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BANANERAS:

huelga y masacre 80 años


BANANERAS:
huelga y masacre 80 años

Editores:
Mauricio Archila Neira
Leidy Jazmín Torres Cendales

Grupo de Trabajo
Realidad y Ficción

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA


SEDE BOGOTÁ
FACULTAD DE DERECHO, CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES
FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS
DEPARTAMENTO DE HISTORIA
Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia

..

Bananeras: Huelga y masacre 80 años

© Mauricio Archila Neira


Leidy Jazmín Torres Cendales
© Universidad Nacional de Colombia,
Sede Bogotá
© Grupo de Trabajo Realidad y Ficción

Primera edición, 2009


Bogotá, D.C.

ISBN:

Universidad Nacional de Colombia


Sede Bogotá
Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales
Departamento de Historia - Facultad de Ciencias Humanas

Diseño imagen de carátula:


Jimmy Arturo Camacho Cajamarca

Arte de carátula:
Oscar Javier Arcos Orozco - Diseñador Gráfico

Imagen de carátula:
Grupo de Trabajo Realidad y Ficción

Corrección de estilo:
Leidy Jazmín Torres Cendales
Mauricio Archila Neira

Diagramación:
Doris Andrade B.

Impresión:
Digiprint Editores E.U.
Calle 63Bis Nº 70-49 - Tel.: 251 70 60
Contenido

Agradecimientos.......................................................................................... 9

Introducción. Una puerta a la historia....................................................... 13


Ricardo Sánchez Ángel

Zona bananera: campesinos, recursos y conflictos

Tierra, organización social y huelga: la zona bananera


del Magdalena, 1890-1928................................................................... 19
Catherine LeGrand

La gota que derramó el vaso: monopolio del agua y


consecuencias para los cultivadores independientes
en laZona Bananera del Magdalena 1901-1928............................ 35
Edwin Hernán Rojas Montoya

Relaciones gubernamentales y política laboral

Significados de la huelga de las Bananeras de 1928.................. 55


Ricardo Sánchez Ángel

La huelga de las bananeras: por una evocación constructiva
e iluminadora del presente............................................................... 91
Víctor Manuel Moncayo C.

La Iglesia frente al conflicto obrero en las bananeras.......... 107
John Alvarado Castañeda

Movimiento obrero y huelga bananera de 1928

Huelgas colombianas en la década del veinte: el caso


de la zona bananera a finales de 1928............................................. 129
Diego Armando Varila Cajamarca

Primeras representaciones de la masacre de las bananeras.... 147


Mauricio Archila Neira

Masacre de las bananeras en la literatura nacional

Recuerdo y escritura. A propósito de la masacre de las


bananeras en García Márquez.......................................................... 173
Mario Bernardo Figueroa Muñoz

La masacre de las bananeras en la literatura colombiana. ..... 193


Nicolás Pernett

Retos en la enseñanza de la historia social en Colombia

Retos en la enseñanza de la historia social en Colombia:


el caso de la Masacre de las bananeras......................................... 231
Leidy Jazmín Torres Cendales, Jessica Pérez Pérez, Zulma Romero Leal


Agradecimientos

E
l Simposio “Bananeras: Huelga y masacre 80 años”, llevado
a cabo en noviembre de 2008, se constituyó en la primera
actividad del Grupo estudiantil Realidad y Ficción, integrado
por los estudiantes del Departamento de Historia de la Universidad
Nacional: John Alvarado, Jessica Pérez, Edwin Rojas, Zulma Romero,
Leidy Torres y Diego Varila.

Aunque la masacre, el evento de mayor permanencia en la memo-


ria colectiva, sucedió la noche del 5 al 6 de diciembre de 1928; con el
fin de ampliar el espectro al movimiento obrero de la década del 20,
que es desconocido para muchos en nuestro país, decidimos organizar
nuestro simposio para que comenzara el 12 de noviembre, día que inició
la huelga de los trabajadores de la United Fruit Company en la zona
bananera del Magdalena.

En la semana del 12 al 15 de noviembre de 2008, contamos con la


presencia de profesores de diferentes departamentos de la Universidad
Nacional e investigadores del tema, convocados en varias mesas de tra-
bajo; a su vez, tuvimos la oportunidad de exponer las investigaciones
de los miembros del grupo que ahora salen a la luz.

Nuestro grupo de trabajo, guiado por la preocupación de llevar


los debates historiográficos desde las aulas universitarias a diferentes
espacios de socialización, en donde otros públicos tuvieran la ocasión
de acceder a dichas reflexiones, igual que por la inquietud de fomentar
la investigación desde el pregrado, presentó una versión renovada del
Simposio en el Claustro de San Agustín, en abril de 2009.
Bananeras: Huelga y masacre 80 años

Muchas personas hicieron parte de la realización de estos eventos,


así como de la publicación de este texto, que recoge las ponencias allí
presentadas. En primer lugar, queremos agradecer el acompañamiento
y apoyo constantes de los profesores del Departamento de Historia,
Mauricio Archila y Ricardo Sánchez, quienes no sólo motivaron,
sino facilitaron la gestación de estos proyectos, convirtiéndose en
orientadores del grupo. En segundo lugar, nuestros compañeros y ex
miembros del grupo, Ricardo Pulido e Iván Rúa, quienes nos colabo-
raron en todo el proceso de investigación y de organización logística
del simposio.

En tercer lugar, agradecemos a los diferentes expositores y panelis-


tas, como la profesora Catherine LeGrand, quien manifestó un gran
interés por el simposio desde Montreal (Canadá); a los profesores de la
Universidad Nacional, César Ayala, Víctor Manuel Moncayo y Mario
Figueroa; a la profesora Sandra Polo de la Universidad Distrital Francisco
José de Caldas, al historiador Nicolás Pernett y al Profesor y Licenciado
en Ciencias sociales Manuel Parada.

De igual forma, manifestamos nuestro reconocimiento a los miem-


bros del colectivo Eduardo Umaña Luna-Orlando Fals Borda de la
Facultad de Derecho, Michael Cruz, Adolfo Franco y William Alain; a
Andrea Fandiño, Coordinadora de la Unidad de Gestión de Proyectos
Estudiantiles; a Paula Castro, ex coordinadora de la División de Exten-
sión y Educación Continua; a la historiadora María Bernarda Lorduy, del
Claustro de San Agustín y a la Profesora Margarita Garrido, Directora
de la Biblioteca Luis Ángel Arango, quien nos facilitó el espacio del
evento con el que concluyó el simposio.

Extendemos nuestro agradecimiento especial al Profesor Iván David


Ortiz de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, (Q.E.P.D),
quien apoyó nuestras iniciativas aunque su salud y posterior fallecimien-
to no le permitieran participar en esta publicación, que le dedicamos y
de la cual se sentiría complacido. De igual manera, resaltamos la labor
del Decano de la Facultad de Derecho, Profesor Francisco Acuña, del

10
Agradecimientos

profesor Darío Campos, Director del Departamento de Historia de la


Universidad Nacional y de las amables secretarias del mismo Departa-
mento Claudia Suárez y Leonilde Latorre.

A todos ellos damos las gracias por el apoyo que recibimos para que
fuera posible este libro que el lector tiene entre manos. Finalmente,
queremos agradecer a nuestras familias, quienes con su comprensión y
apoyo alimentan día a día nuestra vida de estudiantes.

Grupo Realidad y Ficción.

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Introducción
Una puerta a la historia

Ricardo Sánchez Ángel *

A
los 80 años de la huelga de los trabajadores en la zona bana-
nera, y de la masacre allí cometida contra los huelguistas,
sus significados y los propios hechos, siguen siendo asunto
de disputa histórica y de valoración político-cultural.

La herida en la nacionalidad y en la clase trabajadora que signifi-


caron estos sucesos se niega a cicatrizar y a desaparecer. Como si algo
muy profundo se negara a ser enterrado, desaparecido o simplemente
ignorado. Se trata de la presencia de los muertos, de las víctimas y
perseguidos de esta feroz represión del Estado en connivencia con
la United Fruit Company, durante el gobierno del presidente jurista
Miguel Abadía Méndez.

Por múltiples caminos y ríos de la memoria, la experiencia, el arte,


la literatura, el periodismo y la buena y noble historia, se ha mantenido
viva la llama de la conciencia para interpelar al presente sobre la vigencia
de lo allí sucedido. Existe un hilo de complicidad entre las generaciones
para mantener estos recuerdos que se expresan en conciencia histórica
liberadora.


*
Profesor Asociado Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia.
Introducción. Una puerta a la historia

No es un asunto sólo moral, de ética pública y de decencia con el


pasado, los recuerdos y las explicaciones de lo que hemos llegado a ser
como nación en la actualidad. Se trata de un capítulo decisivo de nues-
tra historia, de las relaciones internacionales, de la cuestión social, el
derecho laboral, los derechos humanos. Escrito en la praxis socio-política
por uno de los destacamentos de la clase trabajadora colombiana de
grandes repercusiones en las luchas de Nuestra América.

Los trabajadores de la huelga, los masacrados de 1928 se han negado


a ser desconocidos y han ocupado su lugar en las tradiciones y cultura
popular rebelde. Es la presencia por su reparación que es una tarea
ininterrumpida porque el pleito por el que lucharon, el proceso que
incoaron, no ha sido resuelto. Se expresa en las constantes luchas de los
trabajadores agrarios y en la reciente huelga de los 20.000 trabajadores
bananeros.

El lugar en la historia de los sucesos de las bananeras no ha cesado


de ser puesto en cuestión. La leyenda, la memoria, la imaginación, los
rumores que circulan suelen dar cifras que alcanzan los 3.000, como en
las páginas memorables de Cien Años de Soledad. Pero también en su
lúcida recreación literaria, García Márquez establece el contrapunteo
histórico: a los 3.000 muertos en la versión de José Arcadio Segundo
está la réplica de que aquí “no ha habido muertos” (sic), por parte de
la mujer que le brinda protección, y repetida por los vecinos, cifra que
José Arcadio Segundo en su delirio estableció con exactitud en 3.408,
según nos recuerda el psicoanalista Mario Figueroa.

En el terreno de la historia, esta disputa está representada en los


argumentos minimalistas de Eduardo Posada Carbó y los de Mauricio
Archila Neira que demuestran que el alcance de la masacre tuvo dimen-
siones mayores y su trascendencia es inocultable.

Los triunfadores no han cesado de vencer y como en el aserto de


Walter Benjamín estos muertos no están seguros. Porque se falsifica la
realidad histórica y se la frivoliza como historia confortable.

14
Ricardo Sánchez Ángel

La historia descansa en la documentación, en el establecimiento de


la objetividad y verdad, en los testimonios y las tradiciones culturales,
pero no es neutral ni carece de empatía. La leemos, la investigamos y
la escribimos desde el presente. Estamos situados de manera inevita-
ble. Por ello la verdad en la historia es abierta, siempre pensada como
problema, a diferencia de la verdad jurídica-judicial que es concluyente
y cerrada.

De allí que el campo de la historia sea también desde los vencidos


y los que luchan, una historia en disputa, en competencia. Lo es, por-
que exige ser revisitada en todos sus alcances y detalles, como crónica,
memoria, documento, testimonio, perspectiva, disciplina científica,
artes y como pensamientos y valoraciones de todo orden.

Sobre la huelga de las bananeras se ha escrito en forma considerable:


artículos de prensa, crónicas, reportajes, compilaciones documentales,
ensayos y libros. Está ligada la huelga a los triunfos del caricaturista
Ricardo Rendón, de Jorge Eliécer Gaitán y de Gabriel García Márquez,
quienes supieron dimensionar la realidad y el mito a los territorios de
la cultura y sus símbolos.

En la huelga de las bananeras, con su organización, acción movili-


zadora, impacto latinoamericano, con su masacre y levantamiento en la
resistencia, hay una singularidad en sus valoraciones. Desde temprano
se abrió una puerta a la historia y no ha cesado de circular por ella la
renovación y la nueva documentación, la creación artística y literaria.
Un relámpago que mantiene sus destellos y le da una presencia altiva y
activa en la historiografía nacional y en la historia de las luchas sociales
del continente.

Al igual, están los enfoques que buscan, desde lo político, reinter-


pretar el pasado y ponerlo a tono con las experiencias del presente. Se
trata entonces de una historia plena que no cancela la discusión sino
que la redimensiona e invita a proseguir investigándola teniendo en
cuenta sus enseñanzas.

15
Introducción. Una puerta a la historia

Este libro recoge las intervenciones en el Simposio Bananeras: Huelga


y Masacre 80 Años y debe mucho a la iniciativa de los estudiantes de
Historia del Grupo Realidad y Ficción y de Derecho y Ciencias Políticas
del colectivo Eduardo Umaña Luna - Orlando Fals Borda.

En este evento, participaron jóvenes investigadores con especialistas


en el asunto, en un ambiente de creatividad y diálogo que genera puentes
de colaboración intergeneracional adecuados y responsables: Catherine
LeGrand, Edwin Rojas, Ricardo Sánchez Ángel, Víctor Manuel Monca-
yo, John Alvarado Castañeda, Diego Armando Varila, Mauricio Archila
Neira, Mario Bernardo Figueroa, Nicolás Pernett, Leidy Jazmín Torres,
Jéssica Pérez Pérez y Zulma Romero Leal.

Agradecemos especialmente a nuestro colega fallecido al finalizar el


evento Iván David Ortíz, activo promotor a quien dedicamos este libro.
Al Director del Departamento de Historia, Darío Campos y al Decano
de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, Francisco Acuña, nuestro
reconocimiento por su apoyo decisivo a esta empresa universitaria.

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Zona bananera:
campesinos, recursos
y conflictos
Tierra, organización social
y huelga: la zona bananera
del Magdalena, 1890-1928*
Catherine LeGrand **

S
oy estadounidense de nacimiento, aunque he vivido 28 años en
Canadá y tengo doble nacionalidad. Empecé a investigar sobre
la zona bananera del Magdalena hace 20 años porque quería
entender como mi país de origen y Colombia han estado interconecta-
dos históricamente. Sigo con mucho interés y mucha preocupación lo
que pasó en los municipios de Santa Marta, Ciénaga y Aracataca con la
llegada de la gran compañía estadounidense, la United Fruit Company
–UFCO–, a principios del siglo XX. Lugares como estos son los sitios
más acendrados para entender la intersección de lo externo y lo interno,
la economía mundial y la vida local.

Mi investigación se centra en varias preguntas: ¿Cómo respondió la


gente de la región a la llegada de la compañía extranjera? ¿Cómo reac-


*
Ponencia presentada por videoconferencia en el Simposio “Bananeras: Huelga y Masacre
80 años”, Grupo de Trabajo Realidad y Ficción, Universidad Nacional de Colombia, Sede
Bogotá, 12 noviembre 2008, y en el Coloquio Internacional “80 Años del Conflicto de las
Bananeras: Conmemoración de un Hecho de Historia Económica y Social Más Allá del
Realismo Mágico”, Universidad del Magdalena, Santa Marta, 4 diciembre 2008; y en el
Teatro Municipal de Ciénaga, 5 diciembre 2008.
**
Profesora del Departamento de Historia, Universidad McGill, Canadá.
Tierra, organización social y huelga...

cionaron a las posibilidades que la conexión a la economía mundial les


ofrecía? ¿Cómo la gente le daba sentido a lo que vivía?

Cómo era la región

Quiero empezar con una breve reseña de cómo era la región un poco
antes de la llegada de la Compañía y cuáles fueron los grupos sociales
que jugaron un papel destacado en la zona bananera, durante las tres
primeras décadas del siglo XX, hasta la huelga.

Quiero enfatizar dos cosas: primero, que las transformaciones que


tuvieron lugar con la llegada de la UFCO fueron importantes, pero
estuvieron cimentadas en las características anteriores de la región. Es
decir, la compañía extranjera no tenía todo el poder; la “Mamita Yunay”
tuvo que ajustarse a las realidades, a las personas, a las prácticas y a las
formas de tenencia de la tierra en la región. Las sociedades bananeras
que se formaron en varios lugares de América Latina, donde la UFCO
invertía, se diferencian unas de las otras por la influencia que lo local
ejerció sobre la compañía y por la interacción entre la gente y la pudiente
empresa extranjera.

Segundo, en la zona bananera del Magdalena, no sólo hubo plan-


taciones de banano, gerentes extranjeros y trabajadores proletarios.
También jugaron un papel importante los productores colombianos de
banano, los comerciantes, y los campesinos, es decir, los colonos de las
tierras baldías que proveían a los mercados de comida y trabajaban medio
tiempo en las plantaciones. Además, es importante distinguir entre la
sociedad y la cultura de Santa Marta, de Aracataca y de Ciénaga. Fueron
y son lugares con trayectorias diferentes, aunque todos profundamente
afectados por la llegada del viento del banano.

Asimismo, para explicar la huelga y su impacto, es importante tener


en cuenta las relaciones entre el gobierno en Bogotá, el gobierno regio-
nal y los gobiernos locales, que a cada nivel ejercían influencia con sus
iniciativas. Quisiera hacer notar que cuando hacía mi investigación,

20
Catherine LeGrand

quedé impresionada sobre por qué la gente de la antigua zona bananera


no compartía la opinión muchas veces expresada por los bogotanos,
es decir, que la zona bananera estaba totalmente bajo el poder de la
United Fruit Co., que era un “Estado dentro del Estado”. La gente de
Santa Marta, de Ciénaga y de Aracataca, fueron actores en esta histo-
ria, actores que tuvieron problemas con la compañía extranjera y con
el gobierno central.

Entre los documentos que he examinado, los que arrojan más luz
sobre la historia social y económica de la zona bananera son los que
se encuentran en las notarías de Santa Marta, Ciénaga y Aracataca.
Todas las transacciones entre la UFCO y gente local están ubicadas
en la Notaría Primera de Santa Marta. Los informes de la Comi-
sión Especial de Baldíos, que actuó en la zona bananera en los años
veinte, están además en el Archivo General de la Nación, en Bogotá.
Finalmente, los periódicos de la zona se encuentran en la Casa de la
Cultura en Santa Marta y algunos en la Caja Azul en el INFOTEP de
Ciénaga.

¿Cómo lucía la zona justo antes de la llegada de la UFCO? El puerto


de Santa Marta, capital de Magdalena, era un centro español colonial,
donde vivían las élites de la región, en su mayor parte de filiación política
conservadora. Los comerciantes estaban perdiendo su preeminencia
frente a los de Barranquilla, ciudad que crecía rápidamente ya desde
finales del siglo XIX. Muchas de estas antiguas familias, élites samarias,
también tenían grandes propiedades abandonadas, casi sin valor, en la
región de Aracataca, habitada por una población mestiza, indígena y
negra. En esta región el ganado andaba suelto. La Notaría nos dice que
en la región de Aracataca había muchas tierras baldías, tierras “proindi-
visas”, algunos colonos dispersos que pescaban en el río y comían carne
solo de vez en cuando.

Ciénaga, por el contrario, era un bastión de renegados liberales.


Antiguo pueblo indígena que todavía tenía sus ejidos hasta entrado
el siglo XX, estaba poblado por gente de raza mezclada, con sus bogas

21
Tierra, organización social y huelga...

en la gran ciénaga, entre Barranquilla y el pueblo de Ciénaga, con sus


tambores, con sus rozas de tabaco, cacao y azúcar en la propiedad
comunal, ferozmente independiente y que expresaba abiertamente su
resentimiento contra Santa Marta a causa de sus pretensiones políticas
y culturales.

La UFCO fue incorporada como compañía en la ciudad de Boston


en EEUU en 1899, por un comerciante de barcos y frutas, un banquero
y un empresario de ferrocarriles. Cuando llegó la UFCO a Colombia,
por allá en 1900, la tierra empezó a tomar valor y le siguió un proceso
rápido de privatización de la tierra y de inmigración a la región. La UFCO
hizo contratos con algunos importantes comerciantes de importaciones
y exportaciones de Santa Marta, que también eran antiguos propietarios
de tierras de Aracataca. La compañía extranjera les extendió a estos
comerciantes y terratenientes crédito para que sembraran banano, y les
compró algunas de sus tierras para formar sus propias plantaciones. Así
que había colaboración estrecha entre la UFCO e influyentes familias
terratenientes de la zona como los de Mier, los de Vengoechea, Manuel
Dávila Pumarejo, y otros Dávila, la Cía. U. A. Valenzuela de Bogotá y
R. E. Echeverría y Cía. de Barranquilla.

Si en Aracataca se formaban grandes plantaciones de banano, en


Ciénaga la llegada de la UFCO también estimuló la economía, pero
de otra manera. En Ciénaga, los pequeños usufructuarios en los ejidos
también empezaron a producir banano, y también firmaron contratos
con la UFCO para la exportación, pero no vemos en Ciénaga la con-
centración de la propiedad que ocurrió más al sur. Así que Ciénaga
siguió siendo un terreno de pequeños y medianos productores, más
o menos independientes, pero resentidos contra el monopolio de
contratos de la compañía extranjera. A mediados de los años 20, el
concejo municipal de Ciénaga y dos comerciantes cienagueros, quie-
nes también fueron productores de banano, trataron de romper con la
UFCO y de firmar acuerdos con compañías fruteras competidoras de
ella.

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Catherine LeGrand

Entonces, la llegada de la UFCO trajo muchos cambios a esta región:


un nuevo cultivo, la infusión de muchísima plata, una nueva conexión
al mercado mundial, la privatización de la tierra y una dinamización
del mercado de finca raíz. Pero estos cambios subrayaron el contraste
entre Santa Marta y Ciénaga –reforzaron la estructura social– el poder
económico y político de algunas grandes familias conservadoras del
puerto de Santa Marta y la perseverancia de los combativos medianos
y pequeños productores de Ciénaga.

Hay que anotar una diferencia adicional entre Santa Marta y Ciéna-
ga: la UFCO hizo del puerto de Santa Marta su base: allá construyó el
barrio de la ciudad denominado “El Prado”, donde vivían los administra-
dores gringos y británicos de la compañía, y allá estaban los almacenes,
el centro de comunicaciones (con radio y telégrafo) y el hospital de la
UFCO. A Santa Marta llegaban sus barcos.

A diferencia de Santa Marta, en Ciénaga no había presencia física


de la empresa y allá no vivían administradores extranjeros. En Ciénaga
los prominentes activistas liberales se reunieron en la logia masónica,
la cual fue prohibida por el partido conservador y, más tarde, formaron
un grupo gnóstico importante. Además había comerciantes italianos
garibaldistas. Algunos trabajadores de las plantaciones al sur vivían en
Ciénaga, donde siempre había contactos frecuentes con Barranquilla
a través de la gran ciénaga, contactos comerciales y también entre los
incipientes movimientos de trabajadores.

¿Y qué hay de los trabajadores? El crecimiento rápido de la eco-


nomía bananera atrajo a la región mucha gente de otras partes del
país: hombres solteros, trabajadores mestizos y mulatos de Atlántico
y Bolívar, y también palenqueros de cerca de Cartagena, indígenas de
la Guajira, cachacos de los Santanderes y algunos de Cundinamarca y
Antioquia. También llegaron algunas personas de las islas del Caribe
–de Jamaica y Curazao–, pero en número minoritario. (Éste es un gran
contraste con las zonas bananeras de la costa de Centroamérica, donde
la mayoría de la fuerza de trabajo en las plantaciones venía de las islas

23
Tierra, organización social y huelga...

británicas del Caribe). En Colombia, más de 90% de la fuerza laboral


de las plantaciones era colombiana. El hecho de que los trabajadores
de las bananeras aquí hablaran un mismo idioma, tuvieran una misma
religión y, a pesar de las diferencias regionales, se reconocieran como
colombianos, mejoró su habilidad de organizarse contra la compañía en
1928. Los trabajadores eran gente migrante, contratados por ajusteros
para trabajar sólo por algún tiempo a destajo en las plantaciones, para
que así la “Mamita Yunay” pudiera decir que no tenía trabajadores, por
lo cual, no se veía obligada a pagar los beneficios laborales como la ley
lo estipulaba.

No todos los trabajadores eran proletarios. Otro grupo importante


de la zona bananera lo constituían los colonos de tierras baldías. Cuan-
do la economía bananera estalló en las primeras décadas del siglo XX
y Colombia llegó a ser el tercer productor de banano en el mundo, la
población de la zona creció rápido; muchos agricultores fueron también
atraídos a la zona y se asentaron en lo que pensaban eran tierras baldías
en los municipios de Aracataca y Ciénaga. Estos agricultores producían
alimentos para las ciudades, los pueblos, y los campamentos de traba-
jadores, y algunos trabajaban cortando bananos en las plantaciones a
tiempo parcial.

Estos pequeños agricultores tenían también sus resentimientos


contra la UFCO. Ya desde 1910 y con creciente frecuencia en los
años 20, hubo conflictos por la propiedad de la tierra entre grupos
de colonos y la UFCO, pues ésta quería expandir sus plantaciones y
convertir a los colonos en proletarios trabajadores. Los colonos y los
pequeños comerciantes de la zona además se indignaban porque la
Frutera tenía sus propias tiendas dentro de las plantaciones, surtidas
con artículos de consumo importados de los EEUU, y la Compañía
pagaba a sus trabajadores en vales para que tuvieran que comprar en sus
comisariatos.

Entre los colonos y los trabajadores en las plantaciones, había una


relación de cercanía, y hasta de simpatía y continua comunicación.

24
Catherine LeGrand

Muchos colonos, cuyas tierras fueron expropiadas por la UFCO (a la


que nombraron “El Pulpo”), terminaron cortando banano en las planta-
ciones, y muchos trabajadores de las plantaciones querían establecerse
independientemente como colonos en las tierras baldías fuera de las
plantaciones.

Así es que la llegada de la compañía extranjera, al mismo tiempo


que estimuló mucho la economía de la región, también restringió
la expansión comercial con sus comisariatos, con sus expropia-
ciones de tierras y los contratos monopolísticos que imponía a los
productores nacionales de banano, tanto a los grandes como a los
pequeños.

Para concluir esta parte, he tratado de bosquejar una imagen de


algunos de los grupos sociales más importantes que precipitaron la
huelga de 1928 y mencioné algunos de los resentimientos que había
entre la gente local y la “Mamita Yunay”. En octubre y noviembre de
1928, los trabajadores de las plantaciones y del ferrocarril, los colonos,
los pequeños comerciantes y muchos de los productores nacionales
de Ciénaga apoyaron la huelga. También, he querido dibujar las dife-
rencias profundas que había entre Santa Marta y Ciénaga a la llegada
de la UFCO y que influyeron mucho en el desarrollo del movimiento
anti-frutera de los años veinte.

En cuanto a la cultura, en la época del “boom” bananero (y des-


pués) la cultura de la zona bananera de Magdalena era muy abierta,
muy dinámica, con muchas conexiones no sólo por la UFCO con los
EEUU, sino también con muchas partes de Colombia, del Caribe, de
Europa y mas allá.

Los prominentes comerciantes y terratenientes de Santa Marta


tuvieron inversiones en Bogotá, Ecuador, París y Nueva York. En las
primeras décadas del siglo XX, enviaban a sus hijos a estudiar en Bogotá
o Barranquilla y a sus hijas a estudiar en Medellín o Curazao. Algunos

25
Tierra, organización social y huelga...

mandaban sus hijos a Kingston, Jamaica, o a EEUU para que apren-


dieran el inglés. Varias de las familias importantes de Ciénaga eran
de ascendencia italiana o judía sefardí, de Curazao, y había pequeños
comerciantes sirios, libaneses y palestinos. Después de 1915, los más
ricos de Ciénaga establecieron segundos hogares en Bruselas, Bélgica;
las personas de sectores populares echaron chistes que revolvieron
con “bruselosis” y algunos, con tendencia homosexual. Y los masones
de Ciénaga, liberales radicales adeptos al rosacrucismo y espiritismo,
tuvieron vínculos con masones en Barranquilla, Bogotá y otros países.
Ciénaga produjo intelectuales libre-pensadores –allá vivían un Aprista,
peruano de origen, Arturo Naranjo (“Arana Torrol”), médico popular,
poeta, que había vivido en Europa y que podía parar la lluvia; y el gurú
anarquista, Gilberto García González, que conocía Europa y la India
de primera mano y que comía sentado en el piso–. En Ciénaga, critica-
ban a los pocos locales que hicieron fortunas en la industria bananera,
diciendo que habían hecho pactos con el diablo. El historiador Fabio
Zambrano habla de una cultura política y formas de sociabilidad opo-
sicionales que florecieron en partes de Colombia durante la época de
dominio del partido conservador, de 1886 hasta 1930. Ciénaga fue uno
de los epicentros donde había mucho contacto entre obreros y pequeños
cultivadores de banano y comerciantes de la zona que se juntaron en su
liberalismo, su masonería, su pensamiento esotérico políticamente radi-
cal y su oposición a la compañía extranjera. Mientras tanto, los obreros
de la zona bananera estuvieron en contacto no sólo con el movimiento
obrero de Barranquilla –a través de la Ciénaga Grande– también con el
de Barrancabermeja, el centro petrolero en el río Magdalena, ubicado
más al sur.

Lo que es obvio es que las conexiones de la zona bananera con


el exterior no fueron completamente propiciadas por la UFCO ni
orientadas solamente hacia los EEUU. La United Fruit Company no
logró cercar ni aislar a la zona bananera, ni en lo económico ni en lo
cultural. El afán por ideas, prácticas, formas de consumo y arquitectura
que no se originaban en los EEUU, tal vez indica una forma cultural

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Catherine LeGrand

de resistencia o de crítica a la UFCO. Muestran otra vez que la Com-


pañía no podía controlar por completo esta región tan dinámica y
cosmopolita.

La Huelga de 1928
Entonces, ¿qué precipitó la huelga? Durante los años veinte, las
relaciones entre la UFCO y los productores colombianos se empeoraron.
Un grupo de pequeños y medianos cultivadores de banano de Ciénaga,
liderados por Julio Charris y Juan B. Calderón, pidieron la intervención
del gobierno en Bogotá para ayudarles a independizarse del monopolio
de la UFCO. Pedían la nacionalización del ferrocarril de la UFCO y de
los canales de riego, y que el gobierno de Colombia reclamara los terrenos
baldíos usurpados por la UFCO para que esta tierra sirviera para fundar
una Cooperativa de Productores Colombianos de Banano.

El gobierno conservador hizo algunos gestos que fueron impedi-


dos por la empresa extranjera, lo que resultó en una situación de alta
frustración para la gente de la zona. Sin embargo, los esfuerzos de la
Comisión Especial de Baldíos restringió la tierra disponible para colo-
nos y en 1927 un huracán devastó 13 millones de matas, dejando a
muchos trabajadores sin trabajo en las plantaciones. La United negó a
los productores colombianos una ayuda excepcional para reponer sus
fincas.

En los mismos años se dividió el Partido Conservador en la provin-


cia de Magdalena y los liberales empezaron a unirse. El impulso liberal
crítico y casi insurrecto a nivel nacional se expresó en la fundación del
Partido Socialista Revolucionario –PSR–. Aquí en la zona bananera,
alrededor de 1925, comenzó la organización de los trabajadores en la
Unión Sindical de Trabajadores del Magdalena, promovida por unos
obreros españoles e italianos con ideas anarco-sindicalistas, junto con
José Garibaldi Russo, un intelectual local impresionado por la Revolu-
ción rusa. En 1927 y 1928, llegaron en gira a la zona los organizadores
conocidos del PSR, Ignacio Torres Giraldo, María Cano y, más tarde,

27
Tierra, organización social y huelga...

Raúl Eduardo Mahecha, Alberto Castrillón y Tomás Uribe Márquez.


En 1928, también llegaron a la zona emisarios de Augusto Sandino en
Nicaragua para animar los sentimientos anti-imperialistas, anti-ameri-
canos de los colombianos costeños.

A fines de octubre 1928, representantes de los obreros presentaron al


gerente de la UFCO un pliego de peticiones, la que se rehusó a negociar
con ellos con el argumento que no eran trabajadores de la Compañía. El
12 de noviembre se declaró la huelga de los trabajadores de la empresa
extranjera y de los productores nacionales, se formaron “sindicatos de
trabajadores y colonos campesinos” en la mayoría de las plantaciones
bananeras; mientras tanto, la Cámara de Comercio de Ciénaga y los
pequeños comerciantes, abastecieron de comida a los huelguistas y
algunos de los productores de banano de Ciénaga les apoyaron. Ciénaga
era el epicentro de apoyo a la huelga, la que fue efectiva también en
Aracataca. En Ciénaga se publicaron periódicos y panfletos a favor de
la lucha obrera.

Esta famosa huelga de las bananeras fue una movilización social


extraordinaria en que participaban las mujeres y los hombres –entre
16.000 y 32.000 personas en total–. Fue por mucho la huelga más grande
contra la UFCO que nunca se había visto, e inspiró a trabajadores en
las otras zonas bananeras de Centroamérica y El Caribe.

¿Qué querían los huelguistas? Había una conexión estrecha entre


las demandas socio-económicas y la cuestión nacional. Fundamental-
mente, la Unión Sindical de Trabajadores del Magdalena solicitaba a
la United Fruit que reconociera a sus trabajadores, quienes producían
su riqueza, y que negociara con ellos. La asamblea de Ciénaga declaró
el 12 de noviembre:

“Los obreros de la zona bananera están dentro de la ley (…) La


United Fruit Company no cumple una sola de las leyes de Colom-
bia (…) declarándose en abierta rebeldía, como lo han pretendido
hacer muchas otras compañías extranjeras, como la que pretendía

28
Catherine LeGrand

apoderarse de las ricas regiones del Catatumbo para (…) formar una
república petrolera (…) Esta huelga es el fruto del dolor de miles
de trabajadores explotados y humillados día y noche por la compa-
ñía y sus agentes. Esta es la prueba que hacen los trabajadores en
Colombia para saber si el gobierno nacional está con los hijos del
país, en su clase proletaria, o contra ella y en beneficio exclusivo del
capitalismo norteamericano y sus sistemas imperialistas. Vamos
todos a la huelga. El lema de esta cruzada debe ser ‘Por el obrero y
por Colombia’”1.

Lo que en realidad querían los obreros era arreglos “para hacer viable
la ley y enmarcarse dentro de ella”. Buscaban reconocimiento como
ciudadanos, la afirmación de sus derechos sociales (mejores sueldos,
servicio de salud, vivienda, etc.), y civiles (el derecho a la organización
y a la negociación).

La Compañía se mantuvo firme en su rechazo a la negociación y en


su argumento de que la huelga era una rebelión contra la autoridad del
gobierno. Al principio el gobierno colombiano reaccionó de una manera
ambivalente. El Ministerio de Industrias y la Oficina General de Trabajo
decían que los obreros no eran rebeldes sino que buscaban inclusión y
reconocimiento de sus derechos como ciudadanos colombianos. Mien-
tras tanto, el Ministerio de Guerra y el Ejército mantuvieron que los
huelguistas eran subversivos insurrectos comunistas y que la huelga se
tenía que aplastar de una vez.

Esta situación llena de tensión, difícil, aparentemente sin resolución,


que duró del 12 de noviembre hasta el 5 de diciembre 1928 en Santa
Marta, Ciénaga y Aracataca, nos hace pensar en el presente: ¿Cuál es
la relación que hay y que debe haber entre el gobierno nacional, los


1
Cita tomada de mi artículo “El conflicto de las bananeras”, En: Álvaro Tirado Mejía, editor,
Nueva Historia de Colombia, Vol. 3, Bogotá: Editorial Planeta, 1989, p. 203.

29
Tierra, organización social y huelga...

inversionistas extranjeros y los trabajadores colombianos de las empresas


multinacionales? ¿Las iniciativas de un sindicalismo incipiente, de un
movimiento social heterogéneo e independiente que buscaba partici-
pación plena en la vida económica, política, y cultural de la nación, se
deben reconocer como tales?

En la Colombia de los años veinte, y en la de hoy también, poderes,


instituciones y grupos importantes expresaban y expresan miedo a la
subversión violenta y no distinguen plenamente entre las peticiones
de los pobres y excluidos, y de los que atacan al Estado y a los inte-
reses extranjeros que el Estado piensa son esenciales al “desarrollo
nacional”. Como dijimos arriba, y como subraya el conocido histo-
riador Mauricio Archila en su escrito sobre la huelga y la masacre,
en la coyuntura de 1928 y en la de hoy, confluyen la cuestión social,
la cuestión nacional y la llamada “razón de Estado” que, en Ciénaga
en la noche del 5 de diciembre de 1928, culminó en la masacre de las
bananeras.

Unos comentarios finales

Primero: la huelga de 1928 no fue la única huelga de trabajadores en


la zona bananera. En el espacio de diez años, entre 1924 y 1934, hubo
tres huelgas de trabajadores en la zona: la huelga de 1924, la de 1928,
y la de 1934. Todos sabemos sobre la huelga bananera y la masacre
de 1928, pero casi no se ha investigado la huelga de 1934 (durante el
gobierno de Alfonso López Pumarejo) y sus resultados. Me pregunto si
la narrativa y el mito de la huelga de 1928, que ha tenido tanto impacto
en la historia y la literatura colombiana, cambiaría si se tiene en cuenta
la huelga de 1934 también.

Segundo: en lo referente a la producción bananera y la economía


de enclave en general, es importante anotar que los enclaves de expor-
tación que son tan influenciados por la inversión extranjera, tienden
a experimentar periodos rápidos de expansión económica seguidos
por periodos de contracción. En la zona bananera de Magdalena, lo

30
Catherine LeGrand

que vemos es que en la huelga de 1928 –la culminación del boom del
banano– los propósitos de los trabajadores proletarios predominaron
y fueron apoyados por los colonos, muchos de los comerciantes de la
zona y algunos productores colombianos. En el periodo de contracción
brusco durante la gran depresión económica de los años treinta, los
movimientos de protesta en la zona bananera tomaron principalmente
formas campesinas, esto es, ocupaciones de propiedades por personas
que se autodenominaban colonos, y que recuperaban las propiedades
privadas de la UFCO como terrenos baldíos.

31
Tierra, organización social y huelga...

BIBLIOGRAFÍA

Archila Neira, Mauricio, “Primeras representaciones de la masacre de las


bananeras”, Ponencia presentada en Simposio “Bananeras: Huelga
y masacre, 80 años”, Bogotá: Universidad Nacional, noviembre 12 a
15, 2008 (Incluida en este libro).

LeGrand, Catherine, “Campesinos y asalariados en la zona bananera de


Santa Marta, 1900-1935”. En: Bell Lemus, Gustavo, editor, El Cari-
be colombiano: textos históricos, Barranquilla: Ediciones Uninorte,
1988, pp. 183-199.

, Colonización y protesta campesina en Colombia, 1850-1950, Bogotá:


Universidad Nacional de Colombia, 1988.

, “El conflicto de las bananeras”. En: Tirado Mejía, Álvaro, editor,


Nueva Historia de Colombia, Vol. 3, Bogotá: Editorial Planeta, 1989,
pp. 183-218.

, y Corso, Adriana Mercedes, “Los archivos notariales como fuente


histórica: una visión desde la zona bananera del Magdalena”. En:
Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, No. 31, Bogotá:
Universidad Nacional de Colombia, 2004, pp. 159- 208.

, “Living in Macondo: Economy and Culture in a United Fruit


Company Enclave in Colombia”. En: Joseph, Gilbert M., LeGrand,
Catherine C. y Salvatore, Ricardo D., Editores, Close Encounters of
Empire: Writing the Cultural History of U.S.-Latin American Relations,
Durham, NC: Duke University Press: 1998, pp. 333-368. (La versión
en español de este artículo, “Vivir en Macondo: Economía y cultura
en el enclave bananero de la United Fruit Company en Colombia”,
será publicada próximamente por la Universidad del Magdalena).

, “Historias transnacionales: nuevas interpretaciones de los enclaves


en América Latina”. En: Revista Nómadas, No. 25, Bogotá: octubre
2006, pp. 144-154.

32
Catherine LeGrand

Viloria de la Hoz, Joaquín, “Empresas y empresarios de la Zona Banane-


ra, 1879-1930”, Ponencia presentada en el “Coloquio Internacional 80
Años del Conflicto de las Bananeras: Conmemoración de un Hecho
de Historia Económica y Social Más Allá del Realismo Mágico”,
Claustro San Juan Nepomuceno, Universidad del Magdalena, Santa
Marta: 5 diciembre 2008.

33
La gota que derramó el vaso:
monopolio del agua y
consecuencias para los cultivadores
independientes en la Zona Bananera
del Magdalena 1901-1928*
Edwin Hernán Rojas Montoya**

Debo expresar un agradecimiento especial a mi compañero


y colega Iván Rúa Panza, quien con sus conocimientos
enriqueció de gran forma este escrito.

Introducción

E
n la Huelga Bananera de 1928 confluyeron un sinnúmero de
factores claves. Algunos, a lo largo del tiempo, han cobrado
mayor protagonismo que otros, generando una concentración
y mayor estudio por parte de los especialistas. Tal es el caso de las incon-
formidades laborales, las malas condiciones de vida de los cultivadores


*
Versión ampliada de la Ponencia presentada en el Simposio “Bananeras: Huelga y masacre
80 años”, Grupo de Trabajo Realidad y Ficción, Universidad Nacional de Colombia, Sede
Bogotá, 12 noviembre 2008, y en el Seminario “Bananeras: Huelga y Masacre 80 años”,
Grupo de Trabajo Realidad y Ficción, Claustro de San Agustín, abril de 2009.
**
Estudiante de Historia. Universidad Nacional de Colombia. Sede Bogotá.
La gota que derramó el vaso...

y obreros, los sistema de contratación, entre otros; pero si existe una


constante en las conclusiones de estos trabajos, es que la huelga sólo
fue el estallido de una bomba de tiempo, alimentada por una incon-
formidad social generalizada durante más de 20 años, producto de los
abusos cometidos por la United Fruit Company y la permisividad del
gobierno ante estos hechos.

La Zona Bananera del Magdalena se encuentra ubicada entre la


Sierra Nevada de Santa Marta y la Ciénaga Grande, se distinguió en las
últimas dos décadas del siglo XIX por un dominio de la clase terratenien-
te, cuyos ingresos se extraían del cultivo de diferentes productos como
cacao y algodón, destinados al mercado de urbes como Santa Marta y
Barranquilla. Las tierras que no estaban ocupadas por haciendas, eran
consideradas baldíos –zonas inhóspitas de difícil acceso dominadas por
la maleza–. Todo esto cambió con la llegada de la UFCO en 1901, que
trajo consigo un empeño por monopolizar los diferentes recursos que
intervenían en la producción y exportación del banano.

Debido a las necesidades de irrigación y a la alta producción que se


tenía planeada en la zona, el agua y la tierra entraron en la carpeta de
consecuciones prioritarias para la compañía, que aprovechó la debili-
dad de las autoridades colombianas para apropiarse de estos recursos
de forma ilegal, perjudicando a los demás habitantes de la región. Este
hecho generó reclamos ante los gobiernos nacional y departamental,
que en ocasiones terminaron resolviéndose con la intervención de
la fuerza pública y forjaron un rechazo generalizado a la permanen-
cia de la bananera en el país, asunto que se materializó en la huelga
de 1928.

Ante la trascendencia que tienen estas demandas por recursos


naturales para entender los hechos que desencadenaron la masacre
de las bananeras, he extraído, como tema central de este ensayo, las
consecuencias que trajo el monopolio del agua para los cultivadores
independientes, de lo cual poco se ha hablado o se toca tangencialmente
en los escritos. Sin embargo, su importancia no debe ser desestimada,

36
Edwin Hernán Rojas Montoya

teniendo en cuenta dos aspectos: primero, que su estudio puede dar


una perspectiva con miras a analizar las políticas empleadas por parte
de la multinacional norteamericana en materia de recursos naturales,
que fueron aplicadas no solo en Colombia, sino también en las otras
regiones de Centroamérica y El Caribe, donde tuvo presencia esta
empresa; y segundo, que la investigación y análisis de estos casos pueden
aportar nuevos elementos al papel que ha jugado el medio ambiente en
la historia de los “enclaves extranjeros” en América Latina.

Dos subtemas constituyen el punto de partida para la realización


de este artículo. El primero, la compañía y su monopolio del agua;
el segundo, el Gobierno Nacional y local frente al agua de la Zona
Bananera.

Con respecto a la compañía y su monopolio del agua, se plantearán


tres preguntas. A saber: ¿Cuáles fueron las causas que generaron las prác-
ticas monopólicas de la compañía en la región? ¿Dé que forma fueron
ejecutadas? y ¿Cómo afectaron a los propietarios independientes? Frente
a estos interrogantes plantearé que en la escogencia de la división Santa
Marta, como gran productor bananero para la United Fruit Company,
primaron intereses económicos y geoestratégicos, por encima de otros
más prácticos, como la poca solvencia que tenía la región para suminis-
trar algunos recursos medioambientales –como el agua– que requería el
cultivo de banano. Esta necesidad repercutió en una apropiación de los
recursos hídricos por parte de la compañía, que trajo consigo perjuicios
a los cultivadores independientes de la región.

Sobre el Gobierno Nacional y local frente al agua de la Zona Banane-


ra, la pregunta será: ¿Cuál fue la posición de la administración nacional
y local ante estos hechos? A este respecto, mi hipótesis girará en torno
a la voluntad del gobierno, que sobre el papel pretendía dar un marco
jurídico justo a la ocupación de tierras y distribución de agua en la zona,
dictando decretos como el 338 de 1924; sin embargo, este propósito
tropezó con la corrupción y poderío de la compañía, que terminaron
por afectar a los demás cultivadores de la región.

37
La gota que derramó el vaso...

Como marco teórico, he encontrado apropiado recurrir a los trabajos


de Joan Martínez Alier1, quien agrega nuevos elementos para hallar la
raíz económica de los conflictos por recursos ecológicos distributivos2,
complementando y corrigiendo algunos aspectos de la teoría econó-
mica ambiental neoclásica que ve el origen de estos solamente en las
externalidades3. Para el caso específico que pretendo estudiar, escogeré
la visión de Martínez, que muestra las causas de los conflictos no como
fracasos del mercado o de los gobiernos que “no se ponen de acuerdo para
establecer normas ambientales o no aciertan a imponer una estructura
de derechos de propiedad sobre el ambiente o subsidian actividades
nocivas”4; sino como fruto del crecimiento en el metabolismo de las
sociedades ricas del Norte que consumen cada vez más recursos natu-
rales explotados más allá de su capacidad de regeneración, impulsando
un desplazamiento geográfico de fuentes de recursos y sumideros de
residuos hacia la periferia, perjudicando de esta forma a los más pobres
y generando sus protestas.

Además, Martínez Alier clasifica adecuadamente los tipos de con-


flictos por recursos ecológicos distributivos que se desprenden de dis-
tintas causas, entre las que se encuentra la no conservación que puede
presentar un recurso como el agua para determinada región. Para el caso
del conflicto entre propietarios independientes y la UFCO he visto perti-
nente ubicarlo en la categoría de “conflictos sobre el agua que comprende

1
Joan Martínez Alier, “Los conflictos ecológico-distributivos y los indicadores de sustenta-
bilidad”, En: Revista Iberoamericana de Economía Ecológica, Vol. 1, pp. 21-30, Barcelo-
na: Universidad de Barcelona, 2004 y “Conflictos ecológicos y lenguajes de valoración”,
publicado en: http://guajiros.udea.edu.co/fnsp/congresosp/Memorias/martinez.pdf, página
web del Quinto Congreso Internacional de Salud Pública, noviembre 8, 9 y 10 de 2007.
Consultado 07/07/09.
2
Conflictos que nacen de la inconformidad de una de las partes ante la apropiación o
degradación de los recursos ecológicos por otra. Las consecuencias para la primera van
desde la violación a sus derechos ancestrales, hasta la destrucción de su territorio.
3
Término que para esta escuela económica significa: “Efectos negativos o a veces positivos,
no recogidos en los precios del mercado, como “fallos del mercado”.
Joan Martínez Alier, “Conflictos ecológicos y lenguajes de valoración”, Op. cit., p. 1.
4
Ibid., p. 1.

