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Alberto Fabián Barrera

Postgrado: “Problemática narrativa argentina de finales del siglo XX”


Facultad de Filosofía y Letras
Universidad Nacional de Tucumán

“La literatura no cambia el mundo. No lo cambió la Biblia. No lo cambió El Capital. Ningún


libro cambia al mundo: los hombres cambian al mundo. Yo digo los hombres y pienso en los
jóvenes.” Andrés Rivera.

Análisis y crítica literaria de la novela de Andrés Rivera “El profundo sur”

“El profundo sur” es el título de la última novela escrita por Andrés Rivera (2006),
una de las voces más notables de la literatura argentina actual. En lugar de “El
profundo Sur”, su novela bien podría haberse llamado El profundo Azar,
considerando que comienza y se desarrolla a partir de la muerte accidental de un
hombre (Eduardo Pizarro: patrón de una estancia), que es abatido por otro
(Roberto Bertini: miembro del ejército) que se proponía matar a un tercero (un
trabajador sindicalista: Enrique Warning). Un cuarto hombre disparará, a su vez,
sobre aquel que disparó en primer lugar. “No se crea que no lo pensé”, advierte el
autor. Si el libro no se llamó El profundo Azar, explica, fue porque esa
combinación de palabras no le parecía “musical”. Rivera está convencido de que
nunca podrá escribir aquel que no sea capaz de comprender la necesidad de
prestarle atención a ese tono al que él llama “la música”. “Hay que ser riguroso
con la selección de las palabras que uno utiliza”, dice antes de empezar a hablar
con la morosidad de quien está escribiendo. Las historias que Rivera narra en la
novela tienen como escenario el Buenos Aires de 1919. Sin embargo, al hacer
referencialidad a un asesinato puedo alegar que este relato novelesco no
pertenece a la categoría de la novela policial, ya que la figura del detective en
busca del desciframiento de quién es el asesino no aparece explícitamente
enunciada. “El profundo sur” está organizado en cuatro capítulos que reciben el
nombre de cada uno de los protagonistas principales de los mismos (Roberto
Bertini, Eduardo Pizarro, Jean Dupuy y Enrique Warning). El capítulo más extenso
es el primero y cuenta al comienzo el episodio del asesinato a Pizarro, sin darnos
ese narrador la información suficiente de lo ocurrido. Sin embargo, es importante
recalcar el empleo de la técnica del flash-back o analepsis para volver hacia atrás
con respecto a las historias personales de cada uno de los protagonistas:

“Roberto Bertini sabía tirar. En el Sur, allí donde hay cerros y lagos, y pinos y
rosas [pág. 14…]”

Esta novela está contada de manera diferente a las novelas tradicionales que
siguen una linealidad en su trama narrativa. El relato es fragmentario, pero con
mucha coherencia, ya que en ese caos con que es contada la trama, el lector
debe ir recreando durante el proceso de lectura el episodio trágico de aquel
asesinato que transcurre en Buenos Aires en el año 1919 durante los hostiles
enfrentamientos entre los trabajadores huelguistas y el ejército represor. Una
referencia histórica que da cuenta de ello es cuando el narrador expresa:

“Don Domingo Faustino Sarmiento era un hombre de nunca terminaría de


cobrarse las cuentas que tenía con el mundo [pág. 73…]”

“(Se decía que Don Domingo rendía pleitesía a los uniformes, pero esa mañana,
vestía pantalones anchos, chaleco y un largo sacón de bolsillos abultados.) [pág.
73…].”

“Dupuy […] Leyó, sin conmoverse… los telegramas de la Revolución Rusa del
cinco. [pág. 76…]”

Es durante la llamada Semana Trágica que sus personajes se (des)encuentran.


Sin embargo eso no se aclara en ninguna parte del libro, exceptuando la
contratapa. Puede que eso importe poco, porque Rivera, en realidad, está
hablando del pasado pero con la intención de hacerlo contrastar con la actualidad.
Por lo tanto, puedo decir que Rivera emplea con mucha maestranza la elipsis para
ocultar el hecho histórico al que está haciendo referencia la trama narrativa, pero
que a su vez está determinada por una serie de pistas –en el marco histórico- que
el lector irá desocultando. Es importante remarcar que en esta novela la huella de
la oralidad es contundente, ya que –desde el punto de vista biográfico- influyeron
en el autor los recuerdos orales de esa época, que le fueron transmitidos por sus
miembros familiares. Y esa oralidad, puede estar reflejada en el uso de numerosas
repeticiones a las cuales recurre Rivera como recurso mnemotécnico para que el
lector no pierda el hilo conductor del relato:

“Donato Bertini era un hombre duro. Alto y duro. [pág. 16…]”

“La mujer era joven. La mujer tenía los ojos cerrados. La mujer estaba
desnuda. [pág. 18…]”

Otra marca propia de la oralidad es la utilización de la forma verbal impersonal


“se dice” en:

“Se dice que tuvo tiempo para arrepentirse [pág. 16…]”

La verosimilitud juega un papel importante en todo discurso, pero


fundamentalmente en la oralidad da un traspié notorio, ya que pueden darse
rasgos de muchas imprecisiones en el relato de la historia contada por alguien. Y
eso definitivamente se cumple en esta novela cuando el que relata manifiesta
imprecisamente:

“Se dice que tuvo tiempo para arrepentirse [pág. 16…]”.


“El hombre canoso que cubrió…a otro… y recibió la bala disparada desde un
camión,… se pudo llamar Eduardo Pizarro [pág. 49…]”.

“Y el padre de Enrique Warning era marinero, o eso dijo Walter Dawson en


algunas noches patagónicas” [pág. 84…].

