Está en la página 1de 31

Diferenciación e identificación de clase media en la esfera pública popular

Enrique Garguin (CISH-UNLP)


egarguin2002@yahoo.com.ar

Abstract:
During the first half of the 20 th-century many Argentine cities witnessed the remarkable expansion
of a variety of voluntary societies, such as ethnic and neighborhood associations and popular
libraries. This paper analyzes them as a “popular” public sphere through which different practices
and discourses thought to include all the “people” launched, at the same time, processes of social
differentiation that would later be central to the formation of a middle class identity

"Un grupo de señores se reúne para fumar un cigarro y hacer una


excelente digestión, y no creen factibles ambas operaciones si
previamente no han nombrado una comisión de esas destinadas a
producirle al público la idea de que el fumar y el comer de tales
ciudadanos constituye un acontecimiento extraordinario que
fatalmente tiene que subordinarse a la legislación de una comisión
directiva y `pos honorem´". (Roberto Arlt, "Dejenme tranquilo",
Aguafuerte, El Mundo, 18-11-1932, cit. en de Privitellio, Vecinos
y ciudadanos, p.105)

“La distinción no implica necesariamente […] búsqueda de


distinción. Todo consumo y, más en general, toda práctica son
conspicuos, visibles, hayan sido realizados o no para ser vistos,
son distintivos, hayan estado o no inspirados por la intención de
hacerse notar […]. En este sentido, la práctica está destinada a
funcionar como signo distintivo y, cuando se trata de una
diferencia reconocida, legítima, aprobada, como signo de
distinción […]. Por otra parte, los agentes sociales, al ser capaces
de percibir como distinciones significantes las diferencias
«espontáneas» que sus categorías de percepción los llevan a
considerar pertinentes, son también capaces de acrecentar
intencionalmente esas diferencias espontáneas de estilo de vida
mediante lo que Weber llama la «estilización de la vida» […]. La
búsqueda de distinción […] produce separaciones destinadas a ser
percibidas o, mejor dicho, conocidas, o reconocidas como
diferencias legítimas, es decir, la mayoría de las veces como
diferencias de naturaleza, como cuando se habla de «distinción
natural»” (Bourdieu, “Espacio social y génesis de las clases”, p.
292)

Trabajo presentado en IX Congreso Argentino de Antropología Social, Posadas, Misiones,


5-8 de agosto de 2008 y, como “Civilizing savage minds and bodies. The popular public
sphere as a means of social differentiation” en XXVIII International Congress, Latin
American Studies Association, Rio de Janeiro, Brasil, 11-14 de junio de 2009.
Durante la primera mitad del siglo XX, numerosas ciudades argentinas experimentaron una
formidable expansión de las prácticas asociativas, creándose centenares de bibliotecas
populares, sociedades de fomento, asociaciones étnicas, locales partidarios, etc. 1 Una vasta
bibliografía histórica ha analizado la conformación de unos sectores populares a partir de
la constitución de esa formidable red de asociaciones voluntarias. Tales estudios tienen el
mérito de llamar la atención sobre aspectos centrales de dicho fenómeno asociativo, v.g. su
autopercepción como “pueblo”, aunque quizá también ponen un énfasis excesivo en su
carácter consensual, democrático-igualitario y homogeneizante. En el presente trabajo
intento pensar ese conjunto como una esfera pública que, si bien poseía un indudable
carácter popular, estaba también atravesada de conflictos y procesos de diferenciación
social –incluyendo ciertos rasgos de claro corte elitista y excluyente.2 De este modo intento
dar cuenta tanto de la fuerza simbólica perdurable que ha tenido en Argentina la dicotomía
pueblo/oligarquía (con escaso margen para pensar una clase media), como así también de
procesos menos visibles de distinción, diferenciación e identificación de clase, a partir del
modo mismo en que ese pueblo supuestamente homogéneo era pensado. Así, cuando hacia

1
El asociacionismo en las ciudades y pueblos de la Argentina, particularmente de la región pampeano-
litoraleña, que fue la que más creció y vivió los procesos de urbanización más rápidos, fue, efectivamente,
impresionante. Asociaciones étnicas y de ayuda mutua, ya desde el siglo XIX, y una pléyade de asociaciones
barriales durante el siglo XX se expandieron de tal modo que prácticamente no dejaron manzana urbanizada
sin cubrir. En Capital Federal, sólo para el barrio de Nueva Chicago, M. T. Sirvent contabilizó durante los
años 1915-1945, 6 sociedades de fomento, 10 bibliotecas populares y centros culturales y 12 clubes sociales
y deportivos (Citado por L. A. Romero “El estado y las corporaciones”, en Roberto Di Stefano et al, De las
cofradías a las organizaciones de la sociedad civil. Historia de la iniciativa asociativa en Argentina 1776-
1990, Buenos Aires, Gadis-Edilab Editora, 2002: 173). Entre 1910 y 1955 he contabilizado la creación de al
menos 16 asociaciones étnicas en Berisso, que fue hasta 1958 un poblado principalmente obrero de La Plata.
En otro barrio de La Plata, Tolosa, se ha verificado la fundación de 75 asociaciones voluntarias entre 1920 y
1959, desde sociedades de fomento, bibliotecas, clubes deportivos, cooperativas y cooperadoras de
instituciones educativas (F. Jumar, Tolosa: Asociaciones vecinales, lugares de memoria y generaciones,
1871-1995, La Plata, 1997). Según el Censo Nacional de 1947, Tolosa contaba con 5.016 habitantes.
2
Retomo la noción de esfera pública popular a partir de los comentarios críticos que autores como G.
Eley y N. Fraser realizaran al concepto de Habermas (N. Fraser, “Rethinking the Public Sphere:A
Contribution to the Critique of Actually Existing Democracy” y G. Eley, “Nations, Publics and Political
Cultures: Placing Habermas in the Nineteenth Century”, ambos en C. Calhoun, ed., Habermas and the Public
Sphere, 1992). También se ha estudiado la esfera pública burguesa como ámbito clave para la construcción
de las clases medias decimonónicas en los países del atlántico norte, v.g., M. Ryan, Cradle of the Middle
Class, Nueva York: Cambridge University Press, 1981; Davidoff y Hall, Family Fortunes: Men and Women
of the English Middle Class, 1780-1850. Chicago: The University of Chicago Press, 1987; R.J. Morris,
Class, Sect and PartyThe Making of the British Middle Class, Leeds 1820-1850, Manchester University
Press, 1990).
mediados del siglo XX emerja por vez primera con fuerza una idea de clase media, ella
podrá sustentarse en un conjunto de valores y prácticas ejercitados durante varias décadas
en la misma esfera pública popular que, hasta entonces, no había facilitado la cristalización
de una identidad de clase media.3

La ironía del epígrafe de Arlt señala, precisamente, dos aspectos centrales acerca
del asociacionismo del período de entreguerras: la familiaridad con que se refiere a que
grupos de señores formalicen en instituciones las intenciones más diversas; y que las
mismas estén destinadas a producir un efecto en el público que transforme las actividades
respectivas en extraordinarias, esto es, las jerarquicen al trazar una línea demarcatoria
respecto de actividades ordinarias; en definitiva, un proceso de diferenciación y distinción
que, como aclara Bourdieu, “no implica necesariamente […] búsqueda de distinción”
aunque, en cualquier caso, “la práctica está destinada a funcionar como signo distintivo y,
cuando se trata de una diferencia reconocida, legítima, aprobada, como signo de
distinción”.

