Está en la página 1de 460

EL COLEGIO DE MICHOACÁN

CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS

DOCTORADO EN HISTORIA

LADRONES INFAMES Y SU ACCIONAR DELICTIVO.


EL ROBO EN CAMINOS, DOMICILIOS Y
POBLACIONES EN JALISCO, 1846 - 1861.

TESIS QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE DOCTOR EN HISTORIA


PRESENTA:
SEBASTIÁN PORFIRIO HERRERA GUEVARA

DIRECTOR:
• Dr. LUIS ALBERTO ARRIOJA DIAZ VIRUELL.

ZAMORA, MICHOACÁN ENERO 2017


LADRONES INFAM ES ¥ SU
A CCIO N A R DELECTIVOc
EL ROBO EN CAMINOS»
D O M IC IL IO S ¥ PO BLA CIO N ES EN
JALISCO» 184$ 18$1.

2
RESUMEN
Esta tesis estudia la práctica del robo en Jalisco en un periodo que va de 1846 a 1861. Intenta
explicar las causas por las cuales este delito se extendió a niveles alarmantes en el estado y en ese
sentido pretende mostrar los discursos, vivencias y reflexiones que sobre el tema se publicaron
desde diferentes medios. De igual modo, este escrito reconstruye la manera cómo se llevaron a
cabo los diferentes tipos de robo, desde los más nimios hasta los asaltos multitudinarios, y por
último la manera cómo los ladrones fueron castigados.
Sin duda, hablar sobre un alto índice delictivo y una debilidad estatal evidente nos remiten
inevitablemente al siglo XIX. Porque a diferencia de otros periodos en la historia, en gran parte
de la primera centuria del México independiente confluyeron algunos elementos clave para
explicar el notable número de robos que ocurrían en el territorio nacional, pero en particular en
un estado con una configuración compleja cómo fue el jalisciense: una pauperización rampante
de las mayorías, una debilidad estatal notoria, una hacienda pública debilitada, carencia de
códigos legislativos modernos, cárceles poco seguras, cuerpos de seguridad exiguos e
ineficientes, así como numerosos conflictos políticos y sociales. En este contexto en extremo
convulso, el bandido gozó de una notoria visibilidad como un elemento social palpable y su
accionar fue muy complejo.
Al contrario de lo que se puede pensar, el siglo XIX se caracterizó por un número elevado
de robos hechos por ladrones comunes, las decenas de miles de casos remitidos en los archivos
judiciales demuestran que por cada ladrón famoso había un cúmulo de infames (es decir aquellos
carentes de renombre). Este trabajo intentará dar luz justamente a aquellos ladrones que no tenían
alcurnia dentro del mundo delictivo, pero que constituyeron la mayoría. Hacer una historia social
del robo, desde la perspectiva actual de la historia del delito que destaca los elementos socio-
culturales de la práctica, le da centralidad a los grupos marginados. En ese sentido es una historia
que toma en cuenta la existencia de los otros: los olvidados, los delincuentes, los pobres, los
tradicionalmente segregados tanto para las élites como para las historiografías más tradicionales.

Palabras clave: Ladrones, Robo, Inseguridad, Violencia y Castigo.

3
ABSTRACT

This thesis examines practices related to robbery in the state of Jalisco, México, in the period
1846-1861. The principie objective is to explain the causes that led to this crime reaching
alarming levels in that state. To this end, it elucidates the discourses, experiences and reflections
published on this topic in different media, while also striving to reconstruct the ways in which
different types of robbery were carried out, from the most minor crimes to large-scale assaults.
Finally, it illustrates how thieves were punished.
Reflecting on high crime rates and a weak state inevitably brings to mind 19th-century
Mexico because, in contrast to other periods of the country’s history, its first century of
independence was marked by the confluence of key elements that explain the marked increase in
the number of robberies that occurred throughout the national space, but particularly in a state
with as complex a configuration as Jalisco. Here, I refer to the rampant pauperization of large
population sectors, the evident weakening of state power, the virtually empty public coffers, the
lack of modern legislative codes, unsecure jails, exiguous and inefficient organs of public
security, and numerous political and social conflicts. In that context of extreme convulsion,
bandits enjoyed a striking visibility as a palpable element of society characterized by complex
activities.
Contrary to what one might think, the 19th century was characterized by a high number of
robberies perpetrated by ordinary thieves: the tens of thousands of cases registered in the judicial
archives demonstrate that for each famous outlaw there existed a multitude of faceless ones who
never earned a reputation. The objective of this study is to shed light, precisely, on those bandits
who never gained fame in the criminal world although they constituted the vast majority of its
inhabitants. Constructing a social history of robbery based on the current perspective of the
history of crime, which emphasizes the sociocultural elements of this practice, brings
marginalized groups into the epicenter of analysis. In this sense, this history is one that examines
the existence of others: delinquents, the forgotten, the poor, and all those traditionally segregated
from both the elites and more traditional historiographies.

Key words: Thieves, Robbery, Insecurity, Violence, Punishment.

4
Don Antonio se acerco a mi y me dijo casi en secreto:
“vamos, voy a ser franco con usted; confieso que nosotros
los mexicanos conocemos algo a la perfección, y eso es el
robo”, pero añadió rápidamente, “yo no, claro, mis
compatriotas”.

Narración del viajero W. H. Bullock.

Infame: 1. Se aplica a la persona carente de fama, prestigio o


representación social. 2. Se aplica a la persona que obra o es
capaz de obrar con maldad o vileza, así como a sus acciones.

Diccionario María Moliner

5
ÍNDICE GENERAL

AGRADECIMIENTOS 11

INTRODUCCIÓN. 13

PRIMERA PARTE. ESCENARIO Y PERSPECTIVAS. 60


CAPÍTULO 1. LA LEJANÍA DEL DESARROLLO.
EL ESCENARIO, LOS CAMINOS Y LA SOCIEDAD. 61
Introducción. 61
El territorio y sus recursos. 69
Caminos, mesones y ventas. 76
Población, crecimiento y vulnerabilidad. 94
La producción agrícola. 102
Individualización, pauperización e inseguridad laboral. 108

CAPÍTULO 2. CONTROL DE PLAGAS. EL ROBO


VISTO A TRAVÉS DE LAS LETRAS DE MOLDE. 131
Introducción. 131
La opinión pública. 139
La opinión periodística: el derecho a castigar. 148
El sentir de los gobernantes: continuidades en tiempos aciagos. 178
Literatura y diarios de viajeros: la construcción de un personaje. 192

SEGUNDA PARTE. EL ROBO Y SU CASTIGO. 214


CAPÍTULO 3. LADRONES INFAMES Y SU
ACCIONAR DELICTIVO. 215
Introducción. 215
Ladrones, montos y víctimas. 223
El sitio y la hora. 241
La ratería o la tentación del diablo. 249
Alcohol y robos. 252
Abigeato. 258
Horadaciones y encuentros. 268
Variantes del robo domiciliado. 275
El asalto. 278
Asalto en caminos. 286
Asalto en viviendas. 295
Asalto a poblaciones. 301

6
CAPITULO 4. CONTINUISMO Y TRADICIÓN.
LA LEGISLACIÓN Y EL CASTIGO A LOS LADRONES. 311
Introducción. 311
El ladrón ante la ley. 314
Castigar civilizadamente. 317
La aclimatación de las nociones de castigo. 323
La legislación: continuidad y ruptura. 327
La legislación jalisciense sobre el robo. 335
El castigo a los ladrones. 355
Las cárceles. 378

CONSIDERACIONES FINALES. 389

BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES. 403

ANEXOS. 425
Anexo 1. Número de ciudades, poblaciones, ranchos,
villas, haciendas, etc. en el Departamente de Jalisco. 426
Anexo 2. Impotencia del gobierno en la persecución de
los ladrones. 427
Anexo 3. Editorial [sobre delincuencia y castigos]. 431
Anexo 4. Memoria que el Excmo. Sr. Gobernador
[Joaquín Angulo] del estado de Jalisco leyó ante el
H. Congreso. 433
Anexo 5. Cárceles. 436
Anexo 6. Memoria presentada por el gobernador
del estado de Jalisco [Anastasio Parrodi]. 439
Anexo 7. “Ley tigre” del 12 de septiembre de 1848. 445
Anexo 8. Decreto 8. [Sobre robos y receptación de robos]. 448
Anexo 9. Ejecución de justicia, en las personas de
Isidoro Ruiz y Domingo Barboza. 450
Anexo 10. Acusados de robo y resoluciones en
los casos obtenidos en el muestreo. 453

7
ÍNDICE DE MAPAS, CUADROS, GRAFICOS E IMAGENES

MAPAS

MAPA 1. División cantonal de Jalisco hacia 1858. 71

MAPA 2. Distribución de robos en Jalisco por cantón. 244

CUADROS

CUADRO 1. Población de la Intendencia de Guadalajara

y el estado de Jalisco, 1793 - 1868. 96

CUADRO 2. Población de Jalisco por demarcaciones en 1822 y 1843. 99

CUADRO 3. Producción de fanegas de maíz y frijol en Jalisco. 105

CUADRO 4. Producción de fanegas de sembradura en Jalisco

por demarcación en 1822 y 1843. 107

CUADRO 5. Población de la Intendencia de Guadalajara por castas en 1793. 110

CUADRO 6. Número de haciendas en Jalisco durante el siglo XIX. 121

CUADRO 7. Ocupaciones de los acusados de robo en Jalisco. 226

CUADRO 8. Rango de edades y porcentajes de los ladrones en Jalisco. 229

CUADRO 9. Distribución de acusados de robo por estado civil. 232

CUADRO 10. Distribución de robos en Jalisco por Cantón. 245

CUADRO 11. Desglose de la distribución de tipos de robo por Cantón. 245

CUADRO 12. Leyes utilizadas por el STJ para la resolución de los casos de robo. 361

8
GRÁFICOS

GRÁFICO 1. Población de la Intendencia de Guadalajara

y el estado de Jalisco, 1793 - 1868. 95

GRÁFICO 2. Población de la Intendencia de Guadalajara por castas, 1793. 111

GRÁFICO 3. Distribución de tipos de robo en Jalisco, 1846 - 1861. 222

GRÁFICO 4. Porcentaje de los rangos de edad de los ladrones. 228

GRÁFICO 5. Distribución de acusados de robo por sexo. 230

GRÁFICO 6. Distribución de acusados de robo por estado civil. 232

GRÁFICO 7. Distribución de víctimas por estrato social. 239

GRÁFICO 8. Porcentaje de casos devueltos, compurgados,

ratificados y devueltos por el STJ. 360

GRÁFICO 9. Sentencias remitidas al STJ. 362

IMÁGENES

IMAGEN 1. Ejemplo de un salvoconducto falso. 83

IMAGEN 2. Boceto de una litera de viaje. 86

IMAGEN 3. Boceto de un hombre viajando en litera. 87

IMAGEN 4. Boceto de un carro que era tirado por ocho mulas. 90

IMAGEN 5. Dibujo de un arriero 91

IMAGEN 6. Dibujo de un montículo con una cruz que reprensenta

la muerte de una víctima tras un asalto. 196

IMAGEN 7. Hombre con sarape, ilustración costumbrista. 206

IMAGEN 8. Lista de objetos robados. 238

IMAGEN 9. Dibujo de un cuchillo utilizado en el robo de ganado. 263


9
IMAGEN 10. Ejemplo de fierros para identificación de ganado. 265

IMAGEN 11. Dibujos de fierros pertenecientes a varias víctimas

de robo de animales. 266

IMAGEN 12. Dibujo del cuchillo con el que se horadó la puerta

de un comercio. 270

IMAGEN 13. Dibujo de llaves utilizadas para forzar cerraduras. 271

IMAGEN 14. Dibujo de la ganzúa fabricada para forzar una cerradura. 272

IMAGEN 15. Dibujo de pistolas relacionadas con un asalto violento. 282

IMAGEN 16. Ejemplo del formato que remitía los expedientes al STJ

para su revisión. 358

IMAGEN 17. Diseño de la Penitenciaría de Escobedo. 384

10
AGRADECIMIENTOS

En primer lugar quiero agradecer al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) por
otorgarme una beca de estudios que me permitió completar mi formación profesional. A El
Colegio de Michoacán (COLMICH) por aceptarme en el Doctorado en Historia del Centro de
Estudios Históricos (CEH) y darme un recurso adicional así como facilidades académicas y
logísticas para la terminación de esta tesis. La amabilidad, calidad, ética y profesionalismo del
personal colmichiano (académico y administrativo) fueron para mí un faro y una inspiración.
A todos los maestros del CEH que me dieron su tiempo y conocimientos, de sus clases
aprendí lecciones que replicaré a todo lo largo de mi vida profesional: Dr. Thomas Calvo, Dra.
Chantal Cramaussel, Dra. Claudia Espejel, Dr. Martín González de la Vara, Dr. Martín López
Ávalos, Dra. Verónica Oikión Solano, Dr. Víctor Romo de Vivar Gayol, Dr. Martín Sánchez
Rodríguez, Dr. José Antonio Serrano Ortega y Dra. Nelly Sigaut. A todos mis lectores y
sinodales por sus comentarios críticos que siempre fueron para el mejoramiento de este trabajo:
Dr. Leopoldo López Valencia, Dra. Pilar Gutiérrez Lorenzo, Dr. José Refugio de la Torre Curiel
y Dr. Rafael Diego Fernández Sotelo. Especial agradecimiento al Dr. Jorge Alberto Trujillo
Bretón por su generosidad, atención y calidad humana. Igualmente mi gratitud hacia mi director,
Luis Alberto Arrioja Diaz Viruell, por su profesionalismo y dedicación, pero sobretodo por tener
la altura de miras para aceptar un tema de estudio como este.
A mis compañeros de generación: Carmen, Martha, Hugo, Alondra, Pedro Pablo, José
Gabriel, Ileana, José Luis y Daniela, especialmente a la “esquina insufrible”: Angélica y
Humberto. Al personal que labora en el Colegio y que siempre me recibieron con una sonrisa:
Paty, Emeterio, Isabel, Lupita del Río, don José, doña Lety, don Santi, Laura Georgina, Griselda
y Alberto Flores. A Haydeé Alfaro por su eterna sonrisa, atención y amabilidad. Mi cariño y
admiración para Paul Kersey, gran maestro pero sobre todo una persona de enorme calidad
humana, muchas gracias por tu amistad.
Al personal del archivo del Supremo Tribunal de Justicia de la Biblioteca Pública del
Estado de Jalisco, al Mtro. Alejandro Solís, Mtra. Laura Benítez Barba y Alva Lai Shin por
darme acceso a los documentos pero sobre todo por su amabilidad y disposición. Al Mtro.
Miguel Ángel Isais, por su generosidad y conversación, por compartir conmigo libros, ideas y el
sólido conocimiento que posee sobre la historia del delito. A la Dra. Rebeca García Corzo y

11
Mtro. Julio Alejandre por estar siempre al pendiente. Igualmente, a la Dra. Rosa Alicia de la
Torre Ruiz y Dra. Julia Preciado. Por último, al Dr. Víctor Manuel Téllez Lozano por su amistad,
consejo y sempiterno apoyo.
A toda mi familia, Guevara Perales, por formarme como un ciudadano responsable y
deseoso por superarme, también por siempre estar conmigo aunque sea en la distancia. A la
familia Herrera Echauri por su calidad humana y por siempre estar al pendiente de mí. A Paulina
Guillén por su amistad. A Ilse Reyes por su generosidad. A Altagracia Guevara, por darme todo.
A Areli Reyes por su paciencia, por ser mi compañera de vida y seguirme en este difícil proceso.
Por último dedico este trabajo a Clío Herrera, la razón por la que todo esfuerzo siempre vale la
pena.

12
INTRODUCCIÓN
Pero no hay que confundirse. Esta búsqueda de reglas
y de racionalidad no es una forma de evadir la ira y el
odio, la violencia y la crueldad, la ironía y la sinrazón.
Sería una impostura borrar el furor de los hombres, una
ignorancia no poner en escena los esquemas que lo
producen o un exceso de populismo ingenuo no asumir
la fechoría y el deshonor.
Arlette Farge, La vida frágil.

El presente trabajo estudia la práctica del robo en Jalisco en un periodo que va de 1846 a 1861.

Intenta explicar las causas por las cuales este delito se extendió a niveles alarmantes en el estado

y, en ese sentido, pretende mostrar los discursos, vivencias y reflexiones que sobre el tema se

publicaron desde diferentes medios. De igual modo, este escrito reconstruye la manera cómo se

llevaron a cabo los diferentes tipos de robo, desde los más nimios hasta los asaltos

multitudinarios y, por último, la manera cómo los ladrones fueron castigados.

Las razones para elaborar una historia del robo son diversas y como toda determinación

suelen ser un tanto caprichosas. Sin embargo, en pos de aclarar la ruta de este trabajo podría

enunciar algunas reflexiones que me llevaron a este campo. La primera fue observar cómo desde

hace unos años los niveles de criminalidad aumentaron de forma notoria en el país, este

fenómeno se ha caracterizado por ejecuciones, robos, asaltos y mucha violencia. De lo anterior,

surgieron una serie de publicaciones que versan sobre la debilidad del Estado como garante de la

seguridad ciudadana, o visto de otro modo su fracaso en mantener el monopolio de la violencia

legítima.

Históricamente, hablar sobre un alto índice delictivo y una debilidad estatal evidente nos

remiten, de forma inevitable, al siglo XIX. Por ejemplo, Lorenzo Meyer escribió en una columna

de opinión: “el auge actual del crimen organizado significa un retorno a la condición que el país
tuvo durante un largo periodo del siglo XIX”.1En el mismo tenor, el periódico El Universal en

un artículo editorial publicó: “La violencia dentro de México [...] convirtió los caminos del país

en zona de n ad ie.L a descripción anterior encaja lo mismo en la ingobernabilidad de mitad del

siglo XIX, que la de hoy en día en estos últimos años del siglo XXI”.2 No es coincidencia que en

ambos contextos (el decimonónico y el actual) se ha exigido, por lo menos en sectores amplios de

la opinión pública, una postura firme de parte de la autoridad con castigos más severos,

privilegiando así lo punitivo sobre una reforma social.

¿Por qué el siglo XIX? A diferencia de otros periodos en la historia, en gran parte de la

primera centuria del México independiente confluyeron algunos elementos clave para explicar el

notable número de robos que ocurrían en el territorio nacional: una pauperización rampante de las

mayorías, una debilidad estatal notoria, una hacienda pública debilitada, carencia de códigos

legislativos modernos, cárceles poco seguras, cuerpos de seguridad exiguos e ineficientes, así

como numerosos conflictos políticos y sociales. En este contexto en extremo convulso, el cual

Luis González y González denominó como: “el siglo de las luchas”,3 el bandido gozó de una

notoria visibilidad como un elemento social palpable y su accionar fue complejo.

Si observamos con mayor detenimiento y de forma crítica, dentro de este universo

delictivo confluyeron diferentes individuos, prácticas e imaginarios, todos aglomerados bajo un

mismo término: el bandolerismo. Sin embargo, había elementos que diferenciaban a un bandido

social, de un esbirro del poder político o bien un ladrón común. En ese sentido, en realidad fueron

muy pocos los ladrones que llegaron a tener elementos nobles o notoriedad pública (la cual

ciertamente fue alentada por novelas y relatos de viajeros). Mucho más extraordinarios fueron

aquellos que lograron trascender la práctica delictiva y obtener poder político, así como

1 Lorenzo Meyer, “La nación de los bandidos”, Reforma, México, jueves 25 de marzo de 2010.
2 “¿Un soldado en cada esquina?”, El Universal, México, viernes 19 de noviembre de 2010.
3 Luis González y González, Obras 3. El siglo de las luchas, México, El Colegio Nacional, 2002, pp. 3 - 174.
14
consolidar un movimiento social, como por ejemplo lo hicieron en diferentes momentos: Manuel

Lozada, Heráclito Bernal o Doroteo Arango. Al contrario de lo que se puede pensar, el siglo XIX

se caracterizó por un número elevado de robos hechos por ladrones comunes, los miles de casos

remitidos en los archivos judiciales demuestran que por cada ladrón famoso había un cúmulo de

infames (es decir aquellos carentes de renombre).

Este trabajo intentará dar luz justamente a aquellos ladrones que no tenían alcurnia dentro

del mundo delictivo, pero que constituyeron la mayoría. Al respecto es interesante resaltar que la

historiografía se ha centrado en la vida y obra de los delincuentes notables, tal vez debido al

interés que ejercen este tipo de hombres por la trascendencia de sus acciones, a las fuentes

disponibles como la prensa, la literatura o los diarios de viajeros, o bien a paradigmas bien

establecidos dentro de la historia social como el bandido social. En ese sentido, en ocasiones se

toman acríticamente aseveraciones problemáticas como la identificación de los bandidos con el

pueblo y viceversa, o la defensa de las causas sociales por parte de ellos. En realidad el ladrón

común, el que pululó en caminos y poblados, el que llevó a cabo la mayoría de los asaltos y

robos, tuvo objetivos mucho más prosaicos como: la satisfacción de sus necesidades más básicas,

cobrar venganzas, aprovechar una situación ventajosa para robar o bien saciar su ambición. Es

decir, eran individuos que no pueden ser idealizados como modelos de protesta social, tal vez por

ello no han llamado la atención de muchos historiadores.

La historia del delito ha virado en los últimos años a privilegiar el aspecto social y cultural

presente en el estudio de diversas practicas delictivas como: el robo, las estafas, la prostitución, el

homicidio; también ha centrado su atención en instituciones cómo las policías o las cárceles y

penitenciarías. Jorge Alberto Trujillo Bretón propone la historia socio-cultural del delito, una

concepción amplia que aborda: “todo lo que puede estar presente dentro de lo que se origina en

los conflictos privados o colectivos y en los que el Estado y sus instituciones quedan como
15
mediadores y ejecutores de la ley y el castigo”.4 Es decir, no hacer solamente la reconstrucción

del delito en términos jurídicos (cómo se hizo ya desde una historia tradicional del derecho) sino

tomar en cuenta que alrededor de estas prácticas hay hombres, contextos, pulsiones, imaginarios,

privilegios, que inciden y abonan hacia explicaciones más completas.

Hacer una historia social del robo, le da centralidad a los grupos marginados, en ese

sentido es una historia que toma en cuenta la existencia de los otros: los olvidados, los

delincuentes, los pobres, los tradicionalmente segregados tanto para las élites como para las

historiografías más tradicionales. De acuerdo con Trujillo, adoptar esta perspectiva es reconocer

que: “la sociedad se compone de dos caras: una que se muestra, de la que se presume con orgullo,

y otra que se ignora, que se esconde, de la que se avergüenza”.5

Como lo menciona Robert M. Buffington, aunque suene desagradable el crimen juega un

papel histórico central en las relaciones humanas, por lo tanto conocer su historia permite acceder

a prácticas, imaginarios sobre lo legítimo e ilegítimo, sobre el orden y el desorden o el papel de la

autoridad al respecto. En otras palabras estos trabajos sobre historia del delito: “traen a la luz

temas importantes como la persistencia de las desigualdades sociales, los privilegios económicos

de las élites y el poder coercitivo de las instituciones estatales”.6 Por su parte, Lila Caimari

resalta que las posibilidades temáticas dentro de esta historiografía específica se han ampliado y

consolidado en los últimos años, para el caso de lo que denomina bandidismo latinoamericano, se

ha estudiado a los delincuentes en términos más amplios, es decir sin que sean necesariamente

pertenecientes a la nobleza del bandido social hobsbawmniano. Esto se ha realizado: “mediante la

descripción minuciosa de prácticas y la restitución desprejuiciada de racionalidades específicas,

4 Jorge Alberto Trujillo Bretón, “Por una historia socio-cultural del delito” en Takwá, Guadalajara, núms. 11 - 12,
primavera - otoño 2007, p. 15.
5 Trujillo, “Por una historia socio-cultural del delito”, p. 16.
6 Robert M. Buffington, “¿Cómo narrar la historia del delito en tiempos difíciles?” en Jorge Alberto Trujillo Bretón
(Coord.), Voces y memorias del olvido. Historia, marginalidady delito en América Latina, Guadalajara, Universidad
de Guadalajara, 2015, p. 37.
16
estos trabajos quitan cierto velo sobre ese mundo del delito al que hasta hace poco tiempo los

historiadores se acercaban [...] muy selectivamente”.7

Sobre lo dicho, Daniel Palma retomó estas nociones de amplitud de temas, metodologías

y diálogos en su estudio sobre los ladrones en Chile titulado: Ladrones. Historia social y cultural

del robo en Chile, 1870 - 1920, en el cual lleva a cabo un estudio del robo desde un punto de

vista amplio, analizando sus diferentes variantes así como los individuos involucrados en estos

delitos. De acuerdo con el planteamiento de este autor podemos afirmar que: “proponerse el

estudio de la delincuencia requiere en primer término reconocer que ésta involucra ante todo los

robos en sus mas variadas manifestaciones y modalidades y que sus protagonistas estelares son

los ladrones”.8

La historia social, que comúnmente estudia el accionar de los hombres en su contexto y en

específico temas cómo: los movimientos sociales de diversa índole, las luches obreras, las

rebeliones indígenas o la historia de los derechos femeninos, también tiene algo que decir sobre

la criminalidad y las clases bajas. Para Mónica Bolufer la historia social destaca las formas de

control social y de pauperización a la vez que pretende restituir protagonismo a los

tradicionalmente olvidados.9 En consecuencia, este enfoque permite estudiar, por ejemplo, las

condiciones estructurales que orillan a un número elevado de individuos a la pobreza y a la vez

una reacción de una parte de estos grupos en torno a la criminalidad, en específico a la obtención

de bienes materiales de subsistencia o intercambio a través del robo. Las reacciones desde las

cúpulas sobre esta práctica, sobre la criminalidad en sí como un fenómeno que afecta al cuerpo

7 Lila Caimari, “Los historiadores y la ‘cuestión criminal’ en América Latina. Notas para un estado de la cuestión” en
Daniel Palma (Ed.), Delincuentes, policías y justicias. América Latina, siglos XIX y XX, Santiago, Ediciones
Universidad Alberto Hurtado, 2015, p. 499.
8 Daniel Palma Alvarado, Ladrones. Historia social y cultural del robo en Chile, 1870 - 1920, Santiago, LOM
Ediciones, 2011, pos. 85 (ebook).
9 Mónica Bolufer Peruga, “Entre historia social e historia cultural: la historiografía sobre pobreza y caridad en la
época moderna” en Historia Social, Valencia, núm. 43, 2002, p. 106.
17
social y a la vez una visualización en específico sobre los individuos, lo que implica una

categorización de los estratos más bajos. Por último, la reconstrucción del fenómeno del robo y

sus consecuencias punitivas es crucial para tener una perspectiva amplia de este fenómeno. En

ese sentido, es necesario dar cuenta a preguntas como: ¿Porqué la gente robaba? ¿Cuales eran las

razones por las que había tantos ladrones en el estado? ¿Qué propuestas y reflexiones tuvo la

autoridad y otros notables sobre éste fenómeno? ¿Quiénes eran los ladrones? ¿Dónde y cuando

robaban? ¿Qué sustraían? ¿Cuántos tipos de robo podemos encontrar? ¿Cómo se llevaban a cabo

estos robos diversos? ¿Cómo se pensaba el castigo? ¿Cómo y donde se castigaba a los ladrones?

De manera hipotética es posible establecer que el robo fue una práctica delictiva mucho

más compleja de lo que se ha estudiado, especialmente porque afectó poblados, casas, fábricas,

iglesias y comercios. Es decir, la actividad del ladrón no solamente se circunscribió al idealizado

bandido de camino. Del mismo modo, desde el punto de vista político, el robo fue considerado

como una plaga, si bien una ratería no tenía una incidencia más allá de una afectación individual,

miles de sustracciones demostraron un problema estructural. Una inoperancia para la persecución

de los ladrones y un incapacidad de reacción. En este sentido, la reflexión de la “plaga” de robos

giró en torno al castigo, a una renovación necesaria de la maquinaria punitiva y de control social

así como en la repartición de culpas. La etiqueta de ladrón fue un término generalizador para

definir al anormal, en un México que pretendía consolidar una ciudadanía, el delincuente era el

enemigo.

Aunado a lo anterior, habrá que establecer que una historia social del robo requiere

necesariamente adentrarse en los expedientes judiciales, a través de los cuales es posible

reconstruir esta práctica desde una perspectiva numerosa, lo cual nos brinda un sustento

metodológico de peso que va más allá de la inferencia o la simple observación de documentos

aislados. En este caso, la abundancia de casos revela que estamos ante una práctica social
18
cotidiana y nodal dentro del contexto jalisciense decimonónico, en el cual los hombres

inevitablemente se relacionaban con el, ya sea en calidad de víctimas o ladrones. Incluso si no se

interactuaba con estos delincuentes, se les temía, se pensaba en ellos, se les tenía presente en el

imaginario colectivo. En consecuencia, es menester distanciarse de la tradicional historia jurídica,

que estudia el funcionamiento de instituciones y juzgados, aquella que privilegia lo legítimo a

través de un lenguaje leguleyo; y en cambio tomar en cuenta lo profano, es decir las prácticas de

los hombres (ladrones, cómplices y víctimas).

El escenario escogido para desarrollar esta investigación es el estado de Jalisco, el cual

desde su fundación en 1823 experimentó la inestabilidad política, social y económica que se

vivió a nivel nacional durante el siglo XIX. En este territorio hubo fluctuaciones caracterizadas

por deposiciones de gobernadores, expediciones militares, problemas por los límites estatales

(especialmente en las zonas de Colima y Nayarit), alzamientos populares así como

pronunciamientos de carácter político y militar. Del mismo modo, fue uno de los estados que

adoptó de manera temprana las ideas del liberalismo, en especial en lo relativo a la

desamortización de la propiedad comunal y el apoyo a la secularización de la vida pública.

En este sentido, el territorio jalisciense experimentó un nivel muy alto de criminalidad. La

inseguridad se combatió con multas, confinamiento en presidios y cárceles municipales, exilio

hacia el norte del país, leva o la imposición de penas cada vez más severas como la muerte. Sin

embargo, para mediados del siglo XIX había un número elevado de robos así como de grupos de

ladrones (gavillas) rondando por los caminos y poblaciones del Estado. Por ejemplo, el clásico

artículo de María Guadalupe Flores y Angélica Peregrina registró, en un periodo que va de 1856

a 1863, un total de 99 expedientes relacionados con la actividad gavillera. Este conjunto

documental abarcó a 89 poblaciones del estado, aunque los casos se concentraron principalmente

en: Guadalajara, La Barca, Zapotlanejo, Colotlán y Tepic. De esa documentación se identificó a


19
69 jefes de gavillas. Entre las actividades que realizaron estos grupos se encontraron: el robo, el

saqueo, el asalto a caminos y en menor medida la imposición de préstamos forzosos y el

asesinato.10

Sin duda, el robo y los ladrones tuvieron un momento de esplendor durante el segundo

tercio del XIX, rondaban en caminos, vigilaban casas, abordaban a los desprevenidos, tomaban

ganado, saltaban bardas o rompían chapas. Lo hacían de preferencia de forma subrepticia, pero en

otros casos entraban en combate con sus víctimas, las insultaban, golpeaban, herían, asesinaban e

incluso violaban. Todo lo anterior con el fin de obtener botines cuantiosos, aunque en muchas

ocasiones se conformaban con lo que pudieran sustraer. En parte, esta bonanza de robos se debió

a la pauperización que experimentaron grandes sectores de la población, pero también a la pobre

respuesta de parte de la autoridad para prevenirlos. No había fuerzas de seguridad efectivas, ni

tampoco cárceles funcionales. Aunado a lo anterior, se tenía la impresión que la justicia era

demasiado blanda al momento de juzgar, pues liberaba a los acusados o atenuaba sus penas. En

suma, el robo era una amenaza al Estado ya que cuestionaba dos de sus bases fundamentales: el

monopolio de la fuerza, así como la seguridad de la propiedad privada y de los ciudadanos.

La temporalidad elegida fue la segunda república federal de 1846 a 1861, el corte

cronológico es político y obedece a conocer la forma en la cual un poder establecido, pero aún no

consolidado, tomó las riendas del combate a la delincuencia. Me interesa destacar las acciones

que llevaron a cabo un Estado en crisis y un grupo político (que predicaba en general, con

algunos matices menores, el credo liberal) respecto a la disminución de los robos. En este

sentido, encontraremos muchos elementos que mezclaron la modernidad con modelos de Antiguo

Régimen: un discurso que apuntaba a imitar lo hecho en Europa y Estados Unidos, a dejar atrás

10 María Guadalupe Flores y Angélica Peregrina, “Las gavillas en Jalisco de 1856 a 1863” en Boletín del Archivo
Histórico de Jalisco, Guadalajara, vol. II, núm. 2, 1978, pp. 1 - 8.
20
las vetustas y obsoletas leyes coloniales; ante lo cual se contrapuso una realidad marcada por los

continuismos, una errática visión draconiana del castigo, así como disposiciones desesperadas

como los clamores para involucrar a la población en el combate a los ladrones, sustituyendo de

este modo las funciones de la propia autoridad.

La elección de esta temporalidad cobra aún más relevancia cuando se compara con otros

estudios publicados sobre historia del delito en México, en los cuales se ha privilegiado de forma

notoria el Porfiriato como época, así como la ciudad de México como escenario.11 Durante el

periodo de la dictadura de Díaz el Estado logró consolidarse en diferentes aspectos, entre los

cuales estaba la estructura de control social, se construyeron penitenciarías, manicomios, se

expidieron códigos criminales, se buscó una higienización de las ciudades y centros urbanos. Del

mismo modo, de acuerdo con Paul Vanderwood, se logró disminuir la actividad de las gavillas de

dos formas: por un lado se les anexó a los cuerpos de seguridad constituyendo así a los famosos

rurales, la policía opresora del régimen (definida por este autor como una institución “típicamente

porfiriana”);12 por otro lado con la ayuda y colaboración de los otrora ladrones se exterminó a los

grupos gavilleros restantes, esto se logró debido a un uso sistemático de castigos como la ley fuga

o las deportaciones. Al respecto, el mencionado Vanderwood establece que en este periodo el

número de bandidos de redujo, las pandillas (cómo denomina a las gavillas) disminuyeron a

11 Por ejemplo ver: Antonio Padilla Arroyo, Criminalidad, cárceles y sistema penitenciario en México 1876 -
1910, México, tesis de doctorado El Colegio de México, 1995, 476 pp.; Pablo Piccato, “La construcción de una
perspectiva científica: miradas porfirianas a la criminalidad” en Historia Mexicana, México, vol. 47, núm. 1, julio -
septiembre de 1997, pp. 133 - 181; Robert M. Buffington, Criminales y ciudadanos en el México moderno, México,
Siglo Veintiuno Editores, 2001, 265 pp.; Elisa Speckman Guerra, Crimen y castigo. Legislación penal,
interpretaciones de la criminalidad y administración de justicia (Ciudad de México, 1872 - 1910), México, El
Colegio de México / UNAM, 2007, 357 pp.; y Pablo Piccato, Ciudad de sospechosos: crimen en la ciudad de
México 1900 - 1931, México, CIESAS, 2010, 394 pp. También es necesario mencionar los trabajos de Jorge Alberto
Trujillo Bretón que tratan sobre la criminalidad, las cárceles y el castigo en el Jalisco porfiriano, al respecto ver:
Gentes de trueno. Moral social, criminalidad y violencia cotidiana en el Jalisco porfiriano (1877 - 1911),
Guadalajara, tesis de maestría CIESAS - Occidente, 1999, 619 pp.; “En el camino real. Representaciones, prácticas y
biografías de bandidos en Jalisco, México, 1867 - 1911” en Letras Históricas, Guadalajara, año 1, núm. 2, primavera
- verano 2010, pp. 105 - 132; y Entre la celda y el muro. Rehabilitación social y prácticas carcelarias en la
penitenciaría jalisciense Antonio Escobedo, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2011, 428 pp.
12 Paul J. Vanderwood, Los rurales mexicanos, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, 246 pp.
21
grupos de pequeño tamaño que si bien tuvieron cierto impacto social (algunos fueron ladrones

célebres, pero trágicos) ya no constituyeron una amenaza como tal para el Estado por que no

cuestionaba ninguna de sus bases.13 Es decir, de acuerdo con lo expuesto Diaz no logró el fin de

los robos, sino su reducción a una escala en la cual su impacto era menor, el delito a un nivel

aceptable.

Como se observa, la periodización propuesta expone un escenario completamente opuesto

a lo conocido a través de los estudios de caso. En este contexto particular estamos ante un

escenario desconocido, en el cual se vivía un momento mixto que vinculó elementos coloniales

con otros modernos, nos encontramos ante la transición de un modelo que se busca dejar atrás

pero que persiste en las prácticas cotidianas y otro modelo que busca nuevas formas de castigo y

control social. En ese ínter, aderezado también con conflictos políticos, invasiones extranjeras y

otros problemas conocidos, se buscó hacer frente a los robos con los medios disponibles y desde

la perspectiva excepcional del momento.

Me interesa estudiar la criminalidad bajo este modelo de transición e inestabilidad, en

primer lugar porque su misma indefinición deja entrever criterios disimiles (e incluso

contradictorios), por ejemplo al momento de impartir justicia, definir a un ladrón, un receptador

o un cómplice, o bien de establecer criterios coherentes sobre las penas. Por supuesto, ese paso de

un modelo antiguo a otro moderno, estuvo marcado por presiones de índole política que en

ocasiones se contravenían con lo establecido por la doctrina liberal, lo que revela la importancia

de la voluntad de los gobernantes para llevar sus proyectos a cabo. En otras palabras, dicho

proceso no fue en absoluto terso, sino que estuvo alterado y modificado por momentos

coyunturales así como por intereses políticos y voluntades concretas.

13 Paul J. Vanderwood, “El bandidaje en el siglo XIX: una forma de subsistir” en Historia Mexicana, México, vol.
34, núm. 1, julio - septiembre 1984, pp. 41-75.
22
En ese sentido, adentrarse en esta temporalidad poco explorada, convulsa y conflictiva; en

un escenario de mucha actividad delictiva, que propone una alternativa al centralismo

historiográfico imperante; y bajo una propuesta social que privilegia reconstruir el accionar

delictivo de los ladrones (de los hombres que por diversas razones sustraían los bienes materiales

de sus contrapartes) son elementos que constituyen de entrada un primer aporte de este trabajo,

pues cumplen con el criterio de lo novedoso.

La historia del delito es actualmente una rama de la historia socio cultural bien

consolidada en algunas universidades y centros de estudio. En parte, esta maduración se explica

porque cada vez más historiadores e investigadores sociales se acercan al tema, muchos de ellos

debido a la curiosidad por comprender del pasado las experiencias violentas que se viven en la

actualidad. Al respecto, Buffington habla que ahora este es un campo de estudio sexy, es decir

atractivo tanto para académicos, como para políticos e interesados en comprender situaciones de

larga historicidad como el crimen y el castigo.14 También el enfoque multidisciplinario de los

trabajos publicados ha enriquecido las temáticas con conceptos, argumentos teóricos y

discusiones que abrevan de la sociología y la antropología, estableciendo así puentes de diálogo

con otros investigadores. El crecimiento de este ramo ha llevado a tener una serie de estudios de

caso bien conocidos a nivel continental, así como otros particulares de cada región o país. Por

razones evidentes el siguiente recorrido de la historiografía relacionada se centrará en primer

lugar en destacar obras importantes en el ramo, para después centrarse en lo hecho al respecto en

México.

1. La ley ante todo. Inicialmente, los enfoques tradicionales conciben el delito desde la

perspectiva jurídica, concentrándose en la administración de justicia, el funcionamiento de las

instituciones y los procedimientos. Algunos de estos estudios clásicos sobre México son los de

14 Buffington, “¿Cómo narrar la historia del delito en tiempos difíciles?”, p. 26.


23
Silvio Zavala, Woodrow Borah o Colin MacLachlan.15 Sin embargo, esta visión legalista se

enfrentó pronto a otras posturas mucho más sofisticadas que concebían la ley desde un punto de

vista más maleable, en la cual era un instrumento de control social de parte de las élites para

mantener sus privilegios y su tranquilidad, una manera de crear una segregación, lo que también

visibilizó el delito cómo una forma de protesta ante las inequidades sociales. De acuerdo con

Carlos Aguirre y Ricardo D. Salvatore: desasociar la ley del estricto y reduccionista punto de

vista jurídico - legalista es probablemente la mayor contribución de este grupo de trabajos [los

novedosos].16 Aún así, como establece Caimari el dialogo entre la historia del delito y la historia

del derecho tradicionalmente “escaso y reticente”, gradualmente se ha establecido y

consolidado.17

2. Ante el poder, el delito desde el ámbito social. La renovación de la historiografía

marxista tuvo una trascendencia notable dentro de los estudios sobre la criminalidad,

especialmente porque destacaron y retomaron nociones como: la rebelión, la resistencia, el

control social, la aplicación de la ley desde un punto de vista amplio o la conocida noción

gramsciana de hegemonía. Entre sus representantes más destacados estuvieron: Eric J.

Hobsbawm y Edward Palmer Thompson.

Hobsbawm publicó un par de estudios sobre el bandidaje en los cuales mostró el

fenómeno cómo una forma de protesta social arcaica.18 En Los rebeldes primitivos y Bandidos el

autor desarrolló un modelo que tiene que ver principalmente con el materialismo; explica el

15 Silvio Zavala, Las instituciones jurídicas en la conquista de América, México, Porrúa, 1971, 621 pp.; Colin
MacLachlan, La justicia criminal del siglo XVIII en México: un estudio sobre el tribunal de la acordada, México,
Secretaría de Educación Pública, 1976, 190 pp.: y Woodrow Borah, El juzgado general de indios en la Nueva
España, México, Fondo de Cultura Económica, 1985, 488 pp.
16 Carlos Aguirre y Ricardo D. Salvatore, “Writing the History of Law, Crime, and Punishment in Latin America” en
Ricardo D. Salvatore, Carlos Aguirre y Gilbert M. Joseph (Eds.), Crime and Punishment in Latin America. Law and
Society since Late Colonial Times, Durham, Duke University Press, 2001, pp. 1 - 2. La traducción es mía.
17 Caimari, “Los historiadores y la ‘cuestión criminal’”, p. 493.
18 Eric J. Hobsbawm, Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los
siglosXIX yXX, Barcelona, Crítica, 2003, 328 pp.; y Bandidos, Barcelona, Crítica, 2002, 231 pp.
24
alzamiento popular, violento y dirigido en contra de la autoridad, por varios factores como: la

privación de los medios de subsistencia, la transformación de las formas tradicionales de vida de

los campesinos y el consecuente despojo de sus tierras. Sobre el bandidaje Hobsbawm menciona:

“un hombre se vuelve bandolero porque hace algo que la opinión local no considera delictivo,

pero que es criminal ante los ojos del Estado o de los grupos rectores de la localidad”.19 El

bandido se rebela contra la injusticia. Por lo tanto, el bandidaje es una práctica muy antigua que

constituye una tradición de las sociedades rurales.

La llamada “historia desde abajo” fue tomada por los historiadores para estudiar aquellas

clases sociales anteriormente olvidadas por las historiografías que premiaban los grandes temas,

como: las batallas, las instituciones o la vida de los personajes de gran relieve. Al respecto,

Hobsbawm menciona que: “los aspectos sociales del ser del hombre no pueden separarse de los

otros aspectos de su ser, excepto incurriendo en una tautología o en una extrema trivialización”.20

Por su parte, para Thompson la historia no la constituyen las estructuras sino la acción y

la experiencia humanas.21 En ese sentido, le da un papel central al individuo y a su interacción en

sociedad. De acuerdo con Jim Sharpe es con la obra de Thompson que se comenzó a tomar en

cuenta este tipo de trabajos, por su rigurosidad y aportes al conocimiento de una sociedad, en este

caso la inglesa de los siglos XVIII y XIX.22 En el mismo tenor, Lynn Hunt menciona que la

historia marxista se renovó con los trabajos de Thompson pues este rechazó la metáfora de

base/superestructura y se centró en el estudio de las mediaciones culturales y morales.23

19 Hobsbawm, Rebeldes primitivos, p. 30.


20 Eric J. Hobsbawm, “De la historia social a la historia de la sociedad” en Sobre la historia, Barcelona, Crítica,
1997, pp. 88.
21 Edward P. Thompson, Historia social y antropología, México, Instituto Mora, 1997, p. 13.
22 Jim Sharpe, “Historia desde abajo” en Peter Burke (Ed.), Formas de hacer historia, Barcelona, Alianza Editorial,
1993, p. 43.
23 Lynn Hunt, “Introduction: History, Culture and Text” en The New Cultural History, Berkeley, University of
California Press, 1989, p. 4.
25
Así, la historia social vista desde el punto de vista de sus actores y sus circunstancias, y no

desde sus estructuras, permite vislumbrar a una serie de individuos y hechos que de otro modo

permanecerían ocultos en los repositorios y archivos. Reconstruir esta historia es brindar una

panorámica llena de matices que logran enriquecer la argumentación en torno a la violencia, la

protesta, el crimen y su relación con el Estado. Del mismo modo, al estudiar estos fenómenos en

su contexto salen a la superficie una multiplicidad de cuestiones que tienen relación: viejos

agravios, desigualdad económica, injusticias, disparidad social o resistencia cultural.

Por ejemplo, la obra de Thompson Los orígenes de la ley negra abrevó de los

planteamientos antes mencionados pues abordó los principios profundos de la concepción de una

de las leyes criminales más represivas en la historia de la legislación inglesa: la llamada Ley

Negra de Waltham o simplemente Ley Negra, expedida en 1723. La cual criminalizó, bajo pena

de muerte, delitos como: la caza ilegal de ciervos, la destrucción de terraplenes, el talado de

árboles, el herir al ganado, el robo de leña o el aparecer en los bosques de Windsor y Hampshire

con la cara pintada (los llamados negros) o con algún tipo de arma. Thompson encontró una serie

de relaciones e intereses políticos en la expedición de esta ley, pues mas allá de una simple

rebelión local generada por cuestiones económicas o de clase, había una serie de elementos que

estaban en juego en las relaciones sociales y de explotación de recursos que se dan al interior de

los bosques mencionados, por ejemplo: el prestigio real; la economía del ciervo; la expedición y

conservación de títulos y privilegios para las clases acomodadas; y la gestión de las tierras

comunales y de arrendamiento.24

Fue a través de la investigación sobre una ley, que un grupo de disidentes, en este caso los

negros, salieron a la luz de la historia, pero no como una agrupación criminal que se hubiera

24 Edward P. Thompson, Los orígenes de la ley negra. Un episodio de la historia criminal inglesa, Buenos Aires,
Siglo Veintiuno Editores, 2010, pp. 237 - 265.
26
fácilmente etiquetado bajo el término de “bandidos”, sino que Thompson reconstruyó sus

particularidades, como los problemas que tenían con los terratenientes locales o las necesidades

económicas. Igualmente, el análisis no se circunscribió a la relación entre terratenientes y negros,

es decir a una lucha de clases entre un grupo opresor y otro oprimido, sino que estableció una

serie de factores multicausales para explicar la totalidad del fenómeno. En suma, la propuesta de

este autor es buscar en los aspectos sociales y culturales apoyos argumentativos para exponer

claramente el fenómeno de la criminalización y el uso de la violencia.

Otro autor fundamental para comprender la historiografía de la trasgresión en relación con

el Estado es Barrington Moore, 25 quien parte de un enfoque mucho más amplio en el cual si bien

se acepta la importancia del análisis de las condiciones materiales en la sociedad, también se

introducen otros elementos de carácter cultural y filosófico, como las nociones de injusticia o

impureza. Moore considera la agresión no en términos de instinto, sino como una capacidad

humana que se pone en acción debido a una serie de factores y que a su vez conlleva una

variedad de consecuencias. Por lo tanto, “las causas sociales permiten explicarla mejor que las

demasiado elásticas capacidades biológicas”. 2627En su análisis introduce dichos aspectos

determinando que las causas profundas de las expresiones de resistencia, rebelión, violencia o

agresión son en realidad los agravios morales. A su vez, para entender dichos ultrajes de carácter

moral es necesario tener en cuenta la personalidad particular así como el contexto en que un

individuo o grupo se desarrolla, es decir la relación entre subordinados y autoridades, pero

poniendo énfasis en el cumplimiento de las obligaciones de parte de los involucrados y la

realización de actos que se consideran agraviantes o injustos.

25 Una versión ampliada sobre el estudio de la violencia y el conflicto en los estudios sociales se puede encontrar en:
Sebastián Porfirio Herrera Guevara, “La violencia y el conflicto desde la perspectiva de los estudios sociales” en
Ciencia desde el Occidente, Los Mochis, vol. 1, núm. 1, 2014, pp. 25 - 34.
26 Barrington Moore, La injusticia: bases sociales de la obediencia y la rebelión, México, UNAM, 1989, p. 20.
27
Es importante señalar que en el pensamiento de Moore la moral es entendida como una

palabra proveniente de la raíz mores (costumbres). Las tradiciones y costumbres constituyen los

modos populares de pensar y actuar. Las mores se diferencian de las tradiciones en que llevan

implícita una noción de bienestar social. Por ello el cumplimiento, la vigilancia y los castigos

relacionados con las mores son una cuestión que idealmente la sociedad entera atendía, debido a

que su violación conllevaba un agravio moral importante. 27 Por lo mismo, se procedía a ejercer la

violencia contra aquello que se considerara inaceptable, impuro o desestabilizador para el

carácter moral de una comunidad determinada, sin que necesariamente este criterio coincidiera

con lo que las élites pretendían fuera lo correcto.

3. Apertura de temas: castigo, discursos y aspectos culturales. Un tercer momento dentro

de la historia del delito se dio con la incorporación de nociones y conceptos provenientes de otras

disciplinas. La obra de Michel Foucault fue determinante dentro de la historiografía

latinoamericana que retomó y aclimató, no sin ciertos visos de crítica, las ideas propuestas en su

influyente texto: Vigilar y castigar2

Al centrar su análisis en las nuevas formas de concebir la pena, así como en la institución

en ese momento más acabada para esos fines (el panóptico), este autor brindó una perspectiva

mucho más social y política a una historiografía que tradicionalmente se centraba en la

administración de justicia o en el funcionamiento de los juzgados. Además, develó el papel que

jugaba el Estado como un ente activo y reformador en su propósito de asegurar el poder, de llevar

a cabo una diferenciación de los individuos así como un uso de las corporalidades sometidas (una

economía del castigo). En este proceso, la diferenciación entre el inividuo deseable y su

contraparte, el anormal, es fundamental para comprender estos ejercicios de poder. Foucault278

27 Barrington Moore, Pureza moral y persecución en la historia, Barcelona, Paidós, 2001, pp. 44 - 45.
28 Michel Foucault, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, México, Siglo Veintiuno Editores, 2014, 359 pp.
28
estableció que la pena no solamente tenía que ver con las relaciones de producción (una

concepción marxista clásica), sino también con las tecnologías del poder. 29 Es decir, destacó la

capacidad del Estado para llevar a cabo una función punitiva.

Tal vez la mejor herencia del sugerente planteamiento foucaultiano fue dejar atrás la

centralidad de la institución jurídica como objeto de estudio. Como establece Caimari la

tradicional historia del derecho es un campo historiográfico bien consolidado: “cuyo objeto son

los instrumentos legales: las fuentes dogmáticas, tradiciones filosóficas, fundamentaciones del

derecho a castigar, continuidades y rupturas en la genealogía de las leyes, sus usos y desusos”. A

lo largo de varias décadas los trabajos que se han dedicado al derecho penal han producido:

“investigaciones que exploran detalladamente los orígenes del derecho que históricamente se han

otorgado las sociedades a hacer sufrir a quien viola las reglas de la comunidad”.30 Ante esto las

propuestas de la historia social y cultural han venido a refrescar un campo donde lo más brillante

del proceso corre el riesgo de ensuciarse con la “materialidad ramplona” de la gris rutina de la

practica institucional.31

Los estudios que han incorporado aspectos culturales como el honor, la hombría, las

pulsiones o la vida cotidiana son en suma relevantes. Arlette Farge en La vida frágil,32 destacó la

violencia emanada de la interacción y sociabilidad de un grupo de individuos marginados que

coexisten, sobreviven y buscan un sentido dentro de un contexto pauperizado propio del París

dieciochesco. Partiendo de lo anterior, la criminalidad y la violencia se pueden pensar como

manifestaciones que tienen muchas causalidades y formas: pueden ser irracionales, instintivas o

29 Es posible establecer un paralelismo entre la concepción foucaultiana y la descrita por Max Weber décadas atrás
en el sentido de establecer una fuerza legítima que proteja los intereses y la estabilidad del mismo. Ver: Max Weber,
Sociología del poder, Madrid, Alianza Editorial, 2012, 250 pp.
30 Lila Caimari, Apenas un delincuente. Crimen, castigo y cultura en la Argentina, 1880 —1955, Buenos Aires, Siglo
Veintiuno Editores, 2001, p. 18.
31 Caimari, Apenas un delincuente, p. 21.
32 Arlette Farge, La vida frágil. Violencia, poderes y solidaridades en el París del siglo XVIII, México, Instituto
Mora, 1994, 310 pp.
29
en cambio planeadas, sutiles e indirectas. Un texto como el de Farge también demuestra que a

través de las fuentes criminales y una interpretación rigurosa de ellas se puede reconstruir

elementos de vida cotidiana. La vida frágil es en realidad un estudio de los comportamientos

ordinarios así como de las formas de pensar de los individuos. Sin duda, el mayor mérito de esta

obra es reconstruir la visión del hombre tradicionalmente olvidado. Al respecto menciona:

Me motivaba realmente la idea de que el pueblo no solamente estaba en la precariedad, no


solamente era miserable, sino que nada se había dicho todavía sobre las construcciones
intelectuales de esta población y que incluso nunca se había hablado de ella en términos
de construcción intelectual. Devolverles la palabra es una cosa, devolverles su
pensamiento es esencial.33

En ese tenor, Robert Muchembled planteó una historia de la violencia que relativiza dicho

concepto brindándole un carácter histórico. Así, la violencia ha pasado de ser considerada

ilegítima basándose en la ley divina (el ejemplo paradigmático en Occidente lo constituyen Los

Diez Mandamientos), a ser una fuerza legítima para justificar guerras religiosas o para mantener

la estabilidad del Estado nacional. Del mismo modo, la atención que la sociedad presta a las

manifestaciones violentas (ya sea por medio de la legislación, la condena o su debate en la esfera

pública) se han modificado a lo largo del tiempo, de la agresividad relacionada con las fiestas, el

alcohol y la hombría, o la cuestión del honor y la satisfacción de los duelos, pasando por las

posturas que ponían énfasis en la barbarie y la irracionalidad de los sujetos violentos, incluso

quienes han puesto en evidencia la violencia doméstica, de genero e infantil. 34 Con este enfoque,

Muchembled escapa de la casi interminable discusión en torno a la naturaleza violenta del ser

humano y propone una perspectiva de análisis propia de la historia cultural, en la cual si bien no

33 Elisa Cárdenas y Veronique Hebrard, “Historiadora: con qué objeto y con qué objetos, una entrevista con Arlette
Farge” en Espiral, Guadalajara, núm. 13, vol. V, septiembre - diciembre 1998, p. 14.
34 Robert Muchembled, Una historia de la violencia. De la Edad Media a la actualidad, Barcelona, Paidós, 2010,
398 pp.
30
se niegan las pulsiones biológicas que llevan al hombre a realizar determinados actos, también se

le da un gran peso explicativo a las normas y condiciones culturales en que un individuo se

desarrolla.

Adicionalmente, es necesario mencionar la obra de James C. Scott y sus estudios sobre las

expresiones veladas de protesta y el llamado arte de la resistencia.35 El interés que este autor

brinda a los discursos ocultos y a la situación de los dominados, permite vislumbrar la posibilidad

de reconstruir una historia que se aleja de la esfera pública y se adentra en una forma de rebelión

oculta. Situaciones como la indiferencia, el anonimato, el eufemismo o el refunfuño son

interpretados como criticas al poder. Tales manifestaciones constituyen una autentica cultura de

la resistencia, la cual se contrapone con la noción de hegemonía, creando así una situación

dialéctica entre ambas. Es decir, existe una confrontación ideológica latente que determina la

renovación y la afirmación de la perspectiva de los grupos dominados, a la vez que establece el

grado de influencia que realmente tienen las elites dominantes. Así, el conflicto es visto como un

medio para crear una forma de resistencia y una manera de poner de manifiesto las ideas y las

aspiraciones de los estratos más bajos de la población.

La historiografía latinoamericana, especialmente la argentina y chilena, ha desarrollado

una serie de trabajos notables sobre historia del delito, retomando muchos de los aspectos

teóricos y metodológicos arriba mencionados. Entre los cuales se pueden mencionar a autores

como el mencionado Palma, Gabriel Rafart, Raúl Fradkin, Ivette Lozoya López, Carlos Aguirre y

Charles Walker, entre otros, quienes han realizado estudios de caso en los que destacan temáticas

cómo el robo, los ladrones, los abigeos, los bandidos y los montoneros en diferentes espacios: el

35 James C. Scott, Los dominados y el arte de la resistencia: discursos ocultos, México, Ediciones Era, 2000, 314 pp.
Del mismo autor también ver: The Art o f Not Being Governed. An Anarchist History o f Upland Southeast Asia, New
Haven, Yale University Press, 2009, 442 pp.
31
Chile urbano y rural, la Patagonia Argentina y Perú.36 Incluso, el mencionado Aguirre se ha

especializado en el estudio de grupos marginales publicando recientemente una historia de la

esclavitud en Perú.37

Lila Caimari es otra de las exponentes actuales más destacadas con obras como La ley de

los profanos y Apenas un delincuente, en las cuales presenta un panorama amplio de las nociones

que desde el poder se tuvieron tanto para el castigo como para el delincuente y el delito, para ello

muestra las discusiones sobre las penas, la rehabilitación y las doctrinas. Posteriormente,

centrándose en casos de experiencias carcelarias argentinas reconstruye las ideas y las prácticas al

interior de un contexto punitivo concreto.38 En tanto, en Mientras la ciudad duerme, aborda un

tema novedoso dentro de la historia del delito: las policías, los periodistas y la nota roja dentro de

un ámbito citadino. La noche como escenario de los agentes del órden, sus acciones e

implicaciones simbólicas, el sensacionalismo de las publicaciones de color que alarmaban pero a

la vez fascinaban a la población de bajos recursos.39

Otros trabajos publicados son compilaciones de capítulos sobre historia del delito y sus

temas afines (algunos son producto de reuniones de especialistas), los cuales muestran tanto la

vigencia de esta rama de la historia cómo un termómetro de los temas que han tomado

preeminencia. El ya clásico libro Crime andPunishment in Latin America. Law and Society since

Late Colonial Times editado por Ricardo D. Salvatore, Carlos Aguirre y Gilbert M. Joseph fue

36 Carlos Aguirre y Charles Walker, Bandoleros, abigeos y montoneros. Criminalidad y violencia en el Perú, siglos
XVIIIy XX, Lima, Pasado & Presente, 1990, 393 pp.; Raúl Fradkin, La historia de una montonera. Bandolerismo y
caudillismo en Buenos Aires, 1826, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2006, 220 pp.; Gabriel Rafart, Tiempo
de violencia en la Patagonia. Bandidos, policías y jueces 1890 - 1940, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2008, 233
pp.; Palma, Ladrones. Historia social y cultural del robo, 11339 pos.(ebook); Ivette Lozoya López, Delincuentes,
bandoleros y montoneros. Violencia social en el espacio rural chileno (1850 — 1870), Santiago, LOM Ediciones,
2014, 149 pp.
37 Carlos Aguirre, Breve historia de la esclavitud en el Perú. Una herida que no deja de sangrar, Lima, Fondo
Editorial del Congreso de Perú, 2005, 280 pp.
38 Caimari, Apenas un delincuente, 308 pp.; y La ley de los profanos. Delito, justicia y cultura en buenos Aires (1870
—1940), México, Fondo de Cultura Económica / Universidad de San Andrés, 2007, 276 pp.
39 Lila Caimari, Mientras la ciudad duerme. Pistoleros, policías y periodistas en buenos Aires, 1920 —1945, Buenos
Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2012, 243 pp.
32
pionero al respecto,40 pues mostró el avance que había alcanzado esta historiografía en términos

de apertura hacia lo social y lo cultural en Latinoamérica, especialmente en lo relativo a la

construcción sobre delito y de los delincuentes, así como la reconstrucción de las discusiones

profanas (es decir, las no leguleyas) sobre el castigo.

Dos años después el libro Pobres, marginados y peligrosos compilado por Trujillo y Juan

Quintar agrupó algunos balances historiográficos así como otros capítulos que dieron luz sobre

temas y actores poco conocidos: la sexualidad y el delito, los léperos, la violencia femenina en

los actos delictivos o los niños abandonados.41 Los textos más recientes bajo este formato

compilatorio son: Delincuentes, policías y justicias editado por Daniel Palma y Voces y memorias

del olvido coordinado por el mencionado Trujillo.42 El primer libro esta dividido en tres partes, la

sección inicial muestra las percepciones y el análisis sobre el delincuente desde una concepción

amplia que incluye a los rateros, los ladrones, las prostitutas o los tahúres. Después centra su

atención en el tema de las policías (tópico que ciertamente se encuentra en boga) haciendo énfasis

en las prácticas de estos cuerpos de seguridad, los imaginarios sobre el orden, la expansión y el

cenit de la prensa roja a principios de siglo XX. En ese sentido, las noches en las comandancias

de policía fueron un escenario ideal para comprender estos temas, ahí confluyeron los anormales,

los agentes del orden, los representantes de la ley y los buscadores de sabrosos titulares

periodísticos. Por último, culmina con una sección relativa a la impartición de justicia. Por otro

lado, el segundo libro apuesta por una apertura de temas para mostrar la variedad de posturas,

ideas y metodologías que se pueden incluir dentro del estudio histórico de las prácticas delictivas.

Entre las temáticas que se abordan en esta obra se encuentran: la embriaguez, la justicia y el

40 Salvatore, Aguirre y Joseph (Eds.), Crime and Punishment, 448 pp.


41 Jorge Alberto Trujillo Bretón y Juan Quintar (Comps.), Pobres, marginados y peligrosos, Guadalajara,
Universidad de Guadalajara / Universidad Nacional del Comahue, 2003, 257 pp.
42 Palma (Ed.), Delincuentes, policías y justicias, 515 pp.; y Trujillo, Voces y memorias del olvido, 429 pp.
33
delito en comunidades indígenas, el concepto de fama pública, la bigamia, el análisis de la prensa

en estudios de caso novedosos, las prácticas carcelarias e incluso un texto sobre la legión

extranjera francesa, cuerpo militar que incluía en sus filas a desterrados y delincuentes.

Los trabajos sobre historia del delito en México son diversos y, del mismo modo, han

abrevado de algunas de las diferentes propuestas arriba mencionadas, desde los textos ya citados

sobre historia de las instituciones hasta una diversidad temática sobre el mundo delictivo, por lo

tanto, tenemos una diversidad de posturas desde algunas clásicas, hasta otras más innovadoras.

Sin duda, al ser una de las problemáticas que ha experimentado la sociedad mexicana (tanto en el

pasado cómo en la actualidad) el análisis o el comentario de las prácticas delictivas se encuentra

en diferentes libros y artículos, en algunos de estos materiales se menciona la actividad de

gavillas o bandoleros de forma sesgada, aunque poco a poco estos tópicos se han convertido en

centrales.

Sin duda, un recorrido de lo hecho sobre México tendrá que iniciar con la obra de William

B. Taylor, Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas 43 Este

libro se inscribe dentro de una serie de estudios que se concentraron en estudiar el campesinado,

tanto en América Latina como en el resto del mundo, a partir de la década de 1970 en adelante.

En este sentido, en Taylor hay influencias de historiadores sociales cómo Hobsbawm, Moore,

Scott o incluso Charles Tilly. Para el caso latinoamericano este trabajo se relaciona con los que

venían realizando John Tutino, Friedrich Katz, Paul Friedrich o Raymond Buve. Esta

historiografía se caracterizaba por retomar muchos elementos del materialismo histórico para

explicar las causas de los movimientos armados, así como la condición campesina. Sin embargo,

distaban de ser clásicos estudios marxistas que se concentraban solamente en entender los medios

43 William B. Taylor, Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas, México, Fondo de
Cultura Económica, 1987, 296 pp.
34
de producción y la lucha de clases. Al contrario, se retomaban nociones de la antropología y la

sociología para afinar los análisis, para demostrar que había cuestiones de protesta velada que

escapaban a explicaciones economicistas y que estaban más relacionadas, en este caso, con

aspectos de pertenencia a los poblados. Así, la obra de Taylor se propuso innovar en cuestiones

de fuentes y de enfoque, debido a la utilización de archivos criminales. Pero también retomó las

ideas que los autores del momento estaban discutiendo.

En ese sentido el análisis destacó tres prácticas concretas, las cuales estudió, analizó y

describió resaltando aspectos socio-culturales y sustentando sus dichos en numerosos casos

judiciales a través de una metodología que mezcló lo cuantitativo con en análisis más fino. Por

supuesto, se centró en visibilizar a hombres olvidados por las historiografías más tradicionales y

reconstruyó las motivaciones y la forma en que se llevaron a cabo tres acciones que tuvieron

incidencia en el ámbito oaxaqueño colonial. Por ejemplo, sobre el homicidio muestra los aspectos

sociales que incidieron en este acto delictivo como la pertenencia a la comunidad pues la mayoría

de estos actos fueron perpetrados por conocidos en algún grado. Taylor estableció tres niveles de

relación: parientes y cónyuges; rivales o compañeros sexuales; y vecinos de la población. El

hecho de que las victimas, en lo general, no fuesen los forasteros tiene que ver con las

motivaciones de dichos actos: venganzas, resentimientos, resarcimientos, celos, etc.

De acuerdo con Trujillo y Antonio Padilla Arroyo: “uno de los méritos especiales de la

investigación de Taylor es precisamente el esfuerzo realizado por comparar distintas regiones con

problemas comunes, de las que obtuvo diferencias, similitudes y, sobre todo, hechos generales”.44

Bajo la misma metodología Taylor publicó un par de capítulos en libros colectivos, sobre el

homicidio y el bandolerismo en Jalisco, en los cuales resaltó la poca cohesión que tenían los

44 Jorge Alberto Trujillo Bretón y Antonio Padilla Arroyo, “Delito, castigo y clases criminales en la historiografía
mexicana” en Trujillo y Quintar (Comps.), Pobres, marginados y peligrosos, p. 130
35
poblados en este estado (indudablemente haciendo una comparativa con su estudio sobre

Oaxaca), pero también reconstruyendo un contexto pauperizado y violento, en el cual un insulto o

una aseveración sobre la virilidad podían cobrarse con la vida.4546

Otros trabajos señeros elaborados en Estados Unidos en la década de los 70’s y 80’s sobre

el campo de la historia del delito en México fueron los de Michael C. Scardaville, Crime and the

Urban Poor: México City in Late Colonial Period; Gabriel J Haslip, Crime and Punishment in

Late Colonial Mexico City, 1692 - 1810; y Laurence John Rohlfes, Police and Penal Correction

in Mexico City, 1876 - 1911. A Study o f Order and Progress in Porfirian Mexico46 Tres trabajos

que demuestran el centralismo historiográfico imperante al estudiar la ciudad de México, además

estos textos evitan adentrarse en el temprano siglo XIX, pues sus temporalidades son coloniales o

porfirianas. El primero analiza la criminalidad en el ámbito citadino de la capital de la Nueva

España hacia finales del siglo XVIII, poniendo énfasis en fenómenos cómo la migración y el

estado de pauperización que experimentaron las masas. En este trabajo, la pobreza y los delitos

constituyen un binomio indisociable en términos explicativos. Al ensayar la categoría de

“crímenes de pobreza”, el autor resalta las acciones delictivas relacionadas con un contexto

marginal, en el cual convivían tahúres, ladrones, prostitutas, ebrios, etc. Pero a la vez, estos

crímenes de pobreza fueron una manera en la cual las élites etiquetaron y criminalizaron a sus

contrapartes, adhiriéndoles practicas inherentes, propias de su condición baja. El segundo texto,

45 Taylor, William B., “Bandolerismo e insurrección: agitación rural en el centro de Jalisco, 1790 - 1816” en
Friedrich Katz (Comp.), Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en México del siglo XVI al siglo XX,
México, Ediciones ERA, 1990, pp. 187 - 222; y “Amigos de sombrero: patrones de homicidio en el centro rural de
Jalisco, 1784 - 1820” en Antonio Escobar Ohmstede (Coord.), Indio, nación y comunidad en el México del siglo
XIX, México, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos / CIESAS, 1993, pp. 63 - 103.
46 Michael C. Scardaville, Crime and the Urban Poor: Mexico City in Late Colonial Period, Florida, tesis de
doctorado Univesity of Florida, 1977, 366 pp; Gabriel Haslip Viera, Crimen and Administration o f Justice in
Colonial Mexico City, 1696 - 1810; Nueva York, tesis de doctorado Columbia University, 1980, 305 pp.; Laurence
John Rohlfes, Police and Penal Correction in Mexico City, 1876 —1911. A Study o f Order and Progress in Porfirian
Mexico, New Orleans, tesis de doctorado Tulane University, 1983, 361 pp.; y Gabriel Haslip Viera, Crime and
Punishment in Late Colonial Mexico City, 1692-1810, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1990, 205 pp.
36
es mucho más tradicional en su planteamiento ya que estudia el crimen y la administración de

justicia en un ámbito urbano colonial durante una temporalidad extendida, poniendo énfasis en la

forma cómo se llevaron a cabo los procesos (especialmente los arrestos, juicios y sentencias), así

cómo la forma de implementar los castigos. El tercero, estudia la forma en que la dictadura de

Díaz combatió la criminalidad poniendo énfasis en los tres aspectos en los cuales el régimen

centró su estrategia de control social: la reorganización de la policía, la renovación de códigos

legislativos y la construcción de penitenciarías.

Adicionalmente, hay que mencionar los trabajos de Carmen Castañeda, Violación, estupro

y sexualidad. Nueva Galicia 1790 - 1821 e Inquisición y sociedad en México, 1571 - 1700 de

Solange Alberro.47 El primero es una investigación sólida producto principalmente de pesquisas

en el Archivo de la Real Audiencia de Guadalajara, muestra y analiza la práctica delictiva así

como las diferentes interpretaciones que había sobre estos actos. En tanto el segundo, si bien se

centra en el funcionamiento de la institución, la capacidad de la investigadora también le permitió

abrirse hacia otros aspectos. Esto es especialmente evidente cuando abordó las prácticas del

tribunal, es decir cuando analizó los casos particulares, ahí, en medio de acusaciones de

hechicería, violencia o blasfemia (por mencionar algunos) es cuando los hombres y sus

mentalidades se hicieron presentes. De forma indirecta el texto de Juan Pedro Viqueira

¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el

Siglo de las Luces, aborda el tema de las desigualdades sociales y económicas en un contexto en

el cual la marginación y sus actos se hicieron presentes en parte como formas delictivas. 48

47 Carmen Castañeda García, Violación, estupro y sexualidad. Nueva Galicia 1790 - 1821, Guadalajara, Editorial
Hexágono, 1989, 203 pp.; Solange Alberro, Inquisición y sociedad en México, 1571 - 1700, México, Fondo de
Cultura Económica, 1988, 622 pp.
48 Juan Pedro Viqueira, ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante
el Siglo de las Luces, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, 302 pp.
37
De especial interés para los objetivos de este trabajo es la obra de Paul Vanderwood,

Desorden y progreso. Bandidos, policías y desarrollo mexicano, uno de los textos pioneros en el

estudio profundo del bandidaje.49 El autor de forma revisionista estudio a estos individuos no

desde la perspectiva del bandido social sino desde la conformación de grupos de fuerza y su

relación con el poder establecido. Vanderwood especialmente pone énfasis en la existencia de un

poder débil que no tiene otra opción más que negociar con las gavillas. En México hubo una

epidemia de bandidaje que brotó inicialmente en la época de la independencia, cuando estallaron

hordas de personas descontentas. Siguió una segunda etapa a mediados de siglo XIX, la época

dórada de las grandes gavillas y de una incidiencia de robos sin precedentes, cuando estos

ladrones podían tomar ciudades, asaltar caminos con un grado de impunidad elevado. Al

respecto, el autor menciona: “nada hay que cultive el bandidaje como un gobierno central

ineficaz empantanado en una guerra por la supervivencia. Las distinciones entre soldado,

bandido, patriota y vengador simplemente desaparecieron”. 50 La obra discurre en la

conformación de las policías del régimen de Díaz y la disminución de las gavillas a grupos que

no representaban gran peligro.

Trabajos más recientes incorporaron nuevos temas y metodologías, abriendo así el

panorama del estudio de las prácticas delictivas a nivel nacional. En este tenor, la obra de Padilla

Arroyo Criminalidad, cárceles y sistema penitenciario en México, buscó poner énfasis en un

tema poco explorado desde el ámbito académico local: la pobreza como factor explicativo de la

criminalidad. Desarrollando el contexto positivista propio del régimen de Díaz y tomando como

objeto el sistema penitenciario de la capital del país, Arroyo abona a ensanchar las visiones que

sobre los delincuentes se tenían y especialmente explica todas las políticas de higienización y

49 Paul J. Vanderwood, Desorden y progreso. Bandidos, policías y desarrollo mexicano, México, Siglo Veintiuno
Editores, 1986, 269 pp.
50 Vanderwood, Desorden y progreso, p. 23.
38
control social que emanaron desde las cúpulas.51 Cuatro años después, la tesis de maestría de

Trujillo, Gentes de trueno. Moral social, criminalidad y violencia cotidiana en el Jalisco

porfiriano (1877- 1911),52 estudia las diferentes nociones que tenía una élite regional respecto al

crimen. El término gentes de trueno alude a todos aquellos individuos que representaban la

anormalidad, aquellos quebrantadores de la ley y la moral.

Iniciando el siglo XXI se publicaron otra serie de trabajos que estudiaron la criminalidad

en el Porfiriato, estas obras ponen énfasis en comprender los discursos, las ideas que se tenían

sobre el castigo y el delincuente. De este modo, se puede comprender la criminalización de estos

hombres considerados entes potencialmente peligrosos para el bienestar del cuerpo social, pero a

la vez para la conservación de un control social férreo. El libro de Buffington, Criminales y

ciudadanos en el México moderno,53 primero optó por analizar la criminología positivista y su

aclimatación porfiriana, en concreto sus representantes y obras, para después hacer un recorrido

por la prensa roja. Del análisis de estas nociones salen a la luz los personajes: delincuentes,

rateros, jotos, etc.; pero al mismo tiempo los prejuicios de una élite en el poder, los discursos que

se publicaron, los valores que se discutieron sobre el deber ser social y, por último, la forma de

términar con estos individuos indeseables. Por otro lado, en Ciudad de sospechosos: crimen en la

ciudad de México 1900 - 1931 Pablo Piccato analiza diversos casos de documentos judiciales

para comprender quienes eran los criminales en un contexto en el cual la contraposiciónd entre el

ciudadano “decente” y el delincuente (portador de todos los males sociales) se encontraba en

boga. El autor pone especial énfasis en la figura del ratero, el cual tuvo especial resonancia en la

opinión pública a través de numerosas publicaciones de corte sensacionalista, en las cuales se5123

51 Padilla Arroyo, Criminalidad, cárceles y sistema penitenciario, 476 pp. Del mismo autor también ver: De Belem a
Lecumberri. Pensamiento social y penal en el México decimonónico, México, Archivo General de la Nación, 2001,
360 pp.; y “Del desamparo a la protección. Ideas, instituciones y prácticas de la asistencia social en la ciudad de
México, 1861-1910” en Cuicuilco, México, vol. 11, núm. 32, septiembre - diciembre 2004, pp. 121 - 155.
52 Trujillo, Gentes de Trueno, 619 pp.
53 Buffington, Criminales y ciudadanos, 265 pp.
39
mostraban las acciones delictivas de estos personajes.54 Por último, la obra de Elisa Speckman,

Crimen y castigo. Legislación penal, interpretaciones de la criminalidad y administración de

justicia (Ciudad de México, 1872 - 1910), es un análisis del crimen y la criminalidad desde

diferentes soportes: la ley, las publicaciones jurídicas (especialemente aquellas que abrebaron del

pensamiento criminológico positivista), la prensa sensacionalista y la literatura. El trabajo se

complementa con un apartado sobre la forma como se prodigaba justicia en el ámbito urbano

capitalino.5556

Las publicaciones centradas en la historia del robo en México son en realidad escasas. Por

sus innovadores planteamientos destacan los libros de Laura Solares Robles, Bandidos somos y

en el camino andamos. Bandidaje, caminos y administración de justicia en el siglo XIX: 1821 -

1855. El caso de Michoacán y el de María Aparecida de S. Lopes, De costumbres y leyes.

Abigeato y derechos de propiedad en Chihuahua durante el Porfiriato56 Ambos son estudios de

caso que muestran otras realidades, otros contextos más allá del urbano capitalino. El primer

texto es el único que se adentra en el temprano siglo XIX, centra su atención en el robo que

ocurría en los caminos, especialmente el que iba de Morelia a la ciudad de México. Hace un

muestreo de casos judiciales poniéndo enfasis en el modus operandi de los ladrones en la ruta y

la forma en que se administraba justicia en aquel estado. En cambio, el segundo texto se adentra

en el abigeato en Chihuahua, analiza esta práctica a través de casos y ejemplos, el enfoque se

enriquece al poner en contexto este tipo de robo con la situación de la propiedad y la ganadería en

ese estado fronterizo. Destacando los medios de control social en el combate a los abigeos, lo

cual fue una manera de confrontar legitimidades y culturas: una legalista y otra profana.

54 Piccato, Ciudad de sospechosos, 394 pp.


55 Speckman, Crimen y castigo, 357 pp.
56 Laura Solares Robles, Bandidos somos y en el camino andamos. Bandidaje, caminos y administración de justicia
en el siglo XIX: 1821 - 1855. El caso de Michoacán, Morelia, Instituto Michoacano de Cultura / Instituto Mora,
1999, 545 pp.; y María Aparecida de S. Lopes, De costumbres y leyes. Abigeato y derechos de propiedad en
Chihuahua durante el Porfiriato, México, El Colegio de México / El Colegio de Michoacán, 2005, 296 pp.
40
Por último, los trabajos sobre este tema se complementan con los elaborados por Jaime

Olveda, Con el jesús en la boca. Los bandidos de los Altos de Jalisco, el cual estudia a través de

informes de seguridad pública y otras fuentes documentales, la actividad de los gavilleros en esa

zona del estado caracterizada por su riqueza comercial y ganadera. La tesis de Pedro Cázares

Aboytes, Bandolerismo y politización en la serranía de Sinaloa y Durango, 1879 - 1888 y el

libro de Luis Ángel Bellota, Bandolerismo y descontento social en Guerrero, 1890, centran su

atención en las actividades de bandidos célebres, Heráclito Bernal y Luis Galeana

respectivamente, ambos personajes con relevancia política en sus regiones. Iniciaron cómo

bandidos comunes, pero se convirtieron en caciques. Ambos autores los relacionan con el

bandido social hobsbawmniano.57

La historia del robo, en términos historiográficos, estableció un parteaguas inborrable a

partir de la publicación de los libros de Eric J. Hobsbawm Rebeldes primitivos. Estudio sobre las

formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX de 1959 y Bandidos de 1969.

En estas obras el citado autor definió conceptualmente un tipo especial de ladrón: el bandido

social. El cual tenía ciertas características clave: a) actuaba bajo la premisa de Robin Hood, es

decir robaba al rico para compartir lo sustraído con el pobre; b) tenía un vínculo especial con la

sociedad a la que pertenecía, la defendía de las injusticias y a su vez era protegido por ella; y c)

durante su vida, pero especialmente tras su muerte, se convertía en mito. En general era el

representante y vengador de los deseos de las clases desposeídas.58 Es importante señalar que el

autor pensaba el bandidaje social como una forma de protesta arcaica o precapitalista, fue un

57 Jaime Olveda Legazpi, Con el Jesús en la boca. Los bandidos de Los Altos de Jalisco, Lagos de Moreno,
Universidad de Guadalajara - Campus Universitario de Los Lagos, 2003, 211 pp.; Pedro Cázares Aboytes,
Bandolerismo y politización en la serranía de Sinaloa y Durango, 18979 - 1888, Culiacán, tesis de maestría
Universidad Autónoma de Sinaloa, 2008, 191 pp. ; y Luis Ángel Bellota, Bandolerismo y descontento social en
Guerrero, 1890, México, Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados - LXII
Legislatura, 2014, 234 pp.
58 Hobsbawm, Rebeldes primitivos, pp. 28 - 35; y Hobsbawm, Bandidos, pp. 32 - 51.
41
fenómeno que surgió: “mientras el pobre no ha alcanzado conciencia política ni ha adquirido

métodos más eficaces de agitación social. El bandolerismo es un fenómeno prepolítico”.59 Así,

intentaba resolver problemas concretos (utilizando métodos como la rebelión, la venganza justa o

la expropiación) que afectaban la vida campesina, constituyéndose como un contrapeso a la

opresión del mundo rural. Desde este punto de vista, las élites y la clase política, es decir aquellas

personas que ejercían el control social, definían los crímenes en tanto afectaran los intereses de la

población, pero especialmente los de la propiedad privada. En contraparte, la transgresión a la ley

que representaba el acto criminal se situaba cómo una acción legitima desde la perspectiva del

pueblo, ya que el bandido cometía actos criminales pero que tenían un fin socialmente aceptado.

Ello diferenciaba al ladrón noble de su contraparte infame y prosaica.

La obra de Hobsbawm tuvo un impacto trascendental en la historia social, y en la historia

del crimen, ya que fue a la vez recibida con entusiasmo y escepticismo. Sin duda el tema era

atrayente, estos personajes suelen ser carismáticos y despiertan cierta fascinación entre el

público. Por ello varios historiadores buscaron replicar y ampliar la historia de los bandoleros

sociales en diversos rincones del planeta. Por otro lado, hubo también voces que cuestionaron el

arquetipo del ladrón generoso. El principal detractor, y a partir del cual se alinearon diversos

autores, fue Anton Blok.60 El cual cuestionaba la generosidad del bandido noble al aseverar que

en realidad los ladrones no eran representantes de las luchas populares, sino que actuaron bajo su

59 Hobsbawm, Rebeldes primitivo, p. 40; y Hobsbawm, Bandidos, pp. 19 - 20.


60 Anton Blok, “The Peasant and the Brigand: Social Banditry Reconsidered” en Comparative Studies in Society and
History, Cambridge, vol. 14, núm. 4, 1972, pp. 494 - 503. Entre los trabajos que, en lo esencial, siguieron lo
propuesto por Blok mostrando diversos estudios de caso a nivel regional se encuentran: Vanderwood, Desorden y
progreso, 269 pp.; Henk Driessen, “The ‘Noble Bandit’ and the Bandits of the Nobles Bringandage and Local
Community in Nineteenth-Century Andalusia” en Archives Europeeennes de Sociologie, s.l., vol. 24, núm. 1, mayo
de 1983, pp. 96 - 114; Vanderwood, “El bandidaje en el siglo XIX”, pp. 41-75; Richard W. Slatta (Ed.), Bandidos.
The Varieties o f Latin América Banditry, Connecticut, Greenwood Press, 1987, 215 pp.; Gilbert M. Joseph, “On the
Trail of Latin American Bandits: A Reexamination of Peasant Resistance” en Latin American Research Review, New
Mexico, vol. 25, núm. 3, 1990, pp. 7 - 53 y Richard W. Slatta, “Eric J. Hobsbawm’s Social Bandit: A Critique and
Revision” en A Contracorriente, Raleigh, vol. 1, núm. 2, 2004, pp. 22 - 30.
42
propio criterio, buscaron su enriquecimiento personal y ayudaron (en ocasiones de manera

inconsciente e indirecta) a mantener el status quo,61

Para el caso latinoamericano, Richard Slatta compiló una serie de trabajos que tenían

como propósito poner a prueba el modelo de Hobsbawm, concluyendo que en términos generales

este no encajaba en la realidad latinoamericana, sino que la evidencia del archivo y de los

estudios personalizados de caso revelaban la existencia de ladrones innobles o comunes.62 Paul J.

Vanderwood en su estudio sobre los bandidos en el México decimonónico (especialmente para el

periodo porfiriano) encuentró similitudes al aseverar que estos personajes buscaban el

enriquecimiento propio. A ellos les interesaba el negocio: “lo único contra lo que parecían

protestar los bandoleros mexicanos era su exclusión de los sectores remunerativos del sistema

social. Querían ganancias, posición y poder”.63 Tampoco tenían empatía hacía el campesinado

(cómo lo estableció Hobsbawm) al cual victimizaron constantemente con sus robos y ataques.

Por supuesto, preferían robar a los potentados, no por una cuestión de clase, sino porque de este

estrato se obtenían botines valiosos. En cambio, si bien no se lograba mucho del hombre del

campo, del arriero o del jornalero (acaso ropa, frijol, maíz, dinero, cuchillos o algún tipo de

herramienta) tampoco dudaban en delinquir a los sectores pauperizados cuando había la

oportunidad. Sobre la región de Jalisco, William B. Taylor tampoco encontró, en el accionar de

los salteadores de caminos del temprano siglo XIX, evidencias que sustentaran el modelo de los

“bandidos sociales” de Hobsbawm. Si bien señaló que hubo grupos, como en Tepatitlán, que

replicaron algunas de estas características, como robar a los hacendados y las cofradías, no se

vislumbró el modelo del Robín Hood en su totalidad.64

61 Blok, “The Peasant and the Brigand”, pp. 496 - 497.


62 Slatta (Ed.), Bandidos, pp. 191 - 199; y Slatta, “Eric J. Hobsbawm’s Social Bandit”, pp. 22 - 30.
63 Vanderwood, Desorden y progreso, p. 32.
64 Taylor, “Bandolerismo e insurrección”, p. 193.
43
Hobsbawm, por su parte, en las posteriores ediciones de Bandidos matizó algunas de sus

afirmaciones iniciales, pero mantuvo en lo esencial su caracterización del bandido social. Si bien

aceptó, por ejemplo, que no siempre se pueden separar las acciones de un bandolero generoso de

otras formas de bandolerismo, o bien la problemática que implicaba utilizar fuentes literarias,

canciones o leyendas, ello no alteró su tesis central en tanto que el bandolerismo social se trataba

en el fondo de una forma de rebelión y de protesta campesina, de una vía por la cual el pueblo se

rebelaba contra la opresión. Más adelante, agregaría que el bandido social y el común no podían

compararse, por el hecho de que según el pueblo unos eran criminales y otros no.65

Estudios más recientes como el de Gabriel Rafart, Tiempo de violencia en la Patagonia.

Bandidos, policías y jueces 1890 - 1940 de 2008 y el citado de Palma, Ladrones. Historia social

y cultural del robo en Chile, 1870 - 1920 de 2011, coinciden en lo escencial.66 Su muestreo

documental revela que muy pocos bandidos tuvieron las ideas y la sensibilidad social como para

robarle al rico y entregar ello al pobre. Mas bien muestran al ladrón común que buscaba, por

necesidad o ambicion, aprovechar la oportunidad para llevar a cabo sus planes de forma

fructífera. El robo entonces más que una forma de protesta social, fue una práctica criminal

compleja y diversa, la cual tuvo una visibilidad notoria en la sociedades argentina y chilena. Fue

una expresión de inconformidad por la pobreza y la desigualdad en la distribución de los

recursos. Además de un acto que involucraba en ocasiones el honor y el prestigio de un grupo.

Desde esta postura revisionista se han elaborado cuatro críticas clave: a) la vinculación

del bandido con la sociedad no era tan sólida (ni romantizada) como se pensaba, ya que los

grupos criminales en su afán de mantener el poder aterrorizaron, robaron y extorsionaron a la

población en general. El campesinado solía temer a los bandidos, en lugar de admirarlos o

65 Hobsbawm, Bandidos, pp. 57 y 189 - 198.


66 Rafart, Tiempo de violencia en la Patagonia, 233 pp; y Palma, Ladrones. Historia social y cultural del robo,
11339 pos.(ebook)
44
protegerlos. Aún más, los denunciaban buscando justicia, es decir un castigo para el ladrón y la

restitución del objeto perdido, como lo demuestran los miles de casos archivados en los

repositorios judiciales.

b) La relación de cooperación que tuvieron los bandidos con grupos de la élite (gobierno,

comerciantes o caciques regionales) estuvo determinada por la conveniencia. Los grupos de

salteadores obtenían utilidades ya sea proporcionando protección, asegurando rutas comerciales o

siendo los brazos armados de grupos en el poder. Por ejemplo, para comprender a los

cangaceiros (bandoleros brasileños que Hobsbawm cita como ejemplos de vengadores justos) es

imposible no mencionar su relación (provechosa para ambas partes) con feudos familiares que

luchaban por mantener el control a nivel regional así como con autoridades locales. Esta

colaboración les permitió robar libre e impunemente por años.67 En ese sentido, es difícil

concebir la supervivencia de un grupo de ladrones por varios años sin que existiera algún tipo de

relación (aunque fuera mínima) con las élites. Una de las peores situaciones que un hombre fuera

de la ley podía enfrentar era el aislamiento. Además, estos argumentos ponen en entredicho la

importancia que Hobsbawm le brindaba al conflicto de clases existente entre los bandidos

sociales campesinos y los opresores señores de la tierra.

c) La mayoría de los casos muestran que los bandidos no buscaban el beneficio social,

proveniente de la reparación de una injusticia, sino querían la ganancia propia. Como se ha

mencionado, si un bandido no solía robar al pobre era porque este no tenía nada atractivo para

sustraer y no por un sentido de identificación con el pueblo. En ese sentido, el bandidaje era una

forma de ganarse la vida, de obtener ganancias en una sociedad pauperizada y con pocas

oportunidades de empleo.

67 Linda Lewin, “The Oligarchical Limitations of Social Banditry in Brazil: The Case of ‘Good’ Thief Antonio
SIlvino” en Slatta (Ed.), Bandidos, p. 70 y Billy James Chandler, “Brazilian Cangaceiros as Social Bandits: A critical
perspective” en Slatta (Ed.), Bandidos, pp. 101 - 104.
45
d) Muchas de las fuentes de corte literario que el autor británico utilizó son problemáticas,

ya que se trata de elaboraciones a posteriori que muestran más el mito del bandido que su

realidad histórica. Los poemas, la literatura o las canciones revelaban el punto de vista burgués

sobre los ladrones, una visión que en ocasiones era exagerada en pos de mantener un relato

entretenido para el lector, cómo lo fue, por ejemplo, Los bandidos del Río Frío de Manuel Payno,

novela de folletín que se publicó por entregas y que en cada emisión buscaba ampliar su trama

dejando al lector con el deseo de más aventuras. Lo mismo se podría afirmar de El Zarco de

Ignacio Manuel Altamirano o Astucia de Luis G. Inclán que fueron novelas que mostraron

aspectos romanticos de los bandoleros, en las cuales estos eran personajes complejos y atrayentes

para el lector. En el mismo sentido, Slatta ejemplifica que la leyenda del gaucho argentino se

fraguó por la fuerte influencia que tuvieron textos como el Martín Fierro de José Hernández, así

como diversas obras de teatro.68

De acuerdo con la propuesta crítica antes mencionada, a través de fuentes como los

expedientes judiciales, los reportes policiacos o las crónicas de prensa, es posible reconstruir una

realidad diferente sobre estos personajes. El bandido social fue excepcional en todos los aspectos,

no solamente porque los actos generosos fueron pocos y pertenecieron más a una tradición

literaria (ficticia) que histórica, una que partía de elaborar relatos entretenidos para el lector. Así,

en comparación con el ladrón ordinario, el bandido social se trató de un personaje muy

minoritario. Entre los cientos de casos que se pueden consultar en los archivos, las actividades del

criminal común sobresalen en comparación con los hechos nobles, los cuales hay que buscarlos

con lupa. Al respecto, Rafart establece que: “hubo hombres, y seguramente muy pocas mujeres,

que se colocaron fuera de la ley, robando indistintamente a quienes les sobraba para vivir y a

68 Slatta, “Images of Social Banditry on the Argentine Pampa” en Slatta (Ed.), Bandidos, pp. 49 - 65.
46
aquellos menos afortunados, con el claro objetivo de incrementar sus recursos o simplemente

vivir un día mas .

Por supuesto, tampoco es deseable suprimir la existencia de otro tipo de bandidos que

fueron más visibles en la esfera pública, así como en la tradición mítica y novelesca. Es posible

afirmar que se trata de un asunto de proporción, de personajes que por su carisma, acciones,

trascendencia política, militar, social o cultural, han tenido lógicamente mucha más atención

historiográfica. El bandido-rebelde y el bandido-político fueron actores sociales importantes en el

desarrollo nacional del siglo XIX y de principios del XX. Sin duda ambos términos son

problemáticos en tanto que las acciones de estos ladrones abarcaron diversos aspectos de la

realidad, desde el pronunciamiento y el pacto, hasta la rebelión, el crimen y el asalto

multitudinario, así como la mitificación y el culto. No obstante esta conceptualización sirve, en

este caso, para agrupar individuos y destacar acciones concretas. El primero era aquel que se

rebelaba en contra del gobierno, que lanzaba proclamas y pronunciamientos de corte reformista.

Un ejemplo de este tipo de bandido fue Manuel Lozada, quien manifestó tener muchos

elementos del bandido social de Hobsbawm (su identificación con el pueblo nayarita, reparto de

tierras, un discurso en nombre del y para el pueblo así como su posterior mitificación), pero

también otros que no (su oportunismo político, su caciquismo).6


970 También ciertas actividades de

Heráclito Bernal bien podrían encajar en el modelo del ladrón generoso, como su identificación

con el pueblo sinaloense o su supuesto combate frontal contra el gobierno de Díaz. Pero también

es conocido que este ladrón concertó alianzas políticas convenientes que le permitieron

sobrevivir delinquiendo durante varios años.71 Las gavillas del llamado rayo de Sinaloa robaban

69 Rafart, Tiempo de violencia en la Patagonia, p 20.


70 Al respecto ver: Jean Meyer, Esperando a Lozada, México, Editorial Hexágono, 1989, 285 pp.; y Jean Meyer,
Manuel Lozada. El tigre de Alica: general, revolucionario, rebelde, México, Tusquets, 2015, 350 pp.
71 Cázares, Bandolerismo y politización, 191 pp.
47
las minas de Durango, hacían préstamos forzosos y en ocasiones asaltaban a políticos

(generalmente autoridades locales) o a comerciantes. Desde luego, también robaron al pueblo

raso.

El segundo bandido tenía menos ambiciones, pero era utilizado como esbirro del poder a

nivel regional, por ejemplo muchos bandidos en la guerra de reforma se unieron a los ejércitos en

disputa, establecieron alianzas con comerciantes poderosos o con caciques. Juan Galeana, por

ejemplo, fue un bandido que llegó a tener cierto poder a nivel regional, especificamente en el hoy

estado de Guerrero, algunas de sus acciones concordaron con el modelo del ladrón generoso

(especialmente su mitificación), pero igualmente fue conocido por el abigeato que llevó a cabo en

las zonas de la Montaña y la Costa Chica del cual obtuvo notables ganancias72

Estos bandidos peleaban indistintamente por un bando o por el otro, y en situaciones

favorables solían cambiar de lado, en ese sentido no tenían filiaciones ideológicas determinantes,

sino un pragmatismo exacerbado. Algunos casos notorios en Jalisco fueron los de Antonio Rojas

o el Hermenegildo Gómez alias rochin a mediados de siglo. Éste último robaba pueblos, imponía

préstamos forzosos y tomaba cómo rehenes a los pobladores. Por otra parte, Rojas se caracterizó

por su empirismo así como por su crueldad: quemaba poblaciones y degollaba a sus víctimas. En

cierta manera era un estorbo para los liberales, pero dadas las circunstancias (falta de fuerzas

militares, sequía de las arcas públicas, pactismo y guerra) no había otra opción que mantenerlo

peleando por ese bando. Fue un enémigo notorio de Lozada (quién en ese momento peleaba por

los conservadores) con quién entabló varios combates. De cierto modo su muerte, ocurrida en la

batalla de los Potrerillos en contra de los franceses, fue una noticia sosegante para la causa

republicana. Al respecto el periódico El Imperio celebró la caída de Rojas, individuo al que

72 Bellota, Bandolerismo y descontento social, 234 pp.


48
consideraba: un criminal, un funesto y un azote a la humanidad.73 Por último, otro caso que unió

actividad delictiva con política fue el de José María Sánchez, alias el gordito, durante el

Porfiriato.74

Otra variante del bandido vinculado al poder fue el fenómeno llamado: las montoneras, en

la provincia de Buenos Aires a principios del siglo XIX. Eran grupos de individuos que solían

asaltar caminos y poblaciones, en ese sentido muchas de sus acciones tuvieron un fin político,

pero al mismo tiempo robaban como una forma de obtener dinero y vituallas para seguir

movilizándose. Su organización representaba una forma arcaica de acción armada, una simbiosis

de politización con bandolerismo. Por ejemplo, cuando el caudillo Cipriano Benítez y su banda

tomaron el pueblo de Navarro en la frontera oeste de Buenos Aires en 1826 sustituyeron al

comisario local, nombraron a un juez de paz, detuvieron al recaudador, se apoderaron de la

recaudación, impusieron contribuciones forzadas y obligaron a los principales a anexarse a la

causa federalista.75 Es decir, impusieron una agenda política al mismo tiempo que sustrajeron

bienes. La fusión de términos se dio tanto a nivel de las prácticas de estos grupos como en el

ámbito de la esfera pública, donde a los montoneros se les llamó indistintamente bandidos o

salteadores. Lo cierto fue que estos grupos experimentaron una creciente politización que los

llevó a rebelarse en contra del gobierno en diversas ocasiones. Bajo esta perspectiva política,

también es comprensible la posición de Raúl Fradkin respecto a la polémica de Hobsbawm, la

cual es moderada porque sostiene que las actividades bandoleras vistas desde un cariz político, en

cierta medida, sí constituyeron una forma de expresión de descontento social.

73 El Imperio, Guadalajara, sábado 4 de febrero de 1865, tomo 1, núm. 61, p. 2.


74 Trujillo, “En el camino real”, pp. 122 - 127.
75 Raúl Fradkin, “Anatomía de una montonera. Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires a mediados de la
década de 1820” en Dimensión Antropológica, México, año 12, vol. 35, septiembre del 2005, pp. 163 - 167; y Raúl
Fradkin, “Bandolerismo y politización de la población rural de Buenos Aires tras la crisis de la independencia (1815
- 1830)” en: https://nuevomundo.revues.org/309. Fecha de consulta: 18/03/2016. Sobre el tema de las montoneras y
la politización de las cuadrillas montadas también ver: Hugo Chumbita, Jinetes rebeldes. Historia del bandolerismo
social en la Argentina, Buenos Aires, Vergara, 2000, 303 pp.
49
La mitificación de los bandidos sociales, e incluso de criminales de otra clase, es otra

variante que ha tomado relevancia en últimos años y que se ha constituido en un tópico por sí

mismo. En este sentido destacan, por ejemplo, las devociones a Jesús Malverde bandido

ejecutado en Sinaloa a principios de Siglo XX y que actualmente es considerado santo de los

narcotraficantes. La figura de Lozada también penetró en el imaginario huichol llegando a ser

parte de su mitología (en la cual este tomó elementos crísticos y es traicionado por Ramón

Corona a cambio de unas monedas de oro) y de las historias que cotidianamente se relatan en la

sierra nayarita (como las leyendas sobre los tesosos de Lozada). En general la historia de estos

personajes suele tener muchas lagunas en términos factuales, pero en el caso de la santificación

del criminal lo esencial no estriba en su reconstrucción histórica, sino en la forma cómo se creó

un mito a su alrededor. 76

En suma, tenemos un número considerable de hombres (varios cientos) que robaban a

diferentes niveles y por diferentes motivaciones. Bandidos criminales (como los llama

Hobsbawm) que no tenían los atributos de uno generoso, que no justificaban sus acciones tras un

noble fin, que no contaban con el arraigo popular, ni tampoco eran santificados. Pero que en

términos de una realidad histórica constituyeron una mayoría que llamó la atención del poder y

afectó a la sociedad a diferentes niveles, por lo repetitivo y sistemático de sus acciones, por la

violencia con que acompañaban sus actos y por que en muchas ocasiones salieron impunes de

ello. Esta es la historia de esos ladrones.

Este trabajo esta sustentado en diversas fuentes provenientes de varios archivos y

repositorios nacionales. En específico utilicé documentos judiciales, memorias de gobierno,

periódicos, folletos, discursos, legislación, estadísticas, novelas y relatos de viajeros. Para la

76 Al respecto ver el número 88 de la revista Caravelle de 2007 cuyo dossier se titula: Chanter le bandit. Ballades et
complaintes d’Amérique latine. También ver: Kristín Gudrún Jónsdóttir, Bandoleros santificados. Las devociones a
Jesús Malverde y Pancho Villa, Zamora, El Colegio de Michoacán / El Colegio de San Luis, 2014, 246 pp.
50
obtención de este cúmulo de información realicé estancias de investigación, tanto en Guadalajara

como en la Ciudad de México. En la primera me centré en el Archivo Histórico del Supremo

Tribunal de Justicia del Estado de Jalisco (en adelante STJ), resguardado por la Biblioteca

Pública del Estado de Jalisco (en adelante BPEJ), el cual comprende en su totalidad 200,000

expedientes y alrededor de 2,300 libros sobre jueces y magistrados que abarcan desde 1824 hasta

las primeras décadas del siglo XX. En dicho acervo me familiaricé con los casos del ramo

criminal, pude ver sus componentes, comprender su naturaleza así como ponderar sus alcances

interpretativos.

Como producto de este trabajo realicé una base de datos compuesta por 212 expedientes

de robo entre 1846 y 1861, la cual tiene entradas sobre los individuos (acusados y víctimas), las

fechas de los actos así como del inicio y fin de los procesos, las demarcaciones dónde ocurrieron,

los lugares (en domicilios, poblados o en caminos), los botines, las armas involucradas en los

actos, los tipos de robo, las sentencias, los jueces, la legislación utilizada, entre otros elementos.

Esta investigación es la base para el desarrollo de los capítulos sobre el robo en Jalisco y su

castigo, además constituye una aportación a la historiografía regional pues se trata de documentos

poco o nada trabajados. La elaboración de dicha base fue a manera de muestreo de los cientos de

expedientes existentes en el STJ, tomando en consideración dos criterios: que el expediente

tuviera una extensión considerable: alrededor de 15 fojas en adelante llegando a analizar algunos

casos de más de 180, lo hize de esta manera porque en otras ocasiones tenemos expedientes de

una o dos fojas que sólo contienen el auto cabeza de proceso o alguna diligencia, pero nada más.

También dejé fuera los casos que ocurrían dentro de la ciudad de Guadalajara, pues me interesaba

reconstruir la criminalidad en el ámbito rural y, como se ha demostrado en numerosos trabajos, la

delincuencia al interior de ciudades numerosas tiene otra dinámica y en ese sentido podría

constituir un objeto de estudio en sí mismo.


51
En el mismo repositorio (BPEJ) consulté la Hemeroteca Histórica del Estado de Jalisco

(en adelante HHEJ) en donde obtuve información sobre seguridad pública y delincuencia de los

siguientes órganos: El Republicano Jalisciense, La armonía social, La Voz de la Alianza, El País,

El Nene, El Mundo, La Balanza, La Estafeta, El Nacional y El Soldado de la Patria. Igualmente,

consulté la colección de Misceláneas en donde encontré folletos y discursos que vinieron a

complementar mis pesquisas sobre el tema de estudio. Completé la obtención de información en

los fondos Vallarta y Jalisco de la BPEJ en los cuales se encuentra información bibliográfica

especializada en temas jaliscienses.

En la Ciudad de México me concentré en tres repositorios: Archivo General de la Nación,

Biblioteca “Silvestre Moreno Cora” de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Biblioteca

Lerdo de Tejada. En el primero consulté información sobre cárceles y presidios, organización del

Supremo Tribunal de Justicia. En el segundo obtuve el código de procedimientos penales y

civiles del estado de Jalisco así como artículos sobre cuestiones legislativas para la entidad. En el

tercero, revisé periódicos y folletos. Por último, tanto la información bibliográfica como algunas

colecciones documentales las obtuve de las siguientes bibliotecas: “Luis González” del

COLMICH, “Miguel Mathes” del COJLAL, “Carmen Castañeda” de CIESAS - Occidente y

“Manuel Rodríguez Lapuente” del CUCSH - Universidad de Guadalajara.

La crítica de fuentes en esta investigación tiene cómo base la clásica noción sobre las

operaciones críticas (interna y externa) de los documentos, contextualizando su autoría, origen así

como el sentido de lo expresado en dichos papeles, es decir su interpretación dentro de un

contexto determinado. Como lo establece Luis González las respuestas a este médium llamado

fuente obtienen una revaloración cuando es posible establecer contrapuntos, comparación de

testimonios, al respecto menciona: “la historia mexicana, desde la conquista española hasta

nuestros días ofrece multitud de testimonios acerca de cada uno de los llamados hechos
52
generales, acerca de acontecimientos, cumbres, estructuras y doctrinas de aceptación común”.77

Para este caso hay numerosas visiones sobre el robo y, en ese tenor, otra aportación de este

trabajo es que muestra éste fenómeno no desde una sola óptica, sino desde diferentes

perspectivas, ya sea desde la visión del poder con las memorias de gobierno, la de la opinión

pública a través de la prensa, la anecdótica y ficticia por medio de lo dicho por viajeros así como

en las novelas. Pero especialmente notoria es la reconstrucción de este fenómeno a través de los

expedientes judiciales.

La fuente judicial ha sido utilizada desde tiempo atrás en el ámbito académico, pero su

utilización había sido campo exclusivo para los historiadores del derecho, quienes fervientemente

reconstruían la gris rutina de las instituciones de justicia. Fue con la historia social y cultural que

se revalorizó este médium como un indicio rico para reconstruir las acciones de los hombres, sus

motivaciones, argumentos, justificaciones, imaginarios así como las voces de los olvidados.

Justamente, uno de los problemas metodológicos al que se enfrenta el historiador que pretende

bajar de la estructura estatal y adentrarse en la esfera de lo individual es encontrar documentos

que le permitan vislumbrar, por el ojo de la cerradura, el accionar de dichos personajes comunes.

Lo anterior debido a que la gran mayoría de las fuentes que han sobrevivido son en realidad

producto de las estructuras de poder (monarquía, iglesia, Estado o burocracia), lo que podría

interpretarse como la imposibilidad de realizar la historia de los marginados, pues no hay material

para ello.

Sin embargo, hay trabajos sobre los grupos tradicionalmente olvidados que refutan de

manera evidente dicha afirmación - destacando los de Scott, Farge o Muchembled -, lo que

demuestra que la clave se encuentra en el matiz, la organización y la critica documental. En un

estricto sentido un expediente criminal: “muestra la forma en que las agencias judiciales cumplen

77 Luis González y González, El oficio de historiar, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2009, p. 230.
53
con las atribuciones encomendadas en la persecución y castigo de aquellos que ofenden a la

sociedad”.78 Pero, por otro lado estos compilados de información también están las declaraciones

de acusados, víctimas, testigos, abogados, jueces, etc.; es decir, de los hombres involucrados en

los actos. Así, la fuente judicial permite vislumbrar el sentir de los individuos que son procesados

y adentrarse en los vestigios de su cotidianeidad. Un caso especialmente notable fue el ya

mencionado libro La vida frágil, en el cual su autora utilizó esta fuente de una manera innovadora

para su tiempo porque le permitió reconstruir el contexto y el imaginario de los desposeídos. Al

respecto menciona que el archivo criminal: “constituye una fuente excepcional, [pues] con él se

puede interrogar la historia de otra manera”. En dichos repositorios hay “acontecimientos

minúsculos, rastros ínfimos” de los cuales “puede uno servirse para aprehender el contenido

informativo que podían proporcionarme sobre modos de vida y de pensamiento hasta entonces

poco conocidos”.79

De acuerdo con William B. Taylor este tipo de fuentes, pese a que fueron hechas por las

élites, aportan numerosos datos directos sobre el comportamiento social de los delincuentes a

través de las voces de ellos mismos, pues estaban hablando del mundo en que vivían, estaban

recreando hechos concretos que experimentaron. Sobre lo anterior establece: “la mayoría de los

expedientes de juicios criminales contienen docenas de folios de exposiciones y declaraciones de

testigos campesinos”.80 A través de secciones concretas de un expediente, cómo los cuestionarios,

las declaraciones o los careos, es posible obtener los elementos interpretativos sobre el sentir de

los hombres de a pie, pues en las justificaciones, las coartadas, las acusaciones y las

explicaciones vienen aspectos sobre la realidad particular, los valores imperantes y los

78 Trujillo, Voces y memorias del olvido, p. 18.


79 Cárdenas y Hebrard, “Historiadora: con qué objeto y con que objetos”, p. 13.
80 William B. Taylor, “Algunos temas de la historia social de México en las actas de juicios criminales” en
Relaciones, Zamora, núm. 11, vol. III, verano de 1982, p. 91.
54
comportamientos de esa gente. Es decir, la crítica tiene que partir de la voz del individuo,

cuestión que debe extraerse con todo el rigor posible, tomando en cuenta el contexto y las

situaciones particulares de cada hecho.

Ahora bien, rescatar la voz de estos hombres ha sido criticado, ya que en medio de una

acusación es posible que un ladrón mintiera utilizando una coartada verosímil con el fin de salir

libre de su proceso o bien atenuar sus acciones para obtener un castigo menor. Con todo, el

análisis de los casos y los contextos suele ser en general fiable, pues la descripción de los

acontecimientos pocas veces se pone en duda, más bien las contradicciones surgen al momento

de establecer culpas, presencias e intencionalidades, lo cual a su vez es una muestra de los

imaginarios de una época, de los argumentos y recursos que los hombres utilizaban cuando

enfrentaban una acusación como la negación, la ignorancia o la embriaguez. De acuerdo con

Pablo Piccato, a los expedientes judiciales: “se les puede creer porque [los individuos

involucrados] querían que sus declaraciones alcanzaran una meta obvia (el castigo, la libertad)”.

En consecuencia, estos indicios “hacen referencia a normas socializadas en torno a la veracidad,

así como justificaciones de comportamiento individuales”.81

Básicamente, hay dos formas de acercarse a este tipo de trabajos. La primera consiste en

tomar un documento tipo, es decir un caso notable que permita explicar un fenómeno. Esta forma

de aproximación puede ser útil para reconstruir por ejemplo maneras de administrar justicia, pero

siempre tendrá el problema del aislamiento, en este caso un robo no explica una práctica

compleja.82 Para dar cuenta de un fenómeno amplio, opté por un método de muestreo y

sistematización de numerosos expedientes con el fin de tener el sustento suficiente para justificar:

81 Piccato, Ciudad de sospechosos, p. 28.


82 Indudablemente la excepción a la regla lo constituye la obra de Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos. El cosmos
según un molinero del siglo XVI. En el cual la riqueza del expediente así como la habilidad del historiador dieron
fruto a una obra ya clásica.
55
comportamientos e ideales colectivos, variantes en las prácticas de sustracción y poder percibir

incidencias de tiempos, lugares y botines. Esta metodología fue utilizada por Taylor en sus

trabajos sobre el delito, en los cuales fue preciso leer docenas de actas de juicios, sacando datos,

formando mosaicos de hechos y detalles personales: “organizándolos para descubrir sus

configuraciones y normas escondidas, y poco a poco ir reconstruyendo la pequeña sociedad de

ocupaciones, riqueza, poder, valores, y vida cotidiana”. 83 Por ejemplo, para su libro de

Embriaguez, homicidio y rebelión utilizó cerca de 550 juicios que organizó en cinco categorías

analíticas: 1) Las circunstancias del acto (tipo de homicidio, hora, día, mes). 2) El acto mismo

(lugares, armas, palabras, si hubo o no comportamiento espontáneo). 3) Las relaciones entre

victima y victimario (parientes, conocidos, rivales). 4) La difícil cuestión de la motivación y 5)

Las sentencias.84 En este trabajo emplea una critica documental que se concentra en distinguir

aspectos cotidianos del comportamiento social, ideologías y valores, todo ello referido en los

registros criminales. Igualmente, el autor utilizó este modelo para su capítulo sobre el homicidio

en Jalisco, el cual sustentó con 120 casos criminales.85 Evidentemente, retomaré la propuesta

metodológica de Taylor aderezándola con otros elementos - como una tipificación propia de los

tipos de robos- y aclimatándola a la realidad jalisciense de mediados del siglo XIX.

