Está en la página 1de 35

La Constitución en disputa

Miradas sobre el debate constitucional chileno

Felipe Schwember, Valentina Verbal y Benjamín Ugalde


(editores)

Colección Actualidad

Santiago
2021
LA DEMOCRACIA EN ENTREDICHO

Valentina Verbal

1. Introducción

Actualmente, y como consecuencia del estallido del 18 de octubre


de 2019, Chile se encuentra embarcado en un proceso constituyente,
orientado a elaborar una nueva constitución desde una hoja en blanco,
aunque con un quorum de dos tercios. ¿Hay razones para ser opti-
mistas? Sí y no. Sí, porque el proceso constituyente en curso ofrece la
oportunidad de que la carta fundamental sea realmente una “casa de
todos”,1 de que llegue a constituirse en un mínimo común denomina-
dor de todas las tendencias políticas o al menos de la mayoría de ellas.
En este sentido, cabe albergar la esperanza de que la constitución deje
de ser, permanentemente –como ha ocurrido durante los últimos años–
una suerte de manzana de la discordia. Para que no lo sea, basta con que
sea el marco dentro del cual puedan expresarse los diversos proyectos
políticos en competencia.
Además, y como bien lo explica Giovanni Sartori, a la democracia no
cabe pedirle un consenso sobre los valores últimos de la sociedad, y ni
siquiera tampoco sobre las políticas públicas concretas. Dice Sartori: “El
consenso que verdaderamente es condición necesaria es el procedimen-
tal, el acuerdo sobre las denominadas reglas del juego”.2 En este sentido,
las fuerzas políticas deberían ser capaces de acordar una constitución
mínima, en términos de no consagrar un proyecto ideológico particular
en desmedro de otros.3

1 Término especialmente utilizado por Patricio Zapata en su libro La casa de todos.


La nueva constitución que Chile merece y necesita (Santiago: Ediciones UC, 2015).
2 Giovanni Sartori, ¿Qué es la democracia? (México D.F.: Taurus, 2007), 75. Énfasis
añadido.
3 José Francisco García sostiene que una constitución es mínima supone dos
grandes aspectos. El primero se refiere a que ella “no busca (ni debe) zanjar las
controversias sociales fundamentales”. El segundo se vincula al hecho de que “la
constitución no es un proyecto acabado o una etapa final”. José Francisco García,
“Minimalismo e incrementalismo constitucional”, Revista Chilena de Derecho,
vol. 41, n.° 1 (2014): 270-271.

57
Felipe Schwember, Valentina Verbal y Benjamín Ugalde (editores) La Constitución en disputa

Pero también existen fuertes razones para el pesimismo. Una fun-


damental, y de la que me haré cargo en el presente ensayo, se refiere
al hecho de que si esas mismas fuerzas políticas vienen dejando bas-
tante que desear, desde hace ya un buen tiempo, en lo que se refiere
al cumplimiento de las reglas de la democracia, nada indica que ellas
estén interesadas, por una parte, en elaborar una carta mínima –proce-
dimental y no programática–, y, por otra, en legitimar las instituciones
–políticas y económicas– que la nueva carta sancione.4 Dicho de otra
forma, si esas fuerzas han tendido a descartar la vigencia de las reglas
del juego con el objetivo de imponer un proyecto político particular,
la realización de una constitución como una casa de todos se torna
improbable. Esto será así incluso si el proceso constituyente resulta ser
impecable desde un punto de vista formal.
En línea con lo anteriormente señalado, no deja de resultar
sorprendente –aunque, a estas alturas, tal vez ya nada debería sorpren-
dernos– que el octubre chileno haya sido muy poco comprendido desde
la perspectiva de la preservación de la democracia, para, en cambio,
ser más bien interpretado desde el punto de vista del malestar que,
supuestamente, el modelo económico habría generado en la mayoría
de la población. Por ejemplo, si se revisan las columnas de opinión del
diario La Tercera del domingo 20 de octubre de 2019, puede constatar-
se que casi ninguna de ellas considera los violentos hechos ocurridos
como un atentado a la democracia; por el contrario, en mucha mayor
medida esos hechos son estimados como un masivo y justificado rechazo
al modelo económico. Y aunque ambos elementos no son per se mu-
tuamente excluyentes, salta a la vista –valga insistir– la poca relevancia
asignada al quiebre de las reglas democráticas que supuso o trajo consi-
go el estallido.
Incluso la misma editorial de La Tercera, un medio normalmente
asociado a la derecha política, seguía casi al pie de la letra la que lle-
garía ser la interpretación mainstream de dicho fenómeno. Decía esa
editorial: “La compleja situación que hoy se vive es la consecuencia más
evidente de la desconexión que existe entre la clase política y las reales
preocupaciones de la población”. Luego agregaba: “Es lamentable que
el gobierno tampoco haya sido capaz de mostrar el liderazgo suficiente

4 Patricio Zapata explica que lo contrario de una constitución mínima es una cons-
titución valórica, “a la que también se la llama constitución ideológica-programática”, y
agrega que “es aquella que asume un compromiso explícito con un conjunto sig-
nificativo de valores o principios doctrinarios, el que puede llegar a reflejar una
completa visión de la persona y la sociedad”. Zapata, La casa de todos, 33. Énfasis
añadido.

58
La democracia en entredicho / Valentina Verbal

no solo para detectar este malestar subyacente, sino también para an-
ticiparse a las soluciones”.5 Apenas, y de manera muy indirecta, dicha
editorial hacía referencia a la crisis de la democracia que el estallido
estaba impulsando en ese momento.
Por su parte, el abogado Jorge Navarrete señalaba: “Lo que vimos
fue una reacción contra la exclusión y la indiferencia. Lo que final-
mente estalló fue la rabia contra el abuso de poder, especialmente
de una élite, de toda ella y no solo política”.6 Daniel Matamala, luego
de mostrarse sorprendido por los ataques al Metro de Santiago,
añadía: “¿Por qué ocurrió hoy, en octubre de 2019? Las planillas
Excel otra vez quedan sin respuesta. Ni el costo del transporte, ni la
inflación, ni el desempleo, ni los sueldos reales son peores que hace
dos o tres años”.7 Matamala se explicaba el estallido en la renuncia a la
política, “el sutil arte de escuchar las demandas ciudadanas y traducirlas
en políticas públicas efectivas”. Para él, al igual que la referida editorial
de La Tercera, el problema básicamente se reducía a una desconexión
entre las elites (o las instituciones políticas) y el pueblo (o las demandas
ciudadanas).8
Una notable excepción –que de manera directa ponía el foco en la
democracia–9 puede encontrarse en Sylvia Eyzaguirre, quien no dudaba
en hacer algunas preguntas incómodas, en el contexto del festivo am-
biente que, en ese entonces, vivían importantes sectores del país: “¿Es
lícito incendiar edificios, estaciones de Metro, facultades universitarias,
como una forma de manifestación política? ¿Es la violencia el camino
para resolver los conflictos en democracia?”. Luego concluía: “Más allá
de los grupos radicalizados, me preocupa la pasividad de los ciudadanos
ante la violencia y el doble estándar oportunista de los políticos que le-
gitiman la violencia dependiendo de donde venga”. Y después de llamar
la atención sobre el hecho de que la derecha hubiese ganado las eleccio-
nes presidenciales de 2017, agregaba que “fue el candidato de la Nueva
Mayoría el que pasó a segunda vuelta, y no el del Frente Amplio”.10

5 La Tercera, “Hora del diálogo, y el cambio en las prioridades”, 20 de octubre de


2019, 5.
6 Jorge Navarrete, “Perplejidad”, La Tercera, 20 de octubre de 2019, 6.
7 Daniel Matamala, “La ciudad de la furia”, La Tercera, 20 de octubre de 2019, 16.
8 Para el carácter simplista y organicista de esta visión, ver Benjamín Ugalde,
“Análisis sociológico y discurso político. Algunos problemas epistemológicos en
la comprensión del Octubre chileno”, en Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y
Valentina Verbal (editores), El octubre chileno. Reflexiones sobre democracia y libertad,
(Santiago: Ediciones Democracia y Libertad, 2020), 77-108.
9 Otros columnistas se refieren de manera indirecta a la cuestión, como en particu-
lar Ascanio Cavallo, Gonzalo Cordero y Héctor Soto.
10 Sylvia Eyzaguirre, “Desolación”, La Tercera, 20 de octubre de 2019, 6.

59
Felipe Schwember, Valentina Verbal y Benjamín Ugalde (editores) La Constitución en disputa

Si seguimos a Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, autores del súper-


ventas Cómo mueren las democracias, Eyzaguirre da cuenta de dos de
los cuatro indicadores de comportamiento antidemocrático que ellos
identifican: la legitimación de la violencia y la deslegitimación del go-
bierno. Teniendo a la vista el modelo de Juan Linz (que veremos con
mayor detalle en la siguiente sección), Levitsky y Ziblatt sostienen que el
gran problema que hoy enfrentan las democracias occidentales consis-
te en no saber detectar ese comportamiento y, en caso de hacerlo, en
no tener el coraje de aislar a quienes lo realizan. Incluso –y con vistas
a la preservación de la democracia– los autores llegan a defender sin
titubeos la posibilidad de que partidos que normalmente son adversa-
rios formen alianzas estratégicas para aislar a quienes no creen en la
democracia. Por el contrario, aquellas alianzas entre fuerzas demo-
cráticas y antidemocráticas, no dudan en designarlas como “alianzas
fatídicas”.11
Pero ¿cuáles son esos indicadores? El primero de ellos se refiere
al “rechazo (o débil aceptación) de las reglas democráticas del juego”,
y uno de los ejemplos que ponen Levitsky y Ziblatt es la voluntad de no
acatar la constitución.12 Cabe precisar que este indicador no se refiere
al deseo legítimo de modificar la carta vigente, sino a la voluntad de
no cumplir las reglas todavía existentes. El segundo indicador consiste
en la “negación de legitimidad de los adversarios políticos”, y se puede
expresar cuando se afirma que los “rivales constituyen una amenaza
existencial”, por ejemplo, “para el modo de vida imperante”.13 Como
veremos más adelante, este indicador se puede expresar cuando la
oposición busca la caída del gobierno sin esperar un nuevo proceso
electoral.
El tercer indicador guarda relación con la  legitimación de la
violencia  para cumplir objetivos políticos, aunque a veces condenán-
dola de manera tibia. Frente a este indicador, Levitsky y Ziblatt se
preguntan: “¿Han apoyado [los actores políticos] de manera tácita la
violencia de sus partidarios, negándose a condenarla y penalizarla sin
ambigüedades?”.14 Y, finalmente, el cuarto indicador se vincula con
el poco aprecio a las libertades civiles, y puede expresarse, por ejemplo,
en la valoración de regímenes autoritarios de otros países. Aquí una pre-
gunta que plantean los autores es la siguiente: “¿Han elogiado medidas

11 Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, Cómo mueren las democracias, traducido por
Gemma Deza Guill (Barcelona: Ariel, 2018).
12 Levitsky y Ziblatt, Cómo mueren las democracias, 33.
13 Levitsky y Ziblatt, Cómo mueren las democracias, 34.
14 Levitsky y Ziblatt, Cómo mueren las democracias, 34.

