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del
hombre
moderno
Editor
. ' ' V ^ a/ !^ % ic a Latina
Traducción: Adolfo A, Malvagni
Título original: Oú va fe peuple américain?
Primera edición en castellano: ¿Adonde va el pueblo norteamericano?
HUMAN
Se terminó de imprim ir
e! día 22 de marzo de 1972,
en los Talleres Gráficos de
Sebastián de Amorrortu e Hijos 8. A-,
Luga 2233, Buenos Aires
De ios Knights of Labor a
1 C ír. Matthew Josephson. The fíohber Barons, the Great A m e ric a n C a p ita iis ts .
1861-1901, 1934.
2 John R. Commons y sus colaboradores, H is to ry o f Labour in the U nite d States.
I), 1926, ps. 188-190. Charles Beard, The R iso o f A m erican C iv iliz a tio n , II, ps. 228-231.
7
En Chicago, una huelga de los ferroviarios de la estación de car
ga se convirtió en huelga general. Lo mismo sucedió^en Saint-Lóuís
donde durante algunos días ios trabajadores, blancos y negros, fueron
dueños de la ciudad. Un periódico local afirmó que no se estaba ante
una simple huelga, sino ante una revolución obrera.
El movimiento fue elementa! y espontáneo, pero las masas se
unieron con su vanguardia conciente, el partido socialista, que en esa
época llevaba el nombre de Working Men’s Party. En Chicago el par
tido, bajo el impulso de Albert R. Parsons, eí futuro “ mártir de Chica
go” , contribuyó en gran parte ai éxito de la huelga general. Y la
represión cayó sobre tos dirigentes del partido. Pero fue en Saint-
Louis donde ¡os socialistas se pusieron más netamente a la cabeza
de! movimiento. A ellos correspondió la iniciativa de la declaración
de la huelga, y luego de su ampliación a huelga general. El comité de
huelga que controló la ciudad durante algunos días, estaba bajo su
dirección 3.
El historiador del movimiento obrero Norman J. Ware dice que
"por primera vez levantó cabeza la revolución o b re ra "4, Para repri
mir las huelgas se utilizaron, no solamente las milicias estaduales,
sino también, y por vez primera en la historia de Estados Unidos, las
tropas federales. El levantamiento de 1877 tuvo un enorme efecto
sobre las masas trabajadoras. Desarrolló su espíritu de solidaridad,
su conciencia de clase. Los ferroviarios estaban organizados en “ Fra
ternidades” de oficio, celosamente independientes unas de otras, ma
quinistas por un lado, foguistas por otro, guardas por otro. Pero en
vísperas de la huelga se constituyó en Pittsburgh un sindicato de tra
bajadores del riel que agrupaba a todos los oficios en una sola y
única organización. Tentativa efímera, pero que marcó una época 5.
Un hecho más importante aún fue que el levantamiento de 1877
señaló por primera vez la aparición de los obreros no calificados en
las batallas sociales: los explotados de la gran industria, todavía com
pletamente desorganizados, lucharon junto a los ferroviarios.
Los obreros calificados ya estaban en gran medida organizados.
Su organización había empezado bastante antes de la guerra de Se
cesión. Ai principio se habían agrupado en asambleas locales de ofi
cio, luego en uniones nacionales. ¿Pero quién iba a organizar a los no
calificados, la masa heterogénea e incesantemente creciente de los
asalariados de la nueva feudalidad capitalista? ¿Quién y cómo?
8
trabajadores textiles, sobre todo en Hoboken, Paterson y Fall River
(New Jersey], pero su iniciativa no fue duradera'6.
Unos años más tarde la volvió a intentar otra organización, con
gran éxito esta vez: la Orden de los Knights of Labor (Caballeros del
Trabajo). Creados en 1876, ios Knights of Labor habían realizado du
rante mucho tiempo un trabajo subterráneo, en un secreto riguroso
y ritual que Ies era impuesto por la represión patronal y¡ gubernamen
tal. Sus organizaciones habían desempeñado un papel importante pero
oculto en la gran huelga de 1877. A partir de 1880 aparecieron a plena
iuz y se convirtieron en un movimiento de masas. Supieron adaptarse
al desarrollo fulminante de la gran industria mecanizada, que reducía
ai mecánico al nivel de un peón jornalero, absorbía en su crisol a
los trabajadores de todas las razas y rompía ias líneas demarcatorías
entre los oficios: de ahí la necesidad de crear una organización de
nuevo tip o 7. Abrieron sus puertas a to do s. los trabajadores, predi
cando la fraternidad humana y la solidaridad de los explotados. “ El
perjuicio que se causa a uno daña a todos” , era su divisa. Supieron
¡legar al corazón de ios humildes, de tos aplastados, de los frustrados,
ofreciéndoles algo como una nueva religión. No sólo ¡es dieron me
joras materiales sino también un ideal. Por primera vez en la historia
del movimiento obrero norteamericano, una organización dedicaba sus
esfuerzos a elevar el nivel espiritual de los trabajadores, a educarlos8.
6 Ib id ., ps. 302-306.
7 Pauf Brissenden, The I.W .W ., a Síudy o f A m e rica n S yndicalism . 1920, p. 33.
Ware, op. cit., ps. 71, 162.
s Ib id ., X Ii. X IV , p. 96.
9
los trabajadores de ios talleres de tres líneas ferroviarias pertenecien
tes a Jay Gould declararon la huelga, también para protestar contra
una reducción de salarios. Se volcaron en masa hacia los Knights of
Labor. Los trabajadores de la Union Pacific, triunfantes ei ano ante
rior, les ofrecieron su ayuda financiera. Los otros oficios del riel, el
personal "rodante'', maquinistas, foguistas, guardas, etc., se solida
rizaron con los huelguistas y aseguraron su victoria.
En mayo, a consecuencia de los despidos, entraron en lucha a su
vez los trabajadores del Denver and Rio Grande Railway. Pero esta
vez el personal "rodante” y especialmente los maquinistas, se nega
ron a unirse a la lucha. A estos últimos se lo impidió su Fraternidad,
organización excluyente cuyos jefes estaban imbuidos de mentalidad
aristocrática y egoísta. Pese a ello los huelguistas lucharon valiente
mente. Impidieron la reapertura de un taller reuniéndose en masa más
de 1.500 en su puerta de entrada, y luego desfilaron en manifestación
por las calles de Denver. Utilizaron dinamita para impedir la circu
lación de los trenes. Pero finalmente fueron vencidos, por falta de
solidaridad obrera.
En agosto, como una de las líneas citadas — la Wabash Railway—
declaró prácticamente un lock-out contra los trabajadores miembros
de los Knights of Labor, se lanzó una orden de huelga general en
todas las líneas de Gould. El magnate cedió. Se concertó un com
promiso, que luego no fue respetado por los empleadores. Sin embar
go, por primera vez una organización obrera había tratado sn pie de
igualdad con el más poderoso capitalista de Estados Unidos 9.
En marzo de 1886 estalló otra huelga ferroviaria en el Sudoeste,
en la línea Texas and Pacific, que también pertenecía a Gould. La de
clararon los Knights of Labor. Hecho característico: la principal rei
vindicación que se planteaba era un aumento de salarios para los no
calificados. Él movimiento se extendió con una huelga de solidaridad
que paralizó a toda la línea Missour'hPacific. Los huelguistas no se
limitaron a establecer piquetes de huelga; tomaron posesión de las
propiedades de la compañía y, con sabotajes apropiados de locomoto
ras, consiguieron interrumpir todo el tránsito ferroviario. La huelga
duró dos meses e impresionó profundamente a la'opinión pública10.
Las huelgas no solamente afectaron a los ferrocarriles. Se decla
raron en industrias que empleaban mano de obra no calificada, inmi
grantes recién llegados. Por ejemplo, las huelgas de los mineros de
carbón del Colorado, en junio-julio y octubre de 1884, que culminaron
con la organización de secciones de los Knights of Labor en toda la
cuenca minera. También, la huelga general del valle de Saginaw (M i
chigan), que duró dos meses (julio-agosto de 1885) y paralizó en esa
región toda la industria de la madera para construcción. Los trabaja
dores, en su mayoría polacos y desorganizados, recurrieron a los
Knights of Labor para que dirigieran su movimiento. En Illinois una
9 Joseph Ft. Buchanan, The S tory o f Labor A g ita to r, 1903, ps. 70-80, 99, 142-148.
149-162. 175-176, 192, 215-226. 239-240, 248. Commons, op. c it., ps. 367-370.
111 W are, op. c it.. p. 134.
10
huelga de 2.000 trabajadores de las canteras puso en acción una ma
sa poliglota de suecos, checos, polacos, noruegos y galesesn.
El éxito de la mayoría de estos movimientos originó un verdadero
vuelco en masa de los obreros no calificados hacia los Caballeros del
Trabajo. Por fin los parias habían encontrado una organización que
respondía a sus necesidades, una especie de libertador mágico. Unos
700.000 trabajadores, la mayoría no calificados, se unieron a los
Knights of Labor.
Joseph R. Buchanan, uno de los dirigentes de los Knights —y el
que más contribuyó ai ascenso de la organización— habla del “ creci
miento fenomenal de la Orden” . Cuenta que !e era simplemente impo
sible responder con rapidez a todas las invitaciones que le dirigían de
todas partes para que fuera a cada lugar a organizar. Cerca de un
millón de hombres confiaban en los Knights. En cuanto a la “ tempe
ratura” de esas masas, era sumamente elevada. Buchanan hace una
magnífica descripción de esas multitudes de huelguistas desorgani
zadas, que denunciaban a los patrones, amenazaban y usaban un len
guaje "izquierdista” e “ incendiario". Más de una vez fue desbordado
en asambleas de huelguistas y arrastrado contra su voluntad a huelgas
que consideraba temerarias. “ Este levantamiento —escribe el profe
sor Perlman-— señaló la entrada en escena de una nueva clase que
hasta entonces no había hallado su lugar en el movimiento obrero: los
no calificados. Todos los rasgos característicos de los sucesos dra
máticos de 1886 y 1887, el ritmo enormemente febril con que creó la
organización, la ola de huelgas de dimensiones nacionales, en par
ticular las huelgas de solidaridad, el uso ampliamente difundido del
boicot, la desaparición aparentemente completa de todas las líneas
divisorias —geográficas o de oficio— dentro de las clases laboriosas,
¡a violencia y la turbulencia que acompañaron a! movimiento, tales son
los signos de un gran movimiento de la clase de los no calificados,
que por fin se había rebelado". Y agrega que el movimiento revistió
todos los aspectos de una guerra social: "En cada huelga importante
se manifestó un odio terrible del Trabajo hacia el Capital” 12. Norman
J. Ware considera que la conciencia de ciase del proletariado norte
americano alcanzó en esa época su punto más alto lí?.
Es un hecho innegable que este gran movimiento espontáneo y
elemental estaba fuertemente impregnado de ideas socialistas y revo
lucionarias, circunstancia quizás única, por lo menos hasta hoy, en la
historia del movimiento obrero norteamericano. El empuje elemental
de las masas fue orientado por una vanguardia conclente. Joseph R.
Buchanan, que fue el gran organizador de los Knights en el Oeste, es
taba ligado al socialismo revolucionario e intemacionalista. Cuenta
que “ había un fuerte elemento socialista” en las organizaciones sindi
cales de Denver, y sus adversarios (algunos en el propio seno de los
Knights) le reprocharon haber querido "llevarlos al campo socialista".
11 Buchanan, op. c it., ps. 106-116. Commons, op. c ít., ps. 366-367, 374.
12 Buchanan, op. c it., ps, 73, 140-141, 154-157, 299, 317, Commons, op. c it.. ps.
381, 396, 373-374.
u Ware, op. c it., p. 335.
11
Buchanan pertenecía a dos organizaciones socialistas, una Rocky Mourt-
tain Social League y una sección local de una International Working-
Men's Association, creada en 1881 en la costa del Pacífico. Esta liga,
cuyo programa era una mezcla de socialismo y de anarquismo, se de
claraba partidaria de los principios de la Primera Internacional. Incluso
había en Denver una especie de milicia obrera, compuesta de socia
listas de izquierda, que protegía el cuartel general de Buchanan con-
tra los ataques de !os terroristas contrarrevolucionarios 14.
14 Buchanan, op. d i. , ps. 68, 103, 128, 132-135, 183, 254-256, 264, 266-269. H lllquit,
op. c it., ps. 253-256.
15 Henry David, The H is to ry o f the H aym arket A ffa ir, 1936, ps. 162-165, 175.
16 Commons, op. c it., p. 379.
* No confundir con la In te rn a tio n a l W orking M e n ’s A s s o c ia tio n fundada en la
costa Oeste.
12
movimientos de las masas. Af principio ignoraron la campaña por las
ocho horas, a la cual calificaron de '‘compromiso con el salariado” .
Pero el grupo de Chicago, que tenia fuertes lazos con los sindicatos
locales, finalmente se unió a ella y tomó su dirección. Sin su enérgica
intervención es indudable que el movimiento hubiera terminado en un
fracaso. Pero su triunfo superó todas las esperanzas.
£1,1? de mayo de J 886 había sido fijado como fecha en que debían
comenzaTalípITcarse*7e^ocho horas. Sobre 190.000 trabajadores que
fueron a la huelga a través de todo et país durante la primera quin
cena de mayo, 80.000 fueron obreros de Chicago. El 19 de mayo y los
días siguientes hubo en esta ciudad imponentes demostraciones de
masas. La burguesía, espantada por la gran oia de rebelión, perdió
la cabeza y decidió golpear al movimiento en su cabeza, en su cere
bro. El pretexto buscado Jo brindó el 4 de mayo de 1885 una bomba
misteriosa lanzada a la poiicía durante una concentración callejera en
Haymarket, Los jefes del movimiento socialista revolucionario fueron
detenidos, condenados a muerte y ahorcados Aquí, el drama sobre
pasa los marcos del movimiento obrero norteamericano. Los mártires
de Chicago: Parsons, Fischer, Engel, Spies y Língg pertenecen desde
entonces al proletariado internacional, y la celebración universa! del
Primero de Mayo conmemora el crimen atroz perpetrado por el capi
talismo de Estados Unidos.
17 David, op, c it., ps. 167-170, 177 y passim . K illquit, op. c it., ps. 244-245. Rudolf
Rocksr, Johann M ost, Das íe h e n sirtes ftebeiten, Berlín, 1924, p assim (en castellano,
La vida de un re be ld e ) .
u Gommons, op. c it., ps. 414-415.
w Samuel Gompers, Seventy Years o f U fe and Labor, 1925, I. p. 263. J. Raymond
Walsh, C .I.O ., In d u s tria l U nior.ism in A c iio n , 1937. ps. 21-22.
13
esperanza de escapar al régimen del salariado, de convertirse en sus
propios amos, de liberarse por medio de cooperativas de producción,
crédito barato, e tc .20.
Esta tendencia llevaba a los Knights — y cada vez más después
de la declinación del gran levantamiento obrero de 1886— a admitir en
sus filas a no asalariados, comerciantes, pequeños productores, miem
bros de las profesiones liberales, e incluso campesinos21. Por una
singular contradicción, los Knights of Labor eran al mismo tiempo pro
gresistas y retrógrados. Estaban a la altura de su época — y hasta se
adelantaban a ella— cuando comprendían la necesidad de organizar a
los no calificados, de responder a la concentración de la patronal con
la solidaridad obrera y de superar los viejos marcos de los oficios,
dislocados día a día por el desarrollo de la máquina. Pero iban contra
su tiempo cuando se empeñaban en soñar con escaparse del salariado
y cuando reclutaban no asalariados, mientras la revolución industrial
dividía cada vez más a la sociedad en dos campos; empleadores y
empleados 22. Además tenían a su frente a un viejo cernícalo, refor
mista y limitado, Terence V. Powderiy, que sólo se mostró combativo
cuando el movimiento de las masas lo empujó hacia adelante, pero
que en el fondo era hostil a las huelgas. Desde el momento en que
la marea popular dejó de elevarlo por encima de él mismo, el vejes
torio reapareció en Powderiy, y se condujo lamentablemente. Ya en
1885 había carecido de energía en sus negociaciones con el magnate
del riel, Gould. En octubre de 1886 traicionó vergonzosamente a
los huelguistas de los mataderos de Chicago, actitud que mereció los
aplausos de la prensa burguesa pero que lo hizo muy impopular entre
el proletariado de la gran ciudad y significó un serio golpe para el
prestigio de los Knights23.
Finalmente, los Caballeros del Trabajo fracasaron en un punto de
cisivo: no pudieron dar con la solución al problema de las relaciones
entre obreros calificados y no c a l i f i c a d o s 24 . Los voceros de los obre
ros calificados les reprochaban que en general no trataban de servir
a éstos sino de servirse de ellos para fortalecer la posición de los no
calificados 25. Esta acusación no tenía mucho fundamento. En más de un
caso ios Knights pusieron su organización, cuya fuerza numérica pro
venía de los no calificados, al servicio de las reivindicaciones particu
lares de los calificados^6.
Por otra parte, los Knights no dieron a los oficios un lugar sufi
cientemente amplio en ia estructura de su organización. Los organi-
14
r.aron sobre base local y sobre base nacional; pero ios sindicatos
nacionales de oficio, aunque aceptados estatutariamente, no eran nu
merosos y se los tenía en una cierta situación de inferioridad La
mayor parte de la atención se dedicaba a las asambleas locales mixtas,
especies de uniones de sindicatos, que constituían la base esencial
de la Orden 27.
No obstante, no había una real incompatibilidad de estructura entre
los Knights of Labor y los sindicatos nacionales de obreros calificados.
Lo que los enfrentó unos a otros fue más bien una competencia por
la afiliación de secciones sindicales locales. En efecto, en el apogeo
de su éxito, los Knights ejercieron una fuerza de atracción tal que sin
dicatos locales de oficios calificados se pasaron a ellos con armas y
bagajes 28. Los sindicatos nacionales no afiliados a los Knights, que
en 1886 agrupaban a 140,000 miembros (frente a los 700.000 Knights),
vieron esto con muy maios ojos. La. situación empeoró cuando los
Caballeros del Trabajo llevaron a su Orden a un sindicato de cigarreros
neoyorkinos que se había sublevado contra su dirigente nacional, Sa
muel Gompers29. La escisión de los cigarreros neoyorkinos se pro
dujo en 1881, y su adhesión a los Knights en 1S86, En un reflejo de
autodefensa, Gompers federó en 1881 a los sindicatos nacionales
de oficio en una Federation of Trades and Labor Unions, que no era
en realidad una verdadera organización, sino una simple reunión anual.
En 1886 dio otro paso adelante. Constituyó contra los Knights una
verdadera federación; la American Federation of Labor, que declaró a
los Caballeros del Trabajo una guerra abierta30.
■ La responsabilidad de esta ruptura estuvo compartida. A! princi
pio no había hostilidad entre las trade unions, los sindicatos de oficio
y las asambleas mixtas de los Knights. Muchos delegados de estos
últimos asistieron a los primeros congresos de la Federation of Trades
and Labor Unions. Recíprocamente, los más progresistas de los tra-
deunionistas participaron en las asambleas de los Knights. Joseph R.
Buchanan, uno de los dirigentes nacionales de los Knights, pertenecía
ai mismo tiempo ai Sindicato de Tipógrafos, un sindicato de oficio.
Las dos organizaciones, !a de Gompers y la de Powderly, podían y
debían fusionarse. Buchanan era el mejor lazo de unión entre ellas.
Este sindicalista, que al mismo tiempo era un socialista, hubiera po
dido convertirse en la gran figura del movimiento obrero norteameri
cano, H ¡2 0 esfuerzos desesperados para aproximar y reconciliar a ios
antagonistas, Se daba cuenta de que detrás de él estaba apoyándolo
el instinto unitario de la base. Pero Powderly y su camarilla provoca
ron a Gompers ordenando a ios cigarreros miembros de los Knigths
que abandonaran el sindicato de oficio de la profesión, y los trade-
unionistas contestaron con brutales represalias contra los Knights.
A pesar de los esfuerzos posteriores de Buchanan, nunca volvieron a
21 Commons, op. c it., ps. 343, 427. Ware, op. c it., ps. 155-190.
25 Commons. op. c it.. p. 398. Ware, op, c it., ps. 69-71.
Commons. op. c it., ps. 399-402, Ware, op. c it., ps. 262-279. W ellington Roe,
luggernaut, A m erican Labor in A ctio n , 1948, ps. 35-37.
3,1 Ware. op. c it., ps. 257, 284. Ros, op. c it., p. 34.
15
unirse los dos pedazos del movimiento obrero, tan desdichadamente
separados entre sí-81.
Esta escisión terminó en un desastre que debía paralizar durante
medio siglo la evolución dei sindicalismo norteamericano, separando
por varias generaciones a los obreros calificados de los no calificados.
En la lucha entre el principio de la solidaridad obrera y ei del egoísmo
corporativo, triunfó este último 32. Mientras los Knights of Labor se
disgregaron — no sólo bajo los golpes de fa patronal y de sus rivales,
sino también debido a sus propias debilidades— , Gompers consiguió
establecer sobre bases cínicamente realistas, pero por eso mismo só
lidas y duraderas, una aristocracia obrera, una organización de traba
jadores privilegiados, preocupados exclusivamente por sus intereses
de casta, que se ignoraban e incluso se combatían de un oficio a otro,
y lo que es peor, que abandonaban deliberadamente a su triste suerte
a los no calificados, negándose a organizar a la masa de los expío-
tados dei Gran Capital norteamericano. Norman J. Ware escribió un
libro entero para denunciar este suceso funesto: “ En cierto sentido
—afirma— la American Federation of Labor no ha sido un paso ade
lante del movimiento obrero norteamericano, sino una retirada estra
tégica de algunos sindicatos de oficio amenazados en su propia segu
ridad por el crecimiento notable, pero «malsano», de los Knights of
Labor" 33.
La pesada tentativa del profesor Commons y de sus colaboradores
para justificar, contra Ware, la obra de Samuel Gompers, invocando la
influencia del "medio ambiente" norteamericano, estaba destinada s
recibir un resonante desmentido, como lo probarían los acontecimien
tos posteriores 34.
ES gompersismo
31 Buchanan, op. c it., ps. 47-48, 103-105 , 252 , 293-303 , 325 . 431-439.
32 Commons, op. c it.. p. 397. M arjolín, op. c it., ps. 100-101.
,5 Ware, op. c it., X II, XfV.
H Commons, op. c it.. IV . 1935, ps. 630-631.
35 Gompers, op. c it., I, ps. 51, 33.
16 ib id ., I, p. 66. Commons. op. c it.. U, ps. 307, 321.
16
de los ingleses algunos rasgos organizativos, especialmente lá idea de
las cotizaciones elevadas y de los socorros mutuos (y aun así, sólo
una parte de las unions británicas son sociedades de socorros mu
tuos), su concepción era mucho más excluyente y rígida que la del
British Trade Union Congress. Lo que Gompers copió es lo que existía
en Inglaterra cuarenta años antes. Pero desde entonces el sindica
lismo británico había sabido adaptarse con notable flexibilidad a la
evolución industrial, abriendo ampliamente sus puertas a ios no califi
cados, creando para ellos organizaciones con cotizaciones menos ele
vadas, fusionando sindicatos de oficio, evitando, en fin, una división
rígida y estanca ai no otorgar a ninguna de sus unions nacionales pri
vilegios de jurisdicción. Finalmente, el tradeunionismo británico, al
contrario de! de Gompers, está impregnado de la noción de solidari
dad de clase 3?.
El gompersismo * se basa en la idea de que como el obrero ca
lificado es escaso y buscado, debe hacerse más escaso y más desea
ble todavía por medio de una organización monopolística que cierre
celosamente sus puertas a los que recién llegan y, armado de este
modo, vender lo más caro posibie sus servicio, no preocupándose de
los otros obreros calificados, provistos también de un monopolio garan
tizado por sus estatutos, ni de los obreros no calificados, abandonados
a sí mismos. Como afirmó Wílliam Haywood: "El trabajador calificado
explota actualmente a la mano de obra que está debajo suyo —el no
calificado— tal como lo hace el ca pita lista "38. Concepción nefasta
para los mismos obreros calificados, pues los aísla y los opone entre
sí. Como cada sindicato de oficio está ligado a los empleadores por
contratos que vencen en fechas diferentes, ningún oficio quiere arries
garse a romper un contrato vigente para ayudar a otro oficio en huelga.
Y así, mientras unos luchan, los otros “ carnerean” ; y cada oficio es
derrotado separadamente. La central sindical es una organización su
mamente floja, que no tiene derecho a imponer ningún movimiento de
conjunto a los diferentes sindicatos de oficio que la componen 39. En
cuanto a las uniones de sindicatos locales, que eran la base esencial
de l@s Knights of Labor, en la A. F. L no tienen ningún poder frente a
las uniones nacionales de o fic io 40. En estas condiciones, se vuelve
17 Brissenden, op. c it., ps. 39, 84-85. Sidney y Beatríce Webb, H ls to ire du trade-
uníonism e, París, 1897, ps. 390-462. Selig Perlman, A m e rica : Labour and C a p ita lis m in
the U n ite d States, 1920-1937, en H. A, Marquand. O rganized labour in fo u r continente,
1939, ps. 387-389. Richard A. Lester, Economías o f Labor, 1941, p. 598.
* En la edición francesa se utiliza la palabra gom perlsm e, que en castellano
equivaldría a “ gomperísmo". Pero el autor pone esta nota al pie: “ Los norteameri
canos dicen: gom persism , !o cual evidentemente es más correcto ya que el nombre
de Gompers termina en s; pero, saivo error, no creo ser el prim ero. en afrancesar
la p a la b ra " . Por eso en la presente traducción hemos preferido adoptar la forma
' ‘gompersismo’ ' (N . del T .).
311 Brissenden, op. c it., p. 87.
w Beard, op. c it., II, p. 224. Ware, op. c it., p. 61. W ílliam Haywood y Frank
Bohn. In d u s tria l S o cia lism , 1911, p, 43.
40 Sidney Lens, Left, R ight and Center, C o n flic tln g F o rce s• in A m erican Labor.
1949, p. 63.
17
muy difícil una huelga general de solidaridad, local o nacional *. Mucho
más aún si se trata de una huelga cuyo objetivo va más allá de una
cuestión inmediata de pan cotidiano, una huelga por una reivindicación
de orden más elevado, que interese al conjunto de la clase obrera41.
Además, la negativa a organizar a los no calificados se vuelve contra
los calificados: en la masa de los trabajadores desorganizados el pa
ilón dispone de un ejército de reserva de rompehuelgas, a quienes
puede utilizar cada vez que los obreros calificados de determinado ofi
cio cesan el trabajo. Finalmente, la propia concepción monopolista
provoca fricciones y luchas fratricidas entre oficios. Cada uno de ellos
reivindica para sí tal categoría de trabajadores, y llega hasta a em
prender huelgas largas, costosas y a veces sangrientas para tratar de
imponer su jurisdicción a los oficios rivales.
Por otra parte, el gompersísmo conduce infaliblemente a la cola
boración de clases, a la corrupción y hasta a! gangsterismo. Ante todo,
el monopolio del oficio y el grandísimo número de sindicatos de oficio
rápidamente dan origen a una burocracia de bonzos sindicales, de bu-
siness agents, pura y simplemente hombres de negocios, cuya única
función es vender a la patronal su mano de obra 1o más cara posible,
mantener sus monopolios por todos los medios, incluso el uso de la
violencia física, y vivir cómodamente a costa de. las cotizaciones ele
vadas de sus afiliados y de las coimas que obtienen a la vez de los
empleadores y de sus propios miembros. Esta burocracia se convierte
en una temible maquinaria de conservación social, ligada ai orden es
tablecido e interesada en su mantenimiento.
Además, los privilegios de que gozan los obreros muy calificados,
su manera de vivir pequeñoburguesa, sus inversiones financieras, los
seguros de vida que poseen, los predisponen en favor del régimen
capitalista42. El gompersísmo se llama a sí mismo tradeuníonismo
"puro y simple” , es decir, que vive ai día y que hace negocios al día,
sin objetivo final, aceptando el salariado como un hecho consumado, sin
intención de trasformar la sociedad y, por consiguiente, sin consti
tuirse en fuerza política independíente frente a los partidos políticos
capitalistas.
Por su parte, los patrones se adaptan muy bien al sindicalismo
estilo Gompers. Un fuerte sindicato de oficio que marche de acuerdo
con la organización patronal ayuda a estabilizar la corporación y a eli
minar la competencia. Además, todo lo que divide a la ciase obrera
beneficia a tos patrones. Lo que éstos más temen es la organización
de la masa de los no calificados, y ven en los sindicatos de oficio una
salvaguardia contra ei sindicalismo de masas, y en e! sindicalismo de
18
negocios un parapeto contra la revolución social. A cambio del inmen
so servicio que les presta Gompers al desinteresarse de los parias de
la gran industria y al combatir ai socialismo, están dispuestos a dejar
a los trabajadores altamente calificados algunas migajas de su festín *3,
El gompersísmo tuvo su conclusión lógica y fatal, a principios de
siglo, en la National Civic Federation, organización de colaboración
entre jefes sindicales y grandes patrones, y en la unión sagrada de
la guerra 1914-1918.
Pero indudablemente el más funesto de todos los crímenes del
gompersísmo es que por su culpa se retrasó en cincuenta años la
organización de los trabajadores de la gran industria, de los explotados
de !os grandes monopolios. Gompers y sus amigos trataron de hacer
creer que ios no calificados no eran organizables. En sus Memorias
¡os cubre de insultos. Llega hasta a atribuir su falta de organización
a "su falta de coraje, su falta de persistencia y su falta de visión” 44.
La A, F. L, inventó la hipócrita teoría de que cada grupo es responsa
ble de su propia organización. Afirma que si un grupo no es capaz de
demostrar energía y espíritu de sacrificio suficientes como para con
seguir organizarse con una cantidad mínima de ayuda exterior, su
admisión en ía familia de los trabajadores organizados sería de dudoso
valor. Esta excusa ideológica con la cual se intenta justificar la indi
ferencia con respecto a los desorganizados, fue bautizada con un
nombre imponente, tomado de la jerga filosófica: "voluntarism o” . Esta
teoría, que a primera vista parece de gran moralidad y que hasta des
pide un cierto olor a anarquismo, no resiste el examen sí se considera
el caso de ias industrias de producción en masa. ¿Qué pueden hacer
los trabajadores librados a sí mismos, frente a poderosos monopolios
que disponen de millones de dólares para quebrar sus tentativas de
organización? Solamente una intervención desde afuera, una campaña
de organización centralizada, dotada de fondos importantes adelanta
dos por los sindicatos obreros ya constituidos, podría permitir al sin
dicalismo implantarse en estas industrias 4S.
En cuanto al argumento de que los no calificados no eran organi
zares, su falsedad ha quedado demostrada; indudablemente, las con
diciones de existencia inestables y precarias de estos trabajadores,
su heterogeneidad racial y lingüística, el terrorismo patronal y policial
a! cual estaban sometidos en las cárceles industriales del Big Business
y en las ciudades controladas por las compañías, hacían más difícil
su organización que ia de los obreros calificados. Pero, como después
se probará —en modo alguno eran refractarios a la organización—
todo lo contrario. Debido a su misma explotación, su conciencia de
clase a menudo mostró ser más desarrollada que la de los obreros
43 Bernard H. Fitzpatrick, U nderstanding Labor, 1945, p. 53. Oebs, op. c it,, ps.
176, 219. Ray Ginger, The Bending Cross, a Bíography o f Eugene V íc to r Dehs, 1949,
p. 217. Lens, op. c it., ps, 214-215. Horace R. Cayton y George S. M itchell, Black
W orkers and the N ew U nions, 1939, p. 72,
44 Gompers, op. c it., t. !, p. 147.
45 Ib id ., II, p. 25.. Philip Taft, Econom ics and Probiem s o f Labor, 1942, p. 474.
Harry A. Mi Mis y Royal E. Montgomery, O rganized Labor, 1945, p. 202.
19
calificados 4<\ El principal obstáculo a su organización no provenía de
silos mismos, sino de Gompers y su camarilla. Las elevadas cuotas
de ingreso, la práctica de las "üstas cerradas" les impedían entrar a
ios sindicatos de oficio. Y nada se intentaba para organizados por
otras vías. La burocracia de la A. F. L„ deseosa de perpetuarse, temía
ser desbordada por una invasión repentina de los trabajadores de las
industrias básicas. Contemplaba "alarmada" los movimientos espon
táneos de los no organizados, como señala Perlman 47. Además, para
organizar a éstos hubiera sido necesario emprender costosas campa
ñas, y los sindicatos de oficio, enceguecidos por su egoísmo y su
avaricia, no querían invertir su dinero en empresas "filantrópicas". Fi
nalmente, (a propia estructura del sindicalismo de oficio hacía suma
mente difícil la organización de obreros de la gran industria. Después
de haberles hecho firmar una solicitud de ingreso, hubiera habido que
separarlos unos de otros, repartiéndolos entre algunas decenas de sin
dicatos de oficio. Es lo que se hará a partir de 1919.
El gran Bill Haywood, uno de los jefes del sindicalismo revolucio
nario norteamericano, comprendió bien la tarea esencial de! gomper
sismo cuando en 1911 manifestó en un discurso: "Recordad que hay
treinta y cinco millones de obreros en Estados Unidos que no pueden
unirse a la American Federation of Labor. Ésta no es una organización
de la clase obrera . . . Es simplemente una combinación de monopo
lios de empleos” 48.
No obstante, la clase obrera norteamericana no aceptó pasivamen
te y sin resistencias al gompersismo. Se hicieron unas cuantas tenta
tivas para sacudir el yugo y para promover un sindicalismo fundado
en el principio contrario: organización sobre labasedelaindustria y
no del oficio, solidaridad y lucha de clases. Estastentativas aveces
resultaron y a veces terminaron en fracasos. Pero los esfuerzos des
plegados en esas ocasiones nunca fueron en vano. Elevaron, cada vez,
la conciencia de clase del proletariado norteamericano. Obligaron al
girompersismo a alterar algunos de sus principios, a realizar algunas
concesiones (ciertamente muy insuficientes) a las concepciones que
había pretendido negar y proscribir. Finalmente, y sobre todo, estas
tentativas prepararon ei camino, lenta pero seguramente, a la gran re
belión que un día cambiaría el aspecto del movimiento obrero norte
americano: la organización de los trabajadores de la aran industria
en el C. /. O.
20
de treinta Estados, está concentrada en cinco condados de Pennsyl-
vania, de reducida superficie. Además, como los yacimientos están
ubicados profundamente, para explotarlos hubo que invertir capitales
importantísimos. Finalmente, ias compañías ferrocarrileras del Este,
que disponían de fondos considerables, se interesaban en la antracita
porque ésta era su artículo esencial de transporte.
De siete a ocho líneas que transportaban antracita se repartieron
pues (a propiedad de fas cuencas mineras de Pennsylvania. El rey de
las finanzas norteamericanas, J. Pierpont Morgan, después de eliminar
a los propietarios de menor importancia, combinó ias minas en un
poderoso monopolio alrededor de la Philadelphia and Reading Coal and
Iron Company y pudo así, al suprimir la competencia, elevar los pre
cios de venta de la antracita 49,
Si se quería jaquear a la dictadura del Gran Capital era necesario,
pues, después de haber organizado a los trabajadores del riel, pasar
a la organización de los mineros de antracita. Ardua tarea: la unidad
de la patronal era tan grande como grande era la división que existía
entre ios obreros. A ¡a división económica entre los calificados y los
no calificados, se sumaba la división étnica y religiosa. Los calificados
eran los trabajadores más antiguos, de lengua inglesa: ingleses, gale-
ses, escoceses e irlandeses. Los no calificados, los “ ayudantes” , eran
los inmigrantes recientes, llegados en masa desde 1870, que prove
nían del sur y del este de Europa, eslavos o italianos en su mayoría,
subdivididos a su vez en una veintena de grupos culturales, cada uno
con su idioma y su iglesia. El antagonismo entre ambos grupos era
aún más vivo debido a que esos extranjeros de costumbres “ raras"
habían sido importados por millares como rompehuelgas durante las
huelgas perdidas de 1875 y de 1887, y tenían fama de conformarse con
un nivel de vida sumamente bajo y de aceptar sin protestas las condi
ciones de trabajo más penosas 5'°.
¿Cómo organizar esa masa heterogénea? Cada vez que en Estados
Unidos se han planteado problemas de esta clase, nunca han faltado
profetas de desgracias para declarar que era una tarea “ sin esperan
zas" 51 y para proclamar que las “ condiciones naturales" del medio
ambiente norteamericano sólo permitían la organización de los obreros
altamente calificados. En vísperas de la organización de los mineros
de antracita, se hicieron predicciones deeste tipo. Un observador
francés, Paul de Rousiers, se hizo eco de ellas. A fines de siglo, en
su estudio sobre la antracita, escribió doctoralmente que la diversidad
de razas y la desconfianza entre las nacionalidades eran un obstácujo
insuperable para toda organización obrera 5'2. Pero aún no se había
secado la tinta de esta profecía cuando ya el joven presidente del Sin
dicato de Mineros norteamericanos, John Mitchell, ponía audazmente
45 Commons, op. c it., ¡V, p. 31, Philip, op. c it.. ps. 441-442. Elsie Gluck, John
M itc h e ll, M ine r, 1929, ps. 68-70. Josephson, op. c it., ps. 373, 413.
5(1 Gluck, op, c it., p. 68. Commons, op. c it., IV, p. 32. Philip, op. c it., P- 444.
51 Commons, op. c it., IV , p, 33.
32 Philip, op. c it., p. 444.
21
manos a la obra y emprendía la tarea de organizar a los 150.000 mine
ros de a ntracita53. No tenía aún 30 años, y acababa de revelarse con
duciendo con mano maestra una gran huelga de los mineros de hulla,
en 1897, que fue ¡a primera victoria en escala nacional obtenida por
los mineros norteamericanos. Este éxito le valió un enorme prestigio.
Cuando tomó contacto con las cuencas de antracita, ios mineros
calificados trataron de demostrarle la inutilidad de su tarea. Le dije
ron que los no calificados, los “ extranjeros", no podían ser organiza
dos, que eran ignorantes, groseros, que vivían como animales (cinco
familias en casuchas semiderruidas que una sola familia "norteameri
cana” no hubiera, aceptado). Pero tras este pesimismo se escondía el
interés (o más bien lo que estos ciegos creían su interés): estaban
decididos a impedir por todos los medios a los "extranjeros” conver
tirse en mineros calificados; trataban de defender para sí mismos, en
ese mundo de miseria y de frustración, lo que podían de prestigio
social 54.
John M itchell no lo entendió así. No había sido formado en la
escuela podrida del gompersismo, sino en ia de ¡os Knights of Labor.
Su sindicato había surgido en gran parte de ios Caballeros del Trabajo
y había heredado de ellos la noción de solidaridad de clase 55, Mitchell
había manejado el pico de minero desde ia edad de nueve años. Aun
que recientemente había sido elegido presidente de su organización,
era todavía, por su mentalidad, por su comportamiento, un muchacho
de la base. Y además tenía eí genio de la organización. Comprendió
cómo había que hacer para organizar a los trabajadores de la produc
ción en masa, a pesar de su heterogenidad, a pesar de sus antagonis
mos económicos y raciales. Hubiera podido inclinarse hacia los cali
ficados, hacia los mineros de habla inglesa. Ta! actitud le hubiera va
lido no sólo el apoyo de éstos, sino también la calurosa aprobación
de Gompers y de los dirigentes de los sindicatos de oficio. Rechazó
esta solución fácil. Comprendió que para llegar a organizar a los explo
tados del monopolio de la antracita necesitaba el apoyo de los inmi
grantes recién llegados. Primero se dirigió a los escasos dirigentes
locales que pudo encontrar entre los minero de habla inglesa. Pero no
les pidió solamente que trabajaran en el seno de su propio grupo; Ies
confió también la tarea de descubrir y de formar dirigentes entre los
"extranjeros” . El mismo se puso en campaña, entrevistando a cada
posible candidato, verificando las referencias del hombre ante las aso
ciaciones locales de lenguas extranjeras, las. diversas logias y el clero.
Cuando encontraba organizadores capaces, los colocaba én un pie de
igualdad con los organizadores de raza inglesa.
Infatigable, recorría los distritos mineros, arengando a los mine
ros en locales cerrados o al aíre libre, hablándoles desde el púlpito
de sus iglesias, penetrando en sus hogares. Y en todas partes los
invitaba a olvidar sus antagonismos raciales y todo lo que los dividiera.
22
No había que despreciar ai "extranjero": él también era un minero y
un hermano de sufrimientos. “ E! carbón que extraéis — les decía— no
es eslavo ni polaco ni irlandés, es carbón simplemente". Dirigiéndose
a los mineros de habla inglesa, "que no tenían la debida consideración
hacia los que no hablaban la lengua inglesa", les pedía "que cesaran
esas prácticas y que otorgaran a esos extranjeros tanta consideración
como exigían para eilos mismos” B6.
Pero esto no era todo. Mitchell comprendió la influencia que ejer
cían sobre estos hombres sus sacerdotes y sus periodistas de idiomas
extranjeros. Visitó a cada sacerdote o ministro religioso, abogando
por la causa del sindicato. Como era de esperar, tuvo mayor éxito
ante el bajo clero católico, que era el que estaba en más íntimo con
tacto con estos inmigrantes de Europa y dependía de su apoyo 67.
Mitchell tuvo tanto éxito en su empresa, que ya el año siguiente
estuvo en condiciones de enfrentar a la patronal de la antracita en
una gran huelga. Al cabo de un mes ésta terminó con una rotunda
victoria. La Unión, que contaba antes de la batalla con unos 8.000 afi
liados, salió de ella con más de 100.000’58.
Una segunda gran huelga de tos mineros de antracita, en 1902, ter
minó en un compromiso que, aunque fuera lamentable e incluso cen
surable, no conmovió a la sólida organización de masas que John
Mitchell había construido en tas cuencas mineras de Pennsylvania.
Elsie Glück, biógrafo de John Mitchell, escribe que después de la
huelga de 1900 "los m in e ro s ... surgieron como un poder con quien
había que tratar. Como dirigente de esta huelga, Mitchell se convirtió,
para los mineros y para el público, en la personificación del nuevo po
der dei Trabajo y de la nueva actitud con respecto al sindicalismo, no
sólo en ias cuencas de antracita sino a través de todo el país" 59. Así
se afirmó definitivamente, sobre la base del sindicalismo de industria
y de la organización sistemática de los inmigrantes *, el poderoso sin
dicato que iba a seguir siendo hasta nuestros días ía espina dorsal del
movimiento obrero norteamericano y a servir de modelo a todas las
tentativas futuras de organización de los trabajadores de la gran in
dustria.
Pero el éxito de M itchell, el hecho de que hubiera conseguido
agrupar dentro de su organización a la vez a los trabajadores más alta
mente calificados (ingenieros, pompistas, foguistas, carpinteros de
obra, herreros) y a los mineros no calificados de reciente inmigración,
le originó enemigos. Los sindicatos de oficio, que pretendían tener
derecho de jurisdicción sobre cada una de estas categorías, y tras
ellos la American Federation of Labor, hicieron oír sus protestas. En
23
1901 Samuel Gompers en sus escritos reprendió a John Mitchell en
términos inefables: "Las lecciones de los esfuerzos anteriores para
organizar a los trabajadores ciertamente han costado suficientemente
caras a nuestro movimiento y a los trabajadores en general como para
incitarnos a cuidarnos de caer en los mismos abismos de concentra
ción industrial", Y el viejo zorro recuerda cómo terminó en quiebra
la tentativa de los Knights of Labor de cubrir todas las ramas de la
industria — sin mencionarse, por supuesto, que él no era ajeno a este
fracaso,
Pero finalmente, después de largas negociaciones, se llegó a un
compromiso. La A, F. L. no podía arriesgarse a perder una organización
tan importante como !a de los mineros. En el congreso de Scranton,
en 1901, M itchell obtuvo permiso para incluir en su sindicato los ofi
cios en discusión. Pero ésta era sólo una concesión excepcional, y
junto con ella se reafirmó pomposamente !a autonomía de los oficios,
principio fundamental del gompersismo 6*.
24
nización mixta compuesta de patrones y de dirigentes obreros, y John
Mitchell terminó convirtiéndose en un funcionario a sueldo de ella 66.
Esta evolución tuvo graves consecuencias: John M itchell, que
había llegado a ocupar en la opinión pública un lugar apenas inferior
al de Gompers ya no podía ser el jefe prestigioso alrededor del
cual se agruparan todos aquellos que querían imponer el sindicalis
mo de industria y de lucha de clases contra el gompersísmo. El Sin
dicato de Mineros ya no podía ser la organización a partir de la
cual podía emprenderse la organización de los no calificados, de los
no organizados de la gran industria. Los militantes izquierdistas con
sideraron que la A.F.L, obstinada en perpetuar su estéril sindicalismo
de oficio y de negocios y cada vez más corrompida y reformista,
no podía ser regenerada desde adentro, y que si se quería empren
der por fin la organización de los desorganizados, ya demasiado tiem
po postergada, había que inventarlo desde afuera.
Militantes de diversas tendencias que llegaron juntos a esta con
clusión, se reunieron en 1905 para echar las bases de una nueva
organización. En su mayoría eran hombres de una capacidad y una
devoción hacia la clase obrera poco comunes, y tenían ya magníficas
fojas de servicios revolucionarios. Se contaban entre ellos Eugene
V. Debs, para quien !a nueva tarea debía ser “ una continuación de
la American Railway Union” William Haywood, dirigente de una
organización de mineros de minas metalíferas del Oeste; Mary Jones,
más conocida con el nombre de "M other” Jones, una mujer extraor
dinaria que había dado su vida a los mineros y que en su sindicato
combatía el viraje reformista de John M itchell; Daniel De León, un
socialista revolucionario, preocupado desde hacía tiempo por la or
ganización de sindicatos de lucha de clases.
25
ejércitos de rompehuelgas, utilizando a voluntad contra los mineros,
no solamente a sus propios guardias armados, sino también a las au
toridades locales que tenían a sueldo, la policía y la milicia estadual.
Los mineros respondían con plomo y con dinamita y formaban
verdaderas expediciones militares para acudir en ayuda de sus her
manos de clase en otras localidades. Y los conflictos sociales toma
ban ei aspecto de una guerra civil.
En 1892 se había producido el primer choque en Cceur d’Aléne
(Idaho). Los mineros, bien armados, habían conseguido apoderarse
de las propiedades de su compañía y expulsar del distrito a los rom
pehuelgas. Se enviaron tropas federales que emprendieron una ver
dadera expedición punitiva contra ios mineros. El distrito entero fue
tratado como una zona de guerra70. Los dirigentes del movimiento,
encarcelados, en la propia cárcel trazaron los planes que debían lle
var, en 1893, a la creación de la Western Federation of Miners, Esta
organización, formada sobre la base del sindicalismo de industria
como la de los mineros de carbón, fue, según admite Perlman, “ el
sindicato más combativo en la historia de Estados U nidos"71.
Apenas creada la nueva organización se vio envuelta en un vio
lento conflicto. Como consecuencia de la crisis económica de 1893
los propietarios de las minas de oro de Cripple Creek (Colorado)
elevaron la jornada de trabajo de ocho a nueve horas. La huelga es
talló a principios de 1894. Mientras los mineros atacaban algunas mi
nas y se apoderaban de ellas para dinamitarlas, e! sheriff, por cuenta
de los patrones, preparaba un ejército privado de 1,200 hombres, que
hasta incluía caballería. Se produjo una larga y sangrienta guerra
civil. El gobernador tuvo que interponer la milicia estadual entre los
dos beligerantes 72.