Por último, es necesario establecer que debido a su naturaleza - elaborada por y para las

autoridades - la fuente judicial es una expresión hecha desde la perspectiva del poder hacia los

grupos marginados y la delincuencia. Es decir, los delitos que se guardan en estos repositorios y

de los cuales podemos hacer acopio no representan la totalidad de los acontecimientos violentos o

trasgresores que seguramente sucedieron, sino simplemente aquellos que fueron denunciados.

Aún así, un muestreo de varias decenas de casos constituye un cúmulo de información

83 Taylor, “Algunos temas de la historia social”, p. 95.


84 Taylor, “Algunos temas de la historia social”, p. 92.
85 Taylor, “Amigos de sombrero”, pp. 63 - 103.
56
significativo y sin duda es un corte representativo de la forma cómo se llevaban a cabo los robos

en el estado de Jalisco.

La ruta de este trabajo propone mostrar el fenómeno del robo desde diferentes

perspectivas, poniendo énfasis en los aspectos sociales de la práctica. Por lo tanto, se divide en

cuatro capítulos cada uno teniendo un tópico principal. El primero da cuenta del escenario donde

se llevaban a cabo los robos en el estado. Se pone especial atención en la condición de los

caminos, los mesones, las ventas y las diligencias. Con base en fuentes como los diarios de

viajeros y la legislación estatal, describo las condiciones que guardaban en el siglo XIX. La

desolación de estos escenarios (no había cuerpos de seguridad suficientes para vigilarlos) y la

dificultad para transitar las diferentes rutas. Estos fueron los aspectos que indudablemente

facilitaron la labor de aquellos ladrones que sorprendían a sus víctimas en medio de un viaje,

porque tenían las condiciones para hacerlo con un nivel alto de impunidad. Por otro lado, se

aborda el tema de la pobreza como uno de los factores explicativos nodales para comprender el

elevado número de robos. Esa pauperización se debió entre otras cosas a un cambio en la forma

de la propiedad (de la comunal a la individual) y una reorientación hacia la agricultura comercial,

lo que devino en un elevado número de gente desempleada. La creciente población generaba una

mayor presión sobre la tierra y el acceso a los recursos, además esta se encontraba en un nivel

alto de vulnerabilidad respecto a las hambrunas, enfermedades o desastres naturales. En general,

había una gran masa de gente pobre, de la cual un estrato representativo buscaba la subsistencia a

través del robo.

El segundo apartado aborda la forma cómo fue visto y pensado el tópico del robo desde

diferentes medios de enunciación. Tomando como base la noción de opinión pública reconstruyo

la forma en que la prensa abordó el tema, en primer lugar mostrando un escenario donde la

criminalidad se encontraba en niveles elevados, pero especialmente llevando la discusión al


57
terreno de la ineficiencia de la autoridad para poder enfrentar esta problemática, y por ende la

exhortación hacia una mayor eficacia en términos punitivos: severidad del castigo, cárceles y

policías modernos, un sistema judicial menos corrupto y blando, etc. Comparo estas

publicaciones con lo dicho por los informes de gobierno, que eran un medio de publicidad de la

autoridad, aunque tenían un todo laudatorio evidente los gobernadores coincidían en lo esencial:

los diagnósticos sobre el problema eran aciagos, los robos se encontraban en un punto sin

precedente. Por último, muestro lo dicho por los viajeros y la literatura, la primera fuente se

centra en lo anecdótico, en visibilizar el punto de vista de las víctimas, el temor ante un posible

asalto, en los rumores y la suspicacia de encontrarse con un desconocido. En tanto, la segunda

fuente muestra la idealización de estos personajes, algunos ladrones que tienen un dejo de

humanidad, que si bien asaltan y roban, tienen corazón para enamorar bellas damas.

El tercer capítulo reconstruye la práctica delictiva. Con base en el muestreo de los

documentos judiciales analizo el robo desde diferentes aristas. Primero, elaboro una tipología que

me permite comprender la forma cómo se llevaban a cabo los robos, desde las raterías hasta los

asaltos violentos. En segundo lugar me centro en los personajes principales de este estudio, los

ladrones, en específico en sus descripciones físicas, edades, ocupaciones, sexos y estado civil,

esto para tener una idea clara de quienes robaban y porqué. En este apartado también muestro a

las víctimas, los montos, las armas utilizadas, etc. Finalmente a través de numerosos ejemplos de

casos, doy cuenta de cada tipo de robo, los modus operandi, la dificultad para su ejecución, los

montos específicos, la violencia hacia las víctimas y en ocasiones para con los mismos ladrones,

la huida. En fin, los elementos implicados en el accionar delictivo.

El último apartado se centra en la manera cómo se les castigó a los ladrones, primero

elaborando el contexto punitivo de la época, el cual mezclaba nociones modernas sobre la

atenuación de las penas (especialmente mal vista era el castigo de muerte), al tiempo que existían
58
permanencias notables de la legislación colonial. Los casos se concentraban en el STJ, tribunal

que revisaba las sentencias, las ratificaba o las derogaba para imponer otras. En este apartado,

muestro ejemplos que dan claridad sobre la forma en que se llevaban a cabo los procesos, las

legislaciones que se utilizaron, las absoluciones y los argumentos que las sustentaron, las penas

de cárcel, destierro y los fusilamientos así como las prisiones que había en el estado y las fugas.

59
PRIMERA PARTE

ESCENARIO Y PERSPECTIVAS

60
CAPÍTULO 1
LA LEJANÍA DEL DESARROLLO.
EL ESCENARIO, LOS CAMINOS Y LA SOCIEDAD

No hay miedo que pueda resistirse al hambre, no hay


paciencia que pueda acabar con ella, el asco,
sencillamente, no existe allí donde esté el hambre; y
en cuanto a las supersticiones, las creencias y aquello
que se puede llamar principios, pesan menos que la
broza al viento.
Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas.

INTRODUCCIÓN

El propósito de este apartado es presentar el escenario donde se llevaba a cabo el acto criminal

del robo, en concreto destacando el estado de los caminos así como las condiciones sociales

imperantes en el territorio jalisciense. Sobre el entorno que favorece el bandidaje, Eric

Hobsbawm establece que este era una forma primitiva de protesta social, propia de una sociedad

premoderna, en el fondo fue un fenómeno que se relacionó con el hambre y con la resistencia.

Por ello, afirmó que el robo seguía a la escasez, porque en tiempos de crisis económica o cuando

una población era azotada por una enfermedad o inclemencia natural, generalmente aumentaban

las actividades de los salteadores. Es decir, se trataba de una actividad que incrementaba su

frecuencia en tiempos de pauperismo o inestabilidad social. Por lo tanto, el bandido no protestaba

61
“contra el hecho de que los campesinos sean pobres y estén oprimidos, sino contra el hecho de

que la pobreza y la opresión resultan a veces excesivas”.1

Trabajos de corte revisionista como los de Richard Slatta y Daniel Palma también

destacan la relación entre el hambre y los robos. El primero demuestra cómo las grandes planicies

de América del Sur, las cuales se encontraban desoladas y alejadas del control de la ley, fueron

espacios idóneos para el florecimiento de hombres sin tierra, desposeídos y marginados sociales

que buscaron subsistencia en el robo y el desmembramiento de ganado.2 Es decir, el vacío de

poder que presentaba el panorama pampero fue ocupado por individuos que buscaron en el robo

su beneficio personal. Para el segundo caso (un estudio acerca de este delito en la sociedad

urbana chilena en el siglo XIX) Palma encontró que la miseria se vinculaba con la sustracción

menor de ganado (de una o dos piezas de animales) al establecer que estos casos impulsados por

el hambre se incrementaron significativamente conforme aumentaron las condiciones de

pobreza.3 Este tipo de prácticas se convirtieron en una forma de complementar los ingresos de los

trabajadores en un entorno en el cual el vínculo laboral se caracterizaba por la debilidad.

El robo también fue endémico en regiones con caminos en mal estado, las malas

condiciones viales generaban un tránsito lento y tortuoso, lo que facilitaba la tarea de los ladrones

permitiéndoles primero estudiar a sus víctimas así como establecer los sitios idóneos para llevar a

cabo la sustracción, la cual generalmente sucedía en un paso desolado o una curva intrincada.

Igualmente, las vías de comunicación de la época generalmente permanecían desoladas; es decir,

sin cuerpos de policía que cuidaran por la vida y las pertenencias de los viajeros, los comerciantes

0 los arrieros que los cruzaban. En cierta medida, los caminos eran tierras de nadie donde la

1 Hobsbawm, Rebeldes primitivos, p. 42.


2 Miguel Izard y Richard W. Slatta, “Banditry and Social Conflict on the Venezuelan Llanos” en Slatta (Ed.),
Bandidos, pp. 34 - 35.
3 Palma, Ladrones. Historia social y cultural del robo, p. 31.
62
protección se la brindaban los propios individuos ya sea por sus medios o contratando personal

para ello, aunque en muchas ocasiones esos empleados traicionaron a sus jefes o huyeron ante el

embate de un ladrón.

Lo anterior también fue una característica propia de un poder débil que no podía dominar

diversas partes de su territorio, porque en realidad no tenía los medios para ello: no había

ferrocarril ni comunicaciones prontas o eficientes ni tampoco cuerpos de policía aptos en número

y preparación. Al respecto, Hobsbawm menciona que esta situación fue generalizada y sucedió en

diversos países al afirmar que: “ningún Estado antes del siglo XIX poseía la capacidad de

mantener un cuerpo de policía rural eficaz que actuase en calidad de agente directo del gobierno

central y abarcara todo el territorio”.4 Esta situación se modificó hasta finales de siglo, sin

embargo, en el caso de México durante las primeras décadas del ejercicio republicano los

caminos eran lugares donde la influencia estatal se manifestaba poco y de forma errática, y donde

ese vacío de poder fue aprovechado por personas que ejercían la fuerza, en ocasiones

desmesuradamente, en pos de obtener beneficios materiales.

El proyecto republicano buscó modernizar al país para alcanzar el nivel de desarrollo que

tenían otras naciones, se quería imitar lo hecho en Europa en términos de desarrollo, así como

obtener la pujanza y el brío que tenían los Estados Unidos de Norteamérica. No obstante, pocos

planes abrevaron de la realidad nacional, la cual incluía: desigualdad social, debilidad económica,

poca densidad poblacional e intereses políticos insalvables, entre otros males. Muchos creían que

el país tenía los recursos para vivir en la abundancia y pretendieron hacer de México una potencia

sin observar a detalle la realidad social. En cierta medida, se perpetuó la representación elaborada

por Alexander von Humboldt sobre que esta tierra era el cuerno de la abundancia, un lugar con

mucho potencial para su explotación. Al respecto, Luis González menciona: “conservadores y

4 Hobsbawm, Bandidos, p. 28.


63
liberales coincidían en la creencia de la grandeza natural de su patria y la pequeñez humana de

sus paisanos. Ambos concordaban en la idea de que la sociedad mexicana no tenía el suficiente

vigor para salvarse por sí misma”.5 En consecuencia, estos proyectos no lograron consolidarse de

forma efectiva, ni tampoco rápidamente, al contrario la debacle política golpeó a la población

generando aún mayor desigualdad.

Iniciativas concretas, como promover la inversión de capitales extranjeros así como la

inmigración para favorecer el poblamiento en el vasto territorio nacional, fracasaron debido a la

pobre imagen que tenía el país al exterior. Parte de ese descrédito provenía de la inseguridad

generada por el alto número de ladrones que asaltaban libremente. Aún más, González establece

que la instauración de la democracia en el país se vio afectada por la inestabilidad generada por la

constante violencia social, de la cual una de sus expresiones fue el bandidaje. Sobre el tema

establece: “dos faltas de respeto (a la vida y a los bienes del prójimo) eran tendencias sesentonas

en México. Teníamos, para decirlo en forma elegante, una arraigada tradición de violencia”.6 En

consecuencia, el naciente Estado mexicano no careció de intenciones reformistas, sin embargo

durante las primeras siete décadas del siglo XIX el ansiado desarrollo permanecería en la lejanía,

como una posibilidad asequible a futuro pero no todavía.

En términos sociales se pretendió transformar al pueblo, a aquella masa de población que

la élite vislumbraba como atrasada y llena de vicios, en ciudadanos imbuidos de cierto grado de

civilidad. Ello implicó, por ejemplo, promover ciertos valores como: el civismo, el fervor al

trabajo, la disciplina, el respeto a la ley y a la propiedad privada. Del mismo modo, se

modificaron las estructuras agrarias, se pretendió desaparecer la propiedad comunal y fomentar la

individualización. Lo anterior trajo consecuencias importantes a nivel social: hubo mucha gente

5 González y González, Obras 3. El siglo de las luchas, p. 39.


6 González y González, Obras 3. El siglo de las luchas, p. 67.
64
desocupada, protestas de corte político y social, litigios interminables, así como rebeliones de

corte agrario. Igualmente, se incrementó el número de asaltos y robos en los caminos y

poblaciones, es decir, de forma proporcionalmente inversa para mediados del siglo XIX, cuando

la situación del país experimentaba un deterioro político, económico y social evidente, la

actividad de los ladrones a todos los niveles, vivió su momento de mayor esplendor.

Particularmente, la pobreza fue un elemento que inquietó a la élite gobernante debido a

múltiples razones, entre ellas la peligrosidad latente, en el sentido criminal, de aquella masa de

hombres y mujeres miserables. Por ejemplo, ya en el Antiguo Régimen la categorización de los

pobres consistía en diferenciar entre el que lo era por un mal azar y los ociosos, los primeros

caían en desgracia por una contingencia (como una enfermedad o una catástrofe natural) o bien

por ser muy viejos o muy jóvenes; en cambio los segundos eran los que no querían trabajar. Por

lo tanto, a unos se les ofrecía caridad y a otros se les vinculaba con numerosos vicios como la

criminalidad.7

En el mismo tenor, el trabajo de Michael C. Scardaville, sobre criminalidad y pobreza

urbana en la ciudad de México en el periodo colonial tardío, revela la existencia de lo que él

denomina: “crímenes de pobreza”, para referirse a las prácticas de subsistencia con las que se

identificaba al pobre como: el juego y los albures ejercidos por timadores y tramposos; así

también los robos a una escala muy inferior, hechos en las calles y domicilios aprovechando el

descuido de los transeúntes o inquilinos. Estos delitos fueron producto de un ambiente

económicamente hostil, lo que ocasionaba que las clases más pobres concibieran estas

actividades como formas de subsistencia legítimas, para ellos el robar no era algo malo en

términos morales, sino una forma de vida, un recurso válido. En los procedimientos judiciales era

común escuchar sobre: hambre, necesidad, bajos salarios y altos precios de los productos de

7 Bolufer, “Entre historia social e historia cultural”, pp. 109 - 111.


65
consumo básico, estas eran las razones que explicaban, para los acusados, un robo.8 En cambio,

fue notorio cómo las autoridades coloniales en lugar de privilegiar los factores económicos para

explicar el fenómeno (algo que era evidente para cualquier observador medianamente avezado de

la época) utilizaron el filtro moral, así la holgazanería de la población y sus “vicios” como el

alcohol, el juego o la prostitución, tuvieron preponderancia al momento de darle un sentido

explicativo al fenómeno.

En el México decimonónico se sofisticaron las categorizaciones hechas al pueblo, pero

persistió la noción de relacionar pobreza con aquellos vicios que los gobiernos republicanos

pretendieron erradicar como: inmoralidad, vagancia, ebriedad, mendicidad, entre otros. En

novelas y folletines de la época, como lo fue por ejemplo El Periquillo Sarniento, era posible leer

andanzas de pícaros y pobres que buscaban cualquier medio para lograr la subsistencia, pero

también fue una manera de visibilizar los vicios relacionados con la pauperización. No es

coincidencia que en la novela de Fernández de Lizardi el límite de las fechorías de un pillo se

encontrara precisamente en el bandidaje, pues al final de su vida el protagonista, Pedro Sarmiento

alias “el periquillo”, logró evadir la vida de bandido y redimirse socialmente, es decir pasar de ser

un individuo indeseable a otro que era moralmente correcto.

Así, la caracterización de estos pillos se contrapuso notoriamente con la noción de orden

público, idea que desde lo político ha tenido numerosas acepciones pero que en este ámbito se

refería la transformación (o eliminación) de ladrón, vago, truhán o pobre. Por ejemplo, se ponía

mucho énfasis en promover la limpieza de ciudades, lo que significaba erradicar a los pobres o

enviarlos hacia los arrabales. También se pensaba en instruirlos en algún oficio o ingresarlos, a

través de la leva, a las fuerzas armadas con el fin de obtener disciplina y brindar algún servicio

(es decir, que tuvieran utilidad). Por último, habrá que mencionar que el problema de la pobreza

8 Scardaville, Crime and the urban poor, pp. 94 - 96 y pp. 110 - 123.
66
fomentó la beneficencia pública, a través de donaciones e instituciones, como una forma de paliar

dicho mal.

Especialmente notoria fue la vinculación entre pobreza viciosa (aquella compuesta por los

mencionados ociosos) y actividad criminal. Se pensaba que aquella masa de personas sin

ocupación no tenía otra opción más que la sustracción de lo ajeno como una forma de

mantenerse. El criterio moral, pensado como una barrera al delito, no existía para estos

individuos considerados viciosos. Por tanto, se creía que “buscaban en el pequeño robo o en la

limosna su subsistencia, sirviendo además como fuente de reclutamiento para los temibles

bandoleros y los criminales más afamados”.9 Sobre el mismo tema, Mariano Otero retrató en sus

obras una sociedad desigual, atrasada en su progreso y destruida moralmente. Por ejemplo, sobre

los hombres del campo escribió: “de esta manera la parte más considerable de la población

presenta el triste aspecto de una reunión de hombres que no sienten más que las primeras

necesidades físicas de la vida”.10 Es decir, un pueblo carente de voluntad y enfocado únicamente

a la subsistencia. En consecuencia, para este autor también era evidente la relación entre

criminalidad y miseria. Al mostrar el poco nivel de “civilización” que tenían los estratos más

bajos, Otero pensaba que estos hombres: “recibían desde su tierna infancia una ‘herencia funesta’

que los iba corrompiendo moralmente. [...] Su conducta y su vida cotidiana eran una mezcla de

vicios, malas inclinaciones y delitos”.11 Por ello, puso especial énfasis en la modernización del

país, pues se tenía la convicción que al alcanzar cierto grado de desarrollo, instrucción y

conciencia moral, se disminuiría considerablemente la pobreza y la criminalidad.

9 Padilla, Criminalidad, cárceles y sistema penitenciario, p. IX. Cabe mencionar que la relación entre pobreza y
crimen, bajo una óptica secular, tuvo sus inicios hacia finales del siglo XVIII y culminó en el Porfiriato cuando se
realizaron tipologías criminales, clínicas y sociales sustentadas por teorías biologicistas.
10 Mariano Otero, Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la República
Mexicana, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1966, 117 pp.
11 Citado en: Padilla, Criminalidad, cárceles y sistema penitenciario, p. 146.
67
Se pensaba que el crecimiento material traería consigo el mejoramiento en las condiciones

de subsistencia de las mayorías. Sin embargo, la deseada modernización del país tuvo resultados

desfavorables e incluso contradictorios a su espíritu original, especialmente después de ponerse

en marcha los procesos de individualización de la propiedad corporativa, pues esta tuvo como

consecuencia la conformación de una minoría propietaria y la formación de un grupo amplio de

pobres: hombres que no tenían ocupación por carecer de tierras y empleos. Muchos de aquellos

hombres vivían necesitados, no tenían un vínculo fuerte con alguna localidad y permanecían

errantes. Aquellos individuos, que fueron el producto de estas políticas modernizantes buscaron

en las filas de las gavillas o en el robo a mediana y pequeña escala, un medio de subsistencia y en

ocasiones una forma de vida.

Así, a primera vista tenemos cuatro elementos que se relacionan constantemente con la

actividad de los malhechores: la desolación e inseguridad de los caminos, una gran masa de gente

pobre, un gobierno incapaz de atender las necesidades básicas y una economía colapsada. Por lo

tanto, es necesario describir en primer lugar las condiciones territoriales de Jalisco, en particular

las rutas de viaje, los caminos, las ventas, los mesones así como la forma en que se viajaba

durante el siglo XIX poniendo especial enfasis en el periodo de 1846 a 1861. Esto con el fin de

reafirmar el argumento de la peligrosidad de las vías de comunicación, lo que fue aprovechado

sistemáticamente por ladrones de todo tipo (también fue parte del anecdotario de muchos viajeros

de la época el narrar las condiciones de sus viajes). En segundo lugar, es importante mostrar el

escenario en que la población jalisciense vivió y se desarrolló, pues aquella masa experimentó

diversos procesos: un crecimiento poblacional que derivó en mayor presión sobre la tierra,

vulnerabilidad ante desastres naturales y epidemias, las transformaciones en su conformación

agraria con el proceso de desamortización y una incipiente modernización de las haciendas. Ello

68
derivó en una mayor pobreza, que se manifestó en diversas rebeliones, pero también en una

mayor actividad criminal.

EL TERRITORIO Y SUS RECURSOS

La delimitación territorial de la Intendencia de Guadalajara sería, en términos generales, la base

para la configuración del estado de Jalisco. Para 1789 la Intendencia tenía en Guadalajara a su

capital y ciudad principal, esta era el centro económico de una serie de poblaciones circundantes

en un radio considerable a nivel regional. Su importancia residía en su elevado consumo de

granos y carne (era la ciudad más poblada del occidente), así como en una dinámica actividad

comercial que fomentaba el intercambio de toda clase de mercancías, lo que llenaba de viajeros y

arrieros sus caminos cercanos. Además, la capital tapatía contaba con imprenta y albergaba

instituciones importantes como la Audiencia y la Universidad, asimismo en términos religiosos

era un referente en la región.

De acuerdo con Menéndez Valdés, esta Intendencia contaba con 26 demarcaciones

administrativas, de las cuales se contabilizaban siete corregimientos: Bolaños, Tlaxomulco,

Cuquío, Tepactitlán, Tequila, Tonalá, y San Cristóbal, así como 19 alcaldías mayores: Lagos,

Amula o Tuxcacuesco, Guachinango, Tequepespan o Santa María del Oro, Etzatlán,

Hostotipaquillo, Juchipila, Sentispac, Aguascalientes, San Sebastián y Xolapa, La Barca, Autlán,

Sayula, Tepic, Ahuacatlán, Acaponeta, Zapotlán el grande, Purificación y Tala. En total el

territorio albergaba 279 pueblos, 295 haciendas y 3,497 ranchos.12

La demarcación territorial de Jalisco como estado independiente estuvo basada en la

división antes dicha y que propuso la administración colonial en 1787. De acuerdo con Manuel

12 José Menéndez Valdés, Descripción y censo general de la Intendencia de Guadalajara 1789 —1793, Guadalajara,
Gobierno del estado de Jalisco, 1980, pp. 37 - 60; y Cartografía de la Nueva Galicia, Guadalajara, Ediciones del
Banco Industrial de Jalisco, 1961, p. 86.
69
Orozco y Berra, la organización de las Intendencias presupuso la demarcación republicana:

“comparando estas divisiones con las antiguas Intendencias, se ve que estas habían servido de

padrón; que ambas conservaban á poco más ó menos los mismos límites, y que cambiaron

únicamente algunos nombres”.13 En el mismo tenor, Edmundo O’Gorman establece que “la larga

serie de divisiones territoriales está integrada por variantes de una sola división”.14 Así, el estado

de Jalisco retomó a grandes rasgos las demarcaciones previas, pero adoptó la terminología de

Cantón, proveniente de la confederación helvética. Cada Cantón a su vez se conformaba de

varios Departamentos. Es posible afirmar que la peculiar terminología cantonal se estableció

como una forma de distinguir al territorio jalisciense del resto de los estados de la federación,

esto aunado a los conflictos políticos que tenía con el centro, especialmente por la discusión

respecto a la instauración del federalismo de la cual Jalisco fue uno de sus principales

promotores.

Por supuesto, esta conformación territorial se modificó en distintos períodos políticos,

como en el centralismo o el Imperio cuando se trazó una organización por Departamentos, pero

en lo esencial fue la distribución cantonal la que prevaleció a lo largo del XIX. Así, con la

restauración del federalismo en 1846 se volvió a la terminología establecida en los inicios de la

República. En ese momento, y de acuerdo al proyecto para la reorganización territorial del 10 de

septiembre, Jalisco se dividía en ocho cantones y 28 departamentos como se muestra a

continuación: Guadalajara (Cuquío, Guadalajara, Tlajomulco, Tonalá y Zapopan); Lagos (San

Juan de los Lagos, Santa María de los Lagos y Teocaltiche); La Barca (Atotonilco, Barca,

Chapala y Tepatitlán); Sayula (Sayula, Tuxcacuesco, Zapotlán el Grande y Zacoalco); Ahualulco

13 Manuel Orozco y Berra, Apuntes para la historia de la geografía en México, edición facsimilar, Guadalajara,
Edmundo Aviña Levy Editor, 1973, p. 345.
14 Edmundo O’Gorman, Breve historia de las divisiones territoriales. Aportación a la historia de la geografía de
México, México, Editorial Polis, 1937, p. 181.
70
(Cocula, Ahualulco y Tequila); Autlán (Autlán y Mascota); Tepic (Acaponeta, Ahuacatlán,

Sentispac, Compostelay Tepic); y Colotlán (Bolaños y Colotlán). Posteriormente, en 1856 hubo

una modificación en la organización intema que permitió la creación del Noveno Cantón de

Zapotlán el cual se desprendió de Sayula (ver mapa 1). La tendencia hacia la fragmentación

continuó a lo largo del siglo XIX con la creación de más cantones, así como la separación del

Distrito Militar de Tepic, anterior Séptimo Cantón.

Mapa 1. División cantonal de Jalisco hacia 1858.15

15
Tomado de: García Cubas, Atlas geográfico, estadístico e histórico, lámina 12.
71
Debido a su extensión, el territorio de Jalisco tenía colindancia con diversos estados

como: Sinaloa, Durango, Zacatecas, Guanajuato, Michoacán y Colima. Además, contaba con

salida al océano Pacífico lo que fomentaba la actividad comercial. Sus coordenadas de ubicación

hacia 1857 eran 18° 53’ y 23° 17’ latitud norte y 2° 24’ 30’’ y 6° 34’ longitud occidental, con una

superficie total de 100,625 mts.16 Si bien la extensión del estado fue variable, la mayor parte del

territorio jalisciense ha estado siempre, en términos gruesos, bajo esos ejes de ubicación. Su

territorio se compuso mayormente de zonas semiplanas (que van de 600 a 2,050 mts.) y en menor

medida de áreas accidentadas (de 900 a 4,260 mts.) y planas (de 0 a 1,750 mts.). En su

demarcación se han reunido cuatro sistemas geológicos diferentes: la Sierra Madre Occidental, al

norte del estado; la Mesa del Centro en el extremo noreste; el Eje Neovolcánico al centro y la

Sierra Madre del Sur, al este.17

Sobre el paisaje estatal, López Cotilla destacó las series de barrancas existentes a las

afueras de Guadalajara así como los valles y planicies que albergaban ranchos y haciendas

pequeñas. Así, “los bosques frutales, los riachuelos que se despeñan, las alturas y precipicios,

todo se ve unido en esta serie de barrancas, en donde ofrece la naturaleza las vistas más agrestes

que se pueden gozar”.18 En la estadística de Jesús Hermosa, Jalisco fue descrito como un

territorio montañoso con campiñas extensas y hermosas, fertilizadas por el río Santiago, su clima

es diverso con partes frías como Lagos y La Barca, templadas como Guadalajara y Etzatlán así

como zonas calientes en Autlán y Tepic.19

16 Antonio García Cubas, Atlas geográfico, estadístico e histórico de la república mexicana, México, Miguel Ángel
Porrúa, 1989, lámina 12.
17 Enciclopedia de los municipios y delegaciones de México, Instituto Nacional para el Federalismo y el Desarrollo
Municipal (INAFED): http://www.inafed.gob.mx/work/enciclopedia/. Fecha de consulta: 9 de julio de 2014.
18 Manuel López Cotilla, Noticias geográficas y estadísticas del Departamento de Jalisco, Guadalajara, Gobierno del
estado de Jalisco, 1983, p. 18.
19 Jesús Hermosa, Manual de geografía y estadísticas de la República Mexicana, México, Instituto Mora, 1991,
pp. 112 - 113.
72
El principal río de jalisco es el Grande o Santiago (actualmente parte de la cuenca Lerma

Santiago), que atraviesa al estado por su parte central. Durante el siglo XIX, este afluente pasaba

por los cantones de La Barca, Guadalajara, Etzatlán y Tepic siendo crucial para el riego de los

campos, su curso por el territorio jalisciense era de alrededor de 117 leguas. Antonio García

Cubas en su carta geográfica de 1858 destacó que el lago de Chapala, principal vaso de agua del

país, presentaba: “hermosas perspectivas” y “abundante pesca”, medía alrededor de 90 leguas

cuadradas y estaba situado entre las demarcaciones de Guadalajara, Sayula y La Barca, así como

una parte restante que pertenece al estado de Michoacán. Otros vasos naturales de la entidad eran

los de Sayula, Cajititlán y Magdalena. Su clima se describía en la mayor parte del estado como

templado, con algunas zonas cálidas. En síntesis, el mencionado autor brindó la siguiente

descripción de la geografía y el paisaje jalisciense:

El aspecto que le dan sus feraces campiñas, sus serranías pobladas de preciosos y corpulentos
árboles, sus elevados riscos, sus colinas cubiertas de abundantes pastos y los saltos ó cascadas que
forma el río Santiago, al atravesar por profundas y fragosas barrancas, es verdaderamente
agradable y pintoresco.20

Los recursos del estado eran de diversa índole: se cultivaba principalmente maíz, trigo,

frijol, garbanzo, cebada, maguey, chile, caña, entre otros. De estos productos el maíz era la

principal fuente de alimentación tanto para la población como para los animales (como caballos o

puercos). El trigo también tenía un consumo importante aunque su producción se limitaba (por

cuestiones climáticas) a las zonas de Lagos, La Barca y Etzatlán. 21 El consumo de maguey se

generalizó, de esta planta se obtenía pulque y vino mezcal. De los árboles del territorio se

obtenían maderas como: roble, encino, huizache, mezquite, cedro, fresno, pino, entre otros.

Igualmente, se daban diversas variedades de frutos como: naranjas, limas, capulines, higos,

20 García Cubas, Atlas geográfico, estadístico e histórico, lámina 12.


21 García Cubas, Atlas geográfico, estadístico e histórico, lámina 12.
73
guayabas, melones, mameyes, pitayas, etc. Su minería era principalmente argentífera,

especialmente hacia la zona de Bolaños colindante a Zacatecas, aunque en otras áreas también

había yacimientos de obsidiana, plomo, cobre, hierro y carbón.

En general, el escenario jalisciense era variado respecto a sus ecosistemas, había zonas

montañosas, al igual que otras costeras y numerosos valles. Por ejemplo, en su obra estadística

López Cotilla realizó una descripción para cada demarcación territorial en el estado. Así por

mencionar algunos, las tierras de Guadalajara eran resecas y arenosas con algunos cerros

esporádicos; Lagos se caracterizaba por sus espaciosas llanuras, pocos montes y la existencia y

aprovechamiento del Río Verde; La Barca por la combinación de terrenos planos y montañosos;

Sayula por sus montes arbolados de los cuales se aprovechaba la madera para diversos fines.

Aquellos riscos elevados, peñascos y “bosques obscuros e impenetrables con variedad de árboles

que producen yesca y tienen colmenares, las colinas descubiertas revestidas de verdes y

abundantes pasturas, y multitud de arroyos que lo riegan con sus aguas y recrean con sus

murmullos al que lo penetra, forman el más bello conjunto”; por último Tepic tenía las tierras

más feraces y hermosas de la demarcación.22 Esta diversidad se tradujo en una apropiación

diferenciada del espacio y la manera en que se utilizaron los recursos de cada zona. Como se verá

más adelante, hubo regiones ricas en bienes naturales donde los excedentes permitieron tener una

dinámica de intercambio con otras áreas del estado, del país o del orbe, aunque también hubo

casos donde la difícil subsistencia fue la constante, lo que generó conflictos y violencia. Dichos

matices si bien fueron en parte originados por la naturaleza también fueron creados por los

habitantes de aquellos espacios, pues cada grupo tuvo comportamientos e intereses distintos.

En relación con el robo, la compleja y variada geografía jalisciense presentaba numerosos

espacios propicios para el escondite, el asalto en despoblado o simplemente para pasar

22 López Cotilla, Noticias geográficas y estadísticas, pp. 25, 63 - 64, 77, 91 - 92 y 131.
74
desapercibido y observar. Se aprovechaban los rincones, ríos, montañas y veredas estrechas. Los

caminos tenía una función doble, eran a la vez lugares para efectuar actos criminales y vías de

escape una vez que se había delinquido. En ese sentido, el movimiento de personas y de

mercancías era vital para mantener la actividad delictiva, era la materia de la cual se alimentaban

los ladrones. Por ejemplo, Jaime Olveda establece tres razones por las cuales los ladrones

tuvieron una actividad importante en la zona de Lagos, primero, esta región era atravesada por

dos caminos importantes, el que iba hacia la ciudad de México y el Real de Tierra Adentro, lo

que originaba mucho tránsito de personas (especialmente arrieros) y mercancías; en segundo

lugar se trataba de un espacio rico en ganadería y con un comercio pujante especialmente a través

de la famosa Feria de San Juan, a la cual asistían comerciantes, campesinos, indígenas y por

supuesto ladrones que aprovechaban el bullicio y la multitud para llevar a cabo sus robos; y en

tercer lugar la geografía del lugar jugaba un papel importante como un escenario de cobijo para

los ladrones, esta se encuentra asentada en una meseta que cuenta con colinas y lomas que varían

de 200 a 300 mts. De este modo el autor menciona: “el suelo alteño está atravesado por el río

Verde, el cual ofrecía escondites seguros a los maleantes, así como los montículos y las pequeñas

quebradas”.23 Otros ejemplos notables fueron los que ocurrieron en los cantónes Séptimo y

Octavo, por dichas demarcaciones cruzaba parte de la Sierra Madre, aquellas escarpadas

montañas fueron el escondite ideal para los bandidos y para los botines. La sierra nayarita

literalmente fue un sitio fuera del dominio republicano hasta finales del XIX, en consecuencia las

persecuciones en ese lugar fueron inexistentes y en el excepcional caso que ocurrieran su

resultado era infructuoso.

El ladrón no solamente conocía los territorios y los caminos, sino las poblaciones (las

ciudades y los pequeños ranchos). Muchos de los hombres que cometían robos eran arrieros,

23 Olveda, Con el jesús en la boca, pp. 24 - 26.


75
ayudantes o campesinos que estaban siempre observando las propiedades de particulares y

buscando puntos débiles en su estructura como: una cerradura vieja o estropeada, una ventana

abierta o bien una barda asequible por la cual entrar. Asimismo, memorizaban los itinerarios de

sus víctimas, sus entradas y salidas rutinarias, incluso también sabían cuando estaban de viaje.

Evidentemente esta información no solamente la obtenían a través de la contemplación, sino por

medio de informantes en mesones, tabernas y otros puntos de reunión. Así, por ejemplo se

entiende como el robo domiciliado en su mayoría suponía un grado elevado de planeación, pues

era raro cuando se podía atrapar al individuo en el acto.24 En suma, el ladrón jalisciense conoció

perfectamente la geografía estatal y, en la medida de lo posible, la tomó y utilizó a su favor.

CAMINOS, MESONES Y VENTAS

La red de caminos fue un aspecto fundamental para el desarrollo de la república en varios

aspectos, pues no solamente fomentó el intercambio comercial y el crecimiento económico de

una región, sino también incitó al intercambio de ideas y de culturas pues eran espacios de

contacto e interacción. Sin embargo, otro aspecto desatendido por la historiografía tiene que ver

con el binomio seguridad-inseguridad respecto a las vías de comunicación. A través de los

caminos se podía extender el poder de una autoridad, ya sea por medio del canje de información,

movimientos de tropas militares o vigilancia de las vías de comunicación por parte de los cuerpos

de seguridad. Mantener los caminos tranquilos era básico para garantizar el desarrollo económico

y la estabilidad política, el dominio sobre los caminos y los territorios inhóspitos representaba un

gran reto para el gobierno. En primer lugar, esto se logró con el desarrollo metódico del

conocimiento geográfico (que promovieron las estadísticas y descripciones territoriales); en

segundo lugar, con políticas públicas de apropiación del espacio, como la creación de redes

24 Sobre el robo domiciliado ver capítulo 3.


76
ferroviarias y telegráficas; y en tercer lugar con la instauración de un cuerpo policial efectivo y

numeroso. Este proceso fue muy lento e implicó todo el siglo XIX, para el tiempo que nos ocupa

se encontraba apenas en sus albores.

Los caminos del México decimonónico distaban mucho de ser espacios idóneos,

transibtables, seguros y provechosos. En realidad se encontraban en un estado deplorable, en esto

coinciden tanto estudiosos del tema, cómo numerosos viajeros que a través de sus crónicas

describieron el pésimo estado que guardaban las vías de comunicación en el país.25 Por ejemplo,

el diplomático norteamericano J. R. Poinsett estableció irónicamente que los caminos eran tan

accidentados que no había peligro de quedarse dormido durante un trayecto, pues descansar en

medio del trajín era prácticamente imposible. Por su parte, el viajero inglés W. H Bullock

mencionó que ningún coche de Inglaterra se hubiera aventurado a recorrer los caminos

nacionales.

El también inglés R. W. Hale Hardy calificó a los caminos jaliscienses, de la zona de

Tequila y Magdalena, como malos y en ocasiones aceptables, esto hasta que su trayecto llegó a

las barrancas de Mochitiltic, momento en el que escribió: “nunca he visto nada igual que esta

bajada, ni nunca pude concebir que hubiera carretera tan monstruosamente mala”.26 Por su parte,

Hermosa coincidió en la mala condición de las vías aunque matizó afirmando que había algunos

caminos que no estaban tan mal, como el de México a Veracruz, el que iba de la capital del país a

Morelia o el que cruzaba por Guadalajara a Tepic y terminaba en San Blas.27 En general, las vías

de comunicación terrestres eran difíciles de transitar y se econtraban muy descuidadas, esto

debido a la inestabilidad político-social que a su vez devino en carencia de fondos para su

25 Chantal Cramaussel (Ed.), Rutas de la Nueva España, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2006, 436 pp; y Margo
Glantz, Viajes en México. Crónicas extranjeras (1821 - 1855), México, Secretaría de Educación Pública, 1964,
499 pp.
26 Glantz, Viajes en México, pp. 63, 105 y 132.
27 Hermosa, Manual de geografía y estadísticas, p. 55.
77
reparación y mantenimiento (ante lo cual se solicitaron donaciones y se impusieron cuotas en las

garitas). Pero el constante movimiento de caballos y mulas, la carencia de mantenimiento y las

largas temporadas de lluvias hacían que cada año estas rutas se desgastaran aún más.

La infraestructura carretera mexicana permitía en su mayoría el paso de mulas, pero en

pocos casos el de carretas, había solo algunos caminos aptos para ello, específicamente en los

denominados caminos reales o principales. La red se complementaba con numerosas vías

llamadas secundarias: veredas y senderos, que mantenían un estado aún peor ya que estaban muy

descuidadas, eran estrechas, caprichosas y difíciles de atravesar. Jalisco tenía como sus caminos

principales los que llevaban a la ciudad de México. Había dos rutas, una denominada

septentrional y otra meridional, la primera tomaba rumbo por Los Altos y León, y la segunda se

vinculaba con Valladolid, ambas conectaban con numerosos pueblos, de los que se desprendían

diversos caminos secundarios, hasta llegar a la capital del país.28 Otras vías de comunicación

importantes, por los intercambios que por ahí se llevaban a cabo, eran las que vinculaban a la

capital tapatía con Tepic y a su vez con el puerto de San Blas, el camino a Zacatecas y de ahí

hacia el norte, y el camino a Colima que se vinculaba con el puerto de Manzanillo.

La autoridad estaba consciente de la mala situación de las vías de comunicación, por ello

desde tiempos coloniales fomentó la apertura de caminos y la erección de puentes. Por ejemplo,

la construcción del puente del río grande en el siglo XVII ayudó a mejorar el comercio en

Guadalajara, también en ese sitio se encontraba la garita por lo que era paso obligado de arrieros

y mercaderes.29 Asimismo, una de las funciones de la Junta del Real Consulado de Guadalajara

28 Carmen Castañeda García, “Los caminos de México a Guadalajara” en Cramaussel (Ed.), Rutas de la Nueva
España, pp. 263 - 265.
29 Castañeda, “Los caminos”, p. 268.
78
fue fomentar el comercio y las comunicaciones, 30 para ello se recomendaba construir buenos

caminos con el fin de fomentar el crecimiento económico de la región, así como la comodidad de

los viajeros.

En el siglo XIX el decreto 63 de 1825 instó a las municipalidades de Guadalajara,

Zapotlanejo, Tepatitlán, Jalos, San Juan y Lagos a reparar el camino que va de la primera

población a la última, para ello se cobraba un real a las cargas y un peso a los carruajes que

pasaban por la feria de San Juan de los Lagos, este impuesto se exentaba para los víveres de

primera necesidad, así como mercancías que no sobrepasaban los dos pesos de valor.31 Cuatro

años después, en 1830, el decreto 307 mandó reparar las rutas que iban de la capital del estado

hacia Lagos, Encarnación y San Blas. Para tal fin, se contrataría a un director de caminos que

tendría como misión la reparación de estos, mas no la apertura de otros nuevos “sin que por esto

se entienda que no puede hacerlos mas rectos”, este puesto fue suprimido un año después.32 El

gobierno pondría el capital, mandaría fabricar las herramientas y pondría a disposición a todos los

reos sentenciados a obras públicas y presidios con excepción de asesinos y ladrones. Sin

embargo, la inestabilidad política hizo que este proyecto fracasara.

El panorama era desolador, se tenía la intención de mejorar las vías de comunicación pero

el estado de Jalisco no contaba con el capital suficiente para su construcción, como tampoco para

garitas, puentes o calzadas. Para 1833 se buscó nuevamente contratar a un director de caminos,

en esta ocasión tanto los ayuntamientos como el gobierno estatal aportarían dinero. El camino

hacia Lagos era prioridad debido a la importancia comercial de la zona, seguido de otras vías que

era necesario abrir o reparar como las de La barca, Sayula, el puerto de Navidad, Bolaños o

30 José Ramírez Flores, El Real Consulado de Guadalajara, Guadalajara, Banco Refaccionario de Jalisco, 1952,
p. 51.
31 Colección de los decretos, circulares y órdenes de los poderes legislativo y ejecutivo del estado de Jalisco, tomo
II, Guadalajara, Congreso del estado de Jalisco, 1981, pp. 410 - 412.
32 Colección de los decretos, tomo IV, pp. 188 - 190 y tomo V, pp. 77 - 78.
79
Teocaltiche, es decir se seguía una lógica económica que vinculara la capital con zonas agrícolas,

ganaderas y comerciales.

La carencia de fondos fue la constante, ante lo cual se llevaron cabo dos estrategias para

obtener fondos. La primera estribó en eficientar el cobro en las garitas y puentes, creando tarifas

diferenciadas para carruajes, carretas, atajos de ganado etc., años despues con el decreto 107 de

1849 este impuesto se extendió a todos los caminos que hubieran sido construídos (total o

parcialmente) por el Estado, despues se matizó esta disposición: quienes en su viaje pasaban por

varios de estos puntos solamente pagarían en una ocasión.33 La segunda estrategia consistió en

dejar esta tarea en manos de particulares, como por ejemplo fue el decreto 52 de 1847 que

estipulaba en su artículo primero: “se autoriza a los ayuntamientos para que de sus fondos o por

medio de contratas con particulares compongan los caminos rurales y de travesía de unas a otras

poblaciones”.34 En otras ocasiones se solicitó al encargado del presidio de Mezcala que facilitara

las herramientas de sus talleres para los trabajos en los caminos. Por supuesto, los presos eran la

mano de obra.

Viajar era muy peligroso, una circular del gobierno del estado reveló que este se

encontraba al tanto de la actividad de los grupos de ladrones que “infestaban” los caminos,

afectando a la población, la actividad comercial y la propiedad privada. Al respecto mencionaba:

“diariamente llegan quejas á su S. E. acerca de los robos frecuentes que sufren los correos, los

traficantes y toda clase de transeuntes, así como que las poblaciones han sido atacadas”.35 Ante lo

cual se exigía el celo de la autoridad para que dispusiera de cuerpos armados para la protección

de caminos. En el mismo tenor, se exigían salvoconductos a los transeuntes que cruzaban estos

puntos, especialmente a los desconocidos dentro de un pueblo: “examinando con escrupulosidad

33 Colección de los decretos, tomo XI, pp. 271 - 272 y 387.


34 Colección de los decretos, tomo X, pp. 303 - 304.
35 Colección de los decretos, tomo IX, pp. 411 - 412.
80
debida éstos documentos, para cerciorarse de su competencia, y á la vez del objeto que llevan

dichos transeuntes á los puntos á que se dirigen”.36 La idea de estos documentos (que se

utilizaron en diversos momentos especialmente para el caso del norte del país) era tener un

control sobre las entradas y salidas de individuos y mercancías, por ello se ponía especial énfasis

en la inspección del documento y los objetos materiales que se pretendían pasar.

Pese a estos intentos por establecer puntos de control, existió un numeroso contrabando

en la época, había varios caminos alternos (improvisados en su mayoría) para sortear las garitas,

Aún así, hubo casos en los cuales la falta de comprobación de este tipo de documentos facilitaron

la aprehensión de ladrones, como ocurrió con Raimundo Suarez (albañil, 40 años, soltero)

acusado de robar dos caballos en Colotlán e intentar trasladarlos a Tlaltenango. A éste individuo

lo aprehendieron por no llevar papeles que comprobaran la pertenencia de los animales, por su

puesto argumentó que era inocente y que un extraño le había pedido que pasara a las bestias a

cambio de algunos pesos.37 Otro ejemplo fue la acusación en contra de José María González

(jornalero, 30 años, casado) a quien se detuvo por llevar consigo un salvoconducto falso (ver

imagen 1), en el interrogatorio se le preguntó a González si sabía que este tipo de documentos

solamente los elaboraba la autoridad y no particulares, el acusado respondió que lo desconocía y

declaró que el papel se lo había elaborado un tal Salvador Cepeda, a cambio de una libra de

tabaco. También dijo que lo hizo para tener la oportunidad de trabajar.38 Observamos aquí otro

ejemplo de movilidad generado por el desempleo y por la oportunidad de cubrir las necesidades

más básicas.

Además del peligro, emprender un viaje por si solo implicaba enfrentarse a una serie de

incomodidades como el ya mencionado mal estado de las rutas, así como otros elementos que

36 Colección de los decretos, tomo X, p. 320 y tomo XIII, pp. 234 - 235.
37 BPEJ, STJ, criminal, 1847, caja 1, exp. 9359.
38 BPEJ, STJ, criminal, 1847, caja 14, exp. 9733.
81
había que tomar en cuenta como el clima. En época de lluvias, las vías se estropeaban e

inundaban, el paso se volvía problemático por los lodazales y las crecidas de los ríos. En tiempo

de secas se caracterizaba por las heladas y la carestía, era más complicado buscar pastizales para

alimentar a los animales, lo que dificultaba emprender largos viajes sin el abasto suficiente.

Aunado a ello, el viajero se enfrentaba a la picadura de mosquitos y otros insectos indeseables

como los alacranes.39 Al respecto, Poinsett apuntó: “es imposible, sin haberlo experimentado,

formarse una idea del tormento que implican las sabandijas que se arrastran, brincan y vuelan en

este país”.40 Por su parte el viajero Ernesto de Vigneaux, secretario del filibustero francés Gastón

de Rousset, aseguró en sus crónicas que guadalajara a mediados del siglo XIX estaba infestada

por una plaga de chinches, ante lo cual era en vano asear la casa pues estos insectos siempre

volvían para no dejar dormir a quien se postrara en las camas de la ciudad.41 En general, la

convivencia con todo tipo de animales indeseables como cucarachas, zancudos, ciempiés,

alacranes, entre otros, era parte de las incomodidades de la vida cotidiana nacional, los viajeros se

quejaban de no poder dormir, en tanto los curas y funcionarios de mediana importancia

solicitaban su traslado a lugares menos insalubres. Los remedios ante los piquetes, como los

emplastos de cebolla con aceite y manteca, pasaban por generaciones como paliativos

tradicionales aunque no muy efectivos. Por ejemplo, para alejar a los bichos se lavaban las

puertas, ventanas y letrinas con cal y vinagre, para los mismos fines, pero en casos más graves, se

utilizó azufre.42

39 Thomas Calvo, Por los caminos de Nueva Galicia. Transportes y transportistas en el siglo XVII, México,
Universidad de Guadalajara / Centre Frangais D'Études Mexicaines Et Centraméricaines, 1997, pp. 24 - 25.
40 Glantz, Viajes en México, pp. 67.
41 José Iturriaga de la Fuente, Anecdotario de viajeros extranjeros en México. Siglos XVI - XX, tomo I, México,
Fondo de Cultura Económica, 1988, p. 179.
42 Anne Staples, “El siglo XIX” en Pablo Escalante Gonzalbo, La vida cotidiana en México, México, El Colegio de
México, 2010, pp. 129 - 130.
82
Imagen 1. Ejemplo de un salvoconducto falso. 43

011*+/ y

e lf ^ys/sa/é, j Jr •t ^ .Á c L
>{/"/?>
fil h'tn/lfru S y. - /
' , ./ 7 ***(*» ¿ (*J (y ,v C»
ica/v c»c - - / cy<n/ú/ Jua»!
t' j ek*y
o r O'. J * A U ti/e /0 ^
* , y:\ *>**'• . «* Ur d //c ^ (:*>?„„,nr>u y u C o cu
** aS 'e S y U /« ^ v Z j ■

0 U aX X X
c /> -A
r-x
i ¿ZXhXrp A<X " y a z
£ s j ?-

Parte esencial de la infraestructura de los caminos fueron los mesones y las ventas. Estos

sitios fungían como puntos de descanso y de abastecimiento para los viajeros. Laura Solares

Robles define el mesón como un lugar que funcionaba de forma similar a un hotel, pensado para

el descanso de sus inquilinos y en donde se pasaba el final de la jornada de un viaje. Contaba con

habitaciones separadas e individuales. Era el sitio para recuperar fuerza, obtener un poco de

comida, descansar a los animales y proseguir el viaje.4344 En tanto, las ventas eran establecimientos

menos formales que los antes mencionados, estas se podían encontrar en medio del camino, sus

habitaciones “carecían de las más indispensables comodidades”, generalmente albergaban a los

arrieros, a los cuales no se les cobraba en los mesones, el negocio de los dueños residía en la

43 Tomado de: BPEJ, STJ, criminal, 1847, caja 14, exp. 9733.
44 Solares, Bandidos somos y en el camino andamos, pp. 64 - 65.
83
venta de alimento y pastura, en cambio por el alojamiento de los viajeros si se exigía una
• <• 45
compensación.

Habrá que mencionar que los caminos solían ser espacios solitarios, si bien se narraban

encuentros con otros personajes, la mayoría del tiempo el grupo o el individuo se trasladaba sin

otra compañía adicional. Por lo tanto, se hacía necesario tener una serie de lugares para el reposo

y el suministro. Por supuesto, estos sitios eran insuficientes y no cubrían la totalidad del territorio

nacional. Conforme los caminos se alejaban de las poblaciones grandes y se comenzaba a entrar

en sitios despoblados, la red de mesones y ventas, de por sí caprichosa en su configuración,

disminuía considerablemente. En puntos donde había un flujo de personas significativo podía

haber varios mesones o ventas, debido a que generaban ganancia comercial y por ende existía la

competencia, en cambio en la rutas desoladas no se garantizaba la existencia de estos

establecimientos. Así, en regiones apartadas el alojamiento se buscaba en conventos, misiones,

haciendas, casas o en pueblos de indios, pero en ocasiones no quedaba otra opción más que

dormir en el camino. Al respecto, el viajero inglés Henry George Ward, quien fue representante

diplomático de Inglaterra durante 1825 - 27, escribió la siguiente descripción aséptica de estos

espacios:

Una posada mexicana, o aún una hacienda de segunda categoría, encierran muy poco o nada
dentro de sus paredes desnudas. Si el viajero está muy fatigado, se puede tender cuan largo es en
el suelo o puede probablemente darse el lujo de una mesa, que debido a la superficie menos
irregular que presenta, constituye un mejor substituto para una cama. A nada más que esto debe
aspirar, ni tampoco puede esperar encontrar, excepto en los pueblos, otras provisiones que tortillas
y chile. Depende, por consiguiente, en cuanto a descanso y comida, de sus propios suministros.4546

45 Staples, “El siglo XIX”, p. 144.


46 Henry George Ward, México en 1827, México, Fondo de Cultura Económica, 1995, p. 489.
84
Así, todos los viajeros coincidían en que las condiciones de los lugares de descanso no

eran nada alentadoras, eran sitios poco agradables y sucios en donde no siempre se podía pasar un

momento de tranquilidad para reponer las fuerzas. Por ejemplo, el ya mencionado Poinsett resaltó

la “suciedad, pulgas y todos los tormentos indescriptibles de una posada mexicana”. Bullock por

su parte describió en su viaje sitios lúgubres, estrechos e incómodos. Incluso en una ocasión

prefirió ser “atormentado” por los mosquitos y dormitar en el exterior que pasar la noche al

interior de una posada, esto debido al estado de suciedad que guardaba. Por su parte, Hale Hardy

calificó el mesón de Puente Grande (a las afueras de Guadalajara) como “infecto y asqueroso”.47

Además, como lo indican numerosas fuentes, los sitios de descanso y abastecimiento eran

peligrosos, puesto que había personas que observaban a los viajeros e informaban de itinerarios y

montos. Se puede asegurar que en muchas ocasiones desde estos establecimientos se

determinaban los futuros asaltos. Ello implicaba tener una red de informantes que se comunicara

con los ladrones.

Se viajaba a pie, en silla, en litera de viaje o diligencia. A inicios del siglo XIX el

mencionado Ward escribió sobre la litera, la cual consideraba un medio de transporte cómodo si

se comparaba con el simple galopar o el violento movimiento de los carruajes, especialmente

cuando se transitaba por caminos sinuosos o pedregosos (ver imágenes 2 y 3).48 Por su parte

Poinsett, describió este transporte de la siguiente manera:

Es un cajón de seis pies de largo por tres de ancho, con tres varillas perpendiculares en cada lado
que sirven de sostén al techo, y cortina de tela de algodón. Se tira de este cajón por medio de
largas varas que pasan por correas de cuero suspendidas de las albardas de las mulas, en la misma
forma que los cargadores llevan una silla de manos. Se extiende un colchón en el fondo del cajón
sobre el cual reposa el viajero.49

47 Glantz, Viajes en México, pp. 81, 96 y 132.


48 Ward, México en 1827, p. 465.
49 Glantz, Viajes en México, p. 69.
85
La diligencia, por su parte, fue descrita por el mismo viajero norteamericano como un

transporte “tosco, pero fuerte y seguro”. Para tener acceso a este tipo de servicio era necesario

pagar (lo que lo hacía un medio de comunicación excluyente en un entorno de pauperización

creciente), esperar que la fecha del viaje coincidiera con el itinerario de la ruta y por último que

se agrupara el número necesario de viajeros para costear la empresa. Además, las rutas de las

diligencias no cubrían todos los destinos, por lo que el viajero debería completar su ruta, en caso

de ir hacia un lugar no trazados con antelación, rentando caballos o muías. La jomada ordinaria

de un carro de muías con carga variaba de 5 a 6 leguas diarias. No obstante los inconvenientes

mencionados, se trataba de un servicio muy popular, por ejemplo Hermosa establece que en 1853

el servicio de diligencias realizó en general 17,331 viajes en los cuales llevó a 24,430 pasajeros.5051

Imagen 2. Boceto de una litera de viaje.51

511Hermosa, Manual de geografía y estadísticas, p. 57.


51 Tomado de: Ward, México en 1827, p. 465.
86
Imagen 3. Boceto de un hombre viajando en litera.52

Una de las más antiguas y consolidadas era la ruta entre la ciudad de México y

Guadalajara. Por la parte tapatía, su servicio de diligencias, inaugurado el 1 de marzo de 1794,

realizaba el viaje a la ciudad de México dos veces al mes, en un periodo de 12 días, en los cuales

se cambiaba de caballos en varias ocasiones teniendo como derroteros los siguientes pueblos:

Guadalajara, Zapotlán de los Tecuejes (Zapotlanejo), Cerrogordo, Frías, Horcones, Irapuato,

Celaya, Querétaro, San Juan del Río, Arroyo Zarco, Tula, Huehuetoca y México. El costo variaba

de 200 a 250 pesos según el número de pasajeros.*53 Años después, la ruta había abaratado sus

costos así como acortado el tiempo de viaje, ello se confirma a través de los dicho por Juan N.

Almonte en 1852, pues en su Guía de forasteros y repertorio de conocimientos útiles fijó el costo

del viaje en diligencia de México a Guadalajara en 60 pesos, con un cobro de 10 pesos extra por

exceso de equipaje. El trazo del viaje era el siguiente:

5_ Tomado de: Brantz Mayer, México; Aztec, Spanish and Republican: A Histórica!, Geographical, Política!,
Statistical, and Social Account o f That Country from the Period o f the Invasión by the Spaniards to the Present
Time, Volumen II, Time, Hartford, S. Drake and Company, 1853, p. 342.
53 Ramírez Flores, El Rea! Consulado, p. 51.
87
La diligencia sale de México á las cuatro de la mañana, se almuerza en Tepeji del Río, y se llega á
Arroyozarco (hacienda grande) á las cinco de la tarde del mismo día. Allí se duerme, y á las
cuatro de la mañana del día siguiente se continúa el viaje, para almorzar en San juan del Río, de
donde se sale para llegar a querétaro á las tres de la tarde del mismo día. Allí se duerme, y á las
cuatro de la mañana del día siguiente se continúa el viaje, para almorzar en Salamanca, de donde
se sale para llegar á Guanajuato á las cinco de la tarde del mismo día. Allí se duerme, y á las
cuatro de la mañana del día siguiente se continúa el viaje para almorzar en León, de donde se sale
media hora después para llegar á Lagos á las dos de la tarde del mismo día. Allí se duerme, y á las
cuatro de la mañana del día siguiente se continúa el viaje, para almorzar en San Juan de los Lagos,
de donde se sale después para llegar á la Venta de Pegueros entre las dos y tres de la tarde del
mismo día. Allí se duerme y á las cuatro de la mañana del día siguiente se continúa el viaje para
almorzar en la posta La Hoya, de donde se sale luego después para llegar á Guadalajara a las tres
de la tarde del mismo día.” 54

En general, el recorrido tardaba 7 días en llegar de un punto a otro. De Guadalajara, el

grupo continuaba la ruta dos días más hasta Tepic y una jornada extra hacia San Blas, aunque

menciona que el camino se encontraba cerrado. Dos años después, hacia 1857, se menciona que

el servicio entre ambas capitales recorría 159.5 leguas totales tomando la ruta por Lagos de

Moreno y siguiendo muchos de los puntos antes mencionados.55 Por último hacia 1871, el

Almanaque Estadístico de las Oficinas y Guías de Forasteros estipulaba que había salidas de la

capital del país a la jalisciense los lunes, miércoles y viernes a las cuatro de la mañana, tomando

la ruta de Querétaro, Guanajuato y Lagos.56

Pese a la buena utilización del servicio de diligencias, la gran mayoría de los viajes se

realizaban en mula o caballo, debido a la practicidad y la economía. En ese sentido, una recua (un

54 Juan N Almonte, Guía de forasteros y repertorio de conocimientos útiles México, Instituto de Investigaciones Dr.
José María Luis Mora, 1997, pp. 443 - 444 y 446 - 447.
55 Hermosa, Manual de geografía y estadísticas, pp. 226 - 227.
56 Juan G. Pérez, Almanaque Estadístico de las Oficinas y Guías de Forasteros para el año de 1871, México,
Imprenta del gobierno en palacio a cargo de José María Sandoval, 1871, 325 pp. Tomado de: Hemeroteca Nacional
Digital de México (en adelante HNDM), http://www.hndm.unam.mx/. Fecha de consulta: 15 abril de 2016.
88
conjunto de 6 a 8 animales) era mucho más manejable en el camino que un carro, el cual exigía

un camino en un estado aceptable y con una anchura necesaria, por lo tanto aquel se utilizaba

para viajes más cortos y con itinerarios un tanto precisos (ver imagen 4). Una vez cargada la

mercancía, aspecto difícil y dilatado, un viaje típico se distribuía de la siguiente manera: “a la

cabeza, con sus cencerros en el cuello, esta[ba] la yegua encargada de conducir a las mulas, (la

‘atajadora’), guiada por un joven ‘aprendiz’ a menudo un indio, el ‘atajador’. A los costados de la

recua esta[ba]n los “mozos” que vigila[ba]n el cargamento, reparan el armazón, impiden que se

disperse el ganado”.57

El cuidado y mantenimiento de los animales era fundamental, al encargado de ello se le

denominó en ocasiones el sabanero. Se tenían que hacer paradas para el descanso y alimentación

de los animales, de otro modo se podía llegar a la situación extrema de enfrentar su muerte en el

desarrollo de un trayecto. Si la distancia a recorrer era considerable, después de un tiempo se

hacía necesario intercambiar mulas y caballos para continuar la empresa. Al respecto, Ward

refirió un canje de mulas en su trayecto de Zacatecas a Guadalajara, en apariencia el trato

resultaba favorable pues dejaba unos animales de apariencia patética, tenían el lomo pelado, y

consiguió otros de mejor estampa. Sin embargo, estos ni siquiera llegaron a la capital tapatía, ya

que una mula murió de cansancio unas leguas antes de Jalostotitlán, mientras el resto las tuvieron

que malbaratar para conseguir caballos. Al respecto mencionó: “existe una enfermedad peculiar

en México, llamada el asoleado, a la que se ven expuestos tanto caballos como mulas, si están

gordos, cuando tienen que soportar la acción violenta del sol”.58 Los animales exhaustos del trajín

sufrían severas palpitaciones y temblores generalizados, el paliativo que se les brindaba era la

sangría, lo que a la larga los debilitaba aún más. En consecuencia, el viajero tenía que aprender a

57 Calvo, Por los caminos,p. 46.


58 Ward, México en 1827, pp. 677 - 678.
89
observar a sus animales de carga y no dejarse llevar por las apariencias. Por ejemplo, una forma

de probar a los caballos era correrlos por una distancia de cien yardas y después tocar su corazón,

si había un pulso acelerado quería decir que el animal estaba muy trabajado.

Imagen 4. Boceto de un carro que era tirado por ocho muías.59

Por los caminos del país, y en particular los jaliscienses, viajaban numerosos personajes

de diversos estratos. En primer lugar, se encontraban los arrieros, pieza fundamental del comercio

antes de que en el país existiera una infraestructura de caminos mejor consolidada. El arriero era

el personaje por antonomasia del camino, de estrato pobre, era conocedor de numerosas veredas,

atajos, lugares de abastecimiento. Hombre de sombrero, botas y chaparrera, diestro en las

habilidades con el lazo, gran conocedor de caminos y veredas, pero a la vez cuando llevaba su59

59 Tomado de: Ward, México en 1827, p. 542.


90
carga (en ocasiones pesada lo que hacía su viaje lento y dificultoso) se convertía en una víctima

plausible del robo (ver imagen 5). Su actividad era fundamental para mantener un comercio sano,

el arriero llevaba productos de la agricultura y minería, su prosperidad se trasladaba a su vez a

talabarteros, dueños de mesones así como criadores de caballos y muías. Brian Hamnett establece

que, para finales del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, alrededor de unas diez mil u

once mil personas circulaban en la región de Guadalajara como arrieros.60 Lo anterior nos puede

dar una idea general de la cantidad de gente circulando por las vías de comunicación del estado.

Imagen 5. Dibujo de un arriero.61


-- y.

En segundo lugar, tenemos a los viajeros, nacionales y extranjeros, que tenían diversos

motivos para emprender sus rutas, podían tener asignaciones políticas, o bien ser representantes*61

611Brian R. Hamnett, Raíces de ¡a insurgencia en México. Historia regional 1750 - 1824, México, Fondo de Cultura
Económica, 1990, p. 38.
61 Tomado de: Brantz Mayer, México ¡o que fue y ¡o que es, México, Fondo de Cultura Económica, 1953, p. 39.
91
de una empresa y viajaban con la finalidad de hacer negocios en la región, otros podían tener una

asignación científica dedicándose a explorar y a elaborar descripciones de la flora, la fauna o los

recursos potencialmente explotables como las minas. Lo anterior sin dejar de lado a los viajeros

que realizaron descripciones sociales, especialmente sobre los grupos indígenas. Incluso, también

había aquellos motivados por una curiosidad aventurera. En tercer lugar, estaban otros grupos

diversos como campesinos y artesanos que se adentraban por encargos familiares o pequeños

negocios particulares. También en ocasiones había cuerpos de seguridad, policías y ejército, que

vigilaban de forma irregular las vías de comunicación. Por último, los bandidos, la antítesis del

transeúnte honrado, conocedor a profundidad de los caminos, pero especialmente de aquellos

puntos estrechos, solitarios, de difícil tránsito en los cuales podía llevar a cabo sus delitos.

Justamente la presencia de estos malhechores hacía que los caminos fueran sitios donde se

exponía vida y pertenencias. La posibilidad de ser asaltado en un viaje era muy alta, había

pueblos y rutas conocidos por los asaltos, como Río Frío, el camino de Puebla a México, las

zonas de Querétaro o Morelos, donde los viajeros incluso evitaban pernoctar en los mesones del

lugar debido a que era conocido que los ladrones actuaban en contubernio con los inquilinos de

aquellos sitios. También era común encontrarse en el camino con cruces o pequeños montículos

que representaban las últimas moradas de las víctimas de los malhechores. Por ejemplo, Madame

Calderón de la Barca, describió un momento de desasosiego que vivió su grupo al tomar un

camino cercano a Río Frío famoso ya por la presencia de malhechores. La vereda tomaba una

curva y no era posible observar lo que había por delante, la avanzada regresó y le pidió al grupo

que se mantuvieran juntos y en estado de alerta, “pues por muchas leguas el país estaba infestado

de ladrones”, se pasó revista a las armas que tenían (fusiles y pistolas) y prosiguió la marcha. Al

respecto escribió que esperaban en cualquier momento “oír silbar una bala sobre nuestras

cabezas”. Finalmente, no sucedió el asalto previsto, según la autora porque los ladrones se
92
percataron que el grupo no llevaba suficientes pertenencias como para arriesgar la vida en un

lance de este tipo. Así, los delincuentes eran personajes con un ojo avizor que poseía algún poder

mágico que les permitía saber de movimientos y botines.62 Otro ejemplo para el caso jalisciense,

fue el de Robert William Hale Hardy, quien también describió el pésimo estado en que se

encontraban los caminos del estado de Jalisco, y a su vez escribió acerca de un sendero cercano a

La Barca el cual serpenteaba por una cañada donde había unos cipreses, afirmó que dichas

ondulaciones: “esconden muy bien a los bandidos que normalmente viven en el paso de la

montaña y saquean a los viajeros”.63

En consecuencia, para enfrentar un viaje los hombres y mujeres vestían modestamente y

llevaban consigo las posesiones menos valiosas. Se procuraba esconder lo que tuviera mayor

valor o viajar en grupo, armados con rifles y pistolas para procurarse protección. Aunque en

ocasiones eran los criados y cargadores, los que traicionaban a los viajeros y se unían a los

ladrones. Lo mismo sucedía con los hombres que trabajaban en los servicios de diligencias, ante

lo cual se podía comprar un seguro para los casos de robo. Al respecto, Calderón de la Barca

narró también el asesinato de un criado cuando ella viajaba en una diligencia, el cochero lleno de

pánico abandonó al herido en su intento de escapar de los ladrones. Unos metros adelante y, ante

la inminencia de una asalto, el grupo dispuso de sus anillos y relojes, no con la finalidad de

esconderlos sino de entregarlos.64

En general, se viajaba con miedo y en ocasiones con la expectativa de perder la vida en un

trayecto, el desasogiego sin duda era generalizado. En parte, el éxito de un viaje estribaba en una

62 Madame Calderón de la Barca, La vida en México. Durante una residencia de dos años en ese país, tomo II,
México, Porrúa, 1977, pp. 347 - 348.
63 Robert William Hale Hardy, “Travels in the interior of Mexico, in 1825, 1826, 1827 & 1828” en Angélica
Peregrina y José María Muriá (Comps.), Viajeros anglosajones por Jalisco siglo XIX, Zapopan, El Colegio de
Jalisco, 1992, p. 56.
64 Calderón de la Barca, La vida en México, pp. 367 - 369.
93
buena planeación de los detalles de la ruta, aunque siempre había excepciones. En ese tenor,

Vanderwood menciona que algunos viajeros extranjeros más que sentir temor lo que

experimentaban era una genuina curiosidad por tener un encuentro con un bandido (algo que se

había convertido en parte del anecdotario que todo visitante debería experimentar en su visita al

país), e incluso cuando no lo tenían solían estar decepcionados.65 Por último, las anécdotas de

encuentros con viajeros no fueron exclusivos del camino, las propiedades también fueron sitios

donde se llevaron a cabo sustracciones y asaltos. Si se tenía que dejar la casa sola, ya sea para

viajar o salir a un asunto que requiriera algunas horas, era necesario ocultar el dinero, las prendas,

las joyas o el alcohol, entre otros productos de interés para los ladrones. Otras edificaciones,

como las haciendas, fábricas o iglesias, procuraban tener vigilantes, protecciones en ventanas,

trancas y cerrojos en puertas así como parque y hombres para hacer frente a un posible ataque.

POBLACIÓN, CRECIMIENTO Y VULNERABILIDAD

En términos estadísticos, como también sucedió en diversas partes del territorio novohispano, la

Intendencia de Guadalajara experimentó un crecimiento sostenido de la población a partir de la

segunda mitad del siglo XVIII. Si tomamos en cuenta los datos de finales de esa centuria y los

del periodo republicano, en específico los textos de José Menéndez Valdés, Victoriano Roa,

Manuel López Cotilla, Longinos Banda, así como los informes de gobierno, se observa que

existió un incremento demográfico progresivo durante el XIX, salvo por algunos picos

descendentes (ver gráfico 1 y cuadro 1).

65 Vanderwood, “El bandidaje en el siglo XIX”, pp. 41 - 75.


94
Gráfico 1. Población de la Intendencia de Guadalajara y el estado de Jalisco, 1793 - 1868.66

Si bien se puede cuestionar la exactitud de las estadísticas previas al siglo XX por su

carencia de rigor, metodología o imprecisiones, también es cierto que estos datos son los únicos

que tenemos a la mano para vislumbrar el panorama de la situación jalisciense en aspectos como

población, economía, producción o mortalidad. Lo que subyace ante el análisis de estos datos es

un fenómeno de aumento demográfico continuo durante el periodo referido y en consecuencia se

puede asegurar que zonas o territorios que anteriormente estuvieron despoblados tenían algún

tipo de ocupación. Este crecimiento es importante resaltarlo porque explica parcialmente las

transformaciones que existieron en el mundo rural jalisciense, especialmente en el desarrollo

económico de ciertas regiones.6

66 Basado en: Menéndez, Descripción y censo, pp. 135- 161; Victoriano Roa, Estadística del estado libre de Jalisco,
Guadalajara, Gobierno del estado de Jalisco, 1981, pp. 155 - 156; Prisciliano Sánchez, “Nota estadística remitida por
el gobierno supremo del estado de Jalisco, 9 de enero de 1826” en Aída Urzúa Orozco y Gilberto Hernández Z.,
Jalisco, testimonio de sus gobernantes, 1826 - 1879, tomo 1, Guadalajara, Gobierno del estado de Jalisco, 1987,
p. 31; López Cotilla, Noticias geográficas y estadísticas, p. 156.; Longinos Banda, Estadística de Jalisco (1854 -
1863), Guadalajara, Gobierno del estado de Jalisco, 1982, pp. 41 - 43; y Antonio Gómez Cuervo, “Memoria sobre el
estado de la administración pública formada por el ejecutivo del estado de Jalisco, 6 de mayo de 1870” en Urzúa
Orozco y Hernández Z., Jalisco, testimonio, p. 455.
95
Cuadro 1. Población de la Intendencia de Guadalajara y el estado de Jalisco, 1793 - 1868

Número de
Años Referencia
habitantes
1793 337,765 José Menéndez Valdés, Descripción y censo general...
1800 499,439 Longinos Banda, Estadística de Jalisco
1803 630,500 Longinos Banda, Estadística de Jalisco
1814 517,614 Longinos Banda, Estadística de Jalisco
1822 656,830 Victoriano Roa, Estadística del estado libre de Jalisco
1826 547,359 Prisciliano Sánchez, “Nota estadística...”
1830 656,881 Longinos Banda, Estadística de Jalisco
1831 660,595 Longinos Banda, Estadística de Jalisco
1832 670,826 Longinos Banda, Estadística de Jalisco
1837 675,000 Longinos Banda, Estadística de Jalisco
1839 725,972 Longinos Banda, Estadística de Jalisco
1840 724,326 Longinos Banda, Estadística de Jalisco
1843 712,972 Manuel López Cotilla, Noticias geográficas y estadísticas...
Antonio Gómez Cuervo, “Memoria sobre el estado de la
1848 778,646
administración.”
1851 788,888 Longinos Banda, Estadística de Jalisco
1854 801,874 Longinos Banda, Estadística de Jalisco
1855 924,580 Longinos Banda, Estadística de Jalisco
1856 804,053 Longinos Banda, Estadística de Jalisco
1857 822,229 Longinos Banda, Estadística de Jalisco
Antonio Gómez Cuervo, “Memoria sobre el estado de la
1858 829,716
administración.”
1862 844,872 Longinos Banda, Estadística de Jalisco
Antonio Gómez Cuervo, “Memoria sobre el estado de la
1868 854,614
administración.”

Las demarcaciones más pobladas de Jalisco fueron Lagos, Guadalajara, La Barca y

Sayula. Si tomamos por ejemplo los datos estadísticos de Roa y López Cotilla (ver cuadro 2)

observamos que en ambos casos el conjunto de estas poblaciones superó el 60% del total de los

habitantes del estado. En esas zonas se concentró el mayor número de haciendas y tierras

dedicadas a la agricultura comercial, por ejemplo Guadalajara contabilizaba el primer lugar en

96
número de pueblos y villas así como el segundo en haciendas. Lagos y La Barca albergaban

separadamente más de 600 ranchos, un número sin comparación con las otras demarcaciones en

el estado.67 En muchos casos estos territorios fueron donde las gavillas también proliferaron

debido a la riqueza que atesoraban, coincidentemente fueron las demarcaciones con mayor

incidencia delictiva.68 Lo anterior no excluye la existencia de inseguridad o conflictos en el resto

de los cantones, sino que había ciertas regiones en donde estos fenómenos se focalizaron. El caso

de la rebelión de Tepic encabezada por Manuel Lozada, durante las décadas de 1860 y 70, fue la

excepción. Un Cantón poco poblado en relación con los otros del estado, pero que tuvo

numerosos momentos de resistencia, rebeldía así como una actividad gavillera considerable. La

mayoría de la población jalisciense a lo largo del XIX estuvo ligada al ámbito agrario, al trabajo

de la tierra o actividades relacionadas con ella, por lo tanto heredaron estructuras y tradiciones

provenientes de la colonia. Estos remanentes perduraron en momentos cuando la modernidad

quiso implantarse desde las cúpulas políticas, esta tendencia hacia lo rural prevaleció en el estado

hasta finales del siglo XIX. Así, por ejemplo en 1895 el 65% de la población jalisciense todavía

se relacionaba con alguna actividad agraria, de los cuales la mayoría eran jornaleros.69

Una de las mejores maneras de observar el predominio de las población indígena y

campesinos en términos cualitativos es consultar los diarios de viajeros. Estos textos registran

numerosos encuentros con todo tipo de personajes provenientes de ese contexto. Por ejemplo, el

empresario George Francis Lyon estableció que entre las “novedades” que tuvo en su recorrido

por la zona de Colotlán fue el encuentro con indígenas huicholes, de los cuales describió su

vestimenta, fisonomía, color de piel y pelo, así como algunas de sus costumbres, concluyendo

67 Para una perspectiva ampliada de la distribución de ciudades, ranchos, haciendas, etc. ver anexo 1.
68 Ver capítulo 3.
69 Mario Alfonso Aldana Rendón, Desarrollo económico de Jalisco 1821 - 1940, Guadalajara, Universidad de
Guadalajara, 1979, p. 67.
97
que “son una raza pacífica e inofensiva cuando están sobrios, pero muy violentos en sus arrebatos

de borrachera”. Posteriormente, en su recorrido por Chapala destacó sobre los naturales de esa

zona que en “sus profundas y oscuras fisonomías portaban esa casi apática mansedumbre de

expresión, tan peculiar de la raza azteca”.70 Finalmente, Albert S. Evans detalló el camino de

Zapotlanejo rumbo a Guanajuato de la siguiente manera: “a todo lo largo [...] la gente pobre se

ganaba a duras penas un sustento miserable, vendiendo a los viajeros algunas pocas frutas,

frijoles, tortillas, etc.”.71 En términos panorámicos, estas descripciones resaltan la pobreza, la

necesidad y la falta de recursos que caracterizaban a las mayorías rurales. Esa también era la

manera de describir a los habitantes del jalisco agrario: una mezcla de miedo, curiosidad y

desencanto. Al igual que la clase alta y política, estos hombres pretendieron vislumbrar a aquellos

grupos sociales a través del filtro de lo que consideraban civilizado, por lo tanto pensaban que lo

ideal era la transformación de ese mundo “decadente” de campesinos e indios en un mundo de

ciudadanos ilustrados.

El ámbito del Jalisco del siglo XIX, más allá de Guadalajara que era la ciudad

decimonónica, era netamente rural: lleno de grandes paisajes naturales, caminos de terracería,

pequeñas y medianas poblaciones dedicadas a la agricultura, ranchos, haciendas y poblaciones

indígenas. Esos espacios estuvieron habitados por una mayoría que estuvo ligada al contexto de

la tierra y el trabajo: peones, indios, artesanos, arrieros y demás trabajadores, así como mujeres y

niños. Como en una sociedad en la cual prevalecían algunas características de Antiguo Régimen,

la tasa de mortalidad en la población permaneció en niveles elevados. Por ejemplo, el gobernador

Cañedo y Arroniz estableció que la natalidad en el año de 1831 fue de 32,177 habitantes y la

70 George Francis Lyon, “Journal of a residence and tour in the Republic of Mexico in the year 1826” en Peregrina y
Muriá (Comps.), Viajeros anglosajones, pp. 83 y 122.
71 Albert S. Evans, “Our sister republic: a gala through tropical Mexico in 1869 - 70” en Peregrina y Muriá
(Comps.), Viajeros anglosajones, p. 262.
98
mortalidad de 21,707; habiendo en consecuencia un aumento poblacional de 10,470.72734En 1843,

Manuel López Cotilla afirmó que la relación de los nacidos respecto a los muertos era de 181 por

100 personas. 73

Cuadro 2. Población de Jalisco por demarcaciones en 1822 y 1843.74

Victoriano Roa, 1822 Lopez Cotilla, 1843

Cantones Población Porcentaje Distritos Población Porcentaje


17.53%
Guadalajara 119,272 18.15% Guadalajara 125,030
19.93%
Lagos 111,825 17.02% Lagos 142,106
13.75%
La Barca 96,178 14.64% La Barca 98,096
15.46%
Sayula 103,851 15.81% Sayula 110,278
11.54%
Etzatlán 76,386 11.62% Etzatlán. 82,287
7.17%
Autlán 43,609 6.63% Autlán 51,184
8.78%
Tepic 66,405 10.10% Tepic 62,620
5.80%
Colotlán 39,304 5.98% Colotlán. 41,371

Total 656,830 Total 712,972

En general, fueron dos los elementos que proveocaron el descenso poblacional en Jalisco

durante el siglo XIX: los problemas políticos y las enfermedades epidémicas. La pérdida

temprana de los territorios de Aguascalientes y parte de Zacatecas al momento de reconfigurar la

intendencia de Guadalajara, la separación de Colima del estado de Jalisco en 1824 y muy

posteriormente el proceso de separación del Cantón de Tepic, iniciado formalmente en 1867,

72 José Ignacio Cañedo y Arroniz, “Memoria que el Excmo. señor gobernador del estado de Jalisco leyó ante el
Honorable Congreso, 1 de febrero de 1832” en Urzúa Orozco y Hernández Z., Jalisco, testimonio, p. 165.
73 López Cotilla, Noticias geográficas y estadísticas, p. 156.
74 Basado en: Roa, Estadística del estado, pp. 155 - 156; y López Cotilla, Noticias geográficas y estadísticas, p. 156.
99
explican a primera vista algunas mermas en las cifras de población. Por ejemplo, Ward mencionó

que la población de Jalisco era de 656,830 almas, pero antes de la separación de Colima, un

distrito “que ha preferido convertirse en territorio de la Federación”, era de 800 mil habitantes.75

En el mismo tenor, el gobernador Antonio Gómez Cuervo presentó dos cantidades de población

para su informe de gobierno de 1870, en la primera incluyó a los habitantes del Séptimo Cantón

dando un total de 854,614 habitantes, y en la segunda, restando a ese territorio, estableció

777,529 personas.76

Ambas distinciones en el conteo poblacional se realizaron en momentos políticos

complejos. La primera cuando Jalisco peleaba con el centro por la instauración del federalismo en

el país y temía que fuera desmembrado en pequeños territorios para disminuir su influencia. La

segunda en tiempos cuando la rebelión lozadista se encontraba en su momento más álgido y en

pleno control territorial y político del Séptimo Cantón. Mientras los rebeldes estaban pugnando

por la independencia de la demarcación respecto a Jalisco, los políticos jaliscienses hacían todo lo

posible por conservarla. Lo anterior generó un nutrido debate en el ámbito periodístico sobre la

viabilidad de ambos proyectos.

Un segundo factor sobresaliente para explicar la baja en la población de Jalisco está

relacionada con las enfermedades epidémicas. En 1825 Jalisco padeció un brote de sarampión,

aunque no hay cifras precisas se sabe que afectó principalmente a los pobres como lo dejan ver

los testimonios de la época. La epidemia también generó un aumento en la migración del campo

hacia Guadalajara en busca de mejores recursos y condiciones de sustento. Así, por ejemplo, el

periódico El nivel describió que la gente afectada se encontraba “en la desnudez, el hambre y [el]

75 Ward, México en 1827, pp. 680 - 681.


76 Gómez Cuervo, “Memoria sobre el estado”, p. 456.
100
desabrigo, sin encontrar ni aun aquellos miserables recursos de que pende su subsistencia”.77 El

gobierno se declaró incapaz de hacer frente a la situación debido a lo agotado de su hacienda

pública, por lo que pidió a la clase adinerada tapatía su patrocinio. El apoyo de dicha clase sumó

4,126 pesos para ayudar a los más necesitados.78 Este ejemplo revela que la mayoría de la

población, la cual vivía en un entorno rural y con recursos limitados, se encontraba en un estado

de desamparo notable. En el mismo sentido, la epidemia de cólera de 1833 cobró 38,312 víctimas

en el obispado de Guadalajara, el cual si bien tenía una extensión mayor que la demarcación

política del estado de Jalisco, muestra el alto impacto que tuvo en el número de defunciones.79

Nuevamente los lugares más afectados fueron aquellos donde las condiciones de pobreza,

hacinamiento y mala higiene fueron preponderantes.

Por último, un tercer aspecto que explica la vulnerabilidad en la que se encontraba la

población fueron los desastres naturales, en concreto las plagas y las sequías.

Historiográficamente este es un tema que permanece poco explorado y que se ha abordado como

un factor adicional para explicar la escasez agrícola y no como un objeto en sí. No obstante, los

estudios existentes efectivamente demuestran por un lado que las sociedades campesinas en

general estuvieron constantemente a merced de las inclemencias naturales y por el otro que las

consecuencias, en relación al número de decesos, eran considerables.80 Una calamidad de este

tipo afectaba a una localidad no solamente en lo económico sino en lo social, por lo tanto había

temor e inseguridad al respecto.

77 El Nivel, Guadalajara, martes 4 de octubre de 1825, núm. 172, pp. 1 - 4.


78 El Nivel, Guadalajara, martes 18 de octubre de 1825, núm. 178, pp. 1 - 4.
79 David Carbajal López, “La epidemia de cólera de 1833 - 1834 en el obispado de Guadalajara, rutas de contagio y
mortalidad” en Historia Mexicana, México, vol. 60, núm. 4 (240), abril - junio de 2011, p. 2047.
80 Luis Alberto Arrioja Díaz Viruell, “‘Enjambres’ y ‘nubarrones’ en el campo oaxaqueño: las plagas de langosta de
1802 y 1853” en Relaciones, núm. 129, vol. XXXIII, invierno 2012, pp. 161 - 213. También ver los artículos del
dossier contenidos en el mismo número.
101
LA PRODUCCIÓN AGRÍCOLA

Durante el siglo XIX, la agricultura en Jalisco mantuvo su importancia a nivel regional con la

producción mayoritaria de maíz, frijol, caña y trigo. Posteriormente, conforme la agricultura

comercial tomó predominancia se incorporaron algunos cultivos como algodón, cebada y otros.

Es posible establecer que a consecuencia del incremento de habitantes, ciudades como

Guadalajara, Lagos o Bolaños necesitaron cada vez de mayores cantidades de insumos para su

abastecimiento. Si bien el aumento en la demanda de cereales y otros alimentos generó algunos

problemas de suministro, también ayudó a consolidar a largo plazo las haciendas y los ranchos de

las regiones aledañas así como establecer circuitos de distribución.

Es importante mencionar que historiográficamente la región central del estado es la que

ha sido más estudiada. Los trabajos realizados destacan que los procesos de incremento en la

producción agrícola, el giro hacia la agricultura comercial en las haciendas y la proletarización de

la población campesina sucedieron inicialmente durante la segunda mitad del siglo XVIII y, por

lo tanto, el proceso decimonónico, si bien con sus particularidades esenciales, fue en términos

generales más una herencia que una causa, es decir se mantuvo la inercia proveniente de aquellos

impulsos reformistas provenientes de la ilustración borbónica.81 En ese sentido, Sergio Valerio

Ulloa establece que la caída del régimen colonial en realidad fortaleció el proceso

de: “formación de regiones que se organizaban en torno a centros urbanos importantes y que

orientaban su producción a satisfacer la demanda de esos mercados locales, regionales y

extrarregionales”.82

81 Eric Van Young, La ciudad y el campo en el México del siglo XVIII. La economía rural de la región de
Guadalajara, 1675 - 1820, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, 392 pp.; Richard B. Lindley, Las haciendas
y el desarrollo económico. Guadalajara, México, en la época de la Independencia, México, Fondo de Cultura
Económica, 1987, 176 pp.; y Sergio Valerio Ulloa, Historia rural jalisciense, Guadalajara, Universidad de
Guadalajara, 2003, 351 pp.
82 Valerio Ulloa, Historia rural, p. 40.
102
Eric Van Young destaca que Guadalajara fue la población de la región occidental

novohispana que experimentó el mayor crecimiento demográfico a partir de 1750, así como la

mayor aceleración en su producción. Dicho fenómeno se debió en parte a la importante migración

de las áreas rurales circunvecinas. Este movimiento poblacional tuvo dos vertientes, una temporal

y otra permanente. La primera se dio especialmente durante la hambruna de 1785 - 1786 cuando

numerosos habitantes buscaron refugio en la capital; la segunda se refiere a los miles de

trabajadores que buscaron sustento y trabajo en la ciudad.83 La importancia de Guadalajara como

principal centro político- administrativo de la región occidental del país atrajo a los hombres

adinerados y a las familias de alcurnia de la zona. Aunque en general era polo de atracción de

numerosas personas provenientes de todos los estratos sociales. Era el escenario urbano que se

contraponía al de la mayoría de las poblaciones jaliscienses que vivían de los productos del

campo, la ganadería y la producción artesanal. Dicha ciudad en conjunto con su vasta zona

agrícola abastecedora experimentó hacia 1800 cambios centrales en su configuración, el propio

Van Young lo describe de la siguiente forma:

La tierra que un siglo atrás no se utilizaba, cubierta de malezas y otra clase de vegetación, servía
ahora para que pastaran los animales [...] Las aldeas rurales y los pueblos provinciales eran
grandes y crecientes, pero en el campo abierto, las haciendas y los ranchos vivía más gente que
nunca. Aunque la mayoría de los habitantes del campo producía los alimentos que requería,
dependía más que nunca de la ganancia de dinero para adquirir los productos existentes en las
tiendas de los comerciantes pueblerinos y las haciendas.84

Así, para inicios del XIX, el campo jalisciense experimentó un proceso donde unas

regiones entraron en una dinámica de mercado y otras manifestaron cierta resistencia. Por

ejemplo, la región agrícola dependiente de la capital tapatía se encontraba en un proceso

83 Van Young, La ciudad y el campo, pp. 46 - 48.


84 Van Young, La ciudad y el campo, p. 355.
103
acelerado de proletarización e individualización de la tierra. Al respecto, William B. Taylor

establece que los pueblos de Zacoalco, Jocotepec, Tizapanito, Acatlán y Tlajomulco, todos

cercanos al lago de Chapala, iniciaron su proceso de desamortización hacia fines del siglo XVIII

debido a diversos factores como: la presión sobre las tierras, el crecimiento demográfico, la

agricultura comercial y el que las haciendas de la zona abastecían a centros mineros cercanos y a

la ciudad de Guadalajara.85 Al ser un espacio con numerosos tratos comerciales la capital tapatía

requirió de abundante mano de obra indígena que trabajara en las haciendas y de suficientes

tierras agrícolas. Estos pueblos estaban menos cohesionados y tenían menor arraigo que en otras

partes del estado. Así, para cuando estalló el movimiento independentista, los vínculos de los

habitantes con su pueblo eran sumamente débiles, la orientación de su población se dirigía hacia

el exterior, a la búsqueda de empleo y al comercio. Esta disposición, en parte, explica la

numerosa adhesión de simpatizantes que tuvo el movimiento de Miguel Hidalgo en la zona.

En contraparte, los pueblos de la zona serrana de Tepic tuvieron una dinámica comunal

más cohesionada con estructuras de justicia, gobierno y administración heredadas de la época

prehispánica y colonial, y a su vez adaptadas de forma un tanto heterodoxa a los tiempos

republicanos, por ejemplo mediante la coexistencia de formas de gobierno de las épocas

señaladas. Estas localidades tuvieron el aislamiento geográfico y temporal suficiente para

fomentar un fuerte arraigo a su tradición. Lo anterior se manifestó, como se verá más adelante, en

una abierto rechazo hacia el proyecto modernizador decimonónico. A través de dos vías, la legal

y la armada, las poblaciones serranas tepehuanas, huicholas y coras pretendieron defender sus

estructuras de organización, aspecto que fue especialmente notorio en la serie de planes y

documento que publicó Lozada en el cual defendía la propiedad comunal.

85 William B. Taylor, “Bandolerismo e insurrección”, pp. 203 - 213.


104
El gran campo jalisciense era visto como un eje de desarrollo para el estado, uno de los

elementos que le podría brindar dinamismo a la estancada economía estatal, pues se consideraba

fértil y proclive a ser explotado de manera eficiente. Además contaba con enlaces comerciales

importantes con la zona del Bajío, hacia las minas de Zacatecas y la costa, en específico rumbo a

los puertos de Manzanillo y San Blas, muchos de ellos provenientes desde la Colonia (aunque si

bien el estado de los caminos era deplorable como ya se mencionó). En ese sentido el gobernador

de Jalisco, Prisciliano Sánchez creía que las posibilidades de desarrollo del estado eran favorables

tomando en cuenta: “la feracidad de su tierra y la benignidad de su clima”. Es claro que la

apuesta iba en torno al incremento de la producción agrícola. Estadísticamente, las cosechas

aumentaron en el siglo XIX como se puede observar con los datos que tenemos sobre las fanegas

de maíz y frijol, que fueron los cultivos más solicitados y que presentaron un aumento

sostenido.8687(ver cuadro 3).

Cuadro 3. Producción de fanegas de maíz y frijol en Jalisco. 87

Año Fanegas Referencia

1825 62,472.5 Victoriano Roa, Estadística del estado libre de Jalisco

1843 86,974.5 Manuel López Cotilla, Noticias geográficas y estadísticas...

1858 92,767 Manuel López Cotilla, Noticias geográficas y estadísticas...

86 Sánchez, “Nota estadística”, p. 32.


87 Basado en: Roa, Estadística del estado, pp. 155 - 156; López Cotilla, Noticias geográficas y estadísticas, p. 156; y
Banda, Estadística de Jalisco, pp. 38 - 39.
105
Particularmente, hubo sitios donde la abundancia fue mayor en comparación con otros

lugares. Por ejemplo, en las estadísticas oficiales se distingue que los cantones más ricos, en

términos de producción de fanegas de sembradura (López Cotilla aclara que el número se refiere

a maíz y frijol) eran Guadalajara, Lagos y La Barca los cuales separadamente triplicaron la

producción de Tepic y Colotlán y acumulaban seis veces la cantidad de lo producido por Autlán

(ver cuadro 4). Por su parte, Longinos Banda en su estudio estadístico coincidió en lo esencial al

establecer que Lagos era el territorio más rico en términos de agricultura, era un sitio donde la

fanega de maíz llegó a tener un precio de mil pesos.88 En general, los cantones más poblados

fueron los que aportaron la mayor producción agrícola, por ejemplo en 1824 de las 62,472.5

fanegas de maíz y frijol producidas el 56.72% se concentró en Lagos, Guadalajara y La Barca.

Para el año 1843, esos mismos cantones agruparon el 53.62% de la producción total de 86,974

fanegas. 89 El caso de Sayula es particular, pese a ser la cuarta demarcación más poblada era

superada en términos de producción por Etzatlán, de menor concentración demográfica. Incluso

conforme a las estadísticas mencionadas Tepic disminuyó su siembra de 4,298 a 4,227 fanegas.

Adicionalmente, la ganadería fue otro aspecto económico de importancia dentro del

contexto rural jalisciense. Durante los siglos XVII y XVIII el hinterland de la capital tapatía

exportaba, principalmente hacia el centro de México, un promedio de 20 mil vacas, además de un

número considerable de caballos, mulas y ovejas. Para inicio del siglo XIX, la venta de animales

seguía siendo importante, se calcula que en la zona había cerca de dos a cinco millones de

cabezas de las cuales se exportaban entre el 12 y 13%. En este sentido, existía una red comercial

de colocación de piezas animales que se extendía a la ciudad de México, Puebla o Tlaxcala. La

88 Banda, Estadística de Jalisco, p. 154.


89 Roa, Estadística del estado, pp. 155 - 156; y López Cotilla, Noticias geográficas y estadísticas, p. 156.
106
mayoría de esos compradores eran comerciantes intermediarios que revendían y colocaban el

producto en diferentes puntos de venta.90

Cuadro 4. Producción de fanegas de sembradura en Jalisco por demarcación en 1822 y 1843.91

Victoriano Roa, 1822 Lopez Cotilla, 1843

Cantone Produc Porcen Distrito Producci Porcen


s ción taje s ón taje
Guadalaj Guadalaj
ara 10,354.5 16.6% ara 11,005 12.7%

Lagos 12,392 19.8% Lagos 15,993 18.4%

La Barca 12,692 20.4% La Barca 19,642 22.5%

Sayula 7,294 11.6% Sayula 10,575 12.2%

Etzatlán 8,285 13.3% Etzatlán. 11,190 12.9%

Autlán 2,949 4.8% Autlán 7,595.5 8.7%

Tepic 4,298 6.8% Tepic 4,227 4.8%


Colotlán
Colotlán 4,208 6.7% 6,747 7.8%

Total 62472.5 100% Total 86,974.5 100%

Es posible pensar que si bien la rebelión de independencia quebró muchos de los circuitos

comerciales novohispanos es un hecho que la reactivación económica, tan anhelada por los

gobierno republicanos, y a su vez sustentada principalmente en la inversión extranjera, buscó

90 Manuel Miño Grijalva, El mundo novohispano. Población, ciudades y economía siglos XVII y XVIII, México,
Fondo de Cultura Económica, 2001, pp. 239 - 240.
91 Basado en: Roa, Estadística del estado, p. 156; y López Cotilla, Noticias geográficas y estadísticas, p. 156.
107
rehacerlos o crear otros nuevos. Es un hecho que la carne constituía un negocio importante para

la región y que en consecuencia había un número elevado de piezas de ganado concentrada en

ciertas regiones. Esta masa de animales circulando, pastando o simplemente descansando

constituyó uno de los botines preferidos para los ladrones jaliscienses, quienes establecieron el

abigeato como uno de los tipos de robo más comunes en el estado.

En suma, el contexto de la sociedad rural jalisciense podría describirse como una

colectividad que experimentó un aumento demográfico importante, que tenía una alta mortalidad

y una vulnerabilidad debido a su paupérrima condición, por ejemplo un brote epidémico o un

desastre natural podía tener consecuencias importantes en términos de disminución poblacional.

Esta sociedad se dedicó principalmente a las actividades agrícolas las cuales exigían cada vez

mayor presión sobre la tierra debido al aumento en la demanda de este tipo de productos. Es

importante acotar que el incremento en la producción también se debió al progreso que tuvieron

las haciendas y los ranchos jaliscienses en sus procesos de modernización, captación de mano de

obra y orientación hacia la agricultura comercial.

INDIVIDUALIZACIÓN, PAUPERIZACIÓN E INSEGURIDAD LABORAL

Dentro del marco que se ha descrito, el de una producción agrícola creciente así como una

población en aumento es necesario identificar las dinámicas que experimentaron los grupos

sociales que principalmente participaron en este proceso histórico. Valerio Ulloa identifica

algunos elementos centrales de este contexto rural:

La gran propiedad agraria, la pequeña propiedad arrendada y sujeta a la primera, la comunidad


indígena y su complejo mundo social, la contradicción heterogénea entre la actividad agrícola
autoabastecedora y la orientada al mercado, el conflicto entre la agricultura en general y la

108
ganadería en constante expansión, la compleja y contradictoria conformación de las redes
mercantiles y de transporte.92

Considero que estos elementos permiten comprender los procesos que enfrentaron los

grupos indígenas y los trabajadores del campo, tomando en cuenta que dentro de estos últimos se

encuentran personajes que experimentaron realidades diversas como los peones acasillados, los

medieros o los indígenas. Asimismo, el crecimiento demográfico antes descrito exigió del campo

mayor producción, especialmente de cereales de consumo básico como el maíz o el frijol. Todo

lo anterior puso en entredicho la tradicional agricultura de autosustento y promovió la dirigida al

mercado. En general, la situación agrícola estatal se encontraba en transformación, las políticas

gubernamentales se dirigieron a implementar un cambio en la forma de propiedad, de comunal a

indivudual, con el fin de reactivar económicamente el campo, pues al ser una sociedad

principalmente agrícola era necesario impulsar la producción, lo anterior le daría ocupación a una

masa de campesinos ociosos y también aseguraría la creciente demanda de los centros urbanos.

En la más clásica concepción del liberalismo, se pensaba que la propiedad privada era superior en

todos los aspectos a la colectiva. Pese a ello, en medio de este proceso se encontraban individuos

arraigados a una tradición, que buscaron por todos los medios posible la subsistencia. Los casos

particularizados de cada estrato social se muestran a continuación:

a) Los pueblos indígenas. Durante el siglo XIX la población indígena experimentó los

mayores cambios en su estructura debido a las políticas estatales que confrontaron abiertamente

su existencia y permanencia. En Jalisco, como se ha mencionado, la distribución de la población

nativa fue irregular. Hubo zonas más densamente pobladas con indígenas que otras, como fueron

los casos de Tepic, Colotlán, Zapotlán el Grande o Sayula, en comparación con otras de mayor

92 Valerio Ulloa, Historia rural, p. 53.


109
población criolla y europea como Guadalajara, Bolaños o Lagos. Esto quiere decir que las

dinámicas poblacionales fueron diversas, las tierras o la carencia de ellas así como el sentimiento

de comunidad fue diferente dependiendo de la región.

A partir del régimen republicano se dejó de registrar a la población por castas, si

tomamos en cuenta los datos de la visita de Menéndez Valdés a la Intendencia de Guadalajara en

1793, que fue el último trabajo que realizó esta distinción a nivel de toda la demarcación (pues

esta práctica continuó en padrones locales), es posible asegurar que el estrato indígena era sin

duda uno de los más numerosos en el estado. En el trabajo mencionado, el indígena era el sector

poblacional mayoritario en la Intendencia, ya que su autor registra 117,699 indios, es decir el

34.84% del total. Le seguían la población española con un conteo de 108,437 (32.10%); los

mulatos con 65,045 (19.25%); y las denominadas “otras castas” con 45,953 (13.60%) (ver

cuadro 5).

Cuadro 5. Población de la Intendencia de Guadalajara por castas en 1793.93

Castas Población Porcentaje

Europeos 589 0.17%

Españoles 108,437 32.10%

Indios 117,699 34.84%

Mulatos 65,045 19.25%

Otras castas 45,953 13.60%

Adicionales 42 0.04%

Totales 337,765 100%

93 Basado en: Menéndez, Descripción y censo, pp. 135 - 161.


110
Como se observa en el cuadro 5, la mayoría india no fue preponderante, sino relativa; en

general la población de la región era balanceada en su clasificación por castas con una mayoría

conjunta de naturales, blancos (tomados por españoles) y criollos (tomados como mulatos y otras

castas), esta distribución en números gruesos estaba dada en tercios (ver gráfico 2). Las

clasificaciones minoritarias de “europeos” se refiere a los no-españoles provenientes del viejo

continente, en cambio los “adicionales” eran el personal administrativo y eclesiástico que

Menéndez Valdés registró de manera aparte.

Gráfico 2. Población de la Intendencia de Guadalajara por castas, 1793.94

■Europeos ■ Españoles Indios ■ Mulatos 'Otrascastas Adicionales

Cuando se eliminaron las etiquetas de la raza, quedó solamente la categoría de ciudadanos

para los propietarios, los ricos, así como para los vecinos. El resto de la población, que no gozó

en mucho tiempo de derechos políticos, quedó inmersa en la imprecisa denominación de pueblo.

En ese momento se propagó en la esfera pública una terminología propia para clasificar el

94 Basado en: Menéndez Valdés, Descripcióny censo, pp. 135 - 161.


111
submundo de la gran masa, entre las palabras que encontraremos estaban: miserables, pobres,

pelados, gavillas, ladrones, incivilizados, borrachos, plaga y otros más que ayudaban a diferenciar

a aquellos personajes honorables de los que ante los ojos de los privilegiados no lo eran. En el

primer sitio de los grupos indeseables se encontraba el indígena.

De acuerdo con Franqois Xavier Guerra, las poblaciones indígenas eran colectividades

humanas muy estructuradas, con una serie de instituciones que brindaban cohesión al grupo.

Entre las cuestiones que daban unidad a los pueblos estaban: las relaciones de parentesco, la

religiosidad, las jerarquías de autoridad y las tierras comunales.95 Hacia el exterior, solían mostrar

una faceta unitaria, es decir presentar una imagen de unanimidad. No obstante, es bien conocido

que al interior de estos pueblos existió una diversificación de puestos, funciones y privilegios.

Por ejemplo, ante la existencia de conflictos, existía una estructura jerarquizada de cargos que

buscaba encontrar soluciones a los problemas que sucedían al interior de una población o impartir

justicia cuando existía un desagravio.

Andrés Lira, por su parte, demuestra que historiográficamente fue hacia finales del siglo

XIX, cuando se utilizó la figura del indígena para fines políticos: ya sea con la intención de

exaltar el nacionalismo o enlazar la historia prehispánica, llena de héroes y victorias, con la

liberal.96 Al respecto, se reavivaron las discusiones, provenientes de siglos atrás, que versaban

sobre la condición deplorable del indígena, su grado de civilización o su posición dentro de la

sociedad.97 En este caso el debate se retomó bajo la óptica del liberalismo y se dirigió a establecer

una diferenciación clara entre el indio muerto, que tenía que ser rememorado, y el indio vivo que

95 Franqois Xavier Guerra, México: del Antiguo Régimen a la Revolución, México, Fondo de Cultura Económica,
2010, tomo I, pp. 141 - 143.
96 Andrés Lira González, “Los indígenas y el nacionalismo mexicano” en Relaciones, Zamora, núm. 20, vol. 5, otoño
de 1984, pp. 75 - 79.
97 David Brading, Orbe indiano. De la monarquía católica a la república criolla, 1492 —1867, México, Fondo de
Cultura Económica, 2003, pp. 472 - 477, 488 - 490, 609 - 610 y 704 - 705.
112
era objeto de escarnio y al cual se le atribuyeron una serie de fallas morales, entre las cuales se

encontraba una proclividad hacia el delito.

En ese sentido, el apego indígena a la tierra comunal, a la organización corporativa y en

cierta medida a la autogestión chocaba abiertamente con el credo político imperante que

pregonaba ante todo la libertad, la reactivación económica y el individualismo. Además, las

condiciones de pobreza y vulnerabilidad de las localidades indígenas justificaban una

transformación de dicho estrato, ya que ante los ojos del proyecto modernizador eran los

símbolos del atraso que era necesario erradicar en el nuevo país. Por lo tanto, para el México

liberal este debería ser un país de ciudadanos y de libertades, estos hombres de preferencia

deberían ser propietarios y tener las facilidades para obtener un beneficio de su tierra, el indio y

sus tradiciones no tenían cabida.

El discurso oficial tuvo que hacer distinciones entre lo que era aceptable y lo que no lo era

respecto a los naturales del continente. Se distinguía la historia de carácter épico y la vieja gloria,

en algunos casos la mansedumbre así como el carácter dócil y obediente del indígena, pero en

general, la visión era muy desfavorable. Para José María Luis Mora, la denominación indígena

era una acepción vulgar y oprobiosa para la ciudadanía. El indio era un infante, obstinado y

melancólico, que no había podido llegar a desarrollarse como individuo debido al paternalismo

de la Iglesia y la sociedad colonial. Mora no dudaba en afirmar la superioridad de la raza blanca y

su intención de blanquear al indio.98 Este tipo de representaciones fueron la constante dentro de

un discurso maniqueo donde permearon las nociones de civilización y barbarie.

El credo liberal ponderaba la propiedad privada, esta idea se apoyaba en términos

políticos en representar una ruptura con el pasado colonial y en términos económicos en dejar que

98 Charles Hale, El liberalismo mexicano en la época de Mora, México, Siglo Veintiuno Editores, 2005, pp. 224 -
230.
113
la tierra dejara de ser un bien muerto y pasará a ser un activo rentable. Estas ideas se pueden

rastrear desde tiempos de las reformas gaditanas, cuando se expidieron ciertas acciones

anticorporativas sin mucho éxito, aunque la esencia de aquellos discursos y críticas a la

propiedad corporativa permanecieron vigentes en tiempos republicanos. Así, la tesis de la

individualización se constituyó como el sucedáneo al desarrollo económico. Muchos fueron los

que abogaron tempranamente por implementar una individualización, por ejemplo, Francisco

Severo Maldonado en su Contrato de asociación para la república de los Estados Unidos de

Anáhuac reflexionaba sobre el tema, o bien Carlos María de Bustamante hizo lo mismo en el

primer congreso constituyente.99 La idea principal residía en el valor económico positivo que

tenía un tipo de propiedad sobre la otra, ello lo demuestran las posturas de Mora o Valentín

Gómez Farías quienes coincidían en lo esencial.

Ahora bien, existen trabajos como el de Elinor Olstrom que matiza dicha aseveración al

demostrar, a través de un muestreo de largo aliento, que si bien la mayoría de las organizaciones

que trabajan con bienes compartidos (como los pueblos indígenas en este caso) obran

tradicionalmente bajo un esquema de autoconsumo, aunque no necesariamente esto quiere decir

que se encontraran exentas de tener una lógica de beneficio.100 No obstante, en el México

decimonónico el binomio entre ciudadanos y la propiedad particular representaban el motor de

desarrollo hacia la inserción de una dinámica capitalista que supuestamente sacaría del atraso al

campo mexicano. Se pensaba que el orgullo personal, el nacionalismo y la iniciativa individual

traerían progreso y prosperidad económica, lo mismo que estabilidad política.

99 Luis Alberto Arrioja Díaz Viruell y Carlos Sánchez Silva, “La ley de desamortización de 25 de junio de 1856 y las
corporaciones civiles. Orígenes, alcances y limitaciones” en Jaime Olveda (Coord.), Desamortización y laicismo. La
encrucijada de la reforma, Zapopan, El Colegio de Jalisco, 2010, pp. 102 - 104.
100 Elinor Ostrom, El gobierno de los bienes comunes. La evolución de las instituciones de acción colectiva, México,
Fondo de Cultura Económica /UNAM, 2011, 399 pp.
114
Historiográficamente la cuestión de la superioridad económica de la propiedad privada

sobre la comunal ha sido también discutida por John H. Coatsworth, quién considera que uno de

los factores del atraso económico de México en el siglo XIX y de la apertura de la brecha

económica (gap) respecto a Europa y Estados Unidos fue la concentración de la propiedad de la

tierra, tanto de la Iglesia como de las comunidades, ya que esto representó un despilfarro y una

mala explotación de los recursos. Por lo tanto, la intención de las reformas liberales además de

consolidar políticamente la administración del Estado también era una forma de reactivar

económicamente el valor de la propiedad. Para éste autor, en términos económicos la hacienda

era superior, ya que ésta podía tener acceso al crédito y a la inversión, a una mejor información y

a la posibilidad de colocar su producto en mercados más lejanos.101

A partir de lo anterior comenzó a emitirse legislación al respecto a nivel estatal. El estado

de Jalisco, al ser uno de los adalides del primer liberalismo, constituyó un caso temprano al

respecto ya que publicó decretos y realizó acciones sobre la individualización de los bienes

comunales mucho antes de las leyes de reforma. Entre las leyes más importantes al respecto se

encontraban las siguientes: en 1821 se publicó una Instrucción para la división de Tierras en

forma de propiedad privada, tomando como base la legislación colonial al respecto.102 Cuatro

años después con el decreto número 2, expedido el 12 de febrero 1825, se declaraba a los antes

llamados indios “como propietarios de las tierras, casas y solares que poseen actualmente sin

contradicción en los fundos legales de los pueblos o fuera de ellos”. 103 De tal modo,

podían disponer de sus terrenos como individuos, pero no a favor de manos muertas o

101 John Coatsworth, “Los obstáculos al desarrollo económico en el siglo XIX” en Los orígenes de atraso. Nueve
ensayos de historia económica de México en los siglos XVIIIy XIX, México, Alianza Editorial, 1990, p. 87.
102 Meyer, Esperando a Lozada, p. 119.
103 Ignacio Aguirre Loreto, Colección de acuerdos, órdenes y decretos sobre tierras, casas y solares de los
indígenas, bienes de sus comunidades y fundos legales de los pueblos del estado de Jalisco (Edición facsimilar),
Zapopan, El Colegio de Jalisco / Secretaría de Desarrollo de Jalisco, 1993, pp. 131 - 132.
115
propietarios con más de un sitio de ganado mayor. El decreto número 151, del 29 de septiembre

de 1828, establecía que los bienes de comunidad son propiedad de los indios. Posteriormente, se

crearon las comisiones repartidoras constituidas por tres miembros de la población y el presidente

municipal o jefe político de la localidad. Para 1849 apareció el decreto número 121 que reiteraba

la propiedad de los indios sobre los terrenos rurales y urbanos, y su derecho a que se

distribuyeran entre los habitantes de la respectiva localidad. El 17 de abril de 1849 el decreto

número 122 estipuló la medición de los terrenos adjudicados en los cuales hubiese confusión o

disputa. Esta disposición la haría el alcalde municipal bajo la ayuda de un “agrimensor

inteligente” con el objetivo de aclarar la división de los fundos legales, ejidos y terrenos de un

pueblo con otro, o de un pueblo con un particular.104 La culminación de este tipo de legislación

estatal se adelantó a la expedición de la Ley de Desamortización, la cual amplió la disposición

privatizadora a un nivel federal y a un rango constitucional.

