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g a n z l9 1 2 i

EDWARD HALLETT CARR


Los exiliados románticos
(Bakunin, Herzen, Ogarev)
BIBLIOTECA
DE LA HISTORIA
¿

)
t< g a n z l9 1 2
Edward Hallett
Carr
Los exiliados rom ánticos
(B ak u n in . H erzen . O garev)

sa rp e
g a n z l9 1 2
Tibio orf#ufe The Romantie ExÜes.
Traducción: VVi»e*fK»ae*.
6 AaMtnnt.
t i POf U j m * 5 ^ £ j t a SARPE, 1965
Pedro Tcurinu 8. 28030 Madrid.
Traducción cedkü por Editorial Anagrama.
Depósito leflal . M 12.778 - I9É3.
ISBN: 84-7291-796-1 (Uww 16 *J,
ISBN: 84-7291-736-6 lokra compkUf
Impreco en EjpajU-PrintaJ in Spún.
Imprime: Criticas Futura.

En portada: Barricadas kvantoéai m Berta


(iuranit ía nvotudán de 184& Grabado en color.
iBerlin Oeste. Kunti-bibiéüthciij
Edward H allett C arr

Edward Hallett Cavr nació en Inglaterra en el año 1692. y se


educó en d célebre -TrinityCoflefie* de Cambridge. Al terminal'
su$ estudios universitarios ingresó en la carrera diplomática en plena
primera 0uena mundial, en d año 1916, oagrando puestos en París
y en la capital letona, Riga. Junto con su compatriota y también
historiador Arnokf J. Toytlbee. participó en el Congreso de la Paz
celebrado en VersaHes al final de las hostilidades. Más tarde for­
maría parte de la asesoría de la empresa pacifista que fue la fraca­
sada Sociedad de Naciones.
En 1936 ocuparía la cátedra de Relaciones Internacionales de
la Universidad galesa de Cardiff. A partir de este momento, co­
mienza a haceT público su pensamiento filosóficobistórico con una
radical crítica del utopismo que habla determinado la política in*
temadona) de su país en los últimos años. Cran realista, Carr con­
siderara a la política como una permanente actuación en función
d d poder de que se disponga en cada caso. En d año 1939, al
término de la guerra civil española y al comienzo de la segunda
guerra mundial, d historiador británico observará nuestro conflicto
interno como una verdadera guerra dvfl europea entre fascismo
y liberalismo, librada sobre territorio español.
Durante la guerra —entre 1941 y 1946— ocupará d privilegia­
do puesto de subdirector d d prestigioso diario londinense «Tbe
Times*, desde donde lanzará aceradas críticas contra el idealismo
mostrado por los Estados Unidos a la conclusión del conflicto, y
su creencia en la posibilidad de que la recién creada organización
de las Naciones Unidas podría servir como efectivo instrumento
de contención y prevención de conflictos entablados entre países.
Cuando se encontraba próximo a la sesentona, d historiador
británico se dedicó en exclusividad a la elaboración de su monu­
mental «Historia de la Rusia Soviética*, tarea que le ocupará ínte­
gramente los últimos tres decenios de su vida hasta d momento
de su muerte, acaecida en d año de 1982.
j
Cc/NWtf / / C*T

«Los exiliados
-
románticos»
__ gunda mitad dci si­
glo XIX se encuentra pletórica de exiliados de corte liberal que
han debido huir de sus países de origen como consecuencia de
la imposición en dios de regímenes tradicionales, en nada dispues­
tos a conceder el menor asomo de libertad a quienes mantienen
posiciones de rompimiento con el pasado. En este libro. Carr se
aparta en cierto sentido de su modo habitual de historiar, desper­
sonalizado y riguroso, para pasar a tratar la existencia de estos
exiliados románticos rusos por la Europa del momento.
Mezcla Carr en sus páginas los episodios de valor histórico con
aquellos referidos a la intimidad familiar de sus protagonistas, Hcr-
zen. Bakunin y Ogarev. Estos intelectuales exiliados se aposentan
en una Europa que ya va superando gradualmente los condicio­
nantes románticos que poseyó en un principio el movimiento libe­
ral, Ellos proseguirán todavía durante algún tiempo manteniendo
estos postulados de acción política, instrumentados frecuentemente
en el uso de la conspiración y de la intriga. Aquí podría —salvando
distancias ideológicas— establecerse un parangón entre el libera­
lismo ruso y el español, abocados ambos al fracaso, a la regresión
en el tiempo y al apartamiento ftsico de sus miembros componentes.
Estos teóricos de la revolución sirvieron posteriormente, con
ocasión de la plasmación práctica de la misma tras 1917, para ba­
sar en el plano intelectual las acciones que los ejecutores de la
íuLnius efectuaban por entonces. Cabe preguntarse cuál hubiera
sido d destino de estos hombres caso de haber vivido aquel Octu­
bre; otras personalidades de índole similar no superarían las eta­
pas iniciales del proceso revolucionario, al que condenaron por
apartarse de unos planteamientos ideales a los que habían consa­
grado toda su dedicación hasta entonces. La obra se ensambla de
esta forma perfectamente con el resto de la producción d d histo­
riador británico, que se alza como d más efectivo estudioso y tra­
tadista de la historia de Rusia a partir del triunfo revolucionario.
Pero Carr. en otras de sus obras —que se incluyen en la bi­
bliografía que sigue—, no sólo trata cuestiones estrictamente ru­
sas. Por el contrario, observa con atención y agudeza temas como
el de la Europa de entreguerras, la historia de Rusia, d judaismo.
lo\ mmémtUm 1
fe ú ra s polfticas d e especia) significación o aspectos diversos d d
socialism o y de) com unism o. Con la misma lucidez de siem pre.
C arr vuelve aquí a m anifestarse com o d m ejor estudioso de la pro­
blem ática del socialism o teórico y aplicado.
Lo que otorga, sin embargo, al historiador británico su verda­
dera significación en el plano bibliográfico es una ¿pan historia
de la Rusia Soviética. Dotado de la gran capacidad de síntesis car­
gada de elementos informativos que constituye el rasgo más acu­
sado de las escuetas histortográficas británicas. Carr ha elevado
una ordenada y vasta construcción que reúne perfectamente en­
samblados tanto planteamientos teóricos como realizaciones prác­
ticas plasmadas en la realidad contemporánea.
La mera relación de cada uno de los cuatro sectores que com­
ponen esta obra, a (a que dedicó una labor de treinta arios, sirve
para expresar por sí misma d alcance de sus objetivos y la cober­
tura de su tratamiento. Entre los arios 1917 y 1929. establece con
profundidad los apartados referentes a la realización práctica de
la revolución, el periodo denominado de •intenre$>o* que contem­
pla d ascenso de Stalin. la puesta en vigor de la política de un
obligado ■socialismo en un solo país*, para pasar fi raímente a tra­
tar con gran minuciosidad de las bases de la economía planificada.
Adoptando las posiciones más objetivas posibles para todo his­
toriador que trata de observar d pasado con rigor. Carr consigue
vencer toda negativa posibilidad de fácil manique&mo. dominan­
te de íurnui Uii seiuudd* cu su tiempo con respecto a b tan mitifi
cada y. a la vez. denostada revolución bolchevique. Si en d mun­
do tuvo una fuerte repercusión la aparición de esta obra a partir
del ario 1950. en España su publicación, veintidós arios mas tar­
de. vino a representar la presenda de un material dotado de una
alta calidad en todos los sentidos, que superaba ya de forma defi­
nitiva a la mayor parte de la literatura histórica accesible en nues­
tro país acerca del fenómeno que ha determinado la evolución d d
mundo durante todo este agitado y convulso siglo.
Liberalism o y rom anticism o

Los antecedentes
________________________ d d siglo XIX. el liberalismo apare*
mitad
ce como la primera fuerza dirigida en contra de los restos del orde­
namiento anterior, que se mantenían en diferente grado en algunos
países o que habían sido restaurados tras la caída del sistema bo-
napartista. La ideología tiberal. considerada en sentido amplio, tiene
una validez prácticamente genera) para los países europeos, inde­
pendientemente de sus mismas características, que son las deter­
minantes de cada una de las formas particulares adoptadas por
el común pensamiento general.
Todos los autores que han tratado el tema del liberalismo coin­
ciden en que esta forma especial de pensamiento tenia unas pers­
pectivas globaftzantes. teóricamente consideradas, de todos los as­
pectos componentes de la vida de los hombres en sentido indivi­
dual y de las comunidades en sentido general. Sus rasgos indivi­
dualistas y dirigidos hada los principios del conocimiento y la ver­
dad le harán parecer un elemento subversivo para el sistema esta­
bleado. negador de ambas posibilidades.
T ímiUi cu d piano político como en d económico —y en d so­
cial en general—, el Uberattsmo plantea la posibilidad de adopción
de una amplia serie de fórmulas de ordenación. £1 plano político,
donde exige una plena separación de poderes —legislativo, ejecu­
tivo y judicial—, se muestra como la amenaza más peligrosa para
la autoridad constituida de forma incontestable. Pero todavía en
esta etapa de la historia de Europa los advérsanos d d poder son
los burgueses, que han conocido por un momento los disfrutes
d d poder efectivo, y retom an una y otra vez en sus intentos por
recuperarlo. La burguesía, defendiendo de forma manifiesta sus
intereses como dase dotada de cohesión, lucha repetidamente por
la imposición de los principios que la informan, y que por supues­
to nada tienen que ver con los intereses de las dases trabajado­
ras, todavía en estado de desunión en esos momentos.
9
H Carr

Ei liberalismo se presenta, a la vista del poder, como un ele­


mento subversivo, mientras que a la vísta de las teorías socializan­
tes que comenzarán a hacer su aparición constituirá una fuerza
conservadora y en alta medida mantenedora de algunos de los prin­
cipios propios del Antiguo Régimen. Esta doble naturaleza marcará
a Ea ideología libera) durante toda su evolución hasta hoy mismo,
siendo más flagrante su presencia cuando la situación se hallaba
todavía situada en planos confusos y de dificultosa delimitación.
Un nuevo sentido de la democracia iba a ir imponiéndose de for­
ma gradual sobre Europa a medida que los amplios sectores socia­
les constituidos por la población trabajadora friesen conquistando,
por medio de una ardua lucha, sus derechos personales y públicos.

L O S h e c h o s A part^r k restoufackSn de 1815, el conti-


________________nenie europeo vivió las consecuencias de tres
oleadas de índole revolucionaria, las correspondientes a 1820.1830
y 1848; esta última es la que aquí interesa debido a correspon­
dencias cronológicas con la obra que se prologa. En ese último
año. la práctica totalidad de Europa, salvo algunos países aislados,
se vio sacudida por la violencia, generada en gran medida como
efecto de la crisis económica que afectaba sobre todo a las clases
más desasistidas. En Europa centra), la revolución barrería los res-
ios íevuLuta» iuúdvía caímcjiuá, miémia» que cíi otras «aiüudcs ten­
dría un significado más político.
Dos años más tarde, los efectos más llamativos de este hecho
habían sido oscurecidos por la reimplantación de formas muy si­
milares a las del viejo orden, conservándose, con todo, algunas ob­
tenciones efectivas como la abolición de los vestigios medievales
existentes, salvo en Rusia, que no vería la desaparición d d siste­
ma servil hasta la década de los años sesenta. La etapa que sigue
a esta última revolución liberal y obrera de carácter general ven­
drá constituida por formas políticas encaminadas ante todo hacia
aspectos económicos. Es la época dorada de la burguesía, que ya
ha conquistado definitivamente el poder político y todavía no se
ve enfrentada al peligro que para ella supone d obrerismo organi­
zado y dotado de un sentido de clase.
t.tii fttbm ht rwiAum

Durante veinte anos. Europa se ordenará bajo el poder com­


pensado situado en las manos de Napoleón 111 por una parte y
Ótsmarck por otra. Mientras, en Rusta los escasos liberales exis­
tentes irían inclinándose, dentro de unas condiciones generales
negativas, hada posiciones socializantes. marcadas por aquellos
elementos que. como Herzen y Bekunin. tenían directo conoci­
miento con los planteamientos occidentales déla cuestión. En 1861.
Alejandro U decretaría la liberación de tos siervos, en una medida
que reportaría a los afectados más elementos negativos que una
obtención de ventajas concretas. A partir de las reformas empren­
didas, Rusia se lanzaría por el camino de la industrialización, lo
que crearía en su seno una posibilidad revolucionaria imparable:
L*i ostentada por el poder obrero, que venía a unirse a la opo­
sición liberal socializante y al secular descontento campesino.
La sofocante situación social que Rusia mantendría durante
esta prolongada etapa no dispondría de válvulas de escape de su­
ficiente validez para lodos los sectores implicados, to que genera­
ría un estado de ánimo colectivo perfectamente preparado para
tomas de posición carentes de matizadones de cara a) derroca­
miento de la autocracia zarista. En Europa, los movimientos obre­
ros se manifestaban por doquier, siendo dirigidos en contra del
poder, y gradualmente van consiguiendo el reconocimiento de sus
derechos laborales y civiles. En 1871. el movimiento insurreccio­
na) de la Comuna parisiense supondrá el más desastroso fracaso
de tas tentativas de acción diicxu» dirigidas hacia la subversión de
la situación existente. Es el mayor punto de inflexión aportado
por la lucha obrera desde d mido de su proceso ongnador.
La década de los años sesenta observará en d continente la su­
cesiva formación de partidos y sindicatos sodalistas de base obrera,
creados con la finalidad de participar en los usos demoliberales
que hasta entonces habían constituido espacio de exclusiva actua­
ción burguesa. En Rusia, esta posibilidad se presentaba por en­
tonces como una fantasía de imposible realización. En efecto, d
régimen zarista, petrificado en sus concepciones seculares acerca
de la ordenación social, no permitía d menor asomo de libertades
democráticas en d enorme territorio sobre d que mantenía su auto­
ridad. Las últimas décadas d d sido XIX constituirían para Rusia

u
.1

Cdm tfd H C an

la época de los grandes atentados. Las tuerzas situadas en la clan­


destinidad —sobre todo los anarquistas inspirados por las doctri­
nas de Bakunin— actuaban en el plano terrorista dirigiendo sus
acciones hasta d mismo corazón d d Estado.
Este clima de subversión permanente persistiría hasta d esta­
llido de la denominada •primera revolución rusa», que contó con
gran cantidad de ingredientes, entre los que cabe destacar los si­
guientes: carestía material entre las clases b¿úas: sentimiento de
derrota ante d desastre obtenido en la guerra contra Japón: des­
crédito d d mismo régimen, que se mostraba incapaz de adoptar
medidas para actualizar una situación que daba muestras de deter­
minantes rasgos arcaizantes; todo dio. cohesionado de forma in­
consciente por la acción de los opositores organizados que espe­
raban el momento d d derribo d d zarismo. El fracaso de este in­
tento, aun a pesar de haber sido seguido por una serie de tibias
medidas reformistas, ¿gravaría todavía más la situación d d régi­
men de cara a la población. Esto haría posible d significado apo­
yo que la solución liberal-burguesa de febrero de 1917 obtuvo en­
tre sectores en todo apartados de postulados revolucionarios en
el sentido estricto de la palabra.

Las consecuencias j^M«hab&proa®broa-


_________________________ buidad de imposición de sus prin­
cipio» dé utúeiución sodai y económica en un país como Alema­
nia. pero en ningún momento había imaginado que la atrasada
Rusia pudiera alzarse al primer plano de la plasmación práctica
del revoludonarismo obrero. La mera observación dd proceso se-
&iido por los movimientos obreros en los países desarrollados, por
una parte, y en Rusia por otra, explica hoy de forma muy ilustrativa
las diferentes situaciones de partida y los efectos que las mismas
fomentaron y contribuyeron a decidir.
Llegado el año 1914, cuando d enfrentamiento económico es­
tablecido entre los dos bloques d e países implicados adquiera to­
nos bélicos, las clases proletarias de la Europa occidental se ali­
nearán con sus respectivos gobiernos en una lucha común. Con
ello se desintegrará la teórica solidaridad proletaria mtemadona]
12
10$ «alaria» romámnem

que tantas promesas de común ñdelklad había emitido hasta en­


tonces. El socialismo como fuerza política organizada había ido
instalándose de forma progresiva en el interior de aquellos países,
ganando al mismo tiempo respaldos sociales progresistas proce­
dentes de otros sectores. Esto había otorgado a los partidos de
origen proletario una credibilidad básica ante la sociedad y, al mis­
mo tiempo, les había otorgado unos conocimientos prácticos de
comportamiento público suficiente para hacerles superar etapas
de pretendido rcooludonarísmo de acción directa.
Además, las condiciones materiales en que se hallaban las cla­
ses obreras occidentales llegado el siglo XX, aun dentro de unos
caracteres de manifiesta desigualdad con respecto a las manteni­
das por la burguesía dominante, distaban mucho de las que ha­
bían servido de marco a los orígenes de los movimientos obreros.
La conquista de los derechos se había desarrollado por dos vías
diferentes y estrechamente complementarias. Por una parte, la con­
secución de tos derechos laborales había ido paulatinamente me­
jorando sus condiciones hum an» y laborales, penmtiendQ al obrero
una superación de etapas anteriores: por otra, el reconocimiento
de sus plenos derechos como ciudadano le había incluido al fin
en la sociedad de la que formaba parte de hecho, pero de cuya
ordenación había sido considerado enemigo hasta entonces.
El panorama era totalmente opuesto en la Rusia zarista, don­
de la dase obrera carecía de todo derecho reconocido en ningu­
no de los dos planos de manera significativa que repercutiese en
sus intereses de forma positiva. Además, en la atrasada Rusia de
la etapa previa a la revolución existía un amplísimo sector sodal
potencialmente revolucionario constituido por la masiva dase cam­
pesina, que desenvolvía su existencia en condiciones incluso infe­
riores a las soportadas por los trabajadores industriales. Esta pre­
sencia d d campesinado da idea de la situación que determinaba
d marco sodal ruso, en contraposición con el referido a las situa­
ciones de desarrollo donde U tónica venía marcada por otros sec­
tores más evolucionados en esos momentos.
Motivos éstos, entre otros, suficientes para hallar una explica­
ción en d concepto social al victorioso estallido revolucionario He-
vado a efecto en las dos etapas que cubren d año 1917. El destí-
u
no de un Herzen, de un Bakunin o de un Ogarev por entonces !
queda como una incógnita. Muchos utópicos que habían prestado
bases teóricas a una transformación de Rusia serian los primeros
en caer bajo los efectos del pragmatismo revolucionario. Las posi­
ciones «occtdcntatistas» no constituían precisamente un acertado
campo de localización para nadie en la Rusia dedicada a la estabi­
lidad y mantenimiento de su fenómeno revolucionario.
\
\

Fechas clave

C elebración de dos conferencias internacionales obreras


_______en Londres. En el curso de la segunda. Karl M an y Fríe*
drích Engds leen su «Manifiesto Comunista». Es introducida la jor­
nada laboral de diez horas para mujeres y menores en Gran Bre­
taña. Considérant pubbca «Principios del socialismo», y Engels.
«Fundamentos del comunismo».
18 4 8 meses y mayo, auge de los roovi-
_______ mientos revolucionaríos liberales en Europa: destrona­
miento del rey francés Luis Felipe (febrero) y apartamiento d d
poder de Mettemich en Austria (mareo). Movimientos revolucio­
narios en Mitón, Veneda y Berlín (mareo). Asamblea Constituyen­
te para Alemania reunida en Frankfurt (mayo). Represión de la
Insurrección proletaria en París (junio). Bombardeo y ocupación
de la Viena insurrecta (octubre). Luis Napoleón es elegido Presi­
dente de la 11 República Francesa (octubre). Publicación d d Ma­
nifiesto del Partido Comunista, de Marx y Engels. y de los «Princi­
pios de economía política», de Stuait Mili.
Mazzini proclama la República Italiana en Roma (febre-
_______ ro). El Papado, por medio de las armas francesas, re­
cupera la ciudad de Roma (Julio).
\ 8 5 0 tjC?es 01 Frará* que extienden los derechos del clero
______ en materia educativa; disposiciones legales que restrin­
gen d derecho del ciudadano a la participación política. Imposi­
ción de la jom ada laboral de diez horas para los trabajadores ¡n-
0eses. tras duros enfrentamientos con La patronal.
1 8 5 1 ted ian te un golpe de Estado, Luis Bonaparte proclama
— un sistema de dictadura personal en Francia (diciembre).
Inauguración en Londres de la 1 Exposición Universal.
1 8 5 2 Napoleón declara constituido el U Imperio francés,
situándose él mismo a su cabeza con el nombre de Na­
poleón 111 (noviembre). En Francia surgen importantes entidades
* Edmard H Car*

dedicadas a la ores ación de créd ito s d e diferente naturaleza. P u­


blicación de «El Id B rum arío d e Luis B onaparte», d e Kart Man.
1 8 5 3 ^n*c*os d* k ¿ u e m d e Crim ea, que opondrá al Im perio
_______ ruso a la coalición form ada p o r Francia. Inglaterra. T u r­
quía y Piam ontc. G ran huelga d e trabajadores m ecánicos en In­
glaterra. en reivindicación d e m ejoras laborales.
1 8 5 4 ^ Parlam ento alem án prohíbe to d a d a se d e asociación
_______ de carácter obrero. El gobierno de Prusia prohíbe d tra ­
bajo m ecánico para los ciudadanos m enores de doce años.
1 8 5 7 _________ ^ HKwroicnt05 huelguísticos en tre los traba-
_______ jad ores franceses, que. m ediante ellos, se sitúan frente
a los poderes gubernam entales.
1 8 5 9 N apoleón III realiza decisivas intervenciones en las gue-
_______ rras de la independencia d e Italia. E ntre las batallas m ás
d& tacadas que tienen lugar en esta etapa pueden ser citadas las
d e M agenta y Solferino. P rolongada huelga de los trabajadores d e
la construcción londinenses. C harles Darwtn publica su famosa obra
«Ensayo sobre d origen de las especies*.
1 8 6 0 ^ cun^ t1 Turfo del prim er Parlam ento italiano (m ar-
_______ zo), y proclam ación p o r C aribaldi de V íctor M anud c o ­
m o rey de Italia (octubre).
1 8 6 1 d e la g u erra de Secesión d e los E stados Uní-
_______ dos (febrero). Em ancipación del sistem a de servidum bre
e n Rusia. Proclam ación d d R eino de Italia (m arzo).
1 8 6 2 Bamarck «s nombrado primer ministro d e Prusia <$ejy
_______ tiem bre). Ferdinand Lasalle aboga p o r un socialism o d e
Estado y funda la «Asociación General de Trabajadores de A lonara*.
1 8 6 4 k ° ru*re s 65 fondada la prim era «Asociación Interna-
_______ ciona! d e Trabajadores* —A J.T .— (septiem bre-noviem ­
bre), para la que Karl Marx ap o rta los estatutos provisionales. E n
Francia es reconocido d derecho a la huelga y se crea d prim er
fondo d e socorro p a ra los huelguistas.
1 8 6 6 ^foner Congreso, en Ginebra, de la Primera Internacional.
_______ que resuelve sobre la cuestión planteada por los sindicatos-
1 8 6 7 _____ Marx publica d prim er tom o d e «El Capital*. La re-
_______ forma electoral británica amplia la participación de la d a ­
s e trabajadora en las tareas públicas y-oficiales.
/6
1 8 6 8 Revt>kjC’ó n «n España (septiembre) y destronamiento de
______la reina Isabel H. Creación del congreso de las «Trade
Umons» —sindicatos— en Gran Bretaña.
1 8 6 9 Fundación de) Partido Alemán Socialdemócrata de Tra-
______ bajadores, que alcanzará un gran auge.
1 8 7 0 ^ err0Í3 francesa en Sedán ante Prusia (septiembre), se-
______ guida por la caída del régimen imperial y la prodam a'
dón de la III República por un Gobierno de seguridad
nacional. Los ejércitos italianos entran en Roma, con lo que con*
cluye el proceso unificador de Italia (septiembre).
1 8 7 1 Guillermo I de Prusia es proclamado en Versales empe-
_______rador de Alemania (enero). Estallido de la insurgenria
de la Comuna de París, que es finalmente aplastada (marzo-mayo),
con el saldo de 25.000 fusilados en la represión que sigue.
1 8 7 2 En el congreso de la Internacional de La Haya se escin-
______ den mandstas y partidarios de Rakunin. Represión en
Francia contra las organizaciones obreras por parte del Gobierno.
1 El Gobierno británico reconoce el derecho a la huelga.
_______Proclamación de la I República Española (febrero).
^ £ 7 5 Fundación del Partido Sodaldemóaata Alemán en la du-
______ dad de Gotha, con una gran actividad.
1 8 7 9 Fundación del Partido Obrero Francés y del Partido So-
______ dalista Obrero Español, este último bajo k dirección de
e j Ijunrkcr» líder P*bjo
1 8 8 3 Fundación de la «Sociedad Fabbna* en Ingaiena. Muere
______ Kari Mane, principa) teórico socializa
1 8 8 4 R&ottoámiento le # l de los sindicatos en Franda. lm-
______ portante conjunto de leyes de carácter soda) en Alema­
nia. Reforma electoral e incremento de b presencia obrera en la
política británica. Publicación del segundo volumen de «El Capi­
tal*. b obra más conocida de Kari Marx.
1 8 8 6 ® genera] Boulanger fracasa en Francia en su intento
______ por derrocar al régimen republicano, que a partir de esos
momentos comienza su definitiva consotidadón. Creación de b
primera fundación nacional de sindicatos en Fronda. La futu­
ra historia de b III Repúbbca francesa estará jalonada de pro­
blemas y crisis gubernamentales.
17
Edmtnt H Cmrr

1 8 8 8 fundación definitiva de! Partido Socialista O brero Espa-


_______ no! y constitución de ta Unión G eneral de T ra b a d o re s ,
m ás conocida por sus sogas. U.G.T.
1 8 8 9 ® congreso celebrado en París decide la creación de la
_______ U Internacional {julio). S e producen las grandes huel­
gas obreras en Alemania y G ran B retaña.
1 8 9 0 ^ ^ ^ r c ió n de Bísm arck (marzo). Institución de la -B es-
_______ ta del Trabajo* el día 1 de mayo para la reivindicación
d e la jom ada laboral de ocho horas.
1 8 9 1 El papa León XIII. e n su encíclica «Remm Novarum*.
_______ adopta posturas de am plio significado social.
1893 d d Partido Laborista independiente en Gran Bre-
_______ taña. C reación del P artido Socialista Italiano.
1 8 9 5 Fund ad ó n de la Confederación G eneral d d Trabajo, m ás
_______ conocida p o r sus siglas. C.G .T., en Francia.
1 8 9 6 En el IV congreso de ta II Internacional, celebrado en
_______ Londres, se produce la definitiva expulsión de los an ar­
quistas. liderados por Bakunin.
1 8 9 8 Estallido del «affaire Dreyfus» en Francia, y prim er acce-
_______ so al Gobierno del Partido Socialista. Fundación d d P arti­
d o O brero Sodaldem ócrata en Rusia.
1 9 0 0 A probación de la jom ada laboral de diez horas en
_______ Francia, tras duras luchas.
2 9 0 1 El congreso de Copenhague decide la creación de la fede-
_______ ración Sindical internacional. Escisión socialista en Fran*
1 9 0 3 ^ Escisión de la socialdemocrada rusa entre menchevi-
_____ _ ques (minimalistas) y bolcheviques (maximaÜstas).
1 9 0 4 I1***0 de la guerra ruso-japonesa (febrero), que acabará con
_______ la derrota del prim ero de estos dos países.
1 9 0 5 Aplastam iento de ta prim era revolución rusa (enero). Se
_____ Z. instaura un régim en supuestam ente liberal.
1 9 0 6 l>r^m cra reunión de la Doma —Parlam ento— en Rusia
______Z, y puesta en vigor de u n a serie de medidas reform istas.
sobre todo agrarias, elaboradas por Stolipin.
1 9 0 8 ® Srupo «los Jóvenes Turcos» dirige la revolución que
_______ depone al sultán y al régim en que representaba. Se ins­
tau ra en ese país un régimen liberal.
m i Am Ui fnu nfxm

19 0 9 fu n eral en España y estallido de la «Semana Trá-


_______ £ca* o Com una d e Barcefoaa (junio).
1 9 1 0 Reunión e n Budapest de ia conferencia ánctical intem a-
_______ oonaJ. C reación en España de la Confederación Nacional
d d Trabajo, C.N.T.
2 9 1 2 Eenín Pul*!** «¿Qué hacer?» en el exilio. S u acción re-
_____ _ volucionaria es incesante.
2 9 1 4 l^ la r a d ó n de guerra entre los aliad o s—Francia. Rusta
_______ y Gran B retaña—, p o r una parte, y las potencias centrales
—Alemania. Austria-Hungría y Turquía—, por otra. C on el desarro­
llo del conflicto, que se extenderá a lo largo de m ás d e cuatro años,
num erosos países irán aunando posiciones a uno u o tro de los dos
bandos. S era esta circunstancia la que por ve* prim era en la histo­
ria otorgue a esta guerra el calificativo de «mundial». Ante el peli­
gro del del conflicto, la reunión de la Intem adona] O brera
había tratado de evitarlo, llam ando a la unidad protetaría en contra
de los intereses burgueses, decididos a la confrontación. La inme­
diata com probación d d fracaso de este intento produciría la desin­
tegración de la unidad. El máximo dirigente socialista francés. Jean
Jaunés. es asesinado (jubo) en medio de una oleada d e nacionalis­
m o que culpa al poder obrero organizado de actitudes entreguistas
frente al enemigo.
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1

Los exiliados rom ánticos


(B ak u n in , H erzen , O garev)

i
k**
:

l.
C a pítu lo F rimeho

LA PARTIDA
£1 sábado IS de enero de IS47 on grupo de viajeros dejó Moscú en
d m carruajes forrados con pieles para protegerte del frió invernal B
grupo constaba de diez personas: Alejandro Herzen. su esposa. Natalia:
sa i tres Mjos —Alejandro (o Sacha, en dim inutivo), de siete aftos; Kolya,
de tres, sordom udo, y N atalia, la más pcqoe&a, que contaba dos aóos— ,
la madre de Herzen. Luisa Kaag; dos amigas que vivían a expensas de la
t a n t a . un alemán báltico llam ado Kart Soom nbcrg. q u e aftos atrás
lAMa sido traído de Reval com o ayo de Herrén y que actualm ente
á ra n ip iA ib a el com etido de mayordomo, y una ni Acra. En el pasaporte
y H errén, valedero para te n meses, te hacia constar que v iaja ta con su
■ t a t a t a r i s Alemania * Italia jww ««M m; de tshsd de « —
Una pequefla cohorte de amigos, onos veinte en total, acom pasóles
'tan ta la pri mera posta más allá de Moscú. Su nom bre —« a traducción
« t a r r o Negr o- hubiera constituido una amenaza pura los viajeros en
U áh h n a estación del aAo. pero en aquellos m om entos la nieve cubría la
lim a , lo que resultaba excelente para los carruajes provistos de
¿mitrante*. Reinaba e a el grupo cordialidad y buen hum or. Nadie
peinaba que Herzen ealuvtcra volviendo la espalda a M oscú por últi­
ma v rr
Al día siguiente llegaron a TVcr y Herzen m andó una jocosa nota a
Ofanovsfcy. uno de los- amigos que dejaron en Barro Negro.

Como puede» ver M i n a tabeado no moriente m » y (oramos u n t a n de


•na ríceteme comida, csproalmenu cstoriAa. «a ti lejana ciudad de T m . Te
«arribo porque «I día 22 de enero o tu santo. Presenta mts escusas a laza
BagaitiUir m por ao acudir a charlar coa efla ea csae dia: b razóe es ohermbk
taagii' qoe estar ea Novgord. Suplico perdón.
23
EdnatdH. Can

Nosotras nU m ot lodo» Ktca Sacha está comento. Naiala (la segunde *) rtuk
coolcnu Lamban y Koiya. m«golfeo. aorpta todas t a tora modid»ck»peop»n de
un viaje, que no contribuye precitamente al Hea-ftre de la vida en el interior de
un coche, con cuatro naljK por delante y SoArtenberg por detrás en vrrdc
espinaca.
Te hablará de tas despedidas de kM diat t t y Id cuando n t i deacatuado.
La niAera tropezó con Natalia y k dio con la cabrea en el Mido, lo que añadió
macho regocijo a ouettra pame de phfttr
Bueno, saludos para todo», metuyendo Korsh y Cía- y nu profunda gratitud
por vuestro» pensamiento* y sentimiento», que me han acompaftado en esta
jomada Adida El camino c« bueno-.
Dice Mclgunov que en la amistad es menester algún elemento, algo mis
relacionado con k» Knnmienio» que con nuestra intdifrnaa o nuestra
simpatía Pero no; soy meapar de «presarme; he comido demasiado bien a
base óe esturión y jerrr.

Natalia Herrén añadió una posdata en parecido humor:

¿Queridos, imponderables r incomparables amigos! ¿Todos, todo» nuestra»


amigo» de Moscú’ De nuevo os abrazo y o» beso a todo». El buen humor de ayer
tarde « t i vivo en mi comedís («prior de matieitetro hae** de emrtaw* ajetrea'),
d, y ■ pesar Oe una temblé jaqueca como consecuencia^. Nuevamente os abrazo
a todos. ¿Adiós' Escribidnos a Ripa. Los rnAos estin báen y contento».

Los Herzen. m ando y m ujer, no eran única mente primos herm anos,
sino que. además, am bos procedían de origen irregular. Ambo* eran
hijos ilegítimos de dos ricos herm anos llamados Yakovlev. Los Yakovlev
eran una antigua familia de la noblexa moscovita, pero durante varias
generaciones no hablan ocupado ninguna posición sobresaliente. La
auioindulgencia se habla convertido en una tradición que los dos
hermanos mantuvieron dignamente. Ambos se retiraron de todo servicio
público a tem prana edad para vivir una vida ociosa Ambos prefirieron
ímir A f )»• i«mitftcieft*« y c M í^ scjcrcs de un kg*¡ y
aprovecharon al máximo los privilegio» feudales que les confería d
sistema de servitud Todos sus hijos nacieron de uniones irregulares.
Sin embargo, a pesar de la sorprendente similitud de condtctODO d d
respectivo nacimiento, la educación de los dos prim os fue muy distinta.
Iván Yakovlev. padre de Alejandro Heneen, habla servido com o caparán
de la guardia, si bien reounctó a su cargo para d más cómodo papel de
maiode imagimafrr. De una visita a Alemania trájosc con d a Enriqueta*
Guillcrmme-Luisa Haag. de dieciséis años, hija de un respetable pero
nada distinguido funcionario de S iu ttg a n . que se convirtió en su
concubina y, en los últimos año», en su enfermera: y aunque nunca se
casó con ella, ocupó siempre, reconocidamente, la posición de cabeza de
familia. Alejandro, nacido en IK12. fue el fruto de su pnm era unión. Se le*1

Palabras trtadsd»» 6c Runo de N asatu Iterar*


1 PsUbtas añadid*' de «asno de t to r e a

X
ijtf t i ihMhi rtmámtU*i
dio d imaginario apellido de Herrén. acordado igualmente a un hyo que
Yakovlev tu ra de una sierra unos aAos ante*. El padre, no indinado
nunca a excesivos ven twnientos. derram ó, sin em barco, sobre su ilegítimo
v á u a fo todo el lim itado grado de afecto de que su naturaleza era capaz.
Alejandro. que heredó la excepcional inteligencia de m i padre, creció
como d hijo de la casa y fue tratado por ét com o hijo favorito, con
particular indulgencia.
A loa veinticinco aftas. Herrén reflexionó sobre -la* humillaciones y
los ultrajes sufridos durante su educación- atribuyéndolos a su -cerrado
> liñudo exterior, que no permitía sospechar lo que ocurría en el interior
de su alm a-. Sus sufrimiento*, q u i/i algo exagerados en su visión
retrospectiva, fue roo morales, no físicos, y residían m is en U propia
conciencia que en la actitud del m undo que le rodeaba; sin em bargo, no
por ello influ)Cfoe m enos en su carácter. La máscara de ironía adoptada
i**n finalidades de defensa contra la critica, real o im aginada, de sus
cumpa fiero*, convirtióse pronto en su segunda ru ta ra le u .

lo» hombres fealmrtt* virtuoso* (e*crtb*ó m it tjrdc}cstáa libres de ironía...


I* mutis m a n í de la (cuidad det ilm i —VoKiitt— o dei odio hacia ti
humanidad —Shakespeare. B>roo~. Es ta respoesu a tas huimlbckMics
ivfndav ta replica «I intuito, pero ct una réplica de orgutkna. ao de cristiano.

En otros aspectos más tangible*, poco sufrió el joven Herrén. La


única queja registrada contra l%án Yakovlev com o padre es que éste
infligió a su hijo de dieciséis afto*-un sermón que d u ró día* enteros- por
haberlo sorprendido leyendo subrepticiamente la* C atfieuitm t de Roa*
sveau. actitud que. a pesar de haber disgustado al joven Herren, debe
considerarse como una de las normales prerrogativas de la paternidad
ortodoxa. La sociedad rusa era lógica mente tolerante frente a tales
•cxsbrme* de nacum cnio. que ademas eran estim ulados por et régimen
social existente, y n o hay evidencia alguna de que el joven H er/en
hubiera padecido algún reproche o hubiera visto o b ú acu litad a su
carrera a causa de so origen Su educación fue la norm al de un joven
aristócrata ruso, y en 1839, habiendo alcanzado ta edad de diecisiete
«(Vos. ingresó en la Universidad de Moscú.
Et joven Alejandro Herrén no esperó a llegar a los drecisén aftos para
empaparse de las ideas radicales que en los primeros a J o s de! pasado
siglo se extendieron hacia el Este por toda Europa, procedentes de ta
semilla que ta Revolución francesa sembró. El pnm er estallido revotu*
«am ano de la m oderna historia de Rusia tuvo lugar en Pctcrsburgo al
•H ender al trono imperial Nicolás I. en diciembre de 1825; los bien
intencionados pero nada prácticos conspiradores han sido honrada* por
la posteridad ooo la denom inación de -decem bristas-. La subversión fue
sotocada con la m ayor facilidad por tas tropas locales. Cinco de los
insurgentes fueron ahorcados y mucho* más enviados a Sibcria de por
«nía F_uot sueno*, acaecidos cuando contaba quince aAos. produjeron
27
T
$
E¿**rt¡ H Ctrr
una enorme impresión en Alejandro Herrén. y él y tu am igo Nicolás
Ogarev. un chico con un par de a to s menos, en la Colina de los
Gorriones, en las afueras de M oteó, de pur uno jum o al otro,
solemnemente, juraron poner su vida al servicio de la causa sagrada por
la que los •decembristas* hablan sufrido.
En la Universidad de M oscú, donde pronto k> siguió Ogarev. hadó
Herrén un cauce para sus juveniles ambiciones. Las universidades rusas,
en contraste con la tradición anglosajona, han sido siempre la sede de las
ideas «avanzadas*. En los intervalos de sus estudios de F inca y
Matemática», Herrén y Ogarev reunieron a su alrededor a los más
inteligentes y emprendedores de sus contemporáneos. En el a t o 1X34.
cuando contaba veintidós a to s . H errén fue detenido, junto con varios de
¡ sus amigos, por una alegada complicidad en la "conspiración- de un
estudiante llamado Sokolovsfcv. conspiración que. al parecer, se reduela
a discusiones de cerebros recalentados sobre tas teorías del socialismo y
i a la circulación de libelos en los q u e se trataba a la persona del zar Nsco*
1 lis I con insuficiente respeto. Peco las autoridades no deseaban correr
i riesgos e impusieron severos castigos a los principales conspiradores. El
papel de Heneen en el asum o fue, en realidad, insignificante, pero tras
nueve meses de cárcel fue desterrado a la lejana capital de provincia
Vyatka. a mitad de cam ino de los Urales, donde le dieron un puesto de
poca importancia en la adm inistración local. Transcurrieron más de tres
año» antes de que se le perm itiera el regreso a Moscú.
En el Interin, los sufrimientos de Natalia eran de o tro orden. El
carácter de su padre. Alejandro Yakovlev, era más tosco y brutal q u e el
de su herm ano Iván. Habla servido por breve tiempo, bajo A lejandro I.
como procurador del Sanio Sínodo, singular ocupación para quien no
perdía oportunidad de m ostrar su desdén por la religión y la m oral
o rtodotas: y no te m antuvo en él por m ucho tiempo. Lo mismo que su
herm ano, prefirió retirarse de loa cuidados del servicio púhtien y t m -
renunciar al cargo, empicó el tiem po en querellas contra la parentela y en
el disfrute de un harén de u c rv a t recluidas en el ala de su caserón de
Moscú, destinadas al servicio. La madre de Natalia fue una de estas
concubinas. Tatyana P&uek, una prim a de Herzen que nos ha dejado en
cartas y relatos muchos detalles d e sus años tem pranos, la recuerda com o
•u n a simple labríega. robusta e ineducada*. El registro parroquial del
matrimonio de Hcr?cn describe a la madre de la novia com o una
•extranjera*, pero se trata clara m ente de una ingenua ficción sugerida
por el similar origen de la madre de Herzen. Para Natalia no podía ser
agradable reflexionar sobre su familia.
Nalaita nació en 1817, y pasó los primeros años de su vida en
compañía de otra media docena de niños de origen sim ilar al suyo. Por
un curioso capricho, el padre m antenía su ilegitima prole en la parte d e la
casa que ocupara él, mientras que las madres permanecían en el ala
reservada para serrallo y sólo vetan a sus hijos los días de fie su . Tales
eran las condiciones en que vivió Natalia en su primera infancia. Sin
ÍS

L
ím rT ^ M n raaérMnti
embargo. al cum plirlo» «etc «Aos. una serie de imprevnibJes aconteceré»
utuó tu futuro en una linca totalmente inesperada.
A qud aAo. tu padre, que acababa de dejar tu residencia de Moscú
para e ttab lccm e en Peí e n burgo, cayó enfermo de una fatal dolencia.
Consciente de que tu fío cttaba próximo. A lejandro Yakovlcv te
apercibía, con aversión creciente, de la perspectiva de dejar tu s bienes
mundanales a una parentela a la que. durante aAo». habla tratado con
lirtprcciativa indiferencia, y un maligno impulso decidióle a defraudaría
rn tus ihiMones. A doptó el simple expediente de contraer m am momo
io n la madre de su hijo m ayor. Alexrs. y hacer a éste. que habla ya
llegado a la edad legal, su legitimo y único heredero Saboreando <1
últim o y m is sutil d e sus placeres, d viejo epicúreo expiró y Alexis
heredó una amplia fortuna. Era un chico serio, conocido en la familia,
por raió p de sus cu n d io s, com o -el quím ico-. Pero uno — y n o d menos
embarazoso— de los aspectos de su herencia era la bandada de medios
Hermanos y medias herm anas de diversas edades que. junto con sus
madres, hablan « d o dejados a su absoluto arbitrio.
Hubiera sido m ucho esperar que Alexis m ostrara algún interés
WAtimenul respecto a esta parte de sus propiedades. Decidió despachar
a inda la tropa a una posesión distante, allí encontrarían todo* su nivd
natural entre los otro» siervos, y no le molestarían a ¿i. T al fue el destino
•I que. sin embargo. Natalia escapó por muy poco y sólo nos queda
preguntam os si fue una estrella afortunada o infortunada, la que b
enervó para otra suene.
Los Yakovlcv tenían una hermana viuda y rica: la princesa María
Khovansky. Esta scAora. por motivo» de bondad o de curiosidad, se
interesó por tas reliquias de su herm ano u n t o com o para enviarles a su
eompaAero a visturías en ocasión de su paso por M oscú, el cual volvió
io n dos niftas para que las inspeccionara Una de d ía s. S atalia. de siete
«fkn. complació a la gran seAora por su pálida y delicada tez. sus ojos
¿ ;ü t w üw w > mi ííiu 'n m p une. La princesa carecía oe rajos y resolvió
u m fa c e r su pasajero capocho trayendo a su casa a U atractiva
bocrísniu.
I * princesa María participaba de una m anera total del c a r ta e r
despreocupado de los Yakovlcv. y so interés para con su j n w p V fue
luperfióat c intermitente. Natalia disponía de una doncella para su
cuidado y de un núm ero adecuado de mentores y m aestros, pero sin que
•ubre rita recayera m ucho caríAo. La vida se deslizaba en el caserón k n u
> m onótona, y N a u lu Ucnó luego muchas páginas de su diario con
reflexione» del m is p u ro estilo rom ántico sobre su infeliz infancia sin
amor

siempre me pareció que me habla perdido en «queda vida por m o r, y pronto


m* entraron docen de «oliera mi cas*. Pero ¿dónde cuaba mi casa? Mi uifaoru
fue U mii trntc y a marga que pueda imaginarse. ¿Cuán a meoudo vertí bgrunas
qw« no era» vmiaa por nadie* ,Cúán a menudo, «un no comprendiendo lo que
«•giitfkab» la plegaría, habla d o a d o . en d m em o de b noche liso Otando rezar
29
H Can
excepto ce tos m onrniw srAaladot), rm ruego a Dio* y k habla pedido que me
enviara i alguien que me quisiera y me «cancura* Carecía de juguete* o
chuchería* con que distraerme y o r n a r m e , > o algo me daban iba acompaftado
con pxtabra* de reproche y con el inevitable comentario «Es n i t de lo -que
merece*.- Toda* la* pequeAece* que me dieron fueron bailada* con nm Uynmat.

El prim o de Natalia Alejandro lle n e n , que contaba cinco aAo» m ás


que ella, visitaba con frecuencia la casa de la pnneesa María durante d
tiempo de *us estudios universitario*. Ambo* eren jóvenes con irvch-
nacionci romántica», y las circunstancia* de su nacimiento crearon entre
ellos la/o* de mutua simpada. Sus prim eras relacione* fueron com o de
hermano* Natalia incluso h i/o a Alejandro confidente de su* pnm eros
amores con un joven llamado Biryukov. Pero las cartas que entre ello* se J
cruzaron durante d encarcelamiento y el exilio de H cr/cn adquirieron
poco a poco un tono distinto: fue un caso de am or por correspondencia.
A comienzo* de 1836, m is de dos a fio* dctpoói de su últim o
encuentro, juráronse fidelidad p o r carta.
La correspondencia entre Alejandro y Natalia durante estos »Aos ha
sido conservada, y proporciona a la p o u e n d id un instructivo ejemplo
del estilo literario con que la juventud inteligente de 1830 conducía sus
asunto* de corazón. Lo* enam orados se movían en un plano de ¡
exaltación permanente y la atm ósfera en que intercam biaban sus
arrebatos aparece para los gusto* m is materialistas de una edad m is '
avanzada, rarificada e irreal. N atalia, en particular, habla asim ilado de I
una manera total la com ente del lenguaje romántico. El am or terreno es ¡
un reflejo del am or celestial c incluso, a veces, parece apenas algo m is ■
que una trTelcvante excrecencia. '■

Senda que era tu hermana y daba gracia* a Dio* por etto |r*cnbc N'aulul.
Dio» te ha dignado ahora abrir en mi otro o d o . demostrándome que d alma ‘
p*»~V «mwwiar U mayor febodad. que no cthtea Umite* en la ventura de
aquello» a quien El ama. que d oraos e tti por encima de la amistad.. ,Oh.
Alejandro! Tú ya conoce* e*ie parata» del alma; ha* oído »u caoio y tú mismo lo
h ti entonado; pero i n i n ¿ tu la primera ve/ que la lu/ me inunda d aboa Y
adoto. r e » y amo

Un poco m i* tarde com idera el am or desde otro punto de vista


tam b a n religioso;

Me conducirá» ame Dio* como el qoc quiere que ynotea Si ca reciera de rata fe
no podría, a petar de mi gran amor, entregarme a ti.

Y. en determinado m om ento, pasa repentinamente al verso para


celebrar la "celestial vocación*, los «suchos divinos* de un «am or
sagrado*, y declara que ha perdido el ansia de -alcanzar el cielo- desde
que d le ha revelado «otro cielo, otro paraíso-. El lenguaje del poema
parece, a primera vista, incompatible con d carácter especialmente *
devoto de l u cartas que acabam os de ro ch a r. Pero o t a incom pati-
JO
/# i fitA sáai 1/H91

bdtdad es u n sólo aparente. Su am or y su idigión son u n a «ola cosa y


.establece pocas diferencias entre los (Orminos de la ecuación1. Página
lia» página, estas y o tra s frases parecidas fluyen de b plum a de Natalia
to n la infatigable reiteración que ofrecen a m enudo las cartas de am or y
que las hacen de lectura insípida para b posteridad.
IIerren responde en el mismo tono, aunque con una tendencia menos
marcada a b hipérbole y a lo religioso. Una o dos veces, cierta mente, es
visible su lucha con la demasiado francamente terrestre calidad de su
pasión: y cuando firma: -tu y o hasta la tum ba- descubre en si mismo.
lo m p U o d am rn te .e ca sd e la -aspiraciónal M i*A !!i»qocN ataha.habla
concebido en el trn te palacio de b princesa Khovansky y que persistía en
rila como una de las m is profundas ansias de su naturaleza. Herrén cvti
enam orado y se a f u t r a por ponerse en arm onía c o a c u c exaltado
talante Adopta, pues, el tono usado de b iglesia y tras cantarse a si
m tum i (no sin un ligero asom o de jocosidad) -lu y o hasta m is a tti de b
tum ba», declara que ella es pañi él lo que C ro to para el género hum ano,
rom perá a los parientes de corazón de piedra, que pudieran haber
impedido su m atrim onio, con aquello* que traicsoiuron a Cristo y aún
ttr n h c . m ostrando ó c rta convicción, algo sobre la felicidad de morir
tras un solo beso. No resulta falto de gracia, pero nosotros creemos que
•atas concesiones al misticismo romántico eran extrañas a su naturaleza
y (Jiflcilmcntc sobrevirian a tos primeros éxtasis de la pasión.
l u u ia n otras incom patibilidades, quirii m is profundas que bs del
scnnm irnto religioso. Natalia o í recia a su prom etido la virginidad de su
pttm rr amor. Herrén era un yoven vigoroso, bien parecido e inteligente,
que habla hecho conquistas y había gozado en ello. E n Vyatka habla
proporcionado consuelo a b encantadora y apasionada joven esposa de
un viejo inválido. El declinar del apasionam iento por esta dam a dio peso
«I desarrollo del am or hacia su joven pnm a y tu s cartas a N atalia estaban
Ib aa s de referencias a tal asunto. Ea una rara coincidencia que su
decbreetóR d e amo» • Natal** fuera exenta el mismo día en que
v) ttcpi m ando sucum bió a b enfermedad, y d im piadoso comentarista
M xde alimentar U sospecha que esta declaración fue precipitada por d
fígaro «Je leiantar u n baluarte defensivo contra b dem asiado ardiente
persecución de su ah o ra libre imamoeeta.

le oírrd mi mano de amigo (ocnbc a Natalia) Varan veces k hablé


buenam ente de u mostrándote d brazalete, ct medallón

Pero la dam a rehusaba comprender estas tímidas alusiones.

lo peor de todo (oontmój Herrén m u icmana mis tarde) es que me falo


Otadla para hablarle francamente de ti. Mil veces be estado a pumo de hacerlo,

• Wmatn. d má* gramao de los fcadwtirm ak maao . declara ^or ma x m«menta»


para w Soft» •oa n a amee xao fthpén». y tras ta murrtr de «da cambe aa pacau r e d
U MfcemfKa con la Virgn Marti

31
Eé**rdN. Cmrt
pero oo he podido. wQu< debe purtcer «hora mi forma de aduar*. la actuación de
un hombre a) que llama» perfecto, divino Pero oo r u tit aJtrmairvs. o la
desrnjjo con una tola palabra o, con sUenoot y medu» verdades, comportarme
como un cobarde y dejar que el tiempo consume su obra

Es perfectamente hum ano y natural este cuidadoso apapar tas llam as


de una pasión descartada, pero, decididamente, no tiene nada de
romántico. Herrón entró en el am or de Natalia, pero no podía, debido a
la propia naturaleza de las cosas, corresponder a la inocencia pura y sin
cálculo de la estilación que d ía sentía por él.
Existía, asimismo, una no m enor discrepancia en la actitud de los
enam orados en otro aspecto del am or m atrimonial. Hcrzcn era
expansivo por tempera mem o, un hom bre de inclinaciones sociales, de
ambiciones políticas y de vehementes y variados intereses intelectuales.
Natalia, por el contrario, era puram ente emociona!. Vivía sólo con el
corazón, y habla manifestado una y otra vez que su único talento y au
única ambición residía en am ar. No tenia otros intereses. Pero esta
diversidad, vista desde el exterior, parecía, en este estadio, simplemente
un cemento de unión. -M i alma se ha perdido en ti —exclama Natalia—
com o una estrella en el sol.- Su apasionada naturaleza pedia solam ente
ser absorbida en el objeto am ado, y Hcrzcn estaba bastante dispuesto a
aceptar este diagnóstico de sus relaciones. Incluso le expuso, con o e ria
extensión, su filosofía sobre la materia:

Tu vida ha encontrado su fin. tu destino; tu vida ha culminado so arcuttocn


la tierra Tu existencia separada desaparecerá en mn brazo»; rodas tos
necesidades, rodos tu» pensamiento* «c ahogarán en mt amor. En una pabbra. tu
alma es parte de mi alma, ha w ebo a integrarse completamente en d iodo y «u
cxhtencta individual ha terminado. Ati d amor «suba desainado a completar y
sktarroliar tu alma. 0 amor estaba desuñado a nevarte a mi y d amor le lleva rá
a Dios. Pero mi vida aún oo está colmada: porque es una vida no de ana porte
«¿•a de un tndfi Por m m u y «Ut attt w<4« g
K irticipar en U vida común, en la vida universal, en U común actividad pura d
en d d género humano, y los «oto» *cnt «mentó» no podrían samfaccnoe... Tú
« m YO*. Alejandro y Mataba oo forman un NOSOTROS, sino mi propto YO. Mi
YO se completa por cuanto tú has sido totalmente ibvttbtd» y t« ya no existe»

El conocido texto de Byron

-M a n ’lovc t» of bis liíe a thiog a p a n .


lis wom an's whole cxistence.**
raram ente ha sido mús perfectamente —casi diriamos más inge­
nuam ente— expresado. Pero Hcrzcn bien hubiera podido, st b
exaltación no hubiese sustituido a la reflexión, haberse detenido a

* t i amor en d hombre es algo apañe e* i* vida, peto es la tu u o c u «aleta de la


mujer (N. 4H Tj.
32
L » » rulitéas nwiMnMf

•nlm ogarse w puní una Natalia de treinta aAos o o hubiese «ido m is fácil
Akfptar rita explicación que para una Natalia de diecinueve.
Una mayor in só tro c u sobre esto» gérmenes de potencial desacuerdo
«rsuHaria tuperflua. Tale» semillas. cuando oo te han transform ado en
flor, te mantienen en estado latente en mucho» m atrim onios. Alejandro y
Natalia estaban apasionadam ente enam orados y «e hallaban, «alvo por
i«i (orzada separación, en el éxtasis de la felicidad, y el ¿¿nom-mmi de mis
litaciones epistolares fue todo lo teatral que una m uchacha de corazón
tnm intico podía descae. En m arzo de I8.1R H errén, cuyo lugar de
destierro en Vyatka te habla sido cambiado por el m enos lejano de
Vladtmir. fue secretamente a Moscú, con pasaporte falso, para visitar a
iu amada. Y se encontró con que la princesa trataba de casarla con otro
«tendiente. La posición de la huérfana, ante una imperiosa btm*
C «hora no acostum braba a hallar obstáculos en las personas que de ella
dependían, era imposible. Y H erren trazó sus planes. Pocas semanas m is
tanlc volvió a Moscú, esta ver con un doble m otivo para d secreto.
Natalia estaba dispuesta. « L ascarlas palidecen ante la unión —« sc n b íj a
Alejandro la víspera de la fo ja —, com o palidecen las cs(relias ante el sol.
, Rápido. rápido?- El enam orado galán no se hizo el sordo a la llamada:
k llevó a Nataha con él a Vladimir y se casaron en los piim crot dias de
mayo.
La fragancia completa del romance envolvió los prim eros meses de su
«irobam iento matrimonial.

P ea bien, ¿qué puedo ekor de mi n h a o ? (escribió a ua amigo, en jubo). Soy


tfiit. todo lo fc¿* que pudiera ser un hoeibrt cu la tierra, tan feliz como pueda
»*rW» ua hombre cuando tiene un alma a b * ru a la hez y ai bien y que simpatiza
m<*i tos que sufren.
Natalia a un poeta etéreo y ufcraiemoo. todo en ella a Unico. Es tímida,
trme a b multitud, y conmigo a siempre noble y delicada

Su diario del mes de enero siguiente muestra im balido su entusiasmo;

Nuestro tucAo ha ttdo realizado, realizado en toda su tncoQmcftmrabie


totalidad. Nosotros necesitábamos estar juntos La Providencia no» ha unido y
am ha dejado tales; a un lado, nosotros; al otro, ct mondo. Nos pertenecemos «1
w i al otro y a nuestro alrededor se ha trazado una Haca que nadie cro a.

Y concluye que no ha conocido mejor aAo en su vida que el de 183*.


La profecía se cum plió en lincas generales, pues aunque parte de la
gloria de IBM se colm ó al aAo siguiente, p ronto em pezaron a
predom inar los colores oscuros. A comienzos de 1840 M e m o obtuso,
gracias a la influencia de su padre, un puesto en el M inisterio del Interior
de Petersburgo. Es dudoso que su espíritu inquieto e investigador
hubiera encontrado satisfacción en la rutina d d servicio de funcionario,
pero el caso es que no hablan pasado todovia seis meses cuando un
característico ínádem e term inó con su carrera oficia!, Sucedió que en
l'dnard H. Cott

una caria a tu padre, en la que contaba que cierto lugar de Peter»burgo.


del am ado puente a /u l, habla sido reciememente escenario de seis
a te únalo» sucesivos. añadió al trivial suceso el comentario apropiado:
•Podéis juzgar por clk> qué cíate de policia tenemos aquí.- Herrén n o te
paró a pensar que la correspondencia de un antiguo adversario político
tenia un atractivo especial para la atención de la censura. Su carta fue
abierta y ve dio conocimiento al n i de que un funcionar*) del M inisterio 1
del Interior, ya condenado en o tro tiempo por actividades subversivas,
habla invertido infamante» conceptos sobre k n leales y eficaces
defensores de la autocracia: la policía de Petcr*burgo. El zar tom ó m uy
en serio tal infracción de la disciplina y ordenó la .destitución del
culpable, asi como su destierro por un a/lo a Novgorod. donde
aprenderla a respetar las instituciones de su pab.
Hcrzen era a la sazón un hom bre casado, de cerca de treinta aftas, y
este castigo, relativamente leve. le causó una desazón m is profunda que
la mucho m is severa sentencia de sen aftas antes. Después de aquel añ o
en Novgorod regresó a Moscú convertido en un hombre am argado. Sus
opiniones políticas, hasta entonces ¿aprestan dé un vago e indefinido
idealismo, cristalizaron en un odio am argo y de por vida a U autocracia
rusa. Agítasele el carácter, a la juventud sucedió la mediana edad y el
cinismo reemplazó al romance. Sus propios amigos se lam entaban de
que fuera tan indulgente consigo mismo y tan obstinado. Sobre él se
cernió la intranquilidad, y cuando en IK46 falleció su padre dejándole
una abundante fortuna, vio por primera ve/ la posibilidad de escapar,
por lo menos p o r pocos meses, de la tensa y sofocante atm ósfera de la
Rusia de Nicolás I. El aire refrescante de Europa occidental, donde había
libertad de opinión, donde se practicaba la democracia y donde la ,
discusión, aunque versara sobre socialismo, no constituía ningún acto
criminal le proporcionaría la mágica e inefable curación de todos s u s 1
IIMK».
Estos años habían traído tam bién a Natalia su parte de trastornos y
desilusiones Aquella delicada tez que. por ser dei gusto de la exigrnte
princesa, jugó tan decisivo pape! en su vida, no era de ningún m odo
indicio de constitución robusta, y su salud no resistió tas sucesivos*
embarazos que siguieron a su boda Además de los tres hijos que i
acom pañaban a sus padres al extranjero, otros tres habían muerto en la
infancia. Todos estos golpes fueron muy dolorosos y rd aja ro n .c n vez de
estrecharlos, los lazos de afecto entre Natalia y su marido. H er/cn no'
había com partido nunca, ni aun en tas primeros y ciegos m om entos de
pastan, la idea de Natalia de considerar a una pareja de esposos com o <
•erm itaños en un bosque, sin relao ó n con los demás hom bres-. > había ]
cruzado, desde hacía mucho tiem po, la linea que en los días de la luna de j
miel en Vladimir separaba a Nata lia y a él del resto del mundo. La vida te
reclamaba y permanecer junto al techo de una esposa perpetuam ente i
doliente no podía absorber sus energías. El desbordaba de brío, vigor y
noble indignación mientras que ella batallaba indiferentemente con I ti

S4
/ « fuMmdét tvm éiNr«i

alternadas agonías de nactm tcttot y muertes Pero había algo peor ca


’rrurrva. El descubrimiento. dura me uno de u n em barazos, de que su
m ando le e n infiel e o n una linda can u te ra . una de ta i u c r u ^ de su
padre, echó abajo rudam ente el halo rom ántico con que hasta d
momento habla envuelto su matrim onio, y la ofem a ocupó un lugar en
•u introspectiva mente largo tiempo después de la confesión y el perdón.
Cierto que el am or de N aialu . templado en el crisol de muchos
momentos amargos, sobrevivió a la dura prueba. Pero u n duro cambio
«r operó en su espíritu. Decíase siempre a si misma que era feliz en sus
afectos, pero, lo mismo que H cr/cn. también ella se volvió inquieta c
intranquila y empezó a desear otro dim a. Su desilusión, aunque menos
abiertamente o presada, no fue menos profunda que la de su m ando.
Incluso puede que fuera mayor. Porque Natalia conocía poco del m undo
v no entraba en la composición que de él se había hecho, nada del irónico
despego que. cada ' « m ás. constituía d arm a defensiva favorita de
I Ierren F ti cien dos corrosas can as esentas a su m arido en otofto de
HUh en las que parece hablar no tanto con d com o com rgo misma,
» mtcnumdo medíanle iodos lo» recurso» de U r u ó n , convencerse de su
felicidad sin nubes.
SL Alejandro. «cato cUr/mcote que la madure/ ha descendido sobre
atmurot. el romance, coa sin «mgos anbdos. su mirada perdute ra la nrbuloaa
lr»*ni* uicsforrane tucui otros horuontes.su paljuur. mi doloroto amor porte
humanidad nos ha dejado para siempre. Veo cuánto temido común han traído
lu* ahtmtn afros a nuestros ssdas. pero comideto que d «cutido común no debe
•eramos d alma, icrii un desatino
SI. es la maduren no « otroancto. oo es resignación.. Puedo sentirte a cada
puM< Fra bello tisú en aquellos días: tu corazón te agitaba sin cesar, te haHahas
cuettantcasrnte empujado de aquí para atU. estabas colmado de afanes; ahora,
«•cambio, apenas puedes coa k> que va ticnev Pero raatbtén es bello a l o n a r rt
retiro Si. Alejandro, nos ha dejado d romance y y* hace tiempo qar no
tenrmos atJkn. sano lujen crecxfcn Vemo» con majot ctendad y mayor
pronraoón y senumos nub daramrotc No esnte ya d caahado entusiasmo de
amaóti. juventud rebosante de stda adorando «os Idolos Todo ha quedado
d tá t. >tk». Ya do le veo, como sotte hacerte aores, sobre un pedestal.ai veo una
awrtoU alrededor de tu cabeza. Ya aocrcoqur pw m ocnm í y mtres una cstrdte
e* d mnmn mstamc ca que. pensando en ti. te mire yo. Y. con todo, seo
«teramemr y mouo profundamente que le amo mucho, que todo ou «cresta lleno
d> este amor, que está moldeado por él. y que este amor es tai ««da

Está adm irablem ente dicho, y el lector no inform ado de las


primerizas c a n as de a m o r de Natalia podría engatarse Sin em bargo, el
corazón de N a u ta había vibrado demasiado salvajemente con la
acariciadora música de Alejandro para que pudiera ser fácil y loulm cnte
dom inado por una m onótona conformidad. Las protestas de felicidad de
esta joven esposa, fría y sin emociones, son excesivas Puede que se
persuada a si misma, pero a nosotros no nos convence. El elogio de la
cordura tiene menor vivacidad que la oración fúnebre sobre la tum ba de
£rfwn/ H. Kart

la sensibilidad. Al b d o de esta» caita» a su m arido podctm n poner o tra ,


escrita inmediatamente después a Ogarcv. amigo de aquél:

SolU Kt mejor. Por una um pk palabra, por ua simple pensamiento, cuaba


dispuesta a crucificar a »n hombre o x t crucificada por é l Ahora y» exoy
demasiado gastada para todo. Ya no ae cnarodcti las mejilla». ya «o arde d
corarán dentro dd pecho, una «p ed e de veneno corre a i n v h de todo d ser y
una «víre calladamente o —¿cómo deark)-’— vomita mente, muda y un el mis
leve deseo de salvarse o de sacrificarse-

Natalia no habla cum plido aú n Un treinta a ta » . En la» profundidades


de su alma sentimental no podía convencerle a si misma de que su sida
ya habla term inado y de que la luminosa visión d d am or celestial se
habla desvanecido para siempre d e su firmamento. Lo mismo que H eren.
apenas sabia lo que deseaba y lo que añoraba. Pero am bos, gente joven
desilusionada, precozmente m adura, sabían que algún yerro hubo y los
do s creían, conscientemente o tnconscícntemcnic. en las propiedades
curativas de un peregrinaje por el extranjero. La capital francesa, que
hablan escogido com o destino, n o era tan sólo el dom inio de Luis-Feüpe
G u i/o t. sino tam bién el de G corgc Sand y Musset Para H errén, d
horizonte de Europa occidental brillaba con el espejismo de la Libertad \
PoKiica. para Natalia, con la n o menos engañosa estrella polar d d '
Romance. ¡
CAftTULO II

LA TIERRA PROMETIDA
Lo» eco» d d Rom anticism o y la Revolución resonaron d e un m odo
forrado y má» bien irreal «n la mayoría de oido» inglese». En Inglaterra el
movimiento romántico se redujo (excepto para Byron y en parte pora
SfawNcy. a lo» que. en virtud de esa excepción. *e les consideró espíritu»
¡tos) a un movim iento dedicado al culto de la N a tu n le ra y a la
ión de la literatura de las difuntas mano» de la convención. Existía
«n Europa un movimiento en favor del culto de la Naturaleza y de la
Iteración dd individuo de yugo dd absolutismo moral y político.
En su prim era y más característica fase, no fue un movimiento contra
la religión y la moral en si misma». Los que atacaban la moral
convencional no prrtcodian negar la cxbteoda da sanciones morales. El
culto a la Naturaleza H um ana colmó d v a d o y entonce» csubfcoeron
nuevos códigos de m oral. com o d de Rousseau, basados en la apoteosis
de los sentimientos, o. com o d de Gcorgc Sand. en la religión d d amor.
A los que negaban el derecho divino de k n reyes no te les ocurrió negar
la divinidad: se limitaron a sustituir d derecho divino de los reyes p o r d
derecho divino d d pueblo. El Romanticismo abarcó todos los aspectos
drl pensam iento hum ano. Su contrapartida metafísica fue d Idealismo
de Fichte. SchcUing y Hegel: • Romanticismo para d corazón —com o
decía Herren— c Idealismo para la cabeza.- Su suprem a expresión
política fue la Revolución francesa. El movimiento rom ántico, nacido
drl germen sembrado p o r Rousseau; extendióse por to d a Europa,
floreció. decayó y. finalm ente, desapareció (aunque con algún brote
esporádico en años posteriores}, tras las fracasadas revoluciones de 1848
y 1349. M ás allá d d Vístula y d Ntemen. su aparición se hizo perceptible
más u rd e . Rusia apenas se dio cuenta am es de 18JO; floreció allí por los
aAos treinta y cuarenta pare luego languidecer hasta que. en los
37
Edá+rdH. Cmn

comienzo* de te** sesenta. la reacción y d nihilismo se unieron p a n dar


el eoup de grdee. Es esta u r d ía floración. específicamente rusa
Romanticismo —U generación de los treinta y de los cuarenta— la q
está representada aquí en las personas de tos exilados románticos.
A fines de m arro de 184? los peregrinos, tras un viaje de sesenta d
alzaron por fin la T ie m Prometida y descendieron ante la puerta
Hotel du Rhin. en la place Vendóme. £J mismo dia. sin esperar a rega
su* ojos con las mamviHas d e la capital. H errén cum plió el
elemental rito de los tu rm as ruaos que vtsúaban Parts: rindió visrta
Paul Annenkov. Annenkov era. p o r nacimiento, un rico hacendado
y. por vocación, un trotam undos, en aq o d ta ¿poca en que el m undo c
para estos fíne*, sinónimo de continente europeo. El afto anterior ha
vivido en un lujoso piso de la ruc C aum anin. H ubo un periodo en q
todos los aristócrata* rusos d aban, más tarde o más tem prano. U vue>
a Europa, y Annenkov ejercía, e n perfecta combinación, las funciones
agencia turística y de cronista de la sociedad, mucho antes de que a m
instituciones existieran. Le encantaba indicar a dónde habla que ir. qué
dcbJ* ver y * quién te iba « encontrar tlti. C o n o d t d paradero y
planes futuros de todo aquel que contaba para algo. N o participaba
¡os estrechos prejuicios de los de su clase, y se codeaba no sólo c o n *
compaAcros rusos poseedores de siervos sino también con los poli!
liberales franceses. Conocía a Kart Marx, un periodista expulsado
Alemania por sus opiniones revolucionarias y refugiado en Partí, y *<
relacionaba con Weitling. un sastre de Magdcburgo, el prim er o b r
comunista. Annenkov se movía en lodos los circuios. $m em bargo, er
tan transparentes su honestidad y los limites de su inteligencia, q u e . a
pesar de vivir en medio de intriga* de toda clase, nunca se hi
sospechoso ni al gobierno ruso de ser un revolucionario ni a
revolucionarios de ser un agente secreto ruso. Tenía el tem peram en
m autiilrvo del hombre a quien la n iiu n ile n ha y
no para reflexionar. Ha dejado una admirable pintura de Hcrzcn en
primero* dias en Parts, recién salido del sastre de Moscú, lo aendo una
larga levita que pared a habérsela encontrado en la calle; y es él q
registra la rápida transform ación de H errén en un ciudadano m unda
•con una elegante barba de correcta linca, y una chaqueta de suelto y
elegante corte*, y de la sencilla y casera Natalia en una «brillante tur
completamente merecedora de ocupar un lugar de honor en la gran
capital del mundo».
Han pasado muchas décadas desde que Francia era considere
comúnmente en Europa com o la sede espiritual de la revolución, y a
nosotros, ahora, nos es difícil com partir las emociones que la visión de
Parts despenó en el corazón de nuestros rom ánticos viajeros. En k d
aflos cuarenta del pasado siglo existía quizá una más real democracia eo
la* instituciones inglesa* que en las francesas. Pero la dem ocracia
británica era poco conocida en el resto de Europa y completamente
ignorada en Rusia. Lo que contaba era la tradición, y en |8 4 7 |g

38
t i riUm tht ntmámtHwt

Revolución francesa todavía gozaba de fuerza vital. Habían transcurrido


tw K u m u aftos desde que N apoleón había pateado el rescoldo de la gran
o w rfU ffiaón. pero ¿su icnla aún la f a e n a Míraseme —en R im a por lo
n r o » — para encender, e n el corazón de los hom brea, sentimientos de
esperanza > temor. Un escritor rus» reciente apenas exagera al com parar
U reputación de que gozaba el Parts de U us-Fdipc entre los subditos de
Nicolás 1, con la posición que ocupa actualmente Moscú a los ojos de la
I uropa occidental. B París de 1847 era d espantajo de los conservadores
s l a Meca de los eairerm sus.

I uAbampt acostumbrados (escribe Herten) a conectar la palabra Parí» coe


b* grande* acontecimiento*. t»» grandes masas, los grandes hombres de 1789 y
1791, rvCDcrtk* de ana colosal lucha por una idea, por lo» derechos, por la
gigtidsií humana.. El nombre de Parts iba estrecha mente mudo a los a á s noble»
cum usao» de la humanidad contemporánea. Entré en Partí con reverencia.
■. -mo se entra en Jentsalén y en Roma.

A través de Annenkov sopo Herrén que su viejo am igo Sazonov


nuba en P aró. H eneo y S t/o n o v h a b ú a n u d o sentados jum os, uno al
M » del otro, a los diecinueve aftos, cuando am bos estudiaban ÍHica y
matemáticas en la Universidad de Moscú. Los sentimientos d d uno por
•I otro conservaron el tinte rom ántico de la cam aradería juvenil. y
luando Herrén, en los últim os aftos de su vida, escribió sus m amonas
(hay? d titulo Mi pajado y m il pemamientoi). consagró un largo capítulo
necrológico a aquella tem prana amistad Sazonov fue uno de toa más
bollante* y osados miembro» d d grupo de Herzen en M oscú, y nadie
hubiese puesto en duda q u e estaba destinado a dejar so huella en d
mondo. Había estado tan com plicado com o cualquiera de loa demás en
d asunto Sokolovsky. y ú escapó a) arresto fue únicam ente debido a que
tenia la costum bre de -h a b la r m ucho y escribir poco*, con lo que escasos
p s p d r- i-y c í cayeron e» j w W A* la policía. La detención Vd e su en o de
sus amigo* le privó de to d a visible ocupación en Moscú, y. sin objetivo
ftyo. se dirigió a París. Probablem ente tenia la impresión de que alguna
ocupación adecuada se le presentada inevitablemente en aquella sede de
la him ente actividad revoluciona ría.
Sazonov fue uno de aquellos hom bres dotados cuyo b ailante futuro
retrocede imperceptiblemente hacia d pasado sin haberse realizado en d
presente. Descubrió que Parts no ofrecía ninguna salida m ás inmediata
que Moscú para su a rd o r revolucionario. Pero ofrecía a la juventud
poseedora de una gran fortuna inigualadas oportunidades d e disipación:
y d r estas osó largamente Sazonov de form a que rápidam ente hicieron
tabla rasa de sus recorto* económicos. Sin em bargo, no dism inuyó su fe
en las vueltas de la rueda de la fortuna y en que algún día se implantaría
m R im a un gobierno constitucional que le conferiría una importante
cartera en el prim er m inisterio liberal roso. M antuvo sus ihmone* y su
dilapidada m anera de vivir durante unos quince aftos. y así con d tiempo
la* diversiones K to m a ro n , con d paso del tiempo, algo zafia* y
JP
Edm+rd U Cerr

m aichna». lu t esperanza» u conservaron siempre vivas. Saludó enturiás*


ticamente a H c m n . pidióle tas últim as noiicia» de Rusia y se llevó un *
disgusto ante el cinismo de su visitante, que le aseguró que U revolución
rusa estaba más distante que nunca.
O resto de la historia de Sazooov es un continuo declinar. La
revolución europea de 1848 pareció por un m om entojustifteary halagar
sus ambiciones. Fundó un Club Internacional que después de publicar
un programa y celebrar un m itin falleció. Entregóse a una o d o s
empresas periodísticas de corta vida, a las que nadie ayudó. Sazónov
cada vez descendía más rápidam ente. En un m omento dad o estuvo en
prisión por deudas, y entonces las autoridades francesas lo expulsaron.
Recaló en C inebra acom pañado de una dam a italiana con quien se cavó
y entonces desertó. Murió en G inebra unos aAo» m is tarde, olvidado de
todos sus viejos amigos, y H errén anota, com o culm inación de su
tragedia, que ni un solo ruso acudió a sus exequias.
Es innecesario continuar el catálogo de los antiguos conocido» que se
cruzaron en Parí* en el camino de H errén. Pero uno de ello» debe ocupa r
u n lugar demasiado conspicuo en esta gatería d e retratos de los exiliados
rom ánticos com o p a n Pasarlo ah o ra por alto. Herrén empleó muchos
de sus primeros dias de estancia en París en peregrinajes al Palais-Royal.
la Bastilla, el Panteón, tos Campo» Elíseos y una docena más de lugares
Histórico» cuyos nom bres te eran ta n familiares com o la Perspectiva
Nevsky de Petersburgo o la A rbat de Moscú. Fue en una de estas
expediciones cuando vio co una esquina la familiar y gigantesca figura de
Mlchael Bakumn. vestido de una form a entre elegante y desahitada,
blandiendo un cigarrillo y discurseando ante un grupo de amigos y
adm iradores sobre problemas de ítolosofta, exactamente como siete o
m is aftos atrás lo habla hecho en las calles y los salones de Moscú. Igual
a si mismo.
La amistad anterior entre H e rrrn y Bakunsn habla sido de con*
duración, pero ios poco» que habían conocido a Bakumn y habían
experim entado el sabor de su dom inante personalidad oo lo olvidaban
jam ás. Herrén lo conoció en Moscú • fine* de 1899. enzarzado, como
o tro s jóvenes intelectuales de) día. efl apasionado! debates sobre las
implicaciones políticas de la filosofía de Hegcl. Ambo» m ilitaban en
ca mpos opuesto» y la impresión que se causaron mutuamente fue a la vez
vivida y duradera. La primavera siguiente. Bakumn halló ocasión de
renovar sus relaciones. Sus ambiciones se centraban en un viaje al
extranjero, y las relacione» que m antenía con sus padres hadan
imposible toda esperanza de poder sufragar sus gastos con los fondos
familiares. Pidió un préstamo a su nuevo «migo. Bakunin h a d a
generalmente este tipo de peticiones a sus amigo» recientes; (os viejo»
amigos hablan agotado ya generalmente los fondos o la paciencia. Existe
una can a de abril de 1840 en la que Bakunin pide a Hcrzcn un préstamo
de 5.000 rublos, de los cuales 2.000 deberían ser devueltos prontam ente y
el rts io durante los dos aAot siguiente». Herzen,cautelosam ente, ofreció
40
Im fxth a én rww*»/#rei

I 000: en jubo vio * m i «migo sahr de Pctersburgo. «n el barco 6c Stcttin.


Ei poco probable que jam ás volviera a ver mj dinero. Bakunin. a través
de toda íu variopinta carrera, permaneció fid a « i peculiar interpre­
tación de la palabra -préstam o».
En tas dias de M oteó. H eneo era m is radical que Bakunio: el futuro
anarquista regula todavía <1 cam ino del famoso y equivoco aserto
begeliano-. «Todo lo que es. es racional.- Pero BaVunin habla recorrido
mucho camino desde entonces. En Berilo se había em papado de las
doctrinas de la nueva escuela de filósofos radicales conocidos, en la jerga
del dia. como los -hcgciiamw de irquterda-. y se había convenido en un
materialista convencido. En Dfcsde estuvo asociado con A m old Rogé, d
publicista de la escuela, y había colaborado en su diario con inflamados
artículos, inventando la célebre frase que luego resultó ser d lema de
todas sus actividades subsiguientes: -L a pasión destructora es una
pasión creadora*. H uyó de D rctde. am enazado por la persecución
policiaca, en com pañía del joven poeta radical alem án Herwcgh. En
Suúa te hábil unido a) comunista Wctilmg y. al ser expulsado del país
por la policía, se había refugiado pnm ero en Bruselas y luego en París,
donde se convirtió en d centro, constantem ente errátil, de un poli­
facético círculo de refugiados y agitadores políticos, pctiencom ie* en su
mayor pane a tas razas eslavas menores.
Herrén habla seguido, adm irado, la evolución de Bakunin que ve
había convertido, boyo la influencia occidental, en un luchador
revolucionario. C ierto es que el entusiasm o no lo cegaba (una de las
debilidades de H errén era que raram ente se dejaba cegar por el
entusiasmo) ante los bastante conspicuos defectos de su am igo. En su
ébano de IM J habla ya resumido su juicio sobre Bakunin en esta corta
frase: -G ra n habilidad y un carácter sin valor.- Pero m is tarde, en el
t. c ¿ a r io . consta» q-%. fUktiiu» x o ra b a -rcdamicnoo oc sus
anteriores pecados-, y . por otra parte, la alegría de ver una cara rusa
'conocida en las calles de París hubiera hecho que H errén diera la
bienvenida al com pañero metió» apio para congeniar con él. Bakumn le
presentó al poeta Hcrftegh. destinado a ejercer unos aftoa más tarde un
papel nefasto en su vida.
Pero ni el prestigio revolucionario de la capital francesa, ni tas caras
familiares de sus amigos rusos, m tas nuevas amistades hechas entre los
/nugfVs de otras nacionalidades lograron satisfacer por m ucho tiem po al
am aro y exigente H e rn n . Pronto se dio cuenta de q u r el París de la
realidad tenía muy poca relación con eí París de la romántica
imaginación rusa.

Conocemos Europa a través de la escuela y de la literatura, que c» como decir


qur no la conocemos, y la imagmamot según los libro* de testo y la»
érvnpooocs. d d n n n o modo que ios chico» se Imaginan el mundo reala través
de »« OtUi /Vrnn y creen que la» mujeres de bu tvlt» Sandwich vas con las
mar>r en la cabeza y llevan tamboriles, y qur dondequiera que ic tulle un salvaje
Edmurd H. Can

desnudo n «cguro encontrar, cinco >ir<b» mi* alta, un icón de ondeante melena
o un tigre tk faro» ojo».

Ij i burguesa m onarquía francesa n o representaba ruda más que


•diecisiete año* de un creado t k vil egoísm o, de una baja adoración de
los ganancuu malcríales y de la tranquilidad-. El París con que se
encontraba Hcreen no era el París de sus sueños, el París de la
Revolución y de los Derechos del H om bre, sino el París de Fígaro, del
tendero triunfante, el París del rey que llevaba sombrilla, de las toscas e
interminables novelas de Eugenio Sué y de las aburróla» comedias de
clase media de Scnbc. La ¿poca heroica era ya. decididamente, cosa del
pasado.

Los intereses malcríale» te han convenido en U obsesión de toda» las dates y


han extinguido cualquier otro interés Las grandes ideas, tas palabras que antaño
sacudían las masas y les hacían abandonar casa ) familia han desaparecido oseo
repetidas por mero hábito y cortesía de la mtsma forma como lo» poeta» Invocan
d Olimpo y los Musas, o los deístas el -Bien .Supremo*.

En todo cuanto le rodeaba percibía la triste palidez de la muerte.

Muerte en literatura, muerte en teatro, muerte en política, muerte en la


Cámara: a un lado Gui/ot. un cadáver viviente, y al otro U infantil palabrería de
una oposición senil.

Las románticas esperanza» habían dejado su sitio a b romántica


desilusión, y iras seis meses de vida en París, los Herrén, en busca
todavía de b tierra prometida, se dirigieron a Italia.
T an pronto se dejó atrás b opresiva atmósfera de París, el viaje
resultó encantador. Ya en Avignon, estos nativos de un clima severo
tuvieron conciencia del sonriente Sur. Las ciudades italianas que
atravesaron —Niza, Génova. Livom a. Pisa— permanecieron en su
memoria como oíros tantos -puntos lum inosos-, y en los últimos días de
noviembre llegaron a Roma. -H ay un p a ii en Europa —escribió Herrén
poco después a sus amigos de Moscú— , capaz tk sosegaros, recon­
fortaros y haceros derram ar lágrim as, pero no de disgusto ni de
desilusión, u n o de delicia: este país c* Italia.-
N o obstante. U alegría del suave Sur no habría sido suficiente por si
s o b para encam ar y reanim ar a nuestro austero y escéptico turista: U
transform ación debe ser atribuida a causas políticas más que climáticas.
H a b b sido singubrm cntc afortunado al escoger el momento d d viaje.
Por primera vez desde b Edad M edia, la tan dividida y acosada
península se h a b b colocado en aquellos últimos meses de 1847 a b
vanguardia de b política europea. M ientras el resto de Europa
dorm itaba, en toda Italia ve producían movimientos popubres.
Fuera por casualidad o de forma intencionada, el Papa Pío IX habb
hecho revivir b tradición medieval dd Papado como campeón dd
42
I j n r t i / t a f e i r rm é a tk m

pueblo italiano coolra la opresión del Imperio secular. Su entrom /acióo


en 1X46 k había caracicn /ad o por una m fóiita y hbcral am nistía poíílica
en todos mis dom inios, y en IM 7 había confiado la adm inistración a un
consejo consultivo, medida que todo el m undo consideraba com o el
primer paso hacia d gobierno constitucional. La levadura del ejemplo
papal fermentó en toda Italia. L s provincias austríacas se agitaron
inquietas y en los Estados independientes el pueblo pidió constiluctoocs
y se crearon g u a rd a s dvtcas.
Esta excitación, presenciada por Herrén en su viaje h a c a cf Sur. le
proporcionó d Iónico que ct*f tanta urgencia necesitaba. Por fin había
encontrado la Europa de sus socóos, una Europa pronta a la ebullición
con d divino descontento democrático. -E stos movimientos —escribió
despufe de su llegada a Roma—, son sagrados. Ellos me han traído la
recuperación m oral, por lo que estoy inmensamente agradecido a Italia.-
En su entusiasmo, descubrió una mística afinidad entre los labriegos
rusos e italianos:
En ninguna parle, excepto en luUa Central > en la gran R inu. he vnto la
pobrera y U fatiga reflejarse u n taMrmotameme en r! temblante de tas gentes sin
deformar te nobtrra de mu Horas. Estas gentes poseen una oculta capacidad de
meditación o. para optes»rio mejor, on principio de astoconfiaiua. prmopm a
menudo desconocido por ellas mismas, que tes confiere un poder de autodefensa
y musíencu »| sufrimiento capar de rrcharar. como un duro prAasco. todo
cuanto amenace destruir tu indepcndcnoa.
Tras haberse establecido los Herrén en Roma, los acontecim ientos se
sucedieron aún más rápidamente. El 2 de enero de HWX fueron testigos,
desde sus ventanas de la Vía del Corso, de una gran manifestación
popular en la que. sin ninguna sensación de incongruencia, la multitud
m c/daba vítores a Pío IX con gritos de -¡Prensa libre!- y -¡A hajo los
jCMitU*!*. Ck í «iMiwCtpúí* liuSlit» m reve»ación en P— *crn*o. y cc una
quincena fueron barridas de Sicilia las guarniciones napolitanas. El rey
Fernando de Ñ ipóles (llamado Bomba por su declarada afición a usar
bom bas como arm a administrativa) fue obligado a conceder una
constitución. Herren visitó N ápoks en febrero. > pudo ver al rey Bomba
en d b a k ó n de su palacio, quitándose el sombrero c indinándose
— doblándose literalm ente hasta la cintura— ante sus lea les súbditos
que k aplaudían El ejem plo napolitano resultó contagioso, y a los pocos
dias Pío IX, Leopoldo de Tosca na y Carlos Alberto- de P areóm e
instituyeron gobierno* constitucionales en sus respectivos dominios.
Me gusta el Piamorac (escribía Herrén poco d n p u b ) F ue pueblo parece
muy joven Se halla en tu tuna de miel con las imiituoooet h b m y et rey luce
unos bigotes tan largos y una barba u n magnifica, que, de grado o por fuere*,
liene que estar de pane d d progreso.

Verdaderamente, era necesaria una orgía de entusiasm o para


transform ar al vacilante Carlos Alberto en h¿n>c nacional.

4i
Efhvard H- Con

Entonces. rn medio de esta d fb o rtt del absolutism o. I k f6 La noticia


de la revolución de Parts y de la abdicación de Luts-Felipc. La «saltación
de H erzcn llegó al delirio. Las cartas de dos o i r a meses « tr is le
parecían, al releerlas ahora, tener un centenar de años.
Han adquirido un interév histórico (o ch b c cvuuadoj, cootervan <i recuerdo
de un tiempo que. súbifaroeme. se ha alejado de nosotros, haua u l est/emo. que
ya «pesus es miWc Empe/amo* a olvidar los verdaderos rasgos de la vieja
Francia y de la adokiernte Italia, ahora que la primera ha dado su alma a Dios y
ta última ha alcanzado b edad adulta
Stn em bargo, H ericn no encontró dificultad * i|u n a a la hora de
escocer entre tas do s revoluciones. H abla buscado un consuelo
transitorio en Italia, y se habla sum ergido en su belleza y en d delirio de
sus ideales dem ocráticos. Pero pensaba siempre en La infidelidad de su
prim er am or. Su corazón estaba en Parts, y ah o ra que Francia,
arrepentida, se habla vuelto hacia la luz. su lugar estaba allí Siguió en
Italia, p ero cada vez más impaciente, h a sta finales de ab n l. Entonces ti
grupo reh iro su cam ino hacia el N orte, em barcando en Civita Yccchia
para M arsella.
Esta vez los Herzcn >a no viajaban solos. A m ediados de enero se
hablan encontrado en Roma con una fam ilia rusa llam ada Tuchkov.
constituida por el padre y dos hijas. Elena y N a ta l» , de diecinueve y
dieciocho a to s . respectivamente. Aleáis T uchkov era un hacendado con
vagas aspiraciones liberales, conocido d e H errén y vecino det más
querido am igo de éste. Nick Ogarev. en U provincia de Penza. La simple
am istad en el propio país se transform ó e n el extranjero, com o sucede a
m enudo, en intim idad. Los Tuchkov participaron de las emociones y
esperanzas de H errén durante su estancia en Italia y se fueron con ellos a
P arb. donde am bos familias tom aron apartam entos en los C am pos
Elíseos, los Tuchkov cerca del R ond Poini y los Herzcn m is arriba, cerca
«fe! rw»«t«v term inado A rca de Triunfo.
La llegada de estos amigos de Rusia fue un venturoso acontecim iento
para H erzcn. Los nuevos com pañeros, rusos o no. con los que se habla
encontrado en el extranjero no reem plazaban la vida social que habla
conocido en Petersburgo y M oscú, y que ta n to le gustaba. A pesar de tus
opiniones, habla en Hcrzen una buena d o s » de fastidiosa aristócrata,
m ezclado con el fondo de timidez que generalm ente acom paña a las
naturalezai escépticas. No se hallaba, com o Bakum n. instantánea y
autom áticam ente com o en su propia casa en cualquier reunión
internacional de aventurero» desprovisto» de dinero, y la novedad no
constituía pan» él una indefectible atracción social. Alexis Tuchkov no
era persona notable o distinguida; perezoso por naturaleza y no
particularm ente inteligente, era en edad y en tem peram ento, decidí*
dam ente una m edíanla, pero trajo a H crzen. m ientras viajaba por tierras
extranjeras, el com pleto y satisfactorio sa b o r de su p a h nativo y de su
casta. Resultaba un com pañero confortable, si no estimulante.

44
t* i rrthoJmt ré rn M fm

fVro si la B efada de los Tuchkov trajo a H erren una agradable


distracción. para N atalia H en en significó algo m ucho m á t fundam enta!.
Natalia carecía totalm ente de la conciencia de cíate d e su m an d o , pues
las circunstancias de su educación n o se lo perm itían, y oo estaba sujeta a
lo» interm itentes ataques de nostalgia de H utía que sufría aquél. Stn
em bargo, aunque apenas se diera cuenta de ello, e ra victima de una
profunda m a h n e . I-labia llegado a E uropa llena de esperanzas y
ambiciones, k» m ism o que H errén: pero, a diferencia de éste, n o tenia
una idea clara de q o é estaba busca ndo. En París experim entó la misma
desilusión que su esposo, sintió, al igual que tí. U influencia suave y
bienhechora de los cíelos de liaba; saludó tam bién co n él —aunque sus
arrebatos fueran ta l v « menos espontáneos y sentados— la lux del
amanecer de la libertad política. Era una buena esposa y una madre
caríAosa. Pero h ab ía algo que echaba de menos, algo cuya carencia la
mantenía tan inquieta c insatisfecha com o durante los últim os aftos de su
vida en Moscú En o tra s épocas hubiese podido expresarse a si misma de
otras form as; p ero N atalia era una auténtica hija d e rom ánticos. Era
tencitta. honesta e ingenua. Anhelaba am istades m is apasionadas,
emociones m is palpitantes, sentim ientos m is elevados; en una palabra,
una vida sentim ental m is rica y m is excitante.
A prim era vtsta n o parecía probable q u e la familia Tuchkov pudiese
satisfacer esta necesidad. Natalia H errén, m adre de tres hijos, habla
apenas sobrepasado los treinta aftos. N i E k n a m K a u tta Tuchkov
habían a le s n a d o Vos veinte. Pero N atalia H errén seguía joven. En
muchos aspectos e ra el polo opuesto de su m arido, y n o tenía en su
naturalcra ni una sota partícula de aquel ferm ento de escepticism o que
acelera y hace tolerable el paso a la m ediana edad. Sus emociones eran
todavía frescas, su s ilusiones contantem cnte reverdecidas. N o se le
ocurría q u e la diferencia d e edad pudiera d a r lu g ar a cualquier
incom patibilidad en tre efla y las do s m uchachas Tuchkov. y parecía no
« . m».» slguns p if» q*** A lM no U l i t í i / i m n u i w d A» r/u n tw lU
sentimental. En lo s comienzos. N atalia Herrén apenas establecía
diferencia alguna e n tre las dos herm anai. pero gradualm ente la más
joven y viva/ de rila s empezó a atraería m ás y n lár. pocas semanas
despoés de su encuentro en Rom a. N atalia Herrén —p a ra u u r una frase
a sabiendas de to d o su contenido em ocional— esta h a enam orada de
Natalia Tuchkov.
N atalia Tuchkov. entonces en el um bral de u n a vida llena de
acontecim ientos que perduró hasta 1913. estaba d o tad a de una
interesante y atractiva personalidad- No era especialm ente bien parecida,
sus rasgos fisionó m icos eran insignificantes, tu figura, rechoncha; en tu s
últim os tiem pos se calificaba a si misma de •m o n stru o sid ad -. De
inteligencia vivaracha pero superficial, no había recibido una teñ a
educación. Pertenecía al tipo de personas cuyo atractivo reside en la
directa y libre expresión de sus emociones, característica que al llegar a la
«dad m adura puede transform arse en una histérica autoafírm ación. pero
Ed**rdii Can

que a lo* dieciocho afta* lleva consigo el encam o y la gracia de uno


espontánea franqueza y simplicidad. T a m b a n ella rru rom ántica y tu*
impaciente» emocione* citaban presta* para cstcnonzarsc- Un chispazo
respondió o OUO chiipa¿0 y prendió la llam a que, durante vano* mete*,
llevó a las dos Natalia*, por encima del tedio terrenal, a uno romántico
edsoflación cuya real existencia ninguna de la* do* habla, hasta el
m om ento, sospechado.
Pura uno muchacha de dieciocho aftos. este raro suceso sólo era un
interludio en un norm al desarrollo em ocional; pero, para una m ujer de
treinta, era un m om ento decisivo en su vida, -una segunda juventud mi*
brillante, m is rica y m is real que la prim ero-.

No he vbto nunca una mujer ion atractiva como Natalia Alexandrovn»


lescnbe la mi* joven de la* Natalias retirándote a la mayorJ. Una hermosa (rente
despeada, unos pensativos, profundos ojo* azul oscuro, gruesas cejas negras,
algo sereno, un poco otgulivwo en tu* movimiento* y. tobrr todo, mucha
feminidad, ternura, gentileza . fcstoy asombrada de que la mayoría de nuestro*
conocido* consideren a Natalia fría; o mi me portee la mis apasionada y ardiente
natutalera en una delicada y gentil figura

Hay abundantes testim onios de la reputación de -fria ld ad - de


Natalia H cr/en. El propio Itcr/cn . cuando, siendoelia todavía una ñifla.
Ib vio p o r primera ver en casa de la princesa Khovansky. la designó
com o -une {rolde ong/oite - A raíz de su m atrim onio las más criticónos
de sus am istades de Moscú la encontraron presum ida, irresponsable y
autosutisícchu. Parecía ser todo cabc/a y carecer de corazón, y m iraba a
todo el m undo con un aire distanciado y desaprobador del que
únicam ente su m arido y sus hijo* eran exceptuados, No obstante, el hielo
ví derritió bruscam ente bajo los dinám icos rayos em anados de su nueva
amiga. &c abatieran la* barrera* y N atalia H errén, con un nuevo
sentim iento de liberación y autorrcali/ación y con (oda la fuerza
proveniente de una ta rta eostumhr* d? represión. sbs.ndsftártdOw * ím>
delicias de una desenfrenada, aunque Inocente, pasión.
La duración real de esta sentim ental am istad no excedió de stele
meses, desde enero, cuando tai do» mujeres te encontraron en Roma,
hasta agosto, cuando Tuchkov dejó París p ara regresar a Rusia. De la
correspondencia cruzada entre las dos enam orada*, solam ente existen las
cartas de la m ayor a (a m enor de lu id o s Natalia*. Alguna* de ellas datan
de la ¿poca en que vivían am bas en Italia o en Parí», y se reunían varias
veces al día: escribir cartas fue una convención esencial de ia pasión
rom ántica Las restantes fueron escrita» ira» la partida de tn más ioven.
El (ono n o varía m ucho de la» primeras a la* últimas, pues el a p a ­
sionam iento fue inm ediato y total.

Desde que le he conocido [reza una de las primeras), tu e soteno* se bulla a la


mnnt* altura que lo* más Intimos y vitales objetos de mi pensamiento
Raramente transcurre un dia —verdaderamente no « u Ha habido un soto di»—

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1.01fsthmfai rOíHdrt/ífO»

qur h*yu pensado en ll en «I momento de dormirme y de nuevo el


despertarme. I.a míeme emoción que me produce el amor por lo* nifto* le wenlo
en mi amor por ti; ha llegado a Mr un elemento ciencia! de mi vida, y creo que
continuará siéndolo hasta rl fin de mu di».
Mi unión contigo he traído mucha belleza « mi alma, me ha hecho mucho
mejor. ¿SI. *t! No te tla*. Todavía no he contraído la enfermedad de hacer
cumplidos o. «i realmente c%atl, debe de haber sido desde hace tanto tiempo, que
puedo considerarla como mi condición normal, y repito, una y mil vece*, que el
sentimiento que despertaste en mi con tu (legada me ha proporcionado infinidad
de delicias A menudo cuando mi» irme y agobiada me tiento, pensar en ti me
sosiega. restaura mis fuerza*, y empiezo a vivir de nuevo con renovada energía.