60
La democracia en entredicho / Valentina Verbal

represivas adoptadas por otros gobiernos, ya sea en el pasado o en otros


lugares del mundo?”.15
¿Resultan familiares esos indicadores en el Chile actual? La respues-
ta es sí, sin ninguna duda. Y la tesis aquí planteada es que, ahondando
un poco más en el modelo desarrollado por Linz, si las fuerzas políticas
no se alinean decididamente en favor de la democracia representativa, y
de las reglas que dicho sistema supone, no habrá proceso constituyente
que valga en favor de una constitución legítima. Dicho de otra forma, a
través del presente ensayo argumentaré que la legitimación constitucio-
nal depende fundamentalmente de la legitimación de la democracia y,
en particular, de la democracia representativa.
En lo que sigue, este trabajo se ordenará del siguiente modo. En
la siguiente sección (2), me referiré al modelo sobre quiebres demo-
cráticos de Juan Linz, el que complementaré con el ya referido libro
de Levitsky y Ziblatt. Aquí será muy importante no solo considerar las
reglas escritas de la democracia, sino también sus reglas no escritas.16
Luego (3), me referiré a algunas interpretaciones sobre el estallido
del 18 de octubre de 2019, que no solamente tienden a despreciar las
reglas de la democracia representativa, sino sobre todo a ensalzar lo
que Manuel Antonio Garretón denomina “democracia expresiva”, y que
en términos coloquiales se refiere a la denominada “voz de la calle”.17
Además, en este apartado constataré cómo algunas de esas interpreta-
ciones justifican el uso de la violencia con fines políticos. Enseguida (4),
me referiré directamente al incumplimiento de las reglas democráticas
de parte de las fuerzas políticas representadas hoy en el Congreso. Aquí
aplicaré los indicadores del modelo de Linz, mencionados brevemente
en esta introducción y explicados con mayor profundidad en la segunda
sección del presente ensayo.

15 Levitsky y Ziblatt, Cómo mueren las democracias, 35.


16 Estas reglas son “la tolerancia mutua, o el acuerdo de los partidos rivales a aceptarse
como adversarios legítimos, y la contención, o la idea de que los políticos deben
moderarse a la hora de desplegar sus prerrogativas institucionales”. Levitsky y
Ziblatt, Cómo mueren las democracias, 17. Énfasis añadido.
17 Dice Garretón: “Las movilizaciones son democracia expresiva. No deliberativa, ni

tampoco institucionalmente participativa”. Danae Mlynarz y Gloria de la Fuente,


“‘Chile despertó’: antecedentes y evolución del estallido social en Chile (conver-
sación con Manuel Antonio Garretón)”, en Danae Mlynarz y Gloria de la Fuente
(editoras), El pueblo en movimiento. Del malestar al estallido (Santiago: Catalonia,
2020), 33. Versión de Kindle. Volveré sobre este concepto en la tercera sección de
este ensayo.

61
Felipe Schwember, Valentina Verbal y Benjamín Ugalde (editores) La Constitución en disputa

2. La quiebra de las democracias.


El modelo de Juan Linz

Una primera cuestión que llama la atención al leer el libro de Juan Linz,
La quiebra de las democracias, es que su modelo le asigna poca importancia
a las estructuras económicas y sociales como factores explicativos de los
quiebres democráticos. Dice Linz que, aun asumiendo que el estudio
de esas estructuras “pudieran explicar por qué tiene lugar la caída de
un régimen, habría que preguntarse cómo”.18 El argumento de Linz es
que las democracias se destruyen principalmente como fruto del com-
portamiento antidemocrático de los actores políticos. Dice él que no
puede ignorarse la actuación de aquellos que, “colocando otros valores
por encima”, no están dispuestos a defender el sistema democrático, “o
incluso están dispuestos a derrocarlo”.19
Una segunda cuestión relevante, muy en sintonía con la precedente,
es que el modelo de Linz asume una concepción minimalista o proce-
dimental de la democracia. Sostiene que su concepto de democracia
se refiere, sobre todo, a la “libertad para crear partidos políticos y para
realizar elecciones libres y honestas a intervalos regulares, sin excluir
ningún cargo político efectivo de la responsabilidad directa o indirecta
ante el electorado”.20 Y justifica la omisión de las “relaciones sociales, [y
de] igualdad de oportunidades en el mundo del trabajo y la educación”,
ya que el tema por él tratado se refiere a “la caída de la democracia polí-
tica, [y] no [a] la crisis de las sociedades democráticas”.21
La tesis central de Linz es que la preservación de la democracia de-
pende no solamente del gobierno –que podría devenir en autoritario,
como sucedió con algunos fascismos europeos en el siglo pasado–,22
sino también, y muy particularmente, del papel que juega la oposi-
ción. En otras palabras, para Linz, puede darse el caso de gobiernos
democráticos que, no obstante haber sido legítimamente electos,
terminan siendo víctimas de lo que él denomina oposición desleal.
Para él, la oposición desleal “generalmente [está] formada por grupos
minoritarios que solo adquieren importancia en el proceso de des-
composición del régimen”.23 Pero ¿en qué consiste concretamente

18 Juan J. Linz, La quiebra de las democracias (Madrid: Alianza Editorial, 1989), 14. Este
libro fue originalmente publicado en 1978.
19 Linz, La quiebra de las democracias, 14. Énfasis en el original.
20 Linz, La quiebra de las democracias, 17.
21 Linz, La quiebra de las democracias, 19.
22 Aspecto mucho más destacado por Levitsky y Ziblatt, especialmente para el caso

de Donald Trump.
23 Linz, La quiebra de las democracias, 58.

62
La democracia en entredicho / Valentina Verbal

esa oposición? Básicamente, en una “concepción plebiscitaria de la


democracia”, que se sostiene sobre una identificación con una mayoría
latente, pero no efectiva.24 En la práctica, dicha oposición suele des-
preciar los gobiernos mayoritariamente electos cuando no responden
–o al menos no son funcionales– a sus proyectos políticos particulares.
Además, es importante considerar el hecho de que si esta oposición
logra conquistar el poder, podría tender a usar medios ilegales para per-
petuarse en él.25 Pero, para ello, y como emblemáticamente ha ocurrido
en el caso de Venezuela, necesitará contar con el apoyo corporativo de
las fuerzas armadas.
Ahora bien, una más clara aproximación al concepto de oposición
desleal puede apreciarse cuando Linz se refiere al concepto contrario
–y positivo– de oposición leal. Para este segundo concepto, Linz enumera
diez características que, por motivos de espacio, no veremos en este
lugar. Sin embargo, agruparé esas características en dos fundamentales.
La primera se refiere al uso de la violencia. Dice Linz que la oposi-
ción leal se caracteriza por un “rechazo claro e incondicional del uso
de medios violentos para alcanzar o conservar el poder, excepto por
medios constitucionalmente legítimos, cuando [deba] enfrentarse con
un intento ilegal de toma del poder”.26 Cabe subrayar que dicho recha-
zo debe ser claro e incondicional. Por lo mismo, y como ya vimos, Levitsky
y Ziblatt sostienen que la violencia debe ser condenada y penalizada
sin ambigüedades y no de manera tibia.27 Además, y para reafirmar con
fuerza el mismo punto, Linz dice que se debe rechazar de manera deci-
dida la retórica de la violencia que apunta a movilizar a la ciudadanía, ya
que la defensa de la democracia debe hacerse “sin excitar las pasiones
populares y el activismo de ciudadanos que se sienten llamados a actuar
como defensores del orden”.28
La segunda característica es la disposición “de unirse a grupos ideo-
lógicamente distantes, pero comprometidos a salvar el orden político
democrático”. Dicho de otra forma, cuando la democracia experimenta
procesos críticos, las fuerzas democráticas deben hacer alianzas mutuas,
pese a responder a proyectos ideológicos diferentes. De lo que se trata,
agrega Linz, es de aislar a quienes “están dispuestos a contribuir a minar
el proceso político democrático mediante el uso o una retórica de

24 Linz, La quiebra de las democracias, 60.


25 Francisco Reveles Vásquez, “Oposición y democratización. Tres enfoques”,
Estudios Políticos, n.° 8 (2006): 72.
26 Linz, La quiebra de las democracias, 60.
27 Levitsky y Ziblatt, Cómo mueren las democracias, 34.
28 Linz, La quiebra de las democracias, 70.

63
Felipe Schwember, Valentina Verbal y Benjamín Ugalde (editores) La Constitución en disputa

violencia”.29 Esta característica se relaciona con lo que Nancy Bermeo


denomina distancing capacity de las fuerzas democráticas con respecto
a las que no lo son. Dice Bermeo que “este distanciamiento implica
condenar y [en su caso] enjuiciar a todos quienes se comprometan con
la violencia, incluso cuando se presenten como actuales o potenciales
aliados”. Y añade en la misma página que dicho distanciamiento “sirve
como un antídoto contra el contagio de polarización”.30 Recordemos
que, como vimos en la introducción, Levitsky y Ziblatt también adhieren
a esa disposición. Señalan ellos que, pese a que en “circunstancias nor-
males, [el distanciamiento] es prácticamente inconcebible”, en cambio,
“en circunstancias excepcionales, un liderazgo valiente exige poner la
democracia y al país por delante del partido y explicar al electorado lo
que está en juego”. Para estos autores, lo clave para tomar esta decisión
es el hecho de que alguna fuerza política se comporte de manera anti-
democrática. Y añaden: “Un frente democrático unido puede impedir
que un extremista acceda al poder, cosa que, a su vez, puede implicar
salvar la democracia”.31
Un tercer tipo de oposición en el modelo de Linz, y que resulta muy
determinante en los procesos de quiebres democráticos, es el de oposi-
ción semileal. ¿Por qué resulta tan relevante esta oposición? Porque, no
obstante el hecho de que todo régimen democrático se caracteriza por
la existencia de una oposición desleal, por la circunstancia de permitir
“la articulación y organización de toda tendencia política”, “la oposición
semileal [juega] un papel decisivo en el proceso de pérdida de poder de
los regímenes democráticos, y en la ejecución de un proceso de toma de
poder semi o pseudo legal”.32 Dicho de otra forma, el hecho de que la
oposición desleal adquiera un “certificado de respetabilidad” y de que,
no obstante ser minoritaria, pueda incluso llegar a ser capaz de formar
coaliciones de mayoría, se debe en gran medida a la condescendencia
de la oposición semileal. Es, sobre todo, esta última la que obstaculiza el
aislamiento de las fuerzas antidemocráticas.
De hecho, un elemento central en la oposición semileal guarda
relación con “la disposición de los líderes políticos para entrar en ne-
gociaciones secretas para buscar la base de cooperación en el gobierno
con partidos que ellos (y otros que actúan con ellos) perciben como

29 Linz, La quiebra de las democracias, 71.


30 Nancy Bermeo, Ordinary People in Extraordinary Times. The Citizenry and the
Breakdown of Democracy (New Jersey: Princeton University Press), 238. La traduc-
ción es mía.
31 Levitsky y Ziblatt, Cómo mueren las democracias, 37.
32 Linz, La quiebra de las democracias, 57-58.

