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Abstract:
During the first half of the 20 th-century many Argentine cities witnessed the remarkable expansion
of a variety of voluntary societies, such as ethnic and neighborhood associations and popular
libraries. This paper analyzes them as a “popular” public sphere through which different practices
and discourses thought to include all the “people” launched, at the same time, processes of social
differentiation that would later be central to the formation of a middle class identity
1
El asociacionismo en las ciudades y pueblos de la Argentina, particularmente de la región pampeano-
litoraleña, que fue la que más creció y vivió los procesos de urbanización más rápidos, fue, efectivamente,
impresionante. Asociaciones étnicas y de ayuda mutua, ya desde el siglo XIX, y una pléyade de asociaciones
barriales durante el siglo XX se expandieron de tal modo que prácticamente no dejaron manzana urbanizada
sin cubrir. En Capital Federal, sólo para el barrio de Nueva Chicago, M. T. Sirvent contabilizó durante los
años 1915-1945, 6 sociedades de fomento, 10 bibliotecas populares y centros culturales y 12 clubes sociales
y deportivos (Citado por L. A. Romero “El estado y las corporaciones”, en Roberto Di Stefano et al, De las
cofradías a las organizaciones de la sociedad civil. Historia de la iniciativa asociativa en Argentina 1776-
1990, Buenos Aires, Gadis-Edilab Editora, 2002: 173). Entre 1910 y 1955 he contabilizado la creación de al
menos 16 asociaciones étnicas en Berisso, que fue hasta 1958 un poblado principalmente obrero de La Plata.
En otro barrio de La Plata, Tolosa, se ha verificado la fundación de 75 asociaciones voluntarias entre 1920 y
1959, desde sociedades de fomento, bibliotecas, clubes deportivos, cooperativas y cooperadoras de
instituciones educativas (F. Jumar, Tolosa: Asociaciones vecinales, lugares de memoria y generaciones,
1871-1995, La Plata, 1997). Según el Censo Nacional de 1947, Tolosa contaba con 5.016 habitantes.
2
Retomo la noción de esfera pública popular a partir de los comentarios críticos que autores como G.
Eley y N. Fraser realizaran al concepto de Habermas (N. Fraser, “Rethinking the Public Sphere:A
Contribution to the Critique of Actually Existing Democracy” y G. Eley, “Nations, Publics and Political
Cultures: Placing Habermas in the Nineteenth Century”, ambos en C. Calhoun, ed., Habermas and the Public
Sphere, 1992). También se ha estudiado la esfera pública burguesa como ámbito clave para la construcción
de las clases medias decimonónicas en los países del atlántico norte, v.g., M. Ryan, Cradle of the Middle
Class, Nueva York: Cambridge University Press, 1981; Davidoff y Hall, Family Fortunes: Men and Women
of the English Middle Class, 1780-1850. Chicago: The University of Chicago Press, 1987; R.J. Morris,
Class, Sect and PartyThe Making of the British Middle Class, Leeds 1820-1850, Manchester University
Press, 1990).
mediados del siglo XX emerja por vez primera con fuerza una idea de clase media, ella
podrá sustentarse en un conjunto de valores y prácticas ejercitados durante varias décadas
en la misma esfera pública popular que, hasta entonces, no había facilitado la cristalización
de una identidad de clase media.3
La ironía del epígrafe de Arlt señala, precisamente, dos aspectos centrales acerca
del asociacionismo del período de entreguerras: la familiaridad con que se refiere a que
grupos de señores formalicen en instituciones las intenciones más diversas; y que las
mismas estén destinadas a producir un efecto en el público que transforme las actividades
respectivas en extraordinarias, esto es, las jerarquicen al trazar una línea demarcatoria
respecto de actividades ordinarias; en definitiva, un proceso de diferenciación y distinción
que, como aclara Bourdieu, “no implica necesariamente […] búsqueda de distinción”
aunque, en cualquier caso, “la práctica está destinada a funcionar como signo distintivo y,
cuando se trata de una diferencia reconocida, legítima, aprobada, como signo de
distinción”.
Con frecuencia las asociaciones barriales han sido consideradas como ámbitos de
sociabilidad política en los cuales se construyen y difunden un complejo conjunto de
prácticas y valores constitutivos de la democracia, conformando lo que algunos autores han
llamado “nidos de democracia”.4 Distintos elementos característicos apuntalaron en su
momento tal visión: su carácter abierto y participativo, la práctica habitual del debate, sus
mecanismos de elección de autoridades por elección directa, casi ritualizada en asambleas
anuales, sus finalidades que casi sin excepción colocaban en primer plano la elevación
moral y material del pueblo y su constitución en buen ciudadano. Todos estos elementos
son sin duda relevantes, aunque el énfasis en los mismos ocultó parcialmente los límites
definidos de tales prácticas así como la vigencia de otras prácticas de signo diverso.5
Otros estudios, en general centrados en las asociaciones étnicas, han puesto en duda
la extensión de las prácticas democráticas, señalando que la participación política efectiva
en las distintas asociaciones no se extendía mucho más allá de sus elites dirigentes. Más
aún, han cuestionado el sentido de lo popular: en su interior actuaron los sectores más
acomodados de la comunidad, constituyéndose en elite de unas colectividades cuyas
instituciones habrían sido, quizá, más bien espacios de sociabilidad y conformación de una
identidad de clase media.6 Son en verdad dos fenómenos, aunque interrelacionados y
paralelos: por un lado, la conformación de una elite local, un conjunto de dirigentes y otras
personalidades sobresalientes en sus respectivas actividades que logran cierta notoriedad y
prestigio entre sus convecinos. Por otro lado, ese mismo grupo de notables no lo es
respecto de la sociedad en su conjunto sino de un pueblo al que contribuyen a constituir y
4
Romero y otros “¿Dónde Anida la democracia?”, en Punto de Vista, V, 15, agosto-octubre 1982;
Romero “Sectores populares, participación y democracia: el caso de Buenos Aires”, en Alain Rouquié y
Jorge Schvarzer (comps.) ¿Cómo renacen las democracias?, Emecé Editores, Buenos Aires, 1985
5
Algunas reconsideraciones fueron hechas por el propio Luis Alberto Romero: L. Gutierrez y L.A.
Romero, Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra, Buenos Aires,
Sudamericana, 1995, “Introducción”
6
Devoto y Míguez (comp.) Asociacionismo, trabajo e identidad étnica. Los italianos en América
Latina en una perspectiva comparada, CEMLA-CSER-IEHS, Buenos Aires, 1992.
dentro del cual, no obstante sus numerosos rasgos de homogeneidad, también insinúan
divisiones entre probos y réprobos, gente decente y malandras, entre el “verdadero pueblo”
y un otro que no logra su inclusión plena en tal categoría; una división entre quienes
participan de las actividades de las instituciones y/o comparten el universo de valores por
ellas propiciados y un otro al que por momentos se lo hace objeto de intervención
caritativa pero que más frecuentemente es construido como adversario a vencer
(generalmente por medio de la educación, esto es, un adversario a educar), reacio a las
enseñanzas de la civilización y pervertidor de las buenas costumbres.