Esa oralidad del padre de Bertini deja entrever el discurso autoritario, la violencia
y la oposición generacional entre Donato y Roberto, cuando éste último le confiesa
a su hijo:

“A mí, cuando era un pendejo, nadie me daba leche para que creciese… Usté es
como los chilenos: necesitan recibir unos guascazos para que cumplan lo que se
les mandan [pág. 18…]”

Es cierto también, que esas palabras pronunciadas por Donato dejan ver una
forma y concepción de ver al mundo muy diferente a la nuestros tiempos.

El autor interpola el discurso militar en un epígrafe en donde se vislumbra un


proceso oscuro –teñido de autoritarismo- de nuestra historia nacional.

“Estamos viviendo horas en que todos necesitamos del pleno gobierno de


nuestro discernimiento y de las altas inspiraciones del patriotismo [pág. 15…]”

Uno de los tópicos que se manifiesta en toda la primera parte es la relación


incestuosa entre Donato y su hija Beatriz, silenciosamente rechazada por Roberto
cuando la descubre. Esa relación de incesto es descripta con mucho realismo:

“Roberto vio a Beatriz, volcada boca abajo, en la mesa de la cocina. Las anchas
nalgas blancas más altas que su cabeza, la pollera echada sobre su cabeza, los
brazos extendidos y en cruz, y las manos aferradas a uno y otro extremo de la
mesa. Donato, los pantalones caídos sobre los tobillos, la montaba. [pág. 26…]”

Sin embargo, cuando Donato descubre que su hijo: Roberto, observaba


sigilosamente el incesto secreto, le sobreviene la culpa y la vejez repentina y
paralelamente:

“-Hoy es un buen día para comer un buen guiso- dijo, y se movió frente a ellos…
Donato miró a su hijo con la vaga desesperación de quien no sabe ir ni retornar…
Donato se derrumbó… Sus huesos crujían y, en meses o días, la espalda se le
curvó. También encaneció… [pág. 27…]”

Cuando el lector llega -durante el proceso de lectura al segundo capítulo- se da


cuenta que la víctima de ese asesinato era la figura de Eduardo Pizarro. El
Narrador con mucha sutileza narra los momentos del crimen empleando como
forma verbal el tiempo pretérito perfecto del indicativo:
“El hombre canoso que cubrió…a otro… y recibió la bala disparada desde un
camión,… se pudo llamar Eduardo Pizarro [pág. 49…]”

Es notorio el cambio en el tiempo de la narración cuando utiliza los tiempos:


pretérito imperfecto del indicativo y condicional, y se manifiesta en el relato una
regresión analéptica de la diégesis:

“Largas esas partidas de póquer o truco, en una pieza que olía a machos
silenciosos [pág. 49…]”.

“Eso le gritaba, a Eduardo Pizarro, la vieja Medina [pág. 50]”.

Durante toda la trama narrativa de esta novela y muchas otras que leí de Andrés
Rivera está presente esa referencia al discurso político de la izquierda, desde el
punto de vista crítico. No debemos olvidar que este escritor procede
ideológicamente del Partido Comunista, precisamente de una de las líneas más
revolucionarias: el Trotskysmo, que proponía entre sus ideas más importantes la
concepción de la permanente revolución.

“Que la Liga Patriótica Argentina, con la firma de algunos de los apellidos más
conspicuos de la sociedad porteña, convocaba a la ciudadanía a defender el país
de la marea bolchevique [pág. 58…]”.

En el tercer capítulo, se narra la historia de otros de los personajes implicados en


este episodio trágico del asesinato: Jean Dupuy, un típico hijo de un inmigrante
profesional que eludió al París ocupado por los versalleses y se radicó en Buenos
Aires.

Y por último, el cuarto capítulo relata la vida de Enrique Warning, hijo de un


marinero Walter Dawson, quien junto a su padre compró unas mil hectáreas de
tierra que miraban al Atlántico, y se dedicaron a criar ganado. Más tarde, Warning
ingresó a trabajar en una fábrica metalúrgica y a participar de asambleas que
reclamaban mejoras tanto en las condiciones laborales como remunerativas para
la clase trabajadora.

A modo de epílogo

Si bien es cierto, en esta novela -que hace referencia histórica a la famosa


semana trágica de 1919 ocurrida en Buenos Aires- observamos un profundo
contraste con la realidad actual que nos toca vivir a los argentinos, ya que no hay
por qué escatimar recursos para hablar de este presente de monotonía, de este
presente árido, pobre, despolitizado, con sindicatos burocratizados, con una
reducción impresionante del número de trabajadores. – ¿Tiene explicaciones
originales para este proceso? -. Puede que las secuelas del Proceso tengan algo
que ver. El miedo es una razón importante de esta inmovilidad. La desaparición de
treinta mil personas es otra de las causas: con ellos se fue una generación de
combatientes sociales y políticos. Si estuvieran vivos, algunos serían hoy buenos
comerciantes o banqueros, pero otros, quizás, seguirían luchando. Nunca lo
sabremos, la mía es simplemente una hipótesis. Creo que por medio del contraste
Andrés Rivera intentó mostrarnos en “El profundo sur” ese Buenos Aires sacudido
por los aires de la Revolución Rusa de 1917. En 1919 nadie hubiera podido hacer
aquí la revolución, como tampoco durante el Mayo Francés. Pero allí había algo,
sin embargo, que hoy no tenemos. Esas sociedades reclamaban eso que
reclamaba Rimbaud: cambiar el mundo.

“No olvide que todos, de un modo u otro, hacemos política, por acción u omisión. Y que la
peor es la política de los que se hacen los tontos”. Andrés Rivera.

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