64
La democracia en entredicho / Valentina Verbal

desleales”.33 En otros términos, la semideslealtad se expresa en la idea


de que la conquista del poder puede ser más importante que el dis-
tanciamiento de fuerzas desleales o antidemocráticas. En este caso, el
oportunismo –que, en todo caso, puede ir acompañado de ciertas coin-
cidencias programáticas– termina siento más fuerte que la preservación,
al menos preventiva, del sistema democrático.
Pero además de los actores políticos directos (por ejemplo, los par-
tidos que actúan en el parlamento), Linz le asigna gran importancia
al papel que cumplen los intelectuales y los medios de comunicación.
Estos actores tienden a colaborar con la oposición desleal y semileal con
el objeto de minar la lealtad hacia el gobierno legítimo. Con respecto
a los intelectuales, señala Linz que, a pesar de que podría pensarse que
el rol de ellos debería estar fundamentalmente orientado a defender
la democracia, en la práctica, son muy pocos los que asumen esa tarea
con entereza. Por el contrario, “el análisis del papel político de los
intelectuales en muchas democracias en crisis demuestra como pocos
asumieron la defensa publica de las instituciones democráticas libera-
les contra los que las atacaban desde la derecha o la izquierda”.34 Linz
pone varios ejemplos que muestran que tanto los regímenes fascistas
como comunistas contaron, durante el siglo XX, con intelectuales que
estuvieron dispuestos no solamente a deslegitimar la democracia, sino
además a concederle carta de ciudadanía a la dictadura que la reempla-
zó. Algunas veces, añade, esos intelectuales resultan funcionales a los
dictadores no tanto por el apoyo que les prestan, como por su oposición
a la democracia liberal (o representativa). En este sentido, Linz aporta
el ejemplo de Oswald Spengler, quien llegó a señalar que “Hitler es un
majadero, pero hay que apoyar su movimiento” en las urnas porque si
“se tiene la oportunidad de molestar a la gente, uno debe hacerlo”.35
Comprobaremos en la siguiente sección que, pese a hacerlo de manera
más sutil que Spengler, varios intelectuales chilenos han contribuido a
deslegitimar la democracia representativa, justificando el uso de la vio-
lencia para el logro de objetivos políticos.
En la estela de Max Weber, un concepto central en el plantea-
miento de Linz es el de legitimidad. Weber sostiene que el concepto
de dominación da cuenta de la “probabilidad de encontrar obedien-
cia dentro de un grupo determinado para mandatos específicos (o
para toda clase de mandatos)”. Y luego agrega que toda relación de

33 Linz, La quiebra de las democracias, 69.


34 Linz, La quiebra de las democracias, 89.
35 Citado por Linz, La quiebra de las democracias, 91.

65
Felipe Schwember, Valentina Verbal y Benjamín Ugalde (editores) La Constitución en disputa

autoridad requiere de un “mínimo de voluntad de obedecer”. 36


Precisamente, para Weber, la idea de legitimidad se refiere a ese
mínimo. Por lo mismo, para Linz, dicho concepto no tiene un carácter
maximalista, puesto que, “como mínimo, la legitimidad es la creencia de
que a pesar de sus limitaciones y fallos, las instituciones políticas existen-
tes son mejores que otras que pudieran haber sido establecidas, y que por
tanto pueden exigir obediencia”.37 No se trata de que esas instituciones
sean perfectas, sino de que al menos sean menos malas que otras alter-
nativas posibles. Y justamente, la idea de lealtad política se vincula con
esa creencia.
Finalmente, concluyamos este apartado con una referencia a las
reglas no escritas de la democracia. En términos generales, las reglas
institucionales no escritas cumplen un importante papel en los Estados,
especialmente en los democráticos. Julia Azari y Jennifer Smith explican
que estas reglas cumplen tres objetivos fundamentales: a) completan
o llenan los vacíos de las instituciones formales; b) coordinan las ope-
raciones de entrecruzamiento (y quizás de enfrentamiento) entre esas
instituciones; y c) moderan el comportamiento de los actores políticos,
que es lo que aquí nos interesa.38
Concretamente, Levitsky y Ziblatt destacan dos reglas no escritas
fundamentales: “la tolerancia mutua, o el acuerdo de los partidos rivales
a aceptarse como adversarios legítimos, y la contención, o la idea de que
los políticos deben moderarse a la hora de desplegar sus prerrogati-
vas institucionales”.39 La primera significa que, no obstante creer que
sostienen ideas erróneas, los adversarios políticos “no son concebidos
como una amenaza existencial”. Incluso, agregan, se puede “llorar la
noche electoral si vence el bando contrario”, pero ello no supone “un
acontecimiento apocalíptico”.40 Se trata, en otras palabras, de descar-
tar la célebre idea de Carl Schmitt según la cual lo político da cuenta
esencialmente de la distinción entre amigos y enemigos. Dice el jurista
alemán: “Un mundo sin la posibilidad de una lucha sería un mundo
sin la distinción entre amigos y enemigos y, por lo tanto, un mundo sin
política”.41 No deja de ser interesante constatar que dicha distinción se

36 Max Weber, Economía y sociedad (México D.F.: Fondo de Cultura Económica,


2002), 170. La primera edición en alemán de esta obra se publicó en 1922.
37 Linz, La quiebra de las democracias, 38. Énfasis añadido.
38 Julia R. Azari, y Jennifer K. Smith, “Unwritten Rules: Informal Institutions in

Established Democracies”, Perpectives on Politics, vol. 10, n.° 1 (2012): 37-55.


39 Levitsky y Ziblatt, Cómo mueren las democracias, 17. Énfasis añadido.
40 Levitsky y Ziblatt, Cómo mueren las democracias, 123.
41 Carl Schmitt, “El concepto de lo político. Versión de 1927”, Res Publica. Revista de

las Ideas Políticas. vol. 22, n.° 1 (2019): 273.

66
La democracia en entredicho / Valentina Verbal

alimenta de otra idea: “no existe una ‘sociedad’ o ‘asociación política’,


solo existe una unidad política, una comunidad política”, porque si “esta
unidad se suprime, también desaparece lo político en sí mismo”.42 No
hay que olvidar que Schmitt, en la estela de otros pensadores autorita-
rios, era profundamente contrario a la democracia liberal, precisamente
por dar ella pie a una sociedad pluralista y tolerante.43 La invocación del
carácter unitario y orgánico de la sociedad o del “pueblo” ha estado a la
base de la crisis democrática que hoy enfrenta Chile.
La contención, por su parte, supone evitar la realización de acciones
que, si bien son legales, “vulneran a todas luces su espíritu”.44 Dicen
Levitsky y Ziblatt que los políticos democráticos “no usan sus prerrogati-
vas institucionales hasta la saciedad”, debido justamente al hecho de que
ellos “podrían poner en peligro el sistema vigente”.45 Para estos autores,
más que como una lucha, la democracia debería ser mirada como un
juego. Por lo mismo, los jugadores no deberían buscar incapacitar al
adversario, porque puede ocurrir que ese adversario se niegue a volver a
jugar.46 Por supuesto, y como veremos en la siguiente sección, la idea de
la democracia como un juego tiende a parecerles superficial a quienes
adoptan una concepción sustantiva de la misma. Sin embargo, valga
insistir, el cumplimiento de las reglas de la democracia –escritas y no
escritas– constituye una pieza clave para su preservación.

42 Schmitt, “El concepto de lo político”, 277.


43 No deja de ser interesante constatar que, en Chile, una distinción similar puede
apreciarse en Diego Portales. De hecho, Mario Góngora afirma que “el principal
resorte de máquina” del régimen portaliano debe hallarse “en la distinción entre
los que Portales llama en sus cartas ‘los buenos’ y ‘los malos’. Los ‘buenos’ son
‘los hombres de orden’, ‘los hombres de juicio y que piensan’, ‘los hombres de co-
nocido juicio, de notorio amor al país y de las mejores intenciones’. Los ‘malos’,
sobre quienes debe recaer el rigor absoluto de la ley, son ‘los forajidos’, ‘los lesos
y bellacos’, aludiendo sin duda a los pipiolos y los conspiradores de cualquier
bando”. Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción del Estado en Chile en los siglos
XIX y XX (Santiago: Editorial La Ciudad, 1981), 14-15. Como se aprecia, cien años
antes de Schmitt, Portales también desconfiaba del pluralismo político y de la
existencia de adversarios legítimos.
44 Levitsky y Ziblatt, Cómo mueren las democracias, 126.
45 Levitsky y Ziblatt, Cómo mueren las democracias, 127. Como estos autores constatan,

aun bajo las monarquías absolutas, los reyes se autocontenían. Algunas veces, en
base a las tradiciones; otras, por el hecho de respetar a sus adversarios políticos:
los nobles y los representantes del alto clero.
46 Levitsky y Ziblatt, Cómo mueren las democracias, 127.

67
Felipe Schwember, Valentina Verbal y Benjamín Ugalde (editores) La Constitución en disputa

3. La democracia enjuiciada. Algunas interpretaciones


del octubre chileno

Antes de ver (en la próxima sección) el incumplimiento de las reglas de


la democracia por parte de las fuerzas políticas en Chile, puede resul-
tar importante repasar algunas de las interpretaciones del estallido del
18 de octubre de 2019 que, precisamente, apuntan a deslegitimar la
propia democracia. Considerando que se han publicado una gran can-
tidad de libros sobre el estallido, y de que el espacio del que dispongo
aquí es limitado, daré cuenta solamente de tres planteamientos que,
quiéranlo o no sus autores, contribuyen a la deslegitimación de la demo-
cracia: Manuel Antonio Garretón, René Jofré y Rodrigo Karmy.47
Pero antes de revisar esos trabajos, puede resultar también in-
teresante constatar que no pocos académicos y líderes de opinión
asumieron una actitud muy complaciente ante al estallido mismo, que
ignoró de modo sistemático su carácter violento y, por lo tanto, antide-
mocrático. Para ello, revisemos aquí dos ejemplos extraídos de la red
social Twitter.48
Un primer ejemplo interesante es el del constitucionalista Domingo
Lovera Parmo, profesor de derecho de la Universidad Diego Portales.
El sábado 19 de octubre de 2019, Lovera señalaba: “Otrora [Piñera]
sostuvo que la democracia no se hace en las calles. Vaya cambio. Y es
que cuando el pueblo habla, hay que escucharlo”. Lovera legitima la
“voz de la calle” como una expresión democrática. Uno podría pregun-
tarse si acaso a esa legitimación no subyace una concepción organicista
del pueblo, es decir, una concepción según la cual el pueblo sería una
suerte de cuerpo viviente, distinto de los individuos que lo componen.49
Pero, más allá de eso, no se aprecia en Lovera una condena clara e
incondicional a la violencia. No hay que olvidar que la primera gran ma-
nifestación pacífica aconteció recién una semana después de ese tuit, el
viernes 25 de octubre. Hasta esa fecha, salvo algunos manifestaciones
aisladas, casi todo había sido violencia en el país.

47 Podría referir en este ensayo a otros varios autores. Pero tanto por razones de
brevedad como por el hecho de que no pretendo aquí realizar una suerte de
“inventario” de quienes han justificado la violencia, los autores efectivamente ci-
tados los he referido básicamente a manera de ejemplo, y dado además que ellos
expresan de manera gráfica lo que varios otros también sostienen.
48 Aunque no referiré los enlaces de esos tuits, el lector puede fácilmente llegar a

ellos copiando las citas entrecomilladas en el buscador de Twitter, o incluso en


Google.
49 Para Popper, el organicismo es “la teoría que interpreta a los grupos sociales por

medio de una analogía con los organismos vivos”. Karl R. Popper, La miseria del
historicismo (Madrid: Alianza Editorial, 2009), 38.

68
La democracia en entredicho / Valentina Verbal

En un segundo tuit, precisamente del 25 de octubre, Lovera ex-


presaba lo siguiente: “Se han opuesto a toda iniciativa que ha buscado
avanzar en un mínimo de solidaridad y redistribución del poder”,
añadiendo que “frente al clamor popular no encuentran nada mejor
que tuitear haciendo como si la demanda fuera propia”. Cabe aquí ha-
cerse algunas preguntas: ¿qué entiende Lovera por ‘clamor popular’?,
¿se refiere a las acciones violentas o a las manifestaciones pacíficas? Y
aunque este último tuit tuvo lugar a la misma hora en que se celebraba
“la marcha más grande de Chile”,50 no se encuentra en Lovera ninguna
condena a la violencia de los días anteriores, sino solamente un rechazo
del modelo económico.
Un segundo ejemplo lo podemos encontrar en el periodista Óscar
Contardo, columnista dominical de La Tercera. Aunque el 19 de octubre
insistía en su condena al vandalismo, insinuaba que en los ataques al
Metro tuvieron algo que ver las fuerzas policiales y militares: “Lo que
todos queremos saber es por qué, pese a la custodia de carabineros
y militares, las estaciones del Metro fueron incendiadas”. Luego, el
21 de octubre se preguntaba: “¿Por qué los comercios de una comuna
tan poblada como Puente Alto están desprotegidos? Si el gobierno ha
puesto el énfasis en el vandalismo y los saqueos, debería haber ya de-
tectado donde se están cometiendo”. En ambos tuits puede apreciarse
la frivolidad de Contardo: no logra dimensionar la gravedad del asunto
en términos de su masividad, lo que supuso que las fuerzas policiales y
militares se viesen absolutamente sobrepasadas, ni tampoco es capaz de
comprender que esos ataques no estaban únicamente dirigidos contra
el orden público, sino sobre todo contra la democracia.
Ahora bien, una idea clave, ya expresada por Lovera, es que la de-
mocracia se ejercería, en primer lugar, en las calles. Se trataría de lo que
Manuel Antonio Garretón denomina “democracia expresiva”. En una
entrevista de Danae Mlynarz y Gloria de la Fuente, publicada en el libro
El pueblo en movimiento, Garretón señala que una de las grandes noveda-
des del estallido es la aparición de “una demanda por una democracia
realmente representativa, al mismo tiempo participativa en lo institucio-
nal, y una democracia que hemos calificado como democracia expresiva,

50 La Tercera informaba que, solamente en Santiago, participaron más de 1,2 mi-


llones de personas, calificándola como “la marcha más grande la historia en
30 años”. Ver la portada bajo el título “Una marcha que hace historia”, La
Tercera, 26 de octubre de 2019, 1. Además, en la página siguiente, el mismo
medio subrayaba que “cientos de miles de chilenos protestaron contra los
abusos y la precarización, como los mismos ciudadanos lo han recalcado”. La
Tercera, “Más de 1,2 millones de personas gritan en Plaza Italia, 25 de octubre
de 2019.