Es en relación con estos aspectos que me interesa remarcar en esta ocasión el rol de
las asociaciones voluntarias: su carácter de ámbitos de sociabilidad que en conjunto
conforman una esfera pública popular, asiento de procesos de identificación y distinción,
de construcción dialéctica de un nosotros y un los otros, de un pueblo que insinúa en su
interior líneas de demarcación pese a ser postulado como único y homogéneo.
Por empezar, tenemos una “identidad popular”; la constitución del sujeto pueblo que, en
principio, refiere a sectores subalternos. Se oponga explícitamente o no a la oligarquía,
siempre resulta claro que se refiere al pueblo llano, distinto de quienes detentan el poder
(sea este económico, político o social, y siempre con un altísimo grado de indefinición).
Las menciones al “pueblo humilde”, “modesto” y otras expresiones similares parecen
ubicuas en distintos documentos relacionados con las asociaciones, como el que sigue: la
“mayoría de nuestras instituciones han tenido un origen modestísimo, han nacido de las
entrañas mismas del pueblo”; de “origen humildísimo, no han perdido su condición
popular, su carácter de pueblo”.7 Como señala de Privitellio, las visiones clasistas no
eran bienvenidas porque podían establecer distinciones que atentaran contra la abarcativa
identidad barrial, pero no era infrecuente que se autodefinieran como “trabajadores” u
“obreros y empleados”, fórmula también muy repetida y en la que prima la insistencia en
su unidad frente a su distinción).8
7
Luis Contarelli (h), Acción de las Entidades de Bien Público: cultural y deportiva, Eva Perón (La
Plata), s/d, 1953, 39 y 43 (salvo indicación en contrario, el resaltado de las citas me pertenece)
8
De Privitellio, pp. 36-7. No podemos tratar aquí el tema de la distinción entre obreros y empleados
que ciertamente tiene importancia fundamental en los procesos identitarios de clase media. Por ahora baste
decir que si bien la enumeración de dos grupos implica necesariamente su diferenciación, la fórmula que los
aglutina (“obreros y empleados”) implica asimismo una unidad. Y así, como fórmula abarcadora, se presenta
De manera similar, se ha encontrado que, en la actualidad, los propios vecinos
tienden a coincidir con los rasgos dados por L. A. Romero a los sectores populares: “se
autoperciben como una sumatoria de gente que, a pesar de reconocer diferencias
económico-sociales, queda englobada bajo el rótulo de `gente de trabajo´” 9 y algunos
identifican esta caracterización con la noción de clase media:
“Todos son gente de clase media, media baja, jubilados, sí... pero casi todos son gente de trabajo, gente
trabajadora […] estrato alto por acá no hay […] pero clase media alta enriquecida por el trabajo [sí]” 10
en innumerables fuentes (v.g. Contarelli 1953, 33, 222 y 225; de Privitellio, op. cit.; Júmar). La fórmula era
también reiterada dentro del movimiento obrero (v.g. LV 8-12-17, en relación con la represión a las
huelgas frigoríficas ocurridas en esos días en Berisso; LV, 29-7-18 y LOO, 3-8-18 y 17-8-18, en relación
con las huelgas ferroviarias en los ferrocarriles provinciales La Plata- Meridiano V) Incluso algunos
proyectos legislativos pretendían abarcar a “obreros y empleados” (por ej. la de Jubilaciones de 1924 o la de
1919, para “Obreros y Empleados de Empresas de Servicios Públicos), a diferencia de lo ocurrido en casos
como los de Perú y Chile, que sancionaron primero leyes jubilatorias para empleados exclusivamente y
cumplieron un importante papel en identificar a esos empleados como el núcleo de una clase media local (ver
Parker, para Perú, y Silva, para Chile)
9
Jumar 1997, op. cit., p. 23
10
Entrevista a una mujer nacida aproximadamente a fines de la década de 1930, en Jumar 1997, p. 24.
11
Jumar 1997, op. cit., p. 24
LOS DIRIGENTES COMO NOTABLES
Los dirigentes fueron sin duda actores clave en la construcción misma del pueblo, tanto en
su articulación discursiva como en la edificación de los ámbitos de sociabilidad donde ese
pueblo podía referirse y reconocerse. Pero esa misma labor les otorgaba un grado de
visibilidad fuera de lo común; los transformaba en representantes de su comunidad y en
mediadores entre esta y otros ámbitos, como el de la cultura considerada legítima o el
estado; los rodeaba de los prestigios de la propia institución en la que actuaban y les
permitía actuar como veedores de la conducta de sus convecinos. En definitiva, sus
prácticas funcionaban como signo distintivo, más aún, tratándose de “una diferencia
reconocida, legítima, aprobada, como signo de distinción”.
Los dirigentes parecen haber tenido una noción clara de su singular posición dentro
del “pueblo”. Luis Contarelli, dirigente incansable con participación en decenas de
instituciones hasta fundar y presidir por treinta años la Federación de Instituciones
Culturales y Deportivas de La Plata,12 sostenía que los dirigentes eran hombres que
“llevan la cultura aun más allá de sus posibilidades […] que van sembrando silabarios hasta en los más
apartados rincones del inmenso escenario de la patria, […] que han renunciado al abigarrado ambiente
cartaginés que sólo mide la grandeza de un Estado por el tinglado de sus bolsas de cereales, […] que están
enrolados en esos movimientos espirituales, desinteresados y fervorosos que contribuyen a desterrar las
12
Luis Contarelli, 1953, op. cit. Según se informa en el libro, habría participado en 120 instituciones,
aunque las enumeradas no se circunscriben a instituciones, y muchas fueron comisiones ad-hoc en las que
participó en tanto que presidente de la Federación de Instituciones Culturales y Deportivas de La Plata (o la
Confederación provincial, que también presidió en sus primeros años), como por ejemplo, numerosas
Comisiones de Homenaje a diversas personalidades (muchas de las cuales hoy ya han sido olvidadas), o la
presidencia de los distintos Congresos realizados por la Confederación provincial. De todos modos, llama la
atención su participación en gran cantidad de instituciones duraderas tanto en La Plata como en Comodoro
Rivadavia (Contarelli 1953: 23-25). En el momento de publicarse el libro de su autoría, detentaba las
siguientes posiciones: Presidente de la Confederación de Instituciones de Bien Público de la Provincia de
Buenos Aires; Presidente de la Federación platense; Presidente de la Comisión Delegada en la Provincia de
Buenos Aires de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares de la Nación; Presidente de la Comisión
Pro Monumento a la Acción de Bien Público; Vicepresidente de la Comisión Cooperadora de la Casa del
Niño Manuel Belgrano; Miembro del Consejo Directivo de la Federación de Comisiones Cooperadoras de
los Institutos de la Dirección de Menores; Miembro de la Comisión de Cultura del Club Estudiantes de Eva
Perón (Estudiantes de La Plata) y Miembro del Consejo del Instituto Almafuerteano. La síntesis biográfica es
más escueta: su abuelo había sido fundador de la Unión Operai Italiana de La Plata, de la que un tío fue
secretario durante varios años; su padre y otro de sus tíos fundaron en Tolosa el Centro Musical Martín J.
