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Los Diez Mitos de La Lectura
Los Diez Mitos de La Lectura
Michael Pressley, en su excelente libro “La Enseñanza de Lectura que Funciona” concluyó
que hay “10 tonterías y peligros en la Enseñanza de la Lectura”. Estos puntos fueron
contundentes, pero surge la duda si son los “diez más importantes” reflejados en los mitos
más peligrosos en la enseñanza de la lectura.
Algunos podrían por lo menos pensar que esta lista debe ser reorganizada (ubicando
algunos en posiciones más altas que las asignadas por Pressley); con seguridad algunos
argumentarían que hay unos cuantos mitos que nunca mencionó y que debió haberlo hecho,
así como que algunos de los mencionados no son igualmente importantes. A los lectores
curiosos los invitamos a que revisen la lista de “los diez más importantes” (el libro está bien
escrito y es muy informativo), pero aquí ofrecemos una segunda perspectiva de los mitos
más peligrosos e ideas erróneas relativas a la enseñanza de la lectura.
Empecemos con un mito que Pressley nunca mencionó, pero que considero el más
peligroso, ya que influye de manera determinante la enseñanza de la lectura.
Se ha discutido por largo tiempo que aprender a leer, así como aprender a entender el
lenguaje hablado, es un fenómeno natural. Con frecuencia ha sido sugerido que los niños
aprenderán a leer si ellos simplemente están inmersos en un ambiente rico en lenguaje y se
les permite desarrollar habilidades de lenguaje a su manera. Esta creencia perniciosa de que
aprender a leer es un proceso natural que resulta de experiencias enriquecedoras en torno a
textos escritos es sorprendentemente frecuente en educación – a pesar del hecho de que
aprender a leer es no solamente poco natural, sino que es una de las cosas más
antinaturales que hacen los seres humanos.
Hay una diferencia entre aprender a leer un texto y aprender a entender la lengua hablada.
Aprender a entender lo hablado es realmente un proceso natural; empezando antes del
nacimiento, los niños se sintonizan en su ambiente y, tan pronto como pueden, empiezan a
incorporar la lengua del entorno. Si el ambiente lingüístico no es suficientemente rico o es
confuso, la tendencia innata de buscar una lengua es tan fuerte que, de ser necesario, los
niños crearán un idioma propio (ejemplos de esto incluyen los idiomas de los gemelos y los
idiomas rudimentarios). Sin lugar a dudas, si se les da la oportunidad, los niños desarrollarán
naturalmente una comprensión básica del lenguaje con poca orientación estructurada o
formal.
“Si la lectura fuera natural, todos la practicarían y no tendríamos que estar preocupados por
enfrentar una ‘brecha de lenguaje”. De acuerdo con el Instituto Nacional para la Enseñanza
del Lenguaje (National Institute for Literacy) y el Centro de Estadísticas de la Educación
(Center for Education Statistics), más de 40 millones de adultos en Estados Unidos son
funcionalmente iletrados, a pesar de realizar esfuerzos educativos y cerca del 40% de los
estudiantes en cuarto grado carecen aún de las más básicas habilidades de lectura. Estas
cifras asombrosas son evidencia de que la lectura es una habilidad antinatural y difícil de
aprender. Es claro que, si queremos enseñarles a todos los niños a leer, requerirá de los más
refinados esfuerzos para asegurar la alta calidad de los docentes. La simple inmersión de los
niños en ambientes ricos en lenguaje no es garantía del desarrollo integral de las habilidades
de lenguaje.
Podría decirse que este es el mito más dañino y está muy relacionado con el primer mito.
Muchos de los que aseguran que la lectura es natural, también aseguran que a los niños se
les debe dar tiempo para desarrollar las habilidades de lectura a su propio ritmo. Esta es una
espada de doble filo ya que, mientras que es verdad que a los niños se les debe enseñar a
leer de modo adecuado según su etapa de desarrollo, y que debemos orientar la enseñanza
hacia la Zona de Desarrollo Proximal del estudiante, no debemos esperar que los niños
desarrollen habilidades de lectura en su tiempo fuera del entorno escolar. Es preocupante
una situación en que un niño no esté desarrollando las habilidades de lectura al tiempo con
sus compañeros.