69
Felipe Schwember, Valentina Verbal y Benjamín Ugalde (editores) La Constitución en disputa

[…] que se manifiesta en las calles”.51 Sin embargo, aunque insinúa que
las manifestaciones callejeras constituyen una suerte de profundización
de la democracia, llama la atención sobre sus limitaciones. Sostiene
que la gran paradoja del estallido es que posee, al menos por sí mismo,
pocas posibilidades de convertirse en un movimiento de carácter po-
lítico. Dice él que “no hay salida en el horizonte de los movimientos
sociales que no pasa por algo ontológicamente distinto que se llama
política”. Y esto supone, agrega en la misma página, “que cuando el
movimiento logra separarse del estallido para tener proyección polí-
tica, ganó, pero vive ese momento como muerte”.52 Ahora bien, ¿qué
significa, para Garretón, que el estallido de octubre se transforme en un
movimiento político? Básicamente, que sea capaz de superar el modelo
económico, impuesto por Pinochet, y proyectado por los gobiernos de
la Concertación, que le siguieron.53 Para Garretón el estallido llama a
superar “el actual modelo económico social heredado de la dictadura y
corregido por la Concertación, pero que no dejó de ser […] un orden
social abusivo en que mandan los poderes fácticos, y que generan des-
igualdades, injusticia, y abuso”.54
Por otra parte, también se refiere a la violencia que el estallido
trajo consigo. Con respecto a este punto, efectúa dos grandes conside-
raciones. La primera es que la violencia del estallido constituiría una
respuesta a otra violencia, que denomina “estructural” o “simbólica”.
Dice que “muchos de los elementos del modelo económico social, entre
ellos la desigualdad, son una forma de violencia, violentan la vida de la
personas”, ya que atentan “contra su voluntad”. Y luego agrega que “esa
violencia, llamémosle estructural, de las desigualdades, de las injusticias,
de no poder satisfacer las necesidades mínimas de una familia”, es una
forma de “violencia simbólica”.55 Un poco más abajo señala que, “aunque
a uno no le guste, [la movilización] va a tener en algunos [de sus parti-
cipantes] un componente de violencia”.56
Pero además, y puesto que en ninguna parte la rechaza de plano,
para él la violencia constituye un mal menor, que puede convertirse

51 Mlynarz y de la Fuente, “‘Chile despertó’”, 34. Énfasis añadido.


52 Mlynarz y de la Fuente, “‘Chile despertó’”, 21.
53 Garretón, en otro libro, sostiene que, no obstante los gobiernos de la Concertación

corrigieron el modelo neoliberal, sin embargo, nunca fueron capaces de superar-


lo. Ver Manuel Antonio Garretón, Neoliberalismo corregido y progresismo limitado.
Los gobiernos de la Concertación en Chile. 1990-2010 (Santiago: Editorial ARCIS/
CLACSO Coediciones, 2012).
54 Mlynarz y de la Fuente, “‘Chile despertó’”, 36.
55 Mlynarz y de la Fuente, “‘Chile despertó’”, 42. Énfasis añadido.
56 Mlynarz y de la Fuente, “‘Chile despertó’”, 43.

70
La democracia en entredicho / Valentina Verbal

eventualmente en un bien, en la medida en que se reconduzca a la po-


lítica, a la superación del modelo económico. En ninguna parte de la
fuente aquí referida, Garretón rechaza la violencia de modo inequívoco,
y menos todavía hace la observación de que su uso o justificación apunta
a la deslegitimación de la democracia. Y aunque, como hemos visto, no
parece creer en la movilización permanente, sino en la canalización de
la misma hacia el proyecto político que defiende, resulta bastante claro
que, para él, la violencia puede constituir un medio legítimo de acción
política.
Lo mismo mutatis mutandis puede decirse de un texto de otro autor,
publicado en el mismo libro. Se trata del ensayo “Protesta y violencia
en el estallido social. El revés de las cosas”, de René Jofré. En este texto,
además de que tampoco ve en la violencia un quiebre de las reglas de la
democracia, Jofré realiza dos distinciones fundamentales. Al igual que
Garretón, diferencia entre dos tipos de violencia: la de los hechos (contra
los bienes materiales, propia del estallido) y la de la normalidad (contra
las personas, propia del modelo). Pero además, a partir de una lectura
simplista de Hannah Arendt, refiere los conceptos de justificación y
legitimación.
En cuanto a lo primero, Jofré sostiene que la violencia no se puede
escrutar solamente desde su propio ejercicio: “La violencia en las enun-
ciaciones de diccionario se asocia con la fuerza de unos o uno, contra
otros u otro. Se queda corta esa definición al examinar los hechos. La
violencia que es más que fuerza”. Y más abajo añade: “De los múltiples
análisis del estallido se desprende que existiría algo que llamaremos
violencia de los hechos y algo que podríamos llamar violencia de la
normalidad. Una no se entiende sin la otra”.57 Pero, más allá de esta
distinción, lo cierto es que Jofré no rechaza la violencia sin ambigüedades,
como así lo exige el modelo de Linz. Y así lo exige, recordemos, para
pensar en una oposición leal, tanto respecto del gobierno legítimo
como respecto de la democracia en sí misma.
En segundo lugar, y apoyándose en una cita de Arendt, Jofré distin-
gue entre los conceptos de justificación y legitimación de la violencia. La
cita de Arendt que Jofré refiere es la siguiente: “La violencia puede ser
justificable, pero nunca será legítima”.58 Pareciera que, al utilizar esta

57 René Jofré, “Protesta y violencia en el estallido social. El revés de las cosas”, en


Danae Mlynarz y Gloria de la Fuente (editoras), El pueblo en movimiento. Del males-
tar al estallido (Santiago: Catalonia, 2020), 236-237. Versión de Kindle.
58 Hannah Arendt, Sobre la violencia, traducido por Guillermo Solana (Madrid:

Alianza Editorial, 2006 [1969]), 71-72. Valga además aclarar que Jofré refiere esta
cita en la página 241 del texto aquí referido.

71
Felipe Schwember, Valentina Verbal y Benjamín Ugalde (editores) La Constitución en disputa

cita, y en la misma línea de Garretón, Jofré busca justificar la violencia


“de los hechos” en la medida en que se reconduzca a superar la otra
violencia, “de la normalidad”. Pero, al mismo tiempo, la cuestiona
cuando ella se convierte en permanente, frustrando de este modo el
objetivo político buscado. Por lo mismo, señala que, “aun cuando la
violencia genera fascinación, como es un fenómeno fuera de la política,
puede generar dependencia y volverse contra quienes la promueven”.59
¿Pero por qué podría decirse que Jofré simplifica a Arendt? En primer
lugar, porque recorta la cita de la filósofa alemana. Leámosla ahora
completa:

“La violencia puede ser justificable, pero nunca será legítima. Su


justificación pierde plausibilidad cuanto más se aleja en el futuro el
fin propuesto. Nadie discute el uso de la violencia en defensa propia
porque el peligro no solo resulta claro sino que es actual y el fin que
justifica los medios es inmediato”.60

No es solamente que el ejemplo de Arendt se refiera a la defensa propia


–y no precisamente a una revuelta social contra un estado democrático de
derecho–, sino que también de su libro puede colegirse sin dificultad que
ella hace un planteamiento empírico más que normativo. Por ejemplo,
señala que, “bajo ciertas circunstancias, la violencia –actuando sin argu-
mentación ni palabras y sin consideración a las consecuencias– es el único
medio de restablecer el equilibrio de la balanza de la justicia”. Y en la misma
página pone el ejemplo de Billy Budd, quien mató “al hombre que prestó
un falso testimonio contra él”.61
Sin embargo, y ahora en términos normativos, Arendt rechaza la
violencia colectiva en contra de estructuras eventualmente injustas. Para
tratar este punto, pone el ejemplo de violencia del movimiento Black
Power a partir de la consideración de que “todos los blancos son culpa-
bles”. Dice Arendt: “Donde todos son culpables, nadie lo es”. Y agrega
que la idea de una culpa colectiva, que incluso los propios blancos
suelen confesar de sí mismos, es “la mejor salvaguardia contra el descu-
brimiento de los [verdaderos] culpables, y la magnitud del delito es la
mejor excusa para no hacer nada”.62 Además, Arendt rechaza de plano
la justificación de la violencia desde visiones organicistas: “Nada, en mi
opinión, podría ser más peligroso que las tradiciones de pensamiento
orgánico en cuestiones políticas, por lo que el poder y la violencia son

59 Jofré, “Protesta y violencia en el estallido social”, 241.


60 Arendt, Sobre la violencia, 71-72.
61 Arendt, Sobre la violencia, 86.
62 Arendt, Sobre la violencia, 87.

72
La democracia en entredicho / Valentina Verbal

interpretados en términos biológicos”.63 La filósofa alemana se opone


tajantemente a la idea conforme a la cual la violencia puede justificarse
como respuesta a la supuesta existencia de una “sociedad enferma”,
ya que nociones como estas “solo pueden finalmente promover la
violencia”.64
Aparte de Garretón y Jofré, veamos ahora una tercera y última inter-
pretación del estallido. En su libro El porvenir se hereda, Rodrigo Karmy
dice que el “18 de octubre, fue el día en que la protesta pasó del subterrá-
neo a la superficie, el día […] en que estalló la imaginación popular y las
calles, nuevamente, fueron atravesadas por la intensidad de las grandes
alamedas”.65 Luego agrega que “el 18 de octubre debe ser recorda-
do como el día del triunfo popular”, debido a que a la protesta se ha
“sumado gran parte del pueblo chileno en una demanda generalizada
de justicia”.66 Pero, más allá de estas observaciones, en Karmy puede
claramente apreciarse lo que Arendt califica como “glorificación de la
violencia”.67 Por ejemplo, señala que el “pueblo ganó el congelamiento
del alza del pasaje, volvió a las calles y erotizó a un país entero, desaco-
plando, en parte, la superficie de los cuerpos de la captura capilar del
poder”.68 Y en otro pasaje indica que la intempestividad de la revuel-
ta “abre un lugar que no tenía lugar, una voz que no tenía escucha,
un nuevo lugar de enunciación en el que resuena, crudo, sudoroso y
eterno, la ingobernabilidad de un pueblo”.69
¿Cuál es la tesis de Karmy? Primero, que el estallido del 18 de octubre
da cuenta de un acto de legítima defensa del pueblo humillado por lo
que denomina la “razón neoliberal”: “La legítima defensa es tal porque
revoca al poder, no porque lo reproduce incondicionadamente”.70
Segundo, que siendo la violencia del pueblo martiriológica o redentora,
se orienta “a destituir radicalmente el orden existente, para abrir desde
la ficción de una sutura la verdadera grieta”.71 En este sentido, Karmy
distingue entre la violencia “sacrificial” del Estado (por ejemplo, del
estado de excepción para defender el modelo) y la violencia popular, re-
dentora, que “deviene destituyente porque nada funda ni conserva sino

63 Arendt, Sobre la violencia, 101-102.


64 Arendt, Sobre la violencia, 102.
65 Rodrigo Karmy, El porvenir se hereda. Fragmentos de un Chile sublevado (Santiago:

Sangría, 2019), 26. Énfasis en el original.


