-
cias, lo ha llevado a pensar en esa unión tan delicada, representada en uno de
sus motivos principales de los últimos veinte años: la igualdad, que es siempre
una ficción necesaria en la política y en el derecho; y la diferencia, que es un
principio ontológico que indica que un sujeto es un ente irreductible a cual-
quier otro.

Principales rasgos de la teoría dramática de la sociedad


Estas son las líneas directrices de la evolución de Touraine, pero el mejor
homenaje que se le puede hacer a un pensador no es repetirlo, sino recrear su
pensamiento en nuevos pensamientos. Junto a muchos autores, Alain Touraine
ha ocupado un lugar muy importante en la elaboración de mi teoría dramá-
tica de la sociedad. Crear teoría en América Latina no es fácil, somos más con-
sumidores de teorías de distintos signos que creadores de ella y, menos si se
trata, como espero sea la que propongo, de una pertinente por arraigar en la
complejidad de Colombia, pero a la vez relevante para reinterpretar el mundo
complejo de la era digital. Y no es nada fácil crear teoría porque se requiere de
mucha libertad social, y excesiva personal cuando no la hay en las instituciones.
Es preciso además encontrar un difícil equilibrio entre el pensamiento conver-
gente y el divergente, la introspección o la llamada reflexividad, y el volcarse
hacia el mundo con pasión, una pasión desapasionada, el sentí-pensamiento,
una dispersión que a la vez retorne a la concentración, abrirse a distintas pers-
pectivas del conjunto de las ciencias sociales y aún de las artes y letras, y de la

68
La crisis y el cambio en los paradigmas de la educación: una perspectiva a partir de Alain Touraine y otros
autores en el marco de la teoría dramática de la sociedad

ciencia y la tecnología, y no menos de la espiritualidad. Se requiere además un


vaivén pendular entre la teoría y la realidad, entre la filosofía y el método, entre
lo personal y lo colectivo.

Se llama teoría dramática de la sociedad porque teoría y teatro vienen del


mismo verbo griego, contemplar a fondo. Y porque el teatro, tragedia o come-
dia, o modalidades dramáticas como el carnaval, la ópera, el melodrama, los
mimos, las estatuas ambulantes, el teatro callejero, el circo, la política como
escena, los deportes, los juegos, rituales como en la religión, la moda, la belleza,
la cocina, la pedagogía: todas las acciones son puestas en escena o activida-
des de performance. Y porque la vida en Colombia es tragicómica, y además
estamos forjados en la mimesis, uno de los medios por excelencia del teatro. Y
porque el teatro ofrece un encuadre perfecto para el paralelo con la sociedad:

Escenarios: naturaleza en distintas formas, inorgánica, orgánica y


“humanizada”.

Reparto: mundos de la vida (sujetos, familias, comunidades),

Acción dramática: como peripecias, rivalidades, nudos, enredos, juego de


pasiones: mundo del sistema social con sus cuatro poderes: el político, que los
configura a todos a través de la Constitución como ley de leyes y del gobierno,
económico, mediático —imagen y comunicación— y académico—el saber.

Guiones o libretos, las significaciones culturales en cuatro modalidades


distintas:

Primero: significaciones científicas, tecnológica o técnicas.

Segundo: significaciones expresivas: lengua, semántica de gestos y de signos,


estilos de vida. Y significaciones estéticas: artes, letras, festividades y fiestas,
espectáculos, artificios como la moda, la belleza, la cocina, la recreación.

Tercero: significaciones integradoras: ética y moral, derecho, ideología y códi-


gos de comportamiento cara a cara, entre los cuales sobresalen las urbanidades.

Cuarto: significaciones profundas como la mitología, la religión, los imagina-


rios, la filosofía y la sapiencia.

La teoría aplica a mundo, nación y sujeto, y aúna miradas a la evolución filo-


genética desde el neolítico y ontogenéticas a partir de la crianza de los sujetos,

69
Gabriel Restrepo Forero

lo mismo que una mirada en panorama de la historia de Colombia en tanto


fuimos constituidos como pueblos mundos.

La teoría postula que son las pasiones y no las acciones racionales las que
predominan en la acción social, por ejemplo la envidia como pasión central
de la tragedia de Colombia en los mundos de la vida y en el mundo del sis-
tema social, nefasta cuando se alía con la ira y el orgullo. La teoría propone
una visión homeopática de la transformación de pasiones en virtudes sociales,
dependiendo siempre de las transformaciones en la cultura y en especial en
la ética, y por supuesto en la educación: así por ejemplo, una acción racional
puede concebirse no obstante como pasión desapasionada o la envidia de la
mala puede generar en Colombia envidia de la buena si media un encuadre
institucional democrático para las luchas sociales, y aún en visión sabia de la
multiculturalidad si potencia la razón.

La teoría trabaja en especial la educación, pero dentro de una matriz más


amplia de socialización, con tres dimensiones: la primera, el intercambio uni-
versal en todo tiempo y lugar del enseñar (mostrar los signos o significaciones)
y el aprender (aprehender o llevar a sí mismo en cuerpo y conciencia los signos
o significaciones; la segunda, la socialización radical o familiar, que se produce
en la crianza; y la tercera la conjugación de educación formal, no formal e infor-
mal, esta próxima o inmediata o cara a cara o telemática y mediática.

Por tanto, la teoría concibe la socialización en todos sus aspectos, desde


una perspectiva semiótica: el sema se torna soma y las significaciones se hacen
cuerpo/conciencia. Y desde allí se trabaja la educación y en general la socializa-
ción con la mirada puesta no solo en las posibilidades de formación individual
y social de los sujetos, sino también en su transformación recíproca.

Hay otras muchísimas dimensiones de la teoría que no se pueden explayar


por falta de espacio: el papel central de la sabiduría, la articulación entre racio-
nalidad y afectividad, la visión de la evolución humana como el paso de un
modelo imperante hasta el momento cibernético dispuesto para transformar
energías en información y control, y otro alternativo con muchos antecedentes
en todas las sabidurías denominado eco-biosófico: transformación de energías
en sabiduría.

El siguiente cuadro conceptual presenta los principales rasgos panorámicos


de la teoría dramática.

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La crisis y el cambio en los paradigmas de la educación: una perspectiva a partir de Alain Touraine y otros
autores en el marco de la teoría dramática de la sociedad

Mundos desconocidos.
Supramundo
Profundas: Mitología, religión, imagina- Procesos de
rios, filosofía y sapiencia. significación,
formación y confi-
Integradoras guración
Ética y moral; ideología;
Derecho 0
Mundos de la cultura. Códigos de costumbres
Significaciones: Expresivas
(Guiones o libretos del Lenguajes, semántica.
0
drama) Estéticas
Artes y letras, rituales, estilos de vida,
artificios.
Científicas.
Tecnológicas. 0
Técnicas.

Población compuesta por actores


sociales, ya no sujetos, en posiciones 0
(status) y papeles (roles) sociales, es-
tratificados en función de su acceso a
a poder económico (dinero), político
(autoridad), mediático (imagen) y
Mundos de los sistemas educativo (saber):
sociales 0
(Tramas: peripecias,
catarsis, anagnórisis)

Comunidades 0
Mundos de la vida social
(Dramatis personae, Familias
reparto)
Sujetos
“Humanizados”
Mundos de la naturaleza Procesos de con-
(Escenarios de los dramas Orgánicos dicionamiento,
sociales: cronotopos) Inorgánicos prefiguración e
información
Mundos desconocidos: inframundo

Del mismo modo, hay una visión a profundidad de la evolución de Colombia


como pueblo —mundo, centrada en el contraste entre una orientación

71
Gabriel Restrepo Forero

sexo-ero-tele-teológica, predominante en los mundos de la vida, aunque exten-


siva al mundo del sistema social. Y otra ensombrecida por el tánatos, centrado
en el mundo del sistema social en una democracia muy imperfecta y encegue-
cida por los juegos de tipo suma cero (lo que alguien gana otro lo pierde) y la
tragedia de los comunes (todos los competidores pierden), pero también con
incidencia en los mundos de la vida, en tanto que no se han generado una ética
pública y otra privada por el cuerno del minotauro de las mentalidades en la
larga duración. Mentalidades maximalistas que son expresiones de la solidari-
dad mecánica, concebida por Durkheim como gregarias, imperativas, fundadas
en la relación binaria, agónica y antagónica de amigo/enemigo, cuyo arquetipo
es el catecismo del padre Astete de 1589, con 350 falsas preguntas puesto que
todas tienen una única respuesta. Y en el otro cuerno del trágico minotauro está
el minimalismo de una ética reducida a etiqueta y una moral devaluada como
moralina, cuyo prototipo es el manual de urbanidad y buenas costumbres de
Manuel Antonio Carreño (1852).

El siguiente cuadro conceptual indica en panorama los principales rasgos del


devenir de Colombia desde la perspectiva de la teoría dramática de la sociedad.

Modelos de cultura, socialización y formación del sujeto


Modelo Poder Saber / metáfora Profesión Expresión
1. Indígena Cacicazgo Mítico Chamán Rito –Oralidad–
Ciudad letrada colonial-dominación estamental
Escrituras-ciu-
dad-castas
2. Colonial Religioso-legal pero Ciudad letrada
Teo-estéti- Virreinato con puesta en escena Notario-clérigo Sermón-Catecis-
co-sexual neobarroca. mo
Procesiones.
Fiestas
Ciudad letrada señorial y presidentes gramáticos-explotación y efectos de la primera
Revolución Tecnológica-
Monismos
centro/ Gramático-
3. Señorial Manual de urba-
región Códigos culturales: ideológico
Cuadratura nidad
Jacobi- derecho, ética, etiqueta, Civil/confesio-
del “bien”. Atenas Surame-
nismo ideologías, religión nal
1810-1880 hispano- Abogados.
ricana
católico
Ciudad letrada del biopoder (explotación y sujetamiento social), efectos de la segun-
da Revolución Tecnológica

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La crisis y el cambio en los paradigmas de la educación: una perspectiva a partir de Alain Touraine y otros
autores en el marco de la teoría dramática de la sociedad

Modelo Poder Saber / metáfora Profesión Expresión


4. Salud
pública: Corporati- Paradigma médico Médicos y sa- De prensa a radio.
1880-1948 vo: Rege- Discurso fisiológico cerdotes, cura Balcón, púlpito,
Modelo neración Discurso higiénico de cuerpos y de confesionario y
Epidemio- Discurso de salvación almas. consultorio.
Teológico
Ciudad letrada tecnocrática. Biopoder telemático. Efecto de globalización bajo terce-
ra Revolución Tecnológica
5. Tecno- Presiden- Ingenieros,
crático: cialismo Cálculo arquitectos, Planes de desa-
1948 a Telemá- Técnica economistas, rrollo, urbanismo.
1968 tico estadísticos
Administrado-
Televisión, com-
res, publicistas,
Dirección Sistemas control putador,
6. Ciberné- redes, psicó-
a distancia remoto video programa-
tico logos conduc-
High com- Globalización dores,
1969-1989 mand Renovación curricular
tistas,
publicidad, es-
científicos
pectáculo.
naturales
De la ciudad letrada a la ciudad democrática: construcción glocal de una cultura de
transducciones múltiples
Democra-
cia de
7. Demo- Saber sociocultural. El Creadores e Mediaciones
represen-
crático: afecto como piedra de intelectuales culturales.
tación y
1990-2052 de partici-
toque del sistema social. “tramáticos”. Tramas.
pación

La escuela como institución cerrada y total


La educación experimenta en la actualidad una crisis, que obedece tanto al
exceso como al defecto. El exceso apunta a lo que se suele llamar una “crisis de
crecimiento”, la cual denuncia una cierta complejidad en el reajuste de relacio-
nes funcionales de adaptación, diferenciación, integración y consistencia.

El defecto apunta, empero, a una “crisis de estructura”, es decir, al hecho de


que la educación responde aún, por inercia, a los moldes de una modernidad
temprana y tardía, pero no a las condiciones de la posmodernidad y de las
estructuras aún inciertas que en ella se gestan.

Modernidad temprana quiere decir aquí la fase inicial de constitución del


mundo como mundo entrelazado, es decir: los siglos XVI a XVIII, con la escuela
que emerge de la Ratio Studiorum de la Compañía de Jesús o de las escuelas

73
Gabriel Restrepo Forero

protestantes y que, con importantes variantes e innovaciones, se expandió en el


transcurso de la modernidad de la mano de la afirmación de los estados nacio-
nales y de su insistencia en una ciudadanía niveladora de las diferencias, y por
la creación de solidaridades nacionales excluyentes, en torno a una cultura pro-
movida por el Estado, que exaltaba el valor mítico de una supuesta comunidad
de origen y de destino.

Por modernidad tardía se hace referencia aquí a la etapa correspondiente al ciclo


de la primera y segunda Revolución Tecnológica, es decir la revolución industrial
del último tercio del siglo XVIII y la revolución eléctrica o de la combustión interna
propia de la segunda mitad del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX.

La escuela se configuró en estas condiciones como una institución cerrada


y, a la vez, como una institución total. Cerrada, porque, como en las cárceles,
en los hospitales o en las fábricas, confinaba a una población escolar cada vez
más creciente al cuidado de unos delegados sociales, los maestros y maestras,
que debían velar por la integración de los futuros ciudadanos al mundo de los
mayores, en términos de sociedades co-figurativas que, como lo indicaba Mar-
garet Mead en Cultura y Compromiso (1968), son aquellas donde el pasado rige
el presente y el futuro: lo que ha sido será.

La referencia a la cárcel y a los hospitales no es extraña porque, en términos


de la teoría de la socialización y del control social de Talcott Parsons —quien
en esto expresó de modo insuperable, aunque no crítico como lo hará Foucault,
la visión de la escuela bajo el molde de la modernidad tardía— las cárceles y
los hospitales eran referentes extremos de lo que podría ocurrir con “conductas
desviadas” que la educación debía prevenir con la interiorización de valores y
de normas sociales, instaurando un control interno severo, en el cual se devela
aún el sello de la desconfianza del protestantismo, y de sus variantes sobre la
condición humana, como ya había ocurrido con el pietismo en Kant, para quien
la disciplina era la principal tarea de una educación que debía concluir en la
autonomía intelectual y moral de la persona.

Descendiente de un ministro protestante, Parsons había aceptado la visión de


Durkheim sobre la educación (o, en general, de la socialización) como el puente
moral entre los mundos de la vida (incluyendo la familia) y el mundo del sis-
tema social, estudiado por Max Weber, pero sin referencia en el teórico alemán
a la socialización preuniversitaria, materia de interés del sociólogo francés.

El psicoanálisis le ofreció a Parsons un instrumento valioso para afinar y pro-


fundizar en el sentido de esa correspondencia, pero la versión a la cual se some-
tió encajaría definitivamente en la vertiente del pragmatismo norteamericano,

74
La crisis y el cambio en los paradigmas de la educación: una perspectiva a partir de Alain Touraine y otros
autores en el marco de la teoría dramática de la sociedad

apoyada por Anna Freud, distinta a la que postularán más tarde Lacan y otros
psicoanalistas críticos de las teorías de la adaptación o del sujetamiento del
individuo a un mundo de los sistemas que ejerce de forma sistemática una
borradura del sujeto.

Esa versión psicoanalítica insistió en potenciar por la transferencia un “yo


fuerte”, afirmando la severidad moral de la función del superego en el con-
trol de los instintos, más que en su comprensión emotiva y racional, como un
pre-requisito para una adecuada adaptación al mundo “universal”, “neutro” y
“objetivo” de los sistemas de poder económico y de poder político.

La educación, ante todo en sus niveles preuniversitarios (y la diferencia, como


se verá, es importante), se concibió también como institución total porque,
como en los ejércitos o en las grandes corporaciones de la etapa acumulativa
del capitalismo (en esto diferente a las corporaciones transnacionales llamadas
post-capitalistas), se regía por una estricta uniformidad de procedimientos en
la dirección del sujetamiento de personas y de roles sociales a los valores domi-
nantes de las sociedades estatales nor-hemisféricas/logo/adulto/tecno/centra-
das. Esta uniformidad de procedimientos respondía a la lógica de la teoría de
la administración científica de Taylor.

La crisis de la educación como producto del exceso


Pero en las condiciones de la posmodernidad la educación ha desbordado
modalidades, espacios y magnitudes. Al lado de la tradicional educación formal
se han prodigado variedades casi infinitas de educación no formal e informal
que exceden las secuencias clásicas de la socialización primaria en la familia y
de socialización secundaria en la escuela, el colegio y la universidad.

Ellas incluyen, en efecto, aprendizajes en el trabajo, en la casa, en la ciudad y


en todas las edades de la vida, aprendizajes en los cuales se desbordan también
los agentes de socialización, pues se incluyen en dichas posibilidades, la edu-
cación auto-programada, en apariencia anónima, pero en realidad dirigida a
control remoto (según los paradigmas diseñados por Skinner y, en general, por
el condicionamiento operante); la educación orientada por pares cercanos, por
ambientes urbanos cada vez más instructivos e, incluso, propositivamente for-
madores (ciudad educadora); la enseñanza a partir de comunidades de sentido;
y, principalmente, el aprendizaje ubicuo y mediático determinado por maes-
tros y maestras virtuales, nómades, casi fantasmales.

La educación, concebida en ese sentido amplio, es hoy quizás el factor de


producción económica y de reproducción social y cultural más complejo, y el

75
Gabriel Restrepo Forero

fenómeno más característico de la sociedad contemporánea, definida como


sociedad del saber o del conocimiento, que multiplica las formas de capital
(financiero, humano, social, simbólico), aunque dichas definiciones expresan
aún síntomas de una deficiencia en la comprensión de la complejidad de la
nueva estructura que emerge.

La educación en escala ampliada es un fenómeno extenso e intenso. Extenso,


porque la socialización por medio de la educación formal rompió barreras en
el siglo pasado, alcanzando coberturas siempre crecientes. En Estados Unidos,
por ejemplo, la educación primaria era universal en 1900; la secundaria en 1930;
en 1970 la educación superior cubría tasas de 50%, por lo que el sociólogo Tal-
cott Parsons se refirió a la “Revolución Educativa” como el rasgo más sobresa-
liente del siglo XX (Parsons, 1974, 2011).

El fenómeno está lejos de agotarse: Clinton propuso en el inicio de su segundo


mandato elevar a 100% la cobertura de los dos primeros años de educación
superior, correspondientes al ciclo básico, de directa relación con los últimos
dos años de la educación media.

Con lo anterior, habría una socialización preuniversitaria y universitaria de


los jóvenes entre los 16 y los 20 años, críticos en la formación del sujeto, del pro-
ductor y del ciudadano. Bisagra entre la educación básica y media, y la educa-
ción universitaria profesional, en estos cuatro años se conjugarían la educación
general y el inicio en la educación profesional, al tiempo que se armonizarían
la libertad de enseñanza con la libertad de aprendizaje, por ensayarse allí la
capacidad de los estudiantes para elegir.

Hibernación artificial de la cultura, estos cuatro años en los cuales los/las


estudiantes asumen la condición de “hijos/as de sí mismos/as”, en la expresión
acuñada por el psicólogo Erik Erikson, y en la cual transforman el plano, des-
tino o habitus de vida en un proyecto, diseño o designio personal, significaría
refinar el sentido biológico de la neotenia como dispositivo cultural de enorme
trascendencia en la escala de la evolución.

La intensidad de la Revolución Educativa proviene del hecho de que, al


tiempo que la educación formal ha progresado tanto, la educación infor-
mal, sin maestros y sin aulas, ha experimentado saltos tanto o, incluso, más
considerables como la educación formal: en la primera mitad del siglo XIX
fueron la prensa, la máquina de escribir, la fotografía y la telegrafía; luego,
la electricidad, el teléfono, el cine y el gramófono en las postrimerías del
siglo XIX; dos décadas más tarde la radio; una después la televisión; en los
cincuentas el transistor, la grabadora y el video; y coronando la revolución

76
La crisis y el cambio en los paradigmas de la educación: una perspectiva a partir de Alain Touraine y otros
autores en el marco de la teoría dramática de la sociedad

en los medios de comunicación, el computador personal en los ochentas y


la internet en los noventas, con toda la potencia de intermediación que ya
se vislumbra en la traducción inmediata de voz en escritura, de imagen en
movimiento.

La revolución mediática ha creado una educación informal paralela a la for-


mal: educación abierta, ubicua, a la mano del hogar, con una especie de biblio-
teca infinita, interactiva, memoriosa, versátil, pero cuyo aprovechamiento
depende de la formación básica del sujeto lo cual transforma cada vez más
la educación en su conjunto: ofrece retos para diseñar una nueva pedagogía
nómade, interactiva, universal, desterritorializada, sin muros, para conjugar la
educación formal con la informal, la formación dialógica con la información
mediática (Serres, 1994).

Definida como un servicio en la economía clásica (teoría que respondió a la


Revolución Industrial), el estatuto de la educación comenzó a cambiar cuando
la segunda revolución tecnológica de finales del siglo XIX inventó el bien de
capital como máquina para hacer máquinas. Entonces la educación comenzó a
ser considerada como un bien de directa incidencia en la producción, dada la
creciente división del trabajo, como consecuencia de la cascada de invenciones
de la segunda Revolución Tecnológica, el inicio de las redes y el surgimiento
de la corporación.

Pero aunque todavía se la conciba bajo el efecto de la segunda Revolución


Tecnológica como un bien de capital o como “máquina de hacer máquinas”
(lo cual es ya sintomático del desfase entre una estructura canónica y otra
emergente, todavía no bien definida en sus contornos), la educación es hoy
el lugar por excelencia de una vacilación y contradicción entre el imperativo
del mundo impersonal del mundo del sistema social global, consistente en
modelar agentes competentes para la producción tecno-económica y para la
producción de un poder político en crisis que demanda gobernabilidad; y,
por otra parte, la demanda o exigencia propia de los mundos de la vida, que
requiere formar seres sociables en la comprensión de la multiculturalidad,
pero al mismo tiempo adueñados de una conciencia como sujetos de sí mis-
mos, capaces de equilibrar con sentidos de vida y con el mínimo de fracturas,
las oportunidades de lo global y de lo local, las ventajas del mundo de los
sistemas y del mundo de los afectos, en una época en la cual, dada la reali-
mentación en sinergia entre ciencia, tecnología y técnica, y, dados los nexos
entre estas, la comunicación y la educación, existe cada vez mayor tiempo
libre destinado a la educación, a la información, a la recreación o al ocio, pero
susceptible de ser colonizado de modo perverso por el mundo del sistema
social global.

77
Gabriel Restrepo Forero

El precario equilibrio de la educación universitaria


Se ha insistido en la diferencia de lo ocurrido en la educación universitaria
y en la escolar, porque el desfase entre una y otra marca una asimetría en su
sincronización con las tendencias del mundo moderno.

La tesis puede ser expuesta del siguiente modo: mientras que la educación
escolar siguió una pauta de sujetamiento con distintas variantes entre la disci-
plina, la represión y la uniformidad, denunciadas aquí y allá por pensadores
críticos que iniciaron innovaciones (Rousseau, Pestalozzi, Montesori, Dewey),
la educación universitaria sufrió metamorfosis profundas hasta configurar un
delicado tejido que solo en forma parcial, deficiente y filtrada se proyectó en el
cambio de la escuela, pero no hasta el punto de alterar su configuración vertical.

En la temprana modernidad, tanto la universidad como la escuela se limita-


ban a la función de transmitir el saber existente, mientras que la investigación
científica naciente debió refugiarse en espacios distintos a la universidad, como
las academias. Solo hasta el fin del siglo XVIII la nueva universidad concebida
en Alemania pudo conciliar dentro de sus funciones la misión de transmitir la
tradición en distintas esferas del saber, con la ruptura de la misma, mediante la
investigación científica, la crítica estética, ética, filosófica o religiosa.

Dicha conciliación no fue, ni es todavía, empero, fácil, porque supone que se acepte
en la sociedad el valor del pensamiento divergente. Tampoco es fácil mantener un
equilibrio dentro de la universidad entre los distintos saberes, hacia lo cual ha ten-
dido, con altibajos. Tampoco lo será el balancear, como se hará desde el primer ter-
cio en la universidad norteamericana, la libertad de enseñanza, defendida como un
principio por los maestros desde la Universidad de Paris, con la libertad de apren-
dizaje, que fuera el ideal de los estudiantes en la universidad medieval de Bolonia.

El balance entre lo local y lo universal, entre la transmisión de la tradición y su


ruptura crítica, entre formación general y formación especializada, entre liber-
tad de enseñanza y libertad de aprendizaje, entre saberes científicos y saberes
estéticos, éticos y filosóficos o religiosos, lo mismo que entre este conjunto de
saberes y el saber hacer ha sido una elaboración cultural muy reciente, que no
lleva más de un siglo, y que se manifiesta aún como muy precaria e imperfecta.
En ella ha residido la fuerza específica de la universidad.

El síntoma del quiebre


Pero ese equilibrio, apenas emergente, halla un punto de inflexión en una
fecha simbólica, asociada con la crisis de la universidad y, en general, de la

78
La crisis y el cambio en los paradigmas de la educación: una perspectiva a partir de Alain Touraine y otros
autores en el marco de la teoría dramática de la sociedad

educación: mayo de 1968, fecha fecunda en términos de la aparición de un pen-


samiento sobre la posmodernidad y, como se ha indicado, año en el cual se
acuñó el libro La crisis de la educación mundial, de Philip Coombs.