En 1896, nueva refriega, nuevamente en Colorado, esta vez en
las minas de plata de Leadville. Los patrones llevaron verdaderos
cargamentos de rompehuelgas. Éstos fueron atacados por ios huel
guistas y una mina fue destruida. Las fuerzas armadas del Estado
ocuparon militarmente Leadville. La lucha duró meses y terminó con
una derrota. El acontecimiento tuvo una consecuencia importante:
produjo la separación de la Western Federation of Miners de la Ame
rican Federation of Labor73. Aquélla se había afiliado a ésta en 1895.
Envió delegados al congreso de la A.F.L de 13S6, quienes pidieron
e! apoyo a la huelga de Leadville y la aprobación de una resolución
invitando a los trabajadores a no enrolarse en la guardia nacional (mi
licia estadual). La asamblea aprobó los dos textos, pero no tomó
ninguna medida práctica destinada a ayudar a los mineros en huelga.
Tres o cuatro hombres controlaban ios votos del congreso y los diri
gentes del sindicalismo de negocios no sentían particular afecto ha-
26
cía una organización militante como !a Western Federation of Miners,
constituida sobre la base de la industria. “ La Western Federation
—escribe Wiiliam Haywood— decidió firmemente no tener relaciones
ulteriores con ia A.F.L. La A.F.L. había establecido un récord de trai
ción, de perfidia y de avaricia que no debe o lvidarse"74.
Pero ios mineros del Oeste no podían permanecer aislados. Ha
biendo roto con el gompersísmo, necesitaban encontrar aliados en
tre trabajadores de sus regiones. En 1898 organizaron una central sin
dical que abarcaba el Oeste, del Mississipi al Pacífico, bajo el nom
bre de Western Labor Union. Su objetivo era la organización de todos
los asalariados sobre la base de ia industria, sin distinción de oficios.
Gompers denunció airadamente esta empresa divisionista y “ seccio-
nalista". La lucha entre las dos centrales sindicales se fue enco
nando, Los gompersistas amenazaron a sus adversarios, si se nega
ban a volver al redil y a disolver su propia confederación, con or
ganizar a todos los Estados del Oeste y hacer desaparecer de la
superficie de la tierra a la Western Labor Union'15. Por una reacción
de autodefensa, los fundadores de la Western Labor Union decidieron
invadir el Este de Estados Unidos y competir allí con la A.F.L. Cam
biaron el nombre de su organización por el de American Labor Union,
que alcanzó su apogeo en 1903, sin conseguir sin embargo hacer
mucha mella en la A.F.L. en el Este.
Esta escisión tuvo importantes repercusiones. “ Ella dio — dice
Perlman— el impulso inicial a la organización de los trabajadores peor
pagados y no calificados, completamente descuidada por los sindica
tos de fa American Federation of Labor, pues éstos estaban absor
bidos por la organización de sus propios o fic io s "76. Pero lo que
Perlman caila y trata de ocultar es que la Western Federation of M i
ners y su centra! sindical eran, al mismo tiempo, explícitamente, or
ganizaciones basadas en el principio de la lucha de clases y dei so
cialismo 77.
En 1896, Wiiliam Haywood, que trabajaba corno minero en Silver
City (idano), había empezado a desempeñar un papel activo en la
Western Federation 78. pronto se convirtió en su secretario tesorero
y en su alma. Participó con ella en furiosas batallas de clases en
Telluride (Colorado) en 1901, Cripple Creek y Colorado City en 1903,
Crippíe Creek nuevamente y Sdaho Springs en 1903-1904 79. Su Fede
ración y él mismo fueron los principales iniciadores de la nueva or
ganización, los I.W.W., cuyo nacimiento no tardaremos en relatar
Desde la época de la salida de la Western Federation de la A.F.L.
se habían establecido lazos fraternales entre los mineros del Oeste
27
y el viejo dirigente de jos ferroviarios, convertido al socialismo, Eu-
gene V. Debs 80. Ei propio Haywood se unió al partido socialista
en 1901.
“ Mother” Jones
28
heroicos: en su autobiografía escribe que éstos fueron "los días de
sacrificio por la causa de los trabajadores...; los días en que no te
níamos salas de reunión, en que no había permanentes bien paga
dos, en que no se estaba a partir un confite con ios enemigos del
tra b a jo ;... ios días de los mártires y de tos sa n to s "81.
Luego se había dedicado a la organización de ¡os mineros. Hasta su
muerte, en edad muy avanzada, seguiría siendo afiliada de su sindi
cato, y la madre de todos. Había ayudado a John Mitchell a organizar
ias cuencas de antracita de Pennsylvania, dedicándose sin tasa ni
medida, poniendo toda su persona al servicio de su tarea; había ca
pitaneado ejércitos de mujeres de mineros que armadas con sus es
cobas se dirigían de una localidad a otra para impedir a los hombres
"carnerear". En otra oportunidad, había salvado una tropa de mineros
caídos en una emboscada, colocando su mano en la boca del caño
de los fusiles y manteniéndola en esa peligrosa posición hasta que
todos sus hombres se hubieron alejado, sanos y salvos 83. Tenía un
prestigio enorme en el sindicato.
Pero el cambio de John Mitchell, en 1902, indignó a ‘'M other”
Jones y, aunque siguió siendo organizadora profesional de la Unión,
denunció vivamente la manera cómo su presidente había aceptado el
arbitraje del presidente Th. Roosevelt y había caído en la colabora
ción de clases 84, "El movimiento obrero, en sus comienzos —-escribe
en su autobiografía— produjo grandes hombres. Eran muy diferentes
de los dirigentes obreros de hoy. Aquellos dirigentes de los pri
meros tiempos no buscaban publicidad. . . No estaban interesados en
su propia gloria ni en su propio progreso financiero. No servían al
movimiento por el d in e ro ... Muchos de nuestros modernos dirigen
tes del trabajo se han alejado mucho del sendero espinoso de aque
llos primeros cruzados... En aquellos días, los representantes obre
ros no se sentaban en sillas de terciopelo, en conferencia con Sos
opresores de los trabajadores; no cenaban en hoteles elegantes con
¡os representantes de los grandes capitalistas, como la Civic Federa
tion . . . La base ha dejado que sus servidores se conviertan en sus
amos y en sus dictadores. Ahora los obreros no solamente tienen
que luchar contra sus explotadores, sino también cGntra sus propios
dirigentes, que a menudo los traicionan, los venden, que se preocu
pan más de su propio progreso personal que del de las masas labo
rio s a s ...". Y agrega: “ Mr. Mitchell murió como un hombre rico, ha
biendo perdido la confianza del pueblo trabajador a quien había em
pezado sirviendo" 85.
Además, “ Mother” Jones había entablado relaciones muy estre
chas con la Western Federation of Miners, cuyas relaciones con John
Mitchell eran tirantes. Mitchell reprochaba a ía organización dei Oes-
29
te, que en principio abarcaba las minas metalíferas, haber organizado
mineros de carbón86. Por su parte, la Western Federation reprochaba
al Sindicato de Mineros no cumplir con su deber de solidaridad cuan
do ella estaba en lucha, mientras ella había manifestado su solidari
dad a los mineros de antracita. En 1903 las dos organizaciones ha
bían chocado seriamente con motivo de una huelga de mineros de
carbón del Colorado traicionada por John Mitchell, y ‘‘Mother’' Jones,
con su vivacidad acostumbrada, se pronunció una vez más contra su
presidente8?. WÜÜam Haywood admiraba la estructura industrial y
sel espíritu de clase de los United Mine Workers, pero almismo tiem
po reprobaba la política reformista de John M itchell. Aspiraba a una
íusión entre las dos organizaciones88, pero ésta resultaba imposible
miéntras M itchell mantuviera a la suya en la estela del gompersismo.
Ausente la unidad, ‘‘M other" Jones era la unión viva entre los
dos sindicatos. Además, representaba el ala izquierda m ilitante de
la Unión de Mineros, uno de los escasos sindicatos de la A.F.l. cons
titutivo de los Í.W.W. era pues importante, por las razones que he
mos indicado y porque, como dice Debs, "su solo nombre simboliza
la revolución” 89.
Daniel De Leosi
« Ib id ., p. 167.
47 Ib id ., ps. 167-168. M other Jones, op. c it., ps. 92-100.
ss Gluck, op, c ít., ps. 214-217. Brissenden, op. c i t , p. 39.
89 Debs, op, c ít., ps. 285-286.
Haywood, op. c it., p. 183.
91 C fr. Rocker, op. c it.
,J2 Louis Fraina, De León, “ Nevut R eview ", ju lio de 1914, p. 390. en Brissenden,
op. c it., p. 240, W ilíiam Z, Foster. Fiom Bryan to S ta lín , 1937, p. 34.
30
dicatos obreros, que fue adoptado por ia mayoría de ¡os dirigentes
revolucionarios de su tiempo, de Debs a Haywood, y que se conver
tiría en ía doctrina de los Í.W-.W. Más tarde, Lenin le rindió home
naje al declarar que el sindicalismo industrial de Daniel De León
contenía en germen el sistema soviético93.
Pero Daniel De León tenía los defectos de sus cualidades. Era
sectario, estrecho autoritario, de una sola pieza. Carecía de flexi
bilidad y de sentido de la realidad. Tenía un espíritu más lógico que
dialéctico. Propagaba tantas ideas falsas como ideas justas. Aunque
tuvo el inmenso mérito de denunciar implacablemente el sindicalismo
de oficio y de negocios, aunque comprendió que la tarea esencial
era constituir sindicatos de industria, animados por un espíritu de
lucha de ciases, y que sin esto ei socialismo quedaría como una sim
ple aspiración94, al mismo tiempo fue el inventor de la concepción
nefasta —porque en los hechos demostró ser inefrcaz— de la domes
ticación del sindicalismo obrero por una arrogante minoría de doc
trinarios. En una palabra, no supo encontrar la fórmula que permi
tiera unir de manera fecunda la conciencia revolucionaria con el mo
vimiento elemental de las masas. Y como tuvo y tiene imitadores, el
veneno que inyectó aún no ha sido eliminado por el movimiento obre
ro norteamericano.
Daniel De León no fue del sindicalismo al socialismo, como Debs
o Haywood, sino que recorrió el camino inverso. Ex docente libre en
ía Universidad de Columbia, desprovisto de experiencia sindical, di
rigente de un partido socialista revolucionario, el Socialist Labor Par-
ty, trató mecánicamente de imponer su dominación sobre aquella
sección del movimiento sindical que quiso dejarse colonizar y servir
de punto de apoyo a su partido. Los socialistas habían conseguido
formar en Nueva York una unión de sindicatos, la Central Labor Fede
ration. Pero la A.F.L. le retiró ia investidura, pues además de sindi
catos comprendía a una sección del Socialist Labor Party. Finalmen
te se constituyó una unión de sindicatos puramente sindical frente
a la dominada por los socialistas 95. Aliados a una unión de sindica
tos judíos de Nueva York, los United Hebrew Trades, De León y sus
amigos trataron entonces de apoderarse de la organización neoyorkina
de los Knights of Labor, ya en declinación. Hizo un trato con el gran
maestre de laOrden, James R. Sovereign, prometiendo asegurar su
reelección si éste confiaba a un socialista la redacción de su perió
dico. Pero esta pequeña maniobra, como sucede generalmente en
tales casos, se volvió contra su autor. Sovereign, una vez reelecto,
no cumplió su promesa De León sufrió otro fracaso por el lado
de la A.F.L. En ei año 1893. los socialistas casi habían conseguido
9i Daniel De León, S o c ia lis t R econ sín iction a t S ociety, !Sü5, ps. 190-195. Entre
vista a Lenin por Robert M inor, "The WorlcJ” (Nueva Y ork), 4 de febrero de 1919,
p. 2, en Brissenden, op. c it., ps. 241-242. Arthur Ransorrte, Russia 1919, 1919, ps. 120-
121. John Chamberiain. F a re w e ll to fíeform , 1932, p. 84.
M Brissenden, op. c it,, p. 48.
9S Commons, op.c it., I í , ps. 516-517; IV, p. 219. H iilquit, op. c it., p. 285-287,
1,6 Commons, op.c it., li, ps. 518-5(9; IV, p. 220. H ilíquít, op. c it.. ps. 293-294.
31
controlar la Federación. Pero al ano siguiente quedaron en minoría.
Desatentado, Daniel De León echó la soga tras el caldero y decidió
crear, a fines de 1895, una nueva central sindical, la Socialist Trade
and Labor Alliance. Entre las organizaciones constituyentes, se con
taban la Central Labor Federation y la United Hebrew Trades de Nue
va York, uniones de sindicatos de ciudades vecinas — Brooklyn y
Wewark— , y e! distrito neoyorkino de los Knights of Labor: en total
unos 15.000 miembros al comienzo. Pero la organización nunca so
brepasó ia cifra de 20.000 miembros 9’?.
indudablemente, esta escisión era un error porque no se basaba
en un movimiento de masas y porque las organizaciones participantes,
además de estar controladas todas por el partido socialista, eran en
su mayoría sindicatos de oficio y no de industria. Como dice Bris
senden, “ la Alianza era, en realidad-, un sindicato revolucionario sin
carácter in d u s tria r'98.
Pero el programa de la nueva organización era indiscutiblemente
progresista y contribuía en cierta medida a elevar el nivel de con
ciencia de clase de los trabajadores norteamericanos. En él se decía
que “ los métodos y ei espíritu de los sindicatos de oficio son abso
lutamente incapaces de resistir los ataques del capital concentrado:
el poder económico de la ciase capitalista se basa en instituciones
esencialmente políticas que sólo pueden ser cambiadas por la acción
directa de los trabajadores unidos económica y políticamente en una
clase”
La Alianza, escribe Louis Fraina, “ era en gran parte un arma des
tinada a combatir lá política conservadora de la A.F.L,” 10°. Y, en
realidad, la parte más constructiva de la obra m ilitante de Daniel De
León fue su acusación implacable y mordaz contra Gompers y su
camarilla. Contra ellos usó la expresión /aócr fakirs, que se ha hecho
popular*. En 1902 escribió un notable ensayo, “ Dos páginas de his
toria romana” 103t, donde traza un análisis científico de ía función
social de los dirigentes reformistas. Los compara a los jefes de la
plebe romana, que se apoyaban sobre la base plebeya para obligar
a los patricios a admitirlos en eí reparto de los privilegios econó
micos y políticos, y que, a cambio de tas ventajas obtenidas para
ellos mismos, contribuían al mantenimiento del orden establecido **
97 Commons, op. c it., IV, ps. 221-222. Saposs, op. c !t., ps. 28-29. W alter Gaienson,
R iva l U n io n ism in the U nite d States, 1940, p. 6.
,8 Brissenden, op. c it., ps. 49-55.
99 Phíiip, op, c i t , p. 519.
100 Brissenden, op. c it., p. 51.
* Labor fa k irs : charlatanes obreros. En los escritos de Daniel De León, de
Gompers, de M orris H iliquit, figura la ortografía fa k ir, pero actualmente el u
blecido es escribir fakers.
mi Daniel De León, Two Pages tro m fíom an H is to ry , 1902. W illiam 2 . Póster,
M is ie a d e rs o f Labor, 1927, ps. 14, 19-20.
* * Él autor del presente libro, por su parte, intentó un análisis análogo del
papel de los jefes “ plebeyos” en dos experiencias muy diferentes: la revolución fran
cesa; el fascismo italiano y alemán 1M.
102 Dame! Guérin, Fascism e eí grand c a p ita l, nueva ed. 1945, ps. 141 y ss., 193
y ss.; La lu tte de classe s sous la p re m ié re R epublíque, 1946, 1, ps. 251-256.
32
Gompers no perdonó nunca a Daniel De León haberlo puesto en
descubierto. En sus Memorias, lo califica de “ fuerza siniestra” ; le
atribuye haber "inventado eí epíteto de labor fakirs", y haber “ puesto
en peligro eí tradeunionismc norteamericano" al crear su organización
disidente 10-3. En realidad el sectarismo de Daníe! De León y su des
dichada escisión de 1895 hicieron el juego al gompersísmo. Gom
pers, y luego todos sus sucesores, usaron a De León como el espan
tajo que sacaban a relucir cada vez que su sindicalismo de negocios
se encontraba en dificultades 104.
Pese a sus defectos, Daniel De León fue una conquista útil para
ios l.W.W. Su pluma brillante se puso al servicio de ia nueva orga
nización y escribió para ella un excelente folleto de propaganda que
desarrollaba sobre ía base de ejemplos concretos este tema: “ in
dustrialismo significa potencia. Sindicalismo de oficio significa im
potencia" 10s.
33
los fundadores de los LW.W. eran hombres igualmente brillantes. Ra
yaban a una altura infinitamente mayor que Gompers, y competían
entre ellos en talento y en fe revolucionaria. El manifiesto publicado
por los militares que tuvieron ia iniciativa de convocar ei congreso
constitutivo, ¡as intervenciones de Haywood en esta asamblea, los
discursos pronunciados por Debs en una serie de mitines de propa
ganda en favor de la nueva organización, el folleto de Daniel De León
comentando el programa de los I.W.W., todos estos textos brillan
todavía hoy con un fulgor que el tiempo no ha empañado 10í).
El gompersismo sobrevivió materialmente a la acusación pública
dirigida contra él. Ha sobrevivido por un tiempo, y sólo a costa de
hacer, de buena o mala gana, concesiones a las ideas del adversario.
Ha sobrevivido, si se quiere, del modo como el capitalismo ha sobre
vivido al Manifiesto Comunista de 1848. La quiebra efectiva del gom
persismo sería declarada recién treinta y cinco años más tarde; pero
su condenación histórica data de 1905. Si bien los I.W.W. no llegaron
a cumplir prácticamente todo lo que se proponían, por lo menos hi
cieron germinar en la conciencia obrera una concepción de organiza
ción y de acción superior; y así, abrieron el camino al gran levanta
miento de ia década de 1930.
"Las divisiones de oficios — declaraban su manifiesto— impiden
el desarrollo de !a conciencia de clase de los trabajadores, engendran
la idea de una armonía de intereses entre explotador patronal y es
clavo asalariado... Los males económicos universales que afligen a
ia clase obrera pueden ser extirpados solamente por un movimiento
obrero universal. Tal movimiento de la clase obrera es imposible
mientras convenios separados de oficios y de salarios favorezcan al
patrón contra oíros oficios de la misma industria, y mientras las ener
gías se malgasten en estériles luchas de jurisdicción que sólo sirven
para aumentar el poder persona! de los dirigentes de los sindicatos.
Un movimiento que reúna esas condiciones debe consistir en un
solo gran sindicato industrial que abarque toda ia in d u stria .., Debe
estar basado en la lucha de clases, y su administración genera! debe
ser conducida conforme ai reconocimiento del conflicto irreprimible
que opone la clase capitalista a la clase obrera” no.
Pero aunque ¡os fundadores de ios I.W.W. estaban armados con
una idea-fuerza, los medios de que disponían para llevarla a la prác
tica eran inadecuados. El congreso constitutivo se compuso princi
palmente de personalidades que sólo se representaban a sí mismas
o a una débil parte de las organizaciones a las cuales pertenecían y
que no las habían delegado.
El más importante de los sindicatos organizados sobre base in
dustrial, el de los mineros, sólo estaba representado por nueve sec
ciones locales; y de ellas sólo dos habían aceptado unirse a la nueva
organización. Luego, varias otras secciones locales quisieron adhe
rirse a los I.W.W., pero no pudieron pues estaban ligadas a los pa
1"1' Haywood. op. c it., ps. 174-189. Debs, op. c it., ps. 171-24*1. De León. op. cit.
11,1 The I.W .W . in Theory and P ractica, 5? ed., 1937, ps. 121-122.
34
trones por contratos de larga duración m . El distrito de Illinois, que
comprendía 50.000 miembros, asistió a! primer congreso, pero sus
delegados no tenían mandato para adherir a los I.W.W 112. “ Mother"
Jones participaba a título puramente personal.
El Sindicato de Cerveceros, United Brewery Workmen's Union,
era, junto con el de Mineros, uno de ios pocos sindicatos de la A.F.L.
orzanizado sobre base industrial. Esta particuíaridad se explicaba por
su origen común: ambos se habían formado en los Knights of Labor
y habían estado afiliados a la Orden durante mucho tiempo. Los cer
veceros incluso habían mantenido durante cierto período una doble
afiliación a los Knights y a la A.F.L, Su estructura los ponía en con
flicto con los dirigentes de los sindicatos de oficio, y se sentían in
cómodos en ¡a vieja federación por la cual habían optado finalmente.
Aspiraban a unirse a una central sindical más conforme a su estruc
tura y más hospitalaria. Pero una sola de sus secciones sindicales
decidió unirse a los I.W.W. El editor del periódico de la Unión, Wi-
lliam E. Trautmann, adhirió a la nueva organización a título individual.
Más tarde, en 1908, el sindicato hizo la paz con la A.F.L. y permane
ció en ella 113.
La única organización de masas que adhirió a los I.W.W. fue la
Western Federation of Miners, con sus 27.000 miembros, y su saté
lite, la American Labor Union, con 16.500 miembros. Pero muy pron
to, en 1906, los mineros dei Oeste decidieron recuperar su libertad
de acción. Su entusiasmo se enfrió por las disputas de fracciones
que no tardaron en producirse dentro de los I.W.W. La organización,
en lugar de convertirse en la nueva central sindical a que aspiraban,
lanzándose a ia conquista de los no organizados y atrayendo al mismo
tiempo a amplias secciones de la A.F.L. cansadas del gompersísmo,
se convertía en un coto cerrado donde se enfrentaban individuos y
sectas rivales. Se sintieron extraños en ese medio donde constituían
la única organización de masas, y se fueron. Por otra parte, ia Wes-
tern Federation empezaba a sufrir una transformación que finalmen
te ¡a llevaría a la A.F.L. y embotaría su combatividad. El medio don
de se había extendido estaba evolucionando. El Oeste perdía poco
a poco los rasgos rudos de la “ frontera''. Allí ya no se arreglaban las
cuentas con dinamita. Además, los dirigentes de la organización se
volvían v ie jo s 114. Esta separación fue un golpe terrible para los
I.W.W. La Western Federation era su columna vertebral y al mismo
tiempo su principa! cotizante 115.
El hecho de que originariamente los I.W.W. estuvieran compues
tos por elementos diversos y discordantes 116 no era necesariamente
una fuente de debilidad. Cada uno de ellos hubiera podido aportar
35
su contribución a la obra, poner a! servicio de ia organización su ex
periencia, su temperamento y ei medio humano donde había m ili
tado. Más tarde, como veremos, ei C.l.O. se formaría de este modo.
Sus organizadores tenían quizá todavía más razones para disputar
entre ellos que ios I.W.W., pero por un tiempo superior oividar sus
divergencias y sacrificar todo al éxito de !a obra común. La dife
rencia proviene de que el C.l.O. fue fundado principalmente, no por
personas, sino por grandes organizaciones sindicales, unidas por un
inierés común: asegurar su propia seguridad por la organización de
ios trabajadores de las industrias básicas. La debilidad inicial de los
I.W.W. fue que ai iniciarse no consiguieron arrastrar consigo otro sin
dicato de masas que la Western Federation of Miners. Especialmen
te la ausencia del Sindicato de Mineros de carbón era una desven
taja (handicap) irremediable. Como el porvenir lo probaría, no era
posible construir un sindicalismo de industria en Estados Unidos sin
la cooperación de los mineros de carbón.
Desde 1905, y durante treinta anos, los adversarios del gomper
sismo se esforzaron inútilmente tratando de descubrir la mejor tác
tica para terminar con el sindicalismo de oficio y de negocios. ¿Ha
bía que actuar desde adentro o desde afuera? ¿O desde adentro y
desde afuera al mismo tiempo? En 1905 prevalecieron les partidarios
de la acción desde afuera, bajo la influencia de Daniel De León es
pecialmente. Tenían y no tenían razón, a la vez. Pensaban que ia
A.F.L. no era una verdadera organización obrera, que su sistema gas
tado y corrompido no ofrecía posibilidades de mejora y de adapta
ción, que la entrada de los no calificados a la vieja Federación es
taba cerrada por barreras casi infranqueables, "Es históricamente im
posible —declaraba Debs— para una organización obrera vieja, supe
rada y arcaica, adaptarse a una nueva misión económica" n?.
Los partidarios del sindicalismo ''dualista” estaban en lo cierto
cuando consideraban que la A.F.L no podía reformarse por sí misma
y que la iniciativa debía venir desde afuera. La fundación dei C.l.O.,
treinta años después, demostraría que la porfiada resistencia de los
bonzos de los sindicaros de oficio hacía imposible el desarrollo de
un sindicalismo de industria como no fuera por una escisión. Pero
los I.W.W. subestimaron un poco las posibilidades de acción desde
adentro. Así, en 1898, ia creación de una Unión nacional de Teams-
ters (camíoneros), dentro de la A.F.L, había introducido en la vieja
Organización un espíritu nuevo. Los feamsfers tenían un sentido de
la solidaridad obrera que no demostraban poseer ios viejos sindi
catos de oficio. En ia primavera de 1905, en Chicago, pocas sema
nas antes del congreso constitutivo de los ¡.W.W., habían declarado
la huelga a pedido de la unión de sindicatos, en solidaridad con los
trabajadores de la confección empleados por ia gran tienda Montgo-
mery Ward. Es cierto que los teamsters, que entraron en lucha de
masiado tarde, fueron derrotados finalmente; además, Gompers, se-
117 ib id .. ps. 65-67, 81-82, 89, 104, 303. Debs, op. c it., ps. 175, 194. The I.W .W .
¡n Tfreos y and Practice, p. 121.
36
gun su costumbre, fue a Chicago para dar ei golpe de gracia ai mo
vimiento. Pero sin embargo este episodio probaba que e! concepto
de solidaridad obrera no estaba totalmente ausente de la federación
gompersista ns.
En 1897, también ios trabajadores de la industria de la carne (car
nicerías y mataderos] habían constituido una unión nacional dentro
de la A.F.L En pocos años consiguieron organizar a los explotados
dei poderoso trust de la carne. En 1994 el sindicato, que contaba con
56.000 miembros, no vaciló en declarar una huelga porque los patro
nes trataban de “ comprar" a los calificados cediendo a sus reivin
dicaciones, mientras rechazaban las de los no calificados. Los cali
ficados lucharon durante varios meses por solidaridad con los nc ca
lificados. Es cierto que la huelga terminó con una derrota, porque
los otros oficios al servicio dei trust de !a carne, asociados en un
councii (consejo) rival, hicieron rancho aparte y, de este modo, “ tor
pedearon” ei movimiento; igualmente porque los no calificados, ios
mismos en favor de quienes se había declarado la huelga, se dejaron
utilizar como rompehuelgas. Pero no es menos cierto que un sindi
cato de la A.F.L demostró en la acción su solidaridad con trabaja
dores no calificados u».
Estas experiencias —y algunas otras— hubieran debido llevar a
los I.W.W. a no descuidar las posibilidades de nucleamiento en el
seno de la American Federation of Labor. Pero, a mi modo de ver,
no se puede decir que estaban equivocados cuando planteaban en
principio que ei sindicalismo industrial debía ser construido sobre
todo desde afuera. Su empresa no era tan quimérica. Tenía ciertas
posibilidades de éxito. Como escribe David J. Saposs, el no man's
¡and de ios no organizados no era una cantidad despreciable. Pero,
para tener éxito, hubiera sido necesario obtener el concurso de un
número suficiente de organizaciones sindicales de masas y despren
derlas de !a A.F.L. Esta condición indispensable no pudo cumplirse,
y de ahí el fracaso final 120 . ei día en que ella se cumpla, triunfará
el sindicalismo industrial.
Los “ wobbHes’7
113 Chaplín, op. c it., p. 43. Commons, op. c it.. IV , ps. 61-69. De León, op. c it.,
ps. 35-36.
1!“ Commons, op. c it., iV, ps. 117-123. Brissenden, op. c it., p. 85. Foster, From
B iyan to S ta iin , ps. 92, 101. Cayton y M itchell, op. c it., p. 241.
I2IJ Saposs, op. c it., ps. 95-96.
37
1908, una nueva escisión cortó en dos a los I.W.W.: Daniel De León
y sus partidarios crearon una variedad de I.W.W. cuya sede se fijó
en Detroit (Michigan), mientras W illiam Haywood (que entretanto
había abandonado sus funciones de dirigente de la Western Federa
tion of M iners) se ponía al frente del llamado grupo de Chicago. Por
un ¡ado, los “ políticos” , los "doctrinarios” ; por el otro, los “ anarco
sindicalistas” , los wobblíes *, partidarios sólo de ia "acción directa” V¿1.
Sin embargo, sólo después de estas escisiones sucesivas los
I.W.W., bajo la dirección de Haywood, entraron efectivamente en las
luchas sociales de Estados Unidos. Ya no se trataba, como en el
esquema primitivo, de una vasta central sindical destinada a poner
en jaque a la A.F.L, sino de una minoría activa, una especie de
equipo volante listo para dirigirse inmediatamente a cualquier punto
del campo de batalla y allí ponerse al frente de las luchas empren
didas por los trabajadores. Así los I.W.W., aunque no cumplieron la
gran misión que habían querido asumir, pese a todo prestaron un
importante servicio a la clase obrera norteamericana. Frente a la pa
sividad del gompersismo, fueron los únicos que intervinieron en las
luchas de los no calificados. El profesor Perlman consciente en ren
dirles este homenaje: ” EI sindicalismo conservador había monopoli
zado el terreno durante muchos años y, salvo pequeñas organizacio
nes de calificados, no podían anotar nada a su favor: los I.W.W. fue
ron capaces, por lo menos, de despertar ei interés de ia opinión pú
blica sobre las condiciones deplorables de cientos de miles de asa
lariados . . . ” í 22.
En una especie de movimiento de péndulo, el equipo volante con
centró sus esfuerzos primero en el Este, luego en el Oeste, luego
nuevamente en el Este, luego otra vez en el Oeste.
A! principio, los I.W.W. habían optado por lo más fácil: prestaron
poca atención a los no organizados y se dirigieron hacia los sindica
tos descontentos, tratando de desprender de la A.F.L cierto número
de secciones sindicales de oficio. En los centros más izquierdistas
del Este, tales como Nueva York y Chicago, habían obtenido algunos
resultados. En Shenectady (Estado de Nueva York), fortaleza de la
General Electric y feudo de la A.F.L, a fines de 1906 consiguieron
lanzar una huelga de brazos caídos, una de las primeras de este
tipo en Estados Unidos. Pero estas tentativas de sacar pequeños
trozos no los llevaron lejos 123.
Entonces decidieron dejar en paz a los sindicatos de oficio y con
sagrar sus esfuerzos a la organización de los trabajadores no cali
ficados. Se dirigieron especialmente a los trabajadores agrícolas tem
* W o b biy significa, literalm ente: que rueda o se balancea irregularm ente a de
recha y a izquierda.
121 Commons, op. c it., IV , p. 233. Brissenden, op. c it., ps. 151, 213-242.
122 Commons, op. c it., IV , p. 280.
m Brissenden, op. c it., ps. 114-118, 204, 232. Saposs. op. c it., p. 135. Philip, op.
c it., p. 521.
38
porarios y los leñadores del Oeste. André Philip describió muy bien
ias condiciones de existencia especialisimas de estos trabajadores
de vida errante y aventurera, que en Norteamérica son llamados
hoboes. Mostró cómo sus sufrimientos, su aislamiento, su inestabi
lidad los predisponen a la rebelión, pero a una rebelión de un tipo
particular: recurso a la acción económica directa, desprecio profundo
por toda actividad política, incapacidad para toda forma de organiza
ción permanente. Los hoboes entraron en masa a los I.W.W. y con
tribuyeron a asegurar en su seno la victoria de la tendencia ''anar
cosindicalista” de Haywood sobre la tendencia “ política" represen-
tada por Daniel De León. En la convención de 1908, la "brigada del
Oeste” sola contaba con la mitad de los delegados 124.
Para satisfacer las necesidades de los obreros temporarios y te
ner en cuenta sus condiciones particulares, los I.W.W. imaginaron
una nueva táctica de lucha: ios free speech fights (combates por la
libertad de palabra). La utSización de la plaza pública era el único
medio de hacer propaganda y reclutamiento entre trabajadores dis
persos y aislados, pero que se reunían periódicamente en las ciuda
des alrededor de oficinas de contratación, en busca de un nuevo
ampíeo. Los oradores callejeros eran encarcelados por los esbirros
de la "democracia” norteamericana; inmediatamente, otros los reem
plazaban. Equipos volantes de I.W.W. acudían desde afuera y venían
a hacerse detener a su vez. Estos free speech fights agitaron todo
el Oeste entre 1909 y 1911 125 .
En 1910 los I.W.W. emprendieron la organización de los leñado
res de Luisiana, Arkansas y Texas. Éstos no eran inmigrantes ni tra
bajadores temporarios sino norteamericanos de viejo cuño, primitivos
y violentos. Bruscamente transformados en asalariados y duramente
explotados, recibieron a los I.W.W. como el Moisés que los conduci
ría más allá del desierto. La huelga que declararon fue, según Sa
poss, una de ias más violentas en los anales del movimiento obrero
norteamericano. Pero fracasó, y ei sindicato que los I.W.W. habían
ayudado a organizar fue aplastado12<5.
En 1912 los I.W.W., cambiando otra vez de frente, se volvieron
hacia el Oeste y emprendieron la conquista de los trabajadores tex
tiles. Ya en 1909 habían hecho su aparición en Pennsylvania, en una
huelga ya declarada de los trabajadores del acero, empleados por la
Pressed Steel Car Company, en McKee’s Rock, y habían conseguido
movilizar a la opinión pública en favor de los huelguistas, contribu
yendo así a su victoria final. Esta huelga,escribe Perlman, “ fue la
precursora de un nuevo espíritu entre los trabajadores desorganiza-
dos de los distritos manufactureros delE ste ''12,7. En 1912, los 25.000
39
trabajadores no organizados de la American Woolen Company (teji
dos de lana), en Lawrence (Massachusetts), interrumpieron ei tra
bajo para protestar contra los salarios de hambre. En su mayoría
eran inmigrantes recientes, pertenecientes a veinticinco nacionalida
des diferentes, entre los cuales predominaban los italianos. Uno de
ios dirigentes de los I.W.W., Joseph Ettor, vino a tomar ¡a dirección
de la huelga. La condujo magistraimente. El sindicato textil (A.F.L)
tomó abiertamente una actitud de “ carnero''. Denunció ia huelga co
mo "una revolución'' y aprobó ios cachiporrazos y sablazos que la
fuerza pública hizo llover sobre los huelguistas. No obstante, ios
.trabajadores miembros de la A.F.L, pese a la actitud de sus dirigen
tes, contribuyeron generosamente al fondo de huelga.
La pequeña ciudad fue sitiada y Ettor detenido. Haywood en per
sona vino a reemplazarlo y a tomar el mando de la batalla. Una ma
nifestación de diez a quince mil huelguistas lo recibió triunfalmente.
Procedió a efectuar audaces innovaciones. Secundado por una m ili
tante de valor, Elisabeth Gurley Flynn, organizó la solidaridad al modo
europeo, enviando a ¡os hijos de los huelguistas a los hogares de
amigos y simpatizantes en otras ciudades. Hizo participar a las mu
jeres en la lucha y éstas combatieron como hombres. Colocó alrede
dor de las fábricas piquetes permanentes, compuestos de millares de
trabajadores. Supo atraer la atención de la opinión pública en favor
de los huelguistas. Se aseguró colaboración en la prensa. En Was
hington se constituyó un comité investigador y una delegación de
dieciséis niños, chicos y chicas, de menos de dieciséis años de edad,
fue a la capital federal a describir las terribles condiciones de exis
tencia en Lawrence. Uno de esos niños trató de mentiroso a Samuel
Gompers, que había venido a declarar contra la huelga.
Haywood se desempeñó tan bien que finalmente los patrones ce
dieron. Ante el anuncio de su victoria, los trabajadores (hecho rarí
simo en Estados Unidos) cantaron la Internacional en todos los idio
mas. Ei efecto de este acontecimiento fue inmenso y sobrepasó los
marcos de Lawrence, Puso de pie al resto de ios trabajadores de la
industria textil. Doscientos cincuenta mil de ellos obtuvieron, de con
tragolpe, un aumento de salario. La opinión pública se impresionó.
“ Para la joven inteiligentsia norteamericana — escribe Perl man— Law
rence fue ia prueba de que por fin estaba ante sus ojos un movimiento
obrero norteamericano revolucionario, que los escritos teóricos de ios
socialistas habían predicho como inevitable, y el acontecimiento au
mentó su descontento y su impaciencia con respecto a los dirigentes
de la American Federation of Labor", Por su parte, eí profesor Brissen
den afirma que "esta huelga demostró que era posible para ios traba
jadores no calificados y no organizados (principalmente inmigrantes
de diversas nacionalidades) realizar una lucha victoriosa contra sus
patrones. Ella mostró qué potencia latente hay en la gran masa de
los trabajadores semicalificados y no calificados... Lawrence hizo
célebres a los I.W.W.’’. Saposs señala que, durante un tiempo, el éxi
40
to de los I.W.W. entre los no organizados fue "fenomenal” y tuvo algo
de "m ilagro” 128 _
A principios de 1913, estalló otra huelga, en la industria de la seda
en Paterson (Nueva Jersey), que se extendió a una huelga general
de solidaridad. Haywood se puso ai frente del movimiento. Una ma
nifestación de 35.000 trabajadores de todas las nacionalidades con
currió a un mitm para escucharlo. Lo detuvieron; cuando la A.F.L.
organizó a su vez un mitin, los trabajadores se retiraron de este últi
mo para protestar contra ia negativa a dar la palabra a los dirigen
tes I.W.W.
Haywood, que tenía el genio de la publicidad, llevó 1.200 huel
guistas a Nueva York, donde desfilaron por las calles. En Madison
Square Garden se celebró un gran mitin, alumbrado por un gigantesco
cartelón luminoso con las tres tetras “ I.W.W." en rojo. Los propios
huelguistas expusieron sus condiciones de vida en Paterson, cantaron
canciones que ellos habían compuesto y representaron un espectáculo
que describía las peripecias de su lucha. La prensa publicó extensas
notas y comentarios al respecto.
Haywood, innovando siempre, organizó mítines de hijos de huel
guistas, les hizo constituir un comité de huelga, desarrolló su con
ciencia de clase contándoles la historia fascinante de una ciudad de
niños, sin adultos, sin policía, sin prisiones, sin bancos... y sin pa
trones. A pesar de todos estos esfuerzos, esta vez la batalla terminó
con una derrota 139.
El levantamiento de los textiles impresionó fuertemente la imagi
nación de los trabajadores de las industrias de producción en masa,
cuya organización había sido totalmente descuidada por la A.F.L. Por
primera vez, entraron en escena. Veinticinco años después, ocupa
rían toda la escena. Se abría una nueva página de la historia del mo
vimiento obrero norteamericano.
En 1913, en Akron (Ohio), la ciudad del caucho, los trabajadores
no organizados de las grandes fábricas de neumáticos se levantaron
espontáneamente. Los I.W.W. tomaron la dirección del movimiento.
Pronto estuvieron en huelga 20.000 obreros del caucho. El infatigable
Haywood acudió. Ayudado por James P. Cannon, el futuro dirigente
trotskista, organizó, como en Lawrence, piquetes de masas. Aquí,
la unión de sindicatos A.F.L. apoyó el movimiento y contempló la posi
bilidad de declarar una huelga general. Pero finalmente el movimiento
fracasó 130, Una de las causas de esta derrota fue la actitud hostil, de
Wiiliam Green, del Sindicato de Mineros, futuro sucesor de Gompers
en la dirección de ¡a A.F.L. Entonces era senador de Ohio y presi
dente de una comisión investigadora, y denunció a los dirigentes
I.W.W. tratándolos de "agitadores desde afue ra "131.
i2li Commons, op. c it., ÍV, ps. 265-273. Brissenden, op. c it., ps. 289-293. Haywood,
op. c it., ps. 246-253. Saposs, op. c it., ps, 132, 138, 145-148, 166-168.
IM Commons, op. c it., !V, ps. 274-276. Haywood, op. c i t , ps. 260-270,
lw Commons, op. c it., iV, ps. 277-278. Haywood, op. c it., ps. 264-265.
131 Bruce Mlnton y John Stuart, M en who Lead Labor, 1937, p. 7.
41
II
,J1 Si', John, op. c it., p. 28. Keith Sward, The Leqend o f H enry Ford, 1948.
|,J Commons, op. c it.. IV, ps, 388-389. Haywood, op. c it., ps. 290-292. Saposs, op.
c it., ps. 139-140. John S. Gambs. The D e c lin e o f the I. \N. W., 1932, ps. 131-132.
m Commons, op. c it., IV, p. 336.
|Vi Ib id ., ps. 386-388, 391-398.
42
capitado pura y simplemente. Nunca se recuperó de este golpe 1;56.
Otras causas contribuyeron a su declinación, Por un lado, la reabsor
ción de la mano de obra temporaria y migratoria, debido al desarrollo
de la máquina 1:^ , por otro, la entrada en escena del comunismo que
atrajo a él a los trabajadores más adelantados; finalmente, la incapa
cidad de ios wobblies para construir una organización permanente.
Eran insuperables en su papel de equipo volante, en ¡a improvisación;
fueron agitadores y propagandistas antes que organizadores. No em
prendieron ninguna campaña sistemática de organización, que sin em
bargo era la única manera de penetrar en los sectores industriales
básicos, tales como e¡ acero. Las huelgas eran para ellos sobre todo
ocasiones de extender sus ideas revolucionarias. En cuanto la bata
lla estaba ganada, abandonaban el terreno para ir a otro ladó, sin de
jar huellas duraderas. La organización permanente no les interesa
ba 1S8. Tenían en contra suyo su propia negativa a firmar contratos,
a establecer relaciones cotidianas con los patrones, a crear un meca
nismo que permitiera la estabilización de ias relaciones entre patrones
y obreros en el intervalo entre dos batallas 139.
Sin embargo, no estoy seguro de que Eugene Debs tenga razón
cuando atribuye la faita de éxito de los wobblies a su negación de la
acción política y a su táctica de acción directa que, según él, no co
rrespondían a las aspiraciones de los trabajadores norteamerica
nos 14°. Por el contrario, creo, y tendré ocasión de volver sobre este
punto, que al obrero norteamericano, individualista y peleador, formado
por la epopeya violenta de la “ frontera", le gusta y tiene condiciones
para la acción directa, al mismo tiempo que una cierta desconfianza
con respecto s los ‘‘políticos". Desconfianza que, por otra parte, tiene
también sus. aspectos negativos, pues ha contribuido a alejar hasta
hoy al movimiento obrero norteamericano de toda intervención inde
pendiente en el terreno político. Lejos de ser un-american, ios I.W.W.
de Haywood estaban más dentro de la tradición norteamericana que
cualquier otra organización obrera que haya existido en Estados Uni
dos — y esta es también la opinión de varios observadores141. Esto
explica el éxito que tuvieron no sólo entre los trabajadores de viejo
cuño norteamericano, tales como los leñadores de Texas y de Luisia-
na. Del mismo modo, su espíritu y su estructura profundamente de
mocráticos, su desconfianza hacia los jefes (que los llevó a suprimir
ei título de ''presidente" y a reducir los salarios de sus dirigentes),
su predilección por ei referéndum 142, los. ayudaron a ganarse la sim
patía y la confianza no sólo de los obreros transitorios, de los ho
boes, sino también de las otras categorías de trabajadores. El hecho
!J4 Ib id ., ps. 417-421, 427. 43Ü. Gambs, op. c it., ps. 21-53.
1,7 Ib id ., ps. 180-181.
Iís Saposs, op. c it,. ps. 13Ü, 142-144, 158, 171-174. Chapiin, op. c it.. ps. 285-286.
MV ib id ., p. 176. Lens, op. c it., p. 159,
1,(1 Debs, op. c it., p. 353 Brissenden, op. c it., p. 254.
141 Gambs, op. c it., p. 197. Fostet, op. c it.. ps. 44-45. Leos, o p . 'c it ., p. 152.
Brissenden, op. c it., ps. 158, 167-168,
43
de que luego esta sana concepción de la democracia obrera haya sido
pisoteada por la maquinaria burocrática que dirige hoy el movimiento
sindical de Estados Unidos, no significa en modo alguno que sea ex
traña a la mentalidad de! pueblo norteamericano. Todo io contrario.
Por otra parte, el entusiasmo con que los trabajadores de la gran
industria se alinearon tras la bandera de los I.W.W., especialmente en
Lawrence, muestra bien la fuerza de atracción que éstos ejercieron
Sólo perdieron su influencia sobre ia vanguardia del proletariado nor
teamericano cuando, después de la primera guerra mundial, tuvieron
que enfrentarse a un rival más consecuente en eí piano político: e!
partido comunista, apoyado por eí prestigio — entonces inmenso— de
la revolución rusa u s .
44
í!. De ios I.W.W. al C.I.O.
45
saba que los I.W.W. le habían hecho un favor a! gompersismo y habían
consolidado su poder al sacar de la vieja federación a todos sus ele
mentos izquierdistas, dejando así el campo libre a los bonzos de los
sindicatos de oficio 2 . Pero se engañaba al querer trasponer mecá
nicamente a la tierra norteamericana las tácticas que habían tenido
éxito en Francia y en Inglaterra. Las condiciones en estos dos países
eran muy diferentes de las existentes en Estados Unidos, pues en
ellos la evolución histórica había tomado otros caminos. Ni en uno
ni en otro había un divorcio pronunciado entre el sindicalismo de ofi
cio y el sindicalismo de industria, entre los obreros calificados y los
no calificados. Como ei futuro So probaría, en Estados Unidos el sindi
calismo industrial sólo podía ser introducido desde afuera, por medio
de una escisión, contra ¡a porfiada resistencia de los dirigentes de
ia vieja federación, pero, no obstante, con el concurso de organiza
ciones de masas afiliadas a la A.F.L. Foster sólo podía justificar su
posición forjándose y propagando ilusiones sobre las posibilidades de
reformar la American Federation. De ahí al oportunismo no había más
que un paso. Foster llegó hasta .a reprochar a Debs haberse embar
cado en 1893 en una empresa de sindicalismo "dualista” , cuando antes
de su escisión Debs, según él„ había ejercido un "verdadero poder"
en los sindicatos de oficio del riel 3. ¡Parecería que ei que habla fuera
Gompers!
Por su lado, también Debs se preocupaba por el problema. Des
pués de haber asistido a! bautismo de ia organización de 1905 y de
haberse alejado más tarde, continuaba obsesionado por la idea de toda
su vida: ¿cómo promover un sindicalismo industrial en Estados Unidos?
Si bien, como se ha visto, se mostraba un poco injusto con respecto
a los anarcosindicalistas de Haywood, a los wobbies, demostraba más
visión cuando denunciaba (as causas dei fracaso de los f, W. W. de
1905: según él, éstos habían fracasado primero porque habían subes
timado la acción desde adentro, en e! mismo seno de la A. F. L, y
después —y sobre todo— porque no habían logrado apoyarse en orga
nizaciones sindicales de masas.
