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Es una obra de ficción, los nombres, personajes, y sucesos descritos son productos de la imaginación
del autor. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia. No está permitida la reproducción
total o parcial de este libro, sin el permiso del autor.
NATHALIE ÁLVAREZ RICARTES
Dedicado a mi hermana del Alma, Nathaly O.
Y a su maravillosa familia.
“En nombre del amor escribió con gotas de luna y poesía,
haciendo de su oscuridad el abrigo de sentimientos a flor de piel;
sus últimas palabras fueron “Te Amo”.
Aferrado a su tumba, el último latido escapó de su pecho.
Ella era joven y bella, todo un sueño hecho dulzura y locura para
cualquier corazón olvidado.
Todas las noches cuando el hechizo decrecía, hasta hacerse,
un punto sin final, una lágrima recorría su rostro; jamás volvería.
El sueño se hizo realidad, la realidad se hizo deliciosa.
¿Fue un sueño?
¿Fue un beso?
¿Fue real?
Mi vida por un beso.”
Por Joiel1
1 Nota de la autora: Este poema fue escrito por un querido amigo el año 2005, considerando que Hortus hubiera
sido el sobreviviente y Brensait la fallecida, ¿quién sabe? Quizás en una dimensión paralela pudo haber ocurrido
de esa manera.
Muchas gracias, Joiel, nunca lo olvidé y ahora lo plasmaré para siempre en este libro.
Capítulo 0
“Érase una vez…”
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—No seas así. Todos dicen que es un excéntrico, pero creo que
están exagerando. No lo conocemos lo suficiente como para juz-
garlo de esa forma —Brensait lo miró con ternura y sonrió.
—¿Puedes ser más bueno? —preguntó mientras se acercaba
para besar su mejilla.
—Me haces sonrojar —confesó Hortus depositando un suave
beso en sus labios—, te amo y reitero que no es necesario que te
preocupes, estaré bien.
—Lo sé, pero estaré atenta esperando tu mensaje de confirma-
ción —ahora fue ella quien lo besó en los labios—. Te amo también.
El joven partió en su caballo, un ejemplar mágico, con la parti-
cularidad de cabalgar más rápido sin que esto significara más can-
sancio o algún daño para él. Brensait permaneció en el camino
hasta que perdió su rastro.
Ambos habían descubierto, poco después de cumplir los quin-
ce años, que podían teletransportarse. El primero en hacerlo fue
Hortus y luego ella, pero habían pactado mantener en secreto esta
habilidad, solo el Maestro lo sabía. Creían que, siendo una capaci-
dad tan extraña y ambicionada por muchos brujos, les podría traer
más problemas que ventajas.
Por esta razón, se trasladaban a todas partes, de la manera más
normal que pudieran; en carruajes, caballos o, simplemente cami-
nando. Utilizaban su especial habilidad, solo cuando estaban en-
trenando. No esperaban tener que utilizarla en otras circunstancias.
El joven de ojos azules tardó cerca de dos horas en llegar a
destino. Claro estaba, que las habilidades de su equino le daban
esta ventaja.
La inmensa propiedad de su nuevo aprendiz no pudo dejar de
llamar su atención. Era un castillo enorme, con el estilo victoriano
muy marcado y con cada detalle cuidado al máximo. El perímetro
de la propiedad estaba protegido por un alto muro de concreto
con terminaciones metálicas en punta de color negro. Las torres
del castillo, mostraban en ciertas zonas, unas extrañas figuras que,
a simple vista, causaban un tanto de temor; eran tétricas. Hortus
prefirió no tratar de pensar en una explicación lógica para decorar
su casa con algo así.
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entiendo cómo es que todo esto haya sucedido, aún con las desas-
trosas situaciones que hemos tenido que afrontar.
—Escuche, joven de maravillosos ojos azules, a mí no me inte-
resa mucho saber si la magia nos protege y promueve nuestro amor,
nuestra unión —aclaró ella sonriendo—, yo solo quiero amarte y
acompañarte por siempre.
—Así será, prometo que, de una u otra forma, así será —en
ese momento, ambos se voltearon quedando frente a frente y él
sin dudarlo un segundo se acercó y la besó. La besó tan profunda-
mente que parecía como si quisiera guardar aquel momento en una
cápsula mental eterna.
Érase una vez dos jóvenes; Brensait y Hortus, con un amor
mutuo tan grande que fue capaz de traspasar barreras impensables,
desafiando la comprensión y lógica, incluso, del mundo mágico al
que pertenecían.
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Capítulo 1
“La Mascarada.”
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por las malas, cómo lo había logrado. De hecho, habría quienes sin
pensarlo, querrían acabarla, considerándola un fenómeno dentro
de los mismos brujos.
—Bueno, entonces que vengan, todos los que quieran —dijo
con determinación mientras se acercaba a la ventana—, estaré
esperándolos —sentenció dirigiendo una mirada llena de valor y
cierto grado de arrogancia a su guerrero, mientras este se la devol-
vía dibujando una leve sonrisa traviesa.
Después de ese brutal ataque, los Cinco Guerreros habían re-
sultado con lesiones diversas, pero pasados unos días, estaban to-
dos completamente recuperados.
—Deberíamos pedir un seguro médico —comentó Juan a
modo de broma—, primero ese extraño vínculo energético entre
Alex, Brensait y su reencarnación que casi nos mata, y ahora un
ataque de Makkrumbbero.
—Creo que es un poco exagerado decir que el vínculo con mi
reencarnación casi los mata. No fue para tanto —agregó Brensait
persiguiendo con la mirada al guerrero, que caminaba de un lado a
otro tratando de recordar algo que nadie sabía.
—¿Por qué se pasea de un lado a otro? —preguntó Cirox, el
último en reunirse en la sala mientras se preparaban para ver una
película.
—Está tratando de recordar una noticia que tenía para darnos,
pero por alguna razón la olvidó —respondió Juan Carlos riendo.
Cirox lo miró como si estuviera loco.
—¡Ey, vienen llegando Celeste, Krimatt y Khamus! —exclamó
Nino, quien los observaba desde la ventana.
Así, la película quedó suspendida. Pensaban retomarla más tar-
de, pero los chicos traían una noticia que cambió sus planes.
—Hemos venido a dejarles las invitaciones para la Mascarada
de este año —declaró Celeste con entusiasmo.
—¿La qué? —preguntó Andrés sin entender nada.
—¡Eso era lo que tenía que contarles! ¡Que hemos sido invi-
tados a la Mascarada de este año! —exclamó Juan desde el rincón.
—Es obvio que este año nos incluyeron por la novedad de ver
a Brensait —dijo Chris sin mucho agrado.
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—Ya veo —Brensait recordó las dos mascaradas que había vivido
con Hortus y lo agradable que resultaron, aún con todos los prejui-
cios que había creado en su mente—. A mi padre nunca le gustaron
esos eventos. De una u otra forma, siempre terminaba peleando con
alguien. De todas formas, insistía en ir, desafiando a sus detractores.
Creo que esas malas experiencias, las pocas veces que fui con ellos
siendo todavía muy pequeña, generaron este rechazo en mí —su mira-
da, perdida entre las nubes, dejaba entre ver un cierto grado de tristeza.
—No es para menos.
—En fin —agregó despertando de sus pensamientos—, tene-
mos cosas por hacer, así que manos a la obra.
Caminaron hacia el este del centro del pueblo. Se adentraron
por unas calles angostas. A simple vista, el lugar recordaba a un
típico poblado de Brasov, con casas sencillas, pero hermosas, como
sacadas de una película medieval.