Es muy común que los colegios adquieran programas de lectura para atender sus
necesidades de enseñanza de lectura y confían en que el programa solucione los asuntos
lingüísticos del colegio. Típicamente, estos programas requieren de un gran compromiso
institucional y grandes inversiones de tiempo y dinero. Estos programas están dirigidos a un
solo aspecto del currículo global de lectura (por ejemplo, los programas de fonética,
programas de conciencia fonológica, o programas de motivación a la lectura), pero con
frecuencia no son en sí la solución para los bajos logros y resultados en lectura de la
institución.
Los programas de lectura pueden ser una parte útil de un currículo más amplio pero ningún
programa en sí mismo ha demostrado ser realmente “exitoso” –no con todos los niños y
profesores.
La respuesta correcta es la difícil y no hay remedios rápidos. Para lograr el éxito en todos los
niños, los profesores deben volverse extremadamente expertos y auto críticos para
diagnosticar su propia enseñanza de lectura. Cada niño es diferente, y debe tratarse de
manera diferenciada. Un programa no tendrá en cuenta las necesidades de aprendizaje, que
evolucionan rápidamente, mientras que un profesor que se preocupe por hacer diagnóstico
de la realidad de su aula podrá hacerlo con seguridad.
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Los viejos buenos tiempos no siempre fueron tan buenos. De hecho, nunca antes hicimos un
mejor trabajo enseñando a los niños a leer que el trabajo que hacemos hoy día. La mala
noticia es que nunca hicimos un trabajo peor tampoco. Básicamente somos tan exitosos hoy
como lo hemos sido siempre – no muy exitosos.
Nada ilustra esto mejor que la Evaluación Nacional del Progreso Educativo (National
Assessment of Educational Progress – NAEP). Esta evaluación ha sido aplicada –desde
1970- a niños en todo el país, con edades de 9, 13 y 17 años. El desempeño de los
estudiantes en estos tres niveles no ha cambiado sustancialmente en más de 30 años:
consistentemente entre el 24% y el 39% de los estudiantes han clasificado en la categoría
“por debajo de la básica” (dependiendo de la edad evaluada), y entre el 3% y el 7% han
clasificado en la categoría “avanzado”. Otras investigaciones han encontrado que las tasas
de competencia lingüísticas no han cambiado realmente en este país desde la Segunda
Guerra Mundial, aunque hay quienes afirman que el cambio ha sido notorio ya que el
analfabetismo antes de la guerra era mayor.
La Dra Marilyn Jager Adams afirma: “No es solamente que la enseñanza de la lectura es más
importante ahora que antes, sino que la calidad de la enseñanza es una exigencia para
asegurar que los niños amplíen a través de la lectura su campo de conocimiento, ante la
explosión de saber que nos rodea”.
Es claro que no necesitamos devolvernos a los antiguos métodos para enseñar a los niños a
leer – los métodos antiguos realmente no eran mejores (y algunos argumentarían que no
eran “diferentes”) que los modelos actuales. Investigación relativamente reciente nos ha
ayudado a entender por qué algunos niños tienen dificultad para aprender, y la siguiente
frontera en la educación para leer es ayudar a los profesores a entender y a aplicar la
información de esa investigación.
La investigación indica que las dos afirmaciones están muy equivocadas, pero que ambas
están sorprendentemente presentes y arraigadas en la enseñanza de la lectura. La idea de
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que los buenos lectores utilizan claves contextuales para adivinar palabras en un texto
continuo proviene de un método de evaluación desarrollado por Ken Goodman que
denominó “Pruebas de Análisis de Errores”. (Miscue Análisis Tests), que dieron origen a los
“registros continuos de lectura” (running records). Goodman examinó los tipos de errores que
los jóvenes lectores cometen e hizo inferencias acerca de las estrategias que ellos utilizan a
medida que leen. El notó que los niños en sus estudios cometían errores a medida que
leían, pero muchos de estos errores no cambiaban el significado del texto (como en el caso
de “madre” por “mamá”). Concluyó que la razón para estas sustituciones se debe a que los
buenos lectores dependen del contexto para predecir las palabras que están más adelante
en pasajes del texto. Incluso sugirió que, para los buenos lectores, estas claves contextuales
son tan importantes y que el lector solo necesita hacer un “muestreo” – esto es, observar
algunas de las palabras de la página – para confirmar las predicciones. Los niños que tienen
dificultad para pronunciar palabras, dice Goodman, dependen demasiado de las claves de
las palabras y deberían aprender a poner más atención a las claves semánticas y sintácticas.