38
Edwin Hernán Rojas Montoya

la defensa de los ríos, con movimientos contra las grandes represas para
hidroelectricidad e irrigación”5, solo que he preferido no usar la palabra
movimiento ya que esta puede denotar una acción organizada y com-
pleja que no se dio en el caso de los cultivadores bananeros, lo que en
mi concepto incidió en que no fueran atendidas sus demandas.

1. Causas del Monopolio


Para analizar el monopolio de los recursos hídricos que ejerció la
UFCO en la Zona Bananera del Magdalena, debemos comenzar por
determinar la importancia que el líquido tiene para el cultivo del banano,
ya que esta respuesta servirá como punto de partida para entender el
empeño que puso la compañía por apropiarse de las fuentes de agua.

Se deben presentar condiciones especiales en la tierra, la temperatura


y el agua, para que un cogollo de banano comience a crecer. El terreno
debe tener las siguientes condiciones: su textura debe ser franco arenosa,
franco arcillosa, franco arcilla limosa o franco limosa, así como óptimas
condiciones de drenaje y fertilidad, en tanto que la facilidad para retener
agua debe ser abundante; por su parte el PH del suelo para el cultivo
de esta fruta oscila entre el 5,5 y el 7,5, siendo lo óptimo uno de 6,5; en
cuanto al clima, este debe entrar en la categoría de tropical húmedo,
que oscila entre los 18,5°C y los 35,5°C; por último, la pluviosidad debe
estar entre 1.400 y 1.800 mm de lluvia anual o precipitaciones de 44 mm
semanales6. Para algunas regiones bananeras, como la del Magdalena
o la del Litoral Ecuatoriano, es necesario un riego adicional, ya que los
periodos de lluvias no son constantes, como sí sucede en Honduras y
Costa Rica.


5
Ibid., p. 23.

6
“El cultivo del banano”, publicado en: www.sica.gov.ec/agronegocios/biblioteca/
Ing%20Rizzo/perfiles_productos/banano.pdf, página web del Servicio de Información
y Censo Agropecuario del Ministerio de Agricultura Ganadería, Acuacultura y Pesca del
Ecuador, selección de publicaciones agropecuarias donadas por el ingeniero Pablo Rizzo
Pastor. Consultado 05/07/09.

39
La gota que derramó el vaso...

Como lo asegura Judith White, hacia el año 1900, la Zona Bananera


del Magdalena o la división Santa Marta, como fue nombrada por la
compañía, no se encontraba en un estado de desarrollo comparable al
de Costa Rica u otras regiones, que ya en ese entonces poseían adelan-
tos en materia de transporte e infraestructura física7. Ante este hecho,
White se plantea la pregunta de por qué la compañía decidió invertir
en esta división a sabiendas que su desarrollo costaría un mayor trabajo.
La respuesta que da la autora se basa en un documento que aparece
en el libro de Fawcett W. titulado The Banana, publicado en 1913, que
consiste en una afirmación que data del año 1906 dada por el cónsul
Norteamericano en Barranquilla:

“Por razones de clima y geología, no puede decirse que Santa Marta


es un país bananero, tal como por ejemplo Costa Rica. La irrigación
tiene que mantenerse aquí durante por lo menos siete meses del año;
las tierras necesitan drenaje y los vientos con frecuencia causan
grandes daños a las cosechas, pero la mano de obra es barata, con un
promedio de 50 centavos diarios, y se obtienen muy buenos resulta-
dos. Estos resultados, en realidad, se comparan favorablemente con
los de Costa Rica, donde los vientos son desconocidos y la lluvia es
abundante todo el año, pero donde el trabajador es caro con promedio
de $1.00 por día. Trabajadores de Jamaica son los únicos que se con-
siguen en las haciendas de Costa Rica, en tanto que en Santa Marta
se emplea exclusivamente mano de obra local, la que ha probado ser
satisfactoria”8.

El Cónsul no se equivocaba. La lluvia en la región varía enormemente


de un pueblo a otro, mientas en los alrededores de Ciénaga la pluvio-
sidad anual alcanza los 500 mm, en la periferia de Sevilla es de 1.400
mm y en la zona que enfrenta la Sierra Nevada alcanza los 2.000 mm;
la estación lluviosa se presenta en el segundo semestre del año con un


7
Judith White, “La United Fruit Company en Colombia: Historia de una ignominia”: Bogotá:
Editorial Presencia, 1978, p. 30.

8
Ibid.

40
Edwin Hernán Rojas Montoya

total del 70% de las precipitaciones totales9. Al primar las condiciones


económicas y geoestratégicas sobre las ambientales, queda claro que el
cultivo del banano traería repercusiones tanto al medio ambiente como
a los habitantes de la región.

1.1. Prácticas Monopólicas


En 1928, la UFCO poseía el mayor porcentaje de tierra cultivable
en la zona. Esta consecución se logró gracias a la compra de haciendas
y otros territorios a los grandes terratenientes, la ocupación de terre-
nos baldíos, legitimada durante el gobierno del general Rafael Reyes,
y la invasión de potreros ajenos con la complicidad de las autoridades
públicas.

La mayoría de haciendas eran manejadas directamente por la com-


pañía, otros territorios se arrendaban a pequeños y grandes cultivadores,
con la condición de que se dedicara a la producción de la fruta; había
familias de tradición terrateniente que ocupaban otra gran porción de
la zona, en último lugar se encontraban pequeños cultivadores que
dedicaban sus parcelas a la producción de banano, de otros productos
como plátano y yuca, o de los dos.

Los focos de mayor tensión por el acceso al agua se presentaron


alrededor de la cuenca de siete ríos que descienden de la Sierra Nevada
y desembocan en la Ciénaga Grande: Tucurinca, Sevilla, Riofrío, Ori-
hueca, Córdoba, Aracataca y Fundación. Dichas fuentes hídricas, así
como otras de menor tamaño, como el río Ají o la quebrada limoncitos,
representaban el sustento hídrico para los cultivos de la compañía.

Las formas de desplazar este líquido hasta los cultivos se hizo por
medio de tres vías: Primero, la construcción de canales y acequias,


9
Eduino Carbonó De La Hoz, y Ceyder Cruz, “Identificación de coberturas promisorias para
cultivo de banano en la zona de Santa Marta, Colombia”, En: Revista Intropica, Santa
Marta: septiembre de 2005, pp. 7-22.

41
La gota que derramó el vaso...

segundo, la desviación total del cauce de los ríos y tercero la represión


de los cauces en algún tramo de sus tierras.

A falta de una planeación adecuada en la construcción de los


canales y acequias, las consecuencias para los vecinos de las haciendas
propiedad de la UFCO no se hicieron esperar. En primer lugar, durante
la temporada lluviosa, el cauce de los ríos crecía hasta un nivel mayor
del que los canales podían transportar, y por lo tanto, su desborde era
inminente, causando inundaciones tanto a las tierras de la compañía
como a las aledañas; la diferencia radicaba en que mientras los terrenos
de la multinacional poseían un drenaje que les permitía deshacerse
de gran parte del agua no deseada, los propietarios de los alrededores
no lo tenían, y por lo tanto, el perjuicio se trasladaba hacia ellos. Una
clara muestra la da el informe que presentó ante la Cámara de Repre-
sentantes una comisión designada por el gobierno para visitar la zona
del Magdalena en 1935:

“Tuvimos la oportunidad de verificar sobre el terreno esta inundación


y vimos plantaciones y casas de colonos literalmente invadidas por
las aguas, al extremo de que los animales domésticos se encontraban
sobre elevados bancos de palos o tablones; y al llegar al punto de unión
de las aguas del San Joaquín con las que corren por el canal desviado
del Aracataca, observamos que ese largo trayecto los terraplenes o
diques levantados por la compañía, de un solo lado del canal tienen a
trechos aberturas o boquetes que permiten que las aguas se derramen
por ellos sobre los cultivos y habitaciones de los colonos riberanos. Es
de advertir que el dragado hecho por la compañía en este canal es de
bastante profundidad: 2 metros y aproximadamente 8 de ancho”10.

Otro de los perjuicios ocasionados por estos canales consistía en


que se atravesaban por caminos que comunicaban asentamientos


10
Informes que rindió a la honorable Cámara de Representantes la comisión designada para
visitar la zona bananera del Magdalena, Bogotá: Imprenta Nacional, 1935, pp. 17-19.

42
Edwin Hernán Rojas Montoya

campesinos con mercados, impidiendo el paso de los cultivadores y sus


animales hacia ellos11.

Por su parte, las consecuencias del desvío de ríos y quebradas, no


serían menores a las anteriormente mencionadas. Aparte de las inunda-
ciones que esta práctica trajo consigo, se impedía la llegada del líquido
a los diferentes propietarios, que se encontraban ubicados a la ribera
del tramo original de los afluentes y que dependían de éstos para su
subsistencia.

La tercera vía de transporte del líquido, que afectaba a los propie-


tarios independientes, se llevó a cabo mediante la construcción de
represas en algún tramo de los ríos. Esta práctica queda perfectamente
ilustrada en el conflicto que sostuvieron la compañía y Francisco Olarte,
propietario de plantaciones cafeteras conocidas como Las Vegas y las
Nubes. En este litigio, Olarte pidió la intervención de la Comisión de
Baldíos ante la construcción de una represa por parte de la compañía,
que tenía como objeto el desvío del río Tucurinca hacia tierras de la
United12.

2. Actuación del gobierno frente al monopolio del agua

La UFCO tenía claro, desde un comienzo, por qué medios llegaría a


tener éxito su división Santa Marta, los cuales ya habían sido probados
con éxito en otras tierras como las Costarricenses y que se basaban en
el monopolio de tres elementos: el transporte, la irrigación y el crédito.
Todo esto no hubiese sido posible sin la colaboración de gobiernos con-
descendientes con sus intereses, como los que encontró en Colombia
durante los primeros 8 años de permanencia en el país. El primero, el


11
Catherine LeGrand, “Campesinos y asalariados en la zona bananera de Santa Marta 1900-
1935”, En: Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, No. Vol. 11, Bogotá:
Universidad Nacional de Colombia, 1983, p. 241.

12
Para más detalles acerca de este litigio ver: Judith White, Op. cit., pp. 62-63.

43
La gota que derramó el vaso...

de José Manuel Marroquín, Presidente durante una época convulsio-


nada por la Guerra de los Mil Días y en cuya cabeza se encontraban
prioridades por encima del enclave bananero; el segundo, que le ofreció
las mayores condiciones para su dominio en la región, el gobierno de
Rafael Reyes, mandatario que al mejor estilo del Porfiriato, retiró trabas
tanto al comercio como al capital extranjero, concediéndoles territo-
rios considerados como baldíos a cambio de que se emplearan para la
explotación bananera, y quien además continuó la construcción del
ferrocarril –medio por el cual llegaban los racimos al puerto– suspendido
por la aludida guerra. En definitiva la bananera no pudo encontrar un
mejor mecenas.

La rápida expansión que alcanzó el cultivo de banano en el Magda-


lena, luego de la llegada de la UFCO a Colombia, hizo que el gobierno
tomara cartas en el asunto y decidiera hacer trabajos con miras a ade-
cuar la zona con la infraestructura necesaria en materia de agua. Un
claro ejemplo de esto, se encuentra en la obra de Rafael Uribe Uribe
“El Banano”:

“se firma un contrato en el año 1907 entre Ministerio de Obras


Públicas y los señores José Manuel Goenaga y Víctor Fernández Güell,
estos señores se comprometieron a explotar el territorio del Magdalena
para buscar tierras apropiadas al cultivo del banano; a estudiar el
modo de abrir acequias o canales de regadío; a levantar los planos
respectivos y a medir y numerar los lotes del terreno, con la línea del
ferrocarril por eje; todo dentro del término de seis meses”13.

Luego, el mismo autor menciona cómo el contrato fue modificado


por el del 20 de noviembre de 1907, pasando este a manos de la United14,


13
Diario Oficial No. 12.031, Imprenta Nacional, citado en: Rafael Uribe Uribe, El banano.
Conferencia dictada por el doctor don Rafael Uribe Uribe ante la Sociedad de Agricultores
de Colombia, Editorial: San José de Costa Rica, Imprenta de A. Alsina, 1908, p. 103.

14
Diario Oficial No. 13.173, En: Ibid., p. 104.

44
Edwin Hernán Rojas Montoya

que recibiría apoyo económico del gobierno, en su construcción. Éstos


contratos empiezan a mostrar la manera deliberada en que se fue
entregando poco a poco el control del agua de la zona por medio de la
construcción de canales en manos de la compañía, que contaba con la
facultad de determinar la ruta de éstos, escogiendo la que beneficiara
sus terrenos.

2.1. El Decreto 338 de 1924


Durante un lapso de 17 años no se presentaron mayores menciones
del gobierno sobre temas hídricos, periodo que ayudó a la consolidación
del monopolio sobre éste recurso en manos de la compañía bananera.
Esto trajo consigo una mayor presión de los pobladores afectados sobre
diferentes miembros de la administración pública, para que tomaran
cartas en el asunto, los cuales finalmente actuarían por medio del
Decreto 338 de 1924, en el que se dieron a conocer disposiciones sobre
tierras y agua, que destaparon muchas de las practicas cometidas por
la UFCO durante años, en perjuicio de los demás pobladores. Aunque
la motivación de este decreto haya sido más la mezcla de intereses de
índole económico y social –relacionada con el interés del gobierno a
causa del gran momento por el que pasaba dicha actividad–15 esto no
influyó para que el decreto dejara de cumplir una labor en defensa de los
propietarios independientes de la zona, generando al mismo tiempo una
inconformidad en la UFCO que vio –durante un corto tiempo– cómo
la ley frenaba algunos de sus abusos.

La compañía no se percató de la procedencia de los propietarios


a quienes perjudicaban con su actuar. Muchos de ellos, eran personas
con influencia en el gobierno nacional que habían adquirido tierras en
la zona bananera atraídos por su alta valorización o por los beneficios
de integrarse a la industria, mediante el cultivo de la fruta; entonces


15
Archivo General de la Nación, Sección: Industria, Fondo: Ministerio de Fomento, Depar-
tamento de Baldíos, folio 53.

45
La gota que derramó el vaso...

era de suponer que sus quejas tuvieran más eco que la de los pequeños
campesinos y que atendiendo a estas quejas se expidiera el mencionado
decreto.

Uno de los apartes de este Decreto reza: “el gobierno tiene a su cargo
desde ahora la reglamentación del servicio de aguas nacionales de usos
público y su conveniente distribución para fines industriales”. Esto
causaría muchos problemas entre la compañía y el gobierno, llegando la
primera a amenazar con su salida del país. Por su parte, los propietarios
independientes veían en el segundo una esperanza, que terminaría con
el monopolio que los privaba del líquido.

Con el fin de hacer cumplir dicho decreto, se conformó una comi-


sión oficial que visitaría la zona, la cual presentaría informes con res-
pecto al tema del agua. A pesar de muchos inconvenientes por los que
pasarían los delegados, como el no pago de sus sueldos, estuvo atenta
a oír las quejas de los distintos afectados. Con respecto al líquido, se
divulgaron las inconformidades de la población acerca de la forma en
que la compañía distribuía el agua que fluía por sus canales, esta se
hacía mediante el sistema de turnos, de cuotas o mixta, que mezclaba
las dos anteriores.

Las buenas intenciones que tenía la comisión oficial, fracasarían ante


el incumplimiento de sus disposiciones por parte de la compañía. La
UFCO se sirvió del poder que ejercía sobre los mandatarios locales y la
fuerza pública, para hacer que los delegados tuviesen un mal ambiente
desde su llegada y que a su salida, no existiera una autoridad que les
hiciera acatar las órdenes dadas por estos.

Dos disposiciones legislativas posteriores a la disolución de la


comisión, demuestran las intenciones del gobierno por continuar
favoreciendo los intereses de la bananera y de paso acabar con la
esperanza que generó en los propietarios independientes el Decreto
338 de 1924. La primera de estas quedó redactada en el Decreto 178
de 1933:

46
Edwin Hernán Rojas Montoya

“El gobierno podrá permitir que para el servicio exclusivo de la zona


bananera, sigan corriendo por los canales de propiedad particular
construidos antes de la expedición del presente decreto, las aguas que,
derivadas de los cauces naturales, no vuelvan a ellos por motivos de
su destinación para el riego de las plantaciones de guineo”16.

Este mismo año, el gobierno decreta una reglamentación del artículo


9º de la Ley 113 de 1928, dándole una interpretación al término “servicio
público”, que se podría confundir con “servicio público privado”.

“el uso de las aguas tendrá en favor de las plantaciones de banano,


la calidad de Servicio Público, tanto para el bananero dueño del
canal como para los demás bananeros que racionalmente puedan
beneficiarse con ellas. Por Servicio Público, para efecto de este
decreto, se entiende la destinación de las aguas de los canales de
acuerdo con la capacidad de éstos al beneficio de las plantaciones de
banano...”17.

De lo anterior se puede denotar que se establece el servicio público


del agua en la Zona Bananera, pero que este se encuentra supeditado
a las necesidades del líquido en los cultivos. En definitiva, el gobierno
consideraba que primaban los requerimientos vitales de una planta a
los de un ser humano.

Para finalizar, cabe mencionar que el monopolio del agua, persistiría


hasta la crisis sufrida por la compañía tras la segunda guerra mundial;
sin embargo, esto no traería consigo un avance significativo para todos


16
Diario oficial No. 22.203, Decreto 178 de 1933, 31 de enero. Por el cual se reglamentan el
artículo 9º de la Ley 113 de 1928 y otras disposiciones legales, y se establece el servicio
público de las aguas en la zona bananera del departamento del Magdalena, citado en:
Fernando Botero y Álvaro Guzmán Barney, “El enclave agrícola en la Zona Bananera de
Santa Marta”, En: Cuadernos Colombianos No. 11, Tomo III, Medellín: segundo trimestre
de 1977, p. 352.

17
Ibid., p. 353.

47
La gota que derramó el vaso...

los pobladores del departamento, en materia de distribución del líquido.


En cifras del reporte concerniente a la calificación de inversión dada a
la empresa Aguas del Magdalena, para el año 2006:

“De una población de un millón cuatrocientos mil personas del depar-


tamento, aproximadamente trescientas sesenta mil no disponen de
abastecimiento de agua potable y un millón veintiséis mil no tienen
alcantarillado. En la zona rural (en donde vive el 34% de la población)
solo el 31% de la población tiene acceso al servicio de agua potable
y apenas un 13,5% tiene alcantarillado”18.

Esto nos da pie para pensar que la historia de la luchas por


recursos naturales se resiste a ser sacada de los libros, cobrando una
mayor importancia día a día, ya sea con los mismos o con diferentes
actores.

Conclusiones
El desarrollo de esta investigación me permitió abordar temas y
personajes que poco o nada han sido mencionados por la historiografía
tradicional colombiana; así como encontrar los numerosos y heterogé-
neos elementos de tipo político y social que pueden confluir en una
historia de carácter ambiental, lo que la convierte en algo muy complejo
y difícil de desenredar. Entre los cruces, convergencias y relaciones de
estos elementos que encontramos en el trabajo, he extraído a manera
de conclusión, seis puntos que pueden ayudar a la comprensión del
tema en general.

1. La carencia en materia de recursos hídricos que poseía la Zona


Bananera, no fue el único factor para que se generara el monopolio
que la compañía ejerció sobre el agua de la región, también influ-


18
BRC Investor Services S.A., Reporte de la calificación para la inversión en la empresa de
servicios públicos Aguas del Magdalena S.A., diciembre 15 de 2006, p. 4.

48
Edwin Hernán Rojas Montoya

yeron las exitosas prácticas de apropiación del líquido que se traían


de otras latitudes, y que arribaron al país desde el comienzo, por
esta razón el monopolio no puede ser considerado como fruto de
la improvisación, más bien, la conjunción de monopolio y carencia
del fluido propiciaron un mayor deterioro en la calidad de vida de la
población.

2. La construcción de canales y acequias, era necesaria para la irrigación


de las plantas de banano; sin embargo, este no fue el único propósito
que cumplieron, ya que mediante su elaboración, la compañía se
hizo al poder del líquido en la zona, regulando el acceso al agua de
los demás habitantes, cuyo consumo podía disminuir el recurso que
la compañía requería.

3. Durante el periodo comprendido entre 1904 y 1909, conocido como


el quinquenio de Reyes, se generaron las condiciones para el domi-
nio que ostentó la compañía sobre la zona bananera, este se logró
gracias a las políticas que implantó el mandatario para favorecer la
inversión de capital extranjero, emulando lo hecho por Porfirio Díaz
en México.

4. El Decreto 338 de 1924, y la Comisión de Baldíos que se creó para el


cumplimiento del mismo, chocaron con la negligencia del gobierno
nacional y el poder que ostentaba la compañía sobre la administración
local y la fuerza pública, lo que dio al traste con las expectativas que
mantenía la población de la zona, en materia de una nacionalización
total y definitiva de los recursos hídricos.

5. Los Decretos 338 de 1924 y l13 de 1928, pretendían imponer parcial


o totalmente un Servicio Público de agua que mejorara el acceso al
líquido de los pobladores en la región; sin embargo, los gobiernos
Nacional y local nunca tomaron las medidas necesarias para su
cumplimiento, lo que contribuyó a la permanencia del monopolio
de agua por parte de la compañía.

49
La gota que derramó el vaso...

6. La huelga y masacre de 1928 en la Zona Bananera de Magdalena,


causaron un gran revuelo a nivel nacional. En debates como el de
Jorge Eliécer Gaitán ante el Congreso, se evidenció el rechazo de la
población a estos hechos; empero, la falta de acceso al agua de toda
la población, así como el dominio del líquido que ostentaba la UFCO
no terminó con estos hechos, perdurando el primero hasta nuestros
días y el segundo hasta la crisis de la compañía bananera, luego de
la Segunda Guerra Mundial.

50
Edwin Hernán Rojas Montoya

BIBLIOGRAFÍA

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Fomento, Departamento de Baldíos, tomos 51, 61 y 68.

BRC Investor Services S.A., Reporte de la calificación para la inversión en


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11, Tomo III, Medellín: segundo trimestre de 1977.

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turas promisorias para cultivo de banano en la zona de Santa Mar-
ta, Colombia”. En: Revista Intropica, Santa Marta: septiembre de
2005.

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designada para visitar la zona bananera del Magdalena, Bogotá:
Imprenta Nacional, 1935.

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Rafael Uribe Uribe ante la Sociedad de Agricultores de Colombia,
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51
La gota que derramó el vaso...

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publicado en: http://guajiros.udea.edu.co/fnsp/congresosp/Memo-
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teca/Ing%20Rizzo/perfiles_productos/banano.pdf página web del
Servicio de Información y Censo Agropecuario del Ministerio de
Agricultura Ganadería, Acuacultura y Pesca del Ecuador, selección
de publicaciones agropecuarias donadas por el ingeniero Pablo Rizzo
Pastor. Consultado 05/07/09.

52
Relaciones
gubernamentales
y política laboral
Significados de la huelga
de las Bananeras de 1928
Ricardo Sánchez Ángel*

A la memoria de Josefa Blanco, “obrera de los obreros”,


y de Petrona Yance, la más destacada dirigente
de las 800 mujeres que participaron en la huelga.

– I –

S
on múltiples los significados políticos de la huelga de los
trabajadores de la United Fruit Company, declarada el 12
de noviembre de 1928 en la zona bananera. En primer lugar,
remite a la masacre del 5 y 6 de diciembre, y a los meses sucesivos –120
días– que duró el ejercicio omnímodo de la autoridad civil y militar del
general Carlos Cortés Vargas, bajo el amparo de la Ley Heroica y el estado
de sitio. Para lo cual se combinó el uso de los artículos 47, 121 y 28 de
la Constitución Nacional, todos de naturaleza liberticida, bajo el poder
del presidencialismo hirsuto. La Constitución de 1886, con su cortejo
de poderes autoritarios, permitió la militarización de la zona bananera,
la prohibición de las organizaciones de los trabajadores y su disolución,
la prisión y el uso de las armas, con el criterio de que el orden público
al que se refería el artículo 121, era asimilable a la guerra.


*
Doctor en Historia. Profesor Asociado, Departamento de Historia, Universidad Nacional
de Colombia.
Significados de la huelga de las Bananeras de 1928

En la ofensiva desatada contra la clase trabajadora del banano, del


ferrocarril, de labranza, y contra los artesanos, comerciantes, mujeres,
niños, la familia proletaria, se consumó una masacre, un crimen de
lesa humanidad por parte del gobierno conservador, presidido por el
profesor de derecho constitucional de la Facultad Nacional de Derecho,
Miguel Abadía Méndez, con su Ministro de Guerra, Ignacio Rengifo y
con la ejecución de Cortés Vargas. Todo bajo las exigencias y tutelaje
de las autoridades de la compañía bananera norteamericana, el verda-
dero poder en la zona de enclave colonial, representado por su gerente
Thomas Bradshaw1.

El siguiente testimonio del general Cortés Vargas, ilustra la con-


tundencia de las medidas represivas. En su tren militar llegó hasta el
caserío de Guacamayal:

“… centro importante del comunismo en la Zona Bananera, y en


donde, según noticias fidedignas y exactas de nuestro servicio secre-
to, tenía su sede el grupo anarquista de Santa Marta en la Casa del
Pueblo de dicho lugar.

A eso de las diez de la noche llegó el tren a Guacamayal. Acto seguido


ordenamos que una escolta a órdenes del Teniente Villamil se trasla-
dara a la Casa del Pueblo con el objetivo de cerciorarse si en efecto
allí se celebraba alguna reunión y cuál era su objeto. Efectivamente
el salón estaba lleno de miembros del grupo anarquista libertario y se
pronunciaban encendidas arengas; el subteniente redujo a prisión a
todos los concurrentes y se incautó el archivo, el cual examinado puso
de relieve los antecedentes y propósitos muy poco tranquilizadores
de aquella asociación organizada por los españoles Elías Castellanos


1
Ver el documento del diplomático francés en Colombia sobre el papel de la UFCO, publi-
cado como anexo en: Álvaro Tirado, Colombia en la repartición imperialista, Bogotá:
Hombre Nuevo, 1976, p. 227. Ver igualmente: Judith White, Historia de una ignominia,
La United Fruit en Colombia, Bogotá: Presencia, 1978; Fernando Botero y Álvaro Guzmán
Barney, “El enclave agrícola en la zona bananera de Santa Marta”, Bogotá: en: Cuadernos
Colombianos, No. 11, 1977.

56
Ricardo Sánchez Ángel

y Abad y Mariano Lacambra y el italiano Jenaro Toroni (…) Los


comunistas capturados en Guacamayal fueron alojados en algunos
carros del ferrocarril enganchados al tren militar y debidamente
custodiados…”2.

En el telegrama dirigido al gobernador del Magdalena, Cortés Vargas


escribe: “Tengo presos cuatrocientos trece individuos sindicados de atro-
pellos…”3. El general le dio cuenta al Comando de División que tenía
fuerza suficiente para sofocar el motín, e instaba a que se le enviara a la
Colonia Penal, oponiéndose a cualquier libertad4. Tal encarcelamiento
masivo se llevó a cabo el 13 de noviembre en la noche. De esta manera
se estrenó el pomposo general como jefe militar de la Zona Bananera.

No es coincidencia que en el mismo sitio se reuniera en 1926 el


Congreso Obrero Regional del departamento del Magdalena, con
significativa influencia de libertarios, anarquistas y socialistas. Las dos
declaraciones conocidas muestran el estilo y el imaginario de los ácratas
y el Grupo de Santa Marta, con presencia de españoles e italianos (Ver
anexo 1).

La presencia socialista en sus distintas connotaciones se expandió


en la costa norte y en todo el país en los años veinte. Su influencia
venía, por un lado, desde el Caribe, los puertos de Barranquilla, Santa
Marta y Cartagena, lugares de los comités de acción. De otro, por el
Río Magdalena, otras vías fluviales y distintos caminos, así como por el
ferrocarril que estrenaba sus rieles y locomotoras. El capitalismo facili-
taba la expansión de las influencias revolucionarias de México y Rusia,
así como las ideas marxistas y anarquistas5.

2
Carlos Cortés Vargas, Los sucesos de las bananeras, Bogotá: Editorial Desarrollo, 1979,
pp. 27 y 30.
3
Ibid., p. 31.
4
Ibid.
5
Pertinente este aserto de Daniel Bensaid: “El ferrocarril fue el símbolo y el emblema por
excelencia de esta avalancha hacia la técnica y la ganancia. ¡Lanzadas a la conquista

57
Significados de la huelga de las Bananeras de 1928

Montería sería una sede socialista importante, bajo la batuta del


italiano Vicente Adamo y de la destacada líder social y feminista Juana
Julia Guzmán. Eran los tiempos de la presencia revolucionaria–cultural
de la legendaria María Varilla, la gran bailarina y luchadora al lado de
Juana Julia y Vicente Adamo. Entre el 21 y el 27 de enero de 1921 se
realizó en Montería la Asamblea Obrera de la Costa Atlántica, donde
se aprobó organizar el Partido Socialista.

Una síntesis adecuada, a la manera de una fotografía social fue


elaborada por Orlando Fals Borda:

“Había necesidad de defender los intereses populares así en el campo


como en la ciudad, porque el Estado en desarrollo de la represiva
Constitución de 1886, era violento y militarista como lo sigue siendo.
Los primeros en responder al llamado de Adamo fueron los artesanos
de Montería, (carpinteros, herreros, zapateros, talabarteros) y ven-
dedores del mercado, seguidos por las trabajadoras manuales. Más
tarde los campesinos ingresaron en masa al movimiento. Pero las
mujeres fueron las que hicieron el mayor impacto al dar el gigantesco
paso de la inactividad subordinada y silenciosa bajo el machismo, a
la organización comprometida en sólo dos años. No era para menos
pues la situación era desesperante”6.

– II –

La huelga de los trabajadores del banano se declaró el 12 de noviem-


bre de 1928, con amplia participación de los trabajadores, bloqueando

del futuro sobre los rieles del progreso, las revoluciones aparecieron entonces como las
locomotoras rugientes de la historia!”. Resistencias, Barcelona: Viejo Topo, 2006, p. 14.
6
Orlando Fals Borda, Historia doble de la costa, Volumen IV: Retorno a la tierra, Bogotá:
Universidad Nacional de Colombia, 2002, pp. 142A-143A. Ver especialmente en el canal
A: Primeros vientos de organización, y en el canal B: Socialismo y campesinismo. En el
editorial de El Tiempo del 6 de diciembre de 2008 “80 años de las bananeras”, se enfatiza
que era “…una región predominantemente liberal”.

58
Ricardo Sánchez Ángel

las vías férreas que articulaban las fincas, caseríos y poblaciones donde se
producía la fruta. Se trató de una huelga general, de masas, con órganos
de control territorial y de poder decisorio, con brigadas y guardias de
los trabajadores, armados de sus machetes y azadones. Era el producto
de una larga y sostenida lucha, que comenzó con la huelga de junio de
1910, realizada por los ferroviarios de la Santa Marta Railway y continuó
en Bolívar y Magdalena en 1918, por superar la inestabilidad laboral –de
contratistas­– eximiendo de responsabilidad a la “Mamita Yunai”, la mala
alimentación, jornales de miseria a destajo y el sistema de vales para
comprar en el comisariato de la empresa. Los funcionarios de la United
Fruit Company se sumaron al paro de los trabajadores del ferrocarril
el mismo año. Habrá protestas permanentes entre 1920 y 1924, año en
que se realizó otra huelga, un cese más en 1927 y la de 1928. Vendrá,
el 10 de diciembre de 1934, la huelga del “desquite” que durará hasta
el 10 de enero de 1935.

El 6 de octubre de 1928 una asamblea obrera aprobó el pliego de


peticiones de nueve puntos y nombró la comisión negociadora. La
Unión Sindical de Trabajadores del Magdalena estaba compuesta por
los sindicatos de 1) Orihueca, 2) Latal, 3) Guacamayal, 4) Tucurinca,
5) Guamachito, 6) Aracataca, 7) El Retén, 8) Motagua, 9) Guatemala,
10) Marne, 11) Ciudad Pérdida, 12) Ciénaga y por delegados de hasta
63 seccionales. Sus delegados aprobaron en dicha asamblea los puntos
del pliego, los cuales hay que destacar:

1. Reconocimiento a la Federación y a los sindicatos estableciendo los


contratos colectivos propios en la negociación de clase. 2. Seguro colec-
tivo para los trabajadores (Leyes 37 de 1921 y 32 de 1922). 3. Aplicación
de la Ley 57 de 1915 sobre accidentes de trabajo y reglamentación de
la misma. 4. Mejoramiento higiénico de las viviendas (Ley 46 de 1918)
y cumplimiento de las normas de higiene social (Ley 15 de 1925). 5.
Descanso dominical remunerado (Ley 76 de 1926). 6. Abolición de los
comisariatos y libertad de comercio. 7. Pago semanal y no quincenal.
8. Abolición del sistema de vales. 9. Aumento de los salarios del 50%
para los salarios menores.

59
Significados de la huelga de las Bananeras de 1928

El pliego fue presentado el 22 de octubre a la frutera, siendo desco-


nocido por ésta. Entre tanto el Inspector del Trabajo, Alberto Martínez
Gómez, conceptuó a favor de la legalidad y justeza del pliego de los
trabajadores, lo cual le valió su destitución y retención indebida, acusa-
do de ser cómplice de los trabajadores, que eran tildados por la United
Fruit y las autoridades como subversivos. También el alcalde de Ciénaga,
Víctor Manuel Fuentes, estaba con los huelguistas. El movimiento contó
con la colaboración del comercio, a través de la Sociedad del Comercio
de Ciénaga, con el liderazgo del griego-colombiano Arístides Facholas,
quien tuvo el apoyo del dirigente negro curazaleño Cristian Vergal,
maquinista del ferrocarril de Santa Marta7.

La declaración de huelga es un documento que permite, junto con


el pliego, una valoración del relato de los trabajadores. Destaco algunos
elementos, como el reclamo de ser un movimiento que actúa dentro de
la ley: “Los obreros de la Zona Bananera están dentro de la ley. No hay
una sola disposición que venga a impedir el hecho de la huelga, desde
luego que se han cumplido los mandatos del Derecho”. Es la United
Fruit la que no acoge la ley, declarándose en rebeldía ante el orden legal.
Este tópico de legalidad y el derecho es central en la argumentación
proletaria (ver anexo 2).

De acuerdo al historiador mexicano Ricardo Melgar Bao, al analizar


la huelga bananera en Colombia,

“El pliego de reclamos iba acompañado de toda una fundamentación


legalista. Ello no fue casual. Respondía a una vieja tradición del
sindicalismo socialista que ponía especial énfasis en la promulgación
de nuevas leyes de mejoramiento social y en la vigencia real de las
existentes”8.


7
Carlos Cortés Vargas, Op. cit., pp. 44-45 y 58-61.

8
Ricardo Melgar Bao, “Colombia, 1928: La huelga roja del Magdalena”, En: El Movimiento
obrero Latinoamericano, Madrid: Alianza América, 1988, p. 277.

60
Ricardo Sánchez Ángel

Llamo la atención sobre: “El lema de esta cruzada debe ser: ‘Por
el obrero y por Colombia’. Una afortunada reivindicación tanto de la
clase trabajadora como de la nación, lo social con lo antiimperialista.
Un despliegue de la conciencia del movimiento ante el que se enfren-
taban la empresa y el gobierno. Pero si el origen del movimiento era por
reivindicaciones mínimas, legales, ajustadas al derecho y a la justicia,
el despliegue de la huelga de masas evidenció la influencia de las ideas
políticas tanto del anarco-sindicalismo como del sindicalismo rojo, este
último auspiciado por la III Internacional. Radicalidad, guardia obrera,
control de vías férreas y cese del corte, alianza con todos los sectores
sociales incluyendo a los comerciantes. Acción directa de masas con
mítines, concentraciones, propaganda amplia. La primera fase de la
huelga transcurre hasta el 5 de diciembre, cuando se sobrevino la arre-
metida militar (ver anexos 3 y 4).

En la madrugada del 6 de diciembre, ante una reunión en la plaza de


Ciénaga que esperaba la llegada del tren en que vendría el gobernador
del Magdalena, el general Cortés Vargas, después de leer el bando en
que se declaró a los huelguistas como “cuadrilla de malhechores” y de
pedir el despeje, ordenó disparar sobre la multitud de niños, mujeres
y trabajadores con fusiles y ametralladoras. El saldo oficial final fue de
13 muertos y 19 heridos9.

Conviene ilustrar el testimonio de Cortés Vargas porque resulta reve-


lador de la conducta de las autoridades, de sus verdaderas intenciones,
de la predeterminación y alevosía con la que procedieron al ordenar el
fuego de las armas contra una muchedumbre pacífica y expectante que
quería confraternizar con la fuerza pública.

“La columna desembocó por la calle más cercana a la Estación del


ferrocarril; era la una y media de la madrugada del día seis de diciem-
bre, los amotinados al percibir la presencia de las tropas intensifica-


9
Carlos Cortes Vargas, Op. cit., p. 92.

61
Significados de la huelga de las Bananeras de 1928

ron sus gritos, la columna se formó en línea y se ordenó resguardar


algunas bocacalles para tener cubierta nuestra espalda; los tambores
tocaron bando por más de cinco minutos; luego el señor Capitán
don Julio Garavito, con vibrante voz, leyó el Decreto Ejecutivo de
declaratoria del estado de sitio y luego el Decreto número 1 de la
Jefatura civil y militar; a renglón seguido, advirtió a los amotinados
que debían retirarse a sus hogares antes de tener que proceder por la
fuerza.

Esas palabras fueron contestadas con grandes gritos en que llamaban


a los soldados a confraternizar con ellos; dimos orden de que se diera
un toque de atención con la corneta; el capitán les advirtió en alta
voz: ‘tienen cinco minutos para retirarse’; nuevos gritos e insultos
a los oficiales; pasados los cinco minutos se dio un toque corto; ‘un
minuto más y se romperá el fuego’, gritó el capitán; al minuto otro
nuevo toque; nadie se movió de su puesto, un nuevo toque, hacían
mofa de las prevenciones; en el transcurso de ese último minuto
gritamos nosotros mismos: ‘¡señores, retírense, se va a hacer fuego!’.
‘Le regalamos el minuto que falta’, gritó una voz de entre el tumulto.
Habíamos cumplido con el Código Penal. El último toque rasga los
aires, la multitud parecía clavada en el suelo. Era menester cumplir la
ley, y se cumplió, ¡¡Fuego!!, gritamos. Una voz dentro de la multitud
grito al mismo tiempo: ‘¡¡Tenderse!!’”10.

Una parte de la multitud reunida se extendió sobre el suelo y otra se


desbandó presa del pánico. Los ayes, quejas y las blasfemias con impre-
caciones eran de espanto, odio y venganza. Unas emociones profundas
desgarraron el ambiente11.


10
Ibid., pp. 89-90.

11
Para mayor detalle ver las obras de Carlos Arango, Sobrevivientes de las bananeras,
Bogotá: Colombia Nueva, 1981; CSTC, Bananeras 1928-1978, Bogotá: Colombia Nueva,
1978; Gabriel Fonnegra, Las bananeras, un testimonio vivo, Bogotá: Círculo de Lectores,
1986.

62
Ricardo Sánchez Ángel

El testimonio de Cortés Vargas es la prueba reina del asesinato


perpetrado, que en su dimensión de genocidio constituye un crimen
de lesa humanidad. Es la dimensión cualitativa de lo que ocurrió. Si
el número de los asesinatos varía y va de los 13 reconocidos por Cortés
Vargas, hasta el más abundante de 3.000, que hizo fama en la imagi-
nación de García Márquez en Cien años de soledad, la valoración del
suceso no admite relativismos históricos, ni morales sobre la actuación
de las autoridades12.

Si el lector se detiene en los anexos 3 y 4, donde se documentan los


decretos, abundará en sus convicciones sobre las pruebas, el ánimo dolo-
so, calculado por parte de las autoridades para asesinar a los huelguistas.
El señalamiento de los trabajadores como “malhechores”, “revoltosos”,
“incendiarios”, “asesinos”, “azuzadores”, “cómplices”, “auxiliadores”,
“encubridores” es elocuente sobre la descalificación del huelguista, de la
protesta y su conversión jurídica en asesino y demás apelativos; en fin, la
negación de su condición y el señalamiento de ser alguien tan peligroso
que debe ser eliminado. De allí la conclusión: la fuerza pública quedaba
facultada para “castigar con las armas”, y la consecuente autorización
de disparar “sobre la multitud si fuere el caso”.

– III –

El repliegue de la multitud no sólo fue de fuga sino de revuelta. En


su huida fueron destruyendo rieles del ferrocarril, y especialmente los
sitios de la United Fruit Company, armados de machetes, palos y armas
de fuego. Se batieron heroicamente en retirada, con un manejo de los


12
Para una visión minimalista de la masacre ver de Eduardo Posada Carbó, “La novela
como historia, Cien años de soledad y las bananeras”, En: Boletín Cultural y Bibliográfico,
Bogotá: Banco de la República, 1998, Vol. 35, No. 48, pp. 3-19. Para una ponderación
crítica, más adecuada, ver de Mauricio Archila, “Masacre de las bananeras, diciembre 6 de
1928”, En: Revista Credencial Historia, Bogotá, septiembre de 1999, No. 117. Del mismo
autor: “Masacre en las bananeras: sangre en la plantación”, En: Revista Semana, Bogotá,
mayo-junio de 2004, No. 1.152, pp. 150-152.

63
Significados de la huelga de las Bananeras de 1928

meandros de las plantaciones que les permitió realizar escaramuzas.


Conviene destacar esta resistencia porque muestra a los trabajadores
intentando reagruparse y responder, lo hicieron con una revuelta insu-
rreccional en la localidad de Sevilla, lugar de serios y contundentes
enfrentamientos.

La soldadesca agrupada por su jefe Cortés Vargas, y por altos fun-


cionarios de la compañía bananera, se dedicó al saqueo del comercio
y las viviendas con el pretexto de la persecución a los huelguistas. Las
organizaciones proletarias fueron destruidas, como la Cooperativa
Obrera de Producción y Consumo, donde estaban las provisiones de la
huelga13. También las imprentas como la de Vanguardia Obrera, que
editaba Mahecha, la cual fue destruida.

La resistencia de los huelguistas está testimoniada por el dirigente


Raúl Eduardo Mahecha, actor directo de las jornadas. El repliegue
se hizo hacia El Retén, dándose enfrentamientos en los poblados
de Río Frío, Orihueca, hasta lo que Mahecha llama “formal batalla
de los huelguistas en número de cerca de 30.000 en la población de
Sevilla y estación general de la compañía por sus grandes almacenes y
dependencias”14.

Según Mahecha, las fuerzas gubernamentales tuvieron 100 muer-


tos entre oficiales, soldados y policías, de los cuales, algunos habrían
sido arrojados al Río Sevilla y otros sepultados en los platanales. En
el testimonio dado por el capitán Luis F. Luna de los cruentos hechos
de Sevilla, se reconocen 29 muertos de los “huelguistas insurrectos”, y
dos más en la estación de Candelita, para un total de 31. Allí en Sevilla
cayó asesinado Erasmo Coronel, destacado líder obrero del PSR y la
Confederación Obrera Nacional –CON–.


13
Ver: Entrevista con Raúl Eduardo Mahecha, En: Renán Vega Cantor, Gente muy rebelde,
Vol. 1. Enclaves, transportes y protestas obreras, Bogotá: Pensamiento crítico, 2002, p.
463, Anexo No. 10.

14
Ibid., p. 463.

64
Ricardo Sánchez Ángel

En la declaración del jefe de policía departamental, Salvador Fuertes,


quien relata el enfrentamiento de Sevilla se afirma:

“Enseguida sonaron unos disparos y el Teniente Quintero cayó a mi


lado mortalmente herido; sin poder auxiliarlo murió pocos minutos
después (…) conduje su cadáver a Aracataca, en donde le di sepultura
con todos los merecidos honores…”15.

Con los cien muertos del testimonio de Mahecha, se plantea un


problema histórico sobre la dimensión de la revuelta insurreccional. Es
claro que, además de la muerte del teniente Quintero, que está debi-
damente documentada, debieron haber más muertos oficiales, pero
¿cuántos exactamente? Y ¿por qué los negaron a todos, descontando a
Quintero? La afirmación de Mahecha, de que unos cadáveres fueron
arrojados al Río Sevilla y otros enterrados en fosa común en los plata-
nales, puede ser cierta, pero en un número más reducido, porque parece
difícil ocultar un número tan alto de muertos, con el agravante de que
había varios oficiales entre estos. Las familias, amigos, y la oposición
política y periodística habrían señalado la magnitud de los muertos en
las filas oficiales.

La cacería desatada contra los huelguistas fue sistemática. El de-


sangre se acompañó de sevicia, en la que los numerosos heridos y los
detenidos eran sometidos a torturas y encadenados con grillos que
llevaban la marca de la United Fruit Company –UFC–. Un total de
seiscientos presos, varios de ellos, 136 de acuerdo a la cifra de Torres
Giraldo, condenados en Consejos de Guerra.

Los sobrevivientes se dispersaron por la amplia geografía nacional y


varios líderes encontraron refugio entre los indígenas de la Sierra Nevada
de Santa Marta. Raúl Eduardo Mahecha se fugó hacia México y de allí
pasó a Montevideo y Buenos Aires, en donde las conferencias sindicales


15
Carlos Cortés Vargas, Op. cit., pp. 121-122.

65
Significados de la huelga de las Bananeras de 1928

y comunistas internacionales se ocuparon de hacer los balances de esta


epopeya de la clase trabajadora16.

En Colombia la masacre no pasó desapercibida. Fue denunciada


en diversos periódicos, especialmente la pluma del artista-caricaturista
Ricardo Rendón, al igual que la oratoria parlamentaria de Jorge Eliécer
Gaitán, que tuvieron eco significativo. En las jornadas del 7 y 8 de
junio de 1929, la solidaridad con las víctimas de la matanza tuvo lugar
destacado en los estudiantes y la multitud en Bogotá contra el régimen
conservador. Lo insólito es que los proyectos conspirativos del Partido
Socialista Revolucionario continuaron a nivel nacional, y que el 29 de
julio del mismo año se intentó una insurrección17.

Aunque la United Fruit abandonó el país, regresó a la zona de Urabá


con la presencia de Chiquita Brands en 1959 con el nombre de Frutera
Sevilla, con un alto record de crímenes contra la clase trabajadora, de
corrupción y violación de la soberanía, reeditando las ejecutorias de su
empresa originaria. También allí se han desarrollado huelgas y protestas
de los trabajadores, en las que las demandas de derechos colectivos,
salarios, salud y jornada de trabajo, vuelven a reiterarse al lado de la
demanda de vida, democracia y soberanía.

– IV –

La huelga de las bananeras que celebramos y la masacre que conme-


moramos se erigen en un laboratorio socio-económico y político-cultural
para el conocimiento de las luchas del proletariado agrícola y del cam-
po. Esta huelga ofreció claves analíticas para entender el rol de la clase


16
Ver: “Bajo la bandera de la CSLA”, Conferencia Sindical Latinoamericana, Montevideo: 1929;
igualmente: Primera Conferencia Comunista Latinoamericana editado por Secretariado
Suramericano de la Internacional Comunista, El movimiento revolucionario latinoamericano,
Buenos Aires: Revista La Correspondencia Suramericana, 1929.

17
Ver: Gonzalo Sánchez, “Los bolcheviques del Líbano”, En: Ensayos de historia social y
política del siglo XX, Bogotá: El Áncora, 1984.

66
Ricardo Sánchez Ángel

trabajadora agrícola en su condición de transición entre el campesino


y el proletario moderno. Así lo ponen de presente la saga de las huelgas
y luchas de los trabajadores de la caña de azúcar en el Valle del Cauca,
que se reeditaron este año (2008), y hoy continúan sectorialmente,
contra la oligarquía financiera e industrial por superar el Código de sol,
y lograr la estabilidad laboral, salarios dignos, jornada de ocho horas,
sistema de salud, fin al despotismo en las relaciones obrero-patronales
y la abolición del nefasto régimen de cooperativas de trabajo18.