Sobre el lomo de los infinitos cambios que ocurrieron desde entonces (flota-
ción de las monedas, crisis de la OPEP, ascenso del neoliberalismo, constitu-
ción de mercados supranacionales, caída del socialismo real, inicio de Internet,
genoma humano), el pensamiento sobre la educación ha intentado una y otra
vez descifrar el sentido de la crisis significada allí.

La comisión Fauré acuñó el término de “aprender a aprender”, Daniel Bell


habló de sociedades postindustriales, Lyotard establecerá las bases filosóficas
del posmodernismo, Lacan se referirá al mundo académico y al mundo de los
sistemas como el “reverso del psicoanálisis”, Serres aludirá a una educación
nómade y descentrada, la Comisión Delors mentará los cuatro pilares de la
educación (aprender a saber, saber hacer, saber ser y saber vivir en contextos),
Touraine formulará la idea de una escuela del sujeto, Morin hablará de la nece-
sidad de un pensamiento complejo para una nueva educación.

Con todo, la mejor interpretación de lo ocurrido se hallará en un pensador


más importante por el diagnóstico, que por la solución. De nuevo, el inefable
Talcott Parsons, en el libro escrito al calor de los rescoldos, el autor se refirió a
la crisis universitaria en términos de una “inflación del conocimiento racional o
científico-técnico” y a la inteligencia y capacidad de desempeño, relacionadas
con la producción del mismo, en desmedro del papel movilizador del afecto y
de la subordinación de los saberes no racionales o científicos, como los estéticos
y expresivos, los éticos, religiosos y filosóficos.

Un observador de la historia podría adivinar las razones para esta inflación


del conocimiento científico-técnico, producida desde la década anterior a los
años sesenta, cuando, en el contexto de la guerra fría, se había presentado la
primera percepción sobre la crisis de la educación. Dos acontecimientos habían
producido entonces una desconfianza en lo que hasta entonces había sido —y
desde la guerra de secesión, es decir, con el nivel de un proyecto nacional— el
mayor trust o fuente de confianza del ideal americano: la educación. El primero
fue la detonación de la bomba de hidrógeno por los soviéticos, en 1953, que
disputaba el monopolio nuclear norteamericano. El segundo, el lanzamiento
exitoso de un Sputnik al espacio por los soviéticos.

Con ocasión de tales emergencias se prendió la alarma sobre la educación,


en cuyo contexto comenzarían a integrarse los avances en la computación,
la inteligencia artificial, las comunicaciones y la enseñanza programada con

79
Gabriel Restrepo Forero

fundamento en las teorías de Skinner. Todo ello se canalizó en forma de una


enorme orientación de recursos federales y de las grandes corporaciones hacia
la investigación científica-tecnológica y técnica hacia las universidades, enmar-
cados en la programación de la inteligencia militar.

Tal inflación de recursos hacia una dimensión de los saberes, trizó el balance
relativo que la universidad mantenía entre las ciencias y las humanidades, entre
la formación general y la formación especializada, entre la docencia y la inves-
tigación, entre libertad de enseñanza y libertad de aprendizaje, justo cuando,
incubándose la guerra de Vietnam, crecía una juventud que, formada según los
parámetros conservadores, en las teorías libertarias de crianza del Dr. Spock y
en la influencia de Marcuse y de la generación Beat, se había saturado de una
escuela sin sentido y de unos patrones familiares puritanos, como se revelaba
entonces en la película Rebelde sin causa, protagonizada por James Dean.

El diagnóstico de Talcott Parsons fue acertado, no, empero, su solución, que


apuntaba hacia un reajuste de funciones a favor de conservar el privilegio de
la racionalidad científico-técnica, negándose a admitir la necesidad de un cam-
bio estructural, entre otras razones porque, además, no había comprendido el
papel de la revolución de la educación informal, ni había captado el sentido de
la protesta juvenil.

Pese al intento de hacer honor a un sistema integrado y que, por tanto, apun-
taba a la complejidad y a lo holístico, sensible al cambio señalado por Daniel
Bell cuando indicaba que el estilo de pensamiento del siglo XIX se guiaba por
una simplicidad compleja (dominada por dilemas y dicotomías), mientras que
el pensamiento emergente después del primer tercio del siglo XX se orientaba
por una “complejidad organizada” (ese fue el significado de la Revolución
Estructuralista en todos los dominios), la obra de Parsons, como la de otros
estructuralistas cuyo pensamiento había aparecido en los años treinta, todavía
estaba permeado de no pocos reduccionismos.

Deberá esperarse a la Comisión Delors y a las formulaciones de Touraine


y, ante todo de Morin, para poder intuir un paradigma diferente para todo el
conjunto de la educación y, aun así, constatar que dicho paradigma es apenas
una intuición.

La crítica a la perspectiva de Parsons, en efecto, está enunciada cuando la


comisión Delors insiste en no limitar la formación al saber y al saber hacer,
insistencia monotemática de la razón instrumental o del mundo de los siste-
mas, abriéndolo al saber ser y al saber vivir, que anticipan la idea de Escuela de
Sujeto, de Touraine.

80
La crisis y el cambio en los paradigmas de la educación: una perspectiva a partir de Alain Touraine y otros
autores en el marco de la teoría dramática de la sociedad

Dicha perspectiva de equilibrio entre las exigencias del mundo del sistema
social global y las propias de los mundos de la vida, ya estaban de hecho con-
tenidas en la denuncia de la modernidad, enunciada por Lyotard y aplicables
por entero a la crítica del pensamiento de Parsons, en la medida en que éste
reduce el conocimiento o el saber al conocimiento científico – técnico y es inca-
paz de distinguir entre saber científico, saber narrativo y otras formas de saber
estético, ético y filosófico o religioso, distinción con la cual Lyotard funda, de
modo convergente con Jay Gould, con Howard Gardner, con Jerome Bruner y
muchos otros los fundamentos epistémicos que conducirán a las teorías de la
complejidad, o a las llamadas “inteligencias múltiples” o a procesos holísticos
de pensamiento, cuyo transvasamiento a la escuela es aún una promesa:

Pero con el término saber no se comprende solamente, ni mucho


menos, un conjunto de enunciados denotativos; se mezclan en él las
ideas de saber-hacer, de saber-vivir, de saber-oír, etc. Se trata entonces
de unas competencias que exceden la determinación y la aplicación
de un único criterio de verdad, y que comprenden a los criterios de
eficiencia (cualificación técnica), de justicia y / o de dicha (sabiduría
ética), de belleza sonora, cromática (sensibilidad auditiva, visual), etc.
Tomado así, el saber es lo que hace a cada uno capaz de emitir ‘buenos’
enunciados denotativos y también ‘buenos’ enunciados prescriptivos,
‘buenos’ enunciados valorativos... No consiste en una competencia
que se refiera a tal tipo de enunciados, por ejemplo cognitivos, con
exclusión de los otros. Permite al contrario ‘buenas’ actuaciones con
respecto a varios objetos del discurso: conocer, decidir, valorar, trans-
formar... De ahí resulta uno de sus rasgos principales: coincide con
una ‘formación’ amplia de las competencias, esa forma única encar-
nada en un asunto compuesto por los diversos tipos de competencia
que lo constituyen. (Lyotard, 1994, p. 77)

También podría citarse a Jerome Bruner en este contexto:

Hay dos modalidades de funcionamiento cognitivo, dos modalida-


des de pensamiento, y cada una de ellas brinda modos característicos
de ordenar la experiencia, de construir la realidad. Los intentos de
reducir una modalidad a la otra o de ignorar una a expensas de la
otra hacen perder inevitablemente la rica diversidad que encierra el
pensamiento. Además, esas dos maneras de conocer tienen principios
funcionales propios y sus propios criterios de corrección. Difieren fun-
damentalmente en sus procedimientos de verificación. Un buen relato
y un argumento bien construido son clases naturales diferentes. Los
dos pueden usarse como un medio para convencer a otro. Empero

81
Gabriel Restrepo Forero

aquello de lo que convencen es completamente diferente: los argu-


mentos convencen de su verdad, los relatos de su semejanza con la
vida. En uno la verificación se realiza mediante procedimientos que
permiten establecer una prueba formal y empírica. En el otro no se
establece la verdad sino la verosimilitud. Se ha afirmado que uno es
un perfeccionamiento o una abstracción del otro. Pero esto debe ser
falso o verdadero tan sólo en la manera menos esclarecedora. Fun-
cionan de modos diferentes y la estructura de un argumento lógico
bien formulado difiere fundamentalmente de la de un relato bien
construido. Cada uno de ellos, tal vez, es la especialización o transfor-
mación de una exposición simple, por la cual los enunciados de hecho
son convertidos en enunciados que implican una casualidad. Pero los
tipos de casualidad implícitos en las dos modalidades son patente-
mente distintos. La palabra luego funciona de un modo diferente en
la proposición lógica “ si x, luego y” y en la frase de un relato “El rey
murió, y luego murió la reina”. Con una se realiza una búsqueda de
verdades universales, con la otra de conexiones probablemente parti-
culares entre dos sucesos”. (Bruner, 1994)

Lo dicho de la relación entre el conocimiento racional o científico y el conoci-


miento contenido en la simbolización expresiva o la narrativa puede ser exten-
dido a las relaciones entre el primero y la simbolización moral y evaluativa, o
sea las éticas, las ideologías y las utopías, y a la simbolización constitutiva o, en
nuestros términos, filosófica o religiosa.

Reconocer la pluralidad y a la vez la singularidad de tales saberes significaría


integrar de mejor modo el conocimiento científico y la acción racional con lo
que Max Weber llamaba acción con arreglo a valores (religiosa, ética, ideoló-
gica, utópica, o en los términos de Parsons, constitutiva o moral evaluativa) y
con la acción afectiva (o télica, en el lenguaje de Parsons).

¿Podría formularse la hipótesis de que estas distinciones, como las del


pensamiento complejo y otras convergentes, apuntan en la dirección de un
paradigma pedagógico que situaría a la sabiduría —un concepto relacional y,
por tanto, complejo— como el punto de Arquímedes de su fundamentación?

A una sincronía entre distintos saberes y valores se la llamaría sabiduría


(wisdom, sagesse, weissheit). Como se sabe, no siempre la acción racional pro-
duce equilibrio de la acción: la guerra es un claro ejemplo, lo mismo que la des-
trucción del medio ambiente, pero ocurre lo mismo con situaciones sociales que
engendran sufrimiento colectivo (Merton se refiere a un potencial de sadismo

82
La crisis y el cambio en los paradigmas de la educación: una perspectiva a partir de Alain Touraine y otros
autores en el marco de la teoría dramática de la sociedad

social2 o desequilibrios individuales, como han mostrado Erich Fromm y otros


psicoanalistas3). Solo la difícil combinación de saber científico con otros saberes
(estéticos, expresivos, integradores, trascendentes) —esa combinación que se
llama sabiduría— puede producir una evolución que no signifique riesgo para
la vida, en cualquiera de sus formas.

Una comprensión más global e integral de los saberes se ajusta a la mayoría


de las corrientes filosóficas contemporáneas: a Nietzsche, por cierto, que señaló
la historicidad y por tanto la relatividad de todo sistema ético —incluido el
sacrosanto sistema ético de la ciencia— (Nietzche, 1964) (Vattimo, 1989); a Hei-
degger, que estimó que el hallazgo de sí mismo se produce por una pérdida
de familiaridad con el mundo (Heiddeger, 1993); a Jacques Derrida y a los
posmodernos, que encuentran fatua toda presunción de poder basada en fun-
damentos monológicos o en las verdades tradicionales como dios, progreso,
civilización, ciencia (Derrida, 1983; 1990); al pragmatismo de Richard Rorty que
halla en el saber literario y estético un sucedáneo a una razón ya descentrada
de su trono (Rorty, 1993); a Foucault, cuando se refiere a la parrehsia y a la psi-
cagogía (Foucault, 1983); a Habermas que, deudor de la utopía de la Ilustración,
postula una teoría de la acción comunicativa fundada en la re-significación de
los sistemas de poder económico y político emprendida desde una iluminación
y un deseo de emancipación provenientes de los mundos de la vida de Haber-
mas, y por supuesto, para tornar en la conclusión del ensayo al principio, con
la Escuela del Sujeto de Touraine y con su propuesta para hallar el equilibrio
entre la igualdad y la diferencia.

Y puesto que la ética y la estética están una y otra más cerca del afecto o del
amor, que de la razón instrumental, la gran pregunta del siglo XXI, la misma

2 “Las perspectivas de ‘los de adentro’ y ‘los de afuera’” pueden encontrarse en Merton (1977). El
tema del sadismo social figura a partir de la página 194.
3 Fromm, Erich ha sido quien más ha insistido sobre el malestar del individuo como causado
por una estructura social injusta o enferma. Ver, entre otros, los textos de Erich Fromm: Gran-
deur et Limites de la Pensé Freudienne (1980); La crise de la psychanalyse. Essais sur Freud, Marx et la
psychologie sociale (1971) La Revolución de la Esperanza. (1974); El arte de amar. ; Marx y su con-
cepto del Hombre. Manuscritos económico-filosóficos (1982); El arte de escuchar (1991).Ver también de
Alexander Lowen, los textos Narcicismo o la negación del yo. (1987). Los dos autores indican que
no siempre el psicoanálisis sirve para adaptar al individuo a la sociedad (una perspectiva que, de
paso, distancia la interpretación parsonsiana de Freud y de buena parte del psicoanálisis aplicado
en Estados Unidos, del psicoanálisis crítico), pues puede haber sociedades más enfermas que el
individuo. En tales casos lo que hace el psicoanálisis es procurar al individuo una intelección de sí
mismo y de la sociedad tal que pueda cambiar de modo más creativo lo que puede ser cambiado
en la sociedad o, como suele ocurrir, contribuir a que el individuo, al comprender lo inevitable,
no añada más infelicidad a la que ya de suyo infringe una sociedad enferma. Tal fue el caso de
Fromm ante la sociedad nazi.

83
Gabriel Restrepo Forero

que abordó Freud, es la de cómo conciliar el impulso romántico con el impulso


científico. Ese es el gran reto para la creación de un nuevo religare que apenas se
intuye en el mundo contemporáneo, pero cuya ideación es responsabilidad de
cualquier ciudadano del universo.

Se trataría de un religare que, por supuesto, no puede aspirar a fundarse ya


en un principio metafísico, ni en ninguna razón monológica, sino que tendría
que basarse en nociones inmanentes al ser social del hombre y en particular, a
una combinación sabia entre éticas racionales y abstractas de justicia y éticas
de la benevolencia o del cuidado. Y aun así, basarse en tales principios deberá
tomarse siempre con sentido experimental, nunca conclusivo, abierto en todo
momento a la crítica, a la razón comunicativa, a la negación o a la comprensión
de lo exceptivo, no considerando que la justicia sea equivalente o reductible al
derecho o la ley existentes, aunque estos no deban descartarse como un funda-
mento provisional de la acción responsable en el mundo.

La crisis de la educación es, también, la crisis de la sociedad post-capitalista,


una crisis en la que se ponen en juego la supervivencia de la especie y del
planeta. Su conjuración no depende de rutinas, sino de la elaboración y experi-
mentación de un nuevo paradigma, del cual el apenas esbozado sobre la sabi-
duría pueda ser un puntal.

Tal vez este u otros paradigmas pudieran servir a un renacimiento que debe-
ría concernir por igual a nuevas creencias religiosas (sobre todo aquellas que
valoren la inmanencia y la potencialidad del hombre/mujer y el respeto a la
naturaleza), a nuevas modalidades de la ética, la moral, la ideología, los ima-
ginarios (en particular centradas sobre los derechos humanos/femeninos en un
contexto de multiculturalismo), a nuevas creencias científicas (en especial las
que integren los saberes sobre la evolución del cosmos, de la vida, del cere-
bro y de la cultura), a nuevas creencias estéticas y expresivas (con énfasis en
una semiótica que permita la deconstrucción de la imagen en movimiento, y
pueda por tanto contribuir a equilibrar escritura e imagen). Pero ante todo, a
una nueva relación de estas creencias entre sí —eso que aquí se llama sabiduría
— y a una nueva educación que exalte la dignidad del hombre/mujer, sabiendo
que, empero, se trata de una especie que es, a la vez, sapiens/demens.

En cualquier perspectiva del futuro, no se trataría, por tanto, como quisieran


los románticos a toda costa, de abandonar el aliento racional de la cultura occi-
dental, presente por ejemplo en la ciencia, ni se trataría tampoco de obedecer al
ideal positivista, como si la ciencia por sí misma fuera una panacea a la solución
de todos los males del hombre. Lo que se requeriría sería una conciliación entre
estos dos impulsos que en algún momento de la historia humana se disociaron.

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La crisis y el cambio en los paradigmas de la educación: una perspectiva a partir de Alain Touraine y otros
autores en el marco de la teoría dramática de la sociedad

Referencias bibliográficas
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85
Gabriel Restrepo Forero

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Vattimo, G. (1989). El sujeto y la máscara. Nietszche y el problema de la liberación.


Barcelona: Península.

86
Umberto Eco: la teoría como ficción

Betty Osorio1

I construct Aristotelian Machines, that allow anyone to see with Words

El término novela posmoderna se usa para describir ciertos rasgos propios de


la literatura europea, norteamericana y de América Latina, que aparecen con
más fuerza después de la Segunda Guerra Mundial. Durante estas décadas, las
lógicas producto de la Revolución Industrial y del mundo burgués empiezan
a ser reemplazadas por nuevas preguntas agenciadas por el surgimiento de
sistemas de información muy poderosos y abiertos. Como respuesta a estas
transformaciones, la literatura produce narraciones experimentales y revitaliza
recursos como la fragmentación, la paradoja, la ironía, el narrador poco con-
fiable y la intertextualidad para desafiar las certezas y la autoridad del pensa-
miento moderno.

Las novelas de Umberto Eco, desde El nombre de la rosa (1980), Las aposti-
llas al nombre de la Rosa (1983), El Péndulo de Foucault (1988), La isla del día de
antes (1994), Baudolino (2000), La misteriosa llama de la Reina Loana (2004) y El
cementerio de Praga (2010), construyen “máquinas aristotélicas” que eviden-
cian su condición de textos de ficción. Siempre hay un manuscrito perdido,
un libro apócrifo, un dato que impide completar el mosaico narrativo. Todos
estos recursos desplazan constantemente la figura del autor hasta difuminarla
en un origen imposible de comprobar. Por ejemplo, en El péndulo de Foucault, el

1 Profesora de la Universidad de los Andes. PhD. Literatura Española e Iberoamericana, Univer-


sity of Illinois.
Betty Osorio

autor es un computador llamado Abulafia en honor a un cabalista árabe. Abu-


lafia combina infinitos datos y produce una red de narraciones que configu-
ran la historia europea, desde los caballeros templarios hasta los años ochenta,
como un laberinto rizomático, es decir sin centro. Igualmente en todas ellas se
borra la frontera entre el pensamiento teórico y el creativo, mostrando cómo
la imaginación puede ir más lejos que el análisis racional para hacer visible las
encrucijadas de la historia de las ideas, como ocurre cuando en El nombre de la
rosa la filosofía medieval se incorpora en la arquitectura: abadía, el pórtico de
la iglesia, escritorium y la biblioteca son documentos para ser leidos. Aspectos
simbólicos heredados de los clásicos se anudan a teorías y propuestas filosó-
ficas como las de Jacques Derrida (1930-2004), Ludwing Wittgenstein (1915-
1980), Michel Foucault (1926-1984), Jacques Lacan (1901-1981), Gilles Deleuze
(1925-1995), Felix Guattari (1930-1992) y Roland Barthes (1915-1980).

Eco deja al descubierto que sus novelas son documentos que lectores paranoi-
cos hacen crecer. Esta estrategia le permite borrar la diferencia entre narrador
y lector para dislocar la pretensión de realidad y subrayar la voracidad del acto
de lectura que, a su vez, tiene su origen en el acto de relatar historias que inter-
pretan la experiencia humana de estar y ser en el mundo. La intertextualidad es
otro recurso usado con frecuencia para desautorizar la pretendida originalidad
y autenticidad de un texto, uno de los fetiches de la sociedad capitalista. Eco
inventa, copia, da pistas falsas, coloca en el mundo medieval ideas, citas de
textos contemporáneos y cubre ideas de otras tradiciones como la cábala o el
pensamiento hermético con chistes. Juega al gato y al ratón con sus lectores y,
cuando parece más erudito y serio, se burla de los académicos, como cuando
inventa bibliografías o coloca una cita de una tira cómica en la voz de un monje
medieval, como el mismo autor lo revela en Las apostillas: “¿Cómo decir ‘era una
hermosa mañana de finales de noviembre’ sin sentirse Snoopy? Pero, ¿Y si se lo
hubiera hecho decir a Snoopy2?” (Eco, 1992a, p. 639).

Sus novelas son monumentales y muestran el extenso recorrido intelectual


del autor, desde La estética de Aquino, su tesis de doctorado, la semiótica, los
análisis de historia del arte, su reflexión sobre la ciencia del siglo XX y su tra-
bajo sobre la cultura de masas, así como su conocido estudio sobre la película
Casa Blanca, cuyo bar copia en El péndulo de Foucault y su afición por el perso-
naje cinematográfico James Bond que le mereció en Suecia el apodo de “ban-
didólo” (Porta Ludovica). Si de una biblioteca del futuro desaparecieran todos
los libros y por un accidente quedaran únicamente los de Eco, un investigador
de la cultura podría hacer una reconstrucción bastante detallada de cómo se

2 Creado por Charles Schulz, es uno de los personajes principales de la tira cómica Peanuts cono-
cida en castellano como “Carlitos” o “Charlie Brown y Snoopy”.

88
Umberto Eco: la teoría como ficción

fue forjando la malla del pensamiento que produce los rasgos, las lenguas y
las ideologías que son la impronta en continua transformación de sociedades
como la francesa y la italiana que aparecen imbricadas en sus ficciones. Sus
novelas son cosmos que permiten recorridos en diferentes direcciones, a partir
de los cuales el lector no solamente recibe información, sino que experimenta
los paradigmas característicos de un momento histórico. Para comprender esta
afirmación voy a invitarlos a pasear por una abadía medieval italiana durante
noviembre de 1327, cuando está comenzando la estación invernal. “Era una
hermosa mañana de noviembre…” (Eco, 1992b, p. 29)

El nombre de la rosa (1980) tiene un libro compañero, Las apostillas al nombre de


la Rosa (Eco, 1992), publicada originalmente en 1993. Allí Eco da pistas sobre
diferentes aspectos que fueron enlazándose hasta formar la trama, dotar de
vida a los personajes o en sus propias palabras “amoblar el texto”. En la por-
tada de este texto que, en las ediciones posteriores aparece integrado a la misma
novela, Eco se muestra disfrazado como un franciscano un poco glotón y bur-
lón. Por ejemplo, nos dice que escribió la novela porque quería envenenar a un
monje y de ese arranque irracional se va nutriendo la historia. Monje y veneno
hacen parte de la red semántica de la novela. También nos dice que su imagi-
nario era el Medioevo porque, de tanto estudiarlo, lo había interiorizado hasta
el punto de mirar una hoguera como lo haría un monje medieval. Las apostillas
dialogan con el texto narrativo de una manera abierta y coloquial, como si el
autor entrara en una galería de espejos donde existen múltiples reflexiones que
distorsionan la posibilidad de un centro o de un yo unificado, pero también
como si estuviera charlando con nosotros en un café parisino o de Milán.

El prólogo no es una introducción a la parte narrativa, es un juego de des-


plazamiento, un ejercicio que pospone y adelgaza la figura prepotente del
autor de la sociedad de mercado. Es “naturalmente” un manuscrito perdido,
vuelto a recuperar, pensado en alemán medieval, al latín, traducido al fran-
cés, al italiano, al inglés y al español. La amalgama lingüística recuerda el
Finnnegan‘s Wake (1939) de James Joyce, una de las obras favoritas de Eco y
a la cual ha dedicado varios artículos y el conocido libro Las poéticas de Joyce
(1965). Al final de todas estas operaciones semánticas, traducciones y posibles
traiciones, nos encontramos con el narrador Adso de Melk, un benedictino ale-
mán de una edad avanzada, que va a narrar unos extraños acontecimientos
ocurridos durante su juventud, cuando acompañaba a su mentor franciscano
a visitar una abadía del norte de Italia. En el segundo prólogo, Adso se pre-
senta como un monje que, a pesar de la experiencia que va a narrar, sigue
conectado con las matrices de pensamiento características del monacato cris-
tiano y que cuenta sin comprender totalmente los acontecimientos en los que
se vio envuelto (Eco, 1992a).