66 Karmy, El porvenir se hereda, 27.
67 Arendt, Sobre la violencia, 32.
68 Karmy, El porvenir se hereda, 28.
69 Karmy, El porvenir se hereda, 29.
70 Karmy, El porvenir se hereda, 33.
71 Karmy, El porvenir se hereda, 37.

73
Felipe Schwember, Valentina Verbal y Benjamín Ugalde (editores) La Constitución en disputa

solo revoca”.72 Aunque la tesis de Karmy puede tener un correlato en la


realidad –efectivamente el estallido tuvo un carácter insurreccional–, en
su caso no se observa solamente una mera constatación de los hechos,
sino sobre todo una celebración de los mismos.73
Como ya hemos visto, en mayor o menor medida, en las tres inter-
pretaciones anteriores (Garretón, Jofré y Karmy) puede constatarse
una comprensión organicista del estallido de octubre. De acuerdo con
Benjamín Ugalde, este tipo de interpretación “transfiere las cualidades
de los organismos vivos a las entidades abstractas. Por ejemplo, a partir
de esta forma de comprensión organicista, y casi poética, se concibe la
frase ‘Chile despertó’”.74 En general, recalca Ugalde, las interpretacio-
nes hegemónicas del estallido han tendido a otorgarle primacía a estos
entes colectivos, como la sociedad, la comunidad, el pueblo, el modelo,
entre otros: “La legitimidad última de la vida social emanaría […]
desde esas entidades superiores abstractas; y estas no hallarían en modo
alguno su fundamento en los individuos”.75
El problema de lo anterior es que interpretaciones de ese carác-
ter tienden a socavar la democracia liberal, la única que, en último
término, permite salvaguardar la libertad de los ciudadanos y la
alternancia pacífica del poder. Dice Ugalde: “La democracia liberal
entiende a los ciudadanos como sujetos de derechos y libertades indi-
viduales y busca resolver las diferencias que se producen entre ellos de
modo no violento”.76 Y efectivamente, para esas interpretaciones, la
violencia se justificaría en el nombre de un “pueblo” o de un “clamor
popular”, que se rebelaría contra supuestas injusticias estructurales, re-
presentadas hoy en el modelo económico “neoliberal” que se pretende
superar.77

72 Karmy, El porvenir se hereda, 38. En esta misma página, Karmy incluye en esta
violencia los incendios y saqueos de manera expresa. También ellos serían
parte del poder destituyente y legítimo del pueblo en contra del modelo
neoliberal.
73 Lamentablemente, no dispongo de espacio para referir otras citas de Karmy, pero
al lector que tenga dudas lo invito a leer por sí mismo su libro.
74 Ugalde, “Análisis sociológico y discurso político”, 101.
75 Ugalde, “Análisis sociológico y discurso político”, 103.
76 Ugalde, “Análisis sociológico y discurso político”, 103.
77 Las comillas se explican, porque creo que la palabra neoliberalismo tiene hoy un
carácter básicamente peyorativo. Si bien podría ser un término rescatable, pienso
que esto resulta poco plausible, dado que ha llegado a convertirse en una especie
de insulto. Además, los liberales de ninguna rama se identifican bajo esa etiqueta.
Para la historia del concepto, ver Enrique Ghersi, “El mito del neoliberalismo”,
Estudios Públicos, n.° 95 (2004): 293-313.

74
La democracia en entredicho / Valentina Verbal

4. Las fuerzas políticas. Crisis de legitimidad


antes y después del estallido

El 6 de enero de 2021 se produjo el asalto al Capitolio de los partidarios


del presidente Donald Trump, quienes buscaban impedir la certifica-
ción del triunfo de su oponente, Joe Biden. Así describía este hecho
El Mercurio: “Lo que prometía ser una jornada tensa por lo que ocurri-
ría al interior del Congreso de EE.UU. terminó siendo un día de caos
inédito en la historia reciente del país”. Y agregaba: “Fueron horas
de extrema tensión durante las cuales el proceso democrático esta-
dounidense fue remecido por lo que algunos definieron como una
‘insurrección’”.78
Una cuestión que salta a la vista es que un importante sector de la
opinión pública mundial no dudó en calificar dicho asalto como un
abierto ataque a la democracia estadounidense, en gran medida por
el hecho de haber sido incentivado por el mismo Donald Trump. Y no
solamente por negarse a aceptar su derrota en la elección presidencial
de 2020, sino además por llamar a las masas a movilizarse en su favor.79
Incluso el mismo Biden afirmaba: “En estos momentos nuestra demo-
cracia está bajo un ataque sin precedentes”, añadiendo que las “escenas
de caos en el Capitolio no reflejan al verdadero Estados Unidos, no
representan a quienes somos realmente. Lo que estamos viendo es un
pequeño número de extremistas dedicados al desorden”.80
Las comparaciones con el estallido chileno no se hicieron esperar. El
politólogo Patricio Navia decía lo siguiente en su cuenta de Twitter: “La
elección produjo un resultado. Pero si no te gusta como votó la gente,
organiza tu propio estallido social. Al Capitolio le pones Plaza Dignidad
y ya” (7 de enero de 2021). Indignados, algunos tuiteros le respondie-
ron que el estallido de octubre no fue ni contra el gobierno ni tampoco,
materialmente, contra el edificio del Congreso Nacional. Sin embargo,
como en otro tuit afirmaba el filósofo español Daniel Innerarity, lo rele-
vante para comparar distintos estallidos es determinar si se está o no en
presencia de manifestaciones violentas, o de si ellas intentan impedir el
funcionamiento de una institución democrática (8 de enero de 2021).
Desde mi punto de vista, ambas cosas ocurrieron en Chile: el estallido
fue fundamentalmente violento y varias fuerzas políticas se han servido

78 El Mercurio, “Asalto de seguidores de Trump al Capitolio sacude el proceso demo-


crático”, 7 de enero de 2021, A4.
79 Una pocas horas antes del asalto, Trump realizó un mitín en la que llamó a sus

partidarios a desconocer el resultado electoral. Por esta razón, no resulta difícil


sindicarlo como el gran responsable del asalto al Capitolio.
80 El Mercurio, “Asalto de seguidores de Trump”, 7 de enero de 2021, A4.

75
Felipe Schwember, Valentina Verbal y Benjamín Ugalde (editores) La Constitución en disputa

de él para lograr, si no derechamente la caída, al menos el máximo de-


bilitamiento del gobierno.
Por lo demás, ya desde las primeras horas y días del estallido del
18 de octubre de 2019, una gran cantidad de líderes políticos, particu-
larmente de izquierda, no dudaron en justificar la violencia que dicho
evento trajo consigo. Otros no la condenaron de manera clara y decidi-
da, como lo exige el modelo de Linz. Ambas cosas suelen ocurrir, como
vimos en la sección anterior, cuando la violencia es interpretada como
una respuesta legítima frente a una supuesta violencia estructural o sim-
bólica. Por ejemplo, el diputado del Partido Comunista (PC), Lautaro
Carmona, señalaba en Twitter: “Que patudez [sic] descalificar la violen-
cia y no asumir que la violencia de origen es el sistema de privilegios
y exclusiones. La pequeñez es no ver el derecho por el que lucha el
pueblo” (20 de octubre de 2019). Su camarada Hugo Gutiérrez indicaba
en la misma red social: “No hay paz social sin justicia social” (19 de oc-
tubre de 2019). Además, puede resultar importante recordar que al día
siguiente del estallido, el PC solicitaba la renuncia de Sebastián Piñera
a la Presidencia de la República.81 De este modo, este partido no solo
justificaba la violencia en las calles, sino que también la utilizaba para
provocar la caída del gobierno.
Por su parte, el mismo 18 de octubre, el Frente Amplio (FA) emitía
una declaración pública, en la que expresaba: “Ante [el aumento del
costo de la vida], reivindicamos el legítimo derecho de protesta de un
pueblo que ha sido violentado por la respuesta represiva del gobierno
[y] que no es capaz de entender los motivos de fondo que generan esta
movilización”.82 Es importante aquí aclarar que, en ese momento, la
única “represión” de parte de la policía había consistido en evitar la eva-
sión masiva de los estudiantes en el Metro de Santiago. Aún no se habían
producido las manifestaciones violentas en la Plaza Baquedano, que dio
lugar a violaciones a los derechos humanos de parte de la policía.83

81 Decía Guillermo Teillier, timonel del PC: “Si [Piñera] está renunciando a gober-
nar, porque gobernar significa acoger las demandas de la ciudadanía y se escuda
tras los militares, si no tiene capacidad de gobernar, lo mejor sería que renunciara
y llamara a nuevas elecciones ahora”, La Tercera, “Frente Amplio y PC agudizan
posiciones”, 20 de octubre de 2019, 18.
82 Frente Amplio, “Declaración ante las movilizaciones en la región metropolitana”,

18 de octubre de 2019.
83 No puedo, en este lugar, referirme a esta cuestión con suficiente detalle. Solo

diré que, si bien creo que sí han ocurrido violaciones a los derechos humanos de
parte de las fuerzas policiales, ellas no han sido sistemáticas y, sobre todo, no se
han debido a un propósito del gobierno de perseguir a miembros de la oposición,
sino a una falta de preparación de las policías para enfrentar la situación experi-

76
La democracia en entredicho / Valentina Verbal

En la misma línea se expresaban Tomás Hirsch y Giorgio Jackson,


ambos diputados del FA. Mientras Hirsch decía que el “gobierno no
entiende nada” debido a que no comprende “que hay desesperación
y angustia” en el pueblo, Jackson afirmaba lo siguiente: “Gobierno
no asume ninguna responsabilidad, y tiene el descaro de culpar a la
ciudadanía del caos en Santiago. Esto exige tomar postura. Nosotros
estaremos del lado de la gente cansada con [sic] los abusos”.84 Es
importante aquí recordar que, hasta ese instante, el estallido había con-
sistido fundamentalmente en la destrucción y quema de más de veinte
estaciones del Metro de Santiago, así como en saqueos e incendios a
supermercados y pequeños comercios. Sin embargo, en ninguno de
sus tuits estos diputados pronuncian una condena de la violencia. Por
el contrario, la justifican a partir de una supuesta violencia estructural,
esencialmente representada por el modelo económico.
Una importante pregunta es la siguiente: esta deslegitimación de
la democracia, a partir de la justificación de la violencia y de la desle-
gitimación del gobierno electo, ¿surgió solo a partir del estallido o ya
venía gestándose desde antes de él? En mi opinión, la existencia de una
oposición desleal, en los términos descritos por Linz, ya se expresó en
el primer gobierno de Sebastián Piñera (2010-2014) con ocasión del
movimiento estudiantil de 2011. En otro lugar sostuve que el cambio de
ciclo que implicó ese movimiento consistió, básicamente, en una “crisis
de legitimidad del sistema político y económico vigentes desde los años
de la dictadura militar: el denominado modelo neoliberal”.85
¿Y por qué cabría hablar de crisis de legitimidad? Porque, de acuerdo
al concepto de legitimidad de Linz, un importante sector de las fuerzas
políticas chilenas, especialmente de izquierda, ha llegado a considerar
que “las instituciones políticas existentes [no] son mejores que otras que

mentada en el país. Como bien lo ha dicho José Miguel Vivanco, Director para las
Américas de Human Rights Watch, “presos políticos son esencialmente presos de
conciencia; personas que son perseguidas por sus ideas, por sus opiniones, simple-
mente por tratar de promover una idea diferente de la oficial, como ocurre por
ejemplo en Cuba”. Y agrega: “No creo que existan en Chile presos políticos, hay
que tener mucho cuidado con los conceptos”. “Vivanco (HRW) descarta que en
Chile existan presos políticos: ‘Hay que tener mucho cuidado con los conceptos’”,
CNN Chile (11 de diciembre de 2020). Para la cuestión del derecho de reunión,
en el marco del estallido de octubre, muy recomendable resulta el trabajo de José
Miguel Aldunate, “Protestas, violencia y orden público”, en Benjamín Ugalde,
Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores), El octubre chileno. Reflexiones sobre
democracia y libertad (Santiago: Ediciones Democracia y Libertad, 2020), 207-230.
84 Tuits del 18 y 19 de octubre de 2019, respectivamente.
85 Valentina Verbal, La derecha perdida. Por qué la derecha en Chile carece de relato y donde

debería encontrarlo (Santiago: Ediciones LyD, 2017), 30.

