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Título: Letargo

Saga Elementales III Agua


©2020 Nathalie Álvarez Ricartes
©Todos los derechos reservados
1ªEdición: Enero, 2020
ISBN:9798606738304

Corrección: Daiana Congett


Ilustrador: Robinson Sandoval-Ricardo Delgadillo
Diseño de Portada: Felipe Veliz (Filexdesign)
Maquetación: China Yanly (chinayanlydesign@gmail.com)

Es una obra de ficción, los nombres, personajes, y sucesos descritos son productos de la imaginación
del autor. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia. No está permitida la reproducción
total o parcial de este libro, sin el permiso del autor.
NATHALIE ÁLVAREZ RICARTES
Dedicado a mi hermana del Alma, Nathaly O.
Y a su maravillosa familia.
“En nombre del amor escribió con gotas de luna y poesía,
haciendo de su oscuridad el abrigo de sentimientos a flor de piel;
sus últimas palabras fueron “Te Amo”.
Aferrado a su tumba, el último latido escapó de su pecho.
Ella era joven y bella, todo un sueño hecho dulzura y locura para
cualquier corazón olvidado.
Todas las noches cuando el hechizo decrecía, hasta hacerse,
un punto sin final, una lágrima recorría su rostro; jamás volvería.
El sueño se hizo realidad, la realidad se hizo deliciosa.
¿Fue un sueño?
¿Fue un beso?
¿Fue real?
Mi vida por un beso.”

Por Joiel1

1 Nota de la autora: Este poema fue escrito por un querido amigo el año 2005, considerando que Hortus hubiera
sido el sobreviviente y Brensait la fallecida, ¿quién sabe? Quizás en una dimensión paralela pudo haber ocurrido
de esa manera.
Muchas gracias, Joiel, nunca lo olvidé y ahora lo plasmaré para siempre en este libro.
Capítulo 0
“Érase una vez…”

H ortus estaba constantemente de viaje. Desde temprana


edad había aceptado dar clases para enseñar a otros sus
vastos conocimientos en el manejo de la espada. Intentó en más de
una ocasión animar a Brensait para que también lo hiciera, pero ella
se excusaba diciendo que no tenía la paciencia suficiente para ello.
Uno de sus tantos interesados en recibirlas, era un joven bas-
tante misterioso, del que muy pocas personas sabían detalles so-
bre su vida. Para Hortus, esto no era un motivo que lo llevara a
rechazar a un alumno, ya que todos se convertían en un desafío,
y al mismo tiempo, le presentaban una oportunidad para volverse
mejor espadachín.
—¿Estás seguro de querer ir solo? —preguntó Brensait mien-
tras desayunaban—. Si gustas, podría acompañarte.
—Tranquila, estaré bien —contestó él, con su característica cal-
ma—, es mejor que te quedes acompañando al Maestro, sabemos
que se pone un tanto melancólico cuando ambos nos marchamos.
—Tienes razón —reconoció la chica dibujando una sonrisa—,
aprovecharé a estudiar para los exámenes que todavía me quedan
por rendir, ¿estás interesado en ir a ese baile de invierno?

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Nathalie Alvarez Ricartes

El Baile de Invierno se realizaba al finalizar la primera mitad


del curso anual y coincidía con el comienzo de esa estación.
—Solo si tú quieres ir.
—Me he pasado la vida rechazando ese tipo de eventos, así que
creo que es tiempo de asistir—. Brensait miró al joven con seguri-
dad. No tenía dudas respecto a su decisión.
—Será un placer ser tu acompañante —señaló él dirigiéndole
una cálida mirada. Sus profundos ojos azules parecían albergar un
mundo completamente diferente, Brensait no podía evitar sentirse
hipnotizada cada vez que la miraba de esa manera.
—Entonces está decidido. Durante tu ausencia aprovecharé a
buscar el atuendo más apropiado para ambos.
—Confío plenamente en tu buen gusto —confesó antes de be-
ber un poco de café.
El Maestro entró en el comedor, con un gran ramo de camelias
blancas y rojas. Se acercó a la joven y se las dio.
—Sé que odias cortarlas, pero estaban demasiado crecidas y
comenzaban a mostrar signos de querer secarse. Pensé que te gus-
taría ponerlas en tu habitación.
—¡Son hermosas! —exclamó—. Y no se preocupe, entiendo su
intención. Las pondré en mi habitación de inmediato.
La vida para los tres, tenía estos tintes de tranquilidad, alegría
y simplicidad, pero Brensait sabía que no era una condición per-
manente porque Ariel e Isabel se encargaban de hacer aparecer
sus temores más profundos, en cualquier momento. Hacía una se-
mana, desde que todo estaba en paz, porque los hermanos habían
emprendido un misterioso viaje a un destino desconocido, inclu-
so habían abandonado la escuela, informando que no regresarían
hasta dentro de un mes o un poco más. Este escenario, les daba la
seguridad de que podrían asistir al baile de invierno, sin tener que
contar con su presencia, ni lo que ella pudiera provocar.
—Envíame un mensaje de humo en cuanto llegues a su casa.
—Lo haré, tranquila —aseguró el joven—, de todas formas, su
hogar está en una dimensión paralela muy segura, no hay de qué
preocuparse.
—Nada, excepto de tu alumno —expresó Brensait sin tapujos.

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Letargo

—No seas así. Todos dicen que es un excéntrico, pero creo que
están exagerando. No lo conocemos lo suficiente como para juz-
garlo de esa forma —Brensait lo miró con ternura y sonrió.
—¿Puedes ser más bueno? —preguntó mientras se acercaba
para besar su mejilla.
—Me haces sonrojar —confesó Hortus depositando un suave
beso en sus labios—, te amo y reitero que no es necesario que te
preocupes, estaré bien.
—Lo sé, pero estaré atenta esperando tu mensaje de confirma-
ción —ahora fue ella quien lo besó en los labios—. Te amo también.
El joven partió en su caballo, un ejemplar mágico, con la parti-
cularidad de cabalgar más rápido sin que esto significara más can-
sancio o algún daño para él. Brensait permaneció en el camino
hasta que perdió su rastro.
Ambos habían descubierto, poco después de cumplir los quin-
ce años, que podían teletransportarse. El primero en hacerlo fue
Hortus y luego ella, pero habían pactado mantener en secreto esta
habilidad, solo el Maestro lo sabía. Creían que, siendo una capaci-
dad tan extraña y ambicionada por muchos brujos, les podría traer
más problemas que ventajas.
Por esta razón, se trasladaban a todas partes, de la manera más
normal que pudieran; en carruajes, caballos o, simplemente cami-
nando. Utilizaban su especial habilidad, solo cuando estaban en-
trenando. No esperaban tener que utilizarla en otras circunstancias.
El joven de ojos azules tardó cerca de dos horas en llegar a
destino. Claro estaba, que las habilidades de su equino le daban
esta ventaja.
La inmensa propiedad de su nuevo aprendiz no pudo dejar de
llamar su atención. Era un castillo enorme, con el estilo victoriano
muy marcado y con cada detalle cuidado al máximo. El perímetro
de la propiedad estaba protegido por un alto muro de concreto
con terminaciones metálicas en punta de color negro. Las torres
del castillo, mostraban en ciertas zonas, unas extrañas figuras que,
a simple vista, causaban un tanto de temor; eran tétricas. Hortus
prefirió no tratar de pensar en una explicación lógica para decorar
su casa con algo así.

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Un gran portón, que no permitía ver mucho hacia el interior,


se abrió de repente y un hombre de aproximadamente, cuarenta
años le dio la bienvenida. Estaba vestido como un tradicional ma-
yordomo.
—Sea usted bienvenido. El Señor lo espera en la sala principal.
Por favor, pase —pidió con humildad.
—Muchas gracias —Hortus atravesó el portón y se encontró
con un inmenso antejardín muy bien cuidado, con diversas flores,
dividido por un sendero decorado por pequeñas piedras de colores
verde, gris y negro.
—Por aquí, por favor —señaló el hombre indicando al camino,
que ya parecía bastante lógico.
En la puerta lo esperaban dos mujeres; una rubia de al menos,
treinta años y otra de cabellos color plata que parecía ser su abuela.
Compartían rasgos que, a simple vista, permitían hacer la relación.
—Bienvenido, Señor —clamó la mayor. Hortus se sentía de-
masiado extraño siendo llamado Señor.
—Muchas gracias —reiteró. Las dos mujeres vestían idénticas,
de seguro era el uniforme establecido; un vestido de algodón negro
con mangas, cuello redondo y con un ruedo un tanto amplio que se
extendía hasta las rodillas. Sobre este, un pequeño delantal de satín
rojo, con delicadas terminaciones, amarrado en la espalda a la al-
tura de la cintura. La vestimenta se completaba con unos sencillos
zapatos de charol con hebilla y un cintillo rojo con una pequeña
flor en el extremo superior derecho.
La más joven de las mujeres le dirigió una coqueta mirada y
al mismo tiempo una sonrisa insinuante. Hortus alejó su vista de
ella. Le indicaron la dirección hacia la sala, la puerta se cerró sola
en tanto hizo ingreso. Allí, se encontró con la imponente figura de
un joven de ojos muy negros, piel más bien pálida, labios finos y el
cabello largo y lacio, también negro, excepto por dos mechones, de
no más de cinco centímetros, a cada lado de la cabeza por arriba de
las orejas, de color blanco. De esta forma lucía bastante llamativo o
eso fue lo que pensó el recién llegado.
—¡Bienvenido! —exclamó con cordialidad—. Espero que el
viaje no haya sido tan cansador. Estoy al tanto de que prefieres

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Letargo

trasladarte sin hacer uso de tu maravillosa capacidad —Hortus no


pudo evitar dirigirle una intensa mirada de duda y sorpresa, ¿cómo
sabía que podía teletransportarse?—. Tranquilo, no lo comentaré
con nadie —aclaró—, si te preguntas cómo es que lo sé, solo diré
que después de pasar tantos años vivo y siendo la clase de brujo que
soy, hay pocos misterios para mí.
—¿Qué clase de brujo eres? —preguntó Hortus sin pudor.
—Uno que comparte más similitudes contigo de las que algu-
na vez podrías imaginar.
—¿A qué te refieres?
—Oh, no, no me malentiendas —dijo entre risas—, esto es
solo parte de mi extraña personalidad. Te recomiendo no darme
demasiada importancia —sugirió divertido—, lo que nos reúne
son mis clases de espada contigo.
—Comienzo a dudar de si soy la persona correcta para eso.
—¿Por qué lo dudarías? Brensait y tú son grandes espadachi-
nes, todos desean ser entrenados por ustedes.
—¿Conoces a Brensait?­
—Ningún brujo que valga la pena podría no conocerlos.
Hortus comenzaba a sentirse incómodo. No quería parecer mal
educado, pero si no hubiera tenido que cumplir a su palabra e im-
partir clases al sujeto que tenía en frente, en ese preciso instante
hubiera salido de allí y regresado a casa.
—No quiero parecer insolente, pero he venido a dar clases y
cada minuto cuenta, por favor, comencemos pronto.
—Oh, no pensarás que te haré trabajar hoy, después de ese viaje
—expresó con plena normalidad—. Hoy, mi deseo es que subas a la
habitación que mis sirvientes te han preparado, te des un baño, si
lo deseas y descanses, ¿tienes hambre? —el brusco y radical cambio
de tema descompuso, todavía más a Hortus. No lograba entender
a ese individuo y comenzaba a creer que los rumores que había es-
cuchado, no estaban del todo errados, ¿estaría loco? Quizás debería
haber averiguado un poco más sobre su vida antes de aceptar ser
su maestro.
Pensó que lo mejor, era ignorar sus comportamientos extraños
y terminar con lo de las clases lo antes posible. Le seguiría el juego.

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—Me gustaría subir a mi habitación. Podemos fijar la primera


clase para hoy en la tarde o, si lo prefieres, para mañana a primera
hora.
—Mañana a primera hora estará bien. Hoy deseo que me
acompañes en la cena.
—Por mí no hay problema —respondió queriendo dar por ter-
minado el diálogo actual—, ahora, si me disculpas, me gustaría ir
a mi habitación.
—Siempre tan formal y educado —comentó su anfitrión—,
eres mi maestro, no un prisionero, eres libre de hacer lo que quieras
mientras estés en mi morada. Por favor, siéntete como en tu casa.
—Muchas gracias —respondió sin agregar nada más.
—Afuera te esperan las dos sirvientas que viste antes, ellas te
guiarán a los que serán tus aposentos, mientras estés aquí.
—Muy bien. Gracias de nuevo.
—Gracias a ti por aceptar ser mi maestro, aun con todo lo que
de seguro, te han dicho sobre mí.
Hortus le dedicó una mirada y un gesto de aprobación. Enseguida
caminó hacia la puerta para volver a encontrarse con las sirvientas.
Después de eso, todo fue bien. No hubo otros discursos o pre-
guntas extrañas. Era probable que su anfitrión se diera cuenta de la
incomodidad que había sentido durante la primera conversación.
Las clases fueron agotadoras y para Hortus quedó muy claro
que su aprendiz tenía experiencia, quizás no era el mejor espa-
dachín, pero se manejaba bastante bien. Nuevamente encontraba
un argumento que le aseguraba que aquella invitación no era algo
casual. Estaba todo muy bien calculado, pero seguía sin entender
por qué.
El método de enseñanza de Hortus se basaba en las clases, que
se extendían por tres o cuatro días donde traspasaba lo fundamental
del conocimiento y dejaba lecciones de entrenamiento que evaluaba
en la siguiente visita, treinta días después. Repetía el ciclo cuantas
veces se lo pidiera el pupilo o pupila. Pero en esta ocasión no deseaba
regresar, ojalá nunca más. No quería volver a sentir esa incomodidad,
ese desconcierto que sentía cada vez que miraba a su anfitrión a los
ojos, como si lo conociera de algún lugar que no recordaba.

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Letargo

—Ha sido un gusto tenerte aquí, muchas gracias por compartir


tus conocimientos.
—No hay nada que agradecer, esto es como cualquier trabajo,
no te estoy haciendo ningún favor —dijo lamentando haber pare-
cido hostil.
—Cuando se trata de mí, muchos prefieren evitarme, tú no lo
hiciste y de eso es de lo que estoy agradecido.
—Debo admitir que eres un brujo bastante peculiar, sin dar
tanto énfasis al hecho de que no necesitabas estas clases.
—Lógicamente lo notarías —admitió—, pero necesitaba co-
nocerte y espero también conocer a Brensait.
—¿De qué va todo esto? —preguntó por fin—. ¿Por qué esta
especie de fijación con nosotros?
—Las justificaciones vendrán con el tiempo, solo puedo decir-
te que hay vínculos que jamás se rompen. No importa el tiempo
que transcurra —sentenció—. Reitero que ha sido un gusto, espero
que no sea la última vez que nos veamos —extendió su mano a
modo de despedida.
—Gracias de nuevo, ha sido grato estar aquí, aunque me vaya
con varias dudas en la cabeza —reconoció Hortus— hasta pronto,
Mago o Señor de las Sombras.

Hortus regresó después de tres días. Brensait salió a recibirlo


con un gran abrazo y un apasionado beso. Mientras cenaban le
contó algunas cosas sobre su última experiencia, pero prefirió omi-
tir las extrañas conversaciones con el dueño de casa. Creía que no
eran necesarias, pues no tenía intención alguna de volver a verlo y
era mucho menos probable que él y Brensait se conocieran.
Llegó el baile de invierno y tal como lo habían acordado
Brensait y Hortus asistieron y rompieron su largo rechazo a ese
tipo de eventos. La estación se manifestaba de manera intensa, la
noche anterior había nevado mucho y el paisaje resplandecía de
blanco.
Brensait vestía un precioso vestido victoriano largo con los
hombros al aire, negro y con ciertos detalles blancos. Sobre él, un

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impresionante abrigo blanco con capucha que se arrastraba por el


suelo. Hortus lucía un traje negro con cola, camisa blanca, corbatín
negro, sombrero de copa y un abrigo largo, también negro, con
hombreras, que lo hacía parecer un alto lord.
—¡Disfruten mucho su noche! —exclamó el Maestro desde la
puerta antes de que los chicos partieran en su carruaje.
Y es que estando juntos, era imposible que no disfrutaran. Para
ellos, el estar cerca bastaba para ser felices; no necesitaban fama o
fortuna, solo tenerse el uno al otro cerca.
Cuando entraron en el gran salón de eventos de la escuela, to-
dos dirigieron su mirada hacia ellos. Nadie esperaba verlos ahí. La
escuela donde Brensait y Hortus se habían educado, era pequeña
y orientada a dar los conocimientos básicos, pero fundamentales
que un brujo de su época debía tener. La pareja de brujos conocía
al revés y al derecho la historia de Scutum, una de las mejores y
más grandes escuelas de magia que existían, ubicada en la miste-
riosa isla de Lupus. La misma escuela que el Maestro Guido había
ayudado a reconstruir. Soñaban con ir algún día para aumentar sus
conocimientos y volverse mejores magos.
—¿Dejarán de mirarnos en algún momento? —preguntó
Brensait en voz baja a su compañero mientras bailaban.
—Ignóralos, siempre lo hemos hecho —respondió él antes de
hacerla girar con elegancia—. ¿Notaste lo bonita que es la decora-
ción? —preguntó mirando el techo donde interminables cristales
de hielo parecían caer sin cesar, pero sin tocar a las personas o el
suelo.
—Sí, han hecho un estupendo trabajo.
—Quiero que vayamos a un lugar después.
—¿Qué lugar? —preguntó sin poder aguantar la curiosidad.
—Es una sorpresa —se limitó a responder él con una sonrisa
traviesa.
—Querido, eso no es justo —replicó ella sonriendo.
—Pero es necesario. Prometo que te gustará.
Estuvieron en el baile hasta pasadas las once de la noche y
luego, Hortus la llevó hasta el lugar sorpresa. El carruaje los
condujo hasta un sector alejado, en medio de un bosque que no

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parecía conocido para la joven. Se detuvieron en medio de un


camino rodeado de árboles. Brensait miró por la ventanilla del
vehículo, pero no parecía comprender.
—¿Dónde estamos?
—Bajemos. Hay que caminar un poco.
Siguiendo las indicaciones de su novio, Brensait descendió del
carruaje y caminaron casi dos cuadras, hasta traspasar el bosque
llegando a un sector que sorprendió a la joven con su belleza. Era
un lago completamente congelado, justo en medio del bosque.
Parecía estar oculto ahí, como si no quisiera que el resto del mun-
do lo descubriera.
Hortus chasqueó sus dedos y muchas antorchas mágicas, sus-
pendidas en el aire, aparecieron al instante, iluminando a su alre-
dedor. Volvió a tronar sus dedos y ahora dos pares de patines, con
poderosas cuchillas, aparecieron entre sus dos manos.
—Quería hacer algo diferente esta noche, algo que nos queda-
ra como un recuerdo eterno —confesó—, sé que te encanta patinar
y que varias veces hemos postergado hacerlo por otras cosas pen-
dientes, pero hoy nada nos impedirá hacerlo.
Los ojos de Brensait brillaban de emoción. Le era imposible
averiguar cómo era que Hortus siempre lograba hacerla feliz con
cosas tan simples, cómo era que siempre estaba atento a las cosas
que ella decía, a los detalles que mencionaba y que la hacían feliz.
Esto le demostraba lo real que era su amor, lo importante que era
ella en su vida y lo poderoso que era el vínculo que compartían, el
amor que compartían.
—Estoy tan sorprendida, que no sé qué decir —aseguró con
los ojos vidriosos—, no importa que lo demás vaya mal en mi vida,
porque tú lo resuelves todo, tú eres todo lo realmente mágico en
mi vida.
—Somos complementos, ¿lo olvidas?
—Jamás lo haría —dijo ella lanzándose a sus brazos para abra-
zarlo y besarlo.
—Nunca, ni en mil vidas, me cansaré de tus abrazos, ni mucho
menos de tus besos —agregó para luego volver a fundirse en un
intenso beso.

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Nathalie Alvarez Ricartes

Ya en la nueva pista de patinaje y con los patines puestos, la pa-


reja disfrutó de la noche. Se movían de aquí para allá, sintiéndose
tan livianos que esperaban, el momento fuera eterno.

Era difícil de explicar cómo la conexión entre ellos podía ser


tan fuerte, tan poderosa, como si la magia tuviera algo que ver en
su unión, como si no fuera casualidad que sus vidas se toparan y
compartieran un sentimiento tan maravilloso desde la primera vez
que se habían visto.

Hortus hizo aparecer una cómoda colcha antihielo y agua que


pusieron justo en medio del lago congelado. Se recostaron sobre
ella mirando hacia el nublado cielo, tomados de la mano.
—¿Sabes qué creo? —preguntó el joven.
—Qué crees, mi querido Hortus.
—Creo que nuestro amor, nuestro vínculo es tan poderoso, que
la magia nos resguarda.
—¿La magia nos resguarda?
—Sí, así es. Nuestro amor va más allá de lo que un ser huma-
no normal, mago o no mago puede sentir —explicó—, a nosotros
debe protegernos algún tipo de magia especial, de otra forma no

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entiendo cómo es que todo esto haya sucedido, aún con las desas-
trosas situaciones que hemos tenido que afrontar.
—Escuche, joven de maravillosos ojos azules, a mí no me inte-
resa mucho saber si la magia nos protege y promueve nuestro amor,
nuestra unión —aclaró ella sonriendo—, yo solo quiero amarte y
acompañarte por siempre.
—Así será, prometo que, de una u otra forma, así será —en
ese momento, ambos se voltearon quedando frente a frente y él
sin dudarlo un segundo se acercó y la besó. La besó tan profunda-
mente que parecía como si quisiera guardar aquel momento en una
cápsula mental eterna.
Érase una vez dos jóvenes; Brensait y Hortus, con un amor
mutuo tan grande que fue capaz de traspasar barreras impensables,
desafiando la comprensión y lógica, incluso, del mundo mágico al
que pertenecían.

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Capítulo 1
“La Mascarada.”

-¡D ispérsense! ¡No dejen que los alcance! Chris co-


rría y daba órdenes a los demás. Un gran grupo de
brujosguerreros los apoyaba. Los choques de energía llegaban de
uno y otro lugar. Era como una guerra pirotécnica.
La milicia de Makkrumbbero parecía mucho más poderosa
que nunca. Eran como discípulos recargados; veloces y resistentes.
Brensait se enfrentaba a su enemigo como mejor podía, pero el
sorpresivo ataque y su poca costumbre como una bruja completa,
viva y real, no la ayudaban mucho. Hacía exactamente un mes se
había consumado la reencarnación, pero seguía teniendo dificulta-
des para controlar su cuerpo, poderes y vida en general.
—Me decepciona tu regreso. No esperé tanto para esto.
Brensait ignoraba por completo las palabras de su rival. Ya era
suficiente la frustración que sentía al ir perdiendo la batalla.
La noche era más oscura de lo normal, de seguro Makkumbbero
también lo había manipulado. Estaban en una calle, más ancha que
las demás, que terminaba en una empinada subida hacia el cerro
donde antes vivía Alex. Antes de que algún enemigo misterioso
quemara su casa y la de sus cercanos hasta los cimientos.

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Nathalie Alvarez Ricartes

Makkrumbbero estaba cobrando venganza por lo sucedido a


Isabel, quien ahora estaba en perfectas condiciones, pero su her-
mano no olvidaba. Nunca lo haría.
—Quiero que les quede claro que no volverán a entrometerse
conmigo y mucho menos con Isabel —decía lentamente, al tiempo
que pisaba una a una las cabezas de varios brujosguerreros heridos.
Cirox estaba en la esquina opuesta tratando de liberarse de dos
letales discípulos. Ya casi no le quedaban fuerzas. Llevaban más de
dos horas en esa situación.
Viendo lo que Makkrumbbero hacía con los brujosguerreros
heridos, Brensait se acercó a enfrentarlo. Lamentaba terriblemente
no sentirse preparada aún, para utilizar las espadas. De seguro eso
le habría garantizado la ventaja.
En secreto, sin que su enemigo lo notara, juntó una bola de ener-
gía en su mano derecha. Resplandecía en un intenso color rojo. Poseía
una potente energía. Tomó impulso y la lanzó sobre Makkrumbbero.
El ataque mandó a volar por los aires al brujo de pelo blanco.
Se estrelló contra un auto estacionado en la calle. Se levantó unos
minutos después, más molesto que antes y contraatacó.
—¡Entiéndelo, no puedes vencerme! ¡No te dejaré vencerme!
—gritó emitiendo un poder parecido al de Brensait, pero de doble
tamaño. La joven alcanzó a esquivarlo, pero al chocar contra el
piso, explotó como una terrible bomba de energía, hiriendo a todos
los cercanos. Los Cinco Guerreros y los brujosguerreros que aún
quedaban en pie, cayeron sin poder evitarlo.
Estaba horrorizada. No podían estar muertos. No así. Pero
Makkrumbbero no había terminado y viendo que era la única en
pie se acercó hasta quedar a cinco metros de ella.
—¡Esto acaba aquí! —exclamó enviando un nuevo y vigoroso
flujo de energía. Brensait no se movía. Cirox, semiconsciente, la
miraba desde el suelo. No comprendía por qué no reaccionaba. El
impacto era inminente.
—«Nuevamente he fallado en protegerte. Lo siento, Alex… lo sien-
to, Brensait» —dijo en su mente viendo cómo el ataque se acercaba
de forma irremediable—. «No puedo creer que esto vaya a terminar
así» —Manifestó a punto de cerrar sus ojos.

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Letargo

Sin embargo, antes de caer rendido, vio algo que no esperaba.


Un rayo mucho más poderoso, de procedencia desconocida, formó
una especie de escudo frente a la joven. Era de un intenso color
púrpura. Percibido esto, perdió la consciencia.
Aquel rayo violeta había desviado y anulado el ataque de
Makkrumbbero, quien había desaparecido enseguida.
El rítmico sonido de unos zapatos chocando contra el piso pa-
reció interrumpir la calma tras la huida del enemigo. Un joven
vestido de negro, con una larga capa con hombreras y accesorios
en la misma zona, tal caballero del siglo diecinueve y un sombrero
de copa, cargaba entre sus brazos a una abatida Brensait. Estaba
desmayada y muy lastimada, pero no muerta. Luego, poniendo sus
manos sobre la coronilla de esta, curó cada una de sus heridas y,
finalmente, la dejó dormida sobre el césped.
—Cirox, despierta ¡Cirox! —la voz de Krimatt era demasiado
apacible, incluso cuando estaba un poco alterado.
—¿Qué…? ¿Dónde estoy? —Cirox todavía estaba confundido.
No era para menos. El último ataque Makkrumbbero había sido
el más letal de todos. Sin piedad había acabado con brujos, huma-
nos y cazadores. Estaba claro que buscaba terminar con Brensait,
ahora que estaba de vuelta y de paso crear la tan, ansiada guerra
entre ambos mundos—. ¿Dónde está ella? —preguntó refiriéndose
a Brensait.
—Está bien. Ansiosa porque despertaras.
Brensait había conservado cada uno de los recuerdos de Alex.
Al parecer, cuando se estaba completando la reencarnación y am-
bas chicas se tocaron, traspasaron sus vivencias de una a otra. Todas
y cada una de ellas. Alex había experimentado en carne propia todo
el dolor de la muerte de Hortus y al mismo tiempo, la conexión
que existía entre ella y los guerreros hizo que también ellos lo sin-
tieran. De diversas formas; con dolor físico, mental y emocional.
Cirox, siendo el más cercano, había sufrido las peores repercusio-
nes. Terminado el proceso, su cara estaba cubierta de sangre que
provenía de sus ojos, nariz, boca y oídos.
—¿Está bien?
—Mejor que todos los demás. No tiene ni un rasguño.

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Nathalie Alvarez Ricartes

—¿Cómo es eso posible? La vi muy mal herida a punto de


recibir un nuevo ataque.
—Suponemos que alguien la ayudó —en cuanto Krimatt men-
cionó estas palabras, Cirox recordó el potente rayo violeta que vio
antes de perder la consciencia.
—Un rayo violeta —dijo sorprendiendo a su acompañante—,
alguien invocó el rayo violeta.
—¿El rayo violeta? ¿Te refieres al famoso rayo violeta? —pre-
guntó Krimatt con incredulidad—, te recuerdo que son muy limi-
tadas las personas que pueden desarrollarlo. Quizás estabas desva-
riando.
—Estoy completamente seguro de lo que vi. —Cirox miró
con seriedad al joven botánico—. Alguien salvó a Brensait utili-
zándolo.
Krimatt miró por la ventana. La habitación del guerrero era
amplia, pero no muy iluminada. Además, los colores de las paredes
sumados a la decoración, que no variaban más allá del azul y el
negro, la convertían en un lugar, un tanto lúgubre.
—Solo he conocido, creo que a siete brujos con esa capacidad y
no recuerdo a ninguno de ellos que tenga motivos específicos para
querer salvarla.
—Pues, como consejo y también como favor, te pido que ave-
rigües al respecto.
—No necesitarás volver a mencionarlo —agregó con seriedad,
como si estuviera frente a un nuevo y estimulante reto —le diré
que puede pasar.
El chico de ojos grises abandonó la habitación y tan solo dos
minutos después apareció ella. Idéntica, pero con algunos matices
diferentes. Era Alex o era Brensait. Ambas lucían idénticas, pero
había un cierto brillo especial en sus ojos, el mismo que hacía com-
prender que la inocente adolescente de trece años había quedado
muy atrás. Muy dentro de Brensait.
Los brujosfilósofos aseguraban que se trataba de algo parecido
a una fusión; que en realidad ninguna de ellas había sido reempla-
zada, que convivían en el interior. Sin embargo, la personalidad,
costumbres, gestos y otros detalles, pertenecían por completo a

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Letargo

Brensait, la bruja reencarnada. Los detalles del mecanismo mágico


utilizado para lograrlo, aún era un misterio. Para la mayoría, aun-
que no para todos.
—Hola de nuevo —dijo al ver a su guerrero despierto.
—Estaba preocupado por ti —respondió él mirándola, bus-
cando indicios de alguna herida o secuela.
—Siempre lo estás —se acercó y le acarició el cabello. Estaba
como a ella le gustaba; rapado a los lados y largo al medio, como
una especie de mohica caída que no alcanzaba a ser tal. Algunos
mechones se precipitaban sobre su frente—. Puedes ver que estoy
sana y salva. Ni un solo rasguño.
—¿Recuerdas lo que ocurrió?
—Lo último que vi, fue un gran despliegue de poder de
Makkrumbbero, dirigido directo a mí —relató mientras fijaba su
mirada en algún punto específico de la pared, como tratando de
recordar otro nuevo detalle—. Antes de poder hacer algo para evi-
tarlo, caí al piso y no recuerdo nada más. Claro, hasta que Krimatt
y Khamus trataban de despertarme en el césped.
—Pero cuando caíste no estabas en el césped, ¿o sí?
—No, claro que no. Sé que alguien me ayudó, pero no tengo la
mínima idea de quién pudo ser.
Cirox le contó lo que había visto. Brensait sabía a la perfección
lo que era el rayo violeta y lo difícil que era encontrar a alguien que
pudiera invocarlo.
—¿Se te ocurre alguien?
—Por el momento no. Krimatt lo investigará —Cirox parecía
preocupado—. Escucha, tu reencarnación acaba de completarse y
no sabemos a qué tipo de criaturas atraerá eso cuando todos se
enteren. Quizás no deseaba salvarte.
—¿Qué quieres decir? ¿Piensas que podría haberme ayudado
para luego eliminarme con sus propias manos?
—No lo descarto.
Brensait sabía que tenía razón en temer. Claro, su principal
rival era Makkrumbbero y su odiosa hermana, pero también ha-
bía muchos, que no creían que su reencarnación programada fuera
posible y estarían tras sus pasos para averiguar, por las buenas o

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Nathalie Alvarez Ricartes

por las malas, cómo lo había logrado. De hecho, habría quienes sin
pensarlo, querrían acabarla, considerándola un fenómeno dentro
de los mismos brujos.
—Bueno, entonces que vengan, todos los que quieran —dijo
con determinación mientras se acercaba a la ventana—, estaré
esperándolos —sentenció dirigiendo una mirada llena de valor y
cierto grado de arrogancia a su guerrero, mientras este se la devol-
vía dibujando una leve sonrisa traviesa.
Después de ese brutal ataque, los Cinco Guerreros habían re-
sultado con lesiones diversas, pero pasados unos días, estaban to-
dos completamente recuperados.
—Deberíamos pedir un seguro médico —comentó Juan a
modo de broma—, primero ese extraño vínculo energético entre
Alex, Brensait y su reencarnación que casi nos mata, y ahora un
ataque de Makkrumbbero.
—Creo que es un poco exagerado decir que el vínculo con mi
reencarnación casi los mata. No fue para tanto —agregó Brensait
persiguiendo con la mirada al guerrero, que caminaba de un lado a
otro tratando de recordar algo que nadie sabía.
—¿Por qué se pasea de un lado a otro? —preguntó Cirox, el
último en reunirse en la sala mientras se preparaban para ver una
película.
—Está tratando de recordar una noticia que tenía para darnos,
pero por alguna razón la olvidó —respondió Juan Carlos riendo.
Cirox lo miró como si estuviera loco.
—¡Ey, vienen llegando Celeste, Krimatt y Khamus! —exclamó
Nino, quien los observaba desde la ventana.
Así, la película quedó suspendida. Pensaban retomarla más tar-
de, pero los chicos traían una noticia que cambió sus planes.
—Hemos venido a dejarles las invitaciones para la Mascarada
de este año —declaró Celeste con entusiasmo.
—¿La qué? —preguntó Andrés sin entender nada.
—¡Eso era lo que tenía que contarles! ¡Que hemos sido invi-
tados a la Mascarada de este año! —exclamó Juan desde el rincón.
—Es obvio que este año nos incluyeron por la novedad de ver
a Brensait —dijo Chris sin mucho agrado.

26
Letargo

—No puedo creer que aún exista la Mascarada, después de


todos los años que han pasado —comentó Brensait en evidente
estado de asombro—. Hortus y yo fuimos dos veces, si mal no
recuerdo.
—Te sorprenderás aún más cuando veas que la dimensión no
ha cambiado en lo absoluto —Cirox intervino riendo.
La Mascarada era una fiesta muy tradicional en el mundo de
los magos. Se celebraba cada quince de febrero y asistían personas
de todo el mundo, claro, si es que eran invitados. Se llevaba a cabo
en una dimensión paralela llamada Ristrok, donde el tiempo no
avanzaba. Estaban detenidos, por elección propia, en algo parecido
a un bucle de tiempo mágico que oscilaba entre mil setecientos
cincuenta y mil setecientos setenta.
—¿Siguen bajo el mismo sistema? —cuestionó incrédula.
—Todo idéntico —respondió Juan Carlos a Brensait.
Ristrok era gobernada por un Rey, el que había sido escogido
por sus propios habitantes cuando la dimensión se había transfor-
mado en un bucle de tiempo. El título se traspasaba de generación
en generación, pero existía la opción de destitución en caso de tira-
nía, abandono de deberes o cualquier otro motivo suficientemente
fuerte como para cuestionar su autoridad.
La dimensión había sido creada por un poderoso brujo, que
muchos aseguraban conocer, pero realmente nadie lo había visto
en ocasión alguna. En este lugar podía vivir quien lo deseara, pero
tenía que respetar al pie de la letra una serie de exigentes normas,
donde, una de las principales, era adecuarse al período de tiempo.
En ningún caso se permitían tecnologías que estuvieran fuera de
la época.
—¿Siguen viviendo las mismas cuarenta y cinco personas? —vol-
vió a preguntar Brensait levantando una ceja.
—No, eso sí ha cambiado. Ahora son ciento treinta y tres los
habitantes y el reinado sigue a manos de la misma familia —Juan
se había unido a la conversación.
—¡Pff ! ¿En serio tenemos que ir? —preguntó la joven recor-
dando lo mucho que le desagradaba la familia real.
—Creo que sí. Es el primer evento importante al que asistirás

27
Nathalie Alvarez Ricartes

como Brensait —recordó el líder de los guerreros—, no es que


muera de ganas por ir, pero es necesario. De esta forma, podremos
ampliar nuestro escenario.
—¿Ampliar nuestro escenario? —Brensait no comprendía a
qué se refería.
—Cirox nos habló sobre el rayo violeta. Sabemos que ya no
estás solo bajo la mirada de Makkrumbbero, así que si confirma-
mos asistencia a la Mascarada, de seguro todos aquellos que estén
interesados en ti, aparecerán.
—Será un excelente lugar para observar lo que nos rodea. A
los que nos vigilan —intervino Krimatt—, estoy completamente
de acuerdo con él.
El maestro de botánica se había vuelto uno más dentro del
grupo, al igual que Celeste y Khamus. Por desgracia, la cercanía
sufriría un revés cuando el primero de ellos viajara a Europa para
dar clases en un curso avanzado, mientras los otros dos, volverían a
Scutum, ahora ambos, como docentes. Celeste, como estaba previs-
to desde el año anterior, ocuparía el puesto de Krimatt y Khamus
seguiría con su asignatura de “Leyes y Derechos de un Hechicero”. El
retorno a sus funciones, estaba previsto para finales de marzo.
—Entonces, está resuelto. Iremos a la Mascarada de este año
—clamó Isaak con una sonrisa irónica.
Faltaban aún tres semanas para la fiesta y a Brensait no ter-
minaba de entusiasmarle la idea. De todas formas, había decidido
que haría el esfuerzo. Por su propio bien y el de los demás, lo haría.
Desde su regreso como Brensait, había retomado con más in-
tensidad los entrenamientos físicos y sus prácticas con las espadas.
Ahora debía aprender a manejar las dos al mismo tiempo. Sus po-
deres regresaban poco a poco. Sentía que su nivel aún no estaba
completo y quizás tardaría bastante el volver. Así que se esforzaba
en mejorar lo que sí dependía de ella.
—¡Vamos! ¿Eso es todo? —preguntó Cirox desafiándola mien-
tras se enfrentaban en un brutal combate cuerpo a cuerpo.
—Tranquilo, estoy recién tratando de volver a ser yo —dijo
jadeando tratando de incorporarse después de ser derribada por un
golpe en las costillas.

28
Letargo

—Sabes que no estaba de acuerdo en ir a este ritmo, pero tu in-


sistencia es mayor —recordó el guerrero, quien, aunque no lo dijera
en voz alta, notaba perfectamente la mejora en el nivel de la joven.
—Claro que insistí. Si no voy a este ritmo jamás recuperaré la
condición que tuve y que tanto necesito.
—Entiendo, pero es suficiente por hoy. Al menos por mi parte
—dijo el guerrero con seriedad al momento que se dirigía a dete-
ner la simulación que, en esta ocasión, era un árido desierto.
—¿Qué? —Brensait estaba indignada—. ¡No puedes hacer eso,
estamos comenzando!
—Ya lo dije. Se terminó por hoy —Cirox mantenía su actitud
tajante.
—¿Estás enojado conmigo?
—¿Debería estarlo?
—No respondas con otra pregunta.
Cirox sabía que Alex era terca y costaba demasiado conven-
cerla de algo cuando no quería escuchar, pero con Brensait notaba
que era simplemente imposible. Su carácter era mucho más radical.
—Solo dije que era todo por hoy. No estoy enojado.
—No me estaba quejando de nada. Puedo resistirlo.
—Iremos con calma. Tu nivel está subiendo, pero no es nece-
sario forzarlo.
—Claro que es necesario forzarlo. Si queremos vencer a
Makkrumbbero, por supuesto que lo es —la joven alzó la voz mo-
lesta.
—¡Sé que quieres vencerlo, yo también lo deseo, pero no es
agradable para mí ayudarte con golpes, viendo cómo sangras cada
vez que tenemos un combate!
Brensait no respondió. Se acercó, lo miró a los ojos y se sentó
en el piso.
—Lo siento —dijo en voz baja. Cirox la imitó y se sentó a su lado.
—No es necesario que te disculpes —sostuvo su mano—.
Quiero que comprendas que este tipo de entrenamientos no es lo
que necesitas. Si de pronto, Makkrumbbero decide atacar y tú estás
toda herida por una de tus prácticas, serás más un problema y no
una ayuda.

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Nathalie Alvarez Ricartes

—Lo sé. Me estaba precipitando —confesó avergonzada—, es


difícil. Es muy difícil…
—Nadie dijo que sería fácil —recordó mientras sujetaba su
mano con más fuerza sin que ella se opusiera—, pero saldremos de
esto, como siempre.
—Sí, solo debo acostumbrarme.
Brensait se refería a lo complicado que estaba siendo vivir con
los recuerdos y vivencias de ella y de Alex; por un lado su eterno
dolor por la muerte de Hortus y su arraigado deseo de acabar con
Makkrumbbero para cobrar venganza. Por otro, los sentimientos
de Alex por Cirox y la impetuosa forma en que las emociones con-
vergían en su interior. No era fácil no estar confundida, ni molesta.
Cirox había sido amable y comprensivo. Si bien, seguían siendo
cercanos, desde su reencarnación no habían existido las demos-
traciones de amor de ningún tipo, lo más cercano se limitaba a
abrazos y manos enlazadas, como ahora.
—Estarás bien. Estaremos bien —dijo el guerrero apoyando su
cabeza junto a la de ella.
—Lo estaremos —aseguró mientras limpiaba una gota de san-
gre rezagada que caída desde su nariz.
Cuando faltaba solo una semana para la Mascarada, Brensait
seguía sin entusiasmarse con la idea, pero hubo algo que podría
animarla.
—Tengo una condición para asistir a ese pomposo evento sin
un regaño más —estaban en medio de la cena. Nadie imaginaba a
qué se refería.
—Si hay algo en lo que Alex y tú son idénticas, es en la facilidad
que tienen para crear ideas extrañas —comentó Cirox sin mirarla.
—No importa lo que digas. Tengo una condición y espero que
la cumplan.
—¿Que la cumplan quiénes? —preguntó Juan.
—Ustedes —respondió posando su mirada por algunos segun-
dos en cada uno de los guerreros.
Si bien, a la Mascarada solo podían asistir brujos y algunos
híbridos, como Javier, en esta ocasión solo irían Brensait, sus
cinco guerreros, además de Celeste, Krimatt y Khamus, invitados

30
Letargo

permanentes en cada edición. Tiare y Javier se quedarían con


Andrés y Nino; lo hacían feliz porque tampoco eran admiradores
de ese tipo de celebraciones.
—Dinos ya —espetó Cirox seguro de que no le agradaría lo
que iba a escuchar.
Juan e Isaak intercambiaban escuetas miradas sin mucho inte-
rés en el asunto. Preferían seguir con su cena.
—Como dije, asistiré a esa velada sin objeción alguna si uste-
des aceptan que sea yo, quien escoja sus trajes.
Un silencio rotundo se apoderó del comedor. En el rostro de
Nino, Andrés y Tiare se dibujó una sonrisa pícara que deseaba aca-
bar en una gran carcajada.
—¡Ni lo sueñes! —exclamó Cirox.
—¿Por qué no? —preguntó haciendo una mueca de tristeza—,
tengo muy buen gusto —aseguró.
—Por mí no hay problema —Isaak sorprendió a todos con su
comentario.
—Traidor —regañó Cirox dedicando una mirada de falso odio
a su compañero.
—No sé que puede tener de malo. Es solo una fiesta —insistió
el guerrero con calma.
—¡Ven! Él está siendo muy maduro.
—Por primera vez en la vida —Cirox no pudo evitar el sar-
casmo—. De todas formas, ¿por qué quieres escoger nuestra ropa?
—Porque tengo una gran idea en mente.
Para este punto, los guerreros sabían que estaban condenados. Si
ya había una “gran idea” en su mente, no quedaba más que resignarse.
—Tengo una condición para ti —la inesperada intervención de
Chris sorprendió a los presentes.
—Te escucho —dijo la chica con seguridad.
—Tú podrás escoger nuestros trajes y a cambio, nosotros ele-
giremos tu vestido —el comedor se llenó de expresiones contro-
versiales.
Brensait no esperaba algo así. Sabía que se estaba arriesgando
al aceptar, pero era un juego divertido. Así que, con una amplia
sonrisa en los labios, dijo que sí.

31
Nathalie Alvarez Ricartes

Cirox miraba a su hermano y la joven pensando que se habían


vuelto locos. No quería imaginar cómo terminaría yendo vestido a
la fiesta. Agradecía tener que llevar máscara.
La cena recobró su orden. Comieron y más tarde, cada uno
se retiró a sus asuntos. Los cinco guerreros, además de Brensait
y Javier se reunían cada noche para analizar los ataques o sucesos
violentos que pudieran azotar a ambos mundos.
—Desde el último ataque solo hemos registrado algunos inci-
dentes aislados de parte de los cazadores —comentó Juan Carlos.
—Makkrumbbero debe estar cuidando a su hermana aún
—opinó Juan con molestia y los recuerdos del último ataque
llegaban a su mente como por arte de magia.
—Qué desafortunado lo que sucedió con ella. —Los oscuros
ojos de Isaak se clavaron en Brensait—. Si el cuarzo no hubiera
fallado, no tendríamos que preocuparnos por Isabel.
—Estaría muerta y nosotros en medio de una terrible guerra
—agregó Cirox.
—Esa guerra llegará tarde o temprano —Isaak adoraba con-
tradecir a su compañero.
—Prefiero más tarde que temprano. Mucho mejor cuando
Brensait se haya adaptado a sus poderes por completo —el herma-
no de Chris continuaba el debate.
Brensait solo los observaba. Isabel había quedado libre del efec-
to del cuarzo cuando la reencarnación se había completado. En ese
momento, la energía de Alex había disminuido demasiado, para dar
paso a la de su igual, lo que había provocado el fin del hechizo. No
lo habían sabido hasta hace muy poco, días antes del último ataque,
cuando ambos se había paseado por una ciudad de brujos jactándose
de su poder, mientras torturaban a algunos desafortunados aldeanos.
—Basta, eso ya no importa. Encontraré la manera de remediar
esa situación —Brensait se paró, hizo una señal de despido y se
retiró de la sala. No estaba molesta, pero sí cansada y le agotaba
aún más, hablar de esos temas, donde las cosas no habían salido
como las planeaba.
Los demás siguieron reunidos. Los bruscos cambios de humor
habían sido normales desde su regreso y entendían la razón. Lo que

32
Letargo

menos deseaban era presionarla. Era necesario darle tiempo y dejar


que se adaptara a estar en el mundo de nuevo, ya no como Alex, sino
como Brensait; la poderosa bruja que había jurado buscar venganza.
Un día después Brensait tenía una importante reunión con
Celeste. Habían planeado reunirse en un café ubicado frente a la
plaza de un conocido pueblo mágico, donde ambas habían pasado
importantes momentos de su vida.
—No puedo creer que hayas vivido en este lugar también —co-
mentó Celeste.
—No fue mucho tiempo. Pasamos aquí unos meses, mi padre
estaba constantemente cambiando de residencia.
—Entiendo. Nosotros vivimos aquí tres años, si no me equivoco.
—Nunca hablas mucho de tu familia, ¿no? —Brensait no re-
cordaba nada sobre algún pariente de su amiga.
—Algún día lo haré —se limitó a decir—, pero nosotras hemos
venido a otra cosa —agregó con un peculiar brillo de entusiasmo
en sus ojos.
—No nos iremos a casa sin esos trajes.
Como se evidenciaba, Celeste y Brensait estaban reunidas en
ese lugar para resolver el tema de los trajes que los cinco guerre-
ros llevarían a la mascarada. La chica de cabellos celestes, había
insistido en que en aquel pueblo existían las mejores modistas del
mundo de la magia, que podrían replicar de manera exacta, la idea
de Brensait y en muy poco tiempo.
—¿Realmente usarás el vestido que ellos escojan?
—No tengo opción. Además, confío en el buen gusto de Chris
—respondió observando sus uñas. Ya no movía sus dedos cuando
estaba nerviosa, de seguro ese rasgo, era propio de Alex y no se
había traspasado al completar la reencarnación.
—Dudo mucho que sea él quien decida.
—No me asustes, por favor —suplicó a su amiga—. ¿Qué hay
de ti? ¿Ya escogiste tu vestido?
—Lo hice el día después de recibir la invitación —confesó con
una sonrisa nerviosa.
—¡Vaya! Sí que estás entusiasmada con este evento.
—Digamos que es como una tradición para mí.

33
Nathalie Alvarez Ricartes

—Ya veo —Brensait recordó las dos mascaradas que había vivido
con Hortus y lo agradable que resultaron, aún con todos los prejui-
cios que había creado en su mente—. A mi padre nunca le gustaron
esos eventos. De una u otra forma, siempre terminaba peleando con
alguien. De todas formas, insistía en ir, desafiando a sus detractores.
Creo que esas malas experiencias, las pocas veces que fui con ellos
siendo todavía muy pequeña, generaron este rechazo en mí —su mira-
da, perdida entre las nubes, dejaba entre ver un cierto grado de tristeza.
—No es para menos.
—En fin —agregó despertando de sus pensamientos—, tene-
mos cosas por hacer, así que manos a la obra.
Caminaron hacia el este del centro del pueblo. Se adentraron
por unas calles angostas. A simple vista, el lugar recordaba a un
típico poblado de Brasov, con casas sencillas, pero hermosas, como
sacadas de una película medieval.
Celeste, lejos de su puesto como ayudante de Botánica Oculta
y Mágica, tenía un gusto bastante refinado en su vestimenta. Su
actual vestido largo y ceñido al cuerpo, con mangas largas y en
puntas de crepé, color granate, la hacía ver más estilizada y alta,
dándole un toque bastante elegante en cada paso que daba con sus
zapatos en punta planos a juego con el resto de la ropa. Brensait,
por su parte, llevaba un vestido corto, ajustado al cuerpo, con man-
gas largas de franela en color índigo, y sobre él una larga túnica
con capucha de color negro. Completaba su atuendo con pantys de
algodón negras y botas con tacón cortas.
Llegaron al final de la angosta calle, doblaron hacia la derecha
y llamaron a la puerta de la tercera casa.
—¿Estás segura de que están en casa?
—Tranquila. Siempre hay alguien a cargo de atender a los
clientes, en especial si son nuevos y se trata nada menos que de la
“bruja reencarnada”.
Brensait la miró y puso los ojos en blanco. Desde que se había
completado la reencarnación, muchas personas la llamaban de esa
forma, alentados por el misterio que involucraba su regreso progra-
mado. A ella le parecía una tontería y trataba de restarle importan-
cia, buscando, lógicamente, que dejaran de hacerlo.

34
Letargo

—Tómalo con humor. Es lo mejor que puedes hacer —acon-


sejó Celeste—, estamos en un pueblo en el mundo de los brujos,
a mucha distancia de tu hogar, así que es mejor que te relajes y
disfrutes de esto.
—Créeme, lo estoy intentando —sentenció respirando con
profundidad—, seré benevolente solo porque es un pueblo aparta-
do y eso hace a las personas mucho más curiosas, pero si salen con
alguna pregunta tonta, no lo dejaré pasar.
—Ok, ok —Celeste reía con ganas—. ¡Escucha, ahí viene al-
guien! —exclamó al sentir pasos cercanos a la puerta.
—Ya era hora.
Tras la puerta, apareció una chica de unos veintitrés años, de
cabellos muy rubios, retenidos en un gran moño con forma de to-
mate. Sus mejillas eran regordetas y rojas, pero el resto de su cuer-
po era bastante delgado. Vestía una blusa blanca con vuelos en el
cuello y las mangas y una falda muy larga, que parecía no tener fin,
de color marfil.
—¡Celeste! —exclamó con una amplia sonrisa. La abrazó con
fuerza.
—Lucía, es un gusto volver a verte.
Celeste le había comentado a Brensait que Lucía y su familia
llevaba décadas dedicadas al rubro del diseño y confección de ropa.
Si bien, usaban magia para refinar los detalles y darle toques, que
solo ellos podían, la mayoría del proceso se realizaba de manera
manual, casi artesanal.
La alegre chica saludó con entusiasmo a Brensait y luego las
invitó a pasar. Las atendió con jugo y algunos aperitivos mientras
esperaban a que su madre y hermana mayor regresaran.
—Hoy llegaba un pedido de telas de polvo de hadas. Se venden
muy rápido, especialmente estos días, por la mascarada, así que
partieron muy temprano a la estación para alcanzar a comprar.
—¿Polvo de hadas? —aún con sus recuerdos de la vida pasada,
Brensait no recordaba nada parecido.
—Es una tela muy cotizada para vestidos de fiesta. Es la moda
del momento. Su atractivo radica en el delicado brillo que emiten
las partículas del polvo que conforman la tela, el mismo que hace

35
Nathalie Alvarez Ricartes

que incluso se vea en oscuridad absoluta —explicó Lucía—, es fas-


cinante el efecto que produce —comentó entusiasmada.
—Ya veo —Brensait pensaba que nunca usaría algo así, se veía
demasiado princesa para ella. Rogaba que no fuera, precisamente,
esa la tela escogida por sus guerreros.
Esperaron cerca de media hora, hasta que por fin aparecieron
las dos mujeres. El padre y el hermano, mayor que las dos chicas,
salían cada mañana para buscar diferentes materiales mágicos y
naturales que utilizaban en la elaboración de cada prenda.
Después de presentarse y conversar sobre cosas no muy im-
portantes, la madre, llamada Pabla quiso conocer los detalles del
pedido de Brensait.
—Celeste nos dio cierta información, pero necesitamos cono-
cer más detalles. Debe saber que trabajaremos exclusivamente en
lo suyo para que esté listo a tiempo.
—No me gustaría que dejaran de lado otro pedido urgente por
el mío —manifestó la joven con seriedad.
—Hija mía, no hay de qué preocuparse. Tenemos todo bajo
control. Si debemos posponer algo, será lo que no es requerido
para la mascarada —explicó con amabilidad mientras elevaba con
su dedo una libreta desde la vitrina del frente—, tomaré nota de
todo lo que digas. Puedes comenzar —dijo haciendo una seña para
que la chica hablara, al mismo tiempo que, en la libreta se iban
plasmando, mágicamente, cada una de sus palabras.
No tardaron demasiado tiempo en definir todos los puntos ne-
cesarios para que los trajes fueran del agrado de la joven. Estarían
listos en dos días más. El siguiente lunes, durante la tarde podría
pasar a recogerlos, aunque para mayor seguridad, Brensait confir-
mó que iría el martes en la mañana.
Las tres mujeres de la casa resultaron ser muy amables y no
hubo manera de rechazar su oferta a tomar el té. Terminaron sa-
liendo de aquella casa cerca de las nueve de la noche. Atravesaron
el portal que las conduciría a la ciudad sin problemas. Desde que la
reencarnación se había completado, era mucho más fácil atravesar-
los, su energía era identificada de inmediato y ya no era necesaria
la prueba de sangre en ninguna parte.

36
Letargo

—Celeste, creo que ya es muy tarde para que regreses a la isla,


sería más conveniente si te quedas en casa.
—Si no es una molestia para nadie, acepto encantada.
—Y aunque le molestara a alguien. Eres mi invitada y eso lo
resuelve todo —sostuvo de manera tajante.
—Grandioso. Entonces vamos —Celeste no lo decía, pero le agra-
daba mucho más esta versión de su amiga; más decidida y honesta.
—Perfecto.
Krimatt y Khamus estaban de viaje por asuntos de trabajo y
regresarían un día antes de la mascarada. Celeste estaba tan acos-
tumbrada a su vida al lado de los dos, que cuando se ausentaban,
sentía que le faltaba una parte importante de su cuerpo. La oferta
de pasar la noche en casa de Brensait y su familia, le llegaba como
un regalo divino.
—¿Es idea mía o tu casa está más iluminada de lo normal? —pre-
guntó Celeste cuando llegaron al gran portón.
—También lo noté. Supongo que hay visitas para variar —La
cara de desagrado de Brensait, se debía a la gran cantidad de per-
sonas que habían estado en su casa desde que había vuelvo a ser
ella en totalidad. Casi todas las autoridades del mundo de la magia
habían estado ahí y realmente no entendía para qué. De todos mo-
dos, nunca habían sido un aporte muy eficiente en su lucha contra
Makkrumbbero—. Vamos, no te preocupes por ellos. Me asegu-
raré de que no permanezcan mucho tiempo —sentenció mientras
avanzaba rápido hacia la puerta principal.
Precisamente, en el interior se encontraron con dos hombres y
una mujer. Brujosfilósofos pertenecientes al Consejo de Seguridad
Internacional de Brujos. Brensait había escuchado algo sobre ellos,
pero de manera general, le molestaban todas las instituciones o en-
tidades y sus representantes, que “se hacían cargo” de los problemas
solo con reuniones protocolares y sin un actuar real. Su rostro, al
saludarlos, dejó en evidencia el desagrado que les producía encon-
trarlos en su casa.
—Querida, no queremos molestar. Hemos venido a traer no-
ticias en relación al caso del espía de Makkrumbbero —se apuró a
decir la única mujer de nombre Margaret.

37
Nathalie Alvarez Ricartes

—¿Lo encontraron? —preguntó impaciente recordando en un


segundo, todo lo ocurrido con Aries. El dolor y la culpa que por
siempre sentiría.
—No. Aún no, pero estamos cerca.
“No. Aún no, pero estamos cerca”. Las palabras se repetían en su
mente sin cesar. Desde la muerte de Brandon estaban tras ese su-
puesto espía y le parecía terrible que, siendo brujos y con todos los
recursos que tenían a su favor, lo único que tuviera para decir, era:
“estamos cerca”.
Cirox la miró desde su cómodo asiento en el sofá y se preparó
para lo que venía. Incluso siendo Brensait, conocía a la perfección
lo que expresaban sus ojos.
—¿Entonces cuál es la urgencia por venir a mi casa a traer no-
ticias que no son ningún tipo de aporte?
Los tres miembros del consejo se miraron. Realmente temían
decir algo en ese preciso momento.
—Brensait, ellos solo están cumpliendo con normas protocola-
res —intervino Chris tratando de apaciguar los ánimos.
—Lo entiendo, Chris. Pero, sinceramente, no sé qué es lo que
hacen estas personas. Su labor es mínima y aún así no han podido
cumplir como deberían. Te recuerdo que Aries está muerta junto a
un grupo importante de personas de la isla y todo esto pasó por su
ineficiencia —la rabia se notaba claramente en su voz y expresio-
nes—. No me pidas que los reciba como si fueran una gran visita
en mi casa.
El tenso ambiente no cesaría y el líder de los guerreros temía
que los demás guerreros apoyaran a la joven, porque claro, tenían
razones de sobra para hacerlo. Por este motivo, les pidió, de la ma-
nera más educada que encontró, a los tres miembros del consejo
que se marcharan. Sabía que este episodio terminaría siendo un
escándalo entre las autoridades, pero no le importaba demasiado.
En su rol de líder de los Cinco Guerreros, entendía que debía
responder de buena forma a los superiores, pero de un tiempo a otro,
coincidía en lo poco que hacían ellos para ayudarlos. Reprochaba
la forma en que dejaban todo en sus manos, como si derrotar a
Makkrumbbero fuera una obligación exclusiva de Brensait.

38
Letargo

Los tres brujosfilósofos se marcharon, evidenciando en sus ros-


tros, la profunda molestia que les causaba la actitud de Brensait. Chris
los acompañó hasta el portón y cuando ingresó a la casa, todo el mun-
do estaba sentado a la mesa, listos para cenar. Excepto Brensait.
—Brensait te espera en la sala, dijo que serían solo cinco minu-
tos —Cirox lo interceptó antes de que entrara al comedor.
—Muy bien. Por favor, diles que si deseen, comiencen a comer
sin nosotros —pidió antes de dirigirse a la sala.
La joven estaba apoyada en una de las grandes y elegantes ven-
tanas con amplia vista hacia los jardines. Su rostro serio demostra-
ba que aún estaba un poco fastidiada.
—Lo siento, Chris, pero no me pude controlar y quiero que sepas
que desde ahora en adelante, nunca más lo haré. Estoy harta de tener
que rendir cuenta a estos inútiles, sabiendo que ellos no se esfuerzan
por ayudarnos —las palabras salieron disparadas como balas.
—Tranquila. Estoy contigo —afirmó el guerrero—, no necesi-
tas explicar ni disculparte, comprendo exactamente cómo te sien-
tes y te apoyo. En la próxima reunión con las Autoridades quiero
que vengas con nosotros. Hay mucho que ellos deben escuchar.
—¿Hablas en serio? —preguntó la chica sorprendida.
—Totalmente. Es hora de comenzar a cambiar las cosas, des-
pués de todo, Brensait está de vuelta.
Con una mirada llena de complicidad, el líder de los guerreros
le regresaba la calma. Ahora estaba segura, que sus más cercanos
aliados, la apoyaban, incluso si eso significaba desafiar a la autoridad.
De esta manera, el tema quedó saldado. Al menos por ahora,
ya que volvería a surgir en la próxima reunión. Pero esa noche, des-
pués de la cena estuvieron hasta altas horas conversando y compar-
tiendo con algunos juegos de mesa mágicos que Celeste conocía.
Los días avanzaron, Khamus y Krimatt regresaron. Los tres
brujosfilósofos que habían estado en casa de Brensait comentaron
en cada lugar que pudieron el mal carácter del que era dueño la
“elegida”, ella por su parte, se divirtió escuchando las exageraciones
que habían inventado. A esas alturas y después de tantas cosas, lo
que menos le importaba, era el qué dirán, mucho menos si se ba-
saba en mentiras.

39
Nathalie Alvarez Ricartes

El día de la mascarada llegó y todos, excepto Brensait, parecían


bastante expectantes y nerviosos.
—¡Es solo una fiesta! —exclamó mientras hablaban del evento
en el almuerzo.
—Sí, y estará lleno de esa gente chismosa que tanto te agrada
—agregó Cirox entre risas para molestarla.
—Encontraré la manera de darle motivos para que hablen con
razón —sentenció dejando escapar una risita de maldad.
—Espera. Todavía no nos has dicho cómo iremos vestidos —es-
petó Juan.
—Falta poco para que lo descubran. Por cierto, ¿a qué hora
debemos salir de acá?
—La inauguración oficial es a las nueve de la noche. Creo que
estará bien si nos vamos a las ocho —propuso Chris.
—Muy bien. Entonces tenemos tiempo de sobra para alistar-
nos —dijo Brensait antes de comer—, sus trajes están listos y por
ahora solo diré, que tienen libertad para escoger los zapatos que
llevarán, sus máscaras y cualquier otro accesorio que deseen —to-
dos se miraron sin saber qué decir.
—Si me permiten —intervino Tiare—, tengo un regalo para
ustedes.
Se levantó del asiento y salió del comedor con rumbo descono-
cido. Minutos después regresó con una bonita caja mediana forra-
da en terciopelo color verde oscuro.
—No sabía si ya los tenían, pero de todos modos quise hacer-
les este regalo —dejó la caja sobre la mesa. Enseguida la abrió y
quedaron a la vista seis hermosos antifaces—. Espero sean de su
agrado.
Todos eran de color negro. Los de los hombres parecían he-
chos de metal, como el accesorio de un guerrero con armadura, con
algunos diseños curvos en la superficie y terminaciones en punta
sobre los ojos. Estaban ordenados los de Juan, Juan Carlos e Isaak
uno al lado del otro y bajo ellos, los de Chris y Cirox.
—¡Son maravillosos! —exclamó Brensait impresionada con el
gran trabajo, especialmente con los detalles.
—Tienen un sistema mágico imperceptible que permite que se

40
Letargo

adhieran sin que sea necesario alguna amarra o broche —comentó


Tiare—, y este es el tuyo —dijo señalando el que quedaba en la caja.
También de color negro, pero de encaje brocado con aplicacio-
nes de satín. Tenía un espectacular diseño con curvas y puntas muy
elegantes que simulaban alas. Justo en la zona superior de cada
ceja, tres cristales de color burdeo daban un toque aún más especial
y refinado.
—Tiare, es hermoso —Brensait no sabía cómo expresar lo
agradecida que se sentía. Nunca había sido muy buena demostran-
do sentimientos—. No era necesario, pero me encanta que lo hi-
cieras —lo tomó entre sus manos y apreció cada espléndido detalle.
—Aunque se trataba de una mascarada, nunca los escuché ha-
blar sobre las máscaras y supuse que, con tantas cosas en qué pen-
sar, las habían olvidado. Así que quise evitarles esa preocupación.
Alegres, todos se miraban entre sí. Porque claro, Tiare tenía ra-
zón; nadie había pensando por un segundo, en los antifaces. Ahora
ya tenían todo lo que necesitaban y estarían siempre agradecidos
con la chica por el acertado detalle.
Cerca de las cinco de la tarde, Brensait reunió a los Cinco
Guerreros en la sala. Traía consigo cinco bolsas de trajes. Era el
momento de ver cómo deseaba que fueran vestidos. Al mismo
tiempo, Chris portaba una gran caja de regalo blanca con un lindo
moño púrpura.
—Bueno, chicos, llegó la hora —Nino y Tiare no aguantaron
la curiosidad y se colaron en la reunión—. Cada una de estas bolsas
tiene el nombre de su dueño, así que tómenla y descubran lo que
hay dentro —finalizó con una sutil sonrisa.
Uno a uno los guerreros fueron abriendo sus respectivas bolsas
encontrándose con el contenido de su interior. Los ojos de Tiare y
Nino brillaron de emoción al ver los trajes.
—Debo admitir que pensé que sería peor —comentó Cirox,
levantando su vestimenta para apreciarla mejor. Eran todos igua-
les, pero cada uno tenía bordado el nombre de su dueño en el lado
izquierdo, a la altura del corazón, una pequeña insignia, tal como
los uniformes tradicionales de soldados. El traje estaba compuesto
por una camisa blanca, zurcida con hilo de color negro, que desta-

41
Nathalie Alvarez Ricartes

caba sobre el color de fondo. En el cuello unos finos bordados con


forma de equis se extendían en toda la superficie separados, cada
uno por medio centímetro.
Con un marcado estilo militar, como soldados de alguna guerra
del pasado, con broches metálicos plateados en doble fila, enfren-
tados, desde el pecho hasta la altura de la cadera, la chaqueta, en
color azul marino oscuro, idéntico al pantalón, fue del agrado de
todos los guerreros. En las mangas y el cuello, de tipo mago, exis-
tían detalles bordados idénticos al de la camisa, pero en color rojo.
Además, las mangas tenían una corrida de tres broches iguales
a los de la zona del pecho. Más arriba, hombreras de paño, decora-
das con cordones en color rojo, daban un toque aún más militari-
zado a la vestimenta. Por último, el pantalón poseía una fina franja
de color rojo en ambos costados de inicio a fin.
—Me gusta —reconoció Isaak.
—Estoy de acuerdo, también me gusta —afirmó Juan Carlos.
—Estaban subvalorando mi buen gusto —comentó la joven
haciendo una mueca de indiferencia.
—Cuando lo llevemos puesto, sabremos realmente el resultado
de tu buen gusto —señaló Cirox riendo.
—A mí también me agrada —admitió el líder de los guerre-
ros—, pero ahora es tu turno —le entregó la caja blanca con el
moño púrpura.
—Creo que tengo un poco de miedo —suspiró al tomar la caja.
Lista para ver lo que había en su interior.
Pero tal como pasó con los guerreros, Brensait quedó grata-
mente sorprendida al apreciar su vestido.
—¡Me encanta! Debo confesar que estoy maravillada con su
buen gusto —reconoció observándolo con calma.
Era un vestido estilo gótico victoriano en color burdeo, con un
acabado de diez centímetros en negro, además de listones del mis-
mo color en todo el rededor del término de la zona burdeo. Con
hombreras altas, acompañadas también con listones más pequeños,
negros y sin mangas. En la parte superior destacaba un corset fron-
tal con cordones negros cruzados. Detrás, a la altura de la cadera,
un gran y elegante moño negro sellaba un vestuario distinguido

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Letargo

y de muy buen gusto. Finalmente se completaba con guantes de


encaje negro extendidos hasta los codos y botas de cuero, también
de estilo victoriano, con un taco de siete centímetros y un largo de
treinta, con cordones de principio a fin.
—Te dije que le gustaría —Cirox le hablaba a su hermano con
entusiasmo.
—¿Tú lo escogiste? —preguntó Brensait a su guerrero más cer-
cano.
—Fue una decisión conjunta —aseguró Chris—, pero sí, fue él
quien sugirió que fuera este modelo —el guerrero aludido levanta-
ba una ceja sonriendo, manifestando su acierto.
—Muchas gracias. Será todo un gusto llevar este vestido —la
joven dirigió su mirada y una sonrisa a cada uno de sus guerreros,
a modo de agradecimiento.
Después de los comentarios y agradecimientos, cada uno vol-
vió a sus actividades. Brensait y Cirox entrenaron una hora, antes
de comenzar a prepararse para la fiesta.
A las ocho de la noche en punto, estaban todos listos para par-
tir. Tiare había trenzado el cabello de Brensait como solía usarlo
en su vida anterior (como hebras de ADN), pero en esta ocasión,
solo hasta el final de la cabeza, enseguida su pelo ondulado caía
libremente. El maquillaje había estado a cargo de Nino, pero era
bastante discreto; lo más intenso, era el labial color vino y la som-
bra negra en sus párpados.
Como correspondía en la dimensión a la que se dirigían, se
transportarían en un carruaje que habían contratado por esa noche
y contaba con un chofer y un asistente. Este último, era el encarga-
do de abrir y cerrar, en cada caso, el portal que los llevaría a Ristrok.
Antes de partir y con sus trajes y accesorios listos, Nino insistió
en hacerles varias fotos. Según ella se veían tan apuestos que man-
daría a enmarcar algunas de las capturas.
El viaje no duraba más de veinte minutos. Tardarían unos
cuantos en atravesar el portal y llegarían a un punto del pueblo
de Ristrok, desde donde recorrerían siete cuadras hasta arribar a
la Mansión Valjim, donde se llevaría a cabo la mascarada, como
siempre.

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Nathalie Alvarez Ricartes

—¡Diviértanse mucho! —exclamó Tiare mientras, junto a su


esposo, Nino y Andrés, los despedían con señas.
En el carruaje todos iban en silencio. A ninguno le entusias-
maba particularmente el evento, pero era necesario y quién sabe,
quizás terminaría siendo mejor de lo que esperaban.
El clima esa noche en Ristrok era mucho más agradable que
en su hogar. La noche estaba estrellada y la brisa era cálida. Por la
dudas, Brensait se había puesto sobre el vestido, una delicada capa
de raso, estilo medieval con capucha de color negro. Dada las con-
diciones del tiempo, bien podría haber llegado sin ella.
El carruaje se detuvo justo en la entrada principal. El lugar es-
taba lleno de gente. Personas de todo tipo de razas y edades deam-
bulaban apurando el paso para no llegar tarde, aún cuando faltaba
media hora para el inicio oficial.
—Y aquí estamos —señaló Brensait simulando una sonrisa.
—Pues, es hora de entrar. Mientras antes lleguemos, antes nos
iremos —agregó Cirox mirando a la chica de reojo.
—Basta con la ironía, por favor. Ya que estamos aquí, tratemos
que disfrutar un poco —sugirió Chris, dirigiendo su comentario
específicamente a Brensait y Cirox.
—Sí, sí. Lo haremos —aseguró su hermano con una risa re-
primida.
Todo en el ambiente parecía sacado de un baile del siglo die-
ciocho; los recepcionistas en la puerta, las vestimentas de los invi-
tados, los adornos, absolutamente todo. Brensait recordaba bien la
última vez que había estado en la Mascarada y podía notar que el
estilo había cambiado bastante; se habían modernizado, al menos
un siglo.
Como siempre, cada invitado debía ser presentado frente a los
que ya estaban. Para esto, una vez que atravesaban la entrada prin-
cipal, eran conducidos a una sala de espera desde donde serían
anunciados. En ese momento, bajarían por uno de los lados de una
larga escalera doble, con un amplio descanso en el centro, donde
esperarían dos minutos y terminarían de descender para formar
parte, por fin, de la fiesta.