Asociaciones étnicas, de ayuda mutua, de Fomento, deportivas, centros culturales,


cooperadoras escolares, bibliotecas populares perseguían una diversidad considerable de
objetivos: un apoyo económico mínimo en momentos de emergencia, cuando la presencia
del estado en materia de bienestar era prácticamente nula; la conservación de la cultura y la
recreación de espacios característicos de sus lugares de origen; el mejoramiento de la
infraestructura urbana de sus vecindarios; la difusión de la cultura letrada y la elevación
moral e intelectual de su entorno; la práctica de un deporte o sencillamente pasar un buen
rato en tiempos de ocio. Pero prácticamente todas ellas se convirtieron (al igual que
muchos locales partidarios, religiosos y sindicales) en ámbitos de sociabilidad: lugares de
reunión e intercambio de ideas, de bienes materiales y simbólicos; espacios físicos y
simbólicos en los cuales referirse, desde los cuales construir la propia identidad y a partir
de los cuales desarrollar toda una gama de prácticas, desde la participación en una charla
de café hasta la reunión con un funcionario público para expresarle una demanda y el
3
Para la tardía circulación de una noción clara de clase media en Argentina ver E. Garguin, “El tardío
descubrimiento de la clase media en Argentina”, Nuevo Topo / revista de historia y pensamiento crítico, no.
4, septiembre/octubre 2007, pp. 85-108 y E. Adamovsky, “De la academia a la escuela: los inicios de un
interés por la clase media en la sociología y la historiografía argentinas y su primer impacto en la educación
general”, en Sergio Visacovsky y E. Garguin, eds., Moralidades, economías e identidades de clase media.
Estudios históricos y etnográficos, Buenos Aires, Editorial Antropofagia, 2009 (en prensa); para la
articulación (racial) de una identidad de clase media durante el primer peronismo, E. Garguin, “«Los
argentinos descendemos de los barcos». The Racial Articulation of Middle-Class Identity in Argentina
(1920-1960)”, Latin American & Caribbean Ethnic Studies, 2: 2, September 2007, pp. 161-184.
mejor modo de satisfacerla; desde la búsqueda de pareja en los bailes organizados por tales
instituciones hasta la adquisición de una cultura considerada legítima en sus bibliotecas,
conferencias y cursos, sin olvidar la puesta en práctica (y en escena) de conductas
consideradas modernas y civilizadas, como el debate racional entre iguales y los
mecanismos de elección democráticos, así como todo un abanico de costumbres y modales
considerados propios y decentes.

Con frecuencia las asociaciones barriales han sido consideradas como ámbitos de
sociabilidad política en los cuales se construyen y difunden un complejo conjunto de
prácticas y valores constitutivos de la democracia, conformando lo que algunos autores han
llamado “nidos de democracia”.4 Distintos elementos característicos apuntalaron en su
momento tal visión: su carácter abierto y participativo, la práctica habitual del debate, sus
mecanismos de elección de autoridades por elección directa, casi ritualizada en asambleas
anuales, sus finalidades que casi sin excepción colocaban en primer plano la elevación
moral y material del pueblo y su constitución en buen ciudadano. Todos estos elementos
son sin duda relevantes, aunque el énfasis en los mismos ocultó parcialmente los límites
definidos de tales prácticas así como la vigencia de otras prácticas de signo diverso.5

Otros estudios, en general centrados en las asociaciones étnicas, han puesto en duda
la extensión de las prácticas democráticas, señalando que la participación política efectiva
en las distintas asociaciones no se extendía mucho más allá de sus elites dirigentes. Más
aún, han cuestionado el sentido de lo popular: en su interior actuaron los sectores más
acomodados de la comunidad, constituyéndose en elite de unas colectividades cuyas
instituciones habrían sido, quizá, más bien espacios de sociabilidad y conformación de una
identidad de clase media.6 Son en verdad dos fenómenos, aunque interrelacionados y
paralelos: por un lado, la conformación de una elite local, un conjunto de dirigentes y otras
personalidades sobresalientes en sus respectivas actividades que logran cierta notoriedad y
prestigio entre sus convecinos. Por otro lado, ese mismo grupo de notables no lo es
respecto de la sociedad en su conjunto sino de un pueblo al que contribuyen a constituir y

4
Romero y otros “¿Dónde Anida la democracia?”, en Punto de Vista, V, 15, agosto-octubre 1982;
Romero “Sectores populares, participación y democracia: el caso de Buenos Aires”, en Alain Rouquié y
Jorge Schvarzer (comps.) ¿Cómo renacen las democracias?, Emecé Editores, Buenos Aires, 1985
5
Algunas reconsideraciones fueron hechas por el propio Luis Alberto Romero: L. Gutierrez y L.A.
Romero, Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra, Buenos Aires,
Sudamericana, 1995, “Introducción”
6
Devoto y Míguez (comp.) Asociacionismo, trabajo e identidad étnica. Los italianos en América
Latina en una perspectiva comparada, CEMLA-CSER-IEHS, Buenos Aires, 1992.
dentro del cual, no obstante sus numerosos rasgos de homogeneidad, también insinúan
divisiones entre probos y réprobos, gente decente y malandras, entre el “verdadero pueblo”
y un otro que no logra su inclusión plena en tal categoría; una división entre quienes
participan de las actividades de las instituciones y/o comparten el universo de valores por
ellas propiciados y un otro al que por momentos se lo hace objeto de intervención
caritativa pero que más frecuentemente es construido como adversario a vencer
(generalmente por medio de la educación, esto es, un adversario a educar), reacio a las
enseñanzas de la civilización y pervertidor de las buenas costumbres.

Es en relación con estos aspectos que me interesa remarcar en esta ocasión el rol de
las asociaciones voluntarias: su carácter de ámbitos de sociabilidad que en conjunto
conforman una esfera pública popular, asiento de procesos de identificación y distinción,
de construcción dialéctica de un nosotros y un los otros, de un pueblo que insinúa en su
interior líneas de demarcación pese a ser postulado como único y homogéneo.

Pero ¿qué pueblo?: El pueblo humilde

Por empezar, tenemos una “identidad popular”; la constitución del sujeto pueblo que, en
principio, refiere a sectores subalternos. Se oponga explícitamente o no a la oligarquía,
siempre resulta claro que se refiere al pueblo llano, distinto de quienes detentan el poder
(sea este económico, político o social, y siempre con un altísimo grado de indefinición).
Las menciones al “pueblo humilde”, “modesto” y otras expresiones similares parecen
ubicuas en distintos documentos relacionados con las asociaciones, como el que sigue: la
“mayoría de nuestras instituciones han tenido un origen modestísimo, han nacido de las
entrañas mismas del pueblo”; de “origen humildísimo, no han perdido su condición
popular, su carácter de pueblo”.7 Como señala de Privitellio, las visiones clasistas no
eran bienvenidas porque podían establecer distinciones que atentaran contra la abarcativa
identidad barrial, pero no era infrecuente que se autodefinieran como “trabajadores” u
“obreros y empleados”, fórmula también muy repetida y en la que prima la insistencia en
su unidad frente a su distinción).8
7
Luis Contarelli (h), Acción de las Entidades de Bien Público: cultural y deportiva, Eva Perón (La
Plata), s/d, 1953, 39 y 43 (salvo indicación en contrario, el resaltado de las citas me pertenece)
8
De Privitellio, pp. 36-7. No podemos tratar aquí el tema de la distinción entre obreros y empleados
que ciertamente tiene importancia fundamental en los procesos identitarios de clase media. Por ahora baste
decir que si bien la enumeración de dos grupos implica necesariamente su diferenciación, la fórmula que los
aglutina (“obreros y empleados”) implica asimismo una unidad. Y así, como fórmula abarcadora, se presenta
De manera similar, se ha encontrado que, en la actualidad, los propios vecinos
tienden a coincidir con los rasgos dados por L. A. Romero a los sectores populares: “se
autoperciben como una sumatoria de gente que, a pesar de reconocer diferencias
económico-sociales, queda englobada bajo el rótulo de `gente de trabajo´” 9 y algunos
identifican esta caracterización con la noción de clase media:
“Todos son gente de clase media, media baja, jubilados, sí... pero casi todos son gente de trabajo, gente
trabajadora […] estrato alto por acá no hay […] pero clase media alta enriquecida por el trabajo [sí]” 10