Iraola, mientras que el tercer hermano de su padre impulsó organizaciones tradicionalistas. Ya de
adolescente, Luis (h) organiza dos efímeros clubes de football: el Invencible, de Tolosa y el Cabral Futbol
Club; participa del Ateneo Popular y de la Asociación Sarmiento, todo ello mientras era estudiante del
Colegio Nacional. Luego de un paso inconcluso por la Facultad de Medicina de la UBA, se dirige a
Comodoro Rivadavia donde llegaría a ser el “Padre del Deporte Patagónico”, según sus palabras, “y tras de
prestar su concurso a más de cien Entidades, algunas de carácter nacional, [llega] a conducir la
Confederación de Instituciones de Bien Público de la Provincia de Buenos Aires” (Idem: solapa posterior) En
1985 la Municipalidad de La Plata dio su nombre a la calle 73 (ordenanza 5942/85)
sombras del obscurantismo para que luzca espléndida y potente la antorcha de los libros, compendio y
símbolo del humano saber, señalando a las generaciones argentinas los caminos del bien y la verdad...”13
13
Contarelli, 1953, op. cit, p. 38.
14
Idem, p. 34.
15
Contarelli 1953, p. 35.
cumplido su deber con la humanidad en el taller, la fábrica, la oficina o el consultorio, ya que luego se
dedica al descanso, abusa de la ociosidad o busca el solaz. No pocos prefieren el tedio del café al halago
de secundar a quienes luchan por ideales superiores o buscan nuevas inquietudes espirituales en las
sedes de las nobles Instituciones donde todos se hermanan en el ideal, se siente calor de hogar y se sabe
de justicia y de cultura”.16
El dirigente era presentado como el representante del pueblo, el mediador entre este
y el Estado y también lo mejor del pueblo e, in extremis, el pueblo mismo, sobre todo
cuando quienes no participaban de la asociación eran caracterizados despectivamente al
punto de negárseles carácter de pueblo legítimo (indiferentes, mediocres, egoístas, cuando
no bárbaros, incultos, irracionales). Y esto no parece haber sido confrontado con otro
sistema de valores más que con la ironía (al estilo Arlt) o el silencio, opción que no habrán
sido pocos los que tomaron y que se percibe indirectamente en algunas de las diatribas de
Contarelli. Pero él no estaba solo. Logró, al menos, atraer a multitud de otros dirigentes
como él en la Federación de Instituciones platenses, y de la Provincia de Buenos Aires, así
16
Idem, 35-37.
17
Idem, 38.
18
Idem, 39.
como de las distintas autoridades que asistieron periódica, ritualmente, a las cenas anuales
que la Federación organizaba para celebrar el Día del Dirigente.19
Pero ¿quiénes eran esos dirigentes? En principio eran prácticamente todos hombres, con
alta participación de inmigrantes e hijos de inmigrantes (los de origen italiano parecen
haber sido particularmente activos). En general, todos los estudios concuerdan con que
pertenecían a los sectores más acomodados de su comunidad (la vecindad, el barrio, la
colectividad de inmigrantes) y abundaban los profesionales, comerciantes y empleados
Esta última evidencia ha llevado a Fernando Devoto a proponer la siguiente hipótesis,
frente a la imagen de las asociaciones como nidos de democracia de los sectores populares
en su conjunto:
“Si la percepción de tantos estudiosos acerca de que los sectores más activos en la vida de dichas
asociaciones [se refiere a las étnicas, pero como vimos, su caracterización se aplica también a las barriales]
19
Efectivamente, una de las primeras y, según él, “más interesantes” iniciativas de la Federación
platense fue instaurar el día de su propia creación como el día del dirigente (Boletín, III, Nº38, enero 1955,
p.1). No del asociacionismo, ni de la solidaridad o el altruismo, sino del dirigente; es decir, de ellos mismos.
20
Luis Contarelli (h), “Los Poetas de la Acción”, fragmento de un artículo publicado en Revista
Cultural 239, octubre 1952, en Boletín Nº39, III, febrero 1955, p. 3. Incluso en los folletos y boletines de la
actualidad son de rigor los autoelogios que se dedica la dirigencia societaria: “En estos días, cuando la
sociedad se ve afectada por un impiadoso materialismo, la presencia de dirigentes que se dedican con
abnegación y sacrificio personal a su atención, es la contrapartida altruista que convierte a las entidades de
bien público sin fines de lucro en verdaderos bastiones de reservas morales y escuelas de conducta”. En
consonancia, es altamente valorada la función ofrecida por dichos dirigentes por intermedio de las
instituciones: brindan la posibilidad de actividad a “miles de jóvenes deportistas sanos de cuerpo y alma”,
esparcimiento y acciones humanitarias para miles de adultos, “y acuden a ilustrarse miles de personas de toda
edad en recintos donde se lee, se estudia, se enseñan artes y técnicas, se cultiva la tradición, la literatura y la
música que identifica el alma nacional, se atiende la salud de los necesitados, sirviendo a la comunidad sin
carga financiera para el Estado Nacional, Provincial o Municipal” (José Alberto Bernales, “Editorial:
Autoridades – Comunidad – Entidades intermedias”, El Sembrador, vol 1, nº 1, noviembre 1995, p.2
(publicación de la Federación de Instituciones Culturales y Deportivas de La Plata). El título de la
publicación es también autoreferencial: ellos son quienes siembran para producir un vecindario mejor, más
elevado, más cultivado, etc.; y es una herencia de los años de Contarelli
eran los sectores medios es correcta, podría buscarse en ellas también otra cosa: la conformación de un
conjunto de valores y prácticas sociales (una “mentalidad” si se quiere) que caracterizarían a los sectores
medios argentinos de origen inmigratorio y que los distinguirían tanto de los valores y las prácticas de los
sectores altos como de aquellos de las clases populares nativas.”21
Este es, por supuesto, uno de los puntos de partida del presente trabajo, pero la aseveración
no puede reemplazar el análisis, con todas las complejidades y ambigüedades del caso. En
primer lugar, porque los sectores más activos no se veían ni eran vistos como una clase
social diferenciada; en segundo lugar, porque la influencia de las asociaciones no se
reducía al ámbito de sus dirigentes; finalmente, porque es preciso analizar el modo en que
una práctica dada (la del asociacionismo) pudo construir específicamente “distinción
respecto de”. Esto es, no debemos mirar sólo a quienes participaban más activamente, sino
también a cómo se construían, en esa práctica, como diferentes de otros y, en definitiva,
cómo construyeron a ese otro al construirse a sí mismos. Vayamos por partes. En primer
lugar, los dirigentes no se percibían como pertenecientes a otra clase social. Como
acabamos de ver, todos, desde los dirigentes hasta los “mediocres egoístas”, pasando por la
masa de beneficiarios pasivos, formaban parte del pueblo.