Con base en esta legislación y de acuerdo al informe del diputado Ignacio Aguirre Loreto,

en el periodo de 1813 a 1849 se repartieron 20 mil hectáreas de cerca de las 81 mil consignadas

para su individualización. De ellas, el 24.6% eran indígenas. La información es aproximada ya

que muchos pueblos no tenían los títulos de propiedad o buscaron por todos los medios retardar

el proceso. Además es conocido que hubo muchas irregularidades en el proceso lo que llevó a los

indígenas a defenderse jurídica y socialmente, estableciendo quejas, apelando litigios o

sublevándose. Mario Aldana Rendón establece que en un periodo de 36 años, de 1822 a 1858,

desaparecieron 63 comunidades en Jalisco: “en Ahualulco y Autlán dos de cada cantón; tres en

104 Aguirre Loreto, Colección de acuerdos, órdenes y decretos, pp. 158 - 160; Meyer, Esperando a Lozada, pp. 118
- 130; Víctor Manuel Téllez Lozano, Territorio, gobierno local y ritual en Xatsitsarie/ Guadalupe Ocotán, Zamora,
tesis doctoral El Colegio de Michoacán, 2005, pp. 125 - 128; y Mario Alfonso Aldana Rendón, El subsuelo indígena
en el Occidente, Jalisco-Nayarit. Siglo XIX, Zapopan, El Colegio de Jalisco, 2005, pp. 46 - 54.
116
Lagos y Colotlán respectivamente; en la Barca, de 37 pueblos apenas sobrevivieron 12; en Sayula

y Zapotlán, de 55 quedaron solo 38; y en Tepic, de 70 sobrevivieron 49”.105

Ahora bien, la historiografía revisionista ha señalado que los estudios sobre el tema de la

desamortización considerados clásicos, es decir los provenientes de las décadas de los 60’s a los

80’s destacaban únicamente la visión del despojo. Probablemente esto se debió a la carencia de

fuentes para cuantificar de forma confiable los cambios en los patrones de tenencia de la tierra,

información de la que también padecieron los liberales. De este modo: “la falta de datos

confiables sobre la población y propiedad [...] hicieron depender a los gobiernos de la buena

voluntad de los pueblos y del apoyo de las autoridades intermedias” para llevar a cabo el

proceso. 106 Esta falta de precisión en las fuentes también se reflejó en algunos trabajos

tempranos, por ejemplo, para el caso jalisciense el texto de Robert Knowlton sobre la

individualización de la propiedad corporativa en Jalisco fue por muchos años un referente sobre

el tema,107 Margarita Menegus de forma crítica establece que Knowlton realmente estudió una

comunidad a las afueras de Guadalajara y no la totalidad del estado, por lo que en realidad su

información se refiere a la venta de ejidos que no es lo mismo que las tierras comunales.108 La

desamortización como tal implicó una adjudicación, un cambio en el régimen de la propiedad; en

cambio el despojo sí generó descontento. La historiografía no es muy clara respecto a qué tipo de

105 Aguirre Loreto, Colección de acuerdos, órdenes y decretos, p. 160; y Aldana, El subsuelo indígena, pp. 14 - 18 y
61 - 62.
106 Daniela Marino, “La desamortización de las tierras de los pueblos (centro de México, siglo XIX). Balance
historiográfico y fuentes para su estudio”, p. 42 en Academia: https://www.academia.edu/ Fecha de consulta: 16 de
febrero de 2016.
107 Robert Knowlton, “La individualización de la propiedad corporativa civil en el siglo XIX - Notas sobre Jalisco”
en Historia Mexicana, México, vol. 28, núm. 1, julio - septiembre de 1978, pp. 24 - 61.
108 Margarita Menegus Bornemann, “El efecto de la ley de desamortización en las comunidades indígenas de los
estados de México, Oaxaca y Jalisco” en Olveda (Coord.), Desamortización y laicismo, pp. 120 - 122. También ver:
Robert Knowlton, “Dealing in Real Estate in Mid-Nineteenth-Century Jalisco. The Guadalajara Region” en Robert
Jackson (ed.), Liberals, the Church, and Indian Peasants. Corporate Lands and the Challenge o f Reform in
Nineteenth-Century Spanish America, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1997, pp. 13 - 36.
117
tierras se refieren. Menegus resalta que en realidad hubo una serie de arrendamientos de parte de

la comunidad para personas ajenas a ella, así también estas mismas personas subarrendaron la

propiedad a su cargo. Este tipo de prácticas, que en realidad fueron más comunes de lo que se

pensaba, fomentaron el impulso hacia la fragmentación. Así, la dinámica económica y

poblacional tendía a disolver lazos promoviendo un proceso de individualización de la tierra.109

Asimismo, los trabajos que destacaron únicamente el despojo no tomaron en cuenta otros

elementos como las negociaciones de los pueblos indígenas con las autoridades intermedias,

aspecto que se logró en textos recientes que destacan estudios de caso particulares. Pensar en los

pueblos como actores políticos permitió vislumbrar otras aristas del tema más allá de la mecánica

imposición ideológica y legislativa por parte de un grupo de liberales en el poder, revirando la

perspectiva de los “otros” a un proceso que se ha presentado como monotemático. Así, se ha

podido relativizar la “leyenda negra” de la concentración territorial matizando, en palabras de

Marino, que algunos pueblos: “lograron instrumentar estrategias destinadas a mantener el

usufructo e incluso la propiedad colectiva de sus tierras, en muchos casos con sostenido éxito,

hasta la restauración de la república o bien hasta la ascensión de Díaz”.110 De cualquier modo,

aunque el papel de las comunidades ante el proceso desamortizador fue mucho más complejo que

el de simple víctima, esto no desestima que existió un proceso de pauperización en sectores

indígenas y campesinos concretos.

Lo que me interesa destacar es que hubo dos procesos contrapuestos en el siglo XIX, uno

iba en dirección de mantener una organización tradicional, un uso colectivo de la propiedad, y el

otro apuntaba a una modernización de la propiedad mediante su individualización con el fin de

hacer esas tierras económicamente productivas. Si bien la legislación estatal pretendió también

109 Menegus, “El efecto de la ley de desamortización”, p. 130.


110 Marino, “La desamortización de las tierras”, p. 40.
118
desarticular el monopolio de propiedades que tenía el clero (aspecto que se logró parcialmente),

también fue un hecho que los pueblos indígenas, con menos elementos para emprender una

defensa jurídica exitosa, se encontraban más desprotegidas y en realidad fueron las más

perjudicadas.

Además, las leyes al respecto se caracterizaron por tener un lenguaje ambiguo (propio de

un ambiente leguleyo) que dificultaba su aplicación efectiva, por ejemplo la utilización indistinta

de términos cómo dividir, repartir, distribuir, privatizar o enajenar están presentes en la

legislación sobre las tierras. Sobre lo anterior Luis Alberto Arrioja Diaz Viruell y Carlos Sánchez

mencionan:

A estas vaguedades se sumó el problema de distinguir los terrenos que se consideraban


comunales, la situación legal de los mismos al momento de la repartición, la integración de
comisiones que instrumentaran esta reforma, la resolución de aquellos conflictos legales y sociales
que surgieran al tiempo de repartir la tierra y, lo más complejo, la anuencia de los pueblos para
llevar a cabo ese programa.111

De este modo, aunque el proceso individualizador pretendió apegarse a derecho, fue un

hecho que los propietarios particulares se beneficiaron de la confusión sobre la forma de aplicar

esta legislación, tomando ventaja al interpretar las leyes a su favor. En otros casos, existió

complicidad entre el comprador y la comisión repartidora o el jefe municipal para estafar a la

comunidad. En última instancia, el hacendado le prestaba al campesino una cantidad que sólo se

liquidaba con la sesión de su tierra. Del mismo modo, hubo casos en donde la legitimidad

originaria de los títulos se puso a discusión. Todo ello generó confusión y descontento de parte de

muchas comunidades indígenas que expresaron su sentir sobre la injusticia de la repartición,

considerada un despojo hacia sus tierras y su cultura.

111 Arrioja y Sánchez, “La ley de desamortización de 25 de junio”, p. 113.


119
Precisamente, dicho sentimiento y el afán por recuperar el entorno en el cual vivían

generó numerosas revueltas indígenas de carácter agrario y conservador. Hubo diversas

sublevaciones en la zona cercana a Chapala destacando por su alcance político la ocurrida en

Jocotepec, la cual fue encabezada por el cacique indígena Lugardo Onofre quien emitió un

pronunciamiento público solicitando la devolución de las tierras de la comunidad. Años después

el levantamiento encabezado por Manuel Lozada en el territorio de Tepic agrupó a diversos

grupos indígenas de la sierra nayarita como fueron los huicholes, los coras y los tepehuanos.

Conforme el movimiento ganó fuerza tomaron la tierra de los hacendados y la repartieron entre

los lozadistas. Al respecto El Semanario Jalisciense cuestionaba: “¿con que derecho créense esos

indígenas propietarios de las tierras que actualmente poseen dueños legítimos?”. Para este

semanario, los indígenas sublevados tenían dos alternativas: llevar sus problemas ante un tribunal

o echarse en brazos del comunismo (lo que sea que la prensa de esa época entendiera por dicho

término). Así, en pos de la “civilización” y para evitar el retroceso, se tenía que defender la

propiedad: “hagámosles comprender que la Propiedad, además de ser una ley bella y civilizadora,

es una ley indestructible, porque Dios mismo la crió para el progreso”.112 Ante este tipo de

reacciones y ante los constantes ataques de fuerzas militares contra el movimiento, el lozadismo

también generó una retórica que miraba al pasado con nostalgia, al tiempo que criticaba la

rapacidad del gobierno y lo perjudicial de sus reformas. En cierto sentido la rebelión buscó

mediante acciones directas y alzamientos que las cosas volvieran a ser como fueron antes, lo que

refería, entre otras cosas, a un tiempo indeterminado pero en el cual ellos tenían el control sobre

sus propiedades.113

112El Semanario Jalisciense, domingo 2 de marzo de 1873, tomo II, núm. 64, pp. 6 - 7.
113 Sebastián Porfirio Herrera Guevara, Las representaciones de Manuel Lozada y el movimiento lozadista en la
prensa tapatía 1853 - 1875, Guadalajara, tesis de licenciatura Universidad de Guadalajara, 2011, pp. 119 - 120.
120
b) La hacienda y sus trabajadores. El número de haciendas registradas en el estado no

varió mucho durante las primeras décadas del XIX (ver cuadro 6). Esto podría llevar a pensar que

el mundo de la gran propiedad permaneció inmóvil o ajeno a las transformaciones sociales y

políticas que el estado estaba viviendo. Aún más podría pensarse, como lo asegura cierta

historiografía clásica, que las haciendas fueron espacios llenos de tierras improductivas, con una

organización interna casi feudal (sujeción del trabajador por deuda, ausentismo del dueño, tienda

de raya), que procuraba bastarse a sí misma en términos de cultivo y que se encontraba ajena a

cualquier proceso de modernización. Por lo tanto se aseguraba que la hacienda había sido un

lastre para la modernización de la agricultura en el país.114

Cuadro 6. Número de haciendas en Jalisco durante el siglo XIX.115

Número de
Años haciendas

1825 387

1843 391

1858 395

Trabajos más recientes han complejizado y matizado sobre la dinámica al interior de las

haciendas, poniendo de manifiesto su importancia en el aspecto económico al igual que su

empuje hacia una dinámica de mercado; del mismo modo se han estudiado sus procesos de

adopción tecnológica. En ese sentido, Van Young destaca que para el caso de la región de

Guadalajara estas unidades de tierra fueron en realidad núcleos redituables, activos y en constante

114 Frank Tannenmbaum, “La organización económica de la hacienda” en El trimestre económico, vol. 2, núm. 6,
1935, pp. 203 - 205.
115 Basado en: Roa, Estadística del estado, pp. 155 - 156; López Cotilla, Noticias geográficas y estadísticas, p. 156;
y Banda, Estadística de Jalisco, pp. 38 - 39.
121
transformación, menciona también que se trata de contextos complejos con una serie de

“relaciones o de sistemas entrelazados”, más que entidades dotadas de “características fijas y

exclusivas”.116

Por su parte, Valerio Ulloa establece que hacer una caracterización de la hacienda

jalisciense resulta muy complejo puesto que cada unidad territorial tuvo características propias

que excluyen analitícamente una generalización que no vaya más allá de lo superficial. Más bien

habrá que aceptar que hubo una mezcla de elementos de modernidad y otros de tradición. Por

ejemplo, en algunas zonas aisladas del estado la relación paternalista entre el hacendado y el peón

subsistió hasta el Porfiriato. En dicha dinámica se podía castigar o premiar al acasillado tomando

en cuenta códigos sociales y tradiciones, como su lealtad hacia la propiedad y el dueño, o por otro

lado los intentos de fuga. En estos casos también hubo endeudamiento y fuertes vínculos

familiares hacia la hacienda. En cambio, en regiones cercanas a centros urbanos importantes, y

donde la producción comercial fue mayoritaria, las relaciones fueron mucho más relajadas. El

peón era asalariado y abundaba la mediería.117 Al respecto el autor establece que en estos casos:

“los hacendados realmente se habían convertido en verdaderos empresarios capitalistas que

buscaban obtener ganancias y beneficios a través de la explotación de sus fincas”.118

116 Van Young, La ciudad y el campo, pp. 123 - 124.


117 Los trabajadores agrícolas de las haciendas se pueden dividir en tres grupos: los peones formaban parte de los
trabajadores permanentes de la hacienda, que vivían al interior de la misma, gozaban de crédito en la tienda de raya y
una pequeña parcela para cultivar otros granos y criar animales. Los trabajadores temporales tenían un lugar en la
hacienda así como un trazo de barbecho y un salario, pero solamente laboraban por un tiempo establecido, que podía
ser en momentos de siembra o de cosecha. Podían ser residentes de alguna aldea o pueblo cercano. Por último, los
medieros o aparceros llegaban a un acuerdo con el hacendado donde trabajaban las tierras a cambio de la mitad de la
ganancia o un porcentaje antes fijado. Los acuerdos entre estos rentistas y los hacendados eran muy variables pues se
podían modificar o finiquitar en cualquier momento. Algunos medieros apenas lograban mantener la subsistencia
mientras otros tenían excedentes lo que les permitía contratar empleados y arrendar extensiones de terreno aun más
grandes. Al respecto ver: Valerio, Historia rural, pp. 173 - 191; y Friedrich Katz, La servidumbre agraria en México
en la épocaporfiriana, México, Ediciones Era, 2004, pp. 15 - 18.
118 Valerio Ulloa, Historia rural, p. 161.
122
Es cierto que tanto el trabajo de Van Young como el de Valerio Ulloa no se ajustan a la

temporalidad estricta que pretendo abordar, sin embargo ambos delinean la característica

principal de las haciendas jaliscienses: la transformación de su dinámica interna. Si bien resulta

claro que este cambió fue diferenciado por zonas y propietarios, es un hecho que hay por lo

menos un intento de modernización generalizado. Esta modificación se puede observar en

específico en las relaciones de trabajo.

Al interior de una hacienda coexistieron diferentes tipos de trabajadores y por lo tanto

distintas formas de relacionarse con ella. En el estrato más alto solía encontrarse el administrador,

representante del dueño y quien se encargaba del funcionamiento de toda la propiedad. En dichos

casos el propietario permanecía en Guadalajara supervisando sus otros negocios que solían ser de

tipo comercial o minero. En el organigrama hacendario le seguían, en términos de importancia, el

mayordomo y el caporal, aunque opcionalmente se encontraban maestros, llaveros, caballerangos

y demás personal encargado de actividades alternas. En la base de la pirámide estaban los peones,

los jornaleros, los medieros y otros arrendatarios que trabajaban directamente la tierra. Mario

Aldana establece que hacia el final del XIX los hacendados representaban tan sólo el 0.02% de la

población dedicada al campo en comparación con el 95.2% de peones y 4.7% de agricultores.

Esto sugiere un panorama altamente concentrado donde la clase propietaria acaparaba el 74.01%

de la tierra.119

Contrario a lo que podría pensarse en el contexto del campo jalisciense decimonónico, un

acasillado tenía una posición que en algunas ocasiones resultaba deseable. En el marco cambiante

de la dinámica rural, era posible que un indígena campesino perdiera su tierra en un proceso de

individualización, que malograse un acuerdo de arrendamiento o que debido a la presión

demográfica tuviera que emigrar de su comunidad hacia otro contexto. En ese sentido, tener un

119 Aldana, Desarrollo económico, p. 94.


123
trabajo permanente representaba una perdurabilidad que otros sujetos no tenían. Así, el peón

“tenía mayor estabilidad y seguridad en sus condiciones de vida, un trabajo permanente, una casa

donde vivir e ingresos monetarios y en especie que lo libraran de las continuas crisis

económicas”.120 Igualmente generaban una relación de mucho arraigo con la unidad agrícola

porque en ocasiones generaciones familiares de campesinos trabajaron en el mismo lugar.

Por otra parte la acción de rentar algunas tierras, generalmente las de menor calidad, era

una forma en la que el dueño reducía costos, ya que obtenía una ganancia de un terreno que de

otro modo permanecía ocioso. Así, surgió una clase abundante de arrendatarios que tuvieron

suertes muy variadas. En ocasiones antiguos rentistas llegaron a tener la posibilidad, ya sea por

su éxito económico o por crisis de la hacienda, de comprar una parte de terreno generalmente de

dimensiones pequeñas o medianas, engrosando en consecuencia la amplia clase ranchera

jalisciense. Esta clase tuvo características propias pues su posición privilegiada era endeble, si

bien contaban con propiedad y capital fueron mucho más proclives que los hacendados a perder

sus propiedades en momentos de crisis, debido a que no contaban con crédito o capital para

amortiguar una pérdida. En ese sentido, Richard Lindley establece que la élite jalisciense utilizó

el matrimonio como una forma de asegurar que la riqueza permaneciera concentrada en unas

pocas manos. Así, “las sociedades conyugales que combinaban intereses agrícolas, comerciales y

mineros satisfacían muchas de las condiciones y desempeñaban muchas de las funciones que

realizan ahora los bancos y las corporaciones en nuestra sociedad”.121 No obstante, la clase

ranchera posicionada en la mayoría de los casos en un estrato medio, no contaba con estos nexos

ni tampoco tenía seguridad económica, por lo tanto buscaron preservar sus privilegios a través de

120 Valerio Ulloa, Historia rural, p. 161.


121 Lindley, Las haciendas y el desarrollo, p. 89.
124
un conservadurismo dirigido a evitar modificaciones radicales en las estructuras agrarias y

económicas.

Más allá de estos círculos otra numerosa parte de campesinos tuvo una relación mucho

más flexible e inestable con la hacienda, su permanencia como trabajadores estaba sujeta a la

demanda del mercado, las temporadas de trabajo agrícola o al capital que tuviera la propiedad.

Además los contratos de arrendamiento fueron variables en sus condiciones, pues había una

disputa en cada negociación contractual que favoreció casi siempre al propietario. En ese sentido,

la constante de estos medieros fue la incertidumbre. Dicha inconsistencia generaba que se dieran

largas temporadas de desempleo, en las cuales los trabajadores temporales tenían que buscar otras

formas de ingreso, no siempre al interior del marco de la legalidad, por lo que veían en el robo

una forma aceptable de seguir subsistiendo.

De acuerdo con Valerio Ulloa, estos trabajadores temporales formaron parte de un grupo

“errante, libre y desarraigado” que engrosó el número de gavillas existentes en Jalisco durante el

siglo XIX. 122 Van Young por su parte describe cómo el movimiento independentista de Hidalgo

fue la chispa que desencadenó una violencia campesina que iba dirigida a resarcir viejos agravios,

obtener venganzas e incluso botines. Entre los insurgentes hubo numerosos criminales cuyas

acciones, como los asaltos a despoblado o la liberación de reos de las cárceles, estuvieron lejos de

tener una base ideológica que empatara con los ideales del cura de Dolores y más bien se

explican por las condiciones económico-sociales que enfrentaban, las cuales evidentemente eran

la pobreza y la falta de oportunidades para obtener recursos de subsistencia suficientes.123En el

mismo tenor, Hamnett afirma que estos “trabajadores sin tierras, campesinos desposeídos,

122 Valerio Ulloa, Historia rural, p. 178.


123 Eric Van Young, La crisis del orden colonial. Estructura agraria y rebeliones populares de la nueva España,
1750 - 1821, México, Alianza Editorial, 1992, pp. 329 - 334.
125
subempleados y desempleados eran fuente de reclutas para las bandas criminales”.124 Finalmente,

Taylor establece que aquellas comunidades “indias” de Jalisco que habían perdido su tierra

contribuyeron al bandolerismo.125 De acuerdo con esta serie de trabajos que analizan las

condiciones sociales y económicas del territorio en cuestión, a través de diferentes épocas, así

como con lo expuesto sobre las difíciles condiciones del trabajador de campo jalisciense,

especialmente el temporal, o bien del indígena descontento por lo que consideraba un despojo, es

posible relacionar la pobreza, el hambre y la desocupación con el incremento de las actividades

criminales, en específico con el robo que al ser una sustracción material se utilizaba para obtener

comida o ganancias que cubrían las necesidades más primarias o complementaban sus

insuficientes ingresos.

Estamos ante una masa de campesinos sin tierras e inconformes por un lado y a una serie

de pueblos indígenas que habían sufrido agravios desde tiempo atrás, por el otro. Ambos vivían

en la pobreza y sentían que tenían menos recursos y posibilidades que en el pasado para

sobrevivir. Por ello, a lo largo del tiempo y a través de diferentes medios, manifestaron su

inconformidad de forma violenta y visible. Así, algunos grupos de descontentos formaron parte

de las huestes de Hidalgo o de Encarnación Rosas, más adelante en el siglo ese malestar también

explotó en los movimientos de los ya mencionados Onofre y Lozada. Desde una perspectiva

general, la violencia como una manifestación del descontento social se puede rastrear en los

numerosos levantamientos de corte agrario, reformista y reparador de las estructuras tradicionales

que hubo a nivel estatal, nacional e incluso continental.126

124 Hamnett, Raíces de la insurgencia, p. 38.


125 Taylor, “Bandolerismo e insurrección”, p. 208.
126 El tema de las rebeliones campesinas constituye una historiografía bien consolidada, al respecto ver: Paul
Friedrich, Rebelión agraria en una aldea mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 1981, 193 pp.; Dawn
Fogle Deaton, “La protesta social rural durante el siglo XIX en Jalisco” en Carmen Castañeda García (ed.), Elite,
clases sociales y rebelión en Guadalajara y Jalisco, siglos XVIII y XIX, Guadalajara, El Colegio de Jalisco /
126
También es necesario destacar que la pauperización generó un aumento en la inseguridad

de los habitantes en términos de supervivencia, de mantener sus posesiones o bien de conservar

un comercio pequeño. Las condiciones de vida se agravaron para algunas personas que

experimentaron la peor parte de la civilización y el progreso en Occidente: la privatización de las

ganancias y la socialización de las pérdidas. Esos hombres, los ladrones comunes, buscaron en el

robo una forma de obtener o completar sus ingresos, ante esto y contrario a la idea romántica del

bandido profesional, es necesario afirmar de una vez que en realidad fueron pocos los ladrones

que hicieron de esta práctica una forma de vida. No estamos ante ladrones profesionales, sino

ante hombres que buscaron en la sustracción complementar u obtener su ingreso.

El hambre fue la clave, esta tuvo una presencia permanente en las mayorías mexicanas

decimonónicas y la pobreza era parte del escenario cotidiano. Las mujeres por ejemplo, vivían en

constante preocupación por obtener alimentos, para ello vendían fruta, laboraban como nodrizas,

cosían ropa o realizaban otras tantas actividades para complementar el ingreso. En momentos de

extrema desesperación se visitaba al prestamista o el Monte de Piedad. En ese sentido, el robo de

pequeños objetos fue tan común que el dueño o dueña de la casa tenía que ir en persona al

empeño.127 Por su parte, Hobsbawm afirmó que “el ritmo del hambre determinaba la estructura

básica del ritmo del bandolerismo”.128 Las regiones pobres y pobladas eran áreas donde surgían

los ladrones, en tanto las ricas eran los sitios donde llevaron a cabo sus actos, la riqueza y la

pobreza se contraponían en un tinglado complejo de causas y fines, para la élite estos fueron los

principios generadores del fenómeno y para muchos ladrones aquellos eran objetivos de su

Gobierno del estado de Jalisco, 1988, pp. 97 - 122; Leticia Reina, Las rebeliones campesinas en México (1819 -
1906), México, Siglo Veintiuno Editores, 1998, 471 pp.; Florencia Mallon, Campesino y nación. La construcción de
México y Perú poscoloniales, México, CIESAS / El Colegio de San Luis / El Colegio de Michoacán, 2003, 584 pp.;
Sergio Serulnikov, Conflictos sociales e insurrección en el mundo colonial andino: el norte de Potosí en el siglo
XVIII, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006, 463 pp.; y Luis Alberto Arrioja Diaz Viruell, Conflictos
por la tierra en Oaxaca, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2012, 263 pp.
127 Anne Staples, “El siglo XIX”, p. 122.
128 Hobsbawm, Bandidos, p. 22.
127
predilección. Así, el siglo de las grandes transformaciones también lo fue el de los ladrones

comúnes.

En suma, nos encontramos ante un panorama complejo dentro del cual la manifestación

social que pretendo destacar es la del robo. Pero como queda claro, esta práctica estaba ligada a

numerosos factores en específico la pobreza así como la inseguridad que se vivía en caminos y

poblaciones aisladas. En primer lugar, los caminos eran lugares propicios para que se diera un

aumento significativo de la delincuencia, se encontraban en mal estado y no estaban

adecuadamente vigilados. Por lo tanto, como se observó, a lo largo de numerosos relatos de

personajes que se adentraron en las vías de comunicación nacionales, la travesía de emprender un

viaje en el estado casi seguramente implicaba tener un encuentro con uno o varios ladrones.

En ese sentido, la irregular geografía jalisciense fue adaptada para evidenciar los sitios

peligrosos. Lo anterior no solamente mostraba que en los caminos aislados, en las curvas o en las

arboladas un viajero podía perder la vida, sino que en un sentido más profundo estas eran las

evidencias más claras de la debildad estatal. Incapaz de garantizar la seguridad de sus

ciudadanos, estos tenían que defenderse por su cuenta. Al respecto, desde una perspectiva social

la historia de los ladrones esta protagonizada principalmente por perpetradores y por víctimas.

En segundo lugar se encuentra la pauperización generada por dos vertientes principales.

Por un lado, se encontraba la creciente presión de mano de obra y alimentos generada por una

población creciente; por otro lado, la indefensión del trabajador agrícola que se vió obligado a

perder su tierra y entrar a trabajar a las haciendas, a arrendar un terreno o a migrar. En ese

momento, no fue casual que existió un significativo aumento de robos, los ladrones ya sea en

solitario o formando gavillas se aprovecharon del activo movimiento de capital y de mercancías

para obtener sus botines. El aumento en el número de sustracciones trajo consigo asesinatos y

violencia, por lo que no es casualidad que el robo, el robo con golpes y el homicidio fueran los
128
cargos que más se persiguieron por parte de las autoridades estatales. En cierto sentido, la

delincuencia fue una consecuencia del progreso económico de ciertas regiones del estado, ya que

polarizó la distribución de la riqueza e incrementó las desigualdades en el campo.

De forma inversa, es interesante resaltar que fue la seguridad económica, la que generó

que otros grupos sociales, como los acasillados y los permanentes, se mantuvieran ajenos a las

confrontaciones sociales, pues la conservación de una fuente segura de alimento y un techo en

ocasiones justificaban las duras condiciones laborales. Así, mientras la producción agrícola

aumentó beneficiando a unos cuantos dueños y rancheros, en cambio los indígenas perdieron sus

tierras así como los privilegios corporativos que gozaban. Las opciones de trabajo de los

campesinos disminuyeron y la calidad de las circunstancias laborales también aminoraron, lo

anterior pauperizó las condiciones de la población rural jalisciense. Es decir, en ese ámbito de

tensión las transformaciones que implantaron los grupos gobernantes, como la individualización

y la ciudadanización de la sociedad, solamente aceleraron dichos procesos y generaron

descontento, hambruna y desesperación.

En un nivel más amplio, la confrontación entre la sociedad campesina y los gobernantes

liberales residió en las distintas concepciones que tenía cada grupo, mientras la cultura agraria

buscaba tener control sobre su producción, sus concepciones sobre la naturaleza, así como la

administración de sus recursos. El gobierno pretendió abarcar esos espacios resignificando las

creencias y las dinámicas del mundo agrario para adecuarlo a sus propias visiones elitistas.129

Tras la guerra de Independencia y la sucesión a nivel nacional de numerosas rebeliones de

carácter campesino, fue cuando los gobernantes republicanos voltearon a ver el mundo rural que

tenían ante sí.

129 John Tutino y Mario A. Zamudio Vega, “Historias del México agrario” en Historia Mexicana, México, vol. 41,
núm. 2, octubre - diciembre de 1992, pp. 177 - 220.
129
La élite observó en las rebeliones y en los conflictos un problema social, generalmente

proveniente de la pobreza, la miseria pero también de la ignorancia del agricultor y del indígena,

un conjunto de vicios morales. También señalaron como causas de esta situación a las herencias

improductivas provenientes de la sociedad estratificada colonial, donde se privilegiaban a las

corporaciones y a la Iglesia. Como se puede observar el diagnóstico era acorde a la teoría liberal

pero las estrategias fueron poco adecuadas para solucionar el problema, generando como

resultado que la permanente sublevación rural fuera ejemplo del poco éxito de la política sobre el

campo en términos sociales. Ese descontento del cual una de sus manifestaciones fue la

criminalidad y en concreto los robos, se derivó en una serie de discursos, reflexiones y notas de

prensa sobre el tema, aspecto que corresponde al siguiente apartado.

130
CAPÍTULO 2
CONTROL DE PLAGAS.
EL ROBO VISTO A TRAVÉS DE LAS LETRAS DE MOLDE

¡Robo y encima ultraje! - gritó airado el abad -


¡Maldito ladrón! [...] ¡Ladrón, ladrón! ¡Algún día he
de ver tu pescuezo envuelto en un elegante lazo de
cuerda!
Anónimo, Robín Hood.

INTRODUCCIÓN

El presente capítulo trata sobre la forma cómo fue vista la práctica del robo en la opinión pública,

en los diarios de viajeros y la literatura del periodo decimonónico (especialmente poniendo

énfasis entre los años de 1846 a 1861), intenta analizar la forma en que una élite regional

concebió a sus delincuentes y de qué manera pensó en combatirlos. La intención es mostrar por

un lado, la importancia que tuvo para la autoridad, y para cierto sector letrado de la sociedad, la

nutrida presencia de ladrones y robos en los caminos y poblaciones jaliscienses; por otro lado

mostrar la ubicuidad que tuvo el fenómeno ya que prácticamente todas las fuentes de la época

reportaron alguno de estos hechos delictivos o bien reflexionaron sobre el tema (las razones, las

formas, los personajes) e incluso propusieron soluciones.

El análisis se enfoca en concreto en el abordaje que tuvieron al respecto diferentes medios

de enunciación como los informes de gobierno, la prensa periódica, las memorias de viajeros y

las novelas. Algunos de estos formatos evidenciaron las opiniones, las filias y las fobias de la

clase potentada, otros fueron expresiones artísticas y de divertimento, el resto se puede entender

como un compendio de testimonios que desde un punto de vista personal registraron el México
decimonónico. Todos estos fueron medios a través de los cuales una clase en el poder, letrada y

elitista, visibilizó la creciente criminalidad que había en el estado. El análisis de estos escritos

permite también comprender cómo se clasificó a la sociedad entre lo aceptable y lo indeseable,

entre el modelo de ciudadano y la figura de ladrón. El primero fue en realidad un proyecto para

alcanzar y consolidar en un mediano plazo, mientras el segundo fue una figura que se quería

erradicar, o por lo menos controlar, en lo inmediato.

En primer lugar, es necesario demostrar que esta veta de información se enmarcó dentro

de un ámbito dominado por la incertidumbre social, política y económica que imperó en las

décadas intermedias del siglo XIX no solamente en el estado de Jalisco, sino a nivel nacional. Por

ejemplo, los periódicos y los informes eran los principales medios de publicidad que tenía el

poder, aunque existieron órganos opositores pertenecieron también a la élite, entre ambos bandos

debatieron acerca de los asuntos públicos como la guerra, la economía, la forma de gobierno y

por supuesto la inseguridad y la manera de terminar con ella. El conjunto de esos debates

constituyó la opinión pública.

Conforme las sociedades en Occidente fueron consolidando sus estructuras de gobierno y

aumentando los medios de dominación sobre su territorio y población, las discusiones sobre los

personajes indeseables se hicieron más evidentes. Esta situación se dio tanto en Europa como en

América a diferentes niveles. Parte de los estudios sobre la criminalidad en diversos países han

centrado su atención en las construcciones sociales así como en las percepciones que se tenían

sobre ella; es decir, en las categorías abarcadoras de las cuales se componía la sociedad. Estos

tipos ideales partieron de una contradicción inherente. Por un lado, la formación estereotípica del

ciudadano, el hombre que englobaba las virtudes cívicas del momento, como el sometimiento a la

ley y el orden. Por otro lado, el que se desviaba de esta norma podría caer en una serie de

etiquetas que lo definían como “anormal”, “desviado”, “transgresor” o “bandido”.


132
En términos estrictos, bandolero y bandido, provienen de bando. La primera palabra en un

inicio no tenía un sentido peyorativo, se refería a la anexión a una causa concreta, así el

bandolero era el partidario de un bando específico. En la Europa feudal, la publicación de un

bando era una forma de declarar la guerra, a través de estas acciones se vinculaban cuestiones de

honor, de posesión de la tierra así como el prestigio de un noble. En España el término bandolero

se utilizó a principios del siglo XVII para referirse al ladrón o al hombre que robaba,

generalmente se aludía a hombres de campo quienes sustraían en grupo y bajo las órdenes de un

jefe conocido. También es importante resaltar que en los diccionarios y textos de la época ya

existía la diferenciación entre el bandolero caballeresco (es decir, el que no mataba o procuraba

no ser violento) y el salteador de caminos común, sin duda una diferenciación temprana del

accionar entre lo delictivamente aceptable y lo absolutamente inadmisible, así estos bandoleros se

vinculaban bajo el mismo término, aunque diferían en sus motivos y modos de operación.

Propiamente, bandido provenía de Italia y se refería a un hombre proscrito por haber cometido un

crímen o un delito. No fue difícil que estos términos se comenzaran a utilizar como equivalentes,

como lo explican Álvarez Barrientos y García Mouton: “en la vida real, bandoleros y bandidos

vivieron muchas veces de forma semejante y qué duda cabe de que delincuentes proscritos

formarían parte de las partidas de bandoleros, lo que explica el acercamiento de los

significados”.1 Aún así, permaneció un matiz ligero, no siempre claro, entre el bandido, peligroso

y violento, y el bandolero que era un ladrón que tenía ciertas características nobles, provenientes

especialmente de la literatura caballeresca.

Al respecto, habrá que resaltar que en el México decimonónico la etiqueta de bandido se

utilizaba de forma laxa, como parte de varios términos generalizadores empleados por la élite

1 Joaquín Álvarez Barrientos y Pilar García Mouton, “Bandolero y bandido. Ensayo de interpretación” en Revista de
dialectología y tradiciones populares, Madrid, tomo XLI, 1986, p. 12.
133
para referirse a los individuos indeseables. En concreto, bandido se aplicó para etiquetar un

número diverso de acciones, como el alzamiento político, el pronunciamiento, así como el robo o

el asalto. Esta laxitud dentro del término bandido no fue privativa de esta región, sino que fue de

uso universal. Por ejemplo, en el trabajo compilatorio de Slatta se ejemplifica que esta palabra se

utilizó en las grandes pampas sudamericanas para designar tanto al que cometía un robo (es decir

una definición acorde al punto de vista legal) hasta a los pobres u oprimidos políticos. Pero no

solo eso, lo mismo sucedió con otras palabras como vago o maleante que se utilizaron de forma

indistinta para etiquetar a los indeseables; también pasó algo similar con los vocablos bandidos y

cangaceiros en el territorio brasileño.2

En general, las visiones sobre el “otro”, el que no es parte de un grupo determinado,

suelen ser despectivas; sin embargo, como lo planteó Franqois Hartog, el espejo de estas

representaciones refleja una serie de prejuicios e intencionalidades que explican su enunciación.3

En este caso, la acción de etiquetar a un grupo determinado, o en este caso las ideas acerca del

tema de la inseguridad, por parte de una élite constituyó un ejercicio de poder en términos

comunicativos, lo cual se manifestó nombrando de diversas formas a un grupo de individuos,

pero también pensando e imaginando sus valores y motivaciones, estableciendo que al pertenecer

a las clases menos ilustradas, pobres o peligrosas eran proclives al delito. Por supuesto, esta

valoración justificaba la punición y favorecía el control social.

En Inglaterra por ejemplo, dos de las consecuencias negativas que tuvo su temprano

proceso de industrialización fue el surgimiento público de una masa urbana que sobrevivía en

condiciones de vida paupérrimas y el aumento en el número de delitos. No fue difícil en los

espacios de enunciación de ese país relacionar causalmente el crimen con la pobreza. Esta

2 Slatta (Ed.), Bandidos, pp. 15, 39 y 70.


3 Franqois Hartog, El espejo de Heródoto. Ensayo sobre la representación del otro, México, Fondo de Cultura
Económica, 2002, 363 pp.
134
asociación se debió a los prejuicios que se tenían respecto del miserable, pero también al uso de

estadísticas criminales y la opinión pública. Ambos elementos le dieron visibilidad a la actividad

delincuencial.4

Así, surgieron las nociones de clases peligrosas que eran aquellas inclinadas a cometer

delitos similarmente vinculadas con clases andrajosas y con hombres desocupados que no

trabajaban. De acuerdo con Gertrude Himmelfarb, la clase delincuente: “era una clase que se

caracterizaba por la ‘degradación’ y estaba aislada de las otras clases por la sangre, las simpatías,

su organización social y doméstica [...] Era una ‘letrina moral en la que todos los desechos y la

basura de la comunidad se asentaban y se corrompían’, era un ‘veneno moral’, una ‘gangrena

pestilente’”.5 Ahondando sobre el tema la misma autora resalta la conexión entre los términos

“clases peligrosas” y “lumpemproletariado”, proveniente este último de la terminología marxista,

al señalar que el primero fue el vocablo empleado para la traducción al inglés del Manifiesto

comunista, texto en el cual Marx se refirió a la escoria social, en ese sentido: “los lumpen no sólo

eran indigentes, sino delincuentes y delincuentes potenciales que vivían fuera de la ley y la

desafiaban”.6 Posteriormente, surgieron otros epitetos como: “clases andrajosas, clases frágiles y

clases criminales”, con los cuales también se etiquetó a los pobres, vagabundos, desempleados y

desamparados.7

Otro ejemplo fue el caso de la visión que tuvo el colonialismo inglés acerca de los thugs

en la India, una muestra de una visión “deformada de personas y acontecimientos”. En este caso,

se mostró al grupo marginal como una casta que poseía características criminales innatas, no es

4 Barry S. Godfrey, Paul Lawrence y Chris A. Williams (eds.), History & Crime. Key Approaches to Criminology,
s.l., Sage Publications, 2011, pp. 77 - 99.
5 Gertrude Himmelfarb, La idea de la pobreza. Inglaterra a principios de la era industrial, México, Fondo de
Cultura Económica, 1989, pp. 442 y 448 - 450.
6 Himmelfarb, La idea de la pobreza, 452 - 453.
7 Jorge Alberto Trujillo Bretón, “Léperos, pelados, ceros sociales y gente de trueno en el Jalisco porfiriano” en
Trujillo y Quintar (Coords.), Pobres, marginados y peligrosos, pp. 207 - 208.
135
exagerado afirmar que los thugs exaltaron la imaginación inglesa durante los siglos XVIII y XIX

a través de relatos, literatura e informes donde se mencionaba, entre otras cosas, que utilizaban

venenos y bufandas para llevar a cabo sus fechorías.

Lo anterior constituyó más una construcción cultural de los conquistadores ingleses que

una descripción con pretensiones de objetividad acerca de un grupo social determinado, en su

propio desconocimiento de la sociedad hindú promovieron la creación de enemigos, de “otros”,

de “anormales” a quienes endilgar los “vicios” que definían y justificaban las “virtudes” de una

civilización sobre otra, en ese caso de colonizadores sobre colonizados. Así, estos personajes

sombríos fueron los blancos idóneos para atacar. Esto a su vez justificó la legalidad de las

acciones punitivas en su contra con el supuesto objetivo de pacificar la zona, lo que a su vez

facilitó la criminalización de sectores considerados subversivos (que se oponían al

intervencionismo), afianzó las instituciones de justicia inglesas e incrementó el poder e influencia

del imperio en la zona. En ese sentido, en palabras de DeValle estos individuos: “se

subordinaron, así como sus destinos, a los caprichos del imaginario inglés de la época sobre la

India”.8

En lo que respecta al Canadá decimonónico, las visiones sobre la criminalidad y la

conducta criminal se plasmaron en la opinión pública con una regularidad que no tenía

precedentes en ese país, especialmente desde la década de los 1840’s en adelante. Las notas de

prensa recurrieron a la metáfora clínica del “contagio” para hacer una diferenciación de la

población “sana” de la “enferma”, 9 y para justificar el castigo que, siguiendo la imagen descrita,

8 Susana B. C. De Valle, “El imaginario inglés sobre la India (siglos XVIII - XIX): los ‘thugs’” en Estudios de Asia
y Africa, México, vol. 35, núm. I (III), enero - abril de 2000, p. 147.
9 Lorna R. McLean, ‘Common Crimináis, Simple Justice ’ The Social Construction o f Crime in Nineteenth- Century
Ontario, 1840 - 81, Ottawa, tesis de doctorado University of Ottawa, 1996, pp. 54 - 86.
136
era la cura para el padecimiento. Para ello se puso énfasis en la trascendencia e importancia de la

legislación y el sistema judicial en su conjunto como los contrapesos a la criminalidad.

Estas son tres muestras de un fenómeno que se construyó, legitimó y difundió en casi

todas las sociedades occidentales, en las cuales el incremento del control social fue una prioridad

equivalente a la gobernabilidad. Una consecuencia del progreso fue que los otrora olvidados

fueron cada vez más evidentes, lo cual inquietó y en ocasiones alarmó al poder establecido,

conforme se hablaba y pensaba al respecto, se concibió a aquellos grupos como transgresores de

las leyes y las buenos costumbres cívicas, aspectos que eran fundamentales en la concepción

moderna del Estado.

Para el caso hispanoamericano, la aparición del pobre citadino, el individuo peligroso y el

quebrantador de la ley ocurrió en la esfera pública hasta finales del siglo XIX debido a un

desarrollo industrial más tardío en la región continental. Al respecto, los estudios sobre las

formas en que las élites percibieron, representaron y discutieron sobre los criminales y sus actos

delictivos son relativamente recientes en comparación con los trabajos que abordan la ley y el

castigo, esto debido a la apertura que ha tenido la historiografía al respecto.10 Es importante

resaltar que en algunos casos estos trabajos utilizan el concepto de opinión pública.11 En

conjunto, estos textos hacen uso de diversas fuentes para estudiar las representaciones que se

hacían sobre la delincuencia y los individuos indeseables en: panfletos, literatura, estadísticas y

especialmente prensa. Resaltan la representación de los otros; es decir la forma en la cual una

élite visibilizó y etiquetó a los individuos de los bajos fondos, atribuyendoles comportamientos,

10 Ver: Introducción, p. y Salvatore, Aguirre y Joseph (Eds.), Crime andpunishment, pp. 11 - 25 y 147 - 275.
11 Frangois Xavier Guerra y Annick Lempériere, Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüedades y
problemas. Siglos XVIII - XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, 366 pp.; Cristina Sacristán y Pablo
Piccato, Actores, espacios y debates en la historia de la esfera pública en la ciudad de México, México, Instituto de
Investigaciones Históricas UNAM / Instituto Mora, 2005, 283 pp.; y Pablo Piccato, La tiranía de la opinión. El
honor en la construcción de la esfera pública en México, Zamora, El Colegio de Michoacán / Instituto Mora, 2015,
465 pp.
137
costumbres y rasgos con el fin de crear un imaginario sobre la muchedumbre que justificara,

entre otros elementos, su criminalización. Para ello, se han utilizadon analíticamente una serie de

categorías abarcadoras como la foucaultiana “anormales” y otras particulares para cada caso

como “gentes de trueno” propia del Jalisco de finales de siglo XIX.

Así, desde esta perspectiva, las nociones de criminalidad se insertaron en una discusión

aún mayor que incluye el contexto político y social desde el cual se publicaron, por ejemplo, la

relación entre la criminalidad y el Estado que controlaba los medios de publicidad, la función que

debería tener la autoridad al respecto, o bien las intenciones y estrategias de control social que

desde el ámbito del espacio público se manifestaron abiertamente en contra de su contraparte

indeseable.

De acuerdo con Elías Palti, un aspecto clave para comprender los lenguajes políticos

determinados se encuentra en reconstruir el entorno de enunciación en que fueron elaborados.12

En consecuencia, las fuentes históricas de carácter público que tratan el tema de la criminalidad

deben verse como testimonios de intencionalidades y de percepciones concretas, pues están

irremediablemente enmarcadas dentro de un espacio político-social del cual se alimentaron. En

este caso, una crisis de legitimidad de parte de la autoridad, inestabilidad política y una actividad

delincuencial notable, de ahí su riqueza y potencial interpretativo. Sobre lo dicho, Piccato

establece que: “el discurso de la criminalidad y el castigo no debe interpretarse, entonces,

simplemente como un medio para lograr un fin, sino como un producto histórico”.13 De este

modo, detallaré la opinión pública que imperaba en el siglo XIX, sus componentes,

características, etc., para después analizar la criminalidad desde el ámbito periodístico (utilizando

tanto periódicos oficiales como opositores). Asímismo, examinaré la perspectiva que la clase

12 Elías José Palti, La invención de una legitimidad. Razón y retórica en el pensamiento mexicano del siglo XIX (Un
estudio sobre las formas del discurso político), Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2008, pp. 37 - 42.
13 Piccato, Ciudad de sospechosos, p. 93.
138
gobernante de Jalisco tuvo sobre el mundo criminal y, por último, las percepciones que se tenían

al respecto desde la fuente literaria así como del diario de viajero para de esta forma tener una

visión en conjunto del robo a través de las letras de molde.

LA OPINIÓN PÚBLICA

La discusión abierta, frontal y reflexiva acerca de los temas concernientes a la colectividad (res

publica), especialmente aquellos relacionados con la política, constituían la opinión pública. El

espacio público, es decir aquellos sitios físicos o espacios de enunciación textual (por ejemplo,

una columna editorial) contenían y moldeaban el nivel de discusión. La obra de Jürgen Habermas

es una referencia ineludible sobre el tema, plantea un desarrollo histórico de este tópico

posicionándolo como una creación de la modernidad, donde los ciudadanos reflexionaron y

entablaron querellas acerca de los temas relevantes. Su concepción de la opinión pública, la cual

podía tener varios significados dependiendo del contexto en que se le piense, era la de una

“instancia crítica en relación a la notoriedad pública normativamente licitada del ejercicio del

poder político y social”.14Ante el desarrollo capitalista, la implementación de nuevas tecnologías

así como la generación de mayores riquezas, era necesario tener un contrapeso. El modelo

elaborado por Habermas, pensaba a la opinión pública como ese elemento crítico al poder, su

concepción se centra principalmente en el ámbito europeo de los siglos XIX y XX, lo cual estaba

inserto en el proceso de consolidación de los Estados nacionales y donde había una burguesía

fuerte y participativa en el ámbito de la cosa pública, interesada en la participación del poder pero

también en limitarlo bajo argumentos provenientes del derecho y la moral.

14 Jürgen Habermas, Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública,
Barcelona, Ediciones G. Gilli, 1990, p. 261.
139
Por otro lado, Franqois Xavier Guerra y Annick Lempériere establecen que el mencionado

modelo tiene dificultades para su adaptación al ámbito latinoamericano, por ejemplo porque los

procesos de consolidación estatal fueron más tardíos y la burguesía nunca fungió como un motor

de desarrollo (sino como un elemento parásitario de acumulación de riquezas y privilegios).15

Aunque aceptan que su aclimatación no es del todo insalvable tomando en cuenta su desarrollo

histórico y sus particulaidades contextuales. Por lo tanto, es necesario mencionar como fué la

formación de aquella opinión desde la especificidad del Nuevo Mundo para comprender las

diferentes visiones que desde esta trinchera se crearon sobre el mundo criminal y en específico

sobre el robo y los ladrones.

Este enfoque es el que me interesa destacar, pues considero que la discusión de los temas

colectivos resulta importante para el fortalecimiento de una sociedad ya que las opiniones, los

consensos o los disensos inciden o justifican acciones de gobierno sobre asuntos que se

consideran nodales como las formas de representatividad, los impuestos, la guerra o la

inseguridad. Al respecto, Xavier Guerra establece que el término público: “nos remite siempre a

la política: a concepciones de la comunidad como asociación natural o voluntaria, al gobierno, a

la legitimidad de las autoridades”. 16 En consecuencia, analizar el nivel del debate y los

argumentos utilizados dentro de la esfera de lo no-privado permite ponderar el termómetro de un

régimen en cierto momento.

En la Nueva España, hasta mediados del siglo XVIII, existió una opinión pública que se

manifestó a través de medios informales de comunicación como los pasquines, libelos, gacetillas,

cartas o rumores. Conformaba en su conjunto un espacio de discusión dirigido al “pueblo” o “la

voz común”. De forma paralela, a finales de esa centuria, se ampliaron los medios de publicidad

15 Guerra y Lempériere, Los espacios públicos, pp. 9 - 14.


16 Guerra y Lempériere, Los espacios públicos, p. 7.
140
con la introducción de hojas volantes y ciertas publicaciones que contaban con una periodicidad

establecida. 17 En términos generales, los textos solían ser apologistas del régimen debido a los

medios de censura existentes. Si bien la monarquía como forma de gobierno era incuestionable,

también se publicaban (ocasional o veladamente) algunas críticas de carácter reformista que

buscaban su apertura en cuanto a la participación política, la representatividad de sectores

tradicionalmente excluidos o la apertura económica. No es casualidad que estas fueron algunas

de las demandas del sector criollo al momento de la insurrección independentista.

Annick Lempériere establece que, a partir de la publicación de la Constitución de Cádiz,

se dio una libertad de imprenta que dio carta abierta para la introducción de opiniones políticas.

Estos textos apelaban a una autoridad: a la opinión pública. A partir de ese momento:

la publicidad se podía usar [...] para finalidades muy novedosas. El impreso, desvinculado de las
obligaciones del privilegio, afirmaba el derecho de proponer opiniones sobre cualquier cosa, podía
invocar [a] la ‘opinión’, el juicio y la desaprobación y, en última instancia, tenía el poder de
provocar la acción política.18

Al respecto, Palti establece que la irrupción de lo político ayudó a crear el “concepto

jurídico de opinión pública”, lo cual conllevó a que estas trincheras tuvieran un sesgo

marcadamente deliberativo caracterizado por el intercambio de juicios.19

La ruptura que representó la guerra de independencia para el espacio público fue

extremadamente profunda. A partir de 1824, el nuevo país tuvo que iniciar un proceso para

consolidarse como Estado moderno, lo cual significó un cambio notable en el lenguaje de lo

17 Gabriel Torres Puga, Opinión pública y censura en Nueva España. Indicios de un silencio imposible 1767 - 1794,
México, El Colegio de México, 2010, pp. 21 - 22.
18 Annick Lempériere, “República y publicidad a finales del Antiguo Régimen (Nueva España)” en Guerra y
Lempériere, Los espacios públicos, p. 67.
19 Elías José Palti, “La transformación del liberalismo mexicano en el siglo XIX. Del modelo jurídico de la opinión
pública al modelo estratégico de la sociedad civil” en Sacristán y Piccato, Actores, espacios y debates, pp. 67 - 95; y
Elías José Palti, El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2007, 327
pp.
141
político. Sin el soporte axiomático de la Corona, la discusión se centró en brindar un sustento

discursivo a la práctica del poder. Como lo establece Palti, la reconfiguración de la esfera

concerniente a lo no-privado en el México independiente (por lo menos hasta la República

Restaurada) estuvo inmersa en una discusión que tocó las fibras más hondas de su conformación.

Al respecto menciona:

La élite liberal mexicana se vería así enfrentada a la tarea de articular una nueva legitimidad
(republicana) cuando sus premisas, tanto teóricas como materiales, habían sido ya erosionadas. En
ese momento, el discurso liberal, como las antiguas cosmovisiones para los nativos luego de la
Conquista, se convertiría en una red llena de agujeros20

En el México del pronunciamiento, la legitimidad fue el tema de fondo de todas las

administraciones de gobierno. La prensa, los panfletos y demás fuentes dirigidas al público

general hicieron uso de la calumnia y la retórica con el fin de convencer o deslegitimar a los

adversarios, imponer o derrocar un sistema de gobierno o señalar aspectos del sistema que

estaban en crisis. La disputa llegó a un punto crucial tras la capitulación mexicana ante los

norteamericanos, cuando el fracaso de la política nacional llevó a repensar la fundación del país

desde sus bases.

La opinión pública era una producción de las élites dirigida hacia sus pares. En ese

sentido, los tirajes de los periódicos por ejemplo eran de tan sólo algunos cientos. Aunque se

tenía la intención de opinar desde el consenso, es decir utilizando frases hechas como defender la

voluntad general o del pueblo, es claro que los remitentes de aquellos mensajes eran otros

editores o rivales políticos. En ese sentido, era importante tener una posición sobre los temas

públicos, hacer una crítica constante o bien una defensa a toda costa de un proyecto. Estas

batallas podían ganarse o perderse, pero el hecho es que se libraban en los periódicos, lo anterior

20 Palti, La invención de una legitimidad, p. 44.


142
visibilizaba de forma inevitable a los diferentes grupos políticos. 21 Con el sólo hecho de entrar en

una querella o aún mejor si algún rival de renombre aceptaba el envite de la provocación, un

proyecto político podía establecer su agenda. En ese sentido, el elemento clave para la

construcción de este espacio fue la discusión.

Hablar de espacios de discusión sobre lo público remite inexorablemente a la

participación que tenían los ciudadanos en ellos. La consolidación de una ciudadanía, ilustrada,

llena de virtudes cívicas y apego a la ley fue uno de los más caros deseos de las administraciones

decimonónicas. La ciudadanización, vista como un derecho universal, se logró tempranamente,

sin embargo la educación moral del pueblo, es decir la transformación de sus costumbres fue un

proceso diferente y podría afirmarse que fallido. El apego a la ley tenía que provenir de un

compromiso de tipo moral con el proyecto de Estado, a través del cual el individuo orientaba sus

acciones, en parte el gran problema de legitimidad de la autoridad durante el siglo XIX recayó en

el desfase que existió entre la lealtad que tenían los hombres hacia los caciques o los hombres

fuertes y el poco apego a la ley. En ese sentido, una rebelión se consideraba adecuada cuando

defendía los intereses de un grupo específico, aunque contraviniera lo dicho por la legislación. 22

Ampliando el ejemplo, un ladrón consideraba que no estaba haciendo un mal cuando llevaba a

cabo sus sustracciones, si estas se realizaban en un entorno de pobreza se podrían considerar

justas, pero especialmente el valor moral de esta práctica residía en la normalización del robo.

Al respecto, también se creó un discurso que contrapuso a éste individuo “decente” con la

personificación del “indeseable”. Este último se reconoció bajo diversos conceptos, tales como:

“bandido”, “ratero”, “vago”, “joto”, “lépero”, “pelado”, “gente de trueno”, “gente sin razón”,

21 Fernando Escalante Gonzalbo, Ciudadanos imaginarios. Memorial de los afanes y desventuras de la virtud y
apología del vicio triunfante en la república mexicana. Tratado de moral pública, México, El Colegio de México,
1992, p. 272.
22 Escalante, Ciudadanos imaginarios, pp. 193 - 197.
143
“indio” o “plebe”. Lo importante es destacar que estas categorías sirvieron, por un lado, para

aglomerar a un grupo variopinto de personas bajo un mismo término sin que necesariamente

tuvieran más en común que pertenecer a un estrato social bajo; y, por otro lado, estos vocablos

alentaron los juicios morales en la opinión pública, ya que inmediatamente se vinculó el término

con el vicio y con una peligrosidad emanente. Al respecto, Buffington menciona que: “la

contribución discursiva de los intelectuales y políticos de las élites mexicanas a la elaboración de

un ‘marco de referencia común básico y calculado’ sobre la delincuencia y la ciudadanía”, fue

parte de un proceso hegemónico caracterizado por la dominación. 23

Como se ha mencionado, las nociones de criminalidad se vincularon con la pobreza y

evidenciaban una diferenciación social evidente, lo anterior contradecía las ideas de Cesar

Becaria y sus seguidores, en torno a la igualdad ante la ley y la libertad de acción del individuo.

Sin embargo, era algo perfectamente lógico bajo el pragmatismo liberal. En este sentido, un

ejemplo de un término generalizador que vinculaba pobreza y delito fueron los llamado “ceros

sociales”, que surgieron durante la República Restaurada, esta denominación se utilizaba para

designar a quienes estaban en el abismo, en lo más bajo de la estratificación social. El vocablo se

empleaba para designar a “prostitutas, pilluelos, mendigos, niños expósitos, ancianos y enfermos

empobrecidos (leprósos, dementes, alcohólicos, paralíticos e inválidos de la guerra)”.24 Eran

producto de las condiciones de miseria, violencia e inestabilidad del siglo XIX, para el discurso

de la élite formaban una lacra y una vergüenza que se debería esconder. La pobreza en ese

sentido era un delito. Por su parte, el lépero en el Porfiriato era un ladron menor, un ladronzuelo,

ebrio, riñoso, pulquero, de malas costumbres. Los viajeros “les endilgaban prejuiciosamente otros

adjetivos como: indiada, turba harapienta o simplemente pobres” y resultaba ser [una clase

23 Buffington, Criminales y ciudadanos, p.17.


24 Trujillo, “Léperos, pelados, ceros sociales”, p. 208.
144
social] inculta, analfabeta, semidesnuda, hambrienta, alcohólica, fanática, traidora y sumamente

violenta”.25

El analizar los discursos que se publicaban en el ámbito de la esfera pública tiene ventajas

y limitaciones. Por un lado, este tipo de textos están circunscritos a su carácter abarcador del

estrato social. Dado que el fin de este tipo de representaciones, como se ha mencionado, era

justificar ante la opinión pública la criminalización, así como identificar a los personajes que

deberían ser castigados, los términos utilizados para señalarlos fueron sumamente generalizantes.

Estos documentos representan, en palabras de Solares Robles, “la concepción política de la

justicia”, es decir el punto de vista legalista del poder.26 Así, un análisis de los bandidos basado

en este tipo de textos tendrá dificultades en identificar claramente a sus individuos, porque en

este contexto el término “gavillero”, “bandido” o “malhechor” podía aplicarse a grupos

heterogéneos de la sociedad o que incluso tenían intencionalidades diferentes, como ya se ha

mencionado. Esta práctica siguió aplicandose años después como lo demuestra Trujillo al

aseverar que en realidad las “gentes de trueno” representaban la “anormalidad”, una

contraposición conceptual a todo aquello que debería considerase como lo “normal” para la

autoridad en el poder.27

Por otro lado, analizar estos discursos nos expone claramente el sentir de la élite al

respecto. Como se ha mencionado, estos eran sus medios de publicidad y través de los cuales

intervenían y moldeaban la esfera pública. Ya sea en las memorias o en la prensa se pueden

rastrear los debates, las ideas y las propuestas para acabar con la delincuencia, así como la

caracterización de los individuos, además es importante señalar que muchas de estas discusiones

terminaron implementandose en reglamentos o leyes, por lo cual este tipo de textos son en

25 Trujillo, “Léperos, pelados, ceros sociales”, p. 213.


26 Solares, Bandidos somos y en el camino andamos, p. 21.
27 Trujillo, Gentes de trueno, p. 68.
145
realidad la primera capa, la más visible, bajo la cual se enmarcaron las acciones punitivas del

Estado.

En concreto, me interesa destacar este tipo de análisis aplicados al momento histórico de

1846 a 1861, periodo en el cual la esfera pública jalisciense se encontraba en un momento en

extremo convulso, discutiendo la legitimidad misma del régimen y las posibles maneras de

reconstrucción del país y del estado. En ese contexto, no fue casual que una veta importante de

publicaciones se orientó a tratar el tema de la inseguridad. Considero que el amplio número de

notas que tenemos al respecto responde a un elemento coyuntural, pues garantizar la seguridad de

un territorio y una población es una de las bases sobre las que se funda el Estado (como se

estipuló desde Hobbes y los ilustrados). Es decir, en el proceso por construir una potestad

pública, se tenía que consolidar a la par un aparato jurídico y administrativo que monopolizara la

producción del derecho, la aplicación de las leyes y la sanción de los delitos. En ese proceso se

encontraban inmersos tanto Jalisco como la federación en su generalidad y en ese sentido el alto

número de robos, así como la incapacidad y debilidad que mostraba la autoridad para

enfrentarlos, cuestionaban su legitimidad.

Sobre este aspecto, Hobsbawm establece que el fenómeno del bandidaje por sí solo,

independientemente de si el bandido tiene un programa político o no, resulta ser sumamente

desafiante para el Estado porque permite que haya otros grupos haciendo uso de la fuerza y del

poder.28 Por su parte, Vanderwood coincide en lo escencial al asegurar que “nada fomenta el

bandidaje como un poder central ineficaz empantanado en una gran guerra por la

supervivencia”.29 En consecuencia, resulta evidente pensar que la notoriedad que estaba ganando

la actividad bandolera en absoluto pasaba inadvertida para la autoridad.

28 Hobsbawm, Bandidos, pp. 19 - 31.


29 Vanderwood, “El bandidaje en el siglo XIX”, p. 49.
146
¿Qué tan alto era el nivel de actividad delincuencial y en concreto de bandidaje en Jalisco

durante el siglo XIX y en concreto de 1846 a 1861? Solares Robles destaca que en las estadísticas

criminales de los años 1842 y 1845, las cuales fueron remitidas por diversos estados del país (no

así Jalisco), el delito que aparece en mayor número de ocasiones fue el robo.30 Con el análisis de

estas fuentes, la autora demuestra que dicho fenómeno no fue privativo solamente de un estado o

región, sino que se manifestó en todo el país al señalar que en los caminos de Veracruz, Puebla,

Toluca, Guanajuato o Michoacán los asaltos se daban de manera constante y sistemática. Lo

anterior le permite establecer que el bandido era uno de los elementos que se encontraban en

todos los caminos del país, especialmente como una figura opuesta al arriero y al viajero, con los

cuales compartía un entorno natural y logístico, pero difería en sus objetivos.31

La historiografía clásica de Jalisco, por su parte, nos menciona que entre 1847 a 1857 las

actividades no lícitas fueron especialmente prolíficas, en particular las relacionadas con el robo

perpetrado por gavillas. José María Muriá, por ejemplo, da cuenta de un aumento de la

criminalidad (en particular del robo) durante la gubernatura de Joaquín Angulo. Por su parte, Luis

Pérez Verdía también menciona que en dicho gobierno la inseguridad llegó a un extremo

“alarmante”, por el creciente número de reportes de asaltos que ocurrían en las poblaciones y

caminos, lo que orilló a la autoridad a implementar nuevamente la pena de muerte con la llamada

“ley tigre” de 1848.32 En consecuencia, es posible establecer que tanto el país como Jalisco se

encontraban en un momento donde su capacidad para controlar el territorio era muy limitada. La

autoridad y la prensa no fueron indiferentes a esta situación, pues desde la esfera pública local

30 Solares, Bandidos somos y en el camino andamos, p. 225.


31 Solares, Bandidos somos y en el camino andamos, pp. 90 - 97 y 100 101.
32 José María Muriá, Breve historia de Jalisco, Guadalajara, Secretaría de Educación Pública / Universidad de
Guadalajara, 1988, p. 273; y Luis Pérez Verdía, Historia particular del estado de Jalisco. Desde los primeros
tiempos de que hay noticia hasta nuestros días, Tomo II, Guadalajara, Gráfica Editorial, 1951, p. 455.
147
manifestaron su preocupación por el creciente número de asaltos que se llevaban a cabo en el

estado. A continuación elaboro un análisis sobre esas opiniones.

LA OPINIÓN PERIODÍSTICA: EL DERECHO A CASTIGAR

La prensa por su carácter presentista es un medio muy conveniente para tomarle el pulso a la

discusión pública de un momento determinado. En sus páginas se muestra una imagen de los

temas que son importantes para los intelectuales y los hombres en el gobierno. En ese sentido, el

periódico como fuente se distingue en pretender ser un intermediario entre los hombres y el

público. Al respecto Jaqueline Covo menciona: “tal función hace de la prensa una especie de

tamiz que transmite, calla, informa, deforma, organiza y elabora en relación con unos parámetros

variables”.33 A diferencia de lo que podríamos denominar un periodismo moderno, aquel

consolidado como un cuarto poder que desde su trinchera critíca el ejercicio de la autoridad, en el

siglo XIX el periodismo en México se encontraba en una etapa de desarrollo pues era una

trinchera política que buscaba elaborar y discutir un proyecto para el país. En ese contexto los

órganos periodísticos, tanto oficiales como opositores, llevaron a cabo un intercambio constante

de argumentos sobre los temas que eran de trascendencia para la vida nacional. Más que criticar

el poder pensaban en la forma de consolidarlo.

A mediados de siglo la opinión pública, especialmente la conformada por periódicos, se

transformó notablemente. Pasó de ser pensada como un lugar al cual se apelaba para conocer la

verdad de un caso, es decir cómo un tribunal neutral que era capaz de llegar a dar un veredicto, a

convertirse en un espacio de discusión crítica que utilizó la retórica o la desacreditación para

convencer o movilizar a la ciudadanía. Por lo tanto, las discusiones se realizaron a nombre de una

33 Jacqueline Covo, “La prensa en la historiografía mexicana: problemas y perspectiva” en Historia Mexicana,
México, vol 42, núm. 3, enero - marzo 1993, p. 690.
148
facción, personaje o partido político. 34 El periodismo decimonónico era un cúmulo de trincheras

apostadas para dirigir replicas y contrarreplicas en diversos sentidos, si bien apelaron a la verdad

también lo hicieron desde una perspectiva dilemática. La crítica de fuentes tiene que ir dirigida a

conocer el sesgo ideológico de la publicación, para tener una idea de la forma en que se

construyeron los discursos, así como las argumentaciones. La mayoría de los periódicos

mostraron claramente la perspectiva política (oficial y opositora) desde la cual ejercían su oficio.

Sin embargo, es difícil establecer quienes eran los autores de esos textos, porque ocurrió que

estos estaban firmados con seudónimos o de forma anónima, aspecto que se combatió y se

reformó mediante legislación como se verá más abajo.

Como se ha dicho, la historiografía que ha tratado el tema de la delincuencia en el país

generalmente se centra en el Porfiriato. En ese momento, las estructuras del Estado se

encontraban mucho más consolidadas que a mediados de siglo. La prensa porfiriana estaba, en su

mayoría, subyugada al parecer de la élite, debido a que los medios de censura se habían

generalizado. En ese marco, las notas sobre la criminalidad, especialmente la citadina de

principios del siglo XX, tenían el sesgo distintivo de resaltar las actividades del individuo y de

intentar tratar de forma “científica” el tema, es decir apoyándose en las teorías criminológicas que

estuvieran en boga.

En las mencionadas notas se iniciaba con la descripción de situaciones particulares, como

robos o asesinatos, el modus operandi, las víctimas y los victimarios; en ocasiones se

complementaba el texto con alguna opinión sobre los hechos narrados generalmente dedicados a

la descripción del sujeto peligroso.35 La cúpula porfiriana tenía el deseo de llevar a cabo su plan

34 Palti, La invención de una legitimidad, pp. 71 - 72; y Palti, El tiempo de la política, pp. 162 -165.
35 Marcela Suárez Escobar, “La prensa y la construcción de las representaciones sobre el delito en la ciudad de
México, 1876 - 1910” en Celia del Palacio Montiel (Coord.), La prensa como fuente para la historia, México,
Universidad de Guadalajara / Conacyt / Miguel Ángel Porrúa, 2006, p. 117.
149
de gobierno, lo que implicaba ejercer un mayor control social y en ese sentido significó ejercer la

disciplina y la regeneración sobre los individuos. Aunado a lo anterior, la sed que se tenía por

parte de estos grupos de conocer a sus vecinos “indeseables” alentó la proliferación de notas

inventadas y de tono sensacionalista en las primeras décadas del siglo XX. Piccato destaca que la

difusión de la nota roja tuvo un impacto importante en la caracterización pública del delincuente,

al respecto menciona que: “los diarios describían los crímenes de manera gráfica y daban voz a la

indignación de la élite de cara al contraste entre su proyecto de crear una ciudad elegante y el

comportamiento de una población que no compartía dichas preocupaciones”.36 De forma similar,

la prensa jalisciense se concentró en mostrar al “indeseable”, especialmente al “pelado” de los

arrabales como, por ejemplo, lo eran el barrio de San Juan de Dios o del Alacrán en Guadalajara.

A través de órganos como El Grito del Pueblo o Juan Panadero se “proclamaban constantemente

en sus noticias y editoriales el dramático incremento de las conductas criminales”.37

Sobre el tema de la nota roja, es interesante resaltar que su popularidad a principios del

siglo XX no fue privativa de México sino que se dio en diferentes latitudes, posiblemente por la

fascinación que se tenía por el comportamiento “anormal” del delincuente. Por ejemplo, Lila

Caimari establece que en Buenos Aires estas notas tuvieron su momento de auge y fueron muy

prolíficas. 38 Al respecto, los órganos periodísticos dedicaban una sección para hablar de la

actividad criminal, donde escribían sobre los delitos, la actividad policiaca, pero especialmente

ponían atención en reconstruir los aspectos que pudieran considerarse morbosos sobre el crimen,

en particular la violencia y las pasiones desatadas, estas notas fueron elaboradas con mayor

sensacionalismo que veracidad pues alimentaban una curiosidad creciente sobre el tema.

36 Piccato, Ciudad de sospechosos, p. 98.


37 Rodney D. Anderson, “Las clases peligrosas: crimen y castigo en Jalisco, 1894 - 1910” en Relaciones, Zamora,
núm. 28, vol. 7, otoño de 1986, p. 6.
38 Caimari, Apenas un delincuente, pp. 69 - 177
150
Ahora bien, ¿qué sucedía con el medio periodístico de mediados del XIX? ¿Como se

abordó el tema de la criminalidad en un momento en que las estructuras del Estado se

encontraban insertas en una crisis de legitimidad? ¿Cuales fueron las estrategias discursivas

utilizadas por la élite gobernante del momento? Estas cuestiones son las que analizaré a

continuación.

La prensa del mediados de siglo XIX tenía un gran sesgo político y oficialista. La mayoría

de los órganos de la época que sobreviven en los archivos son los periódicos estatales y en menor

medida otros que apoyaron a una facción opositora o divergente durante los tiempos de elección,

o incluso a un bando específico en tiempos de confrontación militar. Así, el “periodismo político-

polémico” de la época, como lo denomina Stanley Ross,39 es un excelente crisol para conocer el

sentir de las clases gobernantes sobre los temas de trascendencia, ya que generalmente estos

órganos, además de publicar la legislación y los decretos que se aprobaban en materia legislativa,

añadían artículos de opinión sobre las materias que les resultaban trascendentes.

En términos generales, la prensa jalisciense se centró en el castigo y en su

implementación efectiva, más que en la caracterización de los criminales. El cariz de este tipo de

notas se explica comprendiendo sus contextos de enunciación. En este caso, una prensa politizada

concentrada en discusiones públicas que tocaban temas de fondo, como la legitimidad del

régimen y su reconstrucción tras la debacle política. En este sentido, no se podía sino explicar el

problema de la inseguridad más que en los mismos términos políticos con los que se trataban los

otros asuntos.

El desarrollo de la esfera periodística hizo que la figura del Estado se volviera central

como un mediador que delimitaba, a través de la expedición de ciertas normatividades, los

39 Stanley Robert Ross, “El historiador y el periodismo mexicano” en Historia Mexicana, México, vol. 14, núm. 3,
enero - marzo 1965, pp. 359.
151
alcances de lo que se podía publicar y bajo cuales criterios. Jalisco, aseguró en numerosas

ocasiones la libertad de expresión en su Constitución o en decretos, como por ejemplo el del 25

de mayo de 1846 donde el gobernador Juan N. Cumplido aseguró que atacar este derecho (el de

la libertad de imprenta): “era destruir una de las bases principales del sistema representativo y

establecer la tiranía”.40

Pese a ello, pronto se comenzó a juzgar a editores, impresores y escritores por

calumniosos, a cerrar publicaciones y regular, en general, el ejercicio periodístico. Un caso

notorio a nivel local fue el juicio de imprenta en contra del órgano El Papel del Pueblo en 1848,

en el cual se acusó a su editor responsable, D. Manuel María Covarrubias, de publicar un texto

calumnioso en contra del gobierno. Aunque el acusado fue absuelto, su periódico no continuó en

circulación.41 Sobre el tema, una reimpresión de un texto originalmente publicado por el órgano

capitalino El Republicano, el periódico jalisciense El Nacional expuso el sentir de la autoridad

sobre este tema.

El argumento para justificar una nueva ley de imprenta se basaba en establecer que los

periódicos se habían extralimitado en sus publicaciones. Si bien la libertad de expresión se

pensaba como un derecho valioso que debería imperar en toda civilización avanzada, la realidad

según esta postura, era que los órganos se valían de la calumnia y la mentira para desprestigiar a

sus enemigos políticos. Especialmente, se señalaba a los conservadores como los incitadores de

este tipo de excesos, se mencionaba que: “este desenfreno es de la prensa reaccionaria y

conservadora, de los escritores que siempre se refugian en el anónimo, y se parapetan con un

firmón”. Lo que más se criticaba era la publicación de artículos anónimos debido a que la

secrecía incitaba la defenestración, igualmente los ataques a la iglesia, a las costumbres y

40 Juan B. Iguiniz, El periodismo en Guadalajara 1809 - 1915, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1955, tomo
1, p. 63.
41 Iguiniz, El periodismo en Guadalajara, pp. 65 - 66.
152
especialmente al gobierno se tomaban como afrentas. 42 En consecuencia, se pensaba como

urgente que:

el gobierno expida una ley de imprenta que asegure la mas amplia, la mas franca libertad de
discusión, [...] la emisión de toda clase de opiniones, pero que al propio tiempo ponga coto a la
licencia con que hoy se cometen escandalosos abusos e imponga penas severas a difamadores y á
los que en sus escritos predican la sedicion y la desobediencia, ó tienden a hacer del gobierno una
entidad ridícula o despreciable.43

Unas semanas después, el gobierno estatal publicaba en 1856 el Reglamento Provisional

de la Libertad de Imprenta, en el cual se estipulaba la prohibición de los textos anónimos o

escritos con seudónimos. Del igual modo, se consideraba un “abuso de la libertad de imprenta”

publicar escritos “que ataquen u ofendan: la religión cristiana; la moral; la vida privada; y los

principios políticos adoptados hoy por toda la nación”.44 Igualmente, se prohibían los textos

anónimos al establecer que estos deberían salir a luz con nombre, apellido, lugar y años de

impresión. La violación a esta norma conllevaba multas de 150 a 300 pesos y en caso de

reincidencia prisión de hasta seis meses.45 El objetivo de este tipo de medidas era el de visibilizar

y controlar la discusión pública. Si bien bajo el cobijo del seudónimo era posible hacer uso

extensivo de la sátira y la parodia, como sucedió en diversos periódicos jaliscienses, también esto

dio pie a un espacio poco regulado para lo que se consideraba indeseable de publicar.

De acuerdo con Juan B. Iguiniz el periodico oficial, entendido cómo aquel que defendía

en los debates públicos la posición del grupo en el poder, tuvo diversos nombres dependiendo de

la administración en turno, desde finales de 1824 a 1834 llevo el titulo de Gaceta del gobierno de

42 El Nacional, Guadalajara, miércoles 26 de diciembre de 1855, vol. 1, núm. 33, p. 4. Sobre el mismo tema El
Soldado de la Patria justificó bajo argumentos similares la restricción a la prensa, ver: El Soldado de la Patria,
Guadalajara, martes 10 de julio de 1855, vol. 1, núm. 36 p. 4; y viernes 13 de julio de 1855, vol. 1, núm. 37 p. 4.
43 El Nacional, Guadalajara, miércoles 26 de diciembre de 1855, vol. 1, núm. 33, p. 4
44 El Nacional, Guadalajara, sábado 5 de enero de 1856, vol. 1, núm. 36, pp. 1 - 2; e Iguiniz, El periodismo en
Guadalajara, pp. 79 - 82.
45 El Nacional, Guadalajara, sábado 5 de enero de 1856, vol. 1, núm. 36, pp. 1 - 2.
153
Guadalajara. Capital del Estado Libre de Jalisco., en 1834 fue El Reformador Liberal, y en 36

Gaceta del Gobierno de Jalisco. Para 1841 bajo el gobierno de Paredes y Arrillaga se publicó La

Esperanza de Jalisco, ese mismo año cambió su nombre a El Progreso, título bajo el cual siguió

hasta 1844 cuando nuevamente cambió para ser El Jalisciense. Para los tiempos de la intevención

norteamericana el periódico tuvo el nombre de El Republicano Jalisciense de 1846 a 1848, La

Armonía Social de enero a junio de 1849 y La Voz de la Alianza de junio del año antes

mencionado a febrero de 1852.46

En términos generales, la prensa jalisciense dedicó sus páginas a un tema central: la

reconstrucción del país, en general, y del estado en particular. El derrumbe que representó la

capitulación ante los norteamericanos para el proyecto político nacional, abrió el espacio a la

reconsideración de ideas sustanciales acerca de la reconfiguración del poder. No es casualidad

que el título de los órganos de gobierno en Jalisco durante los años posteriores a la guerra

tuvieran esa intencionalidad: La Armonía Social y La Voz de la Alianza. Por ejemplo, el primero

al presentar su programa ideológico terminaba exclamando: “en el actual orden de cosas, nada es

mas pernicioso para la nación mexicana, que las revoluciones! ¡No mas revoluciones!.4748El

segundo pregonaba en su número inicial que: “su tema será constantemente promover la

ALIANZA de los mexicanos más virtuosos y de más claro talento, la UNIÓN de las fuerzas que

aún nos restan”.48

La postura oficial proponía que existiera un cimiento sólido desde el cual edificar un

proyecto de nación a futuro. En un texto titulado: “Necesidad imperiosa de estabilidad” se

exponía que la adhesión a la ley y el establecimiento de un estado de derecho deberían ser los

46 Iguiniz, El periodismo en Guadalajara, pp. 59 - 61 y 64.


47 La Armonía Social, Guadalajara, martes 2 de enero de 1849, vol. 1, núm. 1, p. 1.
48 La Voz de la Alianza, Guadalajara, viernes 15 de junio de 1849, vol. 1, núm. 1, p. 1 - 2.
154
fundamentos para el progreso.49 Por supuesto, lo anterior significaba que la capacidad del Estado

se fortaleciera en diversas áreas de la administración pública, que se crearan instituciones sólidas

y eficientes para tales fines. Lo anterior tocaba de forma peculiar el aspecto de la inseguridad,

porque este era un flagelo que impedía la unión y la recontrucción del país. Del periodo de 1852 a

1855, el periodico que representaba los intereses del gobierno llevó tres nombres: Gaceta Oficial

del Gobierno del Estado de Jalisco, La Patria y La voz de Jalisco. En 1856, fue El País.

Además, durante la guerra civil los conservadores emitieron su periódico que llevó tres nombres

en el mismo número de años: Las tres garantías, El pensamiento y el Exámen. Después, El País

tuvo su segunda época de 1860 a 1864.50

Entre los periódicos opositores se encontraban El Contraste cuyo maquiavélico lema

resumía su postura de oposición frente al gobierno: “si quieres que tus esclavos no vean lo malo

que haces, sácales los ojos”. En 1847 salieron a la luz El Pasatiempo y El látigo, en 1849 La

Alianza, El Restaurador, entre otros. La Bandera del pueblo se publicó en el contexto de la

guerra contra Estados Unidos, su postura era continuar con el conflicto armado en un afán

patriótico. En 1855 salió a la luz La Revolución, órgano del partido liberal favorable al

movimiento de Ayutla. En el inter de la guerra civil durante el sitio de Santos Degollado en 1858

se publicó El Soldado de Dios. Otros periódicos fueron el conservador La Tarántula de 1857, El

Lazarillo de 1854, el liberal El Aguila Roja de 1856. Para 1861 los bandos conservador y lberal

tenían en los siguientes órganos sus principales representantes; por el primero: Los hijos de Dios,

La voz del Pueblo y El Conservador, y por el segundo: El Espejo La Sombra De Cruz Aedo y El

Noventa y Tres.51

49 La Voz de la Alianza, Guadalajara, martes 26 de junio de 1849, vol. 1, núm. 4, p. 1 - 2.


50 Iguiniz, El periodismo en Guadalajara, pp. 64 y 80 - 84.
51 Iguiniz, El periodismo en Guadalajara, pp. 88 - 91.
155
Es posible afirmar que los periódicos opositores y, en especial, los grupos que

representaban, coincidían en un aspecto: la necesidad más imperiosa de ese momento era

pacificar los ánimos tanto en lo político como en lo social. Lo que ejemplifica que en algunos

temas centrales, como el castigo a los malhechores, existieran coincidencias. Sin embargo, como

se verá más abajo se difería en los métodos y las formas. La sinergia que se proponía desde la

cúpula oficial representaba una adhesión a su proyecto, es decir para los liberales moderados la

alianza correcta era la aceptación de sus principios. En contraparte los periódicos opositores

(liberales radicales y conservadores) proponían otras medidas haciendo uso de la crítica al poder

mediante la sátira y la parodia.

Bajo este contexto analizaré en concreto cómo la prensa jalisciense abordó el tema de la

inseguridad (especialmente los robos) durante los años de 1846 a 1861. Haré uso de los

periódicos oficiales de la época: El Republicano Jalisciense (ERJ), La Armonía Social (LAS), La

Voz de la Alianza (LVA) y El País (EP), así como de otros órganos no oficiales pero de corte

político como El Nene (EN), El Mundo (EM), La Balanza (LB), La Estafeta (LE) y El Soldado

de la Patria (ESP).

En este tenor, la prensa replicó de forma sistemática en sus páginas los constantes robos

que sucedieron en los caminos y las poblaciones de Jalisco. Destacando, entre otras cosas, las

terribles situaciones que tuvieron que enfrentar las personas y los viajeros que se adentraban por

el estado. El tono de estas notas evidenciaba una situación que estaba llegando a extremos

incontrolables para la salvaguarda de la tranquilidad pública. Cada órgano tenía su opinión al

respecto, por ejemplo ERJ destacaba que: “son escandalosos los robos que se cometen en las

inmediaciones de esta capital”.52 EM cuestionaba: “¿que pasa en Jalisco? ¿Estamos ya á merced

de los bandoleros? ¿Cual es la protección que el comercio de esa ciudad y de los pueblos recibe52

52 El Republicano Jalisciense, Guadalajara, viernes 27 de noviembre de 1846, vol. 1, núm. 28, p. 4


156
de los poderes públicos del Estado, bajo estos aspectos? ¿Estamos ya reducidos a nuestros

privados esfuerzos?”.53 LAS reportaba que: “no cesan de escucharse las lamentables narraciones

del crimen campeando en los caminos, en los suburbios de esta capital, en sus paseos y aun en

sus hogares”.54LVA mencionaba: “numerosas partidas de malhechores se pasean por nuestros

caminos y cometen frecuentes depredaciones, burlándose de la vigilancia de las autoridades”.55

Mientras tanto EN publicaba que la situación de Jalisco, debido en parte a la actividad de los

bandidos, era “un cuadro nublado de desolación y de tristeza”.56 Por último, EP mencionaba que:

“con profunda indignación se ve que la procacidad de los malhechores ha llegado hoy á un

extremo jamas experimentado, cual es, que reunidos en gruesas gavillas se atreven al asalto y

saqueo de las poblaciones”.57

Cómo se observa el diagnóstico era desfavorable y poco alentador, existía un número de

robos que excedía el límite y, por lo tanto, llamaba la atención de los periódicos de la época. Si

bien un robo aislado carecía de importancia en términos políticos, la conjunción de cientos de

ellos constituía una práctica que cuestionaba a la autoridad. En ese sentido, las preguntas que se

lanzarón en estos textos no fueron inocuas, sino centrales: si el gobierno no podía hacer nada al

respecto y la seguridad debería recaer en los ciudadanos, entonces ¿cuál era la razón de ser del

gobierno? También llama la atención que se reclamaba primero la protección del comercio sobre

el pueblo, lo que revela el carácter elitista de estas publicaciones al preocuparse por las pérdidas

que en términos comerciales tenían los comerciantes debido al elevado número de robos. Por su

parte, las actividades de los ladrones eran depredaciones procasez, su libertinaje y su impunidad

eran una búrla para una autoridad débil e incapaz de reaccionar. Ante este desolador panorama,

53 El Mundo, Guadalajara, martes 5 de octubre de 1847, vol. 1, núm. 9 (alcance), p. 2.


54 La Armonía Social, Guadalajara, martes 13 de marzo de 1849, vol. 1, núm. 21, p. 4.
55 La Voz de la Alianza, Guadalajara, viernes 30 de noviembre de 1849, vol. 1, núm. 47, p. 1.
56 El Nene, Guadalajara, 30 de diciembre de 1850, núm. 6, segunda época, p. 8.
57 El País, Guadalajara, sábado 16 de agosto de 1856, vol. 1, núm. 59, pp. 3 - 4.
157
cada órgano puso énfasis en algún aspecto en concreto para mejorar el combate a los

malhechores.

Posiblemente, la característica principal de las notas de prensa sobre la inseguridad fue

que además de proponer una serie de reformas de carácter punitivo para combatir los robos, se

introdujo en la discusión la participación que tenía en este proceso el Estado. Lo cual en última

instancia ponía en entredicho la capacidad del joven leviatán mexicano para garantizar una de sus

funciones primordiales. Así, ERJ consideraba que el robo es considerado “un mal de tanta

trascendencia para la sociedad” que no debería pasar desapercibido para nadie en los diferentes

niveles de gobierno. Si bien los legisladores deberían ser los primeros en percatarse de este

problema para intentar contrarrestarlo mediante leyes más duras, este órgano también

mencionaba que el problema debería ser atendido por un sector del gobierno mucho más amplio:

“no sólo las vidas y las propiedades de los ciudadanos están interesadas en que se eviten y

corrijan [los asaltos]”, sino también “el sistema federativo que nos rige”, al igual que el “buen

nombre del gobierno del Estado, y aun el nacional á quien algunos estrangeros [sic.] ignorantes ó

desagradecidos, se atreven a insultarlo llamando a México, país de ladrones”.58 En este último

aspecto coincidía el órgano EP, que también publicó una nota similar en la que aseguraba que

desde el viejo mundo se caracterizaba al país como un lugar en donde los bandidos eran tantos y

sus acciones se estaban incrementando de forma tan notable, que intentaban sobrepasar la

capacidad del gobierno.59

La prensa veía el problema desde la perspectiva del Estado, el cual debería hacerse cargo

de la situación porque el creciente número de gavillas daba una mala imagen al territorio en

varios sentidos, como lugar peligroso pero también, y esto era lo central, como un país en donde

58 El Republicano Jalisciense, Guadalajara, viernes 27 de noviembre de 1846, vol. 1, núm. 28, p. 4.


59 El País, Guadalajara, sábado 16 de agosto de 1856, vol. 1, núm. 59, pp. 3 - 4.
158
sus gobernantes no tenían el control. Visto de esa manera, la intranquilidad pública era un símil

de ingobernabilidad, como lo expuso ESP al establecer que si bien el país necesitaba emprender

una serie de reformas de fondo a nivel político, económico y social, primero debería asegurar la

seguridad del territorio. Al respecto, mencionaba: “necesario es que antes de emprender todas

esas cosas, quede asegurada definitivamente la paz, sin la cual la industria, la agricultura, el

comercio, la minería, las ciencias y las artes no pueden humanamente prosperar”.60 Unos años

antes LAS publicó un exhorto a la armonía que en el mismo tenor decía: “si hubiera paz, si los

continuos tumultos no estuvieran distrayendo sin cesar al gobernante [...] muy pronto cambiaria

el estado triste y melancólico que presentan ahora los asuntos públicos de nuestra patria”.61

Imagen y control eran los temas a reflexionar. El hecho de que hubiera numerosos

ladrones en el estado significaba que había un número muy elevado de “anormales” pululando en

los caminos y poblaciones. En este sentido, tras la guerra norteamericana la percepción que se

tenía del país, como un lugar caótico, era uno de los aspectos que se tenían que modificar en

términos políticos. En este tenor resalta la queja hacia los diarios de viajeros que, como se verá

más abajo, se deleitaban en narrar sabrosas anécdotas de robos y asaltos consolidando la imagen

de México como un país de ladrones. Aunado a ello, la prensa reflexionaba sobre la capacidad de

control que tenía el gobierno en su propio territorio, ¿cómo se iba a reconstruir el país, fomentar

la inversión y colonización extranjera si se vivía en un clima de inseguridad rampante? Para

pensar en el progreso, término tan ansiado en términos políticos, primero era necesario poner

orden. En este sentido, es claro que desde el punto de vista del poder, y desde el particular

contexto decimonónico, el garantizar la seguridad pública era un sucedáneo de aumentar los

60 El Soldado de la Patria, Guadalajara, martes 27 de marzo de 1855, vol. 1, núm. 6, p. 3.


61 La Armonía Social, Guadalajara, martes 9 de enero de 1849, vol. 1, núm. 3, p. 4.
159
medios de dominio y criminalización sobre las partes indeseables de la sociedad. ¿De qué forma

se mostraba en la prensa el combate a la delincuencia por parte del poder?

Un periódico oficial como ERJ publicaba una imagen laudatoria en la que si bien existían

carencias, la voluntad política para sortear el problema no había disminuido en absoluto. En un

texto editorial, el periódico respondía a las críticas opositoras que resaltaban la docilidad e

ineficiencia de los gobernantes sobre este tema. En primer lugar, cabe resaltar que en su defensa

ERJ publicó que la participación de la autoridad en el combate a la delincuencia había sido algo

integral, pues lejos de ceñirse a una apología partidista o ideológica, la postura de este órgano

expresaba que independientemente de la administración en turno o de la forma de gobierno

imperante, las autoridades jaliscienses siempre han combatido a los gavilleros: “si leyeran las

actas de sesiones del honorable congreso, ahí verian que este cuerpo, desde el constituyente, se ha

ocupado de dictar medidas enérgicas contra tales delincuentes, porque desde entonces han

llamado la atención pública los delitos de esa especie”.62 En segundo lugar, también se

demostraba que el combate a las gavillas había sido un tema central de todas las administraciones

de gobierno, al respecto mencionaba: “se ha puesto en acción en poder, no se ha omitido

diligencia, el erario se ha facilitado para objeto tan sagrado, las fuerzas del Estado han concurrido

eficazmente, y nada se escusa [sic.] para purgarlo de una plaga [...] asoladora”. Así, la postura

oficial destacaba por encima de todo la intención, la perseverancia del poder en acabar con los

robos. Independientemente de su resultado, que a todas luces era insatisfactorio, lo central era

resaltar el gesto. Se aceptaba que había fallas en el sistema, como en el ramo judicial o en las

cárceles, pero eran solamente aspectos a reformarse. Como se expresaba al final del artículo

mencionado: “enfermedades estraordinarias[sic.], demandan esfuerzos estraordinarios [sic.].

62 El Republicano Jalisciense, Guadalajara, martes 15 de agosto de 1848, vol. 3, núm. 7, p. 4. Ver anexo 3.
160
Delitos horribles, penas severas”.63 Esta frase moldeaba el carácter coyuntural de la “plaga” de

robos que experimentaba Jalisco. Ante las críticas sobre la ineptitud gubernamental, la defensa

giraba su atención en el castigo severo. ¿De qué otro modo se acabaría con una plaga, sino es con

su exterminio? Años después, otro órgano oficial EP respondía a las críticas que se vertían en

contra del gobierno y los funcionarios judiciales. Lo que denominaba “una virulenta

murmuración” de parte de los opositores que los acusaban de “debilidad ó inicuos prevaricatos

para castigar á los malos”.64 Justificaba a la autoridad diciendo que aquellos que murmuraban no

conocían las verdaderas causas “que influyen directamente para el cancer social de la impunidad

en los criminales”, aquellas razones eran la falta de fondos para organizar una policía, para

reformar el sistema judicial y en última instancia para terminar la penitenciaría. Así, la postura de

los órganos oficiales residía en justificar las acciones del gobierno resaltando que este tenía el

interés pero no tenía los fondos.

En contraposición, una publicación opositora como EN mostraba, desde otra perspectiva,

la participación que estaba teniendo la autoridad en relación con el combate a los delitos. Este

periódico fue la tribuna para atacar el proyecto liberal-moderado en Jalisco, especialmente a la

figura de Angulo. En concreto fue creado para desprestigiar a ese bando político de cara a las

elecciones de 1852 y publicar propaganda a favor del partido radical, por lo tanto mucha de su

información y de sus ataques tenían la característica de ser retrospectivos. Justamente sus

artículos deben entenderse como las respuestas a lo que publicaba ERJ, LVA y LAS que en ese

momento eran los periódicos oficiales.

Bajo el lema “los niños y los locos dicen las verdades”, EN mencionaba en su declaración

de principios: “nos hemos colocado frente a frente del actual gobierno para hacerle un oposición

63 El Republicano Jalisciense, Guadalajara, martes 15 de agosto de 1848, vol. 3, núm. 7, p. 4. Ver anexo 3.
64 El País, Guadalajara, miércoles 17 de septiembre de 1856, vol. 1, núm. 68, pp. 3 - 4.
161
franca y decidida; oposición noble, enérgica y constante”.65 En términos generales, los ataques a

la administración del gobernador se dirigieron a evidenciar su ineficacia en todos los ramos de la

administración pública. Mencionando por ejemplo: “¡ah! la situación de hoy es más triste; y ante

él que iba á supeditar tantas dificultades, y ante él que iba á sacarnos del caos, se ha completado

ese y ennegrecido aquellos”.66 Bajo este argumento la caracterización de Ángulo en relación con

el creciente número de robos fue el de la inoperancia, de la poca efectividad. Para este periódico,

este gobernador representaba una administración débil que no podía hacer frente a las acciones de

los procases ladrones. Por ejemplo, se mencionaba que ante los numerosos asaltos que ocurrían

en el camino de Ahualulco a Tequila la población común vivía en un estado de indefensión

notable pues no había autoridad que los protegiera, al respecto se podía leer la siguiente frase: “el

pobre caminante no encuentra más auxilio que el miedo y el desamparo” o “¿que haremos?

Aguardar a que los ladrones concluyan su misión para gozar de respiro”.67

Como se observa, al igual que sucedía con las publicaciones anteriores, el mostrar un

diagnóstico fatalista de la inseguridad en el estado dirigía de forma inmediata la crítica hacia la

capacidad de la autoridad para combatirlo. En este sentido, como se mencionó arriba, la crítica

principal de EN se dirigió al decreto de 1846 cuando Angulo delegó el uso de la fuerza a los

particulares. En un editorial titulado: “Impotencia del gobierno en la persecusión de ladrones” se

establecíó que la iniciativa estatal tenía como principal objetivo el ayudar a “extinguir, lo más

pronto posible, la plaga de malhechores que desgraciadamente andan en los caminos”. En primer

lugar se resaltó cómo el gobierno renunciaba “con facilidad tan inaudita [a] sus deberes y

obligaciones”, esta medida se pensó como una tentativa para sacudirse sus compromisos, ya que

si los ciudadanos tenían el derecho imprescindible a “ser defendidos y protegidos por el poder”,

65 El Nene, Guadalajara, 2 de noviembre de 1850, núm. 2, segunda época, p. 1.


66 El Nene, Guadalajara, 9 de diciembre de 1850, núm. 3, segunda época, p. 2.
67 El Nene, Guadalajara, 20 de enero de 1851, núm. 9, segunda época, p. 8.
162
ahora dicha atribución recaía en ellos mismos. En consecuencia, esta “declaración de impotencia

del estado” debería conllevar consecuencias como que los propietarios no pagaran sus impuestos

ni cumplieran con sus obligaciones ciudadanas hacia la autoridad.68

Un mes después, EN publicó otro texto relacionado titulado: “Enojóse el gobierno con su

impotencia”, donde criticó que hacia 1850 la administración de Angulo tuvo que virar la

dirección de su política de seguridad debido al fracaso experimentado. Para este periódico, la

autoridad reprochaba a los hacendados “el abandono y descuido con que miraban el compromiso

que tenían de cuidar los caminos”, debido a que en realidad las cuadrillas de gavilleros habían

aumentado. Para complementar la nota, en el mismo número se publicó el sentir de un particular

anónimo, propietario de una hacienda, que mencionaba que si bien los agricultores, “tenemos

grande necesidad de aventurar nuestros intereses” a un entorno donde “el hombre honrado es

víctima sin remedio”, también “es verdad que nos hace falta la fuerza activa de un gobierno

enérgico, pues el que tenemos nos deja el campo, después la culpa”. De consiguiente sentenciaba:

“no hay quien tanto necesite de una buena policía como nosotros [...] el abandono nos mata”.69

El tema de fondo era la participación que tenía la autoridad como salvaguarda de la

estabilidad social y en consecuencia como detentor de la fuerza pública. Años después de la

gubernatura de Angulo se retomó el argumento de involucrar a los ciudadanos en el combate a la

delincuencia. En esta ocasión, el periódico ESP en un editorial titulado “Inseguridad en los

caminos” exponía que los esfuerzos de la fuerza de policía eran insuficientes para controlar a los

delincuentes, por lo tanto como la tranquilidad pública era un asunto que atenía a todos, se

deberían mancomunar esfuerzos de fuentes tanto públicas como privadas. De ese modo, exponía

el mencionado órgano: “dentro [de] treinta o cuarenta días se habra logrado el objetivo de que

68 El Nene, Guadalajara, 27 de enero de 1851, núm. 10, segunda época p. 2. Ver anexo 2.
69 El Nene, 10 de febrero de 1851, Guadalajara, núm. 12, segunda época, pp. 1 - 3.
163
cese la inseguridad en los caminos”. La idea que se quería fomentar era la de un frente unificado

en contra de la delincuencia en donde colaboraran el gobierno, los ciudadanos “respetables”, los

comerciantes y los hacendados, de esta manera como terminaba el artículo los bandoleros

abandonarían el estado ya que en “Jalisco [...] los aguardan las mas amargas lecciones”.70

Estas notas reflexionan sobre quién debe de tener el monopolio de la fuerza pública, para

la oposición era claro el gobierno debería hacer frente a los ladrones, combatirlos y extinguirlos,

de otro modo ¿cual era la razón de pagar impuestos? En este sentido, el contrato social se podía

romper si una de las partes incumplía uno de sus compromisos fundamentales: la seguridad de los

hombres. El pedir auxilio a los ciudadanos en una tarea que debería recaer en las policías era una

forma de debilidad. Ante esto, el gobierno exponía razones como la carencia de fondos, las

buenas intenciones y la inocente promesa de un frente común que terminaría con este mal en un

mes. Sin duda, ninguna de estas razones se contraponía eficazmente al argumento de la

inoperancia, por lo que el gobierno tuvo que endurecer su discurso sobre la punición.

La discusión entonces se centró en las formas de castigo consideradas a través de los

alcances que tenía la policía, las leyes y las instituciones. Primero, surgieron una serie de notas

que relacionaban y justificaban el castigo. Por ejemplo, ERJ se refirió a un robo cometido en la

hacienda de Copala, al sur del estado, en el cual los ladrones habían atacado a una cuadrilla

integrada por varios miembros de un batallón y algunos particulares, del cual resultaron dos

muertos y siete heridos graves. Días después se había podido aprehender a dos individuos que

portaban algunas pertenencias robadas y las armas que eran propiedad de la nación.71 La postura

de este órgano era clara, los sospechosos deberían ser severamente castigados: “la atención

70 El Soldado de la Patria, Guadalajara, vol. 1, martes 12 de junio de 1855, núm. 28, pp. 3 - 4.
71 En la nota no se menciona el tipo de botín que fue sustraído. Es posible pensar que se trataba de alguna cantidad de
dinero debido a que el contingente que viajaba estaba resguardado por miembros del batallón número 14. Aunque
también en ese tiempo era común que particulares adinerados contratasen protección para emprender su viaje.
164
pública, justamente alarmada por este crimen, está aún más pendiente de su castigo [...] la

opinión pública tiene condenados á los reos”.72 Por su parte, otro periódico oficial EP publicaba

una nota titulada “Inseguridad” firmada por Armando Agraz en la cual informaba sobre los

constantes robos ocurridos en Yahualica, Tapalpa y Tizapan, ante lo cual exigía al gobierno la

persecución sin tregua y aprehensión de los criminales, así como: “la ejemplar expiación que

merecen”, por lo que “esta clamando la pública vindicta”.73

En una nota titulada “El derecho a castigar”, publicado en dos partes, la corrección se

pensaba como un elemento positivo a implementar, como una forma de evitar “el mal que

cometen los hombres, y volverles mejores”.74 A cada derecho, establecía el artículo, debería

oponerse una garantía lo cual implicaba medidas para asegurar aquello que la ley protegía. Para

el caso del robo se mencionaba: “sería vano [garantizar el] derecho de propiedad, si es injusto

protejerle contra los ladrones”.75

En consecuencia, se tenían que tomar medidas tanto preventivas como correctivas. Las

primeras se relacionaban con acciones que potencialmente pudieran disuadir a los malhechores

como: la posibilidad de armar a los ciudadanos (para que estos emprendieran su defensa y

ayudaran en la persecusión de ladrones), la construcción de murallas y protecciones en las

poblaciones y hogares, o bien educar moralmente a la población para hacerle ver los alcances que

conllevaba quebrantar la ley, es decir disciplinándola bajo un régimen de acatamiento. En

términos generales, estas medidas tenían un impacto moderado pero no atacaban de manera

efectiva el problema, eran en ese sentido un complemento. Las otras medidas, las que implicaban

un suplicio se consideraban necesarias y efectivas para disminuir significativamente la tasa de

72 El Republicano Jalisciense, Guadalajara, martes 18 de abril de 1848, vol. 2, núm. 73, p. 4.


73 El País, Guadalajara, sábado 16 de agosto de 1856, vol. 1, núm. 59, pp. 3 - 4.
74 El Republicano Jalisciense, Guadalajara, viernes 4 de diciembre de 1846, vol. 1, núm. 30, p. 4.
75 El Republicano Jalisciense, Guadalajara, viernes 18 de diciembre de 1846, vol. 1, núm. 34, p. 4.
165
delitos. Por lo tanto se pensaba que: “viene a ser necesario infligir al agresor un castigo que

quitándole la voluntad ó el poder de cometer nuevos delitos, inspire á los que meditan una

agresión, el temor de un porvenir peor”.76

Este tipo de ideas provenían de lo escrito por los pensadores europeos de finales del siglo

XVIII que configuraron el llamado pensamiento criminológico liberal o clásico y que fueron

reproducidos constantemente por los pensadores mexicanos. César Beccaria fue especialmente

claro al establecer que un delito, especialmente uno considerado grave, como un robo violento o

un asesinato, generaba un daño a la sociedad, debido a que sus implicaciones dañaban al cuerpo

social en su conjunto. Por lo tanto era el deber del gobierno, de la autoridad en turno, más que del

individuo agraviado, hacerse cargo de resarcir ese daño imponiendo un castigo proporcional al

delito, de otro modo se estaría hablando mas de una venganza que de justticia.77

Las ideas de este autor así como de otros pensadores del castigo como Jeremy Bentham

fueron claramente conocidas en el continente americano hacia finales del siglo XVIII, lo

demuestra por ejemplo el influjo que estos autores tuvieron en la obra de Manuel de Lardizábal y

Uribe, Discurso sobre las penas de 1796. Así, a partir de la década de los 30, en la prensa

nacional ya se replicaba el argumento beccariano sobre el castigo.78 Para 1831, el gobernador

Herrera y Cairo expresaba al respecto: “las luces del siglo han llenado al mundo con mejores

teorías”, para después sugerir que era necesario construir en Jalisco una nueva cárcel basada en el

modelo del panóptico promovido por Bentham. Por lo tanto, es un hecho que los gobernantes, así

76 El Republicano Jalisciense, Guadalajara, viernes 18 de diciembre de 1846, vol. 1, núm. 34, p. 4. También es
posible encontrar una argumentación similar en El Republicano Jalisciense, Guadalajara, viernes 15 de enero de
1847, vol. 1, núm. 42, pp. 3 - 4.
77 Cesar Beccaria, De los delitos y de las penas. Facsimiliar de la edición príncipe en italiano en 1764, seguida de la
traducción de Juan Antonio de las Casas de 1774, México, fondo de Cultura Económica, 2000, pp. 216 - 218;
Siegfried Lamnek, Teorías de la criminalidad, México, Siglo Veintiuno Editores, 2009, pp. 18 - 20; y Alessandro
Baratta, Criminología crítica y crítica del derecho penal, México, Siglo Veintiuno Editores, 2011, pp. 23 - 26.
78 El Federalista Mexicano, México, miércoles 29 de agosto de 1838, tomo 1, núm. 36, pp. 1 - 4.
166
como las élites locales, conocían este tipo de discusiones e ideas. 79 Años después, estos mismos

argumentos fueron reiterados por ERJ al mencionar que el delito produce un mal privado, en

contra de la víctima, pero también un mal público: “destruyendo la seguridad, y facilitando el

suceso ó la tentativa de otro delito”.80 Por consiguiente, la punición revierte esta situación

generando un bien público, aunque produzca un mal privado en contra del infractor.

Aunque minoritarias, también hubo notas de prensa que abordaron victorias del gobierno

sobre los malhechores. Por ejemplo, ESP narró la derrota de una gavilla a manos de un escuadrón

de policía, ocurrida en un mesón en el municipio de Tuxpan. El grupo de bandidos, refiere la

nota, se componían de prófugos del presidio de Mezcala, los cuales eran capitaneados por el

bandolero llamado Mancilla, además establece que en un momento emitieron vivas a Santa

Anna.81 Los prisioneros por supuesto fueron fusilados, lo cual fue bien visto por el periódico,

como un ejemplo de un castigo severo y aleccionador. Para el ESP esta era la vía a seguir por

parte del gobierno para terminar con esta plaga. Aunado a lo anterior resalta cómo se caracterizó

al grupo de asaltantes: individuos que se habían escapado de un presidio considerado arcaico para

ese momento y con afinidades políticas contrarias al bando liberal. Es decir, la prensa jalisciense

utilizó también el término gavillero para denominar a los enemigos políticos de la élite regional,

tal y como sucedió por ejemplo con el movimiento de Manuel Lozada.82

Ahora bien, queda claro que el denominador común era el castigo, pero ¿cuáles eran las

estrategias punitivas que en la prensa se sugerían para mejorar en este aspecto? ¿Qué se debía

reformar sobre este tema? ¿Qué instituciones deberían crearse? En términos generales, el sentir

periodístico centró su atención, analizando los problemas y soluciones de tres áreas específicas en

79 José Ignacio Herrera y Cairo, “Memoria que el C. Gobernador José Ignacio Herrera y Cairo presentó al H.
Congreso el día 1 de febrero de 1831” en Urzúa Orozco y Hernández Z, Jalisco, testimonio, pp. 120 - 121.
80 El Republicano Jalisciense, Guadalajara, viernes 18 de diciembre de 1846, vol. 1, núm. 34, p. 4.
81 El Soldado de la Patria, Guadalajara, martes 10 de abril de 1855, vol. 1, núm. 10 p. 3.
82 Herrera, Las representaciones de Manuel Lozada, pp. 59 - 80.
167
el combate a los ladrones: la policía, la administración de justicia y las cárceles, como se muestra

a continuación:

1) La Policía. Un cuerpo de policía era el primer elemento en contra de la inseguridad, era

la institución que tenía el contacto inicial con los hechos delictivos y en consecuencia con los

malhechores. También era la instancia más endeble y peligrosa, en ocasiones los cuerpos de

seguridad caían muertos o heridos al enfrentarse a los bandidos como se mencionó en una nota

arriba. Del mismo modo, los representantes del orden eran los únicos que interactuaban con los

bandidos en su entorno natural, como lo demuestra el relato del asalto a D. Clemente Guzman

ocurrido en el arroyo de los Hornitos cerca de Quelitlan. La nota al respecto destaca que los

auxiliares, después de algunos tiros, no quisieron seguir atacando a los ladrones, no especifica la

razón, pero sí menciona que miembros de ambos bandos se pusieron a conversar debido a que

estaban a una distancia cercana unos de otros; incluso los salteadores se quejaban de que se les

perseguía.83 El Mundo, periódico que publicó esta nota recomendaba al gobierno que pusiera

manos a la obra y evitara el desorden que tenía en sus cuerpos de seguridad. En el mismo sentido,

EP clamaba por la creación de fuerzas de seguridad que combatieran y acosaran a los vagos y

viciosos para así garantizar la tranquilidad del estado.84 En general, en la prensa se mencionaba

como un imponderable la creación de una fuerza de policía eficaz y adecuada a los tiempos que

se estaban viviendo. Se pensaba que esa iniciativa correspondía al Estado, porque la autoridad

debería hacer lo necesario para evitar que se cometieran crímenes y en dado caso castigarlos

pronta y ejemplarmente.

Sin embargo, el matiz venía al argumentar nuevamente que lo destacable era la intención

sobre el resultado. Así, LVA justificaba el accionar del gobierno diciendo que éste: “conoce bien

83 El Mundo, Guadalajara, domingo 10 de octubre de 1847, vol. 1, núm. 10 (alcance), p. 2.


84 El País, Guadalajara, sábado 16 de agosto de 1856, vol. 1, núm. 59, pp. 3 - 4.
168
sus deberes” pero “si no le es dado acabar con toda clase de malhechores, tendrá al menos la

satisfacción indecible de haber hecho los más grandes esfuerzos para desterrar y castigar el vicio,

que envilece y degrada tanto á los hombres y á las sociedades”.85 Este tipo de apologías tenían

dos niveles de interpretación, el primero, inmediato, dirigido a los opositores de Angulo que

buscaban desprestigiarlo sistemáticamente y, el segundo a nivel, sobre la capacidad del Estado en

garantizar la inseguridad. En ese orden no se podía aceptar un fracaso, pues se estaría poniendo

en tela de juicio la configuración primaria de la autoridad, por lo tanto lo principal era destacar

que había un gesto, una finalidad que si bien no se ha logrado se bastaba con la satisfacción del

intento. En otras palabras, para la administración de Angulo era mejor hacer algo (aunque

resultara ineficaz) que nada en absoluto, en ese tenor justificaban que por desinterés no se les

podía haber acusado.

2) La administración de justicia. Las carencias que tenía la impartición de justicia en

Jalisco, y a nivel nacional, eran lastres que se venían acrecentando desde inicios del siglo y por lo

tanto fueron aspectos que se conocían bien en el ámbito de la esfera pública. Al respecto, ERJ

relacionaba claramente la ineficacia del poder judicial con el incremento de las gavillas al

publicar que: “la constante impunidad en que quedan los delitos, merced al desarreglo en que se

ha hallado la administración de justicia es sin duda el principal motivo de que hoy estén, más que

nunca, infestados los caminos de salteadores y asesinos”.86 Para fines analíticos, las notas que

abordaban el tema de la justicia se pueden agrupar bajo dos tipos de discusiones: la primera sobre

la corrupción de los jueces y el sistema en general, y la segunda sobre la naturaleza de las penas y

los indultos.

