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El diálogo Oriente-Occidente

SANTIAGO GUERRA

Se aplauda o se lamente, lo cierto es que la búsqueda de ex-


periencia interior es un fenómeno actual. Uno de los exponentes
de esa búsqueda es el llamado «movimiento de meditación».
Ni la palabra «meditación» ni el ejercicio ele la misma son
algo nuevo en nuestra cultura. Sí lo son, en cambio, el signifi-
cado dado a ese vocablo y a esa práctica y la conversión de la
meditación en auténtico boom a nivel intercontinental. No se
trata en principio de nostálgicos expedicionarios en busca de
paraísos perdidos, ni de impenitentes románticos que miran al
pasado y se niegan a reconocer el presente. Tampoco es, en prin-
cipio, un movimiento que ofrece refugio y proporciona sustento
a espíritus pesimistas, conductas introvertidas o personas divor-
ciadas de la vida real. Por no ser no es ni siquiera un movi-
miento religioso y mucho menos confesional. Sin duda que ta-
lantes románticos, pesimistas e introvertidos pueden sentirse
atraídos por éste o aquel aspecto de dicha corriente; otros, pro-
badores de todas las salsas, se acercarán a catar esta nueva moda
para poder presumir de tener el paladar al día; aquéllos y éstos
pueden contribuir a que la meditación tenga mala prensa, mien-
tras no faltan desgraciadamente los que hacen de ella un buen
mercado y un floreciente negocio.
Pero el «movimiento de meditación» es, como tal, la crista-
lización de determinadas inquietudes ambientales que presagian
un cambio sustancial en la sociedad humana y que, a la vez, son
la respuesta práctica a la nueva concepción científica del mun-
do. Por ello, es más un anticipo de un futuro que quiere nacer
REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 45 (1986), 203-217.
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que una mirada al pasado que ya murió o una reacción contra


un presente en agonía.

Oriente nos visita de nuevo


Al tiempo que un nuevo y hasta ahora desconocido auge, la
meditación está recibiendo un nuevo significado en relación con
el que ha dominado en Occidente en los últimos siglos. La medi-
tación como ejercicio de reflexión en orden a unas conclusiones
prácticas para la vida diaria parece haber pasado a mejor vida.
Decir hoy «meditación» evoca exclusivamente un método o téc-
nica de «hundimiento» en el fondo del ser tal como se practica
en las religiones orientales. Por eso el «movimiento de medita-
ción» está íntimamente ligado a los caminos orientales de inte-
riorización.
Oriente ha entrado en Occidente y 10 ha hecho con brío y
convicción, como quien está seguro no sólo de traer un precia-
do mensaje, sino también de que la oferta responde a la deman-
da. Muchos occidentales le han abierto las puertas y le han en-
tregado las llaves en señal de vasallaje.
No es la primera vez que esto ocurre. La historia de la cul-
tura occidental nos enseña que la mirada suplicante y esperan-
zada de Occidente hacia el exótico Oriente se ha dado sobre todo
en épocas en que las seguridades sobre las que se asentaba aquél
se derrumbaban y perdían fuerza y cohesión. Así sucedió al fi-
nal de la época helenística, cuando los dioses del Olimpo fueron
despojados de su papel hegemónico bajo el influjo de la ilustra-
ción filosófica; entonces se esperó la salvación de la práctica
de los cultos mistéricos orientales. Algo parecido sucedió antes
de la caída del Imperio romano y al final de la época barroca.
En medio del vacío cultural provocado por esas épocas de deca-
dencia, las ideas orientales penetraban sin resistencia alguna.
El actual interés occidental por 10 oriental se despertó al
final de la primera guerra europea, que fue también el final de
todas las seguridades prometidas hacía casi dos siglos por la co-
rriente cultural de la «Ilustración». Las grietas de dicha cultura,
tan valiosa por otra parte, y el vacío existencial provocado por
un mundo unidimensional, puramente técnico, de fríos cálculos
y objetivos utilitarios, se hacen más patentes cada día. En estas
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circunstancias de desamparo muchos occidentales presienten que


la cultura y experiencia oriental puede ayudarles a encontrar el
equilibrio y la solidez que echan en falta en su propio suelo.