Tenemos así unos dirigentes que no pueden no formar parte del pueblo, colectivo al
que tanto colaboraron a construir. Simultáneamente, sin embargo, su misma práctica
(constitutiva del colectivo) los distinguía del resto de su comunidad: los dirigentes se
instituían en elite dirigente, en notables de sus comunidades. Eran parte diferenciada del
pueblo.
Pero no sólo los dirigentes societarios recibían una retribución simbólica que se
sumaba así, como un aura, a cualquier diferenciación socioeconómica que pudieran tener
de antemano. Su construcción del pueblo como humilde y trabajador pero al mismo tiempo
bien educado, culto, decente, civilizado y moderno involucraba (distinguiendo) a muchos
más a su alrededor. Idealmente, a todos; pero en la práctica también dejaba fuera a muchos
otros que no cuajaban por diversos motivos en la construcción del pueblo sano, civilizado.
VALORES EN COMUN
Las dirigencias, entonces, lograban destacarse entre sus convecinos al tiempo que su aura
distintiva se extendía en parte al resto de los asociados, a los concurrentes eventuales e,
incluso, a otros vecinos que, aun sin concurrir a la asociación, participaban del conjunto de
valores que en ellas se impulsaban, difundían y legitimaban. ¿Cuáles eran esos valores?
¿Qué significado se le daba a las asociaciones en sí mismas, a las obras que realizaban y a
las prácticas que en ellas se desarrollaban? Para acercarnos a estas cuestiones recurrimos
nuevamente al ya citado Luis Contarelli:
“La descripción de la obra facetada y extraordinaria que estas Entidades magistrales realizan, demanda el
espacio de un volumen. Todas y cada una de sus actividades reclaman el comentario de un capítulo. Pero ha
de bastar para medir su importancia, para dar una impresión panorámica de su acción inigualable, recordar
que esas Instituciones sostienen por centenares Bibliotecas Populares que siembran abecedarios e
inquietudes; organizan Clases Públicas y Gratuitas y Universidades Populares para obreros y empleados
de ambos sexos que orientan y capacitan para una vida más digna; editan revistas que ofrecen
generosamente sus páginas para el desarrollo de las letras y las artes; organizan conferencias versadas
sobre temas científicos, literarios y educacionales; realizan amplia acción social brindando amparo y
apoyo a los necesitados y atemperando el dolor de los humildes; celebran actos artísticos y culturales que
mejoran el gusto estético de nuestro pueblo; contribuyen a la difusión del teatro mediante sus conjuntos
dramáticos y cuadros infantiles, formando actores y desparramando emociones y enseñanzas; facilitan la
práctica del ajedrez, el juego ciencia y otros sanos entretenimientos; cooperan en favor de la solución de
problemas edilicios de sus barriadas, haciendo urbanismo práctico y eficaz; ofrecen los servicios de sus
consultorios médicos y jurídicos que ilustran y aleccionan o curan y previenen; amparan Dispensarios de
Lactantes y Roperos del Bebé, que protegiendo a las madres, cuidan la salud y visten primorosamente
a los niños que nacieron pobres, en cuyas almas el dolor es un crimen de todos nosotros y en sus
cuerpos el harapo un imperdonable sacrilegio; organizan fiestas que brindan solaz y esparcimiento en
un ambiente de refinada sociabilidad que germina afectos a la vez que permite crear recursos para afrontar
compromisos ineludibles; cooperan en la gestión escolar entregando ropas, útiles y alimentos a los
alumnos necesitados; cuidan de la salud facilitando la difusión de los deportes amateurs en cómodas y
coquetas instalaciones, verdaderas escuelas de carácter y optimismo que templan el alma y el cuerpo;
rinden homenaje a la patria todos los días y lo acrecientan en ocasión de sus fastos gloriosos; mantienen
Jardines y Parques Infantiles para que los niños se diviertan y aprendan entre flores y entre chiches;
preparan pilotos para las naves de alas blancas y celestes, que en lugar de bombas conducen mensajes de paz
y misiones de amor y de concordia; fomentan el cariño a la tierra, el respeto a sus símbolos y sus héroes
y el culto de nuestra tradición, venero riquísimo que nos permite proclamar el orgullo de la raza,
glorificar al gaucho, gustar de cielos y vidalitas y sentirnos felices de llevar en nuestras venas sangre
americana; están presentes en todos los homenajes justos, en todas las iniciativas generosas, en las
demandas buenas y, en general, se empeñan en substraer al niño de los peligros de la calle, a la juventud
del ambiente de cantinas y de la influencia de los circos de carreras y de los antros del vicio y al adulto de
las preocupaciones que la vida nos reserva en cualquier encrucijada del destino, para brindar a todos
generosamente, humanitariamente, sin diferencias de credos ni religiones, sus cordiales sedes sociales,
templo del saber y la verdad, donde todos están unidos, donde todos son hermanos, porque impera la
cultura, se hace culto de lo noble, se agiganta el optimismo, se hace bella, toda bella, la razón de la
existencia y con fe inquebrantable en las horas de mañana, todos cantan la alegría de cien nuevas esperanzas
y las santas perspectivas de una vida superior...” (Contarelli (h), 1953: 32-34)
26
Gutiérrez y Romero, op. cit.; Jumar, op. cit., 52-53; Pasolini, op. cit.
27
Boletín de la Biblioteca Popular de Azul, no 4 de octubre de 1933, en Textos recobrados 1931-1955,
edición de S. L. del Carril y M. Rubio de Zocchi, Buenos Aires, Emecé Editores, 2001, pp.62-65
ello, los libros y la cultura letrada se constituyeron en símbolos de prestigio en sí mismos,
otorgando su sola posesión un aura de distinción frecuentemente asociada a condición
social.
BIBLIOTECAS POPULARES
En la esfera pública popular, el lugar por antonomasia del libro fueron las bibliotecas
populares, que no por casualidad constituyeron una de las prioridades de muchas
asociaciones, con fuerza creciente a medida que transcurrían los años y que se
solucionaban los problemas edilicios y urbanísticos. El progreso individual y colectivo era
un objetivo prioritario de prácticamente todas ellas y, en su imaginario, se hallaba
estrechamente ligado a la lectura y difusión de la cultura letrada. La Biblioteca Popular del
Centro Musical Martín J. Iraola, de Tolosa, por ejemplo, sostenía en sus estatutos que la
lectura era un “factor importante de civilización de los pueblos” y la biblioteca constituía
una “prolongación de la escuela, su complemento indispensable”; por ello, propiciaba la
asistencia de todos los vecinos “para nutrir su pensamiento con la lectura de los buenos
autores cuyos libros nos conducirán siempre, sino a figurar como astros deslumbrantes del
saber, a lo menos a una relativa perfectibilidad intelectual que nos habilitaría siempre
para juzgar los hombres y las cosas con mayor acierto”28.