89
Betty Osorio

Lo anterior implica que el lector tendrá que situarse en el mismo horizonte


de conocimiento que tiene Adso. Un lector más erudito sería un medievalista
consumado que se regodea en descubrir las fuentes usadas por el autor. El lec-
tor interesado en teoría literaria descubrirá ideas familiares sobre la producción
y el control de conocimientos, donde Jacques Derrida y Michel Foucault son
invitados frecuentes. Como ocurre con el debate sobre la pobreza de Cristo. Eco
desmantela la cronología como una ficción capaz de dar cuenta de los proce-
sos históricos. Eco, con estas estrategias, desenmascara la cronología como un
espejismo que convierte en línea algo que se parece más a una red en múltiples
dimensiones.

Igualmente ocurre con la arquitectura. La abadía, y en especial la biblioteca,


no solo son edificaciones, son también un texto con muchas capas de signifi-
cación. Según Teresa Colletti (1988), el cerebro es la biblioteca y el refectorio y
la cocina son el cuerpo. Las ventanas, las torres, los pórticos de la iglesia, los
pasadizos responden a símbolos e imaginarios provenientes, tanto del mundo
greco-romano como del cristianismo primitivo. Por ejemplo, las formas geomé-
tricas trascendentes, herencia del neoplatonismo, adquieren sentido alegórico,
como en el siguiente pasaje: “Se trataba de una construcción octogonal que de
lejos parecía un tetrágono (figura perfectísima que expresa la solidez e invulne-
rabilidad de la Ciudad de Dios)” (Eco, 1992b, p. 29).

Este ejercicio de interpretación recoge una tradición platónica sobre los arque-
tipos, y de los pitagóricos sobre las cualidades mágicas de los números transmi-
tida al occidente cristiano por el tratado de arquitectura del arquitecto de Julio
Cesar Marco Vitrubio, y mantenida en secreto por los cabalistas. Este manual se
reeditó en Roma en 1486. La biblioteca, a su vez, es un mapa del mudo comen-
tado por versos de La Apocalipsis de San Juan conocido también como Libro de
la revelación, es un libro profético que contiene un simbolismo muy denso. El
espacio se convierte en texto, en voz, su lectura presupone una mente capaz
de leer el mundo como símbolo, como alegoría, no como un objeto externo a la
estructura que le da sentido. Las descripciones de los espacios arquitectónicos
aluden a la mente de Jorge de Burgos, un homenaje a Jorge Luis Borges, pero a
su vez producen la síntesis de la cultura de abadía que durante siglos dominó
el entorno intelectual europeo. La abadía y su biblioteca contienen ecos de las
tradiciones grecoromanas como por ejemplo la estética de la proporción, pero
igualmente están asociadas a las profecías del año mil sobre el fin del mundo,
el anticristo y el maligno.

En el siglo XIV, donde se sitúan los acontecimientos narrados, la concepción


sobre el saber y sus mecanismos de producción y transmisión se está transfor-
mando profundamente debido al surgimiento de nuevos factores. Entre ellos se

90
Umberto Eco: la teoría como ficción

encuentran el surgimiento de las ciudades con sus universidades, la aparición


de clases urbanas como los artesanos y los comerciantes y la desintegración del
latín en lenguas romances directamente conectadas con la matriz histórica de
la que surgen. En estas lenguas se expresan los campesinos desplazados, como
Salvattore, que habla retazos de lenguas y que es movido por impulsos instin-
tivos como el hambre y la sexualidad.

La reconstrucción de un tejido cultural tan complejo y contradictorio lleva


a Eco a concluir que la orden de San Francisco, sus formas abiertas de predi-
cación, la figura carnavalesca de San Francisco de Asis y su meta de incluir al
rebaño de Cristo a los miembros de la periferia de las sociedades europeas.
Este mosaico permite reconstruir un amplio espectro de las condiciones que
se vivían en Europa durante los siglos XIII y XIV. Muchos de los franciscanos
fueron quemados por herejes, como un mecanismo para reprimir y controlar
una forma de catolicismo más acorde con los fenómenos sociales que emergen
debido al colapso del sistema feudal y su equivalente religioso el monacato
cristiano. La orden franciscana abre un espacio para los excluidos y propone
una crítica al enorme poder económico y político del papado, hasta el punto de
casi producir un cisma doscientos años antes de la Reforma protestante.

Guillermo de Baskerville es un franciscano inglés, educado en Oxford, segui-


dor de las ideas del teólogo Roger Bacon (1214-1294), y dotado de la inteligen-
cia de William de Occam (Hockham) (1288-1348) (muerto durante una epidemia
de plaga). Según Eco en Las apostillas, Baskerville podría haberse llamado Occam,
pero a Eco este filósofo le parecía muy pedante. Sin embargo su manera de analizar
los asesinatos corresponde al principio conocido como “la cuchilla de Occam” que
recomienda explicar un fenómeno inesperado usando el mínimo posible de causas.

Guillermo posee la mente de un pensador contemporáneo, capaz de leer la


cultura como un texto (Estudios culturales), y de comprender el enorme aporte
de los pensadores árabes al pensamiento filosófico, y al desarrollo científico
europeo. Guillermo sabe de física, de astronomía, de botánica y de óptica, usa
anteojos fabricados por él mismo. Estos conocimientos le permiten ir descu-
briendo la red de sucesos detrás de los crimines de la abadía. La estructura de
la trama obliga a que se comporte como un detective, capaz de encontrar a un
culpable y de devolverle la tranquilidad y el sosiego a los monjes o, al menos,
eso parecen indicar los observatorios y las pesquisas que lleva a cabo en los
lugares donde se han encontrado los cuerpos de los monjes asesinados y la
observación de sus sitios de trabajo. En este sentido se asemeja al personaje
Sherlock Holmes, creado en 1887 por Sir Arthur Conan Doyle. Estas estrategias
producen datos sobre sus búsquedas intelectuales de los monjes que trabajan
en el escritorium.

91
Betty Osorio

Cinco monjes han sido asesinados en circunstancias que, al principio, parecen


no estar conectadas, pero que la inteligencia de Guillermo descubre que forman
una secuencia, por supuesto, con la biblioteca, pero también, o sorpresa, con
la cocina donde se preparan los suculentos manjares que los glotones monjes,
especialmente el abad, consumen a diario.

Los primeros asesinados son monjes que están trabajando textos paganos
relacionados con el tema de la transformación. Adelmo de Otranto está ilu-
minando las márgenes de un manuscrito con imágenes de un mundo grotesco
que provocan la risa de Guillermo, pero a un nivel más profundo son indicios
de la fractura del mundo benedictino. Venancio, el segundo asesinado, está
copiando El Asno de oro de Lucio Apuleyo, uno de los escritores romanos más
importantes del siglo II, en el que ocurre una transformación entre hombre y
animal, además este monje es versado en griego.

El abad, como los otros monjes, incluyendo un franciscano fanático, llamado


Ubertino de Cassale, quieren interpretar los violentos hechos como producto
de la presencia del Maligno y así darle a los asesinatos un sentido teológico
en la cual La Apocalipsis de San Juan es el texto que guía la interpretación. Pero
rumores y palabras de confesión indican que los muertos han conversado un
poco antes de morir con Berengerario, el ayudante del bibliotecario alemán lla-
mado Malaquías. Bibliotecario, biblioteca, libros paganos, apuntan a un sis-
tema de censura autoritario y totalmente vertical que pone freno a la “pasión”
por el conocimiento que mueve a estos monjes, capaces de pasar muchas horas
dedicados a traducir al latín textos griegos y copiar manuscritos antiguos que,
a través del mundo árabe, han llegado hasta la biblioteca, una de las más ricas
de la cristiandad. Los monjes, de acuerdo con la regla benedictina expuesta
por Adso al comienzo, debían ser herramientas de transcripción, artesanos de
la escritura y de la pintura. El contenido de las obras que están trabajando, no
debía alterar sus convicciones. Son “amanuenses” de Dios, no son productores
de conocimiento.

Berengario, un monje obsesionado por pasiones homosexuales prohibidas,


es contagiado por la curiosidad, muere porque quiere comprender cuál es la
intensa pasión de las primeras víctimas que han intercambiado favores sexua-
les por la posibilidad de acceder a un libro prohibido. Las manchas negras en
su lengua y en sus dedos ofrecen a Guillermo y a Severino, el herbolario, un
indicio sobre la posible causa de los asesinatos.

Adso es un adolescente que está descubriendo las pulsiones eróticas de su


cuerpo joven. Ubertino de Cassale, que nota la inquietud del monje, trata de
apartarlo del pecado mostrándole una imagen de la Virgen María. Trata de

92
Umberto Eco: la teoría como ficción

enseñarle, sin ningún éxito, que el cuerpo concreto de la Virgen María, la única
imagen femenina permitida en el convento, trasciende lo mezquino y corrupto,
asociado con el cuerpo de la mujer, y que un monje debe interpretar este cuerpo
desde la teología.

Las enseñanzas del franciscano dejan todavía más inquieto a Adso, quien se
atreve a desobedecer a su preceptor y esa noche se interna solo en la biblioteca,
donde descubre un libro sobre la meretriz de Babilonia, un símbolo femenino
que representa la mujer como síntesis de lo perverso y abyecto. Adso huye
desubicado debido a las resinas que Jorge quema para asustar a los monjes y,
en este despavorido recorrido, se encuentra con una campesina que lleva un
envoltorio extraño.

El encuentro en el piso de la cocina es uno de los centros semánticos más


poderosos de la novela. La muchacha, de la cual no se conoce ni el nombre, es
uno de los miembros de la periferia que trata de sobrevivir intercambiando su
cuerpo por comida que le suministra el cirillero Remigio a través de su ayu-
dante Salvatore. Adso y la muchacha son impulsados instintivamente el uno
hacia el otro, y en una escena adánica, Adso descubre que esa muchachita, tan
temida, es un ser que ha deseado desde siempre.

Mientras hacen el amor, Adso recita el Cantar de los cantares. Eco usa dos
versiones, la de Adam de Saint Victor y la de Gilbert of Hoyts. Este texto,
según la patrística, es totalmente teológico, pero para Adso es el único lenguaje
disponible para hablar del cuerpo de la muchacha. En una tensión derriana,
Adso no puede comprender que las mismas palabras puedan designar referentes
tan distantes. El contacto de los cuerpos logra socavar las barreras lingüísticas y
de poder que separan a los amantes: ella es un miembro de los desplazados, el
muchacho es un novicio benedictino. Adso, viejo, escribe la novela impulsado
por la fuerza de este momento y, a pesar de que ya se encuentra en la etapa
final de su vida, usa las mismas palabras que utilizó en el piso de la cocina para
rememorar la escena.

Y me besó con los besos de su boca, y sus amores fueron más deli-
ciosos que el vino, y delicias para el olfato eran sus perfumes, y era
hermoso su cuello entre las perlas y sus mejillas entre los pendientes,
qué hermosa eres amada mía, qué hermosa eres, tus ojos son palomas
(decía). (Eco, 1992b, p. 301)

La permanencia de este lenguaje profundamente ligado al erotismo, parece


reclamar la presencia del cuerpo en la escritura. Por eso Eco dice que la escena
la escribió de un tirón, como si la estuviera viviendo. “Después comprendí que

93
Betty Osorio

estaba tratando de seguir con los dedos el ritmo de la escena, de modo que no
podía detenerme para escoger una cita” (Eco, 1992b, p. 650).

Después del acto amoroso, y de la desaparición de la muchacha, Adso le con-


fía a su maestro la experiencia, teme que haya sido objeto de una trampa demo-
níaca. La respuesta tranquilizante de Guillermo explica que trata de una pobre
campesina que se prostituye para darle de comer a sus hermanitos. El extraño
envoltorio es un corazón de vaca que había conseguido con el trato indecente
con los monjes.

A pesar de su inocencia, ella se convierte en el chivo expiatorio. Bernardo


Gui, uno de los inquisidores más famosos de la historia de Francia, la condena
como bruja. Ella es la prueba de que la herejía ha penetrado las altas paredes de
la abadía. Adso no puede defender a su primer y único amor, pues Guillermo le
dice “Ella es carne de hoguera”. Toda la referencia a la inquisición y su sistema
de vigilancia y de interrogación señala que los imaginarios de la bruja y del
demonio, provenientes de legados paganos grecorromanos y campesinos, fue-
ron constituidos, como lo ha propuesto Marvin Harris, en una estrategia polí-
tica de control, que desvía la atención de los pobres hacia símbolos ajenos a
la tradición judeo cristiana para evitar así que el hambre y la miseria logren
consolidar movimientos sociales poderosos, capaces de escindir la unidad del
cristianismo, como ocurriría con la Reforma protestante dos siglos después.

Malaquías es el bibliotecario alemán que, por razones poco conocidas, llega


a este cargo destinado a los italianos. Jorge de Burgos es un monje español
que maneja todo los tinglados de la biblioteca, no es el bibliotecario, pero con-
trola totalmente a Malaquías. Él como Venancio y Adelmo, está poseído por
el amor a los libros. Su situación privilegiada se debe a que ha traído de Bur-
gos una colección muy valiosa de Apocalipsis. Jorge es un seguidor de las ideas
de Platón. Los arquetipos divinos son para contemplarlos, no para someterlos
al análisis vulgar de la razón. Este es el formidable adversario de Guilllermo
de Baskerville. Sin haberse encontrado sino unas pocas veces, Guillermo ha
entrado en la trampa que ha tendido el fanático monje español.

Malaquías mata a Severino por celos de “su amado Berengario”, y luego


muere al desobedecer la prohibición de Jorge de no tocar el libro prohibido.
Pero de ¿Cuál libro se trata? ¿Quién es su autor? La respuesta involucra la dis-
cusión sobre la pobreza, la herejía como producto del hambre y de las guerras,
y los procesos de inversión que liberan la risa y que permiten la crítica.

Santo Tomás de Aquino en su Summa teológica logró integrar el pensamiento


lógico de Aristóteles con la tradición patrística, Jorge lo odia por ello. El amor

94
Umberto Eco: la teoría como ficción

por los libros le ha impedido destruir uno de los manuscritos más valiosos que
encierra la biblioteca, el libro segundo de la Poética de Aristóteles, relacionado
con el tema del humor, del carnaval y de la comedia. La cultura popular, iden-
tificada con la herejía, adquiriría reconocimiento y valor artístico y filosófico,
inversión que para este monje fanático sería una cachetada en los dogmas del
catolicismo.

El nudo que tiene la clave de los acontecimientos es un libro que nunca exis-
tió, y que fue reconstruido y publicado por un académico inglés, casi al tiempo
que la novela de Eco, Richard Janki (Aristotle on comedy: Towards the reconstruc-
tion of poetics II, 1984; y Walter Watson The lost second book of Aristotle, 2012). La
novela gira alrededor de un centro vacío. La explicación que da Jorge de su
gran odio por el libro y lo que representa, se expresa de la siguiente manera:
“cada libro escrito por ese hombre ha destruido una parte del saber que la cris-
tiandad había acumulado a lo largo de los siglos” (Eco, 1992b, p. 572).

El libro ha envenenado a los monjes. A medida que pasan sus hojas, se untan
los dedos con arsénico que luego pasa a sus lenguas cuando usan la saliva para
despegar sus páginas, aún pegajosas del veneno preparado por Jorge de Burgos.

Estas son las páginas más intensas de la novela. Guillermo de Baskerville es el


representante de un sistema abierto de conocimiento, en el cual, los ciudadanos
de la periferia puedan acceder a los legados culturales. Jorge defiende a muerte
el conocimiento como un bien que debe ser administrado por unos pocos que
actuarían como guardianes de la cultura. Se enfrentan dos paradigmas sobre la
producción y circulación del conocimiento, que hasta hoy sigue disputándose
la arena del poder. La escena se nutre de las ideas de Foucault que, en Vigilar y
castigar (1975), estudia los sistemas de control, las tecnologías que de diferentes
maneras determinan los juegos del poder: el suplicio es una herramienta al
servicio del discurso de la verdad. Tal es el caso de la tortura de Dulcino y del
fraticcelli Michele, que Adso no puede comprender. De esta manera la muerte
de la muchacha en la hoguera dialoga con las escenas de tortura de Salvatore y
el interrogatorio de Remigio.

Mientras discuten, Jorge con “sus manos descarnadas y traslucidas” rasga el


libro que va engullendo despaciosamente. Jorge se transforma en una figura
monstruosa que recuerda las vistas por Adso en el portico de la iglesia abacial.

Cuando llegamos a su lado, ya estaba otra vez en pie, y, al percibir


nuestra presencia, nos hizo frente al tiempo que retrocedía. La roja cla-
ridad de la lámpara iluminó su rostro ya horrible: las facciones defor-
madas, la frente y las mejillas surcadas por un sudor maligno; los ojos,

95
Betty Osorio

normalmente de una blancura mortal, estaban inyectados de sangre, de


la boca salían jirones de pergamino, como una bestia salvaje atragan-
tada de comida. Desfigurado por la angustia, por el acoso del veneno
que ya serpenteaba abundante por sus venas, por su desesperada y
diabólica decisión, el otrora venerable rostro del anciano se veía repul-
sivo y grotesco: en otras circunstancias hubiese podido dar risa, pero
también nosotros nos habíamos convertido en una especie de animales
como perros lanzados en pos de su presa. (Eco, 1992b, p. 585)

En un gesto de defensa hace caer la antorcha que Adso lleva. La biblioteca se


incendia y las llamas devoran los viejos manuscritos. La abadía ardió y de su
gran riqueza solo quedan fragmentos de manuscritos que Adso, en una visita
hecha muchas décadas después recoge como prueba de su historia.

Guillermo se despide de su pupilo y se pierde en los laberintos de la historia.


La historia de detectives no descubrió a un asesino, ni le devolvió la tranquili-
dad a la abadía. El final Tolle lege parece decir que los paradigmas culturales se
construyen colectivamente, que los nombres ponen en circulación ideas, pero
solo son puntos de referencia en el enorme mar de la historia humana. Por eso
la novela termina con Adso, cansado de escribir, y con sus dedos entumecidos.

Hace frío en el escriptorium, me duele el pulgar. Dejo este texto, no


sé para quién, este texto, que ya no sé de qué habla: stat rosa prístina
nomine, nomina nuda tenemus La rosa de ayer permanece en su nombre,
tenemos nombres vacíos. (Eco, 1992b, p. 607)

Esta es la última línea del primer libro de Bernardo de Cluny (monje bene-
dictino del siglo XII) De contemptu mundi, que enfatiza la condición pasajera
de la existencia humana y de sus instituciones. La historia acaba con el cese
de la escritura y con la presencia irrevocable del cuerpo del anciano Adso, y el
cansancio del lector, que como Jorge de Burgos ha devorado más de seiscientas
páginas, con mucho latín y citas de múltiples escritos de todas las épocas y de
autores tan disimiles como Aristóteles, los manuales inquisitoriales y la novela
de detectives a lo Sherlock Holmes.

Apuntes sobre la trayectoria profesional de Umberto Eco


• Eco es considerado también un bondiólogo, expresión creada en Escan-
dinavia para designar al experto en James Bond. Es, en efecto, un desta-
cado estudioso del agente secreto 007, el famoso personaje creado por Ian
Fleming. Sobre Bond ha escrito Il Caso Bond (The Bond Affair) (1966), con
Oreste Del Buono.

96
Umberto Eco: la teoría como ficción

• Ha sido nombrado Duque de la Isla del Día de Antes por el Rey Xavier I
de Redonda, al recibir el VIII Premio Reino de Redonda en 2008.

• En 1961 el artista Piero Manzoni firma 71 esculturas vivientes, entre ellas,


Umberto Eco.

• El personaje de Bobo del dibujante italiano Sergio Staino se asemeja a


Umberto Eco.

• Le interesa Sherlock Holmes y participó en el libro que trata sobre la téc-


nica deductiva del detective, el signo de los tres: Dupin, Holmes, Peirce.
Además encontramos diversas referencias a Arthur Conan Doyle y sus
personajes en muchas de sus novelas, principalmente en El nombre de la
rosa.

• Fanático ferviente de Atlanta. Viajó desde Bologna para ver el olvidable 4


a 1 frente a Ferro, con el cual descendieron a la C en 1977.

• En 1969 escribió el prólogo a Mafalda, la contestataria, la edición de Bom-


piani (Milán) de la célebre historieta de Quino.

• Es también un admirador confeso de Jorge Luis Borges, sobre el que ha


escrito varios textos, y quien inspiró, inclusive, al personaje de Jorge de
Burgos, de El nombre de la rosa.

• Es fan de la gastronomía polaca.

• Inestimable defensor del cómic, se declara ferviente admirador de todo


lo relacionado con la cultura popular, como los propios cómics ya men-
cionados, la televisión, la música popular, las novelas detectivescas y el
cine.

97
Betty Osorio

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99
Capitalismo y subjetividad:
contribuciones de Mijaíl Bajtín a la
política menor y del acontecimiento

Juan Carlos Amador Baquiro1

Introducción
Durante las últimas dos décadas la política contemporánea se ha cons-
tituido en un objeto de investigación que ha incorporado nuevos marcos de
comprensión, los cuales han contribuido significativamente a la lectura de su
complejidad y mutabilidad. Una de estas nuevas variables es la producción
de subjetividad, fenómeno que no solo se inscribe en los debates modernos
sobre sujetos, identidades y clases sociales. Particularmente, las perspectivas
posestructuralistas (Deleuze & Guattari, 2008; Lazzarato, 2006) han mostrado
que la consolidación del capitalismo a finales del siglo XX e inicios del siglo
XXI está asociada con la fabricación de subjetividades no solo por la vía de la
sujeción social (tema ampliamente desarrollado por Foucault desde la década
del setenta) sino a través de un sometimiento maquínico, el cual involucra sig-
nos, flujos y técnicas que, mediante el régimen del significante, pueden llegar a
provocar formas de desubjetivización.

Estas condiciones que, si bien pueden estar relacionadas con el desarrollo de la


globalización y la implementación de políticas neoliberales en la historia reciente,
ya no pueden ser explicadas únicamente a partir de categorías como la lucha de

1 Director del Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano de la Universidad Distrital
Francisco José de Caldas (IPAZUD).
Juan Carlos Amador Baquiro

clases, la existencia de un bloque hegemónico o la reproducción de las formas de


dominación. Según Lazzarato (2007), los marcos explicativos centrados en el pro-
blema de la explotación y la sujeción son insuficientes para analizar la emergencia
de un régimen maquínico que ya no opera por la vía de la alienación del sujeto.
Justamente su fuerza está en la implementación del asignificado y un posiciona-
miento del signo que se despliega mediante las imágenes, la publicidad, el mer-
cadeo y los lenguajes informáticos. Su resultado no es producir representaciones
colectivas para favorecer determinados proyectos políticos, sino modular mentes
y cuerpos, esto es agenciar la deshumanización de las sociedades.

Lazzarato (2007) considera que no hay fórmulas para darle salida al pro-
blema, pues se trata de una fabricación de subjetividad en la que el sujeto es
adyacente a la máquina. Ya no hay distinciones entre sujeto-objeto, palabras-
cosas, individual-colectivo. El significante domina el orden social y se consti-
tuye en un vector de subjetivación que no solo empobrece materialmente sino
que sostiene la servidumbre. No obstante, considera que existen en el mundo
experiencias colectivas que están ensayando nuevos modos de vida. Se trata
de una suerte de inversión del dispositivo maquínico para convertirlo en un
agenciamiento que posibilita nuevas formas de enunciación y efectuación. En
consecuencia, las luchas políticas también son, según el filósofo italiano, luchas
semióticas, epistémicas y narrativas.

Este planteamiento ha sido definido por Lazzarato (2006) como Política menor.
Se trata de un énfasis en lo molar y lo molecular de la acción política. Basados
en la idea de multitud de Negri y Hardt (2004), este tipo de política (micropolí-
tica) es un modo de agenciamiento que no pretende totalizar o constituirse en la
gran política, al estilo de los partidos, los sindicatos y los grandes movimientos
de inspiración socialista. En suma, lo menor y lo micropolítico, apoyados en la
idea de la mónada, configuran formas de poder local y minoritario que entre-
cruzan ideas, sensibilidades y proyectos, alrededor de la diferencia y lo común.

Al parecer, existe en este modo de acción política una suerte de mediación semió-
tica, epistémica y narrativa que posibilita la construcción de un nosotros distinto.
A este proceso Lazzarato (2006) le llama acontecimiento, una forma de experien-
cia individual y social que engendra subjetividades, las cuales se introducen en
el régimen maquínico y pueden convertirse en una especie de virus. Asimismo,
pueden emerger subjetividades que se desprenden de dicho régimen, cuyas luchas
se caracterizan por el despliegue de agenciamientos de expresión y efectuación
distintos, quizás bajo repertorios semióticos, epistémicos y narrativos divergentes.

La base para interpretar esta política del acontecimiento es el pensamiento


de Mijaíl Bajtín, un intelectual ruso dedicado al estudio del lenguaje, la crítica

102
Capitalismo y subjetividad: contribuciones de Mijaíl Bajtín a la política menor y del acontecimiento

literaria y la ética, quien vivió en tiempos de Stalin. Mientras que en Europa


occidental y Estados Unidos el estructuralismo ratificaba la relación arbitraria
entre significado y significante como un modo de asumir la realidad del len-
guaje, pero también del orden social, los sistemas políticos y la cultura, Bajtín
(1997) indicaba que el significado era una producción social que surgía de pun-
tos de vista divergentes así como de la polifonía de voces y el plurilingüismo.
Estos elementos son, entre otros, retomados por Lazzarato para formular su
idea de política menor y del acontecimiento.