En 1910 Debs, en una carta a Tom Mann, revisando su concepción
de 1905, aconsejó no constituir sindicatos “ dualistas" en los casos en
que los viejos sindicatos estuvieran a la altura de su misión, y reco
mendó actuar al mismo tiempo desde adentro y desde afuera: que ios
sindicalistas industriales dentro de los viejos sindicatos trabajaran en
estrecha colaboración con los del exterior 4.
En marzo de 1914 dedicó al problema un artículo notable5. Ante
todo expresaba en él su confianza en el porvenir, cuando decía: “ Hay
serias razones para creer que está por iniciarse una nueva era para
el sindicalismo obrero y que, en un futuro cercano, el movimiento
obrero organizado-llegará más rápidamente a su madurez, extenderá
su envergadura y desarrollará un poder que compensará plenamente
46
ios progresos lentos y penosos del pasado . . . ; y la principa! de esas
razones es la desintegración y la caída inminente dei sindicalismo de
oficio reaccionario, al mismo tiempo que el ascenso y el desarrollo del
movimiento industrial revolucionario . . . La victoria de Lawrence, una
de las más decisivas y de mayor alcance que los obreros organizados
hayan ganado nunca, demostró triunfalmente el poder y la invencibili
dad de la unidad industrial . . . "
Debs veía en los truenos subterráneos de rebelión dentro de la
A.F.L "la prueba concluyente de que la levadura del industrialismo
también estaba actuando en las trade unions” . "En su reciente con
greso de ¡ndianápolis los mineros, con su candente acusación a Gom
pers y a su consejo ejecutivo osificado, revelaron su verdadera actitud
con respecto a la vieja federación reaccionaria e impotente. Cuando
Duncan Mac Donald decíaró que Gompers y los que lo rodeaban aplas
taban toda medida progresista y que la federación era reaccionaria
hasta la médula, seguía a ¡a patronal y era peor que inútil, su acusa
ción fue recibida con una salva de aplausos".
Por su parte !a Western Federation of Miners, que se había unido
a ía A.F.L en 1911, acababa de sostener, desde el verano de 1913, una
dura batalla en las minas de cobre de Michigan, y no había obtenido
de la Federación la ayuda financiera que esperaba. Su presidente de
nunció públicamente (a' incapacidad del consejo directivo. Habló en el
congreso de ¡os mineros de carbón y declaró que si se perdía la
huelga la responsabilidad correspondería a Gompers y a su cam arilla6.
Debs percibió todo el partido que podía sacarse de esta situación.
Sabía que sin la participación de los dos grandes sindicatos de mine
ros, que había faltado a los I.W.W., no era posible echar las bases de
un sindicalismo industrial. "Los United Mine Workers y la Western
Federation of Miners —escribió— al volverse cada vez más revolucio
narios en la lucha desesperada que están obligados a librar por su
existencia, se verán en la necesidad de fusionarse tarde o temprano
en una sola gran organización industrial y las mismas fuerzas que los
impulsan a unirse los impulsarán a salir de la federación de sindicatos
de oficio de Gompers. En la A.F.L hay también otros sindicatos pro
gresistas que seguirán la escisión de ios mineros y aumentarán las
fuerzas dei sindicalismo revolucionario” .
Al mismo tiempo, Debs esperaba que las dos tendencias rivales
de los I.W.W., la de Haywood y la de De León, terminarían por recon
ciliarse, y expresaba este deseo: "los mineros unificados y los I.W.W.
reunidos atraerían hacia ellos a todos ios sindicatos con tendencias
industriales y así la federación reaccionaria de sindicatos de oficio
sería trasformada —a la vez desde adentro y desde afuera— en una
organización industria! revolucionaria".
En un artículo posterior sugirió que los dos sindicatos de mineros,
una vez fusionados y separados de la A.F.L, lanzaran un llamado a
todos los sindicatos para realizar un congreso constitutivo de la orga-
47
nizacíón industrial de los trabajadores norteamericanos'?. Debs tenía
razón, por un lado contra Haywood y por el otro contra Foster. Con
veinte años de adelanto sobre el horario de la historia, lanzó ¡a idea
del C.LO.
48
paña nacional destinada a organizar a todos los no organizados y a
enroiar a los inmigrantes desde su llegada a Estados Unidos. Se pla
neaba en ella la destríbución de 500.000 folletos de propaganda, escri
tos en trece lenguas L3. Incluso hubo un principio de ejecución en los
hechos, especialmente en el acero13. Pero se produjo ia crisis eco
nómica de 1914 y luego la guerra, y el hermoso proyecto fue poster
gado. Por otra parte, la rápida declinación de ios I.W.W. en el Este
reconfortó a ios bonzos de la A.r.L. y los confirmó en su cómoda inmo
vilidad. Librados de este peligroso rival, les pareció que la organiza
ción de los no calificados, como dice Perlman, "perdía mucha de su
urgencia" 14.
Sin embargo, en el mismo momento en que los I.W.W. dejaban de
navegar viento en popa, entraba en escena un nuevo tipo de sindica
lismo y turbaba ia quietud egoísta de los sindicatos de oficio. En la
víspera misma de la guerra, una nueva estrella surgió en el firma
mento sindical: los needle trades, los sindicatos de trabajadores de la
aguja, es decir, del vestido. Dos grandes huelgas, en 1910, una en
Nueva York, en el vestido para damas, la otra en Chicago, en el vestido
para hombres, habían impulsado al sindicalismo en estas profesiones
compuestas principalmente por inmigrantes judíos. Ambos sindicatos
se habían formado sobre la base de la industria y de la lucha de
clases. Pero, al mismo tiempo, habían tomado de los viejos sindicatos
de oficio su administración estable y metódica. Realizaban la síntesis
del sindicalismo de izquierda y del sindicalismo de negocios. Pese a
su estructura industrial, el sindicato del vestido para damas se había
desarrollado en el seno de la A.F.L. Pero el del vestido para hombres
a fines de 1914 había roto con ia vieja federación y se había consti
tuido en organización independiente, los Amalgamated Clothing Wor-
kers, que fue la ‘‘sombra negra" de Gompers.
Este sindicato, que tuvo un notable desarrollo después de haberse
atrevido a desafiar a la vieja federación, se convirtió en un punto de
mira y un polo de atracción para todos ios sindicalistas progresistas
que trataban de liberar al movimiento obrero de la pesada hipoteca del
gompersismo y de regenerarlo. Éstos vieron en éi una etapa impor
tante en ei camino de la organización de las industrias de producción
an masa 15.
La foaiellga dell a c e ro (1 9 1 9 )
49
en su anticuada concepción del sindicalismo de oficio. Para no verse
desbordada, ¡a camarilla gompersista, de buena o mala gana, tuvo que
seguir el movimiento (por supuesto que con la intención de ahogarlo
en la primera ocasión).
El héroe de esta nueva epopeya fue Wiiliam Z. Foster. Foster per
tenece a una generación intermedia entre la de los fundadores de los
I.W.W. y la de los constructores dei C.LO. Tiene algo de ambos, y
fue el lazo de unión entre ellos. Por su formación, por sus veintiséis
años de trabajo como simple obrero, por su inestabilidad de hobo, por
su afiliación a los I.W.W. es, en e¡ momento en que aparece en la
escena de ia historia, un sindicalista revolucionario puro. Los mártires
de Chicago le pusieron su sello, como se lo pusieron a todos los “ iz
quierdistas" norteamericanos de antes de 1914. Pero al mismo tiempo
Foster es un hombre moderno, un hombre de ia posguerra. Tiene más
capacidad de organizador que de agitador. Se educó en la escuela del
gran capitalismo norteamericano, de los nuevos métodos de producción
en masa. Quiere introducir en las campañas de organización de los
trabajadores de la gran industria ei mismo espíritu metódico y cien
tífico, la misma efficiency que los magnates del Big Business aplican
en sus gigantescas cárceles industriales. Como ellos, Foster calcula en
grande. Como ellos, hace planning.. Mientras ellos "racionalizan” la
producción, él quiere "racionalizar” la lucha de ciases. Frente a la con
centración monopolística, quiere establecer una poderosa concentra
ción obrera calcada sobre el modelo del adversario.
Ha sacado conclusiones del doble fracaso de ia A.F.L. y de los
I.W.W. La primera no quiso dedicarse a la organización de ios no cali
ficados, los segundos pusieron de pie a los no organizados pero no
los organizaron de modo sistemático y permanente. Por otra parte,
Foster se inspirará en dos precedentes: el de ios mineros y el de los
sindicatos del vestido, que consiguieron organizar a trabajadores inmi
grantes y no calificados sobre la base de un sindicarismo de industria,
izquierdista y práctico a la vez. Pero estas dos experiencias se hicie
ron en escaía relativamente pequeña. Foster quiere dar a su empresa
dimensiones gigantescas, Aspira nada menos que a organizar a ios
miliones de trabajadores de las industrias básicas, comenzando por
los del acero lft.
A pesar de sus debilidades, de sus zig-zags (es más aplicado que
inteligente), a pesar de que su fuerte personalidad finalmente fue ab
sorbida y destruida por la maquinaria monolítica del stalinismo. Foster
quedará en la historia como ei hombre que primero utilizó las técnicas
gracias a las cuales, unos quince años después, se edificaría el C.LO.
Foster sentó un glorioso precedente al organizar de 1917 a 1919 a
los trabajadores de los mataderos y luego a los del acero. Pero su
tentativa terminó con un fracaso. Éste era inevitable, pues había en
sus concepciones un error inicial. Quería realizar ia organización de
los no organizados de la gran industria presionando al gompersísmo,
utilizando el aparato de la A.F.L. A! principio Gompers lo dejó hacer,
lf' David J. Saposs, op. c it.. ps. 143, 159-160. 167, 173.
50
*
1 'r $ £
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v ir-fc ^ -'
pues no podía cruzarse abiertamente en el camino de un gran
miento de masas. Luego le rompió e¡ espinazo. Y, una vez más, quedó
postergada la organización de millones de trabajadores de tas indus
trias básicas.
Había un solo medio de copar desde adentro la vieja federación:
apoderarse de uniones locales de sindicatos en algún centro industrial
importante. Las uniones locales de sindicatos, debido a que agrupan
a todos ios oficios y tienen que enfrentar el frente unido de ta patro
nal, habían sido siempre más combativas, y estaban más impregnadas
del principio de solidaridad obrera que ios sindicatos de oficio, exclu-
yentes y egoístas. En las bataílas del pasado más de una vez habían
apoyado movimientos desaprobados desde arriba por Gompers y su
camariüa.
Foster y su Liga Sindicalista, trasformada en 1915 en International
Trade Union Educational League, concentraron sus esfuerzos sobre
Chicago y consiguieron convertir a la unión de sindicatos de esta ciu
dad en “ la más progresista de Estados Unidos". La Chicago Federation
of Labor estaba dirigida por un militante honesto y valiente, John
Fitzpatrick. Este había conseguido eliminar de su organización a una
banda de gangsters que imperaban en los sindicatos de la construc
ción. Esta depuración y el apoyo a algunas huelgas "salvajes" *, es
decir desaprobadas por la camarilla dirigente de la A.F.L, lo había
puesto en conflicto violento con el gompersísmo. Foster y Fitzpatrick
realizaron una unión que duraría varios años e introduciría un soplo
renovador en la vieja federación, hasta el momento en que Foster fue
eliminado y en que Fitzpatrick, batiéndose en retirada, hizo las paces
con el gompersísmo 17.
Con el apoyo de la unión de sindicatos de Chicago, Foster empren
dió en julio de 1917 una campaña para organizar a los trabajadores de
los mataderos. Éstos habían quedado completamente desorganizados
después de su derrota de 1904. Anteriormente habían sido derrotados
debido a su división, consecuencia de la funesta "autonomía” de los
oficios. Foster comprendió que había que unirlos en un solo bloque.
Pero al mismo tiempo se negaba a crear una organización "dualista"
y quería adaptarse a la estructura de la A.F.L Mal que mal superó la
dificultad fusionando las diversas secciones sindicales de oficio en
una federación industria). Pero, como era de esperar, las direcciones
nacionales de tos sindicatos de oficio afectados, lejos de apoyar el mo
vimiento, se mostraron hostiles a él; y Foster no disponía de ninguna
minoría organizada en los otros centros de la industria de los mata
deros que pudiera coordinar la acción de los trabajadores de esos cen
tros con la de los de Chicago. La A.F.L no dio ni un penny y para
evitar una huelga pidió traidoramente al gobierno federal que intervi-
51
niera como mediador. No obstante, la comisión federal de mediación
accedió finalmente a ias reivindicaciones obreras y más de 200.000
trabajadores, a través de todo el país, sin distinción de calificación, de
nacionalidad o de color, afluyeron hacia la docena de sindicatos habi
litados para recibirlos. Foster escribe que ésta fue “ la primera indus
tria trustificada de producción en masa que se organizó".
Pero posteriormente, cuando Foster se desentendió para dedicarse
a otras tareas, los dirigentes de la A.F.L se apresuraron a destruir su
obra. Suprimieron la federación industrial y restablecieron la antigua
estructura de oficio, dividiendo de nuevo a los trabajadores de los
mataderos y no vacilando en expulsar a los que querían mantenerse
fieles a la estructura industrial. Debilitados y desalentados, los obre
ros no pudieron resistir a una contraofensiva patronal y su organiza
ción fue barrida (fines de 1920 y principios de 1912} 1-8,
Prestigiado por su éxito en los mataderos, en 1918 Foster decidió
a la unión de sindicatos de Chicago a emprender la organización de
los trabajadores del acero, La industria del acero se había convertido
en la primera industria básica de Estados Unidos desde la aplicación
del procedimiento Bessemer y la formación por Carnegie y Morgan del
gigantesco trust U. S. Steel Corporation ^ Frente a éste no había
ninguna organización obrera. La Amalgamated Association of Iron and
Steel Workers [A.F.L} era una organización de obreros calificados del
hierro, que no admitía a los no calificados y se desentendía de su
suerte. A medida que la revolución industrial ponía en acción sus nue
vas técnicas y sustituía a los mecánicos calificados por peones no
calificados, el viejo sindicato se mostraba más incapaz de organizar a
los trabajadores del acero. En 1901, sin embargo, trató de enfrentar
al trust de Carnegie y declaró una huelga. Pero fue traicionado por
Gompers que se negó a movilizar a! movimiento obrero en su apoyo,
y por John Mitchell, que no declaró la huelga de solidaridad de sus
mineros que había prometida vagamente. Gompers y M itchell, que se
revolcaban en la colaboración de ciases en el seno de la National
Civic Federation, embriagados por la "amistad" de Mark Hanna y de
Pierponí Morgan, obligaron a la Amalgamated Association a firmar un
acuerdo desastroso con el trust del acero. El sindicato se compro
metía nada menos que a no iniciar ninguna tentativa de organización
de los no organizados 20. El profesor Perlman cree que si el conjunto
del movimiento obrero se hubiera alineado entonces tras los trabaja
dores del acero, la huelga se habría ganado, y agrega que la impor
tancia de esta lucha fue enormemente subestimada por los dirigentes
de la A.F.L. En efecto, la derrota de 1901, la más humillante que
haya sufrido jamás la vieja federación, preparó ei camino para la com
pleta derrota del sindicalismo en el primer bastión industrial de Esta
dos Unidos. En 1909-1910, luego de una huelga de catorce meses, la
Ib id ., ps. 86-103.
19 Commons, op. c it., IV, ps. 100-101. André Phiíip, Le p rob lé m e o u v rie r aux Etats-
Unis, 1927. p. 61.
2B Edward Levinson, Labor on the M arch, 1937, ps. 33-35. 44.
Commons, op. c it., IV, ps. 97-109.
52
U. S. Steel consiguió expulsar definitivamente a !a Amalgamated Asso-
ciation de sus acerías. No obstante, esta vez Gompers y la A.F.L ha
bían brindado un apoyo más activo ai sindicato en lucha. Pero era de
masiado tarde, la batalla estaba perdida desde mucho tiempo antes 2 2 .
Así, en 1918 hubo que volver a comenzar de la nada. Foster, para
empezar, literalmente tuvo que obligarlo a Gompers. Los dirigentes de
la A.F.L no demostraban ningún deseo de embarcarse en la aventura.
Sabían que un éxito en el acero traería consigo un desarrollo explo
sivo del sindicalismo industrial en otros terrenos y conferiría a Foster
y Fitzpatrick un prestigio que los convertiría en rivales peligrosos 23.
Sin embargo, una vez arrancada, por la presión e incluso por la astu
cia, la adhesión de principios de Gompers, se perdieron inútilmente
varios meses. Finalmente Foster pudo presentar su pian. Éste era
audaz: quería lanzar una campaña de organización fulminante y simul
táneo en cincuenta a setenta y cinco centros del acero. Proponía im
presionar la imaginación de los trabajadores por medio de enormes
mítines de masas, de desfiles, de anuncios a toda página en los perió
dicos, etc., como lo había hecho Haywood en Lawrence y en Paterson.
Quería disponer de sumas importantísimas y pedía a los sindicatos
de la A.F.L que cobraran a cada uno de sus afiliados una cotización
extraordinaria de 25 centavos de dólar. Pero los bonzos de los sindi
catos de oficio se negaron. Otorgaron contribuciones mínimas. En
cuanto a la propia A.F.L, no dio ni un dólar. Como faltaba el nervio
de la guerra, Foster se vio obligado a concentrar su esfuerzo sobre
las acerías dei sur de Ghicago. A llí tuvo un éxito inmediato, y pronto
los trabajadores del acero, no sólo en Chicago sino en todos los cen
tros importantes, afluyeron a los sindicatos. Se organizaron 250.000
obreros 24,
Los no calificados fueron ios primeros en responder al ilamado.
Foster dice que éstos eran “ los que tenían menos que perder y más
que ganar” . Los despreciados ''extranjeros” ; revelaron espléndidas
aptitudes militantes: lucharon mucho mejor y se unieron a los sindi
catos mucho más pronto que los obreros calificados, generalmente de
origen norteamericano, Éstos se mostraron tibios y poco tenaces.
Para llegar a los “ extranjeros", Foster retomó y perfeccionó los méto-
dos con los cuales John Mitcheli había organizado a los mineros de
antracita veinte años anies. Distribuyó volantes y periódicos, utilizó
organizadores de todas ias lenguas. Cuando en los mítines se emplea
ba ei idioma inglés, se lo hablaba lentamente, distintamente, y simpli
ficado al máximo.
En lo referente a la estructura, Foster tuvo que ajustarse, a falta
de algo mejor, a ios métodos experimentados en la huelga de los ma
taderos, En cuanto se sindicaban los obreros eran repartidos entre
veinticuatro sindicatos diferentes. Sin embargo, en el plano de la em
22 Ib id ., ps. 138-143.
í3 Foster, op. c it., ps. 124-125. W ellington Floe, Juggernaut, A m erican Labor in
A ctio n , 194S, p. 55, Sidney Lens, Left, R ight and Center, C o n flic tin g Forces in A m e ri
can Labor, 1949, ps. 182-183.
M Foster, op. c it., ps. 105-118.
53
presa, estaban federados en un ¡ron and Steel Workers Councit. Con
el fin de sim plificar las cosas Foster obtuvo que !a cuota de ingreso
se fijara uniformemente en tres dólares. Sin embargo, el sistema pro
vocó fricciones; había dos clases de organizadores: los del comité
central de organización y los de ios diversos sindicatos. Varios sindi
catos se disputaban encarnizadamente (as mismas categorías de tra
bajadores y, despechados, no vacilaron en sabotear ia iucha. Final
mente, durante la huelga que siguió a ia campaña de organización, la
Amalgamated Association obligó a ios trabajadores de algunas empre
sas a volver al trabajo porque estaba ligada a éstas por contrato y,
al final, concluyó una vergonzosa paz separada con los patrones.
La huelga de! acero tuvo que ser declarada debido a las provoca
ciones del trust del acero, que despidió sistemáticamente a los nuevos
sindicados, Gompers y los dirigentes de los sindicatos de oficio tra
taron vanamente de evitar el movimiento por medio de una interven
ción del gobierno federal. 365.000 trabajadores cesaron el trabajo en
cincuenta localidades. Foster puso en marcha una admirable organi
zación cooperativa, administrada según rigurosos métodos comerciales,
que sirvió raciones a ios huelguistas. La batalla duró más de tres
meses {22 de setiembre de 1919 al 8 de enero de 1920) y finalmente
se perdió debido no sólo a la falta de solidaridad de los dirigentes
sindicales sino también a su sabotaje. En particular se sintió aguda
mente la falta de apoyo de los ferroviarios y de los mineros. Si, espe
cialmente en Pittsburgh, los ferroviarios hubieran interrumpido el tra
bajo, las acerías se habrían paralizado. Pero los dirigentes de las
Fraternidades del riel' se hicieron los sordos. Los dirigentes de los mi
neros no se mostraron menos egoístas. Será necesario esperar aún
quince años más para que comprendan la necesidad de ayudar a la
organización de los obreros del acero, en beneficio de su propio sin
dicato. Como con melancolía escribió Foster, después de la hueiga
"ías acerías de la U. S. Steel y las otras acerías supuestamente «inde
pendientes» son el baluarte de la autocracia industrial en Norteamé
rica. Ningún sindicato estará seguro mientras esas acerías no estén
bajo la bandera del movimiento obrero organizado". Foster tenía pro
yectado, si conseguía organizar de manera permanente a los trabaja
dores del acero, emprender una gigantesca campaña en las otras indus
trias no organizadas. Su fracaso en el acero hizo abortar este plan
audaz, que será retomado, tal cual, por el C.l.O.
Pero nunca se pierde una batalla en vano. Foster tenía derecho a
sacar una conclusión optimista de su experiencia. "En esta iucha
—escribe— los propietarios de las acerías pueden ciertamente atri
buirse una victoria material; pero con el mismo derecho los trabaja
dores pueden atribuirse una victoria moral. Los trabajadores del acero
adquirieron una Inapreciable confianza en el poder de la acción sindical
unificada . . . Se dio un gigantesco paso adelante” .
Y sacó esta lección para ei futuro; "Se pretendió durante mucho
tiempo que la organización del acero era imposible: lo imposible se
ha cumplido. Si la industria del acero puede ser organizada, cualquier
otra puede serlo. Si se utilizan los métodos de organización adecua
54
dos, los trabajadores, calificados o no calificados, sin distinción de
sexo, de raza o de color, afluirán tan natural e inevitablemente como
g¡ agua que se desliza por una pendiente" 2 5 .
Pero Foster no supo aprovechar esta lección en ese momento.
Atribuyó la responsabilidad de su fracaso a Gompers y a los bonzos de
los sindicatos de oficio, lo cual era de toda evidencia; pero no hizo
su propio mea culpa. Se mostró decepcionado por la actitud de los
dirigentes ds ia A.F.L., como si hubiera tenido ilusiones con respecto
a ellos, como si no hubiera sido previsible su sabotaje de la campaña
de organización y de la huelga del acero. ¿Cómo es posible esperar
ganar una gran batalla de clase si se pone al frente de ella, en la
presidencia del comité de organización del acero, a un hombre como
Samuel Gompers?
En su autobiografía, publicada en 1937, Foster admite que cier
tos elementos de “ izquierda" lo criticaron duramente por haber aban
donado, durante ese período, sus perspectivas revolucionarias y por
haberse integrado en la máquina de Gompers. Reconoce que había
"subestimado el papel contrarrevolucionario de la burocracia sindical
reaccionaria". Y califica su política de entonces como "groseramen
te incorrecta” , “ Es indudable —escribe— que durante las campañas
de los mataderos y del acero dirigí pocas críticas abiertas contra
los dirigentes gompersistas, lo cual fue un serio error” 2 0 .
55
hubiera analizado atentamente ia experiencia reciente de la huelga
del acero, habría comprobado que, precisamente, en Estados Unidos
ei "movimiento sindical reaccionario’' — según su expresión— siste
máticamente había saboteado y hecho fracasar la organización de mi
llones da trabajadores no organizados. Por consiguiente, al dar a
ios comunistas norteamericanos ei consejo simplista y unilateral de
trabajar exclusivamente en ¡a A.F.L., daba una respuesta insuficiente
a la solución del problema esencial (la organización de los no orga
nizados) . Por supuesto, Foster quedó muy satisfecho con la lectura
del folleto de Lenín. Vio en él una justificación indiscutible de la
táctica que preconizaba desde hacía diez años 29.
Pero más tarde, en 1928, Losovsky, secretario general de la In
ternacional Sindical Roja, haría una crítica implacable de la táctica
de Foster (como sí ésta no hubiera sido ia estricta aplicación de las
consignas recibidas de M oscú). Le reprochó, no sin razón, haber
esperado demasiado de los dirigentes de ia A.F.L., haber hecho un
fetiche de la condena del "dualismo'' y, por to tanto, haber descuida
do la organización directa de los no organizados en ¡as industrias
básicas y de producción en masas que la A.F.L. no había sabido ni
querido organizar. Y Foster hizo su mea culpa. Exhumó otras citas
de Lenin, esta vez contrarias a él 30,
En 1920 había rebautizado la Liga Sindicalista que había fundado
un poco antes de la guerra, llamándola Trade Union Educationai Lea-
gue (T.U.E.LJ. Ésta comenzó a funcionar efectivamente a principios
de 1922 3i. Nuevamente afilada su arma, Foster se lanzó con toda
confianza a la conquista de la A.F.L.
¿Pero cómo promover el sindicalismo industrial a través de una
organización basada en el sacrosanto principio de la "autonomía de
ios oficios"? Foster seguía debatiéndose en !a misma contradicción
que ya había contrarrestado sus esfuerzos cuando intentó organizar
a los trabajadores del acero. Ya que no era posible decidir a los
sindicatos de oficio a abandonar su estructura por la del sindicalis
mo de industria, sólo le quedaba elegir el mal menor: la fusión vo
luntaria de los diversos sindicatos de oficio de una misma industria.
El 19 de marzo de 1922 la unión de sindicatos de Chicago aprobó una
resolución, presentada por delegados de la T.U.E.L., pidiendo a la
American Federation of Labor "que hiciera lo necesario para promo
ver la solidaridad indispensable en el seno del movimiento obrero
organizado, y que convocara, como primer paso en esa dirección, a
una conferencia de los diversos sindicatos para fusionar todos los
sindicatos de las industrias respectivas en organizaciones únicas, ca
da una abarcando una ind ustria "32.
En los meses siguientes, unos veinte sindicatos nacionales, die
cisiete federaciones estaduales, innumerables uniones de sindicatos,
miles de secciones sindicales locales, apoyaron la fusión. Algunos
29 Foster, op. c i t , ps. 137-138.
30 Ib id ., ps. 214, ¿09. También: L ittle b ro th e rs o í th e b ig lab o r fa ke rs, 1931, p. 23.
31 Foster, From Bryan to S ta lin , ps. 134, 164.
52 Ib id ., ps. 171-173. Commons, op. c it.,. IV, p. 540.
56
sindicatos nacionales, más reservados, se pronunciaron por una "fe
deración” o fusión parcial. Cuatrocientos delegados ferroviarios for
maron un comité de fusión de los trabajadores del rie!, y doscientos
delegados mineros, enviados por doce de ios treinta distritos que
comprendía su sindicato, crearon un comité de mineros progresistas.
Foster estimó en 1925 que una buena mitad dei movimiento obrero
reclamaba la fu sión 33. I
Gompers y su consejo ejecutivo manifestaron su alarma. Por su
puesto, estos "voluntaristas” no hacían ninguna objeción de princi
pios contra fas fusiones "voluntarias". Pero hay fusiones y fusiones.
Foster mantuvo un prudente silencio acerca de los métodos que ha
bía que usar para efectuar las fusiones. Esta discreción oportunista
pareció a los bonzos de los sindicatos de oficio más amenazadora to
davía que un plan preciso. Vieron en ia campaña emprendida una
tentativa de desalojarlos de sus puestos y de sembrar !a confusión
en la Federación. De común acuerdo, los periódicos de los sindi
catos de oficio iniciaron un fuego cerrado. Gompers consideró nece
sario ir personalmente a Chicago para denunciar !a actividad de Foster
y de su Liga. Siguió a ello una ola de represión sindical. En 1923
fue expulsado del Congreso de la A.F.L. que se celebraba en Por-
tland (Oregón), Wiiliam F. Dunne, colaborador comunista de Foster.
Los comunistas fueron expulsados de las uniones de sindicatos en
Minneapolis, en Seattie y en muchas otras ciudades. Se los expulsó
por miles de los sindicatos nacionales donde habían conseguido in
filtrarse, como el del v e s tid o ^.
Pese a su promisorio comienzo, la campaña de fusión fracasó,
por varias razones. Ante todo, ios sindicatos de oficio más impor
tantes se declararon en contra, y la maquinaria gomperista tenía fir
memente en sus manos las palancas de marido de la A.F.L., además,
ei conjunto del movimiento obrero, que había llegado a su apogeo
en 1919-1920, había entrado en un período de reflujo y la contraofen
siva patronal arreciaba; muchos trabajadores que habían ingresado
a la vieja federación y habían renovado un poco su atmósfera, ya se
habían alejado de ella; por otra parte, la era de prosperidad que
coincidió con el mandato del presidente Coolidge (1923-1928) había
estabilizado las relaciones sociales y atenuado la lucha de ciases;
finalmente, los comunistas cometieron el error de unir el movimiento
por (a fusión con un programa político demasiado amplio, que incluía
el reconocimiento de Rusia soviética y la afiliación a la Internacional
Sindical Hoja. Así debilitaron el alcance de su consigna y compro
metieron SU éxito 35,
La Liga de Foster (según dice el propio F o s t e r s e fue con
virtiendo cada vez más en un apéndice del partido comunista, en una
agencia de propaganda prosoviética, en lugar de actuar, como hubie
ra debido, como un lazo de unión discreto y desinteresado entre los
33 Lens, op. c it., ps. 177-178,
** Foster, op. c it., ps. 175-176, 182-184. Commons, op. c it., IV, p, 541.
35 Foster. op. c it., ps. 173-174. Commons, op. c it., p. 541. Lens, op. c it., p. 176.
36 Foster, op. c it., p. 195. Lens, op. c it.. ps. 179-181.
57*
revolucionarios concientes — los comunistas— y los sindicatos. Esta
táctica equivocada alejó, en vez de atraerlos, a los jóvenes militantes
progresistas surgidos de las filas de los sindicatos y disgustados por
la inmovilidad de Gompers. La torpeza con que los comunistas se
condujeron para copar desde adentro el movimiento sindical produjo
en aquellos elementos un reflejo de defensa y su resultado fue vol
verlos al gompersismo 37. Foster no perdía ocasión de atacar al “ sec
tario” Daniel de León, pero no tuvo más éxito que éste en ia tarea
de resolver e! problema fundamental de las relaciones entre la con
ciencia revolucionaria y el movimiento de las masas. Los comunistas
consiguieron, es cierto, dirigir cierto número de huelgas, porque eran
!a única dirección combativa que se ofrecía a los trabajadores cuan
do éstos entraban en lucha. Así, dirigieron una huelga textil en Pa-
ssaic (New Jersey), importante centro de tejidos de ¡ana. El con
flicto, que estalló en febrero de 1926, duró más de un año y abarcó
a 20.000 trabajadores. La A.F.L. se negó a apoyarlo y sólo se decidió
a darle su sostén oficial después que la dirección comunista renun
ció, pasando del sectarismo al oportunism o38. A pesar de algunos
efímeros avances, especialmente en los sindicatos del vestido de
Nueva York, ¡a tentativa comunista de radicalizar el movimiento sin
dical, en definitiva tuvo menos éxito que la de los I.W.W. E¡ mismo
Foster confiesa que su liga declinó gradualmente y se aisfó de ¡as
masas 39.
Y sin embargo, después de la primera guerra mundial el movi
miento comunista en Estados Unidos tenía una dirección relativamen
te importante y calificada. Estaba aureolado por el prestigio de la
revolución rusa; gracias a ella disponía de fondos considerables. Pe
ro el fracaso no fue culpa de un hombre o de algunos hombres, sino
que fue el fracaso de todo un sistema 4°. La Tercera Internacional,
al considerar a ios sindicatos como un simple campo de maniobra
para el reclutamiento y la propaganda de los partidos comunistas,
al tratar de arrastrar al movimiento sindical a remolque de la polí
tica internacional rusa y al querer imponerle mecánicamente consig
nas estereotipadas, se mostró incapaz en gran parte, no sólo eif
Estados Unidos sino en el mundo entero, de cumplir su función his
tórica de fermento revolucionario dentro de las grandes masas aún
no organizadas y no educadas.
58
historia amenazaba eternizarse. Tanto tos que participaban en dicho
movimiento como ios que lo observaban desde afuera terminaban por
someterse ante lo inevitable. Cada uno se resignaba a su modo:
unos hablando pestes contra los malos pastores del sindicalismo nor
teamericano, otros disertando gravemente sobre los rasgos particu
lares "naturales'' del movimiento obrero en Estados Unidos y la
influencia del “ medio ambiente". Los menos pesimistas consideraban
como un hecho consumado el estancamiento, el "inm ovilism o" de la
American Federation of Labor; los más pesimistas pronunciaban ya
su oración fúnebre. Nadie, absolutamente nadie presentía, anunciaba
o preparaba la formidable oía que iba a arrasar con todo, a cambiar
todo y a hacer posible por fin el cumplimiento de la tarea histórica
postergada durante tanto tiempo. Sucede así con casi todos los gran
des acontecimientos de la historia. Múltiples presagios, que sólo se
niegan a reconocer aquellos a quienes el interés ciega, señalan su
llegada desde mucho antes. Pero la evolución es lenta y la espera
es larga. Y, en el mismo momento en que esos acontecimientos es
tán a punto de cumplirse, aquellos que los habían previsto o recia
mado o hecho madurar con mayor lucidez, mayor ardor y mayor te
nacidad. casi han dejado de creer en ellos. Así el episodio más
importante de la historia obrera norteamericana, e incluso de toda
!a historia norteamericana, un acontecimiento del cual pudo decirse
que no sólo tenía un alcance norteamericano sino mundial, y que
entre los de la primera mitad del siglo XX sólo fue superado en
importancia por la revolución rusa 41, tomó de sorpresa tanto a aque
llos que recogieron sus beneficios como aquellos cuyo poder absolu
to conmovió.
Para que de una vez por todas los obreros de la gran industria
de Estados Unidos se organizaran, para que cesara de una vez por
todas la monarquía absoluta de los grandes monopolios, fue nece
sario un acontecimiento que, en ei terreno económico, fue también
uno de los más importantes de 1a primera mitad del siglo XX: ía
famosa Great Depression iniciada a fines de 1929. El capitalismo
norteamericano, cuya estabilidad y cuyo impulso parecía que tenían
que durar indefinidamente, repentinamente tembló sobre sus bases
y, tras de él, el capitalismo en el mundo entero. Ni Norteamérica
ni el mundo se han repuesto aún completamente de esta sacudida, y
no hay duda de que no se repondrán jamás. No tengo la intención de
hacer una nueva descripción —después de tantas como se han he
cho— de la crisis de los años 1929 y siguientes. Sólo trataré de es
bozar brevemente sus efectos sobre la evolución del movimiento obre
ro norteamericano.
Para que por fin pudiera intentarse la organización de los no
organizados no sólo era necesario que se crearan nuevasí condicio
nes materiales (crisis económica, desocupación, radicalización de las
masas); era necesario también que en el propio seno del movimien-
59
to obrero hubiese circunstancias especiales y hombres dispuestos
a explotarlas. Esas circunstancias y esos hombres aparecieron.
Los hombres en cuestión no eran revolucionarios ni teóricos. En
esa hora crucial, los revolucionarios y ios teóricos se comportaron
como odres vacíos. No tenían ningún plan ni ninguna visión del fu
turo. Estaban paralizados por su concepción fundamentalmente erró
nea de las relaciones entre la conciencia revolucionaria y la organi
zación revolucionaria y la organización de las grandes masas. Como
observa Saposs, estaban más preocupados por ganar adeptos a su
causa que por construir organizaciones sindicales sobre bases sóli
das 42. Además, los comunistas obedientes a la dirección, estaban
menoscabados por la degeneración de !a Tercera Internacional. Que
el lector no se engañe sobre lo que acaba de decirse. El autor no
siente el menor desprecio hacia los teóricos. En modo alguno subes
tima su utilidad, todo lo contrario. Todas las experiencias históricas
demuestran la función indispensable, la función preponderante de la
conciencia revolucionaria. Pero es un hecho que el gran levanta
miento que dio origen al C.l.O. no fue desatado, en sus comienzos,
por militantes que se manifestaran adeptos del marxismo. Lo prepa
raron, lo iniciaron —y luego !o canalizaron— hombres sin formación
ni convicciones socialistas, tradeunionistas "puros y simples” , estre
chos, realistas, pragmáticos. Casi todos estos hombres habían hecho
sus primeras armas en la A.F.L Algunos de entre ellos hasta habían
pertenecido a la máquina de Gompers. Durante la estéril década 1920-
1930 no habían hecho nada —o casi nada— para llenar el vacío abier
to por la incapacidad histórica del gompersismo. Aunque sus sindi
catos estuvieran constituidos sobre la base de la industria, no habían
intentado seriamente hacer triunfar el sindicalismo industrial en el
resto de ía vieja federación. Por el contrario, habían dedicado sus
energías a combatir y a expulsar despiadadamente de sus sindicatos
a los comunistas, que eran los únicos que defendían (con muy poca
habilidad, coom se ha visto) la organización industrial.
Pero ciertas circunstancias particulares los llevaron a revisar sus
tácticas y a hacer algo nuevo.
El sindicato de los mineros de carbón seguía siendo el más im
portante entre los sindicatos de la A.F.L organizados sobre base in
dustrial. Su estructura misma, su posición estratégica, su importan
cia numérica, sus recursos financieros, sus tradiciones combativas
hacían de él, como siempre, la columna vertebral a cuyo alrededor
podía construirse el edificio dsl sindicalismo industrial. Ahora bien,
sucedió que a fines de ia década 1920-1930 los United Mine Workers
se encontraron en situación sumamente precaria. En este período
de salud económica, la industria hullera estaba enferma. Sufría a
causa de ia competencia y estaba sumida en la anarquía: demasia
das minas, demasiados mineros La patronal no había pedido orga
nizarse; por su parte, el sindicato obrero no había sido capaz de
60
penetrar en importantes sectores de ia industria, y se !e escapaba
un poco más cada día el control de sectores anteriormente organi
zados. En 1924 se había firmado un acuerdo entre ios United Mine
Workers y los propietarios de las minas de! Norte, según el cual se
mantenían ¡os salarios relativamente elevados de los años de gue
rra. Pero la introducción del maqumismo en las minas no organiza
das de West Virginia y la apertura de nuevas minas en ei Sur que
explotaban mano de obra barata, hicieron insostenible la situación
para los signatarios patronales del acuerdo de 1924. Pronto éste se
convirtió en un simpie trozo de papel. El resultado fue una reduc
ción general de los salarios y una declinación constante del sindicato,
que pasó de 600.000 a 150.000 m iembros44. Esta situación no se de
bía solamente a la anarquía patronal; en gran parte era el resultado
de !a incapacidad y de la falta de combatividad del presidente de
los United Mine Workers, John L. Lewis.
Éste realizaba la paradoja de dirigir de manera conservadora un
sindicato al cual todo predisponía a ser revolucionario: su estructura,
su pasado y, sobre todo, eí arduo trabajo de los mineros, su deses
perado combate por ía vida.
John L. Lewis había alcanzado la edad adulta en la época de la
National Civic Federation. Mientras los mineros, entre ios cuales ha
bía crecido, le habían ensenado, con la experiencia cotidiana, la lu
cha de clases —-¡y qué lucha de clases!— , John Mitchell y Mark
Hanna, ei dirigente obrero y el político republicano, le habían brin
dado como modelo su nauseabunda colaboración de clases. Este dua
lismo señalaría toda su carrera.
Lewis era un producto típico del gompersísmo. En 1911 Samuel
Gompers lo destacó y lo nombró organizador de la A.F.-L. A los cua
renta años, señala su biógrafo James A. Wechsler, era un machine
made m an4S. Dirigía su sindicato según las tradiciones del sindica
lismo de negocios, no hacía nada para eievar el nivel de conciencia
y de educación de sus afiliados, odiaba al socialismo y al comunis
mo, no sentía ninguna simpatía por la consigna de la nacionalización
de las minas, en política apoyaba al partido republicano y había esta
blecido en los United Mine Workers un odioso régimen de dictadura
burocrática. En 1922 se había cubierto de infamia al abandonar, des
pués de una gran huelga victoriosa, a 100.000 huelguistas no orga
nizados de Pennsylvania central {condado de Somerseí) y de West
Virginia, a quienes no alcanzaba el acuerdo suscripto46. Esta trai
ción, seguida de otras claudicaciones, había debilitado al sindicato y
dejado desorganizados grandes sectores de la industria.
Pero a fines de la década 1920-1930 ia bancarrota de la dirección
Lewis era tan grande que a éste sólo le quedaba una posibilidad de
sobrevivir: mudar de pie!, innovar. Fue entonces cuando John L. Le
wis demostró que estaba hecho de una pasta diferente de la de los
J-' Commons, op. c it., IV , ps. 562-571. Wechsler, op. c it., p. 38.
43 Ib id ., p, 23.
ln Heber Blankenhorn, The S trik e fot- U nion (S om erset S trik e 1922-23), 1924, passim .
61
viejos bonzos de los sindicatos de oficio. Tenía un genio napoleó
nico, hecho de audacia, de intuición, de improvisaciones fulminantes
y de propósitos a largo plazo, pacientemente madurados, y aún no
había tenido nunca ocasión de poner a prueba este genio. La urgente
necesidad de salvar su feudo sindical le hizo descubrir su vocación.
En 1927, al describir la situación desesperada de los mineros,
André Philip predecía el cercano hundimiento de la organización obre
ra, a menos que una intervención gubernamental prohibiera la aper
tura de nuevas minas y controlara la reorganización de la industria.
Pero sugería esta solución sin creer demasiado en ella 4'?. No obstan
te, este fue el criterio que adoptó John L. Lewis. Hasta el día ante
rior era, como la mayoría de los jefes gompersistas, un furioso par
tidario del liberalismo económico. Pero ia necesidad obliga. En 1928
sugirió ante una comisión dei Senado un proyecto de ley que sus
pendería la )ey Sherman antitrusts, prohibiría a los propietarios ven
der por debajo del precio de costo y pondría fin por diversos medios
a la competencia despiadada que se hacían entre ellos. El senador
republicano Thomas Watson presentó los proyectos en 1929 y 1930.
Fueron bloqueados en el Senado. En 1932, los resucitó otro sena
dor, James J. Davís, de Pennsylvania, pero fueron enterrados nueva
mente 48.
La ÍNLIS.Á.
62
very A ct (N.R.A.), y ia condición principal que aquél planteaba, refe
rente al Trabajo, se convirtió en la no .menos célebre sección 7 a
de ia ley.
Lewis había encontrado un aliado en la persona de Sidney Hill-
man, el presidente del poderoso Sindicato del Vestido para hombres,
organizado sobre base industrial. Hillman era un ex socialista que se
había vuelto sindicalista de negocios y "planista". En su industria
—tambiéTi ella anárquica— se había entregado a una experiencia de
economía planificada patronal-obrera: su sindicato había ayudado a
los patrones a eliminar ios perjuicios de ia competencia. Ahora tenía
la ardiente ambición de llevar su experiencia al plano nacional y con
vertirse en un Labor statesman, un estadista sindical51. Ya en 1931
había propuesto ante una comisión del Senado un plan de “ códigos"
industriales que reglamentaban la duración del trabajo y los salarios.
En 1933, se unió a Lewis cuando éste expuso sus puntos de vista ante
otra comisión 52. Así, los dos dirigentes obreros tomaron parte en ei
bautismo del New Dea/ de Roosevelt. La idea fundamental del presi
dente era salvar al capitalismo desfalleciente por medio de la inter
vención del Estado y, para hacer “ tragar” a los trabajadores este reflo
tamiento desembozado de los grandes monopolios, otorgarles una
concesión (por lo menos en ei papel]: el derecho a organizarse li
bremente B3.
Pero Lewis y Roosevelt eran hombres inspirados por móviies muy
diferentes» Uno, como jefe supremo del Estado capitalista, tenía que
apuntalar, a toda costa, la fortaleza del Big Business que amenazaba
ruina; el otro, como jefe de una gran organización obrera, tenía que
consolidar a toda costa un feudo sindical en vías de derrumbarse.
Para Rooseveit, la sección 7 a era un artificio accesorio y, según afir
ma Lewis, ia aceptó de mala gana 54; para Lewis, era la cláusula
esencial.
En efecto, este último había comprendido que su sindicato sólo
podría sobrevivir si los otros trabajadores de la gran industria, y sobre
todo los del acero, conseguían —por fin— organizarse. El trust del
acero poseía importantes minas de carbón, llamadas “ minas cauti
vas” , y su número había aumentado notablemente en tos años prece
dentes. Su todopoderoso propietario no reconocía los sindicatos obre
ros. Dichas minas eran open shop * y sometían así a una competencia
51. Benjamín Stoiberg, The S tory o f the C. í. 0 . r f938, p. 55. Jack Barbash, Labor
Unions iii A ctio n , 1948, p. 193.
52 Ib id ., ps. 22-23, 49-50.
51 Lens, op, c it., p. 255, 269, 271. Bruce Minton '/ John Stuart, M en who Lead
Labor. 1937, p. 204.
M Dale Kramer, “ Harper's Magazine” , agosto de 1942, en Goleman. op. c it., p. 175.
W echsler, op. c it., p. 194.
* Open shop se (lama a las empresas que no reconocen al sindicato obrero,
donde el personal está desorganizado y donde la patronal, gracias aello puede con
tratar trabajadores que no pertenezcan al sindicato y que luego de contratados tam
poco tienen obligación de afiliarse a éste. En la p. 243 el autor explica el signi
ficado de las cláusulas clo se d shop y unión shop (N. del T .).
63
desigual a las minas organizadas. Constituían un peligro permanente
para la organización obrera Por otra parte, no sólo ¡a existencia
de las “ minas cautivas", sino el hecho mismo de que toda la industria
del acero -—bastión central del Big Business— siguiera siendo open
shop, amenazaba seriamente a la Unión de mineros. Ésta no estaría
segura mientras los obreros de las acerías permanecieran desorgani
zados. Finalmente, la mecanización de la industria carbonífera, e! cie
rre de minas no rentables, habían obligado a muchísimos mineros a
cambiar de oficio. Habían encontrado trabajo en Sas otras industrias
básicas: acero, automóvil, caucho, minas metalíferas, petróleo, etc.
Habiendo adquirido en el Sindicato de Mineros el hábito y el gusto
de !a organización, desde la promulgación de la N.R.A. luchaban por
constituir sindicatos obreros en sus nuevas industrias, y naturaimente
se dirigían a su vieja organ ización pidiéndole que acudiera en su
ayuda 56.
John L Lewis comenzó jugándose ei todo por el todo. Arriesgó
todo el dinero que quedaba en la caja de su sindicato y lo destinó a
una gran campaña de organización de los mineros no organizados.