Jumar enumera a jubilados del ferrocarril, empleados públicos, comerciantes y


profesionales como integrantes de esa clase media, pero agrega que los últimos sólo
resultan englobados en la categoría `gente de trabajo´ si reúnen otros requisitos,
fundamentalmente la humildad”.11 Este elemento de humildad se presenta como central
precisamente porque permite garantizar una unidad que se vería amenazada por otros
procesos de diferenciación interna y criterios propios de distinción. Y aunque la presente
ponencia se centre en procesos de diferenciación y distinción, la pregunta de fondo no es
otra que sobre las condiciones de posibilidad de una cierta unidad que ha hecho posible,
históricamente, la conformación de una identidad de clase media en Argentina. Y otra
aclaración es necesaria: durante el período de entreguerras que aquí se analiza no existió
ninguna identidad fuerte de clase media en Argentina, que recién emergerá durante la
década peronista (1945-1955). Hasta ese entonces, las identidades sociales de las clases
subalternas parecen haber sido mejor expresadas en la dicotomía pueblo/oligarquía. Sin
embargo, considero necesario volver los ojos al período de entreguerras para rastrear
diversos elementos de diferenciación que, aunque en estado latente, puedan haber servido
de base para la súbita articulación de una identidad de clase media frente a la irrupción del
peronismo.

en innumerables fuentes (v.g. Contarelli 1953, 33, 222 y 225; de Privitellio, op. cit.; Júmar). La fórmula era
también reiterada dentro del movimiento obrero (v.g. LV 8-12-17, en relación con la represión a las
huelgas frigoríficas ocurridas en esos días en Berisso; LV, 29-7-18 y LOO, 3-8-18 y 17-8-18, en relación
con las huelgas ferroviarias en los ferrocarriles provinciales La Plata- Meridiano V) Incluso algunos
proyectos legislativos pretendían abarcar a “obreros y empleados” (por ej. la de Jubilaciones de 1924 o la de
1919, para “Obreros y Empleados de Empresas de Servicios Públicos), a diferencia de lo ocurrido en casos
como los de Perú y Chile, que sancionaron primero leyes jubilatorias para empleados exclusivamente y
cumplieron un importante papel en identificar a esos empleados como el núcleo de una clase media local (ver
Parker, para Perú, y Silva, para Chile)
9
Jumar 1997, op. cit., p. 23
10
Entrevista a una mujer nacida aproximadamente a fines de la década de 1930, en Jumar 1997, p. 24.
11
Jumar 1997, op. cit., p. 24
LOS DIRIGENTES COMO NOTABLES

Los dirigentes fueron sin duda actores clave en la construcción misma del pueblo, tanto en
su articulación discursiva como en la edificación de los ámbitos de sociabilidad donde ese
pueblo podía referirse y reconocerse. Pero esa misma labor les otorgaba un grado de
visibilidad fuera de lo común; los transformaba en representantes de su comunidad y en
mediadores entre esta y otros ámbitos, como el de la cultura considerada legítima o el
estado; los rodeaba de los prestigios de la propia institución en la que actuaban y les
permitía actuar como veedores de la conducta de sus convecinos. En definitiva, sus
prácticas funcionaban como signo distintivo, más aún, tratándose de “una diferencia
reconocida, legítima, aprobada, como signo de distinción”.

Los dirigentes parecen haber tenido una noción clara de su singular posición dentro
del “pueblo”. Luis Contarelli, dirigente incansable con participación en decenas de
instituciones hasta fundar y presidir por treinta años la Federación de Instituciones
Culturales y Deportivas de La Plata,12 sostenía que los dirigentes eran hombres que
“llevan la cultura aun más allá de sus posibilidades […] que van sembrando silabarios hasta en los más
apartados rincones del inmenso escenario de la patria, […] que han renunciado al abigarrado ambiente
cartaginés que sólo mide la grandeza de un Estado por el tinglado de sus bolsas de cereales, […] que están
enrolados en esos movimientos espirituales, desinteresados y fervorosos que contribuyen a desterrar las

12
Luis Contarelli, 1953, op. cit. Según se informa en el libro, habría participado en 120 instituciones,
aunque las enumeradas no se circunscriben a instituciones, y muchas fueron comisiones ad-hoc en las que
participó en tanto que presidente de la Federación de Instituciones Culturales y Deportivas de La Plata (o la
Confederación provincial, que también presidió en sus primeros años), como por ejemplo, numerosas
Comisiones de Homenaje a diversas personalidades (muchas de las cuales hoy ya han sido olvidadas), o la
presidencia de los distintos Congresos realizados por la Confederación provincial. De todos modos, llama la
atención su participación en gran cantidad de instituciones duraderas tanto en La Plata como en Comodoro
Rivadavia (Contarelli 1953: 23-25). En el momento de publicarse el libro de su autoría, detentaba las
siguientes posiciones: Presidente de la Confederación de Instituciones de Bien Público de la Provincia de
Buenos Aires; Presidente de la Federación platense; Presidente de la Comisión Delegada en la Provincia de
Buenos Aires de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares de la Nación; Presidente de la Comisión
Pro Monumento a la Acción de Bien Público; Vicepresidente de la Comisión Cooperadora de la Casa del
Niño Manuel Belgrano; Miembro del Consejo Directivo de la Federación de Comisiones Cooperadoras de
los Institutos de la Dirección de Menores; Miembro de la Comisión de Cultura del Club Estudiantes de Eva
Perón (Estudiantes de La Plata) y Miembro del Consejo del Instituto Almafuerteano. La síntesis biográfica es
más escueta: su abuelo había sido fundador de la Unión Operai Italiana de La Plata, de la que un tío fue
secretario durante varios años; su padre y otro de sus tíos fundaron en Tolosa el Centro Musical Martín J.
Iraola, mientras que el tercer hermano de su padre impulsó organizaciones tradicionalistas. Ya de
adolescente, Luis (h) organiza dos efímeros clubes de football: el Invencible, de Tolosa y el Cabral Futbol
Club; participa del Ateneo Popular y de la Asociación Sarmiento, todo ello mientras era estudiante del
Colegio Nacional. Luego de un paso inconcluso por la Facultad de Medicina de la UBA, se dirige a
Comodoro Rivadavia donde llegaría a ser el “Padre del Deporte Patagónico”, según sus palabras, “y tras de
prestar su concurso a más de cien Entidades, algunas de carácter nacional, [llega] a conducir la
Confederación de Instituciones de Bien Público de la Provincia de Buenos Aires” (Idem: solapa posterior) En
1985 la Municipalidad de La Plata dio su nombre a la calle 73 (ordenanza 5942/85)
sombras del obscurantismo para que luzca espléndida y potente la antorcha de los libros, compendio y
símbolo del humano saber, señalando a las generaciones argentinas los caminos del bien y la verdad...”13