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Letargo

—Había olvidado esta parte de la presentación —comentó


Brensait sin ganas.
—Ten por seguro que en tú caso, no serán solo dos minutos
—insinuó Juan sonriendo.
—Ni lo menciones —Brensait suspiró.
El encargado les hizo una seña para que ingresaran a la sala.
Allí esperaron cerca de cinco minutos y fue su turno para bajar.
Desconocían cuánta gente había ya en el gran salón, pero faltando
solo quince minutos para el inicio, lo más seguro es que estuvieran
casi todos los invitados.
Dentro de la sala, acordaron que primero saldrían Chris y Juan,
seguidos de Brensait y Cirox, como era de suponer y finalmente
Juan Carlos e Isaak.
Sintiendo los nervios subir desde el estómago hasta la gargan-
ta, Brensait salió acompañada de su guerrero. Esperando que todo
fuera bien. Caminaron a través de un largo pasillo, un tanto oscuro
y atravesaron una enorme puerta dorada que los llevó directo al
origen de la escalera, desde donde fueron anunciados.
—“A continuación hacen ingreso los jóvenes Chris, Juan, Cirox,
Juan Carlos e Isaak, más conocidos como los Cinco Guerreros, junto a la
señorita Brensait”
Dijo una voz en off, proveniente de algún lugar que nadie veía.
Abajo, en el gran salón, la fiesta, incluso la música, se detuvo. Todos
voltearon sus rostros hacia ellos, parecían congelados en el tiem-
po. Brensait llegó al descanso sin mirar a nadie. Se sentía menos
ansiosa de esa forma. Cirox sujetaba su brazo con fuerza, como
demostrándole que estaba ahí para ella.
Los hicieron quedarse tres minutos en el descanso. Luego ba-
jaron, para finalmente llegar al gran salón. Allí fueron intercep-
tados por varias personas que añoraban saludar a la chica. Todos
fueron educados y muy gentiles. Resultó mucho mejor de lo que
Brensait esperaba.
Después del inicio oficial, donde volvieron a mencionar su pre-
sencia, leyeron algunos discursos e incluso hubo un acto de músi-
ca clásica seguido de un cocktail. Numerosos garzones, igualmente
enmascarados, se paseaban de un lugar a otro, con bandejas de co-

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Nathalie Alvarez Ricartes

midas y bebidas de muchos tipos. Era casi imposible probarlos to-


dos. Una banda, muy popular entre los brujos, con marcado estilo
gótico, amenizaba la fiesta.
Entre la multitud, era difícil encontrar a alguien, pero fue agra-
dable cuando Celeste, Krimatt y Khamus aparecieron junto a ellos.
La chica lucía realmente espléndida con un vestido estilo medieval
de raso en color negro (como solían ser sus vestimentas), con man-
gas largas terminadas en punta con aplicaciones de cintas plateadas
en los bordes, como también en el escote. Era sencillo, pero refina-
do. Su cabello estaba peinado con una trenza tipo diadema y lo que
más llamaba la atención, era el tipo de antifaz que usaba porque
no era como el que portaba la mayoría; el de ella estaba pintado
en color azul petróleo y abarcaba toda la zona de los ojos en forma
horizontal para luego, dar paso a unas puntas que se extendían has-
ta sus labios por el borde externo de sus mejillas y de igual forma
hacia arriba, desde la cejas, hasta converger en el centro de la frente.

—¡Celeste, te ves maravillosa! —exclamó Brensait al saludarla.


—Muchas gracias, tú también te ves increíble —aseguró.
Krimatt lucía una camisa gris de satín y sobre ella, un chaquet
negro con botones, del mismo tono de la camisa. En el cuello, a
modo de corbata, llevaba un pañuelo de seda negro perfectamen-
te amarrado. Su chaqueta con cola, estilo victoriano, con solapas;

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Letargo

impecable y elegante, negra, un tanto más brillante con botones de


bronce hacía juego con el pantalón ajustado y los zapatos alargados
con puntas metálicas. Parecía sacado de alguna pintura clásica. Su
antifaz era, llamativo, por decirlo menos. De un material metálico
mágico, en color negro, bajo los ojos agregaba otra estructura de
metal, pero en dorado, con terminaciones curvas, con relieves y de-
talles típicos de la ornamentación victoriana. Desde el comienzo de
la nariz, ascendiendo hacia la frente, el cráneo de un cuervo, creado,
sin duda, con magia, generaba cierto temor en algunos asistentes,
pero para Krimatt resultaba todo un emblema. El cuervo repre-
sentaba más para él, de lo que cualquiera pudiera llegar a imaginar.
Khamus, por su parte llevaba una fina túnica en color granate
con detalles y terminaciones negras. Cubría todo su cuerpo, pero
desde las caderas hacia abajo, tenía aperturas en los costados, desde
donde se podía ver su pantalón, también negro, con amarras en los
lados. Para completar su traje, usaba unos botines cortos de charol.
Su máscara cubría todo el lado izquierdo del rostro, mientras que
en el derecho, se limitaba solo a su ojo. Era metálica, de un material
casi idéntico a la de Krimatt, pero en tonos tornasol que cambia-
ban dependiendo de la luz que enfrentaran.
—Qué elegancia, chicos —comentó Brensait.
—La ocasión lo ameritaba —respondió Khamus con una cau-
tivante sonrisa.
—Luces radiante —reconoció Krimatt a la chica—, y qué decir
de ustedes, guerreros. Creo que la elección de Brensait ha sido muy
acertada —estaba convencido de ello.
—Gracias, gracias —Brensait tomaba con humor el crédito
que su amigo le estaba dando.
Conversaban animadamente, cuando Brensait sintió una pre-
sencia que llamó su atención. Se dio vuelta y frente a ella encontró
el rostro, también con un antifaz pintado, de un desconocido joven
que la miraba de pies a cabeza, intimidándola.
—¡Ay, eres tú! —exclamó Celeste desde el otro extremo—.
Brensait, chicos; él es mi hermano mayor Sebastianh.
Todos los presentes se miraron sin entender nada. Frente a ellos
un joven de intensos ojos y cabellos negros, tez bastante pálida y

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Nathalie Alvarez Ricartes

facciones pronunciadas ¿Desde cuándo Celeste tenía un hermano


mayor? ¿Cómo era que nadie, ni siquiera Krimatt o Khamus sabían
de su existencia?
Pero no saber que ella tuviera un hermano, no fue la mayor sor-
presa para todos, porque los Cinco Guerreros sabían perfectamen-
te quién era ese joven que no parecía tener más de veintitrés años.
—Buenas noches —su voz pausada y profunda detuvo el es-
tado de sorpresa—. Lamento interrumpir. En verdad no era mi
intención, pero fue inevitable resistirme a ver frente a frente a la
señorita Brensait —su peculiar estilo resaltaba en elegancia y clase,
como si realmente se tratara de un caballero perteneciente a una
época anterior. Su vestimenta estaba compuesta por una chaqueta
de terciopelo de un intenso color vino, con solapa negra, lugar don-
de destacaba un particular prendedor con forma de diablillo rien-
do, accesorio que resultaba bastante coqueto. Se complementaba
con botones negros y se extendía un poco más abajo de sus caderas.
A esta se sumaba una camisa blanca, una corbata roja, un chaleco
de traje negro, combinado a juego con un pantalón de poliéster y
zapatos del mismo color en punta y con un ligero taco, que emitían
un característico sonido al caminar. Su antifaz, también pintado,
era negro y abarcaba desde la mitad de la nariz hasta el final de
la frente y el diseño era tan espectacular que parecía un verdadero
bosque pintado sobre un lienzo por el mejor artista de la época.
Sin duda, se había esmerado por obtener ese maravilloso resultado.
Brensait se preguntaba por qué no se le había ocurrido usar
un antifaz como ese y la sorprendía que, justamente ellos, siendo
hermanos, hubieran escogido la misma técnica. Quizás se habían
puesto de acuerdo.
La chica estaba a punto de responder el saludo, cuando el joven
se adelantó, tomando su mano para besarla. Lo que pasó ensegui-
da fue como si un enorme balde de agua fría hubiera sido arroja-
do a su espalda. Fugazmente vio en su mente, una tras otra, cada
instante en que la misteriosa sombra había aparecido en su vida;
para cuidarla en la ventana de su antigua casa, cuando se desmayó
en Neón Burdeo mientras bailaba, cuando sufrió el accidente en
la línea férrea, cuando recuperó la memoria, cuando el inminente

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Letargo

ataque de Makkrumbbero amenazaba con matarla y un inesperado


rayo violeta la protegió. En todas, y cada una de las ocasiones en
que estuvo presente. Sin explicación, sin un sentido concreto, el
hermano de Celeste le estaba confirmado que siempre y en todo
momento, la extraña y misteriosa sombra, había sido él.
—Eras tú. Siempre fuiste tú —dijo sin poder contenerse. Él
soltó su mano y la miró directo a los ojos.
—De alguna forma, yo estoy en todos lados.
Brensait no lo había notado, pero el tiempo se había detenido,
las personas parecían congeladas a su alrededor. Nadie había visto
la reciente escena entre ella y Sebastianh.
—No te preocupes. Si tú lo deseas, esto seguirá siendo nuestro
pequeño secreto —comentó justo antes de tronar sus dedos ha-
ciendo que todo volviera a la normalidad.
La joven, aún impactada, trataba de actuar con normalidad.
Lo saludó como si nunca lo hubiera hecho y vio cómo lo hacían
también el resto de sus amigos.
—¿Cómo es que nunca supimos que tenías un hermano? —pre-
guntó por fin, Khamus.
—No es que vaya por la vida hablando de mi familia —respon-
dió con total normalidad la chica de cabellos celestes.
—En eso tiene razón. Yo la conozco hace más de tres años y
nunca me ha contado nada al respecto. Tampoco es que haya pre-
guntado —agregó Krimatt.
El misterioso joven tenía una gran fama en el mundo de la
magia. Era conocido como el Señor o Mago de las Sombras y la
opinión estaba dividida entre quienes lo consideraban bueno y
quienes le temían.
Cirox conocía la reputación que tenía con las mujeres y no le
gustó en lo absoluto cómo miraba a Brensait, así que decidió sa-
carla a bailar.
—Es un placer para mí bailar la primera pieza contigo —afir-
mó la joven mientras caminaba con él hacia la pista.
Había por lo menos, veinte parejas listas para bailar. El tipo de
danza era idéntico al que se bailaba en el mundo de los no brujos
durante el siglo dieciocho. Era todo un espectáculo ver aquella

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Nathalie Alvarez Ricartes

escena donde todos vestían atuendos clásicos y ocultaban sus


rostros tras los antifaces. Brensait recordaba a la perfección cada
paso de baile y su compañero no lo hacía nada mal; parecía todo
un conocedor de la época. La joven recordó que aún no tenía claro
cuál era la edad real de Cirox.
—Es muy reconfortante estar cerca de ti de esta manera, como
si fuéramos una pareja normal —comentó el guerrero antes de ser
separados por una gran vuelta, típica del baile.
—¿Y no lo somos? —preguntó ella cuando se reencontraron.
—Dímelo tú —susurró en su oído con galantería.
El resto de las parejas seguían los pasos tradicionales del baile,
pero ellos se mantenían abrazados, ignorando al resto del mundo.
—Me parece que es inútil ignorar y tratar de ocultar lo que
sentimos.
—¿Qué haremos al respecto? —la música sonaba de fondo
dando un especial ambiente a la conversación.
Desde el otro extremo, la mirada inquisitiva de Sebastianh no
los abandonada. Pero no era el único; la singular cercanía de los dos
jóvenes atraía a varios curiosos que buscaban averiguar el motivo.
—Me parece que quiero decirle al mundo que nuestra relación
no es solo de amigos o de compañeros.
—Eso hará explotar los comentarios entre la sociedad bruja.
—Ahora es cuando menos me importa —aseguró acercándose
peligrosamente a su boca, mientras él seguía sus movimientos con
plena atención.
Sin miedos, ni arrepentimientos, cruzó sus brazos por el cuello
del guerrero, con decisión. No quería comenzar a vivir esta nueva
oportunidad con miedo y mucho menos preocupada de lo que el
resto diría.
—Hace días que moría por hacer esto —manifestó justo antes
de besarlo como nunca antes; con pasión, determinación y entrega.
Llenándose de su sabor y sintiendo cómo el fuego ascendía desde
sus pies hasta llegar a la boca para complementar el beso y seguir
subiendo hacia su cabeza—. ¡Te extrañaba! —exclamó, momento
en el que Cirox respondió con más frenesí, mientras todos los
que notaron lo que sucedía, agrandaron sus ojos, dominados

50
Letargo

por la impresión del momento. Chris y el resto de los guerreros


no lo podían creer. Isaak no pudo esconder la molestia que le
ocasionada aquello. No debía ser el único, después de todo, una
relación amorosa entre Brensait y alguno de sus guerreros, estaba
totalmente prohibida.

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Capítulo 2
“¡Feliz Cumpleaños!”

S iete días habían pasado desde la Mascarada. Se habían


divertido hasta más no poder, pero a la mañana siguien-
te, comenzó a propagarse el escándalo causado por el beso entre
Brensait y Cirox. Todo el mundo parecía espantado y con el dere-
cho gratuito a opinar. La mayoría de los más críticos nunca habían
visto en persona a ninguno de los dos señalados.
—Las autoridades han convocado a una reunión —Chris venía
entrando a la cocina, donde todos los demás se preparaban para
desayunar. Parecía molesto.
—¿A quiénes? —preguntó Juan.
—Los cinco. Hoy a las cuatro de la tarde.
—¿Los cinco? ¿Qué sucede conmigo? —Brensait no podía
ocultar su somnolencia.
—Tú no tienes que ir
—¿Cómo que no tengo que ir? Todo esto es por lo que sucedió
en la fiesta. Debería ser solo yo, la que acuda a esa reunión.
—Pues ellos no lo creen de esa forma —el líder de los guerreros
trataba de mantener la calma, pero le estaba costando trabajo. En
la misma mascarada, Brensait y su hermano le habían confesado

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Nathalie Alvarez Ricartes

los detalles de su romance. No podía evitar sentirse dolido por no


haber confiado en él y contárselo antes. Especialmente Cirox, a
quien, en más de una ocasión, le había preguntado al respecto.
—Por ahora no diré nada. Me limitaré a desayunar y volveré
a dormir. Estoy aquí solo porque el hambre me despertó —ha-
bló la joven mientras se preparaba un plato de fruta con yogurt y
cereales—, pero ya me haré el tiempo para hablar con esas seudo
autoridades —agregó.
La noche anterior habían estado entrenando hasta muy tarde y
el cansancio permanecía.
Brensait acabó su desayuno y se retiró, sin pronunciar palabra
alguna. Entró a su habitación y se durmió. Quería olvidarse por un
momento de todo; le dolía el cuello y las costillas. El nivel de los
entrenamientos estaba subiendo a gran velocidad y por momentos,
se transformaban en algo bastante brutal.
Pero cuando regresó a la realidad, lo que le esperaba no era
mucho mejor que lo que había dejado antes de dormir.
—Cirox está suspendido de sus funciones de manera indefi-
nida —dijo sin anestesia Chris, mientras su hermano lo miraba
desde el otro extremo de la sala.
—¿De qué estás hablando? ¿Por qué hicieron eso?
—¿Por qué crees tú? —preguntó Isaak con ironía.
—¡Cállate! No estoy hablando contigo —advirtió haciendo un
movimiento con la mano derecha que mandó directamente al sofá
al guerrero y le impidió abrir la boca.
—No pensarás dejarlo así por siempre, ¿o sí? —Juan entraba
recién en la habitación.
—Estará así tres minutos —respondió ella sin darle mayor im-
portancia—. Ahora explícame por qué te apartaron de tus funcio-
nes —espetó acercándose a Cirox.
—Es simple. Sabíamos que si algo pasaba entre tú y yo, me consi-
derarían incapacitado para desempeñarme como uno de tus guerreros.
—¡Pero eso es estúpido!
—Aunque lo sea, son las reglas —recordó Chris con seriedad.
—Pueden hacer lo que les plazca con sus reglas. ¡Esto no se
quedará así!

54
Letargo

Sin alcanzar a decir algo más, los guerreros fueron testigos de


la desaparición de la chica. Nadie sabía dónde había ido, pero po-
dían apostar a que tenía relación con las autoridades.
Precisamente, segundos después, llegó hasta el gran salón, don-
de los miembros del Consejo de Magia, solían reunirse. Abrió la
puerta de golpe usando su magia. Todos estaban ahí. La habitación
era amplia, alargada. Con una enorme mesa triangular con bor-
des de plata y una peculiar decoración clásica, como de la época
medieval. Brensait se preguntaba si era necesario tanto lujo. Las
paredes estaban decoradas con retratos de antiguos miembros del
consejo y por el borde de toda su extensión, apegado a la pared
unos confortables sofás invitaban a los visitantes a descansar. Un
ventanal de todo el largo y ancho de la pared que daba hacia el
norte, iluminaba el lugar. Sin duda, esta sala de reuniones no tenía
nada que ver con la que ella, recordaba de su antigua vida.
—No sé si estás al tanto, pero en este mundo, así como en el de
los mortales, es de mala educación entrar sin golpear antes —dijo
Amelia con cara de desaprobación.
La joven no se molestó en responder. Aprovechando que esta-
ban todos sentados alrededor de la mesa triangular, cerró sus ojos
y extendió sus manos a la altura de su nariz. Sacudió sus dedos y
de ellos salió un resplandeciente polvo verde que, con velocidad,
se esparció sobre todos los miembros del consejo. Segundos más
tarde, todos estaban inmovilizados en sus asientos sin tener opción
alguna de liberarse.
—Ahora ya estoy segura de que me escucharán sin interrup-
ciones —sentenció con autoridad—, he venido hasta aquí para
manifestarles mi molestia con respecto a la decisión de marginar a
Cirox de sus labores como uno de los cinco guerreros.
Los ahora, prisioneros de Brensait, no estaban seguros de que-
rer intervenir.
—Las reglas son claras y él faltó a una de las más graves —se
atrevió a decir Clemente.
—Pues, déjenme decirles que yo no tengo ninguna obligación
con ustedes —se detuvo y los miró con rabia—. Si estoy aquí no
es, precisamente, por su ayuda. En realidad no han colaborado

55
Nathalie Alvarez Ricartes

en nada, absolutamente en nada, para facilitar la detención de


Makkrumbbero. En mi otra vida juré regresar y acabar con él por
un motivo personal, que solo me involucra a mí; si ustedes cuentan
con mi ayuda para que él no acabe con nuestro mundo y el de los
no brujos, tendrán que aceptar mis condiciones.
De pronto, uno de los brujos presentes, el más poderoso,
Lautaro, logró vencer el hechizo de la chica. Estaba listo para ata-
carla, pero ella era más rápida. Viendo que se acercaba con eviden-
te violencia, extendió ligeramente su mano derecha y como si de
ella saliera un lazo transparente, lo cogió del cuello restringiendo
todo movimiento. Era un nuevo ataque de energía que, de seguro,
había aprendido años atrás.
—Ni lo intentes —amenazó mirándolo con demasiada segu-
ridad—, harán lo que les digo. Cirox volverá a sus funciones y si
él y yo tenemos una relación amorosa no es asunto de ustedes. Si
no cumplen e insisten en hacerme actuar bajo sus propias reglas,
les aseguro que ya no solo tendrán que temer de Makkrumbbero
—agregó al momento que los vidrios del gran ventanal explotaron,
esparciendo sus trozos por todas partes. Los cuadros de las paredes
cayeron, todos al mismo tiempo. Enseguida desapareció dejando
en el salón, una colección de rostros desconcertados e intimidados.
Era obvio que ya no se podía tratar a Brensait, como lo habían
hecho con Alex. En parte, podrían ser la misma persona, pero de-
finitivamente la letalidad de la joven hija de Félix, estaba de vuelta
y no tenía intención alguna de obedecer sus órdenes.
Regresó a casa sin dar ningún tipo de explicación. Esperó du-
rante todo el día algún llamado o convocatoria para sus guerreros,
pero nada de eso pasó. En cambio, cerca de las ocho de la noche,
un mensaje inesperado apareció en medio del comedor mientras
cenaban.

“Cirox puede regresar a sus funciones normales como uno de los


Cinco Guerreros. Desde este momento, dejaremos de intervenir
en las decisiones personales que él o Brensait tomen.
Atentamente,
Consejo de Autoridad de la Magia.”

56
Letargo

Estuvo por dos o tres minutos suspendido en el aire, en lo que


parecía un algodón dulce, de color azul, el que luego desapareció,
dejando una sutil estela de humo.
Todos detuvieron sus cubiertos. Nadie seguía comiendo.
Estaban impactados con el anuncio. Los Cinco Guerreros sabían
que Brensait estaba detrás de esto, pero preguntar solo traería mo-
mentos incómodos. De todas formas, se enterarían de los detalles
de una u otra manera.
—Excelente. Asunto resuelto —comentó la joven para luego
continuar comiendo.
Cirox miró de reojo a su hermano y recordó que aún tenían
una conversación pendiente. Pensaba que sería raro poder estar con
Brensait libremente, sin que fuera un secreto y esperaba que las
cosas resultaran bien.
Febrero estaba acabando, Brensait había prometido reunirse
con Celeste, Krimatt y Khamus el día veinticinco. Así que salió
de su casa temprano acompañada de su guerrero favorito. Cirox
daría clases de conjuros y entrenamiento corporal defensivo junto
al Señor Ángel, a varios grupos en una ciudad cercana y era posible
que no regresara en algunos días.
—No debería permitir que te fueras. Mis guerreros no pueden
abandonarme —dijo abrazándolo por la cintura.
—Como máximo serán tres días. No tendrás tiempo de extra-
ñarme —aseguró justo antes de besarla—, cuando regrese hablaré
con mi hermano, ya no soporto la distancia entre nosotros. Debo
resolverlo.
—Quizás deberíamos hablar ambos con él.
—Preferiría hacerlo solo. No te lo tomes a mal, pero lo conoz-
co. Sé que está molesto conmigo, no contigo.
—Comprendo. No te preocupes, hablarás con él y las cosas se
solucionarán.
—Espero que tengas razón.
Se despidieron y cada uno tomó el camino que le correspon-
día. Cirox debía caminar un par de cuadras donde el señor Ángel
pasaría por él. En cambio, Brensait se teletransportó hasta el café
donde había acordado reunirse con los demás.

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Nathalie Alvarez Ricartes

—¡Chicos, disculpen la demora! —exclamó al verlos en la ter-


cera mesa junto a la ventana. Era un café sencillo y no muy grande,
se ubicaba en una pequeña ciudad llamada Briot y la especialidad
de la casa eran las infusiones de hierbas mágicas y los cupcakes de
murtilla—. ¿Y los demás? —preguntó al ver a Celeste sola.
—En teoría, deberían estar por llegar, pero en la realidad, sé
que por lo menos están a media hora de aparecer.
—Ya veo —Brensait se acomodaba en el enorme sofá con res-
paldos de manera trenzada—. Bueno, pidamos algo para la espera.
—Magnífico.
La orden no tardó en llegar. En pocos minutos ambas disfru-
taban de un gran tazón de infusión de ajenjo y melisa acompañado
de un pequeño trozo de pastel de murtilla y durazno.
—Supe que todo se resolvió contigo y Cirox. Ahora pueden
disfrutar de su relación sin que sea un secreto.
—Como siempre debió ser —respondió ella con determina-
ción—. Era el momento preciso para poner en línea a esos inefi-
cientes del Consejo. En vez de ayudar solo han resultado ser un
dolor de cabeza.
—¿No te da miedo? Me refiero, no temes desafiarlos y salir
perjudicada.
—Celeste, yo no tengo nada que perder. Lo perdí todo en mi
vida anterior. Así que ahora estoy aquí solo para concluir lo que
está pendiente.
—Lo tienes a él, a Cirox y a todos los que han estado contigo
desde que, siendo Alex, te enteraste de la verdad.
Brensait no respondió. No había considerado aquello, desde
el despertar de su reencarnación, estaba tan cegada por el objetivo
que la había traído de vuelta, que estaba pasando por alto los nue-
vos lazos que poseía.
—Escucha, no quiero sonar molesta con lo que estoy diciendo,
pero creo que es necesario que consideres el hecho de que quieras
o no; no estás sola y esas personas que te estiman y se preocupan
por ti, podrían estar en peligro si provocas la ira de los poderosos
—agregó Celeste.
—No me molesta. Tienes razón, no lo había visto desde esa

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Letargo

perspectiva y creo que debo calmarme —reconoció mirando a su


amiga a los ojos—, pero solo un poco, porque no pretendo permitir
que ellos pasen sobre mí y eso, involucra también a quienes están
de mi lado. No te preocupes, que cuidaré de ellos, de ti, de todos.
—Nosotros también lo haremos. Esta causa nos unirá hasta
la muerte e incluso más allá. —Celeste demostraba mucha más
empatía y complicidad desde que Brensait había completado su
reencarnación, como si hubiera un motivo más profundo y desco-
nocido que las uniera.
Ambas sorbieron un largo trago de su infusión.
—Ahora que estamos hablando de cosas delicadas, podrías de-
cirme por qué nunca nos hablaste de tu hermano o de tu familia
en general.
—Nadie preguntó —respondió ella relajada con una sonrisa—,
en verdad no suelo hablar mucho de mi familia. Sebastianh y yo
nos queremos mucho, pero sucedieron tantas cosas en nuestras vi-
das que era imposible seguir siendo tan cercanos. Cada uno tomó
su rumbo y sobrevivió como pudo —se detuvo y tomó otro tra-
go—. De todas maneras, la historia de mi familia es lo suficien-
temente complicada y deprimente como para andar por la vida
compartiéndola. No es nada contra ustedes o la confianza que les
tenga, es solo que decidí, hace muchos años, dejar esa parte de mi
existencia oculta.
—No seré yo quien se entrometa en lo referente a una familia
complicada. Comprenderás que para mí tampoco es un gran orgu-
llo hablar de mi padre —Brensait nunca había podido definir cómo
percibía a su padre realmente, ni lo que representaba para ella.
—Estamos en situaciones similares, entonces.
—Lo que no entiendo es cómo me conocía tu hermano, no lo
recuerdo de mi vida pasada.
—Supongo que quería, como todo el mundo, conocer a la fa-
mosa Brensait.
—No, no creo que se trate solo de eso —no quería dar más
detalles, pero Sebastianh sin lugar a dudas, la conocía desde antes.
No por nada, había sido su silencioso guardián desde hacía mucho
tiempo, quizás desde mucho antes de lo que ella creía.

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Nathalie Alvarez Ricartes

—No le des muchas vueltas a eso, mi hermano es un ser bas-


tante peculiar. Insisto en que lo quiero mucho, pero no soportaría
vivir con él más de una semana.
—¿Por qué lo dices?
—Sé por qué lo digo. Le han pasado demasiadas cosas como
para comportarse como alguien normal.
—¿Cosas malas? —preguntó Brensait intrigada.
—Más de las que podrías imaginar.
Ya no quería seguir preguntando. Estaba claro que no era un
tema agradable para su amiga. Por suerte, Krimatt y Khamus lle-
garon justo a tiempo.
—Creí que estaban a unas pocas cuadras del café —increpó
Celeste simulando enojo en su rostro.
—Lo siento. Había taco de magia —respondió Khamus riendo.
—Ja, ja —se mofó esta con ironía.
—Bueno, bueno. Ya están disculpados, aprovechemos la tarde
—sugirió Brensait invitándolos a sentarse.
Durante la reunión, Krimatt les comentó que, finalmente, su
viaje a la universidad donde sería maestro, estaba programado para
el siete de abril, justo para comenzar con las clases, dos días des-
pués. Khamus y Celeste regresarían a Lupus el tres del mismo mes,
ahora ambos, como maestros titulares.
—Oye, pero antes de todo eso es tu cumpleaños —recordó
Khamus dirigiéndose a Brensait. Una de las mayores coincidencias
entre Alex y ella, era la fecha de nacimiento: ambas el veintinueve
de marzo.
—¡Uhh! No es que me entusiasme mucho la idea de celebrarlo
—comentó ella.
—¡Ay, por favor! —exclamó Celeste—, si no te agrada orga-
nizar, puedo hacerlo por ti. No tengo problema alguno en hacerlo.
—Y yo la puedo ayudar —agregó Khamus mientras Brensait y
Krimatt se miraban sorprendidos de su gran entusiasmo.
—Lo conversaré primero en casa y les cuento —se limitó a
responder la aludida.
—Excelente —respondió con la misma emoción su amiga.
Pasaron toda la tarde juntos. Cuando ya caía la noche asistieron

60
Letargo

a una obra de teatro, que por esos días, gozaba de mucha populari-
dad. Pasada la medianoche regresaron a sus casas. Brensait encontró
a todo el mundo dormido, así que subió a su habitación, le envió un
mensaje mental a Cirox y se durmió.
Makkrumbbero seguía aumentando el número de sus alia-
dos. Brensait y los demás, ya estaban enterados de que muchos de
los descendientes de las familias que la odiaban, incluso algunos
que aún vivían, habían recurrido al brujo para ofrecerle su lealtad.
Mientras todos dormían, él y sus seguidores, en un misterioso lu-
gar amplio y elegante, similar a un aula de clases antigua, planea-
ban sus siguientes pasos. Si bien, los ataques habían cesado después
de que la joven fuera salvada por el inesperado rayo violeta; ya
contaban con todo un plan de ataque y ahora que la reencarnación
estaba completa no habría piedad y en cada embestida, el objetivo
sería eliminarla.
—Debo averiguar quién es ese brujo que la salvó —comentó
Makkrumbbero a su hermana y a un desconocido mago de cabe-
llos rojizos que caían sobre sus hombros.
—¿Tienes alguna sospecha? —preguntó el hombre.
—Una leve. No sé si sea bueno o malo que un brujo como Lord
Sebastianh haya aparecido en nuestras vidas —comentó dibujando
una sonrisa en el rostro.
—¿Te refieres al Señor de las Sombras? —insistió el pelirrojo.
Sus acentuadas ojeras, le daban un aspecto, un tanto enfermizo.
—Exactamente, el mismo —confirmó con una mirada siniestra.
—¿Por qué un mago como él querría salvarla? —preguntó
Isabel con su característica manera pretensiosa.
—Esa es, precisamente, la pieza que falta dentro del rompeca-
bezas. Pero no hay nada de qué preocuparse, seguiremos con nues-
tros planes tal como estaba dicho —sentenció mirando a ambos
con convicción.
—Me emociona mucho escuchar eso. Ya es hora de detener
a esa molesta ratita de Brensait —Isabel disfrutaba cada vez que
podía manifestar su desagrado hacia la joven.
—Entonces, confirmaré todo. Ya no falta mucho para el gran
acto —agregó el joven de cabellos cobrizos. Su nombre era Ali;

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Nathalie Alvarez Ricartes

el nuevo y flamante hombre de confianza de Makkumbbero. Era


identificado como letal, frío e insensible, lo que lo convertía en
alguien capaz de cualquier cosa con tal de conseguir sus objetivos.
A diferencia de los demás discípulos, él había pasado rápidamente
a convertirse en un leal, esto porque no era solo un ente seguidor,
sino un brujoguerrero con grandes habilidades. Y como era casi
normal, mientras el brujo de pelo blanco lo consideraba su mejor,
actual hombre, Isabel lo tenía como su mejor, actual amante.
Los días avanzaron. El cumpleaños de Brensait estaba más y
más cerca. Celeste había tenido que renunciar a su idea de organi-
zar la fiesta. La cumpleañera no deseaba algo tan elaborado, así que
decidieron que lo mejor sería una cena tranquila en casa con las per-
sonas más cercanas y luego salir algún lugar para bailar y distraerse.
—Algún día organizaré una fiesta de cumpleaños para ti, lo
sé —insistió Celeste mientras caminaban por la ciudad. Llevaban
varias horas comprando todo lo necesario para la cena.
—Podrías organizar la fiesta de alguien más, ¿por qué tendría
que ser la mía específicamente?
—Porque nadie más es Brensait —respondió su amiga guiñan-
do un ojo y sonriendo.
Brensait la miró con un rostro debatido entre la risa y la incre-
dulidad.
—No haré más comentarios al respecto —dijo con una media
sonrisa.
Cruzaron una calle en diagonal, camufladas entre muchas per-
sonas que tenían la misma intención de ellas; llegar al supermerca-
do más grande del sector. Una vez en la entrada, alguien las detuvo.
—De todos los lugares que visito, jamás pensé encontrármelas
aquí —comentó esa característica voz profunda.
—Lo que me parece más extraño, es que hayas decidido dejar
esa lúgubre abadía y decidieras venir al, ¿supermercado? —Celeste
no entendía nada. Su hermano no salía de casa nunca y ahora se
lo topaba de compras como un completo ser humano no brujo—.
¿Te pasa algo?
—Antes de responder, saludaré a tu amiga. Me parece de pési-
mo gusto seguir hablando mientras ignoramos su presencia.

62
Letargo

Brensait lo miró de pies a cabeza y sintió que algo daba vueltas


en su interior, como si estuviera mareada, pero al mismo tiempo
no. Era extraño, una sensación que nunca antes había experimen-
tado y fue mucho peor cuando Sebastianh se acercó para saludarla.
Un destellante rayo de energía saltó en el instante en que entraron
en contacto, obligándolos a separarse de inmediato.
—¿Qué fue eso? —preguntó Celeste asombrada.
—Explosión de energía —respondió su hermano sin mucha
preocupación.
Brensait guardó silencio. Ahora recordaba que sí había tenido
una sensación similar, casi tan intensa, cuando se había desmayado
en Neón Burdeo, mientras aún era Alex. En aquella ocasión, la
sombra había aparecido frente a ella, uniéndose en un extraño baile
concluido con la pérdida de su consciencia.
—¡Hey! ¿Estás bien? —Celeste se acercó a ella para sacarla de
lo que parecía un estado de trance.
—Lo estoy. Solo me quedé pensando en algo.
—Por favor, ignora a mi hermano. Es lo mejor que puedes ha-
cer —recomendó mientras se acercaba a él—, ¿podrías acompa-
ñarme unos metros más allá, por favor? —lo tomó del brazo con
fuerza. Casi obligándolo a seguirla.
—Nos veremos pronto, Brensait —dijo con calma—, recuerda
que puedo estar en todas partes —agregó sonriendo, con el miste-
rio propio que siempre lo rodeaba.
—¡Vamos! —exclamó Celeste molesta.
Brensait se quedó parada observando cómo se alejaban. Este
nuevo personaje la desconcertaba y lo peor de todo era no saber
por qué. Casi media cuadra más allá los hermanos se detuvieron.
—¡Basta de esto, Sebastianh! No tengo idea cuáles son tus in-
tenciones, pero todos sabemos que cuando comienzas con tus apa-
riciones públicas y seguidas, nada bueno sucede.
—Hermana querida, debes calmarte —Inalterable. Lucía un
rostro lleno de satisfacción, como si nada lo afectara—. No tengo
ningún tipo de motivo oculto. Esto solo ha sido coincidencia.
—Tus coincidencias no existen. Quienes te conocemos lo sa-
bemos muy bien.

63
Nathalie Alvarez Ricartes

—Celeste, Celeste, deja de quedarte estancada en el pasado.


No hay razón para que todo siga siendo como antes.
—Hermano, es mejor que regreses a la abadía, sigas con tu
extraña y solitaria vida. Después de todo, te ha resultado fantástico
los últimos años, ¿no? —Celeste nunca había estado tan exaspera-
da. Parecía otra persona. Sin duda, Sebastianh sabía cómo sacarla
de sus casillas.
—Me adecuo a las circunstancias, querida. Ya es tiempo de
salir a la luz de nuevo o es que acaso, te crees dueña de ella solo por
tu pasado, pequeña Bruja de la Luz —al mencionar aquel apodo
Celeste enmudeció. Parecía estar petrificada—. Claro, supuse que
esa sería tu reacción.
—No vuelvas a mencionar ese seudónimo de nuevo —senten-
ció mientras lo fulminaba con la mirada.
—Entonces, tú no vuelvas a decirme qué hacer.
—Sebastianh, no quieres estar en medio de una guerra como
esta. No de nuevo.
—Lo que quiera o no, es mi decisión —afirmó justo antes de
desaparecer. Se había teletransportado dejando a Celeste ofuscada
y confundida.
—¡Ahora recuerdo por qué es que no te extrañaba! —exclamó
la chica como un pensamiento en voz alta.
Cuando Celeste volvió a su lado, Brensait sentía unas incon-
trolables ganas de preguntarle qué había sido todo eso, pero sabía
que no era correcto y guardó silencio. Ya tendría tiempo para ir
desentrañando los misterios tras el peculiar Sebastianh.
—Será mejor que sigamos con las compras que nos faltan. Ya
se nos hizo bastante tarde —comentó Celeste entrando con prisa
al supermercado.
Durante todo el resto del recorrido Brensait no pudo pensar
en otro cosa que no fuera Sebastianh y la enigmática influencia en
su vida. Era más que obvio que los Cinco Guerreros no serían de
mucha ayuda para aclarar las dudas, pero sabía de alguien que sí
podría ayudarla; su querida amiga Tiare. Sin embargo, no hablaría
con ella hasta que no pasara su cumpleaños, quería acabar con todo
ese revuelo.

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Letargo

Los tres días previos a su cumpleaños, estuvieron cargados de


sueños de Hortus. Lo sentía tan real, que le era imposible no des-
pertar con lágrimas en los ojos. Era como si su propio subcons-
ciente le estuviera recordando, realmente la razón de su regreso y
esto, inevitablemente, la hacían sentir un poco culpable por ahora
querer a Cirox, como se suponía que solo lo querría a él; su chico
de los ojos azules más profundos y encantadores.
El veintinueve de marzo se despertó, ya con diecisiete años
en el cuerpo, de una manera diferente; con reencarnación y todo,
pero al fin y al cabo, con diecisiete años. Aunque ya era otoño, el
día estaba iluminado por un sol radiante, no así la temperatura que
parecía mucho más baja tras cada día que pasaba.
—¡Buenos días, cumpleañera! —exclamaron al unísono Andrés
y Nino. Eran los primeros en venir a saludarla y traían con ellos
una espectacular bandeja de desayuno con cereales, jugo natural,
frutas y algunas delicias dulces. Brensait adoraba lo dulce, como
también lo hacía Alex.
—¡Oh! Muchas gracias, no debieron molestarse.
—No es molestia. Espero que sean muchos años más —deseó
su prima abrazándola con cariño.
—¡Y que tengas un grandioso día! —proclamó Andrés.
Ambos chicos se habían convertido en dos adolescentes inde-
pendientes y responsables. Las enseñanzas de Juan y Juan Carlos
los habían preparado para poder defenderse, aún en su condición
de no brujos, de una manera eficiente; dominaban el combate
cuerpo a cuerpo con agilidad, entre otras cosas.
—Muchas gracias de nuevo, especialmente por sus buenos deseos.
Enseguida fueron llegando, uno a uno, todos los demás habitan-
tes de la casa, cada uno con un presente especial para ella. Tiare, Javier
y Dante le obsequiaron dos maravillosos cinturones de cuero negro,
grabados con extraños símbolos que, a simple vista, Brensait no pudo
reconocer. Unas preciosas hebillas metálicas y algunas incrustacio-
nes de cuarzo le daban un decorado impecable y muy elegante. Eran
precisamente, para que la chica colgara sus dos espadas en la espalda,
podían cruzarse sin ser incómodos ajustándose a su cuerpo a la per-
fección. Se sumaba al que ya, le había regalado el año anterior.

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Nathalie Alvarez Ricartes

Los Cinco Guerreros traían, cada uno por separado, un regalo


diferente, pero además, señalaron que tenían una sorpresa prepara-
da para más tarde. Estaban todos en el cuarto de Brensait dedican-
do sus saludos cuando sonó el timbre. Al abrir descubrieron que
era un regalo enviado por alguna familia seguidora de Brensait,
felicitándola en su día y así fue durante toda la jornada. Para el final
de ella, contaban al menos trescientos regalos.
—¡Esto es increíble! Ni siquiera sé quiénes son los que los en-
viaron —comentó un poco confundida—. ¿Cómo se supone que
agradeceré a cada uno de ellos?
—Tranquila. De seguro tienen tarjetas y podrás responderlas
más tarde —dijo Cirox con calma.
—¡Cirox, son demasiados!
—Aún no dejas ese lado no brujo, ¿cierto? —preguntó mien-
tras observaba algunos de los paquetes—, puedes responderlas to-
das con un simple hechizo. No te tomará más de tres minutos.
—Me encanta la manera sencilla en la que resuelves todo —la
joven lo miraba de manera coqueta—. Es una suerte para mí tener-
te a mi lado —se acercó y lo besó despacio.
—Espero que digas lo mismo cuando estés enojada conmigo
—agregó rodeándola con sus brazos.
—Creo que nuestros días buenos y malos serán igual de intensos.
—También lo creo —apartó sus brazos de la chica y sacó algo
de su bolsillo—. Por cierto, no había tenido tiempo de darte tu
regalo de cumpleaños.
—Creí que era una sorpresa.
—La sorpresa es de los Cinco Guerreros. Este es mi regalo
personal.
—Me siento intrigada. ¿Debo tener miedo?
—Solo si quieres. Ya sabes; puedo ser tu ángel de la guarda o tu
diablo de la tentación. Dependerá exclusivamente de lo que quieras
—estaba bromeando, claro que sí, pero su mirada era pura galantería.
—Bueno, no sé cómo responder a eso. Mejor dame pronto mi
regalo —sentenció sonriendo.
—Mejor —afirmó él, dándole una caja de no más de diez centíme-
tros, envuelta en un bonito papel decorativo con un moño color burdeo.

66
Letargo

Brensait lo recibió con expectación, no escondía sus ansías de


descubrir lo que había dentro. Al abrirlo, se encontró con una fina
brújula plateada que caía perfectamente en su mano y de la cual,
colgaba una pequeña cadena de plata con una placa que contenía
su nombre grabado.
—¡Qué linda es!
—Es una brújula mágica. Cada vez que no sepas dónde ir, ella
te indicará el rumbo donde haya menos peligro. Podría salvar tu
vida en caso de urgencia.
—¡Sorprendente! —exclamó mientras la estudiaba con cuida-
do—. Nunca había visto algo como esto.
—Son bastante extrañas. Es magia más antigua, así que, por lo
general, cuesta encontrarlas. Más tarde te explicaré cómo funciona.
Debes hacer un pequeño ritual para que ella reconozca tu energía
como su dueña y te guíe solo a ti.
—Cirox, es magnífica, muchas gracias. —se apresuró a abra-
zarlo y besarlo como muestra de gratitud.
—Sé que quizás, ahora que ya eres Brensait y tus poderes son
mucho más grandes, no necesites tanta ayuda para protegerte, pero
no está demás tomar ciertas precauciones.
—Nunca estarán demás —afirmó sujetando su mano con fuerza.
La cena de cumpleaños estaba programada para las veinte ho-
ras. Además de los de la casa, estaban invitados Krimatt, Celeste,
Khamus, el señor Ángel y los híbridos más cercanos. Chris había
contratado un servicio mágico completo, que se encargaría de la
decoración, el cóctel, la cena, el orden y la limpieza, así que ellos no
tendría que hacer nada, salvo disfrutar.
Cerca de la hora fijada y cuando ya estaban todos los invitados
presentes, Brensait llegó al salón luciendo un sencillo vestido con
tirantes negro, con pequeños puntos blancos, ajustado en la zona
superior y más holgado hacia abajo. Se extendía hasta un poco más
arriba de sus rodillas. Completaba su vestuario con un sombrero de
copa baja negro y botines cortos de charol con hebillas a cada lado.
Podría resultar llamativo para algunas personas, los pocos accesorios
que usaba la chica, pero no se sentía muy cómoda con ellos. Aquella
noche, por ser una fecha especial, había decidido llevar colgado

67
Nathalie Alvarez Ricartes

alrededor de su cuello, en una nueva y fina cadena de plata, el anillo


de compromiso que Hortus le había dado en su antigua vida.
Los asistentes se turnaron para felicitarla y seguir entregan-
do regalos. Brensait prometió revisarlos todos con calma al día si-
guiente y agradeció enormemente su presencia y atención.
El servicio mágico contratado estaba compuesto por una co-
cinera; una mujer robusta de cabellos ondulados y claros con una
peculiar cara de permanente felicidad. Por dos garzonas, gemelas,
altas y esbeltas, perfectamente vestidas con trajes negros y un de-
lantal inferior de color rojo, además de dos chicos, encargadas del
orden y la limpieza. Los mismos que habían decorado el salón y
el comedor de manera sutil y armoniosa, con globos, velas y cintas
decorativas en tonos rojos, blancos y púrpuras.
—Por favor, pasen a la mesa. La cena está servida —anunció
una de los garzonas llamada Lea, casi media hora después de ini-
ciado el cóctel.
—Muchas gracias, iremos enseguida —dijo Chris, con su ca-
racterístico tono de líder.
Pasaron a la mesa y disfrutaron de las delicias preparadas. La
conversación era muy amena, todos parecían estar pasándolo muy
bien. Terminaron el postre y Juan pidió la palabra para dar paso a
la primera sorpresa que tenían preparada para Brensait.
—Sabemos que no ha sido fácil seguir este camino y conside-
ramos que una de las partes más complicadas fue dejar marchar a
tu familia. Así que, con ayuda de Alexis pudimos conseguir algo
que, de seguro, te alegrará —el guerrero extendió su mano izquier-
da y la dirigió hacia la pared que quedaba justo en frente. Giró sus
dedos índice y corazón y algo similar a una pantalla apareció en-
seguida. En realidad, era más parecido a un holograma. Ante ellos,
se presentaron todos los familiares de Alex, claro, porque oficial-
mente no eran nada de Brensait. Frente a este hecho, Cirox había
tenido algunos reparos de si era o no una buena idea, porque cabía
la posibilidad de que al verlos, Brensait no sintiera nada por ellos.
La joven los observó con detención y sintió cómo, en su interior
se iba manifestando ese lado oculto de Alex; esa esencia que nunca
se iría, que era parte de ella para bien o para mal, ahora y siempre.

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Letargo

Conversaron de todo, pero no tenían más de siete minutos


para hacerlo. Pasado ese tiempo sería peligroso porque el hechizo
que permitía la conexión podría ser detectado por algún enemigo.
Brensait quedó feliz y agradecida por el regalo, le reconfortaba sa-
ber que todos estaban bien y que aún con el drástico y repentino
cambio, su familia podía tener una vida normal. Le sorprendió lo
grande que estaban sus sobrinas, especialmente Pascal. Antes de
terminar la conexión, Alexis le señaló que había algo de lo que
tenían que hablar con respecto a la pequeña, pero lo harían más
adelante.
Unos segundos después de acabada la conexión, Brensait se-
guía pensando en aquellas personas, que creía, vería como extraños,
pero terminó descubriendo que el vínculo con ellos nunca se iría.
Posterior a esto, continuaron con la velada. No eran aún las
once de la noche, pero todos estaban al tanto de que justo a las
doce, la cumpleañera y sus amigos partirían para descubrir la se-
gunda sorpresa de los guerreros. Así que cuando solo faltaban
quince minutos para la medianoche, los invitados se fueron reti-
rando, excepto claro, Celeste, Khamus y Krimatt.
—Invitamos a los híbridos también, pero como es costumbre,
deben hacer guardias durante la noche. Agradecieron la invitación
de todas formas y esperan que lo disfrutes mucho —dijo Cirox a
la cumpleañera cuando estaban por subir al auto. Sí, esta noche,
serían unos brujos más normales y no volarían en escobas ni se
teletransportarían.
—Qué amables —agregó sin mayor entusiasmo antes de subir.
Siendo honesta con ella misma, deseaba quedarse en casa y dor-
mir. Había tenido una mezcla de emociones importantes ese día y
necesitaba descansar. Por otro lado, sabía que no podría dejar a sus
amigos con todo listo y simplemente decirles que no asistiría a la
sorpresa que, con tanto cariño y preocupación, le habían preparado.
—¿Estás bien? —preguntó Cirox mientras se abrochaba el
cinturón de seguridad. Ambos iban en el auto del guerrero. Chris y
los demás, en el de Juan, mientras que Krimatt, Khamus y Celeste
en el imponente jeep de esta última. Todos sabían a dónde dirigirse
así que se reunirían allá.

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Nathalie Alvarez Ricartes

—Lo estoy, solo creo que han sido muchas emociones en un


día. Pero tranquilo, no hay nada de qué preocuparse.
—¿Segura?
—Totalmente —respondió sin mirarlo a los ojos.
Cirox sabía que no era así. La conocía mejor que nadie, pero
prefería seguirle el juego y no arruinar la noche. Tomaron una ca-
rretera que salía de la ciudad y luego traspasaron un portal mágico
que los condujo hasta un sector inhóspito. No se veían construc-
ciones ni personas cercanas, estaba todo rodeado de un espeso bos-
que. El único lugar despejado, era el camino por el que circulaban.
Las estrellas parecían tener un brillo más intenso aquí y para qué
hablar de la maravillosa luna llena que los acompañaba.
—¿A dónde vamos?
—No responderé eso. Sabes que es una sorpresa.
—¡Qué malvado eres! —exclamó con una mueca de desapro-
bación—. Este viaje ha sido mucho más largo de lo que esperaba.
—Todo lo bueno tarda, querida mía —respondió él con una
sonrisa traviesa.
—Más les vale que sea bueno.
—No seas mañosa, pequeña. Verás que no te arrepentirás de
haber venido.
Mientras conversaban, Cirox se desvió del camino principal y
se adentró al bosque por uno mucho más rural. Al cabo de unos
pocos minutos llegaron hasta, lo que parecían ser, las ruinas de una
antigua construcción. Más específicamente, un castillo.
Se bajaron y Brensait quedó maravillada con la vista de aquel lu-
gar; tan similar a los sitios que solía visitar en su antigua vida. De pron-
to, escuchó música muy fuerte, que venía del castillo mismo y un sin
número de luces emitían destellos por todas partes. Era una gran fiesta
masiva, se hacía casi imposible saber cuántas personas habría en total.
—Sabemos que no eres una persona muy sociable, pero hoy, tu
cumpleaños coincide con la fiesta de aniversario de Neón Burdeo;
cada año realizan una fiesta especial en este sitio para conmemo-
rarlo y como es uno de tus lugares favoritos para salir a celebrar,
decidimos apartar un sector exclusivo dentro del castillo —explicó
Cirox mientras los demás bajaban de sus autos y se unían a ellos.

70
Letargo

—Así podrás disfrutar de tu cumpleaños en privado, solo con


nosotros, tus amigos y, en caso de que te da la gana, puedes salir a
compartir con el resto de los asistentes —Juan Carlos parecía más
alegre y energético de lo normal.
El líder de los guerreros los invitó a entrar. Atravesaron un largo
pasillo, que daba vista a los variados salones de baile y comedores
donde se desarrollaba la fiesta. En ciertas partes no había techo y la
luz de la luna entraba de manera directa y cautivante. Subieron unas
escaleras que parecían no tener fin y llegaron hasta un ambiente
privado, donde dos garzones, vestidos como mimos, los invitaron a
pasar. Una vez adentro, todos los que estaban ahí por primera vez
quedaron maravillados ante la magnificencia del lugar.
No era tan grande, preciso para quince o veinte personas. Con
un balcón que dejaba a la vista todo lo que ocurría abajo en las
pistas de baile. Estaba decorado con globos y cintas púrpuras y
negras, además de varias velas posadas en hermosos candelabros;
los que proporcionaban la única luz del espacio. Las sillas con ter-
minaciones metálicas y muy finas estaban tapizadas con raso negro
y rojo, como un tablero de ajedrez, algo similar pasaba con las me-
sas, claro, estas no tenían tapiz, pero sí una cubierta de los mismos
colores y estilo. Las paredes, envueltas en elegantes cortinas, daban
un aspecto victoriano y muy refinado.
—¡Estupendo! No debieron molestarse —dijo ella mirando
todo a su alrededor. Cautivada, sin duda—. Jamás imaginé tener
un cumpleaños tan elegante.
—Es solo una parte de lo que te mereces —habló Isaak son-
riendo.
—Muchas gracias de nuevo. Recordaré esto por siempre.
Se turnó para abrazar y agradecer a cada uno de sus guerreros
y enseguida comenzó la fiesta. Los dos garzones que estaban en
la entrada, serían los encargados de traer lo que se les antojara.
Estaban ahí exclusivamente para atenderlos a ellos. Después de un
nuevo cóctel con productos y preparaciones de todo tipo mágicas y
no mágicas con gran variedad de frutas, verduras, bebidas, dulces y
cuanto quisieran, bajaron a la pista de baile. Khamus y Celeste bai-
laban con euforia, desbordando una energía que todos admiraban.

71
Nathalie Alvarez Ricartes

Brensait y Cirox trataban de seguirles el ritmo, pero no era senci-


llo. Krimatt en cambio, prefería sentarse en la barra y disfrutar de
un buen trago. Los demás guerreros también estaban distribuidos
por la pista acompañados de parejas de baile que habían conocido
durante la noche.
—Muero de sed. ¡Iré por una bebida! —exclamó Brensait en
voz alta para que Cirox la escuchara.
—¿Quieres que te acompañe?
—No, tranquilo. Volveré enseguida.
—Ok —Cirox la observó alejarse y la siguió—. ¡Oye! —exclamó.
—¿Qué?
—Te extrañaré —dijo tirando de ella para besarla. Beso al que
respondió con entusiasmo.
—No lo hagas, estaré aquí en unos minutos.
Se alejó entre la multitud mientras el guerrero la observaba. La
barra estaba llena de gente y por más que lo buscó, no pudo dar
con el paradero de Krimatt. Estaba por volver a la pista de baile,
cuando alguien tocó su brazo.
—Feliz cumpleaños, querida Brensait —era nada menos que
Sebastianh.
—Sebastianh —estaba sorprendida de encontrarlo allí—.
Muchas gracias, ¿sabe Celeste que estás aquí?
—No, claro que no. Es mejor que no lo sepa. No se toma muy
bien mi exposición en público.
—¿Puedo saber por qué?
—Fantasmas del pasado que mi querida hermana no ha podi-
do superar —respondió con seguridad y calma—. En fin, ¿cómo ha
ido la celebración?
—Todo perfecto —Brensait sabía que era su oportunidad de
descubrir algo más—. Por cierto, creo que tú y yo tenemos más de
un tema pendiente.
—¿Lo dices por mis sombras que te han cuidado desde siem-
pre? —preguntó sin más rodeos.
—Algo así —la honestidad del mago la había sorprendido—.
¿Quién eres y por qué estuviste a mi lado como esa misteriosa
sombra todo este tiempo?

72
Letargo

—Eso, querida, no lo puedo revelar aún, pero ten por seguro


que desde ahora nuestros encuentros serán mucho más seguidos.
—¡Hey! ¿Con quién hablas? —preguntó Krimatt que apareció
entre la multitud.
—Con… —Se detuvo. Miró a todos lados, pero Sebastianh
había desaparecido—. Con nadie, solo alguien de la barra, ¿te unes
al baile? —preguntó para cambiar el tema.
—Lo siento, pero no es lo mío. Prefiero quedarme por acá.
Krimatt se quedó sentado en la barra y Brensait regresó jun-
to a Cirox. La fiesta se extendió hasta las cinco de la madrugada.
Bailaron y disfrutaron al máximo, rozando incluso, cierto grado de
liberación y locura. Divertida, claro.
Cuando volvieron a casa estaban tan cansados que se durmie-
ron donde pudieron. Celeste, Krimatt y Khamus ocuparon la gran
cama de Brensait y esta se acurrucó junto a Cirox. Se rindieron
al letargo de inmediato y si lo analizaban bien, era la primera vez
que dormían juntos desde que el mundo de la magia sabía de su
relación. Pero estaba claro, solo habían dormido. El tipo de vínculo
que tenían aún no llegaba a un nivel tan carnal. Por ahora, no lo
necesitaban, aunque nadie sabía hasta cuándo se mantendría de
esa forma.
—Buenos días, dormilona —Brensait escuchó a lo lejos la voz
de Cirox mientras trataba de abrir los ojos—. Ha llegado un nuevo
regalo para ti. Supongo que alguien se confundió con la fecha.
—¿Un nuevo regalo?
—Sí, Tiare lo recibió. Está en la sala.
Se levantó casi sin ganas, recordando que aún llevaba puesta
la ropa con la que había celebrado su cumpleaños. Caminó por la
casa, notando que algunos de sus habitantes e invitados ya toma-
ban desayuno. Los saludó y continuó el recorrido.
En tanto entró a la sala pudo ver el magnífico ramo de camelias
blancas que había sobre la mesita de centro. Se acercó a él y notó
una pequeña tarjeta que solo decía: “¡Feliz Cumpleaños!”. No fue
necesario olfatear cada una de las flores. Cuando tomó contacto
con la primera de ellas y respiró su aroma, cayó al piso inconscien-
te, sin tener tiempo siquiera de notar lo que estaba pasando. Cirox

73
Nathalie Alvarez Ricartes

ingresó a la sala y la vio tendida en el suelo. Cualquiera hubiera


pensando que estaba muerta.
—¡Brensait! —exclamó con prisa para socorrerla, mientras los
demás se acercaban para averiguar qué sucedía.

74
Capítulo 3
“Durmiente.”

K rimatt fue el segundo en verla inconsciente mientras Cirox


la sujetaba entre sus brazos.
—¿Qué sucedió? —preguntó desconcertado.
—No lo sé. Vino a ver el último regalo que había llegado y
cuando llegue estaba en el piso.
Krimatt se acercó a las flores y de inmediato notó un aroma
peculiar en ellas. Era profesor de Botánica Oculta, obviamente po-
día distinguir a simple vista cuando algo no iba bien con el reino
vegetal.
—¿Quién envió estas camelias?
—No lo sé, Tiare las recibió.
En ese momento, todos los demás entraron a la sala, quedando
impresionados por lo que estaba pasando.
—¿Tiare quién trajo estas flores? —volvió a preguntar el maes-
tro.
—No lo sé. Tocaron el timbre y cuando salí estaban afuera del
portón. No había nadie.
—¿Qué pasa, Krimatt? —preguntó Chris preocupado. Se acer-
có para mirar a la chica más de cerca.

75
Nathalie Alvarez Ricartes

—Estas camelias tienen algo. Su aroma es diferente —explicó


mientras se acercaba a las flores—. Tiare, ¿podrías ayudarme con
algunos rituales de detección?
—Claro, no hay problema. Vamos al laboratorio —lo invitó.
Al mismo tiempo, Cirox le pidió a Juan Carlos que se encarga-
ra del cuerpo dormido de Brensait. Él salió de la casa a toda prisa.
Al llegar al jardín, tomó un puñado de tierra, la apretó con fuerza
entre su mano y recitó unas palabras en su mente. Enseguida las
sopló, esparciéndose en una trayectoria recta como pequeñas ceni-
zas incandescentes.
—Muéstrenme el rastro del desconocido —manifestó en voz
alta al tiempo que se comenzaba a formar el camino hecho por el
último visitante.
Con gran velocidad recorrió todo el sendero señalado por el ri-
tual hasta que algo lo hizo detenerse. A lo lejos pudo distinguir una
sombra. Se teletransportó antes de que huyera, pero solo alcanzó
a ver su malvada sonrisa y su particular cabello pelirrojo. Cirox no
lo sabía aún, pero no era nadie más, que el nuevo hombre de con-
fianza de Makkrumbbero, el que segundos más tarde desapareció.
Resignado y ofuscado, volvió a casa para contar lo que había
visto, pero tuvo que esperar, pues Krimatt y Tiare ya tenían algunas
respuestas.
—Con una prueba rápida, hemos descubierto que se trata de
un antiguo hechizo conocido como “Corpúsculos Durmientes”.
Básicamente lo que, por ahora les puedo decir, es que se realiza con
una mezcla de agrimonia, cáñamo indio y lúpulo, todo mezclado
con ámbar gris —detalló Krimatt.
—Necesitamos hacer un análisis más elaborado para obtener
detalles de su efecto, es decir, sabemos que pone a dormir a quienes
caen bajo su efecto, pero en este caso, tememos que no es solo eso.
Al parecer este ritual está sellado —el rostro de Tiare demostraba
angustia.
—¿Qué quiere decir que esté sellado? —preguntó tímidamen-
te Nino.
—Sellar un hechizo o ritual le da atribuciones especiales, los
vuelve más poderosos y personalizados. El brujo que lo crea, lo

76
Letargo

pacta con su sangre. Es magia muy vieja y oscura —intervino el


experto en botánica.
—Es por esta razón que no ha tenido efecto en ninguno de
nosotros. Fue elaborado específicamente para Brensait —agregó
Tiare.
—Acabo de ver a un sujeto colorín escapando. Traté de alcan-
zarlo, pero no pude. Estoy seguro de que él trajo las flores.
—Esto es grave, sin duda, ¿Krimatt, pueden averiguar los de-
más detalles del hechizo? —el líder de los guerreros comenzaba a
tomar el mando. La situación lo ameritaba.
—Por supuesto, pero necesitaremos algunas cosas de mi reser-
va personal y tiempo, al menos dos días.
—¿Dos días? —preguntó Cirox exaltado.
—Espero equivocarme, pero si estoy en lo cierto, ella podría
estar dormida mucho más que eso —sentenció Krimatt.
Sin perder más tiempo, comenzaron a trabajar; Tiare prepara-
ría todo lo que ya tenían en el laboratorio, mientras Cirox acom-
pañaría a Krimatt para buscar lo que faltaba. Chris trasladó a
Brensait hasta su habitación, donde su tranquilo sueño seguía sin
interrupción alguna.

Brensait percibía cómo caía y caía. El descenso parecía no te-


ner fin. Estaba completamente oscuro y estiraba sus manos o pies
para ver si existía algo a lo que aferrarse, pero no encontró nada.
De pronto, sintió como si fuera expulsada de esa penumbra, ate-
rrizando bruscamente contra el suelo arenoso. Si lo pensaba bien,
nunca había estado en un desierto tan árido como este, de seguro
estaba soñando. Aunque todo se sentía demasiado real. Demasiado
para ser un sueño.
Miró alrededor, pero no había nada más que sol y desierto. El
violento cambio de oscuridad a luz hizo que le dolieran los ojos. Se
sentía demasiado cansada.
—Genial, no pude cambiarme de ropa antes de llegar aquí
—pensó en voz alta al ver que seguía con la vestimenta usada en
la celebración de su cumpleaños. Aunque el vestido era bastante

77
Nathalie Alvarez Ricartes

cómodo, no se sentía tan bien estando en el desierto—. ¿Dónde se


supone que estoy? ¿Qué fue lo que sucedió ahora? —se pregunta-
ba mientras daba pasos cortos, hacia lo que ella creía, era el norte.
Y fue ahí cuando lo recordó; la brújula que le había obsequiado
Cirox estaba en el único y pequeño bolsillo que tenía su vestido
en el lado izquierdo—. Por suerte no la perdí después de todo ese
alocado festejo.
La abrió con cuidado y la luz del sol se reflejó en la pequeña cu-
bierta de cristal. La levantó sobre su mano derecha y esperó a ver el
efecto de su magia. Desde un pequeño espacio en el centro, apareció
un compartimiento largo y angosto que llamó su atención. Luego
recordó que debía activarla para que reconociera su energía, tal como
Cirox lo había dicho y se le ocurrió derramar una gota de sangre
sobre él. Funcionó y quedó maravillada cuando vio cómo iban apa-
reciendo pequeñas calaveras en rojo dando a conocer las zonas de
peligro. Pequeñas estrellas azules designaban los lugares neutrales y
tréboles de cuatro hojas confirmaban los sitios más seguros.
—Realmente funciona —murmuró—, me pregunto dónde la
habrá conseguido.
Avanzó siguiendo la dirección hacia el trébol más cercano.
Que la brújula funcionara, era una clara evidencia de que no esta-
ba soñando. Algo había ocurrido y su primera impresión era que
Makkrumbbero estaba detrás de todo.

—Debes informar a las autoridades sobre lo que sucedió.


Necesitaremos más seguridad en este lugar —sugirió Juan.
—¿Más seguridad? Ya no podemos tener más. Se supone que
no podría atacarnos aquí —reclamó Chris molesto. Ambos gue-
rreros estaban sentados a los pies de la cama de Brensait. A ratos
la observaban dormir.
—Sabemos que no fue él. Envió a alguien y claramente debe
tratarse de un nuevo leal, de lo contrario estaría identificado como
intruso —Juan tenía un buen punto.
—Makkrumbbero no es tonto, mucho menos un brujo medio-
cre. Si durante el tiempo previo a la llegada de Brensait, cuando

78
Letargo

aún no se completaba la reencarnación, no acabó con Alex, fue


simplemente porque no quiso. Él deseaba esperar a su verdadera
enemiga y ahora que regresó, hará lo que sea por demostrar que es
más poderoso —manifestó con rabia—, tenemos que prepararnos,
porque si ella no despierta pronto, aprovechará para atacar todo
lo que encuentre a su paso. Es más, debió dormirla precisamente
para eso.
—¿Por qué haría eso si lo que desea es acabarla? ¿Por qué dor-
mirla y no matarla?
—Porque quiere hacer las cosas a su manera. Creo que busca
dejarla sola, eliminar a sus amigos y cercanos antes, para luego ter-
minar con ella.
—Eso es macabro —expresó Juan con molestia.
—Makkrumbbero es macabro —afirmó Chris mirándolo a los
ojos.
Horas después, todo el mundo de la magia sabía lo ocurrido.
Krimatt y Tiare trabajaban desentrañando los más ínfimos secretos
del ritual y para eso, contaban con la ayuda de dos brujosfilósofos
de mediana edad, fieles seguidores de la causa de Brensait.
—Conociendo las porciones exactas de cada ingrediente usado,
podremos determinar la duración de su efecto —comentó uno de
los brujosfilósofos llamado Joaquín.
—Eso lo sabremos mañana. Debemos dejar destilar los acti-
vos que hemos conseguido toda la noche. La separación es lenta y
más cuando se trata de rituales sellados —agregó Krimatt—. Tiare,
llama a Celeste, por favor, y dile que esté aquí mañana a primera
hora. Cuando este proceso termine, lograremos rastrear la energía
de quien lo selló. Ella es muy buena en eso.
—Lo haré de inmediato.
Mientras todos trataban de resolver la situación cuánto antes,
Brensait continuaba su camino, ¿hacia dónde? Nadie sabía, pero
detestaba quedarse estática, tenía que averiguar qué estaba pasando.

—Ella está aquí. Puedo sentir su energía con claridad; había


olvidado lo poderosa que es.

79
Nathalie Alvarez Ricartes

Un joven conversaba con una peculiar criatura de aspecto fan-


tasmal que flotaba, tal como un espectro, que en vez de ser blanco,
era oscuro, como una sombra que levitaba.
—Estimado señor, ¿desea que hagamos algo para solucionar-
lo? —la voz del espectro, por llamarlo de alguna manera, era grave,
casi sepulcral.
—Por ahora no. Es suficiente con vigilarla.
El joven de marcadas facciones, nariz fina y cabello profun-
damente negro, lacio, con una tez tan blanca que parecía irreal y
varios pequeños lunares distribuidos en el rostro, se asemejaba a
un personaje sacado de algún mundo paralelo y bueno, era algo así.
Al completarse la reencarnación de Brensait, el primero en no-
tarlo había sido él; habitante de un lugar donde el cielo se reflejaba
en el suelo. Una especie de templo indescriptible en cuanto a mag-
nificencia. Simplemente de otro mundo. Algo digno para un rol
tan importante como el del Señor del Tiempo.
Las singulares sombras flotantes, no eran más que guardianes
dimensionales, encargados de custodiar los portales de ingreso a
las diferentes dimensiones. Si bien, había algunas donde se podía
ingresar libremente como sucedía con Ristrok, existían otras, que
involucraban cambios de espacio y tiempo muy bruscos, que reque-
rían de condiciones especiales. El Señor del Tiempo lideraba esta
cruzada, era el encargado de mantener el orden entre dimensiones
y para ello contaba con la ayuda de estos particulares personajes.
—Tarde o temprano nos encontraremos. Eso es inevitable —su-
surró el Señor del Tiempo, quien lucía una impecable camisa blanca,
pantalones de tela negros un tanto ajustados y suspensores, además,
botas similares a las utilizadas por los hombres que practican equita-
ción; la diferencia estaba dada por dos espléndidas cadenas de plata
que colgaban en el extremo externo superior de cada una. Sobre la
ropa ya descrita, lo cubría una elegante y larga capa, extendida hasta
el piso con anchas hombreras. Y en la zona superior, un broche la
juntaba; un llamativo cristal azul que impresionaba a quien lo veía
por primera vez. Su exclusivo diseño mostraba a los cuatro elemen-
tos enlazados por medio de una onda continua, todo esto en el cen-
tro de una estrella de cuatro puntas.

80
Letargo

En el atractivo lugar donde vivía el Señor del Tiempo no era


posible conocer con certeza la hora exacta. A veces, el imponente
sol se reflejaba en el suelo haciéndolo lucir como un impecable
cristal y en otras, la noche caía y proyectaba infinitas estrellas en la
superficie. Sin duda, era un espectáculo que todos desearían pre-
senciar al menos una vez en la vida.

En el mundo normal, donde los guerreros y demás cercanos de


Brensait trataban de encontrar respuestas, la noche comenzaba a
caer. La joven seguía durmiendo sin mostrar evidencia alguna de
querer despertar. Su respiración era normal, tal como si estuviera
teniendo un agradable letargo.
—Chicos, es momento de descansar. Por ahora no hay nada
más que hacer —sugirió Celeste a los demás. Todos, excepto los
Cinco Guerreros, estaban en la casa ocupados en lo que fuera que
pudiera ayudar o al menos distraerlos para no seguir aumentando
los nervios.
Los Cinco Guerreros en cambio, aún estaban reunidos con las
Autoridades y los representantes de los Híbridos. Said advertía
con preocupación el peligroso panorama que se venía ahora que
Makkrumbbero tenía el camino libre.

81
Nathalie Alvarez Ricartes

—Tampoco debemos dejar de poner atención a los cazadores.


Si el estado de Brensait se prolonga y ellos lo averiguan, tomarán
ventaja —comentó Ágata.
—No nos pongamos tan pesimistas, ¡somos brujos también!
Tenemos nuestras armas. Es cierto que si Brensait no regresa
pronto, se puede transformar en un gran punto débil, pero eso no
nos detendrá —Juan contagiaba seguridad.
—Veamos cuáles serán sus pasos a seguir. De acuerdo a eso
tomaremos nuestras decisiones. Estén alerta porque podrían ser
convocados en cualquier momento —Clemente sonaba altanero
como casi siempre. Incluso ahora era peor, después del pequeño
encuentro con Brensait producto de su relación con Cirox.
Sin agregar alguna otra palabra, todos los asistentes a la reu-
nión se retiraron. Cuando salieron del edificio, solo algunos pudie-
ron notar unos siniestros entes; deformes y casi transparentes, de
grandes y desconcertantes ojos amarillos.
—Esto está comenzando —susurró Cirox en voz baja a su her-
mano. Ambos los habían visto, pero al darse cuenta de que no te-
nían intensión de atacar, prefirieron guardar silencio. Isaak, Juan y
Said también los percibieron.
Con la llegada de los Cinco Guerreros, Celeste pudo conven-
cer a Tiare y Krimatt para que durmieran algunas horas. Los bru-
josfilósofos más antiguos y sabios también trabajaban buscando
respuestas al maleficio que poseía a Brensait y para esto, habían
solicitado dos de las camelias. Analizarían las flores y a la mañana
siguiente prometían tener resultados.
Pero incluso, antes que ellos; Krimatt, Tiare y sus dos nuevos e
improvisados ayudantes, ya tenían respuestas específicas.
—Después de los estudios realizados, confirmamos que se
trata del hechizo “Corpúsculos Durmientes”. Este se realiza con
cinco hojas trituradas de agrimonia, treinta gramos de hojas y ra-
mas mezcladas de cáñamo indio y quince gramos de hojas y raí-
ces de lúpulo. Se revuelve todo con ámbar gris disuelto en éter.
Obviamente, cada uno de los ingredientes tiene propiedades para
privar el despertar, inducir y prologar el sueño y están potenciados
con magia. Además, el proceso de elaboración es bastante labo-

82
Letargo

rioso y no todos los magos logran convertirlo en una especie de


polvo casi imperceptible, como lo hizo Makkrumbbero —a Tiare
le encantaba explicar cualquier cosa que estuviera relacionada con
pociones y hechizos complicados.
—También podemos confirmar que el ritual está sellado con la
sangre de Makkrumbbero, está claro, pero está codificado —expli-
có Krimatt a los demás.
—¿Y eso en simples palabras significa? —preguntó Juan Carlos.
—Que no podrán saber las verdaderas consecuencias del ritual
si no se lo preguntan a él mismo o alguien que lo haya ayudado
—interrumpió Sebastianh. El Mago de las Sombras había llegado
y entrado a la casa sin que nadie lo notara.
—¿Qué estás haciendo aquí? —interrogó Celeste con enfa-
do—. ¿Cómo es que entras así nada más a una casa ajena?
—Tranquila, Celeste. Deja que nos explique, por favor —in-
tervino Chris.
—Gracias —manifestó el recién llegado mientras se acercaba al
centro de la sala donde estaban todos reunidos—, lo que él acaba de
decir —señaló refiriéndose a Krimatt— es cierto. Makkrumbbero
debió sellar el hechizo precisamente para codificarlo a su antojo,
así que no hay manera de saber a ciencia cierta las condiciones en
las que Brensait se encuentra. A menos, claro, que lo busquen y le
pregunten —parecía confiado en que aquello no era una opción.
—Puede que no sea necesario preguntarle a él —agregó Cirox,
llamando la atención de todos—. ¿Qué hay del tipo que trajo las
flores? Lo vi, quizás no con la claridad que hubiera deseado, pero
puedo reconocerlo.
—Planeas ir por él y qué, ¿torturarlo hasta que hable? —pre-
guntó Isaak había retomado su peculiar sarcasmo.
—¡Exactamente eso! —exclamó el guerrero justo antes de te-
letransportarse.
—¡Diablos! ¿No se te ocurrió decirle también que lo matara?
—Chris intervino enojado—. ¡Vamos! Debemos encontrarlo antes
que mi hermano o podría empeorar la situación.
—Puedo ayudarlos con eso —Sebastianh seguía atento a todo
lo que ocurría y ahora ofrecía su ayuda.