Celeste, lejos de su puesto como ayudante de Botánica Oculta
y Mágica, tenía un gusto bastante refinado en su vestimenta. Su
actual vestido largo y ceñido al cuerpo, con mangas largas y en
puntas de crepé, color granate, la hacía ver más estilizada y alta,
dándole un toque bastante elegante en cada paso que daba con sus
zapatos en punta planos a juego con el resto de la ropa. Brensait,
por su parte, llevaba un vestido corto, ajustado al cuerpo, con man-
gas largas de franela en color índigo, y sobre él una larga túnica
con capucha de color negro. Completaba su atuendo con pantys de
algodón negras y botas con tacón cortas.
Llegaron al final de la angosta calle, doblaron hacia la derecha
y llamaron a la puerta de la tercera casa.
—¿Estás segura de que están en casa?
—Tranquila. Siempre hay alguien a cargo de atender a los
clientes, en especial si son nuevos y se trata nada menos que de la
“bruja reencarnada”.
Brensait la miró y puso los ojos en blanco. Desde que se había
completado la reencarnación, muchas personas la llamaban de esa
forma, alentados por el misterio que involucraba su regreso progra-
mado. A ella le parecía una tontería y trataba de restarle importan-
cia, buscando, lógicamente, que dejaran de hacerlo.
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Capítulo 2
“¡Feliz Cumpleaños!”
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a una obra de teatro, que por esos días, gozaba de mucha populari-
dad. Pasada la medianoche regresaron a sus casas. Brensait encontró
a todo el mundo dormido, así que subió a su habitación, le envió un
mensaje mental a Cirox y se durmió.
Makkrumbbero seguía aumentando el número de sus alia-
dos. Brensait y los demás, ya estaban enterados de que muchos de
los descendientes de las familias que la odiaban, incluso algunos
que aún vivían, habían recurrido al brujo para ofrecerle su lealtad.
Mientras todos dormían, él y sus seguidores, en un misterioso lu-
gar amplio y elegante, similar a un aula de clases antigua, planea-
ban sus siguientes pasos. Si bien, los ataques habían cesado después
de que la joven fuera salvada por el inesperado rayo violeta; ya
contaban con todo un plan de ataque y ahora que la reencarnación
estaba completa no habría piedad y en cada embestida, el objetivo
sería eliminarla.
—Debo averiguar quién es ese brujo que la salvó —comentó
Makkrumbbero a su hermana y a un desconocido mago de cabe-
llos rojizos que caían sobre sus hombros.
—¿Tienes alguna sospecha? —preguntó el hombre.
—Una leve. No sé si sea bueno o malo que un brujo como Lord
Sebastianh haya aparecido en nuestras vidas —comentó dibujando
una sonrisa en el rostro.
—¿Te refieres al Señor de las Sombras? —insistió el pelirrojo.
Sus acentuadas ojeras, le daban un aspecto, un tanto enfermizo.
—Exactamente, el mismo —confirmó con una mirada siniestra.
—¿Por qué un mago como él querría salvarla? —preguntó
Isabel con su característica manera pretensiosa.
—Esa es, precisamente, la pieza que falta dentro del rompeca-
bezas. Pero no hay nada de qué preocuparse, seguiremos con nues-
tros planes tal como estaba dicho —sentenció mirando a ambos
con convicción.
—Me emociona mucho escuchar eso. Ya es hora de detener
a esa molesta ratita de Brensait —Isabel disfrutaba cada vez que
podía manifestar su desagrado hacia la joven.
—Entonces, confirmaré todo. Ya no falta mucho para el gran
acto —agregó el joven de cabellos cobrizos. Su nombre era Ali;
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Capítulo 3
“Durmiente.”
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sabía desde cuándo, pero podía rastrear las energías oscuras, lo que
en ese momento le favorecía demasiado. Ya tendría tiempo para
pensar en qué instante había desarrollado aquella habilidad.
—¡Ey, tú! —exclamó al ver al colorín entre un grupo de chicos
y chicas. No parecían muy mayores, ni tampoco agradables.
—¿Qué quieres? —preguntó con hostilidad—. ¡Ahh! ¡Pero si
es el guerrero favorito de Brensait! —dijo en tono de burla al re-
conocerlo.
—Quiero que me digas ahora mismo los detalles del hechizo
que Makkrumbbero le envió.
—Debes ser estúpido, ¿no? —ahora se mofaba entre risas—.
¿Por qué crees que te diría algo al respecto? —volvía a ser hostil.
—Porque si no lo haces te mataré —respondió el guerrero con
una sonrisa siniestra, al mismo tiempo que tronaba sus dedos, ha-
ciendo que todos los acompañantes del pelirrojo cayeran al piso
inconscientes.
—¿Quieres sorprenderme? —Ali no parecía asustado.
—No, solo quiero respuestas —dirigió hacia su enemigo unos
lazos invisibles de energía que comenzaron a asfixiarlo—. Si no
cooperas, ni siquiera notarás cuando estés muerto.
El poder indetectable presionaba con fuerza alrededor de su cuello.
—¡Está bien! ¡Está bien! —exclamó con desesperación, con la
piel casi morada—. ¡Te lo diré!
—Así está mejor —el guerrero soltó sus amarras lo suficiente
para que pudiera hablar, pero sin dejarlo del todo libre.
Ali respiraba rápido, como si tuviera miedo de perder el último
suspiro en cualquier momento.
—Es cierto. Makkrumbbero selló y codificó el ritual, por eso,
aunque lo analicen nunca sabrán los detalles.
—Dime algo que no sepa —Cirox volvió a presionar un poco.
—¡OK, OK! —frente al guerrero, Ali no parecía tan temible ni
valiente—. Brensait está sometida al “Hechizo del Sueño” al que se
llega por medio de los “Corpúsculos Durmientes”, pero en realidad
no está del todo dormida. Mientras duerme, su subconsciente está
deambulando por diferentes dimensiones, tratando de comprender
lo que sucedió.
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Capítulo 4
“Buscando.”
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ción.
ómo que está muerto! —La exclamación de
Makkrumbbero hizo vibrar los vidrios de la habita-
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que, querida mía, son muy ambiciosos. Así que comprenderás que
no tengo tiempo, ni ganas de ser sentimental ¡Eso es para débiles!
Si sigues actuando de esta manera, comenzaré a creer que lo eres.
Isabel enmudeció. No sabía cómo responder a las fuertes pa-
labras de su hermano. Dentro de ella, estaba consciente de que sin
él, no era nadie y aunque no siempre estuviera de acuerdo con sus
métodos, no tenía más opción que seguirlo. Estar de su lado le
aseguraría sobrevivir hasta el final. O quizás no.
Makkrumbbero, sin poder seguir soportando presenciar aquel
denigrante espectáculo melancólico de su hermana, se marchó. Era
hora de actuar. La ausencia de Brensait generaba la ocasión perfec-
ta para avanzar con sus objetivos.
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—¡Ay, hermano mío! ¿Por qué tiene que ser así de complicado?
—Se preguntó la chica en voz baja.
Ciertamente, las relaciones familiares no siempre eran senci-
llas, pero Sebastianh y Celeste compartían vivencias mucho más
intensas, varias de las cuales superaban el entendimiento de la ma-
yoría, aún tratándose de brujos.
Esa misma noche Chris, Krimatt, Juan y Sebastianh partie-
ron hacia Ristrok. No se quedarían allí más de veinticuatros horas,
consiguieran o no algo que los llevara hasta Alexander, el Señor de
los Sueños.
—No podemos tardar demasiado. Si no hay nadie que nos
pueda dar algún dato útil, seguiremos los últimos rumores conoci-
dos —propuso Chris.
—La mayoría apunta hacia un lejano lugar en Asia —comentó
Juan.
—Fue muy buena idea conseguir estas —dijo Krimatt señalan-
do una bolsa con pequeñas bolitas de color granate.
—Aún no sé de dónde las sacaste —confesó Juan.