Contarelli no ahorraba elogios ni barroquismos para halagar a los de su tipo. Es


indudable que tamaños sacrificios no serían siquiera imaginados si no obtuvieran su
recompensa simbólica en el respeto, la admiración y la simpatía que muchos seguramente
les brindaban. Publicado cuando ya se hacía visible la crisis de un modelo de organización
y la renovación de dirigentes comenzaba a ser problemática, el libro presenta una defensa
desmedida de la figura del dirigente, tema que dice “tratar con valentía”, “con el solo afán
de rendir justicia y destacar la acción de quienes trabajan en forma anónima [voluntaria,
dedicada y consecuente]”, “despertando admiración y simpatía”.14 Sin embargo,
Contarelli reconocía que esto no era siempre así; que también abundaban quienes los
miraban con suspicacia, los ignoraban, los difamaban. En su visión, los dirigentes eran los
taumaturgos de las instituciones, principales hacedores de sus grandes obras. Por eso se
quejaba, en primer lugar, del olvido del que eran objeto por parte de la opinión pública y,
en segundo lugar, de cierta propensión a suponer que “esos hombres idealistas persiguen
intereses personales o tienen beneficios”. Y continuaba:
“Es preciso reclamar la necesaria comprensión de sus permanentes afanes en favor de la cultura del pueblo,
a despecho de la seca espiritual que adormece y que detiene y el egoísmo brutal que niega o que
confunde, desmerece o difama. Existen hombres que no saben de más valores que los que los que el oro
representa e ignoran […] que en todos los tiempos han existido los líricos que laboran generosamente,
desinteresadamente, en favor de sus ideales y han pasado por los caminos de la vida muchos Quijotes
desfaciendo entuertos...”15

¿A qué podía deberse que, luego de tantos esmeros, sufrieran la incomprensión de


muchos? Según el abnegado dirigente, quienes lanzaban los infundios ignoraban las obras
que llevaban a cabo tantas entidades de bien público y desconocían “que esa acción
portentosa se hace posible merced al esfuerzo, al tesón, al sacrificio mismo de quienes
rigen sus destinos”. El juicio desfavorable se debía también a que se tomaba como modelo
“al pseudo dirigente”, aquel que perseguía “fines venales […,] animado por el solo
propósito de servir su vanidad, satisfacer su orgullo, dar brillo a un título, buscar
popularidad con fines preconcebidos de beneficio personal”. Por el contrario,
“El verdadero, el auténtico dirigente, es un vecino dilecto que ha hecho de su cargo una profesión sin
estipendio, de su obra un apostolado, de su misión un credo […] en tanto la mayoría estima haber

13
Contarelli, 1953, op. cit, p. 38.
14
Idem, p. 34.
15
Contarelli 1953, p. 35.
cumplido su deber con la humanidad en el taller, la fábrica, la oficina o el consultorio, ya que luego se
dedica al descanso, abusa de la ociosidad o busca el solaz. No pocos prefieren el tedio del café al halago
de secundar a quienes luchan por ideales superiores o buscan nuevas inquietudes espirituales en las
sedes de las nobles Instituciones donde todos se hermanan en el ideal, se siente calor de hogar y se sabe
de justicia y de cultura”.16

Y así, a “despecho” de la “incomprensión, “la injuria innoble”, “la burla


sangrienta”, “la crítica malintencionada”, “los inconvenientes económicos”, “las
dificultades ambientales”, el “derrotismo esgrimido por la inferioridad”, ellos siguen
adelante “seguros del éxito que siempre premia a mejores”.17 Por todo esto, por sus
méritos como por las incomprensiones que percibía, Contarelli reclamaba para los
dirigentes “el reconocimiento del pueblo”, ya que son “los hombres buenos que la patria
necesita y la humanidad reclama. Por ellos se hará realidad la milagrosa panacea de la
cultura y sólo se escucharán sobre la tierra los himnos hermosos de la justicia, de la paz,
del amor y del trabajo...”.18

Hoy, quizá, podemos leer risueños tamaño despliegue de autoindulgencia y


celebración de sí mismo; puede parecernos una estrategia burda de diferenciación y
posicionamiento social, de distinción. Sin dudas era en parte todo esto, pero no
necesariamente era burda o percibida así por muchos en ese entonces, ya que se sustentaba
en los muy amplios consensos con que contaban los valores por él defendidos (incluida la
figura del héroe, que impregna toda la autodescripción del dirigente quijotesco).

El dirigente era presentado como el representante del pueblo, el mediador entre este
y el Estado y también lo mejor del pueblo e, in extremis, el pueblo mismo, sobre todo
cuando quienes no participaban de la asociación eran caracterizados despectivamente al
punto de negárseles carácter de pueblo legítimo (indiferentes, mediocres, egoístas, cuando
no bárbaros, incultos, irracionales). Y esto no parece haber sido confrontado con otro
sistema de valores más que con la ironía (al estilo Arlt) o el silencio, opción que no habrán
sido pocos los que tomaron y que se percibe indirectamente en algunas de las diatribas de
Contarelli. Pero él no estaba solo. Logró, al menos, atraer a multitud de otros dirigentes
como él en la Federación de Instituciones platenses, y de la Provincia de Buenos Aires, así

16
Idem, 35-37.
17
Idem, 38.
18
Idem, 39.
como de las distintas autoridades que asistieron periódica, ritualmente, a las cenas anuales
que la Federación organizaba para celebrar el Día del Dirigente.19

En síntesis, los dirigentes de las asociaciones voluntarias eran representados como


“arquetipos de una raza”, “propagadores del bien común”, “sublimes visionarios”,
Benefactores de la comunidad”, “propulsores excelsos” que desplegaban su “acción
abnegada” “con ejemplar desprendimiento” y “sin doblegarse ante el tormento ni
embriagarse por los triunfos”. Todo lo hacían “para el pueblo”, aunque su esfuerzo no
fuera siempre reconocido ni correspondido ya que “siembran el Bien, avivan los ensueños
y afianzan el bienestar colectivo” “ante la indiferencia, el derrotismo y las burlas
sangrientas”. Aquí se ve, además, que “el pueblo” es en algún punto un otro, un otro
destinatario de sus acciones; aunque más aún se les oponen los indiferentes, los burlones,
los “mediocres egoístas”.20