En lo que sigue del texto se presentarán cuatro grandes apartados. En el


primero se hará un análisis de la consolidación del capitalismo a finales del
siglo XX e inicios del siglo XXI, haciendo énfasis en sus variables discursivas y
semióticas, de modo que estas faciliten la comprensión de los términos sujeción
social y sometimiento maquínico, planteados por Lazzarato (2007) como expre-
siones contundentes del mundo contemporáneo. En el segundo se analizarán
algunas tradiciones intelectuales del estructuralismo y el posestructuralismo
con el fin de identificar cómo la articulación entre capitalismo y subjetividad ha
transitado de la mediación discursiva a la adherencia semiótica. En el tercero
se abordarán los aspectos centrales de la propuesta de Lazzarato sobre política
menor y del acontecimiento. Finalmente, se expondrán algunos planteamientos
éticos de M. Bajtín con el fin de explicitar sus contribuciones a la política del
acontecimiento.

Capitalismo y subjetividad: de la sujeción social al


sometimiento maquínico
Desde el siglo XVIII, el capitalismo se apoyó en dos procesos fundamenta-
les para su consolidación progresiva. En primer lugar, tal como lo mencionan
Horkheimer y Adorno (2009), la razón instrumental se constituyó en el prin-
cipal mecanismo para la explotación de la naturaleza, así como el mediador
fundamental para constituir la ideología de la ilustración en un saber-lenguaje,
al estilo del punto cero planteado tempranamente por Descartes. En este proceso
de cosificación de lo natural y lo social tanto el lenguaje como la ciencia consti-
tuyen una dupla estratégica de cara a ideales como el progreso y la civilización
de las sociedades.

El proceso de acumulación capitalista en los siglos XIX y XX, además de


tener en el liberalismo económico una doctrina funcional a su consolidación,
dada la importancia que para la riqueza de las naciones tenía la competen-
cia, el egoísmo y la ley de la oferta y demanda (Smith, 2011), acudió a la cien-
cia moderna como un dispositivo de saber que legitimaba la explotación de la
naturaleza en coherencia con la conquista del progreso. Esto significa que el

103
Juan Carlos Amador Baquiro

conocimiento producido, desde las nacientes disciplinas naturales y sociales, se


constituyó en un mecanismo útil para justificar la devastación de los territorios
tanto en el centro (Europa y Estados Unidos) como en la periferia (colonias y
sociedades atrasadas).

El darwinismo social ejemplifica este fenómeno. Como teoría social planteó


que las premisas de la selección natural de Darwin aplicaban al conjunto de las
instituciones sociales. Siguiendo la idea que el más apto es el que sobrevive,
Spencer se centró en demostrar que la competencia humana era necesaria, y
que operaba con arreglo al origen racial, nacional y de clase de los individuos
que conforman las sociedades. A partir de estas afirmaciones, apoyados en la
biología, la física social, la economía y la sociología, se desplegaron saberes
científicos orientados a la depuración o mejora de la especie humana, tal como
se hizo con la eugenesia.

El principio rector de la relación entre saber y poder era el progreso biológico


y social, el cual justificaba no solo la devastación natural sino la social, tal como
explicó Marx (2004) al sugerir la existencia de una suerte de metabolismo entre
lo humano y la naturaleza. En consecuencia, no solo se trata de una explotación
de la tierra apropiada y privatizada por un individuo o grupo, proceso que
incluye sus propiedades intrínsecas, sino la enajenación de una energía natural
y social que se objetiva en mercancía.

Más adelante, con la consolidación del capitalismo industrial y financiero,


tras la radicalización del modelo fordista y la división internacional del trabajo,
la explotación de la sociedad y de la naturaleza fue tramitada a través de nue-
vos conocimientos procedentes de la ciencia y la tecnología. Existen abundan-
tes ejemplos en la revolución de la electricidad desplegada en Estados Unidos
en sus primeras tres décadas del siglo XX. Sin embargo, uno de los más llama-
tivos fue la Revolución Verde, implementada en Estados Unidos y otros países
del mundo entre 1940 y 1970.

Estos antecedentes configuraron la plataforma desde donde se construyó


el ideal del desarrollo en el mundo occidental y occidentalizado. Además de
la explotación natural y social, como simbiosis social según Marx (2004), este
fenómeno muestra dos nuevas tendencias sobre los problemas sociales y polí-
ticos en la segunda mitad del siglo XX: la superproducción como expresión del
sistema mundo capitalista; y la legitimación mundial de la noción de desarrollo
y sus dicotomías (desarrollo-subdesarrollo, primer mundo-tercer mundo).

Sobre la superproducción, Wallerstein (1979) muestra cómo, alrededor de la


red de relaciones que constituyó el sistema mundo capitalista, a lo largo de

104
Capitalismo y subjetividad: contribuciones de Mijaíl Bajtín a la política menor y del acontecimiento

los últimos doscientos años, subyacen momentos de sobreproducción que, ini-


cialmente, fueron enfrentados a través de programas estatales que, al tiempo,
estimularon la demanda, por ejemplo el New Deal puesto en marcha en Estados
Unidos en la década del treinta. Posteriormente, al ser parte de ciclos económi-
cos no controlables y más contundentes, se convirtieron en mecanismos para
modificar las reglas de juego tanto de la producción como de la distribución y
el consumo. En otras palabras, implicó ampliar el abanico de productos ven-
dibles, diversificar los mercados, especular activos en mercados de capital y
flexibilizar las condiciones laborales de los trabajadores. En este escenario de
crisis del modelo, surge la doctrina neoliberal como respuesta.

En relación con el surgimiento del desarrollo, el mismo Wallerstein (1979)


indica que, luego de la segunda guerra mundial, se presuponía que todas las
sociedades se desarrollaban de la misma manera pero a ritmos distintos. Este
truco de ilusionismo, tal como le llama el pensador estadounidense, implicaba
que el Estado más desarrollado podía ser modelo para los estados menos desa-
rrollados. Producto de este planteamiento surgió la noción de tercer mundo,
la cual sugiere que los menos desarrollados dependen de una compleja red de
relaciones de intercambio económico que trasciende sus dinámicas naciona-
les. Así, este proceso suponía una suerte de dependencia tácita que implicaba
someterse a las reglas de juego de los países desarrollados con el fin de escalar
y acentuar el desarrollo a partir del crecimiento económico.

Además de la constitución de estructuras económicas en las que se anclan


relaciones de poder geopolíticas entre países, pueblos y culturas (por ejemplo
a través de la firma de los actuales TLC), se van configurando órdenes socia-
les, matrices culturales y subjetividades tramitadas por el mercado bajo nue-
vas modalidades que van más allá de los componentes de las sociedades del
espectáculo (Debord, 2008) y de consumo (Baudrillard, 2011). Se trata de un
vacío de subjetivación que opera a través de signos sociales y que profundiza
la individuación mediante sistemas semióticos que moldean la vida social,
específicamente mediante los signos que constituyen la publicidad y el merca-
deo, los sistemas financieros, la fabricación de opinión pública y los lenguajes
informáticos.

A juicio de Lazzarato (2007), esta movilización semiótica, cuyo eje es el mer-


cado y sus infinitas posibilidades de despliegue en la vida cotidiana, trae con-
sigo una virtuosidad capitalista que no requiere la introducción de ideologías
en las conciencias de la población. Tampoco necesita de complejos procesos de
encierro de los cuerpos en las instituciones disciplinarias con el fin de vigilar y
encauzar determinados comportamientos. Si bien aún se sostienen recias for-
mas de sujeción social, por ejemplo en sociedades con regímenes autoritarios,

105
Juan Carlos Amador Baquiro

guerras civiles y conflictos internos, lo que se profundiza es un vacío de sujeto


que, incorporado en técnicas de modelaje y modelación de la vida humana,
agencia la cognición, la memoria, el afecto, las sensaciones, la imaginación y la
fuerza física.

Con el fin de profundizar este planteamiento, a continuación se hará un


breve recorrido por algunas perspectivas del pensamiento estructuralista cuyo
propósito es argumentar cómo el debate sobre el significado y el significante,
en medio de contextos sociales, políticos y culturales, se ha convertido en un
marco de comprensión para entender la relación entre capitalismo, sujeto y
subjetividad a lo largo del siglo XX. Posteriormente se expondrá el punto de
quiebre planteado por los posestructuralistas así como la importancia de intro-
ducir lo semiótico, lo epistemológico y lo narrativo como vectores necesarios
para considerar otras opciones políticas en el mundo contemporáneo.

Estructuralismo y posestructuralismo: de la mediación


discursiva a la adherencia semiótica
En términos generales, el estructuralismo es un enfoque aplicado a las cien-
cias sociales y humanas que tiene como punto de partida analizar un campo
específico, comprendido como un sistema complejo de partes relacionadas
entre sí (Jakobson, 1988), con el fin de determinar aquellas estructuras a través
de las cuales se produce el significado dentro de una cultura. De esta manera,
el significado es producido y reproducido a través de varias prácticas, fenóme-
nos y actividades que funcionan como sistemas de significación. A manera de
ejemplo, en la antropología de Lévi Strauss se estudian fenómenos tan variados
como los rituales y los sistemas de parentesco con el fin de identificar sus pro-
piedades más que sus contenidos. La base de este examen es el signo.

La novedad que introduce el estructuralismo no es la idea misma de estructura,


presente desde la Grecia clásica en las ideas platónicas que aludían a esta como
una forma totalizante de ordenar la realidad. Hacia la década de 1960, el pensa-
miento crítico de Sartre, Lacan y Althusser coinciden, desde un punto de vista
estructuralista, en alejarse de perspectivas meramente historicistas o subjetivis-
tas, en el interés de hallar una nueva orientación para la investigación. Su prin-
cipio común es identificar las bases de las correspondencias funcionales entre
distintos elementos, las cuales determinan tendencias, principios y leyes. Esto no
solo fue tenido en cuenta para las investigaciones etnológicas sino también para
el estudio de la ideología en un marco evidentemente marxista de la sociedad.

Vale señalar que una variable fundamental en el desarrollo de estas perspec-


tivas fue el signo. Siguiendo a Saussure en su Lingüística General, la cual no solo

106
Capitalismo y subjetividad: contribuciones de Mijaíl Bajtín a la política menor y del acontecimiento

operó como una teoría del signo lingüístico que remitía a reglas que enmarca-
ban el funcionamiento del sistema semiótico y discursivo, sino como una rede-
finición del sujeto que lo ubicaba como receptáculo del discurso y constituido
en la lengua, el papel del signo fue representar y ocupar el puesto de otra cosa,
evocándola a título de sustituto (Benveniste, 1979).

Es por esto que para los estructuralistas los comportamientos, las condicio-
nes de vida social e intelectual y las formas de producción e intercambio están
sujetas a los sistemas de signos, los cuales regulan, modelan y condicionan a
la sociedad y a los individuos. Revisando el evidente acento colocado al nivel
semiológico del régimen de signos, se puede admitir que para los estructura-
listas la significación surge mediante su modo de operación, su dominio de
validez, su carácter cuantitativo y sus tipos de funcionamiento.

El significado en la lengua es la que funda toda posibilidad de intercambio y


de comunicación. Por consiguiente, es el que dispone las condiciones de exis-
tencia de la cultura. A pesar de que la lengua admite escalas, grados y niveles,
esta perspectiva en la que su interés es comunicar y expresar, pero especial-
mente significar, acude a la forma y el funcionamiento del sistema semiótico
como base de la enunciación, la cual opera en situaciones dadas, unidades dife-
renciadas y valores de referencia, actualizándose mediante lo que se denominó
en su tiempo comunicación intersubjetiva. Los sistemas de signos dispuestos
como fonemas, lexemas y sintagmas, adquieren su significado propio y su pro-
pia distintividad, construyendo una identidad para sí.

En el contexto del auge capitalista de las décadas del sesenta y setenta, los plan-
teamientos de Althusser y Foucault fueron centrales. Mientras que Althusser
señalaba que el sujeto se determina a partir de su identificación con ciertas for-
mas ideológicas y discursivas, bajo prolijas formas de reclutamiento, Foucault
planteó que los modos de constitución del sujeto están atravesados por prác-
ticas discursivas (saber/verdad), prácticas clasificatorias (operaciones de suje-
ción sobre el cuerpo) y formas de control biopolítico (operaciones de sujeción
sobre el cuerpo social como gubernamentalidad).

No obstante, al final de su obra, Foucault ingeniosamente demuestra que los


modos de subjetivación también pueden caracterizarse por la autoconstitución,
expresión que alude a un sujeto ético capaz de producir experiencia de sí, esto
es un sujeto que puede fabricar nuevos modos de ser y estar en el mundo,
creando rupturas y divergencias a las fuerzas de constitución que operan por
las instituciones de encierro o el control del cuerpo social (Foucault, 1988). Evi-
dentemente, la nueva manera de comprender al sujeto a través del orden del
discurso y, más adelante, de las prácticas, demarcan en el trabajo de Foucault la

107
Juan Carlos Amador Baquiro

presencia de un tránsito del estructuralismo al posestructuralismo, como recu-


peración de la subjetividad en tanto devenir, más allá de la determinación.

Por su parte, los planteamientos estructuralistas para analizar la ideología y


la resistencia, inspirados por la crítica marxista de Althusser, la crítica semiótica
de Barthes, el constructivismo de Derrida y el psicoanálisis de Lacan, han sido
profundizados recientemente a través de figuras como E. Laclau, Ch. Mouffe y
S. Žižek. Estos pensadores han introducido conceptos como diferencia, fijaciones
parciales y exterior constitutivo, los cuales se oponen al liberalismo y el repu-
blicanismo contemporáneos, especialmente a las ideas de ciencia social crítica
y racionalidad comunicativa propuesta por Habermas. Dada su complejidad,
sólo se plantearán algunas de sus problematizaciones más difundidas.

En términos generales, Laclau escruta el concepto de interpelación ideológica


de Althusser como mecanismo para llegar a la formulación del concepto posi-
ciones de sujeto, el cual será profundizado por Chantal Mouffe en su teoría sobre
la negatividad y la agonística política2. Partiendo de una cuidadosa conexión
entre estos dos conceptos, alrededor del conjunto de formas en que los indivi-
duos reconocen su posición como agentes del proceso social, Laclau (2009) hace
dos importantes contribuciones a los estudios sobre el sujeto y la identidad, en
este caso: la teoría de la articulación y el análisis sobre las posiciones de sujeto.

En cuanto a la articulación, Laclau parte de un distanciamiento con la con-


cepción de sociedad como totalidad fundante de sus procesos particulares y
parciales. Esto significa que la sociedad es un conjunto de intentos de conten-
ción y estructuración, por lo general precarios y fallidos, tendientes a domes-
ticar las diferencias bajo el uso de una lógica de articulaciones que impone la
fachada de unidad, afirmando el carácter esencialista de las relaciones sociales
y de las identidades. Para tal efecto, el discurso ocupa un lugar central, pues
la estructura discursiva opera como práctica articulatoria para organizar las
relaciones sociales dentro del orden simbólico, intentando fijar e instaurar una
lógica de funcionamiento uniforme. Aquí el concepto de sobredeterminación

2 Según Mouffe (2009), las perspectivas modernas y contemporáneas centradas en la


creencia que es posible alcanzar un consenso racional universal, han conminado a
caminos erróneos. Sólo, reconociendo que es imposible erradicar la dimensión con-
flictual de la vida social, será posible la comprensión del verdadero desafío al que se en-
frenta la política democrática. En este sentido, la politóloga belga considera que la tarea
de los políticos democráticos debe orientarse hacia la creación de una esfera pública
vibrante a través de lo que denomina “lucha agonista”, en la cual puedan confrontarse
diversos proyectos políticos. Es de este modo como se podrá transitar por un camino
efectivo hacia la democracia.

108
Capitalismo y subjetividad: contribuciones de Mijaíl Bajtín a la política menor y del acontecimiento

althusseriano es utilizado por Laclau para situar el carácter precario de dicha


fijación, pero también para explicitar la importancia de la formación discursiva
como regularidad en la dispersión.

En cuanto al sujeto, Laclau (2009), Mouffe (2009) y Žižek (2005) coinciden en


señalar que hay tres restricciones a una concepción más amplia del sujeto en
varias de las teorías liberales contemporáneas: concebirlo como agente racional
y transparente; asumir que existe una supuesta unidad en sus posiciones; y
aceptar que es la unidad constitutiva de todas las relaciones sociales (Martí-
nez, 2009). El sujeto, entonces, debe ser situado en el conjunto de posiciones
de sujeto que gravitan en el flujo de las estructuras discursivas. En tal sentido,
su ubicación en cada una de estas posiciones lo obliga a participar del carácter
abierto de todos los discursos. Lo que ocurre con frecuencia es que la sobrede-
terminación, las regularidades y la pretensión de inmanencia de los discursos
y prácticas, hacen que se fijen categorías preconstituidas que funcionan para
delimitar a ciertos sujetos como una unidad de determinación indispensable
(mujer, niño, joven, trabajador, ciudadano). Sin embargo, Laclau insistirá en
que estas posiciones nunca podrán quedar totalmente atrapadas en un sistema
cerrado de diferencias3.

En esta misma dirección, Chantal Mouffe (2009) ha afirmado que es posi-


ble concebir al sujeto como un agente social, cuyas posiciones no están total-
mente fijadas en un sistema cerrado de diferencias. Esto significa también que
es una entidad construida a partir de un conjunto de discursos caracterizados
por su diversidad y falta de relación, los cuales adquieren formas de despla-
zamiento y sobredeterminación. Así, propone la categoría identidad como un
sustrato constitutivo de la subjetividad, de modo que muestra al sujeto siempre

3 En un trabajo reciente titulado: La razón populista, Laclau (2009) considera que la


historia no es un avance continuo infinito, sino una formación discontinua de for-
maciones hegemónicas que no puede ser ordenada de acuerdo con ninguna narrativa
universal que trascienda su historicidad contingente. Es por esto que la pretensión
teleológica universal para Laclau representa el concepto de deseo de Lacan, es decir,
una pretensión vacía sin objeto, mientras que la investidura de lo real, en tanto objeto
parcial, es la expresión de la pulsión, materialidad en la que es posible la satisfacción.
Finalmente, advierte que las demandas sociales del pueblo, en realidad operan como
una cadena de equivalencias que se articulan alrededor de un significante vacío (no
lógico) y que, en el marco de la lógica de equivalencias como factor primordial en la
formación de identidades populares, la relación significación-afecto es fundamental. Lo
que es decisivo en la emergencia del “pueblo” como nuevo actor histórico, es el carác-
ter constitutivo de sus demandas, más que la condición derivativa de sus significantes.
Es decir, se trata de un acto en el sentido estricto del término. Este carácter ordenador
del acto es el que garantiza la existencia de la hegemonía y de las identidades populares.

109
Juan Carlos Amador Baquiro

contradictorio y precario (Martínez, 2009). Adicionalmente, señala que el flujo


de posiciones, intersecciones y articulaciones que el sujeto produce depende no
sólo de las diversas formas de identificación, sino también de una pluralidad de
posiciones tendientes a la subversión y sobredeterminación de unas por otras.

A esto añadirá Žižek (2005) que contra la idea de un sujeto unitario, lo que
vale considerar es la existencia de posiciones de sujeto, por ejemplo en las cir-
cunstancias de la política contemporánea (antiglobalización, ecologista, demó-
crata, feminista…), cuya definición no está fijada a priori. La significación de
estas posiciones no está estructurada en las esencias ni en los universales, sino
más bien en un conjunto de significaciones subyacentes de cadenas de equi-
valencias abiertas que se dan en las estructuras discursivas. Finalmente, estas
posiciones, a la vez que sitúan al sujeto como unidad contingente, lo convierten
en agente social ubicado en una condensación simbólica inacabada.

A través de este breve recorrido se puede concluir que la constitución del


sujeto y la sociedad se articula con lo discursivo, asumiendo que la estructura
discursiva puede operar como un artificio en el que se incorporan prácticas y
posicionamientos que hacen posible la producción de dispositivos según Fou-
cault, interpelaciones según Althusser y/o articulaciones según Laclau, en la
esfera del orden simbólico. De otra parte, la recuperación de los planteamien-
tos de Lacan, relacionados con el objeto y el discurso vacío depositado en una
cadena de equivalencias que le permiten ser al sujeto en lo real, en oposición
a aquellas operaciones que pretenden esencializarlo y fijarlo a una estructura
discursiva, ligada al significante y sus derivaciones, sugieren la necesidad de
estudiar el lugar que ocupa el significante en lo que actualmente configura la
sociedad informacional (Castells, 2006).

Este giro fue tempranamente planteado por G. Deleuze (2006) al formular


que las sociedades de finales del siglo XX ya no eran propiamente disciplina-
rias, pues estaban transitando hacia lo que denominó sociedades de control. En
términos generales, estas sociedades se caracterizan por la consolidación de un
régimen maquínico que disuelve la relación dicotómica entre individuo–socie-
dad, sujeto–objeto y subjetividad–objetividad. La fuerza semiótica de sus sig-
nos sociales hace que la subjetividad sea fabricada mediante ondas, imágenes e
intefaces que traen consigo la modulación de la memoria, el intelecto y el deseo.
Esto explica también el tránsito de la biopolítica a la noopolítica.

Sin embargo, el propio Deleuze, ahora con Guattari, al profundizar este


punto de vista, concluyen que este régimen maquínico no solo constituye sub-
jetividades acordes con las lógicas del modelo, sino que el despliegue de los
signos sociales, como expresión de una suerte de capitalismo informacional

110
Capitalismo y subjetividad: contribuciones de Mijaíl Bajtín a la política menor y del acontecimiento

(capitalismo mundial integrado según Guattari y Rolnik, 2006), promueve


técnicas, mecanismos y procedimientos tendientes hacia un régimen del sig-
nificante, el cual penetra en los intersticios de la vida social e impone la indivi-
duación social y política.

En esta dirección, Mauricio Lazzarato (2006) insiste en la necesidad de com-


prender la lógica del capitalismo contemporáneo en relación con la producción
de subjetividad. Para tal efecto, diferencia estratégicamente entre sujeción social
y sometimiento maquínico. El primero, si bien no ha desaparecido, es un modo de
gobierno de la subjetividad que busca heredar formaciones discursivas y socia-
les. En este proceso, el sujeto se reporta al objeto y se consolidan determinadas
representaciones colectivas alrededor de ciertos roles y funciones que inducen
la producción social. Su principal modo de funcionamiento depende de las ope-
raciones y acciones procedentes del sistema social.

Por su parte, el sometimiento maquínico es un proceso más envolvente que


incluso desaparece la idea de sujeto y su relación con el objeto, con la sociedad o con
el significado. El hombre se incorpora en el orden maquínico mediante un sistema
semiótico que desvanece la centralidad del significado e impone la circulación del
significante como modo de individuación. Esto hace que las narrativas generales,
asociadas con un nosotros (Estado-nación, ciudadanía, justicia social, bienestar)
pierdan importancia. En consecuencia, el agenciamiento por la vía semiótica se
centrará en el nous, que en el Fedro de Platón alude a la inteligencia. Esto significa
que en el sometimiento maquínico la noopolítica no supone una imposición ideo-
lógica, ni siquiera un modo de subjetividad especial. En el mundo maquínico se
produce el asignificado, esto es, una forma de desubjetivación que involucra el
agenciamiento de la inteligencia, el afecto, la emoción y la memoria.

Las técnicas, los procedimientos y los significantes en el capitalismo contempo-


ráneo están en la empresa, los medios de comunicación, las finanzas y las políticas
de asistencia. No hace falta objetivar cadenas de equivalencias entre el objeto y el
significado, pues con el significante es suficiente para orientar determinada prác-
tica social o posicionar ciertos modos de pensar. Lazzarato (2007) proporciona
varios ejemplos, entre ellos el funcionamiento del sistema financiero basado en
el mercado accionario. Las variables de este sistema no son controlables y los flu-
jos de capital que operan a partir de la especulación pueden incidir en diversos
ámbitos de la vida social, por ejemplo la economía familiar. En consecuencia la
dinámica de este sistema semiótico, sin mayores argumentaciones acerca de su
forma de funcionamiento, agencia la vida social y política.

Otro ejemplo es el consumo en la sociedad contemporánea. Ya no se trata del


consumo alienante que denunció en su tiempo Debord y Baudrillard, a través

111
Juan Carlos Amador Baquiro

de invariantes como el espectáculo o la hiperrealidad. El consumo del siglo


XXI adhiere a los humanos a marcas afectivas. En consecuencia, no hay cade-
nas lingüísticas de equivalencias que asocien las propiedades del objeto con
el consumo, sino marcas que imponen un significante, a través de imágenes
(en muchas ocasiones adheridas a figuras públicas como políticos, cantantes,
deportistas y modelos) que agencian deseos, inteligencias, afectos y memorias.

Por tanto, según Lazzarato (2007), el sometimiento maquínico es más con-


tundente que la sujeción social, pues en el primero se alinean individuos y
roles, provocando una consumación del asignifcante y un complejo proceso de
descorporificación. De alguna manera, estas condiciones explican la levedad,
la fluidez, lo efímero y la banalidad del mundo social contemporáneo. Aquí
incluso el culto a determinado significante puede ser rápidamente asignado a
otro, atendiendo a su capacidad noopolítica.