Igualmente, la huelga develó la naturaleza de la explotación de la


United Fruit Company, en su calidad de enclave colonial, el papel de los
gobiernos, el Congreso y el Estado al servicio de los intereses privados, de
la acumulación capitalista de sobreexplotación y despojo. Mostró el uso
de la violencia, la persecución, las difamaciones, que desde siempre se
utilizan contra las luchas de la clase trabajadora. Esta huelga evidenció
a un proletariado multicolor y de género, combinado en la reproducción
de su condición socioeconómica.

Se distingue el proletariado de los ferrocarriles –mejor pago y con


fuerte organización sindical– del trabajador de la plantación, el peón, que
es sobreexplotado en condiciones de neoesclavitud y bajo la ficción de
un salario por debajo del mínimo vital. Es el peón y la masa esclavizada
de los que habla Torres Giraldo.

Estaban los colonos, semiproletarios y pequeños propietarios o


arrendatarios, que eran aliados del peón y fuente de una delgada pero
efectiva economía de pan coger con visos autonómicos. Estos fueron un
bastión del Partido Socialista Revolucionario –PSR–. Estaban además
artesanos e indígenas en la Sierra Nevada, en la cual se escondieron
varios fugitivos, era (OJO) otro bastión del socialismo. La misma sierra


18
Ver: Ricardo Sánchez, “Las iras del azúcar, Huelga de 1976 en el ingenio Riopaila”, En:
Revista Historia Crítica, Bogotá: Universidad de los Andes, No. 35, enero-junio de 2008,
pp. 34-57. En la actualidad adelanto una investigación sobre el conflicto huelguístico
ocurrido en la zona azucarera del Valle en 2008.

67
Significados de la huelga de las Bananeras de 1928

que había visitado el geógrafo anarquista Elisée Reclus, quien escribió el


libro Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta, donde propuso su utopía
de una república armónica19.

De acuerdo a Catherine LeGrand,

“Los miembros de las familias se alquilaban ocasionalmente en las


plantaciones cuando la cosecha de banano era particularmente abun-
dante o cuando se abrían nuevos campos de cultivo. El sistema de tra-
bajo adoptado por la United Fruit Company en Colombia centrado en
el uso de contratistas, los que a su turno enganchaban fuerza laboral
a la empresa, facilitó la integración de colonos a la fuerza laboral de
las plantaciones, sobre la base de un trabajo parcial”20.

LeGrand resalta igualmente las migraciones internas de indígenas


y negros,

“Los colonos eran de diverso origen racial. Algunos eran negros,


otros indígenas, pero la mayoría eran de ancestro mezclado. En las
costas del Caribe y del Pacífico, y en el valle del río Cauca, donde en
la época colonial había predominado un sistema de trabajo basado
en la esclavitud, la mayoría de los colonos descendían de esclavos
africanos”21.

El peón tenía un fuerte componente negro, de las migraciones de


la colonia, producto del cimarronaje, enganchados para estos trabajos
duros, al igual que los mestizos indios-negros. Estaban los negros “yume-


19
Elisée Reclus, Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta, Bogotá: Presidencia de la Repúbli-
ca, Comisión Preparatoria para el V Centenario del Descubrimiento de América, Instituto
Colombiano de Cultura, 1992.

20
Catherine LeGrand, “Campesinos y asalariados en la zona bananera de Santa Marta (1900-
1935)”, En: Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, Bogotá: Universidad
Nacional de Colombia, No. 11, 1983, p. 238.

21
Catherine LeGrand, Colonización y protesta campesina en Colombia, 1850-1950, Bogotá:
Universidad Nacional de Colombia, 1988, p. 44.

68
Ricardo Sánchez Ángel

cas”, procedentes de Jamaica y las Antillas, duramente segregados. De


acuerdo a Carlos Payares González:

“En los dominios de la UFC trabajaban descendientes de los esclavos


liberados a mediados del siglo XIX, indígenas de las tribus guajiras
y de la Sierra Nevada de Santa Marta, campesinos minifundistas
atraídos por la ‘bonanza bananera’ que llegaron de todas las regiones
del país. También había peones extranjeros procedentes de las islas
del Caribe que decidieron buscar fortuna en esta región. Todos tra-
bajaban bajo órdenes de un ‘negro yumeca’, unos capataces u obreros
que la empresa traía desde Jamaica, donde tenía extensas propiedades
sembradas con el banano, con instalaciones mucho mejores que las
que tenía en Colombia”22.

La United Fruit importó unos 20.000 trabajadores antillanos en el


período 1900-1913, entre los países de Panamá, Costa Rica y Honduras
que eran de escasa población. El impacto sociocultural fue decisivo,
reforzando el carácter afroamericano23.

– V –

Las mujeres van a jugar un papel decisivo que hay que resaltar. Por
supuesto que el imaginario de María Cano, quien había visitado parte
de la zona y el litoral Atlántico en ese año de 1928, estaba vivo con la
presencia de sus compañeros de lucha de la Confederación Obrera
Nacional y el PSR.

Destaco esta recuperación de la memoria de parte de María Tila


Uribe:


22
Carlos Payares González, Memoria de una epopeya, 80 años de la huelga y masacre de
las bananeras del Magdalena, Ciénaga: Alcaldía Municipal, 2008, p. 82.

23
Ver: George Reid Andrews, Afro-Latinoamérica 1800-2000, Madrid: Iberoamericana, 2007,
Particularmente el capítulo IV: “Una transfusión de sangre mejor”, Blanqueamiento, 1880-
1930, pp. 195-248, y especialmente pp. 224-234.

69
Significados de la huelga de las Bananeras de 1928

“Otros aspectos también son dignos de mención como el beligerante


papel femenino. Josefa Blanco, quien se llamó a sí misma ‘obrera de
los obreros’, secretaria del Sindicato de Orihueca, tuvo bajo su res-
ponsabilidad a cien obreros; con ellos vigilaba que no hubiera corte, se
metía entre los guineales y no pocas veces emboscó y redujo pequeños
grupos de uniformados para llevárselos luego al Comité de Huelga,
bien para sacarles información, para hacerles reflexionar si era del
caso, o para juzgarlos. Petrona Yance, recordada por su temperamento
alegre, fe en el triunfo y la recursividad con que planeaba cada acción,
fue la más destacada dirigente de las 800 mujeres que participaron
en la huelga: echaban machete a los cultivos para impedir el corte
de esquiroles; se movían por la Zona como enlaces; en sus canastos
cubrían con almojábanas las herramientas utilizadas para descarrilar
los trenes que transportaban tropa; repartían Vanguardia Obrera, El
Obrero de Ciénaga y otro pequeño tabloide socialista”24.

Lo que aquí ilustra la hija de Tomás Uribe Márquez, a manera de


memorialista, es una decisiva visibilidad del liderazgo femenino. No
sólo de colaboración sino de dirección, organización, planificación y
ejecución. El papel destacado de las mujeres se refuerza con la ilustra-
ción sobre las condenas de los Consejos de Guerra adelantados contra
los huelguistas. Cinco mujeres fueron condenadas: Mercedes Arias,
oriunda de Norte de Santander, a 18 años; Gertrudis Brabo de Bolívar,
a 7 años; María Castro, a un año; Pastora Gómez, de Antioquia, a un
año; Dolores Jaramillo, doméstica negra, a seis meses25.

A su manera, el Jefe departamental de policía da este testimonio:

“Con efecto: a eso de las tres de la tarde desfiló delante del balcón
en que me encontraba instalado, una crecida multitud, en filas orga-
nizadas, todos con un machete en mano y precedidos de un pabellón


24
María Tila Uribe, Los años escondidos, Sueños y rebeldías en la década del veinte, Bogotá:
Ántropos, 2007, p. 311.

25
Ver: Carlos Cortés Vargas, Op. cit., pp. 167-169.

70
Ricardo Sánchez Ángel

rojo. Muchas mujeres cerraban el desfile. Un poco más tarde pasó


un verdadero batallón de huelguistas procedente de Guacamayal,
encabezados por meretrices que llevaban el pabellón de Colombia y
una bandera roja”26.

De igual manera y pretendiendo desfigurar el protagonismo heroico


de las mujeres, el capitán del ejército Luis F. Luna, testimonia:

“… y las mujeres que embriagadas con licores sacados de los comisa-


riatos, azuzaban los grupos para que se hiciera mayor su ferocidad y
mataran sin piedad a todo empleado que encontraran a su alcance.
Por todas partes se veían grupos de mujeres y de niños que huían
horrorizados a buscar refugio en las montañas”27.

La huelga de las bananeras debe ser revisada en su caracterización,


y por ende, asumirla como masculina y femenina, como mixta, y ya lo
dijimos, multicolor. Esta constituye una decisiva recuperación, proyec-
ción y vigencia de este extraordinario movimiento huelguístico y de
levantamiento de las masas trabajadoras contra el enclave de la United
Fruit Company y el gobierno de la época.

Hay que dimensionar el desarrollo de la clase trabajadora de las plan-


taciones bananeras estudiando su carácter extensivo y especialmente
dinámico. Desde los sitios de producción de Fundación, Aracataca y
El Retén hasta el puerto de Santa Marta, con las redes familiares, de
encuentro, vivienda, que le daban un carácter flexible a la masa traba-
jadora. Las redes de relaciones identitarias se extendían a los puertos
de Barranquilla, Santa Marta y Cartagena.

El otro personaje decisivo es el río Grande de la Magdalena: sus


puertos de Calamar, Puerto Wilches, Puerto Berrío, La Dorada, Beltrán,


26
Ibid., p. 120.

27
Ibid., p. 126.

71
Significados de la huelga de las Bananeras de 1928

Girardot, Barrancabermeja concentraban un numeroso proletariado


marinero, petrolero, portuario, de servicios y del comercio, constituyendo
centros de llegada y salida hacia la Colombia campesina, cafetera y las
ciudades del interior. Todo lo cual se conectaba con la red de ferrocarriles.
La articulación de la clase trabajadora en sus distintas actividades era
extraordinaria y se tradujo en las organizaciones sindicales, campesinas,
indígenas, estudiantiles y en las grandes manifestaciones y huelgas que
se realizan en los 10 años que van de 1919 a 192928.

Torres Giraldo volverá a insistir en el carácter multicolor y diverso


de las masas trabajadoras, “organizaciones obreras, artesanales e indí-
genas” que estaban a su entender “saturadas de ideas revolucionarias
seguramente muy confusas, pero que tenían la virtud de reunirlas, de
alinearlas para la lucha conjunta”29. Su objetivo era doble, contra el
gobierno, la United Fruit Company y por la huelga.

Las raíces y tradiciones de esta región constituyen una fuerza defi-


nitoria que conviene recordar. En forma cercana, las guerras civiles,
y en especial la de los Mil Días, esa guerra larga que dejó expósita la
soberanía nacional y posibilitó la pérdida de Panamá en 1903 ante el
empuje del imperialismo estadounidense. Las tradiciones guerreras no
desaparecieron pese al armisticio y la paz, en que la finca Neerlandia
fue lugar de uno de los acuerdos de cese de hostilidades.

La cultura radical rebelde que se formó en la región y que tuvo en


las guerras un alimento permanente se mantuvo. Esta huelga tiene su
lugar en el desarrollo de la clase trabajadora y su ubicación histórica
requiere una valoración continental de tipo múltiple30. Para Ricardo
Melgar Bao,


28
Ver: Ignacio Torres Giraldo, Los Inconformes, Historia de la rebeldía de masas en Colombia,
Tomo II, Bogotá: Margen Izquierdo, 1973, pp. 206-207.

29
Ibid., Tomo IV, p. 64.

30
Ver: Mauricio Archila, “Artesanos y obreros”, En: Historia general de América Latina, Vol.
VII, Los proyectos nacionales latinoamericanos: sus instrumentos y articulación 1870-

72
Ricardo Sánchez Ángel

“La huelga roja de Colombia, salvados los errores de dirección, devino


para la CSLA-ISR en el paradigma sindical a seguir en el continente.
No obstante, la historia del sindicalismo rojo en América Latina anotó
en el caso colombiano los límites de su propio fracaso”31.

En el mismo sentido, dice Klaus Meschkat:

“La importancia conferida a Colombia queda demostrada en una serie


de reuniones privadas de los representantes de la IC –Internacional
Comunista– con delegados colombianos, cuya memoria se reproduce
por entero en nuestro volumen. Es evidente la especial simpatía de
H-Droz por Raúl Mahecha, cuya versión sobre los acontecimientos
recoge sin reserva alguna”32.

El Secretariado Sudamericano de la Internacional Comunista expidió


una resolución sobre la situación, en la que declara que la huelga bana-
nera fue una huelga revolucionaria. Además la resolución enfatiza:

“La gran huelga bananera, por su importancia y desarrollo, ha


demostrado que el problema de la revolución estaba en Colombia a
la orden del día, si el Partido ­–y sobre todo su dirección– hubiesen
comprendido la situación revolucionaria del momento, su deber de
solidaridad, y se hubiese puesto íntegramente a la obra de extender
el movimiento por todo el país, lanzando la consigna –en gran parte
realizada espontáneamente por las masas de la zona bananera– de la
constitución de los soviets obreros, campesinos y soldados, en lugar

1930, España: UNESCO - Trotta, 2008. Igualmente, Ricardo Melgar Bao, Op. cit. Para una
valoración crítica de las tesis del sindicalismo revolucionario de la Internacional Sindical
y su principal ideólogo A. Lozovski, ver de John Womack, “La ‘estrategia de huelga’ de la
Internacional Roja, 1923-1930”. En: John Womack, Posición estratégica y fuerza obrera.
Hacia una nueva historia de los movimientos obreros, México: Fondo de Cultura Econó-
mica, 2007, pp. 118-138.
31
Ricardo Melgar Bao, Op. cit., p. 282.
32
Klaus Meschkat y José María Rojas, Liquidando el pasado, La izquierda colombiana en los
archivos de la Unión Soviética, Bogotá: Taurus-FESCOL, 2009, p. 26.

73
Significados de la huelga de las Bananeras de 1928

de hacer filosofía sobre la necesidad de no confundir la huelga con


la revolución sin realizar una acción efectiva para desarrollar la
primera en la segunda.

(…) Es necesario combatir enérgicamente la concepción falsa,


antimarxista y anti-leninista, de que las huelgas son nefastas para
el movimiento revolucionario, que ellas dislocan el plan de un golpe
militar y que por ello los sindicatos son superfluos y la lucha por
las reivindicaciones inmediatas inútiles. La huelga bananera ha
demostrado, precisamente, cómo, a través de las reivindicaciones
inmediatas, puede desarrollarse una acción revolucionaria de masas,
transformarse en insurrección armada y plantear la cuestión del
poder”33.

La resolución está firmada por Victorio Codovilla a nombre del


Secretariado Sudamericano de la Internacional Comunista.

Más lejano está que sobre las nuevas realidades de las fincas bana-
neras y sus pueblos existieron un conjunto de pueblos indígenas y de
verdaderas culturas que proyectan su presencia. El memorialista García
Márquez lo recuerda así, al referirse a Aracata donde nació:

“Había nacido como un caserío chimila y entró en la historia con


el píe izquierdo como un remoto corregimiento sin Dios ni ley del
municipio de Ciénaga, más envilecido que acaudalado por la fiebre
del banano. Su nombre no es de pueblo sino de río, que se dice ara
en lengua chimila, y Cataca, que es la palabra con que la comuni-
dad conocía al que mandaba. Por eso entre nativos no la llamamos
Aracataca sino como debe ser: Cataca”34.


33
“Resolución del Secretariado Sudamericano de la IC sobre la situación del Partido Socialista
Revolucionario de Colombia y sus tareas inmediatas”, En: Ibid., p. 231.

34
Gabriel García Márquez, Vivir para contarla, Bogotá: Norma, 2002, p. 53. Allí mismo, el
escritor descifra el origen de su mítica expresión de Macondo para designar el famoso

74
Ricardo Sánchez Ángel

– VI –

La sobreexplotación continuó, el despotismo de la compañía y de las


autoridades gubernamentales era la conducta permanente. La United
Fruit operaba como un enclave colonial, prevalida del “triunfo” sobre
la huelga de 1928. La conciencia nacional y proletaria había quedado
herida pero acrecentó paulatinamente su afirmación de dignidad. En
el país existía un malestar manifiesto en amplias capas populares,
estudiantiles e intelectuales. A lo que se sumaba la inmensa e intensa
rebelión del socialismo.

Las consecuencias de las batallas de la clase trabajadora durante la


década, que han sido historiadas, hicieron en suma, inestable la hege-
monía de la república conservadora. Las luchas de los de abajo de toda
condición, que incluyeron la gente sencilla de las ciudades, carcomieron
el vetusto aparato conservador de dominación clerical - militar.

La crisis en el bloque de poder se expresó a través de la continui-


dad del liberalismo en la oposición, y porque el aparato conservador se
precipitó a la división de las candidaturas presidenciales entre el poeta
Guillermo Valencia y el general Alfredo Vásquez Cobo. La comedia de
las equivocaciones que representaron la jerarquía de la iglesia católica, el
directorio nacional conservador, sus periódicos y los factores económicos
de poder, corrobora la profundidad de la crisis nacional. Era inevitable
la caída de la hegemonía conservadora.

pueblo de la novela Cien años de soledad y otros libros. La cual logró convertirse en metá-
fora obligada, muy común entre extranjeros, para designar nuestros pueblos, y clave en
la explicación de nuestra idiosincrasia. Ante cualquier absurdo o sorpresa, es recurrente
escuchar: ¡¡esto es Macondo!! A propósito de Macondo, recuerda: “…cuando me enteré
en una enciclopedia casual que es un árbol del trópico parecido a la ceiba, que no produce
flores ni frutos, y cuya madera esponjosa sirve para hacer canoas y esculpir trastos de
cocina. Más tarde descubrí en la Enciclopedia Británica que en Tanganyika existe la etnia
errante de los makondos y pensé que aquel podía ser el origen de la palabra. Pero nunca
lo averigüé ni conocí el árbol, pues muchas veces pregunté por él en la zona bananera y
nadie supo decírmelo. Tal vez no existió nunca”, Ibid., p. 29.

75
Significados de la huelga de las Bananeras de 1928

Sobre esta división se organizó el movimiento de la Concertación


Nacional con la candidatura del embajador en Washington y líder liberal,
Enrique Olaya Herrera. El liberalismo recomenzó su gestión en el poder
y se hizo inevitable una candidatura de partido finalizado este gobierno.
Con López Pumarejo se instauró una nueva república liberal que tuvo
considerable apoyo en la opinión nacional y en las organizaciones de
los trabajadores.

76
Ricardo Sánchez Ángel

ANEXOS

Anexo 1
Declaraciones al Congreso Obrero Regional
del Departamento del Magdalena, diciembre de 1926

“Al Congreso Obrero Regional del Departamento del Magda-


lena reunido en Guacamayal. Por la presente hacemos constar que
el compañero Jenaro Toroni está debidamente autorizado por esta
agrupación netamente libertaria, como delegado a ese Congre-
so obrero, que tendrá lugar el día 24 de diciembre en adelante en
Guacamayal.

“De antemano auguramos a todos los compañeros ahí reunidos que


trabajarán con fervor para que brille pronto sobre la faz de la tierra el
reinado de los iguales, libres de prejuicios po­líticos y religiosos, y que
les guiará el axioma de ‘todos para uno y uno para todos’. Santa Marta
22 de diciembre de 1926. Por el grupo anarquista ‘Libertario’, Elías
Castellanos. Mariano Lacambra (España).

“Esperamos que si es cierto que este Congreso Obrero habido e


iniciado por trabajadores y para trabajadores que solamente les guía la
sinceridad; no dudamos ni por un momento que en él, el estandarte
del proletariado regional será estampada la declaración de que hacemos
alusión.

“Declaración de principios. Lucha de clases. Acción directa. Por el


comunismo ‘Libertario’. El grupo anarquista de Santa Marta. (El encar-
gado de correspondencia, Elías Castellanos y Abad).

“El ‘Grupo Libertario’, de Santa Marta, por medio de su delegado


compañero Toroni, propone al Congreso obrero reu­nido en Guacamayal,
la presente declaración de principios.

77
Significados de la huelga de las Bananeras de 1928

“Al igual que aquellos grandes hombres de la revolución francesa; los


amigos del pueblo, que se llamaron Marat, Robespierre y Danton, y que
fueron los que presentaron la carta a la Asamblea con la declaración de
los ‘Derechos del hombre’. Nosotros os presentamos esta declaración,
porque sabemos de antemano sin temor a equivocarnos que es la única
táctica que los trabajadores podemos y debemos emplear, si no quere-
mos continuar como hasta ahora seguir engañándonos, y engañando
a los demás.

“Todos sabéis que no hay más que dos clases de lucha, la de los
explotados y la de los explotadores.

“No hay términos medios, no puede haberlos, el que no está con


nosotros, está contra nosotros.

“Nosotros debemos por todos los medios combatir la acción indi-


recta, que es toda aquella que no sea ejercida por nosotros mismos, y
para nosotros.

“¡Abajo los intermediarios! No elevemos ídolos, sino aplastémoslos


para ser libres. No importa que éstos sean leaders y pertenezcan a la
última comunidad político-frailuna”.

Estas sociedades obreras habían venido funcionando desde tiem-


po atrás a beneplácito de las autoridades regionales como lo prueba
el siguiente documento encontrado en el archivo a que venimos
refiriéndonos:

“Un sello que dice:

República de Colombia. Departamento del Magdalena. Policía.


Guacamayal. Número 314. Diciembre 31 de 1926. Señor Presidente
de la Asamblea Obrera.

78
Ricardo Sánchez Ángel

“Tengo el honor de comunicar a esa honorable sociedad que en la


fecha he tomado posesión del puesto de Inspector de este corregimiento,
por designación que en mí hizo el señor Alcalde del Municipio; en cuyo
puesto me es muy grato ponerme a las órdenes.

“De usted atento y seguro servidor, P. R. Ahumada”35.


35
En: Carlos Cortés Vargas, Op. cit., pp. 27-29.

79
Significados de la huelga de las Bananeras de 1928

Anexo 2
Declaración de huelga de laUnión Sindical
de Trabajadores del Magdalena, noviembre 12 de 1928

“Conocidos todos los detalles de reclamaciones hechas por los


trabajadores de la Zona Bananera a la United Fruit Company, sobre
reconocimiento de derechos que corresponden al obrero, respaldados
esos derechos por las leyes sustantivas del país, el pueblo entero del
Magdalena esperaba una pronta inteligencia entre la Compañía Frutera
y sus trabajadores, máxime cuando estos últimos agotaron todos los
recursos que concede la Ley21 de 1920.

“No valieron los servicios prestados por el Inspector de Trabajo


quien, después de estudio concienzudo y sereno, declaró en notas ya
conocidas la justicia que asiste a los reclamantes; a pesar de esto, la
United Fruit Company, por medio de su Gerente señor Tomás Brads-
haw, desconoció a los que en forma legal iban a entenderse con él, por
sí y por mandato de sus compañeros de trabajo, quedando burladas las
aspiraciones del trabajador y las leyes que acogen y sostienen dichas
aspiraciones.

“Aún más temerosa la Compañía Frutera de un paro en la Zona


dentro de algunos días, ha pedido una cantidad enorme de barcos
para despachar en esta semana toda la fruta existente, y declararse,
después, la Compañía, en huelga, como lo hizo años pasados en una de
las regiones bananeras centroamericanas, estando como principal actor
el mismo señor Bradshaw, Gerente de la United. Es claro que el deseo
de la United Fruit Company es apartar a quienes han consumido sus
energías al servicio de la Empresa, desconociéndole antes sus derechos.
Y como esto entraña una grave injusticia, los trabajadores de la Zona
Bananera rechazan tal atentado y resuelven declararse en huelga desde
hoy, hasta tanto no haya arreglo definitivo con la United Fruit Company,
sobre los puntos contenidos en las reclamaciones hechas por la Unión
Sindical en tal fecha.

80
Ricardo Sánchez Ángel

“Constancia:

“Los obreros de la Zona Bananera están dentro de la ley. No hay una


sola disposición que venga a impedir el hecho de la huelga, desde luego
que se han cumplido los mandatos del derecho.

“La United Fruit Company, no cumple una sola de las leyes de


Colombia referentes a los tratos y contratos con los trabajadores, decla-
rándose en abierta rebeldía, como lo han pretendido hacer muchas otras
compañías extranjeras, como la que pretende apoderarse de las ricas
regiones del Catatumbo, en Santander, para cercenar lo más precioso
de Colombia y fundar una república petrolera.

“Los obreros de la Zona Bananera en cambio acatan todas las leyes


que rigen en el país, como ya está probado, y hoy, al declararse en huel-
ga, lo hacen para vindicar sus derechos, conculcados diariamente por la
poderosa Compañía Frutera, que ve con indiferencia al obrero agotarse
por las úlceras, el paludismo tropical, la tuberculosis y otras enferme-
dades, sin que un sentimiento de humanidad la mueva a cumplir la
legislación obrera de la República y a indemnizar a sus víctimas con un
salario que en parte mitigue el hambre y la miseria, que son el legitimo
patrimonio de sus fincas de banano.

“Esta huelga es el fruto de dolor de miles de miles de trabajadores


explotados y humillados día y noche por la Compañía y sus agentes: esta
huelga es la prueba que hacen los trabajadores de Colombia para saber
si el Gobierno Nacional está con los hijos del país, en su clase proletaria,
o contra ella y en beneficio exclusivo del capitalismo norteamericano y
sus sistemas imperialistas.

“Vamos todos a la huelga.

“El lema de esta cruzada debe ser: ‘Por el obrero y por Colombia’.

“El obrerismo del Magdalena excita a todas las organizaciones pro-


letarias de Colombia y a la prensa independiente y altiva a solidarizarse

81
Significados de la huelga de las Bananeras de 1928

con este movimiento, que es un grito de justicia salido de lo hondo del


corazón sufrido de los trabajadores de la Zona Bananera, en demanda
de pan y justicia.

“En consecuencia, queda decretada la huelga general, desde las seis


de la mañana del día de hoy, hasta ser oídos y aceptados sus delegados
y sus pedimentos por la United Fruit Company. Unión Sindical de
Trabajadores del Magdalena. El Comité Ejecutivo.

“Ciénaga, noviembre 12 de 1928”36.


36
En: Carlos Cortés Vargas, Op. cit., pp. 24-26.

82
Ricardo Sánchez Ángel

Anexo 3
Decretos del 5 y 6 de diciembre de 1928
del General Cortés Vargas

Decreto Número 1
EL JEFE CIVIL Y MILITAR DE LA PROVINCIA
DE SANTA MARTA
en uso de sus facultades legales y

CONSIDERANDO

Que la huelga de los trabajadores en esta Provincia ha degenerado


en asonadas, motines y tumultos que están impidiendo el tráfico de los
trenes y demás elementos de transporte; ejerciendo actos de autoridad,
tales como detener, amarrar y llevar a prisión ciudadanos pacíficos por
el mero hecho de no considerarlos afectos.

Que han desconocido la autoridad legalmente constituida y


apresado a individuos del Ejército y que es menester tomar medidas
rápidas y enérgicas como son las que autoriza el imperio de la ley
marcial;

DECRETA

Art. 1º. De conformidad con el Decreto Legislativo número 1 de 5


de diciembre de 1928, ordeno perentoriamente la inmediata disolución
de toda reunión mayor de tres individuos;

Art. 2º. Ordénase a la fuerza pública que, con las prevenciones


legales, dé estricto cumplimiento a este Decreto, disparando sobre la
multitud si fuere el caso;

Art. 3º. Ninguna persona podrá transitar después del toque de


retreta;

83
Significados de la huelga de las Bananeras de 1928

Publíquese por bando y cúmplase. Ciénaga, 5 de diciembre de


1928.
Carlos Cortés Vargas, Jefe civil y militar de la Provincia de Santa
Marta, Roberto Gómez R., Secretario Ad hoc37.

Decreto Número 4

Por el cual se declara cuadrilla de malhechores a los revoltosos


de la Zona Bananera.

El Jefe Civil y Militar de la Provincia de Santa Marta


en uso de sus facultades legales y

CONSIDERANDO

Que los huelguistas amotinados se sabe están cometiendo toda


clase de tropelías; que han incendiado varios edificios de nacionales y
extranjeros; que han saqueado, cortado las comunicaciones telegráficas
y telefónicas; que han destruido las líneas férreas; que han atacado a
mano armada a ciudadanos pacíficos; que han cometido asesinatos
que por sus caracteres demuestran un pavoroso estado de ánimo, muy
conformes con las doctrinas comunistas y anarquistas; que tanto de
palabra, en arengas, conferencias y discursos, como por la prensa en el
Diario de Córdoba y en hojas volantes, han propalado los dirigentes de
este movimiento, que en un principio fue considerado como huelga
de trabajadores pacíficos; que es un deber ineludible de la autoridad
legítimamente constituida dar garantías efectivas a los ciudadanos,
tanto nacionales como extranjeros, y restablecer el imperio del orden
adoptando todas las medidas que el derecho de gentes y la Ley Marcial
contempla,


37
En: Ibid., p. 88.

84
Ricardo Sánchez Ángel

DECRETA

Art. 1º. Declárese cuadrilla de malhechores a los revoltosos, incen-


diarios y asesinos que pululan en la actualidad en la Zona Bananera.

Art. 2º. Los dirigentes, azuzadores, cómplices, auxiliadores y encu-


bridores deben ser perseguidos y reducidos a prisión para seguirles las
responsabilidades del caso.

Art. 3º. Los miembros de la fuerza pública quedan facultados para


castigar con las armas a aquellos que se sorprendan en in fraganti delito
de incendio, saqueo y ataque a mano armada y, en una palabra, son los
encargados de cumplir este decreto.

Publíquese y cúmplase.
Dado en Ciénaga a 6 de diciembre de 1928.

El Jefe Civil y Militar de la Provincia de Santa Marta, General Carlos


Cortés Vargas.

El Secretario Enrique García Isaza38.


38
En: Ibid., pp. 114-115.

85
Significados de la huelga de las Bananeras de 1928

Anexo 4
Telegrama del Ministerio de Guerra
al General Cortés Vargas

No 15.824. Ministerio Guerra. Bogotá, diciembre 5 de 1928. General


Carlos Cortés Vargas. Ciénaga.

“Refiérome sus telegramas de anoche y el de hoy que acabo de


recibir. Compláceme hayan sido rescatados soldados y armas cogidas
por huelguistas. Hoy firmase decreto ejecutivo declarando en estado de
sitio Provincia Santa Marta y nombrando a usted Jefe Civil y Militar de
la misma. Excelentísimo Presidente recomiéndame decirle debe usted
proceder inmediatamente despejar ferrovías y a facilitar movimiento
trenes hacia el norte y hacia el sur, haciendo uso fuerza en caso nece-
sario y previas las facultades que sobre prevenciones, avisos y señales
establece el Código Penal para los casos de asonada o tumulto, que
además queda usted plenamente facultado para tomar las medidas
y adoptar todos los procedimientos que las circunstancias requieran,
en el sentido de someter a los revoltosos, restablecer la normalidad y
conservar el orden, Gobierno confía en todo caso en valor, pericia y
prudencia de usted y espera saldrá airoso en actual emergencia, dejando
bien puesto y con honor el buen nombre y merecida fama del Ejército.
Ante delicada situación usted refiérese es preciso haga saber terminante
y reiteradamente a Oficiales y tropa que cualquier indecisión o acto de
deslealtad o burla o cobardía será considerado como cometido en frente
del enemigo y que por consiguiente será castigado inmediatamente con
todo el rigor de la ley. Importantísimo proceder a detener principales
cabecillas o agitadores, suspender, impedir toda clase de propaganda
subversiva. Sírvase avisar recibo este telegrama y avisarme manera como
sean cumplidas órdenes en él impartidas. Ignacio Rengifo B.”39.


39
En: Ibid., p. 82.

86
Ricardo Sánchez Ángel

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89
La huelga de las bananeras:
por una evocación constructiva
e iluminadora del presente
Víctor Manuel Moncayo C.*

Consideraciones previas

L
as conmemoraciones son, sin duda, un pretexto para invi-
tarnos a reflexionar sobre acontecimientos pasados. Sin
embargo, casi siempre están amenazadas por la evocación
puramente nostálgica, que las priva de todo sentido desde el punto
de vista de las necesidades y urgencias del presente. Es pues un reto,
intentar superar ese riesgo, como quisiéramos hacerlo al evocar aquella
gesta del movimiento obrero colombiano en los albores de su inserción
en la organización capitalista de la producción.

Estamos muy distantes desde la perspectiva del tiempo que mide


el reloj, pues se trata nada más ni nada menos que ochenta años. Pero,
más allá de lo cronológico, lo que importa es situar la cuestión con
un sentido histórico distinto que, en nuestro caso, tiene que ver con
la instauración y desarrollo del capitalismo en una sociedad como la
colombiana y, sobre todo, con las respuestas de confrontación que su


*
Profesor Emérito de la Universidad Nacional y ex rector de la misma.
La huelga de las bananeras...

naturaleza contradictoria siempre ha planteado. Si bien hoy como ayer


es el mismo capitalismo, debemos reconocer que de ese ayer lejano a
hoy, las transformaciones ocurridas han sido múltiples y profundas, y
que la responsabilidad ético-política nos exige más que reconstituir el
pretérito para valorar lo que significó en su momento, verlo con los ojos
del presente para iluminar lo que ahora acontece

1. La economía en los años veintes y las primeras normas


regulatorias de la lucha reivindicativa

Hace ya bastante tiempo, estamos hablando de casi tres décadas,


nos ocupamos de los acontecimientos que ahora nos convocan, desde
una perspectiva que entonces era de alguna manera heterodoxa. En
lugar de valorar en forma superlativa la heroicidad de las luchas, nos
preocupábamos por conocer el contexto en el cual se manifestaban.

Considerábamos, por lo tanto, que era muy importante apreciar


como en aquellas primeras décadas del siglo XX no se conocían desa-
rrollos normativos en materia de establecimiento de condiciones para
la lucha reivindicativa. En efecto, de lado de las asociaciones obreras,
se daban bajo los esquemas generales del Código Civil y, en lo que se
refiere al sistema de reclamaciones y acuerdos, no existía de manera
absoluta regla alguna, salvo las limitadas e impropias del mismo Código
Civil y del Código de Comercio1.

Esa ausencia de regulación sólo vino a interrumpirse en los años


1919 y 1920, con la expedición de las Leyes 78 y 21 de esos años, res-
pectivamente, en virtud de las cuales se dictaron las primeras normas
sobre huelga.


1
El Código Civil regulaba el arrendamiento de predios rurales, el arrendamiento de criados
domésticos, los contratos para la confección de obras materiales y el arrendamiento de
servicios inmateriales, y el Código de Comercio se ocupaba del régimen de los empleados
y dependientes de comercio.

92
Víctor Manuel Moncayo C.

Pero, lo que importa también es tener en cuenta que la sociedad


colombiana de la época era apenas una economía mercantil simple, es
decir, basada no en desarrollos capitalistas, sino en una producción de
mercancías por productores independientes o por trabajadores directos,
sujetos a relaciones pre-capitalistas, y que desde el punto de vista de
la división internacional del trabajo, cumplía el papel de abastecedora
de materias primas para los países metropolitanos y de mercado para
bienes de consumo que no se producían localmente.

Es claro, por consiguiente, que el desarrollo de la industria propia-


mente fabril era más que incipiente y el papel de los primeros núcleos
absolutamente subordinado y secundario. Como obvia consecuencia,
el trabajo asalariado era poco significativo y muy débil en términos
cuantitativos.

Pero ello no significa desconocer que es en ese momento cuando


se empiezan a sentar las bases del desarrollo industrial posterior, pues
como se ha analizado bien por la historia económica colombiana, frente
a condiciones de entonces, tales como el fraccionamiento del mercado
interno, la poca extensión de la economía mercantil y la competencia
extranjera, empezaron a actuar factores favorables para la consolida-
ción e incluso ampliación de ciertas plantas fabriles, como lo eran la
mano de obra barata, los altos costos de transporte que afectaban a las
mercancías extranjeras y, sobre todo, el abandono del mercado mundial
por parte de Inglaterra y Alemania como efecto de la primera guerra
mundial.

Así, aparecen algunos renglones dinámicos de la producción fabril


como los textiles, la cerveza y los cigarrillos, que se suman a lo existen-
te gracias al desarrollo presentado en sectores como el transporte y el
embarque de productos, que a su turno incentivaban la infraestructura
de comunicaciones orientada hacia los puertos. En ese contexto, también
figuraban algunos enclaves extranjeros para producir bienes naturales
dirigidos a la exportación, como es precisamente el caso de la explotación
bananera en la costa atlántica por la United Fruit Company.

93
La huelga de las bananeras...

2. El nacimiento del sindicalismo y del movimiento obrero

La señalada importancia de la producción independiente o bajo


relaciones no capitalistas, y el relativo despliegue de actividades pro-
ductivas o indirectamente productivas bajo la forma salarial capita-
lista, permiten distinguir en la época dos grandes tipos de conflictos
laborales: de una parte, los generados en el sector de la pequeña
producción, la manufactura y la artesanía, que se expresaban a través
del sindicalismo gremial o de oficios y, de otra parte, los que tenían
su origen en los incipientes centros de industria fabril, en los enclaves
extranjeros, en las actividades de transporte y embarque de productos,
y en las obras públicas; en todos los cuales regía ya el régimen salarial
propiamente dicho, que se manifestaba en un naciente sindicalismo
obrero.

Ambos tipos de conflicto se presentan en los años veinte con


importante algidez. Es así como, son casos de la primera modalidad
de conflictividad, el movimiento de protesta de los sastres de Bogotá
contra la decisión de importación de uniformes militares, o las huelgas
de zapateros en Medellín y Bucaramanga, o la de sastres, zapateros y
constructores en Manizales. Se trata de conflictos que se inscriben
en los esfuerzos de agremiación que representaron la Confederación
de Acción Social o el Sindicato Central Obrero en 1919. Se trata de
formas que provenían de las sociedades de artesanos del siglo XIX,
constituidas luego de que los actores comprendieron que sus intereses
eran distintos a los de los comerciantes, importadores y exportadores,
que se oponían al desarrollo de espacios nacionales de producción. Sus
reivindicaciones eran típicamente pequeño-burguesas: aspiraciones
de representación política, oposición al aparato político tradicional
controlado por terratenientes y comerciantes, finalidades caritativas y
paternalistas, ayuda mutua en caso de calamidades y protección de la
manufactura nacional2.


2
Ver Miguel Urrutia, Historia del Sindicalismo en Colombia, Bogotá: Universidad de Los
Andes, 1969, pp. 90-94.

94
Víctor Manuel Moncayo C.

Por el contrario, tienen otro carácter las huelgas de los trabajadores


de los puertos de Barranquilla y Cartagena en enero de 1918, las de los
trabajadores del ferrocarril y del puerto de Santa Marta en el mismo mes
y año; las movilizaciones obreras de Medellín y las primeras peticiones
de los trabajadores bananeros a la United Fruit también en 1918, el
beligerante movimiento del ferrocarril de La Dorada en 1920, el movi-
miento de los textileros de Bello y de los braceros de Barranquilla o la
movilización de los trabajadores del poder judicial por el no pago de
sueldos en la misma época.

El contraste entre los dos tipos de conflicto evidencia que tenían una
mayor relevancia los liderados por el sindicalismo obrero. Muchos de
ellos alcanzan a asumir características de formas incipientes de contra-
organización, por fuera de todo esquema impuesto por el Estado. Una
buena ilustración es la huelga de los obreros portuarios de Barranquilla,
que no sólo adquirió giros violentos, sino que desembocó en la organi-
zación de una guardia civil compuesta por jóvenes de todas las clases
que pretendió controlar y asegurar el orden en la ciudad. Otras huelgas
de efectos similares, en cuanto a la imposibilidad de control por parte
del Estado, suceden en Cartagena, Santa Marta y La Dorada. Por eso,
muchos analistas califican a esos movimientos como de “revuelta”, pues
si bien se centraban en reivindicaciones salariales y de condiciones de
trabajo, ante la ausencia de eficaces controles de integración por parte
del Estado, dieron lugar a formas alternas de organización enfrentadas
al sistema político.

Lo que es significativo es que ninguno de esos movimientos se dirige


al Estado para solicitarle protección, para pedir reglas de organización
sindical o de regulación del derecho de huelga. Los trabajadores la prac-
tican en la realidad de sus luchas, sin que nada estatal las pueda inter-
ferir, salvo con la represión. Es por ello que en esta ausencia de control,
empieza ya a reconocerse en ciertos sectores la necesidad de enmarcar
o encuadrar las luchas reivindicativas para no tener que acudir siempre
a la fuerza física. Era claro que la inexistencia de regulaciones sobre la
huelga, colocaba al Estado en una difícil situación desde el punto de

95
La huelga de las bananeras...

vista de la legitimación ideológica de su acción represiva, y lo obligaba


a colocar las situaciones de cesación laboral dentro del marco delictivo
o a recurrir al expediente extraordinario del Estado de sitio, cuando no
al acallamiento por la simple vía de la fuerza física.

3. La primera respuesta legislativa sobre la huelga.

La primera respuesta a esa insuficiencia normativa, a esa carencia


de instituciones que permitan integrar la lucha obrera, es la Ley 78 de
1919, planteada con ese carácter en forma explícita en la propia expo-
sición de motivos:

“el objeto de la presente ley debe ser (…) reducir la extensión de las
huelgas a los límites que naturalmente les señalen el derecho de los
trabajadores interesados (…) toda acción y elementos extraños que
se mezclen a ese fenómeno deben considerarse como punibles”3.

Se trata de una normatividad que acude a una muy curiosa justifi-


cación: se dice que se trata de proteger los derechos de los trabajadores,
pero no se está refiriendo al derecho a la elevación salarial o al mejora-
miento de las condiciones del trabajo, sino a la libertad de trabajo, es
decir al derecho del trabajador de vender o no su fuerza de trabajo, en
otras palabras el paradójico derecho de aceptar o no la extorsión salarial.
Así lo expresaba la misma exposición:

“La huelga es el ejercicio de un derecho, cuando se hace dentro de los


límites del derecho propio. El trabajo es un bien, es una propiedad
de quien pueda producirlo y que solamente se transforma en utilidad
cuando se pone en acción; es una mercancía que se compra y se vende
y que, como ella, está sujeta a las leyes de la oferta y la demanda. El
productor del trabajo tiene derecho a venderlo o no venderlo según
su conveniencia, de la misma manera que el vendedor de zarzas tiene


3
Leyes del Congreso de 1919.

96
Víctor Manuel Moncayo C.

el derecho de vender o de no vender la mercancía. Y siendo así como


lo es, nadie podría obligar a un trabajador a que entrara en una
huelga o que dejara de entrar. La libertad de trabajo encuentra aquí
su mejor aplicación”4.

En otras palabras, la huelga aparece, según los antecedentes de la


ley, no como un medio de lucha de la clase obrera para exigir mejores
condiciones salariales, sino como una concreción de la libertad de
trabajo. En otros términos, la huelga en lugar de desvirtuar los meca-
nismos ideológicos de la extorsión, los reitera y prolonga. La huelga no
es la protesta obrera, sino la manifestación de la capacidad del sujeto
de vender o no su fuerza de trabajo.

La Ley 78 de 1919 no se ocupa de los aspectos relacionados con la


oportunidad y la forma de la cesación del trabajo, sino que se ocupa
principalmente del hecho mismo del abandono del trabajo que provoque
la paralización de la unidad fabril o empresarial, con independencia del
número de trabajadores comprometidos en la acción y de los meca-
nismos o procedimientos de concertación que la hayan precedido. La
única preocupación del Estado, en este momento, es definir que sólo
se consideran legítimas las huelgas orientadas a mejorar las condiciones
retributivas o higiénicas del trabajo o a evitar el desmejoramiento de
ellas, siempre y cuando se realicen en forma pacífica, para poder tratar
las restantes como conductas propias de la esfera del derecho penal. En
el mismo orden de ideas, es propósito central de la ley garantizar efec-
tivamente el “derecho al trabajo” de quienes no están comprometidos
en la suspensión o de quienes sean contratados para reemplazar a los
huelguistas, institucionalizándose así el “esquirolaje”.

Los huelguistas pacíficos, cuyos propósitos sean esas reivindicaciones


calificadas como legítimas, sólo tienen como garantía no ser tratados
como delincuentes. Toda otra protección está descartada. La ley sólo


4
Leyes del Congreso de 1919.

97
La huelga de las bananeras...

ampara la libertad de trabajo y, en consecuencia, se limita a autorizar


el abandono o cesación del trabajo. Ofrece sí, el camino integrador
del “arreglo amigable” del conflicto, para que, dentro de las leyes de
la oferta y la demanda, trabajadores y patronos lleguen a un acuerdos
sobre nuevas condiciones de venta de la fuerza de trabajo, o para que,
de manera voluntaria, sometan sus diferencias a la decisión obligatoria
de un tribunal de arbitramento.

Además de la prohibición de las huelgas que no persigan los fines


reivindicativos comentados, la ley que venimos comentando sólo res-
tringe en forma absoluta la suspensión en las empresas de transporte
durante el transcurso de un viaje, y de manera relativa las suspensiones
en las empresas públicas de alumbrado o acueducto o en las empresas
telefónicas o telegráficas, para las cuales se exige un preaviso de tres días.
Los patronos gozan de la facultad de clausurar sus establecimientos, con
el único requisito de avisar con un mes de antelación. El tratamiento a
los extranjeros que, con ocasión de las huelgas, participen en asonados
o motines o hagan propaganda que fomente desórdenes, es la expulsión
del territorio nacional, sin perjuicio de las sanciones penales a que haya
lugar5.

4. Nuevos perfeccionamientos del régimen de la huelga

Las primeras experiencias de aplicación de la Ley 78 de 1919, condu-


jeron rápidamente a que se reconociera la necesidad de una regulación
más coherente y orgánica del fenómeno de la huelga, que se abrió base
mediante la Ley 21 de 1920.

Esta nueva ley viene a colmar la imperfección regulatoria instituyen-


do un procedimiento previo a la huelga, según el cual los trabajadores,
antes de suspender el trabajo, debían plantear sus reivindicaciones al
patrono, a fin de que se pudiera analizar la posibilidad de un arreglo


5
Ver el articulado de la Ley 78 de 1919.

98
Víctor Manuel Moncayo C.

directo que evitara la huelga. Si esta etapa no concluía en acuerdo, los


términos del conflicto debían someterse a la acción conciliadora de un
tercero, designado de común acuerdo por los trabajadores y el patrono,
o de sendas personas nombradas por las partes, cuya misión era precisa-
mente procurar un arreglo. Sólo después de agotadas esas fases previas
del conflicto, sin que se hubiere aportado una solución al mismo, la
huelga podía realizarse.

En virtud de esa reforma, por lo tanto, el movimiento obrero perdía el


único factor favorable ofrecido por la Ley de 1919 para el adelantamiento
de su lucha a través de acciones huelguísticas, como era la posibilidad
de sorprender al patrono y al Estado, con una suspensión súbita de la
actividad laboral. Simultáneamente, la imposición de la necesidad de
una negociación previa a la huelga, no sólo permitía a los empresarios y
al Estado tomar medidas de previsión y adelantar acciones de disuasión
y represión, sino que levantaba un límite infranqueable para que la lucha
contra los efectos de la extorsión se cualificara y pudiera controvertir
las causas mismas de ella, pues las nuevas instituciones legales sugerían
e imponían a la lucha el arreglo, la negociación, es decir la integración
del movimiento reivindicativo.