83
Nathalie Alvarez Ricartes

—¿Cómo? —consultó Juan listo para salir tras de Cirox.


—Soy el Mago de las Sombras, mi especialidad es seguir el
rastro de brujos con energía oscura.
Y así, tan simple como lo dijo, dejaba en evidencia el gran po-
der que parecía tener y que ponía a su disposición. Pero para el res-
to parecía un tanto increíble que pudiera hacerlo, hasta que Celeste
intervino.
—Es cierto. Él puede ayudarnos.
Solo esas palabras bastaron para que se convencieran. Acordaron
que irían los cinco, ahora cuatro, guerreros y Sebastianh. Los demás
se quedarían en casa viendo si algo cambiaba con respecto a Brensait.
Para seguir sorprendiéndose con el hermano de Celeste, des-
cubrieron que también podía teletransportarse, pero seguían sin
saber de dónde provenían sus maravillosas habilidades. Todos, ex-
cepto Chris, quien estaba al tanto de varias cosas relacionadas al
enigmático brujo.
—No puedo teletransportarlos a todos conmigo, eso me deja-
rían agotado por un tiempo bastante largo. Así que la mejor opción
es que vayamos como simples mortales sin magia, es decir, en auto
—terminó diciendo con un cierto tono de humor en su voz.
Nadie hizo comentario alguno. Solo miraron al Mago de las
Sombras con extrañeza y subieron al vehículo. Después de todo,
era un recién llegado y hermano o no de Celeste, eran tiempos en
los que confiar en alguien debía ser tomado con calma y cuidado.
Sentado en el asiento del copiloto, con Chris como chofer,
Sebastianh puso sus manos una sobre la otra, separadas por un
pequeño espacio. Cerró sus ojos y en solo minutos, una esfera de
energía del porte de una mandarina, color negro, apareció entre
ellas. Dependiendo de hacia dónde era atraída, tendrían que trazar
su camino. Funcionaba como una brújula o radar de energía oscu-
ra, tal como si una fuerza magnética la atrajera. El mago manejaba
la técnica a la perfección, como si acostumbrara a utilizarla.
Cirox estaba a punto de enfrentarse al desconocido colorín.
Había tardado menos de quince minutos en dar con su paradero,
¿cómo era eso posible? Usando la misma técnica de Sebastianh,
aunque sin hacer aparecer la bola de energía entre sus manos. No

84
Letargo

sabía desde cuándo, pero podía rastrear las energías oscuras, lo que
en ese momento le favorecía demasiado. Ya tendría tiempo para
pensar en qué instante había desarrollado aquella habilidad.
—¡Ey, tú! —exclamó al ver al colorín entre un grupo de chicos
y chicas. No parecían muy mayores, ni tampoco agradables.
—¿Qué quieres? —preguntó con hostilidad—. ¡Ahh! ¡Pero si
es el guerrero favorito de Brensait! —dijo en tono de burla al re-
conocerlo.
—Quiero que me digas ahora mismo los detalles del hechizo
que Makkrumbbero le envió.
—Debes ser estúpido, ¿no? —ahora se mofaba entre risas—.
¿Por qué crees que te diría algo al respecto? —volvía a ser hostil.
—Porque si no lo haces te mataré —respondió el guerrero con
una sonrisa siniestra, al mismo tiempo que tronaba sus dedos, ha-
ciendo que todos los acompañantes del pelirrojo cayeran al piso
inconscientes.
—¿Quieres sorprenderme? —Ali no parecía asustado.
—No, solo quiero respuestas —dirigió hacia su enemigo unos
lazos invisibles de energía que comenzaron a asfixiarlo—. Si no
cooperas, ni siquiera notarás cuando estés muerto.
El poder indetectable presionaba con fuerza alrededor de su cuello.
—¡Está bien! ¡Está bien! —exclamó con desesperación, con la
piel casi morada—. ¡Te lo diré!
—Así está mejor —el guerrero soltó sus amarras lo suficiente
para que pudiera hablar, pero sin dejarlo del todo libre.
Ali respiraba rápido, como si tuviera miedo de perder el último
suspiro en cualquier momento.
—Es cierto. Makkrumbbero selló y codificó el ritual, por eso,
aunque lo analicen nunca sabrán los detalles.
—Dime algo que no sepa —Cirox volvió a presionar un poco.
—¡OK, OK! —frente al guerrero, Ali no parecía tan temible ni
valiente—. Brensait está sometida al “Hechizo del Sueño” al que se
llega por medio de los “Corpúsculos Durmientes”, pero en realidad
no está del todo dormida. Mientras duerme, su subconsciente está
deambulando por diferentes dimensiones, tratando de comprender
lo que sucedió.

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Nathalie Alvarez Ricartes

—¿Y cómo la sacamos de ahí?


—Nunca la sacarán —respondió dibujando una macabra son-
risa en su rostro—. Dentro de poco comenzará a convertirse en
una patética e inservible estatua de hielo. ¡Acéptalo guerrero de
pacotilla, hemos acabado con su querida Brensait!
Cirox no lo había notado, pero tras él, un grupo de discípulos
estaba listo para atacarlo, razón por la que Ali, se sentía con tanta
confianza. Lo que el leal de Makkrumbbero no sabía, es que un
segundo después de la llegada de sus aliados, también aparecieron
Chris y los demás. Un intenso combate tuvo lugar por minutos que
parecían horas.
Aunque su estilo era el de un hombre muy elegante y cuida-
doso con su apariencia personal, Sebastianh sorprendió a todos
con su gran habilidad en la lucha cuerpo a cuerpo. Sus golpes eran
certeros y letales, parecía poseer una fuerza y rapidez sobrehumana.
—¡Oye, tú! —exclamó Cirox dirigiéndose al Mago de las
Sombras, mientras ambos trataban de deshacerse de unos discí-
pulos—, debiste ser uno de nosotros. Me agradas más que Isaak,
podrías reemplazarlo —Isaak lo escuchó y le dedicó una mirada de
odio. Claro, Cirox solo bromeaba, ¿o no?
—Lo siento, pero no está dentro de mis planes —aseguró el Mago.
—Es una lástima —Cirox le ofreció una mirada de burla a
Isaak.
Cuando lograron acabar con los discípulos, Ali se apresuraba
para huir, pero antes de hacerlo les dedicó algunas palabras.
—¡Esto es solo el comienzo, malditos guerreros! Ahora, sin
su querida Brensait, están perdidos. Y cómo ya se lo expliqué a su
enamorado; no la volverán a ver. ¡No tendrán más que una estatua
de hielo! —clamó para finalizar, pretendiendo desaparecer.
—¡Ey, babosa de Makkrumbbero! —exclamó Cirox, distrayén-
dolo—, no te vayas sin llevarle un mensaje —dijo al mismo tiempo
que lanzaba una pequeña daga de plata, la que se fue a incrustar
justo en el corazón de Ali, muriendo de inmediato—. ¡Exacto, ese
es el mensaje!
Chris y los demás se miraron asombrados. No imagina-
ron que Cirox terminaría matando al hombre de confianza de

86
Letargo

Makkrumbbero. De todas formas no importaba, lo fundamental


ahora, era encontrar una manera de traer a Brensait de regreso.
—Volvamos a casa. Es demasiado desastre por un día y de-
bemos prepararnos para el contraataque —Chris se dio vuelta y
caminó hacia el auto.
Cuando llegaron, notaron que todos estaban reunidos en la
pieza de Brensait, alrededor de ella.
—¿Qué sucede? —preguntó Juan.
—No lo sabemos. Sucedió de un segundo a otro —habló Tiare.
—Debe ser un efecto secundario del ritual —agregó Krimatt
refiriéndose a la repentina pérdida del color del rostro de Brensait.
No era algo tan radical, pero sí apreciable. Cualquiera podría no-
tarlo a simple vista.
—Krimatt tiene razón. Esto es producto del ritual y empeorará
—la voz de Cirox resonó en la habitación como si algo la estuviera
amplificando.
—¿A qué te refieres con que empeorará? —preguntó Isaak.
—El hombre de confianza mencionó algunas cosas antes que
nos enfrentáramos a ellos —agregó el guerrero—, dijo que aunque
Brensait esté dormida puede seguir atravesando dimensiones por
medio de sus sueños. Su subconsciente lo hace como si estuviera
paseando por otro mundo. Mientras tanto, su cuerpo se convertirá
poco a poco en una estatua de hielo.
—¿En una estatua de hielo? —Nino parecía horrorizada.
—¡Bastardo! —exclamó Sebastianh súbitamente—.
Makkrumbbero no espera que ella regrese.
—¿De qué hablas? —Quiso saber Juan Carlos.
—Si Brensait comienza a recorrer dimensiones en sus sueños,
llegará a un punto de no retorno. El que se convierta en una estatua
de hielo es solo una consecuencia, porque si no la detenemos antes
de que sea tarde, quedará atrapada en el limbo de espacio y tiempo
para siempre.
—¿El Limbo de espacio y tiempo? —preguntó Andrés des-
concertado.
—Podría producir un enorme caos entre dimensiones si no la
traemos de vuelta —sentenció Chris.

87
Nathalie Alvarez Ricartes

—Mientras más lugares recorra, más difícil será encontrarla.


—No es solo los lugares a los que vaya; si usa magia será peor
—advirtió Khamus.
Tal como lo aseguraba el maestro de “Leyes y Derechos de un
Hechicero”, al usar magia, Brensait se iría quedando más anclada
a las nuevas dimensiones. Al ser su subconsciente el que realmente
las visita, se acerca más a esos mundos, alejándose del que le per-
tenece, llegando a un punto en el que sería imposible traerla de
regreso.
—Bueno, ya sabemos que el escenario es bastante malo, pero
ahora debemos encontrar soluciones —propuso Cirox con autoridad.
—Estamos hablando de sueños. No es que sea tan sencillo lle-
gar, entrar en ellos, encontrarla y traerla —recordó Tiare.
—Pero debe haber una manera de hacerlo —Nino no pensaba
rendirse. Algo se les ocurriría.

El Señor del Tiempo seguía de cerca el rastro de Brensait, ac-


tualmente en su avance por el desierto. No podría dejarla deambu-
lar sin vigilancia, era demasiado peligroso.
—Señor, siento insistir con esto, pero creo que debemos dete-
nerla y encerrarla antes de que sea tarde —al Guardián Dimensional
parecía no agradarle Brensait.
—Tranquilo, Ryb. Todo a su tiempo —respondió, como ha-
ciendo alusión a su propio título—, debo ser cuidadoso si quiero
que todo salga como lo hemos planeado —agregó mientras en una
de sus manos, jugaba con una pequeña y fina vara blanca y brillan-
te. Nada menos que agujas hechas de estrellas. Sí, estrellas reales.
Un lujo exclusivo de alguien como él.

En casa de Brensait, uno de ellos tenía una idea para ayudarla,


pero no sería nada fácil. En realidad, era casi una misión suicida.
—Sé quién puede ayudarla —Celeste estaba sentada en un ele-
gante sillón al lado de la cama de Brensait—. No será nada fácil, de
hecho, es algo remoto, pero podría resultar.

88
Letargo

—¿Cuál es tu idea? —preguntó Cirox esperanzado.


—Hay que buscar a Alexander.
—¿Alexander? Te refieres al Señor de… ¡Pff ! —Sebastianh ni
siquiera alcanzó a terminar la frase. Su lenguaje corporal eviden-
ciaba una idea imposible—. Nadie sabe dónde está y en el caso
hipotético de que lo encuentren, te aseguro que no ayudará.
—Podrían explicarnos de quién hablan —pidió Tiare, desco-
nociendo por completo, el nombre de quien mencionaban.
—Alexander, el enigmático Señor de los Sueños. Es casi un
mito, nadie sabe si realmente existió, mucho menos si aún vive
—Chris parecía conocer el muy bien el tema.
—Opino que, aún siendo tan remota la posibilidad de dar con
su paradero, es nuestra única opción real. Así que si me preguntan;
yo apoyo la idea —Las palabras de Cirox tuvieron algún efecto po-
sitivo en los demás y aunque sabían que no sería sencillo y quizás,
ni siquiera posible, había que intentarlo. Comenzarían desde cero
si era necesario, averiguarían e irían a dónde fuera necesario para
dar con el tan mítico Alexander.
—Entonces, está decidido. Iremos en busca del Señor de los
Sueños —confirmó el líder de los guerreros.

89
Capítulo 4
“Buscando.”

-¡C
ción.
ómo que está muerto! —La exclamación de
Makkrumbbero hizo vibrar los vidrios de la habita-

—Señor, ha sido uno de los guerreros de Brensait, el que lleva


por nombre Cirox. Encontramos su cuerpo tendido a unos cinco
kilómetros de aquí. Tenía una pequeña daga de plata clavada en el
corazón. Suponemos que lo tomó por sorpresa.
—¡MALDITO! Era mi mejor aliado, ¿cómo se atreve? —sin
control, la furia de Makkrumbbero electrificó las paredes e hizo
caer cosas por todos lados. La chica que le informaba, temblaba y
esperaba no terminar siendo víctima de su enojo—. ¿Isabel lo sabe?
—No, aún no —respondió con un hilo de voz—, pensamos
que era mejor que usted lo supiera primero.
—Bien hecho —espetó un poco más calmado—, márchate, me
encargaré de contarle.
La joven salió casi corriendo, no deseaba estar en aquel sitio ni
un segundo más. Makkrumbbero por su parte, pensaba en la mejor
manera de explicarle a Isabel que su nuevo amante estaba muerto.

91
Nathalie Alvarez Ricartes

Lo peor: a manos de Cirox. Parecía casi una inevitable consecuen-


cia del karma.
En casa de Brensait, todos sus integrantes, además de Krimatt,
Celeste y Khamus buscaban lo que pudieran encontrar sobre
Alexander, el Señor de los Sueños.
—“Alexander; el Señor de los Sueños es una leyenda viviente. Si es
que aún vive. Es el único mago conocido, con la capacidad de manejar
los sueños a su antojo.” —Celeste leía con mucha concentración un
enorme libro que parecía sacado de la Edad Medieval—. “Posee la
habilidad de controlar el ciclo circadiano y transformarse en materia
onírica. Por muchos años trabajó para las autoridades, del lado de los
buenos. Hasta que abusaron de sus poderes, terminando casi como un
esclavo.” —continuó mientras los demás la escuchaban con aten-
ción—.“Se reveló; estuvo un tiempo sirviendo al lado oscuro y desde
ahí, nunca nadie más lo ha visto.” —finalizó.
—¿Y bien?, ¿ahora qué? —preguntó Juan.
—Tendremos que buscar a las últimas personas que lo vieron
—sugirió Krimatt.
—Pero eso significa entablar relación con los magos del lado
malvado —advirtió Tiare.
—Eso es precisamente lo que tenemos que hacer —aseguró
Cirox con plena confianza.

Isabel no paraba de llorar. Daba la impresión de que el fallecido


era su ser más querido, pero resultaba que se conocían hacía muy
poco tiempo.
—¡Basta, Isabel! Llorar no te ayudará en nada. Ahora hay que
planear el siguiente paso.
—¡Lo dices como si no te importara la muerte de Ali!
—Debo reconocer que era mi mejor hombre; fuerte, osado y
leal, pero no me pidas que llore su muerte. Si no supo enfrentarse a
esos miserables guerreros, acabaría muriendo de una u otra forma
muy pronto.
—¡Eres un insensible! —exclamó la chica con todo el maqui-
llaje de sus ojos arruinado.
—Escucha, soy un brujo que pretende cumplir sus objetivos, los

92
Letargo

que, querida mía, son muy ambiciosos. Así que comprenderás que
no tengo tiempo, ni ganas de ser sentimental ¡Eso es para débiles!
Si sigues actuando de esta manera, comenzaré a creer que lo eres.
Isabel enmudeció. No sabía cómo responder a las fuertes pa-
labras de su hermano. Dentro de ella, estaba consciente de que sin
él, no era nadie y aunque no siempre estuviera de acuerdo con sus
métodos, no tenía más opción que seguirlo. Estar de su lado le
aseguraría sobrevivir hasta el final. O quizás no.
Makkrumbbero, sin poder seguir soportando presenciar aquel
denigrante espectáculo melancólico de su hermana, se marchó. Era
hora de actuar. La ausencia de Brensait generaba la ocasión perfec-
ta para avanzar con sus objetivos.

—Escuchen, ya sabemos que hay que buscar y encontrar a


Alexander, pero no podemos ir todos. Habrá que decidir quiénes
serán los escogidos para esa misión. Los demás tendrán que res-
guardar la ciudad —Chris, como siempre pensando en todo. Sin
dejar nada al azar.
—¿Hay alguien que prefiera una de las dos? —preguntó
Celeste casi por instinto.
Realmente a nadie le importaba a dónde ir, tan solo querían ser
útiles y rescatar a Brensait del lamentable ritual del que había sido
víctima. Finalmente, decidieron que Chris, Juan y Krimatt irían en
búsqueda del Señor de los Sueños.
—Pero dentro de poco comienzan tus clases —comentó Tiare
refiriéndose a Krimatt.
—En cuanto Brensait cayó presa de este hechizo avisé que no
tomaría el cargo, expliqué la situación y lo entendieron muy bien.
Alguien más ocupará mi puesto.
El maestro y ahora amigo de Brensait, siempre había estado
muy comprometido con la causa, pero nadie terminaba de enten-
der por qué. Quizás el único que sabía un poco más, era Sebastianh,
quien le dedicó una particular mirada llena de misterio cuando co-
municó que no asistiría a la universidad en Europa.

93
Nathalie Alvarez Ricartes

—¡Perfecto! Ahora que nos hemos organizado, es momento de


actuar —propuso Cirox con entusiasmo.
—Pero no tenemos certeza alguna sobre el paradero de
Alexander —recordó Juan.
—Creo que puedo ayudarlos con eso —Una vez más,
Sebastianh intercedía cuando menos lo esperaban—. Alexander
vivió en Ristrok y hay personas que siguen siéndole fiel, es proba-
ble que nos digan algo.
—No entiendo nada, ¿eso es suficiente? —preguntó Isaak.
—Puedo acompañarlos hasta allá y ayudarlos a encontrar a
esas personas. Una vez que tengan la mínima pista para empren-
der el viaje, regresaré aquí. Makkrumbbero desatará su furia para
vengar a su leal muerto y aprovechará el impacto que ha causado el
estado de Brensait —elocuente y perspicaz, como muy pocos, era
el Señor de las Sombras. De todas formas, a vista de Cirox y Chris,
el siempre parecía estar ocultando algo, como si dijera solo el diez
por ciento de lo que sabía en realidad.
—Perfecto. Lo haremos así —confirmó Chris—, los demás se
quedarán acá y cuidarán que Makkrumbbero no se salga con la suya.
—Haremos que se arrepienta por lo que le ha hecho a Brensait
—sentenció Cirox con seriedad.
En el desierto cayó la noche de manera abrupta, como si al-
guien la hubiera lanzado de pronto. Aunque su vestimenta resul-
taba cómoda, con la llegada de la oscuridad, la temperatura bajó y
fue imposible resistir el frío sin magia. Caminó hasta una pequeña
duna y se acomodó en la arena, formando un pequeño socavón
para tenderse. Enseguida encendió una diminuta fogata con sus
poderes.
—Espero no pasar el resto de mi vida en este lugar o antes de
morir de frío o calor, lo haré de aburrimiento.
El fuego surgió como buscando libertad y en la habitación de
Brensait, su cuerpo palideció un poco más.
—¿Viste eso? —preguntó Tiare a Celeste al notar el cambio en
la tonalidad de su piel.
—Sí, está más blanca. Sucedió de forma espontánea.
—Algo debe estar ocurriendo en el lugar donde está atrapada.

94
Letargo

—Debe estar usando su magia —interrumpió Sebastianh,


quien acababa de entrar en la habitación—, sabemos que cada vez
que lo haga, empeorará el estado de su cuerpo en esta dimensión.
—Pero ella no está al tanto de eso —musitó Tiare en voz baja.
—El asunto es bastante desconocido, incluso para mí.
—Y eso es mucho decir, sabiendo el gran mago oscuro que eres
—espetó Celeste con mala actitud.
—Hermana, no estamos hablando de mí en ese momento
—desafió el Mago de las Sombras—. Lo que quiero decir, es que
no conozco una forma que nos permita comunicarnos con ella,
para advertirle.
—Quizás Krimatt sepa —dijo con cierta esperanza Tiare.
—Puede ser, pero él partirá pronto. Supongo que los que nos
quedemos acá deberemos buscar una manera de lograrlo.
—Comenzaré a revisar la literatura de inmediato —añadió
Tiare antes de abandonar el cuarto. Siempre había sido así, muy
dedicada a lo relacionado con la magia. Nunca dejaba un hechizo
o poción a la mitad, ni tampoco los realizaba antes de comprender
todo lo que implicaba; sus pros y contras.
Los hermanos permanecieron en silencio unos minutos sin de-
jar de mirar el cuerpo taciturno de Brensait.
—Sigo sin comprender qué haces aquí, ¿desde cuándo te im-
porta algo que no seas tú mismo?
—Celeste, no quiero hablar del pasado contigo.
—No estoy hablando del pasado, sino del presente. De un pre-
sente que no quiero que arruines como siempre.
—No hables de lo que no sabes.
—Ambos sabemos todo a la perfección, no inventes excusas.
—Basta, no seguiré con esto, ya te lo dije.
—Es fácil hacerlo, ¿no? Después de todo lo que sucedió, ahora
es sencillo actuar como si no fuera tu culpa o simplemente evadirlo
—el tono de Celeste había subido considerablemente, faltaba poco
para que le gritara.
—¡Celeste, suficiente! Hay muchas partes de la historia que
no sabes y no me quedaré aquí para discutirlas contigo —espetó
segundo antes de retirarse.

95
Nathalie Alvarez Ricartes

—¡Ay, hermano mío! ¿Por qué tiene que ser así de complicado?
—Se preguntó la chica en voz baja.
Ciertamente, las relaciones familiares no siempre eran senci-
llas, pero Sebastianh y Celeste compartían vivencias mucho más
intensas, varias de las cuales superaban el entendimiento de la ma-
yoría, aún tratándose de brujos.
Esa misma noche Chris, Krimatt, Juan y Sebastianh partie-
ron hacia Ristrok. No se quedarían allí más de veinticuatros horas,
consiguieran o no algo que los llevara hasta Alexander, el Señor de
los Sueños.
—No podemos tardar demasiado. Si no hay nadie que nos
pueda dar algún dato útil, seguiremos los últimos rumores conoci-
dos —propuso Chris.
—La mayoría apunta hacia un lejano lugar en Asia —comentó
Juan.
—Fue muy buena idea conseguir estas —dijo Krimatt señalan-
do una bolsa con pequeñas bolitas de color granate.
—Aún no sé de dónde las sacaste —confesó Juan.
—Cuando eres experto en botánica siempre hay personas que
te deben favores —aseguró el maestro. Las bolitas color granate,
eran una mezcla de varios elementos químicos propios del mundo
de la magia, además de kouso, una desconocida planta con propie-
dades magnéticas poderosas, que la reconocían como un vehículo
universal. Todo esto daba como resultado, un peculiar sistema de
transportación instantánea, que aún sirviendo para un solo viaje
cada vez, era de mucha utilidad en brujos que no podían teletrans-
portarse como lo hacía Cirox. El modo de uso era sencillo; debían
tomar una de las bolitas, tragarlas y mentalizar el lugar al que qui-
sieran ir. Uno o dos minutos después estarían allí.
Esperando obtener algún indicio válido se adentraron en
Ristrok guiados en todo momento por el Mago de las Sombras.

Brensait había dormido bastante o al menos eso sentía. Cuando


abrió los ojos ya era de día de nuevo y decidió seguir avanzando
por el cálido desierto. Su sorpresa fue enorme cuando, guiada por

96
Letargo

la brújula, llegó hasta un punto donde el árido paisaje se interrum-


pía con una enorme cascada que parecía haber sido puesta ahí de
manera inexplicable. Con magia quizás.
—¿De qué se trata esto? —se preguntó en voz alta, justo cuan-
do logró divisar una pequeña sombra negra que parecía flotar, unos
metros más allá— ¡Ey! ¿Quién eres tú? —interrogó sin respuesta.
Solo pudo ver cómo aquel extraño ser atravesaba la cascada. Le
dio la impresión de que quería que lo siguiera, así que lo hizo—.
Veamos a dónde me lleva esto.
Para este punto, Brensait estaba segura de haber sido víctima
de algún misterioso conjuro y dado las circunstancias, ciertamente
Makkrumbbero estaría detrás de él.
—No importa lo que tenga que pasar, ese maldito brujo no se
llevará el gusto de verme derrotada. ¡Puedo asegurarlo! —exclamó
como queriendo que todos se enteraran.
Su sorpresa fue enorme cuando atravesó la cascada y termi-
nó en medio de una enorme selva amazónica. Altísimos árboles
inundaban el lugar y varias aves parecían observarla. Sentía el calor
del sol sobre la piel, aunque no lograba divisarlo a simple vista, de
seguro se hallaba en lo alto, oculto tras la frondosidad del bosque.
—¡Uf ! ¿Y ahora dónde estoy? —sentía que si nadie, nunca más
respondía a sus dudas, terminaría volviéndose loca en muy poco
tiempo.

En aquel impecable lugar, donde el cielo se reflejaba en el piso,


las estrellas parecían sembradas en el suelo. El Señor del Tiempo
permanecía sentado en una fina silla de cristal, apoyado sobre una
mesa con forma de media luna invertida, del mismo material, be-
biendo una infusión que, a simple vista, parecía té. El constante
vapor subía e invadía su rostro.
—Señor, ya atravesó a la segunda dimensión.
—Lo sé. Pude sentirlo inmediatamente dio el primer paso en
ella —comentó antes de beber un sorbo de su bebida.
—¿Hay algo más que pueda hacer por usted? —Ryb estaba
de regreso. Su misión; hacer que Brensait pasara a la siguiente

97
Nathalie Alvarez Ricartes

dimensión. Sin duda, era el ser que la joven había creído ver, el
mismo a quien había decidido seguir.
—Nada más por ahora. Puedes regresar con los demás.
—Muy bien. Estoy disponible para lo que necesite.
—Gracias.
En el hogar del Señor del Tiempo no parecían existir las con-
diciones climáticas variables. El lugar tenía una temperatura agra-
dable siempre; sin frío, calor, viento, ni alguna otra condición que
pudiera resultar incómoda. Pero claro, no era de extrañar, después
de todo, se trataba de la morada del ser que controlaba aquello.
Muy pocos conocían su verdadero nombre y estaba sobre el
nivel de los brujos normales, su poder era inmenso, sin contar que
tenía bajo su control el tiempo y espacio, lo que incluía el día, la
noche, las estaciones y las dimensiones paralelas. Había nacido
para ocupar ese lugar y nunca podría abandonarlo. Escondía secre-
tos como todo el mundo, aunque en ningún caso, los enigmas de
un ente tan poderoso como él podían ser como los del resto de los
seres vivientes.
Brensait se adentró sin miedo en la densa selva hasta que sintió
un pequeño piquete en la espalda, a la altura de su hombro derecho
y perdió el conocimiento de manera instantánea. Quizás no había
sido buena idea entrar ahí sintiéndose tan valiente.
El Señor del Tiempo estaba por acabar su bebestible, pero así
como Brensait sintió el piquete en su hombro, él lo sintió justo en
medio de su frente, donde muchos creen que se ubica el tercer ojo.

Sebastianh y los demás estaban frente a una enorme puerta de


madera tallada, la fachada y el estilo completo de la casa demostra-
ban un gusto bastante extravagante.
—Aquí vive uno de mis vecinos más antiguos. Es un brujofiló-
sofo que está un tanto loco, pero sabe muchas cosas, especialmente
relacionadas al lado oscuro.
—Espero que no sea un aliado de Makkumbbero —agregó Juan.
—¿Crees que por algún motivo, uno de sus leales podría
ayudarnos en lo más mínimo? A estas alturas, cada uno de sus

98
Letargo

seguidores debe estar al tanto de lo sucedido a Brensait y harán que


lo sea necesario por mantenerlo así y si es posible, empeorarlo —El
Mago de las Sombras hablaba un tanto ofuscado—. El Señor De
Valdés es todo lo excéntrico que quieras, pero siempre ha estado
del lado correcto. Si sabe algo sobre Alexander nos lo dirá sin
problemas.
Llamaron a la puerta más de cinco veces sin obtener respuesta
alguna.
—A mi parecer, estabas demasiado seguro de su lealtad espetó
—Juan demostrando una antipatía innata hacia Sebastianh. Este
le dedicó una fulminante mirada y se disponía a golpear por última
vez, cuando la puerta se abrió repentinamente, sorprendiendo a los
recién llegados.
—¡Ah, pero si eres tú! —exclamó sin mucha alegría—, hace
días que no te veía por aquí, creí que te habías marchado otra vez
—comentó dirigiéndose al Mago de las Sombras e ignorando al
resto.
—Estaba de viaje, señor De Valdés, de hecho solo estoy de
paso. Necesitamos su ayuda —indicó a sus acompañantes con la
mirada.
—¿Cómo es posible que un ser como tú necesite de mi ayuda?
—el anciano de cabellos ondulados y grises, grandes ojeras y tez
canela, se refería a Sebastianh de forma extraña, como tratando a
alguien no tan cercano y un tanto temible. Chris no dejó pasar por
alto este detalle.
—Todos necesitamos ayuda en algún momento, ¿no? —pre-
guntó él tratando de no perder la paciencia. Lo que menos necesi-
taba era un futuro interrogatorio de los guerreros de Brensait.
—Todos menos tú. Estás fuera del alcance de cualquier tipo de
ayuda humana —en este punto Chris y Juan no podían esconder
su intriga. Krimatt, por su parte, no parecía sorprendido en lo ab-
soluto.
—Señor, no soy yo precisamente el que necesita ayuda. Mis
acompañantes le explicarán.
Tal como Sebastianh había mencionado, el anciano sabía de
muchas cosas y no le fue difícil reconocer al líder de los guerreros.

99
Nathalie Alvarez Ricartes

—Me pregunto qué haces acompañado del líder de los Cinco


Guerreros —miró a los Guerreros de Brensait de pies a cabeza—.
¿Acaso ellos saben quién eres? —volvió su mirada a Sebastianh.
Parecía querer intimidarlo.
—Por favor, estamos aquí por algo urgente. Dígame si po-
drá ayudarnos y ya no nos siga restando tiempo —el Mago de las
Sombras parecía molesto y su actitud se había vuelto hostil.
—Señor, permítame presentarme —intervino Chris—. soy el
líder de los Cinco Guerreros… —No alcanzó a terminar de hablar,
cuando fue interrumpido.
—Sé perfectamente quién eres. Lo que no entiendo es qué ha-
cen aquí y más intriga me genera esta alianza, con el Mago de las
Sombras.
—Necesitamos su ayuda. Debemos encontrar al Señor de los
Sueños —respondió con un toque de preocupación en la voz.
—¿El Señor de los Sueños? ¿Es que acaso no saben que la exis-
tencia de ese ser no pasa de un mito, de una leyenda urbana? —su
cuestionamiento se caló en el pensamiento de cada uno de los recién
llegados, impregnando de temor sus ojos—. Sus miradas los delatan
—agregó—, no pueden embarcarse en una misión tan complicada
como esta, sin siquiera tener la suficiente confianza de concretarla.
Para este instante, los amigos de Brensait seguían parados en
la puerta de la casa. El señor De Valdés todavía no se convencía de
invitarlos a pasar.
—Será mejor que entren. Tenemos mucho de qué hablar —dijo
haciendo una señal para que ingresaran—, pueden acomodarse en la
sala pequeña del lado derecho.
Ingresaron en silencio. Un tanto desconcertados, no era un
misterio que su anfitrión era un poco peculiar, incluso tratándose
de brujos.
—Supongo que ahora que nos ha invitado a pasar, podríamos
deducir que nos ayudará con lo que pedimos —añadió Juan.
—Eso dependerá de su comportamiento.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Krimatt confundido.
—Antes de decidir si los ayudaré o no, debo estar seguro de
que están trabajando para el lado correcto.

100
Letargo

—Sigo sin entender —insistió el experto en botánica—, esta-


mos aquí por Brensait, para ayudarla. Nadie podría dudarlo.
—Ahí es donde te equivocas —sentenció el anciano—, puede
que viva en una dimensión paralela, pero estoy al tanto de todo lo
que sucede. Sé perfectamente que existe un traidor cercano y que
aún no tienen idea alguna de quién pueda ser.
—¿Y su idea es…? —Juan comenzaba a incomodarse. No po-
dían estar perdiendo tiempo en seguir su juego. Brensait necesitaba
de su ayuda.
—Solo pretendo asegurarme de entregar información valiosa a
quienes la usarán para bien. Créanlo o no, soy leal a Brensait y más
que a ella, a Guido.
El maestro Guido. Hace mucho tiempo que no escuchaban
hablar sobre él. La incógnita de su paradero era tan o más grande,
que la ubicación de Alexander.
—Antes de brindarles cualquier dato, necesito que hagan algo.
—¿Qué cosa? —nuevamente la expresión de Juan demostraba
su molestia.
A Chris le sorprendió la propuesta, después de todo, estaba
realmente confirmando su lealtad. Le extrañaba no haber escu-
chado antes sobre él, al menos, no recordaba conocerlo de antes,
pero por lo que alcanzaba a captar, el señor De Valdés tenía un
interesante pasado mágico, que de alguna manera se vinculaba a
Brensait, Hortus y al maestro Guido.
—Tendrán que tomar un brebaje que dejará ver sus reales in-
tenciones.
—¿Nuestras verdaderas intenciones? ¿Cómo es eso posible?
—el líder de los guerreros no terminaba de entender.
—El brebaje mágico dejará ver sus reales intenciones. Mostrará
si en realidad su lealtad está con el lado correcto o al menos, con
el que yo considero el lado correcto —sentenció—, una vez que
lo beban se pondrán frente a ese espejo que ven justo allí —dijo
indicando una hermoso objeto de gruesos bordes de plata, con ela-
borados y llamativos diseños; daba la impresión de que pequeñas
llamas de fuego estaban saliendo del espejo, quedando atrapadas
en sus bordes. Medía al menos un metro y medio de alto y uno de

101
Nathalie Alvarez Ricartes

ancho—. Este misterioso y poderoso objeto mágico es muy anti-


guo y reflejará lo que está dentro de ustedes, y por lo tanto, si son
de confianza o no.
Los aludidos se miraron perplejos. No esperaban encontrarse
con una prueba como esta, pero estaban seguros de no ser el tan
buscado traidor y el tiempo apremiaba. No había espacio para ti-
tubeos, mientras más pronto obtuvieran la información que busca-
ban, más pronto Brensait estaría de vuelta.
—Somos parte de los Cinco Guerreros de Brensait, ¿de verdad
crees que el traidor pueda estar entre nosotros? —preguntó Juan,
cada vez más ofuscado.
—Una cara bonita y un amistoso comportamiento han servido
para engañar a más de uno, incluso a quienes se consideraban muy
astutos. Yo prefiero tomar precauciones —agregó muy seguro—,
si el reflejo en el espejo se distorsiona de una manera negativa,
alterando sus facciones o características propias, querrá decir que
no son dignos de mi confianza, ni de la de nadie que sea leal a
Brensait. ¿Hay alguno que se oponga?
Nadie se atrevió a interrumpir el silencio. Seguían las mira-
das perplejas. Sebastianh se ofreció para ser el primero en beberlo,
aunque poseía una información que el resto no. Al ser considerado
el Mago de las Sombras, este tipo de pruebas nunca podría emitir
un resultado objetivo respecto a su verdadera naturaleza. Estaba
seguro de que De Valdés lo sabía y solo pretendía no hacerlo.
—Muy bien, Sebastianh, serás el primero. Dudo que sea la
primera vez que haces esto, así que supongo, no necesitas tantas
explicaciones.
—Será un placer —respondió con actitud desafiante.
Después de beber el extraño líquido de color naranjo, tenían
dos minutos como máximo para pararse frente al espejo, así que
terminado el trago, el señor De Valdés lo instó a dirigirse hasta él.
La perfecta imagen del espejo que reflejaba la escenografía que
lo rodeaba, se transformó en una sombría nube huracanada, furiosa e
incontrolable. Por cierto era muy oscura, pero la figura de Sebastianh
se mantuvo idéntica, nada en él se alteró. De una forma poco con-
vencional, el Mago de las Sombras había pasado la prueba.

102
Letargo

—¿Y bien? —preguntó fijando la mirada en el dueño de casa.


—Eres el Mago de las Sombras, no se puede pedir mucha cla-
ridad a tu reflejo, ¿no? —cuestionó con cierto tono de humor—,
pero todos lo han visto. Tu lealtad es real, así lo dice el espejo.
Krimatt y los demás se sentían un poco confundidos, porque
era cierto, el reflejo de Sebastianh se había mantenido intacto, pero
quién aseguraba que ese espejo estuviera revelando una verdad
existente. Quizás se trataba solo de un truco para retenerlos, des-
pués de todo, nadie sabía con certeza a quién pertenecía la lealtad
del Mago de las Sombras y mucho menos la del Señor De Valdés.
—¡Suficiente! Terminemos con esto de una vez —clamó Juan
mucho más molesto, que todas las veces anteriores—, seré el si-
guiente.
Bebió el contenido y con prisa caminó hacia el espejo. Un in-
tenso fulgor rojo apareció en el fondo de este y de Juan a su vez,
reflejado en él, intacto. Tal como Sebastianh. Pero no permaneció
más de tres segundos así; luego, el intenso color rojo, fue reempla-
zado por uno blanco, un blanco radiante y pacífico.

103
Nathalie Alvarez Ricartes

—Lamentable —susurró De Valdés en voz tan baja, que solo


Sebastianh lo pudo notar—, excelente, tenemos otro leal—confirmó.
Juan regresó a su antiguo lugar, junto a un llamativo sofá azul
marino con detalles dorados. El siguiente en ponerse a prueba fue
Chris. Pero como, cualquier persona podía esperar, el fondo del
espejo reveló un tranquilizador color púrpura y su reflejo no varió
en lo absoluto. Era el líder de los Cinco Guerreros y no necesitaba
demostrarlo a nadie, pues cada una de sus células, hasta la parte
más recóndita de su ser, eran consciente de ello y estaba orgulloso
de que así fuera.
—Solo faltas tú, joven Krimatt —agregó De Valdés con un
tono marcado en su voz, como queriendo decir algo entre líneas—.
¿Estás listo?
—Lo estoy —respondió sin más preámbulos.
Hizo todo con rapidez. Se paró frente al espejo después de
beber lo correspondiente, su reflejo no cambió, pero el fondo de
la imagen era tan turbulenta como la de Sebastianh, con feroces y
potentes rayos cayendo por todas partes.
Chris sabía que no era la ocasión adecuada para preguntar,
pero quería conservar las imágenes de cada uno, intactas en su me-
moria. Entendía que todo lo que estaba pasando, no era una simple
coincidencia.
El señor De Valdés no emitió comentario alguno con respecto
al resultado de Krimatt, daba la impresión de que supiera todo lo
que estaba por pasar.
—Estupendo. Ahora puedo estar seguro de tener a mi lado a
verdaderos leales —dijo con convicción—, ahora podemos avanzar
al siguiente paso hacia Alexander.
—Un momento —interrumpió Juan— no es solo usted quien
debe estar seguro de estar entre leales, nosotros también, así que
lo más justo es que se someta a la prueba del espejo, tal cual lo
hicimos.
—Me temo estimado que eso no será posible —replicó con
calma.
—¿Por qué no? —preguntó el líder de los guerreros.
—Porque ese espejo me obedece, es parte de mí. No sería una

104
Letargo

revelación sincera si me sometiera a él —explicó confundiendo to-


davía más a los presentes. Excepto claro, a Sebastianh que parecía
conocer cada una de sus respuestas.
—¿Y qué sugiere para saber si podemos o no confiar en usted?
—preguntó esta vez, Chris.
—Solo una cosa… confiar —respondió levantando sus cejas—,
soy la única opción que tienen —recordó.
—En realidad, usted es a la primera persona que buscamos
para pedir ayuda en esto. Quizás deberíamos seguir nuestro cami-
no e ignorarlo —Juan parecía más desafiante a cada segundo que
pasaba.
—Pueden internarlo. Yo no lo impediré, pero debes saber que
la única persona leal que sabe cómo encontrar a Alexander soy yo.

105
Capítulo 5
“Indomable.”

S e despertó, aún somnolienta y con un molesto dolor en el


hombro derecho. Claro, ahora recordaba haber recibido
un inesperado impacto en esa misma zona. Posterior a eso, el sueño
se había apoderado de ella.
Miró a su alrededor y sintió miedo al ver que varios rostros
la observaban de cerca. Susurraban palabras en un idioma que no
comprendía, pero que en su vago conocimiento del tema, le parecía
el dialecto propio de una tribu o pueblo originario.
Todavía con temor, trató de levantarse y vio cómo los rostros
se iban separando para dar paso a alguien que llegaba desde el sur.
Una chica de no más de veinte años de cabellos rubios, tez blanca
e intensos ojos azules se dirigió a ella. Le sorprendió escucharla
hablar en su idioma.
—Antes de cualquier cosa, necesito saber cómo llegaste aquí —dijo
con voz firme y cortante. No se mostraba como alguien muy amigable.
—¿Quién eres tú? —preguntó Brensait confundida.
—Lo siento, pero eres la intrusa aquí, así que yo haré las pre-
guntas —llevaba puesto un vestido apegado al cuerpo que parecía
hecho con piel de cocodrilo, muy corto, sin espalda, amarrado al

107
Nathalie Alvarez Ricartes

cuello con tiras y unas botas a media pierna, también de piel, pero
no del mismo animal. Los demás aldeanos llevaban pequeñas pren-
das de ropa que solo cubrían sus partes íntimas y sobre ellas, dimi-
nutos bolsos de cuero donde guardaban distintas armas de reducido
tamaño. Todos usaban el mismo tipo de botas.
—Ojalá pudiera responderte, pero no tengo idea dónde estoy y
mucho menos de cómo llegué aquí.
—Unos miembros de la tribu te encontraron cerca de la casca-
da, ¿tampoco recuerdas eso?
Brensait buscaba entre sus recuerdos y sabía que lo último que
había visto era un bosque, después de atravesar, precisamente, una
cascada.
—Recuerdo haber atravesado una cascada y ver un denso bos-
que, después de eso sentí un pinchazo en el hombro. Es todo.
—Las personas que te encontraron te lanzaron un dardo som-
nífero. No podían arriesgarse a traerte aquí consciente sin saber si
eras peligrosa.
—¿Peligrosa?, ¿de qué hablas?
—¿Pues qué querías? Apareces aquí de la nada, sin identificar-
te o algo parecido. Este es un lugar protegido, ¿sabes? Somos los
guardianes de esta selva, nadie que no sea bienvenido puede pisar
estos suelos —la chica seguía con su actitud hostil—. Debo ser sin-
cera y reconocer que no es ningún agrado tenerte aquí, de seguro
nos traerás más de un problema.
—Tranquila. No es necesario ser tan intensa, tampoco estoy
feliz de estar en este lugar —Brensait también comenzaba a mo-
lestarse—. Como ya dije, no tengo idea cómo llegue hasta aquí,
antes de esa cascada estaba en medio de un desierto.
—Espera —la chica se acercó para observarla más de cerca—.
¿Dijiste que atravesaste hasta aquí por una cascada?
—Así es.
—Tu cuerpo no está completo —reconoció al mirarla a los ojos
por varios segundos.
—¿Qué quieres decir con que mi cuerpo no está completo?
—Brensait pensaba que quizás se había topado con una tribu de
locos y pronto sería la cena.

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Letargo

—Estás fragmentada. Eres víctima de algún tipo de ritual an-


tiguo… ¿Quién eres? Tu rostro me parece conocido, creo haberte
visto alguna vez.
—Soy Brensait de Lacreyx.
En el instante en que pronunció su nombre, todos la observa-
ron un tanto impresionados. Al tiempo que ella, creía que nadie
más podía entender lo que decía.
—La bruja reencarnada —comentó la chica de ojos azules —sa-
bía que ese rostro me era familiar. Esto lo cambia todo —sentenció.
—¿Para bien o para mal? —preguntó Brensait con temor.
—Creo que ya no puedes estar más mal de lo que estás —ase-
guró—, pero este no es el mejor lugar para seguir la conversación,
vamos a nuestra aldea —sugirió haciendo algunas señas a sus de-
más acompañantes.
Caminaron por un estrecho sendero alrededor de un cerro. Cada
parte del paisaje era realmente maravilloso a los ojos de Brensait
y terminaba de comprender por qué estaba protegido. Llegaron
hasta una altura de unos quinientos metros y entraron por lo que
parecía ser el ingreso a una cueva. Un nuevo camino los hizo des-
cender hasta el centro de esta, lugar donde se ubicaba la aldea, la
que poseía una arquitectura muy cuidada, con casas de mediano
tamaño y de un solo nivel, construidas con materiales como barro,
madera y paja. Le sorprendió ver lo detallistas que eran y el apego
que tenían por el arte, ya que cada casa tenía alguna manifestación
de este en grabados, pinturas o piezas construidas a mano.
En medio de la aldea existía un gran círculo donde día y noche
se mantenía encendida una fogata, con algún tipo de hechizo sen-
cillo que incluso la protegía del agua.
La chica de ojos azules estaba acompañada de cinco aldeanos;
dos hombres y tres mujeres, pero en tanto llegaron y se ubicaron
cerca de la fogata, tomó un largo y delgado instrumento, que pare-
cía hecho de hueso, con el que emitió un profundo sonido que se
escuchó en toda la aldea. Minutos después, todos los miembros de
la tribu estaban reunidos junto a ellos.
—Como ves, no somos muchos por aquí —dijo en voz alta
señalando a todos a su alrededor—, según nuestros registros, ac-
tualmente somos treinta y un personas —agregó.

109
Nathalie Alvarez Ricartes

—Ya veo —respondió Brensait sin poder dejar de mirar a su


alrededor.
—Aldeanos, los he convocado aquí porque tenemos una in-
vitada —incluso antes de que hiciera el anuncio, los aldeanos mi-
raban a Brensait y murmuraban entre ellos—. Para quienes no lo
sepan, ella es Brensait de Lacreyx, la bruja reencarnada.
Los murmullos se transformaron en sonidos de expectación y
asombro. Brensait creía que en algún momento se acostumbraría a
ellos, pero realmente no le agradaban.
—Deseo que mientras sea nuestra invitada, sean cordiales con
ella.
—¿Se quedará mucho tiempo? —preguntó una mujer alta y
robusta de cabello negro y trenzado.
—Aún no lo sabemos, pero me aseguraré de que su presencia
no altere la vida de nadie en la aldea —Brensait la miró directo a
los ojos tratando de averiguar qué quería decir con eso—. Ahora,
por favor, regresen a sus actividades normales, cualquier novedad o
detalle importante que deban saber, les avisaré.
En solo segundos, todos se dispersaron. Para ser una tribu
amazónica, Brensait notó que poseían rasgos variados; convivían
personas altas, bajas, blancas, morenas e incluso colorinas. Contó
siete niños y todos los demás adultos, que no sobrepasaban los
cincuenta años de edad.
—Ven, vamos a mi casa, ahí podrás comer algo antes de seguir
con nuestra plática. Sé que ambas tenemos muchas dudas —habló,
ahora con mucho menos hostilidad.
—Gracias —respondió Brensait siguiéndole el paso.
Caminaron desde la fogata hacia el norte, un poco más de una
cuadra. Al final de algo parecido a un pasaje, estaba la casa de la
chica. Poseía aproximadamente cincuenta metros cuadrados y te-
nía una fachada que la hacía parecer una cabaña del bosque.
—Entra —invitó indicando el camino—. Puedes acomodarte
en esos asientos, están hechos de paja y lana, no son nada lujosos,
como lo que, supongo, ves a diario, pero cumplen su función.
Aunque el espacio no era tan grande, tenía todo dispuesto en
su lugar de una manera muy ordenada, sin mencionar que cada

110
Letargo

cosa que había en la casa: mesas, sillas, muebles en general, cama y


todo necesariamente básico, estaba elaborado con materiales obte-
nidos en la selva.
—Muchas gracias, aunque no lo creas, es más que suficiente
—reconoció Brensait después de haber estado en el desierto.
—Ahora que estamos más cómodas y tranquilas, me presen-
taré —dijo extendiendo su mano—, mi nombre es Nalhok y soy
la líder de esta tribu, llamada Ablatlala —Brensait correspondió a
su saludo mientras pensaba que jamás, ni siquiera en su otra vida,
recordaba haber sabido de la existencia de esta tribu.
—Nalhok, podrías decirme exactamente dónde estoy.
—Como te dije antes, estás en un territorio protegido. Somos
guardianes de esa selva, nada se destruye aquí. Todo lo que usamos
o fabricamos, se hace a partir de vegetales, árboles y animales que
han muerto por causas naturales, no cazamos, ni destruimos el am-
biente de manera consciente, evitamos todo daño que se le pueda
hacer. Somos un resguardo para la posterioridad.
—¿Un resguardo para la posterioridad?
—No debe ser sorpresa para ti, ni para nadie, el nivel de des-
trucción que existe en todo lo creado, ya sea mundo no mago o
mundo de magia. Ambos parecen competir para ver quién destruye
primero lo que existe y en vista de eso, alrededor del mundo, ciertos
hechiceros han decidido crear dimensiones de resguardo, para con-
servar un poco de lo que, inevitablemente en un futuro no estará.
—¡Increíble! —exclamó Brensait—, pero, entonces, eso quiere
decir que nadie sabe su ubicación exacta.
—Algo así.
—¿Cómo podrías explicar mi presencia aquí?
—No diré que nadie puede llegar hasta este lugar porque sería
un error, pero tu arribo ha sido toda una sorpresa —reconoció mi-
rándola a los ojos—. ¿Estás preparada para escuchar lo que tengo
que decir?
—Dudo que sea peor que seguir llena de dudas.
—Entiende que desde que te encontraron, cuando aún eras
Alexandra, el mundo se volvió un poco más loco, más caótico —dis-
paró sin anestesia—, pero cuando se completó la reencarnación, esto

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Nathalie Alvarez Ricartes

se ha vuelto un desastre. Ya nada parece ser seguro, ni siquiera un


lugar como este.
—¿A dónde quieres llegar? —preguntó Brensait con voz grave.
—Alguien te envió aquí, ¿es que acaso aún no percibes lo que
te hicieron?
—¿Lo que me hicieron?
—Estás bajo el Hechizo del Sueño. No estás aquí por comple-
to, tu cuerpo debe estar dormido en algún lugar. Tu subconsciente
es el que me está escuchando.
Brensait creyó percibir cómo el aire se escapaba de sus pulmo-
nes. Como si los latidos de su corazón se hubieran detenido. No
daba crédito a lo que estaba escuchando.
—¿Nalhok, de qué hablas? Claro que estoy aquí consciente, no
podría actuar de la forma en que lo hago, si no lo estuviera.
—Sé que puede ser difícil de asumir, pero deja que te explique
algo.
—Tendrás que explicarme todo, porque si antes estaba confun-
dida, ahora no tengo palabras para describir cómo me siento.
Nalhok se acomodó en su artesanal asiento de madera, pasó la
mano por su cabello y continuó la plática.
—Como ya te comenté, este lugar debe ser protegido, pero así
como tú, ha pasado en otras ocasiones, que extranjeros aparecen
de la nada y no siempre vienen en son de paz —Se detuvo unos
segundos y observó sus manos—. En esta tribu todos tenemos ha-
bilidades relacionadas al sueño, limitadas, pero útiles, que nos per-
miten estar a salvo en caso de peligro.
—¿Qué clase de habilidades?
—Verás, cuando dos de los aldeanos te vieron, lo que te inyec-
taron fue lo que nosotros llamamos el “Humor de la Somnolencia”,
según su concentración puede dormir a una persona, incluso por se-
manas —volvió a mirar sus manos como si no estuviera segura de
querer revelar un importante secreto—. Esa es una de nuestras habi-
lidades, pero no la más poderosa. Resulta que solo algunos de noso-
tros, nacimos con la particularidad de crear pesadillas, observa —dijo
mostrando las palmas de sus dos manos—, estos símbolos que ves
aquí, nacieron conmigo, no son parte de ningún tipo de intervención.

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Letargo

Brensait contempló con cuidado lo que parecían ser tatuajes,


pero no lucían como los tradicionales, más bien parecían cicatri-
ces de un tono casi negro. Justo en el medio de cada palma, un
círculo perfecto daba nacimiento a unas ondas que se extendían
como llamas hacia los extremos de las manos. De inmediato, supo
reconocerlas. Sabía que había visto esto antes… en el anillo de
compromiso que Hortus le había dado, ¿qué significaba eso?, ¿cuál
era la relación? No sabía qué decir, así que prefirió guardar silencio.
—De estos símbolos nace mi poder —dijo con orgullo—, el
poder de crear pesadillas.
—Asombroso —comentó Brensait, aún impactada por el de-
talle que acababa de descubrir—, es así como defienden este lugar,
¿no? —preguntó tratando de no dejar en evidencia su asombro.
—Cada vez que es necesario. No pasa muy seguido, han sido
pocas las ocasiones en las que alguien ha llegado a interrumpir
nuestra paz, pero sabemos que eso cambiará pronto.
—¿Lo dices por Makkrumbbero?
—Querida, Makkrumbbero es solo la punta del iceberg.
—¿Qué quieres decir?
—Ahora que ya eres Brensait lo descubrirás tú misma.
Makkrumbbero es solo la cara visible de la maldad que habita en
el mundo de la magia. Verás cómo, poco a poco irán surgiendo
nuevos seres siniestros.
—Estás generalizando. Creo que sabes mucho más y no me lo
quieres contar.

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Nathalie Alvarez Ricartes

—No sería justo. No me corresponde. Lo que sí puedo hacer,


es ayudarte a salir de aquí.
—¿Puedes hacerlo, realmente?
—Primero debes dejar que te explique algunas cosas —advirtió
mientras se levantaba y caminaba para perderse detrás de una cor-
tina que parecía hecha de caña —vuelvo enseguida —gritó.
Minutos después apareció sujetando unas bandejas con frutas
y pan recién hecho.
—Supongo que debes tener hambre.
Brensait no lo había dimensionado, pero hacía mucho tiempo
ya, que no comía algo. La incertidumbre de lo que estaba pasando
había distraído su necesidad de comida.
—Muchas gracias —dijo cuando tomaba algo que, suponía, era
un mango.
—No es un mango, por si lo estás pensando. Es de la misma
familia, pero originario de nuestro mundo, es más cítrico y en el
centro tiene un relleno parecido a la lúcuma. Se llama mingra —re-
lató como si leyera sus pensamientos—, te ayudará a recuperar las
vitaminas que necesitas en tiempo récord.
—¿En serio? —preguntó con cierto temor de no ser capaz con
el exótico fruto—. ¡Vaya! Es mucho más agradable de lo que esperé
—admitió.
—Qué bueno que te haya gustado. Es uno de los alimentos que
más abunda en este lugar y por lo tanto, el que más comemos. No
creerías la variedad de recetas que se consiguen con él.
—Me imagino —comentó la chica, recordando todas las de-
liciosas preparaciones que podía conseguir Tiare, con muy pocos
productos.
—En fin, volvamos al tema que nos importa. Como ya te dije,
estás bajo el antiguo y polémico Hechizo del Sueño. Si soy hones-
ta, hace años que no veía a alguien caer en este truco. Además de
estar prohibido, es bastante complicado de llevar a cabo.
—No tengo la certeza, pero es casi obvio que el responsable es
Makkrumbbero.
—El problema con este ritual, es que puede sellarse.
—¿Sellarse? ¿A qué te refieres con eso?

114
Letargo

—El creador del ritual puede poner condiciones personaliza-


das y específicas que solo él conocerá. Es realmente complicado de
romper.
—Pero cómo es posible que esté aquí, hablando contigo, en
este preciso momento.
—Tu cuerpo físico permanece dormido, tú subconsciente está
aquí, conmigo.

Mientras Nalhok explicaba los detalles del Hechizo del Sueño,


en el lugar donde el cielo se reflejaba en el suelo, el Señor del
Tiempo no estaba contento.
—Deben impedir que esa chica amazónica le cuente los deta-
lles del Hechizo del Sueño. ¡No puede enterarse! —exclamó mo-
lesto, provocando una extraña vibración en todo el lugar.
—Sabe que mis compañeros y yo estamos a sus órdenes. Solo
díganos que hacer y lo haremos.
—Agradezco mucho tu disposición, pero en esta ocasión lo
haré yo mismo —anunció girando con brusquedad, quedando
frente a un espejo muy particular; estaba hecho de mercurio y su
superficie se movía de diferentes formas, de acuerdo a lo que él le
ordenara mostrar—, comenzaremos con algo tranquilo —aseguró
con autoridad.
Una inesperada ráfaga de viento inundó todo el sector. Alguien
estaba llegando.
—¿Qué estás planeando ahora, querido?
Una chica realmente hermosa acababa de entrar. Poseía una
piel blanca como la porcelana, labios rojos, gruesos y muy bien de-
finidos, unos intensos ojos turquesa y el pelo profundamente negro
terminado en sutiles ondas. Era como ver a una preciosa muñeca
de colección.
—Kassis, bienvenida. No te esperaba por estos lugares.
—No podía perderme la acción ahora que sé que tienes a la
bruja reencarnada en tus manos.
—Por como lo dices, cualquier pensaría que soy la peor perso-
na de lo creado.
—¿Y no lo eres?

115
Nathalie Alvarez Ricartes

—Kassis, por favor, estaba a punto de hacer algo realmente


importante.
—Si me cuentas podría ayudarte.
El joven de los lunares la miró con determinación. Después de
todo, quizás no era tan mala idea contar con sus habilidades, para
bien o para mal, Kassis era la Hechicera de la Destrucción.
—Necesito distraer a Brensait.
—¿Distraerla? —preguntó ella confundida.
—Está a punto de saber algo que no debe. Necesito que conoz-
ca lo mínimo posible con respecto al Hechizo del Sueño.
—¿Y cuál es el plan?
—Ven, acompáñame un té y hablemos sobre los detalles —in-
vitó él señalando su maravilloso comedor de cristal.

En un cuarto completamente oscuro, Chris, Juan, Krimatt,


Sebastianh y el Señor De Valdés parecían estar listos para el si-
guiente paso. Nadie decía palabra alguna y era casi imposible ver
quién estaba al lado del otro.
—De Valdés los guiará desde ahora. Como les dije antes, yo
debo regresar —Sebastianh levantó la palma de su mano derecha y
encendió una pequeña, pero potente bola de energía que dispersó
la penumbra.
—¿Por qué es tan importante que regreses a la ciudad? —cues-
tionó Juan.
—Hay cosas que debo resolver. Por otra parte, creo que seré de
más ayuda estando allá. Makkrumbbero retomará su ira en cual-
quier momento y serán necesarias todas las fuerzas posibles para
enfrentarlo.
—Él tiene razón. Nosotros seguiremos desde aquí —habló el
líder de los guerreros.
El Mago de las Sombras se despidió con una seña y desapa-
reció frente a los ojos de los presentes. Llamaba la atención, como
siempre tenía un nuevo truco bajo la manga que sorprendía a todos
a su alrededor.
—Ahora que ya se ha ido, es tiempo de seguir avanzando —sugirió

116
Letargo

De Valdés. El hombre alzó ambas manos formando un semicírculo con


ellas y enseguida, en el mismo cuarto oscuro, comenzó a llover, pero en
un perímetro establecido. Solo caía agua en el sector por donde había
pasado sus manos. Era como si hubiera un arcoíris invisible y lluvioso.
De Valdés volvió sus manos a la normalidad, pero el extraño
suceso mágico seguía ahí. Los demás solo podían ver las gotas de
agua porque emitían un leve brillo granate.
—Pasarán bajo este portal. Los llevará hasta un lugar desconoci-
do. Les pido por favor, que no se muevan de ahí —sentenció—, llega-
ré en último lugar, así que confío en que obedecerán mis indicaciones
y me esperarán en calma, vean, escuchen o sientan lo que sientan.
En el oscuro escenario no podía apreciarse la expresión de nin-
guno de los presentes, pero de seguro los invadía la expectación.
—¿Debemos estar preparados para algo específico? —pregun-
tó Krimatt.
—No puedo adelantar nada, pero solo diré que podrían sentir
confusión e incluso un poco de temor, al llegar allá.
—De acuerdo. Es posible ver que no nos dirás mucho más, así
que no tenemos más opción que seguir tus indicaciones —declaró
Juan.
—Lo siento, pero para que las cosas salgan como esperamos,
hay que seguir el orden establecido.
—Descuida. Tomaremos las precauciones necesarias. No hare-
mos nada que pueda entorpecer los planes —aseguró Chris.
Sin más preámbulos, el primero en atreverse a cruzar fue
Krimatt. Las gotas de lluvia generaban una extraña sensación de
cosquilleo en brazos y piernas. El joven observó a su alrededor y lo
que vio, lo desconcertó.
Estaba en medio de un paraje solitario, gris y frío. Una densa
niebla inundaba todo a su alrededor. Desde largos árboles, que so-
brepasaban los diez metros de altura, se extendían ramas delgadas
con singulares formas, que a la sombra, proyectaban figuras más
bien tétricas.
La niebla parecía envolverlo todo. Por unos segundos temió
que algo pudiera sucederle. La intranquilidad comenzaba a apode-
rarse de él, hasta que la llegada de Juan lo distrajo.

117
Nathalie Alvarez Ricartes

—Juan, ¿dónde está Chris?


—Supongo que llegará en unos minutos, se suponía que atra-
vesaría después de mí, ¿qué es este lugar?
—Lo mismo me pregunto, ¿soy solo yo o hay algo extraño aquí?
—Es un tanto tétrico.
De la nada, sin esperarlo, unos siniestros sonidos llegaron a sus
oídos. Si había una correcta manera de definirlo, se diría que eran
como lamentos amplificados en todo el sector. Como si algo, no
identificado, se estuviera quejando.
—Creo que comienzo a entender a lo que se refería De Valdés
—confesó Juan buscando el origen de los lamentos.
—Solo espero que no nos haya engañado.
—Confiar en él era nuestra única opción.
Estaban hablando, cuando el líder de los guerreros se hizo pre-
sente. Ahora solo quedaba esperar al guía, si es que realmente tenía
la intención de aparecer.
Se sentaron en unas pequeñas rocas. Esperaron con calma,
pero pasado diez minutos sin la llegada de De Valdés, empezaron
a preocuparse.
—¿Y si todo esto fue un engaño para alejarnos aún más de
nuestro cometido? —preguntó Juan.
—Tranquilos, de seguro llegará en cualquier momento —res-
pondió Chris esperanzado.
—Y si no lo hace, encontraremos la manera de salir de aquí
—aseguró Krimatt.
Los lamentos habían cesado, pero la temperatura parecía des-
cender más y más a cada segundo y ellos no estaban vestidos, pre-
cisamente, para soportar una temperatura bajo cero.
—Ni siquiera preguntamos si nuestra magia funciona en este
lugar —se quejó Juan.
—Bueno, probemos —invitó Krimatt. Estaba a punto de lan-
zar un hechizo para encender fuego, cuando fue obligado a dete-
nerse.
—¡Alto! —exclamó De Valdés—, yo que tú no haría eso o po-
dríamos pagarlo muy caro, todos nosotros.

118
Letargo

Nalhok le había explicado ciertas generalidades del Hechizo


del Sueño a Brensait, pero había detalles más específicos que no
podría, al menos no, sin usar algunos antiguos rituales mágicos.
—Debemos encontrar una manera de averiguar más detalles
del hechizo que tienes encima. Creo que podría ayudarte, pero nos
llevará un poco de tiempo y necesitaremos algunas cosas que no
tengo en este momento.
—¿Qué tipo de cosas?
—La única manera que conozco, de rastrear, por decirlo de
alguna manera, el ritual que cargas, es haciendo una proyección de
tu subconsciente —explicó la chica de ojos azules—, es un proce-
dimiento antiguo y muy poco usado, pero creo poder lograrlo.
—¿Crees?
—¡Ey, no seas exigente! No todos los días llega aquí alguien
con un hechizo legendario sobre sus hombros —regañó con serie-
dad—, aunque no lo creas, este es uno de los lugares más tranquilos
que existen.
—Ok, ok. Lo entiendo, dejaré de quejarme.
—Es lo mejor que puedes hacer —aseguró—, terminaremos
de comer y me acompañarás a conversar con la hechicera más sabia
de esta tribu.
—Perfecto.
La tribu de Ablatlala había sido conocida en el mundo de la
magia, desde la antigüedad, por su gran compromiso en la conser-
vación de los espacios naturales, así como también, en la protección
de las especies que los rodeaban. Disfrutaban de la vida simple y
tranquila, pero sus amplios conocimientos en rituales ancestra-
les, los convertían en peligrosos adversarios a la hora de disputas.
Llevaban cerca de un siglo ocultos en aquella dimensión donde, tal
como lo había explicado Nalhok, se encargaban de ser un resguardo
para la posterioridad. Antes de eso, vivían en la verdadera amazonia;
distribuidos a lo largo de toda su extensión, pero el enfrentamiento
con otros brujos, cazadores y humanos no magos, motivados por di-
versas causas, entre ellos, la explotación de la región que habitaban,
redujo su población de forma drástica y fue precisamente esto, lo
que los llevó a refugiarse en una dimensión oculta.

119
Nathalie Alvarez Ricartes

Las mujeres de la tribu se caracterizaban por ser fuertes y há-


biles. Cada aldea estaba liderada por una, los hombres respetaban
aquello sin problemas. Ellos cumplían diversas funciones, pero
siempre, el trabajo era compartido. Se decía que el éxito de la so-
brevivencia de los Ablatlala se debía a eso; al gran trabajo compar-
tido, al equipo fuerte y espíritu indomable que poseían cada uno
de sus miembros y que se magnificaba al unirse, cada vez que era
necesario, aunque solo se tratara de una tarea básica y cotidiana.
—Escúchame bien, tengo muy claro que eres Brensait y todos
alardean con tus grandes habilidades, pero debes tener el claro una
cosa, la más importante de todas —Nalhok miraba fijamente a la
joven, con seriedad y emoción.
—Tú dirás —espetó Brensait un tanto confundida.
—El poder más grande y valioso que puedes tener entre tus
manos, es la imposibilidad de dejar que el resto te someta o decida
por ti. Cada segundo que pasas siendo Brensait, te dará un nuevo
rival y un nuevo adulador, también una nueva persona que trate de
influenciarte, pero aquí y ahora, debes prometer que nunca dejarás
que eso pase. Sea cual sea la decisión que tomes, será solamente
tuya, deberás volverte indomable… ¿lo prometes?
La intensidad con la que Nalhok hablaba desconcertó bastante
a Brensait. No entendía por qué le estaba diciendo todo esto. Claro,
no lo comprendía ahora, pero estas palabras la seguirían hasta el
último de sus días y se transformarían en algo fundamental a la
hora de enfrentar el verdadero sentido de su regreso.
—Claro, si es tan importante para ti, lo prometo.
—No es importante para mí, debe serlo para ti —sentenció—,
no sirve de nada si solo lo dices por cumplir.
—Escucha, no estoy entendiendo muy bien todo esto, pero te
puedo asegurar que soy la última persona en el mundo a la que le
dirán cómo actuar. No tienes que preocuparte por eso.
Nalhok relajó su rostro. Había escuchado lo que esperaba, aho-
ra ya podía seguir adelante con la revelación de ciertos secretos que,
tarde o temprano, sentenciarían la resolución entre el conflicto de
Brensait y Makkrumbbero.
—Excelente. Ahora ya puedes acompañarme a buscar a nuestra

120
Letargo

aldeana mayor —dijo refiriéndose a quien conocía y manejaba los


secretos más resguardados de su tribu.

—De Valdés, pensamos que nos había abandonado —confesó


Chris al escucharlo.
—Me comprometí con ustedes, si hubiera querido engañarlos,
lo habría hecho con la facilidad con la que se le quita un dulce a un
bebé —aseguró con arrogancia.
—Omitiré comentarios con respecto a eso —dijo Juan con un
leve asomo de molestia—, de todas formas, ¿por qué detuviste a
Krimatt? Nos estamos congelando aquí.
—Debe quedar claro que no haremos magia en este lugar. Al
menos no, hasta que yo lo diga —seguía con ese aire de arrogancia.
—Estoy un poco harto de los secretos. Sé honesto y dinos si
realmente estamos aquí para encontrar a Alexander —Juan no pa-
recía tener intenciones de guardar silencio. Sabía que no podían
estar perdiendo tiempo en cosas sin sentido.
Chris por su parte, prefería escuchar los argumentos de su guía.
Algo le decía que nada era un engaño y que no estarían nunca tan
cerca del Señor de los Sueños como con De Valdés.
—Como ya lo habrán notado, este lugar no es precisamente
un paraíso.
—De paraíso nada —murmuró Juan.
—Nadie dijo que sería fácil dar con el paradero de Alexander
así que, por favor, evitemos las quejas. Desde ahora tenemos un
largo y difícil camino por delante.
—¿Hacia dónde vamos? —preguntó Chris.
—Primero quiero que sepan, que estamos en el lugar donde se
oculta el Señor de los Sueños.
—¿Y dónde es eso? —Krimatt necesitaba respuestas antes de
continuar.
—Deben saber que Alexander ha permanecido oculto en este
lugar desde hace muchos años y es tan difícil dar con su paradero
porque estamos dentro de sus propias pesadillas… ahí es donde se
esconde el Señor de los Sueños.

121
Capítulo 6
“Pesadillas.”

N alhok condujo a Brensait hasta una pequeña casa en el


perímetro más externo de la aldea. Allí una tenue luz
indicaba que su moradora estaba dentro.
—Déjame hablar a mí. Es un tanto quisquillosa —alertó la
chica.
—No pensaba pronunciar palabra alguna, de todas formas
—confesó Brensait sin mayor preocupación.
—Eres muy poco diplomática como para ser la bruja reencar-
nada, ¿no?
—¿Qué esperabas? Estoy aquí para saldar una deuda pendien-
te, no para ser una representante política.
—Afortunadamente —masculló Nalhok.
Golpeó la puerta, muy artesanal por cierto, con sutileza. Esperó
unos minutos y apareció la anciana mujer de cabellos grises y múl-
tiples arrugas en el rostro.
—¡Querida Nalhok! ¿Cómo es que tengo el placer de tu visita?
—Señora Klajo, espero se encuentre bien. Vengo acompañada
—dijo la chica indicando a Brensait.
—¿Quién es ella? —preguntó con aversión—. ¿Por qué hay una

123
Nathalie Alvarez Ricartes

extraña en nuestra aldea? —la mujer comenzaba a sentirse incó-


moda. Nadie en ese lugar sentía mucho agrado por los extranjeros.
—Tranquila, señora Klajo. Ella es Brensait, la bruja reencarnada.
La anciana mujer se acercó y la examinó minuciosamente. La
estudiaba con atención, como queriendo asegurarse de que en ver-
dad fuera ella.
—Vaya, pensé que sería diferente —confesó alejándose dando
media vuelta, perdiendo todo interés.
—¿Me conoció en mi vida anterior? —preguntó Brensait de-
safiante.
—¿Por qué quieres saber?
—No se responde a una pregunta con otra.
—¡Tan desafiante! —exclamó—, como ves, soy bastante ma-
yor, pero no tuve la oportunidad de estar viva en tu antigua vida.
Solo sé lo que mis antepasados contaban. Cosas buenas, cosas ma-
las… en fin, supongo que lo mismo que sucede con la mayoría de
las personas.
—Entiendo. Creo que con eso me basta.
—¿Qué te trae a un lugar tan remoto como este? —el tono de
la anciana comenzaba a ser menos hostil. Poco a poco iba entre-
gando más confianza.
—Nada me trajo. Llegué aquí en contra de mis deseos.
—Klajo, a eso se debe nuestra visita —intervino Nalhok—.
Brensait llegó hasta este lugar porque ha sido víctima del Hechizo
del Sueño.
El rostro de la mujer cambió radicalmente. Sus facciones se
tornaron serias, tensas, como si hubiera escuchado algo muy poco
agradable.
—No es solo el Hechizo del Sueño, ¿verdad? —cuestionó
como sabiendo más de lo que decía —además está sellado.
Brensait lanzó una mirada perpleja a Nalhok como demos-
trando que no sabía qué decir.
—Sabía que lo notarías —confesó la chica de ojos azules.
—Noté que algo no estaba bien en tanto la vi y me acerqué
para estudiarla, pero no quería creer que alguien, en este tiempo,
pudiera ser víctima de ese tipo de rituales.