77
Felipe Schwember, Valentina Verbal y Benjamín Ugalde (editores) La Constitución en disputa

pudieron haber sido establecidas”.86 Y precisamente lo que ha ocurri-


do en el país desde el año 2011 es una simultánea deslegitimación del
modelo económico, de la carta fundamental y de la democracia repre-
sentativa. Como vimos en la sección precedente, la deslegitimación que
ha tenido lugar respecto de la constitución y la democracia –la creencia
de que es necesario cambiarlas por otras que se estimen mejores– se
debe fundamentalmente al hecho de que ellas se asocian a la dictadura
y al modelo económico que se pretende superar. Pero, además, este
proceso puede calificarse como de autodeslegitimación, pues lo que esas
fuerzas políticas han hecho es quitarle legitimidad al Congreso como
mediador entre la política y la ciudadanía, y además como poder cons-
tituyente derivado.87
Con respecto al movimiento estudiantil de 2011, cabe recordar la
irrupción en el Senado de un grupo de manifestantes que, con la venia
del mismo presidente de la corporación, Guido Girardi, ocupó el edifi-
cio durante diez horas y obligaron al entonces ministro de la cartera de
Educación, Felipe Bulnes, a abandonar el edificio.88 Incluso la oposición
de ese entonces apoyó abiertamente el movimiento estudiantil, declaran-
do lo siguiente: “La Concertación de Partidos por la Democracia saluda
al movimiento por la reforma de la educación chilena que han encabe-
zado los estudiantes de Chile, tanto universitarios como secundarios”.89
Este apoyo fue la plataforma desde la cual la Concertación incorporó
al PC a una nueva coalición: la Nueva Mayoría, que gobernaría el país
bajo el segundo gobierno de Bachelet (2014-2018). Y, además, este es un
emblemático caso de cómo la oposición semileal (la Concertación) le
otorga carta de ciudadanía a la oposición desleal (el PC).
Habiendo ya referido la circunstancia de que las fuerzas políticas
chilenas –en particular, las de izquierda– tienden a justificar la violen-
cia, utilizándola como un instrumento fundamental para ejercer una
oposición desleal al gobierno, veamos ahora otros dos indicadores de
comportamiento antidemocrático: rechazo de las reglas del juego, y
falta de contención institucional.90 Recordemos que, mientras el primer

86 Linz, La quiebra de las democracias, 38.


87 Ver, a este respecto, el ensayo de Sofía Correa en este mismo libro.
88 Marcel Oppliger y Eugenio Guzmán, El malestar de Chile. ¿Teoría o diagnóstico?

(Santiago: RIL Editores/Facultad de Gobierno, Universidad del Desarrollo,


2012), 114. La referida ocupación tuvo lugar el 20 de octubre de 2011.
89 Citado por Oppliger y Guzmán, El malestar de Chile, 117.
90 Por motivos de brevedad, no desglosaré esos indicadores a partir de todas las

preguntas que plantean Levitsky y Ziblatt. Si lo hubiese hecho, el panorama sería


todavía mucho más desolador. También, por las mismas razones, he dejado de
lado la predisposición a restringir las libertades civiles, que incluye el elogio a

78
La democracia en entredicho / Valentina Verbal

indicador es una regla escrita de la democracia, el segundo es una regla


no escrita. Con respecto al primer indicador, y para testear el carácter
antidemocrático de líderes y fuerzas políticas, Levitsky y Ziblatt plantean
la siguiente pregunta, entre otras: ¿rechazan la constitución o expresan
su voluntad de no acatarla?91
Aunque, como se dijo anteriormente, no resulta antidemocrático per
se querer modificar la constitución, sea parcial o totalmente, sí resulta
abiertamente contrario a las reglas de la democracia la voluntad de no
acatar las normas constitucionales aún vigentes. Sobre esto se podrían
poner varios ejemplos, pero uno muy importante se refiere a la presen-
tación de proyectos inadmisibles o inconstitucionales, especialmente
cuando incluyen gasto público. En concreto, la Constitución del 80 le
concede exclusividad al Presidente de la República en la presentación
de ese tipo de iniciativas legales.
Es importante aclarar que esa exclusividad no constituye una ori-
ginalidad de la actual carta fundamental, sino que forma parte de una
larga tradición constitucional, especialmente desde la Constitución
de 1925.92 Ya en el artículo 44, numeral 4, esa carta disponía que la
iniciativa para aumentar los gastos variables o para alterar el cálculo de
entradas le corresponde exclusivamente al Presidente de la República.93
Luego, mediante una reforma constitucional de 1943, se estableció que
el primer mandatario podrá, con la firma de todo su gabinete, “decretar
pagos no autorizados por la ley, solo para atender necesidades impos-
tergables derivadas de calamidades públicas, de agresión exterior, de
conmoción interna o del agotamiento de los recursos”, orientados a
financiar servicios fundamentales.94 Y más tarde, en 1970, el presiden-
te Eduardo Frei Montalva impulsó una reforma constitucional que,
entre otras materias, clarificó en mucha mayor medida la iniciativa
exclusiva del Presidente de la República en materia de gasto público,
por ejemplo, para proponer suplementos a partidas o ítem de la ley de
presupuestos, para reducir o condonar impuestos, para fijar salarios
mínimos, conceder pensiones de gracia, y otros beneficios económicos.

gobiernos autoritarios o represivos. Y la tolerancia mutua la doy por incluida en


el concepto de oposición desleal, visto más arriba.
91 Levitsky y Ziblatt, Cómo mueren las democracias, 81.
92 La Carta de 1833 contenía la primacía financiera del Presidente de la República
de un modo más indirecto, especialmente debido al hecho de que poseía la facul-
tad de presentar anualmente el proyecto de ley de presupuestos.
93 Constitución Política de la República de Chile promulgada el 18 de septiembre de 1925
(Santiago: Imprenta Universitaria, 1925), 21.
94 Ley N° 7.727, “Reforma constitucional que limita la iniciativa parlamentaria en lo
relativo a gastos públicos”, publicada y promulgada el 23 de noviembre de 1943.

79
Felipe Schwember, Valentina Verbal y Benjamín Ugalde (editores) La Constitución en disputa

Esta reforma implicó que el Congreso Nacional perdió “prácticamente


toda iniciativa en materia de remuneraciones, previsional, tributaria
y presupuestaria en general”.95 Por todo lo dicho en este párrafo, la
Constitución del 80 no hizo sino ratificar una tradición muy anterior
a ella.
Hecha la digresión precedente, el punto central que cabe aquí recal-
car es que se ha tornado una tendencia entre los parlamentarios chilenos
(y no solo de izquierda) presentar proyectos inadmisibles, violando así
las reglas del juego en materia constitucional. El 7 de abril de 2020, La
Tercera informaba que el gobierno había identificado la existencia de
treinta proyectos inadmisibles. “Esto, principalmente porque  irrogan
gasto fiscal. De estos, siete corresponden al Senado, mientras que 23 a la
Cámara”. Y agregaba que la “mayoría de los proyectos que se identifican
han sido impulsados por la centroizquierda, pero hay algunos que cuen-
tan con apoyo de parlamentarios de Chile Vamos”.96 Entre las temáticas
mencionadas se encontraban la suspensión del cobro de servicios bási-
cos durante el estado de catástrofe, la derogación de la tabla de factores
para la fijación de los precios de las ISAPRES,97 y el establecimiento de
una orden judicial previa para el despido por fuerza mayor.98
Pese a que este punto ya ha sido mencionado, valga insistir que en
la presentaciones de proyectos inadmisibles también han participado
no pocos parlamentarios oficialistas o de derecha. Como así lo indica
El Líbero, aunque la mayoría de esos proyectos han sido presentados
por parlamentarios del Partido Socialista (PS) y del Partido Demócrata
Cristiano (DC), también han participado parlamentarios de Chile
Vamos, la coalición de gobierno. Al 16 de abril de 2020, “el listado lo
lidera RN. Del total de 31 iniciativas, sus diputados han participado en
diez. La UDI y Evópoli aparecen con tres”.99
Es importante, además, volver a subrayar que aquí no se discute la
facultad de los parlamentarios de impulsar reformas constitucionales,
incluso con el propósito de adquirir la facultad de presentar proyectos

95 Rodrigo Pineda Garfias, “Las potestades constitucionales del Gobierno y del


Congreso Nacional en materia de gasto público”, Revista Chilena de Derecho, vol. 27,
n.° 2 (2000): 386.
96 La Tercera, “Gobierno identifica 30 proyectos inadmisibles y busca coordinar
agenda con el Congreso”, 7 de abril de 2020.
97 Sigla para referir a las llamadas Instituciones de Salud Previsional.
98 A esto hay que agregar dos proyectos de reforma constitucional que permitieron
el retiro de un 10% de las cotizaciones previsionales acumuladas en las adminis-
tradoras de fondos de pensiones (AFP).
99 Sofía del Río, “Proyectos de ley ‘inconstitucionales’: la mayoría son impulsados
por parlamentarios PS y DC”, El Líbero, 16 de abril de 2020.

80
La democracia en entredicho / Valentina Verbal

de ley que impliquen la erogación de gasto público. Lo único que en


este ensayo se busca recalcar es que los parlamentarios deben respetar
las reglas del juego vigentes en materia constitucional. En este sentido,
el constitucionalista Javier Couso ha señalado: “Mientras no se cambie la
vigente constitución, no es optativo obedecerla, es obligatorio”.100 Y esta
es, quizás, la más elemental de las reglas de la democracia. No por nada,
Linz cita la siguiente expresión de John Kennedy: “En una democracia
los ciudadanos son libres de no estar de acuerdo con la ley, pero no de
desobedecerla, porque en un gobierno de leyes, y no de hombres, nadie
[…] tiene derecho a desafiarlas”.101
Como ya se ha visto, otro indicador de comportamiento antide-
mocrático se refiere a la falta de contención institucional, que es una
regla no escrita de la democracia. Recordemos que la contención implica
abstenerse de realizar acciones que, aunque permitidas, vulneran cla-
ramente el espíritu de las normas.102 Para constatar el incumplimiento
de la contención institucional veamos aquí solamente dos ejemplos. El
primero se refiere al abuso de las acusaciones constitucionales en contra
de autoridades de gobierno, especialmente ministros de Estado, que
apuntan a obtener la salida de sus cargos y la pérdida de sus derechos
políticos por el lapso de cinco años. Lo que debería utilizarse de manera
excepcional, como una ultima ratio frente a situaciones graves, se ha
llegado a convertir en una herramienta habitual, rutinaria, en orden a
provocar el máximo debilitamiento del gobierno.
Mientras durante todos los gobiernos de centroizquierda (Concer-
tación y Nueva Mayoría, lo que suma 24 años) la derecha presentó
diez acusaciones constitucionales contra ministros de Estado, 103
durante los dos gobiernos de Sebastián Piñera (siete años, a la fecha)
la izquierda ha hecho lo propio en siete ocasiones.104 Y no obstante