Política menor y acontecimiento


Un punto de partida para comprender esta perspectiva es recordar que mien-
tras el estructuralismo le da un lugar especial al discurso en las relaciones de
poder, frecuentemente vinculadas a la ideología y a la hegemonía, el posestruc-
turalismo hace lo propio con los signos y en general con aquello que podría
denominarse semiótico, asumiendo que este dispositivo se convierte en una
forma de sometimiento maquínico funcional al orden capitalista. En conse-
cuencia, el éxito del capitalismo no está en la imposición y el encauzamiento
de ciertos modos de pensar sino en despojar de subjetivación a los individuos
mediante prolijas técnicas y procedimientos prepersonales y suprapersonales.

Esto hace posible entender por qué una opción de resistencia está en aquellas
formas de subjetivación que tramitan lo social y lo político a través de los sig-
nos, los saberes y las narrativas. Para Lazzarato, esta es la política menor, una
experiencia de subjetivación que parte de otros modos de agenciamiento que
priorizan la potencialidad de la enunciación y la expresión. Es una neomona-
dología que emerge a partir del acontecimiento, comprendido como algo que
puede ser creado en el orden de lo posible.

Tal como se observa, y como lo ratifica el propio Lazzarato (2006), hay en


la obra de Mijaíl Bajtín, recientemente conocida en el mundo occidental, un
aporte fundamental para interpretar las prácticas relacionadas con las recom-
posiciones políticas, sociales y culturales contemporáneas. En consecuencia,
situando el retorno de la subjetivación y la emergencia del concepto de aconte-
cimiento, a la luz de estas formulaciones, se procederá a identificar algunas de

112
Capitalismo y subjetividad: contribuciones de Mijaíl Bajtín a la política menor y del acontecimiento

las contribuciones de la obra del lingüista y filósofo ruso con el fin de demarcar
otras posibilidades de pensar el acto ético, el lenguaje y la significación.

Inicialmente, vale recordar que este tipo de resistencias (no necesariamente


contrahegemónicas) fueron planteadas por Deleuze y Guattari (2008) mediante
la metáfora línea de fuga. Esta no solo es definida como una desviación que
escapa de las operaciones de dominación que recorren los espacios del micro-
poder o los meandros biopolíticos del cuerpo social. En Deleuze y Guattari se
trata de una fuerza que puede hacer estallar los estratos, romper las raíces y
conducir a nuevas trayectorias (Deleuze y Guattari, 2004).

Ya no se trata de un sujeto ligado a un proyecto colectivo que está deter-


minado por la ideología o que se constituye a través de las elocuencias del
inconciente. El individuo de las sociedades de control es una mónada cuyas
trayectorias funcionan como un trazo intensivo que se pone a trabajar por su
cuenta bajo registros casi alucinatorios y sinestésicos, los cuales, en medio de
mutaciones de diverso orden, contribuyen a una liberación del significante
completamente divergente.

A partir de estas consideraciones, Lazzarato plantea tres grandes ejes en su


idea de política menor.

Concepto de exterioridad
Lazzarato parte de la existencia de una crisis heredada por los grandes rela-
tos de la modernidad en los que el sujeto queda atrapado en una matriz de
poder que funciona sólo a partir de dicotomías: hombre-mujer, blanco-negro,
civilizado-bárbaro, Estado-ciudadano, obrero-capitalista. En tal sentido el indi-
viduo, en tanto consumación ideacional y empírica de la modernidad, debe
llegar al todo que representa este modelo. La noción de idea como verdad en
Hegel o la relación capital-trabajo de Marx, por tan solo apelar a dos grandes
sistemas de pensamiento, aunque reconocen atributos de lo sensible y de lo
material respectivamente, determinan la unidimensionalidad en la que se situó
al hombre civilizado de Occidente.

Más allá de un sistema unívoco compuesto de enunciaciones dispuestas


mediante sistemas binarios, la teoría de la exterioridad originalmente tratada
por William James (Citado por Lazzarato, 2006), hacia 1914, plantea que estar
en el mundo supone habitar diversos sistemas al tiempo bajo la aceptación de la
coexistencia del pluralismo y la singularidad. En la exterioridad no hay esencia
ni substancia, de modo que lo incompleto, lo singular y lo desordenado confi-
guran otra manera de producción. Aceptar que el sujeto puede ocupar varios

113
Juan Carlos Amador Baquiro

órdenes simbólicos al tiempo, supone descentrarlo de un modo de constitu-


ción basado en la determinación del enunciado para situarlo en un proceso de
subjetivación que opera a través del flujo de relaciones exteriores —flotantes y
variadas— que, en este caso, contribuyen decididamente a posicionar el mundo
del pluralismo como acontecimiento.

Iniciando el siglo XX, James señalaba que era necesario considerar la existen-
cia de un punto de vista distributivo, más que colectivo, tal como lo declaraban
las consignas del liberalismo, el socialismo o la socialdemocracia. Aceptar que
las cosas existen, una por una, independientemente de la posibilidad de reunir-
las todas a la vez, es un primer paso para romper la lógica de la totalidad y de
lo universal. En cuanto a los hechos y las experiencias, señalaba que un cierto
número de hechos es posible, solamente bajo una forma distributiva en donde
el conjunto, al ser organizado por cada unos, en plural, no requerirá de interpre-
taciones ni experimentaciones para acontecer.

Así, todas las relaciones se liberan de todo fundamento, de toda substancia


y de toda atribución esencial (Lazzarato, 2006). Esto hace posible que los suje-
tos y objetos se relacionen de muchos modos, sin que dependan de una única
relación que los determine. Cada relación expresa tan solo una característica,
una función, una posibilidad, componentes centrales que en la teoría de la dife-
rencia de Deleuze (2004), por ejemplo, suponen el surgimiento de una esencia
operatoria, no en términos metafísicos sino como aquello que se desprende de
una totalidad, y que al culminar una operación promueve la aparición de la
diferencia.

Los planteamientos de James demarcan la idea de un mundo de pluralismo,


un conjunto que no se compone de la sumatoria de las partes, pues aunque las
porciones conduzcan a la unidad, cada cosa sigue siendo autónoma y propensa
a producir relaciones. El mundo del pluralismo según Lazzarato, renuncia a la
forma todo y se instaura en la forma cada, asunto que pasa por la actividad de las
discontinuidades y disyunciones reales que promueven escape, movimiento
e innovación, para instalarse en la figura de una inmensa red de relaciones que
hace posible la creación como un modo de constitución pluralista, distributivo
y temporal.

Concepto de agenciamiento posible


Lazzarato (2006) insiste en que el pluralismo disloca el carácter unitario y
esencial de la sociedad así como sus procesos de identificación. Basado en la
idea de mundos posibles, consigna ampliamente utilizada en la historia reciente
como consecuencia de la actividad de movimientos sociales que proponen una

114
Capitalismo y subjetividad: contribuciones de Mijaíl Bajtín a la política menor y del acontecimiento

globalización desde abajo, Lazzarato (2006) plantea el concepto política mundo,


el cual se nutre de las nuevas distribuciones de lo posible y de las alteraciones
conducentes a la efectuación. Efectuar posibles, entendido como aquello que
emerge del acontecimiento, es abrir lo imprevisible y arriesgar, de modo que
incorporen reconversiones subjetivas (Deleuze y Guattari, 2008).

La obra de Gabriel Tarde es tomada por Lazzarato (2006) para completar su


teoría de los posibles, la efectuación y el agenciamiento. La figura de la mónada
de Leibniz, analizada por este sociólogo de finales del siglo XIX, contribuye a
identificar las fuerzas autónomas de la unidad, no como aquella determinación
que descansa en el sujeto, la idea o el trabajo (Descartes, Hegel y Marx, res-
pectivamente), sino como el conjunto de fuerzas constitutivas que circulan en
el mundo en un flujo interminable. Así, el proceso de constitución del mundo
y de la subjetividad partirá del acontecimiento. Sin embargo, a diferencia de
Leibniz, quien asume que lo posible ya está creado en la mónada, Lazzarato
(2006) y Deleuze & Guattari (2008), coinciden en admitir que lo posible hay que
crearlo, o al menos producir sus condiciones de existencia. Los mundos posi-
bles pueden crearse en la medida que sea explícita una multiplicidad de rela-
ciones y acontecimientos que opere de dos formas: como agenciamiento colectivo
de enunciación y como agenciamiento de efectuación.

Esto significa que la potencia y la actualización de los posibles se constituye


en una relación que va más allá de las tensiones dicotómicas de la metafísica
moderna. También dispone de las condiciones necesarias para impugnar las
legitimidades establecidas, esto es, superar el ideal del conflicto entre dos par-
tes —obreros/capitalistas, hombres/mujeres, trabajo/descanso—, como medio
para imponer un ideal o un orden. La impugnación que supera las dicotomías
es el nuevo proceso de subjetivación en el acontecimiento. De este modo, “…
consumar los posibles que un acontecimiento ha creado implica modalidades
de actuar y de padecer que son muy diferentes de la acción de un sujeto sobre
un objeto o de un sujeto sobre otro sujeto” (Lazzarato, 2006, p. 42).

El carácter múltiple de las subjetividades contemporáneas


Habitar un mundo posible que se caracteriza por su indeterminación así como
la presencia de un flujo constante de expresiones que pueden consumarse en la
creación, hace posible el surgimiento de mutaciones de la subjetividad, las cua-
les dan cuenta de nuevas existencias, nuevos modos de ser y estar en el mundo,
y cuya eficacia se soporta en el devenir de los cuerpos que esta existencia hace
actual. En suma, el acontecimiento se expresa en las almas (Lazzarato, 2006) en
la medida que produce cambios profundos en la sensibilidad y orienta nuevas
formas de acción.

115
Juan Carlos Amador Baquiro

Los sujetos contemporáneos, al estar incorporados en un universo mosaico,


como lo señala Tarde y Lazzarato, producen otros agenciamientos de enuncia-
ción, en los cuales la percepción y la inteligencia común se convierten en sus
principales modos de constitución. Sin embargo, lo común no supone unidad
ni totalidad, sino más bien una nueva forma de disponerse en el mundo como
nuevas mónadas, esto es, desligarse de las entidades masivas y compactas,
actuar en singularidad y multiplicidad, y decidir sobre la base de las creencias,
deseos, voluntades e inteligencias, es decir, sobre los afectos.

Así como el capitalismo contemporáneo se ha convertido en una fuerza que


ha impuesto un sometimiento maquínico, a partir de los pensamientos, los
deseos, las pasiones y las creencias, orientando el tránsito de la biopolítica a la
noopolítica4, la creación y efectuación de mundos posibles es un proceso que
depende profundamente de las voluntades y los afectos de los sujetos. Esto
significa que deviene un nuevo estatuto monadológico en el que las fuerzas de
efectuación, cuya base reside en la expresión y la constitución, dependen de
las maneras de sentir, en lugar de aquellas que proceden del razonamiento del
ego solipsista, de la fijación de la idea como perfección del espíritu absoluto, o
como modo de producción en el que subyace la lucha de opuestos. Lazzarato
corrobora al respecto:

En la filosofía del acontecimiento del siglo XX, cada mónada es enton-


ces un universo virtual, un mundo posible, y los mundos posibles
se comunican entre ellos: pasamos de la armonía preestablecida a la
composición polifónica (según otra metáfora musical que reencontra-
mos en Bajtín), de un proceso organización trascendente a un proceso
de constitución inmanente. (Lazzarato, 2006, p. 54)

Aportes de M. Bajtín a la política menor y del acontecimiento


La figura de Mijaíl Bajtín (1895-1975), conocida a través de algunos de sus
textos más representativos solo hasta la década del ochenta, además de enig-
mática ha sido objeto de múltiples interpretaciones en el campo de los estudios
del lenguaje, la literatura, la ética y la estética. Con las dificultades que pre-
senta el acercamiento a una obra fragmentada que fue producida en diferentes

4 Lazzarato (2006) observa en su análisis sobre la sociedad disciplinaria y las sociedades


de control, que los procesos de subjetivación ya no están exclusivamente situados en las
tensiones entre tecnologías disciplinarias y tecnologías del yo, sino que entran en juego
nuevos elementos como la modulación de los deseos, las pasiones y las creencias en la
configuración de los sujetos, como experiencia sustancial en el capitalismo contempo-
ráneo. Este es el paso de la biopolítica a la noopolítica.

116
Capitalismo y subjetividad: contribuciones de Mijaíl Bajtín a la política menor y del acontecimiento

momentos bajo circunstancias, al parecer peligrosas y difíciles (razón por la


cual algunos de sus trabajos fueron firmados por Boloshinov y Medvedev),
se hará alusión a algunas de sus tesis más difundidas, pero especialmente a
aquellas que han sido base para nutrir los planteamientos de la filosofía del
pensamiento menor y los conceptos de acontecimiento, polifonía y dialogismo.
En particular textos como Hacia una filosofía del acto ético y Autor y héroe en la
actividad estética, producidos entre 1924 y 1929, constituyen el corpus de esta
aproximación.

En primer lugar, varios de sus textos, especialmente Filosofía del acto ético,
exploran opciones para delimitar qué es el otro, introduciendo referentes de
gran potencia que más adelante dotarán de contenido conceptos como alteri-
dad y otredad5, piezas claves en la construcción de su heterogeneidad radical,
la cual descansa en la demarcación de una ética y una estética que progresan
en la indagación profunda del lenguaje y la literatura. Así, serán el estudio del
lenguaje y de los géneros del enunciado, de una parte, y el análisis de la litera-
tura a través de la figura autor/personaje, de otra, la base de su translingüística.
Esta última se distancia de ser concebida como una teoría del signo, o como una
metalingüística abstracta, constituyendo así una poética social y una ética de la
responsabilidad que lo van llevando a su concepto de dialogismo.

Mientras que el régimen del signo era el culto a la verdad en Occidente, Bajtín
introduce otras formas de análisis del enunciado, por ejemplo observando la
vida cotidiana y la experiencia cultural así como sus implicaciones en la rela-
ción yo-otro. La interpretación que realiza Zabala (1995), amplia conocedora de
la obra del filósofo ruso, a esta clásica figura de la alteridad, se basa en la idea
de una especie de anticipación lograda por Bajtín a las teorías de la intersubje-
tividad, en las cuales la referencia imaginaria del ser humano se esconde en la
imagen del semejante (Zabala, 1995), no como proyección sino como asimetría.

El otro no es el reflejo del yo, supone la configuración de un tú con el que


se construye la palabra y se crean medios para acontecer. En suma, la reali-
dad del ser humano, comprendida como un conjunto de sucesos de explora-
ción de mundo y de construcción de experiencias halla su sentido en el ser del
otro. Sin embargo, esta relación con el otro no es armoniosa, no pretende crear
subsunciones ni consensos. Lo que emerge de todo encuentro entre el yo y el

5 Sin duda, la obra de Tzvetan Todorov (1991, 1998) se ha valido de los referentes de Bajtín para
exponer teorías asociadas al concepto de otredad y alteridad. Además de un texto intitulado Lo
humano y lo interhumano, el cual hace parte de su difundido libro Crítica de la crítica, en el que hace
alusión a la obra del filósofo ruso, será en su texto La conquista de América. El problema del otro
(1998), el trabajo que introducirá con mayor énfasis las problematizaciones subyacentes al yo y
el otro.

117
Juan Carlos Amador Baquiro

otro son puntos de vista que se incorporan al acontecimiento y que implican


consecuencias.

A saber: la unidad, la integridad, la autosuficiencia, la peculiaridad,


son transgredientes con respecto a la misma individualidad en pro-
ceso de ser definida, ya que desde su interior, y para ella en su vida no
existen tales momentos, no los vive para ella, sino que ellos tienen sen-
tido para y se realizan por el sujeto de la empatía instalado ya fuera
de la individualidad, dando forma y objetivando a la materia ciega de
la empatía; en otras palabras: el reflejo estético de la vida viva no es
por principio el autorreflejo de la vida en movimiento, en su vitalidad
real, sino que presupone a otro sujeto de la empatía, que se encuentra
en la posición externa, exotópica… (Bajtín, 1997, p. 22-23)

En este escenario emergente en el que se empieza a comprender la empatía


como una vivencia en la que el otro es incorporado como un actor necesario en
la existencia del yo, Bajtín procede luego a plantear la validez que contiene la
pluralidad de agentes del discurso. Para tal efecto, el uso de metáforas como
dialogía, heteroglosia y arquitectónica permiten diseñar el concepto de polifo-
nía en tanto concierto de voces, articulación fecunda entre sujetos, otro modo
de intersubjetividad capaz de interrogar las propiedades del enunciado como
verdad establecida.

Esta filosofía moral que vuelve sobre los cimientos de una auténtica ontolo-
gía encuentra en la idea de responsabilidad del acto ético y de la otredad las
bases para su despliegue conceptual. Bajtín, en lugar de recurrir a la razón del
ego solipsista, la perfección de la idea o la lucha de contrarios, como las piezas
determinantes en la constitución del sujeto, descubre en el acto irremediable
procedente de la palabra, entretejida entre el yo y el otro, el principio de la
construcción de la intersubjetividad. Así, la figura red de relaciones, en el marco
de lo que denomina la arquitectónica de las formas del sentido, hará su entrada.

Una implicación más que se deriva de la potencia de estas ideas está en su


propuesta de separación (no en términos dicotómicos) de un mundo de la cul-
tura y un mundo de la acción humana. Aunque para Bajtín el mundo de la teo-
ría también es acto, particularmente es el mundo de la experiencia aquel en el
que tienen lugar el acontecimiento y el acto ético, un mundo que se rige por la
responsabilidad y que orienta nuevas formas de autocreación. Es en ese mundo
de los humanos y del diario vivir en donde aparecerá la literatura, un hecho
que transcurre en la práctica social, cuyo mayor atributo será su inestabilidad
y la presencia de una alteridad sin límites. Al parecer, el acto original de la
comunicación, según Bajtín, está en la literatura y en sus hechos, un entramado

118
Capitalismo y subjetividad: contribuciones de Mijaíl Bajtín a la política menor y del acontecimiento

de significaciones en el que la realidad humana estará presente, solo que bajo


formas alteradas.

Esta dimensión de la literatura y la estética de la creación es otro gran legado


de la obra de Bajtín. En este caso, la alteridad asumida como un nivel respon-
sable de la comprensión, no supone un posicionamiento pasivo del yo, ni una
duplicación de la vivencia del sujeto, sino más bien una transferencia de la vida
a una esfera completamente diferente y desconocida de valores. Esta explora-
ción es anudada por Bajtín a través de la relación entre el autor y el personaje en
la actividad estética, específicamente mediante el uso social de la obra literaria.
Más allá de la escapatoria o subterfugio de la conciencia, como refiere el propio
Bajtín en su texto sobre la filosofía de la acción responsable (1997), se produce
en esta relación (autor/personaje)6 una transformación sin coartada del propio
discurso, que se refleja inevitablemente en la estructura de la obra, pasando
así de una estética de la creación que parte de esta a una estética filosófica que
problematiza lo humano mediante la palabra y la idea de un punto final, no
definitivo.

El autor y el héroe se encuentran en la vida, entablan relaciones pura-


mente vitales, de orden cognoscitivo y ético, luchan uno con otro, y
este acontecer de su vida, de la intensa y seria relación y de lucha se
plasma en un todo artístico en forma de una relación arquitectóni-
camente estable, pero dinámicamente viva en cuanto a forma y con-
tenido, entre autor y héroe, relación sumamente importante para la
comprensión de la vida una obra. (Bajtín, 1997, p. 105)

Finalmente, se puede señalar de manera general que, en adelante, las pre-


ocupaciones de Bajtín estarán centradas en lo valorativo y en la construcción
de una perspectiva que promueva una ética amparada en un yo que no sea
asimilada a una esencia universal, ni a una entidad emocional o cognoscitiva
que despliega relaciones con el otro. La necesidad del otro, más que volitiva
es estética, esto es, una dependencia que no supone proyección para lograr su
completud. Se trata más bien de una incompletud, de un discurso inacabado,
de una participación del otro que es necesaria porque acumula, aporta, conti-
núa. El otro, más allá de incorporarse como agente del consenso dialógico, es

6 En el análisis que realiza Bajtín a la obra de Dostoievski destaca que el personaje puede ser
un ser repugnante que exhibe sus bajezas en lo que denomina el subsuelo de la realidad. Sin
embargo, es justo en esa capacidad de exponer lo humano donde adquiere gran valoración la
obra literaria. Es en la plasticidad del personaje y su propensión a transformarse, en donde hace
apertura una relación particular con el lector, pues se producen confrontaciones y autodefini-
ciones inacabadas en las que el sujeto puede interpelarse. El asunto llega a tal nivel, que el héroe
también se vuelve ambiguo e imperceptible (Bajtín, 1993).

119
Juan Carlos Amador Baquiro

parte de una estética de lo inagotable que, en medio de las diferencias (puntos


de vista), se introduce en la realidad del yo, adquiriendo así el carácter de pará-
metro, pero también de lindero.

A manera de cierre: subjetividad, pensamiento menor y


acontecimiento… diálogo interminable
Con esta aproximación a la obra de Bajtín, se puede señalar de manera simple
que hay un conjunto de contribuciones a dos problematizaciones formuladas al
principio de este trabajo: uno, en relación con las expresiones contundentes del
sometimiento maquínico, el cual trae consigo el régimen del signo en la vida
social y política de las sociedades; y dos, en la construcción de una plataforma
de argumentaciones que alimente las apuestas de la política menor, alrededor
de las categorías acontecimiento, diferencia y polifonía de voces.

En cuanto a la problemática del asignificado y su consiguiente proceso de


desubjetivación, si bien es cierto existen al menos tres tradiciones intelectuales
que, en medio de sus diferencias, coinciden en admitir que hay una relación entre
el enunciado y el sujeto que no necesariamente corresponden con los procesos
de estructuración o determinación, alrededor de la dicotomía significado/signifi-
cante, plantean diversas explicaciones al proceso de subjetivación (interpelación,
constitución procedente de discursos y prácticas de saber/poder, experiencia de
sí, agenciamiento maquínico, articulación) que han dejado preguntas pendientes.

Adicionalmente, aquello que comprende el cambio de época exige identificar


otros modos de interpretación de algunos procesos de subjetivación contempo-
ráneos, asociados con experiencias de ciertos movimientos sociales en distintos
lugares del mundo, los cuales definitivamente han entrado en una etapa de
profundas oposiciones al monolingüismo que representa la unidad y los sis-
temas dicotómicos heredados de la metafísica moderna, el estructuralismo y
varias de las teorías sociales de los últimos cien años.

En este sentido, Bajtín revela que es posible encontrar otros modos de sub-
jetivación bajo una nueva concepción del mundo como arquitectónica, esto es,
un escenario de la acción en el que fluyen relaciones entre posibles. Estas rela-
ciones, caracterizadas por su dialogismo, no son de carácter lingüístico, son
polifónicas y orientadas por el pathos, una dimensión de lo humano en la que
emoción, juicios de valor y expresión constituyen la unidad viviente del enun-
ciado. Esta es la base de la creación, el culmen de una existencia en la que el otro
es referente, pero también frontera y diferencia. El sujeto de Bajtín no se halla
atrapado en el sistema de las esencias ni de los opuestos, pero tampoco está

120
Capitalismo y subjetividad: contribuciones de Mijaíl Bajtín a la política menor y del acontecimiento

obligado a instalarse en la demarcación del consenso racional. El yo se consti-


tuye en el otro a través de la diferencia en el registro de lo real.

Este sujeto del acto ético se convierte en artista, no solo como artífice en la cons-
trucción de una estética de su propia vida (Foucault, 1988), sino como protagonista
de una poética social en la que puede explorar el afuera, apelando a metáforas y
formas de irrupción del enunciado en el que se vuelve testigo de sí mismo, crea
nexos con personajes, confronta puntos de vista con el otro, quien no es su pro-
yección sino más bien su divergencia. Aquí aparece otro modo de interpelación
subjetivante, al que aludía Althusser, una interpelación que trastorna la cadena
de significantes vacíos sobre los que se fijan las esencias universales (Laclau, 2009)
y los relatos contemporáneos de la política liberal (Mouffe, 2009). Quizás otra
manera de proceder frente a los agenciamientos de efectuación a los que refieren
Deleuze (2006) y Lazzarato (2006). En el marco de la lucha entre monolingüismo y
plurilingüismo, se producen co-creaciones, pero también creaciones diferenciales
animadas por la polifonía y las nuevas posibilidades semánticas.

El sujeto del acontecimiento se constituye también en la conversación y en su


capacidad para captar las palabras a través de una captura de capturas y una
posesión de posesiones, afirmará Bajtín. En la palabra y en la configuración del
enunciado, la propia expresividad parte de la expresividad del otro, solo que
como posiciones inacabadas, diálogo interminable, punto final no culminado.
Ya no se trata de un sujeto que intenta comprender e interpretar el mundo de
la cultura y de la acción, sino más bien un individuo que se dispone para aper-
turas diferenciadas, articulaciones y rupturas permanentes, interpelaciones a
las fijaciones del orden simbólico. En suma, un proceso de creación estética que
dilata, contrae y trastoca temporalidades y espacialidades alrededor de descen-
tralizaciones, fuerzas centrífugas y creación de posibles.