85 La Voz de la Alianza, Guadalajara, viernes 30 de noviembre de 1849, vol. 1, núm. 47, p. 1.


86 El Republicano Jalisciense, Guadalajara, martes 18 de abril de 1848, vol. 2, núm. 73, p. 4. Argumentos similares
también se pueden encontrar en: El mundo, Guadalajara, viernes 15 de octubre de 1847, vol. 1, núm. 11, p. 1- 2; y El
Mundo, Guadalajara, viernes 17 de diciembre de 1847, vol. 1, núm. 20, p. 1- 2.
169
2.1) La corrupción y el influyentismo eran elementos presentes en la impartición de

justicia en el estado. La cuestión central era la desigualdad legal que enfrentaban los acusados,

pues se denunciaban tratos distintos basados en el estrato social. Del mismo modo, las

inconsistencias al momento de impartir justicia también tenían un sesgo racista. Como lo

menciona LVA había en una parte de la burocracia nacional: “un odio irracional ó una

indiferencia culpable hácia la raza indígena” que hacía que “los fallos de los tribunales se

pronuncien contra el pobre, el desvalido, el ignorante”.87Al ser un órgano oficial, la nota

matizaba al asegurar que Jalisco pretendía tener una imparcialidad para evitar este tipo de

irregularidades, basándose en un discurso de supuesta igualdad jurídica que todos los ciudadanos

gozaban desde la constitución. Sin embargo, es conocido que este tipo de prácticas persistieron

en el ámbito judicial a lo largo del siglo XIX. En este tenor, el apartato judicial desempeñó un

papel fundamental en la segregación de la anormalidad y el control social.

Otro argumento fue que la ineficiencia de los jueces y demás personal administrativo

tenía que ver con sus percepciones. Se pensaba que un salario bajo hacía vulnerables de sobornos

a los miembros del poder judicial, por lo tanto se proponía desde estos órganos un aumento en la

paga, lo que devendría en una disminución proporcional de la capacidad de corromperse al

interior del ámbito judicial. La insistencia en publicar notas que mostraban los bajos pagos que se

recibían al interior de los tribunales podría explicarse en parte como una petición de gremio de

mejorar sus condiciones, estos porque muchos abogados y miembros del poder judicial que

estaban en el ámbito político también participaron en empresas periodísticas, como editores o

como escritores. Más allá de ello, los alcances de este tipo de medidas suelen ser difíciles de

percibir ya que se basaban en opiniones más que en análisis juiciosos de la situación. Lo que

87 La Voz de la Alianza, Guadalajara, viernes 6 de julio de 1849, vol. 1, núm. 7, pp. 1 - 2.


170
resulta es que el aparato judicial se trataba de una institución corrompible, con muchas falencias

y muy frágil en sus estructuras.

2.2) Las penas y los indultos. Como parte de la influencia de Beccaria y los pensadores

liberales, se comenzó a observar la pena de muerte y los tormentos como una práctica inhumana,

como algo que debería dejarse atrás. En cambio, se proponía un castigo que se dirigiera al interior

del individuo mediante el confinamiento. En Jalisco, este tipo de argumentos apenas se utilizaban

en las discusiones públicas. 88 LVA publicaba que la abolición de la pena de muerte era algo

indudable, puesto que: “la razón, la filosofía y el cristianismo [la] condenan”.89EP, por su parte,

la denominaba como una pena atroz contrario a los principios civilizados.90 Sin embargo, todavía

había posturas contrarias a humanizar la punición, éstas consideraban que una pena ejemplar

como la muerte tendría mayor efectividad en su capacidad para disuadir a los delincuentes. Así,

se explica la nota de LE titulada “Sigan los indultos” en la cual, en tono irónico, se decía que las

“brillantes defensas” que los magistrados y abogados llevaban a cabo a favor de los ladrones

solamente los alentaba más. En consecuencia, el no poderles aplicar la pena de muerte equivalía a

decir: “ ¡Mueran los inocentes!¡Sálvense los vandidos![sic.]”.91 Habrá que aclarar que este texto

se refería a las actividades gavilleras ocurridas a nivel nacional pero es sintomática de las

concepciones que había sobre el último suplicio. Fue hasta la gubernatura de Vallarta, hacia la

década de 1870, cuando se puede establecer que en Jalisco el paradigma sobre la pena capital

pareció tomar un rumbo definido hacia su eliminación como un castigo prodigado a los ladrones

y otros delincuentes, como lo indican las defensas a favor de la vida, las penas menos severas y

88 Beccaria, De los delitos y de las penas, pp. 274 - 287; y Foucault, Vigilar y castigar, pp. 121 - 155.
89 La Voz de la Alianza, Guadalajara, viernes 21 de diciembre de 1849, vol. 1, núm. 53, pp. 1 - 2.
90 El País, Guadalajara, miércoles 17 de septiembre de 1856, vol. 1, núm. 68, pp. 3 - 4.
91 La Estafeta, Guadalajara, lunes 17 de mayo de 1852, vol. 1, núm. 6, p. 4.
171
los indultos que este gobernador expidió en sus memorias, en las cuales da numerosos ejemplos

de cómo prodigo perdones.92 En tanto, a mediados de siglo la discusión parecía todavía ambigüa.

¿Cómo explicar la convergencia en un mismo momento de la humanización de los

castigos y la defensa de la pena de muerte? La respuesta estriba en la excepcionalidad del

problema, para la prensa los diagnósticos eran aciagos, el estado se encontraba experimentando

una crisis, azotado por una plaga de ladrones como no se había experimentado anteriormente. Se

venía de una guerra con resultados devastadores para el proyecto nacional y se perfilaba otra de

carácter intestino. Los políticos liberales de ese momento comprendieron el carácter coyuntural

del proceso y propusieron medidas extraordinarias para imponer orden. Ante esto, las penas

humanizadas no funcionaban, además no había los recursos ni la infraestructura para implementar

un sistema moderno de punición y control social. Al contrario, ante la coyuntura se tenían que

dejar de lado los ideales y pasar al pragmatismo, en este sentido los fusilamientos aunque

inhumanos eran efectivos en dos sentidos, por un lado terminaban con los ladrones, disminuían el

número de indeseables, extinguían la plaga; por otro lado imponían un ejemplo que disuadía a

otros malhechores de seguir con sus actividades criminales. En este sentido hubo una crítica de

parte de la prensa hacia el poder judicial, pues este al prodigar indultos y liberar a los acusados no

colaboraba lo suficiente con la extinción de la plaga. Todo lo contrario, su apego a un derecho

vetusto pero todavía vigente, su corrupción y su ineficiencia, alentaban a engrosar el número de

ladrones en el estado. Mientras la prensa clamaba por fusilamientos el STJ prodigaba perdones,

este accionar se consideraba blandengue.

3) Las cárceles. Es importante puntualizar que la reforma al sistema carcelario en Jalisco

se enmarcó dentro de una política de renovación de las prisiones a nivel nacional. Esto era parte

92 Ignacio Luis Vallarta, “Memoria presentada por el ejecutivo a la legislatura del estado de Jalisco, 31 de octubre de
1872” en Urzúa Orozco y Hernández Z., Jalisco, testimonio, pp. 519 - 557.
172
importante de lo que Buffington denominaba el “proyecto liberal disciplinario”. En ese sentido la

reforma carcelaria ponía el énfasis en dos cuestiones, por un lado la regeneración del preso y por

el otro su aislamiento. Ambos elementos, menciona el autor, estuvieron: “directamente

vinculados con el gran programa de desarrollo de las élites modernizadoras [y] determinaron las

tentativas de reforma carcelaria emprendidas en el siglo XIX”.93

Sobre este tema había dos ideas que persistían de forma recurrente en la esfera pública

jalisciense, que bien pueden agruparse bajo la dicotomía de lo tradicional en contra de lo

moderno. El primer argumento concentraba una serie de notas que mostraban el estado

deplorable de las instituciones carcelarias existentes, especialmente del presidio de Mezcala,

institución que representaba el pasado que discursiva y políticamente el proyecto liberal pretendía

superar. Esta cárcel era para mediados de siglo más un lastre que una solución, una prisión

arcaica que no correspondía con las ideas del momento. ERJ retomaba en 1848 un texto firmado

en 1828 en donde se mostraban las terribles condiciones del lugar. Por ejemplo, destacaba que su

población, variable de entre 200 a 500 habitantes, dormía hacinada en el galerón principal sin

ningún tipo de ventilación lo que generaba entre los presos: “ansias mortales, cansancio,

dificultad de respirar, agudos dolores de cabeza; y por último, las fiebres más contagiosas y

pestilentes”.94 El hecho de reimprimir dicho texto en un momento cuando se estaba echando a

andar el proyecto de la nueva penitenciaría no fue casual, sino tenía como objetivo demostrar las

terribles condiciones de este presidio y, por lo tanto, que su uso funcional había terminado.

LAS, por su parte, realizó una descripción de la isla de Mezcala, sus paisajes, recursos e

historias recientes, terminando su artículo de la siguiente manera: “hoy, sin embargo, no es otra

cosa la isla de Mescala [sic.] que un lugar destinado al padecimiento, un sitio de dolor y de llanto:

93 Buffington, Criminales y ciudadanos, p.140.


94 El Republicano Jalisciense, Guadalajara, viernes 1 de diciembre de 1848, vol. 3, núm. 38, pp. 3 - 4.
173
es el presidio del Departamento, donde los criminales van á expiar los delitos por cierto número

de años”.95 Otro elemento considerado criticable era la administración propia que tenía el

presidio, la cual debido a los elevados costos de mantenimiento y a la debilidad de la hacienda

pública se había dejado en manos de un particular. Este hombre denominado “castellano”

obtenía, por un periodo determinado de tiempo, el permiso para manejar la gestión del

mencionado recinto de confinamiento. Para el periódico esta situación solamente beneficiaba a

dicho personaje, el resto de la población carcelaria permanecía en una situación lamentable y su

trabajo era, en última instancia, utilizado solamente para enriquecer al administrador.96

En el mismo tenor se mostraban las cárceles municipales, en el editorial a EP titulado

“Cárceles” se describía el lamentable estado en que éstas se encontraban. Especialmente se hacía

énfasis en dos cosas, el hacinamiento insalubre de la población carcelaria y la interacción entre

reos de diferentes clases. Sobre lo primero se mencionaba que la aglomeración de una multitud

de: “infelices, contenidos en un espacio estrecho y sin ventilación; el desaseo y la desnudez con

que se presentan, y hasta el poco y mal alimento que se les ministra, contribuyen a producir una

infección grande y mortal”. Sobre lo segundo se establecía como un hecho que los habitantes

“novicios”, es decir aquellos que se encontraban encerrados por delitos menores, se corrompían

fácilmente al interactuar con los individuos más peligrosos, a esto le llamaban el aprendizaje de

la “carrera del vicio”.97 En términos generales, las cárceles que tenía el estado, tanto Mezcala

como las municipales, se pensaban como inadecuadas para cumplir su función de asegurar la

tranquilidad, porque se repetía sistematicamente que eran insalubres y promovían la

95 La Armonía Social, Guadalajara, viernes 5 de enero de 1849, vol. 1, núm. 2, p. 4. Otra nota que muestra las malas
condiciones en que se encontraban las cárceles jalisciense se puede leer en: La Voz de la Alianza, Guadalajara,
martes 3 de julio de 1849, vol. 1, núm. 6, pp. 5 - 6.
96 La Armonía Social, Guadalajara, viernes 5 de enero de 1849, vol. 1, núm. 2, p. 4.
97 El País, Guadalajara, 21 de mayo 1856, vol. 1, núm. 35, p. 3.
174
aglomeración en lugar de la separación de los delincuentes y su rehabilitación. Entonces, desde la

perspectiva de la prensa, ¿qué se debería hacer?

En 1849 el oficialista LAS describió nuevamente la fétidez y oscuridad de los recintos

existentes tanto el presidio de Mezcala cómo las cárceles municipales. Pero en esta ocasión

exhortó a que la opinión pública, independientemente de su sesgo político, apoyara la

terminación de un nuevo centro de confinamiento. Uno que realmente cumpliese con el objetivo

de regenerar a los reos, proporcionandoles comida, vestimenta y alojamiento adecuado, pero

sobre todo un oficio. La nota terminaba exclamando que: “la urgente necesidad de un

establecimiento de esta clase, es notoria: su utilidad, previa la confeccion de bien meditados

reglamentos, no puede ser dudosa”.98

Relacionado con lo anterior, hacia 1852 LB publicó en diversas entregas un largo

estudio sobre el estado que guardaban los recintos carcelarios en el país vecino, poniendo

especial énfasis en el sistema Filadelfia, el cual ponderaba el encierro silencioso sobre el castigo

corporal.99 Sobre este modelo carcelario mencionaba que su “verdadero mérito [...] fué el de

abolir las leyes sanguinarias de Pensilvania, y, al iniciar un nuevo sistema de reclusión, llamar

sobre él la atención pública”.100 Justamente en ese sentido fueron dirigidas las notas que sobre la

Penitenciaría de Escobedo se publicaron en ese periodo: justificar ante la opinión pública su

construcción y utilidad para la sociedad jalisciense.

La Escobedo fue vista como una institución moderna que abrevaba de las ideas

criminológicas más avanzadas, las cuales estaban sustentadas principalmente por Jeremy

98 La Armonía Social, Guadalajara, viernes 2 de febrero de 1849, vol. 1, núm. 10, p. 4. Ver anexo 5.
99La Balanza, Guadalajara, lunes 1 de marzo de 1852, vol. 1, núm. 1, pp. 3 - 4; Guadalajara, sábado 13 de marzo de
1852, vol. 1, núm. 2, p. 4; Guadalajara, sábado 27 de marzo de 1852, vol. 1, núm. 4, pp. 2 - 3; Guadalajara, sábado 3
de abril de 1852, vol. 1, núm. 5, pp. 2 - 3; Guadalajara, sábado 10 de abril de 1852, vol. 1, núm. 6, pp. 2 - 3;
Guadalajara, sábado 17 de abril de 1852, vol. 1, núm. 7, pp. 3 - 4; Guadalajara, sábado 1 de mayo de 1852, vol. 1,
núm. 9, pp. 2 - 3; Guadalajara, sábado 22 de mayo de 1852, vol. 1, núm. 12, pp. 3 - 4; y Guadalajara, sábado 12 de
junio de 1852, vol. 1, núm. 15, p. 3.
100La Balanza, Guadalajara, lunes 1 de marzo de 1852, vol. 1, núm. 1, pp. 3 - 4.
175
Bentham y el sistema penitenciario norteamericano. Fue mostrada como un recinto filantrópico

en dos sentidos. Primero para el reo pues se atenuarían los castigos y la experiencia de encierro,

la punición sería interior y habría celdas que separarían a la población. Segundo a la sociedad,

porque se planeaba que el delincuente aprendiera un oficio y se convirtiera en un hombre

“virtuoso” dejando sus “vicios” atrás. Así, este lugar se imaginaba como un sitio que venía a

paliar precisamente los defectos que se criticaban del sistema carcelario imperante: el

amontonamiento y la corrupción. Sobre lo dicho LVA decía que en esta institución:

El pensamiento, á la par humano y generoso, de corregir al que han delinquido, castigándole con
la soledad, la meditación y el silencio y obligándole á que se instruya en los deberes más
importantes, ese pensamiento, que es ya una realidad, como lo demuestran los estensos[sic.],
sólidos y bien ordenados edificios llamados penitenciarias que en varias partes se han
levantado.101

Sin embargo, como es conocido la mencionada cárcel todavía no terminaría de edificarse

y comenzar su funcionamiento sino hasta años después en 1875. La inestabilidad política y la

debilidad económica hicieron que la empresa avanzara muy lentamente, cuando no estaba

completamente paralizada. Por lo tanto, su carencia era la razón última del porqué los ladrones

llevaban a cabo libremente sus acciones. La falta de una cárcel nueva que asegurara la

tranquilidad de los ciudadanos, o por lo menos de los ciudadanos de las clases más altas se

pensaba como un vacío urgente a llenar. La esperanza era el tono de la prensa al respecto, por

ejemplo LAS exclamaba: “¡Quiera el cielo [...] que el gobierno y pueblo jaliscienses, puedan

gloriarse algun día de poseer un establecimiento, de que en gran manera depende la moral, el

órden y la dicha futura de Jalisco”.102 Por su parte, EP aseguraba: “Concluida la Penitenciaría,

habrá cesado la inseguridad en las cárceles y así las penas designadas a los malhechores serán

101 La Voz de la Alianza, Guadalajara, viernes 21 de diciembre de 1849, vol. 1, núm. 53, pp. 1 - 2.
102La Armonía Social, Guadalajara, martes 30 de enero de 1849, vol. 1, núm. 9, p. 4.
176
efectivas, y no podrán evadirse para seguir impávidos en la carrera de la maldad”.103 Así, las

notas sobre las cárceles se encontraban a medio camino entre lo que se buscaba obtener y lo que

se pretendía dejar atrás.

En suma, contrario a la prensa porfiriana que destacó las características del individuo

peligroso, el periodismo de mediados de siglo se concentró en analizar la crisis de inseguridad

desde el aspecto político. Esta situación respondió a dos cuestiones, por un lado el momento

propio del desarrollo de la opinión pública periodística, llena de debates y de discusiones sobre

las reformas que debería tener el país para en un futuro lograr consolidar sus estructuras, en ese

sentido la inseguridad fue un tópico a atender, un aspecto importante porque era pensado como

un cimiento que aseguraría la construcción a futuro de un edificio nacional sólido. Por otro lado,

un cúmulo de notas de prensa que se concentraron en reflexionar sobre la punición en un

momento intermedio entre la imposición de un nuevo paradigma de castigo proveniente del

pensamiento liberal (que centró su atención en la atenuación del castigo, así como la

rehabilitación del personaje), en contraposición con el carácter coyuntural de un brote alarmante

de robos que hacia clamar por fusilamientos y penas severas.

En el ámbito periódistico se permitió el disenso y la crítica. Así, observamos como

algunos órganos intentaron realizar propaganda a favor de su partido, justificando sus acciones,

mientras otros atacaron frontalmente y evidenciaron su incapacidad para gobernar. Resulta

sumamente sugerente que tanto los periódicos oficiales, como los opositores en la mayoría de las

ocasiones hacían referencia a la participación que estaba teníendo el Estado. En ese sentido, el

papel de la prensa como un brazo subordinado de las élites fue evidente, como lo demuestra

Marie-Christine Leps para el caso europeo: el desarrollo de las notas periodísticas sobre el crimen

brindó, entre otras cosas, la posibilidad de tener un espacio de discución y validación constante

103El País, Guadalajara, miércoles 17 de septiembre de 1856, vol. 1, núm. 68, pp. 3 - 4.
177
para las instituciones oficiales.104 En ese contexto, temas como el combate a la delincuencia, la

consolidación de las estructuras de gobierno, la imposición de la paz y la tranquilidad fueron

pensadas como prioridades que se deberían implementar para alcanzar el ansiado desarrollo y la

estabilidad. En ese sentido, si los órganos periodísticos mostraron ideas divergentes sobre el tema

así como cierta crítica hacia el poder, ¿cómo se trató este tema desde el ámbito de enunciación

propio de la autoridad?

EL SENTIR DE LOS GOBERNANTES: CONTINUIDADES EN TIEMPOS ACIAGOS

El informe o memoria de gobierno es un documento que en general muestra los logros de una

determinada administración, suele estar escrito en tono laudatorio porque su intención es

demostrar que el gobernante fue competente en su desempeño y aportó algo siginificativo a su

estado. Sin embargo, en los textos decimonónicos, a la par de los éxitos se publicaban también

las preocupaciones, los retos y los proyectos inacabados que enfrentaba cada gobernante, los

cuales por supuesto se justificaban pretextando situaciones coyunturales o ajenas al gobierno

como la carencia de fondos o la inestabilidad política. La inseguridad fue uno de aquéllos

elementos incómodos desde el punto de vista oficial por su persistencia y complejidad, así como

porque no se podía poner remedio a esta denominada “plaga” de robos. Así, el carácter legalista

de esta fuente es una víadirecta para conocer de propia voz el sentir que desde el poder había

sobre este tema.

El estado que guardan las memorias de gobierno en Jalisco durante el siglo XIX es

sumamente fragmentario, en parte debido a la inestabilidad política que generó que muchos

gobernantes no presentaran su informe y también por la pérdida de algunos documentos. Aún así,

104 Marie-Christine Leps, The Apprehension o f Criminal Man, 1876 - 1913. An Intertextual Analysis of Knowledge
Production, Montreal, tesis de doctorado Mcgill University, 1985, p. 452.
178
el conjunto de estas fuentes brinda un panorama claro sobre cuál era el sentir de los gobernantes

al respecto. En concreto, me centraré en los informes de Joaquín Angulo, Jesús López Portillo y

Anastasio Parrodi que son los existentes para el periodo que va de la restauración del federalismo

hasta antes de la intervención francesa. De los gobernantes mencionados, Angulo fue el más

prolífico en sus descripciones sobre el tema, los otros dos son mucho más concretos en sus

opiniones. Del mismo modo, compararé este material con otros informes de gobierno jaliscienses

con el fin de destacar las particularidades y continuidades del momento.

El artículo 78 de la Constitución estatal de 1824 establecía que el Ejecutivo debería asistir

a las ceremonias de apertura y renovación del Congreso en las cuales debía informar por escrito

el estado de su administración. En estos balances, el tema de la inseguridad, o tranquilidad

pública como también se denominaba, estuvo siempre presente. Dentro de los apartados

dedicados a este ramo, las actividades de los ladrones (robo en los caminos y poblaciones) fue el

abordado con mayor detalle; incluso sobre el asesinato que generalmente se pensaba como una

consecuencia del asalto violento. Así, podría afirmarse que esta práctica representaba la

preocupación central de la clase gobernante respecto a la seguridad en el territorio de Jalisco.

Es importante destacar que hacia 1846 el federalismo volvió a instaurarse en territorio

jalisciense. Como sucedió en la política nacional, el partido liberal, único en la lucha por el poder

tras el fracaso centralista, se dividió en dos bandos: moderados y radicales. De acuerdo con Will

Fowler, ambos bandos predicaban el ideario del liberalismo pero se diferenciaban entre sí por la

forma como querían llevar a cabo las reformas que transformarían al país. Mientras los radicales

buscaron un cambio tajante respecto al pasado, los moderados pretendieron una reforma

progresiva y escalonada, una que: “sin olvidar las costumbres y las tradiciones del país, lograra

modernizar la vida política de México, lenta y gradualmente, evitando cualquier cambio

179
brusco”.105 El objetivo de esta postura era evitar los alzamientos, las rebeliones así como la

crispación de los estratos más conservadores de la sociedad mexicana: la iglesia y el ejército. En

tanto, la postura radical aceptaba que habría inconformidades, pero la necesidad por llevar a cabo

una transformación de fondo en el país, las justificaba.

Joaquín Angulo pertenecía al grupo moderado y en calidad de gobernador interino

publicó un informe en 1847 donde daba cuenta de la situación de extrema inestabilidad que vivía

el estado. Inmerso en el contexto de la guerra con los norteamericanos, Jalisco padeció intentos

separatistas así como sublevaciones y pronunciamientos. Además, fue una época donde el

bandidaje estaba desbordado, pues desde la opinión del gobernador: “nunca la vida ni los bienes

de los habitantes del estado se habían visto tan inseguros como hoy en las poblaciones y en los

caminos”. Ángulo se refería a los constantes asaltos y asesinatos que ocurrían en su estado al

expresar que “todos los días un nuevo hecho viene a aumentar con escándalos el increíble y

voluminoso registro de los robos y los homicidios”.106

Este tipo de diagnósticos no eran nuevos en el marco de las memorias de gobierno. Por

ejemplo, Prisciliano Sánchez ya había resaltado en 1826 que: “no han dejado de repetirse algunos

robos escandalosos dentro y fuera de [los] poblados, y cometerse asesinatos, aunque no con la

frecuencia que en otras épocas”.107 Años después José Justo Corro también señaló los numerosos

asaltos y homicidios que había en el territorio.108 La diferencia entre estas interpretaciones reside

en el carácter fatalista que Angulo le imprimió a su informe, al mencionar que enfrentaba una

105 Will Fowler, “El pensamiento político de los moderados, 1838 - 1850: el proyecto de Mariano Otero” en Brian
Connaughton, Carlos Illades y Sonia Pérez Toledo, Construcción de la legitimidad política en México, Zamora, El
Colegio de Michoacán / UAM / UNAM / El Colegio de México, 1999, p. 278.
106 Joaquín Angulo, Memoria que el Exmo. Sr. Gobernador del Estado de Jalisco leyó ante el H. Congreso el 1 de
septiembre de 1847, 27 ff. AHJ, Biblioteca, 350.003 5 JAL 1847, Ej. 1. Ver anexo 4.
107 Prisciliano Sánchez, “Memoria sobre el estado actual de la administración pública del estado de Jalisco, 1 de
febrero de 1826” en Urzúa Orozco y Hernández Z, Jalisco, testimonio, p. 39.
108 José Justo Corro, “Memoria sobre el estado actual de la administración pública del estado de Jalisco, 1 de febrero
de 1829” en Urzúa Orozco y Hernández Z, Jalisco, testimonio, pp. 99.
180
situación extrema que no contaba con parangón previo. Además, era amenazante en cuanto a la

zozobra y el desaliento que se transmitía a los diputados y ciudadanos de Jalisco. Este matiz

aciago era propio del momento histórico, la inminente derrota ante los norteamericanos,

culminada en 1848, manifestaba la ruina del proyecto político nacional y ponía en entredicho el

futuro del país. Ello explica que para 1852, al término de su mandato, Angulo expresará que

durante su administración no había cosa que le hubiera causado mayor amargura que el asunto de

la inseguridad. 109

Numerosas eran las causas que daban los gobernadores para explicar las cifras de

crímenes que estaban sucediendo. Angulo, por ejemplo, creía que el contexto de la guerra, la

miseria de la población, su ignorancia así como la deserción en el ejército aumentaban el número

de las gavillas en el estado.110 Posteriormente, añadiría la falta de ocupación de la población, la

inmigración proveniente de otros estados, el descuido en la administración de justicia así como la

falta de una policía rural efectiva como elementos que también se traducían en un incremento de

los bandoleros.111

En perspectiva, si se toman en cuenta las diversos informes de gobierno del siglo XIX se

puede observar que lo dicho por Angulo encajaba con el ideario del resto los gobernantes.

Básicamente había tres tipos de fundamentos para dar luz sobre el fenómeno del robo: las

explicaciones coyunturales, las relativos a la ineficacia del gobierno y las inherentes a la

población. El análisis de cada aspecto se muestra a continuación:

a) El primer argumento se refiere básicamente a la guerra. Los constantes conflictos

políticos y militares en que se vio inmerso Jalisco y el país a lo largo del siglo XIX hicieron de la

109 Joaquín Angulo, Discurso pronunciado por el Exmo. Sr. Gobernador de Jalisco D. Joaquín Angulo el 1 de
febrero de 1852, 32 ff. AHJ, Biblioteca, 350.003 5 JAL 1852.
110 Angulo, Memoria que el Exmo. Sr. Gobernador. Ver anexo 4.
111 Angulo, Discurso pronunciado por el Exmo.
181
leva una práctica generalizada. La integración forzada de personas a grupos de fuerza generó un

gran descontento en la población, y a su vez ésta buscó evitarla a toda costa. Consecuentemente,

uno de los resultados fue el incremento de fugas. En ese momento la deserción era penada por el

ejército, y aún más en tiempos de conflicto e invasión, lo cual convertía al tránsfuga en un

proscrito ante la ley acercandolo en numerosas ocasiones de forma irremediable al cobijo de una

gavilla. Del mismo modo, otro argumento estipula que en momentos de conflicto social hay un

relajamiento de las normas que ocasiona un aumento en los delitos. Cuando la hostilidad se

desata, la venganza o la posibilidad de obtener un beneficio en medio de la confusión reinante se

convierten en posibilidades asequibles.

La historiografía jalisciense ha sido consecuente con este tipo de fundamentos, por

ejemplo los trabajos de Eric Van Young y William B. Taylor respecto a la Independencia en el

territorio de Nueva Galicia destacan que durante el movimiento de Hidalgo el bandidaje aumentó

significativamente.112 Las tropas del cura de Dolores estuvieron compuestas de una variedad de

grupos populares como: campesinos, arrieros, artesanos y personas sin oficio que se lanzaron a la

aventura. En este variopinto grupo hubo quienes aprovecharon la revuelta social para llevar a

cabo acciones fuera de la ley con el fin de obtener beneficios propios o de reparar algún agravio

previo. En el mismo sentido, este razonamiento coyuntural ha sido utilizado por Piccato para

explicar la actividad criminal durante la Revolución Mexicana.113

b) El segundo fundamento sugiere que el vacío de poder fue lo que generó el aumento en

el número de robos. Es un hecho que al describir un escenario caótico se expone al mismo tiempo

la incapacidad de la autoridad para combatirlo. Así, Angulo al criticar a los jueces jaliscienses

112 Taylor, “Bandolerismo e insurrección”, pp. 187 - 222; Eric Van Young, La crisis del orden colonial, 515 pp.; y
Eric Van Young, “Agrarian Rebellion and Defense of Community: Meaning and Collective Violence in Late
Colonial and Independence Era Mexico” en Journal o f Social History, vol. 27, núm. 2, invierno de 1993, pp. 245 -
269.
113 Piccato, Ciudad de sospechosos, pp. 220 - 222.
182
como “miserables” que cedían “a los embrollos de la chicana” y a las “tentaciones del soberano”

ponía en entredicho la fiabilidad de la administración de justicia.114 Al igual que ponía de

manifiesto la corrupción que imperaba en ese medio. Del igual modo, mostrar el estado

lamentable que tenían las cárceles en Jalisco hacía dudar de su seguridad como centros de

confinamiento. Al respecto, Anastasio Parrodi en 1857 mencionaba que Mezcala apenas

subsistía, las cárceles municipales eran poco higiénicas y tenían demasiadas fugas. La Casa de

Recogidas era insegura, insana e inadecuada para purgar penas.115 Estos dos elementos ya habían

sido denunciados por gobernadores anteriores como Prisciliano Sánchez, Juan N. Cumplido,

Ignacio Herrera y Cairo, José Ignacio Cañedo y Arróniz o José Antonio Romero, lo que

demuestra que tanto en el ramo de la administración judicial como en el sistema carcelario existía

un gran rezago. En el fondo, estas manifestaciones tenían un sesgo politico indudable. En la lucha

por el poder nada era mejor que mostrar la incompetencia del opositor, ello explica como en casi

todas las memorias de gobierno cada administración hacia una especie de denuncia de lo poco

hecho por las anteriores, lo que relacionaba la intranquilidad pública con la inacción. Además,

revelar el pésimo estado de la justicia y las cárceles era benefico para los planes políticos de los

liberales, porque eran argumentos que abonaban en descargo de reformar ambos sistemas. Sin

duda, al contrario de las notas de prensa, la incompentencia fue mostrada como un asunto

heredado. Por lo tanto, los logros de cada administración eran pocos respecto al enorme rezago

que se tenía. Lo único seguro era que en el transcurso de los años, las actividades de los ladrones

aumentaron significativamente.

c) La tercera explicación que se daba para entender el aumento de los delitos residió en

una caracterización de la sociedad. Los liberales consideraban a la raza indígena como perniciosa

114 Angulo, Memoria que el Exmo. Sr. Gobernador. Ver anexo 4.


115 Anastasio Parrodi, Memoria presentada por el gobernador del estado de Jalisco al H. Congreso Constituyente,
agosto de 1857, 66 ff. AHJ, Biblioteca, 350.0035 JAL 1857.
183
para el desarrollo de su proyecto social, debido a que la pensaban de naturaleza perezosa y

proclive a los vicios. Por ejemplo, una nota de La Prensa muestra claramente cual era el sentir de

la élite gobernante regional al respecto, al establecer que los indios en el estado eran numerosos y

miserables que deberían ser instruidos por la autoridad con “paternal interés”, al respecto

mencionaba:

¿Cuál es el estado de su clase? El mas deplorable ¿Cuál es su instrucción? Ninguna en lo general


¿Con que recursos cuenta para vivir? Con algunos tan miserables, que bien podrían reportarse
nulos ¿Qué leyes han dado nuestros gobiernos para remediar la triste situación de la clase
indígena? Muy pocas, que ya se han olvidado por esos mismos gobiernos, o bien por el tiempo
que llevan de expedidas han caído en desuso.116

Igualmente, los estratos más bajos, los pobres, los menesterosos y los vagabundos

también se visualizaban como personas potencialmente peligrosas. Por ello, a mediados de siglo

Joaquín Angulo expidió un bando de buen gobierno en el que se prohibía a los vagos permanecer

en las calles de la ciudad. El fin de esta medida era alejarlos de los cuadros más visibles de la

urbe, orillandolos a permanecer en los arrabales.117 De acuerdo con Trujillo la vagancia era

perseguida porque representaba la pobreza, la desocupación y la miseria, aspectos que eran

considerados indeseables por las élites.118 Sonia Pérez Toledo coincide en lo escencial al aseverar

que la legislación sobre la vagancia, por lo menos en la ciudad de México, era sumamente

abarcadora, pues el desempleado, el que permanecía en una pulquería o vinatería era

inmediatamente sospechoso.119 En general, la vagancia no solo evidenciaba la pobreza, sino

también la incapacidad del Estado de proteger a la ciudadanía y proporcionar las condiciones de

116La Prensa, Guadalajara, viernes, 8 de marzo de 1867, tomo 1, num 45.p. 1.


117 Joaquín Angulo, Bando de buen gobierno, 1852. BPEJ, Miscelánea 720, documento 13, 1852.
118 Trujillo, Gentes de trueno, pp. 130 - 131.
119 Sonia Pérez Toledo, “Los vagos de la ciudad de México y el tribunal de vagos en la primera mitad del siglo XIX”
en Secuencia, núm. 27, septiembre - diciembre 1993, pp. 32 y 34 - 40.
184
civilidad; de ahí el interés de confinarla u ocultarla en los arrabales de las ciudades y pueblos.

Estas condiciones hacían que el vago viviese en un estado de vulnerabilidad en un doble sentido,

primero al ser frecuentemente víctima de la violencia cotidiana de parte de sus iguales al

permanecer en las calles y los barrios peligrosos, segundo al ser relacionado como un sospechoso

permanente de los actos criminales, era usualmente castigado y perseguido por la autoridad. En

ese sentido el vago y el ladrón eran personajes indeseables que se asimilaban en diversos

momentos. Entre las medidas que se tomaron para contrarrestar la vagancia, destacó la creación

de la Escuela de Artes y Oficios, para intentar darle una ocupación a estos individuos y que a

partir de ello se convirtieran en “personas de bien”. Además, se creó una “Junta Calificadora de

Vagos” que debería dedicarse a enfrentar a esta considerada “plaga social”.120

Los gobernantes jaliscienses abrevaron también de estas expresiones que circulaban en el

ámbito público decimonónico. Por ejemplo, a principios de siglo, Cumplido caracterizaba a los

bandidos también como una “plaga social”, al aseverar que los malhechores “infestaban” los

arrabales de los caminos y las poblaciones del estado.121 Siguiendo con la metáfora clínica, la

labor de las autoridades consistía entonces en sanear el cuerpo social encerrando y procesando a

los individuos indeseables, es decir erradicando las “plagas”. En ese sentido, las acciones

punitivas y de control constituían el control de daños que debería hacer el Estado para sanear el

territorio de la infestación.

Como consecuencia de los diagnósticos desfavorables en que se encontraba Jalisco en

términos de inseguridad, se plantearon desde la cúpula gobernante diversas soluciones. La gran

mayoría de ellas tenía como objetivo castigar a los delincuentes y asegurar el control social. Por

ejemplo Angulo, mediante el decreto del 10 de mayo de 1847, facultó a los hacendados para que

120 Trujillo, Gentes de trueno, p. 131.


121 Juan Nepomuceno Cumplido y Rodríguez, “Informe sobre el estado actual de la administración pública del estado
de Jalisco, 1 de septiembre de 1828” en Urzúa Orozco y Hernández Z, Jalisco, testimonio, p. 84.
185
se armaran y ocuparan de su defensa. Igualmente, autorizó rondas diurnas y nocturnas por

caminos y poblaciones, también fomentó que hubiera una mejor ley de enganche que

disminuyera de manera significativa el número de deserciones en las tropas militares.122 Dos años

después en un discurso ante el congreso local con motivo del inicio de sesiones parlamentarias, el

gobernador explicó cuáles eran sus motivos para llevar a cabo las mencionadas acciones sobre el

tema de la inseguridad. Primero, describió la precaria situación de la fuerza armada estatal. Presa

de la falta de recursos públicos para mantenerse, este cuerpo no podía “dedicarse

permanentemente á recorrer los caminos por la fuerte guarnición que dá y ecsigen[sic.] las

circunstancias políticas”. En consecuencia, pensaba que deberían: “aumentarse los medios de

represión”. Propuso al congreso crear una policía secreta y pagada con el fin de contar con “un

sistema incesante de persecución contra los malhechores que en la capital [...] tienen un foco que

les sirve de centro en todas sus operaciones”.123 Es posible afirmar que lo exiguo del presupuesto

orilló a la administración de Angulo a solicitar que los propietarios y ciudadanos colaborasen en

la persecución de gavillas, lo cual no lo liberó de las críticas.

Como ya se mencionó, al final de su gestión, sus acciones respecto a inseguridad y el

combate a los gavilleros fueron criticadas abiertamente por el periódico El Nene. Dicho órgano

fue el opositor a la figura del gobernador y el estandarte de la política radical en el estado de cara

a las elecciones. Sobre la circular dirigida a los propietarios, el periódico lo tomó como una

muestra de la incapacidad del gobierno para llevar a cabo sus obligaciones, delegandolas en

particulares. Argumentando que lo que era potestad de la autoridad ahora recaía en los

individuos. Al respecto, mencionaba en tono sarcástico que el gobierno le quería decir a los

122 Angulo, Memoria que el Exmo. Sr. Gobernador. Ver anexo 4.


123La Voz de la Alianza, Guadalajara, viernes 10 de agosto de 1849, vol. 1, núm. 17, pp. 1 - 2.
186
ciudadanos: “defiéndanse Uds. que son los que pueden hacerlo; yo no hago más que tener

confianza en el poder de Uds”.124

Años después, la propuesta de crear una policía efectiva fue retomada por Jesús López

Portillo, quien en 1853 concentró sus esfuerzos en crear un cuerpo moderno, pagado y bien

entrenado. Cabe señalar que la necesidad estatal de incrementar la eficacia de sus esbirros ya

había sido expuesta por Cumplido al aseverar que el aumento de los robos se daba: “por no haber

prontos auxilios [policiales] para la persecución de tantos malhechores”.125 La institución que

proponía López Portillo pretendió ser un punto de inflexión respecto a la manera en que se

conformaban las fuerzas de seguridad en el estado. Proyectaba tener un reglamento estricto, una

organización rigurosa, un equipamiento suficiente para sus labores y un mejor salario en

comparación con las milicias cívicas que existían anteriormente. Sin embargo, el plan no logró

llegar a consolidarse. Esta policía fue acusada por sus adversarios de excederse en sus facultades

al establecer que realizaba espionaje y sabotaje a las reuniones que aquellos llevaban a cabo.

Ante esto, el gobernador se justificó de la siguiente manera: “el mostrarme riguroso e inflexible

sobre el particular fue porque creí que el que manda jamás debe contemporizar con los vicios que

corrompen la sociedad”.126

El periódico La Balanza alabó a la nueva policía gubernamental. Tomando como base un

artículo de El Universal en donde se mencionaba la creciente inseguridad que imperaba en la

capital del país, el órgano jalisciense destacaba por su parte la efectividad que estaba teniendo el

cuerpo lopezportillista en el combate al crimen. Incluso establecía que “si les ha ocurrido á

aquellos señores [de El Universal] el pensamiento de una reorganización de la policía mexicana,

124El Nene, Guadalajara, 27 de enero de 1851, núm. 10, p. 2. Ver anexo 2.


125 Cumplido, “Informe sobre el estado”, p. 74.
126 Jesús López Portillo Serrano, “Exposición que dirige al público Jesús López Portillo, gobernador que fue del
estado de Jalisco, 25 de enero de 1852” en Urzúa Orozco y Hernández Z., Jalisco, testimonio, p. 312.
187
ha sido á consecuencia del impulso que se le ha dado en Jalisco”, pues “toda clase de personas,

todos los partidos, elogian la nueva policía de Jalisco”. El artículo concluía recomendando al

órgano capitalino que no cejara en su petición de implementar una reforma al sistema de policía,

debido a que sólo de esa manera: “desaparecerá el descrédito que nos acarrea en el estrangero

[sic.], la funesta plaga de ladrones”.127

Sin embargo, pese a los intentos propaagandísticos a su favor, la caída del gobernador se

dio meses después de su nombramiento debido a una conjuración por parte de enemigos locales.

Esto aunado al distanciamiento de López Portillo con el presidente Mariano Arista, quien le retiró

su apoyo, ocasionó que el primero estuviera aislado políticamente. Lo anterior fue aprovechado

por José María Blancarte quien se pronunció el 26 de julio de 1852 quejándose, entre otras cosas,

que la policía del gobernador realizaba “el espionaje más vergonzoso y repugnante”.128 Esta

sublevación derivó en la destitución del gobernador tan sólo a cuatro meses de haber iniciado su

periodo. Por supuesto, las actividades “dudosas” o “inmorales” de este cuerpo de seguridad

explican sólo parcialmente la caída del personaje. Las razones de fondo deben buscarse en el

imbricado tramaje de la política estatal y nacional. Sin embargo, la experiencia lopezportillista

demuestra que había un interés genuino en renovar las fuerzas de represión en el estado; asi

también, por conformar una sociedad respetuosa de la ley, moderada en sus conductas y proclive

al orden.

Otros gobernantes apostaban por estrategias diferentes para combatir la inseguridad. Por

ejemplo, Parrodi ponía énfasis en la administración de justicia, pues era un convencido de la

eficacia de la ley y de los beneficios que conllevaba implantar un estado de derecho. Por lo tanto,

si se partía de la premisa que las leyes eran buenas se preguntaba: “¿por qué todo esto ha sido

127 La Balanza, Guadalajara, sábado 8 de mayo de 1852, vol. 1, núm. 10, p. 1.


128 José María Blancarte, Plan de Blancarte, 26 de julio de 1852. Tomado de: The Pronunciamiento in Independent
México 1821-1876: http://arts.st-andrews.ac.uk/pronunciamientos. Fecha de consulta: 7 de mayo de 2014.
188
ineficaz? ¿Por que ha caído en desprestigio?”. Ante lo cual mencionaba que las irregularidades

que existían sobre la impartición de castigos se podrían explicar de la siguiente manera: “ó bien

[...] los jueces no juzgan según las leyes, ó bien [...] las penas no se ejecutan”.129 La idea que

subyacía era la de la ineficacia del poder judicial, lo que alentaba a la delincuencia porque no

había un castigo efectivo ante sus acciones; es decir, como si fuera una relación proporcional la

debilidad de la ley excitaba al forajido. Parrodi facilitó la creación de nuevos juzgados tanto en

Guadalajara como en Tepic y Ciudad Guzmán, formó en 1855 una fuerza de policía destinada a

perseguir a las gavillas e igualmente autorizó a los particulares para armarse.130

Por último, se dispuso la creación de una comisión conformada por 5 abogados notables

que tenían el objetivo de presentar un proyecto sobre la forma de juzgar a los vagos, ladrones y

asesinos, pero por diversas circunstancias (económicas y políticas) dicha iniciativa no pudo

realizarse. Mediante estas acciones, el gobernador pensaba que la estructura de justicia haría su

parte y se tendría un mayor control en poblaciones y distritos conflictivos. En ese sentido,

aumentar el número de juzgados era una manera de incrementar las posibilidades de procesar y

juzgar a los ladrones así como de tener una mayor presencia de figuras de autoridad, es decir

alargar el brazo del Estado.

En el aspecto en el cual todos los gobernadores estaban de acuerdo era en la importancia

de terminar el proyecto de la Penitenciaría de Escobedo, prisión que simbolizaba para la clase

política jalisciense la posibilidad de apuntalar la tranquilidad pública, porque esta institución

fortalecería el control social y el confinamiento de los delincuentes. Así, Angulo mencionaba que

veía la paralización del proyecto, debido a la falta de fondos, con sumo sentimiento: “su

conclusión es urgente, porque cada día se hace sentir la falta de una cárcel en donde los

129 Anastasio Parrodi, Memoria presentada por el gobernador.


130 Anastasio Parrodi, Memoria presentada por el gobernador. Ver anexo 6.
189
delincuentes reformen su vida, y donde el castigo, sin destruir sus fuerzas, convierta sus hábitos

al trabajo”. Igualmente, Parrodi aseguraba que la penitenciaría era una: “obra monumental que

corresponde al ornamento de Jalisco, como el plantel de sus mejoras materiales.131

Como se observa, en su conjunto las medidas que proponía la clase gobernante en el

estado eran diversas, algunos hacían énfasis en la eficacia de las policías o las reformas del

aparato judicial. Otros en la severidad de las leyes y en la construcción de un nuevo recinto de

encierro. Ante este escenario es posible establecer que las reformas a las condiciones de

subsistencia de la población, que en la mayoría de los casos explicaban el incremento de la

delincuencia, estuvieron fuera de los programas de casi todos los gobernantes jaliscienses durante

el siglo XIX. La forma en que enfrentaron este problema no fue integral, de fondo, sino dirigido a

menguar únicamente el número de los robos criminalizando a la población, encerrándola o

prodigando la muerte. El castigo severo y aleccionador como política pública de un gobierno que

no podía controlar su plaga.

La única excepción a lo dicho era la certeza que se tenía en fomentar la educación como

un disociador de los actos criminales. Bajo este argumento se pensaba que una sociedad ilustrada

sería más adepta al acatamiento de la ley. Hacia 1826, Prisciliano Sánchez ya relacionaba la

ignorancia de la población con el incremento de la delincuencia. Para este gobernador la

instrucción era: “el polo indestructible sobre [el] que debe descansar el eje de las libertades

patrias”.132 En consecuencia, promovió un proyecto de educación pública para difundir las

virtudes cívicas y morales de los ciudadanos. Años después Corro también pensaba que “con la

ilustración [de la población] se habitúa a caminar siempre por el sendero de la justicia”.133

Herrera y Cairo coincidía en lo general al aseverar que: “no bastan, señor, las leyes de Dracón

131 Angulo, Discurso pronunciado por el Exmo. y Parrodi, Memoria presentada por el gobernador.
132 Sánchez, “Memoria sobre el estado actual”, p. 45.
133 Corro, “Memoria sobre el estado actual”, p. 100.
190
escritas con sangre” era necesario atender “la moral, la educación, las fuentes de riqueza [y] el

hábito al trabajo”. 134 Como se observa esta fue una idea muy consolidada en la cúpula

gobernante, de ahí se explica el esfuerzo sistemático por esparcir las luces en las mayorías con la

creación de escuelas e instituciones de enseñanza. Sin embargo, la inestabilidad política y la

flaqueza del presupuesto hicieron que el proyecto educativo se viera truncado y reformulado

infinidad de veces decreciendo así su efectividad. Cada bando en el gobierno (liberal o

conservador) promovió una institución y un programa educativo diferente. Así el tema de fondo

persistió, las condiciones miserables de subsistencia siguieron a todo lo largo del XIX, lo que

originó que el fenómeno del robo y la actividad gavillera permanecieran constantes.

En términos generales, tomando en cuenta las acciones que se plasmaron en las memorias

de gobierno, es posible establecer que la voluntad política se encaminó hacia acciones concretas a

eficientar la capacidad punitiva del sistema. Las particularidades del periodo residieron en el tono

alarmista con el que se mostró la actividad bandolera, lo cual fue propio de la época y de los

textos que salían a la luz pública en un momento de extrema incertidumbre política. En un

segundo nivel considero que estas peculiaridades se eslabonaron irremediablemente dentro de

continuidades que se lastraban desde décadas previas. En ese sentido, pienso que el persistente

estira y afloja entre la voluntad gobernante y un entorno que hacía extremadamente difícil la

implementación exitosa de reformas, fue la gran continuidad que hubo en el ámbito de la

seguridad pública por lo menos en la primera mitad del siglo XIX. Otra constante fue que el

proyecto gobernante al poner su énfasis en el combate a la delincuencia dejó de lado toda

iniciativa tendiente a mejorar las condiciones de subsistencia del pueblo, el cual solamente

apareció en los textos analizados ya sea como víctimas miserables de alguna epidemia o como

incómodos personajes a perseguir. Es decir, como una plaga.

134 Herrera y Cairo, “Memoria que el C. Gobernador”, p. 119.


191
LITERATURA Y DIARIOS DE VIAJEROS: LA CONSTRUCCIÓN DE UN PERSONAJE

Los vestigios de la actividad bandolera registrados en cancioneros, poemas, cuentos, libros y

leyendas constituyen un cúmulo de fuentes realmente vasto, no solamente en América Latina sino

también en Europa. Lo anterior debido a que el mito del bandido, su figura y sus actividades,

solía tener una repercusión importante y duradera en el imaginario de las sociedades rurales.

Hobsbawm fue pionero en utilizar este tipo de representaciones, las cuales en los mitos, las

canciones y los poemas populares resaltaban la parte social, de bandido generoso, de

identificación con el pueblo, que este tipo de manifestaciones de protesta rural generaron en el

ámbito colectivo. Esto era parte de la historia recordada, la del pueblo, aquella que se contraponía

con la historia oficial.135 Adicionalmente, hubo otros medios a través de los cuales se podía dejar

constancia de este fenómeno. Formatos como la novela y los diarios de viajeros intentaron

mostrar una visión descriptiva y objetiva de México, así como de su sociedad, lo interesante fue

que al mismo tiempo reflejaron los prejuicios que se tenían al respecto.

Para el caso latinoamericano, la producción literaria del siglo XIX, al igual que sucedía

con la prensa, puede ser pensada como un medio de enunciación de las élites. De acuerdo con

Juan Pablo Dabove, a través de la novela se llevaba a cabo un proceso de identificación del otro,

del “indeseable” que estaba en contraposición del “decente”. Al respecto: “esta dialéctica de

inclusión / exclusión real y simbólica es también la expresión invertida de la ansiedad cultural

ante lo que escapa al control material y simbólico de la élite y excede sus paradigmas de

representación”.136 Igualmente, es posible pensar el escrito de viajeros como una descripción que

confirmaba la parcialidad que se tenía respecto a la supuesta inferioridad de una sociedad

135 Hobsbawm, Bandidos, pp. 150 -156.


136 Juan Pablo Dabove, Bandidos y letrados: Violencia campesina, literatura y formación de la nación Estado en
América Latina en el largo siglo XIX, Pittsburgh, tesis de doctorado University of Pittsburgh, 2002, p. 2.
192
incipiente en comparación con una potencia.137Por lo tanto, es importante señalar que, en un

sentido dialéctico, la noción del anormalidad alimentaba la concepción de normalidad, la de

inferioridad a la de superioridad, la de periferia a la de centralidad. En ese marco de opuestos, la

construcción de la ciudadanía en México, al igual que en otros escenarios, llevó aparejada la

erección de su contraparte, el bandido.

A diferencia de las fuentes de corte oficial, tanto el diario de viajero como la literatura

tuvieron una participación diferente en el debate público, enriqueciendolo no de forma crítica

sino descriptiva y conmemorativa. La aportación principal de estos vestigios fue que a su modo

intentaron plasmar el retrato de su época, destacando lo que a sus autores les parecía

significativo, lo que era valioso conservar como testimonio de un tiempo histórico y de una

experiencia de vida. Justamente, ese es el matiz que analizaré en este apartado, cómo en este tipo

de publicaciones que intentaron ser espejos de un país, se retrató al ladrón y a sus actividades. Al

ser una de las vejaciones que se experimentaban común y sistemáticamente en el México

decimonónico, el robo dejó una amplia constancia en las letras de molde.

a) Literatura de viajeros. Este tipo de fuente fue muy popular en tiempos decimonónicos,

era un tipo de relato que tenía tres fines: primero la de preservar los hechos significativos que el

autor observó, escuchó o experimentó en sus viajes; segundo mostrar a las potencias (tanto

europeas como a los Estados Unidos) el estado de desarrollo o “civilización” que guardaban los

países periféricos justamente haciendo una comparación con lo que ellos consideraban lo más

avanzado; y tercero hacer una inventario de potenciales oportunidades de explotación y negocios.

Ello explica el énfasis de estos textos en la descripción de la población, la raza, los recursos

naturales (minerales, vegetales y animales), las creencias, así como el detalle que se daba a la

137 Margarita Pierini, “Prólogo” en Isidore Lowenstern, México. Memorias de un viajero, México, Fondo Cultura
Económica, 2012, p. 11.
193
situación política que atravesaba el país, a su historia, pero igualmente a lo anecdótico, a los

hechos incidentales.

Parte importante de las reformas promovidas por la élite liberal en el poder se dirigieron a

promover la inmigración extranjera. Los tiempos en los cuales la administración española había

cerrado las fronteras se pensaban como superados. La característica de las administraciones

republicanas tendía hacia la apertura. En ese sentido, el viajero era bienvenido en el país porque

era deseado tanto por su capital como por su ascendencia. No fueron ocultadas, de parte de los

hombres de poder, las intenciones de “blanquear” al mexicano, aunque a la larga no se logró

hacer de este país un sitio de migrantes. En cambio, sí vinieron de forma temporal numerosos

extranjeros que dejaron vestigios materiales de su paso por estas tierras.

La mayoría de estos personajes vinieron motivados por la ganancia, ya sea por cuestiones

políticas (como enviados diplomáticos), o para hacer negocios (como representantes de alguna

compañía o a título personal de comerciantes). Además, también hubo viajeros que realizaron sus

empresas por motivos científicos, como naturalistas que llevaron a cabo jornadas para ampliar

sus conocimientos sobre el territorio, la fauna flora y otros recursos del país. Según un registro de

1830, 377 extranjeros visitaron México en ese año. La mayoría de los cuales provino de naciones

como Estados Unidos, Francia e Inglaterra, algunas de las potencias de occidente, siendo

Veracruz el principal puerto de entrada al país.138

Las visiones de los viajeros en ese momento fueron divergentes, en general estas tierras

representaban el atractivo de la riqueza y los recursos no explotados. El “cuerno de la

abundancia” que Humboldt había descrito, alentó la idea que otras potencias, fuera de la

española, se beneficiarían de aquellos bienes. En el mismo sentido, la rudeza del paisaje así como

138 Aída Mostkoff, Foreign Visions and Images o f México: One Hundred Years o f International Tourism, 1821 -
1921, tesis de doctorado University of California, Los Ángeles, 1999, p. 45.
194
el sentimiento de convivir con la naturaleza era, para algunos personajes, un aspecto positivo y

deseable.139 Una vez que el viajero se encontraba en el país observaba, de forma casi unánime,

que era un lugar con muchos territorios inhóspitos, que sus caminos eran difíciles e incómodos de

transitar, y que eran especialmente peligrosos. Los hombres y mujeres que se adentraron por las

vías de la nación sabían que irremediablemente estaban expuestos a ser asaltados. Lo anterior

para algunos representaba una curiosidad, un hecho digno de ser vivido como experiencia, para

otros era algo que generaba desasosiego. Por ejemplo, George Francis Lyon, quién estaba

encargado de inspeccionar el funcionamiento de las compañías inglesas en las zonas mineras de

Real del Monte y Bolaños en 1826, resaltaba la existencia en las veredas de lo que denominó

“señales conmemorativas”, que no eran otra cosa más que la evidencia material de la violencia

que se experimentaba en esos sitios. En la ruta hacia Guadalajara se encontró varias tumbas, que

pensaba pertenecieron a arrieros que habían perecido intentando proteger su carga. Describe

especialmente un montículo con una cruz que representaba el entierro de una víctima, el cual

llevaba una inscripción pidiendo una oración por su alma (ver imagen 6).140

Justamente en ese sentido podemos agrupar analíticamente un primer número de relatos:

los que abordan el peligro. Viajar por los caminos mexicanos del siglo XIX era realmente una

empresa que se podría catalogar de intrépida. Además de la incomodidad de las literas de viaje,

de las diligencias o los caballos, lo insalubre de las posadas y los mesones, se le tenía que añadir

la peligrosidad de adentrarse en vías de comunicación en las cuales era muy posible encontrarse

con los famosos gavilleros. Por ejemplo, Robert William Hale Hardy representante en el país de

la General Pearl and Coral Association durante 1825 - 1828, en su estancia en Amatitán,

sospechaba de los hombres con los cuales tenía que compartir el cuarto en donde se hospedaba,

139 Mostkoff, Foreign Visions andImages, pp. 45 49.


140 George Francis Lyon, Residencia en México, 1826. Diario de una gira con estancia en la república de México,
México, Fondo de Cultura Económica, 1984, p. 161.
195
creía que eran parte de una gavilla que se conocía había atacado en las inmediaciones la noche

anterior. 141

Imagen 6. Dibujo de un montículo con una cruz que reprensenta la muerte de una víctima tras un
asalto.141142

En el mismo tenor el mencionado Lyon describió en varias partes de su memoria su recelo

a encontrarse con grupos de bandidos. Así, su viaje se realizó bajo la incertidumbre y la zozobra,

casi cualquier hombre era un sospechoso y un potencial delincuente, la suspicacia hacía que

cualquier signo se interpretara como una conjura. Por ejemplo, al ver a dos hombres agazapados

en el camino mencionaba que “era evidente, por sus modales, que andaban en busca de nosotros

141 Peregrina y Muriá (Comps.), Viajeros anglosajones, p. 59.


142 Tomado de Lyon , Residencia en México, p. 161.
196
o de algunos otros viajeros”. Más adelante se encontró a otros dos individuos que habían sido

víctimas de un asalto, acto del cual les habían sustraído los caballos, las monturas así como el

dinero, y “para rematar el caso, los desnudaron y los abandonaron junto al camino, atados de pies

y manos”. Cuando en las inmediaciones de Guadalajara le llegaron noticias a nuestro viajero

sobre la existencia de una banda de gavilleros que estaba esperando en un río cercano asaltar un

rico cargamento, Lyon no dudó en señalarse cómo la víctima, al declarar que el botín “¡no era

otro sino mis pobres camisas, calcetines y especímenes”.143

El bandido era un personaje que gozaba de una ubicuidad simbólica en los caminos, pues

aunque no estableciera físicamente contacto con los viajeros, estaba constantemente en los

pensamientos de ellos. El temor y la suspicacia se alimentaban constantemente por medio de los

rumores y las noticias, los cuales generalmente establecían que había ocurrido algún asalto en un

lugar próximo o que se había visto a un grupo de individuos sospechosos en las inmediaciones.

Cruzar por un despoblado, un estrecho, o una curva pronunciada en el camino, constituía un

auténtico lanze, y una prueba de arrojo porque se desconocía lo se podía encontrar más adelante.

Igualmente, se desconfiaba de los mozos y los arrieros, todos en ese contexto eran potenciales

traidores o informantes. Para calmar su ansiedad el viajero iba bien armado y en caravana, de esa

manera pensaba que disuadían los posibles asaltos. Así, el encuentro con el otro, con el

desconocido, era algo en realidad indeseable.

Isidore Lowenstern, comerciante y noble austriaco que viajó a través de México en 1838,

fue especialmente crítico de la situación que experimentaba el nuevo país. Aseguraba que el

encuentro con los grupos de gavilleros era una situación inevitable que todo viajero

experimentaba, en tono sarcástico mencionaba sobre los asaltos:

143 Lyon, Residencia en México, pp. 136 y 158; y Peregrina y Muriá (Comps.), Viajeros anglosajones, pp. 76, 98 y
100.
197
Una vez llegados los señores ladrones, es cosa de ver quién salta más rápido de la diligencia para
tenderse elegantemente boca abajo en el suelo; nadie debe abandonar esa humilde postura salvo
cuando haya que quitarse la chaqueta y otros vestidos aún menos indispensables. Cuando los
bandidos encuentran todo en regla, es decir, algunos pesos en las bolsas de los viajeros, nada se
opone a que continúen su camino; pero ante un botín demasiado módico los viajeros se ven
favorecidos con una catarata de palabras enérgicas y uno que otro puñetazo. El bandido mexicano
conserva hasta en su oficio la cortesía nacional, y sólo mata en defensa propia. Por eso si un
viajero, yendo en un coche público, quisiera defenderse, sus compañeros de viaje lo
impedirían.

Para este individuo el robo era algo inherente de las clases bajas mexicanas como el indio,

que era mostrado como un personaje que tenía “costumbres depravadas” y una inclinación natural

para el delito. Para Lowenstern especialmente había un estrato, considerado como el más bajo de

la sociedad mexicana, que acumulaba todos los malos hábitos nacionales: el lépero. Una raza

mezclada que se caracterizaba por su desocupación, su vulgaridad, su pobreza así como su

inclinación a cometer robos, todos aspectos que eran vistos de forma muy negativa. En el pobre,

este autor observaba la franja de población más despreciable, digna de castigo y reforma. Al

respecto, concluía afirmando que: “el populacho sólo presenta una cumulación de crímenes y

costumbres vergonzosas, sin ninguna cualidad positiva que compense tanta perversidad”.14145

Vanderwood resalta que la mayoría de los bandidos mexicanos tenían ciertas

características de lo que denomina “caballerosidad”, la cual se englobaba en ciertos detalles como

el besar la mano del cura y pedir su bendición después de haberlo asaltado, o dejarle a las

víctimas un último peso para sus comidas del día.146 En la mayoría de ocaciones descritas en este

tipo de fuentes el asalto si bien se llevaba a cabo de forma violenta no implicaba la pérdida de la

144 Isidore Lowenstern, México. Memorias de un viajero, México, Fondo de Cultura Económica, 2012, p. 54. Otra
descripción de un asalto se puede encontrar en Peregrina y Muriá (Comps.), Viajeros anglosajones, p. 150.
145 Lowenstern, México. Memorias de un viajero, p. 126.
146 Paul J. Vanderwood, “El bandidaje en el siglo XIX”, p. 41; y Paul J. Vanderwood, “Los bandidos de Manuel
Payno” en Historia Mexicana, vol. 44, núm. 1, julio septiembre de 1994, pp. 111.
198
vida. Lo anterior por supuesto no excluía el hecho que existieran reportes de gavilleros

sanguinarios que martirizaban, violaban o asesinaban a sus víctimas. Pero en general, en los

diarios de viajes se remitían robos menores que en el mayor de los casos implicaban la

sustracción del dinero o en última instancia de la ropa. Sobre esto el mismo autor menciona que:

“no fueron pocos los [viajeros] que llegaron a algún hotel de la ciudad de México envueltos en

periódicos. Su apresurada carrera del coche al Hotel Iturbide solía ser todo un espectáculo para

los observadores”.147

En general se repetían algunos de los argumentos mencionados por la prensa y los

informes para explicar el frecuente número de delitos que sucedían en el territorio nacional, lo

cual indica una concordancia ideológica de parte de un mismo estrato. Entre las razones se

vertían el carácter pendenciero y propenso a la violencia de los pobres; su inclinación a beber

pulque y las consecuencias violentas que ello conllevaba.148 Brantz Mayer, miembro de la

delegación norteamericana en México y quien viajó en la década de los cuarentas, brinda la

siguiente descripción de dos personajes que eran posibles bandidos: “todos ellos parecían unos

bellacos, con la barba de un mes; sombrero gacho, por debajo del cual echaban a hurtadillas sus

miradas de soslayo; andar rastrero de gato y sórdidas capas o blusas, que dejaban asomar la

empuñadura de los cuchillos o machetes”.149

En términos generales las descripciones sobre el bandolero confirmaron los prejuicios que

los extranjeros cargaban, especialmente aquellos sobre la pobreza de la nación mexicana y su

grado “inferior” de “civilización”, en la cual el vicio de su pueblo era algo que debería

reformarse. Hacia 1855 W. H. Bullock, viajero inglés interesado en invertir en la industria textil

del occidente, describió una anécdota que considero engloba el sentir que se tenía al respecto. Al

147 Vanderwood, “El bandidaje en el siglo XIX”, p. 52.


148 Mayer, México; Aztec, Spanish and Republican, pp. 26 - 28; y Lyon, Residencia en México, p. 91.
149 Mayer, México lo que fue y lo que es, p. 220.
199
encontrarse en las inmediaciones de Tepic con un hombre postrado en el camino debido al

alcohol y que pensaban que sería un potencial ladrón, Don Antonio, quien era su asistente, se

acercó a nuestro viajero y le externó: “Vamos, voy a ser franco con usted; confieso que nosotros

los mexicanos conocemos algo a la perfección, y eso es el robo”, pero añadió rápidamente, “yo

no, claro, mis compatriotas”.150

Por supuesto, las reflexiones sobre el castigo fueron un tema presente en este tipo de

obras. En particular sus descripciones evidenciaron un elemento concreto: la debilidad de la

autoridad en sus estructuras e instituciones. En el México decimonónico no había suficiente

seguridad en los caminos, la administración de justicia presentaba signos de corrupción y

tampoco las penas lograban disuadir a los delincuentes, puesto que estas eran tan cortas que un

ladrón o asesino pasaba tan sólo unos días o meses de encierro, tras lo cual volvía a sus acciones

criminales. En este panorama, la mayoría de los delitos permanecían sin resolución alguna.

Lowenstern, por ejemplo, al ser robado en un mesón en Zapopan, hecho en el cual su asistente

había tenido complicidad, se preguntó: “¿Debería recurrir a las autoridades? ¡Pero si estaba en

México!”, país que anteriormente había descrito cómo un lugar en donde: “la justicia existe

únicamente en los programas de las diferentes constituciones”.151

Lyon por su parte narra un encuentro con un grupo de 13 mercaderes que llevaban su

mercancía a la Hacienda de la Estanzuela. Estos hombres viajaban de forma grupal para

protección tanto de sus vidas, como de sus negocios. Como le indicaron a nuestro viajero la

protección al momento de transportarse se la tenían que brindar ellos mismos. Al respecto

menciona que: “habían suplicado al gobierno con frecuencia, aunque en vano, que aplacara a esta

150 Peregrina y Muriá (Comps), Viajeros anglosajones, p. 206.


151 Lowenstern, México. Memorias de un viajero, pp. 127 y 202; y Juan B. Iguiniz, Guadalajara a través de los
tiempos. Relatos y descripciones de viajeros y escritores desde el siglo XVI hasta nuestros días. 1586 -1867, Tomo
1, Guadalajara, Editorial Jus, 1950, p. 168.
200
atrevida gente, pero en este bendito país [...] continuaba favoreciendo, por miedo o indiferencia

de las autoridades, estas manifiestas y constantes atrocidades”.152 El vacío de poder era evidente,

casi sin protección más que la que ellos mismo se podían costear, los viajeros, arrieros y

extranjeros buscaron llegar a sus destinos sanos y salvos, o en otros casos simplemente preservar

la vida ya era una ganancia. La mayor crítica que se evidenciaba era que la estructura del Estado

fue una telaraña llena de agujeros que si bien tenía ciertos alcances no lograba cubrir plenamente

su autoridad sobre su territorio. Las fuerzas de seguridad se encontraban dispersas y esa

disemnación era aprovechada por los gavilleros. Ante este panorama se explica el porqué en las

fuentes oficiales se ponía tanto énfasis en el castigo y en buscar medios para ganatizar la

seguridad.

b) Literatura. La fuente literaria es necesario ante todo pensarla como una creación

artística en la cual el autor ficcionaba sus tramas, exagerando o matizando hechos, con el fin de

hacerlos más interesantes para el lector. Esta situación era muy común especialmente en el

ámbito de las novelas de folletín. Cada entrega tenía que presentar a la vez una historia en sí

misma y que esta a su vez se vinculara con la trama central. En este contexto, y debido a la

preponderancia de la novela costumbrista en el siglo XIX, la mayoría de estas producciones

realizaban largas descripciones de actividades, escenarios y personajes. Pensado como género, el

costumbrismo permitió destacar las particularidades de cada región, esto enmarcado en un

proceso de construcción nacional por parte de los estados latinoamericanos, permitió hacer una

primera diferenciación (cultural, política o social) entre los países que otrora constituían las

colonias españolas. Por lo tanto, el éxito del costumbrismo en este contexto se debió a que

cumplio tanto con la narración de la particularidad como con la creación de una literatura

152 Lyon, Residencia en México, p. 157; y Peregrina y Muriá (Comps), Viajeros anglosajones, pp. 98 99.
201
nacional que conjuntara a su vez, en categorías abarcativas, los personajes que habitaban el

México republicano.

Amada Pérez establece que “los autores costumbristas pensaban en los tipos sociales

como esencias y, dado el carácter instructivo que los inspiraba, sus relatos eran también lecciones

morales que condenaban las malas costumbres y exaltaban las virtudes”.153 Al respecto, se

personificaron primero las cualidades cívicas del pueblo, el cual debería replicar los atributos que

se consideraban deseables por parte del proyecto imperante, como el amor al trabajo, la

disciplina, la honradez y por supuesto la tranquilidad. Francisco Zarco a mediados de siglo

mencionó sobre este tema:

El pueblo es el conjunto de las familias honradas, es la masa de los que trabajan, de los que
piensan, de los que mantienen la paz y el orden en la sociedad. El pueblo no corre, ni se agita en
pos de honores, ni de pompas engañosas. El pueblo está derramado por todas partes, fecundando y
nutriendo al país, como la sabia[sic.] que circula por el ramaje de las plantas.154

Esta descripción fue más que nada una declaración de intenciones dirigida a

implementarse en la población. Para nuestro caso, el énfasis que se hacía en fomentar la

tranquilidad y el orden en el pueblo resulta revelador como un contrapeso a todas aquellas

representaciones que se hacían del bandolero, debido a que este personaje era un excluido del

orden social que mediante sus acciones generaba intranquilidad. Es decir, era la caracterización

de lo repudiable.

Hacia 1816 José Joaquín Fernández de Lizardi publicó por entregas El Periquillo

Sarniento. Obra que se inscribe dentro de la tradición de la novela picarésca española en la cual

se muestran las andanzas del pícaro, un personaje que no es un modelo de comportamiento pero

153 Amada Carolina Pérez Benavides, “Actores, escenarios y relaciones sociales en tres publicaciones periódicas
mexicanas de mediados del siglo XIX” en Historia Mexicana, vol. 56, núm. 4, abril junio de 2007, pp. 1170 y 1194.
154 Pérez Benavides, “Actores, escenarios y relaciones”, p. 1194.
202
que a la vez no llega nunca a convertirse en malvado. En ese sentido son las actividades y

aventuras, en ocasiones fuera de la ley, las que entretienen al lector. El cual se identifica

inevitablemente con el protagonista, especialmente porqué al final de este tipo de relatos siempre

hay un acto de contricción, una transformación del personaje hacia la religión, la honradez o la

razón. Lo cual implica abandonar su vida como un exluído y convertirse en el opuesto, es decir

en lo que se pensaba era un hombre común.

En El Periquillo, el pensador mexicano narra las andanzas de Pedro Sarmiento, hombre

que a la muerte de sus padres queda en la ruina económica y desamparado, por lo que intentó

ejercer numerosos oficios siempre de forma desastroza pero a la vez jocosa. Sarmiento fue tahúr,

vago, médico, barbero, escribano, entre otras cosas. A través de la búsqueda de un sentido para su

vida, en la novela discurren una serie de digresiones que muestran las tradiciones, prejuicios y

vicios de la sociedad novohispana de finales de siglo XVIII y XIX. En esta historia el robo es

una barrera que Periquillo no esta dispuesto a cruzar, porque representaba rebasar un límite del

cual ya no podría redimirse. Cuando su amigo Januario lo incita a unirse a su banda de ladrones

nuestro personaje le resiste, ante lo cual discuten sobre la repercusión moral del hurto. En un

momento el protagonista declara: “Que hay muchos ladrones, ¿quién lo ha de negar si lo vemos?

Que el hurto se palia con diferentes nombres, es evidente, y que las más veces se roba con

apariencia de justicia es más claro que la luz; pero todo esto no prueba que sea lícito el hurtar”.155

La diferencia entre el pícaro y el bandido estriba en que el primero juega con las fronteras de lo

legal, se aprovecha de las instituciones y las personas, mientras el segundo confronta y niega al

Estado, de alguna manera lo quiere sustituir imponiendo su propia ley.156 Así, el pícaro intenta

siempre sacar ventaja de cada situación, ya sea de forma legal o ilegal, lo cual en numerosas

155 José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, México, Porrúa, 2004, p. 214.
156 Dabove, Bandidos y letrados, pp. 142 - 143.
203
ocaciones llevó a nuestro personaje a estar inmuscuido en robos, asesinatos o en la cárcel. Ello

también explica el porqué eran parcialmente tolerados a diferencia de los gavilleros que eran

perseguidos y ultimados sin posibilidad de redención.

El punto culminante de la transformación de Periquillo se dio justamente tras el encuentro

con una banda de forajidos en una venta cercana a Río Frío, donde se encontró a su antiguo

amigo Aguilucho quien le propuso unirse a su banda, ante lo cual el protagonista cavilaba: “Si el

modo con que éstos roban [...] no fuera tan peligroso, con mil diablos me echara yo a robar, pues

ya no me falta más que ser ladrón; pero eso de ponerme a que me cojan o me den un balazo, eso

si está endemoniado”.157 Tras un ataque fallido en el cual murieron la mayoria de los miembros

de la banda del Aguilucho, nuestro personaje, de camino de regreso a México, se encontró con el

cuerpo de Januario colgado de un árbol. A partir de ese momento comenzó la tranformación de

nuestro personaje. Fernandez de Lizardi caracteriza al bandidaje como una actividad sin perdón,

su personaje tiene a lo largo de la historia varias posibilidades y escarseos de unirse a una

agrupación de este tipo, pero las termina rechazando por miedo al castigo. Es significativo que a

partir de una experiencia cercana con los gavilleros Periquillo buscara cambiar de modo de vida,

en este sentido el bandoleroismo era un punto de inflexión.

En 1865 Luis G. Inclán publicó Astucia. El jefe de los hermanos de la hoja o los charros

contrabandistas de la rama. Novela histórica de costumbres mexicanas con episodios

nacionales. Este texto constumbrista narra los andares de Lorenzo Cabello, alias Lencho el

perverso o Astucia, jefe de una banda de contrabandistas de tabaco en tiempos de Santa Anna. En

un primer momento la banda de los hermanos de la hoja tiene algunos elementos del bandido

social clásico, como el robarle al rico para darle una parte al pobre, así como la identificación con

157 Fernández de Lizardi, El Periquillo, p. 564.


204
la población y el evitar el asesinato y la violencia en los asaltos.158 Tras el desmantelamiento de

su gavilla por traiciones internas, algo muy común en las leyendas de bandidos, Cabello se

incorporó a la estructura de autoridad siendo nombrado Jefe de Seguridad Pública en Quencio,

Michoacán. Desde ahí el personaje se transformó, buscando una legítimidad basada en el ejemplo

y la ayuda social, buscó una legitimidad que por definición las autoridades tradicionales no

tenían. Por ejemplo, el jefe Astucia regalaba armas a la sociedad para que ésta se uniera a él y

garantizara así su seguridad, porque a partir de ese momento perseguía a los bandoleros. Sin

embargó al no conseguir consenso social ni apoyo político, nuestro personaje se retiró a la vida

privada lo que significó el fracaso de su proyecto. En esta ocasión, no hay una redención moral,

sino una derrota de la voluntad. Astucia no reniega abiertamente de su pasado como Periquillo,

en vez de ello busca a través de la política implementar un sentido de comunidad, de defensa

colectiva en contra de los peligros del exterior, así como implementar una forma heterodoxa de

justicia. Todo lo anterior era una manera de continuar con los principios que manejaba en su

hermandad.

En esta novela se plantea, entre otras cosas, un tratamiento diferente del deliencuente, no

cómo un ser despreciable que representaba los más grandes vicios sino como un personaje

ambiguo que entre sus errores tenía algunas virtudes. De acuerdo con Davobe en Astucia se

resalta la figura del charro (con elementos de bandido social), como un tipo ideal a traves del cual

se hizo una homogeneización del pueblo razo mexicano.159 Se piensa entonces que las clases

bajas no eran del todo desechables, sino que tenían algunas virtudes. En la novela se narra como

Cabello tiene encuentros, escarseos, pactos y negociaciones con personajes de las clases altas.

Por ello se hace mucho énfasis en las historias, vestimentas, el habla y las acciones de los

158 Juan Pablo Dabove, “El bandido social mexicano, entre el bárbado y el soberano ilustrado: El caso de ‘Astucia’
de Luis inclán (México 1865)” en Latin American Literary Review, vol 33, núm. 65, enero - junio 2005, p. 50.
159 Davobe, “El bandido social mexicano”, pp. 51 - 52.
205
charros, los cuales en ese sentido eran una figura que podría abarcar la briosidad, el trabajo y la

dedicación que el gobierno pretendía implementar (ver imagen 7).

Imagen 7. Hombre con sarape, ilustración costumbrista.160

Igualmente en Astucia se plantea la posibilidad de la incorporación del bandido en lugar

de eliminarlo. Aunque en la novela Cabello es nombrado jefe de seguridad por un sorteo, es*

160
Tomado de: Mayer, México lo que fue y lo que es, p. 212.
206
revelador que terminara siendo parte de la estructura que antes lo perseguía. En ese sentido

Vanderwood afirma que esta opción se pensó como una posibilidad inevitable, aunque no

deseable, en el contexto político decimonónico. Como lo hemos visto era conocido que el

licenciamiento de tropas incrementaba casi proporcionalmente el número de las gavillas. Así, el

autor afirma que después de terminada la guerra de intervención, no era opción entrar

nuevamente en un ciclo persecusión gavillera que solamente generaba destaste y gastos para el

Estado. Por ello, no fue casual descubrir que la fuerza de policía de finales del siglo, conocida

como los rurales, estuviera compuesta por numerosos exgavilleros y licenciados del ejército.161

Años después hacia 1891 Manuel Payno escribió Los bandidos del Río Frío. Esta novela

realizada por entregas fue escrita en Barcelona por un Payno que se encontraba en los últimos

años de su vida. Pese a ser una historia de ficción, el autor escribió no sin cierta liberalidad sobre

acontecimientos, personajes y lugares que conoció a lo largo de su vida. En cierto sentido es

válido afirmar que estaba escribiendo sus memorias de forma novelada. En el desarrollo de la

novela él mismo confirma lo anterior al mencionar que sus personajes “no han sido inventados,

sino [que son] de carne y hueso. Los unos han desaparecido [...] los otros han envejecido, y el

resto [...] quizá anda por esas calles cubiertas de lodo y de agua”.162

La importancia interpretativa de esta novela es muy amplia, a través de sus 117 capítulos

es posible discurrir sobre la situación política y social del México de mediados de siglo XIX. En

ese sentido, la novela puede considerarse como una fuente no ortodoxa para acceder al

conocimiento de las condiciones sociales que enfrentaba la población. Igualmente, da ejemplos

de la manera en que se ejercía la política en entornos rurales y en situaciones cotidianas, como los

inevitables pactos entre bandidos y hacendados o políticos, así como los pronunciamientos. La

161 Vanderwood, “El bandidaje en el siglo XIX”, p. 55


162 Manuel Payno, Los bandidos del Río Frío, México, Porrúa, 2004, p. 73.
207
corrupción eixstente en la administración de justicia también se puede leer, en específico la

ostentación de los jueces en contradicción con una aplicación de penas desigual, clasista y

tendenciosa.163 Estos son aspectos poco reconocibles en una fuente oficial que por definición

estará enmarcada en un entorno de supuesta legalidad.

Los bandidos se sitúa temporalmente en la parte media del siglo XIX, concretamente en el

ocaso del gobierno de Santa Anna. Una de las tramas centrales, pues la novela esta repleta de

digresiones, aborda la captura, los juicios y la ejecución del bandido Juan Yáñez, conocido en la

historia como Relumbrón, quien al mismo tiempo se desempeñaba como coronel. Caracterizando

así la ambigüedad del bandido inserto en la estructura política, como esbirro del poder pero al

mismo tiempo sacando provecho de su situación. En la ambivalencia de este personaje, bandolero

y representante de la autoridad, estriba la clave de la representación de Payno, un siglo XIX en

donde la autoridad estatal no se estaba consolidada, y por lo tanto la barrera de la legalidad e

ilegalidad no se encontraba definida, ni separada. Al contrario, la práctica del poder constituía un

campo indefinido entre el pragmatismo y la oportunidad.

Las reminiscencias históricas sobre este personaje son claras, el juicio de Yañez captó la

atención de la opinión pública en 1840. Payno en ese año se desempeñaba como jefe de sección

en la Secretaría de Defensa por lo que es muy probable que estuviera al tanto del proceso, el cual

fue realizado por una corte militar y el gobierno preparó un expediente de cerca de 5 mil

páginas.164 La sentencia de muerte se pensaba como poco probable, debido a que era conocido

que éste gavillero tenía nexos con Santa Anna, así como con Nicolás Bravo en la décadas de los

30’s. Además porque en ocaciones anteriores había sido exonerado de acusaciones similares

debido al influyentismo del cual gozaba.

163 Frank A. Knapp, Jr., “Some Historical Values in a Famous Mexican Novel” en The Americas, Pennsylvania, vol.
11, núm. 2, octubre de 1954, pp. 135 -137.
164 Vanderwood, “Los bandidos de Manuel Payno”, pp. 108 - 115.
208
La gavilla del Relumbrón, al igual que la de Yañez en la realidad, era conocida por su

violencia. En este sentido, los asaltos de esta gavilla distaban mucho de la “caballerosidad”

mencionada anteriormente, pues los golpes, insultos o asesinatos eran parte de su modus

operandi. La forma de trabajar era doble, por un lado la banda hacía el trabajo político de los

caudillos, asegurando para su causa la región de los estratégicos caminos del estado de México,

Puebla y Veracruz. Al mismo tiempo se beneficiaban obteniendo de información sobre viajeros y

arrieros, de sus horarios, mercancía y pertenencias para llevar a cabo grandes y precisas

operaciones de asalto. La crítica principal de Payno, dirigida en un doble sentido tanto al

proyecto político de mediados de siglo como al Porfiriato, era la imbricación tácita que se hacía

de ambos elementos, porque en los dominios de Río Frío la banda del relumbrón era el Estado,

debido a que de forma poco ortodoxa, a su manera, cobraba impuestos, dominaba el territorio y

ejercía justicia. En ese sentido, se novelaba el fracaso del Estado, de la legalidad. Se había

insertado en la estructura una idea que vendría a definir la forma de gobernar de muchos

caudillos decimonónicos y de tiempos revolucionarios: el poder en un entorno de vacío

institucional se ejercía por la fuerza, los bandidos eran la carne de cañón, los personajes que se

prestaban a ello.

En suma, a lo largo de este apartado he mostrado que el bandido tuvo una visibilidad

inusitada en la esfera pública jalisciense, pues su presencia fue constante en las reflexiones

periódisticas, en las declaraciones de los gobernadores así como en las descripciones y

narraciones de la literatura nacional. La mayoría de estas representaciones fueron negativas, salvo

algunas descripciones que mostraron un lado romántico, el bandolero era un personaje que

agrupó todos los defectos pensados por los grupos privilegiados: pobre, pendenciero, vulgar,

violento, impune, ignorante y ambicioso entre otras cosas. Aún más, el fenómeno del robo tuvo la

caracterización de una plaga que infestaba al estado, debido a su numerosas repeticiones y al


209
daño que en su conjunto ocasionaban al cuerpo social. Los diagnósticos que se obtienen en estas

fuentes nos revelan un clima de inseguridad inusitado donde las actividades de los ladrones

llegaron a un nivel que no tenía antecedente previo en la historia. Ciertamente, desde las letras de

molde se clamó por acciones firmes y concretas para contrarrestar este mal.

En estos medios se demostró que se conocían las causas de fondo que orillaban a muchos

bandoleros a cometer actos delictivos, como la desocupación, la miseria, la falta de educación

cívica y apego a un estado de derecho. En general, a un entorno de dífíciles condiciones de

subsistencia. Sin embargo, la gran mayoría de textos citados hacían énfasis en las consecuencias

que tenía para la inseguridad el que hubiera bandidos en los caminos. Porque de este modo se

afectaban las comunicaciones, el intercambio de mercancías así como el tránsito de viajeros. Por

ello, siempre se pensó que la solución recaía en la punición, ya sea en imponer penas más

severas, que fueran ejemplares y disuadieran a los delincuentes, o en mejorar las estructuras de

seguridad gubernamentales, como las policías dedicadas a la persecución de gavillas, o contar

con cárceles que fueran realmente efectivas. ¿A qué se debío la preponderancia sobre este

enfoque? De acuerdo con Paltí, es necesario entender lo que este autor denomina: “la naturaleza

dilemática” que tenían los discursos de ese momento.165 Es decir, este tipo de notas y

declaraciones se explican mejor cuando se insertan en un marco en el cual las discusiones sobre

la manera de gobernar y controlar al país eran preponderantes. En ese sentido, las soluciones que

se plantearon iban encaminadas hacia la consolidación del Estado, lo cual tiene concordancia con

un proyecto político que, pese a sus dificultades de implementación, se estaba intentando llevar a

cabo en el país.

Ciertamente llama la atención que muchas notas de prensa criticaron la poca capacidad

que tenía la autoridad para contrarrestar la plaga de bandidos que azotaba al estado, a través de

165 Palti, La invención de una legitimidad, p. 34.


210
castigos más severos o de la construcción de una penitenciaría (institución que, según las élites,

representaba la seguridad ciudadana). Esa impotencia conllevó ataques políticos, pero tambien

cuestionamientos de fondo sobre el papel que debería tener el gobierno en el combate a la

delincuencia. El delegar esta actitud en los propios ciudadanos significaba la renuncia a uno de

los pilares del contrato social, los ciudadanos no tenían más remedio que armarse y colaborar con

las autoridades. Al respecto, las respuestas por la autoridad en notas de prensa oficiales y

memorias de gobierno fueron evasivas, ya sea culpando a las administraciones anteriores de

inaccion, lo que dificultaba el accionar efectivo de un gobierno ante una serie de lastres que en

términos de seguridad se venían cargando desde tiempos coloniales. En otras ocasiones la

justificación recayó en el gesto, en realizar acciones contra los ladrones que, aunque

improductivas, evidenciaban que la autoridad buscaba por todos los medios punitivos a su

alcance llevar a cabo su tarea de combatir la delincuencia.

De forma paralela, el discurso sobre la criminalidad reveló los prejuicios y nociones que

la élite gobernante tenía al respecto. En un proceso de construcción nacional, era necesario

definir a los tipos ideales de la población mexicana, en dicha repartición de roles el ladrón fue

uno de los villanos. En otras palabras, a través de estos textos se evidenció el proyecto político de

dominación que tenía el poder. Ello explica porque bajo este matiz la definición de bandido o

gavillero permaneció siempre amplia, aplicandose a un gran número de elementos, todos

pertenencientes a las clases bajas. En realidad se estaba categorizando a la sociedad porque un

malhechor bien podría ser un rebelde, exmiembro del éjercito, enemigo político, levado, desertor

o pronunciado. Lo importante era destacar que era un personaje que manifestaba, consciente o

inconscientemente, un desafío para la autoridad y la inseguridad. Del mismo modo era el pobre,

el indigena, el lépero o el vago; es decir el anormal que era indeseable, que su existencia era una

mezcla de desprecio y compasión, que generaba una lástima que se dirigía hacia el paternalismo
211
(autoritario y represivo) de los ilustrados sobre los ignorantes. En contraposición, el ciudadano

ejemplar tenía las cualidades opuestas: apego a los valores cívicos y obediencia a la autoridad.

No fue casualidad que bajo estos términos, el combate y la criminalización de los delincuentes se

expusiera en términos civilizatorios.

Pero ¿qué significó la inseguridad en ese contexto? Los medios de expresión de las élites

permitieron tener un espacio constante de reflexión sobre los temas centrales que enfrentaba el

país. La discusión pública de mediados de siglo XIX fue un entorno difícil, lleno de

faccionismos, rebeliones, invasiones extranjeras, falta de dinero en el erario y debilidad política.

En ese tenor, la inseguridad fue uno de los mayores males que azotaban al país, pues su

manifestación incontrolada no permitía la ansiada establización social, ni tampoco una

tranquilidad pública que permitiera echar a andar proyectos comerciales, políticos y sociales de

gran calado. En otras palabras, la seguridad pública era la base sin la cual no se podía consolidar

un proyecto nacional, en tanto no se acabara con la plaga de ladrones no se podría pensar en

mejorar en otros ramos. Desde la esfera pública se clamaba por orden, por reformas de fondo y

por mejorar la imagen México (de un país de ladrones a uno de ciudadanos).

En consecuencia, las soluciones que se plantearon desde el ámbito de la esfera pública,

iban dirigidas a terminar con este problema pese a las dificultades que enfrentaba el contexto. Por

ello la inseguridad significaba en realidad un desafío político, una prueba de la capacidad que

tenía el Estado. Por supuesto, y esto queda claro en el apartado sobre la literatura, los arreglos

tácitos, aunque nunca voluntarios entre bandidos y autoridad fue otro elemento que le brindó

complejidad al fenómeno, debido a que en su debilidad la gavilla servía al poder como grupo de

choque, como su esbirro. Aunque pueda parecer contradictorio que al mismo tiempo que se

criminalizó al bandolero, el gobierno se apoyó en él para realizar algunas actividades, en el

México decimonónico del pactismo, del pragmatismo, era algo que tenía sentido. Ahora bien, el
212
discurso liberal aseguraba salvaguardar las garantías, la vida y la propiedad del ciudadano, pero

como hemos observado desde la esfera pública se habló de una crisis de robos que azotaba los

caminos y las poblaciones del estado. ¿Cómo fue en realidad el fenómeno del robo? ¿Cómo se

llevaban a cabo los asaltos y las sustracciones? Estas preguntas se abordarán en el siguiente

apartado.

213
SEGUNDA PARTE

EL ROBO Y SU CASTIGO

214
CAPÍTULO 3
LADRONES INFAMES Y SU ACCIONAR DELICTIVO.
EL ROBO EN CAMINOS, DOMICILIOS Y POBLACIONES

En aquel tiempo era forzoso desconfiar de las


personas que se encontraban en el camino pues
podrían ser con mucha posibilidad bandidos o cuando
menos adeptos a alguna cuadrilla de ladrones, y era
muy común encontrar en cada casa situada al bordo
de la carretera, mesón o taberna, desde el maestro de
postas hasta el mozo de caballos, a algún pícaro
asalariado por un capitán de bandoleros.
Charles Dickens, Historia de dos ciudades

INTRODUCCIÓN

El objetivo de este capítulo es analizar la práctica del robo en los caminos y poblaciones de

Jalisco entre 1846 y 1861. Intenta mostrar los sitios, los personajes, las armas y las motivaciones

relacionadas con este acto criminal. También se pretende describir las diferentes formas de robo,

desde el que se realizó a pequeña escala, hasta el asalto a poblaciones enteras por parte de grupos

numerosos.

Jaime Olveda destaca como desde el estallido de Hidalgo surgieron una serie de grupos

que rondaron caminos y poblaciones sin que su agenda coincidiera con los insurgentes, al

contrario eran hombres que aprovecharon el barullo social para reparar viejos agravios, llevar a

cabo venganzas o enriquecerse. Estas condiciones se intensificaron en la etapa independiente

donde un mayor número de grupos cometieron robos en nombre de planes políticos o facciones.1

Aunado a lo anterior, existieron otra serie de factores más allá del desquebrajamiento político que

incidieron en la crisis de robos que se experimentó en Jalisco durante el siglo XIX, tales como la

1 Jaime Olveda, “El imperio de los bandidos. México siglo XIX” en Ruris, Sao Paulo, volumen 9, núm. 2, septiembre
de 2015, pp. 167 - 170.
pobreza generalizada, el difícil acceso a los alimentos y al trabajo, la indefensión ante desastres

naturales y epidemias, así como la leva. Estos elementos generaron un encono y una gran

necesidad que se manifestó en un respquebrajamiento del tejido social a través de rebeliones,

pronunciamientos y un incremento inusitado de robos.

El número de sustracciones alcanzaron para mediados del siglo XIX un nivel alarmante de

acuerdo con periódicos, informes de gobierno y reportes de seguridad. Estamos en un momento

cuando se hablaba de una “plaga social” que afectaba al estado y al país en general. Los ladrones

actuaban bajo una impunidad evidente, mientras el goberno manifestaba una impotencia para su

persecusión y combate. En medio de aquella lucha dispar se encontraba una población indefensa

que solamente podía: quejarse en la esfera pública (clamando justicia y castigos más severos),

armarse por su cuenta o bien resignarse a ser robado.

La impresión de aquel momento, era el de un clima social enardecido. México era un país

violento, en guerra, pobre y afectado por la plaga de los ladrones. Ahora bien, si se toman en

cuenta los diarios de viajeros y la literatura, estas fuentes principalmente hablaban de encuentros

con salteadores de caminos. En sus relatos detallaban la inseguridad de emprender un viaje, el

miedo a pasar una curva intrincada o la manera “caballeresca” o “anecdótica” de ser robados.

Así, se ha estereotipado el robo como un delito que sucedía principalmente en las vías de

comunicación. Uno de los objetivos de este trabajo es demostrar que esta trasgresión de la norma

fue una práctica mucho más compleja y diversificada de lo que se pensaba, que existieron

numerosos tipos de robos, es decir de maneras cómo se llevaron a cabo sustracciones, algunos de

forma violenta y otros inadvertidamente. Mostrar este espectro amplio de formas delictivas,

aparte de dar luces sobre temas poco explorados en la historiografía, abundan a consolidar la

noción de robo desde una perspectiva amplia, pensándolo como una acción sistemática, numerosa

216
y variada que tuvo una ineludible incidencia en el ámbito social y politico del Jalisco

decimonónico.

El término que utilizaré para referirme a estos personajes es “ladrón” o “ladrones”,

entretanto su accionar lo referiré con el vocablo “robo”. Es importante señalar que aunque hay

algunas tipologías teóricas (como la ya mencionada de bandido social),2 estas no necesariamente

encajan con la información que muestran las fuentes, las cuales revelan una práctica diversificada

e imprecisa. Si bien desde la perspectiva legal se contaba con definiciones y castigos

diferenciados que se correspondían con los diversos tipos de robo, la práctica de la

administración de justicia demuestra que no hubo una claridad al respecto. Por ejemplo,

tradicionalmente, los cargos de hurto y robo se distinguían entre sí por el modus operandi de la

acción. Escriche establece que el primero era subrepticio, anónimo, sin violencia; mientras el

segundo se daba de forma abierta, intimidando y amenazando a la víctima. A partir de esta

definición básica se establecían teóricamente agravantes y atenuantes, así como una tipología

detallada de hurtos y robos (por ejemplo el robo sacrílego) que se relacionaban

proporcionalmente con los castigos.3 De acuerdo con Daniel Palma, sin entrar en tecnicismos

jurídicos, el estudio del robo implica aceptar un acercamiento desde una perspectiva amplia. Al

respecto menciona: “el robar indicará aquí el evento de despojar a otro(s) de lo suyo, al

apropiarse de bienes ajenos, independientemente del procedimiento utilizado o de las

motivaciones para obrar como tal”.4 Así, el mayor alcance que tiene esta perspectiva es la de

abordar un fenómeno social que tenía diversas variantes y que no estaba bien delimitado tanto en

la ley como en la práctica judicial (aunque en teoría se pudiera pensar lo contrario).

2 Ver Introducción.
3 Joaquín Escriche, Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia, París, Librería de Rosa, Bouret y Ca.,
1851, pp. 826 - 831 y 1446.
4 Palma, Ladrones. Historia social y cultural del robo, p. 19.
217
Aunado a lo anterior, el análisis de fuentes revela que estos términos se utilizaban

indistintamente, ello se demuestra cuando en el mismo expediente el hecho criminal se describe

en algunas partes como robo y en otras como hurto. Algo similar ocurre con el abigeato, término

que formalmente sería una variedad de hurto dirigido al ganado, pero que no estaba tipificado en

la legislación jalisciense de la época. Así, cuando encontramos, por ejemplo, que el robo de vacas

se definía como hurto, robo o abigeato dependiendo del juzgador en cuestión, tenemos claro que

para esos hombres se trataba de vocablos intercambiables. Además, como se mencionó, el

abigeato como tal no estaba tipificado, por lo tanto si en la cabeza de proceso se acusaba a

alguien de ese delito, se le terminaba castigando por robo o hurto dependiendo del juez.

En ese sentido, Laura Solares Robles analizó fuentes estadísticas criminales para diversos

estados de la República durante la década de los cuarentas del siglo XIX, encontró que en cada

región se utilizaban indistintamente términos diferentes para designar a los trasgresores de la

norma y conceptos para identificar el móvil delincuencial.5 Por lo tanto, hacer un análisis de los

vocablos utilizados desde estas fuentes oficiales es problemático debido a su inconsistencia.

Palma, por su parte, encontró algo similar en las estadísticas criminales de las ciudades chilenas

de finales del siglo XIX, en las cuales los términos variaban año con año, así se podía clasificar

estos delitos en un periodo como: despojos o robos, al siguiente como hurtos o estafas, o bien

diferenciar entre robo con fuerza a las cosas y violencia a la persona. Para este autor, la ausencia

de criterios uniformes dificulta hacer un seguimiento diferenciado de esta práctica desde la

perspectiva oficial.6 En general esto es revelador de la cultura política de la época ya que muestra

que hay un intento modernizador en tanto se pretendía diversificar la tipificación de los delitos y

hacer que la legislación fuera mucho más sofisticada y abarcativa del espectro criminal,

5 Solares, Bandidos somos y en el camino andamos, p. 225.


6 Palma, Ladrones. Historia social y cultural del robo, p. 124.
218
complejizando las denominaciones e imponiendo castigos proporcionales dependiendo de los

elementos juzgados; sin embargo, en la practica jurídica la tradición se impuso sobre los

numerosos intentos reformistas a la administración de justicia, a través de la utilización de

legislación colonial en detrimento de la republicana y también en el uso extendido de términos

generalizadores para referirse a la práctica del robo. 7

Las mismas descripciones farragosas se encuentran en otras etiquetas utilizadas para los

acusados, pues se echaba mano de forma indistinta de expresiones como: salteadores,

malhechores, ladrones, bandidos o gavilleros para describirlos. Si bien gavillero se aplicaba

solamente cuando se trataba de una banda o gavilla, en última instancia no dejaba de describir a

una agrupación de ladrones; es decir, su particularidad residía en su número. Además, estos

hombres eran acusados de robo o hurto porque el bandolerismo, tampoco estaba tipificado en la

legislación estatal. Así, tenemos muchas etiquetas criminales las cuales debido a las acciones que

realizaban y a la clasificación poco precisa, bien se pueden agrupar bajo la concepción general de

robo.

En consecuencia, nos encontramos ante diversas formas de robo y varias maneras de

procesarlo. La información consultada muestra ciertas tendencias. Por ejemplo, contrario a lo que

establecía la ley la diferencia entre hurto y robo no partía de su carácter privado o público, sino

de la cuantificación del botín; es decir, era un criterio económico. En muchos expedientes se

relacionó el hurto con la sustracción de algo pequeño o de poco valor (por ejemplo, unos calzones

o un sarápe), mientras que un robo representaba la sustracción de algo mayor (un hato de ganado

o dinero). En cierta medida, un hurto se relacionaba más con una ratería, en tanto un robo

correspondía a un hecho que tenía una incidencia social y económica significativa. Esta dirección

7 Sobre el continuismo y la influencia de la legislación española en el México republicano ver: Carmen Losa
Contreras, “La influencia española en la administración de justicia en el México independiente” en Cuadernos de
Historia del Derecho, México, núm. 11, 2004, pp. 141 - 177.
219
interpretativa es mayoritaria al revisar sistemáticamente los casos, pero no llega a ser concluyente

porque siempre había ocasiones en donde la utilización de estos vocablos se traslapaba. Respecto

al robo y asalto si hay una diferenciación mucho más clara, especialmente porque se trataba de

una separación concordante con la doctrina jurídica. Aquí, el elemento clave fue la violencia.

Cuando en el acto delictivo había golpes, cintarazos, cuchilladas e intimidación física, se trataba

en la mayoría de los expedientes de un asalto, aunque el botín fuera escueto. En este sentido, el

tipo de violencia que destacaba era la realizada contra las personas, en tanto la llamada violencia

sobre las cosas solía ser desestimada aunque en la legislación se condenaba.

Otros autores han aventurado tipologías de robo con base en el análisis de las fuentes

consultadas. Es una organización que, en términos analíticos, les permite agrupar acciones

delictivas similares de forma más efectiva que partiendo de la tipificación judicial; es decir,

privilegiando el criterio social al legal. Por ejemplo, R. M. Blackmour en su Historia de la

criminalidad escribió de forma un tanto vaga sobre el robo “al porvenir”, que era cuando se

soprendía a una víctima descuidada por su estado de embriaguez o intoxicación: “en este caso el

ladrón es un vagabundo que en los barrios exteriores desvalija[ba] a los amigos de Baco”.

También definió el robo “a la roulotte”, o los que robaban los coches y las diligencias. Por

último, estaban los ladrones “por narcótico” o los “anestesiadores”, que eran los que dormían a

sus víctimas con bebidas con opio. Una derivación del anterior era el ladrón “cloroformista”,

quién aprovechaba que el durmiente permanecía como muerto para poder desvalijarlo con toda

seguridad.8

Por su parte, Palma realizó una clasificación más rigurosa al analizar por lo menos 4

categorías de robo que ocurrían en el ámbito urbano: robo simple, que consistía en atracos de

8 R. M. Blackmur, Historia de la criminalidad. Ladrones, piratas, filibusteros, contrabandistas, Barcelona, Dux,


Ediciones y Publicaciones, s. a., pp. 81 - 86.
220
poca monta; robo en caminos, el que se realizaba en las vías de comunicación, violento, de mayor

escala y con repercusión en la prensa y obras literarias; robo domiciliado o llamado monrero,

proveniente de monra, palabra con la que se denominó a la ganzúa en aquel país austral; por

último estafa o timo, los cuales constituyeron una variante sutíl pero efectiva de esta práctica,

porque no era directo ni violento, sino que partía de la capacidad para engañar a las víctimas, de

prometer servicios que no se cumplían o de obtener adelantos de pagos que por supuesto jamás se

liquidaban. Otra variante fue la falsificación de monedas, billetes, títulos, letras o firmas. 9

En consecuencia, los criterios que a mi juicio permiten elaborar un análisis satisfactorio

de esta práctica social compleja son la actuación criminal y las motivaciones. Tomar como base

los modus operandi permite comprender que, a cada una de las diferentes escalas del robo, le

corresponden sus propias dificultades técnicas; es decir, el robo a pequeña escala podía ser

solitario, encubierto e incluso inopinado, producto del aprovechamiento de un momento de

oportunidad, o del embrutecimiento producto del alcohol; mientras tanto, el asalto a poblaciones

requería planeación, colaboración de numerosos contactos, vigilancia y armamento; es decir,

cierto grado de organización para llevarse a cabo. De forma paralela, es posible visualizar las

motivaciones que se relacionaban con estos actos, aspectos como el hambre, la pobreza, el

oportunismo, la tentación, la venganza, la ambición o las pulsiones agresivas estában presentes en

los diferentes actos de robo que se cometían en el estado.

A partir del análisis de 212 expedientes judiciales, que constituyeron el total del

muestreo,10 es posible establecer cuatro tipos fundamentales de robo: el menor o ratero, el

abigeato, el domiciliado y el asalto. Este último puede subdividirse en tres tipos: el asalto en

caminos, en viviendas y el dirigido a poblaciones. Esta tipología respondió a los objetivos y

9 Palma, Ladrones. Historia social y cultural del robo, pp. 91 - 94 y 104 - 105.
10 Ver Introducción.
221
modos de operación ejecutados por los ladrones, en ocasiones se concentraban en un tipo de

botín, en otras utilizaban instrumentos específicos como las ganzúas, o bien cometían sus delitos

en contextos específicos, como los caminos y domicilios.

Gráfico 3. Distribución de tipos de robo en Jalisco, 1846 - 1861.11

Como se observa, el delito de mayor incidencia de casos denunciados en el estado de

Jalisco entre 1846 y 1861 fue el abigeato (38%), seguido del asalto (27%), el domiciliado (26%)

y por último, con un número muy menor, las raterías (9%) (ver gráfico 3). La suma de los dos

primeros delitos (abigeato y asalto) constituyeron el 65% del total. Lo anterior revela que

preponderaban los robos considerados complejos, es decir, aquellos que afectaban la propiedad

privada o a las personas. Por ejemplo, la sustracción de animales, de forma constante y en

numerosas cantidades afectaba a dueños, hacendados y ganaderos, pero también a los hombres

comunes que apenas tenían en sus corrales, por ejemplo, una vaquilla, un caballo o un puerco, así1

11 Basado en: muestreo realizado en el STJ de la BPEJ. Los siguientes gráficos y cuadros de este capítulo también
estarán basados en el mencionado muestreo de expedientes judiciales.
222
perdían su medio de transporte o incluso su alimento. En tanto los asaltos afectaron

principalmente a la gente, porque más allá de los cuantiosos botines, la huella que dejaban los

actos violentos no se podía borrar. La población jalisciense estaba potencialmente expuesta a

golpes, cintarazos, cuchilladas, balazos o violaciones. Por las consecuencias sociales y

económicas que tenían estas prácticas sociales en su conjunto, se comprende que no se trató de un

asunto baladí, dicha situación sirve de referencia para comprender porqué las autoridades le

deicaron toda su atención a la persecusión, trato y castigo de dichos delitos.

LADRONES, MONTOS Y VÍCTIMAS

La leyenda de los ladrones, alimentada por la prensa, los relatos de viajeros y especialmente por

la literatura, establece que los hombres que realizaban esta actividad eran ladrones de profesión.

Así, por ejemplo al pensar en grupos de grandes gavilleros se podía traer a la mente la imagen del

Zarco, el líder de un grupo de hombres descarriados que tomaba haciendas a la vez que

enamoraba a jóvenes bellas, todo lo anterior lo hacía porque quería, pero principalmente porque

no sabía hacer otra cosa de provecho. Era un ladrón nato.

La información obtenida por el muestreo revela una situación diferente, que debilita la

idea del ladrón profesional. Sin descartar, a priori, la existencia de estos delincuentes a tiempo

completo, es un hecho que la mayoría de los ladrones comunes tenían otra profesión,

generalmente ligada al campo, y en ocasiones buscaban en el robo un complemento a sus

ingresos, para ello aprovechaban las oportunidades que se les presentaban, como el descuido de

algunos animales, o bien planeaban un robo en un punto determinado. Es posible que esta fuera la

misma dinámica que tenían los asaltos hechos por grupos numerosos a domicilios o grandes

poblaciones, pues las fuentes revelan que no se trataba de grupos dedicados al saqueo de forma

permanente, al contrario estas gavillas se conformaban con algunos hombres conocidos y otros
223
tantos advenedizos que se iban juntando conforme la marcha del grupo tomaba rumbo hacia su

objetivo, asimismo en sus declaraciones se podía observar que ejercían diversos oficios. En ese

sentido, la misma conformación temporal de una gavilla era algo benéfico para mantener su

anonimato e impunidad, una vez hecho el asalto el grupo se disolvía y no volvía a agruparse. De

otro modo, un conjunto de ladrones que actuara de forma permanente en los caminos resultaría

sumamente notorio e identificable, por lo mismo estos últimos fueron excepcionales.

¿Quiénes robaban? Sobre el tema hay numerosas afirmaciones, por ejemplo Vanderwood

establece que entre los bandidos se encontraban desertores, muchachos aburridos, oportunistas,

aventureros, fugados de la prisión, etc.12 Chumbita por su parte afirma que entre los bandidos se

encontraban personajes de estratos inferiores, desertores, migrantes, indios sin tierra. Proscritos

que se echaban al monte y difícilmente podían regresar a una vida considerada recta o normal.13

En el mismo tenor, Solares Robles encuentra que los estratos sociales más bajos alimentaban la

masa de ladrones existente, al respecto establece que los individuos que tenían sus necesidades

más básicas insatisfechas buscaban obtenerlas de otra manera, en este caso delinquiendo: “el

fenómeno del bandidaje podría ser resultado de la pauperización de ciertos individuos que, solos

o asociados con otros de su misma condición, se procuraban un modo de subsistir”.14

Los ladrones comunes eran hombres de campo, artesanos y con oficios. De los 326

acusados de robo había 44 profesiones identificadas entre las que destacaban notoriamente la de

jornalero (19%) y labrador (18.40%) del total; es decir, las actividades ligadas al trabajo con la

tierra representaban en conjunto más de un tercio de los hombres acusados, seguían los

denominados gañanes (12.57%), que podían ser los ayudantes o mozos de labranza. Aunque si

bien habría que matizar tomando en cuenta que la agricultura era, sin duda, la profesión más

12 Vanderwood, Desorden y progreso, p. 30.


13 Chumbita, Jinetes rebeldes, pp. 35 - 36.
14 Solares, Bandidos somos y en el camino andamos, pp. 181 y 189.
224
común en un ámbito rural y por ello tenía los porcentajes más elevados, también es un hecho que

el proceso de desamortización generó cambios y pauperización en el ámbito agrario. Por ello, no

resulta azaroso que las ocupaciones más propensas a buscar un ingreso extra (para ellos no

importaba si fuera a través de medios ilícitos) fueran las ligadas al campo; finalmente, estos

hombres eran los más numerosos, los más pobres y los más desprotegidos. Es imposible

determinar cuantos de aquellos jornaleros trabajaban de forma temporal en alguna modalidad de

aparcería y cuantos eran trabajadores permanentes, pero no es descabellado afirmar que la gran

mayoría pertenecía al primer grupo debido a la inseguridad de un ingreso fijo.

Examinando las cifras del muestreo salta a la vista que el resto de inculpados se

distribuyó entre: barberos, carboneros, leñeros, panaderos, operarios, sombrereros, queseros e

incluso un zapatero y cantor (ver cuadro 7). Llama la atención la existencia de un par de

comerciantes acusados de robo, pues usualmente se podría pensar que estos individuos tenían

cierto dinero y más bien pertenecerían al rubro de víctimas. Ambos robaron animales, caballos y

burros, aunque el segundo también sustrajo un barril de vino mezcal. En el mismo sentido, hay

un porcentaje muy menor de vaqueros, tan sólo 7 casos, lo cual contrasta con las afirmaciones de

la historiografía sudamericana sobre el tema, la cual generalmente señala a este individuo,

conocedor de los caminos, diestro con el lazo y el caballo así como capaz de manejar y trasladar

hatos de ganado, como un candidato natural para vincularse con actos de abigeato. En este caso,

los vaqueros acusados todos robaron ganado e incluso hubo un caso de sustracción de 22 piezas.

Por último, el muestreo revela una serie de individuos que desconocieron su oficio o que

afirmaban no tenerlo, siendo un total de 7.66%. La mayoría de estos hombres eran jóvenes y

solteros que robaron ropa, dinero y en menor medida ganado. En los propios expedientes

judiciales hay algunos casos de hombres que vagaban por los caminos, sin un rumbo o propósito

fijo, situación que afianzó la tesis de la desocupación. Por ejemplo, Raimundo Suarez (albañil, 40
225
años, soltero), acusado de robar un par de caballos en Colotlán aseguró que se encontraba

caminando, comiendo tunas y durmiendo en los mesones, cuando un hombre desconocido le

ofreció un dinero por pasar los animales por la garita.15 Por su parte, en la declaración del

acusado de robo Luis García (jornalero, 20 años, soltero) es posible observar que tenía mucho

tiempo libre ya que afirmó que solía pasar días en la plaza del pueblo, caminaba de un lado a otro

y en ocasiones iba a cobrar deudas con otros amigos.16 Lo anterior matiza las afirmaciones sobre

la ociosidad del delito, las cuales provenían de visiones sobre el delincuente elaboradas desde las

cúpulas. Según esta interpretación, la holgazanería y la desocupación excitaban la delincuencia;

sin embargo, la generalización sobre el tema pierde peso al observar que la mayoría de los

inculpados tenía una profesión principal y seguramente debido a la pobreza buscaron, en el

mundo de la ilegalidad, un ingreso extra.