Pero la ley es aún más osada en el control del movimiento obrero,


pues avanza en la prohibición absoluta de la huelga en las actividades
ligadas a medios de transporte, acueductos públicos, alumbrado públi-
co, higiene y aseo de las ciudades y explotación de minas de la nación,
ordenando que los conflictos en ellas debían someterse a arbitramento
obligatorio. Está claro que se trata de contener la huelga en los sectores
del movimiento reivindicativo más dinámicos de la época.

Es así como esta década de 1920 se inició con todo un conjunto


de reglas e instituciones para encuadrar la lucha reivindicativa. Es una
legislación muy avanzada, pero no desde el punto de vista de la realiza-
ción de los intereses de la clase obrera, pues por su contenido apunta a
integrarla cuando apenas comienza el desarrollo capitalista en nuestro
país. Lo que ocurrió es que ante la importante oleada de conflictos de

99
La huelga de las bananeras...

fines de la segunda década del siglo XX, el Estado reacciona no para


favorecer las luchas y apoyar las reivindicaciones legítimas, sino para
organizar un sistema orgánico de mecanismos de integración y control,
es decir, instrumentos más eficaces que el tratamiento penal o simple-
mente represivo, para lograr la integración de los trabajadores al sistema.
Quedó así dotado el Estado de instituciones para afrontar los futuros
conflictos en las posteriores fases del desarrollo capitalista.

5. Los conflictos de la década de los veintes

Los años veinte representan un momento muy importante en el


transito hacia la dominación del sistema capitalista en nuestra socie-
dad. En efecto, la coyuntura de expansión de la economía cafetera y la
cuantiosa afluencia de divisas provenientes de empréstitos externos y
de la indemnización por el Canal de Panamá, provocaron una elevación
sensible de la capacidad importadora, especialmente orientada hacia
los bienes de capital disponibles para el sector productor de bienes de
consumo, y una creciente inversión en la ampliación y consolidación
de la infraestructura. Estas circunstancias dan lugar a un significativo
proceso de generalización de las relaciones salariales, determinado en
gran parte por las necesidades de mano de obra impuesta por las obras
públicas y en menor proporción, por el ensanche que representan las
nuevas unidades de producción que se organizan en el período y por la
ampliación de las unidades fabriles ya arraigadas especialmente en los
renglones de hilados, tejidos y cerveza.

El principal efecto de esa situación es la deficiencia en la oferta de


fuerza de trabajo, que afectó por igual la actividad productiva agrícola
y la no agrícola, la cual unida al movimiento alcista de los precios,
provocado por la rápida expansión de la demanda interna, generó una
elevación no sólo nominal sino real de los salarios.

Dentro de ese panorama general, las instituciones encuadradoras


de la lucha reivindicativa mostraron su eficacia en no pocos casos. Al
respecto Miguel Urrutia señala que durante la prosperidad de los años

100
Víctor Manuel Moncayo C.

veinte, “las compañías de propiedad colombiana usualmente estuvie-


ron dispuestas a negociar con sus trabajadores” y que de esta manera,
“frecuentes conflictos de los trabajadores del Río Magdalena o de los
ferroviarios se solucionaron mediante arreglos o luego de cortas huel-
gas”6. El objetivo de las leyes de los comienzos del veinte, de promover la
integración y desorganización de la clase obrera, se veía así plenamente
cumplido, al perder toda su virulencia los movimientos sindicales de
aquellos sectores que en los años de la posguerra, habían mostrado
mayor capacidad de lucha: portuarios, trabajadores de las empresas de
navegación y ferroviarios.

Fue así como la agitación revolucionaria se desplazó hacia los encla-


ves norteamericanos del petróleo y de la explotación bananera. En este
caso, la espiral inflacionaria de los precios, la creciente demanda de
fuerza de trabajo y el efecto comparativo de los salarios que se paga-
ban en las obras públicas y en el ferrocarril, se convirtieron en la causa
inmediata de los nuevos movimientos. Pero ocurre que, a diferencia de
los sectores asalariados del transporte, de los puertos y de la naciente
industria, cuya lucha reivindicativa había logrado ya ser encauzada
dentro de la lógica estatal de la negociación, el Estado debía enfrentarse
ahora a un sector que hacía sus primeras experiencias revolucionarias y
que no había sido aún “educado” para actuar conforme a las reglas del
sistema. Y obviamente, esta circunstancia va a colocar al Estado en la
necesidad de acudir a medios represivos directos, para poder acallar la
lucha de clases, pues respecto de los nuevos movimientos huelguísticos,
los instrumentos legales de comienzos de la década van a tener una
eficacia y una virtualidad legitimadora de la acción oficial casi nulas.

El conflicto de la Tropical Oil en octubre de 1924, pone en evidencia


el desbordamiento por los hechos de la legislación vigente, e impide al
Estado legitimar en forma inmediata su acción represiva. La empresa
pagaba salarios de hambre e incumplía las incipientes reglas sobre


6
Miguel Urrutia, Op. cit. pp. 127-128.

101
La huelga de las bananeras...

vivienda, alimentación y salud y, lo que es más grave, contrarrestaba las


aspiraciones de los trabajadores nacionales, sustituyéndolos por obreros
provenientes de las Antillas (los llamados “yumecas”). Las primeras
agitaciones fueron atajadas gracias a un convenio suscrito por la Tropical
y el Ministro de Industrias, mediante el cual, la empresa se obligaba a
cumplir las “leyes sociales”.

Pero, ante el incumplimiento de lo convenido, el conflicto se reactivó


para exigir que fuera observado. La huelga decretada el 8 de octubre
de 1924 vinculó a más de tres mil obreros. Fue tal su vitalidad que el
Gobierno no pudo actuar represivamente, y a pesar de que no se cum-
plían las reglas de procedimiento previo y de que la asociación obrera
sólo agrupara a trabajadores de la empresa, se vió forzado a intentar
solucionarla mediante la vía del arreglo, sin encontrar respuesta en la
empresa que acudió al sistema de contratación de esquiroles.

La respuesta revolucionaria de los trabajadores no se hizo esperar y


adquirió especiales rasgos de radicalidad, que dio lugar a que el Gobierno
la considerara como un verdadero “conato de revolución social”, pues
durante la llamada “semana roja de Barranca” la clase obrera conquistó,
aunque efímeramente, autonomía y logró ejercer su poder. Ante ese des-
bordamiento de la lucha reivindicativa y la incapacidad para integrarla,
se volvió a acudir al expediente represivo, de manera tal que “quince mil
tiros”, según la expresión del Ministro de Industrias, ahogaron la protesta
popular, aunque sólo se reconoció un muerto, de cuya autoría, además,
fue acusado el principal dirigente de la huelga, Raúl Eduardo Mahecha.
Más tarde, se despide más de un centenar de trabajadores, en una acción
que el gobierno llamó cínicamente “emigración voluntaria”.

En enero de 1927 se repite el conflicto en la Tropical y de nuevo se


produce una solución aún más represiva. La huelga se prolongó durante
20 días, vinculó a amplias capas de la población y fue de tal enverga-
dura que el Estado para reprimirla tuvo que declarar el Estado de sitio
y desencadenar una acción violenta, disparando directamente contra
los trabajadores.

102
Víctor Manuel Moncayo C.

6. La huelga bananera de 1928 y la crisis de las


instituciones integradoras de la lucha reivindicativa

En ese contexto, del cual son brutal ilustración las dos huelgas en
la Tropical, sofocadas por la represión física, ocurre la huelga de 1928
en la United Fruit Company, que representa la más clara demostración
de la potencialidad de la clase obrera para resistir y para hacer entrar en
crisis las instituciones confeccionadas para mantener dentro de límites
estrechos la lucha reivindicativa.

En efecto, a pesar de que las reivindicaciones versaban sobre cues-


tiones típicamente retributivas e higiénicas, como lo exigía la Ley 78
de 1919, y que medió el procedimiento de solicitud de negociación
antes de la suspensión, conforme a lo dispuesto por la Ley 21 de 1920;
es decir, a pesar de que la huelga estaba amparada por la legalidad for-
mal, las características organizativas del movimiento no se ubicaban
exactamente dentro del marco restringido de una asociación sindical
con fines exclusivamente reivindicativos. Su estructura y propósitos
estaban vinculados a las orientaciones de agrupaciones y corrientes de
inspiración marxista, lo cual determinó, desde el inicio, un comporta-
miento estatal abiertamente represivo7.

Los trabajadores, apoyados en su propia organización y habiendo


encontrado cerradas por el propio gobierno todas las vías para la insti-
tucionalización del conflicto por la vía del acuerdo, desembocaron en
acciones insurreccionales: enfrentamientos con patrullas del ejército,
bloqueo de las líneas férreas, liberaciones de prisioneros, etc. La respues-


7
La orientación del movimiento se debe principalmente al recién fundado (1926) Partido
Socialista Revolucionario (PSR) y al dirigente Raúl Eduardo Mahecha, quien como líder de
la fracción del Consejo Central Conspirativo de Colombia (CCCC), reestructuró la organi-
zación sindical (con el nuevo nombre de Unión Sindical Trabajadores del Magdalena) y
aglutinó en ella a más de 32.000 afiliados, unidos en su oposición a la “Mamita Yunai”.
Guillermo Alberto Arévalo, “Aventuras y desventuras de un revolucionario colombiano en
los años veintes”, en Lecturas Dominicales del diario El Tiempo, edición del 6 de febrero
de 1977.

103
La huelga de las bananeras...

ta estatal es rápida y eficaz: todo mitin es reprimido, se solicita auxilio


a los Estados que fondean dos buques repletos de “marines” frente a
la bahía de Santa Marta y se declara el Estado de sitio. La culminación
funesta se escenificará el 6 de diciembre en la Plaza del Ferrocarril de
Ciénaga, donde por orden del Jefe Civil y Militar de la provincia, se
dispersa a la multitud amotinada, con un copioso baño de sangre, con
un saldo inicial de 200 muertos y numerosos heridos, que en los días
subsiguientes se elevará a más de 1.000 muertos, según el informe del
cónsul Caffery al Secretario de Estado norteamericano. La persecución
contra los huelguistas, calificados como “cuadrilla de malhechores”, es
inclemente, y los trabajadores deben afrontar desiguales enfrentamien-
tos armados, tanto en el campamento de Sevilla, como en las regiones
vecinas8.

Toda esa política represiva, tendiente a evitar el desbordamiento


de la lucha reivindicativa y la auto-organización de la clase obrera, se
adecuaba, de otra parte, a la necesidad coyuntural de detener las alzas
salariales para evitar que se deformara la estructura de retribuciones de
otros sectores, como los dedicados a la producción agraria. Los mayores
salarios pagados por el Estado en las obras públicas y por las empresas
extranjeras en los enclaves, sacudió la estructura precapitalista del
campo y afectó especialmente las formas de producción de café. El
Estado acudió a proteger los intereses de los terratenientes, controlando
el fenómeno migratorio y el auge de las reivindicaciones campesinas,
a través de una política de congelación de salarios. Llegó inclusive a
pensarse en contrarrestar la excesiva demanda de brazos, mediante la
utilización más intensiva de capital o la contratación de inmigrantes
extranjeros.


8
El líder Mahecha logró replegarse hacia Bolívar y en Río Hueco “derrotó una avanzada
del ejército, pero en Sevilla fue enfrentado por más de 1.000 soldados, contra los cuales
sus noventa escopetas y 107 rifles tuvieron que desbandarse”. La matanza iniciada el
6 de diciembre duró hasta el 15 del mismo mes, lapso durante el cual “las tropas del
gobierno arrasaron, saquearon e incendiaron todo lo que hallaron a su paso. Los trenes
de la United cargaban los cadáveres y los echaban al mar”. Ibid.

104
Víctor Manuel Moncayo C.

Colateralmente conviene recordar que la década concluye con una


adecuación de las agencias encargadas de los asuntos laborales, para
otorgarles competencia para intervenir, incluso oficiosa, para impedir
por todos los medios legales la huelga.

Hoy estamos, como dijimos al inicio, muy lejos tanto en el tiempo


como en términos de problemática, de los acontecimientos de la tercera
década del siglo XX. La clase obrera ya no es la misma, ni el sistema de
explotación pasa por las coordenadas del régimen salarial. Las organiza-
ciones que aún agrupan a trabajadores asalariados si bien subsisten ya
perdieron el vigor de otras épocas y no sólo por las medidas legales y por
las vías represivas que siempre han sido utilizadas, sino por transforma-
ciones profundas del orden productivo que claman ahora por otro tipo
de reivindicaciones, de luchas, de organizaciones y de movimientos. La
historia lejana de la huelga de las bananeras recuerda que cada época
del capitalismo plantea distintas problemáticas y que se trata de enca-
rarlas con formas distintas, adecuadas a las diferentes situaciones de
la organización social productiva. En este sentido, rememorar aquellas
luchas apela no a vivir de la nostalgia y de la valoración legítima de la
heroicidad de esas luchas, sino a encontrar otras luchas que sean igual-
mente valerosas como aquellas y que ojalá hallen la puerta del éxito.

105
La huelga de las bananeras...

Bibliografía

Arévalo, Guillermo Alberto, “Aventuras y desventuras de un revolucionario


colombiano en los años veintes”, En: Lecturas Dominicales del diario
El Tiempo, edición del 6 de febrero de 1977.

Leyes del Congreso de 1919.

Urrutia, Miguel, Historia del Sindicalismo en Colombia, Bogotá: Univer-


sidad de Los Andes, 1969.

106
La Iglesia frente al conflicto
obrero en las bananeras*
John Alvarado Castañeda**

Colombia me hace pensar en lo que Ernesto Cardenal1


escribió sobre la Iglesia cubana. Nadie tenía que matarla;
ella sola murió por una especie de suicidio silencioso.
Temo que un día vamos a decir lo mismo de la Iglesia
colombiana. Es una Iglesia en donde no pasa nada.
Yo veo la angustia de las personas religiosas y
de los laicos que esperan algo más profundo
y verdadero de su Iglesia, pero nada pasa2.
Adolfo Pérez Esquivel3

Introducción

“J osé Arcadio Segundo se acaballó al niño en la nuca. Muchos


años después, ese niño había de seguir contando, sin que
nadie se lo creyera, que había visto al teniente leyendo
con una bocina de gramófono el Decreto Número 4 del Jefe Civil y


*
Versión ampliada de la Ponencia presentada en el Simposio “Bananeras huelga y masacre
80 años”, Grupo de Trabajo Realidad y Ficción, Universidad Nacional de Colombia, Sede
Bogotá, 12 noviembre 2008, y en el Seminario “Bananeras: Huelga y Masacre 80 años”.
Grupo de Trabajo Realidad y Ficción, Claustro de San Agustín, abril de 2009.
**
Estudiante de Historia, Universidad Nacional de Colombia.
La Iglesia frente al conflicto obrero en las bananeras

Militar de la provincia. Estaba firmado por el general Carlos Cortés


Vargas, y por su secretario, el mayor Enrique García Isaza, y en tres
artículos de ochenta palabras declaraba a los huelguistas ‘cuadrilla
de malhechores’ y facultaba al ejército para matarlos a bala.

Leído el decreto, en medio de una ensordecedora rechifla de protesta,


un capitán sustituyó al teniente en el techo de la estación, y con la
bocina de gramófono hizo señas de que quería hablar. La muchedum-
bre volvió a guardar silencio.

–Señoras y señores –dijo el capitán con una voz baja, lenta, un poco
cansada– tienen cinco minutos para retirarse.

La rechifla y los gritos redoblados ahogaron el toque de clarín que


anunció el principio del plazo. Nadie se movió.

–Han pasado cinco minutos –dijo el capitán en el mismo tono–. Un


minuto más y se hará fuego.

José Arcadio Segundo, sudando hielo, se bajó al niño de los hombros


y se lo entregó a la mujer. ‘Estos cabrones son capaces de disparar’,
murmuró ella. José Arcadio Segundo no tuvo tiempo de hablar, porque
al instante reconoció la voz ronca del coronel Gavilán haciéndoles eco
con un grito a las palabras de la mujer. Embriagado por la tensión,
por la maravillosa profundidad del silencio y, además, convencido
de que nada haría mover a aquella muchedumbre pasmada por la
fascinación de la muerte, José Arcadio Segundo se empinó por enci-


1
Sacerdote católico nicaragüense, el más representativo religioso de la Teología de la
Liberación.

2
Michael De La Rosa, De la derecha a la Izquierda. Iglesia Católica en la Colombia con-
temporánea, Bogotá: Editorial Planeta, 2000, p. 27.

3
Escultor, arquitecto y pacifista argentino, premio Nobel de la paz en 1980 por su com-
prometida defensa de los Derechos Humanos en Iberoamérica y férreo contradictor del
ALCA.

108
John Alvarado Castañeda

ma de las cabezas que tenía enfrente, y por primera vez en su vida


levantó la voz.

–¡Cabrones! –gritó–. Les regalamos el minuto que falta”4.

Estas líneas que rememoran los acontecimientos ocurridos en Cié-


naga, Magdalena, el 6 diciembre de 1928 y publicadas treinta y nueve
años más tarde por García Márquez, hacen parte de las razones por la
cuales estamos conmemorando la huelga y masacre de las bananeras
ochenta años después. A ellas se une la discusión sobre lo que realmente
sucedió ese día y la verdadera cantidad de muertos; la leyenda que se
tejió alrededor de este acontecimiento y todo lo que se conoce sobre él
ha sido catalogado como una fantasía literaria, más que una realidad
histórica. El llevar a cabo este debate desde la academia y observar los
distintos puntos de vista sobre el tema, es el fin de este texto.

En el conflicto que se desarrolló en el Magdalena se conocen varios


actores: los obreros, los empleados de la UFCO y el gobierno colombia-
no; pero nos olvidamos de otro actor importante que ejercía bastante
influencia en la política y la sociedad de la época: la Iglesia Católica
colombiana. Este estamento ha ejercido históricamente una influencia
sobre la sociedad, en una constante lucha por el poder político, econó-
mico y social. Ese poder que se ve amenazado por ideas revolucionarias
venidas de Europa. El objetivo de este ensayo es evidenciar la respon-
sabilidad de la Iglesia frente al conflicto y posterior desarrollo de los
sucesos violentos en la huelga bananera de 1928.

Antecedentes
El gobierno colombiano firmó en 1887 un Concordato con la Santa
Sede. Con la firma de este tratado, la iglesia recuperó gran parte de sus


4
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, Bogotá: Grupo Editorial Norma, 2004, pp.
480-482.

109
La Iglesia frente al conflicto obrero en las bananeras

privilegios, perdidos durante el Olimpo Radical, y con esto se convirtió


en la base fundamental de la consolidación del partido Conservador
en el poder, conformando una hegemonía sostenida ideológica y cul-
turalmente por la Iglesia que influenciaba la vida social, la prensa, la
educación y las organizaciones sociales de la época5.

Las profundas preocupaciones de la jerarquía eclesiástica durante


los primeros años del siglo XX, llevaron a la Iglesia a la fundación de la
Conferencia Episcopal de Colombia, el 14 de septiembre de 1908.

Como una manera de originar pronunciamientos y como un meca-


nismo de expresión formal. En dicha fundación,

“participaron 15 Prelados, presididos por Monseñor Bernardo Herrera


Restrepo, Arzobispo de Bogotá. En esta primera Asamblea se suscri-
bieron dos cartas pastorales colectivas: la primera es una defensa de
los Sacerdotes y Religiosos víctimas de los ataques masónicos. La
segunda, es un llamamiento a la vida cristiana y una invocación a
la concordia y a la paz”6,

En el año de 1913, la Conferencia Episcopal Colombiana, dicta las


diferentes normas a seguir por el clero; con esto, la Iglesia pretendía
instrumentalizar el enfrentamiento a toda ideología que atentara contra
la moral y la fe católicas.

La Iglesia Católica era una institución que participaba activamen-


te en la política, era tal su intervención que escogía a los presidentes
del país7. El arzobispo Bernardo Herrera Restrepo, era el encargado de


5
Renán Vega, Gente muy rebelde. Tomo VI. Socialismo, cultura y protesta popular, Bogotá:
Editorial Pensamiento Crítico, 2002, p. 296.

6
Conferencia Episcopal de Colombia, Historia. http://www.cec.org.co/index.
shtml?x=22586.

7
Fernán González, Poderes enfrentados: Iglesia y Estado en Colombia, Bogotá: Cinep,
1997, pp. 275-276.

110
John Alvarado Castañeda

tan “encomiable” labor; para él, los presidentes deberían intercalarse


entre civiles y militares, por esta razón, el presidente que sucediera al
general Pedro Nel Ospina sería Miguel Abadía Méndez y después de él
vendría el general Alfredo Vásquez Cobo8. Era tal el control del clero
en Colombia, que el nuncio apostólico ocupaba el mismo lugar del
presidente en cualquier ceremonia, incluso en las que se llevaban a cabo
en las escuelas, donde se sentaba delante del Ministro de Instrucción
Pública. Todo esto es consignado por el diplomático francés Charles
Philippi en su libro la question religieuse en Colombia9.

Por otro lado, la Iglesia controlaba todo lo concerniente con la


enseñanza y la cultura, además, de forma “inquisitorial”, tomaba la
decisión de prohibir la circulación de determinadas lecturas y conde-
naba a quienes escribían estos libros y seguían los ideales de partidos
políticos de “dudosa religiosidad”. La pena de excomunión latae sen-
tentiae, guardada de un modo especial para todos aquellos que leyeran
sin autorización de la Santa Sede los libros, los periódicos, los folletos
o los escritos de herejes y no creyentes10, señalaba que éstos eran de
pensamiento liberal –por tanto enemigos de la fe–. Como ejemplo
tenemos el decreto firmado por el arzobispo de Medellín, Manuel José
Cayzedo y Martínez de Pinillos, donde decreta la prohibición de lec-
tura de la revista Acción cultural, órgano de la Sociedad Pedagógica de
Medellín11.

Para la Iglesia, las ideas liberales eran subversivas. Esta oposición al


cambio no se debe interpretar como un ataque a la democracia, sino


8
Miguel Zapata Restrepo, La Mitra azul (Miguel Ángel Builes, el hombre, el obispo, el cau-
dillo), Medellín: Ed. Beta, 1963. p. 82.

9
Renán Vega, “Sotanas, candidatos y petrodólares. La caída de la República conservadora
vista por un diplomático francés”, En: Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol. 35, No. 48,
1998, p. 30.
10
“Malas Lecturas”, Conferencia de 1927, No. 301, Conferencias episcopales de Colombia,
desde 1908 hasta 1930: conclusiones, normas y acuerdos compilados por orden alfabético,
Bogotá: Impresora de la Compañía de Jesús, 1931, pp. 80-81.
11
Michael De La Rosa, Op. cit. pp. 56-57.

111
La Iglesia frente al conflicto obrero en las bananeras

a la concepción liberal sobre la democracia. La actitud de la jerarquía


eclesiástica no aceptaba estas ideas modernas, que buscaban una
separación Iglesia-Estado y una libertad de conciencia, de palabra y de
prensa, dentro del modelo liberal de sociedad que se venía gestando
desde la época de la Ilustración; los eclesiásticos rechazaban los nuevos
vientos de modernismo12 que soplaban desde las huestes del partido
Liberal. Además, existía un temor aún mayor por el triunfo de aque-
llos ideales, ya que simpatizaban con una cantidad notable de ideas
socialistas:

“Tiene el sacerdote obligación estricta de combatir sin tregua estos


errores por que es el guardián de la Fe […] Tiene el sacerdote que
hacer la guerra al liberalismo, porque la Iglesia no tiene en los tiempos
actuales mayor enemigo al frente…”13.

Para la Iglesia, el socialismo era un término genérico, que cuando


rechazaba toda autoridad, se denominaba “anarquismo”; si negaba el
derecho a toda propiedad era “comunismo”. Así describía Monseñor
R. M. Carrasquilla a los socialistas y su respectiva contraposición a las
creencias cristianas, en una editorial escrita para enseñar a los católicos
sobre estas ideas desconocidas, ya que por ignorancia eran atrapados
en estos dogmas14.


12
Puede entenderse por vientos de modernismo venidos del liberalismo, las reformas
modernizantes que serían emprendidas por Alfonso López Pumarejo, que suponían una
secularización de la sociedad y el Estado y que por ende, afectaban la situación de la
Iglesia. Fernán González, Op. cit., p. 285. En la Encíclica Pascendi de Pío X, “se caracteriza
el modernismo como un sistema cerrado, unitario, incluso como compendio de las herejías;
creado para aniquilar no sólo la religión Católica, sino toda religión. La peligrosidad de los
modernistas es especialmente grande porque saben esconderse tras un comportamiento
moral severo, siendo sus móviles el orgullo y la arrogancia”. Véase: Historia de de la
Iglesia Católica. Bajo la dirección de Josef Lenzenweger, Peter Stockmeier, Karl Amon y
Rudolf Zinn Hobler, Barcelona, Ed. Herder, 1989, p. 531.

13
Cayo Leónidas Peñuela, Libertad y liberalismo. Artículos publicados en varios periódicos
de Tunja, Bogotá: Imprenta de “La Luz”, 1912, p. 19.

14
El Catolicismo. Bisemanario religioso, Bogotá, 3 de febrero de 1925, Año IV, No. 202,
p. 1.

112
John Alvarado Castañeda

Todo esto estaba fundado en una encíclica que era enarbolada como
un estandarte de guerra por la religión Católica, Quanta Cura y su apén-
dice el Syllabus Errorum, que señalaba los errores contemporáneos. En
el Syllabus se resaltaban las acciones equivocadas que suceden en estos
tiempos (1864). Estas acciones consisten en seguir las falsas doctrinas o
corrientes que estaban dominando en esta época a la humanidad y de
las cuales había que salvarla. Hace un listado de 80 “errores modernos”,
divididos en 10 apartes, donde condena al panteísmo, naturalismo,
racionalismo, indiferentismo, socialismo, comunismo, masonería y al
liberalismo.

Noviembre 12 de 1928, estalla la huelga


en la zona bananera

Para la década de los años 20, el país se veía envuelto en un auge de


movimientos que promulgaban la lucha obrera y el dar la pelea en busca
de algunos derechos laborales dignos para los trabajadores colombianos
de las diferentes empresas manufactureras, empleados de los puertos y
de los diferentes enclaves, como los trabajadores bananeros de Ciéna-
ga, Magdalena. El 12 de noviembre de 1928, estalla la huelga en dicha
zona; más de treinta mil cultivadores participan en el movimiento;
las peticiones son entregadas a la administración de la United Fruit
Company en Ciénaga:

“1ª- Establecimiento de seguro colectivo y obligatorio para todos


los obreros y empleados de la empresa de acuerdo con las leyes 37 de
1921 y 32 de 1922.

2ª- Cumplimiento riguroso de la Ley 57 de 1925 sobre accidentes de


trabajo por la empresa y por los agricultores que de ella dependen.

3ª- Cumplimiento de la Ley 46 de 1918 sobre habitaciones higiénicas,


de la Ley 15 de 1925 sobre la higiene social y asistencia pública y de
la Ley 76 de 1926, sobre descanso dominical.

113
La Iglesia frente al conflicto obrero en las bananeras

4ª- Aumento en un 50 por 100 de los jornales de los empleados que


ganen menos de 100 pesos.

5ª- Cesación de los comisariatos o establecimientos comerciales de


artículos de primera necesidad de la United Fruit Company, y esta-
blecimiento del libre comercio en al zona bananera.
6ª- Cesación de préstamos por medio de vales.

7ª- Cesación del pago por quincenas y establecimientos de este por


semanas vencidas.

8ª- Cesación de los contratos individuales y establecimiento de la


contratación colectiva.

9ª- Establecimientos de hospitales en número suficiente para que


pueda atenderse debidamente al gran número de trabajadores que
dependen de esta industria, e higienización de los campamentos”15.

Estas inconformidades laborales encontraron eco en las diferentes


ideas socialistas y comunistas que estaban en boga por estos años. La
Iglesia se vio en la obligación de enfilar fuerzas en contra del socialismo
e impulsar una “acción social del catolicismo”16. Ésto, apelando a la
caridad y las obras sociales para con los más necesitados, propiciando
así una actitud de “resignación” por parte de los obreros; de hecho,
dándoles a entender que las desigualdades eran producto de “la pereza
y falta de ahorro”. Lo anterior es demostrado en el siguiente documento
redactado por la Conferencia Episcopal:


15
“La reclamación anteriormente transcrita fue presentada en la administración de la United
en Ciénaga el día 6 de octubre próximo pasado, suscrita por los representantes de la
Unión Sindical de Trabajadores del Magdalena y organizaciones obreras de la zona que
suman unos 15.000 afiliados”. El Espectador, Bogotá, 13 de noviembre de 1928, pp. 1
y 12.

16
Conferencia de 1913, Conferencias episcopales de Colombia, desde 1908 hasta 1930:
conclusiones, Op. cit., pp. 1-9.

114
John Alvarado Castañeda

“Resignación en esta vida como condición


para la Felicidad Eterna, Pide la Iglesia a los Obreros

Los hijos de la clase obrera, hoy día corren el peligro de ser engañados
por agitadores y propagandistas de doctrinas que matan por una parte
la esperanza, haciendo creer al pueblo que nada tiene que esperar para
la otra vida, y por otra parte destruyen los fundamentos de la sociedad
y arrastran al pueblo sufrido y trabajador al campo de la revolución,
del odio de clases, del desprecio de la autoridad; de donde se sigue el
caos en que han venido a parar otros pueblos en cuya cabeza puede
escarmentar el nuestro.

Enseñad a los obreros que esta vida es tiempo de prueba, en el cual


hemos de ganar, en el fiel cumplimiento del deber y con la paciencia
de las adversidades, la felicidad eterna. Pero enseñad también a los
hijos de la clase privilegiada que uno de sus principales deberes es
atender las necesidades de aquellos que han sido menos favorecidos
por la fortuna”17.

En el final de este documento, la Iglesia, además de dar un mensaje


de paciencia y aguante a los obreros y pobres, también resalta la actitud
de mendigos que debían asumir frente a los más afortunados. Esto
con el fin de desvirtuar el discurso de aquellos que luchaban contra
la desigualdad de clases. Cabe anotar que la Iglesia daba el consejo de
establecer medidas de tipo social para beneficiar a la clase obrera y así
evitar crear un “caldo de cultivo” para una nueva revolución bolchevi-
que, pero en Colombia18.

“Hoy la Costa está envenenada; lo están casi todas las poblaciones


del río Magdalena; hay propaganda intensa en el Huila; en el Valle


17
Conferencias Episcopales, Editorial El Catolicismo, Tomo I, Bogotá, 1956, p. 379. Citado
en Renán Vega, Gente muy rebelde…, Op. cit., p. 300.

18
Ibid., p. 299.

115
La Iglesia frente al conflicto obrero en las bananeras

del Cauca; en parte de Santander; en la rica región del Quindío; en


muchos lugares de Cundinamarca y en casi todas las grandes ciu-
dades, empezando por la capital de la República cuyo pueblo esta
maleándose. Aquí están los centros directivos del movimiento. La
prensa comunista circula por toda la república enseñando perversas
doctrinas y concitando a la revolución armada”19.

Para el gobierno que se encontraba en ese momento, el de Miguel


Abadía Méndez, había una gran preocupación por los movimientos de
izquierda y su accionar. Por ello, había que enfrentar a ese “monstruo”,
el “Comunismo Internacional” que amenazaba la paz del país. En con-
secuencia, había que hacerle frente; la mejor manera era legislar y para
tal efecto, en el mes de octubre de 1928 se dicta la Ley 69, la famosa
“Ley Heroica”, que podía concebirse como un verdadero Estatuto de
Seguridad de la época20.

La Ley 69 autorizaba al gobierno para reprimir movimientos comu-


nistas. El promotor de esta ley, Antonio José Uribe, fue apoyado y
felicitado por el pleno de la jerarquía Católica. Por ejemplo, Monseñor
Brioschi, de Cartagena, Monseñor Miguel Ángel Builes, de Santa Rosa y
Monseñor Tiberio Salazar y Herrera, exclamaban frases como: “Bendicio-
nes al Señor por el triunfo alcanzado por partido del orden social contra
elementos subversivos y extraños”, o también, “el proyecto sobre defensa
social era de vida o muerte para las instituciones y el partido”21.

La ley contenía resoluciones como las siguientes:

“Art. 1°... Constituye delito agruparse, reunirse o asociarse bajo


cualquier denominación, para alguno o algunos de los siguientes
propósitos:


19
Carlos Lleras Acosta, Frente al comunismo, Bogotá: Imprenta del Ministerio de Guerra,
1928, p. 29, citado en Ibid., p. 300.

20
Fernán González, Op. cit., p. 276.

21
Ibid.

116
John Alvarado Castañeda

1o. Incitar a cometer cualquier delito de los previstos y castigados por


las leyes penales de Colombia;

2o. Provocar o fomentar la indisciplina de la fuerza armada, o


provocar o fomentar la abolición o el desconocimiento, por medios
subversivos, del derecho de propiedad o de la institución de la fami-
lia, tales como están reconocidos y amparados por la Constitución
y leyes del país.

3o. Promover, estimular o sostener huelgas violatorias de las leyes


que las regulan, y

4o. Hacer la apología de hechos definidos por las leyes penales como
delitos.

Parágrafo. El jefe de la policía en cada lugar disolverá cualquie-


ra reunión, asociación o agrupación de las a que se refiere este
Artículo; y el Juez de Prensa y Orden Publico, de que se habla ade-
lante, impondrá a cada uno de sus miembros una pena de doce ($12)
a cuatrocientos cincuenta pesos ($450), convertibles en arresto, a
razón de un día por cada tres pesos, previo el tramite establecido en
el Artículo 4º. de esta Ley.

Artículo 2o. Todo individuo que ejecute alguno o algunos de los


hechos delictuosos enumerados en el Artículo anterior, sea por medio
de discursos, gritos o amenazas proferidos en lugares o reuniones
públicos, o con escritos o impresos vendidos, distribuidos o expuestos
en esos mismos lugares o reuniones, o por cualquiera otra forma de
publicidad, será castigado con la pena de cuatro meses a un año de
confinamiento en una colonia penal, pena que se impondrá mediante
el procedimiento que establece el Artículo 4º. de esta Ley”22.


22
Diario Oficial No. 20.934, 2 de noviembre de 1928. Tomado de: Comisión Nacional de
Televisión. Sitio de la Comisión, [en línea], http://www.cntv.org.co/cntv_bop/basedoc/
ley/1928/ley_0069_1928.html [página consultada el 20/04/2009].

117
La Iglesia frente al conflicto obrero en las bananeras

El único objetivo, era frenar la lucha por la reivindicación de los


derechos laborales, o cualquier otro tipo de petición por parte del pueblo
hacia el Estado. Además, esta ley castigaba a las personas que gritaran
arengas, discursos, o escribieran o distribuyeran cualquier tipo de publi-
cidad referente al motivo de la reunión, en pocas palabras, acabar con
cualquier tipo de oposición.

Un mes después de dictada esta ley, en Sevilla, Magdalena, se inició


una huelga por parte de los trabajadores bananeros, contra la United
Fruit Company; fue un excelente momento para probar la efectividad
del decreto, lo cual explicaría el trato dado a los huelguistas por parte
de la fuerza pública y su trágico desenlace.

En esta huelga, se dieron a conocer agitadores entusiastas, como Raúl


Mahecha, quien brindó su experiencia en el conflicto bananero a las
personas inconformes del enclave. Los reclamos de los trabajadores se
tildaban de subversivos, al parecer, Abadía Méndez se identificaba con
la pastoral escrita por monseñor Builes en febrero 1926, en contra del
socialismo, ya que los conservadores la enarbolaban como texto sagrado
en defensa de la religión y de la patria23. A continuación un fragmento
de este documento:

“Pobres nuestros trabajadores obreros quienes halagados con falsas


promesas de redención que dizque les van a dar sus falsos profetas, sus
fementidos libertadores, ayudan eficazmente a que todos los bienes
de los particulares pasen al Estado para que éste los reparta por igual
a los hombres laboriosos y a los holgazanes; a los que como parásitos
chupadores consumen, pero no quieren trabajar”24.

La huelga de las bananeras es vista como una de las búsquedas más


importantes por los trabajadores colombianos de los años 20 para lograr


23
Miguel Zapata, Op. cit., p. 83.

24
Ibid., pp. 77-80.

118
John Alvarado Castañeda

la obtención de sus derechos, cuenta tanto por la cantidad como por


la participación activa de los pobladores de la zona. Esta huelga tenía
tintes de tipo socialista, teniendo en cuenta el pliego original donde
piden mejores condiciones de trabajo, pero sobre todo, su posición en
contra de engordar el capital de empresas norteamericanas y por consi-
guiente al imperialismo. Esta afirmación puede ser comprobada a través
de consignas como: “por el obrero y por Colombia” el cual era el lema
de la huelga, ó “todo para todos. Viva el comunismo revolucionario”25,
que hacían que los altos jerarcas de la Iglesia y el gobierno vieran esta
huelga como una amenaza.

Para la Iglesia, eran condenables y reprobables los errores prego-


nados por los comunistas y socialistas, como la afirmación que Jesús
hubiera defendido el socialismo, lo que constituía una blasfemia ya que
él no estaba en contra de las riquezas, sino de la ostentación de esos
bienes. Además, proclamaba el estamento eclesiástico, que es difícil
procurar la igualdad y siempre van a existir personas pobres y desgra-
ciadas. En cuanto a la relación obrero-patrono, el clero determinaba
que se debía procurar el justo salario de acuerdo con las condiciones
económicas del lugar, las horas de trabajo ordenado y estipulado por
la ley. Conforme a la doctrina de León XIII en su encíclica Rerum
Novarum, se reprobaban los sindicatos que fomentaban huelgas y
perturbaban el orden público. Para terminar, los obreros debían res-
petar a sus patronos, de acuerdo con el cuarto mandamiento de la ley
de Dios26.

Para la burguesía colombiana, era aterrador que los obreros pidieran


la división de la jornada laboral en ocho horas de trabajo, ocho de reposo


25
Renán Vega, Gente muy rebelde: Tomo I. Enclaves, transportes y protestas obreras,
Bogotá: Editorial Pensamiento Crítico, 2002, pp. 336-338.

26
“Deberes de Patronos y Obreros”, conferencia de 1927, 46-58, Conferencias episcopales
de Colombia, desde 1908 hasta 1930: conclusiones…, Op. cit., pp. 25-27

119
La Iglesia frente al conflicto obrero en las bananeras

y ocho de sueño, pues como enuncia Miguel Zapata en su libro sobre


el Obispo Miguel Ángel Builes,

“decían que era inadmisible que esos ‘mugres’ pretendieran vivir


ociosos. Debían agradecer que les dieran de comer ocupándolos y que
apenas los obligaran a trabajar diariamente diez horas, siendo que
podían resistir doce”27.

Pero, ¿Qué postura adoptó la Iglesia frente al suceso de las bananeras?


El 2 de febrero de 1929, el Obispo Builes hacia una pequeña referencia
a lo ocurrido, juzgándolo como una pérdida más espiritual que mate-
rial, y dando a entender que los trabajadores se dejaron tentar por los
vicios, la lujuria y las falsas ideologías de libertad e igualdad material,
ofrecida por los “ideólogos del mal” (comunistas). Además, agrega que
“El progreso consiste en pasar de un estado menos perfecto a otro más
perfecto. Pero el progreso no ha de entenderse ni verificarse sólo en el
orden material”28.

Cuando se produjo esta tragedia, el país no le dio la importancia que


merecía; la prensa liberal, en los días anteriores a la masacre, se dedicó
a dar versiones tergiversadas y demasiado pegadas a las declaraciones
oficiales. Ejemplos son titulares como: “15 Muertos más en las bana-
neras. 200 Soldados frente a 2.000 huelguistas. La línea del
ferrocarril, varios pueblos y el telégrafo está en poder de los
obreros”, e informaciones de asesinatos de familiares de empleados
de la UFCO, de combates en la zona de Sevilla y de amenazas al cónsul
de EE.UU.

Sobre los huelguistas, se publicaron informaciones de obreros arma-


dos que se preparaban para atacar a Aracataca y la destrucción de las


27
Miguel Zapata, Op. cit., p. 83.

28
Ibid., pp. 124-125.

120
John Alvarado Castañeda

ciudadelas de los empleados por parte de los manifestantes, entre otros


cables enviados por parte del Ministerio de Guerra a la prensa29.

La jerarquía de la Iglesia Católica colombiana no sentó su voz de


protesta en contra de algo que no era el accionar de buenos cristianos,
pero existe un testimonio muy importante de denuncia y con el cual
Jorge Eliécer Gaitán inició sus debates en el Congreso. Este testimo-
nio corresponde al Presbítero de Aracataca, Francisco C. Angarita. En
él, cuenta que varias veces se quejó de los abusos cometidos por la
fuerza pública en la zona, de la orden que existía y que fue impartida
por el jefe civil y militar de la zona, General Carlos Cortés Vargas, en
caso de que los obreros se acercaran a la cárcel del pueblo. Además, el
prelado realizó denuncias sobre la mala utilización de las arcas de la
población.

Por otro lado, el presbítero manifestaba la irregular apropiación de


las tierras vecinas a la United, acusando a muchos de los dueños como
huelguistas así no lo fueran; de igual manera, denunciaba que a varios
de los que quedaron heridos en El Retén, que fueron muchos, no se les
permitió auxilio espiritual, y en palabras del capitán Garavito: “Que no
fuera a confesar a esos sinvergüenzas, que los dejara morir sin confesión,
que lo merecían”. Asimismo, da a conocer el ocultamiento de la verda-
dera cantidad de personas muertas y que existe un informe al Ministro
de Guerra donde se conoce la cantidad de víctimas30:

“Averigüé la verdad sobre el número de los muertos que hubie-


ra habido en El Retén, para registrar sus nombres en el libro de
defunciones de la parroquia. Sólo se me informó de uno y de varios
heridos; pero después persona muy autorizada en la diócesis me dijo
que él mismo había visto la comunicación oficial en que se decía al


29
El Espectador, Bogotá, 7 de diciembre de 1928, p. 1.

30
Biblioteca Virtual Luís Ángel Arango. “El testimonio del Presbítero”, tomado de: Revista
Credencial Historia, Bogotá, Edición 190, octubre de 2005.

121
La Iglesia frente al conflicto obrero en las bananeras

Ministro de Guerra que el número de muertos pasaba de sesenta en


El Retén”31.

Lo que el prelado menciona sobre la persona autorizada en la dió-


cesis, solo confirma que la Iglesia sí conocía la magnitud de la tragedia
y que fue permisiva con respecto a ello.

Conclusiones
La Iglesia Católica colombiana era un estamento hermético y lo sigue
siendo. Con respecto al tema de la huelga y la masacre de las Banane-
ras, el clero no se pronunció mucho. Para las altas jerarquías católicas
no sucedió nada de importancia; era más importante luchar contra un
monstruo que amenazaba todo el orden social establecido por ellos y
procurar mantener el statu quo. Si estudiamos con detenimiento la
historiografía sobre este hecho, no se realiza una amplia mención con
respecto a la Iglesia, más bien se enfocan en testimonios de los prota-
gonistas, de un lado y del otro. En las investigaciones sobre la historia
de la Iglesia colombiana, el tema se toca como la lucha del clero contra
toda ideología de izquierda que influenciaba los conflictos sociales de
la década de los años 20.

En esta lucha contra las ideas revolucionarias venidas de Europa


oriental, la Iglesia Católica colombiana actúa como una institución de
sólida influencia ideológica cultural, política, económica y social, para
fines particulares de las élites nacionales, sean éstas conservadoras o
liberales, quienes procuraban conservar el poder que habían adquirido
desde la colonia. Por consiguiente, se evidencia la responsabilidad de la
Iglesia Católica colombiana en el trágico desenlace de la huelga.

La resonancia que tiempo más tarde le daría el célebre abogado


Jorge Eliécer Gaitán, quien se tomó el tema como propio, en un acto


31
Ibid.

122
John Alvarado Castañeda

de justicia con los trabajadores, no fue para otros más que un producto
del oportunismo, y el inicio de la carrera por las próximas elecciones por
parte de los opositores de Abadía Méndez, dentro del conservatismo, y
de algunos sectores del liberalismo. Además, la masacre de las Banane-
ras fue uno de los muchos factores que contribuyeron en la caída de la
Hegemonía Conservadora.

Por otro lado, haciendo una revisión de la historiografía, es notable


la prevalencia de la masacre sobre la huelga y la existencia de una discu-
sión sobre la cantidad de víctimas mortales. A mi juicio, es importante
que haya víctimas, pero no se debe concentrar toda la atención sobre
el hecho saber cuántas fueron. Lo que debería llamar la atención de
todos los investigadores de la historia colombiana, es la razón por la
que hubo muertos.

Por otra parte, si evaluamos el testimonio del Presbítero Francisco


C. Angarita, podemos deducir que él representa el inconformismo de
alguna parte del clero y la reflexión sobre su verdadera misión, encami-
nada más a lo social y menos a lo político.

Finalmente, quisiera presentar una reflexión personal que corre el


riesgo de ser anacrónica, aunque creo que nuestro deber como histo-
riadores es el de poner al servicio de nuestra sociedad el estudio de los
acontecimientos ocurridos en el pasado, para no recaer en los mismos
errores. En este momento, ochenta años después de la masacre ocurrida
por la búsqueda de mejores condiciones laborales, podemos preguntar-
nos si de algo sirvió todo lo sucedido en diciembre de 1928, si en algo
ha cambiado la situación de nuestros trabajadores o si, por el contrario,
volveremos a ser los esclavos de las multinacionales con el beneplácito
del gobierno, de la élite y de una Iglesia permisiva.

123
La Iglesia frente al conflicto obrero en las bananeras

Bibliografía

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do de: Revista Credencial Historia, Bogotá, Edición 190, octubre de
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124
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125
Movimiento obrero
y huelga bananera
de 1928
Huelgas colombianas en la
década del veinte: el caso de la
zona bananera a finales de 1928*
Diego Armando Varila Cajamarca**

Debo expresar un agradecimiento especial


a mi compañero José Ricardo Pulido Gómez,
quien colaboró en la elaboración del segundo capitulo
del texto y en la articulación del pliego de peticiones.

Introducción

L
a Masacre de las Bananeras es, sin duda, el recuerdo más
poderoso que posee el movimiento obrero de sus primeros
años, pues se dio mientras que se encontraba en gestación.
Las huelgas iniciadas contra la Tropical Oil Company, en años anterio-
res, habían demostrado que un movimiento de tal magnitud, no debía
esperar el apoyo del gobierno conservador ni encontrar una actitud
dispuesta a la negociación por parte de las directivas de las empresas
extrajeras. Además era necesario ganar pequeñas luchas reivindicativas


*
Versión ampliada de la Ponencia presentada en el Simposio “Bananeras huelga y masacre
80 años”, Grupo de Trabajo Realidad y Ficción, Universidad Nacional de Colombia, Sede
Bogotá, 12 noviembre 2008, y en el Seminario “Bananeras: Huelga y Masacre 80 años”.
Grupo de Trabajo Realidad y Ficción. Claustro de San Agustín, abril de 2009.
**
Estudiante de Historia, Universidad Nacional de Colombia.
Huelgas colombianas en la década del veinte...

en poco tiempo, pues mantener compacto un grupo de huelguistas tan


numeroso no sería cosa sencilla.

A esta situación se sumaba la ausencia de un verdadero núcleo de


líderes obreros que pudiese abanderar la lucha del movimiento, pues la
cabeza más visible no era en este caso, ni en ninguna de las otras huel-
gas contra empresas extranjeras, un dirigente netamente obrero. Los
líderes obreros no estaban protegidos por la ley, pues esta sólo permitía
la participación dentro de la huelga de trabajadores de la empresa que
se declaraba en cese de actividades, los que no pertenecían a los sindi-
catos eran considerados como saboteadores y generalmente, muchos
de ellos pertenecían al Partido Socialista Revolucionario –PSR–, por lo
que la ley se aplicaba con rigor sobre ellos, quienes eran encarcelados
y de esta forma, el movimiento quedaba desposeído de sus líderes e
imposibilitado para continuar la lucha.