Ésta logró brillantemente sus objetivos- Los United Mine Workers se
convirtieron en una organización grande y próspera: en el lapso de
tres meses, reclutaron 300.000 nuevos afiliados Una vez alcanzado
este objetivo, John L. Lewis decidió consagrar los acrecentados recur
sos de su sindicato a la organización de los no organizados en las
otras industrias básicas.
Pero aquí chocó —o, mejor dicho, los trabajadores de esas indus
trias chocaron— con un obstáculo insuperable: el sindicalismo de ofi
cio de la American Federation of Labor, la mala voluntad y la incapa
cidad congénitas de ésta para organizar a Í g s no calificados,
La meapadchd! díe ia “A . R U *
55 Philip, op, c it., p. 440. Rose Pesotta. Bread upon the W üters, 1945, p. 160. Le
vinson, op.. c it., p. 112.
56 Levinson, op. c it., ps. 20-2!. Pesotta, op. c it., ps. 179-180. 175.
'7 W echsler, op. c it., p. 46. Levinson, op. c it., p. 52.
64
zación industrial tendían a reducir el número de obreros calificados,
y por consiguiente a hacer perder terreno a !a A.F.L. Robert Marjolin
cita el caso de cierto número de sindicatos de obreros calificados
cuyos efectivos no habían dejado de declinar, y el caso más destacado
era el dei vidrio que, vencido por la máquina, tuvo que disolverse pura
y simplemente en 1928. Según la expresión de Marjolin, se asistía a
"un movimiento de disgregación que amenazaba la existencia misma
de la Federación” 58. Sus efectivos habían bajado de alrededor de
cuatro millones en 1920 a alrededor de dos millones a fines de 1932 59.
A principios de 1932, e! escritor Louís Adamic podía escribir un ar
tículo que se titulaba: “ La catástrofe del movimiento obrero organi
zado— ¿Está la A.F.L. en su lecho de muerte?” w. “ La Federación
estaba en una posición desesperada, vencida” , escribe el historiador
del C.LO., Edward Levinson 61.
La entrada en vigor de la N.R.A. cambió la situación casi de un
día para otro. Los trabajadores consideraron que por fin, por vez pri
mera, el gobierno federa! se ponía de su parte y les reconocía solem
nemente e¡ derecho a organizarse libremente. Se volcaron en masa
hacia !as organizaciones obreras. Nunca se había visto nada parecido
en la historia de Estados Unidos. Fue una verdadera ola "un verda
dero levantamiento de los obreros para la afiliación a los sindicatos” ,
según los términos del informe de! consejo ejecutivo al congreso de
ia A.F.L. de 1934. Y este informe agrega: "Los obreros celebraron
mítines de masas e hicieron saber que querían ser organizados"62.
El movimiento ganó todas las industrias de producción en masas: no
sólo e! vestido, sino también el automóvil, el acero, el caucho, ios
textiles, etc. Ya en el congreso de 1933 el presidente de la A.F.L.,
Wiiliam Green, estimaba que, teniendo encuenta a losmiembros nue
vos, ios efectivos de la Federación estaban cerca de la cifra de cua
tro m illones63.
¿Qué iba a hacerse con esta masa que acudía así sin que nadie
la hubiera llamado y sin que !a vieja casa hubiera sido modernizada
para recibirlos? Durante ei verano de 1933 Wiiliam Green, urgido por
la necesidad, decidió organizar a los recién llegados en federal unions.
Las federal unions eran secciones sindicales de fábricas, organizadas
sobre !a base de la industria, es decir que agrupaban a todos los ofi
cios de la empresa. Por consiguiente, no podían ser agregadas a los
sindicatos nacionales de oficio. Estaban colocadas bajo la tutela di
recta de la Federación: como tales, no gozaban de autonomía; la Fe
deración tes imponía sus estatutos; no podían formular reivindicado-
58 Robert M arjolin, L 'é v o lu tio n du s y n d ica lism e aux Etats-U nls. de W ashington s
R oosevett, 1936, ps. 160-161, 215.
59 Levinson, op. c it., ps. 47-48.
w M arjolin, op. c it., ps. 160-161.
61 Levinson, op. c it., p. 48.
Ib id ., p. 52.
61 ib id ., p. 53. Horace R. Cayton y George S. M itchell, Black W orkets and the
htew U nions, 1939, p. 122.
65
nes, declarar una huelga, tratar con los patrones sin aprobación de ios
representantes de la Federación. No eran más que una especie de
oficinas de reclutamiento para los sindicatos de oficio 64. La A.F.L
mantenía durante un tiempo a los nuevos reclutas en ias federal
unions, pues era más fácil organizados sobre ia base de !a industria;
luego, una vez numerados y entregadas sus respectivas mochilas, los
separaba y los enviaba a sus correspondientes regimientos: los sindi
catos de oficio.
Los trabajadores no tardaron en darse cuenta del absurdo de este
sistema y reclamaron ¡a fusión de ias diversas federal unions de sus
Industrias respectivas en sindicatos nacionales de industria. La A.F.L
se negó. Cuando al final, no pudiendo ya resistir su formidable pre
sión, les otorgó lo que pedían, trató de poner bajo su tutela a ias
nuevas organizaciones, colocando a su frente, elegidos a dedo, viejos
bonzos reaccionarios del sindicalismo de oficio. Éstos trataron de que
brar la combatividad de las masas cuya dirección habían usurpado.
V sin embargo nunca había sido tan necesario luchar. La patronal
trataba por todos los medios de violar la famosa cláusula 7 a de la
N.R.A., y algunos de los códigos particulares que se habían promul
gado en cada industria con carta blanca del presidente de Estados
Unidos contenían cláusulas que trababan la organización de los sindi
catos. Los trabajadores unas veces se rebelaron contra ios dirigentes
que no habían sido elegidos por ellos y se declararon en huelga, a
pesar de ia oposición de éstos; y otras, desalentados y disgustados,
comenzaron a abandonar las organizaciones a las que acaban de in
gresar con tanto entusiasmo.
El automóvil. — Ei drama se desarrolló con mayor intensidad en
la industria del automóvil, joven industria que había crecido a pasos
agigantados y empleaba medio millón de hombres, todos jóvenes y di
námicos. La patronal del automóvil era, junto con la del acero, la
barrera más sólida contra el desarrollo del sindicalismo obrero. El sin
dicalismo en el automóvil tenía una historia sombría. Durante largos
anos un Sindicato Nacional del Automotor había tratado de organizar
a los trabajadores del auto, pero su esfuerzo había sido saboteado
por ios sindicatos de oficio, que hacían valer sus derechos de juris
dicción sobre la mayoría de sus miembros. En 1926, Willíam Green
había propuesto a los diecisiete sindicatos de oficio olvidar por un
momento sus disputas y unirse para organizar a los trabajadores del
automóvil; pero esta iniciativa no tuvo consecuencias. El presidente
de la A.F.L se conformó con golpear humildemente a la puerta de los
magnates de General Motors y de Ford, pero sus proposiciones fue
ron rechazadas
Cuando la promulgación de la N.R.A., 100.000 trabajadores del auto
ingresaron a las federal unions de ia A.F.L, Green les impuso la direc
ción de un imbécil, Wiíliam Collms, a quien pronto reemplazó otro
66
incapaz, Francis J. DiHon. Cuando en junio de 1934 se reunieron en
Detroit (Michigan) 77 federai unions dei automóvil, los delegados re
clamaron ía constitución inmediata de un sindicato industrial autónomo
de los trabajadores del automóvil. Wiiliam Green esquivó la cuestión.
Los obreros del automóvil tenían sobradas razones para estar descon
tentos. El código de su industria, firmado por el presidente Roosevelt,
contenía una cláusula escandalosa que prácticamente permitía a los
patrones despedir a todos ios militantes sindicalistas. Las suspensio
nes se multiplicaron. Los trabajadores respondieron con una ola de
huelgas. Toledo (Ohio) levantó ia bandera de rebelión. La primera
huelga había estallado en 1934 contra la Electric Auto-Lite Company
y había terminado victoriosamente. En abril de 1935, en la misma ciu
dad, los obreros de Chevrolet cesaron el trabajo. El representante de
ia A.F.L., Dillon, se dedicó a romper el movimiento. Los trabajadores,
desmoralizados, abandonaron en masa las federal uníons de la A.F.L,
que a fines del invierno de 1935 ya no tenían más que 10.000 miembros.
Finalmente, el 9 de mayo de 1935 el consejo ejecutivo de la A.F.L.,
se decidió, un poco tarde, a conceder un sindicato nacional de indus
tria a los trabajadores del automóvil. La nueva organización, United
Automobile Workers (t/.AW .) se constituyó en agosto. Pero esto no
era más que un compromiso: los sindicatos de oficio conservaban en
sus feudos respectivos alrededor de un 15 % de los trabajadores det
automóvil. Además, Wiiliam Green se había arrogado el derecho de
nombrar el presidente de ia nueva organización, y eligió al inepto
Dillon. Los trabajadores del automóvil estaban hartos de la A.F.L. 66.
67
greso técnico. La evolución de los métodos de producción, la meca
nización y la racionalización eran su más evidente justificación. Ya
los Knights of Labor, y luego ios I.W.W., habían basado en el desarro
llo industrial su concepción del sindicalismo de industria, su repro
bación de la “ autonomía de los oficios” . Pero desde entonces, la orga
nización de la producción que ellos invocaban había avanzado a pasos
agigantados. Entre 1899 y 1914, ia productividad en la industria había
aumentado en menos de un 10 %. Pero de 1920 a 1930 había aumen
tado un 70% por año. La compañía Ford declaró en 1926 que el
43 % de sus 7.788 empleados diferentes exigían un solo día de apren
dizaje; el 36% de. un día a una semana; el 6 % de una a tres
semanas; y solamente el 15 % requería un plazo más largo. El 85 %
de los trabajadores de Ford podían alcanzar su capacidad, máxima en
menos de dos semanas. En la construcción, una máquina excavadora,
manejada por un solo hombre y su ayudante, podía cumplir en el
mismo lapso el trabajo de 44 cavadores.
En todas partes, la máquina simplificaba de tal manera las ope
raciones que los semicalificados (aquellos que entre nosotros se deno
minan operarios) reemplazaban a ios calificados y, en muchos casos,
a los no calificados. En ios sectores básicos de la industria norte
americana, los operarios predominaban ampliamente sobre las otras
categorías. La estructura del sindicalismo de oficio era completa
mente inadecuada para esta situación. Y, aun en el caso de que hu
biera sido posible y deseable repartir a los millones de operarios entre
las diversas categorías de oficios, las máquinas y ios empleos cam
biaban tan frecuentemente que hubiera sido necesario cambiar cons
tantemente a estos trabajadores de una categoría a otra. Muchos de
entre los mismos patrones admitían que la organización por oficio en
grandes empresas industriales sólo podía engendrar confusión. Gerald
Swope, presidente de General Electric, discutió el problema referente
a sus propias fábricas con William Green. Preguntó si la A.F.L. no
podría organizar a su mano de obra en un solo sindicato industrial
en lugar de quince sindicatos de oficio. La respuesta fue negativa *>7,
La argumentación de John Lewis y de sus asociados en la cam
paña del sindicalismo industrial (Sidney Hillman, del vestido para
hombres, y David Dubinsky, de! vestido para damas) se basaba pues
en realidades sólidas y concretas. "Lewis —dice Edward Levinson—
proponía simplemente que los sindicatos de oficio renunciaran a la
jurisdicción que por sí mismos se habían atribuido — y que en realidad
nunca habían ejercido— sobre los millones de no organizados y los
pocos miles de trabajadores organizados en el acero, el automóvil, la
radio, la industria electrotécnica, el caucho, el aluminio y el cemento.
Proponía que los trabajadores de estas industrias, en su mayoría ope
rarios, fueran autorizados a agruparse en nuevos sindicatos industria
les con cotizaciones poco elevadas. Lewis afirmaba que sólo así po
día ganarse a estos trabajadores para el sindicalismo y oponer un
frente unido a fas concentraciones de capital, frente a las cuales la
68
estructura de ios sindicatos de oficio, con las divisiones que trae con
sigo, ya hacía años que estaba en posición desventajosa"
De 1933 a 1934 los bonzos de los sindicatos de oficio, luchando
a pie firme contra la corriente irresistible del progreso, habían obli
gado a la vieja federación a atenerse a la organización de los no orga
nizados en las federal unions, para luego apropiarse los nuevos afi
liados que les correspondieran. Pero en e! congreso de la A.F.L en
San Francisco, en octubre de 1934, tuvieron que hacer una importante
concesión: se concederían sindicatos de industria a Jos trabajadores
del automóvil, del cemento, del aluminio y de otras industrias de pro
ducción en masa que se designarían. Al mismo tiempo, se " salva
guardarían" los sacrosantos "derechos" de los sindicatos de oficio.
¿Cómo? ¿Qué otros sectores de producción en masa recibirían el pri
vilegio del sindicalismo de industria? ¿Y en cada uno de ellos, cuáles
categorías de trabajadores- permanecerían bajo la autoridad de los sin
dicatos de oficio? Nada se precisaba acerca de ello, y la aplicación
del "compromiso" quedaba a cargo del consejo ejecutivo que, a pesar
de su ampliación, seguía dominado por los bonzos de los sindica
tos de oficio. Éstos habían utilizado todos sus recursos para hacer
fracasar el compromiso. En la tribuna del congreso, Daniel Tobin,
presidente del Sindicato de Teamsters (camioneros), había repetido
las injurias proferidas anteriormente por Gompers contra los no cali
ficados. A los recientemente organizados los había calificado despec
tivamente de rubbísh (desecho]69.
En el congreso federal siguiente, en Atlantic City, en octubre de
1935, se reinició ia batalla. Los “ industrialistas" pidieron que los sin
dicatos de oficio abandonaran toda jurisdicción sobre los trabajadores
de las industrias donde predominaba la producción en masa: automó
vil. acero, caucho, aluminio, radio, industria electrotécnica, cemento.
En un brillante discurso, John L. Lewis se refirió a las campañas de
organización lanzadas en el pasado por la vieja federación calificán
dolas de “ veinticinco años de fracaso ininterrumpido” . Daniel Tobin
respondió acusando a los “ industrialistas" de tratar de "destruir la
base misma sobre la cual se construyó la federación". E invocó los
manes de Gompers, el hombre que en otro tiempo salvó a los sindi
catos de oficio de los perversos Knights of Labor: El zar de los car
pinteros, el obeso Hutcheson, recibió en la mandíbula un poderoso
directo de John L. Lewis. Este puñetazo histórico señaló la ruptura.
Los "industrialistas" habían sido derrotados por 18.204 votos contra
10.933. Inmediatamente después de! congreso se reunieron y planea
ron la creación del Committee lor Industrial Organization, oficialmente
constituido el 9 de octubre w. En su origen, el C.i.O. no pretendía ser
más que una fracción organizada dentro de la A.F.L.,. destinada a alen
tar y a promover la organización de los trabajadores en las industrias
de producción en masa. Pero en agosto de 1936 el consejo ejecu-
64 Levinson, op. c i t , p. 9.
M Ib id ., ps. 82-88.
™ Ib id ., ps. 99-117.
69
tivo de la vieja Federación suspendió, por haber cometido el crimen
del dual unionism, a los diez sindicatos nacionales que se habían afi
liado al C.l.O., que en conjunto tenían más de un millón de miembros.
La escisión del movimiento obrero norteamericano era un hecho con
sumado 71. En 1938, el Committee se trasformó en Congress for In
dustrial Organizations, dando así carácter permanente a lá e s c i s i ó n ^ .
Como lo había anticipado Debs, sólo una organización nueva, en sus
titución de la vieja Federación incapaz de hacerlo, podía emprender
desde afuera la gran tarea histórica de organizar a los explotados del
Big Business norteamericano. Los monopolios yanquis ya no podían
aspirar a la dominación total de sus asalariados y del universo entero.
En su propio seno habían concebido la negación de su poder absoluto.
Comenzaba la evolución que un día terminará con su derrota a manos
de sus propios explotados. Había algo nuevo en el mundo.
71 Ib id ,, ps, 118-136.
72 W echsler, op. c it., p. 91.
75 Lens, op. c it., p. 280. Clayton W. Fountaln, U nion Guy. 1949, p. 67.
70
miento de (as masas. Sus Ideas anticapitalistas los aislaban en un
país que no había roto con el credo capitalista. Su sectarismo, resul
tado de su aislamiento, por una especie de círculo vicioso completaba
su alejamiento de dicho movimiento. En el período de fundación del
C.I.O., y a favor de la "gran depresión” , por primera vez fueron arro
jados en el centro de la lucha y se fundieron estrechamente con las
masas. El sindicalismo norteamericano sólo podía ser revitalizado y
modernizado con ia cooperación y el estimulante del izquierdismo74.
Es imposible entonces relatar el gran movimiento sin mostrar a ios
“ izquierdistas" en acción.
Los mineros, Ante todo, Lewis extrajo de su Sindicato de Mine
ros a los hombres que habían sido sus más fieles lugartenientes, que
habían cumplido siempre dócilmente sus trabajos sucios (romper huel
gas cuando era necesario, enlodar y hacer atacar físicamente a m ili
tantes izquierdistas); Philip Murray, su vicepresidente; Van Bittner,
Alian Haywood, etcéteraT5. Pero no vaciló en Mamar a su lado a los
mismos que se habían rebelado contra su dictadura en los United
Mine Workers, y a quienes había quebrado implacablemente. John
Brophy había sido el más prestigioso, y por consiguiente el más peli
groso de sus adversarios. Entre 1924 y 1928 había llevado una lucha
admirable para enderezar al sindicato, denunciando las capitulaciones
de Lewis, reclamando la organización de los mineros no organizados
que había sido fatalmente descuidada, la nacionalización de las minas,
la ruptura de ía alianza política con los republicanos reaccionarios y la
creación de un Labor Party. En el congreso del sindicato de 1926 en
realidad había sido elegido presidente, pero Lewis consiguió elimi
narlo falsificando v o t o s T a m b i é n le había dado dolores de cabeza
a Lewis la oposición de Powers Hapgood, un graduado de !a Universi
dad de Harvard que se había hecho minero por idealismo y a quien
los mineros adoraban. A Hapgood se le había prohibido la entrada al
congreso de 1927 y había sido golpeado salvajemente en un hotel por
los hombres de acción de Lewis 77. En 1930, la oposición progresista
había celebrado un congreso disidente en Springfield (O hio). Por un
momento pudo creerse que el viejo régimen detestado de Lewis y
de Murray iba a desmoronarse. Adolph Germer había sido elegido
vicepresidente de la nueva organización, lo cual le valió en 1932 vio
lencias físícas en ía vía pública. En el periódico de los “ progresistas”
escribía un tal Len De Caux?8.
En 1935, Lewis recibió con los brazos abiertos a Brophy, a Hap
good, a Germer, a De Caux. A Hapgood le manifestó; “ Usted y Brophy
tenían muchas ideas, pero eran prematuras. Un general que marcha
más adelante que su ejército no puede ser úti! a nadie. Pero ahora
71
estoy dispuesto a hacer mías algunas de esas ideas". A Brophy se ie
atribuyó el puesto más elevado que Lewis pudo ofrecerle: el de direc
tor de organización
Los stalinistas. — Nadie en la A.F.L. había combatido a ios comu
nistas con más ensañamiento que Lewis entre 1920 y 1930. En 1923
había hecho redactar una serie de artículos por Eliís Searles — uno de
sus plumíferos— , que luego fueron reunidos en un folleto bajo el tí>
tu lo de Tentativa de los comunistas de apoderarse del movimiento
obrero norteamericano. A llí hacía denunciar, en esa época, la confa
bulación comunista dirigida a fusionar los sindicatos de oficio y con
vertirlos en sindicatos industriales, es decir exactamente lo que él
realizaría más tarde al crear el C.l.O. 80. Había perseguido y extermi
nado a los mineros comunistas. En su sindicato no quedaba un solo
comunista, por io menos confeso, Pero en 1935, en el congreso de la
A.F.L. en Atlantic City, Lewis se opuso a una resolución tendiente a
Impedir la participación de los sindicatos dirigidos por comunistas en
los congresos federales. Declaró entonces que el anticomunismo era
un pretexto para cubrir ataques contra las cosas más progresistas.
V cuando emprendió la constitución del CJ.O., dejó un amplio campo
de acción a los organizadores comunistas si.
Es imposible contar —ni siquiera brevemente— la historia del na
cimiento del Committee for Industrial Organization sin detenerse a
considerar el papel que en ella desempeñaron los comunistas o, más
exactamente, los ‘‘stalinistas” . Tanto los que alaban su contribución
como los que ia deploran, están de acuerdo en proclamar que dicho
papel fue importante *. “ Es muy posible — escribe Wellington Roe—
que el C.l.O. nunca hubiera crecido con tanta rapidez si no hubiera
Sido por la devoción hacia la causa y la energía de los comunistas
que Lewis incluyó en su organización" 82 . y e| antistalinista Benjamin
Stolberg: '‘Discutir el C.l.O. sin mencionar la influencia de los stalinis
tas en su seno sería como escribir sobre la Guerra de Secesión sin
referirse a ia Confederación** ” 83.
Para comprender el papel de los stalinistas en el C.L.O. tenemos
que volver un poco atrás. Hemos dejado a Foster y a sus amigos en
la época de su estéril labor de nucleamiento dentro de la A.F.L. Como
72
hemos visto, en Moscú Losovsky Ies había reprochado con razón el
centrar demasiado sus esfuerzos sobre la vieja federación de obreros
calificados y descuidar la organización de los no calificados. Tuvieron
que hacer un "viraje’’, pero, al hacerlo demasiado cerrado, ios desdi
chados cayeron de Caribdis en Escila. Hasta e! día anterior denun
ciaban con estrecha obstinación toda tentativa de sindicalismo dua
lista. Maldecían la memoria de Daniel De León. Y, repentinamente,
abandonando a la A.F.L a su triste suerte, se entregaron en cuerpo y
alma a constituir sindicatos divisionistas, aislándose del movimiento
obrero, creando organizaciones fantasmas que, como la de Daniel De
León, no fueron más que apéndices de su partido,
A decir verdad, ¡os staiinistas norteamericanos no eran los verda
deros responsables de esta inepcia. Foster sólo renunció a sus con
cepciones antidualistas obligado y forzado, y con inmenso desaliento.
Pero había que seguir la "línea general” y, en Moscú, el gran Stalin
había iniciado en 1928 el “ Tercer Período” , para disimular bajo frases
izquierdistas, bajo consignas sectarias y aventureras, su oportunismo
de hecho, su renuncia la revolución mundial. Uno de los artículos de
fe de la nueva estrategia era la constitución de sindicatos “ rojos".
A través del mundo entero, incluso Norteamérica, se crearon pues
mecánicamente sindicatos “ rojos".
Foster cambió de nombre una vez más a su liga, llamándola aho
ra Trade Union Unity League (T.U.U.L), y creo sobre el papel una
central sindical "roja" compuesta por una decena de supuestos sin
dicatos nacionales de industria. Los efectivos totales de la organi
zación no pasaron de 57.000 miembros. La T.U.U.L sostuvo algunos
combates de cíase en textiles (Gastonia, 1929), en las minas de
carbón {Harían County, Kentucky, 1931), sin poder salir nunca de su
irremediable aislamiento 85.
Pero hubo que esperar hasta 1934 para que, al decidir Moscú
cerrar el "Tercer Período” , los staiinistas norteamericanos se dieran
cuenta de repente de su fracaso y decidieran corregirse por medio
de un nuevo "viraje” . A principios de 1935 declararon disuelta a la
T.U.U.L y decidieron entrar con toda premura a la A.F.L donde, ante
su ausencia, nuevas fuerzas progresistas estaban quitándoles la di
rección del movimiento por el sindicalismo industrial 86.
Pero una vez más el “ viraje” fue demasiado cerrado. Después
de haber proclamado desde 1928 que la A.F.L era un cuerpo gangre-
nado que había que abandonar, decíafaron bruscamente que el lugar
de todos los trabajadores revolucionarios estaba en la A.F.L., y Fos
ter tuvo el dulce consuelo de poder propagar nuevamente su dogma
"antidualista". Así, en el mismo momento en que estaba a punto de
consumarse !a escisión histórica que dio origen al C.LO., los staü-
nistas no se ocupaban más que de lo que ellos pomposamente lla
maban su “ fusión" con la A.F.L. 8?. Cuando John L. Lewis consti-
73
tuyo su Committee for Industrial Organization, sólo demostraron re
lativo entusiasmo. Y Foster declaró que ei verdadero objetivo que
había que lograr era la “ reorganización'’, el “ rejuvenecimiento’' de
la A .F .L ss. "Aunque la prensa comunista hacía como que defendía
el sindicalismo industrial — escribe Benjamín Stolberg— en realidad
ios stalinistas realizaron su trabajo de organización principalmente
para ía A.F.L hasta mayo de 1937". Y señala que todavía en abril
de 1937, cuando el C.l.O. tenía ya existencia independiente, el diri
gente staiinista de San Francisco, Harry Bridges, llevó a ¡a A.F.L
unos 6.000 empleados del comercio minorista que había contribuido
a organizar. Fue recién a! mes siguiente cuando el partido comunis
ta decidió —por fin— trabajar principalmente en el C.l.O. 89.
Fue entonces cuando los cuadros dirigentes de la difunta T.U.U.L.
“ fueron brindados a Lewis — como dice' Herbert Harris— en bandeja
de plata” . Tratando vanamente de organizar a las masas por su pro
pia cuenta, por lo menos habían aprendido su oficio de organizadores:
“ Sabían pronunciar discursos, escribir informes, utilizar los mimeó-
grafos, preparar volantes, establecer un piquete de huelga y mante
ner la tribuna en mítines turbulentos. . 9 ° .
Los stalinistas empezaron a mimar al propio John L. Lewis al
cual antes habían acusado (con un poco de exageración, pero no
sin cierta razón) de ser un "asesino’’, un "tra id o r” , un ‘‘Judas’', un
“ rompehuelgas” , un "agente de la patronal", etc. 9i, Consiguieron
colocar al lado de éste a un joven jurista de valor, Lee Pressman,
que hasta 1948 siguió siendo el muy influyente consejero jurídico
del C.l.O. 92. Gracias al dominio que llegaron a ejercer sobre John
Brophy, el director de organización, hicieron nombrar a uno de los
suyos, Harry Bridges, director regional del C.l.O. para la costa Oeste
Harry Bridges había sido el alma de una huelga general que ha
bía estallado en San Francisco en Julio de 1934, A . partir de 1924
había intentado organizar a los portuarios de la costa Oeste en la
A.F.L, pero sólo había obtenido resultados efímeros. La única or
ganización existente era un sindicato "am arillo", es decir dominado
por los patrones, y que ejercía un monopolio sobre la contratación.
En 1933, bajo !a influencia de la N.R.A., el sindicato A.F.L había vuel
to a aparecer en la costa dei Pacífico, y los portuarios habían in
gresado en masa, éajo el impulso de Harry Bridges, iniciaron la
lucha para hacer reconocer su organización por los patrones y obte
ner el control de las oficinas de contratación. El 9 de mayo de 1934,
en número de 30,000, declararon la huelga, de Vancouver a San Die
go. Los teamsters (camioneros) y marinos se solidarizaron con ellos
y se negaron a atravesar sus piquetes de huelga. Fue un admirable
ss Ib id .. ps. 132-275.
IW Stolberg, op. c it., ps. 147-148.
w Herbert Harris, Lab o r's C iv il War, 1940, p. 133.
,;i Ib id ., p. 131.
92 C. L. Sulzberger, S it dow n w íth John L. Lew is, 1938, p. 131.
M Harris, op. c it., p. 141. Stolberg, op. c it., ps. 48, 148.
74
movimiento de solidaridad obrera. Entre los huelguistas y la policía
se entablaron violentos combates, y hubo muertos.
Los portuarios no sólo tenían contra eiios a ia patronal y a ias
fuerzas de represión; también los bonzos del' sindicalismo de oficio
trataron de quebrar su lucha. La unión de sindicatos de San Fran
cisco condenó a los jefes del movimiento como comunistas. El pre
sidente nacional del Sindicato de Portuarios, J. P. Ryan, un nego
ciante venal, perfecto producto del gompersísmo, trató en secreto
con los patrones a espaldas de los huelguistas. Pero éstos repudia
ron su acuerdo de traición.
No obstante, la intervención de la fuerza armada y el asesinato
de huelguistas decidieron por fin a la unión de sindicatos — como
había sucedido en Chicago en 1894 y en Seattie en 1919— a lanzar
la consigna de huelga general para el 6 de julio, Pero los dirigentes
locales de la A.F,L. sólo se habían unido al movimiento bajo (a pre
sión de la base y para torpedearlo mejor. Utilizaron toda clase de
procedimientos para desintegrar la solidaridad obrera. WiUiam Green
declaró a la huelga “ no autorizada” . Finalmente, después de cuatro
días, en el momento en que la batalla estaba en su apogeo, la unión
de sindicatos decidió por ligera mayoría la vuelta ai trabajo. A ello
siguió una represión feroz. Pero la organización obrera no fue rota:
todo lo contrario. Como consecuencia de un arbitraje, los portuarios
obtuvieron varías de sus reivindicaciones, Y se constituyó una Fe
deración Marítima del Pacífico, cimentando la solidaridad de. los por
tuarios y de los diferentes sindicatos de marinos. Harry Bridges
salló de ia lucha con un prestigio enorme 94, y desde entonces Cali
fornia siguió siendo ei principal baluarte de los stalinistas en el C.I.O.
Sólo fueron desalojados de él muy recientemente (1948).
La huelga general de San Francisco no había sido más que el
principio de la función. En los años siguientes los comunistas des
empeñaron un papel muy activo en las campañas de organización de
los obreros de las industrias claves. Se impusieron en el automóvil,
con Wyndham Mortimer, vicepresidente de los United Automobile
Workers, y Robert Travis, que había surgido cuando la huelga de la
Autolite en Toledo (Ohio) en 1934, y muchos o tro s 95. En e( acero,
habían disuelto en 1934 su sindicato “ rojo", la Steel and Metal Wor
kers Industrial Union (S.M.W.I.U.), y habían ingresado a ia Amalga-
mated, donde sus varios miles de militantes experimentados fueron
a reforzar utilmente al Movimiento de la Base contra el inepto Tighe
Más tarde, cuando Lewis lanzó su gran campaña de organización del
acero, tomó como organizadores a cierto número de ex miembros dei
S.M.W.I.U.97. En el caucho, participaron activamente en la lucha con
94 Lens, op. c it., ps. 283-284, M arjolin, op. c it., ps. 202-206. W iilia m 2 . Foster.
Pages fro m a W o rke r's Life, 1939, ps. 193-197. W iiliam F. Dimne, The G reat San Fran
c isco G eneral S trik e , 1934, ps. 4-66.
95 Henry Kraus, The Many and the Few, 1947, passim . Harrls, op. c it., p. 136. Le
vinson, op. c it., cps. 268-269.
96 Brooks, op. cit., ps. 69, 199, 240. Cayton y M itc h e ll, op. c it., ps. 111-122, 137-
139, 157.
97 Coleman. op. cit.
75
tra la camarilla de la A.F.L y luego en las grandes huelgas de 1936.
El secretario del partido comunista de Akron (Ohio), James Keller,
intervino abiertamente en los mítines de huelguistas 9S.
Herbert Harris estima que a mediados de 1937 los stalinistas te
nían el control total o parcial de por lo menos un 40 % de los sindi
catos del C.I.O. Además de las industrias ya citadas, habían logrado
adquirir sólidas posiciones en la industria electrotécnica [United Eléc
trica! Workers); en el sindicato marítimo de la costa Este, la Natio
nal M aritime Union, con Joseph Curran; en las minas metalíferas (M i
ne, MUI and Smelter Workers); en la industria de ia conserva (Can-
nery, AgriculturaI, Packing and Allied Workers) con Donald Hender-
son, un ex profesor de economía política, en los transportes no
ferroviarios (Transport Workers); en los obreros de ía madera (Wood-
workers) y diversos sindicatos de periodistas, de técnicos, de fun
cionarios, de empleados, de telefonistas" , Además, tenían en sus
manos las más importantes uniones locales de sindicatos (Nueva
York, Cleveland, Detroit, Chicago, Los Angeles, e tc .). En su libro es
crito en 1938, Benjamin Stolberg estima que los stalinistas contro
laban en esa época alrededor de 500.000 trabajadores en el C.LO.
"Los stalinistas —escribe el trotskista Bert Cochran— entraron en
el C.I.O. con los cuadros políticos más disciplinados, más experimen
tados y más amplios del movimiento obrero. Llegaron incluso a par
ticipar activamente en prácticamente todas las campanas de organi
zación y huelgas importantes. Una vez edificada la estructura in
mensa de los sindicatos nacionales, los stalinistas se encontraron
en posesión de un aparato apenas inferior al de Lewis” 10®.
Los "I.W.W." — Entre Jos izquierdistas que participaron en ía
creación del C./.Q. hubo también I.W.W. La vieja organización había
declinado mucho, pero se sobrevivía. En 1927 había tenido un mo
mento de resurgimiento: había dirigido brillantemente una huelga de
los mineros del Colorado. La incapacidad del Sindicato de Mineros
de John L. Lewis le había dejado el campo libre. Bimba escribe que
"pareció por un momento que los I.W.W. iban a recuperar su comba
tividad de otros tie m p o s"101. En 1931, también debido a la deca
dencia de los United Mine Workers, los I.W.W. habían tomado la
dirección de las sangrientas luchas de los mineros en el condado de
Harían (Kentucky), pero pronto fueron suplantados por íes comunis
tas 102, En 1933 dirigieron exitosamente una de las primeras huelgas
del automóvil, la de la fábrica de carrocerías Briggs Body, en Batroit
(Michigan). A llí demostraron ser buenos propagandistas y ganaron
adeptos 103. Clayton Fountain señala que, cuando a principios de 1937
98 Me Kenney, op. c it., ps. 266-299, 333, 339-341, 345, 352. 357, 365-4S6, 469.
n Harris, op. c it., p. 135.
luo Stolberg, op. c it., ps. 149-151, 239-243. Bert Cochran, The N ew U nion Bureau-
cracy, "Fourth ¡nternational", marzo de 1949, p. 88.
IU) Anthony Bimba, The H is ío ry o i the A m e rica n W orking C lass, 1927, p. 343. John
S. Gambs, The d e c lin e o í the i. W. W., 1932, ps, 143-153. Commons, op. c it., IV , ps.
593-595.
1,12 Commons, op. c it., IV, p. 611.
The I. W. VV in Theory snd P ractice, ps. 56-57.
76
los trabajadores de la fábrica Chevrolet Gear and Axle se organiza
ron en un suburbio de Detroit, varios de sus militantes activos eran
viejos I.W.W. 104. Sidney Lens escribe: “ Uno de los más caracterís
ticos signos de tos tiempos fue el papel desempeñado a título in
dividual por miembros de los I.W.W. en este renacimiento [del mo
vimiento obrero]. Más de un viejo wobbly renunció a su sindicalis
mo puro y se convirtió en dirigente en uno de los nuevos sindicatos
marítimos, el caucho y varios otros sectores. Un ex wobbly se con
virtió «n presidente de un gran sindicato nacional"105,
Los trotskistas. — Los trotskistas habían sido expulsados del
partido comunista a fines de 1928. Tenían en su haber el valor cla
rividente con que tomaron conciencia de la degeneración de la In
ternacional Comunista, rompieron con ella y emprendieron la lucha
contra el stalinismo sobre la base de un programa revolucionario
consecuente. Pero su debilidad residía en el hecho de que habían
heredado del partido comunista norteamericano algunas de sus taras
congénitas, especialmente en lo que se refiere a las relaciones en
tre la conciencia revolucionaria y el movimiento de masas, es decir,
más concretamente, la estrategia revolucionaria en los sindicatos.
Quizá no analizaron suficientemente las razones por las cuales había
obtenido tan pobres resultados la labor de nucleamiento “ desde aden
tro ” de Foster. En su historia del trotskismo norteamericano su di
rigente, J. P. Cannon, que había sido uno de los jefes del partido co
munista, no tiene más que elogios para las "innovaciones progresis
tas" introducidas por los comunistas en el movimiento obrero. A fir
ma que éstos dirigieron prácticamente todas las huelgas y se con
virtieron en los dirigentes “ indiscutibles" del militantismo dentro de
la clase obrera norteamericana. Foster, en sus Memorias, acepta
retrospectivamente debilidades de su labor. Cannon no realiza la
misma autocrítica 106,
Los trotskistas no ofrecieron ninguna contribución a la solución
del problema crucial de la organización de los trabajadores no orga
nizados de las industrias llaves. Aunque Cannon comenzó su carre
ra como I.W.W. y dirigió como tal la huelga del caucho de Akron en
1913, él y sus amigos tal vez no se liberaron suficientemente de Ta
oposición fetichista de Foster a toda tentativa de sindicalismo “ dua
lista" i 07. La fundación del C.l.O., lejos de haber sido anunciada o
preparada por ellos, los tomó de improviso. En 1938 el propio Trots-
ky escribió: “ Ninguno de nosotros p re v io ... la aparición del C.l.O.
con esta rapidez y esta potencia... Na vimos este poderoso movi
miento sindica!” 108. En eí mismo momento en que se extendía el
77
C.I.O., en las grandes huelgas con ocupación de fábricas de 1936-1937.
Jos trotskístas estaban absorbidos por una fú til y demasiado hábil
maniobra de entrada al partido socialista. Por otra parte, no estu
vieron allí mucho tiempo y pronto salieron, fortalecidos — es cierto—
con algunos militantes de valor (especialmente jóvenes), pero ha
biendo obtenido al fin de cuentas una cosecha bastante pobre. Des
cuidaron así ei movimiento de masas y, según su propia confesión,
dejaron que los stalinistas se apoderaran de la dirección de! movi
miento progresista naciente ll>9. El único sector del movimiento obre
ro donde intervinieron eficazmente estaba al margen de! campo de
batalla fundamental; no concentraron su esfuerzo en ei automóvil ni
en ei acero ni en el c a u c h o p e r o las circunstancias hicieron que
pudieran apoderarse de la sección local de los teamsters (camione-
ros) en Minneapolis (Minnesota), “ Los teamsters — reconoce Can-
non— estaban muy lejos de ser ia parte más decisiva del proleta
riado norteamericano” n l .
109 Cannon, op. c it., p. 237-239. Bert Cochran, The N ew U nion Bureaucracy, "Fourtb
In ternatio nal” , marzo de 1949, p. 90.
,w Stolberg, op. c i t , p. 130.
111 Cannon, op. c i t , p. 141. Charles Rumford W alker, A m e rica n C ity , a Rank-and-
f i l e H is to ry , 1937, XV.
1,2 Levinson, op. c it., p. 141. Kraus, op. c i t , p. 109.
78
/Acr. Evitaban las negociaciones colectivas y se negaban a reconoce5'
los sindicatos obreros. Más aún: trataban de combatirlos fomentan
do company unions (sindicatos “ amarillos” ). Pronto se hizo eviden
te que ¡a N.fí.A. adolecía de una grave falla: no preveía ningún me
canismo que permitiera obligar a los patrones a respetar la ley. El
senador Robert F. Wagner trató de llenar esta laguna y a principios
de 1935 presentó un proyecto de ley que fue promulgado el 5 de
julio dei mismo año con el nombre de National Labor Relations Act.
más conocida por Wagner Act.
La Wagner Act confirmaba el derecho de los trabajadores a or
ganizarse libremente, a negociar colectivamente y a hacer huelga: y
creaba un organismo, ei National Labor Relations Boatd, cuyo fin era
hacer respetar ese derecho a través de sus propias intervenciones
y de las de los tribunales regulares. Pero durante cerca de dos
años la Corte Suprema de Justicia, bajo las órdenes de! Big Busi
ness, dictó sentencias queindirectamente ponían en duda la cons-
titucionalidad de la Wagner Act. Y esta actitud alentó a la patronal
a hacer caso omiso a la ley l13. Los trabajadores comprendieron que
sólo obtendrían la consagración de sus derechos si !a arrancaban en
lucha abierta.
Otro factor del gran levantamiento de 1936-1937 fue la ruptura
de los sindicatos industriales con la A.F.L. y la constitución del C.l.O.
Durante demasiado tiempo los trabajadores se habían sentido des
moralizados por la impotencia y las traiciones de los dirigentes que
les imponía Wiiliam Green. Pero a partir del momento en que se
vieron libres de esta odiosa tutela y con derecho a constituir sus
organizaciones como mejor les pareciera, con los jefes elegidos por
ellos, recuperaron ia confianza en sí mismos, afluyeron otra vez ha
cia los sindicatos y pidieron luchar, con todo el ardor de la juventud.
Finalmente, intervino un último factor: la triunfal reelección del
presidente Rooseveit, en noviembre de 1936, dio a los obreros la im
presión de que el Labor, el Trabajo, había vencido definitivamente a
la reacción. Había prevalecido el programa de Rooseveit, el New
Deai. Creyendo (por cierto que forjándose muchas ilusiones) que
tenían un aliado y un protector al frente dei gobierno federal, los
trabajadores cobraron ánimos y tomaron conciencia de su propio po
der 114. Las ocupaciones de fábricas comenzaron en una atmósfera
política análoga a la que había sido creada en Francia algunos me
ses antes por la victoria dei Frente Popular y el ascenso al poder
de León Bíum: a iguales causas, iguales efectos.
El movimiento se inició en el caucho, en Akron (Ohio), la ca
pital del neumático. En setiembre de 1935 Wiiliam Green había fra
casado en su tentativa de imponer a su procónsul Claherty como pre
sidente del sindicato nacional de ia industria del caucho —fundado,
por fin-— y los delegados al congreso constitutivo, desafiando a !a
llí ThaovJore R. Iserman, In d u s tria l Peace and the W agner A c t. -1947, ps. 10-12.
114 Levinson, op. c it., p. 143. Kraus, op. c ít., p. 41.
79
A.F.L, habían nombrado presidente a un hombre elegido por ellos,
Sherman H. Dalrymple. A principios de 1936, la publicación dei in
forme de una comisión investigadora federal sobre ias condiciones
de trabajo en su industria alentó enormemente a los obreros de
Akron. Este informe era aplastante para los magnates dei caucho
Las adhesiones al sindicato se multiplicaron. Y repentinamente, el
29 de enero, los obreros de Firestone se declararon en huelga ocu
pando ia fábrica. Esta técnica nueva, destinada a impedir la intro
ducción de rompehuelgas, les había sido enseñada por un obrero
impresor húngaro o servio, que la había practicado en Sarajevo, in
mediatamente después deí atentado del 28 de junio de 1914. “ Lo que
allí hicieron era verdaderamente algo descaradamente audaz — es
cribe su historiador Ruth Me Kenney— . Nadie había hecho nunca
nada parecido, por lo menos en este p a ís ... Por primera vez en la
historia^ obreros de la producción en masa habían detenido una ca
dena y suspendido el movimiento inexorable de la maquinaria y una
fábrica” . Los propios autores de este acto histórico lo bautizaron
al instante: sit-down strike (huelga de brazos caídos). Después de
dos días el movimiento terminó victoriosamente. Algunos días des
pués se produjeron sit-down análogos en ias fábricas Goodyear y
Goodrich.
Ei 17 de febrero, nuevo sit-down en la fábrica Goodyear, para
protestar contra el despido de obreros. En este caso el movimien
to se transformó en huelga "regular” , con piquetes alrededor de la
fábrica. Y como las autoridades amenazaron con hacer intervenir a
la guardia nacional, la unión de sindicatos de Akron anunció que
35.000 trabajadores, pertenecientes a 105 sindicatos, declararían la
huelga general en caso de que los piquetes de huelga fueran ata
cados. La lucha duró treinta y tres días, y también aquí terminó con
una victoria y con la organización de los miles de trabajadores de
Goodyear i 16.
Como dice Edward Levinson, ‘‘Akron había iniciado una moda;
Flint la popularizó” 117. Flint (Michigan) es, después de Detroit, el
segundo centro de la industria automóvil norteamericana y el baluar
te de la todopoderosa General Motors. A llí se desarrolló la mayor
batalla en la historia de! movimiento obrero norteamericano. Fue
más que una simple huelga, fue una lucha gigantesca queenfrentó
a los trabajadores con uno de los más poderosos monopolios de Es
tados Unidos —el tercero en importancia— con una patronal de com
bate que durante años había desterrado de sus fábricas al sindica
lismo obrero. El C.l.O. entero se jugó su futuro en Fünt —y ganó.
En mayo de 1936, el Sindicato de! Automóvil había celebrado un
Congreso en South Bend (Indiana) y había decidido relevar de sus
funciones a Dillon, e! estúpido presidente impuesto por Wiliiam Green.
,,s Levinson, op. c it., ps. 93-96. M e Kenney, op. cit., ps. 211-218).
1,6 Levinson, op. c it., ps. 143-145. Me Kenney, op. c it., ps. 272-370.
117 Levinson, op. c it., p. 169.
80
Los delegados eligieron un presidente de su agrado, Homer Martín.
Varios sindicatos independientes se habían fusionado con los United
Automobile Workers. La joven organización, afiliada al joven C.I.O.,
marchaba viento en popa. El reclutamiento volvió a tomar un gran
impulso, recordando los hermosos días de entusiasmo de 1933. Y
como la patronal continuaba obstruyendo el desarrollo dei sindicalis
mo obrero, los sit-down se multiplicaron, a fines de 1936, en Flint
(Fisher Body), en South Bend (Bendix), en Detroit (Kelsey-Hayes),
en Cleveland (Fisher Body), e tc .118.
Poco a poco ei movimiento se extendió en ias diversas fábricas
de Genera! Motors, mientras el poderoso monopolio seguía negán
dose a negociar colectivamente con el sindicato y el C.I.O. La divi
sión de! trabajo entre las diferentes unidades de producción de G.M.
estaba llevada a un punto ta! que bastaba con parar algunas fábricas
llaves para paralizar todo el sistem a119. Del mismo modo, en cada
fábrica bastaba con actuar en un punto determinado para detener
todo e! movimiento de ía cadena. Por otra parte, los obreros esta
ban tan habituados al orden, al funcionamiento impecable de un me
canismo de precisión, a métodos de trabajo según los cuales cada
detalle estaba calculado y no se perdía ni un segundo en movimien
tos inútiles, que no tuvieron más que aplicar esta disciplina cientí
fica a la organización de sus huelgas 120. Finalmente, la circunstan
cia de que ía mayoría de ios obreros de! automóvil fueran jóvenes
y sin experiencia sindical hizo que se adaptaran fácilmente a las nue
vas tácticas de huelga que les impusieron fas circunstancias 121. Así,
las mismas condiciones de la moderna producción en masa sugirie
ron a los militantes obreros sus técnicas de lucha y los llevaron a
elaborar minuciosamente su estrategia, como un estado mayor mi
litar que coordina sus operaciones sobre amplísimos campos de ba
talla. El gran movimiento de fines de 1936 y principios de 1937 fue
una combinación íntima de espontaneidad y de cálculo: el movimien
to elemental de ¡as masas se asoció perfectamente con la dirección
conciente de una minoría de técnicos sindicalistas. El movimiento
fue, a la vez, centralizado y democrático- Los comités de huelga
tenían poderes importantes. Incluso hubo ocasiones, como se verá,
en que ías circunstancias !os obligaron a tomar ciertas resoluciones
en si más riguroso secreto. Pero, fuera de estos casos excepcio
nales, sus decisiones estaban bajo el control cotidiano de las asam
bleas generales de huelguistas 122.
