Evitar el lugar común en la prosa es advertencia repetida para quienes deciden
dedicarse a la escritura. Sin embargo, los lugares comunes se ofrecen como seductores modos que invitan a detenerse en ellos, a elegirlos, casi siempre, sin reparar en eso. Prometen que lo que escribamos se deslizará amablemente y producirá sus efectos sin comprometer demasiado al lector. Con su repertorio de ideas y argumentos repetidos, los lugares comunes dispensan de extrañarse, simplifican lo complejo y resuelven rápidamente cómo dar cuenta del mundo y de sus cosas. Para narrarnos el mundo, Riszard Kapuściński eligió no habitar los lugares comunes, entendiendo por ellos los de la patria, el idioma, o los estereotipos del periodismo y del periodista. En el relato de su primer viaje más allá de la frontera, a la India, en Viajes con Herodoto, Kapuściński describe en una breve escena lo que significa haber salido de Polonia y ser un “cuerpo extraño” en su primera escala, en Roma1. En muchas crónicas y reportajes, Kapuściński, que buscó ser uno más allí donde estaba, se describe a sí mismo de ese modo, como un cuerpo extraño. Esta separación del mundo familiar, sin embargo, no se asocia a los estereotipos de quienes, como el viajero turista, van en busca del exotismo o de la espectacularidad. En Ébano, las descripciones2 de la geografía de África van a contrapelo de las visiones idílicas de la sabana, o de la fascinación por la naturaleza salvaje. Su ser viajero también se aparta del estereotipo del periodista corresponsal enviado a guerras o a revoluciones para narrar Grandes Historias y ofrecer a los lectores la dosis diaria de conflictos internacionales. En sus relatos, Kapuściński asume más bien la figura de un viator, de alguien que está permanentemente en camino (en la vía, con expresión porteña). A veces, inclusive, parece que se mueve “con lo puesto”, escasamente aprovisionado. Como las multitudes de desplazados, de personas en tránsito que deambulan por los caminos de África porque no tienen adónde ir. Es frecuente que dependa de los demás para viajar, tanto de un camionero como de un funcionario o de un periodista con más recursos. Y quizá por sentirse un extraño, Kapuściński procuró permanentemente entrañarse en los demás y en el mundo compartido. 1. “A pesar de haberme cambiado de traje, no podía ocultar a los ojos de la gente aquello que me había formado y marcado. Me hallaba en un mundo maravilloso que, sin embargo, no paraba de recordarme que yo era en él un cuerpo extraño.” (Viajes con Herodoto. Barcelona, Anagrama, 2006, p. 22.)
2. Kapuscinski apenas describe animales estereotípicos del imaginario africano,
como serpientes, leones o elefantes. Comenta que peores que los leones son los mosquitos, y se detiene en la minuciosa descripción del comportamiento de las lagartijas, por ejemplo.