Entreguismo e integrismo

Entre los que, por referirnos ya expresamente al tema de la


meditación, se sienten fuertemente atraídos por los métodos
orientales o al menos se acercan a ellos con ánimo esperanzado,
se encuentran personas desilusionadas de un cristianismo que,
teniendo. en sus entrañas y en su historia una riquísima vena
mística, les ha sido, sin embargo, presentado como carente de
ella. Los que hoy recalcan unilateralmente lo sociológico no sólo
como vertiente esencial del mensaje evangélico, sino hasta como
su quicio y esencia, y piensan, no sin razón, que una quizá no
suficientemente enérgica y efectiva presencia de la Iglesia alIado
de los oprimidos ha alejado a muchos de dicha Institución, pare-
cen olvidar el dato de que otros la abandonan, en cambio, por-
que en los ambientes cristianos por ellos vividos no han encon-
trado ni se les ha ofrecido en serio un camino de auténtica in-
terioridad. Incluso ésta les ha sido presentada corno una tenden-
cia enfermiza, huidiza y alienante. Han sacado entonces la im-
presión de que el cristianismo se reduce a dogmas absurdos a
los que asentir ciegamente, a ritos y rezos que hay que practicar
y a pocas cosas más; en el aspecto social apreciarán, sin duda,
su insistencia en el amor al prójimo, pero se sentirán desampa-
rados cuando del aspecto interior y trascendente de la religión
se trate. Ahí están, para contradecir esa impresión, las órdenes
monacales y contemplativas, la historia de la espiritualidad cris-
tiana rica en experiencias y doctrinas místicas, la misma prác-
tica de la vida interior y de la meditación en tantos cristianos
de hoy; pero, a pesar de todo, muchos no pueden sustraerse a
la sensación de que la Iglesia cristiana no dispone oficialmente
de caminos y métodos tan efectivos y probados como los orien-
tales en orden al descubrimiento del mundo interior. No se trata
de darles de antemano la razón, ni tampoco de aceptar ciega-
mente el concepto y la vía oriental de la interioridad, sino de
constatar honradamente 10 que a muchos sucede.
Otros, permaneciendo fuertemente adheridos a la fe cristia-
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na, ven en los métodos orientales un medio de vivificar su me-


ditación y oración. Hasta han arrinconado su antiguo y posible-
mente anticuado método para sustituirle simple y llanamente por
la meditación yoga o zen. Por otra parte, no se ha extinguido aún
la estirpe del que quemó la biblioteca de Alejandría (y con ella
la mayor acumulación del saber antiguo) porque «o decía lo que
el Corán y entonces era inútil, o contradecía al Corán y enton-
ces era perniciosa». A pesar de la atmósfera ecuménica instau-
rada por el Vaticano n, y no obstante el explícito reconocimien-
to por éste de los grandes valores de las religiones orientales 1,
se masca en muchos ambientes confesionales un no disimulado
enojo ante los ya frecuentes intentos de introducción de los mé·
todos orientales en la meditación cristiana. Hasta no ha faltado
una renombrada y sesuda autoridad teológica que ha denunciado
ese intento como una «traición» 2.

Tiempo de diálogo
Entre la controversia y la rendición, entre el rechazo mono-
maniático y la candorosa y acrítica aprobación, existe una acti-
tud más juiciosa y ecuánime: el diálogo.
El espíritu de diálogo es menos una postura libre y volun-
tariamente adoptada que una intimación y apremio de este mo-
mento de la historia humana. Mirando hacia atrás aprendemos
de esta maestra de la vida que el enfrentamiento ideológico o
práctico entre los hombres procede generalmente de mutua ig-
norancia, incapacita para un análisis sereno e impele a retirarse
a bien atrincheradas fronteras; so capa de amor a la verdad y
de defensa de la fe, se hacen de las confesiones religiosas aspi-
lleras de lanzamiento de dardos vejatorios y fábricas para la
industria de anatemas. ¿Es posible que los hijos de la misma
tierra y los hermanos de la misma raza humana sean tan dife-
rentes? ¿Será una utopía pretender engarzar el hilo de un acer-
camiento y conocernos la cara? El fruto amargo que los ánimos