—Cuando eres experto en botánica siempre hay personas que
te deben favores —aseguró el maestro. Las bolitas color granate,
eran una mezcla de varios elementos químicos propios del mundo
de la magia, además de kouso, una desconocida planta con propie-
dades magnéticas poderosas, que la reconocían como un vehículo
universal. Todo esto daba como resultado, un peculiar sistema de
transportación instantánea, que aún sirviendo para un solo viaje
cada vez, era de mucha utilidad en brujos que no podían teletrans-
portarse como lo hacía Cirox. El modo de uso era sencillo; debían
tomar una de las bolitas, tragarlas y mentalizar el lugar al que qui-
sieran ir. Uno o dos minutos después estarían allí.
Esperando obtener algún indicio válido se adentraron en
Ristrok guiados en todo momento por el Mago de las Sombras.
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dimensión. Sin duda, era el ser que la joven había creído ver, el
mismo a quien había decidido seguir.
—Nada más por ahora. Puedes regresar con los demás.
—Muy bien. Estoy disponible para lo que necesite.
—Gracias.
En el hogar del Señor del Tiempo no parecían existir las con-
diciones climáticas variables. El lugar tenía una temperatura agra-
dable siempre; sin frío, calor, viento, ni alguna otra condición que
pudiera resultar incómoda. Pero claro, no era de extrañar, después
de todo, se trataba de la morada del ser que controlaba aquello.
Muy pocos conocían su verdadero nombre y estaba sobre el
nivel de los brujos normales, su poder era inmenso, sin contar que
tenía bajo su control el tiempo y espacio, lo que incluía el día, la
noche, las estaciones y las dimensiones paralelas. Había nacido
para ocupar ese lugar y nunca podría abandonarlo. Escondía secre-
tos como todo el mundo, aunque en ningún caso, los enigmas de
un ente tan poderoso como él podían ser como los del resto de los
seres vivientes.
Brensait se adentró sin miedo en la densa selva hasta que sintió
un pequeño piquete en la espalda, a la altura de su hombro derecho
y perdió el conocimiento de manera instantánea. Quizás no había
sido buena idea entrar ahí sintiéndose tan valiente.
El Señor del Tiempo estaba por acabar su bebestible, pero así
como Brensait sintió el piquete en su hombro, él lo sintió justo en
medio de su frente, donde muchos creen que se ubica el tercer ojo.
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Capítulo 5
“Indomable.”
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cuello con tiras y unas botas a media pierna, también de piel, pero
no del mismo animal. Los demás aldeanos llevaban pequeñas pren-
das de ropa que solo cubrían sus partes íntimas y sobre ellas, dimi-
nutos bolsos de cuero donde guardaban distintas armas de reducido
tamaño. Todos usaban el mismo tipo de botas.
—Ojalá pudiera responderte, pero no tengo idea dónde estoy y
mucho menos de cómo llegué aquí.
—Unos miembros de la tribu te encontraron cerca de la casca-
da, ¿tampoco recuerdas eso?
Brensait buscaba entre sus recuerdos y sabía que lo último que
había visto era un bosque, después de atravesar, precisamente, una
cascada.
—Recuerdo haber atravesado una cascada y ver un denso bos-
que, después de eso sentí un pinchazo en el hombro. Es todo.
—Las personas que te encontraron te lanzaron un dardo som-
nífero. No podían arriesgarse a traerte aquí consciente sin saber si
eras peligrosa.
—¿Peligrosa?, ¿de qué hablas?
—¿Pues qué querías? Apareces aquí de la nada, sin identificar-
te o algo parecido. Este es un lugar protegido, ¿sabes? Somos los
guardianes de esta selva, nadie que no sea bienvenido puede pisar
estos suelos —la chica seguía con su actitud hostil—. Debo ser sin-
cera y reconocer que no es ningún agrado tenerte aquí, de seguro
nos traerás más de un problema.
—Tranquila. No es necesario ser tan intensa, tampoco estoy
feliz de estar en este lugar —Brensait también comenzaba a mo-
lestarse—. Como ya dije, no tengo idea cómo llegue hasta aquí,
antes de esa cascada estaba en medio de un desierto.
—Espera —la chica se acercó para observarla más de cerca—.
¿Dijiste que atravesaste hasta aquí por una cascada?
—Así es.
—Tu cuerpo no está completo —reconoció al mirarla a los ojos
por varios segundos.
—¿Qué quieres decir con que mi cuerpo no está completo?
—Brensait pensaba que quizás se había topado con una tribu de
locos y pronto sería la cena.
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“Pesadillas.”
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—Solo pueden verlos sus víctimas; las actuales o las que lo fue-
ron en algún momento —respondió. Krimatt le dedicó una mirada
inquisitiva, mientras seguía recuperándose.
—Fuiste su víctima —masculló Krimatt.
—Hace mucho tiempo, pero los Grileans jamás se olvidan.
—¿Grileans? Nunca escuché sobre ellos —confesó Juan.
—Imposible que escucharas sobre ellos, son propios de la men-
te de Alexander —aclaró el anciano.
—¿Quieres decir que podríamos encontrar todo tipo de criatu-
ras y seres extraños aquí?
—Todo. Lo que puedas y no, imaginar.
Nadie dijo que sería fácil. Habría que resistir y salir victoriosos
de alguna manera; costara lo que costara.
—Dijiste que no podíamos usar magia —recordó Chris— aca-
bas de romper tu propia regla.
—Solo invoqué a uno de los elementales. Es magia natural
—aseguró.
En teoría tenía razón. Los elementales eran una fuerza de la
naturaleza, su invocación y utilización no produciría una alteración
tan grave. Ahora lo que intrigaba al líder de los guerreros, era cómo
un brujo normal, como se suponía que era De Valdés, tenía las ca-
pacidades para manejar a los poderosos elementales.
—No imaginaba que fueras capaz de dominar a los elementa-
les —comentó Chris solo para observar la reacción de De Valdés.
—Son muy limitadas las cosas que puedes imaginar de mí.
Después de todo me conoces hace muy poco.
Con esta respuesta Chris comprendió que no obtendría las res-
puestas que buscaba y que lo mejor sería no quitarle los ojos de
encima. Aún podía ser posible que los estuviera conduciendo a una
trampa.
—¿Tienes al menos alguna idea de qué otras cosas podríamos
toparnos en este lugar? —preguntó Krimatt con hostilidad— el
incidente anterior no ha sido muy agradable.
—Mientras menos tiempo perdamos hablando aquí, más rá-
pido encontraremos a Alexander y podremos irnos —respondió
el anciano sin dejar lugar a más palabras. Retomó la caminata y se
alejó con rapidez.
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Capítulo 7
“El Señor de los Sueños.”
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seguir con su camino, el extraño Señor del Tiempo estaba tras sus
pasos así que podía aparecer cuando menos se lo esperara.
Se puso de pie y vio que, en un extremo de la playa que rodeaba
al lago, se extendía un camino hacia un alto bosque. Su sorpresa al
introducirse en él, fue comprobar que todos los árboles eran de un
solo tipo; araucarias. Se preguntó cuánto tiempo llevarían ahí, se
apreciaban en muy buen estado y eran de diversos tamaños.
Caminó por un pequeño trecho delimitado como camino, se-
guramente por caminantes anteriores y no podía dejar de sentirse
maravillada al ir conociendo la belleza del lugar.
—Este bosque es magnífico, no hay duda, pero ¿será que cada
vez que me despierte, estaré en un lugar diferente? —Se pregun-
taba a sí misma.
Caminó con calma, pero sin detenerse. Corriendo el riesgo de
morir envenenada, comía los frutos silvestres que encontraba en su
camino. Tenía mucha hambre y no quería usar magia ya que podría
alertar al Señor del Tiempo.
No tardó mucho en llegar a una nueva playa. Le pareció extraño,
pero lo más probable es que estuviera en algo similar a una isla. Una
porción de tierra que no estaba rodeada de mar, sino de un lago.