En cuanto a la filosofía del pensamiento menor, pretensión contemporánea


animada por Lazzarato y otros, se puede señalar que la ética responsable pro-
puesta por Bajtín se convierte en un soporte fundamental en la plataforma que
contiene este corpus de principios y enunciaciones que entretejan los proble-
mas centrales de la subjetividad y la política contemporánea. Especialmente,
las contribuciones relacionadas con la imagen de una red de relaciones que
reconfigura la idea de lo universal y de lo colectivo, junto con la presencia de
nuevos modos de conocimiento que proceden de los afectos y las voluntades
humanas, los cuales están atravesados por la responsabilidad, trazan una com-
pleja cartografía de ideas que articulan ética, estética y política.

Lazzarato, a través de la recuperación que realiza de los conceptos de James


y Tarde, ha insistido en su propuesta de una neomonadología que permita

121
Juan Carlos Amador Baquiro

reconfigurar el ideal de un universo comprendido como sistema binario. Sin


renunciar a la idea de universo, el sociólogo italiano promueve la figura de un
universo/mosaico incompleto que aglutina singularidades y que se prolonga a
través de flujos, redes y memorias. En este sentido, los agenciamientos de enun-
ciación suponen la presencia de percepciones comunes, inteligencias comunes,
posiciones diferenciadas que parten de un diálogo interminable que se concreta
en la creación. Solo en el otro y con el otro es posible avanzar en formas de
efectuación que consoliden la construcción de la arquitectónica estética a la que
refiere Bajtín. La efectuación implica contemplar estéticamente al otro, lo que
significa llevar el objeto al plano valorativo del otro.

En cuanto al modo de construir conocimiento, aspecto que no es explícita-


mente tratado en las formulaciones de Bajtín, se puede señalar, aludiendo a
la relación autor/héroe en la obra literaria, que el esfuerzo que hace el autor
por presentar en el héroe los rasgos de la realidad y de la vida no son plasma-
dos como una objetivación sustantiva de la vida fáctica, sino como un flujo de
alteridad del héroe que junto con sus valoraciones no artísticas es ubicado en
una posición exotópica, extraespacial y extratemporal. Esta alteridad dialógica,
aunque parte de la literatura, es la base no solo para reafirmar la dimensión de
la ética responsable sino para animar la posibilidad de creación a partir de la
realización polifónica.

En la política menor la construcción de posibles no parte de la objetivación


de la realidad a través de la formulación de teorías sociales e identidades que
se fijan a la gestión de la vida del sujeto. Se trata más bien de un proceso de
co-efectuación entre mónadas, en el que la red de relaciones promovida por
un dialogismo que contrapone puntos de vista, promueve una cartografía de
singularidades que será siempre distributiva, pluralista y provisional. Esta
política de la multiplicidad no podrá realizarse sin una fuerte participación
en las culturas y en los lenguajes de los demás, como una filosofía de la acción
responsable, ni será posible sin la presencia de conjunciones y disyunciones de
flujos, esto es, una aprehensión de aprehensiones y una captura de capturas
que no termina.

A riesgo de haber realizado una mirada demasiado panorámica de la obra


de este lúcido pensador, aún desconocido para las ciencias sociales, se puede
señalar que una vida dedicada a escribir con tan escasa difusión (pues varios de
sus manuscritos fueron encontrados solo hasta la década del setenta) merece al
menos realizar estos intentos de interpretación y articulación como un punto de
partida que, al decir del propio Bajtín, se convierta en un diálogo interminable.

122
Capitalismo y subjetividad: contribuciones de Mijaíl Bajtín a la política menor y del acontecimiento

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125
Ciudad, cultura y literatura:
bosquejos teóricos de un
camino por recorrer

Leopoldo Prieto Páez1

Le gustaba pasar, de tiempo en tiempo, por donde estuvo la casa en


la que nació. Se la había llevado la piqueta demoledora del progreso.
Un testigo menos –reflexionó cuando la tumbaron. Él sabía por qué.
(...) Allí había nueve audaces y modernos pisos dedicados a oficinas, y
en la planta baja almacenes con letreros rojos y azules y lámparas de
neón. En sus paseos nocturnos registraba este cambio, esta transfor-
mación material de la ciudad. ¿Pero acaso el espíritu de mis vecinos
también se ha transformado? (Airó, 1961, p. 61)

Esta descripción que hace el novelista Clemente Airó de la ciudad de Bogotá


en su novela La ciudad y el viento está plagada de lugares comunes sobre lo que
ocurría en ella en los años cuarenta y cincuenta; estas imágenes recurrentes
de la producción literaria y periodística, referenciadas con tanto ahínco por el
asombro que causaban, sintetizaban la experiencia de una nueva forma de exis-
tencia que nacía en las ciudades capitales latinoamericanas. Tanto la produc-
ción artística como la vernácula, encuentra en los cambios físicos de la ciudad

1 Sociólogo Universidad Nacional de Colombia. Magister en Urbanismo de la misma universi-


dad. Coordinador de la Línea en territorio y Desarraigo del IPAZUD de la Universidad Distrital
“Francisco José de Caldas”.
Leopoldo Prieto Páez

un tema de especial interés pero sobre todo de inusitado entusiasmo. Compa-


remos el texto de ficción con el que escribe un articulista en la Revista Semana
una década antes a la publicación de la novela. Dice el reportero:

Piqueta en mano, el alcalde de la ciudad, señor Mazuera Villegas, continúa


su tarea demoledora. El prestigio de nuestros burgomaestres no se obtiene
construyendo sino destruyendo. La ciudad, que se sabe fea, no protesta
ante las arremetidas del progreso y dinámica, que le dan el aspecto de
una villa recientemente bombardeada. El público se complace en asistir al
espectáculo de los “Caterpillars” y los “Buldóceres” que con sus gigantes-
cas manos metálicas desplazan los escombros de lo que fue la habitación o
residencia de millares de bogotanos. (Ciudad arrasada, 1947, p. 4)

La escritura por momentos se hace casi en los mismos términos que en la


obra de ficción, el cambio urbano como gran telón de fondo es perceptible en
ambos documentos, pero la pregunta de Airó al final de su pasaje introduce un
eje reflexivo que trasciende la mera descripción de sucesos: “¿Acaso el espíritu
de mis vecinos también se ha transformado?”. Las dinámicas de las transforma-
ciones urbanísticas tienen un componente que supera las simples mutaciones
materiales o los meros cambios políticos y la pregunta del literato en la novela
pone eso justamente en cuestión, apuntando a discutir sobre el cambio cultural;
mientras los artículos de prensa, los discursos políticos y las crónicas periodís-
ticas celebran acríticamente la llegada de la modernidad y de lo moderno, Airó lo
cuestiona.

El contraste resulta pertinente porque se quiere resaltar la relevancia de un


enfoque cultural, y específicamente de la literatura, en el conocimiento y análi-
sis del espacio construido, atendiendo a la recomendación de Lewis Mumford,
quien aseguraba con respecto a su propia obra que:

A diferencia del historiador chapado a la antigua, no he dejado de


lado estos trabajos de ficción porque tuviera la curiosa ilusión de que
no constituyen documentos y no se refieren a hechos; por el contrario,
los hechos de la imaginación pertenecen al mundo real al igual que
los palos y las piedras. En realidad, no existe mejor indicio de lo que
la gente ve, siente y hace, que lo que encuentra su modo de expresión
en poesías, obras y novelas contemporáneas. (Mumford, 1945, p. 630)

Este artículo se centra en una revisión de carácter teórico que contribuya a


entender los retos y posibilidades de desarrollar una historia de la ciudad rei-
vindicando sus narrativas, recurriendo a lo imaginado, a la metrópoli ficcio-
nada. Ciudad y literatura es en absoluto un vínculo inédito; pero si algo de

128
Ciudad, cultura y literatura: bosquejos teóricos de un camino por recorrer

innovador tuviera este texto, es justamente esa apuesta por aportar al debate
sobre la manera como el arte puede contribuir a entender los cambios urba-
nísticos de las ciudades en donde se centra esa apuesta. Los autores aquí pre-
sentados ya han hecho avances significativos en la materia, pero en nuestras
latitudes aun hoy este tipo de enfoques son catalogados como alternativos,
raros o descontextualizados. Las bases del debate han sido sentadas desde hace
tiempo, el reto está en avanzar sobre ellas.

La verdad ‘ficcionada’ o la ficción revelada: anotaciones a


propósito de cambios disciplinares
La ciudad es por definición una entidad en continua transformación, y ello
obliga continuamente a proponer nuevas estrategias metodológicas, enfoques
teóricos o epistemológicos que den cuenta de los procesos que ocurren en ella.
No necesariamente porque los métodos tradicionales estén agotados (aunque
no debe pasarse por alto que muchos de ellos han entrado en crisis), sino tam-
bién porque estrategias alternas puede llevar a tener en cuenta aspectos de la
realidad dejados hasta ahora de lado por la historiografía tradicional en general
y por la historia del urbanismo en particular.

Esta orientación, como se sabe ha estado acompañada de la crisis disciplinar


que ha definido el devenir de los campos del saber desde la década de 1970, lo
cual contribuyó a que los nuevos paradigmas dejaran sus pretensiones univer-
salistas e inequívocas, lo que en el campo del urbanismo se manifestó a través
de “los reclamos a favor de que la planificación se adaptase a la nueva realidad
urbana, una realidad cambiante y conflictiva que no se podía abordar desde los
objetivos a largo plazo de los planes generales tradicionales” (García, 2004, p.
15), una crisis de confianza en paradigmas de las que nacieron propuestas tan
dispares para las ciudades como las académicas de la Tendenza o las del mer-
cado como la que explica Peter Hall en La ciudad de los promotores (Hall, 1996) o
la autorizada voz de Bernardo Secchi, quien argumentó que el reto era “fundar
una nueva metodología de análisis” con el fin de “abandonar la visión totali-
zante de la ciudad de la disciplina y utilizar la historia no para fijar lazos estruc-
turantes y globalizadores sino para buscar huellas, indicios y trazados que sin
negar la diversidad, ayudaran a restablecer las conexiones interrumpidas, a
encontrar significados a los distintos fragmentos urbanos” (García, 2004, p. 19).

Lo interesante es que esta crisis disciplinar no se circunscribió al campo aca-


démico del urbanismo, situación similar se vivió en la sociología en la segunda
mitad del siglo XX —por señalar sólo un ejemplo— periodo en el que un muy
reconocido sociólogo norteamericano escribía acerca de las Teorías de alcance
intermedio, las cuales según él “incluyen abstracciones, por supuesto, pero están

129
Leopoldo Prieto Páez

lo bastante cerca de los datos observados para incorporarlas en proposiciones


que permitan la prueba empírica” (Merton, 2002, p. 56). Era una reacción con-
tra aquellas teorías generales de los sistemas sociales que bajo sus pretensio-
nes totalizadoras se alejaban demasiado de formas particulares de conductas
y organización sociales. Una reacción que por demás recuerda las críticas más
acérrimas contra el movimiento moderno y contra los más clásicos postulados
de los CIAM, a quienes se acusaba de ignorar toda diferencia local en su afán
por determinar una “teoría” general del urbanismo.

Este enfrentamiento entre visiones y enfoques que devino en crisis dejó una
ganancia, o al menos así lo reconocieron algunos sectores académicos, pues
promovió una orientación mucho más modesta e integradora de acercamiento
al hecho urbano. De manera que no era raro que se comenzara a recurrir al
saber antropológico y psicológico para entender el impacto en el sentir de los
habitantes de una obra de infraestructura en una urbe determinada, ni extraño
era que se recurriera a la experticia de planificadores y arquitectos en la com-
prensión de fenómenos sociales vinculados al estudio del espacio y el territorio.

Otro tanto ocurrió en la disciplina histórica, una crítica que se fue configurando
desde la segunda década del siglo XX con la enorme influencia de la Escuela de los
Annales en Francia, en donde las mentalidades o la vida cotidiana fueron conver-
tidas en fuente de interés por parte de investigadores, particularmente franceses.
Más adelante este enfoque influyó en otras perspectivas como la microhistoria
en la cual no sólo se incluían temas poco considerados por la historia tradicional,
sino que además se integraron fuentes desechadas por irrelevantes o poco serias,
como los relatos orales, las imágenes, los testimonios, la ficción, etc.

Norbert Elías en uno de sus primeros trabajos de investigación, participó en


este debate. En algunos de sus apuntes discutía sobre el tipo de estudios que
se hacían cuando se abordaba el pasado, resaltando la necesidad de tomar en
cuenta no solo el hecho, sino el análisis integral del fenómeno; un reproche
que elevaba al reconocer que “con pocas excepciones —por ejemplo, las inves-
tigaciones sobre historia económica o social— todavía se escoge de ordinario
como marco de referencia para la exposición de las obras históricas, las obras y
hechos individuales de hombres pertenecientes a determinados grupos sociales
elitistas, pero sin incluir en las investigaciones los problemas sociológicos de
tales formaciones elitistas” (Elías, 1996, p. 28).

La discusión se orienta a entender específicamente el problema de cómo defi-


nir el objeto de estudio, ¿Qué es digno de ser estudiado? ¿Qué debe ser consi-
derado y qué no? Siguiendo con el argumento del sociólogo alemán:

130
Ciudad, cultura y literatura: bosquejos teóricos de un camino por recorrer

En muchas exposiciones históricas, desde hace algún tiempo, los fenó-


menos sociales, las configuraciones que muchos individuos singulares
constituyen entre sí, son tratados habitualmente solo como una espe-
cie de bambalinas, delante de las cuales individuos solitarios actúan,
al parecer como los auténticos protagonistas (…) la tarea es destacar
aquello que en los actuales estudios históricos, aparece como un tras-
fondo in-estructurado, y hacerlo accesible a la investigación científica
como una relación estructurada de individuos y de acciones. (Elías,
1996, p. 41)

La mención de este tipo de enfoques nos es útil en la medida que describe en


cierto modo un panorama que dominó hasta hace no mucho tiempo la investi-
gación urbana en Colombia. Solía ser común, que por ejemplo en el caso de la
década de los cincuenta, se tratara de reducir la comprensión del urbanismo de
ese periodo al examen de la influencia de Le Corbusier o de unos agentes esta-
tales en la construcción de la ciudad, e incluso que la explicación germinal de
todos los cambios urbanísticos se redujera a la ‘destrucción’ de la ciudad en los
acontecimientos del 9 de abril. Pero pocas veces se tomaban en consideración
otros aspectos como la forma en que se habitó, circuló, apropió, valoró, diseñó
e intervino el espacio urbano por cientos de miles de personas que vivían allí,
aspectos que bien podrían brindar nuevas luces sobre el entendimiento del
carácter que tuvieron los cambios físicos y para lo que habría que recurrir a
formas no exploradas en el análisis histórico urbano.

Es decir, más allá del alcalde Mazuera o de la obra de Le Corbusier, existe una
serie de figuraciones o relaciones que determinan la forma como se produce el
espacio en Bogotá en los años cincuenta, de hecho, una serie muy compleja e
intricada de relaciones. Desde ese punto de vista resulta fundamental conside-
rar aquellos aspectos que se ubican al margen del gran acontecimiento una y
otra vez estudiado, con el único fin de buscar nuevos modelos de interpretación
que permitan explicar la ciudad de mediados de siglo XX. Parte del trabajo
del citado autor en su libro sobre los cortesanos en el siglo XVIII, se centra en
dilucidar los elementos de base que dan explicación a la formación de un tipo
específico de sociedad, a través del examen de los espacios de habitación y
quienes lo ocupan.

La crítica a la rigidez de los modelos clásicos de historias el urbanismo encon-


tró eco en el investigador Shun-Ichi J. Watanabe, único miembro no occidental
del comité directivo de la International Planning History Society (IPHS). En 2003,
en plena conferencia frente a la plana mayor de la asociación, planteaba que la
manera en que se había historiado el urbanismo por parte de Occidente contribuyó
a diezmar la posibilidad de entender la conformación y desarrollo urbanístico de

131
Leopoldo Prieto Páez

las ciudades que estaban fuera del ámbito Europeo o Norteamericano, pues el
foco había sido puesto solo en un tipo de urbanismo considerado ‘ejemplar’, un
tipo de urbanismo que se presentaba en las facultades de todo el mundo como el
‘deseado’, dejando de lado posibles explicaciones de formas de organización de
las ciudades que, de haber sido integradas, habían contribuido a comprender la
construcción urbanística de ciudades como las latinoamericanas o asiáticas que
entraban en la genérica categoría de “tercer mundo”. El argumento del histo-
riador y urbanista es que al despreciársele calificándolo simplemente como ‘no
urbanismo’ se limitó el alcance del poder explicativo de enfoques no alienados
con el canon hegemónico; Watanabe se preguntaba entonces “Is planning his-
tory the history of ‘all’ kinds of planning, namely, a history of ‘good’ AND ‘bad’
planning?” y él mismo respondía “of course the answer is YES. For me it is worth
knowing both about ‘good’ planning and ‘bad’ planning”2 (Watanabe, 2003).

Argumentos como estos contribuyeron a que, de manera paulatina, la investi-


gación disciplinar haya integrado y abierto la posibilidad de nuevos métodos y
fuentes, apertura que ha implicado el abandono de “esquemas estructuralistas
de gran alcance, bien sea de inspiración marxista o de la longue durée de los
Anales, a favor de estudios más focalizados que podríamos llamar microhistó-
ricos en el que se enfatiza la contingencia y autonomía de las formas culturales”
(Almandoz, 2008, p. 191). Este enfoque se enfrenta de cualquier modo con una
arraigada tradición investigativa que ha presentado sus credenciales académi-
cas a través de rigurosos ejercicios de indagación y reflexión científica, conte-
nida en las formas de hacer historia ‘tradicional’ que además determinaba el
tipo de objetos de estudios ‘dignos’ de ser estudiados. El resultado en el campo
de la historia urbana y del urbanismo, según se lee en una suerte de diagnóstico
realizado por Nancy Steiber, es que el enfrentamiento quedó en ‘tablas’:

Pareciera arribarse al inteligente reconocimiento –muy a tono con el


panorama que se divisa en otros campos de la historia– de la saluda-
ble coexistencia de dos tendencias que solían verse como antitéticas
después de la reacción contra la historia total de los Anales; a saber
“la gran narrativa” de alcance nacional, que registra la historia de los
grandes procesos o ideales, y la ‘micronarrativa’ que da cuenta de la
gente común en sus habituales entornos locales. (Citado en Alman-
doz, 2008, p. 193).

2 ¿Es la historia del urbanismo, la historia de ‘todos’ los tipos de urbanismo, es decir, una historia
de buenos ymalos urbanismos? … Por supuesto que la respuesta es SI. Para mí es valioso conocer
tanto del ‘buen’ urbanismo como del mal urbanismo. (Traducción propia).

132
Ciudad, cultura y literatura: bosquejos teóricos de un camino por recorrer

Esta salida descrita por Steiber, recuerda las mencionadas teorías de alcance
intermedio antes citadas o incluso los abordajes reflexivos a propósito del con-
cepto de lo cotidiano (tan apreciado por los micro-historiadores) que hace a
modo de crítica Norbert Elías; él asegura que es una falacia crear una contradic-
ción antitética entre lo cotidiano y lo no-cotidiano, entre lo objetivo y lo subje-
tivo o entre lo social y lo individual. Él mismo se encargó de mostrar el modo en
que las transformaciones que podríamos llamar más estructurales, por ejemplo
la creciente centralización del poder del Estado, están imbricadas en una rela-
ción de influencia reciproca con los cambios en las formas de comportamiento
de las personas en ámbitos más íntimos, por ejemplo, en la mesa3. De ahí que el
mismo Elías se atreva a asegurar que la importancia está definida “justamente
en la posibilidad de relacionar los cambios de la estructura de la personalidad
con cambios en la estructura social” (Elías, 1998, p. 338). Desde este punto de
vista los cambios en la estructura urbana han de entenderse como agenciados
por cambios en las formas de pensamiento pero a su vez los cambios físicos
urbanos transforman las formas de pensamiento de quienes la habitan.

En este punto resulta pertinente volver a reseñar un argumento de Watanabe


porque ayuda a comprender el papel de las ideas en la construcción de las ciu-
dades. Mencionaba él en el texto ya citado que para avanzar en la construcción
de un entendimiento general de la ciudad hay que entender que las ideas son
adaptadas, negociadas o rechazadas:

[…] to a greater or lesser degree, the history of modern urban plan-


ning in each country worldwide can be seen as the history of the
encounter and/or collision of that country`s planning with modern
Western Urban Planning. In this way, it is possible to sketch one part
of a ‘world history’ of planning. (Watanabe, 2003)4

Y agregaríamos, que no solo de este modo es posible hacer un acercamiento


al esbozo de la historia mundial del urbanismo, sino además que atender esta
recomendación, en términos de ver la colisión entre un enfoque foráneo y unos
recursos propios, ayudaría a comprender mejor el desarrollo y transformación
de los espacios urbanos locales, pues implicaría asumir que existen influen-
cias, pero que estas han pasado por procesos de depuración, ajustamiento y

3 Sobre este aspecto puntual véase Elías, 1989.


4 (En mayor o menor medida, la historia del moderno urbanismo en cada país del mundo puede
ser visto como la historia del encuentro o la colisión de este urbanismo nacional con el moderno
urbanismo occidental. Es en este modo en que es posible hacer un esquema de una parte de la
historia del urbanismo mundial –Traducción propia-).

133
Leopoldo Prieto Páez

reflexión, que han obligado a los locales a realizar una tipo de construcción
original e híbrida del espacio físico urbano.

Otra de las críticas la apuntó en forma de objeción Germán Mejía, quien indica
que hasta hace no muy poco había dos escenarios, igual de desalentadores,
que evidenciaban la crisis de la historia urbana y de la historia del urbanismo
en Colombia. Por un lado se encuentran los tipos de abordaje realizados por
profesionales adscritos a la arquitectura y el urbanismo, sobre estos estudios
menciona el historiador:

La profesionalización del urbanismo bajo el imperio de la arquitectura,


tomando distancia de las ciencias sociales, ocasionó que su lectura del
espacio y de hábitat fuera primordialmente funcional: el urbanismo
como mecanismo de normalización de las necesidades humanas sobre
el espacio (…). Dada esta situación, la historia elaborada por el urba-
nismo se vació de contenido, convirtiéndose fundamentalmente en un
catálogo de formas. Es entendible, por lo tanto, que la pregunta por la
Historia Urbana, por paradójico que parezca, no provenga entonces
del urbanismo. (Mejía, 2000, p. 53)

Por otro lado estaba presente lo que ocurría en el ‘reino’ de las ciencias socia-
les en cuyos trabajos:

La ciudad es considera en el mejor de los casos, como un simple con-


tenedor del hecho social, el cual no tiene como uno de sus referen-
tes causales el espacio en el que se desarrolla (…), llaman la atención
aquellas obras que desconociendo el espacio como categoría explica-
tiva se reconocen a sí mismas como historia urbana o hacen referencia
explícita a la ciudad como campo de investigación. (Mejía, 2000, p. 53)

Estas consideraciones, que en principio parecen demasiado básicas, son esen-


ciales para poder entender el debate en el que se encuadran las discusiones aquí
propuestas. Esta crítica atina de forma directa a uno de los mayores problemas
disciplinares y es casi un manifiesto de los investigadores urbanos del siglo
XXI: es imprescindible reflexionar sobre el papel del espacio y el sitio cons-
truido en nuestras indagaciones, en las que la ciudad sea tratada y tenga lógica
solo en la medida en se considere el espacio, no como entidad estática sino
como “productor de relaciones sociales y producto de ellas, queda convertido
en un manifiesto. Sobre lo segundo, no hay discusión, lo significativo es reco-
nocerle al espacio la capacidad de generar relaciones de los habitantes entre sí y
de ellos con el substrato material, relaciones que solo son socialmente posibles
como producto del espacio” (Mejía, 2000, p. 56).

134
Ciudad, cultura y literatura: bosquejos teóricos de un camino por recorrer

Desde este punto de vista, la gran tarea de la disciplina era la construcción de


una estrategia metodológica que buscara conciliar dos dimensiones del estudio
del espacio que tradicionalmente se habían presentado como antagónicas. En
otras palabras, el desafío estaba planteado en términos de entender la manera
cómo las relaciones sociales (de poder, económicas, espirituales, políticas)
construyen el espacio; pero al mismo tiempo dilucidar el modo como el espacio
construido se convierte en categoría fundamental para explicar las relaciones
sociales.