! CONCILIO VATICANO II, Declaración sobre las relaciones de la Igle-


sia con las religiones no cristianas.
2 HANS URS VON BALTHASAR, Meditation als Verrat, en Geist und Le-
ben, 50 (1977), 260-268. Un resumen de este artículo en Selecciones de
Teología, 18 (1979), 206-208. Este artículo no es digno de ~an ilustre teó-
logo. Su idea de la meditación oriental resulta francamente grotesca.
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enfrentados han dado en política,religión y otros campos a tra-


vés de los siglos, y el abismo al que actualmente han abocado
a la Humanidad, colocada ante el dilema de existir o no existir,
han propiciado finalmente el nacimiento de una nueva concien-
cia que exige y urge el acercamiento y el diálogo.
Lo que se palpa como algo perentorio en la esfera político-
social se aprecia igualmente en el campo de las religiones. Son
frecuentes, de hecho, los diálogos inter-religiosos que pretenden
dejar atrás siglos de aislamiento, ghetto, mutua indiferencia y
vilipendios, y buscan un acercamiento básico tanto en orden a
un posible recíproco enriquecimiento como en orden a una es-
trategia espiritual para un mundo asfixiado, pero que, por 10
mismo, reclama consciente o inconscientemente oxígeno. Pe1'O
como en el diálogo político, y más aún que en él, en el diálogo
religioso se dan muchas reticencias y hasta oposiciones contu-
maces por parte de espíritus dogmáticos y petrificados. Si dia-
logan con otras religiones, entienden el diálogo como me1'O me-
dio de conquista del ot1'O y de defensa de la propia convicción;
prescindir de un objetivo misionero al viejo estilo o adoptar una
postura receptiva ante posibles valores ajenos, les parece una
claudicación y casi una apostasía. ¿Cómo los que, supuestamen-
te, poseen la verdad total pueden sentir la tentación de husmear
en el cercado de los que, a mucho conceder, usufructúan peque-
ños jirones de la misma?

COl'rectivo, sí; alternativa, no

El diálogo, hemos dicho, se encuentra a medio camino entre


la controversia y la rendición. Esta sería tanto y más peligrosa
que la programática oposición. El intento de orientalizar Occi-
dente constituye un grave e1'l'or que se pagaría muy caro. Oc-
cidente tiene un secular inconsciente colectivo, un acervo cultu-
ral irrenunciable y una peculiar concepción del mundo que ha
hecho posible el progreso; igualmente privativa es su concep-
ción del hombre y de su papel en el universo. La corrupción
hoy dominante de la noción y sentido del progreso, y las cala-
mitosas consecuencias que ha traído consigo su vil manipula-
ción, en nada empañan su valor originario y la fuerza transfor-
madora que entraña. Por otra parte, la noeÍón occidental del
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mundo y del hombre, de la que nace la idea del progreso, ha


sido alumbrada por el cristianismo.
C. G. Jung es justamente considerado como uno de los pro-
motores de la apertura al espíritu oriental; no invita a ello desde
una perspectiva misionera o ecuménico-religosa, sino desde su
posición como psicoanalista. Pero siempre advirtió del grave
peligro que supondría mirar hacia Oriente como altemativa para
Occidente. Vio sólo en el espíritu oriental un correctivo útil para
el extremoso y seco superintelectualismo de nuestra actual cul··
tura. Y consideró como un suicidio abandonar nuestros propios
fundamentos como errores ya enterrados para «instalamos furti-
vamente en costas extrañas como piratas errantes» 3,
El fundamento y cultura occidental, imprescindibles para
nuestro equilibrio psíquico, son considerados, por otra parte, por
Jung como fundamento y cultura cristianos: «El cristianismo es
nuestro mundo. Todo lo que pensamos es fruto de la Edad Me-
dia, y de la Edad Media cristiana. Toda nuestra ciencia, todo 10
que pasa por nuestra cabeza, ha pasado irremediablemente por
esa historia. Vive en nosotros, se ha estampado en nosotros para
siempre y formará siempre una capa viviente en nuestro psiquis-
mo... Con la Ilustración no se borró nada de eso. Incluso la
forma como se hizo la Ilustración fue cristiana. La visión cris-
tiana del mundo es, por ello, un hecho psicológico que no es
posible racionalizar ... Somos irremediablemente cristianos» 4.
El mismo subconsciente de Jung reaccionaba «a lo occiden-
tal». Al final de un viaje a la India que le impresionó profun-
damente, tuvo un sueño. Y este sueño no tenía relación alguna
con la tradición de aquel país, sino con un símbolo central del
esoterismo cristiano-occidental: el símbolo del santo Grial y, uni-
do a él, el símbolo de la sangre de Cristo como fuerza transfor-
madora y nutritiva. Jung mismo interpreta así el sentido de ese
sueño: «El sueño borró con mano vigorosa todas las agudas
impresiones que la India me había producido durante el día y
me trasladó a la ya demasiado tiempo descuidada tarea de Oc-
cidente, que se ha expresado por primera vez en la búsqueda
del santo Grial y de la 'piedra filosofal'. Fui sacado del mundo