Se sentó un momento en la orilla de esta nueva playa y observó
a su alrededor. De pronto notó que ya no era todo tan silencioso
como en el otro extremo, alguien más estaba en ese sector.
Retomó el andar con dirección al sur y fue ahí donde los vio;
una llamativa carpa, no tan grande, pero con suficiente espacio para
montar un espectáculo con, al menos, cien personas. Rodeándola,
se organizaban varios carros, algunos tirados por caballos y otros
por escobas, sí, por escobas.
Se acercó sutilmente, pero no lo suficiente, pues en menos de
dos minutos, escuchó una voz que le hablaba desde atrás.
—¿Quién eres tú? —Imaginó que se trataba de un joven cer-
cano a su edad. Se volteó y quedó frente a frente con un chico de
largos y ondulados cabellos rubios, tez bronceada y ojos color miel.
—Hey… Hola, lo siento, no he querido parecer una intrusa.
—Pues eso es lo primero que pensé.
—¿Podrías decirme dónde estoy?
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—Te recuerdo que tengo motivos de sobra para que, como di-
ces tú: nada, ni nadie me importen.
—Lo sé mejor que cualquiera, pero creo que ha llegado la hora
de romper ese círculo de desprecio y rencor.
—Sabes que no hay forma de que eso pase.
—Estamos hablando de un mal mayor Alexander —advirtió
De Valdés con seriedad— sabes quién es Brensait y lo que hay en
torno a su regreso, no estamos hablando de cualquier bruja, esto lo
puede cambiar todo y si sucede, lo que te pasó no será nada con lo
que viviremos muy pronto.
—¿Por qué tendría que ayudar a todos los que marcaron mi
vida?
—No, te equivocas, ellos no son culpables, pero si aprovecha-
mos esta oportunidad, los verdaderos culpables pueden salir de
su protección y pagar —hablaba cada vez con más intensidad—
Brensait es diferente, ella hará que las cosas cambien y si tiene a las
personas correctas de su lado, hará que cambien para mejor.
Alexander no podía dejar de mirarlo. Lo escuchaba con aten-
ción, pero una parte de su mente estaba sumergida en los recuerdos
de un terrible pasado que lo habían llevado a refugiarse en sus
propias pesadillas.
—¿Quiénes son esos chicos? —preguntó sorpresivamente.
—El que te habló es Chris, líder de los Cinco Guerreros que
tienen como misión ayudar a Brensait en todo lo que sea necesario,
el que te insultó es Juan, otro de esos guerreros —explicó el ancia-
no— por último, el chico de pelo claro es Krimatt, un maestro de
botánica, del que por cierto, no sé mucho más.
—Mmm… —Parecía estar tratando de recordar algo más—.
Él no es un solo un profesor de botánica, sé que lo conozco de
alguna parte, pero no puedo recordar de dónde.
—¿También tienes esa impresión? A mí me pasó en cuanto lo
vi por primera vez.
—Hay algo muy interesante y oculto en él. Sé que no me equi-
voco.
—Si los ayudas podrás averiguar de qué se trata.
—¿Qué saben del hechizo?
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Capítulo 8
“Ilusión.”
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—¿Qué? ¿Adónde?
—Quiero ir y ayudarlos con Isabel y los cazadores.
Javier se detuvo en medio del pasillo, lo sujetó de los hombros
y lo miró directo a los ojos.
—Escucha, sé que has entrenado mucho y también sé que eres
más fuerte —confesó—, pero aún así, sigue siendo muy peligroso
que vayas—
—Pero entonces, ¿cuál es el sentido de entrenar y volverse más
fuerte? Ya no soy un niño y odio ver cómo suceden un montón de
cosas, la mayoría malas, a mi alrededor y no puedo hacer nada al
respecto —Tomó aire y continuó—. No es nada fácil ver a mi pri-
ma en ese estado, quiero al menos, ser útil de alguna forma.
Javier entendía al chico, sabía que tenía un punto real y válido,
pero aunque quisiera, no era él, el indicado para autorizarlo o no a
asistir a ese enfrentamiento.
—Tu razonamiento es lógico y si estuviera en mis manos deci-
dir, te dejaría acompañarnos, pero no es así.
—Lo sé. Gracias de todas formas por el apoyo —concluyó sin
más insistencia.
Cuando estaban ya todos reunidos en el comedor, Andrés vol-
vió a mencionar su deseo y Nino lo apoyó. También quería ir.
Discutieron sobre el asunto por algunos minutos, hasta que
Celeste y Khamus se comprometieron a ser sus guardianes. En
otras palabras, los más pequeños no podrían hacer nada sin que
ellos los autorizaran. Estaban todos de acuerdo, en que era hora de
que estuvieran en una pelea real, sin ser, precisamente las víctimas,
sino, como un apoyo que ahora o más adelante, sería fundamental.
—Están advertidos; cualquier acción osada, fuera de la auto-
rización de Celeste o Khamus y nos aseguraremos de que nunca
más nos acompañen, es más, si se atreven a hacer algo arriesgado,
los enviaremos con sus familias a las colonias —sentenció Isaak de
manera tajante y cortante.
—Ok, ok. Nada de riesgos —afirmó Nino sin mirarlo a los ojos.
De esta forma se dirigieron a la zona de conflicto. La única que
se quedaría en casa sería Tiare, ya que alguien debía mantener la
vigilancia del cuerpo aletargado de Brensait.
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Así que cuando cerró sus puños y el suelo tembló bajo sus pies,
lo que en realidad estaba haciendo, era tomar pequeños trozos del
pavimento, duplicarlos, regresar los originales a su lugar y trans-
mutar los copiados a mercurio, lanzándolos con gran velocidad
sobre su contrincante. Isabel no alcanzó a responder al ataque y
una vez atrapada por las primeras partículas del metal líquido, vio
cómo una viscosa red la iba envolviendo.
—¡Podría matarte ahora mismo! —amenazó el guerrero.
—¡Pero no lo harás! —clamó una voz masculina rasposa—
¡Eso nos corresponde a nosotros! —El chico lanzó un cuchillo di-
recto al brazo derecho de Cirox, pero este pudo esquivarlo.
—¿Quién eres? ¿Qué intentas hacer? —La oscuridad impedía
que Cirox viera con claridad el rostro del joven.
—No tengo por qué responder, mucho menos a un desprecia-
ble brujo.
El guerrero avanzó unos pasos y pudo ver con claridad el rostro
del recién llegado; se trataba de Maximiliano, el ya conocido, líder
de los cazadores.
—¡Así que eras tú! —Si bien, Cirox no recordaba haberlo
visto antes en persona, conocía a la perfección su apariencia. Los
Linguistiker eran ampliamente estudiados por todos los brujos-
guerreros y lógicamente también había sido parte de su prepa-
ración como uno de los Cinco Guerreros—. ¿Así que pretendes
derrotarnos a Isabel y a mí tú solo? —preguntó con prepotencia,
mientras su red de mercurio mantenía inmovilizado a la hermana
de Makkrumbbero.
—Soy el actual líder de los cazadores, mi misión es eliminarlos.
—No me aburras con eso, por favor —espetó Cirox con indife-
rencia— esta pelea entre cazadores y brujos ha sido eterna y según
creo, lo seguirá siendo por un buen tiempo.
Maximiliano se acercó, no parecía tener intenciones de ata-
carlo, pero el diálogo se vio interrumpido por la llegada de varios
discípulos de Makkrumbbero.
—¡Lo que me faltaba! —masculló Cirox— creo que tendremos
que dejar hasta aquí nuestra charla —agregó listo para comenzar
a pelear.
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—En mi casa querida, Lito te trajo hasta aquí, tuvo que dor-
mirte por tu seguridad y la nuestra.