Quizás el secreto de este éxito reside en el hecho de que los
dirigentes de la hueiga eran trabajadores surgidos muy recientemen
te de la base y que aún no habían tenido tiempo de diferenciarse de
ella respirando el aire viciado de ías alturas. Pues ta huelga no fue
dirigida por dirigentes sindicales infatuados de su persona y de su
"s Ib id .. p. 148.
119 Ib id ., P. 151.
130 Ib id ., p. 185. M e Kenney, op, c it., p. 302.
121 flaymond J. Walsh, C. I. O. In d u s tria l U nio n ism in A c tio n ; 1937, ps. 103-106.
122 Kraus, op. cit-, ps. 92-93.
81
poder, como Lewis, ni por burócratas stalinistas de! tipo de Foster,
sino que lo fue por hombres como Wyndham Mortimer, Robert Tra-
vis, los hermanos Reuther, que acababan de surgir de la masa de
los trabajadores del auto. Los jefes del movimiento estaban hechos
de la misma pasta que cada uno de los guys (muchacho) que les
habían dado el mandato de llevarlos a la victoria. Es cierto que al
gunos de ellos — Mortimer, Travis— habían ingresado al partido co
munista, pero aún no habían adquirido los vicios de los viejos cono
cidos stalinistas. Todavía eran puros. Se parecían a los jóvenes que
en junio de 1936 dirigieron en Francia a las huelgas con ocupación
de fábricas: apenas hechas sus primeras experiencias en el terre
no sindica! habían ingresado a! partido comunista, pero eran toda
vía militantes de base. Desde la Revolución de Octubre, nunca se
habían reunido con tanta armonía y eficacia los dos factores esen
ciales de toda acción revolucionaria: espontaneidad y conciencia.
Los sit-down, aunque menos " p o litiz a d o s ” , estaban mucho mejor
coordinados que las o cup acion e s de fá b ric a s francesas. El movi
miento obrero norteamericano, cuyo carácter “ re ta r d a ta r io " había
sido deplorado con frecuencia, ofreció así un ejemplo al proletariado
del mundo entero. En Flint (Michigan), se demostró prácticamente
que la concentración industrial, la mecanización, la racionalización,
llevadas al punto en que están en Estados Unidos, crean las condi
ciones que permiten a los trabajadores tomar en sus manos su ad
ministración y, por lo tafito, abren el camino a! socialismo. Quedó
probado, no ya sólo en teoría, que los grandes monopolios norte
americanos sin saberlo habían engendrado su propia negación.
No intentaremos aquí relatar en detalle ia gran batalla. Sería ne
cesario un libro entero. Esperemos que los dos relatos de ella que
se han publicado, Labor on the March, de Edward Levinson, y espe
cialmente The Many and the Few, de Henry Kraus, sean traducidos
algún día a nuestro idioma. Estas epopeyas de ia vida real mostrarán
mejor al lector extranjero el verdadero rostro de Norteamérica que
las innumerables traducciones de obras de imaginación con que se
lo provee.
El estado mayor de la U.A.W. eligió ante todo dos fábricas de
Flint, Fisher Bcdy IM9 1 y Nl? 2, debido a su importancia estratégica.
A llí se declararon los sit-down a fines de diciembre de 1936 y prin
cipios de enero de 1937. En la segunda de estas empresas la patro
nal respondió tratando de hacer morir de hambre y de frío a los ocu
pantes. Se cortó la calefacción. La policía, apostada en masa en las
entradas, intentó interceptar todo aprovisionamiento. El resultado fue
una violenta batalla. Como antes en Homestead, los asaltantes fueron
rechazados y tuvieron que retirarse vergonzosamente.
A mediados de enero ss firm ó una tregua, como consecuencia de
la mediación de! gobernador de Michigan, y los huelguistas se pre
paraban para evacuar las fábricas cuando una indiscreción reveló a
sus dirigentes que la General Motors no obraba de buena fe. La lu
cha continuó. Para mantener la moral de los combatientes y asegu
82
rarse una nueva ventaja estratégica, los dirigentes obreros dicidieron
entonces parar una de las inmensas fábricas de Chevrolet. Pero la
ocupación era d ifícil; ía patronal y las fuerzas represivas estaban en
guardia. Hubo que recurrir -a una estratagema. Mientras los obreros
de ta fábrica Chevrolet N9 9 interrumpían el trabajo y ocupaban la
fábrica, concentrando sobre ésta la atención de las fuerzas patrona
les y policiales, un audaz equipo de 400 trabajadores se apoderó óé
la fábrica N9 4, cuya importancia estratégica era muy superior. La
operación, elaborada en el más absoluto secreto, obtuvo un éxito total.
La fábrica fue ocupada sin el menor tropiezo.
Esta ventaja suplementaria, a la cual se agregó la negativa del
gobernador a hacer intervenir nuevamente la fuerza armada contra
los ocupantes, determinó finalmente la victoria. El 11 de febrero de
1937 ía General Motors capituló. El Sindicato del Automóvil era re
conocido como el representante exclusivo de los trabajadores. El
C.I.O, triun fab a 123.
Las tres tetras C.I.O. empezaron a brillar en la conciencia obrera
como un ente mágico, que encarnaba todas las aspiraciones, todas
tas esperanzas, toda la confianza de millones de trabajadores por fin
revelados a sí mismos. Las repitieron y las cantaron como si hubie
ran bebido un filtro r24. El sindicato devino ei centro de la vida de
todos esos seres humanos durante tanto tiempo sometidos y frus
trados. No ya sólo una fría oficina de negocios, encargada de negó-
ciar cuestiones de salarios, como en la A.F.L., sino un hogar, una es
cuela, un lugar de diversiones y de a legría125. Los trabajadores
norteamericanos, a quienes Ja sociedad capitalista había hecho indi
vidualistas, egoístas, cínicos, "duros", descubrieron de pronto un
tesoro desconocido: la camaradería *26. Era como si hubiera comen
zado un nuevo mundo, una nueva existencia. Las mujeres, doblemen
te explotadas, como obreras y como mujeres, fueron doblemente li
beradas. Habían luchado como ieonas contra la policía, inspiradas por
una admirable militante, Genora Johnson, que todavía hoy está en la
brecha en Flint. Y comenzaron su vida conciente ingresando al sindi
cato 127, Los negros, doblemente explotados, como trabajadores y
como hombres de color, fueron doblemente emancipados. Antes ha
bían sido llevados cargados en camiones, como rompehuelgas. El día
anterior todavía eran utilizados por la patronal, que avivaba los pre
juicios raciales para dividir mejor a sus explotados; sus hermanos
blancos ios perseguían y los mantenían alejados como a parias. Aho
ra por fin podían cantar, de ta mano de estos últimos, el canto nacio
nal del movimiento obrero norteamericano: Solidarity forever.
Los sit-down no sólo dieron a los trabajadores de las industrias
llaves confianza en sí mismos, en su fuerza colectiva, confianza de la
cual habían carecido en el pasado y que, una vez adquirida, ya no ios
123 Ib id ., passim . Levinson, op. c it., ps. 149-166, Howe y W idick, op. c it., ps. 55-6S.
124 Kraus. op, c it., p. 293. W alse, op. c it., p. 13,
125 Kraus, o p .'c it., os. 103, 106.
1:16 Ib id ., ps. 92-93. '
ib id ., ps. 143, 237-241.
83
abandonaría nunca. También conmovieron !a noción de propiedad pri
vada que en Estados Unidos, país capitalista por excelencia, es toda
vía más sacrosanta que en cualquier otro país del mundo. Es cierto
que los huelguistas norteamericanos, como los de Francia, habían
respetado escrupulosamente las propiedades de sus explotadores:
no se habían apoderado de ellas, sólo las habían "ocupado” por un
corto período. Pese a ello ei Big Business puso el grito en el cielo.
Sus juristas a sueldo calificaron a los sit-down de actos “ revolucio
narios'’, "subversivos1’, “ destructores de la ley y del orden", de “ em
bargos de propiedad ilegales” , de “ etapa hacia la expropiación pura
y sim ple” 128. La A.F.L les hizo coro. Después de haber tratado de
sabotear por todos ios medios ios sit-down del automóvil, condenó
horrorizada el principio del sit-down. Wiiliam Green declaró que eran
“ un arma dei CJ.O. que verosímilmente abría el camino a una dicta
dura fascista” 129. El Congreso federal y los legisladores de diversos
Estados se apresuraron a aprobar leyes que prohibían los sit-down.
Los trabajadores respondieron invocando una noción nueva: su dere
cho de propiedad sobre su em pleo13°. Se había abierto así una pri
mera brecha en la muralla de la propiedad privada. Lentamente, ia
conciencia de los trabajadores se entreabría a la idea de que las
grandes fábricas donde producían eran su propiedad colectiva.
Pero los sit-down de Flint y otros lugares (pues ei ejemplo de
Flint se había extendido rápidamente) tuvieron consecuencias más
inmediatas en el terreno sindical y político. La epidemia de huelgas
con ocupación de fábricas alcanzó su apogeo en marzo de 1937, época
en la cual participaron en ellas cerca de 200.000 trabajadores. Y pre
cisamente el 2 de marzo de 1937 la U. S. Siee!, como lo veremos más
adelante, cediendo en su intransigencia, firm ó un acuerdo con eí
CJ.O.. Sidney Lens estima que los sit-down en la industria del auto
móvil fueron el principal factor que decidió a los dirigentes del trust
del acero a renunciar a la política de open shop que siempre habían
practicado. "Era necesario —escribe— apagar a toda costa las llamas
de los sit-down, y la gigantesca firma M organ... prefirió tratar con
un moderado como Lewis”
La otra consecuencia de los sit-down fue la declaración de cone-
fitucionatidad de la Wagner A ct por la Corte Suprema de Justicia el
12 de abril. Durante cerca de dos años, la Corte había mantenido
una equívoca situación de duda sobre la constitucionalidad de una
ley que obligaba a la patronal a tratar de igual a igual con los sindi
catos obreros. Ahora que los muchachos del auto habían afirmado
sus derechos por !a acción directa, los jueces se apresuraban a rec
tifica r su posición y declaraban gravemente que dicha ley no violaba,
en absoluto la sacrosanta Constitución de Estados Unidos ^ 2 .
84
La organización del acero
85
ahora sus garras en el Labor, y el Labor espera del gobierno que éste
apoye a los trabajadores del auto en su lucha" 138.
Cuando un poco más tarde ei presidente convocó a los dirigen
tes del C.I.O. a ia Casa Blanca e insistió para que ías negociaciones
para llegar a un arregío en el conflicto empezaran después de la eva
cuación de ias fábricas ocupadas, John L. Lewis contestó categóri
camente: No. Y cuando el gobernador de Michigan, Frank Murphy,
amenazó con hacer intervenir a la fuerza armada, Lewis respondió:
MNo pongo en duda su capacidad para servirse de sus soldados y
para expulsar a tiros de esas fábricas a Sos afiilados de nuestro sin
dicato; pero permítame decirle que cuando dé esa orden, yo aban
donaré esta conferencia y entraré en una de esas fábricas para unir
me a ios míos” . Es indudable que Lewis pesó mucho en la decisión
tomada finalmente por el gobernador de no desalojar por la fuerza
las fábricas ocupadas 139.
En las negociaciones finales que llevaron a la capitulación de la
General Motors, demostró admirables cualidades de negociador. Asi
como Robespierre encarnó por un instante a la revolución francesa
en su apogeo, antes de detenerla y de canalizarla, John L. Lewis per
sonificó, a principios de 1937, el gran levantamiento de ias masas.
Ninguna de sus faltas pasadas o futuras puede empañar esta gloria.
En cuanto pasó ía tormenta, John L. Lewis volvió a¡ plan que ha
bía madurado y que era su objetivo esencial: la organización del
acero.
Antes de romper con la A.F.L había tratado vanamente de em
barcar a Wiiliam Green en una gran campaña, calcada sobre la de
Foster en 1919. Había ofrecido contribuir con 500.000 dólares a un
fondo de 1.500.000 dólares. Pero el zar del sindicato de oficio de ios
mecánicos, Arthur H. Wharton, hizo fracasar la proposición. Lewis se
dirigió entonces al viejo Tíghe, de la Amalgamated, y le ofreció la
cooperación y el dinero del C.I.O. Por lo demás, esta oferta tenía
todo el aspecto de un ultimátum. Los militantes de base de la Amal
gamated obligaron a Tighe a ceder. Éste se dejó capturar por el
C.I.O., y absorber, junto con su sindicato, por un Comité de Organi
zación del Acero, el Steel Workers Organizing Commíttee f'S.IV.
O.C.) 140. Fue éste un fin muy honorable para este viejo bonzo com
pletamente gastado.
Los mineros de carbón y los dos sindicatos del vestido e! de
Hillman y el de Dubinsky, proveyeron los fondos necesarios para la
gran campaña. Se constituyó y se dispersó sobre el terreno un esta
do mayor de 433 organizadores. Éstos actuaron según una estrategia
minuciosamente preparada. Se abrieron treinta y tres oficinas regio-
nales en los centros del acero. Se publicó un periódico y se contra
tó un jefe de propaganda habituado a las técnicas modernas141.
86
Ei S.W.O.C. no sólo se dedicó a los no organizados, sino tam
bién —y sobre todo— a los trabajadores organizados en los sindica
tos "am arillos” , las company unions. Los magnates dei acero, en
efecto, habían desarrollado febrilmente este tipo de organización, pa
ra poder impedir el desarrollo del sindicalismo obrero sin violar abier
tamente la cláusula 7 a de la National Recovery Act. Incluso habían
llegado a cometer la imprudencia de alentar ia formación de un "con
sejo central de representantes de los empleados” , que agrupaba dele
gados de diferentes fábricas, con la esperanza de que este “ soviet”
de nuevo tipo sería dominado por elementos conservadores y anti-
C.I.O. Pero lo que sucedió fue exactamente lo contrario. Una vez
más, el Big Business había engendrado su propia negación. El 20 de
diciembre de 1936, doscientos "representantes de los empleados” de
tendencias progresistas, delegados por 42 acerías, se reunieron en
Pittsburgh y decidieron afiliarse al Comité de Organización de Lewis.
Fue esta una gran victoria para el S.H/.O.C. U2. A fines de 1936,
125.000 obreros del acero habían engrosado sus filas l43.
El 2 de marzo de 1937, como ya se ha indicado, el mundo se en
teró con estupor de que John L. Lewis acababa de firmar un acuerdo
con Myron C. Taylor, mandatario del trust del acero. El S.W/.O.C.
estaba oficialmente reconocido.
Varías razones dictaron a ¡a U, S. Steel su sorprendente decisión:
ante todo, el fiasco de ¡os sindicatos "am arillos", que se habían pa
sado al C.l.O. con armas y bagajes; luego, la elección para vicego
bernador de Pennsylvania de Thomas J. Kennedy, el lugarteniente de
John L. Lewis en el Sindicato de Mineros: el centro más importante
del acero se encuentra en Pittsburgh, en el Estado de Pennsylvania,
y el gobernador había prometido que si estallaba una huelga del ace
ro, ios huelguistas tendrían entera libertad para formar piquetes de
huelga y para reunirse, y recibirían del Estado subsidios de desocu
pación u -*. Otra razón cíe la actitud del trust dei acero fue la promul
gación de la ley Walsh-Healey, que obligaba a los beneficiarios de
órdenes de compra gubernamentales a respetar ciertas condiciones
de trabajo, especialmente la semana de cuarenta horas 14B. Como la
perspectiva de una guerra en Europa hacía esperar una importante
demanda de acero, los proveedores de este producto tenían interés
Dn hacer algunas concesiones a ¡os trabajadores, entre otras la sema
na de cuarenta horas, que figuró en el acuerdo firmado entre Myron
C. Tayior y John L, Lewis. Además, estaba de visita en Estados Uni
dos para hacer importantes encargos de armamento naval el jefe del
Board of Trade británico, Sir Walter Runciman. Éste exigía entregas
regulares, que una huelga dei .acero prolongada habría turbado146.
142 Levinson, op. c it., ps, 191-196. Brooks, op. c it., ps, 71-106,
'-,i Vincent D. Sweeney, The U nite d S te e lw o rke rs o f Am erica, the fir s t 10 years,
I947. p. 20.
m Levinson, op. c ít., ps. 198-199.
145 C. L. Sulzberger, S it dow n w ith John L. Lew is, 1938, p. 100.
í4* Levinson, op. c it., p. 200.
87
Finalmente, y sobre todo, los magnates de la U. S. Steel habían que
dado aterrorizados, como se ha visto, ante los sit-down del automóvil.
Y se volvieron hacia John L, Lewis como hacia un salvador. Se acor-
daban de su pasado de presidente del Sindicato de Mineros. Sabían
que no era posible que se trasformara de un día para otro de dirigente
obrero conservador en agitador revolucionario. Pensaban, no sin pers
picacia: "Lewis es un izquierdista solamente en el sentido de que el
conservadorismo no puede iiegar a organizar a las masas” 147. Y le
otorgaron su confianza, así como en otro tiempo Morgan se había
dado la mano con John Mitchell.
A principios de setiembre de 1937, el día de la Fiesta del Tra
bajo (Labor D ay), 2.000.000 trabajadores del acero se reunieron en una
demostración gigante en Pittsburghs. Lewis fue aclamado como un
héroe 1'18, En sus memorias, publicadas en 1939, Foster le rindió ho
menaje por la forma en que había llevado a buen término la gran tarea
en la cual él había fracasado en 1919 149.
El acero, el bastión del Big Business que, sin la incapacidad de
la A.F.L., hubiera podido estar organizado desde hacía mucho, por fin
había dejado de ser open shop. Ei mundo entero — y no solamente la
clase obrera norteamericana— estaba interesado en este aconteci
miento, Los mercaderes de cañones de Norteamérica vieron levan
tarse en un bloque compacto, en sus propias acerías, a sus futuros
enterradores.
89
un apoyo sin el cual no hubiera podido tener éxito en su tarea. La
'‘línea general” dictada por el Komintern había pasado bruscamente
del disfraz ultraizquierdista del "tercer período” al oportunismo del
período Mamado de los "frentes populares" que, en Norteamérica, se
tradujo en ei apoyo al presidente Roosevelt y a su New Deai. Los
stalinistas volcaron sobre John Lewis verdaderos tesoros de benevo
lencia. Lo bautizaron como el "Sansón del Labor". En 1938 Earl Brow-
der ¡o llamó "el más grande dirigente sindical norteamericano'’. En
sus escritos de 1937 y 1939, Foster (o adula y lo trata con grandes
miramientos i. Léns afirma que "tal como se dio, el apoyo que los
stalinistas brindaron al nuevo movimiento actuó como un factor de
consolidación” .
Los sociaidemócratas agrupados alrededor de Waiter Reuther, del
automóvil — que en esa época iban de la mano con ios stalinistas— ,
y los "lovestonistas" que inspiraban al presidente dei Sindicato dei
Automóvil, Homer Martin, a pesar de las querellas que los dividían se
encontraron juntos en el coro de los supporters de John L. Lewis2.
Lewis no sólo aprovechó el apoyo de ia mayoría de los “ izquier
distas” ; además consiguió capturar, de entre estos últimos, a ciertas
individualidades de ias cuales domesticó y "deslzquierdizó” ofrecién
doles un buen empleo en ei momento psicológico. Lens señala que
"más de uno de estos izquierdistas, incluso stalinistas, abandonaron
totalmente su organización y se convirtieron en simples sindicalistas
que apoyaban el régimen de la dirección del C.I.O.” . Nada es más
significativo, agrega, que el número de antiguos políticos izquierdistas
que hoy están al frente de los diversos sindicatos del C.I.O. 3. Otro
observador reciente, C. W right Mills, consagró penetrantes páginas a
este deslizamiento desde las ideas izquierdistas al sindicalismo prác
tico, y analizó la mentalidad de esos “ hombres que después de haber
sido socialistas aceptaron claudicar, abandonando las grandes ideas
por un pedazo de poder” 4.
En el automóvil. — El movimiento de las masas se había manifes
tado con la mayor espontaneidad yfuerza en iaindustria del automó
vil; y alíí el C.I.O. había obtenido su mayorvictoria. Fuepues en este
terreno donde Lewis y los dirigentes del C.I.O. tuvieron que apíicar
por primera vez los frenos.
La fisura entre la base y ias aituras se hizo evidente desde el día
piguiente de la batalla de General Motors. El acuerdo firmado por los
U.A.W, con el poderoso monopolio constituía, como dice Levinson, un
"avance monumental” 5, pero no era totalmente satisfactorio. El sin
dicato sólo era reconocido como representante de los obreros en las
1 W iiliam Z. Foster, From Bryan to S ta lin , 193?, ps. 336-341, También: Pages from
W o rke r's Lile , 1939, ps. 197-200. James A. W echsler, Labor Barón, a P c rtra it o f John
L. Lew is, 1944, p. 124.
: Hass, op, c it., p. 8.
’ Lens, op. c it., p. 300.
4 C. W right M ilis , The N ew M en o f Power, A m e rlc a 's Labor Leaders, 1948, ps.
166, 287.
? Edward Levinson, Labor on the M arch. 1938, p, 167.
90
diecisiete fábricas que habían hecho huelga, y nada más que por un
período de seis meses. El sindicato estaba “ reconocido", pero la pa
tronal seguía atribuyéndose el. derecho de contratar y de emplear a
no sindicados. Además, el contrato contenía serias lagunas en lo
referente al speed-up *, la antigüedad, los delegados de taller, los sa
larios mínimos, etc. El representante de Lewis, John Brophy, tuvo que
defender el acuerdo contra una oposición que entre otras cosas pedía
que se lo sometiera a un referéndum. ¡Un referéndum! ¿Los autores
de esta extraña proposición creían que todavía estaban en los tiem
pos de los I.W.W.? Bajo un pretexto falaz, no tardó en ser negado a
los trabajadores este procedimiento democrático0.
La fisura se reveló aún más netamente durante la huelga Chrys
ler, un sit-down que siguió al de General Motors en marzo de 1937 y
que duró diecisiete días. La compañía había aceptado reconocer al
sindicato como representante de sus afiliados, pero se negaba a otor
garle la exclusividad de la representación obrera. La huelga se pro
dujo a causa de este punto preciso. Pero Lewis, por decisión propia,
concluyó una tregua con el magnate Chrysler, según la cual los traba
jadores tuvieron que evacuar las fábricas sin haber obtenido aquello
por lo cual habían declarado ia huelga. Chrysler felicitó públicamente
a John L. Lewis por ei "é xito ’1 de su intervención. Cuando la tramoya
fue sometida a los obreros, éstos respondieron con una silbatina.
“ Hubo que realizar cinco votaciones —dice Lens— antes de que los
obreros de la principal fábrica Dodge aceptaran abandonar los talleres.
Frankensteen derramó lágrimas verdaderas y suplicó a los hombres
que confiaran en Lewis, pero ellos se negaron a evacuar la propiedad.
Sólo cuando cientos de ellos ya se habían ido asqueados, el puñado
que quedaba se resignó finalmente a partir". Y Lens agrega: “ La huel
ga Chrysler señala el principio del fin de las huelgas con ocupación
de fábricas” 7,
A partir de ese momento, Lewis y sus portavoces multiplicaron
las declaraciones condenando los sit-down. John Brophy (¡otra vez!)
declaró que “ el C.l.O. haría todo lo que estuviera a su alcance para
eliminar los sit-down de las industrias donde se habían obtenido arre
glos satisfactorios". “ Cuando las negociaciones colectivas han sido
plenamente aceptadas —escribió el sialinista Len De Caux, redactor
en jefe de! boletín del CJ.O.— , cuando el sindicato ha obtenido su
reconocimiento y se ha llegado a un arreglo, los miembros del CJ.O.
aceptan la entera responsabilidad de aplicar éste, en lo que a ellos se
refiere, en forma disciplinada, y se oponen a los sit-down o a toda otra
forma de huelga mientras el contrato siga en vigencia" ».
Pero los sit-down no se desvanecieron tan fácilmente bajo la va
rita mágica de John L. Lewis. Durante muchos meses la base conti
91
nuó usando espontáneamente esta arma, cuya maravillosa eficacia
había descubierto. Los sit-down se convirtieron en “ huelgas salvajes” ,
es decir desaprobadas por la dirección sindical. Éstas estallaron aquí
y allá durante todo el año 1937, justificadas generalmente por alguna
provocación patronal. La más notable fue la de las fábricas Pontiac,
a fines de noviembre. Homer Martin, el presidente de los U.A.W., de
acuerdo con Lewis, intervino rudamente en estos diversos conflictos.
Declaró ilegales ias huelgas, amenazó a los huelguistas con retirarles
todo apoyo —financiero o de cualquier otra clase— , y los obligó final
mente a volver al trabajo. Después de lo cual el procapitalista "New
York Herald Tribune” lo felicitó por sus cualidades de “ estadista sin
dical’19.
A partir de entonces el C.I.O. puso en eí índex a los sit-down.
En un libro escrito en 1940, Philip Murray, el lugarteniente de Lewis
(antes de convertirse en su sucesor), insistió sobre el hecho de que
los dirigentes obreros han hecho advertencias contra su utilización.
"Bajo esta presión, el sit-down perdió su popularidad tan rápidamente
como la había conquistado . . . Este tipo de huelga . . . muy rara vez
cuenta con la aprobación y el apoyo de ios dirigentes sindicales na
cionales" 10.
A mediados de 1937 el célebre periodista Walter Lippman acon
sejó a los patrones entenderse con Lewis y ayudarlo así a desarrollar
en las filas obreras “ la disciplina y el sentido de la responsabilidad".
Y en apoyo de su tesis agregó: “ Me parece notable y significativo
que en la industria del automóvil, el señor Lewis y el señor Martin
hayan tratado tan se ria m e n te de s u p rim ir las huelgas no autori
zadas” n .
En el acero. — El movimiento fue canalizado mucho más fácilmen
te en esta industria, pues nunca llegó a tener un carácter tan espon
táneo como en la anterior. En el automóvil hubo una cierta falta de
ajuste entre el apogeo del gran levantamiento y su domesticación. En
el acero, las dos operaciones fueron simultáneas. El movimiento fue
amordazado en eí mismo momento en que conseguía el triunfo. Los
vencedores fueron cargados de cadenas al mismo tiempo que de
laureles.
Lewis y el trust deí acero firmaron el acuerdo sin que ios traba
jadores hubieran sido consultados y ni siquiera informados de lo que
se tramaba. Como hemos visto, el trust trató con Lewis porque con
sideró a éste el mal menor. Su conservadorismo pasado era una
garantía para el porvenir. Luego del acuerdo un periodista escribió
que los magnates capitalistas tenían premura por ver “ al Labor com
pletamente organizado en sindicatos responsables, de modo tal que
la patronal pudiera celebrar contratos que permitieran hacer planes de
9 Hass, op. c it., p. 7. Lens, op. c it., p. 311. Levinson, op. c it., ps. 266-267. Irvintj
Howe y B. J. W ídíck, The U. A. W. and W a lte r Reuther, 1949, p. 68.
10 Philip M urray y M orris L. Cooke, O rganized Labor and P roduction, 1940.
11 Hass, op. c i t , ps. 5-6. Lens, op. c it., p. 314.
92
producción sin verse amenazada a cada momento por ias trabas pro
venientes de conflictos obreros” 12,
Los U.A.W. — el Sindicato dei Automóvil— nacieron en medio de
la lucha durante huelgas gigantescas. El S.W.O.C. —el Comité de Or
ganización del Acero— obtuvo sin combate su reconocimiento por el
trust del acero. Esta diferencia de origen marcó a las dos organiza
ciones con un sello indeleble. Los U.A.W. se desarrollaron desde
abajo, el S.W.O.C. fue creado desde arriba, administrativamente, por
un estado mayor que disponía de mucho dinero. Además, el S-W-O-C.
fue constituido por un equipo de antiguos dirigentes del Sindicato de
Mineros que desde hacía muchos años eran expertos en el arte
de amordazar la democracia. Estudiando en 1927 los United Mine
Workers, Andró Philip los calificó de “'grupo poderosamente centrali
zado, de forma m ilitar", y subrayaba el hecho de que su presidente
tenía los poderes de un- “ verdadero dictador" is. James Wechsler,
biógrafo de John L. Lewis, muestra cómo ia mayoría de los distritos
del Sindicato de Mineros perdieron uno tras otro el derecho a elegir
su presidente y tuvieron que aceptar que se les impusiera un tutor
"provisorio" nombrado por Lewis. Y agrega que Lewis llevó con él al
CJ.O, a muchos de sus antiguos subordinados del Sindicato de Mine
ros y que a los funcionarios del C.l.O. se les impuso el mismo código
antidemocrático que a los responsables del Sindicato de Mineros *4.
Por su parte, Edward Levinson señala que "la organización de ios
trabajadores del acero en gran parte fue obra del Sindicato de Mine
ros y de sus jefes ¡ocales y nacionales. Esta situación duraría hasta
que una dirección dei acero hubiera tenido tiempo de desarrollarse y
de madurar para las responsabilidades" 15. Pero el S.W.O.C. y su su
cesor, los United Steelworkers, nunca se liberaron del dogal que se
les impuso desde la cuna. Parafraseando la famosa definición de ¡a
democracia dada por Abraham Lincoln — gobierno del pueblo, para
e! pueblo y por el pueblo— , Robert Brooks escribe: "El Comité de
Organización de los Obreros del Acero es una democracia de Sos tra
bajadores del acero y para los trabajadores del acero, pero no por
los trabajadores del acero". Y señala que en pocos sindicatos es tan
elevada ¡a proporción de dirigentes no elegidos y que provienen de
afuera: "Desde el presidente Murray hasta el más modesto represen
tante en la fábrica, todos los dirigentes dei -S.l/V.O.C. son nombrados
y no elegidos . . . Todos los dirigentes nacionales, todos los directores
regionales, casi la mitad de los directores subregionales y muchos
representantes de fábrica han hecho su aprendizaje de dirigente obre
ro fuera de la industria del acero" 1(i.
Todos los que han visitado los locales del Sindicato del Acero en
Pittsburgh (entre ¡os cuales se cuenta el autor de estas lineas), han
12 The I.W .W . in Theory and Practice, ps. 71, 97, Raymond Clapper, "N ew York
World Telegram m ", 24 de marzo de 1937, en Hass, op. cit., p. 28.
13 André Phiiip, Le prob lé m e o u vrie r aux E ta ts-U n is, 1927, ps. 407-409.
14 W elchsler, op. c it., ps. 26. 29, 80-81.
15 Levinson, op. c it., ps. 273-274.
16 Robert R. Brooks, As Steel Goes, 1940, ps. ¡89, 177.
93
podido comprobar que se parecen más a las oficinas de una gran
empresa industrial que ai local de un sindicato obrero. Los dirigentes
del sindicato, iejos de tratar de corregir esta impresión, contribuyen
a desarrollarla y se enorgullecen de e lloi?.
Otra razón por la cual el Sindicato de Obreros del Acero nació
dictatorial, reside en el hecho de que, como se ha visto en gran parte
se constituyó por la absorción de las company unions, de los sindica
tos ‘'amarillos''. Adquirido ya el hábito de estar bajo la tutela de las
organizaciones fomentadas por sus patrones, los trabajadores del
acero pasaron insensiblemente de la dictadura patronal a la de los
burócratas del Sindicato de Mineros.
Por culpa de la A.F.L los explotados del trust del acero habían
tenido que esperar treinta años para emanciparse. Su liberación, en
1937, fue un inmenso paso adelante, un acontecimiento quizás tan im
portante como la liberación del campesino alemán del Este del Elba
cuando después de la última guerra fue liquidada por fin la casta de
los nobles terratenientes. Pero en ambas partes un nuevo yugo suce
dió al antiguo: los campesinos de Alemania oriental tuvieron que so
meterse a los agentes de Stalin, y los trabajadores norteamericanos
del acero fueron domesticados por John L. Lewis y Philip Murray.
94
de los trabajadores. Las huelgas fueron puestas fuera de la ley, no
por una orden de arriba como con Hitler o Mussolini, sino de un modo
más sutil: por ia renuncia “ voluntaria" de ios dirigentes sindicales a
esta arma esencial de defensa de ios trabajadcres. Para los eventua
les recalcitrantes, se recurrió a leyes que limitaban el derecho de
huelga o incluso a la intervención de la fuerza armada. Se congelaron
los salarios y los obreros quedaron encadenados a su trabajo. Se puso
en marcha todo un procedimiento de arbitraje obligatorio para impe-
díries presentar libremente sus reivindicaciones. Aunque los salarios
congelados estuviesen muy por debajo del alza inflacionista del costo
de la vida, al principio lós trabajadores aceptaron estas trabas con
relativa docilidad, pues la producción de guerra no sólo había absor
bido la desocupación crónica sino que también había dado un job *
a los que aún no habían trabajado nunca en una fábrica, especial
mente a las m ujeres19. Todos los miembros de una misma familia
consigueron un trabajo, y la suma de sus sueldos eievó el nivel de
vida de ia unidad familiar. Además, todos hicieron horas e xtra s20.
La ciase obrera sólo comenzó a comprender la traición de sus jefes y
a sublevarse con cierto retardo.
Además, desde ei New Deal el presidente Rooseveit gozaba de
enorme prestigio entre los trabajadores. Éstos, olvidando la parte pre
ponderante y decisiva que ellos mismos habían tenido en esta pro
funda transformación social, agradecían a F.D.R. ** haberlos ayudado a
construir sus sindicatos y haber mejorado palpablemente las condi
ciones de trabajo, ias relaciones entre patrones y obreros en el taller,
y hasta los mismos salarios. De este modo Rooseveit poseía una
sólida reputación de "amigo del Labor” . Podía ya ser considerado un
maestro en ei arte de engatusar a las masas populares21. Durante
algún tiempo ese prestigio lo ayudó a hacer aceptar a los obreros su
política de guerra antiobrera, a ia cual disfrazó con el slogan de la
"igualdad de sacrificios". Se daba por supuesto que el Big Business
contribuía por su parte a la “ guerra de liberación" pagando mayores
impuestos, Pero los trabajadores —que no habían sido olvidados por
el fisco pues éste les hizo pagar gravosos descuentos sobre los sala
rios— descubrieron muy pronto que su poder de compra disminuía,
mientras los grandes monopolios acumulaban fabulosas ganancias.
Finalmente, para hacer aceptar a los asalariados la congelación de sus
salarios, Rooseveit creó un contro! de precios, la Office of Price Admi-
nistration (O.P.A.). Pero los obreros no tardaron en darse cuenta de
que este organismo postizo se mostraba absolutamente incapaz
de detener el alza de! costo de la vida.
El presidente Rooseveit, advirtiendo que le sería muy difícil arras
trar a la opinión pública norteamericana en una intervención m ilitar
95
en Europa, por medio de maquiavélicas maniobras consiguió provocar
Ja agresión japonesa. El 7 de diciembre una escuadra norteamericana
fue "sorprendida” y destruida en Pearl Harbor. Ahora ya disponía el
presidente de un pretexto valedero para hacer entrar a Estados Unidos
en ei conflicto mundial y, por lo tanto, para obligar a los trabajadores
a sacrificarse en aras de la patria. Al día siguiente de Pearl Harbor,
el 8 de diciembre, convocó una conferencia tripartita (gobierno, patro
nes, sindicatos} e hizo aceptar a los dirigentes obreros un programa
de tres puntos: renuncia "voluntaria" al derecho de huelga; arbitraje
obligatorio; creación a este efecto de un Wat Labor Board22.
22 Joe Andrewte, Labor under the T hird Term, "Fourth International" , julio de
1942, p. 218. A rf. Preis, The C .I.O . A u to W orkers C onvention, "Fourth International'',
octubre de 1944, p. 296.
u Lens, op. c it.. ps. 348-349.
96
el War Labor Board se había convertido en “ una vara de agente de
policía"
A principios de 1942, el presidente obtuvo ia renuncia “ volunta
ría” de los sindicatos al derecho de recibir doble jornal por las horas
de trabajo efectuadas los domingos y días feriados, el cual estaba
garantizado por sus contratos25. El 16 de julio, eí Wat Labor Board
congeló los salarios a¡ promulgar ia Little Steel Formula. La “ fórmula”
se llamó así debido a que fue aplicada primero en las acerías no liga
das ai trust del acero (la U, S. Steel Corporation) y agrupadas en una
asociación conocida con el apodo de Little Steel, Luego se apiicó la
‘fórmula” al conjunto de las industrias. Calculando en un 15 % el
aumento del costo de la vida entre enero de 1941 y mayo de 1942,
el Board prohibió todo aumento de salarios superior a dicho porcen
taje. A partir de mayo de 1942, los precios estaban supuestamente
congelados; por consiguiente los saiarios también debían e starlo26.
En realidad, los precios subieron en espiral, a pesar de la O.P.A., y
ios salarios permanecieron congelados.
Los representantes de los sindicatos participaron en otro orga
nismo, la War Manpower Commission, cuyo objeto era la regimenta-
ción de la mano de obra. Se hicieron así cómplices dei decreto eje
cutivo dictado el 17 de abril de 1943 por ei presidente Rooseveit, a
propuesta de ese organismo, que ligaba a los trabajadores a su empleo
durante toda ia duración de la guerra, como los siervos de la Edad
Media a su tierras. El obrero ya no tenía derecho a abandonar su
job para tratar de encontrar en otra parte mejores condiciones de
trabajo ,¿q.
Cuando los trabajadores se sublevaron, el gobierno no vaciló en
hacer intervenir al ejército contra ellos, con la aprobación de los “ es
tadistas sindicales''. Fue lo que sucedió en Inglewood (California) en
junio de 1941, en la fábrica aeronáutica North American Aviation. El
presidente Rooseveit hizo ocupar la empresa por la tropa y amenazó
a ios huelguistas con movilizarlos para el ejército. Philip Murray se
apresuró a condenar la huelga y delegó un representante con man
dato de revocar a los dirigentes de la sección sindical local y de
hacer cesar e! conflicto, Sidney Hillman había aprobado la interven
ción del presidente de Estados Unidos 28.
Más tarde, cuando los mineros en lucha desafiaron el no-strike
pledge y la Little Steel Formula, el Congreso aprobó ia Smith-Connally
Act (25 de junio de 1943), que prohibió ei cese del trabajo en las
empresas bajo administración gubernamental e instituyó diversos pro
24 The U.S. ande the Second W orld War, " Fourth International", enero de 1945,
ps. 18-19. E. R. Frank, The CoaI C ris is and its lessons fo r A m erican labor, “ Fourth
International” , junio de 1943, p. 169.
23 Preis, op. c it., p. 296. Howe y W ’dick, op. c it., p. 111-112.
26 Rose Pesotta, Bread upon the W aters, 1945, p. 396. Aaron Levenstein, Labor
Today and Tom orrow, 1945, ps. 86-88.
37 W iiliam F.. Warde, R o o se ve it's hold the Une orden, "Fourth International",
mayo de 1943, ps. 140-141; en la misma revista, julio 1945, ps. 198-199.
28 Wechsler. op. c it., ps. 133-139. len s , op. c it., p. 350. Andrews, op. c it.,
ps. 216-217.
97
cedimientos destinados a frenar ias huelgas. En adelante bastó al
poder ejecutivo incautarse de una empresa para poder poner fuera de
la ley a la huelga Roosevelt, para guardar las formas, vetó la nueva
ley. Pero eí Congreso insistió y el presidente nada hizo para influir
sobre algunos votos de demócratas del Sur que hubieran podido cam
biar ei resultado de la votación. En realidad, desde fines de 1941
había prometido a los reaccionarios de! Sur una legislación antiobrera
a cambio de su apoyo a la entrada en guerra de Estados Unidos30.
Como compensación los los sacrificios consentidos por eí Labor,
se admitió que los dirigentes sindicales formaran parte de innumera
bles reparticiones de guerra, encargadas de arreglar las cuestiones de
producción, de mano de obra, de salarios. Esto satisfizo su vanidad,
pero nunca tuvieron en ellas una influencia real. Los representantes
del Estado capitalista y del Big Business hacían allí su soberana vo
luntad. Ai contrario de lo que sucedió en Inglaterra, donde ios con
servadores admitieron al Labor en un gobierno de coalición, la buro
cracia sindical norteamericana no fue colocada en un pie de igualdad
— ni siquiera aparente— con ios representantes del Gran Capital. Los
burócratas obreros norteamericanos no consiguieron cartera ministe
rial ni puesto guebrnamentaí importante. Solamente entraron a la
Casa Blanca por la puerta de servicio. Incluso Sidney Hillman, sólo a
título oficioso se convirtió en el “ brazo derecho” del presidente 31.
Y su función de "estadistas sindicales” consistió solamente en otor
gar firmas en blanco en nombre del Trabajo a la política ds guerra
del Capital. Como observa Wellington Roe, no fueron más que pro
cónsules del Trabajo, a quienes se asignó la tarea de trasm itir las
ordenés del presidente Roosevelt a los sindicatos 32, £n el congreso
del Sindicato de Mineros en octubre de 1942, los delegados admitie
ron, junto con John L. Lewis (que entretanto se había separado de la
dirección del C.I.O., como veremos más adelante}, que el movimiento
obrero estaba bajo la amenaza de ser arrastrado al campo burocrático
de Washington. "Los responsables de los sindicatos estaban en peli
gro de convertirse en los representantes oficiosos del gobierno, disci
plinando a la base y pasando de la independencia militante a la subor
dinación servil a la voluntad gubernamental1’ 33.
En el congreso del C./.O., en noviembre, el Sindicato del Automó
vil había exigido que se extendiera la representación obrera a todas
las reparticiones gubernamentales que se ocupaban de problemas de
producción. Philip Murray contestó que Donald Nelson, el jefe del
War Production Board, le había hecho promesas formales sobre esta
cuestión. Pero un mes después tuvo que confesar que Nelson no
había cumplido su palabra. Ningún Labor leader de primer plano, con
29 Roe, op. c it., p. 168. Pesotta, op. c i t , p. 398. W echsler, op. c it., p. 244.
30 Ib id ., ps. 162-163. Félix Morrow, R oo se ve lt and Labor a fte r th e th ird coal
s trik e , "Fourth In t e r n a t io n a l'ju l io de 1943, p. 205.
31 E. R. Frank, John L. L ew is and fío o s e v e lt's Labor P o licy, "Fourth International",
abril de 1943, p. 103.
32 Roe, op. c it., p. 344.
-w Me A üster Coleman, M cn and Coa!, p. 221.
98
fesó, podía dar su opinión en la ejecución de ta política del Board, y
ios comités mixtos de producción, formalmente compuestos por repre
sentantes del Trabajo y del Capital, en realidad eran dirigidos por una
hechura de los empleadores 34,
A medida que proseguía la guerra, et presidente Roosevelt lle
naba cada vez más las reparticiones gubernamentales de hombres del
Gran Capital. Asi, bajo la presión de los industríales del Sur, nombró
a¡ reaccionario Fred Vinson “ estabilizador económico" 35. Emil Rieve,
presidente del Sindicato Textil, tuvo un día una veleidad de indepen
dencia; renunció por un momento ai War Labor Board y declaró que
ios trabajadores de la industria algodonera anularían su renuncia a
la huelga: "Hemos consentido el rtostrike pledge — declaró— a cam
bio de un Board imparcial, y no para tener a V in son "36.
El único que no se quejó de ia parte demasiado restringida acor
dada al Trabajo en ia economía de guerra fue Sidney Hiliman. El “ es
tadista sindical'' se había convertido en el "padre José” de! presidente
iRoosevelí, ei portavoz oFicioso del gobierno ante el movimiento obrero
mucho más que el portavoz de éste ante el gobierno 37. Embriagado
por su propia importancia, caminaba de la mano con el Big Business.
Compartía la dirección de la Office for Production Management con
el magnate de General Motors, Wiiliam S. Knudsen. A este título, no
vaciló en hacer encargos de guerra a Ford y a Bethlehem Steel, aun
que estas compañías continuaran desafiando abiertamente la Wagner
Áct y provocando a los trabajadores. En el movimiento sindical, nadie
se revolcó tan bajamente como Sidney Hiliman en el fango de la
"unión sagrada” y de !a colaboración de clases. No solamente a John
Lewis, para quien se convirtió en la “ sombra negra” , sino hasta a
Philip Murray, que se hizo cómplice suyo, les pareció que iba dema
siado lejos en su actitud $¡ actualmente la dirección dei C.LO, se
ha convertido en una agencia ejecutiva de la “ guerra fría” y en un
anexo del Departamento de Estado, Hiliman tiene en grandísima parte
ta responsabilidad de haber comenzado esta evolución. Probablemente
fue el hombre más funesto del movimiento obrero norteamericano
contemporáneo'3f).
m ¡btd., p. 224.
35 The U.S. and the Second W o rld War, ‘ 'Fourth Internationa!” , enero de 1945,
página 18.
36 Levenstein, op. c it., ps. 188-189.
37 Stolberg, op, c it., p. 55. M . Stein, Sidney H ilim a n , an appralsal,
" , 20 de junio de 1946, p. 2.
38 W echsler, op. c it., p. 137.
3V Stein, op. cit.
99
Junio de 1941, habían sido feroces adversarios dei "imperialismo nor
teamericano” y de la "unión sagrada” . En setiembre de 1939, el Par
tido Comunista norteamericano había publicado un manifiesto donde
podía leerse entre otras cosas: “ Esta guerra no es una guerra contra
el fascismo, una guerra para proteger a las naciones pequeñas con
tra la agresión, una guerra que tenga el menor carácter de una guerra,
justa, una guerra que los trabajadores puedan o deban apoyar. Es una
guerra entre imperialismos rivales por la dominación mundial. Los
trabajadores deben estar contra esta guerra . . 40. Los stalinistas
habían sido los instigadores de la huelga de junio de 1941 en Ingíe-
wood (California)41. Todavía el 17 de junio, es decir cinco días antes
del estallido de. ia guerra germano-rusa, Wiiliam Z. Foster había escrito
en el diario de su partido, el "Daily Worker": "Cuando el presidente
Rooseveit envió tropas federales contra los trabajadores de la aviación
y rompió su huelga, nos dio un anticipo del terror hitlerista que ios
capitalistas de Wall Street preparan contra la clase obrera. Los pro
vocadores de guerra imperialistas que dominan el gobierno de Roose
veit están decididos a obligar a los trabajadores a aceptar condiciones
de existencia rebajadas y libertades civiles restringidas . . . El Trabajo,
bajo pena de desastre, debe pues romper su alianza con el gobierno
de Rooseveit en la supuesta «unión sagrada»” 42.
Pero inmediatamente después del ataque de Hitler contra Rusia
los stalinistas norteamericanos se convirtieron en ios más enconados
belicistas. La '“guerra imperialista” se metamorfoseó en “ guerra de
liberación” . Se proclamó la autodisolución del Partido Comunista nor
teamericano. Se invitó a los obreros a entregarse en cuerpo y airna
al esfuerzo de guerra. Foster escribió en 1942: "Los trabajadores
deben dar el ejemplo aceptando voluntariamente todo sacrificio nece
sario a la prosecución de la guerra; deben hacer de la defensa de la
nación en esta crisis e! objetivo supremo de todas sus actividades".
Y Earl Browder, superándolo, escribió el mismo año que, para ganar
la guerra, incumbía a los trabajadores hacer “ el principal s a c rific io "43.