Pero ¿quiénes eran esos dirigentes? En principio eran prácticamente todos hombres, con
alta participación de inmigrantes e hijos de inmigrantes (los de origen italiano parecen
haber sido particularmente activos). En general, todos los estudios concuerdan con que
pertenecían a los sectores más acomodados de su comunidad (la vecindad, el barrio, la
colectividad de inmigrantes) y abundaban los profesionales, comerciantes y empleados
Esta última evidencia ha llevado a Fernando Devoto a proponer la siguiente hipótesis,
frente a la imagen de las asociaciones como nidos de democracia de los sectores populares
en su conjunto:
“Si la percepción de tantos estudiosos acerca de que los sectores más activos en la vida de dichas
asociaciones [se refiere a las étnicas, pero como vimos, su caracterización se aplica también a las barriales]
19
Efectivamente, una de las primeras y, según él, “más interesantes” iniciativas de la Federación
platense fue instaurar el día de su propia creación como el día del dirigente (Boletín, III, Nº38, enero 1955,
p.1). No del asociacionismo, ni de la solidaridad o el altruismo, sino del dirigente; es decir, de ellos mismos.
20
Luis Contarelli (h), “Los Poetas de la Acción”, fragmento de un artículo publicado en Revista
Cultural 239, octubre 1952, en Boletín Nº39, III, febrero 1955, p. 3. Incluso en los folletos y boletines de la
actualidad son de rigor los autoelogios que se dedica la dirigencia societaria: “En estos días, cuando la
sociedad se ve afectada por un impiadoso materialismo, la presencia de dirigentes que se dedican con
abnegación y sacrificio personal a su atención, es la contrapartida altruista que convierte a las entidades de
bien público sin fines de lucro en verdaderos bastiones de reservas morales y escuelas de conducta”. En
consonancia, es altamente valorada la función ofrecida por dichos dirigentes por intermedio de las
instituciones: brindan la posibilidad de actividad a “miles de jóvenes deportistas sanos de cuerpo y alma”,
esparcimiento y acciones humanitarias para miles de adultos, “y acuden a ilustrarse miles de personas de toda
edad en recintos donde se lee, se estudia, se enseñan artes y técnicas, se cultiva la tradición, la literatura y la
música que identifica el alma nacional, se atiende la salud de los necesitados, sirviendo a la comunidad sin
carga financiera para el Estado Nacional, Provincial o Municipal” (José Alberto Bernales, “Editorial:
Autoridades – Comunidad – Entidades intermedias”, El Sembrador, vol 1, nº 1, noviembre 1995, p.2
(publicación de la Federación de Instituciones Culturales y Deportivas de La Plata). El título de la
publicación es también autoreferencial: ellos son quienes siembran para producir un vecindario mejor, más
elevado, más cultivado, etc.; y es una herencia de los años de Contarelli
eran los sectores medios es correcta, podría buscarse en ellas también otra cosa: la conformación de un
conjunto de valores y prácticas sociales (una “mentalidad” si se quiere) que caracterizarían a los sectores
medios argentinos de origen inmigratorio y que los distinguirían tanto de los valores y las prácticas de los
sectores altos como de aquellos de las clases populares nativas.”21
Este es, por supuesto, uno de los puntos de partida del presente trabajo, pero la aseveración
no puede reemplazar el análisis, con todas las complejidades y ambigüedades del caso. En
primer lugar, porque los sectores más activos no se veían ni eran vistos como una clase
social diferenciada; en segundo lugar, porque la influencia de las asociaciones no se
reducía al ámbito de sus dirigentes; finalmente, porque es preciso analizar el modo en que
una práctica dada (la del asociacionismo) pudo construir específicamente “distinción
respecto de”. Esto es, no debemos mirar sólo a quienes participaban más activamente, sino
también a cómo se construían, en esa práctica, como diferentes de otros y, en definitiva,
cómo construyeron a ese otro al construirse a sí mismos. Vayamos por partes. En primer
lugar, los dirigentes no se percibían como pertenecientes a otra clase social. Como
acabamos de ver, todos, desde los dirigentes hasta los “mediocres egoístas”, pasando por la
masa de beneficiarios pasivos, formaban parte del pueblo.

Quienes se asociaban y trabajaban en las instituciones, sus dirigentes en primer


lugar, eran parte del pueblo. Las diferencias sociales y económicas entre ellos no
escaseaban y algunos sobresalían del resto; sin embargo, la distinción explícita se basaba
en cuestiones morales y de conducta. Los dirigentes no aparecen como “sectores medios”,
sino como los más abnegados, altruistas y sacrificados “hijos del pueblo” y su accionar
estaba indisolublemente ligado al prestigio, la honra y progreso colectivos, tanto
económico y edilicio como social y cultural. Por eso es que el conjunto de la comunidad
que se pretendía representar era interpelada constantemente. 22 Y no sólo eso, sino que la
gran masa de asociados y concurrentes, aunque no pertenecientes necesariamente a los
sectores medios, se encontraban fuertemente influidos por las aspiraciones de ascenso
social -y algunas veces por el ascenso mismo- con lo que en su imaginario, si no en su
realidad material, compartían numerosos valores y prácticas con los sectores medios.23
21
Idem, p. 183.
22
“Vecino de Tolosa” –interpelaba el Club Villa Rivera el 17 de noviembre de 1939 por medio del
periódico barrial Tolosa-, “Una institución cultural es la expresión más elevada de la abnegación, altruismo y
sacrificios de los hijos de un pueblo, puestos al servicio de su progreso […] No se puede amar a un pueblo y
mirar con desdén la obra que realizan las entidades culturales […]. ASÓCIESE Y TRABAJE, tendrá la
satisfacción de ser útil a los demás” (cit. en Jumar, 64)
23
No es infrecuente encontrar en testimonios orales de trabajadores que un objetivo buscado con esmero
era precisamente abandonar el mundo fabril y transformarse en pequeño productor o comerciante y obtener
así un ansiado ascenso social. Ver, por ejemplo, Lobato, Mirta Zaida, "Una visión del mundo del trabajo:
Por otro lado, si bien la movilidad social podía destacar a los más exitosos respecto
de quienes todavía bregaban por un ansiado ascenso, la institución también colaboraba en
hacer de sus dirigentes miembros destacados de sus respectivas comunidades. “Vecinos
caracterizados”, los llama de Privitellio; “elite bienintencionada”, los denomina Jumar;
como “gente destacada”, los describe Troisi; “vecino dilecto”, se autodenominaba
Contarelli.24 Esta distinción se daba en un sutil juego de identidad y diferencia en el que se
entrelazaban la pertenencia a un mismo colectivo (pueblo) con la distinción de los
“mejores” entre “sus hijos”; la abnegada acción individual del dirigente con la
imprescindible colaboración del conjunto de su comunidad (así fuera como espectadores);
la distinción de un sujeto poseedor de bienes culturales y morales a difundir y el necesario
consenso respecto del valor de esos bienes.

Tenemos así unos dirigentes que no pueden no formar parte del pueblo, colectivo al
que tanto colaboraron a construir. Simultáneamente, sin embargo, su misma práctica
(constitutiva del colectivo) los distinguía del resto de su comunidad: los dirigentes se
instituían en elite dirigente, en notables de sus comunidades. Eran parte diferenciada del
pueblo.

Pero no sólo los dirigentes societarios recibían una retribución simbólica que se
sumaba así, como un aura, a cualquier diferenciación socioeconómica que pudieran tener
de antemano. Su construcción del pueblo como humilde y trabajador pero al mismo tiempo
bien educado, culto, decente, civilizado y moderno involucraba (distinguiendo) a muchos
más a su alrededor. Idealmente, a todos; pero en la práctica también dejaba fuera a muchos
otros que no cuajaban por diversos motivos en la construcción del pueblo sano, civilizado.

En definitiva, si los dirigentes no se distanciaban en exceso del pueblo del que


también eran hijos, esto se debía a que precisaban del resto de la comunidad para
desarrollar sus actividades, para obtener el reconocimiento por las mismas y porque,
finalmente, los valores que subtendían esas acciones y esas pretensiones eran compartidos
por más amplios sectores. Desde este punto de vista, las asociaciones mismas no encarnan
obreros inmigrantes en la industria frigorífica, 1900-30" en Devoto y Míguez op cit., p. 218.
24
De Privitellio, op. cit., p.37; Jumar, op. cit., p. 74; Reitano y Troisi, Barrios y clubes platenses.
Reconquista y Unión Vecinal, La Plata, La Comuna Ediciones, 2002, p. 45; Contarelli, op. cit., p. 36. Pasolini
analiza el mismo fenómeno en un aspecto mucho más específico, el de la cultura en las fronteras de esa
modernidad periférica que era la argentina de entreguerras. Así, las instituciones culturales que analiza
aparecen jugando un rol central en la constitución de sus promotores en elite cultural local y, en el caso límite
del protagonista de su historia, en “el escritor local” (Ricardo Pasolini: La utopía de Prometeo. Juan Antonio
Salceda: del antifascismo al comunismo, Tandil, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos
Aires, 2006, particularmente pp. 46 y 141-142).
ninguna diferenciación social cristalizada pero sí una clara y poderosa diferenciación moral
(que ciertamente no carece de determinantes sociales, en el sentido de que no todos, claro,
tendrán las posibilidades materiales ni capacidades culturales de tamaño altruismo)
configuradora de prácticas, valores y actitudes que sí construyen sujetos diferenciados,
líneas de demarcación y distinción. Sin duda, la asociación a una de estas instituciones, y
más aún, la participación en sus actividades (por cierto que guardando las formas, de lo
contrario hasta se corría el riesgo de expulsión) constituía marca de pertenencia a un
colectivo civilizado, culto, correcto; en definitiva, pertenencia al pueblo sano. Una
igualdad de base participa en la construcción del sujeto pueblo, aunque al mismo tiempo se
esboza la construcción de dos pueblos diferenciados: el pueblo decente y un otro que no se
percibía como compartiendo los valores que el primero buscaba encarnar