124
Letargo

—Sabíamos que las cosas se pondrían complicadas cuando la


reencarnación se completara —dijo Nalhok—, necesitamos su ayu-
da para encontrar las especificaciones con que fue sellado el ritual.
—Sabes que eso es algo complejo y estaríamos desafiando va-
rias leyes naturales.
—Makkrumbbero desafió primero todas las leyes naturales al
tenderme esta vil trampa —aseguró Brensait.
—Dime, ¿cómo fue que caíste en él?
—Camelias. Un ramo de camelias que llegó como regalo por mi
cumpleaños —recordó—, nunca pensé que se trataría de algo así.
Me enteré de lo sucedido cuando Nalhok me lo explicó —Ahora,
con lo poco que sabía, podría ir reuniendo sus recuerdos para saber
lo que había ocurrido.
—Ya veo. No debes sentirte mal, esa es una de las peculiarida-
des del hechizo —explicó la anciana—, supongo que quieren que
las ayude con la Proyección.
—Es la única persona que conozco que la maneja tan bien.
Brensait debe conocer pronto los detalles del ritual para encontrar
la manera de revertirlo y regresar a casa.
—Claro, antes de que sea muy tarde.
—¿De qué habla? —preguntó Brensait con evidente preocu-
pación.
—Tranquila. Te explicaré todo a su debido tiempo —respondió
ella con calma.
Se estaba haciendo de noche. En la aldea, el clima y las horas
de luz y oscuridad variaban mucho. Aquel día el sol había decidido
esconderse hace algunos minutos, cuando estaban por dar las diez
de la noche.
Como era un lugar protegido, se evitaba todo tipo de manipu-
lación que alterara el funcionamiento natural, así que sus habitan-
tes se habían adecuado a cada una de las circunstancias probables.
—Denme tiempo para prepararme. Mañana regresen tempra-
no y estaré lista para ayudarlas —pidió la mujer.
Nalhok y Brensait agradecieron la disposición, se despidieron
con el compromiso de volver a primera hora el día siguiente y re-
gresaron a la casa de la líder de la tribu.

125
Nathalie Alvarez Ricartes

—Buscaré unas cosas para prepararte una cama. No tengo


grandes lujos, pero me aseguraré de que estés cómoda —habló
Nalhok cuando llegaron a su morada.
—Tranquila. Con lo que tengas estaré bien.
—Podría hacer aparecer algo mejor, pero la utilización de la
magia, en este lugar, ha sido relegada a necesidades específicas; de-
fensa y sobrevivencia específicamente.
—Ya lo había notado —agregó Brensait mirando algunos ob-
jetos que decoraban lo que parecía ser un estante en el dormitorio
de la chica—. ¿Es muy difícil vivir aquí?
—Personalmente no, es decir, creo que para alguien que no
haya nacido aquí, puede ser más complicado, pero no imposible.
Para nosotros, la vida es tan sencilla o complicada como lo es para
cualquier persona —relató—, vivir en una aldea más natural, con
costumbres simples, pero estrictas, tiene sus partes buenas y malas.
—Como en todas partes, supongo.
—Exacto.
Se retiró por unos minutos y a su regreso, traía consigo un col-
chón de paja. Lo extendió en el piso y volvió a salir. Finalmente,
apareció con dos frazadas de lana bastante gruesas y de un suave
color rosa.
—Te daré una de mis almohadas. No tengo ninguna extra,
comprenderás que no es muy frecuente tener visitantes por aquí.
—Estaré perfecta con eso. Muchas gracias.
Antes de dormir, Nalhok la invitó a tomar un poco de té, el
que poseía un color rojizo y su sabor era similar al de guaraná.
Enseguida se acomodaron para dormir. No lo hicieron de inme-
diato, entretenidas conversando y queriendo saber más, una de la
otra, extendieron la jornada por al menos dos horas.
Durante la plática, Nalhok le confesó que una de las cosas más
difíciles de vivir en la aldea, era adaptarse a la soledad y a la rutina,
ya que nunca veían rostros nuevos y desde que se habían mudado
a la dimensión oculta, encontrar pareja y seguir aumentando el
número de su tribu era mucho más complicado. Por ser la hija de
los antiguos jefes, heredó su título y se vio obligada a tomar todas
las responsabilidades correspondientes.

126
Letargo

—¿Qué pasó con tus padres?


—Murieron cuando era pequeña, tenía exactamente siete años.
Hubo un sangriento enfrentamiento entre los aldeanos y unos
brujos invasores que deseaban explotar nuestros recursos naturales
—contó con frialdad, como si ya no le afectara—, este suceso fue
el que nos instó a dejar definitivamente la selva. Nos refugiamos
en esta dimensión cuando tenía siete años y comenzó mi mandato
como líder y protectora de los aldeanos.
Brensait la contemplaba sin dar crédito a lo que escuchaba.
—¿Cómo te enfrentaste a todas esas responsabilidades siendo
tan pequeña?
—No lo hubiera logrado sin la ayuda de Klajo, ella se transfor-
mó en mi madre, guía y consejera —confesó con menos frialdad—,
ella formó mi carácter y me hizo lo que soy. Siendo honesta, le
debo todo.
—Fue tu consuelo por perder a tus padres tan pronto.
—Puede ser. Quizás la vida se encarga de mantener el equilibrio.
—Dudo que lo mantenga conmigo.
—No seas pesimista. Aunque no lo notes, hay mucha gente de
tu lado, esta es una causa que va mucho más allá de lo sucedido con
Hortus —aseguró—, hay quienes dicen que se acerca una guerra
brutal, pero los que sabemos el mal que significa Makkumbbero
y todo lo que hay detrás de él, haremos lo que sea necesario por
evitarlo, aunque eso signifique dar la vida en el intento.
Brensait la escuchaba con atención, admiraba sus palabras,
pero cada vez que alguien decía algo similar, le era imposible no
preguntarse por qué, por qué se sentían tan comprometidos con
una causa que no les correspondía y temía desconocer una parte
importante de la historia, que podría darle un vuelto nefasto.
—Prefiero pensar que eso no será necesario.
—No seas ilusa —espetó—, deshazte de la influencia que aún
te queda de Alex y ve las cosas como son, con claridad. Créeme, la
única forma en que podrás salir victoriosa de esto es volviéndote
fría y letal —su voz demostraba la intensidad de aquellas pala-
bras—. Makkumbbero no tendrá piedad, hará lo que sea necesario
por vencerte y solo podrás sobreponerte a eso pensando como él.

127
Nathalie Alvarez Ricartes

—Honestamente, desde que la reencarnación se completó,


siento que estoy reprimiéndome todo el tiempo. Como si una fuer-
za muy poderosa quisiera salir de mi interior.
—Eso pasará tarde o temprano y es justamente lo que nos sal-
vará.
Brensait optó por no hacer más comentarios. Quería descansar
y las palabras de Nalhok se habían colado en sus pensamientos.
Temía no poder conciliar el sueño.
—En fin, es tarde y Klajo nos espera mañana temprano.
—Sí, es hora de dormir.
—Buenas noches —dijo la chica de ojos azules temiendo ha-
ber dicho más de lo permitido.
—Buenas noches.
Se durmió sin problemas, algo extraño, dada la situación en
la que se encontraba. Los sueños siempre habían sido un tema
complicado para Alex, ahora como Brensait habían disminuido un
poco, pero aquella noche pudo comprobar que nunca se irían del
todo.
En este nuevo vestigio de su letargo, pudo reconocer a tres per-
sonas, unidas por las manos, como formando un triángulo perfecto.
Se dirigían miradas de complicidad como si acabaran de concretar
el pacto más grande e importante de sus vidas. Estaban vestidos
como si vivieran en la época medieval. Lo que no le calzaba en lo
absoluto era que aquellas personas, que parecían tan unidas, fueran
precisamente Hortus, Makkrumbbero y ella.
Despertó con la incómoda sensación de estar olvidando algo
muy importante de su vida pasada. Aunque si lo analizaba bien, la
vestimenta que llevaban en su sueño, no tenía relación alguna con
el período en el que habían vivido.
Alejó aquellos pensamientos de su mente y vio que su compa-
ñera de cuarto ya no estaba. Un delicioso olor a café acabó defi-
nitivamente con su letargo. Se levantó y caminó hacia la pequeña
cocina.
—¡Estás despierta! No quise interrumpir tu sueño.
Estuvo a punto de hacer un comentario respecto a lo que había
soñado, pero prefirió omitirlo.

128
Letargo

—¿Es muy tarde? —preguntó.


—No son las ocho aún. Me levanté antes porque tengo la cos-
tumbre de dar un paseo por la aldea antes que los demás comien-
cen con sus actividades —explicó Nalhok.
—Qué gran líder debes ser —comentó aceptando una bonita
taza artesanal que le ofrecía su anfitriona.
—Para ser una buena persona, debes ser guiada, educada y
aconsejada por una, todavía mejor —agregó ella refiriéndose a
Klajo.
—En ocasiones, ni siquiera eso es suficiente —aseguró Brensait.
—Supongo que no, no siempre es suficiente.
Tomaron desayuno en silencio. Brensait seguía sin poder dejar
de pensar en su sueño. No recordaba haber vivido algo así. No
lo recordaba porque nunca sucedió, estaba completamente segura.
Tenía que dejar de pensar en esto, había que concentrarse en rom-
per el hechizo.
—Hay algo que no entiendo —dijo repentinamente.
—¿Qué cosa? —preguntó Nalhok devorando lo que aún que-
daba de su ensalada de frutas.
—Se supone que estoy bajo el Hechizo del Sueño y mi cuerpo
descansa en casa, ¿entonces cómo podría explicar que anoche me
fuera a dormir y soñara con normalidad?
—Bueno, si somos estrictas, anoche sí descansaste, pero si ha-
blamos de sueños, lo que hayas visto, no lo fue.
—¿Cómo que no lo fue?
—Es tu subconsciente el que está aquí, conmigo. Todo este
recorrido que estás haciendo, ya es un sueño, lo será cuando las
dos partes de tu ser se unan y regreses con los tuyos. Si viste algo,
no es más que un recuerdo que estaba oculto en alguna parte de tu
memoria.
Brensait no pudo ocultar su desconcierto y Nalhok lo notó.
—¿Qué fue lo que viste?
—Nada, no importa. Lo resolveré cuando salga de este estado.
—Escucha, si se trata de algo que no tenga explicación para ti,
puede ser que tus cercanos estén tratando de comunicarse contigo
—concluyó captando la atención de su acompañante.

129
Nathalie Alvarez Ricartes

—¿Cómo podrían hacerlo?


—Ellos te ven dormida y es probable que traten de hacerte
regresar, hablándote, tomando tu mano. Quizás simplemente lo
hacen para decirte que siguen contigo.
Una punzada de tristeza golpeó el corazón de Brensait. Con
todo lo vivido no había tiempo de detenerse a pensar en cuánto
los extrañaba y lo preocupados que debían estar. Cirox, ¿qué sería
de él? Solo esperaba que no estuviera poniendo su vida en peligro
por tratar de salvarla, no deseaba que lo transformara en una cos-
tumbre.
—Lo siento, no quise ser entrometida ni hacerte sentir mal
—reconoció Nalhok—, pero debes estar atenta a esas señales, po-
drían ayudarte, ya que tu subconsciente captará sus mensajes de
manera sutil, sublime, pero lo hará.
—No tenía idea. Gracias por decírmelo.
—Hay mucho más que debes saber. Termina tu desayuno, en
minutos partiremos a la casa de Klajo.

En una dimensión diferente, lejos y sin que Brensait sospecha-


ra en lo más mínimo lo que sus amigos estaban haciendo por ella,
Chris, Juan, Krimatt y el señor De Valdés trataban de sobrevivir en
el hostil mundo de las pesadillas de Alexander.
—¿Por qué nunca nos dijiste que entraríamos en las pesadillas
de ese sujeto? —increpó Juan.
—¿Si lo hubiera hecho habrían aceptado venir?
Los tres chicos se miraron sin atreverse a responder. Es cierto,
aquel lugar era extraño, un tanto tétrico y erizaba la piel, pero vién-
dolo desde el otro extremo, Brensait lo necesitaba. Quizás el que
De Valdés les hubiera dicho antes a dónde se dirigían, los habría
preparado un poco más, psicológicamente hablando.
—Definitivamente habríamos venido y con una idea formada
de lo que nos esperaba —afirmó el líder de los guerreros con la
mirada fija en su guía.
—En fin, ahora ya lo saben —declaró De Valdés— ¡Otra cosa!
Eviten a toda costa usar magia.

130
Letargo

—¿Qué? ¡Mira donde estamos! Este sitio parece una verdadera


película de terror, ¿qué pasará si nos atacan? —A Juan le costaba
cada vez más mantenerse en calma.
—Estamos en las pesadillas de Alexander, cualquier cosa que
hagamos podría alterar su naturaleza de manera irremediable.
Comprenderán lo que puede suceder si… —Fue interrumpido por
Krimatt.
—En el mejor de los casos podría no ayudarnos; en el peor,
quizás dejaría de ser tal cual es.
—Exacto —confirmó el hombre de cabellos grises— escuchen,
les dije que no sería sencillo, pero conozco a Alexander, sé cómo
podemos llegar a él y convencerlo de que nos ayude.
—¿Cómo estás tan seguro? —Chris tenía dudas, no terminaba
de comprender la supuesta cercanía de este señor con Alexander—
¿Cómo estás tan seguro de que accederá a ayudarnos?
—Solo puedo decir que mutuamente nos debemos favores —ase-
guró antes de retomar la caminata sin dar más explicaciones.
La niebla se hacía cada vez más densa. El frío tampoco daba
tregua y cada cierto tiempo volvían a escuchar los perturbadores
lamentos. De Valdés parecía conocer todo a la perfección, pero en
su mente, Juan no terminaba de comprender cómo encontrarían al
Señor de los Sueños dentro de sus propias pesadillas.
Llegaron a una zona donde la niebla parecía concentrarse to-
davía más. Luego descubrieron que se trataba de un pantano, lo
que justificaba lo anterior. Caminaban separados por no más de un
metro cada uno, con De Valdés liderando, seguido por Chris, luego
Juan y al final Krimatt.
El joven maestro de botánica caminaba sin mucho cuidado.
Claro que consideraba que el lugar era extraño, pero había visto tan-
tas cosas en su vida, que le costaba sentir miedo de algo. Sin prestarle
tanta atención, vio cómo caían algunas gotas turbias desde su abri-
go, pero no recordaba haber estado en contacto directo con agua, al
menos no durante la última hora. Se detuvo para buscar el origen de
éstas y entonces se encontró frente a frente con un siniestro ser; era
como mirar una gelatina con forma humana y de color café. Podía
estar seguro de que nunca antes había visto algo parecido.

131
Nathalie Alvarez Ricartes

Lo miró directo a los ojos; rojos como sangre. Sangre que al


parecer no poseía. Quiso alejarse para alertar a los demás, pero no
lo logró. El extraño sujeto se lanzó sobre sus hombros, se aferró
con brazos y piernas al cuerpo de Krimatt y empezó a succionar su
energía velozmente.
—¡¡Ayuda!! —exclamó con dificultad. De Valdés ya no se veía,
caminaba mucho más adelante— ¡¡Juan!!
El guerrero lo observó con extrañeza. No entendía por qué se
retorcía de esa forma, como si tuviera un ataque. Juan no podía ver
al sujeto que lo atacaba.
—¿Krimatt qué te ocurre? —Cada segundo que pasaba, el
maestro perdía una parte importante de su energía vital— ¿Chris?
—gritó hacia su compañero para avisarle.
—Ayuda… —La voz de Krimatt era casi un susurro.
—¿Qué le ocurre?
—No lo sé —respondió Juan mientras aceleraba el paso para
verlo de cerca.
—¡Aléjense! —exclamó con potencia De Valdés— no se acer-
quen o serán sus próximas víctimas.
El anciano se acercó y puso las palmas de manera horizontal
a su pecho, desde donde aparecieron dos pequeñas olas, si, como
olas de mar. Luego cerró sus ojos, balbuceó algo en voz baja y éstas
se transformaron en dos estacas medianas de hielo. Agarró una
primero, con fuerza y la lanzó con precisión hacia el atacante de
Krimatt, quien después del embate se desprendió del cuerpo de su
víctima y cayó al suelo, haciendo movimientos que denotaban su
dolor.
—¡Di adiós! —espetó justo antes de lanzar la segunda estaca
pulverizando al sujeto definitivamente.
Krimatt fue recuperando el color de su rostro poco a poco.
Había estado muy cerca de perecer a menos de, lo que fuera aque-
llo que lo atacó.
—¿Qué sucedió? —preguntó Juan aún sin entender.
—Uno de los horrores de las pesadillas de Alexander.
—Pero no había nadie —aseguró Juan apoyado por una señal
confirmativa de Chris— podemos asegurarte que no vimos nada.

132
Letargo

—Solo pueden verlos sus víctimas; las actuales o las que lo fue-
ron en algún momento —respondió. Krimatt le dedicó una mirada
inquisitiva, mientras seguía recuperándose.
—Fuiste su víctima —masculló Krimatt.
—Hace mucho tiempo, pero los Grileans jamás se olvidan.
—¿Grileans? Nunca escuché sobre ellos —confesó Juan.
—Imposible que escucharas sobre ellos, son propios de la men-
te de Alexander —aclaró el anciano.
—¿Quieres decir que podríamos encontrar todo tipo de criatu-
ras y seres extraños aquí?
—Todo. Lo que puedas y no, imaginar.
Nadie dijo que sería fácil. Habría que resistir y salir victoriosos
de alguna manera; costara lo que costara.
—Dijiste que no podíamos usar magia —recordó Chris— aca-
bas de romper tu propia regla.
—Solo invoqué a uno de los elementales. Es magia natural
—aseguró.
En teoría tenía razón. Los elementales eran una fuerza de la
naturaleza, su invocación y utilización no produciría una alteración
tan grave. Ahora lo que intrigaba al líder de los guerreros, era cómo
un brujo normal, como se suponía que era De Valdés, tenía las ca-
pacidades para manejar a los poderosos elementales.
—No imaginaba que fueras capaz de dominar a los elementa-
les —comentó Chris solo para observar la reacción de De Valdés.
—Son muy limitadas las cosas que puedes imaginar de mí.
Después de todo me conoces hace muy poco.
Con esta respuesta Chris comprendió que no obtendría las res-
puestas que buscaba y que lo mejor sería no quitarle los ojos de
encima. Aún podía ser posible que los estuviera conduciendo a una
trampa.
—¿Tienes al menos alguna idea de qué otras cosas podríamos
toparnos en este lugar? —preguntó Krimatt con hostilidad— el
incidente anterior no ha sido muy agradable.
—Mientras menos tiempo perdamos hablando aquí, más rá-
pido encontraremos a Alexander y podremos irnos —respondió
el anciano sin dejar lugar a más palabras. Retomó la caminata y se
alejó con rapidez.

133
Nathalie Alvarez Ricartes

—Juro que si tengo la posibilidad de dejarlo atrapado en estas


pesadillas, lo haré —sentenció Juan con la ira evidenciada en su
rostro.
Atravesaron el pantano sin problemas, incluso el frío parecía
haberse alejado. Pero no podían ignorar el cansancio, necesitaban
descansar y en las pesadillas de Alexander, comenzaba a caer la
noche.
—Podemos descansar aquí —sugirió De Valdés— no será toda
la noche, pero al menos unas horas.
—Si hubiera sabido que no podría usar magia, habría traído
algunas reservas de agua y comida —comentó Juan.
—Cuando retomemos la caminata nos aseguraremos de tomar
agua y algunos frutos silvestres —propuso De Valdés.
—¿Es broma? Estando dentro de las pesadillas de Alexander lo
último que haría sería consumir algo de este lugar. Prefiero aguan-
tar hasta lograr nuestro objetivo —se quejó Juan con determina-
ción.
—Es tu decisión, pero morirás de hambre.
—No pretendemos estar mucho tiempo aquí.
—Jovencito, comprende que Alexander es el ser más capricho-
so y con el peor carácter que encontrarás —espetó De Valdés— no
basta con encontrarlo, hay que convencerlo de ayudarnos.
De Valdés tenía razón. La reputación de Alexander era bas-
tante cuestionada. Se decían tantas cosas de él que nadie sabía cuál
de todas creer y desde su última aparición más o menos pública,
ya habían pasado bastantes años. Era difícil entender que alguien
tan poderoso como él, quisiera mantenerse oculto, precisamente,
en sus pesadillas. Claramente algo muy malo lo había obligado a
tomar esa determinación como la única opción posible.
Nadie agregó comentario alguno. Estaban demasiado cansa-
dos para hacerlo. Unas horas de sueño les vendrían bien, así que
sucumbieron al letargo.

Nalhok y Brensait estaban sentadas bajo un enorme árbol, en


lo que podría ser el patio de la casa de Klajo, si es que hubiera

134
Letargo

tenido un cerco que lo delimitara. Esperaban mientras la mujer


ordenaba varios libros, ingredientes y otros objetos a su alrededor.
—Debes saber que la “Proyección del Subconsciente” podría
alterar algunas cosas dentro de tu memoria, puede que reviva re-
cuerdos muy, muy ocultos de tu mente —explicó Klajo— necesito
que lo sepas antes de que aceptes someterte a este ritual.
—No sé si podrá hacer más de lo que ya ha hecho la reencar-
nación —habló Brensait emitiendo un suspiro.
—Tenía que hacer la advertencia de todos modos.
—Lo agradezco.
Klajo le pidió que se acostara sobre una cama de hojas y varias
hierbas que había fabricado antes de que ellas llegaran.
—Con magia aumentaré la temperatura del suelo para que es-
tas hierbas emitan vapores. Ellas me ayudarán a inducir el estado
de coma que necesito —agregó— no te preocupes, que no te lasti-
marán de ninguna manera.
—¿Debo hacer algo más?
—Solo mantente lo más relajada y quieta que puedas. En lo
posible mantén tu respiración constante. Eso favorecerá el curso
del ritual —explicó la anciana— cuando esté terminado el proceso,
te avisaré tocando tu hombro izquierdo. Si todo sale bien, sabre-
mos los detalles que sellan el ritual y será más sencillo encontrar la
manera de deshacerlo.
—Dejo mi futuro en sus manos.
—Me comprometo a poner todo de mi parte para que esto
resulte.
Nalhok sería la asistente de Klajo. Su energía también sería
necesaria para llevar a cabo el ritual. Además, le había pedido ex-
presamente a unos aldeanos de confianza, que vigilaran los alrede-
dores para asegurarse de que no fueran interrumpidos por nadie.
Necesitaban toda la calma y concentración posible.
—Y bueno, aquí vamos —susurró Brensait para sí misma,
cuando estaban a punto de comenzar.
Los aldeanos que Nalhok había dispuesto en el perímetro cer-
cano estaban atentos a cualquier movimiento y fue el más alto de
ellos, quien notó la presencia de personas ajenas.

135
Nathalie Alvarez Ricartes

—¿Qué es eso? —preguntó un joven atlético y de piel color


canela. Una intensa luz azul abrió un portal frente a sus ojos, al
tiempo que un potente estruendo sacudió sus oídos. En segundos
el Señor del Tiempo, Kassis, Ryb y algunos de sus compañeros
aparecieron en la aldea. Sus rostros no demostraban una visita de
cortesía.
—Ryb, tú y tus compañeros encárguense de los aldeanos que
vigilan —ordenó el chico del Tiempo— recuerden no herir a na-
die, estamos aquí por una razón específica, ellos no son los respon-
sables de nada.
—Entendido Señor —confirmó la pequeña sombra que atra-
vesó el lugar raudamente, en compañía de tres secuaces.
Mientras tanto, El Señor del Tiempo y Kassis, la Hechicera
de la Destrucción caminaron hacia el lugar donde Klajo, ya había
comenzado el ritual.
—Lamentamos interrumpir este apasionante ritual, pero me
temo que no puedo dejar que continúen —anunció el joven.
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —cuestionó Nalhok moles-
ta— te recuerdo que esta es una dimensión protegida—
—Y yo debo recordarte que soy El Señor del Tiempo, el bien-
estar y estabilidad del universo son mi responsabilidad, incluida
esta dimensión —dijo con autoridad y un tanto de hostilidad—
por si no lo sabes, esa bruja que tienes ahí, a la que están a punto de
ayudar, es la mayor amenaza actual para todo lo creado.
Brensait estaba saliendo del estado aletargado donde, comen-
zaba a adentrarse. Cuando abrió sus ojos y vio a los dos nuevos
integrantes. No comprendía nada.
—¡Estás demente! —exclamó Nalhok poniéndose de pie para
enfrentarlo— toma a tu hechicera destructora y váyanse de aquí.
Klajo lo miraba con antipatía. En cualquier momento haría
algo para que se fuera y las dejara en paz, aunque tratándose de una
autoridad como él, era preferible tomarse las cosas con más calma.
—Nalhok no quiero ser violento, sé que eres la líder de esta al-
dea, pero mi poder y visión van mucho más allá. Sé de lo que hablo
—aseguró— o sigas adelante con esto o nos arrepentiremos todos.
—¿Qué está pasando? ¿Nalhok quiénes son ellos? —Brensait

136
Letargo

también se había puesto de pie. Algo muy dentro de ella le decía


que las cosas no terminarían bien.
—Es cierto, no me he presentado. Disculpa, no quise ser mal
educado —reconoció— soy El Señor del Tiempo; guardián del
tiempo y espacio en lo creado —Brensait lo miró confundida.
Trataba de hacer memoria, sabía que en alguna parte, alguna vez,
había escuchado sobre este personaje.
—Y yo soy Kassis, Hechicera de la Destrucción —interrumpió
la chica sin dar tiempo para que Brensait ordenara sus pensamien-
tos— resulta un tanto curioso estar frente a la tan, mencionada
bruja reencarnada.
—¿Qué es lo que causa tanta curiosidad? —preguntó ella sin
simpatía alguna.
—Lo curioso es verte viva —respondió mirándola directo a los
ojos, mientras el Señor del Tiempo se limitaba a observarlas. La
gran belleza de la joven contrastaba con el molesto comportamien-
to que presentaba.
—Lo seguirás haciendo por mucho más —aseguró Brensait—
realmente no me importa quiénes sean ustedes. Lo mejor que pue-
den hacer es tomar sus cuerpos y largarse.
—Lo siento querida, pero eso no pasará —sentenció el Señor
del Tiempo elevando sus manos al cielo para desatar una feroz
tormenta. Violentos rayos caían por todas partes. En solo minutos,
Brensait pudo detectar tres focos de fuego en los alrededores. La
zona protegida estaba en peligro. Tenía que poner un alto a esto
antes de que se desatara un desastre.
—¡Desgraciado! Se supone que eres un guardián —Nalhok lo
increpaba con furia.
—Sabes perfectamente por qué lo hago —desafió él.
Kassis comenzó a girar en pequeños círculos sobre sí misma,
generando un desatado viento que vino a empeorar el panorama.
Los pequeños focos de fuego crecían rápidamente y los aldeanos
corrían tratando de extinguirlos.
Mientras el Señor del Tiempo y Kassis parecían disfrutar de lo
que habían provocado, Nalhok llevó a Klajo hasta su casa. Brensait
las siguió.

137
Nathalie Alvarez Ricartes

—¡Escuchen, no puedo quedarme! —exclamó Brensait— por


alguna razón, que no entiendo, él quiere eliminarme. Si no me en-
trego o me voy, destruirán este lugar y no puedo permitirlo. Jamás
podría —confesó.
—No puedes irte, no hemos terminado el ritual —recordó
Nalhok.
—Ella tiene razón Nalhok, lo mejor por su seguridad y por la
nuestra, es que huya, cuanto antes.
Al mismo tiempo, pero en un lugar diferente, De Valdés y los
demás despertaron abruptamente al ver que el suelo bajo sus, ale-
targados cuerpos, comenzaba a hundirse. Con ellos incluidos.
—Otro de los horrores de Alexander, supongo —comentó
Juan tratando de aferrarse a cualquier cosa para no caer.
Mientras los amigos de Brensait trataban de agarrarse para
evitar la caída, ella buscaba una salida a la difícil situación en la que
se encontraba.
—Nalhok estaré agradecida con ustedes por siempre —dijo
mientras miraba hacia afuera buscando a sus rivales— espero sin-
ceramente, volverlos a ver. Ojalá en mejores circunstancias.
—Serás bienvenida cuando quieras, bueno, si logras encontrar-
nos de nuevo —rió nerviosa— me gustaría haber podido ayudar
más —reconoció sujetando sus manos.
—Ha sido más que suficiente ¡Muchas gracias de nuevo! —ex-
clamó mientras la abrazaba— señora Klajo, mi eterna gratitud para
usted también —Se dirigió a la anciana para abrazarla y despedirse.
—Pequeña, no será fácil… nada será fácil, pero saldrás victo-
riosa, lo sé —aseguró ella respondiendo el abrazo— ve a la cascada,
y busca atravesar como llegaste. Es la única manera que se me
ocurre, para que puedas salir de aquí sin que él te encuentre con
tanta facilidad.
—Muy bien. Lo haré —dijo acercándose a la puerta.
—¡Espera! Sal por la pequeña puerta que hay en mi dormito-
rio —sugirió Klajo— eso nos dará más tiempo para distraer a esos
dos.
—Gracias ¡Hasta siempre! —exclamó haciendo una seña con
la mano.

138
Letargo

Klajo y Nalhok salieron para repeler el ataque de sus rivales.


Afuera, el panorama no era muy alentador, las llamas se extendían
por diversos puntos. Por su parte, Brensait uso la teletransporta-
ción para llegar cuanto antes a la cascada y siguiendo un impulso
interno, se lanzó hacia ella. Su cuerpo rompió las aguas y sintió
como se hundía, mientras sus ojos no podían mantenerse abiertos.

139
Capítulo 7
“El Señor de los Sueños.”

-C orre, corre ¡No te distraigas! —Se decía a sí misma Nino


mientras el taco de sus zapatos golpeaba el suelo de-
jando en evidencia su trayectoria. No tenía tiempo de pensar en
Andrés, solo esperaba que estuviera bien.
Como todas las tardes, habían salido del colegio pasadas las
cuatro de la tarde. Se reunían en la entrada del establecimiento y
regresaban juntos a casa, pero hoy, la rutina había cambiado, debi-
do a unos libros que necesitaban comprar en el centro de la ciudad.
Nino dobló en una esquina a toda prisa, por poco pierde el
equilibrio. Hubiera sufrido una fea caída de haberlo hecho. No veía
a nadie, pero estaba segura de que seguían tras ella. Estaba oscuro
y era complicado estar a salvo en algún lugar. Sentía que su única
opción era seguir corriendo dado que si lo hacía sin cansarse antes
de tiempo, podría llegar a casa sin ser atrapada.
En el centro, además de comprar lo que necesitaban, habían
decidido pasar al cine. Llamaron a casa y avisaron que llegarían
un poco más tarde. Lo que no sabían, es que tan solo dos cuadras
después del cine, cinco discípulos estarían esperando por ellos.
No tuvieron mucho tiempo para pensar en algo, pero ya no

141
Nathalie Alvarez Ricartes

eran los chicos indefensos de antes. Sus estrictos entrenamientos


físicos, los habían hecho más fuertes, más resistentes y si bien, no
tenían habilidades mágicas, podían defenderse mejor que antes.
Decidieron separarse al ver a sus contrincantes, con la idea de que,
al menos, uno de ellos llegara a casa para dar aviso.
Nino estaba consciente de que no podría seguir escapando por
siempre, de hecho, le extrañaba que los dos discípulos que la perse-
guían no hubieran utilizado ya su magia para detenerla. Finalmente,
al llegar a una estrecha calle sin salida, no fue necesario que ellos
hicieran algo más. Estaba atrapada. Su pecho subía y bajaba con
rapidez. El temor se agolpaba en su interior y no tenía opciones
para salir de ahí victoriosa. Por seguridad y para no ser rastreados,
no usaban celulares, se comunicaban solo por medio de teléfonos
públicos, pero encontrar uno en ese lugar era realmente imposible.
Casi sin alcanzar a percibir el momento del origen, uno de los
discípulos lanzó un fulminante rayó de energía roja hacia ella.
No había escapatoria. No tenía recurso alguno para hacerle
frente.
Por instinto puso sus brazos protegiendo su rostro. Luego cerró
sus ojos, así que no pudo ver el enorme y poderoso escudo que se
posó delante de ella para protegerla, solo escuchó un extraño e in-
tenso sonido, seguido de una pequeña explosión cercana. Cuando
abrió sus ojos le sorprendió estar completamente sana y sin rastro
de los discípulos.
—¿Qué…? ¿Qué sucedió? —Se preguntó en voz alta.
—Tranquila, ya estás a salvo —La voz rasposa de un joven alto y
atlético le devolvió el miedo. El chico, al notar que estaba asustada,
se apresuró a dar explicaciones—. Hey, tranquila. Ellos ya no pue-
den lastimarte y yo tampoco lo haré –aseguró— soy Maximiliano
—dijo extendiendo su mano para saludarla, mientras algunos me-
chones de la oscura melena que llevaba, caían sobre su rostro.
Nino lo miró con atención. Era muy guapo, con facciones muy
marcadas y ojos rasgados, profundamente negros.
—Lo siento. Aún estoy muy nerviosa y cansada —La respira-
ción de la chica seguía estando agitada—. Soy Nino, muchas gracias
por ayudarme —dijo extendiendo su mano para responder el saludo.

142
Letargo

Salieron del callejón caminando con calma. Nino no entendía


cómo podía caminar con tanta ligereza con un escudo de ese ta-
maño.
—¿Puedo saber quién eres? —preguntó ella.
—Creo que yo debería hacer la misma pregunta —opinó él—
¿Por qué te perseguían esos sujetos?
Nino sabía que no podía hablar con un desconocido sobre la
verdad, así que intentó inventar una buena historia en poco tiempo.
—Realmente no lo sé. Estaba de paseo por la ciudad y de pron-
to aparecieron en un callejón. Comenzaron a seguirme y luego
pasó lo que tú ya viste.
—Ya veo —dijo con seriedad— escucha, esta zona ya es segura,
en esa esquina puedes coger un taxi que te lleve a casa. Deben estar
preocupados por tu tardanza.
Nino lo miró. Sabía que seguir su consejo era la mejor opción
que tenía, así que sin titubear se despidió.
—Muchas gracias de nuevo. Me salvaste la vida —aseguró—
espero que nos volvamos a encontrar alguna vez, Maximiliano.
—Ha sido un placer Nino. Te acompañaré hasta que consigas
un taxi —ofreció con tranquilidad.
Unos minutos después tomó el taxi, se subió y miró cómo el
chico se despedía con una seña. Nunca podría haber imaginado que
quien la había salvado, no era otro que el líder de los Linguistiker.
Entró en la enorme “mansión” como ya era conocida por to-
dos, gracias a Brensait y de inmediato encontró a todos los demás
reunidos en la sala, con la angustia reflejada en sus ojos y Andrés
jadeando todavía.
—¡Nino! —exclamó el primo de Brensait, quien se apuró a
levantarse para abrazarla— estábamos tan preocupados.
Era evidente cómo sus rostros habían declinado la tensión al
verla aparecer.
—Lamento haberlos preocupado, pero fue complicado liberar-
me de los discípulos que me perseguían —explicó pensando si era
bueno decir que había tenido ayuda.
—Tranquila, lo importante es que estás bien —reconoció Tiare,
con su siempre instinto maternal, mientras le acariciaba la cabeza.

143
Nathalie Alvarez Ricartes

—¿Qué sucedió? ¿Cómo pudiste escapar? —preguntó la chica


a Andrés.
—Solo fue suerte —confesó él— cuando corría, tratando de
perderlos, llegué a una avenida bastante transitada y pude hacer
parar un taxi. Le dije al chofer que diera vueltas para despistarlos
y luego, cuando estaba seguro de haberlos perdido, le pedí que me
dejara a unas cuadras de la casa —explicó— corrí todo el trayecto
que me faltaba hasta llegar a casa, no quería que el taxista pudiera
verse en peligro.
—Muy bien pensado —dijo Isaak, desde la otra esquina de la sala.
—Me alegra tanto ver que estás bien —aseguró Nino. Luego
guardó silencio y miró a Cirox a los ojos. Sabía que no debía ocul-
tar ningún detalle de la historia—. Deben saber que yo tuve un
poco de ayuda. Siendo honesta fue más que un poco —suspiró—
alguien me salvó.
—¿De qué hablas? —preguntó Cirox enseguida— ¿Cómo que
alguien te salvó? ¿Quién?
—Un chico, alto, con el cabello un poco más abajo de los hom-
bros —Se detuvo tratando de recolectar todos los detalles—. Tenía
un enorme escudo con el que desvió un ataque que iba directo
a mí. Un tipo de energía roja muy potente, ni siquiera me per-
caté de cuando el discípulo lo creó —Isaak, Cirox y Juan Carlos
intercambiaban miradas de desconcierto—. Dijo que se llamaba
Maximiliano.
Dicho esto, las miradas de desconcierto se transformaron en pre-
ocupación. Los guerreros sabían perfectamente de quién se trataba.

No sabía cuánto tiempo llevaba dormida, pero despertó al sen-


tir que le dolía el cuello. De seguro la posición en que se encon-
traba, no era la más indicada para dormir. Observó a su alrededor
y vio que estaba justo en la orilla de un inmenso lago. Tan grande
que no alanzaba a ver sus límites.
Parecía un lugar tranquilo, al menos no se escuchaba ruido al-
guno. La flora que lo rodeaba era maravillosa y Brensait pensó
que, con gusto se quedaría a vivir allí por siempre. Pero era hora de

144
Letargo

seguir con su camino, el extraño Señor del Tiempo estaba tras sus
pasos así que podía aparecer cuando menos se lo esperara.
Se puso de pie y vio que, en un extremo de la playa que rodeaba
al lago, se extendía un camino hacia un alto bosque. Su sorpresa al
introducirse en él, fue comprobar que todos los árboles eran de un
solo tipo; araucarias. Se preguntó cuánto tiempo llevarían ahí, se
apreciaban en muy buen estado y eran de diversos tamaños.
Caminó por un pequeño trecho delimitado como camino, se-
guramente por caminantes anteriores y no podía dejar de sentirse
maravillada al ir conociendo la belleza del lugar.
—Este bosque es magnífico, no hay duda, pero ¿será que cada
vez que me despierte, estaré en un lugar diferente? —Se pregun-
taba a sí misma.
Caminó con calma, pero sin detenerse. Corriendo el riesgo de
morir envenenada, comía los frutos silvestres que encontraba en su
camino. Tenía mucha hambre y no quería usar magia ya que podría
alertar al Señor del Tiempo.
No tardó mucho en llegar a una nueva playa. Le pareció extraño,
pero lo más probable es que estuviera en algo similar a una isla. Una
porción de tierra que no estaba rodeada de mar, sino de un lago.
Se sentó un momento en la orilla de esta nueva playa y observó
a su alrededor. De pronto notó que ya no era todo tan silencioso
como en el otro extremo, alguien más estaba en ese sector.
Retomó el andar con dirección al sur y fue ahí donde los vio;
una llamativa carpa, no tan grande, pero con suficiente espacio para
montar un espectáculo con, al menos, cien personas. Rodeándola,
se organizaban varios carros, algunos tirados por caballos y otros
por escobas, sí, por escobas.
Se acercó sutilmente, pero no lo suficiente, pues en menos de
dos minutos, escuchó una voz que le hablaba desde atrás.
—¿Quién eres tú? —Imaginó que se trataba de un joven cer-
cano a su edad. Se volteó y quedó frente a frente con un chico de
largos y ondulados cabellos rubios, tez bronceada y ojos color miel.
—Hey… Hola, lo siento, no he querido parecer una intrusa.
—Pues eso es lo primero que pensé.
—¿Podrías decirme dónde estoy?

145
Nathalie Alvarez Ricartes

—Realmente estás perdida, ¿no? —preguntó el chico que pa-


recía un ser dorado, como nacido del sol.
—Es una historia bastante extraña y complicada de explicar.
—Te ayudaré diciendo que estás en Zars, la pequeña fracción
de tierra en medio del lago Ugruts.
Brensait lo miró con extrañeza, preguntándose, una vez más, en
qué lugar del planeta o peor aún, del universo, estaba ahora.
—Por la expresión de tu rostro, creo que no estás donde te
gustaría —comentó el chico.
—¡Ni que lo digas! —exclamó ella— se podría decir que llevo
bastante tiempo sin estar en donde realmente quiero.
—Mira no sé quién seas, pero si puedo ayudarte en algo, solo dilo.
Brensait lo miró por unos segundos, luego dirigió su mirada ha-
cia el resto del lugar, como captando una panorámica. Ciertamente
no tenía muchas opciones. Por ahora solo le preocupaba mante-
nerse alejada de las garras del Señor del Tiempo, aunque aún no
terminara de comprender sus razones para querer capturarla.
—Muchas gracias por la disposición. Dime, ¿vives solo aquí?
—No, claro que no. Mi familia y otras personas que conforman
la caravana también están aquí.
—¿La caravana? ¿A qué caravana te refieres?
—Siento tener que hacer esto, pero necesito saber si es seguro
seguir hablando contigo —dijo antes de que un espeso humo de
color púrpura apareciera en su mano izquierda. En solo un segundo
lo sopló sobre el rostro de la chica y esta cayó inconsciente al suelo.
—Prometo que te explicaré todo cuando despiertes —aseguró
en voz baja mientras se agachaba para cargarla en brazos.

Las estrellas parecían reflejarse con mayor intensidad esta vez


en el hogar del Señor del Tiempo. Todo estaba en calma y el joven
guardián se manifestaba perdido entre sus pensamientos mientras
una taza de té se enfriaba frente a él.
Un haz de luz anunció la llegada de Kassis. Parecía inquieta,
con poca paciencia.
—Creo que eso fue demasiado.

146
Letargo

—Vaya, estás de vuelta —habló él sin prestarle mayor atención.


—Arriesgaste una zona protegida.
—Y tú me ayudaste —recordó.
—Norn…
—¡No me llames así! —interrumpió molesto.
—Lo haré si es necesario para que dejes este juego contra la
bruja reencarnada.
—Entiende que no es un juego. Estamos en peligro mientras
ella ande suelta por ahí.
—Entonces ve y atrápala, enciérrala como has hecho con otros
sujetos peligrosos, pero deja de actuar como un irracional ¡Eres
el guardián del tiempo y el espacio, no puedes comportarte como
esos brujos mediocres que buscan apoderarse del universo!
—No puedo hacerlo de esa forma.
—¿Por qué no? —Kassis parecía perder un poco más la pacien-
cia con cada segundo que pasaba. Sus bonitos ojos verdes brillaban
de rabia.
—¿Ya pensaste en todos los problemas que tendré si, así de la
nada, se me ocurre encerrar a la actual bruja de moda? —preguntó
sin perder la calma— lo quiera o no, ella es todo un personaje, es
cierto, que tiene amigos y enemigos, pero sería un caos social, en el
mundo de la magia, si de pronto al Señor del Tiempo se le ocurre
tomarla como rehén eternamente.
—Eso pasará de todos modos —aseguró Kassis—, pero des-
pués de un tiempo nadie lo recordará.
—No puedo confiarme en eso. Debo hacer las cosas bien.
—¿Y hacer las cosas bien significa casi destruir una zona prote-
gida? Querido, eso llegará a oídos de todos de igual forma.
—Solo la estoy provocando.
—¿Provocando? ¿De qué clase de provocación hablas?
La mirada del Señor del Tiempo dejo de ser apacible. Parecía
contener un cierto grado, aumentado, de maldad, como si en su
mente estuviera todo perfectamente planeado.
—No sé si deba contarte —El Señor del Tiempo la miró de reojo.
—¿Qué pasa? Hay algo que no me estás diciendo.
—Siempre habrá algo que no te contaré.

147
Nathalie Alvarez Ricartes

—¡Norn háblame! —Kassis volvió a llamar al Señor del


Tiempo por el que, precisamente, era su nombre real, más allá de
su denominación como guardián del tiempo y el espacio— somos
compañeros en esto, puedo ayudarte.
—Lo único que te pediré, es que me ayudes a hacerla avanzar
por el máximo de dimensiones posibles.
—Así que es eso; el punto de no retorno dimensional.
—No es solo eso —reconoció el joven— el hechizo que pesa
sobre ella tiene graves efectos y a medida que avance entre las di-
mensiones y utilice magia, su cuerpo físico sufrirá terribles e irre-
versibles consecuencias —explicó— quizás ni siquiera tenga que
hacer un gran esfuerzo por detenerla —confesó con una sonrisa de
satisfacción dibujada en los labios.
—Para variar, ya lo tenías todo planeado.
—Querida Kassis, antes de actuar hay que pensar y planear, de
lo contrario, todos tus esfuerzos estarán perdidos —advirtió sor-
biendo, por fin, un trago de su té.
El punto de no retorno dimensional, era el límite de dimen-
siones que un ser mágico podía recorrer sin sufrir consecuencias.
Quienes avanzaban más allá quedarían prisioneros en una especie
de portal donde no existe el tiempo, congelados eternamente, de lo
contrario provocarían graves alteraciones en el resto de los mundos
y dimensiones paralelas, desatando el caos y la inestabilidad de los
demás universos. Serían considerados intrusos incapaces de volver
a la realidad que les pertenecía. Como cabía esperar, era el Señor
del Tiempo quien estaba a cargo de capturar a estos seres.

Chris y los demás se aferraban en vano al suelo. Sin poder evi-


tarlo, cayeron abruptamente por la gran grieta que se abrió en la
superficie llegando a una profundidad indeterminada.
A simple vista, parecía que hubieran caído hacia el centro de la
tierra. En ciertos tramos, corrían pequeños ríos de lava y el calor se
hacía más y más insoportable.
—¿Esto también es parte de sus pesadillas? —preguntó Juan,
cada vez con menos tolerancia.

148
Letargo

—Sabíamos que no sería fácil —recordó Krimatt.


Después de la caída, todos presentaban rasguños y lesiones tí-
picas de lo ocurrido, pero nada grave, con ímpetu y voluntad po-
drían seguir adelante.
—Cada vez falta menos. Alexander debe estar muy cerca de
nosotros —afirmó De Valdés.
—¿Cómo puede estar tan seguro de eso? —preguntó Chris.
—Lo siento.
Los tres chicos lo miraron con sorpresa, ¿cómo es que él podía
sentir la energía de Alexander y los demás no? Sin duda, De Valdés
escondía demasiadas cosas que quizás, ellos ni siquiera imaginaban.
El anciano les recomendó avanzar cubriendo su boca, pues era
muy probable que hubiera gases tóxicos en las cercanías. Todo a su
alrededor se veía como el interior de una cueva, no tan alta, pero
llena de protuberancias que caían desde el techo hacia el suelo,
como estacas formadas de tierra. El suelo no tenía vegetación al-
guna, solo era tierra roja y de textura más bien fina.
Caminaron por casi media hora. Con el sueño interrumpido,
no habían tenido el tiempo suficiente para descansar lo necesario,
además el hambre se hacía presenta cada vez con más fuerza.
—Escuchen, sé que le dije que trataríamos de no usar magia,
pero entiendo que deben estar hambrientos y no quiero cargar con
culpas por no permitir que se alimenten, así que haremos lo si-
guiente —sugirió De Valdés con naturalidad y despreocupación—
como supondrán, si es que son astutos, Alexander y yo ya nos co-
nocemos; de siempre y no, no responderé detalles sobre eso, porque
no es tiempo aún —Fue tajante y directo—. Solo quiero que sepan
que si hago un poco de magia, no será tan peligroso porque él ya
conoce mi energía. No es que quiera hacerles creer que es el peor
monstruo que existe, pero debido a todo lo que le ha pasado en la
vida, la desconfianza es su mayor virtud y si percibe energías des-
conocidas en sus pesadillas saldrá lo peor de él.
Después de escucharlo, Krimatt se preguntaba por qué había
tardado tanto tiempo en darles una información tan valiosa como
esa. Chris, por su parte, ansiaba saber quién era en realidad De
Valdés, porque siempre había tenido la impresión de conocerlo de
otro lugar, pero todavía no lograba dar con el recuerdo exacto.

149
Nathalie Alvarez Ricartes

—¿Y qué dicen, comemos algo o seguimos este peculiar viaje?


La respuesta no se hizo esperar. Todos morían por probar, al
menos un bocado. Como no estaban seguros de poder confiar en
el suelo bajo sus pies, decidieron quedarse de pie, aún con lo incó-
modo que era.
—No recuerdo cuándo fue la última vez que comí con tantas
ganas —confesó Juan un poco más relajado.
—Deben saber que esta será la única comida hasta que demos
con el paradero de El Señor de los Sueños.
—Ya sé que no quieres que no preguntemos por más detalles,
pero podrías decirnos al menos si estamos cerca —insistió Juan.
—No lo sé.
—¿Cómo que no lo sabes? —interrogó el guerrero.
—Lo siento Juan, pero en esta ocasión me ha costado, como
nunca seguir su energía —reconoció— solo desde que caímos en la
cueva lo he sentido más cerca, pero tampoco es una presencia muy
fuerte —dijo antes de dar una mordida a su pan con queso.
—¿Sabes a que se debe? —preguntó Krimatt.
—En realidad no. Alexander es un ser extraño, muy poco pre-
decible.
—Así que esa es la opinión que tienes de mí —Aquella voz sonó
y retumbó dentro del lugar, generando un leve eco—. ¿Quiénes son
estos personajes?
Nadie se atrevió a pronunciar palabra alguna. De Valdés pare-
cía tan sorprendido como los demás. No podían creer que el Señor
de los Sueños estuviera justo detrás de ellos. Giraron sus rostros y
lo vieron.
De Valdés se acercó con sutileza, queriendo demostrar que
dominaba la situación en cada momento. Se puso delante de
Alexander y habló.
—Debo confesar que esta vez sí que me sorprendiste —dijo
antes de aclarar su garganta— nunca noté tu presencia tan cerca.
—Quizás he mejorado mi capacidad para evadir a las personas
—agregó— ¿Dime qué estás haciendo aquí? Creí que la vez ante-
rior sería la última que te vería.
—Estaba casi seguro de que así sería, pero las cosas cambian,
casi sin que lo notemos.

150
Letargo

—Como sea. Sabes que puedo ser todo lo comprensivo y ama-


ble contigo, porque bueno, te debo mucho, pero ni siquiera eso te
da el derecho a traer gente a mis pesadillas sin que yo lo autorice
—Se percibía su descontento.
—Si tuviera una manera de avisarte que vendría con alguien,
lo haría, pero tu afán por desaparecer del mundo se vuelve cada vez
más grande y molesto.
—No descansaré hasta que nadie, ni siquiera tú, puedan dar
con mi paradero.
—Si esos eran tus planes, debiste pedir que acabaran con tu
vida, ¿no crees que sería más sencillo? —preguntó De Valdés como
si hablara con alguien muy cercano y de confianza.
—De esa forma se pierde el sentido de todo, lo sabes.
Krimatt, Juan y Chris escuchaban, pero no entendían nada.
Era como oír una conversación en clave.
—No volveré a ese tema contigo, es la mayor causa perdida que
conozco —sentenció De Valdés— sé que verme aquí acompañado
no te hace ninguna gracia, pero si no fuera estrictamente necesario,
no lo haría.
—¿Qué puede ser tan urgente? Según sé, el mundo mágico o
no, lleva bastante tiempo jodido, no sé si habrá algo que pueda vol-
verlo peor —Sus palabras en esa voz calma, pero con cierto grado
despectivo, dejaban en claro lo poco que le importaba lo que podía
pasar con los seres vivientes a su alrededor.
—Ellos, si se los permites, te explicarán con mayor detalle
—afirmó dirigiendo su mirada así los tres jóvenes, quienes al
mismo instante sintieron una gran presión sobre su cuerpo.
Alexander, más conocido como el Señor de los Sueños, medía
cerca de un metro noventa, su espalda era ancha y su cuerpo en
general atlético. Sus manos grandes y fuertes estaban marcadas por
el camino que dibujaban las venas. Tenía un ojo de color gris y el
otro, de un tenue tono miel. Su rostro alargado estaba cubierto de
una barba con crecimiento medio, clara, con rastros rojizos al igual
que su cabello, un tanto ondulado, que llevaba corto.
El Señor de los Sueños paseó su inquisitiva mirada por cada
uno de los tres chicos, de pies a cabeza.

151
Nathalie Alvarez Ricartes

—Solo porque tú los acompañas, permitiré que hablen —espe-


tó—, pero sean breves o perderé la paciencia.
Ciertamente la situación era intimidante, pero alguien debía
pronunciar la primera palabra y como siempre, mostrando su gran
habilidad como líder, fue Chris quien se atrevió.
—Lo último que queremos es ser una molestia —comenzó di-
ciendo el guerrero— estamos aquí porque no tenemos otra opción.
—Pedí que fueran breves, así que ve al grano —alegó Alexander
sin ningún grado de simpatía.
—Está bien, lo seré —aseguró Chris sin dejarse intimidar—
necesitamos tu ayuda para traer a alguien de vuelta de un hechizo
que solo tú puedes manejar.
—Interesante. Cuéntame más.
—Brensait, la bruja reencarnada, ha sido atrapada en el hechi-
zo del sueño y necesitamos que la traigas de vuelta antes de que sea
demasiado tarde.
“Brensait”. Alexander sintió cómo aquel nombre ocasionaba
una pequeña punzada en su cabeza, pero no deseaba recordar. No
debía recordar.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué tendría que hacerlo?
—Porque no sabemos a quién más recurrir.
La punzada se mantenía justo en medio de su cabeza y ciertos
recuerdos comenzaban a ser inevitables.
—Lo siento, eso no significa nada para mí.
—¡Este tipo es un insoportable! —exclamó Juan.
—¿Ah, sí? —Volvió a preguntar, como si esta fuera un interro-
gación común en él—. Entonces, creo que hasta aquí ha llegado mi
paciencia —Y lanzó una espesa niebla que encapsuló a los tres jó-
venes, poniéndolos a dormir de inmediato—. Si supieran lo mucho
que me molesta la gente y más aún la que me insulta.
De Valdés observó el nuevo estado de los chicos y caminó con
calma hacia Alexander.
—Alexander no es el momento para actuar de esta forma.
—¿De qué forma estás hablando?
—¡De esta! —exclamó— como si nada, ni nadie te importara.

152
Letargo

—Te recuerdo que tengo motivos de sobra para que, como di-
ces tú: nada, ni nadie me importen.
—Lo sé mejor que cualquiera, pero creo que ha llegado la hora
de romper ese círculo de desprecio y rencor.
—Sabes que no hay forma de que eso pase.
—Estamos hablando de un mal mayor Alexander —advirtió
De Valdés con seriedad— sabes quién es Brensait y lo que hay en
torno a su regreso, no estamos hablando de cualquier bruja, esto lo
puede cambiar todo y si sucede, lo que te pasó no será nada con lo
que viviremos muy pronto.
—¿Por qué tendría que ayudar a todos los que marcaron mi
vida?
—No, te equivocas, ellos no son culpables, pero si aprovecha-
mos esta oportunidad, los verdaderos culpables pueden salir de
su protección y pagar —hablaba cada vez con más intensidad—
Brensait es diferente, ella hará que las cosas cambien y si tiene a las
personas correctas de su lado, hará que cambien para mejor.
Alexander no podía dejar de mirarlo. Lo escuchaba con aten-
ción, pero una parte de su mente estaba sumergida en los recuerdos
de un terrible pasado que lo habían llevado a refugiarse en sus
propias pesadillas.
—¿Quiénes son esos chicos? —preguntó sorpresivamente.
—El que te habló es Chris, líder de los Cinco Guerreros que
tienen como misión ayudar a Brensait en todo lo que sea necesario,
el que te insultó es Juan, otro de esos guerreros —explicó el ancia-
no— por último, el chico de pelo claro es Krimatt, un maestro de
botánica, del que por cierto, no sé mucho más.
—Mmm… —Parecía estar tratando de recordar algo más—.
Él no es un solo un profesor de botánica, sé que lo conozco de
alguna parte, pero no puedo recordar de dónde.
—¿También tienes esa impresión? A mí me pasó en cuanto lo
vi por primera vez.
—Hay algo muy interesante y oculto en él. Sé que no me equi-
voco.
—Si los ayudas podrás averiguar de qué se trata.
—¿Qué saben del hechizo?

153
Nathalie Alvarez Ricartes

—Solo lo básico y que está sellado.


—¿Sellado? ¿Quién lo hizo?
—Makkrumbbero. Le enviaron unas camelias como regalo por
su cumpleaños, nadie sospechó que se trataría de algo así y bue-
no, está dormida desde ese momento —explicó— según lo que
sé, Krimatt y alguien más hicieron un ritual para obtener algunos
detalles, fue así como supieron que estaba sellado.
—¿Cómo es que Makkrumbbero tiene esa capacidad? —Si
bien, Alexander estaba oculto bajo su propio mundo, alejado de
quien quisiera encontrarlo, sus habilidades le permitían estar al
tanto de lo que sucedía afuera o al menos, de lo que él quisiera
saber.
—No puedo darte esos detalles porque no los manejo, pero
si te puedo decir, que esto se saldrá de control muy pronto y no
podemos arriesgarnos a que Brensait esté encerrada en quién sabe
qué lugar.
En palabras simples, Brensait estaba atravesando dimensiones
mientras su cuerpo físico estaba soñando. Lo más seguro, es que
al despertar, si es que lo hacía, recordaría todo lo vivido como un
sueño más, uno muy vivido, claro.
—De acuerdo. Los ayudaré, pero sabes que no puedo asegurar
el éxito. Antes de cualquier cosa necesito los detalles; debo saber
con exactitud cómo ocurrió todo y encontrar la mejor manera de
entrar en sus sueños.
—Eso no será problema.
—Estás consciente de que con mi regreso al mundo real, mu-
chas cosas cambiarán, ¿no? —preguntó con intriga— sabes que
incluso, tu secreto tan bien guardado podría salir a la luz, ¿estás
preparado?
—Alexander, llega el momento en que el amor se acaba, los
círculos se rompen y los secretos se descubren. Puede que ya sea
hora de que eso suceda.
—¿Ah, sí? Entonces despertemos a estos tres y traigamos de
vuelta a Brensait.

154
Capítulo 8
“Ilusión.”

“E n ocasiones te veo en mis sueños y como la más grande ilusión,


me gustaría abrir mis ojos y verte a mi lado otra vez. No
puedo evitar preguntarme por qué la magia, que todo lo puede, no ha
podido traerte de regreso, como lo hizo conmigo.”

—¡Isabel y los Linguistiker están teniendo unos duros enfrena-


mientos en la plaza del sector sur! —exclamó Javier desde la entrada
de la sala de entrenamientos donde Cirox y Andrés practicaban.
—¿Y Makkrumbbero? —preguntó Cirox listo para tomar su
chaqueta y salir.
—Por lo que sé, no hay rastro de él, pero de seguro aparecerá si
su hermana no es capaz de repeler a los cazadores.
—Entiendo. Dile a los demás que iré con la teletransportación
¡Nos vemos allá! —avisó antes de desaparecer.
—Bueno Andrés, el entrenamiento acabó. Acompáñame a avi-
sarles al resto.
—Javier –dijo el chico con timidez.
—¿Qué pasa?
—Me gustaría acompañarlos.

155
Nathalie Alvarez Ricartes

—¿Qué? ¿Adónde?
—Quiero ir y ayudarlos con Isabel y los cazadores.
Javier se detuvo en medio del pasillo, lo sujetó de los hombros
y lo miró directo a los ojos.
—Escucha, sé que has entrenado mucho y también sé que eres
más fuerte —confesó—, pero aún así, sigue siendo muy peligroso
que vayas—
—Pero entonces, ¿cuál es el sentido de entrenar y volverse más
fuerte? Ya no soy un niño y odio ver cómo suceden un montón de
cosas, la mayoría malas, a mi alrededor y no puedo hacer nada al
respecto —Tomó aire y continuó—. No es nada fácil ver a mi pri-
ma en ese estado, quiero al menos, ser útil de alguna forma.
Javier entendía al chico, sabía que tenía un punto real y válido,
pero aunque quisiera, no era él, el indicado para autorizarlo o no a
asistir a ese enfrentamiento.
—Tu razonamiento es lógico y si estuviera en mis manos deci-
dir, te dejaría acompañarnos, pero no es así.
—Lo sé. Gracias de todas formas por el apoyo —concluyó sin
más insistencia.
Cuando estaban ya todos reunidos en el comedor, Andrés vol-
vió a mencionar su deseo y Nino lo apoyó. También quería ir.
Discutieron sobre el asunto por algunos minutos, hasta que
Celeste y Khamus se comprometieron a ser sus guardianes. En
otras palabras, los más pequeños no podrían hacer nada sin que
ellos los autorizaran. Estaban todos de acuerdo, en que era hora de
que estuvieran en una pelea real, sin ser, precisamente las víctimas,
sino, como un apoyo que ahora o más adelante, sería fundamental.
—Están advertidos; cualquier acción osada, fuera de la auto-
rización de Celeste o Khamus y nos aseguraremos de que nunca
más nos acompañen, es más, si se atreven a hacer algo arriesgado,
los enviaremos con sus familias a las colonias —sentenció Isaak de
manera tajante y cortante.
—Ok, ok. Nada de riesgos —afirmó Nino sin mirarlo a los ojos.
De esta forma se dirigieron a la zona de conflicto. La única que
se quedaría en casa sería Tiare, ya que alguien debía mantener la
vigilancia del cuerpo aletargado de Brensait.

156
Letargo

La medición del tiempo era totalmente distinta en cada dimen-


sión y si bien, parecía como si Juan y los demás llevaran solo algunos
días buscando a Alexander, en realidad, habían transcurrido exacta-
mente cuarenta y cinco días desde que Brensait estaba dormida.
La muerte del novio de turno de Isabel aún estaba pendiente
por cobrar. Cirox creía que, exactamente por eso estaba atacando la
ciudad y que sin esperarlo, se habían topado con la presencia de los
cazadores. También creía que ya era hora de volver a verse las caras.
—Así que aquí estas de nuevo, causando problemas como
siempre —Le susurró al oído a Isabel sin que ella si quiera no
notara. Tampoco alcanzó a ver cuando se teletransportó de nuevo,
quedando frente a ella.
—¡Otra vez tú! ¡El guerrero favorito de la estúpida de Brensait!
—espetó— era tiempo ya de volvernos a ver las caras, aunque claro,
ahora no saldrás vivo ¡No después de lo que le hiciste a Ali! —ex-
clamó con enojo.
—¿Ali? ¿Quién es ese? —preguntó Cirox consciente de que
sus preguntas la molestarían aún más.
—¡No juegues conmigo! —Lanzó un fulminante rayo de ener-
gía roja. El guerrero lo esquivó con facilidad.
—Entiéndelo, ya no caeré en tus trampas como la primera vez
—aseguró empuñando sus manos, haciendo que el suelo vibrara
bajo sus pies. Isabel no entendía lo que pasaba, pero no estaba dis-
puesta a demostrar su desconcierto.
Desde su selección, una de las primeras cosas y de seguro, de
las más importantes, que los Cinco Guerreros aprendieron, fue a
manejar y utilizar con sutiliza sus habilidades. Sus maestros les
recalcaban una y otra vez que habían sido escogido por éstas y
que la mejor estrategia, era mantenerlas ocultas, hasta que fuera
realmente necesario utilizarlas. Gracias a esto, casi nadie conocía
el verdadero poder de los Cinco Guerreros; el que podía alcanzar
cada uno y mucho menos, lo que eran capaces de hacer actuando en
equipo. Dentro de esto, una de las habilidades especiales de Cirox
era poder teletransportarse, pero no era la única, ya que aún con
su rebelde forma de ser, siempre había destacado como estudiante,
todavía más, cuando se trataba de química mágica y siendo más
específicos, en transmutaciones químicas.

157
Nathalie Alvarez Ricartes

Así que cuando cerró sus puños y el suelo tembló bajo sus pies,
lo que en realidad estaba haciendo, era tomar pequeños trozos del
pavimento, duplicarlos, regresar los originales a su lugar y trans-
mutar los copiados a mercurio, lanzándolos con gran velocidad
sobre su contrincante. Isabel no alcanzó a responder al ataque y
una vez atrapada por las primeras partículas del metal líquido, vio
cómo una viscosa red la iba envolviendo.
—¡Podría matarte ahora mismo! —amenazó el guerrero.
—¡Pero no lo harás! —clamó una voz masculina rasposa—
¡Eso nos corresponde a nosotros! —El chico lanzó un cuchillo di-
recto al brazo derecho de Cirox, pero este pudo esquivarlo.
—¿Quién eres? ¿Qué intentas hacer? —La oscuridad impedía
que Cirox viera con claridad el rostro del joven.
—No tengo por qué responder, mucho menos a un desprecia-
ble brujo.
El guerrero avanzó unos pasos y pudo ver con claridad el rostro
del recién llegado; se trataba de Maximiliano, el ya conocido, líder
de los cazadores.
—¡Así que eras tú! —Si bien, Cirox no recordaba haberlo
visto antes en persona, conocía a la perfección su apariencia. Los
Linguistiker eran ampliamente estudiados por todos los brujos-
guerreros y lógicamente también había sido parte de su prepa-
ración como uno de los Cinco Guerreros—. ¿Así que pretendes
derrotarnos a Isabel y a mí tú solo? —preguntó con prepotencia,
mientras su red de mercurio mantenía inmovilizado a la hermana
de Makkrumbbero.
—Soy el actual líder de los cazadores, mi misión es eliminarlos.
—No me aburras con eso, por favor —espetó Cirox con indife-
rencia— esta pelea entre cazadores y brujos ha sido eterna y según
creo, lo seguirá siendo por un buen tiempo.
Maximiliano se acercó, no parecía tener intenciones de ata-
carlo, pero el diálogo se vio interrumpido por la llegada de varios
discípulos de Makkrumbbero.
—¡Lo que me faltaba! —masculló Cirox— creo que tendremos
que dejar hasta aquí nuestra charla —agregó listo para comenzar
a pelear.

158
Letargo

—Te aseguro que no será la última vez que nos veamos.


De un segundo a otro, se desató una feroz batalla entre los
recién llegados y los dos chicos, que trataban de una y otra for-
ma, hacerles frente. Maximiliano se manejaba muy bien, sus golpes
eran fuertes y certeros, pero su capacidad se veía reducida cuando
se hacía presente la magia.
En cuestión de minutos, Javier y los demás también aparecie-
ron en la escena y un nuevo contingente de guerreros. Isabel trata-
ba de muchas formas de encontrar la manera de liberarse, pero no
fue hasta que uno de los discípulos de su hermano la ayudó y pudo
concretarlo.
—¡Malditos guerreros! ¡Malditos todos los seguidores de
Brensait! —gritó con fuerza levantando una ráfaga de viento a su
alrededor. Lo siguiente fue una intermitente lluvia de destellos de
energía roja que salían de sus manos, disparándose en todas direc-
ciones, alcanzando a quien tuviera la mala suerte de toparse con
uno de ellos.
Nino y Andrés recurrían a todo lo que Juan Carlos y los demás
les habían enseñado. Su manera de pelear no era la mejor, bastan-
te más lenta que la del resto, pero aún así, su avance era notable.
Estaban en eso, cuando Nino daba múltiples patadas y golpes de
puño a un discípulo, sin detectar que uno de los poderes de Isabel
iba directo a ella.
—¡Cuidado! —gritó Maximiliano interponiéndose entre la
chica y el ataque. Fue lanzado varios metros más allá. Nino corrió
a verlo.
—¿Estás bien? ¡No debiste hacer eso! —exclamó sorprendién-
dose al notar que se trataba de alguien ya, conocido.
—¿Eres una de ellos? ¿Eres una bruja? —interrogó el chico
con decepción y tratando de ignorar el dolor.
—¿Qué? Yo… —No sabía que responder—. Espera, ¿quién
eres tú?
—Mi nombre es Maximiliano, soy el líder de los Linguistiker
—respondió un poco más recuperado— los cazadores de brujos
—agregó mirándola a los ojos, atento a su reacción, mientras Nino
sentía que un líquido frío le recorría la espalda.

159
Nathalie Alvarez Ricartes

—Escucha, debes salir de aquí antes de que sea tarde.


—¿Eres una bruja? —insistió.
—¿Qué? No, no lo soy —aseguró.
—¡Mientes!
—¿Por qué lo haría? No soy una bruja.
—Entonces qué haces con ellos —Nino se debía entre si reve-
lar su vínculo con Brensait, o más bien, con Alex, inventar algo o
simplemente, guardar silencio.
—Yo… —Sus nervios le impedían decir algo coherente.
—¡Dime!
—Soy prima de Alex —dijo casi sin pensar, presionada por
su insistencia. En un acto reflejo, tapó su boca como tratando de
detener las palabras, pero ya era tarde.
—¿Eres prima de la reencarnación de Brensait? —Lo miraba
sin atreverse a decir nada más—. Pero si no eres una bruja, ¿qué
haces con ellos? ¡Estás arriesgando tu vida!
—Pero ella…ella es mi prima, no puedo dejarla.
—Siento decepcionarte, pero ella no es nada tuyo. La reencar-
nación se completó y Alex desapareció, ahora solo es Brensait.
—No importa, ella sigue siendo importante para mí.
—¡Ella es un monstruo! —exclamó tratando de ponerse en pie.
—¡Retira lo dicho!
—¡Nunca! Sé como son, como actúan. Son seres despreciables.
—No tienes idea de lo que hablas y desde ya te digo, que el
vínculo con una persona que quieres no se rompe simplemente
porque algo cambia dentro de ella; el cariño y el amor deben ir
mucho más allá de eso si es de verdad —sentenció la chica con
rabia— espero que te recuperes ¡Adiós! —Se alejó molesta.
Maximiliano no hizo intento de detenerla. Eso solo complica-
ría las cosas, pero sabía que debía encontrar la manera de hacerle
ver, que estar rodeada de brujos, especialmente de la bruja reencar-
nada, no le haría nada bien a su vida.
Andrés iba camino a buscarla, cuando Nino apareció de entre
las sombras. Los discípulos habían sido derrotados e Isabel, sin
más aliados había decidido huir.

160
Letargo

—¿Por qué será que Makkrumbbero no aparece? ¿Qué es lo


que está esperando ahora? —preguntó Cirox a sus compañeros.
—Nada —dijo Juan Carlos— no espera nada, porque está
totalmente relajado, amparado bajo la ventaja que le da el que
Brensait sea prisionera de su hechizo.
—¡Por lo mismo! Es un poco contradictorio que no quiera ata-
carnos ahora, cuando ella no está —insistió Cirox.
—Me temo que pueda estar esperando el momento indicado
—agregó Javier.
—¿El momento indicado para qué?
—Sabemos que él no solo busca acabar con Brensait, eso es
solo una cuestión personal —dijo— su verdadero fin es convertirse
en el nuevo ser más poderoso de nuestro mundo y del de los no
magos. En el momento en que lo haga, se considerará a sí mismo
como su único e invencible líder. Podrá hacer lo que se le antoje.
La preocupación se apoderó del rostro de todos. Aunque les
costara admitirlo, si Brensait era derrotada, ese era el único destino
que les esperaba.
Regresaron a casa y Tiare les tenía otra mala noticia; el cuerpo
de Brensait había sufrido una nueva transformación, estaba más
pálido que antes, ya casi comenzaba a verse con colores púrpura y
estaba muy frío.
—¿Cómo sabremos si sigue viva? —preguntó Andrés con pre-
ocupación mientras sujetaba su mano con fuerza.
—En teoría, este ritual no mata o al menos eso es lo que sabe-
mos hasta ahora —musitó Tiare sin mucho ánimo.
—Seamos optimistas y pensemos que Chris y los demás están
prontos a llegar con el Señor de los Sueños —propuso Juan Carlos
sin dejar de mirar a la joven.

“Somos prisioneros de nuestros propios recuerdos, no de las expe-


riencias pasadas, sino, de cómo las recordamos, de lo que nuestra mente
genera y hace con esas vivencias.”

—¡Hey no hagas trampa! —exclamó Hortus mirándola con


sus intensos ojos azules.

161
Nathalie Alvarez Ricartes

—¡No hago trampa, tú no eres bueno!