Se colocaban a »l misma* bajo el patrocinio de la mujer romántica


modelo; Gcorgc Sond Y Natalia Herrén designaba a su bienamada con
el nombre de Consuelo, una de la* heroínas de lu escritora francesa,
carta siguiente fue escrita poco después de la partida:
Ha llegado tu turno. Tata mía. ,rai maravillo** Consuelo di mi almo? No sé
por qué. pero quería escribirte a Ir al final de todo. {Cuánto siento que no estés
conmigo’ Y, sin embargo, nenio claramente que te tengo aquí. {Cuánto mi*
llena y armoniosa se ha vuelto mi vid» desde que se fundió con la luya y tó te
convertiste en una de mu más vitales ataduras* Ya sabes que mi vida c* vanada
en manees, pero tú rehoe* en ella como una de su» hebras más brillante»...
Desde tu partida mi alma siente lo que sentiría un cuerpo que le hubieran
amputado un miembro: un dolor sordo, estúpido, mudo y carente de veñudo $*
te cortan un brazo, es tan fuerte el hábito, que constantemente quisieras moverlo.
y k encuentra con que ya no está en su sitio. Pero lo malo e> que no se pueden
amputar miembros al alma' sólo pueden vivir y morir con ella

En octubre continúa con el mismo acento


A menudo estoy contigo. Para mi eres a vtccs como el sol eo día nublado:
pienso y pienso en ti. y eso me da calor, de forma que parvee que las cosas que
nos separan no esmen... Te veo. noto tu «Sismo, »u*j>iio pui « oi«miíc
«MiecHamente. ¿o es sólo una hoja de papel, y. en ve» de estrechar tus manos,
estrecho sólo una pluma, que aprieto y rompo y arrojo lejos de mP

En otra carta escrita el últtmo me* del año. alcanza el clima* de


hipérbole romántica
,Consuelo di mi alma, querida mlU. amada mía. Natalia mía' Te hablo desde
las profundidades de mi alma, con toda» mis fuerzas, cois toda raí plenitud, con
luda mi pasión ¡Si. te amo terriblemente* Tus cartas iluminan mi amor por ti
Este amor me hace feliz, y me tunta feliz aunque tu no me amaras. I n (taita nací
por segunda vez. ¡Qué helios tiempos aquéllos, cómo quisiera volverlos a vivir'
Amalia el sol, el calor, la* montaAa» circundantes, lo* horizontes lejano*. <1 mar,
teniéndote estrecha mente abrazada me gustarla maichar lejos, muy kjoa. llevarte
conmigo arriba, arriba, tiempo, mucho tiempo Y luego volver al hogar y en el
hogar todo serla bello, Estoy desvariando, Natal», y te envío mis desvarios. Si
m usteras conmigo, citarla» sentada ah), jumo a mi cama.
47
¿VfatrnZH Carr

Natalia Hcrzcn pasó gran parle del arto de la revolución de IK4# en


un peligroso paroxismo de excitación erótica, como reacción contra la
contemplación excesivamente cerebral de) ideal romántico.
Cuando los Hcr/cn y los Tuchkov. que viajaban juntos, llegaron a
París el 5 de mayo, lo primera floración primaveral ya habla pasado, y
los laureles de la revolución, que ya contaban con diez semanas de
existencia, estuban mustios y polvorientos. F.l cniusiaimo inicial habla
cedido, los tumultos de Roucn habían sido ahogados en sangre, y en la
Asamblea Constituyente, que reunió por primera vez el 4 de mayo, los
republicano» no sólo estaban divididos entre si. sino que. además, se
hallaban enfrentados a una poderosa y respetable minoría de monár-
quicos y reaccionarios declarados, lais actividades revolucionarias de
Herrén se redujeron a tres o cuatro banquetes donde «comió carne de
cordero fría, bebió vino agrio, escuchó a Picrre Leroux y al padre Cabct.
y entonó la “MarseHesa*'». y llegó al mismo tiempo que Lamcnnais
—aunque no lo expresó con tama precisión como éste— a la deprimente
conclusión de que «les r¿pubitcmns som faits pour rendre la républi^uc
imponible». Su ardiente fe en la revolución sobrevivió exactamente diez
dias a tu regreso. El 15 de mayo una manifestación de parados marchó a
travos de París hasta el Hótcl de Ville pidiendo trabajo, cantando la
•MoncUcsa* y profiriendo amenazas contra la Asamblea Constituyente.
Fueron rechazados y dispersados por la guardia nacional, y varios de sus
dirigentes —hombres que hablan sido héroes de la revolución de
febrero— fueron encarcelados sin acusación formal y sin pruebas de
ninguna clase. El gobierno revolucionario se mostró totalmente incli­
nado a defenderse del proletariado, por medio de la fuerza.
Pero lo peor se hallaba en reserva. El de junio volvieron a estallar
motines en Parts. El gobierno decidió encargarse totalmente del asumo.
I.u Asamblea, obediente, proclamó la ley marcial, disolvió los Talleres
Nackmalox, que hablan sido constituidos tras la revolución, y dio plenos
poderes al ecncral Cavaienac ñora restablecer «I orden f>iran»» ¡¡m dl*«
se combatió en las calles- EÍ 25 de junio Herrén y Anncnkov, que se
hablan aventurado temerariamente a salir a la calle, fueron detenidos
por un destacamento de la guardia nacional y conducidos apresura­
damente de puesto en puesto, en su destino pendiente de un hito hasta
que. tras algunas horas de arresto, pudieron demostrar su identidad y
fueron puestos en libertad Al dio siguiente cesaron las luchas. El
Faubourg Saint-Antomc. donde la resistencia habla sido más prolon­
gada. estaba medio en minas. Los Hcr/cn podían oír, desde su piso de
los Campos Elíseos, las descargas de los. pelotones de ejecución que
actuaban al otro lado det río. en el Campo de Marte, varios millares de
proletarios que escaparon a la ejecución fueron condenados a destierro
por haber participado en la insurrección. París, bajo Cavaignac.
parecióle a Hcr/cn mucho peor que Pctersbu rgo bajo Nicolás l , y decía ró
que los cosacos > los croatas resultaban «mansos corderos» en
comparación con la boumeoise Ouardia Nacional francesu
I.es eyihihfoi romdniiroi

La bourgeaifc victoriosa continuó pa»o a paso la consolidación de


sus conquistas h a sta que, en diciembre de 1848, la tragicom edia de la
II República culm inó en la elección del principe Luís N apoleón como
presidente de la República. Heneen observaba estos procedim ientos con
angustiada repulsa. Se desahogaba un poco escribiendo cartas a sus
amigos de M oscú, en las cuales se refería am ablem ente al -sifilítico
Cavaignac- y -este bizco cretin Luís B oñaparte- y com paraba desfavo*
rabfcm enlr a los electores franceses con orangutanes. D escubrió, asimis­
mo, la futilidad del sufragio universal:

¿Qué hombre que rctpcic la verdad va a preguntar la opinión del primero con
que w encuentre? ¿Podio suponer que Cotón o Copérmco hubiesen puesto a
votación la existencia de América o «i movimiento de la Tierra'*

No era un descubrim iento origina); lo raro es a u c lo hiciera alguien


que fue y siguió siendo durante m ucho (tempo el más destacado de­
fensor ruso de la democracia constitucional.
Los H er/cn se encontraron entonces casi solos en París. Los Tuchkov
hablan regresado a Rusia en agosto y Annekov. en septiem bre, Bakunin
se hallaba en Bohem ia incitando a la revolución y, de todos sus amigo»
rusos, únicam ente Turgucncv perm aneció en Parí» en el invierno del
1848-49. Turgucncv era un visitante regular del piso de H er/cn. D urante
m ucho iicm po. cuando los Tuchkov residían en París, habla jugado
partida» de ajedrez con Alexis y cum plim entado a N atalia, y ahora, al
regreso de ¿stos. continuó «us conversaciones con N atalia Hcrzcn sobre
el estado de su corazón, sin traicionar, no obstóm e, el secreto —que
todavía lo es p ara la posteridad— de sus relaciones con Paulina Vinrdoi.
Pero, a pesar de sus visitas, el invierno transcurrió con m onótona
melancolía. T a ta , entonces de cuatro años, cavó enferma de fiebre
tifoidea y d u ran te día» su vida estuvo pendiente o* un hito. La angustia
«. •■■UmUnin ¡raniiurM m la anal!* v el H r m n m n u
sentimiento de vacio.
Sin em bargo, era dcm atiodo tarde pura soAur con volver a Rusia.
Alguna vez. estando en Italia, habla pensado en regresar, y habla
hablado de ello, pero el entusiasm o con que habla acogido la nueva
Repúblico Francesa era bien conocido por tas autoridades rusas, y desde
que se m archó de Italia no se habla preocupado de renovar su pasaporte.
Si ahora volvin. sólo podía ser en calidad de apóstata arrepentido; y,
considerando su pasado, poca gracia podía esperar si se ponía al alcance
de tos gendarm es de Nicolás. Entonces se dio cuenta de que se habla
hecho, por si m ism o y para siem pre, un exiliado, un desterrado de su
país. D urante el invierno de IK4R-49 ocupóse en transferir su consi­
derable fortuna de Rusia y em plearla, bajo el consejo de James
Rolhschild. en bonos americanos y en propiedades en París. Apenas
term inada la transacción, apareció en Petcrsburgo un decreto em bar­
gando sus posesione» y las de su familia. La» propiedades de »u madre

49
EJwardH. Can

sólo se salvaron gracias a una fingida venta a Rothachtld. quien, tratando


con el gobierno imperial de potencia a potencia, pudo obtener ia cesión.
El revolucionario tlerzcn era un buen ncgociuntc y sabia cómo obtener
la amistad del becerro de oro de la injusticia.
La reacción de (os sentimientos de Herren en la segunda mitad de
tftdg fue más profunda y fundamental, que la desilusión que experimentó
al llegar por primera ver a París el «fio anterior. El pesimismo
engendrado por una revolución que no habla logrado materializarse, no
era nada en comparación con el desespero ante una revolución que, una
vez llevada a la práctica Habla traicionado las esperanzas e ideales que le
eran inherentes. Y empezó a desear haber muerto, fusil en mano, en las
barricadas; entonces, se decía a si mismo, -por lo menos me habría
llevado conmigo a la tumba dos o tres convicciones*, mientras que ahoro
perdido la fe en si mismo y en lo* demás. Durante los años que
siguieron. Her/en echó mano libremente del pasatiempo de analizar tas
propias sensaciones. Consideróse algo asi como un Byron: la tragedia de
Byron fue -no la de que sus aspiraciones fuesen falsas, sino la de que
Inglaterra y Byron pertenecían a dos ¿pocas distinta» y o dos distintas
culturas-. Él, Herrén, como Byron, habla nacido a destiempo y se hnbia
encontrado en desarmonia no sólo, como en principio había supuesto,
con su país, con Rusiu. sino con tu ¿poca, el bour^toit siglo XIX. Había
nacido demasiado pronto o demasiado tarde. U ironía y el escepticismo
que hablan estado siempre latentes en su carácter hallaron una salida y
uno justificación.
El racionalista siglo xvm era todavía, como Herzcn observaba
agudamente, una ¿poca de fe. *EI padre Voltairc. cuando bendijo, en
nombre de Dios y de la Libertad, al nieto de Franklm, ¿no era un
fanático de la religión de la humanidad '- El escepticismo era hijo de la
Revolución y el Romanticismo de la gran ¿poca que habla creído en
el idealismo y en el progreso, en la democracia y en la perfectibilidad de
la naturaleza humana y que. por el má« ^preciable snticíímax de
historia, sólo habla culminado en el complaciente triunfo de la plu­
tocracia bour%eoist.
Bastante largo tiempo hemos estado maravillados (escribió después) ante U
abstracta sabiduría de la naturaleza y del proceso Histórico Ya o hora de que
comprendamos que en la naturaleza y en la historia hay mucha cosa fortuita,
estúpida, intranscendente y equivocada. Generalmente, en la tuturakia. en lo
historia y <n la vida nos damos más cuenta de k » afortunados y del ¿sito; sólo
ahora empezamos • ver que los cartas no se nos dan tan tnen como pensábamos,
porque nosotros mismos somos un fracaso, una carta que te ha jugado y perdido.
Conscientes de U bancarrota <k tas ideas, de la carencia d« todo poder de
control de la ventad en ri mundo de la realidad, nos volvemos amargos. Se
apodera de nosotros una nueva dase de maniquílimo y par Jépit. estamos
dispuestos a crtrr en la maldad racional (es decir, intencionada) exactamente
como creíamos en la bondad racional. He aquí el último tríbulo que pagamos al
idealismo.

SO
la* tiilíttdfi* rm»4Mtí<oi

CcrO el tiempo I a tortura pasará y tu tráfico y apasionado dolor Ktuavirará.


r Apeno» etrsie en el mu mío nuera de lo» Estados Unido». E»tc pueblo joven y
emprended»!. má» activo que inteligente, « t i ton ocupado con l» ordenación
material de »u vida, que deMonnce nuestro* torturante* dolores. En t»e p*b. en
especial, no existen dos culture». La feote que forma lo» grado* de mj sociedad
« t i cambiando eonatenicmeaie sub** y baja »egón el o ta d o de su* rrspccuvo»
balance» hancano». I.a otada n í a de lo» colonialista» inglese» »c multiplicaba
Kvbfcmanera y, cuando Ilefuc a la cumbre, la gente acri, no *é » mi» feb/, pero
d mi* alegre. Su contenido será mi» pobre, mi» vulgar, m is Arido que el tobado
en lo» idéale* de la romántica Europa, pero no traerá contigo ni /are», u
ccntraltración. ni quirA hambre. A quien pueda abandonar el viejo Adán
europeo y adoptai el nuevo Jonatin, dejadle tomar el primer vapor para algún
lugar de Wnconttn o Kanwi». Mejor calará allá que en Ka decadente Europa.
Lo» que no puedan hacerlo seguirán viviendo, fuera de «u ¿poca, fragmento»
de un bello tuerto con el que la humanidad adormecida te arrulla a «t mttma.
Han vivido demaumlo a bate de fantasía e idéale* para penetrar en (4 ¿poca
racional amerveana.
No «alen todo» lo» día» grande* individualidades. Poco» hay entrr nosotros y
nouttrtH pronio moriremos.
Herrén permaneció en Europa, y su» ideales románticos, derrotado*
en los lumulfos políticos de 1X4#. viéronsc una vey mi» expuestos al
vendaval de una (mima tragedia doméstica.

Si
C a p ít u l o iii

UNA TRAGEDIA FAMILIAR - I


Uno» dos uftov unte* de dejar Moscú. Herrén habla escrito y
publicado una novela mulada ,'A quito tuipur.1 tn día. un joven
romántico. Dmiiri Krustsifcrsky. tocata con una romántica muchacha
llamada l.yubov. huérfana y protegida de una q n m k itamc sin corazón.
Alguno» alto» dopué» de la boda aparece en civccmi un joven rico,
inteligente y de tendencia» cwépticu». llamado Bcltov. Debido prin*
cipalmentc a que carecen de cualquier otra ocupación. Bcltov te
enamora de l.yubov. y ésta tic ¿I; pero ambo» .ton mea pace» de ocultar mi
pailón til nutrido. Tienen idea» demasiado elevadas para cometer
adulterio, por lo que a Bcltov sólo le queda d camino de retirante. El
mal,
.« ,
tin embargo, ya está hecho,
l. . -i, - •-J - . -•
y el autor, dejando u »u»...personaje»
.. .«
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ti V M I « |U M M VV M VM I * * » 9
p W I « i M W I U I, I t t t O t f |M « S X I U I R | f C | M I I U I l W t t M
mismo, con lu» palabra» del titulo. ¿A quién rvtpar?
Mucho* novelista» han encontrado inspiración en aconteceré»
doméstico* en lo< que han participado. Pero es raro que un e»crllor
participe —tan directamente como lo hiro Mer/cn en ¿A quién atipa*?—
en un drama familiar representado cinco o má» aflo» después de hwber
sido escrito. No obstante. Herrén, en su primera novela, divergía en un
aspecto vital de la realidad de su actual experiencia. Fin efecto, él se habla
descrito o sf mismo, no bajo lo» rasgo» del débil Dmiiri. «siempre a
punto de llorar», y que -en lo» tranquilos atardecere» gustaba de mirar ai
cielo hora» y hora»-. »ino bajo los del e»céptlco conquistador Bcltov. tan
seguro de si mismo. El drama de la vida real Invirtió Un papeles. El fuerte
y escéptico Herrén, que cargó con el del mando, vio »u felicidad
destruida por el sentimental y cnlcrml/o Hcrwcgh.
El padre de George Hcrwcgh era un distinguido n ’.Muurattur de
Stuitgaft, o quien sus agradecidos dientes saludaban como el I W 1de
U. Can

NVurtcmbcrg. Gcorgc fue el prim er v único hijo ile mis padres. y mu madre
lo idolatró en seguida Tenlu urja prcviuncM física poco frecuente. s eru
inteligente y estudioso. pero desde sus primero* años mi constitución
mostró señalo. de una cicrtu inrMiihibda J y ak » * catorce a ñ m mu carrero
cw o b r se vio m terrumpidu por una misteriosa enfermedad. Según el
diagnóstico, ve trataba del hade del San Vito, pero cedió ante el
tratam iento a ta s e de magnetismo anim al, que estaba entonce* de moda.
L*J joven H entegh se convirtió en un cavo famoso, y un profesor de
medicina de TUhingen dedicó una lectura inaugural a esta sorprendente
indicación de la ciencia de Mesmer. Animada por esta notable curación,
la salude* ha madre Ique por esta época se separó de mi m artdol destinó 11
*u hijo al sacerdocio luterano; el chico fue enviado con una beca al
seminario teológico del que. a lo* dieciocho uño*. pasó a 1u Universidad
de Tübingen. AHI. u n em bargo, nuevas influencias lo indujeron a
abandonar la carrera que le habiu .sido señalada y desertó de lu teología
para pasarse a In» leyes, y de las leyes a la literatura MA* adelante lúe un
distinguido amateur en m ás de unu rama de las ciencias n aturales y se
consideraba lo baslumc calificado para practicar la medicina, a pesar de
no poseer ningún titulo médico- Gcorgc llc r tc g h íuc un dUetuime en
mucha* cusa*.
1:1 punto crucial de *u vida se presentó cuando fue llamado a prestar
el reglamentario servicio militar. A Mrrwcgh n o le gustaba la disctplinu y
pot do* veces sucesivas entró en conflicto con sus oficiales. I n la segunda
ocasión decidió abandonar su poco grata tierra nulul > huyó cruzando la
frontera sui/u, Hn Suiza desarrolló su talento literario y en 1X4) publicó
en /u ric h un volumen de poemas de lema político l a s Cuttus de un
murro», las cínicas relkxtonct del conocido principe PücMer-Muskau.
habían alcanzado por aquel tiempo la cum bre de su poco duradera
popularidad 1*1 joven Hcnvcgli recogió lu sugestión y, no menos
apropiadam ente, puso a sus servo* el titulo de f*oema\ de un viva t n
elkn se traducía el estado de ánim o de la joven Atemuma. en la que el
fermento de la democracia ya habla penetrado; su fogosa versificación y
«u fervor revolucionario otorgan todavía hoy ul poeta un lugar modesto
pero digno de atención en tu b o to n a de la literatura alemana.
H hijo mim ado de su madre convirtióse en el niño mimado de la
fortuna Los /W w m de un v/io hicieron fam oso a «IcrwegK en u n solo
día Se llegó a media docena de ediciones en dos años, con lu formidable
venta total de quince mil ejemplares. Herwcgh se transform ó en el Idolo
de la democracia alemana e hizo un recorrido triunfal por lodo el país,
que tan vergonzosamente habla abandonado dos años antes. I uc
recibido p o r el rey Guillermo de Pru*>a. quien, en una explosión de
excéntrica generosidad, declaró que él respetaba a los -antagonistas
honorables*'. I I joven poeta, guapo, rom ántico y fam oso, conquistó

PiUbi» «km*n< uur podría ti»Unth* por padrr o padimu ( S tfrí Tt

$4
t.a* i"iífntdoi romúHlHOt

todos lo* corazones y. entre ellos. el de tmma Sicgmuml. hijn de un rico


comerciante de Berlín, proveedor de sedas de lu corte de Federico
Guillermo y judio converjo, I-a atracción fue mutua y el noviazgo siguió
rápidamente ut primer encuentro de lu joven pareja 1.a novia no podía
competir con su enamorado en cuanta a bclle/u. y tu larga miw fue
conspicuamente imroducfdu. por cuestione* de rima, en el bien conocido
libelo de Heme sobre su hcrnumo-poctu. Pernera inteligente y cultivada,
aportó a Hcrwegh una sustancial fortuna y. «in lugar a dudas, estaba
apasionadamente enamorada de ¿I. Parcela, por lo tanto, que Hcrwcgh
tenia asegurado m> sólo el bienestar material, sino tumbien el papel de
héroe adorado que ve habla hecho tguulmcnic indispensable a su
auioindulgcntc nuiurak/u. (‘uundo se vio forzado a abandonar de nuevo
Alemania. I:mma lo siguió u Zunch y contrajeron matrimonio en la
pequeftu población suiza de Haden, en la primavera de IK4.V Hakumnluc
uno de Ion testigos de la boda.
tais ambiciones de la feliz pareja no se conform aron con los estrechos
limites de Suizo, y tras una prolongad» luna de miel en (tuba emtgrurcKt a
París, donde el rom ántico ambiente, las convicciones dem ocráticas y la
fama poéticu de llcrvwgh. junio con la fortuna c inteligencia de vu
esposa, lo convirtieron en prominente figura de la colonia csltunjcru.
Ilcrwcgh poseyó siempre una distinción que ocultaba «u origen plebeyo,
y su carácter —com o observó, artos más larde, uno de sus amigos—
•encujaba m ejor en un marqués de lu Regencia que en un héroe de l«
Revolución*. Pronto fue entronizado en los circuios literarios franceses,
donde gozó del fervor y el patronazgo de una notable mujer de letras, tu
condesa de Agoult y. a su vez. conoció u cusí iodos Ick rusos que
visitaron París durante esta época: Turguenev y Anncnkov, Ogurcv >
Bokunin y. finalmente. Mci/en, Su vida fluyó fácil y sin complicaciones
hasta el revolucionario año IK4K. l.os Hcrwcgh participaron del
entusiasm o de los dias de febrero en París y prestaron ávida atención a
ios primero* rum ores de revuelta allende el Rín. Nuevas ambiciones se
ugitaron en el pecho de Emma. no para ella sino para su adorado
m ando. ,.No se habla saludado a un pacta. i am aitíne, com o el pudre de
la República f iu n ttw '’ «.Por qué no podía suceder que lu República
alemana ostentara la paternidad de o tro poeta *A comienzos de marzo se
form ó un com ité de alemanes dem ócratas residentes en París. con la
doble misión de votar un manifiesto de felicitación a la democracia
francesa y apoyar la causa de I» revolución en Alemania. Hcrwcgh. a
pesar de haber trocado recientemente su nacmnulidad alemana por lu
suiza, fue elegido presidente, l.u primera parte de la* tarcas del comité
fue puntualm ente cumplida mediante la celebración de un mitin
m onstruo en la place de l.'HOtcl de Villc. en el que «c afirmó en­
tusiásticam ente la herm andad de la* repúblicas francesa y alemana. La
segunda tarea cía más ardua. Se tia /n ro n planes pura organizar y
equipar en París u m u legión de alem anes dem ócratas que debería lomar
parte en las luchas revolucionarias de la patria. Pero cuando el Gobierno

SS
l'tfnaniJt. Can
IrunciS luc requerido para que prcsiarji m i ayuda. rehusó suministrar
urinas \ ofreció un;« aportación de 5.000 francos, miserable donación que
evidenciaba vi deseo de librar ¡i l'roncin de un puñado de peligrosos
exultados más que el de ayudar scríumcntc lu empresa. A pesar de este
desaliento. lu legión se form ó. I.ninu Hcrwcgb m ostró un brioso espíritu
en lodos {os preparativos. su (om ina resultó mvnluuhlc cuando se trató
d* sufrog.tr tas necesidades económicas de l.i legión; completó su
aportación de dinero electivo vendiendo incluso la plato Inmiliar. A
m ediados de abril Hcrwcgh salió osudam ente de hvtrasburgo. acom*
puñado de su esposa. vestida en ropas musculinas > de unos seiscientos
legionarios Su desuno era Badén, donde Im revolucionarios locales,
según so d ed a. hablan derribado ya el gobierno del G run Ducado. Todo
lo que l'm m a Hcrwcgh pudo poner a contribución para el éxito de lu
em presa lúe generosamente aportado Pero ni los poetas ni las esposas de
los poetas son. de ordinario, buenos peñérales, y en la expedición faltaba
por com pleto el talento militur 1.a idea era efectuar tu unión con otras
dos colum nas de dem ócratas que. según se creia. iban u converger
igualmente en Haden. Pero no se había efectuado la conjunción cuando
la legión tuvo noticias de que se aproxim aban tropas gubernamentales,
l úe udoptudu apresuradam ente la decisión de retirarse hacia el Sur. en
dirección a la (romera sui/a Pero mientra» tenia tugar ln retirada, el 2?
de abril, los legionarios fueron sorprendidos en Dossenhach por las
tropas refalares, V>nu cincuentena fueron m uertos y muchos más
cayeron prisioneros I os restantes dieron suelta sobre »ux talones y la
expedición terminó ignominiosamente. Pora la opinión popular, el
desventurado caudillo lúe el principal responsable del desastre 1:1
comand.tnic de las i ropas regulares, deseoso de excusar su frucuso en
cuanto ti la captura de tan im portante presu. comunicó a Haden que
I lerwcgh y su esposo Itublan huido -untes de la batalla, tan pronto com o
llegó a m i s oídos que se acercaban la* tropas-. O tra autoridad alegó que
Fmm# se llevó w su marido del cam po de bm nlla escondido en la capota
de su carruaje, mientras Hcinc declaraba que -nuestro héroe no podía
soportar mejor el oloi de la pólvora que Goethe el del tabuco-, y
ilexcrihia con tosquedad de mal gusto lo* síntomas cxcictorím de la
cobardía de Hervergh. listas anécdotas, por gráficas y minuciosos que
sean, deben ser desmentidos como apócrifas. Parece que Hcrwvgh v su
esposa estuvieron ocupados durante la batalla en el menester prosaico
pero necesario de proveer de cariuchos a los combatientes. Cuando se
hundió lu legión, tuvieron que emprender rápidam ente la retirada en el
rústico curro que habla hecho las veces de cuartel general, l as
autoridades hicieron a Mcrwegh el honor de poner ptccuv u >u cabera. I I.
prudentem ente, se desfiguró afeitándose lu magnífica barba y lus patillas,
y se ocultó en una /unja, de donde fue rcscau d o por un amistoso
granjero: una ve/ apagados clam or y griterío, dio media vuelta y pasó la
frontera francesa, l úe el prim er revés de una carrera que hasta entonces
habla conocido sólo una ininterrum pida verte de triunfen 1:1 poelu
i.ai fMtiiaxhti romd*ttait

volvió j Parts, donde sus laureles se habían m architado v su carácter


empeoré*.
f ue vfcspu¿v de este desafortunado episodio, en invierno de IKáR-4S>.
cuando lo relación estableada anteriorm ente entre I» ' llcrwegh y loe
Herrén m aduró hasta transform arse en intim idad. Hra un momentu
difícil p a r a d incto/#** llcrwcgh. llcrwegh m iró lo estaba am argado por el
afrentoso fracaso y b perdida de prestigio, sino que. por prim era ve/, ve
enfrentaba con dificulhulcv económicas. I Icrr Siegmund. el proveedor de
la corte, habla acogido de buen grado com o yerno a un poctu dcmócratu
en el momento culminante de su fama y popularidad. Pero el fracasado
prom otor de una sedición activa tomubn un aspecto distinto para sus
ojos ortodoxos. 1:1 comerciante de sedas habió especulado larga y
lucrativamente con propiedades inmuebles en el subutbio oeste de
Berlín, y la revolución que su hija y el m ando de esta tan alocadamente
hablan alentado provocó una desastrosa calda en los valores lie n
Siegmund estuvo obligado a vender a bajo precio s se vio reducido, en el
transcurso de pocos meses, de una opulencia extrema a un moderado
confort. No sentía ya inclinación alguna a continuar con los generosos
subsidios con i|uc durante los últimos cinco año* Itabia contribuido a
mantener el tren de vida de los llcrwegh A aquellos lóvcnc*
extravagantes c irresponsables no les baria ningún mal probar un poco
de pobrv/u; luí ve/ cm) estimularla al poeta incluso a ganarse la vida, l as
súplicas de Tm tna. u pesar de ser capaces de dcvtio/ur nualqutcr coru/ón,
no tuvieron eficacia. I*mntu. hasta el m omento, hubia considerado en la
vida dos cosa» como axiomáticas que la fortuna de su padre era
ihmtluda e indestructible y que (as necesidades de su m arido tenían
preferencia por encima de todo. l ú e p ira ella un golpe el descubrir que
el primero de estos axiomas se desvanecía y que había gente lo bastante
obtusa para ncyar el segundo. I a lujosa decoración del piso de la Rúe du
Cuque quedó com o un irónico recuerdo de la anterior ahundanciu y
contrastaba tristemente con las estrcclieccs en que actualm ente se velan
obligados a vivir.
Ln aquellos tiempos de desgracia política y de dificultades hogurcóus.
Ilcrwvgh ve convirtió en ¿mduu visiumie —iba cusí cada noche— del
piso de lie r/c n . cerca de la Magdalena. No cru hom bre que tuviera
dentro de si suficiente reserva de fuerzas para soportar la adversidad sin
ayuda. Lu humillación de Dosscnhach le hablo llenado el alma de
am argura y acudía u cusa de los H er/cn. sobre todo en busca de consuelo
y aliento.

Hace dos nhm IcwnbuV en verano de tKS*| me hallaba hundido, desdusio*


r.uh». h ab la caldo a l «uW ocua» la rg u e ra Butque> e /K 'o n ire u l hombre d eq u tó »
no lenln miedo y al que podía vincularme.I

I u m ayor parte de la» veces, ihu solo. Transcurridos seis artos de


m atrim onio, U udoración que te profesaba Prntna habla empezado a

37
Eühearti H Catr

hastiarlo. Quizá penxub.t que habla sid o el irreflexivo entusiasm o do su


mujer lo que te habla em pujado a tu ridicula expedición de Bnden Pero
et afecto de íntima se m ostraba infatigable. Se dio cuenta de que limma
lema la vo/. chillona y de que sus m aneras eran, a veces. agresivas; se
cncon traba, además, en »u torcer em barazo, I.lcgó n la conclusión, como
contó luego ffe r/tn . de que tenia «-pocai afición y menos talento» para
esta -u b o m m ab k institución» que es la vida familiar No se le ocurrió
que tal afirmación era incomptK'hle co n el hecho de que encontrara el
sedante contra U exígeme devocU n de Kmma en ta idílica calma reinante
en el hogar de Alejandro y Natalia H er/cn.
U propio H er/cn alentaba estas s isitas. Tenia pocas a m ista d o entre
tos franceses y ninguna de ellas intim a, v sus amigos ruvts. con la única
excepción de Turguenev. habían huido «Je París cuando la revolución.
Ilc r/c n era todavía lo bastante jo .c n paru sentir fa necesidad de una
constante relación, listabu sediento de cam aradería y, com o tantos otros,
se dejó prender por la vivida inteligencia y el encanto personal del poctu
alem án tan pronto lo vio. I.us afinidades políticas sellaron su amistad
I Icrucgh no cru meramente un dem ócrata, sino un m ártir de la causa de
lu revolución H er/cn estaba muy lejos, en aquellos momentos, de
aceptar las historias de lu cobardía de Hcrwcgh en Oosscnbarch.
historias que luego detalló con m ucho placer en Ui /ni unió r mi i
penvtmtt'tum.
Su jntentu (ru rih tó cuatro meses después del suceso) lúe uno de aquellos
hntlunies sueAos que en marzo parecían facohles y que aliara. en .igostn. parecen
una tocutu
Hcrwcgh. al ser adm itido en el bogar de los H errén, len b el aspecto
de un puro y nuda práctico idealista: afectaba una soberbia indiferencia
hncut las sórdidas preocupaciones de la vida cotidiana, que Ilcr/cn
nunca consiguió pero que siempre cnvidiubu y adm iraba en los otros. l¿n
resum en, cayóle u Ilcr/cn com o un ser excepcional, casi etéreo, algo
lucra del convencional m undo honrprah dentro del cual se habla
extraviado.
Gcotge es el único rww que hay aquí («ccibla cmustdstH'umentc en aquello
época |. es decir, el Orneo extranjero en quien no \ r encuentra ni rustro d r rita
estupidez ixtK kntal impermeable a la lógica o al sentimiento, de o ta pobreza
propia «le lu nalurulc/a humana en suikcadencta.de este cretinismo rn m i agonía
mortal I n una palabra tiene personalidad . . no ex un manHjui social come» lo»
franceses, o una abstracción linfática eximo tiK alemanes, o una rcpugruinte
criatura de hábitos lijos como los ingleses
Había en la debilidad de Hcrwcgh algo cusí femenino. Se hallaba en
una patética ncccxidud de sim patía, consejo > apoyo, y consideraba con
ttaluraUdud u H er/cn com o su mentó» y su director espiritual.

* jMqun. en te «oseta de este «Niele»de ttcorgr Sa«J. llame «t maiirninmo -una de \m


m*s tatibnm» imutucumc* qiar he uivrnudo le humanidad.
¿oí eulmiio* tamrintti tu

Me pareció Jínnlc'A Ilcr/cn ma* urde). y estatúe mi peo» equivocación, que


el ludo débil de mi luturalc/a iba cambiando Me pareció que so podía ayudarle
mái que nadie.
I'n Ilc r/c n habla una dosis considerable de l.i protectora vunidad de
mus*ht>. > lu conlian/a que en ¿I dem ostraba el desvalido Hcrwcgh era la
má* sutil y íulul forma de adulación.
l a atracción inicial de Hcrwrgh hacia Natalia lúe m ás complicada,
l a fascinación que senda por las mujeres lu atestiguan la larga livtu de
sus co n q u isa s. Natalia. a sus ircinta uflos, hablu conservado, en un
grado inhabitual, la tímida inocencia de la m uchacha, si bien hupi la
tranquila superficie yaciu una profunda sensualidad. Hcrwcgh, con sus
centelleantes o)ox y la delicada perfección de vu perfil, parcela
personificar su ideal de hellc/a varo n il'. la fuma poética completaba el
cuadro del héroe romántico. No se hallaban menos afectados sus
instintos m aternales, los cuales acudieron en ayuda del vacilante,
irresponsable > condado i Icrwvgh. que parecía ta n dispuesto u poderse a
su merced. I r.m prerrogativas del poeta rom ántico el hallarse solitario y
el ser m com prendtdo y Hcrwcgh rcxpondiu tun perfectamente u ambas
condiciones. que ella no podía menos de creer en su genio. Aceptó al pie
de la letra las declaraciones de vdedad espiritual del poeta. I.o
compadeció tío mismo que él estaba dispuesto a upiadarse de si mismo)
por tener (al reves de Alejandro) una esposa incapa/ de uprrciurto en su
valor, l as intenciones de Natalia, como las de su m undo, eran
filantrópicas, - l o misión terrena de la mujer romántica es —como
seóiila uno de los héroes de (icorgc SanU— consolar al desventurado,-
Natalia sintió que sólo ella podia \uhut a Hcrwcgh, Olivarlo de su propia
debilidad y del desdén de un m undo desdeñoso y estúpido. Derramó
sobre él toda su nueva abundancia de calurosa afección y solicitud. A su
admiración de colegiala por el m oreno y guapo poeta y u lu ternura
maternal para con un desterrado solitarios aburuUmudo m e/dábase, sin
que la propia Natalia se apercibiera, aquellos impulsos eróticos que
hablan hallado u i u i expresión tan curiosa en su am or por Natalia
luchknv. Inconscientemente, em pe/ó a reservarle en sus sentimientos el
lugar tn.up.ido úllm iim unic pm vu querida Consuelo; es significativo
que. después de la primuvctu de lK4d. sus cartas a Natalia Tuchkov ve
hacen más escusas > menos elusivas *1 s agradubte estur con Herwegh
—observa en una de las ultim as—. incluso cuando low dos estamos
silenciosos.-
I a intim idad triangular que se estableció entonces entre Hcrwcgh.
N.ituliu y llc r/e n (con l.mma como desm añado c innecesario yuattum
ifuhtj les pareció a aquellos fervorosos románticos la realización del m.is
alio ideal de am istad humutta. I.a relación era perfecta. Sólo rallaba
tUiwtfh h» «do ütsetuo en t u tpoca. por uno át vu» compaliH**». como «un
hombre noubtenveme guapo wabrtlo negro «cdovn om algún Inqur en», barba bien
cuidada, ojo» crnt<ltrantft, ler bronceada. (aocKiws m am y manru dcbcadai.»
Itamberycr. E rw w im t**
f/tHarelll. Corr

encontrarle un ritual s u n j terminología romántico*. y esto íuc hallado,


de form a bastante apropiada, en lu más reciente novela de George Sund.
f.o peíni- h u le a r es una de aquellas novela» pastorales del periodo medio
ilc (ienrge Sund. m ucho mejore» que L s producciones más tem pera'
mentale» y volcánictis de su juventud Se trata de lu Historia de los do»
hijo» gemelos de un granjero. 11 mayor y más fuerte. 1 andry. c» -alegre y
valiente- y le gusta -el piucct y la turbulencia*: el más joven. Sylvain o
Sylvmct. es sutil y delicado y tiene -u n coru/ón dem asiado sensible y
uposiunado- para la fcticidud de lo» m ortales ordinarios. Sylvmct exige
que el alecto de »u herm ano gemelo p o r él vea exclusivo e integro, y
cuando l.undry encuentra otros interese», él enferma

Prc-tendía que nadie la am aha..tanque h.ihla sido siempre el más consentido y


mimado de la familia

Tan sólo la pequeAu Fadcllc. la am ada de I andrv. puede tranquilo


/arlo; pero antes que ser un obstáculo pora lu felicidad de su hermano.
Sylvmct. en un m omento de suprem o sacrificio, deja a Lundry y f-udette
uno en b ra/os del otro y y; enrola en el ejército.
A nuestros entusiastas románticos se le»ocurrió inmediatamente una
aplicación de esta inocente historia, Fl jovial y activo H er/en era l.andrv;
el delicado y sensitivo Mcrwcgh. tan bien dispuesto para creer que nadie
le om .iba. era Sylvinei. y. como este Sylvmci no m ostraba inclinación
alguna a repartir su desgraciada cxpencnciu miltiur. se disponía a recibir
—*m. naturalm ente, ningún deseo de usurpar los derechos de l-andry—
los consuelos de Fadcllc. May que decir en justicia que H er/en se prestó
de m ata gana > con algo de vcrgticn/a a este bobo juego. En lo que ha
quedado de lu correspondencia cru/ada entre ellos. Mcrwcgh se dirige
constantem ente u él llamándole -l.u m lry - y -herm ano*. Herrén
raram ente le responde de igual lorm a. y m lo hace, e» medio en chun/u.
Pero llcrw rgh y Natalia no cooocian tal restricción. -H erm ano mió* se
convirtió en el m odo de llamut.»e cntic ellos, y en momentos de emoción
o tensión pasaban fácilmente a -Sylvm ct- y -Fadcllc*. Natalia, crecida
en la Rusta de los románticos arto» trc m ia .n o vela ningún peligro encala
apasionada amistad. Hcrwcgh. el occidental, podía alguna ve/, haber
tenido sus dudas, |:.n Ut civilización occidental prevalecían otras
convenciones. 1:1 triángulo estaba condicionado por postulado» dis­
tintos.
Entre tanto la II República Francesa se habla consolidado. Usando a
conciencia de las prerrogativas de autoridad que se le reconocían,
empezó a detener, encarcelar y dc»tcrrur a quienes se oponían a cita,
incluyendo a alguno» de lo» revolucionarios entusiastas que. un j Au
ames, habi.ni celebrado tniinfalm enic su advenimiento. F.ran particu­
larm ente sospechoso» lo» revolucionario» extranjero», y lu casa de la villa
de Avray, donde lle r/e n residía en verano. íue registrada por la poltcin.
en busca de persona» perseguida» H er/en. con m /ó n o sin ella, tuvo

60
/. ni f<lhai/oi tnmdniKai
miedo > a m ediados de junio, con un pasaporte p r e la d o por un nativo
de Valuqui». huyó a Ginebra, disponiendo que Natalia lo siguicru lo
a m o posible con los niños. H eruegh no vio razón alguna para
considerarse inm une de los peligros que am enazaban a su amigo y.
además, vela con disgusto la perspectiva de separarse de los Her/en
Decidió levantar también el vuelo ¿Y qué ocasión más apropiada podía
presentarse que la de escoltar a S andia y a sus hijos en el aburrido viaje*
Muy poco antes de la partida hicieron una salid.» ul cam po, a Saint*
C'loud; íue en esta ocasión cuando los ojos de lince de Emma (que no
habla sido invitada a participaren el suelo hacia G inebra) percibieron en
su m arido ios lum ihntcs síntom as de un interés sentim ental por Natalia.
Aquella misma noche se lo recriminó. Heruegh le aseguró que no habla
ninguna razón pora ello y (a llamó -querida tonta-. I>os días más tarde,
el ^ de julio, lo* viajeros se pusieron en camino y el 10 de julio, ya
anochecido, el coche correo hizo su entrada en G inebra, en medio de la
más extraordinaria tempestad que podían recordar.
I I \ iuje u G inebra es el comienzo de una historio que. a partir de este
instante, avanza cada vez con mayor Impetu hacia su trágico final. Al día
siguiente. N.italm conicm ptotu desde su ventana del Hótel del Rergues
las nubes que cubrían la cúspide del M ont-Blanc. a unas cuarenta millas
más allá, y la id a de Rousseau, -hañadu por el lago-, siiuudu ante sus
ojos, v en el estado sentimental propio de tos sisitantcs recién llegados a
Ginebra, escribid una larga carta a f ninia.

Tu rtwndo (decía el pataje que más interesaba quizá a l« destina!.im| ev


(raímente magnifico No puedes imaginarte lo bondadoso que ha sido con
nosotros, especialmente con Tula f.oo> muy contenta de Huber tenido la
opoitumdad de conocerlo en <s»v aspecto. ,(J«e naturaleza más bien dotada* Y
no lo digo para adularte.

Herzen. u quien la reunión de la lamilla habia puesto de excelente


humor condujo n Itcrwcgh s Nmiilin n visitar lo más sobresaliente de la
ciudad. Bromeaba acerca de todo y hasta los gato» y lo» perros de Gine­
bra. parcelan, p o r una u otras razones, divertirlo extraordinariam en­
te. Un uflo después, escribiendo a H eruegh. Natalia recordaba la -loca
riso- de esa prim era excursión conjunta por la ciudad de ( ‘alvino. la risa
de unos enam orados todavía no declarados c inconscientes de la luer/a
que o ta b a transform ando el m undo para ellos, Al mismo tiempo,
f-'mma. en París, recibía, no de su m undo, sino de N atalia, el ingenuo y
entusiástico relato de los acontecimientos de estos días.
1.a vida en G inebra siguió pronto una rutina rcgulur Her/en,
tiernam ente m etido en polilicj. estaba ocupado tratando con k>x
políticos ginebnnos y con los refugiados extranjero*, y sosteniendo
correspondencia con los amigos de Parts u h n que había provisto de
fondos para un nuevo periódico democrático c intem acionalista, que
Proudhun quería editar. Hcrwcgh y Natalia estaban más interesados en
sus propios progresos Tod.iv lav m añanas, a la* diez. H eruegh se
61
Fd*urd H. Carr

presentaba en tu habitación «te Natali-u pura lu lección de ruso (-me puso


íiimitad del día aprendiendo runo», entibió en unu de su* rara» caria» a
limmu por aquello» diu». «He encontrado en ello una nueva fuente de
poc*ta»l Después de comer. Nntalia ih.i con Sacha u ver a t Icrwcgh pañi
la lección de botánica. 1:1 roto del día te iba en pateo» y excursiones. y
Natalia, inspirada por la constante visión de la ola de Rousseau. leía t u
AmoW/c /./mV. Su corazón estaba lleno a rebosar. y segulu vertiéndolo
en *us carta» a la poco apicciativa Fruiría,
I a Mil* naturaleza no o vulktcrur. Hay que vis ir como vivimos nosotros en
eslu» momentos: e t entonces cuando tiento renovado iodo el propio ser. toda la
criatura que soy. No te enfades, l.rom». se páctente conmigo. Soy ikmj»wdo
chiquilla y sienio la necoklad de derrama r ri contenido de mi coruzóit. u n lleno
de lodo lo qur le rodea, pues todo lo que Je rodea tes lan bello* Me siento como
podría sentirse una muchachil!! 4c catorce artos; no impoita. quiero ser una
chiquilla; ya pueden reírse de mi. tratarm e como a tal. no me importa, peor para
clk»>

1:1 hecho de que. en esta época, muchas de las carias de Natalia


fueran escrita» con el papel de (icorge. que llevaba el monograma CJ. II.,
no era como puru contrihutr a que lucran bien acogidas por parte de
Fm ina
En agosto. H eruegh y Natalia hicieron una excursión a Montreu» y
subieron ul Dent de Jam an. Allí llcrw cgh dio a Natalia unu rumita de
hiedra que ella se puso en el som brero, donde tu m antuvo siempre: allí
com ieron junios i'ict/Muficn*: y allí se declararon, al lin, su mutuo
am or, l.a cumbre de lu montafta que dom ina el lago de G inebra quedó
com o tm hito en lu sida de los dos untantes, y com o .símbolo de »u unión:
ello ve tradujo en la rudim entaria representación gráfica de una
m onlarta. que fue «nuestro signo-, y con el que Natalia constantemente
embellecía su» cartas a Hcrwcgh N atalia todavía no habla despertada de
su prim er e irreflexivo rupia de am or ,i la conciencia de lu culpa > a la
imperativa necesidad de ocultarlo C on el diam ante de su sortija grabó
en (res caras del mango octogonal del sello de cn»tul de Hcrwegh,
prim ero el signo de la mnntarta coronado con la lecha. ->lK44«. luego
-Cieorgv- y. finalmente, b cabalística inscripción «Cela don ctre». lin
una curta escrita más de seis meses después encontram os d desarrollo
com pleto de este simbolismo gráfico. I-.I vértice de la munniA.t. m arcado
con una cruz. vM ienc la inscripción «Toujour» leí asee toi« y debajo
ileso representadas b s aguas tranquila» del lugo con b frase: «C**cst le
reste de m.i vie-. Oe esta forma exaltada > rarificada. Natalia cayó,
atolondrada y ciegamente, en los abierto» brazo» de George Hcrwcgh.
I’osms vece» resulta fácil —y menos aun vale lu pena— establecer la»
respectivas responsabilidades de los protagonista» de unas relacione»

* tu ftkrain k <U tus mimbre «nnmvniat «I caUa/Ui coa (rulo gemelo.

62
t.at tufada* nmántKO i

amorosas ilícitos. pero cslu delicado situación adquirió tal importancia


en f«iv iccrim inaciono provocadas por este a\u n to , que no puede ser
completamente evadida. Fn |a subsiguiente correspondencia con Nula-
lia. Hctwcgh manifiesta una publica pero, sin duda, sincera inquietud
por m ella internaba atribuirle la mayor p an e de la culpa, y en una carta u
I mma. tras la thW cfc. se muestra todavía más explícito:

lin tas cmas del corarán no existe U muíalo». O sucede todo simultánea­
mente o no sucede nada Perú s| existe una iniciativa en la extcriori/Ación de un
sentimiento, y »*»/« iniciativa yo no la tuve. I uc Nuiulu quien empezó
dicttadome que me ofrecía algo que nadie poseía ni podrid poseer, y
uKtlrsindomc que nunca liabta pertenecido a llcr/en. Así lo hizo. Dinme todas
las ptuebas que una mujer puede dar i o creí porque N> senda, y creyendo en su
inmenso amor hice lo que toce.. Nowlw no puede pertenecerá (Ierren.cuando
por su misma declaración —.1 pesar de su mucha gratitud y afecto para con él—
nunca le perteneció. f Ha mi hiro olvnlar al mundo m icro y iodo cuanto me era
quendo.
I a explicación, aunque hecha con propósitos de auiocxctilpactón,
suena a verdad. I n la duda de xt. en cxic cavo. fue el hom bre o lo mujer
quien dio el prim er paso, el hombre puede rcclnmur en su favor; en
realidad, en toda la historia de la H eruegh representa un papel
más lastimoso que culpable Nunca, excepto q u i« l durante las pnmerua
semanas de irresponsable apasionam iento, se libró del tem or de Us
consecuencias. Nunca llegó a las alturas de desenfrenada exaltación y
dichoso olvido de sj misma en que Natalia se m antenía casi constante­
mente.
t:n los últim os dias de agosto. Ilcr/en y llcrw cgh salieron juntos de
Ginebra en una excursión que aquél describió en Mi pauu/o 1 mrt
pcn w ntirniui Fuéronxc cab.dji.imJo hacia Zcrm atl. donde un tugarcAo
acogió a los -ra ro s xwjcros- en su casa, y de allí usccndrcroti al C órner
(tlacier para contem plar el magnitico panoram a del M onte Rosa y el
MuUcrhom.
Que melodramático pau-ccna (conduce Ilcr/en en su narración|*i complria-
ra o te cuadro del Moflir Riña diciendo que uno de toe «Jos vtuicnn suspendido*
en aquella altura, en medio de ai udl* blancura, purera y calma.... uno de los dos
viajerm que liahiun odo hw*u .1 momento amigos (mimos, estaba meditando
una negtu moción contra d otro Si. la sida nene a veces sus efectos
mdodntmálKos. sus tmi/n J r iM tre. que parecen totalmente mtifienilrs

Herrén q u i/á s minea supo ten las confesiones rara ve/ se confie a
todo! que en aquel momento la -negra traición- se habla ya consumado
y que durante* la ausencia de su m ando y de su am ante. Natalia había
estado muy ocupada proporcionando a lu posteridad la primera
evidencia docum ental de su culpa, lo m ó un libro de notas de llcrsvcgh
con cuhtcrtus de cuero, que habla sido obsequio de l-.mmu y que
ostentaba en lu primera púgmu la inscripción: «A mi am or, el diu de AAo
6J
Kttwimi ff. C a n

Nu c id . IX4M» 1 .1 mitad de este libro contiene s c iv h j noi,^ de puilo y


letra de I krsvcgh. alguna* de ellas tachadas qutrá por qui/4 por
el propio Herwegh. I uego signe una sene de anoiucionc* de Natuliii:

AgoMo. I*JY

JV lian a c*tc libro uinto mi única v ih a u á n ; tam o iu mano. to aprieto


contra mi coro/ñn ¿Puedo leerlo *SI. si. si. a p o u i Ue todo.túcrcvm Ju. ,<\h! Nu
tengo tu d a, ni siento n-iilj vtH» a ti...
I'anga el htvo ikhuh* de mi almahatlu.
Ni | slás lejos, peto no veo nada, ni «fcnio nada, ftl rn p n u nada sino u ti. a
ti. a ti
A li. a quien he huevado. desde que era una ihiqudi.1 . por linios parles y <n
todas tas covis
I sept ¿Oh!. J ilos asustada No. nada. ruda, no quien? nada, no quiero
ptuofcas <Juiinatu incluía s*mc libio, si lucra mió. Nada, tu escribo ni hablar
No nevcsilo rusia. Solamente tu proximidad. tu utivnUi
* «ept ,AI Ün contigo' ^'ontiyo'
I s media noeltc l.sioi en tu cuarto, solo.eomuto... ,í\Vmu devraiia destruir
este toerpo mió. no depender sis* nada!
I' díptero a Ktvti en una ctnlcnvia IMltalertal. Natía de revoluciones. nada de
repiitihc.is. el mundo h' salvará si nos uim ptcndc. I incluso n parece, no me
inquieta. tú v rds siempre para mi lo que eres

VI dta siguiente contiene vMo una frase en priego, reminiscencia de i ti


ttiu th n th tn h .4/r/rrrt.dc Byronrfenf jro v .o a c Ay a ñ i l ' Al anochecer del
día 4 represaron los m ontañeros de Zcrmait. lia ) algunas otras
anotaciones, la muyoria sin fecha luna rc/a: - l a realidad ha sobrepasa*
do ul sueño-, oirá dice: -¿Qué será''... «.Quién sabe’’ ¿Ah! ¿Por qué
sabe/!-). Hay una página con dtbujos infu n d io , obra de Tula >.
final mente, aparecen los xigmn cubalkiteos. X y O. qoe. solos o
acom pañados de A . seguirán decorando hasta el final. Iu corresponden*
cía tic Natnliu con su limante
Basándonos en el estudio de esta curiosa confesión y en el conjunto
de las carias de am or de Natalia a Hcrwcgh, no resulla difícil discernir en
Ib pasión de esta mujer la característica peculiar de la época a que
pertenecía l.a doctrina rom ántica, que causó laníos estragos en la
famitia Herrén, broia com o tam as o irá s cosas del m undo m oderno, del
fértil genio de Jean-Jaeque* Rousseau, quien proclamó la bondad
natural de ios sentimientos hum anos y su suficiencia com o gula de la
conducta humana. Cuenta en los Crwt/W/iwrr». com o resolvió -hacer
sabor en peduxos las trabas de la opinión, haciendo osadam ente lo que le
parecía bueno, y no haciendo caso alguno del juicio de los dem ás- y

* toa» palabra» u l como la» usa Natalia turnen rtptcnl rtferriKM ■ Hctwcfh. Como
el amor ile /Wmat ór w* tt««. toma la palabra (vidaKaow lema, y lam a p an U
marca anfn Unciiu,
64
Lai eslhatht romimtcoi

modestamente oíludc que es - q u i/i la m is grande o. en cualquier caso, la


más útil para la virtud de todas las resoluciones concebida» jam ás por d
hom bre-. La m oralidad inmanente ocupa el tugar de ta ley externa y
todas las ¿ o u s « r á n perfectas en un m undo donde iodo» siguen los
impulsos de su propia entum iera no corrom pida. Pero si el autor del
credo rom ántico fue Rousseau, su popularirador y vulgari/ndor fue
Georgc Sund. El lector moderno sólo sv en esta m ujer una ingenua y
uluasem im ental narradora de historias ni lo bastante vivaces par» ser
Icidas com o distracción m lo bastante sólidas para respetar a su autora
como u un clásico. Sin embargo, la Europa del siglo XiX.cn particular U
Europa fem enina, no sólo devoraba sus novelas, sino que la adoraba
como profeta. C eorgc Sund practicó consistentemente y predicó, con
una osombrosa fluencia, un desarrollo de la doctrina rousseauniana que
sa habla sido enunciada, en »us lineas principales, por la formidable
Múdame de StucL Si la virtud reside en lo» sentimientos hum anos, el más
noble de estos sentimientos es. incuestionablemente, el am or, y por lo
tanto, umar debe ser el supremo acto de virtud. En el clásico siglo xvtll.
el am or había sido celebrado como la más alborozada de las diversiones
humanas. Dejóse ul siglo x i x d cometido de icjci Iu corona de la sin u d
romántica y el sacram ento de la religión romántica.

¿Por qué iba a ser un pecado abandonarse al propio corazón? (exclama la


heroína del ^arfwri.dcCeorgr Sandt Es cuando uno >a no puede amar cuando
uno deberla llorar por «! mismo y abochornarse por haber dejado extinguir el
luego sagrado.

La mujer nueva se ruborizaba, no cuando am aba, sino cuando no


conseguía encontrar un amante. El ideal frío y estéril, de ta fidclidjd
conyugal o de In casta virginidad, no podia satisfacerla más de lo que
nunca hablan satisfecho al hombre. Ame el dios del a m or. los sexos eran,
por primera vez. iguales. La Huma sagrada reivindicaba por igual sus
derechos sobre hom bre y m ujer Era irresistible y divina, y oponerse a
ella era tan sacrilego como fútil. Se labraba camino a través del corazón
humano; lo tan cacareada cortina a prueba de fuego del m atrim onio
m u lló ser únicam ente oropel infam able.
La revelación romántica habla llegado a Rusia tardíam ente, y con
deslum bradora precipitación. Pushktn en IX.1I, al publicur el último
cunto de su AVr/zi Oncgm. pudo aún anunciar con acento claro y seguro,
tu solución clásica del cierno triángulo. La mujer casada cuyos
pensamientos se inclinaban bacín otro hom bre podriu hallar la felicidad
mediante d sucrificio de sus inclinaciones en el a lta r del deber. -M e he
dado a otro —d ice Ta liona cuando ha confesado su am or u Oncgin—. y
a él seré fiel para siem pre.- Pero Pushkin bahía m uerto en 1X17. y unos
pocos años más tarde George Sund hizo que Tatiano y Onegin tuvieran
el aspecto de m am íferos extinguidos de la Era Glacial. Su influencia fue
más poderosa c intoxicante en Rusia que en ningún otro lugar de
Europa; y hubia poca gente tan claramente predestinada a sucumbir a
fiJuartJ H. Ctrr

ella como la dulce y emotiva Natalia Herzen No ex una mera


coincidencia que designara tanto a Natalia Tuchkov y a G co rg n
Henvegh con nombren de personajes de novelas de George Sand,
conviniéndose una en «Consuelo- y el otro en -Sylvinci-. La confesión
de (al devoción habla sido ya consignada en lus páginas de su diario dos
m etes untes de salir de Rusia:

4Oh. gran Sand* ,Cuán profunda me me ha penetrado esta mujer en la


naitiratera humanal iCon qué osadía ha conducido al alma viviente a través del
pecado y del libertinaje, sacándola ilesa de esta llama que iodo lo devora! Hace
cuatro aflos, Botkm decía de ella que era un O rn o femenino. Partee cómico,
pero hay mucha verdad en dio. ¿<Ju* hubiéramos hecho, sin rita, de la pobre
Lucrecia Floriani, que a lo» veinticinco arto» tenia ya cuatro hijos de distintos
padres de los cuales se habla olvidado y cuyo paradero no quería ni siquiera
saber? Hasta el hablar de ella hubiese parecido un pecado. Pero ahora estamos
dispuestos a caer de rodillas ame esa mujer...
¿Oh. si no hubiera otro camino, preferirla mil veces que una hija mia cajero,
con lat que su alma permaneciera viva! ¡Y lu recibirla con el mismo amor y el
mismo respeto! Can la pasión todo pasa a través del fuego, toda impurc/a
desaparece calcinada, y lo que queda es oro puro:

l.a divinidad del am or era para Natulia. como para Múdame


D udcvanl. el articulo esencial de ia religión. Y ambas creían que los
artículos de la religión xc han hecho para ser aplicados a la vida práctica.
Era imposible que am ar fuese algo m alo, y el am or, por ser divino, debía
derram ar Is felicidad no sólo sobre quienes estuvieran gozando de ¿I de
un m odo inm ediato, sino sobre todo el m undo.

Amo a mi mondo, a mi hermana Silvia y a mu hijos m is que a mida (escribía


lu heroína de Jaique* a su amante]. Y por u. Octavio, siento un afecto al que no
voy a tratar dr hallar un nombre, pero que Dios inspira y Dios bendice.

La heroína de la vida real es aún m is tilica.

Me siento transportada al futuro [escribe Natalia a Hcrwegh]. lodos, todos


serán dichosos, nosotros les habremos hecho felices a lodos. Habremos logrado la
tranquilidad y armonía de los que estén a nuestro alrededor . . los niflos
contentos, tintpulmrián incluso entre ellos .. ,Qué sublime será nuestro
desarrollo en <*tu atmósfera de tranquilidad y perfección* ¡l a hermosura de U
ftaturule/a' Y sobre este fondo de a/ut aquello i momento* que brillan como
lucero*.
C uando Nalulm escribió a l-mma rogándole que fuera a jum arse con
la feliz cuadrilla de G inebra, t.n m a consideró sus curtas como la prueba
suprem a de su hipocresía. Pero, en realidad, nunca fue Nauiv.i m is
sincera. Rehusaba aceptur y encararse con la posibilidad de derechos
exclusivo» en el umor: excluir, en efecto, significaba necesariamente
despojar al um or de sus propiedades divinas. Para ella era increíble
Ij¡i t\t/iodat ntmdnlHvt

—demasiado m alo para ser c ie n o — que la armonía domestica atem pe­


rada por el adulterio fuese un idea! irrealizable, y ni la m is amarga
experiencia logró desilusionar!» sobre este punto. Si las cosas iban mal
era porque los o tro s follaban, era porque George no la am aba lo
bastante, o porque Alejandro no com prendí», fue una Intima convicción
de que Alejandro no comprenderla lo que la llevó a los sofismos y al
engaito. Hasta el últim o momento estuvo profundam ente convencida de
la pureza de sus motivos y de su conducto. C uando todo lo demás se
hundió, su fe en el umor permaneció intacta. -Necesito vivir —reza una
patética peroración en una de sus úliirnos cartas u Herwcgh. escrita poco
antes de m orir— para umar. am ar. am ar...-.
No existen docum entos que nos permiten determ inar con igual
precisión el estado de ánim o del amante de Natalia, l.as cartas de am or
de Hcrwegh fueron destruidus. com o medida de precaución, por la
propia Natalia, y si en ellas siguió la normu que form uló en su
correspondencia con Múdame d ‘Agoull t-N unca ha puesto en el papel
las cosas más apasionadas-i debieron de hubcr sido, evidentemente,
mena» valiosas que tus de Nuialiu. Hcrwegh era dem asiado hom bre de
mundo para creer en el adulterio como fuente de felicidad universal, pero
en una caria que escribió a tfer/en después de la tttbárfe afirma Ir
santidad del a m o r en términos que podían haber sido, y q u t/it
efectivamente lo eran, tomados de la misma Natalia

Todo lo que hay cerne N. y yo está santificado por un completo abandono del
uno en el oiro. por la fusión de un alma en oirá ulmu. hasta el punto de hallamos
unidos en regiones no empatada» por el aliento hununo. m regiones donde el
individuo permanece temblando ante si momo, pero donde puede ser divinizado
por orto, por un ser único en d umterso. allí encontré a Natalia. Cuántas veces
hemos exclamado: ¡Si Alejandro comprendiera* ¡Si comprendiera* ¡Se postraría
y venciuriu*

Y complementa esta defensa, diestram ente, con una apelación a otro


dogma rom ántico, lu irTCsislihilidad del amor.

I ji irresisiihdidad de una atracción arraigada en la esencia, y aun en la


quintaesencia, de nuestras naturalezas. U de Natalia y la mi», la necesidad que
une nuestras dos alm as. Atcjwodtti. ¡no tengo fuerzas pata huir, m tengo
derecho a hacerlo' Y. además,,,puede uno huir de si mismo'' Y, sin embargo,
habría huido de ser yo quien, por cualquier aelo mió. hubiese despertado u
provocado en rllu o te sentimiento, si no hubiese habido reciprocidad,
simultaneidad, como el llamear del relámpago. Fl amor estaba allí, más fuerte
que nosotros.

El otoAo de 1X49 se deslizó pacificamente en Ginebra, con los


amantes sum ergidos en sus subrepticios raptos y H cr/cn en sus
ocupaciones polínicas y literarias. Aquellos meses apareció un im portan­
te irohiijo literario de H cr/cn —un folíelo en francés titulado Sobre
67
Ednvrd H. Cttrr

ftuxiti— con la dedicatoria u -G . H .-. Froma era la única que. en Parts,


se encontraba inquieta y desdichada. sospechando y negándose a
sospechar *\ m am o tiempo el curso tic los .icom ccim icmov Se habló de
obtener permiso de I.»* autoridades francesa* partí ci retom o a Purls tic
(Ierren y Herwcgh. Se habló deq u e üm m ii sefuera a Suiza con lo* ntAo*
y que lus dos familia). se reuniesen en Vcyiuu*. en la parte alta de
G inebra. Pero ninguno de estos proyectos *e realizó. I;.n octubre. Natalia
descubrió que ve hallaba encinta, y en noviembre ab o n ó . Parece que
Hcrwegh creía que el hijo era vuyo. £1 hecho de que no se despertaran
sospechas en Herrén es suficiente prueba de que esto podía no ser cierto,
y N atalia, cuya opinión cru la única que pedia ser decisiva, permaneció
silenciosa. Natalia se recobró rápidam ente y el incidente no tuso
consecuencias, pero dio oportunidad a l'mm.i para declarar mucho
tiempo después que Natalia había escrito, durante aquel 010A0 de IK4Ú.
am ables cartas a la esposa del hom bre de quien esperaba un hijo.
A c o m ie n z a de diciembre el grupo de G inebra se descom puso, (.os
H errén m archaron a Z uncb. donde el sordom udo Kolya fue llevado a
una escueta especial; Herwcgh continuó el viaje hasta Berna Inmcdta*
lam ente antee de Navidad. Herrén, en compaAia de su madre, se marchó
de Z unch en dirección u Parts. » fin tic llevar a cabo, con tu caví
Roihschdd. las complicadas negociaciones paru la transferencia de su
considerable lortumt de Rusia. Por el cam ino pasó un par de días en
Berna, con Herwcgh. y los dos hom bres se despidieron efusivamente.
•F u e la última vez que quise a este hom bre», escribió luego Herrén en \ i i
puuulfl i m i\ fH'n\amirnio\: y aunque tal afirmación difícilmente se
m antiene en picante el tono afectuoso de varius de las cartas que escribió
desde ParK. aquella fue quizó* la últim a ocasión en que confió en
Herwcgh sin reserva*. I.a partida de H errén hucm ParK abrió un nuevo y
critico periodo en sus relaciones.
Difieren las opiniones acerca de los alectos de la ausencia sobre el
am or, pero no existen dudas uccrco de su eapucidnd para estim ular la
m ás intensa pasión de lo* celos. H errén, com o Otcllo.

No e n fácilmente celoso, pero al ser inducido a ello, se confundió en


extremo.

fcn Ginebra hubíu tolerudo. sin un solo m omento de ansiedad o de


receto, la Intima y continua relación que existía entre su esposa y su
amigo, Kn París visitó u tHmmu Herwcgh y. por primera ver, escuchó los
am argos reproches que ¿ s u dirigía u su m ando; habla casi ignorado >u
existencia durante tocio el otoAo. se habla olvidudn del cumplcaftos del
chico, e incluso entonces escribía largas cortu» a su amigo, pero ni urui
sola palabra a su esposa. Hastu uquet m om ento, probablem ente no habla
ni pcnvido en la situación de Fmma. pero entonces se sintió ufeetado y
empezó u escribir cartas a Herwcgh. reprochándole indignado su
negligencia para con su esposa. 1*1 envió de esta* misivas coincidió con tu

69
¡x>i eutiodc* iwndtittcúi
llegad» de carta.» de N jiulia en las que expresaba un elusivo entusiasmo
para con H em egh. que ve hablu convenido en el intercam bio de
relacione* norm al entre lo» "gem elos-. Por prim era ve/, la armonía
familiar fue alterada por una discordancia. H erren pensó en Natalia y
Hcrvrcgh en Zurich. y en éJ en Parí». > tuvo bruscam ente la intuición de
que algo íha mui. algo que cutí no \c atrevía a decirse ni u si mivmo. Tan
pronto lúe sem brada, lo semilla germinó con una terrible rapidez. No
podía tener soriego hasta haber conseguido una explicación, y escogió
quizás el peor m edio de obtenerla: una am onestación por escrito. El 9 de
enero de apenas una quincena después de su llegada a París,
cvfiihtó a su esposa una carta que él mismo describe com o "triste pero
serena-, suplicándole que examinase atentam ente su corazón a Tin de ver
perfectamente Tranca con ¿1 y consigo misma.
Natalia leyó la curta con consternación. Y la h ú o avanzar un poco
mó% en c) cam ino de la decepción.

He recibido lu corta det UJeontesuV|. y sólo puedo pensar ,por qué* Y llorar
y llorar. Qulzj se me pueda reprochar algo, quizá sea indigna de vivir, pero me
siento igual coitvo me sentía en otrn tiempo cuando estábamos sentado», udov al
anochecer. S«>y pura ame mi y anic el mundo, y mi coru/ón no me acusa de nada
lie vivido en mi amor por n como en un mundo divino, y sus» es en mi amo» me
parece no tener vida. Arrojada de este mundo. ,u dónde irla'* Significarla nacer
de nuevo. Soy Un Inseparable de mi amor, vomocl mundo de la (satúrale». sólo
lo dejo para volver« él. Ni por un sol» instante he sentido otra cosa t i mundo es
ancho y neo. per» >» no vomiten mundo más neo que «t mundo del corazón.
Qui/i «eu. incluso, demasiado ancho, quizó haya extendido demasiado mi entero
ser y sus necesidades. F.n efecto, en esta plenitud ha luhido mumemos —los ha
habido desde el comienzo de nuestra vida en cum«n—en que. impcrceptiblemc/»-
te. en lo m is ptoiund» de mi *et, ha habido algo en mi libru más delktida que tu
turbado mi alma, y entonces iodo hu *tdo tununovo y claro una vez m¿*.

liste putéiico documento, mezcla de verdad y falsedad, más ingenuo


que malicioso, no calm ó a! sobreexcitado m arido, quien volvió a la
carga, y esta vez con ntuyor rudeza y severidad.

No eludas el ahondar en i» moma, no busques cxpltcacionev dialécticas tino


no puede huir de un torbellino cuando está metido en él: rt torbellino lo engullirá
pese a lodo. Hay en tu carta un ion» nursn que no me es familiar, un tono no
precisamente de pesadumbre sino de otra cosa.. El futuro o tá todavía en
nuestra» manos y hemos de tener el valor de ir haua el Irruí!. Ten presente que.
una vez hayumi* sacado a plena luz c) secreto que nos trastorna el corazón, o
bien Hcrwvgh aparecerá como una nota falsa en nuestra armonía o bien, en otro
cavo, estoy dispuesto a marcharme a óménvu ton Sacha, y veremos entonces tos
resultado» .. Seró muy duro pura mi, pero (rulare de vtporiufto. Permanecer aqui
serla más duro aón > no podría sufrirlo

Al espíritu inconsecuente y apacible de N atalia no le gustaba


habérsela» con dilema*. y el dilema brutal de su m arido. "O esto, o lo
69
{u/*.vrd H C an

o tro - le parcvtA un desalm ado m iento de resolver los asuntos del


corazón en términos de árida lógica. N o podía soltar en ubandonur a
Hcrwegh ni tam poco en abandonar .1 A lejandro y a los niños. Unos y
otro* pertenecían igualmente a aquel -a n c h o y rico m undo del eorazón-
que para ella se idcmiftcaba con la misma vida. Si lo ocultación era el
úm eo camino para conservar intacto aquel m undo, debía continuar
ocultando, y la única vía práctica, por el m om ento, era alejarse del punto
peligroso donde el circulo amenazaba en romperse. Hizo sus baúles y
partió con los niños hacia París. Seguram ente el miedo o algún resto de
lealtad paru con su m arido im pidieron que descubriera al am ante el
verdudero estado del asunto, l a infeliz mujer habla alcanzado ya un
estado en que no iba o poder seguir siendo totalm ente franca con
ninguno de los dos. Dijo a Hcrwegh que Alejandro esta -enferm o-; y
Hcrwegh nunca supo, o lo supo más tarde, el motivo real de la brusca
partida.
Lu llegada de Natalia a París cam bió inmediatamente el tnestublc
equilibrio del cuarteto. C uando la proxim idad ya no contribuyó a utizar
el fuego de la pasión física por su am ante, su impresionable naturaleza,
cayó una vez más bajo el influjo de su m ando. T a m b an ella, aleccionada
por su m arido, se dio cuenta entonces d e (os sufrimientos de F.mmu. y,
sin punirse a considerar su propia p a rtr de responsabilidad en ellos,
unióse a H er/cn en su» reproches contru Hcrwegh; la correspondencia
revela el picante cuadro de 1a amante suplicando piedad para la esposa.

Estoy u n impresionada por el dolor de f.mm» (escribió a Hcrwegh a lo»


pocos dias de estar en Part»|. que no acierto a darle tas gracias por tu
encantadora cana ni a contestaría como desearla... Ks ella quien nm lleva tus
canas, ella miima Imagínate a alguien que ve está muriendo de ved y que tiene
que contemplar a otros que tienen en la mano un vaso lleno. ,.(Ju¿ impresión le
produciría el cuadro? Traía ahora de imaginarte kn sentimientos dcárrprnwrai
yw \ouieaen el ruw. I.» una tortura mayor de lo que puedo soportar

Entre tum o, la reconciliación de Natalia y Alejandro parcela desde


fuera com pleta. Se hubla roto ti hechizo, la nota discordante silenciada.
H er/cn se hallaba convencido de que su espow habla escapado de un
-circulo de magia negra-. Y al cabo de un mes Natulia estaba
nuevamente encinta. Herzen quedó totalm ente tranquilizado, l a vuelta
de la puz del espíritu y el rem ordim iento de aquellos oscuros momentos
de sospecha y desconfianza le hicieron, durante unas pocas semanas,
inusitadam ente amable y tolerante. I.u estridente correspondencia entre
los dos hombres viose sustituida por una elusiva —quizás demasiado
cfusiv.i— reconciliación, y sólo la uuscnciu del amante y la evidente
aflicción de Emmu trastornaba la visión de felicidad universal de
Natalia.
La machaconería conjunta de Herzen y Natalio surtió efecto- en
febrero. Hcrwegh invitó a su esposa a ir a Zurtch u visitarlo Los .sets
años de vida matrimonial de Ummu habían traído com igo muchas

70
i.p%‘ t v lh o th i ramdñtitOi

experiencias am argas. pero hablan dudo tam bién a aquella resuelta


mujer de c u b e » d a r j una perfecta y preciíu filosofía de la vida y la
conducta No habla transcurrido un orto de m atrim onio. cuando,
inmediatamente untes del nacimiento del primer hijo, el joven
conoció en París a l.i condesa d ’Agoult. en el preciso m omento de iu
ruptura de su liat\on con l.is/r Enere el poeta rom in tico y la sentimental
(cmmi* r/e ¡ c u ra se estableció un galanteo literario, que pronto se
transform ó en una relación m is intima. A esta relación siguió, por pane
de Hcrwegh. una serie de aventuras de menos categoría, y aún más
transitorias; Hirnnu se hí/o cargo inmediutumcnie de la situación y
resignóse, com o otras esposas lo habían «hecho, a la pérdida de la
posesión exclusiva, si bien fue lo bastante hábil para hacer de la
resignación unu virtud y usarla para dejar sentada su supremacía moral.
No hacía ningún reproche a su m arido por estas ocasionales divagacio*
nes de su fantasía: las toleraba y cuando la necesidad lo aconsejaba,
ayudaba incluso a satisfacerlas. Le parecU relativamente poco impor­
tante que su m arido de vete en cuando se extraviara entre los brazos
de mujeres extrahas: tenia (a compensadora certeza de que, larde o
temprano, volvería u ella en huscu de consuelo > « e n tanto ella dispuso c
este nditum icnto indispensable par» lu felicidad fam iliar—' en busca de
dinero. En sus sentimientos con respecto u ¿1. en otra época, se
mezclaban la pasión de una umunte. la devoción de unu esposa y la
ternura de una madre. Pero luego aprendió a exultar el tercero de estos
sentimientos; contempluhu los deslices tic su m arido con indulgencia
m aternal, y no le exigir ya la fidelidad de un m arido o de un umunte. amo
tan sólo la implícita confianza de un hijo.
la» situación que encontró f.mma .« su llegado a Zurich propinó un
serio golpe a su ecuanimidad. No había visto a su m arido desde el día en
que, casi nueve meses untes, se hubiu marchado de París en dirección a
G inebra, en compartía de Natalia V lo halló -irrcconocihlc». Hstuha
preparada puní adm itir una infidelidad física, y habría sabido habérselas
con ella, pero lo que encontró en Hcrwegh lúe algo m is grave: una nueva
fidelidad, que le hubiu fortalecido el corazón y le cerraba los labios,
Durante t r o se m a n a s obligado por la insistente petición de secreto por
parte de N atalia, permaneció callado Pero ni fin prevaleció la
personalidad m ás fuerte. D urante lu última noche de la estañera de
K.mmu. Hcrwegh lo confesó todo. Confesó su am or por Natalia y las
culpables rcluctones que había entre ellos; achacó a su amante la
responsabilidad por su falta de franqueza: y alegó que. por uvuxulludor
que fuera su a m o r por ella, no había dcbiluudo ni dism inuido el afecto
que sentía por su esposa. Cayendo de rodillas, suplicó a tm m u que no lo
traicionara ni lo ubundonura. y aftadió que. si lo hacia, se suicidaría,
porque no podiu vivir sin ella.
f-Mu confesión arrojó a tm m u en un m ar de emociones contradicto­
ria*. Percibía en la pasión de Hcrwegh por N atalia unu pro(utuÍt<há y
sinceridad nuevas, que lu distinguían de sus anteriores umorius. La

n
t'jfn a n i H. C o n

existencia Ue un m arido engaitado y U> estrecha amistad entre tas Jo s


ramillas complicaba aún mas lux cosas, y tu perspectiva de verse obligada
a vivir en cxtrcchu proxim idad y aparente amistad con su rival la
horrorizaba, Tenía, sin embargo, el consuela de haber ganada una nuevu
victoria. I.ax suplicas de Hcrwcgh paru que permaneciera a *u ludo, sus
patéticos ulcgutnvdc que m> podría vivir .sin ella, constituían un bálsamo
para su alma herida. 1:1 hecho de que su m undo le hubiera uhierto.
finalmente, el corazón. era prueba de que la influencia de tu esposa era. a
fin de cuentas, más tuerte que lu de tu ornante Si ella no perdía la cahc/a
todo iría bien. y. cuando la pasión de su m arido por Natalia se hubiera
apagado por si sola, ella podría recuperar la posesión integra de sus
sentimientos. Decidió regresar a París, poner fin u su cstunciu en cstu
ciudad tun pronto com o los trámites necesarios estuviesen term mudos y
volver a Zurich con los nióos.
l.u vuelta de t m m j u París situó sus relaciones con Nutaliu en un
nus’vo plano. I.e talló tiempo para hucrr saber a Natalia que estuba
enterudu de la verdad y que una palubru suya pedia deshacer el falso
paraíso en que Nutaliu mantenía em baucado a ller/en . Pero fonmu no
tenia intención de pronunciar tal palabra. Kru demasiado honesta y
dem asiado sutil para un chantaje. Se ofreció para servir de cadena de
transmisión para lus cartas de su m ando a Natalia. Sólo ésta m ostró una
ligera repugnancia ante este arreglo, pues Kmmn, por su pune, insistió
m nebo en ello.
Nn M*y mucstraAu (escribió a llcrsscfth). Mt papel puede ser humíllame puní
vototio* do*. pero por to menos ahorramos disgustos a Alejandro.
Y le suplicó - no hacer depender la vida de H cr/cn. y la suya propia,
de la discreción de un extraño». Tres meses atrás la am ante habla
defendido a lu esposa: ahora asistimos al espectáculo, todavía más
curioso, de la esposu que trata de avivar lu» llamas de pasión entre su
m undo y la umante deéste. Dijo a Natalia que su deber era -o b te n curar
a George o bien hacerlo feliz-. y que. u Id am aba, dcbta abandonar
esposo c hijos y ligar irreversiblemente su destino al de él: y cuando
Nutaliu replicó que nunca abandonarla a Alejandro, firrtmá exclamó
triuníulm cntc que sus sentimiento* paru con Hcrwcgh eran -p u ra
exultación, no am or-. Hmma seguía una táctica hasiuntr astuta, pero en*
dem asiado franca paru ocultar los m otivos de su actitud. No se privó del
gusto de decirle u Natalia que eru una de la» tanta» untante* de cuyos
favores habla gozado Hcrwegh paru luego descartarlas, que él *c
cnnvufiu de lu locura con tunta m ayor rupid c/cu u n to mayores fueran las
facilidades que se le dictun para satisfacerla: y que cuando ya tuviera
bastante de ella volverla —com o habla hecho siempre en sus otros
am ores— a los brazos de su fiel y ucoged ora esposa. Con dejar rienda
suelta u su mutua pasión, se uprrsururia, simplemente, iit deseada
consum ación. Natalia escuchó las puluhrns de I:mmu con la muda
incom prensión que es la más segura arm adura contra la lengua híñem e.
72
Lo j «xifiodot románticos

Carecían de Minificado para ella. El George de quien hablaba Emma le


era totalm ente extraño, no tenia semejanza alguna con % u George. la
unión con el cual era un sucrumvnto religioso, una manifestación única
tk l divino espiritu del amor.
Entre estas do» mujeres no era poMhle acuerdo alguno de pensamien­
tos o de sentimiento». Natalia hallaba espacio suficiente en «el ancho y
neo m undo- d< >u corazón para la ardiente pación y el abandono a
George y para la ternura hacía Alejandro, a quien procuraba ahorrar
la» lógica» y nórmale» consecuencia» de su conducta. A sus ojos ambos
sentimiento» eran justos, dado que am bos procedían del urm»r. y se daba
por igual a am bos. El corazón de Emma era máv de una sola pieza y
estaba repleto de un sano > Itrmc buen sentido. Cuando ello amaba,
nmabu de form a exclusiva y definitiva, con una pasión feroz y
concentrada y un firme menosprecio de to d o , excepto del objeto
exclusivo de su am or l.a firme decisión de Emma. la fría crueldad de su
lógica, repetían a Natalia; I» blandura m oral c intelectual de esta última,
al igual que la confusa sofistica de pensam ientos > acciones que »e
traducía en ci dualism o de su corazón, repellan a l:mmu. A los ojos de
Natalia, Emma carecía de delicadeza y no com prendía las mús fino»
matices del alm a humana: para Emma. Natalia era una tontucio
sentimental, peligrosa tan sólo a causa de sus m entiras y de su debilidad.
Euc aproxim adam ente hacia esta ¿poca —probablem ente durante su
estancia en Zurich— cuando Emma »c enteró del estado de gestación de
Natalia. No >c esperaba el hijo hasta noviembre y su paternidad no
podía, por lo tan to , ser puesta en duda. Emma apresuróse u comunicar
tal noticia a »u m arido, y no hubiera sido hum ana si no se lo hubiera
anunciado con un cieno aire de triunfo, l.a impresión de Hcrwcgh
resultó ver m ayor de lo esperado. Fnccndiénmxc los celos del m acho y
escribió a Natal ía una cartu que -debía producirle el dolor más cruel que
nadie le hubiese causado en >u vida-. Ella le contestó con una cartu llena
de ingeniosos argum entos:

Mi nido, mi ángel querido. <c comprendo Si yo fuero uit hombre —¿ce


imagina» eso'1— no. yo tumban Hablan! un ruborizarme. ¿Te acuerdas de
cuando decías que yo deberla reconoce! a tu hijo por una pequeña marea que
tienrs en el labro inferior! Pensabas, entonces, en la posibilidad de otro hijo que
no fuese luyo —y realmente, sin euo posibilidad, ¿acuso podría c io tir b uira?—.
George. mi umor es más independiente, más grande, níis valiente: tal como el
ave fénix, renace más vivo de sus cenizas. Decías que nadie en el mundo debía
saber que era tu hijo, ni «un el propio hijo. Asi que. ¿cómo puedo confesar...1
^No te he dicho que no me he entregado nunca a nadie tmnit • ti. que untes de
conocerte eru virgen y lo soy todavía cuando tú estás lejos, que lo «eré siempre
aunque tenga diez hijos mis.1 ¿No es esto suficiente puní ti?

Esto cartu es una de las casi ciento cincuenta escritas por Natalia a
Hcrwcgh durante lox siete meses de separación, desde enero hasta agosto
de 1X50. Algunas de ellas fueron escritas con la intención de que >u

73
¿Vwwrrf //. Carr
m arido la» viera, y enviadas en el mismo sobre, e incluso en la misma
hoja que la de ¿I; pero la mayor porte eran caria» de am or secretas.
En conjunto constituyen un com pleto e intim o testim onio de Ib vida
sentimental de Natalia en este periodo. La destrucción de las cartas de
Herwcgh lus ha privado de su natural contrapartida, pero contienen lo
basta ntc para revelar muchos de lo» difíciles momentos por que pasó esta
correspondencia tAnlc todo. Natalia provocó el resentimiento de %u
am ante aliándose con H er/en y atacándole por su com portam iento con
Em ma. Herwcgh replicó inquiriendo cáusticam ente «por qué rutón una
curto de París tenia que ser más Tría que una de Z urích-. y
reprochándola, com o había hecho tam bién Emma. por no haber
renunciado a todo y haberse unido a él. Llegó entonces otra cartu con
una fogosa y característica réplica co n tra él.

En la primera página de lu caria hablas como o trataras de disculparle de lu


amor por mi. como si pretendieras umuttme a ml.y «óloa mldeét. ¡Oh, gracias!
Cárgamelo todo a mi. lo acepto lodo, lo quiero iodo, quiero ser yo sola, la cuusa
de mi amor por ti> detuam or por mi. quiero... si. si esto es un crimen, quiero ser
b criminal. |)o w b ! ¡Todo, lodo' .Negar eso equivaldría a negar mi propia
existencia'

Sin embargo, al lado de estas gallardas palabras, reitera, una y otra


ve/, la insistente petición de que -n i som bra de cuanto hemos, dicho y
escrito* debe llegar nunca a oídos de H cr/cn; una y o tra ve/ insiste
(incluso ahora, transcurrido» más de óchenla «Aos. tal insistencia da ul
lector de estas curtas la sensación de se/ un intruso indiscreto) en que
queme toda linea recibida de ellu:

Si. x» no me iktntat. qudmuUv. quema todo cuanto te he escrito.

U otra vez:

Por encima de todo, quema rife carta. No quisiera que o tro mano que no
(uera fu tuya fu M e m a ,

Quizó pueda confirm ar la suposición de Nutuliu acerca de lu unsiedud


de Herwcgh por -exonerarse u si m ism o- el hecho de que. en vez de
quem ar las cartas tu pesar que un din le dijo que lo habla hecho), las
archivara cuidadosamente con otros papeles, anotando m etódicamente
con lápiz la fecha de recepción de lux que Natalia hublu olvidado fechar.
Quizó ya pensaba en cllus como un arrtiu pura su propia defensa*.
Lu más curiovi observación psicológica que estas cana» nos brindan
se encuentra en la actitud de Natuliu para con su marido. En los primeros 1

1 AAot más Urde k t miraba como -uo arma cernir» la calumnia- Lo el aptnawe A
(pág. 333) puede v tm un» curióte carta mema por ríen coomraortna una petición de U
familia Húrten para que la* devotom
74
f.oi e\ih<nhi tomáñtko »

y ciego* momento* de Ginebra. sumergida en lo* bruzo* de *u romántico


' ideal, habla caví olvidado la existencia de H cr/cn. Pero uhoru. viviendo
con ¿I en Parts y separada del am ante, ve encontraba cada ve/ más
ohsevonudu p o r el problema de *u doble vida. En dos puntos no dudó
nuncu: no podio dejarlo, y no pedia enfrentarte con el descubrimiento de
la verdad: justificaba su engarto con el sofistico argum ento de que era
necesario, no pura su propio interés. tino para el de su nutrido y de su»
Injos.

(.vitaría el levantar lu md* tese sospecha (aseguraba a Herwcgh! I.o hago


tanto por ellos como por nosotros. Piensa, ángel mió. qué horror, si. ¿Oh! Pero
tú ya lo sabe*, me estremezco *ók> de pensarlo.

Todas lus rclcrcneiu* que hucc a H cr/cn en mi* cartas respiran el más
profundo respeto y afecto. í.n ntngunu parte expresa crítica ulguna
contra ¿I y más de una ve/ lo defiende contra las criticas de Herwcgh. por
lo que el lector puede preguntarse, asom brado (com o el propto Herwcgh
hizo más tarde), qué diablo la indujo u truictpnor a un m arido, que tun
firmemente respetaba con un am anta a quien parecía u menudo
menospreciar. Sin embargo, las cartas, al ponerlo de relieve, nos ayudan
al mismo tiem po a encontrar una respuesta.
Cu indo Nululiu contrajo m atrim onio con H cr/cn. a los veinte artos,
entrególe un coro/ón ardiente con gratitud y adoración, l.u timidu y
desgraciada huérfana de origen equivoco habla m irado respetuosamente
u aquel primo m ayor tan distante, y cuando se le apareció prim ero como
un pretendiente y luego como libertador, su veneración por él no tuvo
limites Aceptó con arrebato el imperioso am or del más fuerte y se
.iduptó, incluso cuando yu hubo pa*udo el urrobo de la luna de miel, a un
papel Je com pleta y admirativa dependencia de su voluntad superior.
Este p ipel no le iba mal al carácter dulce y retraído de Natalia, pero, al
cubo le unos urtos dejó en su corazón un rincón desocupado que
Herwcgh —lu untiiesis de H er/en— llenó M ientras H cr/cn era frío c
irónico. Herwcgh era sentimental y solicito: mientras H cr/cn se
mostraba seguro, protector y a vcee> dom inador. Herwcgh huelo
ostentación de debilidad, ve entregaba a merced de los demás y
proclamaba en iodo ocasión su mcapacidud de vivir sin ello*. En todo el
conjunto de las cartas de umor de Natalia a Herwcgh no se encuentra ni
una solo frase ni una sola palabra que exprese adm iración o respeto por
su carácter, se sintió atraído hacia él. no por su fortaleza, sino por su
desam paro, y *e susurraba con el lenguaje de una m adre arrullando a su
hijo adorado

A menudo ir tengo encima de mis rodillas y le soy meciendo como a un niño


prqucfto. mi querido curto... s tille duermes y yo le contemplo, mucho, mucho
nrmpo. . y le pongo en la cama y me arrodillo a tu lado.., y le cubro de heve*
, Amado, amado, amado mío* Y cuando despiertas, hablamos y hablamos y no»
abrazamos
75
£rfmjri/ //. Carr
Nunca escribió ni habló a H cr/cn asi: hacerlo la habría asustado- ¿le
habla parecido siempre tan lucra', tan m agnífico, tan abrum ador! Nunca
lo hablo sentido débil. ni desam parado, ni totalm ente indefenso cuando
lo tenía en sus brazos. I Ierren carecía de la raeultaddc discernir matice»,
y no com prendió nunca la calidad de las mievus sensaciones que Nutuliu
encontraba en los brazos de su umuntc.

Pero una ve/ dicho > hecho lodo, una ve/ hechas lus debidas
concesiones u (a jerga rom ántica con q u e Natalia s-evtla su pasión y al
pozo nuevo que experimentaba con su um ante —quien en ve/ de
domimirtu. >e arrojaba «i sus pies sin reservas—. Iiuy que decir que la
atracción de Hcrwegh fue. para N atalia, principalm ente física. Debemos
aceptar sus aseveraciones, repetidas una y o tra ve/, de que nunca habla
pertenecido a nadie como le habla pertenecido a él. Nutaliu habla llegado
a H cr/cn com o una tím ida y asustada muchacha. Antes de su
m atrim onio se hallaba com o encogida ante el interés excesivamente
patente de él por el am or terreno, y le predicó tas virtudes del am or
celestial. H er/cn. esencialmente decente y considerado, habla dado
m uestras de cuanta indulgencia cabla esperar de un hom bre apasionadlo
mente enam orado, y (rutó a su esposa con la ternura y la veneración que
ella parcela desear. Se tom aba ocasionalm ente la libertad de dur
satisfacción a la tujuriu de la carne (incluso parece haber tenido, por
aquella época, en París, una fugaz .ivcntutu con una builanna de bullct
llam ada Leontina, una pasión anterior d e llcrwcgh). pero había para él
un profundo abism o entre el casto a m o r de la esposa y )u disoluta
indulgencia de la prostilutu. Seguía coloca ndo a su esposa en un pedestal
de serena c inm aculada pureza: ni él ni N atalia sabían que. a los treinta y
dos artos. ella ansiaba y podía dar más d e lo que hubla dudo y ansiado
cuando em una desposudu de veinte. t:.l ludo sensual de la n u iu ru k /a de
Nutaliu se habla desarrollado en secreto. Hcrwegh intervino en ello. Las
barrera* de d e lta d s s s y reserva que c!~ ¿rígm uvn sus iciucumc*
con el m arido no existían para aquél, y con él arrasó todus sus
inhibiciones y gustó por primera ve/ J e un goce sexual expresado
líbrentem e y sin vergOen/u.

Los asuntos financieros que había llevado a H cr/cn a París lo


retuvieron en cstu ciudad más de cinco meses, m ientras la corresponden*
cía iba y venía entre París y Petershurgo y las autoridades rusas echaban
m ano de todos los medios paru retrasar el m om ento de transferirle su
fortuna y lu de su madre. Huhiuse yu convenido en lebrero que los
H cr/cn y los Hcrwegh unirían de nuevo su suerte lun p ronto como
Herzen pudiera c.scupur de ParU. y se hubla escogido Niza (por entonces
ciudad italiana) com o lugar de su futura residencia. C om o los mc»cs
pusubun y lus dem oras del gobierno ruso dctcnlun todavía a los Vlcr/vn
en ParK. Hcrwegh desahogó su impaciencia en estallidos de infantil
petulancia.

76
/.oí fxiÜQ4o* roméñticos

Seriamente. Alejandro. acuha yu con rú a íarva «Je francos y céntimos... Vise


del medio millón que ya time*. hasta que consigas «I otro medio. ¿Por qué <%a
desalentada energía. esta febril impaciencia'.* ¿Por qué cngiaflurtc y engaitarnos a
nosotros umi vel más* IMu quincena más es puro despiltarro- ,Qué esperas
gamo ro una quincena'* l a cosa puede durar tamo quince semanas como quince
días, o más aun.,. No puedo, no quiero, dejar París, ¿«tu e* lu verdad. Y dentro
de quince o vemic «envinas hallarás nuevas excusa* tu esposa no o tará en
condicione* de viaja r. tu hijo icndri nuevamente ta*. te lamentarás mucho, pero
en cf fondo de tu corazón orarás perfectamente satisfecho tic permanecer ahí.

F.stus s4ihd.iv de tono provocaron la indignación de H cr/cn. pero ni


por un instante, sus sospechas. Desde que Natulia se le hubla reunido en
ParU. se hahlu desem barazado totalm ente de lus dudas que lo habían
atorm entado m om entáneam ente ci pasado invierno. Su Te en ella volvía
a ser ahsolutu. y reforzada por los rem ordim ientos de lo supuesta
injusticia que le hubíu hecho; hubieran sido necesarias pruebas mucho
más m crim inatorius que lus del pasado diciembre pura que esta fe se
tambaicura de nuevo. Poseído de ciega confianza, planeó el encuentro de
Niza, que habla d e consum ar lu tragedia.
Muchos años después, cuando escribió \ ti p u u n h i m h pcnw tnkniot,
H cr/cn sintió la necesidad de explicarse a s| m ism o, y a sus lectores, su
conductu en aquella ocasión:
^Porquáfuicon Nutalu precisamente u aquella ciudad* l.a pregunta se me ha
ocurrido » menudo a mi y o otros, perú en realidad e» insignificante. Dejando
aparte el hecho de que. dondequiera que hubiésemos ido. Hcrwegh también
habría podido ven ir.d e qué hubiera servido —a menos que no fuera para herir u
alguien— turnar precauciones geográficas o de oiru orden*
l.a tcoriu romántica de la irresistibilidad del a m o r c> invocada por
H cr/cn en su propia defensa, de la misma form a que habla sido invocada
por lo» otro» personajes de este dram a. No tenía im portancia el hecho de
{*•« hubiste ido ¡S NI/? {mrnu# hiciera lo que hiciera, el resultado habría
sido irrem ediablem ente el nm m o. Quizás el fatalism o fue la única
filosofla que. en los ahos que siguieron, pudo salvarlo de la locura de
aquellos que ven dem asiado duram ente que lu ruina l « ha llegado
conducida por su propta muño. Sin em bargo, históricam ente es un falso
camino. H cr/cn m t fue a Niza porque creyera indiferente que ¿I y Natalia
vivieran o no de nuevo con Hcrwegh. Fue porque a lo largo del período
de separación (ocios lo» interesado» hablan dado p o r tem ad o que la» do»
fumilias debían, a la prim era oportunidad, volver a lu intimidad del
moflo untertor. y porque —exceptuando unos días de sospechas yu
desvanecidas de lus que estaba en la actualidad sinceram ente avergon/a*
d o — no velo razón alguna p a ra oponerse a este arreglo. Fmmu ya habla
ido u N i/a con los niflos a unes de mayo: a mcdiud os de junio, habiendo
asegurado la trunsfercncín desde Rusta de la fortuna de su m adre.
Herzen lu siguió con Natalia y sus hijo». Debido ul estado de salud de
Nnliiliil. hicieron el viaje por etapas, lo que les llevó una semana. Lu
;;
Eé*ard H C a n

último parle se efectuó por vía muritirmi desde Mar.scllu y licitaron a Niza
el 2.) de junio. Fl escenario se hallahu d e p u e sto y (u* </ntnta(i\prrwnur
estaban ya reunidas, exceptuando una. Sólo fallaba que asum iera su
papel el (tune premier
Siguió un periodo de calmu Fl dram u perm anecía estancado,
m ientras Natalia esperaba a su am ante en una dolorosu confusión.
Hcrwcgh habla expresado en los meses unteriores (anta impaciencio por
su reunión, que ella esperaba —y esperaban lodos— que a la noticia de
su llegada vendría a Zuricb o luda prisa en el prim er carruaje. Herrén
lom ó una am plia casa con galería y vistas al m ar. que duba a la selecta
Rué Anglaixc. que todavía no estaba de m oda, y propuso que los
Hcrwcgh podrían alquilar el piso superior y que. para lim itar gastos, las
dos fam ilias podrían comer juntas. A fcmmn —por rayones qufc Hcr/cn
no com prendió en absoluto y que N aiaiiu c o m p re n d í dem asiado b i e n -
la propuesta le horrorizó. Toleraba I» pasión de Hcrwcgh por Nataliu
pero ser el mal dispuesto testigo de su felicidad era algo superior a la
resistencia hum ana. Sin em bargo, la» condiciones económ icas resultaban
ser m ás fuertes que ella. La subvención de Berlín se había reducido al
nivel d e la rímpte subiiucncia y clin debí* aún m andar dinero a su
m arido, en Zurich. Quería, com o dcciu H cr/cn. «una casa propia de un
nabab de la Indida, por 1.200 francos al arto». Pero este ideal se /ufó de
sus pesquises y se vio obligada a a cep tar el piso superior de lu casa de
llc r/e n y la com ida de M er/cn. por !n modesta sum a, para toda iu
fam ilia, de 200 francos al mes. pero no term inaban aquí los motivos de
agradecim iento. H cr/cn le habla prestado 10,000 francos por dos altas
m ediante un pagaré. Emrrni se hullabu dem asiado dom inada por unu
idea única, dem asiado exclusivamente dedicada a la sulvación de sus
hijos y a la recuperación de su m undo, para abrigar ninguno de esos
escrúpulos de delicadeza acerca del dinero, que o tra persona hubiese
podido sentir en tules circunstancias. N o se paró a reflexionar que todo
favor de orden económ ico que ella —q u e (o sabia todo— recibiera de
«Uwvis —q u e n o sam a nada— podía oler a dolo. Nunca llegó a
considerar aquel préstam o com o unu deuda ordinaria. Le parcela una
m ezquina com pensación por las hum illaciones que habla sufrido.
Sin em bargo. Hcrwcgh lardabu. La prim era expheución de esta
resistencia parece que (ue expuesta en utvu carta u Emm» Le decía que
no podía sufrir ver a Nuiuha encinta d e o tro hom bre y Emmu. cuya
natural franqueza no retrocedió ante cierta clase de vengunras, ve Jo dúo
a Nutulia, En cuanto a ís la . Hcrwcgh le escribió acusándola de frialdad c
insinuundo que. en realidad, no necesitaba de él en Niza. Pot el m omento
alegaba —dado que ésas no eran razonen para oirccrr a H cr/cn— que
h a d a dem asiado calor para viajar y que se hallaba delicado de salud, a lo
que H er/en repuso jocosam ente que al fin hablo recibido unu explicación
razonable acerca de la tardanza de su umigo. D esafortunadam ente,
llegaron al m ism o tiempo noticias de Modume Huug con diversas
referencias de Hcrwcgh. pero ninguna que lo supusiera enfermo.
!a>\ exiliado* románate*

Todavía no había llegado la m entira plausible. lintre u n ía s luisas


ni/ones. el m otivo real de la dem ora siguió oscuro. Fm m a. conociendo
mi carácter y su s costum bres, supuso —y no se privó de contar su
conjetura u Nutului— que deMn de haber cnconm uJo un nuevo atractivo
en Zurieh.
Natalia, ungutltudu. durunte estas sem anas escribió curtas a su
am ante casi diariam ente. De entre todos los pretexto* de demora habla
uno que él hublu dado a F.mmu y que le h ito el m ayor dafto.

Te he dicho que l'mma sabe por qué no vienta Sila ratón es ésta. repito que
ya no puedo rilar a tu lado ni aun por caria y detoté •le c*afbtrie aunque hk
cueste la vida.

Pero Natalia habla llegado dem asiado lejos para hacer marcha atrás.
Había depositado toda su fe. todo su ser. en el a m o r de Hcrwcglvy
ahora, ante la du d a y aun unte la certeza m ism a, debía creer en ¿I.

fmto h que tu murta i fewnbla. «¿mpJcmc/tte. una «emana mi* urde} Mis
b u /tn están abierto»», Te espero, ,Ven*

O con más exultación pasional

'Gcorge*. mi Ocorges'
Mi querido amor .. ¿lodo. iodo, iodo* ¿Poi que sufres, niño mío? ¿Por qué
tienes que íuírir lodusfu? ¿Qué m is. qué mis puedo hacer por «^¿IVbc nttrttro
amor abandonar «u lugar en tu corazón par» ouo deseo"'... HábUme. habíame
Mírame, toda, toda tuya , Necesitas algo más’ Quitó no soy batíante para ti.
ángel mío. pero nada existe tum i que no le haya dado. ¿He amado, oh, he amado
en mi sida* Pero sólo te amo a ti. siempre. ¿Oh. Ocorges' Toda mi vida ha sido
u n %olo un ateender hacia ti.

Fuvsgió un rincón en el jardín al que ya anticipadam ente llamó


•nuestro^rincón-. «¡Cuánto te voy a besar aquí’- , escribió m andándote
un pensam iento urrancado del lugar escogido. Y en la pared, encima del
banco, grabó lo» w ertto s signos A. X y O.
Hcrwcgh no resistió m ucho tiempo a este apasionado acoso. Dos
mewrs después de lu llegada de los H cr/cn u N i/a — y dos dias después de
que fcmma diera el pagaré a H cr/cn por 10.000 francos— uparcctó en
csccnu «con el aspecto de W erther* como escribiera H cr/cn varios aóos
más tarde, «en la última fase de la desesperación*. Lu reunión de los
am antes puso fin a la correspondencia. -N uestro rincón» fue el único
testigo de sus urrehatos y sus reproches, que hasta entonces habla
encontrado más perm anente registro en tus finas y apretadas hojas de
papel de escribir de Nuluha; \m velo oculta a lu posteridad los hechos de
los tres meses siguientes, los últimos de la gestación de Natalia. H cr/cn.
en Mi pu\mlo k- mis pcnuimiento*. traza unu irónica pintura de las
conMuntcs am enazas de suicidio de Hcrwcgh y las Iucrimosas confabula-
79
Fihmrxi U. C o n

c m n o (te F.mma y Nataüu accrcu de c*»tc empefto del desgraciado poeta.


Tumhtén «nota en e«ic período la reaparición de su* sospecha*. Pero
cuando escribió M i fw vjitn y n m pensamiento*. cstabu ansioso de atenuar
la umurga confesión Uc *u ceguera', y unto* las d e m is apariencia*
mugieren que vivió en su falsa seguridad casi hasta finales de uflo. Su
confianza ciega dice m ucho en fuvor d e su carácter. Pero pocos hombre*
estim an ver so carácter exaltado a expensa* de su inteligencia y ja
realidad, tan larga y tan flagrante, q u e *e le había ocultado, hizo la
hum illación del subsiguiente descubrim iento casi dem asiado hondu para
so p o rta ría
El 30 de noviembre nació Olga, la hija m enor de H cr/cn. Todos lo*
día* —y a m enudo do* vece* ai d ía — , durante la siguiente quincena.
N atalia, cuyo descuido crecía con su larga im punidad, bacía pasar de
escondida* precipitado* billete* escritos n lápiz, que Hcrwcgh guardaha
ju n ta con la* dem ás cartas. Su dorm itorio se hallaba directam ente
encim a del de ella y ésta se consolaba escuchando sus puso*.

Oigo cuando andas (garabateó al día siguiente dri partoj. A cada paso que
d»* pone* tu\ p*e* en mis labios, duermes en mi* rodilla* jPitnulo. oh tú. que lo
ere* indo pura mi*

V al día siguiente.

ü«ais aquí, dentro de mi pecho, aquí firmemente, ¡amor mío. amor mío.
amor mío. amor mío»
Adió*, buena* noches, no me abandone*, estáte, estáte conmigo como... ya
«abes rorro. ¡Tuya. tuya, tuya1
Tu Natalia.

Todo* los dlus, u mediodía lu iba a visitar, y ella rogabu que «esto*
m om entos de felicidad pudieran servirle de cota de mulla come* U>*
iViunicmos am argos*. Entre las más apasionante* curtas de la colección
se encuentran las que escribió desde ¡a curto los día* que siguieron ul
nacim iento de Olga,
Ijc situación era. en realidad, no sólo em barazosa, sino ndlculu.de lo
que ttcrw egh te había percatado hacía ya algún tiempo. La pasión de
Natalia hablase vuelto dem asiado ardiente e irrefrenable para un
adulterio discreto. A cada m om ento su despreocupación podía traicio­
nar a ambos; y sí debía descubrirse. Hcrwcgh sabía apreciar la ventaja
táctica de tom ar la iniciativa. Suplicóle, com o antes le hublu suplicado
Hmma. que se enfrentara con la situación c hiciera umt clara confesión a
H cr/cn. Natalia decía estar tam bién en favor de la «completa franque­
za». p ero c rd a que el m om ento «no estaba bien escogido*, si bien, por
otra parte, no habiendo pasado má* de cu atro dias desde el nucimiento
de la h ija de su m arido, difícilmente podría estar en desacuerdo con ella,

90
tsilkttiot romámko»

Mr entren» ctcfumcnie tt tu tora/ón | escribió poco* tlu» después) cor una Ir


ilimitada rfl tu sublime «mor. ¡amor mío. amor mío, amor mk>- Un día lo»
hombre» caerán de rodilla» y venerarán nur»tro amor, deslumhrado», como orne
Itt uumftfUfJCtóA de Jesuemuv Perú una estúpida o indina espUmón...
¡Oh. Gcorgr». mi Georgr»? ¡Te lo «uplico abrazada a tu» ptc%. Georget mío.
George» mío. ante mótame!

En realidad, la» objeciones de Nutuliu no eran d e tiem po y lugar; eran


consecuencia de un rasgo fundam ental de su carácter.

Yo querré a mi familia | rezaba la última carta de este periodo) en tanto chimo


amor en mi corazón. No sé por qué ni quién lo necesita. pero es mi naturaleza. Y
amo locamente. ¿Quizó la facultad de amar es tan grande en mi precisamente
porque no poseo otra? Yo amo para mi mHma. como uno egoKtu. y amóla vida
de mis hi)o» y me parece seguir todo» sus movimiento» aun cuando no los veo; y
ser algo para ello», hacer mi vida siempre un poco más feliz es. para mi. una
felicidad que no puedo expresar, Tstoy unida u ellos con toda» la» Tibias de mi
ser. Ademó», sé todo lo que soy para Alejandro, pero veo que tú sufre», no son ya
Us lágrima» las que fluyen de mis ojos, sino la sangre la que mana a chorro» de
mi corazón- Me nenio despedazada. No sé lo qué debo hacer. pero deba hacer
algo. Me postro a tu» pie».

Se reanudaron las relacione» físicas entre umbo» am antes y por un


m omento N atalia estuvo persuadida de eslur nuevam ente encima: fue
una falsa alarm a y la situación perm aneció inalterada. No habla
respuesta al acertijo ni solución al dilema. N atalia seguía muda y
desam parada unce el insolubte problem a de Icaliude» y amores conflicti­
vo». Hcrwcgh a ú n dudubu. lleno de excelentes intenciones y siempre
cambiuMcs resoluciones. Emma seguía predicando valor y hablar claro.
Hcrzen, cada vez más hosco, luchaba con los sospechas que se esforzaba
en alejar de su espíritu com o indigna» calumnia». Y los cuatro, eludiendo

gravitando en el aíre la proxim idad de la tragediu.