VALORES EN COMUN

Las dirigencias, entonces, lograban destacarse entre sus convecinos al tiempo que su aura
distintiva se extendía en parte al resto de los asociados, a los concurrentes eventuales e,
incluso, a otros vecinos que, aun sin concurrir a la asociación, participaban del conjunto de
valores que en ellas se impulsaban, difundían y legitimaban. ¿Cuáles eran esos valores?
¿Qué significado se le daba a las asociaciones en sí mismas, a las obras que realizaban y a
las prácticas que en ellas se desarrollaban? Para acercarnos a estas cuestiones recurrimos
nuevamente al ya citado Luis Contarelli:
“La descripción de la obra facetada y extraordinaria que estas Entidades magistrales realizan, demanda el
espacio de un volumen. Todas y cada una de sus actividades reclaman el comentario de un capítulo. Pero ha
de bastar para medir su importancia, para dar una impresión panorámica de su acción inigualable, recordar
que esas Instituciones sostienen por centenares Bibliotecas Populares que siembran abecedarios e
inquietudes; organizan Clases Públicas y Gratuitas y Universidades Populares para obreros y empleados
de ambos sexos que orientan y capacitan para una vida más digna; editan revistas que ofrecen
generosamente sus páginas para el desarrollo de las letras y las artes; organizan conferencias versadas
sobre temas científicos, literarios y educacionales; realizan amplia acción social brindando amparo y
apoyo a los necesitados y atemperando el dolor de los humildes; celebran actos artísticos y culturales que
mejoran el gusto estético de nuestro pueblo; contribuyen a la difusión del teatro mediante sus conjuntos
dramáticos y cuadros infantiles, formando actores y desparramando emociones y enseñanzas; facilitan la
práctica del ajedrez, el juego ciencia y otros sanos entretenimientos; cooperan en favor de la solución de
problemas edilicios de sus barriadas, haciendo urbanismo práctico y eficaz; ofrecen los servicios de sus
consultorios médicos y jurídicos que ilustran y aleccionan o curan y previenen; amparan Dispensarios de
Lactantes y Roperos del Bebé, que protegiendo a las madres, cuidan la salud y visten primorosamente
a los niños que nacieron pobres, en cuyas almas el dolor es un crimen de todos nosotros y en sus
cuerpos el harapo un imperdonable sacrilegio; organizan fiestas que brindan solaz y esparcimiento en
un ambiente de refinada sociabilidad que germina afectos a la vez que permite crear recursos para afrontar
compromisos ineludibles; cooperan en la gestión escolar entregando ropas, útiles y alimentos a los
alumnos necesitados; cuidan de la salud facilitando la difusión de los deportes amateurs en cómodas y
coquetas instalaciones, verdaderas escuelas de carácter y optimismo que templan el alma y el cuerpo;
rinden homenaje a la patria todos los días y lo acrecientan en ocasión de sus fastos gloriosos; mantienen
Jardines y Parques Infantiles para que los niños se diviertan y aprendan entre flores y entre chiches;
preparan pilotos para las naves de alas blancas y celestes, que en lugar de bombas conducen mensajes de paz
y misiones de amor y de concordia; fomentan el cariño a la tierra, el respeto a sus símbolos y sus héroes
y el culto de nuestra tradición, venero riquísimo que nos permite proclamar el orgullo de la raza,
glorificar al gaucho, gustar de cielos y vidalitas y sentirnos felices de llevar en nuestras venas sangre
americana; están presentes en todos los homenajes justos, en todas las iniciativas generosas, en las
demandas buenas y, en general, se empeñan en substraer al niño de los peligros de la calle, a la juventud
del ambiente de cantinas y de la influencia de los circos de carreras y de los antros del vicio y al adulto de
las preocupaciones que la vida nos reserva en cualquier encrucijada del destino, para brindar a todos
generosamente, humanitariamente, sin diferencias de credos ni religiones, sus cordiales sedes sociales,
templo del saber y la verdad, donde todos están unidos, donde todos son hermanos, porque impera la
cultura, se hace culto de lo noble, se agiganta el optimismo, se hace bella, toda bella, la razón de la
existencia y con fe inquebrantable en las horas de mañana, todos cantan la alegría de cien nuevas esperanzas
y las santas perspectivas de una vida superior...” (Contarelli (h), 1953: 32-34)

Contarelli debió ser un hombre excepcional en muchos aspectos; no sólo un


dirigente, sino un dirigente de dirigentes (30 años presidió la Federación platense) con
participación en decenas de asociaciones. Pero los diversos valores que expresa su texto los
encontramos una y otra vez en infinidad de asociaciones individuales y ofrece una visión
de conjunto, un ideal, como él mismo dice, “lo general, lo conveniente, lo ideal”.25
Dejemos entonces esta larga cita como expresión de una visión total del asociacionismo,
menos sintética que sumatoria de elementos, y pasemos a analizar tan sólo algunos de sus
componentes, que consideramos centrales y englobadores.

Veamos primero algunos rasgos generales, de organización del discurso, que


revelan aspectos clave de su cosmovisión. Contarelli enumera una gran cantidad de
actividades que serían propias de las asociaciones voluntarias, algunas de las cuales se
enuncian con verbos que expresan una relación entre iguales o que no presuponen un
receptor inerte: las entidades de bien público cooperan en la solución de diversos
25
, p. 56
problemas edilicios y urbanísticos; facilitan la práctica del ajedrez; organizan fiestas, etc.
Esta igualdad entre algunos es reforzada y ampliada al incluir virtualmente a todos para
constituir la unidad pueblo; y es precisamente a partir de esos “templos del saber y la
verdad” que “todos están unidos”: “todos son hermanos, porque impera la cultura”. Esto
es, la unidad del pueblo está dada por la posesión de una cultura que garantiza “una vida
superior”. Sin embargo, de imperar realmente esa cultura considerada superior no serían
necesarias las instituciones encargadas de difundirla. Sobre una base de división real (entre
“cultos” e “incultos”), la unidad se revela así virtual: no se encuentra en el presente, sino
en un futuro potencial; no está ya dada, sino que deberá lograrse a partir de la acción de las
instituciones de bien público que serán, entonces, las verdaderas forjadoras de ese sujeto
pueblo-Uno, culto y sano, progresista, civilizado y moderno. La “Cultura” es menos una
realidad compartida que un proyecto que se quiere común.