Aunque es cierto que el movimiento obrero no tuvo unos linea-


mientos políticos claros, materializados en un partido o un proyecto
de gobierno especifico, es cierto también que muchos de los líderes
–integrantes del PSR– veían en los levantamientos la oportunidad para
emprender la “revolución social”, un termino proveniente de las ideas
marxistas-leninistas de la época; no obstante, dichas ideas no eran muy
claras para la cúpula dirigente de este partido1.

La huelga de las bananeras de 1928 contó, desde sus inicios, con


el apoyo de un sindicato constituido por los trabajadores algunos días
antes de que se diera la declaratoria oficial de cese de actividades, el 12
de noviembre. La idea de los promotores de la huelga fue la de otorgarle
un sentido “horizontal” que le permitiera a otros sectores vinculados,
directa o indirectamente a las plantaciones de banano, su participación,
como sucedió con los comerciantes y algunos grandes hacendados del


1
Ignacio Torres Giraldo, Los inconformes: Historia de la rebeldía de las masas en Colombia,
Tomo 4. Bogotá: Editorial Margen Izquierdo, 1974, p. 8.

130
Diego Armando Varila Cajamarca

lugar, quienes abastecieron de víveres a los huelguistas2. Esto podría


explicar, en parte, como un movimiento de esta magnitud pudo man-
tenerse vigente durante casi un mes.

Luego de la declaración unánime de huelga, los participantes de uno


y otro bando iniciaron una serie de acciones que les permitieran legitimar
su posición con respecto a las motivaciones del cese de actividades, y
contrarrestar el apoyo potencial que pudiese tener su rival, minando
su credibilidad. De esta manera, vías y plantaciones son saboteadas,
lo que le permite, tanto a los trabajadores como a las directivas de la
United, incriminarse mutuamente. Luego de unas semanas de alta
tensión, mientras la muchedumbre está reunida en Ciénaga se ordena
disparar contra ella.

Consideramos, que si bien las pérdidas humanas son terribles en


cualquier situación, lo importante no es fijarse en el número real de
muertos, pues al conocerlo sólo tendríamos una cifra más que agregarle
a éste acto. Por el contario, lo que nos interesa es observar los hechos
que se presentaron con anterioridad y que dieron como resultado un
número desconocido de víctimas.

Por lo tanto, el interés del artículo está enfocado en considerar


–durante la década de los años veinte– el dinamismo del movimiento
obrero una vez era declarada la huelga, para estudiarla no como un
hecho aislado, sino mas bien como un accionar al que los trabajadores
acudían de manera cada vez más recurrente. Luego de realizado el estu-
dio durante el decenio del veinte, pasaremos a ver el caso específico de
la huelga de las bananeras, que se desenvolvió por casi un mes hasta
la masacre.


2
Carlos Cortés Vargas, Los sucesos de las Bananeras: historia de los acontecimientos que
se desarrollaron en la Zona Bananera del Departamento del Magdalena, 13 de noviembre
de 1928 al 15 de marzo de 1929, Bogotá: Editorial Desarrollo, 1979. Nota del prologuista
de la edición, p. 34.

131
Huelgas colombianas en la década del veinte...

Finalmente, en la tercera parte presentaremos las conclusiones que,


a nuestro juicio, reúnen mucho de la actividad del movimiento obrero
durante el periodo y que se hacen visibles en la zona bananera.

Los textos que utilizamos en el trabajo son reconocidos como clásicos


de la literatura sobre el movimiento obrero y el sindicalismo en el país,
pues, a pesar del paso del tiempo, muchas de las tendencias allí seña-
ladas, se mantienen vigentes. Para recrear la Masacre de las Bananeras
nos servimos de las versiones de Alberto Castrillón, militante del PSR
y sobreviviente de la masacre, y del General Carlos Cortés Vargas, Jefe
Civil Militar de la Zona bananera durante el conflicto.

1. Reivindicaciones obreras en la década del veinte

El movimiento obrero fue visto por el gobierno conservador como


una amenaza a su hegemonía, lo cual se manifestaba en el poco interés
que prestaba a las demandas de los trabajadores, resolviendo la llamada
“cuestión social” con la introducción de la fuerza publica, excusándose
en que los requerimientos obreros rebasaban el orden laboral y amenaza-
ban el orden publico. La evasión del gobierno, que no debía inmiscuirse
en los asuntos económicos, relegaba su papel a reglamentar lo estricta-
mente necesario en cuestiones laborales e implementar la creación de
Oficinas del Trabajo que informaban al Ejecutivo, lo demás correspondía
al Ministerio de Gobierno y a las fuerzas Armadas3.

El hecho de que se tuviese en el país una escasa legislación en


materia de sindicatos, es una muestra clara del poco apoyo y respaldo
que obtenían los trabajadores por parte del Estado, en esta época,
quien limitaba su participación en los conflictos entre trabajadores y
empresarios, a una restringida mediación entre las partes y a una enorme


3
Mauricio Archila, “¿De la revolución social a la conciliación? Algunas hipótesis sobre la
transformación de la clase obrera colombiana (1919-1935)”, En: Anuario Colombiano de
Historia Social y de la Cultura, No. 12, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1984,
p. 86.

132
Diego Armando Varila Cajamarca

represión por parte de los organismos encargados del mantenimiento


del orden público.

Para la década de 1920, es poco lo que el Estado logra avanzar en


materia de protección al movimiento sindical. La Ley 78 de 1919 es el
primer paso que da el Gobierno para la regulación de los movimientos
huelguísticos. Lo que se pretendía con esta ley era definir las huelgas que
se podían denominar legítimas, por lo tanto, sólo obtenían ese califica-
tivo aquellas que se orientaban a mejorar las condiciones remunerativas
o higiénicas del trabajo o evitar el desmejoramiento de ellas, siempre y
cuando se realizaran en forma pacífica. La única garantía que se ofrecía a
los participantes de la huelga era la de no ser tratados como delincuentes,
para poder clasificar a las conductas restantes como propias del derecho
penal. También se institucionalizó el esquirolaje, pues la ley defendía
el derecho a quienes no deseaban unirse a la protesta, o en su defecto
a aquellos trabajadores contratados para reemplazar a los huelguistas.
Sin embargo, no todo en esta ley fue lesivo para el movimiento obrero,
y la falta de regulación en la declaratoria de la suspensión del trabajo
favoreció enormemente a los trabajadores, pues se permitía disponer del
cese de actividades de manera súbita sin que fuera necesario informar
con anterioridad al patrón de esta decisión.

Durante el periodo en el que esta ley estuvo vigente, se dio un incre-


mento sustancial de las huelgas en el país, por lo que el Estado hizo
plena claridad sobre la necesidad de regular de manera más eficiente la
huelga, para evitar que este tipo de fenómenos se presentaran con tanta
frecuencia. La Ley 21 de 1920 instituye el procedimiento obligatorio
previo, para generar la posibilidad de llegar a un acuerdo directo o en
segunda instancia nombrar un conciliador designado por ambas partes
para conseguir un convenio que lograra satisfacer las expectativas de
los trabajadores y los patronos4.


4
Víctor Manuel Moncayo y Fernando Rojas, Luchas obreras y política laboral en Colombia,
Bogotá: La Carreta, 1978, p. 340.

133
Huelgas colombianas en la década del veinte...

En este momento la mayoría de huelgas que se declararon, no fueron


dirigidas por un sindicato constituido legalmente5, o por lo menos no
por uno que estuviese formado con anterioridad. Este fenómeno es muy
significativo, pues de manera preliminar señala la poca importancia que
tenía para la instauración de una huelga el hecho de que se hiciera por
medio de un movimiento organizado de trabajadores. Amparados en la
ley de 1920, los empleadores acuden a deslegitimar estos movimientos
huelguísticos, aduciendo que se encontraban infiltrados por elementos
externos, lo que daba la facultad de no entrar en negociación directa
con los huelguistas, ya que sólo era permitido tratar con empleados de
la empresa que pertenecieran al sindicato. Es notable que en muchos
de los conflictos entre trabajadores y patrones esté presente la influen-
cia de activistas o intelectuales que orientaban la acción durante
la huelga.

Esto generaba que durante los acontecimientos se pasara de una


lucha por reivindicaciones laborales, a acciones con un tinte revolucio-
nario, lo que por lógicas razones dejaba al Estado a la expectativa de
ver aparecer el fantasma del comunismo, dado que rondaba en muchas
de las actividades de los obreros. El hecho de que los trabajadores no
prestaran mucha importancia a la organización legal de los sindicatos
permitió que activistas formaran parte de estos movimientos, o bien
su liderazgo fuera asumido por abogados del Partido Liberal, lo que
motivaba una mayor popularidad de esta colectividad.

Un ejemplo de este planteamiento es la aparición en escena de


Raúl Eduardo Mahecha, militante y figura central del Partido Socialista
Revolucionario, quien fue el dirigente sindical más visible en la década
de los años veinte, ya que lideró las tres grandes huelgas de este periodo:
los conflictos con la Tropical Oil Company, el primero en el año de 1924
y el segundo en 1927, siendo encarcelado en las dos ocasiones. En la


5
Para la década de los años veinte el profesor Archila afirma que se encontraban 40 orga-
nizaciones legalmente reconocidas. Ver Mauricio Archila, Op. cit., p. 68.

134
Diego Armando Varila Cajamarca

zona bananera, Mahecha brindó su experiencia para la consolidación


de la protesta. Su importancia en este tiempo se debe al método de
concientización que utilizaba, aunque no fue el más ortodoxo:

“Se necesita de mucha astucia y mucho conocimiento de la psicología


del nativo colombiano para arrástralo tras nuestras ideas, y valerse,
como he dicho, de cuentos de ‘aparecidos’ o de ‘hadas’ ya que es tan
supersticioso, para, de cuando en cuando resbalarle dos o tres palabras
‘venenosas’ como ellos llaman a nuestras ideas”6.

Sin embargo, para Ignacio Torres Giraldo, otra de las figuras más
notables del PSR, éste es precisamente uno de los motivos por los que
la participación de Mahecha no siempre fue tan afortunada, pues si bien
es cierto que en estas zonas se respiraba verdadero “Mahechismo”, la
falta de información social contemporánea no le permitía crear discursos
coherentes con la situación que se vivía en el país7. El Partido Socialista
usó un lenguaje más coloquial, a diferencia del discurso más teórico y
abstracto que utilizaría tiempo después el Partido Comunista. Esto
permitió la participación espontánea de líderes obreros en el PSR.

Hablando específicamente de la zona bananera, hubo tres huelgas


que precedieron a la que culminó con la masacre de 1928. La primera se
presentó en enero de 1918. Esta huelga fue propuesta por trabajadores
de la Central Bananera, en busca del aumento de los jornales, lo que
consiguieron al recibir hasta el 30% de aumento en su salario. Al año
siguiente, en agosto, “un nuevo movimiento logró el aumento para los
trabajadores adiestrados de $1.20 a $1.60 por día, al año siguiente la
United aceptó subir los jornales a $2 y $3 diarios para evitarse nuevas
huelgas”8.


6
Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, citada en: Mauricio Archila, Op. cit.,
p. 77.

7
Ignacio Torres Giraldo, Op. cit., p. 16.

8
Judith White, Historia de una Ignominia. La United Fruit Company en Colombia, Bogotá:
Editorial Presencia, 1978, p. 75.

135
Huelgas colombianas en la década del veinte...

Otra huelga se dio en 1924, esta vez sobre las condiciones de empleo
y de despido, aunque fracasó debido a que de 2.500 huelguistas, tan
sólo el diez por ciento se negó a trabajar el día siguiente. Esto fue un
lunes y para el martes ya se habían retomado las labores9.

Si bien es cierto que durante la década de los años veinte el movi-


miento obrero colombiano no se muestra tan activo como en el sur del
continente, es cierto también que la huelga fue considerada como la
mejor expresión de un grupo que apenas se consolidaba y que, por lo
tanto, acude a esta herramienta de forma cada vez más recurrente para
entablar reivindicaciones de tipo económico.

De esta forma, las peticiones referentes al alza salarial, estabilidad


laboral, condiciones higiénicas de trabajo y ampliación o cumplimien-
to de la escasa legislación laboral, son frecuentes durante el periodo.
Sin embargo, explica Mauricio Archila, son notables las demandas
por contrarrestar los métodos coercitivos heredados del pasado, tales
como: el súbito descenso de los salarios nominales, el alargamiento de
la jornada de trabajo, la existencia de contratistas que no permitían la
vinculación directa de los trabajadores con la empresa y por lo tanto,
restaban una serie de garantías laborales. También son visibles las peti-
ciones en contra del sistema de vales y el monopolio comercial de las
empresas sobre los bienes de consumo, situación que se presentaba de
manera más recurrente en las regiones relativamente aisladas10. Como
se verá más adelante, el pliego de peticiones presentado por la Unión
Sindical de Trabajadores del Magdalena durante la huelga bananera
de 1928 contenía una serie de peticiones que mezclaban estos tipos de
reivindicaciones.


9
Para mayor información de las huelgas precedentes en la zona bananera, ver el libro
citado de Judith White.
10
Mauricio Archila, Op. cit., p. 66.

136
Diego Armando Varila Cajamarca

2. La huelga bananera de 1928


El día 6 de Octubre se reunió una asamblea plenaria de delegados
de todos los obreros de la zona bananera. Como consecuencia de esta
reunión, se dio la creación de la Unión Sindical de Trabajadores del
Magdalena –USTM– y se constituyó el pliego de peticiones que constaba
de nueve puntos, nombrándose como delegados de los jornaleros a los
señores Erasmo Coronel, Nicanor Serrano y Pedro J. del Rio, trabajadores
de las fincas de la compañía11.

Durante los días posteriores a la organización de la Unión Sin-


dical, los delegados se reunieron con el Gobernador del Magdalena,
el señor José María Núñez R. “quien con gentileza digna del mayor
encomio acogió a los delegados”12 y los remitió al Inspector de la
Oficina del Trabajo, para que fuese el encargado directo de lograr un
acuerdo entre los representantes sindicales y las directivas de la Uni-
ted Fruit Company13. En este punto Torres Giraldo ve un “paso en
falso”, pues creía que al recurrir a este tipo de mediaciones estatales
sólo se creaba un falso clima de confianza que sesgaba la visión de los
huelguistas, llenándolos de esperanzas que no les permitían ver las
verdaderas intenciones del gobierno, quien ganaba tiempo y valiosa
información14.

Las continuas evasivas del Gerente de la United, para evitar reunirse


con los delegados, sumadas al rumor que recorría la zona sobre el corte
apresurado de la totalidad de la fruta de la región, que sería recogi-
da por siete unidades de la Gran Flota Blanca, exigían una toma de
decisiones más radical, pues si esto era cierto, luego de recolectada la
fruta no habría trabajo en la zona. Así, en la noche del domingo 11 de


11
Carlos Cortes Vargas, Op. cit., p. 36.

12
Alberto Castrillón, 120 días bajo el terror militar o la huelga de las bananeras: (exposición
ante el Congreso), Bogotá: Talleres de la Revista Universidad, 1929, p. 32.

13
Ibid.

14
Ignacio Torres Giraldo, Op. cit., p. 106.

137
Huelgas colombianas en la década del veinte...

Noviembre y la madrugada del 12, se declaró el acuerdo colectivo de paro


general15.

El lunes 12 de Noviembre, fue nombrado Comandante militar de


la plaza de Santa Marta y la Zona Bananera el General Carlos Cortés
Vargas, desplazándose a Ciénaga con un batallón de la Segunda División
del Ejército y el regimiento “Cartagena” que debía estar dispuesto para
recibir sus órdenes16.

Ya instaurado el General Cortés Vargas con sus hombres, realizan


una rápida pesquisa, en donde son visibles los estragos ocurridos en
la zona; el militar observa los daños hechos al sistema de transporte
por parte de los huelguistas y los informes dados por habitantes del
sitio, que mostraban que en las vías férreas de la línea tropical, más
específicamente en una desviación llamada “Ramal tablazo”, se habían
presentado fuertes obstrucciones17.

El señor Bradshaw –gerente de la UFCO–, envió un telegrama al


Presidente Miguel Abadía Méndez en el que plasma su versión del movi-
miento que en ese momento iniciaba: “estimo esta situación revuelta
peligrosa, extremadamente grave, pues parece inminente movimiento
adquiera proporciones degeneradas y traiga consecuencias en extremo
lamentables…”. Y se atreve a deslegitimar la huelga, aún antes de que
el propio gobierno lo haga:

“Como movimiento está muy lejos de ser huelga ordenada, pacifica-


da, ajustada a las leyes, disposiciones que promotores han abstenido
observar, indudablemente al gobierno le compete intervenir oportu-


15
Cortes Vargas cita la orden del paro general, que circulaba por la zona desde la madrugada
del 12 de noviembre, en la que se exponen las razones por las que se tomó esta decisión,
Op. cit. p. 24.

16
Ibid., p. 22.

17
Ibid., p. 30.

138
Diego Armando Varila Cajamarca

na, enérgicamente, refrenar asonadas cuyo alcance y consecuencias


desastrosas en general es imposible prever”18.

Al día siguiente, fueron detenidos algo más de 400 huelguistas y


transportados en tren hacia Santa Marta. Por esta situación, un dirigente
obrero se presentó ante la dirigencia militar con una carta firmada por
el Gobernador, en la que se intentaba encontrar una solución pacífica
al conflicto; como resultado de esta charla se pactó una reunión entre
las directivas de la United y los representantes obreros, que se realizaría
al día siguiente, bajo la condición de que fueran liberados todos los tra-
bajadores19. Este incidente tiene dos lecturas particulares, por un lado,
Cortes Vargas lo expone como una muestra de buena voluntad con el
movimiento obrero; sin embargo, Jorge Eliecer Gaitán, en su exposi-
ción ante el Congreso, con documentos en mano, demostrará que este
incidente es uno de los tantos en los que se comprueba que el Ejército
estaba recibiendo ordenes de las directivas de la United, pues Francisco
González, capataz de los trenes de la compañía, asegura que la orden
de transporte de estos presos se cambió varias veces durante el día y
todas los cambios de ruta se dieron por órdenes del superintendente de
la United Fruit Company20.

El día 15 de noviembre se presentaron formalmente tres de los
dirigentes huelguistas, junto a un gran número de obreros, dándose
por primera vez una discusión con las autoridades acerca del por qué
de la huelga y una discusión leve del pliego de peticiones. Sin embar-
go, los ánimos llegaron a caldearse por la inasistencia del gerente de
la compañía, Thomas Bradshaw. Por este motivo, los representantes
del gobierno ofrecieron hacerse cargo de la Gerencia de la compañía,
siempre y cuando se reiniciaran las labores.

18
Citado en Castrillón, Op. cit., p. 35.
19
Cortes Vargas, Op. cit., p. 36.
20
Jorge Eliécer Gaitán, Lágrimas y sangre o la matanza de las bananeras, Cali: Ediciones
de la Tipografía Gutenberg, 1929, p. 71.

139
Huelgas colombianas en la década del veinte...

Los días posteriores fueron totalmente infructuosos y una semana


después de la llegada de Cortés Vargas, se dio inicio a la discusión del
Pliego de Peticiones entre los obreros y el gerente de la United Fruit
Company, acompañado de productores nacionales.

2.1. Pliego de Peticiones: los nueve puntos


Es importante reproducir las demandas exigidas por los trabajado-
res, para de esta forma entender el carácter de los reclamos obreros. A
continuación se exponen brevemente los requerimientos del pliego de
peticiones:

El primer punto pedía el establecimiento del seguro colectivo obli-


gatorio; en el segundo punto los huelguistas solicitaban reparaciones
por accidentes de trabajo; en el tercero demandaban habitaciones
higiénicas y descanso dominical remunerado. Las peticiones hasta este
momento estaban avaladas por la ley colombiana de aquel entonces21.
En el cuarto punto se pedía un aumento del 50% de los jornales; el
quinto punto del pliego reclamaba la desaparición de los comisariatos;
en el punto sexto se realizaba la solicitud para la cesar los préstamos por
medio de vales y se demandaba la libertad del trabajador para adquirir
los artículos de consumo. El punto séptimo reclamaba la implantación
del pago por semanas vencida y no con vales cada quince días; el octa-
vo exigía la abolición de los contratos individuales y creación de uno
colectivo, con derecho a figurar cada obrero en la nómina mensual. El
pliego finalizaba solicitando la edificación de hospitales provistos de
drogas e instrumental quirúrgico; a razón de un hospital por cada 400
trabajadores y un médico por cada fracción de 200 jornaleros22.


21
Los tres primeros puntos se encontraban respaldados por la ley: Con respecto al seguro
colectivo obligatorio las Leyes 37 de 1921 y 32 de 1922. Las reparaciones por accidentes
de trabajo, la Ley 57 de 1915. Habitaciones higiénicas, la Ley 46 de 1918 y descanso
dominical remunerado en la Ley 76 de 1926. Estas leyes ofrecían los derechos exigidos
por los trabajadores. Carlos Cortés Vargas, Op. cit., nota del prologuista de la edición,
p. 31.

22
Ibid.

140
Diego Armando Varila Cajamarca

Este pliego tuvo varias discusiones por parte del gobierno, los tra-
bajadores y la compañía, aunque es claro que el Estado estaba más del
lado de la empresa estadounidense que de los trabajadores.

Los empresarios atendieron a los representes sindicales “sólo por


corresponder a las reiteradas insinuaciones del Señor Gobernador y
del Señor general Carlos Cortés Vargas”23, pues consideraban que los
delegados no estaban respaldados legalmente, sin tener en cuenta que
un mes antes ellos habían obtenido el apoyo de mas de 5.000 personas,
durante su designación como representantes de los obreros.

La discusión llevada a cabo el lunes 19 de noviembre, trajo estas


conclusiones: los tres primeros puntos –el seguro colectivo obligatorio,
las reparaciones por accidentes y del descanso dominical–, estaban con-
templados por la ley y por lo tanto, aducían los directivos de la UFCO,
eran cumplidos por la compañía; aceptarlos sería prueba de que sus
políticas laborales iban en contravía de lo establecido por el gobierno24.
El punto cuarto, referente al aumento del jornal, no fue aceptado, sólo se
convino en fijar un pago de $1.20 para los jornales de Riofrío y Orihuela;
$1.50 para Sevilla, Tucurinca y Aracataca y $2.00 para El Retén25.

Con respecto a los puntos quinto, sexto y séptimo, se convino que la


compañía suprimiría los cupones de crédito, por órdenes que pudieran
hacerse efectivas en dinero, a fin de que los trabajadores no se vieran
constreñidos a vender sus vales a tenderos y usureros de la región, con
un descuento ruinoso que a veces llegaba hasta el 25%26; no obstante,
la United no aprobó la supresión de los comisariatos, pues estos con-
tribuían al mejoramiento de las condiciones retributivas del trabajo,
según la compañía27.

23
Castrillón, Op. cit., p. 59.
24
Carlos Cortés Vargas, Op. cit., p. 56.
25
Ibid., p. 57.
26
Ibid., p. 51.
27
Ibid., p. 57.

141
Huelgas colombianas en la década del veinte...

El punto octavo obtuvo la misma respuesta que los tres primeros


puntos, es decir, que ya estaban siendo cumplidos por la Compañía
frutera. Finalmente, con respecto al último punto, se convino la cons-
trucción de dos hospitales, uno en Sevilla y otro en Aracataca, dotados
con los implementos necesarios y dos ambulancias, pues se consideró
exagerada la petición28.

Durante la década del veinte, la solidaridad de clase y el apoyo de


otros sectores populares y medios aportó mayores probabilidades de
triunfar; sin embargo, se necesitaba algo más que una situación eco-
nómica desfavorable para despertar la solidaridad en forma de huelga
general; era precisa la voluntad de luchar no sólo contra un patrono, sino
contra todo el sistema establecido, incluido el Estado29. La situación
favorable a los huelguistas se presentó durante un largo tiempo de la
huelga, pues como ya se ha mencionado, los comerciantes de la zona
apoyaban con víveres su mantenimiento. No obstante, el 27 de noviem-
bre se desligaron del movimiento y solicitaron el apoyo del ejército para
la protección de sus negocios por los posibles “desmanes” que podrían
tener los huelguistas30.

Mientras tanto, bajo el rumor de que el gerente de la United firmaría


un nuevo pacto en el que cedía dos puntos más del pliego, los delegados
se dirigieron a Santa Marta, para reunirse con él. Sin embargo, luego de
esperar algo más de una semana, el 3 de diciembre decidieron marchar-
se de la ciudad; cuando los huelguistas son notificados de la no firma
del pacto, los ánimos empiezan a alborotarse y la situación en la zona
se vuelve paulatinamente más difícil de controlar31. El 4 de diciembre
sobrevino un incidente que aceleraría los hechos que culminarían en
la masacre. A las once de la mañana, el teniente Ernesto Botero, del
regimiento “Nariño”, fue comisionado para escoltar el corte del bana-

28
Ibid., pp. 57-58.
29
Archila, Op. cit., p. 59.
30
Cortés Vargas, Op. cit., p. 65.
31
Castrillón, Op. cit., p. 69.

142
Diego Armando Varila Cajamarca

no en la finca “Villavicencio”; los amotinados retuvieron su escolta,


compuesta por 25 hombres con sus respectivos fusiles de dotación.
Aunque este evento no tuvo mayores consecuencias, pues los retenidos
fueron puestos en libertad, sí sirvió para precipitar la cobarde acción
militar32.

En la madrugada del 5 de diciembre, el General Cortés Vargas es


nombrado Jefe Civil y Militar de la provincia de Santa Marta en virtud
del Decreto Legislativo No. I. Con este nombramiento se le otorgaron
más atribuciones al General, que le permitieron redactar los siguientes
decretos: Número 1, artículo 1. “Se ordena perentoriamente la inmediata
disolución de toda reunión mayor a tres personas”. En el Artículo 2 se
le proporcionaba poder a la fuerza pública para disparar, si era necesa-
rio, y en el artículo 3 se decretaba que nadie podría transitar después
del toque de retreta, estipulado por el estado de sitio ordenado en esta
misma fecha33.

Los eventos que se desarrollaron en la noche del 5 y la madrugada


del 6, son aún más conocidos. Se le dio curso a la masacre mientras los
huelguistas se encontraban reunidos en Ciénaga, aguardando el ama-
necer 6 de diciembre, para iniciar la movilización hacia Santa Marta.
El Jefe Civil y Militar de la zona ordenó disparar contra la multitud
reunida en la plaza34.

Como consecuencia, se tuvo un número indeterminado de muertos;


versiones oficiales reconocen tan sólo 9 muertos, la prensa habla de
100 y Alberto Castrillón, militante del PSR y de quien se decía estuvo
en Rusia y en febrero de 1929 fue condenado por uno de los consejos
verbales de guerra a 10 años de prisión, da la cifra de 1.500 muertos.
El número de muertos en realidad aún permanece oculto y existen
muchas versiones.

32
Cortés Vargas, Op. cit., p. 70.
33
Ibid., p. 88.
34
Jorge Eliécer Gaitán, Op. cit., p. 113.

143
Huelgas colombianas en la década del veinte...

Conclusiones
A lo largo del trabajo se observó que la huelga de las bananeras no
implementó mayores innovaciones en las demandas ni en la forma de
preparación del cese de actividades. Sin embargo, es necesario tener
en cuenta que esta involucró una cantidad enorme de huelguistas y se
levantó contra una poderosísima empresa multinacional, poseedora de
la más grande Flota Mercante de la época y con poderosos tentáculos
en toda Centroamérica.

De esta forma, las solicitudes de los huelguistas durante este periodo,


son una clara muestra de peticiones de índole típicamente económica
como el alza de salarios, implementación o cumplimiento de unos muy
limitados derechos laborales, y a su vez, se nota también la demanda de
otro tipo de exigencias que recogían el deseo de los huelguistas de soli-
citar un “trato más justo”, que les permitiera vincularse a la sociedad no
sólo como simples fichas en los intereses de poder, sino como elementos
integrantes dentro del juego democrático, en el cual tienen un lugar
preponderante. El conflicto entre trabajadores, directivas de la United
y el Estado, es una muestra clara de que la cuestión social no importaba
al Gobierno en aquel momento y que el bienestar de la clase trabajadora
no merecía mayores esfuerzos de parte de la clase dirigente.

Así mismo, el hecho de que la dirección hubiese sido asumida por


una de las figuras más notables del Partido Socialista Revolucionario,
Raúl Eduardo Mahecha, es un ejemplo claro de la falta de relevancia que
tuvo para los trabajadores constituir un sindicato de base, ya que ellos se
ocupaban más de las demandas contenidas en el pliego de peticiones y
la formación de un verdadero grupo de representación del movimiento
quedaba en manos de activistas con claras ideas políticas, que utilizaban
estos escenarios muy propicios para luchar o bien contra un partido
político, el conservatismo o bien contra el mismo capitalismo.

La huelga de las bananeras, al igual que las iniciadas contra otras


empresas norteamericanas durante los años veinte, alcanzó una duración

144
Diego Armando Varila Cajamarca

superior a los veinte días; éste aspecto refleja cómo la solidaridad de la


región permitió que un movimiento como éste alcanzara una extensa
supervivencia y la forma en que el apoyo de los comerciantes les hizo
más fácil a los huelguistas resistir por mayor tiempo.

Finalmente, la movilización en la zona bananera en noviembre y


diciembre de 1928 provocó cambios para los participantes directos en
estos acontecimientos, aunque en algunos casos, estos se efectuaron
por motivos ajenos a la misma. Algunos meses después de la huelga y la
masacre, el General Carlos Cortés Vargas, Jefe Civil y Militar de la zona
bananera fue nombrado Director General de la Policía35. Posteriormente
él y el Doctor Ignacio Rengifo, Ministro de Guerra, fueron retirados de
sus cargos por la movilización ciudadana en junio de 1929, en la que
de nuevo hicieron gala de sus capacidades represivas.

Los alcances de la huelga bananera se dieron más allá de un con-


flicto obrero, pues el Partido Liberal amplió su apoyo electoral dentro
de la sociedad. Además, el movimiento sindical tuvo un cambio en sus
dinámicas de participación a partir de ese momento, en parte debido a
la represión preventiva que desde ese momento se dio con mayor rudeza
y que se hizo evidente en el envío de tropas por parte del gobierno al
menor intento de protesta. Incluso, Miguel Urrutia, en su texto Historia
del sindicalismo, afirma que la huelga de las bananeras “minó seriamente
el prestigio del gobierno conservador y preparó el camino para el regreso
al poder del liberalismo”36.


35
Carlos Cortés Vargas, Op. cit., Prólogo de la edición de 1979, p. 12.

36
Miguel Urrutia Montoya, Historia del sindicalismo en Colombia: Historia del sindicalismo
en una sociedad con abundancia de mano de obra, Medellín: La Carreta/Universidad de
Los Andes, 1976, p. 124.

145
Huelgas colombianas en la década del veinte...

Bibliografía

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bananeras: (exposición ante el congreso), Bogotá: Talleres de la Revista
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White, Judith, Historia de una Ignominia; la United Fruit Co. en Colombia,


Bogotá: Editorial Presencia, 1978.

146
Primeras representaciones
de la masacre de las bananeras*
Mauricio Archila Neira**

Lo que pasó fue que los huelguistas estaban absolutamente


convencidos de que la tropa no dispararía sobre ellos
(Ignacio Rengifo, en El Espectador, 10 de diciembre de 1928).

La ley debería cumplirse y aquellos insensatos envenenados


hasta la médula por las doctrinas soviéticas permanecían indiferentes
(Carlos Cortes Vargas, en El Espectador, 12 de diciembre de 1928).

H
oy es común entre los historiadores reconocer que no solo
la memoria sino la misma disciplina histórica son repre-
sentaciones del pasado, aunque lo interpretan de forma
diferente. Ambas atribuyen significados a lo ocurrido: más ligados a
la experiencia subjetiva en el caso de la memoria, o a la comprensión
distanciada del pasado para la Historia. Por ello, ninguna es neutral
en la reconstrucción del pasado. Lo más complicado es que aun los
hechos mismos son leídos por sus protagonistas desde sus intereses,
que traslucen luchas por el poder no solo entre proyectos hegemónicos


*
Versión ampliada de la ponencia presentada en Simposio “Bananeras: huelga y masacre,
80 años”, Bogotá, Universidad Nacional, noviembre 12 a 15 de 2008.
**
Ph. D. en Historia, Profesor Titular. Departamento de Historia. Universidad Nacional de
Colombia.
Primeras representaciones de la masacre de las bananeras

y respuestas subalternas, sino dentro de cada polo de la contradicción.


Así los políticos liberales tendrán visiones distintas de los conservadores,
mientras en los simpatizantes del socialismo hubo también roces en
torno a las tareas revolucionarias del momento.

En este artículo quiero hacer el ejercicio de mirar cómo se construyen


las interpretaciones iniciales de los hechos ocurridos en la zona bananera
del Magdalena en los meses de noviembre y diciembre de 1928 en torno
a lo que creo, justamente se ha llamado la “masacre de las bananeras”1.
No pretendo reconstruir los eventos mencionados, sino mostrar la pugna
de interpretaciones al calor de la acción misma.

Con tal fin, y esta si es mi comprensión, miraré tres ejes claves de


lectura de la huelga y posterior masacre por parte de algunos de sus
actores. Me refiero a los distintos entendimientos de la cuestión social
–el choque de intereses socio-económicos o de “clase” en el conflicto– de
la cuestión nacional –o las distintas posturas ante asuntos de soberanía
nacional–, y de la razón de Estado, argumento definitivo por parte de
las autoridades para acabar a sangre y fuego un conflicto que articulaba
lo social y lo nacional.

El ejercicio consiste en hacer el seguimiento de cómo diversos actores


fueron leyendo la huelga en la zona bananera y cómo percibieron su
desenlace fatal en la madrugada del 6 de diciembre de 1928. Para ello
nos apoyaremos en la revisión de algunos periódicos de Bogotá como El
Tiempo y El Espectador, que a veces recogen versiones de prensa regional
de la Costa, y el New York Times de Estados Unidos, que también repro-
duce relatos criollos, al igual que versiones oficiales norteamericanas.
Éstas, especialmente las diplomáticas, fueron igualmente observadas
hace unos años en el Archivo Nacional de Washington. También nos


1
Obviamente yo también participo de estas batallas por la memoria y la historia, en con-
creto, contra el conocido artículo de Eduardo Posada Carbó “La novela como historia,
Cien años de soledad y las bananeras”, En: Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol. XXXV, No.
48, 1998, pp. 3-19), pero no argumentaré directamente con él sino con sus referencias
históricas.

148
Mauricio Archila Neira

apoyamos en la reciente publicación de documentos del archivo de la


Internacional Comunista –IC– sobre la huelga2. Tales fuentes son con-
trastadas por la revisión de testimonios casi contemporáneos a los hechos
–con un máximo de un año de distancia– por parte de protagonistas
como Raúl E. Mahecha en declaraciones hechas en Buenos Aires en una
conferencia comunista3, Carlos Cortes Vargas4 y Alberto Castrillón5, a
los que se suma la ya clásica denuncia del novel parlamentario Jorge
E. Gaitán6.

1. La huelga

Como se sabe, el conflicto laboral de 1928 no fue el primero en la


zona bananera ni sería el último7. El pliego presentado por la Unión Sin-
dical del Magdalena –USTM– el 6 de octubre de 1928, supuestamente
aprobado por unanimidad de delegados de sindicatos de trabajadores y
colonos8, contenía nueve puntos que resumo, pues son muy conocidos:
1º establecimiento de seguro colectivo; 2º protección a accidentes de

2
Publicadas por Klaus Meschkat y José María Rojas, Liquidando el pasado, Bogotá: Fes-
col/Taurus, 2009.
3
Intervenciones en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana editado por
Secretariado Suramericano –SSA– de la Internacional Comunista, El movimiento revo-
lucionario latinoamericano, Buenos Aires: Revista La Correspondencia Suramericana,
1929.
4
Los sucesos de las bananeras, Bogotá: Editorial Desarrollo, 1979, original de 1929.
5
120 días bajo el terror militar, Bogotá: Túpac Amarú, 1974, original 1929.
6
1928, la masacre de las bananeras, Bogotá: Ediciones Comuneros, 1972, original de
1929.
7
Judith White, La United Fruit Co. en Colombia: Historia de una Ignominia, Bogotá: Editorial
Presencia, 1978, p. 73.
8
Aquí aflora una distinción social que luego se pierde en las diversas narrativas, pues no
todos los “huelguistas” eran “obreros” asalariados, algunos eran campesinos, lo que
muestra una diversidad en el campo subalterno que es suprimida en los relatos homo-
genizantes de lado y lado del espectro político. Además no debe olvidarse que también
los comerciantes de la zona colaboraron con los huelguistas, así como algunas autorida-
des locales. Catherine LeGrand (“Living in Macondo: Economy and Culture in a United
Fruit Company Banana Enclave in Colombia”, En: Gilbert Joseph, Catherine LeGrand
y Ricardo Salvatore (editores), Close Encounters of Empire, Durham: Duke University
Press, 1998) ha insistido en la complejidad social, racial e incluso subregional de la zona
bananera.

149
Primeras representaciones de la masacre de las bananeras

trabajo; 3º cumplimiento de leyes nacionales sobre habitaciones obreras,


higiene social y asistencia pública, y sobre descanso dominical remune-
rado; 4º aumento del 50% en los jornales; 5º cesación de los comisariatos
de la UFC y libre comercio en la zona; 6º fin de los préstamos por medio
de vales; 7º pagos semanales y no quincenales; 8º establecimiento de
contratación colectiva; y 9º hospitales a lo largo de la zona a razón de
uno por cada 400 trabajadores y un médico por cada 200 o fracción9.
De todos los números que se manejaron en esos eventos, tal vez este de
NUEVE es el único sin disputa y tendrá luego un valor simbólico para
los agentes estatales10. Como también se ha señalado los nueve puntos
recogían demandas asalariados, pero también de colonos y comerciantes
de la zona. Pero más crucial para nuestro propósito es señalar que no
llamaban a una revolución socialista o al derrocamiento del gobierno,
por el contrario exigían el cumplimiento de la ley colombiana, explíci-
tamente en los tres primeros11.

En efecto, cuando comienza la huelga, las versiones periodísticas de


la capital del país señalan el carácter “legal” y pacífico del movimiento,
perspectiva avalada por el Inspector de la Oficina del Trabajo de la
zona, Alberto Martínez, y por algunas autoridades locales de la zona12.
Como mostró en su momento Castrillón, fue el gerente de la UFCO
quien primero declaró ilegal la huelga! En telegrama al presidente de la
república adujo argumentos que después usarán las autoridades militares
de la zona y el ministro de Guerra, Ignacio Rengifo:


9
El Espectador, 19 de noviembre de 1928. Una versión más amplia en White, Op. cit., pp.
124-126.
10
Aunque no es el tema central de esta ponencia, quiero prestarle atención a los números
en las distintas versiones, pues su imprecisión no es creada por la ficción literaria, como
sugiere Posada Carbó (Op. cit.) sino que surgió desde las primeras interpretaciones de
los protagonistas.
11
Tanto así que Ignacio Torres Giraldo el 2 de diciembre de 1928 la catalogó como “un
conflicto simplemente económico y jurídico”, citado en: Meschkat y Rojas, Op. cit., p. 136.
Años después confesará que tuvo una visión estrecha de la huelga, Ibid., pp. 623-624.
12
Véanse: El Espectador, noviembre 15 de 1928, p. 1; El Tiempo, noviembre 17 de 1928,
noviembre 1 y 19 de 1928, p. 1.

150
Mauricio Archila Neira

“trátese de verdadero motín (…) Estimo esta situación revuelta


peligrosa, extremadamente grave, pues parece inminente movimiento
adquiera proporciones degenerar consecuencias, extremos lamenta-
bles” (citado en White, Op. cit., p. 91).

El número de huelguistas no se precisa, puesto que nunca tuvo


clara la UFC el número de trabajadores. Así se habla de cifras entre
12.000 y 32.00013. Claro que la cantidad contaba, pues era una suma
considerable para un naciente proletariado. Incluso El Tiempo, que
habla de 30.000 trabajadores en la zona, llega a decir que es la huelga
más grande de Colombia, algo cierto, y de América del Sur, lo que era
exagerado14. No fue la única exageración sobre la huelga. Mahecha pos-
teriormente contó que había reunido 60.000 dólares por cuotas de los
obreros y 40.000 más por aporte de los comerciantes de la zona. Incluso
adujo que se creó una cooperativa para alimentar a los huelguistas, de
modo que en el aspecto económico la huelga no estaba en condiciones
críticas15. Posteriores versiones de supuestos dirigentes de la huelga
–ligados al grupo de Castrillón– niegan la existencia de las fabulosas
cifras dadas por Mahecha. Tanto Algemiro Becerra, quien escribe un
reporte desde Pereira en abril de 1930, Jorge Piedrahita, quien se reporta
desde Moscú en septiembre del mismo año, como el informe de “un
grupo de comunistas en la zona bananera” que circuló por la misma
época, afirman que al inicio del conflicto solo había algo más de tres
pesos16.

Pero algo más que la cantidad de huelguistas y los recursos de que


supuestamente disponían preocupaba a la UFC y a las autoridades cen-
trales del país. La primera se negó a recibir a los peticionarios antes y
después de estallada la huelga aduciendo que no eran trabajadores direc-

13
Véanse para las respectivas cifras New York Times, diciembre 6 de 1928, p. 4 y Mahecha
en S.S.A., Op. cit., p. 117.
14
El Tiempo, noviembre 26 de 1928, p. 7.
15
Citado en Meschkat y Rojas, Op. cit., p. 197.
16
Citados en Ibid., pp. 403, 530 y 550.

151
Primeras representaciones de la masacre de las bananeras

tos de ella17. Y ya hemos visto que se apresuró a ilegitimarla. Así se negó


a conversar incluso por mediación del gobernador y del mismo general
Cortes Vargas a los pocos días de su llegada a la zona. Paralelamente pre-
sionaba al gobierno colombiano para que protegiera sus intereses. Sobre
este punto volveremos luego, pues parece que la presión incluyó amenazas
más o menos veladas de intervención militar norteamericana.

El gobierno nacional, por su parte, comenzó a ver en el conflicto algo


más que una disputa laboral. Rápidamente el Ministerio de Industria es
despojado del manejo de la huelga para caer en manos del Ministerio
de Guerra. Así lo percibe El Espectador en una nota editorial, luego de
enumerar los puntos demandados:

“… hasta aquí no habría sino una simple cuestión jurídica sometida


a la decisión del órgano del gobierno especialmente creado con este
objeto, que es el despacho de trabajo e industrias. Pero debe haber algo
mucho más grave cuando el Ministerio de Guerra, de acuerdo sin duda
con el Presidente de la República, ha secuestrado prácticamente al
doctor Montalvo, arrebatándole el conocimiento del problema…”18.

El ministro de Guerra, Ignacio Rengifo, desde el comienzo de la


huelga, había enviado a la zona bananera al general Carlos Cortés Vargas,
quien hostilizó y suplantó a las autoridades civiles, retuvo al Inspector de
Trabajo por declarar que la huelga era legal e inició el encarcelamiento
de innumerables huelguistas –aquí las cifras de nuevo son imprecisas,
pero parecen sumar centenas–19. No solo hubo imposición militar sino
efectiva censura sobre las informaciones que salían de la zona, pues con
el tiempo las únicas noticias que se conocían en Bogotá las difundía
el Ministerio de Guerra. Paralelamente la prensa liberal hablaba de
la movilización de más tropas a la zona y de un innecesario desplie-

17
El Espectador, noviembre 15 de 1928, p. 1.
18
El Espectador, noviembre 19 de 1928.
19
El Tiempo, noviembre 19 de 1928, p. 1.

152
Mauricio Archila Neira

gue militar propiciado por Rengifo. Al respecto El Tiempo concluía


una noticia temprana sobre la huelga con la siguiente premonición:
al periódico le preocupaba “la manera absurda como el ministro de
guerra está trabajando por convertir un movimiento que podría tener
solución pacífica y rápida en un choque de funestas consecuencias”20.
Analicemos qué es lo grave que denuncian los periódicos liberales de
la capital para que una huelga laboral legal se convierta en asunto
de guerra.

El gobierno de Miguel Abadía Méndez (1926-1930) adujo que la


huelga había derivado en un complot subversivo, una verdadera revolu-
ción. En efecto, desde tiempo atrás, voceros oficiales, especialmente el
ministro Rengifo, venían señalado que el bolchevismo quería apoderarse
del país, mientras exageraban la presencia de agitadores externos como
los causantes de la movilización social. En ese contexto se expidió poco
antes la Ley Heroica que fue criticada por la prensa liberal y socialista
como “liberticida”. Incluso los voceros diplomáticos estadounidenses
inicialmente asumieron con reservas tales acusaciones, hasta cuando la
huelga bananera tocó sus intereses21. Por lo tanto, no extraña la crítica
de la prensa liberal a los primeros pasos estatales en la zona bananera.
Pero luego la censura se impondrá y la versión de Rengifo será la única
a la que tendrán acceso, con lo que su impresión inicial de la huelga
se irá modificando. Así, por ejemplo, el mismo periódico el día 6 de
diciembre, sin mencionar para nada la masacre de Ciénaga, decía que
según informaciones oficiales: “los huelguistas abandonaron su actitud
pacífica (…) y entraron en las vías de hecho que la autoridad no puede
patrocinar”22.

Tanto Rengifo como Cortes Vargas hablarán de una insurrección en


camino e insistirán no solo en la agresiva organización de los huelguis-


20
Ibid.

21
Un desarrollo de este tema en Mauricio Archila, Cultura e identidad obrera, Bogotá: Cinep,
1991.

22
El Tiempo, diciembre 6 de 1928, p. 1.

153
Primeras representaciones de la masacre de las bananeras

tas, sino en el uso de armas por parte de ellos. Un telegrama de Cortes


Vargas del 5 de diciembre señalaba:

“la organización de los huelguistas es sorprendente. Preséntanse de


improviso en masas enormes y aunque armados de machetes ni huyen
ni atacan, pero rodean tropas con la esperanza de que los oficiales
simpaticen con ellos”23.

Contrasta esta actitud no agresiva de los trabajadores, reconocida


en vísperas de la masacre por Cortes Vargas, con las alarmantes noticias
sobre actos de violencia. A finales de noviembre y comienzos de diciem-
bre, cuando ya la información llegaba solo por medio del Ministerio
de Guerra, proliferaron confusas noticias sobre asaltos a edificios de la
UFCO, bloqueos de la vía ferroviaria, saboteos a las líneas telefónicas
y telegráficas y escaramuzas armadas con la fuerza pública24. Rengifo
incluso utiliza la expresión de “guerrilleros” para referirse a los congre-
gados en la plaza de Ciénaga el 5 de diciembre25, mientras el New York
Times habla de una verdadera “guerra de guerrillas” en la zona bana-
nera26. Era una forma de construir el enemigo en la huelga asignándole
un carácter más violento del que tenía.

Una consecuencia fue pedir más tropas, cuyo número preciso


tampoco se ha establecido. El New York Times indicó que había más
de 1.200 soldados en la zona a comienzos de diciembre y que venían
en camino otros tantos27. Más adelante el mismo periódico reportará
que nueve –de nuevo la cifra simbólica– batallones están funcionando
en la zona28. El Tiempo reportaba para el 6 de diciembre el trasla-
do de 250 soldados de Bucaramanga y otros tantos de Flandes y de

23
El Espectador, diciembre 10 de 1928.
24
El Tiempo, diciembre 6 de 1928, p. 1.
25
El Tiempo, diciembre 7 de 1928, p. 12.
26
New York Times, diciembre 6 de 1928, p. 1.
27
New York Times, diciembre 8 de 1928, p. 23.
28
New York Times, diciembre 10 de 1928, p. 6.

154
Mauricio Archila Neira

Medellín29. En cualquier caso eran cifras notorias para el pie de fuerza


de la época: casi uno por cada 15 huelguistas.