—No puedo estar a tu nivel, aprendiste este juego hace años, yo
recién ayer —respondió con gracia.
—Entonces no te quejes y sigue aprendiendo —recomendó
Brensait con una sonrisa pícara.
—El Maestro regresará pronto y querrá que lo acompañemos
en la cena, ¡así que sigamos! —exclamó el chico con entusiasmo.
Estaban sentados bajo un arco iris de hielo, el árbol preferido
de Brensait en un día de otoño y como eran pasadas las seis de la
tarde, sus cristales brillaban bajo elegantes tonos púrpuras y azules.
Brensait le había enseñado un extraño juego de cartas que su
padre le había traspasado siendo pequeña. Hortus hacía su máxi-
mo esfuerzo por conseguir la victoria, pero hasta ahora no lo ha-
bía podido lograr. El Espilekorty era un juego de destreza mental,
donde el jugador tenía cinco naipes en la mano, dejando otras siete
sobre la mesa, las que iban cambiando de figura y lugar con rapi-
dez. La persona que lograba emparejar sus cinco cartas con cinco,
de las que estaban en la mesa, haciendo coincidir las figuras en
forma y color, ganaba.
La vida era sencilla en ese entonces. Sonreír era más fácil, sen-
tirse a gusto era más fácil, encontrar un lugar al que pertenecer era
más fácil. Pero todo aquello era parte de otra vida, de una reencar-
nación diferente. El aquí y el ahora, eran lo que verdaderamente
importaban.
Se despertó, aún viendo en su mente un vestigio de aquel humo
púrpura que la había dormido antes y se sorprendió al comprobar
que estaba acostada en una bonita cama dentro de una habitación
no tan grande, pero decorada con elegancia y delicadeza.
—Por fin despertaste —Una chica de bonitas facciones, piel
caoba, cabello rojo oscuro y bucles perfectos, la miraba desde el
extremo de la habitación, sentada en una silla de mimbre. Debía
tener entre treinta y treinta y cinco años.
—¿Quién eres tú?
—Mi nombre es Rubí y no te preocupes, no tengo intención de
lastimarte o algo parecido —Su tono de voz era suave y amigable.
—¿Dónde estoy? —preguntó, todavía confundida.

162
Letargo

—En mi casa querida, Lito te trajo hasta aquí, tuvo que dor-
mirte por tu seguridad y la nuestra.
En ese instante recordó lo sucedido; el encuentro con el chico
que parecía nacido del sol y su pequeño diálogo con él.
—¿Dónde está él?
—Fue por algunas cosas para preparar la cena, no podemos ser
tan mal educados. Eres una visita importante.
—¿De qué hablas?
—Querida, ya sabemos que eres Brensait, la bruja reencarnada.
—¿Quiénes son ustedes? —Todavía se sentía un poco confun-
dida, como si no pudiera organizar bien sus ideas.
—Tranquila, ya habrá tiempo para aclarar las dudas. Ahora
será mejor que te des un baño, pronto cenaremos.
—No es necesario, debo seguir mi camino.
—¿Por qué tanta prisa?
La sombra de El Señor del Tiempo era imborrable de su me-
moria. Sabía que tarde o temprano aparecería ante sus ojos y no
deseaba poner en peligro a más personas.
—Debo regresar a mi hogar.
—Siento ser entrometida, pero ¿estás segura de saber cómo volver?
A veces, Brensait sentía que todo el mundo sabía que estaba
atrapada en un hechizo. No entendía cómo tantas personas eran
conscientes de este ritual, y ella no había sido capaz de evitarlo.
—No, pero lo averiguaré —aseguró buscando salir de ahí
pronto. Se levantó de la cama de manera brusca, lo que le generó
un pequeño marero.
—Con calma —aconsejó Rubí al notarlo— quizás nosotros po-
damos ayudarte.
Brensait abrió sus ojos con sorpresa, ¿sería cierto?, ¿acaso ellos
realmente podrían ayudarla? No podía negar que le resultaba ten-
tador averiguarlo, pero también le preocupaba ocasionar más pro-
blemas si es que volvía a atraer al Señor del Tiempo.
—Creo que lo mejor es que me vaya, no quiero dar problemas.
—Escucha, somos una gran familia que se dedica a entretener
a otros brujos, nuestro lema es la diversión y la alegría. Estaremos
encantados de ayudarte en lo que sea posible.

163
Nathalie Alvarez Ricartes

—¿Cómo es eso que se dedican a la entretención de otros bru-


jos? —preguntó extrañada.
—Digamos que somos algo parecido al circo del mundo de la
magia —afirmó— nuestra especialidad es el ilusionismo —confesó.
¿Ilusionismo? Claro, sabía que este tipo de magia era muy lla-
mativa y también peligrosa, pero todo lo que conocía se limitaba a
ciertas cosas que había escuchado en su vida anterior, sobre eternos
viajeros que se dedicaban a entretener con sus trucos. Recorrían
el mundo en una gran caravana y aunque el objetivo era divertir,
sus habilidades podían resultar realmente peligrosas, si ellos así lo
querían.
—Nunca conocí a alguien que se dedicara al ilusionismo —re-
conoció.
—Será todo un honor para nosotros actuar para ti —dijo refi-
riéndose a su espectáculo— tenemos función todas las noches a las
nueve, excepto los lunes que es nuestro día libre.
—Perdón por esta pregunta, ¿pero qué día es hoy?
—En esta dimensión es jueves, tres de mayo.
—¡¿Mayo?! —preguntó impactada. Sabía que había caído en
el hechizo del sueño el día de su cumpleaños y le parecía increíble
que el tiempo hubiera avanzado tan rápido.
—Insisto, esa es la fecha en esta dimensión, pero cambia en
cada lugar. Las leyes de tiempo y espacio en cada lugar son muy
diferentes —explicó.
Brensait respiró un poco más tranquila. Esperaba con todo su
corazón que el tiempo no avanzara tan rápido en su hogar. No
quería regresar y ver que había pasado tanto tiempo dormida.
—Creo que alguien me persigue y no me gustaría traer proble-
mas a este lugar.
—¿Quién crees que te persigue?
—No estoy segura, pero se dice llamar El Señor del Tiempo
—Ante estas palabras, el rostro de Rubí cambió radicalmente. Se
tornó serio, sombrío y lleno de preocupación—. Tranquila, dejare-
mos que Prit lo resuelva.
—¿Quién es Prit?
—Un gran amigo, líder y presentador del Show de la Caravana

164
Letargo

de la Ilusión —Brensait seguía con muchas dudas—. Lo cono-


cerás dentro de poco, es muy gentil y preocupado por los demás.
Ha hecho tanto por nosotros, que si no fuera por él, quizás ya no
existíamos como artistas.
En sus palabras, Rubí dejaba muy claro lo orgullosa que estaba
de ser una ilusionista y de pertenecer a un clan como este.
—Me dará gusto conocerlo, entonces —agregó Brensait.
—Acompáñame a la cocina, Lito debe estar por llegar —dijo—
comeremos y luego iremos a visitar a Prit. Él nos espera.
—Espera, ¿él sabe que estoy aquí?
—Claro que sí. Acompañó a Lito hasta aquí.
—Entiendo.
Era casi siniestro darse cuenta que su presencia, casi nunca pa-
saba inadvertida. Todos estaban enterados de algo, mucho antes
que ella misma.
Lito apareció minutos después. Traía un sinfín de vegetales y
cereales para preparar la comida. Pidió disculpas a Brensait por
haberla dormido y le explicó que era parte de las medidas de se-
guridad que adoptaban para no tener invitados peligrosos. Ya que,
en más de una ocasión, habían tenido ataques de personas sin es-
crúpulos que no estaban de acuerdo con el tipo de espectáculo que
mostraban, por considerarlo engañoso, casi como algo hereje den-
tro del mismo mundo de la magia. Porque para nadie era muy bien
visto que tuvieran la habilidad de engañar la mente de los demás
por medio del ilusionismo.

Alexander había accedido a ayudar para traer de regreso a


Brensait y el primer paso, era sacar del letargo propinado a sus
amigos. No era algo complicado, mucho menos para él, así que con
un simple movimiento de manos los despertó.
—No les pediré disculpas por ese hechizo porque no se me an-
toja —confesó con descaro— en cambio, les diré que he accedido a
ayudarlos para traer de vuelta a su tan querida, bruja reencarnada.
—Considerando tu forma de ser y actuar, supongo que nos
pedirás algo a cambio —espetó Juan.

165
Nathalie Alvarez Ricartes

—¿Ah, sí? Lamento decirte que te equivocas —afirmó— al


menos por ahora, no pediré nada a cambio. Ya llegará el momento
de saldar cuentas, pero dejemos eso para más adelante.
—¿Y entonces, cuál es el siguiente paso? —preguntó Krimatt.
—Algo no tan largo, pero no por eso, menos complicado —dijo
con misterio— debemos salir de mis pesadillas —Su mirada paseó
por cada uno de los presentes.
—No es un procedimiento tan tedioso, pero si exacto, así que
no podemos permitirnos errores —agregó De Valdés.
—Son tus pesadillas, así que no debería ser un problema para
ti salir, ¿no? —cuestionó Juan.
—Será mejor que dejes ese tono desafiante, porque confieso
que me molesta bastante —advirtió refiriéndose al guerrero—
como decía, debemos salir de mis pesadillas, pero antes, debo ase-
gurarme de que todo quede en perfecto orden.
Chris dedicó una mirada seria, pero serena a Juan, como tra-
tando de preguntarle por qué se comportaba de esa forma; tan
impulsivo y alterado.
—¿Te seguimos o prefieres que nos quedemos aquí? —pregun-
tó De Valdés.
—Esperen aquí —afirmó— no tardaré mucho.
Enseguida se esfumó frente a sus ojos, dejando a los amigos de
Brensait preguntándose qué era eso pendiente que debía solucio-
nar.
—Aun no entiendo, ¿cómo es que saldremos de este lugar?
¿Cómo es que sale el de sus propias pesadillas? —preguntaba Juan,
sin poder controlar sus ansias.
—Tal como entró, supongo —respondió Krimatt con calma.
—Ya lo sabrán —declaró De Valdés— Alexander será todo lo
huraño y extraño que quieran, pero sabe mantener las cosas bajo
control.
—Esperemos y haremos lo que nos diga —recordó Chris—
hemos avanzando mucho ya, como para detenernos a bombardear
con preguntas que, al fin y al cabo, no nos sirven de mucho en este
instante —dijo con honestidad, tratando de enviar un mensaje su-
til a Juan.

166
Letargo

Alexander tardó cerca de media hora y regresó con una peque-


ña caja que emitía algo parecido al vapor. En realidad se trataba
del mismo humo helado que se desprende de los cristales de hielo,
como cuando sacamos un cubo congelado del refrigerador.
—Cuando decidí esconderme dentro de mis propias pesadillas,
también oculté el objeto que me permitiría volver a la realidad
—explicó— en esta caja hay unos pequeños cristales de hielo que
sirven como medio de traslado para salir de este lugar —Se acercó
a los demás y mostró el contenido de la caja—. Lógicamente, no
soy tan idiota como para decirles bajo qué ritual logré hacer esto
posible. Ese será, sin duda, un secreto que me llevaré a la tumba
—sentenció.
—Descuida, no preguntaremos nada que no sea de tu agrado
—Chris quería que aquello terminara pronto. Necesitaban regresar
a la ciudad y ver si el cuerpo de Brensait seguía manteniendo la
apariencia que recordaba o ya había comenzado a sufrir algunos
cambios.
Cada uno tomó un pequeño cristal y lo introdujo en su boca.
Por orden de El Señor de los Sueños, esperaron a que se derritiera,
tratando, en lo posible, de no mover la lengua. En un principio, no
sentían nada fuera de normal, pero de un segundo a otro, notaron
cómo su cuerpo era arrastrado desde ese lugar con gran velocidad y
fuerza. Era imposible no sentir dolor en cada uno de sus músculos;
parecía como si estuvieran dentro de una licuadora. Mientras esto
ocurría, todo a su alrededor perdió forma. Si hubiera una manera
cercana de describir lo que veían y sentían, sería como estar en el
ojo de un huracán, agregando la sensación de estar desintegrándose.
Nadie, excepto Alexander, podía saber cuánto duraba el viaje
con exactitud, pero sin previo aviso, las revoluciones comenzaron a
bajar hasta que pudieron ver con normalidad de nuevo lo que los
rodeaba. Estaban en medio de un bosque, específicamente en uno
tibetano.
—Primera parte cumplida —dijo Alexander con satisfacción—
ahora debemos ir por mi cuerpo.
—¿Ir por tu cuerpo? —preguntó Juan sin comprender.
—Ahá. Claro, ¿qué esperabas? —consultó sin entender la duda

167
Nathalie Alvarez Ricartes

del guerrero— el principio mágico que me mantiene dentro de


mis pesadillas es, básicamente, el mismo que tiene prisionera a tu
querida amiga —agregó.
—Alexander escondió su cuerpo en este bosque, con varias
medidas extras de seguridad, para que nadie pudiera lastimarlo
mientras estuviera en sus pesadillas —relató De Valdés.
—De todas formas, soy demasiado desconfiado, así que ade-
más de todas las trampas que instalé, generé una alerta onírica que
podría avisarme, dentro de mis pesadillas, si es que alguien planea-
ba lastimar mi cuerpo físico.
—Eso es sorpresivamente metódico. Está todo muy bien or-
ganizado ¡No dejaste nada al azar! —exclamó un sorprendido
Krimatt.
—Si conocieras con detalle todos los principios mágicos que
involucré, te sorprenderías todavía más —aseguró el Señor de los
Sueños.
—Quizás algún día haya tiempo para que me los expliques
—insinuó el maestro de botánica.
—Puede que si estoy de ánimo, lo haga —respondió— en fin,
vamos hacia el este, ahí encontraremos lo que buscamos.
Caminaron por entremedio de un bosque con altos y delgados
árboles, con senderos estrechos, pero señalados como si fueran la
ruta normal de algún habitante de aquel alejado lugar. Dejaron
atrás un pequeño estero y continuaron hacia el sur. Miraron hacia
todos lados, pero no vieron nada que pudiera llamar su atención,
hasta que Alexander les despejó la vista.
—Uno de los hechizos que puse, fue el del camuflaje con un
poco de introversión, para que fuera menos sencillo detectar la
presencia de mi lecho —dijo acercándose a unos arbustos que no
debían medir más de un metro cincuenta— estas alargadas hojas
poseen unas diminutas, casi imperceptibles espinas, que con un
solo contacto pueden matar a un brujo.
—Creí que ya conocía todas las formas de matar a un brujo
—comentó Chris.
—Puede que conozcas las más modernas, las que aún se utili-
zan, pero esto respetado guerrero, es magia antigua pura, de esa que

168
Letargo

solo se menciona en los cuentos de noche que relatan los padres


magos a sus hijos como advertencia —advirtió— al igual que las
púas que cubren, por montones, el ataúd donde duerme mi cuerpo
físico, estás espinas, al mínimo contacto expelen un gas de plata
mezclado con otros ingredientes tóxicos para los brujos, entre ellas,
la granada. Sé que les han dicho que hay ciertas formas en que
estos componentes pueden eliminarlos, pero déjenme confesar-
les, que solo han incluido una mínima parte —Tronó sus dedos e
hizo que las hojas se alejaran, dejando el camino libre a su paso—.
Ahora que esas espinas ya no son un problema, pueden ver mi
cuerpo dormido sobre este maravilloso ataúd que alguien diseñó,
exclusivamente para mí —dijo mirando a De Valdés.
En realidad, era lo que podía verse de su cuerpo, ya que las
púas cubrían todos los lugares, dejando muy pocos sectores vacíos.
Alexander se acercó con cuidado y tocó una de las púas, hasta que
su dedo índice sangró, generando el pánico en todos los demás
presentes.
—Acabas de decir que al mínimo contacto esas púas liberan un
gas que puede matarnos a todos, ¿por qué lo hiciste? —preguntó
Juan rebosando preocupación.
—Nunca dije que sucediera si era yo quien lo tocara ¡No soy
tan imbécil! —exclamó— lógicamente, es mi ritual, así que reco-
noce mi sangre y así mismo, mi energía.
—Así que, sí tenían algo de cierto los rumores que decían que
estabas en algún lugar de Asia.
—Sí, esa fue una gran alerta —confesó— me vi obligado a re-
doblar todas las medidas de seguridad que ya tenía, De Valdés fue
de gran ayuda —Le dirigió una mirada de complicidad.
—Esperemos que nunca se vuelva a repetir —pidió el anciano.
Al primer contacto de las púas con su sangre, tal como lo había
dicho, éstas se movieron, adentrándose hacia el interior del ataúd,
como si allí hubiera un espacio específico para ellas. Minutos des-
pués, quedó totalmente visible el lecho donde dormía su cuerpo.
Estaba cubierto con un grueso cristal que dejaba ver su barba rojiza
y parte de su rostro alargado.
—¡Y aquí lo tienen! ¡Mi querido cuerpo! —exclamó con gracia.

169
Nathalie Alvarez Ricartes

—¿Y ahora qué? —preguntó Juan.


—Desharé el ritual que me mantiene dormido. Es muy simi-
lar al de Brensait, casi idéntico, pero como soy yo mismo quien
lo romperá, bastará con una ceremonia simple para concluirlo
—aclaró— no tardaré más de quince minutos. Luego mi cuerpo
físico absorberá al subconsciente, se fusionarán y regresaré en mi
cien por ciento.
—Y entonces por fin podremos volver a casa y traer de regreso
a Brensait —comentó Krimatt esperanzado.
—Hey, con calma. Ya les dije que los hechizos son muy si-
milares, pero en el caso de Brensait hay diferencias…complicadas
diferencias —advirtió— dejen que termine con esto, regresemos y
veamos de qué va toda esta situación realmente —sugirió.
—Él tiene razón. No seamos impacientes —aconsejó Chris—
estamos muy cerca de volver a nuestro hogar y lo haremos con el
Señor de los Sueños, eso ya es una gran logro —relató tratando de
mantener la esperanza.

Brensait comió en compañía de Lito y Rubí. Tomaron té y


conversaron sobre algunas cosas, entre ellas, la chica trató de expli-
car, a grandes rasgos, lo que había sucedido.
—Es un ritual complejo y siendo honesta, no sé si existe alguna
manera de ayudarte.
—Por eso creo que lo mejor que puedo hacer es irme cuanto antes.
—Quédate a ver la función de hoy, así podrás conocer a Prit y
a los demás —sugirió Lito— ¡Te divertirás! Después podrás seguir
tu camino, a donde sea que te lleve.
Brensait lo miró con gratitud. Aunque hubiera preferido irse
de inmediato, quedarse a la función, sería una manera de agradecer
lo que habían hecho por ella. Después de todo, les sobraba simpa-
tía y preocupación.
—Está bien, me quedaré —afirmó— una vez que termine la
función veré la manera de salir de aquí y continuar mi camino.
Tengo que encontrar la forma de regresar a casa.
—¡Genial! —exclamó el chico.

170
Letargo

La función comenzaba a las nueve de la noche en punto.


Personas de todas partes acudían a ver el espectáculo que se reno-
vaba cada tres meses. Algunos llegaban solitarios, otros en pareja e
incluso en familia para sorprenderse con lo que la caravana de Prit
había preparado.
Aunque la especialidad de esta caravana era el ilusionismo,
también existían otras atracciones, como el enfrentamiento entre
dos brujos; uno dominante absoluto del elemental fuego y otro del
agua que se debatían en un gran show lleno de choque de poderes,
que no lastimaban, pero parecían hacerlo. Se había consagrado por
años, como uno de los espectáculos que más reunían gente.
Llegaron a la carpa cerca de las siete de la tarde y fue en ese
instante cuando Brensait descubrió que Rubí era otra de las grandes
apuestas que tenían. Su habilidad consistía en escoger un voluntario
desde el público y sin que este emitiría palabra alguna, podía revelar
todo lo referido a su vida sentimental, incluso el nombre de quién
sería el amor de su vida. Por alguna razón, esta parte de la función
era la predilecta de las brujas, especialmente de las más jóvenes.
—¿Cómo lo haces? —preguntó Brensait sorprendida.
—Querida eso es parte del secreto de mi habilidad, pero solo
diré dos cosas —sentenció— primero: la persona debe ser volun-
taria, en ningún caso se le obligará a participar y segundo: debo
convencerlo o convencerla de que tengo absoluto control de la si-
tuación, nunca desviar la mirada de sus ojos, fijamente, con control
total —explicó— solo de esa forma podré entrar en su mente y
proyectar su naturaleza.
—¿Proyectar su naturaleza?
—Es una forma de llamar el proceso que involucra mi habi-
lidad —agregó— si algún día tenemos más y mejores tiempos, te
explicaré todo con calma. Si estoy de ánimo, hasta puede que te
revele alguno de mis secretos.
Brensait la miró con interés, sus ojos emitieron un brillo es-
pecial. Para ella, siempre había sido importante aprender todo lo
que fuera posible; el conocimiento, la perseverancia y el esfuerzo
podrían hacer que hasta el más débil se transformara en alguien
poderoso.

171
Nathalie Alvarez Ricartes

—Espero que no te retractes, porque cuando salga de esta in-


cómoda situación, te buscaré y cobraré ese ofrecimiento.
—No hay problema, para mí será todo un gusto.
Estaban hablando muy entretenidas cuando Lito apareció
acompañado de Prit. Era un hombre de estatura cercana al metro
ochenta, de espalda ancha y con prominentes músculos. Su piel
poseía un bonito color bronceado trigueño, sus ojos café avellana
y redondos daban una impresión de amistad, como si fuera una
persona muy fácil de tratar y querer.
—¡Pero si es la famosa Brensait, lo que ven mis ojos! —excla-
mó con un peculiar acento que a ella le recordó a las personas del
medio oriente— es un gusto tenerte entre nuestros espectadores
—dijo extendiendo su mano para saludarla formalmente.
—Encantada —respondió el saludo con gusto— muchas gra-
cias por todas las atenciones que han tenido conmigo.
—Es lo mínimo que podíamos hacer.
Prit la invitó para hacer un recorrido por la gran carpa. Por
tradición de, demasiados años para ser contados, la caravana lleva-
ba por nombre Sumherk en honor a uno de los pueblos que había
dado origen a esta tradición.
Pasearon por cada rincón. Prit le presentó a todos los integran-
tes que encontraron en el camino. Le comentó que en total eran
treinta y siete personas, que años antes eran muchos más, pero que
con el aumento de este tipo de show, era común que los artistas
fueran y vinieran, según les acomodara. Las relaciones entre las
diferentes caravanas eran buenas, por lo que esto no significada
problema para nadie.
—Somos artistas, nos dedicamos a entretener a las personas,
sería un poco contradictorio que nos pasáramos peleando entre
nosotros —afirmó.
—Si todos pensaran de esa forma, este sin duda, sería un mejor
mundo —opinó Brensait.
—En fin, ahora que ya conociste a casi todos los integrantes de
la caravana, te pediré que vayas a escoger un lugar que te agrade.
Debo ir a prepararme para el show —agregó.
—Claro, no hay problema —dijo ella disponiéndose a caminar.
No quería ser una molestia.

172
Letargo

—¡Hey! —interrumpió Prit— cuando la función termine,


quiero que nos acompañes en la cena de medianoche, hay varias
cosas de las que desea hablar contigo.
—Por mí está bien —respondió ella con el rostro lleno de du-
das. Sentía a cada momento que Prit sabía cosas de su situación
actual. Quizás no era una coincidencia que fueran tan amables con
ella desde el principio.
—Excelente —agregó para luego perderse hacia los camarines.
A ratos sentía que, agradecía estar bien, pero quería regresar a
casa, sus ansías por hacerlo eran enormes y le frustraba demasiado
el no tener una idea, ni siquiera mínima, de cuando podría hacerlo.
La carpa de los Sumherk se apreciaba mucho más grande des-
de adentro, los asientos, como en casi todos los lugares de este tipo,
estaban ubicados de manera creciente desde la primera fila, justo
frente al escenario, subiendo hacia las últimas. Lo llamativo era
que no estaban afirmadas por alguna estructura de ningún tipo
porque flotaban, casi completamente estáticas; eran anchas y có-
modas, brindando una agradable estancia a los asistentes.
Cuando faltaban diez minutos para que comenzara el show,
todos los asientos estaban ocupados. Las personas esperaban ex-
pectantes la función de esa jornada. Brensait daba gracias a Rubí,
quien le haya dado ropa limpia y nueva, estaba harta de llevar su
vestimenta de cumpleaños. Ahora lucía un cómodo pantalón corto,
que le cubría un poco más arriba de las rodillas, color negro, una
blusa de tela ligera en tonos rojos y botines cortos de un material
que desconocía, pero similar al eco cuero, quizás con un poco más
de brillo.
—¿Desea frutas saltarinas? —Le preguntó un chico de no más
de doce años.
—¿Frutas saltarinas? Jamás había escuchado sobre ellas.
—Sí, son frutas silvestres de la zona, rellenas con un líquido
ácido. Saltan al contacto con la lengua y generan pequeñas explo-
siones de sabor en tu boca —explicó.
Brensait lo miró intrigada. Quería probarlos, pero no tenía un
solo rastro de dinero.
—Muchas gracias, pero pasaré —dijo sin mayores excusas.

173
Nathalie Alvarez Ricartes

—Yo compraré una bolsa para la señorita —intervino Lito con


amabilidad y sorprendiendo a la joven.
—En serio, no hace falta.
—Tranquila, es solo una pequeña bolsa de dulces —agregó
él— sería triste que te fueras de Zars sin probarlas.
Brensait aceptó el regalo con gusto. Las introdujo en su boca y
sintió cómo empezaban a saltar, para luego, dar paso a la liberación
del particular líquido de relleno.
No alcanzó a comentar qué le habían parecido, cuando Lito
se despidió con una seña y salió corriendo hacia los vestidores. De
seguro la función estaba por comenzar.
Todo se oscureció dentro de la carpa, quedando en evidencia
solo la expectación de los asistentes, manifestada en murmullos y
exclamaciones discretas. Repentinamente, una melodía que mez-
claba sonidos alegres y, un tanto melancólicos, comenzó a invadir
el lugar. Duró al menos cinco minutos y Prit apareció en medio del
círculo central, donde actuaban. Se presentó sin que nadie supiera
de dónde había salido, pero bueno, era el mundo de la magia, algo
así no debería sorprender demasiado a nadie.
Prit dedicó unas palabras de agradecimiento a los asistentes y
le pidió que guardaran silencio, se concentraran y disfrutaran del
show. Los primeros en aparecer fueron los dos chicos que se en-
frentaban con los elementales agua y fuego. El escenario se trans-
formó en un campo de batalla mágico; olas de fuego y agua iban
y venían, haciendo creer que de un momento a otro acabarían con
todo a su alrededor.
Cuando el joven que manejaba el agua, lanzó varias estacas de
hielo hacia su contrincante y este las derritió a milímetros de ser
herido, Brensait escuchó varios gritos ahogados, convencidos de
que pasaría lo peor.
El espectáculo era rápido, había un acto tras otro. No daban
espacio para despegar los ojos del círculo central. Pero sin lugar
a dudas, la participación de Prit, era una de las más esperadas; su
show consistía en escoger a una persona del público, llamarlo al
centro del escenario y extraer su atención y asombro por medio
de un truco de ilusionismo, algo no tan elaborado, quizás hacerle

174
Letargo

elegir una carta, adivinar el número y la pinta y hacerla aparecer di-


bujada sobre su mano, lentes o donde fuera más llamativo. Lo que
las personas desconocían, era que aquello, era solo la primera parte
del acto, ya que por medio de ese sencillo distractor, Prit conseguía
introducirse en la mente del escogido y ampararse en su capacidad
de asombro para ir mucho más allá.
Cuando el invitado parecía totalmente perdido ante el acto
distractor, Prit proyectaba una parte de su mente, casi siempre, algo
relacionado a un sueño aventurero que deseara cumplir, en este
caso; visitar la luna. Asombrado, bajo la proyección de su propio
deseo, el voluntario y los demás asistentes comenzaban a vivir una
aventura muy realista, como si ciertamente estuvieran en la luna.
Este acto no duraba más de diez minutos, pero daba la impresión
de que hubieran estado ahí, al menos una hora.
Lentamente liberaba su mente y la proyección se acababa, ha-
ciendo que todos regresaran al momento y lugar, en el que real-
mente se encontraban.
Brensait quedó maravillada. Sabía que hacer algo así, no era
tan difícil para un brujo, pero el nivel de manejo de Prit, era sin
duda, admirable. El resto del espectáculo se le pasó casi sin notarlo,
porque no podía dejar de pensar en la técnica de Prit. Necesitaba
saber algunos detalles al respecto. Esperaba obtenerlos.
—¡Ya podemos irnos! —exclamó Lito cuando llegó, sorpresi-
vamente, a su lado dándole un pequeño susto.
—¡Me asustaste!
—Lo siento, no era mi intención —se disculpó— Prit me en-
vió para avisarte que nos iremos al gran bosque para cenar.
—¿El gran bosque?
—Es el lugar donde nos reunimos para cenar después de la
función.
—Claro, algo había escuchado al respecto —recordó— vamos
entonces.
El gran bosque estaba ubicado justo en medio de la isla, Brensait
recordaba haber recorrido el sector por fuera cuando llegó, antes de
encontrarse con Lito. En medio de este lugar había una gran mesa,
con capacidad para más de cuarenta personas, llena de todo tipo

175
Nathalie Alvarez Ricartes

de comidas, dulces y saladas. Bebidas naturales y de fantasía, to-


das ellas, con algún toque mágico, como vapor de colores, burbujas
constantes que no acababan, brillos estrambóticos, etc.
Cuando Lito y Brensait llegaron, había algunas personas sen-
tadas disfrutando de las delicias. Prit y Rubí aún no aparecían. Se
sentaron en dos puestos contiguos que estaban vacíos.
—¿Cenan todas las noches aquí? —preguntó Brensait.
—No, solo después de cada función —contestó el chico—
coincidió con tu visita, que durante este período estemos en la eta-
pa de espectáculos circenses e ilusionistas. Las caravanas dedicadas
a este rubro, se mueven por todos lados, dentro de lo permitido.
—¿Dentro de lo permitido? ¿Qué quieres decir con eso?
—Bueno, es sabido que existen dimensiones por las que pue-
des ir y venir sin problemas, es precisamente ahí donde actuamos,
rotando por una y otra. En ciertas ocasiones, nos asentamos en
un lugar definido por seis meses e incluso un año, como cuando
alguna de las mujeres de la caravana está embarazada —Se detuvo
y bebió un sorbo de una bebida muy naranja que no dejaba de des-
prender un vapor azul—. Prit es muy consciente con esos temas y
prefiere que el embarazo y nacimiento sea en el mismo lugar, para
seguridad y comodidad de la mujer.
—Vaya que considerado —comentó Brensait sorprendida
de que se tomara tan en serio el cuidado y bienestar de todos los
miembros de la caravana.
—Es una excelente persona —agregó Lito— creo que es una
de las razones que convierten a nuestra caravana en una de las más
antiguas de la historia.
—Pero… —No estaba segura de si preguntar o no—. ¿Cuántos
años tiene Prit?
—Eso te lo puedo responder yo —La voz de Prit sorprendió a
Brensait—. Disculpa, no quise interrumpir.
—No hay problema —dijo ella— quizás sea yo quien deba
disculparme por esa pregunta.
—¡No, para nada! —exclamó con alegría, mientras le hacía una
seña a Rubí para que se sentara a su lado.
Quedaron ubicados frente a frente, dos contra dos. Poco a poco

176
Letargo

la mesa se iba llenando y el ánimo de los demás se hacía más alegre


y ruidoso.
—Me gusta mucho que hayas decidido quedarte esta noche
para disfrutar de nuestro show y para compartir un poco más con
nosotros —dijo Prit antes de tomar un trozo de carne preparada
con algún tipo de salsa acaramelada.
—Siendo honesta, me parece un poco extraño todo ese interés
—confesó sin querer parecer molesta, pero sin tapujos— no quiero
ser desagradecida, han sido muy amables conmigo, pero con todo
lo que ha sucedido en el último tiempo, me cuesta confiar en la
buena voluntad gratuita de los demás.
—Estás en todo tu derecho, querida —afirmó Rubí con una
sonrisa dulce— sabemos más de lo que crees y deseamos ayudarte.
—Rubí tiene razón —apoyó Prit— espero que hasta ahora
no te hayas topado con esas personas que, una vez completada tu
reencarnación, hicieron evidente su apoyo a Makkumbbero —Se
detuvo como queriendo escoger bien las palabras—. Debes saber
que existe mucho desorden en el mundo de la magia; las personas
están escogiendo sus bandos y tarde o temprano podrían comenzar
los conflictos más graves.
—¿Por qué me dices todo esto? ¿Cómo saben tanto?
—Somos artistas nómades, vamos de un lugar a otro. Vemos a
muchas personas a diario y es imposible no escuchar lo que dicen,
los rumores, los susurros que trae el viento —Rubí no quitaba su
mirada de Brensait—. Supimos hace pocos días que estabas bajo el
Hechizo del Sueño, por esa razón, cuando Lito te trajo, ya tenía-
mos claro que se trataba de tu yo subconsciente.
—Ya veo.
—Siendo artistas de la ilusión, no es demasiado en lo que po-
demos ayudarte, pero puedo darte algunos consejos antes de que te
marches, podrían serte útiles —declaró Prit.
—No puedo quedarme mucho más —Se atrevió a decir
Brensait— hay alguien que me está siguiendo y lo último que de-
seo es ocasionarles problemas.
—¿Sabes quién?

177
Nathalie Alvarez Ricartes

—No estoy segura, pero creo que se dice llamar El Señor del
Tiempo —Rubí ya estaba al tanto de esta información.
Lito, Prit y Rubí se miraron sin mucha sorpresa. Al parecer no
les costaba mucho creer que eso fuera cierto.
—No quiero defender o atacar a nadie, pero perseguirte es una
función del Señor del Tiempo —habló Lito con timidez.
—¿Cómo que es una de sus funciones?
—Lo que Lito quiso decir, es que el Señor del Tiempo, tiene
como misión resguardar la seguridad del universo, en todo lo que
tenga relación con tiempo y espacio —explicó Prit— y este ritual
te ha lanzado a un punto de partida lejano, desde donde has estado
recorriendo una y otra dimensión. Eso querida, es una situación
terrible, por eso, es que el Señor del Tiempo te persigue.
—¿Qué tiene de terrible? No he dañado nada, ni a nadie.
—Lamento decir que si lo haces, aunque no sea con intención
—sentenció— verás, cuando deambulas de una dimensión a otra
en las que está prohibido hacerlo sin un permiso especial y en tan
poco tiempo, vas provocando un caos dimensional. Se alteran las
barreras de tiempo y espacio, generando un desequilibrio en las
estructuras que las mantienen en orden.
Brensait lo escuchaba con plena atención. Si lo pensaba bien,
cada palabra de Prit era muy coherente, eran principios básicos
de magia, tiempo y espacio, ¿cómo no lo había considerado? Era
más que evidente el enojo del Señor del Tiempo y su energética
persecución.
—Creo que había pasado por alto un punto muy importante
—confesó— ahora veo las cosas con más claridad.
—¡Hey, hey no te quedes con todos los puntos! —exclamó Prit
con una sonrisa— El Señor del Tiempo de todas formas es uno de
los seres más extraños y difíciles de tratar.
Para este punto, en la gran mesa, estaban todos los integrantes
de la caravana, así que Prit le pidió unos minutos a Brensait y se
dirigió a ellos.
—¡Ha sido otra espectacular presentación, mis felicitaciones a
todos! —manifestó después de ponerse de pie— ahora por favor,
disfruten de todo lo que hay en esta maravillosa mesa.

178
Letargo

Algunos presentes aplaudieron, otros rieron y los más osados


lanzaron palabras de elogio y uno que otro chiste. Después de eso,
todos se concentraron en comer y disfrutar.
—Quizás debería buscar al Señor del Tiempo y pedirle ayuda,
él podría hacerme salir de este hechizo.
—Mmm —El sonido escapó de los labios de Prit casi sin que
pudiera evitarlo—. No creo que lo haga.
—¿Por qué no? Es un guardián y debe mantener el orden.
—Sí, pero dudo que él sepa cómo sacarte del hechizo de sueño.
Por si no lo sabes o aún no lo recuerdas, ese ritual está prohibido, es
magia muy antigua y poderosa —Extendió su brazo hasta alcanzar
una copa que contenía un liquido purpura y un tanto viscoso. Era
un tipo de vino mágico que se preparaba con una mezcla de varios
frutos rojos y un exclusivo licor de finas hierbas—. Nosotros tampo-
co podemos ser de mucha ayuda y de verdad lo lamento —confesó.
—Ya me han ayudado demasiado.
—¿Crees que haya algo más en lo que podamos ser útil?
Brensait no sabía hacia donde se iría ahora, pero necesitaba sa-
lir de aquel lugar. Había muchas personas buenas a las que pondría
en peligro si se quedaba, pero antes de partir, Prit podría ayudarla
con algo más.
—Yo creo que sí —dijo Brensait con seguridad— hay algo que
me gustaría preguntarte.
—Adelante.
—En tu acto, donde sacabas a un voluntario y por medio de un
truco básico de ilusionismo podías entrar a una parte de su mente
y proyectarla hasta el punto de hacernos a todos partícipes de su
deseo, quisiera saber cómo logras ese dominio de la mente del otro,
¿existe alguna opción de que yo pueda lograrlo?
—¡Uff ! Es un poco complicado responder a eso —reconoció—
debes saber que, además de pasar la vida entera dedicados al ilu-
sionismo, llevamos la habilidad en la sangre, por herencia, como si
un gen específico nos diera esa capacidad —explicó con energía—
por otro lado, hay consideraciones muy importantes que no puedes
pasar por algo, primero: un ilusionista debe perder totalmente la
capacidad de asombro, segundo: debe estar dispuesto a muchos

179
Nathalie Alvarez Ricartes

sacrificios mágicos y tercero: debes crear una realidad anexa para el


resto, pero jamás puedes caer en tus propias ilusiones.
—Comprendo.
—Brensait, sé que ahora que estás de regreso buscas cualquier
cosa que te vuelva más fuerte para vencer a Makkrumbbero, inclu-
so aquí, siendo prisionera de ese terrible hechizo, pero debes tener
cuidado porque hay habilidades que simplemente no son para to-
dos —Hablaba con calma y claridad—. El ilusionismo puede ser
tu mejor ventaja para evitar llegar a un enfrentamiento violento,
pero si tu mente no es capaz de separar lo creado de lo real, podrías
terminar perdiendo la razón en poco tiempo —Prit volvió a beber
un sorbo de su vino.
—Sí, había notado que se trataba de algo complicado.
—Escucha, no quiero que te vayas de aquí decepcionada, así que
te daré un secreto sencillo que te será útil más de una vez —ase-
guró— cuando busques crear una ilusión, ya sea para entretener o
defenderte, el primer paso es mirar fijamente a los ojos de la perso-
na, sin dejar de hacerlo ni un segundo. Debes hacer que la persona
sienta la presión de tu mirada sobre todo su ser, obligándola a perder
la concentración en cualquier otra cosa —Brensait escuchaba con
toda la atención que podía—. Es ahí cuando su mente quedará vul-
nerable, permitiendo ver un poco, hasta lo que te permita ver. Con
ese recurso y tu magia, crearás la ilusión a su alrededor, cuidando
que sea coherente para que logres convencerlo de que es real. Si lo
haces bien, lograrás que la persona crea totalmente que entraste en
su mente y que incluso, puedes manipularla —finalizó.
—¡Woow! —exclamó sin saber qué más agregar— supongo
que suena mucho más fácil de lo que en realidad es.
—Para los fines que nosotros tenemos, no es difícil de lograr,
solo buscamos entretener, pero si deseas usarlo para defensa, de-
penderá del nivel de tu contrincante y del tuyo, específicamente de
tu energía.
Brensait pensaba netamente en Makkrumbbero como su rival
escogido para usarlo.
—Ahora, todos sabemos que eres un tipo de vampiro energé-
tico bastante poderoso, por lo que dudo, que sea un problema para
ti lograrlo.

180
Letargo

Esto, ciertamente, amplió la satisfacción de la chica. Las últi-


mas palabras de Prit le habían dado esperanzas para conseguirlo y
practicaría hasta hacerlo, porque si lo hacía; crear una ilusión que
distrajera a su contrincante durante un enfrentamiento, sería una
ventaja que no podía desperdiciar.
Juan, Chris, Krimatt y el señor De Valdés observaron cómo,
Alexander después de verter una gota de sangre, de su yo sub-
consciente sobre su cuerpo físico dormido (justo en medio de la
frente, para ser exactos, en el lugar donde se encuentra el tercer
ojo), provocó la fusión de sus cuerpos. Parecía algo sacado de otro
mundo, ver cómo el cuerpo dormido, absorbía a gran velocidad a
su complemento, como si un agujero negro se tragara una galaxia.
Después de unos minutos, solo quedó el cuerpo dormido dentro
del ataúd.
Los presentes se miraron expectantes, pero seguían pasando
los minutos y Alexander no reaccionaba.
Brensait había comprendido que el agua, en cualquiera de sus
formas o representaciones, funcionaba como una especia de portal,
desde que había caído en el Hechizo del Sueño, así que sabía per-
fectamente lo que debía hacer. Se despidió de todos en Sumherk,
prometió buscarlos y volver a otra función. Confesó que les estaría
agradecida por siempre por tantas atenciones y cuidados.
Prit, Lito y Rubí la acompañaron hasta el lago y lentamente se
adentró en él, mirando de vez en cuando hacia atrás. Despidiéndose
con señas, hasta que le fue imposible verlos, hasta que se sumergió
y un brusco temblor sacudió todo su cuerpo. Estaba ocurriendo, un
nuevo traspaso hacia otra dimensión.
Su objetivo: provocar al Señor del Tiempo y encontrarse con él
porque era tiempo de hablar como personas civilizadas y decidir si
seguirían en esa persecución o si podían resolver las cosas de otra
manera, como por ejemplo; con ella regresando a su hogar.
—No sé ustedes, pero comienzo a impacientarme —confesó
Juan casi quince minutos después de que se completara la fusión.
De Valdés parecía perdido en algún pensamiento de su mente.
—Quizás sea tiempo de averiguar qué salió mal —sugirió
Chris.

181
Nathalie Alvarez Ricartes

—No puedo creer que sean tan pesimistas —La voz llegó des-
de el ataúd—. De esta forma, siento que son los peores compañe-
ros para Brensait, quizás debería reemplazar a alguno de ustedes
—advirtió, el ahora, completo Señor de los Sueños.

182
Capítulo 9
“Contra el Tiempo.”

A lexander se sentó y en su rostro se dibujó una sonrisa


pícara, demostrando que estaba listo para la acción.
Era tiempo de retornar a casa y rescatar a Brensait del profundo
Hechizo del Sueño.

El brillo del sol impactó en sus ojos sin piedad. Brensait se


despertó en medio de un lugar que desconocía y cuando observó
con más atención, descubrió que se trataba de hielo; todo el suelo
bajo sus pies, estaba congelado. No podría asegurar si era un lago,
un río o más, increíblemente, un mar gélido.
Se levantó con calma, tratando de no caer, porque el brillo seguía
perturbando sus ojos. Entre esfuerzos, pudo ver una silueta frente a
ella, a unos diez metros, pero no logró identificarla de inmediato.
Avanzó un poco y entonces estuvo segura de quien se trataba.
—¡Vaya, podría apostar a que también lees mi mente! —excla-
mó Brensait un poco molesta.
—A mí favor diré, que no tengo esa facultad —confesó— se
considera una habilidad un tanto peligrosa para un guardián de
cualquier tipo.

183
Nathalie Alvarez Ricartes

—Para un guardián de cualquier tipo, no —espetó— para uno


como tú, sí —sentenció sin miedo.
—No discutiré eso contigo. Hay cosas más importantes que
aclarar.
—Punto a tú favor. Es un gran acierto estar frente a ti, necesito
que me ayudes.
—Me temo que estamos abordando esta conversación desde
puntos totalmente distintos —dijo él mirándola directo a los ojos.
—¿Por qué lo dices? —A Brensait le extrañaba la enorme cal-
ma que rodeaba al Señor del Tiempo. No parecía el mismo ser que
había visto en la aldea de Nalhok.
—En ningún caso puedo ayudarte —afirmó casi murmuran-
do—. Y no quiero que pienses que soy el peor ser de lo creado, pero
entiéndeme; eres una amenaza para la estabilidad espacial tempo-
ral y justamente mi trabajo, es repeler esos peligros.
—¿Por qué te empeñas en decir eso? —preguntó ella, ya un
poco ofuscada.
—Es simple —afirmó— ¿acaso no te das cuenta del peligro que
representas para todos? Eres una reencarnación manejada, nadie
sabe cómo lo lograste, pero estimada, si alguien no te detiene pronto,
el universo se volverá un caos y no me refiero solo al lado mágico.
—Y siendo un guardián tan esplendoroso, como se supone que
eres, tú única solución es eliminarme, ¿así lo ves?
—Ya te lo dije, mi función es eliminar amenazas.
—¡Pero no me conoces, no sabes nada de mí!
—¡Y tú no has visto nada! ¡No sabes nada!—
—¡Entonces explícame! —Más que rabia o enojo, Brensait se
sentía frustrada. Entendía que en su vida anterior había hecho co-
sas terribles, pero no era justo que la siguieran enjuiciando por eso.
—No puedo prolongar más esta situación —aseguró antes de
que un largo bastón con un triángulo, dentro del cual estaba el
mismo símbolo que juntaba su capa; los cuatro elementos unidos
por unas ondas alargadas, como llamas de fuego, apareciera frente
a la chica. Lo tomaba con fuerza y sin decir nada, lo golpeó contra
el suelo tres veces, creando una gran grieta que quedó a solo dos
metros de Brensait.

184
Letargo

—¿Qué harás?
—Terminaré con esto —confirmó.
El Señor del Tiempo sabía que si acababa con Brensait en su
estado subconsciente, no habría forma de volverla a la vida, ni si-
quiera estaba seguro de que pudiera volver a reencarnar.
—No, no lo harás —advirtió ella abriendo el portal donde es-
condía sus espadas, con un rápido movimiento que su contrincante
no pudo evitar— yo también tengo algunos trucos. No soy la pobre
chica que no puede defenderse —aseguró con confianza mientras
tomaba a Eridanus, dejando a Orión en su lugar. Si tenía suerte
no la necesitaría. A continuación hizo un gran traspaso de energía
hacia el arma y estaba a punto de imitar a su rival cuando este se le
adelantó, golpeando su bastón dos veces más. La caída de Brensait
era inminente.
—¡Si yo caigo, tú también lo harás! —exclamó clavando la
espada en el hielo, extendiendo una grieta, empoderada con su
energía hasta los pies de El Señor del Tiempo— ambos caeremos
—susurró justo cuando el hielo bajo sus pies dejó de resistir lan-
zándola directo al agua. Ambos cayeron al mismo tiempo, tal como
ella lo había predicho.
Fría, muy fría. El agua inundó todo a su alrededor y pudo ver
cómo la gran capa del Señor del Tiempo flotaba y se expandía a
alrededor de su dueño. Aunque la caída había sido un tanto sor-
presiva, nunca había soltado la espada. Permanecía segura en su
mano, firme.
Cerró sus ojos y esperó tocar fondo, momento en el que volvió a
cargar su espada con energía para impulsarse hacia arriba. Pero esta
vez le costó mucho más; el frío y la fuerza del agua le dificultaban
la salida. Se olvidó por completo del enemigo que la enfrentaba,
hasta que por fin llegó a la superficie y no lo vio por ningún lado.
No entendía qué había tratado de hacer. Aquel ataque jamás
hubiera podido matarla y de seguro el Señor del Tiempo lo sabía,
así que trataba de encontrar una explicación a lo ocurrido, pero no
podía.
—¿Qué fue lo que te sucedió? —preguntó Kassis dividida en-
tre la risa y el espanto al ver llegar a su compañero empapado.

185
Nathalie Alvarez Ricartes

—Un pequeño encuentro con Brensait.


—¡Otra vez esa chica! —exclamó con fastidio.
—Sí, pero en esta ocasión he conseguido un gratificante punto
a favor.
—¿Qué hiciste?
—Kassis, no me mires con esa expresión, sabes que soy un ca-
ballero y nunca haría más de lo necesario —expresó con calma
mientras se quitaba la capa.
—Claro, claro. Como si eso fuera posible —murmuró ella— ¿y
qué? ¿Me contarás o no?
—Solo la obligué a utilizar su magia.
—¡Eres el más frío y calculador! —exclamó comprendiendo de
inmediato.
—Te faltó agregar; el más astuto.
Brensait no lo sabía, pero usar magia la alejaba más de volver a
su estado normal y El Señor del Tiempo había sacado ventaja de
esto. Quizás no era el truco más limpio, pero era una guerra y en
ella, todo valía.
Cirox había estado entrenando un poco. Necesitaba distraer su
mente en algo más que no fuera pensar en cómo ayudar a Brensait.
Después de dos horas volvió a la habitación de la chica y su im-
pacto fue enorme al notar el radical cambio; su piel estaba mucho
más blanca y pegada a los músculos y hueso, sus ojeras marcadas,
sus labios de un color violeta intenso. Era evidente que algo había
ocurrido. Comenzaba a notarse demacrada.
—¡No puede ser! —exclamó como liberando uno de sus pen-
samientos.
—¿Qué sucede? —preguntó Tiare, quien acababa de entrar.
—Mírala, solo eso hace falta —respondió con un tono que
mezclaba la ira y la pena— el efecto del hechizo se ha profundi-
zado.
—Debe haber usado su magia —agregó la chica con un hilo
de voz.
—Tiare esto no está funcionando. De aquí a que mi hermano
y los demás consigan encontrar a Alexander, será demasiado tarde
para ella.

186
Letargo

—Calma, no podemos desesperarnos ahora —advirtió—


Makkrumbbero hizo todo esto, no para destruir a Brensait —afirmó.
—¿De qué hablas?
—Es simple; lo que él busca es debilitar a los aliados de
Brensait, para que, cuando regrese, no tenga el apoyo suficiente
para vencerlo.
—¿Realmente crees que él no la dejará morir? —A Cirox le
costaba creer en esta posibilidad.
—Claro que la dejará vivir. La ha estado esperando todo este
tiempo, no la eliminará de esta forma, él busca una pelea de igual
a igual.
—Pero si sus planes son encargarse de nosotros, no sería una
pelea de igual a igual porque él seguirá teniendo a su hermana y a
todos sus leales.
—En ningún caso es lo mismo. Makkrumbbero puede tener a
gente poderosa de su lado, pero responde algo, ¿hasta dónde llega
el amor, compromiso y lealtad de ellos hacia él?
La pregunta descompuso un poco la perspectiva del guerrero.
Nunca lo había pensado de esa forma.
—Makkrumbbero sabe que en los peores momentos, cuando
sientes que has perdido todo y no parece haber una resolución fa-
vorable de tus problemas, lo único que queda son los lazos; los
verdaderos lazo y también sabe, que él no los tiene.
—Esa es la verdadera arma de Brensait.
—Exacto y le teme porque ya lo vivió; Hortus y el Maestro
siempre estuvieron del lado de Brensait y eso la hizo mucho más
fuerte, le dio la fuerza que necesitaba para seguir resistiendo todo
lo que él e Isabel le hicieron —agregó Tiare.
El punto de Tiare era muy cierto y profundo. Quizás esta era,
realmente la razón por la que Makkrumbbero había enviado a
Brensait aquel ritual tan descabellado.
De pie en la orilla de un precipicio, Makkrumbbero observaba
el gran paraje a su alrededor. En ese lugar ya era de noche y no se
notaba muy habitado, solo se alcanzaban a detectar algunas luces
que iluminaban las calles y casas. Era lógico que no estaba en su
dimensión correspondiente.

187
Nathalie Alvarez Ricartes

—¿Qué significarán estos extraños sueños? —se preguntaba en


voz alta— solo tengo una cosa muy clara y es que no cederé ante
mis planes —sentenció.
Su cabello blanco y largo se agitaba con el viento, una larga
capa verde de terciopelo con capucha cubría su cuerpo, sin dejar
ver los detalles del resto de su vestimenta a excepción de unas botas
cortas terminadas en punta.
Permaneció en aquel lugar por unos minutos y caminó con
calma, perdiéndose entre el bosque que precedía al precipicio.
En la dimensión real de Brensait, pasaron tres días. Durante la
tarde del último, sus amigos recibieron una gran novedad.
Sin percibirlo con anterioridad, alguien abrió la puerta princi-
pal y enorme fue la sorpresa al ver que los recién llegados, traían
consigo al tan enigmático Señor de los Sueños.
—¡Hemos llegado! —exclamó con alegría Juan.
Andrés, Nino y los demás corrieron a verlos. La emoción era
enorme porque el paso que habían dado era tremendo. Aunque
pronto tuvieron que acostumbrarse, a que el Señor de los Sueños
no era tan llamado a las amistades como, quizás, esperaban.
Javier no estaba presente y nadie sabía cuánto tiempo tardaría.
Se encontraba, junto a los híbridos, en una ceremonia donde se
daba la bienvenida a un nuevo grupo de quince brujosguerreros
que se dedicarían a patrullar las calles de la ciudad donde vivían. El
mismo procedimiento se estaba llevando a cabo en varias ciudades
alrededor del mundo, en realidad, en todas a aquellas donde los
ataques se habían hecho frecuentes. Parecía algo extraño e incluso
improbable, pero desde que la reencarnación se había completado,
la organización de los leales y simpatizantes de Makkrumbbero era
tal, que habían logrado formar grupos armados que se distribuían
de manera ordenada por todos los sectores de interés, tal como los
híbridos y brujosguerreros.
Chris cruzó la puerta y se encontró con Cirox y los demás. Le
seguían a corta distancia, sus acompañantes.
—¡Hermano, por fin están aquí! —exclamó Cirox— por ins-
tantes, creí que no lo lograrían.
—Y ahí está de nuevo ese pesimismo —expresó Alexander con
desagrado.

188
Letargo

Cirox le dirigió una mirada poco amigable y quedó claro, desde


ese momento, que ellos no serían grandes aliados. Pasado este im-
pase, se realizaron las presentaciones correspondientes para luego,
dedicarse de lleno a romper el Hechizo del Sueño.

Brensait había caminado por la masa de agua congelada, sin


saber cuánto tiempo llevaba en ello, pero si tenía claro, que nunca
había visto caer la noche. Nuevamente se había visto obligada a
usar su magia porque el frío era insoportable y la ropa que Rubí le
había dado, no le ayudaba demasiado.
Atravesó un sector poblado de diferentes figuras hechas de
hielo, como si, tiempo atrás, una ciudad se hubiera situado en ese
sector. Trató de dar con algún ser vivo cercano, pero estaba com-
pletamente deshabitado y no alcanzaba a comprender quién había
construido todo eso, para después dejarlo abandonado.
—Y bueno, esto ya me está hartando —comentó en voz baja—
¡Quiero regresar a casa! —gritó con la esperanza de que alguien la
oyera.
Pero era inútil, no había nadie. Era imposible saber cuándo
fue la última vez que alguien estuvo cerca. Sin más remedio, buscó
refugio dentro de una de las figuras; una que parecía una pirámide.
Entró gateando y se acomodó como pudo. Se sorprendió al ver
que estando adentro el espacio parecía mayor, se sentía cómoda y
protegida.
Se durmió antes de lo planeado o bueno, si se podía decir dor-
mir, era un tanto complicado de entender, sabiendo que en reali-
dad, sus cuerpos estaban divididos. Su subconsciente volvió a ver
imágenes extrañas, como si fueran sueños. Esta vez, se vio a sí mis-
ma con una larga capa de lana gris, con la capucha puesta y un
broche que la juntaba, de plata con forma de trébol. Un trébol de
cuatro hojas.
A su lado, otra vez, Hortus y Makkrumbbero.
Abrió sus ojos y respiró profundo, como si le faltara el aire. Los
recuerdos intactos en su memoria le hacían ecos en la mente, ¿qué
clase de sueños eran esos? ¿O es que se trataba de algún tipo de

189
Nathalie Alvarez Ricartes

visión? Imposible, Hortus estaba muerto y no había reencarnado.


Por lo demás, ella y Makkumbbero jamás tendrían el tipo de cer-
canía que se apreciaba en esas imágenes.
Alexander se dio un gran festín antes de siquiera ir a ver el
cuerpo de Brensait a su habitación. Estaba muerto de hambre y
advirtió que si no comía, no sería de ayuda. No funcionaba con
hambre. Cirox se preguntaba cómo lo hacía mientras estaba entre
sus pesadillas, ¿de qué se alimentaba estando en ellas? Después
decidió que estaría más tranquilo si no lo averiguaba.
Nino y Andrés seguían cautivados por este nuevo integrante.
Lo observaban sin mucha vergüenza y se percibía que deseaban
hacerle un montón de preguntas.
Finalmente dijo que estaba satisfecho y que era tiempo de ob-
servar a la chica. Caminaron hacia su habitación. Se acercó con
calma hasta llegar a su lado. Allí el mago de los sueños la observó
con atención, sin dejar pasar ningún detalle. Tomó su mano y per-
cibió el nivel de su energía. No le gustó nada el aspecto que tenía.
—Ahora entiendo por qué eran tan pesimistas —aseguró—
lamento decirles que no tenemos todo el tiempo que me gustaría
—Su voz demostraba que hablada muy en serio.
—El último cambio fue hace tres días, repentino, de un mi-
nuto a otro —relató Cirox— suponemos que usó magia un tanto
poderosa.
—Y eso también nos dice que alguien la quiso atacar —agregó
De Valdés, que por cierto había decido acompañar al Señor de los
Sueños hasta que pudieran rescatar a la chica.
El anciano no quería ser molesto y distraer a los demás con
otros temas, pero tenía una gran duda: ¿Dónde estaba Sebastianh?
El Mago de las Sombras los había dejado antes de partir hacia las
pesadillas de Alexander y, esperaba encontrarlo en casa de Brensait,
pero hasta ahora, no lo había visto por ninguna parte.
—Necesitamos comenzar pronto —alertó Alexander— lo pri-
mero que debemos hacer, es averiguar la conducción del hechizo,
cuál es el canal que lo guía —explicó— por lo general es un ele-
mental, pero como todos sabemos, hay cuatro, así que debo saber
específicamente de cuál se trata.

190
Letargo

—¿Qué necesitas para eso? —preguntó Tiare.


—Un concentrado bálsamo de manzanilla con unas tres o cin-
co gotas de cobre fundido.
—Ohh —murmuró la chica
—¿Qué sucede? —El rostro preocupado de Chris alertó a los
que estaban más alejados.
—No tengo cobre fundido —respondió casi con culpa.
—¡Pero yo sí! —exclamó desde el otro extremo Krimatt— iré
por él enseguida.
—Espera —dijo Cirox— podría intentar teletransportarte
para demorar menos.
—¿En serio puedes?
—Lo intentaré. En ocasiones funciona y en otras no —aseguró
haciendo un gesto de disconformidad.
—Ok.
Alexander aprovechó de recorrer la casa con soltura y confian-
za. Admiraba cada rincón y trataba de memorizar todo. De Valdés
lo seguía.
—Bonita, ¿no? —preguntó el anciano.
—Mucho mejor de lo que esperé —confesó— esta chica de
verdad está muy bien cuidada. Se toman muchas molestias por ella.
—Ya hemos hablado al respecto, supongo que no hace falta que
lo repita.
—No, no, claro que no. Estoy un poco harto de escuchar tanto
sobre ella —afirmó sin el menor reparo— además, debo hacerme
a la idea de ir a buscarla por entre sus sueños y quién sabe cuánto
tardaré ahí.
—Trata de que sea el menor tiempo posible, por favor.
—¿Ah, sí? ¿Qué ganaré yo si lo hago?
—Sabes perfectamente qué ganarás.
—Sí, sí. Las piezas faltantes del crucigrama —murmuró como
si hablara en clave.
—Habrá que prepararse también para el caos.
—Mis sueños lo han dicho —advirtió— ellos creen que lo
peor que puede pasarles es Makkumbbero, pero no tienen idea de
lo equivocado que están.

191
Nathalie Alvarez Ricartes

El diálogo entre ambos dejaba muchas dudas, era evidente que


tenían demasiados secretos compartidos, que solo el tiempo iría
revelando.
Cirox había intentado teletransportar a Krimatt, pero no había
funcionado. El maestro tendría que ir a casa de manera normal y
regresar lo antes posible. Celeste se ofreció a acompañarlo.
Alexander regresó a la habitación de la chica, en vista de que
tendría que esperar a que trajeran el cobre fundido, tenía tiempo
para avanzar en algunas cosas. Pidió específicamente que le die-
ran espacio y tiempo, no quería a todos los habitantes de la casa
pegados a él en el cuarto de Brensait. Cirox no sabía si podían
confiar tanto en él como para dejarlo solo con ella, pero dado que
no tenían muchas opciones disponibles, era mejor no buscar las
formas de hacerlo enojar. Porque si algo había visto en el Señor de
los Sueños, era que se trataba de una persona bastante quisquillosa
y un tanto peculiar, nada raro de esperar en alguien que pasaba la
vida dentro de sus propias pesadillas.
—Veamos que está sucediendo en esos sueños —habló
Alexander en voz baja acercándose a la chica. Miró el anillo que
colgaba de su cuello y supo que le sería útil, en otras palabras, lo
reconoció, sabía que era el que Hortus le había dado cuando se
comprometieron.
La historia del Señor de los Sueños era amplia, complicada
y sin un futuro claro. Sabía muchas cosas, desconocía más y una
profunda decepción lo había llevado a esconderse en sus propias
pesadillas, pero mucho antes de que eso sucediera, había sido una
persona importante, con mucho poder y reconocimiento. De ahí
que conociera bien la historia de Brensait y Hortus, incluso a ellos
dos en persona.
Tomó el anillo entre sus manos, sin retirarlo del cuello de la
chica, y de inmediato sintió fluir la energía, como una pequeña co-
rriente viva, que dejaba rastro. Cerró sus ojos y visualizó los últimos
minutos de Brensait, antes de caer en el hechizo del sueño.
—Vamos, sigamos, quiero saber cómo empezaste este viaje —pi-
dió en voz alta.
Pero no pudo ser. Cuando estaba por llegar al inicio del viaje,

192
Letargo

algo interrumpió su visión, todo se puso negro y una corta, pero


intensa descarga eléctrica inundó su cuerpo.
—¿Ah, sí? —preguntó como hablando al aire— ¿Así que
te crees tan listo como para sellar el ritual de manera perfecta?
Veremos quién gana, estimado Ariel —sentenció.
En la sala de la casa todos aguardaban por su regreso, querían
saber si había logrado averiguar algo más y estaban a punto de ha-
cerlo, el hombre caminaba hacía ellos, pero fue interrumpido por
la estrepitosa llegada de Javier.
—¡Makkrumbbero se enteró de la llegada de Alexander, está
destrozando todo a su paso! —exclamó agitado y con evidentes
signos de haber estado peleando.
—¿De qué hablas? Nadie más lo sabía, de hecho ni siquiera
tú —declaró Chris.
—No me hagas esas preguntas porque no tengo las respues-
tas, solo sé que él apareció muy molesto en medio de la costanera
asegurando que ni siquiera el Señor de los Sueños podría arruinar
sus planes.
—Esto es grave —advirtió Cirox— hay que detenerlo antes de
que logre dar con tu paradero.
—Descuida, por ahora tenemos a favor, el que esta vivienda
está en un lugar secreto —recordó Juan Carlos.
—¡Por favor! No sean ingenuos, tarde o temprano sabrá dónde
estamos y no tendrá piedad —espetó el guerrero— debemos impedir
a toda cosa que eso suceda o será muy complicado proteger a Brensait.
—Cirox tiene razón, hay que dividirnos y hacer frente a cual-
quier cosa que pase —sugirió Juan alistándose.
Así que no había tiempo que perder. Con Celeste y Krimatt,
por ahora, fuera de su alcance decidieron que todos los guerre-
ros, excepto Chris, acompañados también por Javier, acudirían a
enfrentar al brujo de cabellos blancos, mientras que los demás se
quedarían en casa montando guardia y ayudando a Alexander, en
lo que fuera necesario.
Era viernes en la ciudad. Aún no daban las diez de la noche
y como tal, mucha gente se divertía paseando por la costanera,
comiendo o bebiendo algo en los lugares por ahí dispuestos. Pero con

193
Nathalie Alvarez Ricartes

la llegada de Makkrumbbero el panorama había quedado reducido


a varios muertos, muchos más heridos y el terror regado por todas
partes. Era cuestión de segundos para que los cazadores aparecieran.
—¡Si es necesario destruiré toda esta ciudad con tal de que
no logren traerla de vuelta! —exclamó Makkrumbbero con furia
mientras tomaba del cuello, con fuerza a un brujoguerrero. El chi-
co parecía suplicarle con la mirada que no lo matara, que lo hiriera
hasta aburrirse, pero que le permitirá vivir, después de todo era su
primer día en esa labor. Pero no se conmovió en lo absoluto. Lo
soltó cuando su respiración era muy débil, para después atravesarle
un puñal de plata justo en medio del corazón —¡Esto es sin pie-
dad! —decretó mientras avanzaba por el lado del cadáver.
Caminó hasta la orilla de la costanera y observó el mar con
atención, fijando su mirada sin prestar atención a nada más.
Extendió sus manos y dirigió las palmas hacia el agua, alborotando
el oleaje, enseguida las levantó y pequeñas chispas salieron de ellas,
dejando a oscuras toda la ciudad.
Cuando los guerreros y Javier llegaron ya estaba todo a oscuras.
Solo se veían algunos locales incendiados con llamas que todavía
ardían, todo lo demás estaba en penumbras.
Makkumbbero los vio de inmediato. Es más, los esperaba.
Ansiaba enfrentarse a ellos y dejarles claro que ya no sería tan bon-
dadoso como antes. Como cuando Brensait seguía siendo Alex.
Como cuando la reencarnación no estaba completa.
—¿Dónde está? —preguntó Cirox a los demás. A ratos escu-
chaban gritos, quejidos y golpes cercanos, pero no lo divisaban—
¿Lo ven en alguna parte?
Suponían que solo los discípulos deambulaban por ahí y esta-
ban por realizar un hechizo de iluminación cuando una gigantesca
ola los cubrió, tomándolos totalmente desprevenidos. Alcanzaron
a verla cuando venía hacia ellos, pero no había nada que hacer, el
impactó los lanzó metros más allá, sumergiéndolos.
—¡Disfruten la sal en sus bocas! —exclamó Makkrumbbero
con tono burlesco cuando se alejaba de la orilla desde donde había
lanzado la ola.
Los guerreros trataban de salir a flote, pero la fuerza del agua

194
Letargo

era mucha. Vieron cómo arrastraba a varios brujosguerreros, dis-


cípulos y humanos. El incendio que aún ardía terminó completa-
mente extinguido y el lugar destruido en su totalidad.
—¡Maldito! —exclamó Juan mientras trataba de aferrarse a un
banco para no seguir siendo arrastrado.
Finalmente, cuando Cirox logró recuperar la concentración y
el dominio de su cuerpo, pudo disminuir la fuerza del agua y ayu-
dar a sus amigos. Isaak no estaba por ninguna parte.
—¿Están bien? —preguntó.
—Todos, excepto Isaak que no se ve por ninguna parte —avisó
Juan Carlos mirando a su alrededor.
—Pero no puede estar muy lejos —afirmó Juan— Cirox reac-
cionó muy rápido.
Estaban en eso, decididos a recorrer los alrededores para dar el
paradero de su compañero cuando Juan Carlos se percató de algo
inminente.
—¡Cuidado! —exclamó con un grito al ver que Makkrumbbero
se disponía a lanzar una carga de energía eléctrica justo al agua que
cubría sus pies. Si bien Cirox había disminuido su fuerza, seguía
quedando un vestigio de poca altura.
—¡Salgan del agua! —insistió el guerrero, lamentablemente
tarde. La descarga llegó sin que pudieran evitarlo. Los guerreros
cayeron fulminados y flotaron sin consciencia.
Todos los brujosguerreros y discípulos que estaban presenten
corrieron la misma suerte. Por fortuna, ya no había más humanos
vivos en las cercanías.

Brensait seguía dentro de su pequeño refugio. Estaba ham-


brienta, necesita salir y encontrar algo de comer, o en su defecto,
cambiar de escenario.
Recién había dado un paso fuera del refugio, cuando una sor-
presiva lluvia de enorme granizos azotó a toda la zona. Corrió tra-
tando de evitarlos, pero era casi imposible. El primero le dio en el
hombro derecho, luego otro en la pantorrilla izquierda, uno tras
otro, no le daban tregua y sentía que el dolor detrás de cada choque
iba en aumento.

195
Nathalie Alvarez Ricartes

—¡Basta!—exclamó mientras corría— ¡Si eres tú, siniestro


Señor del Tiempo, quién está detrás de esto, te sentencio a re-
cibir un castigo multiplicado! —Estaba furiosa y adolorida—.
¡Suficiente! —sentenció simulando dibujar un círculo a su alre-
dedor con sus dedos índice y corazón juntos; uno al lado del otro.
Se quedó sentada y sin hacer mucho movimiento debajo de su
improvisada burbuja mágica.
—Otra victoria para mí —celebró el Señor del Tiempo al
comprobar que Brensait había usado, nuevamente su magia.
—Aunque tú no lo notes, esto se te está escapando de las ma-
nos —advirtió Kassis.
—¿Por qué dices eso?
—¿Por qué lo digo? ¡Mírate! Pareces un niño pequeño pelean-
do con una chica de la escuela que no te agrada. Estamos por sobre
esto, te estás rebajando demasiado.
El Señor del Tiempo la miró con desagrado. No iba a recono-
cer que tenía razón, no podía hacerlo porque estaba equivocada.
En ningún caso estaba actuando como un niño pequeño.
—Tienes todas las armas para acabar con esto ahora, pero por
alguna extraña razón te empeñas en seguir peleando con ella como
si…—La chica de la impecable piel blanca se detuvo.
—¿Cómo si qué?
—Como si realmente no quisieras cumplir con tu misión como
guardián.
—No necesito, ni tengo que explicarte a ti mis planes, así por
favor, ya deja de molestarme con este tema —terminó de decir
antes de salir de la vista de Kassis.
—Hay algo que no me estás contando, querido Norn y tarde o
temprano averiguaré qué es —sentenció la chica.
—Kassis no entiende nada —El Señor del Tiempo ahora esta-
ba en el mismo lugar de Brensait y quién sabe qué planes tenía en
mente, pero estaba molesto. Muy molesto.
Los granizos habían parado. Brensait seguía dentro de su apa-
cible burbuja hasta que lo vio. El Señor del Tiempo estaba fren-
te a ella y no se podía determinar cuál de los dos expresaba más
desagrado en su rostro. Ciertamente, ellos nunca llegarían a sentir
simpatía uno por el otro.

196
Letargo

—¿A qué viniste ahora? —preguntó llena de rabia—. El guar-


dián más horrendo de todos está aquí para asesinarme, ¿es eso? —La
mirada desafiante de Brensait se colaba entre los pensamientos del
Señor del Tiempo.
—No, por ahora solo he venido a traerte un bonito recuerdo
de regalo—
Brensait no comprendía, ¿hace un rato quería eliminarla y aho-
ra decía tenerlo un regalo?, ¿qué clase de loco era este?
El Señor del Tiempo permanecía ahí, inmutable, contemplán-
dola, sin dar explicación alguna. Hasta que, en un instante todo
cambió. Brensait ya no estaba frente a él, sino observando como
la más cercana espectadora un recuerdo de su vida anterior. Un
recuerdo que en el pasado había sido hermoso, pero que ahora le
causaría un terrible dolor.
—Y aquí está mi regalo. Espero que revivir esto no te ocasio-
ne tanto dolor —advirtió el Señor del Tiempo en tono de burla.
Como una voz amplificada que se escuchaba en todo el lugar.
Brensait avanzó y ya era imposible seguir ignorando lo que el
Señor del Tiempo estaba haciendo. La había enviado directamente
a la noche más íntima que vivió con Hortus, durante el Baile de
Invierno. Y eso no era todo, porque de alguna manera que ella des-
conocía, sus emociones se intensificaban y si en aquella ocasión ese
momento le había brindado una de las vivencias más maravillosas
y felices, ahora sentía como si el peor veneno recorriera cada una
de sus células.
Se acercó más y vio a la pareja, sí a ella misma y a Hortus toma-
dos de la mano en la colcha anti hielo que él había hecho aparecer.
El dolor emocional se transformó en dolor físico. Cada signo de
tristeza y añoranza era convertido en una puñalada que hervía su
sangre, que la envenenaba con sufrimiento.
—¿Sigues sin querer renunciar a esta soberbia idea de regresar
en gloria y majestad? —Tal como acostumbraba hacerlo, el Señor
del Tiempo apareció a su lado sin que lo notara.
Brensait se retorcía de dolor. En su cuerpo y en su mente, la
sensación era intolerable.
—Esto, ¿por qué lo haces? ¿Por qué te empeñas en lastimarme?
—preguntó con lágrimas en los ojos.