Este proyecto se relaciona con la inspiración general que envuelve a su concepción


de la cultura: ésta aparece como un bien específico, escaso aunque virtualmente
universalizable, que debe propagarse. Es, como bien ha señalado Pasolini en su estudio
sobre los mediadores culturales en Tandil, una visión iluminista, difusionista de la cultura,
cuyo correlato es la figura del mediador cultural, del dirigente y las instituciones, de fuerte
tinte pedagógico. Ellos siembran abecedarios (y silabarios, como le gustaba repetir
también a Contarelli), orientan y capacitan a obreros y empleados; difunden el teatro y
otras expresiones culturales; ilustran y aleccionan en sus consultorios médicos y legales;
en fin, “mejoran el gusto de nuestro pueblo”. También sobresale una relación con el Otro
pobre, fundada más en la beneficencia que en la solidaridad: las asociaciones apoyan y
protegen a los pobres (aunque este es un aspecto en que la visión de Contarelli no parece
haber gozado de tan amplios consensos, como veremos luego). Todo este conjunto de
actividades se dirigen a un Otro concebido como inferior en algún aspecto (económico o
cultural); los verbos utilizados señalan una relación desigual entre un sujeto actuante,
poseedor de algún bien valorado, y un receptor pasivo signado por una carencia.

La cultura considerada legítima y concebida de manera utilitaria, como un bien a


difundir desde posiciones privilegiadas, aparece entonces como central en la constitución
de la esfera pública popular del período de entreguerras. Varios autores han señalado que
el universo de las asociaciones voluntarias, particularmente sus bibliotecas populares y
centros culturales, constituyeron puntos de contacto entre la cultura popular y la cultura
letrada, de elite aunque ya en franco proceso de expansión si no necesariamente de
democratización.26 Tan es así que un miembro de los grupos más selectos de la cultura
letrada, como Jorge Luis Borges, podía colaborar con una nota sobre el Quijote y el poco
apasionamiento por la legalidad entre los pueblos hispanoamericanos en la publicación de
la biblioteca popular de un pueblo del centro de la provincia de Buenos Aires. 27 En efecto,
son innumerables los aspectos en los que la sociabilidad de estas asociaciones reproduce
--no sin algún grado de resignificación, por cierto— prácticas, valores y modos de ver el
mundo elaborados por los sectores social y culturalmente dominantes en sus propios
ámbitos (como la esfera pública liberal burguesa propiamente dicha) así como en
instituciones de construcción hegemónica como la escuela pública. Esta adopción por parte
de nuevos sectores de prácticas y valores de la elite nos habla sin duda del exitoso proceso
hegemónico encabezado por la burguesía terrateniente argentina en el plano cultural. Pero
también nos habla, del lado de quienes aceptaron, adoptaron y resignificaron esos patrones
de conducta, de presentación y representación de sí mismos, de una búsqueda de
aceptación, reconocimiento y distinción: aceptación y reconocimiento por parte de sus
iguales y de quienes ocupaban posiciones socialmente más distinguidas; distinción,
respecto de aquellos que por diversos motivos no buscaban o no lograban la adaptación
apropiada

La cultura entendida como un bien específico, poseído por algunos, se relaciona


estrechamente con la concepción del intelectual (y del dirigente) como educador y
civilizador. Además, si la cultura era concebida como un bien necesario (en todo ser
civilizado), distintivo (ya que su posesión era, de hecho, diferencial) y se reducía a aquellas
manifestaciones consideradas legítimas que implicaban fluidos contactos con la cultura de
la elite, no podemos pasar por alto la alta estima que se tenía de la cultura letrada. El valor
otorgado al libro difícilmente pueda ser sobreestimado y cumplió, podríamos decir, un
triple papel. En primer lugar, constituyó un importante instrumento para lograr el ansiado
ascenso social, ya que la educación formal fue quizá el principal canal de movilidad social
de aquella Argentina. En segundo lugar, los libros constituyeron un formidable medio de
difusión de valores considerados legítimos y de modos de organizar el mundo social. En
tercer lugar, finalmente y en parte como consecuencia de lo anterior aunque no sólo por

26
Gutiérrez y Romero, op. cit.; Jumar, op. cit., 52-53; Pasolini, op. cit.
27
Boletín de la Biblioteca Popular de Azul, no 4 de octubre de 1933, en Textos recobrados 1931-1955,
edición de S. L. del Carril y M. Rubio de Zocchi, Buenos Aires, Emecé Editores, 2001, pp.62-65
ello, los libros y la cultura letrada se constituyeron en símbolos de prestigio en sí mismos,
otorgando su sola posesión un aura de distinción frecuentemente asociada a condición
social.

BIBLIOTECAS POPULARES

En la esfera pública popular, el lugar por antonomasia del libro fueron las bibliotecas
populares, que no por casualidad constituyeron una de las prioridades de muchas
asociaciones, con fuerza creciente a medida que transcurrían los años y que se
solucionaban los problemas edilicios y urbanísticos. El progreso individual y colectivo era
un objetivo prioritario de prácticamente todas ellas y, en su imaginario, se hallaba
estrechamente ligado a la lectura y difusión de la cultura letrada. La Biblioteca Popular del
Centro Musical Martín J. Iraola, de Tolosa, por ejemplo, sostenía en sus estatutos que la
lectura era un “factor importante de civilización de los pueblos” y la biblioteca constituía
una “prolongación de la escuela, su complemento indispensable”; por ello, propiciaba la
asistencia de todos los vecinos “para nutrir su pensamiento con la lectura de los buenos
autores cuyos libros nos conducirán siempre, sino a figurar como astros deslumbrantes del
saber, a lo menos a una relativa perfectibilidad intelectual que nos habilitaría siempre
para juzgar los hombres y las cosas con mayor acierto”28.

Son multitud las fuentes que ligan la lectura y la tarea de las bibliotecas con la
constitución de hombres “mejores”, virtuosos, y con las ideas de civilización como
panacea universal. "¿Hay algo, en efecto, que tenga el poder civilizador de una
biblioteca?", se preguntaba, retóricamente, Fermín Berria en 1931, y agregaba que las
bibliotecas populares no sólo con sus libros sino también con otras actividades como
charlas, cursos y conferencias desempeñaban un “importantísimo papel […] en la
educación e ilustración del pueblo".29 Y Alfredo Cónsole iniciaba un libro sobre el tema
señalando el “papel preponderante del bibliotecario en toda sociedad civilizada”30

28
Cit. en Jumar, op. cit., p. 56
29
Fermin Berria, "de las bibliotecas populares como factor de cultura", en La Revista Americana de
Buernos Aires, VIII, T.XXXIII, junio 1931, #86, p. 149.
30
Alfredo Cónsole, El bibliotecario y la biblioteca, (prologo de Antonio Z. Molinari), segunda edición,
corregida y aumentada, Buenos Aires, Libreria de A. García, 1929, p.20. Cónsole fue un reconocido autor de
bibliotecología con obras como Fundación y organización de bibliotecas y Hagamos del bibliotecario un
profesional, que en 1954 iban, ambas, por su séptima edición (Buenos Aires, El Ateneo)
Los esfuerzos en organizar bibliotecas fueron realmente enormes. Es cierto que
estos esfuerzos no siempre lograban atraer lectores en la cantidad y calidad esperados, con
lo que muchas veces los libros brindaban poco más que el mero prestigio de su posesión. 31
Sin embargo, este prestigio no podía estar totalmente desligado de su lectura efectiva ya
que el libro, para conceder prestigio, debía reactualizar y difundir permanentemente su
valor: el capital cultural, como el económico, se valoriza en su puesta en circulación.