Son multitud las fuentes que ligan la lectura y la tarea de las bibliotecas con la
constitución de hombres “mejores”, virtuosos, y con las ideas de civilización como
panacea universal. "¿Hay algo, en efecto, que tenga el poder civilizador de una
biblioteca?", se preguntaba, retóricamente, Fermín Berria en 1931, y agregaba que las
bibliotecas populares no sólo con sus libros sino también con otras actividades como
charlas, cursos y conferencias desempeñaban un “importantísimo papel […] en la
educación e ilustración del pueblo".29 Y Alfredo Cónsole iniciaba un libro sobre el tema
señalando el “papel preponderante del bibliotecario en toda sociedad civilizada”30
28
Cit. en Jumar, op. cit., p. 56
29
Fermin Berria, "de las bibliotecas populares como factor de cultura", en La Revista Americana de
Buernos Aires, VIII, T.XXXIII, junio 1931, #86, p. 149.
30
Alfredo Cónsole, El bibliotecario y la biblioteca, (prologo de Antonio Z. Molinari), segunda edición,
corregida y aumentada, Buenos Aires, Libreria de A. García, 1929, p.20. Cónsole fue un reconocido autor de
bibliotecología con obras como Fundación y organización de bibliotecas y Hagamos del bibliotecario un
profesional, que en 1954 iban, ambas, por su séptima edición (Buenos Aires, El Ateneo)
Los esfuerzos en organizar bibliotecas fueron realmente enormes. Es cierto que
estos esfuerzos no siempre lograban atraer lectores en la cantidad y calidad esperados, con
lo que muchas veces los libros brindaban poco más que el mero prestigio de su posesión. 31
Sin embargo, este prestigio no podía estar totalmente desligado de su lectura efectiva ya
que el libro, para conceder prestigio, debía reactualizar y difundir permanentemente su
valor: el capital cultural, como el económico, se valoriza en su puesta en circulación.
Prestigio y rol civilizador; en verdad ambos rasgos del libro y las bibliotecas
resultan visibles y más que oponerse se refuerzan alrededor de un punto común: ambas
“funciones” colaboran como prácticas de distinción; distinción que fue siempre un
resultado, aunque no necesariamente buscado, tanto de la práctica de la lectura, como de la
posesión de libros y la creación de bibliotecas. La tensión persiste, no obstante, y era
percibida por los propios actores cuando cuestionaban concepciones pasivas de la
biblioteca que se conformaban con apilar libros en los anaqueles. Pero más que esta
tensión, interesa aquí otra más profunda y de alcances más generales. En efecto, la visión
de la cultura letrada como bien absoluto y canal de civilización, progreso y ascenso social
combinaba de manera característica un concepto aristocrático con cierto formalismo
democrático, como sintetizara Sergio Bagú.32 Por cuestiones de espacio, nos centraremos
aquí en el rasgo aristocrático y elitista. Veamos las expresiones de Alfredo Cónsole
respecto de las bibliotecas obreras, que dan “una orientación sociológica y no profesional":
"Parece que las autoridades de esos centros de cultura popular se propusieran desviar a los obreros de la
senda del trabajo y encaminarlos por la de las especulaciones sociológicas.
"Ese afán de intelectualizar al obrero trae su consecuencia: las ideas mal comprendidas de los grandes
pensadores producen confusión en la mente de las personas que no están preparadas para asimilarlas. De
ahí la existencia de tantos desorbitados que creen pensar como Jaures, Reclus, Kropotkine, Lenin y otros, y
que en realidad no hacen otra cosa que disparatar en forma lamentable.”
"El obrero necesita saber, ante todo, el oficio que ha elegido como medio de vida, y el saber un oficio no
consiste simplemente en poseer la habilidad de hacer bien o mal una cosa, sino que hay que tener noción de
lo que se hace".33
31
Gutiérrez y Romero (op. cit., p. 98) perciben incluso cierta primacía de la función ornamental del
libro, aunque son numerosos los indicios de que se otorgaba al libro poderes mayores que el prestigio
emanado de su mera posesión.
32
Sergio Bagú, Evolución histórica de la estratificación social en la Argentina, Instituto de
Investigaciones Económicas y Sociales, Venezuela, 1969, p. 57.
33
Alfredo Cónsole, El bibliotecario y la biblioteca, op. cit. pp. 69-70
en lecturas legítimas (y legitimaban a quien los citaba) pero, por eso mismo, no todos
estaban en condiciones de comprenderlos. Eran lecturas apropiadas sólo para algunos y, en
particular, no lo eran para quienes habían “elegido como medio de vida” los distintos
oficios manuales, los obreros. Reconocía, no obstante, que ciertos temas sociológicos y
económicos podían interesar a los obreros, "especialmente los [temas] que se relacionan
con el capital y el trabajo", pero no los debían estudiar solos, sino mediante conferencias
bien preparadas "que expliquen el contenido de los grandes libros".34
De manera acorde con esta visión elitista, la bibliografía que proponía para las
bibliotecas obreras no incluía obras sociológicas y sí diversos "manuales de oficios, artes y
ciencias", junto con "obras estimulantes del carácter, como las de Marden, Smiles,
Atkinson, Wagner y Trine" y novelas seleccionadas, como las de la colección Grandes
Novelas de Sopena.35 Por el contrario, las obras políticas debían ser fuertemente vigiladas
si no erradicadas por completo:
"Las bibliotecas creadas con el objeto de propagar ideas políticas o religiosas entre la gente humilde falsean
la misión de esas instituciones que debieran ser encaminadas a perfeccionar al obrero en su trabajo y a educar
sus sentimientos con la lectura de obras literarias seleccionadas, haciendo de la enseñanza ideológica un
complemento de esa educación".36
34
Idem, p. 71
35
Idem, pp. 71-72
36
idem, p. 71
37
Miguel F. Rodríguez (presidente de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares, en adelante
CPBP), “Noticias históricas”, en Comisión Protectora de Bibliotecas Populares, Libros y bibliotecas, pp. 7-
26, Buenos Aires, L. J. Rosso, 1921, p21.