En ese instante recordó lo sucedido; el encuentro con el chico
que parecía nacido del sol y su pequeño diálogo con él.
—¿Dónde está él?
—Fue por algunas cosas para preparar la cena, no podemos ser
tan mal educados. Eres una visita importante.
—¿De qué hablas?
—Querida, ya sabemos que eres Brensait, la bruja reencarnada.
—¿Quiénes son ustedes? —Todavía se sentía un poco confun-
dida, como si no pudiera organizar bien sus ideas.
—Tranquila, ya habrá tiempo para aclarar las dudas. Ahora
será mejor que te des un baño, pronto cenaremos.
—No es necesario, debo seguir mi camino.
—¿Por qué tanta prisa?
La sombra de El Señor del Tiempo era imborrable de su me-
moria. Sabía que tarde o temprano aparecería ante sus ojos y no
deseaba poner en peligro a más personas.
—Debo regresar a mi hogar.
—Siento ser entrometida, pero ¿estás segura de saber cómo volver?
A veces, Brensait sentía que todo el mundo sabía que estaba
atrapada en un hechizo. No entendía cómo tantas personas eran
conscientes de este ritual, y ella no había sido capaz de evitarlo.
—No, pero lo averiguaré —aseguró buscando salir de ahí
pronto. Se levantó de la cama de manera brusca, lo que le generó
un pequeño marero.
—Con calma —aconsejó Rubí al notarlo— quizás nosotros po-
damos ayudarte.
Brensait abrió sus ojos con sorpresa, ¿sería cierto?, ¿acaso ellos
realmente podrían ayudarla? No podía negar que le resultaba ten-
tador averiguarlo, pero también le preocupaba ocasionar más pro-
blemas si es que volvía a atraer al Señor del Tiempo.
—Creo que lo mejor es que me vaya, no quiero dar problemas.
—Escucha, somos una gran familia que se dedica a entretener
a otros brujos, nuestro lema es la diversión y la alegría. Estaremos
encantados de ayudarte en lo que sea posible.
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—No estoy segura, pero creo que se dice llamar El Señor del
Tiempo —Rubí ya estaba al tanto de esta información.
Lito, Prit y Rubí se miraron sin mucha sorpresa. Al parecer no
les costaba mucho creer que eso fuera cierto.
—No quiero defender o atacar a nadie, pero perseguirte es una
función del Señor del Tiempo —habló Lito con timidez.
—¿Cómo que es una de sus funciones?
—Lo que Lito quiso decir, es que el Señor del Tiempo, tiene
como misión resguardar la seguridad del universo, en todo lo que
tenga relación con tiempo y espacio —explicó Prit— y este ritual
te ha lanzado a un punto de partida lejano, desde donde has estado
recorriendo una y otra dimensión. Eso querida, es una situación
terrible, por eso, es que el Señor del Tiempo te persigue.
—¿Qué tiene de terrible? No he dañado nada, ni a nadie.
—Lamento decir que si lo haces, aunque no sea con intención
—sentenció— verás, cuando deambulas de una dimensión a otra
en las que está prohibido hacerlo sin un permiso especial y en tan
poco tiempo, vas provocando un caos dimensional. Se alteran las
barreras de tiempo y espacio, generando un desequilibrio en las
estructuras que las mantienen en orden.
Brensait lo escuchaba con plena atención. Si lo pensaba bien,
cada palabra de Prit era muy coherente, eran principios básicos
de magia, tiempo y espacio, ¿cómo no lo había considerado? Era
más que evidente el enojo del Señor del Tiempo y su energética
persecución.
—Creo que había pasado por alto un punto muy importante
—confesó— ahora veo las cosas con más claridad.
—¡Hey, hey no te quedes con todos los puntos! —exclamó Prit
con una sonrisa— El Señor del Tiempo de todas formas es uno de
los seres más extraños y difíciles de tratar.
Para este punto, en la gran mesa, estaban todos los integrantes
de la caravana, así que Prit le pidió unos minutos a Brensait y se
dirigió a ellos.
—¡Ha sido otra espectacular presentación, mis felicitaciones a
todos! —manifestó después de ponerse de pie— ahora por favor,
disfruten de todo lo que hay en esta maravillosa mesa.
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—No puedo creer que sean tan pesimistas —La voz llegó des-
de el ataúd—. De esta forma, siento que son los peores compañe-
ros para Brensait, quizás debería reemplazar a alguno de ustedes
—advirtió, el ahora, completo Señor de los Sueños.
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Capítulo 9
“Contra el Tiempo.”
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—¿Qué harás?
—Terminaré con esto —confirmó.
El Señor del Tiempo sabía que si acababa con Brensait en su
estado subconsciente, no habría forma de volverla a la vida, ni si-
quiera estaba seguro de que pudiera volver a reencarnar.
—No, no lo harás —advirtió ella abriendo el portal donde es-
condía sus espadas, con un rápido movimiento que su contrincante
no pudo evitar— yo también tengo algunos trucos. No soy la pobre
chica que no puede defenderse —aseguró con confianza mientras
tomaba a Eridanus, dejando a Orión en su lugar. Si tenía suerte
no la necesitaría. A continuación hizo un gran traspaso de energía
hacia el arma y estaba a punto de imitar a su rival cuando este se le
adelantó, golpeando su bastón dos veces más. La caída de Brensait
era inminente.
—¡Si yo caigo, tú también lo harás! —exclamó clavando la
espada en el hielo, extendiendo una grieta, empoderada con su
energía hasta los pies de El Señor del Tiempo— ambos caeremos
—susurró justo cuando el hielo bajo sus pies dejó de resistir lan-
zándola directo al agua. Ambos cayeron al mismo tiempo, tal como
ella lo había predicho.
Fría, muy fría. El agua inundó todo a su alrededor y pudo ver
cómo la gran capa del Señor del Tiempo flotaba y se expandía a
alrededor de su dueño. Aunque la caída había sido un tanto sor-
presiva, nunca había soltado la espada. Permanecía segura en su
mano, firme.
Cerró sus ojos y esperó tocar fondo, momento en el que volvió a
cargar su espada con energía para impulsarse hacia arriba. Pero esta
vez le costó mucho más; el frío y la fuerza del agua le dificultaban
la salida. Se olvidó por completo del enemigo que la enfrentaba,
hasta que por fin llegó a la superficie y no lo vio por ningún lado.
No entendía qué había tratado de hacer. Aquel ataque jamás
hubiera podido matarla y de seguro el Señor del Tiempo lo sabía,
así que trataba de encontrar una explicación a lo ocurrido, pero no
podía.
—¿Qué fue lo que te sucedió? —preguntó Kassis dividida en-
tre la risa y el espanto al ver llegar a su compañero empapado.
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Capítulo 10
“Caos.”
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estaba por venir. Pero, ¿qué era lo que estaba por suceder? Aquella
pregunta no tenía una respuesta sencilla, porque como siempre,
cada persona tenía sus objetivos propios y para Makkrumbbero era
sabido que entre Brensait y él existía una voraz ansía de venganza
mutua.
Cuando Sebastianh apareció en la casa, sus inertes acompa-
ñantes seguían en el mismo estado. Nino y Andrés fueron los pri-
meros que los vieron aterrizar en el jardín. La chica corrió a avisar
a Chris mientras Andrés salió a su encuentro.
—¿Qué sucedió? —preguntó asustado.
—Makkumbbero estaba de mal humor —Se limitó a decir el
Mago de las Sombras.
El líder de los guerreros salió a su encuentro. No esperaba en-
contrarse con esa escena. Antes de cualquier cosa y con ayuda de
Sebastianh, trasladaron los cuerpos mediante una técnica sencilla
que los hacía flotar por distancias cortas.
—Veo que las cosas salieron más complicadas de lo esperado
—comentó Chris, mirando a sus compañeros con preocupación.