8i
4

I
I

i
C a p ít u l o iv

U N A T R A G E D IA F A M IL IA R - II

Una carácter!«tica escena preludió la explicación final entre Natalia y


mi marido.
Inm ediatam ente ante* de Afio Nuevo, Natalia m ostró a H errén una
acuarela de su cava pintada por el artista francas O uiaud. Representaba a
Natalia vestida de blanco, en el balcón, y en el ja rd ín lo* niftos jugando
con la cabra dom esticada de T ala. H errén creyó, o fingió creer, que iba
destinado a ¿I pero estaba claro que era un obsequio de Afio Nuevo para
Hci

dijo Herren con helado sarcasm o— . Y si Hcrwcgh lo


permite, me haré una copia para mi.
—Tóm ala Natalia, con lágrima* *n Ia« nim
—De ninguna manera. ¿Estás bromeando?
Ambo*, m arido y mujer, no se atrevieron a llevar más adelante el reto
y perm anecieron silenciosos. La pintura fue entregada, y todavía se
conserva. En la parte inferior contiene una inscripción de m ano de
Natalia, en alem án: «Y la pálida Natalia en el b a lc ó n -, luego «N. a O .- y
la fecha en ruso, -S ábado 4 de enero-. La tem pestad no debia estallar
hasta unos quince dias más tarde.
La historia lu cuenta Heracn detalladam ente «n M i posado y mis
P antom im os. Fue Natalia quien, em pujada por las furibundas m iradas y
las irónicas frases de su m arido, provocó la explicación final. Herrén
repitió la oferta de apartarse para siempre de su vida y marcharse a
América o a cualquier otro lugar. Pidió a su cónyuge una sola cosa: una
decisión definitiva; no podia soportar por más tiem po la incvrtidumbre.
Si lo escogía a ¿I, Hcrwcgh deberta marcharse.
Era una libia mafiana de enero y todo el g rupo debía efectuar una

83
.A

EdwcrdH. Carr

excursión a Mentón. La madre d e H cr/cn tuc u buscarlos y lu


conversación quedó interrum pida. C uand o wflora* y niftos se hubieron
acom odado en el carruaje sólo queduba una piara disponible. Herrén,
muy atentam ente. invitó u Hcrwcgh a ocupar el asiento vacante.
Hcrwcgh. -sí bien por regla general n o se distinguía por su delicadeza-,
declinó. H errén cerró la portezuela de un golpe y ordenó .il cochero que
em prendiera la marcha. Q uedáronse los dos hom bres solos.
H errén, más larde, pensó que debía haber exigido una explicación o
haber arrojado a Hcrwcgh por las pellas. Pero el hecho fue que am bos
hom bres se contentaron con vagas alusiones sacadas de los lugares
com unes de los libros del Rom anticism o. Hcrwcgh m urm uró que ¿I
habla correspondido a la parte del poeta que sufre e inflige sufrimientos
a los dem i». H cr/cn le preguntó si habla leído la novela Horacr, de
G eorge Sand. El héroe de este olvidado romance es un aventurero vano y
de espíritu débil cuya» arm as son la prestancia, un m ínimo de escrúpulo
m oral y una infinita autosuficiencia. Replicó Hcrwcgh que no la
recordaba y prom etió que lu adquirírlu en lu Irbrcrfu local. Ambos se
separaron en silencio. Asi fue el ú ltim o y nada dram ático encucntrode
lo» dos rivales.
C uando el grupo reunióse de nuevo para la cena, Emmu anunció que
Hcrwcgh se hallaba indispuesto y no asistiría. Term inada la comida.
Ermita se retiró, tos niños se fueron u la cama y Natalia y H cr/cn
quedáronse solos. N atalia sentóse ju m o o la ventana y se puso a llorar.
Su m arido recorría la habitación en uno y o tro sentido presa de
cxcitución nerviosa.
— Se ha m archado —dijo al fin Natalia.
— Esto es absolutam ente innecesario. Soy yo quien dcblu haberm e
ido.
— ¡Por Dios?
— Y me voy.
— A k)»noto, Alejandro, ¿no te avergüenzas? Escúcham e y sálvanos a
lodos. Sólo tú puedes hacerlo. El está abrum ado, en com pleto desespero.
Saben lo que e n » para él, Su irfa /o n n d o am or, tu irra/onuila am ulad y
la concienciu de que te ha traído aflicción, y aún peor... Pero tú no debe»
poner las cosas difíciles. Se halla «I borde del suicidio.
—¿Tú erees?
— Estoy segura de ello.
—¿Te lo h s d id to él mismo?
— El y Em ma, los dos. lia estado limpiando su pistola.
H errén estalló en careojpdns.
—¿La que llevó consigo a Badén, quizá? La deberíu limpiar,
Probablem ente ha sido arrastrada p o r el cieno. Puedes decir a Emma que
respondo por su vida: puedo asegurárselo con absoluta segundad.
l-a am arga burla afectó todavía m ús a Natalia.
—¿Qué va a ocurrim os a todos'* — preguntó débilmente.

84
Loi exffltidoi romdnrtcot

—E» difkil prever las consecuencias —repuso incisivamente Her*


/tft—, y aún es m ás difícil prevenirlas.
—Dio» mió. Dio» mío. ¿qu* va a ser de los pobre» mAm?
—¿Lo» niftox? D ebute pensar unte» en lo» niflos.
Con esta burla cruel term inó todo por el m om ento; Natulia se bulla ha
exhausta. Pero la ira de H cr/cn habla ulcun/udo el pum o más ulto e
insultó de nuevo, y de nuevo exigió que le expiteuru toda la verdad.
Natalia, abatida y descom puesta, confesó tu pecado. T odavía ¿I insistió
con preguntas obligándola, y obligándote u si mismo a encaram e con lu
toim enm sa realidad, l.a tortura ubatió totalm ente a N atalia. Sus labios
se movían convulsivamente y el m udo dolor que reflejaba su cara era el
de quien no puede com prender lo que ocurre y lo que se está diciendo a
su alrededor.
H cr/cn sentóse ante cllu en el diván y le tom ó la m ano, presa de un
súbito arrepentim iento. Y se preguntó cómo era posible que un hombre
de su educación, un hom bre profesando sus principios liberales y
humanitarios, pudiera actuar com o inquisidor y verdugo sobre una
mfeli? m ujer u quien hasta entonces había am ado y a quien —como
probaban tu s paroxism os de celos— a su m uñera todavía amaba.
Pasados unos m om entos, Natalia sollozando rodeó con sus brazos el
cuello de A lejandro y afirm ó que cllu no lo dejaría nunca. Y asi.
mezclando sus tig n m as, am bos decidieron desde aquel m om ento olvidar
el pasado y em pezar una nueva vida. Una sola cosa pidió Natalia: lu
promesa de que las relaciones de H er/en con su rival -acabarían sin
efusión de sangre-: asi se lo prom etió, siempre que Hcrwcgh abandonara
Niza ul día siguiente.
La muflan» siguiente apareció Emm.i en la habitación de Hcr/cn
como mensajera de su m ando.
—¿No podía haber venido ¿I mismo, si algo necesita? —fue el saludo
« ^sz «4»% »•« emsivHMv.
1.a ocurrencia de H cr/cn despojó al mensaje d e todo su efecto.
Hrrwcgh le suplicaba que lo mutara puesto que le ero imposible vivir sin
sus amigos. H errén calificó estos procedim ientos de com edia y hubló en
tuno cortante de - u n hombre que m anda a su mujer a proponer que lo
asesinen-.
—T odo esto es una espantosa calam idad —respondió d ía — que nos
ha afectado igualm ente a ti y a mi. aunque con la diferencia que existe
entre tu furor y mi devoción—. Y persistiendo firm em ente en la linca de
conducta que se habin trazado, le suplicó que perm itiera a Natalio que
siguiera u Hcrwcgh. Ellu se quedarla con ¿I y con Sos niflos
H er/en. indignado por lu com paración y lu propuesta, rióse
salvajemente. No podría olvidar jam ás a la m ujer que había sido
cómplice en la traición de su esposa y que habla caldo tan bajo como
puru actuar de alcahueta de su propio m ando. Respondió a Emma que se
lo pidiera A Nulalia.
Cdn ord H. Can

— No puedo dejar a Alejandro — le dtjo Natalia—; am enaza con


m archarse.
— Pues deja que se m arche — replicó Emma.
— No puedo —siguió N atalia—: viéndole tal com o está ahora veo
tam bién que si se m archara yó lo seguirla donde quiera que fuese.
—¿Y Georgc? ¿Y si Gcorgc muere?
— Gcorge no m orirá —dijo Natalia ju n tan d o las m anos y levantando
lo* o jos al cielo—. Dios le protegerá.
Entonces Emma apuró hasta las heces el cáliz de la humillación.
Im ploró u Natalia que puesto que no quería m archarse con Hcrwcgh le
pidiera que no la abandonara a ella, q u e la llevara con él. 1.a amante
prom etió interceder por la esposa.
C uando Emma volvió« H er/en y te confesó vu fracaso ante Natalia,
él se hallaba ya calm ado y adoptó un to n o señorial. Prom etió evitar la
efusión de sangre o cam bio solam ente de la promesu de Hcrwcgh de
abandonar Niza a la m añana siguiente. Emma alegó que no podían
hacerlo tan p ronto, dado que carecían de visados y de dinero. H e m n
prom etió obtener los necesarios visados y pagar el viaje hasta Génovg,
E*>itla otra dificultad debían 5ÓÓ franco* en diversas tiendas. Herrén,
cada vez más gramt u’iRncur, dijo a Em m a que no se preocupara, que él
pagarla las cuentas.
Em m a. conmovida, suplicó a H er/en que no rehusara darle la muño
en despedida.
— Siempre te he respetado y q u i/i tengas razón —concedió ella—.
pero eres cruel. ¡Si tuvieras tan sólo una idea de lo que sufro!
— Pero ¡.por qué —respondió H errén cogiéndote la m ano en un luga/
m om ento de piedad— has sido una esclava durante toda tu vida? Has
merecido tu destino.
La intervención de Natalia tuvo éxito y lo» Hcrwcgh se m archaron
ju n to s a la m añana siguiente. Por una u otra raró n tuvieron que
detener** un tsar «V M entón. cam in e d i 0¿¡U/V2. Al «Üwiicicr
Emma m andó al m ayor de sus hijo* o tra ve/ a N i/a con la petición de si
podía perm anecer un par de días con los H cr/cn. No disponían de
medio* para alojarlo en el hotel, en una habitución separada, y su
presencia irritaba a Hcrwcgh. H cr/cn lo recha/ó rudam ente y el
m uchacho tuvo que andar errante p o r Niza hasta encontrar asilo en casa
de o tro s amigos.
Al día siguiente H cr/cn se en teró de que Emma habla dado
instrucciones a su sirviente para adquirir en Niza alguna lencería para
ella y ropo interior para los niños incluyéndolo todo en las cuenta» que
H er/en habla prom etido pagar.

C'éwit (Her/en concluye irónicamente ast el eapUulol podiu leer, d e n ta r y


dictar «I mismo tiempo: tanta era la riqueza de su genio. ,Pcro acordarte de
proveer a su» hqm medíame la búsqueda de vestidos económico* en ti momento

$6
I joí txtUatkH romdMitroi

rn que las familia» kr hablan separado > lo* hombre» temían m I* garganta la friu
toja acerada de Saturno...! ¿Loe alemanes ton una gran ra/a*

El golpe luibiit sido iik Iuwi m is fucile paru Nutuliu que pam su
marido. Para H er/en representaba la ruina de su más querida ilusión, el
hundim iento de lu m ujer cuyo devoto am or y cuya inm aculada pureza
hablan constituido la piedra angular de su fe. Pero p am Natalia aquello
(ruceeodia todos sus- problem as personales, incluso tos m ás Intimos*,
significaba el colapso de toda su filosofía de la vida, el ideal del amor.

En la época de mi aitlamicnto. desde la infancia hasta nrn veinte altos


(escribió a Hcrw«|h|. concebí un ideal demasiado elevado de la humanidad y
nuiri en mi interior un ideal del amor que qu t/i no ctutc. I.a vida me ha dado
todo fo que podía dar. pero no fe ctroy agradecida: sigo fiel a mr ideal y ninguna
gratitud me forraré a reconocerlo como una monstruosidad sin nombre que no
condene nada de humano

Su ideal se habla transform ado en una «m onstruosidad». Habla


sembrado la semilla de un am or universal y habla recogido una cosecha
de brutales egoísmo*. Habla efeido conseguir y conferir a ló* dentó» el
secreto de una felicidad infinita, y habla infligido d o lo r a aquellos a
quienes m i* quería. Estaba impelida a impugnar la valide/ de su ideal;
pero ella no podía d u d a r de la realidad del dolor.

Oh, Georgc (k escribió tres semanas después de la catástrofe). ni sabes que


rx> dorábamos hacer daAo ■ nadie ,Ah, no. no. no! Pero tobemos hecho. Todo
lo que en Alejandro estilla de akgría y despreocupación, de infantil, se lo
arranqué como una piel y lo <k)é en carne viva y sangrando. Temo Incluso que mi
mismo alíenlo k> toque; cualquier cosa que Ir recuerde... ah. es como si pusiera
veneno en una herida

Por prim era vez en su vida. Natalia fue capaz de sentir piedad por su
mmiiÚm y wm ñüt'«ü íilá u v íi 5í füijw Cu m vmuCím tjiié m üm m i «i ¿!.
Tres meses perm anecieron tos Hcrwcgh en Génov* y la corrcspon*
dcncia entre Georgc y Natalia continuó. Natalia no podía unirse a él ni
podía tam poco «asesinar a Alejandro y em pezar una nueva vida sobre su
tumba». Pero tam poco podía volverse súbitam ente indiferente para con
el hom bre al que ella misma se habla entregado. Ni podio arrepentirse de
los m om entos glorioso» de su am or con Hcrwegh. ni m irarlos com o una
aberración pasajera q u e ahora podía dejar oirá* y olvidar l.c escribirla
de vez en cuundo. cada quincena, cuando pudic«c «•«cuando ctlu no
pudiese existir sin hacerlo*— y prom etió que se rcuniriui con él dentro de
un arto. Pero no p u d o hacerlo. Le era prenso reposo y paz; y necesitaba,
por encima de todo, comprensión. Se acordó de Natalia Tuchkov. que
uhora vivía con Ogarcv en calidad de esposa, «el único ser del mundo,
creo, que me com prendió, que lo com prenderla todo en unía su verdad,
en toda su pureza». Pensó incluso en un viaje a Rusia «para contárselo
todo*, pero u lu esposa de H cr/cn te hubiera sido imposible obtener la
H7
fd*,nrd H Cart
autorización. Nutalia. tin am paro. se balanceaba entre su am or por
Hcrwcgh. ta n apasionado y torm entoso. y el o tro am or, tan profundo y
com pasivo, por su esposo. Su delicado csplrüu luchaba convulsivamente
en las garras de emociones dem asiado poderoun pura su debilidad y
dem asiado complicadas para que su simplicidad pudiera hallarles
solución.
P ronto em pezaron las recrim inaciones. Al día siguiente de su partida,
H er/en escribió u Kmmu que ella era responsable de las palabras que
habían llegado a oídos de la gente acerca de las causas de su ruptura, y
uAadió com o un recordatorio de la delación que hizo su m urido en París:
«Tengo razones para creer que no tiene la costum bre de eximir a quienes
tiene a su alrededor.» Y. tras recordarle sus deudas, volvió sobre la
insultante compurución que hablu hecho sobre la situución de los dou

Usted, «chota. estaba en e< secreto. como admitió usted misma ame mi. Y
iodo» los días estrechaba b mano de un amigo a quien anudaba a arrumar,
dejando su propia dignidad en el caso..
No. «Aon». b diferencia entre nosotn/s c« inmensa incluso en otro aspecto.
Mn labio» no Han pronunciado minea una palabra contra N,; nunca ln he
arrastrado por el fango como hilo usted con «u mando hablando conmigo.
Tengo buena memoria. ««Aora. y ni umi palabra saldrá nunca de estos labios
porque yo b amo con un digno y elevado amor y W que cha siente también un
gran amor por mi y que sigue siendo miu.
Tampoco en este aspecto sute usted favorecida

Sin amilanarse por este m ordaz vituperio. Emma siguió con su


proyecto. Escribió a Natalia suplicándole, un» vez m i», que renunciara u
todo y se uniera a su am ante. En la carta revisaba el pasudo en térm ino!
de am argo reproche. Bajo el pretexto de beneficiar a todos, u todos habla
sacrificado. Su «diletantism o sentim ental-, su rehusar -ser francamente
de uno o de o tro - hahlun abocado a u n a catástrofe que estuvo u punto de
term inar sangrientamente. Su fultu de valor, su» constantes teratverva-
liune». estaban em pujando a Cicurge al borde del suicidio. f.mma
recordaba a su rival los obligaciones q u e ésta habla adquirido como
resultado de su largo silencio,

Y ahora vengo de nuevo (conclu)el a reclamar a ti b necesidad que tiene


Oeorge de felicidad aun a expensa» mías repito otra vez- sólo viviendo puedes
pagar lu deuda con b vida.sólo haciéndolo feliz puedes pagar lu deuda conmigo,
deuda mucho más importante que U» de dinero. Ah. jii pudieras devolverme a
Oeorge lot romo rta «ntc\ de que me lo quitases* Pero esto r» imposible.

E l propio Hcrwcgh escribió tam bién a H er/en una larga y elocuente


defensu de su conducta y repitió la invitación a que lo m utara. pero
H er/en devolvió ésta y otras c a n a s suyas sin ni siquiera abrirlas
Entonces fue Emma quien escribió a H errén repitiendo, en sustunciu. tu
misma defensa que había rehusado leer y disecando el carácter de
Natflliu con lógica mordaz y femenina parciulidud. Era el egoísmo de

cxtUmk» romántico!

Natalia el responsable de la desgracia. Fue Ñutidla quien invitó a Gcorge


a que la amura: fue Natalio quien insistió en una político de secreto y
traición; y fue Nutuliu la culpable de que George hubiera tenido que
superior, solo, el peso de lu justa indignación de H e r/e n . l.u rcspucvtu de
éste —aunque n o ha sobrevivido entre los papeles de Hcrwcgh— parece
que le recordaba que ella y su m arido hablan vivido m uchos meses de su
«andad, y que atin le adeudaban 10.000 francos.
F.sta correspondencia sumió u Natalia en una triste desesperación.
Sentía m i* y m is que vivía en un m undo de m e/quinus c innobles
maledicencias, incapaz de com prender lu extensión y la pureza de su
ideal, sin poder excluir de tal condenación ni a su p ropio am ante, el
hombre con el cual ella habla creído posible una perfecta arm onía.
Cícorgc se hulluha ah o ra m is sujeto todavía a la indiscutible influencia
de la voluntad y el pensam iento de tim ma y desde q u e ésta le habla
librado de toda culpar estaba firmem ente dispuesto a d a rle lu razón, Y
asi. escribió a N atalia lera lo contrapartida de la insistencia de Notaba
acerca de los sufrim ientos de H er/en) que ellos -crucificaban- a Emma
sacando a la luz el que ésta habla -bendecido- su unión, l a respuesta fue
aplnstunte:

)‘a. nunca te pedí su bendición (escribió Natalia). Y ¿cuándo ella le ha


bendecido a tP Fue cuando, en el último momento, te defendía de Aleiamíro
diciendo que siempre hablas querido hablar con él. per» que >o to habla
impedido? ¿O nos bendijo cuando escribió en sus últimas curtas, a mi y a
Alejandro, que fue sólo mi egoísmo el causante de todo lo acontecido, y que fui
yo quien te invitó a quererme? (Estoy avengon/ada. me sonrojo por li ante
ókiandro y mejor hubiese querido cortarme la lengua untes que decir tal cosa,..)
1> agradezco tu última acusación; por lo menos me haces justicia.
,SP ¡Sít ¡Fui yo qukn te incitó? (Fue mi amor quien incitó al tuyo* {Ah?,
deberla haber hecho siempre to que hice para con un amor temeroso de torear la
iniciativa? No tienes, pues, necesidad de defenderte por ti mismo, ni para
ú M i i n u n n i ¡ M r t con l m ikm/K N a Ir hsrrn falla « h o j i i i t i H V a n»

Natalia tenia le en lo tradición rom ántica, y asi com o Hcrwcgh invitó


* H er/en w que lo m atara, ellu suplicó u Hcrwcgh que fuera »u verdugo.
M no podía vivir pan* él -podría m orir por él y por »u* propias m anos-.

Me dices (escribió) que estoy haciendo teatro. Bien, di lo que quieras IV»
rtfor ihtpue.ua u morir. Sí viviese no seria buena para nada, ni siquiera para mis
hi/ns Podría ensebarles » querer mucho, pero «para qué*1 Fn este mundo no se
ikbr querer demasiado. ¿Por qué amar? ¿F.t que se ama para sufrir y acarrear
tulnmicmos «t ser amado* l a vkla tes ensebará, un mi ayuda, a hacerse
indiferentes y serio m is felices sin mi. ¡Pcqucbos, queiulos míen! Habéis vivido
huManie conmigo; yo os he destruido, os he arruinado, ¡perdonadme,
perdonadme? Quizás alguien cuide de vosotros ¡Harás un gran servicio a mis
hqos matándome, George? «Pot anticipado te bendigo' Solamente, querido,
«omprende. yo primero quisiera encontrar un lugar adecuado pura todo, para
rllm. adecuado en lodos senltdm. un buen hogm bien dispuesto, a mi gusto.
*9
r

HJwant H C«n

aunque qui/i mi gusto no Ka bueno, pero no tengo otro y nadie me ha ayudado


miara en clin...

En ( a lo pasaje* aflora, u través del lenguaje rom ántico de Natalia. Ib


austera simplicidad de los grande» clásicos.
H errén celaba, inquieto y en agonizante o p e ra , ios luchas ¡entinten»
u t o de su esposa, peco era tem pcram enialm cm c incupaz de participar
en ellas. C om o Em ma. a quien se parcela en la proyección sincera,
directa, a veces brutal, de su carácter, no com prendía el «dualism o- del
corazón de Noiatia. l a contrición de N atalia —su com pasión hacia él—
habla sido tan espontánea y tan em otiva que no pudo dudar de la
profunda sinceridad del arrepentim iento. Pero ya lo habiu olvidado, se
habla borrado el recuerdo. Su único deseo era no volver a oir jam ás el
nom bre de Hcrwcgh —un hom bre vulgar y grosero que habla abusado
de k n privilegio» de la am istad y la hospitalidad—. y que nunca ocurriera
algo que le recorduse lo que habla sucedido. Sin em bargo, Natalia al
parecer no podía olvidar a G eorge y no lo condenarla jam ás. H cr/en
supo que ella le escribió aún. y a pesar d e que desconocía la extensión y el
contenido de la correspondencia, « s u b a enterado que le habla prometí*
d o reunirse de nuevo con él dentro d e un aAo. Natalia ya n o quería a
Hcrwcgh —en el verdadero sentido d e la palabra no lo habla am ado
nunca— y H errén estaba convencido d e ello, pero carecía de valor para
dejar tras de si los enmura fado* recuerdos del pasado. H rr/e n empezó a
beber de firme con un ruso que acababa de conocer llam ado EngeHon
La -nueva vida-, atorm entada por recuerdos y rem ordim ientos, no logró
colm ar las brillante» esperanzas concebida» en aquellos primeros
m om entos sentimentales de reconciliación y lágrimas
M ás y más inquieto. H cr/en encontró, a principios de junio, un
pretexto para hacer un viaje a París con Engclson. Asítió a la ópera y
escuchó a Alboni. estuvo en el Bal M abille y en lo» cqfé^h a n io n iv visitó
el Louvre. pero nada lo distrajo m ucho tiempo de sus tristes pensa­
m ientos M aría Ern. una de las amiga» que habla acom pañado a los
H erien cuando abandonaron Rusia c u a tro aAo» ante», k habla casado
recientemente con un músico alem án, q ue vivía en Parts, llam ado Reiehel.
Hcrzcn visitó a Reiehel y pronto se dio cuenta, por sus m iradas, y -p o r el
cuidado con que evitaban la más ligera alusión-, que algo sabían. El
cum pleaños de Sacha. 9 m ediados de ju n io . Ic hizo recordar -lo s alegres
y gloriosos d lat de IX.W- y no ahorró a Natalia los agnos frutos de sus
reltc-xionc*.

»Por qué me ha» ocultado (preguntaba cruclmenic| lo vacio que era el pasado
para ti' Para mi siemptr fue como un resplandeciente recuerdo, pero ahora ha
sido pisoteado y me horroriza volver a él. Yo entonce» era feliz poique creía tan
firmemente en tu feliodad como en fci mía

' Víate el a (titulo próxima


90
l.oi txitia< ht ramánltroi

Discurrió sobre c) fu tu ro y habló de instalarse en E dim burgo. que cru


una ciudad confortable y barata, o en la costa de Com uullc*. Natalia,
humildemente, estaba dé acuerdo con todo: ella lo seguirla a donde
fuere. Pero ¿I no podía alejar sus lúgubres pensam ientos.

Necesito lo imposible [escribió de nuevoj. Necesito el amor de IIO*. cuando


rteia Sí, todavía soy joven, estoy tedíenlo de amor y no lo encontraré otra ve/.
Tengo que abdicar, pero ahora, después de once aAo*. es duro rendir la corona.

Desde París. H errén m archó o Friburgo, en Sui/a. P o r algún tiempo


había sentido la necesidad de protegerse contra la* persecuciones de la
policía m ediante una naturalización, y el cantón de Friburgo habla
consentido en inscribirlo en el registro de sus ciudadanos. Hn Ginebra,
camino haciu F riburgo. encontróse con su viejo amigo S u/onov y quedó
asom brado al saber —con una botella de vino de por m edio— que su
desastre familiar eru comidilla diaria en la* habladurías de los circuios de
de Sui/a. Hcrwcgh, establecido ahora en Z u n c h . no solamente
habla contudo u Su/onov lu naturaleza y la cauta de su ruptura con
Hcr/en sino que, adem é». había expuesto la conducta d e NatallU a SU
propia manera. Fue «clám ente, según dijo, debido a la -fuerte presión
m oral- de »u m ando que ella habla rehusado a co m p asar a su amante
pero le habla prom etido reunirse de nuevo con él en S u i/a tan pronto
como H cr/en se hubiera calmado.
F-tta revelación a b rió de nuevo la herida, aún no cicatrizada, hasta
*u« profundidades m ás dotorosas. Sus más Intimos asuntos hablan
pasado a ser un -escóndalo europeo- y no solam ente se vio en In ridicula
y despreciable posición del m arido públicamente engaitado sino que se
v i d tam bién condenado por sus com patriota* —el propio Su/onov habla,

rn cierto m odo, creído la historia contadu por Hcrwcgh —com o traidor


a su* más queridos principios, t i . H cr/en. el ilustrado liberal, et sostén
<M rom ántico derecho a am ar, habla usado de su au to rid ad como
m arido para coaccionar a su esposa y negarle el acceso «al hom bre de su
elección. La doctrina romántica sobre los derechos de tos m andos era
estríela e inexorable.

Hay hombres {escribe <m»rge Sumí en JtnqutiX que cortarían *in mi»
i-rtemonia ta cabera a una c*po«a infiel, al estilo oricnial. porque la consideran
un objeto de propiedad legal Otros, cúmbalkndoenduclo. muían a »u rival o lo
eliminan de la escena, y solicitan luego los abrazos de la mujer a quien pretenden
«mai. que los rechaza con horror ose resigna desesperadamente Tulesson.cn el
amor conyujpd. los métodos mi» comente* de proceder, y yo digo que el amor de
lo* cerdos es menos grosero y bestial que el amor de lalri hombres

4,Podía H cr/en absolverse a *1 mismo de haber practicado, en cierto


modo, el segundo grudn de grosería? C uando escuchaba a Sazono* *c
sentía atorm entado p o r la hiriente sospecha de que. después d e todo, el
pensamiento acusatorio podía ser cieno. Quizá lo confirm aba aquel al
91
E4**rJ H. Can

parecer incomprensible com portam iento de Natalia- la continuada


correspondencia con su am ante, su silenciosa negativa a dejar el pasado
tras de si. Quizá Natalia am aba todavía a Hcrwegh', Quizá era solamente
un severo sentido del deber, o el recuerdo de su» hijos, lo que la habla
m antenido a su lado com o una v k tim a forzosa. Quizá la ostentos»
reconciliación habla sido una elaborada falsificación inspirada por la
piedad para su pena.
La idea ferm entó locamente en su sangre. Sintióse «insultado, herido,
hum illado-, y -en un paroxism o de furia crim inal- escribió a Naiotia una
carta que m is larde calificó de -p u ñ ala d a por la espalda-. Esta carta ha
sido conservada y reza asi:
Juzga por ti reuma to que yo siento.
F .h * lo habla contado lodo • Sazonov, Incluso ciertos detalles que oírlos me
cortó la respiración. Dijo que - k sabia mal por mi. pero el dtaAo ya estaba hecho,
que tú fe habias rogado que guardara silencio y que dentro de unos meses, cuando
yo atuviera mdi calmado, me dejarlas.
No tengo que aftadir una sola palabra, querida. Saronov me preguntó ti
estabas enferma. Mientras él hablaba yo me sentía como un hombre muerto. Te
pido una respuesta sobre este pumo. Sazonov, decididamente, lo sabe todo.
Insisto en saber la verdad. Contesta en seguida: pesaré cada palabra. Mi corazón
estalla. |Y tú hablas de envejecer juntos!
Mañana me marcho a Friburgo. No puedo hacer nada con esta desespera*
ción. Manda tu respuesta a Poste Restante. Turin. ¿F.slin realmente diciendo
o to de ti? Oh Dios, Dios, cómo debo sufrir • causa de mi amor. ¿Qué mis aún?
Una respuesta, una respuesta, en Turin.
N atalia había ya apurado en dem asía el cáliz de la hum illación para
ser c a p a / de m is sufrimientos. T odo su orgullo habla desaparecido y
h a d a caso om iso de las habladurías de las malas lenguas de G inebra o de
Europa. Vio en la carta de su m arido loa incoherentes arrebato» de un
hom bre sum ido en el desespero poT el aguijón del escepticism o; y no
ahorró nado para devolverle la fe perdida. No sólo le escribió haciendo
protestas de su invencible determ inación de -vivir o m orir por é l- sino
que salió hacia T urin para reunirsele. A ntes de partir de Niza escribió la
que estaba destinada a ser cali la última c a n a de tu largo corresponden*
cia con Herwegh:
George: me presento de nuevo ente u tal como soy, Crri que habla
encontrado en tí la culminación de todos mis tuertos, fui deslumbradamentt
transportada a repones donde la imaginación humana puede a dura» pena»
penetra r y de la» que los dos participamos, y aunque le estoy agradecida asi como
al destino por mi felicidad sin limites, no volverla ■ n. dado que esto no se puede
conciliar con la felicidad de Akjandro..
Tras muchas lucha» he visto que estaba destruyendo la paz de espíritu de
Akjandro sin ser capaz de satisfacerte a (i. He visto que tú eras incapaz d d mis
pequerto sacrificio, que vivía» únicamente para ti solo.,. Mi idea se ha
derrumbado, se ha convertido en ruina» y polvo; lodo cuantoJiabla creído más
sagrado fue despreciado y pisoteado, todas tus promesas incumplida», todo» mu
ruego» rechazados. Me ha» destrozada Frt cambio, el amor de Alejandro eren
»
/.oí ttilim b i ramthuttas
entretanto co tu yramkur, en su devoción, en mi inmensidad.. y en mu
tufrimicnio». El y mu hijo* me impiden aceptar la muerte que tú me brinda»
ello* todavía me sostienen y n la muerte no me Ueta por «i «ota o si tú. Gcorge,
no me la envía* para arrancarme de mi familia, no la dejaré. me disolveré en cita;
fuera de mi familia yo ya he dejado de existir.
Sufro todo* mí* tuto miento», sobre todo porque soy la causa de ello*, pero no
puedo hacer otra cosa. Aquí estoy. Castígame, mátame, si puedes y cUo te
consuela. Yo no puedo hacer otra cota...
El encuentro en T urin dio lugar a una reconciliación más completa y
duradera que la que se habla logrado en los prim eros m omentos de
revelación y de celos en Niza. H cr/cn describe el encuentro en términos
que ponen de m anifiesto cuánto sentimentalismo rom ántico latió bajo la
corteza protectora del cinismo. En el viaje de Niza a T urin. Natalia, bajo
el calor del estío, vestía de blanco. Hcrzen recordó que vestía asimismo
de blanco cuando ¿I apareció a hurtadillas en Moscú desde Vladimir
para verla y que igualmente vestía de blanco cuando se casó con ella
pocos meses después. El encuentro en Turin fue co m o una «segunda
boda, quizá más significativa que la primera». Estuvieron hablando
hasta la m adrugada y «emprendimos nuestro cam ino, asumiendo
conjuntam ente, sin rencor, el luctuoso peso del pasado». Natalia habla
salido exhausta de la larga lucha. No quedaba en ella fuerza ni ánimo
para nuevas emociones y esperanzas. Sentíase traicionada por su amante
y defraudada y traicionada por la vida misma. Rom pió su corresponden*
cía con Herwegh y dijolc que destruiría sin leerla toda c a n a que de ¿I
recibiese. Hcrzen era una estrella fija en su firm am ento y ella daba
vueltas a su alrededor, resignada y con el corazón débil.
Los tres dias pasudos en Turin y el regreso conjunto a Níxa. por
(¿¿nova y M entón, pareciéronle a Hcrzen una segunda luna de miel. Si la
espontánea alegría de la juventud tes habla dejado para siempre,
gozaban de la m adura y tranquila reflexión de la media edad. Una nota
ii<* mrlanrállrA ntnAn ir mrirlah* naris imnmníam^nia, rna *¡ rm U
rom ántico del valor ennobleccdor del sufrimiento. Era el «verano indio»
de su am or; era la calm a falaz y pasajera que oculta el acercam iento de
la» próximas tem pestades

Gracia» «can dada» al Hado [escribió Herrén en Mi ¿usado y mit


por aauelto» días y por el tercio del 1 A0 que lea siguió; fueron U
triunfante terminación de nu vida personal. Gracias sean dadas al Hado porque
él. el eterno pagano, coronó la» victima» tkumado» al sacrificio con una
esuberanie guirnalda de flores otoAalcs y esparció a su alrededor, por un breve
Upan de tiempo, su» colotes y su fragancia.

El prim er heraldo de la ruina fue una súbita, b rutal c insólita


calamidad. l.a m adre de H errcn, Kolya (el mAo sordom udo) y un ayo
alemán que habían tom ado para éste, estaban pasando unas sem anas en
París y a m ediados de noviembre partieron, con una sobrina de Madamc
H a jf y una criada, en viaje de regreso. Viajaban via Marsella y

W
Ed*ard H. Can

em barcaron en un vapor para N i/e. D urante la noche. Treme a Hycre».


con un tiem po bueno y claro, el vapor fue abordado por otro buque y se
hundió en poco» minuto». De los cten pasajero», la mayor!» de ios cuales
dorm ían, sólo unos pocos escaparon con vida. La sobrina y la criada
fueron salvadas por o tro buque, pero M adam e H aag. Kolya y el ayo
desaparecieron y sus cuerpo» nunca pudieron ser recuperados. H cr/cn
trajo la espantosa noticia a Natalia al anochecer, cuando estaba
adornando la casa con flores para celebrar el regreso de los viajero» y en
el porche colgaban m ultitud de farolillos chinos.
El h o rro r de esta tragedia, tras las emociones y los torm entos de lo»
dos mese» anteriores, aturdió a los desolados padres y N atalia, que se
hallaba de nuevo en gestación, ya no se recobró del golpe. D urante
sem anas vivieron mecánicamente, con escasa conciencia del m undo que
los rodeaba. F.l do s de diciem bre, «el dieciocho Brum ario de Luis
B onaparte-, auguraba el advenim iento del Segundo Imperio, pero el
entierro oficial de la» últimas y desacreditadas reminiscencias de la
revolución de 1K4£ pasó desapercibido para H errén, inmerso en su
aflicción familiar. La endeble constitución de Natalia se desplom ó, En
los último» dias del «fio cayó en cam a y se le declaró una pleuresía. El día
de Afio Nuevo de 1852 Herrén escribió o un am igo que «no quería volver
a ver o tto prim ero de enero ni preocuparse más por estar vivo o m uerto,
fuere en Am érica, fuere en SchIUsscIburg»; esta última es la famosa
cárcel para delincuente» políticos en las riberas del lago Ladoga. Creía
haber alcanzado el nadir de la desesperación.
No presentía lo que todavía le aguardaba Desde su encuentro con
S a/onov y la reconciliación de T urín nada habla sabido de Hcrwegh y no
tenia idea del am argo rencor acum ulado lentam ente en el co raió n de su
rival. T ra s la ruptura. Hctwegh habla perm anecido en C énova, con
Emma. por espacio de tres meses y la compafila de su esposa habla
em pezado, una ver más. a fastidiarle. A finales de abril abandonó
Oéiuw» pe? Zurích (la revelación de ocurrió en C incora
sim ultáneam ente) y m andó a Emma o tra vez a Niza. La vuelta de Emma.
después de todo lo sucedido, a la escena de la ruptura, donde todavía
residían los H errén, puede aparecer com o sorprendente ejem plo de
malicia o de insensibilidad. C ontenía, en efecto, elem entos de ambas
cosas. Acerca de la malicia de Hcrwegh no deja lugar a dudas su
proceder posterior; y en cuanto a Em m a. los rasgos de insensibilidad que
había ya m ostrado en la» transacciones financiera* con H ctecn. le
perm itieron acceder, sin escestva mala disposición, a los deseos de su
m arido. Al llegar a Nica se com portó con discreción. R eanudó sus
relaciones con los omtgos com unes de las do s familias, en particular con
Kart Vogt, un naturalista alemán que habla tom ado parte en actividades
revolucionarias con Oreim, el carbonorío italiano, y un polaco llamado
Chojccks. más conocido por su nom J e pluma francés, -C harles
Edm ond». Nada hizo, sin em bargo, p ara aproxim arse a H cr/cn o a
NaUli» y durante d ren o del »fio 1831 I» p a / no se vio turbad».

w
t* i exiliadai tomónUtoi

Pero una conclusión lan im portante no ofrecía satisfacción alguna a


Hcrwegh. F.l c ita d o de tu mente en este periodo ofrece un curioso
ejemplo de psicología m orbosa. H abla huido vergonzosam ente de Niza
bajo la amenaza de desafio por parte del m arido injuriado. En aquel
instante parecía el único cam ino a seguir, pero visto ah o ra , retrotpcctí»
vamente, destacaba com o un grandísim o error equivalente a una
confesión de culpa sí no a una cobardía. I.uego vinieron las insultantes
cartas de Herzen a Em m a. con tu s inoportunas alusiones a su pasada
dependencia económica y a las obligaciones no cum plidas. Intentó
equilibrar la b a la n » por correspondencia, desde G énova. y le fueron
devueltas las cartas sin abrir. La hum illación y la im potencia de una tal
situación calaron hondo en su alm a. La devolución de las cartas era «una
brutalidad que lo afectaba más profundam ente que nada en la vida*.
Habla com prendido los prim eros paroxism os furiosos de los celos de
Herzen. El ta m b a n habla experim entado estas ardorosas y pasajeras
emociones y hubiera aceptado que el rencor de Herzen hacia ¿I lucra una
de ellas. H ubiera podido sobrellevar m ejor cualquier o tra cosa que esta
fría y despreciativa ignorancia de su existencia.
Desde el m om ento de su llegada a Zurich a principios de m ayo de
1851. las cartas de Hcrwegh a Emma contenían un agudo crescendo de
incontrolado furor.

Alejandro (ewrtbej ha tenido, «n todo, un comportamiento tan vulgar que me


liento dispensado de cualquier consideración con él... Se está riendo, disimula*
damentc, por el ¿lito de tus maniobras para mantenerlo todo en secreto. Es k>
que ¿I quería. Pero también está demasiado seguro, yo lo sacaré de su escondrijo.

De ve/ en cuando hace todavía protesta» de que tu a m o r por Natalia


es puro c intacto (sin menoscabo de su am or por Iimmu); si bien el am or
ha pasado a tener una consideración secundaria y confiesa que ya no
tiene deseos de volver con Natalia. Quizás ella lo odie incluso. Pero para
recobrar su propia estim ación es esencial que pueda corresponder a la
•hum illación con la hum illación-, que pueda hacer sufrir a H cr/cn como
sufre ¿I mism o, que pueda destrozar su segura jactancia. Experimenta un
cruel placer en am ontonar sobre su rival y sus allegados los m is viles
términos de injuria y desprecio. Herzen es un -co b ard e hipócrita-, un
-bourfieoís coca-. M ndamc H aag es una vulgar alcahueta con sus aires de
no adm itir nada y. en realidad, privada de todo. N atalia pertenece por
derecho y por propia confesión a su am ante y no a su m arido, y su
reanudada cohabitación con éste es un acto de -p ro stitu c ió n - al que
Herzen le ha abocado a la fuerza*, l.a idea de c tia -prostitución-
envenena la vida de Herwcgh. Debe castigar, debe vengarse.

FUia tdea de Herwegh «fue U mejor tradKifa roma ni k» -Lo que cntmmi)*
adulterio», capone rí héroe de Otorga 5am*. Jsequn. »i*o ton U* hora» que U mujer dedica
al anuius. sino ta ñocha que toe*» pasa m manos <k) mando».
PJ
l'tfnafíiH. Carr
Para instrumento de \u venganza designa. hustunic uccrtuvlumcnic. a
*u enérgica v fiel esposa. tai vuelta de Kmma ¡i Nim c%un.t sucia dirigida
a to más íntimo del alma de t Icr/cn, un recordatorio vivo de que Natalia
¡g había vnguhwdu \ de que dehUt u ta cotuut con vm vencedor y
vengativo rival,
t.( woi«»-«f<i tk «i<n««r imu<drftH«in ha pu\iit(n {cvcntvtó Mc»*<gh a I irmin.
con sus copiosos s u tu ra d o s luihilualcs|. N« dWin. repito. mosirur eon*Kfct.ii;ióff
alguna /w n ntufic... S o tenga* i.-paros to n la vanidad de Her/en. Sigue. agucen
Ni/a. no tes dejes d rv m tu ra /a n e de ti tacitmentc. Sigue. *m altivez, pero con
obstinación y venganza.

Sin embargo, su muda prenuncia no era bastante. Hcrwcgh veta cada


ver más y más ciitrumenlc que el latigazo mis efectivo para tu espalda de
Hcr?cn era -tu verdad-, l.e enloquecía que llcr/én hubiera perdonado y
olvidado tan fácilmente to falta de Natalia. Nosubíu nada del tormento
interior de Hcr/cn. Hl no creía en sufrimientos oculto*. ya que no había
hecho nunca el menor esfuerzo para disfru/ur los* suyos. De la
generosidad de llcr/cn cucó la conclusión de que cllu no ve lo hablo
dicho lodo, Her/en no sabia. aseguraba a raim a. -la tercera porte de la
verdad-, ni tenia idea de que el adulterio ya h.ihiu empezado en Ginebra
dos uflo» untes. Nunca habla sospechado que el hijo concebido en
Ginebra no era suyo sino de Herwcgh; «de otra forma, el asunto habría
lomudo otro cari/ completamente distinto-. Y uún menos sibia que su
esposo habla escrito que nuncu habla pertenecido u ningún hombre salvo
a \u simante y que habla -permanecido virgen- bajo los brazos de su
mando. I.o más embarazoso de todo, lo que más amargamente sentía,
cru lu injusticia de disculpar a Nuialta y hacerle a ¿I el único culpable. Si
¿I descubría -lu verdad- (y Ins trescientas cartas de Natalia estaban allí
para probar sus aserciones), llcr/cn se veriu obligado a considerar u
Natalia como igual copartícipe en tu culpa. P.im ser consecuente. Her/en
debía trulura losdm de iaunl modn y olvidii/ Usa-j -migo O rccha/»? ¿ t*
esposa. Si no hacia nada de eso. Henvegh podtlu aun alegrarse con el
espectáculo de sus tormentos cuundo viera cuán totalmente y cudn
ignominiosa meóle Natalia lo habla traicionado. Tampoco era menester
detener la revelación aquí, Debía salir a la luz toda la historru completa
—no existía razón particular alguna para que asi no fuera-** y la
desgracia de Her/en debía hacerse totalmente pública pura que tuviera
que esconder la cara abochornado. Herwcgh era quien menos llevaba lus
de perder con tu publicidad: la opinión pública siempre fue más
bondadosa con el amunte tiitinfador que con la cspo.ói descarnada o el
mando hurludo Su honor —y en cierto modo su anwur ptoprc—
quedarla a salvo, l.e serla posihtc encararse de nuevo con ct mundo.
Pero ¿cómo Nevar -lu verdad- a cusa de llcr/cn'* No podía escribirle
porque Her/en devolvería la carta sm abrirla. Tan sólo por medio de
Tmmu. que se hallaba en el lugar, podía tener cfcclividud ct golpe.
I*mma. por su parte, no mostró ninguna impaciencia; su único deseo era
/ ni ftiilo d o t rom iinm ni

gun.tr <ie nuevo ai mundo y ninguna ganancia u n e n el desenmascara-


míenlo de Natalia o iív Her/en. I I papel de -ángel de tu vcngun/.i- que
su mundo le ofrecía se patéela muy pino ul de un infortunado t órneme,
lin ct momento de Id ruptura habla pAiftlclido a Her/en que nnenlMV él
permaneciera silencioso ella mi abriría la boca. y ( mntJ era mujer de
palabra. Ademán. 'U habitual precaución no le permitía ol\ idur el pagaré
de II),000 francos, y us|, vela sin ningún entusiasmo el momemo en que
«v presentada como un rabioso c implacable enemigo. Herwcgh no
comprendía nada de o u n escrúpulos, morales o prácticos, y la
resitencia de su esposa le parecía traición o cobardía, con lo que su
insistencia crecía más y más en estridencia > en reproche:

Apelo a tu orgullo (escribió datante el s iaic de I Icr/en '> liihurgol. en Nr/a


r t n lu dueAu. /tí mandas. tfnhi Aten en cuenta. (>¡ que b suvhade
llcr/cn a Nt/u y que tirites en la mano los medios de impedir su rctotno.porqiK
le (Uto que tan pronto como llcr/en vuelva a Ni/», >o iró también, uum |v- u >\ .1
que o a p *
fodas tus amenazas de darte con tu puerta en las nanees son rolladas '» tú
qntífn entrar; y vetás a Nutulu a tus pie» en el m omento que desees
Natalia bajará la cabera ante 11 IX’ju que estos peñ o s piensen que

Peto llcr/cn volvió y Herwcgh no fue Tres meses más turde la


situación cru la misma

Con todas tus arm as en la mano no q iu tm hacer nada Mrcntta» no le hayas


lomudo el desquite con Her/en no pienses en que nos cncn-nircmt» Si w «leus
que la insolencia de un p u n m u sc ic siente m o m a dr la nariz, un ser* quien, con
•u miedo A/wjfmn a ser conocido como w r» , podilas conducir at otro lado del
octano. Yo estoy decidido a no seguir permitiéndolo IV hoy en adelante m»
habrá medio que no considere legitimo para corresponder a lu humillación ron tu
humillación. Yo puedo mostrarme a mi momo ante el m ondo y mr m nutarJ Y tV
sentirá tan poco placer de ta sida como siento yo... Voy a ir, puedes estar '.cgura
de ello Y entonces llevare a cabo mi deven u ceñaré abajo ta cas» con cíhm y
conmigo Mientras ni tienes en la mano todas la> armas pata olHrner la
satisfacción descaí!». so estoy aquí seniudo, obligadamente unnmudo s
tcsliinamlo tos dientes

I ra umi situución que n o podía d u ra r para siem p re p ero que duró


hasiii el Arto N uevo de 1X52. N o estste ra /ó n clara que dem uestre qué
m otivo im pulsó p o r fin a Herwcgh —q u e n o rm alm en te prefería las
p alab ras a los neto»— u la acción. P udo se r 4 causa d e alguna
circunstancia en su vidu de Z urich, o puede que desde N i/a le llegara el
tu m o r de o tro e m b a ra z o de Nutaliu que to hiciera e n tra r en un nuevo
pnfttM vito d e fu rtu y odio. I r» en ero d e 1X52. c u a n d o S a la b a se iba
reco b ran d o lentam ente de su crisis d e pleuresía, l lc r /c n e n c o n tró una
nuA unu. encim a d e su m esa, una curlu con la bten conocida letra de
Herwcgh. H s o b re llevaba la inscripción. «A sunto tic H o n o r — iVsafit»»
y esta cifiunM unciii h i/o que H e r/en la ab riera. S egún su calificación se
9?
f'dsmvfff Corr

iratuba de -unw repúgnam e * *uvia corta- Acusábalo de haber


envenenad» el pcnvim irnto de Nutulln co n tra *u am ante y de haberla
pcrsuiidxlo. sucumío ventuia de >u debilidad. de iraiciunutlo. Cotils'iUu
varias «revelación***- contra Nalallfi > term inaba con o t a ' palabra*:

l.l lia d » hn drviduJ» entre tu y >««, hundiendo tu progenie > tu familia en el


mar. IVicuba» un final de sangre paro este asunto cuando >«>todavía pensaba en
que ciw posible un tm human» Ahora c»t<»> dispuesto * pul» satisfacción.

No se bu conservad» el onginul de < *u cutut. Mcr/cn cucntu en \ fi


pntmln y tm \ pvnutinu-nim que la leyó tan sólo una ve/ y lo destruyó
dieciocho mese* mú* u rd e , el diaddcum plcuflo» de Nuiulia. sin volverla
o leer. Su» tcfcrenctttv n» pueden, pnt U> tan to , ofrecer una cuidadosa
reproducción del test». l*cro el libro de nota* de Hcrwe#h. el mismo al
que Notidiu habla confiado las prim eras efusiones de su am or ilícito,
acudió, afortunadam ente, en nuesiru ayuda I:n ¿I se contiene escrito a
lip i/. de muño «te H crw e|h. con tetra dim inuta y difícilmente legible, lo
que es. evidentemente, un horrndor incom pleto de la carta autentica y
que s< corresponde suCtítenlcnKMv' con las rtícrenua* de M cr/cn para
justificar ht convicción de que n o fue Mibst.inenitmcnlc ultcm d» en su
forma Itnal.

Conociendo tus brutales métodos (re/a el lmtrad»<l me encuentro de nuevo


en comunicación contigo a traías de t u r canal. |>cs<ro agotar iodos los medios
pacíficos. y si ¿tt<M (alian, no tvf/vwcrAri' wrr/c >*/ i'ií \)n<htti> Me veri obligado u
introducir en ti disputa una lereeia parte Puede* estar seguro de que mi vu/
ahogan) la de ene hq» del incesto y la prostitución que tú quieres mostrar al
mundo com o una prueba triunfal d eq u e rto eres b* que la gente dice '• , l l t aquí
lu gninde/a de alma, la solución que |ik buscas, al precio «le Li degradación «Se
aquella posesión que te disputas conmigo* Va vitv» porsu /v«y>/ir h(nj que nunca
pcncnesió a mulie sino a mi. que permaneció sugen en tus bra/os a pesar de
todo* sus lujos, s que todavía sigue así. Subes k> junto* que esi4Knw»r-
Chnfbm. st* NUú. uia na» ói*. Has « lu d o los sióm tle esta unión de almas y
seniidos que solamente el más mc»pit»ablc aitun puede transfigurar > '.m iifuat,
has bailad» sus lahtm untasia sáltenlo de sus besos a todo mi cuerpo; subes que
W Id* urtehalos de su anuir ssmubiiN un hi»o mío en Ginebra, y yo nunca creeré
que m> sospechabas nada, com» khIo el m undo, no estabas tan engajado como
pretende». Sabes -a u n q u e no V» oimprs-mta i - que fue. desdichadamente,
obligada o aceptar nti» hijo tuso, qus* me suplicó lu perdonara por ctl». que yo la
perdone. que no amistad para eoniigo era cntoners cao tan gratule com» mi
amor, qtn- no podía vene suínr. q w lomamos a | mm.» por confútenle
tupbcjm M c de rodillas que *-v uicrllicara en - iIcikkv tila ero nuestro amor,
nu ed to alevín por ii y gustosa aceptó ser ella sola (a Inleh/ Pero tú sabes tan
sólo murf/ar a lu* mujeres cuando, por cualquier slase de fohcdnd. hipocresía. o
maniobra» has logrado apuntar a h n hom bro. Sabes que el objeto de la vida de

* Ia» últimas euteo palabras se hallan oeniat |s»r eiKctna Ó» la linca «uUUuyvndo U
sota palabra rwv. horrada con un »»/»

9$
I a>%r OÓ«hn rrnmfnmrm

NatulUi > de mi momo n a reparo rl desgraciado accitirnic J e (¡mebra. que ella


sólo pensaba > soñaba en tener un hijo mki. que todo nuestro futuros? aposaU»
im o ta esperanza. que cuando ella le comuniió mí pensamiento lo había
viwttefuulo. Q ut/í no sepus. sin cnthaign. que >» w'ito permanecí en I» vecindad
parque ella juró que itilcninita escapar.
i Y b a tu y»! No debe» continuar con la [m utilación de una criatura que yo rm
te 1* robado. sino que lomé porque me confió que tú tu> la había» poseído nunca,
vosa a la que yo »o «obtoivirla. A k»%gratuitos In^utti» ,i Lnima tm artiidido la
infamia de pretender que so seduje a tu esposa B.i»Mme» agravio» <M»ien pura
justificar que cmm satisfacción
|.*tc nuevu hijo debe «<r bautizado con sangre de mui de lo* do». I I oiro fue
hjuii/fiit» ite rflnnerj m uy dblinia I rmfMr* mutantur l-'opero tu* órdenes y hayo
umi última llamada .1 tu honor paro que escojas la» arma» que prefiera»
ttesgarrémoiso» el un<« ul otro la fatgama como bestia» salvaje* —ya que «o
lüitim a »er hombre* por mi» tiempo—, y muestra por una scz u fu» drm ixfii c»
que h> tienes) algo nía» que tu bolsa «Ruma por ruma' Baila de fría deliberación-

1:1 b orrador term ina aquí. t u referencia ni hado y »\ la muerte de la


madre > el hijo de Heneen no <e encuentra en él y debí* de yer —yo que
dilKllmcnie puede atribuirse a una intervención de H errén— una
brillante ule» posterior.
Tras la lectura d e e»ta curta I Icr/en reaccionó furiosam ente '<001110
una fiera herida-, y xiniió lo que nunca hubia sentido antes de ser
insultado Todo esperun/n de que sahriu m antener dignidad y com postu­
ra suficientes para ignorar. desapareció ul decubrir que la llegada de la
curta ya era un ic c rrlo u toce* en N i» , Henvegb hablo escriio ¿1 lm m ,i
que m andaba una - terrible carta» con tu que -derribarla a H er/cn del
pedestal donde Natalia lo habla colocado- y -lo cubrirla de vergüenza-
I niniu >c lo dijo a O m n i. Kart Vogt > Ohojecki. y Vogt se lo habla
comunicado a Kngehon. H er/cn desplegó una febril y desusada energía.
I acuitó u l.ngclxnn pura que escribiera una caria u I Icrvrcgh negando el
derecho de éste ul desafio y -aún m i», a escoge? p a ra el duelo un
rmuiivnio «ó qu» —vOulO m¡&v-— «*pO«5 se «ísl!ti
enferm a-. Escribió a Sazono» —rara elección— rogándote fuera »u
padrino si el duelo tenia lugar, fjnalm cm c. com o resultado de una
conversación con O rstni. escribió al tefe revolucionario italiano M a//ini
(que. com o iodo el m undo, habla sido inform ado del .istm io) rogándole
la conslilución de tm -tribunal de ho n o r- para juzgar y dirimir tu
cuestión entre él y Merwcgh l: l -tribunal de ho n o r- cru una reciente
invención y el huhbx favorito del momento. Sus principio» impedían a
estos idealistas rom ánticos someter sus diferencias a tos tribunales
establecidos, p o iq u e. ,.cómo puede esperarse justicia y sentido de (os
valores revolucionarios si no c» de un jurado com puesto por rcvolucio*
nariiH? l a idea es ingenua, pero no era m i» ingenua q u e el prejuicio a la
moda en fusor del duelo como instrum ento de tusticio. I I «tribunal de
ho n o r- se instituyó com o com japtirfida de) «lucio > basta veinte años
m is tarde encontram os revolucionarios com o Hakumn > l icbknecht que
apelan todavía .1 esta institución com o solución a mi» disputa».
99
Fd*ard //. Corr

1:1 objetivo inm ediato de Herwcgh se habla conseguido. Va no fue


posible tgnotarlc por m i* tiem po y (as hostilidades se reanudaron del
m odo m ás violento. Incluso Natalia, en su lecho de enferma, fue
requerida para representar vu papel. lírntua le escribid una apelación
—que hubiera podido ser eficaz si sus efectos no hubiesen sido
previamente destruidos por la carta de Herwcgh— para que tom are
sobre si su parte de culpa.

(■s imposible fncnbtó Emma) que., en lugar de echarle tú moma a lo* pies
de lu mando injuriado y nu levantarte hasta haber obtenido el perdón para
am bot. . es imposible que no te des cuenta d* que la solución está en ofrecerte en
pago de unios sacrificios, tamos tormento» y urnas miserias. Para ornar el
escándalo que Uacti U desgracia a ambas fumilus sólo necesitas tener el valor de
lomar una fírme, franca y humana decisión y aceptar sinceramente lu pane en la
culpa que anualmente graviu sobre los hombros de u« Mambrt \o!o y tuvo peto
m f»ttdt %ff Ifrantada dt to* tuyoi Un itrio trfr fot novo al mhmo titmpo.

No había ahora humillación a la que N atalia nu estuviera dispuesta si


se trataba de reivindicar el honor de su m arido, y a tal instigación
correspondió con una c a n a a Herwcgh en lu que se refería al
-traicionero, ruin y judio carácter- de su antiguo am ante y declaraba que
su «desgraciada exaltación sólo habla servido com o pedestal donde
elevar todavía más su am or por A lejandro-.

Has intentado (proseguía) cubrir de lodo este pedestal pero nunca debilitarás
nuestra unión, que es ahora indisoluble y más inatacable que nunca. Tú baja.*
calumnias y denuncias de una mujer sólo han inspirado a mi noMe marido
desprecio y repugnancia hacw n. Te ha» deshonrado completamente a ti mismo
en esto* cobardes actos.., Y has hecho el pasado odioso para mi.

E» difícil para la posteridad participar de la adm iración por H cr/cn


respecto a esta carta, una copia de la curtí guardó en sus archivos y
reproduje cxtcrúMincmc eú At* puiaiio y mía penvomírnfo», Exceptuando
quizó la últim a frese, apenas si contiene alguna palabra de la auténtica
Natalia y refleja en cada linea la inspiración de la experta plum a de
Herzen. Triunrelm cntc. fueron m andadas copias de ella a los amigos
(mimos y el arrepentim iento y la devoción de Natalia para su m arido
hlzoxc el mot tfo rd rt en los circuios allegados a Herrén.

Éls bien claro para todo el mundo (escribió sarcásticamente h'mma a su


mando] que ella fue culpable, que estaba arrebatada por un hechiro. pero que
ahora está dispuesta a dejarse escupir por cualquiera, y prefiere seguir a »u
marido como un perro.

Nadie se ha detenido a analizar los sentimiento* de Natalia. Quizó»,


incluso ah o ra , la peor humillación no fue la pública discusión de su
culpabilidad sino la traición de su am ante
Herwcgh leyó su carta sin ninguna em oción especial. La pobre
100
t 0\ f\ítH llh\ /tHWttUfH
Natalia «« habla convertido paro am bas partes en un m ero peón en su
juego de venganzas y de odios recíprocos I I escribió algunas palabras
-intentando expresur-, según dijo a su esposa, -q u e U carta le habla
llegado por equivocación., pero o tra idea le urdía en lu cubera. Itcr/en
lo había hum illado devolviéndole l.is cartas sin leerlas, f.l devolvía el
intuito retornando la carta a Nnialui. Colocó cuidadosam ente de nuevo
I«k cierres s puso la dirección pura m andarla, pero. p«>r una curiosa
logada de la ingenuidad, puso en el mismo sobre su propin replica, lo que
constituyó para sus enemigos una prueba de que, en efecto, hahin roto
los cierres y había leído lo curta que se jactaba de haber devuelto intacta.
Y así, cuando unos meses m is (urde se descubrió el hecho, fue saludado
como una clara prueba de su asom brosa duplicidad. M ientras (unto, él lo
comentaba cáusticam ente a fcmma en medio del estallido de indignación
provocado por su -desafio-.

Si lo que etetiN n un» mmumlk iú, U realidad fue dóblenteme inmunda. Si las
palabras con que revelé lu v/rrfad eran suciedad, los hechos fueron doblemente
suelos; y Alejandro e» doblemente cobarde > es un bribón al no pedirme cuerna»
v conimuar viviendo rata vida de inmundicia con su sumiM esposa.
$

l.as recrim inaciones acerca del duelo continuaron en un estilo


sugestivo m is propio de Bob Acres que de una intención seria de malar.
I n efecto, ninguna de Ins dos parles intentó com batir, pero cada uno
estaba profundam ente convencido de la cobardía del o tro y cxtraordimt*
ñám em e impaciente por dem ostrarlo 1.a primera respuesta evasiva de
1 ngebon ai «desalío- dio ocasión u Herwcgh de tach ar a H er/en de
pusilánime ante m ucha y diversa gente, pero H errén ocaso no lo supo o
no se preocupó por ello, y tres sem anas más tarde P.ngeUon escribió de
nuevo de parte de su patrocinado declinando definitivam ente el duelo
propuesto. Por un desafortunado error de cálculo (se enteró de su
contenido, a través de lo* canales usuales, dem asiado tarde) Herwcgh
.UvnivtA to m rta sin abrir > Itcr/en y sus amigos pretendieron que al
rechazar una carta del agente acreditado de H errén habla probado
FJnorJf f Carr

Hcrwcgh. pero H c r« n rehusó m agnánim am ente e inquirió, pensativa-


m ente, p o r quá su «migo habí* nulo tan corto de mollera el pedírselo
antes. En realidad, ninguno de estos pretendidos desesperados tenia
intención alguna de quitar la vida a nadie ni de arriesgar la propia.
H er/cn y Hcrwcgh no eran unos m atones medievales ni unos cortesano»
del R oí So/tU, sino unos hom bres de letras del siglo XIX Su arm a no era
ni In espada ni la pistola, tin o la p lum a, y si por el m om ento Hcrwcgh
dejó a trá t a H errén en vigor y virulencia de lenguaje, fue H errén quien
en <Wí pv taifa y n n penwm ientot restableció finalmente el equilibrio y
propinó tos más malignos y penetrantes aguijonazos a la reputación de
su rival
Pero eso eran cosas pasajeras —q u izás ya hablan, incluso, pasado
p a n Natalia. Su capacidad de sufrim iento estaba casi agotada. Cuando
llegó, devuelta, la caria que habla m andado a Hcrwcgh, tuvo tugar una
conferencia al borde de su cama. Entre lot nuevos aliados de Herrén
habla uno llam ado Haug. antiguo oficial austríaco que estuvo con
G afibaldi en 1K4K y llegó a general de lu efímera República Romana. En
su carrera habla ganado credenciales de fierabrás y cuando Natalia habló
de su ansiedad «por justificar u A lejandro-, juró ruidosam ente que no
cejaría hasta leer su carta a Hcrwcgh y obligar a éste a estucharla. Esta
heroica promesa proporcionó consuelo a Herrén, si no a Natalia, y fue
csteneófeam entt aplaudida. En el Interin. Engclson dio c) ejemplo
escribiendo a Hcrwcgh una larga e insultante carta, una copia de la cual
H errón añadió a sus archivos del asunto.
Sólo puede alegarse, para paliar el em pleo de estos procedimientos
que, en aquellos días. Natalia estaba convaleciente de su pleuresía y
H errén no tenia ninguna razón para creer que era una mujer m oribunda.
D urante el mes de marro ve fue recuperando lentamente y fue durante
esta breve tregua cuando dictó a Herr.cn su última y cariñosa carta •
Natalia Tuehkov, cuyo am or habla colm ado su vida cuatro años atrás.

Estoy tooavta en cama {escribió). No me encuentro aún lo bastante fuerte


para levantarme y pasear, pero mi alma rebosa de vida y plenitud No puedo
estar callada. Tras sufrimientos que tú q u ifl na puedas medir, estoy viviendo
instantes Henos de bendición; todas las espera iWAttle la juventud y la infancia no
sólo no se han realizado, sino que han pasado a través de terribles e
inimaginables sufnmwcUo* peto \m perder su frescura y su fragancia, y han
fíorrcKSo con nueva fuerza y nuevo esplendor. Surca fui ton fr ía como añoro,.,
Perú, tcuin (enlámenle recobro mis fuerzas!, todavía no ha (legado jumo.
¿Vwiré para verlo'! ¡Oh. cómo desearía vivir para su amor, para mi misma, por
no hablar de los niños* Para vivir para ellos, para curarles todas sus he rutas,
debo estar con ellos y vivir por mi misma, porque he aprendido o conocer su
canño hacia mi y soy feliz como ja mis lo habí* sido..

I.as tristes premoniciones de N atalia se cumplieron. Hacia los


últim os días de m arzo sufrió una recaída y la fiebre se hizo casi continua.
El avanzado estado de gestación aum entaba el peligro. D urante dias y

m
t.ñt euhtitJu i romáftitft/i

semanas no hubo cambio alguno, y la* esperanza* de H cr/cn y lo»


médicos se vieron cruelmente frustradas. A mitad de a b ril. Natalia envió
a buscar a París a M aría Rcichcl. la única amigo a quien, en ausencia de
Natalia Tuchkov. podía c o n ta r gustosam ente sus hijos.
Se daba cuenta entonces de que estaba m uriendo. Y tenia aún una
cuenta más que aju star con la vida. El 26 de abril, haciendo un supremo
esfuerzo, tom ó ta plumu y escribió a Hcrwcgh con letra clara y firme
mano:

. -un signo de vida-... ¿Y p*ra qué** Siempre, pata )uutfl<*ru a n, cubrirme


yo moma de reproche», acusarme a mi misma. F«tátc tranquilo, aunque nenes
túlleteme* deseos y medios para logrado un mi ayuda..., estile tranquilo; ti
ante», alguna vez, he hablado con alguien capa/, de comprender (de otra forma
no hablarla, de otro forma «cría ta mayor profanación de lo que es m is sagrado
para mi) nunca fue poro fin tincartur,
(.Me has hecho daño? Tú debes saberlo mejor que yo. Yo sólo sé que mts
bendiciones te seguirán por todas parles, siempre.
Decir mis seria aupcrftuo

H errén no tu v o conocim iento de esta caria. Por o tra parte hubiera


sido supcrfluci. N o hubiera sido «capuz de com prender-.
Realmente, no habla m is que decir. El 2 9 de abril llegó Mafia Rcichel
de París y a últim a hora del día nació un niño, cerca d e dos meses ames
de tiempo. En lo ciudad ya se sabia que no habió esperanza, l o misma
noche, fcmma. tra* haber perdido en vano ser adm itida, m andó a través
de Oraini la iiguiente nota:

(Natalia* Perdón por rodo y para rodot y dej* que todo se olvide. Tomo tu
mano con todo mi cota/ón. Adieuf — Emma M r*oró

Herrén le leyó estas palabras ni borde de la cam a. Natalia sonrió y


H?rs?t», tiviovia d u ro , creyó ver en la sonrisa u n dcic irónico. Es
improbable que N atalia, libre de ironía toda *\> vida, la hubiese
adquirido en el m om ento de la muerte.
El p arto se llevó sus últim as fuer?». Vivió, agotada y enn
intermitencias de consciencia, durante tres días. El niflo falleció pero ella
no lo supo. H abló del hijo y expresó el deseo de vivir hasta que Natalia
Tuchkov llegara y se lo llevara con ella. Pidió tu / au n q u e alrededor del
lecho estaban ardiendo velas, l.ucgo cayó en una inconsciencia total y en
I» m añana del 2 de- mayo m urió, hija y víctima de (a época rom ántica que
m» la dejó envejecer.
H ablan transcurrido cerca de d m meses desde la m uerte de Natalia
cuando el -g en eral- Haug, de acuerdo con su prom esa se puso en
campaña para obligar • Hcrwcgh a escuchar la lectura de la caria que
habia rehusado leer, l a posición de Hcrwcgh en Z u n c h , en aquellos
momentos, nada tenia de envidiable Desde la revolución de IMtt, los
subsidios que recibía de tos familiares de su esposa hablan sido tan sólo
/di
Edw urttH C o n

suficientes para m antener una reducida existencia y no la vida digna de


un héroe y de un poeta, pero desde el escóndalo Herzen y la pública
separación de su esposa, la familia Sicjtmund no sólo habla ro to toda
relación con él. sino que dio Un pasos necesarios para asegurar que U
m enguada candad que llegaba n Fm ma en N i/ji no tom ara el cam ino de
Ziúicb: Fm m a se habría sacrificado a si mismu —y quiñis a sus hijos— a
su errante pero todavía adorado m arido. Su devoción, si no su respeto,
sobrevivió incluso a las lastim eras peticiones de dinero que ocupaban el
lugar preem inente en todas las cartas. Fnim a no podio hacer lo imposible
y todas las apelaciones quedaban sin respuesta o la tenían tan sólo en un
m odo que no producía sensible im presión en los insistentes rcquenmien*
tos d e Merwcgh.
F.n» un callejón sin salida y Merwcgh llegó a la ineludible conclusión:

No puedo resistir In influencia desmoralizadora de la pobreza (escribió a


Fmma con convincente candor| y no es momento para qut un hombre honro»
gane dinero.

A ceptó, pues, la consoladora adm inistración de una seftora que vivía


en el mismo hotel con su anciana madre l a «Huarión era francamente
equivoca. Extendióse por Niza la noticia de que Merwcgh, en tiem pos el
nifto m im ado de la democracia alem ana, se hallaba en Z uneh con une
vleiHr piz/tffzi, una omigua am ante de l.uhi Bonaporte. y la historia llegó,
en esta form a, basta Herrén y sus uliado*. La respuesta de Merwcgh a las
pregunta» de »u esposa introdujo algo distinto en el asunto. Aseguró que
la scAora en cuestión, que contaba cerca de cincuenta años, y tenia una
hija casada, habla actuado por motivos d e puru com pasión y negó que
hubiera sido la am ante de Napoleón, aunque por ulgún tiempo habla
sido algo asi com o tu patrona cuando, m is de veinte abas atrás, se
hnlluba sometido a lo» rigores de la instrucción militar en los ulrcdcdore*
de la pequeña población suiza de Thun. I.a identidad de la dam a siguió
sin ser revelada v la naturaleza de tu« relacione* con el jeven l uíi
Bonaporte pcmancció en la misma oscuridad que envolvía sus relaciones
con Merwcgh Ft escindaló, sin em bargo, no fue menos ruidoso.

Fl individuo de Zurich (escribió gráficamente Vogt * llrr/e n | ha caldo tan


bajo en el desprecio general que batía Uw perros te avergonzarían de u u r *us
pierna» como si lucran un árbol.

Orslni suplicó a Fmma que olvidara -al bribón de G eorgc- y k


aseguró que -sus actos lo calincabun com o el m ayor canalla del m undo-;
Vogt le aconsejó que volviera con sus padres a Alcmanio donde tu
m arido no podría perseguirla, y Charles Fdm ont. el polaco, lo invitó a
divorciarse de Merwcgh y a casarse con él. Fm ma habló con Orstni,
discutió con Vogt e indignamente am enazó a FdmomJ con cerrarle la
puerta. F.sto notable mujer que, a fuerza de infinita paciencia, de
tolerancia, y de autoanulación, habla recuperado cvcntualm ente a
104
I im t\ih m h \ roimhuuto

su m ando, m erecía —con todo* mu. defecto»— algo má<i que el Irlo
desprecio que H errén derrum a sobre ella en M i panado y m u perno-
miemos.
En esta» condiciones, el -general- H aug Uegó a Z u n eh el 10 de julio
en compartía de un francés llam ado Tessícr. l.o» do», aprovechando una
oportunidad, irrum pieron sin ser anunciados en la habitación que
Merwcgh ocupaba e n el hotel. T ras ordenar a Merwcgh que ve sentara y
estuchara. Haug a b rió la carta de Natalia que se hallaba exactamente en
ei mismo estado en q u e fue devuelta. Al em pezar Tcstier a leer Ju carra en
vox alta, se cayó del sobre la nota escrita por Merwcgh. prueba de que
habla, efectivamente, abierto y leído !u carta antes de devolverla. Ilaug
arrojó ta nota a la cara de Merwcgh y le llam ó bellaco. Exte tiró de la
campanilla y se precipitó hacia el pasillo gritando: -¡A sesinos! ¡Policial-
Id bravo general, sin intimidarse, lo persiguió y diciendo: -¡Tom o, para
tu policio'» le propinó una sonora bofetada. T ras entregar una tarjeta
suya y otra de su comportero al gerente del hotel, le pidieron disculpas
por el trastorno y «olieron. Natalia habla sido vengada. Merwcgh sortó
con ataques a tu vida por los mercenario» «cosacos y polacos* de
IIerren *, y Emma escribió a las desconocidas protectoras de su m arido
suplicándoles se aseguraran de que -sus amigos no le dejaban solo m un
momento».
Entre tonto, lie r/e n no pedia perm anecer en el escenario de tantas
tragedias y a com ienzos de junio dejó Niza para pasar los dos meses
siguientes errante, y sin objeto, de ciudad en ciudad, p o r Suiza y el norte
de Italia Pero n o logró encontrar reposo co n tra los torturantes
recuerdos que lo obsesionaban y la venganza contra Hcrwcgh adquirió
en su mente caracteres de cruzada. Dirigió un llam am iento A mis
hermanos demócratat, donde exponía su negativa al duelo con Merwcgh y
preguntaba -q u é clase de justicia podría hacérsele, sin ftKcal ni guardias,
en nom bre de la solidaridad de los pueblos y de ta autonom ía del
individuo-: un cierto núm ero de amigos, atribuyéndose el título de
-herm anos dem ócratas» dictó un -vciedicto- declarando que Merwcgh
habla «perdido el honor* y que un duelo entre H e r/rn y un hombre de
tal condición era -im posible». En el Ínterin, y evidentem ente proporcio­
nado por llnug. apareció en la prensa italiana un relato del incidente de
Zuneh que luego fue reproducido p o r la Neue '/Archer /e itu n x y por el
periódico local de Niza.
l a bola de nieve que de este m odo pusieron a ro d ar Herrén y su
lugarteniente produjo su efecto. Emitía publicó en t.‘Avenir de M ee una
digna protesta co n tra -el intento de im partir carácter político al ataque
efectuado en Suiza contra mt m a n d o - y exponiendo q u e la cuestión fue
en principio -u n hecho de carácter esencialmente privado debido

1.1 KTimno «paUtu» implas (vu« k» ohkWithh aWnvims. lo nmmo qiw país k»
- -.¡utvdurvsuf. tfonirt, *.t» l l.o t J 'i.uniu&rpod'rsiuix.uilwi
... f nft»tw.n v ti -pota»»- lU'rtti

¡0 ¡
Fuhwrd H Carr

exclusivamente a un conflicto pasional com pletam ente ap artado de la


esfera de la política y de lo publicidad». £1 propio Herwegh, en la /Veu t
ZQrcher /.eiiung, declaró, m i» punzantcm cm c. que sus dos atacantes
debían de habérselos con las autoridades sanitarias y hablan sido
trasladados a uno casa de locos y que to d o el asunto se habla llevado a
cabo con «subsidios rusos*.
E sto dio Jugar a que se m ostrara o tro aspecto dem asiado im portante
para n o consignarlo. Intervino Texsier, q uícn reivindicó su perfecta salud
describiendo la escena dei hotel en sus m is mínimos y humillantes
detalles y Herzen publicó, asimismo en la Seue Zórcher ’/.eílung, una
corta declaración en la cual decía que «nadie había sido "subsidiado*1
por ¿I. excepto sus sirvientes dom ésticos y el propio O to rg a Her*egh,
quien se hallaba todavía en posesión de una suma de 10.000 francos que
le habla prestado sin interés dos altos atrás*. Diez días después
aparecería una nueva declaración de Hcrwegh en Ja que se refería a Ja
«brutalidad rusa* y examinaba largam ente sus relaciones con el -barón
H erzen-(titulo que ya implicaba bastante descrédito para un dem ócrata)
y en la que, con respecto al asunto de Zurích, declaraba que lejos de
haber sido abofeteado echó a los intrusos escaleras abajo en presencia de
una regocijada camarera.
La querella ller/cn-H crw egh pasó rápidam ente de las dimensiones
de un escándalo local u las de una cau%e célebre europea. Herzen escribió
largas exposiciones de su conducta, em parejadas con reproches a su
rival, a tan ocasionales amistades com o Proudhon y Michclct, Escribió
una carta a un amigo alem án llam ado Mullcr«StrÜbing, que en aquel
m om ento vivía con Oeorge Sand en N ohant, suplicándole que se lo
com unicara a Ia «más alta autoridad sobre todo lo que respecta a la
mujer».

Fila debe conocer esta historia (escribió), ella que resume en su persona «I
c o n c e p to (e v o lu c io n a n ^ <t* U n n l* » .

H asta Londres llegaron rumores de la tal historia, y Karl M arx, que


A fám ente edulcoraba sus palabras, co n tó a su fiel Engelx. en Manche»-
ter, q u e Herwegh «no sólo puso cuernos a Herzen, sino que fc habla
ordeñado 80 000 francos*. Tam bién viéronsc envueltos en lodo ello
otros completam ente extraños al asunto. El com positor Ricardo
W agncr, que habiendo representado un peaueño papel en la insurrección
de urevde de 1849 podía reclam ar c) titu lo de «herm ano demócrata»,
viose acosado por lluug con la historia de la iniquidad de Hcrwegh.
W agncr, que en un tiempo habla tenido am istad con Hcrwegh y con el
que habla pasado unas vacaciones veraniegas en la Suiza Rallan», te
m ostró cauto y evasivo. -A unque adm itiendo francam ente las fla q u e a s
de Herwegh y la degeneración de su carácter bajo influencias sociales a
las que en ¿poca más tem prana de su vida habla sido, afortunadam ente,
extraño*, no conocía nada de la actual disputa y n o s o e m ia inclinado»
106
/.0« c\ilitnb* romd/UKOi

emitir juicio alguno tabre ello. Esta corté* neutralidad no satisfizo al


nuevo fanatism o d e H errén y dirigió n Wagncr una larpa y detallada
relación pulverizando el carácter y la conducta de su rival.

Ni en Suiza, ni en Francia, m en Italia [concluía b carta) hallará jamás


repoto. Lo juro y mi» amigo» lo juran también. Y todo» lo» día» no» traen nueva»
prueba» de que todo» kn militante» de la revolución no» apoyan.

El puro c a n ta n d o , o un residual vestigio de buen sentido, liberaron al


fin a Hcrv.cn de su cntorpeccdora y degradante obsesión, y abrióse a la
esp era n » de em pezar una nueva vida en un nuevo pata. A m enudo habla
pensado en América pero con todo, y m is o m enos al azar, escogió
Inglaterra. D ejando sus hijas con los Rcichcl en París, tom ó a Sacha con
él y llegó o Londres el 25 de agosto. Pocos días dcspuós vio, por primera
vez. desde el c u a rto pito del Hotel Morley. en la plaza de Trafelgar, el
fenómeno de la niebla londinense*.

' ller/cn. que era on niileta. drbr cargar con la mpona»bUMf»d dr o u nota de color
local. Una bówpwda «n «I archivo de Tkt Tbnft no dacubrc ira/a» del wuiitado portento
dé UAa «JucbU iMdritotoc- cA ágfeto o «eptiembrr.
m
C a p ít u l o v

LOS ENOELSON
La figura de Engclson, que ha revoloteado a través de las sombría»
páginas de la tragedia de Herrén, es lo bastante curiosa y característica
para merecer que se hable de ella con cierta extensión.
En los afto» treinta y cuarenta de la pasada centuria, un finlandés de
origen sueco llam ado Arist Engclson. disfrutaba de una posición
im portante en la adm inistración financiera de Peiersburgo. No sólo
habla adquirido dignidad sino tam bién riqueza. C om pró una casa en la
capital y una hacienda de cerca de -ochocientas a lm a s- en el cam po.
Casó con una rusa y gracias a esto se hizo ruso. E ducó a los hijo» en la fe
ortodoxa (él era luterano) y bautizó al mayor con el viejo nom bre ruso de
Vladímiro.
Y 'u tJW ro Er>gs!¿oft fue u n chico inteligente H ijo d? «« m ulte rico •
indulgente, no tuvo necesidad, ni inclinación, de escoger carrera. Cursó
calm osam ente estudios de filosofía en la Universidad de Peiersburgo.
tom ándolos co m o un agradable m odo de pasar el tiem po. Pero su
persecución de este objetivo fue al principio tan po co prom etedora que
decidió (parece q u e en el invierno de I&43-44. cuando contaba veintiún
años) cortar el nudo gordiano suicidándose. Escogió el veneno com o el
m is gentil instrum ento de muerte; pero habiendo entrado en un café
elegante para m editar sobre su resolución, cayó en tu s m anos un número
de un popular periódico radical, Sota* de la Patria, y sus ojos se
detuvieron en u n articulo de Herrén titulado - A propósito de una
com edia-. Tenia form a de critique de una obra de d o s olvidados autores
franceses. A rnauld y Foum icr. y la m oraleja era q u e. lo mismo en am or
que en las o tras relaciones de la vida, la introspección atorm entada, en
tugar de constituir el signo de un alma distinguida y sensible, es una
ofensa contra la «realidad". EngcUon empezó leyendo cuidadosam ente.
¡09
Fdwntd il. Carr

y la» elocuente* frases del critico absorbieron de tal form a tu atención


que ávidam ente llegó al final- Dejó de la d o la idea del veneno, pidió
mediu botella de M adetra y volvió a leer el a rticu lo 1. Al term inar, su
g üito por el suicidio te habla evaporado y, despuís de cito, con una
cm crncccdont inconsciencia. veneraba secretam ente a H er/en com o el
salvador de una vida para la que no habla pod id o encontrar uto.
El verano siguiente le sugirió una cura diferente para su rom ántico
ennu/. El y un cam arada llam ado Speshnev solicitaron pasaporte para
visitar Alem ania, la sede de la filosofía. Parecía una form a inocente de
diversión, pero a Nicolás I le gustaba la pose de padre de su pueblo y
recibió la aplicación dé los dos jóvenes con un paternal encogim iento de
hom bros.

Es posible [rrró el comunicado imperial) seguir un curso en nuestra


Universidad; y para los jóvenes de tu edad dar vueltas por el mundo en ver de
ingresar en nuestro servicio no es recomendable m digno de nú rango Sm
embargo, pueden hacer lo que tes piaros.

U graciosa decisión del zar fue Icida personalm ente a loa do» jóvenes
por el conde O rlov, jefe de la policía política. Speshnev, que en los
últimos tiempos de su vida dem ostró poseer un grado de determinación
poco usual, insistió en su intención y recibió el pasaporte. Engciton. por
su parte, raram ente tenía alguna razón poderosa para preferir una acción
a otra y asi pcim itió ser desviado de su viaje al extranjero por Nicolás tan
fácilmente com o fue desviado del suicidio por Hcrzcn. Declaróse
dispuesto a entrar at servicio imperial > a principios de 1X45 w encontró
para 41 un lugar en el Ministerio de Asuntos Exteriores.
El siguiente estadio de la carrera de EngpIson permanece algo oscuro.
Kn el Pctersburgo de los aflos cuarenta — uno de los periodos de más
opresión en la h m o n a de ta Rusia zarista— todos los jóvenes nutrían
secretam ente opiniones y ambiciones radicales, y Engcixon, con su
d c e b s r d ü d a fs n ;« « ¡a y p k g i u i í v ü Iu ü U u , no podía escapar a la
tendencia dom inante. Sin em bargo, su habitual indecisión no se hallaba
afectada por sus convicciones políticas y el nuevo hito en su carrera fue
la vuelta a Pctersburgo, tras dos aAo* de ouncnoa. de su amigo Speshnev.
Con sus puntos de vista políticos, desarrollados y m adurados por su
estancia en Kuropu. Speshnev se unió al circulo de jóvenes radicales
centrado alrededor de la persono de Pctrashevsky y trajo con 41. como

1 U Mnm u fue relatada • Km tnpofcl propio Hngtkonyapnrrc* es un coméalo


eapliuto da Mi pemete y mu penwmmw Hcrrcn te sitúa tapate del asunto fVi mibcviky,
• a IMS ó I I» . pero el critico oo puede dejar de anotar que el anteólo a que w refiere te
botona ■pareció en AVmi ét te Aurm «a agosto de I84J y. a menos que aceptamos que el
•jempter que talló Engebon en el cal* estuviera editado desde hada sen aóos. debemos
iromfent U hniorta a un esudw anterior de su carrera U eucu cronología no fue nunca
4 pumo fuco* de Herrrn. Stn embargo, te htuotui entera, coñuda por un «íceteme
rtrmtfw y tegislnute para te posteridad pot un /loZmieurde pnmera Unen, quinte pueda
mkfieanc de prtraa hermana de ta verdad.
HO
/.<n ro/Wm i<•.!»,iflíi'i «i*

sim patizante st n o com o m iembro crcctivo del grupo, u su amigo y


satélite Rngclson.
La atención de Nicolás pronto recayó sobre los activ id ad » —si se
puede llam ar asi • lo que siempre empezaba y acababa hablando— de
este nido de potenciales revolucionarios, t o s recientes acontecimiento*
de Europa le hablan puesto nervioso y, en abril de HM9, lo» seguidores
de Petrashcvsty fueron urrestodos en ta fortaleza de Pedrory Pablo.
Entre ellos se encontraban Speshnev y el novelista Dostoievsky que
fueron, am bos, desterrados a Siberia por su participación en una alegada
conspiración. £ t cosa incierta hasta qué punto se vio Logelson
personalmente envuelto en ello, pero su relación con Speshnev bastaba
para hacerlo sospechoso, y en agosto fue tam bién detenido. La cosa se
solucionó sin serías consecuencias para Engclson, a quien incluso la
pnlicia del 2»r difícilmente pedia tom ar por revolucionario, y fue soltado
sin más. Sin em bargo, ello habla term inado con su carrera oficial y se
encontré de nuevo caro a cara con ct clememut problem a. ¿qué hacer de
su vida?
Lo resolvió acogiéndose a una aventura m atrim onial. Se enam oró de
una mujer que era, como él. de origen escandinavo y que. com o él, habla
crecido en Rusia. Ésta mujer se habla casado u lo» dieciocho año» con un
oficial de edad m adura y p ronto se divorció. C u an d o Ungelson dio con
ella hallábase envuelta en un desgraciado a»umo am oroso con un joven
oficial cuya pasión ve repartía entre la am ante y el juego. Fsle oficial se
suicidó y EngeUon presentóse oportunam ente detem peflando el papel de
consolador.
Los consuelos administrado» fueron, al principio, puram ente espiri­
tuales. si bien de carácter perturbador. La dam a, a pesar de su azarosa y
agitada vida, no te hablo desviado nunca hasta el m om ento de la
estrecha senda de la religión y la política ortodoxa en que habla crecido,
(ira -pasablem ente cristiana, pasablemente rom ántica y pasablemente
m nrai y patriarcal», pero, bajo las instrucciones de Hngclion, se adentró
por los peligroso» caminos de la especulación filosófica y potinca y
pronto deseó ser -unu mujer líbre como lus heroínas de George Sand».
Estudió a Urge!. Feuerbach y fo u rtc t y se transform ó en una ardiente
materialista y socialista, luí nueva fe ensanchaba sus perspectivas, pero
destruyó para siempre su equilibrio mental- Su personalidad era. cuando
llc r/c n la conoció -com o una habitación desordenado en la que todo se
halla esparcido al azar juguetes, un vestido de boda, un breviario, una
novela de G eorge Sanil. /apanda», (lores y cacharro»-. Se volvió
desesperadam ente hipocondriaca y, com o todos loa rusos hipocondría*
eos. »e convenció de que (a mejor cura para sus detrorada» nervios era un
viaje por el extranjero.
A m ediados de la patada centuria no era ni seguro ni decente para
una viuda joven viajar sola por Europa y, en ausencia de más legitimo
protector. EngeUon tom ó para «f el papel de Jru i f x machina, (fasta el
m om ento lo habla aceptado com o menor, pero lo habla rechazado
III
¿rfworrféf Catr

com o anvamc, y Kngcfcon era dem asiado delicado o dem asiado 'indolente
para insistir en un galanteo mal recibido. Pero entonce* propuso el
m atrim onio y ve ofreció a acom pasarlo p o r el extranjero d in d o le . sin
em bargo, a com prender que no Ib m olettari* red am an d o ningún
derecho m arital Él deseaba tam bién viajar y lo» deberé» de un cavohrr
s m u n t lio liin u su vida el objeto y la ocupación de que hasta entonce»
habla carecido. A la bella Alejandra (que mi era »u nom bre) U emocionó
lo propuesta y. al aceptarla, decidió que no cstaríu bien com partir el
nombre y el pasaporte de HngcHon »in com partir tu cam a. El
m atrim onio no sólo se celebró tino que fue consum ado y en el otofto de
1X50 m arido y mujer salieron para N i/a. AIU se encontraron con H cr/cn,
el objeto, durante los último» siete artos, del cuito secreto de F.ngciton.
El carácter de FngeUon sirvió a H cr/cn de modelo para form ular un
brillante diagnóstico de la enferm edad de los intelectuales rusos en los
últimos artos de Nicolás I, diagnóstico que sorprenderá al lector no sólo
por su perfecta adaptación a la personalidad de Engclvon tin o a la de
Dm ioicvsky y. particularm ente en los últim os pasajes, a la del propio
H cr/cn

Ame la puerto del régimen de Nicolás debe esportéese un temblé crimen- el


aborto moral y U muerte del almo de la juventud... Todo el sistema completo de
lu educción pública se irdujo a la predicación de una religión de ciega
obediencia, condúceme hacia una posición oficial como natural recompensa U h
seniimienun expansivos propios de la juventud eran duramente reprimidos y k
les reemplazaba por ta ambición, los celos y (a rivalidad despiadada. l.o* que no
morían calan enfermos de mcnic y de atma. Una sanidad desenfrenada se
combinaba con una especie de desesperanza, una consciente impotencia, el
turnio y la carencia de inclinación al trabajo. La gente joven se volvía
hipocondriaca, suspicaz, y te consumía antes de alcanzar los veinte artos. Toda
tita se hallaba infectada por ta pasión de ta autoobsarvactón, det aulocsamen, de
la autoacusación; estudiaban cuidadosamente sus propios sinlomas psicológicos
y les apasionaban las discusiones inacabables y las historia» que en al«o se
^SCiorMt^ú **>» »¡ ú u u úr su historia propia, bit k n últimos arto» he conocido,
con frecuencia, hombre» y mujerespeiicneoenur» a esta categoría. Cuando, con
«impalia, me he asomado a su» confesiones, a tu autopumeión psicológica (que ■
menudo consiste en una calumnia de si mismos), he Degado filialmente a la
conclusión de que %c trata sólo de una forma de vanidad, lin lugar de simpatizar
con el paciente, sólo tenéis que tomarte ta palabra para convenceros de cuán
fActlmenie k convienen en antagonistas y cuán cruelmente resentidas son estas
Magdalenas de ambos tesos. Esperabais comportaros con ello» como un
sacerdote cristiano se compona con los podcn>»<>» de la berra y solamente tenéis
derecho a absolverlo» de sus pecados y no d eo t nada más.
Su arrepentimiento es sinceto pero no excluye la repettetón del pecado lian
roto el resorte que modera y controla el movimiento de la ruedas y éstas dan
vueltas con una rapidez diez veces mayor, per«> no producen nada y tan sólo
echan a perder la máquina. La coordinación armónica te halla destruida y x ha
perdido la mrsuiu estética. Uno no puede vivir con ellos y ellos no pueden vivir
con su propia personalidad.
Para ello» no puede existir felicidad alguna; no *«hen cómo rfirncrli Al más
/.os t\>Uatb\ ru/nanH(tn

leve pretexto reaccionan inhumanamente y traían bruta (mente cuanto u >u


alrededor existe Su ironía ha «ido tan destructora como la pompou
«cntimentalidad alemana. Y lo extraño es que cus geme están apanonadamtnlf
ansiosos de amor; bu «can alegría. pero cuando k acercan la copa a los labios, un
c«piritu maligno tea golpea la mano, el vino te derrama y te ««pane por el turto y
ta copa. impetuo«ammte arrojada, rueda por el todo.

Alejandra Lngclson tenia un carácter menos típico y más cumplí-


oído. Su desafortunado prim er rnAirimonio y su aún m is desafortunado
asunto am oroso hablan m inado los prim eros cim ientos de su propia
estimación. Las enseñanza* de fcngel.von destruyeron la simple y
convencional fe que podía haber conservado y ahora estaba casada con
un hom bre por el que sentía afecto pero no pasión, com pasión pero no
respecto. características de Engclson, sus raptos de hosca intros­
pección, su carencia de toda afición o ocupación consistentes, sus
arrebatos de irresponsable y pueril ligereza. sus borracheras y sus
paroxismos de abyecto autorreproche, en fin, todo, era indudable que
tarde o tem prano provocara un estallido de irritación nerviosa en su
mujer. En aquel tiem po ella se sentía tan disgustada co n ¿I com o consigo
misma, y ta consecuencia de este disgusto fue sim plem ente que se creara
entre ellos un nuevo taro de m órbida sim patía. P o ru ñ a trágica paradoja,
los U ros que los unían se estrechaban c intensificaban con aquclU i
torm entas em ocionales periódicas. C uanto más fiecuem es. m is necesa­
rios se hicieron, pura ú existencia de uno y de o tro , esto* estallidos
mentales cuajados de insultos.
Las contorsiones psicológicas de este extraño nufnagt proporciona­
ron a H errén una nueva experiencia.

A menudo |cueni«a Hrr/cnJ «olla encontrarlos «n Is gran habitación que k t


servia a la ve/ de dormitorio y sata de e*tar. en un e»tado de completa postración.
EJIa en un rincón ««ham u ena lo* mmUnrí-OSiéi.eaetrcyiOCÓn, pitido w»m>
un cadáver, blancos los labio», ausente y silencioso. Asi permanecían Motado* a
m e s horas y días enteros, a pocos pasos del Mediterráneo axul > de los naranjos,
donde la N aiuralm vibraba estentóreamente, junio al brillante arul del cielo, en
la bulliciosa alegría de la vida en el sur. No se peleaban, exactamente; no habla
celos, ru alejamiento, ni, por lo general, ninguna cauta langible. El. bruscamente,
se levantarla, se acercarla a ella y cayendo a sus pies, a veces sollozando, diría
repentinamente: »jTc he destrozado, mi pequeña, le be destroradot* Y ella
llorarla y creerla que en efecto la habla destrozado
A veces me sorprendía de que. medíanle la constante rnconación de sus
heridas, hallaban como una especie de ardiente voluptuosidad en el dolor, y este
devorarse el uno al otro se les habla hecho tan necesario como el vodka o los
entremeses. Por desgracia su constitución estaba, obviamente. empezando a
agrietarse y se hallaban peiíctumeme encaminados hacia el manicomio o el
sepulcro.

Para H errén n o era poftblc perm anecer como m ero espectador y. por
tum ó. prodigaba a am bas partes, con un natural instinto de piedad, su

tu
£d*ord H, Caer

sim patía, mi juicio y mi m editación. D urante un tiempo lo» Engelson


viajaron p o r Italia, pero su miserable condición com ún desafiaba todo
cam bio de eK ín a y de clima, y volvieron a Niza para pedir a Herrén
nuevos consejos. Heneen, tem erariam ente, prescribió una separación
tem poral. Ambos expresaron su cordial conform idad, pero no les era
posible seguir el consejo (hubiérase requerido una fortaleza que ninguno
de los dos poseía) y M adamc Engelson. en cierto m odo, nunca se lo
perdonó. La amistas continuó. En los año* trágicos de la vida de H er/cn,
Engelson fue su confidente y. en los m om entos de depresión, su generoso
com pañero; actuó com o principal lugarteniente en los últimos desagra­
dables intercam bios de vituperios con Herwcgh y cuando m urió Natalia
se prenentó. por encargo de su esposa, con la proposición de que el
cuidado de los niños huérfanos le fuera confiado a ella. Se originó un
curioso diálogo:

Repute (cuenta Herrén) que mis Hijos, exceptuando el chico, trian a París y
que debía confesarle francamente que no podía aceptar su ofrecimiento.
Mi respuesta te dolió y a mi me tupo muy mal que te hubiese dolido.
«Dime —añadí—, con la mano en el corazón ¿Crees que lu esposa escapar
de educar niños?*
-No —respondió F.ngrUon—. pero... pero quizá serla una planche de mlut
para ella. Sufre realmente, y siempre ha sufrido, y esto te traería nueva confianza
y nuevos deberes.-
-Bien, pero suponte que el experimento no tiene íx íio -
• Tienes razón. No hablaremos más de ello. Pero es tan difícil-

Engelson, que nunca pudo ocultar nada, repitió la conversación a su


mujer y esto fue una nueva herida que enconó aún más su resentimiento
contra el omigo y «salvador* de tu esposo.
Los Engelson volvieron a Italia. H errén se fue a Londres y durante
unos meses los perdió de vista. Engelson te interesó en aerostática y en la
«¿«i* de c o n d u c c ió n de globos. Su esposo, sintiendo !» necesidad de
algún estim ulante espiritual se acogió a l espiritismo*. C om o Her/cn
destaca. Alejandra podía no sólo m over la» mesas sino hacer girar a su
m arido con el dedo meñique; y asi sucedió, inspirándole progresivamen»
te toda la fuerza de su propio odio hacia Herrén. En los meses que
siguieron a la muerte de N atalia. Herrén tuvo tal trastorno nervioso que
estuvo tan irresponsable com o el propio Engelson y ios dos hom bres se
pelearon por correspondencia con el superficial pero brutal espíritu
vengativo de do* escolares. H errén, al n o dar oídos, bastante gratuita­
m ente. a la proposición de M adame Engelson, debió cargar con los niños
y con el resentimiento de ésta por haberla rehusado. -S abem os-, notó 1

1 Se «ncoeniran eo la cerníponóencu 4c Mima tama refcrmciai a la bofa ó« la


-<M*a votadora- qwr invadas la tooedad europea de lo* año* menéala, ñua 41conuuiia*
«una muestra caería ód sNsao «n que sus contemporáneo* hablan caldo-
tu s exiliado) rnmúiutcas

agudamente y, com o e» presumible, jocosam ente, -q u e Saturno devora*


ba a tu» hijos, pero nunca he oído que alguien entregara sus hijos a los
amigos en agradecim iento a atenciones recibidas-. No obstante,
Engelson no habla sido vencido. De m odo irrelevante, pero con esta
minúscula parte de verdad que es la peor de las calum nias, añadió que a
Herrén siempre le habla gustado -hacer teatro- y que ello habla sido
claram ente visible en el proceder usado en toda su tragedia doméstica.
-El hombre quiere un papel destacado, de preferencia trágico-, citó de
uno de los escritos de) propio H e n e n . Y, con una especie de malicia
ingeniosa pero superflua, añadió que habla com parado los textos alemán
y ruso del pasaje en cuestión (que habla aparecido originalm ente en
alem án) y que decían exactamente lo mismo.
D urante un arto o más. las relaciones entre H errén y Engebon
cesaron por com pleto. Y las diferencias políticas reforzaron su personal
animosidad. Ut guerra de Crimea estalló en m arzo de 1854. Herrén
opinaba que en estos choques de imperios y reinos el verdadero
demócrata debe perm anecer neutral. Engelson, con otros muchos
é m w Jx (especialmente polacos) creían que N apoleón Ut era un bastón
suficientemente bueno para apelar a Nicolás I y ofreció los frutos de sus
investigaciones aerostática» al gobierno francés. Escribió buen número
de panfletos en ruso contra el gobierno ruso y. habiendo trasladado su
residencia a Londres, los imprim ió en las prensas rusas de H crzrn. En
julio dirigió al M inistro de la G uerra francés la siguiente carta, una copia
de la cual rem itió a Hcrzen:

Exct UNCIA
El 25 de mayo tuve el honor de dirigir a Su Imperial Majestad una carta en la
que trazaba un plan para la utilización de globos (aeróstatos) para apoyar a la
artillería. Tuve el honor de ser favorecido con un acuse de recibo de la Comisión
/««A so-*4
iv^imuu as aw ss% ¿la m u i WM Vi ¡M M IÍÍM

10.059. y ostentando la Arma del Secretario de la Comisión, en el que se hacia


constar que mi petición al Emperador habla sido remitida a Vuestra Excelencia V
que tUülifulef Olftí ptllfláñ 0 ¿timUñieaüA* iohtt este lema deberla ser dirigida
a V. l¿.. señor Ministro
Sacando en conclusión de lo anteriormente expuesto que mi plan no ha sido
finalmente recharada, me permito dirigirle el siguiente ruego:
En la antes mencionada carta a Su Majestad indicaba que los aparatos
aerostáticos pueden *cr utilizados igualmente para la distribución en Rusia de
fotktos en tos que se expondría al pueblo ruso cómo habla stdo engañado por tas
manifestaciones de uj gobierno acerca de las verdaderas causas de la presente
guerra.
$i el Gobierno francés desea -para el triunfo de la causa de la l.ey y la
Civilización- hacer uso de tales Colirio*, propongo preparar tantos de ellos en
lengua ruta como fueren necesarios, dei mismo carActcr que el que tengo el
honor de incluir, en traducción francesa, para información de Vuestra
Euelrncta
EJvarJ Jt. Carr

Siendo <1 autor del folleto incluido, «orre de mi cargo proporcionar al


Gobierno francé* tanto» ejemplares como m prcciwm, exactamente al precio de
coate del papel y la reimpresión. Digo -reimpresión- porque la pnmera edición
m tulla ya agotada.
Estos artículos, escrito* en contrapartida de lo* manifiesto* del *ar al pueblo
ruto, podrían, creo, ser distribuido* por medio de los aparatos aerostático»
descrito* en mi antes mctKionada carta a Su Ma>r»tad Imperial, colocándolo» en
tubo* impermeable» a la humedad, o en hojas de papel impreso a prueba de
humedad
Mi esperan™ en esta propaganda medíame folletos se basa en la impresión
que producir*, en un pueblo supersticioso como el ruto, el espectáculo de ver
caer U* hojas desde un globo flotando en el aire.
Desearla, «ador Ministro, que al leer esta caria y la traducción incluida no se
formara una desfavorable impresión de mi» ideas por la» falta» de c«tilo que
neccsariamentr deben hallarse en mí* escrito* debido a que no he tenido la gran
fortuna de nacer en Francia y a no haber hallado a nadie para que las corrigiera.
Por otra porte, me honro gxremirándole la purera del estilo popular ruso con que
están escritos mis artículos
En la esperanza de verme honrado con «u contestación, tengo el honor de
ofrecerme. scAor Ministro.
El más humilde y obediente servidor de Vuestra Excelencia.
Vi adiuiiio Knom .sún

U! brillante y original proyecto de alim entar a la población enemiga


con propaganda desde el aire no intcrc»6 a Herrén ni a la» autoridades
Trance»»* y tu adopción fue diferida p o r uno* sesenta aAo*. La fría
acogida dada a sus ambicioso* propósito* am argó a Engclson a quien,
»in em bargo, M adam r Engclson proporcionó el consuelo de la revela*
ción d e lo* espíritu*, que precedían la próxim a defunción de H errén. M is
consuelo aún trajo et nacim iento de un hijo y la cxtraAa pareja halló
nuevo» loro* en su común devoción por el nulo y en tu com ún enemistad
para Herzcn,
La» ííiiaiuá» hallábanse lejos de *cr brillante* y aum entó vi
irritación cuando el propio Engclson se vio obligado, para equilibrar el
presupuesto, a aceptar una oferto de hacer de profesor de los hijos de
H cr/en a cuatro chelines la hora, que posteriorm ente le fueron
aum entado» a ocho. Tal situación difícil mente podía dejar de producir,
en gente asi. una venenosa y fatal senlibiliración. H errén, una vez, se
chanceó de su ansiedad cuando llam aron tres veces al módico por un
resfriado del niAo. «¿Es que nuestro ntfio tiene que m orir sin asistencia
módica», exclamó M adamc F.ngekon, «porque somos pobres? ¿Y eres tú
quien lo dice. tú. un socialista, un am igo de mi m arido que se ha negado
a prestarle cincuenta libras y lo explota con la» leccíoncs?-
Las lecciones continuaron unas poca» semanas más, hasta que un
buen «lia. apareció Engclson en casa de H er/en en ausencia de ósle y dijo
chillando a los asom brados nIAos y a su gobernanta que fierren lo habla
llam ado cobarde y esgrimió un revólver cargado con el que quería
mala fie t su regreso. Fue pacificado e inducido a regresar a su casa. At
lió
I.t»i exiliadoi fnmdnJfi »i

din siguiente ya cataba el incidente olvidado, pero Engclson escribió a


Mermen que se hallaba indispuesto y pidió que los mflo* fueran a su casa
para la» lección** en ver de acudir (I a ia suya.
Esto sucedía en mayo de 1855 y poso fin a la extrafta historia de las
relaciones de Heraren con tos Engclson. Estos se trasladaron o Jersey y
poco tiempo después moría Engclson o los treinta y cu atro o treinta y
cinco arto*, Victim a, durante toda su vida, de la enferm edad rom ántica.
le spteen, su tum hu habría debido ostentar el epitafio destinado a otro
héroe rom ántico: la cita del Obermann con la que Sainic-Beuve encabezó
¡ a *te de Joseph fíchem e:

No sufrió los golpes d d infortunio pero hallóse arrastrado, al entrar en la


vida, por una largo comente de desilusiones y decepciones Así vivió, asi
envejeció antes de tiempo, y asi murió

Su esposa le sobrevivió diez artos. En i KM H errén recibió una cana


de Nápoles sim ulando que contenía un mensaje de su follccidn esposa
Natalia en el que le exhortaba a abjurar de las cosa» del m undo y a
buscar en la religión la purificación de sus pecados. No llevaba firma,
pero reconoció la letra de Alejandra Engclson.
C a pitu lo vi

PRIMEROS AÑOS EN LONDRES


C uando a Anales del verano de IS52 H eneo llegó por prim era ver a
Inglaterra creía, con el fácil escepticismo que da la m adurez de la
cuarentena, que su vida habla concluido. Una abrum adora tragedia
habla destruido, sin posible reparación, los fundam entos de su felicidad
personal. Sus actividades pública» habíanse visto vaciadas de toda
esperanza y significado por el triunfo universal de. la reacción. N ada le
quedaba sino p asar el resto de sus arto» en oscuro retiro , salvando mira
tus hijos cuanto pudiera del naufragio de su vida dom éstica y viviendo lo
más posible su credo político en el único país europeo donde la libertad
no era del todo ahogada. D urante ios cuatro artos siguientes vivió en este
estado de ánim o. Entonces, casi sin darse cuenta, halló que las cuerdas
de su corazón volvían a responder a la fam iliar e intim a vibración de la
pasión y el rom ance: y al mismo tiem po entró en la fase más im portante
de su carrera pública. Sin em bargo, fue durante estos dolorosos y
difíciles prim eros artos de Inglaterra —artos en que careció de intimidad
doméstica y de ocupación Aja— cuando recogió las más vividas
impresiones del pais donde habla plantado su tienda.
H cricn nunca participó en loe asuntos ingleses y su cáustica pluma
no dejó a la posteridad ningún análisis sistem ático d e la vida inglesa en
los artos cincuenta del pasado siglo. Las im presiones que pueden
recogerse de sus cartas pnvadas no frieron, a prim era vista, particular'
mente halagadoras.