100 Mariela Herrera, “Couso y proyectos inconstitucionales: ‘No se usa la legislación


que a uno lo obliga y que juró respetar, para dar señales’”, El Líbero, 13 de abril
de 2020.
101 John Kennedy, citado por Linz, La quiebra de la democracia, 38.
102 Levitsky y Ziblatt, Cómo mueren las democracias, 126.
103 Germán Correa, Ministro de Transportes (1991); Alejandro Hales, Ministro
de Minera (1994); Alejandro Foxley, Ministro de Hacienda (1994); José Pablo
Arellano (1997); Ricardo Lagos, Ministro de Obras Públicas (1998); Jorge
Rodríguez Grossi, Ministro de Economía (2003); Luis Bates, Ministro de Justicia
(2004); Yasna Provoste, Ministra de Educación (2008, declarada culpable);
Carmen Castillo, Ministra de Salud (2015); y Javiera Blanco, Ministra de Justicia
(2016). Ver “Las 19 acusaciones constitucionales tras la dictadura”, Cooperativa,
4 de abril de 2013.
104 Rodrigo Hinzpeter, Ministro del Interior (2012); Harald Beyer, Ministro
de Educación (2013, declarado culpable); Emilio Santelices, Ministro de
Salud (2018); Marcela Cubillos, Ministra de Educación (2018); Andrés Chadwick,

81
Felipe Schwember, Valentina Verbal y Benjamín Ugalde (editores) La Constitución en disputa

esa diferencia cuantitativa, además del hecho de que la mayor cantidad


de acusaciones se ha concentrado en el segundo gobierno de Piñera
(cinco casos), no se puede tampoco decir que la derecha no ha recurri-
do a ese expediente.
En todo caso, la izquierda ha hecho algo que su contraparte nunca
se había atrevido a realizar desde el retorno a la democracia: acusar
constitucionalmente al jefe de Estado. De esta manera, especialmente
la izquierda más extrema (FA y PC), han buscado utilizar el estallido de
octubre para provocar directamente la caída del gobierno.105 Además, y
en buena medida con el impulso del candidato presidencial derrotado
en las elección de 2017, Alejandro Guillier,106 algunos parlamentarios
presentaron un proyecto de ley, orientado a adelantar la elecciones
presidenciales y parlamentarias para el 11 de marzo de 2021. Marcela
Hernando, diputada del Partido Radical (PR), justificaba esta iniciati-
va en el hecho de que Piñera “es un presidente que ha impuesto una
cantidad de cambios en contra de la mayoría: de la gente que se ha
manifestado y del Parlamento a través de vetos y poniendo urgencia en
proyectos no prioritarios”.107 Es decir, no se buscaba que el presidente
elegido dejara de gobernar por abandono de deberes constitucionales,
o algún tipo de incapacidad legal o moral grave, sino sencillamente por
ser un adversario político.
Por último, y como un incumplimiento de las reglas no escritas de
la democracia, puede referirse la circunstancia de que los presidentes
de ambas cámaras del Poder Legislativo han abandonado el carácter de
neutralidad republicana que históricamente los había caracterizado.108
Esta situación, que ha sobrevenido de manera particular en el segundo
gobierno de Piñera (2018 a la fecha), puede ejemplificarse especial-
mente en los presidentes del Senado Jaime Quintana (2019-2020) y
Adriana Muñoz (2020-2021). Mientras el primero señaló sin tapujos

Ministro del Interior (2019, declarado culpable), Jaime Mañalich, Ministro de


Salud (2020); y Víctor Pérez, Ministro del Interior (2020). Ver Fundación Jaime
Guzmán, “Las acusaciones constitucionales como herramienta de presión políti-
ca”, Ideas & Propuestas, n.° 311 (18 de noviembre de 2020).
105 Esta acusación fue presentada el 20 de noviembre de 2019, a casi un mes del
estallido.
106 Ver, por ejemplo, “‘Chile no resiste 16 meses más a Sebastián Piñera’: Senador
Guillier reitera propuesta de adelantar elecciones presidenciales”, CNN Chile,
23 de noviembre de 2020.
107 “Chile: oposición pide recortar el mandato de Sebastián Piñera”, DW, 24 de no-
viembre de 2020.
108 Agradezco al constitucionalista Sebastián Soto Velasco haberme hecho ver este
punto.

82
La democracia en entredicho / Valentina Verbal

que si “Piñera quiere seguir gobernando debe pasar a la segunda línea


y aceptar un parlamentarismo de facto”,109 la segunda indicó: “Prefiero
cometer un sacrilegio con [sic] la Constitución y ser destituida que
pasar por sobre una demanda urgente de las madres”.110 Ambos casos
expresan no solo una falta de neutralidad republicana, sino además una
voluntad decidida de no cumplir con las reglas del juego en materia
constitucional. Frente a esta situación, surge la siguiente pregunta: si las
fuerzas políticas actuales no cumplen con las reglas de la constitución
vigente, ¿por qué tendrían que hacerlo las fuerzas políticas del futuro,
en caso de no estar de acuerdo con el contenido de la carta fundamental
que surja del proceso constituyente hoy en desarrollo?

5. Conclusión

Al día siguiente de comenzar a escribir esta última sección, tuvo lugar


un desafortunado incidente en la sureña ciudad de Panguipulli: un
carabinero dio muerte a un malabarista callejero que, luego de negarse
a ser detenido por la fuerza policial, arremetió con dos machetes en
contra del uniformado. Pero, además de ese hecho, que podría califi-
carse como un desacato al monopolio de la fuerza por parte del Estado,
se produjeron más tarde ataques incendiarios a varios edificios de la
referida localidad, incluyendo a la misma municipalidad.
Sin embargo, lo que más sorprende no es lo anterior, sino la circuns-
tancia de que la presidenta de Revolución Democrática (RD), Catalina
Pérez, justificara esos ataques con las siguientes palabras: “En Chile
la vida de un pobre no vale nada. ¿Cómo quieren que no lo queme-
mos todo?”.111 Esta frase sorprende, en primer lugar, porque ya no se
trata solamente de justificar la violencia del estallido de octubre (como
una respuesta “legítima” en contra del modelo económico), sino la
violencia en sí misma, incluso en el contexto de un hecho policial
ordinario.
Al día siguiente, Pérez señaló que había querido usar una “metáfo-
ra” o “hipérbole”, y que de ninguna manera había querido incitar al uso

109 La Tercera, “Jaime Quintana: ‘Si Piñera quiere seguir gobernando debe pasar a
segunda línea y aceptar un parlamentarismo de facto’”, 13 de marzo de 2020.
110 La Tercera, “La polémica alocución de la presidenta del Senado en debate por

postnatal: ‘Prefiero cometer un sacrilegio con la Constitución y ser destituida que


pasar por sobre una demanda urgente de las madres’”, 3 de junio de 2020.
111 El Mostrador, “‘¿Cómo quieren que no lo quememos todo?’: polémico mensaje de

la presidenta RD Catalina Pérez fue cuestionado incluso en la oposición”, 8 de


febrero de 2021.

83
Felipe Schwember, Valentina Verbal y Benjamín Ugalde (editores) La Constitución en disputa

de la violencia. Pero ¿caben las metáforas sobre la violencia? ¿Son apro-


piadas en el contexto descrito? ¿Se justifican las hipérboles para zanjar
diferencias políticas, o para resolver problemas públicos, como la pobre-
za u otras situaciones que se consideran injustas? Las palabras de Pérez,
al igual que las de la gran mayoría de los dirigentes políticos e intelectua-
les públicos de izquierda, como los referidos en las páginas precedentes,
no son sino un síntoma muy lamentable de que esos dirigentes e intelec-
tuales no solo han dejado de cumplir una de las principales reglas de la
democracia, sino que incluso han dejado de creer en ellas. O, dicho en
otros términos, lo que el estallido de octubre y el proceso constituyente
hoy en curso han puesto de manifiesto es que una buena parte de la
izquierda chilena no adhiere a la democracia representativa, sino más
bien a lo que Manuel Antonio Garretón ha llamado “democracia expre-
siva”, que no es otra cosa que la voz de la calle, que ellos creen por su
parte representar. Y el hecho de que esa voz se manifieste de un modo
pacífico o violento resulta irrelevante para esa izquierda, puesto que lo
más importante es que ella se reconduzca hacia el proyecto político que
se defiende: la superación del “modelo neoliberal”.
Lo cierto es que han sido muy pocas las interpretaciones del es-
tallido de octubre que han visto en este fenómeno un ataque a la
democracia más que al modelo económico. Una gran excepción que
confirma la regla está representada por Sergio Muñoz Riveros, en su
libro La democracia necesita defensores. Muñoz Riveros señala con claridad
que, luego del 18 de octubre de 2019, se produjo “una corriente de in-
dulgencia y hasta de justificación de los desmanes que se interpretaban
como una manifestación de la exasperación popular”. Y luego constata
abiertamente “el interés de buena parte de las fuerzas opositoras por
sacar partido del estado de confusión e inseguridad”.112 Pero mucho más
que esto, este autor se lamenta de que el país no sea consciente de que
está en juego “la cultura de la libertad y los principios de la democracia
representativa”.113
Una segunda excepción, y que también va en la línea de lo sosteni-
do en este ensayo, puede constatarse en el libro de Sebastián Soto, La
hora de la re-constitución. En esta obra, Soto sostiene la tesis según la cual
la crisis que Chile enfrenta guarda relación con “el actual estado de la
política”.114 Aunque no se refiere expresamente al modelo de Juan Linz,

112 Sergio Muñoz Riveros, La democracia necesita defensores. Chile después del 18 de octubre
(Santiago: Ediciones El Líbero, 2020), 8. Versión de Kindle.
113 Muñoz Riveros, La democracia necesita defensores, 9.
114 Sebastián Soto Velasco, La hora de la re-constitución (Santiago: Ediciones UC, 2020),

50. Versión de Kindle.

84
La democracia en entredicho / Valentina Verbal

sí llega a conclusiones similares a él, puesto que le asigna gran importan-


cia al papel de los actores políticos en la legitimidad de las instituciones,
incluyendo a la propia carta fundamental. Por ejemplo, en una pasaje
señala: “No cabe duda de que el desafío parece estar en la política como
institución mediadora o ‘procesadora’ de expectativas. Y también sus
prácticas que, no hay que olvidarlo, no necesariamente son efecto direc-
to de la Constitución”.115
Un problema fundamental que ha ocurrido desde el 18 de octubre
de 2019, y que persiste en pleno proceso constituyente, es el abierto in-
cumplimiento de las reglas de la democracia –escritas y no escritas– de
parte especialmente de las fuerzas políticas de izquierda. Y si mientras
en las más extremas (FA y el PC) puede claramente observarse lo que
Linz llama oposición desleal, en las más moderadas puede hacerse lo
propio con lo que el mismo autor denomina oposición semileal (la antigua
Concertación). Ambas fuerzas han sido fundamentales para deslegitimar
la democracia, ya desde el movimiento estudiantil de 2011 y, al llegar al
gobierno, a partir de la alianza entre la ex Concertación y el Partido
Comunista en el marco de la llamada Nueva Mayoría (2014-2018).
Salvo muy contadas excepciones, y generalmente desde líderes que
se han alejado de la ex Concertación (como Mariana Aylwin y Andrés
Velasco)116 los liderazgos de izquierda y centroizquierda han mostrado,
en los últimos años, un comportamiento abiertamente antidemocrático.
Aunque no viene al caso, en esta última sección, repetir todo lo ante-
riormente dicho, al menos cabe indicar que no solo se ha justificado el
uso de la violencia con fines políticos (o no rechazado de manera incon-
dicional), sino que además se ha incurrido en una abierta intolerancia
hacia los adversarios políticos, representados concretamente en los dos
gobiernos de Sebastián Piñera.
Dicho en breve, luego del estallido de octubre prácticamente todas
las fuerzas políticas de izquierda –de diferentes maneras y en distintos
grados– han buscado provocar, si no derechamente la caída del segundo
gobierno de Sebastián Piñera, sí al menos su máximo debilitamiento.
Una expresión de esto fue la negativa del Partido Socialista (PS) de
concurrir al Palacio de la Moneda los días siguientes al estallido.117 Lo
importante para sus dirigentes no fue la violencia desatada en contra

115 Soto Velasco, La hora de la re-constitución, 51.


116 Cabe agregar el caso de Javiera Parada, quien valientemente abandonó las filas
del Frente Amplio para unirse a la campaña de Ignacio Briones, especialmente a
partir del hecho que su ex coalición ha justificado y utilizado la violencia de las
calles con fines políticos.
117 La Tercera, “PS y partidos del Frente Amplio deciden restarse de reunión con el

Presidente Piñera en La Moneda”, 22 de octubre de 2019.