Cuadro 7. Ocupaciones de los acusados de robo en Jalisco.17

Ocupación Número de acusados Ocupación Número de acusados

Albañil 8 Obrero 1

Alfarero 2 Operario 9

Arriero 5 Panadero 4

Barbero 1 Pescador 4

Cantero 1 Petatero 1

Carbonero 5 Platero 1

Carnicero 1 Quesero 1

15 BPEJ, STJ, criminal, 1847, caja 1, exp. 9359.


16 BPEJ, STJ, criminal, 1847, caja 1, exp. 9365.
17 Basado en: muestreo realizado en el STJ de la BPEJ.
226
Carpintero 5 Rebocero 1

Cohetero 1 Sarapero 1

Comerciante 2 Sastre 3

Curtidor 3 Sin oficio 2

Desconocido 23 Sirvientes 3

Fletero 1 Sombrerero 6

Gamuzero 1 Talabartero 1

Gañan 41 Torero 1

Herrero 8 Vaquero 7

Hojalatero 1 Velero 2

Jornalero 60 Vendedor 1

Labrador 60 Viajero 1

Leñador 1 Viandante 1

Llavero 1 Zapatero 14

Lozero 1 No especificado en 10
el documento
Matador 5

Obrajero 15 Total 326

En este sentido, la distribución de las edades es concordante con lo dicho, la gran mayoría

de los ladrones eran hombres jóvenes, los individuos que a lo sumo se encuentran en su segunda

década de vida constituyen más de la mitad de todo el muestreo, un 56.73%. Es notorio cómo el

porcentaje de acusados disminuye progresivamente hasta ser mínima la cantidad de ancianos

involucrados en estos actos (ver gráfico 4 y cuadro 8). Lo anterior considero que tiene dos vías de

227
explicación. Por un lado, la necesidad de obtener un ingreso extra era mayor en los jóvenes que

enfrentaban el proceso agrícola individualizador, que los viejos, los cuales tenían una relación

laboral más consolidada en las haciendas o en algún oficio. Es decir, los recién ingresados al

mundo laboral experimentaban mayores problemas para tener una estabilidad.

Por otro lado, las actividades propias de un ladrón, especialmente de aquellos que

asaltaban violentamente requería tener habilidades y destrezas físicas, como ser un buen jinete

capaz de interceptar una diligencia o un carruaje, o bien tener la capacidad para caminar extensas

distancias en pos de llegar a un objetivo. Muchos viajeros, como ya se mencionó, se trasladaban

en grupos armados y dispuestos a entrar en combate con los ladrones, por lo tanto la posibilidad

de un enfrentamiento que involucrara la lucha física o una balacera era real. El ladrón necesitaba

tener el arrojo para jugarse la vida en cada ocasión. Además, como lo han resaltado algunos18

18 Basado en: muestreo realizado en el STJ de la BPEJ.


228
autores existía una búsqueda por la aventura y por el peligro en este tipo de profesiones, aunque

sin duda estos ladrones aventureros eran una minoría. En consecuencia, los individuos de mayor

edad estuvieron involucrados en robos que exigían menos capacidad física, como las raterías y las

sustracciones de animales en corrales o caminos, entretanto los jóvenes se involucraron más en

los asaltos violentos.

Cuadro 8. Rango de edades y porcentajes de los ladrones en Jalisco.19

Rango de edades Acusados Porcentaje

10 - 19 años 34 10.42%

20 - 29 años 151 46.31%

30 - 39 años 73 22.39%

40 - 49 años 29 8.89%

50 - 59 años 9 2.77%

Mayores a 60 años 3 0.93%

No sabe su edad 27 8.29%

Totales 326 100%

El ámbito del robo era mayoritariamente masculino, estaba constituido en un 97.55% por

hombres y un 2.45% de mujeres (ver gráfico 5). De esas 8 mujeres, 6 fueron acusadas de

receptadoras de robo; es decir, de encubrir en su casa el monto sustraído y no necesariamente

participando en los hechos de robo. Respecto a los dos casos restantes, la primera es María

Bonifacia Cruz (20 años, soltera) quién participó junto a otros dos individuos en una ratería

19 Basado en: muestreo realizado en el STJ de la BPEJ.


229
ocurrida en Teocaltiche. La segunda ladrona fue María Ignacia García (40 años, viuda) quién en

solitario robó dos rebozos a Juan Ramírez en su casa, cuando éste salió a trabajar.20 En este

último caso, su estado civil denota su indefensión para conseguir sustento.

Gráfico 5. Distribución de acusados de robo por sexo.21

Mujeres, 2.45%

Es decir, el papel femenino se ceñía más a la colaboración que al protagonismo, y cuando

lo hacía se relacionaba con sustracciones menores y sin violencia. Lo anterior no quiere decir que

su rol no tuviera importancia, sino todo lo contrario. Por un lado, las mujeres jugaban un papel

central al momento de justificar las coartadas de los acusados al declarar siempre a favor de sus

conocidos sobre el lugar en que estos se encontraban al momento justo en que se realizaba un

robo o asalto. Por otro lado, su papel en ocultar de manera eficiente los botines era fundamental

para el éxito de la empresa delictiva. Ese rol de colocación o desaparición de lo robado con

211BPEJ, STJ, criminal, 1855, caja 7, exp. 14498 y BPEJ, STJ, criminal, 1860, caja 5, exp. 18086.
21 Basado en: muestreo realizado en el STJ de la BPEJ.
230
mucha seguridad lo realizaban las compañeras o receptadoras. En ese sentido, el robo

domiciliado que cometieron José Sánchez y Dimas Flores (ver abajo) ejemplifica la importancia

que tenía el papel de la mujer como receptadora. Ambos ladrones robaron una tienda en Lagos

por la noche, entraron y salieron con dinero y vino. Al momento de repartir el botín, Flores, quién

iba acompañado por una mujer de la cual no se mencionan más detalles, pero de quien se infiere

que tuvo una participación como cómplice y receptadora, argumentó que ellos deberían obtener

una porción mayor que la de Sánchez, ante lo cual aseguraba: “las mujeres de los ladrones

entraban también en parte”.22 Después de hacer la repartición, como suele suceder en los casos

prototípicos de robo, se terminaba la alianza delictiva y cada quien se fue por su lado.

Un aspecto que puede determinar la preponderancia masculina era la conformación de la

familia. En el contexto tradicional decimonónico, el hombre era el proveedor de los ingresos en

tanto la mujer se dedicaba a la casa. Esto es evidente cuando se registraban los generales de las

mujeres, tanto acusadas como víctimas, se anotaba su nombre, su edad pero nunca su profesión;

es decir, se daba por sentado que desempeñaban labores del hogar. En ese sentido, los hombres

casados involucrados en robos fueron mayoritarios, constituyeron el 52.77%, en tanto los solteros

el 35.58% y porcentajes aún menores los viudos (ver gráfico 6 y cuadro 9). Igualmente, Solares

Robles encuentra que la mayoría de los salteadores en los caminos de Michoacán eran casados.

De acuerdo con esta autora, esto contradice uno de los argumentos de Hobsbawm sobre la

relación del bandido con la movilidad y la soltería. Sin duda, el autor inglés le dio mayor peso

explicativo a la búsqueda por la aventura, así cómo a la imagen del bandido apátrida; es decir,

aquel que no echaba raíces para no ser capturado. Al respecto, menciona: “por el contrario,

quienes se involucran en actos de bandidaje común por lo general lo hacen llevados por la

22 BPEJ, STJ, criminal, 1850, caja 4, exp. 10910.


231
necesidad de procurarse satisfacciones elementales tales como comida y ropa”.23 En ese sentido,

las necesidades de un hombre casado y, seguramente, con hijos eran mayores que las de un

soltero.

Gráfico 6. Distribución de acusados de robo por estado civil.24

Cuadro 9. Distribución de acusados de robo por estado civil.25

Estado civil Acusados Porcentaje

Casados 172 52.77%

Solteros 116 35.58%

Viudos 12 3.68%

No especificado 26 7.97%

Totales 326 100%

~3 Solares, Bandidos somos y en el camino andamos, p. 236.


24 Basado en: muestreo realizado en el STJ de la BPEJ.
25 Basado en: muestreo realizado en el STJ de la BPEJ.
232
¿Cómo era un ladrón común? Las filiaciones que se elaboraban en los expedientes

judiciales de la época constituyen un elemento adicional que nos permite conocer mejor detalles

sobre la apariencia y fisonomía de aquellos ladrones. En estas pequeñas reseñas que se

elaboraban de forma sistemática encontramos los generales de la persona, su edad, su ocupación

así como el nombre de sus padres, pero también su descripción. Así, por ejemplo, encontramos

filiaciones muy generales como la de Roque Fuentes que establece lo siguiente: “hijo legítimo de

Guadalupe Fuentes y Ermenegilda Sermeño, oriundo de Nochistlán, jornalero”.26 O bien la de

Cipriano Leal, ladrón de 27 años, casado, labrador, con antecedentes de vago y descartado del

ejército (seguramente se refiere a una pena de leva) por “chaparro”, aunque purgó una pena de

seis meses en los talleres de Mezcala.27 Igualmente, hay otras más detalladas como la de Zeferino

Ramírez que dice: “hijo de Eusebio y María Navor, soltero, de veinte años de edad, de ejercicio

jornalero, originario de este lugar. Estatura chica, color trigueño, pelo lacio negro, ojos gatos,

nariz y boca regular [...] Viste calzón blanco roto de manta, frazada blanca, sombrero blanco

viejo. No sabe escribir”.28 Otro ejemplo es el de Balbino Ramírez, en cuya filiación se lee: “hijo

de Francisco Ramírez y Teodocía González, natural de Mesquitic vecino de el rancho de la

pastoría, oficio arriero 40 años de edad, casado, señas, pelo y cejas negros, ojos pardos, trigueño,

frente regular, nariz grande, boca grande, labios delgados, barba poblada, cuerpo delgado, y

alto.29

En ese contexto era importante asentar la existencia de alguna seña particular que ayudara

a la identificación del ladrón, especialmente en el recurrente caso de fugas, o bien para tener un

registro de la persona en caso de reincidencia. Estos detalles se centraban en características

26 BPEJ, STJ, criminal, 1847, caja 1, exp. 9391.


27 BPEJ, STJ, criminal, 1847, caja 12, exp. 9665
28 BPEJ, STJ, criminal, 1847, caja 8, exp. 9546, f. 7.
29 BPEJ, STJ, criminal, 1847, caja 10, exp. 9589, f. 12.
233
corporales visibles como una cicatriz, deformación o lunar. Así, por ejemplo, se resaltaba el dedo

“chueco” que tenía en el “chico” (meñique) de la mano derecha el mencionado Zeferino Ramírez,

o el “ojo apagado” de Victoriano Pérez.30 Sobre las señas particulares de Balbino Ramírez se

decía: “una cicatriz en la ceja del ojo izquierdo, y en la mano derecha un dedo mocho que es el

que sigue del pulgar”.

Muchas de estas características provenían de las faenas propias de la ocupación agrícola,

en la cual era común tener accidentes o imprevistos que en ocasiones dejaban marcas o incluso

amputaciones. Al ser una actividad física, era evidente que el cuerpo de los hombres de campo

visibilizaran los desgastes de su labor, finalmente estos individuos se curtían con el trabajo.

Ahora bien, no resulta descabellado establecer que aquellas señales, como las cicatrices o

deformaciones, fueran relacionadas por la élite gobernante como elementos propios de los

individuos propensos a la actividad delictiva. Especialmente cuando las víctimas describían a sus

ladrones de esa manera, por ejemplo María Gertrudis, víctima de robo domiciliado, señaló que

uno de los ladrones vestía pantalón blanco y tenía un “sombrero de ule [sic.] con un abujerito

[sic.] como balazo, cobijado con un sarape de mezclilla, con dinero en la cintura y fajado con una

correa blanca de piel”.31

En el imaginario sobre un criminal, nada estimularía más la imaginación de los hombres

de levita y carruaje (mas propensos al trabajo intelectual que al de campo) que pensar en una faz

deforme (sin ojos o dientes), en heridas y marcas (como una mano incompleta), o bien en un

hombre con un vestuario con orificios de balazos, evidencia de la violencia que conllevaba su

actividad, y con dinero expuesto de forma altiva. Todos estos elementos, según los ilustrados,

evidenciaban la procacidad del ladrón y su accionar en el mundo de la ilegalidad.

30 BPEJ, STJ, criminal, 1847, caja 9, exp. 9570.


31 BPEJ, STJ, criminal, 1860, caja 3, exp. 18053.
234
La clase en el poder, también retrató a los ladrones y delincuentes en general como

hombres ignorantes que debido a su poca ilustración no podían ajustar su comportamiento a un

marco de legalidad que se pretendía imponer en un contexto de inestabilidad generalizado. Ante

esto, se pretendió impulsar la educación como un contrapeso a la criminalidad, en el sentir que

una sociedad ilustrada sería más propensa a guardar civilidad en sus interacciones cotidianas así

como un apego a la ley. En ese sentido, los expedientes revelan una abrumadora mayoría de

acusados analfabetas, alrededor de un 99.28%, en contraste solamente dos ladrones aceptaron

saber firmar, Ramón Ortega quién afirmó ser comerciante y viajero, así como Juan de Dios

Sánchez, que se desempeñaba cómo obrajero. Lo anterior revela que el estrato que tenía acceso a

una escuela, y de acuerdo al credo liberal a tener acceso a la “civilización” era sumamente

minoritario. Las letras en realidad se guardaban para unos cuantos.

Otro aspecto que se relacionaba con la imagen pública de un ladrón, era su tesón en

proseguir con sus actividades una vez que iniciaba su vida criminal. Como ya se mencionó, la

aglomeración de la población carcelaria hacía que los delincuentes se “infectaran” unos a otros

en los azares del crimen; es decir, aprendían los pormenores de la profesión en las cárceles.

Además también se argumentaba que era tan alto el nivel de impunidad, debido a la falta de

castigos ejemplares, y disuasorios por supuesto, que se alentaba a los hombres a cometer cada vez

más delitos. ¿Cuál era el nivel de reincidencia que tenían los ladrones? Este es otro elemento que

se puede rastrear en los expedientes judiciales, en este caso de un total de 326 acusados el

50.61% declaró tener antecedentes penales (una o más prisiones, trabajos forzados o bien

condenas de leva), en tanto 49.39% afirmó que no tenía prisiones previas. Se trata de una cifra

elevada porque indica que, en términos generales, uno de cada dos acusados volvía a cometer

otro delito. En este sentido, se puede matizar aún más la cantidad hacia la alza tomando en cuenta

que los datos sobre los antecedentes se obtenían de los acusados mismos, los cuales en caso
235
afirmativo declaraban haber estado en prisión, realizado algún trabajo o haber pertenecido al

ejército. Sin embargo, ante la inexistencia de un registro que permitiera cotejar los nombres y los

casos, nadie garantizaba que el acusado no estuviera mintiendo sobre sus prisiones previas en un

intento de obtener indulgencia, especialmente porque la primera prisión solía ser uno de los

argumentos más utilizados por los abogados defensores. En este sentido, existía una

imposibilidad estatal para ejercer coacción sobre los delincuentes, lo que provocaba que estos

pasaran de una prisión a otra.

Sobre los montos que se sustraían en los robos en realidad eran muy variados, podría ser

desde ganado y dinero, hasta ropa, vino, alhajas, comida o cualquier cosa que se pudiera sustraer

y que tuviera un valor a futuro. Especialmente en las sustracciones ocurridas en los domicilios o

las generadas por un descuido de la víctima, los ladrones no tenían remilgos ni distinciones en

sus botines. En cambio, si había otros casos en los cuales se tenía por objetivo dinero o joyas, que

eran sin duda los objetos de mayor valor. En este caso, hay ciertos patrones que surgen al cruzar

las variables de los montos y los tipos de robos. Como es lógico, el abigeato al ser una

tipificación establecida a partir de la sustracción de ganado, solamente tenía como objetivo a

estos animales, los ladrones principalmente se llevaban burros, yeguas y vacas, en menor medida

caballos, puercos y ovejas. Hay pocos casos de robos de aves de corral, como gallinas, no es

descabellado pensar que en un momento de desesperación también hubiera más sustracciones de

este tipo, pero eran poco reportadas tal vez debido a su menor valor en comparación con otros

animales. Las raterías, por su parte, agrupaban los botines más exiguos como sarapes, cuchillos,

centavos o maíz. En tanto, los asaltos y los robos domiciliados se caracterizaban por una extensa

variedad en los botines (ropa, dinero, alhajas, mezcal, tabaco), al grado que era usual que tras la

sustracción de una casa o un comercio se elaboraban listas de objetos robados las cuales solían

ser extensas (ver imagen 8). Estos inventarios tenían como meta tener un control de los objetos
236
robados para cuantificar el delito, pero ante la imposibilidad absoluta de recuperar las

pertenencias, se convertían en manifestaciones del accionar delictivo de los ladrones así como en

representaciones de papel de los objetos materiales, los restos simbólicos de una propiedad

perdida.

Por último, las víctimas también dejaron una huella que es posible rastrear en los

expedientes judiciales. El modelo de Hobsbawm establece que el bandido social robaba al rico y

por lo tanto no tocaba la mano del pobre, esto generaba una gran identificación entre los

habitantes de una zona y sus justicieros. Los ladrones comunes, por otra parte, optaron por una

estrategia menos ideológica, pero anclada en el pragmatismo más evidente. Se robaba a quien

sea, sin importar su estrato o pertenencia a comunidad determinada, evidentemente los

comerciantes y adinerados representaban una mejor opción para la sustracción, pero en tiempos

de estrechez hasta un jorongo o unos calzones resultaban bienvenidos. Esta afirmación no es

menor, si tomamos en cuenta que la visión romántica de los ladrones estriba en su identificación

con el pueblo basado en su generosidad, en cambio el ladrón común y mayoritario, era un

individuo nada generoso que buscaba su beneficio a costa de sus semejantes, lo cual también nos

indica que estos hombres eran un flagelo para la sociedad en general pues robaban tanto a los

ricos, como a los pobres.

Lo anterior cobra sentido cuando se demuestra estadísticamente que las víctimas

consideradas como adineradas, es decir, los comerciantes, un director de una fábrica textil, un

abogado con propiedades, un minero y un mayordomo de hacienda, representaron sólo el

12.94%. En tanto, los que se podrían agrupar en un estrato medio, como los que ejercían un

oficio o tenían un pequeño negocio como los zapateros, barberos, panaderos o canasteros

llegaban al 27.84%. El restante 38.05% de los robados declararon ser jornaleros o labradores, es

decir, una gran mayoría de pobres robaban a otros tantos pobres. En este caso, y a diferencia de
237
los acusados a quienes se les elaboraba una filiación donde venían todos sus datos, la información

de las víctimas proviene de sus declaraciones, las cuales en ocasiones se omitían dependiendo de

quien llevara el caso o bien estaban incompletas en los propios legajos, por ello el alto número

porcentaje de desconocidos, los cuales por lo que se puede interpretar en los documentos

seguramente pertenecían a un estrato bajo (ver gráfico 7).

Imagen 8. Lista de objetos robados.32

32
Tomado de: BPEJ, STJ, criminal, 1846, caja 14, exp. 92927
238
Las víctimas, al igual que en el caso de sus contrapartes, eran mayoritariamente

masculinos, los hombres alcanzaron un total del 87.45%, en tanto el 10.98% fue femenino. Estas

cifras deben matizarse ya que, como se ha mencionado, las mujeres no contaban en los

expedientes (lo cual a la vez era un reflejo de la sociedad del momento) sino como acompañantes.

Incluso, en ocasiones (cómo el caso del robo a José Castillo e Inés Cortés descrito más abajo) las

verdaderas víctimas eran las mujeres, ya sea esposas, hermanas o acompañantes de los hombres,

pero en las sentencias y en general en el desarrollo de los procesos éstos era mostrados cómo las

víctimas.

Gráfico 7. Distribución de víctimas por estrato social.33

En general, se robaba a desconocidos. La mayoría de los casos revela que no había un

nexo entre ladrones y víctimas, más allá de una identificación visual de alguna de las partes por

vivir en el mismo pueblo o simplemente ser conocidos, excepcionales fueron los casos en los

cuales el delito se produjo a familiares, como por ejemplo el robo que llevó a cabo Mateo Calixto3

33 Basado en: muestreo realizado en el STJ de la BPEJ.


239
contra su otrora suegra, Felicia López, a quién le robo una caja donde él sabía que guardaba

dinero. La mujer de Calixto había muerto unos meses antes y éste esperaba recibir un dinero por

herencia o compensación, pero López decidió guardar el dinero para sí, ante lo cual el ladrón

decidió entrar a la casa y tomar lo que pensaba que le correspondía.34

La pobreza y la necesidad por un ingreso están siempre presentes en los expedientes.

Por ejemplo, Don Antonio Ibarra comerciante de Cocula denunció que le estaban robando maíz

de sus graneros, ante lo cual puso vigilancia en el lugar y descubrió que un par de jornaleros lo

llevaban a cabo. Otro caso fue el de Felipe Gámez, Isidoro Gámez y Florentino Palos quienes

robaron fanega y media de maíz de la propiedad de Doña Ignacia González, en su confesión

Felipe aseguró lo siguiente: “señor, es verdad, lo hice por mi necesidad, porque tenía hambre,

pues no encontraba esa semilla ni por mi medio”.35 A los tres se les quiso imponer la pena de

muerte infructuosamente.

En ocasiones, el hambre era tan evidente que la propia justicia se percataba de ello,

cuando los gañanes Prudencio Luna y Lucas Pérez robaron algunos costales de maíz del granero

de Don Ignacio de Alva. Inicialmente fueron acusados de robo con violencia, lo que ameritaba la

pena capital; sin embargo, en el dictamen del caso se puso de manifiesto el factor económico ya

que si bien la circunstancia era agravante, pues existió violencia a la cosa de parte de los ladrones

al saltarse las tapias de la propiedad, también este agravante se nulificaba debido a la “estremada

[sic.] necesidad á que redugo [sic.] a los procesados su mismo amo quitándoles la ración de maíz

cuando esta semilla subio de precio”. Después el mismo documento afirma que Lucas Pérez:

“incurrió en el delito por la mucha hambre que tenía el y su familia, pues conforme subió de

34 BPEJ, STJ, Criminal, 1846, caja 2, exp. 8980.


35 BPEJ, STJ, Criminal, 1847, caja 12, exp. 9651 y BPEJ, STJ, Criminal, 1851, caja 2, exp. 11049.
240
precio el maíz les retiró su amo la ración dejándolos reducido al salario en el que no alcanzaba a

alimentar a su familia”.36 Ante lo cual solamente se impusieron dos meses de obras públicas.

Los argumentos y casos expuestos sustentan claramente la idea de la necesidad y la

ambición como móviles principales de los robos, porque incluso los ladrones violentos lo que

querían y obtenían era un beneficio material. Debido al interés por beneficiarse obteniendo las

posesiones ajenas, orillaba a los ladrones a llevar a cabo planeaciones complejas. Sin embargo,

como se observará en el desarrollo de esta apartado hubo casos en los cuales la violencia y la

desmesura indican que también había un intento por dañar a las víctimas, por amedrentar, por

dejar una marca de su accionar. El partir de la pauperización de la población como factor

explicativo de los robos, nos indica las necesidades que tenía la población de estratos más bajos:

alimentos, ganado, objetos de valor para su uso e intercambio. Igualmente, en pos de obtener

estos botines el conjunto de ladrones siempre se encontraba alerta, al acecho observando el

camino y los domicilios, no podían pasar por alto los descuidos cotidianos, hacer ello

representaba perder la oportunidad del beneficio, de un ingreso extra. Así, resulta evidente que el

contexto en el cual se movían los ladrones comunes era el de una notable pauperización en el cual

las amplias necesidades hacían que se maximizara la oportunidad.

El SITIO Y LA HORA

La distribución de casos de robo denunciados en el estado de Jalisco fue desigual y se centró

principalmente en algunos cantones (ver mapa 2 y cuadro 10). Hay que señalar que la incidencia

corresponde al muestreo, lo que quiere decir que los porcentajes no representan el total de los

robos denunciados, pero sí una tendencia aproximada; es decir, estas cifras develan que la

propensión delictiva se agrupaba en ciertas zonas. Naturalmente sobresalió por la incidencia de

36 BPEJ, STJ, Criminal, 1851, caja 5, exp. 11501, f. 15.


241
expedientes el Cantón de Lagos, zona de riqueza ganadera y comercial, donde hubo casos de

grandes gavillas que merodearon la región. Era una zona estratégica que se vinculaba con

Zacatecas, Guadalajara y México. Por sus caminos circulaba mineral argentífero, información

oficial, mercancías, artesanías y ganado.37 En segundo lugar estaba la demarcación de Ahualulco,

que también era comercialmente fuerte, especialmente por la agricultura y el comercio de vino

mezcal. Le siguieron con porcentajes significativos los cantones de Guadalajara y el de Tepic. El

Primer Cantón era el centro del hinterland económico, además de la ciudad más poblada y en

donde residían las instituciones políticas, religiosas y judiciales más importantes del occidente

nacional. El Séptimo Cantón tenía un significativo comercio a través del puerto de San Blas, dos

fábricas textiles de producción moderada (Jauja y Bellavista) así como algunas haciendas. Un

primer vistazo a esta información, evidentemente revela que el robo seguía a la riqueza, el

movimiento de los ladrones se dirigía hacia los lugares en donde potencialmente podría haber

botines que valieran la pena. De acuerdo con Brian Hamnett, es posible ver el fenómeno como

una consecuencia de la riqueza, o si se quiere una manifestación de un crecimiento económico.38

Las contradicciones del progreso evidenciaban las fracturas sociales así como la brecha entre

pauperizados y ricos.

El argumento de la relación riqueza y delito, se fortalece cuando se desglosa la

distribución de robos por su tipo y se relaciona con la división cantonal (ver cuadro 11). Por

ejemplo, no sorprende que Lagos fuera la demarcación donde había más casos de abigeato, pero

también ahí se registró el mayor número de robos a casas, los cuales implicaban entrar a

domicilios y comercios, abrir cerraduras o forzar trancas. En la zona alrededor de Guadalajara,

tanto en caminos como en poblaciones, predominaba el abigeato y el asalto; es decir, eran

37 Sobre el bandidaje en la región alteña ver: Calvo, Por los caminos, pp. 32 36; y Olveda, Con el Jesús en la boca,
211pp.
38 Hamnett, Raíces de la insurgencia en México, p. 82.
242
sustracciones de gran impacto. Era un sitio de paso obligado, debido a la gran demanda que

requería de alimentos y materias primas y por ser un centro comercial para la venta de todo tipo

de mercancías. En consecuencia, sus transitados caminos resultaban deseables para salteadores de

todo tipo. La razón por la que no se registraron raterías en ese Cantón fue que el muestreo

excluyó la criminalidad citadina, para centrarse en la rural. Seguramente, un corpus de

expedientes sobre el robo al interior de la capital de Jalisco revelaría una incidencia numerosa de

sustracciones menores y domiciliadas, tal vez en un porcentaje mayor que en otras poblaciones

del estado. Como es conocido, una de las mayores manifestaciones del robo en el ámbito citadino

fueron precisamente los pequeños delitos, las raterías cometidas por vagos y pícaros. Ahualulco

y Tepic presentaron una actividad delictiva equilibrada y distribuída entre los tipos de robo más

significativos. La violencia se centró principalmente en Lagos, Guadalajara y Ahualulco, que en

su conjunto podría afirmarse que eran las zonas de mayor actividad comercial y donde había

mejores caminos. También eran las zonas más pobladas, lo que aumentaba la posibilidad de tener

mayór número de víctimas. Cabe recordar que los principales ladrones preferían la aglomeración

al aislamiento.

En la tradición viajera y literaria se privilegió la narración de robos en caminos, en las que

grandes bandas de salteadores desvalijaban a las víctimas, las cuales se llevaban, en el mejor de

los casos, una anécdota para contar el resto de sus días, en le peor una agresión física o la vida.

Basado en lo anterior se podría pensar que éste fue el tipo de robo por antonomasia. Sin embargo,

hubo otros lugares donde también los ladrones hicieron de las suyas; me refiero a los pequeños

poblados, ranchos y ciudades del estado. De acuerdo al muestreo elaborado para este trabajo, la

mayoría de los casos de robo registrados ocurrieron precisamente en estos entornos, que no han

sido estudiados a profundidad.

243
Mapa 2. Distribución de robos en Jalisco por cantón.

39 Mapa elaborado por Ilse Reyes Fuentes.


244
Cuadro 10. Distribución de robos en Jalisco por Cantón.40

Distribución de robos en Jalisco por cantón


C a n tó n N ú m e ro de ca so s P o rce n ta je
1. G u a d a la ja ra 29 1 3 .6 8 %
2. Lago s 75 3 5 .3 7 %
3. La Barca 17 8 .0 1 %
4. Sayu la 28 1 3 .2 1 %
5. A h u a lu lc o 32 1 5 .0 9 %
6. A u tlá n 1 0 .4 8 %
7. T e p ic 26 1 2 .2 7 %
8. C o lo tlá n 4 1.8 9%
T o ta l 212 1 0 0 .0 0 %

Cuadro 11. Desglose de la distribución de tipos de robo por Cantón.41

Abigeato Asalto Raterías Robo domiciliado Totales


1. Guadalajara 11 14 X 4 29
2 . Lagos 33 13 8 21 75
3. La Barca 8 5 1 3 17
4. Sayula 8 9 4 7 28
5. Ahualulco 10 10 1 11 32
6. Autlán X X 1 X 1
7. Tepic 7 7 4 8 26
8. Colotlán 3 X X 1 4
Totales 80 58 19 55 212

La relación entre ambos contexto es de 38.67% de casos en vías de comunicación contra

68.33% en poblaciones. En el primer entorno se llevaban a cabo los ya mencionados asaltos, pero*41

411Por cuestiones analíticas se estableció la división territorial que se retomó al comenzar la segunda época federal, es
decir la que tenía 8 cantones. Cabe señalar que en 1856 se creó el noveno cantón: Zapotlán. Basado en: muestreo
realizado en el STJ de la BPEJ.
41 Basado en: muestreo realizado en el STJ de la BPEJ.
245
también la mayoría de casos de abigeato, porque el modus preponderante (como se verá abajo)

fue tomar libremente, al paso se diría, a los animales que estaban pastando o descansando en una

vereda o cerca de un río, para llevarlos rápidamente a destasar o vender. En el segundo, sucedían

las pequeñas raterías y las aparatosas tomas de poblados enteros, pero en su gran mayoría fueron

los robos y asaltos domiciliados los que afectaron a la población. Por lo tanto el entorno más

delictivo fue el hogar o el comercio, se buscaban entrar a ellos para tomar objetos de valor,

también era muy frecuente robar directamente de los corrales o patios de las casas en donde había

ganado y prendas.

Lo anterior también refleja que la posibilidad de sufrir un robo o un asalto era igual o

mayor permaneciendo en el hogar que emprendiendo un viaje, también muestra que la debilidad

estatal era más grande de lo que se podía suponer, ya que la autoridad fallaba en su misión de

prodigar seguridad (porque no vigilaba los poblados ni tenía capacidad de respuesta y

persecusión efectiva) no solamente en entornos aislados y lejanos, sino también en ambientes que

se podían pensar cómo seguros. El desasosiego era palpable en la población. Por ejemplo, a Juana

Gudiño, oriunda de Zapotlán el Grande, le robaron dos cerdos de su casa. La víctima aseguró

vivir con temor en su hogar, porque se encontraba en una calle muy sola, por lo tanto solía dormir

en otro sitio y solamente iba al corral a alimentar a los cerdos.42 Su domicilio estaba expuesto,

por lo que se infiere no había vigilancia, ni seguridad, sino acciones desesperadas para evadir a

los ladrones.

Sobre la inseguridad en que se encontraban las víctimas, se puede citar el caso de

Nemesio Franco. El robo ocurrió a las ocho de la noche en el camino a Zapotlanejo cuando tres

hombres a caballo lo alcanzaron, le marcaron el alto, lo sometieron golpeándolo con el palo de

una lanza. Le robaron una frazada blanca, una sábana de manta y un zarape verde. Durante el

42 BPEJ, STJ, Criminal, 1856, caja 6, exp. 15265.


246
proceso se negó a sostener el careo con el acusado, Matías Figueroa (jornalero, 27 años, casado),

por miedo a volver a encontrarse con él, ya que se desempeñaba como correo y por lo tanto solía

estar frecuentemente en los caminos y veredas, lo que lo hacía susceptible a que lo mataran. Lo

relevante fue que el juez de primera instancia, Juan G. Robles, aceptó lo dicho por Franco

considerando que su deposición era algo “muy atendible”.43 Es decir, había altas posibilidades

que fuera asaltado nuevamente. ¿Por qué robar a un correo? De acuerdo con Olveda, el robo de

cartas era una actividad lucrativa porque de este se podían obtener libranzas, letras de cambio así

como otros papeles de valor, además de información mercantil y política a la cual se le podía

sacar provecho de diversas maneras, por ejemplo planeando atracos posteriores.44 Además, este

ejemplo también demuestra lo que venía diciendo la prensa de ese momento, los ladrones no

tenían castigos ejemplares, al contrario, salían de la cárcel o eran exónerados con mucha

facilidad, en este caso la víctima prefirió no presentarse a declarar porque sabía que su ladrón

estaría libre en cualquier momento.

La mayoría de los robos (75%) ocurrieron por la noche (o en algunos casos rayando la

madrugada), siendo minoritarios los delitos registrados a la luz del día (25%). El abigeato ocurría

principalmente en la noche, al igual que el asalto y robo a domicilios. Es claro que el ladrón se

ocultaba bajo la oscuridad y la utilizaba como un elemento a su favor. Las sombras permitían

mantener el anonimato (algo fundamental para perdurar en la práctica), igualmente era el

momento del día en que las posibles víctimas bajaban la guardia, cuando supuestamente la

tranquilidad reinaba. Por la noche también se facilitaban los escapes, los movimientos de grupos

de asaltantes y en consecuencia los asaltos. Los delitos diurnos fueron menores y se concretaron

en: sustracción subrepticia de ropas o ganado. Igualmente, el viajero se exponía al asalto a

43 BPEJ, STJ, Criminal, 1856, caja 5, exp. 15245.


44 Olveda, Con el Jesús en la boca, p. 86.
247
caminos, a plena luz. Por lo anterior, el salteador siempre llevaba pañuelos u alguna otra prenda

para ocultarse el rostro. Esta fue una de las características de los ladrones como personajes

literarios: la noche, la oscuridad y la secresía. En ese sentido, el paño revelaba la identidad de un

hombre proscrito, un fuera de la ley que salvaguardaba su rostro y su identidad como un seguro

para mantenerse activo en el mundo del hampa.

Olveda estableció que los tiempos de mayor robo en la zona de Lagos ocurrían en la

temporada de secas, de octubre a mayo; entretanto durante los meses de lluvia estos se reducían

considerablemente.45 En el muestreo, la relación entre las estaciones del año y los robos coincide

en lo escencial: 51.17% de casos en invierno y primavera, contra una disminución 48.83% en

verano y otoño. Posiblemente la tendencia era buscar un ingreso extra en momentos de

desocupación, especialmente por parte de hombres ligados a las actividades agrícolas, como los

jornaleros. Además, el tránsito en caminos se dificultaba y había menos personas viajando por

ellos. Esto implica una referencia clara a los calendarios agrícolas y ganaderas del estado de

Jalisco y sus etapas de desocupación. Asimismo, esta evidencia fortalece la hipótesis que el

jornalero temporal, y el que no tenía un ingreso fijo, era el individuo que en su mayoría salía a

abastecer sus necesidades ilegítimamente.

Sin embargo, si se observan los resultados por momento de la semana, la mayoría

ocurrieron en días laborales (71.56%) y el resto los fines de semana (28.44%). Esta cifras pueden

tener un par de explicaciones. Por un lado, muchos de los robos se dieron aprovechando la

coyuntura, por ejemplo pasando por el camino y encontrando en un corral un caballo y

tomándolo. O bien, esperando a que un grupo de viajeros tomaran un descanso y se descuidaran.

Por lo tanto importaba poco el día, el tiempo del ladrón era el tiempo de la oportunidad. Por otro

lado, hubo otro tipo de robo que si requería de planeación y observación, me refiero

45 Olveda, Con el Jesús en la boca, pp. 80 - 81.


248
especialmente al domiciliado el cual se hacía en días laborales porque evidentemente era cuando

las víctimas desocupaban sus casas.

LA RATERÍA O LA TENTACIÓN DEL DIABLO

El robo de menor impacto fue el denominado ratero o de rapiña, el cual se caracterizó por hurtos

menores, generalmente sin violencia y con un botín exigüo: ropa, enaguas, un burro o un

sombrero. Por la simplicidad que implicaba su ejecución y debido a su bajo impacto social fue

una de las prácticas criminales más comunes y tempranas. Thomas Calvo en su estudio de los

caminos jaliscienses del siglo XVII examinó el bandidaje de pequeñas cuadrillas, de dos o tres

personas a lo sumo, que robaban ganado u otras pertenencias de poco valor. Al respecto,

menciona que: “no hay acontecimientos sangrientos, sino más bien cierta torpeza, que nos

recuerda que se trata de unos pobres diablos más que de profesionales del crimen”.46 Con esta

cita se puede corroborar que los asaltos de las grandes gavillas y los robos más sofisticados, que

implicaba planeación y colaboración (como se verá abajo), fueron característicos de tiempos

decimonónicos.

El raterismo ha sido un fenómeno generalmente asociado a los ámbitos urbanos, aunque

los expedientes demuestran que también proliferó en las áreas rurales. Este robo menor se

sustentaba en la astucia y la inadvertencia. Los hombres que lo ejecutaron, generalmente

marginados sociales, hacían todo tipo de artimañas, como hacerse pasar por autoridades u

hombres ricos para embaucar a sus víctimas.47 Asímismo, perfeccionaron la sustracción

subrepticia, podían robar bolsos, monederos, anillos o carteras mientras los perjudicados se

46 Calvo, Por los caminos, p. 34.


47 Rodrigo Moreno Elizondo, “Porque hasta para dar el grito se necesita dinero. Prácticas y representaciones del
raterismo en la fiesta de Independencia. Ciudad de México (1887 - 1900)” en Palma (Ed), Delincuentes, policías y
justicias, pp. 54 - 111.
249
encontraban distraídos, caminando o celebrando. La observación detenida de momentos de

oportunidad tenía relación directa con el éxito de una ratería, pues dependía del sigilo en su

ejecución y el aprovechamiento de un descuido. Por supuesto, había casos de robos menores que

eran burdos y visibles, en los cuales podía haber riñas, generalmente generadas por el alcohol, así

cómo insultos y bofetadas.

En muchas ocasiones se trataba, como se mencionó, de aprovechar un momento de

oportunidad cuando la familiaridad o la tranquilidad hacía que las víctimas descuidaran sus

pertenencias. Ello le sucedió, por ejemplo, al arriero Pioquinto Valenzuela, quién se encontraba

en el camino junto con otros individuos con los cuales se juntó para viajar hacia Ahuacatlán.

Todos durmieron a la orilla del sendero junto a un río; al día siguiente, Valenzuela despertó y

encontró que sus prendas habían sido robadas.48 Algo similar le ocurrió a Marcial Ibarra de 40

años, quien trabajaba como cochero de don Juan González en la ciudad de Tepic. La noche del

domingo 6 de enero de 1850, Ibarra dejó entrar a Seferino Mundo (jornalero, 18 años, soltero) a

la cochera de su patrón. Ibarra aseguró en testimonio que conocía a Mundo de hace tiempo y lo

consideraba un hombre de bien, tras dormir en el descampado él huyó con las prendas de la

víctima. Éste aceptó que se llevó las ropas pero no supo el porqué, aseguró: “esto es lo primero

que me sucede y a lo que no tengo que responder sino que el diablo me tentó y no supe que

pensaba”.49 La misma justificación demoníaca la encontramos con Narciso Madrigal (obrajero,

35 años, casado) acusado de robar la barbería de Luis González en Sayula. La noche del 21 de

marzo de 1849, cuando el dueño del comercio estaba fuera, Madrigal entró y robó varios objetos:

tijeras, un espejo y piedras de afilar. En su declaración aseguró que lo “tentó el diablo”.50

48 BPEJ, STJ, Criminal,1850, caja 2, exp. 10844.


49 BPEJ, STJ, Criminal,1850, caja 3, exp. 10873, f. 15.
50 BPEJ, STJ, Criminal,1849, caja 5, exp. 10257, f. 11.
250
El recurso de la tentación satánica, utilizado en otras ocasiones por más acusados,

significaba evidentemente una forma de evadir la responsabilidad y a su vez dirigirla hacía un

personaje tradicionalmente relacionado con la maldad. La pulsión por tomar el objeto ajeno, a la

sombra de la noche, bajo el resguardo del anonimato incitaba a la sustracción. Al mismo tiempo,

este argumento era representativo del escenario cotidiano de ese Jalisco rural que se ventila a

través del expediente judicial, en el cual el mínimo descuido podía representar la pérdida de

objetos personales. Además, la mención del diablo significaba poner un argumento

providencialista a una situación que tenía que juzgarse desde el ámbito de lo mundano. Sin duda,

estas muestras son una herencia de las sociedades de antiguo régimen. La preeminencia en el

ámbito social que tenía la religión católica implicaba a su vez la presencia del diablo en el

imaginario común de los hombres, este se relacionaba con el pecado, el mal, las transgresiones y

lo que estaba fuera de la ley.

Este tipo de robos llegaron al Supremo Tribunal de Justicia como una segunda instancia,

en la cual los jueces generalmente solo ratificaban la sentencia inicial, aunque no dudaban en

tildar esta clase de delitos, no sin cierto dejo de indiferencia, como simples raterías o rapiñas (en

Chile, por ejemplo, se les llamó “hurtos famélicos”,51 debido a que se trataba de botines tan

pequeños que solamente servían para paliar el hambre o una urgencia). En estos robos menores

las víctimas también tenían algo de culpa. Como en el referido caso de Ibarra, en el dictámen se

asegura que éste cometió la “imprudencia” de dejar entrar a un hombre extraño a la cochera, por

lo que de alguna manera era responsable de lo que le había sucedido. Las sentencias eran

pequeñas, uno o dos meses de obras públicas, o incluso eran compurgadas durante el proceso.

A diferencia del asalto multitudinario, aquel que tenía gran repercusión social, para la

autoridad esta sustracción minúscula era algo baladí, aunque seguramente no lo fué para la gente

51 Palma, Ladrones. Historia social y cultural del robo, p. 31.


251
que lo sufría a diario, pobres que perdían sus pertenencias en este tipo de acciones. Por ello las

denunciaban y por lo mismo buscaban que se les devolvieran sus pertenencias. Para finales de

siglo, la ratería representó un problema social en ciudades cómo Guadalajara o México (aspecto

que se visibilizó especialmente en la prensa sensacionalista y que se combatió través de

legislación severa y cuerpos de seguridad mejor organizados). A la larga, las prácticas rateriles

lograrían arraigarse profundamente en las poblaciones urbanas de México, al grado de configurar

la imagen de ladrones especializador en este tipo de hurtos.

ALCOHOL Y ROBOS

El alcohol fue un elemento presente en los actos de robo, tanto en el caso de las víctimas que lo

ingerían para tomar valor previo a un golpe, o bien cómo el elemento a robar. La tendencia de

casos relaciona el uso de bebidas embriagantes con las raterías; es decir, aquellas acciones

menores que se hacían más por un impulso que debido a una planeación. Lo anterior no

desestima que el salteador estuviera ebrio al momento de realizar sus embates, pero por su

naturaleza inhabilitante la ingesta excesiva de alcohol (u otras sustancias) no podía ser parte de

asaltos complejos. Los cuales, como se verá más abajo, requerían de concentración, fuerza y

diligencia por parte de los ladrones para llevarlos a cabo.

Es posible distinguir dos tipos de usos respecto a la bebida embriagante: la “indígena” y

la “española”. La primera, tambien llamada embriaguez ceremonial, provenía de tiempos

prehispánicos cuando esta se obtenía por medio de la fermentación. El pulque blanco y su

consumo estaban restringidos y sólo a ciertas personas, principalmente la nobleza, los guerreros y

los ancianos podían tener acceso a ella en fechas especificas como ceremonias, nacimientos,

muerte o curaciones. Las normatividades prehispánicas se dirigían al consumo limitado de estas

bebidas tanto en su acceso a ella como en su consumo. Esta política de moderación (si bien
252
elemental y circunscrita principalmente a la esfera de influencia del imperio mexica) se explica

por la concepción misma que se tenía respecto del pulque: un líquido casi sagrado que causaba

efectos imprevisibles en la población. Por lo tanto, tenía que estar bajo el control de ciertas

reglas. No obstante, cabe señalar que en algunas ocasiones rituales estaba permitido beber en

exceso, es decir, que la proscripción se podía romper en momentos de festividad. Cuando el

indígena de los estratos más bajos bebía aguamiel con liberalidad, incluso podía llegar a perder el

conocimiento sin que eso fuera mal visto. En cambio, lo que si era causante de condena era la

embriaguez constante que se castigaba con azotes, humillaciones públicas y la muerte.

Por otro lado, en la Colonia, se impuso también la “embriaguez española”, que consistía

en un consumo constante pero moderado, y “nunca cayendo en el extremo”. Para el peninsular, la

práctica de beber vino de uva todos los días, en la comida y la sobremesa, era un signo de

civilidad. Era parte de la cultura europea, que tenía reminiscencias muy antiguas, helénicas e

incluso biblicas. En dicha tradición llegar a la total pérdida de conocimiento por el alcohol era

totalmente reprobable pues cuando un ebrio perdía la mesura y el control, su comportamiento era

proclive a los excesos. Por lo tanto era una falta a la moral, un pecado desde el punto de vista

doctrinal.52

Después hubo una especie de secularización de la forma campesina de beber, ya que el

pulque perdió su carácter ritual y se volvió poco a poco una bebida considerada más un producto

de valor económico palpable, vendido para su consumo y comercialización, que un elemento

ritual. En la Colonia se popularizó el consumo de este fermento y por ende aumentaron las

pulquerías así como su comercio (los circuitos de distribución se ensancharon notablemente en

ciertas regiones). Para el siglo XIX, se comenzaron a popularizar las bebidas destiladas como el

52 Para la relación entre la bebida y la evangelización ver: Sonia Corcuera de Mancera, El fraile, el indio y el pulque.
Evangelización y embriaguez en la Nueva España (1523 - 1548), México, Fondo de Cultura Económica, 2013, 309
pp.
253
llamado vino mezcal, que se podía conseguir en las tiendas locales. Ante lo cual tenemos, un

aumento de las prácticas de la embriaguez indígena sobre productos cada vez más asequibles.

Es importante señalar esta distinción en las prácticas de consumo, porqué explica la razón

por la cual fue mal vista por los españoles, el estar borracho se asoció inmediantamente a la

noción que se tenía de lo indígena y se adhirió a los adjetivos que lo estereotipaban como: pobres,

ignorantes, débiles y ebrios. Por ejemplo, durante las festividades locales coloniales se hablaba

del espectáculo que constituían los grupos de indios totalmente alcoholizados, describiéndolos

como una “orgía de ebrios”.53 Así para los españoles, el indígena bebía sólo por embriagarse,

cuando en realidad partían de un patrón cultural distinto con respecto a las formas de beber y de

una concepción diferente de la embriaguez.

Inmediatamente, la ingesta excesiva de alcohol se vinculó causalmente con la violencia, y

por ende con el comportamiento delictivo. En la Guadalajara de finales del periodo colonial, los

jueces de la Real Audiencia relacionaban claramente ambos aspectos, especialmente porque las

bebidas espirituosas estaban presentes principalmente en los casos de riñas, en las peleas

callejeras que se originaban por aspectos menores (como un insulto o una mirada agresiva), pero

también se encontraban en los robos, los homicidios, en la portación de armas prohibidas, el

adulterio, la vagancia, el maltrato, entre otros delitos más.54 Para Taylor el suponer que el

alcoholismo indígena era la causa de todos los vicios de la sociedad colonial ciertamente

constituye una exageración, pero también resalta que este argumento formó parte del prejuicio en

contra de dicho estrato social. La idea era clara: para el español el alcohol era el “disolvente del

juicio natural y de las reglas formales de la sociedad”.55 En el mismo sentido, un informe dirigido

53 Taylor, Embriaguez, homicidio y rebelión, p. 67.


54 Betania Rodríguez Pérez, “Ebrios en Guadalajara durante el periodo colonial tardío, 1792 - 1821” en Trujillo
(Coord.), Voces y memorias del olvido, pp. 93 - 99.
55 Taylor. Embriaguez, homicidio y rebelión, p. 72.
254
al virrey Matías de Gálvez mencionaba que las pulquerías eran un: “auténtico centro y origen de

los crímenes y trasgresiones públicas que agobian a esta numerosa población”.56

Sin embargo, Taylor en su muestreo documental no encontró una relación directa entre el

alcohol y los actos de violencia, en lugar de ello mostró un panorama mucho más complejo que la

simplista dicotomía de causa y efecto. Destacó dos ideas: 1) La violencia relacionada con la

embriaguez estuvo más vinculada con actos individuales que sociales, en ese sentido, la bebida

no era disociador de comunidades. Los actos criminales fueron principalmente casos particulares,

aislados, en los cuales, aparte de la bebida, también influían aspectos como la situación

económica, las provocaciones o las intenciones de venganza. 2) La creencia del alcohol cómo un

provocador directo de disturbios sociales, fue utilizada por los indígenas y campesinos como un

argumento convincente en numerosos procesos judiciales.

Taylor destaca que la borrachera fue en realidad la fachada de muchas otras intenciones

que incidían en los actos criminales. En los procesos judiciales del siglo XVIII el estar borracho

se planteaba frecuentemente como un argumento atenuante al momento de juzgar a un individuo,

ya que se pensaba que un ebrío actuaba fuera de sí, por lo tanto los actos que había realizado no

habían sido consientes o intencionales, en consecuencia se pensaba en los resultados del vicio no

en la persona.57

Para el México independiente, la vinculación entre embriaguez y delitos no era algo

novedoso, en muchos casos encontramos en los expedientes de robos que había hombres

alcoholizados. Por ejemplo, Marcelo Calvario y Francisco Lorenzo fueron robados por tres

hombres cuando salieron de una tienda en Zapotlán, en su declaración Calvario mencionó que

había un grupo de individuos al cual denominó: “una máquina de lépero[s]”, de los cuales dos se

56 Citado en: Buffington, Criminales y ciudadanos, p. 43.


57 Taylor, Embriaguez, homicidio y rebelión, pp. 67 - 72.
255
desprendieron y le robaron una cobija.58 Unos años antes, el robo ratero a Timoteo Guzmán fue

hecho por unos hombres que lo golpearon en el camino y le robaron una talega con cinco marcos

y cinco onzas de plata. En el expediente se menciona que los acusados Rufino López (carbonero,

34 años, casado) y Luciano Rivera (jornalero, 22 años, casado) estaban bebiendo botellas de vino

antes del robo.5960Es interesante mencionar el vocablo que los hombres de su tiempo utilizaron

para referirse a estos ladrones y su raterías, el lépero, el cero social y el delincuente eran términos

intercambiables en tanto se trataba de la práctica de transgredir la norma.

El principal efecto nocivo que se atribuía al alcohol era que desataba en el individuo una

serie de comportamientos bestiales; es decir, la embriaguez era el detonante de pulsiones

violentas o anormales. Asi sucedió en el caso contra Pedro Sánchez (obrajero, 18 años, casado)

acusado por robo y sodomía. La víctima, Viviano Hernández, argumentó que junto con Sánchez

fue a tomar a la casa de Doroteo Soledad, en la cual consumieron “un real de vino”. Cuando

regresaron, alrededor de las 10 de la noche, pasando un río, Sánchez se echó sobre Hernández y

le dijo que si no le daba la ropa lo iba a matar. La víctima se despojó de su camisa de manta

ancha, sus calzones de manta del norte y un ceñidor azul. Además, Sánchez también hizo suya

una frazada blanca con rayas azules, que ya llevaba en sus manos desde que ambos salieron de la

casa de Soledad. Según el testimonio después de robar la ropa el acusado violó a Hernández,

sobre el forzamiento éste dijo: “me encueró, hizo ganga de mi teniendo que ver conmigo como

con una mujer”.

Por su parte, Sánchez aseguró que estaban muy borrachos, que efectivamente salieron de

la casa de Soledad y siguieron tomando hasta acabarse la botella, pero que después perdió el

conocimiento y amaneció hasta el día siguiente. También aseguró que Hernández le tenía

58 BPEJ, STJ, Criminal,1849, caja 5, exp. 10242.


59 BPEJ, STJ, Criminal,1847, caja 4, exp. 9445.
60 BPEJ, STJ, Criminal, 1847, caja 6, exp. 9511.
256
rivalidad por un ceñidor que le habías sustraído durante la borrachera. La acusación se sostuvo

porque Hernández aseguró que su contraparte le había quitado sus trapos y además “tuvo acto

carnal conmigo”. Ante lo cual, el acusado se defendió diciendo que no tenía arma alguna para

someterlo: “¿como había hecho que V. condescendiera con todo lo que yo quería?”.61

La defensa, hecha por el abogado Juan Mejía, estableció que la acusación era falsa y que

Hernández se la inventó por el resentimiento que le tenía a su cliente. Sobre la sodomía, declaró

que lo consideraba un acto contra la naturaleza que nadie puede llevar a cabo sin el

consentimiento de la otra persona, por lo tanto lo hizo “por una imaginación delirante de la

embriaguez”.62 Al parecer, el argumento exculpatorio fue tomado cómo válido, porque Sánchez

quedó absuelto. Así, la embriaguez era considerada un argumento atenuante para abogados y

ladrones pues se pensaba que debido al embrutecimiento que el alcohol genera no era posible

castigar al acusado por sus actos, es decir, era un justificante o detonador de comportamientos

agresivos. También era una coartada muy utilizada para alegar la falta de memoria y

desconocimiento de los actos realizados o presenciados. Aunque el muestreo revela que en

realidad no era una práctica concluyente, pues siempre había excepciones a la norma.

Aunado a lo anterior, habrá que destacar que este argumento se siguió utilizando a lo

largo del siglo XIX pese a que desde 1826 en el decreto número 44 (que legislaba sobre el

homicidio, las riñas y el robo) de la legislación estatal se estableció en el artículo 23 que: “la

embriaguez no es escusa para los delitos y penas contenidas en esta ley”.63 Aún mas, la relación

entre alcohol y delito se consolidó cuando se comenzaron a registrar someramente las

estadísticas criminales. Por ejemplo, hacia 1852, la embriaguez se presentó como el delito de

mayor incidencia en el estado con 405 casos de los 749 consignados por los jueces del Superior

61 BPEJ, STJ, Criminal, 1847, caja 6, exp. 9511.


62 BPEJ, STJ, Criminal, 1847, caja 6, exp. 9511.
63 Colección de los decretos, tomo II, p. 302.
257
Tribunal de Justicia de Jalisco. Igualmente en 1885, esta práctica se comenzó a castigar al

incluirla en el Código Penal, en el cual la ebriedad y en particular los “ebrios escandalosos”

ameritaban arrestos de dos a seis meses así como onerosas multas que llegaban hasta los 100

pesos. 64

Años después, en una disertación científica de finales de siglo, se demostró que estas

afirmaciones, a grandes rasgos permanecíeron vigentes durante todo el siglo XIX, porque se

consideraba que el alcoholismo era: “el embrutecedor de las masas [...] el ladrón de las más

lúcidas inteligencias, el verdugo de la familia, el asesino de la generación, el rugido del dolor y

demencia que sale de la boca de este siglo para destemplar los cantares de sus maravillosos

progresos”. En un segundo nivel, se mencionaba claramente que los actos delictivos como

lesiones y homicidios se daban bajo la influencia de la embriaguez, aún más se establecía que: “el

solo guarismo de ebrios consignados por escándalo grave [..] en un año (1892) [es de] 9.38 por

100; esto es 27 veces más que en Francia”.6465 En el mismo tenor, el periodista Trinidad Sánchez

Santos mencionaba (en una argumentación que ya estaba umbuída del pensamiento criminológico

positivista) que: “un alcohólico podía producir 640 descendientes ‘degenerados’ que poblarán los

espacios más oscuros de la ciudad y que sería, cada niño, un candidato a la penitenciaría”.66

ABIGEATO

En cuanto a los delitos que implicaron mayor planeación el abigeato representó el segundo tipo

de esta clase de delito, el cual conllevaba una mayor planeación: desde la sustracción de animales

de forma desprevenida (lo que se podría denominar como robo por encuentro), pasando por el

64 Trujillo, Gentes de trueno, pp. 76 - 78.


65 Sr. D. Trinidad Sánchez Santos, El alcoholismo en la república mexicana. Discurso pronunciado en la sesión
solemne que celebraron las Sociedades Científicas y Literarias de la Nación, el día 5 de junio de 1896 y en el salón
de se sesiones de la Cámara de Diputados, México, Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento, 1989, 151 pp. BPEJ,
Miscelánea 744, documento 1, 1898.
66 Piccato, Ciudad de sospechosos, p. 120.
258
rápido movimiento y colocación de animales o en su caso carne (lo que implicaba tener contactos

en otros sitios), hasta el asunto de los fierros que marcaban y comprobaban la propiedad.

De acuerdo con Maria Aparecida de Souza Lopes, para el caso de Chihuahua (lugar donde

este tipo de práctica delictiva fue mayoritaria y estaba tipificada), se pueden identificar dos tipos

de abigeato: 1) El abigeato menor, que consistía en las infracciones cometidas no por una

motivación criminal sino por el desconocimiento de disposiciones legales, es decir se realizaba

sin intencionalidad delictiva. Acciones como la compra de carne o animales sin documentos

comprobatorios, la falta de registro o de marcas en el ganado así como la conducción y

movimiento de este sin carta de envío, eran en realidad costumbres que se tenían desde tiempos

lejanos, y se convirtieron en delitos sólo cuando se comenzaron a regular dichas prácticas. 2) El

abigeato profesional tenía una dimensión mayor, era realizado por partidas de ladrones, quienes

tenían claras intenciones de robar.67 Este acto implicaba establecer una compleja red de contactos

y de colaboradores: pastores y amistades que servían de receptadores o como fuente de

información, al respecto de Souza menciona que: “en algunos casos el producto del robo tenía

cliente previamente contactado, o mercado en las regiones fronterizas”. Del mismo modo, las

gavillas se aprovechaban de la complicidad que había con agentes aduanales (mexicanos y

estadounidenses) con los que mantenían relaciones comerciales que les permitían pasar y colocar

rápidamente el ganado de un lado de la frontera al otro.68

Rafart, para el caso de la Patagonia, describió en lineas generales el mismo patrón que de

Souza estableció. Por un lado, un robo de ganado menor, un tanto dejado a la improvisación que

surgía del aprovechamiento de la oportunidad y, por el otro, una práctica más compleja que

necesariamente implicaba organización, así como una red social de colaboradores e informantes.

67 Maria Aparecida de S. Lopes, “Los patrones de la criminalidad en el estado de Chihuahua. El caso del abigeato en
las últimas décadas del siglo XIX” en Historia Mexicana, vol 50, núm. 3, enero - marzo 2001, pp. 515, 521 y 525.
68 de S. Lopes, “Los patrones de la criminalidad”, pp. 525 y 527 - 528.
259
Para el primer tipo los ladrones menores que robaban ganado exponían razones que si bien eran

consideradas delictivas por el orden jurídico vigente, no lo eran desde el punto de vista de la

convensión social. Por ejemplo, al ser aprehendidos con reses robadas los abigeos: “argüían que

esos animales ‘estaban sobre sus pasos’ o que ‘se sumaban a la marcha por si solos’”.69 Bajo el

amparo de estos argumentos circunstanciales, estos hombres no negaban el hecho en sí, más sí

rechazaban el dolo o la motivación criminal y por ende al castigo.

En contraparte, el segundo tipo de abigeato no se podía realizar de la misma manera.

Cuando los criminales se veían enfrentados a situaciones de mayor complejidad, creaban

soluciones más refinadas. El fin de un buen botín justificaba el uso de una serie de medidas que

en su conjunto fueran suficientes. Lo anterior, de acuerdo con Rafart, constituyó el inicio de

estructuras criminales profesionalizadas, dedicadas exclusivamente al robo. Bajo esta óptica,

contar con información fidedigna era vital para el buen término de la empresa. Primero, se

buscaba indagar tanto como fuera posible sobre botines y movimientos de ganado para

vislumbrar los resquicios de oportunidad, esto con el fin de evaluar si el riesgo valía la pena.

Incluso, se podía dar el caso de tener previamente seleccionadas las piezas de ganado a sustraer,

así como las rutas de escape.70 Además, el equipamiento de estas bandas (armas, caballos,

pañuelos) los distinguía del ladrón ocasional que solía improvisar con lo que tenía a la mano

(cuchillo, piedras o palos).

El abigeato practicado en Jalisco se pareció mucho más al primero de los tipos antes

descritos que al segundo, en realidad era practicado por grupos menores y de forma un tanto

intempestiva, tomando ventaja de las coyunturas que se presentaban en la ruta. El pastoreo de

ganado en tierras comunes era algo que se consideraba normal y una práctica muy arraigada

69 Rafart, Tiempo de violencia en la Patagonia, p. 111.


70 Rafart, Tiempo de violencia en la Patagonia, p. 110 - 111.
260
desde antes que existiera una regulación, en consecuencia nos encontramos con numerosos

pastores, vaqueros y arrieros que dejaban “descansar” hatos de ganado (suyos o de sus amos) en

sitios estratégicos, como a las orillas de ríos, para después continuar con las marchas. En las

noches, en momentos de descuido, como por ejemplo cuando estos hombres tomaban siestas, los

ladrones sustraían los animales. Lo hacían de forma no violenta y aprovechando la oportunidad.

Al respecto, la declaración de Felipe Núñez (gañan, 22 años, casado) engloba en su totalidad lo

antes dicho, en su confesión aseguró: “anoche salí de mi casa con intención ya de robarme una

res y fui al rancho de Don Faustino Santos y en un barbecho de la casa andaban dos bueyes y de

ellos me traje una y la mate[sic.] en mi casa”.71 Es decir, el ladrón tenía el propósito, observó el

entorno y aprovechó la oportunidad.

La primera característica de esta forma de robo era el movimiento, una vez que se tomaba

la presa era necesario colocarla en otro sitio lo más rápido posible, antes de que se denunciara el

delito y pudiera ser localizada la pieza. En muchos casos, cuando la justicia lograba identificar el

animal, éste ya había sido vendido a un tercero quien evidentemente no podía reconocer la

propiedad. En casos más graves, el botín ya se había descuartizado y vendido como carne y

cueros sueltos. Esto fue lo que sucedió con Eustaquio Flores (labrador, 50 años, casado y con

antecedentes de robo) quien afirma “tomó” un novillo que se encontraba pastando en las

cercanías de La Barca, después lo mató y lo vendió en las ciudad de Zamora, Michoacán. Cuando

se encontró al acusado, solamente tenía 10 libras de carne y parte del cuero del animal.72 En este

caso, al igual que sucedía en zonas fronterizas, el ladrón realizó la venta en otro estado lo que

implicaba estar bajo otra jurisdicción, con lo cual seguramente esperaba no ser encontrado ni

denunciado.

71 BPEJ, STJ, Criminal, 1851, caja 2, exp. 11403, f. 3.


72 BPEJ, STJ, Criminal, 1846, caja 3, exp. 9018.
261
El caso de José María Hernández e Inés Martínez es significativo para comprender los

móviles del abigeato. Ambos robaron cuatro mulas en el camino a Sayula, los dos confesaron su

culpabilidad. Argumentaron que Martínez le dijo a su compañero: “hay andan unas mulas”, ante

lo cual Hernández dijo que no había cuidado, que conocía bien el camino. En otro momento del

proceso el primero declaró: “no se quien será el dueño de las mulas, nosotros las agarramos [...] y

nos dirigimos con ellas a Guadalajara” 73 Los dos tomaron los animales de forma intempestiva,

porque los encontraron seguramente en el momento en que los habían dejado pastando o

reposando. En términos generales, el movimiento de carne y animales tenía dos direcciones:

hacia otros estados, como Michoacán o Zacatecas, y el rumbo de Guadalajara, donde se podía

vender rápida y subrepticiamente.

La segunda característica del abigeato consistía en dejar la menor evidencia posible.

Como se mostró en el ejemplo anterior, era común matar el animal y vender los trozos de carne y

cueros. Ello tenía dos ventajas, la primera es que era más fácil transportar pedazos que hatos de

ganado, igualmente era algo más sencillo de esconder. La segunda consistía en eliminar el fierro

de identificación, el cual podía ser un elemento acusatorio. Por tal razón era común encontrar a

este tipo de ladrones con cuchillos aptos para matar y cortar (ver imagen 9).

Un ejemplo de este tipo de acción fue el proceso en contra de Desiderio Reyes, Bonifacio

y Martín Martínez, así como Andrés de la Rosa, quienes robaron una vaquilla de la hacienda

llamada del Puesto, cercana al poblado de Lagos. Los acusados fueron aprehendidos en la casa

inmediata al aparato de cinabrio, los encontraron con pedazos de una res (carne y cueros)

depositados en un jacal, que habían degollado en las inmediaciones de la hacienda.74 Otro

ejemplo similar fue lo que sucedió con una banda pequeña: Santos Galavis, Dámaso Lopez, Jose

73 BPEJ, STJ, Criminal, 1851, caja 1, exp. 11366, f. 4.


74 BPEJ, STJ, Criminal, 1847, caja 7, exp. 9522.
262
M. Montero, Teodoro Santiago y Gerónimo Santiago, todos imputados de robar ocho bueyes y

una vaca. Aunque se les encontró con pedazos de carne: una panza, un costillar, algunos otros

trozos pequeños y unas patas de becerro, la justicia estableció que no se podía comprobar que

fueran los mismos animales de las víctimas, Julio Jiménez y Gerardo López, por lo tanto no había

forma de comprobar el robo, quedando absueltos.7576

Imagen 9. Dibujo de un cuchillo utilizado en el robo de ganado.76

En caso contrario, cuando el ganado no era destazado era necesario movilizarlo. La razón

de llevar animales de esta forma era que tenían mayor valor de venta en pie que en partes; sin

embargo, lo anterior implicaba arriesgarse a que el fierro delatara el robo. De Souza establece que

la alteración de estas marcas fue algo común, y que se realizaba con el fin de burlar a la justicia.

Para contrarrestar esta práctica, se instaló en Chihuahua un padrón de marcas para identificar los

75 BPEJ, STJ, Criminal. 1850, caja 7, exp. 11020.


76 Tomado de: BPEJ, STJ, Criminal, 1846, caja 5, exp. 9057.
263
posibles robos y ventas.77 Del mismo modo, en la Patagonia se creó un registro de marcas. Era

necesario llevar una boleta donde se anotaban traslados, señales y fierros. Esta se renovaba de

forma gratuita y tenía una vigencia anual.78 Para el caso de Jalisco, en la época estudiada todavía

no existía una lista, sino que se citaba a declarar al dueño o dueños (cuando era un robo

multitudinario), quienes dibujaban o describían el fierro de sus animales, si este coincidía con el

ganado robado se comprobaba la propiedad.

Dejar la marca de identificación era un riesgo. Ello le sucedió a Ramón Ortega (viajero,

28 años, soltero) quien robó dos bueyes a Ramón Cervantes en la población de Arandas. La

víctima no estaba en su casa al momento del robo por lo que el acusado los tomó del corral

fácilmente, a la mañana siguiente la esposa de Cervantes le dio razón de la ausencia de los

animales. La acusación era sólida pues Luciano Aguirre testificó que vio cómo Ortega arreaba los

bueyes hacia Atotonilco.79 Como se observa en este caso, también vemos los elementos antes

descritos: la movilidad y el desmembramiento, solamente que aquí se identificó el fierro en el

cuero del animal, lo que hizo que la acusación tuviera un peso mayor (ver imagen 10). Ortega

destazó al par de bueyes y llevó la carne con Agapito Briseño quien tenía un expendio. Ello

sucedió un día después de la sustracción del animal (el 27 de marzo de 1847). Cuando llegó la

acusación, Briseño se deslindó de la responsabilidad asegurando desconocer cómo Ortega

adquirió los animales. Por su parte, Ortega también negó el robo, asegurando que los había

comprado por 14 pesos a un tercero: José Martín (obrajero, 36 años, casado, un hombre que “se

pone mil nombres”, como Juan de Dios Sánchez llamado también así en el expediente). Sánchez,

evidentemente, negó conocer a Ortega.80

77 de S. López, “Los patrones de la criminalidad”, p. 529.


78 Rafart, Tiempo de violencia en la Patagonia, p. 112.
79 BPEJ, STJ, Criminal, 1847, caja 1, exp. 9358.
80 BPEJ, STJ, Criminal, 1847, caja 1, exp. 9358.
264
Imagen 10. Ejemplo de fierros para identificación de ganado.81

Otro ejemplo, Joaquín Najar (vaquero, 38 años, casado) robó un atajo de ganado,

alrededor de 23 cabezas, provenientes de diferentes víctimas. Los animales se encontraban

pastando libremente en los caminos cuando Najár lo sustrajo. Aunque los vendió fue acusado de

abigeato por no tener ningún medio de comprobación sobre su adquisición. En este caso, la

identificación de las marcas y falta de documentos de propiedad fueron fundamentales para

comprobar que era ganado robado (ver imagen 11).

El caso anterior sirve para ejemplificar otros elementos relacionados con el abigeato: la

complicidad y las ventas. Es posible asegurar, como en el caso de Chihuahua, que las

transacciones de ganado ya estuvieran pactadas, cuando había oportunidad de llevar a cabo un

robo de ganado, los ladrones ya tenían identificado el lugar en donde lo colocarían. Al respecto,

Rafart afirma que los contactos que tenían los abigeos argentinos eran tan grandes que incluso*

81
Tomado de: BPEJ, STJ, Criminal, 1847, caja 1, exp. 9358.
265
también tenían las ventas pactadas con anterioridad, pues estos ladrones se aprovechaban de la

porosidad de la frontera para colocar su producto en carnicerías chilenas, las cuales aceptaban el

ganado robado sin indagar acerca de su origen o prestar atención a las marcas de identificación.82

En el caso de Jalisco se tenían lugares donde vender los animales, y no es descabellado afirmar

que, posiblemnte, existía una red criminal conformada por ladrones, receptadores, revendedores y

en útima instancia clientes y consumidores que fomentaban la sustracción ilegal del ganado.8384

Imagen 11. Dibujos de fierros pertenecientes a varias víctimas de robo de animales. 84

¿ m •

-v

T^. K < 1-

s>c
‘ z
----

f e

z
8~Rafart, Tiempo de violencia en ¡a Patagonia, p. 114.
83 Las redes criminales de ladrones, en las cuales la mercancía sustraída estaba asegurada y colocada, son difíciles de
reconstruir debido a la secrecía con la que se manejaban y las pocas fuentes al respecto. Sobre el tema ver: Ignacio
Ayala Cordero, “Marginalidad social como ‘red de redes’. Ladrones, prostitutas y tahúres en Santiago y Valparaíso,
1900 - 1910” en Palma (Ed.), Delincuentes, policíasy justicias, pp. 112 - 141.
84 Tomado de: BPEJ, STJ, Criminal, 1848, caja 3, exp. 9811.
266
La incursión de un tercer sujeto desconocido pero involucrado en la transacción también

se puede notar en el caso de los hermanos Longinos y Justo Rodríguez, (el primero: gañan, 25

años, soltero; el segundo murió durante el proceso) quienes robaron unos burros de la hacienda

de Don Mariano Alvarez. El arriero de Alvarez, Miguel García, los buscó y los encontró en una

venta cercana donde logró recuperar los animales. Los acusados aseguraron que el ganado robado

en realidad se los vendió: “un señor de Jalos” (no pudieron especificar quién) que se los había

dejado al cuidado.85 La venta era tal vez la cuestión más difícil de comprobar, no solamente

porque todos negaban la transacción, o introducían a personajes desconocidos en el proceso, sino

porque no había documentos que la corroboraran. Del mismo modo, había un segundo elemento

mucho más pragmático en este tipo de declaraciones: la sentencia por receptación era menor que

por robo, por lo tanto siempre era mejor ser acusado de recibir un animal robado que de

sustraerlo.

Aún cuando el abigeo podía sustraer el ganado de forma imprevista y burlando la

identificación de los fierros, le restaba un obstáculo más: el paso por las garitas. Ello le sucedió a

Raimundo Suárez (albañil, 40 años, soltero) acusado de robar dos caballos en Colotlán e intentar

trasladarlos a Tlaltenango. Nuevamente, observamos la práctica del libre pastoreo de ganado ya

que las víctimas aceptaron que hicieron ello, Guillermo Torres afirma que se percató que le

robaron su caballo un día cuando lo soltó y ya no volvió; por su parte, Juan de Dios Ramos

estableció que lo había soltado para que engordara. A Suárez lo aprendieron en la entrada del

pueblo de Tlaltenango por no llevar pase ni documento que comprobara que era dueño de los

animales. Éste argumentó que era inocente, que iba en el camino cuando un hombre (por

supuesto, un desconocido) le ofreció unos pesos por pasar los caballos por la garita.86 Al final,

85 BPEJ, STJ, Criminal, 1846, caja 7, exp. 9123.


86 BPEJ, STJ, Criminal,1847, caja 1, exp. 9359.
267
solamente se le impuso un mes de obras públicas ya que se pudo recuperar a los animales con

vida.

HORADACIONES Y ENCUENTROS

El tercer tipo de robo es el denominado robo domiciliado, se trata de aquella práctica que

implicaba hacer un daño a la propiedad de la víctima (lo cual según la ley del momento era

considerado como violencia hacia las cosas) para poder introducirse y sustraer objetos de valor.

Así, tenemos numerosos casos de horadación de puertas, ruptura de tablones y forzamiento de las

chapas. En términos generales, se trataba de un modus no violento porque se llevaba a cabo

cuando los dueños no se encontraban en su propiedad. Los botines predilectos cuando se

ingresaba a una casa eran el dinero y alhajas (cuando habían), usualmente contenidos en baúles,

cajas pequeñas o bien debajo de alguna maceta. Aunque también se tomaba la ropa, el vino

mezcal, el tabaco, los utensilios comunes, herramientas o cualquier objeto que tuviera uso o valor

de reventa. Casos desesperados, implicaban sustracciones exigüas.

Lo anterior implicaba un grado mayor de planeación, observación de las casas y

conocimiento de los hábitos de salidas y entradas de las víctimas. Además, es válido suponer que

había colaboración de terceros que brindaban información sobre los lugares donde ocurriría el

delito, a qué hora estaban desalojados o desprotegidos. Ello se muestra en el caso del robo que

sufrió Doña Juana Ruvalcaba en Teocaltiche. Los acusados, Pioquinto Martínez (gañan, 30 años,

casado) y Patricio Martínez (rebocero, 25 años, soltero) sabían que la señora cuando partía dejaba

la llave de su casa debajo de una loza. Doña Juana salió de su casa, en la tarde del jueves 8 de

febrero de 1849, con el fin de que le hicieran una carta que enviaría a su hijo a Guadalajara,

cuando regresó a eso de las ocho de la noche se percató que la puerta estaba abierta y que se

268
habían robado dos caballos y una mula.87 Este es un ejemplo de cómo los ladrones utilizaban la

información a su favor con el fin de llevar a cabo sus acciones de la forma más eficiente.

El primer obstáculo al que se debían enfrentar los ladrones eran las puertas. Era necesario

abrirlas y para ello se utilizaron varios métodos. El más común consistía en forzarlas

violentamente con alguna herramienta o un cuchillo, lo que ocasionaba que las cerraduras

quedarán inservibles o rotas. Aprovechando que no se encontraban las víctimas presentes (lo cual

era fundamental), los ladrones se tomaban el tiempo para romper tablas y hacer horadaciones a la

madera. Las víctimas solían darse cuenta del robo cuando reconocían que su entrada se

encontraba entreabierta y su chapa estropeada. En ocasiones, se mostraban sorprendidos por el

acto, como le sucedió al comerciante tapatío Jacinto Barajas que desconoció quienes podrían

haber asaltado su tienda la noche del domingo 25 de julio de 1847. Declaró que no se explicaba

cómo pudieron abrir su establecimiento, porque cada puerta estaba cerrada con candado, tranca y

dos puertas de madera, lo que hacía casi imposible que se abriera.88

Por ejemplo, se acusó a Ángel Tapia de horadar la puerta de la tienda propiedad del

comerciante Don José María Rincón Gallardo en el poblado de Lagos. Para ello se aprovechó de

la tranquilidad de una noche de domingo y su cuchillo para poder ingresar y robar la caja (ver

imagen 12).89 Lo mismo sucedió la noche del 10 de marzo de 1852 cuando Andrés Ortíz

(panadero, 25 años, soltero) cometió “robo violento sobre las cosas” al introducirse a la casa de

Josefa Murguía y Trinidad Negrete. Lo hizo por debajo de la puerta principal, el autor del robo

hizo: “una horadación por debajo del marco de la puerta de una pieza interior arrancando la chapa

de la misma puerta y forzando la tabla en la parte posterior correspondiente a la chapa”.90 El

87 BPEJ, STJ, Criminal,1849, caja 4, exp. 10237.


88 BPEJ, STJ, Criminal,1847, caja 1, exp. 9351.
89 BPEJ, STJ, Criminal,1852, caja 6, exp. 12063.
90 BPEJ, STJ, Criminal,1852, caja 1, exp. 11910.
269
acusado se valió de un cuchillo que llevaba consigo al momento de su aprehensión, sabía que no

había nadie en la casa y por lo tanto podía tomarse el tiempo suficiente para llevar a cabo su

tarea, sin el temor de ser delatado por el ruido que provocaba el arma. Cuando se introdujo

sustrajo un puñado de prendas. En general, los instrumentos de horadación generalmente fueron

cuchillos aunque también se registra el uso de espadas y hachas.

Imagen 12. Dibujo del cuchillo con el que se horadó la puerta de un comercio.91

En otros casos la apertura de las puertas implicaba un grado de sofisticación mayor a la

perforación ya mencionada. Por ejemplo, cuando Luis Estrada (o también llamado Prudencio

Gómez, soltero, 33 años, labrador) y Manuel Santa María (casado, 38, carpintero) forzaron las

puertas de la tienda de Antonio Jáuregui y de la carpintería de Fermín Guillen. Lo hicieron la

noche del viernes 25 de enero de 1856, robaron dinero y ropas. El mismo día fueron

aprehendidos, además del botín mencionado llevaban consigo un juego de llaves limadas que91

91 Tomado de: BPEJ, STJ, Criminal, 1852, caja 6, exp. 12063.


270
abrían y cerraban las chapas forzadas (ver imagen 13).9293Aunque los acusados negaron la

imputación “tenazmente”, la portación de estos objetos constituía un elemento acusatorio de peso

en su contra. Es posible asegurar que el carpintero Santa María conocía la forma de elaborar

instrumentos que pudieran abrir cerraduras sin tener la necesidad de romperla o causarles un daño

evidente.

Imagen 13. Dibujo de llaves utilizadas para forzar cerraduras. 93

Unos años antes, en 1850, el comerciante laguense Pascual Pérez cerró su tienda un

sábado por la noche y fue a su casa, al día siguiente volvió y encontró que su tienda había sido

robada. Durante la investigación se acusó a José Sánchez (herrero, 18 años, soltero) junto con

92 BPEJ, STJ, Criminal. 1856, caja 1, exp. 15162.


93 Tomado de: BPEJ, STJ, Criminal, 1856, caja 1, exp. 15162.
271
Dimas Flores (herrero, 24 años, soltero). Ambos fueron los autores del delito, sustrajeron de la

tienda botellas de vino y dinero. En su confesión, Sánchez aseguró que mandaron fabricar dos

ganzúas a la fragua del pueblo, siendo ambos herreros tomaron ventaja de su oficio para crear la

pieza referida (ver imagen 14).9495Después, estuvieron vigilando el local de la víctima por dos

semanas hasta que memorizaron la rutina del comerciante y vieron que tenían la oportunidad de

robarlo. Se introdujeron en la tienda fácilmente, tomaron los objetos de valor, se repartieron el

botín y cada quien se fue por su lado.

Imagen 14. Dibujo de la ganzúa fabricada para forzar una cerradura.95

Como se observa en los dos casos previos, las ganzúas eran los elementos distintivos de

este tipo de robos. La herramienta para abrir las puertas era su mejor arma, no dejaba rastros y

permitía la introducción de los ladrones en cualquier momento que resultara oportuno. Además,

por su tamaño era fácil de llevar y esconder. En general, de acuerdo con Palma, con el robo

94BPEJ, STJ, Criminal. 1850, caja 4, exp. 10910.


95 Tomado de: Supremo Tribunal de Justicia, criminal, 1850, caja 4, exp. 10910.
272
domiciliado: “estamos ante un despojo sin dolor, donde la ganzúa probaba su eficacia y permitía

hacer el ‘trabajo’ en sigilo. Esta llave ganzúa fue probablemente el signo identitario más

reconocido de los ladrones de casa y negocios”.96

Otros puntos débiles que tenían los hogares eran el patio trasero y el corral, pues eran

lugares por donde los ladrones podían acceder a la casa o en caso contrario simplemente sustraer

directamente prendas, ganado o algún otro objeto de valor. En tales ocasiones, los dueños al

amanecer se daban cuenta de que habían perdido sus posesiones. Ello le sucedió a Santiago

Orozco cuando el domingo 11 de julio de 1847 en la mañana se percató que le habían robado

ropa y un perol del patio de su casa. Investigando los hechos se supo que un muchacho llamado

Antonio de Anda vió a dos ladrones en la azotea de una tienda contigua a la casa donde ocurrió

el delito, fueron vistos alrededor de las diez de la noche del día anterior, además el muchacho de

Anda escuchó el ruido del perol.97 En este caso el modus fue que aprovecharon la alta hora de la

noche y la colindancia de la tienda vecina (llamada del Gato) para poder introducirse y escapar.

La entrada a las casas en ocasiones solía fallar en su aspecto fundamental, en que al

momento de ingresar los ladrones, las víctimas se encontraban en ellas. Lo anterior daba pie a

encuentros e interacciones entre ambos personajes (víctimas y acusados) las cuales solían ser en

la mejor de las veces momentáneas, o incluso anecdóticas. Como fue el robo de Leandro Díaz e

Isidoro Nolasco víctimas de un robo ocurrido en su casa por la noche. El primero escuchó un

“rumor”, ruido a las afueras de su casa, salió acompañado de su auxiliar cuando encontró a Jesús

Ordaz (jornalero, 26 años, soltero) y otro hombre no identificado que estaban caminando “hacia

abajo” por el camino. Les gritaron el alto pero los ladrones los atacaron y los hirieron, sustrajeron

diversas ropas.

96 Palma, Ladrones. Historia social y cultural del robo, p. 78.


97 BPEJ, STJ, Criminal, 1847, caja 14, exp. 9722.
273
Otro tipo de interacción común, y que se convertía en un argumento exculpatorio (así lo

pensaban los acusados y jueces), era el que ocurría cuando supuestamente se tenía pactada una

cita con una mujer. Por lo tanto, se declaraba que el hombre entraba no por razones criminales,

sino carnales. Por supuesto, estos pactos se daban de forma oculta y poco clara, se sustentaban

solamente por los dichos de los acusados y las negaciones de sus contrapartes (que en realidad no

se tomaban en cuenta). Por ejemplo, a Mónico Mujica (jornalero, 30 años, soltero) se le acusó de

robo con violencia, ésta se relacionó con la horadación de la puerta de la casa de Pablo Gómez.

Cuando estaba haciendo el hoyo de la entrada fue descubierto y arrestado por el dueño. El

acusado afirmó que tenía una aventura amorosa con “una mujercilla de por allí”, lo cual fue

tomado como cierto por el juez de segunda instancia, el cual estableció que las intenciones

delictivas de Mujica eran poco claras y lo absolvió.98 Años después, se acusó a Miguel Castillón

(jornalero, 18 años, soltero) por delitos de intento de robo violento contra Celedonia Rubio. La

noche del 3 de enero Castillón horadó la puerta de la casa de la víctima. Afirmó que no era su

intención robar, sino que tenía relaciones ilícitas con Rubio por lo que, estando ebrio, rompió la

puerta para entrar a verla. La mujer afirmó que en en el pasado tuvo una “amistad ilícita” con el

acusado, pero ya no la tenía al momento de los hechos.99 Al igual que sucedió en el caso anterior,

el acusado fue absuelto.

Cuando existía violencia, aunque fuera menor, los argumentos sobre las nulas intenciones

delictivas en pos de una cita pactada permanecían como válidos. Cuando Pioquinto Vargas

(jornalero, 20 años, soltero) entró a la casa de Tranquilina Ruvalcaba robó algo de ropa e intentó

salir. La mujer lo detuvo, ante lo cual Vargas sacó su cuchillo y la hirió. En su declaración, el

acusado dijo que tenía “compromiso” con Tranquilina y que la herida que tenía se la causó Blas

98 BPEJ, STJ, Criminal, 1849, caja 2, exp. 10148.


99 BPEJ, STJ, Criminal, 1858, caja 4, exp. 17174.
274
Díaz, un hombre que también requería de la amistad de la mencionada. Este último declaró que

Vargas era una “mujer mala” y su casa parecía “mesón”.100 En este caso, pese a la herida de la

mujer en un contexto en el cual un robo violento era muy penado, la resolución tanto de la

primera como de la segunda instancia fue la absolución del acusado.

VARIANTES DEL ROBO DOMICILIADO

Una variación del robo a propiedad fue la que ocurría no en las casas de las víctimas, sino en

lugares de trabajo o en los puntos considerados sacros. Ambos casos eran infrecuentes (solamente

cuatro registrados en el muestreo), pero significativos ya que demuestran que estas áreas

supuestamente seguras también eran sujetas a la sustracción. Especialmente significativa fue la

intrusión en las Iglesias, pese a considerarlas como edificios sagrados, espacios de culto que

supuestamente se respetaban. Sin embargo, tanto en la factoría como en el templo se sabía que

había dinero u otros objetos de valor, por lo que también eran susceptibles al robo. Lo que

también demuestra que la intención delictiva del ladrón superaba cualquier impedimento moral

en contraposición con la doctrina liberal que pregonaba el respeto a la propiedad privada.

Los robos en fábrica ocurrieron en Tepic donde había un par de estas construcciones

dedicadas a la elaboración de textiles. Tanto Jauja como Bellavista elaboraban ropas que

lograban colocar en Guadalajara y Lagos o que exportaban hacia el Pacífico a través del puerto

de San Blas. Era un negocio de mediana escala pero rentable a nivel regional, sustentado con

inversión extranjera (principalmente inglesa y norteamericana), la cual buscó intervenir en la

política estatal para mantener sus privilegios.

La fábrica textil de Jauja fue robada en 1846. Los acusados Modesto Madrigal (obrero, 34

años, casado), Loreto Sánchez (zapatero, 24 años, casado) y Ciriaco Ibarra (jornalero, 20 años,

100 BPEJ, STJ, Criminal, 1849, caja 4, exp. 10240.


275
soltero) intentaron vender 10 libras y media de hilaza (equivalente a 6 pesos y cuatro reales y

medio) en las inmediaciones de la ciudad de Tepic, dicho hilo lo llevaban escondido en un

sarape. La actitud vacilante de los vendedores así como la identificación del producto que

ofrecían como perteneciente a Jauja (el punto de hilado era diferente del de Bellavista), fueron

elementos suficientes para acusarlos, aprehenderlos y procesarlos.101

Alrededor de 10 años después se reportó otro robo en la fábrica de Bellavista. El acusado

Bonifacio López (casado, 23 años, jornalero) fue imputado de receptación de robo por traer

consigo e intentar vender unas mantas provenientes de dicha manufactura. López afirmaba que en

realidad las había comprado a un tal Luis Martínez quien trabajaba en dicha fábrica (nuevamente

la coartada de introducir a un tercero desconocido). Lo interesante fue que en el proceso se

involucró al director de Bellavista, Santiago Stephens, quien junto con su subordinado,

Bernardino Ornelas, afirmaron que efectivamente se habían percatado de la existencia de

sustracciones de mercancía a pequeña escala en su planta. Ambos sospechaban de López ya que

había sido trabajador, pero había sido despedido debido a su conducta pues siendo obrero

escondió una manta en las calderas de la fábrica y después solicitó asistir al edificio en un día de

asueto supuestamente para extraerla. En esa ocasión el director mandó investigar a López y

descubrió que vendía manta de Bellavista en Guadalajara. Para Stephens el robo hormiga era algo

común y de hecho estimaba que la cifra de pérdidas alcanzaba en su conjunto los 500 pesos.102

Aquí se observa otra variante del robo, la sustracción mínima de pequeñas cantidades y objetos,

que después se vendían en centros urbanos como Tepic, Lagos y especialmente la capital de

Jalisco. Por supuesto, es plausible pensar que esta práctica tan común (tomando como cierta la

aseveración de Stephens) suponía la existencia de un mercado de venta asegurado. Es decir, en

101 BPEJ, STJ, Criminal, 1846, caja 11, exp. 9217.


102 BPEJ, STJ, Criminal, 1856, caja 5, exp. 15237.
276
estos centros urbanos seguramente había personas que aceptaban adquirir productos robados por

un importe menor (para su uso personal o incluso para revenderlos) la idea era asegurar un precio

competitivo. Sin la demanda garantizada es difícil pensar que los ladrones tomaran el riesgo de la

sustracción subrepticia, especialmente porque se exponían a perder su empleo.

El robo a iglesias, o también denominado en los expedientes como robo sacrílego, se

parecía mucho más al que sucedía en casas o habitaciones. En los casos registrados, el ladrón

esperaba a que la edificación estuviera sola, entraba de forma sigilosa y procuraba sustraer

objetos de valor (como el cáliz, por ejemplo) que fueran ligeros para llevar consigo. Por supuesto

el destino de lo robado era la reventa.

Así sucedió con Telesforo Ruiz (barbero, 19 años, soltero) quien se introdujo al templo de

Tototlán la noche del 19 de abril de 1847. El ladrón sustrajo dos coronas y un resplandor, cuando

iba saliendo lo encontraron Diego Méndez y Atilano Gaspar (mayordomo y sacristán del templo

respectivamente) quienes regresaban al lugar en búsqueda de una vela. Una vez acusado, Ruiz

declaró en su defensa que se quedó dormido en la Iglesia, por eso se encontraba ahí cuando

vinieron aquellos hombres por la vela. Finalmente, y pese a la debilidad de su coartada, quedó

absuelto.103 Algo similar, solamente que en este caso la venta del objeto sustraído si se concretó,

fue el caso del robo de Pedro Olea (zapatero y cantor, 38 años, casado), acusado por Teófilo

Gutiérrez de haber robado una corona de plata de la iglesia de Ixtlahuacán, la cual vendió en

Cuquío a Don José María Gutiérrez.104 En los dos casos los acusados no tuvieron castigo. Como

se observa en este ya se tenía un comprador, el movimiento y colocación de la mercancía era algo

fundamental.

103 BPEJ, STJ, Criminal, 1847, caja 8, exp. 9545.


104 BPEJ, STJ, Criminal,1847, caja 11, exp. 9635.
277
EL ASALTO

Como se ha mencionado, la diferencia sustancial entre un caso prototípico de robo o hurto y un

asalto estribaba en la violencia. La legislación jalisciense entendía por violencia aquella fuerza o

sometimiento que se aplicaba a las personas o a las cosas. La primera podía ser golpear, amarrar,

someter, amedrentar con armas, herir o incluso violar a un individuo; lo segundo constituía en

abrir chapas, forzar cerraduras, así como ocasionar cualquier tipo de daño material a una

propiedad. Sin embargo, en el seguimiento de expedientes, es posible asegurar que el asalto

solamente comprendía el primero de los casos.

La única excepción donde en los expedientes se establece un asalto no violento fue el caso

del robo ocurrido en la casa de Rosalio Ortiz. Los asaltantes, Leonardo Vidaurri y Susano Torres,

entraron al lugar cuando el dueño había salido, adentro estaban su mujer Guadalupe Moya así

como Ignacia Ureña y un criado, Juan Ureña. Ingresaron, amarraron a las víctimas y se robaron

una serie de prendas. En este caso, los testigos declararon que no hubo maltrato físico hacia ellos.

Por tener esta consideración hacia los robados, por la poca edad del acusado Torres (el único al

que se logró aprender) y además porque era su primera prisión, el fiscal González Ruvalcaba

mencionó que si bien el robo con asalto conllevaba la pena de muerte como castigo, según la

legislación de momento, en este caso se debería imponer una pena menos severa. Al respecto el

juez de Sayula, donde se expidió la primera sentencia, estableció que el joven Torres: “manifiesta

en su aspecto y en sus respuestas, carecer de la profunda malicia que aquellos suponen en el

común de sus autores”.105 Se le impusieron dos años de presidio.

La violencia, aquella pulsión humana que se objetiviza sobre un individuo, se ha

relacionado con la pobreza, la marginalidad o incluso con la locura. Para el teórico Johan Galtung

es: “la inevitable reducción de la realización humana”, ya que reduce, disminuye, (hasta suprimir)

105 BPEJ, STJ, Criminal, 1846, caja 11, exp. 9214, f. 26.
278
las potencialidades de un individuo o un grupo social.106 Lo cierto es que la violencia deja una

marca física pero a la vez psicológica sobre las víctimas; es una manifestación (en ocasiones

momentánea, en otras latente) de poder y sometimiento, lo cual en su sentido último puede llevar

a prácticas de terror. El asalto violento era sin duda aquél que dejaba una mayor impronta en la

sociedad, pues un asalto impactante en su violencia se convertía en un acontecimiento comentado

en las comunidades donde se sufría, pasaba a ser parte de la anécdota, del murmullo local. Por lo

tanto, era el más visible y perdurable dentro del imaginario social.

Este tipo de actos se cometían a todo lo ancho del continente, por ejemplo Rafart

reconstruyó las acciones de la gavilla liderada por Roberto Rojas, tambien llamado Focter, en la

pampa argentina. De este grupo se cuenta que al entrar a una casa supuestamente para dormir, el

líder Rojas quizo bailar con alguna de las hijas de la dueña, Monclovia Huelguir Hula, cuando

ésta se negó, y ante la furia del bandido, la sometieron no obstante tener en sus brazos a un niño y

la ataron a una silla. Rojas le dió un balazo a quemarropa, Huelguir murió inmediatamente con su

pequeño todavía en el regazo. La historia añade que el grupo también asesinó a dos niños y

secuestró a las dos hijas, quienes fueron rescatadas posteriormente a la muerte del asaltante.107

Bandido y violencia han sido una combinación que por su impacto también trascendió al

ámbito literario, sea en novelas y obras de teatro, en los que eran narrados los acontecimientos

más trágicos relacionados con estos personajes. Por ejemplo, en El Zarco se puede leer: “los

bandidos de la tierra caliente eran sobre todo crueles. Por horrenda e innecesaria que fuere una

crueldad, la cometían por instinto, por brutalidad, por el solo deseo de aumentar el terror entre las

gentes y divertirse”.108 Por supuesto, la representación literaria del asalto era extremista, esto con

106 Citado en: Mónica Cejas Minuet, “Pensar el desarrollo como violencia: algunos casos en África” en Susana B. C.
DeValle (Comp.), Poder y cultura de la violencia, México, El Colegio de México, 2000, p. 71.
107 Rafart, Tiempo de violencia en la Patagonia, pp. 46 - 47.
108 Ignacio Manuel Altamirano, El Zarco / Navidad en las Montañas, México, Porrúa, 2010, p. 5.
279
el fin de que tuviera un buen efecto dentro de la historia. El bandido novelado era un personaje

despiadado que mataba a mansalva y sin piedad. En la misma novela se narra otro acontecimiento

que verifica lo anterior, el asalto a una familia rica extranjera, la cual se encontraba viajando en

los caminos nacionales cuando los mozos los traicionaron y junto con un grupo los asaltaron y

asesinaron cruelmente. El resultado fue que: “ahí amanecieron tirados los cadáveres, nomas los

cadáveres, porque los bandidos se llevaron, naturalmente, los equipajes, las mulas, los caballos y

todo”.109 Con base en lo anterior, el autor prosicionaba al Zarco y a su grupo cómo hombres fuera

de la ley, atroces y disolutos, en contraparte la justicia hecha por mano propia, la pena de muerte,

el castigo ejemplar, eran actos que en ese contexto se justificaban.

El asalto era el tipo de robo que requería de mayor planeación, en multiplicidad de casos

solamente implicaba el sometimiento violento de las víctimas. Los actos que devenían en

homicidios, heridas graves o violaciones eran excepcionales. Para ello, el ladrón tenía que contar

con el equipamiento adecuado: cuchillos, puñales, sables, machetes, lanzas, espadas, garrotes,

pistolas, carabinas y cuando no había otra opción piedras (ver imagen 15). De los 52 casos en

donde las armas se utilizaron violentamente en 39 ocasiones se prefirió un objeto afilado

punzocortante, en los trece restantes se usó arma de fuego o la combinación de ambas.

Generalmente, las gavillas iban bien equipadas, en los actos donde había grandes botines se hacía

uso de la pistola ya que era mejor para el sometimiento de varias víctimas, así como para un

posible enfrentamiento con las fuerzas rurales o la misma población. Mientras tanto el pequeño

grupo, el que operaba en el camino de forma un tanto circunstancial prefería utilizar un puñal o

cuchillo que podían esconder y llevar fácilmente. En realidad, no había un factor determinado

para el uso de ciertas armas, las de fuego y las punzocortantes eran más efectivas para el

sometimiento y la amedrentación de las víctimas, pero hay una noción de improvisación en este

109 Altamirano, El Zarco, p. 15.


280
sentido, el ladrón que asaltaba en cuadrilla prácticamente utilizaba los objetos que tenía a su

alcance.

El prototipo del salteador o gavillero, podría describirse (con base en el análisis de

expedientes judiciales) de la siguiente forma: usualmente se trataba de un hombre joven, armado,

montado a caballo, llevaba sombrero y algún tipo de trapo o pedazo de tela para cubrir su rostro.

Por ejemplo, uno de los líderes de una gavilla de 50 individuos que asaltó el mineral de

Hostotipaquillo fue descrito así por otro ladrón, era: “un güero cucaracha varva [sic.] alasana”

llevaba “pantaloneras de gamuza y chaqueta negra”, cuando no estaba delinquiendo comerciaba

con un cajón en el portal de las flores en Guadalajara. Otro declarante del mismo caso de asalto,

Urbano Arámbula (jornalero, 25 años, soltero) afirmó que el llamado capitán, probablemente se

trataba del mismo líder, era un güero picado de viruelas, de barba alazana, lo llamaban el

canelo.110

A diferencia de los cangaceiros que solían llevar joyas u objetos brillantes que los hacían

distintivos, en los gavilleros jaliscienses no había estos elementos que los hicieran visibles, a no

ser por algún chaleco o manta que diferenciaba al líder del resto del grupo. Taylor, por su parte,

elaboró una descripción de los grupos de salteadores de esta región a principios del XIX, la cual

se complementa con lo antes dicho: de alrededor de 30 años, de origen socioeconómico bajo,

analfabeta y al cual se le podía clasificar como español o indio. Con antecedentes penales y con

alguna fuga o viaje largo para escapar de tierras en donde era perseguido.111 El autor destaca que,

en términos generales, estos hombres no tenían un vínculo con la tierra, la mujer o la familia, por

lo tanto se trataba de personajes errantes que se caracterizaban por tener una gran mobilidad,

solían ser fugitivos o exiliados. Asimismo, afirma que los ladrones no necesariamente eran en su

110 BPEJ, STJ, Criminal,1853, caja 5, exp. 12846, f. 39.


111 Taylor, “Bandolerismo e insurrección”, pp. 188 - 189.
281
mayoría de origen rural: “en una muestra de 136 salteadores, sólo poco más de la mitad procedían

de zonas rurales (52%)”.11213Con lo anterior se fotalece el argumento de la mobilidad, el ladrón

buscaba en diferentes zonas el sitio ideal para robar, podía povenir de una ciudad como

Guadalajara y asaltar en el campo o viceversa.

Imagen 15. Dibujo de pistolas relacionadas con un asalto violento.113

n ° Taylor, “Bandolerismo e insurrección”, p. 189.


113 Tomado de: BPEJ, STJ, Criminal, 1851, caja 2, exp. 11413.
282
Las descripciones de ladrones también alimentaron el ámbito literario, en la novela El

Zarco se describe al líder del grupo de salteadores de la siguiente manera: “el era joven, no tenía

mala figura: su color blanco impuro, sus ojos de ese color azul que el vulgo llama zarco, sus

cabellos de un rubio pálido y su cuerpo esbelto y vigoroso, le daban una apariencia ventajosa

pero su ceño adusto, su lenguaje agresivo y brutal, su risa aguda y forzada”.114 En el libro de

Altamirano hay una organización vertical, en torno a su carismático líder se agrupaban los

plateados, los hombres crueles y disolutos que obedecían órdenes. Según este texto, la

experiencia de la gavilla era: “una explosión de vicio, de crueldad y de infamia que no se había

visto jamás en México”. Estas “hordas” no solamente robaban, sino que cobraban impuestos a

manera de peaje, extorsionando a personas que no cooperaran con ellas. También añade: “hasta

traen sus músicas y cañones, y pueden sitiar a las haciendas y a los pueblos. El gobierno les tiene

miedo, y estamos aquí como moros sin señor”.115

A diferencia de lo anterior, en los expedientes criminales la figura del líder es poco clara,

esto tal vez sea por dos razones: la primera es que cuando se lograba capturar a uno o varios

miembros de un grupo de ladrones, estos solían testificar de forma evasiva desconociendo a sus

compañeros, evadiendo brindar descripciones que pudieran identificarlos, tal vez esto sucedía por

proteger a la banda o para evitar represalias posteriores. Tal fue el caso de la gavilla compuesta

por Gabino Sánchez, Juan Salas, Catarino Perez y Refugio Pérez quienes asaltaron a cuatro

hombres en el camino hacia Tepic. Los ladrones iban con la cabeza cubierta, armados con

cuchillos y carabinas. El monto de la sustracción consistió en dinero, ropa, una silla de montar y

un caballo.116 En sus respectivas declaraciones los acusados aceptaron que llevaron a cabo el

asalto, pero aluden a que fueron reclutados por otros hombres desconocidos, incluso niegan saber

114 Altamirano, El Zarco, pp. 32 - 33.


115 Altamirano, El Zarco, pp. 5 y 11.
116 BPEJ, STJ, Criminal,1857, caja 6, exp. 16403.
283
la existencia de sus compañeros. Nadie revela nombres, brinda descripciones o facilita algún tipo

de información que pudiera ser de utilidad posterior. En el mismo sentido, el acusado Urbano

Arámbula cuando fue cuestionado sobre los ladrones con los cuales compartió un asalto declaró:

“sus conversaciones fueron secretas sin citar nombres”. 117 De esta manera, respondía al

cuestionamiento pero en realidad no colaboraba para la detención de sus compañeros. Es posible

pensar que se tratara de un código, o ley no escrita, para no delatar a los compañeros, una especie

de omertá que se practicaba de forma tácita.

La segunda razón, tal vez la más probable, es que las gavillas tenían en realidad una

organización mucho más flexible de lo que se pensaba. No había un líder permanente, sino

capitanes temporales que asumían el mando al momento de un asalto. Después de obtener y

repartir el botín el grupo se disgregaba, de ese modo era mucho más complicado dar con la

gavilla y las posibilidades de salir impune se agrandaban. En este punto se coincide con Taylor,

quien en su propio estudio logró visualizar una organización flexible de las gavillas de la región,

en las cuales sus miembros en ocasiones eran conocidos, pero en la mayoría de las veces no se

conocían entre sí. Al respecto menciona: “el grupo se reunía de manera rápida y espontánea [...]

se les aceptaba en el grupo por recomendación de un conocido de algún otro miembro de la

gavilla”.118

En el mismo tenor, concuerdan otros autores de diversas latitudes como Blackmour y

Fradkin. El primero encontró que en general no había un cabecilla claro, ni tampoco una

asociación formal en las bandas de ladrones de Europa.119 El segundo por su parte confirma lo

anterior al establecer que las gavillas argentinas constituían una organización transitoria, sin un

líder permanente, más bien éstas se agrupaban rápidamente y con la misma celeridad se

117 BPEJ, STJ, Criminal,1853, caja 5, exp. 12846, f. 41.


118 Taylor , “Bandolerismo e insurrección”, p. 190.
119 Blackmur, Historia de la criminalidad, p. 24.
284
separaban. Los grupos que permanecían juntos por varios asaltos eran en realidad inusuales.120 Es

posible establecer que, al contrario de los casos literarios o de salteadores famosos, pocas fueron

las gavillas criminales que permanecían mucho tiempo unidas, a lo sumo uno o dos asaltos. Los

integrantes variaban en cada robo y solían no ser vistos juntos después. Los jefes permanecían en

la opacidad, debido a que el funcionamiento del organigrama criminal no necesariamente

requería tener una cabecilla permanente y distinguible, aunque también esta situación les permitía

disimular su importancia al ser aprehendidos lo que sin duda atenuaría una condena en caso de

ser procesados porque el castigo variaba de un líder a un miembro subordinado.

El razonamiento anterior tiene lógica si se observa igualmente que el reclutamiento de una

gavilla consistía en un proceso poco escrupuloso y un tanto circunstancial. Por ejemplo, cuando

se trataba de grupos numerosos que tenían como objetivo un pueblo o ciudad pequeña se solía

incorporar a los miembros en los caminos unos días antes de ejecutar la acción. Si tomamos

como cierta la declaración de Mariano Ortíz (panadero, 21 años, soltero), hombre que estuvo

involucrado con una gavilla, declaró que se unió a ella de forma casi circunstancial. Afirmó que

estaba en el camino, cuando se encontró con un grupo de hombres, “veníamos platicando platicas

corrientes, ligeras, de mujeres”,121 cuando después se unieron al grupo. Jamás se menciona la

forma en que esto ocurrió, si hubo algún tipo de proposición, amenaza o cooptación. Por otro

lado, sí le mencionaron la intención criminal que tenía el grupo. En este caso, Ortiz conocía las

intenciones delictivas, vio la oportunidad de obtener un beneficio y se unió al grupo.

Al respecto, Fradkin observa algunos de los motivos principales que explican la anexión a

un grupo de ladrones, especialmente destaca el forzamiento y la persuación, las amenazas eran

actos frecuentes. También había ladrones que se unían por decisión propia, por la aventura, o

120 Fradkin, “Anatomía de una montonera”, p.167.


121 BPEJ, STJ, Criminal,1853, caja 5, exp. 12846, f. 49.
285
bien por la posibilidad de obtener un botin en tiempos de pobreza. En cambio, la unión por

motivos políticos no resultaba clara, sobre lo anterior el autor menciona: “estamos, entonces,

bastante lejos de una movilización ‘espontánea’ que solo se activa ante la simple convocatoria de

un caudillo como de la movilización de lazos de dependencia personal transformados en

obediencia política”.122 Por su parte, Rafart ve el mismo modus ya que en las declaraciones de

muchos de los aprehendidos dijeron no conocer a los integrantes de la gavilla, sino que habían

sido “invitados” a participar de una empresa que creían ilícita. Es decir, se trataba de un

reclutamiento “sobre la marcha”.123 Por su modus operandi el asalto tenía tres variantes, el que se

realizaba en caminos, el que ocurría en casas y por último el atraco a poblaciones. La diferencia

entre los tres tipos eran variaciones en su intensidad violenta, así como algunos matices de

operación.

ASALTO EN CAMINOS

Este tipo de acto criminal era el más carácteristico, e incluso podia afirmarse que era el más

longevo. Por ejemplo, el viajero francés Mathieu De Fossey en la década de los años treinta del

siglo XIX escribió que el robo en los caminos en México era notable por lo menos desde la

guerra de independencia, también agrega que en esa época era más seguro viajar porque existía la

pena capital contra quienes lo realizaban.124 Este tipo de asalto requería, por su complejidad, una

serie de pasos previos, de planeación y organización, así como de ejecuciones que lo

particularizaban.

El asalto en caminos iniciaba con el abordaje, aquí la secrecía y la sorpresa eran

elementos fundamentales para el éxito de la empresa. La gavilla permanecía escondida en un

122 Fradkin, “Anatomía de una montonera”, p.184.


123 Rafart, Tiempo de violencia en la Patagonia, p. 115.
124 Glantz, Viajes en México, p. 256.
286
matorral, oculta en una curva pronunciada, o bien en cualquier punto que pudiera servir de

escondite, esperando pacientemente el transitar de los perjudicados, el instante idóneo para

manifestarse. Al respecto Solares establece que este delincuente tenía a su favor: “los recodos del

camino, los desniveles [...] la lluvia y el lodo, que dificultaban el avance de las carretas o

diligencias y la oscuridad de la noche, la tupida maleza o la espesura del bosque para

ocultarse”.125 El caso de un grupo pequeño de viajeros ejemplifica la idea anterior. Los andantes,

una madre, un joven y un arriero iban por el camino de Tlaltenango rumbo a Guadalajara, cuando

a las nueve de la mañana los asaltaron un grupo de gavilleros, los salteadores estaban agazapados

cuando tomaron la iniciativa para robar, brincaron y salieron por sorpresa, golpearon a los

viajeros y los amarraron. Después los ladrones corrieron y se dispersaron por distintos rumbos,

desapareciendo de la escena rápidamente.126

El salteador de caminos lo mismo asaltaba a arrieros o campesinos, que a eclesiásticos,

políticos, hacendados, comerciantes o viajeros extranjeros. En muchas ocasiones sabían con

antelación del movimiento de mercancías o dinero. La red de informantes que establecía una

gavilla podía ser realmente efectiva. La mencionada Solares menciona que: “había hombres

dedicados a vigilar los mesones y las ventas, a escuchar en la tabernas y posadas los relatos de las

salidas de diligencias, inspeccionar el contenido de los baúles que ellas transportaban, identificar

el tipo de viajeros y determinar si llevaban metales preciosos”.127 Por su parte, Olveda estableció

que los hombres que eran contratados cómo policías por parte de comerciantes en la feria de San

Juan de los Lagos, y por lo tanto los encargados de vigilar la seguridad de las mercancías y

comerciantes, eran en realidad ladrones y solían informar a otros compañeros de las transacciones

125 Solares, Bandidos somos y en el camino andamos, p.189.


126 BPEJ, STJ, Criminal, 1851, caja 4, exp. 11446.
127 Solares, Bandidos somos y en el camino andamos, p. 213.
287
efectuadas así como del itinerario que tendrían sus jefes a su regreso. Por lo tanto, esta

información facilitaba su posterior asalto.128

Los salteadores de camino sabían cuando era el momento oportuno para hacerse visibles y

cuando desaparecer. La tarde del 4 de octubre de 1846 alrededor a las 4 de la tarde robaron en

despoblado a Manuel Proa, Alvino Ibarra, Rosa García y el joven Juan Murillo. Se robaron un

caballo, con tres maletas que contenían ropa, así como 30 pesos.129 Las mujeres divisaron

primero a dos hombres tirados en el arroyo, los futuros asaltantes, despues se percataron que los

mencionados se posicionaron uno adelante y otro atrás del grupo andante, lo que generó gran

desasosiego entre los viajeros. En un tercer momento aquello hombres parecían haber

desaparecido, pero al andar más en el camino cuando pasaban por un lugar llamado “la gavilana”

les salieron al paso en actitud amenazante, llevaban un tranchete y un cuchillo, y los robaron. En

este caso los ladrones divisaron desde la lejanía a sus víctimas, los siguieron un trecho

considerable de camino para estudiarlos y en el momento oportuno llevaron a cabo su empresa.

Después seguía el acto violento, generalmente lo que se buscaba era la intimidación y el

sometimiento de las víctimas, las cuales solían ser amarradas con el fin de imposibilitarlas para

que no ofrecieran resistencia. El éxito de la empresa estribaba en que fueran inmediatamente

despojadas de sus posesiones. El asalto por lo general tendía a la celeridad, al golpe y la fuga. En

esta fase del proceso delictivo para los ladrones era clave mantener el anonimato por lo que

acostaban boca abajo a sus víctimas, o bien les exigían permanecer con la mirada baja. También

llevaban pañuelos, paliacates o sombreros que dificultaban su identificación. Por último ocurría

la huída, la cual se realizaba apresuradamente, en la mayoría de los casos estos delincuentes

hacían uso de su gran conocimiento del territorio para literalmente desaparecer en minutos.