El gobierno buscaba afanosamente pruebas de dicho complot


subversivo para sofocarlo a sangre y fuego. En una carta que yace en el
archivo de Ignacio Rengifo30 –y que parece dio base para sus informa-
ciones alarmistas y para dar ordenes perentorias de manejo del orden
público–, Tomás Uribe Márquez se dirige a los líderes de la huelga,
posiblemente en noviembre de 1928, proponiendo la línea a seguir en
el conflicto: como no se ha logrado el reconocimiento de los reclamos
y más bien el gobierno está entregado al,

“querer del imperialismo yanky (sic), los huelguistas deben proceder


a organizar la acción directa sorpresiva mediante el sabotaje de las
comunicaciones de todo orden, la intervención forzada al trabajo de
los rompehuelgas, la destrucción de zonas bananeras (en una) franca
actitud defensiva sin que nada de esto implique conducta abierta de
rebeldía de guerra sino la modalidad de la propia defensa ante los
desafueros”.

Aparentemente Uribe Márquez continúa señalando que deben bus-


car la fraternización de las tropas, asaltar cárceles para liberar detenidos,
y se debe establecer una directiva clandestina. Sugiere igualmente que
se manden delegados a Cartagena y Barranquilla para generalizar la
solidaridad. Por último, insiste en que la huelga debe virar hacia “un
movimiento antiimperialista”.

Aunque puede haber dudas sobre la autenticidad de la carta, máxime


que se firma “Su general”, es consistente con la línea insurreccional que
desde la Convención de La Dorada del PSR se estableció y se reforzó


29
El Tiempo, diciembre 6 de 1928, p. 1.

30
Recopilado por José María Rojas, “La estrategia insurreccional socialista y la estrategia
de contención del conservatismo doctrinario: la década de los años veinte”, copia meca-
nografiada, Cali, Cidse/Banco de la República, 1989.

155
Primeras representaciones de la masacre de las bananeras

por el pleno del 29 de julio de 1928 en el que se aprobó la creación del


Ejército Rojo encarnado en el Comité Central Conspirativo Colombiano
–CCCC– dirigido por Uribe Márquez31. El relato que a mediados de
1929 daría Raúl Eduardo Mahecha en la reunión de partidos comunistas
latinoamericanos en Buenos Aires ilustra la mirada insurreccional de
algunos dirigentes. En algunos apartes de su exposición verbal decía
que “en pocas semanas llegamos a organizar a 32.146 trabajadores”
–sorprende la precisión de la cifra en el mar de números vagos–. Señala
que contaban “con 60 camaradas ya probados en la lucha y que serían
los dirigentes parciales de todo el movimiento”. Dice a continuación
que el 15 de noviembre se enteraron de planes gubernamentales de
masacrarlos por lo que en una asamblea reunieron “machetes, revólve-
res y otras armas. De esta manera quedaron armados mil compañeros
trabajadores”32. Luego indica que con éxito lograron la fraternización
de la tropa, y que él mismo se desplazó a Cartagena a difundir el
movimiento. Reconoce que los pequeños comerciantes se sumaron
al movimiento ayudando con dineros a mantenerlo, pues al igual que
los obreros y campesinos sufren “la penetración del imperialismo”.
En ese punto de su relato aflora la pugna con el Comité Ejecutivo del
PSR, a cuya cabeza estaba Moisés Prieto, también asistente a dicha la


31
Documento citado en Meschkat y Rojas, Op. cit., pp. 107-108. Esta decisión del PSR
fue rechazada por el grupo de comunistas que estaba organizando Alberto Castrillón en
Barranquilla con apoyo del delegado norteamericano de la IC James Nevárez (ver corres-
pondencia de Castrillón con la IC en Ibid., pp. 116-129). Ese mismo grupo se desplazó
a la zona para controlar a Mahecha según versión de Becerra y Piedrahita, citados en:
Ibid., p. 402.

32
Testimonio de Mahecha en S.S.A., Op. cit., pp. 117-119. Además de que parece exagerada
la cifra de hombres “armados” no se desprende que pasaran a la acción, pues como aduce
el mismo Mahecha esperaban la orden “revolucionaria” de Bogotá. En otra narración pre-
via a la citada, aparentemente de comienzos de 1929, el mismo dirigente insiste en que
la huelga se desenvolvía “dentro de la mayor normalidad” a pesar de las provocaciones
de empleados y agentes de la UFC para mostrarla como sabotaje y rebelión, citado en:
Meschkat y Rojas, Op. cit., p. 146. Los testimonios de los supuestos líderes de la huelga,
pertenecientes al grupo de Castrillón, desmienten otra vez a Mahecha en el asunto de
las armas. Becerra dice que “ni siquiera nos fue fácil conseguir unos revólveres para los
miembros del comité”, y agrega “nunca se pensó en revolución (…) sino simplemente en
una huelga”. Ibid., p. 405.

156
Mauricio Archila Neira

conferencia de Buenos Aires. Según Mahecha “Así estaban las cosas y


nosotros esperando la resolución del CE para iniciar el movimiento
insurreccional. Todo estaba listo para la acción”. Los “burócratas” de
Bogotá, no entendían la situación de la zona e incluso dicho organismo
les advirtió en una carta que no fueran a “confundir la huelga con la
insurrección”. “Claro”, agrega Mahecha, “que yo no las confundía, pero
¿qué demonios se esperaba para la insurrección?”33.

En efecto, la dirección del PSR en Bogotá –que era distinta del


CCCC orientado por Uribe Márquez– se enteró de la huelga por la
prensa y solo acató a mandar la orientación de no confundir la huelga
con la revolución e impulsar un amplio movimiento antiimperialista
para sumar más fuerzas. Pero al mismo tiempo creía que estaban dadas
las condiciones objetivas y subjetivas para una situación revolucionaria
por lo que también impartieron la orden de impulsar la acción directa
pero no la revolucionaria!34. Pero en la zona, éstas orientaciones no lle-
garon a tiempo y en todo caso los acontecimientos exigían respuestas
en el terreno. Era claro que en la zona la dirección del PSR en manos de
Mahecha junto con grupos anarquistas (que los había, especialmente
en la Costa) se afanaban por convertir la huelga en insurrección. Pero
era una insurrección que se iba a dar como resultado del conflicto y no
se lanzó desde el inicio. Incluso el grupo comunista de Barranquilla
dirigido por Castrillón intentó por diversos medios “atajar el turbión”
y llegó a hablar de “retirada revolucionaria: es decir, sabotear e infligir
al enemigo tantas perdidas como fuera posible al mismo tiempo que
maniobrar para salvar la vida de los trabajadores”35. En todo caso, las
armas eran defensivas, pero lo central era confraternizar con las tropas


33
Testimonio de Mahecha en S.S.A., Op. cit., pp. 117-119.

34
Informe a la IC del 15 de diciembre de 1928, citado en Meschkat y Rojas, Op. cit., pp.
139-141. El fracaso de la solidaridad nacional a la que convocaron y el temor de una
represión cruenta llevó a que los dirigentes del CE del PSR buscaran un acercamiento
con el gobierno con la intención de conformar una Comisión que se desplazara a la zona
(Ibid.), cosa que les costó duras recriminaciones de la IC por tener ilusiones de neutralidad
del Estado.

35
Véanse los documentos de este grupo en Meschkat y Rojas, Op. cit., pp. 129 y 183.

157
Primeras representaciones de la masacre de las bananeras

y desarmarlas. Hubo actos de saboteo y bloqueo de vías con el fin de


impedir el corte de banano36, en la línea de la acción directa propuesta
por Tomás Uribe Márquez y a lo que se oponía Castrillón, pero aún
no era una insurrección. Fue, pues, más una resistencia civil que un
levantamiento armado o una guerra de guerrillas, como la quiso ver
el gobierno. No sobra recordar que el mismo Cortes Vargas poco antes
de la masacre señalaba la actitud poco agresiva de multitudes de
trabajadores!

Claro que después de la masacre se desataron respuestas violentas de


parte de los trabajadores, en algunos casos hubo incendios de comisaria-
tos y viviendas de empleados, en otros copamiento de trenes militares y
desarme de soldados, e incluso parece que se presentaron escaramuzas
armadas entre piquetes obreros y fuerzas del orden37. Pero tampoco
ésta fue una insurrección y más bien fue una respuesta instintiva de los
trabajadores ante la violencia oficial.

En las cambiantes representaciones del conflicto laboral aparece


un dato adicional nada despreciable: la cuestión nacional se superpone
sobre la social, desbordando los marcos del conflicto. Y en ese sentido
va a haber un choque violento entre dos discursos nacionalistas. Desa-
rrollemos este punto.

El argumento nacionalista antiimperialista partía de que se trataba


de un conflicto de obreros, campesinos y comerciantes colombianos con
una multinacional. Ya Uribe Márquez, supuestamente había insistido


36
Testimonio de Piedrahita en Ibid., p. 551.

37
Así lo narran el mismo Mahecha y su contraparte Nevárez en documentos compilados
en los archivos de la IC. Ibid., pp. 147 y 184. Becerra, por su parte, dice en su posterior
escrito: “viéndose los trabajadores masacrados y burlados en sus justas aspiraciones,
resolvieron destruir todo lo que fuera propiedad de la UFC”. Ibid., p. 408. Agrega que
hubo combates en los que murieron muchos trabajadores entre ellos Erasmo Coronel,
pero también cayó un capitán de la policía de apellido Quinte. Concluye señalando que
“de aquí vino la dispersión general de los trabajadores y el ‘sálvese quien pueda’”. Ibid.,
p. 408. Por su parte Piedrahita dice que luego de la masacre algunos trabajadores se
apoderaron del comisariato de Riofrío. Ibid., p. 556.

158
Mauricio Archila Neira

en convertir el conflicto en una lucha antiimperialista. Por su parte


Mahecha en Buenos Aires adujo que “la United Fruit mandó cables a
Estados Unidos pidiendo intervención yanqui. Frente a esa situación,
no había otro camino que la insurrección”38. Curiosamente la misma
amenaza de intervención norteamericana fue aducida con posteriori-
dad a la masacre por parte del general Cortes Vargas. No afloraba en
la temprana entrevista publicada por El Espectador a los pocos días de
la masacre, sino que aparecerá en el libro que escribió meses después
con clara intención justificadora de su accionar. En dicho texto dirá:
“Persona digna de todo crédito nos informó que sabía de fuente segura
(que) había dos barcos (…) frente a las costas de Santa Marta; era de
suponer lo fueran de guerra de la marina americana”39. Así aduce un
argumento nacionalista para explicar su búsqueda de una solución pron-
ta del conflicto40. Para él era menester preservar la integridad nacional
a todo precio.

En todo caso el fantasma de Panamá revivía en ambos extremos


del conflicto. Para unos, el gobierno era entreguista al imperialismo y
se temía que de seguir así la zona sería arrebatada por la potencia del
norte. Del otro lado, se adujo que había peligro de intervención norte-
americana y hasta se rumoró la presencia de buques de la potencia listos
para invadir la zona. Algo rondaba, sin duda, por nuestras costas. Así
en la prensa capitalina se difundió la noticia originada en el periódico
El Debate de que un crucero norteamericano había fondeado en Santa
Marta41. El embajador norteamericano en Colombia, Jefferson Caffery
lo negó aduciendo que su gobierno

“no ha tomado ni tomará ninguna medida al respecto, porque tiene


plena confianza en la seriedad del gobierno (colombiano) y en su

38
Testimonio en S.S.A., Op. cit., p. 119.
39
Cortes Vargas, Op. cit., p. 83.
40
En su libro, además de confesarse amante de la historia patria y aficionado historiador,
insiste en tener la conciencia tranquila porque cumplió el deber y salvó el honor del ejér-
cito. Concluye pomposamente “espero el fallo de la historia”. Ibid., pp. 111-112 y 187.
41
El Tiempo, diciembre 7 de 1928, p. 12.

159
Primeras representaciones de la masacre de las bananeras

capacidad de dominar rápidamente la situación y para proteger los


intereses americanos de la zona afectada por la huelga”42.

Por su parte el New York Times citó al embajador diciendo que


tal desembarco era imposible porque así se lo hubiera reportado el
Departamento de Estado estadounidense43. A pesar de estas tajantes
declaraciones, las cosas no eran tan claras y al menos se puede constatar
que hubo amenazas de intervención y presión para que las autoridades
colombianas solucionaran pronto el conflicto.

En la sección de “huelgas” de los archivos diplomáticos norteame-


ricanos hay unos telegramas interesantes que ilustran lo dicho. Recién
estalló la huelga bananera el (vice) cónsul norteamericano en Santa
Marta, el señor Lawrence Cotie manda un mensaje de urgencia diciendo
que no cree que el gobierno colombiano pueda garantizar la protección
de la vida e intereses de los extranjeros en la región. Textualmente agrega:
“Yo deseo que el Departamento de Estado conozca la situación y pro-
vea adecuadas fuerzas armadas para proteger nuestras vidas y nuestros
intereses en el caso que esto sea necesario”44. De no ser por la salvedad
final la llamada a la intervención era clara. Pero el mensaje causó tal
inquietud que el mismo Departamento de Estado solicitó a su legación
en Bogotá información sobre las medidas que el gobierno colombiano
estaba tomando para proteger las vidas de los norteamericanos45. A
ello respondió diligentemente el embajador Caffery señalando que el
gobierno colombiano prometía dar adecuada protección, y que enviaría
más tropa a la zona46. Pero en cónsul Cotie insistía en que dudaba de
esas promesas y sugería “que se garantizara la presencia de un buque
de guerra americano a prudente distancia”47. Finalmente después de la

42
Ibid.
43
New York Times, diciembre 7 de 1928, p. 12.
44
National Archives of Washington, 821.5045-21. Las traducciones de los textos en inglés
son de mi autoría.
45
National Archives of Washington, 821.5045-23.
46
National Archives of Washington, 821.5045-24 y 25.
47
National Archives of Washington, 821.5045-26.

160
Mauricio Archila Neira

masacre este funcionario aceptó que las autoridades militares colom-


bianas controlaban la situación y que ningún norteamericano murió o
fue herido48. No obstante, para el Departamento de Estado las cosas
seguían confusas. El 6 de diciembre el New York Times anunciaba: “la
última comunicación a Colombia enfatizaba la determinación de los
Estados Unidos de llevar a cabo su tradicional política de protección a
sus nacionales y sus intereses”49. Más claro no canta un gallo.

Pero el nacionalismo también jugaba para los agentes estatales, al


aducir externalidad del comunismo y anarquismo en la huelga. Cortes
Vargas lo señala y Rengifo lo repite: se tenían informaciones “fidedignas”
sobre la existencia de centros anarquistas y comunistas en la zona – ¡gran
descubrimiento!–: en una Casa del Pueblo se encontró deliberando a
un grupo con folletos sobre “la lucha de clases”, “la acción directa” y el
“comunismo libertario” firmados en 1926 por un grupo anarquista de
Santa Marta “Elías Castellanos y Abad”50. No faltaron los señalamientos
de presencia directa de extranjeros en la huelga. Cortes Vargas mencio-
na en la entrevista a La Nación aparecida en El Espectador que junto a
Mahecha estaba “Christian Wengal, negro curazaleño (sic) y uno de los
principales agitadores comunistas”51. El New York Times incluso llegó a
decir que los huelguistas estaban dirigidos por comunistas mexicanos!52.
A los desmanes y escaramuzas se le agregan estas denuncias de interna-
cionalismo proletario que agudiza el chovinismo de las autoridades. El
Tiempo incluso informará que el general Justo Guerrero desde Barran-
quilla solicitará que los líderes socialistas sean fusilados53. Aunque esto
no se aprobó legalmente se ejecutó en la práctica en la masacre del 6 y
de días posteriores. Pasemos a ella.

48
National Archives of Washington, 821.5045-30 y 31.
49
New York Times, diciembre 6 de 1928, p. 2.
50
El Espectador, diciembre 12 de 1928, p. 1. El general agrega en la citada entrevista un
comentario histórico, según sus preferencias: “Vea usted desde cuando viene el fermento
de estos acontecimientos”. Ibid.
51
El Espectador, diciembre 12 de 1928, p. 12.
52
New York Times, diciembre 6 de 1928, p. 4.
53
El Tiempo, diciembre 9 de 1928, p. 4.

161
Primeras representaciones de la masacre de las bananeras

2. La masacre

Lo anterior nos lleva al argumento central en la interpretación jus-


tificatoria de Cortes Vargas y reforzada por su jefe Rengifo: la “pérdida”
de autoridad en la zona, es decir, razones de Estado54. La simpatía de
parte de la población de la zona y de algunas autoridades civiles es
vista con preocupación por los militares, pero más grave fueron los
signos de fraternización de las tropas. El mismo Mahecha reconoce
que la llegada de tropas antioqueñas cambió la connivencia que antes
se observaba con los soldados costeños55. Para Cortes Vargas esto
equivalía casi a rendición de las tropas. Por eso, ambos funcionarios
insisten en una argumentación que resume su posición y, según ellos,
los exculpa: había que restablecer la autoridad a como diera lugar. La
noche de los “sucesos” según Cortes Vargas, él no se sentía seguro en el
cuartel porque “aquella masa humana vendría con los brazos abiertos,
su cortejo de mujeres y de niños y se entrarían a los cuarteles y nos
desarmarían”. Con fingida candidez se pregunta “¿Cómo se le iba a
disparar a esos seres al parecer indefensos?”56. De modo que el punto
central no era tanto que estuvieran armados, cosa que no ocurrió en
esa madrugada, pues se habían congregado con la ilusión de hablar
con el gobernador para negociar. Lo más peligroso para el general
era que desconocían a la autoridad: “ningún respeto les merecía un
soldado”.

Los huelguistas por su parte no pensaban que las tropas podían dis-
parar, pero como tituló El Espectador en la mencionada entrevista con
Cortes Vargas: “La primera descarga se hizo sobre una multitud obrera
inerme y pacífica”57. En aras del cumplimiento de la ley se disparó sobre
los huelguistas, como lo recordaba el jefe civil y militar de la zona en la

54
Al respecto véase la entrevista ya citada en El Espectador, diciembre 12 de 1928, p. 1 y
12, y la ampliación en su libro, Op. cit.
55
Testimonio en S.S.A., Op. cit., p. 120.
56
El Espectador, diciembre 12 de 1928, p. 12.
57
Ibid.

162
Mauricio Archila Neira

frase citada en el epígrafe. Y remata diciendo: “la clemencia así habría


sido como rendir las armas”58. Pero ¿cuál ley?

A la que se refería Cortes Vargas no era la escasa legislación social


que los huelguistas reclamaban, sino a los decretos de excepción como
el Legislativo No. 1 del gobierno nacional expedido el 5 de diciembre,
que declaraba turbado el orden público en la zona bananera y decre-
taba el Estado de sitio, mientras designaba como jefe civil y militar al
general. Éste a su vez dictó decretos para disolver cualquier reunión
de más de tres personas y “disparar sobre la multitud si fuera el caso”,
como confiesa el mismo general en sus memorias59.

Las primeras noticias de la prensa nacional y extranjera no dan cuenta


de una masacre, o la esconden en confusas informaciones sobre choques
armados con los huelguistas, como el supuestamente ocurrido el 4 o
5 de diciembre en el que 25 soldados fueron retenidos y desarmados,
pero rescatados a bayoneta por otra tropa. No fue un asalto armado
sino el desarme de unos soldados. Lo ocurrido en Ciénaga es puesto en
medio de refriegas, pues para el 6 ó 7 se habla de un asalto armado en la
estación de Sevilla o en Aracataca, en el que supuestamente murieron
otros ocho huelguistas, entre ellos Erasmo Coronel, uno de los dirigentes
del movimiento60. Con este tipo de noticias confusas se mimetiza o,
peor, se minimiza lo ocurrido en Ciénaga, asimilándolo a veces a otro
intento de asalto por parte de los huelguistas (recordemos que Rengifo
llamó guerrilleros a los huelguistas). En las primeras informaciones pro-
venientes del Ministerio de Guerra se habla de ocho muertos y luego
Cortes Vargas dirá que fueron nueve esa noche –número de los puntos
del pliego– y otros cuatro heridos que mueren poco después61.

58
Ibid.
59
Cortés Vargas, Op. cit., p. 88.
60
El Tiempo, diciembre 8 de 1928, p. 4. Como ya hemos dicho Mahecha reconoce que con
posterioridad a la masacre hubo choques violentos, pero los huelguistas estaban mal
armados (S.S.A., Op. cit., p. 120).
61
El Tiempo. diciembre 7 de 1928, p. 12 y Cortés Vargas, Op. cit., p. 91.

163
Primeras representaciones de la masacre de las bananeras

A medida que va pasando el tiempo y la censura cede, o proliferan


las informaciones por vías no oficiales, se van conociendo las dimen-
siones de lo ocurrido en la madrugada del 6 en Ciénaga. Todavía el 12
de diciembre en entrevista Cortes Vargas banaliza lo ocurrido en los
términos arriba anotados, mientras dice tener la conciencia tranquila.

Los periódicos de Bogotá reproducen esa retórica aunque ya se fil-


tra la duda. El Tiempo recoge la petición del periódico conservador La
Nación, sobre una investigación a fondo de los hechos y sus responsa-
bles62. Finalmente, en una caricatura de Rendón del 18 de diciembre se
aduce a la masacre cuando pinta a Cortes Vargas dando reporte de 100
muertos tendidos detrás de él y Abadía Méndez con traje de cazador le
muestra 108 patos muertos por él en pasada faena63. Tiempo después,
con los testimonios de Castrillón y Mahecha, así como la denuncia de
Gaitán, se hablará con propiedad de la masacre64. Pero el número se
muertos seguía siendo impreciso para que la memoria se diluyera con
el paso de los años.

Si la prensa no percibió las dimensiones porque no tenía información


o porque compró la versión guerrerista de Rengifo, la correspondencia
diplomática sí filtraba otras versiones que suben los guarismos de los
muertos. El embajador Caffery en sucesivos telegramas va dando cuenta
de cifras dicientes. Recién ocurrida la masacre reportó aproximada-
mente 100 muertos65. El 14 de diciembre informó que posiblemente
los dados de baja excedían el centenar y los heridos eran 28366. Días

62
El Tiempo, diciembre13 de 1928, p. 1.
63
El Tiempo, diciembre 18 de 1928, p. 1.
64
Jorge Eliécer Gaitán hizo una poderosa denuncia contra el gobierno conservador de gran
sabor antiimperialista, que seguramente influyó en su caída al año siguiente. Baste recordar
su famosa conclusión: “…los obreros (…) eran colombianos y la compañía era americana
y dolorosamente lo sabemos que en este país el gobierno tiene para los colombianos la
metralla homicida y una temblorosa rodilla en tierra ante el oro americano” (Gaitán, Op.
cit., p. 115).
65
National Archives of Washington, 821.5045-33.
66
National Archives of Washington, 821.5045-43.

164
Mauricio Archila Neira

después envió el siguiente telegrama: “Tengo el honor (sic) de informar


que el asesor legal de la UFC aquí en Bogotá dijo ayer que el total de
huelguistas muertos por las autoridades militares colombianas (…)
estaban entre 500 y 600”67. Parece que las altas cifras de asesinados
no son solo fruto de la imaginación literaria de García Márquez. Para
fines de diciembre de 1928, El Espectador reproduce una entrevista con
un distinguido caballero del Departamento de Magdalena –léase, sin
tacha de comunista–, quien habló de más de 300 muertos, 50 de ellos
mujeres68. Agrega un dato que hace parte de la memoria de la masacre.
El prestante caballero indicó, apoyado en información de un chofer
municipal, que hubo al menos cinco “camionadas” de heridos y muertos
arrojados en fosas comunes y cuando éstas no dieron a basto los echaron
al mar69.

Vienen luego los testimonios directos de Mahecha y Castrillón70.


El primero hace el balance trágico con cifras precisas: 200 en la plaza
de Ciénaga número que se eleva con las acciones posteriores a “1.004
muertos, 3.068 heridos, más de 560 compañeros encarcelados y cen-
tenares de camaradas sentenciados a muchos años de cárcel”71. Por
su parte Castrillón escribe que la multitud de Ciénaga contra la que
se disparó era de por lo menos de 4.000 personas con un resultado de


67
National Archives of Washington, 821.5045-49.

68
En una entrevista Rengifo decía que en la zona bananera “no hay actualmente sino
mujeres”, indicando que los hombres estarían combatiendo. El Tiempo, diciembre 7 de
1928, p. 12.

69
El Espectador, diciembre 26 de 1928.

70
El PSR desde Bogotá en su informe del 15 de diciembre de 1928 a la IC hablará de que
fueron cerca de 100 los asesinados en Ciénaga la madrugada del 6 de diciembre, pero
los dirigentes del Partido parecen apoyarse en ese momento en la información de prensa
de la capital (citado en Meschkat y Rojas, Op. cit., p. 141). Un testigo directo, Nevárez en
una carta del 19 de febrero de 1929, dice que los muertos fueron cerca de un centenar,
muchos de ellos mujeres y niños (citado en Ibid., p. 184).

71
Testimonio en S.S.A., Op. cit., p. 121. Las altas cifras del total de muertos en la huelga que
da Mahecha responden a su cálculo sobre los caídos en los días posteriores a la masacre
de Ciénaga, que en varias narraciones fija en 200 (ver, por ejemplo, documento citado
en Meschkat y Rojas, Op. cit., p. 147).

165
Primeras representaciones de la masacre de las bananeras

“montones de cadáveres (que) rellenaban la ancha plazoleta”72. Muchos


fueron rematados en el mismo sitio73. Según este dirigente socialista,
una vez consumada la matanza, las tropas se dispersaron en pelotones
produciendo saqueos y nuevas muertes de quienes intentaban huir
para proteger sus vidas. Continúa diciendo que “es voz pública en
Ciénaga, que la mayoría de estos cadáveres fueron arrojados al mar
(…mientras) otros cayeron a las fosas comunes abiertas desde las 7 de
la noche”– ¿de qué día?–74. Y concluye el dramático recuento señalando
que “a nadie se identificó porque era preciso reducir la tragedia a sus
mínimas proporciones”75.

El intento de borrar cualquier vestigio para que la memoria se diluye-


ra –la “conspiración del silencio” en el decir de Posaba Carbó76– apareció
desde el primer momento y se reflejó en las confusas y minimizadoras
versiones de prensa que ya hemos señalado. Por su parte la memoria
popular estuvo marcada por lo que Mahecha confesaba pocos meses
después: “las escenas escalofriantes que se sucedieron en aquellos
memorables días y noches son inenarrables”77.

Conclusión
La superposición de la cuestión social y la nacional, realizada por
actores hegemónicos y subalternos, sobredimensionó la huelga haciendo
que variara su imagen inicial como conflicto laboral a una cuestión de

72
Castrillón, Op. cit., p. 114. Esa cifra es corroborada por el supuesto dirigente Becerra.
En: Meschkat y Rojas, Op. cit., p. 407. En cambio Piedrahita habla de 15.000 huelguistas
reunidos en la plaza de Ciénaga a los que se les iban a unir otros 10.000 que estaban
por llegar. En: Ibid., pp. 554-555.
73
La narración de Piedrahita no da cifras de los muertos pero cuenta que las ametralladoras
dispararon por al menos cinco minutos y agrega “ninguno sabía del otro. Solamente veía
caer a los compañeros tumbados por las ametralladoras”. En: Meschkat y Rojas, Op. cit., p.
556.
74
Castrillón, Op. cit., p. 115.
75
Ibid., p. 116.
76
Op. cit., pp. 16-19.
77
Citado en Meschkat y Rojas, Op. cit., p. 147.

166
Mauricio Archila Neira

orden público, o más propiamente un asunto de guerra, y como tal fue


resuelta por los agentes estatales con las trágicas consecuencias que se
conocen. Así lo captó El Tiempo: “el gobierno ha dado un carácter de
revuelta e insurrección a lo que venia siendo una huelga pacífica de
trabajadores y ha obrado en consecuencia adoptando medidas extre-
mas”78. Que el conflicto desbordó lo reivindicativo no ofrece dudas, y
que algunos dirigentes buscaron convertirlo en insurrección también
parece evidente79. Pero de ahí a que fuera en efecto un levantamiento
armado o una guerra de guerrillas, hay su distancia. La mayoría de los
huelguistas no estaban armados y adelantaron una especie de resistencia
civil con acciones directas y de confraternización con la tropa para des-
armarla. Ahí es cuando las autoridades militares de la zona y el ministro
Rengifo, acudiendo a la lógica de la razón de Estado, adujeron la pér-
dida de autoridad como justificación para disparar sobre una multitud
desarmada, que nunca creyó que esto podía ocurrir.

A todas luces, la masacre de gentes inermes congregadas en la madru-


gada del 6 de diciembre en Ciénaga fue un acto de lesa humanidad que
no debió quedar impune, como en efecto ocurrió, y no debió repetirse
pero así ha sucedido. Por eso conviene revivir su memoria –a pesar de
que fueron hechos “inenarrables”– para que esta historia no quede en el
olvido, como querían sus perpetradores y los defensores del orden de ayer
y de hoy. Tal vez ahora esta memoria no sea tan disidente y subalterna en
la historiografía nacional, pero está continuamente amenazada de des-
aparición. Y no solo ya tenemos muchos desaparecidos sino que borrar la
memoria de un pueblo es quitarle sus raíces; es matarlo culturalmente.


78
El Tiempo, diciembre 8 de 1928, p. 1.

79
En esto, como en todo lo relativo a la huelga y masacre, hay disputa de interpretación.
Así lo expresan dos destacados dirigentes del PSR que no estuvieron en la zona. Torres
Giraldo, luego de auto-criticarse de haber desconocido el carácter político de la huelga
en su momento, insiste que ella hacía parte de una huelga general en la Costa Atlántica
que se debería ampliar a toda la nación, pero que su apresurado lanzamiento impidió su
generalización. Citado en Meschkat y Rojas, Op. cit., p. 622. Por su parte Uribe Márquez,
quien supuestamente era el adalid de la línea insurreccional, dice que en las bananeras
“hubo cualquier cosa menos resistencia armada”. En: Ibid., p. 646.

167
Primeras representaciones de la masacre de las bananeras

BibliografÍa

Fuentes citadas
Archivo Ignacio Rengifo, recopilado por Rojas, José María, “La estrate-
gia insurreccional socialista y la estrategia de contención del conserva-
tismo doctrinario: la década de los años veinte”, copia mecanografiada,
Cali: Cidse/Banco de la República, 1989.

Castrillón, Alberto, 120 días bajo el terror militar, Bogotá: Tupac Amarú,
1974, original 1929.

Cortés Vargas, Carlos, Los sucesos de las bananeras, Bogotá: Editorial


Desarrollo, 1979, original de 1929.

Documentación de la Internacional Comunista sobre Colombia en Mes-


chkat, Klaus y Rojas, José María, Liquidando el pasado, Bogotá:
Fescol/Taurus, 2009.

Gaitán, Jorge Eliécer, 1928, la masacre de las bananeras, Bogotá: Ediciones


Comuneros, 1972, original de 1929.

Mahecha, Raúl Eduardo, Intervenciones en la Primera Conferencia


Comunista Latinoamericana editado por Secretariado Suramericano
de la Internacional Comunista, El movimiento revolucionario latino-
americano, Buenos Aires: Revista La Correspondencia Suramericana,
1929.

Reportes diplomáticos norteamericanos radicados en el Archivo Nacional


de Washington.

Periódicos The New York Times, El Espectador y El Tiempo, 1928.

Bibliografía adicional

Archila, Mauricio, Cultura e identidad obrera: Colombia 1910-1945,


Bogotá: Cinep, 1991.

168
Mauricio Archila Neira

LeGrand, Catherine, “Living in Macondo: Economy and Culture in a


United Fruit Company Banana Enclave in Colombia”, En: Joseph,
Gilbert, LeGrand, Catherine y Salvatore, Ricardo, Editores, Close
Encounters of Empire, Durham: Duke University Press, 1998.

Posada Carbó, Eduardo, “La novela como historia, Cien años de soledad
y las bananeras”, En: Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol. XXXV, No.
48, 1998, pp. 3-19.

White, Judith, La United Fruit Co. en Colombia: Historia de una Ignominia,


Bogotá: Editorial Presencia, 1978.

169
Masacre de las
bananeras en la
literatura nacional
Recuerdo y escritura.
A propósito de la masacre de las
bananeras en García Márquez
Mario Bernardo Figueroa Muñoz*

¿C
uántos muertos fueron? La pregunta vuelve, retorna,
y el ejercicio en el que hoy nos encontramos participa
de la misma. Fue la que también quedó inscrita de
diversas maneras en 1924, tan sólo cuatro años antes de la masacre de
las bananeras, cuando apareció la primera edición de La vorágine de
José Eustasio Rivera. En el polo opuesto de la geografía colombiana,
que no acababa de trazar claramente sus fronteras, se desarrollaba
otro conflicto, o tal vez, en el fondo el mismo, a pesar de sus múltiples
diferencias. El objeto en cuestión no era allí el banano, sino el caucho,
materia prima fundamental para la pujante industria del automóvil
que revolucionaba al mundo con la producción en serie, la rebaja de
costos y el aumento inusitado de la demanda. El gobierno colombiano
se hacía el ciego y el sordo ante las atrocidades que se cometían en dos
de sus fronteras: la oriental con Venezuela, y la sur con Brasil y Perú.
En la primera, Juan Vicente Gómez, el dictador venezolano, en alianza
con el sanguinario Tomás Funes, lograba “extender la potestad de facto


*
Profesor Asociado. Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura, Universidad Nacional
de Colombia.
Recuerdo y escritura...

del Estado venezolano sobre los amplios territorios que habían quedado
del lado colombiano”1. El caudillismo de este último estaba edificado
sobre la manera criminal como mantenía el control de la explotación del
caucho, el contrabando de indígenas y el asesinato de sus competidores.
Dominaba el alto Orinoco y extensas zonas de los llanos colombianos.
Juan Vicente Gómez, se escudaba en el supuesto talante rebelde de
Funes para hacer pasar sus fechorías como actos por fuera de la órbita
de su gobierno que supuestamente no tenía manera de controlar.

Ramiro Estévanes, alter ego del héroe de La vorágine, por quien


nos enteramos de estos hechos, como quien paga las consecuencias de
haber visto lo imposible, quedó prácticamente ciego al haber participado
como testigo de la masacre que Funes protagonizó en San Fernando de
Atabapo, poblado venezolano en la frontera con Colombia. El pueblo
fue sometido a una carnicería; algunos fueron enterrados vivos, los cadá-
veres de otros, arrojados al río: “¡Bótenlos al río! No me los dejen en este
patio, que no tardan en ponerse hediondos”2, clamaba una vejezuela;
“Funes no es un hombre, es un sistema”, le explicaba Ramiro Estévanes
a Arturo Cova cuando le narraba estos sucesos.

Samuel Darío Maldonado, uno de los precursores de la antropología


en Venezuela, quien se desempeñó como gobernador del Territorio
Federal Amazonas en 1911, publicó un libro y varios informes, los cuales,
según lo señala Carlos Páramo, muy probablemente fueron algunas de
las fuentes de las que se sirvió José Eustasio Rivera para la escritura de
su novela3. Allí Maldonado dejó consignada ampliamente la situación
de explotación extrema de estas caucherías, los vejámenes y atropellos
a que eran sometidos los colonos e indígenas:


1
Marco Palacios y Frank Safford, Colombia. País fragmentado sociedad dividida. Su historia,
Bogotá: Grupo Editorial Norma, 2002, p. 514.

2
José Eustasio Rivera, La vorágine, Bogotá: Editorial La Oveja Negra, 1984, p. 248.

3
Carlos Páramo, “El camino hacia La vorágine: Dos antropólogos tempranos y su inciden-
cia en la obra de José Eustasio Rivera”, En: Cuadernos de los seminarios. Ensayos de la
Maestría en Antropología 1, Bogotá: Departamento de Antropología, Universidad Nacional
de Colombia, 2006, p. 35.

174
Mario Bernardo Figueroa Muñoz

“En los arreglos de cuenta, yo mismo he mandado que me traigan los


Libros Mayores para ver sus asientos, y he encontrado partidas que
son infracción a los más triviales deberes de consciencia, cuando no
una vergüenza, un escándalo, por no decir otra cosa. Tanto así que
yo mismo he puesto los precios corrientes suprimiendo todo exceso
y sin miramientos de ninguna clase. Por un hábito inveterado, los
dueños del personal explotan no la goma sino al indio, los precios
de los artículos que les suministran tienen un recargo de 300% o les
obligan a tomar otros que no han menester”4.

En otro extremo, no ya en la frontera oriental de Colombia, sino


en la sur, en las regiones de Putumayo y de Caquetá, a pesar de que el
caucho era de menor calidad que el brasilero y se dificultaba su trans-
porte, la mano de obra indígena resultaba prácticamente gratuita, lo
que constituía un particular atractivo para la explotación en estas zonas,
en las que se realizaron masacres de las que también La vorágine dejó
testimonio. El abandono estatal permitió que el empresario y político
peruano, Julio César Arana, asentara sus dominios caucheros en Colom-
bia y pusiera en cuestión la soberanía colombiana sobre estas regiones.
Los horrores de las formas de explotación reinantes en las caucherías y
el genocidio de indígenas witoto del Putumayo fueron de tal magnitud
que, a pesar del aislamiento, las denuncias llegaron hasta el gobierno
británico que ordenó investigar los hechos ya que la compañía de Arana
estaba registrada en Londres, con la participación de capitales de ese
país. La investigación generó incluso que el Papa Pío X condenara a
la Casa Arana, a pesar de lo cual el sistema implantado, basado según
Palacios y Safford en “una combinación de esclavitud, peonaje por deu-
das y explotación sexual de las mujeres” además del exterminio de los
indígenas, se entronizó en la zona y aumentó el poderío de la empresa
cauchera hasta poner en duda la legitimidad de la pertenencia de estas
selvas a la República de Colombia, factor que fue determinante en el
conflicto con el Perú.


4
Samuel Darío Maldonado, Ensayos, Caracas: Ministerio de Educación, 1970, p. 229. Citado
en Carlos Páramo, Op. cit., p. 42.

175
Recuerdo y escritura...

El ocaso de este imperio y de sus formas de explotación no obede-


ció a la intervención del gobierno ni a la instauración de una legalidad
siempre ausente, sino a la alta producción de las plantaciones de Malasia
y Ceilán y, finalmente, al invento de los sintéticos y su empleo en la
fabricación de neumáticos.

Parte importante del mérito de La vorágine es el de haber logrado


narrar lo inenarrable de todas estas atrocidades, en las que explotación
y muerte son el elemento fundamental de esa otredad absoluta, forma
bajo la cual se nos presenta allí la selva, como espacio radicalmente
ajeno a la cultura y a la ley, pero siempre es saludable recordar que en
el corazón del relato novelado de esta obra yace una verdad histórica
que a veces perdemos de vista, atribuyéndoselo únicamente a la fantasía
del autor.

Recuerdo pantalla

Si para hablar en este encuentro conmemorativo de la masacre de


las bananeras he comenzado por La vorágine, es porque considero que
el episodio de las bananeras puede cumplir en nuestra historia un papel
similar a lo que en psicoanálisis conocemos desde Freud con el nombre
de “recuerdo encubridor” o “recuerdo pantalla”. Se trata de recuerdos
dotados de una fuerza tal, que hacen que a pesar de que a veces parezcan
anodinos, se mantengan en la memoria con una inusitada constancia.
Como su nombre lo indica, ellos encubren, pero a la vez y esto es muy
importante, expresan elementos reprimidos, reales o fantaseados, de los
cuales, por razones del conflicto psíquico o de la división subjetiva, la
conciencia rehúsa saber nada. Su contenido manifiesto puede mantener
una relación directa y del mismo sentido con el material reprimido o ser
contrario a este5. El símil que Lacan utiliza para ilustrarlos es el de la
detención de una película, la fijación de la cinta en un solo fotograma
que queda detenido en la memoria y retorna con frecuencia sin que su


5
Sigmund Freud, “Sobre los recuerdos encubridores” (1899), En: Obras completas, Vol.
III, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1981, p. 313.

176
Mario Bernardo Figueroa Muñoz

contenido se nos revele de manera inequívoca. Pero lo importante para


nuestro caso es que este psicoanalista anota que estos recuerdos son
sostenidos por un elemento simbólico: la historia. Los componentes
previos a la imagen de la película que ha quedado congelada, la historia
que le antecedía y la que continuaría tras el, son aparentemente eli-
minados, pero sin embargo, retornan condensados tras el material del
recuerdo encubridor, por la vía de los reprimidos hilos de la historia.
Como dice Lacan:

“El recuerdo pantalla está vinculado con la historia a través de toda


la cadena [simbólica], es una detención de dicha cadena, y por eso
es metonímico, porque la historia, por naturaleza, prosigue. Dete-
niéndose ahí, la cadena indica su continuación, en adelante velada,
su continuación ausente, a saber, la represión, que es lo que está en
juego, como dice claramente Freud”6.

Entonces, si de represión se trata en el recuerdo pantalla, “masacre


de las bananeras” opera como un velo que oculta pero a la vez deja
entrever, aquello reprimido que retorna. La expresión “retorno de lo
reprimido” es de Freud7, quien la utilizó en varios lugares de su obra,
pero fue también el título de una reciente columna de opinión del
historiador Jorge Orlando Melo, el 30 de octubre de 2008. En este
escrito, ante la huelga de los cañeros, las protestas de los indígenas
del Cauca y el tratamiento que el gobierno del presidente Uribe
les estaba dando a los dos conflictos, Melo señala el retorno en el
presente de lo reprimido en el conflicto de las bananeras de 1928,
cuando,

“los trabajadores bananeros hicieron huelga para pedir que la United


Fruit mejorara sus condiciones laborales. Pero según la empresa, ellos


6
Jacques Lacan, El seminario de Jacques Lacan, Libro 4, La relación de objeto 1956-1957,
Barcelona: Ediciones Paidós, 1994, p. 159.

7
Sigmund Freud, “El delirio y los sueños en la ‘Gradiva’ de W. Jensen” (1907), En: Obras
completas, Vol. IX, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1981.

177
Recuerdo y escritura...

no tenían trabajadores. Como no tenían trabajadores, no podían


tener huelgas, ni podían discutir con nadie: que hablaran con los
intermediarios, que les servían para contratar sin cumplir las leyes
laborales del país”8.

Al leer estas líneas del historiador uno percibe la veta de realismo


que habita en Cien años de soledad; veamos cómo nos lo narra, no ya el
académico, sino el novelista:

“Fue allí donde los ilusionistas del derecho demostraron que las
reclamaciones carecían de toda validez, simplemente porque la com-
pañía bananera no tenía, ni había tenido nunca ni tendría jamás
trabajadores a su servicio, sino que los reclutaba ocasionalmente y con
carácter temporal. De modo que se desbarató la patraña del jamón
de Virginia, las píldoras milagrosas y los excusados pascuales, y se
estableció por fallo de tribunal y se proclamó en bandos solemnes la
inexistencia de los trabajadores”9.

El retorno de lo reprimido

Más allá de señalar el acuerdo entre estas dos versiones, lo que


quiero subrayar es el hecho del retorno de lo reprimido planteado por
Melo. Obviamente, lo que se reprimió no fue solo la existencia de los
trabajadores, caucheros antes, bananeros entonces, corteros de caña hoy,
sino algo más radical, el horror de la masacre de 1928, algo verdadera-


8
José Orlando Melo, El Tiempo, Bogotá, octubre 30 de 2008, pp. 1-21.

9
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, Bogotá: Editorial Oveja Negra, Biblioteca
de Literatura Colombiana, 2ª ed., 1984, pp. 237-238. De la inexistencia de los trabaja-
dores, proclamada por la compañía bananera y por las autoridades, que consideraban
que la mayoría eran, no trabajadores sino contratistas, así como del hecho de que se les
pagara con vales sólo redimibles en los comisariatos de la compañía, a los precios que
ella fijaba, dejó registro el General Carlos Cortés Vargas, quien justificaba estos hechos
basado en que esto “estaba sometido a la ley de oferta y demanda” y que modificar esta
práctica era oponerse a la libertad de empresa: Carlos Cortés Vargas, Los sucesos de las
bananeras, Bogotá: Editorial Desarrollo, 1979, pp. 51-53.

178
Mario Bernardo Figueroa Muñoz

mente imposible de narrar. Las cifras más modestas, que obviamente


son las del general Cortés Vargas, militar a cargo y nombrado entonces
Jefe Civil y Militar de la Provincia de Santa Marta, quien ordenó abrir
fuego, suman doce muertos a causa directa de los disparos del Ejército
en la plaza de la estación del ferrocarril de Ciénaga, la madrugada del
6 de diciembre de 192810. Una cantidad tal de muertos bastaría para
llamar a esto, masacre, pero para que notemos la fuerza y actualidad que
aún tiene la represión, señalemos un caso ejemplar: el del historiador
Posada Carbó, quien aunque habla de 47 muertos, aún así relativiza el
uso de la palabra masacre, sin vacilar incluso en calificar de muestra de
“ingenuidad” la manera como en su libro el mismo general Cortés Vargas
relató los momentos en que dio la orden. Según este investigador, la
ingenuidad radica en que “describió tal decisión, despiadadamente”11.
Como vemos, el velo de la represión aún mantiene toda su fuerza,
incluso entre algunos historiadores.

Por otro lado, a propósito de lo imposible de narrar, sobre lo cual


recae la represión, conviene señalar que muy tempranamente Freud
concibió el trauma como “aquello que deja al sujeto sin respuesta, mudo.
De tal manera que, el acontecimiento, o el fantasma, es traumático en
la medida en que no evoca sino un hueco, un agujero en el significan-
te que […] mortifica al sujeto”12; y el recuerdo pantalla es uno de los
recursos mediante los cuales se intenta tapar ese agujero, “esa hiancia
de lo innombrable”13.


10
Ibid., pp. 91-92.

11
“La forma como Cortés Vargas describió tal decisión, despiadadamente, parece indicar, en
efecto, cierta ingenuidad. No tuvo reparo alguno frente al curso de la acción: en la noche
del 5 de diciembre recibió las noticias del decreto que le confería poderes de estado de
sitio; preparó a las tropas para enfrentar la multitud; a la 1:30 de la madrugada, después
del golpe de tambores, uno de sus subalternos les dio cinco minutos a los huelguistas
para que abandonaran la plaza; entonces dio la orden: ‘Fuego’”. Eduardo Posada Carbó,
“La novela como historia: Cien años de soledad y las bananeras”, En: Boletín Cultural y
bibliográfico, Vol. XXXV, No. 48, Bogotá: Biblioteca Luis Ángel Arango, 1998, p. 12.

12
André Serge, ¿Qué quiere una mujer?, México: Siglo XXI Editores, 2002, p. 66.

13
Ibid., p. 67.

179
Recuerdo y escritura...

Si bien el material que imaginariamente se pone ante nuestros ojos


en los recuerdos pantalla es constituido en alguna medida por la fantasía,
ellos contienen un material real que es su secreto soporte. Podríamos
objetar que si de recuerdo pantalla se trata en la masacre de las bana-
neras, en él parece no existir nada del orden de la fantasía, sino que al
contrario, todo allí es bien evidente y, al mismo tiempo, muy real. Sin
embargo conviene que nos preguntemos si este episodio que tiene ya
un importante lugar no sólo en el imaginario de los colombianos, sino
en su historia, no debe en gran medida este sitio a un producto que se
construyó, al menos en parte, con el recurso de la fantasía: la novela. Es
seguro que a pesar de los esfuerzos de los historiadores, sin el concurso
de la literatura y en particular de Cien años de soledad, los colombianos
comunes y corrientes no tendríamos registrado este episodio que sería
solo una pieza de los estudiosos. Es decir que lo innombrable inherente
a la masacre de las bananeras, el agujero sin representación que ella
implicó en la vida y la historia de los sujetos que la padecieron y del país,
fue cubierto, pero a la vez hecho presente por la producción literaria.