Nadie endosó el no-strike piedge con tanto frenesí como ios sta
linistas. Denunciaron como traidores a todos los que se declaraban
en huelga o se declaraban partidarios de las huelgas. Y, en la prác
tica, no vacilaron en desempeñar abiertamente el papel de rompe
huelgas. Así, en marzo de 1944, los empleados de la gran tienda
Montgomery Ward de Chicago interrumpieron el trabajo, pues la direc
ción de la empresa se negaba a renovar un convenio a pesar de que
el sindicato dei C.l.O. había obtenido la victoria en elecciones regu
lares. Fue la primera huelga autorizada del C.LO. desde Pearl Harbor.
Casi todas las tendencias del movimiento obrero hicieron frente único.
Los camioneros [A.F.L.) y los ferroviarios [A.F.L. o independientes)
respetaron los piquetes de huelga. Todas las tendencias, salvo los
100
stalinistas. Harry Bridges, cuyo Sindicato de Portuarios había organi
zado a ios trabajadores de ias tiendas generales de Montgomery Ward,
telegrafió al presidente Roosevelt que pese a la provocación patronal
los miembros de su sindicato no participarían en la huelga. La unión
de sindicatos de Chicago exhortó en vano a estos trabajadores a que
desobedecieran a su dirección y no rompieran la huelga. Samuel
Wolchock, el presidente del Sindicato de Empleados de las grandes
tiendas, fue objeto de ios más violentos ataques por parte de los sta-
('mistas que lo acusaron con vehemencia de haber desatado el con
flicto. La fracción stalinista dentro de la unión de sindicatos de
Chicago acusó al secretario de ésta "de preocuparse más de apoyar
a los trabajadores de Montgomery Ward que de refirmar y defender
el no-strike pledge" 44
Despreciando ios más elementales intereses obreros, los stalinis
tas se mostraron partidarios de ía producción a toda costa, del speed-
up. El mismo Harry Bridges declaró en 1942: “ Para decirio sin amba
ges, pienso que nuestros sindicatos deben convertirse hoy en los
instrumentos del speed-up de la clase obrera norteamericana''46. En
el Sindicato del Automóvil, especialmente, los stalinistas hicieron pro
paganda en favor del trabajo a destajo, al cual se hgbía opuesto siem
pre la organización, y apoyaron con entusiasmo la congelación de
salarios. Por otra parte, a pesar de todos sus esfuerzos no consiguie
ron que el sindicato endosara estas dos medidas 46.
Muchos patrones no ocultaron que sus preferencias estaban de
parte de los dirigentes sindicales stalinistas o prostalinistas. Un pe
riodista a sueldo de ias Cámaras de 'Comercio escribió que ciertos
empleados dirigían a sus trabajadores hacia un sindicato controlado
por los “ comunistas" antes que hacia un sindicato “ anticomunista'',
pues los “ comunistas" se mostraban más razonables en materia de
salarios y de condiciones de trabajo y mantenían la "disciplina" en
tre sus miembros 47.
Los stalinistas hasta iiegaron a apoyar las medidas de “ cons
cripción obrera" dei gobierno de Roosevelt en un momento en que
todo el movimiento obrero se oponía a ellas. Philip Murray tuvo
que censurar a ios dirigentes de ciertos sindicatos de dirección "co
munista" por el apoyo que daban a esta legislación en el marco de
su participación en el esfuerzo de guerra48. En otra ocasión, Jos
acusó de “ excesivo apaciguamiento de las fuerzas antiobreras’' 49.
Llevados por su propio impulso, los stalinistas ofrecieron exten
der en no-strike pledge a la posguerra. Albert Fitzgerald, presidente
del sindicato de trabajadores de ia industria electrotécnica, contro
lado por los stalinistas, declaró en 1945: "El no strike pledge no fue
44 Levenstein, op. c/í., ps. 161-162. Lens. op. c it.. ps. 359-361, Barbash, op. c it.,
página 214.
45 Lena, op. c it., p. 344.
4S Fountain, -op. c it., ps. 158-165. Howe y W idick. op. c it., ps. 114-115.
47 Lens, op. c ít., ps. 186, 218-220.
48 The U.S. and the Second W o rld Ward, op. c it., p. 21, Barbash, op. c it., p. 89.
49 Lens, op. c it., p. 344,
101
declarado solamente para la duración de la guerra” 50. En una dis
cusión entre miembros del Sindicato del Automóvil, un afiliado del
Partido Comunista manifestó que “ asalariados y patrones serían ami
gos después de la guerra y que era necesario entonces comprome
terse a no declarar huelgas después de la guerra” 51.
La actitud de los stalinistas durante este período repugnó pro
fundamente y de manera duradera a los trabajadores norteamericanos
y disipó las ilusiones que habían creado su fraseología izquierdista
de épocas anteriores y su participación activa en la fundación del
C./.O. Posteriormente les fue imposible a aquéllos reparar el perjui
cio que ellos mismos se habían causado. Y si, hace muy poco tiem
po, la campaña "anticom unista" realizada conjuntamente por el Big
Business y sus lugartenientes en el movimiento obrero ha consegui
do reducir grandemente la influencia de los stalinistas en éste, en
cierta parte ia culpa es de los propios stalinistas. Su política de
'‘unión sagrada” durante la segunda guerra les hizo perder todo pres
tigio ante la vanguardia de los trabajadores.
102
7 a en la National Industrial Recovery Act porque de otro modo no
hubiera conseguido que ios obreros “ tragaran’' sus c ó d ig o s ss. jy/¡ás
tarde, amenazado de verse desbordado por la marea popular, y ne
cesitando además asegurarse la reelección contra e! ala más reac
cionaria del Big Business — la industria pesada— , el presidente ha
bía tenido que dar un paso más y poner su firma ai pie de la Wag-
ner. Act.
Pero e! desarrollo imprevisto y fulminante del C.I.O. modificó el
equilibrio de fuerzas entre ei Capital y el Trabajo en mayor medida
que lo que él había querido. A partir de 1937, trató de restablecer
el equilibrio. Me Alister Coleman escribe que “ en el gobierno había
fuerzas en acción para disociar en el espíritu del público al New
Deai de las actividades agresivas del dirigente de los mineros” 54.
Durante los sit-down de General Motors, el presidente mantuvo una
prudente neutralidad entre ambos campos; y Lewis, como se ha vis
to, tuvo que recordarle un poco brutalmente la parte que había te
nido el Labor en su reelección. (De hecho, el Sindicato de Mineros
había contribuido con más de 665.000 dólares a la campaña electoral
de! Partido Demócrata) 55. La situación empeoró cuando en la pri
mavera de 1937 el Big Business quiso probar la fuerza del C.I.O.
obligándolo a declarar una huelga en las acerías del grupo Little
S teel58. La patronal de combate de Bethlehem y de fíepublic Steel
movilizó al mismo tiempo a las fuerzas policiales y a una especie
de milicias fascistas (los cltizens' committees) para aterrorizar a los
huelguistas y romper su movimiento. Parecía un regreso a los tiem
pos viejos, cuando ías fuerzas combinadas de los patrones y del
gobierno ahogaban en sangre toda tentativa de emancipación obrera.
Aunque en W áshington estaba en el poder un presidente “ simpá
tico" para el Labor, el 30 de mayo de 1937 la policía hizo fuego
sobre un mitin al aire libre celebrado en los alrededores de ias ace
rías de Republic Steel, en South Chicago, asesinando a diez trabaja
dores e hiriendo a cíen.. Otros huelguistas del acero fueron muer
tos en Massitíon y en Youngstown (Ohio) 57. Los gobernadores de
los Estados que había hecho intervenir ia guardia nacional contra los
huelguistas eran demócratas, partidarios de Roosevelt, y el respon
sable de la masacre de Chicago no era otro que el alcalde demó
crata Edward J. Kelly, uno de los lugartenientes de Roosevelt, ele
gido con el apoyo del Laboré.
Mientras la sangre obrera corría por ias calles en los centros
de! acero, el presidente Roosevelt, en una conferencia de prensa,
repitió un célebre apostrofe deShakespeare (“ Maldición sobre vues-
103
tras dos casas!” } 59i anatematizando a ambos campos- a la vez, tanto
el del Trabajo como el del Capital. Algunos meses después Lewis
respondió en un discurso radiotelefónico en el Labor Day. Evocando
las sangrienta batalla de Little Steel, manifestó enfáticamente: “ El
Labor, al igual que Israel, tiene muchos motivos de aflicción. Sus
mujeres lloran a sus muertos y se lamenta deí porvenir de los niños
de su raza. Es impropio de quien ha comido en la mesa del Labor
y ha sido el huésped de la casa del Labor, maldecir al mismo tiempo,
con igual ardor y elegante imparcialidad al Labor y a sus adversa-
ríos, cuando las dos partes están trabadas en lucha en un abrazo
mortal” <><>.
Como consecuencia de esto, fueron enfriándose las relaciones
entre Lewis y Rooseveit. A partir de 1938, éste tuvo a aquél cada
vez más alejado, ignoró sus opiniones y, al proveer cargos guber
namentales, no tuvo en cuenta sus recomendaciones. El presidente
del C.l.O. ya no tenía influencia en Washington 6*. El rumor público
dice que Lewis tenía ambiciones presidenciales y que la , creciente
popularidad de Rooseveit lo irritó, porque obstaculizaba su propia
candidatura 62. Si se diera crédito a ciertos chismes, Lewis habría
propuesto al presidente ser su compañero de fórmula, como can
didato a ia vicepresidencia, en las elecciones de noviembre de 1940;
y Rooseveit habría rechazado la o fe rta 63. Hayan tenido fundamento
o no estos rumores, parece seguro que la principal queja de Lewis
contra Rooseveit era la participación demasiado restringida conce
dida a la burocracia sindical en los organismos gubernamentales. Co
mo se ha visto, en 1936 Lewis no vaciló en financiar ampliamente
la reelección del presidente. Exigía entonces que esta contribución
fuese reembolsada a su justo precio: con una colaboración oficial
de Lewis y de los dirigentes sindicales con el gobierno. "En una
palabra —escribe E. R. Frank— pedía para la burocracia sindical nor
teamericana los mismos honores y la misma posición de que gozaba
la burocracia de las trade unions y del Labor Pariy británicos". Pero
ios capitalistas norteamericanos no juzgaban necesario otorgar a Lewis
semejante concesión. Su espanto de 1933 había pasado. Se sentían
io suficientemente fuertes como para utilizar ai movimiento sindical
sin liegar a tratarlo en un pie de igualdad. Además, Rooseveit per
sonalmente estaba ansioso de librarse de un aliado demasiado mo
lesto y demasiado ambicioso 64.
Otra razón de ia ruptura entre Lewis y Rooseveit que, en cierta
medida, era consecuencia de la primera, fue el belicismo cada vez
más acentuado de! presidente. Lewis era muy contrario a la entrada
en guerra de Estados Unidos: primero, por odio a! presidente; iuego,
104
porque este odio lo llevó a flirtear con el ala "aislacionista’' del Par
tido Republicano; finalmente, por un motivo que tenía alguna ana
logía con el que inspiró la hostilidad de Robespierre a la guerra de
expansión de 1794 65. Lewis no tenia nada que ganar en una guerra.
Sabía que la guerra conferiría al Ejecutivo poderes dictatoriales, que
aumentaría la influencia de ios militares y de los magnates del Gran
Capital en los organismos del Estado y que reduciría al Labor a una
posición de subordinación. En época de paz, podía esperar tratar con
el presidente en un píe de igualdad; en época de guerra, nunca. Y
tenía demasiado orgullo para aceptar el papel de lacayo que tuvie
ron durante la “ unión sagrada” personajes de menores dimensiones,
como Philip Murray, Sidney Hiliman y Wiiliam Green.
Pero !a oposición de Lewis a la guerra carecía de coherencia.
Su filosofía era capitalista y no se diferenciaba de la de los otros
''patriotas” . Desde el momento en que, a pesar de su oposición,
Estados Unidos entró en el conflicto, ofreció públicamente sus ser
vicios. Permitió a su lugarteniente Thomas J. Kennedy, de los M i
neros, entrar en el War Labor Board, y él mismo participó en la con
ferencia de dirigentes obreros que decidió por unanimidad renunciar
al derecho de hueiga66.
En el congreso del C.LO. de octubre de 1939, había hecho apro
bar un manifiesto: “ Ei Labor no quiere la g u e rra ... Y mientras los
países de Europa se sumergen en sus bárbaras orgías de conquista
y de agresión, como lo vienen haciendo desde hace siglos, debe se
guir siempre intención de Estados Unidos mantenerse fuera de esas
guerras” (>7. Pero Lewis no supo manifestar su hostilidad a la guerra
bajo una forma política correcta. Durante meses buscó su camino
a tientas: apoyó a un aislacionista conservador como Burton K. Whee-
ler; luego, bruscamente, en un instante de conciencia lúcida, se de
claró partidario de la constitución de un tercer partido; después vol
vió a caer en la huella republicana y elogió al ex presidente Hoover;
y finalmente apoyó al candidato del partido republicano, Wendell Will-
k ie 68. En ia noche del 6 de octubre de 1940, sin haber advertido de
sus intenciones a ninguno de sus colaboradores del C.I.O,, declaró
en un discurso radiotelefónico: “ Creo que la reelección del presi
dente Roosevelt por un tercer período sería una desgracia nacional
de grandes dimensiones. Él ya no escucha los clamores del pue
blo. . Y después de haber dado su apoyo a la candidatura de W ill-
Ide, planteó a los miembros del C.I.O. una cuestión de confianza;
si no seguían sus consejos y recomendaciones .abandonaría la pre
sidencia de la organización en el próximo congreso de ésta^9.
Lewis había subestimado la popularidad de Roosevelt en las fi
las obreras. Puestos en ia necesidad d eelegir entre él y el Padre
6S C fr. Daniel Guérin, La lu tte de classe s sous la Prém íere R épublique, 1946,
11, p. 232 y ss.
** Frank, op.' c it., p. 104. W echsler. op. c it., ps. 170, 210-211.
ni Ib id ., p. 103.
** Ib id., ps. 104-106.
65 ib id ., p. 107.
105
oficial del New Dea!, los trabajadores optaron sin vacilar por este
último. Con toda simpleza. Lewis se había imaginado que después
de haber consagrado siete años a construir la leyenda de un Roose
veit liberador de los obreros norteamericanos, ahora, de un día para
otro, con un simpíe gesto de su mano y sin explicaciones prepara
torias, podía ordenar a sus tropas pasar al campo republicano, ai
campo del ex presidente Hoover, de siniestra m em oria70. Ei pre
sidente fue reelegido triunfalmente. Y Lewis, cumpliendo con su
palabra, no presentó su candidatura a la presidencia dei C./.O. Dejó
elegir en su lugar a su lugarteniente Philip Murray que a todo le
largo de su carrera común le había demostrado e Imás perfecto ser
vilismo. Sin embargo Murray ya no era completamente su “ cosa"
No estaba de acuerdo con su patrón cuando éste acusaba a Roose-
velt de preparar secretamente ia entrada de Estados Unidos en ia
guerra?1. Y en ei congreso de noviembre de 1940 la candidatura de
Philip Murray fue vehementemente apoyada por el agente de Roose
veit en el seno de! movimiento sindica!: Sidney H iilm an72.
106
dirigidas por Sidney Hiliman y los stalinistas. El 18 de octubre de
1941, algunas semanas antes del congreso dei C.LO., fue a ver a
Philip Murray y lo conminó a que se mantuviera fiei a él. Wechsler
cuenta: “ Lo que propuso —lo que exigió, al fin de cuentas— era
la aquiescencia de Murray a su cruzada contra la política exterior
de Roosevelt. El CJ.O. debía manifestar su oposición a toda impli
cación futura en la guerra; debía rechazar la orientación trazada por
el presidente en palabras y en actos; debía declarar francamente
que no estaba dispuesto a tolerar una intromisión en los asuntos eu
ropeos. Si el Labor tomaba esta actitud, Roosevelt tendría que ba
tirse en retirad a... El país y el pueblo, concluyó Lewis, ,no querían
la guerra” ?5; pero Lewis era muy tonto ai imaginarse que iba a
impedir a los dirigentes sindicales atarse a! carro de la guerra. En
tiempo de guerra, no hay medidas a medias. Se está por o se está
contra. El C.LO. había nacido y había crecido bajo la tutela de Roo-
seveit. Ocupaba en la economía norteamericana una posición estra
tégica decisiva. Sus jefes no podían elegir. Su filosofía de colabo
ración de clases ¡es ordenaba dejarse movilizar. Por consiguiente,
Murray se hizo el sordo ante las sugestiones de Lew is76, y éste se
despidió con un adiós muy seco.
"John L.” , como se lo llama familiarmente en Estados Unidos, no
era hombre de tomar una posición por medio de grandes discursos
o de sabias tesis. Prefería !a acción: arrojó al rostro de Roosevelt
y de Philip Murray una huelga de las minas “ cautivas". El 14 de
setiembre ios 53.000 mineros de fas minas de carbón pertenecien
tes al trust dei acero interrumpieron el trabajo. Reclamaban mejores
salarios y el unión shop, reivindicación justificada en razón de que
el 95 % de entre ellos estaban sindicados. Los magnates del acero
habían reconocido al C.LO., pero no habían aceptado nunca el unión
shop en sus acerías. En otros términos, continuaban empleando no
sindicados. Si cedían ante sus mineros, no podrían evitar hacer la
misma concesión a los obreros de sus acerías. Al lanzar esta huel
ga, cuyos objetivos eran aparentemente limitados, Lewis iniciaba una
batalla que interesaba a toda la industria del acero. Después de
siete días de lucha, Lewis aceptó una tregua de un mes para per
m itir al Mediation Board tomar una decisión. La tregua fue interrum
pida y luego reinicíada. El presidente Roosevelt, tai como lo había
hecho durante la huelga de Little Steel en 1937, puso en la misma
bolsa a los magnates del acero y a sus explotados y, en una alocu
ción radiotelefónica, denunció amargamente a “ una minoría pequeña
pero peligrosa de dirigentes obreros". Finalmente, el Board rechazó
la demanda de ios mineros, y !a huelga volvió a estallar, pronto apo
yada-por una huelga de solidaridad de 100.000 mineros de minas no
“ cautivas’'. Roosevelt amenazó con hacer intervenir a la fuerza ar
mada y anunció que habían sido movilizados 50.000 hombres para
mantener el “ orden".
75 Ib id ., ps. 149-150.
74 Ib id., ps. 153-1S4.
107
Philip Murray se vio colocado en una posición sumamente em
barazosa. Por un fado, eí conflicto alteraba todos sus planes de in
tegración del C./.O. en la "unión sagrada"; por el otro, como vice
presidente del Sindicato de Mineros no podía desautorizar a su pro
pia organización, y como presidente de! Comité de Organización de
los Obreros del Acero, no podía declararse abiertamente en contra;
de un movimiento que afectaba tan de cerca a los obreros de las
acerías. Además, los delegados al congreso del C./.O., que acababa
de iniciarse en Detriot el 17 de noviembre de 1941, se unieron en
tusiastamente a ia causa de los huelguistas. Murray se resignó a
renunciar al Mediation Board, a manera de protesta contra la sen
tencia dictada. Pero al mismo tiempo tomó las medidas necesarias
para evitar toda acción de solidaridad de los trabajadores del acero.
Solamente los stalinistas se atrevieron a declararse abiertamente en
contra de la huelga de los mineros 77.
Rooseveit tuvo que retroceder. Para salvar las apariencias, so
metió el conflicto a una comisión de arbitraje de tres miembros que
concedió el unión shop a los mineros de las minas “ cautivas” . Esto
fue una derrota —temporaria, es cierto, pero dolorosa— para el pre
sidente y para la política de “ unión sagrada” . Lewis, escribe Wechs
ler, “ sacó al Labor de su estado de estupor y de sumisión, mostrán
dole que sólo podía triunfar si manifestaba su poderío” 78.
Hl año siguiente (1942) el Sindicato de Mineros se retiró del
Congress of industrial Organizations y revocó a Philip Murray de su
puesto de vicepresidente. La ruptura entre el CJ.O. y su fundador
estaba consumada 79.
77 E. R. Frank, The CoaI C ris is and its /es son os fo r A m e rica n Labor, “ Fourth
In te rn a tio n a l", 1943, p. 169.
78 Wechsler, op. c it., ps. 154-163. Joe Andrews, Labor under th e Third Term,
"Fourth !nternatíona!'', 1942, ps. 217-218.
79 Wechsler, op. c it., p. 162.
108
tido, con su seguro instinto de masas, ia "temperatura” de éstas
su descontento y su impaciencia, y porque fue su portavoz, el por
tavoz de sus mineros primero; y luego, al extenderse eí ejemplo de
ios mineros, el portavoz dei conjunto de los trabajadores norteame
ricanos. Se convirtió en el héroe de millones de hombres porque
supo encarnar (a voluntad de millones de hombres. Si pudo desafiar
a la Casa Blanca y ponerla en jaque, fue porque tenía el apoyo in
visible de un poder casi igual a! del "comandante en jefe” : el poder
latente pero formidable del Trabajo organizado80.
Lewis, al abandonar sucesivamente primero la A.F.L. y luego el
C.I.O., se había aislado [por lo menos en apariencia) del "grueso”’
de! movimiento obrero. Pero seguía siendo el dirigente de los mu-
ñeros, es decir de ia organización más combativa del Labor norte»
americano, la cual había servido, como hemos visto, de espina dor
sal para Sa edificación del sindicalismo industria!. Nadie estaba me
jor predestinado ni era más apto que los mineros para derrotar la
política de guerra de Roosevelt y de sus lugartenientes sindicales.
“ Desconfiando dei resto de la humanidad —escribe Wechsler— , con
vencidos de que son víctimas de las más profundas injusticias de
¡a sociedad, más despectivos que envidiosos con respecto a los hom
bres que han encontrado modos de vida más fáciles, convencidos de
que sóio confiándose a sus propias manos rudas pueden obtener la
reparación de sus males, Sos mineros estaban mejor preparados que
nadie para ia ofensiva que Lewis lanzó en 1943". Aparte de sus tra
dicionales razones de descontento, los mineros tenían nuevos y ur
gentes motivos de queja. Sus salarios, que siempre habían sido in
feriores a los de !as otras industrias llaves, estaban congelados por
la Líttíe Steel Formula más estrictamente aún que los de las otras
categorías de trabajadores. Y entretanto el costo de la vida subía
vertiginosamente en las cuencas mineras. En ciertos casos, los pre
cios de ios artículos de primera necesidad se habían elevado en un
100% desde 1941 81.
En marzo de 1943, en vísperas de !a expiración de losdiversos
convenios de los mineros de hulla y de los de antracita,Lewis dio
a conocer las reivindicaciones de salarios de sus hom bres82. Los
consejeros de la Casa Blanca temían que la menor concesión hecha
a ios mineros incitara a los obreros de otras industrias a presentar
sus propias reivindicaciones. Además, esperaban aislar y compro
meter a Lewis obligándole a entrar en un conflicto que, según ellos
y vistas las circunstancias, sólo podía terminar en una derrota 83. El
8 de abril, provocando abiertamente a los mineros, el presidente fir
mó una orden ejecutiva que hacía más rígida la congelación de los
salarios, en iugar de flexibílizarla, y el 29, al estallar huelgas “ sal
vajes” de mineros en diversos puntos, lanzó un ultimátum a los huel
guistas ordenándoles volver inmediatamente al trabajo, pues en caso
80 Frank, op. c it., ps, 168-169. Lens, op. c it., ps. 357-358.
*' W echsler, op. cít., ps. 207-209, 212. Pesotta, op. c it.. p. 397.
*2 Wechsler, op. c it., p. 213,
Frank, op. c it., p. 169.
109
contrario usaría contra ellos todos sus vastos poderes. Dos días
después, decidió la incautación de las minas y su administración tem
poraria por el gobierna, Flotaba en el ambiente la amenaza de una
intervención de la fuerza armada.
Los mineros respondieron eí 1- de mayo con ¡a huelga general
Pero ésta duró lo que un suspiro. Lswis, cuidando hábilmente la
impresión sobre la opinión pública, acepté una “ tregua” de quince
días, que luego se extendió hasta fines de mayo. Y el V de junio,
como sus reivindicaciones no habían sido satisfechas en su totali
dad, lanzó de nuevo los mineros a la lucha. El segundo round empe
z a b a ^ . Lo mismo que el primero, fue de corta duración; Lewis acep
tó una nueva tregua que expiraba el 20 de junio. Cuando venció el
plazo sin que las negociaciones entabladas hubieran tenido éxito, los
mineros, otra vez con la misma unanimidad, entraron en huelga por
tercera vez. El movimiento duró cuarenta y ocho horas, pero esta
vez los huelguistas se mostraron menos disciplinados: seis días des
pués de la orden de volver al trabajo, 150.000 mineros permanecían
todavía de brazos cruzados «6.
Como Lewis había aceptado una nueva tregua de larga duración
(vencía el 31 de octubre), durante el verano estallaron huelgas “ sal
vajes” de mineros en Pennsylvania occidental, en Alabama, en In
diana. Los mineros estaban visiblemente impacientes, y las tácticas
dilatorias de Rooseveit y de sus organismos de arbitraje, lejos de
desmoralizarlos, no habían hecho más que aumentar su voluntad de
iucha. El 1? de noviembre a la mañana el ejército de los 530.000 mi
neros estaba otra vez en huelga, como un solo hombre. El cuarto
round comenzaba 87. Rooseveit cedió por fin. La alternativa era que
brar la huelga de los mineros por la fuerza, o entrar en la vía de las
concesiones. La primera solución era muy aleatoria. No podía per
m itirse un baño de sangre, como aquel en que mancharía sus manos
unos años después ei “ socialista” francés Jules Moch, Sabía, según
el viejo dicho de los mineros, que “ no se puede producir carbón
con bayonetas” . La presencia de las tropas no habría hecho volver
a los mineros a sus pozos; el conflicto se habría prolongado y la
industria del acero, esencial para ia conducción de la guerra, se hu
biera visto paralizada por la falta de carbón. Además, la solución
de fuerza habría escandalizado a la opinión obrtera y Rooseveit to
davía necesitaba conservar el apoyo de (os dirigentes sindicales &8.
Cedió pues y, pasando por sobre el War Labor Board, que se había
obstinado en hacerse el sordo cumpliendo demasiado bien su fun
ción de vigilante guardián de la congelación de los salarios, hizo que
se otorgara a los mineros cierto número de concesiones.
110
Lewis no había obtenido más que un éxito económico parcial,
pero en el terreno político su victoria era de importancia89, Fue
sacudido todo e! edificio de la "unión sagrada". La Little Steel For
mula recibió un golpe en el estómago, el War Labor Board fue es
carnecido, el no strike pledge fue tratado corno un trozo de papel.
Durante la batalla ios dirigentes sindicales apuñalaron por la espalda
a los mineros. Philip Murray declaró: "No romperé el compromiso
de renunciar a hacer huelga que tengo con el presidente".. Los di
rigentes del Sindicato dei Automóvil y del Sindicato del Caucho con
denaron públicamente eí movimiento, Los stalinistas organizaron "de
mostraciones de masas" contra Lew is90. Pero el sometimiento dal
War Labor Board a las órdenes del Gran Capital quedó al descu
bierto en forma tan irrefutable que hasta los dirigentes sindicales
más serviles tuvieron que desolidarizarse de este organismo, ame
nazar con renunciar a él y sacudir los barrotes de la jaula de la co
laboración de clases si.
Finalmente, y sobre todo, ta batalla de los mineros dio coraje y
confianza en sus propias fuerzas a los trabajadores de las otras in
dustrias, El no-strike pledge nunca había sido popular entre los obre
ros. Éstos estaban cansados de sus dirigentes. Pero como no se les
presentaba un nuevo polo de atracción, habían empezado a expresar
un descontento en forma pasiva. Desde Pearl Harbor, abandonaban
las asambleas de sus secciones sindicales y parecían estar en una
especie de letargo. El campanazo de John L. Lewis los sacó de su
estado de hipnosis. Entonces, no era cierto que no hubiera medio
salir de callejón en el que parecía estar encerrado el movimiento
obrero, no era cierto que nada podía hacerse mientras durara la
guerra y que no había ninguna alternativa a la política de “ unión sa
grada". Los mineros señalaron el camino a seguir y a través de todo
el país los obreros empezaron a recobrarse92. ,
Desde el comienzo de la huelga de los mineros, los delegados
al congreso del C.I.O. del Estado de Michigan, que representaban a
500.000 trabajadores del automóvil, habían aprobado una resolución
en apoyo de los huelguistas del carbón, contra la voluntad de sus
dirigentes En junio, 29.000 obreros dei automóvil, contagiados de
aquéllos, interrumpieron ei trabajo durante cuatro días en las fábri
cas Chrysler de Detroit, y 50.000 trabajadores del caucho hicieron lo
propio en Akron; durante seis días. A fines de 1943, 200.000 traba
jadores del acero se declararon en huelga y Philip Murray tuvo que
111
obligarlos apresuradamente a volver al trabajo. Los ferroviarios ame
nazaron con imitarlos y Rooseveit tuvo que ordenar la incautación
por el ejército de las líneas de ferrocarriles para impedir el conflic
to. Un millón de trabajadores dei riel obtuvieron un aumento de sa
larios, pasando una vez más por encima de la Little Steel Formula 94.
La semilla echada por John L. Lewis empezaba a germinar.
La ley Taft-HartSey
Después de ias huelgas del rieí y del carbón (1946), en Big Bu
siness consideró que había llegado el momento de pasar a la con
traofensiva y de hacer aprobar por el Congreso una legislación anti
obrera. La Wagner Act de 1935 había tenido el fin de' restablecer el
equilibrio entre el Capital y el Trabajo dando ai Trabajo el uso pleno
de su fuerza colectiva y protegiendo a los asalariados contra las
“ prácticas desleales” de sus explotadores. Ahora el Big Business
quería llevar a cabo un nuevo restablecimiento de equilibrio limitando
los derechos del Trabajo, que según su opinión se había vuelto de
masiado poderoso, y protegiendo esta vez a los patrones contra las
"prácticas desleales1' del trabajo. La confederación patronal, la Na
tional Association of Manufacturéis (N.A.M.), encontró cómplices pa
ra esto entre los campesinos ricos, estrechamente unidos al capital
industrial y bancario, a quienes inquietaba la creciente influencia del
Labor y que además temían como a la peste la organización de los
asalariados agrícolas.
El propio presidente Truman había manifestado sus deseos de
semejante legislación antiobrera. Durante la huelga ferroviaria, el 6
de mayo de 1946, había dirigido un mensaje frenético al Congreso,
en el cual solicitaba poderes mucho más draconianos que (as dispo
siciones de la ley Taft-Hartley. Reclamaba entonces una ley que le
permitiera romper toda huelga que él creyera que afectaba vitalmen
te a la economía nacional.. Pedía el derecho de llamar bajo ban
deras a los huelguistas, bajo pena de corte marcial, ,de infligir fuer
tes multas y serias sentencias de prisión a los dirigentes de taíes
huelgas, y de usar '‘intimaciones’’ contra ellos. En un nuevo men
saje, en enero de 1947, el mismo Truman había invitado al Congreso
a elaborar una legislación que pusiera fuera de la ley a las huelgas
de jurisdicción y ios boicots secundarios "injustificados” 95.
La victoria de los republicanos en las elecciones de noviembre
de 1946, fa primera victoria republicana desde la "Gran Depresión” ,
terminó de crear el "clim a” favorable para ia sanción de una legis
lación aníiobrera.
112
El 23 de junio de 1947 fue promulgada la nueva ley, bautizada
con el nombre de sus promotores, el senador Taft y el representante
Hartfey. Es imposible hacer aquí un análisis completo de ella, pues
se trata de un texto muy largo y complicado, una verdadera maraña
de procedimientos jurídicos, tan tupida y confusa que todos ios ju
ristas de Estados Unidos —y Dios sabe si ios hay— no son bas
tantes para tratar de interpretarla. Nos limitaremos a enumerar los
derechos de los trabajadores.
Ante todo, la ley Taft-Hartley pone bajo tutela a las organiza
ciones sindicales. Las obliga, so pena de no ser reconocidas, a dar
una cantidad tan grande de datos sobre sus estatutos, su adminis
tración financiera, sus cotizaciones, sus relaciones con sus afiliados,
etc., que, según la expresión de John L. Lewis, “ no hay una sola
organización... que pueda estar segura de que los informes que dé
serán considerados satisfactorios"96. Luego, la ley hace pasibles a
los sindicatos de pesadas multas y daños y perjuicios si violan una
de sus innumerables cláusulas.
Además, la ley Taft-Hartley mutila el derecho de huelga. Ya no
se permite iniciar la huelga sin un preaviso de sesenta días, bajo
pena de despido y de prisión. Las huelgas de solidaridad y las “ huel
gas salvajes" quedan fuera de la ley. La dirección sindical contra
cuya voluntad ha estallado una “ huelga salvaje", es pasible de san
ciones. Toda huelga que ei presidente considera que pone en peli
gro "la salud y la seguridad nacionales" puede ser retrasada 80 días
(además de los 60 días de preaviso) por una orden de ios tribuna
les. Se pasa por encima de la Norris-La Guardia Act: contra toda
huelga declarada “ ilegal", los tribunales federales pueden pronunciar
“ intimaciones".
Se prohíbe el closed shop, es decir la obligación de no contra
tar más que sindicatos. Esta prohibición destruye de un plumazo el
sistema ds contratación por los sindicatos que las organizaciones
de marinos, de portuarios, de tipógrafos, etc., habían arrancado en
dura lucha. El unión shop, es decir la obligación para ios recién con
tratados de ingresar al sindicato dentro de cierto plazo, sólo es to
lerado si el 30 % de los trabajadores solicitan una votación respec
to a esto y si, ,en las elecciones de empresa, la mayoría se pro
nuncia en su favor. Pero aún en este caso, un sindicato no puede
exigir el despido de un trabajador que ha considerado necesario ex
pulsar de sus filas. En los Estados donde se ha aprobado una legis
lación particular, que prohíbe no sólo el closed shop sino aun el unión
shop *, estas legislaciones tienen prioridad sobre la ley federal.
Los patrones tienen derecho, una vez por ano por lo menos, a
iniciar un procedimiento destinado a discutir el derecho adquirido por
un sindicato de representar a sus explotados. El propio presidente
Truman reconoció que esta disposición pone "en manos de los em-
113
pleadores una poderosa arma, ai permitirles tomar la iniciativa de
elecciones en el momento que Íes es estratégicamente favorable'' 97.
La ley Taft-Hartley contiene también ciertas disposiciones que
tienen por objeto evitar ia “ politización” de los sindicatos y que res
tringen la libertad de opinión. Si se interpreta la ley al pie de la
letra, es ilegal para una organización obrera apoyar en cualquier fo r
ma a un candidato en una elección federal. Además, ningún sindi
cato puede utilizar los servicios del National Labor Relations Board
—es decir, entre otras cosas, obtener por elección el derecho a re
presentar a los trabajadores, de una empresa— si sus dirigentes no
han firmado una declaración jurada certificando que no son miembros
del partido comunista ni están “ relacionados con este partido", y
que no tienen ninguna relación con alguna organización que tenga
por objeto "el derribamiento del gobierno de Estados Unidos por la
fuerza o por cualquier método ilegal o inconstitucional” . Esta es una
disposición inaudita, ,puesto que el Partido Comunista norteameri
cano está legaimente reconocido y, jurídicamente, un comunista pue
de ser elegido presidente de Estados Unidos. Además, cualquier di
rigente sindical que profese opiniones avanzadas, socialistas u otras
cualesquiera, corre e! riesgo de que le apliquen la definición emi
nentemente elástica de la ley.
Finalmente, la ley Taft-Hartley contiene ciertas disposiciones des
tinadas a impedir diversos abusos cometidos por los sindicatos de
oficio de la A.F.L., tales como las elevadas cuotas de ingreso, las
huelgas de jurisdicción, las huelgas para obligar a un empleador a
afiliarse a determinada organización patronal, la obligación para el
empleador de contratar trabajadores de más cuando no hay efecti
vamente necesidad [feather-bedding), etc. La ley contiene también
medidas destinadas a proteger los derechos de la base contra las
direcciones sindicales, como por ejemplo ¡a prohibición para ei em
pleador de deducir las cotizaciones sindicales del sobre de pago sin
la autorización individual de cada asalariado. Pero estas medidas no
fueron introducidas en la ley más que para tratar de darle cierta
popularidad entre los trabajadores y la opinión pública en general,
justamente disgustada por las prácticas abusivas del sindicalismo de
oficio y de negocios. Las medidas en cuestión sirven para ocultar
el carácter antiobrero de las disposiciones esenciales de la ley. Ade
más, desde el punto de vista obrero, ios abusos de ¡os sindicatos
de oficio deberían ser reformados por los trabajadores mismos y no
por la intromisión de los poderes públicos en sus propios negocios.
114
terreno para una segunda etapa: ia de su aniquilamiento. Y, en este
sentido, puede decirse que era ‘‘profascista". La ley atentaba tanto
contra la A.F.L como contra eJ C.I.O. Algunas de sus disposiciones,
como ia que preveía la fragmentación de una empresa en unidades
de oficios en caso de elecciones sindicales, eran particularmente des
favorables al C./.O., constituido sobre base industrial. Otras dispo
siciones, como la prohibición del closed shop y las diversas medi
das destinadas a evitar los abusos de los sindicatos de oficio, afec
taban más particularmente a la A.F.L
La ley no estaba dirigida solamente contra los trabajadores, con
tra ia base; trataba duramente a los mismos dirigentes sindicales y
tendía a restringir sus privilegios, rompiendo así brutalmente con la
polítíca de Roosevelt, que siempre había tenido la habilidad de con
ciliar con la burocracia sindical otorgándole algunas concesiones98.
Por consiguiente, la ley Taft-Hartley hubiera debido provocar la en
carnizada oposición dei conjunto del movimiento obrero y reunir a
los hermanos enemigos, la A.F.L y el C.I.O., en un frente único de
lucha, y hubiera debido soldar estrechamente base y dirección, ya
que en esta ocasión los intereses de los trabajadores coincidían con
los de sus dirigentes.. Además de ello, el movimiento obrero tenía
medios para alzarse contra la ley. Estaba en ei apogeo de su poderío.
Reunía a más de quince millones de asalariados. Poseía un enorme
aparato, inmuebles, estados mayores, periódicos, dinero. Todavía no
había sufrido nunca una derrota seria. Su capacidad de lucha se
mantenía intacta.
Ahora bien, ia respuesta del Labor fue sumamente débil. No se
emprendió ninguna acción seria para impedir la aprobación de la ley,
para apoyar al presidente Truman cuando éste, preocupado por su
reelección, opuso su veto a un texto legislativo del cual había sido,
e! año anterior, uno de los inspiradores. Y, desde la promulgación
de ley, la lucha por su derogación fue esporádica, dispersa y sin re
sultados apreciables, y terminó en una verdadera capitulación.
¿Por qué esta incapacidad lamentable del movimiento obrero? Se
debe a varias razones, Ante todo, las divisiones del sindicalismo
norteamericano y el exclusivismo egoísta de los dirigentes sindícales.
Cada uno pensó en los intereses particulares de su feudo y actuó
según le pareció, sin preocuparse por eí resto del Labor.. Luego, el
respeto supersticioso que rodea en Norteamérica a todo texto legal,
empezando por la sacrosanta Constitución. Para el norteamericano
medio, siempre ansioso de modelar su actitud sobre lo que cree que
es el "consenso público” , es “ profundamente chocante" 99 oponerse
colectivamente a una ley que se supone surgida de la "voluntad ge
neral", como no sea esforzándose por conseguir su derogación por
el legislador (a propósito digo "colectivamente” , pues individualmen
te, ei mismo norteamericano medio no tiene ningún escrúpulo en
va A m e rica n ' Labor a íte r the Taft-H artley A ct. "Fourth International", jutioagosto
de 1947, p. 197,
-17 "N ew York Tim es", 29 de abril de 1949.
115
violar a cada momento, con e! más perfecto cinismo, las leyes de
su país); finalmente y sobre todo, la ley Taft-Hartley no fue en
frentada seriamente por el Labor, por un lado porque se aprobó en
ei momento preciso en que éste pasaba por un período de debilita
miento relativo y de desmoralización; por el otro, porque los diri
gentes sindicales no quisieron arriesgarse a usar el inmenso poder
que detentaban. Tuvieron miedo de su propia sombra.
Por paradójico que pueda parecer, ,1a gran batalla de 1945-1946,
aunque en gran medida terminó en victoria, fue el origen del retro
ceso — parcial y temporario— que paralizó al movimiento obrero en
su lucha contra la ley Taft-HartJey. A pesar de la magnífica demos
tración de fuerzas que hizo entonces el C./.O., los dirigentes jamás
permitieron al movimiento ir más allá de los lim ites estrechos del
tradeunionismo “ puro y simple", El C.l.O. luchó con un programa
mezquino, contradictorio y puramente económico. Pero en la crisis
profunda abierta por la liquidación de la segunda guerra mundial,
frente a los grandes monopolios, hartos de ganancias fantásticas y
que utilizaban la inflación para hacer pagar a las masas populares
el costo formidable de la guerra, ya no era posible mejorar las con
diciones de existencí de los trabajadores norteamericanos, obtener
más seguridad para ellos, luchando simplemente por reivindicaciones
de salarios. Apenas los obreros del automóvil terminaron de obte
ner sus 18 V2 centavos de dólar, el ascenso desordenado de¡ costo
de la vida diluyó su magro trofeo como nieve al soL Bajo la presión
de los monopolios se abandonó el control de los precios y se disol
vió la Office of Price Adm inistraron. La escasez de mercaderías,
tanto en Estados Unidos como en el mundo entero, y la monstruosa
expansión monetaria, engendrada por una deuda pública de 260 mi
llones de dólares, hicieron subir los precios vertiginosamente. Y el
poder de compra real de los asalariados se redujo día a día.
En ese momento, si ios dirigentes sindicales hubieran tenido
sentido de sus responsabilidades, si hubieran comprendido !a situa
ción y hubieran querido explotarla a fondo, habrían movilizado a tas
masas para una gran ofensiva de clase contra ia plutocracia, tanto
en el terren económico como en el terreno político. Pero tuvieron
miedo. Sabían demasiado bien que el movimiento obrero norteame
ricano es tan poderoso, tan rico en recursos de todas clases, que
no puede arriesgarse a realizar una acción de amplía envergadura
sin conmover inmediatament toda la economía norteamericana hasta
sus cimientos y sin desatar la rebelión latente de los no privilegia
dos, de los oprimidos. Retrocedieron porque no se atrevieron a ir
adelante. La actitud de los jefes del C.LO. fue tan lamentable, tan
pusilánime ,tan impotente como la del viejo Wiiliam Green cuando,
diez años antes, éste se había mostrado incapaz de ponerse al fren
te del gran levantamiento obrero contra los magnates del auto, deí
acero y del caucho.
La incapacidad de ios dirigentes sindicales tuvo como conse
cuencia la desmoralización temporaria de sus tropas. Los trabaja
dores, viendo que sus condiciones de vida empeoraban constante-
116
mente a pesar de tas luchas victoriosas, se desalentaron y se pre
guntaron si valía ia pena emprender huelgas largas y costosas para
tan magro resultado. Y no se Jes ofrecía ninguna nueva perspectiva
de lucha para disipar sus dudas. En ese momento preciso el Big
Business ensayó su gran asalto bajo la forma de la ley Taft-Hartley.
El año anterior, en el apogeo de la ola de huelgas, no se había
atrevido a aprobar legislación antiobrera. El debilitamiento de la com
batividad proletaria le dejaba ahora ei campolibre 10°.
117
raban en lugar destacado los explotados de Ford, la famGsa sección
sindical 600, la más grande del mundo. Parecía que el pasado y el
porvenir se encontraran frente a frente. La era dei open shop, de la
impotencia obrera, se hundía en la noche de los tiempos junto con
la sombra de! viejo fabricante. La demostración de Cadillac Square
era como una anticipación de ias grandes acciones de que serán
capaces las multitudes norteamericanas el día que tengan plena con
ciencia de su poder.
En Nueva York, la A.F.L. organizó el 4 de junio un gran mitin en
Madison Square Garden, que reunió 50.000 manifestantes, y al de
clarar el C.l.O. al martes 10 de junio Veto day, una multitud de 60 a
100.000 trabajadores desfiló ese día por las calles principales de
la ciudad, llevando cartelones de protesta
No obstante, las cosas quedaron allí. En las filas obreras surgió
espontáneamente la idea de una huelga general de protesta 10!5. Pero
los burócratas sindicales la rechazaron.. Como ya se ha dicho, para
los trabajadores norteamericanos no hay nada más familiar que la
noción de huelga general. Ella reaparece periódicamente en sus lu
chas. Pero al mismo tiempo en ningún país del mundo la huelga
general es condenada por ¡os burócratas obreros con tanta furia co
mo en Estados Unidos. En Francia, en el momento en que se escri-
ben éstas líneas, la huelga general se ha convertido en un rito for
mal, carente casi de significado, que se cumple ya que no hay nada
mejGr que hacer, para salvar tas apariencias y hacer como que se
hace algo. En Norteamérica, por lo menos para los burócratas sin
dicales, ''huelga general” es sinónimo de “ revolución” . En abril, en
pleno Congreso exhortó a realizar una huelga general de veinticuatro
horas para demostrar la voluntad del Labor de conseguir la deroga
ción de la ley Taft-Hartley. Este parlamentario incluso envió tele
gramas a los principales dirigentes sindicales, insistiendo para que
se llevara a cabo dicha acción. Pero su sugestión cayó en el de
sierto. Fue en vano que en el Congreso del Sindicato del Automóvil,
en julio, el delegado John de Vito replanteara la proposición: ésta
fue rechazada 10íí.
Aparte de la huelga general, había otro medio para presionar
sobre los legisladores federales. El Labor podía retomar la táctica
tradicional de las "marchas sobre Washington” , cuyo ejemplo había
sido dado en 1894 por los ejército de desocupados del "general" Ja
cob S. C oxey107 y, durante la "Gran Depresión", por ias marchas
de ex combatientes y de desocupados (1931-1932). En su época, es
tas técnicas habían impresionado profundamente a ia Opinión pública.
Los sindicatos de Los Angeles (California), A.F.L. y C.l.O. reunidos,
organizaron en agosto de 1947 una “ cabalgata” automovilística que,
atravesando el inmenso continente, convergió hacia ta capital fede-
118
ral para protestar allí contra la ley Taft-Hartley. Pero esta iniciativa
fue recibida fríamente por las direcciones nacionales de las dos cen
trales sindicales, y su alcance fue limitado.
El movimiento obrero emprendió la lucha contra ciertas dispo
siciones particulares de la ley, ,pero su falta de cohesión hizo abor
tar la mayoría de estos esfuerzos. Una de las medidas que levantó
más resistencia por parte de los sindicatos fue la obligación de efec
tuar declaraciones juradas certificando que sus dirigentes no eran
“ comunistas". Muchas organizaciones — algunas de las cuales, no
obstante, tenían una sólida reputación de “ anticomunismo” —eran
totalmente contrarias a esta humillante obligación. John L. Lewis.
por los mineros, y Philip Murray, por los obreros del acero, se ne
garon a firmar la odiosa declaración jurada. La posición de John
L Lewis provocó su ruptura con la A.F.L Gomo era vicepresidente
de la Federación, su negativa a firmar privaba de la posibilidad de
gozar de los servicios del National Labor Relations Board, y por con
siguiente de tomar parte en las elecciones de empresa, no a los di
ferentes sindicatos nacionales que tenían autonomía con respecto a
la Federación, sino a las federal unions, las secciones sindicales no
afiliadas a un sindicato nacional y colocadas directamente bajo la
tutela de la A.F.L.