—Makkrumbbero está perdiendo el rumbo —murmuró
Sebastianh— y estas son las consecuencias.
Tiare llegó con prisa a la sala y al ver a su marido en aquel esta-
do, una profunda tristeza y preocupación se evidenció en su rostro.
—Tranquila, se pondrán bien —dijo Chris tratando de ani-
marla.
—Debemos llevarlos al laboratorio —sugirió la chica— puedo
tratarlos ahí, se recuperarán más rápido.
Con una mezcla de ingredientes que incluían entre otras: ma-
tico, algas pardas y una planta poco común, conocida como sie-
te venas, Tiare realizó un bálsamo que puso de inmediato sobre
las heridas más graves de los guerreros. Isaak estaba con ellos,
Sebastianh lo había encontrado unos metros más al norte de don-
de estaban los demás. Su cuerpo estaba casi igual de lastimado,
quizás un poco menos.
—El bálsamo debe actuar por, al menos, una hora —explicó
Tiare más tranquila— aunque lo ideal sería que lo mantuviéramos
toda la noche.
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cuando la encuentre. Esa abertura podría permitir que ella los es-
cuche o reciba sus mensajes de alguna manera —explicó.
—¿Y sería tan simple como hablarle? —preguntó un esperan-
zado Krimatt.
—En teoría sí, pero no podría asegurarlo —aclaró— como
ya todos sabemos, este hechizo está condicionado por el sello que
Makkrumbbero le puso, lo que lo hace totalmente diferente a otros
que haya visto.
—¿Es decir que no es la primera vez que haces esto? —pregun-
tó Celeste curiosa.
—Querida, me dedico a esto —recordó Alexander— no es por
presumir, pero dudo que alcances a imaginar todo lo que he hecho
por medio del manejo de los sueños.
—Entonces esto no debería ser un problema para ti —conti-
nuó la chica— me refiero a traer de regreso a Brensait.
—Ya lo expliqué, cada caso es diferente. Por lo demás…—Se
interrumpió y su rostro reflejó sus dudas.
—¿Qué pasa? —preguntó Chris.
—Hay algo que me tiene un tanto confuso —manifestó— se-
gún lo que sé, Makkrumbbero es un ser poderoso y muy peligroso,
sin embargo, el tipo de magia utilizado en este ritual es demasiado
antigua, creo que supera sus capacidades.
—¿Crees que tuvo ayuda de alguien más? —interrogó
Sebastianh sin dejar de observarlo.
—No lo creo, estoy seguro —sentenció el Señor de los
Sueños— el real problema, es que no se me ocurre quién. Me pa-
rece que no quedan brujos tan poderosos como para lograr algo así,
¿o me equivoco?
—Yo no estaría tan seguro —intervino De Valdés— hay varios
brujosfilósofos con capacidades admirables y no todos están del
lado de Brensait.
—Bueno, eso será lo siguiente que tendremos que averiguar
—anunció Sebastianh con firmeza.
Chris estaba en silencio, pensativo. De seguro algo estaba pa-
sando en su cabeza. Parecía estar atando ciertos cabos sueltos.
—¡Ahora lo entiendo! —exclamó— cuando asaltaron las bodegas
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rar todo, debo pedirte Chris que vengas con nosotros —intervino
Marco— en una hora más habrá una reunión en la sede de los
híbridos, con algunas autoridades del mundo de la magia para de-
cidir los siguientes pasos a dar —relató— es posible que te pidan
ser uno de los mediadores en el encuentro que planean tener con
los humanos encargados de la tregua.
Chris no tendría problemas con nada de eso, al contrario, haría
todo lo que fuera necesario para impedir una guerra entre brujos
y no brujos. Tan solo lamentaba no poder estar presente en el mo-
mento, en que quizás, Brensait saliera del Hechizo de Sueño. Sí,
porque él estaba seguro de que Alexander lo lograría y más pronto
que tarde, la chica estaría de vuelta y con su ayuda, pondría un alto
a todo este caos.
Sin más tiempo que perder, el líder de los guerreros salió ha-
cia la sede de los híbridos en compañía de los dos enviados. Ya se
habían marchado cuando Cirox y los demás despertaron, era una
lástima que después de abrir los ojos, tuvieran que enterarse de tan
malas noticias.
—¡El traidor está dentro de esta casa! —exclamó Cirox casi sin
poder gobernarse. Su mirada se posó por cada uno de los presentes
tratando de advertir quién podría ser el responsable— no, eso no
puede ser.
—Créeme que estamos todos tan impactados como tú —ase-
guró Celeste.
El guerrero guardó silencio, no quería seguir hablando o po-
dría lamentarlo. Salió de la casa y caminó hacia la piscina natural,
se sentó en la orilla y miró hacia el cielo. Por un segundo quería
que su mente dejara de considerar todas las preocupaciones que lo
aquejaban.
—¿Estás bien? —Celeste apareció unos minutos después. Se
sentó a su lado.
—Eso intento.
—Escucha, entiendo cómo te sientes. Cuando Marco y Ágata
llegaron con más malas noticias, quería salir y golpear a quien se
me cruzara, pero he decidido calmarme porque si no lo hago, me
estaría convirtiendo en un nuevo problema y quiero evitar eso a
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Capítulo 11
“Le Blanc.”
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plaza, con una pileta con forma de sirena que lanzaba agua por la
boca. Brensait no pudo evitar mirarla con detención.
—Ella es Lelhia —Sabadh había notado el interés de su acom-
pañante —Es nuestra primera reina de la vida y la belleza.
—¿Reina de la vida y la belleza?
—Ya te irás enterando de los detalles. Te llevaré con Lady
Bicka para que sepa que tenemos una visita.
—¿Quién es ella?
—La actual reina de la Vida y la Belleza de Le Blanc.
Brensait sentía que con cada explicación tenía más dudas, ¿aca-
so tenían como costumbre realizar concursos de belleza? ¿Qué cla-
se de pueblo era este?
Atravesaron la plaza, que además contaba con varios bancos
de madera, con finos detalles tallados de manzanas, aves y flores,
en color blanco brillante. Todo era tan pulcro y bien cuidado que
no podía dejar de maravillar. Árboles, arbustos y un sinfín de áreas
verdes demostraban lo mucho que les interesaba la naturaleza.
—Lady Bicka vive en el castillo junto a las personas que la
ayudan a gobernar nuestro pueblo —contaba el chico mientras ca-
minaban—. —Espero que esté disponible para atenderte pronto,
porque suele estar bastante ocupada en el taller de preparaciones.
—¿Preparaciones mágicas?
—Sí, claro, ¿de qué otro tipo serían? —preguntó como si la
respuesta fuera más que obvia.
—Tienes razón, ha sido una pregunta un poco tonta —reco-
noció la chica.
Sabadh se limitó a reír.
Continuaron el trayecto, hasta que llegaron al gran puente
que servía como entrada a los territorios del castillo. Desde ese
lugar, la magnificencia de la fortaleza se podía apreciar mucho más.
Nuevamente se contemplaba lo bien cuidado que estaba el aseo
de cada rincón y lo impecable que era la pintura y mantención en
general de la propiedad.
Era la primera vez que Brensait veía tan de cerca un castillo
tal como lo mostraban las películas de príncipes y princesas. Ni
siquiera en su antigua vida recordaba haber visto algo así.
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así que regresó antes a casa. Le venía muy bien dormir una hora,
antes de retomar el estudio para sus próximos exámenes, cayó ale-
targado en pocos minutos.
Nino había terminado el taller de aquella jornada, no eran las
seis de la tarde todavía, pero ya comenzaba a bajar la luz natural.