La vida aqui {escribió a un amigo ruio en t&MJ es aproximadamente tan


tediosa como la de los gusanos en un queso. No existe ni pirca de algo saludable,
vigoroso o esperanzado*. Vkior Hugo nos lo describió admirablemente cuando
llamó a ioi Inglese» -un gnmd peupte... béte». Conservadores y radicales son,

U9
Edwatd H Catr
ambos. basura y «un una basura mediocre No ton mejore* lo* /migres.
No te puede etperar nada de rilar, ton mué ría* que entirrran « tu» muerto*.

Una o do» semana» m i» tarde rebajaba todavía m&a a lo» ingles** y


lo» describía -com o la ra/a m i» inferior de hi hum anidad, positivamente
estúpida y m aravillosamente descortés».
No fue éste. sin em bargo, un juicio perm anente. «Sin ninguna d a te
de duda», escribió o su amigo suizo Kart Vogt en 1857. «Inglaterra, con
todo» tu s desatino» fcudulc* y el "to rism o 441 que le es peculiar, es el
único país donde se puede vivir.» Y en un lurgo pasaje de \1i pasado y mis
pensamientos en el que com para la» cualidades de la» civilizaciones
inglesa y francesa no te pronuncia, en m odo alguno, a favor de esta
última.

fíl fruncí* ofrece un conirastc total con el inglés. fcí ingle* es una criatura
soJturía. que gusta de vivir en tu propia cata, testaruda y desafíame. <1 trancé» e*
una criatura de rehafio. pendenciero, pero fácilmente te le lleva a pacer. He aquí
do* linca i de desarrollo completamente paralela» con el Cuñal de por medio, ti
francés espera, no interviene en nada de lo% atumo* ajeno» y estarla mi»
dispuesto a aprender que a enteftar. sólo que no nene tiempo, tíme que irte ■ tu
comercio
La» do» piedra» angulares de la vida inglesa —lihcitod individual y tradición
heredada— apena» c»i»icn pata los Tráncese*. La tosquedad de la* manera»
Inglesas c u sp éis «l.fiancés (y realmente e* molesto y constituye el veneno de la
vida de Londres), pero éste no ve detrás de esto la ruda fortaleza con que esta
nación ha defendido «u* derecho*, la inflexible obstinación que le permitirá a
uno, halagando su» pasiones, obtener cualquier cota de un inglés, conviniéndolo
en un esclavo que se deleita con lot galones dorado* de su librea y «r deleita enn
sus cadenas en tanto que éstas estén cubiertas de laureles
t i mundo del autogobierno y la descentralización, el crecimiento mdepen»
diente y caprichoso, parécete al francés tan bárbaro y tan incomprensible que,
aunque viva largamente en Inglaterra, no comprende jamó» tu vida política y
civil, su» i*yes y su sitivmu juutcíai. Se pwid* en i* imoututnada vancuaú de ías
leyes inglesas como en una selva oscura; le falta por completo la noción de (a
altura de lo» mayestálKot robles que la componen, y cuanto encanto, poesía y
buen sentido puede hallarse en tanta variedad, l.e apetece más un pequrflo
código con bien dibujadas y desbrozada» senda», con árboles bien podado* y con
guardias en todas las atenidas

H ubo un periodo en que los ingleses ae m ostraron particularm ente


insistentes en sus derechos civiles y sus lib ertad es2; y ello no dejó nunca
de excitar la adm iración de Herzen.

I j confianza ] prosigue) que aun los pobre* sienten cuando cierran tras de si
la puerta de su oscura, fría y húmeda choza, hace cambiar completamente la
perspectiva de un hombre... Hasta que vinca Inglaterra la aparición de un oficial*1

* |’n Inglaterra, al patudo conservador m lf llama -toty», (S, 61 Ti


1 I!) ftmoao tratado dr J 8. Mdl Sobre k btrrlad, fue publicado en IÍJO.
120
t.oi r\t¡UHht\ rom^tumn

de policio en mi caví «iempre me HubU producido una indefinible sensación


desagradable y me ponía en seguida moralmente en guardia contra un enemigo
Fn Inglaterra, un polid* a vuestra puerta refuerza. simplemente, vuestra seo*
vacilé de seguridad

F m » libertad *c llevaba a veces tan lejos que H cfzcn se llenaba de


estupefacción. Ningún incidente de la vida pública inglesa le produjo
tanto asom bro com o la hostil agitación contra el príncipe consorte ante
e) estallido de la guerra de Crim ea. Al desterrado de la tierra de los zares
le parcela increíble que en las reuniones públicas kc pidiera ta acusación
formal det conson e de lo soberana reinante, y que lo* p illudos pudieran,
sin ser m olestados, ir por las calles gritando que se enviara al príncipe a
la Torre.
Pero las impresiones de Herzen sobre Inglaterra eran, y asi
permanecieron, la» de un espectador desinteresado; eran más el producto
de una distanciada observación que de un Intimo conocim iento, luí
tradicional actitud de los ingleses hacia los inm igrantes extranjeros
impedía todo contacto real entre líc r/c n y los habitantes de la isla. Sus
opiniones lo excluían de !a sociedad ordinaria inglesa; en aquella época,
como observa o tro ¿migré, el agnosticismo era difícilmente compatible
con la imagen de un genütm an. De ve/ en c u an d o , hacia fugaces
apariciones en aquellos selectos circuios radicales que patrocinaban la
democracia y el republicanism o continentales.
Se reunió una o dos veces con las más relevantes personalidades
literarias det día, incluyendo George Hcnry Lewcs y Thom as Carlyle.
«un hom bre de inmenso m iento pero extrem adam ente paradójico*
Pero éstas eran relaciones más públicas que privadas, y sólo una familia
inglesa lo adm itió, en este período, a un cierto g rad o de intimidad.
l i m e n frecuentó este circulo de amigos gracias a M azzini, a quien
habla conocido en G inebra en l$49. D urante los prim eros años de su
residencia en Inglaterra, Mazzini habla sido victima de unn intriga que
hñum wMguHídu u n inmenso escándalo popular, be descubrió que unos
oficiales de correo» británicos hablan violado, instigados por la policía
austríaca, la correspondencia de M azno!. Entre los que más se
destacaron en la exposición de este asunto hallábase un tal William
Ashurst, procurador radical, que habla tom ado p arte en la cam pnfa
pura la \.ty de R eform a, y a quien su familia atribula haber inspirado a
Rowland Mil) la inolvidable idea del sello de correo. A shurst y su esposa,
que tenían tres hijas crecidas, vivían en una casa de cam po de Muswell
Mili, un suburbio ta n rem oto c inaccesible que sus huéspedes de una
noche a m enudo tenían que andar cuatro millas hasta «Él Angel*, en
M ington. antes de encontrar un coche o un óm nibus que los devolviera a
la ciudad. M a/zm i visitó asiduam ente la casa y su correspondencia con la
familia Ashurst es u n a encantadora reliquia de su esta ncia en Inglaterra.

' l n k* archivo* d * Harrea te ha ©entenado una caita da C arl)k dme»da a é l qwt


tilxulM-tmot en el Apéndice 8 (pág J)T).
121
•'#rsT r ^ T s ■
^ <’ *4*^

Eáward H. Carr
Las chica! A thursi fueron debidam ente casadas, M atilde con M artin
8igg», un procurador que ejercía en Sevenoaks, Emilia con Sidney
Hawkefr, y Carolina con Jamen Stansfeld. Hawke* y Stansfeld eran
copropietario! de una cervecería en Pulham , En 1850 M atilde Biggs
visitó Niza, trayendo consigo una carta de presentación de Mazzini para
Hcrzen. La relación asi establecida fue reanudada cuando Hcrzen %c
estableció en Londres. Matilde le invitó a su casa en Scvcnoak» (era su
primera ojeada a la cam piña inglesa) y a través de ella estableció relación
con los otros miembros de esta excéntrica y dotada familia. Parece que.
de las mujeres. Emilia Hawkcs * fue su favorita, pero de los m andos
estaba m ás intim am ente relacionado con Stansfeld. Stansfeld ingresó en
el Parlam ento, donde durante años fue un conspicuo defensor del
derecho de asilo y de la causa de los refugiados politices en Inglaterra.
Por los años sesenta fue «Lord Júnior* del Alm irantazgo en el gobierno
de Palm crston. pero su carrera ministerial fue breve; se divulgó el rum or
de que con su nombre y dirección am paraba las cartas enviadas a
Mazzini por los italianos republicanos y revolucionarios y fue ferozmen*
te atacado en la Cám ara de los Com unes p o r Dtsracii. quien declaró que
el -L o rd Júnior* del Alm irantazgo sostenía «correspondencia con ios
asesino* de Europa y sólo con su dim isión salvó al gobierno de un serio
contratiem po.
De todas form as, éstas y otras relaciones de aquel tiempo no jugaron
un papel considerable en la vida de H crzen. Sus relaciones constantes
durante lo» prim eros artos de su residencia en Inglaterra fueron la
m ultitud de refugiados políticos que desde 1848 se hablan agrupado
procedentes de todos tos rincones de E uropa en busca de un pedazo de
su d o europeo donde vivir, hablar y conspirar en paz; form aban grupos
nacionales más o menos coherentes. E ntre los italianos era Mazzini el
jefe reconocido y sin rival. Los húngaro* reconocían la jefatura de
Kossuth, lo» polacos la de Worcell. Los franceses estaban dividido» entre
Lculs S lsnc y Ledrt!*Ro!!in. pro!!*(»n *| | *« d* u revolución de l iu t .
autor, el prim ero, de la famosa Historie Jes Oix Ant, y el segundo del
folleto P e la PécaJenct Je ¡‘Angleterre. Los alemanes, disperso» y
desunidos lo mismo en su patria que en el extranjero, no hablan
aceptado jefe alguno para su num erosa colonia de em igrados. Estas
cinco nacionalidades —italianos, polacos, húngaros, franceses y alema*
oes— form aban el principal cuerpo de refugiados, y Hcrzen. que
representaba un pais hasta el m om ento no asociado al movimiento
dem ocrático, fue bien recibido como com plem ento de la asociación. Y lo

* Durante la estancia da Htiren en Ingiatma. Hnului a* divorció d« tu mando y a tó


de nuevo con un Habano. «pudor dt Ma/nra. tlaimdo Ventura. En Ifdd tim en neniad
a Mar/ieu dodc Ginebra una carta que arrop alguna tu/ wbre w amulad con to* Ashurst.
•jtobre Emilia!», deda. «Lo* muerdo* de mh primero*ata*vn (.ondmOZy 5J)van un
(Buenamente ligado* con nut piopwi cuna*, con M*d*me Ventura y todo tu circulo de
aquel lunapo, que owcorazón «angra leyendo tu* palabra».* Iji caita mi reproducida en
(« M i Jr Mújztni a wmr fowAa fajrJw
n p r 'v r

i.e n e x ih a Ja f inntéff/icOX

fue doblem ente, por la razón de que. al revés que casi iodos los demás
refugiados, tenia una bien abastecida bolsa y no estaba mal dispuesto
para aflojar sus cordones en beneficio de sus m enos afortunado*
comparteros. La tradicional hospitalidad del gran seígneur ruso lo afirmó
incluso en el brum oso Londres bourgecis. Herrén m antuvo abierta su
casa y todos los em igrados abandonados a su su e n e supieron donde
acudir cada noche a beber su vino, a fum ar su tabaco y a platicar alegre o
gravemente, según el hum or, a cualquier hora que fuese.
No obstante, aunque sus am istades eran casi exclusivam ente políti­
cas, las excursiones de H er/cn a ia vida pública e ran acontecim ientos
raros. Fueron los polacos los prim eros en sacarlo d e su reclusión. H i/o
su primera aparición en público en un mitin en H annovcr Room s. el 29
de noviembre de J853. para celebrar el aniversario de ia insurrección
polaca de 1830. Worcell presidia; oradores de diversas nacionalidades
disertaron acerca de los sufrimientos de Polonia y de su próxima
resurrección. H crzen, brillante polem i/ador en la vida privada, carecía
de experiencia de tribuna. W orcell, al presentarlo al auditorio, expuso
que -en su propio país al orador nunca se le habla perm itido hablar en
publico- y pidió autorización, en su nom bre, para hacerlo leyendo un
m anuscrito. Su discurso, pronunciado en francés (a H errén nunca le fue
fácil hablar en inglés), term inó con el slogan; - jP o r una Polonia
independiente y una Rusia libre!- Al final de la frase. Worcell,
echándosele al cuello, dijo que -perdonaba a Rusia en nom bre de
Polonia-, m ientras 1.500 asistentes aplaudían la reconciliación de las dos
naciones eslavas herm anas. Herzen se habría encontrado en el séptimo
cielo de la delicia sí aquel diablo del escepticismo que llevaba dentro no
le hubiera traído a la mente, en el m om ento del triunfo, un fragm ento de
diálogo de la fam osa comedia satírica rusa l-Q desgracio de ser inteligente:
—¿Y qué hacéis en vuestro club?
—Crítom os. herm ano, gritamos.
Dieciocho m eses m it iar<t». H?r?cn habló CR Ct?C mitií» puimt,u suyo
carácter, a la ve/ representativo y social, se pone claram ente de
manifiesto en el program a que lo anunciaba;
En conm em oración del
O kan M ovimiento R evolucionario d i j 84K
A lian za 0£ ropos los P ululos
Será presentada
una
velada
internacional
seguida de un
Mitin Público
en
Saint M artin’s Hall.
Long Acre,
el

/.V
Ed*vtd H Catr

Marte», 27 de febrero de 1855.


Hnn sido invitado» lo» siguiente» distinguidos representante»
de la Democracia Europea'.
F uanc ja Loui* Blanc, V íctor H ugo, Barbes, Félix Fyat.
Ledni-Rollin. Raspad. Eugénc Sue, Picrrc Lcroux.

A 1 1 manía Kindel. M arx*. Ruge. Schapper


iTAliv Bionctaní, SalTí. M x/rim .
H twüftÍA Teleki. Kosuth.
Po io n ia Worccll, Zcno-Svucmoslawjiki.
Rts»A H c w o
I n g ia t ir r a W Coníngham , I. Finlcn, C oopcr. Moync-
Reíd. J. Beal, O crald M»*xcy.

Henea Jones, Presidente.


Atfrtii Taliomlirr, Scc. francas.
Oomhrovskt Sec. polaco.
.\t Bley, Sec. ademán
B Chapman, Scc. inglés.
Té a U» cinco en mesa. Se abrirán las puertas u la» siete y media
para empezar a la» ocho.
Ticket doble. 2 s. 6 d. Idem sim ple. I ». 6 d Id. mitin, } d.
Se encontrarán tickets en S t. M artin’» Hall.
A unque se hallaba en auge b guerra d e Crimea. Hcrzcn fue —según
reportó The Times— -recibido con entusiasm o- y su discurso fue -el más
notable de todos-. Habló de la cercana revolución y del socialismo como
-el joven heredero del viejo régimen m oribundo*, y en medio de los
aplausos con que fue obsequiado recibió, al sentarse, un ram o de llore»
que le entregó una dam a, indistintam ente descrita com o inglcsu o como
polaca.
E ntretanto, en febrero de (KM. habla asistido a o tra notante reunión
de carácter « m ipúblico que fue extensam ente com entada por la prensa
inglesa y transatlántica El cónsul am ericano, Mr. Saunders, dio un
banquete a una docena de los principales refugiados extranjeros en
Londres. Entre lo» comensales com pañeros de H cr/cn se hallaba
G arihaldi (que estaba de visita en Londres y con quien se encontró por
prim era vez), MazrinMcl verdadero organizador del ágape). O m n i (cuyo
intento, pocos altos más tarde, de asesinar a Napoleón III estuvo al
borde de provocar una ruptura entre Inglaterra y Francia), Kossuth,
Lcdru-Rullin. Worccll y otros jefes refugiados. Un inglés, Sir Joshun
Walmsfcy M P * ofreció d banquete en vtrtud de sus bren conocidas

' Marx rechazó la imitación. «No quino rn ninguna pane ni m ningún momento
aparecer en (a m«ma ptauforaw que ttrrzrn-.escftNóa fcngeU, -punto que no pernerpo
de la opinión de que l* \*f* Entufé é&e m trjmenrrtóU por a nut/rt mar-
* M. P Miembro drl Parlamento (N. Jtl T.)
/ .V
Í A t f\ i¡ U n b \ ro /n a iu io n

tendencia» radica le» y se com pletó la partida con el em bajador


umerícano James Buchnnan. futuro presidente de los Estados Unido»
El prim er acto de la noche consistía en presentar m utuam ente a
Kossuth y Lcdru-R olltn. que. debido a una obstinada negativa de umbo»
a dar el prim er paso, nunca futbian podido conocerse- Gracia» a la
actuación com binada de M a/rím y Buchanun. el encuentro se rcali/ó con
tan perfecta sim ultaneidad que nt el altanero aristócrata húngaro ni el
susceptible hourgeon francés pudieron reprocharse el haber ido dema»
n ado lejos en d ar este prim er paso. 1 uego se sentaron todos o comer, t.a
tarjeta que señalaba el lugar de Mcr/cn llevaba la inscripción -el
Republicano Ruso»; en aquellos día» Herrén era m is una institución que
una persona. La presencia del em bujador dio al a c to un tono digno
Como verdadero diplom ático conversó amablem ente con loa comensales
republicanos «tal como habla amablem ente h ablado con Orlov y
BenckendoríT en el Palacio de Invierno, cuando se hallaba de em bajador
en la corte de Nicolás t». Pero, con sorpresa y disgusto de H er/en. no
hizo ningún discurso. Nadie podría afirm ar que un em bajador am erica­
no se habla asociado a una dem ostración política.
El em bajador se retiró pronto pero la dignidad de K o u u th no
permitía que un em bajador se m archara antes q u e ¿I y se fueron
sim ultáneam ente. A «u partida siguió una cierta relajación en la
sobriedad de los procederes. Mr. Saundcrs. deseoso tic beber brindando
por la «república m undial-, propuso una mezcla de -p o n ch e americano
confeccionado con whisky de Kcniucky», y entretanto punteó en la
guitarra La M aneíHalst. en aquellos días todavía un c a n to revoluciona-
n o internacional. C uando el ponche llegó, Mr. Saundcrs (sigamos la
narración de H cr/cn)
...lo probó, se declaró satisfecho, y lo vertió en grandes taras de t¿, Sin
sospcchor nada, me tomé un buen trago y en los primeros momentos se me cortó
la respiración. Al volver en mi. vi que l.cdr u-Rollm »e llevaba su tara aIm labio».
Lo detuve. «Si en alan aprecia tu vida-, dita -beba H it m Imu «a» wTf«M <j»
Kcniucky. Yo. un ruso, me he quemado el paladar, la garganta y todo el
conduelo alimenticio. ¿Cómo le tentará a usted? En Kentuchy deben de preparar
su whisky con pimienta raja empapada en tim óla «
f:t americano sonrió irónicamente y «e recreó en la debilidad de lo» europeo».
Pero, imitador de Milrídates' desde mi infancia, ira» haberme engullido una tara
llena fui rl único de Im presenir» que pidió más. Mi afinidad química para con el
alcohol aumentó enormemente mi prestigio a lo» ojo» del cónsul.
-iBien^-, exclamó. -Tan sólo en América y «n Rusta sabe beber U gente.-
Todavía hay otra halagadora semejanza. pensé yo. Sólo en America y en
Rusia saben apalear a lo» esclavo» cautivo» hasta la muerte.
Asi term inó -el banquete rojo dado por los defensores de la
esclavitud negro». H ctrcn no tu rb ó la arm onía de la reunión expresando
tan punzante» com paraciones.

Mrtridatr» w protegía contra el peligro de envenenamiento lomando veneno en dmb


homeopática».
F.é*ord U Curr

Entre tan to , loa asunto» dom ésticos de Heneen se asentaron sobre


una inesperada bate. Pasó su prim er invierno en Londres en una casa de
los alrededores de RcgeM’s Park. alquilada a un « c u lto r de gustos
católicos que habla adornado el solón c o n bustos de la reina Victoria y
de la fam osa cortesana Lola Montes- AHI vivió Herrén con su hijo Sacho
y el general austríaco Haug, que los habla acompuflado a Londres. Las
hija», T ata y Olga, quedaron en París m! cuidado de los Reichet. Las
carta» de Herzen a M aría Reichet son una fructífera fuente de
inform ación respecto a estos aAos de su vida.
Herzen habla llegado a Londres sin planes para el futuro. H abló de
estar sólo unas pocas semana» o uno» pocos meses. En su» m is
imaginativo» momento» no habla soltado nunca en una ininterrum pida
estancia de m is de doce aAos. Pero cuando pasó el invierno y em pe/ó a
asentarse en esta triste ciudad extranjera, sintió la necesidad de
restablecer su circulo familiar. Se aproxim aba el prim er aniversario de la
m uerte de Natalia y no pudo sufrir por m i» tiem po estar separado de sus
hijas. Alquiló una amplia casa en E uston Square, adonde, en mayo de
1853. las m uchachas fueron a reunirse con él «comportadas de la
institutriz alem ana María Form m , que habla estado con ella» desde la
m uerte de su madre Olga tenia do» artos y medio y T ata, ocho. Sacha,
que habla alcanzado los catorce, habla tenido ya cinco profesores. Era
tiem po de que Tata tom ara sus primera» lecciones; Herzen adoptó como
profesora a una seAorita alem ana llam ada Malwida von Mcysenburg.
Frdulcin von Mcysenburg era hija de padre francés, de origen
hugonote, y de madre alemana. Su pudre se habla establecido en Cosscl,
donde nació Malwida en 1816, y tu titu lo alemán fue la recompensa a
servicio» rendidos al principe G uillerm o II de Hesse. 1.a educación de
Malwida fue puram ente alem ana y luterana, con un sabor predominan*
temen te religioso. La n ita . al crecer, pensó m ucho acerca del otro
m undo y su enfermiza constitución la habilitó a contem plar, con
decorosa satisfacción, la perspectiva de su pronta admisión en él, Estas
esperanzas juveniles no te vieron calmuda», ya que vivió hasta
sobrepasar los ochenta y siete ortos. Sin em bargo, a pesar de que pronto
m udaron las convicciones religiosas de su adolescencia. Malwida
conservó, a lo largo de toda su existencia, lo apasionadla seriedad
inculcada por sus educadores. Un toque d e ligereza o una despreocupada
Jote de vfvre eran características que ni las poseía ni las adm iraba en los
demáa.
F.ra. tam bién, rom ántica, a su m anera. Vivió, com o dice en sus
Memorias, en «un imaginario m undo de sublimes virtudes, de persecu­
ciones y crímenes horribles, y de brillantes triunfos del bien sobre el mal*.
Su prim era Schwármeref adolescente fue. bastante apropiadam ente, para
el pastor luterano que le adm inistró la prim era com unión. Su corazón y
su conducta se m antuvieron, sin em bargo, austeros. D esaprobaba y le
disgustaban la t livianas diversiones de sus contem poráneos; y a los
veintisiete artos tuvo su propia experiencia de un asunto umorOSO seíió.

m
t.<>\ exdittJat rom ititrot

Oyó el prim er tc tm ó n del hijo de su reverendo p asto r, un joven de


veintiún artos, y te enam oró fulm inantem ente de ¿I. Se llam aba Teodoro
A llhaut. -P álido d e faz-, escribe en sus M m M fos, -con las facciones
bien conform adas y nobles de las razas del sur. largos y gruesos cabellos
le llegaban a los hom bros siguiendo la m oda de los estudiantes del día. y
su frente era la frente de los pensadores y los m ártires-. Establecióse
entre ellos una am istad de tipo intelectual y ávidam ente discutían, de
palabra o por ca rta, problem as religiosos, ¿ticos y políticos. El joven
Teodoro no se m antuvo fiel p o r m ucho tiempo a las doctrinas en que
habla sido form ado, y. en 1*46, escribió un folleto con el ambicioso
título H! futuro de ftí cristiandad, en el que negaba la di vinidad de C risto y
abogaba por la fundación de una nueva iglesia sobre bases dogmáticas;
sus opiniones políticas adoptaron tam bién un m atiz de insumisión.
Malwidn tenia m ás impresionable la mente que lo» sentidos y su
inocencia, aunque no su ortodoxia, sobrevivió a su apasionada relación
con el joven rebelde Peleóse con .sus padres y aplaudió y se sum ó a las
idea» radicales de T eodoro, que quizás, en parte, ella había inspirado.
Sin embargo, no estaba destinada a inspirar ninguna pasión
duradera. Sus fotografías sugieren que era unn m ujer notablemente
hermosa pero la dignidad de su perfil quedaba anulada por una tez
marchita y unos ojos obviamente miopes; sus contem poráneos no la
encontraron atractiva. Unos artos más tarde. Heneen se refiere simple y
llanamente a ella com o un «tem blé esperpento». T eodoro pronto se
desplazó a Leipzig y de allí a Berlín en donde prosiguió sus estudios y se
vio envuelto en loa prim eros episodios de la revolución de IK48.
Su separación de Malwida atem peró el ardor d e sus sentimientos
para con ella, y tras cinco artos de ardiente am istad m ostró señales de
indiferencia que ella no pudo ignorar. Quizá se hallaba demasiado
absorbido por la revolución, o quizá se habla d a d o cuenta, a sus
veintiséis artos, q u e Malwida le sobrepasaba en seis. Ella le reprochó su
negligencia, el evito la explicación tam o tiempo com o pudo y cuando al
fin se vio acorralado le dijo francam ente que «si hubiera sido más
coqueta, hubiese jugado sus carias de otra form a y lo habría
conquistado». Expió sus actividades revolucionarías con una tempo*
rada de prisión y M alwida tuvo suficiente capacidad d< perdón para vol­
ver de nuevo a cu id ar de él en su tedio de enfermo. M urió a comienzos
de 1852.
En el Interin. M alwida te habla hecho sospechosa a los ojos de la
policía prusiana y cuando efectuó una visita a Berlín le fueron
registrados sus papeles y ella misma fue interrogada acerca de sus
opiniones y sus actividades Viéndose o im aginándose, en peligro de
urresto, huyó a H am burgo, donde em barcó para Londres. AHI te
encontró con G oltfried Kinkcl. un antiguo cam arada de A lthaus, y tu
espora Joanna, am bos refugiados de la revolución alem ana y se
estableció cerca de ello», en el elegante suburbio de Si. Jo h n ’t W ood. en
el verano de 1852. Sus experiencias de la policía berlinesa no hablan
M //. Cerr

debilitado en m odo alguno su patriotism o alem án. y cuando iré* mese*


desputs de tu llegada a Londres oyó ejecutar, en U t cxcauuis del Duque
de W dlington. a la agrupación de b andas, la M archa Fúnebre de
Bcethovcn declaró, con satisfacción. que «la m i* alta belleza espiritual
siempre habla calido de A lem ania-,
De Kinkel y su esposa, H errén dejó un par de su» m is brillante» y
característico* retratos, inmortales por *11 ironía, penetración y malicia:

Gotifncd Kinkel era rl jefe de una de U* cuarenta vece* cuarenta secta*


alemana» de Londres Cuando lo miraba me maravillaba siempre de cuin
magnífica, cuán jupitcnana cabera tenia plantada encima de sus hombro* de
profesor de alemán, y de cómo un profesor alemán habla hallado *u camino,
primero en el campo de batalla y luego, herido, en una cárcel prusiana Pero
qu i/i lo mi* notable e n que. con lodo esto, pfui Londres, no habla cambiado en
absoluto. Seguía siendo un profesor de alemán Atto. con su cabello y «u barba
grites, su gran opartcncta le daba urta majestuosa cualidad e infundía respeto, a
k> que 41 aflodi* una especie de unción oficial, algo de magistrado o de arzobispo,
solemne, altisonante y modestamente satisfecho de *1 mismo Pueden hallarse
distintas variaciones ik estos atributo* en predicadores elegantes, damas,
módico» (especialmente los que practican el magnetismo}, abogado* dedicados
especialmente a la defensa de la moralidad y en los jefes de camareros de los
hoteles aristocráticos ingleses, Fn su juventud. Kinkel habla estudiado teología y
las actitudes de clórigo lo continuaron caracterizando aun de*pu4* de haberse
librado de su influencia, lo que no tiene nada de sorprendente habida cuenta que
hasta Lammenais, que tanto habla profundizado en la» ralee* del catolicismo,
acabó finalmente con apariencia de dWV. Los bien redondeados y fluidos
parlamentos de Kinkel, correctos y ajeno* a todo eufemismo. sonaban como un
discurso didáctico. Facuchaba a los demás con estudiada condescendencia y a si
mismo con sincero placer

Joan na Kinkel acosaba a su marido con una implacable admiración y uno*


celos, igualmente implacables, que servían para que ambo* parecieron ridículo*,

Kinkel conservó uempte tu aire de distinción y ella conservó siempre su


admiración por ¿I. Conversaban entre si sobre los sucesos más cotidiano* con el
estilo d« los dramas de sociedad lia elegante hnuir cométtit alemana) o de la»
novelas didácticas. «Mi querida Joanna-, diría ¿I melodiosa y distintamente,
•ten la bondad, ángel mío, de servirme otra toza de este cutiente té». -Me parece
divinamente, mi querido Cottfricd, que le guste. í’onmc. querido, unas pocas
gotas de leche. • Y 4lle pondría la leche mirándola con afecto > ella le mirarla a 41
con gratitud
Joanna perseguía sin piedad a su marido con inacabables y pródigos
cuidados, le daba un resólitr cuando habla niebla y le suplicaba que se
protegiera con chalecos especiales contra el viento, contra las malas lenguas,
contras lo* alimentos indigestos y (secretamente) contra k» oía* de (as mujeres,
más peligroso» que el viento o clpor/dr/o/egriri. t-n una palabra, le envenenaba
la vida con su» punzantes c Inmoderados celo* y sus incesantes eshibiciones de
afecto.

m
l a t exilia,lm ronáiu/cui

Joanna tiene aú n otro titulo para ser recordada por la posteridad.


Dejó una novela» Maní I M n tn l.om lrti, que fue publicada en alemán
después de su m uerte y que, com o cuadro de !a vidn de una familia
extranjera en los suburbios de Londres a m ediados del período
Victoriano» merece la atención de todos los estudiosos de aquella ¿poca.
A veces su hum or es forzado, com o cuando un fabricante de
nuiacucarachos pone las arm as reates en sus tarjetas comerciales y te
califica a sí m ism o de -E xtcrm inador de S.M . lu Reina y de S.A.R. la
duquesa de K en t-. O tras veces se m uestra totalm ente desprovista de
conocim iento de la realidad, com o en ci siguiente ejem plo, referente a la
supuesta grosería de los ingleses para con el invasor extranjero:
Un cochero a quien (Ibelct) preguntó en conecto inglés; -¿Tendrá la bondad,
señor, de llevarme a cata del señor Muicbdl, en el númcio J de Qucen't Street?*,
volvióse hacia un compañero y le dijo: «Este caballero habla francés No puedo
entenderlo».

En general la novela es francam ente autobiográfica. G ottfricd Kinkel


■parece com o el héroe: un delicado y sensible artista, un «Endtmión de
medio edad», cuyo único defecto es una platónica debilidad para las
halagadoras atenciones del otro sexo. Joanna es la esposa noble. Aunque
ligeramente celosa, del héroe, y Malwida von M eyscnburg es fácilmente
reconocible en los rasgos de la institutriz Meta B raun. que nutre una
desesperada pasión por un com pañero émtnré, pero que, desgraciada*
mente,

no >c habla inspirado, ni a ¿t ni a otros, sueño alguno, debido a que su espíritu se


hallaba falto de toda clase de encantos que hubiesen ayudado a olvidar que no
era bonita.

Fracasada en el intento de cautivar al hom bre de su corazón, Meta


ciiiígiM ii A im íá iw jr ci Ik íw v j> iü p v m v w ¿ ip v M , tía » iittii v itiiá dé
distanciam icnto. se reconcilian para siempre en las ultim as páginas. En
la vida real el fin fue más trágico. Pocos años m is la rdc. Joanna, en un
loco ataque de celos, se tiró por la ventana.
Fue en esta exaltada y rarificada atm ósfera de los Kinkel, que no
com paginaba con el tem peram ento de M alwida. en donde ésta conoció a
H er/cn en el invierno de I&32-S3. Antes de que aban d o n ara Alemania
alguien te habla obsequiado con un ejem plar del ensayo de Meneen D<uk
la otra orilla, y quedó asom brada de descubrir en los escritos del
desconocido ruso -u n reflejo de nuestro perdido ideal, de nuestras
insatisfechas am biciones, de nuestra desesperación y nuestra sumisión al
destino». El encuentro confirm ó tu favorable im presión. Heneen tenia
enioncc». com o recuerda ella en sus M emorias «una fuerte y poderosa
figura, con cabello y barba negros, de amplia» facciones eslavas y ojos
notablem ente brillantes que reflejan —m i» que todos los que he
visto—sus vivos e interno* sentimiento». Por parte de H e ru n la

139
Edweni H. Catr

impresión fue igualmente agradable. La relación continuó. Malwida se


ganaba la vida dando lecciones, y por lo ta n to ero natural que H er/cn «c
dirigiera a ello cuando decidió traer a sus hijas a Londres
M alwida se hallaba en los últim os altos de su tercera d icad a y el
instinto m aternal era m is fuerte en ella q u e »u» insatisfechas pasiones. Su
anhelante afecto se posó en las ñiflas Heneen, huérfanas de m adre. Tata,
su alum na, era caprichosa y ya lo bastante m ayor para tener voluntad y
carácter propios, pero la desvalida y atractiva Olga, que en gracia y
delicadeza de facciones se parecía a la m adre a quien no podía recordar,
produjo la más profunda emoción e n ’Malwida. Cuundo a últimos de
julio fueron suspendidas las clases, M alwida se fue de vacaciones a
Broadsiair» y allí se dio cuenta, por prim era vez. del lugar que Olga
ocupaba en su vida. Se volvió casi histérica en su soledad. Escribió a
Herrén rogándole que trajera a sus hijo* a Rroadstairs y le acusó de
egoísta apego a las diversiones londinenses. Pero Sacho tuvo anginas.
Herzen tenia trabajo, y las ñiflas no podían ir solas. Iler/en rechazó con
cierta aspereza la insinuación de que Regent Street y el Café Verrey era el
summum bonum de su existencia y observó que el m ar de Inglaterra, tal
como él lo habla visto en Folkcstonc. -estab a lejos de ser bello y azul
como el M editerráneo-.
C uando Malwida regresó de Broadstairs tenia ya form ada su idea.
Henren le dio una ocasión al lam entarse del desorden dom éstico de
María Fom m , el aya alemana. Ella le escribió (incluso luego, cuando
vivieron bajo el mismo lecho, se com unicaban a m enudo por carta)
ofreciéndose para vivir en su casa y euldurse de sus hijos. Afladió que,
desde ct m omento que se habla ofrecido p o r am istad y sentido del deber,
no podía aceptar pago alguno por sus servicios y que continuarla dando
lecciones fuere de casa para subvenir a sus necesidades.
El viudo, con tres hijos entre las m anos, y sin gusto ni talento —como
francam ente adm itía— para la educación de los jóvenes, aceptó con
• íscThmw w Ot«n« y « ü üúv'k hííííc ge «S33 Maiwiua ven Mcyscnburg
entró en el hogar de Herzen. Pronto dejó sentirse la fuerte mano
reform ador», que fue usada ante todo sobre el mismo Herzen, Su» cas)
diarias recepciones de políticos refugiados fueron la prim era piedra de la
ofensiva. Malwida, cuyas sim patías eran m ás intensa» que gregarias, no
pctdió el tiem po expresando su desaprobación para este enjam bre de
parásitos internacionales que tom aban la casa de Euston Squarc como
lugar de libre esparcim iento, y perturbaban la paz hogartfla hasta
avanzadas horas de la noche.
t* dije francamente (reglura en su» Urmo/iai) que habla ido altl no sók> para
guiar a su» hijo» por el camino iccto en todo cuanto estuviera en mi poder, uno
también para conservar al padre para tus hijos y. con su ayuda, crear (a feliz vida
del hogar donde únicamente puede florecer la infancia y donde se puede sembrar
la semilla bcndtia que algún día dará flores y frutos. Con la mhma extraordinaria
franqueza con que se lu/gaha a si momo y que era una de sus características, y
con la vukmia con que siempre confesó »ut defecto*, admitió que su debilidad
¡SO
l o » rxthmb\ fnmáHiuot

era la incapacidad de crear tak t condiciono y que me daba pleno* pódete* para
llevarlo a cabo. I.c acorneé que sertalani dn« noche* a te «m ana para recibir a
mu amiModc». y que diera órdenes estricta» que durante el día y el resto de la»
noche» la cata debió ser dejada en par. Consideró que una «ola noche era
battante y dio lo» pato» necesario» para que asi fuera. F.n ru é atpccto pronto
tuvimos una par completa.

Su fácil victoria «obre Heneen anim ó a M alwida para afrontar el


problema de M aría Fomm. La» relacione* entre am bas m ujeret se hablan
hecho imponible*. El aya era considerada, ante* de la llegada de
Malwida, com o u n miembro de la familia y la Incuestionable autoridad
en todo lo concerniente a los niftos, y Malwida la trataba como una
doméstica. Lo disputa «c extendió a lo* nifto*. M ientras Olga iba pegada
a Malwida, T ata tom aba a vece*, por pura perversidad, el partido del aya
y rehusaba obedecer a la nueva gobernanta. M alwida acudió a Her/en.
Característicam ente, ofreció m is resistencia por M aría que por él
mismo, pero el resultado era inevitable. A principios de Arto Nuevo
María fue despedida y Malwida gobernó sola.
La necesidad m i* f u m e de b naiurolw o rom ántica de Malwida fue,
a lo largo de toda su vida, un héroe a quien reverenciar. Su entusiasm o
era más notable que su discernimiento. En su juventud habla adorado a
Teodoro, el de la larga cabellera: en sus artos m aduros se postró, por
turno, ante la» m ás abruptas grandezas de W agncr y de N ic in c h t; y
H errén llenó, por unos meses, este papel esencial en su vida. Cuidaba de
su bienestar físico y espiritual, gobernaba su hogar, y estudió el ruso para
poder traducir escritos de él a la lengua m aterna propia; pero él tenia con
ella o tra deuda de gratitud más sutil. C uando M alwida entró a ocupar su
lugar en la fam ilia de H errén, éste se hallaba todavía obsesionado y
am argado p o r el recuerdo de Natalia y Hcrwegh. A ctualm ente, su mente
se empezó a aclarar.

Realmente, conrigo ha ocurrido una cosa (dijo una var a MaiMstuj.' «i suri
que un «lemán hiro a mi vkla, tú te ha« esforzado en transformarlo en bien.

Y cuando Malwtda ountió, aftndíó;

Bien, lo ha» conseguido.

Rn la prim avera de 1854. indujo a H errén a trasladarse a una casa de


Richmond y en verano incluso lo persuadió de que tu costa de Inglaterra
era menos despreciable de lo que él suponía. La fam ilia entera pasó el
mes de setiembre en Vcntrtor.
El Arto N uevo de 1835 fue celebrado de m anera particularm ente
solemne. La fam ilia Herzen acababa de trasladarse a una am plia casa en
Twickcnham. Instalóse un m onum ental árbol de Navidad y fueron
invitadas un gran núm ero de personas de todas las nacionalidade*. Foco
antes de d ar lo m edia noche, tlc r/c n m ostró un ejem plar de la nueva

W
Edwatd il. Can

edición en ru to de su libro de ensayos D eule la otro orf/Ar (hasta entonces


publicado solam ente en alem án) y requiriendo a Sacha le leyó en voz
alta, y cnire la más silenciosa atención de los invitados, la carta*
dedicatoria A m i hijo Alejandro, que luego fue el prefacio de todas las
subsiguiente* ediciones. Las sentencias q u e concluyen la carta expresan
adm irablem ente el tem peram ento de H errén, o*i com o sus opiniones y
sur ambiciones de aquella ¿poca:

Nosotros no construimos lino que destruimos; no proclamamos una nueva


verdad, sino que abolimos una vieja mentira. Los hombres contemporáneos «ólo
construyen e! puente; los aún desconocidos hombres de! fotuto, lo cruzarán. Tú
quirit lo veas No te quedes en esta orilla. Mejor es morir por la revolución que
salvarte en la agrada reacción.
1.a religión de la revolución, la de la gran transformación social es la única
que te lego. Es una religión sin paraíso, sin premios, sin conciencia de ti misma.
Ve, a su hora, a predicarlo a nuestro pueblo tn nuem a patrut: una vez amaron mi
voz y quizá me recuerden. (Doy mi bendición a tu em prca en nombre de la
razón humana, de la libertad del individuo y del amor fraterno?

Term inada U lectura, el chico prorrum pió en llanto y se echó en


brazos cJc su padre. Los invitados se em ocionaron profundam ente y su
pensam iento se trasladó a la tierra natal, que la m ayoría nunca volverían
a ver. Uno de ellos confió a Malwida la opinión de que Herzcn era «algo
divino». Hacia una noche clara y helada y fueron a Richmond Park para
recobrarse de Us emociones de este solem ne acto. Su influencia sobre el
joven A lejandro fue pasajera. Al igual q u e otros hijos, rehusó hincar la
rodilla ante ios dioses de su padre. El creció, no com o su padre en la
violenta atm ósfera rom ántica de los arto» trein ta, sino en los prósperos y
sólidos artos cincuenta de la Inglaterra victoriana. La revolución no
significaba nada para ¿I y el pais donde habla nacido sólo era un nombre
en un m apa. Tras una tem pestuosa juventud se acogió a una vida modelo
d? rctpctible. corro profesor de fisiología. Pasó sus C'mímGí
arto* en Lausana. donde m urió en 1906. N unca volvió a Rusta, y con el
tiempo el ruso se fue oyendo menos y m enos en su casa.
La guerra de Crim ea vino y se fue. M urió el zar Nicolás t y le sucedió
el zar A lejandro II. Las actividades públicas de Herzcn se incrcmcn*
taron. Hn el hogar. Malwida sostenía su indiscutido dom inio y ¿1 expresó
el deseo de que en la eventualidad de su m uerte ella se encargara de la
educación de sus hijas. En la prim avera de ISS6. su vida se había hecho
más tranquila, m ás regular y menos agitada que en cualquiera de los
periodos anteriores de su carrera. Entonces, el 9 de abril, estando la
lamilla sentada en la mesa, un coche cargado de baúles paró ante la casa
de Fincbley Road donde a la tazón vivían'. Sus ocupantes se acercaron a
la puerta y Herzcn reconoció la voz de O garev. el más antiguo e Intimo 1

1 Ea «I Apéudtc* C (p4g 399) m d» una lata d« lo» ioc«ivoid<MnktJKHd« Hrr/ra en


Londres.
t.en f\\h a ib \ totmfMlicoi

amigo de tu juventud, catado ahora con N au liu Tuchkov, lo upasiomtda


y encantadora «C ornudo» de lo difunta esposa d e Herzcn.
Natalia iba en el coche con Ogarev. Macla siete orto* que H er/cn no la
habla visto y ceceo de d i « que no había v in o a su amigo. Abrazó
fervientemente a am bos, los presentó a Malwida y los niños y dio orden
de que no se adm itiera a ningún visítame durante cuarenta y ocho horas.
Tres días a n te s de la llegada de Ogarev. durante la noche y «sin
ninguna razón», el anillo de boda de Herzcn se rom pió súbitamente. Era
la víspera de su cuadragésim o cuarto cumpleaños. N o era supersticioso,
y festivamente sugirió que alguno de sus amigos podía consultar a los
ctpfm u» para investigar el tigníficado del portento.
V : *- > , «

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C a pit u l o v i l

E L P O B R E N IC K - I

•H crzen», com entó uno de tu s contem poráneo», * n el europeo con**


ternemente activo, que vive une vida exoenirve y esimila idee* con e)
sólo fin de aclararte». desarrollarlas y difundirla». O garev es el asiático
quíctilta en cuya alma están latente» profundo» pensamientos poco
claro» incluso p are ¿I mismo*. Lo» psicólogos de cierta escueta podrían
hallar un predom inio de elem entos masculino» en H crzen y de elemento*
femeninos en O garev. Los ingleses, preocupado» por la colaboración
literaria de am bos, quizá» pensarán en Addison y Sicelc, que recuerdan
algo esta misma alianza de sólida valia y díscolo encam o, pero estas
com paraciones y estos contrastes, si bien son sugestivos, están le^o» de
ser exhaustivo»; el carácter de esto» do» amigo» de toda la vida es
dem asiado y vivo m r* «er contenido en una fórm ula. Desde la
época de su prim era un i¿n en la colina de los G orriones fueron
compaftcro» inseparables hasta que fueron alejado» el uno del o tro por el
encarcelam iento del verano de 1934. Luego, d u ran te m ás de veinte aflos,
a excepción de u n a corta tem porada en Moscú, raram ente volvieron a
estar junto» h a sta que en 1856 su» ruta» convergieron de nuevo en
Londres. El presente capitulo, que describe el cam ino andado por
Ogarev durante esto» veinte aflos. hará la» veces de preludio a su
renovada relación.
Nicolás Platonovích Ogarev —conocido p o r sus Intim os con el
nom bre de Nick— era hijo de un rico propietario ru ra l de la provincia de
Pcnza. D urante au edad tem prana parece que fue victim a del azote de la
epilepsia, pero hasta la m itad de »u vida, los « ta q u e s n o fueron lo
suficientemente graves y frecuente» com o para a la rm a r a »ut amigo». A l
igual que otros m iem bros del circulo de H errén, se halló envuelto en la
llam ada conspiración de Sokolovsky, pero su papel fue menos impor*
US
f.tfovrd ti. Carr

(ante que c> de tu amigo. Mientra* H errén fue desterrado a U lejana


Vyaika. la» autoridades te com entaron con enviar a Ogarcv a la
provincia de Pcnza a vivir «bajo supervisión* en la hacienda de ¡tu padre.
C ontaba entonces veintiún años. £1 viejo Platón Ogarcv era un hom bre
de opiniones ortodoxa» y vida ejem plar al que horrorizaban las
compañía» de su hijo en Moscú. Para distraerle de »ui peligrosa»
aficione* a la poesía y a la filoseda, lo instigó a gustar de lo» rivales
encantos de una joven siervo de su hacienda y lo introdujo, adem ás, en la
sociedad elegante de la capital provinciana.
El poeta y filósofo que había en O garcv protestó am argam ente
contra la intolerancia y tiranía paternas, pero su juventud no dejaba por
ello de ser susceptible a las más m undanas incitaciones que le ofrecía su
padre c o n respecto a los encantos fem eninos. Tenia, ciertam ente, alma y
corazón rom ántico, pero el am or rom ántico sólo era una función del
alm a, sin relación con lo» libertades del cuerpo. Y el pobre Nick siempre
confesó una debilidad por la» mujeres.

A los quince años IcjcnbxJ má» larde a su novia] yo soñaba con el puro y
celestial amor que ahora estoy experimentando. A los dieciseis, mi apasionada
imaginación me empujó a enamorarme y di con una desilusión que destrozó mi
fe rn el amor A los dieciucie quise poseer a una mujer y satisfice mi deseo sin
amor por ninguna de las dos partes: fue una vergonzosa transacción comercial
entre un joven inexperto y una prostituía. Este fue mi primer pato en el camino
del victo. El hombre está hecho de tal forma que en cuanto ha conocido a una
mujer debe continuar. Dicen que es una necesidad física. Yo no lo creo. Yo creo
que un hombre de corazón puro debe evitar todo contacto físico del que rst¿
ausente el amor, incluso si es en detrimento del bienestar físico. Pero entonces me
acogí fácilmente a la otra teoría y me abandonó al vicio. De ver en cuando me
atormentaba algún remordimiento, pero por regla general dejaba que mi
conciencio se adormeciera.

A unque, sin em barco, el ioven Oca re v no abandonó !* filcscfia, «s


poesía y la música, e incluso afirm ó sus convicciones políticas
declarando que su criado era el mejor h o m b te de Pcnza, encontró tiempo
b u la n te , durante Ion primero» m estt de exilio, para otras diversiones.
Tuvo una hoíson con una joven sierva, a la que. por vía de
rem ordim iento com pensatorio, dedicó u n o de sus mejores poemas. Ya
trtunfalm cntc lanzado en la sociedad de Pcnza, se enam oró sucesiva­
mente de dos de sus primas. IJno de estos asuntos am orosos pudo
term inal seriam ente, pero antes de com prom eterse dem asiado el
pretendiente segregó idealistas escrúpulos.

A vece* pienso: ¿puedo tener una pasión indi vidual que no esté fundada ea la
abnegación y tn la vida del universo? ¿Soy realmente un egoísta?.. No debí
abandonarme al amor. Mi amor está dedicado al más alto Amor Universal, cuyo
fundamento no es un sentimiento egoísta de goro. Debo sacrificar mi
sentimiento presente en el altar det amor de) mundo.

t36
I o í i' m IiuJ» ) lomámuo'i

Esta incom patibilidad entre «I am or individual y el A m or Universal


era una teoría poco conveniente para un joven de tem peram ento
ardoroso com o Nick Ogarcv: itn em bargo, sobrevivió lo bástam e pañi
chasquear tas esperanza» de su bella prim a, aunque no pudo resistir
muchas semanas los dulces impulsos de su corazón. Ya avanzado el
invierno, el 11 de febrero de 1836, acudió a u n baile dado por el
gobernador de Pcnza- Un oficial de la vieja escuela llam ado Pancha*
lidzev, donde »c halló sentado junto a una joven d a m a llam ada María
l.vovna Roslavlev, cuyo padre era un propietario ru ra l de la localidad
casi arrum ado p o r la acción de sus dos pasiones gemelos, la caza y la
bebida, y cuyo lio era nada menos que el propio gobernador. En un
tranquilo rincón, apartados de la ruidosa alegría del baile, em pezaron a
hablar, com o buenos idealistas, -del reinado celestial del m undo
venidero-.

Súbitamente [escribió más larde Ogarcv) brotaron, a la par.-dc nuestros


labun la« palabra» «te amo-, momento que fue registrado por tos úngeles en el
ciclo y cuyo eco retoñó gozosamente en el gran mundo del alma.

La aprobación de los ángeles fue com partida p o r los padres de los


jóvenes y el 26 de abril se coraron. Habla transcurrido un año justo desde
ta llegada de Ogu rev a Pen/a. No puede decirse que m algastara el tiempo
en su primer a ñ o de destierro.
No hay que suponer que el m atrim onio de Ogarcv representara una
traición i su rom ántico idealismo. Se encontró u n a solución para la
irresuelta contradicción que hablo m architado prem aturam ente la
pasión por su prim a, y el nuevo evangelio de la triunfal reconciliación
entre el am or individual y el Am or Universal fue proclam ado en una
apasionado carta que escribió a su prom etida tres dias antes de la boda.

Siento que tho* vite y habla en mi ucjtmonos llevar t u t u donde s u vozno»


llame. Mi alma es lo batíame fuerte para amarle y también lo será, a buen
seguro, para seguir tos paso» de Cm to en la liberación de la Humanidad. Porque
amarle a ti es amar todo Iq que o bueno, amar « Oíos y a iodo Su Universo; tu
alma está abierta ul bien y dispuesta a abrazarlo, tu alma es lodo amor.
Tu amor. Murta, Kinnrne dentro de «1 lodos los gtrmcoe* de las libertades de
la Humanidad Tu amor es abnegación y verdad; es la fe lo que está en lu alma
1.a historia de nuestro amor será copiada en todo tiempo y las turaras
generaciones (a conservarán en su memoria como algo sagrado.

No es de extrañar que los Angeles del cielo se hubieran hecho eco de la


declaración del am or de Ogarcv por M aría. La rom ántica identificación
de am or, religión y virtud raram ente Habla tenido u n expositor al mismo
tiempo tan ingenuo y tan espiritual. Se ha conservado un m anuscrito de
su pnm er a ñ o d e vida m atrim onial, una Proftssion d t fot. en Trancó*,
m ediante la que intentaba iniciar a su esposa en las m ás profundas
interioridades de mi vida espiritual. El titulo recuerda la P ro fettio n d tfo i

IJ7
F.dwaut H. C an

tfu n viciare sovcyard. y la inspiración parece proceder principalm ente de


Rousseau y tos rom ánticos alemanes H erdef y Schilling. «Toda mi vida
—escribió este casado de veintiún años— ha sido em pleada en busca del
am or.- Su filosofía de la vida era una filosofía del am or, una especie de
panteísm o erótico.
El amor por ta Humanidad, esta herma rulad tan pura y tan bella predicada
por Jesús, es el reflejo del lazo que nos une a nosotros, del alma det mundo que
reside en el universo. El amor del hombre se funda en el amor de Otos.
Es k> bastante osado para abordar un problem a que algunos filósofos
del am or han negado y otros ignorado,
¿Por qué el «mor csitlc solamente entre individuos de seso opuesto? En «
anima) es mero instinto y quidi una primera realización del libre ntbedrio, En el
hombre te transforma en Ideal Reuniendo en -si mismo todo el mundo materia),
el hombre lleva en si la atracción física de un sexo por otro, pero la idealiza, ta
eleva a atracción de idea por idea, de alma por alma, y el amor se convierte en la
más alta expresión del hombre en la tierra y carmene al hombre —es decir, la
unión del mundo material con el mundo intelectual— y el universo entero» Es
por ello que e) amor absorbe, dado que toda la vida humana está en *1; amar es
vivir. Cuando yo amo. yo. hombre, soy un compendio del mundo materia) que
me elevo hacia la Divinidad, hacia el mundo de la inic!i|cncta. Amo, y con esta
palabra veo desaparecer el abismo que me separa de Dios porque siento mt
cuerpo unido al alma, ta materia a la idea y el amor se convierte en un himno del
mundo material hacia la Divinidad. 1.a materia se ennoblece en mi y ya no es más
un deseo Instintivo y ciego lo que siento ¿No! Busco una palabra para expresar
esta sensación y la palabra es ¿exultación) El beso det amor humano, dice
Hcrdcr. es una prueba de ta nobleza del hombre
A) lado de esta fe ardiente, las más apasionadas arengas de Gcorge
Sand sobre el deber de am ar parecen de un frío y crudo materialismo.
Ex m ás difícil trazar un retrato convincente de M aría durante loa
prim eros mese» de su vida de casada; su colorido debe tom arse prestado
d i m » »üMMguicn«éá «áevciaviuuc» de icsiigo» hosiiies. Parece que
contaba un aAo o dos más auc Ogarev. y que no tru una belleza, « t a
esposa -de vuestro amigo es fea-, declara ella misma, valientemente, en
una carta escrita a Hcrecn para anunciarle su boda, pero añade que -n o
es vana ni ligera de cascos y am a la virtud por propia disposición-;
naturalm ente, puede haber sido tan mal ju ez para sus propias cualidades
físicas com o morales. Natalia, en una carta dirigida tam bién a Herzcn, la
describe com o -n t joven, m bonita, pero m uy educada e inteligente». La
otra N atalia, la segunda esposa de O garev, la recuerda com o «una
picante m orenita vivaz y fantasiosa que siempre tenia prisa». No hay
razón para dudar que se casó por am or. Las mujeres se entusiasm aban
tanto p o r Ogarev com o éste por ellas, y M arta pronto fue barrida por sus
im petuosas seguidoras. Ninguna joven inteligente podía haber dejado de
apreciar el pom poso lenguaje de su galanteo; se trataba de la elegante
jerga del día y am bos, galanteador y galanteada, k hallaban sumergidos
en el im petuoso sentim iento del Rom anticism o Alemán. M ario, sin
t m r\(t¡ath\ ntmOniicot

embargo, era de naturaleza m i» sensual que rom ántica y era capaz,


práctica y realista. Su avidez respecto a sus intereses económ icos, que en
los últim os tiem pos de su vida sorprendió considerablem ente a Herrén y
a sus amigos, podía muy bien haber sido el p roducto de su experiencia
con su padre disoluto y m anirroto y un m arido atolondrado.
No existe registro histórico de los dos prim eros artos de m atrimonio.
M aría, cualesquiera que fuesen sus sentim ientos privados, encajó
bastante bien en el papel que le habla asignado su rom ántico m arido. En
la primavera de 1838 empezaron o cansarse de P e n /a y pensaron en cuán
agradable serla pasar el verano en las montaftaa del Cáucaso. En su
calidad de d ep ortado político, a Ogarev le era necesario pedir permiso a
las autoridades para abandonar su lugar de residencia. Prestó $.000
rublos al gobernador Panchulidzcv, el tío de su esposa, quien pronta*
mente transm itió la petición del permiso al cuartel general, ju n to con una
recomendación que le aseguraba una favorable acogida. Los Ogarev
fueron a Pyaligorsk y allí encontraron al principe Odevaky, uno de los
supervivientes de la conspiración de diciembre die 182$. Las conversa*
ctoncs lom aron un rum bo político, revivieron los recuerdos, del
juram ento en la colína de los ú o rrio n es y O garev, que precisamente
estaba leyendo a Tom ás Kempis. «estuvo arrodilludo durante horas ante
un crucifijo rogando que se le concediera ta corona del m artirio por la
libertad de Rusia». Moría halló otras diversiones m ás de su gusto y de ahí
proceden las prim eras m urm uraciones de su devoción por los placeres de
sociedad, más que por el cultivo de una vida m ás elevada.
La prim avera siguiente, los Ogarev hicieron un viaje a Vladimir para
visitar a H er/cn y su esposa. Fue U primera vez que Ogarev vio a Natalia
y Hcrzcn a M aría, y la iniciación de las dos jóvenes esposas en la amistad
que unta a los respectivos m aridos te celebró con u n ritual rom ántico. En
un fragm ento d e una carta de Hcrzcn se describe la escena:
lasAakf*«mamIu Iga minisa LinfAa^ ' A t J í M n W Mái4a I VMHiál

tu * por encinta de toda alabanza Nick e» muy afortunado por haber


encontrado tal compartera
Yo habla guardado el crucifijo que Ntck me habla dado al pattir. Lo»emito
nos hincamos de rodillas anle el Divino Mártir, rezamos y le dimos gradas por U
felicidad que nos habla concedido tras tantos artos de separación y de
tufnmientos. Besamos Sus p in traspasados y nos besamos los unos a los otros
exclamando. ¡Cm to sobre todo!

M ucho tiem po después María se refirió a la e*cena com o -artificial y


pueril-, pero durante los cuatro días de la visita habla desempertado su
porte suficientemente bien com o pare ganarse la aprobación de H er/en.
quien, tras su partida, escribió a sus -queridos herm ana y amigo» una
carta apasionada:

¿Recordáis el solemne acto de nuestra plegaria? Fn aquel momento se


consumó el m ateria de la unión de Natalia con vosotros y de votoiroi con
E<h*ord U. C*rf

nosotros. En tul motílenlo Un cuatro no» convertimos en uno. tHotanna!


¡Hotannaf
¿Cuán incomparable grande es lu Nicolás, Marta! No sólo me pongo
gustosamente a tu lado. sino que me inclino ame tu noble alma, y sólo ame la
tuya. Tú ha» unido tu grecana eiótencu con el poema de tu vida, un poema
amplio como el octano y el cielo, y jumo» sois aún mi» glorióte» (Yo o»
bendigo' jC'on la fuer» con que el hombre puede mover mnolaftat. yo o»
bendigo'

La caída termina con osla salutación;

Salut. amuit. tympathie cictrvctk'

Poca» « m an a* antes de esta em ocionante reunión, el viejo Platón


Ogarev m urió y tu hijo se convirtió en el propietario de tres haciendas
situados en distintos lugares de Rusiu q u e com prendían un total (las
haciendas generalm ente se median por el número de siervos en etlai
establecidos) de 4.000 -alm as». Lo m ayor parte de éstas no se hallaban
en A kshcno, en la provincia de Pcnre. donde residía la ram illa, sino en
Bclo-om ut. cerca de la provincia de R yautn. donde 1.870 -alm as-
cultivaban la tierra en calidad de siervos. Ogarev no tenia mk% afición
por la agricultura que a otras actividades prácticas y poseía, en cambio,
un corazón tierno y unas convicciones dem ocráticas. L.n -condición
bestial» de la vida de siervo constituía una defensa para am bos y resolvió
empezar liberando» los siervos de Belo-omut y poniendo U hacienda en
sus m anos. Al regreso de la visita efectuada a H er/en en Vladimir, se
dirigió a Belo-omut para llevar a cabo su proyecto.
Pero fue solo; tal plan no contaba con la» sim patías de la realista
María.

¿Es potable (k escribió desde Bclo-omul en abril) que tu digas -no»'


i¡rapvMoi«> Debo, debo ikvario a cabo. Siento que dio será una de mtt mejores
accione», aunque no en icalidad una acción perfecta, porque de hecho yra«o
pierdo nada.

I j circunstancia que. para Ogarev. quitaba a la transacción la mitad


del m érito quizás apaciguara a M aría. Se trataba de una com pra que le
serla abonada a Ogarev por lo* labriegos en diez anualidades. Los
siervos norm alm ente recelaban de la generosidad de su» am os y hubo
fatigosas negociaciones -en la* cuales-, escribe Ogarev, -lo* inteligentes
me com prendían m al y tos tontos no com prendían n a d a -. Finalm ente se
firmó el c o n trato y, tras dos aftas más de dem ora burocrática, recibió el
aval del zar. C uando, en 1877, Ogarev m urió, la agraciada com unidad de
Bclo-omut decidió, -e n memoria de los inolvidables beneficios de ¿l
recibido*», ofrecer una m ita anual, en el aniversario de su fallecimiento,
para el reposo de su alm a. Ln misa siguió ofreciéndose hasta lo* primero»
aftos del siglo xx. Poco* mese» dcvpuci de entallar la G uerra Duropea.

140
t i»i e\ihaíb% wmánnto\

fue conm em orado en BctoHxnui el centenario del nacim iento de Ogarev


por los descendientes de aquellos siervos • quienes habla liberado más de
tétenla arto* antes.
La grieta q u e a rala de esta cuestión se habla abierto entre los
sentimientos de M aría y su m arido pronto te vio ensanchada p o r otros
acontecim ientos. En el otoflo de 1839, habiendo p restad o nuevamente
3.000 rublos a Panchulidzcv. logró la derogación del decreto de destierro
que habla pesado sobre ¿I durante cinco altos y se le perm itió regresar a
Moscú. La m uerte de su padre habla hecho de 61 un hom bre rico, y
M aría, cuya am bición se habla lim itado hasta el m om ento a una capital
de provincia, vio ahora la oportunidad de representar en Moscú el
brillante papel al que sus relaciones familiares y la riqueza de su m arido
le daban derecho. Era una am bición perfectam ente natural, pero era
igualmente natural que los antiguos amigos de Ogarev que hablan
perm anecido en Moscú esperaran verle de nuevo com o en su alegre vida
de soltero, con filoso Ha , poesía y discusión política, con pensamientos
elevados y bebida abundante, que habla llevado en su s días de estudiante
no m uchos aftos atrás. Es probable que O garev. que poseía una
naturaleza muy adaptable, hubiese podido adaptarse u n t o a la alta
sociedad com o n la bohem ia. Pero no q uito escoger. En su am plio y
cálido corazón quería a su esposa y quería a sus am igos, c intentó
satisfacer a tod os sin darse cuenta de cuán imposible era conciliar sus
divergentes solicitudes.
Pronto se estableció una guerra abierta entre los dos bandos. Nadie
se peleaba con Ogarev. T anto tu esposa como sus am igos lo am aban
demasiado: pero com batían unos con otros encim a del postrado cuerpo
del pobre Niele y 61 sufría infinitam ente más q u e los contendientes.
Hcrecn, en su viaje de Vladimir a Petertburgo. pasó por Moscú e
intervino en la refriega. Sólo escuchó a una parte y olvidó totalm ente sus
entusiastas cartas de sólo nueve meses antes.

Madame Og. (.escribió a Natalia) es peor de lo que yo habla creído. La una


mujer sin contiói». sin ningún sentido de cómo hay que proceder. Ya ha dicho
algo a este respecto, ¿Pobre, pobre. Ogarev! Y todavía no U le ha caldo ll venda
de los ojos.

Herrén tuvo una abierta discusión con M aría para ver de reducir el
angustiado desespero de su amigo.

Tengo el alma partida en do* (le escribió Ogarev en aquel tiempo). I.a lucha
entre ta amistad y el amor me la ha desgarrado. Por ambos lados es igualmente
doloroso... Siento dolor, hrtmano. en mi interior. Y una llama me consume.
Unos momentos Uoro y otros momentos el dolor ea tanto que no puedo llorar.
Ño habla sufrido a*l en toda mi vida y tr pido en nombre de la amistad que hagas
un sacrificio por mi. cizando vengas a vernos, llévate a María aporte, tómale la
mano y dile que le pules que olvide vuestra querella, que los amigos de Nick y la
esposa de Nick no deben set enemigos y que, por el comearlo, deben estar unidos

Ni
£4*ard ¡i. Carr

en mi nombre. Críeme, Her/cn, ha»»* ahora c*toy llorando. Quiñi soy un


chiquillo, peto te suplico en nombre de nuestra amulad que vuelva* a juntar Jo*
pedazo* de mi alma rola.

En respuesta a la llamada de O garev. el ~gran sacrificio- fue


com um ado. Las manen se estrecharon y se obtuvo la reconciliación
formal Fue H errén quien dio el prim er paso. Ogarev no pudo,
ciertam ente, hallar m is sincera ayuda ta n to en la -am istad - com o en el
«am or-, Pero la reconciliación fue ficticia y transitoria, y pocos día»
después. Herzen. tan sólo medio ab lan d ad o , escribid de nuevo a Natalia
acerca de la esposa de »u amigo:

Si en ella tatué pociia, no te trata de poesía auténtica: afectación, coquetería,


pero no corazón. Yo no puedo creer que le quiera. Le está engañando, o u de
vera» le quiere. ;,qu¿ clase de amor c» ¿«te? Sus dupuu» alcanzaron al extremo, a
pesar de mi intervención, de que etta propusiera una separación. Bien, ¡mejor ti
separación que humillación!

No fueron solam ente las querellas entre sus amigos y su esposa lo que
tuvo que soportar el paciente corazón de Ogarev. Entre las diversiones
favorita» de M ario estaba, en el transcurso de estos meses, la relación con
un joven llam ado Iván G alakhov. am igo de Horren y de Ogarev. Su
hacienda, en la provincia de Pcnza se hallaba situada cerca de A ksheno y
debió d e ser allí donde conoció a M ario. Procedía de u n a a ró to c ritú »
familia y hablo servido en la G uardia, p ero pronto se retiró del servicio
para entrar en la vida de ociostdad y autoanálisis típica de los jóvenes
rom ánticos rusos de su generación. D urante el invierno de I84CMI, se
inició entre G alakhov y M aría Ogarev un coqueteo sentim ental que h ilo
agitar las lenguas de Moscú, y Ogarev, con más buen sentido que el que
se le atribula, vio una oportunidad de salvar su m atrim onio escapando
de esta envenenada atm ósfera. Ptopuso un viaje por el extranjero y
M aría, ávida de cam bios por encim a de to d o , acogió el j»t»n f*vr.■■•bit-
mente- Pero una vez más intervinieron las autoridades. H ubieron
dificultades pora obtener el pasaporte y hasta mayo o junio de 1841
Ogaicv y su mujer no pudieron abandonar Rusia. En aquel m om ento U
situación tenia la apariencia de ser desesperadam ente com prom etida y
G alakhov les siguió en su cam ino hacia KarUbad y Ems. Quizá serla
injusto considerarlo responsable en gran parte del naufragio del
m atrim onio En realidad, María estaba cansada de su m arido; o quizá no
estaba ta n c a n u d o de Ogarev com o de la idea de fidelidad. Necesitaba
un am ante y en el atento y emotivo G alakhov le pareció encontrar un
prom etedor condidato a este honor.
Las consecuencias probaron que en cata ocasión le habla faltado
perspicacia. G alakhov rondaba a su alrededor con sentim ental irretolu*
ción. perm aneciendo ora en la misma ciudad que los Ogarev, ora
vagando sin objeto por las cercanías. Sus cartas a M aría durante esta
breve ausencia arrojan una curiosa luz sobre el estado de su espíritu;
¡42
t,(n rv'W e j fQ/nJiwtoi

Mi querida, dulce y encantadora María (escribió en folio).' iCuin tmic estoy.


Jejo» de n ' Nunca me habla hecho sufrir unto d hallarme tapando de ti. Me
abraro a tu» rodilla». Me hat mostrado tanu devoción, tama intimidad, que este
Iqjo te ha convertido en una necesidad, y ahora me veo precitado a renunciar a
61 ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué no permancccmot junto»? Todo et contradictorio.
Pero no puedo soportar mi» el permanecer día tras día sin seguir una u otra
dirección.

Maria gustosam ente le hubiera ayudado a ir e n la dirección de sus


deseo», pero G alakhov. auténtico romAnnco. estaba m i» interesado en el
análisis de sus propios sentimientos que en I» objetiva realidad de los
sentimientos de M arta para con él. En agosto se recluyó en la pequefta
isla británica de Heligoland. donde pasó nueve días en el vano empefto
de resolver tas escondida» contradicciones de su corazón y todos los dias
escribía una U rga y apasionada carta a M aria. que se hollaba en
Knrlsbad. M aria fue. en cie n o m odo, franca c o n él y le dijo que cita
quería tom ar m ás que d ar. que tenia «versión ■ las palabras «para
siem pre-, que ya no podía am ar a o tro hom bre y que era incapaz de
com partir con su am ante la dicha o cualquier form a de reposo,
G alakhov, en Heligoland, pensó en todas esta» cosas y resumió la
situación con la -graciosa m elancolía- que habla im presionado a Herzen
com o el rasgo m is sobresaliente de su carácter;

Cuando amas (escribió a Marta] eres capa» de (oda clase de locuras,


exactamente lo mismo que un hombre, pero a pesar de los rasgos masculinos de
tu carácter eres más mujer que muchas otras muyeres. Te amas a ti misma en el
más alto grado Carece de sentido razonar contigo. FJ. hombre debe forrarte a
que lo ames.

M aría estab a bastante dispuesta a ser forzada; no podía resistir por


más tiempo este inacabable e infructuoso análisis del carácter y Uu
emociones de su am ante. C uando u a ta k h o v iiegó a Lubeck a bordo óci
vapor que lo devolvió de su retiro tsleflo. halló que le aguardaba
indignada carui de M aría. Ello carta no k ha conservado, pero en su
respuesta G alakhov transcribió copiosas citas d « ella.

Durante tres afto* (escribió ci!a| me tu» estado amando, lo has hecho rodo
pañi ganar mi aleación y excitar mi inclinación hacia ti; y cuando, al fin, io has
logrado te detienes indeciso. Si ganaste mi amor, ¿por qué no me ha» tomado?
No procede a»( la pasión No, ti realmente me amaba», debías haber defado de
filosofar, no debía» haberle rchado airi» por dudas o «erópulo» de principio.
¿Qué duda puede haber aquí? La pasión llene su» derechos propios

Esta carta em pujó a G alakhov a otro análisis del estado de espíritu de


María y Is rrmma noche (IJM 9 de agosto), e n Lubeck, nenióse al
escritorio y redactó una réplica de doce páginas.

14)
f.é*a rd H . Carr

Darle a un hombre (escribió) e», según dK o para ti exactamente u n


comprometido como tomarte una ropa de champagne. Tiene» razón; amba»
com» ion igualmente naturales, pero la> consecuencia» pueden no aer la» rmimai.
Yo te deseo, tú m t mía. y aquí te aciibó iodo. Pero en U práctica tú rehúsa»
equiparse la posesión de tu cuerpo al hecho de engullirte una copa de
champagne, l o lechara» como una vulgandad humillante, y pide» la condición
previa de una simpatía, de una amolad, de la existencia de una relación.
(Excelente! Acepto la condicrón. Pero entonce» tú debe» apartane de tu mando,
de sus riqueza» y de tu nombre; y no tiene* batíante» fuerza» para ello La cota ei
clara como el día-

C ulakhov tabla bien cuánto iba a p e ta r esta dialéctica, ya que María


no sentía inclinación alguna por despojarse del nom bre de tu m arido y,
m ucho menos, de su dinero. La carta term inaba con unas palabras que
constituían virtualm cnte una despedida; y en vez de irse a Karlsbad.
G alakhov volvióse n Rusia. C ontinuó, sin em bargo, escribiendo a la
dam a cuyos abrazos habla rehuido y en cierto m om ento se dolió en una
frase característica aunque poco galante, de que -n o habla apurado la
copa hasta el fondo-. En ta última de sus cartas, escrita más de un aAo
después de la ruptura, com prendía el carácter de MaHa en un tono de
alta reprobación
Carece» de cenuo de gravedad moral o intelectual. Y al propio tiempo tu
nalurakia no e» lo suficientemente pasiva pan* seguir lo* principio» iradictonalet
sosegada y sumisamente.
No exilien pruebas de que estos ineficaces am antes se volvieran a
encontrar. G alakhov pasó la m ayor parte de sus aAo» restantes en Parts y
en 1847 casó con una inglesa, una tal Misa Elisa Bowcn, actuando
H errén de testigo de boda. Dos aAos más larde m urió de tuberculosis.
La tragedia de M aría y G alakhov fue la tragedia de una adoptación
imperfecta. M aría, a petar de sus osadas palabras, habla nacido
dem asiado tarde para aceptar en su propia prrenn* i» ¡ je r íi del am or
-cham pagne-. No podía m irar, a la m anera del siglo xvtll, la relación de
(os sexos «orno un regocijante y estim ulante pasatiem po que no producía
« nadie trasto rn o alguno en los renlim ieniot. M aría creía con George
Sand. que -la pasión tiene sus derechos p ropios- y entre estos derecho*
iba incluido el de rodearse de una aureola de idealización. No habla nada
en ello q u e hubiese podido chocar con G atnkhov. Pero por típicamente
rom ántico que éste fuera en su capacidad de introspección, conservaba
lo bastante el tradicional respeto hacia el m atrim onio com o para ceder la
última instancia a la seducción de una mujer que era todavía la esposa de
su am igo, y su constitucional incapacidad de decisión lo dejaba
desam parado ante el viejo dilema entre el am or y la lealtad. Pero era
im probable uue estas condicione» se presentaran de nuevo. Habla
hom bres en el m undo cuyo tem peram ento era menos exigente y menos
inexplicable, y M aría *e recobró rápidam ente —quizá más rápidam ente
que el propio G alakhov— de las hum illaciones de tu abortado asum o
144
l o i cM /hitbi turntlHlitot

am oroso. En el o to ñ o de 1841. cuando G alakhov volvió a Rusta. kH


Ogarev fueron a Rom a. M aría pasó allí el invierno y el pobre Nick
regresó solo a Moscú.
Buba claro que el matrimonia habla alcanzado un punto crítico. A
principios de ju n io de 1842 Ogarev visitó a Herrén e n Novgorod. Habla
decidido volver a Europa para una explicación fina) con M aría.

Quiere sepatjirtc de ella (escribe Herrén en su diario]. [Concédeselo, Señor*


Pero, ¿será lo bastante fuerte1* Mediante astucias y pretextos ella pueda lodavii
dominar a su buena y honesta naiuiatcra.

El encuentro cnire m arido y m ujer tuvo lugar en Main?, D uró


otgunoa días y dejó a Ogarev una perm anente aversión para la bella
ciudad del Main. Acudió a U prim era entrevista dispuesto a plantear
valientemente la separación. Podía haberse a h o rrad o la angustia de la
decisión. M aría se le anticipó con la misma dem anda y dio a entender
claram ente que estaba dispuesta a m antener Ir idea. P idióla separación,
una cantidad para atender a sus necesidades inm ediatas y la promesa de
una asignación an uat; deseaba, sobre estos térm inos, rcc m p la tir el am or
por la amistad.
Ello fue un d u ro golpe para el pobre Ogarev. q u e nunca creyó en la
separación que hubla ido a proponer. Accedió a to d as sus demandas.
Efectuarla un depósito a su favor por el valoi de 300.000 rublos con la
garantía de sus propiedades, y un interés del seis por ciento, to que
representarla una renta de 18.000 rubios. Y María regresó triunfalmcnie
a Roma. Por algún tiempo Ogarev anduvo a la deriva, por Alemania, en
plena desdicha, de ciudad en ciudad, escribiendo c a rtas a M aría, quien a
pesar de tan ferviente devoción, correspondía escasamente a su
asiduidad. Eran, ciertam ente, de las más extrañas curtos jam ás escritas
por un hom bre a una mujer de b auexe hobJn recientem ente separado.
No pudo aguantar más y al llegar el invierno fue a R om a a reunirse con
44 «
fVIIIM.
Allí descubrió —si es que no lo había adivinado ya— la causo de la
insistencia de M aría. Por aquel tiem po hablase extendido por Roma la
adm iración por u n poeta ruso llam ado Maikov, cuyos correctos versos
todavía figuran en las antologías, y por un artista tam bién ruso, llamado
Vorobicv cuya fuma jugó su parte en lu ruptura final del primer
m atrim onio de O garev. En aquel m om ento María vivía m is o menos
abiertam ente con Vorohiev. Ogarev le aseguró caballerosam ente que su
presencia servir!* para proteger su reputación, pero ello parcela
dem asiado indiferente, tanto para darle la bienvenida como para
molestarse por su presencia. T odo el tiempo que estuvo allí pudo entrar y
salir cuando le plugo. Pasó el invierno en esta hum illante situación y
luego regresó a Alemania.

Tiene* el carácter más fuerte que be conocido |ncirbiÓic Herrén entonces].


Tienes una férrea fu ern . de debilidad l.m hechos mi» dolorosos u diluyen en
145
Hdwvrdft. Carr

un* copeck de apacible humor y entre la* Unco» mi* melancólico» encuentra» el
«tonificado oculto que no puede causarte pesadumbre alguna Debajo de tu»
ligrima» hay una »onn«a infantil, debato de tu tonnsa hay lágrima» infantiles.
Proco una amplia comprensión para lodo lo que o humano y una obtusa
incomprenuón para todo lo que e* particular de Ogarev.
Es dudoso que Hcrxcn com prendiera alguna ve/, ni entonces ni mi»
(arde, la profundidad del dolor que a veces se escondía bajo la ingenua
sonrisa y las ligrim as de Ogarev.
D urante m is de un aAo Ogarev desapareció de la escena. Estaba en
A lem ania, donde buscó consuelo en el vino y las mujeres, y prosiguió la
correspondencia con su esposa. Nada m is sabemos. Hasta que, en
agosto de 1844, M aria ce reunió súbitam ente con él en Berlín. Se hallaba
encinta y parecía conveniente, desde to d o s ios puntos de vista, que el
niAo fuora reconocido por él Ogarev no puso objeción alguna. Ello le
devolverla algún interés por la vida. V registra los resultados en una
carta a M oscú, cuyo ton» oscila entre cínico y trágico.
Mi muré» en ser padre se ha malogrado. El niAo. nacido prematuramente,
murió. No puedo olvidar su lastimosa cara. Ocurrió hace Ocho días. Mi esposa
esta bien
Tres meses después, María se reunió de nuevo con su am ante y
Ogarev tuvo el presentim iento —y quizás el deseo— de que aquél habla
sido su úliimo encuentro. La víspera de la partida escribió un poema
según el estilo byroniano:
¡Adiósf V ti c* para siempre,
(para uempte adiós.'
Term inaba asi:

Se ha cerrado el libro Nuestra hmona ha llegado a su última página. Pera


mi» tainos no te reprocharán nada.
j Adiós* Q ui/i alguna ve/ miraremos aún hacia atrás en nuestra vida con una
sonrisa y en la» postrera» hora» pronunciaremos cada uno d nombre del otro en
perfecta paz.

Más de treinta aAo» después Ogarev yacía en su lecho de m uerte en


Grcenwsch pero si podemos interpretar las visiones de un m oribundo, no
fue la imagen de M aria Lvovna la que llenó sus últimos momentos.
Ogarev no volvió a Rusia hasta la prim avera siguiente. Permaneció
seis meses en Moscú y luego m archó a su hacienda de Aksheno, donde
vivió d o s aAo» com o un terrateniente m odelo. En un poema de esta
época enum ero sus tres ideales;

Que la aldea sea floreciente y próspera,


que a los niAot le» man cnteiada» la» letra»,
y que lo» labriego* «e«n buenos sin el látigo


m
I oí ruhatltu romúHinui
Y entre sus pópele» se encontró un detallado proyecto, que nunca fue
llevado a cabo, de una Ecote Potytechnique Poputaire. Fue un proteico
intermedio en su tem pestuosa vida, el periodo de recuperación de las
emociones y excesos de su estancia en Europa. Pero ni aqui te hallaba sin
los consuelos de la relación hum ana. Entre sus próxim os vecinos estaba
Alexis Tuchkov. al que hemos ya encontrado con sus hijas F.lcna y
Natalia como com pañeros de viaje de los Herzen en Francia e Italia. La
propiedad de Tuchkov llevaba el nom bre de Y akhontovo y Ogarev era
visita frecuente, especialmente en ocasiones de fiesta. Cincuenta aAos
más tarde, cuando Natalia escribió sus Memorias, todavía recordaba la
hábil y original form a con que el pobre Nick h a d a h o n o r a un brindis,
sosteniendo con lu m ano izquierda una copa de cham paña y en la
derecha un plato que en el m om ento critico rom perla con un súbito
golpe en su ru ad a cabeza.
C om o la m ayor parte de la biografía del pobre Nick está necesaria*
mente escrita en u n tono m enor, sentimos cierto alivio cuando Ikgamoa
a un pataje de pura comedia. A fines de verano de 1849, invitó a
Akshcno a la condesa de Salías de T oum em ir con sus dos hijos y un aya.
La seAora, que pertenecía a una antigua familia rusa y se habla casado
con un conde francés, contaba a la sazón treinta y c u a tro aAos y aún no
se habla em barcado en su carrera literaria, que la hizo fam osa como
periodista y com o novelista1.
|j» invitación fue razonablem ente justificada p o r el hecho de una
lejana relación entre ellos. El interés actual de Ogarev p o r la condesa fue,
sin em bargo, de orden sentim ental y el hecho de aceptar la invitación
dem ostró que el interés era reciproco. Pero antes de q u e la frágil belleza
tuviera tiempo de rendirse —antes, incluso, de su llegada a Akshcno— la
situación habla cam biado a causa de una circunstancia totalm ente
imprevista: en otoAo de 1848 la familia Tuchkov regresó a casa después
de sus viajes por Italia y Francia.
Parece que O aarev. incluso antes de su víale p o r Eurnoa. habla
m ostrado un paternal interés por las ya bastante crecidas hijas de su
vecino, pero no h a d a distinción entre ellas; en su prim era carta m u el
regresó se dirigió en atento francés a «M ademolielles Helene et Natalie-
term inando, muy decorosam ente, con lo que él llam aba «un apretón de
manos* para las chicas y su papá. Sin em bargo, los nueve meses en el
extranjero hablan operado maravillosos cambios en las dos scAoritas

1 ProbaMemant* nadir ha ktdo mj« otrora populares novelas desda que U última
adición. anterior s U guaira. da la tínndopedú fcu»a h refirió a tUa como sigue «Lo*
Mroe» de sus historias » novata* eran hombre* del fraud monde. un ocupación, Un fuera
da votuoiad y Un ambiciona* intelectuales o da otro orden, la posición de la autora con
mptcio • afín* no es dr simpada. Los pmooajrs simpático* toa sus heroínas, que tipifican
la virtud seducida y «I saifnmiemo da ú moceada. fcn las obras da Madame Salía* el amor
ronumiit al ó r n e n objeto para al cual fueron construida» la» radiantes v te n montada*
novela** LvidcntemeRir, eiiraia ■ tu» heroína» de »i misma, ¿ftvdemo» presumir que
Optes tintó de modelo para algum» de wt httucs inútiles v «Je dítnl tulunimP
147
f'duwvf //. C att

provinciana*, y en particular N atalia, que habla cum plido dieciocho


artos, se habla desarrollado con rapidez impetuosa bajo el rom ántico
estim ulo de la exaltación de Natalia Herzcn y la» novelas de Georgc
&md. Inocente e imperceptiblemente se estableció una particular
am istad entre Ogarev y Natalia y loa siguientes cartas dirigidas a
Y akhom ovo, no menos decorosas que Ias precedentes, delataban sin
em bargo, un tono más ardoroso y solam ente se dirigían a Natalia.
Bastante irónicam ente fue la propia condesa quien involuntaria'
mente y sin saberlo apareó estos dos inflamables corazones. A fines de
noviem bre ella y Ogarev hicieron una visita a Yakhom ovo. Su intuición
fem enina captó la agitación del corazón de Natalia y en un mal escogido
m om ento hizo notar a O garcv, brom eando, que -la más joven de las
Tuchkov se había enam orado de él*. Ogarev no cayó en la cuenta de que
en tal afirm ación existía una intención d e ridiculo o de desdén hacia este
sentim iento, y empezó a m irar a N atalia con creciente interés y
adm iración hasta que. convencido de la perspicacia de la observación de
M adam e de Salías, se sorprendió al descubrir que su fatigado pero
siempre dispuesto corazón empezaba a agitarse de nuevo.
U u n e de ca n as escritas por O garev a Natalia entre los primeros
días d« diciembre de 18411 y el 9 de enero de 1849 son una deliciosa
lectura. Se conservan un total de doce, algunas de las cuales le llevaron
dos y tres días escribirlas; la colección llenarla un pequerto volumen. Si
consideram os que este periodo de m enos de seis sem anas estuvo
puntuado por una visita relámpago de Natalia a Akshcno y por una
visita de cuatro días de Ogarev a Y akhontovo. podem os muy bien creer
su aseveración de que el escribir a N atalia se habla convertido en su
principal ocupación, si no la única. La poesía de su nociente am or por
Natalia alterna cncontadoram cnte en las cartas con la comedía de su
em barazo ante la continua presencia de la ahora innecesaria condesa.
Para complicar más la situación M adam e de Salías habla caldo
enferm a. Su enferm edad parecía ser una com binación de dntnm »« 4» «¡¡
resfriado febril y de un ataque de nervios provocados por la creciente
frialdad de Ogarev. Las medicinas ordinarias no resolvieron nada y
Ogarev recurrió a los remedios heroicos.

La noche del 5 al 6(escribe a Natalia), en pleno desespero, sugerí a Madame


S una cena con abundante champagne. Esto puede ser malo para su estado
general, pero pensé que quizá retía Mecerla sus nervios. Pues bien, ia%Í tuet Se
encucnira mejor, aunque su mejoría es tan sólo (te me antoja) Aparente. Yo bebí
mocho y estaba cxlraordioaiiamente «legre (aunque la alegría era lamban
aparente). De loda* forma» el resultado es que Madame $. está mis calmada,
aunque estoy asustado por la fiebre En cuanto a mi, ello significa, por el
momento, un respiro en la lucha

Pero el efecto de este original tratam iento duró poco. La c a n a sigue


en la m aftana del 7:
/.os esihihfnx nvnd*tía*i
Madame S está peor que ayer. No te traía de un ataque de nervios sino de
agotamiento, escalofríos, liebre, «udor y dificultado en la respiración. Total: sí
o to continúa no me atrever* a dejarla, salvo ti prescindo de todo deber para con
un huésped. ¿Y Cómo podría* venir id? ¡Hoy otim o* a 2H graden bajo « ro í

La m om a noche escribe un nuevo boletín inform ativo:

Madame S. ha estado muy mal, con un ataque de netvtot y violentos dolores


en el pecho, Estoy espantosamente preocupado, y en el fondo de mi cornada me
nenio irritado contra ella. Ya puedes imaginarle mi estado de ánimo No te
enfades ni me digas: -tu Tas voulu, Oeorges Dandin».

Estas informaciones sobre la salud de la condesa interrum pieron la


¿bichara de este rom ántico enam orado de veinticuatro artos, todavía
con escasa conciencio de su amor.

Echas de menos el año pasado (escribe en la misma carta), el arto, como tú le


llamas, de fclix y despreocupada juventud. Por mi parte soy lo bastante egoísta
par» no encontrarlo en falla. Me gusta el arto pasado, pero no lo echo de menos
porque, para mi, éste es mejor. ¿Será porque tú ya no eres una ñifla y, aunque yo
tea viejo, hay más igualdad entre los doi? No lo sé. Y creo que es en rralidad
porque estoy curado, por la edad, de efectos imagínanos y guardo más
recónditamente en mi corazón aquellos aféelos que tienen un fundamento real..,
Me encuentro ahora en un cairarto estado. Mi cuerpo está cansado hasta el
agotamiento, pero tengo el corazón y la mente tan sosegados como si fuera
loialmentc feliz. Siento el corazón y la mente llenos de algo, de energía, de
carillo, de temuru. ¡SI, querida amiga1 Siento, aún viejo como soy, que todavía
puedo llenar mi vida y que siempre tendrá la suficiente fortaleza para soponar
nuestras adversidades, tas tuyas con interés, las mías con indiferencia.

El 19 de diciembre. Nalalta fue o A kthcno paro una» pocas horas; al


m archarse, Ogarev se dio cuenta de que se habla vuelto «más y más
indispensable p a ra él». Sus carias continúan haciendo sonar esta misma
nota:

•Ser o no ser*, dijo Hamlei. Mi «»er> es vette y mi >110 ser* n pemarque do


volveré a verte más. ¡Perdón! Me horroriza enojarle, No quiero creer en un
futuro tan triste. Necesito que vivas y necesito vivir, y si puedo contribuir,
aunque sea en la cima más mlnmu, al bienestar de tu vida, mv sentiré satisfecho
Rn cierto modo podré ayudarte en tus estudios con los pequeflot conocimientos
que poseo. Pequerto* de veras, querida amiga He vivido mucho en sentimiento y
en pensamiento, pero siempre he sido un alquimista. Mi ciencia está construida
con suertes, si bien mi corazón ha dejado de sobar y mi afecto hacia ti e* una
realidad...
No; debo cesar tk escribir por hoy. Estoy demasiado inclinado a la ternura
Hr pasado un dia espantoso. Madame S. ha estado enferma y apenada y he
tenido que usar de toda mi fuerza para refrenarme, pues aunque estoy realmente
afligido, difícilmente puesto superar la concentrada amargura que actualmente
cootiuuyc mi sentimiento para con ella. Es una tortura que tú, afortunadamente,
no conoces, Lo he hecho lodo pata consotaila He menudo Tiene U habilidad d«
Í49
y

f'dnard It. Cart


aconalaime corma V» pared y ponerme en el dilema de tener que decirte I»
verdad que la aniquilan», o mentir- ^Qué debo hacer? Prefiero ser humano, a
pesar de rm desea de aniquilarla en el acto...
Te quieto mucho. Me siento inclinado a romper cu» cana. Me hotrotí/a
mojarte Sea como fuere, ya lo sabe». aoy mayor que tú. ¡Sé feliz' Yo estaré
contento de verte dichona o de morir a tu lado en I»' barricada*

Ogarcv y su» huéspedes fueron nuevam enic invitados a Yukhontovo


pare p asar Ins Navidades y ei AAo N uevo, pero el 24 de diciembre
Ogarcv se puso a su ver. enferm o y M adam e Salios acudió sola con sus
hijo». Su ausente caballero llegó tres dias después. No existen docu­
mento* acerco de la visita, t i I de enero (egresaron a Akshcno. Apenas
llegados —una hora después de medía noche— Ogarcv ya estaba sentado
escribiendo a su Natalia.

Durante el viaje he dormido, he cantada y he hablado con Marie (U hija


mayor de Madame de Salía») como si fuera la persona mis alegre de este mundo,
pero he hablado escasamente con Madame. tila parecía rehuir totalmente la
conversación y la discusión, aunque pronto »e reanudará. No me siento im ir en
absoluto. No >é »i« por la perspectiva de vertr de nuevo durante largo tiempo, o
por un inexplicable scntimtcnto de felicidad en lo mi» hondo de mi corazón; pero
siento que la vida empieza a «er rica y bella como no lo ha sido nunca antes... He
recobrado (a alegre cordialidad de mi juventud, cuando todo» ios mates parecían
pasajeros y toda felicidad estable. Tengo fe en el presente y en el futuro, como el
hombre que empieza « vivir. ¿Ln qué consit-tc mi fe? ¿Qué espero? |No! Hoy
quiero cerrar lo» ojos • estas pregunta».

En la carta siguiente Ogarcv abandona e) envarado y atento francés


que hasta ahora hablan usado en la correspondencia lo» no declarados
am ante* y se acogió, con un suspiro de alivio, al más Intimo y familiar
idioma ruso.

¿tabes que desde que volvt anuí i*r» h# t y ^ o sais CUrifcir.í, «¿¿«i vi
piano > dormir? Por la noche me aplico al deber.

El «-deber» era. por supuesto, d iv en ir n la condesa, cuya p a tu d a '


resultaba tan imprcdccible como cnloquccedoram enie dem orada. Hitaba
bordando un cubrecam a para Ogarcv co m o regalo de despedida y él
miraba con colérica impaciencia tus lento* p rogresasen el trabajo. Su
único alivio era la música.

I.sia noche (escribió en hora ya avanzada el di» 4 de «ñero] cuaba furioso,


probablemente a cauta de que en ve/ de escribirle he tenido que permanecer coa
Madame S-. a U que creo que hablé ásperamente »in poder evitarlo. Hallaba una
cierta delicia representando el papel de un hombre brutalmente franco y
declarándome cgolita. Cosa que en mi es falso. Sé que no toy brutal ni Aspero
por naturate/a. pero un malicioso egoísmo me hito Mr dañino. ,Cuán
tepugname me nenio! l-.sto nunca lo confesaría a nadie sino a ti. i .usgo m t he
sentado al piano y pensando tan sólo en li y en la música (ojalá seáis en el futuro.
/.W
-rx u - r ; w j r -

l.in »•xtfúnli>\ rt/nu>*tica\

imcpjrabk») mt espíritu hn entrada en otro mundo. No he empezado a tocar y


me he quedado con lo» brazo» descansando en el piano y lo» ojo» cerrado».
Inmediatamente *c me ha representado un botqoc en primavera y he recordado
la idea de un poema li neo que «letdc hace tiempo « agita en mi mente. K1 poema
c» éste. Me hallu en un bosque al amanecer Gradualmente todo empieza a
rebullir la* flore» cubierta» de roclo, lo» pájaro». Im ¡ntcetcn. Sale el «ol. Yo me
pa»eo a iravt» de « te mundo que dcipteita. ,Qué visiones. qué armonía»*
¡.enlámente llega un «¿Tocante mediodía Yo descanso a la nombra. A través de
lo» Arbole* brilla el cielo azul inundado de luz y iodo en derredor *c perciben lo»
sonido» y la» peqoeAa» vocc» lan tóio le pueden oír en d benque.
|Y entonce» « talla la tormenta1 Tormenta en el bosque.. ¡No *ab« cuAn
hermoso « ! Y luego el sol de tarde, y la» fragancia» nocturna.». Finalmente, talgo
del bo»que iluminado por la luna, lia terminado mi viaje.

A esto» entuerto* encinta del teclado les sucede una curiosa escena
que relata (iras un i ntcrvalú de veinte hora») en otro p árrafo de la misma
carta.

Kvtuvc ocupado toda la noche con Mane poniéndole sanguijuela» (aquejada


de crup.»« encuentra ya mejor) y por Ja martina me icnlí hambriento. Ordené
que me trajeran algo de comer y. en broma, «ugeri champagne. Madame Salía» lo
tomó en «crío c insidió en beber algo. Intenté disuadirla pero no lo conseguí. Mi
carácter c*. en general, barrante débil y en este cato particular.,, Bien, ¡y* wbet*
Acepté y no» bebimos do» botella» de champagne. Al final ella «taba ebria, yo
no. Yo «tAba simplemente fatitdiado y disgustado. A las dice, > no sin
dificultado, la llevé a la cama, me meli en la mía y he dormido hasta el
anochecer

Su participación en las do» botella», si bien insúfleteme para


intoxicarle, diole cuando menos fuerza» para insinuar a su compartera
que su inminente partida, iba a ser una ««separación p a ra siempre». Sin
em bargo, podía haberse ahorrado la» palabra»; la noche siguiente, la
ss'.uts CORdíss Ir a u g u ró que había bebido dem asiado para recordar ni
una sola palabra de la conversación.
fin esta misma carta, la mó» larga de la sene. Ogarcv examina por
prim era ve/ (u posibilidad de divorciarte de M aris y casarse con Nifalia.
Natalia se preciaba dem asiado de sus avanzadas opiniones para dar
im portancia a esta» fo rm alid ad » , pero pocos días después Ogarev volvía
al lema;

Te rk» n la «dea dk m u b o J o . ÜtlA» completamente equivocada, querida. En »i


« indiferente pero no» salva de (a maledicencia general; no Nene otra
MgRiflcación y creo que comprendemos lo bastante la» rcahdad« para que ello
no» resulte embarazoso. Tú sabe» que no deseo reivindicar derecho alguno «obre
tu persona. Seguirla» perfectamente libre, pero dispondría» de un amigo o tu
lado. Por mi parte no necesito mA». Probablemente no me enamoraré de nuevo,
pero «i a»l fuera. »im píenteme le lo dula. Y tú puede» amar a quien te plazca. Te
amo u n to que tu tcUcwiad es kt que más quiero por encima de todo. Seié feliz ti
mí inalienable posesión es tu ominad, foto. seríamos totalmente libre».
/ \ y + ,i»
' _**>

Fd+arJ II Ctirr

Estas palabras merecen recordarse a U lu í de la subsiguiente historia


de este m atrim onio -libre»
La última de las cartas fue escrita el 9 de enero, Mndiimc de Saltas
debía haber partido aquel día pero la retuvo un dolor de garganta.
Ogarev estaba mAs desesperado que nunca. kspcmriA un día o do» todo
lo y si la condesa no se m archaba irla a Y akhontovo y n o regresarla
a Akshcna hasta que ella se hubiese realm ente ido La historia de la
Salida final de Akshcno, desgraciadam ente, nunca se escribid; el
docum ento siguiente de la colección es u n a c a rtj conjunta de Ogurcv y
N .taliu com unicando u H er/en. que se hallaba en París, su am or y su
felicidad.
Al viejo Aleáis Tuchkov, que era «bastante liberal en sus palabras
pero m uy distinto cuando se trataba de actos», no le gustaba que su hija
menor de diecinueve artos de edad, se hubiese enam orado de un hombre
casado de veinticinco, aunque este hom bre fuese uno de sus mejores
amigos. Pero se tom ó la noticia m is calm osam ente de lo que podía
temerse y tan sólo pidió, antes de decidirse a dar su consentim iento al
m atrim onio, que Ogarev hiciera todo lo posible para obtener el divorcio
de su prim era esposa e incluso acom pañó a los jóvenes a Petersburgo
para consultar abogados. Se rogó a H errén que tuviera una entrevista
con M oría, que se hallaba entonces en ParU con Vorobiev. En el siglo
xix. el divorcio por consentim iento m utuo era en Rusia eos.» relativa*
mente sencilla, pero cuando una p arte se oponía era virtualmente
imposible. Desgraciadam ente. M ana, que viví* con bastante felicidad en
<1 adulterio, no tenia deseo alguno de casarse con su am ante y deseaba
aún m enos com placer a su m arido. Acogió lo» csliicr/o» de mediación de
H er/en con indisimulada hostilidad y u n intento de em plear como
negociadores a los Hctwcgh no obtuvo mejor acogida. -C on el debido
respeto a Múdame Natalia», escribió a Herwcgh. -la considero una
lo m u d a y en ve/ de poneim c en ridiculo hurláis mejor en no meteros
« '« « i ; ? * . V en su agresiva actitud garabateó «5 «íoisu tic ia carta: «Vaya
para lodos los amigos de Ogarev*. N ada se pudo hacer. H er/en
desahogó su m alhum or calificando a M ari* de -M ctalina del arroyo-, Y
en un caluroso dlu de IH49, Ogarev y N atalia, u n la bendición del cura,
iniciaron unu radiante, a la par que ilícita, luna de miel en Crimea. Pocos
dlu» «m es de que Natalia dejara el cobijo familiar de Y akhontovo. su
herm ana Elena casó con un am igo de Ogarev y de H er/en llam ado Satín.
Es en este punto que el lector debe ser introducido en unu serie de des­
concertantes transacciones financieras q u e. en últim o term ino, redujeron
a Ogarev de un estado de rico propietario tu ra la ld e mendigo y parásito.
La negativa de María a consentir en el divorcio colm ó a la familia
Tuchkov de un perdonable resentimiento y el efecto de su exasperación
debe ser rastreado con la conducta posterior de Ogarev. Probablem ente se
debió a su instigación carecía de la suficiente resolución v de la
Mifkicnic capacidad vindicativa) el que Ogarev decidiera, por vi* de
represalias, suspender el pago de los anualidades a Mario, fallando así a la

Í32
ío í e v I/ O ih t r a m d x tk o i

obligación que k habla impuesto para con ella en 1X41. y que citaba
avalada por (a totalidad de tus propiedades rurales. Fue éste un paso
arriesgado, puesto que no habla duda ik que M aría, que nunca habla
m ostrado inclinación a modcrai sus apetitos económ icos, emprenderla
una acción legal en apoyo de sus reclamaciones. Sin em bargo.el ingenioso
c implacable Tuchkov se hallaba dispuesto a responder a la amenaza. A
fin de fru í Ira; la> prclcnvonc* de M aría. Ogarev fue inducido a traspasar
al m arido de Elena. Satín, la totalidad de su hacienda de Akshcno. cuyo
precio de com pra deberla pagar Satín, aparte del rendim iento de la finca,
en diez piaros anuales. Esta intimación, un canto estúpida, resultó fatal
para el bienestar económ ico de Ogarev, dado que S atín, poco dispuesto o
insolvente, faltó o sus obligaciones y sólo efectuó unos pocos pagos y aun
fuera de piar». N o obstante, por el m omento el recurso sirvió a sus
propósitos y cuando María interpuso, y ganó, su acción contra su marido
encontróse sin propiedades que em bargar, excepto una peqoeria finca de
Ogarev denom inad» Uruchia, en la provincia de Orel; esta única posesión
que le quedaba tuvo que ser vendida por orden judicial para indem nizar a
María.
De las tres haciendas que heredó Ogarev a la m uerte de su padre doce
aftm ante», nada le restaba uctualmente. Habla cedido Belo-omul a sus
antiguos siervos y los pagos que debía recibir de c*ta»proccdcncia se
acercaban a su fin; había perdido Uruchia. vendida para satisfacer las
reclamaciones legales de M aría: y habla traspasado Akheno, su casa
solariega, al curiado de Natalia. D urante el resto de sus día* dependió de
la bondad de su m ás viejo amigo. Algo debía hacerse, con todo, para
prevenir el futuro, y. aproxim adam ente por el tiem po de Tuga con
Nainha. tom ó en préstam o u H er/en 4S.OOO rubios y adquirió una
fabrica de papel en la provincia de Simbirsk.
A esto siguió un curioso intermedio. Se recordará que la esposa de
Ogurev era sobrina de Punchulidzev. el gobernador de Penra. La
v im ih Ím ij tic Fumiiumí/eV «unió pvi ví púbitvsi uc»«iic hecho a su
p ro ttfJe por la deserción de Ogarev, y es difícil saber hasta qué punto su
subsiguiente actitud fue debida a) celo oficial o al despecho personal I as
revoluciones europeas de IK4K habían aterrorizado a Nicolás I de Rusia.
Sospechas, espionaje y detenciones estaban a la orden del día. A
principios de 1849. aproxim adam ente cuando O garev empezó o inti*
m idar en Y okhantovo. Panchulidzev informó a Petersburgo que
Tuchkov. desde su vuelta a París, llevaba b arb a y habla hecho
manifestaciones de librepensador y expuso ideas antirreligiosas delante
de los jóvenes. 1.a policía secreta, habiendo recibido la orden de
investigar, descubrió que Ogarev se habla com prom etido escribiendo en
-trabajos de carácter revolucionario- y finalm ente, en septiembre,
inm ediatam ente después de la faga de Ogarev con N atalia, el jefe de
policía de P ctenburgo recibió una petición del borracho y decrépito
padre de M aría, Ro&laxcv. Merece ser citada com o m uestra de las
m aneras contem poráneas.

m
Efh>ard tf. C an

Hx c h in o a
|.« bien conocida rectitud de Vuotra Excelencia me da ánimo para solicitar
la protección de Vuestra Excelencia l.m hechos ton ésto». Mi hija, caoda con
N, P. Ogartv.de la provincia de P ena, «challa desde hacedoaafloscn el extran­
jero por causa de enfermedad. Entretanto. Ogarev, que había contraido amistad
con Tucéikov. un propietario rural de la misma provincia de Prnra. entró. bajo la
influencia de Tuchkov, en la secta de los comunistas. Estoy convencido de ello no
solamente por referencias, sino por las acciones de Tuchkov. Ogarcv y tu amigo
Satin. Loa do* últimos, compañeros de estudios en la Universidad, se hablan
hecho ya previamente sospechosos y estuvieron durante largo tiempo bajo
vigilancia Ogarcv abandonó a su esposa cediéndole una substancial cantidad de
dinero que fue avalada por una hipoteca y quv por supuesto debía habci pagado
ti no se hubiera unido a ü secta de tos comunistas bajo la influencia de Tuckhov.
jefe principal de la secta. Pero sucedió lo siguiente: Tuchkovjentregó su hija
mayor a Ogarcv como te entrega un» desgraciada mujer a los'hombres en un
lupanar. Habiendo Ogarcv gozado de ella, decidió —ignoro por qué razón—
traspasa ría a su amigo Satín, esta vez en matrimonio legal, cediendo a Saint,
como dote de ella, su hacienda solariega de 400 almas. Siguiendo con sus mismo*
hábitos recibió luego de Tuchkov a su oirá hija. Mi. estos caballeros comunistas
trabajaron duramente para despojar al infortunado Ogarcv. y lo consiguieron,
mandándole luego a divertirse con la joven a Crimea Estoy firmemente
convencido que todas estas acciones formaban parte de un plan establecido pana
sacarlo <irl país y dejar a mi hija, su esposa legitima, sin el dinero. Tenga Vuestra
Excelencia la gracia de proteger a la inocente. Soy un hombre viejo sin otra
alegría en la vida que mi hija. Dad orden de que Ogarcv no ulga de Rusia y
pague a mi hija: dad a ésta la posibilidad de existir y volver a su país.