Por otro lado, el hecho de que hoy continuemos trabajando en torno


a las bananeras, muestra que en el recuerdo de este episodio y en las
circunstancias y procesos históricos que lo determinaron, falta mucho
por dilucidar, que en cierta forma él es una pantalla que aun oculta y
muestra muchos elementos a descifrar, que no terminamos de bordear
el agujero de lo inenarrable que implicó.

En este orden de ideas, no es gratuito que dos de las más grandes


novelas de la literatura colombiana giren en torno a masacres y episodios
centrados en hechos y procesos de explotación apoyados en el despo-
jo, en los dos sentidos de este término. De alguna manera es como si
“masacre de las bananeras” operara como una producción que contiene
una sinrazón y condensa las masacres anteriores y las posteriores, como
si la historia, tal como ocurre con los recuerdos encubridores según lo
plantea Lacan, se congelara en ella, detención en sentido regresivo y
prospectivo, que recubre no sólo el horror sin inscripción que allí se vivió,
sino el de las masacres anteriores y el de las actuales, que merecerían

180
Mario Bernardo Figueroa Muñoz

ser nombradas como las de El Aro, Bojayá, La Mejor Esquina, Ituango,


Trujillo, La Rochela, El Salado, Apartadó, El Bagre, Mapiripán y Pueblo
Bello, por mencionar solo algunas.

Si he señalado que buena parte de la función de recuerdo pantalla


que encuentro en “masacre de las bananeras” se lo debemos a la litera-
tura, lo cual dicho sea de paso, no elimina sino que más bien acentúa
su contenido real, es claro entonces que este recuerdo no tuvo desde el
principio el carácter de pantalla y debemos diferenciar varios niveles.

Sin inscripción

Si nos centramos sólo en la obra Cien años de soledad, no podemos


decir que la masacre fue olvidada por los habitantes de Macondo, sino
más bien que de ella no hubo inscripción alguna; solo se olvida algo que
ya es o ha sido objeto de la memoria, pero para los habitantes de este
mítico pueblo se trató de algo muy distinto, más radical. Estrictamente
para ellos el hecho no fue registrado, no se trataba de que una vez insta-
lado su recuerdo, este se hubiera ido perdiendo con el paso de los años,
fruto de la represión de que fue objeto. Si tenemos en cuenta, tal como
lo demuestra el psicoanálisis, que olvido y memoria no se oponen sino
que mantienen complejas relaciones, al punto de que algunas formas de
olvido son a la vez mecanismos de memoria, y viceversa, en Macondo se
dio un proceso muy distinto; allí estrictamente no se olvidó algo, sino
que ese algo nunca se registró.

Recordemos entonces: el día siguiente a la masacre Macondo vivía


un amanecer común y corriente, los mismos toldos de comidas en la
plaza en la que la noche anterior la muerte se había dado su festín, los
mismos vendedores, las mismas cocineras atareadas en el pueblo y las
veredas, preparando los desayunos y afirmando al paso de José Arcadio
Segundo Buendía, que como alucinado visionario no podía admitir lo
que le repetían una y otra vez: que allí no había pasado nada, que en el
pueblo no se había dado muerte a nadie. Ninguno notó nada, ninguno
se enteró de nada, ninguno pudo asumir de alguna forma lo que vivió

181
Recuerdo y escritura...

esa noche; la rutina del pueblo nunca fue alterada. A esta falta absoluta
de inscripción, de huella mnémica, el psicoanálisis la llama forclusión,
y la distingue de la represión, que siempre implica una representación
que se graba y por lo tanto, algún grado de memoria. En la forclusión,
aquello de lo que se trata es innombrable, inasimilable, imposible de
ser representado, tal como, según lo presenta la novela, ocurrió con los
habitantes de Macondo. Ante la forclusión colectiva, generadora de la
locura del pueblo (pues la forclusión es causa de psicosis) ésta, la locura,
vivida pero negada por el pueblo, quedaba toda del lado de José Arca-
dio Segundo, único dotado de memoria para este hecho, entonces…
supuestamente el loco era él y como tal fue marginado.

Este miembro de la familia Buendía se había enganchado como


capataz de la compañía bananera y rápidamente se convirtió en uno de
los líderes de la huelga. Luego de la masacre despertó herido en el vagón
del tren más largo que hubiera visto jamás, cargado de cadáveres apilados
cuidadosamente con la misma disposición de los racimos de banano
que tradicionalmente trasportaba. Testigo único, al ser el único que
registró el hecho y sin poder encontrar a quien trasmitirlo, pues todos
rechazaban drásticamente el tema, queda muerto en vida encerrado en
el cuarto de Melquíades, atravesado de por vida por la pregunta por el
número de víctimas y dedicado a la tarea de descifrar los manuscritos
que dejó el gitano en los cuales se cifró el destino de la familia.

Muy pronto encuentra a alguien que comparte su clausura en ese


cuarto, a él legará sus únicas dos pasiones, ambas de desciframiento.
Se trata de un niñito, Aureliano, el último descendiente de la estirpe
Buendía, hijo de Meme y Mauricio Babilonia, el del séquito de maripo-
sas amarillas, mecánico en los talleres de la compañía bananera. Meme
había logrado traspasar el cerco electrificado que rodeaba las casas de los
empresarios norteamericanos que a Úrsula se le antojaba un inmenso
gallinero. Gracias a la hospitalidad de su padre, Aureliano Segundo, con
Mr. Brown, ella había sido invitada a tocar el clavicordio y a participar
en las fiestas de los norteamericanos: muy pronto se desenvolvía en
inglés y llegó a tener un pretendiente pelirrojo, hasta que se topó con

182
Mario Bernardo Figueroa Muñoz

el mecánico del que quedó prendada. Al enterarse de estos amoríos,


Fernanda, la madre, la encierra en un convento de clausura en Bogotá
y la da por muerta. A los nueve meses unas monjas le traen un bebé a
quien ya han bautizado Aureliano. Fernanda decide ahogar al bastardo
en la alberca, pero finalmente desiste, para aislarlo completamente en el
cuarto de Melquíades, ocultando su existencia al resto de la familia. De
no ser porque compartía el encierro con José Arcadio Segundo, hubiera
crecido como un niño completamente salvaje. Este le enseña a leer y le
trasmite su pasión por los desciframientos; muere con la cabeza sobre
los manuscritos cuando ha logrado aislar las letras que los componen.
Sólo al final de la historia, en el instante anterior a quedar sepultado
por la fuerza del huracán, se le revelará a Aureliano el sentido de estos;
pero antes, su tío había logrado establecer la cifra exacta del número
de muertos: 3.40814.

Cuando ya adolescente Aureliano logra salir esporádicamente de su


encierro y recorre el pueblo, intenta relatar la historia de la huelga y la
masacre, pero como años atrás le ocurrió a su tío, nadie da crédito a sus
palabras, el pueblo ha borrado hasta la existencia misma de la familia
Buendía, la del fundador del pueblo y la del general Aureliano que
peleó tantas guerras. Incluso la existencia de una compañía bananera
fue puesta en cuestión.

Es importante subrayar que se enlazan así una serie de rechazos


que están estructuralmente relacionados: el de Aureliano como sujeto,
sin nombre, sin origen; el de la familia, el de los trabajadores con su
protesta y el de la compañía bananera. Ya desde la primera novela de
García Márquez, La hojarasca (término con el cual la abuela del autor
denominó despectivamente a la compañía bananera15), se aprecia cla-
ramente la articulación de esta múltiple falta de inscripción. Allí no
queda marca alguna; hasta la última, la de la sepultura, es negada. Todo


14
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, Op. cit., p. 264.

15
Gabriel García Márquez, Vivir para contarla, Bogotá: Grupo Editorial Norma, 2002, p.
438.

183
Recuerdo y escritura...

es devorado por la hojarasca que es al tiempo el banano y su desecho,


la compañía, la muchedumbre que venía tras ella e invadió el pueblo, y
el cadáver de un doctor al que le niegan radicalmente el derecho a una
tumba y al cual están encadenados los duelos de todos los personajes
de la obra. En el texto se ve claramente que la hojarasca se traga a la
hojarasca, la hojarasca es el sujeto y el objeto; es al tiempo del huracán
que es la compañía bananera y su tesoro el banano; a la vez hojarasca
son también los habitantes del pueblo que quedan como el despojo de la
explotación:

“Pero creo incluso que esta última manifestación de rebeldía es


superior a las posibilidades de este exprimido, estragado grupo de
hombres […] Habría bastado con salir a los campos estragados por la
compañía bananera; limpiarlos de maleza y comenzar por el principio.
Pero a la hojarasca la habían enseñado a ser impaciente; a no creer en
el pasado ni en el futuro. Le habían enseñado a creer en el momento
actual y a saciar en él la voracidad de sus apetitos. Poco tiempo se
necesitó para que nos diéramos cuenta de que la hojarasca se había
ido y de que sin ella era imposible la reconstrucción. Todo lo había
traído la hojarasca y todo se lo había llevado. Después de ella sólo
quedaba un domingo en los escombros de un pueblo […]”16.

Que entre los conflictos subjetivos y los históricos de la sociedad


macondiana hay una intensa articulación, es algo que se aprecia en todo
el recorrido de Cien años de soledad.

El olvido y la escritura

No podemos olvidar que antes de la llamada “peste del banano”,


el pueblo fue azotado por otra: la del olvido o del insomnio; entre las
dos hay una sólida conexión. Al final, la que quedará sepultada por la
forclusión más radical, será la del banano, junto con el olvido de la saga


16
Gabriel García Márquez, La hojarasca, Bogotá: Editorial Norma, 2000, p. 145.

184
Mario Bernardo Figueroa Muñoz

de los Buendía, borrados de la faz de la tierra. Es importante anotar que


las dos pestes tienen similares orígenes. La inicial, la del olvido, afectó
en primer lugar a los indígenas que acompañaban como sirvientes a
la familia. Habían salido de su pueblo huyendo de este mal y por eso
fueron los primeros en identificarlo cuando llegó a Macondo; fueron
los primeros en soportar como etnia, la ausencia de memoria. Pero al
mismo tiempo, las circunstancias familiares que rodearon este contagio
son significativas: había nacido el primer hijo bastardo, sobre el primero
que recayó la censura de su origen. Producto de la unión de José Arca-
dio, el hijo, y Pilar Ternera, Úrsula lo rechazó cuando se lo llevaron a las
dos semanas de nacido. Su marido en cambio lo acogió y ella terminó
aceptándolo en la casa, “pero impuso la condición de que se ocultara
al niño su verdadera identidad”17. Este muchacho nunca supo que esa
mujer por la que sentía una fuerte atracción, y a quien acosaba, Pilar
Ternera, era su madre18.

Si como lo señala el texto, los hechos que rodearon el desenvolvi-


miento de la huelga que concluyó en la masacre, estuvieron marcados
por el encierro de Meme, su muerte en vida y la llegada del bebé Aure-
liano al que, como decíamos, su abuela Fernanda impone la censura
sobre su origen y el aislamiento, esto no fue más que la repetición de
una circunstancia similar vivida años atrás con la llegada de la primera
peste. En ambas, el alumbramiento de un hijo ilegítimo se relaciona
con la conflictiva situación social y política. El rechazo de la inscripción
del hijo está articulado a la ausencia de reconocimiento de las luchas,
las del general Aureliano Buendía entonces y las de los trabajadores de
las bananeras luego. La firma del tratado que puso fin a la guerra y que
hubiera podido servir como inscripción de la primera, es desatendida,


17
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, Op. cit., p. 37.

18
Es claro que el problema de la ilegitimidad contiene en últimas el del incesto y que lo que
retorna en estas pestes es también el problema de la trasgresión de la Ley fundamental,
la de la prohibición del incesto y del asesinato. Estas dos están en el origen de la funda-
ción de Macondo y les retornan continuamente, con múltiples y nefastas consecuencias,
hasta el desenlace final. El problema de la explotación del banano está ligado a esa serie
de trasgresiones, a la inoperancia de la ley y a la falta de inscripción.

185
Recuerdo y escritura...

sus acuerdos incumplidos, hecho que en varias ocasiones generó el


repetido intento del desesperanzado general por volver a la lucha. La
segunda peste fue simplemente el retorno de lo reprimido e incumplido
en la primera. Así, al final de sus días, vemos al general afirmando que
habría que revelarse ahora contra el invasor extranjero.

Los intentos de José Arcadio Segundo y del último de los Aurelianos


por inscribir el horror de la masacre y descifrar los manuscritos que
contenían la historia y el destino de la familia, resultan infructuosos.
Sabemos que en el instante en que Aureliano descubre el sentido del
texto queda convertido en desecho, en hojarasca, por el huracán que
arrasa al pueblo. Es decir que al interior de la novela estos hechos no
logran pasar a la memoria, de ellos no queda ni el recuerdo. Si lograron
convertirse en un recuerdo encubridor, fue fuera de la novela, en los
colombianos; en primera instancia, gracias al escritor y en segundo tér-
mino, a nosotros los lectores. Si para los personajes de Macondo de esto
no hubo huella, gracias a la novela, esa masacre figura como recuerdo
pantalla para muchos colombianos. Uno de los méritos de García Már-
quez es el de haber retomado la posta en la fallida carrera de estos dos
personajes, de haberse asumido como testigo por la vía de sus novelas
e inscribir así este fragmento de la historia de nuestro país.

Escrituras censuradas

Que este relevo haya sido asumido mediante la escritura no carece


de conexión con la obra misma. De nuevo, como en esas muñecas rusas,
las matrioskas, una historia contiene otra historia, la escritura de las
novelas de García Márquez contiene otras escrituras.

En otro trabajo19 mostré cómo Arturo Cova en La vorágine y Maqroll


El Gaviero en La nieve del Almirante, escribieron sendos diarios, que


19
Mario Figueroa, “Carta al Coronel que no tiene quién le escriba. Entre el diario y las
cuentas del otro”, En: Desde el Jardín de Freud, No. 1, Bogotá: Universidad Nacional de
Colombia, 2001.

186
Mario Bernardo Figueroa Muñoz

al ser hallados y publicados constituyeron las respectivas novelas. El


recurso literario del diario ha sido bastante socorrido en la historia
de la literatura pero lo interesante aquí es que hay una inquietante
coincidencia en el papel sobre el cual estos héroes escriben los suyos.
En ambos casos se trata de papeles de contabilidad, formas contables:
un talonario de facturas en el caso de Maqroll y los libros de diario y
de mayor de una cauchería en el de Arturo Cova. Señalaba entonces
que estos personajes escribieron sus frases en el lugar de las cifras, y las
cifras que en estos formatos de contabilidad se anotaban, eran las de
las vidas de los hombres y mujeres explotados, comprados, vendidos o
contrabandeados por sus amos20. Un análisis detenido muestra que la
cuenta de la que se trata es la del número de muertos, que el tesoro
o el bien al que allí se le lleva la cuenta no es, como podría creerse, el
caucho, la madera, el banano, o el oro21, sino los cadáveres, que son el
último tesoro.

Con sus diarios, estos personajes sacan a relucir estas cuentas e ins-
criben las vidas de los sacrificados en estas explotaciones. Se sobreponen
así, con este ejercicio de memoria, a la censura que sobre la escritura
y sobre la adecuada sepultura mantienen los amos. A falta de ritos
funerarios, que brillan por su ausencia en los dramas de estas novelas,
la escritura viene a suplir, fragmentariamente, la negación de las exe-
quias. En ellas ningún cadáver encuentra una buena tumba, cuando lo
hay, pues por regla general son desaparecidos, arrojados al mar como
el banano de sobra, en Cien Años de soledad; ocultos en una mina en
Amirbar; lanzados a la selva desde un avión, en La nieve del Almirante,
o a los ríos, en La vorágine; enterrados en el traspatio de la alcaldía, en


20
La cita de Samuel Darío Maldonado que transcribí al comienzo de este trabajo señala
claramente que esta era la situación que se registraba en las caucherías.

21
En La nieve del Almirante de Álvaro Mutis, se trafican indígenas y madera, en Amirbar, con
oro, pero según dice la novela, el verdadero tesoro lo constituyó una pila de cadáveres,
restos de una masacre apilados en una vieja mina de oro. Álvaro Mutis, Amirbar, Bogotá:
Grupo Editorial Norma, 1990, p. 55.

187
Recuerdo y escritura...

La mala hora22. En todas estas novelas la escritura viene a cumplir una


labor fundamental para realizar el duelo; restituye la memoria, honra
a los muertos, permite nombrar estas pérdidas, darles algún sentido,
determinar la causa, inscribirlas en la cultura y en la historia.

Las primeras novelas de García Márquez, hasta Cien años de soledad,


son también escrituras que contienen otras escrituras en su interior,
que nos hablan de escrituras censuradas; escriben el recorrido de esas
escrituras. Detengámonos un momento en la primera, La hojarasca, en
la que ya la hoja está presente en el nombre, pero en ella aparecen otras
referencias: paquetes de diarios en francés, nunca abiertos, arrumados
por ese extraño personaje, doctor sin nombre, sin nacionalidad, sin
amigos y sin tumba, quien llega al pueblo “con una carta de recomen-
dación que nadie supo nunca de dónde vino”23, con su talonario de
formularios sin usar durante 25 años y al que se le niega hasta el último
documento, el certificado de defunción24 y la postrera inscripción, la
de la lápida. Todos estos son ejemplos de escrituras obstruidas, o sin
destinatario, sin lector.

El asunto prosigue en El coronel no tiene quien le escriba, cuyo título


no podría ser más elocuente para señalar lo que venimos indicando. No
se trata solamente de este veterano en duelo por su hijo, que espera
interminablemente la carta que le traería la notificación de su pensión,
o ver al fin escrito su nombre en otro diario, el Diario Oficial esta vez25,
o que se queja porque los periódicos sólo cuentan mentiras y habría
que leer la prensa de otros países para enterarse de lo que realmente
está pasando en éste, sino que más allá de esto, su hijo fue asesinado en
la gallera por tratar de hacer circular escritos censurados, propaganda
clandestina.

22
Gabriel García Márquez, La mala hora, Bogotá: Grupo Editorial Norma, 1975, p. 195.
23
Gabriel García Márquez, La hojarasca, Op. cit., p. 26.
24
Ibid., p. 31.
25
Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba, Bogotá: Editorial Oveja Negra,
1994, p. 27.

188
Mario Bernardo Figueroa Muñoz

En La mala hora asistimos a un fenómeno que por estos días recorre


diferentes regiones y ciudades de Colombia: de nuevo como en una
especie de nefasto retorno de lo reprimido, vuelven los pasquines, a los
que los medios de comunicación y las autoridades llaman ahora “panfle-
tos”26. Hoy, como en la novela, las autoridades le restan importancia al
hecho. El Alcalde de la novela, un Capitán que había logrado pacificar
el pueblo, se siente orgulloso de la calma chicha que ha impuesto y de
la tranquilidad que reinaba ahora en todo el país. Ahora a los muertos se
les practicaban autopsias, ahora se hacían levantamientos legales de los
cadáveres, ahora no se perseguía al registrador cuando llegaba al pueblo
para las elecciones, todo había cambiado. El padre Ángel estaba orgu-
lloso de haber logrado eliminar casi por completo los concubinatos del
municipio, de haber cumplido su propósito de moralizar a la comunidad
y sólo se preocupaba por establecer una férrea censura sobre las películas
que se proyectaban. Pero recordemos que a espaldas de la indolencia de
las autoridades, el pueblo es desarticulado y que hasta varios asesinatos
se cometen por estos papeles que aparecen pegados en las puertas. Poco
a poco nos vamos enterando de que ni siquiera es lo que está escrito en
estas hojas, su contenido, lo que causa el desconcierto, pues no hacen
sino contar lo que desde hace tiempo es del dominio público. Al final ya
no hay en ellos textos, sino una serie de garabatos ilegibles, de extraños
trazos que generan el mismo terror27, pero que en su movimiento van
desentrañando de manera paralela, otros escritos que se mantenían
reprimidos, que con su aparición señalan que la supuesta paz había sido
impuesta de manera forzada y artificial, que el malestar transitaba por
el subsuelo. Surgen así las hojas clandestinas, textos mimeografiados
que protestan contra el régimen, propaganda subversiva a la que se
responde con la tortura, el asesinato y las desapariciones28.


26
“La Colombia de los panfletos”, En: El Espectador.com, 11 de abril de 2009: http://www.
elespectador.com/articulo126449-colombia-de-los-panfletos

27
Es este un magnífico ejemplo del concepto psicoanalítico de “letra”, que a diferencia del
significante, no está del lado de lo simbólico ni de lo que es posible de significación, sino
en el límite con lo real.

28
Gabriel García Márquez, La mala hora, Op. cit., p. 195.

189
Recuerdo y escritura...

Siguiendo la pista del movimiento de estas escrituras llagamos a Cien


años de soledad, obra en la cual los pergaminos escritos por Melquíades
cumplen una función capital. Prácticamente el decurso de Macondo es
el del desciframiento de estos textos que corre parejo con el de la cifra de
muertos de la masacre. Amanuenses y descifradores de su propia historia,
los personajes que asumen el repudiado lugar de testigos mueren sin
lograr la inscripción que buscaban, pero gracias al escritor, nos dejaron
a nosotros el encuentro con esa parte censurada de nuestra historia, nos
permitieron vencer la peste del olvido entregándonos el recuerdo que
debemos seguir escudriñando para lograr develar, tras la pantalla de la
fantasía, los otros elementos de la verdad que porta.

190
Mario Bernardo Figueroa Muñoz

BIBLIOGRAFÍA

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192
La masacre de las bananeras
en la literatura colombiana
Nicolás Pernett*

A
l momento de la aparición de Cien años de soledad, en 1967,
eran minoría los nacionales o extranjeros que tenían una
idea clara sobre la masacre de las bananeras de 1928 o sobre
los pormenores que llevaron al desenlace trágico de la huelga llevada a
cabo por los trabajadores del departamento del Magdalena en noviem-
bre y diciembre de ese año, en protesta por las condiciones de vida y de
trabajo impuestas por la United Fruit Company, empresa que en ese
momento controlaba la producción y exportación frutera de la zona.
En la novela, sin embargo, el episodio de la huelga y la masacre de los
trabajadores bananeros del imaginario pueblo Macondo constituye uno
de los momentos culminantes de la narración, pues en él desembocan
muchas de las tensiones acumuladas a lo largo de la trama y además,
marca el punto en el que el microcosmos de la población empieza a
decaer, después de casi cien años de vaivenes históricos, hasta su com-
pleta extinción de la tierra y de la memoria.

La correspondencia referencial de los acontecimientos ficticios


descritos en la novela de García Márquez con la historia de su natal
Aracataca, uno de los pueblos más importantes de la zona bananera


*
Historiador, Universidad Nacional de Colombia.
La masacre de las bananeras en la literatura colombiana

del Magdalena, bajo el dominio de la United Fruit, o con la historia de


la nación colombiana, resulta evidente para cualquier lector con unos
conocimientos básicos al respecto. Debido a esto, y a su enorme éxito
y amplia difusión, la novela inauguró al momento de su aparición una
amplia corriente de intérpretes que quisieron encontrar en ella una
narración novedosa de la historia nacional, inclusive detalladamen-
te exacta, aunque estuviese descrita en lenguaje literario1. Y en un
fenómeno atribuible en gran parte al impacto masivo de esta obra, el
episodio de la masacre de los trabajadores en Ciénaga, Magdalena, el
6 de diciembre de 1928, también resurgió del olvido histórico en que
se había encontrado por más de treinta años para ese momento y se
empezó a hacer presente con más fuerza en la conciencia histórica y
política nacional y en las varias investigaciones aparecidas de la década
de 1970 en adelante2.

Aunque el suceso de la huelga y masacre bananera de 1928 fue


ampliamente reseñado en su momento por la prensa nacional, las
investigaciones o las alusiones referentes a éste escasearon notoriamen-
te durante las décadas posteriores3, manteniéndose en buena parte la
memoria del incidente dentro de la tradición oral de la región Caribe
colombiana. Pero después de la publicación de la novela de García
Márquez y del crecimiento del vasto público que la leía con avidez, el
generalizado mutismo sobre la huelga y masacre bananera le dio paso a


1
Sobre la atribuible veracidad histórica de la novela ver: Lucila Inés Mena, La función de
la Historia en “Cien años de soledad”, Barcelona: Plaza y Janés, 1979.

2
Para una historia de la huelga y masacre bananera ver: Judith White, Historia de una
ignominia, Bogotá: Editorial Presencia, 1978; Roberto Herrera Soto y Rafael Romero
Castañeda, La zona bananera del Magdalena. Historia y léxico, Bogotá: Instituto Caro y
Cuervo, 1979; y Catherine LeGrand, “El conflicto de las bananeras”, En: Nueva Historia
de Colombia, Vol. 3, Bogotá: Planeta, 1989, pp. 183-218.

3
Los registros referidos a la masacre de las bananeras en 1967 se reducían a los poco
difundidos testimonios de algunos de los protagonistas como Raúl Eduardo Mahecha y
Alberto Castrillón; las investigaciones de Jorge Eliécer Gaitán presentadas al Congreso de
la República en 1929 y la versión “oficial” recogida en el libro Sucesos de las bananeras
(Bogotá: Editorial Desarrollo, 1979) escrito por el general Carlos Cortés Vargas, Jefe Civil
y Militar de Santa Marta en el momento de la masacre.

194
Nicolás Pernett

un renovado interés por el incidente que se haría patente tanto a nivel


político como historiográfico y que ha perdurado hasta nuestros días.

Tanto los movimientos sociales que impulsaban el reclamo rei-


vindicativo de las víctimas de las masacre de 1928, como las diversas
investigaciones, reseñas y análisis aparecidos a partir de ese momento,
se empezarían entonces a apoyar en la novela de García Márquez como
referencia obligada para comprender las causas e implicaciones del
suceso en la región, o para demostrar la brutalidad de la represión de la
misma. La importancia y reconocimiento de la novela llegó a tal punto
que a partir de ese momento el recuerdo de la huelga y masacre de las
bananeras de 1928 quedaría profundamente ligado a su representación
literaria y a Cien años de soledad en particular.

Este cruce entre literatura e historia, o más bien esta aproximación


a la historia gracias a la difusión y narración de la literatura, constituye
sin duda un caso particular de interés ya que la novela de García Már-
quez es una obra de ficción –a pesar de sus varias alusiones a hechos y
personajes históricos– con un intenso tono de evocación mitológica y
llena de descripciones fantásticas y fenómenos sobrenaturales que, sin
embargo, logró preservar y transmitir la memoria sobre el episodio real
de la huelga y la masacre bananera a la conciencia histórica colombiana.
Su poder de evocación al describir la cotidianidad de Macondo bajo el
dominio de una compañía extranjera y el desarrollo diacrónico de su rela-
to, que condensa la historia de más de un siglo del pueblo colombiano,
ha seducido ampliamente al público lector más allá de la meticulosidad
o exactitud de la copia que pueda hacer de la realidad objetiva en la que
se basa. Pero precisamente debido a su poderosa y difundida influencia
como narración de la huelga y masacre de las bananeras también se ha
vuelto motivo de acérrimas controversias sobre su validez o veracidad.
La extendida costumbre de remitirse a la novela cuando se habla de la
historia del Caribe colombiano o de referirse a los “tres mil muertos de
las bananeras” que aparecen en ella ha hecho que historiadores como
Eduardo Posada Carbó intenten incluso desestimar la gravedad de la

195
La masacre de las bananeras en la literatura colombiana

propia huelga y masacre de 1928 partiendo de las posibles “tergiversa-


ciones” históricas en que incurre García Márquez en su relato4. Mientras
que, por otro lado, se pueden encontrar reconstrucciones históricas que
echan mano de la literatura para respaldar su descripción de los porme-
nores de la huelga o para ilustrar el grado de violencia que se descargó
sobre los trabajadores5.

Estas aproximaciones a la historia de la masacre de las bananeras


demuestran, por un lado, la imprescindible figura de la obra de García
Márquez al momento de recordar y analizar el suceso histórico, pero
a la vez evidencian el sesgado criterio neo-positivista con el que se ha
intentado utilizar esta creación literaria para justificar o descartar hipó-
tesis en la investigación académica. Tal vez por este motivo, se reconoce
en la actualidad el interés y la necesidad de desembarazarse de la sola
imagen literaria de la masacre de las bananeras al momento de acer-
carse al estudio del episodio de 1928, y de realizar una lectura menos
dogmática de esta novela, que permita extraer de ella elementos que
enriquezcan, en lugar de condicionar, la interpretación y comprensión
de nuestra historia.

Las posibilidades de lectura que da Cien años de soledad, así como


las otras obras literarias referidas a la región bananera del Magdalena
que aquí estudiamos, ofrecen fecundos caminos de análisis e interpre-
tación de diversos aspectos de la zona durante y después de la huelga
y la masacre de 1928; y si bien su papel no es el de reemplazar a la
investigación y comprensión histórica en la aproximación al pasado, la
representación literaria de las bananeras sí ha constituido una impor-
tante expresión de la relación de los individuos de la costa Caribe
colombiana con su pasado, que los estudiosos de todas las disciplinas


4
Eduardo Posada Carbó, “La novela como historia. Cien años de soledad y las bananeras”,
En: Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol. 35, No. 48, 1998.

5
Ejemplos se pueden encontrar en: Álvaro Tirado Mejía, Introducción a la historia económica
de Colombia, Medellín: Universidad Nacional de Colombia, 1978, p. 308; y Daniel Pécaut,
Orden y violencia. Colombia 1930-1953, Vol. 1, Bogotá: Editorial Norma, 2001, p. 117.

196
Nicolás Pernett

que desean acercarse a la historia de Colombia no pueden evadir. Más


que una herramienta para extraer una conclusión sobre “cómo sucedie-
ron los hechos”, la literatura sobre las bananeras ha servido para ofrecer
caminos que amplíen el rango de elementos a analizar al momento de
comprender el funcionamiento del sistema productivo que durante
muchos años dominó a la zona norte del país y para darle visibilidad a
muchas de las voces y personajes, excluidos de otros tipos de recuentos
históricos, esenciales a la hora de identificar los elementos constitutivos
de la historia regional.

En el presente ensayo buscaremos identificar y analizar estas


diferentes representaciones de la zona bananera del Magdalena que
encontramos en la literatura colombiana, desde el momento de la
huelga y masacre bananera de 1928 hasta la última década del siglo
XX, identificando el contexto socio-histórico en que fueron escritas y
publicadas, el origen social e intelectual de sus autores y, sobre todo,
examinando cuál es la imagen de la zona bananera bajo el dominio de
la United Fruit Co. y de la masacre de 1928 que ofrecen en el desarrollo
de su narración.

El corpus literario referido a la zona bananera, a la huelga y masacre,


y la imagen de éstas que se presentan en las diversas obras, será tomado
como un universo discursivo autónomo, más allá de las coincidencias
o incoherencias con los sucesos históricos en que se basan. La relación
semántica de las obras con la realidad de la que parten no será motivo
de análisis tanto como las motivaciones sicológicas y sociales de su
creación y las implicaciones prácticas que esta literatura ha tenido en
nuestro medio.

La tradición sobre las bananeras


en la literatura colombiana

El historiador Eric Hobsbawm ha asegurado que “Todos los seres


humanos, todas las colectividades y todas las instituciones necesitan
un pasado, pero sólo de vez en cuando este pasado es el que la investi-

197
La masacre de las bananeras en la literatura colombiana

gación histórica deja al descubierto”6. Por tal motivo es común que las
sociedades construyan imaginarios sobre su pasado sin que éstos estén
basados en preceptos científicos o en las historias “oficiales” que se
emiten sobre la “verdad” de lo sucedido. Estas formas de dar significado
intelectual y afectivo al mundo y a la historia –ya sea que se la llame
“mentalidad”, “ideología” o “visión de mundo”– y que determinan la
pertenencia de los individuos a una colectividad suelen encontrarse en
la tradición oral de las comunidades, entre otros medios de transmisión
propios de la cultura y, en muchos casos, en la narración literaria local,
en la que encuentran una forma propicia de consignación, estas impre-
siones simbólicas, para la preservación y transmisión, que constituyen
la identidad de los pueblos.

En el caso de la zona bananera del Magdalena, el proceso de cons-


titución de una comprensión histórica sobre lo sucedido en la huelga y
masacre de 1928 evidenció dificultades e incongruencias desde el mismo
momento del suceso, tanto para los pobladores de la región como para el
resto del país, y nunca llegó a unificarse un criterio o una versión única
sobre los pormenores de la tragedia. Sin embargo, los rumores, comenta-
rios y versiones sobre la huelga y la masacre de las bananeras no dejaron
de difundirse en el departamento del Magdalena y en toda la Costa
Atlántica colombiana durante muchos años después del acontecimiento,
y las generaciones posteriores de habitantes de la región crecerían con
el recuerdo de la matanza presente en su conciencia, aunque muchas
veces en la forma de una incógnita. Gabriel García Márquez nos cuenta,
en algunos fragmentos de sus memorias, sobre la persistencia de este
recuerdo entre sus mayores, las dudas que se mantuvieron respecto a
la huelga y la masacre, y cómo se operó el proceso de transmisión oral
del pasado entre su círculo familiar:

“De pronto, mi madre señaló con el dedo. ‘Mira –me dijo– Ahí fue
donde se acabó el mundo’. Yo seguí la dirección de su índice y vi la


6
Eric Hobsbawm, Sobre la historia, Barcelona: Crítica, 1998, p. 270.

198
Nicolás Pernett

estación […] ‘Fue allí, según me precisó mi madre aquel día, donde el
ejército había matado en 1928 un número nunca establecido de jor-
naleros del banano’. Yo conocía el episodio como si lo hubiera vivido,
después de haberlo oído contado y mil veces repetido por mi abuelo
desde que tuve memoria [...] Más tarde hablé con sobrevivientes y
testigos y escarbé en colecciones de prensa y documentos oficiales, y
me di cuenta de que la verdad no estaba en ningún lado”7.

Además de Gabriel García Márquez, otros varios escritores nacidos


en la misma zona bananera o en otras poblaciones cercanas crecerían
bajo el influjo de las rememoraciones y cuentos sobre la huelga y masacre
de 1928, y muy pronto el episodio empezaría a encontrar un lugar
en varias narraciones literarias posteriores, provenientes de la Costa
Atlántica colombiana, en las cuales se reelaboraría continuamente el
recuerdo social del suceso a través de las voces individuales de un grupo
de autores, que además de compartir el origen regional, evidencian la
repetición en su trabajo de un conjunto de códigos y anécdotas similares
que hacen pensar en la existencia de un discurso histórico, que sin ser
unívoco es altamente coincidente, sobre los sucesos de las bananeras
entre la población costeña colombiana.

Por la crucial importancia del incidente y las duraderas consecuencias


que tuvo entre los habitantes de la región, el tema de la zona bana-
nera bajo el dominio de la United Fruit Co. y el episodio sangriento
de noviembre y diciembre de 1928 se ha mantenido desde entonces
como una cuestión recurrente en la obra narrativa de varios escrito-
res costeños, que han constituido lo que hemos llamado la tradición
narrativa colombina referida a la huelga y masacre bananera, y que se
ha extendido por más de ochenta años en nuestro país8. Para abordar el


7
Gabriel García Márquez, Vivir para contarla, Bogotá: Mondadori, 2002, p. 79.

8
Preferimos los términos “tradición” o “tendencia” más que “corriente” o “escuela” por
considerar que los primeros son más adecuados para nombrar un corpus narrativo gestado
en tan diversas y diferentes circunstancias.

199
La masacre de las bananeras en la literatura colombiana

estudio y análisis de esta tradición narrativa la hemos agrupado en tres


momentos fundamentales. El primero agrupa a obras y autores que van
desde el momento de la huelga y la masacre en diciembre 1928 hasta
1961, siendo este el momento de más tímida y esporádica aparición del
tema de las bananeras en algunos cuentos nacionales y que coincide
con el también raquítico período de investigación histórica de los pri-
meros años sobre el suceso. En un segundo apartado encontramos el
período en que la tradición de las bananeras en la literatura colombiana
encuentra su máxima expresión en la década de 1960 con la aparición
de un importante grupo de novelas dedicadas exclusivamente a narrar
la huelga y la masacre de 1928, escritas por autores costeños, como
Álvaro Cepeda Samudio, Javier Auqué Lara, Efraím Tovar Mozo y el
mismo Gabriel García Márquez, quienes, casi simultáneamente, desem-
polvan el capítulo más trágico de su historia regional para presentarlo
trasfigurado en una representación novelística. Finalmente, ubicaremos
algunas expresiones literarias aparecidas principalmente a partir de la
década de 1990, que demuestran la persistente aparición de referencias
a la zona bananera y a la huelga y masacre de 1928 en la literatura del
Caribe colombiano.

Primeras representaciones literarias de la zona bananera

Tan solo pocos días después de la masacre en la estación de Ciénaga,


ya encontramos su primera representación literaria en el cuento “Leni-
ne en las bananeras”, del samario Francisco Gnecco Mozo, aparecido
en la revista Cromos de Bogotá el 15 de diciembre de 1928. Para ese
momento, los periódicos bogotanos ya habían reseñado y comentado
profusamente el suceso de las bananeras durante varios días, aunque
la mayoría de ellos se hubiera basado principalmente en las versiones
oficiales dadas por el ejecutivo colombiano. Ante el interés del público
capitalino por los sucesos en el departamento del Magdalena, la prensa
del centro del país publicó noticias y editoriales referentes a la huelga
hasta bien entrado 1929, y la aparición de este cuento en una revista
de variedades al poco tiempo de los acontecimientos parecería venir a
complementar esta primera fase de interés general.

200
Nicolás Pernett

A pesar de su insulso costumbrismo romántico y de no haberse


evidenciado en su escritura el proceso de decantación de la memoria
colectiva que se ve en otras obras posteriores, la narración de Gnecco
Mozo es importante no sólo por su cercanía a la fecha de la masacre,
sino porque además se pueden identificar en ella algunos de las carac-
terizaciones recurrentes que se harían presentes en posteriores represen-
taciones literarias sobre la zona bananera. Una de ellas, la imagen del
trabajador bananero como una figura idílica, hombre fuerte, humilde y
trabajador, con un marcado aire de simpleza y de desorientación infantil,
es uno de los lugares más comunes en esta literatura. En el cuento de
Gnecco Mozo se nos describe a Rafaé, el protagonista de la historia,
como uno de estos trabajadores idealizados:

“Rafaé es el tipo completo del cortador de bananos: ¡tiene cuerpo


de Hércules y alma de Quijote! [...] nació en Sevilla, y el cuartucho
estrecho de techo de zinc y paredes de madera tosca le acostumbró el
alma sencilla a una feliz comodidad” 9.

En el cuento, su rutina de trabajo y su humilde condición sicológica


se ven afectadas de repente por la explosión de la huelga, nacida de la
inconformidad por las difíciles condiciones de trabajo, pero agravada,
sobre todo, por el acicate de la intervención de elementos externos a la
zona que intentaban alebrestar los ánimos de los trabajadores para la
revolución. Sin embargo, en el momento de mayor peligro, cuando los
trabajadores se precipitan hacia los soldados en la confrontación final
de la protesta, el máximo líder sindical de la huelga huye de la escena y
salva el pellejo a costa de la muerte de muchos de los trabajadores. Este
tipo de cuestionamientos al papel jugado por los dirigentes del recién
fundado Partido Socialista Revolucionario (Raúl Eduardo Mahecha,
Ignacio Torres Giraldo, entre otros) en la radicalización del descon-
tento popular durante la huelga de las bananeras es uno de los temas


9
Francisco Gnecco Mozo, “Lenine en las bananeras”, En: Revista Cromos, noviembre 15
de 1928.

201
La masacre de las bananeras en la literatura colombiana

recurrentes en esta literatura, y al respecto, es evidente que en varios


de estos autores se encuentra la insinuación que el desenlace violento
de la protesta se debe en gran medida a la actitud extrema de algunos
de los líderes del sindicalismo pro-revolucionario que llegaron a la zona
desde el interior del país.

Para terminar su narración, Gnecco Mozo, hermano del entonces


secretario de Gobierno del Magdalena, José Francisco Gnecco y médico
residenciado desde hacía varios años en Bogotá, presenta como desenlace
una versión de lo sucedido el 6 de diciembre en la estación de Ciénaga
muy parecida a la dada por el gobierno y el ejército colombiano:

“El formidable montón de gente sencilla que nunca había oído nom-
brar a Lenine, se lanzó amenazante contra el cuartel del ejército [...]
Los soldados colombianos, defendiéndose, descargaron sus fusiles
contra las masas de obreros ensordecidas”10.

Diez años después, en 1938 y también en Bogotá, encontramos el


cuento titulado “El trapo rojo”, de Antonio Prada, en la revista literaria
Pan, referido a la zona bananera del Magdalena, pero en el que no se
menciona la huelga y la masacre del 28. Esta narración tiene la particu-
laridad de ser de las pocas que tienen lugar en la plantación bananera
misma, espacio poco descrito en las demás recreaciones literarias de la
zona, y además de presentar, de un modo minucioso, la rutina laboral
a la que estaban sometidos los trabajadores del banano:

“Colocado debajo [el puyero], da un corte en la cepa, cerca del naci-


miento del vástago, con el triángulo de hierro encabado en larga vara:
la puya; el racimo se desgaja poco a poco; el colero lo recibe sobre
el hombro (…) y sale, por encima de los ‘caimanes’ de cepa que se
pudren entre las filas, hasta la guardarraya, amplia avenida entre los
lotes, por donde circulan los carros de los bueyes”11.


10
Ibid.

11
Antonio Prada, “El trapo rojo”, En: Pan, No. 25, noviembre de 1938.

202
Nicolás Pernett

A pesar de que la huelga bananera de 1928 suele ser recordada


como una protesta de obreros nacionales contra las agrestes formas de
explotación de la compañía norteamericana United Fruit, descripciones
como la de “El trapo rojo” nos muestran una zona bananera donde el
enemigo más cercano de los trabajadores en sus faenas diarias era el
capataz local. Con propietarios que habitaban en Ciénaga, Santa Marta
o en el exterior, las fincas bananeras estaban la mayor parte del tiempo
bajo el mando de los capataces o “mandadores” locales, quienes al final
eran los pequeños tiranos responsables de la desdicha de los trabajado-
res, por ser los encargados de la vigilancia del trabajo bananero y de los
rodeos de engaño en el pago a los obreros al final de cada jornada. Así,
en “El trapo rojo” hay también un desenlace violento, con el resultado
de la muerte de uno de los trabajadores, pero esta vez a manos de un
capataz enfurecido con el que tiene una fuerte disputa.

El ambiente de trabajo bananero representado en “El trapo rojo” es


de angustiosa urgencia por las dinámicas mismas de la producción de
la fruta y de la violencia como una presencia constante durante todos
los momentos de la labor. Por esto, después de la descripción de los
disparos que acaban con la vida del trabajador, el narrador no repara
en afirmar que: “El incidente es uno de ocurrencia frecuente y no tiene
importancia”.

A pesar de que para el momento de la aparición de este cuento ya


había pasado gran parte de la inquietud generada por las noticias de
la masacre de las bananeras y por la posterior denuncia de la misma
por parte de Jorge Eliecer Gaitán ante el Congreso en 1929, no deja de
extrañar que se haya pasado por alto a la masacre de 1928 en la descrip-
ción que se hace de la zona bananera en “El trapo rojo”. Sin embargo,
la representación de la muerte de un trabajador al final de la narración
y la alusión a estos hechos de violencia como algo “frecuente” y “sin
importancia” hace pensar que el autor presenta las condiciones persis-
tentes de dura y violenta vida en la zona bananera como una descripción
más urgente y profunda sobre la región que la sola representación de
la masacre del 28.

203
La masacre de las bananeras en la literatura colombiana

Considerando que la huelga y masacre de 1928 no habían alcan-


zado a cambiar notablemente las condiciones de explotación agrícola
en la zona, a pesar de su profundo impacto en la conciencia política
nacional de la época, y que la United Fruit Co. no sólo continuaba
desarrollando su empresa en la región sino que había aumentado
notablemente su producción en los años posteriores, cabe preguntarse
si el suceso de 1928 constituía realmente un hecho reconocido por
marcar un antes y un después de la vida en la zona para los escritores
de ficción de ese momento, o si por el contrario era considerado como
un incidente desafortunado que a pesar de su gravedad no dejaba
de ser uno más entre los varios episodios violentos recurrentes en la
región.

Esta falta de protagonismo de la masacre de 1928 en los relatos


sobre la zona bananera va a repetirse en el libro de cuentos Viento de
trópico, del valduparense José Francisco Socarrás, publicado en 1961.
En esta recopilación de cortas historias sobre personajes de la Costa
Atlántica colombiana se dedican cuatro cuentos a la zona bananera
del Magdalena específicamente: “Al tercer día de carnaval”, “La uña
de la gran bestia”, “El cielo se guardó el agua” y “Viento de trópico”.
Mientras en los dos primeros se recae en la descripción de la agreste
vida cotidiana propia del trabajo en las plantaciones bananeras, en los
dos últimos se destaca la caracterización de algunos actores típicos de la
zona bananera. En estos cuentos, la narración de la huelga y la masacre
de 1928 vuelve a estar ausente, aunque esto no quiere decir que no se la
nombre o recuerde entre los pobladores de la región. Así, por ejemplo,
en el cuento “El cielo se guardó el agua” la acción se inicia un tiempo
después de la masacre en la estación del ferrocarril, cuando los fugiti-
vos que huyeron hacia la Sierra Nevada de Santa Marta y otras regio-
nes vecinas vuelven a la zona, derrotados y aterrorizados, a continuar
sus vidas:

“Las ametralladoras habían dicho la última palabra, y cuando cesó


su tableteo sólo quedó el silencio. [...] La huelga se había ahogado en
las gargantas y nadie podía salvarla [...] Los obreros iban saliendo

204
Nicolás Pernett

uno por uno de los montes. Regresaban hambrientos. Traían empe-


queñecido el corazón. Los ojos miraban con estupor”12.

A continuación, se describe como uno de estos fugitivos de la


masacre, Ñito Pantoja, vuelve a la zona a intentar rehacer su vida. Este
personaje es un “colono”, campesino sin tierra que no trabajaba para la
compañía bananera y que solía ocupar alguno de los inmensos terrenos
que la compañía tenía incultos para vivir y producir en ellos, hasta que
era usualmente desalojado por la fuerza pública. Los colonos fueron
una población importante y numerosa en la zona bananera durante la
época de control por parte de la United Fruit Co., y fueron unos de los
actores más recurrentes en los conflictos agrarios en la región durante
el proceso de apropiación de tierras por parte de la compañía y de los
terratenientes locales. Sin embargo, este sector de la población ha sido
poco estudiado como parte constitutiva del conflicto de las bananeras
en las investigaciones posteriores sobre la zona, que usualmente suelen
centrarse en los obreros, los propietarios locales y la compañía norte-
americana como los actores principales en su proceso histórico13.

Otro de los cuentos de Viento de trópico, precisamente el que le da


título a la colección, describe las penurias de un campesino propietario
de un pequeño lote dedicado a la producción bananera al enfrentarse
a uno de los tornados que azotaban con frecuencia la zona bananera
y malograban gran parte de la cosecha. El drama del protagonista es
narrado intensamente mientras se debate entre la frustración ante la
posibilidad de ver su cosecha destruida por el tornado y su esperanza de
redención económica al poder venderle su producción a la compañía:

“¿Finca? Diciendo finca se sentía gente. Dos hectáreas no son finca.


Sí son, porque a él lo llamaban ‘pequeño propietario’ en la Compañía


12
José Francisco Socarrás, “El cielo se guardó el agua”, En: Viento de trópico, Bogotá:
Ediciones Zulia, 1961, p. 121.

13
Catherine LeGrand ha dedicado un estudio al respecto en “Campesinos y asalariados en la
zona bananera del Magdalena”, En: Anuario colombiano de Historia Social y de la Cultura,
No. 11, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1983.