De hecho, varios estudios han demostrado que solamente los lectores deficientes dependen
del contexto para tratar de “adivinar” palabras en el texto –los buenos lectores dependen
mucho de la información visual contenida en las palabras (esto es, las claves de la letra y la
palabra) para identificar automáticamente la palabra. El psicólogo e investigador Keith
Stanovich ha sido especialmente crítico de los modelos de los tres sistemas de claves debido
a que las predicciones hechas por el modelo son exactamente opuestas a lo que se ha
observado en investigaciones. Philip Gough, profesor de psicología en la Universidad de
Texas en Austin, y yo estudiamos la segunda aseveración y demostramos que los buenos
lectores casi nunca cometen errores cuando leen, lo que significa que la noción de la
conducción de un “análisis de errores” es un poco sospechosa – cómo puede usted
desarrollar un análisis de errores cuando típicamente no hay errores? Hicimos que más de
400 estudiantes leyeran un pasaje de un texto del libro de Goodman, Phonic Phacts,
(Heinemann, 1993) y mostramos que el número modal de errores cometidos por estos
estudiantes fue de cero. Casi todos los estudiantes leyeron el texto impecablemente. Sugerir
que los buenos lectores adivinan correctamente en el pasaje con el 100% de precisión
amplió los límites de la credulidad.
Sin embargo, para estar seguros, examinamos qué tan precisos serían los lectores si fueran
forzados a usar la semántica y el contexto como sus únicas claves. Ocultamos el pasaje del
texto y solicitamos a nuestros estudiantes universitarios que adivinaran, una por una, las
palabras del pasaje; después de cada respuesta, se mostraba la palabra correcta, y se les
pedía a los estudiantes adivinar la siguiente palabra. Este proceso de repitió con cada
palabra en el pasaje, de modo que los estudiantes siempre conocieron las palabras que
llevaban a la palabra desconocida.
Encontramos que, dando tiempo ilimitado para pensar, los estudiantes podían adivinar
correctamente una de cada diez palabras de contenido en el pasaje. Esta es una tasa de
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90% de fracaso, opuesta a la tasa del 0% de fracaso en los buenos lectores que no fueron
forzados a adivinar basados en el contexto.
Para los buenos lectores, la identificación de palabras es rápida, fluída y automática –debe
serlo de tal manera que atención puede enfocarse totalmente en el uso de la semántica y de
la sintaxis para entender el texto.
Mito 6: La investigación puede utilizarse para sustentar sus creencias, sean las que
sean: muchos programas están “basados en investigación”.
Muchos artículos parecen ser “de investigación”, pero no lo son. El artículo que usted está
leyendo ahora, por ejemplo, puede ser citado como “investigación” por algunos, pero de
hecho este no es un artículo de investigación. Es más bien un artículo escrito por un
investigador, y esa es una diferenciación importante. Este artículo, y otros que aparecen en
revistas tales como Phi Delta Capan y The Reading Teacher son escritos como artículos
informativos. La intención de estos artículos es que sean análogos a los artículos del
periódico, pero son frecuentemente más como editoriales o comentarios. Pueden estimular el
pensamiento y focalizar la atención en asuntos interesantes, pero no son de ninguna manera
artículos de “investigación”.
Es verdad que las modas y los programas ‘basados en la investigación’ van y vienen, pero
eso surge del mal uso del término ‘basado en investigación’. Todos deberíamos ser más
escépticos e investigar mas a fondo para obtener las evidencias requeridas.”
investigativa. Los investigadores saben que una pieza de evidencia investigativa no es nada
por lo que haya que entusiasmarse. Varias piezas de evidencia podrían generar atención.
Pero es solamente cuando hay evidencia convergente sustancial de distintas fuentes que
sustentan una teoría que la comunidad investigativa se inclina a adoptar la teoría.