Las autoridades tardaron unos cinco metes en digerir cite notable


docum ento y en febrero de 1850, Tuchkov. Ogarev y Satin fueron
detenidos y trasladados a P ctenburgo, donde, en confinam iento
solitario, cada uno de ellos fue requerido p ara contestar un cuestionario
basado en la carta de Rostastcv y en el inform e original de Panchulidzcv.
g i. 4 . A .. - L _
___. _
__• . g . L .^ .. .... . . 4.11 . . . . . . Sl a
* ^ 0o a i w i w iiiv iiiu v * u i u « iu « ^ u c m o v jv wiw c i i u t m u v c u r i n t i
-sus ideales de librepensador y antirreligioso», la «secta de los
com unistas-, las extraftas relaciones entre Ogarcv y las herm anas
Tuchkov, todo fue incluido en el informe, que no fue tan saboreado por
la desplazada ingenuidad de los agentes secretos como por las maliciosas
habladurías de las mesas de té. Incluso se alegó contra Tuchkov que. «en
vistas a la popularidad, habla invitado a su capataz, un simple labriego, a
sentarse en su presencia». La perspectiva se presentaba sombría.
Inm ediatam ente después de su arresto Ogarev pudo hacer pasar de
escondidas una carta de H er/en. que se hallaba en París, m andándole su
adiós «por luengos aftos*. Pero los cam inos de la policía rusa eran
imprevisibles y en e s u ocasión predom inó la clemencia. Las denega»
dones de los tres hom bres eran concordantes, la existencia de la «secta
de loa c o m u n istai- quedó sin probar, y e n abril los tres fueron puestos
provisionalm ente en libertad. En diciembre del afto siguiente fueron
incluidos en una amnistía general en ocasión de conm em orarse el
/.oí e.tJtodtn himinuetti

vigésimo quinto a m v c n a n o de lo subida de Nicolás I al trono. Ogarev


se tomó la única venganza que estaba en su poder con el hom bre a quien
creía culpable. Escribió una ostentosam ente atenta c a rta a Panchulidzcv
pidiéndole la devolución -sin interés- de los $.000 rublos que le habla
prestado antes de lu autorización de su retom o a M oscú. No existe
constancia de la respuesta del gobernador, pero diez artos más tarde
Panchulidzcv fue separado de su cargo por abusos com etidos durante su
m andato. Habla sid o gobernador de Pcn/a durante veintiocho artos. No
puede acusarse a las autoridades centrales de haber o b ra d o con indebida
precipitación.
Pero Ogarev y Natalia tenían que soportar, co m o escribieron o
Herrén, no sólo -el odio de los enem igos- sino -la m aledicencia de los
am igos-. Incluso los pocos supervivientes de la cuadrillo de Moscú
adoptaron una actitud de convencional desaprobación. Tuchkov aceptó
lo inevitable con un peso en el corazón, su espíritu independiente habla
sido quebrantado p o r el sobresalto de su detención. Elena y Satin, desde
su ventajosa situación de m atrim onio respetable, m iraban desdeñosa­
mente. por encima del hom bro, la irregular posición de los otros. Era
bastante corriente, e n la Rusia del siglo XIX, que un hom bre casado o
una mujer casada tuvieran un am ante pero que un hom bre y una
muchocha soltera de la aristocracia ruta vivieran abiertam ente juntos
desafiando Ib ley divina y la hum ana costum bre, era peor que inmoral:
era politicamente heterodoxo. Unicamente lle r/c n , firm em ente asido a
sus principios rom ánticos, aplaudía desde lejos a los d o s amantes. Y la
ventolera arreció cuando llegaron a Niza las noticias de la m uerte de
Natalia H cr/en y las insinuaciones de su m ando acerca de los torm entos
de sus últimos meses de existencia.
M ientras. Ogarcv se afirm ó en la fábrica de popel en su inesperado
personaje de hom bre de negocios, y allí pasó, con N atalia, en una gloria
casi connubial, los artos de ltt $0 a lé$$. La vida en la fábrica era
mvMwiviiNi .A•
m /v n - A t A a * *
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s a t* s k -
•* 0 SMIHVM tm
>•*%* a**!»-»**» — j .
IV ywiMVÓUV lIMft
aplicación de lo que podía esperarse. Natalia agotó rápidam ente las
novedades placenteras del gobierno doméstico. Se esforzó en la
autoeducación y se encontró a si misma una torpe ditcipula. Intentó
escribir ficción y rem itió uno de \u% cuentos al popular d iario Notai Je la
Pama, pero el director se le devolvió con el com entario —escrito, a buen
seguro, burlonam ente— que un cuento basado en lis am ante de un
hombre casado era im propio para insertarlo en sus respetables co­
lumnas. Ensayó la jardinería y halló más satisfacción de lo que había
imaginado en el puro trabajo físico de cavar. No era desgraciada y seguía
devota de Ogarev, p ero la rutina de la vida cotidiana, solitaria y sin hijos,
viviendo en la ineonfesada conciencia de una posición social falsa, no
proporcionaba una solución adecuada ni a sus facultades ni a sus
sentimientos
H errcn. establecido en Londres desde el otoño de 1852, les instaba
constantem ente o reu m n e con él, y Natalio estaba en cieno modo
Edwerd N. Carr

ansiosa por salir de Rusia; pero dificultades prácticas y la puro inercia los
encadenaban todavía al lugar. Sin em bargo, con el transcurso del tiempo
crecieron m ás sus deseos y los obstáculos fueron desapareciendo uno por
uno. £ n la prim avera de 1853 Muría O garev m urió en París. En tu s
últim os aAos Vorobicv había sido reem plazado por un francas a quien
legó los últimos restos d e su fortuno. La noticia no llegó a Ogarev y
N atalia hasta cerca de seis meses después del suceso. En sus tiernos dias
de a m o r hablaban del m atrim onio con irrisión y com o de -u n tuperfluo e
innecesario lugar com ún-, pero ahora estaban impacientes por regula*
rizar tu estado. Una b a rr e n que se oponía a la concesión del pasaporte
fue a ti soslayada.
T ranscurrieron cerca de dos aAos m is , y en 1855 la casualidad, en
form a de incendio, destruyó la fábrica de papel y dejó a los Ogarev sin
recursos, sin ocupación y sin ningún m otivo de perm anencia. Pasaron el
invierno en Pctersburgo. No fue un tiem po particularm ente afortunado.
Ogarev, de vuelta, tras varios aAos, o la sociedad que le gustaba, se
encontraba en su elemento, bebiendo copiosam ente en la alegre
com pañía de sus amigos. El alcohol aum entó la frecuencia y la virulencia
de sus ataques epilépticos y N atalia, por prim era vez. se inquietó
seriamente por su salud. T am poco a ella le sentó bien su nuevo medio.
Los añ o s de ostracism o social la hablan hecho m orbosam ente sensible y
em pezaron a aparecer los prim eros síntom as del histerism o de sus
últim os aAos. Se sentia, probablem ente sin razón, ignorada y despre­
ciada. Estaba convencida que Turguencv, que aAos atrás le habla
dedicado un cuento, ahora la odiaba. C uando Ogarev invitó a Tolstoi a
su alojam iento, éste no se presentó, y ella tom ó su incomparecencia
como un desaire personal. El único de sus amigos literatos de su m arido
con quien ella, de manera bastante curiosa, se hallaba com pletam ente a
f tttO , era el m is bien simple O strovtky. el popular autor de comedias

Sj«B pg» s* pfw em sbég m olestes e b siie u lc s p srs que un sntigüv


sospechoso poU tko pudiera obtener el permiso para dejar Rusia.
O garev. que n o se hallaba, ni m ucho m enos, en situación de prodigar
m unificcntes préstam os a oficiales asequibles, tuvo que invocar el
patronazgo de un prim o que habla llegado a general. Por fin fue
concedido el pasaporte y se hicieron tos preparativos. En m arzo de 1856
los O garev em prendieron el viaje. Su prim era parada fue Berlín. Ogarev
habla conocido la ciudad en sus tiem pos de vagabundeo, dolor y
libertinaje. Desde entonces hablan transcurrido cerca de diez aAos y la
ciudad habla sufrido una revolución, p ero poca alteración pudo observar
en el aspecto de la capital prusiana. Él único buen resultado positivo de
la revolución, declaró, es que ahora está perm itido fum ar en la calle. I.os
únicos cam bios eran los de la moda.

Todavía hay pocos ingleses en Berlín (escribió a »u cunado), pero los


alemanes han aprendido a usar la capa escocesa «n vez de guMn. Ea de lo más

m
/.ni c u '/hhÍ u * remátitUm

cómko encontrar»* con un elefante caballero pateando envuelto en un chal. Por


otra parte las dama* visten fronde* chaqueta* como de hombre. Bien, todo ce
cuestión de hábito.

Desde Berlín, Ogarev y Natalia fueron directam ente, vía Bruselas y


Ostendc. a Londres. Natalia regresó a Rusia m altratada y rota por la
vida, veinte aftos m ás tarde. Su m arido nunca volvió a pisar el suelo ruso.
a-".* *
<' '

t
t
i
C a pítu lo vm
DE NUEVO EL TRIANGULO
La llegada de Ogarcv irrum pió com o un m ar tem pestuoso en las
calm adas y tranquilas aguas de la existencia cotidiana de Heneen.
La prim era torm enta fue uno de aquellos episodios que nadie prevé
pero que tan p ro n to se han producido lodo el m undo los reconoce com o
inevitables. N atalia Hcrzcn habla encargado del cuidado de sus hijos, en
la cvcntualidod de su fallecimiento, a su querida «Consuelo*, y en su
lecho de m uerte fue el nom bre de la otra Natalia el últim o que solió de
sus labios. C uatro aflot hablan transcurrido desde aquel día, pero era
ló g k o que N atalia Ogarev esperara, en virtud de aquella confianza,
asum ir el papel de madre adoptiva. Era igualmente lógico que Malwida
von Meyscnbuji, que se habió consagrado devotam ente a sus nuevas
i« ¿ p O i» M u ¡i* u » u é * v «>i i ¡ü ú « i* p « » *m uc »u m í. »e ic u iiiic ia de ¡a m ás
pequeAa insinuación en orden a reclam ar una au to rid ad sobre los niftot
que rte m p la ra n la suya.
Las dos m ujeres, carentes de hijos, ambos tan insatisfechas sexual*
mente y com o poseídas del mismo anhelo histérico p o r los niAos, eran
dos rivales predestinadas. Instintivam ente se consideraron la una a la
otra com o intrusas, aunque debe ser consignado, e n favor de Natalia,
que fue Malwida quien prim ero provocó y dio expresión a su mutua
enemistad. Para Malwida no se trataba de una m era cuestión de celos
sino que tam btén se hallaban en juego principio* profesionales y hasta
nacionales. Ella tenia la tradicional fe alem ana en las teorías pedagó*
g kas. y se consideraba particularm ente capacitada, por sus pacientes
estudios, para la educación infantil. Por otra parte, se echó de ver en
seguida que a N atalia le fallaba tan to la teoría co m o la práctica y que
una sola sem ana de su descuidada indulgencia podía estropear los
resultados de seis meses de buena disciplina germ ana. En especial, la
Echverd H. C a n

impaciente y desordenada generosidad d d tem peram ento eslavo cho­


caba con la ascética precisión de Fráulcin von Mcyscnbug. Habíate
costado ya m ucho • Malwida convencer a Hcrzcrt de que «los regalos y
juguetes inútiles tan sólo em botaban el gusto de los chicos para las cosas
buenas y útiles y alientan el espíritu de destrucción que ya es de por si
bastante fuerte en los jóvenes-, lle n e n acabó por aceptar su repulsa
para c o n estas desm oralizadoras chucherías, pero U lucha recom enzó, y
en form a exagerada, con Natalia, quien confesó que - n o podía pasAr por
delante de aquellas encantadoras tiendas de juguetes de Londres sin
sentir la necesidad de com prar todo lo de los escaparates y traerlo a casa
para los, niAos». Todas las protestas n o surtieron efecto alguno y
Malwida’, desesperada, apeló al padre.
La apelación resultó em barazosa para Herrén. La singular devoción
de Fríiulcin von Meyscnbug le inspiraba el más sincero y respetable
sentim iento de gratitud y reconocim iento, pero sus sentim ientos hacia
lo» Ogarev eran de otro calibre. La llegada de éstos a Londres habla
constituido un rom ántico encuentro de corazones largamente separados
por un hado adverso y. por prim era vez desde la m uerte de Natalia,
habla e n trad o en su circulo dom éstico u n soplo de tu tierra nativa. La
lealtad para con su difunta esposa le indujo respetar su deseo de que la
educación de sus hijos fuete confiada a »u amiga más querida, y su
corazón alegróse cuando ola a Natalia Ogarev contarles cuentos de la
Rusia que d io s nunca verían y hablarles en tuso, que T ata ya habla
medio olvidado y Olga nunca habla sabido. Herrén p ronto se dio cuenta
de que M alwida desaprobaba que el ruso fuera de nuevo el lenguaje del
hogar, y tener que escuchar instrucciones en un idiom a extrafto que no
pedia com prender. Se sentía incóm odo e indeciso. Sugirió a Malwida
una am ical discusión con Natalia que aquélla rechazó por inútil. H cr/en
no deseaba en m odo alguno una ruptura; pero si ella lo forzaba a ello
estaba bien claro a quién escogería para el sacrificio.
I t noción de su impotencia colm ó s M slw ida de «»Ta»gu«a y iuvu si
valor de preferir una operación quirúrgica a un largo y trista dolor. Un
día. sem anas después de que aquel carruaje pesadam ente cargado
hubiese llegado a la casa de Finchtcy R oad. tom ó entre tas suyas las
m anos de los asom brados niflos y los exhortó a recordar tan solemne
m om ento, cuyo significado algún día com prenderían, y condenó la
conducta educativa de M adame Ogarev p ara con ellos. Luego salió de la
casa llevando consigo su pequeño aju ar transportable. Nadie la vio
m archar, salvo un criado italiano que la consoló diciéodolc que su
ponida no presagiaba nada bueno para los que dejaba tras de x!. Al día
siguiente, Herrcn envió a Sacha y O garev a visitar a M alwida para
transm itirle la seguridad de su im perecedera estima y gratitud. Pero se
expresó más llanamente en una carta a M aría Rcichcl:

iAh. esta gente alemana, especialmente la del sexo femenino, y particu­


larmente aquella que k ve afligida con la virginal inocencia de las toltcronaif
» •

/ i*\ r \ t t h f J n \ m m á n lito i

El verano transcurrió tranquilam ente, Ogarev, iros su alegre invierno


de Pelentburgo, llegó a Inglaterra en un deplorable o ta d o de talud.
D urante lo* último* veinte artos, la epilepsia, los excesos sexuales y el
alcoholismo crónico hablan m inado su constitución. El m édico a quien
Hcrzcn llamó no respondió de su vida y prescribid un régimen cuyos
rasgos principales eran el reposo y una total abstinencia de alcohol. Tan
austero régimen, raram ente prescrito en Rusia, y aún más raramente
seguido, causó una fuerte impresión a Ogarev. En la paz de los
alrededores de Finchlcy Road su estado empezó a m ejorar de una
m anera estable. C uando Malwida partió, los O garev, que hasta entonces
estaban instalado» en una pensión cercano, se convirtieron en huéspedes
perm anentes de la casa de Hcrzcn.
Sin em bargo, la casa de Herrén ofraefa un im portante inconveniente:
no estaba del to d o aislada. Y asi, los dom ingos, cu an d o los amigos de
Herrén se reunían y tocaban el piano alegremente y entonaban canciones
rusas a coro, se oían a través de la pared golpea con lo» que eran
conm inados a observar el sabboih inglés. Esto era excesivo para Hcrzcn.
Le gustaba cam biar a m enudo de residencia y p ro n to encontró otra
nueva en un m edio más rural, protegida del u b b o ih inglés por un amplio
jardín. A prim eros de setiembre, toda la familia se trasladó a Laurel
House (más generalmente conocida por el nom bre del propietario.
•M r. Tinkler*»*.), High Street, en Putney.
H ablan pasado en c«(c m om ento más de c u a tro artos desde que
Hcrzcn, en N iza, con su esposa m oribunda en los brazos, jurara
venganza y el tiem po habla suavizado su dolor y ablandado su fuña. El
castigo de) seductor habla sido relegado al limbo d o n d e las cosas que han
resultado inasequibles se m iran com o si no tuvieran im portancia: y
Hcrzcn desde su llegada a Inglaterra, se habla confinado voluntaria­
mente en el más agradable deber de canonizar a la víctima. Le gustaba
hablar de su difunta esposa com o de alguien que hubiese sufrido mucho
y hubiese so p o rtad o los sufrimientos con sam a resignación y fortaleza.
¿Y con quién podía hablar mejor y más frecuentem ente de su historia y
su reivindicación que con tu más querida amiga, la otra Natalia? U *
alm as de Hcrzcn y de Natalia Ogarev establecieron uno verdadera
com unión sobre la tum ba de la santa m artirizada. M ezclando sus
lágrimas, com partían la felicidad de tu s santos recuerdos; de estas
reverenciales celebraciones Ogarev, que apenas había conocido a Natalia
Hcrzcn. quedaba forzosamente excluido. Son notorias las propiedades
incendiarias de una emoción com partida incluso cuando lo emoción es
de carácter casi religioso. Si hubiese estado presente un especta­
dor desinteresado no habría hallado dificultad alguna en prever «I
M noutm ent. Hcrzcn rodearlo a Natalia con el brozo y pedirla joco­
samente permiso a Ogarev para besarla Q uizá fuese igualmente
peligroso acceder a esta agradable licencia que llegarse ■ ella, y Ogarev
no era hom bre para negarse. Por el contrario, se alegró de que el afecto
de Hcrzcn por N atalia forjase un nuevo lazo entre él y tu c a m in d a de

161
Edwcrú //. Cart

toda la vida, y hasta se sintió aliviado al ver que no se repellan las tensas
relaciones que existieron entre su prim era esposa y su amigo. Tam poco
Hcr/cn retrocedió ame este segundo experimento con el ideal romántico
de la am istad triangular; tos circunstancias modificaban tas cosas y la
experiencia raram ente enseña en los asuntos det corazón.
Tan sólo estuvieron, sin em bargo, unos pocas semanas viviendo con
prim aria inocencia en este paraíso rom ántico. Un din —parece que fue
antes de su traslado de Finchlcy Road a Putney— se hallaban hablando
juntos y H er/cn. sentándose en el suelo a los pies de NatAiia, le cogió la
m ano. Natalia experim entó una vez más la «sensación m agnética- de la
cual habla sido consciente cuando el am igo de su m arido la abrazó por
prim era ve/. El contacto envió una oteada de sangre ardiente a través de
todo su cuerpo, y encontrándose sus ojo» con los de Ogarev. vio que éste
los estaba m irando fija mente con trágica com prensión. A partir de esta
escena, que ella registra do* artos más larde en una carta a tu herm ana.
Natalia parece d atar su conocim iento —y el de su m arido— de su pasión
física p o r H cr/cn. Sólo el propio H errén, tan simple de pensam iento
com o siem pre en tu» relaciones personales, no se dio cuenta de qué d a te
de sentim ientos habla prendido en ellos. H cr/cn, a sus cuarenta y cinco
años, habla alcanzado ya la m adure/. H abía vivido m uchas tragedias y
habla decidido considerarse com o un hom bre viejo cuya vida ya te habla
consum ado. La vivaracha Natalia, sedienta de alegrías y de pasiones
todavía no gustadas, era dieciséis artos m ás joven y hubiera podido
pasar, sin la m enor dificultad, por hija suya. Herrén m antuvo oculto» su»
sentim ientos para con ella, incluso para si m ism o, bajo la m áscara de una
ternura paternal, y si sólo de él hubiera dependido, la m áscara nunca
habría sido arrojada. Esta no es la historia de un experim entado hombre
de m undo que seduce a una im presionable y cándida joven esposa y la
desvia de la senda de U fidelidad conyuga). H ubo seducción, si. pero
H cr/cn n o fue el seductor, sino la victima.
En c¡ exaltado sentim iento de N ataiia por Herrén hubo una gran
parte, quizá preponderante, de ardor anim al. La historia de su
m atrim onio con Ogarev no puede ser escrita en detalle dad o que
carecem os de m aterial, pero existen d a to s indicad» de su fracaso en
cuanto a satisfacer la vertiente física de la naturaleza de Natalia. No seria
justo decir que la experiencia desm intió las rom ánticas promesas de su
noviazgo. Ogarev fue, y permaneció hasta el final, una figura romántica.
I j i colegiala que se enam oró de él en A ksheno seguía viviendo en la
m adura Natalia, y Ogarev seguía estim ulando sus más liem os sentí*
miento» tan irresistiblemente com o siem pre. H abla interesado su
corazón en una medida que no podía alcanzar otro hom bre. Pero Natalia
no sólo tenia corazón. Habla aportado a Ogarev los deseos frescos y
vigorosos de una juventud enteriza y el am or con que Ogarev le
correspondió fue. com o ella escribió m ás u rd e , -la última llama
vacilante- de un cansado y gastado organism o. Los prim eros artos en el
cam po transcurrieron tolerablem ente bien, pero el último invierno en

m
/ w> m m aw u o i

Petcnburgo había socavado las poteteras fuerza* de O garev y había


destruido su salud. Natalia tuvo cada vea m is la am arga conciencia de la
desigualdad de su m atrim onio.

Me día él (escribió* *u hermana Elena) porgue lo amaba y él fue caví et único


lazo que me alaba a ta vida. Pero en «cerero «upe Nen que la vwi* podía haberme
dado algo má». y que Lo que me dio no era lo que yo necesitaba.

Había sacrificado su juventud y aun su persona a Ogarev y la


conciencia de su sacrificio fa indujo a una siempre creciente indulgencia
hacia el venenoso sentim iento de la autocom pasión. Sus ansias
insatisfechas, con los nftos. habíun ido cristalizando gradualm ente en un
deseo apasionado. «Soy un d isoluto-, confesó Herrén p o r aquel tiempo,
-y a duras penas puedo retener el lado animal de mis pasiones-, pero sus
prem aturos abusos lo hicieron incapaz de tener descendencia. El
conocimiento de esta esterilidad habla (legado a Natalia en ios primeros
tiempos de su vida en com ún, am es de) m atrim onio. Describe la
revelación en otra carta escrita varios artos más tarde a su hermana:

Recuerdo cuánta alarma se produjo a la mera idea de que pudiera quedarme


ciKtnt*. Todo el mundo lo temía, pero él... SI. fue entonce* cuando me propinó el
terrible golpe de que no era probable que tuviéramos hijos t.o comprendí, le
quería y mi afecto no cambió; pensé tan sólo que podría ser una madre y todo
cuanto fuere necesario para él l úe un dok>r indescriptible, pero el amor por el
hijo que no estilla, así como también una especie de altivez, me forzaron a
mantener el silencio y hasta a pretender lo contrario.

Por el m om ento debió de tener, mezclada con otra* emociones, una


sensación de alivio, la frustración de su instinto m aternal se convirtió en
una inconsolable tragedia, t a falta de hijos pesó en ella -co m o la pesada
mano del C om endador en Don Juan». Diole vueltas y m ás vueltas y fue
causa y stm boio de su inquietud, ci punto íocai de sus frustrados
pasiones. En cuanto llegaron a Inglaterra no pudo ev itar la com paración
entre el débil, dulce y patético Ogarev con ci norm ut, viril y dom inador
H errén, VHomme m oytn sfn.yue!, que habla navegado y navegaba aún
entre et libertinaje y el ascetismo Las circunstancias la em pujaron a vivir
bajo el mismo techo y en la más próxim a intim idad co n ci am igo de su
m arido. Y los sentidos la traicionaron rápidamente.
La crisis sobrevino no m ucho después de su traslado a Puiney, en
septiembre de IK56. H cr/cn empezó a darse cuenta de que la amistad de
Natalia hacia él era -d e un carácter más apasionado de lo que ¿I podio
desear-. En et galanteo que siguió se invirtieron los tradicionales papeles
de los sexos. H errén, alarm ado por los síntom as que había podido
percibir, simuló unu frialdad que estaba lejos de sentir. Em pezó a evitar o
Natalia y trató de poner freno al tem erario curso de su intimidad.
Natalia insistió. No com prendió, o fingió no com prender, sus motivos
para evitarla. Ella csiaba dolida, profundam ente dolida, y protestaba
Mi
F J * o r d H. C a n

am argam ente que nada habla hecho para merecer la indiferencia de un


«migo. El afecto de H errén por Natalio era sincero. Y era un hombTe de
carne y hueso, t a calm ó, la consoló. y en el proceso de consolación
fueron pronunciadas los palabras fatales y hechas la» irrevocables
confesiones. Hcrzcn y Natalia se convinieron en am antes.
La propia N atalia cuenta en su D iario lo que siguió:

Cuando vi que Her/en, vencido por mi apasionado amor, se habla


enamorado, me dingi a toda prisa a Ogarev. Comprendía «u dolor y me pareda
que de hallarme en su lugar nunca habría sido capar de resistirlo. Todo el pasado
desfiló ante mis ojos con tal claridad y tan brillante colorido que me quedé
aterrorizada y no pude dar un solo paso adelante hasta que supe cómo lo iba a
tomar. Tomarlo como lo tomó, con tan infinita y amplia comprensión, debió de
ser algo más alié del poder de cualquier. . ai. me auevo a decirlo, de cualquier
otro hombre. Lo tomó con la bondadosa simplicidad que es peculiar a su tierna y
tolerante naturaleza. Todo lo comprendí y empecé a quererlo más todavía Mr
pareda tenerlo, en algún modo, mis cercano a mi que antes, y le pedí su ayuda
para poder vencer im apasionamiento por Herrén Pienso alguna ver que me
hubiese gustado que lo hiciera. Pero no lo hizo, no me ayudó, no me pidió
ningún sacrificio. Durante estos illas he sentido a menudo que estaba sumido en
el dolor y cada ve* la visión de este dolor me arrancaba del pecho un grito de
agonía, una plegaría en su ayuda inspirada por la opresiva conciencia de mi
propia impotencia.

Podía haber hallado solución en la huida, c incluso sugirió que podía


regresar a Rusia, pero, continúa el Diario:

Ogarev era contrarío a mi partida Podia haberme salvado pero no quito


causarme ningún dolor ni siquiera por un momento, y no quiso que me
sacrificara por él.

Sólo Ogarev, el resignado y agonizante espectador de estos acón*


tvCínitcnics, fie ti* ¿ e jid o ívgwiiú de sus emuciones. N ada reprochó g
N atalia. Era propio de su naturaleza dirigirse los reproches a si mismo
m is que a lo» otro» y quizá sintió que u n m atrim onio com o el tuyo no le
daba derecho a juzgarla. Siete a fio» m ós tarde, cuando el pecaminoso
am or de Natalia habla alcanzado la cum bre de la tragedia, le dirigió un
obsesiónam e poema en el que le suplicaba pctdón por el mal que le habla
causado:
¡Perdóname? Mía es la culpa.
Fui yo quien arruinó tu edad temprana,
sólo yo rompí lo* sagiados lazos,
con frivolidad inflamé tu mente
y aventé en ti. sabiéndolo o sin saberlo,
el espíritu de la irracional obstinación.
Desperté en tu alma
el desasosiego de la pequcóa intolerancia,
la aridez det escepticismo.
164
lo s r\ihfíth* romántico »

el desenfrenado abandono a la» pasiones.


¡Perdóname! Bajo ame ti
mi pecadora cabera..
Pero era débil, y cataba enamorado;
no era tu hermano mayor, tino tu esclavo.

A hora bajaba la cabeza en silencio, un silencio que estrujaba el


corazón de N atalia y atorm entaba su conciencia m ás que cualquier
palabra que hubieoe podido decir. Reconvino suavem ente a Herrén pero
m is fiel a sus principios que el propio H errcn, lim itó su queja a un
aspecto: le reprochó, no que le hurtara el afecto de su esposa, sino que no
le hubiera dicho nado acerca de ello. El m atrim onio era libre y el am or
irresistible, pero la am istad exigía una abierta confesión. No era la acción
sino la falta de franqueza que la acom pañó lo que constituía la ofensa
contra el canon rom ántico. Parece que el reproche se lo hizo por carta y
H errcn «acogió el mismo medio para la respuesta. L a respuesta debió
haber sido penosa, aunque Herzen era, afortunadam ente, insensible al
paralelo —q u e inevitablemente se sugiere por si m ism o al lector— entre
su posición actual y la de Hcrwegh seis anos antes.

Mace largo itempo que deseaba, querido «migo, acornearme contigo, y si


guarde silencio fue porque temía destruir la armonía y la tranquilidad de tu vida
y porque mi deseo era evitaros conflictos a tí y • Natalia. Decir lo que me dices es
ridiculo. ¿Soy hombre capaz de ofenderte siendo insincero, cuando soy sincero
siempre con todo el mundo y cuando mis propias heridas están todavía sin
ckaim ai* Mi deseo es terminar mi vida a tu lado y creo que asi la terminaremos.
Supe que el afecto de N. por mi era de un carácter más apasionado de lo que
podía haber deseado. La quiero con todo mi corazón, profunda y ardientemente,
pero no con pasión. Para mi. ellas y tú sois lo mismo. Ambos sois mi familia y
—con mis hilos— todo lo que tengo. Al principio (fue después de haber venido a
Putncy) ira té de mantenerla a distancia, pero ella no comprendió y se mostró tan
dolida oue vo. naiuratmenic. me apresuré a tranquilizarla y entonces tampoco yo
pude evitar, como quien ha estado largo tiempo faltado de cualquier cálido
afecto femenino, sentirme conmovido por su devoción de hermana. Tú mismo lo
descaste. Y en la pura intimidad de mi corazón vi en iy esposa un nuevo amito de
nuestra triple unión. Cuando me di cuenta que cita se dejaba arrastrar cada vez
más por la pasión crei que era m ultado de «u ardoroso carácter y de su
inhabilidad para controlarse...
La idea de que esio le producida un dolor no me dejaba tranquilo y me
atormentaba tanto como antes me atormentó iu enfermedad
Cualesquiera barreras que intentara erigir, raí otra, foi dos, tas echabais
abajo. Yo merecía tu confianza Me siento ante ti sin miedo y un vergüenza,
amigo de mi juventud; pero un paso más allá... y a nuestro» pies se abre un
abismo.
Debemos conservar nuestra profunda amistad Pero para esto debes darme tu
mano y tu consejo y —por encima de todo— tu indiscutible confianza.
No puede un amigo, un hermano, estar tan cerca como estoy yo de Natalia, y
emplearé todo mi afecto para guardaros a los dos con este lazo. No hay fuerza ni
pasión lobte la tierra que pueda apañaros de mi Que N. me quiera mucho c»

I6S
f.th tw tíH C orr

natural y justo; ««tu afecto ha tomado un determinado carácter no es culpa (ida.


Pero. «migo mío, eliminar cito puede tan sólo lograrte ron una gran gentileza.

l o inccrm lum hre de niictiru cronología lu c e dudoso saber por


cuánto tiem po estuvieron luchando con su pación loe dos enam orados,
l a declaración de am or está registrada e n una carta de Natalia a su
herm ana de Tech» 27 de noviem bre de IK$6, m u * meses después de la
llegada de Ogurcv n Inglaterra Aunque no resulte claro, es probable que
Cuando ve escribió esta carta no fucru todavía la am ante de H cr/cn. pero
cuundo llegamos a nuestra próxima fuente con indicación de Techa, el
Diario llevado por Natulia desde junio a agosto de IK$7, la Uatxon yo
estaba establecida desde algunas sem anas o quizá* algunos meses 1.a
carta de Herrén a Oganev debe corresponder a algún m om ento entre la
declaración de am or y la consumación de la hanon,
i.a unión con Herzen dio a Natalia una satisfacción pasajera. Por
uní» m om entos pareció que habla encontrado en él un am or «igual* al
que habla echado de menos en su m atrim onio con Ogarev. Por un breve
lapso de tiem po se sumió en lo "brillante idea* de ser paro los dos una
«amante y devota herm ana* y Ogarev soñó con «la unión de (res
personas en un solo am or*. Para m uchas m ujeres H cr/cn hubiese sido un
amante satisfactorio; pero Natalia no estaba dotada para la felicidad.
Inm oderada c impulsiva en U* pasiones, mi era menos impulsiva e
inm oderada en los rem ordim ientos. 1 an p ro n to su am or fue consum ado
ya te pareció una -m onstruosidad*. fin agosto pudo escribir en su D iano
que «habla dado un im portante paso en su vida sin la debida reflexión y
habla pagado curo por él*. Con su m orbosa predisposición u In
hum illación, dirigió la mirada hacia atrás y ue dijo que el am or de Hcr/cn
hablo sido mera pasión sensual provocada por la provocación de ellu. y
tuvo atorm entadores sueño» en los que. llena de celos, lo vela
acariciando a otras mujeres. Su am or, uunque fuese sincero, cru para él
«de impo-rtunciu secundaria, o aún m enos*: no era el «amor profundo y
puto que daba tan honda le e n la hum anidad-. Natalia era todavía una
rom ántica; Herzen, a la m anera de los rom ánticos desengañados, se
hnhia convertido en cínico, Hila era perfectam ente consciente de «un
influjo frío procedente de Herzen». P.n tal atm ósfera no podía florecer un
am or rom ántico y tam bién ella se refugió en el cinismo.

Soñar. <n nuestro paso por <1 mundo (escribió amargamente), ep una vid»
imposible, pnétna y armoniosa, es inadmmblc. I tu b a equivocada ¿Ygo/a a su
manera. ¿Y qué ocurre si yo no umpaiím y no «precio tu sutón de la vida''
Quedarme fuera del camino. I as relaciones personales significan muy poco para
él y mucho para mi. t.< quiero pero sé que no puedo estar satisfecha con lo que
me da

l.o peor de lodo fue cuando otros sentim ientos, que casi purcclan
m uertos, revivieron en tu pecho y le dieron la prueba de que la
pcrvivcnciu de Ogarev en su corazón era m ucho máv fuerte de lo que ella

166
¡ ó * e uUoifoi roitH)fW<os

habí* imaginado en mi* momento» de intoxicación sensual. «A través de


su» noche» de insom nio, por su» incesante», sccictas y silenciólas
lágrimas». supo que Ogurcv «hora «no era menos querido por ello que
antes-. Empezó a establecer involuntarias com paraciones entre los dos
hom bres y sus sentim ientos para con ellos y tales com paraciones no
fueron en absoluto favorables a Herzen.

Ogurcv sufro; no puede ocultármelo. Hoy estuvo extrañamente irritable y


seco conmigo, y me duele mis esto que cualquier estallido de Herzen. fierren,
incluso cuando no tiene razón, halla siempre consuelo en la conciencia de iu
propta rectitud; Ogarev», que es quien realmente tiene razón, no alborota por ello.
Estoy asustada. Se me doblan las piernas y el brazo al que solía apretar
estrechamente contra mi. me Abandona. Fn su lugar aparece un nuevo brazo
lleno de energía y de tria critica para mis defectos. Y no puedo apoyarme en él.
Siento en él poco amor; hay amistad y como una suerte de condescendencia más
amarga para mi corazón que el peor dr los intuito»

Ogurcv ahora se ausentaba o m enudo, sin dar explicaciones, durante


hora» entera» y volvió a beber m ucho. Natalia empezó a creer que ella le
habla envenenado la vida. «No podía dañarle m is su peor enem igo.- Y
presa de reproches de conciencia ante su m arido se descargaba
am argam ente con su am ante. «Sólo deseo-, escribió una vez a Herzen,
-que él pueda verme con nr indiferencia».
Por este tum ultuoso m ar de sentimientos desordenado». Natalia
navegó a la deriva durante varío» meses: dejó d r sentir tierra firme bajo
sus pies, dejó de ser capuz de respetarse a sí misma. Su carácter se tornó
caprichoso y desigual. Herzen estaba irritado y despótico y la tragedia
del am or eulpubte se vio suplementaria por la com edia vulgar de la»
mezquinas querellas domésticas. Ogurcv, que no tom aba parte en estus
escena», sufría sin em bargo más que ellos. Nos ha dejado un «esbozo de
com edia- con el títu lo Caía de arates o un día de nuestra sida, donde
usando anticipadam ente los medios de Chejov pinta con vivos colores la
lastimosa futilidad de la cotidiana existencia rn Laurel House, Putney.
Entretanto. N atalia fue lo bastante comedida para n o culpar a nadie
más que a si misma y la conciencia de la culpa fue la n o ta dom inante de
su infeliz situación. G ustosam ente hubiese m uerto, pero la idea de ser
enterrada al estilo inglés, «solemne y friamente, en el cementerio de
Highgate-, actuó de disuasor. C om o tumos otros que hablan mucho de
la m uerte. Natalia e«taha destinada a una larga y atorm entada vida Se
aproxim aba un nuevo periodo en su camino. A com ienzos de IXjKscdio
cuenta de que se hallaba encinta.
Tal descubrim iento, que en otra» condiciones hubiese significado la
culm inación de las m ás grande» emociones de Natalia, consternó tanto a
ella com o a Herzen. Esto introduciría un elemento de ¿abierto escándalo
en su» relaciones, com plicarla la posición de Ogurcv. y forjaría un nuevo
y perm anente lazo en tre ellos en el m om ento que su pasión con habla
llegado al punto de ruptura. Ello dio motivo a Natalia pura muy amargas
Etfimard H. Can

reflexiones. Sus pecados y tas circunstancias de su vida habían


convertido en hiel la m is pura y dulce de las hum anas delicias. Recordó
que las cam pesinas rusas siempre se confiesan a\ iniciarse una ¿estación y
en agosto escribió una carta a su herm ana que le sirvió para el mismo
propósito.

La muerte me ha alcanzado en Londres en forma de un revivir —-ficticio e


imaginario revivir» de ta juventud. Ya no aoy la misma persona. Elena querida,
que <4 estrechabas tan tiernamente sobre tu coraión y a quien llamabas
hermana; ésta hace ya tiempo que no existe. La persona que os dejó por amor a
Ogarcv ha muerto. Has hecho bien no viniendo a Londres Me hubiera dolido
mucho verte. Con tu silencio habrías cometido un crimen; resulta misterioso
p an un inoportuno esqueleto atiabar a los aere» vivientes y sentir que nadie sabe
lo que es un esqueleto. Y todo ello en el momento en que una nueva eriatura está
haciendo su aparición en el mundo, una criatura que en otro tiempo lejano podía
haber sido tan ardientemente esperada; pero «hora, fortaleza, eneróla, contento,
fueran de voluntad y calma se han perdido. ¿Cómo debo recibir i mi hijo? ¿Coo
las m«mas amargas ligrimas con que he saludado sus primeros mmtmicniot en
mis entrabas?

Fue en estas condiciones que O garev realizó, según la extraña frase


que había usado en Berlín catorce añ o s am es, su -in te n to de devenir
pad re-. El 4 de septiembre nació una niña que fue debidam ente
registrada com o hija de Ogorcv. Su nom bre com pleto era Elizaveta
Nikolaevna, este segundo nom bre correspondiendo al patroním ico
Nicolás; y se la llamó Liza. El 6 de septiem bre. Herzen inform ó a su hijo
(que por cuestiones de decencia habla sido llevado apresuradam ente a
Suiza antes del acontecim iento), que m adre e Hija seguían bien.
La calma que siguió al nacim iento de Liza fue breve. Un traslado de
Putney a Fulham no provocó cam bio alguno en la atm ósfera m oral y las
mismas fricciones cotidianas prevalecieron pronto de nuevo con toda su
vivicftím. Lo» ¡mime» uc Caía ¿ir orates o un ata de nuestra H dt
se h ab rán dado cuenta de que Ogarev no culpaba o H errén Le
respetaba. Pero su corazón sensible se llenó de profunda piedad p ira
Natalia y la piedad halla más prontam ente excusas que el respeto.
Resumió tu situación en una larga ca rta, notable por su comprensión,
que escribió a H errén en el verano de IKS9:

Los <kn sois crueles. Y ello es asi porque es difícil transportar vuestras
relaciones a un plano mis elevado. Si consigo elevatU a ella, tú lo arrumas todo
con tu crueldad. St consigo hacerlo contigo, c» cita U inexorable. Por lo momo,
ere» tú quien, por tu educación, cstii m is capacitado para dominar el corazón
humano Tienes conciencia de lu fuerza para tratar tos problemas humanos en
general, pero no te importa condenar a los individuos. Fila padece de un-dcícvco
de carácter que sólo el cuidado de una madre puede curar. Yo hará todo lo que
pueda. Pero ti fracaso y en vez de prestar ayuda muestras tan sólo tu egoísta*
racional malicia tesactamentt como ella muestra tu cgolsta-uraciunal malicia),
entonces..„ entonces sólo pido una cosa ilnmc como un empleado de coufian/a
t.ui r\i¡iadoi rc/iuittituu

co tu Imprenta > (U j i i t w vivir «uto.. Q ui/it evo «c# crueldad por mi parte, pero
ambo» lo leñé»» merecido.

Y term inó con u n diagnóstico que por iu ¡nw tcnci* en el complejo


am or-odio, recuerda los ensayos psicológico» de los prim ero» románticos
y anticipa lo» aún m is profundos análisis de Dostoievsky:

Hila le ama apasionadamente y, por tamo, celosamente; y no existen limite»


pata »u» celo» apanonadot o pura »u (au¡ fen ttit) odio. Kn el amor * hallan tan
fundido» pasión y odio en una monstruosa disonancia que es necesario poseer un
oido muy fino para distinguir las notas.

Pero no había escapatoria a este torm ento m ientra» un continuo


contacto irritara la llaga. C om o los Engclson artos atrás, H cr/cn y
Natalia eran arrastrado», irresistible y fatalm ente, p o r tos sentimiento»
gemelo» de am or y de odio, aumentado» ahora por su común carifto,
celoso por am bas pane», hacia »u hijo. Quizá la cosa fuese peor para ella
que para ¿I. puesto que c) trabajo ocupaba aún la m ayor parte de la vida
y el pensam iento d e Hcrxcn. Natalia no tenia tal salida y en los peores
momento» se refugió en la idea de un retorno a Rusia con su familia, li
única áncora de salvación en su m undo agitado y tem pestuoso. En el
verano de 1859 obtuvo un pasaporte, pero le faltó valor para tom ar la
decisión, y a lo» poco» mese» fue ya dem asiado tarde. Ogarev
desobedeció lo» requerimiento» del gobierno ruto p ara volver a tu pab
natal y se pronunció la sentencia de destierro; el decreto se extendía,
naturalm ente, a su esposa, t a s fronteras de Rusia se hablan cerrado para
ellos.
Pronunciado el veto parecióte a Natalia que lo esencial era que se
pudiera reunir, aunque fuera por corto tiem po, con su querida hermana
y si ella no podía ir n Elena. Elena podía acudir a ella. En la prim avera de
I8h0. Elena y su m arido solicitaron pasaporte para un viaje al extranjero,
ci p<uMjn><K fue concedido pero, p o r »»■ c»»ct*rU iico y maliciosa
precaución, era válido para iodos Ir»países, excepto Inglaterra. Era bien
sabido que la m ayoría de lo» países europeos estaban todavía cerrados
para H cr/cn y las autoridades rusas calcularon q u e, im poniendo está
restricción, evitarían una reunión de H cr/cn con Salín. E) cálculo era
correcto. Pero la lim itación de movimiento» de H er/cn no era extensiva a
N atalia, y así pudo fácilmente pasar el verano de 1860 con Elena y Satin
en Alemania y Bélgica. Fue acom pañada por Liza y una aya inglesa, y
por Tata H cr/cn.
Este viaje proporcionó una pausa a las pendencias domésticas, pero
puso sobre el tapete el problem a de Olga. Q u i/á O lga era difícil y
obstinada, q u i/á Malwida ya la habla estropeado antes de entrar en
m anos de Natalia. Sea com o fuere, Natalia nunca habla logrado ganarse
el afecto de Ib segunda hija de H er/en. Su trato con los niños era brusco c
irritable y desde el nacim iento de Liza el último residuo de ternura había
desaparecido. C uando Natalia m archó al extranjero, la nífta, de nueve
169
EiUarJ H Cutf

año*, no podía ir con ella ni podía Mr dejada sin cuidado alguno en cata.
La fiel Malwida se Hallaba lodavia disponible y fue ella quien se llevó a
Olga a vivir consigo en casa de unos amigos alemanes donde se alojaba.
Era. como m is larde com prendió H errén, el prim er paso hacia la
separación, un paso que una ver dado no perm itía retroceder, Olga no
podría ser recuperada; seria impensable sustituir otra ve/ el caprichoso
m alhum or de Natalia a los celosos y pacientes cuidados de Malwida.
Antes de que Natalia regresara del C ontinente, Malwida solicitó y
obtuvo perm iso para llevarse a Olga con ella a París durante el invierno.
I,a niña ya no volvió nunca a casa de su padre, excepto en caso de visita
ocasional. Herrén tenía que agradecer u Natalia la perdida de una de sus
hijas, y un nuevo elemento de reproche m utuo se añadió a la creciente
am argura de sus relaciones.
N atalia regresó a Inglaterra la Nochebuena de 1860. M ientras estuvo
en el extranjero habla intercam biado agrias y desesperantes cartas con
H crzen, pero siete meses de separación hablan hecho su trabajo. l.«s
herídus hablan tenido tiem po de cie a th /a rse , los insultos se hablan
olvidndo y, por el m om ento, hubo algo asi com o una reconciliación
sellada con lo reanudación de lis relaciones físicas: a las pocas semanas
Natalia se hollaba nuevamente cnciniu. El verano —un verano de
relativa tranquilidad, jalonado. >m em bargo, por violentas torm entas de
Irritación— lo pasaron en T orquay. y en noviembre nacieron mellizos.
F ueron inscritos en ci registro de St. M ary, Paddington (H cr/cn residía
ahora en la O rsett House, W cstbournc Terrece, inm ediatam ente detrás
de la iglesia de la Trinidad), com o hijos de •N icolás Ogareff, editor del
periódico ruso ¿o Campana-, y de «Natulia OgorcíT. de soltera
Tuchkov». Les fueron impuestos los nom bres de Alexis y Elena,
respectivamente. C uando em pezaron a hablar inteligiblemente, ellos
mismos se llam aron -L ola chico- y -L o la chica-, y ¿stos fueron los
nom bres que se les atribuyó durante to d a su corta vida y que perduraron
en la m em oria de sus padres. El cuidado de los «res pequeños ocupó y
agotó a Natalia física y cmocionnlm cnte para los dos años siguientes y
fue u n parcial respiro en la guerra de In com binación amor«odio. Fue
¿Me el periodo de más febril actividad política de Herrén y el ulum o
destello de felicidad que ¿I y Natalio conocieron.
E n tre u n to . Ogurcv habla hallado unu nueva fuente de consueto y de
interés en la vida. Aproxim adam ente e n la ¿poca del nacim iento del
primer hijo de Natalia, habla conocido en el curso de sus ahora
frecuentes peregrinaciones por las tab ern as del centro de Londres a una
prostit uta que tas frecuentaba en busca d e clientes. El im porte de la visita
era de medio soberano y Ogarcv se fue con ella. La chica le gustó y la
visita se repinó varias veces. Le hizo preguntas. $c llam aba M aty
Suthcrlund, frisaba en los treinta —la m ism a edad que N atalia— y tenia
un chico de cinco, llam ado Henry, que tenia en el pupilaje en casa de
unos am igos m ientras ella ganaba lo necesario para m antenerlo. Ogarcv
inquirió el alcance de sus necesidades y ella expuso que con cuidado

no
/ o í i'W /W oi rnituiiuiuH

podía atender a la* necesidades de ambov m ediante treinta chelines, o


tres visitante*, p o r «emana. Ogarcv le prom etió, con visita o sin ella,
garantizarle o t a suma,
Unos din* después Ogarcv se encontró de nuevo a Mary haciendo la
calle. Hasta el m omento no habla hubida propuesta, ni siquiera
sugestión, de q u e ella pudiera cam biar de vida. Y él no dijo nada. Pero
clin podía ver que esto* encuentros ocasionales le desagradaban y
com prendió, p o r primera vez, que habla concebido un apasionado y
sentimental deveo de reform arla. En su mente ve abrieron nuevas
perspectivas. Calculó que si podía abandonar la profesión y llevarse el
chico a vivir consigo, treinta chelines sema miles serian m i* que
suficientes para sus gastos y le aseguró form alm ente que nunca m is
volverla a la calle. Viendo, sin em bargo, que lo Atorm entaban la» dudas,
afirmó que si dejaba el barrio de las prostitutas p o r otro lugar donde él
pudiera visitarla, las tentaciones de ella y la ansiedad de él serian ambas
eliminadas, t o s Ogarcv y H er/cn vivían todavía en P utnty. En otoftode
1858. Mary Sutherland fue convenientemente instalada por algún tiempo
en una pensión de Mortlakc-
Pero la hisioria completa del últim o y más feliz: am or del pobre Ntck
pertenece a o tro capitulo.
C a pít u l o IX

EL GRAN QUINQUENIO
Es curioso que u n hom bre que, siendo un insignificante literato, dejó
Rusia para siempre a tos treinta y cinco «Ao*. se convirtiera, dtex artos
m is tarde, en U m is poderosa figura del m undo político ruso. Era
aquella una época en que el periodism o, como fuerza política, era
desconocido en Rusia e incluso poco im portante en el resto de Europa, y
la historia del periódico Campana es un episodio único no sólo en la
vida de H errén sino en la historia m oderna.

Uno tan sólo puede trabajar sóbrelos hombres (escribió Herzro en Mi pasado
y mi» sortando sus tuertos m is claramente de lo que pueden
sortarios eUo* mismos, y no demostrándoles Us ideas como se demuestran los
teoremas teomét/icoa-

Por espacio de unos cinco artos, Herzcn, viviendo en Londres. soAÓ.


con visiones de u n a claridad y brillantez sin precedentes, las aspiraciones
de la opinión liberal rusa ilustrada de dentro y fuera de Rusia. En un
tono de ferviente celo misionero y con un estilo incisivo, proclam ó en voz
oha los esperanzas que Rusia apenas se atrevía a confesar ni siquiera a si
misma. La coyuntura pasó p ronto y las visiones se m architaron, pero su
recuerdo persiste en la historia. Los cinco artos del 1857 al 1862 fueron
los más fructíferos e im portantes de )a vida de Herzcn.
Fue el ingenioso y excéntrico Engelson quien prim ero sugirió a
Herzcn (a publicación regular de un periódico en Londres.

Podrías publicar una tevista (cscnbla en octubre de 1X52] en (res idiomas,


inglés, francés y alemán. Al principio podría salir dos veces al mes, luego todas
las semanas, y deberla ser parecida, en precio y tamarto. al Sunday Ttmes. La
sección ingina, con sus venias en Inglaterra y América, cubrirla las pérdidas
m
E<f*vrt/ H Corr

(indudable*) de la» seccione* Irancesa y alemana. Con respecto u obtener dinero


en Inglaterra para tal revitia trilingüe, deberla» garantizar el ¿ano. e» decir, una
fuerte venta en lo» palie* de habla inglesa w\lo ic puede augurar consiguiendo
buenos nom bro en t» colaboración,.. Ya comprendo en qué sentido accederían
a trabajar, Predicarían en el Continente la teoría del Ubre Comercio, la pa/
universal, Ja timón de lo» pueblo» « base del Libre Comercio y una fraternal
distribución de los negocio*. Ni la» guerras* ni la rspiAa hallarían —no hay que
decirlo— apoyo alguno en lo» colaboradores, pero sería enérgicamente apoyada
la idea de la colonización y. en general, habría que ctumular el amor del
Continente* Inglaterra F.n la oirá orilla del Océano, debe ser denunciada la
esclavitud, pero calurosamente defendida la total ocupación de ó m im a por kis
Litado* Unidos.

H errén, que poseía en abundancia el buen sentido del que carecía


l-ngclson. descartó este fantástico proyecto sin ni siquiera discutirlo y la
génesis de ¿o Campano debe investigarse a partir de otras fuentes. No
m uchos meses después de *u llegada a Londres. H er/cn fue invitado a
contribuir al sostenim iento de unu im prenta polaca dirigido por
refugiado* polacos. Respondió al llam um iento y sugirió la idea de
m ontar por su cuenta una im prenta rusa. Los utensilios fueron
adquiridos de segunda m ano en París, y en la prim avera de 1853 la
Prenso Rusa U bre quedó instalada en el local de la im prenta polaca, en
Regen! Square. Más farde instalóse ya en local propio, prim ero en Judd
Street y luego en Thornhill Place, Caledom an Road M antuvo, sin
em bargo, tas relaciones polacas de su origen en la persona de un tal
Cicrnccki, fiel em pleado que durante to d a lo carrera de lo publicación
fue su director técnico. O tro polaco, llam ado T chor/cw tki. de ultus
pretcnsiones sociales pero no menos dependiente de la generosidad de
H errén \ poseía uno librería en Sobo en la cual se exponían para la venta
la* publicaciones de la Prensa Rusa Libre y se ofrecía una biblioteca
circulante a base de novelas francesas y ot ras obras extranjeras mediante
un alquiler de dos peniques por volum en o mediante lo suscripción «t?
seis peniques a la semana.
1.a producción de la Prensa Rusa estuvo, al principio, lim itada a unos
folletos sobre la política rusa escritos por et propio Vienen. F.stc estuvo
casi tan contento como un niho con un juguete nuevo.

CuamkT un librero de Remera Street (cuenta en el nümcro conmemorativo del


décimo aniversario de la Prensa) mandó nuevamente a buscar, por valor de drez
chelines, ejemplares de la PropirJoti bautl:aJu (un folleto sobre la condición de
siervo) lo consideré un ésito, di un chelín de propina al moro y con deleite

' Natalia Ogares, en su» Utmotiai. describe ■ tehorzewski como poseycisdo «et
esleiMH de un caballero- »ra bien parecido, con un* esposa > roja barba y -afectuoio*
ojm. «penalmente cuando miraba a un miembro del belto teto-, i c gustaba actuar de
i tttttmf de tos neo» »tsit*n(« rstsot de t ondm Ce» demasiado utguHoto para aceptar
nada en pago de iu atención. pero hacia cufian/* en sus clwnl« para uue le mantuvieran
♦untuosamente en compensación Je sus sm utot

m
l m i-yitiüittn inniitnt(if>\

bourft&i deposité vn un lugar cspcctol el primer medio soberano ganado por la


Prensa Rus*.

Su orgullo no carcci» de excusa. F.ni la prim era vez que existía una
preñan ruso independiente y lo simple noción de ser posible imprim ir en
ruso estos m ordaces ataques al zar de Rusia, asi co m o todos sus trabajos,
parecía increíblemente audaz y estimulante. Las autoridades /an sia s no
podian dar crédito a sus ojos. V ahos centenares d e estos primerizos
folletos hallaron u n cam ino subrepticio para sobrepasar la frontera rusa
y desde allí pasaron de m ano en m ano, en m aravillada adm iración, por
lo» intrépidos espíritus de la generación ascendente. El propio Hcr/.cn
rem itió algunos por correo, con espíritu de desafio, a importante»
funcionarios zaristas. En los archivos oficiales se halla evidencia de la
ansiedad que estos acontecim ientos provocaron en Moscú.
El éxito (político, aunque no financiero, naturalm ente) y el alcance de
estas fugaces publicaciones sugirieron a llc r/c n la creación de un
periódico que podría perseguir idénticos fines de una m anera m is
regular. El em puje inm ediato fue dado por do s acontecimientos
desconectados pero casi simultáneos. En marzo de IKSS. la muerte de
Nicolás 1 puso fin. tras treinta artos, al más tiránico y opresivo reinado de
la historia rusa det siglo XIX. y menos de un mes después el canciller del
Exchcquer británico, al presentar el presupuesto anual en la Cám ara de
(os Com unes, anunció la abolición de la tai* poeta) p n n los diario* y
o tras publicaciones periódicas.
El alentador im pulso dado por esta última medid a a la publicación de
noticia» impresa» (más de un centenar de diarios d e toda dase fueron
fundados en Inglaterra en pocos meses) fue un hecho incomparable*
mente más significativo en la historia que la desaparición del autócrata
ruso, aunque el cambio de ocupante del trono ruso produjo más
impresión en la opinión contem poránea. C uando Henrcn, en su villa
ribereña de! T íím ísjs , tr. T s'ickcnh-m . M*yó I* d ian a cabecera de The
lim es el Ifrulo -M u c n e del em perador de Rusia*, sintió que la vida habla
adquirido de p ronto un nuevo significado. Invitó a un grupo de chicos
del pueblo que halló en (a puerta del jardín a alegrar»* con él de la
desaparición del enemigo com ún (l;t guerra de Crimen estaba entonces en
su apogeo), y (ras distribuirles, con juiciosa largueza, unas monedas de
plata, los despachó gritando con sim patizante entusiasm o: *¡Hurra!
¡Hurra! , H urta! ¡Nicolás ha m uerto!- Por la noche se reunió en su casa
una hueste de rusos y polacos refugiado» par» celebrar el acontecí*
miento. M otaba en el aire la exaltación y el optim ism o. El nuevo
autócrata de Rusia. Alejandro II, se com prom etió a rom per con las
tradiciones de su padre, a acabar con el escándalo de la guerra de Crimea
y a introducir reformuv liberales. Parecía el m om ento propicio para
ian/ar el nuevo periódico. A presuradam ente se (levaron adelante (os
preparativos, y en los primero» días de agosto salió de las prensas el
prim er núm ero d e /.a t'u r d ía Polar. Ll título procedía de un periódico de
Fd*ard // Carr

con» vida publicado m is de trem ía aftos atrás por lo* héroe* de la


rebelión -decem brista*, cuya salvaje represión habla constituido el
prim er a c to del reinado de Nicolás I, U na vifteto con lo* cinco
decembrista* que hablan sido ahorcados ad o rn ab a lo cubierta de La
Estrella Polar y debajo figuraba una cita de Pushkin: «¡Salve, Razón!* El
tirano q u e habla ejecutado a los decem bristas habia m uerto, en su lugar
reinaba la Razón, y H er/en. el vástogo espiritual de los decembrista*,
estaba allí para hablar en nom bre de ln Razón.
l a Estrella Palor fue una constelación m ás bien rara c intermitente.
Un solo núm ero apareció en 185$. y do s en 1856. Ocasionalmente
apareció alguna vez en los aflús siguiente*. Pero el éxito de Ij ¡ Estrella
Polar y ln llegada de Ogorev anim aron en H er/en un designio más
ambicioso, l a Estrello Polar. un sólido periódico con pretensiones
literaria», que se vendía a ocho chelines el ejem plar, nunca podría tener
amplia circulación. Se necesitaba algo más popular, por lo que decidió
fundar co n Ogarcv. actuando ambo» conjuntam ente com o directores, un
nuevo periódico, titulado I m Campana, que se publicaba m ensualm entc y
más tarde do s vece* al mc*f al precio de seis Chelines. Empezó su carrera
el 1 de julio de 1857 y salió con regularidad exactamente diez años. En
esta décadu aparecieron doscientos cuarenta y cinco núm eros, los ciento
noventa y seis prim eros (hasta abril de 1865) en Londres y los restantes
en G inebra. En 1868 Ao Campana hizo una pasajera reaparición, y no en
ruso, lino en francés, con algún suplem ento circunstancial en ruso. En
1870. tras la muerte de H cr/cn, el terrorista Ncchacv se apropió el
nom bre y aparecieron seis núm eros más, Luego, la voz de I a Campana se
apagó p ara siempre
El com ienzo de la carrera de H errén com o periodista ofrece un pum o
de mira apropiado y excelente para pasar revísta al curioso desarrollo de
su* ideas que tuvo lugar entre lo* oftos 1849 y 1855. C uando, a principios
de I947r H cr/cn abandonó Rusia, tu* n im dirigieron ja - jg Occidente.
Creyó, con toda la intensidad de su fe rom ántica, en la salvación
proveniente de Occidente y en que la salvación sólo podía llegar con U
revolución, pero los fracaso* de I84K y 1849 lo desilusionaron rápida y
am argam ente y se hacia difícil. tras este hum illante fiasco, creer en la
virtud salvadora de la revolución o de la civilización occidental.
Proletariado y bourgeoisle o ta b a n igualmente desacreditados. El pro­
letariado de Occidente se hablo m ostrado cobarde, ineficiente y mal
organizado, y en el salvajismo de la bourgeotsie occidental, que sólo
habla alcanzado a defender sus privilegios y su» bolsillos. H er/en vio
algo tan sum am ente repugnante com o las peores fechorías de una
aristocracia por derecho de nacimiento. E) rom ántico y el revolucionario
que en él existían descargaron su enojo sobre el com ún enemigo: el
despreciado bourgeots. El odio a la bourgeotste se convirtió en su más
fuerte sennm icnto. tanto más fuerte cu an d o que era irracional e
instintivo, La cualidad bourgeone de la vida francesa c inglesa

176
/ a» tomúnimu

representaban to d o cuanto existía de mAt sim pático para ios dilatados


gustos del gentieman ruso.

luí escasa y limitada personalidad de tos occidentales (para citar otra vez \ft
penado y mu penumltni(n\. que a primera vuta impresiona por su especia*
li/ación. acaba asombrándonos por su estreche* t i occidental se halla siempre
satisfecho de «I mismo y su autosatisfseodn es un insulto No olsida nunca el
aspecto personal de una cuestión. Su posición es, generalmente, encarada y tiene
la visión adaptada u n sólo a sus insignificantes alrededores.

Bfíurgfoh revolucionarios del calibre de Lcdru*Roilin son mirados


por Herzen con franco desprecio, el desprecio de un caballero por el
tendero o el chupatintas, c incluso hay un elem ento de frialdad en tu
respeto por M artin i. Es significativo que los em igrados que provocan su
mayor adm iración p o r el gentil aristócrata polaco W orccll y el insóleme
condoliere italiano Orsini.
El creciente disgusto de Herzen por Europa se halla influido y
estim ulado por una creciente nostalgia de su tierra. K.a habla abando­
nado en un m om ento de ¿mimo deprim ido, de ansia de escapar de una
atm ósfera poluciónada que envenenaba tu existencia espiritual, pero el
hombre no se desprende tan fácilmente de las tradiciones y los perjuicios
de su cuna. «Nunca habla scnttdo tan claram ente com o a h o ra -, escribió
a sus amigos rusos en julio de IK5I, -cuán ruso soy». Y en uno de tus
prim eros escritos publicados en el extranjero habla, en un lenguaje casi
místico, de aquella -innata fuerza» que -a través de los accidentes
externos, y a pesar de ellos, ha m antenido a salvo el pueblo ruso y ha
conservado su inconm ovible fe en si mismo». Por un proceso psicológico
ya bien conocido, lu ausencia aum enta U capacidad y la inclinación del
hom bre a idealizar lo que ha perdido.

S 'u M l n t NW Mi rim n a tlr M nn h*n «íHa i Ii i i v m i m í m >U «¡i wwiwgiU

[escribió en IW ) en tu ftopiedoJ bautundo] por la visión de Sorrento. de U


campiAa rumana, o de los ccAudos Alpes, o de las granjas ricamente cultivadas
de Inglaterra. Nuestra» iruubaMr* pradera» cubierta» de verdor tienen pn» d
momas una reconfortante belleza En nuestros amplios paisajes existe algo
tranquilizador, confiado, abierto, sin hostilidad, amablemente melancólico.

C uando apareció t.a Campana le separaba una década entera de


experiencia personal de la» realidades rusa». El cam pesino ruso, la
Intelligenmo rusa, y hasta la autocracia rusa, se hallaban envueltos en la
niebla de la visión retrospectiva, y habla m omentos en que su amplia e
incalculable diversidad le parecía m ejor que la uniform idad estrecha y
aplastóm e de la civilización occidental. El terror y el dolor reinaban,
ciertam ente, tanto en Rusia como en Europa, pero en Rusia cru -la
angustia de la m uerte del futu ro - m ientras que en E uropa era meramente
-la angustia de la m uerte de! pasado».
Raram ente se reconoce cuán a m enudo las convicciones políticas del
177
Fdvarif II. C«rr

hom bre refiejun su experiencia personal intim a, y es singular ver cuán de


cerca la opinión denigrante de H errén para con Occidente y su
idealización de Rusia se hallan relacionadas con el dram a de tu vida
privada. H er/en abandonó Niza en IRS2 enloquecido por un doble
frenesí de odio contra Hcrwegh y de devoción ■ la m em oria de Natalia, y
sólo recobró el equilibrio cuando, tras establecerse en Inglaterra,
consiguió sublim ar estos sentim ientos d en tro de la esfera de la actividad
política. Puede que esto explicación parezca excesivamente imaginativa a
aquellos que no han estudiado las fuentes del caso, pero éstas no dejan
lugar a duda alguna respecto a su exactitud. H errén obedeció a un
im pulso hum ano com ún y corriente cuando buscó d a r a sus propios
sufrimientos una transcendental y universal significación. -D o s natu-
rote/as rusas atrapadas en lu podredum bre occidental» es su resumen, s
los doce meses de su llegada a L ondres, del significado de su tragedia
dom éstica. -M» fe en Rusia me salvó», escribió en 1858 en el prefacio de
una nueva edición de Curtas de Francia e halla, «cuando me hallaba «I
borde de lu ruina moral». Y la «ruina moral» que le amenazaba no
procedía m eram ente, ni principalm ente, de la desilusión subsiguiente a
las abortadas revoluciones de IK4X49, sino del colapso de todo su ser
espiritual que siguió a la revelación d e las bajezas de Hcrwegh. Al
pronunciar su condena de tiuropa para todu la eternidad, apagaba por
fin su sed de vengan/a contra Hcrwegh, y en su culto a Rusia veneraba lo
m em oria de la m artirizada pero inm aculada Natalia.
Sin em bargo, H cr/cn no era sim plem ente un ciego sentim ental y
nunca hubiera estado poseído por esos suchos de una Rusia purificada y
regenerada de no haber habido hechos para |u>tif¡cur tan espléndidas
visiones, hechos que pueden aparecer, a la lu / de la historia objetiva,
como trivialidades y lugares com unes, pero que a los ojos de los
contem poráneos tenían una vital y peculiar significación !:n IK56 Rusia
habla perdido una guerra en Europa. I I primer acto im portante de
A lejandro II fue firm ar una paz hum illante Una muñón vfiy-íH»
encuentra norm alm ente consuelo atribuyendo la derrota a faltas en su
propia organización m is que a las proezas de sus enemigos: asi. al final
de la guerra de Crim ea, te levantó en Rusia un clam or universal en pro
de un cam bio del sistema de gobierno, lil sistema de Nicolás I habla sido
de dura autocracia y, por tanto, cualquier cambio debía ser en el sentido
de lo libertad. Alejandro H se dio cuenta de que su única posibilidad de
sostenerse en el trono era aparecer com o cam peón de la reforma. Poco
más o menos en el m om ento de firm ar la Paz de París, dijo a los
terratenientes que -era mejor em prender la abolición de la servitud desde
arriba que esperar a que viniera desde abajo». 1:1 zar estaba del ludo de la
reform a: el fin de la servitud estaba u la vista: y no hubo limite para las
esperanzas de los reformadores.
D e este triunfante optim ism o H er/en recogió la cosecha completa.
Rn ¡m Campana proclamó los tres principios que constituían su
program a mínimo', liberación de los siervos, abolición de los castigos

178
f in i‘ \Mttiifm mitviintinn

corporales y abolición de la censura sobre la palabra impresa, y por el


m om enio nadie encontró que este program a fuera m is olU de los limites
de u iu sobria previsión. G racias a esta única y afortunada concurrencia
de acontecim ientos, I m Campana consiguió ag rad ar a casi todo el
m undo. A gradó a los supervivientes de la propia generación de H er/en,
los radicales rusos de los artos cuarenta. Agradó- a los nuevos liberales,
cuyas apetencias de cam bio se engendraron en los cam pos de batalla de
Crimea. A gradó, por su vaga idealización de! pueblo ruso, a lu
ascendente generación de eslavófilos de Moscú co n su celo por todo lo
ruso y su odio a la burocracia de Petcrsburgo, todavía instalada
confortablem ente en el seno del prevaleciente entusiasm o por la reforma,
y no desagradó del todo al propio Alejandro, cuyos instintos liberales,
aunque débiles, eran sinceros. Por ello se valió de la atinada y
conveniente ficción de que el zar era personalm ente responsable de tas
virtudes pero n o de los vicios de sus subordinado»; sus vigorosos ataques
contra estos últimos podríun ayudarlo a d erro tar la pequefta y
recalcitrante cam arilla de reaccionarios burócratas, t.a Campana siguió
siendo, en lee rla , una publicación prohibid», pero era libremente
distribuida c incluso halló el cam ino para p en e trare n la fumilia imperial.
Ilubilualm cnte la tirada inicial era de 2.500 ejem plares, pero muchos de
los prim eros núm eros alzaron una segunda edición. Era una estupenda
circulación pura un periódico com puesto y difundido por dos emigrados
en un país donde ni el uno por diez mil tenia la m enor idea de los temas
que trataba o del idioma en que satiu.
Pronto, sin em bargo, la oposición levantó la cabe/a y por am bos
ludo». Casi de*dc el principio hubo quien pensó que H er/en no iría lo
bastante tejos o lo batíam e aprisa, y otros que creyeron que el paso «ra
dem asiado vivo para ser seguro. F.n otorto de 1858. H cr/cn recibió una
larga y detallada requisitoria de Chichcrin —u n a de los com ponentes de
su viejo circulo de amigos de M oscú—, en la cual se le acusaba de
fom entar con iigere/a un espíritu de crítica y descontento, de estim ular la
inquietud popular y socavar los cimientos del Estado ruso. H er/en
im prim ió el docum ento, con yu respuesta, en l.u Campana. Este
incidente, después de producir un pasajero revuelo, se olvidó. Trans­
currido un arto. H cr/cn recibió una lam entación parecida, pero del
cam po opuesto. El joven y ya prominente periodista radical Cher-
nyshcwsky. bajo el seudónim o de -U n ru so -, te reprochaba su
apartam iento del radicalism o revolucionario de su juventud y le
reprochaba que -Rusia había sido arrum ada d u ran te los últimos cien
artos por creer en tus buenas intenciones de sus zares-. Este articulo fue
tam bién publicado en I m C ampana. En uqucllos d ías la crítica era aún lo
bastante escasa para a rrastar a nadie, y sirvió sim plem ente para dar más
fucr/a a la posición que H cr/cn habla adquirido en la vida política rusa.
H cr/cn gozó plenam ente de su reputación única. El peregrinaje a su
casa en P utncy.cn Fulham o en W cstbournc Tcrroce constituyóse en una
parle regular del program a de todos los rusos q u e visitaban Londres.
M nard ff. Catr

Para un turista ruso, dejar Londres sin h aber v in o o Henren era u n


inconcebible com o ir a París y no visitar el Louvrc. Funcionario»,
hombre» de negocio» y profevore» —utvo» p o to s de ellos antiguos
amigo», p ero la m ayor parte personas desconocida» para ¿I— m antenían
una corriente constante de visita», especialm ente en lo» meses de verano.
Siguiendo la práctica establecida por la buena Malwida. H errén destinó
lo» dom ingos a la recepción de estos huéspedes foráneos, l.o* recibía con
la tradicional hospitalidad rusa, y raro era el dom ingo que sentaba
menos de diez o doce extraAo» a su mesa. Un» ve/ descendió sobre ello»
—nadie su p o exactamente por dónde ni cóm o— un auténtico campesino
ru to , con indum entaria rusa. Se le recibió co n ilim itado entusiasm o, casi
con veneración, y el joven Sacha, que co n tab a a la sazón dieciocho aAos,
fue encargado de m ostrarle Londres. Pero los sentim ientos de Herzen se
enfriaron al ver que la pareja no reapareció hasta las once de la maftann
siguiente., y fueron absolutam ente incapaces de d ar coherente cuenta de
los sitios, en donde se habian detenido.
Pero q u i 2á el más singular de los visitantes de llc r/e n durante estos
aAos fue el retoAo de una de las más nobles familias de Rusia. En la
prim avera de 1860, H er/cn recibió una muí redactada carta, en ruso,
procedente de un pequeAo hotel de H aym arkel. Era una dem anda de
ayuda form ulada por sen criados del principe Yurí C olitsiná que se
hallaban el Londres desam parado», sin dinero y sin el m enor cono*
cimiento del idiom a inglés. Habian llegado directam ente de Petersburgo
por m ar. m ientras su orno, que viajaba vio C onstam inopla. no habla
llegado todavía. Herzen. con su acostum brada generosidad, garantizó d
pago de la cuenta del hotel hasta la llegada del principe.
Transcurridos diez días o más, un elegante coche de dos asientos
tirado p o r un tron co tordo, se paró a la puerta de Park Housc. en
Fulhum, y descendió un alto, robusto y patilludo petim etre, de unos
treinta y cinco «Aon, -con mirada de m m otauro asirio-. El principe Yurí
C o iiu m íu e una figura noiabíc, incluso entre ¡o» aristócratas rusos de su
tiem po. I labia tenido una educación irregu lar, dado que su m adre habla
m uerto y su padre era indiferente a su deslino. Casóse joven y «c peleó
con su m ujer. Su fama principal se debía a su afición por dirigir
conciertos públicos con una orquesta de siervos músico» que preparaba y
dirigía él m ism o1. Habla conocido a H cr/cn en un anterior viaje al
extranjero, y desde entonces le m andaba ocasionalm ente artículos con
noticio* rusas (generalmente desacreditando a las autoridades) para su
inserción en La Campana.
Estas últim as actividades del principe pronto atrajeron desfavo*
rablcm entc la atención de la Policía, q u e lo invitó a trasladar su

£1 padre del principe Golitsm encartó a [iccthwveti tres cuatutoc (conocidos ahora
com oO p |}7. t.to y t)?)quc lu c ern o pagó Podía preturm oe queel hijo habla heredado
de »u padre u n to el *u*U> por la música como una (Mita i n t o m i t a t t par» los atuniua
retinó rucos
Ims tMfiihiot rofnantt(OJ

residencia a I» pequeña ciudad provinciana de Kozlov y o no salir del


distrito hasta ulterior disposición. G olitsin juzgó esta restricción de tu
libertad dem asiado fastidiosa para ser obedecida. Envió cinco de sus
sirvientes a Londres, vio Petersburgo, y decidió m archarse él. solo y en
secreto, con el m ism o destino, por una ruta desviado. En el cam ino vio
inesperadamente aum entada su impedimenta, En Voronezh se fugó con
una joven dam a que visitaba, con su m adre, la ciudad en peregrinación
tcligiosa: en G o la t/ encontró un lacayo poseedor de notables cualidades
lingüisticas; en Alejandría com pró un cocodrilo. Llegó a Londres sin que
le ocurrieran o tra s aventuras sobresalientes, si se exceptúa el que los
oficiales aduaneros ingleses insistieron en <^uc debía pagar cincuenta
chelines por el cocodrilo. Al principe Golitsin le pareció muy singular
que un pal* que adm itía, libremente y sin ninguna indagación, todas y
cada una de las variedades de la especie hum ana, hubiera gastado tanta
ceremonia para un inocente reptil.
Rl principe tom ó la casa más grande que p u d o encontrar en
Porchcstcr T e n a ce , y dispuso que un carruaje, con su tronco, per*
munecicra. según lu costum bre rusa, en constante servicio día y noche
ante su puerta para el caso que en cualquier m om ento pudiera
necesitarlo. La sum a total de que podía disponer n o excedía de unas
pocas libras y an te la forma en que partió de Kusiu no podía esperar
contar con recursos de este país. D urante un tiempo todo fue bien para
aquel perfecto exponente de la gran manera de vivir a crédito, pero
pronto em pezaron las dificultades y la joven d a m a de Voronezh las
agravó {rayéndole un hijo. La escasez económ ica se convirtió en
hum illante. Los criados frieron despedidos y el príncipe padeció incluso
la experiencia de subir a un óm nibus.
Sm em bargo, las más rigurosas economías no buston para llenar el
vacio creado por la inexistencia de ingresos, y el principe hizo el
aorecUble esfuerzo de em plear cu talento musical o ara usos comerciales.
Publicó diversas piezas de música popular de baile: fueron los -Valses
H erzen- y una -C uadrilla Ogarev»; e s u última alcanzó una segunda
edición cuya cubierta estaba decorada con una vista en colores del
Kremlin. Publicó tam bién un -C ouricr G allop-, co n una trotka rusa a
todo color gulopnndo furiosam ente por la cubierta, y una -Polka
X o/lov- con la vista de una gran población rusa, evidentemente
identificada con ZozJov y rotulada -C iudad de exilio*. Con todo, el
dinero recibido de los señores Chappcll y Bootey p o r estas excelentes
composiciones escasam ente podían bastar para sostener la más modesta
casa, y el principe d io una serie de conciertos de orquesta en St. James'*
Hall, en Picadilty. que constituyeron un brillante éxito aunque tam poco
rem ediaron sus apuros económicos* gastó su producto en un mágnifíco
banquete dado en honor de los ejecutantes. Finalm ente sobrevino lo
inevitable; y en un concierto dado en Cremornc apareció ante el atril de
director acom pañado de un guardia que le prestó escolta, y lo devolvió a
la prisión donde estaba encarcelado por deudas una vez term inada la

/8 1
Edvard lt. Carr
función. La última y mayor de las excentricidades de Golitsín consúnó
en que nunca habiu pedido dinero a H cr/cn. Herzen habíale advertido ya
a iu Negada que la vida en Londres era cu ra, pero el príncipe había hecho
coso om iso de la advertencia y el orgullo no le perm itía confesar a su
m entor cuán acertado había sido el aviso.
G olitsin, no obstante, se hallaba todavía en su gloría cuando
ocurrieron los acontecim ientos culm inantes de la carrera pública de
Herzen. El 3 de m arzo de 1861 (o el 19 de febrero, según el antiguo
calendario) fue proclam ada en Rusia la em ancipación de los siervos. El
principal objetivo por el cual lucharon i.a Estrella Polar y Im Campana.
se alcanzó, asi. de un solo golpe. A lejandro II habla justificado
noblem ente las esperanzas que en ¿I se hablan depositado. Hcrzcn se
llenó de alegría y de orgullo: y cuando, pasado cierto tiem po, et texto de
la proclam ación llegó a Londres, decidió ofrecer una »/eie m onstruo- en
Orsett IJoute para celebrar este cardm ut suceso de la historia de su país.
El I de abril apareció en La Campano la siguiente nota:

U Fiema Rusa Ltbrc.de Londres, y los editores d< í a (ompoaacelebrarán,


U noche del 10 de abril, en Onctl limite. Westbourne Terracc. el comienzo de la
emancipación de los siervos. Todos lo» rusos, de cualquier partido, que
simpaticen con la gran causa, recibirán una fraternal bienvenida.

El mismo din selectos huéspedes rusos fueron invitados a una


com ida: recibieron igualmente invitación para la recepción nocturna
diversas señoras y extranjeros distinguidos, tales com o Mazzini y Louis
Blnnc. Tata H cr/cn. que hubia ya alcanzado los dieciséis años y habla
recibido lecciones de dibujo, ejecutó la decoración. Encim a de! porche de
entrado Dolaban dos banderas de color con Us siguientes inscripciones
bordadas por Natalia Ogarev y la propia Tata; «Libertad para los
campesinos rusos- y -Prensa Rusa Libre-; el exterior de la casa se
IsbIImK is Um«m «aww
a m¡» mCkmtw* i¡v l i . . ___ ________
imlISM^M KMIIII M
Kv* UIW WiqiKMt, IUJV
coste estimó H cr/cn en unas cuatro mil libras, actuó desde las ocho
horas hasta las once ejecutando un program a que com prendía, al lado de
I m SlarseiUalsr, un pot-pourri de aires populares rusos com puesto por el
principe Golitsin y titulado Fantasía de la Emancipación. La casa se llenó
hasta los topes y en In calle fue tan grande la m ultitud de curiosos que fue
preciso solicitar la presencia de guardias para que m antuvieran el orden.
Sin em bargo, en medio del din triunfal, se proyectaron dram iti*
cam cnie las primeras som bras de declive y calda. H cr/cn habla
alim entado secretam ente la idea de b rin d ar, en la com ida, por la salud
del t * r, gesto de reconciliación que habría hecho, según ¿I creía,
sensación en todo el m undo ruso, pero pocos m inutos antes de que
apareciesen los invitados llegaron trágicas noticias. Habla estallado un
m otín en Varsovia y las tropas rusas hablan disparado sobre la m ultitud
polaca.

El enmen era demasiado reciente (escribió Herzcn luego), Las hernias no


1*2
I o í r\itiailoi tomdnthoi
hablan cicatrizado todavía. Lo» cadlvcrw no k hablan enfriado aún. DI nombre
dd rnr te extinguió en nuestros labio».

Renunció al je ito y lo* dos único» brindi* fueron para -el pueblo
ruso em ancipado- y -la independencia de P olonia-. Una atmósfera de
tristeza envolvió la fiesta, y aunque por la noche el cham pán y la música
disiparon m om entáneam ente las nubes, el instante perduró en la
memoria de Herzen como una extrafta mezcla de alegría y aflicción. El
día se habla planeado para celebrar el prim er gran triunfo de Im
Campana. De hecho sem bró la prim era simiente de su decadencia.
En Jm Campana del I de mayo, tre* sem anas después del festival,
ocupaba el silio <de h onor un articulo de H errén titu lad o M ater Doloroso.
en el que se acusaba a Alejandro H de la m atanza de Varsovia.

iTan sólo cuarenta dia»' (eran su» últimas palabra») ¿Por qué no morirla este
hombre el día en que fue anunciada al pueblo ruso la proclama de su liberación?

El dia en que apareció este articulo, un visitante ruso —según reza la


historia contada por Natalia Ogarcv en sus Memorias— acudió a Hcrz.cn.
-H o y -, le dijo solem nemente, -habéis enterrado i.o Campana y nunca
podiéis resucitarla. Esta ya sepultada-. Esta historia no es cierta. Natalia
comete la tem eridad de citar ct nom bre del visitante; y éste no llegó a
Londres hasta agosto o septiembre. Pero su sentido dram áríco no se
equivocó del to d o . La publicación de este articulo m arca una época en la
carrera de Herzen: fue no sólo su prim er ataque ab ierto contra Alejan*
dro II, lin o adem ás, el primer estadio de una serie de ácontccimicnto»
que, culm inando en la gran insurrección polaca e n 1863. determ inó la
ruina de Im Campana.
C a pitulo X

BAK.UNIN. 0 EL CAMINO RESBALADIZO


En el otoAo de 1861, une» Mis mese» después de la emancipación de
kw siervos, Herzen recibió una carta de San Francisco. Su viejo am igo
Michacl B akunin. tras ocho aftos en las cárceles de Austria y Rusia, y
otros cuatro arto» en Siberia, le escribía desde el p u erto anunciándole que
habla podido escapar a través del Japón y, d a n d o la vuelta al m undo, se
dirigía a Londres todo lo deprisa que los barcos perm itían. Herzen
rem itió a N ueva York, por acuciante petición tu y a , una suma de dinero
suficiente p ara permitirle com pletar el viaje, e insertó en U t Campana la
siguiente noticia:

M|rh**i AUtmifrnvitli Bikunln «e halla en San Francisco.


(F.ttA líbre! Bakunin ha viajado desde Siberia, vfa Japón, y está en camino de
Inglaterra. Anunciamos gozosos esta noticia a nuestros amigos.

En privado —si, una ve/ m ás, podem os creer a Natalia Ogarcv— el


contento de H errén viole entibiado por una aprensión. No habla visto a
Bakunin desde hacia catorce años. pero habla conservado una viva
impresión de t u personalidad. -Confieso», exclam ó, -que tem o la venida
de Bakunin. Probablem ente arruinará todo nuestro trabajo-. Difí­
cilmente puede considerarte esta exclamación co m o histórica. N atalia,
cuando, en la vejez, escribió sus \ternarias, gustaba de atribuir estas
sabias prem oniciones a los héroes de su juventud.
Fue en u n a noche entre Navidad y AAo Nuevo cuando Bakunin, que
habla desem barcado del transatlántico en Liverpool, recogió sus
paquetes y se dirigió a Londres Irrum piendo en OrscfT House en el
preciso m om ento en que Herzen y Ogarcv se sentaban a cenar.
N aialia, debilitada por una nueva gestación (los mellizos tenían cinco
£</»ard If, Carr
«emanas), se hallaba echada en un diván en la habitación de al lado.
-;,Qu4? ¿Os está is transform ando en o stras. aquP». fue la primera
pregunta de Bakunin. Entonces yendo hacia N atalia, exclamó: -E s malo
estar echado. ¡Arriba! Tenemos m ucho trabajo. Nada de echarse.* En
este m om ento apareció en escena Kclxiev, u n intim o am igo de Hcrzcn y
O gaic/ en aquella ¿poca, y lo presentaron «I recién llegado. El esquíen
relata (a siguiente conversación, que quizá es m ás una hábil teatra-
litación que un exacto recuerdo. Bakunin preguntó por el curso de los
acontecim ientos políticos.

—T-»» sólo en Polonia hay algunas manifestaciones —dijo Hcr/en—. pero


quizá lo* polacos caigan en la cuenta y comprendan que un levantamiento está
dctpla/udo justo ahora que el /ar acaba de liberar a los siervos. Se van
acumulando nubes, pero debemos tener la esperanza de que se dm paiin
—¿V en Italia?
—Todo tranquilo.
—t Y en Austria'
—Todo tranquilo.
—; Y en Turquía?
—Todo tranquilo.
—Tranquilidad en k h U s partes y nada en perspectiva
—Entonen, ¿qué hacemos nosotros? —dijo Bakunin con asombro—.
¿Tendremos que ir a Pcrsta o a la India a remover las cotas? ¡Es para volverse
loco1 ¡No puedo quedarme sentado y Un hacer nada*

El choque de tem peram entos y opiniones se hallaba ya latente desde


el principio y H errén por lo menos habla tenido la pronta intuición de
■divinarlo. Físicamente. Bakunin parecía envejecido y grueso casi hasta
el punto d e no ser reconocible. De estatura gigantesca, había aum entado
enorm em ente de volumen y pesaba sus buenos ciento veinticinco quilos.
Habla perdido todos los dientes y dejaba crecer tus espesos y rizados
pelo y barba en lujuriante negligencia. T an sólo su» claros y rclam-
pugucumc» ojo» y ¡as pobiadas ceja» recordaban al bien parecido y
elegante dandy de treintu y cinco aflos que H errén habla visto por última
ver en Paris. Pero mentalm ente poco habla cam biado. La enfebrecida
energía de los cuaterna aftos parecía arder aú n dentro de ¿I y —cosa m is
incongruente y desconcertante aún— su» opiniones eran los mismas de
veinte afto» a tris . Habla retornado al m undo com o un fantasm a del
pasudo. E ra com o un hombre que hubiese despertado de un largo trance
y que tra ía de reem prender U vida en el p u n to mismo que la dejó, que
espera encontrarlo lodo a su alrededor en fa misma posición en que se
hallaba en el m om ento de »u pérdida de conciencia. Bakunin no habla
sido testigo, com o Herrén, del colapso de la revolución y del
ignominioso final de la libertad política en to d o el continente europeo, e
inquirió, im paciente, noticias de una lucha que hacia ya diez aftos que
habla c riad o . Soltaba todavía con la federación paneslava, y fue
inform ado de que el Congreso Eslavo de Praga, en el que había
representado un papel directivo, era una curiosidad histórica del distante
í «4
/ >M,\ ih ü i lt n tomÚHlii'Oi

pasado. Abom inó <ic la urania de Alejandro II. de cuja* garra» (un
dificultosamente habla escapado. en los término* que la gente acostum ­
brada n injuriar u Nicolás I. y quedó pasm ado al saber que el mismo
Alejandro era el z a r liberador, et protector del progreso y la reforma, to
estrella de la esperanza en una Rusia regenerada. Para Bakunin la* cosa»
seguían igual que doce uftos atrás, mientras cf m undo, dando vuelta*
sobre su eje, habla revolucionado tos pensam ientos y las opiniones de sus
antiguos com pañeros.
Pero había o tro s motivos de incom patibilidad de carácter m is
personal. Hcrzcn. que habla nacido de m adre alem ana, había ya pasado
quince años en la Europa occidental; por lo uno o por lo otro, habla
derivado hacia este gusto fwurgeon por el orden del que participaban tan
pocos rusos y que constituía un absoluto anatem a para Bakunin. En Afi
pasado y mis penuimicM ui nos ha dejado un m ordaz dibujo de este
estadio en la carrera del gran revolucionario:
l n nuestro seno Itukumrt *e recuperó de nueve año* de silencio y soledad.
Discutía, predicaba, daba órdenes, chillaba, decidla, componía, organi/Aba.
abortaba, el día encero, la noche cintra. las veinticuatro hora* enteras l n
los breves momentos de reposo se abalanzaba sobre su escritorio y. tras limpiar
de ceniza de tabaco un pequeño espacio, empezaba a escribí r cinco, diez, quince
carias a Semipalatinsk y Arad, a Belgrado y Cofistantmnpla. a Besaiabia. a
Moldavia y a la Rusia blanca A mitad de una curia tiraba lu pluma para relutar
a un reaccionario cUlmaia y. un terminal su discuiso. la uiia de nuevo pata
seguir escribiendo I-no le era. naturalmente, mis (icil cuando cscnblu sobre un
mismo tema Su actividad, sus ociov su apetito, como todas sus demis
características —tak» su gigantesca figura y su continuo sudar— eran de
proporciones sobrehumanas, e incluso, ya viejo, conservábate como un gigante
con leonina cabeza y despeinada melena
A los cincuenta años era todavía el mismo estudíame errabundo, el mismo
bohemio sin hogar «le la rué Uourgogoc que no pensaba en el mañana, que tiraba
el dinero por todas p* ites cuando k> tenia, o lo pedia indistintamente a derecha e
w'qtiniíuM iImííwu iíü ¡v UiM* w h !« itusttia stmpiisiuau que un chiquillo io pide a
sus podres v nunca piensa en devolverlo, y con la misma simplicidad con que
cedía a cualquiera su último penique, reservándose tan sóto lo necesario para
cigarrillos y té Nunca se halló apurad» por este modo de vida; habla nacido para
*<i el gran vagabundo, el gran «lesarraigado. Si alguien le hubiese preguntado
que opinaba acerva del derecho «Je propiedad podía haber conicstado lo que
contestó I.alande a Napoleón con trspecto a Dios: -Señor, en todo el curso de mr
vida no he sentido nunca la mis ligera necesidad de creer en 1:1 •

El único m iem bro de la familia Hcrzcn que consideraba lu conducta


det rectén llegado con aprecio y adm iración sin reserva* era tu pequeña
Eiza.de tres años El niño com prendía al niño. Y p ronto en Orscti Hou.sc
se apodó a Bakunin -el I i/u m ayor-.
Bakunin se alojó prim ero en u t a pensión de Cicave Road, en
St. Jo h n 's W ood y luego, más cerca de *u* amigo», en Paddington
Grccn. Por el m om ento V* primero» efusiones del encuentro mantuvic-
ron o c u ltis lM divergencias politices y personales. U n sincero odio a la
•**••

1
Edv,ard ti. Carr

opresión y un entusiasmo igualmente sincero aunque indiscriminado por


la vaga entidad del «pueblo ruso-, bastaba para sostener la alianza. La
liberación de los pueblos eslavos fue una de las causas a las que Herzen
prestó apoyo con su pluma, aunque a veces se reia ante los impronun­
ciables nombres de los patriotas checos, serbios y dálmutas que Bakunin
acogía bajo sus alas. No mucho tiempo después de su llegada Bakunin
escribió un manifiesto, A mis amigos rusos, polacos y eslavos, que vio la
luz como suplemento especial de La Campana. Era unn reiteración de su
antigua política de disgregación del imperio austríaco y de creación de
una Federación Eslava. -M i última palabra, pero no mi último acto»,
habla escrito en la carta de San Francisco, «será la disgregación del
Im perio Austríaco», y permaneció fiel a su programa. Esto había sonado
bastante bien cuando, en 1848. Austria se hallaba, Según todas la»
apariencias, al borde del colapso; pero en 1862, el joven emperador
Francisco José se habla instalado sólida y confortablemente en el trono
de la autoridad, y toda esa retórica parecía tristemente desusada y fuera
de lugar. Herzen permitió actuar el soplo frío del buen sentido y la
continuación del m anificsto(quc se había anunciado en la primera parte)
n o apareció. Excepto un par de artículos, más cortos y sin importancia,
el fragmento A mis amigos rusos, polacos y eslavos, primera contribución
de Bakunin a La Campana, fue asimismo la última.
El sucho de un triunvirato revolucionario poco a poco se desvaneció.

No he perdido ni un ápice de la fe con que vine a Londres [escribía Bakunin,


en mayo, a sus dos compañeros) ni de la firme intención de ser. a toda costa, el
tercero en vuestra alianza, que es la única forma en que es posible el unión. O
bien, podemos ser asociados y amigos, pero completamente independientes, sin
hacernos responsables los unos de los otros.

Herzen escogió la última alternativa y el siguiente ensayo político de


Bnkunin, La causa del Pueblo —un vigoroso intento de cargar al zar con
la responsabilidad de la cercana revolución—, se publicó indepen­
dientemente en forma de folleto. No obstante, la separación no pasó sin
am arguras. El temperamento de Bakunin no era más controlable que sus
acciones. Acusó a Herzen de ser «altanero, despreciativo y perezoso».
Herzen escribió una réplica mordaz en la que parece haber sugerido (la
carta no se ha conservado), que debería aconsejarse a Bakunin trasladar
su residencia y sus actividades a París. Véase la excusa de Bakunin en
carta de 17 de julio de 1862:

He faltado, Herzen. Y te suplico que no te enojes. F.n mi inveterada torpeza


deslicé alguna palabra umnrgu, sin que en mi corazón hubiesen amargos
sentimientos. Pero supón qué te habría sucedido si tú hubieses leído todo lo que
tú has escrito de mi. ¡Mucho tiempo ha. quisieras tenerme no en París, sino en
Cnlcuta! Pero, juegos uparte, sabes. Herzen. que mi respeto hacia ti no tiene
limites y que te aprecio sinceramente. Y quiero añadir, sin arritre pensée y con
eolcru convicción, que te pongo muy por encima de mí en lodos los sentidos, en

I3 S

*•
¡ a s e\i¡indos románticos

habilidad y conocimientos, y que para mi tu opinión en t mJuvl;i> cuestione* licne


un peso inmenso. ¿Por qué. pues, querrías desterrarme a París si. al fin y al cubo,
sólo hemos tenido. y aun ocasionalmente, alguna diferencia de importancia
secundaria?

