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Realiza un número de lecturas limitado y de tipo muy diverso, desde libros infantiles y
juveniles hasta best sellers y lecturas escolares de obras clásicas. Su valoración
personal de esas lecturas parece ser positiva, sobre todo cuando alude a las que ha
elegido libremente; mientras que, por el contrario, ha desarrollado una actitud adversa
hacia las obras canónicas e impuestas por la institución escolar, en especial durante la
etapa secundaria de sus estudios. Su forma de expresarse sobre la lectura revela una
gran tensión entre las formas de apropiación popular de la literatura, que centran el
interés en la intriga. La proyección identificadora, los temas de actualidad, etc... Por
una parte, y el valor concedido a una lectura "sabia" aprendida en la escuela, que
incluye una actitud distanciada, criticado desligada de sus intereses inmediatos, por
otra.
En ese proceso de comprensión, los niños y niñas no sólo interpretan el símbolo de lo que
hay objetivamente en la página del libro, sino que se inician también en la necesidad de
inferir información no explícita propia de cualquier acto de lectura y empiezan a advertir a
la vez los juicios de valor que se hace de las cosas en su propia cultura: lo que es seguro o
peligroso, lo que se considera bello o feo, habitual o extraordinario, adecuado o ridículo,
etcétera.
Desde muy corta edad, los niños poseen muchos más conocimientos sobre la narración de
historias. Esa conciencia se desarrollará para el reconocimiento de historias como un modo
de comunicación, técnica socialmente aceptada para imaginar mundos posibles. El
progreso gradual del conocimiento sobre las características formales de la historia incluye
dos líneas esenciales: lo que sucede y de quién estamos hablando, es decir, la adquisición
del esquema narrativo y el desarrollo de expectativas sobre los personajes. Al comienzo de
su adquisición de la estructura narrativa, los niños y las niñas están satisfechos con
reconocer y nombrar el contenido de las imágenes y ver las historias en términos de
episodios desconectados. A medida que crecen, aumenta su capacidad para establecer
vínculos causales entre las acciones representadas y ubicar lo que sucede en las
ilustraciones dentro de un esquema progresivo.
Las estructuras narrativas que los niños de esta edad son capaces de controlar fueron
clasificadas en seis formas básicas cada vez más complejas y que corresponden a los
estadios de desarrollo establecidos por Vygotsky. El primer tipo de estructura, por ejemplo,
se refiere simplemente a una asociación de ideas entre los elementos, en la cual una idea
lleva a otra sin más relación. A los cinco años la mayoría de los niños ya utiliza la
estructura que Applebee denominó cadena focalizada, en la que se establecen las peripecias
de un personaje como en un rosario de cuentas. Finalmente, hacia los seis años, los niños y
niñas dominan propiamente la estructura de la narración con todas sus características, por
ejemplo, la de que el final debe guardar relación con el conflicto planteado en el inicio.
La ampliación de la experiencia.
Los niños y niñas necesitan también una literatura que expanda su imaginación y sus
habilidades perceptivas más allá de sus límites actuales, de manera que los mejores libros
ilustrados son aquellos que establecen un compromiso entre lo que los niños pueden
reconocer fácilmente y lo que pueden comprender a través de un esfuerzo imaginativo que
se vea suficientemente recompensado. Algunas líneas de progreso en las posibilidades
comprensivas de estas edades tienen que ver con los temas y géneros adoptados por la
ficción infantil.
En primer lugar, nos referimos a la relación entre realismo y fantasía. Las historias son
recibidas por los niños como una representación del mundo tal como es. No se cuestionarán
su veracidad hasta el final de esta etapa, cuando pasen a interesarse por el origen de las
cosas. Sólo cuando las historias han emergido como conciencia de la ficción, los niños
pueden empezar a utilizarlas para explorar el mundo tal como podría ser. Se trata de una
representación literaria que propondrá alternativas, más que confirmará certidumbres.
Destacan, por ejemplo, que los niños de dos años alejan prudentemente de la esfera
inmediata aquellas historias que contienen elementos de peligro, del mismo modo que
jamás las narran en primera persona. Pero también puede pensarse que la evolución
obedece a la asimilación cultural producida, ya que los niños de cinco años han tenido
tiempo de familiarizarse con el mundo literario de la aventura, vista como sucesos lejanos y
propios de las historias, En sus narraciones adoptarían, pues, estas formas y colocarían la
aventura allí donde han aprendido culturalmente que habita. Otra vía de exploración de la
realidad muy presente en los libros infantiles es la del humor. En esta etapa, el humor se
basa a menudo en la inversión o transgresión de las normas de funcionamiento del mundo
que los pequeños ya dominan, de forma que las equivocaciones o exageraciones de las
acciones configuran una parte importante de los recursos utilizados. Un oso que pregunta si
debe colocarse los pantalones por la cabeza hace gracia al niño desde la superioridad que le
da saber cómo debe hacerse, del mismo modo que la vulneración de normas y tabúes apela
a su complacencia por la ruptura de una represión ya interiorizada. El juego con el absurdo
se basa, a su vez, en la inversión del orden que las palabras otorgan a la realidad, Si el niño
siente la discrepancia entre los hechos y su necesidad de ordenarlos a través del lenguaje
puede generarle angustia
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Itzel Jaqueline González Flores, Escuela Normal Preescolar “Adolfo Viguri Viguri”,
licenciatura en educación preescolar, profesor Willy Arturo Damián de la Cruz, grupo 401,
4° semestre.