“[…] fundar bibliotecas para completar la acción de aquellas [las escuelas] es también necesidad
indeclinable, si queremos no sólo hacer ciudadanos útiles, sino también influir, en algún modo, sobre las
mentalidades hechas y, a veces, extraviadas que nos da el contingente inmigratorio”38
El público de estas bibliotecas, aunque adulto, era así concebido como un menor
necesitado de tutores. Era una visión cuyo paternalismo evidente no se reducía a su
relación con los obreros, sino que se extendía para abarcar la situación general del país y su
pueblo. En el prólogo del ya citado El bibliotecario y la biblioteca, Molinari partía de un
diagnóstico particularmente negativo de la situación cultural del país y su pueblo:
"En nuestro país, en el cual la erudición a la violeta y el fácil enciclopedismo tanto se han extendido
favorecidos por la didáctica oficial, no podían escapar a la improvisación la biblioteca y el bibliotecario,
creyéndose ingenuamente que la primera se reducía a un numero mas o menos grande de volúmenes
simétricamente dispuestos en anaqueles, y este ultimo debía ser un burócrata más, un empleado encargado de
alcanzar el libro cuando el concurrente lo pidiera y siempre que lo hubiese. Error grandísimo ese que ha
malogrado en parte los esfuerzos de quienes, de Sarmiento para acá, han comprendido el papel principalísimo
que a la biblioteca le está reservado en la formación intelectual y moral del nuestro país". 39
38
Idem, pp. 21 y 22.
39
Molinari, en Cónsole, op. cit. p.7.
40
Miguel F. Rodríguez (CPBP), op. cit., p. 8.
41
Miguel F. Rodríguez (CPBP), p. 13. Al igual que Cónsole, allí dónde no había otras ofertas, la
Comisión privilegiaba obras de utilidad práctica y científicas, aunque también defendía (contra los ataques de
muchos) la difusión de “obras ligeras y recreativas” ya que nadie empieza a leer por lo más difícil y porque
también se debe “vigorizar el factor moral e intelectual” y no sólo el práctico” (13). “Es necesario –
continuaba- desarrollar armónicamente todas las fuerzas, porque el progreso en las naciones modernas, no es
más que la resultante de un equilibrio completo entre el músculo y la cabeza, ideal de todo perfeccionamiento
humano” (Idem, p. 14)
bibliotecas, ya que la escuela elemental “no es suficiente […] para hacer ciudadanos
preparados y útiles”.42
"En cambio, cuán tristes son esas bibliotecas manejadas por gente vulgar!" A ellas
sólo acuden los que buscan un libro específico que allí se encuentra "y, en mucho mayor
cantidad, los desocupados que se acostumbran a pasar el tiempo hojeando diarios y
revistas". Finalmente, se mofaba de las bibliotecas vacías, con "«empelados» que bostezan
esperando fastidiados que termine la jornada para ir a divertirse en los cafés o quién sabe
dónde".47
42
Idem, p. 21
43
Cónsole, op. cit., p. 72.
44
Cónsole, op. cit., pp. 11-13.
45
Cónsole, op. cit., p. 41.
46
Molinari, en Cónsole, p. 8). Cónsole se explayaba en "Condiciones del bibliotecario. - ante todo hay
que considerar la figura. Imaginemos un bibliotecario que tenga un defecto físico llamativo. Los concurrentes
a la biblioteca esquivan su presencia en vez de dirigirse a él en busca de sus servicios profesionales. Basta ese
detalle para hacer fracasar la institución mejor organizada. Y si el físico del bibliotecario es importante,
mucho mas lo son sus condiciones intelectuales y morales. Las costumbres de este deben ser ejemplares,
puesto que su misión es colaborar con los maestros en la ruda tarea de educar e instruir al pueblo, tarea en la
cual se logra más con el ejemplo que con la predica." Por todo ello, el bibliotecario debía ser aficionado a las
letras; y en las buenas bibliotecas, un escritor ilustre que le agregase luz (Id. 20)
47
Cónsole, op. cit., p. 21.
Extendiendo al conjunto del asociacionismo el análisis que Pasolini realizó del
campo cultural de Tandil, podemos definir este conjunto de representaciones como un
“pedagogismo civil”, que partía de un diagnóstico negativo sobre el mundo cultural
redundante en el que las carencias del mismo hacían necesaria la distinción entre los
portadores y difusores de “la cultura” y aquellos otros a quienes se debía cultivar48
El teatro fue otro de los medios de difusión ideológica y, más aún, de buenas
costumbres, en numerosas asociaciones. El objetivo era que cumplieran una función
educativa, como lo explicitaba una nota de 1955 publicada en el Boletín de la Federación
de Instituciones Culturales y Deportivas de La Plata, donde también queda claramente
graficada la visión instrumental de la cultura y elitista y pedagógica del dirigente. La nota
planteaba al teatro exclusivamente desde el punto de vista de su “función educacional”; su
propósito era “recordar […] su función elemental, su misión educativa”; ya que “bien
sabemos que el Teatro no sólo ofrece emociones sino que contribuye a la educación de las
masas ciudadanas”. Tenemos aquí una demarcación incipiente, ya que existirían unas
“masas ciudadanas” precisadas de educación por parte de quienes, ya educados, sentían el
deber moral y se autoatribuían la función de educarlas; distinción se aclaraba aún más. El
motivo de la nota era lo que su autor percibía como la expansión de un teatro de “farsa”,
“soez”, “ordinario” y “procaz”; un teatro al que veía
“provocando fácilmente la hilaridad de un público inexperto cuya escasa cultura se explota en lugar de
mejorar, ya que si bien corresponde al Teatro prodigar alegría […], debe para ello valerse de recursos sanos,
de actitudes pulcras y sobre todo reales, y ocurrencias que revelen ingenio, que para chistes morbosos y
gestos groseros, basta ya con lo que la calle engendra”
“Se crean personajes estúpidos concebidos solo por autores mediocres, interpretados por actores toscos y que
sólo están destinados a la gente humilde que no sólo se agravia sino que se comete el delito
51
Objetivos inscritos en las fichas de afiliación a la Federación de Entidades Culturales y Deportivas de
La Plata (c. 1950) del Club Deportivo Villa Rivera y del Centro de Fomento y Cultural 9 de Julio,
respectivamente.
52
Actas de la fundación del club Unión Vecinal, cit en Reitano y Troisi 2002: 43.
imperdonable de maleducar en lugar de contribuir al mejoramiento de su gusto estético, como corresponde
al Teatro en función educacional de las masas ciudadanas”. 53
Pero incluso dentro de las asociaciones había que estar vigilante. El vicio y la
ociosidad podían encaramarse en la propia institución, razón por la cual una parte
fundamental de sus estatutos estaba dirigida al disciplinamiento de los mismos socios. El
subtítulo sobre “penas disciplinarias” era de “importancia indudable” en todo estatuto. 55
Contarelli desarrollaba toda una serie de conductas a castigar, desde la propaganda política
o religiosa a las apuestas por dinero, el hurto de bienes societales o la morosidad en el pago
de la cuota; por ejemplo, explicitaba:
“Al que altere el orden o proceda indecorosamente, se le suspende por un mes y por seis en casos de
pugilato. El desorden u ostentación de armas se pena con la expulsión […] Trae aparejada la eliminación
del socio la mala conducta o reputación, lo mismo que para quien busque el descrédito de la institución”
(Contarelli 1953, 125 y 126).