128 Olveda, Con el Jesús en la boca, pp. 75 - 76.


129 BPEJ, STJ, Criminal, 1846, caja 8, exp. 9143.
288
En este sentido, es prototípico de lo antes dicho el asalto que sufrieron el grupo de

viajeros compuesto por José Lugardo López, Manuel López, Eduviges Delgadillo y José Antonio

Rodríguez quienes fueron robados en las inmediaciones de Guadalajara por una gavilla de tres

personajes. Los ladrones los interceptaron, los golpearon y los amarraron. El hecho ocurrió en el

punto llamado Cruz Gorda cercano a un arroyo. Los gavilleros iban a caballo, portaban cuchillos

y 2 carabinas. Durante el despojo Manuel López opuso resistencia y enfrentó a los ladrones, por

lo que fue acuchillado inmediatamente. Delgadillo destacó que los acusados portaban paños

amarrados a la cara para que no pudieran ser reconocidos: “amás que no nos daban lugar a que

los bieramos [sic.]” aseveró. Sustrajeron ropa y dinero.130 El mismo caso fue el de Fernando Díaz

y Maximino Herrera quienes viajaban de noche rumbo a Teuchitlán con cuatro bestias cargadas

con tequesquite (un tipo de sal), la cual iban a intercambiar por vino mezcal. De una vereda

salieron siete hombres armados, uno de ellos en caballos quienes los golpearon, les robaron 87

pesos y ropa (frazadas, servilletas, jergas) y los dejaron amarrados.131

Lo usual era abandonar a las víctimas amarradas y sometidas, sin ningún tipo de

pertenencia de valor y a sus suerte. Lo que ocurría era que otro grupo de viajeros encontraban a

los desposeídos y los auxiliaban, o en otras ocasiones estos se podían desatar solos y de alguna

manera regresaban a sus lugares de residencia. Sobre lo anterior, Vanderwood menciona que “no

fueron pocos los [asaltados] que llegaron a sus hoteles de la ciudad de México envueltos en hojas

de periódico y su carrerita desde la diligencia hasta el hotel no dejaba de causar sensación entre

los mirones”.132 Sin embargo, siempre hay excepciones a las reglas, hay casos infrecuentes donde

se puede observar un gesto social, de piedad o misericordia, de parte de un asaltante hacia sus

víctimas. Este tipo de actos nobles (debido a que eran en realidad muy escasos) formaban parte

130 BPEJ, STJ, Criminal, 1846, caja 1, exp. 8967, f 1r.


131 BPEJ, STJ, Criminal,1847, caja 8, exp. 9553.
132 Vanderwood, Desorden y progreso, p. 26.
289
de la visión romantizada de los ladrones, estaban presentes de forma preponderante en las

ficciones literarias y se constituían como características definitorias del bandido social. Al

respecto, el citado Vanderwood refiere que en la tradición gavillera mexicana se decía que estos

tenían algunos aspectos de “caballerosidad” como: besarle la mano al cura que asaltaban, así

como pedirle su absolución, o dejar el último peso a las víctimas para que tengan algo que comer

a su regreso. 133

El asalto de Esteban Uribe es una muestra de los pocos actos nobles que se pueden

encontrar de parte de los ladrones comunes. Uribe fue asaltado, por unos hombres con cuchillo en

el camino que va de la Villa de Santiago a un rancho denominado “Las Higueras”. El hecho

ocurrió al mediodía, la víctima había vendido su leña en la Villa de Santiago y regresaba a su

hogar. Los salteadores, quienes iban cubiertos del rostro con paños, lo amenazaron, lo golpearon

y lo llevaron a un lugar apartado del camino. Ahí lo amarraron de las manos y de un pie. Le

sustrajeron dos pesos, una vara de manta, una faja y un sombrero negro.13134 Lo dejaron atado, con

la cabeza cubierta con una manta que llevaba la víctima. Hasta ahí se trataría de un robo en

camino común, pero hay dos elementos que lo hicieron singular. En primer lugar los salteadores

no robaron los burros que Uribe llevaba, sino que los amarraron cerca “para que no se me

fueran”, diría la víctima. En segundo lugar dejaron un sombrero amarillo con un poco de frijol.

Ambos hechos muestran un poco de clemencia al no sustraer sino lo más indispensable, al no

dejar despojada a la víctima, así también suministraron algo de comida para que pueda sobrevivir

hasta que fuera rescatada. Lo cual efectivamente sucedió cuando Uribe fue encontrado horas

después por Gregorio López. En este caso, la generosidad del ladrón fue su error pues dejó

evidencia que lo vinculaba con el acto, así el sombrero amarillo se convirtió en el elemento

133 Vanderwood, “El bandidaje en el siglo XIX”, p. 41.


134 BPEJ, STJ, Criminal,1847, caja 1, exp. 9365.
290
fundamental de este asalto, ya que esta prenda fue identificada como propiedad de Pedro

Manjarrez (carpintero, 25 años, casado) vecino con antigüedad de seis meses en la comunidad de

Villa de Santiago. Así, inició el proceso que impuso en primera instancia un año de cárcel en

Mezcala, sentencia que fue revocada en el STJ.

Generalmente se asocia el robo de caminos con las gavillas, pero esto no sucedía en todas

las ocasiones, el asalto solitario también ocurría. Tal fue el caso de Dionicio Villalobos quien se

encontraba llevando leña con dirección a un rancho cercano a Teocaltiche, en el trayecto lo

alcanzó Ventura Castillo (casado, gañan, 23 años) y lo acompañó durante un gran trecho. En un

momento el acusado Castillo se alejó un poco de su víctima diciendo que iba por ramas, al

regresar le espetó: “pues no boi a traer ramas, lo que hai es que esas burros los necesito y yo me

los llebo por bien o a fuerzas”.135 Después de despojarlo violentamente de los animales lo

amenazó, si avisaba a la policía lo colgaba a él y a su familia. En este caso el ladrón se tomó un

tiempo para interactuar con su contraparte, estuvieron juntos un tiempo, tal vez unas horas hasta

que llegó el momento propicio para el asalto, ante lo cual primero le comunicó sus intenciones y

después procedió a sustraer.

Las ventas y posadas eran sitios en donde se podía pasar un tiempo de descanso, eran

también lugares estratégicos para los ladrones, quienes buscaban bajo su techo información útil o

bien ahí mismo seleccionar a sus víctimas. Una noche, el indígena Rafael Saucillo fue asaltado en

las inmediaciones de Sayula. La victima salía de las oraciones nocturnas cuando tomó el camino

hacia su pueblo, a media legua del río dos hombres, José de Jesús Pulido y Salvador González, lo

alcanzaron y asaltaron. El primero le dio un “caballazo” mientras el segundo lo lazó por el cuello

diciendole que entregara: “la vida o el dinero”. Arrastraron al lazado Saucillo rumbo al río donde

le sustrajeron los 32 pesos que tenía, también se llevaron una camisa, un gaván y un zarape.

135 BPEJ, STJ, Criminal, 1860, caja 5, exp. 18090, f. 1r.


291
Quedó “cruzado de manos” porque solo tenía puesto sus calzones blancos. Al llegar a su posada

encontró que sus pertenencias estaban ahí.136 Es decir, en el mismo sitio donde pernoctaba, lo

hacían sus ladrones.

En ocasiones los asaltos ocurrían de forma frecuente y sistemática com lo demuestra el

expediente de una gavilla que robaba y amarraba a sus victimas en las inmediaciones de Tepic. El

asalto ocurrió el 3 de marzo y fue hecho por cinco hombres, cuatro iban a pie y uno a caballo

(seguramente su líder), todos iban armados de carabinas y espadas. Llevaron a las víctimas,

Manuel Virgen y Antonio Ramírez, afuera del camino principal, a un arroyo. Ahí los amarraron y

se percataron que había mucha gente amarrada tambien. En eso llegaron un grupo de carreteros,

los ladrones huyeron y solamente pudieron aprehender a dos de ellos, Doroteo Reyes (casado,

25, jornalero) y Dionicio González (casado, 19, petatero).137 De este aconteciminto es posible

visualizar por un lado que los asaltantes llevaron a cabo numerosos robos ya que había por lo

menos otro grupo de gente amarrada previamente. Seguramente era un punto estratégico de paso

de viajeros, arrieros y diligencias donde la banda podía darse el lujo de cometer varios robos en

una sola jornada. En este caso se trataba de una inversión arriesgada pero fructífera, si los

ladrones dedicaban un día al delito, aunque se expusieran a ser descubiertos y perseguidos,

podían obtener mayores beneficios materiales que si llevaban a cabo asaltos aislados y en

diferentes días.

Lo anterior nos lleva a otro aspecto, en realidad eran pocos los ladrones que tenían la

disposicion de entrar en un enfrentamiento armado (especialmente cuando la contraparte

dispuesta a enfrentarlos era numerosa o estaba también armada), generalmente lo mejor era huir,

salvar la vida. En contraparte, la víctima en la medida de sus posibilidades solía oponer

136 BPEJ, STJ, Criminal,1849, caja 2, exp. 10149.


137 BPEJ, STJ, Criminal,1857, caja 6, exp. 16407.
292
resistencia. En ocasiones, solo era un grito de impotencia cómo el que emitió Antonio González

quien después de ser golpeado y robado de su caballo, pertenencias y dinero, persiguió unos

metros a sus plagiarios, dos individuos el primero llevaba un espada y el segundo un garrote,

espetándoles: “parate hay[sic.] carajo”.138

La desprotección que tenía el ciudadano común debido a la poca vigilancia de los

caminos los obligaba a tener que defenderse por sí mismos e incluso buscar la restitución de sus

bienes sustraídos. Por supuesto, lo mejor era afrontar a los ladrones en circunstancias favorables,

esto era acompañado de un grupo más numeroso que sus rivales, así como equipados con mejores

armas. Dichas medidas de protección y seguridad sustentaban la razón por la cual era mejor

viajar acompañado que solo, en la medida en que el traslado se hacía en circunstancias adversas,

por ejemplo un viaje largo, por un camino senegoso y solitario, o por un sendero cuyo tránsito

fuera lento debido a la lluvia y el lodo en las cuales las posibilidades de un asalto aumentaban.

A veces era la misma población la que tenía que realizar tareas policiales como la

persecusión de ladrones, su detención, así como su presentación ante las autoridades de justicia,

obviando la ausencia de la autoridad en caminos y poblaciones. Ello sucedió al arriero José

Torres, asaltado por cuatro hombres en el camino, le dijeron que se echara al suelo, lo golpearon

con un palo de madera y le robaron su yegua, algo de ropa y un sombrero. Después del asalto, el

afectado se asoció con cuatro hombres de la comunidad de Sayula, salieron a perseguir a los

malhechores y los aprehendieron. Uno de sus plagiarios Jose Lopez (labrador, 48 años, casado)

opuso resistencia al momento de ser detenido, disparó su pistola y se defendió con un cuchillo.139

Desde luego el resultado del enfrentamiento entre ladrones y víctimas era incierto. Los

primeros eran individuos que habían experimentado la violencia de ese entorno rural, por lo que

138 BPEJ, STJ, Criminal,1847, caja 8, exp. 9550.


139 BPEJ, STJ, Criminal, 1846, caja 10, exp. 9185.
293
en caso de un combate sabría defenderse, aunado a que muchos de ellos eran diestros con el

cuchillo y la espada. En ese sentido, para las víctimas tampoco era deseable confrontar a un

gavillero porque en el lance se podía perder la vida. Ello sucedió, por ejemplo a los comerciantes

José María López y Eusebio González, quienes junto con otros hombres fueron asaltados el 15 de

marzo en un punto de la jurísdicción de Zapotlanejo. El grupo iba por el camino hacia La Barca

con el fin de intercambiar mercancías, en ese momento les salieron del paso cinco hombres,

armados con lanzas y carabinas. Tanto López como González portaban espadas por lo que

opusieron resistencia. El resultado fue que el primero quedó muerto en el acto, por herida de

lanza, mientras el segundo quedó muy herido, “moribundo” según el expediente, finalmente no

resistió y falleció 48 horas después. Al resto del grupo los bajaron de sus caballos, los amarraron

y los dejaron en el camino. Se pudieron zafar hasta las ocho de la noche e inmediatamente fueron

a avisar al comisario o “cabeza de rancho”, cuando éste llegó nada se logró hacer pues los

ladrones habían desaparecido de la zona. No se hizo otra cosa que traer al padre para confesar al

herido y enterrar al muerto.140

Los caminos eran sitios peligrosos, generalmente desprotegidos, bien podrían

denominarse como tierras de nadie. Los ciudadanos arrojados e impotentes se enfrentaban a los

ladrones y se jugaban la vida en pos de proteger sus pertenencias, a su familia o a su grupo. La

inexistente presencia estatal resultaba evidente, en las fuentes brillan por su ausencia las

actividades de fuerzas de seguridad así como las acciones de perseguir a los ladrones (y cuando

lo hacían, las pesquisas solían ser burdas y rudimentarias). A lo más que llegaba a realizar la

autoridad era gestionar un lugar para el entierro y facilitar que el cura local brindase las

absoluciones.

140 BPEJ, STJ, Criminal,1853, caja 7, exp. 12906.


294
ASALTO EN VIVIENDAS

El asalto en viviendas requería por lo general de mayor planeación sobre dos aspectos, la primera

sobre el movimiento de las víctimas, de cuando éstas salían y dejaban la casa desprotegida o con

pocas personas, la segunda sobre los montos a sustraer, los cuales tenían que ser lo

suficientemente grandes para justificar la acción. Lo ideal era esperar el abrigo de la oscuridad

para cometer el delito, lo anterior era un hecho porque la totalidad de asaltos a casas analizados

se realizó de noche o de madrugada. Igualmente, las posibles víctimas no debían sospechar la

llegada de la banda, el estupor ante el sorpresivo golpe de entrada aseguraba, en la mayoría de los

casos, el triunfo de la empresa, puesto que anulaba la posibilidad de una reacción oportuna por

parte de los asaltados y fortalecía la posibilidad de una huida exitosa.

La planeación es quiza uno de los aspectos que es más difícil de reconstruir

históricamente, debido a la secrecía y opacidad con que se manejaban las bandas delictivas tanto

en sus declaraciones como en sus modus. No obstante, hay elementos claros de los cuales se

puede inferir que había una planeación en torno a ciertos golpes, como el hecho de sustraer

jugosos botines. ¿Cómo sabían que la víctima había obtenido dinero de una venta? ¿O que tenía

en su casa la posesión de joyas o prendas valiosas? Ciertamente en ocasiones esto se dejaba al

azar, ante lo cual se podía salir con pillajes exigüos que no valían el riesgo de perder la vida o ser

aprehendido, pero por lo general se buscaba tener por lo menos una aproximación de lo robado.

Rafart, por ejemplo, describe el asalto de una gavilla argentina a una tienda local, la forma de

llevar a cabo el acto delictivo encaja dentro del común de este tipo de robos: sometimiento,

violencia, sustracción y huida). Lo interesante es resaltar que fueron los pobladores los que

informaron a los ladrones que en el paraje llamado de Guanacos encontrarían un “importante

295
botín”, porque sus propietarios, los hermanos Curras, también llamados los Árabes, habían

recibido mucho dinero por la venta de ganado.141

La noche del 30 de enero de 1847 el arriero Norato Quezada se encontraba fuera de su

casa llevando sus mulas al río, cuando su esposa le avisó que habían robado la casa. El asalto

ocurrió unas horas antes, entraron alrededor de cuatro hombres (las víctimas no pudieron

identificarlos plenamente). Primero amarraron al peón que dormía en un jacal contiguo. Los

asaltantes le preguntaron al hombre si sabía dónde estaba su amo, éste contestó que no, pero

aquellos le dijeron que si lo sabían, que estaba en el río. Tras ello forzaron la puerta, entraron a la

casa y ataron a la esposa de Quezada, Francisca González, a sus dos hijas, a la criada y al hijo del

peón. Entraron otros ladrones más, los perjudicados no pudieron establecer un número total de

individuos, tal véz fueron una docena en total, los cuales tomaron algo de dinero, ropa y lo que

pudieron encontrar de valor. Posteriormente uno de ellos (seguramente el jefe del grupo) golpeó

con un cable a González instándole a decir dónde estaba el dinero, pues sabía que su esposo

recientemente había recibido 400 pesos, de los cuales por lo menos debería tener 200. La mujer

resistió pero después de ser apuntada con una carabina en el pecho, confesó que debajo de la

tinaja de agua estaba el dinero guardado.142

¿Cómo es que la gavilla sabía que Quezada tenía dinero? Muy posiblemente, al igual que

sucedió con el ejemplo expuesto por Rafart, hubo informantes que socializaron alguna venta o

transacción que le había dejado dividendos a la víctima. Este tipo de conocimientos se podía

adquirir en los pueblos, en las tabernas, así como en los mesones. ¿Cómo es que sabían que éste

se encontraba en el río? Sin duda, los ladrones estuvieron observando los movimientos del dueño

141 Rafart, Tiempo de violencia en la Patagonia, p. 115.


142 BPEJ, STJ, Criminal,1847, caja 1, exp. 9370.
296
de la casa, lo vigilaron cuando llevó a su ganado a pastar y entraron en un momento cuando

sabían que su hogar estaba desprotegido.

Unos años después ocurrió otro asalto que ejemplifica lo antes dicho. El 18 de septiembre

de 1850, un grupo de por lo menos tres individuos asaltaron y robaron la casa de Gabriel Torres

en un punto llamado presa de Valerio. Una de las víctimas, Petra Torres, aseguró que la noche

cuando llegaron los salteadores, le exigieron que abriera la puerta y le dijeron: “que les entregara

el dinero de una yunta de bueyes que se había robado su marido”. Forzaron la puerta con la punta

de la pistola. Sometieron a las víctimas: los mencionados Torres, Cleto Sandoval, Teodocio

Hernández y a la madre de los Torres a quién le pusieron una carabina en el pecho.143 En este

caso, si tomamos como cierta la declaración de la victima, es factible pensar que se tratara de un

robo hecho a un ladrón, situación que era aún más extraña y revela que no había muchos códigos

en el ámbito criminal, mas allá de aprovechar las coyunturas y de guardar la secrecía ante la

autoridad. Como sea, este caso también reveló que los asaltantes tenían conocimiento previo a un

pillaje valioso sustentado en información previamente obtenida.

En otras ocasiones es posible vislumbrar una cooperación de parte de los mozos o el

personal de confianza al interior de un hogar, como el asalto ocurrido en la casa de Ventura

Santos Ortega. Fue alrededor de las nueve de la noche de un domingo 16 de agosto de 1847,

cuando los ladrones incurrieron en la casa de Ortega, el dueño estaba dormido con su familia,

cuando éste se dio cuenta que habían intrusos gritó a su mozo solicitando ayuda, pero

inmediatamente llegaron unos hombres que lo callaron con un cintarazo, lo amarraron (en el

expediente se daba cuenta que el declarante tenía las manos y canillas rosadas). Le taparon la

cabeza con una sábana, además ataron y golpearon al resto de la familia, sustrajeron 19 rebosos y

dos cucharas de plata. Las victimas en sus declaraciones afirmaron sospechar de los criados,

143 BPEJ, STJ, Criminal, 1850, caja 5, exp. 10956.


297
Silvano Jacobo e Isabel Prado, diciendo que ellos fueron los que abrieron la casa a los asaltantes.

Ortega al respecto mencionó: “yo creo que este [Jacobo], estaba de acuerdo con los ladrones”,144

dijo lo anterior con base en que los delincuentes lo trataron con mucha consideración durante el

robo, le hablaron familiarmente y no le hicieron nada. En este caso, la traición del mozo y su

vinculación con los ladrones era algo relativamente común.

A diferencia del robo a casa habitación (que se realizaba de forma subrepticia) el asalto

implicaba, como se ha observado en los ejemplos arriba mencionados: violencia. En casos

menores solamente consistía en el sometimiento de la víctima (lo común era amarrarlos) así

como el taparles la visión o llevarlos a un rincón de alguna habitación, para que evitaran

identificar plenamente a sus ladrones. Pero también ocurría la situación en donde había golpes,

violaciones o muertes. Un asalto violento prototípico fue el que sufrió don José María Torres en

su casa la noche del 21 de septiembre de 1852. Alrededor de las 10 u 11 de la noche, una gavilla

de cerca de 30 individuos llegaron a la casa, le dijeron a su dueño que abriera la puerta: “con

expresiones muy fuertes y soeces”. Una vez que lograron forzar la entrada, sacaron a Torres de su

casa, lo golpearon, le amarraron las manos por la espalda y lo tumbaron boca abajo. Ya sometido

lo llevaron a una pieza de su casa, le cubrieron la cabeza con un costal, tres hombres le pusieron

la punta de sus espadas en los costados, mientras otro le aplicaba sebo en los pies e intentó

encenderlos con una vela. Esto lo hacían mientras le exigían que declarara dónde tenía el dinero.

En eso estaban cuando llegó otro individuo que les dijo que lo dejaran en paz, después se

retiraron, llevándose un caballo y algunas prendas de valor. De los ladrones poco se conoció,

pero el equino sustraído fue encontrado en León Guanajuato, en posesión de un tal Miguel

Palos.145

144 BPEJ, STJ, Criminal, 1846, caja 14, exp. 9297, ff. 1 - 6.
145 BPEJ, STJ, Criminal,1852, caja 5, exp. 12062.
298
En este hecho se observan las etapas descritas anteriormente: primero: forzamiento de la

entrada, segundo: sometimiento de la víctima y obstrucción de su visibilidad, tercero:

amedrentación y violencia, ésta fue especialmente dura al pretender quemar los pies de la víctima

en pos de obtener información sobre el contante depositado en la casa, y cuarto: la huida. Sobre el

hombre que les ordenó a los gavilleros que dejaran en paz a Torres, es plausible que se tratara del

jefe del grupo, pero nuevamente se describe de forma poco clara, su liderazgo se expresa a través

de la obediencia de sus órdenes, por lo demás su descripción no sobresale en el relato. Otro punto

interesante, es la ya mencionada (arriba) movilidad de los animales robados, en este caso el botín

terminó en otro estado, en una ciudad conocida por su actividad comercial y ganadera, en

posesión de un ciudadano que seguramente lo compró a los ladrones. Por último, es de destacar

que ante un asalto de 30 integrantes, solamente se hubiera procesado a un individuo (el cual ante

la falta de pruebas plenas fue exonerado), lo que mostraba por un lado la debilidad del gobierno

para enfrentar a estos grupos. Pero también fortalecía la actividad delincuencial porque les

brindaba la impunidad de acción suficiente para atreverse a asaltar en cantidades multitudinarias.

En este caso, de los ladrones sólo quedó su recuerdo a través del relato de la víctima, es decir

pasaron a ser parte del mito, de las historias que se contaban a nivel local, lo que socializaba el

temor regional a ser también pillados por la misma gavilla y le daba a esta un aura de inmudidad.

En este sentido, el mejor acicate para la delincuencia era la gran probabilidad, que existía en

términos reales, de salir indemne de un delito.

Tal como ocurría en los caminos, las víctimas solían enfrentar a sus ladrones, aunque

debido a la cantidad de hombres, al arsenal que portaban y a que generalmente eran sorprendidos

junto con sus mujeres y niños, era menos probable salír victorioso de una contienda en vivienda

que en un camino, en el cual iban prevenidos, armados y en conjunto. Por lo mismo lo usual era

no oponer resistencia, aunque ello implicaba que los sometidos pudieran considerarse
299
pusilánimes, como en el caso arriba mencionado del asalto a la casa de los Torres, cuando los

ladrones sometieron a los habitantes de la casa, Petra Torres le gritó a los hombres del hogar que

eran unos cobardes.146

Años después, don Ignacio Lira estaba de noche durmiendo en el corral de su casa, porque

quería cuidar “un ganadito” que tenía, cuando llegaron un grupo de ladrones, reconoció a por lo

menos tres vestidos con calzones blancos y cubiertos por sábanas. Lira los enfrentó utilizando su

espada, aquellos recularon pero sometieron a la víctima a pedradas, después le dieron una

cuchillada en la nariz y otra en el dedo pulgar de la mano.147 Otro ejemplo, fue cuando una

gavilla de siete individuos estaba tratando de entrar a robar la casa de los hermanos Cipriano y

José Lara, éstos opusieron resistencia. Los asaltantes entreabrieron la puerta, desde adentro de la

casa dirigieron una lanza que hirió a uno de los gavilleros, Nicolas Arreola (soltero, 30 años,

labrador). Éste, lleno de ira, sacó su pistola y mató a José al instante.148 Este tipo de actos desde

luego dejaba improntas aún más dolorosas que la simple pérdida de cosas materiales.

Las pulsiones violentas podían desencadenar comportamientos aún más deplorables, una

vez en la casa y con las víctimas sometidas el ladrón tenía pleno control sobre la situación. La

mayoría de las ocasiones solamente se buscaba obtener objetos y salir, pero también se podía dar

el caso de ensañarse con las víctimas, especialmente con las mujeres. Ello sucedió cuando la

gavilla de Irineo de Jesús Juárez (casado, 26 años, labrador), compuesta por alrededor de seis

hombres, entraron a la casa de José Castillo. Los hombres amarraron a Castillo y le pidieron a su

esposa Ines Cortés que les hiciera de comer, para eso mataron a las gallinas que había en el

corral. Después violaron a Cortés en numerosas ocasiones enfrente de su marido. El asalto se

extendió alrededor de cinco horas, durante las cuales los asaltantes estuvieron con la cara cubierta

146 BPEJ, STJ, Criminal, 1850, caja 5, exp. 10956.


147 BPEJ, STJ, Criminal,1853, caja 3, exp. 12793.
148 BPEJ, STJ, Criminal, 1860, caja 3, exp. 18046.
300
con paños todo el tiempo. Al acusado, el mencionado Juárez, lo encontraron en posesión de una

silla de montar y una espada que eran propiedad del dueño de la casa, ello fue lo que lo delató. En

esta ocasión, la primera instancia de Tepic afirmó que ante el hecho agravante del forzamiento,

los malhechores lo hicieron no por necesidad, sino por: “puro deseo de martirizar abusaban de la

fuerza recreándose en el dolor que sufriría José Castillo”.149 Se le impuso a Juárez la pena capital.

De lo anterior destaca en primer lugar la saña con la cual realizaron el robo, de hecho es posible

que la intención primaria no fuera cometer un asalto como tal (el modus no concuerda con los

ejemplos anteriores, especialmente por las varias horas que permanecieron en la casa) sino la

violación contra la mujer de Castillo. Es plausible también que los hombres tuvieran una reyerta

personal contra éste, y buscaron venganza de la peor forma posible. Particularmente notoria fue

la declaración del juez de primera instancia tepiqueño, quién se lamentó por el daño y el dolor

que le hicieron a Castillo, no a su mujer, que basado en lo anterior pasaba a un término

secundario. Además, en este caso la autoridad judicial consideró el forzamiento como una

circunstancia agravante del delito principal, la introducción violenta a una vivienda y su

consiguiente robo.

ASALTO A POBLACIONES

El asalto a villas o poblaciones enteras era el más extraordinario de su tipo, porque en realidad

fueron pocos los casos encontrados al respecto. Esto debido a la gran planeación y riesgo que

implicaban, así como a la numerosa cantidad de hombres que se necesitaban mobilizar. Como se

ha establecido la organización de una gavilla era flexible y temporal, por lo tanto la conjunción

de esa fuerza humana en torno a un delito cómo este era en realidad algo que no se podía realizar

todos los días, se necesitaban acuerdos y reclutamientos previos (o como se ha demostrado se

149 BPEJ, STJ, Criminal,1857, caja 4, exp. 16345.


301
hacían sobre la marcha unos días antes). En contraparte este tipo de saqueo dejaba botines

generosos, ya que se podía ir de casa en casa, o comercio en comercio, y sustraer prendas, objetos

valiosos, documentos, así como dinero en cantidades suficientes que hacían valer el riesgo.

Por otro lado, el asalto a poblaciones fue el tipo de acto delictivo que claramente revelaba

la debilidad del Estado, pues evidenciaba la inseguridad a la que estaba expuesta la población en

general, ya que en estos casos (así como en la mayoría de los asaltos a caminos) los cuerpos de

seguridad simplemente no aparecían en las narraciones de las víctimas. Prácticamente los

habitantes quedaban a su suerte, la defensa de sus vidas, propiedades (o mercancías en el caso de

los comerciantes) estaba en sus propias manos. Tampoco había capacidad de respuesta, después

de un asalto multitudinario no quedaba más que miedo y resignación, no había persecusiones,

solamente se hacían pesquisas frecuentemente infructuosas. La administración de justicia, si bien

se mostraba dura cuando lograba tener un caso sobre este tipo de asalto, en realidad solo acusaba

a una fracción mínima, y posiblemente insignificante, de la banda criminal. Porque como se

observa en los expedientes judiciales, se habla de gavillas de hasta 50 miembros cuando

solamente se procesa a uno o dos de ellos, el resto permanecería en la impunidad. Esto también

nos brinda otra caracteristica de este tipo de casos, se privilegiaba la narración desde el punto de

vista de la víctima, los ladrones (especialmente los líderes) solamente eran nombrados, descritos

y citados, muy pocos eran remitidos a declarar ante la autoridad.

Ante esta manifestación de debilidad de parte del poder estatal, Vanderwood describió el

florecimiento de las grandes bandas de ladrones que tenían la capacidad de robar poblaciones

enteras. Eran en sí mismas un fenómeno social, estas grandes gavillas, algunas según el autor de

hasta mil hombres, aprovechaban su poderío para hacer negocios (ventas forzadas) y pactar

protección con comerciantes y políticos. Estos colaboraban no porque quisieran, sino porque no

tenían otra opción, de hecho estos acuerdos fueron la única manera de paliar los robos
302
multitudinarios, ante esto la fuerza del ladrón exigía pagos e imponía agenda. Al respecto

menciona: “¿A quien podían acudir en busca de protección? No había fuerza de policía eficaz en

el país y denunciar a un bandido era provocar su venganza”.150

En agosto de 1846 Juan José China era comandante de guardia en la villa de Tlajomulco,

una población cercana a Guadalajara, conocida por su actividad comercial así como ser un sitio

de paso obligado para los viajeros. La noche del primero de ese mes, China narró que seis

hombres atacaron por sorpresa el cuartel, entraron fácilmente porque éste no tenía llave, ni tranca.

Una vez dentro desarmaron y golpearon a los guardias, ya sometidos los metieron a la cárcel

local, liberando a su vez a los reos que se encontraban encerrados. Después, de forma tranquila

puesto que ya no había oposición, los ladrones asaltaron las casas de los comerciantes, en

concreto la tienda de Don Gregorio Martínez (la cual se dice “dejaron limpia”), después siguieron

las de Don Cayetano Martínez, Don José Macías Salazar, Doña Josefa Santos (a ella la golpearon

con un cinto, la amenazaron con una pistola y la maltrataron) y Florentino Zepeda, entre otros

más. El botín fue cuantioso: vino, jerez, papel sellado, cigarros, dinero, armas, caballos, joyería,

ropa, etc. Los guardias pudieron salir hasta que llegó el herrero a la mañana siguiente. De este

asalto sólo se pudo acusar a Carmen Aguilar.151 Como se observa, es notoria la debilidad del

grupo que supuestamente tenía a su cargo la seguridad del poblado. El cuartel estaba abierto,

desprotegido, ni tampoco en el expediente menciona que hubiera guardias o personal apostados o

vigilando, es decir no había ninguna medida preventiva. La acción fue, sin duda, planeada porque

fue dirigida a deshabilitar a los encargados de seguridad, lo cual se narra que sucedió con relativa

facilidad, lo que tampoco desestima la tesis de una posible cooperación entre las partes, aunque

150 Vanderwood, “El bandidaje en el siglo XIX”, p. 53.


151 BPEJ, STJ, Criminal,1846, caja 1, exp. 8959.
303
no hay indicios concluyentes. Por último, se procedió a sustraer los domicilios de la gente

potentada.

Años después, la noche del 22 de septiembre de 1851, una gavilla de 40 hombres asaltó la

villa de Tonalá, un poblado también cercano a la capital del estado y conocido por su actividad

artesanal. Fue alrededor de las 11 de la noche cuando la banda ingresó a territorio tonalteca,

inmediatamente se dividieron en grupos dispersos que se dirigieron a robar viviendas específicas,

por ejemplo cuatro individuos asaltaron la casa de Felipa Ramos, otros cuatro la casa de León

Macías, quien solicitó identificarse a aquellos que tocaban su puerta, éstos le dijeron que “no le

importaba” y atacaron la entrada a pedradas hasta que consiguieron abrirla. Otra víctima fue

María Antonia Carvajal (casada, 25 años), a ella le dijeron muchas “injurias”, intentaron quemar

su puerta y le pusieron una carabina en el pecho.152 El expediente continúa con declaraciones de

por lo menos una decena más de víctimas. El denominador común fue la violencia generalizada a

diferentes niveles, desde golpes e insultos hasta intentos de utilización de hachas para abrir

puertas y cuchilladas. También se muestra en este caso el modus operandi de una gavilla

asaltando un poblado, el grupo principal se dividía en otros tantos pequeños que iban asaltando

casas y comercios. No queda claro si los objetivos estaban previamente seleccionados o si en el

frenesí asaltaron las casas que quisieron y pudieron. Es posible pensar que tenían algunos

objetivos ya establecidos debido, en primer lugar, al cuantioso botín. En segundo lugar, por el

oficio de algunos de los perjudicados: comerciantes y hombres adinerados o mujeres mayores

(que seguramente tenían dinero y se encontraban solas, lo que facilitaba el robo). Nuevamente,

ante una gavilla de 40 hombres solamente hubo dos acusados: Santiago Ramos (cantero, 29 años,

casado) y Pablo Ramos (locero, 26 años, viudo), lo que sostiene la tesis sobre la falta de

capacidad de la autoridad para procesar a las grandes gavillas.

152 BPEJ, STJ, Criminal,1851, caja 4, exp. 11463.


304
Por último, se encuentra el ejemplo de una gavilla de 50 hombres que asaltó el mineral de

Hostotipaquillo, población que por su actividad extractiva contaba con un comercio importante

así como un movimiento de plata significativo, ambos aspectos eran deseables para los ladrones.

Fue alrededor de las cinco la tarde del 12 de enero de 1853 cuando la banda llegó a la villa. El

robo fue masivo y hubo numerosos testigos, el expediente alcanzó las 105 fojas, cada uno

narrando cómo fueron robados, algunos golpeados, amenazados con carabinas y lanzas para que

confesaran donde estaba el dinero. Por ejemplo, un residente, Marcelo Fausto, narró que fue

amenazado por la gavilla para que colaborara diciéndoles cual era la casa de Andrés Palacios y

que no opusiera resistencia. Fausto era el sirviente de Palacios, por lo que le preguntaron: “¿qué

todavía estas en casa de ese chingado del blandito?”. Después le espetaron: “si no lo hace[s] haci

[sic.] como te he dicho te mato en donde quiera que te encuentre, si te encuentro con veinte o

treinta a todos los hago secina [sic.]”. Ante esto, confesó lo que le solicitaban y después aseguró

que se escondió.153 En este caso, es claro que uno de los objetivos de robo era el mencionado

Palacios quien era administrador de tabacos, naipes y papel sellado, en ese poblado. En ese

momento se encontraba en Guadalajara comprando efectos para ese comercio. La gavilla estaba

informada de la ausencia de éste personaje y de que su vivienda estaba sola con mercancía y

seguramente con algo de contante.

En general, se siguió el mismo modo de operación del caso anterior, se dividieron en

pequeños grupos que asaltaron diferentes blancos. En este caso, de acuerdo con el testimonio de

uno de los involucrados, Mariano Ortíz (panadero, 21 años, soltero), previo al asalto la gavilla

estuvo rondando la población por alrededor de una semana, vigilando el poblado. Mientras tanto

dormían en el suelo, en los caminos, los que tenían bastimento comían algo encendiendo un

pequeño fuego. Durante esa semana afirmó que estuvieron principalmente en un cerro cercano,

153 BPEJ, STJ, Criminal,1853, caja 5, exp. 12846, f. 22.


305
en tanto mataron dos reses para el alimento y con el cuero elaboraron guaraches. También dijo

que el día del robo hubo asignaciones de blancos por parte de los líderes del grupo. Al respecto

menciona: “dos de nosotros para [la] vocacalle separando pares, nombraron para que subieran a

la torre [a] otros dos, traían los de la torre cada uno su carabina, nombraron para la casa del señor

cura cinco o seis, y que en redondo de la plazuelita esta[ba]n las casa de interés”.154 Este

testimonio es revelador de la práctica del robo a gran escala, de su planeación y organización. En

primer lugar estuvieron estudiando la villa, vigilando a sus habitantes, viendo los momentos en

que era posible asaltarla. Además, se tenía conocimiento claro de los blancos principales: la

vivienda del cura, la de Palacios y las que se encontraban alrededor de la plaza principal (donde

seguramente habitaban los hombres potentados). También demuestra que eran previsores al

apostar hombres en las bocacalles, a las afueras del pueblo y en la torre, esta distribución se hacía

con el fin de defender al grupo criminal en caso de un contraataque, o ante un menos probable

encuentro con policías.

Ortíz mencionó también que uno de los hombres dijo abiertamente que no robaba, ante lo

cual uno de los líderes, Guadalupe Corona, dijo: “¿hombre vamos a fusilando este?”. Pero otro

líder dijo que harían mucho escándalo, “lo que importa es que lleguemos allá sin que áiga pique y

silencio, los llevamos si quieren robar que roben y sino que se queden allí o que se ballan”.155

Ortíz aseguró que el se quedó a las afueras del pueblo vigilando, seguramente lo dijo para atenuar

los cargos aseverando que su actuación no había sido delictiva. Esto demuestra la organización

flexible que tenía el grupo criminal, las anexiones y deserciones se podían dar en cualquier

momento, siempre y cuando se guardaran de delatar a los compañeros. También apoya el

argumento de la sorpresa inicial, un asalto a una población tenía que ser ante todo un acto de

154 BPEJ, STJ, Criminal,1853, caja 5, exp. 12846, f. 52.


155 BPEJ, STJ, Criminal,1853, caja 5, exp. 12846, f. 52.
306
intimidación, el miedo ante la visión de varias decenas de salteadores, llegados inopinadamente y

dispuestos a todo por obtener un botín, sin duda paralizaba a la mayoría de las víctimas y

disminuía la posibilidad de una respuesta. En este sentido, en el auto cabeza de proceso de este

caso, el juez de primera instancia, Juan Vega, mencionó que la población había sido robada lo

cual “causó un trastorno en la tranquilidad pública”. 156

Otro modus reiterado en los casos aquí presentados fue la liberación de presos, como en

un ejemplo antes mencionado, cuando la banda ingresó inmediatamente los excarceló, lo cual

incrementaba aún más el caos y desataba el momento de inestabilidad. Anastasio Martínez

(jornalero, 32 años, viudo) se encontraba encerrado en la cárcel municipal cuando llegó la gavilla,

narró cómo otro reo llamado Urbano Arámbula (jornalero, 25 años, soltero) comenzó a gritar:

“vengan a sacarme pues soy de su partido”, así lo hicieron y tumbaron la puerta de la cárcel.

Arámbula afirmó que en el barullo se quedó en el centro de la plaza, los ladrones lo amenazaron:

“te quitamos la vida si acaso nos entregas o dices para donde nos bamos [sic.] o nos fuimos”.157

Es interesante que de algún modo al mencionar que son del “mismo partido” aseveraba que eran

todos de la misma estirpe delictiva, todos se conocían como ladrones.

Por último, este expediente también es revelador de un punto usualmente oscuro dentro

del modus operandi gavillero: la huida. De acuerdo con lo dicho en el expediente judicial,

después de robar la villa el grupo se replegó y se retiró inmediatamente. Viajaron por varias horas

por caminos y senderos, hasta que en un punto alejado repartieron el botín y se separaron

definitivamente. Arámbula se fue con los ladrones para La Yesca, en un arroyo el líder

Guadalupe Corona le entregó una frazada, un machete y algo de dinero (alrededor de ocho pesos

y dos reales), a Ortíz le dieron 56 pesos y una mascada.

156 BPEJ, STJ, Criminal,1853, caja 5, exp. 12846, f. 1.


157 BPEJ, STJ, Criminal,1853, caja 5, exp. 12846, f. 39.
307
A través del expediente se puede leer cómo los acusados citaban algunos nombres de los

integrantes de la banda (algunos de ellos por su sobrenombre), así como sus lugares de

procedencia, los cuales eran diversos comprobando que el reclutamiento flexible permitía una

amplia movilidad de los hombres. Por ejemplo, se menciona a Ramón Salas, de Capilla de Jesús,

Guadalupe Corona de Magdalena, el güero Lino de Guadalajara, Guadalupe e Isabel Escareño de

Capilla de Jesús, el viejito Olayo de la capital del estado, un individuo denominado “el mellado”,

entre otros más. Sin embargo, sólo se remitieron ante la autoridad a los mencionados Ortíz y

Arámbula, así como a Anastasio Márgaro. De los dos primeros no se menciona su suerte

(probablemente se fugaron o quedaron absueltos), mientras al tercero se le impuso pena capital en

la primera instancia, pero fue revocada por el STJ imponiéndose 6 años de presidio

argumentando que lo único que se le podía comprobar era ser receptador de mercancías robadas,

no ladrón.

En suma, la trascendencia de la obra de Hobsbawm radicó en que impuso en el centro del

debate historiográfico el tema del bandidaje, a partir de ello los estudios revisionistas comenzaron

a observar que desde la perspectiva del archivo judicial, es casi imposible encontrar bandoleros

sociales. De forma paralela, el desarrollo de la historia criminal ha confirmado lo anterior en

numerosos casos. No obstante, al cerrarse una puerta se abrió otra, ante la excepcionalidad de

Robin Hood, aparecieron centenas de ladrones comunes.

El estudio del robo desde el ámbito de la historia del delito abre numerosas vetas de

análisis. Así, en primer lugar se estableció una práctica social compleja de la cual participaron no

pocos ciudadanos así como una autoridad que intentó infructuosamente enfrentar y disminuir la

incidencia de casos. El robo en Jalisco durante los años intermedios del siglo XIX se trató de un

fenómeno diverso, con muchas aristas que ha sido necesario reconstruir desde una perspectiva

amplia. En segundo lugar, se estableció una tipología con base en los modos de operación que se
308
adecúa, no a la imprecisa definición de la legislación (poco clara en su aplicación práctica) sino a

la realidad que se muestra a través de los expedientes judiciales, en la cual hay ciertos parámetros

para agrupar acciones delictivas concretas, así como declaraciones, narraciones que develan tanto

elementos criminales, como sociales y culturales.

A través del análisis de estos documentos fue posible vislumbrar ciertos patrones a nivel

tanto cuantitativo como cualitativo. Como las incidencias de casos por cantón que se agruparon

alrededor de Guadalajara y en ciertas zonas donde había actividad comercial y agrícola

importante como Lagos, Tequila y Tepic. También se hizo por temporada lo que fortaleció la

tesis de que el ladrón salía a buscar un ingreso extra en tiempos de desempleo. Incluso, se

analizó la incidencia del robo en diferentes momentos del día, a través de lo cual se estableció la

importancia que tenía la oscuridad y la inadvertencia para el ladrón.

Del mismo modo, se pueden reconstruir patrones de criminalidad complejos, como la del

movimiento de carne que implicaba tener compradores previamente establecidos, hacer uso de

artimañas para sortear garitas, así como verificaciones de las señales de identidad del ganado. Las

declaraciones de los ladrones abigeos, suelen ser interesantes en tanto buscaban ponderar su

responsabilidad a através de la introducción en el relato de hombres desconocidos. O bien, la

importancia que tenía la ganzúa para los ladrones especializados en horadar puertas, que

observaban los movimientos de las víctimas al tiempo que analizaban los puntos débiles de los

accesos.

De la tipología propuesta, el asalto es sin duda la práctica que tuvo más variantes, pues en

ella intervienen claramente elementos de planeación y colaboración: informantes,

reclutamientos, selección de blancos, casas y motines son elementos presentes. Por supuesto, lo

está la violencia, que en ocasiones fue menor como un golpe o una bofetada, pero en otras llevó a

victimas y victimarios a la muerte. Las pulsiones más elementales salían en los momentos de
309
frenesí, como cuando se asaltaba a poblaciones se sabía que uno de los elementos más

desestabilizadores, y por ello efectivos, era la sorpresa y el miedo de ver a decenas de hombres

peligrosos y armados guiados por su voluntad y ambición. Precisamente, a través de esta

reconstrucción también es posible observar a las víctimas, las cuales impotentes y desprotegidas

en ocasiones oponían resistencia e incluso podían salir victoriosas, pero en la mayoría de las

veces solamente podían describir, con resignación y tristeza lo ocurrido. El accionar delictivo de

los ladrones comunes tuvo una incidencia profunda en la sociedad estudiada, siendo la

sustracción una de sus prácticas comunes y características. De este modo, una descrpción del

panorama social del jalisco decimonónico permanecería incompleto sin la inclusión de los robos.

310
CAPÍTULO 4
CONTINUISMO Y TRADICIÓN.
LA LEGISLACIÓN Y EL CASTIGO A LOS LADRONES

Nadie ignorará cuan absurda y peligrosa también para


el Estado es la equiparación de las penas para el robo
y el crimen. Cuando el ladrón sabe que el riesgo que
corre es igual si robó que si cometió un homicidio,
vese incitado a hacer desaparecer a aquel que, en otro
caso, sólo sería despojado; ya que, si se le detiene, el
peligro de ser ahorcado es el mismo, mientras que el
asesinato, mayor seguridad le ofrece; puede confiar en
que el crimen quedará oculto, al suprimir el posible
testigo. Y, en tal forma, en vez de contener a los
ladrones con la aterradora imagen de castigo, los
impulsamos al crimen.
Tomás Moro, Utopía

INTRODUCCIÓN

El objetivo de este capítulo es estudiar la forma en que se pensó el castigo para los ladrones

durante las primeras décadas del siglo XIX (previamente estableciendo las nociones y

adecuaciones en torno a las penas), mostrar la legislación que se emitió al respecto y, por último,

cómo se aplicó esta entre estos infractores.

Para ello, es necesario establecer que durante los siglos XVIII y XIX hubo un cambio en

la forma de vislumbrar a los delincuentes y las penas de castigo, así como el papel que

desempeñaba la autoridad en ello. Las ideas ilustradas, que permearon de manera significativa en

Europa y Estados Unidos durante el siglo XVIII, también llegaron a Latinoamérica donde se

aclimataron y adaptaron a las circunstancias particulares de cada región. Por lo tanto, para

comprender la legislación jalisciense del periodo 1846 a 1861 es necesario establecer un

recorrido panorámico de este proceso, iniciando con las nuevas ideas sobre el castigo, su
adaptación al caso latinoamericano y la forma en que las leyes se ajustaron a los nuevos

paradigmas que se venían implementando.

Además de un amplio corpus legal, el Estado dispuso de otros componentes de lo que Lila

Caimari denomina: “la maquinaria de control social”,1 para referirse a aquellas instituciones o

constructos que, en su conjunto, le dan sustento y realidad al castigo, por ende aseguran el

dominio sobre las personas y el territorio, como lo son los cuerpos de seguridad (las policías) y

las cárceles. En el Jalisco de mediados del siglo XIX es dificíl pensar que existiera una

maquinaria de control social bien aceitada y en funcionamiento; más bien siguiendo con la

analogía dicha, existía un vetusto y oxidado mecanismo de seguridad, es decir apenas un

entramado de instituciones que a todas luces no cumplían con los requerimientos necesarios para

mantener la tranquilidad pública. En ese sentido, no fue casualidad que la idea dominante fuera la

renovación: ante una administración de justicia engorrosa, anticuada e ineficiente habría que

renovar los tribunales y crear códigos; ante un presidio ya superado por los tiempos habría que

construir una penitenciaría que cumpliera con su función de encierro y lugar de castigo; y por

último ante los ineptos cuerpos de seguridad habría que crear otros modernos, pagados, bien

entrenados al estilo europeo. En parte, el presente capítulo abordará estos temas ya que se sitúa

en el punto medio entre el funcionamiento de un mecanismo oxidado y el deseo de una

maquinaria de control social moderna.

Historiográficamente, la obra de Michel Foucault, Vigilar y castigar, constituyó un

parteaguas respecto a los estudios sobre la punición. Al centrar su análisis en las nuevas formas

de concebir la pena, así como en la institución en ese momento más acabada para esos fines (el

panóptico), este autor brindó una perspectiva mucho más social y política a una historiografía que

tradicionalmente se centraba en la administración de justicia. Además, develó el papel que jugaba

1 Caimari, Apenas un delincuente, p. 24.


312
el Estado como un ente activo y reformador en su propósito de asegurar el poder, llevar a cabo

una diferenciación de los individuos, así como un uso de las corporalidades sometidas (una

economía del castigo). Estableció que la pena no solamente tenía que ver con las relaciones de

producción (una concepción marxista clásica), sino también con las tecnologías del poder. Es

decir, destacó la capacidad del Estado para llevar a cabo una función punitiva.2

De acuerdo con Caimari, la influencia foucaultiana permanece vigente en un sinnúmero

de obras y tesis que abordan la historia del crimen y el castigo, aunque dichos planteamientos se

han aderezado con otras perspectivas, o incluso han comenzado a revisarse críticamente.3 Por

ejemplo, Pieter Spierenburg rebate que el modelo foucaultiano no siempre se puede adaptar

literalmente a otros contextos que no vayan más allá de la Europa occidental (en concreto

Inglaterra o Francia). El autor de Vigilar y castigar ejemplificó el proceso de atenuación de la

pena a través de dos casos ilustrativos separados entre sí por 80 años: la tortura de Damiens y el

reglamento redactado para la Casa de jóvenes delincuentes de París. Especialmente, se crítica el

cambio abrupto que Foucault planteó y resolvió en unas cuantas cuartillas, cuando en realidad la

atenuación de las penas es un proceso histórico de larga duración que lleva características

particulares, lo que implica la reconstrucción de entornos así como la detección de regresiones y

adelantos.4 De planteamientos como el anterior se han desprendido historiografías que resaltan

los contextos regionales o las instituciones de castigo particulares que muestran en su conjunto

otro tipo de desarrollos sobre este tema, los cuales si bien en ocasiones no se adecúan al modelo

de Vigilar y castigar, sí demuestran que cada autoridad llevó a cabo este proceso a su manera, en

2 Es posible establecer un paralelismo entre la concepción foucaultiana y la descrita por Max Weber décadas atrás en
el sentido de establecer una fuerza legítima que proteja los intereses y la estabilidad del Estado.
3 Caimari, Apenas un delincuente, pp. 19 - 21.
4 Pieter Spierenburg, Violence & Punishment. Civilizing the Body through Time, Polity, Cambridge, 2013, pp. 75
- 91 .
313
su propia coyuntura y con los medios que tenía a su alcance. 5 La propuesta de Foucault y el

seguimiento que se le ha dado para explorar las formas de pensar y llevar a cabo el castigo y el

control social en diversos entornos, amplió el panorama a una historiografía que se reducía a la

administración de justicia desde una perspectiva tradicional.

EL LADRÓN ANTE LA LEY

Históricamente, el ladrón ha sido un personaje proscrito. Un individuo que vivía a su manera

fuera de la ley, que buscaba crear su propio modelo de justicia, su propio código de honor, su

propio modo de subsistir. El daño que generaba el ladrón a la sociedad era amplio, pues

evidentemente sustraía los bienes de los particulares, en ocasiones de forma violenta, generando

miedo y temor en los caminos y poblaciones. Además, cuando el poder de los ladrones era

notable, ejercían control sobre amplios territorios, lo que ponía en entredicho y desafiaba la

legitimidad de la autoridad.

Ante esto, el castigo que se imponía al robo era generalmente severo: trabajos forzados,

castigos corporales, encierro, destierro o muerte. Especialmente duras y aleccionadoras fueron las

penas que se prodigaron para aquellos robos que se llevaban a cabo de forma violenta, ya sea

sobre las personas o sobre las cosas (cómo se ha mencionado esto incluía la ruptura de chapas o

bien la horadación de puertas), también cuando el botín era cuantioso o cuando se sustraía de

lugares considerados sagrados. El Estado tenía la obligación de salvaguardar la vida y la

tranquilidad de los ciudadanos, así como la propiedad y los intereses privados.

Sobre la punición que se imponía a esta práctica social, hay numerosos ejemplos

provenientes de diversas latitudes, ya que el robo (entendido en términos amplios) puede

5 Una serie de ensayos sobre la adaptación del paradigma punitivo ilustrado al escenario latinoamericano se
encuentran en: Carlos Aguirre y Robert Buffington, Reconstructing Criminality in Latin America, Wilmington,
Jaguar Books, 2000, 254 pp.
314
considerarse una actividad ejercida universalmente. Por ejemplo, en la China antigua, a los

ladrones se les castigaba rompiéndoles las piernas, o en casos más severos con la amputación de

ambos pies. En la India, a través del código de Hamurabi, se les aplicaba la pena de muerte como

castigo máximo. Siglos después, el código penal francés de 1810 estipuló que el formar un grupo

de malhechores sería penado con reclusión o trabajos forzados.6 Historiográficamente, la obra de

E.P Thompson, Los orígenes de la ley negra es pionera en el estudio, desde un punto de vista

social, del castigo a grupos de ladrones. Su enfoque representó un rompimiento del autor con el

marxismo clásico, en su resistencia a caer en el determinismo económico y la consiguiente lucha

de clases. Él rechazó un enfoque que pensaba reduccionista, ya que negaba el potencial humano

de la agencia y fallaba en la delimitación de la superestructura en tanto ideología, cultura y

política.

Por lo tanto, Thompson plasmó en esta obra una preocupación central: el mostrar la

experiencia del individuo como un factor decisivo en el devenir social. Esta fue precisamente la

visión que tomó para la investigación de la Ley Negra, pues se centró en entender la creación de

una legislación que fue en extremo dura, pero justificada por sus creadores a partir de las

acciones de los llamados “negros”, grupos de personas que se aparecían en los bosques

principalmente con la intención de cazar ciervos. Estos personajes, usualmente, llevaban alguna

máscara negra o llevaban pintada la cara de ese color.

Los “negros” esencialmente hicieron de las suyas en los bosque de Windsor y en

Hampshire, el primero tenía una importancia simbólica para la monarquía y la aristocracia ya que

en el castillo de esa misma localidad el rey, junto con la corte, solía instalar su casa de veraneo y

realizar la caza de ciervos como actividad recreativa. Por lo tanto, era necesario mantener

saludable la llamada economía del ciervo; es decir, que la función específica de ese sitio era

6 Blackmur, Historia de la criminalidad, pp. 47 y 86 - 90.


315
brindarle al rey un descanso de sus ocupaciones gubernamentales. Para ello, el bosque debía estar

bien proveído de estos animales; por consiguiente, la caza estaba prohibida, al igual que la tala de

árboles o toda actividad que perjudicara el número de esos animales.

Thompson recurrió a un análisis profundo de las causas que generaron la imposición de

castigos a estos hombres, debido a que, estadísticamente, sus acciones fueron muy menores en

comparación con otras rebeliones. En concreto, se reconocieron cincuenta nuevos delitos

capitales, aunque el autor establece que, debido a la ambigüedad en su redacción, una

interpretación encarecida de la Ley Negra podía llevar a establecer entre 200 y 250 nuevos delitos

que merecían la muerte. El asunto fue que hubo muchos intereses políticos en la proclamación en

la aplicación de esta ley

Es importante resaltar que la obra de Thompson destaca el punto de vista social en un

estudio que tradicionalmente habría tomado un rumbo estrictamente jurídico. Demostrando así

los intereses políticos, económicos y sociales que giran en torno a la ley, en este caso un deseo de

preservar un control político, simbólico y de control sobre un territorio y una población. Así, el

estudio de una ley permitió evidenciar la existencia de un grupo de delincuentes, vistos como un

sector social que amenazaba los intereses de los potentados. En este sendido, La Ley Negra fue

utilizada a favor del grupo dominante que la concibió. Su aplicación se amplió a casos de

disturbios rurales, especialmente para sucesos de insubordinación. Con lo anterior, Thompson

réplica aquella concepción de que las leyes van evolucionando de acuerdo a una lógica imparcial

y que se van perfeccionando gracias a la jurisprudencia.

En este caso, fueron los intereses de una clase social en el poder, sobre otra dominada lo

que llevó a un retroceso en el desarrollo de la legislación inglesa, aún más, las interpretaciones

tan variadas y en algunos casos hasta contradictorias en la aplicación de la Ley Negra, revelan

como un instrumento de esta naturaleza sirvió para ejercer el poder y el control social. La
316
supuesta función de una ley, en teoría, es brindar la armonía sobre aquello que legisla. En este

caso, Thompson pone en entredicho tal finalidad al aseverar que: “se ha centrado en una ley

mala, redactada por malos legisladores, y aumentada por las interpretaciones de malos jueces”.7

Cuestionar el impacto social de las leyes, y la relación de los castigos comunes con los elementos

políticos y de Estado, fue el gran legado de esta obra. Por lo tanto para contextualizar una historia

del crimen, en este caso de grupos de bandidos, es menester analizar la legislación en términos de

su relación con el poder.

CASTIGAR CIVILIZADAMENTE

La criminología liberal clásica, que surgió en Europa y Estados Unidos entre los siglos XVIII y

XIX, ideó una nueva forma de pensar el castigo. Sus preceptos estaban sustentados por las ideas

de la Ilustración, bajo lo cual se estipulaba que la forma de impartir la pena debería ser más

racional y humana que en la Antigüedad. Sus acciones estaban dirigidas a garantizar el buen

gobierno y la felicidad pública, bajo lo cual se tenían que crear códigos justos e igualitarios,

policías entrenadas y recintos de encierro eficientes. De esta manera se pensaba superar las

viejas y obsoletas maneras de impartir justicia. En este horizonte, el proyecto criminológico se

sustentó en un espíritu optimista que pensaba crear o renovar los marcos políticos e

institucionales.

El papel del Leviatán fue central en la implementación de esta tarea. El principal

argumento que sustentaba y justificaba su potestad punitiva residía en el contrato social, en

salvaguardar la seguridad del territorio y población. El delito era la ruptura de ese pacto puesto

que generaba un daño a la sociedad en su conjunto, en consecuencia el Estado, legitimado para la

defensa social tenía la obligación de repararlo. El castigo no fue un medio para modificar al

7 Thompson, Los orígenes de la ley negra, p. 289.


317
delincuente, sino un instrumento para defender a la sociedad y evitar la propagación de

comportamientos delictivos.8 Asimismo, un recurso para garantizar la legitimidad del Estado y de

la autoridad. Por lo tanto, la mejor forma de defensa fue crear un disuasivo, un contramotivador

al delito.

Se pensaba en términos jurídicos, no morfológicos (o como se le conocería

posteriormente a estas nociones: eugenésicos). Ante la ley, todos los individuos eran

considerados como iguales, por lo tanto no se estipulaba una diferenciación a priori del

delincuente, pues se pensaba que éste realizaba sus actos delictivos en plena conciencia y en

contra de la sociedad. En ese sentido, el delito era un acto emanado de la voluntad del hombre, el

individuo tenía la libertad de realizarlo o no, él era el responsable de sus acciones y tenía que

pagar por ellas en caso de cometer una infracción. Lo anterior acreditó aún más el argumento a

favor de la punición, pues la autoridad era el único medio para defender a la sociedad y perseguir

a los trasgresores de la ley. Para ello contaba con la ley, esbirros armados y lugares para la

expiación o el confinamiento.

En la Europa de los siglos XVI al XVIII, la tortura y las ejecuciones públicas

paulatinamente perdieron su fuerza y se desviaron de su objetivo inicial.9 Ante los ojos de los

ilustrados (que ponderaban la razón y los derechos universales) la expiación, la tortura, la pena de

muerte, las condiciones insalubres de las cárceles y los presidios, se convirtieron en elementos

bárbaros y obsoletos de un sistema que se tenía que reformar. Poco a poco, surgieron voces

críticas que condenaban la política del terror. Su eficiencia se colocó en entredicho al ser cada

vez más común que la gente se identificara con la víctima (apoyando y pidiendo clemencia por

ellas), en lugar de sentir remordimiento y escarmentar ante la desgracia de otra persona.

8 Baratta, Criminología crítica, p. 23.


9 Spierenburg, Violence & Punishment, pp. 104 - 126.
318
El verdugo (adversario del crimen, ejecutor de la ley y representante simbólico del poder

del príncipe) experimentó una profunda impopularidad. Los espectáculos punitivos comenzaron a

realizarse a deshoras y en sitios poco accesibles, la justicia se comenzó a impartir

subrepticiamente. Aún más, las dudas sobre la eficacia del castigo corporal restaron legitimidad a

la autoridad, pues los críticos de estas prácticas pensaban en términos de tiranía y abuso del

poder. En ese ámbito, las ideas de Cesar Beccaria y Jeremy Bentham introdujeron nuevos

elementos para reflexionar de forma civilizada el castigo, uno que no fuera barbárico sino

eficiente tanto en la administración de los recursos como en la corrección.

Becaria publicó De los delitos y de las penas en 1764, teniendo una influencia decisiva en

la transformación del paradigma criminológico. Para Alessandro Baratta este libro es: “mucho

menos la obra original de una genial personalidad que la expresión de un movimiento de

pensamiento en el que confluye toda la filosofía política del Iluminismo europeo y especialmente

el francés”.10 Entretanto, para Sergio García Ramíres, la obra de Beccaria: “recogió ideas que

estaban en el ambiente, las reunió en un opúsculo magnífico, las difundió en Europa, las puso a la

cabeza de la reforma que, a partir de él, caminaría con grandes pasos”.11 Visto de esta manera, el

clásico beccariano es la compilación de una forma de pensar la acumualación de nociones que, en

su conjunto, llevaban la orientación de un cambio.

La obra de Beccaria estuvo fuertemente influenciada por los ilustrados (en especial

Rousseau y Montesquieu a quienes halaga y cita en su texto profusamente). Su planteamiento se

sustenta en términos jurídicos y bajo la óptica del contrato social: un acuerdo dinámico entre la

autoridad y el pueblo en que el último cede algunas prerrogativas, entre ellas el uso de la fuerza y

de los medios de represión, a cambio de que el ciudadano tenga un cúmulo de derechos y

10 Baratta, Criminología crítica, p. 25.


11 Sergio García Ramírez, “Beccaria: el hombre, la circunstancia de la obra” en Beccaria, De los delitos y de las
penas, p. 89.
319
obligaciones que garanticen su existencia. Así, con estos criterios se concibe el delito y la pena.

El primero lo define como: “todas las acciones opuestas al bien público”. Beccaria establece que

el ciudadano sacrifica la libertad, en pos de gozar de seguridad y tranquilidad. El soberano es el

administrador de esa potestad. Por lo tanto, cuando un delito causa un daño a la sociedad es

obligación del soberano “defender el depósito de la salud pública de las particulares

usurpaciones” y agregaba: “tanto más justas son las penas, cuanto es más sagrada e inviolable la

seguridad, y mayor la libertad que el soberano conserva a sus súbditos”.12

La pena para Beccaria tuvo una doble función, se castigaba para retribuir un daño a la

sociedad y, sobre todo, para prevenir que otros incurran en delitos. Se pensaba como una utilidad

preventiva, de aseguramiento de la paz, y en cierto modo pedagógica, pues transmitía una lección

y un mensaje. Se miraba en términos sociales, no individuales, porque la readaptación del preso

todavía no entraba en los planes del jurista italiano (ya que no se menciona en su texto), lo

importante era velar, defender y garantizar la existencia de la sociedad. Su mayor reforma

consistía en atenuar el castigo y abolir la pena de muerte. El tormento y castigo corporal se

pensaban como innecesarios, dado que el castigo proporcional y justo atenuaría por sí mismo los

delitos, evitando los abusos.

Respecto a la pena capital, argumentaba que era ilegítima porque atentaba en contra del

pacto social, no tenía el efecto educativo que requerían los castigos, no era reparable en dado

caso que ocurriera un error en la impartición de justicia y no permitía gradaciones o

moderaciones. En cambio, optaba por el encierro, los trabajos forzados, las multas y, en casos

excepcionales, cuando el delito era grave el destierro. Sobre la ineficacia de la pena de muerte

establecía que: “no es lo intenso de la pena lo que hace el mayor efecto sobre el ánimo de los

hombres, sino su extensión”. Entonces, era más eficiente: “el largo y dilatado ejemplo de un

12 Beccaria, De los delitos y de las penas, pp. 216 y 226.


320
hombre que, convertido en bestia de servicio y privado de libertad, recompensa con sus fatigas

aquella sociedad que ha ofendido”.13 En ese sentido, dado que se castigaba el hecho cometido y

no a la persona o su intención, la pena debería ser precisa y certera. La eficacia de este tipo de

castigos residía en la infalibilidad de su aplicación, aunque fuera un castigo pequeño este tendría

mayor efecto que una gran manifestación pública y ocasional con la intención de difundir temor,

pues ese miedo debería pasar al instrumento del cual se valía Beccaria: la ley.

Beccaria, como un representante más del optimismo ilustrado, creía en la infalibilidad del

castigo o la aplicación correcta de la legislación. Cada castigo tenía que ser proporcional a la

pena, por lo tanto la ley debería ser clara y precisa; además, sería oportuno compendiarla en

códigos escritos de tal manera que fueran accesibles para las masas. Así, el juez simplemente

debería aplicar la pena que se ajustara a la violación del pacto. Sobre esto, García Ramírez

establece: “Beccaria quisiera una pena exacta, gobernada por la precisión de la geometría”, en un

“régimen de sanciones minuciosamente calculada”.14

El otro autor destacado de la criminología clásica fue Jeremy Bentham quien fue el

fundador del utilitarismo, doctrina que centraba su atención en el valor (utilidad) de una acción,

ley o institución en relación a sus consecuencias. El fin último de esta filosofía era obtener un

beneficio o un bien para la mayoría de las personas. Como una derivación del hedonismo, la ética

utilitarista definía el bien y el mal respecto a la experiencia, es decir al placer o al mal que

producían. Bajo esta óptica y dado que el delincuente le estaba generando un daño a la sociedad,

el castigo estaba plenamente sustentado, de hecho el castigo era en ese sentido un bien que se

hacía al cuerpo social, era algo necesario dada su capacidad de actuar como disociador de los

actos criminales.

13 Beccaria, De los delitos y de las penas, p. 276.


14 García Ramírez, “Beccaria: el hombre”, p. 51.
321
Bentham llevó sus reflexiones utilitaristas sobre la punición a un punto notable en su obra

El Panóptico (1791) en la cual propuso un nuevo modelo de institución carcelaria. Al momento

de escribir este libro tenía muy claro lo que pretendía crear, al preguntarse ¿qué es una prisión?

Bentham respondía que:9

Es una mansión en que se priva a ciertos individuos de la libertad de que han abusado, con el fin

de prevenir nuevos delitos y contener a los otros con el temor del ejemplo; y es además una casa

de corrección en que se debe tratar de reformar las costumbres de las personas reclusas, para que

cuando vuelvan a la libertad no sea esto una desgracia para la sociedad ni para ellas mismas.15

La característica principal de este proyecto era su trazo, un edificio poligonal con una

serie de galerones, al centro de los cuales habría una habitación desde la cual un individuo podía

vigilar las celdas. La segunda cualidad era que el vigilante no podía ser visto por los presos, lo

que generaba un ambiente de constante autogestión en los reos, que se sentían permanentemente

observados.

El panóptico le apostaba al diseño, la arquitectura rebasaría su papel tradicional de ser un

recinto de alojamiento para convertirse en parte activa del proceso punitivo. Un ejercicio del

poder sobre los cuerpos emanado de la forma de utilizar los espacios. De ahí su nombre,

panóptico remitía a la facultad de ver todo lo que sucedía al interior del edificio. La vigilancia

generaba una tensión permanente en el acusado, elevando el castigo del cuerpo a las almas y la

psique de los reclusos, una internalización del castigo. Sobre este punto, el autor mencionaba que:

“invisible, el inspector reina como un espíritu; pero, en caso necesario, puede dar inmediatamente

prueba de su presencia real”.16

15 Jeremy Bentham, El panóptico, Madrid, Globus, 2014, p. 30.


16 Bentham, El panóptico, p. 31.
322
Por supuesto, el proyecto del panóptico también cumplía con todas las otras demandas

que solicitaba un recinto de encierro en ese momento como limpieza, orden, disciplina e

industria. Todos estos elementos estaban presentes en el reglamento del edificio. También lo

estaba la separación de la población carcelaria para evitar la “infección moral” de los reclusos.

De igual modo, se procuraba el trabajo con el objeto de aprovechar el tiempo de confinamiento y

evitar la ociosidad. Esto era una idea con claros fines utilitaristas, pues del trabajo se obtenía un

beneficio material e individual (se moldeaba el carácter, la disciplina y la obediencia). El

alimento debía ser el más común y el más barato, así como la ropa utilizada por los presos la más

sencilla. Aunque se incentivaba la disciplina, no debería maltratarse al recluso. En suma, era un

edificio que reducía los costos de manutención y, a su vez, aumentaba la seguridad carcelaria.

En términos generales, la perspectiva sobre el castigo se relacionó directamente con el

encierro. Este cambio, como se ha mencionado, fue descrito en tan solo unas páginas por

Foucault, donde se va de un espectáculo y un suplicio a un reglamento estricto (que ordenaba el

uso del cuerpo y del tiempo) en tan sólo unas cuantas décadas. La transformación del objetivo,

del cuerpo al alma, del exterior al interior, implicaba una readaptación de los medios coercitivos

del Estado. Lo anterior implicaba que la ley y las instituciones se adecuaran a las nuevas

circunstancias que, desde el ámbito de las ideas, se estaban proponiendo. Foucault afirma que

este proceso culminó en Europa, en términos generales, hacia mediados del siglo XIX, pero ¿qué

sucedió en el Nuevo Continente? ¿Cómo se dio este desarrollo?

LA ACLIMATACIÓN DE LAS NOCIONES DE CASTIGO

Las reformas borbónicas propusieron transformar significativamente la forma en que se

gestionaba la monarquía hispana y sus dominios ultramarinos. Este proceso estuvo fuertemente

influenciado por el pensamiento ilustrado, del cual se habían imbuido tanto los reyes borbones
323
cómo la élite que representaba a su círculo más allegado. Si bien se han destacado las

transformaciones económicas, administrativas y políticas que hubo en ese periodo,17 también se

abrió la puerta a la introducción de las ideas punitivas en boga para ese tiempo en el viejo

continente. En este contexto es necesario resaltar la figura del criollo como depositario de esas

nociones. De acuerdo con Benedict Anderson, estos “pioneros criollos” fueron clave para

entender el proceso de independencia y construcción de los Estados nacionales en el continente

americano, debido a que estas figuras eran regularmentes hombres letrados pertenecientes a la

élite pero con una fuerte conciencia de separación respecto a la España peninsular (aunque

compartía con aquella lengua, religión y educación), y una significación un tanto ambigüa de

americanidad que sostenía como un distintivo imaginario de comunidad.18 Así, se convirtieron en

figuras claves para la adopción, adaptación y puesta en práctica de modelos de gestión social y de

reforma a las condiciones de castigo, al igual que para la expansión de estas ideas tanto en

universidades como en espacios públicos a lo largo del siglo XIX.

En ese sentido, la adopción y la influencia de Beccaria y Bentham (que en su conjunto

eran representativos de las ideas criminológicas clásicas) fue evidente en el mundo hispano desde

finales del siglo XVIII. Por ejemplo, la obra de Beccaria se tradujo al español en 1774 por Juan

Antonio de las Casas. Años después, Manuel de Lardizábal publicó su Discurso sobre las penas

contraído a las leyes criminales de España (1782), el cual estuvo influido notablemente por el

autor italiano, lo que le llevó a ser nombrado el Beccaria hispano. Si bien el texto de Lardizábal

retoma a Beccaria, lo hace de manera heterodoxa debido a que no comparte algunas de sus ideas

centrales Por ejemplo, no acepta cabalmente la idea del contrato social en el sentido de un

17 Para más información sobre la influencia del pensamiento ilustrado en el proceso borbónico ver: Colin
Maclachlan, Spain’s Empire in the New World. The Role of Ideas in Institutional and Social Change, Berkeley,
University of California Press, 1988, 201 pp.
18 Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo,
México, Fondo de Cultura Económica, 2005, pp. 78 - 102.
324
gobierno secular, más bien defiende la preponderancia del rey (el orden divino y natural) dentro

de lo que se denomina el buen gobierno. La introducción y la primera parte de su opúsculo están

llenas de loas hacia la monarquía borbónica. Para el pensador criollo, el castigo se relaciona con

su eficacia y, en un sentido más amplio, con el sostenimiento de la paz social. En consecuencia,

bajo ciertas circunstancias era permisible la pena capital así como otros castigos de índole

afectiva y corporal.

La influencia del pensamiento criminológico clásico en el continente americano, en

específico en los países ya independizados que fueron colonias españolas, fue real y se filtró a

diferentes proyectos tanto legislativos como carcelarios. Sin embargo, las adaptaciones de los

modelos punitivos dominantes del exterior no fueron literales ni mucho menos exitosas. Por

ejemplo, Caimari sostiene que los criminólogos y pensadores latinoamericanos reconocían que la

eliminación de la pena de muerte requería una estructura que las jóvenes repúblicas de ese

continente no tenían, por lo menos no durante las primeras décadas de su vida independiente. Así,

tenían que mantener esa medida, porque a pesar de considerarla barbárica no había cárceles

seguras para mantener a los reos el tiempo suficiente para que éstos cumplieran sus sentencias, o

no había fuerzas de seguridad que hicieran frente a las hordas de bandidos, e incluso el aparato

judicial no estaba suficientemente preparado para llevar a cabo una reforma de tal calado. En

suma, aunque todo apuntaba a que las leyes españolas y sus instituciones fueran consideradas

ante los ojos de los ilustrados como: “abominables [e] indignos de atención”, las permanencias

eran todavía muy fuertes. Una cosa era la teoría europea, pero en el escenario latinoamericano

resultaba indispensable considerar: “las necesidades locales de disciplinamiento del vulgo y la

larga experiencia de una cultura penal en la que el espectáculo de la muerte había sido, y seguía

325
siendo, central”.19 Por su parte, Michel C. Scardaville ilustra la posición que jugó el Estado

borbónico en su misión por asegurar el control social y los privilegios de las élites, ante un

panorama de crecimiento poblacional y de presión social originado por la dispar distribución de

la riqueza. Este autor demuestra que la estrategia que se siguió en la ciudad de México fue

incrementar las capacidades de las policías y del aparato judicial. Con este enfoque, se

incrementaron los arrestos (derivados de un incremento en el tipo de delitos a perseguir) y

aumentaron las cifras de presidiarios.

La mayoría de los castigos en la etapa colonial tardía tuvieron una orientación utilitarista,

pues las penas relacionadas con trabajos forzados se incrementaron del 10% al 80% durante el

siglo XVIII; es decir, los delincuentes menores, los vagos, los alcohólicos, deberían tener una

actividad provechosa. Lo anterior estaba también relacionado con una intencionalidad por

promover la rehabilitación del delincuente, ya que era común que también se impusiera la

impartición de un oficio o conocimiento que resultara de utilidad o provecho para el sentenciado.

La idea era que una vez libre, éste podía tener las herramientas para salir adelante en términos

económicos. Esta noción fue más una herencia del paternalismo habsburgo que una aclimatación

ilustrada.20 Así, se observa que la adaptación de la criminología clásica fue sui generis y, en

cierta medida, casuística pues cada contexto exigía tomar medidas particulares, a partir de las

cuales se tomaban ciertas ideas y se dejaron de lado otras.

En términos generales, el proceso latinoamericano fue de larga duración. Para Buffington,

el cambio en las nociones que se tenían sobre el castigo inició en el siglo XVIII tardío con la

influencia notable del reformismo borbónico y culminó hasta principios del siglo XX, cuando los

Estados de la zona subcontinental se encontraban más consolidados y pudieron implementar

19 Caimari, Apenas un delincuente, pp. 38 - 40.


20 Michael C. Scardaville, “(Haspburg) Law and (Bourbon) Order: State Authority, Popular Unrest, and the Criminal
Justice System in Bourbon Mexico City” en Aguirre y Buffington, Reconstructing Criminality, pp. 1 - 19.
326
estrategias de criminalización eficientes para grupos sociales específicos (vagos, prostitutas,

rateros o disidentes políticos), apoyados en discursos sobre la necesidad de una mejor punición

sostenidos por la prensa, criminólogos, penalistas y psiquiatras.21 Tomando en cuenta esta

afirmación, el momento en el que se analizará el caso jalisciense es apenas un episodio temprano

dentro de un proceso mucho más profundo. Una etapa donde la herencia de la legislación

española era una base y, a su vez, un lastre que tenía que superarse.

LA LEGISLACIÓN: CONTINUIDAD Y RUPTURA

El momento histórico en el cual se enmarcan las leyes y los decretos a analizar está compuesto

por dos procesos contrapuestos entre sí, pero que coexistieron por décadas. Ambos estuvieron

influidos por ideas de cambio y continuidad descritas arriba. Por un lado, la intención republicana

por superar la legislación colonial, la cual permanecía vigente pero se consideraba obsoleta, y en

cambio adoptar una codificación moderna. Por el otro, y debido a la dificultad que representaba

implementar exitosamente el proyecto anterior (debido principalmente a la inestabilidad política

y debilidad económica), el inevitable mantenimiento de una multiplicidad de leyes en un contexto

en el cual se consideraban obsoletas o en menor medida ineficaces.

De acuerdo con Aguirre, Salvatore y Speckman, el derecho penal de Antiguo Régimen

tenía ciertas características como la centralización del monarca en la elaboración de leyes, la

multiplicidad de sujetos de derecho (lo que generaba tener diferentes tipos de tribunales), o la

noción de castigo como una afrenta al rey y a Dios. Esto ocasionaba que la ley estuviera sujeta a

diversas interpretaciones y su aplicación fuera confusa así como inconsistente en su aplicación

(especialmente debido al lenguaje poco accesible con el cual eran escritas y a la corrupción).22

21Aguirre y Buffington, Reconstructing Criminality, pp. XI - XIII.


22 Aguirre y Salvatore, “Writing the history of Law”, pp. 3 - 5; y Speckman, Crimen y castigo, pp. 25 - 27.
327
En contraparte, y como se ha mencionado arriba, a principios del siglo XIX las nuevas

repúblicas en América Latina se vieron fuertemente influenciadas por el pensamiento de la

criminología liberal clásica. En términos legislativos esto significaba la consolidación del Estado

como sustento de derecho, así como superar el pluralismo jurídico para consolidar lo que Paolo

Grossi denominó el “absolutismo jurídico”, un proceso encaminado hacia el aseguramiento del

control social. Bajo esta óptica se pensaba que “en adelante la justicia será entendida como la

correcta aplicación de la ley del Estado y determinada en exclusiva por los órganos judiciales

establecidos por el propio Estado”.23 Los procesos judiciales se someterían al imperio de la ley,

dentro de un sistema que se pensaba más justo y eficaz.

Lo anterior implicaba crear una nueva legislación, y en un nivel más allá, crear códigos

de leyes. Asimismo, establecer la ley como el eje que regulara las actividades humanas, mientras

los castigos se vilsumbraban como un mecanismo sofisticado en manos del poder para el control

social. Derivado de esto surgió el fenómeno codificador, el cual se concibió a partir del

movimiento humanista del siglo XVI y se consolidó en la Ilustración como una forma de tener

una obra base, clara en su redacción y accesible, para la correcta aplicación de las leyes. En

medio del racionalismo imperante, la legislación se pensaba de forma metódica, precisa en sus

alcances e interpretaciones, como si se tratara de una ciencia aplicada.24

Beccaria había defendido este proyecto, pensaba que tener un conjunto fijo de leyes “no

deja más facultad al juez que la de examinar y juzgar las acciones de los ciudadanos si son o no

conformes a la ley escrita”. También creía que terminaría con “la oscuridad de la ley”, es decir

aquella ambigüedad característica de la jerga jurídica que ponderaba el lenguaje técnico, erudito,

23 Jaime del Arenal Fenochio, “El discurso en torno a la ley: El agotamiento de lo privado como fuente del derecho
en el México del siglo XIX” en Connaughton, Illades y Pérez Toledo, Construcción de la legitimidad, p. 306.
24 Jaime Hernández Díaz, “El código civil del Estado de Oaxaca” en Código civil para gobierno del estado libre de
Oajaca 1828, Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca / Congreso del estado de Oaxaca / Secretaría de
cultura del estado de Michoacán, 2010, pp. 18 - 24.
328
e inaccesible para la interpretación del común de la población.25 En suma, la codificación era

esencial para imponer orden en la ley, “para eliminar las numerosas contradicciones entre las

fuentes, y una vez más para dar certeza a la esfera de la licitud, a la esfera, pues, en que la

autonomía privada es libre de expresarse”.26 Estas ideas estuvieron presentes también en Cádiz y

eran, prácticamente, un lugar común para los círculos gobernantes y juristas, en los inicios de la

vida independiente mexicana.

Esta aparente contradicción de procesos fue en realidad la caracterización de un momento

intermedio en donde coexistieron la legislación española y la intencionalidad por superarla,

mediante críticas en la opinión pública hacia su ineficiencia y la promoción de decretos y

códigos. En ese sentido, y de acuerdo con Aguirre y Salvatore, la legislación española colonial

era inconsistente con lo que se pretendía implementar desde el ámbito político liberal.27 Sin

embargo, persistió por la fuerza de la costumbre, así como por la imposiblidad de aprovechar la

coyuntura, demostrando que las transformaciones de fondo se implementan de manera mucho

más lenta que los proyectos que los sustentan. En otras palabras, se disponía de la teoría, ideas y

proyectos, pero se carecía de dinero y establidad política y social para llevarlos a cabo. La

inestablidad del siglo XIX mexicano no daba para ello, al contrario privilegiaba lo inmediato, lo

conocido, ante el cambio a largo plazo.

Lo anterior era algo que se percibió desde el momento mismo de la creación de las nuevas

repúblicas latinoamericanas y en concreto de México. Además, se convirtió en un argumento

consistente a lo largo de las primeras décadas de la vida independiente mexicana para explicar el

fracaso en la administración de la justicia. Por ejemplo, en el contexto de la discusión sobre la

25 Beccaria, De los delitos y de las penas, p. 222.


26 Massimo Pavarini, Control y dominación. Teorías criminológicas burguesas y proyecto hegemónico, México,
Siglo Veintiuno Editores, 2013, p. 31.
27 Aguirre y Salvatore, “Writing the history of Law.”, p. 4.
329
pena capital y el indulto, (cuando se debería aplicar, en qué casos y especialmente bajo qué

reglamento normativo) el periódico capitalino El Cosmopolita reflexionaba de la siguiente

manera: “en efecto, hay esa necesidad en un país como el nuestro, en que no se conoce un código

completo de leyes penales, sino más bien un caos profundo [...] ¿Porque no se derogan más bien

las malas leyes y se sustituyen con otra buenas? ¿Porque no se espurgan [sic.] siquiera esos

cuerpos de leyes, disímbolos y complicados?”.28

Años después, El Monitor Republicano relacionaba el nivel de civilización de un pueblo

con la calidad de sus leyes, por lo tanto era necesario tener una legislación que asegurara “las

vidas y propiedades de los ciudadanos” y que estableciera “un orden constante en la marcha

social, defendien[do] al débil de los ultrajes y agresiones del fuerte, y a este [...] de la astucia y

acechanzas de los malos".29

Ese mismo órgano resaltaba que la legislación mexicana imperante era intrincada y

oscura, pues salvo los conocedores de la jurisprudencia la gran mayoría de los mexicanos

desconocía: “cuál es nuestra legislación vigente [pues esta se encontraba] dispersa en multitud de

grandes y pequeños volúmenes, y compuesta de providencias dictadas en circunstancias y

tiempos muy diversos, ó por gobiernos distintos y aún contrarios en su forma”.30 Sobre éste

último punto, el periódico resaltaba la contradicción que implicaba declararse independiente de

España, pero al mismo tiempo mantener vigente su legislación. Por supuesto, esta interpretación

era política: la independencia de una nación debería conllevar que ésta tuviera, entre otras cosas,

sus propias leyes. Pero como se ha mencionado, en el ámbito legislativo, aún había

permanencias.

28 El Cosmopolita, México, sábado 13 de enero de 1838, tomo III, núm. II, pp. 3 - 4; y Solares, Bandidos somos y en
el camino andamos, p. 155.
29 El Monitor Constitucional, México, martes 24 de diciembre de 1844,núm. 3, p. 2.
30 El Monitor Constitucional, México, jueves 9 de enero de 1845, núm. 17, p. 3.
330
Jalisco, por su parte, no fue una entidad ajena a este debate. Por ejemplo, Prisciliano

Sánchez se lamentaba que las leyes existentes eran muchas, complicadas e inexactas. Incluso,

algunas ya eran consideradas contrarias al sistema liberal. Al respecto se preguntaba: “¿quién no

advierte que unas leyes que se acomodaron al espíritu y al genio de una monarquía absoluta, no

pueden ser las más propias para los negocios de una República del todo democrática?”. Lo

deseable en consecuencia era tener un código general adecuado a las nuevas circunstancias que la

república exigía. En tanto, el gobernador proponía que se extrayeran de las numerosas

recopilaciones y cedularios existentes: “aquellas leyes más usuales y comunes presentándolas en

una colección compendiada” para auxilio y guía de tribunales y personas.31 En el mismo tenor

Juan N. Cumplido establecía que la falta de aplicación clara de la justicia era debido a la carencia

de leyes que fueran adecuadas al sistema de gobierno adoptado. Sobre esto mecionaba: “de ahí

depende el entorpecimiento de asuntos urgentes en lo civil y criminal por las frecuentes dudas y

algunas bien trascendentales en que los tribunales vacilan para resolver en justicia”.32

En esa época, el periódico El Iris de Jalisco comenzó a publicar por entregas el código

napoleónico como muestra de una legislación avanzada.33 Desde su perspectiva, dicha iniciativa

era una forma de ir cumpliendo metas que, en su momento, permitirían configurar una legislación

moderna en el estado. Unos años después, hacia 1828, el órgano El Jalisciense mencionaba que

la legislación imperante en el país se encontraba incompleta, porque no había un código, y la

existente estaba desfasada para aquellos momentos, puesto que se basaba en los códigos

españoles. Al respecto mencionaba: “[esto] no solamente es la cosa más incoherente, sino la más

perjudicial a los ciudadanos”. Por lo tanto, “falta un sistema que partiendo desde la carta

31 Sánchez, “Memoria sobre el estado actual”, pp. 60 - 61.


32 Juan Nepomuceno Cumplido y Rodríguez, “Memoria sobre el estado actual de la administración pública del estado
de Jalisco, 1 de febrero de 1827” en Orozco y Hernández Z., Jalisco. Testimonio, pp. 75.
33 El Iris de Jalisco, Guadalajara, viernes 26 de noviembre de 1824, núm. 156, p. 2.
331
constitucional y terminando en los últimos códigos, y reglamentos establezca la república sobre

bases uniformes”.34

Años después, Herrera y Cairo consideraba un absurdo que un gobierno cuya forma de

organización era el Estado federal estuviera “regido por el antiguo derecho Romano que hace

trescientos años le fue transmitido por un conquistador despótico, que a su vez lo había admitido

como la mejor planta exótica de sus dominios”, la formación de buenos códigos “regularizará la

administración de justicia, fijará los límites de nuestras obligaciones y derechos, y pondrán en

manos de todos los ciudadanos el más importante de todos los contratos sociales”.35 Por último,

Cañedo y Arróniz señalaba que la vigencia de legislación romana, goda o visigoda, sarracena,

española del absolutismo, española, constitucional y americana, constituían: “un cúmulo inmenso

de leyes y decretos [que] da lugar a que los litigantes usen mil subterfugios, que hacen los pleitos

indefinidos y por consiguiente causan la ruina de innumerables familias”.36

Las principales críticas versaban sobre dos ideas, la oscuridad y poco claridad en la

redacción de las leyes y la cantidad ingente de estas. Este galimatías daba pie para tener una

deficiente administración de justicia en el estado, una que tenía criterios disímiles al momento de

juzgar a los ladrones. Ademas, a través de estos ejemplos resulta claro que la intención política de

los gobernantes era romper con el pasado colonial. La construcción del Estado mexicano

implicaba crear un nuevo entramado institucional, lo cual conllevaba una nueva legislación. Si la

ley era el sustento para la construcción de esa república moderna, que los políticos de la época

soñaron, esta debería tener su propia legislación republicana. Con lo cual creerían que se

terminaría con los privilegios jurídicos de los grupos acomodados, pero al mismo tiempo

34 El Jalisciense. Periódico político, de ciencias, artes y literatura, Guadalajara, jueves 13 de noviembre de 1828,
núm. 48, p. 190.
35 Herrera y Cairo, “Memoria que el C. Gobernador”, pp. 130 - 131.
36 Cañedo y Arroniz, “Memoria que el exmo. Señor”, p. 152.
332
garantizaría la seguridad del territorio imponiendo medios de control adecuados a las nuevas

ideas sobre el crimen: penas menos severas, incluso pecunarias, la enseñanza de un oficio a los

reos, códigos unificados y penitenciarías. En ese sentido el simbolismo era claro: la mirada del

futuro nacional apuntaba hacia Francia, Inglaterra o los Estados Unidos, al tiempo que se le

daban la espalda a la península.

Sin embargo, las intenciones políticas chocaron con los lastres de una realidad llena de

contradicciones y sustentada en la tradición y el continuismo. La concreción de estos proyectos

fue, en general, tardía con algunas excepciones tempranas como fue el caso del código civil

oaxaqueño de 1828; en cambio, la publicación del código penal en la ciudad de México se dio

hasta 1872 y el jalisciense hasta 1885. Lo anterior no quiere decir que no existieron intentos

previos (especialmente porque bajo el federalismo se delegaba la potestad a cada entidad para

emitir su propia legislación), solamente que no existieron las condiciones para que se realizaran.

Por ejemplo, en 1831 el Presbítero Francisco Delgadillo dirigió a la asamblea legislativa

del estado de Jalisco un infructuoso proyecto de código criminal. Este individuo establecía que

las penas deberían ser proporcionales a los delitos, menos severas, con una aplicación justa y

gradada. Esto implicaba: “la más pronta reforma del código penal de España, al que por desgracia

todavía están sujetos los americanos”, para superar “la sangrienta y bárbara legislación española”,

propuso un código criminal que abolía la pena de muerte y restringía enormemente los castigos

corporales, además instaba a que un delito se ha de medir “si es posible matemáticamente” para

determinar la proporcionalidad de la infracción y del castigo. 37 Privilegiaba el encierro y las

sanciones pecuniarias. Sobre el robo, establecía una pena de 10 años de presidio para los

37 C. Presbítero Francisco Delgadillo, “Proyecto para la formación de un nuevo Código Penal” en Biblioteca Virtual
Poder Legislativo del Estado de Jalisco, http://congresoial.gob.mx/bibliotecavirtual/, fecha de consulta: 13 agosto de
2014 .
333
asaltantes que utilizaran la violencia, cinco años cuando no existiese el agravante violento pero la

cantidad fuese mayor a mil pesos, cantidades menores se castigarían con obras públicas y multas.

Este no fue el único intento de la clase política regional para crear un texto codificador.

En 1850 se publicó otro documento similar, el Proyecto de ley penal y de procedimientos contra

los ladrones, asesinos y sus cómplices que como se verá más abajo definió los tipos de hurto,

estableció la pena capital así como el presidio.38 Sobre lo dicho, Anastasio Parrodi se lamentaba

en 1857 de los fracasos constantes que ha tenido el legislativo jalisciense en sus intentos por

implementar un código de leyes, al respecto aseguraba: “hubo un tiempo en que el estado [de

Jalisco] proyectó dar a los demás el envidiable ejemplo de la formación de sus códigos

particulares”.39

En términos generales, es posible afirmar que uno de los elementos que llevó a estas

iniciativas a fracasar fue el contexto político en extremo accidentado que se vivió en el territorio

nacional a lo largo del siglo XIX. Aquellas primeras décadas fueron tiempos en los cuales cada

caudillo y hombre en el poder emitía órdenes, cédulas o decretos que se adecuaban a su

percepción ideológica o proyecto político, acrecentando así el desaseo jurídico existente. La

emisión de un código de leyes moderno, que se nutriera de la avanzada europea, requería tiempo

y tranquilidad para la reflexión de los temas centrales, dichas condiciones simplemente no

existieron en aquellas décadas convulsas.

Así, el panorama que prevaleció en el ámbito de la justicia durante la primera mitad del

XIX fue el de la ineludible continuidad. La situación no podía ser de otro modo, se tenían que

buscar una solución al problema de la administración de justicia y de la creación de un código

criminal, pero en la práctica se siguió haciendo uso de la legislación colonial, mezclada con

38 La Voz de la Alianza, Guadalajara, viernes 22 de marzo de 1850, vol. 1, núm. 79, pp. 1 - 4.
39 Parrodi, Memoria presentada por el gobernador, f. 18.
334
nuevos decretos. En consecuencia, el panorama general se caracterizó por la “dispersión”, como

lo denomina Speckman, es decir el uso y vigencia de muchas y diversas leyes al mismo tiempo.40

Bien se podía hacer uso de la Novísima Recopilación, citar las Pandectas o echar mano de las

Siete Partidas, al mismo tiempo que citar decretos decimonónicos del centralismo o federalismo

(los cuales podían ser contradictorios entre sí). En este contexto, la ley y la administración de

justicia no cumplían con su función de salvaguardar el orden y disminuir la delincuencia, porque

permitían una serie de subterfugios e interpretaciones contradictorias. En ese sentido, tampoco

aseguraban la igualdad jurídica porque el sistema se prestaba a la corrupción y los favoritismos.

Al respecto, El Mosquito Mexicano aseguraba que el verdadero problema no radicaba en

las leyes “antiguas y modernas”, sino en la deshonestidad imperante al interior del sistema de

justicia, establecía que: “¡con razón está el país cargado de criminales por todas partes, y con

razón todos se quejan de su inseguridad en las poblaciones y caminos”.41 En general, y de

acuerdo con Laura Solares Robles, el escenario se podría describir de la siguiente manera, había

una: “multiplicidad de leyes, confusión al interpretarlas, falta de un código general, escasa

preparación de los mismos administradores de justicia, enormes distancias y dificultades en las

comunicaciones para brindar y recibir información”.42

LA LEGISLACIÓN JALISCIENSE SOBRE EL ROBO

Durante el siglo XIX el proyecto liberal buscó imponer como un aspecto central del país, el

cumplimiento de las leyes, lo que a su vez se traducía en una visión del castigo que privilegiaba

lo jurídico, poco importaban los hombres, sino tener buenas leyes y que los tribunales castigaran

40 Speckman Guerra, Crimen y castigo, p. 23.


41 El Mosquito Mexicano, México, viernes 4 de noviembre de 1836, tomo III. núm. 61, pp. 3 - 4; y Solares, Bandidos
somos y en el camino andamos, p. 152.
42 Solares, Bandidos somos y en el camino andamos, p. 160.
335
de acuerdo esa legislación. En ese sentido y de acuerdo con Padilla Arroyo, es notorio que: “una

interpretación exclusivamente sociológica de la criminalidad hubiera puesto el acento en las

contradicciones socioeconómicas, lo cual hubiera significado reconocer que el delito era producto

de las desigualdades sociales”.43

En ese sentido, pocos fueron los que resaltaron las condiciones de pobreza, pauperización

y descontento como aspectos relacionados con el robo, más bien se pensaba en términos del daño

social que este delito generaba y del castigo que se debería tener así como en el accionar de la

autoridad al respecto. Algunos como Mariano Otero sí relacionaron ambos aspectos, pero éste lo

hizo vinculando el nivel de “civilización” de los estratos más bajos con su nulo seguimiento a las

leyes. En cierta medida, durante todo el siglo XIX (aunquen fue mucho más evidente en el

Porfiriato) prevaleció la concepción que relacionaba la legalidad con la honradez de una

aristocracia política y el castigo con un pueblo delincuente.

En ese tenor, ¿porqué se castigaba a los bandido? En primer lugar, como ya se ha

mencionado el término era muy amplio y se utilizaba de forma laxa, un bandido bien podía ser un

enemigo polítco, un cacique alzado en contra del gobierno o un individuo que dirigía una

cuadrillas de hombres con intenciones de robar. Sobre lo dicho, Vanderwood afirma que: “en la

práctica el Estado [utilizó el término] para minar actividades que le son adversas, de carácter

político, o para crear una atmósfera de incertidumbre en torno a la legitimidad de las mismas”.44

Sin duda, el debate en torno al castigo era político. Las acciones de los ladrones podían

desestabilzar al Estado, y en ese sentido tambien el accionar del ladrón común, especialmente

cuando sus actividades eran numerosas y permanecían impunes. Un conjunto numeroso y visible

de robos a todos los niveles ponía en entredicho la capacidad estatal para garantizar la seguridad,

43 Padilla, Criminalidad, cárceles y sistema penitenciario, p. 118.


44 Vanderwood, “Los bandidos de Manuel Payno”, p. 121.
336
física y material de la ciudadanía, lo que a su vez cuestionaba la legitimidad que tenía la

autoridad y orientaba la reflexión hacia su capacidad para castigar. Es decir, muchos se podrían

preguntar si el Estado no cumplía con su parte dentro del contrato social, ¿para qué cumplirlo? En

ese sentido, nuevamente Vanderwood afirma que la voluntad política de la autoridad se tiene que

interpretar bajo una óptica de temor, ya que “la misma idea del bandidaje [era] lo que

amenaza[ba] al Estado”.45

Así, se comprende que la necesidad de imponer una legitimidad tuvo un precio muy alto

para el Estado. En ese sentido, la legislación fue la forma a através de la cual se impuso el control

social, pues ella privaba o excluía a los ladrones y a los delincuentes de los ciudadanos, a los

primeros habría que someterlos, desterrarlos, encerrarlos o matarlos, en tanto los segundos

deberían ser el ejemplo, pues se sometían a las normas impuestas, al marco establecido. En

consecuencia, tanto a nivel nacional como estatal se expidieron numerosas leyes sobre el robo,

una parte de ellas se direccionó de forma concordante con las ideas sobre el castigo en boga,

mientras otras prefirieron imponer penas severas y aleccionadoras. En ese sentido, es posible

observar la voluntad que tenía la autoridad estatal en disminuir la práctica del robo a través de sus

leyes.

En el México independiente, se pretendió castigar a los ladrones con pena capital, juicios

sumarios y castigos de terror.46 Jalisco no fue ajeno a estos procedimientos, las numerosas

fuentes jurídicas que abordan el problema de los robos a caminos y poblaciones dan cuenta de

que el fenómeno era grave y que se le estaba combatiendo. Antes que nada, es necesario

puntualizar que el estado tenía en su capital una ciudad con una importante tradición en términos

jurídicos y de administración de justicia. Guadalajara había sido sede de una Audiencia y

45 Vanderwood, “Los bandidos de Manuel Payno”, p.128.


46 Para un recorrido panorámico por este tipo de leyes tanto en la colonia como en la primera mitad del XIX ver:
Solares, Bandidos somos y en el camino andamos, pp. 144 - 163.
337
posteriormente de un Supremo Tribunal de Justicia. Además, tenía en la Universidad de

Guadalajara un espacio de discusión sobre este tema, así como un semillero de futuros abogados

y jueces que a la postre tomarían preeminencia en el ámbito político regional. Por lo tanto, era

una ciudad donde se manejaba la tradición del derecho hispano, pero también se conocían las

nuevas teorías sobre el castigo provenientes de Europa.

Una vez instaurado el régimen republicano se comenzó a emitir legislación sobre el tema,

la cual sin duda heredó muchos aspectos de la colonial que todavía permaneció vigente. El 24 de

marzo de 1825, el gobernador Prisciliano Sánchez, expidió el decreto 8 en el cual estableció que

toda asociación de malhechores ó bandidos constituía un crímen contra la seguridad pública. El

crímen lo constituía tanto la sola conjunción de ladrones como el robo en cualquiera de sus

modos (en el texto se entendía el robo desde una perspctiva amplia que incluía el hurto y la

rapiña), el castigo para este delito sería de ocho años de presidio.47 Por supuesto, había una serie

de agravantes como la cantidad de lo robado, si el robo ocurría en caminos, en lugares

considerados sagrados o por la noche; o bien si se cometía violencia sobre la cosa horadando una

pared o rompiendo puertas. Para estos casos, se podían extender las penas de encierro hasta 20

años. Ahora bien, si la acción delictiva conllevaba el asesinato de las víctimas, se contemplaba la

pena capital. Sin duda, este primer decreto responde a un fenómeno que se venía dando en el

territorio desde finales del siglo XVIII y que explotó de forma notable con la rebelión de Hidalgo,

el de grupos de ladrones rondando y robando impunemente en caminos y poblaciones. En ese

sentido, el primer objetivo de la autoridad estatal consistía en apaciguar aquella práctica grupal.

Un año después, en Mayo de 1826 se expidió el decreto número 44 que amplió la visión

sobre el modo de castigar a los delincuentes, dicho texto legislaba sobre el asesinato, el

homicidio, las riñas y las heridas, así como el robo. Sobre este último, afirmaba: “es ladrón el que

47 Colección de los decretos, tomo II, pp. 16 - 21.


338
con fraude o violencia toma los bienes de otro sin voluntad”.48 En este caso, se hacía una

diferenciación clara entre el robo no violento y el que sí lo era: al primero se le impondrían

multas o castigos de servicio público, en tanto para el segundo se tenían castigos más severos.

Tres años después de su expedición, en 1829, se derogaron las penas pecunarias en pos de

privilegiar los castigos de encierro para el caso de los delitos menores.49 Es importante resaltar

que por robo violento se entendían numerosas acciones, desde el arrebatamiento de cosas sin

arma de por medio, la horadación de las puertas (la violencias sobre las cosas) o bien el asesinato.

Nuevamente, en el caso más extremo se contemplaba la pena capital. Los ladrones eran definidos

como los individuos que se organizaban para atacar personas o cosas o bien los que tenían

colaboración o prestasen auxilio para estos fines.50

Tanto en la definición de delito como de delincuente, se partía de una perspectiva amplia

que tenía una serie de subdivisiones (desde lo simple hasta lo infame) y que, a su vez,

complejizaban el castigo a la práctica del robo. En ese sentido, el citado decreto establecía que la

pena de muerte se aplicaría en las cabeceras de cada Cantón a las once del día en un lugar

previamente establecido por la autoridad, al reo lo fusilaría la tropa permanente (si la hubiere) o

bien la milicia cívica. Para el caso de las obras públicas, estas se llevarían a cabo igualmente en

las cabeceras de Cantón o en pueblos donde hubiese “cárcel segura”.51

Resulta interesante que, desde el ámbito legislativo, se instaba a las autoridades a

perseguir de forma incesante el robo. El mencionado decreto 8 estipulaba que los jueces, los

agentes de policía o los síndicos que fueran morosos en la persecusión de malhechores serían

castigados con penas pecunarias. En ese sentido, la autoridad tenía la capacidad para catear o

48 Colección de los decretos, tomo II, p. 300.


49 Colección de los decretos, tomo III, p. 421.
50 Colección de los decretos, tomo II, p. 302.
51 Colección de los decretos, tomo II, p. 309.
339
allanar las casas con el fin, entre otros, de aprender a un reo.52 Igualmente, el decreto 44

estipulaba: “los agentes de policía deben perseguir á los ladrones y asesinos de día y de noche,

dentro y fuera de poblado”, para más adelante añadir que se concedía “acción popular” para

acusar a las autoridades que fueran morosas.53 ¿Porqué castigar la falta de iniciativa en la

persecusión de los ladrones? Es posible que existíera una parte de corrupción en el sistema de

justicia, algo que se podía leer en la prensa de la época, pero también es probable que el mismo

Estado conciera la debilidad de su incipiente estructura de castigo y, por lo tanto, se valiera de

medios coercitivos para llevar a cabo el control y la disminución de los robos. La tarea no se

podía sustentar en las nociones del deber, de la justicia o de lo correcto, sólo a través de un

sistema de recompensas y castigos se llevaría a cabo.

Un año después, el Congreso hizo extensiva la tarea y obligación de la persecusión de los

malhechores a la ciudadanía en general. El decreto 176 de 1829 estipulaba que todos “sin

distinción alguna” estaban obligados a colaborar en el “descubrimiento, persecusión y arresto de

los delincuentes”.54 Lo mismo ocurría en el caso de tener que declarar como testigo en alguna

causa criminal. Parece ser que la estrategia punitiva no estaba teniendo resultados pues en 1830 el

Congreso estatal emitió una circular en la que se instaba al Supremo Gobierno para que tomara

medidas más enérgicas en la persecusión de malhechores.55

Ante esto, hubo por lo menos dos reacciones. La primera, nuevamente se dirigió a la

población en general, pero esta vez no de forma coercitiva (obligándolos a colaborar), sino que se

creó un fondo a través del cual se premiaría a quienes ayudasen en la aprehensión de

malhechores. El mencionado fondo abarcaría contribuciones de la población y para ello se pedía

52 Colección de los decretos, tomo II, pp. 65 - 67.


53 Colección de los decretos, tomo II, p. 310.
54 Colección de los decretos, tomo III, p. 353.
55 Colección de los decretos, tomo IV, p. 126.
340
la colaboración del ejecutivo estatal y los jefes de Cantón. La cantidad del premio la determinaría

el jefe político de acuerdo al nivel de ayuda prestado para la causa.56 El dinero obtenido serviría

para equipar y pagar a las policías. La segunda reacción estribó en disponer de mayor número de

gendarmes, organizarlos y facultarlos para que puedan catear casas sin las formalidades de la ley

(es decir, sin permisos de jueces). Para tales fines había flexibilidad presupuestaria.57

Esta serie de decretos tenía como telón de fondo la reorganización de las fuerzas de

policía, sin un cuerpo dedicado a paliar este mal no se podría dar el primer paso en la

disminución de los robos. Aunado a lo anterior, es interesante la manera cómo la autoridad

solicitaba, primero de forma obligada y después colaborativa, ayuda de la ciudadanía en esta

tarea. Lo que revela claramente el carácter reactivo y coyuntural de las normativas que se

expedían desde el ámito legislativo, ante la crisis de la plaga y la carencia de recursos, habría que

delegar esta tarea en los particulares. El tamaño del problema generó una serie de reacciones sin

mucho rumbo de fondo.

Por supuesto, los castigos hacia la práctica del robo se fueron diversificando, aplicándose

no sólo a los cómplices o receptadores de ladrones, sino también a quienes portaban y hacían uso

de ganzúas o instrumentos para robar. Para el primer caso, el decreto 279 de febrero de 1830 (el

cual tomaba cómo base el citado 44) establecía para los mencionados cómplices un castigo de

cuatro a seis años en el presidio del estado.58 Después, se aclaraba que para aquellos que fueren

acusados antes de la verificación de la mencionada legislación, se les impondría la pena de seis

años como lo estipulaba la recopilación de Castilla.59 Lo anterior demuestra que la legislación

colonial permanecía vigente y era la base fundamental para la creación de las nuevas leyes que se

56 Colección de los decretos, tomo IV, p. 135.


57 Colección de los decretos, tomo IV, p. 398.
58 Colección de los decretos, tomo IV, p. 130.
59 Colección de los decretos, tomo IV, p. 382.
341
estaban expidiendo. Para el segundo caso, de acuerdo con el decreto 440, de abril de 1832, los

portadores de instrumentos propicios para robar (como aquellos que facilitaban la apertura de

cerraduras o la horadación de puertas) serían castigados con diez años de encierro.60 Este último

decreto se refería a un tipo de robo específico, el domiciliado, el cual se daba en un número

mayor que el de caminos y por sus características no dejaba rastros salvo la impresión del

despojo cuando la víctima regresaba a su hogar.

Hacia 1835, el tema de la pena capital volvió a ser preponderante en la legislación sobre

el robo. Con el decreto 604, de abril del mencionado año, se impusieron una serie de castigos

severos para los ladrones que hicieran uso de la violencia (en un sentido amplio que abarcaba las

cosas y las personas). Esta noción violenta fue el criterio de diferenciación entre la muerte y el

encierro. Así, en los robos donde hubiera golpes, heridas o muertes, los acusados serían pasados

por las armas. El mismo castigo se aplicaba a los jefes de cuadrillas. En tanto los ladrones que no

utilizaban la violencia, los miembros de una gavilla que no fueran líderes, los receptadores y los

cómplices serían castigados con 10 años de presidio.61 Esta legislación tenía relación directa con

una disposición del año anterior en la cual se aprobó que a los malhechores que habían asaltado el

pueblo de San Andrés del Teul pudieran ejecutarse ahí mismo en el caso de que en el proceso se

los encontrara culpables. De acuerdo con el documento se trataba de un asalto multitudinario que

había logrado notoriedad a nivel estatal.62

La percepción que tenía la autoridad sobre los ladrones se puede observar claramente en

un dictámen publicado en 1841 dirigido a la junta de seguridad del estado. En primer lugar se

aceptaba la imperiosa necesidad de exterminar a los vagos y los malhechores, debido que dicha

tarea mejoraría la seguridad de los caminos y los individuos e incrementaría sus “goces sociales”.

60 Colección de los decretos, tomo V, p. 233.


61 Colección de los decretos, tomo VII, pp. 76 - 78.
62 Colección de los decretos, tomo VI, p. 204.
342
Para lograr dicho propósito, se citaban una serie de medidas que iban más allá de una legislación

punitiva, como el mejoramiento en el desempeño de los jueces de paz. También se hablaba de la

colonización de territorios aislados como por ejemplo un punto denominado “la venta” (se infiere

que se encontraba cercano a Guadalajara), el cual por su desolación era “el teatro [...] de los

excesos perpetrados por los malhechores”. La comisión pensaba que la instauración de una

colectividad de hombres diligentes y obedientes de la ley (es decir para el caso el prototipo de

buenos ciudadanos) podría ser un buen contrapeso a la criminalidad. Otra medida era cerrarle el

paso a los malhechores; es decir, que no se permitiera el asilo en ranchos y haciendas de personas

que abusaban de la hospitalidad que se brindaba a los extraños en los caminos. Cabe recordar que

este era uno de los modus más comunes para los robos domiciliados. Igualmente, se proponía a

instaurar lineas de circunvalación; es decir, vallados que formaban barreras en las ciudades y

pueblos para protegerlas. La instauración de estos cercos de seguridad debería ser sistemática,

aplicándose en diversas poblaciones cercanas ya que los malhechores podrían evitar los poblados

protegidos pero evidentemente buscarían asaltar aquellos que estuvieran vulnerables. De este

modo, un viajero podría evitar un robo en la primera localidad, pero sería asaltado en la

segunda.63 No hay evidencias de la efectividad de estas medidas, incluso tampoco de la

construcción de las mencionadas líneas de circunvalación, aunque, por otro lado, son muestras

palpables de la importancia que tenía para la autoridad combatir esta práctica delictiva, en este

caso el deseo por disminuir o cesar los robos los llevaba a sugerir medidas poco ortodoxas. Ante

asaltos multitudinarios se expedían decretos draconianos, esta reactividad en la legislación,

devela que no había un proyecto sino que se buscaba sobre la marcha medidas que fueran

efectivas en su implementación. Entretanto, la llamada “plaga” de ladrones seguía avanzando.

63 Colección de los decretos, tomo VIII, pp. 284 - 291.


343
Para 1846, en el contexto de la turbulencia política ocasionada por la caída del

centralismo y la inminente invasión norteamericana el gral. José María Yáñez publicó lo

siguiente: “siendo urgentísimo el acudir á la seguridad de las propiedades y reprimir a los

prevalidos de las actuales circunstancias [que] turban el reposo público” decretaba que: “todo

ladrón en cuadrilla, en poblado ó en despoblado, con armas ó sin ellas, y todo el que cometiera

hurto á mano armada será pasado por las armas”. El ladrón que actuaba en solitario y sin

violencia sería condenado al presidio por un periodo de dos a ocho años.64 La aplicación de la

justicia debería ser pronta, sin demoras excesivas. La ciudad de Guadalajara y el estado de Jalisco

se habían declarado en estado de sitio y, en ese sentido, las cuadrillas de ladrones tenían cero

tolerancia. En el contexto de un estado de excepción se imponía, como pena máxima, la muerte

expedita.