197
Nathalie Alvarez Ricartes

—Ya conoces esa respuesta. Te lo expliqué


—Pero no tiene sentido que quieras eliminarme de la existen-
cia de esta forma, con tanta crueldad.
—Lo que no tiene sentido es que te insistas en tomar esta vida
como si realmente te perteneciera, como si fuera normal y benefi-
cioso para el universo que estés aquí, de esta forma.
—¿De esta forma? ¿De qué forma estás hablando? —cuestionó
con ira y pena.
—La forma en que regresaste no es normal, no deberías ser
capaz de manipular tu reencarnación. Eso es lo que deja un rastro
de oscuridad detrás de ti y siempre será así. Ponle un alto antes de
que sea demasiado tarde.
—¡No soy un monstruo! —exclamó, realmente afectada y con
el dolor acumulándose en todas partes.
—¿No lo entiendes? Causas caos y sufrimiento a esta realidad y
también lo sufres tú. Por más cruel que suene no serás feliz y tam-
poco lo serán quienes te rodean. Eso, sin considerar el desorden
que ocasionarás en el universo. Algo de lo que ya hemos hablado.
En ese instante, Brensait y El Señor del Tiempo se quedaron
en silencio, escuchando con atención lo que Hortus y Brensait del
pasado hablaban:
«—¿Sabes qué creo? —preguntó el joven.
—Qué crees, mi querido Hortus.
—Creo que nuestro amor, nuestro vínculo es tan poderoso, que la
magia nos resguarda.
—¿La magia nos resguarda?
—Sí, así es. Nuestro amor va más allá de lo que un ser humano
normal, mago o no mago pueda sentir —explicó— a nosotros debe pro-
tegernos algún tipo de magia especial, de otra forma no entiendo cómo
es que todo esto haya sucedido, aún con las desastrosas situaciones que
hemos tenido que afrontar.
—Escuche joven de maravillosos ojos azules, a mí no me interesa
mucho saber si la magia nos protege y promueve nuestro amor, nuestra
unión —aclaró ella sonriendo— yo solo quiero amarte y acompañarte
por siempre.
—Así será, prometo que, de una u otra forma, así será.»

198
Letargo

El Señor del Tiempo volteó su mirada a Brensait y sonrió con


malicia al descubrir que seguía sufriendo, ahora más que nunca. Su
hechizo había resultado mejor de lo que esperada.
Brensait, sin embargo, tenía preparada una respuesta que él ni
imaginaba.
—Puedes tragarte cada una de tus amenazas y teorías fata-
listas porque no cederé, ni ante ti, ni ante nadie. Tú puedes estar
muy seguro de que no traeré más que caos y sufrimiento a este
mundo. Yo, en cambio, te digo que derramaré sangre, sudor y lá-
grimas por hacerlo bien, por salvar a quienes necesiten ser salvados
y especialmente, por vivir la felicidad que me fue negada en mi
vida anterior—. Sus palabras eran como proyectiles contra el joven
guardián—. ¿Y sabes qué? ¡Ya me aburrí de tu estúpido hechizo!
—exclamó tronando sus dedos para luego desaparecer frente a sus
ojos.
El Señor del Tiempo parecía estupefacto tratando de analizar
los dichos de su rival. Pero al mismo tiempo, sabía que había ob-
tenido nuevos puntos a su favor, cuando ella había decidido tele-
transportarse fuera del hechizo.
Alexander seguía examinando de cerca a Brensait y notó clara-
mente cuando su piel se hizo más delgada. Percibió el nuevo cam-
bio en vivo y en directo y supo enseguida que no era nada bueno.
Claramente, ahora quedaba mucho menos tiempo.
—Está comenzando la transición —comentó a Tiare y De
Valdés que entraban a la habitación.
—¿Qué transición? —interrogó Tiare con preocupación.
—Está comenzando a dejar de ser humana, se está transfor-
mando en una estatua de hielo —confirmó el Señor de los Sueños
con una mirada que denotaba su desconcierto.

199
Capítulo 10
“Caos.”

L os cuatro guerreros, además de Javier seguían flotando en


el agua como seres inertes. La noche se mantenía oscura
bajo el hechizo de Makkrumbbero.
El brujo se acercó para ver el estado de sus rivales y celebró al
verlos en aquel deplorable estado. Solo faltaba el toque final y se
libraría de cuatro de los Cinco Guerreros. Brensait estaría más sola
que nunca y por fin, podrían medirse de una manera más justa.
Claro, más justa para él, como siempre debió ser.
—No te atrevas —advirtió una voz desde las sombras al com-
probar las intenciones de Makkrumbbero.
—¿Quién te crees para darme órdenes? —Sin apuro salió de
entre la oscuridad y se presentó ante él—. Ahh pero si es el Mago
de las Sombras.
—El mismo —agregó Sebastianh con calma— ahora tomarás
tu pesado cuerpo y te marcharás de aquí.
—No oses en desafiarme, no sabes a quién te enfrentas —Su
amenaza no parecía intimidar al Señor de las Sombras.
—Sé perfectamente quién eres. Aquí la pregunta más impor-
tante es, ¿sabes quién soy yo? ¿Por qué me llaman el Señor o Mago

201
Nathalie Alvarez Ricartes

de las sombras? —La pregunta descolocó a Makkumbbero, no sa-


bía a qué se refería realmente.
—Claro que lo sé, todo el mundo de la magia te conoce.
—Entonces asumo que conoces la historia de mi apodo –sen-
tenció— Sombras, ¿te suena a algo? —preguntó con orgullo.
—Deja de decir tonterías ¡Me aburres! —exclamó— y cuando
me aburro, siento unas incontrolables ganas de generar caos.
—¡Ay Ariel! Volviste de tu antigua vida, pero pareces no haber
aprendido nada —agregó— suponiendo que eres el gran y malva-
do brujo del que todos hablan, ¿por qué actúas de esta forma?
—No estoy actuando de ninguna manera —aseguró— este
que ves, el mismo que ha creado todo este desastre, soy yo.
—Exacto, a eso precisamente me refiero —espetó— creaste
este desastre porque la persona que podría evitarlo está muy lejos
perdida en un hechizo al que tú mismo la enviaste —continuó—
¿así que esta es tu manera de decir que eres el ser más malvado y
poderoso? —Una sonrisa apareció en su rostro—. Siendo así, debo
reconocer que me siento, por lo menos, desilusionado, estafado…
—¡Desgraciado patán! —exclamó Makkrumbbero comenzan-
do a reunir una considerable cantidad de energía de color verde
para atacarlo.
—No te molestes, no es necesario —dijo con tranquilidad—
solo he venido para decirte que si quieres ganarte el título de mal-
vado, despiadado o mejor aún, del peor brujo de todos, no puedes
crear un escenario de batalla a tu antojo, no con lo que más te
acomoda —Se detuvo y suspiró —Sé lo suficientemente hombre y
enfrenta a tus verdaderos rivales.
—¿Verdaderos rivales? —preguntó con cara de incertidumbre.
—Si todavía no lo descubres ¡Ya lo harás! —exclamó al tiempo
que congelaba a su rival para llevarse, en solo segundos a los heri-
dos del bando de Brensait.
Makkrumbbero recuperó la normalidad unos minutos después.
Estaba consciente del poder del Mago de las Sombras, pero nunca
había entendido cuál era su bando y comenzaba a creer que seguía
sin tener uno muy definido. Quizás su cercanía a Brensait y los
suyos, era solo parte de una estrategia para sacar ventaja en lo que

202
Letargo

estaba por venir. Pero, ¿qué era lo que estaba por suceder? Aquella
pregunta no tenía una respuesta sencilla, porque como siempre,
cada persona tenía sus objetivos propios y para Makkrumbbero era
sabido que entre Brensait y él existía una voraz ansía de venganza
mutua.
Cuando Sebastianh apareció en la casa, sus inertes acompa-
ñantes seguían en el mismo estado. Nino y Andrés fueron los pri-
meros que los vieron aterrizar en el jardín. La chica corrió a avisar
a Chris mientras Andrés salió a su encuentro.
—¿Qué sucedió? —preguntó asustado.
—Makkumbbero estaba de mal humor —Se limitó a decir el
Mago de las Sombras.
El líder de los guerreros salió a su encuentro. No esperaba en-
contrarse con esa escena. Antes de cualquier cosa y con ayuda de
Sebastianh, trasladaron los cuerpos mediante una técnica sencilla
que los hacía flotar por distancias cortas.
—Veo que las cosas salieron más complicadas de lo esperado
—comentó Chris, mirando a sus compañeros con preocupación.
—Makkrumbbero está perdiendo el rumbo —murmuró
Sebastianh— y estas son las consecuencias.
Tiare llegó con prisa a la sala y al ver a su marido en aquel esta-
do, una profunda tristeza y preocupación se evidenció en su rostro.
—Tranquila, se pondrán bien —dijo Chris tratando de ani-
marla.
—Debemos llevarlos al laboratorio —sugirió la chica— puedo
tratarlos ahí, se recuperarán más rápido.
Con una mezcla de ingredientes que incluían entre otras: ma-
tico, algas pardas y una planta poco común, conocida como sie-
te venas, Tiare realizó un bálsamo que puso de inmediato sobre
las heridas más graves de los guerreros. Isaak estaba con ellos,
Sebastianh lo había encontrado unos metros más al norte de don-
de estaban los demás. Su cuerpo estaba casi igual de lastimado,
quizás un poco menos.
—El bálsamo debe actuar por, al menos, una hora —explicó
Tiare más tranquila— aunque lo ideal sería que lo mantuviéramos
toda la noche.

203
Nathalie Alvarez Ricartes

—Que así sea. Induciremos un hechizo para dormir, así no


despertarán hasta mañana por la mañana —propuso Chris— ne-
cesitamos que estén totalmente recuperados pronto.
Sebastianh les contó lo sucedido, al menos lo que él sabía, ya
que no había llegado a tiempo para evitar el ataque que los ha-
bía dejado inconscientes. Confesó que no le gustaba cómo veía a
Makkrumbbero, sentía que no era solo él quien estaba detrás de
todo el caos que se estaba generando. Algo le advertía que existían
cosas peores de las que todavía no se enteraban.
Con todo el revuelo que generó la llegada del Mago de las
Sombras y los demás, se olvidaron un poco de la presencia de De
Valdés y Alexander en la habitación de Brensait. El brutal cambio
en la apariencia de la chica, tampoco había sido discutido de nuevo.
El timbre anunciando la llegada de alguien, los distrajo otra
vez. Celeste y Krimatt estaban de vuelta. Era hora de preparar todo
para que el Señor de los Sueños comenzara su viaje y trajera de
regreso a Brensait. De Valdés apareció atraído con la llegada del
maestro y la chica.
—¡Por fin han llegado! —exclamó— Alexander los espera
—Su mirada se detuvo justo en Sebastianh, el que casi había
pasado desapercibido—. ¡Hasta que apareces! ¿Dónde estabas?
—preguntó cambiando el tema con brusquedad.
—Tenía algunas cosas que hacer. No es un tema trascendental
ahora —agregó Sebastianh con determinación, como queriendo
poner fin a las preguntas.
Krimatt se acercó y se disculpó por la demora.
—Lo siento, pero tuvimos varios percances en el camino
—confesó Krimatt— está todo muy alborotado, ¿saben qué está
sucediendo?
—Ataques y más ataques de Makkrumbbero —respondió
Chris con resignación— te contaremos los detalles luego, ahora
lo más importante es terminar el ritual para que Alexander pueda
entrar en los sueños de Brensait.
—Si claro, tienes mucha razón —afirmó el maestro encami-
nándose hacia la habitación de la joven seguido por Celeste, Chris,
Sebastianh y De Valdés.

204
Letargo

Alexander estaba sentado a un costado de la chica, sin dejar de


mirarla, como si no quisiera perderse el momento exacto en que
volviera a cambiar su aspecto.
—Krimatt ya está aquí —avisó Chris— puedes continuar con
lo que necesitas para entrar en sus sueños.
El Señor de los Sueños se volteó a verlos y cuando su mirada se
cruzó con la de Sebastianh, fue evidente que todos pudieron perci-
bir el extraño momento que se vivió, como si un despliegue inusual
de energía, proveniente de ambos se hubiera liberado, juntado y
mezclado para crear algo mágico y desconocido. En simples pa-
labras, parecían segundos tensos, pero era inevitable pensar que se
conocían y que incluso, existía un vínculo especial que los unía. El
Señor de las Sombras y El Señor de los Sueños, hasta sus nombres
hacían pensar que tenían mucho en común.
—Sebastianh, cuánto tiempo —expresó Alexander.
—Lo mismo digo. Es un gusto verte de nuevo, aunque no sea
en las mejores circunstancias.
—Descuida, haremos que se vuelven mejores —declaró.
Se acercaron, estrecharon sus manos y las sospechan quedaron
justificadas; se conocían de antes y compartían algún tipo de rela-
ción que los demás, excepto quizás De Valdés, desconocían. Aun
así, nadie preguntó, ni comentó nada al respecto.
—Entonces, manos a la obra —dijo con entusiasmo el Mago
de las Sombras acercándose para mirar a Brensait— ha estado uti-
lizando de magia, ¿cierto? —preguntó lamentando el estado en el
que sus ojos la veían.
La piel de Brensait había perdido casi todo el color natural
de un ser humano e incluso parte de su consistencia, se veía un
tanto brillante y muy delgada, como si casi no existiera, como si se
estuviera cristalizando. Su cabello parecía lacado, estático, sin vida.
—No hay forma de advertirle —lamentó Tiare.
—Quizás si —Las inesperadas palabras de Alexander atraje-
ron la atención de todos los presentes—. Una vez que termine de
hacer el ritual para poder entrar en sus sueños, en palabras senci-
llas, crearé un canal por el mundo onírico que me permitirá llegar
hasta ellos y se mantendrá mínimamente abierto, para poder salir

205
Nathalie Alvarez Ricartes

cuando la encuentre. Esa abertura podría permitir que ella los es-
cuche o reciba sus mensajes de alguna manera —explicó.
—¿Y sería tan simple como hablarle? —preguntó un esperan-
zado Krimatt.
—En teoría sí, pero no podría asegurarlo —aclaró— como
ya todos sabemos, este hechizo está condicionado por el sello que
Makkrumbbero le puso, lo que lo hace totalmente diferente a otros
que haya visto.
—¿Es decir que no es la primera vez que haces esto? —pregun-
tó Celeste curiosa.
—Querida, me dedico a esto —recordó Alexander— no es por
presumir, pero dudo que alcances a imaginar todo lo que he hecho
por medio del manejo de los sueños.
—Entonces esto no debería ser un problema para ti —conti-
nuó la chica— me refiero a traer de regreso a Brensait.
—Ya lo expliqué, cada caso es diferente. Por lo demás…—Se
interrumpió y su rostro reflejó sus dudas.
—¿Qué pasa? —preguntó Chris.
—Hay algo que me tiene un tanto confuso —manifestó— se-
gún lo que sé, Makkrumbbero es un ser poderoso y muy peligroso,
sin embargo, el tipo de magia utilizado en este ritual es demasiado
antigua, creo que supera sus capacidades.
—¿Crees que tuvo ayuda de alguien más? —interrogó
Sebastianh sin dejar de observarlo.
—No lo creo, estoy seguro —sentenció el Señor de los
Sueños— el real problema, es que no se me ocurre quién. Me pa-
rece que no quedan brujos tan poderosos como para lograr algo así,
¿o me equivoco?
—Yo no estaría tan seguro —intervino De Valdés— hay varios
brujosfilósofos con capacidades admirables y no todos están del
lado de Brensait.
—Bueno, eso será lo siguiente que tendremos que averiguar
—anunció Sebastianh con firmeza.
Chris estaba en silencio, pensativo. De seguro algo estaba pa-
sando en su cabeza. Parecía estar atando ciertos cabos sueltos.
—¡Ahora lo entiendo! —exclamó— cuando asaltaron las bodegas

206
Letargo

de ingredientes mágicos y nunca encontramos las cosas hurtadas,


ni tampoco supimos de los responsables —recordó— creíamos que
estaban fabricando Elixir de la Dominación y no estoy diciendo que
no lo hicieran, pero si lo analizamos bien, eso podría haber sido solo
un blanco para despistar.
—Lo que en realidad robaron fueron los ingredientes para pre-
parar los Corpúsculos Durmientes —agregó Tiare con desconcierto.
—Algo no me cuadra —replicó Krimatt— los ingredientes
para preparar los Corpúsculos Durmientes no son difíciles de con-
seguir, no era necesario robarlos.
—Buen punto, pero lo que robaron no eran los componentes
básicos, sino, los que necesitaban para sellar el Hechizo del Sueño
—Alexander estaba uniendo y analizando todo en su mente a gran
velocidad.
—Coincidentemente, no hay claridad de las cosas robadas,
solo algunos indicios, pero todo fue muy extraño —agregó Chris
asumiendo que llevaban mucho tiempo riéndose a sus espaldas.
Eso confirma que hay un brujofilósofo del lado de
Makkrumbbero…Un poderoso brujofilósofo —afirmó Sebastianh.
Con este nuevo descubriendo, la verdad se volvía cada vez más
turbia y desagradable. Makkrumbbero llevaba mucho tiempo pla-
neando este ataque y eso no era lo peor, porque el aliado que le
proporcionaba ayuda, era, sin duda, mucho más poderoso que él
o al menos, manejaba la teoría mágica de una manera que, muy
pocos, en la actualidad podían.
—Es lamentable, pero yo debo concentrarme en lo que vine
hacer, así que por favor, les pediré que se retiren —dijo Alexander
haciendo señas de despido con sus manos— me gustaría que De
Valdés y Krimatt me ayuden —añadió.
—Por mí no hay problema —De Valdés sabía que pediría su
cooperación.
—Será un gusto poder ayudar —sinceró el maestro.
Siguiendo las órdenes de Alexander, todos los demás se reti-
raron hacia la sala. No les quedaba más opción que esperar hasta
que el ritual estuviera terminado. El Señor de los Sueños les había
señalado que entre preparar lo requerido, crear el canal y separar

207
Nathalie Alvarez Ricartes

su cuerpo físico del subconsciente, tardaría al menos tres horas, así


que no tendrían novedades hasta el amanecer, considerando que ya
era más de medianoche.
Brensait regresó al lugar donde había visto la lluvia de granizos.
Hasta ahí la había llevado su huída desde el hechizo del Señor del
Tiempo. Se recuperaba poco a poco del dolor físico y emocional.
Trataba de pensar en otra cosa, pero necesitaba que el escenario
cambiara pronto. Mientras avanzaba no veía nada más que hielo y
más hielo, el color blanco no era de mucha ayuda. Ni siquiera el sol
alumbraba para dar un toque de más energía. Todo le parecía tan
monótono y frío.
Enseguida recordó que con tantas cosas vividas, no había teni-
do tiempo de pensar en sus cercanos, si se detenía un momento y
lo analizaba, los extrañaba, realmente lo hacía. No llevaba muchos
meses como Brensait, todavía quedaban cambios pendientes, pero
el vínculo con su familia actual había permanecido desde las viven-
cias de Alex y como tal, eran parte de ella. Una parte importante
de ella.
Celeste salió a los jardines de la casa, necesitaba tomar aire,
despejar su mente un poco. Sin que se diera cuenta, Sebastianh la
siguió.
—No me gusta esperar —confesó Celeste al aire, con molestia
—Menos en estas circunstancias.
—Yo creo que a nadie —agregó Sebastianh.
—¿Me estás siguiendo?
—Por favor, no seas paranoica.
—Sebastianh sigo sin comprender qué haces aquí, ¿qué te hace
estar tan presente en esto?
—La pregunta correcta sería, ¿por qué no estarlo?
—¡No me vengas con esas cosas! —sermoneó la chica— tene-
mos un pasado demasiado largo y tormentoso como para creer que
solo estás aquí por bondad.
—Tienes razón, hemos pasado demasiadas cosas, pero también
ha sido considerable el tiempo en que no hemos compartido como
hermanos.
—Eso es porque te encanta desaparecer sin avisar —Celeste

208
Letargo

parecía estar constantemente reprochando a su hermano por algo


en particular, como si le molestara su proximidad. La realidad era
que lo quería mucho, más de lo que demostraba y le afectaba de-
masiado no poder compartir la cercanía de años pasados. Pero la
oscuridad había podido más, alejándolo de su lado.
—No es que me encante desaparecer, es cuestión de necesidad
y de saber comprender lo que es mejor para todos —habló él con
convicción, como si hubieran ciertas cosas que era imposible re-
mediar.
—No me aburras con eso —espetó ella— mi mente no nece-
sita más motivos para torturarse analizando. Por ahora mi única
preocupación es que esa chica regrese de sus sueños y pueda hacer
frente a Makkrumbbero o a quien sea que esté detrás del caos que
comienza a sentirse por todas parte.
—Si tu mente está tan sobrepasada, quizás sería conveniente
que fueras a un bosque —sugirió el Mago de las Sombras. Celeste
lo miró con ternura y sonrió.
Cuando eran pequeños, ella quizás no había alcanzado los
siete años, un grupo de niños, vecinos del sector, solían encon-
trar cualquier motivo para molestarla y jugarle pesadas bromas.
A Sebastianh no le gustaba intervenir demasiado, deseaba que su
hermana, desde niña, fuera capaz de enfrentarse a sus problemas,
fueran cuales fueran. Así que cuando la veía muy afectada, molesta
y triste, la llevaba hasta un bosque cercano a su casa y la animaba
a gritar y gritar, muy fuerte, hasta que su cuerpo y espíritu logra-
ban liberar toda la tensión acumulada. Para Celeste, esto se volvió
costumbre y lo repetía cada vez que sentía la necesidad de hacerlo.
Además, era el lazo más especial que tenía con su hermano, con su
peculiar y cuestionado hermano.
—Creo que es una excelente idea —respondió con agrado.
Las horas avanzaron y Alexander seguía trabajando en el ritual.
La ayuda de De Valdés, pero especialmente la de Krimatt habían
sido un gran aporte. Sin embargo, los sellos y trabas que fueron
encontrando en el camino, hicieron que demoraran más de lo con-
templado.
Finalmente amaneció y antes de que el ritual estuviera completo,

209
Nathalie Alvarez Ricartes

los guerreros heridos recobraron la consciencia. El primero en ha-


cerlo fue Juan, quien confundido, llegó hasta la sala donde encontró
a Tiare, Chris, Celeste y Sebastianh tomando café y comiendo al-
gunos aperitivos. Nino y Andrés se habían ido a dormir dos horas
antes.
—Juan, ¿cómo te sientes? —Tiare se levantó con rapidez para
ir a su encuentro.
—Hola chicos —contestó él sin comprender del todo— me
duele el cuerpo, ¿qué sucedió?
—Se toparon con un Makkrumbbero más molesto que de cos-
tumbre —respondió Sebastianh con soltura.
—¿Se toparon? Eso quiere decir que no soy el único herido.
—En realidad, los dejó fuera de combate a todos —agregó
Celeste tratando de ser sutil —Sebastianh los encontró y los trajo
aquí
Juan buscaba entre sus recuerdos, pero lo último que alcanzaba
a evocar era un grito de Juan Carlos que no terminaba de com-
prender. Su mirada parecía un tanto perdida y fatigada todavía.
—¿Dónde están los demás? —preguntó refiriéndose a sus
compañeros heridos.
—Dormidos, eres el primero en despertar —Tiare venía de
regreso, traía consigo un café para el chico—. Chris les puso un
hechizo para dormir algunas horas, después de que yo les aplicara
un bálsamo para sanar sus heridas.
—Muchas gracias por todo —dijo el chico para después tomar
el primer sorbo de su café.
—Me parece que no descansaste lo suficiente, después de be-
ber ese café deberías regresar a la cama —aconsejó Celeste.
—No, claro que no, hay mucho por hacer.
Estaban en eso, cuando escucharon el timbre de alerta. Alguien
venía llegando a casa, ¿quién sería tan temprano?
Tiare salió con prisa para abrir la puerta donde se encontró con
Ágata y Marco, ¿qué harían ahí los hijos de Said? Tenía que ser una
emergencia o no se arriesgarían a ir hasta la casa de Brensait con el
peligro de que alguien los siguiera.
—Chicos, ¿qué hacen aquí tan temprano?

210
Letargo

—Lo siento Tiare, pero necesitamos hablar con Chris de ma-


nera inmediata —respondió Ágata con evidente nerviosismo y
preocupación.
—Si, claro. Pasen —invitó cerrando la puerta para después se-
guirlos.
Chris se sorprendió igual o más que Tiare al verlos y no ne-
cesitó conocer ningún detalle para entender que, nuevamente, las
cosas se habían complicado. Saludaron con velocidad y sin prestar
mucha atención a los presentes.
—Sé que esto se sale totalmente de protocolo, pero no podía-
mos seguir esperando —afirmó Marco. Su frente tenía signos de
sudor, lo que volvía a confirmar su inquietud.
—Tranquilo, no han de qué preocuparse —aseguró Chris—
por favor cuéntenos que ha ocurrido.
—Es algo grave, lo más grave de los últimos tiempos —confe-
só Ágata con el pánico reflejado en sus ojos. No era normal verla
así, ya que siempre se mostraba como una mujer segura y sin temor.
—Ya basta con el misterio ¡por favor! —exclamó Celeste a
quien se le habían traspasado los nervios.
—Antes de venir hasta acá, hace muy poco, mi padre recibió
una terrible noticia —comenzó a relatar Marco— los brujos leales
de Makkrumbbero ya saben que El Señor de los Sueños los está
ayudando para traer a Brensait de regreso y han comenzando mo-
tines y brutales ataques por todo el mundo.
—No sabemos cuántos humanos, no brujos han muerto y eso
no es lo peor —aclaró Ágata— los cazadores están amenazando
con romper la tregua, dicen que presionaran a los no brujos a cargo
para que el acuerdo quede nulo.
—Según ellos, nosotros fuimos los primeros en quebrantarla al
ser responsables de las muertes de esos humanos —continuó Marco.
Chris y Sebastianh se dirigieron una mirada de profundo
asombro, como si no fueran capaces de creer lo que estaban es-
cuchando. El fin de la tregua entre no brujos y brujos traería de
manera inmediata una brutal guerra que no acabaría hasta que un
bando dominara sobre el otro. Para los leales de Makkrumbbero
era un hecho que ellos vencerían y someterían a los no brujos y

211
Nathalie Alvarez Ricartes

también a los aliados de Brensait, transformando la realidad en un


terrible período de tiranía y crueldad.
—¡No, no puede ser! —exclamó Celeste con histeria— ¿Cómo
supieron sobre Alexander?
—No lo sabemos, alguien debió contarles.
—¡Pero eso es imposible! —exclamó Chris con enfado—
Alexander llegó aquí por medio de un ritual que solo él conoce, es
imperceptible.
—Pues eso nos confirma que el traidor, que supuestamente
tanto han buscado y nadie ha localizado, está mucho más cerca de
lo que jamás consideraron —advirtió Sebastianh.
—¿Estamos asumiendo que el traidor está dentro de esta casa?
—cuestionó Tiare impactada.
Sonaba terrible, pero ella tenía razón; la única forma de que el
resto se enterara de la presencia de Alexander en la casa, era por
medio de alguien que estuviera allí y eso provocaba escalofríos. El
traidor siempre había estado dentro del círculo más cercano de
Brensait, pero ¿cómo era posible que nunca, nadie notara nada?
¿Cómo podría haber hecho y deshecho todo a su antojo sin dejar
el más mínimo indicio para ser descubierto?
—Si eso es verdad, Makkrumbbero también sabe con exactitud
la ubicación de esta casa —El comentario de Celeste llegaba a em-
peorar el panorama, pero tenía razón, el brujo de cabellos blancos
siempre estuvo al tanto de donde estaba el nuevo hogar de la chica.
—Eso lo podemos manejar —declaró Chris— Krimatt nos
puede ayudar.
—Eso si no es él en traidor —Lanzó Juan como queriendo
agregar más sal a la herida. Todos se miraron desconcertados.
—Esperen, esperen —dijo Tiare tratando de calmar la situa-
ción— no podemos ponernos a desconfiar de todos o terminaremos
enfrentados y dando la ventaja por completo a nuestro enemigo.
El punto de Tiare era muy válido, pero ¿cómo no desconfiar,
si cualquiera podía ser el traidor? Nadie estaba descartado y desde
ahora, sería muy complicado vivir bajo el mismo techo con esta
nefasta sensación de incertidumbre.
—Sé el gran desconcierto que genera esto, pero para empeo-

212
Letargo

rar todo, debo pedirte Chris que vengas con nosotros —intervino
Marco— en una hora más habrá una reunión en la sede de los
híbridos, con algunas autoridades del mundo de la magia para de-
cidir los siguientes pasos a dar —relató— es posible que te pidan
ser uno de los mediadores en el encuentro que planean tener con
los humanos encargados de la tregua.
Chris no tendría problemas con nada de eso, al contrario, haría
todo lo que fuera necesario para impedir una guerra entre brujos
y no brujos. Tan solo lamentaba no poder estar presente en el mo-
mento, en que quizás, Brensait saliera del Hechizo de Sueño. Sí,
porque él estaba seguro de que Alexander lo lograría y más pronto
que tarde, la chica estaría de vuelta y con su ayuda, pondría un alto
a todo este caos.
Sin más tiempo que perder, el líder de los guerreros salió ha-
cia la sede de los híbridos en compañía de los dos enviados. Ya se
habían marchado cuando Cirox y los demás despertaron, era una
lástima que después de abrir los ojos, tuvieran que enterarse de tan
malas noticias.
—¡El traidor está dentro de esta casa! —exclamó Cirox casi sin
poder gobernarse. Su mirada se posó por cada uno de los presentes
tratando de advertir quién podría ser el responsable— no, eso no
puede ser.
—Créeme que estamos todos tan impactados como tú —ase-
guró Celeste.
El guerrero guardó silencio, no quería seguir hablando o po-
dría lamentarlo. Salió de la casa y caminó hacia la piscina natural,
se sentó en la orilla y miró hacia el cielo. Por un segundo quería
que su mente dejara de considerar todas las preocupaciones que lo
aquejaban.
—¿Estás bien? —Celeste apareció unos minutos después. Se
sentó a su lado.
—Eso intento.
—Escucha, entiendo cómo te sientes. Cuando Marco y Ágata
llegaron con más malas noticias, quería salir y golpear a quien se
me cruzara, pero he decidido calmarme porque si no lo hago, me
estaría convirtiendo en un nuevo problema y quiero evitar eso a

213
Nathalie Alvarez Ricartes

toda costa —continuó— en tu posición es todavía más complica-


do. Se nota cuánto la quieres y estoy segura de que darías lo que
fuera por ser tú quien esté en ese maldito Hechizo del Sueño, pero
no existe tal opción.
Cirox la miraba y escuchaba con atención, pero siendo honesto,
no tenía muchas ganas de hablar.
—No quiero ser molesta, solo vine a decir que estás en todo
tu derecho de sentir rabia, enojo y preocupación, pero no permitas
que esas sensaciones afecten la persona que eres, la gran persona
que eres —agregó la chica conmovida. El guerrero abrió un poco
más sus ojos sorprendido. No creía tener una relación tan estrecha
con ella como que para que tuviera una opinión tan formada y
positiva de él—. Saldremos de esto y de todo lo que se venga más
adelante —afirmó Celeste— de eso no hay duda —Luego se retiró
con calma caminando hacia la casa.
El guerrero la observó y pensó en llamarla y agradecerle, pero
no alcanzó hacerlo, Andrés y Nino estaban en la puerta haciendo
señas y hablando en voz alta, pidiendo que entraran enseguida. De
seguro habían despertado hace muy poco.
—¿Qué sucede ahora? —preguntó Celeste alarmada, mientras
Cirox se acercaba.
—¡Alexander tiene algo que decirnos! —gritó el chico.
Dos o tres minutos más tarde, estaban todos expectantes en
la sala esperando las novedades que El Señor de los Sueños tenía
para contarles.
—¿Y bien? —preguntó Nino ansiosa— ya estamos todos aquí,
podrías decirnos qué sucede.
—Simple —habló Alexander— me ha costado mucho más
trabajo del que pensaba, así que estoy casi seguro de que quien ayu-
dó a Makkrumbbero con este hechizo es alguien que me conoce,
es alguien que; o aprendió de mí o fue mi maestro —Un murmullo
de sorpresa generalizado se escuchó con claridad—. Pero eso lo ve-
remos después. Lo realmente importante ahora, es que he logrado
abrir el canal onírico —aseguró con una amplia sonrisa.
Todas las miradas atentas caían sobre él.
—En otras palabras, estoy listo para entrar en los sueños de
Brensait, para encontrarla y traerla de vuelta.

214
Capítulo 11
“Le Blanc.”

L a alegría se evidenciaba en el rostro de todos los presentes,


incluso en el de Sebastianh, quien no solía ser muy expresivo.
Alexander era muy reacio a que otras personas vieran cuando
estaba por hacer un ritual relacionado a los sueños por varios moti-
vos. Uno; porque siendo su especialidad, podría haber ciertas cosas
que los demás no comprendieran y le resultaba nefasto estar expli-
cando cosas que para él eran evidentes. Dos; porque era lógico que
existieran ciertos secretos que prefería mantener resguardados y tres;
porque cuando el traspaso de su ser al del receptor podía ser un tanto
violento y ocasionar temblores o en el peor de los casos, convulsio-
nes del cuerpo físico y no deseaba que los cercanos de Brensait lo
tomaran de mala forma. Después de todo, estaba interviniendo ci-
clos biológicos muy complejos que, de una u otra manera tenían que
reaccionar. Pero como este era un caso especial, sabía que no podría
librarse de ellos con facilidad, así que decidió que dejaría entrar a
solo tres personas y que ellos decidirían quiénes serían.
—¿Y bien, ya decidieron? —preguntó después de regresar de la
habitación de la chica, cerca de quince minutos desde que les había
informado su exigencia.

215
Nathalie Alvarez Ricartes

—No hay sido sencillo, pero creemos que lo más indicado es


que sean Tiare, Krimatt y Cirox los que estén ahí —dijo Juan con
conformidad.
Sebastianh e Isaak no parecían tan conformes con la decisión,
pero prefirieron no objetar, eso solo retrasaría todo.
—Perfecto, entonces vengan conmigo, comenzaremos de in-
mediato.
—Espera —interrumpió Celeste— no nos has dicho muchos
detalles que digamos, ¿cómo sabremos si las cosas están saliendo
bien?
—Querida, por desgracia, eso no lo sabrán hasta que esté de
vuelta; si vengo con ella será suficiente para entender que tuve éxi-
to, de lo contrario… —Se detuvo. No hacía falta continuar.
—En fin, lo entendemos —afirmó Celeste.
Hasta ese momento nadie había dimensionado lo complejo de
ese resultado, ya que jamás se habían puesto en la circunstancia de
que Alexander no la pudiera traer de regreso, ¿y si no lo hacía, que
opción les quedaba? Por ahora ninguna, solo confiar en que esto
saldría bien.
Sin dejar escapar más tiempo, los escogidos siguieron a
Alexander hasta la habitación de Brensait. Eran casi de las diez de
la mañana y se sentía un leve toque frío en el ambiente, aún con la
calefacción mágica y automática que había en toda la casa. Los que
no estaban invitados a participar de cerca, se quedaron impacien-
tes en la sala, esperando por alentadoras novedades, que deseaban,
llegaran pronto.
—Muy bien, estas son las indicaciones para ustedes —decla-
ró— cuando estuve trabajando en la creación del canal onírico,
inyecté a Brensait y a mí mismo, una pequeña cantidad de la fór-
mula que preparé con el cobre fundido y los demás ingredientes.
Cuando logré establecer el vínculo entre sus sueños, estando en
contacto directo con su energía, pude estar seguro de que estaba
preparado para el siguiente paso —explicó.
—¿Cuál es el siguiente paso? —preguntó Cirox.
—No me interrumpas, les explicaré todo si me dejan —res-
pondió con hostilidad, a lo que Cirox le reaccionó con una mirada

216
Letargo

llena de ira— ahora que ya sé que puedo encontrarla debo inyectar


el resto de la formula; la mitad en ella y la mitad en mí, para lo que
les pediré su ayuda. Yo administraré la que corresponde a Brensait
y uno de ustedes la mía. Por favor que no sea Cirox —pidió au-
mentando el enfado de este.
—No tengo ninguna intención de hacerlo —afirmó el guerrero.
—Yo lo haré —Se ofreció Tiare.
—Perfecto —celebró el Señor de los Sueños— una vez que
ambos tengamos el contenido en nuestro sistema, me dormiré y
pasarán algunos minutos previos en los que no notarán nada, en
ninguno de los dos, pero luego, los más probable es que los cuerpos
de ambos comiencen a temblar, incluso a convulsionar. Es algo
normal del procedimiento, por favor no se asusten ni hagan nada
que pueda interrumpir el curso normal de las cosas —advirtió
mientras cargaba las jeringas con el extraño líquido de color café
anaranjado— cuando entre en sus sueños, será mi cuerpo el que
más tiemble y se mueva, pero también es natural, durará cerca de
tres minutos y escuchen esto con atención: la clave que les dirá
cuándo ya esté dentro de sus sueños, desde el punto donde ella
partió, será el color de mi barba, el que dejará de ser tan brillante y
rojo como ahora, para pasar a ser un poco más opaco y anaranjado
—Krimatt y los demás lo miraron con incredulidad—. ¿Está todo
claro?
—Si, pero es cierto, ¿realmente veremos ese cambio en tu barba?
—Por supuesto, lo he creado de esa manera para que ustedes
estén más tranquilos —Y fue ahí cuando comprendieron que real-
mente estaban frente aún mago muy poderoso y hábil, más de lo
que habían escuchado—. Otra cosa, que no recuerdo si ya les dije,
es que mi viaje comenzará desde el punto de partida de Brensait y
tendré que recorrer su rastro lo más rápido posible para traerla de
vuelta antes de que sea demasiado tarde.
—Si, entendemos —confirmó Cirox— debes traerla antes de
que el ritual la convierta en una estatua de hielo.
—Y antes de que llegue al punto de no retorno dimensional
—sentenció— en cualquiera de los dos casos, sería imposible re-
gresar con Brensait.

217
Nathalie Alvarez Ricartes

—Claro, el guardián del tiempo lo impediría —recordó


Krimatt.
—Teniendo todo en nuestra contra y aunque no seas de mi
total agrado, confío en que podrás hacerlo —dijo Cirox con since-
ridad y convicción.
—Tampoco es que me encantes —proclamó Alexander—
pero créeme que haré todo, dejaré hasta mi último aliento en
esos sueños para traerla de vuelta y demostrarle a ese maldito de
Makkrumbbero y sus seguidores que no le será tan fácil imponerse
ante sus rivales.
Sí, había dudas y secretos rondando a Alexander, nadie podía
negarlo, pero por ahora, estaba de su lado y era la real y única
opción que tenían para sacar a Brensait de ese lío, así que sin más
rodeos; puso la inyección en el brazo derecho de la joven y ensegui-
da Tiare lo hizo en el de él. Se tendió al lado de chica y, tras unos
minutos se durmió profundamente.
—Y bueno, ya comenzó —mencionó Krimatt cuando el cuer-
po de ambos durmientes comenzó a moverse, tal como les había
advertido Alexander.
Se tambaleaban, a ratos con violencia, pero la mayor parte del
tiempo, eran solo temblores leves. Cirox temía que, en el estado en
que se encontraba el cuerpo de Brensait, fuera más sencillo que su-
friera otro tipo de daño. Rogaba con todas sus fuerzas, estar equi-
vocado.
Afuera Juan y los demás trataban de dejar pasar el tiempo, sin
pensar tanto en lo que estaba sucediendo en aquella habitación,
pero los segundos parecían avanzar más lento que en otras opor-
tunidades.
Krimatt era el único de los presentes, que había estado cuando
Alexander unió su cuerpo físico con su subconsciente y notaba que
era bastante diferente. Nunca vio ese proceso donde parecía que un
cuerpo absorbía al otro.
Debieron pasar cinco minutos cuando el cuerpo de Brensait
dejó de moverse y el de Alexander comenzó hacerlo con más fuer-
za por, al menos, tres más. Hasta que al fin cesó y los cabellos de su
barba adquirieron las características que el joven había predicho.

218
Letargo

—¡Lo logró! —exclamó Tiare con una gran sonrisa.


—Está dentro de sus sueños —agregó Cirox como tratando de
asimilarlo—. Pudo hacerlo.
—Ahora solo falta que la traiga consigo —habló Krimatt con
la esperanza intacta.

El paisaje seguía siendo blanco a su alrededor, pero cuando es-


taba por dar el siguiente paso hacia el norte, ayudada nuevamente
por la brújula que Cirox le había dado, sintió como si una descarga
de poderosa energía la golpeara justo en medio de la frente, donde
se ubicaba la glándula pineal. La cabeza de la daba vueltas.
Brensait se sentó para esperar que el efecto se fuera, pero seguía
sintiendo como si una energía permanente ahora fuera parte de
ella. No tenía explicación para esa sensación.
Estaba anonadada por aquel episodio, cuando notó que unos
metros más allá nevaba, sin embargo, donde estaba ella no, lo que
la sorprendió. Caminó hasta donde caía el agua congelada y real-
mente estaba nevando. Avanzó y avanzó, quizás medio kilómetro,
hasta que de un instante a otro, se encontró con un espléndido
paisaje ante sus ojos; un gran castillo, completamente blanco, ex-
tremadamente elegante e imponente estaba frente a ella. Bajo el
castillo, situado en una alta colina, se situaba un pequeño, pero
elaborado pueblo con casas de una planta, en tonos blancos y café,
rodeado por un muro de al menos, tres metros de altura. En la en-
trada, una cerca con grandes y gruesas rejas abiertas hasta el tope
daban la bienvenida, bajo un letrero que decía:

“Usted ha llegado a Le Blanc.”

—¿Le Blanc? —Se preguntó la chica tratando de buscar en su


memoria si alguna vez había escuchado ese nombre. Comprobó
que no, no tenía recuerdos de él.
Dudó si entrar o seguir su camino hacia otro sector. Estaba
analizando sus posibilidades cuando vio que alguien se acercaba a
la entrada, desde afuera. Un chico de tez morena, casi de su porte

219
Nathalie Alvarez Ricartes

y de unos quince años, vestido de blanco, excepto por un pañue-


lo que rodeaba su cuello, llegaba cargando un canasto de mimbre
cerrado.
—¡Bienvenida! —exclamó con cordialidad— puedes pasar sin
problema ¡Adelante, por favor! —dijo indicando el camino hacia el
pueblo— mi nombre es Sabadh.
—Hola Sabadh, muchas gracias por tu amabilidad —contestó
la chica a gusto— ¿Podrías decirme dónde estamos?
—Bueno, el letrero ya te da una idea, pero si buscas más deta-
lles, te diré que estamos en la novena dimensión mágica —agregó.
En realidad esta información no le decía mucho porque no tenía ni
idea qué era la novena dimensión, pero al fin y al cabo, le daba un
poco lo mismo. La incertidumbre había sigo su mejor aliado desde
que había comenzado su recorrido—, pero vamos, no te quedes ahí
parada. Pronto será hora de comer.
—¿Estás seguro de que no habrá ningún problema?
—Por supuesto que no. Nos alegra mucho cuando llegan nue-
vos rostros.
—Si insistes —afirmó Brensait— hey, ¿necesitas ayuda con ese
canasto? —preguntó cuando comenzaban a tomar el camino que
conducía al centro del pueblo.
—No, tranquila. Estoy bien, de hecho está vacío. Salgo cada
día a repartir pan y frutas a las personas que viven en las afueras de
nuestro pueblo —confesó sorprendiendo a la chica, quien le dedicó
una mirada de admiración.
—¿Por qué viven ahí?
—Es…Es complicado —aclaró— no han sido brujos muy
buenos y como castigo fueron desterrados, pero no podemos de-
jarlos morir de hambre, solo tienen prohibido el ingreso al pueblo.
—Comprendo —dijo pensando en que debía ser un pueblo
con personas muy particulares, si seguían preocupando del bienes-
tar de los expulsados por considerarse peligrosos —que gran labor
haces —agregó.
—Somos varios voluntarios, nos turnamos por jornadas.
—Ya veo.
Caminaron algunos minutos y llegaron hasta una pequeña

220
Letargo

plaza, con una pileta con forma de sirena que lanzaba agua por la
boca. Brensait no pudo evitar mirarla con detención.
—Ella es Lelhia —Sabadh había notado el interés de su acom-
pañante —Es nuestra primera reina de la vida y la belleza.
—¿Reina de la vida y la belleza?
—Ya te irás enterando de los detalles. Te llevaré con Lady
Bicka para que sepa que tenemos una visita.
—¿Quién es ella?
—La actual reina de la Vida y la Belleza de Le Blanc.
Brensait sentía que con cada explicación tenía más dudas, ¿aca-
so tenían como costumbre realizar concursos de belleza? ¿Qué cla-
se de pueblo era este?
Atravesaron la plaza, que además contaba con varios bancos
de madera, con finos detalles tallados de manzanas, aves y flores,
en color blanco brillante. Todo era tan pulcro y bien cuidado que
no podía dejar de maravillar. Árboles, arbustos y un sinfín de áreas
verdes demostraban lo mucho que les interesaba la naturaleza.
—Lady Bicka vive en el castillo junto a las personas que la
ayudan a gobernar nuestro pueblo —contaba el chico mientras ca-
minaban—. —Espero que esté disponible para atenderte pronto,
porque suele estar bastante ocupada en el taller de preparaciones.
—¿Preparaciones mágicas?
—Sí, claro, ¿de qué otro tipo serían? —preguntó como si la
respuesta fuera más que obvia.
—Tienes razón, ha sido una pregunta un poco tonta —reco-
noció la chica.
Sabadh se limitó a reír.
Continuaron el trayecto, hasta que llegaron al gran puente
que servía como entrada a los territorios del castillo. Desde ese
lugar, la magnificencia de la fortaleza se podía apreciar mucho más.
Nuevamente se contemplaba lo bien cuidado que estaba el aseo
de cada rincón y lo impecable que era la pintura y mantención en
general de la propiedad.
Era la primera vez que Brensait veía tan de cerca un castillo
tal como lo mostraban las películas de príncipes y princesas. Ni
siquiera en su antigua vida recordaba haber visto algo así.

221
Nathalie Alvarez Ricartes

La guardia real les dio la bienvenida sin ningún problema para


hacer ingreso al inmueble y una vez dentro, el asombro de la chica
ascendió sin freno. La decoración era completamente blanca y ne-
gra, a juego preciso. Con algunos toques en ciertos accesorios, en
degradación de tonos rosas tenues, muy refinado.
—¡Vaya! —exclamó la chica girando su vista hacia todos la-
dos, como una panorámica. La entrada principal tenía una amplia
portería, justo en medio de ella una pequeña garita de mármol al-
bergaba a dos guardias perfectamente presentados. Brensait quedó
encantada con las boinas de terciopelo color blanco invierno, con
pequeños detalles rojos, que llevaban los dos jóvenes —Nunca an-
tes vi algo tan elegante y detallista.
—Todo es así en este pueblo —acotó Sabadh— Le Blanc tiene
un código de presentación muy exigente. En el mundo de la magia
nos conocen por eso y por nuestras preparaciones.
Brensait seguía intrigada por esas “preparaciones”, quería saber
ahora de qué tipo eran, porque con todo lo que, ya había visto, de
seguro se sorprendería al conocerlas.
—Me quedaría a vivir en este lugar —afirmó.
—Si lo deseas, puedes hacerlo. Nadie te lo impedirá —agregó
el joven de piel morena con total ligereza.
—¿Estás hablando en serio?
—Sí, lo hago. Mientras no faltes a ninguna de las reglas que
nos guían, puedes permanecer aquí todo el tiempo que desees.
Brensait lo miraba con atención. No era una mala idea, pero
en ningún caso podría hacerlo. Quizás en un futuro, en otra vida,
pensó.
El guardia en la portería a cargo de autorizar el ingreso, les
indicó que podrían pasar en cinco minutos más, ya que estaban en
proceso rápido de limpieza, el que pronto concluiría.
—El pueblo entero es muy elegante, agradable para la vista
—dijo Brensait posando su mirada en los grandes ventanales que
había en la parte más alta de las paredes. Justo detrás de la portería
existían dos escaleras de tipo compensada, sin descanso, anchas,
que se enfrentaban como dos semicírculos. Arriba conectaban con
dos pasillos distintos que daban a diferentes habitaciones y salones.

222
Letargo

—Le Blanc tiene una tradición muy antigua —explicó el chi-


co— lo que ves ahora es consecuencia del trabajo y disciplina, que
por años, han mantenido los líderes de este pueblo.
—Las personas escogen a esos líderes o el puesto se hereda —El
chico miró hacia el techo, como buscando entre sus recuerdos.
—Según lo que sé, lo que los mayores me han contado, en la
antigüedad, eran heredados, pero hace más de trescientos años, se
llegó a la conclusión de que era mucho mejor escogerlos —Se de-
tuvo para bostezar— lo siento, estoy un poco cansado.
—Descuida, no debes disculparte, se ve que has tenido trabajo
el día de hoy —dijo la chica recordando lo de alimentar a los ex-
pulsados.
—Si, pero bueno, seguiré contándote —Acomodó sus hom-
bros como para deshacerse del sueño—. Para escoger al nuevo
rey o reina, se postulan varios candidatos, que deben cumplir con
los requisitos estipulados por el Comité de Organización y Buen
Vivir. Que en simples palabras, son un grupo de personas, que es-
tán a cargo de llevar a cabo este proceso y además, participar en la
política de Le Blanc.
—Ya veo.
—Revisan todos los postulantes que cumplen con las exigencias
y cuando lo tienen resuelto se inicia una campaña de postulación.
Los seleccionados deben pasar algunas pruebas, nada tan terrible, es
más para probar su capacidad de dirigir un pueblo en las buenas y en
las malas —continuó con entusiasmo— finalmente, es el pueblo en-
tero quien decide quién es su mejor candidato. Se hacen votaciones,
por lo general un día viernes, establecido con anterioridad.
—¿Todos votan? ¿Incluso los niños?
—La edad mínima para votar es trece años.
—Me parece muy bien, es un sistema organizado y justo.
—Sí, ha resultado muy óptimo, al menos es lo que yo pienso.
Estaban conversando de lo mejor, cuando uno de los guardias
se acercó para anunciarles que Lady Bicka los estaba esperando.
Subieron por la escalera del lado izquierdo, caminaron hasta el fi-
nal del largo pasillo, donde se escondía una nueva, pero más estre-
cha escalera, que conducía hasta una de las torres del castillo.

223
Nathalie Alvarez Ricartes

—El salón principal de la reina está en la torre más alta del


castillo —clarificó— serán varios los peldaños que tendremos que
subir —advirtió.
—Uno más, uno menos ¡Qué más da! —exclamó la chica.
Después de numerosos escalones, tal como Sabadh avisó, en-
contraron una puerta, que a los ojos de Brensait parecía bastante
pequeña para ser la entrada a un gran salón real.
Pero se llevó una gran sorpresa, ya que detrás de la, según ella,
diminuta puerta, descubrió un enorme salón con los dos tronos
reales en el otro extremo, contra la pared. Además el lugar estaba
decorado con pinturas; retratos de los anteriores líderes, hombres y
mujeres. Las paredes eran de un cuidado tono blanco invierno y los
muebles, escogidos con especialidad interés en mantener la armo-
nía de todo lo demás, generaban un ambiente sutil, fino y cálido.
—Bienvenidos —dijo la reina. Una chica de unos veinte años,
trigueña, de pelo lacio, negro y muy largo. Con labios carnosos y
bien definidos, lucían un llamativo pigmento vino. Sus ojos, tam-
bién negros y con forma almendrada, estaban muy bien maquilla-
dos, en colores dorados y café. Llevaba un largo y sencillo vestido
blanco, estilo toga romana, apegada al cuerpo, que destacaba su
silueta, particularmente sus anchas caderas. Para Brensait parecía
mucho más sencilla de lo que había esperado, aunque se detuvo a
observar el trabajado maquillaje que lucía.
—Muchas gracias Lady Bicka, espero no estar causando algu-
na molesta interrupción —acotó Sabadh.
—Claro que no jovencito —afirmó ella con una amable sonri-
sa— ¿Quién es tu acompañante?
Brensait no sabía si esperar a que el chico la presentara o hablar
por sí misma. Se decidió por lo último.
—Con todo respeto —intervino— mi nombre es Brensait De
Lacreyx —De pronto, le extrañó a ella misma haber mencionado
su apellido. Ya no recordaba cuándo había sido la última vez que
lo hizo.
Lady Bicka la miró con incredulidad.
—¿Realmente eres la bruja de la reencarnación? —La miraba
de arriba abajo sin discreción.

224
Letargo

—¿Quieres alguna prueba? —preguntó con poca paciencia.


—Disculpa, no quise ofenderte —reparó al notar la molestia
en su voz— es solo que no pensé verte alguna vez en Le Blanc.
Además, me pareces más joven de lo que esperaba.
—Tengo diecisiete años, misma edad que alcancé en mi vida
anterior, no creo que deba verme más mayor de lo que ya parezco
—sentenció con seguridad.
—Sí, tienes razón —reconoció la chica, quien tenía un coqueto
lunar casi al final de la mejilla izquierda— debes perdonarme, es-
toy un poco impactada con tu visita.
Hizo un gesto a uno de los tres guardias, que más parecían es-
tatuas, parados muy pegados a una pared derecha. Le pidió al hom-
bre que acercara dos de los sillones del fondo para que Brensait y
Sabadh tomaran asiento.
—Lo entiendo. Ni siquiera tiene claridad para mí —advirtió.
—¿De qué hablas?
—Antes de responder, me gustaría saber cómo debo referirme
a ti, ¿puedo tutearte o eso está fuera del protocolo? —preguntó con
real ignorancia. No quería parecer mal educada o fuera de lugar.
—Jajaja —La reina no pudo evitar reír con entusiasmo—. Lo
lamento, pero ha sonado muy gracioso. De hecho existe un proto-
colo que seguir, que siendo honesta odio, solo lo aplico porque así
son las reglas, pero supongo que, tratándose de la bruja que reen-
carnó, puedo hacer una excepción.
—Perfecto. Me molesta un poco eso de andar tratando de us-
ted a personas tan jóvenes, no se me da muy natural.
—Si te soy más sincera, diría que eso debería estar prohibi-
do—afirmó— es extraño como la palabra “usted” adhiere automá-
ticamente varios años a la persona referida.
—¡Cierto! —exclamó Brensait con júbilo. Le estaba agradando
bastante esta reina, aún cuando su primer intercambio de palabras,
no había sido el mejor.
Solucionado el tema del trato hacia la reina, Brensait le explicó
su situación y los pocos detalles que sabía sobre el hechizo del sueño.
—Es una lástima que no sepamos mucho sobre ese tipo de
magia. No se me ocurre cómo poder ayudarte.

225
Nathalie Alvarez Ricartes

—No hay problema. Llegué aquí de la misma forma que a los


otros lugares, solo por casualidad.
Brensait también le había comentado sobre la extraña persecu-
ción del Señor del Tiempo.
—Eso sí es una sorpresa para mí —expresó— El Señor del
Tiempo es un gran guardián y también una persona muy buena.
No puedo creer que esté actuando de esta manera.
—Supongo que cada uno está defendiendo el rol que le tocó en
esta vida —habló la chica recordando su último encuentro.
—Te puedo asegurar que siempre tiene muy buenas razones para
todo lo que hace —sentenció— quizás es solo un mal entendido.
—Espero que sea eso —dijo Brensait levantando una de sus
cejas, sin querer seguir con el tema. Sabadh escuchaba con aten-
ción, sin intención alguna de interrumpirlas.
—Dejemos eso a un lado —propuso Lady Bicka como leyendo
sus pensamientos— debes tener hambre y estar cansada. Puedes
quedarte aquí unos días y recargar energías.
—Es un ofrecimiento muy tentador y, sin duda, amable, pero
no quiero que el Señor del Tiempo aparezca por aquí buscándome.
No quiero ser un problema para ustedes.
—¡Ay no tienes de qué preocuparte! —exclamó— esta dimen-
sión está muy olvidada y oculta, es difícil detectar la presencia de
alguien específico desde afuera, así que tendrás tiempo suficiente
para relajarte unos días.
Era cierto, estaba cansada, se sentía sucia y muy hambrienta.
Lógicamente aceptaría la oferta de la reina, pero trataría de que
no fuera mucho tiempo. Sentiría cargo de consciencia si ella estaba
ahí, relajada y bien atendida, mientras no sabía nada sobre la actual
situación de sus amigos. Makkrumbbero podría estar destruyéndo-
lo todo y ella ni enterada.
—Está bien. Si es seguro, aceptaré encantada tu propuesta
—confirmó con agrado— realmente lo necesito.
—¡Espléndido! Serás mi invitada —Lady Bicka lucía muy feliz
con la decisión de Brensait. Al parecer, tampoco recibían muchas
visitas.
—Muchas gracias, será un gusto.

226
Letargo

Con todo lo que estaba sucediendo, Brensait no había teni-


do tiempo de pensar con calma, cómo era que todas las personas
con las que se había topado estaban de su lado. Siempre supo que
Makkrumbbero tenía muchos aliados y le extrañaba considerable-
mente, no haberse encontrado, con al menos, uno de ellos en su viaje,
el que finalmente, era responsabilidad de su principal enemigo.
Por otro lado, claro, estaba El Señor del Tiempo. Aquel mis-
terioso ser, que tenía puesto en su mente acabar con ella. Quizás
el verdadero fin de haberla atacado con el Hechizo del Sueño era
ese, que este guardián acabara con ella, después de todo, sería fácil,
silencioso y Makkrumbbero no tendría mucho trabajo que hacer.
—Bueno, entonces buscaremos una habitación cómoda para ti,
así podrás ducharte, cambiarte de ropa y más tarde comer —pro-
puso Lady Bicka.
—¿Me hospedaré en el castillo? —preguntó Brensait sorpren-
dida.
—¡Por supuesto! Eres mi invitada —aclaró la chica del perfec-
to cabello largo y negro.
—Creo que es hora de que me vaya —anunció Sabadh.
—Muchas gracias por todo —dijo Brensait.
—Espera, me gustaría que nos acompañes en la cena —Lady
Bicka era entusiasta y alegre—. Puedes ir a tu casa, avisar a tus
padres y regresar más tarde.
—¿Yo, invitado a cenar aquí? —El chico estaban tan impresio-
nado con la invitación, que sus ojos emitían un brillo especial.
—Es lo mínimo que puedo hacer, fuiste muy educado con
nuestra invitada —agregó la reina.
—Sí, ella tiene razón, por favor, acepta su invitación —pidió
Brensait con una sonrisa.
—No podría negarme, si ambas me lo piden con tanta gentile-
za —admitió el chico— será un gusto cenar aquí, pero iré a casa y
volveré cuando ustedes me digan.
—Perfecto, nos veremos en unas horas entonces —confirmó la
reina con satisfacción.
Sabadh se retiró, prometiendo regresar cerca de las siete de
la tarde. Enseguida, Lady Bicka condujo a la invitada hasta su

227
Nathalie Alvarez Ricartes

habitación. El lugar era un poco más pequeño que el dormitorio


de Brensait, con paredes blancas, una cinta de tapiz central en color
rosa pálido, una cama doble, bastante alta, con un cobertor bien
acolchado, varias almohadas y un chal artesanal que se extendía a
los pies del lecho.
Al lado de la cama, una mesa de noche, con una pequeña lám-
para, todo a juego en colores y diseño. Frente a esto, un ropero de
fabricación antigua en madera gruesa y barnizado. A su lado una
misteriosa puerta. En la pared del lado derecho una ventana de
tamaño mediano daba paso a una anaranjada luz de media tarde.
Varias plantas de pequeño tamaño acompañaban la decoración del
lugar, algunas completamente verdes, otras con diminutas flores de
diferentes colores.
—Siento no poder ofrecer una de las mejores habitaciones del
castillo, pero estamos en período de capacitaciones y tenemos bas-
tante gente quedándose aquí.
—Pero qué dices, esta habitación es perfecta, muy linda y a
acogedora —se apresuró a decir Brensait— disculpa, pero ¿a qué
te refieres cuando hablas de capacitaciones?
—Es cierto, no he comentado sobre eso, pero tranquila, en la
cena te contaré —Se comprometió caminando hacia la puerta—.
Ahora es mejor que te prepares. La puerta que está al lado del
ropero es la del baño, tiene todo que puedas necesitar y dentro del
mismo ropero, encontrarás ropa limpia, de varios estilos, para que
escojas la que más te agrade.
Brensait la miró con una amplia sonrisa. Estaba maravillada.
—Otra vez muchas gracias.
—No hay de qué. Te espero en la cena, se sirve con puntualidad
a las siete con quince, en el salón medio. Dejaré instrucciones para
que alguien venga a buscarte un poco antes y te guíe hasta allá.
—Está bien. Estaré lista a la hora indicada.
—Todavía hay mucho tiempo, así que mientras te preparas, le
diré a alguien que traiga algunos bocadillos para pasar el hambre
—agregó como adivinando que se moría de hambre.
—¡Excelente! —exclamó sin que hiciera falta decir nada más.
Lady Bicka se despidió con una dulce sonrisa y salió de la

228
Letargo

habitación. Brensait, siempre desconfiada se apuró a ponerle


seguro y luego se dirigió al baño para disfrutar de un momento de
higiene y relajo.

Alexander había entrado en los sueños de Brensait y estaba en


el desierto donde ella había comenzado el viaje. Por todo lo que
había logrado averiguar sobre el ritual, el canal de conducción era
el agua, así que tenía claro que cualquier portar para avanzar de
dimensión tendría relación con ella.
El sol era casi insoportable para el Señor de los Sueños, espe-
cialmente porque en sus pesadillas, donde vivía, existía solo detrás
de las eternas nubes, donde la filtración de sus rayos era mínima.
Ahora tendría que adaptarse y continuar sin perder mucho tiempo.
En la ciudad, el primer paso exitoso de Alexander había ge-
nerado mucha alegría. Las esperanzas se rearmaban otra vez. El
líder de los guerreros había traído noticias sobre la tregua; no eran
tan buenas, ni tan malas. Todavía se mantenía, pero habría que
organizar reuniones seguidas y de urgencia con los híbridos y los
representantes no brujos, ellos tenían que saber que no todos los
hechiceros andaban por el mundo asesinando a los de su lado.
Habían pasado algunos días y estaban desayunando en el co-
medor.
—Nos vamos al colegio —dijo Nino a los demás levantándose
de su asiento, con un evidente cansancio. Andrés la imitó.
—No es necesario que vayan, han tenido días duros, quizás
deberían descansar un poco más —sugirió Chris.
—No, podemos. Tenemos evaluaciones que rendir y si nos
quedamos solo nos atrasaremos —aseguró Andrés.
—Bueno, si así lo prefieren, vayan —contestó Chris— que ten-
gan buen día.
Salieron con el peso de sus cuerpos cansados, pero con áni-
mo suficiente para enfrentar el día. Había novedades muy buenas
por las que seguir adelante. En secreto, Nino estaba segura de que
Alexander lo conseguiría y traería de regreso a su prima.
Por la tarde, el horario de Andrés era más corto que el de Nino,

229
Nathalie Alvarez Ricartes

así que regresó antes a casa. Le venía muy bien dormir una hora,
antes de retomar el estudio para sus próximos exámenes, cayó ale-
targado en pocos minutos.
Nino había terminado el taller de aquella jornada, no eran las
seis de la tarde todavía, pero ya comenzaba a bajar la luz natural.
Pasaría a comprar unas masas dulces que amaba comer toman-
do café. Caminaba con calma, hasta que algo la incomodó. Juan
Carlos además de haberlos preparado en enfrentamientos físicos y
algunos conceptos básicos de magia, siempre les recalcaba lo im-
portante que era observar y oír bien, con cuidado y atención. Así
que no le fue tan complicado percibir que alguien la seguía.
Estaba cerca de un pequeño callejón al que avanzó con prisa.
Se escondió en la portería de un edificio de pocos pisos que había
por allí y esperó, deseando con todas sus fuerzas que no fueran
Makkrumbbero o Isabel quienes iban tras ella. Miró con cuidado,
cuando vio aparecer a su perseguidor y respiró aliviada al ver no se
trataba de ninguno de sus sospechosos. Lo encaró confiada.
—¿Por qué me sigues?
—Nino, lo siento, no era mi intención parecer un acosador pe-
ligroso.
—Eso es exactamente lo que pensé —respondió con hostili-
dad— ¿Qué pretendes Maximiliano? —El líder de los cazadores
estaba frente a sus ojos.
—Protegerte, solo pretendo protegerte.
—¿Protegerme? ¿De qué estás hablando? Yo no necesito ser
protegida de nadie, ni por nadie —espetó ofuscada.
—Debes entender que estar con brujos no es bueno, menos si
no eres uno de ellos —lanzó con impaciencia— tarde o temprano
terminarás recibiendo los daños colaterales y te aseguro que no
vendrán a salvarte.
—¿Quién te crees para venir y decir todo esto? Nos hemos
visto dos o tres veces —encaró más molesta que antes, con el calor
subiendo por sus mejillas— ¡Crees saber, pero la verdad es que no
tienes idea! —exclamó dispuesta a marcharse.
—No lo hago para molestar —confesó sujetando su mano—.
Escucha, eres una chica atractiva, agradable, lista y muy capaz —agre-

230
Letargo

gó— me perturba que estés poniendo en riesgo tu vida con ellos, por-
que al final, quieras o no asumirlo, lo importante de esta historia es tu
prima, que para este punto, ya ni siquiera lo es.
Las palabras de Maximiliano calaron hondo en Nino, pero no
como él esperaba.
—Si hay algo que te perturba, entonces ve y pide hora con un
especialista en psiquiatría, yo no puedo hacer nada por ti —afirmó
dando un tirón para zafarse y marcharse por fin. El líder de los ca-
zadores no hizo esfuerzo alguno por detenerla, pero no significaba
que se rendiría. Estaba decidido a rescatar a Nino de las garras de
sus mayores enemigos: los brujos.

Brensait había tenido tiempo para un baño de media hora, se


había cambiado y dormido durante sesenta minutos. Estaba lista
para acudir a la cena cuando escuchó el golpe en la puerta. Tal
como Lady Bicka lo había dicho, alguien venía por ella.
Con su recorrido por otros sectores del castillo, pudo compro-
bar que las plantas eran parte de la decoración habitual. Estaban
por todas partes, en diferentes portes, especies y colores. Le parecía
un detalle muy bonito y útil, era lógico que en este pueblo, el medio
ambiente era algo que consideraban muy importante y respetable.
El salón medio, era el segundo en tamaño. El más grande esta-
ba destinado a los bailes y celebraciones masivas, en cambio, en el
medio, se realizaban todas las comidas diarias y algunas reuniones
de menos convocatoria. En el centro se hallaba una larga mesa de
mármol blanco con finos detalles de flores talladas en las puntas y
patas, donde, además poseía agregados en color negro que lo con-
vertían en un comedor elegante y recatado. Las sillas eran a juego,
con un acolchado en la zona del asiento. Brensait quedó maravilla-
da y pensó que necesitaba algo así en su casa.
La mesa estaba servida, con mucha comida, entre las que
Brensait pudo distinguir pescado, carne, verduras y algunas otras
preparaciones que no reconoció. Había tres jarrones alargados de
plata en medio de la mesa, separados por una distancia media entre
ellos, de seguro contenían bebidas con y sin alcohol, como se acos-
tumbraba en los reinos.

231
Nathalie Alvarez Ricartes

Sabadh ya estaba instalado en su asiento, el segundo del lado


derecho desde el puesto central, donde estaba la reina. Invitó a
Brensait a acercarse para que se sentara en el puesto vacío que que-
daba entre ella y el chico. No había nadie más en el salón.
—Creí que había mucha gente quedándose aquí —mencio-
nó Brensait llena de curiosidad— estaba preparada para cenar con
más personas.
—Tranquila, ellos cenarán más tarde. Siguen ocupados en lo
que vinieron a aprender —relató la reina mientras hacía un gesto
para que los sirvientes llenaran sus copas.
—Con razón —agregó Brensait— por cierto, ¡Hola de nuevo
Sabadh! —exclamó dedicando una sonrisa al chico.
—Hola, me alegra estar aquí. Mis padres estaban muy contentos
y me han pedido que envíe sus mejores deseos en todo —Brensait lo
miró sin saber qué responder.
—Por favor, dile a ellos que muchas gracias.
—Lo haré —afirmó el chico con alegría.
Lady Bicka los invitó a comer. El menú era variado porque no
tenían certeza de cuáles eran sus preferencias. Brensait optó por un
trozo de pescado horneado y un puré de verduras. Prefirió saltarse
la sopa y dejó espacio para el postre; un delicioso mus de cacao,
cultivado ahí en el mismo Le Blanc, decorado con hojas de menta
y coco rallado.
Sigo con duda con respecto a las preparaciones que mencio-
naste antes —dijo Brensait, por fin, sin poder aguantar más tiempo
la curiosidad.
—¡Oh claro! Prometí contarte sobre eso —reconoció Lady
Bicka después de dar un sorbo a su copa de vino— Le Blanc posee
ciertos productos que no se encuentran en ninguna otra parte del
universo. No, no exagero, están solo aquí —aseguró— y precisa-
mente esos productos son los necesarios para preparar pociones,
rituales y brebajes extraordinarios. Todos directamente relaciona-
dos con la vida.
Brensait la miró con incredulidad.
—¿Con la vida?
—Siendo más exacta, se relacionan con la vida y la belleza

232
Letargo

—explicó— pero no me refiero a la belleza como tú la podrías


estar imaginando ahora. Va mucho más allá de la apariencia, estoy
hablando del alma.
Sabadh y Brensait se miraron como demostrando el gran inte-
rés que tenían por saber más detalles. Aunque claro, el habitante de
Le Blanc debía saber varios de ellos.
—Nuestra magia se especializa en generar y reparar la vida.
Podemos hacer tónicos y elixires que curen enfermedades graves,
reparen heridas del alma, especialmente las causadas por experien-
cias dolorosas y traumáticas —relató— y en el lado más superficial
de nuestras habilidades, están los cometidos como: borrar cicatri-
ces físicas muy visibles, hermosear a quien no se sienta conforme
con su aspecto y así, un sinfín de cosas relacionadas.
—No sabía que existiera este tipo de magia —confesó Brensait
conmovida— quizás me habría ayudado cuando Hortus fue ase-
sinado —Un incómodo y profundo silencio se clavó el en salón.
—Me hubiera encantado hacerlo. Lamento profundamente
que no se diera la opción —Lady Bicka no fingía su rostro afligido.
—Descuida —se limitó a decir Brensait.
—Podría compensar un poco el no haber podido ayudar antes.
—Explícate.
—Si lo deseas, puedo hacerte un pequeño curso con las cosas
más importantes de nuestra magia.
—¿Lo harías? —preguntó abriendo sus ojos con emoción.
—Por supuesto —ratificó— en vista de que no puedo ayudarte
a salir del ritual que te mantiene prisionera y que tampoco pude
hacerlo en tu vida anterior, sería todo un placer transmitirte nues-
tro conocimiento.
En ningún caso Brensait se opondría a esta maravillosa oferta.
Aunque le tomara unos días más, valía la pena cualquier sacrificio.
Lo que desconocía, es que Le Blanc poseía un tipo de magia dife-
rente, mucho más resguardada y exigente, por lo que cada día que
pasaba ahí eran exactamente treinta días en su hogar y el peso del
hechizo en su cuerpo, se hacía cada vez más y más grave.
Lady Bicka le aseguró que con siete días en su dimensión
sería suficiente para aprender lo básico, que le daría herramientas

233
Nathalie Alvarez Ricartes

poderosas que hasta ahora, desconocía. Brensait no dudó y aceptó,


sin saber que podría estar cometiendo un grave error. No había
forma de que ella o la reina lo supieran.
—Así es como las cosas comienzan a tomar su curso sin que
sea necesario presionarlas —comentó El Señor del Tiempo mien-
tras observaba la ubicación de Brensait en un nube gris de tamaño
mediano.
—¿De qué hablas? —preguntó Kassis quien jugaba con unos
extraños imanes con forma de herradura que flotaban sobre su ca-
beza. Los movía de un lado a otro con sus manos, como si de ella
salieran hilos invisibles que los manipularan.
—Brensait está en Le Blanc —dijo con satisfacción— terminó
buscando ella misma la forma de no regresar.
Kassis detuvo su juego y le dirigió una mirada severa.
—¿Cuánto tiempo le queda? —preguntó la chica.
—No lo sé. Dependerá de cuánto decida quedarse ahí —con-
tó— si tengo suerte, este será el fin de su viaje —agregó con un gesto
facial que denotaba lo esperanzado que estaba en que esto sucediera.
—¿Y pensaste en lo que pasará cuanto te deshagas de la su-
puesta bruja elegida? —La pregunta de Kassis lo incomodó.
—¿Por qué lo preguntas?
—Es obvio, ¿no? —agregó— si dices que un brujo reencar-
nado de manera no natural, es un peligro para la mantención del
orden tiempo—espacio, lo más lógico es que después vayas por
Makkrumbbero, ¿o ya olvidaste que él regresó de la misma forma
que Brensait? —preguntó la chica, que en esta ocasión vestía una
larga túnica color verde oscuro con hombreras, ceñida al cuerpo y
completamente cerrada con bonotes de bronce de arriba abajo.
El Señor del Tiempo la miró con molestia, como si detestara
que arruinara su momento de felicidad con problemas en los que
todavía no pensaba.
—Claro que iré por él. Será mi siguiente objetivo —aseguró.
—Quizás yo hubiera hecho las cosas de otra forma —sugirió la
chica sin miedo a aumentar su enojo.
—Cuéntame.
—Si esto dependiera de mí, habría acabado primero con
Makkrumbbero y luego con Brensait.