3 Citado por G. WEHR en Verilnderung begínnt innen, Stuttgart, 1977,


p. 140.
4 Ibíd., p. 145.
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de la India, y con ello se me recordó que la India no era mi


tarea, sino sólo un fragmento del camino (aunque un fragmento
importante) que me acercaría a mi objetivo. Era como si el sue-
ño me preguntara: ¿Qué haces tú en la India? Busca más bien
tu igual, el santo vaso, el salvator mundi que necesitáis imperio-
samente. Estáis a punto de destruir todo lo que muchos siglos
han edificado» 5.
La espiritualidad oriental no era, pues, la meta a la que mi-
raba fung, sino a lo más una estación de paso hacia su propio
camino, el cristiano. Pero a su vez juzgó irrelevante el cristia-
nismo dogmático como simple fe a la que adherir el entendi-
miento y someter la razón, y se acercó a él como un hecho psi-
cológico y por lo mismo como una experiencia religiosa. «Mien-
tras la religión sea sólo fe y forma externa, y la función religiosa
no sea una experiencia de la propia alma, no ha sucedido nada
esencial». Como experiencia de la propia alma el cristianismo
conecta o está en la línea de las experiencias arquetípicas de la
Humanidad, presentes y apiladas en el inconsciente colectivo.
La tradición oriental le interesó porque vio en ella una respues-
ta a su búsqueda de una visión universal y unitaria del mundo
y del hombre; le pareció que el modelo oriental de conciencia
y las formas de expresión de la misma, sus símbolos y mitos,
arrojaban una luz sobre determinadas creaciones del psiquismo
occidental como el Grial y la alquimia medieval (temas centra-
les de su estudio y pensamiento) y le ayudaban a esclarecer en
profundidad el sentido y alcance de ambos movimientos cristia-
no-esotéricos con sus respectivos mundos simbólicos y el material
psicológico acumulado en su contacto con miles de clientes.
Si Oriente le ayudó en sus investigaciones sobre el incons-
ciente colectivo y los arquetipos universales (realidades básicas
en la estructura y desarrollo del hombre, según Jung), la tra-
ducción occidental de los mismos la halla ante todo en los citados
movimientos del Grial y la Alquimia. En ellos ve el punto de
unión entre Oriente y Occidente y a través de ellos cree llegar
a la entraña del cristianismo occidental como experiencia reli-
giosa peculiar y diferenciada, psicológicamente indestructible
aunque cerebralmente se rechace y se intente sustituir por otra
cultura no sin grave amenaza para nuestro psiquismo colectivo.

s C. G. JUNG, Erinnerungen, Triiumen, Gedanken, Zürich, 1963, p. 286.


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Por eso, más como conminación que como profecía, se atreverá