Para diciembre de 1846 el gobierno federalista se encontraba listo para emitir nuevas

leyes sobre el tema. En la prensa de la época se publicaron notas que justificaban el castigo de

parte de la autoridad, exponiendo que este era una de sus más caras atribuciones. Por lo tanto,

para la clase política una crisis de robos tendría que combatirse en primera instancia con decretos

que impusieran sansiones concretas a esta actividad. En una nota publicada en ERJ, se

diferenciaba el delito y el crimen. El primero se castigaba con penas “correccionales”, como la

prisión, suspensión de derechos civiles o multas. Aplicaba, por ejemplo, a robos pequeños o

compra de votos. Los crímenes, por otra parte, “son los que castiga la ley con penas aflictivas é

infamantes, como la muerte, los trabajos forzados a perpetuidad o a cierto tiempo, el destierro, la

reclusión, la degradación cívica”. 65 Lo anterior demuestra que había una diferenciación

64 Colección de los decretos, tomo IX, pp. 395 - 398.


65 El Republicano Jalisciense, Guadalajara, viernes 4 de diciembre de 1846, vol. 1, núm. 30, p. 4.
344
conceptual para graduar las sanciones; sin embargo, como se verá más abajo esta separación no

siempre se aplicó en el terreno práctico.

Unos días después, se expidió el decreto 8 publicado por Joaquín Angulo el 26 de

diciembre de 1846, en el cual se establecía que en los despachos donde hubiera causas criminales

“los jueces darán toda preferencia á las que se formen por delito de robo, y portación de

instrumentos para robar”.66 Lo que demuestra la importancia que tenía combatir esta actividad,

pues de acuerdo a lo dicho se daría preeminencia al robo sobre otros delitos. En el mencionado

decreto, se definía como receptador de ladrón aquél que era aprehendido con alguna cosa robada

y que no pudiera justificar legalmente su procedencia o la ignorase. A estos hombres se les

castigaría de 2 a 6 años de presidio, sin posibilidad de indulto. Aquellos acusados a quienes no se

pudiera comprobar su delito, se les remitía a la Junta calificadora de vagos e indiciados de

ladrones, la cual estaría compuesta por el jefe de policía, un miembro del ayuntamiento y tres

hombres “honrados”, los cuales calificarían a los individuos ya sea como vagos, o como

indiciados de ladrones. Los segundos serían destinados al servicio de las armas y a los talleres de

Mezcala, mientras que los simples vagos se trasladarían a trabajar en talleres particulares o en

haciendas.

Este decreto, junto con el número 7 referente a la creación de la ya mencionada Junta

calificadora de vagos, fue analizado y criticado por la prensa local. ERJ publicó que estas

medidas eran necesarias, debido a que tanto el bandidaje como la vagancia eran dos vicios muy

grandes que padecía la sociedad jalisciense. Por lo tanto: “mientras más general es un vicio, más

arraigado se encuentra en la población, debe ser mayor el empeño de la autoridad en

corregirlo”.67 Sin embargo, el decreto octavo fallaba en que aceptaba indicios poco claros como

66 Colección de los decretos, tomo IX, pp. 489 - 492. Ver anexo 8.
67 El Republicano Jalisciense, Guadalajara, viernes 26 de febrero de 1847, vol. 1, núm. 54, p. 3.
345
pruebas, ya que establecía que para condenar a un hombre de ladrón era necesario tener la

deposición de dos partes interesadas, lo cual restaba objetividad y dejaba la puerta para procesar a

cientos de inocentes. La parcialidad de los testigos, según el análisis periodístico, era un asunto

básico en los tratadistas del derecho civil y penal. En consecuencia, esta ley remitía al pasado,

seguramente refiriéndose al periodo colonial, a “aquellos tiempos de barbarie y tiniebla”. Era

necesario hacer un viraje, dejar atrás las penas severas que no tenían el efecto deseado, pero

tampoco caer en la “relajación de los principios en materia de pruebas”. El texto hacía un llamado

al futuro, a lo que se pretendía imponer: “un legislador del siglo diez y nueve, como lo es el

Congreso de Jalisco, debe en sus leyes procurar elevarse a principios menos mezquinos de los

que forman las preocupaciones vulgares”.68

En esos momentos, como se ha demostrado, se vivían tiempos aciagos respecto a la

inseguridad, había numerosos robos en los caminos y los domicilios, pero también era evidente

que existía una respuesta ineficiente e impotente de parte de las autoridades para mantener la

tranquilidad pública. En ese tenor, se emitió legislación que instaba a la población civil a

colaborar en esta tarea. La primera fue una circular de noviembre de 1846 en la cual se aceptaba,

por un lado, que las fuerzas para contener a los ladrones se encontraban concentradas en la guerra

contra los Estados Unidos, además no había dinero para organizar una fuerza de seguridad. Por lo

tanto, instaba al patriotismo y la eficacia de los propietarios y los buenos ciudadanos para

perseguir y aprehender a los malhechores. Para tal fin, los particulares podían armarse y el

gobierno respetaría esa desición. En caso de que se aprehendiera a algunos ladrones,

inmediatamente estos se tendrían que remitir a las autoridades correspondientes.69 Ante la

impotencia estatal, ciertamente proveniente de una situación coyuntural, la función de

68 El Republicano Jalisciense, Guadalajara, martes 2 de marzo de 1847,vol. 1,núm. 55, pp. 1 - 2.


69 Colección de los decretos, tomo IX, pp. 467 - 469.
346
salvaguardar la tranquilidad pública residía en los ciudadanos, pues estos tendrían que cumplir

con sus medios una de las funciones básicas de la autoridad.

Meses después, Angulo emitió una circular similar el 7 de enero de 1847, la cual causaría

gran polémica en el ámbito periodístico local pues se interpretaría como una señal de debilidad de

parte de la autoridad estatal.70 En este documento, el encargado del ejecutivo establecía que,

debido a la escasez del erario, no era posible crear un cuerpo de policía eficaz y dedicado

exclusivamente a la persecución de los malhechores. Por lo tanto, instaba a los particulares de la

clase pudiente, a los propietarios y las personas “acomodadas” del estado “interesadas en la

salvaguarda de sus fortunas” a contribuir en la creación de un fondo para mantener a un grupo de

25 a 30 hombres que se dedicaran a perseguir gavilleros.71 Esta iniciativa se vio concretada en el

decreto 49 de julio de 1847 que de forma impositiva estipulaba que: “todos, sin distinción alguna,

estan obligados en cuanto la ley no los exima, á ayudar a las autoridades, cuando sean

interpelados por ellas, para el descubrimiento, persecusión y arresto de los delincuentes”.72

Una vez terminada la guerra contra Estados Unidos, el gobierno estatal se encontraba

desembarazado de aquellos compromisos y volvió a poner su empeño en la persecusión de

ladrones, lo cual era una exigencia que reclamaba la sociedad. Lo anterior se puede observar en

tres circulares sobre el tema publicadas durante 1848. En la primera puso énfasis en el castigo,

pues se afirmaba que el objetivo del gobierno era: “purgar a la sociedad de tal plaga”. Para ello,

se prestó atención en la persecución y pena de los malhechores famosos por sus actos.73 En esta

pequeña circular se puede ver que la intención de la autoridad era la defensa del cuerpo social, de

la sociedad en su conjunto, algo que tenía concordancia con las teorías liberales sobre el castigo

70 Ver Capítulo 2.
71 Colección de los decretos, tomo X, pp. 60 - 61.
72 Colección de los decretos, tomo X, p. 294.
73 Colección de los decretos, tomo XI, pp. 86 - 87.
347
ya mencionadas. La metáfora clínica le ponía énfasis a lo dicho, pues consideraba que los

ladrones eran una plaga que se había posicionado de las arterias del estado (sus caminos) y por lo

tanto era algo que se tenía que eliminar para recobrar la salud del organismo en su conjunto. Ante

problemas graves, castigos severos.

En la segunda circular, de agosto de 1848, se leía: “es ya demasiado escandaloso el estado

de inseguridad que guardan algunas poblaciones y caminos, por el aumento de malhechores, y

por los repetidos crímenes de estos”.74 En ese sentido, se señalaba la impericia de los jueces de

primera instancia y las autoridades de los pueblos que no cumplían con sus deberes de mantener

la tranquilidad pública. Días después, en la tercera circular se observaba que la cuestión era

crítica y, por ello, la autoridad exigía la instauración de circunstancias enérgicas para reprimir:

“la insolencia de los malhechores, que en varios puntos del Estado cometen casi diariamente

escandalosos excesos”.75

Las alocuciones previas derivaron en la ley sobre ladrones, asesinos y perjuros del 12 de

septiembre de 1848, la cual fue llamada “ley tigre” por su severidad al imponer la pena de muerte

y exhibir los cuepos de los fusilados.76 Basado en el decreto número 96, donde se instaba al

gobierno a garantizar la tranquilidad pública este texto legislativo fue uno de los más completos

sobre el robo a caminos y poblaciones, ya que brindó definiciones jurídicas claras sobre el delito,

su castigo y los procedimientos de justicia a seguir. Esta ley definió el robo como la actividad

que: “consiste en tomar los bienes agenos [sic.] contra la voluntad de su dueño y con ánimo de

adquirirlos”.77 Esta práctica se dividió en dos formas: violenta y sin violencia. Se consideraba un

robo violento cuando: “lo acompaña la intimidación, el asalto y sorpresa, la amenaza, las injurias

74 Colección de los decretos, tomo XII, pp. 443.


75 Colección de los decretos, tomo XII, pp. 449.
76 Pérez Verdía, Historia particular, p. 455.
77 Colección de los decretos, tomo XII, p. 466 y El Republicano Jalisciense, Guadalajara, viernes 15 de septiembre
de 1848, vol. 3, núm. 16, pp. 1 - 2. Ver anexo 7.
348
verbales, el empleo de las armas de ladrón, los golpes, heridas, cualquier mal tratamiento en el

robado, ó en fin, la muerte de éste”. Igualmente, se estableció que había violencia en un robo,

cuando se horadaban y rompían las paredes, se forzaban cerraduras o cuando se introducían los

ladrones furtivamente en las casas. Un robo se definía como no violento cuando la sustracción se

realizaba sin ninguno de los elementos antes mencionados y, en cambio, se cometía de forma

clandestina o furtivamente.

Al robo violento se le imponía la pena de muerte y una vez llevado a cabo el fusilamiento,

los cadáveres se exponían públicamente en los sitios donde los occisos cometieron sus delitos. A

cada cuerpo se le añadiría un cartel en el pecho con la inscripción: “POR LADRÓN Ó ASESINO

ATROZ Ó POR LADRÓN Y ASESINO ATROZ”.78 Para el caso del robo no violento se

impondrían castigos dependiendo de la cantidad sustraída: por ejemplo, para cantidades menores

a 100 pesos corresponderían simples multas, si se excedían de 100 hasta 500 pesos la sentencia

sería de entre uno a dos años de obras públicas. Si el motín superaba el medio millar, se

impondrían de dos a cinco años de presidio. Otras modalidades de robo, como el sacrílego (el

robo de elementos provenientes de una iglesia), tendrían un castigo de seis a ocho años de

presidio. En caso de existir agravantes, como una muerte, el juez ajustaría la sentencia de acuerdo

a las circunstancias de los hechos.

Por último, el decreto establecía posibilidades de indulto cuando el ladrón o la cuadrilla

de malhechores hubieran mostrado algún tipo de “generosidad o sentimiento de humanidad” al

momento de llevar a cabo el robo. Es decir, cuando se hubieran limitado solamente a sustraer las

pertenencias de las victimas sin herirlas, amedrentarlas o golpearlas. Por supuesto, la decisión de

78 Colección de los decretos, tomo XII, p. 468; y El Republicano Jalisciense, Guadalajara, viernes 15 de
septiembre de 1848, vol. 3, núm. 16, pp. 1 - 2. Ver anexo 7.
349
imponer el indulto residía en el Supremo Tribunal de Justicia, en dado caso de obtenerlo se les

impondría un severo castigo de 6 a 10 años de presidio.79

Este decreto es fundamental para comprender cómo la autoridad pensó el robo y la forma

de castigarlo. En primer lugar, brindaba una definición amplia de esta práctica, es decir las

actividades que realizaban los gavilleros y malhechores, como una sustracción de un bien no

propio. Así, bien se podía criminalizar a un vago que robaba un calzón o a una cuadrilla entera.

La diferencia entonces estribaba en la cantidad de lo robado y aún más determinante si la acción

se había llevado de forma agresiva o no. Con base en lo anterior se estipulaban una serie de

penas: la muerte, el encierro, los trabajos forzados o los castigos pecuniarios. Los tres últimos

eran parte de una diversificación punitiva que estaba en concordancia con lo que se pretendía

imponer: un castigo menos severo y equivalente al daño social cometido, que fuera graduado y

que estuviera claramente estipulado para que el juez simplemente estableciera las concordancias.

El gran remanente era la pena capital, en un entorno en el cual se citaba abiertamente a

Beccaria y a los ilustrados, permanecía un castigo considerado ya para ese tiempo como bárbaro,

pero que a la vez era funcional para los intereses de la autoridad. En ese sentido, la oligarquía

tapatía había aprendido cabalmente los principios utilitaristas porque se tenían que imponer

soluciones prácticas a problemas de difícil solución. En consecuencia, habría que privilegiar el

pragmatismo a la concordancia ideológica: si la propagación de la muerte era la solución que se

adecuaba a las circunstancias, entonces no habría problema en mantenerla como ley.

El año siguiente, el decreto 119 del 12 de abril de 1849, establecía que si el reo

(condenado a un delito exceptuado de indulto) hacía “servicios interesantes” al orden público y a

79 Colección de los decretos, tomo XII, pp. 466 - 469 y El Republicano Jalisciense, Guadalajara, viernes 15 de
septiembre de 1848, vol. 3, núm. 16, pp. 1 - 2. Ver anexo 7.
350
la seguridad del estado, este consideraría su indulto.80 Aquí se introducía un claro elemento

utilitarista, más allá de imponer trabajos forzados o sentencias pecuniarias, en este texto se

exaltaba la voluntad del condenado para modificar su condición. No se menciona qué actividades

se tomarían como “servicios interesantes”, pero es posible que se refiriera a trabajos en obras

públicas; es decir, su incorporación y disciplinamiento como mano de obra, así como el servicio

en las armas, todo a disposición de las necesidades del Estado.

En 1850 se publicó en el periódico oficial el dictamen a un proyecto de ley penal que

desarrolló y preparó la cámara de diputados local. En este texto, los legisladores establecían que

había realizado numerosos esfuerzos para acabar con los malhechores: que López Portillo había

sugerido una policía especial para perseguir a los ladrones, o que Topete y Acal solicitaron

medidas para enviarlos a Baja California. Estos ejemplos demuestran que, desde la cámara y la

comisión de legislación, el deseo era: “afianzar la seguridad, esterminar [sic.] el crimen

radicalmente, y que esto se haga con la brevedad que ecsigen [sic.] las circunstancias”.81 Se

proponía el exilio como una solución, ya que la autoridad bajacaliforniana les había asegurado

que no habría fugas y que los reos tendrían alimentos, solamente se tendría que costear el traslado

de los mismos. Sin embargo, esta forma de castigo no se tomaría en cuenta sino hasta unos años

después.

En general, estas ideas quedaron plasmadas en el Proyecto de ley penal y de

procedimientos contra los ladrones, asesinos y sus cómplices en el cual se tipificaba el hurto

como simple o calificado (otra forma de hacer una diferenciación en torno a esta práctica). El

primero, era el que no se realizaba en circunstancias agravantes, las cuales eran tres: 1) La

violencia. Esta se entendía cómo las atrocidades que se realizaban en contra de las personas como

80 Colección de los decretos, tomo XI, pp. 294 - 295.


81 La Voz de la Alianza, Guadalajara, viernes 22 de marzo de 1850, vol. 1, núm. 79, pp. 1 - 4.
351
tormentos, mutilaciones, muerte, estupro, violaciones, golpes, heridas, malos tratos o uso de

armas. También, como se había mencionado, había violencia en contra de las cosas cuando se

horadaban las puertas, o se forzaban las cerraduras o simplemente cuando los ladrones se

introducían furtivamente en una propiedad. 2) La calidad de las cosas robadas. Aquí se tenía en

cuenta si era un objeto de mucho valor (superior a 500 pesos), sacro, perteneciente al bien

público, o que sus sustracción llevara a la ruina al afectado. 3) Tiempo, lugar y modo. Era

agravante robar de noche, en despoblado, en un lugar sagrado o destinado al servicio público.

Asimismo cuando hubiere resistencia a la autoridad, abuso de confianza o falsificación de firmas

o documentos. Las penas abarcaban la muerte, diferentes años de presidio desde 10 hasta 4 así

como los trabajos forzados. 82

Para fines de 1852, Guadalajara se encontraba sitiada tras la caída de López Portillo y la

proclamación del Plan del Hospicio que pugnaba por la restauración de Santa Anna. El Supremo

Tribunal de Justicia se encontraba inactivo y los propios legisladores afirmaban que había un

número inusualmente alto de salteadores de caminos. Estas situaciones excepcionales propiciaron

que lo ladrones fueran juzgados por la autoridad militar en consejo de guerra. Lo anterior sugiere

que, debido a la gravedad del momento, muy posiblemente hubo casos de una justicia in situ, con

fusilamientos y ejecuciones sin otro proceso que el realizado por las autoridades militares. Para

principios del siguiente año, el gobernador interino José María Yáñez y el congreso consideraron

que las condiciones se habían dado para el restablecimiento de los tribunales civiles en lo que

respecta al robo.83 Otro ejemplo similar sucedió en 1855 cuando se restableció la vigencia de los

severos decretos anteriores debido a la constante actividad gavillera en el estado. 84

82 La Voz de la Alianza, Guadalajara, viernes 22 de marzo de 1850, vol. 1, núm. 79, pp. 1 - 4.
83 Colección de los decretos, tomo XIII, pp. 194 - 194; y 198 - 199.
84 Colección de los decretos, tomo XIII, pp. 350.
352
En 1857, ante el inminente inicio de la guerra civil, Parrodi exigió la implementación de

una “medida radical” que atenuara los asaltos y sustracciones en la entidad. Dado que la medida

más eficaz era, según el ejecutivo, “hacerlos desaparecer del teatro de sus depredaciones” se

volvió nuevamente a la idea del exilio y se estableció de manera extraordinaria que los acusados

de robo, receptación, homicidio y asesinato serían destinados a trabajos forzados en Baja

California y a las islas Marías (cuando ese centro de confinamiento estuviera listo).85 Esta medida

se tomó debido a las numerosas fugas que sucedían en el presidio de Mezcala, sitio que no estaba

cumpliendo con su objetivo de recluir a los presos.86

El exilio era un castigo muy antiguo que tenía implicaciones punitivas pero a la vez

morales ya que el proscrito cargaba con el estigma de haber sido expulsado por su comunidad,

por los suyos e iba a terminar en un lugar desconocido, inhóspito y hostil. Caimari apunta que el

destierro, como castigo, tiene raíces profundas, con mitos que apuntan a la Biblia y a la antigua

Grecia en la cual hay varios ejemplos de líderes y filósofos que tuviero que salir forzosamente de

su tierra. En ese sentido, el destierro conllevaba una doble purificación; por un lado, la del reo y,

por el otro, la de la ciudad. 87 Así, esta pena tenía una utilidad sobre el transgresor al tiempo que

liberaba al estado de la presencia de un personaje que no podía controlar.

Para 1858, la situación delictiva en el estado era insostenible: los bandidos infestaban los

caminos y poblaciones, además se mencionaba que estos se aprovechaban de la situación política

del momento, cuando los esfuerzos del gobierno se dirigían a extinguir la rebelión conservadora.

Por lo tanto, se justificaba nuevamente la represión enérgica instaurándose la pena capital para

aquellos salteadores que se sorprendieran in fragganti, en cuadrilla o en despoblado. El proceso

lo llevarían a cabo las autoridades locales más cercanas al lugar de la aprehensión, todas las

85 Colección de los decretos, tomo XIV, p. 264. Ver anexo 6.


86 Parrodi, Memoria presentada por el gobernador, ff. 42 - 43. Ver anexo 6.
87 Caimari, Apenas un delincuente, p. 64.
353
diligencias se llevarían a cabo en máximo 24 horas, la sentencia se llevaría a cabo a la brevedad

enviando posteriormente un reporte de los hechos al gobierno para su revisión.88 Esta legislación

emitida ya prácticamente en el contexto de la guerra fue el punto culminante de un ejercicio

represivo que, ante la debilidad e inestabilidad, optó nuevamente por la pena capital, por resolver

la coyuntura de la “plaga”.

A la par de estos castigos, existieron otras prácticas represivas que se ejercían fuera de la

ley, pero que a través de diversas fuentes es posible establecer que eran prácticas que se llevaron

a cabo de forma recurrente, tales como la ley fuga (el fusilamiento subrepticio que se justificaba

por la supuesta huída del reo) y la tortura. Evidentemente, está forma de ejecución se hacía a la

sombra y en ese sentido, las evidencias sobre el tema son pocas, pero hay algunos casos de

ejecuciones en los cuales se puede inferir que existió esta práctica. Por ejemplo, Vanderwood

establece que Anastacio Bustamante la utilizó hacia los años 30’s del siglo XIX para deshacerse

de sus enemigos políticos.89 Por su parte, Trujillo Bretón narra el caso del ladrón León Ruiz

quién estaba siendo trasladado de Zapotlanejo a Guadalajara cuando fue asesinado en un supuesto

intento de fuga.90 Otra práctica que se utilizó fue la tortura. Trujillo remite el caso de un hombre

acusado de cómplice de un bandido que fue atormentado para que confesara, en su caso se realizó

un intento de simulacro en el cual fue atado de un árbol.91

En general, se puede observar la tensión existente entre el establecimiento de una

legislación adecuada para los tiempos republicanos y la necesidad constante por imponer el terror

como ejemplo, así como para el establecimiento de un control territorial. En los momentos de

relativa paz, es decir cuando no había intentos de golpes de estado, guerras o invasiones, los

88 Colección de los decretos, tomo XIV, pp. 482 - 488.


89 Paul J. Vanderwood, Juan Soldado. Violador, asesino, mártir y santo, México, El Colegio de Michoacán / El
Colegio de la Frontera Norte / El Colegio de San Luis, 2008, p. 67.
90 Trujillo Bretón, “En el camino real”, p. 112.
91 Trujillo Bretón, “En el camino real”, p. 112.
354
decretos que se publicaron abrevaron más de la raíz moderna, en la cual se imponían castigos

menos severos y graduados que fueran acordes a un tipo de robo (violento o no violento), a las

circunstancia y los agravantes. Los castigos preponderantes eran el encierro, los trabajos forzados

y las penas pecuniarias. Había una posibilidad de conseguir indulto o reducción de penas a través

de una visión utilitarista del preso. Sin embargo, estos proyectos constantemente se vinieron

abajo debido a la inestabilidad política. En esos momentos álgidos, cuando la violencia se

desataba y las débiles estructuras de control social se rompían, era necesario volver a la tradición,

imponer una ley dura que buscaba amedrentar al delincuente y evidenciar el poder punitivo de la

autoridad. La pena de muerte, el juicio sumario o el consejo de guerra fueron una prueba de ello.

Finalmente, el ansiado proceso de modernizar la justicia y adecuarla al ámbito republicano no

culminaría en Jalisco sino hasta la proclamación del Código Penal en 1885.

EL CASTIGO A LOS LADRONES

Los casos analizados en este trabajo se concentraron y resolvieron en el Supremo Tribunal de

Justicia (STJ). Inicialmente, este tribunal estaba constituído por tres salas y su sede se encontraba

en la ciudad de Guadalajara. La primera y segunda atendían los casos de segunda y tercera

instancia, entanto la tercera se encargaba de las primeras instancias y los recursos de nulidad.

Laura Benítez Barba establece que el tribunal hacia 1824 estaba integrado por “un presidente, los

magistrados, los jueces, semaneros, fiscales, procuradores, receptores, escribanos y oficiales de

archivo, entre otros funcionarios menores”.92 El funcionamiento del tribunal estaba regulado por

el Reglamento para el gobierno interior del Supremo y demás Tribunales de Justicia del Estado

92 Laura Benítez Barba, “Funciones en el Supremo Tribunal de Justicia: jueces y magistrados (1824 - 1917)” en
María del Rocío González Ramírez y Marcela Leopo Flores, Creación y trayectoria del Supremo Tribunal de
Justicia del estado de Jalisco, Zapopan, Instituto de Estudios del Federalismo / Supremo Tribunal de Justicia del
estado de Jalisco / Editorial Amate, 2005, p. 420.
355
(1826) documento en el cual se estipulaban las acciones de cada puesto, el lugar que debería tener

cada sala, la forma como se llevarían a cabo las visitas a la cárcel, etc.

Como ya se observó, tanto en la prensa como en los informes de gobierno se publicaron

una serie de críticas sobre los pobres resultados que daba la administración de justicia en el

estado (especialmente en el ramo criminal y en el castigo a los ladrones). Lo que generó que

hubiera modificaciones en su reglamento con el fin de eficientar su funcionamiento. Para 1847 se

estableció que el STJ: “sólo podía reunir a sus tres salas para la resolución de asuntos generales

de justicia, así como para el arreglo de su gobierno interior [...] Los asuntos civiles y criminales

se debían repartir por turnos entre la primera y la segunda sala”.93

Un año después, el STJ publicó un manifiesto en el cual se defendía de los ataques

provenientes desde los otros poderes del gobierno, en el documento Manifestación que el

Supremo Tribunal de Justicia del Estado libre de Jalisco hace a los habitantes del mismo,

manifestó estar al tanto del clima de inseguridad propiciado por las “brutales” acciones de los

malhechores y conocer los problemas que había en los procesos judiciales, sin embargo matizaba

la críticas señalando la inacción del Congreso para legislar. por ejemplo, sobre las fugas y en

general la inseguridad de las cárceles. Al respecto mencionaba: “¿puede el poder judicial saltar a

la arena que ocupa el legislativo y ejecutivo?”.94 Sobre la administración de justicia, el STJ

afirmaba que cumplía con la aplicación de las leyes y el despacho oportuno de todos los casos

que atendía. La respuesta desde el legislativo fue aumentar el sueldo de jueces así como decretar

una serie de modificaciones, especialmente con la Constitución de 1857, en la organización de

esta institución. No obstante, la mala imagen que tenía el STJ y su poca efectividad, en términos

reales, en el castigo a los ladrones fueron dos elementos que continuaron por muchos años.

93 Benítez, “Funciones en el Supremo Tribunal de Justicia”, p. 427.


94 Benítez, “Funciones en el Supremo Tribunal de Justicia”, p. 428.
356
Analizar las causas que se enviaban al Supremo Tribunal de Justicia para su revisión

permite visualizar todo el proceso que tenía un caso así como los diferentes modos que había de

impartir justicia. El mencionado proceso debía ser cuidadoso, se tomaba el expediente y se

remitía con una nota a Guadalajara (ver imagen 16). El proceso debería hacerse de forma

correcta, en ocasiones la simple falta de una rúbrica generaba una llamada de atención, como fue

el robo ocurrido en las inmediaciones de Sayula al indígena Rafael Saucillo hecho por José de

Jesús Pulido (labrador, 46 años, casado) y Salvador González (labrador, 23 años, casado), el cual

fue enviado al STJ sin la firma del abogado defensor lo que generó que en el dictámen el fiscal

señalara esta omisión, ante lo cual instaba a amonestar al escribano para que no mandara las

causas a revisión con “tales defectos”.95 Una vez que se revisaba, se expedía otra sentencia que

revocaba o ratificaba la anterior.

Los procesos tenían una duración variable, especialmente debido a las distancias entre los

pueblos más lejanos, como lo eran Tepic o Colotlán con respecto a Guadalajara. En promedio el

tiempo en que tardaba un proceso en iniciar y dictar una sentencia en el STJ era de uno a dos

meses. Por supuesto, había numerosas razones que lo podían ralentizar como la ya vista

dificultad para trasladarse por los caminos estatales,96 o bien en casos de la fuga el proceso se

paraba o quedaba inconcluso. Especialmente significativo era el caso de la inestabilidad política

con respecto a la administración de la justicia, lo primero solía entorpecer la labor del segundo.

Por ejemplo, en el caso de un hurto menor ocurrido en Atotonilco, el primera instancia le impuso

al acusado Juan de Dios Sánchez (obrajero, 26 años, casado) tres meses de obras públicas, justo

el tiempo que la causa tardó en llegar a Guadalajara, por supuesto se dio por compurgada la

95 STJ, criminal, 1849, caja 2, exp. 10149, f. 36.


96 Ver Capítulo 1.
357
sentencia pero se añadió que la razón de la demora fue debido a que la capital tapatía se

encontraba en estado de sitio.9798

Imagen 16. Ejemplo del formato que remitía los expedientes al STJ para su revisión.98

Otro ejemplo fue el caso del acusado Bonifacio López, (casado, 23 años, jornalero)

acusado de receptación de robo al comprar unas mantas sustraídas ilegalmente de la fábrica de

7STJ, criminal, 1846, caja 7, exp. 9120.


98 Tomado de: STJ, criminal, 1856, caja 1, exp. 15162.
358
Bellavista, el proceso inició en agosto de 1856, el primera instancia lo declaró absuelto en

diciembre del mismo año. Dos meses después la causa llegó a Guadalajara pero ya no se le dio

seguimiento, el expediente quedó inconcluso salvo por una comunicación que se emitió en la

capital tapatía cuatro años después, el 19 de diciembre de 1960, que decía: “tan luego como se

restablezca la tranquilidad pública en el Cantón de Tepic” se le pedirá al juez de primera

instancia de aquel punto informes sobre Bonifacio López, si se encontraba encarcelado o en el

caso que hubiera sido excarcelado se solicitaba su aprehensión.99

Desde luego, el conflicto al que se refería la mencionada comunicación era la rebelión

lozadista durante la cual el control de dicho territorio estuvo al mando del cacique regional

Manuel Lozada, tiempo durante el cual se libraron campañas militares para terminar con este

levantamiento y su líder. Igualmente comenzó el lento y conflictivo proceso de separación del

Séptimo Cantón respecto a Jalisco en diferentes aspectos, más no así en el ramo de justicia, por lo

cual el STJ tenía todavía injerencia sobre Tepic.

Como se ha mencionado, al STJ llegaban los casos de diferentes partes del estado de

Jalisco, ahí se revisaban y se expedía una sentencia definitiva. En ese tenor, la práctica de este

tribunal de Justicia mayoritariamente ratificó los casos provenientes de las primeras instancias, en

un porcentaje menor revocó las sentencias previas e impuso otras nuevas. Excepcionales fueron

los casos en los que se compurgó o devolvió el expediente (ver gráfico 8).

La evidencia anterior resulta interesante ya que, desde el ámbito legislativo la clase

política y desde el ámbito de la esfera pública a través de la prensa, existieron voces que

criticaban la forma en que se manejaban los casos en las instancias locales, especialmente en lo

relativo a los procesos y las sentencias. Incluso se llegó a culpar abietamente a los jueces de

primera instancia de la incapacidad para terminar con los ladrones. Sin embargo, el STJ al tener

99 STJ, criminal, 1856, caja 5, exp. 15237, f. 41.


359
un porcentaje mayoritario de sentencias ratificadas evidenciaba que aprobaba las prácticas de las

instancias menores.

Gráfico 8. Porcentaje de casos devueltos, compurgados, ratificados y devueltos por el STJ.100

Devuelto
1%

Revocado
27%

Desconocido Ratificado
4%

Compurgado
2%

Ahora bien, cómo se evidenció arriba existió un numero considerable de legislación sobre

el robo, pero en realidad la práctica jurídica del STJ se concentró en un puñado de leyes clave con

las cuales se impusieron los castigos al robo de una forma sistemática. Ese corpas de legislación

constó de 12 leyes, algunas provenientes de la colonia y otras del tiempo republicano (ver cuadro

12). Como se puede observar hubo ciertas leyes que se utilizaron de forma preponderante, en

concreto fueron: Las partidas, el decreto número 8, el decreto 371 y la ley del 12 de septiembre

de 1848, también llamada ley tigre. Sobre Las partidas se citó principalmente la séptima que era

la relativa a los procesos de adminsitración de justicia. En concreto el titulo primero, artículo 26

el cual estipulaba que las pruebas en contra del acusado deberían ser claras, leales y verdaderas,

11111Basado en: muestreo realizado en la STJ de la BPEJ. Ver anexo 10.


360
tan claras como la luz. Sobre la legislación republicana el decreto 371 exigía pruebas plenas en

contra de los acusados y en caso sugería la absolució;101 el decreto 8 estipulaba penas de cárcel a

los receptadores; y finalmente la “ley tigre” establecía la pena de muerte.

Cuadro 12. Leyes utilizadas por el STJ para la resolución de los casos de robo.102

Legislación Porcentaje de uso

Partidas. 30%

Decreto 371. 18%

Decreto 8. 16%

“Ley tigre”. Del 12 de septiembre de 1848. 13%

Ley 12 de septiembre de 1849. 11%

Ley 5 de enero de 1857. 4%

Decreto 7. 3%

Escriche. 1%

Novísima recopilación. Libro 12. 1%

Real orden 1747. 1%

Decreto 370. 1%

12 de noviembre de 1855. 1%

Es posible asegurar que el sustento de la inconformidad del ejecutivo y de la prensa

periódica hacia el desempeño del STJ residía justamente en su apego a la tradición y al uso de

legislación colonial. Como se ha visto, para la clase política regional dichas leyes eran obsoletas

101 Colección de los decretos, tomo IV, p. 386.


102 Basado en: muestreo realizado en la STJ de la BPEJ.
361
y no se adecuaban al momento repúblicano. En contraposición, el legislativo había expedido un

cúmulo de normativas, algunas de carácter moderno y otras draconiano, que prácticmente eran

ignoradas por los jueces del poder judicial. Aunado a lo anterior, para la opinión pública el

carácter coyuntural de la “plaga” de ladrones hacía que se dejaran a un lado las minucias y

subterfugios legales y se optara por un tribunal firme y consistente en su forma de castigar a los

ladrones. Esta contraposición de visiones y el apego del STJ a una tradición jurídica consolidada

generó por un lado que en la mayoría de casos los acusados quedaran libres y por otro lado que se

viera el desempeño del STJ como alicate para las prácticas delictivas debido a la impunidad de

sus acciones.

Gráfico 9. Sentencias remitidas al STJ.103

1113Basado en: muestreo realizado en la STJ de la BPEJ. Ver anexo 10.


362
Así, basados en la legislación anterior, que fue la más utilizada, es posible comprender el

comportamiento que tuvo el STJ respecto al castigo a los ladrones. Este se puede agrupar en tres

tipos de castigos: las obras públicas (una forma de trabajo forzado), el encierro y la pena capital.

Así también hubo otras resoluciones como la absolución (de hecho la más numerosa), los casos

sobreseídos y los compurgados (ver gráfico 9). El análisis de lo anterior se muestra a cotinuación:

1) La absolución y la atenuación. Sin duda, llama la atención que en un contexto en donde

desde diferentes medios de enunciación se hablaba de castigos, pena capital o encierro, la

mayoría de las sentencias estipulaban la absolución de los acusados. Este comportamiento tenía

que ver con tener pruebas contundentes, claras e irrefutables en el caso, es por ello que la ley que

más se citó en estos casos fueron las Partidas, que justamente legislaban sobre el tema. En ese

tenor, es posible encontrar en los expedientes numerosas declaraciones sobre la falta de pruebas o

que estas no tenían un peso determinante en las resoluciones. Por ejemplo, en el caso del robo

hecho por Cipriano Leal (labrador, 27 años, casado) su defensor argumentaba: “¿donde estan las

pruebas tan claras como la luz meridiana cual ecsige [sic.] la ley para poder condenar”. Ante lo

cual, el primera instancia argumentó a favor del castigo: “teniendo en consideración que hoy es

absolutamente necesario el rigor con todo linaje de ladrones aun cuando no se logre otro fin que

separarlos de la sociedad que dañan”. Se le impusieron dos años de presidio, pero el STJ con base

en el decreto 8 y las partidas absolvió a los acusados.104

Así, una estrategia usual de los defensores fue relativizar las pruebas considerándolas

solamente indicios, es decir elementos que no tenían el mismo valor acusatorio. Tal fue el caso de

los asaltantes José Camberos (curtidor, 19 años, soltero), León Sevilla (jornalero, 30 años,

casado) y José de Jesús Nabor (labrador, 19 años, soltero) quienes asaltaron violentamente en el

camino a dos individuos. Pese a que había elementos de acusación contundentes como una

104 STJ, criminal, 1847, caja 12, exp. 9665, ff. 57 - 59.
363
frazada de las víctimas en propiedad de Nabor (éste la utilizaba en la cárcel), el defensor

argumentó que las pruebas no eran “plenas” ni “robustas”. Finalmente condenaron a presidio a

Camberos y el resto de los acusados fueron absueltos.105 En el mismo tenor el defensor de los

acusados de asalto, Pedro Manjarres [sic.] (carpintero, 25 años, casado) y Luis García (jornalero,

20 años, soltero) exigía: pruebas “tan claras como la luz del día”, por supuesto fueron

absueltos.106 Pero estos argumentos no solamente provenían de los abogados defensores, sino de

los jueces, quienes en sus sentencias esgrimían frases como: “es un vago e insignificante indicio”

o no existen “pruebas que dejen completamente tranquilo el ánimo judicial”.107 Ante lo cual,

venía siempre la absolución de los procesos.

Así, tenemos un cúmulo mayoritario de casos que se resolvieron con la absolución de los

acusados. En este sentido, no es casualidad que los expedientes cuyas sentencias fueron

revocadas en el STJ, es decir en los cuales no se ratificó lo dicho por la primera instancia, la gran

mayoría de esas resoluciones se dirigieron a la absolución o bien hacia atenuar el castigo. Por

ejemplo, si se había impuesto una pena de muerte en la primera instancia, en el STJ se daban 10

años de presidio, en otros casos cuando las penas eran de algunos años de encierro, estas se

modificaban a unos cuantos meses o bien solamente a trabajos forzados o penas pecunarias.

Todas estas resoluciones se basaron, en términos generales, en el argumento de la falta de

pruebas plenas.

Aún más, había casos en los cuales ciertos elementos adicionales servían para atenúar los

castigos como la juventud de los ladrones, su posible alcurnia, la poca cantidad de lo robado, el

buen comportamiento de los reos o incluso las interpretaciones que tenían los jueces sobre la

legislación. Por ejemplo, en el caso del robo simple ocurrido a Don Antonio Orozco, el acusado

105 STJ, criminal, 1847, caja 8, exp. 9553.


106 STJ, crimnal, 1847, caja 1, exp. 9365.
107 STJ, criminal, 1847, caja 8, exp. 9546 y STJ, criminal, 1860, caja 3, exp. 18046.
364
Antonio Morales (operario, de edad no especificada pero muy joven, soltero) fue sentenciado a 3

meses de obras públicas, la razón por la que se le dio una pena tan leve fue, además de la poca

cantidad de lo sustraído, que Morales: “no manifiesta por su hecho ser de los mas inteligentes en

la reprobada profeción [sic.] que buscaba adoptar”. El señalar la poca inteligencia del acusado,

indica una visión paternalista que tenía el juez hacia su contraparte, como si la justicia le

estuviera dando una oportunidad a un muchacho ignorante. Lo anterior, estuvo aunado a una

confesión sentida por parte del acusado, en la cual aceptó que lo hizo por hambre, por un

impulso, refiere: fue “mi desgracia, mi necesidad y el vivo deceo [sic.] que tenía de volver a mi

tierra” lo que lo obligaron a cometer tal acto.108

Otro caso significativo fue el de Miguel García (sarapero, 18 años, soltero), quien fue

encontrado en el camino con dos caballo robados, propiedad de Don Felipe Salceda, el acusado

no llevaba salvoconducto ni algún papel que comprobara la venta de los animales. Por supuesto,

alegó que había comprado las bestias a un desconocido en Tepic quien no le dio ninguna garantía

de la transacción, un argumento que como se ha demostrado era muy recurrente en este tipo de

sustracciones, aunque no tuvo mucho eco en la administración de justicia.

Tiempo después García confesó y pidió perdón por sus actos de la siguiente manera:

“señor yo cometí este delito, me hallo sumamente arrepentido de él, solo dos machos tome, le

prometo una enmienda verdadera; jamás se volverá a oir decir nada de mi y el día que esto

suceda que se me castigue con todo el rigor de las leyes; por lo mismo imploro hoy la clemencia

de la justicia”. La confesión y la promesa fuero suficientes para el juez de primera instancia,

quien consideró que era necesario atenuar un poco la sentencia debido al arrepentimiento del

108 STJ, criminal 1846, caja 3, exp. 9001, f. 11.


365
acusado, pero además tomaba en cuenta que éste pertenecía a una familia “honrada y de buena

moral de esta villa”.109

En consecuencia, se le impusieron 6 meses de obras públicas, sin embargo de forma

excepcional, tomando en cuenta el comportamiento del STJ, en esta ocasión se revocó la

sentencia y se le impusieron tres años de presidio. ¿Cómo explicar lo anterior? Por un lado, en

este caso existían pruebas claras y contundentes del robo, pues el acusado tenía en su propiedad

lo sustraído al momento de ser capturado, además el argumento del supuesto desconocido era

siempre endeble. Por otro lado, es notorio cómo el primera instancia tomó en cuenta la supuesta

“honradez” y “buena moral” de la familia a la que pertenecía el acusado. No es descabellado

pensar que, de acuerdo a lo dicho por el juez, aquel grupo familiar tuviera ciertas influencias que

provocaron en este caso en particular un relajamiento al momento de imponer el castigo.

Al respecto, el sentir de fiscales y jueces también era evidente al momento de sentenciar,

especialmente en casos extremos tanto en su sencillez como en su gravedad, en los primeros los

castigos parecían excesivos para una ratería de poca monta, en cambio en los segundos prodigar

la muerte se pensaba como un castigo exagerado que sobrepasaba lo equivalente a las acciones

cometidas. El caso es que el STJ tendía a considerar el castigo como una pena que no debería ser

tan excesiva, sino como lo justo para reparar el daño al cuerpo social. Por ejemplo, en el caso de

la ratería que cometió Máximo Ramírez (zapatero, 18 años, soltero) en la que robó a Dionisio

Villalobos una espada y ropa, primero se le impusieron 6 meses de obras públicas pero el fiscal

escribió que le parecía una pena excesiva para un hurto que acaso llegaba a los 10 pesos, por lo

tanto se revocó la primera sentencia y se le impusieron 2 meses de obras públicas.

Otro ejemplo, desde otra perspectiva, fue el robo de Leonardo Vidaurri y Susano Torres

(jornalero, 18 años, soltero) quienes robaron en la casa de Rosalío Ortíz. Torres fue el único al

109 STJ, criminal, 1848, caja 3, exp. 9805, f. 19.


366
que se le pudo aprehender y confesó el delito. En primer lugar la defensa resaltó que durante el

robo no hubo maltrato físico hacia las víctimas (como se ha demostrado la diferenciación entre un

robo violento y otro que no lo era, fue un aspecto crucial al momento de determinar la severidad

de una pena), además se pedía consideración hacia el acusado debido a la poca edad de éste y a

que no tenía prisiones previas, es decir era la primera vez que incurría en este delito. Ante esto, el

razonamiento del fiscal fue que si bien el robo con asalto conllevaba la muerte, de acuerdo a la

legislación estatal, esta era una pena excesiva por lo que se sugería el encierro por varios años.

Por su parte, el juez del STJ citando la ley primera y segunda, titulo 40, libro 12 de la Novísima

Recopilación, “que faculta a los jueces para conmutar las penas ordinarias”, ratificó la sentencia

original que estipulaba un castigo de encierro por dos años.110

En suma, tenemos un cúmulo de casos en los cuales la legislación severa que se expedía

desde el ámbito legislativo no se tomaba en cuenta al pie de la letra, más bien se optaba por citar

la legislación colonial para atenuar las penas o absolver (a través de argumentaciones sobre la

falta de pruebas plenas) a los ladrones.

En ese sentido, comparando el comportamiento del STJ es aún más entendible cómo

desde el ámbito de la esfera pública se clamaba por castigos severos pero también por una

aplicación eficiente de lo estipulado en aquellas leyes. De alguna manera el razonamiento era que

no valía de nada publicar decretos de corte draconiano si los ladrones serían liberados o purgarían

sentencias menores a lo establecido y en las cuales saldrían en poco tiempo, o bien se podrían

fugar con facilidad. Recordemos que el castigo severo y público se pensaba como una forma de

adoctrinamiento, una manera de enseñar el poder de la autoridad y una forma de infundir miedo,

todo lo anterior en teoría disuadiría al individuo con intenciones delictivas de cometer actos

similares. Bajo esta lógica no es descabellado pensar que para muchos críticos de la forma de

STJ, criminal, 1846, caja 11, exp. 9214, f. 26.


367
administrar justicia, la falta de una severidad en las sentencias, proveniente de una interpretación

tajante de los decretos, fuera en realidad un aliciente a la criminalidad, es decir los ladrones

sabían que en una última instancia tendrían una pena que les permitiría salir en un tiempo

razonable. Por ello, tampoco era casualidad encontrar expedientes en los cuales algunos ladrones

con experiencia, acumularan varias prisiones previas. Eran personas que iban y venían de una

cárcel a otra, de un robo a un asalto. ¿Dónde quedaba la disuación a través de la pena?

2) Las obras públicas. Sobre este tipo de castigos, en algunos expedientes también se les

denominaban trabajos forzados, incluían la contrucción de edificios o el aseo de las calles, del

mismo modo en otros expedientes se menciona que la sentencia se purgaría trabajando en los

talleres de Mezcala. Esta pena se impuso mayoritariamente a robos menores, raterías e incluso

para casos de abigeato en los cuales el botín era exigüo. Generalmente, se daban de dos a cuatro

meses de trabajos, aunque hay casos que se alejaban de la media como los quince días que se

impusieron a Onofre Lamas (labrador, 33 años casado) y Atanacio Eguiarte (jornalero, 30 años,

casado) por un robo de poca cuantía, o bien el par de años con los que se le castigo a Mateo

Calixto quien robó a su otrora suegra.111

3) El encierro. Este castigo se aplicaba de forma amplia y diversificada, podría decirse

que era la pena que se utilizaba para el mayor número de infracciones (aunque no fue la más

utilizada por el tribunal) desde los robos de cierta cuantía, los asaltos violentos, las receptaciones

y el abigeato. En ese tenor, las penas eran muy variadas desde un año hasta diez, que era el

máximo de tiempo que se imponía al respecto. Por supuesto, el sitio al que se enviaba a los

ladrones era principalmente el presidio de Mezcala (recordemos que la penitenciaría de Escobedo

se encontraba en construcción y su culminación llevaría varios años más), aunque hubo casos en

los cuales se les destinaba a otros lugares. Por ejemplo, en el expediente del asalto del

111 Ver Capítulo 3.


368
mencionado Susano Torres en la casa de Rosalío Ortíz (ver arriba), en la sentencia se puede leer

que se impusieron dos años en las fortificaciones de las fronteras del norte o en Mezcala en caso

de inhabilidad.112 A Julio y Demetrio Rivas (ambos herreros y solteros, de 22 y 18 años

respectivamente), ladrones confesos de un robo a una tienda, en el cual se introdujeron por la

parte trasera del establecimiento utilizando una soga y horadando la puerta, se les impuso un par

de años de encierro en el presidio de Tampico.113 Por último, a Matías Figueroa (casado, 27 años,

jornalero) acusado de robo con asalto en despoblado en la persona de Demesio Franco, lo

castigaron con cinco años en el presidio de Veracruz (posiblemente se refiera a San Juan de

Ulúa).114

El hecho de enviarlos a otros lugares lejanos no provenía de una simple ocurrencia por

parte de los magistrados, sino que era una instrucción que estaba en la ley. Incluso hubo en ese

sentido ejemplos tempranos en el siglo XIX, por ejemplo el decreto 447 del 6 de julio de 1832,

indicaba que todos los indiciados de ladrones y los receptadores serían trasladados cómo

población a Tejas, para ello serían seleccionados por una junta calificadora.115 El 14 de julio de

1847 se declaró vigente una disposición de 1826 en la cual el STJ tenía la facultad para designar

los sitios en los cuales se enviaría a los condenados sentenciados a presidio.116 Por último, el

decreto número 193, establecía que todos los sentenciados serían enviados a Baja California:

“donde extinguirán su condena a la disposición y vigilancia de las autoridades políticas de aquel

territorio”.117

¿Cómo explicar este tipo de disposiciones? Por un lado, es posible que en momentos de

coyuntura política y social, como los hubo en el siglo XIX, no existían las condiciones para el

112 STJ, criminal, 1846, caja 11, exp. 9214.


113 STJ, criminal, 1857, caja 5, exp. 16400.
114 STJ, criminal, 1856, caja 5, exp. 15245.
115 Colección de los decretos, tomo V, pp. 343 - 348.
116 Colección de los decretos, tomo X, pp. 290 - 291.
117 Colección de los decretos, tomo XII, p. 276.
369
traslado de los reos hacia Mezcala debido a que o bien la capital tapatía se encontraba sitiada o

los caminos no eran seguros. Por otro lado, también es plausible pensar que este presidio era

realmente deficiente en su administración pues no cumplía con su función de ser un sitio de

encierro (esto ante las numerosas fugas que tenía) y además estaba sobrepoblado. Ante este

escenario se optó por enviar a los reos a otros presidios o territorios. De esta manera la

responsabilidad de los condenados residía en manos de otras administraciones, en este sentido

podría afirmarse que quedaban a su suerte al ser enviados a la lejanía. Además, en el caso de

Tejas y Baja California se abonaba al poblamiento del norte del país, uno de los proyectos más

deseados (e infructuosos) por la clase polítca decimonónica.

4) La pena de muerte. También mencionada en los expedientes como pena capital, ultimo

suplicio, pena de vida o ser pasados por las armas, fue un castigo que se aplicó en realidad de

forma minoritaria, como se puede observar en el cuadro arriba citado, especialmente si se le

compara con los otros castigos prodigados. En el muestreo tenemos 18 casos (un total de 21

hombres involucrados) en los cuales se impuso la pena capital en la primera sentencia, para ello

se citaba generalmente la ley del 12 de septiembre de 1848 que imponía esta pena al robo

violento ya sea a la persona o a la cosa. Sin embargo, en solamente tres casos esta pena se

ratificó, en el número restante de expedientes se revocó a través de una serie de indultos que

expidió el gobernador y se impusieron sentencias de 10 años de encierro en el presidio.

En ocasiones la pena de muerte solamente se insinuaba en los expedientes, como una

posiblidad que finalmente no se utilizaba, sobre esa práctica un fiscal hablaba de “moderar el

rigor de las penas en la práctica”.118 Como fue el caso del asalto en despoblado que sufrió

Antonio González en marzo de 1847 en las inmediaciones del poblado de Xalisco en el Séptimo

Cantón, dos hombres lo abordaron y lo golpearon con una espada y un garrote, una vez que lo

118 STJ, criminal, 1848, caja 5, exp. 9845.


370
derribaron robaron su caballo, sus pertenencias y huyeron del lugar. La víctima reconoció a uno

de sus asaltantes, Timoteo Uribe (jornalero, 37 años, casado), el cual tenía antecedentes como

ladrón, contaba con una prisión previa en Tepic por robar de la troje de la hacienda en donde

trabajaba. Por supuesto negaba la acusación, pero no contaba con una coartada fuerte, aseguraba:

“no me acuerdo en donde estaba el día del robo” y agregaba sobre su acusación: “algun pecado

deberé y lo estoy pagando”.119 La primera sentencia lo absolvió, cuando el expediente llegó al

STJ el fiscal aseguró que el robo si estaba comprobado e incluso merecería la pena de muerte,

ante esto aseguró que el primera instancia debió imponer por lo menos una pena de algunos años

de encierro en el presidio. Finalmente, Uribe solamente fue sentenciado de receptador, el único

delito que se le podía comprobar ante la falta de pruebas prístinas, por lo que recibió dos años de

prisión.

Otro grupo de casos demuestran que aunque la legislación contemplaba la violencia sobre

las cosas como una razón para imponer este castigo, en realidad las horadaciones o el

rompimiento de las chapas no se consideraban acciones dignas del fusilamiento. Esto aunado a lo

exiguo de lo robado. Así, desde la interpretación literal del decreto se imponía pena capital en la

primera sentencia, pero se moderaba en el STJ. Tal fue el caso del robo que realizó Mónico

Mujica (jornalero, 30 años, soltero) quien horadó la puerta de la casa de Pablo Gómez, cuando

entró fue descubierto por el dueño e inmediatamente huyó por lo que en realidad no sustrajo

ningún bien material. Sin embargo, en términos estrictos realizó violencia en contra de las cosas,

por lo que de acuerdo a la legislacion estatal fue condenado a pena de muerte. Ante esto, el

procurador de presos Luis Díaz expresó su agravio ante la sentencia del primera instancia de

Tepic, estableció que le sorprendía la facilidad con la que se prodigaba la muerte en los casos

judiciales y mencionó que dicho juez debería tener un corazón “sanguinario”, aunque después

119 STJ, criminal, 1847, caja 8, exp. 9550.


371
matizó mencionando que en realidad aquel expidió esa sentencia por ignorancia, señalando su

desconocimiento del espíritu e inteligencia de las leyes sobre el robo, ya que si bien estas

estipulaban la última pena lo hacían siempre y cuando la acusasión estuviera bien fundamentaba

y existieran pruebas claras respecto a la intención de robar y hacer daño. En el caso del acusado

Mujica era todo lo contrario pues las intenciones del personaje no eran claras, a más que afirmó

que se introdujo para tener una ventura amorosa con una “mujercilla de por allí”.120 Ante esto, se

revocó la primera sentencia y se absolvió a Mujica.

Otros casos similares revocaron la sentencia de pena capital e impusieron meses de

encierro cuando los botines eran de poca monta, como le ocurrió al ya mencionado ladrón Felipe

Gómez (obrajero, 20 años, casado) quien robó fanega y media de maíz. Confesó que lo hizó para

alimentarse.121 El caso de otro robo menor, el de Margarito Pérez (jornalero, 35 años, casado),

quien sustrajo un tercio de carbón de un corral es significativo ya que revela que los mismos

jueces de primera instancia sabían que sus sentencias serían revocadas, en este caso se impuso

evidentemente la pena capital pero en la sentencia el juez aseguró: “al imponer la pena, el alma se

horroriza pero descansando en que será esto solo una ceremonia”.122 Es decir, sabía que esta

ceremonia consistía en la revocación y la imposición de una pena menor, no sin algún comentario

proveniente del STJ sobre la ignorancia o la severidad de estos jueces. En este caso se revocó la

pena de muerte y se impusieron 3 años de presidio.

Posteriormente, tenemos un tercer grupo de expedientes en los cuales efectivamente la

sentencia era revocada por el gobernador. Generalmente eran casos de violencia en contra de las

cosas o bien cuando lo robado era de poco valor. El primer ejecutivo estatal tenía esta facultad a

través de la ley. Estos decretos se publicaron como parte de la Colección de leyes y decretos, en

120 STJ, criminal, 1849, caja 2, exp. 10148.


121 STJ, criminal, 1851, caja 2, exp. 11049.
122 STJ, criminal, 1851, caja 5, exp. 11500.
372
los cuales en un periodo de 1846 a 1861 se expidieron 61 indultos (no todos de pena de muerte

porque a veces se indultaban penas de prision). El formato de estos textos era muy esquemático,

el gobernador otorgaba el indulto ya sea por el buen comportamiento del reo, por lo excesivo de

la pena o por lo exiguo de lo robado.

Lo relevante de estos casos era destacar el comportamiento del STJ y de la autoridad en

general al respecto. Es decir, pese a que en los decretos que se habían mencionados se

establecieron castigos severos, en la práctica judicial observamos que había una interpretación de

los acontecimientos que tendía hacia la tenuación de los castigos, en ese tenor es notorio que

había un consenso hacia considerar la violencia sobre las cosas como un hecho en realidad no tan

grave.

En contraparte, en los casos en los cuales había una violencia excesiva, como el

homicidio, la justicia no se mostraba benévola. Tal fue el caso del asalto que sufrieron Eusebio

González y José María López,123 tras el cual el primero resulto asesinado y el segundo

severamente herido, muriendo horas después. Las víctimas fueron asaltadas en el camino por

cinco hombres armados con espadas y lanzas, entre los cuales iban Isidoro Ruiz (labrador, 22

años, casado) y Domingo Barbosa (jornalero, 34 años, soltero). Durante el acto hubo un

enfrentamiento en el cual las víctimas salieron heridas, tras lo cual los bajaron de sus caballos, los

amarraron y los dejaron en el camino. Las autoridades lograron capturar a Ruiz y a Barbosa, las

acusaciones eran fuertes ya que ambos llevaban en su posesión prendas que eran propiedad de los

occisos, además sus coartadas estaban llenas de contradicciones sobre dónde habían estado al

momento de los hechos y por último se intentaron fugar de la cárcel de Zapotlanejo. Finalmente

confesaron el delito y se mostraron arrepentidos de sus actos. En la primera sentencia se impuso

pena de muerte, la cual fue ratificada por el STJ. Evidentemente, el abogado defensor buscó

123 Ver Capítulo 3.


373
obtener indulto por parte del gobernador, pero éste lo negó. Al final del expediente se repoduce la

ejecución de sentencia, documento en el cual se dan las razones para negar la petición, entre las

cuales se menciona que se aprueba el rigor en la aplicación de la ley en contra de “bandidos que,

sin piedad, asesinan á los transeúntes haciendose indignos de toda clemencia”, por último

aclaraba que esta gracia: “solo puede tenerse cuando en los delitos no se apura la crueldad con las

víctimas”.124 Es decir, el ejecutivo estatal estaba dispuesto, como se demostró, a indultar de la

pena capital a todo ladrón siempre y cuando no hubiera sido excesivo en el uso de la violencia en

contra de otras personas.

Otro ejemplo similar que fortalece la afirmación anterior, fue el caso de robo domiciliado

y violación en contra de Inés Cortes,125 en el cual cinco hombres abusaron de ella enfrente de su

marido José Castillo quien se encontraba amarrado. La primera instancia de Tepic señaló sobre el

hecho agravante de la violación, afirmó que los malhechores lo hicieron no por necesidad, sino

por “puro deseo de martirizar abusaban de la fuerza recreándose en el dolor que sufriría José

Castillo” (nuevamente habrá que destacar que se ponía atención en el dolor de Castillo, más

nunca en el sufrimiento que experimentó Cortes). Esta violencia desmedida, sin otro fin más que

prodigar un daño hacia la víctima era algo inaceptable para la autoridad. En este caso, la solicitud

de indulto fue rechazada afirmando que este tipo de delitos no pueden quedar impunes, decía el

fiscal: “principalmente en las circunstancias en que se encuentra nuestra sociedad”. La idea ante

los casos de violencia excesiva y homicidio era imponer un castigo ejemplar, un escarmiento y

ese era la muerte, al respecto menciona: “sólo la pena capital puede retraer a los vandidos [sic.]

de cometer sus crímenes por el terror que ella inspira”.126

124 STJ, criminal, 1853, caja 7, exp. 12906. Ver anexo 9.


125 Ver Capítulo 3.
126 STJ, criminal, 1857, caja 4, exp. 16345.
374
Los fusilamientos se llevaban a cabo en las cabeceras de Cantón o bien en la capital del

estado, a una hora determinada previamente aunque generalmente era temprano por la mañana.

Años despues, conforme el estado logró salir de la inestabilidad política que lo acechaba, refinó

aún más sus nociones sobre el castigo y poco a poco fueron disminuyendo estas prácticas. Fue en

la segunda mitad del siglo XIX (en concreto hacia la década de los 70’s) cuando el debate sobre

la incivilidad de la pena capital llegó de forma clara al ámbito jalisciense. Todavía en 1871 el

gobernador saliente Félix Barrón establecía la existencia de este castigo al narrar por ejemplo que

los plagiarios del ciudadano Manuel Medina habían sido aprehendidos y fusilados.127 Esto

cambió con su sucesor Ignacio Luis Vallarta quien como gobernador fue contrario a la pena de

muerte, aunque seguramente la prodigó en su exensa etapa de juez. En sus informes este

personaje se jactaba de haber utilizado sus facultades extraordinarias para, por ejemplo, conmutar

la inminente ejecución de Doroteo Gutiérrez y Eduardo Barba (ambos ladrones). Matizaba las

acusaciones de sus detractores sobre qué era un gobernante sanguinario, cruel y feroz, al

establecer que en lo que iba de su administración solamente había ejecutado a un par de reos:

Atanasio Gallardo y Candelario Arceo, y ello debido a que el gobierno no tuvo “recurso racional

para salvarlos”.128 Finalmente concluía: “Pocas administraciones han tenido ese respeto a la vida

humana, creyendo [el gobierno] que ha hecho bien al economizar tanto el horrible espectáculo del

cadalso”.129

Estos casos fueron claros en la demostración de una violencia y saña excesivas, pero

también había otros elementos que si bien no tenían consecuencias tan drásticas (como la

127 Félix Barrón, “Informe leído en el salón de sesiones del congreso del estado de Jalisco, 28 de septiembre de 1871”
en Urzúa Orozco y Hernández Z. Jalisco, testimonio, pp. 495 - 513.
128 Vallarta, “Memoria presentada por el ejecutivo”, pp. 519 - 557. Sobre el mismo tema también ver: Ignacio Luis
Vallarta, Memoria presentada por el ejecutivo a la Legislatura del estado de Jalisco dando cuenta del uso que hizo
de las facultades extraordinarias que ejerció desde el 5 de enero hasta el 3 de octubre de 1872, 76 pp. Guadalajara,
Tipografía de Isaac Banda, 1872. BPEJ,Miscelánea 740, documento 16, 1872.
129 Ignacio Luis Vallarta, “Memoria presentada por el ejecutivo”, p. 551.
375
diferenciación entre la vida o la muerte) sí determinaban un castigo más severo que otros. El

agravante al que me refiero es algo menos evidente o palpable que la violencia, pero presente en

los expedientes: la mala fama del ladrón. Como se recordará la legislación diferenciaba los

castigos entre quién era el líder de un grupo de ladrones y quien solamente era un miembro más

del conjunto, y en ese sentido una práctica común era negar todo tipo de liderazgo gavillero y

pasar por ser un simple ladrón al que se le tendría que prodigar un castigo sencillo. Pero en otras

ocasiones la notoriedad precedía al individuo y este era reconocido cómo tal justamente por sus

acciones delictivas.

La fama pública fue un concepto importante para categorizar al individuo y clarificar la

desviación social. El delincuente con mala fama realizaba acciones concretas que trascendían

hacía un imaginario social, a su vez, se le atribuían hechos o narraciones para formar un

arquetipo de individuo desviado que para bien o para mal se relacionaba con la sociedad que lo

emanaba. Miguel Ángel Isais Contreras establece que el concepto de fama pública tuvo primero

connotaciones morales relacionadas con lo idealizado de la vida caballeresca castellana, en la

cual aspectos como el honor y la vergüenza regían comportamientos específicos como, por

ejemplo, los duelos en los cuales los potentados morían por maneter su honor.130 La poca honra

en el accionar del menesteroso se relacionó con su mala fama, lo cual fue sancionado por la

legislación española. Evidentemente, este concepto continuó en las normatividades sobre los

delincuentes hasta el siglo XIX, pero no como un elementos para probar un hecho sino como un

“medio para probar e ir en contra de muchos individuos que cayeron en el entredicho de sus

propias comunidades”.131

130 Miguel Ángel Isais Contreras, “La fama pública, un concepto útil para entender la sociedad y la justicia penal
durante el siglo XIX” en Trujillo (Coord.), Voces y memorias, p. 118 - 120.
131 Isais, “La fama pública”, p. 121.
376
En estas situaciones se señalaba que el acusado era ladrón famoso, lo que significaba que

había robado anteriormente y por ende era reincidente. Lo anterior también presuponía que al

individuo se le conocía en la región, o por lo menos en los juzgados, había en ese sentido

sobrepasado la línea del anonimato, que era tan cara para esta actividad delictiva y en adelante su

notoriedad sería un contrapeso para su labor. Por supuesto, debido a la evidente intención por

ocultar los liderazgos así como la notoriedad, hay pocas evidencias en los expedientes en los

cuales hubiera ladrones conocidos. Tal fue el caso de los acusados Miguel Francisco (zapatero,

28 años, casado) y Jesús Hernández (sastre, 22 años, célibe) quienes llevaron a cabo un robo

cerca de Tepatitlán, el asalto fue hecho en cuadrilla, entre 6 o 7 individuos y violentamente ya

que golpearon a las víctimas con un cinturón, les taparon la cabeza y los amarraron.

Los hechos estaban plenamente confirmados por tener los acusados las posesiones de las

víctimas al momento de ser detenidos, también por el careo en el cual los señalaron plenamente

como participantes del asalto y finalmente por la confesión de los hechos por parte de Francisco.

Éste individuo fue señalado en el expediente como “ladrón famoso” a quien se le había

relacionado con numeroso robos y asaltos ocurridos en la región en meses pasados.132 Este sólo

hecho fue el diferenciador entre la sentencia de 10 años del ladrón con fama y la menor de 8 años

de su compañero infame, por lo tanto no resulta sorprendente la secresía con que se manejaban.

Un año después salieron a la luz de un expediente un par de ladrones notorios en el

ámbito delictivo local. Eran Inés Salas y Pedro Alcántara Camarena quienes junto a otros

individuos asaltaron violentamente a José María Izquierdo y a su familia, del hecho Izquierdo

resultó muerto por una herida de puñal. Salas fue identificado como el líder de la cuadrilla en

tanto Alcántara era un “bandido famoso”. Inicialmente, el liderazgo pesó más que la fama, ya

que al primero se le impusieron 10 años de encierro en tanto al segundo 6.

132 STJ, criminal, 1846, caja 11, exp. 9201.


377
Sin embargo, el fiscal hizo una exhortación enérgica al juez del STJ para que este delito

no quedara impune, especialmente porque el asesinato de Izquierdo dejó sin auxilio ni educación

a una pequeña familia. En ese sentido mencionaba que ante delitos atroces: “el derecho no

requiere una prueba tan cabal”.133 Además, un ladrón como Camarena había estado en la cárcel

numerosas veces por ladrón en cuadrilla en despoblado y con armas, por riñas, heridas,

resistencia a la autoridad, golpes y muertes. Por lo tanto, debería de tener un castigo mayor,

extraordinario, de una severidad ejemplificante, incluso afirma que debería de seguirse a los

autores clásicos (no menciona cuales) que “sólo ecsigen [sic.] presunciones para poder imponer

pena a los que son acusado de delitos semejantes”.134*

Finalmente concluía su alocución con una frase que engloba el momento de inseguridad al

que estaba sujeta la población, así como a la poca efectividad que estaba teniendo la

administración de justicia. Aspectos centrales que se han reconstruído a lo largo de este trabajo:

Nadie puede seguro trancitar [sic.] hoy los caminos, y lo que es más, ni en la propia habitación de

ntro de los poblados están seguros los ciudadanos ni sus intereses, porque á cada paso son asaltado

s de los malhechores; y cuando se logra aprehenderlos luego a poco se les absuelve, y siguen la ca
, sus crímenes.
rrera de ' 135

LAS CÁRCELES

Por último, es necesario desarrollar, aunque sea de manera panorámica, el estado que guardaba el

conjunto de prisiones en el estado de Jalisco durante lás décadas profundas del siglo XIX. Al

igual que sucedió con las leyes, la modernización de las prisiones era una meta a alcanzar para

los gobiernos republicanos, porque esto representaba tener una institución renovada que se

133 STJ, criminal, 1847, caja 1, exp. 9379, f. 35.


134 STJ, criminal, 1847, caja 1, exp. 9379, f. 35.
135 STJ, criminal, 1847, caja 1, exp. 9379, f. 35.
378
contraponía a las antiguas prisiones coloniales. Ese proceso también fue lento y gradual, en tanto

se continuó utilizando el sistema carcelario existente. Además, habrá que mencionar que la cárcel

tuvo un fin político que resultaba evidente, pues los crímenes que afectaban o desestabilizaban la

organización y funcionamiento del Estado serían los que principalmente se perseguirían. Por

ejemplo, Antonio Padilla Arroyo establece que el uso político que se le dio a las prisiones durante

el Porfiriato tuvo una incidencia clara con el proceso de consolidación del Estado mexicano, pues

inhibió y desarticuló la participación de grupos disidentes.136 Para nuestro caso, varias décadas

atrás, el objetivo gubernamental era mucho más práctico: el de asegurar la estabilidad. Por lo

tanto, el principal objetivo estatal se dirigió hacía el encarcelamiento de los ladrones, lo que no

excluyó que también se encarcelaron a criminales de otro sesgo como los delincuentes sexuales,

los rijosos o los vagos. En el estado el sistema carcelario se componía de cárceles municipales,

cárceles en las haciendas, casas de recogidas así como el presidio de Mezcala.

En Guadalajara existía la cárcel de hombres también conocida como “Real Cárcel” que se

encontraba cerca del edificio del ayuntamiento y que albergaba un grupo pequeño de hombres

que realizaban trabajos artesanales como la sastrería, la zapatería o el obraje de algodón y lana así

como obras públicas, todo lo cual se hacía bajo condiciones poco favorables. Esta prisión fue

descrita por el periódico La Voz de la Alianza como insuficiente para los propósitos de seguridad

del gobierno, pues era “estrecha, esta[ba] en medio de la ciudad y su distribución interior es

esencialmente mala pues no ofrece capacidad sino para encerrar, confundidos unos con otros, a

los infelices que tienen la desgracia de caer allí”.137

También en la capital estaba la prisión de las mujeres llamada “Casa de Recogidas” donde

se encerraba a las escandalosas y delincuentes. Estaba dividida en tres departamentos: el de

136 Antonio Padilla Arroyo, “Control, disidencia y cárcel política en el Porfiriato” en Convergencia. Revista de
Ciencias Sociales, México, vol. 11, núm. 36, septiembre - diciembre de 2004, p. 274.
137 La Armonía Social, Guadalajara, martes 9 de enero de 1849, tomo 1, núm. 3, p. 4.
379
recogimiento, el de corrección y el de castigo. En el primero llegaban las huérfanas o aquellas

que no tenían medios de manutención, en el segundo se recluía a las féminas enviadas por los

alcaldes de justicia para realizar trabajos de la casa y en el tercero se encerraban a las que

enfrentaban causas criminales. Los trabajos que realizaba cada sección al interior de la cárcel

iban incrementándose de acuerdo a su gravedad, es decir las huérfanas realizaban tejido en tanto

las mujeres del área de castigo cargaban el agua y realizaban la molienda. Los delitos más

frecuentes por los cuales eran recluidas fueron prostitución, ebriedad, escándalos y riñas.138

También estaba el presidio, habrá que mencionar que originalmente estas prisiones eran

instituciones que se habían creado como puntos de avanzada en la progresiva ocupación que se

hacía del territorio norte del país en contra de los indígena rebeldes, eran sitios de carácter militar

que servían como lugares de abastecimiento y protección.139 En Jalisco tras la capitulación en

1816 de los alzados de la isla de Mezcala y debido a las constantes fugas que había en la “Cárcel

Real”, se pensó que podría utilizarse la instalación isleña como un lugar de reclusión. Lo anterior

significó un cambio simbólico sustancial, de un sitio que representó la rebelión y la resistencia a

otro que transmitía el temor, la sujeción y la muerte. En el reglamento que José de la Cruz

autorizó para el gobierno de la isla de Mezcala estableció entre otras cosas que habría una fuerte

vigilancia por parte de un destacamento militar compuesto por un sargento, tres cabos y 16

soldados, asimismo menciona que se derrumbaría la iglesia y el personal (gobernador, oficiales,

tropa, proovedor y albañiles) pasarían a vivir a la casa fuerte en lo que se construían baluartes y

otras habitaciones.140 Tres años después Luis Quintanar mandaba una solicitud al gobierno

Provincial para continuar la reparación de la edificación del presidio y especialmente de las

138 Trujillo, Entre la celda y el muro, pp. 58 - 60.


139 Trujillo, Entre la celda y el muro, p. 56.
140Proyecto para el establecimiento de un presidio en la Isla de Mezcala en la Laguna de Chapala, 1819. AGN,
Indiferente Virreinal, caja-exp.: 5620-021. Cárceles y Presidios. Año: 1819, fs. 6.
380
fábricas que se encontraban en el abandono. Quintanar estableció que Mezcala era un sitio donde

el Imperio tenía un punto de consideración y defensa en tiempos de angustia, así como un lugar

para la custodia de criminales peligrosos que no pueden ser utilizados en las obras públicas “sin

que se tema su fuga”.141

Mezcala continuó sus operaciones como presidio durante varias décadas del siglo XIX.

Era administrado por un particular que se encargaba de todos los aspectos al interior de esa

cárcel, incluída la disciplina. Pese a que durante ese tiempo se realizaron diversos arreglos a su

estructura, y aunque contaba con fábricas e iglesia, no llenaba las expectativas de los tiempos

decimonónicos. Mas bien, ante los ojos de la clase en el poder, parecía más un lastre de la

antigüedad que sobrevivía debido a que no existía otro sitio en donde confinar a los delincuentes.

Así, el funcionamiento de este presidio aunque se extendió por varias décadas siempre estuvo

relacionado con la crítica hacia su eficiencia y operatividad. Por ejemplo, Herrera y Cairo

mencionaba que el presidio permanecía: “con peligros que cada día se aumentan, con un

reglamento que deja inmensos vacíos y bajo las mismas leyes que sirvieron a nuestros abuelos”,

era en suma un lugar donde los reos permanecían ociosos, fraguando conspiraciones y llevando a

cabo sistemáticas fugas.142 En el mismo sentido, para La Voz de la Alianza era “un lugar

destinado al padecimiento, un sitio de dolor y de llanto”.143 Era un triste peñasco desolado e

insalubre administrado por un particular, que se beneficiaba del trabajo que realizaba su infeliz

población.

Sobre las cárceles municipales lo poco que se conoce es que se encontraban en un mal

estado. Cañedo y Arroniz menciona que era necesario reformar por lo menos las prisiones de la

141 Sobre la necesidad que se repare el presidio de Mezcala, 1822. AGN, GD127, Gobernación, Sin Sección, caja 46,
exp. 58, fs. 1 - 5.
142 Herrera y Cairo, “Memoria que el C. Gobernador”, p. 120.
143La Armonía Social, Guadalajara, viernes 5 de enero de 1849, tomo 1, núm. 2, p. 4.
381
capital de los cantones para hacer departamentos que separen a los criminales peligrosos de

aquellos que aún tenían posibilidad de reformarse.144 En el mismo tenor, el gobernador Romero

describía que estas eran estrechas, sucias y poco adecuadas para la readaptación de los reos.145

En general tenemos un panorama que lucía desalentador, en gran parte los argumentos

sobre la ineficacia de las prisiones en funcionamiento se relacionaba con las numerosas fugas que

ocurrían en ellas. En el muestreo realizado tenemos 8 casos en los cuales el reo intentó escapar de

su prisión, de estos tanteos la mitad fueron exitosos, el resto solamente se refirió la pretensión. El

ejemplo infructuoso más original fue el de Seferino Mundo (jornalero, 18 años, soltero), acusado

de un robo menor y quién intentó fugarse de la cárcel de Jala, para tal propósito quiso incendiar

los barrotes de la puerta pero fue descubierto en la acción. Después en su defensa alegó que

efectivamente prendió el ocote e hizo el fuego pero no era con intención de escapar, sino que se

quedó dormido. Incluso añadió: “traté de salir para avisarles [sic.] a los que cuidaban la cárcel y

para ir a traer un carpintero que compuciera [sic.] [la puerta]”.146 Para el caso de las fugas

exitosas, estas se realizaron en las cárceles municipales y se llevaron a cabo horadando la puerta

o simplemente forzando la chapa. Una vez libres los ladrones no volvieron a ser capturados, los

expedientes se cerraban con exhortaciones para volver a encontrarlos, pero como ya se mencionó,

el conocimiento de la geografía local y la gran movilidad que tenían estos individuos, los

convertía en sujetos realmente escurridizos.

Por lo tanto, debido que ninguna prisión se consideraba como moderna o realmente

eficiente, la construcción de un nuevo recinto de confinamiento se convirtió en una prioridad para

la clase gobernante. De alguna manera se pensaba que para castigar mejor (en el sentido de

144 Cañedo y Arroniz, “Memoria que el Exmo. señor”, p.154.


145 José Antonio Romero, “Informe sobre el estado actual de la administración pública del estado de Jalisco, 1 de
febrero de 1835” en Urzúa Orozco y Hernández Z., Jalisco, testimonio, pp. 179 - 180.
146 STJ, criminal, 1850, caja 3, exp. 10873, f. 15r.
382
imponer castigos no bárbaricos sino apropiados al delito cometido) se necesitaban mejores

prisiones. En términos generales, la reforma al sistema carcelario se basaba en tres aspectos:

educación, trabajo y disciplina.

El proyecto de la nueva penitenciaría tendría que abrevar necesariamente de los elementos

antes mencionados. Esa prisión sería la Penitenciaría de Escobedo, la cual de acuerdo con

Trujillo Bretón surgió: “en un marco en el que las ideas liberales vieron en la modernización y en

el progreso del país una prioridad para poder emerger [...] y en ese tenor se tuvo la necesidad de

[...] rehabilitar a la [población] que era considerada peligrosa.147 La construcción de esta cárcel

fue prefigurada por el propio Herrera y Cairo quien sugirió la creación de un recinto con las

características del panóptico.148 Pero en realidad la obra fue iniciada en la administración de

Antonio Escobedo, de ahí proviene su nombre, mediante el decreto número 8 del 21 de junio de

en 1844. La primera piedra se colocó al año siguiente y en general la obra fue supervisada por

Manuel López Cotilla, sin embargo su construcción fue muy accidentada y lenta pues hasta 1870

se comenzó a trasladar a los reos de la cárcel de Guadalajara a la nueva penitenciaría, en 1874 se

terminó la construcción del jardín y al año siguiente del muro exterior. El diseño contó con tres

departamentos, el primero donde residía el Supremo Tribunal de Justicia y las autoridades, el

segundo que tenía un trazo similar al del panóptico pero con la diferencia que en el centro había

una capilla para los condenados a muerte y en el tercer espacio se encontraban los talleres, los

lavaderos y los baños (ver imagen 17).149

Durante el proceso de su construcción, que tardó varios años, encontramos que en la

prensa se pugnaba por la conclusión urgente de este proyecto, porque representaban el elemento

147 Trujillo, Entre la celda y el muro, p. 85.


148 Herrera y Cairo, “Memoria que el C. Gobernador”, p. 121.
149 Jorge Alberto Trujillo Bretón, La Penitenciaría de Escobedo. Por temor y orgullo, Guadalajara, Universidad de
Guadalajara, 2011, pp. 18 - 25.
383
modernizador que el estado había buscado implementar respecto a la conservación de la

seguridad pública. Por ejemplo, El Republicano Jalisciense hablaba de una institución que

respondía a “las ideas filantrópicas del siglo”.150 Al respecto, Pérez Verdía elogiaba la iniciativa

del gobernador Angulo por continuar con el proyecto de Escobedo pese a que ambos personajes

abrevaban de ideologías políticas contrarias. En su gobierno se terminó la cimentación, se

levantaron los muros y se concluyó uno de los departamentos.151*

Imagen 17. Diseño de la Penitenciaría de Escobedo.152

l5" El Republicano Jalisciense, Guadalajara, viernes 16 de octubre de 1846, tomo 1, núm. 16, p. 4. Para más
información sobre la cobertura periodística de la Penitenciaría de Escobedo ver Capitulo 2.
151 Pérez Verdía, Historia particular del Estado de Jalisco, p. 456.
15_ Tomado de: Trujillo, La Penitenciaría de Escobedo.., p. 37.
384
La Escobedo tuvo como fin modernizar las cárceles en el Estado, eliminar los castigos

corporales, los trabajos forzados así como la aglomeración de la población en espacios reducidos

para privilegiar el encierro solitario. Lo anterior fue una adaptación de dos modelos carcelarios

estadounidenses: llamados de Filadelfia y Auburn que ponían especial énfasis en el

enclaustramiento silente del prisionero. Rodney Anderson establece que la población de esta

nueva prisión se conformaba por los llamados “pelados”, que eran los “hombres peligrosos” que

poblaban los barrios bajos y difíciles de la Guadalajara republicana, estos personajes venían a

sustituir a los otrora léperos de la colonia.153 En el mismo sentido, Trujillo menciona que la

mayoría de la población de Escobedo se compuso de personas provenientes de los estratos menos

privilegiados de la sociedad: los pobres, los jornaleros, los albañiles. Asimismo, en la misma

situación de desamparo, sólo que en una proporción menor se encontraban las mujeres y los

niños.154

Este nuevo edificio representó el culmen de las propuestas sobre seguridad que se vertían

en la esfera pública. Es curioso que se pensara como un recinto filantrópico, cuando en realidad

se trataba de una estructura de control social. Aunque se tenía la intención de brindar algún tipo

de instrucción para la rehabilitación del criminal, como la enseñanza de un oficio, el objetivo

central era el encierro. Así, en Escobedo se confinarían los delincuentes, pero también los miedos

e incertidumbres que los gobernantes tenían sobre la población. Por lo tanto se pensaba garantizar

la seguridad social a base de cal y canto, los muros serían la metáfora perfecta de la

diferenciación entre aquellos sujetos mostrados como “viles” ante su contraparte “ilustrada”.

En un plano mucho más profundo estamos ante la transformación de las ideas sobre esta

institución y su adaptación a un contexto específico. El concepto de cárcel pasó de ser un lugar de

153 Anderson, “Las clases peligrosas”, p. 6.


154 Trujillo Bretón, La Penitenciaría de Escobedo, p. 50.
385
custodia en donde se esperaba la pena a ser un fin en sí mismo. Cómo lo expresa Massimo

Pavarini: “antes de la aparición del sistema de producción capitalista no existía la cárcel como

lugar de ejecución de la pena propiamente dicha que consistía, como se ha dicho, en algo distinto

a la pérdida de la libertad”.155 La pena de encarcelamiento en consecuencia se puede interpretar

cómo un cambio en el paradigma de las ideas, pero también en un plano más utilitarista está

directamente relacionada con el desarrollo del capitalismo y una forma de: “disciplinar a la mano

de obra excedente y vagabunda producto de la desintegración de la economía feudal”.156 El

desarrollo de la institución carcelaria se explica también en términos de poder y de la forma en

que un Estado (con proyectos para consolidarse) controlaría a su población.

En suma, a lo largo del capítulo observamos el recorrido de varias ideas, todas ellas

tendientes a un cambio sobre la forma en que se debería impartir el castigo. La postura

dominante, la foucaultiana, establece que este proceso fue gradual y culminó a mediados del siglo

XIX. Sin embargo, el revisionismo historiográfico ha cuestionado la universalidad de esta

afirmación proponiendo estudios de caso particulares que demuestren que este proceso fue

mucho más complejo. Así, por ejemplo Caimari demostró cómo en Argentina los pensadores y

juristas fueron de avanzada en tanto la teoría: manejaban a Beccaria, citaban a los ilustrados y

planearon adaptar esos modelos a su país construyendo penitenciarías. Sin embargo, chocaron

con una realidad que simplemente no se adecuaba para lograr ello, no había las condiciones

económicas, políticas e incluso geográficas.

Algo similar puede establecerse para el caso jalisciense en donde una élite regional, si

bien de una manera un tanto imitativa y vacilante, quizo modernizar las ideas y las instituciones

relacionadas con la punición. Esta intención fue parte del rompimiento que a todos niveles el

155 Pavarini, Control y dominación, p. 36; y Caimari, Apenas un delincuente, p. 32.


156 Pedro Trinidad Fernández, “La inclusión de lo excluido: La historia de la delincuencia y de las instituciones
penales” en Historia Social, Valencia, núm. 4, primavera - verano 1989, p. 150.
386
México republicano pretendió tener con respecto a su pasado colonial. Si se quería imponer un

México de ciudadanos, de hombres que respetasen la ley, de mano de obra asalariada, debería

tenerse nueva legislación, nuevos castigos que incorporasen nociones utilitaristas y de

reincorporación a la sociedad.

También deberían existir otras formas de control social, los demonios de la inestabilidad

atacaban al Estado, por ello el énfasis en modernizar las policías y construir una penitenciaría.

Sin embargo, las condiciones contextuales hicieron merma a la voluntad política. Me refiero a

aspectos muy conocidos de la historia del primer siglo mexicano: inestabilidad social y política,

caudillismo, corrupción, falta de control social, falta de dinero y la guerra. Por ello la Escobedo

tardó tanto en construirse, las policias en modernizarse y las leyes sobre el tema tuvieron

momentos de avance y retroceso.

Si observamos este proceso en una larga duración, los cambios en las ideas e instituciones

relacionadas con el castigo no se consolidarían sino hasta finales del XIX y principios del XX. En

tanto, ese fue el panorama durante la segunda época federal, un periodo de transición que

impulsaba un proyecto que no lograba aún consolidarse. En el fondo estamos ante la debilidad e

inmadurez de un Estado, que por las conyunturas que enfrentaba no podía garantizar la seguridad

en su territorio.

Jalisco enfrentó esta crisis de ladrones con los medios que tuvo a su alcance, aunque no

fueron los óptimos. Siguió resolviendo los casos de robo mayoritariamente citando las leyes

coloniales y continuó enviando a los reos a Mezcala o bien a las cárceles muncipales, las cuales

por las crónicas de la época no eran nada seguras en términos de mantener un encierro

prolongado. Aun más, en la mayoría de los casos se observó que había una tendencia hacia la

atenuación de la pena, expedientes donde se absolvía a los reos o se les indultaba la pena capital

fueron numerosos. En ese sentido los castigos severos, tanto en términos de años de encierro,
387
como de trabajos forzados fueron excepcionales. De esta forma observamos cómo existió un

desfase entre el discurso y la práctica, desde la esfera pública se pugnaba por castigos severos,

esta visión obedecía al momento coyuntural que vivía el estado de Jalisco y el país. En tanto en el

STJ se quería administrar la justicia de la forma más pristina posible, con evidencias tan claras

como la luz del sol. Ciertamente, en este contexto hubo ladrones que se beneficiaron de esta

situación, pues hubo quienes coleccionaban prisiones, conformando una vida criminal que

variaba entre la actividad delictiva, en encierro temporal, la fuga o la compurgación.

388
CONSIDERACIONES FINALES

El robo fue una práctica compleja y diversa en el Jalisco de mediados del siglo XIX. Las razones

que explican el incremento de este tipo de delitos fueron múltiples y se encuentran

interconectadas. Tal vez la primera y más evidente de esas causas fue la pobreza. Una lectura

superficial establecería que esta es una afirmación simplista, pero la realidad histórica rebasa

cualquier deseo por encontrar a los adinerados delinquiendo o incluso a individuos pertenecientes

a las clases medias (inexistentes para la época). Todo lo contrario, en aquel México

eminentemente rural, estamos ante una gran masa de gente pauperizada que robaba por comida,

ambición o venganza. En ese sentido, el robo fue una manifestación de la pobreza imperante.

La pobreza fue sin duda uno de los ejes que explican la práctica del robo. En primer lugar,

porque esta implicaba la apropiación de los bienes ajenos. De esta manera, los hombres se

hicieron de aquello que necesitaban y que no podían obtener por medios lícitos. Ello quedó

demostrado al reconstruir hechos en los cuales se robaba un poco de grano para el sustento o en

el caso del ganado que se destasaba para su consumo o venta. Aún más, varios ladrones

manifestaron que la razón por la cual robaban era debido a su precaria condición material, por no

tener otro medio para obtener granos. En segundo lugar, la pobreza hizo que los hombres vivieran

en escenarios viciados, donde la violencia, las sustracciones y otras ilegalidades (como la

prostitución, el alcoholismo o la vagancia) eran elementos comunes y prácticas normalizadas de

sobrevivencia. En consecuencia, ante los ojos de muchos ladrones, robar no era algo malo, sino

un recurso como otros, a través del cual era posible obtener beneficios materiales. Tal vez por

ello, algunos gobernadores propusieron la instrucción pública como el antídoto para la

delincuencia, pues la educación brindaría elementos morales que evitarían los delitos,
389
especialmente en lo relativo al respeto a la propiedad privada. Sin embargo, durante la primera

mitad del siglo XIX los proyectos educativos fracasaron y, ante esto, se optó de forma

generalizada por una política punitiva (especialmente relativa al encierro y las multas) respecto al

robo en todos sus tipos.

La precariedad de aquella población se explica por diversos factores: un crecimiento

demográfico sostenido, desde la segunda mitad del siglo XVIII, que devino en una mayor presión

sobre la tierra en la centuria posterior especialmente hacia las décadas intermedias del siglo; una

indefensión ante desastres naturales (como sequías, plagas y terremotos), así como epidemias que

mermaron considerablemente la vida de los individuos; una creciente orientación hacia la

agricultura comercial, propia del aumento en la demanda de granos, que tuvo la ciudad de

Guadalajara y otros puntos del estado de Jalisco, como: Lagos de Moreno, Tepic o Tequila.

Aunado a lo anterior, el proceso de individualización de la propiedad comunal, que tenía como

objetivo convertir a los campesinos en pequeños propietarios individuales, tuvo resultados

contradictorios: trajo consigo una serie de hombres sin tierra y de trabajadores temporales que

buscaron en el robo una forma para complementar su ingreso, ello se comprueba al revelar que la

mayoría de los ladrones fueron jornaleros y casados; es decir, hombres que tenían la obligación

de llevar comida y dinero a su familia, aunque parte de ese ingreso se obtuviera de forma ilícita.

Adicionalmente, hubo otros elementos que facilitaron la práctica del robo en Jalisco.

Primero, los caminos de la entidad, en general, se encontraban en mal estado, esto junto a su

caprichosa configuración los convertía en el sitio natural para llevar a cabo robos y asaltos, pues

eran lugares peligrosos, aislados y donde se transitaba lentamente; es decir, fueron escenarios

ideales para observar, esperar y sorprender a las víctimas. Segundo, como se demuestra en este

trabajo, la vía de comunicación no fue el único lugar en el cual hubo robos, sino que esta práctica

se llevó a cabo en otros contextos. Así, el robo domiciliado en todas sus variedades: casas,
390
iglesias, fábricas y tiendas, pone luz sobre otros contextos no estudiados antes por la

historiografía nacional. Las casas también eran sitios peligrosos y poco aptos para contrarrestar

un robo o un asalto, tenían puertas de madera que se podían horadar o romper, contaban con

cerraduras que se abrían fácilmente, tenían accesos poco protegidos a través de ventanas y

corrales. Tercero, ciertas prácticas de la misma población facilitaron la labor de los ladrones

como: dejar las moradas abandonadas por horas o días, soltar los animales para pastar sin

vigilancia, numerosos casos refieren al descuido y el consecuente aprovechamiento de la

oportunidad. En este sentido, el mérito de los ladrones estribó en obtener información valiosa,

observar a las víctimas, memorizar sus rutinas y movimientos, y proceder en su accionar delictivo

en el momento adecuado.

Este trabajo va más allá de etiquetar a los ladrones como: una masa de gente pauperizada,

sino que a partir del análisis documental es posible comprender algunas características sobre

quiénes robaban. El mundo del robo fue mayoritariamente masculino, las mujeres aparecen en

este relato delictivo como cómplices (receptadoras) o víctimas. Al respecto, hablamos de

hombres de campo, eminentemente jornaleros y ayudantes, en menor medida artesanos y otras

profesiones relacionadas con ese Jalisco rural como: arrieros, leñadores, carboneros, zapateros,

etc. Las descripciones de ladrones que se obtuvieron para este trabajo son concordantes con lo

dicho: hombres jóvenes, curtidos al fragor del campo y con algunas deformidades o heridas que

los hacían distintivos. El ladrón común tenía una profesión principal y buscaba en esta práctica

delictiva un ingreso adicional, pues en su mayoría (un 53% del total) eran casados y con

obligaciones económicas hacia sus parientes. Otro argumento que refuerza lo anterior, es que

estos hombres delinquían en sus días de asueto, cuando no estaban trabajando.

Lo antes dicho se contrapone a las idealizaciones literarias, como El Zarco, de hombres

dedicados exclusivamente al ampa y que podían confiscar haciendas enteras para utilizarlas como
391
cuarteles generales. En cierta medida, la evidencia también desestima otra idealización: la del

bandolero social, que era un hombre joven, sin arraigo que podía viajar por los campos robandole

al rico y repartiendo su botín con el pobre. De hecho, porcentualmente fueron muy minoritarios

los ladrones que no profesaron ningún oficio, tan sólo 7.66% del total de individuos estudiados.

Esta particularidad destaca si se compara con otros estudios, como el de Palma sobre el robo en

Chile, en el cual encuentra que en el ámbito citadino decimonónico, la mayoría de los ladrones

eran solteros, asegurando que el matrimonio inhibía las tentaciones.1En el caso jalisciense

observamos una tendencia contraria, la obligación por el sustento en un contexto con necesidades

crecientes fomentaba la tentación a robar. Igualmente, esa vinculación a la matria hacía que

muchos no salieran de su entorno conocido para llevar a cabo las sustracciones, en ocasiones los

ladrones eran bien conocidos por la población, formaban parte de ella. Si bien es cierto que el

ladrón común tenía movilidad (especialmente cuando se trataba de robar ganado y trasladarlo

rápidamente a otra población para su venta o destace), también es un hecho que el arraigo a su

profesión, localidad y su familia fueron evidentes. En este sentido, aquel que ejerció como ladrón

de oficio fue excepcional, pues el vivir solamente en el mundo de las ilegalidades no daba para

obtener un ingreso estable y suficiente.

El ladrón común fue en general el hombre rural que buscaba un ingreso fácil y que no

podía encontrarlo en el campo. En esta investigación también se encontró un patrón que

relaciona, en términos generales, la dificultad de la empresa delictiva con la edad del ejecutante.

Por ejemplo, un asalto requería de cierta destreza física: la habilidad para perseguir, brincar una

barda, romper una puerta, esconderse, esperar y someter violentamente a las víctimas, aunado al

riesgo de enfrentarse en combate y perder la vida. Estas acciones las realizaron hombres jóvenes

entre los 18 y 30 años en plena capacidad motora; en cambio, a los viejos se les relacionó con las

1Palma, Ladrones, pos. 10273 (ebook).


392
pequeñas sustracciones, las raterías que provenían más de la observación, el ingenio y el

aprovechamiento del momento, que la demostración de la fuerza física.

Lejos del idealismo del bandido social, el ladrón común no fue generoso ni tampoco

caballeresco, no besaba a las damas o pedía la bendición a los curas, no robaba al rico y repartía

su botín con el pobre. Al contrario, robaba a las personas que sabía que tenían un objeto de valor,

indistintamente a familiares, conocidos, o pertenecientes a la misma población. Su motivación era

la ambición por obtener botines cuantiosos. Para complementar este argumento, el análisis sobre

los espacios jaliscienses donde hubo mayor incidencia de robos, reveló una concentración en las

zonas ganaderas, comerciales y mineras. Generalmente se buscaban caminos y poblaciones donde

hubiera individuos intercambiando mercancías, movilizando ganado o vendiendo al menudeo.

Esto sucedió en la mayoría de las ocasiones, pero incluso hubo muchos casos donde los ladrones

sustrajeron cualquier prenda. En ese tenor, robar un calzón de manta (objeto de ínfimo valor) fue

la manifestación de los pobres robándole a los pobres, a sus iguales, a los desesperados; pero a la

vez, la revelación del cumplimiento de una práctica delictiva que debía dejar testimonio de su

acto. La consigna era clara: jamás se dejaría de aprovechar la oportunidad, ni se saldría de un

robo con las manos vacías.

El ladrón común, no dudaba en someter físicamente e incluso ensañarse con sus víctimas,

lo usual fue amarrarlas y amedrentarlas con insultos y algunos golpes, esto con el fin de obtener

la información sobre los objetos valiosos y a la vez impedir la defensa de los sometidos.

Inclusive, en numerosos casos, las pulsiones se manifestaron con heridas, golpes, violaciones o

asesinatos. William Taylor, por su parte, destacó el ambiente violento que imperaba en el Jalisco

rural decimonónico, dentro del cual una palabra o insinuación al honor de un hombre devenía en

un combate a muerte, lo mismo se podía entrar en riñas por un malentendido, una grosería, una

393
mirada agresiva, una venganza familiar o incluso por los efectos del alcohol.2 En ese contexto, la

violencia fue un recurso que se utilizaba para aterrorizar y paralizar la reacción de las víctimas;

además fue una manifestación de un contexto pauperizado y violento, en el cual lo común era

arreglar los desacuerdos con las armas o los puños. Ante esto, no fue casualidad que uno de los

proyectos más caros de la élite gobernante fuera establecer un marco legal que rigiera la vida y

convivencia entre los individuos.

Como consecuencia del uso de la violencia, el ladrón común no fue mitificado ni

protegido por la población en general, no fue su representante social ni tampoco su vengador; al

contrario fue un individuo temido y evitado, fue considerado un azote para el pueblo y un mal

con el que se tenía que lidiar cotidianamente. Dado esto, los campesinos trataron de evitar a toda

costa al ladrón común, aquel con el que se convivía en el día a día, el que podía aparecer

inadvertido en el camino en medio de un viaje a la capital, en una salida a la Iglesia o en una

siesta. Era el conocido, el amigo y el pariente que traicionaba la confianza y asestaba un golpe en

un momento de descuido. Ese desasosiego ante la posibilidad de sufrir un robo (o incluso peor,

ser violentado por ello) fue parte de las emociones cotidianas del siglo XIX jalisciense. Este

trabajo destacó casos en los cuales la sensación de inseguridad fue notoria, no solamente en

caminos (aspecto muy desarrollado en la prensa y los diarios de viajeros) sino en las casas y

poblaciones. De una y otra forma, se ha evidenciado que las autoridades y la población vivían

temerosas de las acciones que implicaban los robos. El miedo a salir de noche o pasar por calles

solitarias y oscuras era común.

La frustración de las víctimas ante estos actos fue notoria. La élite se quejó en la prensa

de la gran cantidad de robos que ocurrían en el Estado, pregonó por castigos más severos a la vez

que criticó a la autoridad en turno sobre su incapacidad para garantizar la seguridad pública.

2 Taylor, “Amigos de sombrero”, pp. 63 - 103.


394
Estos hombres, usualmente comerciantes y viajeros, solían trasladarse en grupos, armados e

incluso contrataban protección para ello. En cambio las víctimas comunes, es decir los hombres

de campo que eran robados, no tenían otra opción más que someterse (lo que ocurrió en la

mayoría de los casos) o enfrentarse a sus ladrones con el riesgo de salir malheridos o perder la

vida.

Lo anterior refleja el evidente fracaso del gobierno por mantener la seguridad al interior

del estado. Asímismo, pone de relieve que no hubo una estructura de control social ni un respeto

al estado de derecho. La frustración de los robados también se comprobó con la gran cantidad de

denuncias que se interpusieron ante los tribunales. Si bien existieron muchos más robos de los

que se procesaron en los juzgados (la cultura de la denuncia fue, y es, escasa en México); también

es un hecho que los miles de casos resguardados en el archivo del Supremo Tribunal de Justicia

del estado de Jalisco reflejan por lo menos la intención de las víctimas (de suma infructuosa

debido a la ineptitud del aparato judicial) de obtener justicia, recuperar lo perdido y vislumbrar el

castigo para los delincuentes.

En términos generales, la práctica del robo tuvo ciertos patrones que estaban relacionados

con condiciones favorables para su implementación. Por ejemplo, la desolación del camino o la

casa, el abrigo de la noche o el tener la cara cubierta fueron elementos que facilitaron un robo

exitoso, pues, por un lado, posibilitaron la empresa al no tener resistencia más que de las víctimas

sorprendidas y prontamente sometidas y, por otro lado, permitían una huida sencilla y

garantizaban el anonimato de los ladrones. La portación de armas, como cuchillos, espadas,

machetes o pistolas, revela el uso de herramientas del campo en los actos delictivos, pero también

muestra las formas de intimidación hacia las víctimas quienes inmediatamente se disuadían de la

posibilidad de ejercer resistencia. Cuando el ladrón común formaba una cuadrilla, las acciones

395
concertadas de decenas de individuos unidos, armados y preparados para el asalto, hacían de las

gavillas una fuerza violenta y delictiva capaz de tomar poblaciones pequeñas.

Como se ha mencionado, el robo fue una práctica compleja, tanto que prontamente escapó

al inexacto y limitado criterio jurídico. Como se demostró, en los expedientes judiciales había

una confusión en el uso de los términos, pues estos se utilizaron indistintamente para denominar

varias prácticas a la vez, sin ningún criterio sólido. Esta revelación fue compartida por numerosos

autores de otras latitudes. Ante lo cual, una solución de la historia social del delito propone la

construcción de una tipología basada en los modus operandi de los ladrones, lo cual brinda

centralidad al aspecto social de la investigación. Dado que los casos que constituyen el robo (en

términos amplios) fueron numerosos y variados, se estableció una tipología de robos que la

abarca en su complejidad.

En primer lugar, se habla de las raterías, o robos pequeños que se hacían al fragor del

alcohol o aprovechando un descuido por parte de la víctima. Este tipo de sustracciones

florecieron en los poblados, especialmente en sus arrabales. Después existieron otros tipos de

robos diferenciados por el escenario donde ocurrían, en el camino se privilegiaba la observación,

el abordaje así como la soledad de la ruta. El ladrón llevaba el rostro cubierto, mantas y hacía que

la víctima se tirara en el suelo. En este sentido, el robo domiciliado fue su variante más próxima

pues compartían el anonimato como característica fundamental de su modo de operación. La

horadación de puertas, el uso de ganzúas, la observación de las fachadas, la paciencia y el abrigo

de la noche fueron sus principales características. Una variante especializada fue el abigeato, pues

el ganado era una mercancía valiosa en un contexto pauperizado porque podía satisfacer las

necesidades alimentarias de una familia. Pero mucho más compleja fue la sustracción de ganado

con el fin de colocarlo (entero o por piezas) en poblaciones. En este caso, la movilidad del botín

fue fundamental y revela la existencia de una red de colocación de carne, sin la cual no hubiera
396
sido posible explicar cómo a tan solo unos cuantos días del hecho delictivo se encontraban las

vacas o los caballos en poblaciones distantes.

Por otro lado, el asalto fue la versión violenta del robo, aunque jurídicamente esta

definición no fue tan clara, en el uso de los términos se asoció más a las sustracciones violentas.

El asalto fue la expresión del robo que mayor impacto tuvo en la población, precisamente por las

heridas materiales y físicas que dejaba tras de sí. Este requería de la misma planeación y

paciencia de un robo, pero conllevaba mayor esfuerzo físico debido al matiz violento, el cual

implicaba el riesgo de perder la vida. En los asaltos domiciliados, ocurrieron los casos de mayor

daño físico como: quemaduras, heridas de cuchillo, violaciones o asesinatos. En este sentido, la

privacidad del hogar representó un oxímoron en términos de seguridad; primero, era un sitio de

resguardo, de protección ante las inclemencias naturales y sociales, lugar donde el individuo se

recreaba y atesoraba sus bienes. Sin embargo, una vez que los ladrones se introducían al hogar,

este se convertía en un escenario sumamente peligroso, pues al abrigo del anonimato (caso

contrario de un robo en camino que se caracterizaba por la velocidad y la visibilidad) los intrusos

tenían el tiempo para robar, escoger su botín y golpear.

Por último, el robo a poblaciones fue la manifestación más acabada y excepcional del

poder que alcanzaron estos individuos. En este trabajo, se reconstruyeron casos que van desde el

reclutamiento (azaroso y conveniente), hasta la preparación y organización de un asalto masivo,

en el cual se observaba y rondaba el poblado en los días previos, se repartían los objetivos, las

calles y especialmente se incitaba a infundir miedo. Los líderes gavilleros sabían que el éxito de

su empresa dependía de generar sorpresa y confución de la cual pudieran obtener beneficios. Así,

los ladrones envalentonados por el número y tras el desorden impuesto por el miedo, el ruido y la

consternación de su llegada a una población, sustraían botines cuantiosos, liberaban a los reos de

la cárcel (es decir a sus iguales) y llevaban a cabo todo tipo de vejaciones. Todo esto sucedió en
397
numerosos actos que ocurrían al unísono. Era un caos detrás del cual imperaba una lógica: la

búsqueda de objetos materiales valiosos, la ambición como motor de la movilidad de masas. El

asalto multitudinario fue, en ese sentido, la elevación a nivel colectivo de la indefensión que

vivían las víctimas al nivel personal, el miedo que se trasladó a poblaciones enteras, la

inseguridad incrustandose en las características de la sociedad jalisciense decimonónica. En

suma, la recurrente expresión del fracaso institucional, de la ausencia de una autoridad para hacer

frente a este tipo de asaltos multitudinarios.

La normalización del robo como una práctica cotidiana en el contexto decimonónico,

también puede rastrearse en las letras de molde, especialmente en la esfera pública donde se

vertían opiniones de todo tipo sobre los acontecimientos que ocurrían en Jalisco. El llamado siglo

de los bandidos se manifestó de forma prolífica en estos soportes. Las características de estos

discursos fueron dos. Primero, mostraron un escenario en el cual privaba la inseguridad,

especialmente en los caminos, ante lo cual se alarmaban de los numerosos asaltos y robos que

“infestaban” el estado. Establecían que el clima de la época era aciago y que no se había

experimentado en otros momentos. Este carácter excepcional fue la característica principal de las

notas de prensa y las memorias de gobierno. Las numerosas coyunturas que se vivían en términos

políticos y sociales, como: la pérdida de territorio ante los norteamericanos, la guerra civil o la

quiebra económica del país, se aderezaron con las actividades de los ladrones. Sin duda, la

creciente y alarmante inseguridad fue un diagnóstico desfavorable que cerró el círculo de

desgracias que enfrentaba el país y el estado.

Como complemento a estas descripciones se encontró el castigo. El discurso de la época

clamaba justicia y por ella se entendían castigos prontos, expeditos y lo suficientemente duros

como para disuadir a los ladrones de seguir cometiendo sus fechorías. En este sentido, vuelve a

surgir la noción de excepcionalidad, pues la situación no daba para seguir un itinerario moderno
398
en términos punitivos: una pena de encierro y una rehabilitación del individuo. Todo lo contrario,

a los ladrones se les debería castigar dura y severamente, la idea que permeaba era que si no se

lograba controlar esta plaga, se podía caer en un descontrol social que, de hecho, ya se estaba

manifestando. Las memorias de gobierno, efectivamente, aceptaron que los robos habían

alcanzado una incidencia muy elevada, pero no fueron más allá de hablar genéricamente sobre

castigos. Cada administración solía culpar a sus antecesoras de inacción sobre este tema, por lo

tanto el solo hecho de comenzar a hacer algo (aunque fuera ineficiente) se tomaba como un

primer paso, un gesto que develaba el compromiso de la autoridad en mantener tranquilos los

caminos y poblaciones. En este sentido, se comenzó a hablar sobre proyectos a futuro, en

consolidar una estructura de castigo y control social, asegurando que cuando estos elementos

fueran una realidad, la inseguridad disminuiría.

La prensa, por otro lado, fue el medio que llevó estas reflexiones a un nivel más crítico,

en el cual se cuestionó el papel de la autoridad respecto al combate a la inseguridad: ¿Qué

legitimidad tendría un gobierno que no podía garantizar la seguridad física y material de sus

ciudadanos? ¿Qué objeto tenía, por ejemplo pagar impuestos, si los individuos se tenían que

brindar su propia seguridad e incluso ayudar a la autoridad en el combate a los ladrones? En este

sentido, se criticó fuertemente a la autoridad cuando esta delegó a comerciantes y hombres

“honrados” la tarea de combatir a los ladrones. Esta era una tarea que el Estado no podía darse el

lujo de ignorar, su posición respecto a la delincuencia debería ser frontal y punitiva.

Pero la visión crítica también llevó a dirigir el dedo a otro aspecto esencial que se deduce

de la lectura y análisis de los editoriales periodísticos: había tal cantidad de robos porque la

autoridad no tenía los elementos para contenerlos. En ningún sentido la estructura de control

social daba para combatir esta práctica delictiva; se criticó la vigencia de leyes coloniales

desfasadas y poco aptas para el contexto republicano; se señaló la obsolencia del presidio de
399
Mezcala por estar sobrepoblado y ser ineficaz en brindar una experiencia de castigo a sus

habitantes, idea que en general se aplicaba a las demás cárceles que eran escuelas del crimen más

que sitios de corrección y confinamiento; se dijo que las policías eran cuerpos mal preparados,

cuando no actuaban como fuerzas de choque a favor del interés del ejecutivo; y se censuró la

administración de justicia por ser blandengue en sus castigos y estar embrollada en

procedimientos inoperantes así como en prácticas corruptas.

Ante esto, se propuso realizar una modernización de toda esta estructura: crear códigos y

leyes modernas, policías profesionales y bien preparados al estilo europeo y norteamericano.

Finalmente, la prensa dio un enorme apoyo al proyecto que conjugaba la modernidad en términos

punitivos y de seguridad pública: la ansiada construcción de la penitenciaría de Escobedo. Todos

estos proyectos se realizaron muchos años después de cuando fueron enunciados, debido a los

vaivenes políticos y la fragilidad hacendaria, e incluso ninguno de ellos, por sí solos, logró

disminuir la cantidad de robos. Sin embargo, aunque se quedaron en la tinta indudablemente el

origen de la renovación de estas instituciones y leyes se encuentra aquí, en el caos generado por

una plaga de robos así como en el constante y sistemático clamor por medidas eficientes para

combatirlos.

La explicación sobre el elevado número de robos que se experimentó en el estado de

Jalisco queda incompleta si no se le observa desde la perspectiva del poder y el control social. La

sociedad jalisciense decimonónica, así como la mexicana en general, experimentó una

inestabilidad política sin precedentes (la historia de estas fluctuaciones es bien conocida). El

vacío de poder fue notorio, incluso para los propios ocupantes de puestos ejecutivos. No había la

certeza de cumplir un periodo de gobierno, a no ser que se evitaran las invasiones extranjeras,

pronunciamientos de caciques regionales o traiciones políticas a mansalva. Incluso, en medio de

un ambiente tan complejo como la guerra civil cuando el estado tuvo dos gboernadores
400
simultáneamente, el poder de estos se debilitó. En consecuencia, el gobernador liberal y el

conservador de Jalisco abrevaban de un poder que solamente podían sostener a través de la

fuerza, no había capital político que los sostuviera, solamente la violencia. Aunado a lo anterior,

la falta de recursos hizo que todos los proyectos se congelaran o cancelaran. Así, por ejemplo, la

construcción de la penitenciaría de Escobedo fue un proceso lento y pausado, en tanto el proyecto

de policía de López Portillo fracasó debido a una querella política.

En ese tenor, el STJ fue la institución que se encargó de castigar a los ladrones. En este

sentido, prodigó castigos diversos como: multas, encierro y muerte. Algunos elementos que

surgen del análisis del comportamiento de este tribunal son los siguientes: 1) Como lo venía

diciendo la prensa de la época, el accionar del tribunal fue en realidad suave, pues en la mayoría

de los casos en realidad no se impuso una pena a los acusados. Este desempeño, para los

opinantes de la época indicaba una incitación al delito, pues no había consecuencias de sus actos

(una idea similar que se repite en el clima de inseguridad actual). 2) Ante la idea de los castigos

ejemplares, de prodigar la muerte, se contrapuso el uso de una legislación colonial que clamaba

por obtener pruebas cristalinas. Para los poderes ejecutivo y legislativo el castigo a los ladrones

se debería realizar con base en los decretos republicanos que estaba expidiendo, no en la

legislación colonial. En cambio, el poder judicial aseguraba que los procesos se llevaban a cabo

correctamente, lo importante era prodigar una pena basada en pruebas sólidas. 3) Así, tenemos un

número elevado de casos en los cuales no se castigó a los ladrones. En este contexto una coartada

fiable o la simple negación de los hechos cuando no había otros testigos, bastaban para que los

ladrones quedaran libres. No es casualidad que otra característica de estos individuos fue la

reincidencia delictiva, la mayoría contaba con una o varias prisiones previas. Entonces, para un

ladrón común el robo no era excepcional, sino una práctica que se repetía constantemente a lo

largo de la vida. 4) En este sentido, observamos la convergencia de la modernidad y tradición, o


401
mejor dicho entre modernidad y coyuntura. Una institución de justicia tradicional y enterrada en

el polvo colonial ante una serie de políticos liberales y opinantes que observaban que la situación

se estaba saliendo de control y, por ende, buscaban en los castigos severos, una forma de paliar la

incidencia de robos. Los primeros no veían más allá de Las siete partidas, a los segundos poco

les importaba Beccaria y sus nuevas ideas sobre un castigo más humanizado, en cambio buscaban

una solución concreta (pragmática y severa) a un problema determinado. Ambos fracasaron.