Desde el punto de vista práctico Herzen tenia toda la razón; era


imposible trabajar con Bakunin. Pero ia simpatía hum ana se decanta del
lado del «Liza mayor». Los estallidos de mal genio de Bakunin eran
como los evanescentes enojos de un niño mimado. El resentimiento de
Herzen se habla ido acumulando en su corazón hasta que halló escape en
unos cuantos dardos envenenados que enconaron tas cosas.
La grieta abierta entre Herzen y Bakunin significó un giro en el
pensamiento políiu-o tuso c incluso en el europeo. En la esfera política
los románticos se hablan contentado, en su m ayor parte, con indenti*
Picarse a sí mismos con la democracia. Bajo la democracia, según la bien
conocida, aunque discutible, teoría propugnada p o r Rousseau, gober-
nantes y gobernados forman la misma entidad y, por lo tam o, la
democracia es la única forma de gobierno compatible con la libertad y la
dignidad del individuo. Herzen. que nunca habla visto actuar la
democracia hasta que dejó Rusia, había abrazado la teoría democrática
con todo el cándido ardor de la impresionable juventud, pero sus
primeras experiencias en Europa lleváronle rápidamente de la fe
romántica a la romántica desilusión, y desesperó, quizá con excesiva
prontitud, de la democrática Europa. A pesar de codo, tras la ascensión
de Alejandro II al trono, adquirió, como ya hemos visto, nueva fe en la
Rusia dem ocrática, fe que halló expresión, durante el gran quinquenio de
su actividad política, en un radiante optim ism o. Incluso cuando c!
optimismo se desvaneció, la fe persistió intacta, y en los últimos años de
su vida Herzen experimentó la amargura del profeta predicando en el
desierto a causa de verse cada vez más y más abandonado por sus
propios com patriotas. Sin embargo, en aquellos años, aunque habíase
vuelto declaradam ente escéptico, no dudó nunca ni por un momento de
la validez del principio democrático como solución del problema
politice. No fue el principio lo que se antojó falso. sino el modo como la
humanidad lo aplicaba.
La historia de Bakunin es distinta, aunque igualmente característica.
Bakunin no era. como Herzen. meramente un rom ántico por convicción,
sino por tem peram ento. El optimismo y la le en la naturaleza humana,
inherentes al credo romántico, estuvieron a veces penosamente opuestas
a las subconscientes predilecciones de Herzen, pero Bakunin los asumía
hasta los tuétanos. Bakunin creía tan apasionadam ente com o Rousseau
en la inocencia de la naturaíc/a humana sin preversiones ni trabas, y
poseyendo una mente más original y osada que la de Herzen, sacó sus
propias conclusiones de la premisas rom ánticas. Vio la humanidad
oprimida en todas partes por los rigores de los derechos de la autocracia
y trabajó con alm a y corazón con Herzen mientras tenían ante sí la tarea
AíAi ard H. Can

de alentar a la humanidad a sacudirse esas cadenas. Pero cuando fue a


Inglaterra, a finales de 1861, y encontró a su antiguo amigo profun-
damente enfrascado en la causa de la democracia rusa, los caminos de los
dos hom bres se separaron para siempre. Bakunin estaba mucho más
cerca de sus com patriotas que H cr/cn y participaba totalm ente de la
instintiva desconfianza rusa hacia la democracia. Respecto a la hipótesis
rom ántica, no vio ninguna razón lógica para preferir las cadenas de la
democracia a las cadenas de la autocracia; si la naturaleza humana sólo
necesitaba gozar de su nativa libertad para conseguir la perfección, se
sigue que las restricciones impuestas por Estados y Gobiernos son
nocivas por sí mismas, independientemente de la forma del Estado y de
la compo-sición del Gobierno. El auténtico creyente debe abogar tan sólo
por un retom o a la naturaleza y. por lo tan to , por la destrucción de todos
los Gobiernos o instituciones todavía existentes: el anarquism o era la
meta última del pensamiento político de Bakunin. simplemente la única
salida —o lógica rcducüo ad absurdum— de la doctrina romántica.
Cuando se alcanzara esta meta se habría com pletado un periodo del
pensamiento humano. No podía la ingenuidad del hombre ir más allá en
su camino. Sólo le quedaba a Marx iniciar un nuevo cam ino en teoría
política y derribar, en la persona de Bakunin. al último y más consistente
exponente del Romanticismo político.
Pero este acontecimiento tuvo lugar diez años más tarde de la fecha a
que hemos llegado ahora, y por el m omento la opción se hallaba, en
Rusia, entre la autocracia modificada de Alejandro II. la democracia
constitucional de Hcr/cn y el anarquism o revolucionario de Bakunin.
Los doce meses que siguieron a la emancipación de los siervos fueron
tiempo de criba para el pensamiento político ruso. La emancipación era.
aunque se hubiese hecho por decreto imperial, un hecho consumado, y la
intcÚixcntsia rusa, que se había unido para darle la bienvenida,
em pe/abu ahora a dividirse en dos grupos opuestos. Unos pensaban que
habiéndose logrado este éxito, la causa que lo promovió debia dormir
sobre sus laureles por otra generación. O tros, cuyos apetitos demo­
cráticos se habían agudizado pero no satisfecho, creían que la autocracia
se hallaba dispuesta, y que ahora o nunca era el momento de pedir
concesiones de más alcance. Los prim eros derivaban, lenta pero
seguramente, hacia una unión con los conservadores; los últimos se
convirtieron en revolucionarios declarados. En el verano de 1861
apareció una sociedad secreta —la primera del nuevo reinado— con el
nombre de /.<i Gran Ruste. Subsistió utn sólo unos pocos meses y sólo
imprimió y puso en circulación unas pocas e inflamadas proclamas. Pero
resultó un indicio inquietante, y el G obierno, soñoliento hasta entonces,
se apresuró a tom ar medidas de vigilancia y de represión para evitar que
se repitiera el hecho.
Faltaba tan sólo la chispa de algún acontecimiento para llevar la
situación a la cumbre, y el acontecimiento ocurrió pronto. En mayo de
1862 estalló en Petersburgo un extenso y destructivo incendio que arrasó

¡vv
Í.<n e\H¡u<U>\ rum¡ntUo\

los barrios pobres de la ciudad, donde las casas eran casi exclusivamente
de madera. Nunca se pudo averiguar con certeza si sus causantes, como
alegó la Policía, habían sido los revolucionarios, o, tal com o pretendían
los revolucionarios, los agerú provocaieurs usados por la Policía, o
simplemente se dcbi6 a una trágica serie de accidentes, pero despertó la
indignación pública. 1.a creencia en una acción prem editada fue general.
Las autoridades tom aron fuertes medidas represivas contra radicales y
-nihilistas». Estos últimos, acusados de incendiarios, se endurecieron de
corazón y decidieron para el futuro no retroceder ante nada. Y la
opinión liberal, asustada, se refugió en el redil conservador. La brecha
que casi inmediatamente después de la emancipación se abrió en la
iníeUigentsia se intensificó, y desde el verano de 1862 en adelante hubo
una guerra abierta e implacable entre ambos bandos F.stos dos bandos,
asi alineados, persistieron bajo distintas apariencias, pero sin cambios
esenciales, hasta la revolución de 190$.
lista reagrupación de los bandos tuvo una repercusión inmediata en
Hcr/cn y Im Campana. Durante los doce meses anteriores ¡m Campana
había dado un vacilante e indeciso apoyo al nuevo movimiento radical.
Hcr/cn, siguiendo la inclinación natural de su carácter, permaneció
escépticamente sin comprometerse, pero Ogurcv era más sensible a la
seducción de nuevos y osados designios, y en septiembre de 186!,
mientras Herzen y su familia se hallaban en Torquay, insertó teme*
rariumenie en Í m Comporta un vigoroso manifiesto revolucionario de
uno de los jóvenes radicales llamado Nicolás Serno*Solovicvich. Herzen
reprochó suavemente a Ogarcv por este exceso de celo, y en el próximo
número uparcció un articulo de fondo que. condenando a Serno*
Soiovievich al prodigarle tan sólo lánguidos elogios, contribuyó a
separar a l.a Campana de las opiniones más extremas. Pero, como sucede
siempre, la desaprobación causó menos impresión que la indiscreción
original. A pesar suyo, Herzen dio, a los ojos del m undo, un paso
importante en ct cam ino de la revolución, y en el torbellino que siguió al
incendio de Petersburgo recogió todo el fruto de una posición equivoca.
Los conservadores y los tímidos liberales, en su frenes! ami-nihilista,
consideraron a H cr/cn como el auténtico prom otor del nihilismo, y los
concusionarios órganos de la reacción no dudaron en acusarlo de
complicidad directa en el incendio. La historia hizo adeptos y una
muchacha estudiante recién llegada de Rusia le visitó en Orsctt Housc
para preguntarle, en nombre de sus antiguos partidarios liberales, si
realmente había contribuido al incendio de la capital. Entretanto, los
revolucionarios lo acusaban, por su parte, de falso am igo que había
traicionado a la revolución coqueteando con los sucios poderes del
zarismo y que era, incluso, tan simple como para creer posible el
progreso por la vía constitucional. Herzen se hallaba entre dos fuegos,
l a declinación en La popularidad de ¡.a Campana no se mostraba tan
sólo por una m enor circulación, sino también por la falta de corres*
[xmsalcs que subrepticiamente remitían noticias de los aconteccres de

m
Edward //. Carr

Rusia. Por primera ve/ existían dificultades no únicamente para la venta


del papel sino también para llenarlo. Herzen, con el corazón oprimido,
Ida signos de peligro a derecha c izquierda. Hablase identificado
personalmente con el liberalismo constitucional y en la Rusia de los años
sesenta no existia porvenir para el liberal constitucionalista. Tuvo que
sufrir el ordinario destino del hombre m oderado en tiempos de crisis. El
••partido liberal-, escribió a un amigo en agosto de 1862, -será aplastado
entre dos ruedas-.
Pero mientras Herzen dudaba melancólicamente en la encrucijada de
caminos y Ogarev se movía, tímido y vacilante, hacia el campo
extremista, no habia melancolía, ni duda, ni vacilación, en el espíritu de
Bakunin. Su carácter y su carrera lo situaban sin discusión con los
revolucionarios, su optimismo era inextinguible. Según palabias de
Herzen, -tom aba siempre el segundo mes del embarazo por el noveno-.

No hay duda [habla escrito en mayo a Garibaldi) de que Rusia camina a


grandes pasos y rápidamente hacia Ib revolución. ¿Cuándo estallará? Esta ei la
cuestión. Quizá en 186?, quizá unos pocos años más tarde. Nosotros hacemos
todo lo posible para apresurarla y unirla con los movimientos de todos los
pueblos vivos de Europa.

Herzen contemplaba a la vez. con su acostum brado escepticismo,


tanto las perspectivas de revolución como la política de -apresurarla-, y
desaprobaba en sus amigos aún más tos métodos que la política.
Bakunin no era simplemente un creyente en la revolución como medio
para un fin, sino que erA un artista de la conspiración y la intriga, y las
am aba por su propia esencia. En todo gozaba con tos fastos de la
mixtificación. Pronto púsose a escribir cartas para ser difundidas por
Rusia en las que Herzen era aludido como -el caballero privado-, su hijo
Alejandro como -júnior- y Ogarev com o -el poeta-, disfraces que
difícilmente podían confundir al funcionamiento de Policía más obtuso.
Luego recurrió a un código más elaborado en el que Herzen se convirtió
en el -b aró n Tiescnhausen», Ogarev en -Kosterov», la cárcel en -un
café-, un turco en -un zapatero-, etcétera, etcétera. Pero Bakunin era
incapaz de tener precaución o reserva y su ingenuidad resultó más
peligrosa para los revolucionarios que paru el Gobierno. Estas acu­
sadoras cartas cayeron en manos de agentes del G obierno ruso y, por su
indiscreción, varios de sus corresponsales pagaron con la deportación a
Sibcriu y con trabajos forzados1.
En el Interin, los acontecimientos obligaron a los revolucionarios de
Rusia a nuevas actividades subterráneas. El lugar de ta difunta Gran

' de vemic carta» «chía» por Bukumn aquel verano terminaron ni viaje en
mano» de la Policía tecreta rusa y fueron conservada» en lo» archivo» oficíale» ruso». La
cari.» dirigida a Garibaldi, citada mi» arriba, fue interceptada por la Policía auxtrlaca.quc,
amablemente, remitió una copia a im «Htirtm d< Peleixburgo.
¡92
l.o\ ru h a tb t iniȇnti<n\

Rusia fue ocupado por una nueva sociedad .secreta que se llamaba a si
misma Tierra y Ubertad. En otoño de 1862 se constituyó en Petersburgo
un Comité Central Nacional Ruso, y en enero, uno de sus principales
miembros, de nombre Slcptsov. se desplazó a Londres para entrevistarse
con Mer/en y Ogarez. El nuevo nombre parecía especialmente adoptado
para atraer a Mer/en: Tierra y Ubertad cra una Irase que ;i menudo había
campeado en las colum nas de l a Campana. Mer/en recibió a Slcptsov
con reservada aprobación, pero Ogarev consultó impacientemente con
Maz/ini. que en el pasado habia sido maestro en la intriga revolucionaria
y en la organización de sociedades secretas. Bakunin. que olía la
revolución desde muy lejos, no podía quedar de lado en las discusiones.
Se sintió en su propio elemento y con todo su ilimitado empuje y energía
r.e arrojó de cabeza al trabajo de la nueva sociedad, arrastrando tras ¿I al
vacilante pero no mal dispuesto Ogarev. Mer/en siguió, si bien de mata
gana y pesándole en el corazón. Es difícil pensar qué o tra cosa podía
hacer, a no ser que se retirara del lodo de la arena política. 1.a causa de la
reforma constitucionul había m uerto y se hallaba en la posición de un
hombre que no tiene más que un camino abierto, un cam ino que le lleva
a una destrucción casi cierta. A finales de lebrero de 1863 (16 de febrero
según el antiguo cóm puto). Tierra y Ubertad empezó a distribuir
subrepticiamente en Rusia el primci número de su portavoz i.diertad, y el
I de marzo aparecía en / a Campana la siguiente noticia:
Sabemos de fuente fidedigna que diversos grupos de la capital y de provincias
se han unido y han constituido. con dctcgailox oficiales, una sola sociedad.
I sla ivocicdad ha lomudo el nombre de Tlf kka y L ihi ri aix ¿En la fuerza de
este nombre se realizará la conquista? ¿Til kka 1 L u u k ia ii ! Estas palabras
tienen un sonido familiar para nosotros. Con ellas hicimos nuestra primera
aparición en los tenebrosos dias del reinado de Nicolás, con ellas saludamos el
próximo amanecer de los días venideros. I ii hka Y l.im Rl ai >fue estampado en
nucsita bandera aquí en el extranjero y en lodo cuanto ha salido de nuestras
prensas en Londres...
(Hermanos de una senda común, os saludamos? Impaciente'» seguiremos cada
paso vuestro, aguardaremos ansiosos las noticias que nos enviéis v nuestro amor
será el limpio amor de los hombres a quienes alegra ser testigos de la expansión
de aquello en que se han esforzado toda su vida. Con nuestra sagrada bandera
estáis llamados a servir la causa del pueblo ruso.

Es inevitable, por la misma naturaleza de las cosas, que sean pocos


los documentos que se conserven de una sociedad secreta ilegal, y es
difícil, por lo tanto, reconstruir en detalle su desarrollo en las pocas
semanas siguientes. Existen dos proyectos de constitución de la sociedad
escritos de mano de Ogarev y con correcciones de Merzen. Uno de ellos
dispone que «el Consejo de la Sociedad se establece en el extranjero y
queda afectado en l.a Campana»: en otro se dice que -la jefatura del
Consejo de la Sociedad reside en la redacción de i.a Campana, de donde
emanan todas las órdenes-. Parecía que en este m omento Mer/en.
manteniendo el control de m is manos, esperaba dism inuir los peligros
Edward H. Carr
que había previsto. Este esbozo no llegó a cuajar, pero existe una
«instrucción a los agentes extranjeros de Tierra y Libertad», escrita en un
papel que óslenla un membrete del Comité Central Nacional Ruso y que
lleva fecha de 17 de abril, en la cual Herzen es m encionado como «el jefe
representante de' la sociedad Tierra y Libertad en el extranjero».
Apenas pudo completarse, sin em bargo, la organización de dicha
sociedad, dado que pronto empezaron los infortunios para ella. Slcptsov.
en vez de regresar al puesto de peligro de Petersburgo, sufrió una
depresión nerviosa y se retiró a Suiza. Ulin. otro miembro del Comité
Central, se asustó y huyó de Rusia. En julio apareció otro número de
Libertad para escandalizar a la Policía y aún aparecieron y se
distribuyeron otras dos proclamas más. Pero ya se habia roto la columna
vertebra! de la empresa; durante e! invierno de 1863-6*1 se sucedieron
rápidamente las etapas de descomposición, dejando escaso rastro tras de
sí. Quedó Herzen para com probar cómo sc habían cumplido sus tristes
premoniciones y lamentar el haber clavado los colores de La Campana en
tan bamboleante mástil.
En el capitulo de Mi pasado y mis pensamientos, dedicado a sus
relaciones con Rakumn, Herzen se detiene a formularse a sí mismo una
«melancólica pregunta».

¿Cómo y dónde (exclama) adquirí yo este hábito de ceder al descontento, de


combinar la docilidad con la protesta y la revuelta? Por una parte, la convicción
de que me era necesario actuar en un sentido; por otra, el gusto de actuar en el
sentido contrario, lista inmadurez, esta inconsistencia, estu indecisión, me han
ocasionado en el transcurso de la vida infinidad de mates y me han privado
incluso del débil consuelo de pensar que mis errores eran involuntarios e
inconscientes. A pesar de mi mismo he cometido desatinos y todos los errores
cometidos eran, por supuesto, patentes a mi* ojos...
¿Cuántos infortunios, cuántos desastres hubiera podido ahorrarme en mi
vida si hubiese tenido la fuerza, en todas las ocasiones importantes, de
obedecerme a mi mismo? He sido acusado de dejarme arrastrar fácilmente, Es
verdad, a veces he sido arrastrado. Pero esto no es lo importante. Incluso cuando
he seguido un propio punto de vista, siempre me he detenido, y el pensamiento,
la reflexión, la consideración, casi siempre han llevado ventaja, por lo menos en
teoría si no en la práctica. En esto radica la total dificultad del problema: en por
qué me he dejado guiar noietts voleas. La causa de mi fácil sumisión es una falsa
vergüenza, y a veces, quizá, los impulsos de mi mejor naturaleza: amistad, amor,
indulgencia... Pero, ¿por qué permití que todo esto venciera a I» lógica?

Herzen no pensaba sólo en Bakunin. La «amistad» se refería a


Bakunin, pero el «amor» se refería a Ogarcv y la «indulgencia» se refería
quizó —dudo que su vida nunca estuvo lejos del pensamiento de
Herzen— a Natalia, quien le ofreció un am or fatal que un mejor juicio
hubiera rehusado.
Pero mucho antes del colapso final de Tierra y Libertad sus asuntos se
hablan visto ensombrecidos por la gran insurrección polaca de 1X63. que
constituye el telón de fondo del próximo capitulo.

194
C a p ítu l o XI

P O L O N IA . O EL C R U C E R O D E L W ARf> J A C K S O N

La final supresión del reino de Polonia, en 1831, apartó la cuestión


polaca del campo de la política activa durante casi exactamente un
cuarto de siglo; la tranquilidad reinó en Polonia bajo el régimen de
sangre y hierro que para Nicolás I constituía el ideal de buen gobierno, y
la causa polaca quedó representada por un puñado de desconsolados y
desacreditados exiliados en Londres. París y Bruselas. El ascenso al
poder de Alejandro II en 1855 inauguró una nueva era. Las esperanzas y
ambiciones medio olvidadas revivieron. Los consejeros más ilustrados
del nuevo zar empezaron a jugar con la idea de una «autonomía
administrativa» para la oprimida provincia. El fermento del nació*
nulismo polaco tornóse de nuevo activo.
(.a situación se complicó por la existencia de dos facciones opuestas
en el campo polaco. Los emigrados en el extranjero se hallaban
divididos, desde hacia mucho tiempo, en un bando aristocrático y un
bando democrático. Dos organizaciones paralelas aparecieron entonces
en Varsovia: el Comité de los SMiakhta. o nobleza, y el Comité Central
Nacional o Popular. Los primeros aspiraban a una «liberación» que
otorgaba a la nobleza agraria ci poder politico de la nueva Polonia, y el
Comité Nacional propugnaba la libertad no sólo con respecto al yugo
extranjero ruso, sino también con respecto a la no menos irritante tiranía
de los shliakhta. Esta división de aspiraciones c intereses iba acom*
puñada de una idéntica y fundamental divergencia política. La nobleza
tendia a la colaboración, hasta donde ésta fuera posible, con las
autoridades rusas, mientras que los demócratas hallaban sus aliados
naturales entre los rusos radicales y revolucionarios.
En estas circunstancias era inevitable que el G obierno ruso procurase
oponer los polacos aristócratas a los polacos demócratas. Pero existían
I9S
Eduard //. Carr

especiales dificultades en el campo de esta política. Las heredades


ancestrales de muchos de los dirigentes de la nobleza databan de ios
lejanos dias en que Polonia se movía confortablemente a través de la
Europa oriental desde el Báltico al m ar Negro, comprendiendo los vastos
territorios de Lituania, Rusia Blanca y Ucrania, y donde los terrate­
nientes imperaban sobre una población indígena de siervos. I.a «libre»
Polonia con que soñaban tos shliakhia incluía esos pedazos de territorio
no polaco, mientras que la Polonia reconocida por Rusia como posible
campo para la aplicación de la -autonom ía adm inistrativa- era la
llamada Polonia del -Congreso», cuyas fronteras orientales st adap­
taban dem asiado estrechamente a los limites etnográficos para satisfacer
las aspiraciones polacas. Los apetitos territoriales de la nobleza
mantuvieron siempre precaria la cooperación entre el G obierno luso y el
comité de los xh/iakhta. Entre el Comité Nacional y los rusos
revolucionarios existían lazos más estrechos: ambos subordinaban la
cuestión territorial a la cuestión social y estaban dispuestos a resolver la
primera — sobre el papel, claro— mediante una vaga referencia a los
deseos de las poblaciones implicadas; pero también entre los polacos
demócratas había muchos que no renunciaban, cuando se presentaba lu
ocasión, a proponer las mismas extravagantes pretensiones que la
nobleza con respecto a la expansión territorial.
La última fase de la cuestión polonesa había empezado en el verano
de IW>2. Aquel año. Alejandro, prosiguiendo su política de conciliación,
mandó a su hermano, el gran duque Constantino, a Varsovia como
regente de Polonia, y un complaciente aristócrata polaco, el marqués
Wiclopolsky, fue nom brado gobernador civil del país. El Comité
Nacional replicó a estos gestos con un intento de asesinato. Un sastre
polaco disparó contra el gran duque y dos impresores lo hicieron contra
Wiclopolsky; claramente se vio que tos demócratas preferían las
realidades de la revolución social a la autonom ía más o menos ficticia
adm inistrada por la nobleza bajo supervisión rusa. Estos atentados y la
inevitable reacción en el otro campo hicieron inevitable un conflicto
abierto. D urante todo el otoño el Comité Nacional estuvo ocupado en la
preparación de la lucha venidera. Envió una corriente ininterrumpida de
emisarios secretos a la Europa occidental en busca de simpatía y apoyo,
y a Rusia, en visitas a concluir una efectiva alianza con los revolu­
cionarios rusos.
Pronto llegó a Londres información sobre estos acontecimientos, que
produjeron en Herzen y Bakunin unas impresiones en consonancia con
los opuestos temperamentos de tos dos hombres. Ambos estaban
profundam ente interesados, por convicción y por tradición, en la causa
de la independencia de Polonia, pero la cosa había permanecido, hasta el
momento, en el terreno puramente académico. La noticia de que el
Comité Nacional Polaco estaba dispuesto a apelar al arbitraje de la
fuerza fue recibida por Herzen con receto y alarma, por Bakunin con
franco entusiasmo. Fl viejo caballo de guerra olió la familiar atmósfera

196
I.m estilados rom óniuos

de complot y contracovnplot, de intriga, de invectiva y de guerra de


guerrillas, y gozaba una vez más con In deliciosa sensación de un trabajo
digno de sus dotes sobrehum anas de energía y valor. La cuestión
polonesa no hubia calado nunca tan hondo en el corazón de Bakunin.
Durante el verano y el otoño de 1862 sintióse como un hom bre a quien
súbita c inesperadamente se le fuesen a colmar sus más caras esperanzas.
A finales de septiembre llegaron a Londres tres polacos llamados
Hier, Padlcswky y Milowicz. portadores de una carta del Comit¿
Nacional de Varsovia para los editores de La Campana, en la cual se
hacia un llamamiento a los demócratas rusos en pro de In ayuda a la
causa polaca. Acudieron primero a Bakunin y éste los llevó a Herzen.
Siguió una delicada discusión y Herzen aceptó publicar el llamamiento
en La Cumpana, seguido de una respuesta adecuadamente calurosa; pero
pidió a cambio que los visitantes hicieran, en nombre del Comité
Nacional, formal renuncia a las pretensiones territoriales que oponían
tan lalal barrera a la cooperación polaco-rusa. Mientras tenia lugar la
discusión. Bakunin permaneció sentado, inactivo e impaciente; pero
cuando los poloneses se hubieron marchado arremetió indignado contra
Herzen por su frió y mísero regateo con unos 3migos a los que debin
haber abrazado sin más. Los visitantes habían aceptado los términos de
Herzen y una frase fue añadida al llamamiento para salvaguardar «los
derechos de los campesinos a la tierra que cultivaban, y el de cada pueblo
a disponer de su destino-, l a carta se publicó en La Campana el 1 de
octubre y Herzen contestó en el número siguiente. Entretanto. Herzen.
cuyo escepticismo era tan tnevitablc como el desmesurado ardor de
Bakunin. entró en sospechas de que unas concesiones hechas con tanta
facilidad sobre el papel podrían no significar nada en la práctica. Sus
dudas llegaron a convertirse en motivo de burla entre sus amigos, y hasta
un primo remoto que ejcrcia de fotógrafo profesional en Pa ris compuso,
mediante la combinación de dos placas, una curiosa fotografía en la que
Herzen amonestaba a I Icr/cn por su actitud sobre la cuestión polaca.
1:1 mismo número que publicaba la contestación al Comité Nacional
contenía también un llamamiento a los militares rusos de servicio en
Polonia para que no participaran en operaciones contra los insurgentes.
Algunos de los oficiales, con extraordinario valor c independencia,
enviaron a Herzen. firmado, un manifiesto de simpatía hacia los polacos,
c incluso uno de ellos, llam ado Potebnya, visitó Londres en noviembre.
A todo esto, los polacos habían enviado emisarios a Petersburgo y
habían obtenido la promesa, por parte de los organizadores de Tierra y
libertad, de montar movimientos revolucionarios en Rusia simultá­
neamente al estallido polonés.
En todas esas negociaciones y complots Bakunin desplegó su
infatigable energía y su optimismo. Estaba convencido de que. tan
pronto empezara la insurrección, el Ejército ruso en Polonia se pasaría
como un solo hombre a los insurrectos y la revolución podría ser llevada
a suelo ruso. Exultaba en su usual barabúnda de seudónimos.
¡97
Edward H. Carr

criptogramas y falsas direcciones; sostuvo una arrebatada correspon-


denota con un simpatizante de París que resultó ser un agente secreto de
la Policía rusa. Una combinación del -entusiasmo de Bakunin y la
experiencia de Hcrzcn podía haber conseguido algo, pero cada uno
marchaba por su camino y en vez de combinación sólo se produjeron
pequeras fricciones y mutua desconfianza.
t.n insurrección tan elaboradamente planeada fue mal dirigida desde
el principio; o quizá mejor, el estallido fue demasiado espontáneo para
que los planes profundamente estudiados se pudiesen llevar a efecto.
Hacia ya algunos años que la recluta para el Ejercito ruso no se aplicaba
en Potoniu; pero las autoridades rusas, conocedoras de lo que estaba en
el aire, utilizaron el hábil recurso de prevenir la rebelión llamando
úbiigaioriamciHc a filas a los posibles revoltosos; y así, el 25 de enero de
1863 se ordenó una leva selectiva, limitada al proletariado urbano, y los
oficiales de recluta se pusieron inmediatamente al trabajo. Con esta
medidu se forzó la mano al comité y, tras una semana de apresurada
preparación, estalló la insurrección en la noche del 22 al 23 de enero con
un ataque simultáneo a todas las guarniciones rusas. Los rusos alegaron
más larde que el Comité Nacional había hecho caso omiso del Comité de
Oficiales y que se había atacado indiscriminadamente a simpatizantes
declarados de la causa polaca. Si esto no fue cierto, es lo que muchos
creyeron. 1.a latente enemistad entre po-lacos y rusos, que solamente
podian ignorar los entusiastas como Bakunin, salió inmediatamente a la
superficie. Las esperanzas polacas se vieron frustradas. Ningún oficial ni
soldado ruso se pasó a tos insurgentes, y en Rusia todo permaneció
tranquilo. Por toda Polonia se extendió una desesperada guerra de
guerrillas y una excitada tensión alcanzó Europa. Nada se había
producido de esta guisa en quince años, desde los fracasos de 1848 y
1849. **Es muy cierto». Marx escribió vehemente a Engels en febrero de
1863, -que la era de la revolución se halla ahora hermosamente abierta».
El estallido polaco imposibilitó a Bakunin permanecer en Londres.
Era lógico que Hcrzcn. hombre de letras, permaneciera tranquilo en casa
celebrando desde l.a Campana los éxitos iniciales de los insurrectos,
denunciando las brutalidades de las autoridades rusas, dirigiendo
llamamientos a los soldados rusos para que no dispararan contra sus
hermanos polacos y, en privado, expresando la triste convicción de que
las cosas iban a acabar mal; pero Bakunin, el hombre de acción, el
tempestuoso petrel1 de la revolución, debia estar en su sitio. Polonia
estaba en llamas y él debía estar allí para aventar y propagar el incendio.
Por el m omento no se vislumbraba una vía fácil para alcanzar Polonia y
em prendió la que le pareció mejor y más al alcance. En febrero tomó el
barco para Suecia.
Tan pronto se hubo marchado presentóse una oportunidad que él

’ Ave palmipcda negra que durante tas icmpcvtadei corre por encima del mar ■ la
faitea de peces. fc* considerada ave de mal agüero (S. del T i
/./>» CSllltuJo\ lfíliuinlt<l>\

hubiera acogido con los brazos abiertos. El estallido de la insurrección


habla despertado en los más jóvenes emigré* polacos, la mayoría de los
cuales moraba en Francia, la laudable ambición de representar un papel
activo en la contienda. Algunos se contentaron con entrar dandesti-
namente en Polonia después de atravesar Alemania; otros, rechazando
este plan pedestre, concibieron el gran proyecto de efectuar un
desembarco en la costa báltica y con este propósito recolectaron la
substancial cantidad de 700.000 francos, la mayor parte de la cual fue
subscrita por un rico polaco llamado Branicki. Se reclutaron cerca de
doscientos hombres, polacos en su mayoría, pero entre ellos habla
también franceses, italianos, húngaros y eslavos del Sur. El jefe de la
expedición era un tal coronel l.apinski. un filibustero polaco que había
u>ml>át¡dü contra los rusos en el Cáucaso. Su segundo era un judio
llamado Stephen Polcs, alias Tugcndgold, de quien Hcrzcn sospechaba,
al parecer sin fundam ento, que era un espía ruso. Acompañaba a la
expedición un tal Dcmontowitcz como -com isario civil-, en repre­
sentación del -gobierno revolucionario- que se habla constituido en
Varsovia. Entre otros miembros hallábase Ladislas Mickicwicz. hijo del
gran poeta polonés. El 14 de febrero, el pequeño ejército abandonó París
con destino Inglaterra, donde esperaría embarcación para el Báltico.
Este fue el error inicial. El abundante aprovisionam iento en cañones,
fusiles y municiones que habla sido encargado a la firma W hitworth no
estaba dispuesto todavía para el embarque y nadie se había detenido a
pensar en el problema del transporte. I.os legionarios ocuparon parte de
su forzado ocio haciendo ejercicios por los alrededores de Woolwich,
donde pronto despertaron la curiosidad y aseguraron una publicidad
poco oportuna. The 0'¡ohe publicó un articulo sobre la -legión polaca-, y
en el tiempo que el barco Helado necesitó para recibir su carga, la
expedición había dejado de ser un secreto no sólo para los redactores de
The (itobe. sino también para el Gobierno ruso. 1:1 19 de marzo, el barón
Brunnov, embajador de Rusia en la corte de Saint James, informó a lord
Russell que el vapor (¡ipsy Queen, de Hartlcpoo!, era esperado en el
Támesis para em barcar arm as, municiones y doscientos polacos con
destino al Báltico, c insinuaba que estando el barco destinado a
operaciones bélicas contra una nación amiga debía, en rigor, ser
detenido por el G obierno de Su Majestad. l.a información era exacta
salvo en un detalle: el barco Helado por los revolucionarios no era el
(¡ipsy Queen. sino el que ostentaba el menos romántico nombre de Word
Jackson3. Iba m andado por el capitán Roben Wcathcrlcy y llegó a
Círavesend el 20 de m arzo para iniciar el embarque. Al día siguiente, las
autoridades aduaneras, alertadas por lord Russell. subieron ai barco y
comprobaron que parte de la carga declarada com o -ferretería-
consistía, en realidad, en arm as y municiones, y no dieron el permiso de
zarpar, pendiente de nuevas investigaciones. En el entretanto, dos

(iipn «<w hiw u > 'i*"'''"» Z.WVw latí iS ifcl 1


Edward H. C on

oficiales aduaneros permanecieron a bordo para controlar las activi­


dades que se llevaban a cabo.
Sin embargo, el intrépido capitán y los organizadores de la expedición
eran hom bres capaces de convertir en insignificantes tales obstáculos, y
los legionarios recibieron instrucciones de reunirse en la estación de
Fenchurch Street a las diez de la noche del 21 de m arzo, donde fue
preparado un tren especial. El escéptico profesional llc r/c n .q u c relata la
historia completa con más de un gruño de malicia, afirma que algunos de
los legionarios equivocaron la hora y llegaron a la estación a las diez de la
m añana. Tal error fue singularmente inoportuno. Nuestros héroes, por
m otivo de secreto o de economía, habían om itido saldar sus deudas
financieras y la ditación les exponía a la chillona persecución de un
pequeño ejercito de patronas y otras interesadas hembras, lim e n , sin
em bargo, menciona Hull com o puerto de partida y comete asimismo otros
errores; quizá podamos titular esta parte de su relato como ficción
pintoresca. Sea como fuere, el tren especial salió a las diez de la noche
entre ios simpáticos aplausos de una m ultitud de espectadores y. aproxi­
mada mente una hora ames, el -Ak Ason, con los papeles sin
despachar y con los dos aduaneros a bordo, levó anclas de Ciravcsend y se
deslizó rio abajo. Esta parte del viaje fue realmente una obra maestra de
organización. Barco y tren llegaron a Soulhcnd simultáneamente poco
después de medianoche, los aduaneros fueron depositados en tierra, los
guerreros subieron a bordo y el Word Jackson prosiguió su ruta pirata.
Cuando, al dia siguiente, el embajador ruso presentó una nueva nota, el
Foreign Office replicó, algo ingenuamente, que «la súbita partida del
Word Jackson del rio hacen inútiles más pasos por parte de vuestra
excelencia para procurar información en corroboración de las sospechas
que me comunicó respecto al destino de tal bajel o. por parte del Gobierno
de Su Majestad, prevenirla acerca de su intervención en cualquier
actividad contraria a la lev». H barón Rrunnnv debió contentarse con el
frió consuelo de esta bien redondeada fraseología oficial.
En el Interin, con algo de sorpresa por su parte. Bakunin se vio
festejado en Estocolmo como la legendaria victima y el legendario
enemigo del Gobierno ruso. Sus amigos de Londres estaban en lo cierto
al desconfiar a su discreción y hasta que el Word Jackson no hubo salido
evitaron cuidadosamente informarle de la expedición. Pero Bakunin era
una fuerza que no podiu ser ignorada y era de un inestimable valor en
toda empresa que requiriera arrojo y valentía. Y una vez segura y en
marcha la expedición. Herzcn y el agente del Comité Nacional Polaco en
Londres le remitieron sendos telegramas y lo invitaron a reunirse con el
Word Jackson tres dias después en liclsingborg. primer puesto de escala.
Bakunin partió en seguida de F.stocotmo. pero no había tren hasta
Hctsingborg; cuando llegó el Word Jackson se hallaba en rada desde
hacia veinticuatro horas. El capitán y los jefes de la expedición se habían
instalado en el hotel de la localidad aguardando al nuevo c importante
recluta, y la pequeña población zum baba de excitación.

2Ú0
/.<»» eufiutlox rom óntitos

La llegada de Bakunin fue la señal para un consejo de guerra en el


curso del cual el capitán Wcatherley se dio cuenta por primera vez de los
riesgo* extracomercialcs implicado* en la empresa en que « habla
metido, El valeroso capitán estaba bastante .satisfecho de haber exhibido
su osadía ante los oficiales de su propio país, pero no tenia deseos de
corroborarla ante los oficiales de un crucero ruso. Aumentaron sus
aprensiones al enterarse de que. debido a la tem peratura excepcional*
mente benigna, se habían roto los hielos frente a Reval. el puerto militar
ruso, y no se desvanecieron precisamente con la declaración de uno de
sus pasajeros, que ic aseguró que llevaba bastante pólvora a bordo y que
antes que permitir !u captura de! buque lo volarían. Aquella misma
tarde, un violento tem poral vino a reforzar los escrúpulos del capitán y el
W ani Jaikson permaneció dos dias más a! abrigo de la tormenta en la
rada de Heisingborg. Al tercer día mejoró el tiem po, las dudas del
capitán fueron desechadas y salieron, ostensiblemente, con Bakunin a
bordo, hacia la isla de G otland, en la costa sueca del Báltico.
Sin embargo, el capitán Weaihertcy tenía otras intenciones. Sólo, con
un puñado de marineros, en medio de aquella banda de extranjeros
excitados des,peraltos prefirió el disimulo a Ja resistencia abierta. Al Negar
a Copenhague anunc ió que tenia que entrar en el puerto para abastecerse
de agua fresca, cosa para la que no habian sido suficientes los cuatro días
de estancia en Heisingborg, y prometió que la operación no les ocuparía
más de dos horas. A tracado et buque, bajó inmediatamente a tierra y
rindió visita a sir Augustus Paget. embajador británico. No existe
constancia de la naturaleza de dicha entrevista, pero aquella noche el
capitán Wcatherley no regresó al Watt! Jackson, y al día siguiente
anunció que no se haría a la m ar de nuevo mientras se hallara un solo
polaco a bordo. Hi resto de la tripulación desertó también. dejando a los
legionarios a bordo tan sólo con el jefe de máquinas y un piloto danés.
Bakunin se apresuró a visitar la Legación británica, sir Augustus Paget
lo recibió con toda cordialidad y aceptó que el capitán Wcatherley se
había portad» com o un bribón, pero se negó a creer que hubiese sido
pagado por los rusos; le expresó cortésmcntc su sim patía y lamentó que
no pudiera obligar ul capitán y a la tripulación a /a rp a r con el buque,
sólo podía dirigir los legionarios a los agentes en Copenhague de los
propietarios del Word Jackson, haciendo notar, sin embargo, que por un
curioso azar estos mismos agentes eran los proveedores de la Ilota rusa y
estaban, en aquel m omento, preparando la carga de carbón para un
crucero ruso que cr.i esperado en el puerto. Bakunin quedó encantado de
la entrevista y encontró que sir Augustus era «un perfecto caballero».
Los agentes estuvieron muy amables y accedieron proporcionar una
tripulación danesa para Nevar el Word Jackson a Mülmoc. cí puerto
sueco más próximo, que sólo se hallaba a un par de horus de navegación.
Allí los legionarios deberían valerse por sí mismos. Paute de micux, la
oferta fue aceptada, y en la larde del .10 de marzo, nueve días después de
su partida del Támesis, la expedición recaló en Malmoc. Los aventureros

201
*
Edward //- Carr

fueron hospitalariamente recibidos y atojados en la ciudad y las


autoridades suecas embargaron el buque y retiraron su carga explosiva.
El poco glorioso final del crucero del Ward Jackson no dio fin. sin
embargo, a las aventuras del coronel Lapin&ki y sus legionarios. Durante
dos meses permanecieron ociosos en Malmoc, disminuyendo inexora­
blemente en número y decayendo en espíritu a medida que las noticias de
Polonia se tornaban menos y menos esperan/adoras. Al principiar el mes
de junio obtuvieron más armas y municiones y fue fletado un buque
velero denom inado Emilia para un último y desesperado intento. Esta
ve/ se tom aron precauciones más serias respecto a la publicidad. Se
anunció que los legionarios restantes regresaban a Inglaterra y, en efecto»
m archaron a Copenhague, donde em barcaron para Londres; pero en el
Sund transbordaron ul Emilia. La m aniobra no tuc descubierta por los
observadores rusos y el Emilia navegó por el Báltico sin sospechas.
Un su extremidad nordeste la costa de Prusia se estira en una larga y
estrecha Fuju de terreno que cierra una cierta extensión de agua conocida
por Kurischc llaff. Ul plan era llegar en botes a la faja indicada,
transportar estos a través de ella y navegando a remo por d Haff,
alcanzar la tierra firme. Desde allí, una marcha de dos o tres horas a
través de Prusia. donde esperaban no ser descubiertos, los llevarla a la
frontera de l.ituania. La idea era bastante descaballada, pero además
sobrevino un inesperado y precoz desastre. Los botes habían sido
com prados en tlam burgo y a nadie se 1c ocurriócom probar si eran aptos
para navegar. Cuando el Emilia, bajo el m anto de la noche, alcanzó el
lugar fijado, fue arriado el primer bote, y treinta y dos aventureros
polacos y franceses se metieron en él; pero tan pronto se puso en marcha
empezó a llenarse de agua y se hundió como una piedra. En la oscuridad
y la confusión sólo ocho hombres pudieron ponerse a salvo; los
veinticuatro restantes no volvieron a ser vistos. Con esta pérdida fueron
tan severamente minados los recursos morales y numéricos de la
expedición que fue abandonada de común acuerdo. Los legionarios
volvieron a Suecia y de alli a Inglaterra, donde fueron alojados en
Woolrich en tanto se dispersaban. Los lideres quedaron en Suecia,
enfrascados en mutuas recriminaciones entre ellos y con Bakunin sobre
las causas del desastre. El último y patético docum ento de la expedición
es una carta escrita desde Woolwich por un superviviente, que se
describe n si mismo como ••literalmente m uerto de hambre» con una
asignación diaria de un chelín y tres peniques, y suplica a sus amigos que
le den la oportunidad de -m orir dignamente por Polonia en vez de morir
aquí de inanición».
Bakunin, que no había tomado parte en la última y desesperada
intentona a bordo del Emilia, pasó el invierno de IH63 en Estocolmo. Su
reputación resultó algo empañada por su participación en una empresa
que habla term inado no sólo ignominiosamente, sino ridiculamente. La
gran rebelión polaca, careciendo de ayuda exterior, iba siendo lenta pero
implacablemente aplastada por el peso abrum ador de las armas rusas.
i.<>\ c\i/utito\ totndiHtan

Pero la energía de Bajun Bakunin no conocía desgaste; no podía


permanecer ocioso. Perdida la causa de Polonia, sus pensamientos se
dirigieron otra vez a su país natal. Estableció subrepticiamente
correspondencia con lo que había quedado del Comité Tierra y Libertad
en Petersburgo, intrigó a Finlandia con la esperanza de poner en pie una
nueva subversión contra el Gobierno ruso y repartió (o alardeó de ello)
setecientos ejemplares de distintas proclamas revolucionarias en ci
interior de Rusia. Y en medio de todas sus otras actividades aún halló
tiempo para arruinar totalm ente sus relaciones con Hcrzcn mediante una
violenta disputa con el hijo de éste.
El joven Alejandro, que contaba ya veinticinco años, había disfru­
tado ampliamente de la prerrogativa juvenil de dar al padre buenos
motivos de unsiedad. Cnv lado a Suiza cinco años antes de completar sus
estudios, se había enam orado de una muchacha germano^suiza empa­
rentada con Karl Vogt, el amigo de Herzcn; eran unos am ores irregulares
y Hcrzcn miraba desfavorablemente la boda, por (o que se sintió aliviado
cuando Alejandro partió, con una expedición científica. paTa Islandia.
La ausencia y la reflexión hicieron su trabajo y a la vuelta se rompió el
compromiso. Pero lo peor vino después. Alejandro volvió a Inglaterra y
allí sedujo a una respetable muchacha de la clase trabajadora, llamada
Carlota Hudson, que le dio un hijo.
Hcrzcn había deseado desde mucho tiempo atrás iniciar a su hijo en
la arena política; ahora encontró una razón adiciona) para mandarlo
fuera del país. En mayo de 1K63 lo envió a Estocolmo. con la plena
aprobación de Bakunin. N o está claro qué especie de funciones esperaba
Hcrzcn que el joven llevara a cabo, pero ciertamente no esperaba las
consecuencias. El joven Alejandro, que hasta el m om ento no había
mostrado ni inclinación ni aptitudes para la política, dio u entender a
Bakunin que, en virtud de la posición de su padre, era el representante
acreditado de Tierra y i.ibcrtad en Suecia. Replicóle Bakunin que ya
ocupaba él esta posición y que no toleraría interferencias, (.os dos se
mantuvieron en sus trece y se originó una disputa. Parece que el
comportam iento de Alejsmdro fue vano y necio de forma poco corriente
aun para su edad, y Bakunin era un niño irresponsable; emplearon las-
pocas semanas siguientes en Fscotolmo difamándose mutuamente ante
sus amigos comunes. Finalmente, Herzcn ordenó a su hijo que volviera.
Oficialmente culpaba por igual a ambos por este absurdo e indigno
coniretemps, pero la indulgencia paternal exacerbó aún más sus
sentimientos contra Bakunin.
A partir de aquí los acontecimientos se sucedieron rápidamente hasta
(a ruptura fina). Tras la partida de Alejandro, Bakunin reinaba solo en
Estocolmo. En agosto, en el transcurso de un banquete público, se
proclamó a sí mismo el representante de Tierra .»• Libertad, y soltó un
grandilocuente discurso en honor de la organización. C on ingenua
ponderación (ya que su auditorio era, políticamente, una mezcla), la
describió como -una sociedad patriótica de amplia base, conservadora.

203
F.dward li. Carr

liberal y democrática a la vez». Com prendía, declaró, todas las clases del
pueblo ruso.- «generales y oficiales en masse, altos y bajos funcionarios,
terratenientes, comerciantes, curas e hijos de curas, campesinos y
millares de disconformes viejos creyentes», listaba organizando sus
propias finanzas, su propia administración, su propia Policía, y pronto
contarla con su propio ejército. Finalmente, terminó, se había llegado a
«una alianza formal» con el Comité Nacional Polaco que constituía
ahora el Gobierno revolucionario provisional de Polonia. Bakunin
extendió las manos en señal de bienvenida a todos los «patriotas suecos»
en nom bre de Tierra y Ubertad.
No es conocida la impresión que este discurso produjo en los oyentes
suecos, pero Herzen, en Londres, se puso furioso. No hizo mucho caso
de la indiscreción; hacia tiempo que habla perdido ¡u pocu fe que una vez
tuviera en Tierra y Ubertad, pero su exacto espíritu no podía tolerar que
un hom bre que vivía tan poco com o Bakunin en el reino de los duros
hechos tom ara sus más fantásticos sueños como realidades y asi los
proclam ara ante el mundo. Poco le im portaba que Bakunin hubiese
hecho el ridículo con su jactancia, poco le im portaba que hubiese puesto
en ridículo a Tierra y Ubertad, pero sí le im portaba, y en gran manera,
que hubiese expuesto al ridículo a quienes, como Herzen y Ogarev. se
habían asociado públicamente con ¿1 y con aquella asociación. Intentó
desautorizar formalmente a Bakunin en las páginas de Ut Campana,
pero, aunque con dificultades, fue disuadido de ello por el más tolerante
Ogarev.
El otoño reveló el daño que la identificación con la aventura polaca
habla hecho La Campana. La insurrección polaca había despertado los
instintos chauvinistas latentes en la sociedad rusa. La prensa oficial
eventó el tradicional odio ruso hacia Polonia, y Herzen y sus amigos no
fueron ya acusados de reformistas, sino de enemigos del pais. El amigo
de Polen ia sólo podía ser el enemigo de Rusia. A los ojos del ruso medio.
La Campana se convirtió en el órgano no ele la ilustración, sino de la
traición, y su difusión, que habla m edrado durante años bajo la
persecución de la Policía, se hundía ahora bajo la influencia del
histerismo de guerra, disminuyendo hasta insignificantes dimensiones.
Para completar su ruina, un polaco llam ado Pctkicwicz, probablemente
pagado por el Gobierno ruso, publicó en Bruselas una «carta abierta»
donde se acusaba a «Her/en y Cia.» y al «triunvirato de Londres» de
haber em pujado a Polonia a la rebelión con promesas de ayuda de una
poderosa y extensa organización revolucionaria que había resultado ser
un mito. Esta «carta abierta» fue ampliamente citada por la prensa de
Moscú. El ínfimo contenido de verdad de esta acusación y el intento de
identificar a Herzen y Ogarev con los peores excesos de Bakunin
aum entaron las iras de Herzen. Ogarev lo disuadió otra vez de una
disputa pública; pero en diciembre escribió un articulo en La Campana
en el cual, citando la acusación contra ••Her/en y Cía.», señalaba
acremente:

:0 4
Los cxitiírdiix roniónlkox

A quién incluye en esta -compañía- lo ignoro. I.os editores de l.a ( umpuna


no son ninguno compañía, no son más que dos- llcr/cn y Ogarev.

Todo el mundo comprendió que ello significaba la recusación formal


de Bakunin. pero ningún bien Hizo a La Campana. H er/en no escapó a
las acusaciones contra la antigua alianza y fue simplemente ridiculizado
en la prensa oficial por su pueril intento de sacudirse un socio indiscreto.
fin octubre. Bakunin dejó finalmente Suecia y volvió a Londres.
Herzen se hallaba entonces en el extranjero y el inevitable encuentro
entre los dos hombres fue pospuesto; se efectuó a principios de diciembre
en Parts. Unas transacciones financieras en las que Bakunin usó de su
habitual desorden e indiferencia con respecto a la cuestión de débitos y
créditos hicieron aum entar el enojo de Herzen hasta el punto de
ebullición. Recibió a su antiguo amigo en un estado de irritación febril:

Veré a Baktmm (escribió a Ogarev la víspera del encuentro!, aunque


considero esta perspectiva terriblemente desagradable: detesto la falsedad. Lo
hago por ti. Ogarev.

Pero el encueniro resultó mejor de lo que hubiera podido esperarse.


Herzen era demasiado modesto y demasiado vergonzoso para sus
agravios de orden económico, y se sentía dem asiado cansado o
demasiado desesperanzado pura increpar a Bakunin por su parte de
responsabilidad en el declive de l a Compana. Bakunin. quizó aliviado al
no serle recordadas unas inoportunas obligaciones m onetarias, pareció
-sinceramente descoso de paz y decidió no hacer nada que promoviera
escándalo-. V se separaron con una cordialidad un poco forzada por
ambas partes. Herzen. a vueltas todavía con sus penas y sus errores,
regresó a Londres. Bakunin, que raramente hallaba tiempo para
recuerdos y nostalgias, se dirigió resueltamente al Sur y siguió viaje para
Italia, fin Italia pasó los cuatro años siguientes, durante los cuales no
volvió a cruzarse en el camino de Herzen. Sus encuentros posteriores
fueron pocos c insignificantes, pero Bakunin reaparecerá en un extraño
episodio que siguió a la muerte de Herzen.
Va se ha citado en un capitulo anterior el retrato escrito de Bakunin
contenido en Mi pasada y mis pensamientos. Bueno será ahora citar el de
Herzen hecho por Bakunin, menos brillante de color, menos incisivo,
pero igualmente apto:

Herzen ha presentado —y continúa sosteniendo—' magníficamente I» causa


de Rusia ante el público de Europa, pero en cuestión de política doméstica es un
inveterado escéptico, y su influencia no sólo no es alentadora, sino que es
desmoralizadora. lis. en primer lugar y unte todo, un escritor de genio, y reúne
todas las brillantes condiciones y todos los defectos de su profesión. Cuando en
Rusia ve halle bien establecida la libertad será, más allá de toda discusión, un
magnifico periodista, quizá un orador, un estadista y hasta un administrador;
pero decididamente no es de la madera de que están hechos los caudillos
revolucionarios.
m
7

Ii

i
i

1
C a p ítu l o XII

LOS ULTIMOS AÑOS DE HERZEN


Se ha dicho que tan sólo los jóvenes o los enferm os —enfermos de
cuerpo o de alma— escriben sus diarios. El diario de Heneen se divide en
dos periodos. En los dias de su juventud le confiaba ios pesares de su
exilio y la historia de los galanteos con su prim era Natalia. Tras su
m atrim onio fue dejado de lado durante veinte años. Luego, a los sesenta
años, fue de nuevo abierto, principalmente para recibir, en ocasión de
aniversarios y otros momentos apropiados, tristes reflexiones sobre los
sufrimientos y calamidades de sus años de actividad. El dia de Año
Nuevo de 1864 hizo la siguiente anotación:
Desde 1851 no había entrado en un nuevo año con una tal sensación de
horror: veo que no puedo esperar ningún punto brillante ni en mis asuntos
personales ni en mis asuntos públicos-
incluso los vínculos de toda la vida se han desvanecido. Nos humillamos
nosotros mismos u los ojos de los demis. ¿Es la vejez? Los laureles se han
esfumado; sólo quedan caras viejas intentando parecer jóvenes.
Ninguna armonía en la vida doméstica. Crecen las dificultades en la tarea, los
egoísmos son más -obstinados y todo se derrumbará sobre las generaciones que
suben.
Por todo alrededor, tristeza, horror y sangre.
El año 1864 justificó sus presentimientos. Prosiguió la rápida
declinación de l.a Campana hasta la impotencia y la insignificancia y fue
un año de continuo infortunio doméstico que culm inó en abrum adora
tragedia.
El nacimiento de los mellizos había disipado finalmente el sueño de
Herzen de ver todos sus hijos reunidos bajo un mismo techo. En el
verano de 1862, Malwida expuso su intención de trasladar su residencia
de París a Italia p o r razones de salud y propuso llevarse consigo a Olga.
La experiencia había dem ostrado que Olga no podia vivir con Natalia y
207
\
F.dwardfi. Corr

no podía pensarse en separarla ahora de Malwida. Herzen tuvo que


aceptar a la fuerza la proposición y aún. con el corazón dolorido, hizo
por su pane otra. La situación de Tatú en cusa se hacia cada vez más
difícil. La atmósfera triste y nerviosamente tensa de la casa de Natalia no
podia ofrecer nada a una muchacha de dieciocho años. En tal ambiente
era im posible c! trabajo y Tata había expresado el deseo de desarrollar su
talento en el arte. Haciendo justicia a am bas familias, a las que ¿I quería
lo mismo, Herzen sabia que debían vivir separadas, y cuando Malwida
partió para Italia en diciembre m andó a Tata con ellas. 1.a separación
fue am arga para el infeliz padre, y más aún porque fue obra suya. 1:1
único consuelo que podía ofrecerse a si mismo al verías m archarse, en la
estación, era que la educación de Tata hnbia virtualmcmc llegado a su
térm ino bajo su cuidado y que no habla crecido igm uuudo, como Olga,
la lengua de su madre.
El verano de 1864 vio reunida la familia completa, incluyendo a
Malwida. en suelo británico por última vez. Lo pasaron en Bour-
nem outh. un pequeño balneario cómodam ente accesible en ómnibus
desde la próxima estación de Christchurch. Aquí, el delirio de Natalia
hacia la auloconmiscración y la autodefensa alcanzó de nuevo una
intensidad elevada. > rebasó los limites de la discreción que hasta
entonces la había retenido. Hasta el m om ento. Natalia había respetado
la cám ara secreta del corazón de H cr/cn. el sanctasanctórum donde ¿I
rendía culto n la memoria de su difunta esposa, y había participado, o lo
había simulado, en este culto; tenia en el rclicario.su propio rincón como
la amiga a quien la difunta madre había legado el cuidado de sus hijos, y
aquel culto le hahia servido incluso para santificar su liaison con Herzen.
N atalia hallaba consuelo a menudo en la idea de que desde allá arriba, en
alguna parte del otro mundo (en el que. en momentos de menos
emoción, no creía), la primera Natalia los miraba y bendecía la unión
entre el hombre que había sido su m arido y la mujer que habla sido su
amiga más querida. Fue especialmente característico de los últimos
románticos invocar la aprobación del o tro mundo para sus amores
ilícitos. -Estoy segura», dijo Emma Bovary a su primer amante Roger,
«que nuestras madres, juntas, en el ciclo, bendicen nuestro am or-.
Pero este culto era. a l'm de cuentas, demasiado artificial pura
sostenerse bien. Natalia en realidad no se engañaba a sí misma. Sabia
que su homónima y amiga, cuyas hum anas cualidades comprendía
mucho mejor de lo que Herzen las había com prendido nunca, no estaba
más calificada que la mayoría de los m ortales para gozar del pedestal y la
aureola de una diosa, y la amargaba tener consciencia de que en el
corazón y el pensamiento de Herzen la esposa difunta contaba, y
contaría siempre, más que la am ante viva. Sentíase agraviada en la
misma form a que se agravió en Petersburgo cuando el amigo de Ogarcv
pensaba, obviamente, más en ¿I que en ella. Pero no hubo inmediata
rovocación. Sin embargo, en Bournemouih, mientras Herzen lela a
Í ata en voz alta los capítulos de Mi pasado y mis pensamientos, en que

m
l o s estilados románticos

narra la historia de la tragedia de su esposa —los capítulos que sólo


debían ver la luz cincuenta años después de su muerte— , algo estalló de
pronto: Natalia interrum pió la lectura con ofensivas y escarnecedoras
palabras. Siguió una escena de recriminaciones. Se intercambiaron
insultos que no podía ser fácilmente olvidados. Pasó un mes entero sin
que hubiera reconciliación. Herzen encontró incluso dificultades para
mantener un «exterior decente- en consideración a los hijos y le dijo a
Natalia que quería «cubrirlos a todos de vergüenza». Ella se rió a
carcajadas y replicó mordazmente que «si tuviera dinero les enseñaría
una o dos cosas-. Amenazó con llevarse a sus hijos a Rusia y habló de
mandar una petición al zar. Herzen le replicó, por escrito, que si hacia
eso, él haría público ante todo el mundo el secreto (que hasta el
momento ella había ocultado incluso a su propia madre) de la
paternidad de sus hijos. Ninguna de las amenazas fue formulada
seriamente, pero Herzen y Natalia habían llegado al punto en que las
ganas de herir al o tro habían borrado cualquier otro sentimiento.
Si bien Natalia en aquel momento no abrigaba estas intenciones de
regresar a Rusia, participaba, sin embargo, de la corriente ilusión de las
personas histéricas de que en cualquier parte estaría rríejóf que donde
estaba. La vida se había hecho intolerable en Inglaterra. Durante el
verano se celebraron en Bournemouth diversos consejos de familia,
amargos y borrascosos, y se decidió que, tras doce años de residencia,
Herzen abandonaría su domicilio de Inglaterra y trasladaría su familia y
sus efectos a Suiza. Además de las razones domésticas existían también
razones públicas para el cambio. La tirada de 1.a Campana, que en ios
días de prosperidad fluctuaba entre dos y tres mil ejemplares, había
bajado a la mezquina cifra de quinientos. Estaba visiblemente muríén*
dose. y el traslado a Ginebra, donde en los últimos años se habían
congregado muchos refugiados, parecía ofrecer la últim a y angustiosa
esperanza de reavivar su prestigio.
Además. G inebra poseía, a los ojos de Herzen. otra ventaja sobre
Londres: estaba más cerca de Italia que, verosímilmente, parecía que iba
a convertirse en la residencia permanente de sus hijos mayores,
incluyendo a Alejandro, quien acababa de obtener una cátedra de
Fisiología en Florencia. Más difícil era hablar del futuro de Tata. Su
migración no había sido un éxito claro. Olga era la única pasión del
corazón de Malwida y Malwida se hallaba demasiado inclinada hacia un
lado para m antener el equilibrio entre las dos herm anas: cuando reñían
siempre era Tata la que estaba equivocada. Ni sobre esto ni sobre
cualquier otra cuestión era posible discutir con Malwida. La convicción
que abrigaba de su recto proceder era aplastante, y Herzen empezó a
considerarla casi tan histérica como Natalia. «Las dos pierden a la vez la
cabeza-, escribió a su hijo desde Bournemouth, «y T ata, que es menos
chiquilla que ellas, las calma». Más tarde o más tem prano habría que
hacer algo por T ata, y esto le pareció también más fácil en Ginebra que
en Londres.

209
EdwatdH. Carr

El caso de Ogarev ofrecía dificultades especiales. Su hábito inve*


terado para la bebida, la creciente frecuencia de los maques epilépticos y
el colapso general de su salud parcelan redam ar un cambio urgente de
escenario. Pero el estado letárgico de Ogarev se resistia a todo
movimiento, y además Mary Suthcrland se había convertido en algo
necesario para su vida. Todas sus objeciones fueron rebatidas una por
una y al fin aceptó marcharse siempre que le fuera permitido llevarse a
Mary consigo. Presentóse todavía otra dificultad de carácter parecido.
La familia había sostenido hasta entonces a Carlota Hudson y a su hijo
en Lond res, y si bien el joven Alcjundro se daba por satisfecho olvidando
su juvenil imprudencia, Herzcn no podia ab an d o n ara un niño por cuyas
venas corrían algunas gotas de su propia sangre. Carlota Hudson había
rehusado su invitación para entregarle su hijo: por lo tanto, al linal,
Carlota y el chico, cuyo nombre era Alejandro pero al que se conocía por
el remoquete de -T o o ts» 1, fueron am bos incluidos en la caravana
ginebrina*.
Establecida asi la principal cuestión, siguió un prolongado debate
acerca de la fecha de punida, que term inó en un compromiso. La
impaciente Natalia dejaría Inglaterra con sus tres hijos en noviembre: el
recalcitrante Ogarev permanecería ulti hasta la primavera próxima;
Hcr/en. una vez depositados Natalia y los niños en alguna parte de
Francia, iría a Ginebra para disponer la instalación de la familia y la
imprenta en aquella ciudad, regresaría a Inglaterra para supervisar la
partida de Ogarev. Tchor/ewski. Ciernecki y la imprenta, asi como los
demás «seguidores.
El program u fue puesto en obra, pero ya en sus primeras realiza*
ciones fue interrumpido por una brutal y abrum adora tragedia. Tan
pronto Herzcn y Natalia llegaron a Píiris con los tres niños, se
desencadenó en la ciudad una epidemia de difteria y los dos mellizos, que
recientemente habían cumplido los tre* años, sucumbieron a la
enfermedad y el 3 de diciembre murió la niña. En este trágico momento
toda la responsabilidad de las decisiones recayó exclusivamente sobre
Herzcn. Y cuando el pequeño ataúd fue llevado a M ontm artrc, donde
debía esperar su eventual traslado al panteón familiar de Niza, reflexionó
cuánto hubiera gozado la pequeña difunta jugando con las magnificas
borlas de plata del paño m ortuorio. Luego, pasados ocho días, el niño
siguió a su hermana. Ogarev apresuróse a acudir desde Londres, pero era
evidente que no se hallaba en condiciones de viajar solo y con ello

' - 1i»mpct>ll.i* ( \ </(-//.;.


I 4 actitud de liaren t»n respecto* -Tootv» i»o»c Italia libre de incongruencia* en
uxJa esta <mba raros* cuestión. No quiso dejar al chico con su madre, pero xe puso furioso
cuando su hijo «Jiote su propio nombre de Alejandro y, también posteriormente, cuando
Mary Suthcrland intentó hacer de Carlota una scAora responsable llamándola • señora
Herrén. P.l niño creció con el nombre de Alejandro Herrén y se eetablcoóen Italia, donde
murió c! I de enero de 1933.
210
t <>\ i'xthtnUm r<innimu <n

aumentaba, más que aliviaba, las preocupaciones de Hcrzen. Herzen y


' Natalia tenían pocas relaciones en París y. por una rara coincidencia, la
única que les ofreció consuelo y ayuda fue madamc de Salías, aquella
cuya indeseada presencia había estorbado el noviazgo de Ogarev y
Natalia quince años antes.
El doble zarpazo barrió del corazón de Herzen todas las am arguras y
resentimientos de los últimos meses, pero casi destruyó la salud mental
de Natalia. Diose a pensar que ella, y sólo ella, había insistido en la
marcha inmediata cuando los demás se habían conform ado a pasar el
invierno en Londres: recordó que fue ella quien insistió de nuevo para
una parada en París en vez de viajar directamente hacia el Sur. Con su
obstinación, dos veces repetida, había atraído la desgracia sobre la
cabeza de sus hijos, y se ocusaba ella misma, ante quien quería
escucharla, como su asesina. De vez en cuando su mente retrocedía desde
la tragedia de su muerte a la tragedia de su nacimiento. Súbitam ente, un
rayo de puritana luz teológica surgió en ella, y vio en la m uerte de los
mellizos el castigo de sus propias culpas. Pero la culpa no fue solamente
suya. Y en estos momentos odiaba a Herzcn. partícipe de su pecado,
tanto como se odiaba a si misma. Tras la tragedia estuvo semanas sin
desnudarse: dormía tan sólo unas pocas horas en una silla o en un diván
y vagabundeaba sin objeto de habitación en habitación. D urante veinte
años, o más. sostuvo un cuaderno donde religiosamente registraba los
sueños en que se le aparecían sus hijos.
Se hizo esencial sacar a Liza de la infectada ciudad. C uatro dias
después de la segunda defunción Herzen y Natalia m archaron con ella a
Monipellicr. Durante el viaje se resfrió, pero no se desarrolló la
infección, y tras dos o tres días de angustiosa enferm edad se recobró
rápidamente. Después de Navidad. Herzen dejó a Liza con su madre en
Montpcllier y se fue a Ginebra. Allí encontró, sin muchas dificultades y
gracias a un amigo ruso, una espaciosa casa de campo rodeada de un
jardín con árboles abundantes, junto a una de las principales rutas que
salían de la ciudad. Sobrellevaba el nombre imponente de C háteau de la
Boissifcre. Contenía más de treinta habitaciones y había sido ocupada en
otro tiempo por una autentica gran duquesa, la divorciada esposa del zar
loco Pablo t. A pesar d e tan distinguidas características el alquiler era de
cinco mil francos anuales. En Londres se suponía que los extranjeros
debían pagar más que los nativos, y las casas que Herzcn había alquilado
nunca le habían costado menos de seis guineas semanales: el magnífico
Cháteau de la Boissiére representaba una considerable economía en su
presupuesto.
Cuando en G inebra estuvo todo dispuesto Herzen volvió a Moni*
pctlier y. por último, a Londres. Sus últimas semanas en Inglaterra las
pasó en la pensión de Ogarev, en Richmond. Se hicieron las pocas
despedidas necesarias y se llevaron a cabo algunos preparativos que
fallaban para la m archa definitiva. El último número de ¡.a Campana en
Inglaterra aparecería el I de abril, y luego. Ogarev, Ciernecki y el resto
2U
S
Edward H. Carr

de la partida levantarían el campo y saldrían en cómodas etapas hacia


Ginebra, En el ínterin, Herzcn trasladaría los dos pequeños ataúdes de
París a Niza, llevaría a Natalia y Liza a Cannes y alcanzaría el Cháieau
de la Boissierc a tiempo para d ar la bienvenida a los viajeros procedentes
de Londres.
La tarde del 15 de marzo de 1865, Herzcn embarcó en Dover en el
correo de Calais y dejó las costas inglesas para siempre. En el transcurso
de doce años y medio no había echado raíces en e! país. Aquí encontró
un puerto de refugio, pero no los brazos de la amistad. Los ingleses
habían sido tolerantes. Estaban dem asiado ocupados en sus propios
asuntos para interesarse c a los de ¿I. No les im portaba lo que un
extranjero pensara de ellos y daban ;i entender claramente que ellos
raram ente pensaban nada respecto a un extranjero, ciu recibido en todas
partes con cortesía, pero con fundam ental indiferencia- No había habido
calor para el lado expansivo de tu naturaleza de Herzcn, y cuando se
despidió quizá sus impresiones se hallaban indebidamente nubladas por
sus sufrimientos personales de los prim eros y los últimos años de su
estancia en Inglaterra. Su espíritu revivía, naturalm ente, las circuns»
tancias de su llegada y su partida y olvidaba los momentos gozosos que
existieron de por medio. M irando, sin em bargo, hacia atrás, en los años
de su vida no había muchas cosas específicamente inglesas cuya pérdida
lam entara, excepto quizá la mostaza Colm an, los encurtidos ingleses y la
salsa de setas. Sólo los dos polacos tuvieron algún pesar por abandonar
su país de adopción. El galante Tchorzcwski, abandonado en la fea
G inebra, echaba de menos -les bcllcs vucs de Haymarket». el barrio de
tas prostitutas elegantes; y Ciernccki y su esposa, que habían vivido cinco
años al abrigo de la imprenta en C'alcdonian Roud. -soñaban todavía
en los abiertos ciclos de King's Cross y los amplios horizontes de
Tottcnham C our Koad-.
I.a gran reunión en d Chatcau de la Boissierc tuvo lugar a mediados
de abril. Ciernccki y la imnrenta fueron instalados convenientemente en
una parte de Ginebra, y Mary y C arlota, con sus retoños, en otra. Pero
Herzcn pronto experimentó la fuerza de la máxima horaciana acerca de
quienes se apresuran a cruzar ol mar. Ogarev siguió bebiendo y Natalia
encontró Ginebra un lugar tan intolerable para vivir como Londres o
Bourncm oui, y se demostró que la miserable agitación del año último era
tan compatible con el clima suizo como con el inglés. Hasta el magnífico
Chátcau de la Boissierc no colmó las esperanzas en él depositadas, y
Herzcn descubrió que -se había sacrificado el confort a beneficio de las
salas de recepción». De nuevo reaparecieron las recriminaciones.
No puedo llegar a comprender (escribió llcr/cn u Ogarev el 5 de junio) qué
quiere Natalia de mí. ¿Qué les hace falla? ¿Cómo puede irse a Rusia? ¿Qué quiere
indicar al -anunciar- su separación de ti? ¿Y a quién? Son los crónicos
malentendidos. ¿Por dónde quiere empezar? Tata lo sabe, Sacha lo sabe. ¿Querrá
indicar que va a comunicarlo a la Policía? ¡E irse a Rusia en invierno' Tampoco
tu podrás hallar una solución, pero piensa en una respuesta. Acabaré diciendo:

212
l o\ rsihados lottitiniicoi
«Haz lo q u e mejor te parezca. Han muerto dos, Llévate al tercero bajo tu
responsabilidad.-
Ames de term inar el verano, Natalia había tenido violentas peleas
con Tata, con Olga y. naturalmente, con Malwida von Meysenburg.
Habló incluso de volver a Inglaterra, de donde tan precipitadamente
había huido. En septiembre se llevó Liza con ella a M ontreux. al otro
extremo del lago.
Liza tenía ahora siete años y ni su madre ni su uya inglesa, miss
Turncr. eran una compañía ideal para esta alegre y nerviosa chiquilla.
Natalia ha perdido (escribió Herzcn a su hijo, por aquel tiempo) toda
capacidad para educar a una niña. Cuando Liza hace una travesura ella llora,
habla de morir, etc. Mies Turncr es una boba, aunque de buen natural, o mejor
dicho, no es una boda, es una mujer inglesa: para los patrones ingleses no es tan
estúpida.
Había Itcgado el momento de que Liza recibiera una educación más
regular, y la búsqueda de una escuela se convirtió en el tema constantcde
la difícil odisea de Natala. Ninguna escuela le gustaba, y cuando quería
molestar de modo especial a Herzcn iniciaba suavemente el tema de
fundar una escuela ella misma. El invierno pasado en Montreux fue
seguido por una estancia de pocas semanas en Lausana. El otoño
siguiente escogieron Niza. La sepultura de sus difuntos hijos atraía y
ataba a Natalia a la pequeña ciudad costera, tan llena de trágicos
recuerdos para el hogar de Herzen: y en Niza permaneció dos años. La
atmósfera de mausoleo, irresistible para una madre, podía no ser la más
apropiada para el desarrollo normal de la hija superviviente: pero aquí,
en una escuela regida por una mujer americana, parece que fue donde
Liza recibió la única educación consecuente que jam ás le tocó en suerte.
Luego vino la infructuosa búsqueda de una escuela en Alsacia, seguida,
durante los últimos años de la vida de Herzcn. de experimentos varios en
Bruselas. Florencia y París. Durante todo este periodo el infeliz Herzcn
dividía su tiempo entre Natalia y Ginebra, y los años eran una inacabable
serie de insultos, lágrimas y amenazas, líe aquí un extracto de una de
las cartas de Herzcn a Natalia, escrita en 1X66 y que no difiere, subs-
lancialmcnte. de docenas de otras:
Desde ayer me siento como si hubiera pasado una sería enfermedad. ¡Te
atreviste a proponerme que no debiera ver a (.iza durante va ríos años! Y puedes
hacer eso después de todo lo que ha sucedido y sabiendo cuán necesaria me es!
Nunca lo permitiré si antes no he muerto o no he enloquecido. Tú crees que me
asusta el juicio de la sociedad porque no he quendoque la gente nos arrastrara, a
nosotros y nuestro nombre, por el fango. Estás equivocada. Haré a mis amigos,
cercanos y lejanos, jueces de este intento de arrebatarme, por un irrefrenable
capricho, el hijo que estoy intentando salvar con mi ilimitado amor. No permitiré
nunca que consumes este crtmen. Llamaré a juicio a tu hermana y a tu padre.
Encontraré a gente que venga especialmente desde Rusia.
Es raro volver a encontrar en estos poéticos desvarios del perturbado
anciano la noción del -tribunal de honor- que ya había intentado
invocar para confusión de Heruegh.
F.chsard tt. Carr
Entre estas torm entas de ira y llanto habla relámpagos de reconci*
Ilación y de nuevos propósitos para el futuro. Por parte de Natalia tales
momentos iban acompañados por un reavivado ardor sexual, o quizá
estaban dictados por el mismo. Este era el único medio seguro de agradar
a Natalia, y Herzen le hubiera gustado más si hubiese exhibido menos
filosófico despego.

Tan sólo las relaciones intimas {escribid a Orgarcv] pueden volverla en si por
una temporada. S i. es un formidable remedio. Puedo darte mi palabra: lo he
estudiado y estoy seguro de ello.
De haberse establecido tal diagnóstico en el día de hoy pudiera
tomarse por la fácil expresión de una teoría de moda, pero sentado en
186 ? poT alguien que nunca se había inmiscuido en problemas de
psicología morbosa, es convincente. Demasiado apasionada para man*
tener su propia estabilidad a menos que fueran colmados y libremente
satisfechos sus apetitos sexuales, demasiado romántica para despojar su
satisfacción de vínculos sentimentales, demasiado honesta o demasiado
ignorante de sus propias necesidades para establecer nuevos vínculos
aptos pura satisfacer sus anhelos físicos. Natalia Ogarev es una figura
más familiar, para nosotros, en la literatura moderna que en la de la
¿poca en que ella vivió. El infortunio no disminuyó ni un ápice su anhelo
de hijos y más hijos. Durante el período que acabamos de ver. dos o tres
veces se imaginó estar encinta, y la espera de un hijo, que hubiera puesto
a algunas mujeres en condición histérica, restablecia completamente en
Natalia, durante unas pocas semanas, su amabilidad y su ecuanimidad.
Con el descubrimiento de su error, de nuevo el caos oscurecía su mente.
La marcha de Natalia y Liza a M ontreux desvaneció las últimas
esperanzas de Herzen en una vida fam iliar unida en el Cháteau de ta
Boissiére. Malwida y Olga habían vuelto a Italia. Tan sólo quedaban
Tata y Ogarev, y el estado de éste iba de mal en peor. Tuvo serios ataques
cuando n o habla nadie junto a él para atenderle y un par de veces se cayó
con una vela encendida en la mano. En cierta ocasión, al parecer en ruta
para visitar a Natalia y Liza en M ontreux, se desplomó al borde del
caminó, y fue llevado, semúnconsciente. al puesto de Policía de Vevey.
La Policía atribuyó su estado, quizá correctam ente, no a la epilepsia,
sino al alcohol; sus amigos pudieron rescata rio tras algunas dificultades.
Obviamente, requería una constante vigilancia y no se le podía dejar por
mucho tiem po solo, pero en este punto su tercera obstinación opuso una
barrera insuperable. No quería oír hablar de una enfermera o un
cuidador. De necesitar alguien hubiese querido que lo cuidara Mary y no
otra persona, y no era cuestión de traerse a Mary a vivir én el Cháteau.
Sobre esto, en consideración at bienestar de la familia, Herzen impuso un
veto absoluto. Pero, a pesar de todo. Ogarev debía estar con Mary; se
encontró» un chalet en el amable suburbio de Lancy, donde el antiguo
propietario de cuatro mil siervos se instaló en la primavera de 1866 con
Mary y Enrique Sutherland. y con C arlota Hudson y Toots.

214
l.t>\ e x ilia d o * n>m únm o\

Cuando Ogarev se hubo marchado, el Cháteau resultó más desme­


surado que nunca y se reveló como un costoso capricho, por lo que
Herzen y Tata se m udaron a una pequeña casa de planta baja en el Quai
Montblanc, el nuevo barrio residencial en la orilla opuesta del lago. Un
año más tarde se m udaron de nuevo al Boutevard Plainpalais. en el
centro de la ciudad. Herzen. en constante movimiento, había perdido la
necesidad y también el gusto de poseer un hogar estable. Desde los
gloriosos días de Orsett House no había vivido nunca bajo el mismo
techo por más de unos pocos meses. Se convirtió, de hecho, en lo que en
espíritu había sido ya desde su partida de Moscú en 1847: un vagabundo
sobre la faz de la tierra.
Tam poco en el traslado de la imprenta Suiza acom paño a Herzen la
buena fortuna política Pn I nglatcrrn. Im Campana se había granjeado la
irreductible oposición de los tímidos liberales, que preferían el patrio­
tismo a la libertad, y había perdido la circulación en Rusia, pero todavía
retenía su prestigio, cualquiera que fuera su valor, entre la pequeña
colonia de los refugiados políticos de Londres. En G inebra hasta esto se
había perdido. Había numerosos emigrados rusos residentes en Suiza,
pero eran hombres de una generación nueva y de otra escuela ideológica.
Ya al alquilar el Cháteau de la Boissicre. Herzen habla albergado sus
temores:

En los úliímo% dias (escribió a Ogarev el 2 de enero de 1865) me he dado


cuenta de que a pesar del palazzo que Kasatkin encontró para mi. Ginebra es
imposible o, cuando menos, casi imposible, debido a tanto entrometido y tanto
intrigante. Quizá sea gente bienintencionada, pero la importancia que se dan
oscurece el panorama.

No obstante, aunque estaban más que justificadas por los hechos,


ahogó sus aprensiones, pero desde el primer momento se estableció una
abierta enemistad, am arga y m utua, entre Herzen y los rusos de Ginebra.
Sus causas eran profundas, aunque no. excepto para el propio
Herzen, oscuras. Herzen pertenecía a la generación rusa de los años
cuarenta; debido a la educación recibida conservó en gran medida las
tradiciones y las costumbres del aristócrata ruso. El romanticismo era su
religión, el liberalismo su fe política y la democracia constitucional su
ideal para Rusia. La generación de los años sesenta había crecido en una
Rusia que Herzen nunca conoció. En Londres había tenido su primer
roce con Chcrnyshevsky y. más tarde, con los campeones de Tierra y
Libertad. Pero los nihilistas en masse eran un nuevo y extraño fenómeno
para él a su llegada a Ginebra. Estos jóvenes eran materialistas en
religión y revolucionarios en teoría y práctica. Sus opiniones eran
(ajantes y decisivas. El primer paso para llevar adelante la reforma era
demoler estrepitosa mente la totalidad del sistema en existencia; el
segundo paso era prem aturo discutirlo. Eran agresivos en todo. Los años
cuarenta les parecían una época casi antediluviana, y los escritos políticos
de Het7.cn les inspiraban el sano menosprecio que sienten tos alumnos de
215
Ed* ard H. Carr

tas escuelas superiores por los cuentos de hadas de su infancia. El primer


núm ero de La Campana aparecido en G inebra contenía una carta abierta
de Herzen al zar a raíz de ta muerte de su hijo primogénito, en ta que
exhortaba a Alejandro a enmendar su cam ino, y era, en substancia, una
acusación débilmente velada. Puso en ella su mejor trabajo y es
considerada como una buena pieza de periodismo combativo. Cuando
los jóvenes radicales clam aron contra esta carta, simplemente sirvió para
convencerle cuán capciosos y cuán deshonestos eran. No pudo compren*
der que cada una de sus palabras constituía una grave ofensa para
aquellos hombres que estaban absolutam ente convencidos de que el
único instrum ento que legítimamente debía usarse en relación con los
autócratas no era la pluma, sino el revólver o la bomba.
Las diferencias políticas pueden ser amargas, pero carecen del
peculiar grado de exasperación personal que alcanzan cuando están en
juego cuestiones de dinero. En Londres, Herzen siempre se hallaba
dispuesto a meter mano en el bolsillo para atender a los refugiados
necesitados, y su generosidad no se había agotado cuando cruzó el canal.
Pero en Ginebra las apelaciones a su caridad fueron mucho más
numerosas que en Londres y últimam ente sus recursos se habían visto
severamente mermados. Sus tres hijos mayores continuaban todos
dependientes de su apoyo y en la actualida d no se hallaban reunidos bajo
el lecho familiar, con lo que los esperados subsidios experimentaron un
considerable aumento. Natalia y Liza vivían ahora aparte y habla que
mantenerlas. La imprenta, que no hacia mucho cubría sus propios
gastos, se había convertido en una pesada carga financiera. Además, sus
rentas ya no estaban intactas: entre sus inversiones habla bonos de
algunos Estados del sur de la Unión Americana. Las peticiones de los
rusos de Ginebra, siempre en aum ento, acabaron por descomponerle los
nervios. «Doy y doy, y acabaré cansándom e de d a r-, dijo a un visitante
durante su primer año en Ginebra. «Yo no soy Creso.-
A los rusos de Ginebra, impreparados como estaban para aceptar a
Herzen como su oráculo político, no les desagradaba utilizarlo como su
banquero, pero en cuanto descubrieron que no era una fuente inagotable
le pagaron con toda la esperanza de una humillada independencia.
Empezaron a circular rumores acerca de los extraños principios de este
millonario revolucionario. ¿No había vendido sus tierras y sus siervos a
buen precio cuando abandonó Rusia? ¿No era amigo de Rothschild? ¿No
poseía una casa de su propiedad en el barrio elegante de París y bonos en
la mayoría de los Gobiernos capitalistas de Europa y América? ¿No
habla recibido abundantes fondos de parle de ricos simpatizantes para
dedicarlos a la causa revolucionaría. Y, sin embargo, estaba en Ginebra
viviendo como un real personaje en una lujosa mansión, publicando un
periódico que nunca habla sido revolucionario y que desde hacía mucho
tiempo nadie leía, y negando toda ayuda a sus pobres y humildes
hermanos que trabajan activamente por la revolución. Tales rumores
eran la comidilla de la colonia rusa de Ginebra, yendo en aumento

2J6
Lot rxiJiot/m romántico*

cuanto más circulaban. Los sentimientos se fueron excitando, y burlas y


denuestos lanzados por excitados com patriotas cayeron sobre Herzen
hasta en las calles.
El más hábil y enérgico de tos radicales oponentes de Herzen era un
joven llamado Alejandro Scrno-Solovíevich, hermano m enor deI Nicolás
Serno-Solovicvich. cuyo anfeulo en apoyo de Lo Gran Rusia fue tan
temerariamente publicado por Ogarev en La Campana. Nicolás regresó a
Rusia, fue detenido p o r la Policía y murió mientras cumplía condena en
Sibcria. La detención de su hermano actuó sobre los nervios del
impresionable Alejandro. Por aquel tiempo también habla abandonado
Rusia y visitó Londres, donde fue amablemente recibido por Herzen. y.
por último, se estableció en Ginebra. Aquí encontró un hogar en una
pensión regentada por una dam a tusa, una cal modome Shclgunov.
Madamc Shclgunov fue una figura notable. Su m arido era un joven
publicista radical que propugnaba los avanzados puncos de vista a la
moda acerca de las relaciones de los sexos y de las obligaciones
resultantes del matrim onio: y su esposa, con su consentimiento y
aprobación, tomó por amante a un amigo y colega del esposo, un tal
Mikhailov. Desgraciadamente, las atenciones de la Policía rusa te
robaron, de un solo golpe, m arido y amante, los cuales pasaron unos
meses en la cárcel y luego fueron deportados a Sibcria. 1-a doblemente
despojada esposa y amante los siguió hasta allá, donde estuvieron en
breve y extática unión. Pronto, sin embargo, m adam e Shelgunov
descubrió que su salud requería una prolongada estancia en alguna zona
de clima más hospitalario, y emigró a Ginebra, donde, con su habitual
espíritu de empresa, estableció una modesta pensión para emigrados
rusos. Aproximadamente por la época en que llegó Alejandro Serno-
Solovicvich. ella estaba dispuesta para cualquier nuevo adorador, y
Alejandro asumió el papel con distinción. Era un ardoroso y excitable
amante. Sus nervios no se habian recobrado todavía de la condena y
muerte de su herm ano, y a madame Shclgunov le producía, secre­
tamente, un cierto tem or, si bien al tem or pronto se añadió la pasión, ya
que era tan excitable com o excitante. Además, .sus principios radicales
eran intachables, y la dam a, aunque veleidosa en cuanto a las
individualidades, fue siempre fiel a sus convicciones.
Al cabo de un tiempo madamc Shclgunov empezó a cansarse de su
inquieto amante. Entonces se hallaba encinta de ¿I. y cuando nació el
niño lo m andó tranquilam ente a Sibcria junto a su m arido, para que lo
criara junto con el chico que le había presentado (en el más ortodoxo
sentido de la palabara) unos años antes. Algunos am antes se hubieran
sentido muy aliviados con este práctico y expeditivo método de
desembarazarse de un estorbo, pero Alejandro estaba hecho de una
materia más apasionada. y al descubrir lo que había ocurrido se sumió en
un tempestuoso delirio accica de fos sagrados derechos de la paternidad
y trató de matar a su amante. Pero habia ya perdido todo poder sobre
ella. Madame Shclgunov estaba tan hastiada com o asustada. Tan

717
Edward H. C a n

habilidosa como siempre, persuadió a las autoridades locales de que


Alejandro se encontraba en tal estado mental que era imprudente dejarlo
suelto. Y se acordó recluirlo en un asilo. Así. habiendo resuelto
satisfactoriamente el asunto del hijo y del am ante, se haltaba de nuevo
dispuesta a encararse con la sociedad radical de Ginebra.
T odo esto ocurría mucho antes de la llegada de Herzen ai Cháteau de
la Boissierc. Natalia relata cómo una tarde, estando todos sentados en el
Cháteau. irrumpió Alejandro Serno-Solovievich, desgreñado y con ojos
extraviados, en el círculo familiar. Acababa de escapar del asilo de
alienados, y tras caer de rodillas y pedir perdón a Herzen por los
vituperios que contra ¿I habla am ontonado, pormenorizó extensamente
la historia de sus quejas contra su última am ante. Este relato, como otros
que adornan las Afeinuiiui de N atalia, no es estrictamente veraz.
Alejandro, al estar salvadora mente encerrado en el asilo de alienados de
Ginebra, no había tenido todavía oportunidad de insultara Herzen ni lo
hizo hasta algún tiempo después de que este último hubiera dejado el
Cháteau de la Boissierc. Es probable que esta salida del asilo fuese menos
teatral de ló que pretende Natalia, pero, sea como fuese, las autoridades
locales no lo requirieron para ingresar de nuevo, y pasó los cuatro años
siguientes en Ginebra dedicado a actividades políticas, que sólo cesaron
con su fallecimiento, a los treinta y un años, en 1869.
Fue en el verano de 1866 cuando la guerra entre Herzen y los
radicales entró en su fase decisiva. En abril, aproximadamente cuando
Herzen se mudó del Cháteau al Quai M ontblanc, un joven estudiante
llamado Karakozov disparó contra Alejandro II en Pctcrsburgo. Fue el
prim er intento de usar el asesinato como arm a política y dividió de nuevo
profundam ente la opinión a favor y en contra del nihilismo. Ij ¡
Campana, consecuente con sus principios, rehusó aprobar el atentado y
se refirió a su autor con la despreciativa y anónim a denominación de
«algún fanático-. Los radicales, que hicieron de Karakozov su héroe,
arremetieron furiosamente contra Herzen. Herzen agravó aún más la
ofensa publicando otra «carta abierta- al zar. Y se produjo la ruptura.
Luego, en diciembre, escribió un largo artículo que se publicó en diversos
números de l-a Campano con el irónico Ululo de Triunfa el orden. En sus
primeros párrafos era sencillamente una repetición más de la ya tan
repetida exposición de sus puntos de vista acerca de la política europea y
rusa, y no despertó especial revuelo. Pero la bomba estaba al final, donde
Herzen definía sus relaciones con los radicales. Tras pagar tan bello
tributo al caudillo radical Chcrnyshtvsky, que había sido deportado a
Siberia en 1864, declara abiertam ente que nunca habla habido anta*
gonismo alguno con el movimiento acaudillado por Chcrny&hcvsky en
Rusia y el movimiento existente en ei extranjero representado por Ogarev
y él mismo. «Constituíamos un complemento uno del otro.« De esta
forma Herzen ofrecía la rama de olivo a los radicales y ello implicaba que
aquellos que ahora le atacaban no eran auténticos discípulos de
Chcrnyshevsky.
l.o\ c x i titulo \ fiiiminiKtn

Este pasaje desencadenó en los radicales de G inebra, especialmente


en Serno-Solovievich, una indignación frenética. N o disponían de
periódico alguno, pero hallaron la forma de hacer pública una réplica
colectiva que tomó la forma de una -carta abierta- a Herzen. firmada
por Serno-Solovievich e impresa privadamente en Vcvey en la primavera
de 1887, bajo el titulo Nuestros asuntos domésticos. Serno-Solovievich no
habla tenido a m enudo el lujo de usar la imprenta y descargó toda la
elocuencia acumulada que hasta el momento sólo había hallado salida en
pensiones y cafés sobrecalentados.
Desde hace mucho tiempo {escribió) he dejado de leer vuestro periódico y de
interesarme por él. Vulgares y muy conocidos sones, frases retóricas y
llamamientos, viejas variaciones sobre un viejo tema, ocurrencias alguna vez
inteligentes pero más a menudo sosas, lugares comunes acerca de Tierra y
Libertad... Todo esto se ha convertido en algo demasiado tedioso, demasiado
aburrido, demasiado repulsivo... Si, la generación joven os ha comprendido. Y
porque os ha comprendido se ha alejado de vosotros, asqueada, i Y sobáis aúnen
ser su guia, en que -tenéis un poder y una fuerza en Rusia-, en que podéis cjercci
todavía el caudillaje y representar a la juventud! ¿Vos, nuestro caudillo? Ja. ja
ja... U generación joven os ha sobrepasado en mucho en d conocimiento
completo de hechos y aconteceré*. Sin daros cuenta de que habéis sido dejado
atrás, agitáis las debilitadas alas con toda vuestra fuerza, y luego, al ver que el
pueblo sólo se ríe de vos. acusáis rabiosamente a la generación joven de
ingratitud para con su maestro, el fundador de la escuela, ¡el primer gran
sacerdote del socialismo ruso! Vos sois un poeta, un pintor, un artista, un
narrador de historias, un novelista..., lo que queráis, pero no un jefe político, y
menos aún. un pensador político, el fundador de una escuela y una doctrina...
¡Que vos erais el complemento de Chcrnyshcvsky! ¡Que marchabais codo con
codo con Chernyshevsky! No esperaba de vos tal idea, y eso que os he estudiado
muy a fondo... ¡Vos el complemento de Chernyshevsky! No. señor Herzen. Es ya
demasiado tarde para buscar refugio tras Chernyshevsky. Troppo tarde, pasó la
oportunidad. Entre vos y Chernyshevsky no hubo, no pudo haber, nada en
común. Sois dos elementos opuestos que no pueden existir uno a! lado del otro,
ni siquiera uno cerca del otro. Representáis dos naturalezas hostiles que no se
complementan, sino que se destruyen. Os diferenciáis completamente en todo, no
sólo en vuestra filosofía de la vida, sino en vuestra actitud para con vosotros
mismos y pafá con los demás; no sólo en las cuestiones generales, sino en tos m is
nimios detalles de la vida privada...
El engreimiento «s vuestra gran desgracia y os ciega totalmente... Descended
a la tierra, olvidad que sois un gran hombre, recordad que las medallas con
vuestra efigie fueron acuñadas no por una posteridad agradecida, sino por vos
mismo, por vuestra riqueza manchada de sangre. Observad más de cerca lo que
os rodea y quizás entonces os deis cuenta de que vuestras resecas hojas y vuestras
culebras de papel no interesan a nadie, de que vos. señor Herzen. sois un hombre
muerto.

Herzen leyó esta cruda diatriba en un estado de ánim o cercano a la


desesperación. La sutileza de sus argumentos podía triunfar ante
cualquier Serno-Solovievich, c incluso podia ganarle puntos en una mera
competición de lenguaje vulgar y bajo: el año anterior se habia referido a
219
EJward fi, Carr
sus enemigos radicales com o a -esta sífilis de nuestros anhelos
revolucionarios». Pero ni invectivas ni sutilezas podían refutar —al
contra rio. más bien lo reforzarían— el hecho de que el planfcto hubiese
sido tan certeramente lanzado. Herzcn había perdido la confianza de la
generación ascendente. Podía aún tener razón a sus propios ojos, pero ya
no estaba a la vanguardia de un gran movimiento. Su estrategia podía ser
perfecta, pero el ejército ya no lucharía bajo su m ando. Era un general
sin ejército. Y agachó la cabeza ante el vendaval. Era un hombre viejo y
muy fatigado. -El folleto de S-S.», escribió a Natalia, -es tan repugnante
que no me atrevo a mandártelo».
D urante varios meses suspiró por hallarse libre de los agobios de La
Campana. Ogarcv aún escribía, pero no se podia confiar en él —si es que
alguna vez se pudo— para llevar a cabo su parte de trabajo diario
editorial. La pioduccíón mecánica estaba todavía, naturalm ente, en las
capaces manos de Cícrnccki. Pero la responsabilidad era únicamente
para Herzcn. y con su constante viajar actual y la declinación de su salud
no podia soportar la carga. Y se le ocurrió una brillante idea. El i de julio
Lo Campana cumpliría su décimo aniversario; la celebración podia tomar
tu forma de unas vacaciones de seis meses. Si Herzcn hubiera sido un
hom bre joven habría encontrado alguna resonante contestación al
descaro de Scrno-Solovicvich, pero ahora la replica digna era el silencio.
¡.a Campana había funcionado invariablemente toda una década entera,
sin vacilaciones ni cambios. Era merecedora de un respiro.
Herzcn se dio cuenta, en su corazón, de que esto era el fin. Sólo tenia
cincuenta y seis años, pero las decepciones de su público y, aún más. las
de su vida personal lo habían hundido ames de tiempo. Hicieron
aparición los primeros síntomas de una diabetes y era un mártir del
eczema. Visitó a varios médicos y en su correspondencia empezaron a
reflejarse largamente las curas ensayadas. La Campana reanudó su
publicación el I de enero de 1868. pero ahora en francés, a fin de obtener
un público internacional en vez de uno puram ente ruso. Ocasionalmente
publicó un suplemento en lengua rusa para recordar a la gente lo que
habla sido. Pero la empresa estaba condenada al fracaso. «¿Les interesa a
los franceses saber la verdad de algo y aún mucho menos acerca de
Rusia?», escribió Turgucncv. l.a leña estaba húmeda y el fuego no se
prendió.

Non hemos equivocado (escribió tristemente Herzcn a Ogarcv al aparecer el


primer número). Está claro que a nadie le interesa una Campana, sea francesa o
sea rusa. En (ales condiciones no puedo trabajar.

Añade que los radicales los miran com o «unos viejos bullangueros
que han perdido el sentido», y su tono sugiere que está inclinado a
aceptar esta definición, ¡.a Campana luchó en francés durante el año 1868
y murió de inanición.

En el verano de 1868. Herzcn. presintiendo quizá que lo hacia por


220
Í.o\ c \iln n b \ tonuintúos

última vez. reunió a su alrededor u todos los miembros dispersos de su


familia. Alquiló por un mes el magnifico Cháteau de Prangins, que se
levanta en medio de un jardín bien poblado de árboles, sobre el lago de
Ginebra, no lejos de Nyon. Aquí empezó a reunirse toda la partida a
mediados de agosto. Llegó el primero Herzcn con N atalia. Liza y Tata;
luego hubo que ir a buscar a Ogarcv. estático com o siempre y remiso en
escapar, aunque fuese por unas pocas semanas, del celoso cuidado de
Mary; más tarde llegaron Olga y Malwída, que estaban en Alemania, y
finalmente Alejandro con su joven esposa Tcrcsina. con quien se habla
casado quince días antes en Florencia. La reunión se prolongó hasta
mediados de septiembre. En paz con el m undo y consigo mismo, el viejo
Herzcn presidió su tribu con la dignidad de un patriota y la munificencia
de un granó sr/gneur. De nuevo tuvo, por unas breves semanas, la
sensación de aquella amplia y desahogada vida que no conoce las
vulgares preocupaciones políticas o económicas, la vida del caballero
ruso que instintivamente persistía en ¿I. aun en sus más. revolucionarios
momentos, como el ideal del bienestar personal.
Pero al mirar alrededor de la mesa, muchas nubes oscurecieron sus
ojos y le asaltaron tenebrosos pensamientos. Acerca de la tragedia de
Natalia nada se podia decir que no se hubiera dicho mil veces en tos
últimos diez años; m ejor era no pensar más en ello (dado que seguía el
camino de la locura) y rogar secretamente que nada viniera a perturbar la
paz del corto verano de Prangins. Más preocupación sentía Herzcn a)
fijarse en su más viejo amigo —su único amigo, en realidad—, el
cam arada de las aspiraciones de juventud y de los triunfos de la madurez.
Ambos. Herzcn y Ogarcv. hablan sido duram ente golpeados en la lucha
por la vida, pero m ientras el primero buscó un pasajero refugio en una
confortable villa a la orilla de un lago suizo, Ogarcv se había retirado
para siempre a vivir en el rococó «castillo en el aire- de su propia
(amasia, poblado en parte por graciosas formas de un pasado romántico
> en parte por la gente iletrada de los barrios bajos ingleses. Ogarcv se
había convertido en un enigma. No le afectaba la diferencia entre el
pasado y el presente, vivía igual c indiferentemente en ambos. Va no
pertenecía a este m undo, y cuando, silencioso y abstraído, se sentaba
entre sus com pañeros nadie podía estar seguro de si su cerebro se hallaba
embebido en fragancias poéticas o en vapores de alcohol. Hcrzen era un
hombre de carne y de sangre que se hallaba en condiciones materiales,
utilizando am pliam ente el término, para vivir noventa años. No podía
vivir, como Ogarev. inmaculado en medio de la suciedad, en un mundo
de espectros incorpóreos.
De entre sus hijos, a los que tanto amó. podia m irar con gratitud y
confianza despejada de nubes a Tata y Liza. Tata, que había alcanzado
)<>v veinticuatro años, se había convertido en la com pañera y confidente
de sus años declinantes. No poseía una notable capacidad, y en esto su
canños;i ambición paternal quizá se había frustrado, pero sentía que
incluso en el caso de que él hubiera muerto ahora podía confiar en las
F .d * a rd H. C a rr

germinas cualidades de su cabeza y su corazón. F.ra una rusa y era su hija:


no podía hacerle mejor cumplido. T.'impoco sentía miedo alguno por
Liza. A los diez años ya era la más precozmente inteligente de sus hijos, y
quizá la mas parecida a ¿I. Su educación irregular parecía haberle
acelerado, más que impedido, el desarrollo del buen sentido; poseía, de
m odo natural, cierta suficiencia, un carácter un tanto imrnsigcnte y
autoafirm ativo, pero todo esto pasaría. Hcr/.cn tenia para Usa la
indulgencia del hombre viejo para con su hijo más pequeño y estaba
contento de ella. Podría ser una figura en el m undo y aunque no tenia
derecho legal a su nom bre, le haría honor.
Pasó luego a su único hijo. H abían transcurrido más de doce años
desde aquella víspera de A ño Nuevo en Richmond, cuando ¿I había
consagrado solemnemente al joven Alejandro a la causa de Rusia y la
revolución. 1.a promesa no fue cumplida. Alejandro no pudo ser
inclinado a nada más que a un am able interés para con la patria que
habla visto por última vez cuando contaba ocho años de edad y con la
reacción com ún de la juventud contra su medio ambiente. No quería
saber nada de política ni de revolución. Hcrzcn. dolido por la defección,
consideró u su hijo débil e irresoluto. Ura sensible a los encantos
femeninos, como lo había sido su padre antes que ¿I. pero no había
tratado bien estos asuntos. Empezó con unas relaciones, luego rotas, con
una muchacha suiza; luego tuvo el escándalo de Carlota Hudson y
Toots, y ahora, súbita e irreflexivamente, se había ligado, en un
precipitado m atrimonio, con una chica italiana de humilde origen.
Fue un extraño romance. T ata, durante su estancia en Florencia,
prosiguió celosamente sus estudios de dibujo y pintura. Un dia, ella y su
herm ano observaban una bandada de muchachas que salían de una
fábrica vecina. Una de ellas, una llamativa morenita de dieciséis años,
atrajo su atención, y Alejandro, descuidadam ente, manifestó que aquella
que tenían ante los ojos era una belleza más digna de ser pintada que la
vieja criada que Tata usaba como m odelo. Tal sugestión dio su fruto. Se
acercaron a la muchacha y tras largas negociaciones (sus padres eran
unos honrados trabajadores y veian la invitación como cosa sospechosa)
se acordó que. mediante una conveniente gratificación, la chica posaría
para que Tata la retratara \ 1.a nueva m odelo, cuyo nombre era Teresios
Fclici, dem ostró ser no sólo bella, sino también inteligente. Una vez
term inadas las sesiones de pose, herm ano y herm ana siguieron intere­
sándose por ella. Alejandro era impresionable y Tata bondadosa de por
si. y entre los dos arreglaron las cosas para que Tcrcsina pudiera tener
ciertos vestigios de educación. Fue una disculpa brillante. Su belleza
m aduró y el interés de Alejandro m aduró también con ella. Dos años
después del primero encuentro, él habló de m atrim onio, y a pesar de la
áspera oposición de Hcr/cn la boda se efectuó. Ante las súplicas de su

U retrato ilc Je tcrcMrw pintado cu coa iKasKin te halla tod.ma en poder de


Mllc. Hcr/en.
io \ exfHados ronuintitoy

padre. Alejandro prom etió aguardar un año. pero fue más fuerte la
naturaleza y el m atrim onio se llevó apresuradam ente a cabo, sin el
consentimiento del padre, a primeros de agosto de 18-68.
La muchacha era. indudablemente, una belleza, pero era también,
como se lam entaba )1crzcn, -una plebeya cien p o r cien, fría y
calculadora...-, y la deslum braba el dinero en contraste con su anterior
pobreza». No tenia -ni nacimiento, ni casta, ni educación-, y no hablaba
otro idioma que el suyo. Pero lo peor era que Alejandro estaba contento
con ella y pasaría el resto de sus dias enseñando a estudiantes italianos o
suizos, viviendo en u n limitado confort con su bourgeoise esposa italiana
y engendrando un m ontón de hijos. Hcrzen, a la edad de Alejandro, ya
había efectuado un m atrim onio romántico, había cum plido una sen*
tencia de destierro por sus opiniones y sobresalía de entre los demás. Y
era una figura en el m undo. El joven Alejandro —reflexionaba, con más
que una som bra de menosprecio— no era el hombre que su padre habla
sido.
Pero los nubarrones más oscuros cruzaron ante la cara de Herzcn
cuando sus ojos se posaron en las delicadas facciones y la grácil figura de
Olga, que se acercaba ya a los dieciocho años. Cuando diez años airás el
carácter de Natalia había conducido a Olga fuera del hogar y 61 dejó que
Malwida se la llevara a París y luego a Italia, ¿se paró a pensar que estaba
perdiendo a su segunda hija para siempre? ¿Se le ocurrió que ésta, en un
país extraño y entre gente extraña, se formaría un nuevo circulo de
intereses y relaciones, y que ahora, cuando ya se hallaba al borde de su
condición de mujer, las palabras y las ideas de su padre serian totalmente
extrañas para ella? Pues esto es lo que había sucedido. Había ya rumores
de un pretendiente en forma de savant francés llamado Monod. Hcrzen,
que estuvo con ¿I. lo calificó de - un capaz y honesto conservador- ¡Qué
bajón, para una hija de Herzcn, pensar en casarse con un típico miembro
de la mojigata bourgeoisie francesa! Pero en todo caso, llegara o no ta
cosa a buen fin. había perdido a Olga. Durante todos esos años h3bía
agradecido a Malwida sinceramente el haber salvado a su hija del
ingobernable carácter de Natalia, y ello la había separado irrevoca*
Mcmcnic de él.
Miró a M alwida. sentada entre ellos, con una mezcla de respeto, que
no le podía negar, y de disgusto que apenas podía ocultar. Estaba tan
segura de sí misma como siempre, como una obsesa, como una
desaprensiva en la persecución de un fin que cree que es bueno. Se había
transform ado (no se requería mucha transform ación) en una acicalada y
engreída solterona que hablaba mucho de sus dolencias y de los climas en
que podía o no podía vivir. La franela era su religión y predicaba ia
franela para la cura de todas las enfermedades de la carne. Sí un hombre
se hubiera tragado arsénico —se chanceaba Hcrzen— le hubiera dicho
que podría salvarse vistiéndose de franela. En su devoción por Olga, los
años le habían hecho todavía más concentrada, más dominante, más
recelosa. Vigilaba con ojos de lince todo intento de rapprochement entre
Edv>ord //. Carr

Olga y los demás miembros de su familia como a una amenaza para su


propia paz espiritual. No fueron mal las cosas en Prangins, pero cuando
seis meses más tarde, en un esfuerzo para recobrar o. en cieno modo,
conocer a sus hijos. Herzen invitó a Oíga a visitarlo sota por un mes, la
respuesta fue una firme negativa. -N o estaría bien para Malwida.» El
rechazo alcanzó al padre en el corazón. Olga había caído totalmente bajo
el dom inio de la voluntad de hierro de Malwida. y Herzen escribió a su
hijo que «el criminal egoísmo de Malwida se ocultaba bajo una capa de
idealismo». Al final dijo, incluso, palabras amargas para su hija.

En realidad. Olga no quiere a nadie y es una devota de la Meysenbug, como


un chiquillo lo es del aya que lo mima, lo defiende y oculta sus faltas.