a sentenciar: «Occidente alumbrará en el correr de los siglos
su propio Yoga, y lo hará sobre la base creada por el cristianis-
mo» 6. Y en otro lugar avisará: «La postura oriental lesiona los
valores cristianos específicos y de nada sirve hacer la vista gorda
ante esta realidad. Si nuestro nuevo enfoque quiere ser honra-
do, es decir, anclarse en nuestra propia historia, debemos asi-
milal' esa postura con la plena conciencia de los valores cristia-
nos y siendo igualmente conscientes del conflicto que surge entre
estos valores y la postura introvertida del Oriente. Debemos
llegar a los valores orientales desde dentro (de nuestra historia),
no desde fuera» 7,
Diálogo, sí, pero desde la propia base; diálogo, sí, pero
como ayuda y correctivo de la actual cultura occidental, nunca
como su fundamento: he aquí el dictamen del fundador de la
Psicología Analítica, preocupado por dilucidar el papel del Oc-
cidente cristiano en el conjunto de la experiencia religiosa uni-
versal. Quizá no falte razón a los que acusan a Jung de haber
contribuido como nadie a la creación de un sincretismo religioso
en el que se amalgaman las más diversas concepciones religiosas
sin ser sometidas a juicio crítico. Pero no debe olvidarse que
Jung no es un teólogo, sino un psicólogo que estudia los fenó-
menos de conciencia, halla en ellos experiencias comunes a toda
la Humanidad, y descubre que tienen sus raíces más allá de la
vida particular de los individuos y más allá de las expresiones
peculiares de las culturas de los distintos pueblos. Subrayar la
raíz y el fondo común puede inclinar a considerar las diversas
religiones como variaciones culturales de los mismos modelos
arquetípicos, pero no lleva necesariamente a esa conclusión. Se-
ñalar la correspondencia del cristianismo como experiencia psico-
religiosa con los modelos arquetipales universales y encuadrarle
directamente en ese horizonte, no impide a Jung insistir en las
características irrenunciables de la cultura occidental cristiana
y, como consecuencia, en la naturaleza, condiciones y límites del
diálogo con Oriente, que por otra parte juzga necesario y hasta
urgente. Quizá no se pueda pedir más a un psicólogo. No es a

• En G. WEHR, O. C., p. 142.


e, G. JUNG, ZUI' Psychologie westlichel' und ostlichel' Religion, 1973,
7
p. 521.
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la psicología, sino a la teología, a la que toca acercarse al cris-


tianismo como a algo más que un fenómeno cultural religioso.

Ecumenismo religioso
No sólo psicologías de tan vastos horizontes como la de Jung
han visto llegada la hora del mutuo conocimiento y el recíproco
influjo. El aludido Documento del Vaticano II sobre las religio-
nes no cristianas es mucho más que una concesión inevitable al
moderno espíritu de tolerancia; se nos dirige como un requeri-
miento del Espíritu de Dios a reconocerle también más allá de
las fronteras cristianas.
Un teólogo tan poco sospechoso de sincretismo como el ac-
tual prefecto de la Congregación de la Fe, cardenal Ratzinger,
califica «el éxito de la espiritualidad ol'Íental en Occidente como
un desafío central para el cristianismo» B. Y continúa diciendo
que «junto a la atención que hay que prestar al renacimiento
del Islam y al marxismo, el diálogo con la mística asiática es
una de las principales pruebas para el cristianismo occidental» 9.
Es fácil suponer que Ratzinger no tendrá excesivas simpatías
por la mística de Ol'Íente, pero al menos ha dejado constancia
de la importancia de un diálogo que expresamente sitúa en la
misma línea de urgencia que el diálogo con el marxismo.
A la mirada superficial, el futuro de la Humanidad aparece
como dependiendo únicamente del diálogo Este-Oeste en el or-
den político-social (comunismo-capitalismo), como un juego, cier-
tamente muy sel'Ío, que se decide exclusivamente en el tablero
de la política, la economía y la técnica. Pero no menos decisivo
resulta para ese mismo futuro el encuentro Oriente-Occidente
en el campo espiritual. El cruce de culturas que hoy tiene lugar
en nuestro planeta ha puesto a ambos en camino uno del otro;
pueden mutuamente avasallarse y destruirse, pero pueden tam-
bién, mediante un fértil intercambio, crear las condiciones de
equilibrio que hagan posible la existencia de un mañana cualita-
tivamente distinto. Nada menos que un vidente tan autorizado
de la marcha de la historia como Arnold Toynbee ha escrito: «El