Pasaría a comprar unas masas dulces que amaba comer toman-
do café. Caminaba con calma, hasta que algo la incomodó. Juan
Carlos además de haberlos preparado en enfrentamientos físicos y
algunos conceptos básicos de magia, siempre les recalcaba lo im-
portante que era observar y oír bien, con cuidado y atención. Así
que no le fue tan complicado percibir que alguien la seguía.
Estaba cerca de un pequeño callejón al que avanzó con prisa.
Se escondió en la portería de un edificio de pocos pisos que había
por allí y esperó, deseando con todas sus fuerzas que no fueran
Makkrumbbero o Isabel quienes iban tras ella. Miró con cuidado,
cuando vio aparecer a su perseguidor y respiró aliviada al ver no se
trataba de ninguno de sus sospechosos. Lo encaró confiada.
—¿Por qué me sigues?
—Nino, lo siento, no era mi intención parecer un acosador pe-
ligroso.
—Eso es exactamente lo que pensé —respondió con hostili-
dad— ¿Qué pretendes Maximiliano? —El líder de los cazadores
estaba frente a sus ojos.
—Protegerte, solo pretendo protegerte.
—¿Protegerme? ¿De qué estás hablando? Yo no necesito ser
protegida de nadie, ni por nadie —espetó ofuscada.
—Debes entender que estar con brujos no es bueno, menos si
no eres uno de ellos —lanzó con impaciencia— tarde o temprano
terminarás recibiendo los daños colaterales y te aseguro que no
vendrán a salvarte.
—¿Quién te crees para venir y decir todo esto? Nos hemos
visto dos o tres veces —encaró más molesta que antes, con el calor
subiendo por sus mejillas— ¡Crees saber, pero la verdad es que no
tienes idea! —exclamó dispuesta a marcharse.
—No lo hago para molestar —confesó sujetando su mano—.
Escucha, eres una chica atractiva, agradable, lista y muy capaz —agre-
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gó— me perturba que estés poniendo en riesgo tu vida con ellos, por-
que al final, quieras o no asumirlo, lo importante de esta historia es tu
prima, que para este punto, ya ni siquiera lo es.
Las palabras de Maximiliano calaron hondo en Nino, pero no
como él esperaba.
—Si hay algo que te perturba, entonces ve y pide hora con un
especialista en psiquiatría, yo no puedo hacer nada por ti —afirmó
dando un tirón para zafarse y marcharse por fin. El líder de los ca-
zadores no hizo esfuerzo alguno por detenerla, pero no significaba
que se rendiría. Estaba decidido a rescatar a Nino de las garras de
sus mayores enemigos: los brujos.
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Capítulo 12
“La Maldición.”
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—¿Por qué esa casa está decorada como si fuera navidad? —pre-
guntó con la preocupación evidenciada en su rostro.
—Bueno, faltan solo unos días para que estemos en diciembre,
algunas familias comienzan con los preparativos con anticipación
—respondió él con calma, sin comprender la angustia de Brensait.
—No, no, no ¡No puede ser! —exclamó con movimientos ner-
viosos.
—Calma, no te alteres. Explícame qué sucede.
—Debería estar en casa hace mucho tiempo, la última vez que
estuve ahí, marzo no había terminado.
Eirikr la miró, ahora sí preocupado. Sabía quién era y enterarse
de que había estado fuera de casa por tanto tiempo, era sin duda,
motivo para estar preocupado. No quería ni imaginar todo el terre-
no que debía haber ganado Makkrumbbero durante su ausencia.
—Vamos, de prisa. Nos falta poco. En casa me contarás todo.
Brensait no podía dejar de pensar en todo el tiempo que había
transcurrido sin que ella pudiera percibirlo de manera real. Era tanta
su preocupación, pensando en que quizás, todos sus cercanos lo esta-
ban pasando pésimo, que ni siquiera notó la magnificencia de la casa
de Eirikr. Una mansión clásica, como era de esperar, de estilo victo-
riano, con el tejado terminado en puntas muy acentuadas, grandes
ventanales, en color ladrillo. A simple vista parecía tener tres niveles,
pero debido a su singular arquitectura, bien podía poseer algunos
rincones más hacia arriba o hacia abajo, como áticos o sótanos.
El terreno del frente no era tan amplio, una pequeña fuente con
una figura de gárgola, le daba un toque un tanto sombrío. Justo afuera
de la gran puerta principal, dos guardias los esperaban. No tardaron
en darles la bienvenida. Una vez adentro, otros sirvientes los espera-
ban. El interior de la mansión era todavía mucho más esplendoroso
e impactante, solo ahí Brensait pudo apartar sus otros pensamientos
y comprobar que se sentía como si estuviera dentro del castillo de un
personaje de algún cuento oscuro, de esos que los brujos solían contar
a sus hijos para advertirles sobre el peligro de la magia mal intencio-
nada. Por un segundo, creyó no estar en el lugar más adecuado.
—Necesito que nos lleven café y algunos bocadillos a la biblio-
teca —ordenó Eirikr a una mujer de unos cuarenta años con pelo
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Antes de seguir con esto, me parece que sería bueno que comieras
algo, puedes descansar también, si lo deseas.
—¡No hay tiempo para eso! En el pueblo de Le Blanc estuve,
supuestamente, solo siete días y ahora descubro que han pasado
meses.
—Tranquila, esa no sucederá aquí. Nuestra dimensión tie-
ne una pequeña diferencia de horas con tu hogar —explicó— el
tiempo transcurrirá casi igual que allá. Así que si te tomas un día,
no será tan catastrófico. De todas formas, necesitas reunir fuerzas
para, lo que sea, que esté por venir.
La chica lo miró con impaciencia, pero comprendiendo que
tenía razón. Ahora más que nunca, sabía que su vuelta a casa des-
embocaría en un enfrentamiento directo con Makkrumbbero; ella
no lo perdonaría por haberla metido en ese hechizo y él no la dis-
culparía por haber regresado viva.
—Está bien. Pero será un solo día —confirmó— mañana a
primera hora volveré a emprender mi camino y encontraré a ese
molesto Señor del Tiempo —prometió, ¿Quién sabe? Quizás no
lo encontraría, pero él a ella sí.
Eirikr pidió que llevaran a su invitada a la mejor habitación
disponible, exceptuando, claro, las dos que estaban reservadas por
dos personas demasiado importantes para él. Las mismas, que por
desgracia, no tenían la más mínima intención de ir a visitarlo. Las
mismas, que no lo habían hecho hace ya, más de cien años.
Brensait tomó un agradable baño, se cambió de ropa (una acor-
de al lugar en el que estaba) y luego descansó en la inmensa cama
que tenía a su disposición. Cerró los ojos por un momento y su-
cedió algo, por primera vez, que la puso nuevamente en estado de
alerta.
Estando plenamente relajada, con los ojos cerrados y tratando
de no tener ningún pensamiento en su mente, escuchó algo que la
descolocó.
—Brensait... Hey, ¿por casualidad me escuchas? —La voz pa-
recía venir de la nada, del espacio vacío, pero ni siquiera allí, le
habría parecido extraña. Cirox estaba tratando de comunicarse con
ella.
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Capítulo 13
“Revelaciones.”
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—¿Esto sucede con todas los seres que pasan de una dimen-
sión a otro sin control? —Ya no veía alguna escapatoria o forma
positiva de resolver las cosas. Estaba resignada.
—Debes saber que existen dimensiones en las que está permi-
tido pasar sin problemas, pero son limitadas y puedes hacerlo con
períodos de tiempo diferentes, no todas en un viaje continuo, como
en tu caso.
—Entiendo.
—Contigo, además, hay un factor agregado.
—¿Qué clase de factor agregado?
—Eres un vampiro energético Brensait, uno de los seres más
poderosos, en cuanto a energía se refiere y cada vez que visitas
una dimensión esa energía queda en el lugar y lo altera de manera
irreversible —explicó— puede ser en el clima, en la percepción del
tiempo, incluso en la salud de sus habitantes.