El urbanista venezolano Arturo Almandoz5, junto al arquitecto argentino


Adrián Gorelik, con insistencia y rigurosidad han indicado un nuevo camino a
través de enfoques teóricos y metodológicos para integrar esas visiones sobre la
historia del urbanismo y la ciudad que con frecuencia aparecían tan fragmenta-
das. Estos dos autores han defendido un enfoque que el venezolano ha denomi-
nado Historia cultural urbana. El propio Almandoz hace una suerte de defensa
sobre la fuente que propiciaría un enfoque historiográfico que él reivindica; esa
fuente es la literatura:

Somos de la creencia de que la estructura literaria existente sobre una


ciudad, construida en términos de imágenes, personajes, escenarios,
deseos y sueños asociados a esa ciudad es algo tan determinante e
informante de nuestro entendimiento sobre ella como puede serlo su
misma estructura física; en ese sentido acaso pueda hablarse de una
aproximación fenomenológico-literaria a la ciudad, que paradójica
y maravillosamente, puede incluso ocurrir a distancia. (Almandoz,
1993, p. 19–20)

Un argumento que trae a la memoria el postulado de Richard Morse, en el que


advierte “sobre la necesidad de acudir a literatos y ensayistas del pasado para
una comprensión más compleja de la historia urbana que la que surgía de esta-
dísticas y censos”, (Gorelik, 2004, p. 144), mirada que compartía con el famoso
Henri Lefebvre, quien “fue la única voz que se alzó [en la década de los sesenta]
advirtiendo la importancia sobre las formas de representación artísticas, para
superar lo que según él era el campo ciego en que se encontraba el tecnificado
pero miope urbanismo de los planificadores y burócratas (Almandoz, 2008, p.
195). Un presentimiento que se encuentra determinado además por la importan-
cia en la construcción de estrategias metodológicas sustentadas en que:

The literary text codifies ideas and attitudes about the city and that
as the city itself changes under historical influence, so do these code,

5 Sobre la apuesta del análisis cultural de la ciudad véase el trabajo de Arturo Almandoz (2002).

135
Leopoldo Prieto Páez

exhausting traditional modes as they call for new meaning, often by


parodying the emptiness of the older forms. (Lehan, 1986, p. 99)

Encontrar esos códigos, medio ocultos y medio evidentes, que contribuyan a


construir una mirada alterna sobre el tipo de ideas que influenciaron el cambio
urbanístico de las ciudades, es un tema que ahora mismo es parte del debate,
¿Qué conceptos pueden contribuir a encuadrar la investigación urbana para
conseguir ese objetivo? Es el tópico que se aborda en el siguiente apartado.

Imagen y ciudad análoga


La utilización y pertinencia del arte en el análisis de un fenómeno, de por sí
ya confuso, como son las cuestiones referidas a la transformación de las ciuda-
des es un tema que está lejos de crear consensos. Resulta extraño que incluso
en el campo del urbanismo y la arquitectura, tan cercanas al arte y a la concep-
ción estética del espacio, aún hoy se cuestione con severidad a los historiadores
que hacen uso de la obra artística para desarrollar sus marcos analíticos. Vale
la pena hacer una nota al margen y mencionar que algunas de las críticas más
que al enfoque y a la utilización del arte en la historiografía, se hacen en rea-
lidad contra la ligereza y simplismo como se asume este enfoque por parte de
algunos investigadores. En todo caso, como lo señala Salvador Tarragó en la
introducción al texto clásico de A. Rossi, estas cuestiones hacen (o hacían) parte
de un profundo debate:

Cuando centramos nuestro interés en los términos envueltos en esta


problemática [la de la arquitectura y el urbanismo] surge diversidad
de concepciones de lo artístico que están desempeñando un papel
activo en nuestro mundo cultural. Así, mientras que se puede inter-
pretar lo artístico como el campo propio de lo intuitivo e irracional,
valores éstos que al ser asignados desde una óptica positivista que
circunscribe el mundo de lo esencial estrictamente a las dimensión
de la realidad con que opera (la de las relaciones cuantitativas), for-
zosamente ha de conllevar una subvaloración de la importancia del
arte al quedar éste ligado a una forma de intervención no cientifi-
cista y por lo tanto secundaria. Pero precisamente de este rechazo, y
de otros, puede surgir la posición contrapuesta: la legitimación del
arte como uno de los medios liberadores de la realidad cosificada.
(Tarragó, 1971, p. 10)

Lo interesante de la posición de Tarragó no es que actúe con cierto entusiasmo


reivindicativo con respecto a la manifestación artística, sino que resalte el valor
de la concepción estética como factor explicativo de la realidad urbana. Dice

136
Ciudad, cultura y literatura: bosquejos teóricos de un camino por recorrer

él mismo “se superó la concepción del arte como forma ideológica mediante
la teoría del valor cognoscitivo de la obra artística, con lo que, al desprenderse
aquélla de muchas de sus formulaciones simplistas, se abrió un ancho camino
de posibilidades interpretativas y metodológicas diversas que se desarrollaron
simultáneamente” (Tarragó, 1971, p. 11), un argumento cercano al de Pierre
Bourdieu, según el cual “la relación que un creador sostiene con su obra, y por
ello, la obra misma, se encuentran afectadas por el sistema de relaciones socia-
les en las cuales se realiza la creación como acto de comunicación, o con más
precisión, por la posición del creador en la estructura del campo intelectual”
(Bourdieu, 1969, p. 135).

Es justamente la íntima dependencia de la creación artística con las relaciones


sociales –y entendemos la ciudad aquí también como un hecho social–, lo que
permite recurrir a la literatura como un modo conveniente de acercamiento a la
realidad histórica urbana, obligándonos a cuestionar los análisis y poner en el
centro de la discusión “el problema de ‘realismo’ y del ‘referente’ del discurso
literario”.

En el prólogo de Las Reglas del Arte, Bourdieu, refiriéndose a la Educación Sen-


timental de Gustave Flaubert, señalaba que “la estructura de la obra, que una
lectura estrictamente interna saca a la luz, es decir, la estructura del espacio
social en el que se desarrollan las aventuras de Fréderic, resulta ser también la
estructura del espacio social en el que su propio autor está situado” (Bourdieu,
1995, p. 29). Esta verdad que aparece como una realidad certera se le ha esca-
pado a intérpretes atentos, según el sociólogo francés, por la particular propie-
dad del discurso literario que hace revelaciones de manera velada, un discurso
“que habla del mundo (social o psicológico) como si no hablara de él (…), de
una forma que lleva a cabo, para el autor y el lector, la negación de lo que
expresa” (Bourdieu, 1995, p. 20). Las imágenes y verdades literarias aparecen
aquí como si se tratara de aquel caso del detective de Poe en La Carta Robada, en
que “quizá lo que induce a error sea la sencillez del asunto” (Poe, 1998, p. 526).
Es en último término una invitación de carácter metodológico que reconoce la
importancia y el cuidado que habría que tener con el abordaje de este tipo de
fuentes, resaltando el inmenso valor de la literatura como forma eficaz para
desarrollar análisis de las complejidades de la realidad concreta; en palabras
del mismo Bourdieu:

No hay mejor prueba de todo lo que separa la escritura literaria de la


escritura científica que esta capacidad [de la literatura], que le perte-
nece por derecho propio, de concentrar y condensar en la singulari-
dad concreta de una figura sensible y de una aventura individual, que
funciona a la vez como metáfora y metonimia, toda la complejidad

137
Leopoldo Prieto Páez

de una estructura y de una historia que el análisis científico tiene que


desarrollar y extender muy laboriosamente. (Bourdieu, 1998, p. 52)

Lo importante de lo que representa esta postura es que, a tenor de ella, se


han hecho intentos serios y sistemáticos para probar la pertinencia y la relevan-
cia de utilizar la obra de ¨ficción¨ como una forma de entender el entramado
conceptual de algunas corrientes urbanísticas6. Estas propuestas han mostrado
aportes, en términos conceptuales, para el análisis de las ideas que guían el
modo de actuar de planificadores y constructores de ciudad a través de la lite-
ratura, de allí que el estudio de lo urbanístico visto a través de este filtro, aun-
que poco común, no es infructuoso.

Es el caso de la noción de imagen de la ciudad construida por K. Lynch. Este


autor nos propone una perspectiva que sin duda es útil para el tema que aquí
se esboza. En primer término porque tiene correspondencia con los plantea-
mientos teóricos de varios de los autores que se han ocupado de este tema en
nuestro medio. Lynch asegura que la imagen de la ciudad no es unívoca y no
pertenece a una sola persona, sino que “cada individuo crea y lleva su propia
imagen, pero parece existir una coincidencia fundamental entre los miembros
de un mismo grupo. Son estas imágenes colectivas, que demuestra el consenso
entre número considerables e individuos las que interesan a los urbanistas”
(Lynch, 1998, p. 16).

La necesidad de encontrar lo que Lynch denomina la imagen pública de la ciu-


dad, esa imagen construida a base de consenso, es equivalente a la búsqueda
de relaciones estructuradas entre individuos, formas de actuar e imaginación
humana. No sobra reconocer que para este autor esta imagen es producto de
una relación de doble vía entre el observador y el ambiente (el territorio, el
espacio). Lo pertinente de este enfoque es que esta definición permite reconocer
algunas variables accionables que contribuyen a una definición de la forma en
que se puede estudiar la imagen de la ciudad. Conceptos como senda, mojón,
borde, nodo y barrio son parte del arsenal que utiliza el investigador para darle
un perfil al concepto que se encuentra en la base de su propuesta, el concepto
de imaginabilidad, la cual se entiende como:

[…] esa cualidad de un objeto físico que le da una gran posibilidad de


suscitar una imagen vigorosa en cualquier observador de que se trate.
Se trata de esa forma, de ese color, de esa distribución que facilita la

6 Algunos interesantes ejemplos son: Harvey (2008) Especialmente la primera parte titulada: Re-
presentaciones: París 1930 – 1948. También Lehan (1998), Moretti (2001), Prieto (2012) y
Peña (2000).

138
Ciudad, cultura y literatura: bosquejos teóricos de un camino por recorrer

elaboración de imágenes mentales del medio ambiente que son vívi-


damente identificadas, poderosamente estructuradas y de suma utili-
dad. (Lynch, 1998, p. 19)

Utilidad en términos de proveer material para el análisis de las transformacio-


nes urbanísticas. Pero la propuesta de este autor va más allá, pues reconoce que
“cada representación individual es única y tiene cierto contenido que solo rara
vez o nunca se comunica, pese a lo cual se aproxima a la imagen pública que, en
diferentes ambientes, es más o menos forzosa o más o menos comprehensiva”
(Lynch, 1998, p. 61). De aquí se desprende la idea de un punto medio en el cual
lo ‘imaginario’ se encuentra con lo ‘real’, un punto básico para comenzar a trazar
pistas que contribuyan a la definición de una estrategia metodológica que per-
mita desarrollar investigaciones alrededor de los aspectos culturales de las ciu-
dades. El punto central descansa en la idea de reconocer que la visión de cada
una de las personas que habita un espacio es parte integral de ese espacio y a
la vez cada persona contiene ese espacio en si misma; más que un juego intrin-
cado de palabras lo significativo de este supuesto es que contribuye a reconocer
el papel del escritor no como una visión univoca sino como una visión estruc-
turante y estructurada de la ciudad, que recoge el sentir de quienes habitan la
ciudad (el espacio completo está dentro del escritor) pero al tiempo es su visión
particular del espacio. Estos argumentos en cierta manera justifican la necesi-
dad de construir una (o unas) herramienta (s) que dé (n) cuenta de la estructura
profunda que subyace a las relacionas superficiales, presentes en la narración,
que se percibe con respecto a la ciudad en un periodo histórico determinado.

Podría reafirmarse este argumento con la tesis según la cual “la imagen no
es un algo recibido desde afuera, o no es algo solamente recibido desde afuera.
La imagen es el medio material, sensible y concreto, a través del cual se hace
posible la representación” (Pérgolis, 2003, p. 114), es decir la imagen se vuelve
determinante no solo porque tiene su asidero en la ciudad construida, sino tam-
bién porque

la imagen de la ciudad que de alguna manera comparten quienes


viven en ella influye de manera notable en una multitud de prácticas:
el uso que los distintos grupos hacen de la ciudad, por supuesto, está
signado por esto, pero incluso la producción del medio construido y
las acciones privadas y públicas que sobre el medio urbano se ejercen
son incomprensibles si no se tiene en cuenta esta mediación. (Jarami-
llo, 1998, p. 109)

En otras palabras, no es probable que millones de personas compartan un


espacio denso, heterogéneo y extenso (para recodar la vieja definición de ciudad

139
Leopoldo Prieto Páez

de Wirth) sin la posibilidad que sobre ellos actúe un elemento abstracto y uni-
ficador, un mecanismo que accione el equivalente de la comunidad imaginada
de la que habla Anderson (1993) para la nación. Hallar ese aspecto es el objetivo
central de muchas investigaciones, y ahí radica la relevancia del arte pues:

La representación sobre la realidad urbana se manifiesta en la forma


como los habitantes hablan de ella, como la describen, como se refie-
ren a ella, aun si su intención no sea la de explicitar esta imagen. Si
esto es así, las palabras sobre la ciudad pueden operar como síntoma,
y sería posible leer estar representación, a partir de su precipitado en
las prácticas lingüísticas. (Jaramillo, 1998, p. 110)

Las palabras que construyen una imagen son una condición genérica de todos
los ambientes urbanos, es una consecuencia no esperada de la aglomeración en
las ciudades durante aquello que ha dado en llamarse la modernidad. Siguiendo
a Améndola “el relato de la ciudad nace y vive con la ciudad: éste le da fuerzas
a la ciudad y recibe fuerza de ella. Es impensable una ciudad sin su relato”
(Améndola, 2000, p. 167), y ser parte integral de la realidad urbana con la que
se fusiona, a la que alimenta y de la que se alimenta, le da los argumentos sufi-
cientes a este autor italiano para asegurar que

el relato de la ciudad sea narrado, cantado, escrito o dibujado, han


sido siempre fiel a la ciudad y a su espíritu. No hay diferencias rele-
vantes entre la intención del relato y las posibilidades técnicas dispo-
nibles. Probablemente con un cierto retraso pero de manera bastante
tempestiva y coherente, la habilidad de relatar la ciudad ha sido siem-
pre adecuada a la ciudad misma, tal como ha sido percibida por la
cultura de la época. (Améndola, 2000, p. 169)

Ahora bien podríamos concluir este apartado reconociendo que el concepto


de ‘imagen’, tal como lo hemos visto, proporciona en lo fundamental las bases
para poder entender y desarrollar un método correspondiente a las intencio-
nes que se han mencionado a lo largo del escrito, tanto más pertinente cuanto
más involucra las distintas dimensiones de la ciudad. Pero vale la pena reseñar
junto a todo ello otra construcción de inspiración teórica que ofrece herramien-
tas para abordar estos temas, el concepto construido por Aldo Rossi de ciudad
análoga.

El autor italiano esboza una definición del concepto de lo análogo, explici-


tándolo en uno de los apartados del conocido texto La arquitectura de la ciu-
dad “una hipótesis con la que entiendo referirme a las cuestiones teóricas del
proyectar en arquitectura; esto es, a un procedimiento compositivo que gira

140
Ciudad, cultura y literatura: bosquejos teóricos de un camino por recorrer

sobre algunos hechos fundamentales de la realidad urbana y en torno a los


cuales construye otros hechos en el marco de un sistema analógico” (Rossi,
1971, p. 45). Esta categoría es particularmente útil en la medida que pone en
primer nivel de consideración la capacidad simbólica de la ciudad como “obra
de arte colectiva”, pero no por ello menos real que la ciudad ya levantada. De
hecho, una de las condiciones fundamentales de lo analógico es esa capacidad
de transformar lo ‘real’ en una ‘hiperrealidad’ para luego volver a la ‘realidad’
empírica como un concepto lleno de contenido.

Luque Valdivia asegura que para entender este postulado de Rossi, es nece-
sario volver la mirada hacia la propuesta del lingüista Suizo F. Saussure, en
donde se haya la base teórica del concepto de lo analógico; según Luque “una
forma analógica es una forma hecha a imagen de otra o de otras según una regla
determinada (…) Saussure insiste en el carácter creativo de la analogía que no
produce propiamente cambios sino elementos nuevos. Por ello la analogía apa-
rece como un principio innovador, o con más propiedad, como un principio al
mismo tiempo de renovación y conservación” (Valdivia, 1996, p. 323). Y es la
ciudad de la literatura, o más precisamente su imagen, un tipo de construcción
analógico en cuyo proceso de creación no solo produce algo nuevo sino que en
lo fundamental condensa lo que permanece; es además pertinente a nuestros
fines porque “el pensamiento analógico, conoce a través de la intuición y no a
través de razonamientos, expresa lo conocido mediante imágenes, mediante
lo que podríamos llamar metáforas” (Sainz, 1999, p. 132), y tanto más resulta
sugestiva la utilización de este concepto, en la medida que se entiende que “la
analogía es ‘la ciencia de las correspondencias’, pero para que esta funcione, y
puedan establecerse dentro un determinado colectivo, relaciones significantes
entre diversos hechos se requiere una base cultural compartida” (Sainz, 1999,
p. 133), condición fundamental que conecta con la idea de imagen mencionada
más atrás.

Intentando ser más preciso, Luque Valdivia asegura que la idea subyacente a
la analogía lingüística es la de proporción, que ayuda a entender la existencia de
una nueva regla y la utilización de ella para crear una palabra nueva. Expone
el siguiente esquema:

perdonar: imperdonable = decorar: X

X= indecorable

En la explicación de este esquema está la base, según Luque, de la interpreta-


ción de la analogía rossiana. La primera parte del ejemplo (perdonar:imperdonable)
muestra una relación de construcción de palabras antónimas. Siguiendo la regla

141
Leopoldo Prieto Páez

(o por analogía), en la segunda parte de la igualdad se construye una nueva


palabra que en realidad debe su origen a la regla que preexiste. Un ejercicio de
innovación (la palabra nueva) y de conservación (la regla en la que se basa para
construir la analogía).

Tal vez una de las miradas más reiteradas sobre lo analógico es la asociación
con una teoría de la proyectación en la que

Una operación lógico-formal puede traducirse en un modo de proyec-


tar; de ahí nace la hipótesis de una teoría de la proyectación arquitec-
tónica donde los elementos están prefijados, formalmente definidos,
pero donde el significado que nace al término de la operación es el
sentido auténtico, imprevisto, original de la operación. Esto es, un
proyecto. (Sainz, 1999, p. 130)

Habría que añadir que un proyecto, en este caso específico, bien puede ser
una obra de literatura. Dice adicionalmente Luque Valdivia, que la ciudad aná-
loga posee un elemento profundo que forma parte de la biografía de quien crea;
así pues, la analogía actúa sobre una estructura mental que tiene unas carac-
terísticas preeminentemente personales, de modo que esa estructura pone de
manifiesto –como el propio Rossi señala acudiendo a Benjamin– la deformación
a la que el arquitecto está sometido por los nexos con las cosas que le rodean. Lo
más significativo de esta inmersión del creador en un mundo de relaciones que
convierte la ciudad en una obra de arte colectiva, es que reconoce lo improbable
de una originalidad total o de una homogeneidad absoluta. Existe entonces la
posibilidad de hacer una obra nueva, de vanguardia si se quiere, pero que res-
ponde de manera abierta o soterrada a las condiciones de existencia en la que
fue llevado a cabo el proceso de creación.

En un trabajo relativamente reciente, el arquitecto Adrián Gorelik reivindica


el clásico postulado de Rossi al reconocer que su propuesta es una oportuni-
dad inmejorable para tender puentes entre ciudad y cultura. El puente, dice
Gorelik, se comienza a establecer a partir del reconocimiento “de una figura
en la que predominaba la capacidad simbólica de la ciudad como obra de arte
colectiva” (Gorelik, 2004, p. 145), como tal la figura de lo análogo tendrá en la
historia urbana un rol fundamental en la interpretación del espacio urbano,
tal como se mencionó anteriormente: como productor de relaciones sociales y
producto de ellas o, en otras palabras, “que la ciudad y sus figuraciones se pro-
ducen mutuamente”. Para Gorelik, Rossi sigue a Mumford cuando este afirma
que “el pensamiento toma forma en la ciudad y a la vez las formas urbanas
condicionan el pensamiento” (Gorelik, 1998, p. 91)., idea de base que permite
entender que lo analógico también implica de alguna manera que “la ciudad

142
Ciudad, cultura y literatura: bosquejos teóricos de un camino por recorrer

se realiza en el tramado de las ideas que la imaginan diferente, aun de las que
creen perseguir objetivamente su realidad, pero, en rigor, están produciendo
nuevas significaciones que la constituyen” (Gorelik, 1998, p. 91).

Gorelik, además, resalta otro aspecto de la ciudad análoga; afirma que es posi-
ble rastrear un escape a través de este concepto de la banalización del entorno
urbano, permitiendo tener una mirada crítica sobre él y, en esa medida, conver-
tir la ciudad ya no solo en un objeto de proyectación, sino también en objeto de
estudio, de crítica y de pregunta. El mecanismo mental que antes mostró Luque
Valdivia se ve enriquecido en esta nueva visión, donde la analogía no solo es
propiedad exclusiva del genio creador sino que se asocia de manera muy estre-
cha con el investigador urbano. La ciudad análoga quiebra el perfil y la concep-
ción de lugar común, la de la ciudad naturalizada, aquella que se apoya en “la
fruición distraída del paseante [y] ya no permite componer una mirada crítica,
porque no hace sino reproducir los valores que se presentan como inmutables
e indiscutibles, como naturales” (Gorelik, 1998, p. 92). Se alza lo análogo como
un tipo de abordaje de la ciudad que cuestiona la ciudad naturalizada, aquella
del sentido común que disimula los conflictos.

Finalmente, es probable que, de manera programática, el arquitecto argentino


apueste a que este tipo de visión profunda de la ciudad puede encontrarse en el
arte, el cual se convierte en algo así como el momento de síntesis que trasciende
el perfil de la ciudad “naturalizada”, vale decir irreflexiva, para poder llegar a
entender elementos no del todo evidentes que están presentes en la construc-
ción de la ciudad y se logran rescatar gracias a una mirada más profunda. En
todo caso, tal camino, reconoce este autor, es difícil y apenas comienza a des-
puntar su utilidad. Es posible constatar esto en:

La abundancia de ese género tan especial que son los anecdotarios


urbanos, esas historias enumerativas, descriptivas, pintorescas y pro-
vincianas de los monumentos, de los lugares, los personajes singu-
lares; relatos que reducen el conflicto grabado en cada piedra a un
proceso teleológico que conduce al presente o, en la visiones decaden-
tistas, a una edad de oro de la que el presente solo es degradación y
caída. (Gorelik, 2004, p. 149)

Pero en el análisis que promueve, la literatura nos permite encontrar ya los


elementos fundamentales de lo análogo, para que por vía de superación de lo
“pintoresco y lo anecdótico” sea posible llegar al análisis y a la comprensión.

Cuando se realiza un acercamiento juicioso a lo que ha sido el desarrollo


de la historia del urbanismo y de las ciudades, como por ejemplo lo escrito

143
Leopoldo Prieto Páez

por Arturo Almandoz en su revisión sobre el estado del arte de la cuestión en


Europa, Estados Unidos y Latinoamérica, una de las muchas conclusiones que
podría sacarse es que la investigación en este campo ha mostrado la necesidad
de recurrir a nuevas y más afinadas estrategias para buscar entender de manera
más completa los cambios ocurridos en el espacio físico urbano. Entre otras
cosas porque, dice Almandoz:

La urbanización es un proceso multidimensional que involucra cam-


bios territoriales, demográficos, económicos, sociales y culturales: ella
implica no sólo el mero hecho concentracional de una población en un
territorio, sino también (y acaso más esencialmente) los cambios en los
términos de relaciones sociales entre los individuos y en sus formas de
utilización del espacio. (Almandoz, 1993, p. 17)

Siguiendo este argumento, puede afirmarse que si el carácter mismo de la


‘urbanización’ resulta tan complejo por la cantidad de dimensiones de la vida
humana que involucra, la investigación del objeto mismo impele a involucrar
una serie de aspectos que comúnmente no son tenidos en cuenta, pero que
resultan ser fundamentales en la medida que hacen parte de esa realidad que
se intenta explicar. Visto así, si los cambios en el territorio urbano, son a la vez
cambios económicos, sociales, políticos e incluso culturales, cada una de esas
visiones o dimensiones debe hacer parte del análisis.

Este texto y la invitación hecha aquí, no es otra cosa que el atrevimiento en


pos de la búsqueda de la pertinencia de conceptos que estaban en ciernes sobre
la investigación urbana desde hace mucho tiempo y que han venido materia-
lizándose en estudios y publicaciones puntuales durante finales del siglo XX y
comienzos del XXI. Es un esfuerzo por promover la comprensión de lo urbanís-
tico desde múltiples dimensiones, desde entradas, sino inéditas por los menos
poco comunes, todo con el fin de superar las visiones unilaterales (que con
frecuencia se presentan como unívocas) en la compresión del desarrollo urba-
nístico y en la interpretación de la historia de la ciudad.