En el caso del Club Libertad de La Plata, que hemos seguido más atentamente,
prácticamente no pasó fiesta sin que se desencadenara toda una serie de juicios sobre los
comportamientos ajenos. Así, luego de la primera fiesta de carnaval, organizada a los
pocos meses de la reorganización del club, fue el propio presidente en ejercicio al
momento de desarrollarse el baile quien, luego de renunciar a su cargo por otros motivos,
56
Club Libertad (La Plata), Libro de Actas, acta 48, 10/10/41, p. 89.
57
Club Libertad, Libro de Actas, acta 53, 5/12/41, p. 97. La investigación “a fondo”, sin embargo, no
rindió mayores frutos y en la reunión siguiente un vocal “pide que se contemple la situación de dichos socios,
ya que su comportamiento ha mejorado notablemente, y mociona para que [sólo] se les amoneste. Se
aprueba" (acta 54, 12/12/41, p. 97).
58
Club Libertad, acta 484, 14/1/53, p. 280. Intervenciones similares de la dirigencia disciplinando a sus
convecinos y a sí mismos fueron encontradas en muchos otros casos. Ver, por ejemplo, Troisi (2002: 50-51);
59
Jumar; Troisi 2002; Reitano 2002
60
Contarelli 1953: 171
fue castigado por la CD que hasta el día anterior había presidido y que, no obstante ello,
decidió retirarle “la autorización para invitar a festivales, por haberlo hecho con personas
que no han sabido comportarse en forma correcta”61 El tema del comportamiento
apropiado en los bailes continuó con desarrollo profuso en la primera reunión de la nueva
comisión directiva, electa en Asamblea pocos días después. En esta ocasión el nuevo
presidente informó que durante el último baile organizado por el Club dos miembros de la
CD “debieron ser llamados al orden por no observar un comportamiento correcto”. Al
parecer, había existido “falta de corrección” en ciertos bailarines, particularmente en una
“señorita” de cuya invitación nadie quiso responsabilizarse. Se decidieron algunas
suspensiones por quince días y otras medidas disciplinarias pero, en la siguiente reunión de
CD, los sancionados se defendieron, sosteniendo que no habían “cometido ningún acto
indecoroso como para merecer la sanción disciplinaria”. La acusación fue entonces
modificada, imputándoseles que, “ante la queja de una asociada”, no habían tomado
“intervención para evitar actos indecorosos efectuados en su presencia”. Pero esta versión
fue también desacreditada y uno de los acusados dejó “constancia que no podía tomar
ninguna intervención por la sencilla razón de que mientras él estuvo presente [en el baile]
no se produjo ninguna situación que fuera extraña al momento de diversión” y “que
solamente bailó una pieza con la señorita a que ya se ha hecho referencia [claro que en las
actas no se menciona ni su nombre ni los actos concretos considerados indecorosos],
siendo lo único que se le puede achacar”. Otro miembro de la CD declaró entonces que
también “bailó con la mencionada señorita, comprobando que la misma no se encontraba
en situación normal, pero no observó nada incorrecto”. Ante el nuevo rumbo que
tomaban los sucesos, otro directivo propuso olvidarse de lo ocurrido durante la fiesta,
sosteniendo que en la anterior reunión se habrían apresurado, cosa que de ningún modo
había sido ex-profeso, sino movidos por las circunstancias. Con esto, quien
originariamente había propuesto la suspensión de dos de sus colegas se retractó, aclarando
que “hizo la moción de suspensión pues los hechos los hicieron parecer culpables, pero
61
Club Libertad, Acta 14, 14/2/41, p. 30. El mismo aspecto moral (y quizá también político) se revela
en otra decisión de la misma reunión por la cual se resolvió “no aceptar la solicitud del Sr. F... como socio
cadete por ser un elemento que no puede resultar en nada beneficioso para el Club” (acta 14, p. 31). En otra
ocasión un grupo de “señoritas” recibió el visto bueno de la CD puesto que, aunque “no son conocidas
personalmente por las componentes de la Sub-Comisión de Damas”, “informes particulares recibidos
permiten formarse un criterio con respecto a la honorabilidad de las mismas” (Club Libertad, Libro de Actas,
Acta 43, p.8)
visto los descargos hechos, hace moción que se reconsidere la resolución tomada. Por
unanimidad, se anula la anterior resolución”.62
En efecto, una imagen del pueblo (descriptiva y prescriptiva) con rasgos bastante
bien definidos atravesaba la sociedad urbana: un pueblo humilde y trabajador, esforzado e
ilustrado, solidario y comprometido con las instituciones que le pertenecían. Ese pueblo de
orígenes modestos, humilde, trabajador tendía a una homogeneidad simbólica en la que la
unidad de todos los vecinos se hacía posible. Apelaba a elementos comunes de experiencia
presente (con diversas necesidades que cubrir que, a su vez, impulsaban el trabajo conjunto
y solidario en pos de objetivos comunes y de interés general), de trayectoria (real o
imaginaria, que mostraba un reciente ascenso social presumiblemente debido al merito
propio, al trabajo, el esfuerzo, el ahorro) y a un conjunto de valores que podrían garantizar
un futuro venturoso (relacionados con la idea de perfectibilidad humana, progreso
civilizatorio, el valor de la cultura, la decencia, la respetabilidad, etc).
Pero también era un pueblo que, a pesar del carácter inclusivo que postulaba (y que
en ciertos aspectos efectivamente estimulaba la incorporación de todos aquellos que
aceptasen ciertas condiciones consideradas no excluyentes en términos económico-
sociales) desarrollaba en su interior claros procesos de diferenciación y, con ello, la
62
Club Libertad, Libro de Actas, actas 15 y 16, pp. 34-36.
63
Jumar: 73.Ver también Gutiérrez y Romero, Sectores populares... op. cit., p. 13.
construcción de un otro no asimilable, distinto asimismo de la oligarquía a la que se oponía
de tantos otros modos. En muy raras ocasiones se reconocía que el pueblo representado en
las asociaciones voluntarias no constituía todo el pueblo. Pero en la mayoría de los casos (y
esto era por demás frecuente) la distinción al interior mismo del pueblo y la construcción
de un otro diferente no eran formuladas de manera explícita. Implícitamente, el pueblo
estaba constituido por quienes se identificaba de algún modo con las asociaciones (siendo
el abnegado dirigente su figura paradigmática, aunque no exclusiva), pero por fuera de
ellas acechaban numerosas figuras distintas, inasimilables y peligrosas. Este otro pueblo, al
que frecuentemente se le negaba carácter de tal, constituyó el otro imprescindible para la
eficacia de los distintos signos de distinción y para la construcción de una identidad
popular que, sin embargo, excluía de su interior un vasto conjunto moral y social.