En el congreso de la Federación en San Francisco, el 14 de oc
tubre de 1947, Lewis denunció implacablemente tas rivalidades, las
enemistades personales, las pequeñas ambiciones que dividían a los
jefes obreros en el momento en que hubieran debido unirse como
un solo hombre. Estigmatizó la cobardía con que el Labor se “ arras
traba” ante la ley Taft-Hartley, a la cual calificó correctamente de
“ prefascista", "¿Creéis —declaró— que los miembros de nuestra
organización en los centros industriales del país se sentirán alen
tados cuando vean a sus grandes dirigentes, con toda la pompa y el
ceremonial de un gran congreso, arrodillarse humildemente ante un
texto legislativo detestable y tiránico? ¿Creéis que los alentaréis de
esta manera?". Y agregó: "Si tenemos la valentía de estrechar filas,
somos bastante fuertes y bastante poderosos como para proteger a
nuestros afiliados, nuestros sindicatos y nuestro país contra ios efec
tos funestos de esa ley despreciable” . Pero Daniel Tobin, el “ zar”
de los Teamsters, que ya en el congreso de 1935 había enfrentado
a Lewis, replicó: ‘‘Algunos aconsejan hacer frente a la )ey. Es una
¡ey que nos afecta, pero existe un procedimiento legal para cambiar
la ley, y no es por medio de una revolución" 10S. Otro delegado de
claró que, “ como corresponde a un ciudadano norteamericano, res
petaría la ley Taft-Hartley". Lewis fue privado de su puesto de vi
cepresidente y, en diciembre de 1947, el Sindicato de Mineros —por
segunda vez— abandonó la A.F.L. dando un portazo 109.
A partir del momento en que una gran organización sindical acep
tara firm ar la declaración jurada requerida por la ley Taft-Hartley,
119
era evidente que los otros sindicatos terminarían por imitarla, pese
a sus repugnancias. En efecto, dicha organización se encontraría en
una posición privilegiada: tendría posibilidades de hacerse reconocer
como representante legal de los trabajadores de la empresa donde
se realiza una elección. Ei riesgo era tanto más grande cuanto que
hoy los sindicatos industriales, en Estados Unidos, no tienen una
jurisdicción netamente delimitada y, por otra parte, muchas empre
sas están a horcajadas sobre diversas actividades industriales. Al
gunas, para citar un ejemplo, son reclamadas por el Sindicato del
Automóvil (United Automobile Workers), por el Sindicato de Obreros
del Acero (United Steslw orkers), por el Sindicato de la Industria
Electrotécnica (United Eléctrica! Workers), por el Sindicato de Obre
ros de Máquinas Agríoclas (Farm and Equipment Workers), por el
Sindicato Independiente de Mecánicos (International Association of
Machinists), por una organización "ganzúa” sin jurisdicción definida,
creada por John L Lewis en el marco del Sindicato de Mineros y
denominada por él D istrict 50, por las federal unions de la A.F.L
o las industrial unions del C.I.O., secciones sindicales no afiliadas
a un sindicato nacional y colocadas directamente bajo la tutela de
las centrales sindícales, o, finalmente, por los sindicatos "am arillos"
creados por los empleadores. Además, los diversos sindicatos no
tienen escrúpulos en realizar incursiones destinadas a saquearse mu
tuamente ía clientela obrera, incluso cuando la profesión de los tra
bajadores disputados no tiene nada que ver con la que se supone que
ellos representan.
Sin embargo, los adversarios de la firma de la declaración jurada
hicieron notar que la participación en las elecciones del National La
bor Realtions Board no era de tan vital importancia para los sindica
tos, y que las ventajas obtenidas en 1936-37, ia organización de millo
nes de trabajadores, habían sido arrancadas no por elecciones sino en
la lucha, con los piquetes de huelga. No se escuchó a estos hombres
que hablaban el lenguaje de otra época n <>.
¿Alguna organización se atrevería a tomar la vergonzosa inciativa
de firm ar la declaración jurada y arrastrar tras suyo en su capitula
ción, una tras otra, a todas las secciones del movimiento obrero?
La International Association of Machinists se arrogó este triste honor.
El 4 de setiembre de 1947, el Ministerio de Trabajo acusó recibo de
(os documentos por los cuales dicho sindicato había llenado las obli
gaciones requeridas por la ley Ahora bien, la International Asso
ciation of Machinists era una poderosa organización de 600.000 miem
bros. Había estado afiliada a la A.F.L, hasta 1945 y ta había abando
nado a causa de una disputa de jurisdicción. Tenía afiliados en mu
chísimas empresas metalúrgicas y, abandonando poco a poco su
exclusivismo de oficio, había organizado a todos los trabajadores me
120
talúrgicos, mecánicos o no, sobre los cuales había podido echar et
guante. Se mostraba particularmente activa en la industria aeronáu
tica, donde había entablado una enconada competencia con el Sindi
cato del Automóvil. Si este último no firmaba la declaración jurada,
corría el riesgo de que el Sindicato de Mecánicos le "soplara” cierto
número de empresas us.
Sin embargo, ninguna de ias organizaciones dei C.l.O. había cum
plido aún con las humillantes formalidades inventadas por los señores
Taft y Hartley. A principios de setiembre ei comité ejecutivo del
C.l.O. había decidido mantener en posición de negativa. El Sindicato
Textil (Textile Workers Union) quiso ser el primero en deshonrarse.
El 6 de octubre en consejo ejecutivo, reunido en Boston, decidió firmar
la declaración jurada il:í.
Philip Murray, visiblemente influido por la actitud de Lewis y de
los mineros, se negó categóricamente a firmar por cuenta de sus tra
bajadores de! acero. En el congreso del C.l.O. en Boston, el 14 de
octubre de 1947, explicó que si el Congreso Federal continuaba en
el camino que había tomado, no tardaría en preguntar a los dirigentes
obreros: “ ¿Qué es Ud.V ¿Católico, protestante, judío?", Y de paso
manifestó su asombro por que la ley Taft-Hartley (a la cual calificó
de ‘'diabólica” ) no hubiera requerido de los dirigentes obreros un
certificado que atestiguara que no pertenecían al Ku Klux Klan. Pero
Murray no fue más lejos. No se atrevió a imponer a los diferentes
sindicatos del C.l.O. la actitud tomada por los trabajadores del acero.
"Algunas organizaciones afiliadas al Congress of Industrial Organiza-
tions -—declaró— pueden, si lo creen conveniente, cumplir con las
formalidades exigidas por la ley" U4.
Las esclusas estaban abiertas, y por ellas se precipitó el Sindicato
del Automóvil. El 31 de octubre,, so pretexto de que era la fecha
límite fijada por el National Labor Relations Board para la firma de la
declaración jurada, Walter Reuther, en nombre del Sindicato del Auto
móvil, escribió al Board una carta de capitulation (ia expresión está
tomada del “ New York Times''). Ni siquiera esperó eí congreso del
sindicato que comenzó algunos días después, el 9 de noviembre. El
ex presidente del sindicato, que ahora era vicepresidente, R. G. Tho-
mas, protestó públicamente contra ese gesto 115. En el congreso fue
presentada una resolución que invitaba a la organización a prescindir
resueltamente de la ayuda del Board y recordaba que aun antes de la
convalidación de la Wagner Act, los U.A.W. habían demostrado en
ia lucha su capacidad para organizar la industria del automóvil, sin
ningún apoyo gubernamental. Pero los partidarios de Reuther opusie
ron a este texto una resolución pidiendo Sa firma de la declaración
jurada para obtener la "protección” del Board contra las incursiones
de ias organizaciones rivales. Y finalmente, pese a la oposición de
121
una minoría bastante fuerte, prevalecieron (os partidarios de ia su
misión 116.
Poco a poco se disgregó el frente de ios adversarios de la firma.
Unas tras otras, ias organizaciones sindicales tomaron el camino de
Canossa. El Sindicato de Marinos, National Maritime Union, anunció
el 15 de noviembre de 1948 que iba a decidirse117. El 27 de julio de
1949, Philip Murray, en nombre de los trabajadores del acero, levantó
bandera blanca y anunció que su organización iba a firm a r118. En el
campo de la resistencia sólo quedaban —aparte de los mineros (inde
pendientes) y ios tipógrafos (A.F.L.)— tres importantes sindicatos
dei C.I.O., los portuarios, los obreros de la industria electrotécnica y
los peleteros, ios tres controlados por los stalinistas. El 21 de octu
bre ei presidente de los United Electrical Workers anunció que tam
bién su organización firm a ría 119.
122
cuestión la práctica tradicional de contratación según la antigüedad,
al prohibir el "boicot secundario'’, es decir la negativa a efectuar un
trabajo que pasara por manos de "carneros” de otro oficio, y final
mente —y sobre todo— al instituir sanciones draconianas contra las
violaciones dei contrato y al exigir e! establecimiento de contratos
escritos entre empleadores y asalariados. Ai principio, los tipógrafos
no habían tenido contrato escrito. Su sección sindical simplemente
era "reconocida" por el empleador, lo cual significaba la aceptación
por este último de las reglas dictadas por el propio sindicato en mate
ria de salarios y duración y condiciones del trabajo. En 1947 este
régimen regía todavía para casi la cuarta parte de las secciones sin
dicales de los tipógrafos. Para evitar las graves penalidades previstas
en caso de violación de contrato, la l.T.U. decidió, en su congreso de
agosto de 1947, evitar en lo posible la firma de los contratos colec
tivos, volver al régimen antiguo de las “ reglas sindicales" y, allí donde
no fuera posible mantenerse sin contrato, introducir en éste cláusulas
protectoras, tales como la negativa a trabajar con los no sindicados
y la facultad de denunciar el contrato después de un plazo de se
senta días.
Consecuentemente con ello, el 24 de noviembre de 1947 los
1.500 miembros de la sección sindical n- 16 de Chicago se declararon
en huelga, pues los editores de diarios se negaban a concederles un
aumento de salarios sin contrato. El 27 de marzo de 1948 los tribu
nales lanzaron contra la l.T.U. una intimación por !a cual se conminaba
al sindicato a renunciar a sus tácticas de resistencia contra la ley
Taft-Hartley. La huelga duró veintidós meses, costó sumas enormes
al sindicato y terminó finalmente, el 18 de setiembre de 1949, con
una victoria relativa. Los empleadores concedieron un aumento de
salarios sustancial y un tipo de contrato que contenía cierto número
de cláusulas protectoras que había reclamado la l.T.U., excluyendo, no
obstante, la más importante: el closed shop 124. El Sindicato de Tipó
grafos había sido aconsejado en su lucha por un jurista de talento,
Gehrard P. Van Arkel, ex General Counsel (consejero general) del
National Labor Relations Board, que después de la aprobación de la
ley Taft-Hartley había renunciado públicamente a este puesto, en se
ñal de protesta 125.
La batalla épica de los tipógrafos se desarrolló sin apoyo efectivo
de parte dei conjunto de! movimiento obrero. La A.F.L. a la cual esta
ba afiliado el sindicato, se mostró tibia, y el C./.O. se limitó a aprobar
resoluciones de simpatía. La l.T.U, propuso a todos los sindicatos reu
nirse en un congreso nacional extraordinario deí Trabajo que se cele
braría en Washington y elaboraría un plan de unidad de acción obrera
contra la ley esciavizadora. Ninguna dirección sindical, ni siquiera la
de los mineros, respondió a este llamado 12S.
,2'‘ Taft-Hartley and the l.T.U., 1949. " i.T .U . N ew s", octubre de 1949. "N ew
York Tim es", 28 d e ‘octubre de 1948, 19 de setiembre de 1949. Lens, op. cit., p. 386.
125 " N e w Yor Tim es", 17 y 24 de junio de 1947. Gerhard P. Van Arkel, An
Á nalysis of the Labor Management Relations Act. 1947, 1947.
126 "The M ilita n t" , t? de noviembre de 1948.
123
El presidente Truman había prometido derogar !a ley Taft-Hartley
en caso de ser reelegido en ias elecciones del 2 de noviembre de
1948. El Labor, en lugar de dar la "batalla del siglo” , se conformó con
apoyar la candidatura Truman y poner en el índex a los parlamentarios
salientes que habían votado por esa legislación antiobrera. Pero des
pués de la reelección de Truman no se cumplieron las promesas efec
tuadas. El "consejero general" del National Labor Relations Board,
Robert N, Denham, rencoroso agente del Gran Capital que Truman
había nombrado para ese puesto, declaró que "la ley Taft-Hartley con
tinuaría siendo aplicada estrictamente” El Congreso se negó a
derogar pura y simplemente ia ley, como lo había reclamado ei Labor,
y a volver a poner en vigencia la Wagner Act. Durante laboriosas e
interminables pláticas parlamentarias, la ley Taft-Hartley fue puesta
nuevamente en discusión. En el momento en que se escriben estas
líneas, el Congreso aún no ha dado a luz ningún texto nuevo y por
consiguiente las disposiciones de la ley antiobrera de 1947 soiguen
en vigencia *.
El 30 de junio de 1949 el "New York Times” anunció que el "Tra
bajo organizado abandonaba virtualmente sus esfuerzos para derogar
o rever la ley Taft-Hartley en el curso del año” . El Labor, pese a que
sus ilusiones parlamentarias habían sido cruelmente burladas, se afe
rraba ahora a la esperanza de una victoria electoral en las elecciones
de 1950 129. En toda su historia, ia burocracia sindical norteamericana
quizás nunca había capitulado en forma tan vergonzosa.
124
IV. Dialéctica del Labor
Evolución reciente
125
Además, muchos de los obreros más combativos que ocuparon
las fábricas y formaron los piquetes de huelga en 1937, figuran hoy
en los empleos mejor retribuidos y más codiciados. Se benefician
con la antigüedad y gozan de una relativa seguridad. Por otra parte,
cierto número de entre ellos han dejado ia fábrica y se han convertido
en los distintos peldaños de la jerarquía sindical, en rentados "res
petables” que gozan de cómodos sueldos. Indudablemente son más
jóvenes, más abiertos, más instruidos y más agresivos que los viejos
bonzos de ia A.F.L, pero ya han adquirido la mentalidad de “ profe
sionales” .
Entremos en la bien dispuesta oficina de James A. Carey, el joven
que hoy lleva sobre sus hombros demasiado endebles el cargo de
secretario tesorero del Congress of industrial Organizations. Carey
simboliza, él solo, la evolución de la capa dirigente del C.l.O. En 1933,
en el ardor de sus veintiún años, organizó una empresa de radio de
Filadeifia e hizo de ella el punto de partido del poderoso sindicato
de la industria electrotécnica z, que hoy cuenta con 500.000 afiliados.
Pero Carey tiene más años y se ha convertido en un señor impor
tante. Se viste de negro, para parecer más maduro y más serio. Tiene
el porte envarado, la unción, las respuestas estereotipadas del buró
crata. Incluso juega al estadista y de tanto en tanto vuela a Europa,
para cumplir diversas tareas semisindicaies, semigubernamentales.
En sus altas esferas, en efecto, el C.l.O. ha entrado en una cola
boración cada vez más estrecha con eí gobierno federal. Como se ha
visto, esta asociación se inició a partir de 1933 en el New Deai. Ya
en 1935 Robert Marjolin señalaba que los sindicatos se presentaban
“ cada vez más como un organismo semioficial” , que parecían “ haber
recibido del gobierno eí derecho exclusivo de organizar los obreros"
y que se convertían en "engranajes administrativos” 3. La unión tomó
un carácter aún más íntimo durante el período de guerra. Terminó de
consolidarse durante estos últimos años, en los cuales el C.l.O. se
ha convertido, en política interna, en la principal agencia electoral
deí presidente Truman, y en política internacional, en un anexo del
Departamento de Estado. La propia mediocrida dde los dos hombres
que hoy presiden los destinos de la A.F.L y del C.l.O. ha favorecido
la completa absorción del movimiento sindical en el aparato estatal.
Los fundadores de las dos centrales sindicales .Samuel Gompers y
John L. Lewis, comparados con sus actuales sucesores, Wiiliam Green
y Philip Murray, eran, a pesar de sus debilidades y sus defectos,
hombres de cierta estatura, que demostraban relativa independencia
con respecto a los poderes públicos. Green y Murray son mucho más
pequeños y tienen la columna vertebral mucho más flexible 4.
126
En cierta medida, puede decirse que el C.LO. hoy posee una direc-
ció nacional más dictatorial que ia de la vieja A.F.L Este punto ya
ha sido señalado a la atención de! lector. La razón de ello es que el
C.I.O. fue creado, parcialmente, desde arriba, por comités de organi
zación cuyos cuadros eran seleccionados fuera de ias industrias que
se trataba de organizar. Mientras la A.F.L. se aterra a la arcaica con
cepción de la "autonomía de los oficios” , el C.LO. está fuertemente
centralizado. Heredó del Sindicato de Mineros su estructura centra-;
lizada y su culto del jefe *. Sus estados mayores son más numerosos
y parasitarios que los de la A.F.L., y en ellos ss encuentran muchos
intelectuales, economistas, periodistas, juristas, totalmente extraños
a la clase obrera. En las “ bolsas de trabajo” de la A.F.L., en las asam
bleas de los sindicatos de oficio, generalmente más concurridas que
las de los sindicatos del C.LO., uno halla algo de la atmósfera fami
liar y desprovista de formalismo de los edificios y de los mítines
obreros de Europa. En los locales del C.LO.,, más modernos, más lu
josos, más parecidos a las sedes sociales de las empresas capitalis
tas, se hace sentir más la distancia entre el trabajador y ei dirigente
sindical.
No obstante, aunque el C.LO. es más centralizado, es al mismo
tiempo menos burocratizado que la A.F.L En esta última la máquina
burocrática no funciona a nivel de la dirección nacional, sino a nivei
de los sindicatos nacionales de oficio, que son otras tantas posesiones
feudales de las direcciones poderosamente atrincheradas en ellos. El
propio origen dei C.LO., forjado en la lucha, su estructura industrial,
la presión que en él continúa ejerciendo fuertemente la base, son otros
tantos frenos a su completa burocratización. El poder de su maqui
naria dirigente sigue siendo inestable y frágil. No obstante, !a buro
cratización del C.LO., aunque es menos profunda y menos duradera
que la de la vieja Federación, se cumplió mucho más rápidamente que
la de la A.F.L. En los congresos nacionales anuales es quizás donde
se hace más evidente. Yo asistí a uno de esos congresos, el de 1947.
Un inmenso retrato de Philip Murray dominaba ia tribuna. La gran
mayoría de los delegados parecía creer que el fin esencial de su
reunión era 1a glorificación de su amado jefe. Conforme a la costum
bre tan poco democrática que predomina en Estados Unidos, de que
la presidencia de las deliberaciones se confíe al presidente de la orga
nización que celebra su congreso, Philip Murray dirigía los debates a
su gusto, y ninguno de los problemas del orden del día se discutió
verdaderamente a fondo. Una gran parte del tiempo de sesión del
congreso se consagró a invocaciones de sacerdotes de todo pelaje y
127
a escuchar a personalidades de renombre, extrañas ai movimiento sin
dical. Cuando Philip Murray fue reelegido, se organizó una algarada
de alrededor de cuarenta minutos, con tam-tam, serpentinas y papel
picado, y los delegados, formando una fila, desfilaron indefinidamente
por ia tribuna para rendir homenaje a quien simbolizaba ante sus ojos
ia máquina burocrática y les aseguraba la continuidad de sus empleos.
El proceso de burocratización del C.l.O. se agravó con la forma
ción, no de una, sino de dos burocracias, una reformista, con Lewis
y después Murray a su frente, la otra stalinista 5. Los stalinistas, en
efecto, a partir del momento en que se aseguraron "feudos" sindicales
gracias a su activa participación en las luchas que señalaron ei naci
miento del sindicalismo industrial, se apresuraron a consolidar su
dominación sobre las organizaciones que controlaban, y lo hicieron
con la misma concepción autoritaria y e! mismo cinismo que los Lewis
y los Murray. Dos ejemplos: los United Eléctrica! Workers. el sindi
cato de la industria electrotécnica, y la National Maritime Union, el
sindicato de los marinos, fueron sometidos a una máquina totalitaria
que no toleraba ninguna oposición, amordazaba toda crítica, no se de
tenía ante ningún medio para conservar su poder y creaba una atmós
fera tan irrespirable como la del Sindicato del Acero.
Mientras las dos burocracias tuvieron intereses comunes, marcha
ron de la mano, trabajando juntas en la tarea de ligar más estrecha
mente al C./.O. al aparato del Estado, ahogando juntas la combatividad
de la base y: especialmente durante la guerra, rompiendo juntas las
huegas. Cuando sus intereses dejaron de coincidir, dado que una
estaba atada a la política exterior dei Imperio norteamericano, y la
otra a la dei Imperio ruso, y que !a alianza dei tiempo de guerra de
las dos grandes potencias se convertía en hostilidad abierta, las dos
burocracias se divorciaron e iniciaron una guerra de muerte entre
ambas. Una de las dos, ía segunda, resultó vencida finalmente. Y las
medidas draconianas tomadas por la primera para asegurarse la vic
toria agravaron aún más el proceso de burocratización del C.LO,
Ese fue el primer resultado de la eliminación de los stalinistas.
Además, a pesar de todo el mal que éstos hicieron al movimiento
obrero norteamericano, su eliminación constituía una derrota para eí
Labor y una victoria para e! Big Business, pues, bajo la cobertura del
‘‘anticomunismo" del Red baiting, se desencadenó en realidad una
ofensiva contra la clase y obrera y contra sus derechos conquistados.
El mismo hecho de que en la ley Taft-Hartley las disposiciones an
tiobreras y las medidas “ anticomunistas” estén inseparablemente
unidas, es la prueba indiscutible de que la lucha contra los "ro jo s"
coincidió y se confundió con la lucha emprendida por los grandes
monopolios contra el conjunto del Labor.
Para ser rigurosamente objetivo, debe decir también que la elimi
nación de los stalinistas hizo descender, en el conjunto, el nivel de
conciencia de clase dei proletariado norteamericano. Pese a todos sus
errores, pese a su política contraria a los intereses obreros, eran
128
igualmente quienes más activamente habían participado en el gran
ascenso obrero de 1936-1937. Y, especialmente en la base, se conser
vaba algo de so miiitantismo de antaño. Si, durante mis viajes, a me
nudo me repugnó ía degeneración de la burocracia sindical stalinista,
también muchas veces me sorprendió la atmósfera más joven y más
izquierdista de ciertas" uniones de sindicatos controladas por los sta-
iinistas, como por ejemplo las de Cleveland, de Denver y de Seattle.
En el congreso del Sindicato del Automóvil de 1947 pude comprobar
con mis propios ojos que los miembros de la tendencia prostaiinista,
a pesar de sus debilidades y de su inconsistencia, eran más dinámi
cos, más miiitantes que sus adversarios. En Utah, encontré un joven
organizador de gran valía dei Sindicato de Minas Metalíferas (Mine,
M ili and Smelier Workers). Finalmente, sobre todo en el Sur — y ten
dré ocasión de volver sobre ello— los sindicatos prosíalinistas han
hecho un trabajo admirable de organización y de educación de los tra
bajadores negros, y han estado a la vanguardia de la lucha contra la
discriminación racial, en tanto que, por ei contrario, allí los “ antico
munistas" del C.LO. demasiado a menudo han contemporizado con ios
prejuicios y las actitudes reaccionarias de tos blancos.
Finalmente, la eliminación de los stalinistas tuvo como resultado
el agravamiento de la ya tan profunda división del Labor norteameri
cano. No era ya bastante que los sindicatos de oficio de ia A.F.L. se
traben entre ellos en estúpidas juchas de jurisdicción. No era ya bas
cante que el sindicalismo industrial sólo haya podido establecerse en
Estados Unidos a costa de una escisión con ía vieja Federación y que
fes dos centrales sindicales hayan librado entre ellas, desde entonces,
una verdadera "guerra civil". No era ya bastante que las Fraternida
des de trabajadores ferroviarios se negaran siempre a unirse al resto
del movimiento sindical. No era ya bastante que organizaciones pode
rosas como la Asociación de Mecánicos (International Association of
Machinists) y el Sindicato de Mineros se replegaran en un espléndido
aislamiento, A todas estas divisiones viene a agregarse una más toda
vía. Ahora el C.I.O. se desgarra con sus propias manos. Se ha con
sumado una nueva escisión. Los diversos sindicatos de industria
emprenden “ incursiones", unos contra otros, y una magnífica organi
zación corno ia de la industria electrotécnica, nacida dei gran ascenso
obrero de 1937, se rompe en dos pedazos, bajo la mirada burlona de
ios magnates de General Electric y de Westinghouse.
129
tención ia política de guerra y de "unión sagrada” , nadie los tomaba
por revolucionarios peligrosos. La burocracia de Philip Murray había
hecho la experiencia de la colaboración con la de los stalinistas, y
había visto que era posible entenderse con esta última para contener
el Impulso espontáneo de las masas trabajadoras. Por otra parte, los
stalinistas se abstenían cuidadosamente de toda iniciativa intempes
tiva en materia de política interna. Contra la ley Taft-Hartley sólo
lucharon con floretes con la punta cubierta. En los baluartes que con
trolaban no lanzaron más huelgas que las que Philip Murray empren
dió con los suyos. En toda circunstancia se esmeraron por ser "pru
dentes” y “ razonables". Su única insubordinación fue eí apoyo que
dieron ai "tercer partido" de Henry Wallace. Pero este partido centró
su programa casi exclusivamente sobre el “ apaciguamiento” con res
pecto a la U.R.S.S. y se mostró más bien reservado en materia de
política interna.
Los stalinistas fueron suplantados únicamente por razones de po
lítica internacional; porque se oponían al Plan Marshail y a la “ guerra
fría ” con Rusia, porque con su sola presencia y con su oposición
—pese a ser discreta— , impedían al C./.O. ponerse enteramente al ser
vicio del Departamento de Estado.
Su eliminación permitió al C.l.O. tender 1a mano a la vieja A.F.L.,
a la cual el “ virus'' stalinísta había dejado por así decirlo indemne, y
que durante mucho tiempo había denunciado con horror al C.l.O. como
una agencia '‘comunista’’. Y las dos centrales sindicales, reconcilia
das por fin bajo la égida del Departamento de Estado, se integraron
con igual servilismo en el aparato de dominación mundial del Imperio
norteamericano. Jamás, en toda su historia y en el mundo entero, el
movimiento obrero ofreció un espectáculo tan trágico. La socialdemo-
cracia alemana había seguido al Kaiser en ia primera guerra mundial;
pero no había hecho más que seguir: no se había hundido en la em
presa en el mismo grado. Los laboristas británicos, los socialistas
franceses, en nuestros días, se han puesto la librea de! colonialismo
al estar en el poder, pero los imperios del cual lo habían heredado
estaban tambaleantes y presidieron más bien su liquidación que su
expresión. Hitler no asoció al movimiento obrero alemán a sus planes
de conquista del mundo.- !o quebró antes de desenvainar la espada.
Aun durante la segunda guerra mundial, el Labor norteamericano fue
menos absorbido por la máquina m ilitar de Rooseveit que lo que está
hoy por la dei Departamento de Estado, El sindicalismo industrial que
hace poco más de una década naciera en la iucha de clases contra
los grandes monopolios norteamericanos, hoy pone su poderío, su
prestigio, sus recursos y sus cuadros al servicio de los planes de
dominación mundial de esos mismos monopolios. Sí, verdaderamente,
en este espectáculo hay algo de trágico, sobre todo cuando uno lo
ha visto de cerca y con sus propios ojos. En el Congreso, el reaccio
nario senador Vandenberg no pudo ocultar su alegría al ver a! Labor
y al Big Business apoyar juntos el Plan Marshail. Él mismo calificó
al espectáculo de “ reconfortante" fi.
(> " N ew York Tim es” , 24 de enero de 194B.
130
V. Agricultura y capitalismo en Estados Unidos
131
practicando una política de sostén de ios precios agrícolas. Pero
este sostén, como se verá, fue durante mucho tiempo insuficiente;
sólo se aplicó a algunos cultivos y aun hoy está lejos de cubrir todos.
A pesar de ia prosperidad que los altos precios aseguran en la hora
presente a ios farmers (o más exactamente a una parte de ellos),
el margen entre los precios pagados por los monopolios a los far
mers y los precios a los cuales compra el consumidor no ha sido
reducido suficientemente. Además, el farmer sigue indefenso contra
la extorsión en la compra, es decir, ios precios monopolísticos a los
cuales éi mismo tiene que comprar a los trusts.
De este modo, el problema agrario está estrechamente unido al
de la lucha contra los monopolios. "Nunca se afirmará demasiado
Insistentemente —escribe el ex sustituto de! procurador general de
Estados Unidos, Wendei Berge— que toda solución permanente del
problema de ios farmers depende de la eliminación de las prácticas
monopolísticas en la industria en general” 3. Y Anna Rochester, que
consagró un libro a los desheredados rurales, subraya que la cues
tión del farmer pobre es parte integrante de la lucha entre la pobreza
y los monopolios
La extorsión en la venta. — Su mecanismo puede resumirse en
pocas palabras. El farmer, en una sociedad capitalista, no puede di
rigirse directamente al consumidor (salvo el caso en que consigue
constituir cooperativas de venta y en que éstas no son ahogadas o
controladas por los tru s ts ), Por consiguiente no puede lanzar a! mer
cado sus productos más que por intermedio de los monopolios. Mien
tras que los agricultores son numerosos y están dispersos, los com
pradores capitalistas son un puñado, y les es fácil (salvo interven
ción gubernamental] entenderse entre ellos para fija r los precios.
En 1937, la Federal Trade Commission publicó los resultados de una
vasta investigación sobre los ingresos agrarios, que pone al desnudo
ias posiciones respectivas de (os compradores y de los vendedores.
El trigo, en 1934, era producido por 1.363,471 farmers. Pero 13 com
pañías molineras producían el 65 % de la harina, y cuatro de ellas
compraban el 38 % de todo el trigo producido en Estados Unidos.
Había 550.042 ganaderos, pero tres trusts absorbían el 41 % de la
Carne. Había 893.431 tamberos, pero seis grandes compañías com
praban el 32 % de su leche. Había 422.166 productores de tabaco,
poro cinco compañías transformaban el 57 % de sus cultivos, etc.
El informe de la comisión describía en detalle las prácticas mono
polísticas por !as cuaies estos trusts se aseguran ganancias exorbi
tantes a costa de los fartr.ers 5 *,
132
Frecuentemente, el pequeño vendedor sóío conserva una inde
pendencia nominal con relación al comprador. El trust no sólo im
pone sus precios sino que también fija los salarios que el farmer
debe pagar a su mano de obra, le prescribe la fecha en que debe
plantar y sus métodos de cultivo. Además, como veremos más ade
lante, el trust a menudo posee sus propias explotaciones agrarias
industrializadas y paga al pequeño farmer precios basados sobre los
bajos costos de producción obtenidos por esas vastas empresas0.
Incluso sucede que haga bajar los precios por debajo del precio de
costo; arruina así a los pequeños farmers a quienes compra, mien
tras que las pérdidas que se inflige a sí mismo como productor, son
ampliamente compensadas por las ganancias que obtiene como trans
formador.
El poderío de ia coalición de los transformadores de productos
agrícolas fue revelado publicamente cuando en 1933 el gobierno
Roosevelt los gravó con un impuesto destinado a formar un fondo de
ayuda a los agricultores víctimas de la crisis. Los transformadores
afectados no sufrieron ningún perjuicio, pues se apresuraron a incor
porar ei nuevo impuesto a sus precios de venta, es decir a hacerlo
pagar al consumidor. No obstante, el soio hecho de que se hubiese
intentado tocar sus ganancias les hizo dar gritos de desollados. Le
vantaron a la opinión, se dirigieron a los tribunales, declararon '‘ile
gal5' al impuesto, en ciertos casos se negaron a pagarlo e hicieron
tanto que finalmente la SuDrema Corte de Justicia les dio la razón
Desde entonces, esta poderosa coalición sigue gn pie de lucha.
Todavía en ia actualidad inspira las campañas de prensa desencade
nadas periódicamente contra la política de estabilización de los pre
cios agrícolas que tuvo que resolverse a aplicar el gobierno norte
americano. Eila es quien hace escribir a los periodistas a sueldo que
las subvenciones a los farmers son el "robo más grande de toda la
historia” 3. Como sucede a menudo, son los ladrones quienes gritan:
Entre los trusts que saquean al farmer, el de ia carne es uno de
los más temibles, debido a su concentración. A pesar de todos los
procesos antitrusts vanamente entablados contra ellas desde comien
zo de siglo, cuatro grandes compañías (Swiít, Armcur, Wilson y Cu-
dahy) imponen su ley a los ganaderos. En 1S42, habían vendido ei
45,2 % de toda la carne consumida en Estados Unidos9. Sus acti
vidades son múltiples. Compran el ganado en pie, lo matan, venden
133
la carne fresca, la carne enfriada, la carne en conserva, los cueros
y pieles. Fabrican abonos con ios residuos, Pero su actividad se
extiende aún más lejos; por ei juego de las participaciones financie
ras, abarca todas fas industrias que de cerca o de lejos tienen que
ver con ei agro. Fue el trust de ia carne quien, después de la última
guerra, destruyó el control de precios negándose a comprar el ga
nado y a entregar la carne a los minoristas. Esta operación le ase
guró ganancias fantásticas (144 millones de dólares en 1947 contra
26 millones en 1939).. Pero, mientras los precios al por mayor .de la
carne se elevaban en un 87 % de junio de 1946 a marzo de 1948, los
precios pagados a los farmers sólo aumentaron un 48 % 10.
E| comercio de ios productos lácteos también está monopolizado.
Cuatro firmas produjeron en 1944 el 30 % de todos los productos
lácteos. Tres compañías fabricaron cerca de! 45 % de la producción
total de leche condensada. Dos poderosas compañías (National Dairy
y Borden) imponen su voluntad- National Dairy, en 1934, produjo ei
33 % de todo ei queso y más del 21 % del ice cream fabricados en
Estados Unidos. La compañía domina e! mercado de la leche fresca
en todas las grandes ciudades dei Este. Los farmers de! Estado de
Nueva York tuvieron que recurrir a !a huelga en 1939 para defender
sus precios contra el trust de la leche. A principios de 1937 los pe
queños productores lecheros de Luisiana desencadenaron una huelga
análoga contra las compañías lecheras de Nueva Orleans. En 1938,
el Departamento de Justicia tuvo que iniciar un proceso contra Bor
den y nueve otras compañías lecheras por ''conspiración dirigida a
fijar ios precios y a controlar la producción de leche fresca" 11. Ge
neralmente e! trust de la leche posee o controla los grandes tambos,
y se dedica a "manipular" en provecho suyo a las comisiones de
control de la leche de.los Estados y de! gobierno federal.
Nueve compañías dominan la industria de la conserva de legum
bres y de frutas. Aquí conviene recordar que, a diferencia de Eu
ropa, en Estados Unidos las frutas y legumbres se consumen en una
proporción mucho más grande bajo la forma de conservas. Además,
esta proporción aumenta año a año. Dos compañías dominan la . in
dustria de las frutas en conserva (Lihby y California Packin Corpo
ration). Tienen una posición monopolista en ío concerniente a las
frutas de calidad superior, cultivadas en la costa deí Pacífico y es
pecialmente en California. Controlan numerosas plantaciones que se
extienden sobre decenas de millares de hectáreas. Cuatro compa
ñías californianas producían cerca del 35 % de las conservas de du
raznos norteamericanos 12 .
Ciertas compañías especializadas en la fabricación de conservas
de sopas, como Campbell, explotan duramente a los productores de
líl "N ational Union Farm er". mayo de 1948. p. 3. “ Facts for Farm ers". junio
de Í948, p. 1.
11 fconom /c Concentration.., . c it-, ps. 216-219. Rochester, op. cit., ps. 231-243.
12 Econom ic Concentration..., c it., ps. 219-221. Rochester. op. cit., ps. 32-34.
Me W illiam s, til fares . . . , cit., p. 23.
134
tomates 13. En un libro reciente sobre ¡a agriculutra norteamericana,
el agrónomo francés René Dumont anota que ia mitad de les culti
vadores de apio están bajo el control de dos grandes compañías:
éstas “ adelantan a los productores los fondos para gastos, les pro
veen de equipos de cosechadoras para ta cosecha... y sacan lo me-
¡or de las ganancias" i*.
El monopolio del tabaco es uno de los más sólidamente organi
zados, a pesar de su supuesta “ disolución” ordenada en 1910 por !a
Corte Suprema de Justicia. En 1934 los “ tres grandes” (American
Tobacco, Ligget and Myers y Reynolds) y dos otras compañías me
nos importantes absorbieron él 57 % de ia cosecha de tabaco de
Estados Unidos. Los "tre s grandes’* por sí soles compran los dos
tercios de! tabaco Burley y el 80 % del Maryfend. Las manufacturas
de tabaco se entienden secretamente antes de hacer ofertas a fin de
mantener los precios lo más bajo posible. Y utilizan toda clase de
procedimientos maquiavélicos (que sería demasiado largo describir
aquí) para llevar a los productores de tabaco a vender su cosecha
en las condiciones más desfavorables. Estas maniobras fueron ex
puestas con el mayor detalle en 1940, por los procuradores federales
norteamericanos, cuando éstos se decidieron a intentar procesos ju
diciales (vanos, por supuesto] contra el trust. En 1947, los produc
tores de tabaco cobraron solamente el 17,6% del precio pagado por
ios consumidores (mientras que, término medio, para el conjunto de
!os productores agrícolas norteamericanos, el productor cobraba el
53 % del precio pagado por el consumidor) 15.
La extorsión en ia compra. — Para sus compras, el farmer vuelve
a encontrarse en 5a misma situación que para sus ventas. Tiene ante
él un solo o un número tan limitado de proveedores que la ley de
ía competencia r?o juega y debe aceptar los precios que se le impo
nen i'6. Incluso está en una posición bastante más desfavorable que
al vender, donde, por lo menos, goza generalmente de una estabi
lización gubernamental de ios precios. Al comprar, desde la supre
sión del control de precios en 1946, está absolutamente desarmado.
Uno de ¡os trusts que lo extorsionaban más duramente es el de
los fertilizantes. En vísperas de la última guerra, ios cuatro más im
portantes productores de abonos (con la American Agricultural Che
mical Co. a !a cabeza) producían el 25 %, y los ocho más importan-
tantes si 42 %, de todos los abonos producidos en Estados Unidos.
Los ocho “ grandes" controlaban más de 120 fábricas de abonos. Tres
compañías —!a E.l. Ou Pont de Nemours entre eilas— produjeron en
Í945 el 71 % de los abonos nitrogenados. Un solo cártel, la Phos-
phate Export Association, monopoliza Sa venta de los abonos fosfa
tados. Tres firmas producen el 99 % de los abonos a base de po~
11 Wic W illiam s, I I I tares... cit., p. 22. "N ational Unicn Farm er", setiembre
de 1938.
14 Ouíriont, op. c it., ps. 259-260,
15 Sochester, op. c it,, ps. 32-34. D-jmont, op. c it., p. 324. “ Facts for Farm ers",
octubre de 1948.
u Econom ic C o n c e n tra tic n . . . , cit., ps. 104-197.
135
tasio. La mayoría de los productores -de abonos pertenecen a un
supertrust, la National Fertilizer Association, condenado (en vano) en
1941 por violación de ia íey antitrusts. Se precisarían páginas ente
ras para describir todos los procedimientos utilizados por el trust de
los mercados, fijar ios precios y robar a los farmers por la forma
en que efectúa sus mezclas. Así, el trust controla el precio del
ácido sulfúrico perc no controla e! del mineral de fosfato; entonces,
mezcla indebidamente !as dos materias de modo de monopolizar el
mercado de los abonos fosfatados. Por otra parte, controla ia pro
ducción de ios abonos nitrogenados y tos hace pagar al farmer cuatro
veces más caro que e! fosfato bruto, mientras éste último, deposi
tado sobre ía tierra, produce bajo ciertas condiciones nitrógeno na
tural a razón de tres unidades de nitrógeno por una unidad de fosfa
to. Además, el trust de los abonos agrega a sus productos ingre
dientes sin valor comercial ni utilidad, tales como arena. Se cons
tituyeron cooperativas de farmers que realizan compras de fosfato
bruto y efectúan ellas mismas sus mezclas. El tru st contestó prohi
biendo a sus miembros, a sus agentes y minoristas, vender cualquier
cosa a farmers sospechosos de efectuar por sí mismos sus mezclas w.
La industria de las maquinarias agrícolas no está menos monopo
lizada. Dos trusts, International Harvester y John Deere, la dominan.
En vísperas de la guerra* producían más de los dos tercios de nume
rosas máquinas, entre ellas ios tractores. Por sí sola International Har-
vester producía más dei 37 % de todas ias maquinarias agrícolas
fabricadas en Estados Unidos. Los cuatro productores más importan
tes (los dos ya citados, junto con A ilister Chalmers y J. I. Case) pro
ducían el 73 % de las maquinarias agrícolas. En lo que se refiere a
los tractores, la concentración está más avanzada aún: ias cuatro
compañías más importantes controlaban el 84 % de las ventas y las
ocho más importantes eí 97 %. La Federal Trade Commission, gracias
a su investigación de 1937, estableció que los precios de las maqui
narias agrícolas en realidad son fijados por International Harvesier y
John Deere. Las otras compañías calcan sus precios, cada otoño,
sobre los publicados por los dos "grandes". Los gráficos muestran
que los precios de ias maquinarias agrícolas se mantuvieron más o
menos estables de 1926 a 1946. La íínea se mantiene sorprendente
mente recta y sólo sufre una levísima fiexión durante los años de
depresión, mientras que ia que traduce los ingresos de ios farmers
sufre caídas siniestras ^ A medida que se generaliza la utilización
de maquinarias agrícoias, ios precios monopolísticos practicados por
el trust de las máquinas agrícolas pesan más gravemente sobre la
masa de ios farmers (sin contar que en la posguerra, como la produc
136
ción se mantuvo muy por debajo de [as necesidades debido especial
mente a la falta de acero, se creó un mercado negro de las ma
quinarias agrícoías is ) . El inventor de la cosechadora mecánica de
algodón, mi amigo John Rust, un técnico socialista, hizo esfuerzos
desesperados para poner su invento a disposición de las farmers sin
arrancarles superbenefícios. Pero, tanto en este terreno como en los
otros, ya no hay más "libre empresa". John Rust no tiene los pode
rosos medios de que disponen sus rivales y finalmente tuvo que capi
tular. Vendió su patente a Allis-Chalmers, mientras la International
Harvester lanzaba ai mercado otra cosechadora mecánica *.
Los farmers son víctimas de otro trust: ei de ia energía eléctrica.
En el volumen i, he tratado de describir las maniobras de este trust
para contrarrestar el desarrollo de la Tennessee Valley Authority, y
también el de la Rurai Electrification Administration, un organismo
gubernamental creado en 1935 para conceder préstamos a cooperati
vas de electrificación rurai. Pero la T.V.A. sólo prevee energía eléc
trica a los usuarios de la cuenca del Tennessee y la actividad de la
R.E.A. es limitada, pues sólo se ejerce donde las compañías privadas
juzgan que la electrificación no es suficientemente rentable. Por otra
parte el esfuerzo iniciado es muy insuficiente, ya que en 1947 dos
millones de explotaciones agrícolas carecían todavía de corriente eléc
trica. Se ha calculado que la corriente provista a los usuarios de los
Estados de Noreste por la industria privada sale dos veces más cara
que la provista por la T.V.A. Por otra parte, ¡a- experiencia hs demos
trado que 1a corriente producida por las cooperativas de. electrifica
ción rural es por lo menos un 15 % más barata que la producida po“
los trusts. Estas pocas indicaciones dan una idea al lector del perju-
cio causado a los farmers norteamericanos por el trust de ia elec
tricidad 2!>.
Pero fa lista de los monopolios que exprimen al farmer no termina
aquí. Habría que agregar el de los ferrocarriles, cuyas tarifas, a pesar
del ilusorio control de la Interstate Commerce Commission, pesan
duramente sobre el mundo rural 21, de la banca que presta a los far
mers a elevado interés, exigiendo garantías que muchos pequeños
agricultores no pueden ofrecer, y que, por el juego del crédito hipo
tecario, se aseguró durante los años de depresión el control de gran
des sectores de la agricultura n o r t e a m e r i c a n a 2 2 , indudablemente tanv
137
bíén aquí se ha hecho sentir !a intervención gubernamental, pero los
préstamos con bajo interés de la Farm Credit Administration y de la
Farm Security Administration no bastaron para librar al farmer de los
usureros de Wall Street.
Concentración en la agricultura
138
El censo de 1945 (referente al año 1944) revela que un " tercio
privilegiado" de los farmers norteamericanos (exactamente el 33,7 %)
producían cerca de 80 % (exactamente 79,5 %) del valor de todos
ios productos agrícolas norteamericanos, mientras los otros dos ter
cios (exactamente ei 66,3 %) producían solamente el 20,5 %.
Si se examina más de cerca ai “ tercio privilegiado’’, se com
prueba que los mayores farmers norteamericanos (11,9% del total
de farmers) producían el 52,7 % del valor de todos los productos.
Mejor aún, puede notarse que el “ tercio privilegiado” está dominado
.por una pequeñísima aristocracia (el 2 % de los farmers norteame
ricanos, o sea alrededor de cien mil explotaciones) que por sí sola
producía, según el censo de 1945, cerca del 25 % del valor de todos
los productos agrícolas norteamericanos.
Si ahora contemplamos más de cerca ía situación de los farmers
píenos privilegiados, comprobamos que la mitad de los farmers nor
teamericanos no producía más que el 10 % del valor de todos los
productos agrícolas (exactamente: ei 50,4 % de los farmers producía
ei 10,4 % del valor total). Si abarcamos de más cerca al tercio menos
privilegiado, vemos que el 37,9 % de los farmers no producía más
que el 5,9 % del valor de todos los productores agrícolas.
Estas cifras revelan la extremada concentración de la producción
agrícola en manos de una minoría de grandes farmers.
“ Fábricas rurales”
139
Esta concentración de la propiedad agrícola es de fecha relativa
mente reciente para el conjunto de Estados Unidos. Pero en un Es
tado, California, es ya antigua. Ya en 1880, Karl Marx escribía de
Londres a su corresponsal norteamericano, F. A. Sorge: “ Me agradaría
mucho que pudieras averiguarme a lg o . . , sobre las condiciones eco
nómicas en California . . . Para mí, California es muy importante, por
que en ninguna otra parte se ha cumplido en forma más descarada y
con semejante apresuramiento, la trasformación por la centralización
capitalista” 2 8 .