Toma años convencer a la comunidad investigativa de que una teoría tiene mérito, pero con
frecuencia no toma tiempo convencer al público de ello. Los medios tienden a prestar
atención a hallazgos inusuales o inesperados – por ejemplo los recientes contratiempos
acerca de la fusión en frío -. Hay una montaña de evidencia mostrando que la fusión en frío
no es posible dada nuestra tecnología actual y nuestro conocimiento de física. Pero cuando
un equipo de investigación esquivó los canales normales de la revisión de los colegas y
alegó que habían encontrado una solución para la fusión en frío, fueron aclamados en los
medios, y el público le dio una gran atención a sus afirmaciones.
Es verdad que las modas y los programas “basados en la investigación” van y vienen, pero
esto surge del mal uso del término “basado en investigación”. Todos necesitamos adoptar un
poco de escepticismo sano, y debemos exigir que se proporcione una base importante de
investigación como evidencia que sustente afirmaciones. También debemos prestar más
atención a la evidencia de la investigación y menos atención al mensajero – las credenciales
de un investigador son importantes, pero incluso los investigadores pueden escribir
editoriales y opiniones sin fundamento. Que un conocido investigador diga algo no lo
convierte en verdadero.
desarrollan más rápida y tempranamente que en aquellos niños a los que no se les hizo
concientes de los fonemas en las palabras habladas.
La creencia en una disposición genética para la lectura o de una DISLEXIA ignora el hecho
de que la lectura y la escritura son procesos recientes como para pensar en agentes
genéticos asociados (ver Mito 1). Por mucho tiempo se discutió que cuando existe una
disparidad entre la inteligencia de la persona y la habilidad lectora, la persona debía ser
catalogada como “disléxica”. El término “dislexia” se convirtió muy pronto en una palabra
“sombrilla” bajo la cual se pone a las personas que fallan en el aprendizaje de la lectura a
pesar de sus capacidades intelectuales aparentes y el ambiente estimulante que los rodea.
El término “dislexia” comprende muchas dificultades de lectura que se vuelven de poco uso.
El término en sí mismo significa “dificultad con las palabras” y cualquiera que no ha
aprendido a leer es llamado “disléxico”. No hay nada en esta definición que toque las razones
subyacentes a las dificultades con las palabras y el hecho de categorizar a los no-lectores
como disléxicos desdibuja la complejidad de los desórdenes frente a la lectura.
Es claro que algunas personas tienen más dificultad que otras para leer. A grandes rasgos,
las tres razones por las cuales las personas tienen dificultades para desarrollar las
habilidades básicas de la lectura radican en dificultades específicas en:
letras a los fonemas. Se podría argumentar que hay una base genética para las variaciones
en las habilidades de procesamiento fonológico- algunas personas parecen “sintonizarse”
fácilmente con los sonidos, y otros parecen tener dificultad en la discriminación y la
manipulación de los fonemas en el lenguaje oral. Más aún, estas habilidades tienen la
tendencia de darse en una misma familia. Sin embargo, a pesar de existir fundamentos de
orden genético para el procesamiento de las habilidades fonológicas, sabemos que es
relativamente fácil enseñar a los niños a desarrollar conciencia de los fonemas a pesar de
sus tendencias genéticas.
Mito 9: La tutoría a corto plazo a niños con problemas de lectura puede ayudarlos a
ponerse al nivel de sus compañeros y las ganancias se mantendrán.
Muchas de las estrategias empleadas en los colegios para “nivelaciones”, consisten en sacar
a los alumnos de clase por un periodo de tiempo determinado y enviarlos a un salón con un
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Las investigaciones han demostrado que las ganancias de los programas remediales no se
mantienen por largo tiempo después de la intervención. Los estudiantes que han estado en
programas de nivelación mediante las tutorías en las que los retiran del salón (‘pull-out
tutoring programmes’), no están progresando al ritmo de sus compañeros y terminan por
situarse por debajo de la media cuando vuelven al aula de tiempo completo. Esto sugiere que
hay algo en el ambiente del salón de clase que no apoya o contribuye al aprendizaje de la
lectura.
Los estudios han demostrado que lo mejor que se puede hacer por estos niños es ubicarlos
con un(a) profesor(a) expertoa) en lectura durante todo el año escolar – un(a) maestro(a) que
comprende profundamente el acto lector: la adquisición y las habilidades que involucra – que
haga uso constante de la evaluación para hacer ajustes a la enseñanza diferenciada y que
incorpore a sus clases actividades de aprendizaje interesantes y con una clara finalidad. La
Doctora Catherine Snow, de la Facultad de Educación de Harvard, concluye que los
estudiantes “en riesgo” que se asignan a un profesor fuerte en lectura durante dos años
seguidos, superan sus dificultades, mientras que niños sin dificultades de lectura que quedan
en aulas con maestros débiles en lectura durante dos años seguidos, tienen el riesgo de
experimentar dificultades en el aprendizaje de lectura.