T odos habian conspirado por respeto y afecto hacia Herzen. para


lograr que la reunión de Prangins fuera un éxito, pero todos se sintieron
aliviados cuando, a mediados de septiembre, tocó a su fin. Malwida
había contado los días hasta que pudo sacar a su pupila de la peligrosa e
inconveniente atmósfera del desorden ruso. Alejandro, consciente de la
desaprobación del duro corazón de su padre bajo la cortés acogida
dispensada a él y a su esposa, no quiso prolongar la prueba. Ogarev
dorm ía mal en Prangins y a menudo recibía cariñosas c impacientes
epístolas de Mary Suthcrland tendiéndole la m ano. Entre Herzen y
Natalia amenazaba una recrudescencia de la eterna discusión sobre la
educación de l.i/a. Se intercam biaron las despedidas apropiadas y.
recogiendo cada uno su equipaje, se dispersaron todos... por última vez.
Herzen. advertido por los médicos de su enfermedad, se fue a practicar
una cura de seis semanas a Vichv. Antes de Navidad. Natalia y T ata
cayeron enfermas de viruela, una calam idad que alivió la tensión moral
habitual por unas semanas. Herzen tenia entonces ante sí solamente un
año de fatigado vagabundeo.
l.os últimos meses de su vida em pezaron aproxim ando tal vez el fin
con una tragedia estrictamente previsible. En otoño de 1869. Herzen
estaba en París con Natalia y l.iza. T ata se hallaba en Florencia con
Alejandro y su esposa y Olga con Malwida. T a ta estaba recibiendo,
desde hacía pocos meses, las atenciones de un italiano llamado Penizi,
cuyo galanteo le gustaba pero cuyo carácter inspiraba desconfianza. Tata
dudaba. Herzen estaba, sin embargo, preocupado de que su hija favorita
se casara con un italiano, y desde París le escribió cautelosas cartas,
rogándole aplazara toda decisión hasta estar más segura del estado de su
corazón. Sospechando la oposición, el ardoroso Penizi arreció en el
ataque y pidió una respuesta inmediata. Tata lo despidió. Luego, un día,
apareció m ostrando una pistola y poniéndose m elodramático anunció
valientemente su intención de saltarse la tapa de los sesos. Ella
permaneció irresoluta. V entonces, en vez de llevar a cabo su amenaza.
Penizi optó por la menos drástica alternativa de recorrer la ciudad
difundiendo calumnias acerca de Tai;i Ciertamente, esta conducta se

224
/< « ruiiiu/m mnuiiuno\

asemeja de modo superficial a la de Hcrwcgb con la prim era Natalia, y la


historia las une alrededor de una frase, indistintam ente atribuida a
Herrén y a la misma Tata, según la cual -ella había tam bién hallado su
Herwcgh».
Puede que el lector se sienta inclinado 3 estar de acuerdo con el
comentario de Heneen de que nada hubiese pasado de haber habido en
aquel lugar una mujer sensata. Pero Tata no consultó a nadie, excepto al
débil y condescendiente Alejandro, a la joven c irresponsable Teresina y
a la acicalada y antipática Malwida. Tenia un tem peram ento impre­
sionable. No estaba acostum brada a tratar con hom bres jóvenes que se
amenazan a sí mismos con pistolas y tuvo un serio trastorno nervioso en
el que imaginaba hom bres en acecho en la oscuridad de las habitaciones
para suicidarse ante ella o bien matarla. Se rem itió un telegrama a
Herzen, refiriéndose a -un trastorno m ental-, que lo aterrorizó, y en
pocas horas recogió el equipaje y salió hacia el Sur con Natalia y Liza.
Dejó a éstas en Génova y siguió, por postas, hasta Florencia. Allí las
cosas no estaban tan mal como había temido. Las imágenes desenca­
denadas por el choque estaban ya desapareciendo y los principales
sintomas eran un ¿igotamtcnin físico y un extremado nerviosismo. Cuidó
a su hija con la ternura y la ansiedad de una madre y en una quincena
pudo llevársela, a salvo con él. de nuevo a París, lejos de la gente de
Plorcncia. tras un viaje en cómodas etapas. Natalia y Liza regresaron
también con ellos. Olga y Malwida siguieron unos días más larde, Estas,
en Paris, tenían sus propios quehaceres no desconectados con Monod, el
joven savant.
Y asi, ocurrió que cuando Herzen. pocas sem anas después, fue
sorprendido en París por su enfermedad fatal, se halló rodeado por tres
de los cuatro hijos supervivientes. 1:1 14 de enero de 1X70 se quejó de un
dolor en pecho y costado y al día siguiente el m édico diagnosticó una
inflamación de los pulmones. Durante varios días su estado fue serio,
pero no desesperado I-I 19 de enero pareció reanimarse y dictó un
característico telegrama a Tchorzcwski. en Ginebra:

Pasado gran peligro. Disgustado con los médicos, aquí como en todas partes.
Mañana trataré de escribirte.

Aquella misma tarde tuvo accesos de delirio y a prim eras horas de la


mañana del 21 de enero falleció. Tala. Natalia y Liza. Olga. Malwida y
Monod estuvieron presentes en sus últimos momentos.
Herzen había perdido su importancia política. Poca gente lo conocía
en Paris. y su m uerte no causó sensación. Sólo la Policia. irascible y
nerviosa <Picrre Bonapartc, el reprensible primo del em perador, acababa
de m atar a un periodista radical y el entierro casi había constituido un
motín), sospechó la posibilidad de una manifestación c insistió en que el
cortégt debería partir para el Pcrc-Lachaisc una hora antes del momento
previsto. Tan sólo un puñado de amigos siguió al féretro. En febrero el
225
Edward H. Carr

cuerpo fue trasladado al panteón fam iliar de Niza. Dos artos más tarde le
fue erigida en ¿ste una desafortunada estatua de tamaflo natural en
bronce. En ella. Herzen. severo y con levita, mira todavía, desde lo alto
de su pedestal, hacia el azul M editerráneo.

226
C a p ítu l o XIII

U N V O L T E R IA N O E N T R E LO S R O M A N T IC O S

Entre las páginas de la vida de Herzen revolotea, p a r los años sesenta,


la figura de otro exilado político ruso: el príncipe Pedro Dolgorukov.
Entre los destinos de am bos existe, a primera vista, la más estrecha
analogía. Ambos eran miembros de la casta aristocrática de terra­
tenientes; ambos habían abandonado por voluntad propia su país natal
en busca de una libertad de pensamiento y de palabra que les era negada
en suelo ruso; am bos fueron proscritos por el G obierno de Rusia, y
am bos dedicaron su vida a atacar al Gobierno ruso públicamente por
medio de la prensa. Sin embargo, aquí termina su parecido. Los dos
hombres ofrecen un contraste fundamental en cuanto a carácter y
tradición. Por edad, Dolgorukov era más joven que Herzen, pero en
espíritu pertenecía a una generación anterior. Dolgorukov era el
auténtico retoño de una de tas grandes familias que hablan regido Rusia
bajo los sucesores de Pedro el Grande. Fue p o r p u ro accidente de su
idiosincrasia personal que se convirtió en rebelde en vez de ministro.
Nunca se encontró totalm ente cómodo entre los dem ás refugiados en el
extranjero; generalmente, la incompatibilidad era m utua. Participaba de
sus opiniones políticas, pero sus sentimientos íntim os le eran ajenos y
antipáticos. D olgorukov era un racionalista del siglo xvm ; Herzen y
Ogarcv eran idealistas dei XIX. Si Herzen fue escéptico, lo fue como
reacción por sus fallidas esperanzas. Dolgorukov era escéptico por
tradición y por convicción de toda su vida. Fue u n volteriano entre
románticos.
Pedro Dolgorukov nació a fines de 1816 y quedó huérfano en el
primer año de su vida. Fue criado por su abuela, y a la edad conveniente
entró, com o su aristocrático linaje exigía, en el cuerpo de Pajes
Imperiales. Al igual que su abuelo, su padre y sus (los, parecía destinado
Ednarif }{. Carr

a una brillante carrera militar, pero a los quince años, una falta, cuya
naturaleza no ha sido registrada, causó su degradación y posteriormente
su despido del cuerpo. Este precoz infortunio am argó la totalidad de su
carrera subsiguiente. Tal mancha en el escudo arruinó sus posibilidades
de ser distinguido en cualquier rama del servicio imperial. Mediante
influencias obtuvo un cargo m enor en¡ el Ministerio de Instrucción
Pública, recientemente creado. Sin em bargo, este humilde rango pareció
a los ojos del ambicioso joven menos un favor que una desgracia.
Tam poco fue bien recibido en la sociedad petersburguesa. Su presencia
resultaba desagradable y cojeaba ligeramente. Intentó compensar estas
desventajas con el diestro uso de una lengua cáustica, pero su maestria
con esta arm a mermó aún más su popularidad.
C ontaba, a pesar de todo, con amigos entre los jóvenes elegantes de la
ciudad, y fue protegido, entre otros, p o r el em bajador de los Paises
Bajos, barón Hccckercn. un viejo roué que halló compensación a sus
decadentes fuerzas alentando intrigas y aventuras en la generación
ascendente. Probablemente partició en muchas travesuras maliciosas,
pero tam bién en esto le persiguió la mala suerte y por una de estas
aventuras su nombre se ha visto m arcado para siempre en las páginas de
la historia. El joven Doigorukov conocía las maneras y costumbres de la
sociedad en que se movía. Cuando, en otoño de 1836, sin haber cumplido
aún los veinte años, escribió una hoja anónim a satirizando a Alejandro
Pushkin, debió de haber tenido en cuenta la posibilidad de un trágico
dénouement. Los hombres de aquella época quitaban la vida a los demás
y arriesgaban la propia por los menos biliosos insultos: pero él no podía
prever, a pesar de toda su fantasía y su malicia, que su victima sería
celebrada por la posteridad como el m ás grande de los poetas rusos, y
que. cerca de cien años más tarde, los biógrafos, los historiadores de la
literatura y los peritos calígrafos trabajarían todavía para desembrollar
los más nimios hilos de esta trágica madeja y establecer su culpabilidad.
El fatal documento que se hizo llegar simultáneamente a Pushkin y a
varios de sus amigos, reza, en su texto original francés, como sigue:

Lev Grand'Croix, Cummandcurs d Chcvalicrs du Sérénissimc Ordre d a


Cocus, reunís en Grand Chapttre sous la présidcncc du vénerublc Grand Maitrc,
de 1‘Ordre. Son Excellence I>. L. Narychklinc. ont nommé a l'unanimité
Mr. Alcxandre Pouchkinc coadjuicur du Grand Muinc de l'Onlic des ('«H-usct
llistoriographc de l'Ordrc.
I.c veerétairc pcrpétucl!
C uno ; J. Bo k ih 1

1 Los Grandes Cruces. Comendadores y Caballeros de la Serenísima Orden de lo»


Cornudo», reunidos en Gran Capítulo bajo b presidencia del venerable Gran Maestre de la
Orden. Su l- xcelencia D I N'arschkin, han nombrado por unanimidad al seAor Alejandro
Pushkin coadjutor del Gran Maestre de b Orden de los Cornudos c Historrbjtraío de la
Orden 1 1 secretario perpetuo < >.sin J IImr<h ,kl J /
t.n\ cvifuttttn rottuhttnos

La alusión era brutalm ente obvia. Dmitri Nury.shk.in había ocupa­


do durante muchos años una sobresaliente posición en la corte de Alejan­
dro I. donde su esposa reinaba como la amante favorita del zar. y el conde
José Borch era otro noble cuya esposa había hecho carrera gracias a la
distribución, generosa pero discriminada, de sus favores. Natalia
Pushkin rivalizaba en encanto con estas notables bellezas y. ni decir de
algunos, en flaqueza, c incluso circulaban rum ores de que habia
prendido en la sensibilidad am orosa del zar Nicolás I. Su marido podía
muy bien ser prom ovido a un alto cargo en la Serenísima Orden de los
Cornudos.
Nunca se han podido hallar pruebas concluyentes de la infidelidad de
Natalia, y puede que Pushkin dijera la verdad cuando tra tó de am parar
su reputación, pero !o cierto es que ella y su hermana sentían, en el otoño
c invierno de 1836. amorosas inclinaciones hacia un bello francés
llamado Gcorge Dantcs. Este joven habia sido adoptado como hijo por
el barón Heeckercn. y añadiendo el apellido del barón al suyo propio se
llamó a si mismo D antcvH ceckcrcn. Cuando Pushkin recibió el diploma
de la Orden de los Cornudos sospechó inmediatamente que por alli
andaba la mano del barón Heeckercn. Sabía que el nom bre de su mujer
habia sonado com o com prom etido por la am istad, por otra parte
inocente, con Dantcs. y vio en todo el asunto un despreciable complot
contra su honor urdido por el padre y el hijo adoptivo. Y retó al joven a
duelo.
Tras diversos y vanos intentos de reconciliación el duelo se celebró en
febrero de 1837 y Pushkin cayó mortalmcnte herido. Dantcs huyó del
país. El zar pidió la retirada del embajador de tos Países Bajos y se negó a
recibirlo antes de la partida. Luego, a pesar de las laboriosas
investigaciones de la Policía, el asunto tocó a su fin. Aunque nadie
dudaba de que la cosa habia tenido origen en el circulo del barón
Heeckercn. permanecía incierto el autor material. Las sospechas se
dividieron entre el propio barón, un tal principe Gagurin y el príncipe
Pedro Dolgorukov. Pronto, sin embargo, menguó el interés por el caso, y
sólo veinticinco años más tarde un escritor llamado Ammosov. en un
folíelo titulado ¡.os últimos días de Pushkin. citó por su nombre por
primera vez a Dolgorukov como autor de la hoja. Dolgorukov. que en
aquel momento se hallaba en Londres, respondió con una indignada
negativa que se publicó en ¡.a Campana y en otros periódicos rusos. Una
vez más el interés decayó por falta de prueba evidente. Hl asunto no tuvo
solución hasta 1927, año en que dos ejemplares de la hoja fueron
sometidos, junto con muestras de la escritura de Heeckercn. Gagarin y
Dolgorukov, a un perito calígrafo del Departam ento de Investigación
Criminal de Leningrado. quien declaró, sin lugar a dudas, que la hoja
habia sido escrita, aunque con letra disimulada, por Dolgorukov.
Poco después del duelo y de la muerte de Pushkin. Dolgorukov
abandonó toda pretensión de aspirar a una carrera oficial y se fue a
París. El estudio de genealogías se había convertido en su afición
239
Ed* arc¡ H. Carr

favorita, y halló en ct pasado histórico de las grandes familias rusas


ancho- e interesante campo para su espíritu malicioso c investigador. En
enero de 1843 publicó en París, bajo el seudónimo de «Conde Almagro»,
un folleto titulado Notice sur íes famillcs de ¡a Russie. Se trataba de un
trabajo sobre el tema, más viva?, de lo que sugiere el titulo, en el que
Dolgorukov pintó a los antecesores y tas antecesoras de la mayoría de
sus amigos como unos monstruos inhumanos y sanguinarios, cuyos
pasatiempos más inocentes eran la traición y el regicidio. Las autori-
dades no tardaron en descubrir la identidad del -Conde Almagro» y
Dolgorukov fue invitado por el embajador ruso en París a regresar a
Rusia. Algo sorprendentemente, se halló dispuesto a obedecer la
intimación -tan pronto como hubiese tenido tiempo de consultar con su
médico y reparar su carruaje»; en el momento que puso los pies en suelo
ruso fue detenido y. tras examen del caso, confinado por doce meses en
Vyatka. donde Herzen había cumplido tan recientemente una larga
sentencia de destierro por una indiscreción menos notoria.
D urante unos años Dolgorukov se m antuvo inactivo. Parccia haber
aprendido la lección y se ocupaba en preparar una monumental
Colección de genealogías rusos, exenta de toda la escandalosa mate*
ria del libelo de París. En 1848 tuvo lugar el interludio de un
desafortunado m atrimonio. Com o la m ayoría de los hom bres que habían
frecuentado al barón Heeckeren. Dolgorukov prefería los placeres
homosexuales, y la única satisfacción que halló en la boda fue la de
m altratar cínica y brutalmente a su esposa. Esta tuvo de él un niño y
luego lo abandonó para siempre. La Colección de genealogías rusas.
term inada y publicada en cuatro volúmenes entre 1855 y 1857, fue
acogida con algún aplauso, pero este logro relativamente respetable no
fue, ni con m ucho, suficiente para satisfacer su orgullo de autor.
Simplemente le avivó la apetencia para más resonantes éxitos. Recordó
los alegres dias del -C onde A lm agro- y pensó que había sobrepasado ya
los cuarenta años y su acuciante am bición de dejar su marca en el mundo
todavía no había sido satisfecha. En 1859 abandonó Rusia por voluntad
propia, y tras un breve intermedio en Italia, donde se entrevistó con
C avour en Turín y tuvo un d u d o en Florencia, se estableció de nuevo en
París. Vendió sus propiedades y consiguió transferir al extranjero un
capital de cerca de un cuarto de millón de rublos.
Dolgorukov pasó los nueve años restantes de su vida en el exilio que
él mismo se impuso. A estos años se debe el lugar que ocupa en esta
galería de retratos. Puede ser que el éxito de Herzen y Im Campana
excitaran la celosa ambición de Dolgorukov antes de dejar Rusia; en
cualquier caso, el ejemplo de Herzen fue. durante los pocos años
siguientes, su principal fuente de inspiración. En abril sacó a la luz en
París, esta vez con su verdadero nom bre, un libro titulado La vérilé sur ¡a
Russie. A bandonando la liviana chismografía personal del -Conde
Almagro», se limitó a una implacable revista de la historia y las
instituciones de su país, y expuso unos elaborados proyectos de reforma

230
/ m exilia dos roDlibltii m

para todas las ram as de la administración. Se refirió a Alejandro II en


términos de una exagerada e hipócrita cortesía, pero ios zares anteriores
no salieron tan bien librados de sus manos. Citó, aprobándolo, lo dicho
por Napoleón de que Alejandro I era «tan falso com o un griego del
imperio bizantino», y describió los treinta años de reinado de Nicolás I
como «una guerra de treinta años contra la civilización y el buen
sentido». No fue ahorrada ninguna de las instituciones existentes,
excepto el zar.

El Gobierno de Rusia es en este momento (escribía como conclusión)


exactamente como una nave que se balancea en el océano a merced de los
elementos y sin dirección alguna. El capitán está anim ado de las mejores
intenciones, pero los contramaestres y los pilotos son increihtemrnie estúpidos.
Entre ellos y los pasajeros existe una indomable aversión mental y una incesante
lucha. Pero el capitán no piensa en reemplazarlos por hombres capaces y prefiere
esperar que contramaestres y pilotos mueran y que los hombres capaces alcancen
una tranquila vejez antes de confiarles el mando del barco. Y. entretanto, la nave
puede dirigirse hacia un urrecifc...

En La vérité sur la Russie. Dolgorukov tiene m ucho cuidado,


mientras expresa su personal estima para Herzen, en apartarse de las
opiniones de éste. Herzen es socialista, y él, D olgorukov. es monárquico
constitucional. Sin em bargo, a pesar de esta diferencia de opinión, sus
armas han sido claram ente tom adas del arsenal de Herzen. Su proyecto
de reforma contiene ideas tan curas a Herzen com o la liberación de ios
siervos, la abolición del castigo corporal y la supresión de la censura.
Mandó un ejemplar del libro a Herzen. y en el verano de 1880 fue a
Londres para visitarle.
La cantidad de cartas que en éste y los siguientes años van
encabezadas con la fórm ula «Honorable Principe», dan testimonio a la
satisfacción de Herzen respecto a este nuevo y distinguido recluta de la
causa. «El libro de Dolgorukov». escribió a un amigo, «es muy bueno.
Muchas anécdotas de los galeotes, a quienes en Rusia llamamos
ministros». En público hablaba del libro aún con m ayor calor, y en las
páginas de ¡.a Campana le dio la bienvenida procurando allanar las
aparentes diferencias en principio entre Dolgorukov y ¿1, exponiendo
que existen indudablemente circunstancias que hacen necesarias «formas
transitorias» com o la monarquía constitucional. Su única lamentación
era que Dolgorukov habia ocultado a 'medias la identidad de alguna de
sus victimas usando tan sólo sus iniciales en vez de ios nombres
completos.
En otoño del mismo año, Dolgorukov fundó un periódico ruso con el
titulo de El Futuro, impreso en Leipzig y publicado en París. La imitación
de La Campana era flagrante, pero halagadora. El mismo explicó a
Herzen que él tocaba en tío menor y Herzen en do mayor, «lo que me
induce a concluir», escribe Herzen a Turgucncv, recordándonos que
vivía en la edad de oro de tos juegos de palabras, «que El Futuro es el

221
Edtverd H. Carr

frite uterin de La Campana«. El Futuro murió prem aturam ente a los


pocos meses: las autoridades rusas hablan aplicado (si hemos de creer a
Dolgorukov) «áureas medidas de persuasión» al impresor. Le sucedió El
Hombre Justo, publicado en Bruselas, prim ero en ruso y luego en francés
(bajo el titulo Le Vér¡dique), y éste a su vez dejó paso a una Hoja de
Noticias que continuó su precaria existencia hasta 1864. Ninguna de estas
publicaciones, a pesar de haber adquirido una cierta notoriedad por sus
revelaciones acerca de la vida privada de rusos prominentes, actuales y
pasados, nunca gozó de la autoridad m oral de Im Campana. El principe
Dolgorukov era hombre de recursos y poseía en abundancia aquella
clase de talento que a menudo se confunde a si mismo con un genio, pero
no podía rivalizar con Herzen ni com o pensador ni com o estilista, ni,
sobre todo, en la esencial cualidad de inspirar confianza en su sinceridad.
No existe motivo válido para considerar sus opiniones como insinceras,
pero cuando se analiza su conducta aparecen siempre a los ojos del
observador el descontento y la ambición personal com o los principales
ingredientes de su carácter.
En el ínterin, la carrera periodista de Dolgorukov fue puntuada, y
casi interrum pida, por un episodio que requirió toda Su destreza y
seguridad para desembarazarse de él. (.os orígenes del asunto se
rem ontan a 1856. cuando se hallaba ocupado, en Rusta, con el últtmo
tom o de su Colección de genealogías rusas. Entre las familias cuyas
genealogías aparecían en este volumen se hallaba la del principe
Vorontsov. Al igual que muchas familias nobles rusas, los Vorontsov
h a d a n rem ontar su linaje a Rurik y los varingos*. pero las brumas del
pasado se cernían sobre su más rem oto origen. lo que permitió
sarcásticos comentarios de que los Vorontsov contem poráneos repre­
sentaban tan sólo la mera reaparición de un nombre antiguo en el si­
glo x v tl, no autorizada por ninguna continuidad de sangre. En 1856 el
príncipe Dolgorukov escribió ai principe Miguel Vorontsov pidiéndole le
proporcionara documentos que arrojaran luz sobre los puntos oscuros
del árbol familiar. La carta estaba concebida en términos de exagerada
cortesía, pero en el mismo sobre se encontró una nota sin firma y escrita
en letra desfigurada que decía lo siguiente:

Su excelencia el principe Vorontsov dispone de un medio seguro pafa obtener


que su genealogía se estampe en el Libro Ruso de Genealogías en la forma que le
interesa. Este medio consiste en pagar ni principe Dolgorukov 50.000 rublos de
plata y todo se arreglará conforme a sus deseos. Pero no hay tiempo que perder.

N o existe nada registrado acerca de lo que el principe Vorontsov


pensó al recibo de esta misiva. Escribió una formal y cortés respuesta a la
carta del príncipe Dolgorukov y añ ad ió la .siguiente posdata:

1 Los varinfoi fueron el primitivo pueblo ruso. Rurik (o Rturik) fue su primer
monarca, en 862. (N. Jet l.f

2.V
l o \ i-u IukÍO' rtinuinlitos

Con gran sorpresa he encontrado en su carta una nota sin firma cuya letra no
parece ser la suya. Le mando una copia de ella. Quizá pueda usted descubrir
quién ha tenido la audacia de introducir tal nota en una carta sellada por usted
con su propio sello. He considerado necesario conservar el original junto a la
carta con que me ha honrado, pero estoy dispuesto, en cuanto nos veamos, a
poner en sus manos dicha nota para el caso que desee usarla con el propósito de
descubrir la persona que la escribió.

El príncipe Dolgorukov expresó su asom bro ante la extraordinaria


«nota de una mano desconocida- introducida en un sobre sellado con su
propio sello, pero no m ostró deseos de proseguir la investigación. En el
transcurso de aquel uño murió el príncipe Vorontsov y pareció que el
incidente había term inado para siempre.
Pero Dolgorukov n o se libró tan fácilmente del asunto. El principe
Vorontsov se había callado, pero cuando en abril de 1860 publicó en
París l.a véri té sur la Russie. un redactor hallóla oportunidad de publicar
en un periódico de noticias denom inado Le Courrier <fu Dimanche el
relato completo de la historia de la petición de los 50.000 rublos,
afirmando rotundam ente que la nota, había sido obra de Dolgorukov y
suprimiendo sólo el nom bre de la persona a quien fue dirigida. Era
imposible permanecer silencioso ante esta pública acusación y Dol*
gorukov escribió una réplica que el mismo Courrier du Dimanche insertó
en su propio núm ero. En ella negaba todo conocim iento de ia
mencionada nota, apuntaba que había sido fabricada p o r el príncipe
Vorontsov y afirmaba que aunque había pedido que le fuese mostrado el
original no lo había conseguido nunca. Esta última afirmación era
manifiestamente falsa. Vorontsov le había ofrecido m ostrarle la nota y
Dolgorukov, discretamente, había ignorado la oferta. Pero como la otra
parte había fallecido no pudo contradecirle, y de nuevo pareció que el
escándalo había sido convenientemente enterrado.
No obstante, la nueva alegación contra el príncipe Vorontsov le
pareció demasiado a! hijo mayor de éste, que le había sucedido en el
titulo, y el principe Simón Vorontsov interpuso una acción judicial
contra Dolgorukov en el tribunal Civil del D epartam ento del Sena, por
difamación de su padre, Instaba al tribunal a declarar que el autor de la
anónima petición de 50.000 rublos era Dolgorukov. a obligar a éste a
publicar el veredicto en diversos periódicos a sus propias expensas y a
abonar el coste de la acción al demandante. Un duelo entre dos principes
rusos que ponían m utuam ente en tela de juicio sus respectivos honor y
veracidad ante un tribunal francés, fue un espectáculo que despertó un
cierto interés en el París del Segundo Imperio. La causa se prolongó
desde diciembre de 1X60 hasta enero de I&6I. Fue presentado el original
de la misiva anónima y se llamó a un perito calígrafo. Este declaró que la
nota era escrita de m ano de Dolgorukov. En virtud d e este pronun­
ciamiento. el tribunal dictó sentencia a favor del dem andante, a! que dio
satisfacción en los tres extremos solicitados.
Un carácter con menos recursos que Dolgorukov podía haber
Edwartt //. Corr

sucumbido a tan aplastante golpe, pero ¿I empeñó todo su prestigio en


procurarse una aureola de m ártir y rápidam ente proclam ó y vociferó que
el asunto entero no era más que un complot político, que la Policía de
Alejandro II había conspirado con la de Napoleón III para castigarte por
las opiniones subversivas expresadas en su libro, y que donde se hallaban
en juego intereses políticos la conducta de un tribunal francés era una
simple parodia de justicia. La sentencia podía incluso ser explicada
basándola en influencias personales. T o d o el m undo sabia que el duque
de M orny, medio hermano del em perador, tenia todos los resortes de la
justicia en sus manos: y el duque de Morny estaba casado con una
Troubctskoy. Era natural una alianza entre la antigua y principesca casa
de los Troubctskoy y la antigua y principesca casa de los Vorontsov. Este
ardid era ingenioso y plausible, y Hcrzcn, entre otros, fue cogido en ¿1.
Ardiendo en justa indignación ante la victimación de un emigrado
político, escribió en La Campana, en un lenguaje de desacostumbrada
violencia:

Raramente un tribunal ha pronunciado sentencia con tan completo desprecio


de pruebas positivas excepto, naturalmente, en un pais donde los jueces son
escogidos de entre la chusma de aristócratas rusos que viven en París.

Desgraciadamente, el perito caligrafo soviético que examinó de


nuevo el documento en 1927. y que difícilmente podía ser sospechoso de
complicidad con la Policía de Alejandro 11 o de Napoleón III, no dudó
en apoyar el veredicto del tribunal francés. El también opinó que la
petición anónima de 50.000 rublos y el diplom a de ta Serenísima Orden
de tos Cornudos procedían de la pluma del príncipe Pedro Dolgorukov.
Alguien hubo, de todas formas, incluso en aquel tiempo, que no se
impresionó por las protestas de inocencia de Dolgorukov. Turgucnev,
por su condición de residente en París, quizá conoció el asunto mejor que
Hcrzcn. Vivía en una situación de orgulloso distanciam icnto de los
asuntos políticos, que I: permitía sostenerse fácilmente entre los dos
cam pos y no participaba en absoluto de la finne convicción de Hcrzcn.
según la cual, ante una diferencia de criterio entre un emigrado político
ruso y un tribunal francés, debía ser necesariamente este último el
equivocado. En esta ocasión dio pruebas de un poder de discriminación
poco frecuente y escribió a H er/en lo que sigue:

Harás bien sí en el futuro evitas tocar el asunto ni con el dedo meñique.


Dolgorukov —entre nosotros— es moralmcnic un hombre muerto, y no
enteramente sin razón. Has hecho cuanto has podido en l.a Campana; era
necesario apoyarle por principio, pero ahora déjalo a su destino. Intentará
convencerte, pero niégate. Inútil decirte que ello no te obliga a apoyar a los
Vorontsov. Adopta la actitud de Júpiter, situado por encima de todas estas
querelláis.

Pero H cr/cn no quiso n m odo alguno escuchar las advertencias del


¿34
Los exilados románticos
buen sentido. Se había metido en la cabeza que D olgorukov era un
hombre, si no de su mismo cuño. si. en cierto m odo, en su misma
situación, y que hubiera sido cobardía y traición abandonarlo en la hora
de la necesidad. Al añó siguiente se presentó otra oportunidad de
dem ostrar su lealtad. Cuando Ammosov publicó su folleto acusando a
Dolgorukov de ser a u to r del escrito contra Pushkin. Dolgorukov publicó
en su Hoja de Noticias un indignado mentís de toda complicidad en el
asunto. Hcrzcn, una vez m ás, aceptó sin más pruebas el démerui y lo
reprodujo en Im Campana.
No obstante, a pesar de todos estos servicios, está claro que el
acercamiento de Hcrzcn a Dolgorukov fue más político que personal, y
las relaciones entre los dos fueron más cordiales cuando no estaban
juntos. En 1863 Dolgorukov estuvo corto tiempo en Londres y tos roces
fueron constantes. Dolgorukov habia conservado m ucho más que
Hcrzcn los prejuicios esenciales del aristócrata ruso; las maneras
superiores y despóticas que le hicieron impopular en Pctersburgo en su
juventud no habían menguado con la edad y el exilio. Con su
temperamento provocó algunos incidentes embarazosos. Uno de tos más
divertidos to cuenta Natalia Ogarcv en sus Memorias. «Debe recordarse
—explica— que los ingleses consideran el pan duro m ás saludable y lo
pretieren al pan tierno, y que es más fácil cortar ci pan d u ro en rebanadas
finas, que untan luego con mantequilla y las comen en grandes
cantidades en el té de la tarde.» El príncipe D olgorukov ignoraba este
raro gusto nacional, y cuando en un hotel campestre halló el pan duro en
el plato lo echó inmediatamente por la ventana. El com portam iento del
cam arero estuvo a (a altura de la ocasión. Aproximándose a Tchor-
zewski. que acom pañaba al principe, le preguntó cortésmenle si su amigo
se hallaba a m enudo sujeto a estos ataques. Tchorzewski tuvo
dificultades para hacerle comprender que el príncipe estaba libre de toda
sospecha de alienación, explicándole que se trataba de «un caballero de
muy mal genio».
Alguna vez la ofensa fue más sería. Un domingo, después de comer
en casa de Hcrzcn en Tcndington. Dolgorukov atacó violentamente a
Polonia en presencia de varios polacos que se hallaban sentados a la
mesa. H er/cn perd ió su temperancia y gritó que en su casa no se debían
oir ataques a la m artirizada Polonia. Dolgorukov cogió su sombrero y su
bastón y se m archó sin despedirse de nadie; las relaciones estuvieron
rotas durante diez dias. Tales incidentes parece que no eran infrecuentes.
Otra pendencia de carácter cómico ilustra la clase de genio que poseia
Dolgorukov en sus años de decadencia. Una vez oyó casualmente decir a
Jules. cocinero francés de Hcrzen. que ocasionaba m ás molestias él solo
que todos los dem ás huéspedes juntos, y sacando un cuchillo que llevaba
siempre consigo, se puso a insultar y amenazar al cocinero. Este se arrojó
impetuosamente sobre el príncipe y la refriega adquirió visos alarmantes.
H cr/en y un am igo separaron a los contendientes, y Dolgorukov,
rabioso, dijo que n o pondría más tos pies en aquella casa hasta que Jules
2SÍ
Edward H. C a n

fuese despedido. La historia tuvo e! subsiguiente final: viendo que


Herzen no tenia intención de desprenderse de su cocinero. Dolgorukov
invitó a J ules a su casa y la reconciliación se llevó a cabo ante una botella
de cham paña.
La pendencia con Jules tuvo lugar después de que am bos. Herzen y
Dolgorukov. hubieran emigrado a G inebra, donde en 1867 Dolgorukov
publicó el prim er tom o de sus llam adas Memorias. Ningún libro ha
llevado nunca titulo tan inapropiado. Consiste en un sistemático exposé
de las actividades de las principales familias rusas durante la primera
mitad del siglo xvhi. un m onótono y nauseabundo relato de inmundi­
cias. sangre y torturas. Herzen le dio la bienvenida en La Campana con
un eslusiasm o del que el lector m oderno puede difícilmente participar,
pero incluso ¿I hubiera preferido algo que comprom etiera más directa­
mente a los contem poráneos dirigentes de Rusia.
Hemos visto a los bisabuelos de nuestros verdugos de Petcrsburgo y Moscú
(termina la recensión]. Echaremos ahora un vistazo a sus abuelos y pediríamos
sinceramente a! autor que cuanto antes nos ponga en relación con sus padres.

El prim er tomo de las Memorias representa el último acontecimiento


en la curiosam ente estéril y embrutecida carrera de Dolgorukov. En el
verano de 1868 se puso al borde de la m uerte, afecto de hidropesía, en
Berna. Su único hijo, un joven de dieciocho años, acudió desde Rusia a
verle, pero aquel hombre infortunado no había creído nunca en la virtud
hum ana y no tenía ciertamente motivos pura esperar ningún afecto filial.
Apareció en ¿I el convencimiento de que su hijo había sido enviado por el
G obierno ruso para apoderarse de sus papeles, las comprom etedoras
notas p ara más tom os de las Memorias, q ue podrían ser peYtgrosos p a n
su propia época. Su decaído espíritu volvióse hacia un amigo de cuya
sinceridad y de cuyo honor (aunque a m enudo se hubiera peleado con él)
no podía dudar, un amigo que quizá conservara todavía algún vestigio
de confianza en él. M andó llamar a Herzen para instituirlo heredero y
albacea de estos papeles.
Herzen, que a la sazón se hallaba en Lucerna, respondió a la llamada
y acudió a Berna. Un el camino se encontró con George Hcctry Lcwes y
Mar> Ann Evans, cuya compañía reavivó sus decaídos ánimos. Con
todo, n o habla sospechado el horror que le esperaba al lado de la cama
del m oribundo príncipe. «Ningún escritor trágico», dijo luego a
Turguencv, «ha inventado nunca nada más terrible. Quizá algún día
describa este lecho de muerte». No dejó constancia literaria de ello. Mi
pasado y mis pensamientos no alcanzó a los últimos años sesenta, pero
frases sueltas de una carta escrita a Ogarev, mientras estaba todavía bajo
la inmediata impresión dei hecho, trazan para nosotros los perfiles de la
escena.
Dolgorukov está mus mal JcM-TÍbiiS ct I I de julio, cinco semanas ames del
fin), pero su robusta constitución lo sostiene como una fortaleza. Le han drenado
I o\ <•\¡/nulin roináwuax

el agua por las piernas, que fluye continuamente. Completamente hundida U


cara, resulta en cierto modo dignificada, Habla inconexamente y tiene los ojos
empañado». No sabe cuán cerca se halla de la muerte, aunque lo supone. Y , sobre
lodo, se agita en su interior una terrible lucha, listuvp enormemente contento de
verme, pero sin demostrarlo me estrechó la mano y me dio las gracias. En el
mundo entero sólo tiene confianza en mi y en mi substituto Tchor/cwski. Por la
mañana llamó a éste y a Vogt. a quienes contó que su hijo le habla envenenado
por la noche con un liquido amarillo que había vertido de una botella. (Mejor
que no repitas esto a n3dic.) Luego, tras varias acusaciones tremendas, llamó a
Vogt para que dijera a su hijo que regresara en seguida a Rusia, asegurando que
podía pasarse sin ¿ I. y no habló más del asunto. Vogt, aterrorizado, llevó el
mensaje. 1:1 hijo, naturalmente. >c enfadó; entonces Dolgorukov lo llamó y le
pidió perdón. Cuando llegué hi/o salir a todo el mundo y asiéndose a mi con las
dos manos se incorporó y fijó sus extraviados ojos en (osmios. -Hcr/cn, Herzen,
por el amor de Dio». En nadie confio sino en u, a nadie r<*sjvjn tino a tí. Dime:
¿es todo esto locura y delirio?» «Puedes ver por (i mismo que es locura. Nada te
ha sucedido.» -Si, s i, evidentemente fue delirio. ¿Qué opinas? ¿Delirio?» (Y diez
veces repitió lo mismo.) Luego, bruscamente, bajando los ojos repitió dos veces;
«No. pero desde ahora, por el amor de Dios, vigila lo que hagan conmigo.»

Herzen no podía hacer nada más. Y pasados dos dias. iras otra
salvaje escena entre Dolgorukov y su hijo, huyó de aquella pesadilla. El
17 de agosto un largo final coronó por fln esta infortunada existencia.
Hasta que la cercanía de la muerte no alteró sus nervios. Dolkorukov
había sido siempre excesivamente racionalista para creer en el afecto
hum ano o para sentir su necesidad, y sus convicciones sólo habían sido el
instrumento de su ambición. En la noticia obituario que apareció en Im
Campana, las rutinarias expresiones de pesar eran prontam ente seguidas
por la triunfal aseveración de que sus papeles estaban «en manos
seguras», y que un día contribuirían a la derrota de los esbirros del
imperio zarista.
En el último m omento Herzen había rehusado el papel de albacea
literario. Los papeles pasaron a las «seguras m anos» de Tchorzewski. y
la extraña historia de su destino pertenece a un posterior capítulo.
C a p ítu l o XIV

E L A F F A IR E N E C H A E V . O E L P R I M E R T E R R O R I S T A

En toda historia de la revolución debe haber un lugar reservado para


la sobresaliente figura de Sergio Ncchaev. Ncchaev fue uno de aquellos
hombres que por la pura fuerza de una personalidad dominante se
imponen a sus contem poráneos y a la posteridad. En el transcurso de
una metafórica carrera, que terminó a los treinta y cinco años, no
culminó, literalmente, nada. Tenía pocos seguidores y estos pocos
merecían más llevar el nombre de incautos que de discípulos. La
conspiración que llevó su nom bre, y por la que muchos de ellos sufrieron
encarcelamiento y deportación, no fue ni siquiera un fiasco; fue.
simplemente, agua de borrajas. Ncchaev creía en la destrucción del orden
existente no porque tuviera, como Herz.cn. una rom ántica fe en la
democracia o. com o Bakunin. una más romántica fe en la naturaleza
humana; creía en la revolución com o dogma válido y suficiente por si
mismo; y no creía en nada más. Su originalidad y su importancia
histórica radican en (a incondicionalidad de su creencia y en la forma en
que la trasladó a la práctica. No se limitó a la mera proclam ación, sino
que actuó sobre la h ipótesis de que la moral no existe y de que, en interés
de la revolución (del que ¿I mismo era el único juez.), todo el repertorio
de crímenes, desde el asesinato a la más pequeña ratería, era legítimo y
laudable; cosa que. al fin y al cabo, podía incluso n o haber sido tan
extraordinariam ente desconcertante. Pero Ncchaev llevaba su lógica aún
más allá. Aplicaba estos principios con igual alacridad a sus enemigos
que a sus presuntos amigos. Engañó a cuantos conoció, y cuando ya no
fue capaz, de seguir engañando, su poder desapareció. S u audacia no tu­
vo límites y llevó su valor personal al limite extremo de la temeridad. Era
una abrum adora y sin par combinación de fanático, fanfarrón y mal
educado.
2J9

s.
Edward H. Carr

Scrgci Ncchaev era hijo de un cura de pueblo ruso, una clase de gente
despreciada, ignorante y frecuentemente inmoral. Tuvo una distinguida
carrera escolar que le sirvió, principalmente, para encender en él una
desmesurada ambición. Sus enemigos lo tacharon luego de «iletrado- o
«semiletrado-, pero debemos suponer que estos términos insultantes
iban dirigidos más a sus maneras o a su m oral que a su educación en el
más estrecho sentido de la palabra. Probablem ente estaba destinado a la
misma profesión que su padre: a los veintiún años, que alcanzó en 1868.
era profesor de Teología en una escuela de Pctersburgo. Los circuios
estudiantiles, en el Pctersburgo de los años sesenta, hervían de ideas
revolucionarias, y el joven Ncchacv fue particularm ente susceptible a
ellas. Pronto se convirtió en el espíritu dirigente de un pequeño grupo de
estudiantes cuya ambición era prom over una revolución en Rusia. No se
ha probado que tuvieran organización alguna o se entregaran a algo más
peligroso que la palabrería juvenil, pero las autoridades vigilaban
atentam ente sus movimientos. Antes de mucho, Ncchaev y sus cama*
radas fueron llevados a presencia de la Policía e interrogados, y Ncchacv
fue puesto bajo «observación policial-.
El ingenioso y emprendedor joven, oliendo el peligro, o fastidiado de
la m onótona profesión de m aestro de escuela, decidió desaparecer y —lo
que era mejor— hacerse una reputación con la desaparición. Envió a sus
cam aradas una nota en la que les decía que había sido arrestado y lo
llevaban a -una ignorada fortaleza-. La nota daba a entender que la
había arrojado por la ventana de un furgón de la Policía, y que, recogida
por un estudiante anónimo, éste la había m andado a su destino. No
había en esta historia nada francamente im probable, por lo que sus
com pañeros estudiantes no encontraron ninguna dificultad en creerlo, y
mientras organizaban un mitin para pedir su libertad, ¿I ya estaba en
camino Ilacia el Sur. En marzo de 1869 atravesó la frontera con un
pasaporte falso y se dirigió a Suiza, el hogar espiritual de los mártires de
la revolución.
No fue simple coincidencia que el prim er personaje a quien se
acercara a su llegada a Ginebra fuese el veterano Bakunin. En el campo
de extremistas Bakunin se hallaba en aquel momento en el punto más
alto de su reputación. Su inmenso prestigio revolucionario atrajo al
joven, que esperaba com partirlo algún día. aunque por el momento sólo
contaba con energía, fe en sí mismo y fértil imaginación. Al igual que
todos los que visitaban a Bakunin. Ncchaev quedó impresionado por la
gigantesca figura y la personalidad magnética del viejo luchador, y
resolvió impresionarlo a su vez. Le expuso que acababa de evadirse de la
fortaleza cJc Pedro y Pablo, donde había sido encarcelado como cabeza
de grupo de un movimiento revolucionario estudiantil, y había sido a
Suiza com o delegado del Comité Revolucionario Ruso, que tenia el
cuartel general en Petcrsburgo y que estaba organizando la revolución en
todo ci país.
Bakunin nunca había encontrado a nadie cuyo talento para el bluff
t o s i'u h u tlo s rontátuuos

superase al suyo y, sobre iodo, no había dado nunca con nadie que
(uviese su propia y singular habilidad para inventar sociedades políticas
de las que era el com andante en jefe y cuyas filas apenas existían fuera de
su imaginación. Pero p o r una afonunada. aunque ilógica, concesión de
la suerte, los que gozan engañando a los otros son, por regla general, a su
vez engañados con m ayor facilidad. D ado que en el tem peram ento de
Bakunin no anidaba el escepticismo, creyó cuanto Nechaev le dijo. Este
participaba del don de Bakunin de despertar la adm iración y confianza
de sus nuevas relaciones, y Bakunin se entusiasmó a las primeras de
cambio, como otros se habían entusiasmado tan a m enudo con ¿ 1.
Pronto empezó a designar a Ncchaev con el tierno a p o d o de «Boy»
(Bakunin recordaba unas pocas palabras inglesas de sus añ o s de estancia
en Londres), y entre ellos se establecieron las más afectuosas relaciones,
al tiempo que Bakunin expresaba la mayor impaciencia p o r participar en
lu labor y en los laureles del Comité Revolucionario Ruso. Más larde
circuló entre los emigrés de Suiza una misteriosa historia, según la cual
Bakunin habría entregado a Nechaev un docum ento prometiéndole
implícita obediencia «hasta el punto de falsificar billetes de banco», y
que firmó, en señal de completa sumisión, con un nom bre de mujer:
«Matrcna». Se ha dicho que esta declaración se encontró entre los
papeles de Ncchacv después de su detención y que fue destruida, pero el
testimonio es dem asiado frágil para ser digno de crédito. Si existió algún
documento con la firma «M atrcna», probablemente se trataba de una
clave (form a de mixtificación a la que Bakunin era muy aficionado) no
investida del siniestro significado que el rum or le atribuyó.
La difusión de esta historia, verdadera o falsa, indica suficientemente
la ascendencia de Nechaev sobre el viejo revolucionario. El entusiasmo
de Bakunin puede explicarse en parte por las circunstancias en que se
hallaba. Se habla peleado con Herzcn. y el débil y blando Ogarev no
contó por mucho tiempo como luchador en la causa revolucionaria. En
cualquier caso, ambos lia oían perdido el contacto efectivo con Rusia.
La llegada de Nechaev trajo a Bakunin un soplo de la tierra nativa a
la que ya no volvería a ver. pero que. en medio de sus preocupaciones
internacionales, todavía a veces llenaba sus sueños; y vto en ello una
oportunidad de trabajar por la causa de la revolución en el país que aún
tenia más cerca del corazón. Ninguna otra tierra hubiera podido ejercer
el mismo efecto. El lado sentimental de su naturaleza, que parecía haber
muerto desde hacía largos años con los recuerdos del hogar y de la niñez,
lo hizo reabrir y revivir este peligroso y seductor «Boy» ruso.
Este nuevo entusiasm o lo sacó del letargo que. en los últimos años,
tendía a hacer presa en ¿I. Cuando Herzcn llegó a G inebra en mayo
—fue su última reunión con sus viejos amigos— encontró que Bakunin
•había mejorado m ucho de salud; había perdido cincuenta libras de
grasa siguiendo una dieta, pero consumía enormes cantidades de carne y
de vino». Estaba trabajando com o una locomotora, pero una locomo*
tora «que había dado dem asiado vapor y corría fuera de railes». Durante
241
r

Edward //. Carr

la primavera y el verano se imprim ieron en Ginebra una docena, o más,


de proclam as y folletos para ser distribuidos en Rusia por Ncchaev.
Lucían títulos com o A los estudiantes de la Universidad. A nuestros
jóvenes hermanos de Rusia o El catecismo revolucionario, y algunos de
ellos llevaban la firma de Ncchaev. La mayoría fueron escritos por
Bakunin, algunos quizá por el propio Ncchaev. y uno o dos por Ogarev.
Publicóse un único número de un nuevo periódico bajo el titulo de La
Justicia del Pueblo, que era el nom bre que Nechacv había dado a su
imaginaria organización.
Bakunin. sin embargo, no estaba contento con esta colaboración
puram ente literaria y. hubiese o no existido la declaración firmada
«M atrcna». no hay duda alguna acerca de la autenticidad de otro
docum ento suficientemente notable de por si. Lleva fecha del 12 de
m ayo, y dice lo siguiente:

1:1 portador de la respuesta es uno de los representantes acreditados de U


Sección Rusa de la Alianza Revolucionaria Mundial. Núm. 2.771.

Lleva la firm a-M ich ad Bakunin». yen el sello estam pado figuran las
palabras «Alianza Revolucionaria Europea. Comité Central». Es un
tan to raro, aunque caracteristíco. que Bakunin no hiciera ningún
esfuerzo para introducir a su nuevo protege en su «Alianza Secreta-,
nebulosa sociedad secreta a través de la cual había buscado hasta
entonces promover la causa de la revolución en Europa; ni siquiera
—p o r cuanto sabemos— le informó de su existencia. Y no pudo resistir
la tentación de inventar, en la excitación del momento, una Alianza
Revolucionaria Europea o Mundial totalm ente nueva, de la que nunca
volvió a oír hablar y de la que libró un certificado con un número que
daba a entender, a aquellos escogidos a quienes quería impresionar, que
en esta nunca oida organización había, por lo menos, otros 2.770
miembros obedeciendo sus órdenes en distintos rincones de Europa. Así.
Nechacv. que se autotitulaba representante de un inexistente Comité
Revolucionario Ruso, recibió de Bakunin autoridad para actuar en
Rusia com o representante de una inexistente Alianza Revolucionaria
Europea. Deliciosa situación, con pocos paralelos en la comedia o en la
historia. El pum o interesante del que nos faltan pruebas es hasta qué
punto se engañaron mutuamente.
Habia, sin embargo, un sólido fundam ento de realidad en otro
aspecto de las relaciones entre estos do s magníficos charlatanes: ambos
precisaban dinero y ambos carecían de inclinación —aunque no de
habilidad— para ganarlo por m étodos ordinarios. Varios años atrás,
Bakunin habia hablado por primera vez. de escribir sus Memorias, y por
aquel tiempo recibió una tentadora oferta por parte de Buloz, el famoso
editor de la Revue des Pcux Mondes. Pero en tanto que pudiera pedir
dinero prestado, el orgullo le prohibía recurrir al vulgar expediente de
trabajar para obtener el pan de cada día. ü i llegada de Nechacv le

242
/.oí exiliad o s rom ánticos

proporcionó una excelente oportunidad para obtener dinero por medios


más de su agrado. T odo buen revolucionario debería contribuir
realmente a la causa que Nechacv vino a representar; durante la
preparación del estadillo revolucionario, los que lo preparaban podían
considerarse con títulos legítimos bastantes para vivir de los fondos
aportados por estos hipotéticos donadores.
Pero además habia algo todavía más sólido en perspectiva. En I 8S8,
un rico y excéntrico terrateniente ruso llamado Bakhmetiev se habia
convertido al comunismo y, con el firme fanatismo del idealismo ruso,
diose a fundar una com unidad modelo en una isla de cualquier parte del
Pacífico, tranzado p o r este camino visitó a Hcrzen y Ogarev en Londres
y. considerando que poseía más dinero del que era necesario para su
proyecto, les entregó la suma de 800 libras para propaganda revolucio­
naria en Rusia. Una vez cumplido este caritativo acto. Bakhmetiev se
desvaneció en el Pacífico y jam ás se volvió a oír hablar de él. Incluso su
existencia pudo parecer un cuento de hadas para la entrada, en los libros
de un banco de Londres, de un crédito de 800 libras en la cuenta
conjunta de Hcrzcn y Ogarev. Estos, con su escrupulosidad y precaución
habituales, se habían contentado con hacer uso sólo de los intereses de
esta suma para destinarlos a propaganda, y en 1869 el capital del «fondo
Bakhmetiev» se hallaba todavía intacto. ¿Qué podía ser más apropiado,
dijo Bakunin, que gastar este fondo, de cuya existencia se habia
probablemente encerado por Ogarev. en la empresa revolucionaria
apadrinada por «Boy» y por él mismo?
El escepticismo que toda la vida habia profesado H cr/en se habia
intensificado con la edad. Había conocido a Nechaev en Ginebra y le
desagradó profundam ente. No tenia confianza en Bakunin y no quería
oír nada de plan. Pero el débil y desmoralizado Ogarev n o podía luchar
contra la constante presión de Bakunin y Nechaev y. a instancias suyas,
siguió im portunando a H cr/en con cartas en apoyo de la proposición.
I Icr/en. debilitado y ya enfermo, tam poco podía resistir indefinidamente
tanta incomodidad, y a fines de julio accedió a que Ogarev pudiera
disponer como te apeteciera de la mitad del fondo. Indicó que. cuando
menos, e! dinero estaría mejor empleado m ontando una imprema
revolucionaria en G inebra, y añadió —bastante acrem ente-» que tal
empresa serviría más para proporcionar un medio de vida seguro a
Bakunin que para las aventuras de Nechaev en Rusia. El consejo fue
desoido y la suma de diez mil francos (400 libras) pasó a manos de
Bakunin y luego, presumiblemente algo disminuida, a las de Ncchaev.
La visita de Ncchaev a Suiza habia tenido, en verdad, un éxito
superior a todo lo que razonablemente podía esperarse. Había obtenido
un m andato firmado p o r el famoso revolucionario Bakunin en nombre
de una Alianza Revolucionaria Europea que (cualquiera que fuese su
opinión personal acerca de su valor) serviría para im presionar a sus
colaboradores estudiantes en Rusia, y además había conseguido
disponer, sin trabas, de una cantidad de dinero sustancial. En posesión
24S
hdu arif H. Can

de estos valiosos accesorios y armado con paquetes de folletos y


proclamas, a fines de agasto regresó a Rusia. El invierno se emplearía en
la organización de la revolución. Ncchaev aseguró a Bakunin que la
proyectada revolución empezaría, sin taha, el ID de febrero de 1870,
noveno aniversario de la liberación de los siervos.
Poco dice a favor de la habilidad o vigilancia de la Policía rusa el que
Ncchaev, con tal hoja de servicios y tales intenciones, pudiera entrar en
Rusia, permanecer tres meses en ella, cometer un crimen notorio y
regresar a Suiza sin prisa especial, sin dañ o y sin ni siquiera molestias.
Pero así fue como ocurrió. Ncchaev estableció su cuartel general en
Moscú. El nombre de Bakunin todavía actuaba a m odo de conjuro en los
círculos revolucionarios; Ncchaev. com o representante de una mítica
Alianza Europa, pidió absoluta obediencia a sus seguidores. Sus ideas
acerca de ia organización revolucionana eran elementales s parece que se
lim itaron a la formación de grupos de cinco miembros, cada uno de los
cuales constituía un comité revolucionario secreto. l.as funciones de
estos grupos eran mal definidas, pero tenían un rasgo singular y
característico: ningún grupo tenia contacto con otro c incluso era
desconocido de los demás, y iodos dependían absolutamene de la
dirección y coordinación de Ncchaev.
Las cuidadosas investigaciones hechas subsiguientemente por la
Policía no lograron descubrir plan concreto alguno de revolución
preparada por esta notable organización que com partía, casi exclusiva*
m ente, el elemento de apariencia y bluff, tan im portante ingrediente de
las actividades revolucionarias de Bakunin y Ncchaev; no existía hecho
alguno suficientemente probado para la acusación. En Moscú, un
estudiante llamado Ivanov, que pertenecía a uno de los famosos grupos
de cinco, m ostrábase inclinado a negligir la primera y más perentoria
obligación que incumbía a los elementos de la sociedad: la incuestionable
obediencia a los m andatos de Ncchaev; y éste vio la importancia de
cortar la rebelión incipiente mediante un coup dram ático. Temía, o
pretendía temer, que Ivanov iba a denunciarlos, y persuadida ios demás
miembros del grupo que se unieran a ¿I a fin de asesinar al traidor en
perspectiva. Alcanzaría así dos objelivos: se desembarazaría de un
rebelde y ataría los otros a él por su complicidad en un crimen común.
Nechaev difería de sus cam aradas en la pronta disposición para llevar a
la práctica la crueldad de la que otros sólo hablaban. El asesinato de
Ivanov fue obra de Ncchaev, pero los restantes miembros del grupo se
hallaban presentes. En el últim o m inuto les embargó el pánico y por
poco no se estropeó el pian entero; su poco glorioso papel se limitó a la
aquiescencia más que a la a>uda.
El asesinato de Ivanov. en el que Dostoicvsky basó la intriga de su
novela I.o,\ endemoniados, tuvo lugar el 21 de noviembre de 1869. cuatro
días después fue hallada la victima en una charca. Rápidamente fueron
conocidos los detalles del crimen y produjeron enorm e impresión.
Ncchaev. realmente sorprendido por la magnitud de la sensación
244
I o\ lo n u m iu in

provocada, ve dio cocnia de que no podía conlar. por má.*> tiempo, con el
letargo de la Policía, y se preparó para la íuga. Salió de Rusia a atediados
de diciembre y a prim eros de enero de 1870 reaparecía en Sui/u.
L'mrcianto. había ocurrido un cambio en el m odo de vida de
Bakunin. Sus circunstancias domesticas eran especiales, lin los años de
destierro en Siberia se había casado con Antonia Kwiatkotvski. hija de
un comerciante polaco de la ciudad de Tomsk. lilla era veinticinco años
más joven que su m arido, bonita, con (a cabera vacía, despreocupada y
carente por completo de la llera energía y el entusiasm o revolucionario
que animaba a su esposo. I'uc un matrimonio raro pura su condición,
que qui/á soto pueda explicarse por falta de otros pretendientes en la
aburrida sociedad de una pequeña ciudad siberiana. Pero por parte de el
tal matrimonio fue aún más raro, lin ningún periodo de su vida le habían
atraído o interesado las mujeres; todo lleva a pensar que este gigante de
.sobrehumana energía era scxualmcmc impotente. Tras su fuga, la cspirsa
le siguió a l.uropa, se unió a él en Suecia y juntos viajaron por I-rancia c
Italia, lin Ñapóles se enam oró de un joven abogado italiano llamado
G am bu//i. un socialista amigo de Uakimin. y se convirtió en su amante,
hfl 1867 los Bakunin dejaron Italia para irse a Ginebra, donde, al poco
de llegar. Antonia daba a !u/ un hijo.
lin la primavera de 1869. aproximadamente en la época en que
Nechaev aparece por prim era ve/ en Sui/a. Antonia m archó a Ñapóles
con el niño para visitar a su am ante. Poco después escribió que se hallaba
otra te / en cinta y que volvería al lado de su m arido & fines de año.
Bakunin no se sorprendió en absoluto. Nunca había pedido, ni esperudo.
fidelidad, y se hallaba poseído de los mejores sentim ientos de afecto para
la simple y amable esposa y su prole. Pero la charlatanería de Ginebra
acerca del nacimiento del primer niño habia Itcrido su sensibilidad, lin
aquel m omento pocos (a/os te ataban a Ginebra, y decidió retirarse
durante todo el invierno, informando de su paradero ta n sólo a unos
pocos imimos. liseogió la parte italiana de Sui/a. y a principios de
noviembre se estableció en la pequeña ciudad de Locarno, al borde del
lago, tira ••como el reino de los ciclas», escribió a Ogurcv, «tras la árida y
enormemente prosaica atmósfera de Ginebra». Además, era dos veces
más barato, lin diciembre, cuando se cumplían ocho meses desde que se
había m archado con el hijo. Antonia regresó de Italia.
Por lo tanto, cuando Ncchaev volvió a Ginebra, en enero de 1870. se
encontró con que Bakunin se habia ausentado desde hacía algún tiempo.
Obtuvo de Ogarcv su dirección y a principios de febrero peregrinó a
I oc.irito. donde halló a su amigo > cómplice enfrascado en la inesperada
tarca de traducir la obra cumbre de Marx. Das Kapiial, al ruso. Bakunin
era de m íete pobre; su esposa se le habia presentado recientemente con
una hija y aceptó el encargo de un editor ruso de traducir Das Kupilai por
la cantidad de 1.200 ru blos (120 libras), de los que habia recibido 300 por
adelantado. Bakunin estaba ya cansado de los retorcidos párrafos de
Marx, y nada le costó a Nechact contenedle de que un trabajo de esta
Edward H. C an

¡ndolc era impropio de un genio, que tan sólo debiera emplearse en una
más directa promoción de la revolución. Los 300 rublos recibidos y ya
gastados parecían de momento constituir un obstáculo, pero Nechaev
supo cómo tratar este aspecto del asunto. No es conocido hasta dónde
Bakunin se identificó con la idea y los medios de Nechaev para librarle
de su contrato, pero fu cosa consistió en escribir una perentoria carta al
editor requiriéndolc. en nombre del com ité secreto de i-a justicia de i
Puebto. para que dejar en pn/ a Bakunin y amenazando con des*
agradables consecuencias en la eventualidad del incumplimiento de la
orden. Puede que la suerte de Ivanov hiciera pensar al editor, un judío
ruso llamado Polyakov. que la am enaza no se hallaba completamente
vacía de sentido1.
La supresión de esta obligación libró a Bakunin de un trabajo
impropio, pero le privó, también, de la perspectiva de obtener 900 rublos
más de la misma fuente, y con todo ello no resolvía el problema de la
subsistencia; ni él ni Nechaev podían vivir de los inexistentes recursos de
un com ité imaginario. Y entonces pensaron de nuevo en el «fondo
Bakhmcticv». Her/en acababa de m orir en París, y Ogarcv. el su­
perviviente depositario del fondo, estaba presumiblemente autorizado
para disponer de la mitad restante. La tdca les pareció llegarles
dem asiado oportunam ente para dem orar su ejecución ni un solo
m omento. Bakunin pidió urgentemente a Ogarcv que la reclamara a los
albaceas del patrimonio de Herzen.

No es sólo tu derecho [escribió el 22 de febrero), sino tu deber sagrado, y ante


este sagrado deber toda consideración de delicadeza personal debe ser
desechada. En este asunto debes actuar con severidad romana, debes ser un
Brutos.

Bakunin no se contentó con carias. T ra s reflexionar, parccicndole el


asunto demasiado vital, pidió prestados #0 francos al hijo de su patrona
para pagar el viaje y, a mediados de marzo, se m archó a Ginebra
(adonde Nechaev le había precedido) para estar en el escenario de la
acción.
Ogarev no vaciló en aceptar el rom ano papel que le fue asignado y
escribió al joven Alejandro Herzcn, quien, con la prontitud del que desea
impacientemente lavarse las manos de un fastidioso asunto, reconoció la
obligación y se trasladó en persona a G inebra para hacer efectivo el
dinero. E! acto se realizó con todas las formalidades. Estaban presentes
—adem ás del joven Herzen y Ogarcv— Bakunin. Nechaev. Natalia
Ogarcv. Tata Herzen y dos o tres rusos más. El joven Herzcn puso la
suma de 10.000 francos, que constituía la segunda mitad de) fondo, en
m anos de Ogarev (quien entregó un recibo), que a su vez la entregó a

' Este incidente figura entre ios cargos que Mari adujo contra Bakunin en 1872 y
que determinaron la expulsión de ¿»ie de !a Internacional.

246
l.o.x exiliad o s rom ánticos

Bakunin y éste ta pasó a Nechaev. Nechaev no dio ningún recibo,


esperando que sus amigos confiaran en su «honor revolucionario». Y
cuando, pocas semunas después, Ogarev se lo pidió, respondió escue­
tamente que no era costumbre de su comité dar recibos.
Esic notable acontecim iento no permaneció m ucho tiem po secreto.
Cundió la voz por los círculos revolucionarios de G inebra y se extendió a
Londres, donde Karl Marx pronto recogió tan sabroso chisme:

Entre otras cosas (escribió a Engcls el 24 de marzo) hay el interesante hecho


de que Bakunin. que hasta el momento había atacado furiosamente a Herzcn,
empezó inmediatamente después de su muerte a entonarle himnos y ahora ha
coronado su propósito: los fondos de propaganda, alrededor de unos 25.000
francos anuales, que el rico Herzen recibió de Rusia (de su partido), han sido
transferidos h Raknnin Parece que a Rakunin te gustan esta clase de «herencias*,
a pesar de su prejuicios contra las herencias en general.

M arx, siempre dispuesto a creer lo peor de sus adversarios, creyó a


pies junliltas este curioso fárrago de realidad y ficción. i*n una carta a
Kugclmann. escrita pocas semanas más tarde, afirma osadam ente que
I lerw n había estado recibiendo una pensión anual de 25.000 francos del
«pscudosocialista partido pancslavode Rusia». Sin em bargo, circuló con
mucha más aceptación el descrédito del viviente Bakunin que el del
difunto Herzcn; dos años más tarde, Marx todavía hacía circular
asiduamente el rumor de que Bakunin vivia de los subsidios que llegaban
de Rusia. A lo largo d e 1872 Bakunin tom ó cartas en el asunto e indujo a
Ogarev a firm ar un docum ento declarando que «Bakunin no se hallaba
presente cuando yo (es decir. Ogarcv) puse el dinero en manos de
Nechaev en presencia d e Natalia Herzcn». Pero Ogarev estaba, a Unes de
1872. demasiado agotado de cuerpo y alma para que su firma tuviera
mucho valor de convicción. En realidad Bakunin era tan inescrupuloso
como imaginativo; su presencia en el acto en cuestión queda bien
atestiguada por c) desinteresado testimonio del joven Alejandro Her/.en.
Su papel en todo el asunto es claro. El fue el primer instigador de la
transferencia y el canal a través del cual pasó el dinero. Pero el único que
se benefició fue Nechaev.
El «fondo Bakhmetiev» no fue el único nidal donde Bakunin y
Nechaev pusieron sus codiciosos ojos durante la entrevista de l.ocarno;
en cuestión de necesidades financieras la revolución era un abism o sin
fondo. El siguiente episodio de esta poco edificante historia se centra en
la persona de la hija m ayor de Herzen. El primer pensam iento de Tata
cuando m urió su padre fue para Ogarev. que había recibido el golpe
solitariamente recluido en Ginebra, y se apresuró a visitarlo, cariñoso
impulso que tuvo lejanas consecuencias.
Tata Herzcn, com o su herm ano y su hermana, había heredado de su
padre una pequeña fortuna, pero, a desemejanza de ellos, había
heredado asimismo un sincero, si bien mal definido, cstusiasmo por la
revolución. A Nechaev ya se le había ocurrido que entusiasm o y fortuna
247
r
Eduurd H. Can

podían ser convenientemente puestos al servicio de la causa revolucio­


naria. y su presencia en Ginebra le proporcionó una esplendida
oportunidad. Tala era de naturatc/a romántica e impresionable y
acababa apenas de recobrarse de su infortunado asunto con el italiano
Penizi, por lo que se luí Haba en un m omento de particular susceptibili­
dad para nuevos atractivos y para d a r un objetivo nuevo a su vida.
Ogarev sirvió otra vez de sumiso aunque inconsciente instrumento de
Ncchacv. lin ausencia de este em prendedor joven (que estaba con
Bakunin en Locarno) encendió la excitable imaginación de la ta
hablándole de la inminente revolución rusa, de la estrecha cooperación
entre los emigrados en el extranjero y los revolucionarios del interior,
que Naehacv había ido a establecer, asi como del propósito de resucitar
La Cumpunu. cusa que él habla propugnado calurosamente. Por el
m omento, y a falta de otra ocupación. Tata intentó poner un poco de
orden en el caos de los papeles de Ogarev y escogió creer que se había
em peñado en un trabajo de importancia revolucionaria. Regresó a París
con Natalia y anunció firmemente su intención de establecerse en
Ginebra.
Tal anuncio dio la señal para una ruda batalla. Hl joven Alejandro,
que había sucedido a su padre en la dignidad de jefe de la casa Hcr/cn,
protestó contra el proyecto de su herm ana alegando su débil salud.
Bakunin. informado por Ncchacv. no tuvo más escrúpulos para con la
fortuna de Tala que para con el «fondo Uakhmcticv». Temeroso de la
debilidad de Ogarev. apeló a éste con su tisual y apasionada vehemencia:

Debes, v sólo tú puedes hacerlo [re/a su carta del 22 de febrero), salvar a tu


hija mayor' St tendrá capacidad e interés para trabajar por la causa de Rusia ya
lo veremos. Tú, desde luego, no violentarás sus opiniones ni sus descosen nombre
de un patriotismo abstracto y a despecho de su salud > su felicidad, cosa que no
irla con tu carácter. Pero .roerte y tú erees que en la causa rusa hallará una nueva
vida, aunque ello s crean lo contrario, hl futuro demostrará quién tiene ra/ón y
quién está equivocado. Pero lo primero es que la salves. P o rq u e y o no dudo.
O g a re v. que s i perm anece con ello s p e rd e rá la cabeza l>ebes librarla del
in co n scien te e in stin tivo egoísmo de esta gente, que se ocultan a sí m ism as bajo
una máscara de buenas razones y del usual buen sentido baurgeots. ¿Acaso la
pobre y querida Tata no ha de tener otro camino en su vida que convenirse en el
aya de los niños de Alejandro o la -cuidadora de mamá Natalia-, o la compañera
de aquella virgen germano-wagneriana-pomeniniarui'. con el consuelo de
permitírsele pintar unos pequeños \ bonitos cuadros tn\ fítaue h tn d n ? ... *.
Tienes que insistir en que Tata se venga contigo, y para prevenir que te lo*1

(> sea. lata. Lo» asumo» familiares de Hcr/cn y Ogarev estaban los suficientemente
embrollados para que Bakunut escribiera tomo si no sólo t.i/a. sirvo ledas ta» hijas de
Herrén fueran nomirulmcnte de Ogarev.
1 O sea. Malw ida ven Mcysenburg. lista se habla encontrado con VV'agner en Parts en
1X60 y era desde entonces una ferviente devota tic é(. l o de -pomeranuru- parece haber
sido un resgo de invaginación de Bakunin
‘ En tonos azulados. (.Y de! T.i
>4*
t *>s c\il«t(h>\ it>m/¡nti(o\

nieguen bajo el pretexto (te que erei un exalté o un toco, o </«* que hus perdido el
pticlo. debes mostrarte el mis razonable de los seres. No Ies escribas una carta
inflamada de patriotismo, sino una carta bien razonada y con unas gotas de
escepticismo. Para ellos el escepticismo es buen sentido y fue en este huert Sentido
que murió nuestro querido Herrén.

Es posible que de haber leido la carta alguien con más espiritó critico
que Ogarev hubiese argüido que el «inconsciente e instintivo egoísmo»
no era monopolio de una de las partes.
La resolución de Tata se mostró irreductible y Alejandro apeló a
Natalia para que n o la dejara ir sola a Suiza. Hacia fines de febrero.
Natalia. Lata y Liza salieron juntas de Paris para G inebra y tomaron
habitaciones en una pequeña pensión no tejos de Ogarev. Alejandro
escribió a Natalia en términos de evidente alivio.

Te agradezco de todo corazón tu carta. Estaba más que alarmado por la


pobre Tata y me habiu inquietado mucho, pero confieso que su última carta me
ha tranquilizado. Ya no está enferma. Pero se la han llevado. Dice que está a
punto de conocer todo lo que se está haciendo y que si ve que no está de acuerdo
con sus métodos y objetivos, o no puede hacer mida, los dejará y regresará
conmigo. Todo lo que podemos hacer es hacerte constantemente presente el lado
desfavorable de la totalidad del asunto, y cuando se hava convencido lo dejará.
Pero tan pronto como Natalia y Tata se hablan aposentado en
Ginebra estalló un nuevo escándalo. Se estaba preparando una colección
de trabajos póstum os de Jlcr/cn para su publicación. J:n los últimos
años de su vida. Hcrzen había escrito una serie de Canas a un viejo
camarada. F.I -viejo cam arada» no era otro que Bakunin. y las cartas
constituían un vigoroso y razonado ataque a toda su política, a la cual
calificaba, nada impropiam ente, de -ciego cam inar en falso tras el
Desconocido Dios de l.i iX-sirucción». Bakunin \ Ncchacv de algún
modo se enteraron, en Locarno. de que el destino de estas cartas era el de
ser incluidas en el primer volumen de los trabajos póstum os; parecía
importante con vistas a sus intenciones respecto del -fo n d o Bakhmcticv»
y la herencia de Tata, que ellos pudieran ser considerados como
herederos espirituales de Hcrzen. y desde su ángulo de enfoque la
publicación de las cartas sería singularmente inoportuna. Y decidieron
prevenirse. Ante todo intentaron una persuasión pacifica a través de
Ogarev como intermediario, pero pronto se dieron cuenta de que era
necesario tom ar medidas más drásticas, y Ncchacv recordó el método
tan felizmente empleado con el editor ruso de Pos Kapiiat. Asi, pues, el 7
de marzo se rem itió una comunicación al joven Alejandro, avalada con
ct membrete -Oficina de Agentes Extranjeros de ta sociedad revolucío*
nana rusa l.a Justicia del Pueblo». en la que se requería a ia «familia de
Hcrzen- para que desistiera de la publicación de tales cartas, añadiendo
que si su aviso no era tenido en cuenta. l.a Justicia del Pueblo se vería
obligada a recurrir a medidas «menos delicadas». Pero la amenaza cayó

249
Ethrard II. C an

en el vacío. Ncchaev había juzgado mal a su hom bre, y a la única


reacción provocada por el ultimátum fue de indignación. Las Cartas a un
viejo camarada aparecieron a su debido tiempo y ningún miembro de la
familia ller/en sintió la mano vengativa de I m Justicia del Pueblo.
listos acontecimientos hicieron a Alejandro más ansioso de rescatar a
su herm ana de la fatídica influencia bajo la que habla caído, pero
entonces fue imposible sacarla de allí. A mediados de marzo. Bakunin
llegó a G inebra en persecución del «fondo Bakhmetiev» y. por primera
vez. introdujo a l a t a en casa de Nechacv. liste contaba,- con un
magnetismo natural para coronar el objeto de su ambición y en seguida
ejerció presión sobre ella para que pusiera servicios y fortuna a su
disposición. Bakunin y Ogavev. activo c insistente el prim ero, pasivo y
complaciente el segundo, se prestaron am bos a o te dcsagiudabic juego.
«Una mujer joven y bonita siempre puede ser útil», respondió Bakunin
cuando Tala preguntó cómo ella podría servir a la causa, y acabó
sugir iéndole que existen hombres ricos, jóvenes y viejos, a quienes se les
podía inclinar al interés de la revolución. Pocos meses más tarde, cuando
ya había roto con Nechacv, Bakunin escribió con respecto a aquél en
términos de raro candor:

Si lo presentáis a un amigo lo primero que luirá será sembrar la discordia, el


escándalo y la intriga entre vosotros y os hará pelear. Y si el amigo tiene esposa o
una hija, hará todo cuanto pueda para seducirla y hacerle un hijo, a fin de sacarla
así del poder de la moral convencional, c involucrarla, aun a pesar de ella, en
alguiui protesta revolucionaria contra la sociedad.

1.a acusación es realmente singular procediendo de un impugnador


(un resuelto d d orden social existente, y lo que es aún más, tratándose de
alguien que tres meses antes había hecho cuanto estuvo en su mano para
convenir a la hija de un viejo amigo en un instrumento de Nechacv.
No fue por falta de celo en Bakunin que l a t a Herzen escapó ilesa del
cepo que había ayudado a prepararle. Nechacv la empleó primeramente
en la tarea inocente y desprovista de aventura de escribir direcciones en
sobres, sugiriéndole que ello le serla úiil para luego falsificar cheques. De
todas formas, su intención inmediata era el proyecto de resucitar Im
Campana como órgano de propaganda de sus ideas, y para este
propósito le hacia falta el dinero de T ata y el nombre de lícrzen. Pero
Nechacv desconocía el freno y el tacto y carecía de experiencia en el trato
con jóvenes damas que habían recibido una esmerada educación y se
hallaban empapadas de convencionales nociones de moral y de
conducta. La chica, deslum brada y fascinada en el primer momento,
estaba asustada. Natalia Ogarcv, actuando por una vez con sentido, le
recordó la antipatía de su padre por Ncchaev; su herm anóse mostraba
francamente hostil a todo d asunto y. tras buena lucha. Tata le negó su
nombre para tu nueva publicación. Nechacv. enojado por la obstinación
de esta «señorita de tres al cuarto», tuvo que recurrir a Ogarcv. Y el
¡.os exiliado* románticos

primer número de la nueva ¿poca de I m Campana apareció el 2 de abril


de 1870. con el siguiente prefacio:

Hacia una nucía orientación de la Campana


Presento esta nueva aparición de La Campana con la firme convicción de que
b aceptaréis con toda devoción por b causa de la libertad rusa. Vosotros no
traicionaréis la bandera levantada por Herrén, bajo la cual todo hombre de
pensamiento libre puede expresar sus ideas y opiniones, sin perjuicio, natural*
mente, del principal propósito de la liberación de Rusia. Con esta convicción
nunca podremos hallar motivo alguno de desacuerdo, y permaneceré, hasta el
final de mi vida, vuestro devoto colaborador.
N. OOARt-.V
La reaparición de I m Campana fue un completo fracaso, y tras seis
números dejó de publicarse. Presumiblemente, su breve carrera fue
financiada por el -fo n d o Bakhmetiev».
Con la corta resurrección de Im Campana Ncchaev alcanzó la cumbre
del prestigio y del éxito, pero —si bien no se produjo ningún hecho
decisivo que señalara el com ten/u de su decadencia— a partir de este
punto, por alguna intangible razón, todo empezó a irle mal. Un ruso
llamado l.opatin. cuyas credenciales revolucionarias eran impecables,
llegó a Ginebra, tira el único hombre que había visto a Nechacv en
acción en Rusia y en Sui/a. c h i/o el mejor uso de sus conocimientos:
expuso a Tata Hcrz.cn y a todo cuantos quisieron escucharle la verdadera
historia de la muerte de Ivanov. Contó que las cicatrices de los dedos de
Ncchaev eran las huellas mortales de la victima, que en su agonía había
mordido al asesino hasta llegar al hueso \ Aseguró a sus oyentes que
Nechacv no había estado nunca encarcelado en Rusia y que su alegada
luga de la fortaleza de Pedro y Pablo, de la que tanto alardeaba, era una
invención suya tan sólo emparejada en audacia con la del Comité
Revolucionario Ruso y su vasta organización, que jam ás hablan existido
(ucra del creativo cerebro de Nechaev. No todos creyeron a Lopatin.
pero las dudas fueron minando el crédito de Nechaev. Por otra parte, la
diplomacia y el servicio secreto rusos se habían vuelto m ás activamente
interesados en su captura, e incluso las autoridades suizas se convencie­
ron de que Nechacv era un personaje peligroso. En m ayo, la Policía
detuvo equivocadamente a un emigré ruso llamado Serebrennikov, por
Ncchaev. y lo tuvo unos dias preso hasta que su identidad fue
establecida. Nechacv permaneció oculto en Ginebra o sus alrededores,
moviéndose rápidam ente de un lugar a otro sin dejar nunca dirección.
Una vez Ogarcv había enviado a Tata en misión secreta por cuenta de
Nechacv al pequeño pueblo montañés de Le Lóele, en el Jura. Otra vez

* F.t curioso consignar que en la novela de Do»to«cv*ky y / jm endemoniados, que


ugue estrechamente U hwtoria del asesinato de Ivanov por Nechaev. los dedos del
asesino son mordido» no por U victima, sino pot el »uKÍda*manUco Kinlov.
2$l
Edwartt //. Corr

Natalia y T ata tuvieron escondido a Nechaev unas semanas en su casa.


Pero el hechizo se había roto y tas dos no hicieron ningún secreto de su
impaciencia para sacudirse tan engorroso huésped.
El final llegó en una violenta disputa con Bakunin. Es singular que
ninguna de nuestras abundantes fuentes acerca del asunto Nechaev no dé
ninguna explicación coherente de la ruptura; el campo se halla, por lo
tanto, abierto a las reconstrucciones especulativas, l o s biógrafos amigos
de Bakunin dicen que éste no podía tolerar por más tiempo la singular
impermeabilidad de Nechaev respecto a las consideraciones morales,
pero observadores más despegados recuerdan el proverbio sobre
querellas entre ladrones. Probablemente la explicación de la querella es
de orden crematístico y psicológico. Ya en febrero Bakunin debió, según
sus propias palabras, «superar una falsa vergüenza-, y presentó a
Nechaev las «condiciones en que ¿I podría entregarse totalmente a la
causa-. Incluso dio cifras, cifras que, marginalmcnte. arrojan una
interesante tu/ sobre el coste de la vida en Suiza en aquella ¿poca: ISO
francos al mes si permanecía el Locarno y 250 si tenía que ir a Ginebra.
Pero Nechaev ya no era, en la prim avera de 1870, el desamparado
vagabundo que hiciera aparición en S ui/a un año antes. Encaramado en
los hom bros de Bakunin había alcanzado una posición de algún relieve
en los circutos revolucionarios y, gracias al «fondo Bakhmetiev». de
independencia material. En resumen: ya no necesitaba a Bakunin. Se
había dado cuenta de su vanidad de veterano y de su impotencia ante las
cosas prácticas, y vio que ya no podía esperar ni temer nada de ¿I.
Ciertamente su ayuda no merecía pago alguno, y la gratitud no era una
cualidad reconocida por Nechaev. Bakunin no fue invitado a participar
en Ui reaparición de I.a (\impana. y cuando éste escribió una carta
criticando su ambigüedad program ática, se publicó una réplica editorial
que se refería a «hombres de escaso am or propio que permanecen
alejados de todo trabajo activo so pretexto de no estar de acuerdo con
este o el otro punto de detalle-. A Bakunin le afectó amargamente el
despreciativo olvido del joven; su orgullo tuvo que pagar caro su anterior
entusiasmo. Poseía en verdad una naturaleza imperiosa y raramente le
preocupaban los escrúpulos, pero habia sido superado en esta lucha por
el imperioso y nada escrupuloso «Boy-.
El 14 de junio Bakunin escribió a Ogarcv, desde Locarno, que parecía
inevitable una ruptura con «Boy», ruptura que tuvo lugar cuando, al mes
siguiente, se presentó en Ginebra. Nechaev. que todavía se sostenía entre
los papeles de osudo fanático y de aventurero pirata, se dio cuenta de que
el juego habia terminado. No se preocupó. Habia exprimido a estos
bobos rusos hasta dejarlos secos. S ui/a se había vuelto demasiado
peligrosa para él y decidió llevar sus actividades a la más amplia arena de
Londres. Llevóse consigo un m ontón de documentos comprometedores
pertenecientes a Bakunin. Ogarev y otros, robados —o por lo menos así
lo decía Bakunin— para hacerles un chantaje a sus propietarios en
cuanto so presentara una ocasión favorable. Bakunin empicó los día*
2S2
J o\ < ininihiin >>\

siguientes escribiendo cartas de prevención a sus congéneres políticos de


varios países acerca del «Boy», a quien ames les había encomendado
como la niña de sus ojos.
La historia de Nechaev puede ahora ser rápidamente concluida. En
Londres fundó un nuevo periódico ruso. La Comuna, que sólo tuvo dos
números de vida, en el prim ero de los cuales figuraba un ataque a Herzen
y una carta abierta de Ogarcv y Bakunin en la que osadam ente les
reclamaba «el saldo del fondo Bakhmetiev». La suma en cuestión se
elevaba a 1.410 francos con 50 céntimos que, aparentem ente, representa­
ban los intereses pendientes en el momento en que el «fondo» fue partido
y que hubian quedado en manos de Ogarcv; pero com o este habia
«prestado» parte a Bakunin. era de presumir que n o estuvieran
disponibles. No ha quedado rastro de la estancia de Nechaev en Londres.
Dos años más tarde fue lo bastante temerario para volver a Suiza y se
estableció en Zurich con nombre y pasaporte falsos. Sin embargo, su
presencia fue denunciada por un polaco llamado Adolfo Stempkowky.
un pintor de rótulos que tras haber actuado como patriota en la
insurrección de 1863 se había convertido en agente secreto ruso. El
Gobierno de Rusia consiguió convencer al G obierno federal que el
attfsmato de Ivanov no era un crimen político, sino un delito común, y
las autoridades suizas, en ve/ de am parar a Nechaev com o refugiado
político, decidieron su extradicción como criminal. Bakunin cuenta que
habiendo tenido noticia del peligro que corría Nechaev y n o guardándole
rencor por el pasado, m andó un mensajero a Zurich para prevenirle.
Nechaev- se encogió de hombros, comentó que los bakuninistas trataban
de echarlo de Zurich y permaneció en su disparatado paraíso hasta que
unos dias después la Policia lo detuvo. Esta más que dudosa anécdota
permite a Bakunin cerrar el patético capitulo de sus relaciones con
Nechaev con una especie de victoria moral.
Nechaev sostuvo en el juicio una inquebrantable actitud de desafio.
Protestó, vocifció cuntía el tuxho de sci tonsidciudu com o un ciiininal
común y no como un reo político, y fue retirado de ia sala dando grandes
voces. La sentencia fue de veinte años de cárcel, que norma Imemc debían
cumplirse en un penal de Sibcria, pero las autoridades prefirieron
mantener a este peligroso joven más al alcance de sus ojos y lo
encerraron en la fortalc/a de Pedro y Pablo. Existe la leyenda de que
consiguió comunicar, gracias a un centinela complaciente, con sus
amigos de fuera de la prisión, y cuando éstos le preguntaron si debían
concentrar sus esfuerzos en libertarle a él o en asesinar al zar.
enfáticamente les conjuró a ignorar su destino y a trab ajar día y noche
para la muerte det opresor. Fracasó en la intentona, que él mismo
jactanciosamente se había atribuido, de escapar de aquellos torvos
muros, pero tuvo la satisfacción de enterarse, en el año noveno de su
cautividad, de que se había llevado a cabo con éxito el asesinato de
Alejandro II. Poco después moría de escorbuto, a los treinta y cinco años
de edad.
%

*
\
C a p ítu l o XV

EL A I-TA IR E P O S T N IK O V . O EL E T E R N O ESPIA

Al final de la sexta dicada del pasado siglo, el m ás importante y


eficaz agente de la sección extranjera de la Policía secreta rusa era un tal
Karl Arved Román, de origen letón y de cuna relativamente humilde.
Escogió la carrera m ilitar, y sus distinguidos servicios en la guerra de
Crimea le valieron rápidos ascensos, hasta alcanzar el grado de coronel.
Pero además de sus proezas militares ostentaba tam bién otras cuali*
dades: al comienzo de la indicada década fue adscrito a la famosa
Tercera División de la Cancillería Imperial, cuartel general de la Policía
secreta. En 1869, cuando había cumplido los cuarenta años, obtuvo un
■etilo y se fue al extranjero «por razones de salud». Escogió Suiza como
lugar de residencia, donde siguió prestando sus valiosos servicios a las
órdenes de la Tercera División.
Su primer éxito ere el extranjero fue una de aquellas sencillas jugadas
que llevan la marca del genio. Había transcurrido un año desde la muerte
del principe Dolgorukov en Berna y la guarda de sus papeles en las
«seguras manos» de Tchorzewski. que Herzcn había anunciado triun-
l'almcnte en La Campana, causó tas correspondientes aprensiones en
Pctcrsburgo. Dolgorukov había alardeado mucho de las revelaciones
que algún día podría hacer y nadie sabia qué secretos dañinos podían
encerrar estos famosos papeles. Durante meses nada se oyó acerca de
ellos. Tchorzewski carecía de la energía y de los fondos necesarios para
su publicación. Nada había hecho que justificara la confianza depositada
en él por el m oribundo príncipe Dolgorukov cuando, com o llovido del
ciclo, apareció en escena un coronel retirado ruso llam ado Postnikov,
que simpatizaba claram ente con los revolucionarios y que estaba
E<t*ard ff. C an

dispuesto no sólo a emprender la publicación de los papeles de


Dotgorukov, sino a pagar incluso una bien redondeada suma de dinero
por d privilegio. I.a suma se acordó en 7.000 rublos. Tchorzewski picó el
anzuelo, y, con la plena autorización de Hcrz.en y Ogarcv, entregó los
documentos. El dinero con que se pagaron procedía de los cofres de la
Tercera División y el coronel retirado no era otro que Karl Arved
Rom án. Los comprometedores papeles pronto fueron guardados en
lugar seguro en Petersburgo.
El victorioso coup se llevó a cabo en octubre de 1869, cuando aún no
hacía dos meses que Román había llegado a Suiza. Pronto se vio
ocupado en otro trabajo. En el invierno de 1869-70 recibió instrucciones
para descubrir, sin alarm ar al objeto de la investigación, el paradero de
la conocida princesa Obolensky. Zoé Obolensky merece ocupar un lugar
propio en toda recensión de los amiconvencionalcs aristócratas rusos del
siglo XIX. Era una hija de la antigua familia rusa Sum arokov y casó
dentro de la escasamente menos antigua familia rusa Obolensky. Su
m arido, el principe Obolensky. era un fiel servidor del zar y ocupó, sin
descrédito alguno, el cargo de gobernador civil de Moscú, pero pasado
algún tiempo la conducta de la princesa había provocado desfavorables
comentarios. No luicía mucho que exhibía una m arcada repugnancia
para la sociedad de su m arido, y prefería vivir, con sus hijos, casi
continuamente en el extranjero. Estas desavenencias domésticas no eran
lo suficientemente raras para justificar un escándalo de primera
m agnitud, pero en la conducta de Zoé había un aire de convicción y
desafio que la distinguía de la categoría ordinaria de esposas errantes. Y
la rareza no se limitaba a las acciones. En la aristocracia rusa, una
conducta impropia constituía, antes que nada, una falta de tacto: pero
profesar ideas impropias era un crimen imperdonable. Y las ideas de la
princesa Obolensky. aunque vagas, eran decidida y ostentosamente de
carácter radical.
El escándalo se Iti/o noioiio pui el afio 1865. cuando la princesa y sus
hijos, residían en Italia. Alquiló un palacio en Nápoles, y su personal
doméstico consistía en un pequeño ejército de ayos, gobernantas y
sirvientes, más un médico privado que t rajo consigo de Rusia, La ciudad
de Nápoles habia sido largamente famosa por su destreza y su
persistencia en mantener subterráneas intrigas revolucionarias. Hacia
cinco años que üaribaldi y los mil habian llevado a cabo la «liberación»
de Nápoles y la habian incorporado al recién nacido reino de Italia, pero
no se permitió que estos acontecimientos interfirieran en la venerable
tradición del descontento político. Los impetuosos libertadores habian
prom etido el advenimiento de una edad de oro. pero ios napolitanos no
tarduron en descubrir que la cotidiana aleación aún contenía una
generosa mezcla del más bajo metal, e incluso se oyeron voces
nim orcando que el rey Víctor Manuel, reinante en Turin o en Florencia,
no era mejo. que una reencarnación del propio Rey Bomba, de bendita
memoria, cuyo vacilante trono habia sobrevivido tan difícilmente a la
256
l.o i exiliados románticos

revolución de 1848. Alrededor de este núcleo local de conspiradores en


potencia se reunía una abigarrada formación de revolucionarios
nacionales e internacionales, para todos los cuales la princesa Obo­
lensky, con la franca hospitalidad de los aristócratas rusos, tenía abierta
su casa, lin el verano, cuando la vida se hizo imposible en la ciudad,
alquiló la mitad del más amplio hotel de la isla de Ischia, donde siguió
atendiendo a sus huéspedes con igual prodigalidad, entre las frescas
brisas del Mediterráneo. La princesa era de las q u e no hallaban
incompatibilidad alguna entre una vida lujosa y las ideas democráticas.
Hntrc los discípulos de la revolución que se solazaban al sol inmersos
en la lujosa hospitalidad de Zoé Obolensky había dos eslavos: Bakunin.
que se habla instalado en Nápoles con su esposa, y un polaco llamado
Mrockowski. Bakunin habia emprendido en Nápoles la larra rlr montar
una Hermandad Internacional Revolucionaria; su política suplía en
énfasis su carencia de precisión, y la organización era m ás vaga aún que
la política, til núcleo de la Hermandad lo constituían un puñado de
periodistas y abogados italianos, y su carácter internacional parece que
se reducía a la presencia, de Bakunin, hasta que. por un feliz acontecer, se
alistó entre sus m iembros la princesa Obolensky. Ello implicaba mutuas
ventajas: la princesa gozaba de la sensación de ser una auténtica
conspiradora y Bakunin gozaba de la más grande profusión de
comodidades jam ás conocidas en sus anteriores veinticinco años de
vagabundeo desde que salió de Rusia.
Pero, a la larga. Mrockowsky tuvo más para ofrecer a la princesa de
lo que podía ofrecerle Bakunin. Ura costumbre en la ortodoxia moral y
política del siglo XIX actuar jum os; la princesa se hubiera considerado
inconsecuente si no se hubiese embarcado con ambos a la vez, si bien el
emprendedor y diestro polaco supo llegar lan lejos en su favor que se
convirtió en su am ante. Zoé, en su espíritu de reto que tan to agravó sus
ofensas a tos ojos d e la familia, no intentó siquiera ocultar el hecho.
Miuckowsky ingresó también en la Hermandad Internacional; incluso
existe constancia de un viaje emprendido por él a Francia y Bélgica para
captar nuevos adeptos a la causa.
Ll idilio napolitano duró un par de años, y en 1867 la princesa
Obolensky y su am ante m archaron a Suiza, donde tom aron una casa en
los alrededores de Vcvey. Por una extraña coincidencia, o porque no
deseaba perder de visia a tan magnánima protectora. Bakunin abandonó
Italia aproxim adam ente al mismo tiempo y se instaló en G inebra al otro
extremo del lago. Pero tanto las rentas de la princesa como su
entusiasmo por Bakunin se hallaban en descenso y, desde el mismo
momento de su llegada a Suiza. Bakunin reanudó la vida de penuria y
ocasionales beneficios, característica de sus últimos años. Parece incluso
que ios amantes se recluyeron en una oscura existencia, que contrastaba
inesperadamente con la ostentosa grandeur de Nápoles. Poco se oyó
hablar de ellos durante dos años, hasta que. hacia fines de 1869, Román
recibió órdenes de investigar el paradero de la princesa, que había
257

i
Eáward //. Can

culpablemente negligido informar de su residencia a su marido o al


cónsul ruso correspondiente.
Pronto se reveló el motivo de estas instrucciones. El príncipe
Obolensky, incitado por su cuñado et conde Sumarokov, había
m ostrado un súbito interés por el d cstin o d esu s hijos, expuestos durante
cinco años al contagio de las opiniones y <1 modo de vida de su madre.
Los do s nobles solicitaron la ayuda del Gobierno de Rusia para la
recuperación de los niños, y el G obierno de Rusia la solicitó, a su ve/, al
G obierno federal suizo. Román no halló dificultad alguna para localizar
a la princesa y su poco convencional familia. A comienzos de 1870 el
príncipe Obolensky se trasladó a Suiza para recuperar a sus retoños. Un
m iembro de) G obierno federal suizo aguardaba al príncipe en la estación
del ferrocarril; acompañados de una patrulla de guardias, se personaron
en la villa de la confiada princesa. Parece que Mrockwsky no se hallaba
presente; en iodo caso no tom ó parte en la escena. Los guardias
apartaron a la princesa, que no dejaba (le chillar, y el secuestro de los
hijos fue llevado a cabo sin tropic/os. Zoc nunca volvió a verlos, lilla y
su am ante marcharon a Mentón, donde, habiéndose secado las fuentes
de recursos de ia princesa. Mrockowsky se ganó la vida como fotógrafo.
La misión de Román había sido coronada nuevamente por el éxito.
Bakunin. que temia que Nechaev podía participar del destino de los hijos
de Obolensky, dirigió una furibunda acusación contra las autoridades
suizas bajo el título ¿os osos tic Berna » el oso de San Petershurgo.
U na obra más importante se esperaba, sin embargo, de fiel y eficaz
agente de la Tercera División. El asesinato de Ivanov y la huida de
Ncchaev a Suiza habían despertado a la Policía de la singular
indiferencia con que había contem plado las precoces aventuras de aquel
joven, y fue confiada a Román la tarea de descubrir el paradero de
Ncchaev. Este fue un asunto del todo distinto al de la oculta princesa
Obolensky. Nechaev, al revés de la princesa, suponía que sería
perseguido y estaba en guardia. Román sólo vio una esperanza de llevar
a cabo tan im portantecaptura: introducirse en la confianza de quienes se
podía esperar que conocían los secretos de Ncchaev. El círculo de
Herzen. Ogarev y Tchor/cwski constituía un pum o «le punida adecuado;
desde el momento que habia penetrado en ¿1 como el coronel retirado
Postnikov, editor en perspectiva de documentos de Dolgorukov, debía
mantenerse a toda costa en su papel y era, por lo tam o, necesario que
m ostrara pruebas de que el asunto de la edición iba adelante. Propuso,
pues, a sus jefes de Pctcrsburgo que se publicaran, en efecto, los papeles
de Dolgorukov, suprimiéndose los pasajes que pudieran ser desagra­
dables para las autoridades. No era necesario, precisó, especial apresu­
ramiento; Tchor/ewski había ya perdido un año entero. Tan pronto
com o fuera publicado el trabajo podría, si fuese necesario, comprarse
directamente ai impresor la totalidad de la edición, asegurándose asi que
no se pondría ningún ejemplar en circulación. Pero tenían que publicarse
y, sobre todo, él debía tener en su poder los originales, que deberían
L o s exiliados románticos

devolverte desde Petersburgo, a fin de que Ogarev y Tchorzewski


(H cr/cn acababa de morir en París) pudiesen ver de vez en cuando que
seguían en sus m anos, ya que de otra forma podrían despertárseles
sospechas. 1.a publicación costaría a la Tercera División 4.000 francos,
más otros 3.000 para sus gastos personales durante seis meses. l,a suma
era considerable, pero este cebo ofrecía una oportunidad de rastrear las
huellas de Nechaev hasta su secreto cubil.
1.a Tercera División, cuya organización era todavía primitiva,
contaba con pocos agentes del calibre de Román y. sobre todo, no tenía
idea de cómo encontrar a Nechaev. 1*1 plan de*Rom an los dejó
sorprendidos, pero, al final, a regañadientes, pero adm irando su empresa
y su ingenio, consintieron. Román, que con el nom bre de Postnikov
circulaba entre París. Bruselas v Ginebra, recibió de nuevo los papeles de
Dolgorukov o. por lo menos, los que las autoridades no consideraron
demasiado impropios para imprimir, discutió cuidadosamente con
rchorzcwski y Ciernecki el orden y la forma de su publicación y confió la
traducción del ruso al francés a un viejo emigré que había edmbatido a
las órdenes de Garíbaldi.
Habiéndose asi «cubierto» impecablemente. Rom an-Postnikov pú­
sose al trabajo de sacar a sus amigos algún indicio del paradero de
Ncchaev. Hizo coger a Tchorzewski una solemne borrachera a expensas
del erario ruso, y habiéndote conducido a casa en estado de semiincons-
cicncia, tuvo la oportunidad de registrar su piso, pero ni sus papeles ni su
conversación revelaron el precioso secreto, por lo que sacó la conclusión,
bastante correctamente, que no lo conocia. Durante los primeros meses
de 1870 se hi/o íntim o amigo de Ogarev, al que p ronto designó con el
afectuoso diminutivo usado por sus intimos. Aga. a quien en sus
últimos informes describe como un hombre -que ha bebido hasta
olvidar» y del cual n o se podía obtener ninguna información coherente.
Viose con Natalia Ogarev, a la que llama -M údam e H crzcn-, pero no
pudo obtener de ella otra cosa que un retrato de su -últim o marido».
Román era hábil, pero Nechaev había tomando sus precauciones:
raramente permanecíu largo tiempo en un sitio y nunca comunicaba su
residencia ni aun a los mejores amigos.
Estos resultados negativos produjeron una triste decepción tanto a
Román como a sus superiores. Estos eran exigentes y recelosos, y Román
se vio ante la perspectiva de que su misión, y aun su carrera, terminaran
en la desgracia. Pero en este momento critico se abrió u n nuevo camino
ante él. A medidado-s de abril de 1870 fue presentado a Bakunin, que
había llegado a G inebra procedente de Locarno. Pocas semanas antes
Román había unido, en uno de sus informes, a Ogarev y Bakunin
definiéndoles como «hombres cuya carrera había term inado-, y había
dado, recibida de segunda mano, la siguiente descripción de este último
personaje:

A Bakunin no le queda mucho tiempo de vida. Se halla en avanzado estado


Edv- ord N. Carr

de hidropesía. que ya le ha llegado al cerebro. Se ha convertido, dicen, en una


bestia salvaje a consecuencia (por encima de toda otra cosa) de su ingobernable
temperamento y su incapacidad para satisfacer sus apetitos sexuales.

Tras la entrevista nunca más se oyó hablar a Román del decaimiento


físico y mental de Bakunin. El agente estaba demasiado ansioso de
justificarse a los ojos de sus jefes insistiendo en ct valor de su nuevo
amigo. No hay duda que en aquel m omento Bakunin se hallaba en
estrecha relación con Ncchaev. y circulaban incluso rumores de que éste
vivía con ¿I en Ginebra en la misma casa. Román se apresuró a
com probar estos rumores visitando a Bakunin el mismo día de haberse
efectuado la presentación. Lo encontró en una pensión de tas afueras de
la ciudad. Alargó bastante la visita a fin de convencerse de que Ncchaev
no vivía allí y de que Bakunin no lo esperaba en un futuro próximo. El
más hábil espía difícilmente podía esperar descubrir algo más en una
prim era visita. Desafortunadamente, antes de que Román tuviera tiempo
de estrechar más las relaciones, Bakunin regresó a l.ocarno.
Rom án tenía un poderoso motivo para exagerar la importancia de
Bakunin en sus informes a Pctcrsburgo, puesto que 1c proporcionaba
una justificación para continuar en su cargo; pero no hay duda que.
como tantos otros, también ¿I habia caído bajo el hechizo del hirsuto y
desdentado veterano. Bakunin fue, claram ente, la personalidad más
impresionante de los revolucionarios rusos en Sui/a. No era tan sólo la
fuente de información más probable sobre Ncchaev. sino que desde el
punto de vista de un agente del G obierno ruso merecía por sí mismo la
más estrecha observación. Román argum entó en este sentido a su
G obierno con toda la elocuencia y el ingenio de que fue capaz.
Pero la impresión no habia sido exclusivamente unilateral: Bakunin
no olvidó las maneras amables y el ingenuo entusiasmo de su visitante;
cuando volvió a Ginebra de nuevo, en junio, apresuróse a visitar a su vez
al «gallardo coronel-. Era el momento de la pelea con Nechuev; con la
defección de ¿sic, Bakunin habia perdido su único contacto directo con
la tierra natal y Postnikov parecía admirablemente calificado para llenar
el vacio. Aunque ardiente revolucionario —explicaba— todavía no se
habla com prom etido en el país y podía entrar y salir libremente de Rusta.
Parccia llovido del ciclo- Bakunin le dijo que 61 y Ogarev deseaban hacer
salir u n nuevo periódico que ocupara cJ Jugar de Compaña, y todo
cuanto les hacia falta era alguien que pudiera ir a Rusia y regresar con
noticias fidedignas de los hechos revolucionarios de allá. El coronel
retirado Postnikov era el hombre más adecuado para esta misión, y
cuanto más vaciló, tanto más insistieron Bakunin y Ogarev. La amigable
discusión produjo una intimidad más estrecha, y transcurrida una
semana Bakunin comunicó algunos secretos a su nuevo aliado. Si no
descubrió el escondrijo de Ncchaev fue ta n sólo porque lo desconocía.
Pero Postnikov vacilaba todavía ante el propuesto viaje a Rusia, y nada
habia decidido aún cuando Bakunin regresó a Locamo, a fin de mes.