8 Cfr. H. SCHULZE-BERNDT, Papst, Kurie und der Dalai Lama, en Pu-


blik-Forum, 22 (1982), p. 28.
9 lbíd.
212 SANTIAGO GUERRA

historiador de dentro de cien años, cuando se ponga a escribir


sobre nuestra época, se sentirá fascinado no por la lucha entre
el comunismo y el capitalismo, sino por 10 que podrá ocurrir
una vez que el cristianismo y el budismo se decidan, por fin, a
penetrar profundamente uno en el otro» 10.
Habiendo pedido el año 1948 el Consejo Ecuménico de las
Iglesias que, ya que la Católica no quería formar parte del mis-
mo, mandara al menos unos observadores al Congreso que se
iba a celebrar en Amsterdam, el Papa Pío XII no concedió li-
cencia para ello. Hoy la Iglesia Católica no sólo es miembro de
dicho Consejo, sino que altos dignatarios de la misma se reúnen
con budistas, hindúes, musulmanes, judíos, etc., y en un clima
de mutuo respeto, sin presentarse ninguno como superior a los
demás y dejando aparte también todo espíritu de controversia
doctrinal, intercambian experiencias religiosas y formas distintas
de vivir 10 que, con un común denominador, podemos llamar
«vida espiritual». Situado el diálogo directa y exclusivamente
en el terreno vivencial, se han encontrado con que los puntos
de coincidencia superan con mucho las reales diferencias. El ca-
tálogo de actitudes y valores fundamentales comunes es muy
extenso: orientación de la vida hacia la realidad última supra-
individual y trascendente, oración, contemplación, servicio al
prójimo, valores éticos, necesidad de la abnegación, etc.
¿Son las diferencias puramente culturales? ¿Se da en el
fondo una sola e idéntica experiencia religiosa en Buda, Jesús,
Mahoma, etc., que luego se expresa forzosamente de manera di-
versa según la historia, cultura y cosmovisión de los distintos
pueblos? ¿Deberá ser ello objeto de lamento y aguijón de la
pasión misionera o habrá más bien de considerarse como un va-
lioso enriquecimiento de la misma base melódica, como lo son
las diversas lenguas en relación con el común don de la palabra
y el pensamiento? No es fácil ni posible a una religión mono-
teísta como la cristiana aceptar que la revelación positiva de
Dios equivalga a la revelación natural de «10 divino» en la ilu-
minación budista o en el samadhi hindú.

10 Citado por W. JOHNSTON, Diálogo con el budismo Zen, en Conci-


lium, 49, 1969, p. 440. El mismo W. Johnston dice: «No sólo el Zen,
sino todas las formas de budismo ejercerán un enorme influjo en el
cristianismo del próximo siglo». Der ruhende Punkt. Zen und christliche
Mystik, Freiburg, 1974, p. 8.
EL DIALOGO ORIENTE-OCCIDENTE 213
I
t Las distintas religiones no son simplemente diversas formas
culturales de expresar la misma inexpresable experiencia o rea-
lidad, sino que nacen de una experiencia original de sus funda-
dores. Y esta experiencia sirvió de base a lenguajes, culturas y
sistemas conceptuales diferentes en el campo de lo religioso.
Pero puede olvidarse o no tenerse suficientemente en cuenta
que la expresión lingüística, cultural o conceptual es un mero
aunque ineludible intento de vehicular y de alguna forma acer-
car al conocimiento general lo que sucede en rigor en un nivel
no formulable lingüísticamente ni encasillable conceptualmente;
es, en frase conocida, el dedo que apunta a la luna, pel'O no es
la luna. Santo Tomás de Aquino lo reconoce y enseña hablando
nada menos que de las formulaciones dogmáticas.