En sus admirables libros, que son el equivalente, en el piano cien
tífico, de Viñas da ira de John Steinbeck y que provocaron el mismo
escándalo, Carey Me Williams puso al desnudo a California capita
lista £9. Demostró que la gran propiedad rural se remonta aííí a!
tiempo de ia dominación española. Las vastas posesiones feudales
constituidas en esta época nunca fueron desmembradas. Pasaron de
manos de los concesionarios mexicanos, beneficiarios de las liberali
dades españolas, a las de los capitalistas norteamericanos, con los
magnates ferroviarios a Sa cabeza. En 1919, el Southern Pacific era
todavía el principal propietario del Estado de California. Hoy es el
poderoso Bank of America, del famoso magnate Amadeo P. Giannini,
quien domina la agricultura californiana. Gracias al mecanismo de los
préstamos hipotecarios, en la época de la depresión pasó bajo su
poder o su control el 50 % de las tierras cultivables de California
septentrional y central, o sea una superficie de 600.000 acres (242.820
hectáreas)30. Otro banco, el Anglo California National Bank, controla
la California Delta Farms, Inc., una empresa productora de verduras
cuyo capital supera el millón de dólares si. Tres mil grandes estable-
pimientos, o sea alrededor del 2 % del total de las explotaciones
californianas, producían en 1939 cerca del 30% de los productos
agrícolas de California Las tierras irrigadas del Imperial Valley se
cuentan entre !as de concentración más avanzada; 81 propietarios, que
poseen cada uno más de 540 acres (algo más de 260 hectáreas), ex-
plotan 141.727 acres (57.357 hectáreas), o sea un promedio de 1.750
acres (708 hectáreas) por explotación. El 65 % de estos grandes
establecimientos, que representan eí 77 % de la superficie total antes
indicada, pertenece a compañías capitalistas o a propietarios ausen
tistas 23.
Otro valle, el de San Joaquín, está monopolizado por inmensas
plantaciones de algodón. La más importante de ellas, los Pasajero
140
Farms, tiene una superficie de 86.000 acres (34.804 hectáreas). La
dirige un magnate capitalista llamado Russel Giffen. Su capital es de
siete miliones de dólares, y sus ganancias brutas en 1947 y 1948 fue
ron de alrededor de tres miliones de dólares. En realidad» la mayor
parte de esta empresa gigantesca, cuyos inmensos campos de algo
dón son inspeccionados diariamente por avión, pertenecen a la firma
algodonera Anderson, Clayton & Co., que domina todo el valle dé San
Joaquín bajo ía benévola protección del Bank of America 34.
En ninguna parte de Estados Unidos se explota y hasta se ate
rroriza a la mano de obra agrícola como en California. Los grandes
propietarios, aliados con el Big Business, han creado allí una organi
zación de combate, los Associated Farmers of California, Inc., de
mentalidad y de métodos fascistas. Basta aquí citar a Steinbeck: “ Las
grandes compañías . . . en lugar de aumentar los salarios . . . emplea
ban el dinero en comprar granadas de gas y revólveres, en contratar
vigilantes y soplones, en hacer listas negras, en adiestrar sus tropas
i mprovi sadas. . Los pequeños farmers, regimentados en los Asso-
ciated Farmers, están obligados, quiéranlo o no, a ejecutar las consig
nas de los grandes propietarios «6.
El tipo de gran agricultura cuyo modelo fue California la primera
en presentar, con sus rasgos específicos (grandes superficies, cultivo
intensivo y mecanizado, alianza del feudalismo agrario con el capita
lismo industrial y bancario, explotación implacable de una mano de
obra temporaria, actitud violentamente antiobrera), está extendiéndose
al conjunto de Estados Unidos 36,
En todas partes se han constituido verdaderos imperios agrícolas.
Citemos algunos. Tenemos en Texas ei gigantesco King Ranch, que
ocupa todo un condado de ese Estado, o sea más de 75.000 acres
{más de 30.352 hectáreas) y que se negó hasta 1S37 a abrir su perí
metro alambrado a la circulación de automotores 37. En Kansas, tene
mos ia Whest Farming Company, que en 1933 explotaba 64.000 acres
(25.900 hectáreas) y cuyo capital, en esa época, era de dos millones
de dólares38. En el Estado de Montana, tenemos el establecimiento
Campbell, altamente mecanizado, con sus 95.000 acres (38.446 hec
táreas) de trigo. Los capitales invertidos provienen de Wall Street.
Ej mismo Thomas D, Campbell, junto con otros capitalistas, explota
una plantación de 286.000 acres (115.744 hectáreas), en elEstado de
New M éxico39. En el Estado de fvtississipi, tenemos laDelta andPine
Land Co., con sus 35.621 acres (14.146 hectáreas) de algodón, una
parte de cuyo capital está en poder de hiladores británicos de Man-
141
chester, y donde impera una dictadura paternalista40. Su administra
dor, Oscar Johnston, es el omnipotente presidente del National Coíton
Councll oí America. Dei otro lado deí Mississipi, sn Arkansas, tene
mos la plantación Wilson, inmenso dominio de dimensiones muy simi
lares a las del anterior (36.000 acres). He visto con mis propios ojos
estos dos mastodontes. En Florida, tenemos ios 25.000 acres (10.11?
hectáreas) de plantaciones de cañe de azúcar de ía United States
Sugar Corporation, que reina sobre once ciudades obreras 4ir etc., etc.
Una gran parte de estas gigantescas plantaciones pertenéce a
compañías industriales que trasforman las materias primas cuya pro
ducción se aseguran por sí mismas. Así, ia Earl Fruit Company of
California posee 27 plantaciones en California y es Socalaría de otras
once. Además compra los frutos producidos por muchas pequeñas
quintas. Posee once fábricas de frutas en conserva. Fabrica ella mis
ma sus latas de conserva. Por intermedie de una compañía filiai,
posee 13.833 acres (5.598 hectáreas) de frutales en otros Estados 42.
La California Packing Corporation tiene 50 fábricas de conservas
en diferentes Estados. No sólo hace conservas de frutas y legumbres,
sino también de pescado y de cafó. Posee 21.000 acres (cerca de
8.500 hectáreas) de tierras en California y compra la cosecha de 4.713
cultivadores californianos 43.
En Nueva íngiaterra, dos compañías, ia American Sumatra Tobacco
y la Consolidated Cigar Corporation producen el tabaco que luego
trasformarán en cigarros. Los productores “ independientes" están
obligados por contrato a entregarles toda su cosecha
Los Seabrook Farms, en el Estado de New Jersey, ponen en con
serva ias frutas y las legumbres producidas por ellos y por los otros
farmers de la región. Tienen sus propias redes camineras y ferrovia
rias, sus invernaderos, sus camiones, su sistema de riego, etc.45.
La aceleración dé ia concentración de la propiedad rural se ex
plica por diversas razones.
Ante todo, la forma de establecer la contribución territorial que
emplean las autoridades ¡ocales. "La tendencia general — escribe
John Van Sickle— es sobrecargar de impuestos a las pequeñas pro
piedades. La contribución. . . recae sobre una parte relativamente
mayor del ingreso det pobre que del ingreso de! rico. En Mississipi,
por ejemplo, los datos con que se cuenta indican que la incidencia
del impuesto sobre ias tierras más pobres es de tres a cinco veces
más pesada que sobre las mejores tierras” ^ , Una publicación oficial
del Ministerio de Agricultura comparte el mismo punto de vista, y
agrega que en muchos casos el farmer que no puede pagar sus con-
142
ff
tribuctones dentro de cierto plazo ve su propiedad embargada y ven
dida. En el punto más grave de la depresión, en 1933, el porcentaje
de explotaciones rurales embargadas así fue de 27 por mi! en ciertos
Estados del Sur y de) Centro y el porcentaje medio nacional alcanzó
al 15 por mil. "En ciertas regiones de tierras pobres, se produce un
violento cambio de ta propiedad privada de la tierra, en las épocas
en que los farmers tienen grandes dificultades para pagar sus impues
tos” . En 1942 Carey Me Williams escribió que alrededor del 35 %
de ias tierras cultivables dei Estado de North Dakota serían pronto
posesión del Estado como consecuencia de los embargos del fisco
Otra razón: los embargos a farmers demasiado endeudados como
para poder liberarse de las deudas hipotecarias contraídas en los años
de depresión. En 1938, las compañías de seguros poseían alrede
dor de 125.000 campos de una superficie total de alrededor de 28 mi
llones de acres (11.322.000 hectáreas), que representaban un valor
de más de 700 millones de dólares, principalmente debido a los em
bargos. La Metropolitan Ufe Insurance Company sola poseía 7.300
campos *8. Nada más que en el Estado de iowa, las corporations (so
ciedades capitalistas) tenían en 1939 el 11,9% de todas las tierras
cultivables del Estado. En el Estado de Montana, tenían en 1937 el
15,6 % 49. Muchas de las explotaciones así incautadas no fueron de
vueltas a sus antiguos propietarios50. En Viñas de ira, Steinbeck re
lata el drama de los pequeños farmers de Oklahoma, desposeídos
primeramente por los bancos de las tierras que habían tenido que
hipotecar y reducidos a la condición de medieros, y luego desalojados
pura y simplemente del suelo cuando los bancos juzgaron más bene
ficioso fusionar las pequeñas explotaciones en grandes unidades me
canizadas. En efecto, lo más frecuente es que los bancos o compa
ñías de seguros, e incluso los agentes del fisco en ciertos Estados,
alquilen las tierras incautadas —después de convertirlas en grandes
unidades— a explotadores que trabajan en gran escala, con máquinas
y mano de obra asalariada. Así se creó una nueva profesión: la de
administrador (manager) de establecimientos rurales 5Í.
E! censo de 1945 revela que unas 47.000 explotaciones (menos
de! 1 % del total nacional), que producían el 5,7 % del total de los
productos agrícolas norteamericanos y que ocupaban cerca del 10%
del total de las tierras cultivables, estaban administradas por mana-
gers. Si se considera a ias mayores explotaciones (las que producen
más do 40.000 dólares de productos), se comprueba que ei 21 % de
ellas estaban administradas por managvrs 52. De este modo secons-
47 Farm Tenure Im p ro vem e n t in the U. S., U.S. D aparm ent of A g ric u ltu re , d i
ciembre de (945, ps. 109-ilÜ, ívíc. W illiam s, III f a r e s ... , c it,, p. 69.
45 Rochester, op. c it., 2
p. 110 {Fuente; A g ric u ltu ra ' S itu a tio n , mnr o de1939,
p. 14; S ocretary o f A g ric u ltu re A n im a l Reporí, 1938, p. 70}.
19 Farm T e n u re ..., c-ií,, p. 14.
50 Rochester, op c it., p. 112
31 Me W illiam s, lli fa res..., cít.. ps. 303-3(15.
52 U.S. C-ensus o f A g ricu ltu re . 1945. S pecial fíeoort. Farm s and Farm Chame-
te ris tic s by C o lo r and Tenure of Operador, i , p. 225.
143
íltuyó cierta cantidad de compañías administradoras de establecimien
tos rurales. La Farmers National Company de Omaha administra 700
de ellos, con una superficie total de más de 250.000 acres {101.175
hectáreas). Otra, el Doans AgriculturaI Service of St. Louis, adminis
tra 200,000 acres (80,940 hectáreas) de tie rra s 53.
La política de estabilización de los precios agrícolas practicada
desde 1933 por el gobierno norteamericano — cuyo principal resultado
ha sido e( enriquecimiento de los «grandes farmers— acentuó, como
veremos, ¡a tendencia a !a concentración de la propiedad rural.
Pero de todos los factores, el más importante parece haber sido
el desarrollo fulminante de la mecanización. Éste se efectuó en dos
tiempos: comenzó ya en el siglo XIX con la invención de la segadora,
debida a McCormick (1833). Luego tuvo que esperar !a invención del
motor de combustión interna para tomar un nuevo impulso. En la
industria, la revolución industrial se basó en la máquina de vapor.
Esta no podía aplicarse a ía agricultura. Pero ía aparición del motor
estimuló la mecanización de las operaciones agrícolas. Aunque la
revolución industrial llegó al campo tardíamente, se desarrolló allí con
una impetuosidad que compensó su retraso. En 1920 había solamente
250.000 tractores en las explotaciones rurales norteamericanas. Pero
en 1930 había 920.021, y en 1940, 1.567.430 54. La mecanización adqui
rió toda su amplitud a partir de 1938. La segunda guerra mundial ie-
dio un nuevo y poderoso impulso. En 1948, se pusieron en servicio
200.000 tractores y 400.000 “ combinadas" más que los que existían
en 1947 55, En 1949, se vendieron casi cinco veces más máquinas
Agrícolas que diez años antes 56. Ahora bien, la maquinaria no es Ren
table si no es utilizada en grandes extensiones. A los pequeños pro
ductores Íes cuesta mucho sostener !a competencia de las explota
ciones mecanizadas. No pueden reducir sus costos de producción,
pero tienen que vender sus productos a precios que descienden cons
tantemente 57. En su libro sobre la agricultura norteamericana, René
Dumont señala que la “ combinada" sólo es realmente económica si
efectúa !a cosecha de cuatro o cinco explotaciones familiares y agre
ga: "L.a «combinada» impulsa irresistiblemente al engrandecimiento de
las explotaciones norteamericanas &8,
En Oklahorna, la introducción en masa del tractor aceleró ia con
centración. Donde cuatro familias cultivaban la tierra, quedaron sólo
dos, y a veces hasta una sola. Casi cinco mil familias de farmers
fueron eliminadas anualmente en este Estado entre 1935 y 1940. En
Texas, el tractor eliminó, desde 1935, 10.000 familias de medieros por
año. En algunos años, de 1926 a 1933, la “ combinada" eliminó 150.000
trabajadores en Kansas. La cosechadora mecánica de maíz reemplaza
144
a cinco o seis cosechadoras manuales 59. Sólo en el Estado de !owa,
la introducción de esía máquina en 1937 hizo perder su trabajo a cerca
de 20.000 trabajadores agrícolas 60.
Y no estamos más que al principio de esta evolución. Todavía no
hemos visto ¡o peor. Wiliiam Haywood predecía, ya en 1911: “ Debe
mos tener explotaciones agrícolas cada vez más grandes, donde ei
trabajo pueda especializarse y donde puedan usarse todas las máqui
nas modernas y los métodos científicos. Esto significa que muy
pronto solamente grandes capitalistas podrán sacar ganancias de la
agricultura"81.
Eí ‘Taran Bloc”
5MVlc W iliiam s, II I fa r e s ... , cit., ps. 102-103. 196-197, 202, 220, 323.
^ Ib id ., p. 323. David Lynch, The C on ce n tra tlcn o f Econom ic Power, 1946, p. 291.
41 W iiliam O. Haywocd y Frank Gohn, in d u s tria l S o cia lism , <91 f, p. 20.
62 "N ew York Tim es", 16 de diciem bre de 1947.
t’-' Ib id ., 16 de noviembre de 1947.
64 Daíe Kramer, The Truth about the Farm Bureau,sin fecha (1946?), p. 8. "Nevvl
York Tim es", 26 de febrero de 1950.
M Me WiKiams, S m a ii F a r m ..,, cit., ps. 24-25 [fuente: Montgomery. Alabama,
' A dvertiser” , 23 de marzo de 1943).
6,1 Ib id ., p. 12.
kl ib id ., ps. 22-23.
6a Ib id ., p. .13. Stuart Chase, Dem ocracy urider pressure, 1945, p. 100. New York
Tim es", 17 de diciem bre de 1947.
69 A. Whitney Griswold, Farniing and Oemocracy, 1948, p. 190. Chase, op. c it.,
página 97.
145
La columna vertebral del Farm Bureau es un servicio guberna
mental, el Extensión Service. En cada condado, existe un agente agrí
cola pagado por subvenciones simultáneas de! gobierno federal, de!
gobierno del Estado y del condado. Este consejero técnico de los
farmers del condado está asistido por un comité que afirma represen
tar ante él a los farmers: es el Farm Bureau. Los dos organismos
trabajan de común acuerdo70. El agente gubernamental es al mismo
tiempo un agente de reclutamiento para el Farm Bureau. Se han pu
blicado circulares dirigidas por agentes de condado a todos los farmers
de su circunscripción, intimándolos a inscribirse en el B u r e a u ™. Ade
más, en el vértice de la pirámide, el Farm Bureau, gracias al Extensión
Service, ejerce una poderosa influencia dentro del Ministerio de Agri
cultura; y no deja de presionar para que las atribuciones de este mi
nisterio, controlado por él, sean ampliadas en detrimento de otras
secciones que le son menos afectas72.
La Grange es una organización ya antigua. Fue creada en 1867
bajo la forma de una “ fraternidad” , es decir de una sociedad de edu
cación y de ayuda mutua, y tiene tras de sí un bastante glorioso
pasado de lucha contra los monopolios capitalistas, especialmente el
ferroviario. En el apogeo de esta campaña, en 1874, llegó a reunir un
millón y medio de miembros, Pero hace ya buen tiempo que sentó
cabeza, y actualmente su programa ya no tiene nada de izquierdista.
Sólo alude a su pasado para avergonzarse de él. Aunque es menos
abiertamente reaccionaria que el Farm Bureau y aunque todavía suele
hacer alguna reverencia demagógica al pequeño farmer, no por ello
deja de estar junto al Farm Bureau cada vez que están en juego los
intereses de la gran agricultura 73.
El Farm Bureau se desarrolló después de la guerra de 1914-1918,
y su aparición coincide con la del t r a c t o r R e p r e s e n t a esencialmen
te los intereses de las grandes explotaciones rurales comerciales.
Sus dirigentes son grandes empresarios. Ed O'Neaí, su animador
hasta muy reciente fecha, pertenece a una familia de plantadores de
algodón del Sur. Su actual presidente, Alian B. Kline, es un gran pro
ductor de maíz de !ow a75. Desde su origen, ei Farm Bureau nació
bajo el signo de la alianza entre gran agricultura y Big Business. En
1911 se creó la primera organización de condado, en el Estado de
Nueva York, gracias a las subvenciones de una compañía de ferroca
rriles y de la cámara de comercio local. El Board of Trade (bolsa de
comercio) de Chicago concedió un préstamo de cien mil dólares para
146
ayudar a crear ias cien primeras organizaciones de condados to. pese
a ello, el Farm Bureau, durante ios primeros años de su existencia,
entró a veces en conflicto con los sectores dei capitalismo norteame
ricano relacionados con la agricultura, especialmente los trasformado-
res de productos agrícolas {processors), Bajo Rooseveit, al comienzo
del New Dea}, este antagonismo adquirió incluso un carácter bastante
agudo77. Pero, desde entonces, se llegó a un compromiso entre el
Big Business y la gran agricultura, que actualmente son solidarios en
gran m e d id a ^ . Decir "compromiso" es quedarse corto: hay interpre
tación recíproca. Ef capitalismo industrial y bancario participa en la
explotación de grandes establecimientos rurales y los grandes terra
tenientes tienen intereses en las empresas industriales relacionadas
con los productos agrícolas. En 1945 —como lo reveló el presidente
del Sindicato Obrero del Automóvil, Walter P. Reuther, ante una comi
sión del Senado— los dirigentes dei Farm Bureau y de la Grange se
combinaron con el Food Industry Committee, un cartel de los fabri
cantes de productos alimenticios, para derribar el control de precios 79.
El Farm Bloc está ligado también al trust de los abonos. En 1930,
un representante del Farm Bureau tuvo que confesar, ante una comi
sión del Senado, que la campaña emprendida por su organización con
tra el proyecto de fabricación de abonos baratos en el valle del Ten-
nessee había sido subvencionada por una firma productora de abonos,
!a Amer/can Cyanamid Co. 80. Aunque más recientemente (1945) el
Farm Bureau adoptó —por lo menos en apariencia— una posición
menos hostil con respecto a la producción de abonos por la Tennessee
Valley Authority si, la Grange continúa oponiéndose a "todo aumento
de la competencia que el gobierno hace a la industria privada"82 *.
El Farm Bureau y el trust de la electricidad se aliaron ya desde
1923. Aún hoy ambos grupos se entienden a las mil maravillas para
oponerse ai desarrollo de las cooperativas de electrificación rural de
la fí.E.A. y a la creación de empresas hidroeléctricas públicas del tipo
de la r.V.A.8»* * .
Necesitaríamos páginas enteras para enumerar todas las pruebas
de connivencias entre el Farm Bloc y los diversos intereses capitalis
76 Russel Sm ith, B ig Business and th e Farm Bloc, "A ntioche R eview ", verano
de 1944. Me. W illiam s, S m all F a r m ..., c it., ps. 21-22.
” Küe, op. c i t , ps. 197-226.
i* Waring y Goldsn, op. c it., p. 31. M e. W illiam s, S m a ll F a r m ..., c it., ps. 21-22.
79 Sm ith, op. c i t Kramer, op. c it., ps. 2-3. Me W illiam s, S m a ll F a r m ..., c it.,
ps. 21-22.
89 Kramer, op. c it., ps. 12 a 15. Me W illiam s, S m a ll F a r m ..., cit. ps. 21-22.
*' Kile, op. c ít., ps. 313-314.
82 N a tio n a l Grange, Annual Report, 1947, p.
* La divergencia entre tas dos organizaciones proviene de que e! Farm Bureau
espera fortalecer, gracias al sistema de distribución de abonos, la autoridad de su
aliado, el E xtensión Service, mientras que la Grange es hostil a un organismo que no
controla.
83 Farm Bureau Federation, 1949 Program. "N ational Union Farm er", 1? y 15
de enero de 1946'.
* * La Gfange apoya a la fí.E .A ., pues sus miembros están ubicados sobre todo
en la región del Noreste donde los trusts privados cobran c a rís im a ia corriente e lé c
trica a los fam ers.
tas (bancos, almacenes con muchas sucursaies, constructores de bu
ques y armadores, etc.}84. Se ha podido decir que durante los años
recientes la acción emprendida por ei Farm Bloc coincidió, en todas
las cuestiones importantes, con la de i a National Association of Manu
facturéis, la confederación patronal, y !a de la Cámara de Comercio
de Estados U nidos85, El Farm Bureau y la Granger además, participan
activamente en la comisión de agricultura de ia Cámara de Comercio 86.
Las relaciones entre capital y trabajo son uno de los terrenos
donde se manifiesta más abiertamente la solidaridad entre ia gran
agricultura y eí Big Business. Patrones de combate y grandes farmers
están unidos allí por el peligro común. Los grandes establecimientos
rurales comerciales trabajan cada vez más con mano de obra asala
riada. Lo que más temen es el desarrollo de los sindicatos de traba
jadores agrícolas st. Este temor es compartido por las supuestas
"cooperativas agrícolas" —de las cuales hablaremos enseguida— ,
vastas empresas de cosechamiento, de envasamiento, de expedición
y de distribución de productos agrícolas, operaciones que exigen una
importante mano de obra 88. El Farm Bloc es violentamente antiobrero
y aborrece al C.I.O. Se vanagloria de haber tomado parte decisiva en
la campaña que culminó con !a promulgación de !a ley Smíth-Connaíly,
durante la guerra, y más recientemente, de la ley Taft-Hartley 89, Du
rante una conversación que tuve en 1947 con H. L. Wingate, presidente
del Farm Bureau para el Estado de Georgia, éste no me ocultó que
si el Labor intentaba organizar a los jornaleros agrícolas su federación
emprendería una lucha a muerte contra esa tentativa.
El Farm Bloc no está compuesto solamente por organizaciones de
farmers propiamente dichas. Comprende también, como acabamos
(te aludir, firmas comercial.es gigantescas, controladas por los grandes
farmers, y que no tienen "de'''"cooperativas” más que el nombre, como
el National Councll of Farmers Cooperativss, la Cooperativa Milk Pro
ducéis Association y otras organizaciones de grandes productores
especialmente en tal o cual producto, como por ejemplo Sa American
Cofton Growers' Exchange90. Aunque Si principio estas organiza
ciones tuvieron que iuehar contra los intermediarios capitalistas, a
quienes quitaban una parte de sus n e g o c i o s p a r e c e que luego se
llegó a un compromiso entre Big Business y 8lg Cooperath/es. Estas
últimas, como escribe Russel Smith, “ no son en modo alguno verda
deras cooperativas, sino simplemente firmas de distribución y de trans
formación disfrazadas” 312. No son más que un servicio de venta de
149
de por lo menos 1.400 dólares para poder hacer frente a sus gastos
de explotación y a sus gastos familiares corrientes ^8.
En cuanto a las condiciones de existencia de esta mitad menos
privilegiada de los farmers norteamericanos, o sea cerca de tres mi
llones de familias, son aún de las más mediocres. En octubre de 1947
el secretario de Agricultura, Charles F. Brannan, provocó "algo así
como una conmoción” cuando declaró a los miembros de la comi
sión de agricultura de la Cámara de Representantes que la familia
rurai media vive en una casa vetusta, que necesita serias reparacio
nes o que hasta es irreparable. La casa no tiene agua corriente, ni
teléfono, ni calefacción central, ni bañera. Las moscas participan en
cada comida. Hay ratones en la cocina y ratas en el granero. La
superficie del campo, el ganado, los instrumentos de trabajo son in
suficientes para procurar pleno empleo a la familia y para asegurar
le vida decente. Aunque !a familia produce sus propios alimentos,
ios niños no están tan bien alimentados como los de la ciudad. Los
dos tercios de todas las familias de farmers — manifestó el minis
tro— tienen malas condiciones de vivienda, no porque estén simple
mente desprovistos de comodidad, sino porque carecen de las cosas
necesarias más comunes que caracterizan el modo de vida en el
siglo XX'( 99.
Estadísticas recientes muestran, en efecto, que el 67,3 % de las
explotaciones familiares carece de agua corriente y el 41 % de elec
tricidad. Un tercio de los edificios de explotaciones rurales están
deteriorados en tal forma que ya no pueden ser reparados 10°.
La atención médica es inadecuada. En 1942, había 89 médicos
rurales por cada 100.000 habitantes contra 159 en las regiones no
rurales, 35 dentistas contra 64, 187 camas de hospital contra 372 101.
En 1939, cerca del 29% de todos ¡os farmers estaban obligados
a completar las insuficientes ingresos de su campo trabajando fuera
como asalariados l02.
En el Sudeste, la situación del pequeño farmer es particularmen
te lamentable y, como ya se ha visto, en su bajo nivel de vida contri
buye a rebajar los promedios nacionales. En 1939, el 60 % de las
explotaciones que declaraban un ingreso anual bruto inferior a 1.000
dólares estaban situadas en el S u r1()3. El censo de 1945 revela que
la superficie media de los cinco Estados del Sudeste menos favore
cidos (Mississipi, Luisiana, Tennessee, Carolina del Norte y Carolina
del Sur) era, en 1944, de 73,4 acres (un poco menos de 30 hectá
reas}. mientras el promedio nacional era de 194,8 acres (un poco
,,s Posíwar D eve lo pm e n ts In Farm S ecurity, Farm S e c u rity A d m in is tra tío n , 1946,
pagina 2.
w Exposición dei M in istra de Agricultura Charles F. Brannan ante ia Comisión
de A gricultura de la Cámara de Representantes, 6 de octubre de 1947. "Grange
M on th ly ", noviembre de 1947.
10(1 Ftesolutions Farm Bureau C onvention, diciem bre de 1947, p. 31.
1(11 Informaciones dadas por ia N a tio n a l Farm ers Union.
V a ria tio n s in Form tn c o m e s .. cit., ps. 15-19.
m Ibid.. p. 7.
150
menos de 79 hectáreas) lo*. Igualmente, en ei Sur se encuentra la
mayor parte de ios farmers obligados a trabajar fu e ra 105. Visité
personalmente a pequeños cultivadores independientes (no medieros)
del Sur, que vivían en condiciones de pobreza increíbles. En una
localidad de Alabama, menos de un farmer por cada diez tenía agua
corriente. Las explotaciones tenían una superficie de 40 a 80 acres
{16 a 32 hectáreas). La casa, un simple galpón de madera. Como
fuerza motriz, una muía. Un suelo erosionado de extrema pobreza.
La mujer y las hijas del farmer trabajaban en manufacturas textiles,
donde sus escasísimos salarios eran no obstante superiores a lo
que el jefe de la familia ganaba arañando su pobre tierra 106.
m U.S. C ensus o f A g ric u ltu re , 1945, vol. II, cap. II, p. 73.
105 Rochester-, op. c it., p. 69.
í06 C fr. Dorothy Dicklns, Some co n tra si in the le v e ls o f Uving. o f w ornen cngageó
fn Farm, J e x lile M i li , and G aim ent p la n t w ork, S u lle tln n? 364, M ls s is s ip i E xperim ent
S t.it ion, 1941,
107 Gunnar Myrdal, An A m erican D ilem m a, The N egro Problem and M odern Demo-
cracy, 1944, ps. 227, 230.
* Me hay que confundir al share cro p pe r con ¡as otras categorías de arrendata
rios o de medieros existentes en Estados Unidos. En 1944, el 3 1 ,7 % de los ex
plotadores agrícolas norteamericanos alquilaban, en una u otra forma, la tierra que
trabajaban (en ei momento culminante de la “ gran depresión" este porcentaje había
pasado del 42 % ]. En Estados Unidos al conjunto de estos no propietarios se les
da el nombre de ien a n ts. El 2 1 ,6 % de estos tenants pagaban un arriendo en espe
cies: son generalmente pequeñísimos productores. El 4 4 ,5 % eran especies de “ me
dieros" o aparceros, que cagaban todo o parte de su arriendo en productos, pero
que cargaban con una parte de los gastos de explotación: las empresas de esta ca
tegoría en- general son mucho más importantes. Finalm ente, et 24,3 % eran share-
croppers, medieros demasiado pobres para contribuir a la explotación en otra forma
que con la fuerza de sus brazos y de los de su fam ilia, y totalm ente dependientes
del propietario 1Uíi. Los economistas del Departamento de Agricultura "han oscurecido
la cuestión clasificando estos modos muy distintos de relaciones entre propietario y
locatario bajo el nombre uniforme de tenaney. Ert efecto, muchos tenants, especial
mente en el M id d le W est, están en una situación más envidiable que no pocos pe
queños propietarios y prefieren arrendar un campo antes que adquirirlo, pura y ex
clusivamente por motivos de orden comercial ,09. Hemos visto, por otra parte (p. 32).
que muchas explotaciones agrícolas absorbidas por tas compañías capitalistas fueron
luego arrendadas, y no compradas, por grandes explotadores. Finalmente, sucede a
veces que pequeños fa rm e rs arriendan su tierra a grandes compañías, que explotan
asj múltiples establecimientos sin ser sus pro p ietario s1I0. Colocando junto a lo9
151
El sharecropping system es un modo de relaciones semifeudal.
Nació después de la abolición de Ja esclavitud, inmediatamente des
pués de la abolición de la esclavitud, inmediatamente después de la
guerra de Secesión. Es una forma de esclavitud revisada y corregida
y, como dice Myrdal, "una institución paternalista caduca" que so
brevive "en pleno medio de la sociedad norteamericana capitalista
de hoy" 11Z. La victoria norteña había liberado a los esclavos, pero
no les había dado tierra. Los plantadores, que continuaban en po
sesión del suelo, pero arruinados e incapaces de pagar salarios, en
contraron ante ellos cientos de miles de esclavos recientemente li
berados y que no poseían más que la fuerza de sus brazos, incapa
ces, pues, de pagar un arriendo. Ei antiguo esclavo fue transfor
mado en Sharecropper. es decir, en mediero incluido en el reparto
de la cosecha a cambio de su trabajo. Pero eí nuevo sistema no
difería mucho del antiguou s . La mano de obra así utilizada en las
plantaciones de algodón siguió siendo atrozmente explotada, y por
medio de diversos artificios se forjaron nuevas cadenas que la ata
ron a sus amos. Foco a poco, la institución, que había sido conce
bida sólo para los negros, fue extendida a los "blancos pobres", es
decir a antiguos pequeños propietarios arruinados y desposeídos de
la tierra 1I4.
Como e! sharecropper no tiene más propiedad que sus brazos,
el propietario está obligado a darie de vivir a él y a su familia hasta
la época de la recolección del algodón. Le otorga entonces adelan
tos en especies, bajo la forma de alimentos y de vestidos que le
factura a precios exorbitantes. Luego, cuando llega e! reparto de la
cosecha, roba a su mediero, que no tiene ningún medio de control,
dándole sólo una parte de lo que le corresponde. El sharecropper,
estafado así al comprar y al vender, no consigue liberarse de su
deuda; y permanece atado indefinidamente a la plantación. El plan
tador, como escribe René Dumont, hace de modo que “ siempre haya
tenants que san fa rm e rs comerciales prósperos, a aquellos que no están en tan bue
na situación y, por Pin, en último lugar, a los miserables sharecroppers del Sur, se
confunde, en vez de clarificarlo, el problema de !a desigualdad de condiciones sn
la agricultura nortea merlo?, na. No obstante, los mismos autores del C ensas (censo]
reconocen que ios tenante de los Estados del Norte y de¡ Oeste tienen muy pocos
rasgos comunes con el tradicional cropper del Sur; y aunque agregan la cifra de
éstos últimos a la de las otras categorías de tenants, también los colocan en una
subcategoría aparte 11*.
105 U.S. C ensus o f A g ric u ltu ra , 1945, vol. II , cap. I¡1, C o lo r and Tenure o f Farm
operator, p. 162. Ib id ., S p e cia l Report. Farm s and Farm C ha c a ra c te rís tlc s by co lo r
and te n u re o f operator, X II!. G rs p h ic Sum m ary o f Farm Tenure ir. the U.S., 1948,
página 22.
109 Rupert B. Vanee, A lt tbese people, Ihe N a tio n 's hum en resources ¡n the
South, 1945, p. 214. Del mismo autor: Farm ers w ith o u t land, P u b lic A ffa lrs Pam-
p h le t, n? 12, 1938, p. 13.
119 Farm Tenure Ím p ro v e m e n í.. . , c it., p. 77, Me W illiam s , S m a ll F a r m .. ., cit.,
o. S. Del mismo autor: / / / f a r e s . . , , cit., p. 19.
” > U.S. C ensus ó f A g ric u ltu ra , 1345, vol. Ei, cap. l i i , p. 131.
112 M yrdal, op. d i . , p. 245,
,u Farm T e n a n cy.. . , c it., p. 43, Vanee, F a r m e r s ..., c it., p. Í5.
Farm T e n a n c y ..., c i t . p. 43. Dumcnt, Les m étayers n o í r s . . . . c it., ps. 410-411.
152
deuda” , y por consiguiente “ obligación de quedarse” , En ciertos ca
sos, además, no vacila en emplear la fuerza para quitar el mediero
¡as ganas de h u ir*.
Este último, además, no goza de ninguna iniciativa. Está bajo
el tota! dominio dei propietario que ¡e dicta todas !as fases de su
trabajo y no vacila en aterrorizarlo si se muestra un poco recalci
trante. La explotación a que está sometido se extiende a su mujer
y a sus hijos, obligados a participar en su duro trabajo sin ninguna
remuneración.
La mayoría de los Estados del Sur consideran legalmente al sha
recropper como un jornalero agrícola. No tiene ningún derecho sobre
la tierra, ni sobre sus instrumentos de trabajo, ni sobre ia cosecha,
ni sobre su escaso ganado. El propietario puede incautarse de todo
para reembolsarse ias deudas que le ha hecho contraer. Y al cabo
de un año tiene derecho a poner en ia calle a su sharecropper. En
suma, este último sufre todos ios inconvenientes del salariado sin
gozar de ninguna de sus ventajas 115.
Vive en condiciones de "extrema miseria", de "semiinanición” :
todas las publicaciones, tanto oficiales como privadas, están de acuer
do en ello. Las fotografías que ilustran el informe de 1937 al presi
dente Rooseveit son todavía más elocuentes que el texto. La visión
de esas sórdidas cabañas de madera de tablones mal unidos, estre
mece ns. En 1948, aún estaban allí. Yo las vi con mis propios ojos.
No hace falta agregar que el sharecropping system, además de
aborrecible, es arcaico y antieconómíco. Todos los autores que han
estudiado la cuestión concuerdan en declarar que el sharecropper,
trabajando en tales condiciones de dependencia y de inestabilidad,
es absolutamente "ineficiente" u?.
Por otra parte, el sistema está desapareciendo, por diversas ra
zones: ante todo, la mecanización, que a medida que se generaliza
hace superílua una gran parte de la mano de obra: luego, la política
del New Deal que, al reducir las superficies sembradas y al obligar
a los propietarios a compartir las subvenciones gubernamentales con
sus medieros, los incitó a reducir la cantidad de éstos o a trans
formarlos en jornaleros agrícolas 118; finalmente, desde ia guerra, la
fuerza de atracción ejercida por las ciudades y por ía industrializa
ción: cansados de vivir en condiciones miserables y semiserviles,
los sharecroppets abandonan las plantaciones por su propia voluntad,
aún antes de que éstas se mecanicen, pues consideran más venta
153
joso vender sus brazos en el mercado del trabajo. Cuando regresan
a trabajar, temporariamente, en los campos de algodón, ío hacen en
calidad de asalariados. Este éxodo voluntario de los medieros tiene
como resultado la aceleración del ritmo de la mecanización. Durante
mí viaje por el Sur,' visité plantaciones que no emplean más que
asalariados, y otras como la ya citada Delta and Pirie Land Co., que
tratan de combinar el viejo y el nuevo sistema i19, una parte de la
plantación — cada año más reducida— cultivada aún por sharecro
pper s, y la otra —cada año más importante— . por jornaleros (o, más
exactamente, los sharecroppers que se mantienen trabajando ora aquí
como medieros, ora allí como jornaleros, lo cual permite explotarlos
doblemente). Ciertos plantadores, en efecto, van reemplazando con
vacilaciones un sistema que les aseguraba medieros “ dóciles", por
un sistema que, a la larga, amenaza procurarle asalariados “ indóci
les". Pero no podrán retardar mucho tiempo una evolución irresis
tible. En Texas, la mecanización del cultivo de! algodón (operacio
nes distintas de la recolección), que comenzó en 1926, ya hizo des
aparecer completamente ia institución semifeudal 12°. Él “ viejo Sur”
le está viendo morir ahora, Como escribe Rene Dumont, ‘el capi
talismo sucede al feudalismo: el wage crop, ia explotación por asa
lariados, toma el lugar de éste" 121. En el censo de 1945, los share
croppers ya no eran más que 446.556, contra 776.788 en 1930 122.
Proletariado rura!
154
viento (e l famoso Dust Bowi). Okiahoma no fue el único Estado don
d e ios. sin tierra tuvieron que lanzarse a los caminos. De Arkansas,
entre otros, partieron decenas de miles de desarraigados rurales:
los "A rkies" se unieron a ¡os "O kies" en las tierras de California.
Esta vasta migración arrojó, de 1935 a 1939, a 350.000 campesinos
proletarizados sobre !a costa del Pacífico*. La mayoría había em
prendido el duro viaje con la esperanza de hallar un campo para
ellos. Pero ya no había más vacantes para ellos en la “ tierra pro
metida” , totalmente acaparada por las grandes explotaciones indus
trializadas, y tuvieron que conformarse con un trabajo temporario y
miserablemente retribuido í24. Hacinados en campos infectos, bajo la
vigilancia de la policía privada de tos plantadores, rodeados de alam
bres de púas y torres observatorios, obligados a comprar su magra
pitanza en ios comercios del patrón, eternamente endeudados y tra
bajando prácticamente por nada, pues se les efectuaban grandes re
tenciones en sus salarios para amortizar sus deudas, estos desdi
chados habían caído en una situación análoga a la de las víctimas
del enclosure movement de hace ciento cincuenta años en GranBre
taña, de! cual Karí Marx hizo una magistral pintura
Por otra parte, muchos de estos campesinos proletarizados se
alejaron definitivamente de la agricultura y fueron atraídos por !a
industria. Así, una buena parte de los inmigrantes de la Gosta del
Pacífico fueron absorbidos por la fulminante industrialización de esta
región provocada por la segunda guerra m undial126. Esto explica que
las estadísticas revelen una continua disminución de la mano de
obra agrícola {2.118.000 en 1945 contra 2.850.000 en 1930) l27.Los
agricultores se proletarizan cada vez más, pero la agricultura, debido
a la mecanización, necesita cada vez menos brazos.
Los progresos recientes de la mecanización y de la concentra
ción amenazan renovar a breve plazo el éxodo de la década de 1930
{a menos, por supuesto, que la expansión económica “ providencial"
del rearme no continúe absorbiendo la mano de obra disponible). En
su reciente congreso, la National Farm Labor Union hizo esta pre
dicción siniestra: “ Los jornaleros agrícolas, los tenants, los share-
croppers, así como los pequeños propietarios, tienen ante sí un por
venir en el cual cientos de miles de ellos podrían no tardar en en
contrarse sin hogar, y recorrer Estados Unidos a lo largo y a lo an
cho en busca de un empleo. Este desarraigo de familias rurales po
dría repetir en más amplia escala la década del 30, cuando miles de
fa rm e rs... de Okiahoma, de Arkansas y de los Estados del Midwest
(Medio Oeste) tuvieron que emigrar hacia la costa Oeste” 128.
155
¿Explotaciones fam iliares o “fábricas ru rales”?
156
ciones de farmers pobres, podrían arriesgarse a proponer abiertamen
te soluciones con tendencias socialistas. Los primeros serían des
autorizados inmediatamente, los segundos no serían seguidos,
2?) Se ba entablado una discusión de carácter esencialmente téc
nico, que se refiere a la "eficiencia'' respectiva de los diferentes ti
pos de explotación agrícola. Unos afirman que la pequeña propiedad
no se presta a la mecanización y que no será nunca tan "eficiente”
como ¡as grandes explotaciones. Los otros responden que también
la pequeña propiedad puede mecanizarse y, por consiguiente, volver
se "eficiente". Desgraciadamente esta discusión es vana, pues los
que la sostienen hacen abstracción de la existencia de la gran agri
cultura capitalista. Mientras ésta, con la ayuda de ios dineros públi
cos, prosiga su concentración, es evidente que la pequeña propiedad,
aún dotada de algunas máquinas, no la podrá enfrentar. En un plano
puramente técnico, los méritos respectivos de ia grande y de la más
pequeña explotación sólo podrían ser útilmente discutidos y compa
rados en la hipótesis de que e! actual feudalismo agrario haya de
jado de existir. Claro que, por supuesto, ninguno de los participan
tes en la discusión se atreve a formular esta hipótesis.
157
obrera, de un lado, y ei Gran Capital, del otro. Para hablar ia jerga
que le gustaba a Thorsíein Veblen, está atrapádo entre los vested
interests y el common m an132, Pero esta primera aproximación es
demasiado esquemática.
La agricultura norteamericana — creo haberlo demostrado— dis
ta de ser homogénea. Es un conjunto complejo, formado por cate
gorías con intereses sumamente diferenciados. Ei capitalismo la ha
invadido y la concentración de la propiedad ha establecido en ella
profundas divisiones. No es posible avanzar ni un paso hacia una
mejor comprensión dei problema si uno se obstina en hablar del
"farm er" simplemente. Ño hay uno sino varios tipos de " farmer”
norteamericano. En la cima, una pequeñísima minoría (algunos cien
tos de miles} de explotaciones comerciales gigantes; en ia base, dos
millones y medio a tres millones de pequeños farmers y medieros
parasitarios, que luchan penosamente por sobrevivir, y dos a tres
millones de jornaleros agrícolas, en gran parte temporarios; entre
ambos extremos, una capa de dos millones a dos millones y medio
de farmers medianos, que gozan de un buen pasar que desde la gue
rra se transformó en prosperidad.
Los feudales de la gran agricultura están estrechamente ligados
al Gran Capital industrial y financiero. Constituyen uno de los prin
cipales bastiones de la reacción norteamericana, y figuran entre ios
más fanáticos defensores de la propiedad y entre los más sañudos
enemigos del Trabajo organizado. Incluso son fascistas en potencia,
como lo han mostrado en California. Gracias al control que ejercen
sobre el Farm Bioc, se presentan como los representantes del con
junto de la agricultura. Los farmers medianos siguen sus pasos en
la medida en que se sienten unidos a ellos por la hostilidad hacia
el Labor; pero a! mismo tiempo alientan, en diversos grados, cierta
animosidad contra los monopolios industriales y las “ fábricas rurales” .
En cuanto a la masa de los desheredados rurales, siente poca
simpatía por el Farm Bloc y mucho menos cariño aún por los trusts
que la categoría precedente. Pero los parias de la tierra están des
organizados, incultos, aislados.
La National Farmers Union, la National Farm Labor Union, los re
presentan muy imperfectamente. Sin embargo, si estuvieran unidos
y galvanizados, podrían constituir una fuerza de importancia. Tienen
todo que ganar y nada que perder en una transformación social.
El Labor podría ganar fácilmente su confianza y aliarse, con ellos. A
su vez, el Labor es el único movimiento cuyo dinamismo y poderosos
medios materiales le dan la posibilidad de ponerlos de pie y arras
trarlos tras suyo.
La adhesión de los farmers medios a un bloque obrero-campesino
es mucho más problemática. Ante todo, porque los intereses que
los uneri a los feudales capitalistas predominan ia mayoría de las
veces, por lo menos en los años de prosperidad, sobre la repugnan
cia que les inspira la concentración industrial y agraria. Luego, por-
IM Veblen, op. c it., ps. 165-172. Rice, op. c it.. ps, 91, 2$, 102, 108.
158
que e! Labor sólo podría ganárselos totalmente haciéndoles concesio
nes tales que se negaría a sí mismo y traicionaría ia causa de los
parias de la tierra *. Lo más que puede esperar el movimiento obre
ro es neutra!izarlos poniéndolos frente al ¡¡echo consumada de un
bloque obrero-campesino con un programa dinámico y traducido en
hechos.
¿Qué programa? Llegamos aquí al punto crucial. El defecto de
todas las experiencias de bloque obrero-campesino intentadas hasta
el presente es que nunca ofrecieron una clara perspectiva para el
futuro a les desheredados rurales. Éstos todavía esperan que se les
sugiera el medio para terminar con ios monopolios que ios saquean
y con la concentración de la propiedad rural que los reduce cada vez
más a una situación parasitaria, cuando no los expulsa de la tierra
pura y simplemente. Nadie, ni el Labor ni las organizaciones pro
gresistas de farmers, ha sido capaz hasta hoy de ofrecer remedios
realmente eficaces contra estos males. Contra los monopolios, fra
ses huecas. Contra ia gran agricultura, expedientes ridículos que no
han conseguido retardar una evolución implacable.
Mt conclusión es que el programa del bloque-campesino será
socialista o no existirá. El problema —hoy agudo e insoluble— plan
teado por ia intromisión del capitalismo en ia vida rural debe ser
resuelto a) mismo tiempo dentro de la agricultura y en la periferia.
Ahora bien, no veo otro medio de impedir que hagan daño los trusts
industriales y bancarios y las "fábricas rurales” , que el de restituir
los a la colectividad. Por otra parte, semejante programa no impli
caría la colectivización del conjunto de la agricultura. Estados Uni
dos más bien se orientaría hacia un social co-o.perative fa rm in g ,
como dice la fórmula de Laurence Grounlund, escritor de tendencias so
cialistas 134 Las "fábricas rurales” serían administradas por sus tra
bajadores asociados en cooperativas y no por funcionarios. Se podría
armonizar su actividad con la de las explotaciones familiares, enmar
cadas en un sistema de cooperativas parciales, Se dejaría a los pe
queños farmers libertad y tiempo para adoptar el modo de explota
ción que prefieran y para convencerse, por su propia experiencia, de
las ventajas de la asociación. Ni colectivización forzosa, ni burocra
tismo, ni operaciones quirúrgicas bárbaras. Tal podría ser ePsocia-
Usmo rura! norteamericano.
159
■
’ t!-;' n ca 4 — ! índice