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 CUENTOS PARA TRABAJAR

La gordofobia: el verdadero elefante de la sala


 ¿Por qué todos los niños quieren ser youtubers?
 Cuando mueren personas famosas: la pérdida de Chadwick Boseman

Estaba una señora sentada sola en la mesa de un restaurante, y tras leer la carta
decidió pedir una apetitosa sopa en la que se había fijado. El camarero, muy
amable le sirvió el plato a la mujer y siguió haciendo su trabajo. Cuando éste volvió
a pasar cerca de la señora ésta le hizo un gesto y rápidamente el camarero fue
hacia la mesa.

– ¿Qué desea, señora?


– Quiero que pruebe la sopa.
El camarero, sorprendido, reaccionó rápidamente con amabilidad, preguntando a la
señora si la sopa no estaba rica o no le gustaba.
– No es eso, quiero que pruebe la sopa.
Tras pensarlo un poco más, en cuestión de segundos el camarero imaginó que
posiblemente el problema era que la sopa estaría algo fría y no dudó en decirlo a la
mujer, en parte disculpándose y en parte preguntando.
– Quizás es que esté fría señora. No se preocupe, que le cambio la sopa
sin ningún problema…
– La sopa no está fría. ¿Podría probarla, por favor?
El camarero, desconcertado, dejó atrás la amabilidad y se concentró en resolver la
situación. No era de recibo probar la comida de los clientes, pero la mujer insistía y
a él ya no se le ocurrían más opciones. ¿Qué le pasaba a la sopa? Lanzó su último
cartucho:
– Señora, dígame qué ocurre. Si la sopa no está mala y no está fría,
dígame qué pasa y si es necesario, le cambio el plato.
– Por favor, discúlpeme pero he de insistir en que si quiere saber qué le
pasa a la sopa, sólo tiene que probarla.
Finalmente, ante la petición tan rotunda de la señora, el camarero accedió a probar
la sopa. Se sentó por un momento junto a ella en la mesa y alcanzó el plato el plato
de sopa. Al ir a coger una cuchara, echó la vista a un lado y otro de la mesa,
pero… no había cucharas. Antes de que pudiera reaccionar, la mujer sentenció:
– ¿Lo ve? Falta la cuchara. Eso es lo que le pasa a la sopa, que no
me la puedo comer.
Diario Judío México -

En una comarca agrícola vivía Juan el agricultor.

Juan hombre sano, trabajador, optimista, se levantaba con el alba a


cultivar su tierra.

Contento todos los días iba a cumplir con su misión.

A base de esfuerzo y trabajo logró adquirir además de su parcela de tierra,


un pedazo de tierra adicional lo que le permitía producir más redundando
esto en beneficio de el y su familia.

Su esposa y sus dos hijos complementaban la vida y felicidad de Juan el


agricultor.

En esa casa no faltaba nada y a veces sobraba.

Las demás necesidades se cubrían con modestia.

No había necesidad no satisfecha y si felicidad, esa felicidad que nace


cuando hay satisfacción.

Pasado algún tiempo y ya para anochecer alguien toco la puerta.


-¿Disculpe señor ya casi es de noche, me podía dar posada solo por hoy?

Era un hombre de mediana edad con un maletín en su mano.

Juan le dijo que si.

Al poco rato llego la hora de cenar.

– Amigo acompáñenos a cenar. Juan le dijo al huésped.

Cenaron y en la plática de sobremesa Juan pregunto:

-¿Usted a que se dedica?

-Soy comerciante en brillantes. Fue la respuesta.

Acto seguido abrió su portafolio y saco un brillante que puso en la mano de


Juan.

– Es bellísimo. Y como brilla, su belleza es única.

– No existe un brillante igual a otro, todos son únicos.

– Donde se encuentran.

– En las entrañas de la tierra……..

– La tierra, ¿está que me nutre, esta que me permite vivir?

– Si fue la respuesta.

– ¿Cuánto valen, dónde se compran?


– Este que tienes en tus manos vale más que todo lo que ahora posees.

Mientras más lo contemplaba mas lo admiraba Juan, el agricultor.

Por primera vez en su vida, esa noche, empezó Juan a sentir una profunda
insatisfacción hacia sus logros.

Se fue a dormir pensando en lo poco que tenía….. Infeliz.

Ya era pobre, porque se sentía muy pobre. La insatisfacción y la tristeza lo


empezaban a invadir.

Pasado algún tiempo decidió vender sus tierras.

Con el dinero que juntó se aventuró por otras tierras, otros horizontes para
el desconocidos, a la busca de diamantes que el encontraría en las entrañas
de la tierra.

El tiempo pasó.

Juan se encontraba sentado en un portón, triste, derrotado, con sus ropas


ya muy sucias y hambriento.

Que duro lo había tratado la vida. Ya era un pobre entre los pobres.

Decidió volver a su comarca de agricultores. Y pedir empleo.

Llego maltrecho como estaba.

Su esposa y sus dos hijos ahora vivían con sus suegros. Afortunadamente
ellos estaban bien como siempre. La vida seguía con ellos siendo generosa
no había carencias.
Después de poco tiempo de volver a trabajar la tierra, Juan le dijo a su
esposa:

– Me gustaría volver a ver nuestra casa, aquella que vendí.

– Vamos le dijo su esposa.

Se dirigieron a su antigua casa.

– Buenas tardes. les saludó el nuevo dueño.

– Me gustaría ver de nuevo esta casa que antes fue mía.

Después de un breve recorrido descansaron y se les invito un refresco.

– Por mi afán de riquezas vendí esta casa y me aventure en busca de


brillantes, platicó Juan.

– Pero fracasé.

Juan platico brevemente su vivencia.