Hemos visto emerger a este pueblo-otro al analizar las concepciones sobre las
asociaciones y sus dirigentes, la encarnación de los valores civilizatorios en las bibliotecas
populares o las consideraciones sobre la función pedagógica del teatro. El libro de
Contarelli tantas veces citado es un magnífico muestrario respecto de los modos en que la
construcción de sí mismo construye simétricamente otredades. Los idealistas,
desinteresados y tesoneros dirigentes, junto a la parte sana del pueblo, son
permanentemente contrastados con quienes son caracterizados como carentes de valor
espiritual, adormecidos, egoístas, materialistas, cuando no directamente viciosos y
criminales. Prefigura así un Otro (al que duda en incluir dentro del pueblo) de perfiles
variopintos. Y si unos tienen su lugar en la asociación vecinal, los otros parecen juntarse en
cafés, carreras, la calle y otros antros de mala vida. 64 Ya vimos en reiteradas ocasiones la
emergencia de un otro cercano al mundo del vicio, el ocio, la incultura, etc. Por momentos,
se explicitaba su cercanía incluso al crimen:
“Y esa juventud, esa fuerza ponderable , esa reserva extraordinaria e imprescindible de la patria, se pierde,
ya que no sólo se olvidan los conocimientos adquiridos sino que la ociosidad despierta hábitos poco
recomendables, genera vicios, anula ensueños […] “Se sucede entonces un lapso lleno de peligros y de
desviaciones. Todos hemos visto gruesos núcleos de animosos muchachos en las esquinas entregados a las
más diversas y extrañas conjeturas y proyectos. Alguna vez se planeó así un crimen nefando...”65
En un todo de acuerdo con lo propiciado por su presidente por treinta años, Luis
Contarelli, la Federación de Instituciones Culturales y Deportivas de La Plata también
avalaba este tipo de prácticas de beneficencia, pero las mismas no parecen haber recibido
particular adhesión por parte de las asociaciones barriales afiliadas. Las fichas de
empadronamiento y seguimiento de la Federación incluyen dos preguntas muy caras a las
inquietudes de Contarelli, como lo eran la práctica del ajedrez (“el juego ciencia”) y el
asistencialismo a los pobres que en las fichas se explicitaba en una pregunta sobre la
existencia de Roperos de Bebes y Dispensario de Lactantes. Llamativamente, sólo dos de
las 70 instituciones relevadas poseían estas dos formas de intervención paternalista más
una tercera que poseía sólo Ropero de Bebés. Las otras 67 instituciones no parecen haber
desarrollado de manera sistemática y significativa la beneficencia
El tema del ajedrez resulta significativo por los motivos opuestos: prácticamente
todas declararon que en sus sedes se practicaba el “juego ciencia”, la mayoría de ellas
declarando 20 practicantes. La unanimidad de la respuesta y la sorprendente “regularidad”
66
Ibidem.
67
Ver Cónsole, op. cit. y Rodríguez, op. cit.
68
Contarelli 1953, 183 y 195.
en el número de practicantes de este prestigioso entretenimiento hacen que dudemos de la
veracidad de esos datos y, por contra, refuerzan la idea de que la escasez de actividades de
beneficencia no se debía exclusivamente a desinterés y desidia sino también a no compartir
plenamente el carácter positivo de la beneficencia que sostenía la Federación (seguramente
a instancias de su presidente, Contarelli).
En este punto puede que Contarelli sea menos representativo que en otros: en él
aparece con firmeza la construcción de un otro pobre, necesitado de beneficencia, pero esta
noción no parece tan fuerte en la mayoría de las instituciones, de tinte más solidario, entre
iguales sociales. Pero en todos los casos hay algo así como una autopercepción de primus
inter pares. En este sentido podemos interpretar la más difundida práctica de ayuda a las
escuelas y sus alumnos carenciados, puesto que en estos casos se veía más propiamente
como tareas solidarias (aunque los aspectos caritativo-paternalistas no estén ausentes).
69
“La limosna fue siempre para mí un placer de los ricos: el placer desalmado de excitar el deseo de los
pobres sin dejarlo nunca satisfecho. Y para eso, par que la limosna fuese aún más miserable y más cruel,
inventaron la beneficencia y así añadieron al placer perverso de la limosna el placer de divertirse alegremente
con el pretexto del hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son para mí ostentación de riqueza y
de poder para humillar a los humildes”. Eva Perón, La Razón de mi vida , Buenos Aires, 1951, p. 182, cit en
Plotkin 1993: 224.
70
Puede encontrarse también en numerosas manifestaciones de la cultura de masas, como en Todo un
hombre (film de 1943), de Pierre Chenal, guión de Ulyses Petit de Murat y Homero Manzi, sobre novela de
Unamuno Nada menos que todo un hombre, con Amelia Bence y Francisco Petrone: “Antes que las señoras
que protegen a los isleños, están los isleños mismos” (le dice el self-made man Alejandro Gómez a su mujer)
El otro, entonces, podía ser el pobre cuando se trataba de tenderle una mano
solidaria y/o benefactora, asomando así una diferenciación social. Sin embargo, y de
manera acorde con la construcción de un pueblo indiviso, las divisiones sociales no podían
explicitarse de manera sistemática. Algún accidente en la vida podría haber sumido a
algunos en la pobreza, pero no por ello podían ser excluidos del colectivo donde revistaban
aquellos más favorecidos en la lucha diaria. Por el contrario, estos debían brindarles ayuda
y apoyo en tanto que todos integraban parte de un mismo y único pueblo. Pero cuando el
otro, así fuera por cuestiones que también eran económicas, como solían serlo, no se
comportaba de la manera esperada se descargaban contra él toda clase de improperios. La
distinción, entonces, se explicitaba como moral y cultural, pero no por ello dejaba de tener
una fuerte correspondencia social, de clase, aunque ésta permaneciera implícita. Para que
la misma se hiciera ineludible y explícita ese Otro debía hacer su entrada en la escena
pública, cosa que ocurrió de un modo particularmente traumático para esta esfera pública
popular con las manifestaciones de apoyo popular a Juan Domingo Perón. 71 Recién
entonces el pueblo antaño indiviso recibió el suficiente estímulo para la cristalización de
una frontera en su interior y dar origen a una clase media que, conservando el grueso de los
valores y las tradiciones del viejo pueblo, se opuso ya no sólo a la oligarquía, sino también
al pueblo peronista, construido, en gran medida, con los retazos morales de las exclusiones
generadas en la esfera pública popular del período de entreguerras.
71
Garguin, “El tardío descubrimiento...”, op.cit. y “«Los argentinos descendemos de los barcos» op.cit.