260
¡x>s exiliado* románticos

La causa de estas vacilaciones era sencilla. Postnikov estaba


dispuesto, pero Rom án tuvo que telegrafiar a Petcrsburgo para permiso
y fondos. I£ra, y en este punto no se equivocó, una excelente oportunidad
para informar vcrbalmentc a sus superiores y obtener nuevas instruc­
ciones. Al fin recibió la necesaria autorización, y Ogarev telegrafió a
Bakunin en Locarno la agradable noticia de que Postni kov emprendía el
vieje. Antes de irse. Postnikov comió con su querido am igo Ogarev para
conmem orar el cumpleaños del último y le obsequió —de nuevo, sin
duda, a expensas del erario ruso— con una pipa.
Además de la recogida de información. Bakunin confió otra misión
delicada al agente de la Tercera División. Bakunin habia abandonado
Rusia treinta años atrás, en 1840, y sólo la había vuelto a visitar como
preso. Su padre y su madre habían fallecido hacía largo tiempo, pero ¿I
no habia recibido nunca su parte (o lo que consideraba su parte) de los
bienes de la familia : las can as m andadas a su herm anos y herm anas o
habían sido ignoradas —quizás nunca llegaron a su destino— o habían
merecido tan sólo puras evasivas, Bakunin no sólo cargó a Román con
otra carta más. sino que le suplicó que visitara su vieja casa, en
Prcmukhino, en la provincia de Tver, e hiciera ün llamam iento personal
a la familia, m ostrándoles como testigo fehaciente las estrecheces en que
su infortunado herm ano estaba obligado a vivir. Rom án cumplió
fielmente estas misiones. Entregó personalmente la enría (después de
haber depositado una copia en los archivos de la Tercera División) en
Prcmukhino y regresó con setenta rublos para Bakunin. La pcqucñezde
la suma sugiere m ás un acto de candad que el reconocimiento de una
reclamación. Román, a su regreso a Ginebra, puso el dinero en manos de
Ogarev para que fuera transferido a Bakunin. y, hombre m etódico.pidió
un recibo, que fue enviado con su siguiente informe a tas autoridades de
Pctcrsburgo.
Román regresó a Ginebra en los primeros días de septiembre en
medio de la excitación ptovocada por ia débácle de Sedán, la
proclamación de la Tercera República Francesa y la inminente ocupa­
ción de París por los prusianos. Los alarmantes sucesos de las pasadas
semanas habían resonado hasta en la pacífica Locarno. El estallido de la
guerra entre los Gobiernos de Francia y Prusia pareció, a quienes eran
enemigos declarados de todos los Gobiernos, una ocasión llovida del
cielo; Bakunin dirigió ávidamente la mirada a su alrededor en busca de
señales de una incipiente revolución y escribió un folleto altamente
inflamado en forma de unas imaginarias Cartas a unfrancés. Su objetivo,
según contó a su amigo Ogarev. era probar que «si de la presente guerra
no se originaba en Francia la revolución, el socialismo moriría por
muchos años en toda Europa».
Bakunin no pretendía mantener, entre los poderes en lucha, la
imparcialidad que sus principios parecían exigir. Por las venas de todos
los eslavos fluía el odio a todo lo teutón, y Bakunin. además de poseer
esta herencia com ún, habia sido iniciado en las enseñanzas de los
Edwartt U. Corr
eslavófilos, que creian que Pedro el G erm ano habla sido la fuente de
todo lo malo de la Rusia m oderna. Sus sentimientos para con Francia
era de o tro matiz, pero no menos altam ente coloreados. La Revolución
francesa, más allá de toda disputa, había dado nacimiento al socialismo
m oderno, y las únicas teorías socialistas que Bakunin conocía se hablan
elaborado en Francia. Francia fue la pionera y la campeona de la nueva
ilustración, y si bien gozaba con (a caída de Napoleón íll . estaba
indefiniblemente horrorizado ante la perspectiva de ver Francia invadida
por las tropas prusianas y el pueblo francés sometido al odiado yugo
teutón. Clamó ruidosamente por un alzam iento popular, que debería no
sólo rechazar al invasor, sino iluminar la revolución en toda Europa.
Era en Lyon donde Bakunin tenía especialmente fija la mirada. Lyon
era unn de las principales ciudades industriales de Francia. la más
cercana a la frontera sui/a y. sobre todo, allí residía un activo grupo de
sus amigos y discípulos políticos, el más im portante de los cuales era un
tai Albert Richard. Id momento era crítico. La opinión pública de Lyon
dudaba, no entre imperio y república (después de Sedán, Napoleón
apenas contaba con ningún amigo en Francia), sino entre la república de
G am betta y una nueva revolución. Los amigos de Bakunin i/aron la
bandera roja y llamaron a su jefe a escena. El veterano decidió «llevar
mis viejos huesos a Lyon y jugar allí, quizá, mi último papel».
Por ello, cuando el 9 de septiembre Postnikov salió de Ginebra hacia
Locam o para informarle personalmente de su visita a Rusia. Bakunin ya
se hallaba en camino de Locarno a G inebra y Lyon: y asi sucedió que
tuvieron un teatral encuentro en las calles de Lucerna cuando Postnikov
estábil aguardando la diligencia (todavía no se había perforado el San
G otardo y no existía ferrocarril para la Suiza italiana) en ta que llegó
Bakunin. Este, soltando rápidamente el portam antas, se echó en brazos
de Postnikov y le besó tres veces en la mejilla. En este extraño escenario
recibió, de un agente del servicio secreto ruso, (os primeros saludos de
sus herm anos tras muchos años de silencio. Postnikov no tenía otia cosa
que hacer que volver sobre sus pasos, por ko que acom pañó a Bakunin en
su viaje hasta Berna. Los fondos de la Tercera División le permitieron
lomar billete de primera clase, mientras su menos opulento compañero
viajaba en segunda; y quizá fuera esta diferencia lo que inspiró a
Bakunin la idea de aprovechar la ocasión para obtener un préstamo. Le
pidió 250 rublos. En un rasgo de candor añadió que no podía
«honradamente» prometerle la devolución del dinero en un plazo
definido, pero que lo haría a la primera oportunidad. Postnikov se
abstuvo. No estaba seguro de que fuese ésta una clase de gasto que la
Tercera División aceptara en sus cuentas. Pero Bakunin. mientras
paseaban por el andén de la estación antes de ocupar sus respectivos
compartimentos, insistió, y no tuvo m ás remedio que acceder. Sin
embargo, Postnikov no llevaba encima tan gran cantidad de dinero y le
prom etió que en cuanto llegara a G inebra lo entregaría a Ogarcv para
que se lo remitiera.
262
Í . o í exiliados románticos

Los dos viajeros se separaron en Berna. Román regresó a su cuartel


general de G inebra y Bakunin siguió a Neuchátel para ponerse de
acuerdo con su am igo Guillaumc, el impresor, respecto a la publicación
de las Cartas a un amigo francés. Unos dias más tarde, en vísperas de la
salida de Bakunin hacia Lyon. se encontraron de nuevo en Ginebra, y
Bakunin pidió al «gallardo coronel» que lo acom pasara. En el
transcurso de la conversación dejó caer la excitante noticia de que
Nechacv estaba en Lyon. Román se apresuró a inform ar a Petersburgo y
pidió autorización para proseguir la caza en suelo francés. Bakunin dejó
Ginebra en la tarde del 14 de setiembre con dos cam aradas, uno ruso y
otro polaco, y llegó a Lyon al día siguiente.
En Lyon la confusión era completa. A la caída de Napoleón III se
proclamó una república y en el Ayuntamiento se instaló un Comité de
Salvación Pública. Este titulo altisonante respiraba el espíritu revolu­
cionario tradicional. Sus objetivos políticos eran imprecisos y no
quedaba claro, ni m ucho menos, qué era lo que trataba de «salvar».
Unos hablaban de salvar la revolución, otros pedían que se llevara a
cabo una «unión sagrada» de todos (os partidos para salv ara Francia de
Bismarck. El primer acto del comité fue mandar tres delegados, uno de los
cuales era Albert Richard, a París, para negociar con el nuevo Gobierno
republicano de G am bclta. cuyas relaciones con él eran totalmente
indefinidas. Finalmente, el mismo día de la llegada de Bakunin a Lyon se
efectuaron elecciones municipales y el prem aturo y algo ridículo Comité
de Salvación Pública abdicó en favor del nuevo Concejo Municipal.
Bakanin, gigante entre pigmeos, pronto se adueñó de la situación, y
su primera «dea fue constituir, como de costum bre, un comité
revolucionario; en ausencia de Richard echó mano de u n sastre llamado
Palix. y el piso de Palix se transform ó en improvisado cuartel general de
una organización revolucionaria que se denominaba a sí misma, con
singular impropiedad. Comité para la Salvación de Francia. Bakunin se
hallaba ahora de nuevo en su elemento; por prim era vez, desde los
gloriosos dias de 1&48. saboreaba el gozo embriagador de la revolución.

Me da vueltas la cabc/a [escribió a Ogarev) Hay mucho que hacer. No existe


«xlavi a una revolución real, pero existirá. Todo está preparado y a punto para
una revolución real. O todo o nada, t-spero un próximo triunfo.
Organizó mítines de trabajadores y su fácil elocuencia obtuvo en
todas partes brillante éxito. Se acordaron resoluciones pidiendo la
destitución de la oficialidad y su sustitución en el m ando por gente
elegida por el pueblo, la liberación de los soldados encarcelados por
motivos políticos, la imposición de contribuciones a los ricos y la
publicación de una lista de «espías y provocatcurs». Por el momento
Bakunin era el hombre más popular de Lyon. «En el prim er dia de una
revolución», había dicho de él alguien, en París, en 1848. «es un perfecto
tesoro; en el segundo día habría que matarlo».
F.dward H. Carr

Alentada por su éxito inicial, la Federación de Comités para la


Salvación de Francia (el único comité existente ya se habla multiplicado
en la imaginación de Bakunin) lanzó una proclam a que se fijó por las
calles de Lyon el 26 de septiembre. Esta proclama ostentaba una
veintena de firmas, entre ellas las de Bakunin. Palix y Richard, pero su
estilo delataba claramente la m ano del prim ero. He aquí el texto de este
caracieristico documento:

REPUBLICA FRANCESA
FEDERACION REVOLUCIONARIA DE COMUNAS

La desastrosa situación det país, la impotencia de las autoridades y la


indiferencia (le las clases privilegiadas ha puesto a la nación francesa al borde del
abismo.
Si el pueblo organizado para la revolución no actúa rápidamente, el futuro
esté perdido, la Revolución está perdida, todo está perdido. Inspirados por (a
inmensidad del peligro y considerando que la desesperada acción del pueblo no
debe ser demorada un momento más. los delegados de la Federación de Comités
para la Salvación de Francia, en la sesión del Comité Central, han acordado
proponer la adopción inmediata de las siguientes resoluciones:
1. ' Habiéndose mostrado impotente la máquina administrativa y guber­
namental del listado, es abolida. 1*1 pueblo francés asume la total posesión de su
destino.
2. a Se suprimen lodos ios tribunales criminales y civiles y se substituyen por
la justicia del pueblo.
3. a Se suprime el pago de impuestos y deudas hipotecarias. Ix)s impuestos
serán sustituidos por las contribuciones de los comunitarios federados extraídas
de las clases ricas en proporción a las necesidades de la seguridad de Francia.
4. a Habiendo dejado de exisiir, el Estado no intervendrá en el pago de las
deudas privadas.
5. a Se suprimen todas las organizaciones municipales existentes y se
sustituyen en todas las comunas federadas por Comités de Salvación de Francia,
los cuales ejercerán todos los poderes bajo la inmediata vigilancia del pueblo.
ó.1 Los Comités áe las capitales de Departamento envía ránidos delegados a
la Convención Revolucionaria para la Salvación de Francia.
7.a Esta Convención se reunirá inmediatamente en el Ayuntamiento de
Lyon, dado que se trata de la segunda ciudad de Francia y la mejor situación
para proceder enérgicamente a la defensa del país. Esta Convención, apoyada
por la totalidad de! pueblo, salvará a Francia.
1¡|A LAS ARMAS'!!

Según la constancia que de estos acontecimientos dejó Richard, tos


miembros franceses del Comité para la Salvación de Francia no
participaban de la confianza ni el optim ism o de su colega y líder ruso.
Secretamente no estaban persuadidos de la eficacia de los métodos de
Bakunin para salvar a Francia, y eran a ú n más escépticos acerca de la
1 1 >\ » \iluiih>\ mnitiiUu t>s

popularidad de esios m étodos entre el proletariado trances. Su tempes*


tuosa energía los arrastró a firmar la proclama, pero sólo se vieron
forzados al desatinado intento de traducir este program a en acción por
circunstancias imprevistas cuando ya habían ido dem asiado lejos para
retroceder, El difunto Comité de Salvación Pública había nacionalizado,
en un momento de entusiasmo, las fábricas, y las h3bía convertido en
Talleres Nacionales. El concejo municipal que heredó esta bendición del
comité se encontró con que el experimento estaba agotando sus últimos
recursos. Ante ello escogió este poco propicio momento para reducir los
salarios en los Talleres Nacionales de tres francos a dos y m edio por día.
Tal acción estuvo bien calculada para despertar la indignación incluso en
el pecho de aquellos q u e carecían de interés abstracto en la revolución, y
el Comité para la Salvación de Francia estudió la situación. Bakunin
deseaba aprovechar la ocasión para un llamamiento general de la clase
trabajadora a las arm as. Cierto es que su proclama term inaba con las
palabras «¡A las arm as!-, pero ello era un recurso oratorio que nadie
cumplió, y Bakunin se hallaba solo en su afán de pasar de las palabras a
los actos. Puesto a votación, el comité decidió organizar una manifes­
tación pacifica.
Al día siguiente, en respuesta al llamamiento del comité, una
multitud de algunos miles se concentró ante el Ayuntam iento, y los
delegados de tos obreros penetraron en su interior para pedir que fueran
restablecidos los jornales de tres francos, pero tos consejeros municipales
habían adquirido prudentemente otros compromisos y no se hallaban en
la casa. Cuando la m ultitud tuvo conocimiento de elJo irrumpió
violentamente en el edificio con tos miembros del comité tras ellos. Nadie
sabe concretamente lo que ocurrió, pero sólo habían tenido tiempo de
soltar algunos discursos cuando apareció un destacamento de la Guardia
Nacional, que echó a la m ultitud del interior, arrestó a Bakunin y a uno o
dos más y restableció el orden.
Sin embargo, la incruenta batalla del 28 de septiembre pasó por
varías fases de real compromiso. Una hora después, de nuevo la multitud
hi/o irrupción dentro del edificio, desarmó al pequeño destacam ento y
solió a Bakunin. El com ilé se cnconiró. con algo de sorpresa por su
pane, de nuevo amo de la situación, y resuelto a no desperdiciar
oportunidad se sentó a deliberar sobre la formación de un gobierno
provisional. Bakunin. nunca a la baja, aconsejó la detención del alcalde y
los dirigentes óourgfo).?. p ero no estaba claro con qué fuerzas se podrían
llevar a cabo estas detenciones, y nadie más h i/o ninguna otra
sugerencia. En este m om ento empezaron a converger en la plaza diversas
compañías de la G uardia Nacional- Los miembro del com ilé, atisbando
por las ventanas, virronsc rodeados no ya or entusiastas pan alarios.
sm<» por los fusiles Chmxepot de la Guardia, y cuando oscureció se
deslizaron fuera de la casa, ocultándose vergonzosamente. A la caída de
la noche los consejeros municipales se reinstalaron sin menoscabo
alguno gracias a su volatilización. Al día siguiente Bakunin. tras haber

l I
¿</h artl ti. Carr
pedido prestado a Palix el importe del viaje, dejó Lyon. trasladándose
íurtivam ente en tren a Marsella. Hn su posterior relato de la tragico­
media de Lyon atribuye tranquilam ente el fracaso a la «traición- y la
-cobardía» de los demás miembros del comité, incluido Richard, de
quien no volvió a hablar nunca con respeto. Y los franceses replicaron
atribuyéndolo al engaño de este dom inante ruso, que había pretendido
enseñar cómo se hacen las revoluciones, a los herederos de la más grande
revolución de la historia.
lin medio de la conmoción del 28 de septiembre llegaba a Lyon otro
personaje: el coronel retirado Postnikov. que pocos días antes había
recibido una carta de Bakunin rogándole que pidiera prestados 500
rublos a Tchorzewski para necesidades de la revolución. «O moriré»,
había escrito Bakunin, «o muy pronto devolveré el dinero». A pesar de
sus teóricos puntos de vista sobre la propiedad privada, tenia la firme
convicción que una revolución triunfante era un lucrativo negocio para
sus prom otores. A la carta había seguido un telegrama en el que Antonia
suplicaba a su hermana Julia que «fuera en seguida a Lyon y que le
trajera vistas de Sui/a». Ln este ingenuo cifrado, «Antonia» es Bakunin:
la «hermana Julia», Postnikov. y las «vistas de S u iza », las recién
impresas Cartas a un/ranees. Los 500 rublos no se habían obtenido, pero
Postnikov llegó debidamente a Lyon con 300 ejemplares del famoso
folleto. No encontró, sin embargo, a su amigo aquel día, y en tos
próximos fue informado de que ya había huido. Ln cuanto a Ncchacv. el
o tro objeto de su búsqueda, no halló rastro alguno de él; o no había
estado nunca en Lyon (la hipótesis más probable) o se habia marchado
antes de la revuelta. Roman-Postnikov regresó cabizbajo a Ginebra y lo
explicó a sus superiores en un esfuerzo apologético.
Tenia ra/ón al predecir su disgusto respecto a este viaje infructuoso.
Recibió, sin más. orden de regresar a Lyon y seguir la búsqueda de
Ncchacv, en quien estaban más interesados que en el enfermo y
desacreditado Bakunin. Lntretanto la reacción había irum tadocn Lyon.
Alguien había disparado contra el alcalde y las autoridades estaban
nerviosas. La Policía siguió con interés las andanzas de Postnikov y llegó
a la sabia conclusión que era un cómplice de Bakunin. l úe detenido, y
luego lo soltaron con la condición de que abandonaría la ciudad en las
próximas veinticuatro horas. «He servido durante nueve años», escribió
pesarosamente en su informe, «y nadie me había ofendido. Y ahora he
tenido que sufrir las ofensas de estos ruines y vulgares franceses».
A su regreso a Ginebra, a fines de octubre. IVstnikov halló dos cartas
que le habia mandado Bakunin desde Ma.sella. Hn la primera le
suplicaba que contribuyera en la medida que pudiese a la «causa
común»; la segunda llevaba incluida otra carta que debería remitir,
«observando las mayores precauciones», a los hermanos de Bakunin. y
en la que. aunque no ha sido conservada, podemos asum ir con seguridad
que pedia dinero, hsta carta fue debidamente remitida por Román a sus
jefes, que la reexpidieron a su destino, til incidente divirtió al jefe de la
1AA
í .o í « \é h ü ib \ r o m á n tic a

Tercera División, que. jocosamente, anotó en el informe üc Román:

No se imagina el viejo revolucionario que la Tercera División lleva su ternura


a! extremo de poner sellos a las carias que manda a sus hermanos.

Bakunin pasó tres semanas cuidadosamente oculto en Marsella,


donde vivía carente de las contribuciones para la «causa común»,
vendiendo sus escasos bienes. I fasta que la situación se hizo demasiado
peligrosa- Los miembros locales de la Internacional recogieron suficiente
dinero para su regreso y le aseguraron la complicidad de un capitán
amigo. Se afeitó la barba, se cortó su áspera melena y se colocó unas
gafas azules. Con este disfraz embarcó de incógnito con destino a
Génova. Fue su últim o viaje a Francia. A finales de octubre regresó a
Locarno.
Se acerca el últim o episodio de esta encantadora amista entre el
apóstol de la revolución y el agente de la Tercera División. Los espías
policíacos no siempre son unos melodramáticos villanos: es singular
descubrir en los informes de Román rasgos de un creciente y cordial
afecto hacia su confiada presa. Llegó a mirar al desam parado viejo
revolucionario como su especial encargo, y una y o tra vez. frente 3 la
insistencia de sus jefes sobre la importancia de hallar a Ncchacv, insistía
en la necesidad de «una completa observación de Bakunin». liste,
nuevamente en Locurno. pronto escribió que sus recursos se hallaban de
nuevo exhaustos. Su familia había sido amenazada por los tenderos con
negarle más crédito, aun para las más simples necesidades de la vida
diaria. Habia perdido tanto la fe en su estrella que ya ni prometía la
devolución de los préstam os que pedía. Pero usaría de una receta: el
«gallardo coronel», en su próxima visita a Rusia, podría recoger dinero
de la participación de Bakunin en la hacienda familiar. El corazón de
Postnikov no pudo negarse, y los 300 rublos qnr Ir mandó, si bien
figuraron en las cuentas de la Tercera División, era claramente más
asunto de sentimiento que de empresa.
Pero la separación estaba próxima. En enero. Rom án, que acababa
de publicar una prim era entrega de los papeles de Dolgorukov
(cautelosamente limitado a la ¿poca de Catalina la G rande) y que ya
habia confesado francamente su incapacidad para verter más luz sobre el
paradero de Ncchacv, fue finalmente llamado a Petersburgo. Efectuó
una visita de despedida a Ogarcv en Ginebra, quien derram ó lágrimas
sensibleras sobre su vida pasada, gastada en vana labor por un ideal que
estaba más lejos que nunca de su realización. El encuentro de despedida
con Bakunin tuvo lugar en Berna. Im salud dei viejo luciiador habia sido
minada por el fracaso de Lyon y por las penalidades de su fuga.
Respiraba pesadamente, se quejaba de hinchazón y dolo-r en las piernas y
comía y bebía poco. Pero su espíritu permanecía entero y todavía habló
jovialmente de la desarticulación del imperio austríaco —su sueño
durante treinta años— y de la guerra general europea, que posiblemente
¿O/
F.dward fl. Carr

se propagaría a la propa Rusia. Creía que la guerra era inminente, y


suplicó particularmente a Postnikov que a su llegada a Rusia estudiara
vias y medios de propaganda en el Volga y en los Urales, que
consideraba los campos más prom etedores para su empresa misionera.
Invitó a Postnikov a visitar a sus herm anos en Prcmukhino y.
finalmente, te pidió un último préstamo de sesenta francos. Los dos
hom bres se abrazaron y se separaron. Postnikov sabiendo y Bakunin
sospechando que no se encontrarían más. Bakunin lloró como un
chiquillo.
La partida de Suiza dio fin para siempre a la breve pero notable
carrera del coronel retirado ruso Postnikov. Karl Arved Román no le
sobrevivió mucho tiempo. Murió al cabo de unos meses de su regreso a
Petersburgo. Ni Bakunin ni Ogurcv descubrieron jam ás la identidad n¡ la
misión del agente secreto de la Tercera División a quien tan confiada­
mente habían acogido.
C a p ít u l o X V I

EL POBRE NICK - II
Cuando en 1858. Nick Ogarev, a sus cuarenta y cinco años, se
enamoró de Mary Sutherland, se embarcó por última vez en una
aventura por el m ar del romance. No parecía un brillante principio el de
tal episodio. El noviazgo con su primera esposa en Pcnza, o con Natalia
Tuchkov en Aksheno, habían estado envueltos con la pura fragancia del
am or celestial. Las relaciones con Mary Sutherland empezaron por una
solicitación sórdida y vulgar en una sucia taberna de Londres. Por un
capricho del destino, el desgraciado fin de todas aquellas aventuras
soñadas desmentía tas promesas del comienzo y, en cam bio, tos ideales
románticos que María y Natalia defraudaron y destruyeron se vieron
triunfalmcntc vindicados en la persona de una prostituta inglesa. Sus
últimos años transcurrieron, inesperada c increíblemente, en la atmós­
fera de serena tranquilidad que irradia de una arm onía doméstica y de
una confianza conscientemente justificada. Es. con m ucho, el más
romántico capítulo de la romántica vida de Ogarev.
En la conducta de Ogarev hubo más continuidad de lo que a primera
vista parece. En efecto: de hecho, cuando instaló a Mary Sutherland en
M onlake. lo único que hizo fue cambiar un ideal rom ántico por otro. El
sueño de la «unión de tres personas en un solo amor», que había seguido
al descubrimiento de la pasión de su esposa por Hcrzcn, rápidamente se
desvaneció y lo substituyó por otro de los sueños favoritos de los
románticos del siglo XIX: la regeneración por el am or de la mujer caída,
que no fue. sin em bargo, su primera persecución de la efímera visión de
la prostituta purificada. En 1847. entre la deserción final de María y el
asunto con Madamc de Salinas, visitó la famosa feria de Nizímy
Novgorod. donde se entregó, según una desús cartas de la ¿poca, a «una
orgia de em briague/- y se llevó consigo a una p to stituta.a quien trató de
Hitward //. Carr

educar y que «se portaba mejor de lo que el hubiera esperado nunca».


Evidentemente, el experimento duró poco y su final no es conocido, pero
en ¿1 encontram os, aun antes de su m atrim onio con Natalia, el germen
del sentimiento que. diez años más larde, floreció en su romántica
afección por Mary Smhcrland.
Ogarcv nunca había gozado de un a mor feliz, y si sus más tempranos
y prometedores sueños habían resultado ser tan sólo vanas y crueles
ilusiones, ¿qué garantía tenia de que este nuevo sueño no se desvanecería
cuando tratara de cogerlo con tas manos? Era ésta una pregunta que ni el
romántico Ogarcv pudo evitar plantearse. Se agarró al último rayo de
esperanza. Pero lo atorm entaban serias dudas. Dudaba de la realidad y
de la profundidad del afecto de Mary por él y —peor aún— dudaba de la
reahdari y profundidad de s»»s propios sentimientos hacia Mary. En una
carta al frío y desapasionado Herzen daba por descartada su posibilidad
de dicha, con la afectada indiferencia de un hom bre mundano.

Es. desde luego, imposible que a mi edad pueda amarme una criatura inculta,
de entendimiento simple según todas las apariencias, aunque quizá —Dios lo
sabe— suficientemente astuta. Puede que por su parte sólo exista «amistad para
un compañero», pero, por la mía. se trata, creo, de la pasión de un hombre viejo.
¡Bonita situación! No puedo entregarme u ella sin una a rn ére-p en sée y esta
a m tr e - p tn s é e —la duda de la realidad de los sentimientos por ambas p a rte s-
representa el elemento trágico de mi vida. Pero al mismo tiempo prevalece, más a
menudo que cualquier otra, una disposición de ánimo jovial y amable. Todo
sería un juego ridículo si el doloroso escepticismo de un momento no fuera
equilibrado por otros de una extraña felicidad; y nuestras actuales relaciones se
encaminan a dar un paso serio... Entretanto, ella.c o m o v n r n fa n iifu p e u p lr . sigue
ineducada e infantil, aunque lejos de ser estúpida; a veces resulta sorprendente su
comprensión de las cosas serias. Si es persona astuta, no puedo decirlo, pero
tiene algo suave y apacible en el proceder que me llena el corazón, ésta es la
verdad, y si su astucia coasiste en vivir confortablemente, ella y su hijo, con
treinta chelines a la semana, muy comento la perdono; es completamente
natural. El resultado es que estoy asustado y dolido, y contento, y quien triunfa
es ta Sinrazón.

A esta carta siguió una conversación, y a la conversación otra carta,


en la que Ogarcv m ostró de nuevo a su amigo un escéptico despego que
en realidad estaba tejos de sentir:

¿Qué me mueve? 1.a posibilidad de dar una educación adecuada a un ser


susceptible de ser educado, un ser cuyas peculiaridades (procediendo de un
medio carente de toda educación) no son demasiado destacada» y en el que
percibo la necesidad de una devoción absolutamente ingenua. Puedo equivo­
carme. si. Pero soy lo bastante viejo y lo bastante fuerte para ser capa/ de
renunciar a ello sin dolerme to más mínimo. Salvaré al chico por cuanto el chico
(y n o es parcialidad) posee un notable talento y una bondadosa naturaleza. Pero,
claro, espero algo más; digamos que

270
i. oí exiliados románticos
sobre mis años tic decadencia
el amor echará un rayo de despedida

...Bien, supongamos que estoy equivocado, que no tengo ra/ón. ¡Salvar* de


todos modos al chico! Indudablemente soy incapaz por mi edad de cuulquier
apasionamiento, pero al lado de esto puedo ejercer mi influencia trabajando, y s¿
que esto es bueno. Si fracaso, el fracaso no me matará, y en cambio, intentar
levantar (perdón por las ingenuas palabras) a una mujer cuida y u un niño merece
sufrir algún trastorno. No todos los dias se presentan estas oportunidades. Si
fracaso, tanto peor, pero ello no me matará. ¿Y si no estoy equivocado? La mera
posibilidad de un éxito merece el riesgo de equivocarse—
Y si realmente es una equivocación, no me lamentaré y salvaré al chico, liso
está decidido.

Por un milagro entre mil casos, no fue una equivocación. A lo largo


de seis años Mary Suthcrland vivió en Mortlakc con su hijo, y Ogarcv la
visitaba, am ándola, proveyendo a sus necesidades económicas y
observando su educación y la del chico. Se conservan más de treinta
cartas de las que escribió durante este periodo*. T odas tienen una
notable uniformidad de tono y carácter. Muchas de ellas carecen de
fecha, pero la que sigue debe de ser una de las primeras:

Querida Mary: No puedo decirte cuán complacido estoy por vuestro


alojamiento. Patee* del todo adecuado pata una vida tranquila y feliz. La pasada
noche he pensado en muchas cosas. l)csdc que sólo bebo agua me siento mis
esclarecido en todo y creo que vuestro alojamiento es confortable. Ahora
debemos emprender seriamente 1» enseñanza y el estudio de ambos, tú y tu chico;
ahora puedo ser un maestro enérgico. Fijemos cienos días de la semana y
empecemos a trabajar. ¿Me preguntas por qué? Pues porque, querida, todo lo
que es cip a/ de ensanchar el conocimiento y el espíritu os dará más interés por la
vida —interés de la más honorable especie— y a tt te hará más fácil el educar a tu
hijo. Estoy tan plenamente seguro de esta idea, que haré lodo cuanto esté en mi
mano para enseñaros lodo lo que pueda explicaros de lo que sé y lo que pienso.
!)cb¿¡$ perfeccionar vuestros conocimientos, ya que éste es el único camino para
una pacífica y honorable vida y el único camino pata alcaiwac una veje; dichosa
sin reproches y sin remordimientos. Vamos a empcwr seriamente el trabajo la
semana próxima. Te quiero mucho. Mary. y 3 tu chico también, y quiero que
lleguéis a ser las mejores criaturas del mundo, con las que pueda estar más que
encantado. Te bendigo y le beso, mi niña.
Buenas noches.

Pocos dias después, otra carta, la más ardorosa de toda la colección,


continúa esta rara m e/cla de am or y gramática:

* Apenas o necesario decir que csiav cartas, asi como tas de Mary a Ogarcv que serán
citadas mis adelante, fueron escritas en inglés. IVxal'oitunadamcnic sólo existe disponible
una inducción rusa que difkitmcnie puede conservar el sabor del original en este caso en
que los autores eran el uno extranjero y la otra iletrada.

271
F.dvcatd H. Carr

No puedo expresar cuán contento, cuán feliz me he sentido, chiquilla mía.


Mary mLa, al leer tu carta, ¿lis realmente verdad que me quieres tanto? ¿Es
realmente verdad que yo. un viejo, pueda ser tan amado, pueda ser tan feliz? Oh.
seguramente te burlas de mi. y si es una burla me volveré loco. Pero no. tengo
verdadera confianza en ti y soy tan dichoso como un joven que ama por primera
vez en su vida. Deja que te bese mil veces. Mary mía, deja que le bese hasta
morir. Soy tan feliz que empiezo a temer la muerte, cosa que nunca me habla
ocurrido antes. Y quiero vivir. Me encuentro tan lleno de vida, tan joven, que a
veces me asombra, puesto que es tan contrario a mi edad y hasta a mi carácter.
Pero sé una cosa: que en tus besos olvido todos mis sufrimientos y que quisiera
vivir y morir con tus besos.
Naturalmente, hay algunos errores en tus cartas, Mary. pero también hay
algo más: el verdadero lenguaje de! corazón;/es esto loque me deleita. Tan sólo
puedo escribirte estas pocas lineas iodos los días: no tengo tiempo pura más.
Pero mañana te escribiré tu primera lección de gramática y te explicaré la
construcción del verso Verás cómo la lección no será tan difícil como tú piensas.
Procuraré hacértela interesante.
Buenas noches. Mary mía.
La fundamental humildad del carácter de Ogarcv mantiene estas
carias libres de matiz alguno de protección y superioridad, que pocos
hubiesen podido evitar en su caso. En otras habla de Mary. sin
afectación ni fingida modestia, como de su guardián y consejero moral.
He aquí un billete característico:
Mi querida, querida, querida, y mil veces querida Mary. Gracias por tu
cariñosa carta, gracias por tus amonestaciones contra la bebida. Todos los que
me han querido me han dicho lo mismo, y tú. tú debes salvarme de este vicio que
me deshonra. Si yo te he ayudado realmente en la vida, tú debes salvarme. Y te
diré cómo. ¡Pero cómo he negligido mis clases de redacción! Y todo a cuenta de
mi embriaguez. Debemos aconsejarnos el uno al otro acerca de todo. Mary mía.
Te beso con todo el corazón. Tu serás mi ángel bueno.
Veamos ahora otra carta de autorrcproche. aunque sobre motivo
distinto:
¿Cómo pudo ser que temiera la presencia del principe y su esposa * y no
ocupara mi lugar a tu lado como hubiera sido natural? ¿Temía tas habladurías,
quizá no sólo por mi mismo? ¿Temía causarte molestias si hubiera Rio contigo?
¿O es que soy simplemente un cobarde ante la opinión pública en una materia en
que, por propia convicción interior, desprecio tal opinión? Esta idea no me deja
en paz y me hace despreciarme a mi mismo. ¿Y si en \ez de resultarte embarazoso
yendo a ti hubieses sentido sólo chagrín por mi desaparición sin haberte tomado
de la mano? ¿Y si te hubiese ofendido simplemente porque consideré, como
debía, mi conducta y cedí a la influencia de mi propia cobardía? Quizá te rías de
esta carta, querida mia. pero te aseguro que no existe sentimiento peor que el
desprecio por uno mismo.

' No ctiMcn indicios de U identidad de este principe a menos que te tratara del
príncipe Goltnin, en cuyo caso la «esposa* deben» haber sido la )ovendamade Voronezh.
/«.* e\iliutlu\ lo m á n lta n

A pesar de su apasionada devoción por Mary y de su creencia


romántica en la igualdad de los hombres, Ogarev estaba obligado a
someterse a determinados prejuicios sociales. Nunca intentó imponer la
presencia de Mar> a Henwn o a su familia: y mientras permaneció en
Inglaterra Mary siguió viviendo sola con su hijo en la pensión donde él la
visitaba. El azar le ayudó a resolver uno de los problemas inherentes a
tan inestable unión proporcionando a Mary una ocupación para sus
largas horas sólita rias. En la pensión de Mortlakc ha! ló a una mujer que
vivía, con ocho hijos supervivientes de los diez que había tenido, en una
cocina del sótano, donde raramente había algo para cocinar y donde una
sola cama constituía todo lo que la familia disponía para dormir. Su
marido estaba en la cárcel por fraude y, según Ogarev informó a Herzen,
se trataba de «una mujer realmente educada, aunque con un ligero matiz
de religiosidad que los sutnmicntos le habían despenado». Antes de su
matrimonio con un francés habia sido institutriz. Gustaba de mostrar
unos versos que había escrito en días más felices; actualmente trabajaba
de costurera, y los chicos mayores construían juguetes para vender.cn un
inapreciable esfuerzo para proveer a la familia con algo de comer. 1.a
bondadosa Mary compartía con ellos comida y vestidos, los ayudaba en
el trabajo y, en compensación, recibía lecciones de gramática inglesa.
Ogarev contribuía a su sostenimiento con una libra y rogó a Herzen que
contribuyera también con la misma cantidad. Los innumerables
chiquillos fueron para tienry unos compañeros de juego llovidos del
cielo; Ogarev cordialmcntc lo aprobó, pues, aunque iban descalzos y
estaban mal nutridos, las buenas maneras nada cuestan y habían sido
esmeradamente educados. Por otra parte, la madre había visto dema-
siado de cerca la cara a la necesidad para preocuparse por el estado
social de su bcncfactora o indagar sobre las fuentes de su caridad.
Hablando en general, Ogarev se hallaba en estos momentos
demasiado absorbido en el cuidado del amor y la educación para que sus
cartas arrojen luz sobre la vida en Inglaterra durante este período; pero
existe una referencia ocasional a un faU tiivers, recogido de la prensa
contemporánea.
Do* muchachas han muerto de hambre en Chcbca: estaban tan delgadas que
no teniun carne sobre los huesos y su piel era de un color verdoso. Fue ahorcado
un hombre que se habla abierto b garganta, pero que habia sido devuelto a b
vida. l.o ahorcaron por suicida. F.l médico habb advertido que era imposible
ahorcarlo mientras por la abertura de la garganta pudiese respirar, pero no
escucharon su advertencia y lo colgaron'. Inmediatamente se abrió b herida del
cuello y el hombre volvió de nuevo a b vida, a pesar del ahorcamiento. Ello dio
tiempo a convocar a los concejales (sie) para decidir lo que se debía hacer, y al fin
los concejales se reunieron y lo ataron por debajo de la herida hasta que murió.
;Oh, Mary mía, qué sociedad tan demente y qué civilización tan estúpida!

1 Debe registrarse que la ejecución debió de ser pública. Las ejecuciones fueron
públicas en Inglaterra hasta 1868.
m
f.dwarJ H. Carr

A oirá carta pertenece lo siguiente:


Puedes leer en el periódico la discusión habida en el Parlumcnio acerca det
aumento en el número de infanticidios. Alguien propuso abrir una institución
donde mujeres y muchachos pudiesen tener sus hijos de forma que ni el
nacimiento ni la crian/o les costara nuda. En mi pais existen ya tales
instituciones. Pero la mayoría del Parlamento rccha/ó la proposición por
inmoral. Comprenderás una ve/ mis por qué Roben Owcn no tuvo éxito en este
pais

Durante la mayor parte de este periodo Ogarcv no vivió bajo el


mismo techo que Natalia y Hcr/cn. sino solo, en pensiones. Siguió
soporta ndo e l«Manicomio» de Putlcy hasta que fue levantada la casa en
noviembre de 1858; luego vivió nuevamente con Hcr/cn en Alpha Ruad,
Regentas Park. durante la estancia de Natalia en el Continente en 1860.
Poco después det regreso de ésta, se colmó la copa de sus sufrimientos y
se fue a una habitación amueblada en Richmond. desde donde podía
alcanzar más fácilmente el refugio de los bra/.os de Mary en Mortlakc. Al
igual que Hcr/cn. Ogarcv era asimismo incapa/ de permanecer mucho
tiempo en un mismo sitio, y por sus irregularidades c inveterados hábitos
tenia frecuentes altercados con sus patronas. Y así lo encontramos en
Sydenham. en Putney, en Wimblcdon y, finalmente, de nuevo en
Richmo-nd. Las seguridades dadas a Mary en su primer impulso
apasionado de «sólo beber agua» fueron olvidadas. 1.a claridad de visión
que habia atribuido .1 uso de esta bebida se le mostró, a la larga, menos
agradable que la obui'biladora intoxicación del alcohol. La sociedad
ahuyentó los últimos frenos sociales y convencionales a sus excesos y
estos afros de solitario por las pensiones de Londres, atemperados por las
sentimentales peregrinaciones a Mortlakc. marcan un paso decisivo en la
declinación de su salud y sus facultades. A los cincuenta años, que
cumplió en el último año de su andadura a través de los suburbios
londinenses, era ya un viejo.
Fue en abril de 1865 cuando Ogarev, acompañado por Mary y
Cicmcclci, llevó a cabo el dificultoso viaje de Londres hasta Ginebra, ti
primer año lo pasó en esta ciudad, en el Cháteau de la Boissle’rc y en las
condiciones que ya han sido descritas en anteriores capítulos: Mary
siguió, como en Londres, viviendo aparte, l.ucgo, en la primavera de
1866, vino la mudanza al suburbio de Laney. donde estuvieron
instalados por primera ve/ bajo el mismo techo; esta vida casi marital
dominó pero no curó los hábitos de Ogarcv. Ln febrero de 1868, de
nuevo se cayó en la calle y se fracturó la cadera. Nunca recobró
totalmente el uso de la pierna, y durante el resto de sus dias anduvo
dificultosamente con muletas o con un bastón. Poco después del
accidente, él y Mary se mudaron a una pequeña casa de la extrañamente
llamada Rué des Petits Philosophcs. «Para la calle bueno es tener uno
grande», escribió Herzen a Tata, «y no es malo para Ogarev ser tan
274
t.oi exiliados románticos

modesto», l.a casa estaba rodeada de un jardin con flores y la pared


orientada al sur estaba cubierta por una enredadera. En estas idílicas
condiciones Ogarev vivió una vida de «inmovilidad mineral, atemperada
por la vecindad de una taberna a la derecha y otra a Ea izquierda».
Desde entonces Mary se convirtió, como aya y cuidadora, en una
necesidad tanto física como moral para la existencia de Ogarev. No se
podía mover sin ella y. exceptuando su breve visita a Prangins en el
verano de aquel mismo año. nunca más se separaron. Todas las primeras
cartas de Mary han desaparecido, pero la casualidad conservó en los
archivos de la familia Herzen un grupo de cuatro que escribió a Ogarev
durante su estancia en Prangins. 1.a medio iletrada Mary ofrece, como
era de esperar, una incoordinación casi completa sobre el papel. Sus
Cdiid» pueden pasar como clásicas del lugar común, pero revelan la
profundidad de su solicitud para Ogarcv. tanto como las limitaciones de
su mente. Son absolutamente uniformes y monótomas, y casi cualquier
fragmento podría servir para ejemplarizar toda la pequeña colección:
¡Señor, cómo vuela el tiempo! Recibí tu carta el viernes y estuve tan contenía.
Había empezado a pensar que algo ha sucedido. ¿Y ahora cómo te encuentras?
Estuve muy satisfecha de encontrar tus calcetines; te los mandará con el señor T.
(Cbor/cwski). Probablemente, el señor T. vendrá mañana a verme, pero no lo sí
seguro. Ahora voy a decirte buenas noches, querido, estoy tan causada, mañana
terminará. Un besito.
Estoy mejor, pero mañana tengo que ir a por la faja. La que me hicieron no
me ajusta bien. Me la hicieron más ancha que la vieja y tienen que hacerme otra
exactamente igual que la vieja. Hoy he tenido un día muy atareado con muchas
tonterías. Espero que el señor T. está todavía en Berna. Hoy es domingo, justo
las siete de la larde, supongo que en este momento estarás cenando. Todavía no
me ha venido b regla. Estoy contenta que desayunes en tu cuarto. No me he
tomado el hierro todavía porque como estoy tomando magnesia tengo el
estómago en muy mal estado. ¿Cómo está Toots? Dale un beso de mi parte. Sí
wene el señor T. te mandará con ál alguna cosa, pero espero que no le retendrán
mucho tiempo, quizá un par de dias.
No. no bebo mucha cerveza ahora. Son las nueve. He cenado con Hcnry. Hoy
no ha salido, ha estado trabajando todo el día. Te manda saludos, Estoy
comenta de que sigas bien. Tu cuarto debe ser muy bonito con una semana al
lago. Estoy muy contenta que Olgi tenga buena voz. I-a historia de las señoras y
las compotas me ha hecho reír. Me gustaría saber lo que sueñas. Yo no he soñado
nunca contigo. Echará esta carta al correo esta tarde, la última cosa, para que la
recibas mañana.
Adiós, quendo. fe beso muy tiernamente.

Los fragmentos supervivientes de lu correspondencia entre Ogarev y


Mary no nos pueden proporcionar una pintura completa o coherente de
sus extrañas relacione:», pero no puede caber ninguna duda acerca de la
sinceridad de su mutua devoción. No contienen ni una sola palabra de
reproche, de irritación, de desacuerdo, de algo que no sea de la más
perfecta armonía y confianza. -Nunca me ha ofendido-, escribió Ogarev
27 J
KdworJ ff. Corr
en sus últimos años, «siempre me ha tratado con respeto y con gratitud
por la educación de Henry. me ha cuidado en las enfermedades y ha
luchado conmigo contra el vicio de la bebida, aunque nunca osó
impedírmeto». Existe ciertamente una constante tentación, cuando se
escribe sobre Mary Sutherland. de seguir el ejemplo del propio Ogarev y
substituir la mujer viva por la romántica figura de la prostituta redimida
por el amor; se hace difícil recapturar la viviente personalidad de la
mujer que en otros tiempos pascó por las caites de Londres buscando
clientes en las tabernas del West End.
Los rasgos desagradables que cncon tramos en nuestro material sobre
Mary Sutherland provienen en su mayor pane de la pluma amargamente
hostil de Natalia Ogarev. Es ella quien nos cuenta la historia del terrible
fin de Carlota Hudson, antigua amantr <lrl joven Alejandro H rr/en Fl
suceso tuvo lugar en 1867 cuando Carlota, abandonada y olvidada por
su amante, vivía con su chico Toots. bajo el mismo techo que Ogarev,
Mary y Henry, en Laney. He aquí cómo Natalia Ogarev relatad trágico
suceso en sus Memorias:

Cuando [Carlota] vino de Londres con su pequeño Toots. La instalaron en


casa de Ogarev. Mary pronto tuvo celos del afecto que Carlota inspiraba a
Ogarev y a su propio hijo Henry. Cariota miraba a Ogarev como a un padre, y
cuando oyó de labios del mismo Ogarev ciertos reproches que nocomprcndia.se
dio cuenta de que Mary b había pintado con tintas oscuras. El último día lloró
amargamente, pidió vodka a Mary. que se lo dio. y por la tarde desapareció. Ello
dio ocasión a la virtuosa Mary para propagar ia historia de que Carlota había
dejado el niño a su cuidado y se había ido con un nuevo amante. Pero el Ródano
le dio su castigo y vengó a su desgraciada victima. Cuatro años más tarde
desenterró el cuerpo de Carlota de un banco de arena > la trajo a la superficie. La
policía habla registrado la desaparición de una muchacha inglesa de l.ancy c
invitó a Mary a reconocer los restos de su víctima. Llevaba todavía una bota en
un pide y un manojo de llaves en e) bolsillo: Mary reconoció las llaves y lo»
restos. ¿No se estremeció su corazón por su perversa calumnia?
Se necesita el concentrado espiritu vengativo peculiar de Natalia
Ogarev para encontrar el principal motivo del suicidio de Carlota
Hudson no en la cruel deserción de su amante, sino en tu insignificante
inquina de su compatriota4. Sin embargo, la historia contiene cienos
elementos de verosimilitud. Mary Sutherland se encontraba aislada en
un pais extranjero en compañía de otra mujer inglesa, más joven y
atractiva que ella, quien, aunque probablemente de parecido origen
social, se había contentado con un solo amante \ se habiu mantenido en
un plano más elevado de respeto a sí misma. No es muy probable que Jas

* Cuando en 1870 fue recuperado el cuerpo de Carlota lludson. Ogarev escribió su


último poema. \ mi di.ientV.uco de Ij tragedia c \ j I uiimiio tiempo ct bondadoso y el
mil simple:
Cedió su cerebro: tan dificultosa fue su vida.
V el anun > la aftaran/a U ahogaron.
276
l o s , \¡hihlin lo in iin llu n

relaciones entre las dos mujeres y sus respectivos h i j o s luesen m u s o o

fáciles. Los celos eran un sentimiento que, con todas sus limitaciones.
Mary entendía perfectamente; y si Cariota mostró, voluntaría o
involuntariamente, señales de hallar favor en el apacible c impresionable
Ogarev. puede que sus celos hubiesen sido abundantes y virulentos.
Probablemente, al desaparecer Carlota. Mary se sentiría aliviada por no
tener ya a nadie que le disputara la posesión del afecto de Ogarev. y
podía muy bien haber sentido algo así como un calor de autoconsciente
virtud al creer que Carlota no era mejor de lo que en otro tiempo ella
había sido. De todas formas, esto no es otra cosa que una reconstrucción
a base de conjeturas sobre lo apuntado por Natalia Ogarev acerca del
estado de espíritu de Marv en la ¿poca del trágico Un de Carlota.
Otro episodio, también recogido por Natalia, muestra de minio más
plausible > más <A/rom«.enic que Mary pudo, en aquella ocasión, volver a
las tradiciones de su origen y de su ciase. Fue cuando en 1870 Jas
autoridades suizas dudaban todavía entre detener y entregara Ncchacv
al gobierno ruso como criminal común o concederle el derecho de asilo
como refugiado político. La colonia de rusos emigrados se reunió una
tarde en un café de Ginebra para discutir su actitud. ¿Iban a alejarse de
Ncchacv. considerado como un malhechor, o iban a declararse
-solidarios- con el y solicitar el apoyo det gobierno suizo? Natalia
Ogarev. que con Tata (1er/en. asistía a la reunión, se encontró,
casualmente o intencionadamente, sentada al lado de su marido. Los
debates eran acalorados y prolijos. Ogarev. como ocurría a menudo, no
estaba totalmente sobrio y no tomó parte en las discusiones; tan sólo
murmuraba, casi inaudiblemente, de tanto en tanto: -¡Tened piedad de
él! ¡Favor para el!-.
A medianoche, cuando la asamblea estaba a punto de terminar en
plena confusión. Mary Sutherland irrumpió en el cate. Andaba con paso
inseguro, pero quizá Natalia Ogarev pecó de poco caritativa cuando, no
habituada a la justa emoción de la mujer que a última hora recupera a su
hombre de una taberna, la supuso ebria. Mary no podía comprender por
qué una bandada de emigrados rusos estaban reunidos de noche en un
café para discutir su -solidaridad- con Ncchacv. ni porqué Ogarev habla
sucumbido de nuevo a las gemelas tentaciones de la política y el alcohol,
ni. sobre todo, porqué tenía que estar sentado, en alcohólica armonía, al
indo de aquella esposa que tan descarada y cruelmente le había
abandonado doce o más años atrás, listas cosas no encajaban con la
filosofía de Mary. Y reaccionó de un modo perfectamente normal. Se
abrió paso a codazos por entre el gentío hasta llegar al lado de Ogarev y
levantando los puños se puso a insultar a Natalia en perfecto a>ckney.
Natalia miró alrededor en busca de socorro, prolestamo con fingida
alarma de que «ella no sabia luchar-, y Ncchacv y algunos otros rusos
echaron sin ceremonias a Man del café. Ncchacv. que en sus ultimas
semanas había visto muchas cosas del tnenaxe de Ogarev. expresó la
juiciosa opinión deque Ogarev -ya entraría- en el asunto al llegar a casa.
Edward H. Carr

La muerte de Herzen. a principios de 1870. constituyó un golpe


irreparable para su amigo de toda la vida. Mientras Herzen vivió, el
movimiento que había creado se mantuvo, aparentemente y en cierta
manera, intacto; y en este movimiento Ogarcv ocupaba indiscuti­
blemente un puesto de honor. Pero al morir, la organización entera se
desplomó, como un cuerpo en el que se ha extinguido la vida. 1.a carrera
revolucionaria de Ogarcv había terminado. Durante unos meses sirvió
como instrumento en las manos de Bakunin y de Nechaev, que lo
dejaron de lado al descubrir que su docilidad era simple flaqueza. La
familia se dispersó y ya no había más motivo que sujetara a Ogarev en
Ginebra que el hábito y la inercia.
El impulso final para un cambio de costumbres y de lugar de
residencia parece haber salido de una pelea con Natalia. Ogarev sentía
un amor tierno y profundo por la hija que llevaba su nombre; y en tanto
que, Natalia, en su inquieto vagabundeo por Francia. Suiza c Italia, te
hubiera traído alguna vez a Liza para verle, probablemente se hubiese
quedado gustosamente. Pero accidentalmente —en 1873 aproxima­
damente— sobrevino lo inevitable: el abierto c irremediable choque
entre la desdeñosa y vengativa Natalia y la celosa y susceptible Mary
Sutherland. Ogarcv lo relata con palabras característicamente suaves y
humildes:

Natalia vino últimamente a mi casa a insultar a Mary. diciendo que todo el


mundo se maravillaba de que un hombre como yo pudiera haberse ligado a una
mujer tabernaria, y que los rusos de Ginebra hablan dejado, por ello, de
visitarme. Todo lo que yo puedo decir es que los que realmente eran mis amigos
no dejaron de ir a mi casa, y que el hecho de que no me visitaran los falsos
amigos fue ciertamente causa de regocijo y no de chagrín. Además. Natalia
podría ver que soy yo más hombre tabernario que Mary una mujer tabernaria.
Podía haber recordado mis borracheras en la época en que estaba estudiando
química en Yakhontovo y me bebía el alcohol de los tubos de ensayo... Transmití
a Mary los insultos de Natalia, y Mary inmediatamente le pidió que se fuera.
Desde entonces no he visto más a Natalia y. naturalmente, no tengo deseos de
verla. Le escribí una carta exponiéndole cuán mezquina y cruel habla sido su
última visita. Nunca la contestó y sólo me escribió otra insultante que rehusé
contestar. Ante esto decidí romper toda relación entre nosotros, y asi parece
haber sucedido, a mi completa satisfacción.
Al recordar cómo trato a Olga Hcr/cn (ahora Olga Monod) no puedo
considerar a Natalia como una mujer justa y de buen corazón. Sólo estos
apenado por la pobre Li/a. pero no se puede hacer nada, no se la puede ayudar.
La influencia de Natalia es para estropear cualquier vida. Los defectos de su
carácter, es decir, la maldad, la envidia, el egoísmo, son más crueles y más
difíciles de evitar que nuestros pecadores pero cándidos vicios.

Tai fue el epitafio del esplendoroso romance que había empezado un


cuarto de siglo atrás, después de la derrota de Madame de Salías, con un
alegre intercambio de visitas y cartas entre Akshcno y Yakhontovo.
Al año siguiente la decisión fue tomada. Exceptuando a Tata Herzen.
278
l.o\ exiliados románticos
que iba a verle de vez. en cuanto, Ogarcv se hallaba ahora completamente
distanciado de sus amigos rusos y sus antiguas asociaciones. Era natural
que el futuro debía descansar en Mary. como era asimismo natural que
ella, que habla preservado toda su insularidad y nunca pudo asimilar el
idioma y las costumbres extranjeras, deseara volver a su propio país. En
septiembre de 1874, vendidos todos sus muebles excepto una mesa de
comedor, embarcaron en Génovaen un barco destinado a Newcastlc-on-
Tyne. De allí se dirigieron al Sur y se instalaron en una pequeña casa en
un humilde barrio deGreenwich. Debió de ser cosa de Mary escoger esta
ciudad, que puede hubiera sido el lugar de su nacimiento.
Y ya casi estamos al final de la historia del pobre Nick. Vivió allí
cerca de tres años, en una habitación poblada de reliquias de sus difuntos
amigos. Un busto de Granovsky ocupaba un lugar predilecto en una
rinconera. Colgadas de las paredes, fotografías de Herzen, Bclinsky y
Stankevich y un gran óleo representándole a él, joven. Había también un
marco que contenia, uno al lado del otro, retratos de Hcr/en, Bakunin y
¿I mismo, con la leyenda «Campeones de la Libertad». De todos los
camaradas de su generación sólo Bakunin vivía todavía. Y fue un raro
acontecimiento el que llegara a Grccnwich —como sucedió en noviem*
bre de 1874— una carta del viejo veterano, ahora establecido con la
familia de su esposa en la pequeña ciudad de l.ocarno, al borde del lago.
Lo más importante de todo [escribió Bakunin] es que me escribas cómo y con
quién vives, con quién te relacionas y con quién pasase! tiempo. Me temo que la
sociedad inglesa de tu mujer, a quien envío mis saludos, no debe ser
particularmente interesante para ti (careciendo de la bendición de ia Iglesia) y
que en Londres, más que nunca y más que en cualquier parte, sentirás ta soledad;
y a nuestros años tal sentimiento es difícil de soportar. Aunque existe un
consuelo: la proximidad de b muerte.
Pero Bakunin, aun con ta salud estropeada, seguía manteniendo el
espíritu inquieto de la juventud y el sentimiento de resignación sólo le
duraba unos pocos momentos. Terminaba ia carta recomendando a su
viejo amigo que leyera la Autobiografía de John Stuart Mili en la que
(conjuntamente con los trabajos de Schopcnhaucr) se había enfrascado
recientemente.
¿Has leído la Autobiografía?Si no lo has hecho, léela sin falta. Es un trabajo
extraordinariamente interesante < instructivo. Escríbeme cuando la leas c
indícame algo que valga la pena. Ya hemos enseñado bastante, hermano. En la
veje/ hay que volver a aprender. Causa más go/o.
Sin embargo, era raro que llegara a Ogarcv alguna voz del atareado y
turbulento mundo dei que había formado parte. Su retiro era completo y
nadie de los que le habían querido en otro tiempo estaba enterado de
cómo se iban arruinando sus facultades. «No puedo subir a ningún
carruaje», escribió a su hermana en Rusia, «me da vueltas la cabeza. Tan
279
fcdward //. Carr

sólo salgo de pasco por Grccnwich con mi pierna lisiada, pero puedo
pascar bien». Su mentalidad volvió gradualmente a la infancia y a
menudo hablaba incoherentemente de su país y de los días de su
juventud. Cuando algún raro visitante ruso iba a Grccnwich, a través de
«una espesa niebla amarilla que olía a polvo de carbón, sulfuro y
salazones», a presentar sus respetos al viejo revolucionario, le pregun­
taba si los guardias rusos llevaban todavía alabarda, un armamento que
ya había sido abandonado mucho antes de que él hiciera su aparición en
la humanidad. Mary Suthcrland. «menuda, cabello negro, menos
angulosa y menos autosalisfccha que la mayoría de las mujeres inglesas»,
se movía eficazmente tras la tetera y explicaba que Nick no tenía uno de
sus mejores dias; cuando el visitante había dicho adiós a la frágil figura
bajo el mechero de gas del vestíbulo, se daba cuenta que sólo tenía ante si
el vacío armazón de lo que había sido un hombre. El pobre Nick contaba
tan sólo sesenta y dos años, pero la enfermedad y la incontinencia habían
agolado s i i vitalidad, y lentamente y sin sufrimientos se iba desmoro­
nando.
Cuando, a principios de junio de 1877, la proximidad de su fin dejó
de ser una incógnita. Man-' telegrafió a Tata Hcr/en y ésta acudió
escoltada por Gabriel Monod. el marido de Olga. El pobre Nick sólo era
consciente intermitentemente. Reconoció aTuta. a la que habló en inglés,
el ¡d ¡orna de su veje/. Vivió unos días en estado de coma interru mpido de
vez en cuando por momentos confusamente conscientes. En sus últimos
e incoherentes murmullos, apenas percibidos por el atento oido de Tata,
volvió a su lengua nativa. Y no se refirió ni a Mary Suthcrland. ni a
Natalia Tuchkov. ni a María Rosiaslcv —las tres únicas mujeres que
hablan sido más que algo pasajero para su tierno corazón—, sino a
Hcrzcn, el único amigo que. pura bien o para mal. había dominado su
vida entera. En la tarde del 12 de junio dejó de respirar.
Tata no se quedó para el funeral. Se había roto el último y único
eslabón que le había hecho posible soportar la compañía de Mary
Suthcrland; y había pulgas en la cama. Escogió un tugar para la
sepultura, proveyó de lo necesario para las exequias y luego, acongojada,
regresó a París. Unos meses más tarde recibió por correo una fotografía
de la tumba con Mary sentada al lado, vestida de luto como una viuda.
El sitio puede lodavia hallarse en el cementerio de Shooter’s Hill; y el
peregrino, apartando a un lado la vegetación que cubre y oculta casi la
losa, aún puede leer la inscripción que recuerda que «Nicolás Ogarcfi, Je
Akshcno. Pcn/a. Rusia», naciócl 6 de diciembre de 1814 y murió el 12 de
junio de 1877. Nadie sabe lo que les ocurrió ai busto de Granovsky y a
los cuadros y las fotografías entre los que el pobre Nick pasó sus últimos
años. Probablemente, tarde o temprano hallarían su destino en la tienda
de algún chamarilero del East End.
C a píiu io x v n

LA U L T I M A T R A G E D I A

La muerte de Herzen privó a Natalia de un centro de gravedad en su


agitada e infortunada vida. El amplio dan que en otro tiempo se había
reunido a su alrededor en Londres se había dispersado completamente.
Los mellizos habían muerto. Olga estaba a punto de casarse con un
francés, el joven Alejandro era ahora un padre de familia en Florencia,
Ogarcv estaba en Ginebra al cuidado de su amante inglesa. Sólo
quedaban Natalia. Tata y Liza —dos desvalidas mujeres y una niña—
bastante bien situadas económicamente, pero sin casa, ni país, ni rumbo
fijo en la vida. Era natural que tras unos pocos meses en Ginebra —los
angustiosos meses del a/faire Ncchaev— Natalia descara vivir, con toda
seriedad, el plan que tamas veces, en los últimos siete años, había
revoloteado por su alocada mente. Así que decidió, en la primavera de
1871. regresar a Rusia con su familia, llevándose a Tata y Liza. Y esta
narración terminará con el relato de su partida.
Decidida la marcha, el gobierno ruso intervino de nuevo —como en
tiempos pasados— fatal y efectivamente en la vida de los Exiliados
Románticos, y por boca de su cónsul en Ginebra, denegó a estos
peligrosos conspiradores la autorización para regresar a su país.
La negativa, que se repitió al año siguiente, tenía toda la apariencia
de ser definitiva y Natalia reemprendió aquellas andanzas sin objeto,
vagabundeando de ciudad en ciudad por la Europa occidental, que se
había convertido en su segunda naturaleza. La encontramos en Zurich.
en Florencia, en Niza y en París. Vive a veces con Tata y otras sin ella,
pero Liza es su compañera inseparable. En otro tiempo habla sido deseo
de Hcr/en que la muchacha se llamara Hcrzcn-Ogarcv para asi
conmemorar en su persona la unión de los dos amigos de toda la vida,
pero desde la muerte de Her/cn. l.i/a había usado abiertamente su
28/
Edwant II. Carr

nombre y Natalia estaba orgullosa cuando la gente hacia notar su


parecido con él. A Natalia se la conocía ahora generalmente como la
viuda de Herzen; con la muerte de éste y la desaparición de Ogarcv, la
embarazosa c ¡ncOnvcnciona) situación se habla esfumado. Y no existe
ninguna prueba de que la conciencia de un origen irregular influyera en
modo alguno en la anormal evolución de Liza.
Liza, el «vástago de un águila y una serpiente», heredó de su padre su
ancha frente y su viva/ inteligencia. No era una simple parcialidad de
hombre viejo para el último de sus hijos lo que la señaló como la más
brillante de todos ellos. Una muchacha rusa, estudiante, llamada
Elízaveta Litvinov, que estuvo con ella en Zurich durante el invierno de
1872-73. detectó en Liza «una inteligencia excepcional, delicados
sentimientos y un comienzo de elevadas ambiciones». Otras caracterís­
ticas parecen más claramente legado de su madre. Antes de cumplir los
ocho años pidió a sus padres que no dijeran a los visitantes ingleses en
hoteles y pensiones donde paraban que había nacido en Inglaterra, a fin
de que admiraran más su conocimiento del inglés. Parece que la
necesidad de llamar la atención y ser udm irada, llevada hasta un extremo
histérico, se insertó desde edad temprana en el carácter de Liza.
Elizaveta Litvinov nos ha dejado una inolvidable pintura del aspecto
externo de madre e hija:
La hija es alta y fina, vestida a ia moda, elegante, con chic francés. l a madre
es bajita, con el cabello corto1y gris, aprisionado bajo un sombrero, y luce urui
cinta alrededor del amarillo cuello. Viste desaliñadamente, toda de negro, pero
con adornos de colores contrastados: marrón en la chaqueta, azul en el
sombrero, verde en el traje. La hija anda rápidamente, con posos largos: Ui madre
se afana tras ella con un troteciilo. bandeando y tropezando. La hija no tiene la
menor idea de las dificultades de su madre para mantenerse cerca de ella.
Cuando se da cuenta de que la ha adelantado, se para, mira despreciativamente
hacia ¿itrá» y se encoge de hombros con impaciencia. A primera vista una se
queda sorprendida de b irregulandad de (acciones de lu chica, pero su ancha
frente, sus inteligentes ojos gris claro, de osado mirar, y una te/ delicada,
compensan la primera impresión. Su expansión es una mezcla de imperiosidad y
timidez. 1.a estropea mucho tener el labio superior saliente, cosí que. con toda
evidencia, conoce, por lo que constantemente se lo está mordiendo con sus
pequeAos y finos dientes.

La (imide/ de Li/a era la reseña de una orgullosa y retraída


naturaleza sin inclinación alguna a compartir con quienes la rodean los
movimientos de su corazón. La imperiosidad se manifiesta ampliamente
en su actitud para con su madre. Li/a se dio pronto cuenta de la medida
de la quejosa maternidad de Natalia, cariñosa, alocada y sin objeto, y

1 El cabello corto en las mujeres era. en aquella ¿poca, el reconocido distintivo de


opiniones radicales.

282
/.os exiliados románticos

ésta dejó de (cner influencia alguna en su hija salvo en el ejemplo


contagioso de la agitación y la insatisfecha avidez para las emociones
turbulentas. Separada de su madre. Lúa podía sentir todavía un afecto
sincero hacia ella, pero obligada a vivir en su compañía la trataba con
una trágica mezcla de hostilidad y menosprecio, sentimientos que, sin
embargo, no excluían una gran parte de consciente o inconsciente
imitación. De vez en cuando. Tata Herzen intervenía en estas difíciles
relaciones en calidad de tcnium quid más bien torpe. Llena de
intenciones generosas, dando tumbos en medio de un cenagal de
incomprensiones crónicas, se veía alternativamente engañada c insultada
por ambos lados. De las tres. Liza era la más decidida y la menos
escrupulosa, con la ingenua ausencia de escrúpulos de la extrema
juventud; y era ella quien sacaba más del juego. Una y otra vez suplicaba
a Tata que la separara de Natalia, y se ponía histérica, a imitación de su
madre- En el verano de 1817 se llegó al punto de ruptura, y la víspera de
su decimoséptimo cumpleaños Liza declaró que no podia vivir por más
tiempo bajo el mismo techo que su madre. Se convino en que Tata la
acompañaría a efectuar una visita a Alejandro y su familia en Florencia,
cuya duración se dejó, atinadamente, indeterminada, y en septiembre
dejaron sola a Natalia en Zurich y partieron para Italia, vía Ginebra.
!*n Florencia, en la villa de Alejandro Herzen. situada en las lomas de
Ficsolc, empezó, en otoño de 1874. el último acto de la corta vida de
Liza. El otro actor principal fue un sovanf francés llamado Charles
Ixlourneau. Este era ya conocido como autor de un trabajo que llevaba
el título de Im Physioloftie des Passions. recordado ahora principalmente
como una de las fuentes de inspiración de Emilio Zola. En el año I87S
publicó un libro de biología, y esos dos trabajos fueron seguidos por
otros numerosos tratados de carácter científico o filosófico. Vivió hasta
1902 y nada existe en su vida anterior y posterior que indique que su
parte en la tragedia de Liza fuese otra cosa que un imprevisible c
irrelcvante episodio en una carrera por otra parte ordinaria. Cuando se
encontró con Liza por primera vez había alcanzado los cua renta y cuatro
años, vivía con su esposa y dos hijos pequeños en Florencia, donde
ocupaba un cargo de lector cn la Universidad, y mantenía relación con
Alejandro Herzen y su familia, aunque no amistad intima.
Se había proyectado, cuando Tata y Liza abandonaron Suiza, que las
dos pasarían, todo lo más, dos o tres meses en Florencia, para reunirse
luego con Natalia en París, para pasar el invierno; pero a fines de
noviembre se cambiaron los planes y se acordó que pasarían el invierno
en Florencia.
¡Tata hace su voluntad! fescnbkS Liza a su madre] ¡Tala lo ha decidido! Sabe
Dios por qué nos quedamos, pero nos quedamos. La naiuralc/a humana es
extraña; alguna influencia secreta ha empujado a Tata a hacer lo que yo deseaba;
y lo deseaba doblemente desde que supe que tú no te oponías. -Pasaremos el
invierno aquí.» No hay que buscarle motivos secretos, no hay ninguno.
283
Edwa/t! //. C an

¿Recuerdas que «tundo en Zuneh te dije que no quería ira a París y que algo me
atraía en Florencia? Pues he de decirte que aquí siento un bienestar físico que
algo juega en el asunto. Ya no soy la -criatura cansada», como tú solias
llamarme. Por el contrario, salto y grito con los niños lo mismo que otro niño.

Puede ser que los motivos secretos.cuya existencia tan rotundamente


niega, no hubiesen emergido todavía en la conciencia de Liza.
La ingenua alegría con que fue escrita esta carta es. quizá,
difícilmente compatible con un completo conocimiento de sí misma,
pero el lector de la correspondencia más tardía no halla dificultad alguna
en diagnosticar la causa de su ansia por permanecer en Florencia, o el
sentido de ese bienestar físico que súbitamente la había invadido. Li2a
estaba enamorada de Charles Leiourncau. y pocas semanas después
empe/ó a escribirle la que debía ser una de las más notables seríes de
cartas de amor jamás escritas por una muchacha de dieciséis años a un
hombre treinta años mayor que ella.
La primera de las cartas existentes: puede ser citada in extenso como
una buena muestra de la totalidad:

K&toy triste y sola y nadie tengo a quien pueda dar la mano en momentos de
duda y desesperación. ¿Qué voy a hacer en la tierra? ¿Desear? ¿Por qué desear
siempre en vano? Cierto que sirve para matar el tiempo, pero se lleva nuestros
mejores años. ¿Amar* «.Amar a quién? Amar por un momento no vale la pena.
Amar para siempre es imposible. ¿Sufrir? ¿Sufrir poruña pasión de la que una se
reirá tan pronto « té curada de ella? ¿Callar y encerrarse en una misma? ¡Son tan
mezquinos nuestros sentimientos, nuestras alegrías tan triviales, nuestro*
sufrimientos tan insignificantes! ¿Observar la vida y no preocuparse? Quizá esto
sea lo mejor, no intervenir en la vida. Pero entonces te das cuenta de que la vida
no c* más que una vulgar y estúpida burla, un desatinado jugar con palabras.
Asi, la curta es. en toda su extensión, una bella y cuidada paráfrasis
de un poema de l.crmontov. el más popular de los líricos románticos en
lengua rusa. Nosotros nos quedamos en la duda de si Leiourncau
reconoció la fuente o supuso que estaba leyendo una improvisada
efusión del desilusionado espíritu de Liza. Usía sigue acerca de su propia
persona:
¡Cuán cierto es todo esto! No n>c lamentode que hayas destrozado todo* me
planes para el futuro. Otras veces, en tiempos posados, veía las cosas bajo mejor
luz y me decía a mi misma: -D ebo estudiar, no seas perezosa, tienes suficiente
curiosidad para hallar interés en la ciencia. Ls imposible para cualquier hombre,

* l.a cana en cuestión, al igual que muchas otras, no esté fechada, listas canas,
conservadas por Caries Ixtoumeau y posterto rmente reimiidas por éste a Natalia Ogarev,
fueron halladas entre los papeles de esta úlunu v publicadas más de cincuenta años
después de ser escritas, lixivie, sin embargo, una débil presunción (no puedo usar orre
calificativo) de que el orden en que fueron publicados es correcto Ninguna evidencia
■ mema puede ayudar, y ningún cambio de tono puede percibirse a través de roda la seríe­
la primera cana de I iza a leiourncau que lleva fcclu data del 14 de febrero de 1X7$.
f .» \ n r / W t f t n m u in tia n

sea como fuere, arruiT a la misma mujer toda la vida. especialmente si la mujer
es... como yo. ¿Y si ama a otra, que haré? Matarme, la vieja historia de siempre.
¿Por qué empezar si la mejor y más segura solución de) problema es terminarlo?
Fn aquellos días yo imagmata que (os hijos eran una inagotable fuente de
alegría y de dicha. ¡Qué quimera! Las ansias para con ellos pueden Nevar a sus
padres a la tumba. 1) Una esposa no ama ya al padre de sus hijos, o él ha dejado
de amarla a ella, pero deben seguir juntos y odiarse mutuamente en silencio a
causa de los hijos. 2) En la infancia los niños están enfermos a menudo; ¿y qué le
ocurre entonces a la madre? Se halla con una ininterrumpida cadena de
sufrimientos. 3) Cuando ya han crecido nos atormentan otras preocupaciones
acerca de su futuro ¿qué será de ellos?; ¿qué peligros los acechan?; ¿sufrirá su
corazón, o su cerebro, o hay que esperar dificultades de orden económico? 4) Y
todavía queda el mayor de todos los pesares; tus hijos se alejan de ti, tienen
diferentes credos, diferentes ideas, diferentes gustos. ¿Y si alguno de ellos tiene
un alma indigna y vulgar o tiene un vacio en ve/ de corazón?
No. no me quejo de mi destino. Todos los destinos parecen malos. Y si puedo
escoger entre toda:» las existencias posibles, escogeré.... ¡adivínalo! Ser tu
sombra, de modo que siempre, siempre, pueda verte, En mi sufrimiento intento
consolarme pensando que otras también sufren; ¡pero ya sabes cuán toma soy!
Ayer, estando en la coma me imaginaba que estaba sota en <1 mundo, que nadie
me quería. Y sentí u n insensato deseo de estrecharle contra mi. de Abrazarte, de
ahogarte; cogí la almohada y b estreché convulsivamente mordiendo la sábana.
No sé cómo ocurre que cuando estás conmigo, como tú dices, estoy tan abatida;
en tu presencia no pierdo tan sólo los sentidos, sino que el corazón me salta como
si quisiera salírseme de! pecho y decirte que te quiere, que está dispuesto a
cumplir todos tus deseos, en una palabra, que es tu esclavo. Preferiría que fueras
un verdugo; yo desearía que me torturaras un poco, porque nada hay más
terrible que (a indiferencia.
Au revoir!
Temo que Tata me hará una escena. Simulé tener dolor de rabera; y es cerca
de medianoche y todavía no estoy en la cama.

E s t a a s o m b r o s a c o m b i n a c i ó n d e p a s ió n f u r i o s a y e s c é p tic a r e f le x ió n
n o p u e d e , d e s d e lu e g o , s e r in c lu id a d e n t r o d e lo s l ím ite s n o r m a l e s y
p e r m i t i d o s d e u n a m o r d e a d o l e s c e n te ; lo s in v e s t i g a d o r e s d e la h e r e n c ia
p u e d e n c o m p a r a r e l a p a s i o n a m i e n t o d e lo s d ie c is é is a ñ o s d e L iz a p o r
L e t o t i m e a u c o n e l d e lo s d i e c in u e v e a ñ o s d e N a r a J i a T u c h k o v p o r
O g a r e v . S i L iz a e n s u a b a n d o n o p a s io n a l p o r L e t o u r n e a u v u e lv e la
e s p a ld a a N a ta lia , N a ta lia d e jó e n su d ía a s u s p a d re s — y n o c o n m e n o s
e g o í s m o — p a r a f u g a r s e c o n u n a m a n t e v e in te a ñ o s m a y o r q u e e lla .
M a d r e e h i j a s o n c l a r a m e n t e d e la m is m a m a d e r a y la g r a n p r e c o c id a d
d e l d e s a r r o l l o d e L iz a p u e d e s e r a t r i b u i d a a l a g r a n lib e r t a d y 3 ta s
c i r c u n s t a n c i a s p a r t i c u l a r e s q u e r o d e a n s u c r e c i m i e n t o . L a a c tu a c ió n d e
s u s p a d r e s fü e e r r ó n e a . E n c u a n t o e lla p o d í a r e c o r d a r , s u p a d r e n o fu e
m á s q u e u n a f u g a z y o c a s i o n a l v is i ó n ; s u m a d r e s i e m p r e h a b í a s i d o d e s d e
s u n a c i m i e n t o , y e s p e c i a l m e n t e d e s p t/c s d e l a m u e r t e <le lo s m e lliz o s , u n a
h is t é r ic a d e c l a r a d a : y la s te n s a s r e la c io n e s e n t r e m a d r e e h ija ( q u e
i n s p i r a r o n c l a r a m e n t e l a s p r e c o c e s r e f le x i o n e s s o b r e la m a t e r n i d a d
c o n t e n i d a s e n la c a r t a q u e a c a b a m o s d e c i t a r ) c r e a r o n e n e l a lm o
Edward H. Carr

a p a s i o n a d a c i m p r e s io n a b l e d e L iz a e l p e l ig r o s o c o m p l e j o d e u n a
i n f a n c i a s in a m o r . F i n a l m e n t e , d u r a n t e d i e z a ñ o s fu e a r r a s t r a d a d e p a ís
e n p a í s y d e c i u d a d e n c i u d a d ; y s u a g u d a in te lig e n c ia n o h a b í a s id o
d is c ip lin a d a p o r n in g u n a e d u c a c ió n r e g u la r. T o d a s e s ta s c irc u n s ta n c ia s
h i c i e r o n d e L iz a , a lo s d ie c is é is a ñ o s , u n s e r a n o r m a l . S u s a b r a s a d o r e s
s e n t i m i e n t o s , h a s t a e n t o n c e s n o f i j a d o s e n u n a p e r s o n a n i e n u n lu g a r d e
la s u p e r f ic ie d e la t i e r r a , a r d i e r o n e n e l m o m e n t o d e la a d o l e s c e n c ia c o n
u n a i n c o n t r o l a b l e lla m a d e m ó r b i d o a p a s i o n a m i e n t o s e x u a l.
T a m p o c o d e b e r í a , s in e m b a r g o , d e s p r e c i a r s e e l f a c t o r l i t e r a r i o e n la
p a s i ó n d e L iz a p o r L e t o u r n c a u : h a d e j a d o su m a r c a t a n t o e n e l c u r s o d e l
a s u n t o c o m o e n s u e s tilo e p i s t o l a r t a n i n f l a m a d a m c n t c r o m á n t i c o . L o s
i n t e n t o s d e N a t a l i a O g a r e v p a r a d i r i g i r la s l e c t u r a s d e s u h ija f u e r o n
i n t e r m i t e n t e s , in g e n u o s y p a t é t i c a m e n t e in e fe c tiv o s :

No leas a tontas y a locas |)c escribió cuando Usa le confesó haber leído la
novela de George Sand l.eone ¡.coni\, Consulta ante» a Tata, l.eonc t-eont, aunque
muy atractivamente escrito, es un libro insano, lleno de pasiones no naturales.
Ya te dije ames que no debías leerlo, pero tú aparentemente lo has olvidado.

T a le s e x h o r ta c io n e s s ó lo p o d ía n p r o d u c ir u n r e s u lta d o ; y L i/a
— q u i z á s u n a d e la s ú l t i m a s v i c t i m a s d e e s t e e x t r a ñ o d e l i r i o r o m á n t i c o -
v iv ió e n u n m u n d o p o b l a d o p o r h é r o e s y h e r o í n a s d e G e o r g e S a n d .

El otro día [escnbió en un carta a Letourncau] hablaban de una novela de


George Sand en la cual la heroína hace una declaración formal de amor; X. X 1
exclamó: «¡Qué horror! ¡Hacer una declaración de amora un hombre que no te
quiere! ¡Qué falta de estimación propia!» Y, a este efecto, añadió: «Una cosa
semeja nle nunca me succtlerá». Di me. por favor, ¿por qué es peor esto que
declarar un hombre su amor a una mujer que no lo quiere? No lo comprendo.

P r o n t a m e n t e s a c ó p a r t i d o d e s u l i m ita d o c o n o c i m i e n t o d e la
lite r a tu r a ru s a y n o s ó lo p a r a f r a s e ó la r o m á n tic a d e s e s p e ra c ió n d e
L e r m o n t o v , s i n o q u e e n c o n t r ó e n la o b r a m a e s t r a d e P u s h k i n . iivgirt
Onegin. u n m o d e lo d e c o n d u c t a y u n p a r a l e l o a su s i t u a c i ó n . K n Evgin
Oñegin. T a l i a n a . la m á s f a m o s a d e la s h e r o í n a s r u s a s , d e c l a r a s u p a s i ó n a
O n e g i n . q u i e n , c o m o L iz a r e c a lc a c u i d a d o s a m e n t e a L e t o u r n c a u . « tr a s
h a b l a r c o n e l l a , le le e u n a l e c tu r a m o r a l y s e v a » — s ó l o p a r a a r r e p e n t i r s e
e n v a n o e n e l ú l t i m o c a n t o . L a m o r a l e j a e s i n g e n u a m e n te o b v i a y d i r e c t a
p a r a L e to u r n c a u . p e ro c t n o e s c o m o p a r a c o n s id e ra rte u n m e ro e
in s u b s ta n c ia l h é ro e d e ro m a n e e .

A mis ojos [prosigue] Georgen Sand y todo el resto del mundo juntos no
valen tu dedo meñique; puedes no creerme pero es b verdad. Mi egoísmo me

J Muchos de los nombres propios de estas canas fueron borrados por Letourncau
antes de mandarlas a Nautu.
286
I.os evitados románticos
asusta, Estoy decidida a decir, en ¡as palabras del proverbio ruso: -Déjame tan
sólo vene y la hierba detendrá su crecimiento para que no me distraiga-.
N e c e s ita b a v e r io , n e c e s i t a b a v e r lo t o d o s to s d í a s a u n q u e f u e s e ta n
s ó lo m e d ia h o r a . L a ú n i c a a l t e r n a t i v a p o s ib l e e s e l S u ic id io , a m e n a z a e n
la q u e e lla in s is te , e n u n le n g u a je q u e p o d í a m u y b ie n s e r f o r z a d o y
r e tó r ic o , e n c a s i c a d a c a r t a q u e le e s c r ib e :

El Arno contiene muy poca agua para ahogarme. Además, toda la


responsabilidad recaerla sobre Tata. Pero en París puedo hacer lo que quiera.
Sólo puedo ver un argumento contra el suicidio: que entonces ya no tendré la más
ligera posibilidad de verte. Puede pareccrte ridiculo que si me preguntaran qué
prefiero, si morir o sufrir veintitrés horas y media al dia, pero ser la media hora
restante la criatura más dichosa de la (ierra, escogería sin vacilar lo segunto. Sin
embargo, si tuviera ¡a cti de que jamás había de volver a verte. n« dudaría
por más tiempo.
»
• L a l i g u r a d e C h a r l e s L c t o u m e a u e s m á s v u lg a r y m e n o s c o m p le j a q u e
la d e L iz a . E r a d e m a s i a d o h o n o r a b l e — o q u iz á s d e m a s i a d o c o n v e n »
c io n a l— p a r a s a c a r p ro v e c h o , e n e l m á s c r u d o s e n tid o d e la p a la b r a , d e
la p a s i ó n q u e h a b í a i n s p i r a d o . Q u e d ó s e , p o r e l c o n t r a r i o , s o r p r e n d i d o y
t u v o u n a v a g a c o n c i e n c i a d e s u a n o r m a l i d a d . P e r o si n o c a y ó d e l l a d o d e
lo s h o m b r e s d e m e d i a n a e d a d a q u ie n e s g a s t a s e n t i r s e lo c a m e n te
a d o r a d o s p o r u n a m u c h a c h a d e p r e c o c e s e n c a n t o s f ís ic o s y p r e m a t u r o
d e s a r r o l l o m e n t a l , y a u n q u e se d e s c r i b i e r a a s i m is m o e n u n a c a r t a
p o s t e r i o r a N a t a l i a O g a r c v , c o m o - u n o d e lo s p o c o s f r a n c e s e s e x e n t o s d e
v a n i d a d - , p o s e ía lo b a s t a n t e d e e s ta ú lti m a c o n d i c ió n — y q u i z á n o se
r e q u ie r e m u c h o — p a r a s e n tir s e s a tis f e c h o c o n ta s e x t r a o r d i n a r i a s
a t e n c io n e s d e q u e se v e í a o b je to . P r e d ic ó a L iz a e l b u e n u s o d e r a z ó n ,
p e r o s e lo p r e d i c ó e n t é r m i n o s t a n a m a b l e s y a p a s i o n a d o s q u e e l e f e c to
d e la s p a l a b r a s r e s u l t ó o s te n s ib le m e n te c o n t r a r i o a s u p r o p ó s i t o . E l a u t o r
d e l.cs l.iaisons Dangereuses h a b í a r e v e la d o y a c ie n a ñ o s a n t e s lo s a z a r e s
d e h a b la r , a u n e n el m á s e le v a d o p la n o m o ra l, c o n u n a p a s io n a m ie n to
m e d ia n t e e l q u e u n o c r e e p o d e r d i s u a d i r , p e r o d e L e t o u r n c a u . q u e e r a
s i m p le m e n te e l a u t o r d e Ut Physhiogie des Passiom. n o p o d í a e s p e r a r s e
q u e p e n e t r a r a la s m á s f i n a s s u t i l e z a s d e l c o r a z ó n h u m a n o .
E s d if íc il d e t e r m i n a r h a s t a q u é p u n t o p o d e m o s c o n s i d e r a r a
l e t o u r n c a u r e s p o n s a b l e d e h a b e r e c h a d o la p r i m e r a s e m i l l a d e la p a s ió n
d e L i / a d u r a n t e e l i n v i e r n o d e 1 8 7 4 -7 5 . L a p r i m e r a c a r t a e x i s te n te q u e
e s c r ib ió a la m u c h a c h a d a t a d e m a y o d e I 8 7 5 4. P o r e s t e t i e m p o T a t a y
L iz a y a h a b í a n a b a n d o n a d o F lo r e n c i a y s e h a b l a n t r a s l a d a d o a P a r ís , y
L e t o u r n c a u y s u f a m i l i a se d i s p o n í a n a s e g u ir la s . E l m o m e n t o e n q u e u n a

4 livta caria c*lá colocada en orden erróneo en la colección publicada, donde cMá
fechada aproximadamente por la referencia del último párrafo a la punida de Li/a para
«Babilonia», o vea. Parf*.
.w
%
F.dwarJ //. Corr

rruno hábil hubiese podido ahogar en flor la pasión de Liza había


pasado ya sobradameme y la caria de Letourneau fue provocada por la
amenaza de cnvencnamienio en caso de ruptura entre ellos. Víase su
respuesta:
He aquí un .sermón, mt querido bebí, que debes leer atentamente. ¿Cuántos
capítulos tendrá? No lo sí. pero serán varios y extremadamente importantes.
Supongo que el calificativo de pequeño -bebí» te habrá enojado bastante. Me
hago cargo y cuento con ello. Pero, ¿cómo puedo evitar llamar -bebí» a quien
piensa como una criatura y se atreve a comunicar ules pensamientos a personas
mayores? Ya habrás adivinado que me refiero a la parte toxicológica de tu carta.
Sin embargo, no me entretendré en este punto, puesto que estoy seguro de que tu
buen sentido ya te ha llevado a la razón. ¡Qué rara prueba de devoción dejar
irrevocablemente a un liombrc para probarle que se le quiere! ¡Qué desenfrenado
egoísmo causarle un cruel dolor a causa de estar separada de cí por obstáculo*
co ntta tos que él nada puede! No pienses más en tales locuras. No hables más de
ellas. Piensa que yo tengo en particular estima a los «res razonables. Por otra
parte, es imposible pensar en una unión más estrecha entre nosotros. Un paso asi
seria ruinoso pura ti y criminal por mi parte. Y. aparte de esto, ¿seria el camino
más seguro para curarte? Tú no me conoces y no se puede juzgar a la gente por lo
que muestran u su$ mejores amigos. Siempre existe una cierta cantidad de pose, y
tan pronto se ha alcanzado madurez y control de uno mismo, uno oculta sus
debilidades, susdetcctos. sus sentimientos de toda clase, en parte por-temor a la
gente embarazosa y en parte por vanidad. Sea lo que fuere lo que pienses, has
hecho una pobre elección y es de todo punto necesario que no tengas nada de que
arrcpcmirtc. que seas libre, sin limites ni ataduras, libre de secretos reproches y
sin nada serio que reprocharme a mí el din que me juzgues como me juzgo yo y
como en realidad soy. liste día vendrá, sin duda alguna, pienses lo que pienses. A
tu edad, y con tu indómita naturaleza, los- sentimientos son tan apasionados que
no se tiene en cuenta el futuro, sólo el presente parece importante. Pero el futuro
que ahora desprecias será, a su vez. presente, y no debes echarlo a perder. No
debes arriesgar todo el futuro por unos pocos días que ahora te parecen la mayor
felicidad, pero que pronto te pesarán: en realidad sería cometer un desatino. Si,
si. Y. como si lo viera: empiezas a hacer puchcritos. Yo no soy otra cosa que un
predicador a sangre fría, ya no puedo ser útil para nada más que para predicar,
por esto te he escrito un sermón. Un lo que concierne a frialdad, intento con
todas mis fuerzas conseguirla. No siempre es fácil, sin embargo: tu sentimiento
para conmigo, tan sin reservas, tan completo, tan entregado, siempre me
conmueve y a veces debilita mí determinación.
por último (ya que cualquier sermón debe tener su - por último-) te ruego que
creas que nadie se toma tan vivo interés por ti como yo. Seamos |o que hemos
dicho: amigos razonables. Por otra parte, tengo mucha menos gente que me
quiere de lo que supones, y nadie como tú. I.o veo. lo sé > no lo olvidaré.

Luego, tras un párrafo de chismes acerca de los asuntos amorosos <k


sus amigas de Florencia, Letourneau termina como sigue:

Vuestra marcha ha descompuesto, <dc hecho, nuestra pequeña colonia.


Apenas nos vemos los unos a los otros y en realidad ya es hora de que os sigamos
a Babilonia. Probablemente lo haremos a finales de esta semana. Naturalmente
.>S8
/ / n rx th m h n u m á M U tt\
•%
os comunicaremos la fecha de la partida cuando esté definitivamente lijada.
¡Hasta nuestro próximo, próximo encuentro!
C« L.
Los meses de junio y julio vieron a todos los actores del drama
reunidos en París o en sus alrededores. Natalia había dejado Zurich y
vivía en habitaciones alquiladas. Tata y Liza se instalaron primero en el
piso de Olga, ahora casada y madre de dos niños, en Los environs de
París, en Maisons-Lafitte. Pero la situación se hizo asi infinitamente más
complicada. Liza, el miembro más inteligente del grupo, pronto reanudó
su viejo juego de a/u/ar a su madre contra Tata y aventarle la llama de
los celos. Cuanto Tata, ahora ya avizorando completamente el peligro,
interceptó canas de Letourneau y rehusó darle su dirección a Liza, ésta
se puso a halagar a su madre c incluso presentó a Natalia la perspectiva
de volver a vivir con ella. Letourneau. enterado de la situación,
recomendó astutamente a su joven amiga que insistiera en «varías
condiciones* (presumiblemente la libertad de su correspondencia con ¿1)
como el precio de volver a vivir de nuevo con su madre bajo un mismo
techo.
Este cambio en las cosas aisló a Tata, que momentáneamente se halló
enfrentada a la triple enemistad de Liza, Letourneau y Natalia.
Letourneau escribió a Liza que sus relaciones con Tata, antes amistosas
y sinceras, hablan llegado ahora «al punto del termómetro en que se
hiela el mercurio», y Liza, para dar una explicación al cambio, insinuó
maliciosamente que Tata había creído que L.ctourneau estaba enamo­
rado de ella y desahogaba en ¿I la amargura de su desilusión. Al propio
tiempo. Natalia empieza a dirigir reproches a Tata por su falta de
franqueza con Liza y con ella y la acusa de interferir sus esfuerzos para
«salvar a Liza», entrando además, por otra parte, en amistosa
correspondencia con Letourneau. Tata no podia hacer otra cosa que
llevarse las manos a la cabeza en actitud de desespero y opinar que «esto
terminaría yendo tocios al manicomio».
La situación no había mejorado mucho cuando a principios de
agosto Letourneau partió con su familia hacia tas costas de Normandta.
Sus cartas a Liza continúan con la misma mezcla de exhortación racional
y coqueteo sentimental, pero además, con una amarga nota de
animadversión contra Tata, «ese bloque de hielo», que aparentamente
había tenido éxito al oponerse a una propuesta para que Liza
acompañara a los l.ctourneau al mar.
¡Qué poca piedad para con nosotros! A menudo pienso en ello y me dude.
¡Hubiera sido tan fácil y tan simple arreglarlo a no ser por la extraordinaria
intervención de la señorita N.l Pero no impona. Tú eres joven y yo aún no soy
<¡c¡ todo viejo y podemo- lograrlo cualquier día.
El marido de Olga, a quien Letourneau llamaba «el arcángel», recibió
aún más áspero trato por su no solicitada intervención. Letourneau
m
F.dward H. Carr

estaba dispuesto a predicar sentido común a Lira, pero (rabia resuelto


que nadie más debía participar de cal prerrogativa.
El fuego de la pasión de Li/a no mostró signos de debilitamiento,
pero en septiembre consintió, por consejo de Letourneau, en acompañar
a su madre a Niza. Se había acordado vagamente que Tata las seguiría,
pero ésta, que ya había experimentado las dificultades de unas relaciones
triangulares con dos seres histéricos como Natalia y Liza, prefirió
permanecer en París. Los primeros días, o primeras semanas, en Niza
transcurrieron en relativa calma. Natalia se sentía agradecida a
Letourneau. cuya influencia había inducido a Liza a volver con ella,
cuando todos los otros medios de persuasión habían fracasado, y fue
permitida la correspondencia entre ¿I y Liza sin censuras ni interrup­
ciones. Natalia se convenció de que <c! camino recto par» manejar a su
hija estaba en perdonarle todos los caprichos y de que ninguno de estos
trastornos hubiera tenido lugar a no ser por los maliciosos y mal
concebidos esfuerzos de Tata en aplicar medidas de severa represión a
una inocente y afectuosa criatura.
No obstante, tas cartas no apaciguaron por mucho tiempo a Liza,
deseosa de la presencia de su amado. La vida de aislamiento y ociosidad
que dejó a madre e hija sin otro recurso que su mutua compañía,
ciertamente podía ser desastrosa para sus relaciones aun si madre e hija
hubiesen estado más normalmente constituidas; la intranquilidad y la
irritabilidad de l.i/a fueron cada vez más difíciles de disimilar. Para
variar un poco, fueron a San Remo. Un medio flirt con un turista de
Córcega proporcionó una distracción temporal, pero esto no bastaba.
San Rento era. simplemente, una miniutura de Niza. Li/a tenía dos
únicos añílelos: librarse de su madre y regresar a Florencia, donde
Letourneau se había ya instalado de nuevo para el invierno. Natalia,
delicada, sola y desequilibrada, vacilaba entre varios proyectos; algunos
de ellos eran impracticables y los otros fueron rechazados totalmente por
Liza. Finalmente, se ofreció a ir con Li/a u Florencia, y Liza, no viendo
otro camino para alcanzar su principal ambición, consintió en aceptar la
compañía de su madre.
A finales de noviembre se trasladaron de Niza a Florencia. Se
instalaron con Alejandro y su familia, y los encuentros con Letourneau
empezaron de nuevo sobre las viejas bases. Li/a manejaba a su madre
tan fácilmente como habla manejado a Tatú el pasado invierno, antes de
que a Tata se le despertaran las sospechas. «Tata y Mamma», dijo
alegremente a un amigo, «son dos peonzas y yo el niño que las hace dar
vueltas». Alejandro y su familia reconvinieron a Natalia por su falta de
autoridad sobre Li/a. y a l.i/a por el modo de tratar a su madre, por lo
que Liza se revolvió contra Alejandro y lo acusó de «estar de parte de sg
madre». Las disensiones domesticas y la tensa atmósfera que formaban
parte del entorno natural de Natalia, envolvieron el tranquilo hogar
fiorenútto y lo prepararon pata la culminación lie la tragedia.
Los sucesos de las horas finales de la vida de Li/a se narran en una
290
í .oí exiliados románticos
larga caria escrita por Natalia unas semanas después de la catástrofe. I)e
las disensiones familiares salió la proposición de enviar a Liza a
Fontaincblcau para reanudar su descuidada educación. Li/a quería
consultar a Letourneau acerca de tal plan, pero él se hallaba enfermo en
cama, y Natalia, en un último y débil intento de imponer su voluntad, le
prohibió ir a verlo sola. Y propuso acompañar a su hija. «No quiero ir
contigo», replicó, -pero ya me desquitaré-. La visita no tuvo lugar. Li/a
pareció recobrar los ánimos y más de una ve/ anunció, con inusitada
animación, que estaba preparando «una gran sorpresa». Una tarde, al
anochecer, mientras los niños jugaban y los otros estaban sentados
hablando. Liza estaba escribiendo una carta y se interrumpió para
preguntar a su madre cómo se escribían correctamente las palabras
francesas traverséc y falla. Ya anochecido dijo a su madre que estaba
fastidiada > le habló «muy ásperamente».
Al dia siguiente Li/a cerró la carta en presencia de su madre, quien
supuso que iba destinada a Letourneau. Luego señaló una cesta y un
cortaplumas que había comprado en Niza y dijo: «Esto es para
Letourneau y esto para Lucía (la hija de Letourneau)». Natalia creyó que
estaba hablando de regalos de Navidad.
Por la tarde Liza se quedó sola en casa: no quiso i r con su madre a la
ciudad. Al anochecer, cuando la familia regresó. Li/a no apareció. Su
puerta se hallaba cerrada y nada se oía desde su interior. Rompieron la
cerradura y abrieron. Li/a yacía en la cama con un pañuelo sobre su cara
empapado en cloroformo: estaba muerta. Cerca de «lia se encontró la
carta que su madre la había visto cerrar aquella misma mañana y que le
habia visto escribir la tarde anterior. Estaba escrita en francés y rezaba
asi:

Ya ve», amigos míos, que he intentado hacer la travesia más pronto de lo


necesario \de faite ta uaversée plui t il qu'tl n'aurait failu). Quizá no tenga éxito.
En tal caso tamo mejor. Podréis beber champaña en honor a mi resurrección. No
lo sentiré; todo lo contrario. Escribo estas lineas para pediros perdón por d
trastorno y tos momentos desagradables que os estoy causando. Además,
quisiera pediros que dispongáis las cosas para que ios que nos acompañaron a la
estación cuando salimos hacia París estén presentes en mis exequias, si hay lugar,
o al banquete de honor de resurrección (todos excepto tos Schiífi.
2) Si se me ha de enterrar, comprobad cuidadosamente que estoy muerta,
pues despertar dentro del ataúd sería muy desagradable.
3) Pido que aquellas cosas más que se hallen en buenas condiciones de uso
sean usadas. Considero que es estúpido conservar o desechar cosas que se hallan
en condiciones de ser usadas.
4) No tengo voto en el consejo de familia, pero, sin em bargo. deseo expresar
mi opinión en materia de dinero. Olga y Tala no necesitan nada, pero me parece
que a Mamma se le debe proporcionar m u renta para toda la vida (más liberal
que aquélla de la que vivía en París), y que el capital y parte de la renta debe ser
entregado a Alejandro. Sin embargo, esto no es asunto mió. Adieu. Saludos y
fraternidad.
291
F.(t* ar<i /{. Can

La vida que habla empezado diecisiete años y tres meses antes en


Laurel House. High Street. Putncy, terminó en Florencia con esta trágica
y extraordinaria mezcla de desesperación precoz, desaño adolescente y
pueril travesura.
La tragedia romántica ha terminado. Hay lágrimas que derramar y
angustias y reproches que sufrir, otro ataúd que llevar al feo panteón de
Niza y otras cartas de velada recriminación que intercambiar con
Leioumeau. Luego Natalia pidió de nuevo ai zar autorización para
regresar, sola, habiendo muerto todos sus hijos, a su patria. Las
autoridades se ablandaron y en la primavera de 1877, mientras Ogarev
yacía moribundo en Grccnwich. ella pudo volver a Aksheno. Elena y
Satín habían muerto, pero sus padres vivían todavía, y Natalia gozó de
una longevidad a menudo reservada, por ironía del destino, a aquellas
cuyos tempestuosos sentimientos han arruinado la vida de hombres más
débiles que ellas. Vivió con sus muertos; y cuarenta años después todavía
soñaba con tener a Lola-chico y Lola-chica en sus brazos o con dar la
bienvenida a Herzen de regreso del viaje. Sólo una vez volvió a la Europa
occidental —en su extrema vejez— y a sus sepulturas de la orilla del mar.
Murió en Akshcno en 1913. a los óchenla y cinco años de edad.

292
ti

E pilogo

La tragedia de Lí/ ji es una adecuada conclusión para la historia de los


Exiliados Románticos. Seis meses más tarde. Bakunin, el en otro tiempo
apodado -Liza mayor-, murió en Berna, en la misma obstinada actitud,
que mantuvo durante toda su vida, de negarse a aceptar un compromiso
con la realidad. Un arto más. y la muerte de Ogarev en Grecnwich se llevó
al último de aquella brillante generación de los años cuarenta que hablan
dejado a Rusia en la plenitud de su fe y su esperanza, y que ahora, treinta
años después, yacían en dispersas c ignoradas sepulturas, e n suelo francés,
suizo o inglés. Antes de su muerte la corriente ya habla barrido su pasado y
los había dejado en la ribera tristes y desamparados, lejos de las
principales corrientes del pensamiento contemporáneo. Es un lugar
común decir que Ja generación de Herzen, Ogarev y Bakunin —como
cualquier otra generación— fue una generación de transición; pero la
transición por la que esta generación tuvo que pasar fue turbadoramente
rápida, y los hombres, como Herzen y Bakunin. procedentes de un país
cuyo acervo filosófico y cuyas formas contemporáneas de pensamiento a
la moda llevaban un retraso de treinta años con respecto a los de Europa,
se encontraron reemplazados mucho antes de haber completado la tarea
asignada o de haber empezado a decaer sus facultades naturales. No
pudieron disfrutar, como más afortunados profetas, de una vejez
reverenciada y admirada. Otras voces arrastraban a sus discípulos
mientras ellos aún seguían predicando su evangelio. La historia de los
Exiliados Románticos acaba, apropiadamente, en tragedia y —peor
aún— en tragedia teñida de futilidad, pero ellos tienen su lugar en lo
historia. A los cincuenta años de su muerte, la Revolución rusa honró a
I ler/cn como a uno de sus más grandes precursores, dando su nombre a
una de las principales vías de la capital, y. para admiración y ejemplo de
la moderna juventud revolucionaria, le erigió un monumento, asi como a
Ogarev, en el recinto de la Unidad de Moscú.
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Fdward li. Carr

Bakunin podía haber tenido —a no ser por una circunstancia— su


justo lugar jumo a ellos. Incluso, en justicia, podía haber reclamado un
monumento más espléndido, pues Bakunin fue, incomparablemente, el
mayor líder y agitador salido del movimiento revolucionario del
siglo XIX.
Pero cometió un error. Debía haber muerto, como Herzen. o
refugiarse como Ogarev en el retiro y la decrepitud. De hecho, vivió para
enfrentar sus debilitadas fuerzas contra el impulso de las nuevas
generaciones y disputar a Karl Marx, en nombre del anarquismo
romántico, el caudillaje de la revolución europea. En 1872 Marx provocó
su expulsión de la Internacional y ello determinó su exclusión, para
siempre, del santoral revolucionario. No se encuentra ningún monumen­
to. ningún recuerdo de Bakunin dentro de los confines de la Unión
Soviética.
La originalidad de la nueva doctrina revolucionaria de Marx no
radica, como han pretendido sus pocos escrupulosos adversarios, en su
carácter rapaz o destructivo —Proudhon ya había definido la propiedad
como un robo y Bakunin fue, con mucho, más ardiente apóstol de la
destrucción que Marx—, sino en U esencia misma de sus postulados.
Antes de Marx, la causa de la revolución había sido idealista y
romántica, objeto de intuitivo y heroico impulso. Y Marx la hizo
materialista y científica, objeto de deducción y frío razonamiento. Marx
substituyó la metafísica por la economía, los filósofos y los poetas por
los proletarios y los campesinos. Trajo a la teoría de la evolución política
e! mismo principio de metódica inevitabilidad que Darwin había
introducido en la biología. Las teorías darwinista y marxista son
estrictamente comparables en la severidad con que subordinan la
naturaleza y la felicidad humanas al devenir de un principio científico. Y
han demostrado ser los más importantes productos de la ciencia
victoriana y los que han ejercido una mayor influencia.
Cuando Karl Marx substituyó a Herzen y Bakunin como la figura
más prominente de la Europa revolucionaría, empezó realmente el
amanecer de una nueva era. La incolora y respetable monotonía de la
vida doméstica de Marx ya ofrece un sorprendente contraste con la
abigarrada diversidad de la vida de los Exiliados Románticos. En éstos,
el Romanticismo halló su postrera expresión; y aunque sobrevivió en
Rusia un puñado de osados terroristas y en Europa otro de pintorescos
anarquistas, el movimiento revolucionario adquirió, más y más. a
medida que avanzaban los años, las serias, dogmáticas y realistas
características de los últimos tiempos Victorianos. Y con la persona de
este típico savanr Victoriano, Karl Marx entró en una fase cuya vitalidad
todavía no se ha agotado.

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Indice

Capitulo Primero: La partida ........................................................... 25


Capitulo II: La Tierra Prometida ...................................... 37
Capitulo 111: Una tragedia familiar (l) ............................................ 53
Capítulo IV: Una tragedia familiar (II) ........................................... 83
Capitulo V: Los F.ngdson ............... ........................................... 109
Capitulo Vi: Primeros altos en Londres ............................................ 119
Capitulo Vil: El pobre Nick (I) ..................................................... 135
Capitulo VIH: De nuevo el triángulo ................................................ 159
Capítulo IX: El gran quinquenio ........................................................ 123
Capitulo X: Bakunin. o el camino resbaladizo ................................ 185
Capitulo XI: Polonia, o el crucero del Word Jackson .................... 195
Capitulo XII: Los últimos años de Her/cn ..................................... 207
Capitulo XIII: Un volteriano entre los románticos ............ 227
Capitulo XIV: FJ affaire Sechaev. o el primer terrorista ........ 239
Capitulo XV: El offaire Posfnikov. o el eterno espía ............... 255
Capitulo XVI: El pobre Nick (II) ........................................................ 269
Capitulo XVII: La última tragedia ............................................................ 281
Epilogo ........................................................................................................... 293

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