205
La masacre de las bananeras en la literatura colombiana

Frutera. Además, su tierra quedaba en Riofrío donde, según unos,


residían los ‘pequeños propietarios’ [...] ¿Quien había salido de pobre
con yuca? Nadie. ¿Quién había salido de pobre con guineo montuno?
Nadie. Con banano era diferente”14.

La posibilidad de movilidad social o simplemente de subsistencia en


la zona bananera del Magdalena dependió durante la primera mitad del
siglo XX exclusivamente de la producción del banano, pero mientras los
grandes propietarios residentes en Ciénaga y Santa Marta habían logra-
do acomodarse a un sistema dependiente por completo de los vaivenes
del mercado internacional y del capricho de la United Fruit Company,
los pequeños y medianos propietarios vivían bajo la constante zozobra
de quedar en la total quiebra a causa de la pérdida de la cosecha por
desastres naturales o porque simplemente era rechazada por la compañía
frutera al momento de su compra. Aunque un puñado de ricos locales
eran los que controlaban la mayor parte de las tierras de la zona, los
pequeños propietarios, como el representado en este cuento, también
buscaban la manera de subsistir en estas condiciones a pesar de estar
muy lejos del favor de la compañía.

De la lectura de las narraciones de esta primera etapa de repre-


sentaciones literarias sobre la zona bananera del Magdalena se puede
extraer la imagen de un mundo dominado por las vicisitudes de la vida
brutal que sobrellevaban los trabajadores, una constante lucha entre
los actores sociales implicados en el sistema de producción agrícola
y unas condiciones sociales y culturales de dependencia de la gran
compañía bananera que no habían cambiado sustancialmente desde
los tiempos anteriores a la huelga de 1928. Siendo todos los autores
de estos cuentos ya hombres adultos al momento de los sucesos de la
masacre del 28, y habiendo podido atestiguar un proceso más amplio
de explotación de la zona por parte de la United Fruit, que supera
los contornos temporales de la huelga, su narración aparece más bien


14
José Francisco Socarrás, Op. cit. pp. 112-113.

206
Nicolás Pernett

como una denuncia del conjunto de condiciones que continuaban


determinando la vida en la zona –en especial la obra de José Francisco
Socarrás, reconocido militante del partido comunista y médico en la
zona bananera durante buena parte de la década de los treinta–. En
lugar de un intento de reconstrucción de la huelga y la masacre de 1928,
de la que ya tenían noticia y a la que habían proseguido otra huelga en
1934 y nuevas disputas con la United Fruit Co., estas primeras obras
literarias sobre la zona bananera del Magdalena parecen describir un
mundo donde la violencia socio-económica, cultural y psicológica
del momento parecía más apremiante que el recuerdo de tragedias
anteriores.

Los cuentos de José Francisco Socarrás cierran este primer período de


evocaciones literarias sobre la zona bananera del Magdalena y la masacre
de 1928, justo antes de que se iniciara el posterior fértil momento de la
novela. Sin embargo, debido a la fragmentada información y a la carencia
de otros registros, es de esperar que en posteriores investigaciones se
continúen encontrando y analizando otras primeras expresiones litera-
rias referidas a la huelga y masacre de 1928, especialmente en la forma
de poemas, coplas y canciones que se pudieron haber propagado en la
costa norte colombiana durante estos primeros años.

El momento de la novela: representación del mundo


(y del fin del mundo) bananero
Después de la primera cuentística sobre la huelga y masacre de las
bananeras, en la década de 1960 empezaron a aparecer nuevas expresio-
nes literarias del suceso, esta vez bajo la forma de novelas; género que
va a permitir la descripción del polifónico mundo de la zona bananera
de un modo más complejo y variado que los anteriores relatos, escri-
tas por un pequeño grupo de escritores nacidos durante la década de
1920 muy cerca del lugar de los acontecimientos, y en quienes el afán
de “reconstrucción” del pasado regional se va a hacer presente, casi
de modo simultáneo, durante estos años. Este proceso de reelabora-
ción del pasado al verbalizar los recuerdos de la memoria colectiva a

207
La masacre de las bananeras en la literatura colombiana

través de la creación literaria individual se va a dar entre estos autores


precisamente en el momento en que la United Fruit Co. (que en ese
momento había cambiado su nombre por el de Compañía Frutera de
Sevilla) está abandonando la producción bananera en el Magdalena,
después de controlarla por más de sesenta años. El abandono de la
zona por parte de la compañía bananera en 1964 tuvo consecuencias
profundas para sus habitantes, que quedarían en una especie de limbo
productivo dada su casi absoluta dependencia de la industria del banano.
Sin embargo, este momento sería también propicio para que surgieran
nuevas expresiones del sentido de la huelga y masacre del 28 y de lo
que implicó para la región la cercanía, entre el odio y la dependencia,
de la compañía norteamericana durante tanto tiempo.

Álvaro Cepeda Samudio, inicia en 1962 el período novelístico en la


literatura bananera con su magistral obra La casa grande. Nacido en
Barranquilla, pero criado en Ciénaga, Cepeda Samudio es el primero de
una lista de novelistas costeños que se van a dar a la tarea de reconstruir
y reinterpretar los sucesos de la huelga y la masacre de 1928 en una obra
fundamental en la literatura colombiana, que al tiempo que experimen-
ta con vanguardistas formas narrativas, ofrece una manera original de
tratar la descripción de la violencia y el impacto de la huelga entre los
habitantes de Ciénaga. En esta novela, Cepeda Samudio logra alejarse
del tradicional tono de crónica roja de las anteriores novelas sobre la
violencia colombiana y opta por abordar la descripción de los sucesos
más dramáticos a través de referencias oblicuas o de desconcertantes
silencios, lo que le da a la tragedia que narra un aire incierto y vago
que acentúa la ansiedad y la expectativa del relato, y en donde, según
palabras del crítico Ariel Castillo, “lo válido no es el lado espectacular
de la violencia, sino la exploración en las raíces míticas del odio y el
resentimiento”15.


15
Ariel Casrillo Mier, “De Juan José Nieto al premio Nobel: la literatura del Caribe colombiano
en las letras nacionales”, En: Alberto Abello Vives (compilador), El Caribe en la nación
colombiana, Bogotá: Museo Nacional de Colombia, Observatorio del Caribe Colombiano,
2006, p. 409.

208
Nicolás Pernett

El profundo impacto que tuvo la huelga en las relaciones sociales


al interior de la zona bananera se ve representado en La casa grande a
través de la descripción de las divisiones que se suscitan en el seno de
una de las familias de terratenientes locales al momento del estallido de
la misma. La novela sintetiza el entramado de rencillas y rencores que
hicieron parte del desarrollo general de la huelga y la masacre de 1928,
presentando los conflictos que se dan al interior de una familia, cuyos
miembros, denominados con alusiones genéricas como el “Padre” o el
“Hermano”, se ven enfrentados entre sí a causa de la huelga. Después
de la masacre, que nunca es descrita directamente en la novela sino a
través de las consecuencias que tiene en diversos personajes, el ambiente
familiar de la casa y el tejido social de la región se ven desgarrados irre-
parablemente al instaurarse el odio como la nueva moneda de cambio
en las relaciones sociales. El odio descargado sobre los trabajadores en
la estación del ferrocarril va a servir de telón de fondo para hacer más
evidente todos los tipos de violencia y fragmentación al interior de la
sociedad, lo que lleva al final a la destrucción de las infraestructuras
físicas y el orden social como consecuencia directa de las disputas ani-
dadas desde el desencadenamiento de la huelga: “No es el tiempo lo
que destruye en esta casa; es el odio; el odio que sostiene las paredes
carcomidas por el salitre y las vigas enmohecidas y que cae de pronto
sobre las gentes agotándolas”16.

La casa grande debe su poder de seducción y su carácter atemporal


al especial tratamiento que le da a la duda, más que a la certeza, como
sentimiento predominante entre los habitantes de la zona bananera
durante la huelga y después de ella. Tanto los grandes propietarios como
los pequeños trabajadores se ven obligados a lo largo de la novela a
decidir entre la aceptación o la rebeldía, la acción o la espera, la entrega
o la lucha; y hasta los soldados venidos a contener la protesta, que en
ninguna otra novela aparecen de manera importante, se ven enfrenta-
dos en La casa grande a la confusión del desconcierto al momento de
cumplir su misión.


16
Álvaro Cepeda Samudio, La casa grande, Bogotá: El Áncora Editores, 1996, p. 124.

209
La masacre de las bananeras en la literatura colombiana

Desdibujando la idea del conflicto de las bananeras como un enfren-


tamiento entre los obreros y la compañía bananera extranjera, La casa
grande pone en el centro de las responsabilidades a la burguesía local
como los agentes desencadenantes de la tragedia de la región. A pesar
de depender de la compañía norteamericana, los bananeros locales
tenían suficiente poder para determinar las condiciones de vida y
trabajo de los obreros y en el momento de la huelga hubieran podido
facilitar la conciliación en lugar de la represión violenta; sin embargo,
el severo juicio que hace la novela de Cepeda Samudio demuestra
que la actuación de los ricos locales fue de defensa de intereses per-
sonales por encima del bienestar social e inclusive de la sostenibilidad
de la zona. La necesidad de que la burguesía local respondiera por su
papel en los hechos de violencia que enlutaron la región en 1928 se
hizo evidente después de que la compañía bananera abandonara la
zona bananera del Magdalena y ha continuado siendo hasta el pre-
sente una constante en la relación de los habitantes de la zona con su
pasado y una pregunta permanente en la literatura sobre la masacre
bananera17.

Otra novela que nos describe la vida de la burguesía local, pero esta
vez con un aire ligero y frívolo, es Zig-zag en las bananeras, de Efraín
Tovar Mozo, de 1964. Esta novela rosa, que narra la historia de amor
entre un militar venido del interior y la hija de un rico bananero en el
improbable escenario de la huelga de 1928, nos muestra el lado más
festivo y palaciego de las familias ricas de la región, acostumbradas a
una vida suntuosa en el extranjero a costa de su completa sumisión a
los designios de la United Fruit Company. Yeín Dávila, la protagonista
de la historia, es la hija de un plantador local que llega a la su tierra
natal proveniente de los Estados Unidos en el preciso momento de la
huelga, y su mirada sobre los obreros que trabajan con su padre refleja la
actitud paternalista de la misma clase alta bananera, que sencillamente


17
Ver: Jacques Gilard, “Zone Bananière de Santa Marta: les planteurs de l´or vert”, En:
Cravelle. Cahiers du Monde Hispanique, No. 85, Toulouse: 2005.

210
Nicolás Pernett

desestimaba las posibilidades de acción política de los trabajadores y


sospechaba de los líderes sindicales venidos del interior por su influencia
nociva sobre los infantilizados trabajadores:

“Gentes humildes y que siempre habían sido pobres; gentes sencillas


e incultas, en buena parte con los rudimentos de una mala escuela
primaria; gentes sin ambiciones futuras, porque nadie había creado
en ellas esta clase de necesidades [...] Otros debían ser los intérpre-
tes autorizados de lo que realmente deseaba ese gran pueblo. Pero,
¿quiénes?...”18.

La novela que se va a ocupar posteriormente de los trabajadores


bananeros al momento de la huelga como parte fundamental de su
trama, es Los muertos tienen sed, de Javier Auqué Lara, en 196919, y en
ella se observa también esta misma representación de la masa laboral
en huelga como una furia honesta pero desorientada que caería en las
manos de un puñado de líderes sindicales venidos del interior que no
hicieron sino contribuir a radicalizar las posiciones hasta llevar a la
tragedia final. La novela de Auqué Lara, de ardiente oratoria política,
es una larga descarga en contra tanto del Ejército nacional como de
Raúl Eduardo Mahecha y el PSR, a los que denuncia por igual como
coadyuvantes de la violencia descargada sobre los trabajadores, quie-
nes a la final van a ser representados como las víctimas inermes ante
todos los intereses políticos y económicos en juego a su alrededor.
Sin embargo, su dedicación al detalle y a la referencia explícita a los
protagonistas, producto de la amplia investigación periodística que
la novela evidencia, la convierte en un interesante documento sobre
los conflictos y contradicciones al interior del movimiento sindical
mismo, y sobre la incomodidad de algunos de los obreros con los
representantes de la más pura doctrina revolucionaria importada desde
Rusia.


18
Efraín Tovar Mozo, Zig-zag en las bananeras. Bogotá: Offset Editores, 1964, p. 44.

19
Javier Auqué Lara, Los muertos tienen sed, Caracas: Monte Ávila Editores, 1969.

211
La masacre de las bananeras en la literatura colombiana

Al momento de la narración de la masacre, las novelas aquí estudia-


das suelen resaltar el carácter desmedido de la violencia y la represión por
parte del Ejército. En todas ellas, el nombre del general Carlos Cortés
Vargas (oficial nombrado por el gobierno para la contención de la huelga
bananera del Magdalena de 1928) es mencionado explícitamente y las
actuaciones del ejército son siempre señaladas como una colaboración
evidente al servicio de la compañía bananera y en contra de los traba-
jadores. La defensa a ultranza de los intereses de la compañía por parte
del ejército llega al punto de no tener éste ninguna contención moral
al momento de descargar sus ametralladoras contra la manifestación
final de la huelga. Aunque no todas las novelas se arriesgan a dar una
cifra exacta de los muertos producidos por la represión militar, todas
presentan la tragedia como una aterradora mortandad extensamente
propagada con consecuencias incalculables. En este sentido se destaca
especialmente un fragmento de Zig-zag en las bananeras, de Tovar
Mozo, donde ya aparece la cifra de tres mil muertos, que posteriormente
haría carrera como cifra no oficial de víctimas fatales de las bananeras,
asociada a la novela de Gabriel García Márquez:

“Cosa de tres mil personas, sin contar las mujeres ni los niños que
estaban allí por la natural curiosidad que produce en todas partes
una concentración de gente, fueron abaleadas inmisericordemente,
y violentamente despavoridos” (sic)20.

La alusión a los “tres mil muertos” de las bananeras en la novela de


Tovar Mozo, tres años antes de la aparición de Cien años de soledad,
muestra cómo este número circulaba en la zona bananera como cóm-
puto mortal de la represión desde antes de 1964, y que no es, como se
ha pensado, una invención de Gabriel García Márquez. El proceso de
investigación hecho por García Márquez para la escritura de Cien años
de soledad, fue prolongado y minucioso, con revisiones de prensa, entre-


20
Efraín Tovar Mozo, Op. cit., p. 255.

212
Nicolás Pernett

vistas a sobrevivientes de la masacre bananera y viajes por la región21,


por lo que cabe suponer que sus afirmaciones sobre el desenlace trágico
de la masacre no están fundamentadas enteramente en la novela de
Efraín Tovar Mozo ni en su propia imaginación, sino en versiones ya
circulantes al interior de la sociedad magdalenense y recogidas antes
que él por el autor de Zig-zag en las bananeras.

La representación que hace García Márquez de la zona bananera


del Magdalena en Cien años de soledad va mucho más allá del cálculo
mortuorio de la trágica noche final de la huelga y se convierte en una
reconstrucción extensa y ampliamente abarcadora de la formación,
desarrollo y decadencia de la región bananera. La novela, ampliamente
analizada y comentada hasta el presente, ofrece una pasmosa multi-
plicidad de lecturas que conectan sus representaciones con procesos
psicológicos y sociales de las más diversas especies. Sin embargo, la
narración de la llegada de la compañía bananera norteamericana y la
huelga y masacre de los trabajadores en la plaza de Macondo se pueden
reconocer como el acontecimiento social más importante descrito en
la novela, por los profundos cambios que implicó para el pueblo y la
absoluta destrucción que dejará después de su paso. En este sentido,
la novela es especialmente rica en describir algunas características de
mayor duración concernientes a la instauración de la compañía frutera
en la zona y a la producción bananera como proceso que modeló el
desarrollo de toda la región.

A pesar de relatar la llegada de la compañía de un modo anecdó-


tico y casi accidental, al momento que Mr. Herbert llega por error al
pueblo y queda fascinado con el banano después de almorzar en la
casa de los Buendía, la novela va a extenderse profusamente en des-
cribir los cambios acaecidos en la zona después de la aparición de los
extranjeros: la llegada de una grandiosa cantidad de forasteros veni-


21
Eligio García Márquez, Tras las claves de Melquíades: historia de Cien años de soledad,
Bogotá: Editorial Norma, 2001.

213
La masacre de las bananeras en la literatura colombiana

dos a la zona a buscar fortuna en medio de la fiebre del “oro verde”


(grupo amorfo al que denomina “la hojarasca” en otra de sus novelas)
y el cambio que se dio en la estructura física de los poblados y de la
región en su conjunto para satisfacer las necesidades de la producción
bananera:

“Los gringos (…) hicieron un pueblo aparte al otro lado de la línea


del tren, con calles bordeadas de palmeras, casas con ventanas de redes
metálicas, mesitas blancas en las terrazas y ventiladores de aspas
colgados en el cielorraso, y extensos prados azules con pavorreales
y codornices [...] Dotados de recursos que en otra época estuvieron
reservados a la Divina Providencia, modificaron el régimen de lluvias,
apresuraron el ciclo de las cosechas, y quitaron el río de donde estuvo
siempre y lo pusieron con sus piedras blancas y sus corrientes heladas
en el otro extremo de la población, detrás del cementerio”22.

Este auge de innovaciones y cambios se vería acompañado de un


proceso de tecnificación industrial que trajo al pueblo los avances de
la comunicación, el entretenimiento y el trasporte que proliferaron a
comienzos del siglo XX en los lugares donde la United Fruit Company
asentó su sistema de explotación. El teléfono, el cine y los automóviles
aparecen en Macondo asociados a las dinámicas sociales y productivas
traídas por la compañía bananera, la cual también se aseguró el control
del ferrocarril como columna vertebral de todo su sistema producti-
vo. En Cien años de soledad el ferrocarril será el medio de llegada de
los nuevos inventos, el medio de trasporte de noticias y forasteros,
y el canal de movilización de trabajadores y bananos. Pero también
será, después de la masacre, el trasporte que llevará la infame carga
de muertos alineados como racimos, producto de la represión de la
huelga, que serán tirados al mar como una especie de desperdicios de
la cadena de producción.


22
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, Edición Conmemorativa Real Academia
Española, Asociación de Academias de la Lengua Española, Madrid: 2007, p. 261.

214
Nicolás Pernett

Las reacciones, tanto de aceptación como de rechazo, que la com-


pañía bananera generó entre los pobladores locales se ven también
representadas en Cien años de soledad en las divisiones que produce su
aparición al interior de la familia Buendía. A pesar de no ser produc-
tores de banano, la familia Buendía representa la burguesía local en la
novela; por esto no es extraño que Mr. Herbert haya conocido el banano
y haya concebido la idea de la producción a gran escala en la zona pre-
cisamente en un almuerzo en casa de los Buendía, y que a partir de allí
se inicie con ellos una ambivalente relación, representada en sus tratos
con diferentes miembros de la estirpe. Mientras el coronel Aureliano
Buendía, representante de la más arraigada tradición liberal, se opone
abiertamente a los intrusos, que ve como oportunistas amangualados
con el gobierno conservador, otros miembros de la familia, como Aure-
liano Segundo y Meme Buendía, congeniarían inmediatamente con el
mundo de progreso y posibilidades de movilidad social que ofrece la
compañía bananera a los ricos locales.

José Arcadio Segundo, otro miembro de la familia Buendía que va a


entrar en tratos con la compañía bananera, al punto de terminar traba-
jando de capataz en una de sus fincas, servirá a García Márquez como
hilo conductor para la narración de los sucesos del estallido de la huelga
y la masacre en la plaza. Primero como trabajador y luego como líder
de los huelguistas, José Arcadio Segundo representa la posición de los
obreros locales ante las condiciones impuestas por la compañía bananera.
De un gris anonimato, José Arcadio Segundo logra pasar a un protago-
nismo central cuando lidera a los trabajadores para la formulación de
un pliego de peticiones, que García Márquez copia casi textualmente
del presentado por los trabajadores del Magdalena en 1928:

“La inconformidad de los trabajadores se fundaba esta vez en la


insalubridad de las viviendas, el engaño de los servicios médicos y
la iniquidad de las condiciones de trabajo. Afirmaban, además, que
no se les pagaba con dinero efectivo, sino con vales que solo servían
para comprar jamón de Virginia en los comisariatos de la compañía
[...] Los otros cargos eran del dominio público. Los médicos de la

215
La masacre de las bananeras en la literatura colombiana

compañía no examinaban a los enfermos, sino que los hacían pararse


en fila india frente a los dispensarios, y una enfermera les ponía en la
lengua una píldora del color del piedralipe, así tuvieran paludismo,
blenorragia o estreñimiento [...] Los obreros de la compañía estaban
hacinados en tambos miserables”23.

Los trabajadores de Macondo no corren mejor suerte que los de


1928 y, sin necesidad de apartarse demasiado de las condiciones reales
del suceso histórico para describir este enfrentamiento, García Márquez
relata cómo la determinación de los trabajadores por hacer respetar sus
derechos se ve contrariada por la afirmación de que la compañía “no
tenía, ni había tenido nunca ni tendría jamás trabajadores a su servicio,
sino que los reclutaba ocasionalmente y con carácter temporal” por lo
que sus demandas son infundadas: el mismo argumento que esgrimió
la United Fruit Company al momento de la huelga.

A pesar de esto, los trabajadores deciden continuar y radicalizar su


protesta, hasta que son citados en la plaza de Macondo para intentar
negociar con el gerente de la compañía. La descripción de la concentra-
ción de los trabajadores en la plaza de Macondo y la posterior masacre de
los mismos es uno de los momentos más intensos de toda la narración
de Cien años de soledad y parece buscar una reconstrucción minuciosa
de los momentos de expectativa y terror vividos entre la población. La
masacre del 6 de diciembre de 1928 en Ciénaga ocurrió hacia la 1 de la
madrugada, pero García Márquez logra darle un aire más angustioso a
su narración de la concentración en Macondo al ubicarla al mediodía
y en medio de un abrasante calor. La tensión de la masa es perceptible
en todo momento y contrasta con el formalismo impersonal con que los
militares anuncian la inminencia de los disparos. Después de leído el
decreto que prohíbe la reunión de los trabajadores y faculta al ejército
para “matarlos a bala”, lo impensable sucede: el general da la orden de
disparar contra la población.


23
Ibid., p. 341.

216
Nicolás Pernett

La descripción de la masacre de las bananeras en Cien años de sole-


dad, al enfocar la voz narradora desde la perspectiva subjetiva de José
Arcadio Segundo, resulta muy efectiva como momento de catarsis donde
el novelista y el lector “reviven” la escenografía y los protagonistas del
suceso, para traer así de nuevo al presente el recuerdo del hecho, y dar
la impresión de un testimonio directo sobre lo sucedido ese día. Ese
afán de demostrar, de dar evidencia no solamente de “cómo habían
sucedido las cosas”, sino de que realmente habían sucedido, va a per-
seguir a José Arcadio Segundo durante el resto de la novela, hasta el
punto de que su último suspiro lo gasta en transmitir su memoria de lo
sucedido:

“El nueve de agosto, antes de que se recibiera la primera carta de


Bruselas, José Arcadio Segundo conversaba con Aureliano en el cuarto
de Melquíades, y sin que viniera a cuento dijo: ‘Acuérdate siempre de
que eran más de tres mil y que los echaron al mar’. Luego se fue de
bruces sobre los pergaminos, y murió con los ojos abiertos”24.

En Cien años de soledad se remarca el hecho de que después de la


masacre el pueblo entero cayera en una especie de amnesia general
sobre lo sucedido, impelido por la insistencia de las autoridades en
implantar la versión definitiva: “En Macondo no ha pasado nada, ni
está pa­sando ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz”. El modo en que
García Márquez hiperboliza el olvido como una enfermedad generali-
zada en Macondo después de la masacre hace aún más conmovedora
la figura de los sobrevivientes que siguen repitiendo, “sin que nadie
les creyera”, lo sucedido ese día. El mismo García Márquez se incluye
entonces dentro de la narración bajo la cifra del personaje Gabriel, novel
escritor y amigo del último de los Aurelianos, con el que repasa recu-
rrentemente el episodio de la masacre, en un pueblo que se obstinaba
en creer que la “compañía bananera no había existido nunca”. Así, en
la misma novela se viene a representar el proceso de la memoria sobre


24
Ibid., p. 401.

217
La masacre de las bananeras en la literatura colombiana

la masacre bananera que García Márquez identifica en su región: el


olvido inicial, impulsado por la autoridad oficial, no alcanza a imponerse
totalmente y es contrarrestado por la transmisión oral que va a mantener
vivo el recuerdo de lo sucedido entre algunos de los habitantes, hasta
que uno de ellos, Gabriel, lo consigne literariamente (lo haga letra)
para preservar y dar fe de lo sucedido y sobreponerse así a los estragos
del olvido.

Las últimas páginas de Cien años de soledad, así como las de las otras
novelas sobre la zona bananera aquí mencionadas, se dedican a describir
el deterioro irreparable que se va a hacer evidente en la zona después
de la huelga y la masacre de los trabajadores. Un torrencial aguacero
cae sobre Macondo después de la masacre y acaba de destruir lo que
aún permanencia en pie; y en La casa grande, la derrota sentida entre
los habitantes de la región se prolonga hasta las siguientes generaciones
que van a mirar a la huelga como el momento en su pasado donde se
sembraron las semillas del agrietamiento social que se cerniría sobre la
región. A diferencia de los cuentos de la década de los 30 y 50, donde
se describe la continuación, a pesar de la masacre de 1928, del sistema
social y productivo en la zona bananera, asociado a la permanencia de
la United Fruit Co., las novelas posteriores van a conjugar el suceso de
1928 con la salida definitiva de la compañía a mediados de la década de
los 60 para proyectar en un mismo momento la imagen de una región
abandonada y destruida como consecuencia de la huelga y masacre y
la salida definitiva de la compañía.

El recuerdo lejano más cercano y persistente:


Las bananeras en la literatura colombiana reciente
En las últimas décadas del siglo pasado hicieron aparición nuevas
creaciones literarias, escritas también por autores costeños, donde
el tema de las masacre de las bananeras se sigue haciendo presente,
aunque ya no como la reinterpretación justiciera o la reconstrucción
detallista que intentaron las novelas de las décadas de 1960, sino como
la descripción de un mundo donde la matanza de los trabajadores es

218
Nicolás Pernett

un recuerdo lejano, que se confunde con la leyenda regional, pero que


permanece como un fantasma persistentemente actualizado por las
constantes reelaboraciones. Guillermo Henríquez, Clinton Ramírez y
Lola Salcedo Castañeda25, se cuentan entre los nombres de los nuevos
narradores que, tanto en el campo de la novela como del cuento, conti-
núan renovando las posibilidades de representación literaria de la zona
bananera del Magdalena26.

Así como han cambiado el estilo narrativo y los protagonistas de


estas historias, también muchos de los lugares comunes encontrados
en la anterior literatura sobre las bananeras van a darle paso a nuevas
temáticas o nuevos enfoques de esas temáticas en la narrativa reciente.
Por ejemplo, el amargo reclamo por el horror de la masacre que aparece
en algunos fragmentos de la previa literatura sobre las bananeras, se
convierte ahora en la representación de una paradójica nostalgia por los
“buenos tiempos” de la Compañía que todavía evidencian algunos de
los descendientes de las clases alguna vez privilegiadas por la United.
En los cuentos de Clinton Ramírez, por ejemplo, la burguesía local,
arruinada por la partida de la compañía y el traslado de la producción
bananera a otras regiones del país, insiste en aferrarse a los viejos idea-
les de prosperidad prometida por la empresa extranjera y continúa
rumiando el postergado anhelo de la vuelta de la compañía en medio
de la decadencia y la descomposición de los viejos símbolos del estatus
social. A la par que la nostalgia y la esperanza de la vuelta de la compa-
ñía, algunos estilizados objetos importados en los barcos de la “Gran
Flota Blanca” de la empresa frutera perduran como recordatorios de
otros tiempos en los que algunos nacionales pudieron disfrutar de los
beneficios del “oro verde”.


25
Guillermo Henríquez, Clinton Ramírez y Ramón Illán Bacca, Tres para una mesa, Medellín:
Ediciones La Cifra, 1991; Lola Salcedo Castañeda, Una pasión impresentable, Bogotá:
Editorial Planeta, 1994.

26
Jaques Gilard, Op. cit., pp. 105-114. En este artículo, el crítico francés ahonda en la
predominancia de la crítica a las clases altas locales en las narraciones sobre la zona
bananera de los últimos años.

219
La masacre de las bananeras en la literatura colombiana

En una región donde casi todos tuvieron algún antepasado que


llegó a trabajar para la United Fruit durante sus años de estadía en la
zona, la evocación de la compañía por parte de los lugareños mantiene
la ambivalencia entre el odio y la complacencia, aún décadas después
de su partida. En este contexto, el recuerdo de la masacre de 1928 se
pierde muchas veces en medio de otros recuerdos, tal vez insignificantes,
pero más cercanos a la vida cotidiana y familiar de las generaciones más
recientes. Sin embargo, la culpa por lo sucedido a los trabajadores en la
estación de Ciénaga ese 6 de diciembre sigue rondando la conciencia
de los descendientes de algunos de los antiguos propietarios, que se
niegan a aceptar la responsabilidad por lo sucedido:

“Te he dicho que es seis: seis de diciembre. Y, por favor, deja de pensar
en cosas muertas. Mejor quédate aquí conmigo, y olvida. Tú no tienes
derecho a sentirte culpable, (Un tren de colores pasa en la pared de
enfrente). Esa culpa no te pertenece. ¿Lo viste?

–Ya creo, pero no te equivoques conmigo. Para mí la huelga no tiene


el significado que tú piensas. Esa sangre a mí no me toca (se mira
las piernas y sonríe desdeñosa)”27.

Otro de los autores representante de esta última generación, y que


ya desde 1981 había hecho un aporte fundamental a la literatura sobre
las bananeras con su cuento “Si no fuera por la zona caramba” del libro
de cuentos Marihuana para Goering28, es el barranquillero Ramón Illán
Bacca. En este cuento, así como es sus posteriores novelas, Déborah
Kruel (1990)29 y Maracas en la ópera (1996)30, Illán Bacca va a utilizar
el escenario de la huelga y masacre bananera de 1928 como telón de


27
Clinton Ramírez, “Extraños en la noche”, En: Tres para una mesa, Op. cit., p. 83.

28
Ramón Illán Bacca, Marihuana para Goering, Bogotá: Lallemand Abramuck Editores
Asociados, 1981.

29
Ramón Illán Bacca, Déborah Kruel, Bogotá: Plaza y Janés, 1990.

30
Ramón Illán Bacca, Maracas en la ópera, Medellín: Fundación Cámara de Comercio de
Medellín, 1996.

220
Nicolás Pernett

fondo de otras historias menores que se desarrollaron en medio de la


agitación y el desconcierto de esos días. Así, en “Si no fuera por la zona
caramba” se relata la historia, basada en un episodio real, de la intoxi-
cación del General Carlos Cortés Vargas en medio de un agasajo en su
nombre, en el que los más prestantes representantes de la élite local se
ven atrapados en una encerrona parecida a la vivida por los trabajadores
bananeros semanas antes, debido a la decisión del general de retener a
todos los invitados al baile hasta aclarar el origen de su malestar. Esta
anécdota, junto a otras, como la que se dice sufrió el general Cortés
Vargas al ser orinado en la cara por una prostituta local durante los
tiempos del estado de sitio, hacen parte del grupo de los otros incidentes
sucedidos en la zona bananera durante los días de la huelga de 1928 y
que, por no ser tan espectaculares o trágicos como los de la masacre y
la posterior persecución de los trabajadores, han pasado inadvertidos
durante mucho tiempo, pero que han podido emerger en la reciente
literatura sobre las bananeras.

En medio del persistente tono lóbrego y pesimista que se evidencia


en todas las historias sobre la huelga y la masacre de las bananeras, se
destaca especialmente la figura de Ramón Illán Bacca por ser el único
autor que ha logrado sacarle el filón risible a lo relacionado con la tra-
gedia de 1928, sin caer nunca en la ridiculización del sufrimiento de los
trabajadores. El objetivo preferido de sus punzantes dardos cómicos es
la desvencijada clase alta bananera (buena parte de ella desplazada a
Barranquilla después de la salida de la compañía del Magdalena), venida
a menos, pero con el sentido de la ostentación y la jerarquía intactos,
así como la obsesión rememorativa de la masacre de las bananeras que
parece haberse apoderado de la opinión pública nacional e internacional
después de la publicación de la novela de García Márquez. Uno de sus
personajes más entrañable, Fortunación Retamozo, en la novela Maracas
en la ópera, vive precisamente de saciar esta curiosidad histórica de los
inocentes investigadores atraídos por el rumor de la leyenda:

“La televisión europea había descubierto el genocidio y hacía pro-


gramas que adobaba con saleros históricos y pimientas literarias. El

221
La masacre de las bananeras en la literatura colombiana

papel de reaccionaria era rentable y Fortunación lo había aceptado


con toda la propiedad del caso. Ella, por supuesto, era la amante del
general y, a diferencia de los otros entrevistados, decía cosas amables
y justificativas sobre Cortés Vargas”31.

En la novelística de Illán Bacca, como en otras narraciones recientes,


la referencia a la huelga y la masacre deja de ser directa, para convertirse
en una imagen retransmitida y reeditada permanentemente por los
diferentes agentes de la memoria de la región hasta nuestros días. Los
cuentos, rumores, versiones y, ahora, hasta la literatura, en especial la
de Gabriel García Márquez, continúan compitiendo por la primacía de
significados en medio de la tendencia rememorativa actual, e Illán Bacca
sabe captar inteligentemente en sus novelas este nuevo escenario en
donde la masacre de las bananeras ha dejado de ser un recuerdo oscuro
y se ha convertido en una apetecida veta de interés universal.

Entre toda la tradición literaria nacional sobre las bananeras, la obra


de Ramón Illán Bacca se destaca especialmente por haber encontrado
un nuevo camino estilístico que mantiene viva la temática de la huelga
y la masacre más allá de los lugares comunes del realismo, mágico o
socialista, que habían marcado el carácter que podía tomar el tema en
la narrativa nacional. Su prosa le abre el camino a nuevas posibilidades
literarias que puedan abordar la historia colombiana desde perspecti-
vas que enfrenten los extremos de la tragedia con una narración que
utilice la ironía y la parodia como una punzante forma de denuncia y
de transgresión de los valores estipulados por los discursos y la cultura
oficiales. Sin abandonar por completo el camino marcado por la obra
de Gabriel García Márquez en lo referente a la rememoración regional
de la masacre de las bananeras, la obra de Ramón Illán Bacca y de los
recientes narradores costeños demuestra que es posible reinventar y
reanimar la siempre enriquecedora relación entre literatura e historia
en nuestro país, y que el suceso de las bananeras puede seguir teniendo


31
Ramón Illán Bacca, Op. cit., p. 85.

222
Nicolás Pernett

protagonismo en las continuas mediaciones que hacen los escritores de


ficción entre sus creaciones y su realidad histórica.

La pregunta irresoluta, pero nunca olvidada

La representación de la zona bananera del Magdalena y de la masacre


de 1928 en la literatura colombiana ha evidenciado una saludable per-
manencia por más de ochenta años hasta el presente. La expresión de los
acontecimientos históricos a través de la narración literaria, que aparece
como un fenómeno natural y casi inevitable en todas las sociedades, se
ha convertido, en este caso, en uno de los bastiones de la preservación y
la transmisión de la memoria y la interpretación de un suceso histórico
de trascendental importancia para el país.

A pesar de no presentarse como la reconstrucción exacta de todos los


aspectos referidos al desarrollo de la huelga y masacre bananera y a las
condiciones posteriores de la región, la representación literaria logra un
objetivo simbólico fundamental, que es dar testimonio sobre un suceso
que había sido enterrado en lo que parecía ser un inexplicable e injusto
olvido histórico. El conflicto de representatividad vivido por los traba-
jadores al momento de la huelga, cuando la compañía se empeñaba en
desconocer su existencia misma como empleados y como parte funda-
mental de la producción bananera, se va a ver reproducido en el olvido de
la masacre bananera por parte de las generaciones posteriores, que van a
negar o desconocer su existencia por haber crecido con la idea infundada
de que nada había sucedido. Por esto, la literatura sobre las bananeras
no sólo opera como una representación de la región y de lo sucedido
en 1928, sino como un testimonio que remarca la existencia real de un
recuerdo que hasta ese momento parecía perdido o del cual muchos
dudaban. En este sentido, la representación literaria de la masacre de
las bananeras no es sólo una narración ficcional de un suceso real, sino
una descripción que busca darle realidad a un recuerdo incierto.

El aporte de la literatura sobre las bananeras a la conciencia política


e histórica de la nación colombiana ha sido imprescindible y su tarea

223
La masacre de las bananeras en la literatura colombiana

para la posteridad es bien resumido por el mismo Gabriel García Már-


quez –al hacer una reseña de la obra de Álvaro Cepeda Samudio– con
las siguientes palabras:

“Esta manera de escribir historia, por arbitraria que pueda parecer a


los historiadores, es una espléndida lección de transmutación poética.
Sin escamotear ni mistificar la gravedad política y humana del drama
social [...] lo ha sometido a una especie de purificación alquímica,
y solamente nos ha entregado su esencia mítica, lo que quedó para
siempre más allá de la moral y la justicia y la memoria efímera de
los hombres”32.


32
Citado en Eligio García Márquez, Op. cit., p. 493.

224
Nicolás Pernett

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227
Retos en la enseñanza
de la historia social
en Colombia
Retos en la enseñanza de la
historia social en Colombia:
el caso de la Masacre
de las bananeras*
Leidy Jazmín Torres Cendales
Jessica Pérez Pérez
Zulma Romero Leal **

S
in duda alguna, la enseñanza de la historia en Colombia
constituye un reto que involucra historiadores y pedagogos
por igual. La construcción de la memoria histórica en espacios
cotidianos es el escenario de cuestionamientos frente a la influencia
de las ideologías e intereses particulares, sobre los cuales se cimienta la
representación del pasado. El mejor ejemplo de esas áreas lo constituyen


*
Este artículo recoge las reflexiones realizadas en la última sesión del Simposio “Bananeras:
Huelga y Masacre 80 años”. Realizada el 15 de noviembre de 2008 en la Biblioteca Luis
Ángel Arango. Queremos agradecer al Profesor Darío Campos Rodríguez, Director del
Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia; a la profesora Sandra
Polo, Profesora y Licenciada en Ciencias Sociales de la Universidad Distrital Francisco José
de Caldas; y al Profesor Manuel Parada, Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad
Libre de Colombia y antropólogo de la UNAM. Todos ellos asistieron a la sesión final del
Simposio dedicada a la relación entre Historia y Pedagogía; sus importantes aportes
enriquecieron este breve escrito.
**
Estudiantes de Historia, Universidad Nacional de Colombia.
Retos en la enseñanza de la historia social en Colombia...

las escuelas y colegios de nuestro país, en donde existe una amalgama


de conocimientos que transmiten los docentes y que son filtrados e
interpretados por sectores sociales diversos, en los cuales la historia
como profesión juega un papel importante.

Este hecho motivó al Grupo estudiantil Realidad y Ficción, del


Departamento de Historia, a reflexionar sobre el proceso que va desde
la producción historiográfica de las universidades y centros de investiga-
ción hasta el diseño y la práctica pedagógica, lo que plantea interrogantes
concretos entre las construcciones del pasado y los alcances que sus
distintas versiones tienen en lo que podríamos llamar una “conciencia
histórica nacional”.

La huelga y la masacre de las bananeras de 1928 constituyen uno de


esos hechos en los cuales confluyen las interpretaciones de la academia,
los grupos sociales y el gobierno, pero solo una de ellas prima en los
centros de enseñanza básica y media. La experiencia de los integrantes
del grupo, antes del ingreso a la carrera de Historia, dejaba ver el modo
en que los libros de texto, la literatura y la formación docente crean una
visión de la historia univoca, de verdades aparentemente indiscutibles,
que se convierten en objeto de critica desde la flexibilidad y reflexión
que permite la universidad, pero que es escasa en los centros educativos
de enseñanza primaria y secundaria.

El movimiento obrero que se desarrolló en la década de los años


veinte y la huelga de las bananeras en 1928, son para muchos de los
colombianos hechos desconocidos o tangencialmente abordados, desde
Cien años de soledad 1 hasta las caricaturas e ilustraciones de platanales
llenos de muertos y sangre que abundan en los manuales escolares2.


1
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, Bogotá: Editorial Oveja Negra, Biblioteca
de Literatura Colombiana, 1984.

2
Un ejemplo de estas representaciones lo podemos encontrar en el texto escolar. Ciencias
Sociales 5. Historia-Geografía-Cívica, Educación Básica Primaria, Bogotá: Editorial El Cid,
1989, p. 52.

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Leidy Jazmín Torres Cendales / Jessica Pérez Pérez / Zulma Romero Leal

La historia que prima en las escuelas se basa en lineamientos curricu-


lares que tienen como fin la creación de una memoria “nacional”, en
la cual se privilegia una dinámica maniqueísta en la que los muertos
a manos del Estado hace ochenta años –y hoy– son invisibilizados en
el imaginario colombiano, por ser una mácula en el ideal de nación y
la legitimidad quimérica que el gobierno construye desde los primeros
años en sus ciudadanos.

Frente a esta situación, las preguntas relevantes serían: ¿Por qué un


hecho tan significativo para la historia social y política del país no es
enseñado en las aulas? ¿Por qué, a pesar de los avances constantes que
la academia efectúa sobre los conflictos sociales a través de los debates
historiográficos, no corresponde la realidad en las aulas de clases con
estas iniciativas? Para responder estas preguntas debemos remitirnos a
dos situaciones que atraviesan tanto a la Historia como a la práctica
pedagógica: 1) la falta de una “Enseñanza de la Historia” independiente
de otras disciplinas del área curricular denominada “Ciencias Sociales”;
y 2) la falta de articulación de los historiadores con la práctica pedagó-
gica y viceversa.

De acuerdo al Decreto 230 de 2002, el estudio de “lo social” debe


introducir una serie de ítems tales como la democracia, los valores y la
multiculturalidad; además de la Geografía o la Historia3, lo que con-
vierte al docente de ciencias sociales en el encargado de administrar
las nociones sobre el pasado, el presente, el espacio y de inculcar los
valores “nacionales” como la tolerancia cultural y la soberanía popular.
Todos ellos, producto de una intención estatal que inculca a niños y
jóvenes la visión sobre el gobierno como un ente que respeta los dere-
chos, que permite la participación y que procura el orden y bienestar
de los ciudadanos.


3
Tomado de la intervención en la sesión del Simposio “Bananeras Huelga y Masacre 80
años”, realizada el 15 de noviembre de 2008 por el Profesor del Departamento de Historia
y director del mismo, Darío Campos Rodríguez.

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Retos en la enseñanza de la historia social en Colombia...

Si observamos un hecho como la huelga de las bananeras, repre-


sentativo por demostrar la forma en que los intereses de las empresas
extranjeras se sobreponen al bienestar de los colombianos, con el
beneplácito del Estado, esa visión de la nación en la cual el gobierno
procura el bien popular se desmorona. De igual forma, si observamos la
masacre que le siguió a manos de la fuerza pública, es evidente la falta
de tolerancia y respeto por los derechos de los trabajadores y el pueblo
mismo, que es objeto de violencia y represión como forma de solución
a los graves conflictos socio-económicos de la época, que aun están
vigentes.

Además de la intencionalidad que media la enseñanza de “ciencias


sociales” en el país, existe una falta de cohesión entre los avances de la
investigación histórica y la formación y práctica de los docentes. Los
trabajos acerca de los movimientos sociales, los conflictos laborales,
las consecuencias de la inmersión de multinacionales en el país y los
crímenes de Estado, abundan en las facultades de Derecho, Ciencias
Políticas, Ciencias Humanas, Ciencias Económicas o Ciencias Sociales
del país4. No obstante, la “Licenciatura en educación básica con énfa-
sis en ciencias sociales” o la “Licenciatura en Educación Básica con
énfasis en Humanidades y Lengua Castellana”, en las cuales se forman
la mayoría de profesores de primaria y secundaria, engloban una serie
de contenidos poco o nada específicos y profundos, que corresponden
igualmente a unos lineamientos dispersos señalados por el gobierno
para la enseñanza, que no dan cabida al estudio especializado de las
investigaciones que se producen en áreas particulares del conocimiento,
en este caso, la historia.

Por otra parte, la formación de pregrado en Historia, Geografía y


otras disciplinas permite profundizar en temáticas especificas, pero
carece de cualquier contenido metodológico para enseñar en ámbitos


4
Bastaría mencionar a Mauricio Archila, Víctor Manuel Moncayo, Ricardo Sánchez, Renán
Vega, Luz Ángela Núñez, Daniel Pècaut, Eduardo Posada Carbó, entre otros.

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Leidy Jazmín Torres Cendales / Jessica Pérez Pérez / Zulma Romero Leal

fuera de la universidad. Trasladar el lenguaje universitario a niños y


jóvenes es muy complicado para los historiadores profesionales y es
irresponsable intentar ser pedagogos cuando no existe una formación
mínima para hacerlo. ¿Cómo definirle a un niño qué es un paramilitar,
algo totalmente relevante en el actual contexto social colombiano?5
¿Cómo explicar la huelga de las bananeras y la masacre, mediando la
violencia y las víctimas que involucra?

Este tipo de reflexiones son complicadas y sus soluciones son


diversas, pero enunciarlas permite reconocer que existe una falta de
comunicación seria entre las disciplinas y que ello desemboca direc-
tamente en un problema político, pues no se avanza más allá de la
historia de los héroes, de los personajes, de las instituciones, omitiendo
actores subalternos constitutivos de la historia como el movimiento
obrero, en el caso de las bananeras. Dentro de esos individuos que
construyen la historia están los interlocutores y receptores de las inter-
pretaciones del pasado en las escuelas y colegios, que se quedan con
la versión unilateral de los hechos y construyen realidades a partir del
lenguaje6.

La historia en las aulas se quedó en la visión decimonónica moderna


que buscaba crear héroes alrededor de los cuales se articulaba la nación
y sigue omitiendo los actores subalternos que son objeto de los discursos
que emana la escuela y sus formas de interactuar en ella.

Para finalizar, habría que cuestionar si la historia tradicional, enmar-


cada en las “ciencias sociales”, es la metodología más pertinente en
el contexto colombiano, cuando no existe un interés real por formar


5
Tomado de la intervención en la sesión del Simposio “Bananeras Huelga y Masacre 80
años”, realizada el 15 de noviembre de 2008 por Sandra Polo, Profesora y Licenciada en
Ciencias Sociales de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.

6
Tomado de la intervención en la sesión del Simposio “Bananeras Huelga y Masacre 80
años”, realizada el 15 de noviembre de 2008 por Manuel Parada, Licenciado en Cien-
cias Sociales de la Universidad Libre y antropólogo de la Universidad Autónoma de
México.

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Retos en la enseñanza de la historia social en Colombia...

socialmente a los estudiantes, pues ello iría en detrimento de un sistema


cuya ideología disfraza la exclusión y la desigualdad social en la nación
democrática y el Estado Social de Derecho.

Por ello, es necesaria una conexión entre Historia y Pedagogía, que


indague la forma en que se puede enseñar y pensar el pasado relacionán-
dolo con el presente y en la que no se sacrifiquen los contenidos ni los
medios para que éstos lleguen a otros ámbitos fuera del académico.

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Leidy Jazmín Torres Cendales / Jessica Pérez Pérez / Zulma Romero Leal

BIBLIOGRAFíA

Sin Autor, Ciencias Sociales 5. Historia-Geografía-Cívica, Educación


Básica Primaria, Bogotá: Editorial El Cid, 1989.

García Márquez, Gabriel, Cien años de soledad, Bogotá: Editorial Oveja


Negra, Biblioteca de Literatura Colombiana, 1984.

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