Platicando estaban cuando Juan se fija en una piedra: un trozo de vidrio


opaco.

El corazón de Juan dio un vuelco se trataba de un brillante en su forma


natural.

– Esto es lo que busque con tanto ahínco y no encontré.

– Y es un brillante- me dices-

– Si afirmó. Juan.
– ¿Dónde lo encontraste? pregunto Juan con desesperación

– Jugando mis hijos en la parte trasera de la casa, en el huerto se


encontraron esta rara piedra.

– Me estás diciendo que fue en el huerto de esta casa- dijo Juan exaltado.

– Si fue la respuesta.

Su vista se nubló y gruesas lágrimas resbalaban por sus mejillas sin


poderse contener

Un cuento con valores –

La semilla

En la ciudad de Villa Verde vive el pequeño Mauricio con su familia. Su hermana Cindy,


cuida de el con mucho cariño. Todos los días cuando regresan del colegio pasan a
visitar a su abuela que los espera muy contenta con un rico chocolate.

Un día su abuela estaba plantando semillas en el jardín. Mauricio


sintió mucha curiosidad y le pregunto:

– Abu ¿estás segura que de este insignificante granito saldrá una planta?


– SI, le contesto ella, pronto lo veras. -y así sin más le dio un puñado de semillas para
que las plantara en su casa.

Alegre e impaciente le pide a su hermana que lo ayude, así que consiguen una


maceta y un poco de tierra para poder plantar la primera semilla.

Al cabo de unos días, Mauricio se decepciona porque nada pasa, entonces Cindy le


pregunta:
– ¿Le has puesto agua para que crezca?
-Uyyyyyyyyyyyy –no sabía- responde el. De nuevo planta otra semilla,
pero esta vez Mariciola ahoga con tanta agua.

Intenta con una tercera, y esta vez esta vez la coloca en el patio, donde el sol acaricia a


su maceta. Las primeras hojitas comienzan a salir, y muy contento piensa que es el
lugar apropiado y decide dejarla allí.

Pero con el paso de los días sus hojitas se secan y es porque el sol las quema.
Mauricio llora desconsoladamente, su hermana viendo esto le explica

– Mauricio, una semilla es una vida y es una responsabilidad cuidarla, has visto que si


no tienen agua muere de sed, y si tiene exceso también o si la expones demasiado al
sol también le pasa lo mismo. Querido hermano, las plantas son
nuestras amigas porque ellas absorben de la atmosfera el anhídrido carbónico que
eliminamos cuando nosotros respiramos lo que nos permite seguir respirando aire
puro. Te propongo un nuevo intento y esta vez lo vamos a hacer entre los dos.

Entonces Mauricio y Cindy plantan una cuarta semilla, la que cuidan con mucho


esmero. Y la semilla se transforma en una pequeña planta con
unas florecillas blancas que perfuman la casa con un aroma muy peculiar.

Responde: De que trata la lectura

RESPONDE:
A Lucía le encantaban las
legumbres. Le chiflaba el cocido
de garbanzos y las lentejas con
verduras, y disfrutaba como
nadie con unas habas con
jamón. Sus padres estaban muy
contentos porque la niña comía
de todo y nunca hacía ascos a
probar cosas nuevas en la mesa.
Como vivían en una casa de
campo, cuando Lucía fue lo
suficientemente mayor empezó
a sentir curiosidad por la
procedencia de aquellas
legumbres deliciosas.
Normalmente las compraban en
el supermercado, pero la niña
siempre había soñado con
cultivarlas.

Una tarde de sábado, Lucía fue con sus padres hasta la cooperativa del
pueblo. Allí compraron tierra para cultivar, abono, herramientas de
labranza y, lo más importante, un gran surtido de semillas de sus
legumbres favoritas. Leyeron juntos un libro para saber en qué momento
del año plantarlas y cómo regarlas para que creciesen fuertes y vigorosas.
Lo primero que plantaron fueron las lentejas en pequeños vasos de yogur
reciclados.

Cuando crecieron lo suficiente, con mucho mimo y cuidado, trasplantaron


los pequeños brotes verdes a la tierra que previamente habían preparado y
abonado. Como indicaba el libro que habían comprado, lo hicieron a finales
del otoño, aprovechando la época de lluvias. Como la temperatura óptima
para su crecimiento debía oscilar entre los 6 y los 28º C, idearon un
pequeño invernadero para que las plantas estuvieran bien protegidas del
viento y la lluvia. Tras hacer un hoyo y esparcir las semillas, Lucía echó
tierra encima con ayuda de su padre para que empezasen a germinar.
Todas las semanas, echaban un ojo a la plantación para eliminar las malas
hierbas que dificultasen el crecimiento de las plantas.

Por fin, tras meses de cuidados y paciencia, llegó el momento de la


recolección a finales de la primavera. Las lentejas tenían ya un color entre
verde y amarillo y no estaban secas del todo, tal y como indicaba el manual
de cultivo. De la tarea de coger la guadaña y de separar el grano de la
planta ya se ocuparon los padres

de Lucía, porque era una


herramienta peligrosa para una niña. De lo que sí se pudo ocupar Lucía fue
de colocar su primera cosecha de lentejas en tarros de diferentes tamaños
que guardar en la cocina. También de ponerlas a remojo antes de
cocinarlas. El primer día que comieron lentejas de su propio huerto, a la
familia le supieron mejor que nunca. Además de por lo ricas y nutritivas
que eran, por el hecho de haberlas cultivado ellos mismos con esfuerzo y
dedicación. Al año siguiente, como ya eran unos expertos agricultores,
plantaron también garbanzos y guisantes. Pronto tuvieron una cosecha tan
grande que pudieron repartir entre sus amigos y familiares.

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