234
Letargo

—¿Por qué en ese orden?


—Porque podrías haber pedido ayuda a Brensait para derrotar
al brujo de pelo blanco y luego acabar con ella.
—Eso sería más siniestro que lo que ya estoy haciendo —de-
claró.
—¿Y qué? Somos guardianes, no seres caritativos. Tenemos
roles que cumplir, sin importar lo que pase en el camino —espetó
con energía.
Para el Señor del Tiempo, su rol como tal, era algo con lo que
no transaba. Desde que había aceptado la responsabilidad, cumplía
sus funciones al pie de la letra, sin importar lo que hiciera falta,
pero sabía que en este caso, era diferente. Tenía que irse con cuida-
do y hacer desaparecer a los dos brujos más famosos de la actuali-
dad, con sutileza, ojalá sin que nadie lo notara de inmediato. O, en
su defecto, que nadie vinculara su desaparición con él.
—Querida Kassis, déjame recordarte que la que actúa por im-
pulso aquí, eres tú y no tengo intención de imitarte —habló con
convicción, sin pensar, por algún minuto, en hacer las cosas de ma-
nera diferente. Se alejó de la chica caminando hacia el sur hasta
desaparecer.
—¡Como quieras! —exclamó ella antes de teletransportarse.
Brensait comenzó su preparación en lo que era conocido como
“Magia de la vida y la belleza” de manos de la propia Lady Bicka.
Ahí le explicó, que cada cierto tiempo, llegaban delegaciones de
personas interesadas en aprender sus habilidades, pero que antes
de ser aceptados como candidatos, eran probados en diferentes as-
pectos, ya que no cualquiera estaba capacitado para conocer estos
secretos. Le comentó también que en el pueblo, todos tenían cono-
cimientos básicos sobre este tipo de magia, pero que no todos eran
especialistas y que la gente en general se dedicaba a vivir de manera
muy natural; cultivando la tierra, criando animales y tratando de
mantener un equilibrio coherente con la naturaleza, sin hacer uso
abusivo de los recursos que tenían disponibles. Porque finalmente
su visión de vida se basaba en el respeto mutuo y en ocasionar el
menor daño posible a otros seres vivientes.
—Debes verter el contenido con mucho cuidado, lentamente

235
Nathalie Alvarez Ricartes

o harás que la reacción se genere muy rápido y termine evaporán-


dose todo el principio activo —esclareció, mientras trabajaban en
un amplio laboratorio como sacado del siglo diecinueve, lleno de
antiguos utensilios para destilar y procesar sustancias, además de
un sin número de frascos de vidrio oscuros con todo tipo de con-
tenidos.
—De acuerdo, espero poder hacerlo.
—Tú confía. Has sido una excelente alumna —reconoció la
reina.
—Scutum. Maravillosa Scutum, ella es la responsable de todo
lo buena que pueda ser como alumna.
—He escuchado muchas cosas buenas de esa escuela —con-
fesó.
—Deberías ser maestra, de seguro tienes muchas cosas intere-
santes que aportar —sugirió Brensait entusiasmada.
Lady Bicka la miró sorprendida. Nunca lo había considerado,
pero era algo difícil, por no decir imposible, ya que su rol como
reina era inalterable hasta su muerte, o hasta que cometiera un
crimen imperdonable.
—Ser reina es mi prioridad y no lo cambiaría por nada —ad-
mitió.
—Es cierto —recordó Brensait— bueno, quizás más adelante
podrías ir, aunque sea por un día a dictar una charla sobre la Magia
de la Vida y la Belleza.
—Eso sí podría considerarlo.
—Estaría en primera fila —afirmó Brensait.
Los días en Le Blanc resultaron muy agradables. Por fin
Brensait sintió que no estaba arrancando de alguien. Desconocía
que El Señor del Tiempo sabía perfectamente donde estaba, pero
que le servía que siguiera ahí tranquila, el mayor tiempo posible,
total, ya estaba muy cerca de completar el tiempo de no retorno.
Además el hechizo del sueño hacía su parte y le ayudaba a volver
irreversible el retorno de la bruja reencarnada.
Alexander, por su parte, ya había avanzando bastante. En su
paso por la aldea de Ablatlala, Nalhok le había contado con detalle
todo lo sucedido con la chica y El Señor del Tiempo. Se había

236
Letargo

quedado ahí un par de días, ya que necesitaba descansar y repo-


nerse del gran esfuerzo que le significaba estar avanzado de esa
forma, por los sueños de otra persona. Y aunque trataba de seguir
su huella al pie de la letra, le era imposible no cometer errores, así
que pasó por varias dimensiones que no correspondían al viaje de
Brensait.
Cuando llegó a Zars no fue muy bien recibido. No tenía la
mejor reputación entre los magos del ilusionismo, pero después de
dejar claro que estaba ahí con una misión específica, los ánimos se
calmaron y recibió la orientación que necesitaba.
Si seguía con este ritmo, pronto daría con el paradero de
Brensait, siempre y cuando el Señor del Tiempo no lo detectara
antes, porque eso le aseguraba un enfrentamiento que no sería fácil
de llevar.
En casa de Brensait, el tiempo había pasado. Los ataques se-
guían, pero más que convocar una guerra, se mantenían como una
constante amenaza de parte de Makkrumbbero y sus aliados para
indicarles que estaban ahí y que cuando se les diera la gana, po-
drían hacer llegar el verdadero caos.
Era tarde, ya estaban listos para dormir, cuando Cirox, como
todas las noches, se acercó al cuerpo de Brensait para darle las bue-
nas noches. Para su sorpresa, esta vez, se encontró con un cambio
que lo dejo, literalmente helado.
—¡Chris! —gritó con desesperación.
No fue el único en escuchar y alarmarse. Rápidamente Tiare,
Isaak, Nino y Chris llegaron a la habitación.
—¿Qué pasa? —preguntó el líder de los guerreros.
—Creo que ya no nos queda tiempo —dijo con el rostro lleno
de miedo y frustración mientras los demás dirigían su mirada al
cuerpo de la chica.
Sin duda su paso por Le Blanc le había costado caro, su cuerpo
humano estaba cediendo, para comenzar a transformarse, lenta-
mente, en una estatua de hielo.

237
Capítulo 12
“La Maldición.”

L legó el momento de marcharse de Le Blanc y para su des-


pedida, Lady Bicka organizó una gran comida el día ante-
rior. Todo resultó perfecto y Brensait prometió visitar el pueblo si
es que las circunstancias se lo permitían.
Antes de irse, Lady Bicka le confesó que existía una fórmula
para detener la muerte. Era complicada y tenía ciertas exigencias,
pero servía mucho en casos extremos. Le pidió que no dudara en
buscarla si la necesitaba en algún momento. Brensait se prometió
a si misma recordar aquello por siempre, porque era un dato que
podría hacer una gran diferencia frente a un futuro incierto.
Se fue llena de regalos, especialmente especies, cremas y lo-
ciones que ayudaban para la belleza tanto física, como espiritual.
Algunos levantaban el ánimo y otros aumentaban la autoestima.
En fin, había sido una gran experiencia pasar por Le Blanc y re-
sultaría mucho mejor, sino no le hubiera costado todo ese tiempo
y daño en el cuerpo.
Al salir del pueblo se encontró con varios de los expulsados de
Le Blanc. Les convidó lo que pudo y siguió su camino. Tenía claro
que debía encontrar agua. Los portales para pasar a otra dimensión

239
Nathalie Alvarez Ricartes

estaban hechos de agua y necesitaba volver a encontrarse con el


Señor del Tiempo. Él la escucharía y lo convencería de ayudarla.
Era preciso regresar cuanto antes a casa y saber de qué se había
pedido.
Lo que Brensait desconocía era que estar en una dimensión
con diferencias de tiempo tan grandes, alteraba más las cosas y por
lo mismo, tendría mayores dificultades para salir de ella.
—Señor, ella ya está muy cerca del punto de no retorno dimen-
sional, ¿desea que la obliguemos a llegar a él? —preguntó Ryb al
Señor del Tiempo mientras observaban el recorrido de Brensait en
el espejo de mercurio.
—No, no es necesario. Estará allí en cualquier momento y por
fin podré decir que terminé con esta parte de mi misión como
guardián.
—¿Continuará con Makkrumbbero?
—Revelar los plantes antes de tiempo podría terminar por
arruinarlos, así que te pido que no seas impaciente. Ya habrá tiem-
po para ver cómo continuaré. Créeme, estarás en primera fila.
El Señor del Tiempo se mantuvo quieto, mirando cada paso de
la joven con calma y atención. Como si deseara memorizar hasta
el más mínimo detalle y en su mente, una pequeña contradicción
comenzaba a manifestarse, pero no había espacio, ni tiempo para
eso. Su objetivo era claro y necesitaba seguir adelante.
—Ha pasado demasiado tiempo —afirmó Juan Carlos con
preocupación— no hemos tenido noticias de Alexander y el cuer-
po de Brensait sigue su curso hacia convertirse en una estatua de
hielo.
—Todo parece estar en calma absoluta, Makkrumbbero tam-
poco ha aparecido —agregó Juan— siento que de pronto todo co-
lapsará y nos veremos envuelto en un terrible conflicto.
—Lo único que me preocupa es el tiempo que lleva Brensait
en ese estado ¡No puedo creer que el Señor de los Sueños todavía
no pueda traerla de regreso! —exclamó Cirox molesto.
Los Cinco Guerrero, junto a Tiare y Javier estaban sentados
en la gran mesa del comedor. Noviembre estaba llegando a su fin,
las tiendas y mostradores decoraban todo con adornos de navidad.

240
Letargo

Pronto cambiaría el clima y sería más difícil mantener en buenas


condiciones, el frío cuerpo de Brensait.
—No nos apresuremos a sacar conclusiones fatalistas —acon-
sejó Tiare— de seguro Alexander se está tardando más porque,
seamos honestos, no debe ser nada sencillo traer de regreso a al-
guien que está perdida entre sus sueños y avanzando de una di-
mensión a otra.
Así como Tiare lo planteaba, sonaba bastante lógico que la ta-
rea se estuviera tornando complicada y lenta. La joven tenía razón;
no había que desesperar. Mientras el cuerpo de Brensait siguiera
manteniendo, al menos un centímetro sin congelarse, existirían las
esperanzas de volver a verla en su estado normal.
Celeste, Krimatt y Khamus estaban de viaje en Lupus. Llevaban
dos meses en la isla, por solicitud de las autoridades para preparar
a grupos de alumnos en materias especiales. Aunque no lo dijeran
con todas sus letras, estaban formando brujos capaces de enfrentar
a cualquier ejército y en el ámbito que fuera necesario.
Aun así, los chicos estaban pendientes a todas las noticias pro-
venientes de afuera. La isla había vuelto a ser un lugar seguro, los
espíritus cumplían con su palabra y desde el año anterior, nadie
había, intentado siquiera, vulnerar su seguridad.
Celeste caminaba por los pasillos de la escuela hacia la direc-
ción cuando la presencia de alguien muy conocido la desconcertó.
—¡Ahora estás en Scutum! —exclamó molesta— ¿qué haces aquí?
—Calma —sugirió— no te desesperes, eres una maestra ahora
y no es bueno que te vean perdiendo la paciencia.
—¿Qué haces aquí Sebastianh? —preguntó casi ignorando sus
anteriores palabras.
—Lo mismo que tú —respondió él sin pretensión alguna.
—¿A qué te refieres con lo mismo que yo?
—Las autoridades me han solicitado impartir algunos cursos
rápidos.
El rostro de Celeste se desfiguró por el impacto que le causó
esta revelación, ¿qué podrían estar pensando las autoridades para
pedirle a un mago tan peligroso como su hermano, entrar a Lupus
y peor aún, hacer clases a los alumnos?

241
Nathalie Alvarez Ricartes

—Sé por tu rostro, que en ninguna neurona de tu mente pue-


des encontrar una explicación lógica para eso —agregó el Mago
de las Sombras— así que te ahorraré la pregunta y te lo explicaré
con palabras simples: las autoridades están muy preocupadas por
lo que pueda pasar, así que están entrenando a este grupo de brujos
para hacerlos invulnerables, o al menos, disminuir en todo, lo que
puedan su incapacidad de defenderse y eso incluye dominar ciertos
trucos más oscuros.
— “Con ciertos trucos más oscuros”, supongo que te refieres a
esa terrible magia que tu manejas muy bien.
—Exacto, por eso me necesitan.
—¿Me crees tonta? —Celeste no podía evitar el descontrol de
sus emociones cada vez que se encontraba con su hermano ma-
yor—. Las autoridades jamás te pedirían algo así, eres un peligro
andante para ellos —afirmó— eres consciente de que no vives, casi
todo el tiempo oculto, solo por las cosas terribles que pasaron en
el pasado, ¿no?
—No quiero hablar de eso.
—¡Sebastianh no puedes ir por la vida haciendo como si nada
de eso hubiera pasado! —exclamó— la magia que manejas es peli-
grosa, estos chicos no están preparados para ella.
Celeste se refería a un tipo de magia oscura conocida como
“Contrahechizo”, basada en la habilidad de devolver un hechizo
a quien lo lanzara, pero con un efecto potenciado, muy peligroso;
tanto para el que lo recibía, como para quien lo enviaba. Por esta
razón, era considerada una magia prohibida y muy pocos brujos la
dominaban. Precisamente Sebastianh era uno de ellos.
—Escucha, querida hermana, he pasado la vida prometiéndo-
me que serás una de las pocas personas a las que nunca haré daño,
pero si cada vez que nos veamos tendrás esta actitud, no me dejas
muchas opciones.
—No te atrevas a decir que soy una de las pocas personas a las
que no lastimarás ¡No lo hagas!
—¡Escucha por favor! —interrumpió el Mago de las Sombras
perdiendo la paciencia— hemos recibido información muy con-
fidencial que habla sobre la creación de un ejército dentro de los
leales de Makkrumbbero.

242
Letargo

—Eso no tiene nada de confidencial —espetó la chica.


—Celeste los están preparando para todo y ese todo incluye au-
todestruirse si es necesario. Forman guerreros implacables mientras
nosotros les estregamos la ventaja del tiempo como si no pasara nada
—declaró Sebastianh—. Se están preparando para la guerra.
—¿De qué hablas? ¿Qué guerra?
—Todos escuchamos que algún día, cuando Brensait y
Makkrumbbero se reunieran, el conflicto acabaría resuelto después
de una gran guerra —relató— esa guerra Celeste. Se dice que si
Brensait sobrevive al hechizo del sueño, su retorno a la realidad,
será el punto de partida para el peor de los conflictos que el mundo
de la magia haya visto alguna vez.
La chica mantenía su puño cerrado, con fuerza, descargando
su enojo en la presión que ejercía. Miró a su hermano directo a los
ojos. Algo no le cuadraba.
—Sebastianh no me estás contando todo —pronunció— dime
qué más está sucediendo.
El Mago de las Sombras la miró con ternura. Su hermana era
uno de sus puntos débiles, el freno que controlaba su rabia y sed de
venganza. El detalle que lo había hecho renunciar a las verdaderas
y malvadas sombras que una vez dominaron su vida.
—Estarás más segura si no conoces los detalles.
—¡Oh no! ¡No puedes hacer esto! No me dejarás con la duda
—insistió acercándose para forzarlo a revelar más información.
—Tranquila, todavía tenemos algo de tiempo, solo diré que
Makkrumbbero es solo el comienzo. Lo peor está por venir —ter-
minó de decir junto antes de desaparecer. No correría el riesgo de
seguir en el interrogatorio de su insistente hermana.
—¡Sebastianh! —gritó la chica con rabia— como odio cuando
haces eso.
Celeste no pudo sacar de su mente las palabras de Sebastianh.
Su hermano era un mago oscuro, relacionado con gente peligrosa
y si había insinuado que las cosas se pondrían peor, era porque lo
sabía de buena fuente. Habría que prepararse para tiempos real-
mente oscuros, pero la duda era de quién hablaba el Mago de las
Sombras, ¿a quién había que temerle, incluso mucho más que a
Makkrumbbero?

243
Nathalie Alvarez Ricartes

A Brensait le costó varios días encontrar una fuente de agua.


Deambuló por terrenos secos, casi sin ninguna vegetación visible,
por amplios terrenos de arena, sin agua cercana y hasta por una
enorme pradera de trigos sin cultivar. Estaba cansada y sin ánimos
de continuar, pero su obsesión por encontrar el Señor del Tiempo
era más fuerte y le daba fuerzas extras.
La última noche, antes de encontrar una fuente de agua su-
cumbió al cansancio y cerró sus ojos, casi sin notarlo, entre el prado
de trigo. Al abrirlos, como si antes su vista hubiera fallado, vio un
esplendoroso río frente a ella. Con aguas cristalinas y corriente
calma.
—A veces creo que estando dentro de este hechizo, soy algo
así como la marioneta de alguien —murmuró como pensando en
voz alta— y también creo que no es solo Makkrumbbero el que
disfruta de mi estancia aquí —agregó antes de comenzar a caminar
hacia el río.
A medida que se acercaba más y más, sentía una vibración ex-
traña, que parecía estar llamándola. Sabía que estando dentro del
hechizo, cualquier cosa podía pasar, pero estaba segura de que nun-
ca antes se había sentido de esta forma. Era un extraño magnetis-
mo que la impulsaba a sumergirse en las aguas de aquel misterioso
río. Cuando lo hizo, al primer contacto con él, una intensa, pero
agradable descarga eléctrica recorrió todo su cuerpo. Permaneció
hasta que se sumergió por completo y enseguida fue como si el
agua se la tragara, como si la estuviera esperando.
En esta ocasión, a diferencia de otras, pudo mantener sus ojos
abiertos en cada segundo, hasta que vio cómo se formó, algo pare-
cido a un bucle que lentamente la llevó hasta una playa. Se aferró a
la orilla y descubrió un pueblo gris, con un particular estilo victo-
riano. Algo en él le pareció familiar, pero no supo determinar qué.
Caminó con lentitud y comprobó que debía ser muy temprano,
ya que vio a muy pocas personas por las calles. De seguro no eran
más de las seis de la mañana. Una niebla densa le daba un toque
más gris, daba la impresión de que en ese lugar no existían los días
soleados.
Las pocas personas que vio, principalmente vendedores y

244
Letargo

cocheros, vestían en sintonía al estilo de la ciudad; como si vivieran


en el siglo diecinueve. Seguía pensando en que le recordaba
algo. Caminó un par de cuadras y por fin los recuerdos llegaron
a su mente: estaba en Ristrok, dimensión donde se celebraba la
Mascarada.
—¿Cómo es que he acabo aquí? —se preguntaba en voz baja.
Por un momento pensó estar más cerca de casa, después de
todo Ristrok era una dimensión conocida, estando allí tal vez al-
guien podría ayudarla a volver. No debería ser tan complicado.
Luego recordó que estaba bajo un hechizo y lo que las personas
veían de ella, no era más que su estado subconsciente. Fue la pri-
mera vez que comprendió con amargura, que lo más probable es
que solo pudieran sacarla desde el hechizo del sueño, desde fuera.
Que fuera imposible hacerlo ella misma.
A medida que avanzaba la hora, las personas comenzaban a
notar su extraña presencia, especialmente su ropa completamente
blanca, consistente en una blusa y un pantalón de lino que no tenía
nada que ver con la de los habitantes de Ristrok.
Fue al cruzar una calle, con dirección a un callejón con peque-
ños puestos comerciales, que un sujeto la abordó.
—Hey linda señorita de blanco, ¿qué hace alguien como usted
en esta pequeña ciudad? —preguntó acercándose peligrosamente.
Su frondosa barba negra resaltaba su pálido color de piel y sus
marcadas ojeras.
Brensait trató de alejarse con prisa, pero de la nada aparecieron
dos sujetos más. Los tres desprendían un intenso olor a alcohol.
—¡No seas tímida! —exclamó el más macizo, no debía medir
más de un metro setenta.
—Lo siento caballeros, creo que he tomado el callejón inco-
rrecto —dijo cambiando de dirección.
No alcanzó a dar tres pasos, cuando los hombres la rodearon,
sin posibilidad de que pudiera seguir avanzando.
—¡Oh no! ¡No te irás tan rápido! —sentenció el primero en
aparecer. El de la barba frondosa— queremos que te unas a nuestra
diversión.
Estaba en problemas. Sabía que Ristrok era una dimensión

245
Nathalie Alvarez Ricartes

paralela detenida en el tiempo, pero además de eso no conocía


nada sobre los tipos de seres que vivían en ella y temía, que al usar
sus poderes, pudiera ocasionar un conflicto mayor.
Trataba de controlar sus nervios, y claramente el miedo que co-
menzaba a surgir. Cuando uno de los hombres, el que hasta ahora
no había dicho nada, de grandes ojos cafés y una marcada cicatriz
en la mejilla derecha, posó su mano en uno de los hombros de la
chica, acariciándola con intenciones cuestionables.
Brensait sentía que su cuerpo estaba paralizado, no respondía a
lo que su mente estaba pensando hacer para defenderse. El hombre
de la cicatriz se acercaba más y más, dejando sus labios muy cerca
de los de ella. El hálito alcohólico se tornaba insoportable y temía
no poder salir de ahí antes de que el acoso de aquellos sujetos pa-
sara a mayores.
—¡Ya basta! —Una voz grave acompañaba de una fuerza in-
visible que desplazó a los hombres varios metros más allá, inundó
todo el callejón.
Brensait observó a los tres hombres regresando hacia ella para
enfrentar al recién llegado. Giró su cabeza para observarlo y vio a
un corpulento hombre, de alta estatura, marcadas facciones ter-
minadas en una mandíbula cuadrada, de ojos negros y alargados,
nariz perfilada, labios gruesos y cabello lacio, negro que le rozaba
los hombros. Su mirada transmitía poder y una sensación de se-
guridad casi absoluta, pero al mismo tiempo, también existía un
cierto toque de melancolía. Debía tener al menos cincuenta años o,
eso le parecía a Brensait.
—Lárguense que aquí antes de que se me acabe la paciencia
—amenazó mientras se acercaba a los hombres. Su largo abrigo
azul, con anchas hombreras se arrastraba por el suelo.
—Tranquilo, tranquilo —dijo uno de los hombres— ya nos va-
mos, no hay que hacer un escándalo de esto.
—Debiste pensar en eso antes de molestar a esta joven —ad-
virtió el recién llegado— la próxima vez no seré tan condescen-
diente —dijo en tono amenazante haciendo un gesto con su mano
para que se fueran. Los tres sujetos desaparecieron en segundos sin
ningún comentario más.

246
Letargo

Brensait observó toda la escena en silencio, pero cuando los tres


sujetos se marcharon, sabía que era el momento de agradecer, nadie
sabía en qué habría terminado todo eso, si él no hubiera aparecido.
—Disculpe —murmuró— me gustaría agradecerle, de no ser
por usted, no sé que estaría pasando ahora.
—Descuida, no hay nada que agradecer, Brensait —respondió
mirándola a los ojos— no es bueno que estés deambulando por la
ciudad, hay muchas personas que te desean lo peor.
Para este punto, Brensait ya estaba acostumbraba a que las per-
sonas la reconocieran en todas partes, gracias al hechizo del sueño,
había aprendido que su nombre era conocido más allá de las fron-
teras dimensionales.
—Lo sé, pero no tengo muchas opciones.
—Ristrok es una ciudad gris, pero si sabes escoger a tus aliados
podrías estar segura.
—¿Mis aliados? Ni siquiera sé quién es usted —Brensait no
quería sonar mal educada y le parecía que las palabras habían sa-
lido de su boca antes de procesarlas, pero era cierto, desconocía
totalmente la identidad de su acompañante.
—Lo siento, ha sido muy descortés de mi parte —recono-
ció— mi nombre es Eirikr, habitante de Ristrok desde hace mucho
tiempo —comentó— puedes estar tranquila, porque no soy nin-
gún aliado o fanático de Makkrumbbero. Quizás no esté muy de
acuerdo con tus ideales tampoco, pero si tuviera que tomar partido
por uno de los dos, no lo pensaría mucho y me alistaría en tus filas.
A Brensait le hacía gracia que usara tantos términos propios de
uniformados, como si estuviera hablando con algún militar.
—Un gusto señor Eirikr, está claro que usted ya conoce mi
nombre —dijo con una sonrisa relajada.
—Yo y muchas personas más —confirmó— así que me temo,
que es mejor que salgamos del centro de la ciudad. En Ristrok
viven muchos de los que ya estaban cuando perdiste el control en
tu antigua vida —De inmediato vino a la mente de Brensait el
recuerdo del incidente con Eleonora en Scutum, cuando todavía
era Alex.
—¿A dónde sugiere que vayamos?

247
Nathalie Alvarez Ricartes

—Mi casa está cerca, si no es un problema para ti, podemos


ir hasta allá —invitó— debo confesar que me intriga demasiado
saber por qué estás aquí y en este estado.
—¿En este estado?
—¡Vamos! Es evidente que no estás en tu estado completo —ase-
guró— si no me equivoco, esta es solo tu parte subconsciente.
—¿Cómo es que todos terminan dándose cuenta?
Eirikr la miró con extrañeza, sin terminan de entender a qué se
refería, específicamente.
—No puedo responder por todos, pero si te puedo asegurar
que para un hechicero con varios años de experiencia, no es tan
difícil percibirlo.
—De acuerdo, acepto su invitación —dijo con resignación—
iremos a su casa; yo responderé sus preguntas y usted las mías.
—Será un gusto.
Caminaron a través de la ciudad. No era un lugar tan grande
como una capital, pero sí bastante elegante, con una arquitectura
preciosa, muy cuidada y con todo lo necesario para no tener que sa-
lir de ahí; había un pequeño teatro, colegios, una universidad, mu-
chos negocios de diferentes rubros, una amplia y amigable plaza,
calles asfaltadas, en fin, resultaba ser una dimensión muy cómoda,
escondida en un espacio detenido en el tiempo.
—A veces lo único que molesta de Ristrok es su constante cli-
ma gris —comentó Eirikr.
—¿Siempre es así? ¿Acaso nunca tienen un día soleado?
—Desafortunadamente no —afirmó— existe una razón para
eso y es que, como consecuencia directa de permanecer en una
dimensión donde el tiempo no avanza con normalidad y está ma-
nejado por magia, la indomable naturaleza nos castiga con la au-
sencia de sol —explicó.
—¿Y no les afecta de alguna forma?
—Más allá de nuestro característico color blanco de piel, no
creo. Hemos aprendido a resolver los problemas más graves, como
la deficiencia de vitamina D. Por otra parte, esta es la razón, por la
que la gran mayoría de los brujosvampiros, vivan aquí.
—¿Los brujosvampiros? ¿Todavía quedan?

248
Letargo

—Es cierto que muchos han terminado mutando en otros se-


res mágicos, pero los más antiguos y arraigados a sus costumbres,
siguen con el gusto por la sangre —relató— en el vecindario donde
vivo hay tres familias completas de ellos. Son únicos —aseguró.
—Creo que nunca he estado cerca de un brujovampiro de san-
gre, todos los que he conocido han sido energéticos.
—Por ejemplo, tú.
—Exacto, soy un ejemplo de ellos —reconoció la chica— no
me quejo, para mí resulta agradable.
—Es una de las habilidades más envidiables a mis ojos —dijo
a modo de confidencia— un brujovampiro energético es un gran
rival, su poder es inmenso y así mismo peligroso para ellos mismos.
—Deja que lo diga de una manera más simple: somos como
una bomba de tiempo.
Eirikr la miró y sonrió. Le agradaba la forma en que veía el
mundo y la energía que irradiaba en cada gesto, palabra y movi-
miento.
Después de un poco más de quince minutos caminando y
charlando, el señor Eirikr anunció que estaban por llegar a su casa.
Habían salido del centro de la ciudad, con dirección a un sector
donde las residencias se ubicaban en grandes terrenos, como par-
celas. Una zona más cercana a lo rural.
Ingresaron a un camino empedrado, largo y con el ancho sufi-
ciente para que los dos coches pasaran sin problema. A los lados,
diferentes casas se distribuían de manera irregular, se notaba que el
tamaño de los terrenos era distinto, de seguro, de acuerdo al valor.
Lo mismo ocurría con las construcciones, aunque la mayoría de-
mostraban un poder adquisitivo potente.
—Siento hacerte caminar tanto, pero salí a la ciudad para dar
un paseo, por eso no le pedí al cochero que me llevara —explicó el
hombre.
—Descuide, no es problema para mí hacerlo. Llevo bastante
tiempo en lo mismo. Se volvió costumbre.
De pronto, al pasar cerca de una de las grandes casas, Brensait
notó ciertos adornos navideños y el terror se apoderó de su ser.

249
Nathalie Alvarez Ricartes

—¿Por qué esa casa está decorada como si fuera navidad? —pre-
guntó con la preocupación evidenciada en su rostro.
—Bueno, faltan solo unos días para que estemos en diciembre,
algunas familias comienzan con los preparativos con anticipación
—respondió él con calma, sin comprender la angustia de Brensait.
—No, no, no ¡No puede ser! —exclamó con movimientos ner-
viosos.
—Calma, no te alteres. Explícame qué sucede.
—Debería estar en casa hace mucho tiempo, la última vez que
estuve ahí, marzo no había terminado.
Eirikr la miró, ahora sí preocupado. Sabía quién era y enterarse
de que había estado fuera de casa por tanto tiempo, era sin duda,
motivo para estar preocupado. No quería ni imaginar todo el terre-
no que debía haber ganado Makkrumbbero durante su ausencia.
—Vamos, de prisa. Nos falta poco. En casa me contarás todo.
Brensait no podía dejar de pensar en todo el tiempo que había
transcurrido sin que ella pudiera percibirlo de manera real. Era tanta
su preocupación, pensando en que quizás, todos sus cercanos lo esta-
ban pasando pésimo, que ni siquiera notó la magnificencia de la casa
de Eirikr. Una mansión clásica, como era de esperar, de estilo victo-
riano, con el tejado terminado en puntas muy acentuadas, grandes
ventanales, en color ladrillo. A simple vista parecía tener tres niveles,
pero debido a su singular arquitectura, bien podía poseer algunos
rincones más hacia arriba o hacia abajo, como áticos o sótanos.
El terreno del frente no era tan amplio, una pequeña fuente con
una figura de gárgola, le daba un toque un tanto sombrío. Justo afuera
de la gran puerta principal, dos guardias los esperaban. No tardaron
en darles la bienvenida. Una vez adentro, otros sirvientes los espera-
ban. El interior de la mansión era todavía mucho más esplendoroso
e impactante, solo ahí Brensait pudo apartar sus otros pensamientos
y comprobar que se sentía como si estuviera dentro del castillo de un
personaje de algún cuento oscuro, de esos que los brujos solían contar
a sus hijos para advertirles sobre el peligro de la magia mal intencio-
nada. Por un segundo, creyó no estar en el lugar más adecuado.
—Necesito que nos lleven café y algunos bocadillos a la biblio-
teca —ordenó Eirikr a una mujer de unos cuarenta años con pelo

250
Letargo

rizado y rubio. Vestía un impecable delantal negro con detalles ro-


jos, apegado al cuerpo, que le quedaba arriba de la rodilla.
—Enseguida señor —respondió. Quien recibió su abrigo antes
de retirarse.
Invitó a Brensait para que lo siguiera, hasta el segundo piso. Al
final del largo corredor, estaba la gran biblioteca, con innumerables
libros. La mayoría parecían muy antiguos, con ese empastado que
a Brensait le parecía tan bonito. En el centro, rodeado por los altos
estantes donde descansaban los libros, se disponían varios sofás de
uno o más cuerpos, en diferentes colores y tamaños y entre ellos,
unas elegantes mesas de bronce, talladas con figuras como espadas,
hachas, y otros símbolos que ella no supo reconocer.
—Aquí podremos conversar tranquilos —aseguró mientras la
invitaba a sentarse en el sofá del frente, uno amplio de color azul
marino.
—No puedo tardar mucho, debo regresar a casa.
—Antes de cualquier cosa, debes explicarme lo que sucede
—Eirikr nunca estaba muy al tanto de lo que sucedía en el mun-
do que lo rodeaba. Por algunos episodios del pasado, prefería
vivir su vida alejado de todo ser que no estuviera en su casa e
incluso ahí, se había convertido casi en un ermitaño. Quizás esto
explicaba, en parte, la impopular opinión que tenían los habitan-
tes de Ristrok de él.
—Como usted ya lo percibió, no estoy completa aquí. Alguien
me ha hecho víctima del hechizo del sueño y desde ese momen-
to, mi subconsciente ha deambulado por diferentes dimensiones,
como si no pudiera hacer otra cosa.
—¿Sabes quién fue?
—Con certeza no, pero es casi obvio que el responsable es
Makkrumbbero o alguien bajo su mando.
—El hechizo del sueño no es para cualquiera, aunque haya
sido él, alguien más debe estar ayudándolo.
—Lamento que eso no me preocupe mucho en este momento,
pero me aterra la idea de que durante todos estos meses, mis ami-
gos hayan tenido que hacer frente a ese demonio.
—No soy el más indicado para decir si algo tan terrible ha

251
Nathalie Alvarez Ricartes

ocurrido en este tiempo, porque si lo veo de una manera objetiva,


vivo casi dentro de una burbuja. No me entero de las cosas que
pasan afuera, a excepción claro, de las que pasan en Ristrok.
—¿Y sabe de algo que haya pasado aquí?
—Sé que uno de mis antiguos compañeros de tertulia fue visi-
tado por unos jóvenes y que después de eso, abandonó su casa sin
que, hasta ahora, haya regresado.
Precisamente, Eirikr se refería a Chris y los demás cuando lle-
garon hasta esa dimensión para buscar pistas sobre el Señor de los
Sueños. Su compañero de tertulia era De Valdés.
—¿Podría creer que es esté relacionado de alguna manera con
lo que me ha sucedido?
—Creo que es un riesgo asegurarlo, pero podría ser —Esa res-
puesta no le servía de mucho a Brensait.
—¿Por casualidad sabe cómo podría encontrar al Señor del
Tiempo? —preguntó sin reparos.
—¡No menciones a ese sujeto en mi presencia! —exclamó con
enojo— es un ser nefasto —agregó. Brensait sentía que por fin,
alguien estaba de su lado con respecto a él.
—¡Ni que lo diga! Ha estado persiguiéndome desde que caí en
este hechizo y no ha sido para nada amable.
—Lo último que él podría ser, es amable —declaró Eirikr con
un destello de furia en los ojos.
—Pero necesito encontrarlo y pedirle que me ayude a regresar
a casa. Es la única manera que se me ocurre.
—Siento ser pesimista, pero si ese tipo ha estado persiguién-
dote, no te ayudará bajo ninguna condición. No lo harás cambiar
de parecer.
—¡No hay otra forma! Debo regresar —La angustia de nuevo
se apoderaba de ella.
—Escucha, te ayudaré a encontrar una forma de resolver esto,
que no sea recurriendo al nefasto Señor del Tiempo.
—¿Qué fue lo que te hizo a ti?
—Me maldijo de la peor forma posible —Brensait lo miró con
curiosidad, queriendo saber específicamente a qué se refería—.

252
Letargo

Antes de seguir con esto, me parece que sería bueno que comieras
algo, puedes descansar también, si lo deseas.
—¡No hay tiempo para eso! En el pueblo de Le Blanc estuve,
supuestamente, solo siete días y ahora descubro que han pasado
meses.
—Tranquila, esa no sucederá aquí. Nuestra dimensión tie-
ne una pequeña diferencia de horas con tu hogar —explicó— el
tiempo transcurrirá casi igual que allá. Así que si te tomas un día,
no será tan catastrófico. De todas formas, necesitas reunir fuerzas
para, lo que sea, que esté por venir.
La chica lo miró con impaciencia, pero comprendiendo que
tenía razón. Ahora más que nunca, sabía que su vuelta a casa des-
embocaría en un enfrentamiento directo con Makkrumbbero; ella
no lo perdonaría por haberla metido en ese hechizo y él no la dis-
culparía por haber regresado viva.
—Está bien. Pero será un solo día —confirmó— mañana a
primera hora volveré a emprender mi camino y encontraré a ese
molesto Señor del Tiempo —prometió, ¿Quién sabe? Quizás no
lo encontraría, pero él a ella sí.
Eirikr pidió que llevaran a su invitada a la mejor habitación
disponible, exceptuando, claro, las dos que estaban reservadas por
dos personas demasiado importantes para él. Las mismas, que por
desgracia, no tenían la más mínima intención de ir a visitarlo. Las
mismas, que no lo habían hecho hace ya, más de cien años.
Brensait tomó un agradable baño, se cambió de ropa (una acor-
de al lugar en el que estaba) y luego descansó en la inmensa cama
que tenía a su disposición. Cerró los ojos por un momento y su-
cedió algo, por primera vez, que la puso nuevamente en estado de
alerta.
Estando plenamente relajada, con los ojos cerrados y tratando
de no tener ningún pensamiento en su mente, escuchó algo que la
descolocó.
—Brensait... Hey, ¿por casualidad me escuchas? —La voz pa-
recía venir de la nada, del espacio vacío, pero ni siquiera allí, le
habría parecido extraña. Cirox estaba tratando de comunicarse con
ella.

253
Nathalie Alvarez Ricartes

Quería levantarse de prisa y responderle que sí, que escuchaba sus


palabras, pero pensó que al hacerlo, podría romper esta extraña co-
nexión. Así que se quedó de la misma forma y continuó escuchando.
—Brensait, por favor, si de alguna manera me estás escuchando,
quiero pedirte que no uses tu magia. Evítalo siempre, porque está
destruyendo tu cuerpo físico. Ese mal nacido de Makkrumbbero
pensó en todo… Por favor, no lo hagas, por favor… —Poco a poco
la conexión fue desapareciendo hasta irse completamente.
Se sentó en la cama y pensó en lo escuchado. No podía creer
que usar su magia también la estuviera condenando, todavía más,
en ese maldito hechizo del sueño. Ni siquiera recordaba cuántas
veces la había utilizado desde el comienzo de su viaje y tampoco
había alcanzado a escuchar más detalles del efecto en su cuerpo,
que esta producía.
—Si es necesario iré al mismo infierno a buscarte Señor del
Tiempo, pero de mí no te librarás con facilidad. Haré que me ayu-
des a volver sea como sea —sentenció.
Minutos después tocaron a la puerta. Le avisaban que bajara,
porque el almuerzo estaba servido. Uno de los mozos, del servicio,
la llevó hasta un salón de menor tamaño, donde al parecer, se solían
servir las comidas diarias. Para Brensait era un tanto extraño tener
una casa tan grande y lujosa para vivir solo, sin una familia que
pudiera acompañarlo y disfrutar de ella.
Pero fue en su camino al comedor, cuando notó la presencia
de un hermoso cuadro pintado, seguramente por alguien muy ta-
lentoso. Era retrato de una hermosa mujer, de poco más de treinta
años, con cabellos de oro, trenzado a los lados, dejando caer libre el
resto de ellos, con ojos azules como un cristal, facciones delicadas,
labios muy bien definidos y naturalmente rojos. Brensait pensó que
si aquella pintura estaba hecha, basada en alguien real, ella debía
ser muy hermosa. Estaba segura nunca haber visto a alguien así,
pero sentía que algo en ella, quizás su armónico rostro, le recordaba
a alguien cercano. Para variar, no pudo determinar a quién.
Se quedó admirando el retrato por unos minutos. La pintura
mostraba el rostro, extendiéndose un poco más abajo del cuello
de la modelo. Tenía una expresión de calma y plenitud. Eirikr la
sorprendió allí.

254
Letargo

—Veo que estás encantada admirando el retrato de mi esposa


Gyda.
—¿Su esposa? —Brensait estaba impactada—. Nunca había
visto a una mujer tan bella.
—Lo es, ¿verdad?
—Claro que sí. Por un momento pensé en la posibilidad de que
fuera un retrato inventado.
—No, Gyda existió y fue una gran mujer —dijo con melancolía.
—Lo siento.
—No debes hacerlo, fue hace muchos años —agregó con evi-
dente tristeza.
—Hay cosas que no se superan, aunque pasen y pasen los años
—admitió Brensait pensando en Hortus. Eirikr le dedicó una mi-
rada compasiva y suspiró.
—En fin, el almuerzo nos espera —recordó, para cambiar el
tema.
Una vez en la mesa, comieron en silencio. Brensait disfrutó de
cada plato que probó. En total fueron tres, incluyendo un delicioso
postre de leche y caramelo.
—Al terminar, me gustaría que me acompañaras a la bibliote-
ca. Quizás podamos encontrar algo que te ayude con el hechizo del
sueño, entre esos libros.
—Por supuesto. Iré a donde sea necesario para encontrar algo
que me ayude.
Miraba por uno de los grandes ventanales de la biblioteca
cuando Eirikr regresó. Uno de sus sirvientes lo había llamado para
resolver un asunto en la cocina. Comenzaba a caer la tarde, estaban
por ser las cinco de la tarde y parecía mucho más oscuro de lo que
Brensait hubiera esperado en su casa.
—Disculpa. Tenían algunas dudas con las compras que deben
hacer mañana.
—No hay problema —Lo miró con duda— ¿Podría pregun-
tarle algo?
—Puedes, aunque no aseguro querer o poder responder.
—Es que, resulta para mí un misterio todo con respecto a
usted, solo sé su nombre, que esta es su casa y conozco el rostro de
su esposa, pero además de eso, ¿quién es?

255
Nathalie Alvarez Ricartes

—Esa es una pregunta compleja, pero intentaré aclararte un


poco el panorama —dijo sentándose en un sofá ancho de color
negro. Brensait lo imitó— soy, creo que uno de los brujos más
antiguos de la historia, pero no es por gusto propio, sino más bien,
por el peso de una maldición.
—¿Una maldición? ¿Qué clase de maldición? —preguntó
asombrada.
—Déjame que te cuente la historia en orden, de lo contrario
será más complicado comprender.
—Soy toda oídos.
—Mi origen data de hace muchos, muchos años atrás.
Pertenezco a uno de los pueblos más antiguos y con mucho re-
nombre en la historia permanente. Fui nombrado rey a la edad
de veinticinco años, fue un gusto, lo gané al derrotar a varios ene-
migos que deseaban conquistarnos —relató— las personas de mi
reino eran, en su mayoría brujos, había no más de diez humanos
sin magia. Ellos conocían nuestro secreto y no tenían problema en
convivir con nosotros sin exponernos.
Brensait lo observaba con atención, mientras bebía un sorbo
del café que, minutos antes le había traído la amable señora Muriel,
la misma que antes había tomado el abrigo de Eirikr.
—Me enamoré perdidamente de una de las chicas humanas de
mi pueblo, Gyda, cuyo retrato ya tuviste el placer de conocer.
—Sigo convencida de que es la mujer más bella que he visto
—agregó Brensait.
—Concuerdo plenamente contigo —suspiró— Gyda me co-
rrespondía. Nos casamos en una ceremonia típica de nuestra cul-
tura, ella lucía más hermosa todavía, con esa corona de flores púr-
puras, blancas y celestes —Se detuvo y dirigió su mirada hacia el
ventanal—. Dio a luz por primera vez, un varón; con cabellos y
ojos idénticos en color a los de su madre. Tres años después nació
nuestra pequeña, con un rostro tan lindo como el de Gyda. Éramos
una familia feliz, pero regresaron las invasiones y como el líder de
mi pueblo, tuve que ir a la guerra. Los enfrentamientos eran cada
vez más brutales, pero el peor de todos fue, el de la emboscada.
—¿Qué sucedió?

256
Letargo

—Tomamos el pueblo de nuestro enemigo actual más fuerte,


no nos costó mucho y eso fue lo extraño. Ahí estaba la trampa —
habló con amargura— mientras tomábamos sus territorios, ellos
estaban en nuestro pueblo, acabando con todo. Gyda escondió a
todos los pequeños que pudo, lejos de la zona de conflicto, en una
cueva subterránea y regresó a pelear —Se detuvo otra vez, como
queriendo encontrar las palabras que se le escapaban para acabar el
relato—. Cuando mis hombres y yo, regresamos, había muy pocos
sobrevivientes, Gyda estaba muerta justo afuera de la entrada a
nuestra casa.
—No puedes ser —comentó Brensait haciendo suya la tristeza
de Eirikr.
—Lloré, sufrí y maldije a todo ser que se me acercó, pero había
que seguir siendo fuerte, porque las invasiones se tornaron más
brutales. Nuestros enemigos más grandes eran poderosos brujos
que usaban a los humanos para sus egoístas objetivos.
—¿Quieres decir que nunca peleaste contra ellos usando ma-
gia?
—No, claro que no. Eran guerras territoriales, no tenían nada
que ver con magia, no era necesaria —aseveró— pero lo entendí
tarde, debí haberlo hecho. Gyda y muchos otros pagaron con su
vida mi inocente idea de que los demás serían igual de justos que
yo. Así que me revelé y prometí hacer todo lo que estuviera en mis
manos para proteger a los que me quedaban.
—Tus hijos…
—Exacto. Mis hijos —Se levantó del sofá y caminó hacia el ven-
tanal central—. Como Gyda era una humana sin poderes, sin magia,
mis hijos solo poseían la mitad de las habilidades de un brujo.
—Eran híbridos —interrumpió Brensait.
—Híbridos vulnerables, que por ser hijos de uno de los reyes
más buscados, cuyo título era ansiado por muchos, corrían un te-
rrible peligro. Así que desafié a la naturaleza y me enfrenté a las
Cinco Pruebas para ser un brujo completo.
—¿Qué es eso? Jamás escuché sobre esas pruebas.
—Esas son las pruebas necesarias, para que alguien que no es
brujo pueda serlo.

257
Nathalie Alvarez Ricartes

—Pero tú ya lo eras y tus hijos eran híbridos.


—Yo quería que fueran brujos cien por ciento y para eso, debía
desafiar a los elementales —agregó— escucha, hay un mito entre
los no brujos, que dice, que si superas cuatro pruebas realmente
imposibles, relacionada cada una a un elemental, te conviertes en
un brujo. Así, de la nada, solo por lograrlo, pero puedo asegurar
que es falso.
—Solo un no brujo muy inocente podría creer en algo así.
—Por supuesto, porque hay un punto más importante que no
están considerando —dirigió su mirada hacia Brensait—. Aunque
puedas dominar a los elementales, si no tienes la energía y la sabi-
duría suficiente para controlarlos, no servirá de nada, ningún ser de
magia puede sobrevivir sin esos ingredientes agregados.
—¿Qué hiciste entonces?
—Sabía que mis hijos, al ser híbridos, tenían muchas más op-
ciones de lograrlo. Para ellos no debía ser un gran problema con-
trolar a los elementales, así que los impulsé a realizar las pruebas.
—¿Qué edad tenían?
—Diez y siete —respondió. Brensait enarcó sus cejas, sorpren-
dida—. Puedes juzgarme todo lo que desees, sé que ningún padre
que ama a sus hijos haría algo así.
—O precisamente al revés: solo un padre que realmente los
ama, haría algo así.
—Como sea y aunque no quieras enjuiciarme, el resultado no
fue el mejor.
Brensait estaba al tanto de que ella, era una pésima persona si
se trataba de enjuiciar.
—Los chicos superaron las cuatro pruebas elementales; ven-
cieron a la tierra, al aire, al agua y al fuego. No sin consecuencias
que jamás superarían —reconoció— al final pudieron controlarlos,
aprendiendo lo necesario y manejando la energía de una forma,
que ni yo imaginé.
—Lograron transformarse en brujos completos.
—Así es. Dejaron de ser híbridos y yo era feliz. Mis hijos
estaban a salvo de la vulnerabilidad que cargaban antes. Aunque
algo me sucediera a mí, ellos podrían defenderse a la perfección.

258
Letargo

—Entonces ¿qué fue lo que salió mal?


—A medida que fueron creciendo, les enseñé y los preparé de
la mejor manera que pude. Traté de que aprendieran todo lo fuera
posible, siempre con esa obsesión de que alguien, tarde o temprano
me los arrebataría, como a su madre —admitió— pero esa fijación
se transformó en mi peor enemigo. Los chicos detestaban la pre-
sión que ejercía sobre ellos, ya casi no compartíamos como familia,
me veían como un ser que los presionaba a convertirse en brujos
invencibles.
—A mí parecer, era algo complicado desde ambos puntos de
vista.
—Ahí no termina la historia —advirtió— cuando mi hijo
cumplió los veintitrés años notamos que algo estaba sucediendo,
no solo a él, también a mi hija y a mí: dejamos de envejecer. Ellos
se quedaron detenidos en sus veintitrés y veinte años, respectiva-
mente y yo en los cuarenta y nueve.
—Pero, espere un momento ¿No han envejecido desde ese mo-
mento?
—Llevamos siglos y siglos atrapados en este mundo bajo la
sombra de esa maldición.
—No sé si lo estoy comprendiendo bien, pero no todo puede
ser tan malo al no envejecer.
—Todos creen lo mismo, pero ¿te imaginas un mundo en el
que todos tus seres queridos mueren, en el que no importa cuántas
veces formes una familia, estudies o hagas algo realmente impor-
tante por tu vida, si al final terminarás por perderlo igualmente?
En ese sentido tenía razón, Brensait no podía refutar aquello
de ninguna manera.
—Para mis hijos, al comienzo también fue algo bueno, pero
lentamente se fueron llenando de amargura y oscuridad, especial-
mente él, quien incluso, cambió sus rasgos físicos.
—¿Cómo es eso de que cambió sus rasgos físicos?
—Cada vez que cumplía un nuevo año, en el que no envejecía,
su cabello y sus ojos se fueron tornando más y más oscuros, hasta
alcanzar un color negro intenso.
—Increíble —Después de esto, Brensait comprendió que en el

259
Nathalie Alvarez Ricartes

mundo de la magia existían historias mucho peores que la que ella


había vivido con Hortus y Makkrumbbero— ¿Dónde están sus
hijos ahora?
—En ocasiones sé ciertas cosas de ellos. Ella es más cercana y
me visita cada cierto tiempo, pero él nunca me perdonó y su lado
oscuro se fue intensificando más y más —confesó— viajé por todos
los lugares posibles para encontrar la manera de revertir el efecto
que las Cinco Pruebas habían provocado, pero lo único que pude
entender, es que nadie más las ha podido cumplir, de hecho, nadie
más se ha atrevido a pasarlas, porque finalmente se convierten en
una maldición. En una poderosa, solitaria y oscura maldición —Para
este punto, Eirikr tenía los ojos vidriosos, como si durante mucho
tiempo, hubiera mantenido reprimidas sus emociones.
—Es terrible —admitió la chica— ¡Lo siento! No es que quie-
ra culparlo, pero jamás conocí una historia más triste.
—Yo mejor que nadie, sabe que es así.
—No sé que más decir. Me he quedado sin palabras para des-
cribir lo que su historia me hace sentir.
—Mi historia, es solo el final de una serie de decisiones que
a veces creemos tomar para mejorar las cosas, pero no siempre es
así. No debes contar con que lo que es bueno para ti, lo será para
quienes quieres.
Como un impacto emocional, las palabras de Eirikr se posaron
en el interior de Brensait. Tenía tanta razón en lo que decía, sin
embargo, la mayoría de las veces, había que pasar la experiencia,
vivirlo y sufrir, para comprender lo que realmente significaba.
—Lo siento mucho. Es lo único que puedo decir.
—Con tantos años, como los que he vivido, hablar de esto re-
sulta ser una muy buena terapia. Incluso si después de acabarla,
quien me escucha termina considerándome el peor ser mágico
existente.
—Apuesto a que conozco uno peor —agregó Brensait refi-
riéndose a Makkrumbbero— lo que hiciste puede ser terrible, pero
tenías una buena intención, en cambio mi enemigo, va por la vida,
haciendo y deshaciendo solo por gusto, con fines egoístas, como si
la única persona sobre lo creado, que importa, fuera él.

260
Letargo

—Makkrumbbero es un brujo peculiar —opinó— no sé dema-


siado sobre él, pero me temo que la fuerza de voluntad que posee,
ese ímpetu tan poderoso, es lo que lo transforma en el ser temible
que es, en el peligro que representa. Porque créeme, una persona
que sabe lo que quiere y lucha hasta perder el aliento por conse-
guirlo, se vuelve invencible, con o sin magia.
Brensait escuchaba cada palabra con toda la atención que po-
día. Quizás no estaba haciendo nada para regresar a casa pronto,
pero lo que aprendía de la vivencia de Eirikr era tan o más valioso.
Era una lección que debería recordar por siempre y aplicarla cada
vez que su bienestar pasara por encima del de alguien más.
El reloj cucú de la biblioteca anunció que eran las siete de la
tarde y de inmediato, uno de los jóvenes del servicio les avisó que
la cena estaba servida.
—Cenaremos y regresaremos aquí, todavía tenemos tiempo
para encontrar algo que pueda ayudarte.
—Y aunque no lo hagamos, ya me has ayudado suficiente
—afirmó dedicándole una sonrisa de gratitud.
Pasaron hasta altas horas de la madrugada buscando, pero eran
demasiados libros y muy poco el tiempo. De seguro habría algo por
ahí, escondido en todas esas páginas.
—Es mejor que descanses, mañana te espera un nuevo via-
je —dijo Eirikr a modo de recomendación— lamento no haber
podido ayudar más. Comprenderás que con todo lo que me ha
sucedido, decidí mantener la magia más antigua y oscura, alejada
de mi vida.
—No debes disculparme, lo entiendo perfectamente.
Su tendió en la cama y cerró sus ojos sin dejar de pensar en la
fascinante y, al mismo tiempo, complicada historia de su anfitrión.
Cuando abrió sus ojos, ya era de día nuevamente. Se preparó,
pidió a la sirvienta que la ayudaba, algún tipo de ropa más cómoda
para su viaje, bajó para comer algo y luego marcharse. Eirikr estaba
en el comedor esperándola.
—Fue muy poco el tiempo, pero lo he disfrutado. No es común
para mí recibir visitas y mucho menos de esas que no te juzgan al
saber la clase de ser que eres.

261
Nathalie Alvarez Ricartes

—No soy la más indicada para hacerlo y tampoco sé lo que


pasará conmigo en el futuro, así que me tomo con cuidado eso de
los juicios a otros —aclaró.
—Me parece muy bien.
Terminaron el desayuno y caminaban hacia la salida, cuando
pasaron por fuera del pequeño salón en la entrada, decorado con
algunos muebles y varios retratos en las paredes, como el de Gyda.
Brensait no lo había notado al entrar, pero allí existía también un
cuadro pintado de sus hijos y casi perdió la respiración cuando
comprobó que eran Celeste y Sebastianh.

262
Capítulo 13
“Revelaciones.”

A lexander por fin había llegado a Le Blanc. Lady Bicka


lo recibió con agrado y como era de esperar, lo convi-
dó a compartir con ella en la cena. Así podrían hablar con detalles
de la visita de la bruja reencarnada.
Brensait había optado por no hacer más preguntas a Eirikr.
Abandonó su casa sin confesarle que conocía a sus hijos y que,
incluso, Celeste era su amiga.
La idea seguía impactándola, ¿cómo era posible que fueran
brujos tan antiguos, que no envejecieran y que cargaran con toda
esa historia, sin que nunca antes hubiera escuchado el más mínimo
detalle sobre ella?
—Para peor debo encontrar a ese molesto Señor del Tiempo
—murmuró para sí misma— necesito encontrar una fuente de
agua pronto.
Había caminado en dirección opuesta al centro de Ristrok.
Eirikr le había aconsejado acercarse hacia las zonas rurales, porque
lógicamente, ahí era más probable encontrar agua en alguno de sus
estados.
Una empinada cuesta le estaba dando problemas. Se sentía

263
Nathalie Alvarez Ricartes

cansada y sin ánimo seguir, quería regresar a su casa y pensar que


todo esto jamás había sucedido, pero por desgracia, era tan real
como la existencia de Makkrumbbero.
Finalmente encontró algo que le serviría. Un abandonado pozo
que mantenía sus recursos hídricos intactos, le dio la opción que
necesitaba. El mayor problema era tener el valor de lanzarse dentro
de él sin pensar en salir lastimada en el intento. Subió al borde de
la estructura de concreto y contó en su mente hasta cinco antes de
decidir lanzarse. Por desgracia, no alcanzó a llegar a cuatro.
—Lo siento, pero me temo que no te puedo dejar seguir avan-
zando —La familiar voz del Señor del Tiempo invadió el ambiente.
—¡Vaya, pero si eres tú! —exclamó al girarse y quedar frente a
él— precisamente te estaba buscando.
—Supe que estabas de visita en casa de Eirikr. Ese desafortu-
nado guerrero vikingo.
Al escuchar esas últimas palabras, pudo completar una nueva
parte del rompecabezas. Ese era el antiguo pueblo del que proce-
dían Eirikr y sus hijos; los Vikingos.
—No es algo que te incumba, ¿o sí? —cuestionó de manera
desafiante.
—Puede que no, pero así mismo, no me incumbe nada referido
a ti, excepto impedir que sigas avanzando hacia otra dimensión.
—¿Por qué te sientes con el derecho de impedirme algo?
—Estimada joven, ya lo sabes. Soy el guardián del tiempo y
tú has llegado al máximo de dimensiones permitidas para recorrer
libremente —relató— debo comunicarte que estás en el punto de
no retorno dimensional.
—Y si no me permites avanzar más, pero yo me lanzo de todas
formas por ese pozo, ¿qué harás?
—Inténtalo y verás —desafió el joven.
—¡Con gusto! —exclamó lanzándose dentro del pozo.
—Siempre tienes que hacer todo más complicado, ¿no? —pre-
guntó el Señor del Tiempo al aire, antes de imitar su salto para
seguirla dentro del pozo.
Celeste había regresado a la ciudad. De inmediato acudió a la
casa de Brensait para contarles las revelaciones que su hermano

264
Letargo

había hecho. Tenía que advertirles lo serio que era el asunto de la


preparación en el bando rival y lo cerca que estaban del inicio de
una guerra.
Los Cinco Guerreros a excepción de Chris trabajaban arre-
glando la habitación de Brensait, disponiendo de todo tipo de
sistemas de refrigeración mágico para que nada pudiera afectar,
todavía más, el estado de su cuerpo. Mientras tanto, el líder de los
guerreros estaba en la base de las autoridades en una nueva reunión
con supuestas novedades. No era sencillo creerles, cuando seguían
sin descubrir algo certero con respecto al traidor. Por otro lado,
Chris sabía que dentro de las autoridades había personas que real-
mente estaban interesadas en hacer bien las cosas, mientras otros,
solo ocupaban un lugar innecesariamente.
—¡Hey! ¿Estás bien? —preguntó Juan a Isaak al ver que perdía
el equilibrio.
—No lo sé, de pronto tuve un mareo y unas visiones un poco
extrañas en mi cabeza.
—¿Alguna idea de por qué? ¿Viste algo en particular? —inte-
rrogó Cirox.
—Fue muy rápido. Recuerdo unas sombras muy veloces mo-
viéndose en todas direcciones y… —Un fuerte dolor en el pecho lo
interrumpió. Cayó al piso antes de que los demás pudieran evitarlo.
—¡Rápido, ayúdenme a ponerlo sobre el sofá! —exclamó Juan.
Estuvo inconsciente cerca de tres minutos, luego con una pro-
funda respiración despertó.
—Volviste —comentó Cirox— ¿Qué sucedió?
—No sé, algo como una descarga de energía, seguido de un
profundo dolor en el pecho, me hizo caer sin darme cuenta.
—Será mejor que descanses, algo no debe estar del todo bien
con tu cuerpo —aconsejó Juan Carlos.
—Debe ser la presión de los últimos acontecimientos —agregó
Juan.
—Puede ser. Haré caso a tu sugerencia e iré a descansar.
Los tres guerreros observaron cada movimiento de Isaak hasta
que salió de la habitación. Sin duda era extraño lo que le había su-
cedido, pero no encontraban una explicación lógica para justificarlo.

265
Nathalie Alvarez Ricartes

La llegada de Chris casi coincidió con la de Celeste. Ambos


liberaron las noticias que traían como si alguien los estuviera per-
siguiendo.
—No puedo creer que estén creando un ejército de esa catego-
ría en Scutum y no nos hayan contado —comentó Cirox.
—Es muy secreto, yo solo lo supe porque Sebastianh está in-
volucrado.
—¡Pero estamos hablando de entrenar brujos jóvenes como si
fueran armas! —exclamó Tiare.
—Desafortunadamente es, precisamente, eso lo que el bando
rival está haciendo —agregó Juan.
—Entonces así será ahora, ¿comenzaremos a actuar como ellos,
como nuestro enemigo? —Tiare sonaba dolida y decepcionada.
—Puede que sea la única forma de salir victoriosos —senten-
ció Chris, quien, como había imaginado no traía muchas noveda-
des importantes. Salvo la revelación del nombre del nuevo jefe de
los brujosguerreros, un tal Taek. Él estaría al mando de la unidad
especializada en defensa, algo así como el líder de las fuerzas espe-
ciales de los brujosguerreros.
—¿Y para eso tuviste que ir a una reunión al otro lado de la
ciudad? —preguntó Cirox con incredulidad.
—Si, así es.
—¡Pff ! Cada día más ineptos —agregó con molestia su her-
mano.
En Le Blanc, Lady Bicka había puesto al corriente de todo lo
sucedido con Brensait a Alexander. El Señor de los Sueños estaba
listo para seguir su camino y esta vez, por fin encontrarla y llevarla
de vuelta a casa.
—Debes ser cuidadoso. Hay quienes no desean que ella regrese
—comentó Lady Bicka.
—Lo sé.
—Escucha, te conozco hace años, sé el tipo de persona que eres
y por todo lo que has pasado, así que por favor, no hagas nada, que
pueda revivir es pasado tan tormentoso.
—Ese pasado tormentoso del que hablas no fue mi culpa.
—Lo sé. Solo te pido que seas cuidadoso.

266
Letargo

—Aunque yo lo sea, las personas que quieran perjudicarme, no


lo serán.
—Está bien. No sirve de mucho discutir contigo, ¿no?
—Te aprecio querida, pero tú manera de ver el mundo y la mía,
son totalmente diferentes. Basta con decir que vives, prácticamente
en un paraíso y es muy poco lo que sabes de la maldad real de los
seres que habitan más allá de este pueblo.
—No sé si es tan así, pero te daré la razón. No quiero terminar
molesta contigo, además, ya es tiempo de que te vayas si es que
quieres recuperar a esa chica antes de que sea demasiado tarde.
—Será hasta una próxima —dijo acercándose para abrazarla.
—Espero que esa próxima no sea tan lejana como ahora.
—Todo dependerá de cómo resulten las cosas con Brensait.
—Es extraño como, poco a poco, muchos de los brujos más
poderosos han terminado dependiendo, de alguna forma, de lo que
suceda con ella, ¿no lo crees?
—Lo creo y temo.
—Todos deberíamos temerle a lo que podría estar por suceder.
—Y bueno, esperemos que no sea algo tan dramático —agregó
antes de abrazarla nuevamente, para luego emprender su camino.

Makkrumbbero recorría un largo sendero oscuro. Estaba solo,


una larga capa con una amplia capucha, completamente negra lo
cubría. El camino llevaba hasta lo alto de una montaña, donde no
parecía existir la presencia de otro ser humano.
Tardó casi media hora en llegar hasta un apartado y oculto
bosque, donde alguien lo esperaba.
—Comenzaba a pensar que no vendrías —La voz masculina
era un poco más aguda que la de Makkumbbero y evidenciaba
una edad mayor. Estaba completamente cubierto por una capu-
cha también, pero aquella era de satín, brillaba y caía de manera
elegante. Sus puntiagudas botas hacían perfecto juego con la capa.
—No es sencillo llegar hasta aquí sin magia.
—No te quejes y agradece que he aceptado reunirme contigo.

267
Nathalie Alvarez Ricartes

—No quiero sonar atrevido, pero este encuentro es tan favora-


ble para mí, como para ti.
—Es ahí donde te equivocas —afirmó— verás, tú eres el que
me necesita, yo puedo lograr lo que deseo sin necesitar a nadie.
—Pero sabes que si unimos fuerzas, asegurarás tu victoria.
—La vida es tan relativa y tú hablas como si manejaras todas
las certezas.
—Eso es porque confío en mí mismo.
—Si quieres ser mi aliado tendrás que aprender que necesitas
mucho más que eso —agregó— hasta ahora he visto que has actuado
de una manera muy dócil. Si fuera por mí, todo ser, con algún grado
de importancia para Brensait, ya estaría muerto —Makkrumbbero
no respondió— las instrucciones son las siguientes; si ella sobrevive
al hechizo del sueño, seré yo quien se haga cargo de la situación y tú
obedecerás.
—Lamento haber caminado toda esa cuesta hasta aquí, pero
me temo que yo nunca obedeceré a nadie —espetó desapareciendo
del lugar.
—Créeme que lo harás. A favor o en contra de tu voluntad.
Finalmente, todos lo harán —agregó el otro individuo sin mayor
preocupación.
La caída por el pozo fue violenta, tanto para ella como para el
Señor del Tiempo, quien perdió gran porcentaje de su intachable
compostura por su causa.
—¡Auch! —exclamó la chica al golpearse contra el piso de tierra.
—Has cruzado la línea del atrevimiento —regañó el joven con
disgusto tratando de levantarse y adecuar su vestimenta— ¡Soy un
guardián!
—Como si me importara —espetó ella— para mí no eres más
que un molesto sujeto al que espero no volver a ver nunca.
—Que pena tener que contradecirte, pero como he dicho, ya
no eres libre —recordó de forma amenazante, al mismo tiempo
que tronaba los dedos de la mano izquierda. Enseguida ambos des-
aparecieron, siendo trasladados hasta el peculiar hogar del Señor
del Tiempo, el tan admirado Templo Cronista.
Cuando Brensait abrió los ojos estaba atada de pies y manos

268
Letargo

con cuerdas que parecían hechas de energía. Sujeta a un pilar in-


visible. Vista desde otro punto, parecía como si flotara amarrada a
algo incandescente.
—Por fin abres los ojos ¡Bienvenida al Templo Cronista! —ex-
clamó con el mejor ánimo del mundo.
—¿Por qué estoy atada?
—Bueno, déjame recordarte que tienes una extraña fascinación
por las acciones temerarias, así que debía asegurarme de que no
escaparías.
—¿Tan en serio iba lo de no dejarme regresar?
—Insisto, no te lo tomes como algo personal, solo es parte de
mi labor como guardián —agregó él con una sonrisa de satisfac-
ción. Disfrutaba por fin, estar solucionando ese problema.
—¿Tu labor como guardián? ¿En serio las autoridades del
mundo de la magia permiten esto?
—Querida, estoy por sobre las autoridades de la magia. Mi rol
es universal.
—Eres incluso más arrogante que Makkrumbbero y recuerda
bien esto: ¡No te saldrás con la tuya!
—Mírate, ya lo hice. Mi cometido está cumplido y ahora solo
para hacerte sentir peor te revelaré algunas cosas que desconoces.
Brensait le dedicó una mirada llena de furia. Pero objetivamen-
te no tenía mucho más que hacer. Estaba en sus manos.
—Para empezar y como ya debes saber, eres víctima del hechizo
del sueño, uno muy poderoso por cierto —relató— Makkrumbbero
se encargó de sellarlo, lo que claramente, dificulta mucho más po-
der romperlo —continuó— la cosa es que una de esas condiciones
que él estableció, fue que por cada dimensión recorrida y por cada
vez que usaras magia estando en ellas, tu cuerpo iría sufriendo una
lamentable transformación.
El rostro de Brensait se transformó enseguida. Algo sabía, pero
no conocía los detalles.
—¿Qué clase de transformación?
—La que te convertiría finalmente, en una estatua de hielo.
Incrédula, sin querer dar consentimiento para aceptar esa ver-
dad, la joven lo increpó.

269
Nathalie Alvarez Ricartes

—¡Estás mintiendo! —exclamó exaltada— solo lo dices para


molestarme y hacerme sentir mal.
—¿Quieres una prueba? Puedo demostrar que no estoy min-
tiendo.
—¡Entonces hazlo! —espetó con furia.
El Señor del Tiempo se acercó al espejo de mercurio y am-
plificó su imagen, en la que con claridad, apareció el cuerpo físico
de Brensait tendido en su cama, junto a todos los aparatos que los
guerreros habían instalado para su mejor mantención. El hielo ha-
bía avanzado tanto, que solo se podía percibir la parte superior de
su pecho y el rostro en estado natural.
—¿Lo ves?
—¡No puede ser! —El miedo detenido en su garganta, las lá-
grimas a punto de brotar por sus ojos y el flujo interminable de
suposiciones que desfilaban en su mente, creando cada escenario
posible en caso de que no pudiera regresar antes de que el hielo
invadiera la totalidad de su cuerpo.
—Siendo sincero, no tenías muchas opciones. Porque si no era
el hechizo y las condiciones de este, sería mi impostergable fun-
ción como guardián la que no te permitiría volver —agregó— es
una lástima que tus amigos deban verte convertida en eso. Ni si-
quiera a mi peor enemigo se lo desearía.
—¡No seas hipócrita! No te importa en lo absoluto.
—Sé que estás molesta. También sé que he actuado de una for-
ma en que cualquier me odiaría, pero comprende que solo cumplo
con lo que debo. Eres algo así como un daño colateral.
Brensait lo miró fijo y por algunos segundos, le creyó, sintió
que comprendía de lo que hablaba. Quizás realmente, esto era par-
te de una situación inevitable, después de todo, ella era una reen-
carnación antinatural, que le gustara o no, podría estar acarreando
graves desequilibrios en la normalidad del universo.
—¿Qué pasará ahora? Me refiero a que, solo soy mi subcons-
ciente, mi cuerpo físico o esa estúpida estatua seguirá estando allá.
—Para evitar más caos y alteraciones por tu viaje a través de las
dimensiones, a mí me basta con tu subconsciente —afirmó— es
urgente que no continúes pasando de una a otra.

270
Letargo

—¿Esto sucede con todas los seres que pasan de una dimen-
sión a otro sin control? —Ya no veía alguna escapatoria o forma
positiva de resolver las cosas. Estaba resignada.
—Debes saber que existen dimensiones en las que está permi-
tido pasar sin problemas, pero son limitadas y puedes hacerlo con
períodos de tiempo diferentes, no todas en un viaje continuo, como
en tu caso.
—Entiendo.
—Contigo, además, hay un factor agregado.
—¿Qué clase de factor agregado?
—Eres un vampiro energético Brensait, uno de los seres más
poderosos, en cuanto a energía se refiere y cada vez que visitas
una dimensión esa energía queda en el lugar y lo altera de manera
irreversible —explicó— puede ser en el clima, en la percepción del
tiempo, incluso en la salud de sus habitantes.
Mientras más explicaba, más entendía su punto y su obsesión
por detenerla.
—Realmente he creado un caos, ¿no? —preguntó abatida.
—No es totalmente tu culpa, pero sí, lo has hecho.
—Cuando estuve con el señor Eirikr dejó muy en claro que no
eres de su agrado, ¿a él también le pasó algo parecido, también fue
tu rehén?
—Suena un poco fuerte decir rehén —comentó asomando
una mueca de preocupación— nunca detuve a Eirikr, él solicitó mi
ayuda para resolver la maldición que pesaba sobre su familia, pero
no pude ayudarlo, no estaba en mis manos —aseguró— se atrevió
a jugar con fuego y debió asumir esas consecuencias.
—Pero eres el guardián del tiempo, quizás si podrías haber he-
cho algo.
—¡No, claro que no! —exclamó ofuscado— ahí radica el prin-
cipal problema de los seres con magia y de los humanos en general;
creen que pueden manejar el mundo a su antojo, hacer y deshacer
y después pedir a otros que resuelvan los problemas que han gene-
rado ¡Es una actitud totalmente egoísta! Nosotros funcionamos al
ritmo del universo, no él al nuestro ¡Somos demasiado arrogantes
y egocéntricos!