Una vez más, la respuesta correcta es la de difícil solución (Mito 3). La solución para ayudar
a los estudiantes que están presentando dificultades en lectura es contar con maestros más
preparados y con mayor conocimiento de los procesos de aprendizaje y la adquisición de la
lectura, y que tienen por hábito pedagógico utilizar la evaluación como elemento decisivo en
la planificación curricular para hacer las adecuaciones individuales. Quizás la respuesta está
en llevar al aula a los tutores expertos en lectura para que su saber y conocimiento de los
procesos de lectura sea benéfico para todos los estudiantes y sean, a la vez, modelos para
los maestros menos expertos, mediante programas de desarrollo profesional de
acompañamiento (‘coaching’), combinando la teoría de la lectura con la enseñanza real de
esta habilidad.
Mito 10: Si está presente en el currículo, los niños lo aprenderán ya que un currículo
con lectura balanceada es el ideal.
Este es solo medio mito. Es obvio que si algo no está dentro del currículo, es poco probable
que los niños lo aprendan de forma estructurada. Solamente porque un concepto o habilidad
se enseñe, no es garantía de que será aprendido. Los estándares internacionales están
reformulándose hacia lo APRENDIDO y por lo tanto hacia los currículos. Pero aún subsiste la
división entre el currículo enseñado y el currículo aprendido pues con frecuencia se confunde
el currículo con una receta, pero los buenos lectores no resultan de la mezcla de ciertos
ingredientes en ciertas proporciones. La enseñanza de una habilidad compleja (como lo es la
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lectura) a un grupo de estudiantes, requiere de gran flexibilidad y creatividad por parte del
maestro.
Sebastian Wren fue miembro del Laboratorio para el Desarrollo de la Educación del Sureste – SEDL- en un
programa especial para subir los niveles de los colegios con bajos desempeños. El Dr. Wren es el autor de “Los
Fundamentos Cognitivos del Aprendizaje de la Lectura:
Bibliografía Complementaria
Para aprender más sobre el tema de la lectura y las estrategias de enseñanza, le sugerimos estos documentos:
Adams, M. J. 1990. Beginning to read: Thinking and learning about print (Empezando a Leer: pensando y aprendiendo acerca de la
letra impresa). Cambridge, MA: MIT Press. Adams, M. J. 1998.
Adams, M.J. The three-cueing systems (Los Tres Sistemas de Análisis de Errores). In J. Osborn and F. Lehr (eds.), Literacy for all:
Issues in teaching and learning, 73-99. New York: Guilford Press.
Gough, P. B., and S. A. Wren. 1999. Constructing meaning: The role of decoding (Construcción del Significado: el papel de la
decodificación). In Reading Development and the Teaching of Reading, eds. J. Oakhill and R. Beard, 59-78. Malden, MA: Blackwell.
Moats, L. C. 1999. Teaching reading is rocket science (La Enseñanza de la Lectura es como la Ciencia de los Cohetes).
Washington D.C.: American Federation of Teachers.
Snow, C. E., W. S. Barnes, J. Chandler, I. F. Goodman, and L. Hemphill. 1991. Unfulfilled Expectations: Home and School
Influences on Literacy (Expectativas No Satisfechas: las influencias del hogar y de la escuela en la competencia lingüística).
Cambridge: Harvard University Press.
Snow, C., S. Burns, and P. Griffin, eds. 1998. Preventing reading difficulties in young children (La Prevención de las Dificultades de
Lectura en los Niños). Washington D.C.: National Academy Press.
Stanovich, K. E. 1986. Matthew effects in reading: Some consequences of individual differences in the acquisition of literacy
(Algunas Consecuencias de las Diferencias Individuales en la Adquisición de la Competencia Lingüística). Reading Research
Quarterly, 21, 360-407.
Stanovich, K. E. 1992. How to think straight about psychology (Cómo Pensar Claramente acerca de la Psicología). New York:
Harper Collins.