144
Ciudad, cultura y literatura: bosquejos teóricos de un camino por recorrer

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147
La construcción cultural de la
ciudadanía: Jeffrey Alexander y la
fragmentación de la sociedad civil

Sebastián Cuéllar Sarmiento1

Introducción
Desde la aparición en 1993 del artículo precursor, The discourses of American
civil society: a new proposal for cultural studies, el grupo de investigación dirigido
por Jeffrey Alexander ha puesto de manifiesto las lógicas culturales que subya-
cen a la sociedad civil y desde una apuesta neodurkheimiana, han afirmado la
necesidad de dar un giro cultural a la teoría sociológica. Con esta renovación
teórica, se han realizado con éxito aproximaciones conceptuales que visibilizan
las condiciones culturales necesarias para que en el interior de una sociedad
civil se asuman como legítimos los escándalos (Alexander, 2000), el papel des-
empeñado por la opinión pública en el ámbito civil (Jacobs y Townsley, 2011),
la relación entre la guerra y sociedad civil (Smith, 2005), y el trauma cultural
(Alexander, 2012), entre otros temas. Sin embargo, vale la pena mencionar que,
además de algunos ejercicios recientes de Paolo Baiocchi (2006) para estudiar
la sociedad civil brasileña, así como de Cuéllar (2009), Tognato (2011) y Tog-
nato y Cuéllar (2013) para el caso de la sociedad civil colombiana, el interés en
la ampliación del alcance explicativo de esta teoría a otras realidades sociales
como la latinoamericana ha sido bastante periférico. Por lo tanto, este artículo
busca mostrar cómo la teoría cultural, expuesta en el Programa Fuerte en Sociolo-
gía Cultural, puede ser aplicada a contextos como el colombiano. Para ello, dos
serán las estrategias argumentativas: la primera, se plantearan los elementos
gnoseológicos que relacionan a los códigos culturales y la sociedad civil. En
segundo lugar, se mostrará el alcance interpretativo de la teoría para el caso
colombiano.

1 Sociólogo y Magister en Sociología de la Universidad Nacional de Colombia. Estudiante del


Doctorado en Sociología University of Pittsburgh.
Sebastián Cuéllar Sarmiento

Sociedad civil, códigos culturales y clasificación simbólica:


algunas notas sobre los conceptos
Con el fin de contextualizar teóricamente nuestro enfoque, es conveniente
revisar algunos de los postulados teóricos que validan la autonomía de la cul-
tura y su relación con la sociedad civil. De acuerdo con el “programa fuerte” en
sociología cultural, reconocemos su calidad explicativa basada en sus propios
términos y en su independencia de otras dimensiones de la vida social (Alexan-
der, 2000a), pues en la medida en que la cultura adquiere un carácter autónomo,
la necesidad de redefinir su contenido es un requisito previo para su reconoci-
miento como factor determinante y estructurante de la vida social. La cultura
condensa los profundos entramados de significado, referentes, repertorios sim-
bólicos y los universos que orientan el sentido de los actores, desempeñando
así un papel clave en el suministro de elementos compartidos colectivamente
que éstos pueden utilizar para actuar sobre el mundo.

Para hablar de la cultura desde la perspectiva del Programa Fuerte, se debe


tomar como punto de partida cuatro conceptos básicos: códigos, narrativas,
géneros y discursos. Estos conforman tanto el corpus interno de la cultura como
el del análisis cultural, proporcionando los elementos necesarios para su fun-
cionamiento independiente y dinámico. Entender la cultura de esta manera, y
con el fin de revalidarla como un texto en el que estarían inmersas las estructu-
ras simbólicas que determinan la vida social, conlleva la necesidad de volverla
objeto de una reconstrucción hermenéutica (Alexander, 2000a, p. 40).

Los códigos culturales operan dentro de un subsistema altamente diferen-


ciado de valores y creencias, designada como la esfera de la sociedad civil
(Alexander y Smith, 1993; 2000a Alexander, 2000b, 2000c). En este sentido,
Alexander (2000a) refiere a la sociedad civil como un subsistema de la sociedad
que es analíticamente y, en grados diversos, empíricamente separado de otros
ámbitos de la vida como la política, la economía y la religión. Es en esta esfera
en donde los lazos de unión entre los actores participantes de la sociedad se
forman, cumpliendo entonces la función de regular la moral, es decir, la forma
en que como individuos y como grupo, se evalúan las acciones de los demás y
las coyunturas bajo marcos clasificatorios compartidos. En términos generales,
la sociedad civil puede ser analíticamente dividida en dos supuestos funda-
mentales: una dimensión objetiva y otra subjetiva. En la primera, se encuen-
tran todos los actores, las instituciones, los voluntarios y los demás grupos
que están claramente diferenciados de la dinámica del Estado. Es importante
mencionar aquí que la sociedad civil abarca innumerables grupos de actores,
organizaciones, movimientos sociales e instituciones que trabajan en paralelo
y con cierta independencia del Estado. Algunas expresiones de esta sociedad

150
La construcción cultural de la ciudadanía: Jeffrey Alexander y la fragmentación de la sociedad civil

civil pueden ser la Iglesia Católica y otros grupos de filiación religiosa, los gru-
pos económicos, las ONG, los movimientos campesinos, los grupos étnicos y
de género, entre otros.

La segunda dimensión de la sociedad civil se refiere al ámbito de la conciencia


estructurada y socialmente establecida, en otras palabras, a una red de enten-
dimientos “que opera bajo y sobre las instituciones explícitas e intereses parti-
culares” (Alexander, 2000a, p. 143), de importancia crucial pues determina la
forma y el contenido de las maneras en que los eventos son evaluados colectiva-
mente dentro de este ámbito civil. En esta dimensión, que es altamente simbó-
lica, los ciudadanos se reconocen como tales, estableciendo los mecanismos con
los que se identifican entre sí en virtud de un todo compartido colectivamente,
es decir, en una conciencia estructurada que cumple la función de regular la
vida pública. Dentro de este subsistema se evalúa moralmente a los demás, así
como a los acontecimientos, las crisis y las coyunturas que se presentan en un
determinado espacio y tiempo, basándose en los códigos, las narrativas y dis-
cursos que giran en torno a las construcciones axiomáticas o sistemas finitos de
valores. En resumen, en este escenario de la conciencia colectiva se estructuran
los parámetros de lo que se considera permitido en oposición a lo prohibido, lo
bueno frente a lo malo, y otros dualismos binarios que determinan en última
instancia lo que se considera “deseable” en el ámbito público en términos de
comportamientos, relaciones sociales e instituciones.

Dentro de este contexto, estos códigos compartidos colectivamente son los


pilares sobre los cuales se construyen los universalismos morales responsables
de la reproducción de las relaciones de solidaridad y de la integración de los
actores. En la medida en que el “Programa Fuerte” reconoce la existencia de
códigos, así mismo, se le atribuye a la sociedad civil un matiz puramente simbó-
lico que prepara el escenario en donde los actores dan sentido vital. De hecho,
es este ámbito en donde se establece, a partir del sistema de códigos binarios,
las relaciones de alteridad y se estructuran los criterios que determinan quiénes
son dignos de pertenecer y quiénes de ser excluidos. Así, en el juego entre la
inclusión y la exclusión, entre dignos e indignos, entre pertenecientes y preten-
dientes a disfrutar de estatus civil, está presente una continua tensión entre el
universalismo y el particularismo (Alexander, 1997, 1998, 2000b, 2000c, 2000d,
2006), entre valores altamente institucionalizados e interpretaciones particula-
res de la mismos.

Como se ha señalado anteriormente, dicha clasificación no es posible sin la


intermediación de las estructuras culturales o códigos. Los códigos binarios son
entendidos como “los mecanismos mediante los cuales los miembros de la socie-
dad se entienden a sí mismos y a sus líderes en función de los emplazamientos

151
Sebastián Cuéllar Sarmiento

estructurados de las oposiciones simbólicas” (Alexander, 2000a, p. 256), es


decir, constituyen entonces parejas de oposiciones que ordenan la forma en
que percibimos el mundo. Aunque los estudios antropológicos demuestran con
más vehemencia esta situación en sus indagaciones sobre las sociedades tradi-
cionales o no occidentales (mitos de origen y formas de recrear la forma en que
el entorno funciona, relatos míticos que estructura las cosmovisiones), en las
sociedades occidentales esta dinámica de oposiciones también está presente,
aunque se muestra en una luz diferente (Alexander, 2000a, Alexander y Smith,
1993), secularizada y registrada en los valores democráticos.

Estos códigos han sido localizados, con el tiempo, en el centro de los conflic-
tos civiles dentro de la esfera pública en contextos democráticos liberales. Los
códigos binarios de la sociedad civil “pueden ser pensados como si fueran una
especie de ADN cultural” (Smith, 2004:15), pues se trata de un producto del
devenir de la tradición occidental, en tanto que ellos se basan en los valores
secularizados de la herencia judeo-cristiana, el republicanismo cívico y algu-
nos elementos de la ilustración liberal. En este conjunto de estructuras básicas
compartidas se han configurado desde los antiguos griegos así como el cristia-
nismo, hasta la estructura de pensamiento que permitió el surgimiento de la
modernidad.

Siguiendo este orden de ideas, los códigos se estructuran dentro de un sis-


tema de oposiciones que permitan la comprensión de la realidad, discrimi-
nando lo bueno y lo malo, lo deseable e indeseable, lo que debe ser defendido
y lo que debe evitarse a toda costa. Al igual que en las religiones primitivas
(Levis-Strauss, 1976; Eliade, 1964; Cazenueve, 1971; Durkheim, 1992), la divi-
sión entre lo sagrado y lo profano establece los criterios para la adecuada con-
tinuidad del orden social en términos del mantenimiento de su pureza. Esta
forma de organizar el mundo en este complejo sistema de oposiciones, moldea
la estructura cultural (códigos) en dos polos definidos: el polo izquierdo del
sistema, que recoge las dimensiones sagradas, mientras que su opuesto, el dere-
cho, representa lo profano, lo indeseable y por ello, debe ser evitado. Por tanto,
es un juego constante, una relación entre los elementos de cada polo, que en
estrecho vínculo (lo sagrado no existe sin su opuesto), se reproducen a lo largo
del tiempo y dan a la estructura cultural, no sólo su sombra de pureza, sino que
también permiten que sea poderosamente purificadora.

En la medida en que un subsistema de la sociedad civil mantiene la misma


lógica de funcionamiento, de la misma manera en que no existe una religión
que no divida al mundo entre lo venerable y lo detestable, “tampoco existe
un discurso civil que no conceptualice el mundo entre aquellos que son mere-
cedores de inclusión y aquellos que no lo son” (Alexander, 2000a, p. 143). En

152
La construcción cultural de la ciudadanía: Jeffrey Alexander y la fragmentación de la sociedad civil

última instancia, la esfera civil funciona como una religión secular, en tanto que
el sistema de clasificación de las sociedades occidentales cumple con la labor
de excluir a aquellos que representan el polo negativo (profano) por conside-
rarlos una amenaza de impureza. Los ciudadanos creen profundamente en esta
lógica de la diferenciación y asumen los asentamientos simbólicos a partir de
descripciones realistas de la vida social e individual (Alexander, 1993, 2000).
Quienes participan desde el lado positivo tendrán un carácter de benevolencia
y aquellos que lo hacen desde el lado negativo son representados como expre-
siones del mal.

Por lo tanto, una sociedad civil entendida en estos términos, tiene un impacto
directo en la vida cotidiana de los agentes. De acuerdo con Alexander (2006),
estos códigos orientan las motivaciones de los agentes bajo parámetros axio-
máticos donde la autonomía, la racionalidad, el realismo, la calma, la civilidad,
entre otros, son la expresión de prácticas orientadas por un código civil–demo-
crático y sagrado, a diferencia de quienes asumen comportamientos contrarios
a los cuales se les clasificara como anti-democráticos pues evocarían valores
como la dependencia, la histeria y la arbitrariedad, etc., es decir, el lado pro-
fano del código. También ocurre cuando se trata de establecer relaciones socia-
les: el que se encuentra inscrito en el lado sagrado/civil establecería relaciones
abiertas, fiables honorables y altruistas, etc. Cuando se produce la profanación
habrá aquellos valores inferiores tales como el secreto, la sospecha, la deferen-
cia, ambición, etc., y por último, en el ámbito de las instituciones, estas jugaría
con valores tales como la ley, la regulación moral, la equidad, el impersona-
lismo, etc., del lado sagrado, mientras que del lado profano se recurriría a las
lógicas del poder, lo arbitrario, la exclusión, el trato personalizado, etc. Es en
este contexto y sobre estos códigos que los agentes construirían narrativas den-
tro del discurso de la libertad: un sistema de creencias que consolida y legitima
dentro de una sociedad.

Sin embargo, mientras que la sociedad civil y su inherente sistema de valores


y códigos tiene un carácter universalizante y tienda a expandirse y consolidarse
en todo el mundo occidental, los códigos presentes en las sociedades periféri-
cas, como la latinoamericana no necesariamente se corresponden con los exis-
tentes en sociedades post-industriales. De hecho, autores como Baiocchi (2006)
han demostrado que a pesar de que hay ciertos orígenes comunes y existen
ciertas coincidencias, los procesos de fragmentación de la sociedad civil como
el ocurrido en Brasil, tienden a generar códigos y discursos alternativos que
definen lo legítimo: el código del favor y un discurso corporativo. Eso significa
que, dadas las particularidades históricas de cada sociedad la rigidez de las
estructuras culturales se consolida.

153
Sebastián Cuéllar Sarmiento

El código del patrón / peón y el bandido: el discurso de la


hacienda y la fragmentación de la esfera civil colombiana
Como toda sociedad civil se basa de una u otra manera en su historia, en sus
mitos originarios, en sus relatos de emancipación y en el papel de las élites, etc.,
cada sociedad crea su centralidad sagrada. Por tanto, esta estructura cultural
tiene un tiempo y un espacio privado (Alexander, 1991) y, finalmente, conlleva
también los segmentos que regulan moralmente a una sociedad y que difieren
de una a otra.

Dentro de este contexto, el caso colombiano resulta muy interesante para ser
indagado desde la perspectiva cultural, ya que es un ejemplo clásico de la frag-
mentación de la sociedad o la esfera civil, la cual fue colonizada por el subsis-
tema religioso desde el siglo XIX. Al igual que en el caso de Brasil (Baiocchi,
2006), este proceso de colonización implicó la aparición de códigos no nece-
sariamente civiles o democráticos que finalmente determinaron la moral que
regularía a la sociedad. En otras palabras, es muy probable que en sociedades
como la colombiana, discursos indiferenciados sociológicamente surjan como
cuerpos comunes de creencias morales que a su vez establecen segmentos
reguladores dentro de la sociedad. En la mayoría de los casos, estos códigos
alternativos a los democráticos se caracterizan por tener bases axiológicas tra-
dicionales, donde el impacto de la modernidad y su conjunto consecuente de
valores son más bien débiles.

En este sentido, el proceso de consolidación de la sociedad civil colombiana


tiene una marca de violencia histórica. Desde la independencia de España en
1810, podemos contar dieciséis guerras civiles, aparte de la violencia biparti-
dista de mediados del siglo XX y la violencia llevada a cabo por las guerrillas
marxistas y los grupos paramilitares en la Colombia contemporánea (Sánchez,
2006). Si algo ha caracterizado a Colombia históricamente, es la enorme difi-
cultad que enfrenta al tratar de resolver las diferencias de manera racional
mediante el diálogo (Barbero, 2001) así como la tendencia a utilizar la fuerza
física para imponer ideas, que indica algunas de las características de la confi-
guración interna de su particular esfera civil.

El siglo XIX es el marco de tiempo para el proceso de formación de Colombia


como un Estado-nación, en el cual se consolida una manera particular de esta-
blecer los segmentos que determinan la comunidad imaginada. Existieron por
lo menos dos grandes proyectos después de la independencia que se disputaron
la hegemonía: el primero, un proyecto profundamente liberal que luchó para
secularizar la sociedad. Este período, conocido como el Olimpo Radical, tuvo
como objetivo establecer un Estado laico en el que la autonomía individual,

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La construcción cultural de la ciudadanía: Jeffrey Alexander y la fragmentación de la sociedad civil

la regulación legal, la libre empresa, los medios de comunicación y el credo


(Molina, 1973), fueran valorados como expresiones máximas de civilidad.

Sin embargo, con la orientación liberal del Estado, la unidad nacional se vio
comprometida. Verdaderos señores de la guerra regionales conformaron ejér-
citos propios y amenazaron con la desintegración del territorio nacional. Esta
situación de “caos” dio lugar al segundo gran proyecto nacional: La Regenera-
ción, proyecto profundamente católico y moralista, que logró la centralización
del poder y la proyección futura de Colombia. Este proyecto, que se consagro
en la Constitución de 1886 y que proclamó a la religión católica como la reli-
gión del Estado; en tanto proceso civilizador se sostuvo sobre tres bases onto-
lógicas que definían la civilidad: el catolicismo, la pureza del idioma (español)
y un cuerpo altamente delineado de las tradiciones y protocolos de conducta
que eran una herencia directa de las tradiciones españolas. Fue muy significa-
tivo que la Constitución de 1886, profundamente conservadora y religiosa, se
presentará como el garante del orden para los próximos ciento cinco años de
historia de Colombia. Los valores determinados en el mismo naturalizaron y
marcaron el tono de las regulaciones de la vida pública.

Cuando los valores religiosos son asumidos como valores civiles, surgen dile-
mas y paradojas: a pesar de que el corpus católico implica la libertad, esto está
condicionado por las fuentes de sabiduría superior que le dan un matiz más
o menos limitado a la acción individual. Así, se acoge con satisfacción la obe-
diencia acrítica por encima de una actitud crítica sobre la propia vida. La reli-
gión católica y sus regímenes axiomáticos han acompañado la historia moral,
estableciendo profundos valores arraigados que se presentan como absolutos:
el “buen católico” en la práctica y la creencia, es el que históricamente ha obte-
nido los beneficios del reconocimiento civil y merece no sólo los favores de la
salvación en el otro mundo sino también los beneficios en esta vida también.
Pero nos interesa llamar la atención sobre el hecho de que el producto de esta
fusión y su impacto es un avance que permite observar el alcance interpretativo
de la teoría cultural de la sociedad civil: la existencia de múltiples discursos que
legitiman la vida social en el mismo espacio.

En este sentido y como producto de las relaciones fronterizas en el ámbito


civil, el discurso de la Hacienda es por lo tanto un discurso indiferenciado
sociológicamente, que tiene una comprensión de la vida social que privilegia
lo que alimenta a la armonía colectiva (Tognato, 2012). Y lo hemos llamado así
por lo que el concepto evoca: el patrón se define como el “defensor, protector”,
“una persona titulada”, “santo o santa cabeza de una iglesia”, “San elegido
como protector de un pueblo o congregación religiosa o secular”, “persona
que emplee a trabajadores en labores o trabajos de las manos”, “amo o ama”,

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Sebastián Cuéllar Sarmiento

“dueño de la casa en la que alguien se está quedando” y finalmente, “señor


del feudo”. Si los patronos sirven como figuras de autoridad, los peones repre-
sentan a las personas sumisas y subordinadas, que dependen del patrón para
asegurar su vida y su protección. Tal y como lo expresa Tognato: “Si el patrón
es la cabeza del cuerpo social, el peón es su mano y puede reclamar dignidad
solo hasta que cumpla su función propia” (Tognato, 2012, p. 200). Esta parte del
código refleja el carácter sagrado de la vida social, a diferencia del polo nega-
tivo, el cual encarna lo indeseable e inaceptable, que hemos denominado como
el código bandido. Por tanto, es peyorativo, pues el bandido es un peón que no
acepta la armonía social y amenaza el orden social.

El código del patrón/peón establece que el patrón tiene que ser civilizado,
culto, solidario, ordenado, respetuoso y considerado, mientras que el peón debe
corresponder con valores que suponen modestia, mansedumbre, humildad,
buena voluntad, respeto y generosidad (Tognato, 2012) en el nivel del análisis.
En cuanto al nivel de relación social, el código de patrón/peón se define por el
paternalismo, la lealtad y la caridad, mientras que el código bandido implica
individualismo, la traición, el egoísmo y el resentimiento. Y, por último, en el
plano institucional, el código de patrón/peón implica tradición, autoridad, per-
sonalización y orden, mientras que el código bandido establecería la anarquía,
la rebelión, la impersonalidad y el caos.

Al plantear esta dicotomía en los términos patrón/peón y bandido, nos referi-


mos no tanto a los grupos sociales totalmente diferenciados. No se trata de los
grupos dominantes y no dominantes en el sentido más estricto. Más que esto,
lo que referimos es la forma histórica en que construimos las relaciones de alte-
ridad y de los mecanismos culturales que hacen posibles estas valoraciones. El
haber recreado los códigos de patrón/peón y bandido (a diferencia de los códi-
gos democráticos y no democráticos presentes en las sociedades post-industria-
les), así como el discurso subsecuente de las estructuras de Hacienda, indica el
grado en el que se encuentra la fragmentación de la esfera civil en Colombia en
esta etapa en particular. En este sentido, en la exploración de estas relaciones
“fronterizas” entre los escenarios públicos y de otro tipo, especialmente sobre
aquellos de la Iglesia católica, se han establecido los mecanismos mediante los
cuales naturalizamos en grandes segmentos de la población, un tipo particular
de conciencia colectiva en virtud de la cual la comprensión de los momentos
políticos se basa en las estructuras e infraestructuras aparentemente democrá-
ticas: asumiendo los valores típicos de la religiosidad, como la obediencia, la
caridad, la misericordia, la fraternidad, el paternalismo entre otros, aun cuando
tengan un papel positivo en algunas dimensiones de la vida social , estos son
los valores que generan un tipo de solidaridad que son contraproducentes sis-
temas axiológicos de los valores democráticos. (Cuéllar, 2009)

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La construcción cultural de la ciudadanía: Jeffrey Alexander y la fragmentación de la sociedad civil

La oposición entre lo que se considera históricamente civilizado y bárbaro,


culto e ignorante, entre otras dualidades, explican la comprensión de la rea-
lidad que excluye de las comunidades civiles a grupos enteros que no nece-
sariamente comparten la mentalidad que ofrece el discurso de la Hacienda,
como los pueblos indígenas, afrocolombianos, mujeres campesinas y sectores
completos cuyos derechos están asociados con más privilegios que los derechos
en sí mismos. Con esta continuidad históricamente construida y cultural, vale
la pena recordar que el carácter del discurso de la Hacienda tiene un fuerte
componente de “blanqueamiento”, “masculinización” e “infantilización” que
impide la expansión del universalismo abstracto típicamente moderno. Se trata
de una estructura cognitiva que no está dispuesto a reconocer la legitimidad del
particularismo cultural.

A pesar de que la Constitución Política de 1991 trató de impactar este uni-


verso profundo de significado simbólico en los valores democráticos muy simi-
lares en su estructura a la de las sociedades postindustriales democráticas, este
nuevo universalismo abstracto no puede socavar el discurso de la Hacienda. De
hecho, el ex presidente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez (2002-2010) ha sido
descrito como el arquetipo del patrón. Durante las elecciones presidenciales de
2002 era común escuchar en sus discursos frases como: “No veo a los ciudada-
nos colombianos como ciudadanos, los veo como a mis propios hijos que debo
proteger.”, Y al lograr después, una victoria histórica, se generan segmentos
de la identificación simbólica con amplios sectores de la población colombiana.
A pesar de los muchos escándalos en los que estuvieron involucrados el pre-
sidente y sus asesores (por ejemplo, la persecución de los defensores de los
derechos humanos, la violación sistemática de la privacidad de los opositores
políticos, etc.) durante su gobierno, su popularidad se mantuvo por encima del
80% de aprobación mayor parte del tiempo.

De ahí que para el programa fuerte en sociología cultural, contextos como


el colombiano puede ser altamente relevantes. En este sentido, las principales
cuestiones teóricas que surgen son: ¿Qué relación se puede establecer entre la
fragmentación de la sociedad civil y la violencia? ¿Cómo dar cuenta de la teoría
de la interacción o la traducción de dos diferentes discursos que tratan de legi-
timar la acción política?

Conclusiones
En este artículo hemos tratado de establecer puentes que unan la teoría de
la sociedad civil propuesto en el programa fuerte en sociología cultural a con-
textos que trascienden los límites de la misma, refiriéndonos específicamente
a el caso colombiano. Nuestra estrategia de exposición tiene dos aspectos

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Sebastián Cuéllar Sarmiento

importantes: por un lado, una síntesis conceptual de la vinculación entre el


código cultural con la sociedad civil referidas por la propuesta del Programa
Fuerte. Y el segundo, basado en el concepto de las relaciones transfronterizas,
presentada en una evaluación en el proceso de fragmentación de la sociedad
civil colombiana. Con este ejercicio hemos podido demostrar cómo el anda-
miaje conceptual es eficaz, incluso cuando los códigos de la sociedad civil esta-
dounidense no son del todo compartidos en otras sociedades.

También podemos afirmar, si bien esto es más que un ejercicio aproximado,


que América Latina podría convertirse en los escenarios favorables para la
investigación dentro de este sistema de pensamiento, pues estos son problemas
que vinculan la violencia a la sociedad civil por un lado y el trauma y las vícti-
mas, por la otra, al menos para el caso colombiano.

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La construcción cultural de la ciudadanía: Jeffrey Alexander y la fragmentación de la sociedad civil

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Este libro se
terminó de imprimir
en abril de 2015
en los talleres de impresión de
la Editorial UD
Bogotá, Colombia

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