Diálogo contra dogmatismo

Cuando la atención se va coniendo del nivel de la experien-


cia original al de la formulación doctrinal, ésta puede ir perdien-
do su verdadero sentido y finalidad y hasta tiene el peligl'O de
convertirse en un obstáculo de la experiencia misma: el declo
que señala a la luna se convierte a sí mismo en luna y ya no
permite verla, porque ha dejado de ser señal para arrogarse des-
pótica e idolátricamente el papel de la realidad misma. Mientras
las diversas vivencias de la misma realidad última que compl'O-
bamos en las religiones pueden enriquecerse mutuamente y ja-
más tratarán de agredirse, su conceptualización y conversión en
sistema doctrinal absoluto deja de ser una oferta de vida con
valor universal para transformarse en exigencia universal de
sometimiento; nace entonces la intolerancia, el enfrentamiento
y hasta la guerra de religión; las vivencias comunes que pueden
unir a Cristo, Buda, Mahoma, etc., se olvidan, y se pelea por
las personas de Cristo, Buda o Mahoma convertidos en figuras
encontradas e irreconciliables.
La vivencia trinitaria cristiana puede decir mucho a un hin-
dú o budista, y de hecho la Biblia, San Juan de la Cruz y otros
místicos cristianos figuran hoy entre las lecturas preferidas de
muchos monjes de esas religiones; en cambio, la formulación
dogmática trinitaria, en la que Jeslts es confesado como Hijo
Unigénito de Dios, es automáticamente rechazada. El diálogo
2
214 SANTIAGO GUERRA

a nivel doctrinal entre hinduismo, budismo y cristianismo se ha


mostrado hasta ahora totalmente estéril; el diálogo a nivel vi-
vencia1 ha sido, en cambio, muy rico y esperanzador. Si el diá-
logo doctrinal puede tener algún futuro, éste será sólo posible
desde una presentación de la propia doctrina sin carácter impo-
sitivo ni excluyente, como una forma de expresar una experien-
cia original de Dios y remitiendo continuamente a esa experien-
cia como base y sentido de la formulación doctrinal, no al revés.
No por una obsesiva ansia de diálogo con las religiones no
cristianas va a abandonar la cristiana sus proposiciones dogmá o

ticas que aquilatan el alcance doctrinal de la experiencia al


tiempo que orientan hacia ella; pero si los dogmas, en lugar de
ser humildes y balbucientes indicadores del misterio del amor
universal de Dios en Cristo (que ése es el núcleo de todo dogma
cristiano), se yerguen en afirmaciones directamente metafísicas
que exigen vasallaje y sumisión bajo anatema en lugar de indi-
car la vida divina ofrendada a todos los hombres en la persona
de Jesús y presentar el señorío de Jesús como la fuerza misma
del amor que da consistencia al universo, se convierten en peli-
grosos instmmentos de culto a la personalidad de Jesús, sirven
de falsificadores de su auténtico significado universal, le trans-
forman en señor feudal o patrón burgués al que someterse y
aparecen ellos mismos como veredictos doctrinales que exigen
«la bolsa o la vida», el ciego acatamiento o la execración, sin
ofrecer a cambio nada verdaderamente vital, sólo la tranquili-
dad de sentirse libres de su amenaza como premio a la humilde,
sumisa y atemorizada confesión. Las mentalidades «dogmáticas»
que todos conocemos, su doctrinarismo más que su fidelidad
doctrinal, y su incapacidad para acercarse a las formulaciones
dogmáticas desde un ángulo más vitalista y dinámico por temor
a que así pierdan sustancia y firmeza, son una confirmación de
10 que estamos diciendo. Estas mentalidades no contribuyen a
la práctica de una fe dialogante, sino de una fe que simplemente
tapa la boca.
El mandato de predicar el evangelio a todas las gentes equi-
vale hoy exactamente al «seréis mis testigos»: una oferta de vida
abierta a todos, porque a todos es ofrecida y regalada. Toda
violencia doctrinal iría contra el carácter del amor cristiano
ofrendado. Resultará probablemente irritante a ciertas mentali-
EL DIALOGO ORIENTE-OCCIDENTE 215

dades que la Madre Teresa de Calcuta tenga por principio no


acercarse a nadie con ánimo de convertirle, ni siquiera en la
hora de la muerte. Y ¿quién puede dudar de que es uno de los
apóstoles más eficaces de la Iglesia de hoy? Evangelizar es tam-
bién ser capaz de diálogo; el primitivo cristianismo se impuso
al paganismo greco-romano, pero también supo ver en lo mejor
del mismo semina Verbi, semillas del Verbo Cristo, y asimiló su
cultura cristianizándola. ¿Será por principio imposible que de-
terminados aspectos del budismo e hinduismo puedan ayudar
a andar el camino cristiano, aunque ellos no sean el camino?
¿ y no favorecerán ellos, a su vez, una mayal' apertura de esas
religiones hacia los valores y experiencia cristianos? Así culmi-
naría el movimiento de acercamiento mutuo. La unificación 110
parece ser cosa de este mundo, y la conquista es ciertamente
cosa de un mundo ya fenecido.