85
Felipe Schwember, Valentina Verbal y Benjamín Ugalde (editores) La Constitución en disputa

del Metro de Santiago, ni los saqueos en incendios en supermercados y


pequeños comercios, sino de debilitar al gobierno en un momento alta-
mente complejo, en el cual las fuerzas políticas se deberían haber unido
en defensa de la democracia.
Como ya hemos visto, no solamente se ha justificado la violencia
con fines políticos o se ha ejercido una oposición desleal o semileal
(en contra del gobierno y de la democracia en sí misma), sino que
también se ha incurrido en un abierto incumplimiento de las reglas
constitucionales, como en particular aquella que prohibe la presenta-
ción de proyectos de ley que implican la erogación de gastos públicos.
Lamentablemente, hay que decirlo, a esta mala práctica no solo se ha
sumado la izquierda y centroizquierda, sino también un importante
sector de parlamentarios oficialistas.
Por último, puede observarse una casi permanente falta de conten-
ción institucional, precisamente con el objetivo de mirar al adversario
como un enemigo más que como un mero competidor. Recordemos
que la falta de contención implica abusar del ejercicio de atribuciones,
violando el espíritu de las normas que las sancionan, con el objeto de
provocar el debilitamiento del gobierno. Aquí ocupan un lugar central
la ya habitual presentación de acusaciones constitucionales, que apun-
tan a la destitución de algunas autoridades de gobierno, en particular
ministros de Estado. Y a pesar de que en estas acusaciones sin funda-
mento también históricamente ha participado la derecha cuando ha
sido oposición, el número de estas acciones que se han acumulado en el
segundo gobierno de Piñera, especialmente luego del 18 de octubre de
2019, excede todo límite razonable.
Todo lo dicho en este ensayo puede sintetizarse en la idea de que
la izquierda y centroizquierda chilenas no acepta perder elecciones,
puesto que cuando lo hace (como así ha ocurrido en los dos gobiernos
de Piñera) más que buscar recuperar el apoyo de la ciudadanía a través
de la presentación a la ciudadanía de su proyecto político, lo que hace
(y ha hecho) es apelar a la “voz de la calle” para imponer su agenda,
es decir, para actuar de manera antidemocrática. Lo cierto es que la
actual oposición (desleal y semileal, según los casos y circunstancias),
ha sido la protagonista principal del proceso de deslegitimación de las
instituciones políticas en la historia reciente. Y esto es así porque, no
obstante pueda resultar válida la pavimentación del camino hacia una
nueva constitución, en una democracia las reglas y formas son esenciales
y ningún objetivo político, por muy loable que este pueda ser, justifica su
transgresión, especialmente cuando ella se torna sistemática.
Como la historia enseña, pese a que las constituciones chilenas siem-
pre han sido ilegítimas de origen, al final se han terminado legitimando

86
La democracia en entredicho / Valentina Verbal

de ejercicio a través de reformas graduales. Así ocurrió con la Carta


de 1833 a través de las reformas de la década de 1870 y con la Carta de
1925 a partir de varias reformas a lo largo de toda su vigencia, así como
de una reformulación de las prácticas políticas.118 Sin embargo, esa
misma historia enseña que la historia constitucional chilena no solo se
ha caracterizado por un proceso de legitimación –que apunta a subsanar
la ausencia de legitimidad de origen–, sino también de deslegitimación.
Asimismo, la historia enseña que los procesos de deslegitimación, mucho
menos estudiados en términos académicos, no se han caracterizado so-
lamente por un rechazo a la carta vigente, sino también y sobre todo por
un desprecio a las reglas de la democracia representativa. Tanto en 1891
como en 1973 las fuerzas políticas, de alguna u otra manera, terminaron
rechazando esa democracia, justificando la violencia y negándole legiti-
midad a los adversarios políticos. En ambos casos, la democracia se vio
asediada, no solo durante esos mismos años, sino desde muchos antes, a
partir un proceso lento y gradual, hasta que entró en una crisis terminal.
Algunas veces tal asedio puede ser imperceptible, pero finalmente ter-
mina, por acumulación, provocando el quiebre definitivo. Sin embargo,
y aunque resulte curioso, hoy la gran mayoría de los dirigentes políticos
e intelectuales públicos (incluso de derechas) parecen solo percibir la
necesidad de avanzar hacia una nueva constitución, pero sin asignarle
importancia al hecho que ello se está haciendo junto a una simultánea
deslegitimación de la democracia.
Pero, ¿podrá resultar legítima la carta fundamental que surja del
proceso constituyente en el que el país se encuentra hoy inmerso?
Aunque espero sinceramente que así sea, porque creo en la necesidad
de una carta política que sea un marco para todos, la deslegitimación
de la democracia provocada especialmente por la izquierda hace al
menos muy dudosa esa posibilidad. ¿Qué pasará si la nueva carta no
representa, efectivamente, la superación del modelo económico hoy
existente? ¿Acaso no es esta superación, para la izquierda, el quid del
problema constitucional que actualmente aquejaría al país? Y si incluso,
como así lo promueve ese sector político, la nueva carta fundamental
establece que Chile es un Estado democrático y social de derecho, ¿qué
ocurrirá si ella no administra ese nuevo modelo económico y social?
¿Dejará gobernar a la derecha, a diferencia de lo que ha hecho en las
dos administraciones de Piñera? ¿Aceptará el veredicto de las urnas,
convirtiéndose –como siempre debería ser– en una oposición leal?

118 Ver, a este respecto, el excelente trabajo de Sofía Correa Sutil, “Los procesos cons-
tituyentes en la historia de Chile: Lecciones para el presente”, Estudios Públicos,
n.° 137 (2015): 43-85.

87
Felipe Schwember, Valentina Verbal y Benjamín Ugalde (editores) La Constitución en disputa

La verdad, resulta muy poco probable la legitimación de una nueva


constitución si ello no va simultáneamente acompañado de una legi-
timación de la democracia representativa, que es la única democracia
compatible con la libertad y con la aceptación del otro como un adver-
sario más que como un enemigo.

Bibliografía

Aldunate, José Miguel, “Protestas, violencia y orden público”, en Benjamín


Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores), El octubre
chileno. Reflexiones sobre democracia y libertad (Santiago: Ediciones
Democracia y Libertad, 2020), 207-230.
Arendt, Hannah, Sobre la violencia, traducido por Guillermo Solana (Madrid:
Alianza Editorial, 2006).
Azari, Julia R. y  Jennifer K. Smith, “Unwritten Rules: Informal Institutions
in Established Democracies”, Perpectives on Politics, vol. 10, n.° 1
(2012): 37-55.
Bermeo, Nancy, Ordinary People in Extraordinary Times. The Citizenry and the
Breakdown of Democracy (New Jersey: Princeton University Press).
Constitución Política de la República de Chile promulgada el 18 de septiembre de
1925 (Santiago: Imprenta Universitaria, 1925).
Correa Sutil, Sofía, “Los procesos constituyentes en la historia de Chile:
Lecciones para el presente”, Estudios Públicos, n.° 137 (2015): 43-85.
Fundación Jaime Guzmán, “Las acusaciones constitucionales como
herramienta de presión política”, Ideas & Propuestas, n.° 311 (18 de
noviembre de 2020).
García, José Francisco, “Minimalismo e incrementalismo constitucional”,
Revista Chilena de Derecho, vol. 41, n.° 1 (2014): 267-362.
Garretón, Manuel Antonio, Neoliberalismo corregido y progresismo limitado. Los
gobiernos de la Concertación en Chile. 1990-2010 (Santiago: Editorial
ARCIS/CLACSO Coediciones, 2012).
Ghersi, Enrique, “El mito del neoliberalismo”, Estudios Públicos, n.° 95
(2004): 293-313.
Góngora, Mario, Ensayo histórico sobre la noción del Estado en Chile en los siglos
XIX y XX (Santiago: Editorial La Ciudad, 1981).
Jofré, René, “Protesta y violencia en el estallido social. El revés de las
cosas”, en Danae Mlynarz y Gloria de la Fuente (editoras), El pueblo
en movimiento. Del malestar al estallido (Santiago: Catalonia, 2020), 236-
252. Versión de Kindle.
Karmy, Rodrigo, El porvenir se hereda. Fragmentos de un Chile sublevado
(Santiago: Sangría, 2019).
Levitsky, Steven y Daniel Ziblatt, Cómo mueren las democracias, traducido por
Gemma Deza Guill (Barcelona: Ariel, 2018).

88
La democracia en entredicho / Valentina Verbal

Ley N° 7727, “Reforma constitucional que limita la iniciativa parlamentaria


en lo relativo a gastos públicos”, publicada y promulgada el 23 de
noviembre de 1943.
Linz, Juan J., La quiebra de las democracias (Madrid: Alianza Editorial, 1989).
Mlynarz, Danae y Gloria de la Fuente, “‘Chile despertó’: antecedentes y
evolución del estallido social en Chile (conversación con Manuel
Antonio Garretón)”, en Danae Mlynarz y Gloria de la Fuente
(editoras), El pueblo en movimiento. Del malestar al estallido (Santiago:
Catalonia, 2020), 11-58. Versión de Kindle.
Muñoz Riveros, Sergio, La democracia necesita defensores. Chile después del 18 de
octubre (Santiago: Ediciones El Líbero, 2020). Versión de Kindle.
Oppliger, Marcel y Eugenio Guzmán, El malestar de Chile. ¿Teoría o diagnóstico?
(Santiago: RIL Editores/Facultad de Gobierno, Universidad del
Desarrollo, 2012).
Pineda Garfias, Rodrigo, “Las potestades constitucionales del Gobierno y
del Congreso Nacional en materia de gasto público”, Revista Chilena
de Derecho, vol. 27, n.° 2 (2000): 373-395.
Popper, Karl R., La miseria del historicismo (Madrid: Alianza Editorial, 2009).
Reveles Vásquez, Francisco, “Oposición y democratización. Tres enfoques”,
Estudios Políticos, n.° 8 (2006): 59-79.
Sartori, Sartori, ¿Qué es la democracia? (México D.F.: Taurus, 2007).
Schmitt, Carl, “El concepto de lo político. Versión de 1927”, Res Publica.
Revista de las Ideas Políticas. vol. 22, n.° 1 (2019): 259-289.
Soto Velasco, Sebastián, La hora de la re-constitución (Santiago: Ediciones
Universidad Católica de Chile, 2020). Versión de Kindle.
Ugalde, Benjamín, “Análisis sociológico y discurso político. Algunos
problemas epistemológicos en la comprensión del Octubre chileno”,
en Benjamín Ugalde, Felipe Schwember y Valentina Verbal (editores),
El octubre chileno. Reflexiones sobre democracia y libertad (Santiago:
Ediciones Democracia y Libertad, 2020), 77-108.
Verbal, Verbal, La derecha perdida. Por qué la derecha en Chile carece de relato y
donde debería encontrarlo (Santiago: Ediciones LyD, 2017).
Weber, Max, Economía y sociedad (México D.F.: Fondo de Cultura Económica,
2002).
Zapata, Patricio, La casa de todos. La nueva constitución que Chile merece y
necesita (Santiago: Ediciones UC, 2015).

89

También podría gustarte