271
Nathalie Alvarez Ricartes

La voz del Señor del Tiempo había subido de volumen, estaba


realmente molesto y Brensait pudo ver cómo le afectaban estas
cosas. Cómo su verdadero fin, era realmente hacer lo mejor para el
universo, aunque eso significara castigar a los seres que quebranta-
ran las normas.
—Estoy en la peor posición para reconocer esto, pero en serio
entiendo por qué lo haces. No puedo asegurar que me agrades,
pero al menos he logrado llegar al punto en que puedo empatizar
con lo que haces.
—Con eso es suficiente para mí.
—¿Qué sigue ahora?
—Es mejor que no lo sepas. Será más sencillo así —confesó.
—¿Sentiré dolor?
—Lo haré de tal manera en que no sentirás nada, solo será
como dormir.
—¿Estaré muerta?
—Claro que no —afirmó— si así fuera, sería el asesino más
grande del mundo de la magia. Solo estarás en un trance eterno.
Brensait escuchaba cada palabra y poco a poco iba asimilando
cómo su vida se le escapaba de las manos. Tantas cosas vividas,
tanto esfuerzo y sufrimiento para terminar así; en manos del guar-
dián del tiempo, detenida para no generar un caos irreversible en el
universo. Podría odiarlo, tratar de escapar, pero sus palabras tenían
sentido y no quería seguir siendo la causante de más daño.
Podría parecer que se estaba rindiendo, pero una parte de ella
confiaba, en que dejarse llevar, era la mejor opción. Lo que tuviera
que pasar, sucedería de todas formas. Por ahora, no había mucho
más que hacer. Nadie tenía la certeza de lo que el futuro traería,
quizás más adelante, no sería una amenaza para el universo y el
Señor del Tiempo la liberaría. La suerte estaba echada y las posi-
bilidades eran muchas, solo lamentaba no tener un segundo más
con las personas que había aprendido a querer, incluso después de
que se completara la reencarnación. Extrañaría los cálidos abrazos
de Cirox y la sincera sonrisa de Tiare. Extrañaría cada gesto de
sus seres queridos, aunque se tratara de los molestos comentarios
de Isaak. En sus cortos años, la vida le había dado mucho; mucho

272
Letargo

bueno y mucho malo. Sentía un balance proporcional a lo que su


naturaleza era, a lo que merecía.
Hortus, ¿qué sería de Hortus? ¿Recordaría algo estando ahí?
Podría retomar, en algún momento, su promesa de vengar su
muerte, su tan amarga muerte. El dolor más grande e intenso que
alguna vez vivió. No sabía nada al respecto, salvo que aquí concluía
una parte de su vida, de su nueva vida. Entendió, que al no estar
muerta, tampoco podría volver a reencarnar. Era el fin.
—¿Cómo sabrán mis amigos que nunca regresaré?
—Lo entenderán cuando cuerpo se congele por completo.
—¡Pero Makkrumbbero ganará! ¿Quién podrá detenerlo?
—Makkrumbbero sufrirá, inevitablemente tu mismo destino;
una vez que termine contigo, iré a por él.
—¿Te enfrentarás tú solo a él?
—El Señor del Tiempo nunca está solo —aseguró con con-
fianza— además tengo un sinfín de trucos que nunca has visto
¡Que nadie conoce!
—Promete que no dejarás que el gane —pidió la joven con los
ojos cansados, como si en cualquier momento se le fueran a cerrar.
—No soy un brujo tan poderoso como para prometer algo así,
mis habilidades van más de la mano del raciocinio y de saber sacar
ventaja donde otros no la ven. Soy más astuto que poderoso.
—Como sea, pero no dejarás que el cumpla con sus objetivos.
—No, claro que no lo haré —aseguró un segundo antes de que
Brensait cerrara los ojos, cayendo en el inevitable trance— descan-
sa querida. Esta y tu anterior vida ya han sido suficiente para ti.
Luego desató su cuerpo y la llevó hasta una mesa de mármol
muy gruesa. Con un ligero movimiento de sus manos, apareció una
columna que parecía hecha de magma, se movía como esas extra-
ñas lámparas del mismo material, de color gris con intermitentes
rayos que brotaban de la nada. Tomó su cuerpo y lo puso dentro de
la columna, suspendido, pero al mismo tiempo, fijo en algo imper-
ceptible. Desde afuera era como ver, una muñeca durmiente dentro
de una caja con movimiento continuo.

273
Capítulo 14
“Despertar.”

A lexander estaba a punto de salir de los alrededores de


Le Blanc para pasar a otra dimensión, cuando sintió
un fuerte golpe en la parte de atrás de la cabeza. Cayó al piso brus-
camente, sin alcanzar a ver el rostro de su atacante.
Permaneció inconsciente ahí cinco días. De seguro, no ha-
bía sido solo el golpe, sino también algo de magia. Para cuando
despertó, en la dimensión de Brensait ya había comenzado abril.
Llevaba más de un año en el hechizo del sueño y en el lado nor-
te del planeta, el conflicto entre los aliados de Brensait y los de
Makkrumbbero se había intensificado. Ataques sorpresa a autori-
dades y humanos habían empeorado toda la situación. Los cazado-
res habían estrenado nuevas armas, la mayoría basadas en ataques
con plata y esencia de granada.
Makkrumbbero, sin embargo, seguía esperando el día en que
le confirmaran que Brensait se había convertido en una estatua de
hielo por completo.
—¿Estás seguro de que eso funcionará? Esa desgraciada siem-
pre termina encontrando la forma de salvarse —Isabel seguía bus-
cando la mejor manera de cobrar venganza por la muerte de su
deseado Ali.

275
Nathalie Alvarez Ricartes

—De hecho, según mis estimaciones, está a punto de suceder.


—Realmente espero que esta vez tengas razón y que todos tus
planes de dominación y liderazgo absoluto se concreten de una vez
por todas ¡Estoy harta de seguir en las sombras! —exclamó Isabel
con molestia. El bonito salón donde reposaban, perdía un poco del
encanto con su mala actitud.
—No sé de dónde sacas el atrevimiento para quejarte tanto,
después de todo no has sido de gran ayuda.
—¡Porque tú no me lo permites!
—Isabel, cada vez que te he dado un poco más de libertad solo
logras ocasionarme más problemas.
—Tú eres el que no sabe lo que quiere, actúas como si espera-
ras que sucediera algo que no entiendo ¡Tienes todo en tus ma-
nos para acabar con los guerreros y esos amigos de pacotilla que
Brensait dejó vulnerables!
—¡Suficiente! —exclamó golpeando con fuerza y agresividad
la pequeña mesa que tenía enfrente— vas a calmar tus pasiones y
dejarás de actuar con esa manera de niña pequeña ¡Ni siquiera en
tu vida anterior eras tan insoportable!
—Suficiente de ti —espetó levantándose de su asiento— soy
una bruja poderosa y me aburrí de estar a tu sombra —dijo antes
de salir del lugar.
—¡Vuelve aquí Isabel! —gritó sin conseguir ser obedecido.
Nadie sabía que era lo que Isabel pensaba hacer, pero de seguro
no era nada bueno.
La noche estaba iluminada por una gran luna llena. Todo pa-
recía en calma, los humanos sin magia disfrutaban de una velada
de día sábado. Hasta que Isabel apareció en uno de los restaurantes
más concurridos de la zona norte de la ciudad.
—Vaya, pero si está apestado de estos inmundos humanos sin
magia —vociferó— veamos qué pasa cuando ocurre algo que no
pueden explicar.
Sin pensarlo dos veces, rodeó el local con una burbuja casi im-
perceptible y comenzó a maltratar a todos los que habían quedado
en su interior.
—¡Sufran malditos! —exclamó con euforia y enseguida

276
Letargo

comenzaron a escucharse, por todos lados, terribles gritos de


hombres, mujeres y niños. Pero el ataque también parecía invisible,
no había nadie que permitiera deducir exactamente, qué estaba
haciendo.
—¡Detente! —advirtió la potente voz de Maximiliano. No tar-
daron ni cinco minutos en aparecer. Isabel quedó bastante sorpren-
dida.
—Estás loco si crees que por algún segundo, he considerado
siquiera tomar tu advertencia en serio.
—Más te vale que lo hagas o podrías arrepentirte.
—Yo nunca me arrepiento de nada —aseguró con el ansía de
atacar y destruirlo, corriendo por sus venas.
De la nada, fueron apareciendo más y más cazadores. El en-
frentamiento se tornó muy violento de un segundo a otro. Tan solo
en su primer ataque Isabel arrebató la vida de dos de los compañe-
ros de Maximiliano.
—¡Perra desgraciada! —gritó el líder de los cazadores lanzan-
do un pequeño dardo que se fue a incrustar justo en el hombro
derecho de Isabel, generando un fuerte dolor que la inmovilizó
por algunos segundos. De inmediato la burbuja del restaurante y el
dolor de sus prisioneros desaparecieron.
—¿Qué me hiciste? —preguntó con rabia.
—Solo te devolví un poco de tus propios trucos sucios.
El dolor comenzaba a menguar y estaba lista para retomar el
ataque. Esta vez no tendría piedad y los mataría a todos. En el ban-
do de los cazadores, solo quedaban tres o cuatro, de los nueve que
habían llegado, en condiciones para seguir resistiendo.
—Deben agradecerme el que les quite la vida hoy, así no ten-
drán que presenciar los horrores que están por venir —advirtió
lanzando intermitentes rayos de energía, muchos de ellos, con
efectos diferentes de acuerdo a su color. La clave para no sufrir su
daño era evitarlos. A toda costa evitar que les tocara la piel.
Uno de los chicos no fue lo suficientemente rápido y terminó
muriendo de manera inmediata producto de una grave hemorragia.
—¡Se los advertí! —volvió a decir sonriendo— no saldrán de
aquí con vida.

277
Nathalie Alvarez Ricartes

Estaba a punto de lanzar otro mortal ataque, cuando sintió que


unos látigos invisibles sujetaban sus manos.
—¡No, no lo harás! —amenazó Celeste con enfado— busca
rivales de tu altura, maldita bruja. No sabes hacer nada más que
ser un problema para todos, incluso para tu hermano —agregó la
chica de cabellos Celeste con enojo.
—¿Y tú quién te crees que eres?
—Otra bruja maldita que te hará sufrir —respondió la chica
haciendo aparecer un resplandeciente objeto que luego lanzo hacía
su rival.
Era un hacha. Si un hacha vikinga. Una poderosa arma here-
dada de su pasado, regalo de su padre. Viajó directo hasta Isabel
y se detuvo a unos centímetros de su rostro para desprender una
poderosa luz amarilla intensa, que dejó encandilados a todos los
demás presentes.
Aquella fulminante luz creó una capsula gruesa alrededor de
Isabel inmovilizándola de inmediato, luego y poco a poco fue ejer-
ciendo una fuerza de presión sobre ella, sin que le permitiera caer
en la inconsciencia.
—Verás, por algo me hecho sido conocida como la hechicera
de la luz —encaró con gusto— solo cuando se me antoje permitiré
que te liberes.
Era evidente que Isabel la estaba insultando de mil maneras,
pero su voz no podía ser escuchada por nadie.
—¡Váyanse de aquí ahora! —ordenó a los cazadores.
—Pero esto no ha terminado —insistió Maximiliano.
—Escucha jovencito, sé que somos de bandos contrarios, pero
en esta ocasión me debes tu pellejo sobreviviente así que obedece
—sentenció sin dejar espacio para más diálogo.
Los cazadores no tuvieron más opción que obedecer y se mar-
charon con prisa. Celeste se acercó a Isabel, le dedicó un gesto
obsceno y se marcho. La cúpula perdería su efecto en unos tres o
cuatro minutos. Tiempo suficiente para una dulce y dolorosa tor-
tura que bastaría por ahora.
Regresó a casa de Brensait y contó lo ocurrido. Los guerreros
la reprimieron por no haber pedido ayuda.

278
Letargo

—De verdad no era necesario, podía controlar la situación, de


lo contrario, les aseguro que hubiera encontrado la forma de avi-
sarles.
—Aún así, Isabel está fuera de control —declaró Cirox— bus-
cará la forma constante de crear problemas.
—No debería extrañarnos demasiado, esa siempre ha sido su
intención —recordó Isaak.
Conversaban en la sala cuando un desgarrador grito llegó hasta
sus oídos. Era Nino, desde la habitación de Brensait. Varios de los
presentes ya temían cuál era el motivo de aquella reacción.
—¡Se ha congelado por completo! —exclamó entre lágrimas—
ya no hay nada que podamos hacer.
—No, no puede ser —Negaba Tiare con los ojos llenos de lá-
grimas.
—Es demasiado tarde, Alexander no lo consiguió —agregó
Cirox con desazón. En su mente pretendía estar dentro de un sue-
ño, convencerse de que nada de esto realmente estaba pasando.
Los rostros abatidos se multiplicaban. No daban crédito a lo
sucedido. Habían fallado en la más grande e importantes de las
misiones y con ello, Brensait había quedado atrás, relegada a un
lugar desconocido desde el que no podrían traerla de vuelta.
Alexander, sin embargo, seguía adelante con su misión. No ha-
bía sentido todavía el cambio en la chica, quizás no tendría forma
de hacerlo hasta salir de sus sueños. Así que pasó con Ristrok casi
volando, no tuvo tiempo ni siquiera de conversar con Eirikr, solo se
guió por el rastro de energía que Brensait había dejado y luego se
encontró con el pozo. Donde todo parecía terminar.
—¿Qué se supone que sigue ahora? ¿A dónde fuiste Brensait?
Como no tenía otra opción que arrojarse por el pozo, fue lo que
hizo, pero en vez de aparecer en el sitio de tierra donde Brensait y
el Señor del Tiempo habían caído, llegó directamente al Templo
Cronista y supo que tenía que imaginar lo peor.
Cirox necesitaba salir de la casa. No quería estar ahí, no podía
mirar nuevamente el cuerpo inerte y frío de Brensait. Sus espe-
ranzas estaban destrozadas y su intento por mantenerse fiel a la
creencia de que lo lograrían, había sido totalmente inútil.

279
Nathalie Alvarez Ricartes

—¡Por fin! Lo que tanto he esperado ha sucedido —celebró


Makkrumbbero alanzando una copa que parecía contener vino o
algo similar. Su ansiada celebración se vio interrumpida al ver lle-
gar a su hermana. Una vez más derrotada.
—Ni siquiera me tomaré la molestia de preguntar qué suce-
dió—aclaró— eres todo un caso Isabel. Cada vez que te miro com-
pruebo que la genética no se reparte de manera equitativa ¡Tú y yo
somos demasiado diferentes!
—Adiós, solo diré eso —bramó con rabia— ¡Ah! Y por favor,
recuerda estas palabras: lamentarás cada insulto o menosprecio que
me has dedicado, porque llegará el día en que gracias a mí, con-
seguirás ser el ser supremo que tanto ansías —advirtió totalmente
convencida de sus palabras.
Makkrumbbero la observó marcharse y siguió disfrutando su
momento de gloria; Brensait era una estatua de hielo y el camino
quedaba completamente libre para concretar sus más ansiados pla-
nes.

Alexander se levantó, sintiendo en cada parte de su cuerpo la


fuerte caída y enseguida vio frente a sus ojos al guardián del tiempo.
—¿Sería mucha la imprudencia preguntar quién eres y qué ha-
ces aquí? —El Señor del Tiempo lucía calmado y tan espléndido
como siempre.
—Lamento aparecer de esta forma, pero estoy aquí buscando
a alguien.
—¿Quién eres?
—Alexander, más conocido como el Señor de los Sueños.
El rostro del Señor del Tiempo cambió de inmediato. Sabía
de quién se trataba y de seguro el motivo de su visita era Brensait.
—Supongo que tú eres el Señor del Tiempo —agregó.
—Supones muy bien —confirmó— aunque no termino de en-
tender a quién buscas.
—¿Ah, sí? ¿Estás seguro de eso? —cuestionó— ¿el nombre
Brensait no te suena?
El Señor del tiempo miró hacia el infinito un poco dubitativo

280
Letargo

con respecto a su repuesta. Tarde o temprano todos terminarían


por saber que la chica estaba ahí.
—Claro que me suena. La he visto un par de veces —declaró—
además, dudo que exista alguien en el mundo de la magia que no
sepa sobre ella.
—Tienes tanta razón —dijo casi como una burla— pero mi
pregunta va mucho más allá, quiero saber si está aquí.
—¿Por qué quieres saber eso?
—Necesito llevarla de vuelta a casa y el último lugar vinculado
al agua donde estuvo me trajo hasta aquí.
—Está aquí, tal como lo piensas, pero bajo ninguna circuns-
tancia podrás llevártela —aseguró— llegaste muy tarde para eso
—agregó haciendo un gesto con su mano que hizo aparecer la co-
lumna de magma donde yacía la chica en trance.
Alexander miró el objeto con incredulidad. No podía conven-
cerse de haber fallado en esta, su misión más importante. Nunca
había interactuado como una persona normal con Brensait y aún
así, sentía pena al verla en ese estado.
—Debiste llegar antes de que alcanzara el punto de no retorno
dimensional —señaló— ahora ya es muy tarde, no hay vuelta atrás
—Sus ojos demostraban algo contrario a lo que decían sus palabras.
—¿Realmente no hay forma de que pueda llevarla de regreso?
El Señor del tiempo lo miró con complicidad, como si sus pla-
nes hubieran cambiado.
—He de asumir que ya no tienes prisa por volver, así que me
gustaría invitarte a una taza de té para que conversemos de nues-
tras posibilidades con calma y objetividad.
Alexander no esperaba ese ofrecimiento y reconocía que este
individuo le parecía de lo más impredecible.
—Claro, ¿por qué no?
El Señor del Tiempo llamó a Ryb y le pidió que preparara lo
necesario para él y su invitado. En pocos minutos, ambos disfru-
taban de un reconfortante té de frutos y hierbas típicas del mundo
de la magia.
—Que sabor más exquisito —comentó Alexander— hace mu-
chos años que no probaba algo como esto.

281
Nathalie Alvarez Ricartes

—Pequeños placeres de los que puedo disfrutar en este aparta-


do lugar del universo.
La misma mesa con forma de semiluna que acostumbraba a usar
el Señor del Tiempo era la pieza clave de aquella peculiar escena.
—Podríamos avanzar en el tema que nos importa —sugirió El
Señor de los Sueños.
—Es cierto. Debes estar un poco ansioso por volver a tu ver-
dadero hábitat, ¿no?
—Más que eso, me gustaría conocer de una vez tus intencio-
nes, porque si realmente no hay marcha atrás con tu decisión de
mantener aquí a la chica, no encuentro motivos para aplazar mi
regreso.
—Comprendo —dijo después de beber un poco de su té— es-
toy al tanto de que llevarla de vuelta, traerá ciertos beneficios para
ti o al menos la posibilidad de reivindicar el pasado oscuro que te
pesa sobre los hombros, ¿o me equivoco?
—Entre seres como nosotros no sirve de mucho esconder los
detalles que nos mueven.
—Me gusta que sea así, porque me ahorra todo ese tema de la
emocionalidad y sentimientos que puedan vincularte a esta causa.
Sé perfectamente que ni siquiera has intercambiado palabra algu-
na con ella.
—En este vida no, pero quizás en otra sí.
—Vaya, esa es toda una novedad para mí.
—Nadie puede estar al tanto de todo, aunque seas El Señor
del Tiempo.
—En fin, vamos al grano —habló con seriedad— el tiempo
que ha pasado Brensait detenida en este lugar, me ha dado la posi-
bilidad de analizar con más cuidado mis siguientes pasos.
—Podrías iluminarme un poco con respecto a esos siguientes
pasos.
Ryb había abandonado el sector donde compartían el té, pero
permanecía oculto detrás de unas altas columnas negras, escuchan-
do todo con atención. Para él era fundamental estar al tanto de
todo o de lo que más pudiera, porque solo de esa manera podría
aconsejar bien a su querido señor.

282
Letargo

—Como le expliqué a Brensait antes de ponerla en trance, mi


única razón para detenerla, es evitar el caos que ella y su gran des-
pliegue de energía estaban causando con su viaje por las dimensio-
nes —aclaró— entonces, el siguiente paso es ir por Makkumbbero
y condenarlo de la misma forma, antes de que sea él quien acabe
desatando el verdadero caos.
—¿Y qué está haciendo que cambies de parecer?
—Al analizarlo con calma me di cuenta de que es mucho más
efectivo si dejo que sea ella misma quien acabe con su enemigo y
me facilite esa parte del trabajo.
Los ojos de Alexander se abrieron al máximo, sorprendido por
las palabras de su acompañante.
—¿Estás sugiriendo que la liberarás?
—Solo con una condición —sentenció— y es ahí precisamente
donde entras tú.
—¿Qué tendría que ver yo en todo esto?
—Simple: una vez que ella acabe con Makkrumbbero la volve-
rás a enviar al hechizo del sueño, yo la capturaré y esta vez no ha-
brá liberación fortuita. Se quedará aquí para siempre y el universo
recuperará su estabilidad —Alexander lo miró con gracia y liberó
una potente carcajada.
—¿Me explicarías por qué yo haría algo así? ¿Qué ganaría?
Porque viéndolo desde dónde están las cosas, solo perdería.
—Si lo logras, seré yo quien te ayude a aclarar tu pasado y ase-
gurarte de que los verdaderos culpables sean castigados.
Impacto directo y certero. El Señor del Tiempo había dado
justo en el punto débil de Alexander. No había forma de que re-
chazara la oferta.
Se tardó unos minutos en volver a pronunciar palabra alguna,
hasta que por fin pudo continuar.
—Necesito saber más detalles.
—No hay más detalles. No es algo tan complicado de entender
y no debería ser difícil de concretar, al fin y al cabo, eres el Señor de
los Sueños, aquel hechizo no será ningún problema para ti.
—¿Cómo estás tan seguro de que ella vencerá y no será
Makkumbbero quien la acabe?

283
Nathalie Alvarez Ricartes

—Si eso sucede, tendré que hacerme cargo de él enseguida,


pero tengo plena confianza en que no será de esa forma.
—¿Comprendes que si esto sale tal como lo piensas, será uno
de los peores sacrificios existentes en el mundo de la magia? —pre-
guntó sin rodeos.
—Cada cierto tiempo es necesario hacer un sacrificio para ase-
gurar que el resto de las cosas sigan funcionando —afirmó con
frialdad— esta es una regla que se aplica en todos los escenarios
que puedas imaginar.
Alexander lo miraba con cierta desconfianza. No sabía qué tan
bueno era creer en alguien con este tipo de convicciones. En el
futuro podría ser él, el sacrificado.
—¿Y cómo explicaría el hecho de que tú la liberaste? Nadie se
quedaría tranquilo con esa excusa.
—No tienes que decir que yo la liberé —explicó plenamente
convencido de sus ideas— dirás que la encontraste antes de que
llegara al punto de no retorno. Yo me haré cargo de manejar los
detalles para que eso sea creíble.
—Sí que habías pensado en todo.
—Ya te lo dije, estuve analizando la situación desde que ella
está aquí. Es bueno mirar las circunstancias desde varios puntos
de vista.
—Pero hablaste con ella antes de dejarla en trance, ¿cómo estás
tan seguro de que no recordará nada?
El Señor del Tiempo miró de reojo hacia las columnas ne-
gras que estaban hacia el lado oeste y comprobó que alguien los
escuchaba. Así que, sin armar un conflicto de aquello, creó una
burbuja que los aisló a ambos del resto. Nadie podría escuchar lo
que decían y relató los detalles más sabrosos de su plan. Tan solo
Alexander y él los conocerían.
Al terminar de explicar, lo que no querían que otros supieran,
hizo desaparecer la burbuja.
—¿Todo claro?
—Perfecto —respondió el Señor de los Sueños.

284
Letargo

En casa de Brensait, el ambiente era el mismo que se apreciaba


en un funeral. El estado de la chica era irreversible y con su parti-
da se derrumbaban las esperanzas de gran parte del mundo de la
magia.
—Hay que avisar a las autoridades —sugirió Juan Carlos.
—Esperemos un poco más —pidió Chris— en cuanto lo sepan
llegarán en masa a este lugar y lo transformarán todo en un circo.
—Chris tiene razón. Esperemos hasta mañana para hacerlo,
aprovechemos de estar con ella por última vez —Celeste estaba al
lado de la chica o más bien, de su cuerpo congelado. Le sujetaba
la mano derecha con fuerza aun, cuando el hielo quemaba la suya.
—Disculpen, iré a ver cómo está mi hermano —El líder de los
guerreros salió de la habitación.
Cirox estaba en el borde de la piscina mirando hacia el cielo y
con extrañas incandescencias y rayos que parecían explotar sobre
su cabeza.
—Cirox ¿Estás bien?
—Trato de focalizar mis energías en algo que no sea dañar a
otros.
—Pero hacer estallar tu propia energía de esa forma, terminará
por lastimarte a ti.
—Sinceramente hermano, ya no hay nada que pueda lasti-
marme más —De pronto, los pequeños rayos se transformaron en
bombas, que al explosionar generaban chispas e intensas descargas
de energía en el guerrero.
—Aunque ella no esté, nos queda mucho por hacer todavía.
—Basta Chris, ya tuvimos esta conversación cuando tuvo el
accidente en las líneas del tren y créeme que no quiero repetirla.
—Está bien, no lo haremos —afirmó.
—¿Quieres que te deje solo?
—Es lo mejor que podrías hacer.
Chris no tomó aquello como algo personal. Sabía cómo actua-
ba y sentía su hermano y lo último que deseaba, era ser el causante
de más enojo y descontrol. Solo esperaba que el truco para liberar
energía que estaba haciendo, no terminara por salírsele de control.
Cirox continuó como estaba, hasta que escuchó unos ruidos

285
Nathalie Alvarez Ricartes

que le llamaron la atención. Se sentó y vio la figura de alguien ca-


minando hacia el cerco de la entrada, como si fuera muy de prisa
con destino desconocido.
Caminó para acercarse más y se sorprendió mayormente, cuan-
do comprobó que se trataba de Isaak.
—¿A dónde irá? —se preguntó.
Entró a la casa y contó lo que había visto. Nadie había notado
el instante en que Isaak había salido de la casa.
—Esto es extraño —aseguró Cirox— el otro día tuvo esos sín-
tomas y ahora esto.
Claro, era algo extraño y sin mucho sentido, pero quién podría
preocuparse tanto por eso, cuando habían perdido a Brensait, aho-
ra sí, para siempre.
Cirox sabía que estar en la casa no le hacía bien y necesitaba
pensar en otras cosas, así que, sin tener mucho que perder, decidió
que iría tras Isaak.
En el Templo Cronista los dos Señores seguían disfrutando
del té. Iban ya en la tercera taza cuando Alexander decidió que era
suficiente. Debía comenzar con el plan y traer de vuelta a Brensait.
—Bien, estoy listo.
—¿Todo claro? ¿Tienes alguna duda?
—No, todo bien. Recuerdo cada detalle —aseguró Alexander.
—Perfecto, entonces es hora de iniciar.
El Señor del Tiempo sacó a Brensait de la columna de magma
gris y la puso sobre la misma mesa de mármol que había utilizado
antes. Abrió un portal y los tres se trasladaron hasta Ristrok, justo
al lado del pozo.
Como siempre, el día era gris en aquella dimensión, debían
ser las seis o siete de la tarde. Estaba más oscuro que claro y una
pequeña brisa enfriaba sus rostros. Alexander cargaba a Brensait
hasta que su compañero le pidió que la pusiera en el suelo.
—Ahora la sacaré del trance y de inmediato desapareceré
—dijo— tú seguirás con todo lo demás como estaba planeado.
—Perfecto.
Después de sacarla del trance, Brensait abrió sus ojos al cum-
plirse exactamente un minuto. Miró a su alrededor como tratando

286
Letargo

de entender dónde estaba y su cara demostró cierto temor al ver a


Alexander.
—¿Quién eres tú?
—Es una larga historia —suspiró casi sin ganas— tus amigos
me enviaron a buscarte.
—¿Mis amigos? ¿Quién eres?
—Mi nombre es Alexander, pero soy más conocido como el
Señor de los Sueños.
¡No podía creerlo! Realmente ellos lo habían logrado, habían
conseguido encontrarla antes de que fuera demasiado tarde.
—Pero… —Se interrumpió al dudar de sus recuerdos—. Antes
estaba él, El Señor del Tiempo, lo recuerdo vagamente.
El Señor del Tiempo había advertido a Alexander que la con-
moción del trance no le permitiría recordar con detalle cada cosa
vivida en el último tiempo y que existía la posibilidad de que lo
hiciera poco a poco.
—No sé nada sobre eso. Cuando llegué estabas aquí dormida o
en trance, no supe determinarlo con exactitud.
Brensait lo miraba confundida. Le parecía que tenía varias la-
gunas mentales en su cabeza.
—¿Y cómo se supone que me sacarás de aquí?
—No debería costarme mucho. He trazado todo el camino con
mi propia energía —explicó— será un viaje breve, pero necesito
que me ayudes con algo.
—¿Con qué?
—Cuando llegué a tu casa y comencé a trabajar en la manera
de encontrarte, tomé el anillo que llevabas puesto en el cuello para
guiarme hacia tu energía —relató— en este caso no puedo hacerlo,
porque estoy hablando con tu subconsciente y las cosas materiales
en este plano, pierden casi todo su valor, así que necesitaré otra
cosa.
—No se me ocurre qué pueda servirte.
—Es un poco extraño, pero necesito una lágrima.
—¿Una lágrima?
—Lo siento, pero es lo que creará el vínculo más certero con tu
energía para poder salir de aquí.

287
Nathalie Alvarez Ricartes

Brensait pensaba en la manera de obtener una lágrima. No era


muy buena llorando y menos si no tenía un motivo real. Pero ha-
bría que intentarlo. No se quedarían atrapados ahí solo porque ella
no era capaz de derramar una lágrima. Una sola.
—Si quieres te ayudo —sugirió Alexander al notar que los tru-
cos para obtener la lágrima, no estaban dando resultados.
—No te preocupes, lo conseguiré.
—Creo que es tan sencillo como pensar en que si no regresas,
todo lo que sentiste el día en que te arrebataron a Hortus, quedará
impune, que nadie se hará cargo de eso —agregó como si no hu-
biera escuchado las palabras de Brensait— piensa en todo el daño
que Ariel e Isabel han hecho, en el sufrimiento que te causaron
y que de seguro seguirán provocando. En la manera cruel en que
pausaron la vida de Hortus…
El Señor de los Sueños la perseguía con la mirada, no permiti-
ría que sus ojos dejaran de estar frente a frente. Necesitaba presio-
narla emocionalmente.
—No, no lo permitiré —afirmó casi susurrando— volveré y les
demostraré que no es tan fácil deshacerse de mí —sentenció con lá-
grimas, que no eran precisamente de pena, sino de voluntad y valor.
Alexander lo había logrado. No de la manera en que esperaba;
con una chica llorando tristemente por su pasado injusto. Pero al
final importaba el resultado. Debía aprender a entender que ella no
era como las demás chicas.
Una vez que tocó las lágrimas con su dedo índice, estableció el
contacto de inmediato y le pidió con prisa a la joven que sujetara su
otra mano con fuerza, sin soltarlo hasta que él lo señalara.
Otra vez, como si sus cuerpos fueran pura energía, comen-
zaron a viajar de forma fugaz por cada una de las dimensiones.
Retrocediendo cada lugar como si atravesaran un bucle.
No se podía definir el tiempo exacto en que sus cuerpos se
fusionaron y Alexander despertó. No así Brensait.
Con una gran respiración de alivio, como si se hubiese estado
ahogado, el Señor de los Sueños recuperó la consciencia asom-
brando a Nino, Andrés y Tiare que seguían al lado de la estatua de
Brensait.

288
Letargo

—¡Alexander! —exclamó enseguida Tiare— has vuelto.


—Hemos regresado —corrigió él mirando hacia la chica—
¿Por qué no despierta? —preguntó al ver que Brensait no reaccio-
naba— ¿Por qué su cuerpo sigue siendo de hielo? —Claro, aquello
no estaba en los planes.
—Me temo que es demasiado tarde —dijo Nino con un hilo
de voz.
La transformación se completó hace unas horas —relató
Andrés— ya no hay nada más que hacer.
—¡No, no, no puede ser! —exclamó pensando en que todo el
esfuerzo no podía ser en vano. Arrojado a la basura de forma tan
sencilla.
Los ruidos alertaron al resto. Que llegaron poco a poco hasta la
habitación. De Valdés miraba con desconcierto a Alexander.
—Hiciste lo que pudiste —agregó Chris— pero no fue sufi-
ciente. El hechizo de Makkrumbbero pudo más.
—¡No puede ser, debe existir una manera de revertirlo! —ex-
clamaba con desesperación.
—Debes asumir, como nosotros, que eso es todo —Sebastianh
iba y venía a su antojo como si nadie pudiera evitarlo.
Alexander se pudo de pie y rodeó a la chica. No veía ningún
cambio. Los demás estaban en lo cierto. Era muy tarde para Brensait.
De Valdés les sugirió a los demás dejar solo al joven para que
pudiera recuperarse y calmarse. Necesitaba descansar y procesar
las cosas con tranquilidad. Al final, este también era un golpe bajo
para él.
Alexander se quedó solo, pensando en cada detalle del hechizo
del sueño. Estaba seguro de que antes de partir había codificado
todo de manera exacta para poder revertir sus efectos. Sabía que
existía la manera de lograrlo, solo tenía que ordenar sus ideas y ver
las cosas con objetividad.
—No solo fui por ella para traerla de regreso, también modifi-
qué algunas cosas del sello que puso Makkrumbbero. Sé que dejé
alguna grieta abierta para sacar ventaja.
Paseaba su vista por cada rincón de la habitación, luego se acer-
có a la estatua y la estudió con cuidado. Hasta que lo vio, la clave
delante de sus ojos.

289
Nathalie Alvarez Ricartes

—¡El primer canal de conducción!


El anillo de compromiso había sido su primer canal de con-
ducción para entrar en los sueños de Brensait y al hacerlo, había
abierto la grieta que necesitaba. Aquel objeto estaba protegido y
fuera del alcance del hechizo del sueño ¡Bingo!
Lo levantó con cuidado y tal como lo pensaba, el pequeño trazo
de piel detrás de él, estaba intacto, sin señal alguna de hielo. Hortus
seguía cuidando a su novia, incluso en otra vida y sin planearlo.
Lo apretó con fuerza, justo con el dedo que había manipulado las
lágrimas de Brensait y dio el shock de energía que faltaba.
—Ahora sí —afirmó— ¡Bienvenida de vuelta Brensait! —ex-
clamó con orgullo, en tanto ella inspiraba una profunda bocanada
de aire, tal como él lo había hecho. Recuperando la vida en esa
intensa respiración.
El despertar había llegado. Brensait estaba de vuelta.

290
Capítulo 15
“Isaak.”

L entamente el hielo fue desapareciendo, como si se derri-


tiera a la velocidad de la luz y Brensait pudo recuperar su
cuerpo paso a paso.
Alexander no podía parar de reír. Hacía demasiado tiempo que
no vivía esa agradable sensación de hacer algo bien, donde todo
resultara como esperaba.
En el Templo Cronista, el Señor del Tiempo sonrió al sentir
que las cosas marchaban como debían.
Brensait se incorporaba poco a poco. Le dolía cada músculo
del cuerpo, era como si le hubiera pasado un camión por encima.
Él lo notó.
—Es normal que sientas que te duele todo terriblemente —co-
mentó— es una de las consecuencias de separar el cuerpo físico y
el subconsciente.
—Se siente horrible —confesó ella.
—Durará unas horas. No alcanzarás a darte cuenta cuando
haya desaparecido. En mi caso, estoy tan acostumbrado que ya soy
inmune a ese efecto.
—Ojalá tengas razón.

291
Nathalie Alvarez Ricartes

—Hey, debes saber que todos están convencidos de que no ha-


bía salvación para ti —relató dejando atrás la risa— será un gran
impacto verte despierta.
—¿Qué? ¿Por qué creían eso?
—Bueno, llegué un poco tarde y el hielo terminó por congelar
todo tu cuerpo —La cara de Brensait, llena de espanto hizo gracia
al Señor de los Sueños—, pero encontré una pequeña grieta con la
que pude resolverlo.
Le explicó con detalle todo lo que había tenido que hacer para
despertarla. Brensait estaba realmente agradecida y le aseguró que
estaría en deuda con él por siempre.
—Ya llegará el día en que tú debas hacer algo por mí.
—Y lo haré con gusto —aseguró ella, ya un poco menos adolo-
rida, sin terminar de saber el gran peso que tendrían, en el futuro,
aquellas palabras.
Fusionados sus dos cuerpos, todo volvía a la normalidad y de la
misma forma, los recuerdos intactos, de lo vivido durante sus viajes
por las distintas dimensiones. Sin embargo, El Señor del Tiempo
y el Señor de los Sueños habían modificado ciertas cosas para que
sus planes salieran tal como lo habían planeado.
—Creo que es tiempo de que ellos sepan que estás aquí.
—Será un caos —pensó, considerando lo traumático que había
sido todo.
—Mis mejores deseos —agregó él casi burlándose.
Fue el mismo Señor de los Sueños quien salió a buscar a los de-
más. Al comienzo nadie lo tomaba en cuenta, ¿y cómo hacerlo? Si
no había nada nuevo que ver dentro de esa habitación. Finalmente,
el primero en aceptar entrar fue Andrés. Brensait estaba sentada en
la cama como si nada hubiera pasado durante ese tiempo. Se sentía
extrañamente calmada.
Al primer signo de exclamación que salió de Andrés, los demás
fueron aproximándose con prisa, temerosos de que otra cosa peor
hubiera ocurrido.
Se acercaron para tocarla y comprobar que fuera real, luego la
abrazaron con fuerza y más de uno derramaba lágrimas sin po-
der hacer nada para evitarlo. Pasado ese período de euforia por la

292
Letargo

emoción, vinieron las preguntas, cual bombardeos en plena gue-


rra. Afortunadamente, Alexander respondió la mayoría de ellas. Y
cuando las revoluciones se calmaron Brensait sintió con fuerza la
ausencia de Cirox.
—¿Dónde está? —Miradas iban y venían porque nadie sabía
con certeza dónde estaba él, ni tampoco Isaak.
—Quizás sigue junto a la piscina, estaba ahí hace un rato —co-
mentó Chris— iré a ver.
Regresó sin novedades. Ambos guerreros parecían haberse es-
fumado. Recordaron lo sucedido con Isaak y fue Celeste la que
sugirió que quizás Cirox estaba con él.
—Nada malo debió pasarle. De seguro entrará por esa puerta
en cualquier momento —agregó Sebastianh indicando la entrada
a la habitación.
—Un momento, ¿qué haces tú aquí? —preguntó Brensait al
escuchar la intervención del Mago de las Sombras.
—Él fue quien nos llevó hasta Alexander —confirmó Chris.
—¿Qué? —Brensait no podía creer que eso fuera cierto, ¿por
qué lo haría? ¿Por qué seguía estando en su vida como una sombra?
—Así es. Gracias él estás de vuelta —afirmó Juan.
Brensait enmudeció. Tenía demasiadas dudas todavía con respec-
to a él. No era tan simple como llegar y darle las gracias. Jamás había
tenido la oportunidad de aclarar todo ese asunto de las sombras.
—Gracias, supongo —Fue lo único que pudo decir mirándolo
directo a los ojos.
—No es nada —respondió él con una misteriosa sonrisa.
Parecía como si nadie quisiera irse de su habitación. Como si
temieran que se fuera de nuevo o que terminara convertida en esa
extraña estatua de hielo. Pasaba la medianoche y se sentía cansada.
Estaba a punto de decirles que desea dormir, cuando Nino, divisó
desde la ventana a Cirox.
—Ahí viene Cirox, está recién cruzando el portón, pero no vie-
ne acompañado de Isaak.
Brensait sintió como su cuerpo dio un leve brinco que no pudo
controlar. Salió de la habitación y lo esperó tras la puerta principal.
Él introdujo la llave, la giró para abrir y al hacerlo, se encontró
frente a frente con ella.

293
Nathalie Alvarez Ricartes

Brensait saltó a sus brazos como si, frente a ella, estuviera esa
pequeña pieza que le faltaba para estar completa. Ni siquiera tenía
una explicación lógica para justificarlo.
—¡Te extrañé! —exclamó aferrándose con fuerza a su cuello.
El pobre chico no había tenido tiempo, todavía, de reaccionar.
—¿Qué…? —Trataba de recuperar el sentido— ¿Qué sucede?
¿Cómo es que estás de vuelta?
—Ya te lo explicaré luego —dijo antes de plantar un intenso
beso en sus labios— lo importante es que estoy aquí, ¿no crees?
—Es lo único que importa ahora —confirmó él reaccionando
por fin, al momento que la abrazaba con más fuerza, para luego
besarla con la intensidad de siempre. Pero este beso llevaba consigo
el ansía, la espera y el miedo que ambos habían pasado los últimos
meses.
Se incorporaron a la habitación de Brensait, donde los demás
seguían instalados y le explicaron los pormenores a Cirox. El guerre-
ro, por su parte, comentó que había seguido a Isaak, pero que de un
instante otro, había desaparecido como si la propia noche lo raptara.
—Creí que ya estaría aquí.
—No, jamás regresó —aseguró Tiare.
—Algo extraño pasa con él —sugirió Chris— dejaremos pasar
esta noche y si mañana temprano, no está aquí, iremos en su bús-
queda.
—Sí, opino que es suficiente por hoy. Brensait necesita descan-
sar —advirtió Celeste con voz autoritaria.
—Comprenderán que, estando tanto tiempo en el hechizo del
sueño, descansar no es precisamente lo que más deseo.
—¿Entonces qué? —preguntó Juan.
—¡Comer, ansío comer! —exclamó dramatizando desespera-
ción— si bien, en las dimensiones donde estuve me atendieron
bien, la alimentación de ese tipo para el subconsciente no es lo
mismo. Estando ahí la sentía muy real, pero ahora que desperté,
pienso que era como alimentarme de algodón o aire —confidenció
con humor.
Brensait seguía hablando de lo hambrienta que se sentía, cuan-
do notó que su cuerpo dormido, el que ahora estaba completo, se-
guía con la ropa que usaba el día de su cumpleaños y se horrorizó.

294
Letargo

—Lo más urgente ahora, es que me cambie esta ropa, obje-


tivamente, la he tenido puesta por demasiado tiempo.
Ahora que las cosas estaban resueltas, al menos en lo que res-
pectaba al hechizo del sueño, Sebastianh, De Valdés y Alexander
sintieron que era hora de marcharse. Su participación estaba cum-
plida y terminada.
—Ya lo dije, estaré en deuda por siempre —reiteró a Alexander
mientras se acercaba para despedirlo con un abrazo— espero que
me visites. Creo que para mí sería más complicado llegar a tus
pesadillas.
—¿Ah, sí? —preguntó con gracia— no te preocupes, lo haré
cuando menos lo pienses.
—Me parece perfecto.
Antes de que Sebastianh pudiera desaparecer de su vista, la
joven sujetó su mano con fuerza y le susurró al oído:
—Creo que tenemos una gran conversación pendiente. Ha
sido todo un gusto conocer a tu padre —concluyó generando im-
pacto en el rostro del Mago de las Sombras.
—Nos reencontraremos muy pronto entonces —finalizó recu-
perando un semblante normal.
Eran cerca de las dos de la madrugada, cuando por fin pudo
meterse en su cama, ahora sin un hechizo a cuestas y sentir el pla-
cer que aquello le causaba. Cirox la observaba desde el sofá.
—¿Te diste cuenta de algo? —preguntó el guerrero.
—Podría decir que me he dado cuenta de un montón de cosas,
pero no sé a cuál, específicamente, te refieres tú —respondió con
coquetería.
—Me refiero —dijo acercándose a la cama— a que estuviste
atrapada en ese hechizo más de un año. Así que ya eres mayor de
edad. Tus diecisiete años fueron bastante cortos.
—¡No puede ser! —exclamó con incredulidad— tengo diecio-
cho años.
—De hecho, los cumpliste hace muy poco, creo que todavía
podríamos celebrarlos.
—¡Olvídalo! Creo que nunca más volveré a celebrar un cum-
pleaños.

295
Nathalie Alvarez Ricartes

—Como gustes —afirmó él— después de todo, no necesita-


mos más eventos generadores de traumas.
—Por supuesto que no —apoyó ella haciéndole una seña para
que la acompañara a su lado un rato.
Se durmieron antes de lo pensado. Cirox jamás regresó a su
habitación, pero despertaron abruptamente cuando Brensait saltó
de la cama y se sentó. Se respiración estaba agitada y sudaba.
—¿Qué pasa?
—Cirox, Isaak está en problemas. Acabo de verlo.
Sin hacer más preguntas, el guerrero se levantó y avisó a los
demás. En menos de media hora, los cuatro guerreros, Celeste y
Javier salían de casa para buscar a Isaak. Habían decidido ir en el
auto de mayor capacidad que poseían, para hacerlo juntos. Si des-
pués era necesario, se separarían.
—¿Tienes alguna idea de dónde pueda estar? —preguntó
Chris.
—Fue como una visión de alerta, estaba muy oscuro, pero yo
diría que estaba en medio de un bosque. Esa impresión me dio.
—Esperen —alertó Javier— Los Cinco Guerreros tienen una
conexión especial contigo, quizás podrías intentar rastrear su energía.
—Mmm no creo que funcione —lamentó— cuando Cirox fue
prisionero de Isabel no hubo forma de que supiera dónde estaba.
—Sí, pero entonces la reencarnación no estaba completa —re-
cordó Celeste.
—Tienes razón —admitió Brensait— lo intentaré —Cerró sus
ojos para concentrarse.
No tardó tanto como ella pensaba en hacer contacto. Una fila
de imágenes pasaban por su mente como si fueran fotografías ins-
tantáneas. Tal como lo había dicho antes, estaba en un bosque.
Acompañado de varias personas más, todos cubiertos con capu-
chas negras. Era imposible reconocer el rostro de alguno de ellos,
pero tenía la ubicación. Sabía exactamente dónde estaba.
Se apresuró a dar indicaciones a Juan, quien conducía.
Aceleraron al máximo y se mentalizaban para una situación com-
plicada. Brensait sentía algo extraño dentro de ella. Algo sin pre-
cedentes.

296
Letargo

Las instrucciones de Brensait los condujeron hasta un apar-


tado bosque, fuera de la ciudad, en la cima de un cerro que nadie
parecía haber visto antes. La noche se percibía más fría y oscura.
—Estamos cerca —aseguró— lo mejor será dejar el auto por
aquí y caminar. Seremos menos visibles de esa forma.
Era increíble que llevara tan poco tiempo fuera del hechizo
del sueño y ahora estuviera tras los pasos, quién sabe de qué ser,
para poder liberar a Isaak. Solo esperaba que no fuera una nueva
trampa, que no estuvieran usando, otra vez, a uno de sus guerreros
para hacerla caer.
—Escuchen, como Brensait nos ha dicho que hay varias per-
sonas más con Isaak, es mejor que nos separemos y cubramos un
mayor terreno —Un buen líder, nunca dejaba de serlo. Chris lo
tenía claro—. Juan irás con Javier, Cirox ve con Brensait y Celeste,
yo acompañaré a Juan Carlos.
Organizaron la dirección en la que caminaría cada grupo
en caso de que las cosas se complicaran y necesitaran refuerzos.
Aunque se suponía que había más personas, el silencio era casi
absoluto, solo podían percibir los ruidos propios de un bosque y el
frío les recordaba que la madrugaba, estaba ya bastante avanzada.
Se dividieron y tomaron los caminos acordados. Pero fue algo
un tanto innecesario, porque al final, todos llegaron al mismo sec-
tor; un gran círculo vacío, cercado de manera natural por los árboles
alrededor y más allá, las personas con capuchas que Brensait había
visto, formando también, una circunferencia. Dentro de él dos in-
dividuos más; uno de ellos era, sin lugar a dudas, Makkumbbero y
el otro, Isaak, con un aspecto terrible. Como si el peor demonio lo
estuviera devorando de a poco. No eran lesiones físicas en sí, sino la
expresión en su rostro y lo que su lenguaje corporal comunicaba; te-
rror. —¡Tardaron más de lo que pensé! —exclamó Makkrumbbero,
confirmando a Brensait sus sospechas; aquello era una nueva tram-
pa—. Siempre consideré qué haría si sobrevivías el hechizo del sue-
ño, porque es obvio, ¿no? Una persona inteligente debe ser capaz de
predecir todos los posibles escenarios y prepararse.
—Así que para variar, este es otro de tus trucos —lanzó Brensait
sin ninguna pisca de temor o preocupación.

297
Nathalie Alvarez Ricartes

—¿Trucos? No, yo no lo llamaría así —Makkrumbbero cami-


naba rodeando a Isaak con lentitud, como una constante amena-
za—. Suena mejor y más real, decir que son mis habilidades, las
que me permiten jugar contigo una y otra vez.
—¿Y cuál es, según tú, el juego ahora?
—Este —respondió señalando a Isaak— tan simple como este
brujo que ves aquí.
—Makkrumbbero, Isabel ya usó este truco con Cirox y no le
resultó, ¿será que ahora imitas las malas ideas de tu hermana me-
nor?
—¡Oh! Inocente Brensait, ¿todavía no lo entiendes? —Los
ojos de Makkrumbbero brillaban, parecían emitir fuego.
La pregunta desconcertó a Brensait y sus amigos, ¿de qué ha-
blaba Makkumbbero? ¿Qué estaba planeando ahora? ¿Cuál era el
rol de Isaak en esto?
—Deja de ser tan arrogante. No te sienta montar este tipo de
numeritos como si fueras un niño pequeño.
—¡Ahí está! —exclamó sonriendo— la verdadera Brensait, esa
que no soporta comenzar a sentir que perdió.
—¿Según tú qué es lo que perdí?
—Querida, el traidor que han buscado por tanto tiempo no ha
sido descubierto hasta ahora porque yo no lo he permitido.
¿Por qué Makkrumbbero estaba hablando del traidor? El mis-
mo había asesinado a Brandon, acusándolo precisamente de ser su
soplón.
—¿Qué tiene que ver el tema del traidor con todo esto?
—¡Ay por favor! Dime que no creíste que el verdadero traidor
era Brandon, ¿o sí? ¿Eres tan tonta como para hacerlo? —preguntó
sin poder disimular una sonrisa.
Los acompañantes de Brensait comenzaban a entender que
aquello no acabaría bien y se preparaban para el momento clave.
El enfrentamiento era inevitable.
—Dime de una vez a lo que quieres llegar, ¿cuál es tu verdade-
ro punto? —preguntó molesta mientras dirigía su mirada a Isaak
para comprobar si seguía vivo.
—El punto es que, debes recordar que Isaak antes de ser uno
de tus esplendorosos guerreros, fue muy sirviente.

298
Letargo

Una pequeña punzada presionó el pecho de Brensait.


Comenzaba a entender.
—Resulta que cuando decidió, equivocadamente, traicionarme
su castigo fue enfrentar al maravilloso aquelarre que ves aquí —dijo
señalando a las personas con capucha— sí, exactamente ellos, son
los poderosos integrantes de ese aquelarre que me son y me serán
fieles por siempre —agregó— Isaak creyó que había tenido suerte
al salir vivo de aquel combate, pero lo que nunca sospechó fue que,
como siempre, me adelanté a su jugada y generé todo de tal forma,
que en este preciso momento sea yo quien tenga la ventaja.
—¿Cómo es que Isaak podría ser el traidor sin que nunca lo ha-
yamos notado? —preguntó Cirox indignado en voz baja a Celeste.
—No lo sé, creo que es solo parte de su juego —comentó ella—
al menos eso espero.
Aunque Makkumbbero no había terminado la historia que te-
nía preparada, en los rostros de los amigos de Brensait, ya se veía
la rabia, el desconcierto y las inmediatas ganas de destruir a todos
los del bando rival.
—Isaak pecó de inocente, exactamente como tú. Ahora en-
tiendo por qué son del mismo bando —continuó— el aquelarre, lo
que hizo fue darle como castigo una condena eterna, que de paso
favorecería mi lucha contra ti.
—¿De qué condena estás hablando? —preguntó Brensait, ya
con la certeza de que, de alguna forma, su enemigo había infiltrado
dentro de sus propios guerreros a un traidor.
—El Fraccionamiento del Alma.
—No, no puedes estar hablando en serio ¡Ese ritual está prohi-
bido desde tiempos inmemorables! —exclamó indignada.
—No es algo que me importe mucho. Soy un brujo y todo re-
curso disponible para cumplir mis deseos será usado, sin importar
quién salga perjudicado en el camino.
Brensait lo miraba sin pestañar. Fijamente. No podía creer que
fuera capaz de hacer algo así, menos a quien fuera su aliado. El
Fraccionamiento del Alma, consistía, en como su nombre lo decía,
dividir el alma de la víctima. Separar un pequeño trozo de ella y
utilizarlo para crear algo similar a una marioneta, que el ejecutor

299
Nathalie Alvarez Ricartes

podría manejar a su antojo. De esta manera, la marioneta obede-


cería cada orden que el hechicero le diera, condicionando el actuar
del verdadero ser. Aquel al que le había fraccionado el alma.
—¡Fue así como supiste todo, siempre!
—Los ojos de Isaak fueron mis ojos casi en todo momento.
Confieso que hubo ciertas ocasiones donde no pude manipular-
lo como deseaba, porque vaya que se resistió, pero obtuve lo que
necesitaba —reconoció con arrogancia y placer— por medio de
la marioneta que creé del desgraciado de Isaak, pude manejar sus
acciones mientras él nunca lo percibió. Es un ritual tan útil, no sé
por qué insisten en prohibirlo.
—¿Por qué crees tú? —preguntó Brensait con furia al tiempo
que reunía una poderosa cantidad de energía en su mano.
—¡Oh eso no es necesario! —afirmó al ver el posible ataque—
aquí el único culpable y verdadero traidor es Isaak. No olvides que
fue él quien también me ayudó a entrar en Scutum la vez que asesi-
né a esa chiquilla entrometida —relató trayendo de vuelta a la me-
moria de Brensait y de sus amigos, la imagen de Aries— reconozco
que solo fue un efecto secundario, ni tenía intención de matarla.
Me vi forzado a hacerlo.
La ira de Brensait subía a pasos agigantados. No podía sopor-
tarlo más. Todos ellos merecían morir. Tal como los que habían
ayudado a Ariel después de asesinar a Hortus.
Abrió el portal que ocultaba sus espadas y enseguida el res-
plandor de las armas inundó el lugar.
El aquelarre estaba formado por doce brujos. Makkumbbero
no era parte de él, solo le servían. Eran muy poderosos y nadie po-
dría asegurar cuántos años tenían. Estaban distribuidos formando
un círculo alrededor de su líder y de Isaak. Brensait tenía cerca de
ella a seis. Y no tendría compasión. Estaba harta de hacerlo.
—¡Y es así, como irremediablemente, siempre sacas lo peor
de mí! —exclamó la joven antes de enterrar una de sus espadas,
a Eridanus, en el piso y cargarla con toda la energía que pudo.
Incluso de su cuerpo parecían salir pequeñas chispas plateadas—
verás, tú y yo, somos casi de la misma calaña, así que bien poco
me importa que mueran —agregó antes de incrementar su poder
fulminando en segundos a los seis brujos que estaban más cerca.

300
Letargo

Celeste y Cirox se miraron conmocionados. Por primera vez, es-


taban frente a la verdadera naturaleza de Brensait. Chris y los demás
se acercaron. Los seis brujos que quedaron vivos seguían conmocio-
nados al ver morir a la mitad de sus permanentes integrantes.
—Vamos, esto se pondrá feo —advirtió el líder de los guerreros
adelantándose a las posibles represalias de sus rivales.
Trataron de acercarse, la idea era sacar del centro del círculo a
Isaak, pero Makkrumbbero seguía vigilándolo de cerca.
—Ahora comenzamos a hablar en el mismo idioma —agregó
Makkrumbbero sin que la muerte de los seis brujos pudiera afec-
tarlo de alguna manera— tranquila, ellos eran solo un conducto
para llegar al final del camino.
Y entonces, esas palabras iluminaron la mente de Brensait.
Makkrumbbero si estaba jugando con ella, como se jactaba de ha-
cerlo, pero todo este tema del traidor y de la cruel manera en que
había usado a Isaak eran, como él decía “un conducto”. Lo que
buscaba realmente era desatar su furia, volverla tan malvada, cruel
y letal como él. Solo así, sería un digno rival. Estaba más enfer-
mo de lo que ella creía, ¿o derechamente, era un ser malvado sin
escrúpulos? ¿Dónde se establecía la línea entre lo que separa la
enfermedad de la maldad?
—Entrégame a Isaak —ordenó— ¡AHORA!
—Como quieras, a mí ya no me sirve para nada.
—Espera un momento, ¿por qué decidiste revelar esto ahora?
—interrogó confundida— Nadie sospechaba de él, podrías haber
seguido usándolo para tener ventaja.
—Entiéndelo, ya no me interesa la ventaja —aseguró— Quiero
que seas una rival digna.
—Yo no caeré en tu juego enfermo —sentenció antes de cami-
nar hacia Isaak.
—Con todo lo que ha hecho, ¿todavía piensas ayudarlo?
—¡No es algo que te incumba!
—Claro que sí, me importa y mucho.
En la mente de Makkrumbbero, el verdadero cambio hacia la
naturaleza oscura de Brensait se daría si lograba asesinar a Isaak y
no se quedaría tranquilo hasta verla hacerlo.

301
Nathalie Alvarez Ricartes

Cuando Brensait se hubo acercado lo suficiente para ayudar a


Isaak, Makkrumbbero hizo aparecer diferentes imágenes de cada
una de las ocasiones en que el guerrero había sido responsable de
que las cosas salieran mal. Se repetían, como si fueran pantallas
gigantes, una y otra vez.
Mientras tanto, los seis brujos sobrevivientes, estaban dejando
su vida por vengar la muerte de los caídos. Eran certeros y podero-
sos, cada despliegue de energía que lanzaban, impactaba en alguno
de los amigos de Brensait, reduciéndolos por algunos minutos. No
alcanzaron a darse cuenta cuando cada uno estaba siendo retenido
a manos de algún brujo del aquelarre. Celeste buscaba la manera
de zafarse, pero era inútil.
Se acercaron hasta al círculo, como para mostrarle a Brensait
lo que estaba ocurriendo con sus amigos, que le convenía pensar
con cuidado lo que haría. Los arrastraron como pudieron, se re-
sistían, pero lograron ponerlos de rodillas, frente a la chica, ame-
nazados con diferentes y poderosos ataques. Bastaba con que
Makkrumbbero diera la orden y se acababa la vida para Celeste,
Juan, Cirox, Juan Carlos, Chris y Javier.
—Es simple —aclaró Makkrumbbero— acabas con la vida de
Isaak y salvas de la de los otros seis. Está muy claro lo que debes
hacer —Se acercó a ella y le dio una jeringa metálica—. Ten, con-
tiene un poderoso concentrado de plata. Inyéctala directo en su
corazón y será como atravesarle una espada del mismo material.
—No, no lo haré —Makkrumbbero la puso en su mano con
brusquedad.
Además del vínculo que la unía a Isaak, Brensait sabía que ma-
tarlo condenaría su alma para siempre y desde allí ya no podría parar.
—¡Hazlo! ¡Hazlo por favor! —suplicó Isaak— merezco que
lo hagas. Debes librarte de mi nefasta presencia, todos deben ser
libres de ella —Brensait se acercó despacio para observarlo por
última vez. El chico se retorcía de dolor físico, sus ojos habían per-
dido el brillo, pero de seguro le dolía más el peso de sus acciones.
De todo lo que había causado su actuar, aun sin quererlo.
—Isaak no puedo —susurró sin dejar que nadie más escucha-
ra— aunque quisiera, no puedo.

302
Letargo

—Soy tan detestable como esos seis brujos que liquidaste, ¿cuál
es la diferencia?
—La diferencia es que si lo hago, Makkumbbero me habrá
vencido en el ámbito más importante de todos.
Isaak pareció adivinar a lo que se estaba refiriendo y sabía con
certeza lo que tenía que hacer. Era la única forma de reivindicarse,
porque en sus pensamientos, el Fraccionamiento del Alma no po-
día justificarlo; siempre había sospechado que Makkrumbbero no
lo liberaría con tanta facilidad y aún así quiso arriesgarse y ser uno
de los Cinco Guerreros, condenándolos a padecer un mal agrega-
do, exponiéndolos innecesariamente. Era hora de cargar con sus
culpas y responder a una maldición que estaba llegando a su fin.
Necesitaba liberar a Brensait de esto, necesitaba demostrar con su
sacrificio que realmente siempre, le había sido leal, pero había to-
mado la decisión correcta demasiado tarde. Tomó la mano donde
tenía la jeringa y la subió hasta su pecho. Le sonrió con dulzura y
le susurró al oído:
—Tranquila —habló con calma— podemos hacer que crea que
lo hiciste —Con un mágico y veloz movimiento que Brensait casi
no alcanzó a ver, el guerrero tomó la jeringa y la clavó en su propio
corazón, muriendo al instante. Sus ojos se cerraron reflejando el ali-
vio que sintió en el último momento. Por fin su alma era libre.
Solo ellos dos sabían lo que realmente había sucedido. A
los ojos de los demás, Brensait había matado a Isaak. Uno de los
Cinco Guerreros se había ido para siempre a manos de su propia
protegida.
—¡Bravo! ¡Bravo! —exclamó Makkumbbero con euforia—
ahora ya sabes que no era nada tan complicado —agregó— uste-
des, pueden irse, ¡libérenlos! —ordenó a los seis brujos.
Los amigos de Brensait no podían creer lo que había pasado.
Isaak estaba muerto y ella lo había matado.
Después de fingir matar a su propio guerrero, lo más difícil era
seguir actuando como si estuviera convencida de haber hecho lo
correcto. Sabía que a sus amigos podría explicarles más tarde, pero
Makkrumbbero tenía que irse de ahí completamente convencido
de que había logrado liberar su lado más cruel.

303
Nathalie Alvarez Ricartes

—¿Puedes ya dejarme en paz? Obtuviste tu victoria, ¿no? —es-


petó a Makkrumbbero con indiferencia, como si no estuviera sin-
tiendo mil emociones por segundo en su interior.
—Esto está recién comenzando —advirtió él— nos veremos
muy pronto y prepárate, porque a nadie le gustara saber que su, tan
famosa bruja reencarnada, ha asesinado a uno de sus propios gue-
rreros —agregó antes de esfumarse del bosque. Inmediatamente
después, Brensait cayó de rodillas al piso, acabada. Ni siquiera po-
día llorar, se sentía destrozada por dentro. No había sido la asesina,
pero tampoco había hecho nada por evitar su muerte.
Cirox corrió hacia ella. Notó que estaba en shock. No reaccio-
naba ante nada, permanecía mirando un punto fijo. Un punto fijo
que se dirigía hacia Isaak. Hacia su cuerpo inerte.
Se marcharon cargando el cuerpo de Isaak. El guerrero al que
no volverían a ver. Llegaron a casa y Brensait por fin pudo ex-
plicarles lo que realmente había pasado. Cómo Isaak sacrificó su
vida para no complicar la de los demás. Se había convertido en un
verdadero héroe. Precisamente él, el guerrero al que todos habían
juzgado y en el que casi nadie confiaba, se iba dejándoles una gran
lección.
—Realmente no comprendo de dónde sacas la fortaleza para
resistir tanto —confesó Celeste. Ella y Brensait estaban sentadas
mirando el atardecer desde el balcón de la pieza de esta última.
Había transcurrido un día. El funeral del guerrero caído se estaba
realizando en la misma casa, en medio de una modesta ceremonia
protocolar impuesta por las autoridades.
—Creo que más que encontrar fuerzas, aprendes a resistir —res-
pondió, recordando que Celeste también sabía mucho de eso, pero
que no tocaría ese tema todavía. No era el momento.
—Ya ni siquiera me atrevo a decir que las cosas mejorarán, por-
que eso nunca resulta ser cierto.
—En esta extraña realidad, en la que estamos inmersos, basta
con pedir que las cosas no empeoren.
—Sí, creo que es una buena idea.
El cuerpo de Isaak fue sepultado en un lugar creado exclusi-
vamente para los miembros de los Cinco Guerreros. Estaba muy

304
Letargo

bien mantenido. Era elegante y cumplía con todos los requisitos


que Brensait hubiera exigido para que su guerrero descansara en
paz. Brensait permaneció en el lugar por más de una hora sola,
después de que todos se marcharan, para conversar en silencio con
él, añorando que donde estuviera, pudiera escucharla y perdonarla.
No había pasado ni siquiera una semana de la muerte de Isaak,
cuando las autoridades comenzaron a buscar a un reemplazante.
Por otra parte, los cuestionamientos hacia Brensait iban en aumen-
to. De seguro Makkrumbbero también se había encargado de eso.
—¡No pienso soportar a ningún reemplazante de Isaak!
Estamos hablando de personas, no de cosas —discutía con Chris,
aunque tenía claro que no era su culpa— irás y les dirás que desde
ahora serán solo cuatro. No necesitamos a nadie más.
—Mmm pero si lo piensas bien, los números pares no son tan
buenos como los impares, quizás sí sea buena idea encontrar a al-
guien que nos complete, que nos devuelva el cinco —sugirió Cirox
sin dejar entrever si lo decía en serio o en broma.
Lo miró con incredulidad.
—No, ya dije que no.
—Bueno, bueno calma —pidió el líder de los guerreros— les
diré que nos den un tiempo para pensar.
—Que den todo el tiempo que quieran. Yo no cambiaré de
opinión —gritó saliendo del salón. Cirox y Chris se miraron sin
pronunciar palabras.
Comenzaba mayo, cuando tal como lo había prometido,
Alexander vino de visita. Traía consigo varios pasteles y varieda-
des de té como regalo. Para Brensait resultaba muy peculiar, que
alguien, acostumbrado a vivir en sus pesadillas resultara ser tan
atento y considerado.
—Realmente creí que nunca más te vería —confesó Brensait
mientras disfrutaban de uno de los té en la terraza. Hacía un per-
fecto día otoñal.
—Pensé en venir antes, pero con todo lo que pasó con tu gue-
rrero, no lo creí muy oportuno.
—Ha sido difícil, pero lo superaremos —aseguró— su lugar
nunca será llenado por nadie, Isaak se fue enseñándonos lo terrible

305
Nathalie Alvarez Ricartes

que puede ser juzgar a alguien sin tener certezas —agregó— eso
me pesará por siempre.
—Cada uno colecciona culpas que pesarán por siempre —ad-
mitió Alexander— el punto es evitar que se conviertan en cruces,
aprender la lección antes de eso, que es precisamente algo que me
trae por acá.
Brensait lo miró extrañada. No podía imaginar algún tema
pendiente entre ellos.
—¿De qué hablas?
—Hay algunas cosas que no te he dicho y si no lo hago, no
volveré a tener paz conmigo mismo.
—Siento que viviendo en tus pesadillas, aunque me digas eso
tan importante, es bastante difícil que estés en paz —comentó la
joven sonriendo.
—Aunque lo dudes, vivir en mis pesadillas no es tan terrible
—afirmó— en fin, hay algo que debes saber con respecto al Señor
del Tiempo.
—¿Qué pasa ahora con ese sujeto? Ya casi me había olvidado
de su existencia —confesó con una mueca de molestia.
—Pues es mejor que no lo hagas —Alexander frunció el ceño.
—¿Qué sucede?
—Tu liberación del hechizo de sueño no es como la conoces.
—Te escucho —habló ella, ya sin tanta simpatía.
Alexander explicó las intenciones del Señor de Tiempo para
usarla, casi como un arma, para destruir a Makkrumbbero y ense-
guida continuar con ella.
—No puedo creerlo ¡Ese tipo es peor que Makkrumbbero!
Alexander se limitaba a observarla. No sabía qué opinar. Al
final, había terminado en medio de un conflicto que no le corres-
pondía.
—Bueno no importa, dejemos que siga adelante, pero termina-
rá cayendo por su propio peso, como sucedió con Makkrumbbero.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó el Señor de los
Sueños intrigado.
—Lo diré de esta forma —aclaró— lo que más lamentará
Makkrumbbero, es que sometiéndome al hechizo del sueño, final-

306
Letargo

mente me hizo un favor porque mi cuerpo, mi mente y mi espíritu


se fortalecieron mucho más después de él —explicó— al Señor
del Tiempo le pasará igual, porque soy ese tipo de persona a la
que creen fácil de someter y retar, pero es ahí donde se esconde
mi fuerza y mi capacidad de reponerme, de sobrevivir. Ahí, en el
mismo sufrimiento…
Mientras hablaban, en el extraño Templo Cronista, el Señor
del Tiempo vigilaba de cerca esa conversación, pero no estaba solo,
otro gran Señor lo acompañaba.
—¿Todavía sigues creyendo que puedes vencerla con tanta fa-
cilidad? —preguntó su acompañante.
—Así como están las cosas, creo que lo que menos me preo-
cupa es Brensait. Ella puede esperar —se detuvo y miró hacia la
imagen en su espejo de mercurio, que mostraba a la chica— dime
que sentiste esa poderosa energía deambulando por tu dimensión.
—Claro que lo hice. Sé que él está de vuelta y debe tener una
razón demasiado poderosa para tomarse la molestia de salir de su
letargo.
—Él está aquí por nosotros y para terminar todo lo que no ha
podido lograr hasta ahora y tú, Señor de las Sombras, eres uno de
sus principales objetivos.
En una esquina del templo, un peculiar báculo brillaba tra-
tando de imponer su presencia. El bastón era casi más alto que el
propio Señor del Tiempo; el símbolo en la parte superior, estaba
formado por dos triángulos, uno con la punta hacia arriba y la otra
hacia abajo, estaban separados por tres centímetros uno del otro y
en el medio de cada uno, un círculo negro con ondas plateadas en
cada extremo resplandecían con fuerza (idénticas a las que decora-
ban el anillo de Brensait). Estas mismas ondas sobresalían de cada
punta de ambos triángulos acompañadas de dos círculos pequeños
en cada caso.
Un símbolo muy llamativo, que pertenecía al Señor del Tiempo;
su báculo de poder, aquel instrumento que podía aumentar, todavía
más, el gran poder que ya ostentaba.

307
Agradecimientos.

A medida que avanza cada entrega de “Saga Elementales”, hay


más a quienes agradecer. A mi familia, mis amigos, mi familia la-
boral y cada ser mágico que se ha cruzado en mi vida para llenarla
de luz y seguir dándole vida a mi camino como escritora.
Debo señalar especial gratitud a mis queridos amigos que han
aceptado ser transformados en personajes dentro de mi mundo li-
terario: a Nathaly, como Tiare, a Juan como Javier, a Freddie como
El Señor del Tiempo, a Robin como Krimatt, a Sebastián como
Alexander “El Señor de los Sueños”, a Fer como Celeste, a Camilo
como Khamus, a Nahomi como Nalhok, a Mª Victoria como
Lady Bicka y a Jorge Sebastián como Sebastianh “El Señor de las
Sombras”.
A Pilar Calderón y Ana Durruty por su increíble gestión en los
lanzamientos y presentaciones de mis libros que han organizado y
por ser siempre un gran pilar de apoyo y cariño.
A Mila y Alán, de la Biblioteca Viva Trébol porque siempre me
han brindado un maravilloso espacio para hablar de mis historias.
Gracias por toda su simpatía y amabilidad.
A mi genial trío de trabajo post—escritura; Robin que siempre
ilustra las portadas más bonitas, Ricardo que me tiene una pacien-
cia infinita y termina creando las ilustraciones interiores más acer-
tadas y Filex, diseñador estrella, que se encarga de que el resultado
final de la portada y contraportada de mis libros sea impecable.
Gracias a mis queridos Bárbara y Alberto, los amigos que la
literatura me regaló. Adoro las risas, conversaciones y ese lazo má-
gico que compartimos.
Por último, a dos de mis lectoras más apasionadas y que siem-
pre están comentando, creando teorías e instándome a terminar
pronto las siguientes entregas; mis queridas Marilo y Cata, gracias
por todo el apoyo, entusiasmo y cariño.
A cada lectora y lector por el interés y aprecio que dan a mis
pequeños hijos literarios; son mi máxima fuente de perseverancia
en este rumbo.
A cada escritora y escritor que he tenido el placer de conocer
porque los encuentros y conversaciones con ustedes han sido una
gran dosis de inspiración y un descubrimiento del inmenso talento
literario que existe en Chile.
Gracias a todo ser maravilloso que he tenido el honor de cono-
cer y que ha hecho posible que esta Saga se esté transformando en
algo, realmente, mágico.

Nathalie Álvarez Ricartes.


!"$
Nathalie Álvarez Ricartes (Talcahuano, Chile). Es la
creadora de la Saga Elementales, la cual cuenta con los lanzamien-
tos de Reencarnación: Tierra (agosto de 2017) y Susurros: Aire
(cotubre de 2018), además del presente libro, tercero en orden. Los
mundos mágicos Nathalie que ha traspasado al papel la han llevado
a recorrer Chile y el extranjero, muestra del rápido reconocimiento
que ha ganado. La voracidad, tanto en su rol de escritora y como en
el de lectora, la tienen muy activa, pudiendo así plasmar historias
con personajes intrigantes, lugares distintos a los que conocemos,
pero que en algún momento llevan al lector a sentirse identificado.

Sus publicaciones también están disponibles en formato vir-


tual, las que puedes encontrar en Amazon.com.

“En cada suspiro, una parte de mí me abandona y se hace parte


de algo o alguien más...”

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