Diálogo contra sincretismo

Teilhard de Chardin afirmó que había llegado el tiempo de


la j'eligión y había pasado el de las religiones; la era de la reli-
gión no excluía en su mentalidad la existencia y el valor de las
distintas confesiones (él mismo era un cristiano confesional),
sino sólo su carácter de ghettos y trincheras. Es frecuente oír
hablar hoy del valor de lo religioso y de la superación de las
religiones, consideradas como un anacronismo, un estorbo y un
freno del progreso de la Humanidad. Pero esta forma de pensar,
aunque aparentemente próxima a la del sabio jesuita, no se pa-
rece en nada a ella. No se trataría del triunfo ele una religión
respecto de las demás, pero ni siquiera se trataría propiamente
de la religión, sino ele una cierta visión poético-panteísta de la
naturaleza. Pero la muerte ele la religión y las religiones signi-
ficaría también la muerte ele inmensos valores ético-religiosos
que un simple sentimiento panteísta elel mundo sería incapaz ele
potencial' y garantizar.
Por otra parte, un sincretismo religioso con lo mejor de
cada confesión sería un cóctel mal marielado que, si puede ofre-
cer en un primer momento un cierto buen sabor, en realidad
216 SANTIAGO GUERRA

supone la desaparición de todos los sabores específicos en aras


de una nada provechosa mezcolanza y un confuso tertium quid.
El sincretismo es una tentación muy antigua, pero nunca triun-
fó. Como nunca podrá el esperanto suplantar a las diversas len-
guas, aunque sea muy aceptable como medio práctico de comu-
nicación; ese combinado lingüístico 110 es precisamente la recu-
peración de la unidad pre-babélica, sino un brebaje útil a base
de matar la riqueza de cada idioma.
Oriente es mucho más que meditación. Abarca historia, cul-
tura, vida y costumbres; pero es cierto que sus caminos de me-
ditación son reflejo y a la vez telón de fondo de todo eso. El
diálogo con la meditación oriental no tiene, sin embargo, pOl'
qué suponer el mismo grado de acercamiento a su forma de vi-
vir. Es un error en el que están cayendo muchos por aquí.
Valores universales pueden cristalizar de muy diversas formas
en la vida concreta, como la misma luz solar se refracta diversa-
mente en el arco iris. Si en la meditación oriental puede bus-
carse algo, ese algo no debe ser oriental, sino universal; Oriente
podría ser presumiblemente una ayuda para recuperar lo que es
también nuestro, pero nunca se le podrá aceptar si se presenta
como colonizador. La misma ayuda que puede prestar en la
recuperación del mundo interior deberá ser acicate para redes-
cubrir la propia tradición mística occidental. Desempolvada ésta
y convenientemente difundida, Oriente no estará de sobra, pero
tampoco será para muchos tan imprescindible. Si no se da a la
mística occidental el elevado papel que le corresponde en el
conjunto de nuestra cultura y pensamiento, y no sirve de fuente
de inspiración para una renovación espiritual de nuestro hemis-
ferio, la bienvenida presencia actual de Oriente puede ser el
nuevo caballo de Troya de la civilización cristiana. Si los ar-
quetipos dinamizadores del espíritu humano son universales,
pretender arrancar de cuajo una expresión cultural milenaria de
los mismos es jugar con el más incendiario de los fuegos. Ya lo
advirtió la penetrante mirada de alguien que sabía mucho de
arquetipos: el psicólogo Jung.
El diálogo con la meditación oriental tiene muchos aspectos;
el más difícil y complicado es el que podemos llamar «teológi-
co»: la relación entre dicha meditación y aspectos fundamenta-
EL DIALOGO ORIENTE"OCCLDENTE 217

les de la fe cristiana que yo resumiría en uno solo: la salvación


por Cristo y no por el conocimiento superior o gnosis. Esta es
el núcleo de todo el camino y pensamiento oriental. Como los
griegos, Oriente busca la sabiduría, pero el cristianismo identi"
fica esa sabiduría con Cristo Crucificado.

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