Mientras más explicaba, más entendía su punto y su obsesión
por detenerla.
—Realmente he creado un caos, ¿no? —preguntó abatida.
—No es totalmente tu culpa, pero sí, lo has hecho.
—Cuando estuve con el señor Eirikr dejó muy en claro que no
eres de su agrado, ¿a él también le pasó algo parecido, también fue
tu rehén?
—Suena un poco fuerte decir rehén —comentó asomando
una mueca de preocupación— nunca detuve a Eirikr, él solicitó mi
ayuda para resolver la maldición que pesaba sobre su familia, pero
no pude ayudarlo, no estaba en mis manos —aseguró— se atrevió
a jugar con fuego y debió asumir esas consecuencias.
—Pero eres el guardián del tiempo, quizás si podrías haber he-
cho algo.
—¡No, claro que no! —exclamó ofuscado— ahí radica el prin-
cipal problema de los seres con magia y de los humanos en general;
creen que pueden manejar el mundo a su antojo, hacer y deshacer
y después pedir a otros que resuelvan los problemas que han gene-
rado ¡Es una actitud totalmente egoísta! Nosotros funcionamos al
ritmo del universo, no él al nuestro ¡Somos demasiado arrogantes
y egocéntricos!
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Capítulo 14
“Despertar.”
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Capítulo 15
“Isaak.”
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Brensait saltó a sus brazos como si, frente a ella, estuviera esa
pequeña pieza que le faltaba para estar completa. Ni siquiera tenía
una explicación lógica para justificarlo.
—¡Te extrañé! —exclamó aferrándose con fuerza a su cuello.
El pobre chico no había tenido tiempo, todavía, de reaccionar.
—¿Qué…? —Trataba de recuperar el sentido— ¿Qué sucede?
¿Cómo es que estás de vuelta?
—Ya te lo explicaré luego —dijo antes de plantar un intenso
beso en sus labios— lo importante es que estoy aquí, ¿no crees?
—Es lo único que importa ahora —confirmó él reaccionando
por fin, al momento que la abrazaba con más fuerza, para luego
besarla con la intensidad de siempre. Pero este beso llevaba consigo
el ansía, la espera y el miedo que ambos habían pasado los últimos
meses.
Se incorporaron a la habitación de Brensait, donde los demás
seguían instalados y le explicaron los pormenores a Cirox. El guerre-
ro, por su parte, comentó que había seguido a Isaak, pero que de un
instante otro, había desaparecido como si la propia noche lo raptara.
—Creí que ya estaría aquí.
—No, jamás regresó —aseguró Tiare.
—Algo extraño pasa con él —sugirió Chris— dejaremos pasar
esta noche y si mañana temprano, no está aquí, iremos en su bús-
queda.
—Sí, opino que es suficiente por hoy. Brensait necesita descan-
sar —advirtió Celeste con voz autoritaria.
—Comprenderán que, estando tanto tiempo en el hechizo del
sueño, descansar no es precisamente lo que más deseo.
—¿Entonces qué? —preguntó Juan.
—¡Comer, ansío comer! —exclamó dramatizando desespera-
ción— si bien, en las dimensiones donde estuve me atendieron
bien, la alimentación de ese tipo para el subconsciente no es lo
mismo. Estando ahí la sentía muy real, pero ahora que desperté,
pienso que era como alimentarme de algodón o aire —confidenció
con humor.
Brensait seguía hablando de lo hambrienta que se sentía, cuan-
do notó que su cuerpo dormido, el que ahora estaba completo, se-
guía con la ropa que usaba el día de su cumpleaños y se horrorizó.
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—Soy tan detestable como esos seis brujos que liquidaste, ¿cuál
es la diferencia?
—La diferencia es que si lo hago, Makkumbbero me habrá
vencido en el ámbito más importante de todos.
Isaak pareció adivinar a lo que se estaba refiriendo y sabía con
certeza lo que tenía que hacer. Era la única forma de reivindicarse,
porque en sus pensamientos, el Fraccionamiento del Alma no po-
día justificarlo; siempre había sospechado que Makkrumbbero no
lo liberaría con tanta facilidad y aún así quiso arriesgarse y ser uno
de los Cinco Guerreros, condenándolos a padecer un mal agrega-
do, exponiéndolos innecesariamente. Era hora de cargar con sus
culpas y responder a una maldición que estaba llegando a su fin.
Necesitaba liberar a Brensait de esto, necesitaba demostrar con su
sacrificio que realmente siempre, le había sido leal, pero había to-
mado la decisión correcta demasiado tarde. Tomó la mano donde
tenía la jeringa y la subió hasta su pecho. Le sonrió con dulzura y
le susurró al oído:
—Tranquila —habló con calma— podemos hacer que crea que
lo hiciste —Con un mágico y veloz movimiento que Brensait casi
no alcanzó a ver, el guerrero tomó la jeringa y la clavó en su propio
corazón, muriendo al instante. Sus ojos se cerraron reflejando el ali-
vio que sintió en el último momento. Por fin su alma era libre.
Solo ellos dos sabían lo que realmente había sucedido. A
los ojos de los demás, Brensait había matado a Isaak. Uno de los
Cinco Guerreros se había ido para siempre a manos de su propia
protegida.
—¡Bravo! ¡Bravo! —exclamó Makkumbbero con euforia—
ahora ya sabes que no era nada tan complicado —agregó— uste-
des, pueden irse, ¡libérenlos! —ordenó a los seis brujos.
Los amigos de Brensait no podían creer lo que había pasado.
Isaak estaba muerto y ella lo había matado.
Después de fingir matar a su propio guerrero, lo más difícil era
seguir actuando como si estuviera convencida de haber hecho lo
correcto. Sabía que a sus amigos podría explicarles más tarde, pero
Makkrumbbero tenía que irse de ahí completamente convencido
de que había logrado liberar su lado más cruel.
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que puede ser juzgar a alguien sin tener certezas —agregó— eso
me pesará por siempre.
—Cada uno colecciona culpas que pesarán por siempre —ad-
mitió Alexander— el punto es evitar que se conviertan en cruces,
aprender la lección antes de eso, que es precisamente algo que me
trae por acá.
Brensait lo miró extrañada. No podía imaginar algún tema
pendiente entre ellos.
—¿De qué hablas?
—Hay algunas cosas que no te he dicho y si no lo hago, no
volveré a tener paz conmigo mismo.
—Siento que viviendo en tus pesadillas, aunque me digas eso
tan importante, es bastante difícil que estés en paz —comentó la
joven sonriendo.
—Aunque lo dudes, vivir en mis pesadillas no es tan terrible
—afirmó— en fin, hay algo que debes saber con respecto al Señor
del Tiempo.
—¿Qué pasa ahora con ese sujeto? Ya casi me había olvidado
de su existencia —confesó con una mueca de molestia.
—Pues es mejor que no lo hagas —Alexander frunció el ceño.
—¿Qué sucede?
—Tu liberación del hechizo de sueño no es como la conoces.
—Te escucho —habló ella, ya sin tanta simpatía.
Alexander explicó las intenciones del Señor de Tiempo para
usarla, casi como un arma, para destruir a Makkrumbbero y ense-
guida continuar con ella.
—No puedo creerlo ¡Ese tipo es peor que Makkrumbbero!
Alexander se limitaba a observarla. No sabía qué opinar. Al
final, había terminado en medio de un conflicto que no le corres-
pondía.
—Bueno no importa, dejemos que siga adelante, pero termina-
rá cayendo por su propio peso, como sucedió con Makkrumbbero.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó el Señor de los
Sueños intrigado.
—Lo diré de esta forma —aclaró— lo que más lamentará
Makkrumbbero, es que sometiéndome al hechizo del sueño, final-
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Agradecimientos.