402
BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES

ARCHIVOS Y BIBLIOTECAS CONSULTADOS

AGN - Archivo General de la Nación.


AHJ - Archivo Histórico de Jalisco.
BCC - Biblioteca “Carmen Castañeda” de CIESAS - Occidente.
BLG - Biblioteca “Luis González” de El Colegio de Michoacán.
BLT - Biblioteca “Lerdo de Tejada” de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
BMM - Biblioteca “Miguel Mathes” de El Colegio de Jalisco.
BMRL - Biblioteca “Manuel Rodríguez Lapuente” del CUCSH - Universidad de Guadalajara.
BPEJ - Biblioteca Pública del Estado de Jalisco.
• Archivo del Supremo Tribunal de Justicia.
• Fondo Jalisco.
• Fondo Vallarta.
• Hemeroteca Histórica.
• Misceláneas.
BSMC - Biblioteca “Silvestre Moreno Cora” de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

HEMEROGRAFÍA
El Cosmopolita.
El Federalista Mexicano.
El Imperio
El Iris de Jalisco.
El Jalisciense.
El Monitor Constitucional.
El Mosquito Mexicano.
El Mundo.
El Nacional.
El Nene.
El Nivel.
El País.
El Republicano Jalisciense.
El Semanario Jalisciense.
El Soldado de la Patria.
El Universal.
La Armonía Social.
La Balanza.
La Estafeta.
La Prensa.
La Voz de la Alianza.
Reforma.

COLECCIONES DOCUMENTALES, FUENTES IMPRESAS, DIARIOS DE VIAJEROS Y


EDICIONES FACSIMILARES

Aguirre Loreto, Ignacio, Colección de acuerdos, órdenes y decretos sobre tierras, casas y solares
de los indígenas, bienes de sus comunidades y fundos legales de los pueblos del estado de
Jalisco (Edición facsimilar), Zapopan, El Colegio de Jalisco / Secretaría de Desarrollo de
Jalisco, 1993, 252 pp.
Almonte, Juan N, Guía de forasteros y repertorio de conocimientos útiles México, Instituto de
Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1997, 638 pp.
Altamirano, Ignacio Manuel, El Zarco / Navidad en las Montañas, México, Porrúa, 2010,
172 pp.
Angulo, Joaquín, Bando de buen gobierno, 1852. BPEJ, Miscelánea 720, documento 13, 1852.
--------- , Discurso pronunciado por el Exmo. Sr. Gobernador de Jalisco D. Joaquín Angulo el 1
de febrero de 1852, 32 ff. AHJ, Biblioteca, 350.003 5 JAL 1852.
--------- , Memoria que el Exmo. Sr. Gobernador del Estado de Jalisco leyó ante el H. Congreso
el 1 de septiembre de 1847, 27 ff. AHJ, Biblioteca, 350.003 5 JAL 1847, Ej. 1.

404
Banda, Longinos, Estadística de Jalisco (1854 - 1863), Guadalajara, Gobierno del estado de
Jalisco, 1982, 337 pp.
Beccaria, Cesar, De los delitos y de las penas. Facsimiliar de la edición príncipe en italiano en
1764, seguida de la traducción de Juan Antonio de las Casas de 1774, México, Fondo de
Cultura Económica, 2000, 327 pp.
Bentham, Jeremy, El panóptico, Madrid, Globus, 2014, 100 pp.
Calderón de la Barca, Madame, La vida en México. Durante una residencia de dos años en ese
país, tomo II, México, Porrúa, 1977, 346 pp.
Cañedo y Arroniz, José Ignacio “Memoria que el Excmo. señor gobernador del estado de Jalisco
leyó ante el Honorable Congreso, 1 de febrero de 1832” en Aída Urzúa Orozco y Gilberto
Hernández Z., Jalisco, testimonio de sus gobernantes, 1826 - 1879, tomo 1, Guadalajara,
Gobierno del estado de Jalisco, 1987, pp. 147 - 165.
Cartografía de la Nueva Galicia, Guadalajara, Ediciones del Banco Industrial de Jalisco, 1961,
102 pp.
Colección de los decretos, circulares y órdenes de los poderes legislativo y ejecutivo del estado
de Jalisco, Guadalajara, Congreso del estado de Jalisco, 1981, primera serie tomos I -
XIV.
Corro, José Justo, “Memoria sobre el estado actual de la administración pública del estado de
Jalisco, 1 de febrero de 1829” en Aída Urzúa Orozco y Gilberto Hernández Z., Jalisco,
testimonio de sus gobernantes, 1826 - 1879, tomo 1, Guadalajara, Gobierno del estado de
Jalisco, 1987, pp. 95 - 105.
Cumplido y Rodríguez, Juan Nepomuceno, “Informe sobre el estado actual de la administración
pública del estado de Jalisco, 1 de septiembre de 1828” en Aída Urzúa Orozco y Gilberto
Hernández Z., Jalisco, testimonio de sus gobernantes, 1826 - 1879, tomo 1, Guadalajara,
Gobierno del estado de Jalisco, 1987, pp. 81 - 90.
--------- , “Memoria sobre el estado actual de la administración pública del estado de Jalisco, 1 de
febrero de 1827” en Aída Urzúa Orozco y Gilberto Hernández Z., Jalisco, testimonio de
sus gobernantes, 1826 - 1879, tomo 1, Guadalajara, Gobierno del estado de Jalisco, 1987,
pp. 69 - 79.
Escriche, Joaquín, Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia, París, Librería de Rosa,
Bouret y Ca., 1851, 1543 pp.

405
Evans, Albert S., “Our sister republic: a gala through tropical México in 1869 - 70” en Angélica
Peregrina y José María Muriá, (Comps.), Viajeros anglosajones por Jalisco siglo
XIX, Zapopan, El Colegio de Jalisco, 1992.
Fernández de Lizardi, José Joaquín, El Periquillo Sarniento, México, Porrúa, 2004, 652 pp.
García Cubas, Antonio, Atlas geográfico, estadístico e histórico de la república mexicana,
México, Miguel Ángel Porrúa, 1989, 33 láminas.
Glantz, Margo, Viajes en México. Crónicas extranjeras (1821 - 1855), México, Secretaría de
Educación Pública, 1964, 499 pp.
Gómez Cuervo, Antonio, “Memoria sobre el estado de la administración pública formada por el
ejecutivo del estado de Jalisco, 6 de mayo de 1870” en Aída Urzúa Orozco y Gilberto
Hernández Z., Jalisco, testimonio de sus gobernantes, 1826 - 1879, tomo 1, Guadalajara,
Gobierno del estado de Jalisco, 1987, pp. 429 - 490.
Hale Hardy, Robert William, “Travels in the interior of Mexico, in 1825, 1826, 1827 & 1828” en
Angélica Peregrina y José María Muriá (Comps.), Viajeros anglosajones por Jalisco siglo
XIX, Zapopan, El Colegio de Jalisco, 1992.
Hermosa, Jesús, Manual de geografía y estadísticas de la República Mexicana, México, Instituto
Mora, 1991, 256 pp.
Herrera y Cairo, José Ignacio, “Memoria que el C. Gobernador José Ignacio Herrera y Cairo
presentó al H. Congreso el día 1 de febrero de 1831” en Aída Urzúa Orozco y Gilberto
Hernández Z., Jalisco, testimonio de sus gobernantes, 1826 - 1879, tomo 1, Guadalajara,
Gobierno del estado de Jalisco, 1987, pp. 111 - 139.
Iturriaga de la Fuente, José, Anecdotario de viajeros extranjeros en México. Siglos XVI - XX,
tomo I, México, Fondo de Cultura Económica, 1988, 325 pp.
López Cotilla, Manuel, Noticias geográficas y estadísticas del Departamento de Jalisco,
Guadalajara, Gobierno del estado de Jalisco, 1983, 176 pp.
López Portillo, Jesús “Exposición que dirige al público Jesús López Portillo, gobernador que fue
del estado de Jalisco, 25 de enero de 1852” en Aída Urzúa Orozco y Gilberto Hernández
Z., Jalisco, testimonio de sus gobernantes, 1826 - 1879, tomo 1, Guadalajara, Gobierno
del estado de Jalisco, 1987, pp. 310 - 323.
Lowenstern, Isidore, México. Memorias de un viajero, México, Fondo de Cultura Económica,
2012, 247 pp.

406
Lyon, George Francis, “Journal of a residence and tour in the Republic of México in the year
1826” en Angélica Peregrina y José María Muriá, (Comps.), Viajeros anglosajones por
Jalisco siglo XIX, Zapopan, El Colegio de Jalisco, 1992.
--------- , Residencia en México, 1826. Diario de una gira con estancia en la república de
México, México, Fondo de Cultura Económica, 1984, 298 pp.
Mayer, Brantz, México lo que fue y lo que es, México, Fondo de Cultura Económica, 1953,
518 pp.
--------- , México; Aztec, Spanish and Republican: A Historical, Geographical, Political,
Statistical, and Social Account o f That Country from the Period o f the Invasion by the
Spaniards to the Present Time, Volumen II, Time, Hartford, S. Drake and Company,
1853, 39 pp.
Menéndez Valdés, José, Descripción y censo general de la Intendencia de Guadalajara 1789 -
1793, Guadalajara, Gobierno del estado de Jalisco, 1980, 161 pp.
Orozco y Berra, Manuel, Apuntes para la historia de la geografía en México, edición facsimilar,
Guadalajara, Edmundo Aviña Levy Editor, 1973, 503 pp.
Otero, Mariano, Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en
la República Mexicana, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1966, 117 pp.
Parrodi, Anastasio, Memoria presentada por el gobernador del estado de Jalisco al H. Congreso
Constituyente, agosto de 1857, 66 ff. AHJ, Biblioteca, 350.0035 JAL 1857.
Payno, Manuel, Los bandidos del Río Frío, México, Porrúa, 2004, 998 pp.
Peregrina, Angélica y Muriá, José María (Comps.), Viajeros anglosajones por Jalisco siglo
XIX, Zapopan, El Colegio de Jalisco, 1992, 375 pp.
Roa, Victoriano, Estadística del estado libre de Jalisco, Guadalajara, Gobierno del estado de
Jalisco, 1981, 187 pp.
Romero, José Antonio, “Informe sobre el estado actual de la administración pública del estado de
Jalisco, 1 de febrero de 1835” en Aída Urzúa Orozco y Gilberto Hernández Z., Jalisco,
testimonio de sus gobernantes, 1826 - 1879, tomo 1, Guadalajara, Gobierno del estado de
Jalisco, 1987, pp. 181 - 187.
Sánchez Santos, Trinidad, El alcoholismo en la república mexicana. Discurso pronunciado en la
sesión solemne que celebraron las Sociedades Científicas y Literarias de la Nación, el día
5 de junio de 1896 y en el salón de se sesiones de la Cámara de Diputados, México,

407
Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento, 1989, 151 pp. BPEJ, Miscelánea 744,
documento 1, 1898.
--------- , “Memoria sobre el estado actual de la administración pública del estado de Jalisco, 1 de
febrero de 1826” en Aída Urzúa Orozco y Gilberto Hernández Z., Jalisco, testimonio de
sus gobernantes, 1826 - 1879, tomo 1, Guadalajara, Gobierno del estado de Jalisco, 1987,
pp. 35 - 64.
--------- , “Nota estadística remitida por el gobierno supremo del estado de Jalisco, 9 de enero de
1826” en Aída Urzúa Orozco y Gilberto Hernández Z., Jalisco, testimonio de sus
gobernantes, 1826 - 1879, tomo 1, Guadalajara, Gobierno del estado de Jalisco, 1987, pp.
25 - 33.
Urzúa Orozco, Aída y Hernández Z., Gilberto, Jalisco, testimonio de sus gobernantes, 1826 -
1879, tomo 1, Guadalajara, Gobierno del estado de Jalisco, 1987, 611 pp.
Vallarta, Ignacio Luis, “Memoria presentada por el ejecutivo a la legislatura del estado de Jalisco,
31 de octubre de 1872” en Aída Urzúa Orozco y Gilberto Hernández Z., Jalisco,
testimonio de sus gobernantes, 1826 - 1879, tomo 1, Guadalajara, Gobierno del estado de
Jalisco, 1987, pp. 519 - 557.
--------- , Memoria presentada por el ejecutivo a la Legislatura del estado de Jalisco dando
cuenta del uso que hizo de las facultades extraordinarias que ejerció desde el 5 de enero
hasta el 3 de octubre de 1872, 76 pp. Guadalajara, Tipografía de Isaac Banda, 1872.
BPEJ,Miscelánea 740, documento 16, 1872.
Ward, Henry George, México en 1827, México, Fondo de Cultura Económica, 1995, 788 pp.

BIBLIOGRAFÍA
Aguirre, Carlos y Buffington, Robert, Reconstructing Criminality in Latin America, Wilmington,
Jaguar Books, 2000, 254 pp.
Aguirre, Carlos y Salvatore, Ricardo D., “Writing the History of Law, Crime, and Punishment in
Latin America” en Ricardo D. Salvatore, Carlos Aguirre y Gilbert M. Joseph (Eds.),
Crime and Punishment in Latin America. Law and Society since Late Colonial Times,
Durham, Duke University Press, 2001, pp. 1 - 32.
Aguirre, Carlos y Walker, Charles, Bandoleros, abigeos y montoneros. Criminalidad y violencia
en el Perú, siglos XVIIIy XX, Lima, Pasado & Presente, 1990, 393 pp.

408
Aguirre, Carlos, Breve historia de la esclavitud en el Perú. Una herida que no deja de sangrar,
Lima, Fondo Editorial del Congreso de Perú, 2005, 280 pp.
Alberro, Solange, Inquisición y sociedad en México, 1571 - 1700, México, Fondo de Cultura
Económica, 1988, 622 pp.
Aldana Rendón, Mario Alfonso, Desarrollo económico de Jalisco 1821 - 1940, Guadalajara,
Universidad de Guadalajara, 1979, 295 pp.
--------- , El subsuelo indígena en el Occidente, Jalisco-Nayarit. Siglo XIX, Zapopan, El Colegio
de Jalisco, 2005, 116 pp.
Álvarez Barrientos, Joaquín y García Mouton, Pilar, “Bandolero y bandido. Ensayo de
interpretación” en Revista de dialectología y tradiciones populares, Madrid, tomo XLI,
1986, pp. 7 - 58.
Anderson, Benedict, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del
nacionalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 2005, 315 pp.
Anderson, Rodney D., “Las clases peligrosas: crimen y castigo en Jalisco, 1894 - 1910” en
Relaciones, Zamora, núm. 28, vol. 7, otoño de 1986, pp. 5 - 32.
Arrioja Díaz Viruell, Luis Alberto y Sánchez Silva, Carlos, “La ley de desamortización de 25 de
junio de 1856 y las corporaciones civiles. Orígenes, alcances y limitaciones” en Jaime
Olveda (Coord.), Desamortización y laicismo. La encrucijada de la reforma, Zapopan, El
Colegio de Jalisco, 2010, pp. 91 - 118.
--------- , “‘Enjambres’ y ‘nubarrones’ en el campo oaxaqueño: las plagas de langosta de 1802 y
1853” en Relaciones, Zamora, núm. 129, vol. XXXIII, invierno 2012, pp. 161 - 213.
--------- , Conflictos por la tierra en Oaxaca, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2012, 263 pp.
Ayala Cordero, Ignacio, “Marginalidad social como ‘red de redes’. Ladrones, prostitutas y
tahúres en Santiago y Valparaíso, 1900 - 1910” en Daniel Palma (Ed.), Delincuentes,
policías y justicias. América Latina, siglos XIX y XX, Santiago, Ediciones Universidad
Alberto Hurtado, 2015, pp. 112 - 143.
Baratta, Alessandro, Criminología crítica y crítica del derecho penal, México, Siglo Veintiuno
Editores, 2011, 258 pp.
Bellota, Luis Ángel, Bandolerismo y descontento social en Guerrero, 1890, México, Centro de
Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados - LXII Legislatura,
2014, 234 pp.

409
Benítez Barba, Laura “Funciones en el Supremo Tribunal de Justicia: jueces y magistrados (1824
- 1917)” en María del Rocío González Ramírez y Marcela Leopo Flores, Creación y
trayectoria del Supremo Tribunal de Justicia del estado de Jalisco, Zapopan, Instituto de
Estudios del Federalismo / Supremo Tribunal de Justicia del estado de Jalisco / Editorial
Amate, 2005, pp. 419 - 444.
Blackmur, R. M., Historia de la criminalidad. Ladrones, piratas, filibusteros, contrabandistas,
Barcelona, Dux, Ediciones y Publicaciones, s. a., 197 pp.
Blok, Anton, “The Peasant and the Brigand: Social Banditry Reconsidered” en Comparative
Studies in Society andHistory, Cambridge, vol. 14, núm. 4, 1972, pp. 494 - 503.
Bolufer Peruga, Mónica, “Entre historia social e historia cultural: la historiografía sobre pobreza
y caridad en la época moderna” en Historia Social, Valencia, núm. 43, 2002,
pp. 105 - 127.
Borah, Woodrow, El juzgado general de indios en la Nueva España, México, Fondo de Cultura
Económica, 1985, 488 pp.
Brading, David, Orbe indiano. De la monarquía católica a la república criolla, 1492 - 1867,
México, Fondo de Cultura Económica, 2003, 770 pp.
Buffington, Robert M., “¿Cómo narrar la historia del delito en tiempos difíciles?” en Jorge
Alberto Trujillo Bretón (Coord.), Voces y memorias del olvido. Historia, marginalidady
delito en América Latina, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2015, pp. 25 - 39.
--------- , Criminales y ciudadanos en el México moderno, México, Siglo Veintiuno Editores,
2001, 265 pp.
Caimari, Lila, “Los historiadores y la ‘cuestión criminal’ en América Latina. Notas para un
estado de la cuestión” en Daniel Palma (Ed.), Delincuentes, policías y justicias. América
Latina, siglos XIX y XX, Santiago, Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2015, pp. 491
- 506.
--------- , Apenas un delincuente. Crimen, castigo y cultura en la Argentina, 1880 - 1955, Buenos
Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2001, 308 pp.
--------- , La ley de los profanos. Delito, justicia y cultura en buenos Aires (1870 - 1940),
México, Fondo de Cultura Económica / Universidad de San Andrés, 2007, 276 pp.
--------- , Mientras la ciudad duerme. Pistoleros, policías y periodistas en buenos Aires, 1920 -
1945, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2012, 243 pp.

410
Calvo, Thomas, Por los caminos de Nueva Galicia. Transportes y transportistas en el siglo XVII,
México, Universidad de Guadalajara / Centre Franqais D'Études Mexicaines Et
Centraméricaines, 1997, 190 pp.
Carbajal López, David, “La epidemia de cólera de 1833 - 1834 en el obispado de Guadalajara,
rutas de contagio y mortalidad” en Historia Mexicana, México, vol. 60, núm. 4 (240),
abril - junio de 2011, 2025 - 2067.
Cárdenas, Elisa y Hebrard, Veronique, “Historiadora: con qué objeto y con qué objetos, una
entrevista con Arlette Farge” en Espiral, Guadalajara, núm. 13, vol. V, septiembre -
diciembre 1998, pp. 15 - 33.
Castañeda García, Carmen (ed.), Elite, clases sociales y rebelión en Guadalajara y Jalisco, siglos
XVIIIy XIX, Guadalajara, El Colegio de Jalisco / Gobierno del estado de Jalisco, 1988,
130 pp.
--------- , “Los caminos de México a Guadalajara” en Chantal Cramaussel (Ed.), Rutas de la
Nueva España, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2006, pp. 263 - 274.
--------- , Violación, estupro y sexualidad. Nueva Galicia 1790 - 1821, Guadalajara, Editorial
Hexágono, 1989, 203 pp.
Cázares Aboytes, Pedro, Bandolerismo y politización en la serranía de Sinaloa y Durango,
18979 - 1888, Culiacán, tesis de maestría Universidad Autónoma de Sinaloa, 2008,
191 pp.
Cejas Minuet, Mónica, “Pensar el desarrollo como violencia: algunos casos en África” en Susana
B. C. DeValle (Comp.), Poder y cultura de la violencia, México, El Colegio de México,
2000, p. 69 - 117.
Chandler, Billy James, “Brazilian Cangaceiros as Social Bandits: A critical perspective” en
Slatta, Richard W. (Ed.), Bandidos. The Varieties o f Latin América Banditry, Connecticut,
Greenwood Press, 1987, pp. 97 - 112.
Chumbita, Hugo, Jinetes rebeldes. Historia del bandolerismo social en la Argentina, Buenos
Aires, Vergara, 2000, 303 pp.
Coatsworth, John, “Los obstáculos al desarrollo económico en el siglo XIX” en Los orígenes de
atraso. Nueve ensayos de historia económica de México en los siglos XVIII y XIX,
México, Alianza Editorial, 1990, pp. 80 - 109.

411
Corcuera de Mancera, Sonia, El fraile, el indio y el pulque. Evangelización y embriaguez en la
Nueva España (1523 - 1548), México, Fondo de Cultura Económica, 2013, 309 pp.
Covo, Jacqueline. “La prensa en la historiografía mexicana: problemas y perspectiva” en Historia
Mexicana, México, vol 42, núm. 3, enero - marzo 1993, pp. 689 - 710.
Cramaussel, Chantal (Ed.), Rutas de la Nueva España, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2006,
436 pp.
Dabove, Juan Pablo “El bandido social mexicano, entre el bárbado y el soberano ilustrado: El
caso de ‘Astucia’ de Luis inclán (México 1865)” en Latin American Literary Review, vol
33, núm. 65, enero - junio 2005, p. 47 - 72.
--------- , Bandidos y letrados: Violencia campesina, literatura y formación de la nación Estado
en América Latina en el largo siglo XIX, Pittsburgh, tesis de doctorado University of
Pittsburgh, 2002, 423 pp.
De S. Lopes, Maria Aparecida, “Los patrones de la criminalidad en el estado de Chihuahua. El
caso del abigeato en las últimas décadas del siglo XIX” en Historia Mexicana, vol 50,
núm. 3, enero - marzo 2001, pp. 513 - 553.
--------- , De costumbres y leyes. Abigeato y derechos de propiedad en Chihuahua durante el
Porfiriato, México, El Colegio de México / El Colegio de Michoacán, 2005, 296 pp.
De Valle, Susana B. C. “El imaginario inglés sobre la India (siglos XVIII - XIX): los ‘thugs’” en
Estudios de Asia y Africa, México, vol. 35, núm. I (III), enero - abril de 2000, pp. 137 -
150.
Del Arenal Fenochio, Jaime “El discurso en torno a la ley: El agotamiento de lo privado como
fuente del derecho en el México del siglo XIX” en Brian Connaughton, Carlos Illades y
Sonia Pérez Toledo, Construcción de la legitimidad política en México, Zamora, El
Colegio de Michoacán / UAM / UNAM / El Colegio de México, 1999, pp. 303 - 322.
Driessen, Henk, “The ‘Noble Bandit’ and the Bandits of the Nobles Bringandage and Local
Community in Nineteenth-Century Andalusia” en Archives Europeeennes de Sociologie,
s.l., vol. 24, núm. 1, mayo de 1983, pp. 96 - 114.
Escalante Gonzalbo, Fernando, Ciudadanos imaginarios. Memorial de los afanes y desventuras
de la virtud y apología del vicio triunfante en la república mexicana. Tratado de moral
pública, México, El Colegio de México, 1992, 308 pp.
--------- , La vida cotidiana en México, México, El Colegio de México, 2010, 293 pp.

412
Farge, Arlette, La vida frágil. Violencia, poderes y solidaridades en el París del siglo XVIII,
México, Instituto Mora, 1994, 310 pp.
Flores, María Guadalupe y Peregrina, Angélica, “Las gavillas en Jalisco de 1856 a 1863” en
Boletín del Archivo Histórico de Jalisco, Guadalajara, vol. II, núm. 2, 1978, pp. 1 - 8.
Fogle Deaton, Dawn, “La protesta social rural durante el siglo XIX en Jalisco” en Carmen
Castañeda (ed.), Elite, clases sociales y rebelión en Guadalajara y Jalisco, siglos XVIIIy
XIX, Guadalajara, El Colegio de Jalisco / Gobierno del estado de Jalisco, 1988, pp. 97 -
122.
Foucault, Michel, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, México, Siglo Veintiuno Editores,
2014, 359 pp.
Fowler, Will “El pensamiento político de los moderados, 1838 - 1850: el proyecto de Mariano
Otero” en Brian Connaughton, Carlos Illades y Sonia Pérez Toledo, Construcción de la
legitimidad política en México, Zamora, El Colegio de Michoacán / UAM / UNAM / El
Colegio de México, 1999, pp. 275 - 300.
Fradkin, Raúl, “Anatomía de una montonera. Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires a
mediados de la década de 1820” en Dimensión Antropológica, México, año 12, vol. 35,
septiembre del 2005, pp. 163 - 189.
--------- , La historia de una montonera. Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires, 1826,
Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2006, 220 pp.
Friedrich, Paul, Rebelión agraria en una aldea mexicana, México, Fondo de Cultura Económica,
1981, 193 pp.
García Ramírez, Sergio, “Beccaria: el hombre, la circunstancia de la obra” en Beccaria, De los
delitos y de las penas, pp. 7 - 97.
Ginzburg, Carlo, El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI, Barcelona,
Ediciones Península / OCÉANO, 2008, pp. 219 pp.
Godfrey, Barry S.; Lawrence, Paul; y Williams, Chris A. (eds.), History & Crime. Key
Approaches to Criminology, s.l., Sage Publications, 2011, 192 pp.
González y González, Luis, El oficio de historiar, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2009,
359 pp.
--------- , Obras 3. El siglo de las luchas, México, El Colegio Nacional, 2002, 645 pp.

413
Gudrún Jónsdóttir, Kristín, Bandoleros santificados. Las devociones a Jesús Malverde y Pancho
Villa, Zamora, El Colegio de Michoacán / El Colegio de San Luis, 2014, 246 pp.
Guerra, Fran9ois Xavier y Lempériere, Annick, Los espacios públicos en Iberoamérica.
Ambigüedades y problemas. Siglos XVIII - XIX, México, Fondo de Cultura Económica,
1998, 366 pp.
Guerra, Fran9ois Xavier, México: del Antiguo Régimen a la Revolución, México, Fondo de
Cultura Económica, 2010, tomo I, 453 pp.
Habermas, Jürgen, Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la
vida pública, Barcelona, Ediciones G. Gilli, 1990, 352 pp.
Hale, Charles, El liberalismo mexicano en la época de Mora, México, Siglo Veintiuno Editores,
2005, 347 pp.
Hamnett, Brian R., Raíces de la insurgencia en México. Historia regional 1750 - 1824, México,
Fondo de Cultura Económica, 1990, 262 pp.
Hartog, Fran9ois, El espejo de Heródoto. Ensayo sobre la representación del otro, México,
Fondo de Cultura Económica, 2002, 363 pp.
Haslip Viera, Gabriel, Crime and Administration o f Justice in Colonial Mexico City, 1696 -
1810; Nueva York, tesis de doctorado Columbia University, 1980, 305 pp.
--------- , Crime and Punishment in Late Colonial Mexico City, 1692-1810, Albuquerque,
University of New Mexico Press, 1990, 205 pp.
Hernández Díaz, Jaime, “El código civil del Estado de Oaxaca” en Código civil para gobierno
del estado libre de Oajaca 1828, Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca /
Congreso del estado de Oaxaca / Secretaría de cultura del estado de Michoacán, 2010,
250 pp.
Herrera Guevara, Sebastián Porfirio, “La violencia y el conflicto desde la perspectiva de los
estudios sociales” en Ciencia desde el Occidente, Los Mochis, vol. 1, núm. 1, 2014, pp.
25 - 34.
--------- , Las representaciones de Manuel Lozada y el movimiento lozadista en la prensa tapatía
1853 - 1875, Guadalajara, tesis de licenciatura Universidad de Guadalajara, 2011, 228 pp.
Himmelfarb, Gertrude, La idea de la pobreza. Inglaterra a principios de la era industrial,
México, Fondo de Cultura Económica, 1989, 631 pp.

414
Hobsbawm, Eric J., “De la historia social a la historia de la sociedad” en Sobre la historia,
Barcelona, Crítica, 1997, pp. 84 - 104.
--------- , Bandidos, Barcelona, Crítica, 2002, 231 pp.
--------- , Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en
los siglos X IXy XX, Barcelona, Crítica, 2003, 328 pp.
--------- , Sobre la historia, Barcelona, Crítica, 1997, 298 pp.
Hunt, Lynn, The New CulturalHistory, Berkeley, University of California Press, 1989, 244 pp.
Iguiniz, Juan B., El periodismo en Guadalajara 1809 - 1915, Guadalajara, Universidad de
Guadalajara, 1955, tomo 1, 173 pp.
--------- , Guadalajara a través de los tiempos. Relatos y descripciones de viajeros y escritores
desde el siglo XVI hasta nuestros días. 1586 -1867, Tomo 1, Guadalajara, Editorial Jus,
1950, 290 pp.
Isais Contreras, Miguel Ángel, “La fama pública, un concepto útil para entender la sociedad y la
justicia penal durante el siglo XIX” en Trujillo (Coord.), en Jorge Alberto Trujillo Bretón
(Coord.), Voces y memorias del olvido. Historia, marginalidad y delito en América
Latina, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2015, pp. 117 - 136.
Izard, Miguel y Slatta, Richard W. “Banditry and Social Conflict on the Venezuelan Llanos” en
Richard W. Slatta (Ed.), Bandidos. The Varieties o f Latin American Banditry,
Connecticut, Greenwood Press, 1987, pp. 34 - 47.
Joseph, Gilbert M., “On the Trail of Latin American Bandits: A Reexamination of Peasant
Resistance” en Latin American Research Review, New Mexico, vol. 25, núm. 3, 1990, pp.
7 - 53.
Katz, Friedrich, La servidumbre agraria en México en la época porfiriana, México, Ediciones
Era, 2004, 115 pp.
Knapp Jr., Frank A., “Some Historical Values in a Famous Mexican Novel” en The Americas,
Pennsylvania, vol. 11, núm. 2, octubre de 1954, pp. 131 -139.
Knowlton, Robert, “Dealing in Real Estate in Mid-Nineteenth-Century Jalisco. The Guadalajara
Region” en Robert Jackson (ed.), Liberals, the Church, and Indian Peasants. Corporate
Lands and the Challenge o f Reform in Nineteenth-Century Spanish America,
Albuquerque, University of New Mexico Press, 1997, pp. 13 - 36.

415
--------- , “La individualización de la propiedad corporativa civil en el siglo XIX - Notas sobre
Jalisco” en Historia Mexicana, México, vol. 28, núm. 1, julio - septiembre de 1978, pp.
24 - 61.
Lamnek, Siegfried, Teorías de la criminalidad, México, Siglo Veintiuno Editores, 2009, 242 pp.
Lempériere, Annick, “República y publicidad a finales del Antiguo Régimen (Nueva España)” en
Fran9ois Xavier Guerra y Annick Lempériere, Los espacios públicos en Iberoamérica.
Ambigüedades y problemas. Siglos XVIII - XIX, México, Fondo de Cultura Económica,
1998, pp. 54 - 79.
Leps, Marie-Christine, The Apprehension o f Criminal Man, 1876 - 1913. An Intertextual Analysis
o f Knowledge Production, Montreal, tesis de doctorado Mcgill University, 1985, 892 pp.
Lewin, Linda, “The Oligarchical Limitations of Social Banditry in Brazil: The Case of ‘Good’
Thief Antonio SIlvino” en Slatta, Richard W. (Ed.), Bandidos. The Varieties o f Latin
América Banditry, Connecticut, Greenwood Press, 1987, pp. 69 - 96.
Lindley, Richard B., Las haciendas y el desarrollo económico. Guadalajara, México, en la época
de la Independencia, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, 176 pp.
Lira González, Andrés, “Los indígenas y el nacionalismo mexicano” en Relaciones, Zamora,
núm. 20, vol. 5, otoño de 1984, pp. 75 - 79.
Losa Contreras, Carmen, “La influencia española en la administración de justicia en el México
independiente” en Cuadernos de Historia del Derecho, México, núm. 11, 2004, pp. 141 -
177.
Lozoya López, Ivette, Delincuentes, bandoleros y montoneros. Violencia social en el espacio
rural chileno (1850 - 1870), Santiago, LOM Ediciones, 2014, 149 pp.
MacLachlan, Colin, La justicia criminal del siglo XVIII en México: un estudio sobre el tribunal
de la acordada, México, Secretaría de Educación Pública, 1976, 190 pp.
--------- , Spain’s Empire in the New World. The Role o f Ideas in Institutional and Social Change,
Berkeley, University of California Press, 1988, 201 pp.
Mallon, Florencia, Campesino y nación. La construcción de México y Perú poscoloniales,
México, CIESAS / El Colegio de San Luis / El Colegio de Michoacán, 2003, 584 pp.
McLean, Lorna R., ‘Common Criminals, Simple Justice’ The Social Construction o f Crime in
Nineteenth- Century Ontario, 1840 - 81, Ottawa, tesis de doctorado University of Ottawa,
1996, 257 pp.

416
Menegus Bornemann, Margarita, “El efecto de la ley de desamortización en las comunidades
indígenas de los estados de México, Oaxaca y Jalisco” en Jaime Olveda (Coord.),
Desamortización y laicismo. La encrucijada de la reforma, Zapopan, El Colegio de
Jalisco, 2010, pp. 119 - 138.
Meyer, Jean, Esperando a Lozada, México, Editorial Hexágono, 1989, 285 pp.
--------- , Manuel Lozada. El tigre de Alica: general, revolucionario, rebelde, México, Tusquets,
2015, 350 pp.
Miño Grijalva, Manuel, El mundo novohispano. Población, ciudades y economía siglos XVII y
XVIII, México, Fondo de Cultura Económica, 2001, 448 pp.
Moore, Barrington, La injusticia: bases sociales de la obediencia y la rebelión, México, UNAM,
1989, 481 pp.
--------- , Pureza moral y persecución en la historia, Barcelona, Paidós, 2001, 192 pp.
Moreno Elizondo, Rodrigo, “Porque hasta para dar el grito se necesita dinero. Prácticas y
representaciones del raterismo en la fiesta de Independencia. Ciudad de México (1887 -
1900)” en Daniel Palma (Ed.), Delincuentes, policías y justicias. América Latina, siglos
XIX y XX, Santiago, Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2015, pp. 54 - 111.
Mostkoff, Aída, Foreign Visions and Images o f Mexico: One Hundred Years o f International
Tourism, 1821 - 1921, tesis de doctorado University of California, Los Ángeles, 1999,
242 pp.
Muchembled, Robert, Una historia de la violencia. De la Edad Media a la actualidad,
Barcelona, Paidós, 2010, 398 pp.
Muriá, José María, Breve historia de Jalisco, Guadalajara, Secretaría de Educación Pública /
Universidad de Guadalajara, 1988, 574 pp.
O’Gorman, Edmundo, Breve historia de las divisiones territoriales. Aportación a la historia de
la geografía de México, México, Editorial Polis, 1937, 261 pp.
Olveda, Jaime (Coord.), Desamortización y laicismo. La encrucijada de la reforma, Zapopan, El
Colegio de Jalisco, 2010, 192 pp.
--------- , “El imperio de los bandidos. México siglo XIX” en Ruris, Sao Paulo, volumen 9, núm.
2, septiembre de 2015, pp. 165 - 180.
--------- , Con el Jesús en la boca. Los bandidos de Los Altos de Jalisco, Lagos de Moreno,
Universidad de Guadalajara - Campus Universitario de Los Lagos, 2003, 211 pp.

417
Ostrom, Elinor, El gobierno de los bienes comunes. La evolución de las instituciones de acción
colectiva, México, Fondo de Cultura Económica /UNAM, 2011, 399 pp.
Padilla Arroyo, Antonio, “Control, disidencia y cárcel política en el Porfiriato” en Convergencia.
Revista de Ciencias Sociales, México, vol. 11, núm. 36, septiembre - diciembre de 2004,
pp. 247 - 276.
--------- , “Del desamparo a la protección. Ideas, instituciones y prácticas de la asistencia social
en la ciudad de México, 1861-1910” en Cuicuilco, México, vol. 11, núm. 32, septiembre -
diciembre 2004, pp. 121 - 155.
--------- , Criminalidad, cárceles y sistema penitenciario en México 1876-1910, México, tesis de
doctorado El Colegio de México, 1995, 476 pp.
--------- , De Belem a Lecumberri. Pensamiento social y penal en el México decimonónico,
México, Archivo General de la Nación, 2001, 360 pp.
Palma, Daniel (Ed.), Delincuentes, policías y justicias. América Latina, siglos XIX y XX,
Santiago, Ediciones Universidad Alberto Hurtado, 2015, 515 pp.
--------- , Ladrones. Historia social y cultural del robo en Chile, 1870 - 1920, Santiago, LOM
Ediciones, 2011, 11339 pos. (ebook).
Palti, Elias José, “La transformación del liberalismo mexicano en el siglo XIX. Del modelo
jurídico de la opinión pública al modelo estratégico de la sociedad civil” en Cristina
Sacristán y Pablo Piccato, Actores, espacios y debates en la historia de la esfera pública
en la ciudad de México, México, Instituto de Investigaciones Históricas UNAM /
Instituto Mora, 2005, pp. 67 - 95.
--------- , El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado, Buenos Aires, Siglo XXI Editores,
2007, 327 pp.
--------- , La invención de una legitimidad. Razón y retórica en el pensamiento mexicano del siglo
XIX (Un estudio sobre las formas del discurso político), Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 2008, 544 pp.
Pavarini, Massimo, Control y dominación. Teorías criminológicas burguesas y proyecto
hegemónico, México, Siglo Veintiuno Editores, 2013, 223 pp.
Pérez Benavides, Amada Carolina, “Actores, escenarios y relaciones sociales en tres
publicaciones periódicas mexicanas de mediados del siglo XIX” en Historia Mexicana,
vol. 56, núm. 4, abril junio de 2007, pp. 1163 - 1199.

418
Pérez Toledo, Sonia, “Los vagos de la ciudad de México y el tribunal de vagos en la primera
mitad del siglo XIX” en Secuencia, núm. 27, septiembre - diciembre 1993, pp. 27 - 42.
Pérez Verdía, Luis, Historia particular del estado de Jalisco. Desde los primeros tiempos de que
hay noticia hasta nuestros días, Tomo II, Guadalajara, Gráfica Editorial, 1951, 544 pp.
Piccato, Pablo, “La construcción de una perspectiva científica: miradas porfirianas a la
criminalidad” en Historia Mexicana, México, vol. 47, núm. 1, julio - septiembre de 1997,
pp. 133 - 181.
--------- , Ciudad de sospechosos: crimen en la ciudad de México 1900 - 1931, México, CIESAS,
2010, 394 pp.
--------- , La tiranía de la opinión. El honor en la construcción de la esfera pública en México,
Zamora, El Colegio de Michoacán / Instituto Mora, 2015, 465 pp.
Pierini, Margarita, “Prólogo” en Isidore Lowenstern, México. Memorias de un viajero, México,
Fondo Cultura Económica, 2012, pp. 9 - 39.
Rafart, Gabriel Tiempo de violencia en la Patagonia. Bandidos, policías y jueces 1890 - 1940,
Buenos Aires, Prometeo Libros, 2008, 233 pp.
Ramírez Flores, José, El Real Consulado de Guadalajara, Guadalajara, Banco Refaccionario de
Jalisco, 1952, 125 pp.
Reina, Leticia, Las rebeliones campesinas en México (1819 - 1906), México, Siglo Veintiuno
Editores, 1998, 471 pp.
Rodríguez Pérez, Betania, “Ebrios en Guadalajara durante el periodo colonial tardío, 1792 -
1821” en Jorge Alberto Trujillo Bretón (Coord.), Voces y memorias del olvido. Historia,
marginalidad y delito en América Latina, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2015,
pp. 91 - 116.
Rohlfes, Laurence John, Police and Penal Correction in Mexico City, 1876 - 1911. A Study o f
Order and Progress in Porfirian Mexico, New Orleans, tesis de doctorado Tulane
University, 1983, 361 pp.
Ross, Stanley Robert, “El historiador y el periodismo mexicano” en Historia Mexicana, México,
vol. 14, núm. 3, enero - marzo 1965, pp. 347 - 382.
Sacristán, Cristina y Piccato, Pablo, Actores, espacios y debates en la historia de la esfera
pública en la ciudad de México, México, Instituto de Investigaciones Históricas UNAM /
Instituto Mora, 2005, 283 pp.

419
Salvatore, Ricardo D.; Aguirre, Carlos; y Joseph, Gilbert M. (Eds.), Crime and Punishment in
Latin America. Law and Society since Late Colonial Times, Durham, Duke University
Press, 2001, 448 pp.
Scardaville, Michael C., “(Haspburg) Law and (Bourbon) Order: State Authority, Popular Unrest,
and the Criminal Justice System in Bourbon Mexico City” Carlos Aguirre, y Robert
Buffington, Reconstructing Criminality in Latin America, Wilmington, Jaguar Books,
2000, pp. 1 - 19.
--------- , Crime and the Urban Poor: Mexico City in Late Colonial Period, Florida, tesis de
doctorado Univesity of Florida, 1977, 366 pp.
Scott, James C. Los dominados y el arte de la resistencia: discursos ocultos, México, Ediciones
Era, 2000, 314 pp.
--------- , The Art of Not Being Governed. An Anarchist History of Upland Southeast Asia, New
Haven, Yale University Press, 2009, 442 pp.
Serulnikov, Sergio, Conflictos sociales e insurrección en el mundo colonial andino: el norte de
Potosí en el siglo XVIII, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006, 463 pp.
Sharpe, Jim, “Historia desde abajo” en Peter Burke (Ed.), Formas de hacer historia, Barcelona,
Alianza Editorial, 1993, pp. 39 - 58.
Slatta, “Images of Social Banditry on the Argentine Pampa” en Slatta, Richard W. (Ed.),
Bandidos. The Varieties o f Latin América Banditry, Connecticut, Greenwood Press, 1987,
pp. 49 - 65.
--------- (Ed.), Bandidos. The Varieties o f Latin América Banditry, Connecticut, Greenwood
Press, 1987, 215 pp.
--------- , “Eric J. Hobsbawm’s Social Bandit: A Critique and Revision” en A Contracorriente,
Raleigh, vol. 1, núm. 2, 2004, pp. 22 - 30.
Solares Robles, Laura, Bandidos somos y en el camino andamos. Bandidaje, caminos y
administración de justicia en el siglo XIX: 1821 - 1855. El caso de Michoacán, Morelia,
Instituto Michoacano de Cultura / Instituto Mora, 1999, 545 pp.
Speckman Guerra, Elisa, Crimen y castigo. Legislación penal, interpretaciones de la
criminalidad y administración de justicia (Ciudad de México, 1872 - 1910), México, El
Colegio de México / UNAM, 2007, 357 pp.

420
Spierenburg, Pieter, Violence & Punishment. Civilizing the Body through Time, Polity,
Cambridge, 2013, 223 pp.
Staples, Anne, “El siglo XIX” en Pablo Escalante Gonzalbo, La vida cotidiana en México,
México, El Colegio de México, 2010, 293 pp. 119 - 172.
Suárez Escobar, Marcela, “La prensa y la construcción de las representaciones sobre el delito en
la ciudad de México, 1876 - 1910” en Celia del Palacio Montiel (Coord.), La prensa como
fuente para la historia, México, Universidad de Guadalajara / Conacyt / Miguel Ángel
Porrúa, 2006, pp. 113 - 120.
Tannenmbaum, Frank, “La organización económica de la hacienda” en El trimestre económico,
vol. 2, núm. 6, 1935, pp. 189 - 217.
Taylor William B. “Amigos de sombrero: patrones de homicidio en el centro rural de Jalisco,
1784 - 1820” en Antonio Escobar Ohmstede (Coord.), Indio, nación y comunidad en el
México del siglo XIX, México, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos /
CIESAS, 1993, pp. 63 - 103.
--------- , “Algunos temas de la historia social de México en las actas de juicios criminales” en
Relaciones, Zamora, núm. 11, vol. III, verano de 1982, pp. 89 - 97.
--------- , “Bandolerismo e insurrección: agitación rural en el centro de Jalisco, 1790 - 1816” en
Friedrich Katz (Comp.), Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en México del
siglo XVI al siglo XX, México, Ediciones ERA, 1990, pp. 187 - 222.
--------- , Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas, México,
Fondo de Cultura Económica, 1987, 296 pp.
Téllez Lozano, Víctor Manuel, Territorio, gobierno local y ritual en Xatsitsarie/ Guadalupe
Ocotán, Zamora, tesis de doctorado El Colegio de Michoacán, 2005, 448 pp.
Thompson, Edward P., Historia social y antropología, México, Instituto Mora, 1997, 82 pp.
--------- , Los orígenes de la ley negra. Un episodio de la historia criminal inglesa, Buenos Aires,
Siglo Veintiuno Editores, 2010, 414 pp.
Torres Puga, Gabriel, Opinión pública y censura en Nueva España. Indicios de un silencio
imposible 1767 - 1794, México, El Colegio de México, 2010, 594 pp.
Trinidad Fernández, Pedro, “La inclusión de lo excluido: La historia de la delincuencia y de las
instituciones penales” en Historia Social, Valencia, núm. 4, primavera - verano 1989, pp.
149 - 158.

421
Trujillo Bretón, Jorge Alberto “Léperos, pelados, ceros sociales y gente de trueno en el Jalisco
porfiriano” en Jorge Alberto Trujillo Bretón y Juan Quintar (Comps.), Pobres,
marginados y peligrosos, Guadalajara, Universidad de Guadalajara / Universidad
Nacional del Comahue, 2003, pp. 205 - 230.
--------- (Coord.), Voces y memorias del olvido. Historia, marginalidad y delito en América
Latina, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2015, 429 pp.
--------- , “En el camino real. Representaciones, prácticas y biografías de bandidos en Jalisco,
México, 1867 - 1911” en Letras Históricas, Guadalajara, año 1, núm. 2, primavera -
verano 2010, pp. 105 - 132.
-------- , “Por una historia socio-cultural del delito” en Takwá, Guadalajara, núms. 11 - 12,
primavera - otoño 2007, pp. 11 - 30.
-------- , Entre la celda y el muro. Rehabilitación social y prácticas carcelarias en la
penitenciaría jalisciense Antonio Escobedo, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2011, 428
pp.
-------- , Gentes de trueno. Moral social, criminalidad y violencia cotidiana en el Jalisco
porfiriano (1877 - 1911), Guadalajara, tesis de maestría CIESAS - Occidente, 1999, 619
pp.
-------- , La Penitenciaría de Escobedo. Por temor y orgullo, Guadalajara, Universidad de
Guadalajara, 2011, 78 pp.
Trujillo Bretón, Jorge Alberto y Padilla Arroyo, Antonio, “Delito, castigo y clases criminales en
la historiografía mexicana” en Jorge Alberto Trujillo Bretón y Juan Quintar (Comps.),
Pobres, marginados y peligrosos, Guadalajara, Universidad de Guadalajara / Universidad
Nacional del Comahue, 2003, pp. 121 - 150.
Trujillo Bretón, Jorge Alberto y Quintar, Juan (Comps.), Pobres, marginados y peligrosos,
Guadalajara, Universidad de Guadalajara / Universidad Nacional del Comahue, 2003,
257 pp.
Tutino, John y Zamudio Vega, Mario A. “Historias del México agrario” en Historia Mexicana,
México, vol. 41, núm. 2, octubre - diciembre de 1992, pp. 177 - 220.
Valerio Ulloa, Sergio, Historia ruraljalisciense, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2003,
351 pp.

422
Van Young, Eric, “Agrarian Rebellion and Defense of Community: Meaning and Collective
Violence in Late Colonial and Independence Era Mexico” en Journal o f Social History,
vol. 27, núm. 2, invierno de 1993, pp. 245 - 269.
-------- , La ciudad y el campo en el México del siglo XVIII. La economía rural de la región de
Guadalajara, 1675 - 1820, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, 392 pp.
-------- , La crisis del orden colonial. Estructura agraria y rebeliones populares de la nueva
España, 1750 - 1821, México, Alianza Editorial, 1992, 515 pp.
Vanderwood, Paul J., “El bandidaje en el siglo XIX: una forma de subsistir” en Historia
Mexicana, México, vol. 34, núm. 1, julio - septiembre 1984, pp. 41-75.
-------- , “Los bandidos de Manuel Payno” en Historia Mexicana, vol. 44, núm. 1, julio
septiembre de 1994, pp. 107 - 139.
-------- , Desorden y progreso. Bandidos, policías y desarrollo mexicano, México, Siglo
Veintiuno Editores, 1986, 269 pp.
-------- , Juan Soldado. Violador, asesino, mártir y santo, México, El Colegio de Michoacán / El
Colegio de la Frontera Norte / El Colegio de San Luis, 2008, 347 pp.
-------- , Los rurales mexicanos, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, 246 pp.
Viqueira, Juan Pedro, ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad
de México durante el Siglo de las Luces, México, Fondo de Cultura Económica, 1987,
302 pp.
Weber, Max, Sociología del poder, Madrid, Alianza Editorial, 2012, 250 pp.
Zavala, Silvio, Las instituciones jurídicas en la conquista de América, México, Editorial Porrúa,
1971, 621 pp.

PAGINAS Y REFERENCIAS EN INTERNET


Blancarte, José María, Plan de Blancarte, 26 de julio de 1852. Tomado de: The Pronunciamiento
in IndependentMexico 1821-1876: http://arts.st-andrews.ac.uk/pronunciamientos/. Fecha de
consulta: 7 de mayo de 2014.
Delgadillo, Francisco, “Proyecto para la formación de un nuevo Código Penal” en Biblioteca
Virtual Poder Legislativo del Estado de Jalisco, http://congresoial.gob.mx/bibliotecavirtual/,
fecha de consulta: 13 agosto de 2014.

423
Enciclopedia de los municipios y delegaciones de México, Instituto Nacional para el Federalismo
y el Desarrollo Municipal (INAFED): http://www.inafed.gob.mx/work/enciclopedia/.
Fecha de consulta: 9 de julio de 2014.
Fradkin, Raúl, “Bandolerismo y politización de la población rural de Buenos Aires tras la crisis
de la independencia (1815 - 1830)” en: https://nuevomundo.revues.org/309. Fecha de
consulta: 18 de marzo de 2016.
JSTOR: https://www.istor.org
Marino, Daniela, “La desamortización de las tierras de los pueblos (centro de México, siglo
XIX). Balance historiográfico y fuentes para su estudio”, p. 42 en Academia:
https://www.academia.edu/ Fecha de consulta:16 de febrero de 2016.
Pérez, Juan G., Almanaque Estadístico de las Oficinas y Guías de Forasteros para el año de
1871, México, Imprenta del gobierno en palacio a cargo de José María Sandoval, 1871,
325 pp. Tomado de: Hemeroteca Nacional Digital de México (en adelante HNDM),
http://www.hndm.unam.mx/. Fecha de consulta: 15 abril de 2016.
PROQUEST: http://www.proquest.com/LATAM-ES/
PUBLICACIONES CUCSH: http://www.publicaciones.cucsh.udg.mx
REDALYC: http://www.redalyc.org: http://www.revistascientificas.udg.mx/index.php/LH
REVISTA RELACIONES: http://www.revistarelaciones.com
REVISTAS COLMEX: http://revistas.colmex.mx
SCIELO: http://www.scielo.org.mx/scielo.php?lng=es

424
ANEXOS

425
Anexo 1
Número de ciudades, poblaciones, ranchos, villas, haciendas, etc. en el
Departamente de Jalisco.1

Departamento Ciudades Villa Pueblos Minerales Haciendas Ranchos

Guadalajara 1 8 58 0 58 233

Lagos 1 3 16 1 54 661

La Barca 1 2 23 0 52 632

Sayula 2 2 41 0 54 173

Etzatlán 2 2 23 8 83 221

Sayula 0 3 24 7 61 310

Tepic 2 5 51 7 26 156

Colotlán 2 1 22 1 3 199

Totales 11 26 258 24 391 2585

1Basado en: Roa, Estadística del estado... ,pp. 155 - 156; y López Cotilla, Noticias geográficas..., p. 156.
Anexo 2
2
Impotencia del gobierno en la persecución de los ladrones.

El 26 de Noviembre de 1846, dictó el Excmo Sr. gobernador actual, una de esas medidas que no

se las puede calificar con exactitud. Es una circular dirijida á los propietarios, con el objeto de

extinguir, lo mas pronto posible, la plaga de malhechores que desgraciadamente abundan en los

caminos. Y como en aquel entonces no habia recursos para organizar cuerpos que acudiesen á la

seguridad pública, confiando el gobierno en el zelo, patriotismo y eficacia de los propietarios y de

los buenos ciudadanos, tuvo á bien dictar las providencias únicas que le ocurrieron - ¿Os acordais

de ellas?

Era la primera: exitar el zelo y la actividad de los propietarios y de los ciudadanos honrados,

para que persiguiesen y aprehendiesen á los malhechores, pudiendo para ello, armar á sus

dependientes y sirvientes domésticos, dando únicamente noticia á la primera autoridad del lugar

para su conocimiento.

Era la segunda: prometer que serian respetadas las armas que los propietarios y demas

ciudadanos dedicasen en la persecucion que se les encomendara, porque se queria que solo se

empleasen en librar de los salteadores a los caminantes y á los vecinos de los lugares del Estado.

Era la tercera: deseos del gobierno de que los ciudadanos dedicados á la persecucion de

ladrones, se pusiesen de acuerdo entre si para que sus empresas no quedasen burladas.

Era la cuarta y última: prevenir que los que fuesen aprehendidos, quedasen á disposicion de

las autoridades respectivas.

Acaso el que tales cosas concibió al transmitir al papel su elevado pensamiento, se limpiaria

la frente bañada de sudor; pero el público que no veía en todo eso la obra de un gobierno,

2 El Nene, Guadalajara, 27 de enero de 1851, núm. 10, segunda época, pp. 1 - 3.


427
quedóse lelo y asombrado sin saber á qué atenerse. Ver al gobierno renunciar, con facilidad tan

inaudita, sus deberes y obligaciones; ver que con una excitativa y algunos deseos, á que dió el

nombre de providencias, queria sacudir todo compromiso; ver que confiaba la defensa de las

propiedades á los que gozan del DERECHO IMPRESCRIPTIBLE de ser defendidos y protejidos

por el poder, no podia menos que causar en todo corazon honrado un sentimiento de repugnancia

para con aquellos de que tanto esperaba...

Esas célebres providencias, que á nada conducian, que no podian dar ningun resultado

contra los salteadores, equivalian á lanzar el grito de “sálvese quien pueda ” entre todos los que

en Jalisco tenian algo que perder....

¿Qué pensarían entónces los propietarios al leer la confesion que el gobierno hacia de su

impotencia? ¿Qué adelantaban con aquella excitativa inútil, con aquellos consejos providenciales

de que obrasen de acuerdo? ¿Qué otra cosa podian pensar, sino que la sociedad estaba

desquiciada, y que en el gobierno jamas hallarian un brazo bastante poderoso que supiese llenar

sus importantes obligaciones?

¿Y qué más habían de adelantar, sino cerciorarse de una triste verdad?

La célebre máxima de Sieyes de que el poder ha de venir de arriba y la confianza de abajo,

no podia tener lugar en donde el gobierno gritaba a sus súbditos, “defiéndase Uds. que son los

que pueden hacerlo; yo no hago mas que tener confianza en el poder de Uds.” - He aquí lo que

pasó en Jalisco... Parece que nacimos para trastornalo todo y entenderlo todo al revés.

Pero dictadas esas llamadas providencias, la justicia exijia librar del pago de contribuciones

á los propietarios; porque el propietario paga sus contribuciones para que el gobierno compre

armas, arme y pague soldados que custodien los caminos; y los propietarios en virtud de la

confesion de impotencia que se les hacia entre excitativas y consejos, eran lo que en lo sucesivo

iban á comprar armas y pagar gente que los cuidase. ¿Pues con cuál motivo se exijian despues
428
esas contribuciones, si ya el hombre no gozaba de los bienes que se disfrutan en la sociedad?...En

donde acaban los derechos, acaban las obligaciones.

Pero dejad que pasen algunos dias, y el gobierno hara otra confesion tan explícita como la

primera. La inutilidad de sus providencias citadas, es reconocida en el oficio dirijido el 7 de

Enero de 1847 á los Jefes Políticos. en él se dice que el objeto de aquellas, solo le podrá llenar

una fuerza armada, que se dedique exclusivamente á la persecucion asidua y constante de los

malhechores; pero como por la escasez del erario no podian erogarse nuevos gastos para

conservar dicha fuerza, el gobierno excogitaba3 un medio que le pareciera á proposito y de fácil

consecusión. “Tal es (decia su secretario) el de excitar á los propietarios y personas acomodadas

del Estado (¡mas excitativas!) para que contribuyan voluntariamente en sus respectivos Cantones

á formar un fondo capaz de sostener veinticinco ó treinta hombres, que se dediquen á la

persecucion de ladrones con toda actividad y sin estacionarse en ningun punto, sino que estén en

continuo movimiento, (¡mas consejos!), segun las órdenes de los jefes politicos” “Y si á pesar de

los esfuerzos de los contribuyentes no se completare el pago de esa fuerza, el gobierno dispondrá

que se cubra del erario el deficiente siempre que este sea de poca CUANTIA”

Y era necesario que el gobierno pusiese la advertencia que hemos colocado entre manecillas,

á fin de que no creyesen algunos que el erario, aunque lo formen con sus contribuciones los

particulares, debía invertirse en la seguridad de ninguno que no estuviese allá arriba. Era

necesario poner esa advertencia, repetimos, porque la tal no pasaba de una gracia muy graciosa,

concedida en un arranque de rara generosidad.

Pero en esa otra circular, ¿se descubre otra cosa, que la impotencia suma del gobierno para

cumplir su deber? Ojalá que desde antes del mes de Noviembre, convencido el Sr. Angulo de ese

defecto, les hubiese suplicado á sus amigos, que no le comprometiesen, colocándole en un puesto

3 ¡Pero si nuestro gobierno jamas excogita!


429
rodeado de tantas dificultades... ó hablando con mas claridad, ojalá que el Sr. Angulo, antes de

ser gobernador, hubiese recibido buenos consejos de sus amigos! Nosotros hoy no nos veriamos

precisados á hablar asi.

430
Anexo 3
Editorial [sobre delincuencia y castigos].4

No hay persona de honradez que no se indigne contra los ladrones, y que no desee se aprehension

y su pronto y ejemplar castigo. Y así como nos parece muy justo sentimiento tan noble, nos

parece desviado de toda razon el que algunos, prevenidos por otros motivos muy innobles,

atribuyen al gobierno, á todas las autoridades en general y aun al mismo sistema el que pululen

los ladrones y el que éstos cometan crimenes de todo género. Los que así discurren, proceden con

crasa ignorancia, y algunos lo harán de mala fé. Si leyeran las actas de sesiones del honorable

congreso ahí verian que este cuerpo, desde el constituyente, se ha ocupado de dictar medidas

enérgicas contra tales delincuentes, porque desde entonces han llamado la atención pública los

delitos de esa especie. No ha habido interrupción en repetirlos, no la ha habido en cometer

asesinatos, y ni para estos ni para aquellos ni para los demás crimenes, ha sido indiferente el

legislativo y el ejecutivo del Estado. Inumerables medidas se han dictado con el laudable fin de

prevenir los delitos y castigar a sus perpetradores para asegurar personas y cosas como lo

demanda el deber. Se ha puesto en accion el poder, no se omitido diligencia, el erario se ha

facilitado para objeto tan sagrado, las fuerzas del Estado han concurrido eficazmente, y nada se

escusa para purgarlo de una plaga tan asoladora como [ilegible]. Las administraciones todas no

han descuidado este punto, y sin embargo todas han sido distraidas por los malhechores. Esto es

notorio, es general, y en muy pocos puntos de la república no habrá quejas por tan deplorable

suerte. Pero ¿porque esto acontezca será justo, será racional, patriótico, juicioso o fundado de

algun modo que se le atribuya a tal ó cual persona ó autoridad la multiplicación de los bandidos,

la perpetracion de los crímenes, la mala organización de los procesos, la lentitud para concluirlos

4El Republicano Jalisciense, Guadalajara, martes 15 de agosto de 1848, vol. 3, núm. 7, p. 4.


431
y hasta el que no se les aplique penas graves y al paladar de los descontentos? Seremos mas

esplícitos. ¿Puede el legislativo y el ejecutivo mezclarse en lo judicial?

Véanse las cárceles de todo el Estado, y en ellas se descubrirá si las autoridades y fuerzas

encargadas de la seguridad pública son omisas ó negligentes cuando se trata de cumplir con sus

obligaciones. Los hechos dan la mejor respuesta á los vocingleros, á los calumniadores, y á los

descontentos, y satisfacen á los que de buena fé, pero sin antecedentes, juzgan de algunos

acontecimientos por las impresiones irritantes del momento, que se reciben.

Por otra parte, el que ecsistan hoy delincuentes en mayor numero de los que se conocian

antes, no es efecto de que gobierne éste ó aquel, que haya tal ó cual forma de gobierno, esta

calamidad tiene por origen un cúmulo de causas progresivas independientes de los que se

encuentran á la cabeza de los negocios; y el que no las conoce ó aparenta desconocerlas, carece

de títulos para fallar con acierto y con imparcialidad.

Por lo que hace á Jalisco, véase éste periódico. En sus páginas se hallarán repetidas órdenes

á diversas autoridades, escitando unas ocasiones, mandando otras la aprehension de los

delincuentes, su persecucion constante, y otras varias para asegurar á los caminos, á los intereses

y á las personas.

Un mal si, confesarémos, que influye poderosamente en el malestar que se sufre para que se

procure su remedio. Creemos que el trabajo que emplea el tribunal de justicia, no es bastante para

concluir los procesos que recibe y castigar tanto delincuente como encierra la cárcel de esta

capital. Creemos tambien que se debe prohibir la aplicación de penas arbitrarias . Esto constituye

en legislador al tribunal, dá lugar á demasias y no faltarán casos en que delitos atroces no se

castiguen como merecen. Enfermedades estraordinarias, demandan esfuerzos estraordinarios.

delitos horribles, penas severas. Sum cuique.

432
Anexo 4
Memoria que el Excmo. Sr. Gobernador [Joaquín Angulo] del
estado de Jalisco leyó ante el H. Congreso.5

SEGURIDAD INTERIOR

El gobierno no tiene el gusto de informaros en este punto cosa alguna que satisfaga sus

vehementes deseos, porque nunca la vida ni los bienes de los habitantes del Estado se habían

visto tan inseguros como hoy en las poblaciones y en los caminos; este Honorable Congreso verá

por la nota sinóptica del crimen que formó el Supremo Tribunal de Justicia, que los delitos mas

frecuentes son el robo, en todas sus ascepciones, y el asesinato. No es preciso ocurrir a los

archivos del Supremo Tribunal; todos los días un nuevo hecho viene a aumentar con escándalo el

increíble y voluminoso registro de los robos y los homicidios. El Gobierno, considerando que

otras atenciones de grave urgencia ocupan hoy al ejército: de los cuerpos de Guardia Nacional, no

pueden aún prestar todos los servicios a que están destinados por su institución; que acaso muy

en breve marcharán a encontrar al anemigo, no quiso sin embargo dejar completamente

abandonados a los ciudadanos a merced de los bandoleros, sino que a los hacendados los facultó

en su decreto de 10 de mayo último, para que se armen y consulten a su defensa; ha dispuesto que

las autoridades políticas de los cantones, establezcan rondas diurnas y nocturnas que recorran sin

cesar los caminos y las poblaciones, exitándolas a que en tan interesante negocio despleguen toda

su energía y actividad; en esta capital acordó que los cuerpos organizados de seguridad pública,

rondasen en combinación con la policía, prestando a las autoridades civiles oportunos auxilios

cuando lo necesitasen y pidiesen; por último nombró cuatro agentes que se ocuparán de la

persecusión de los malhechores, dotándolos de la parte del sueldo del Gobernador, de que con

5 Urzúa Orozco y Hernández Z., Jalisco, testimonio, pp. 236 - 238.


433
menos perjuicio ha podido distraer la miserable cantidad de veinte pesos que a cada uno asignó.

No se ha contentado con dictar estas providencias que eran de su resorte, sino que además ha

cuidado de la exacta y rígida observancia de los decretos números 7 y 8 de este Honorable

Congreso, y de la de aquellos que arreglan el procedimiento criminal; sin embargo esto aún no es

bastante y cree de su obligación entrar al breve análisis de las causas que fomentan este mal y de

los medios que pueden ser mas a propósito para destruirlo.

El estado de guerra en que nos hallamos, paraliza los giros, aumenta la miseria y anima a

emprender la industria reprobada de buscar el pan cotidiano, no con el sudor del propio rostro,

sino con el ajeno. La fecuente deserción del ejército, es otra de las causas que sostienen a los

malhechores, siendo quizá también la más peligrosa, ya por ser casi inevitable, ya por la osadía

que inspira el tal cual conocimiento de las maniobras militares, ya porque hace más cautos a los

desertores para librarse de la persecución de las autoridades. Una buena ley de enganche será un

antídoto eficaz a este mal; pero mientras no existe, el Ejecutivo cree que podría ser conveniente

que el delito de simple deserción privase, al que lo cometiese, del fuero militar, y que quedando

los desertores a disposición de los tribunales civiles, éstos los condenasen a los trabajos forzados

de un presidio; esta medida podría obtenerse del Soberano Congreso General a quien únicamente

toca dictarla; la razón para establecerla me parece muy obvia, porque a la verdad el atraso en que

se encuentra entre nosotros la estadística y la policía, presentan al delincuente la esperanza de no

ser reaprehendido; y si lo es, repite su fuga, siendo enseguida más difícil su nueva aprehensión;

así, pues, debe procurarse quitarle un recurso que tiene más a la mano en el servicio militar, que

en el recinto de un presidio. Además de este arbitrio hay unos medios que podemos llamar

indirectos para la disminución de los ladrones, y son todo los que conduzcan al fomento de la

industria; una persecusión constante y sistema[tiza]da y la prontitud en su castigo, los haría

desaparecer muy en breve; y el Gobierno no duda que si las providencias dictadas con este
434
objeto, pudieran ser cumplidas por una policía pagada, cuyos agentes fuesen nombrados con las

precauciones necesarias, se conseguiría restablecer la seguridad interior del Estado. El sistema de

penitenciaría es igualmente oportuno e importante, y el Ejecutivo desea y espera del cuerpo

legislativo cubra el déficit que ha obligado a echar mano del fondo destinado para la cárcel

nueva, cuya construcción se comenzó en esta ciudad, obra en la que se hanc osumido sumas

cosniderables, y cuya paralización se ve con sentimiento; la instrucción pública es otro de los

medios preventivos de tan grave mal; y mas adelante expondré lo que me ocurre decir acerca de

ella. Pero el más poderoso, es la celeridad de los juicios y la oportunidad del castigo, lo que no

puede obtenerse si no es con una arreglada adminstración de justicia.

435
Anexo 5
Cárceles.6

Uno de los espectáculos, que más conmueven el corazón de un hombre sensible, es el que

presentan aquellos de nuestros infelices compatriotas, que han tenido la desgracia de delinquir.

Largos días y aún años hemos contemplado á esos infelices esperando la conclusión de sus

procesos ó el termino de sus condenas, ó sumidos en estrechos oscuros y fétidos recintos,

respirando un aire inefitico, devorados por los insectos y en completa desnudez y ociosidad ó

circulando por las plazas, los paseos y las calles mas concurridas, arrastrando pesadas cadenas,

ocupandose en el aseo de esos locales y perdiendo los pocos restos de verguenza y de pudor que

aún pudieran abrigar, con su continua presentación á la espectacion pública.

Parece increíble, que despues de tantos, tan luminosos y tan bien sentidos escritos, que han

salido á la luz publica para remediar tan grave mal; despues de haber visto puestas en práctica

efectiva y provechosa las teorías de aquellos escritos: que en un siglo en que tanto se decanta la

mejora social del hombre y en una nacion en que, como en la nuestra, se acatan los principios de

la fraternidad y la caridad cristiana, parece increible, que aún se continúe dando á un pueblo, que

se trata de ilustrar, escenas de naturaleza tan repugnante; pero ¿cómo era posible que nuestras

turbulencias incesantes y su consiguiente miseria nos permitieron poner en planta una mejora que

demanda cuantiosos gastos y quietud profunda y duradera? La Europa y aún la misma Nortea -

América que han gozado de paz y de superabundantes recursos, no han llegado sino tarde á

conseguir intento tan humano, y hablando con rigurosa verdad, aún no lo consiguen, pues segun

los datos del profundo observador Mr. L Reilow, ni las penitenciarías de Francia ni las de

Alemania, ni las de Inglaterra, ni las de Norte - América cuentan con las secciones ó

6La Armonía Social, Guadalajara, 2 de febrero de 1849, tomo 1, núm. 10, p. 4.


436
departamentos, materiales, ni con las clases, ni utensilios, ni dirección que demanda el lado

artístico, sino [lo que es mil veces peor] no llenan ni remotamente su objeto moral; porque

debiendo ser el fin primario, el preferente de estos establecimientos la mejora moral de los que

han delinquido, la avaricia ha convertido estos talleres de la caridad, casi esclusivamente en

talleres de especulacion, dedicando los miembros de los infelices á la destreza mecánica hasta por

once horas diarias y ni siquiera una á la ilustracion de su inteligencia. Esto será ó no esacto; pero

no cabe duda en que el solo hecho de proporcionar á los pacientes mejor habitacion, alimentos

anos y en regular abundancia, ropa adecuada y suficiente y obligarlos a adquirir el conocimiento

de un arte cualquiera y un hábito constante al trabajo, es un paso muy avanzado en favor de la

humanidad. Es verdad que es incompleto, ó dicho con mas exactitud, no es ese el paso que se

debiera dar para mejorar á los hombres. Cabalmente el que dá por resultado la desaparicion de las

mismas penitenciarías, es el que se debiera dar. Estas solo son para castigar y corregir, aquel para

evitar la necesidad del castigo y corrección. Hablamos del único paso, del verdadero medio para

apartar á los hombres de la senda del crímen: la instruccion del pueblo. Este debe ser el punto

cardinal de la cuestion. La razon y la constante esperiencia demuestran que los individuos de la

clase pobre, que nacen en la miseria, que se alimentan con sustancias mal sanas, que se visten con

andrajos y se alojan en locales humenos y espuestos á la intemperie, que desde que que comienza

á rayar en ellos la razon oyen palabras obsenas, ven la impúdica desnudez y presencian escenas

inmorales en los mismos autores de sus dias y en las relaciones de sus familias y que por otra

parte carecen casi absolutamente del esmero, del tierno cuidado, de las caricias dulces de una

madre, que no solo sirven para satisfacer su amor sino para infundir este humano sentimiento en

el corazon del hijo: que adquieren y no todos; unas cuantas nociones superficiales de religion en

lecciones aprendidas mecánicamente y ninguna de su dignidad, ni de su honor, no pueden cuando

la edad adulta estallan las pasiones, producir otro resultado que el crímen. Obstáculos casi
437
invencibles obstruyen este paso en todas las naciones del globo y por eso se han ocurrido al

sistema de las penitenciarías. Jalisco procura en medio de tantos afanes, de tanta penuria llevar a

cabo la gigantesca penitenciaría comenzada y con ella la rehabilitacion de las almas depravadas.

La urgente necesidad de una establecimiento de esta clase, es notoria: su utilidad, prévia la

confeccion de bien meditados reglamentados, no puede ser dudosa. No la codicia sino un interes

netamente humanitario, es el alma de tan benéfica empresa. ¡Quiera el cielo coronar los

generosos deseos del pueblo jalisciense!

438
Anexo 6
Memoria presentada por el gobernador del
7
estado de Jalisco [Anastasio Parrodi].

POLICIA / SEGURIDAD

La policía es una de las instituciones e que más necesitan los pueblos para su coservación y buen

orden: la diversidad de ramos que comprende, forman el todo de su existencia y reputación, y en

el modo de administración consiste la mayor o menor perfectibilidad de la vida social. Si la

policía está servida por agentes inquietos, suspicaces y enredadores, la sociedad sufre un

gravamen insoportable, y huye el reposo de los ciudadanos; si por el contrario, está desempeñada

con notable descuido, poca actividad o indolencia, huye el reposo público desapareciendo

totalmente las ventajas que hacen apetecible el ser del hombre civil. Es, pues, forzoso que la

policía, sin tocar los extremos y con bien sentado aplomo, dedique un exquisito cuidado hacia

cada ramo de los que comprende su ministerio: si la ley es buena, basta ejercerlo con entera

sujecion a ella, y nadie alzará sus quejas por falta de garantías.

Pero por desgracia, como se ha dicho con repetición, las conmociones intestinas todo lo

confunden y desorganizan; los elementos que dan vida a las fuentes de la administración, se

consumen, y las garantías del ciudadano desaparecen. ¡Condición funesta y lamentable, que hace

un dilatado tiempo pesa sobre nosotros! En Jalisco no han faltado buenas leyes y repetidas

disposiciones para atender debidamente a los multiplicados artículos de la incumbencia de la

policía: la comodidad, el aseo y ornato, la salubridad e higiene, el recreo, la educación pública y,

finalmente, la seguridad, todo a sido el objeto de las atenciones del poder público. Pero volvemos

a incidir en la causa de todas las causas: ¿por qué todo esto ha sido ineficaz? ¿Por qué ha caido en

7 Urzúa Orozco y Hernández Z., Jalisco, testimonio, pp. 361 - 368.


439
desprestigio? Porque nuestro perpetuo malestar ha arrebatado a los custodios de esta importante

institución sus elementos de vida, y porque no se ha cuidado de dar una permanete organización a

los agentes públicos.

En efecto, la administración de policía por la antigua Constitución del Estado y leyes

posteriores ha estado bajo la inspección de los jefes políticos y de las corporaciones municipales:

la falta de fondos especiales aplicables a este ramo ha dado ocasión a que el servicio se

desempeñe en su mayor parte gratuitamente. En transcurso del riempo ha hecho conocer que esta

condición no es compatible con la actividad y exclusivismo que requieren estas funciones, y que

el turno por el cual se ha exigido dichos ervicio entre los ciudadanos, ha facilitado la comisión de

constantes abusos que han socavado el prestigio de la institución. Por eso no han faltado epocas,

en que se haya ensayado el sistema organico de una policía pagada, bajo cuyo carácter subsiste

hoy, aunque imperfectamente, y el Gobierno cree, que de tiempos atrás habria podido realizarse

este pensamiento, si se hubiese meditado en los medios de no chcar violentamente con los hábtos

que forman nuestras costumbres.

Decididamente, el Gobierno ha creido, que sólo por este arbitrio puede obtenerse el mejor

servicio; pero descansando en una base que retenga estas dos inseparables cualidades: fondos

propios y exclusivos y una organización permanente, de la que se extrañe toda individualidad en

que no se encuentre la confianza y la honradez. Fundado en estos principios, el Ejecutivo se

propuso en 30 de mayo próximo pasado oir el dictamen de una comisión de siete ciudadanos

nombrados al efecto: ha exibido ultimamente sus provechos, y el propio Gobierno se ocupa de

examinarlos.

La falta de este permanete y combinado sistema de la policia es sin duda una de las causas

que más influyen en el atraso que en el interior de la capital se advierte en todo sus ramos. Por

eso el Gobierno ha procurado suplirla por medio de proveidencias análogas, aunque al parecer
440
aisladas: para que no continuasen desatendidas la comodidad, la moral y educación pública, libró

sus órdenes en 19 de enero último, que se reiteraron el 7 de julio anterior, y se advierten del

documento relativo que se agrega. Persuadido de que contra la buena moral y con gravísimo

perjuicio de la educación subsisten las casas de juego, expidió su decreto de 16 de octubre pasado

imponiendo severas penas y acordano la vigilancia sobre los contraventores: por último, para

uniformar la comodidad en el transito de las calles, hacer asequible el mejor aseo y presentar a la

concurrencia que las frecuentan, un piso igual y agradable, se expidió en 30 de junio ultimo el

decreto que prescribe la reposición de banquetas y empedrados, erigiendo un fondo

especialmente destinado al objeto.

Sobre el ramo de seguridad se ha discurrido mucho, pero se ha obtenido poco, porque las

circunstancias no nos han sido favorables, porque una cadena no interrumpida de tristes

acontecimientos ha marcado al Gobierno una marcha lenta y sojusgada por multitud de

accidentes que ya quedan enumerados. Parece inútil recordar las causas que en la aciada época

que atravesamos, hayan fomentado el crecido número de los malhechores que infestan los

caminos y poblados. ¿No basta el conocimiento de la falta de dedicación al trabjo, la escases de

éste producida por la general paralización de los giros industriales, la deserción frecuente de los

individuos del ejército y el final resultado de cada intentona emprendida por los reaccionarios?

Cuando el personal del Ejecutivo se hizo cargo del mando del Estado, fue sobre las

inmediatas consecuencias de un trastorno, esto dice lo bastante. Examinó cuidadosamente la

situación y descubrió con evidencia que desde mucho antes había sido la misma, sin que hubiese

acreditado su eficacia las diversas disposiciones que ya se tenían adoptadas. En 29 de septiembre

de 855 se decretó la erección de una fuerza de policía destinada a perseguir las gavillas de los

malhechores, aceptando una gran parte de la organización que el decreto de 6 de junio del propio

año le había dado a la fuerza pública que ya se destinaba a igual fin, mas adelante, en 24 de
441
noviembre del citado año aceptó el Gobierno, como no podía dejar de hacerlo, el auxilio de los

porpietarios, facultandolos para que se armasen a sus expensas, y sentando las bases cardinales de

su organización.

Nada era bastante para abatir la audacia de los malhechores, aumentaba su número y los

caminos y poblaciones eran el teatro sin eleccion de los excesos que perpetraban. En fuerza de

semejantes circunstancias, el Gobierno creyó poder combatirlas con éxito decretando en 11 de

agosto del año próximo anterior la creación de una nueva fuerza de policía y rural en el Estado,

para la consecución del objeto era indispensable contar con la eficaz cooperación de la

sutoridades y con la voluntad espontánea de los ciudadanos, que son los que inmediatamente

reciben los beneficios anexos a la seguridad, una de las garantías públicas de mayor interes. El

gobierno se dedicó a remover las dificultades que emanaban, o bien de la débil acción de las

autoridades, cuyo personal en su mayor parte se había colocado, como era consiguiente a un

cambio, en la esfera de los resentimientos y de la desconfianza o bien de la poca fe de los

particulares que, no obstante las garantías que les acuerda el decreto de que se habla, han puesto

por excepción la absoluta escases de armas. Con todo, en la mayor parte de las poblaciones se

obtuvo a poco tiempo el proximo resultado de formular la organización personal de esta fuerza

pública.

Entre tanto, se expidió la Suprema Ley Orgánica de la Guardia de seguridad en 16 de enero

del año corriente, y como ni su objeto ni los medios que lle establece entrasen en pugna con el

pensamiento que envuelve la del Estado, el Gobierno se lisonjeó con razón de que los primeros

pasos adelantados por ésta, sirviesen de base al cumplimiento exacto de áquella. Pero los

obstáculos son comunes a ambas disposiciones, y a ellas comprenden con igualdad la primera de

las causas, que embarazan su ejecución, la carencia de armamento. Y por más que se haya

juzgado por algunos como dispendiosa la referida ley de 16 de enero, es preciso confesar, que
442
sería un pensamiento estéril, si se desnudase que las exigencias impresindibles y necesarias que

contiene: ¿quién supone realizable una guardia de seguridad que no comprenda el servicio de las

dos armas que demanda la activa persecución de los malhechores, que no este reglamentada con

sujeción a los principios de buena moral, que no esté vestida y equipada competentemente para el

mejor y más pronto desempeño, y que no porte las armas que requiere su importante institución?

He aquí, pues, los poderosos incovenientes con que ha tropezado un pensamiento que envuelve

un interés vital para el bienestar de la comunidad.

La lentitud que trae consigo la influencia de tales obstáculos, casi insuperables en la

ocasión, por participar de la índole de las circunstancias, obligó al Gobierno a rahabilitar un

antiguo sistema, que aunque hoy no podía considerase del todo eficaz, no ha escaseado su éxito

en las veces en que se ha ejercitado, el Gobierno en 5 de mayo próximo pasado restituyó los

llamados jueces de la acordada. Entrañando nuevamente este sistema en el servicio público, no

entra en oposición con los demás que pueden realizarse para el logro de una buena policía de

seguridad, y es, además, un brazo auziliar de la justicia, pues entre tanto se efecúa la guardia, se

consagran las acordadas, no sólo ala persecusión de los malhechores, sino a la segura conducción

de los reos de unos aotros puntos, y a la vigilancia que cumple al organo preventivo de los

delitos.

Réstale al gobierno presentar a la consideración del cuerpo legislativo dos de sus ultimas

disposiciones dictadas en esta materia. El decreto de 10 de junio anterior señaló a los reos de

asesinato y robo el servicio de los puertos de Baja california, como lugar a propósito para

extinguir sus condenas, para acordar esta medida, tuvo presente al ejecutivo la moral impresión

que produce en el ánimo de los delincuentes, alejándoles la esperanza de una fura realizable, a

que constatemente aspiran en nuestras cárceles y presidio de Mezcala, alcanzando las más veces

el fruto que se proponen, consideró tambien, que por este arbitrio se conciliaba la satisfacción de
443
la vindicta pública con el provecho de los propios delincuentes, morigerándose al vencimiento de

sus términos y presentándose después como ciudadanos útiles. Esta disposición fue dictada por el

Gobierno en uso de las facultades con que se hallaba investido, y tomando la razón de analogía

de la expresa autorización que tuvo para dar igual destino a los cabecillas de la sublevación

indígena.

[...]

De esta breve explicación comprensiva de la última materia que nos ha ocupado, se advierte,

que las providencias que se han tomado no han sido bastantes para hacer desaparecer el mal,

porque con dolor se palpa que la policía no recibe aún la organización que cumple a su instituto,

y que la preciosa garantía de la seguridad pública permanece vacilante. Si el dominio de la

circunstancias no hace la defensa del Gobierno, que por este motivo ha dejado sin complemento

la vehemente y justa aspiración de la sociedad, dirigida a conquistar su perfecto reposo, le sirve al

menos el anhelo y rectos fines con que ha promovido los elementos posibles de conservación.

444
ANEXO 7
“Ley tigre” del 12 de septiembre de 1848.8

OFICIAL

El vice - gobernador constitucional del Estado libre de Jalisco, á todos sus habitantes, sabed que:

Usando de las facultades que me otorgue el decreto núm. 96 y en satisfacción á las garantías

individuales, he venido en espedir la siguiente ley sobre ladrones, asesinos y perjuros.

Capitulo 1

Del robo y sus especies

Art. 1° El robo consiste en tomar los bienes agenos contra la voluntad de su dueño y con ánimo

de adquirirlos.

Art. 2° El robo se comete sin violencia ó con ella. La violencia recae sobre las personas o sobre

las cosas.

Art. 3° Hay violencia en el robo contra la persona, cuando lo acompaña la intimidación, el asalto

y la sorpresa, la amenaza, las injurias verbales, el empleo de las armas en el ladrón, los golpes,

heridas, cualquiera mal tratamiento en el robado, ó en fin la muerte de éste.

Art. 4° No hay violencia en el robo cuando se comete clandestinamente y con astucia, faltando

además las circunstancias que constituyen el robo violento en el artículo anterior y en el

siguiente.

Art. 5° Hay violencia en el robo sobre las cosas, cuando se comete salvando tápias, horadando el

piso ó paredes, forzando cerraduras, ó introduciéndose futivamente en los aposentos y casas.

8El Republicano Jalisciense, Guadalajara, viernes 15 de septiembre de 1849, tomo III, núm. 16, p. 1.
445
Art. 6° Todo robo violento será castigado con la pena de muerte; pero el gobierno podrña indultar

de ella al delincuente cuando á juicio de la sala del supremo tribunal de justicia donde la

sentencia haya causado ejecutoria, el darón ó la cuadrilla hayan mostrado en su mismo crimen

generosidad ó sentimientos de humanidad, limitandose al despojo de los transeuntes sin

estropearlos de ningún modo, ni herirlos, ni matarlos; pues en caso contrario no habrá lugar a

indulto, no se la dará curso a esta instancia.

Art. 7° A los reos indultados por el gobierno de la pena de muerte, en virtud del artículo anterior,

se les aplicará por la respectiva sala, una pena estraordinaria desde seis hasta diez años de

presidio con retención , según la mas ó menos moderación que hayan empleado en el robo.

Art. 8° El robo violento en que interviene atrocidad de parte del ladrón o ladrones, será castigado

con la pena de muerte, con mascada, esponiendose ante el publico los cadaveres de aquellos en

los puntos en que hubieren cometido el delito, y en los terminos que lo disponga la respectiva

autoridad política.

Art. 9° Hay atrocidad en los ladrones, cuando atormentan á los robados con mutilaciones ó de

cualquiera otra manera repugnante á la sensibilidad común é inecesaria para el objeto criminal de

robar o matar. Hay también atrocidad, cuando intervienen violencia de mugeres ó muerte de

ninños.

Art. 10° Al ajusticiado con muerte de mascada, se le pondra en el pecho un cartel de letra grande

con esta inscripción: “POR LADRÓN Ó ASESINO ATROZ, Ó POR LADRÓN Y ASESINO

ATROZ”

Art. 11° El robo sin violencia ni circunstancia agravante, que no pase de cien pesos, será

castigado con arreglo al decreto de 6 de septiembre de 1843. Si pasase de dicha cantidad, hasta la

de quinientos, se le impondrá la pena desde un año hasta dos de obras públicas. Desde quinientos

arriba, se le impondrá la de dos hasta cinco año de presidio.


446
Art. 12° El robo sin violencia de cosas sagradas, será castigado desde seis hasta ocho años de

presidio, según la mayor o menor profanación, atendida la clase de dichas cosas.

Art. 13° El robo sin violencia en que interviniere circunstancia agravante será castigado según la

apreciación que el juez haga de ella, desde tres hasta seis años de presidio cualquiera que sea su

cantidad.

Art. 14° Para la apreciación de las circunstancias que agravan el rovo simple, el juez tendrá en

consideración, la edad, secso y condicion del ladrón y persona robada; lugar del robo; la

naturaleza de la cosa robada; si fue el robo del día ó de noche; si se ejecutó en poblada o

despoblado, ó en punto inmediato á algún ausilio y protección; en fín, procederán en esto los

tribunales con arreglo a las leyes.

447
Anexo 8 .
Decreto 8 . [Sobre robos y receptación de robos].9

Núm. 8. “El Estado libre y soberano de Jalisco, representado por su Congreso, decreta:

1° En las causas que se formen por delitos de robo, las deposiciones de dos testigos, aun cuando

sean parte, ó deudos, ó sirvientes de los quejosos, serán bastantes para condenar, siempre que

haya cualquier otro indicios que corrobore la acusación.

2° A los receptadores de ladrones ó cosas robadas, se les impondrá la pena de dos á seis años de

presidio en el estado.

3° Será tenido como receptador aquel á quien se aprehendiere alguna cosa robada y no justificare

que ignoraba su procedencia, ó no presentaré á la persona de quien la adquirió, si á juicio del juez

fuere sospechosa la persona adecuada.

4° En los casos en que haya varios reos, si respecto de uno ó mas de ellos apareciere probado el

delito continuará y concluirá en cuando á ellos por cuerda separada.

5° En dichas causas no se concede á las partes el derecho de recusación, sino con causa probada,

con arreglo á las leyes vigentes.

6° En las mismas causas no tendrá lugar la gracia de indulto, aun cuando se pida con el objeto de

recabar la conmutación de la pena.

7° Los acusados de robo ó de portación de instrumento para robar, y que por no haber

datos suficientes para su condenación, fueren absueltos de la instancia se pondrán por los jueces

á disposición de la junta, respectiva de calificación de vagos é indiciados de ladrones.

8° Se faculta al Gobierno para que pueda gastar del fondo de peages, lo que crea necesario para

armar, equipar y pagar una fuerza que se destine á la persecucion de los malhechores.

9 Colección de los decretos, tomo IX, pp. 489 - 492.


448
9° Los jueces, escribanos y directores de juzgados que no cumplieren con lo prevenido en esta

ley, serán castigados con dos años de suspension de oficio, é inhabilidad perpetua del mismo, sin

reincidencia.

10° En el despacho de las causas criminales, los jueces darán toda preferencia á las que se formen

por delitos de robo, y portación de instrumento para robar.

11° El Gobierno del Estado nombrará un abogado de probidad y conocimiento para que visite con

frecuencia, cuando lo estime conveniente, los juzgados de esta capital, dando un parte semanario

al mismo Gobierno y tercera sala del Supremo Tribunal de Justicia, de las morosidades y faltas

que note en las causas que instruyan con arreglo al presente decreto.

12° La tercera sala del Supremo Tribunal de Justicia, al revisar los partes de que se habla en el

artículo anterior, y las listas de causas pendientes, dictará las providencias que crea más eficaces

para que las de robo tengan su pronta ejecución.

13° El abogado de que se habla en el artículo 11 no disfrutará sueldo alguno por este encargo,

pero le servirá de mérito reelevante y se le tendrá presente al proveerse las vacantes de

magistratura, si á juicio del Gobierno y del Tribunal Supremo del Estado, lo desempeñare con

eficacia.

Comuníquese al Ejecutivo del Estado para su promulgación y observancia.

Dado en Guadalajara, á 19 de Diciembre de 1846.- J. Crisanto Mora, diputado presidente - Juan J.

Támes, diputado secretario - Jesús López Portillo, diputado secretario.

Por tanto, mando se imprima, publique, circule y se le dé el debido cumplimiento. Dado en

Guadalajara, en el palacio del Gobierno del Estado, á 26 de Diciembre de 1846 - Joaquín Angulo

- Fortino España, oficial primero.

449
Anexo 9
Ejecución de justicia, en las personas de
Isidoro Ruiz y Domingo Barboza.10

Estos reos han sido condenados por la primera sala del Supremo Tribunal de Justicia á la pena de

ser pasados por las armas por delito de robo con asalto y muertes. La sentencia que se inserta á

continuación, comprende en estracto los graves delitos que cometieron y que han obligado á los

tribunales á condenar á estos infelices á la pena capital que de conformidad se le simpuso en las

tres instancias que tuvo la causa. Los reos se acogieron á la gracia de indulto; y organizado el

espediente para este efecto. Su Alteza Serenísima, convencido sin duda de la gravedad de sus

delitos, les ha negado dicha gracia, cuya providencia recomienda el acierto de los tribunales y

justifica asimismo el rigor que se ejerce contra los bandidos que, sin piedad, asesinan á los

transeúntes, haciéndose así indignos de toda clemencia, que solo puede tenerse cuando en los

delitos no se apura la crueldad con las víctimas.

SENTENCIA.- Guadalajara, Abril 27 de 1854.- La presente causa se instruyó por robo con

asalto y muerte contra ISIDORO RUIZ y DOMINGO BARBOZA; por otro hombre el primero

Gertrudis Rubio, natural de los Tepetates en jurisdicción de Tlajomulco, casado, de 22 años de

edad y labrador; y el segundo originario de Zapotlán el Grande, soltero de 34 años de edad y

jornalero; y visto lo alegado en primera instancia por el defensor de ellos Lic. D. Manuel Romero

Bata, la espresión de agravios que en la segunda hizo el procurador D. José María Acosta, con

dirección del abogado defensor de presos Lic. D. Antonio Castro; lo pedido por el señor fiscal,

con lo demás que consta en la causa, resulta: que el 15 de Marzo del año próximo pasado entre

dos y tres de la tarde, fueron asaltados Eusebio González y Josá María López en el punto

10 STJ, criminal, 1853, caja 7, exp. 12906.


450
llamado “Salteo” o “Barranca del Estudiante” en jurisdicción de Zapotlanejo, en compañía de

otros pasageros que se dirigían de esta ciudad para la de la Barca y robados por cinco salteadores,

en cuyo acto quedó muerto de un lanzaso Eusebio González y herido gravemente José María

López, quien también murió antes de cuarenta y ocho horas, después de haber sido herido en el

robo. Consta tambien que los espresados Ruiz y Barboza fueron aprehendidos por el comisario de

Colimilla, dos días despues de haberse verificado el robo, solo por haberle parecido sospechosos

sin tener algun antecedente respecto de ellos, y se recogieron a los mismos las prendas robadas á

los pasageros que fueron asaltados el 15 del citado Marzo. Aparece tambien que dichos reos

hicieran alguna resistencia al ser aprehendidos por el comisario; esta justificada por los robados

la propiedad de las prendas que fueron aprehendidas á Ruiz y Barboza, sin que estos por su parte

lo hayan hecho de la única escepción que opusieron, manifestando haberlas adquirido en el juego

á sugetos desconocidos, pues las declaraciones que rindieron sobre este punto están discordes

tanto en el lugar en que dicen jugaron, en el numero de personas con quienes lo hicieron en las

prendas que ganaron; y por ultimo no han podido dar razón de las barajas con que jugaron, pues

el comisario de Colimilla. D. Jesus Ruiz a quien dicen se las entregaron al ser por él

aprehendidos, niega haberlas recibido.

“Consta también de la causa, el reconocimiento que uno de los robados, Francisco Velasco,

hizo de DOMINGO BARBOZA pues le sostuvo en el careo de fojas 33, haber sido uno de los

que lo asaltaron; espresando haberlo conocido, porque se separó de sus compañeros para batirse

con él solo: é igualmente resulta contra ISIDORO RUIZ, la declaración de Julian Ramírez y Juan

Vázquez, presos en la carcel de Zapotlanejo; pues estos aseguran haberle oido confesar a RUIZ la

perpetración del delito de que se trata, con arrepentimiento de no haber dado la muerte á todos los

robados; y por último, resulta contra ambos, el fuerte indicio de las fugas que intentaron hacer en

la cárcel de Zapotlanejo y la multitud de contradicciones que aparecen en las declaraciones que


451
rindieron estando incomunicados, con las que despues se les tomaron; hechos todos, que en

concepto de la sala son suficientes para declarar a los procesados como autores y responsables del

robo con asalto y muertes de que se ha hecho mencion. Por cuyas razones, y con apoyo de la ley

18, titulo 14, partida 7°, sin atender a la conmutación de que habla la 2°, tit 40, libro 12 de la

Novísima Recopilación, por lo que dispone el párrafo 6° de la ley 7° del mismo titulo y libro, esta

sala falla:

“Por rodo con asalto y muerte, se condena á los reos DOMINGO BARBOZA é ISIDORO

RUIZ, por otro nomrbe Gertrudis Rubio, á la pena de ser pasados por las armas.

“Hágase saber á los reos, adviertíendoles que si quieren acoger el recurso de indulto, lo

hagan precisamente dentro de tercero día, con arreglo al art. 419 del Reglamento de Justicia -

José María Campacos - Ramón L. Navarro - Trinidad Navarro - Fermín Gonzalez Riestra,

secretario”.

Guadalajara, Setiembre 28 de 1854 - Fermín Gonzaez Riestra, secretario - V° B° Robles,

ministro semanero - Editor responsable, IGNACIO CELIS.

TIP. DEL GOBIERNO SUPERIOR A CARDO DE J. SANTOS OROSCO.

452
Anexo 10
Acusados de robo y resoluciones en los casos obtenidos en el muestreo.11

Sentencia
Acusado Primera sentencia del STJ
Hilario Ramírez 4 año de presidio Ratificada
Viviano Ramírez 4 años de presidio Ratificada
Ermidio Cid 4 años de presidio Ratificada
Eduardo Serrano Seis meses de trabajos Revocada
Carmen Aguilar Desconocido Desconocido
Pedro Carrillo 8 años de presidio Ratificada
Tiburcio Vazquez 8 años de predsidio Ratificada
Atilano Zepeda Absuelto No
Mateo Alvino 2 años de obras públicas Revocada
Calixto Alvino Abuelto Ratificada
Estanislano de la Cruz Desconocido Ratificada
Juan Yañez 6 años de presidio Ratificada
Lorenzo Ramírez 6 años de presidio Ratificada
Jose María Talavera 6 años de presidio Ratificada
Ignacio Cayeros 6 años de presidio Ratificada
Pioquinto Tello 2 años de presidio Ratificada
Nicomedes Lara 3 años de presidio Revocada
Esutaquio Flores Absuelto Ratificada
Francisco Santos Un mes de obra publicas Ratificada
Mario Camacho Absuelto Ratificada
Ceferino Gil Dos meses de obra públicas Ratificada
Antomio Morales Tres meses de obra publicas Ratificada
Jose Carrillo Dos meses de obra publicas Ratificada
Manuel Perez Absuelto Ratificada
Ildefonso Rodríguez 8 años de presidio Ratificada
Victoriano Rodríguez 6 años de presidio Ratificada
Jose María Villegas Absuelto Revocada
Francisco de Alva 3 meses de obras públicas Ratificada
Jose María Ruiz Absuelto Ratificada
Pioquinto Limón 1 año de obra públicas Revocada
Rafael Limón 4 meses de obra públicas Revocada
Florentino Hernández Dos meses de obra públicas No
Eustaquio García Absuelto Ratificada
Antonio Dueñas Absuelto Ratificada
Jesus Dueñas Absuelto Ratificada

11 Basado en: muestreo realizado en el STJ de la BPEJ.


453
Bruno Escobedo 2 meses de obras públicas Ratificada
Martin Garcia Martínez 1 mes de obras públicas Compurgada
Justo Rodríguez 4 meses de obras publicas Ratificada
Juan de Dios Sanchez 3 meses de obras publicas Compurgada
Jesus Salas 6 meses de obras publicas. Revocada
Guadalupe Comunidad 8 años de presidio Revocada
Bartolo Ulloa 8 años de presidio Revocada
Cesarea Naranjo Absuelto Ratificada
Remigio García 3 meses de obra públicas Ratificada
Jose Lopez 6 años de presidio Revocada
Pedro Lopez 6 años de presidio Ratificada
Brigido Basulto 6 años de presidio Ratificada
Ignacio Gutierrez 6 años de presidio Ratificada
Modesto Madrigal Absuelto Ratificada
Loreto Sánchez Compurgado Ratificada
Ciriaco Ibarra Compurgado Ratificada
Susano Torres Dos años de presido Ratificada
Miguel Francisco 10 años de presidio Ratificada
Jesus Herández 8 años de presido Ratificada
Maximo Ramírez Sies mese de obras públicas Revocada
Seberino Paulin Dos meses de obra públicas Ratificada
Lauro Aceves 4 meses de obras públicas Revocada
Joaquin Olivera 4 meses de obras públicas Revocada
Nestor Jacobo 8 años de presido Revocada
Barbara Ayala 8 años de presido Revocada
Regina Soto 4 años de presidio Revocada
Silvano Jacobo Absuelto Ratificada
Isabel Prado. Absuelto Ratificada
Abraham Chavez Absuelto Ratificada
Juana Florez Absuelto Ratificada
Jose María Gonález Absuelto Ratificada
Desconocido Averiguación No
Ramón Ortega Dos años de presidio Compurgada
Juan de Dios Sánchez Absuelto Revocada
Reimundo Suárez Un mes de obras públicas Ratificada
Pedro Manjarres Un año de trabajo en los talleres de Mescala Revocada
Luis García Un año de trabajo en los talleres de Mescala Revocada
Pedro Martínez Absuelto Revocada
Rafael Martínez Absuelto Ratificada
Leonardo Ramos Absuelto Ratificada
Ines Salas Diez años Revocada
Pedro Alcántara Camarena Ocho años Revocada
Roque Fuentes Absuelto No
Ildefonso Medrano Fugado No
Tiburcio López Un año de obras públicas Ratificada
454
Luciano Rivera Absuelto No
Rufino Lopez Absuelto No
Pedro Sánchez Absuelto Ratificada
Seferino Sotelo Absuelto Ratificada
Pedro de la Torre Absuelto Ratificada
Andres de la Rosa Un mes de obras públicas Ratificada
Antonio Valencia Cuatro meses Ratiificada
Jose Castillo Compurgado Revocada
Felipe Dolores Absuelto y dos meses de obras públicas Compurgada
Bonifacio Rosales Absuelto Ratificada
Telesforo Ruiz Absuelto Ratificada
Timoteo Uribe Absuelto Revocada
Jose Camberos Pena capital Revocada
Leon Sevilla Absuelto Ratificada
Jose de Jesús Nabor Absuelto Ratificada
Antonio Cornejo Dos años de presidio Revocada
Zeferino Ramirez Sobreseida Ratificada
Victoriano Perez Absuetlo y cuatro meses de obras publicas Ratificada
Gerardo Arriola Tres meses de obras públicas Revocada
Marcelo Chávez Absuelto Ratificada
Francisco Leon 4 meses de obras públicas Devuelto
Dionicio Bernabé 4 meses de obras públicas Devuelto
Balbino Ramírez 6 años de presidio Ratificada
Filomeno Ramírez 4 años de presidio Compurgada
Tomás Marcial Absuelto Compurgada
Eleuterio Carranza Compurgado Ratificada
Pedro Olea Absuelto Ratificada
Cripriano Leal 2 años de presidio Revocada
Mateo Gama 2 años de presidio Revocada
Miguel Gutiérrez 2 años de presidio Revocada
Cirilo González Absuelto Ratificada
Casimiro Benavides Desconocido Ratificada
Jose María González Desconocido No
Longino Vega Absuelto Ratificada
Lucio Romero Absuelto Ratificada
Jose Ramírez 4 años de presidio Revocada
Margarito García Absuelto Ratificada
Julian García Absuelto Compurgada
Tomas Romero Un año de obras públicas Revocada
Trinidad Jauregui Absuelto Ratificada
Narciso Tavarez Absuelto Ratificada
Miguel García Seis meses de obras públicas Revocada
Julian Calderón Absuelto Ratificada
Joaquín Najar 6 años de presidio Revocada
José María García 4 meses de prisión Revocada
455
Victor García Compurgado Ratificada
Nicomedes Ruvalcaba Absuelto Ratificada
Balerio Franco Dos años de obras públicas Revocada
Lorenzo Franco Dos años de obras públicas Revocada
Eduardo Rivera Compurgado Ratificada
Irineo Covarrubias Compurgado Ratificada
Martín López Absuelto Ratificada
Casildo Hernández Dos años de obras públicas Ratificada
Nicolas Gómez Dos años de presidio Revocada
Teodocio Ramírez Absuelto Ratificada
Benito Mares Absuelto Ratificada
Jesús Pulido Absuelto Ratificada
Salvador González Absuelto Ratificada
Monico Mujica Pena de muerte Revocada
Juan Rodríguez Absuelto Ratificada
Pioquinto Vargas Absuelto Ratificada
Pioquinrto Martínez Absuelto Ratificada
Patricio Martínez Pena de muerte Revocada
Jesús Ordaz Un año de obras públicas Ratificada
Julian Ordaz Absuelto Ratificada
Jacinto López 4 meses de obras públicas Compurgada
Jesús Lozano Dos años de obras públicas Revocada
Norberto Silva Absuelto Ratificada
Secundino Cipres Absuelto Ratificada
Modesto Hernández Absuelto Ratificada
Nazario Madrigal Pena de muerte Revocada
Margrito Jimenez Absuelto Ratificada
Jose María Alvarez Dos meses de obras públicas Ratificada
Margarito Macías Dos meses de obras públicas Ratificada
Severiano Cuellar Dos meses de obras públicas Ratificada
Pioquinto Limón Tres años de presidio Ratificada
Seferino Mundo Un año de prisión solitaria Revocada
Juan N. Delgado Absuelto Revocada
Juan Sánchez Pena de muerte Revocada
Dimas Flores Pena de muerte Revocada
Matías Molina Absuelto Ratificada
Ignacio González Absuelto Ratificada
Antonio Castro Absuelto Ratificada
Pedro Rendón Pena de muerte Revocada
Simón Nava Seis años de presidio Revocada
Herculano Pérez Absuelto Ratificada*
Santos Galavis Absuelto Ratificada
Damaso López Absuelto Ratificada
Jose Maria Montero Absuelto Ratificada
Teodoro Santiago Absuelto Ratificada
456
Gerónimo Santiago Absuelto Ratificada
Rafael Renter{ia Absuelto Ratificada
Nabor Coronado Absuelto Ratificada
María Sebastiana Martínez Absuelto Ratificada
Jose María Hernández Un año de obras públicas Revocada
Ines Martínez Un año de obras públicas Revocada
Candelario Campillo Absuelto Ratificada
Nemecio Tavares Absuelto Ratificada
Felipe Gamez Pena de muerte Ratificada
Isidoro Gomez Tres años de presidio Revocada
Florentino Palos Cuatro meses de obras públicas Revocada
Felipe Nuñez 3 meses de obra publicas Revocada
Gudalupe López Dos meses de obras públicas Ratificada
Simón Villa Dos meses de obra públicas Ratificada
Encarnación Ibañez Dos meses de obras públicas Ratificada
Francisco Zapata Cuatro meses de obras públicas Ratificada
No No No
Juan Ramírez Pena de muerte Ratificada
Eugenio Rico Pena de muerte Ratificada
Eulogio Medina Pena de muerte Ratificada
Guadalupe Mateo o Estrada Pena de muerte Ratificada
Francisco Ibarra Absuelto Ratificada
Jose María Vidrio Absuelto Ratificada
Guadalupe García Dos años de presidio Revocada
Margarito Perez Pena de muerte Revocada
Prudencio Luna Absuelto Revocada
Lucas Perez Absuelto Revocada
Ponciano Montayo Tres años de presidio Ratificada
Francisco Cabrales No Revocada
Marcial Plascencia No Revocada
Rafael Vázquez 4 meses de obras públicas Ratificada
Felipe Vera Dos meses de obras públicas Revocada
Andrés Ortíz Pena de muerte Revocada
Cecareo Pérez Un año de presidio Revocada
Anacleto Hurtado Absuelto Revocada
Josá María Salazar Absuelto Revocada
Caralampio Moreno Tres años de presidio Ratificada
Juan Chavarría Cuatro meses de obras públicas Revocada
Leandro Lizardi Absuelto Confirmada
Bartolo Romo Un año de obras públicas Ratificada
Blas Rangel Tres años de presidio Ratificada
Rosalío Puente Absuelto Ratificada
Antonio Gómez Tres años de presidio Ratificada
Angel Tapia Absuelto Ratificada
No No No
457
Juan Zepeda Compurgado Ratificada
José María Montes Absuelto Ratificada
Ines Domínguez Absuelto Ratificada
Agapito Cardona Absuelto Ratificada
Isabel Leos Absuelto Ratificada
Asunción Pedroza Absuelto Ratificada
Bartolo Calderón Absuelto Ratificada
Feliz Perez Absuelto Ratificada
Teslo Perez Absuelto Ratificada
Domingo Esparza Absuelto Ratificada
Jose Carlín Absuelto Ratificada
Gil Pedroza Absuelto Ratificada
Matias Palos Absuelto Ratificada
Antonio Ramírez Dos años de presido Ratificada
Cipriano Cueva Absuelto Ratificada
Ignacio López Absuelto Ratificada
Anastacio Margaro Pena de muerte Revocada
Pedro Curz Tres años de presidio Revocada
Mariano de la Cruz Tres años de presidio Ratificada
Jacinto Carrillo Compurgado Revocada
Pedro Aguila Tres años de presidio Revocada
Anastacio Ruiz Absuelto Ratificada
Pascual Arteaga Absuelto Ratificada
Isidoro Ruiz Pena de muerte Ratificada
Domingo Barbosa Pena de muerte Ratificada
Dionicio Cruz Tres años de presidio Ratificada*
Pedro Juarez Tres años de presidio Ratificada
Calixto García Sobreído Ratificada
Marcos García Dos años de presidio Ratificada
Guillermo Pineda Absuelto Ratificada
Irineo Preciado Absuelto Ratificada
Pedro Reza Sobreído Ratificada
Desiderio Salas Sobreído Ratificada
Florentino Arrona Un año de prisión Ratificada
Gregorio Muñoz Absuelto Ratificada
Absuelto Ratificada
José Espinoza 30 días de obras públicas Ratificada
Tomás García Compurgado Ratificada
Francisco Fuentes Absuelto Ratificada
Felipe Cruz Absuelto Ratificada
Trinidad Franco Absuelto Ratificada
Higinio Cruz Absuelto Ratificada
María Ignacia García Dos meses de obras públicas Ratificada
Esteban Zamora Seis años de presidio No
Leandro López Absuelto Ratificada
458
Luis Estrada Cinco años de presidio Revocada
Manuel Sta. María Tres años de presidio Revocada
Crisanto Pedroza Compurgado Ratificada
Reyes Razo Absuelto Ratificada
Carmen Hernández Compurgado Ratificada
Feliciano Hernández Tres años de presidio Ratificada
Rafael Hernández Absuelto Ratificada
Esteban Rentería Absuelto Ratificada
Lorenzo Luna Tres años de presidio Revocada
Nicomedes Landín Absuelto Ratificada
Antonio Tavarez Absuelto Ratificada
Julian Tavarez Absuelto Ratificada
Matías Figueroa Tres años de presidio Revocada
Gregorio Loza Absuelto Ratificada
Bonifacio López Absuelto No
Eifanio Mejía Absuelto Ratificada
Fulgencio Gaspar Seis meses de obras públicas Revocada
Jose María Flores No Ratificada
Crispin Espinoza Un mes de obras públicas Revocada
Juan Carrillo Absuelto Ratificada
Domingo de la Cruz Absuelto Ratificada
Felipe Olague Dos meses de obras públicas Ratificada
Juan Sánchez Gallardo Tres meses de obras públicas Revocada
Irineo de Jesús Juárez Pena de muerte Ratificada
Julio Rivas Un año de obras públicas Revocada
Demetrio Rivas 15 meses de obras públicas Revocada
Nieves Rodríguez Absuelto Ratificada
Doroteo Reyes Siete años de presidio Revocada
Dionicio González Siete años de presidio Revocada
Juan Salas Diez años de presidio Ratificada
Gabino Sánchez Diez años de presidio Ratificada
Catarino Pérez Diez años de presidio Ratificada
Refugio Pérez Diez años de presidio Ratificada
Florentino Gómez Un año y tres meses de obras públicas Revocada
Florencio Villalobos Un año y tres meses de obras públicas Revocada
José María Morales Meses de obras públicas Ratificada
Nepomuceno Arias Tres meses de obras públicas Ratificada
Nestor Gutiérrez Tres meses de obras públicas Ratificada
Jose Plasola Absuelto Ratificada
Teodoro Hernández Absuelto Ratificada
Miguel Castillón Absuelto Ratificada
Teodoro Pacheco Absuelto Ratificada
Mariano Arias Un años de obras públicas Revocada
Rafael Graciano Seis meses de obra públicas Ratificada
Clemente Sanromán Absuelto Ratificada
459
Narciso Vielma Un año de obras públicas Ratificada
Juan Martínez (primero) Dos mese de obras públicas Ratificada
Juan Martínez (segundo) Dos meses de obras públicas Ratificada
Atanacio Eguiarte Quince días de obras públicas Ratificada
Onofre Lamas Quince días de obras públicas Ratificada
Marcos de Luna Cuatro meses de obras públicas Ratificada
Alejandro Contreras Un mes de obras públicas Ratificada
Nicolas Arreola Absuelto Ratificada
Pedro Robles Absuelto Ratificada
Teodocio Acosta Absuelto Ratificada
Pablo Hernández Compurgado Revocada
Julian Loera Absuelto Ratificada
Felipe García Un mes de obras públicas Ratificada
Nepomuceno Franco Dos meses de obras públicas Ratificada
Ventura Castillo Dos años de presidio Ratificada
María Bonifacia Cruz Absuelto Ratificada
Vicente Tavarez Cinco años de presidio Revocada
Anselmo Infante Cinco años de presidio Revocada
Felipe Villa Cinco años de presidio Revocada
Julian Tavarez Absuelto Ratificada

460

También podría gustarte