Prestigio y rol civilizador; en verdad ambos rasgos del libro y las bibliotecas
resultan visibles y más que oponerse se refuerzan alrededor de un punto común: ambas
“funciones” colaboran como prácticas de distinción; distinción que fue siempre un
resultado, aunque no necesariamente buscado, tanto de la práctica de la lectura, como de la
posesión de libros y la creación de bibliotecas. La tensión persiste, no obstante, y era
percibida por los propios actores cuando cuestionaban concepciones pasivas de la
biblioteca que se conformaban con apilar libros en los anaqueles. Pero más que esta
tensión, interesa aquí otra más profunda y de alcances más generales. En efecto, la visión
de la cultura letrada como bien absoluto y canal de civilización, progreso y ascenso social
combinaba de manera característica un concepto aristocrático con cierto formalismo
democrático, como sintetizara Sergio Bagú.32 Por cuestiones de espacio, nos centraremos
aquí en el rasgo aristocrático y elitista. Veamos las expresiones de Alfredo Cónsole
respecto de las bibliotecas obreras, que dan “una orientación sociológica y no profesional":
"Parece que las autoridades de esos centros de cultura popular se propusieran desviar a los obreros de la
senda del trabajo y encaminarlos por la de las especulaciones sociológicas.
"Ese afán de intelectualizar al obrero trae su consecuencia: las ideas mal comprendidas de los grandes
pensadores producen confusión en la mente de las personas que no están preparadas para asimilarlas. De
ahí la existencia de tantos desorbitados que creen pensar como Jaures, Reclus, Kropotkine, Lenin y otros, y
que en realidad no hacen otra cosa que disparatar en forma lamentable.”
"El obrero necesita saber, ante todo, el oficio que ha elegido como medio de vida, y el saber un oficio no
consiste simplemente en poseer la habilidad de hacer bien o mal una cosa, sino que hay que tener noción de
lo que se hace".33

Evidentemente, autores considerados elevados, como Jaures, Reclus, Kropotkine e,


incluso, Lenin no eran para todos. Su sola mención por parte de Cónsole los transformaba

31
Gutiérrez y Romero (op. cit., p. 98) perciben incluso cierta primacía de la función ornamental del
libro, aunque son numerosos los indicios de que se otorgaba al libro poderes mayores que el prestigio
emanado de su mera posesión.
32
Sergio Bagú, Evolución histórica de la estratificación social en la Argentina, Instituto de
Investigaciones Económicas y Sociales, Venezuela, 1969, p. 57.
33
Alfredo Cónsole, El bibliotecario y la biblioteca, op. cit. pp. 69-70
en lecturas legítimas (y legitimaban a quien los citaba) pero, por eso mismo, no todos
estaban en condiciones de comprenderlos. Eran lecturas apropiadas sólo para algunos y, en
particular, no lo eran para quienes habían “elegido como medio de vida” los distintos
oficios manuales, los obreros. Reconocía, no obstante, que ciertos temas sociológicos y
económicos podían interesar a los obreros, "especialmente los [temas] que se relacionan
con el capital y el trabajo", pero no los debían estudiar solos, sino mediante conferencias
bien preparadas "que expliquen el contenido de los grandes libros".34

De manera acorde con esta visión elitista, la bibliografía que proponía para las
bibliotecas obreras no incluía obras sociológicas y sí diversos "manuales de oficios, artes y
ciencias", junto con "obras estimulantes del carácter, como las de Marden, Smiles,
Atkinson, Wagner y Trine" y novelas seleccionadas, como las de la colección Grandes
Novelas de Sopena.35 Por el contrario, las obras políticas debían ser fuertemente vigiladas
si no erradicadas por completo:
"Las bibliotecas creadas con el objeto de propagar ideas políticas o religiosas entre la gente humilde falsean
la misión de esas instituciones que debieran ser encaminadas a perfeccionar al obrero en su trabajo y a educar
sus sentimientos con la lectura de obras literarias seleccionadas, haciendo de la enseñanza ideológica un
complemento de esa educación".36

En este caso, la idea de construir mejores ciudadanos (que aparece en tantas


fuentes) quedaba en suspenso ante los riesgos (políticos y sociales) que podía acarrear la
democratización de la cultura letrada. Llamativamente, los desvíos que Cónsole atribuía a
las lecturas sociológicas y políticas difundidas por las bibliotecas obreras, la Comisión
Protectora de Bibliotecas Populares las atribuía a limitaciones de la propia escuela:
“La instrucción de la Escuela da los medios de prepararse, pero, por sí sola, no constituye la preparación
necesaria, y, por el contrario, en muchos casos sirve para desviar la voluntad, llevándola a aceptar doctrinas
nocivas para la sociedad o para el estado”.37

En una línea similar a la de Cónsole, consideraba que “el analfabetismo es un mal


grave, pero es también un mal grave [el] semi-analfabetismo”. Por esta razón,

34
Idem, p. 71
35
Idem, pp. 71-72
36
idem, p. 71
37
Miguel F. Rodríguez (presidente de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares, en adelante
CPBP), “Noticias históricas”, en Comisión Protectora de Bibliotecas Populares, Libros y bibliotecas, pp. 7-
26, Buenos Aires, L. J. Rosso, 1921, p21.
“[…] fundar bibliotecas para completar la acción de aquellas [las escuelas] es también necesidad
indeclinable, si queremos no sólo hacer ciudadanos útiles, sino también influir, en algún modo, sobre las
mentalidades hechas y, a veces, extraviadas que nos da el contingente inmigratorio”38

El público de estas bibliotecas, aunque adulto, era así concebido como un menor
necesitado de tutores. Era una visión cuyo paternalismo evidente no se reducía a su
relación con los obreros, sino que se extendía para abarcar la situación general del país y su
pueblo. En el prólogo del ya citado El bibliotecario y la biblioteca, Molinari partía de un
diagnóstico particularmente negativo de la situación cultural del país y su pueblo:
"En nuestro país, en el cual la erudición a la violeta y el fácil enciclopedismo tanto se han extendido
favorecidos por la didáctica oficial, no podían escapar a la improvisación la biblioteca y el bibliotecario,
creyéndose ingenuamente que la primera se reducía a un numero mas o menos grande de volúmenes
simétricamente dispuestos en anaqueles, y este ultimo debía ser un burócrata más, un empleado encargado de
alcanzar el libro cuando el concurrente lo pidiera y siempre que lo hubiese. Error grandísimo ese que ha
malogrado en parte los esfuerzos de quienes, de Sarmiento para acá, han comprendido el papel principalísimo
que a la biblioteca le está reservado en la formación intelectual y moral del nuestro país". 39

No muy diferente era el diagnóstico de la Comisión Protectora de Bibliotecas


Populares en 1921, la que luego de halagar la inspiración fundacional de Sarmiento y su
ley de 1870, reconocía que pocas de aquellas primeras bibliotecas habían sobrevivido al
siglo XIX, “seguramente por haber sido dejadas enteramente en manos de sociedades
populares que no siempre lograron subsistir”; quizá también por carecer del suficiente
“arraigo en el espíritu del pueblo”.40 No obstante, la situación había mejorado mucho desde
que se restableciera la Comisión Protectora en 1908 (había sido suspendida en 1876 por
Avellaneda) y las bibliotecas por ella reconocida no habían parado de crecer desde 1910,
cuando la propia Comisión también creaba Bibliotecas elementales allí donde ninguna
había, “tratando de fomentar la afición a los libros de estudios prácticos o que tiendan a
formar el carácter y la voluntad”.41 Por ello reivindicaba la promoción estatal de

38
Idem, pp. 21 y 22.
39
Molinari, en Cónsole, op. cit. p.7.
40
Miguel F. Rodríguez (CPBP), op. cit., p. 8.
41
Miguel F. Rodríguez (CPBP), p. 13. Al igual que Cónsole, allí dónde no había otras ofertas, la
Comisión privilegiaba obras de utilidad práctica y científicas, aunque también defendía (contra los ataques de
muchos) la difusión de “obras ligeras y recreativas” ya que nadie empieza a leer por lo más difícil y porque
también se debe “vigorizar el factor moral e intelectual” y no sólo el práctico” (13). “Es necesario –
continuaba- desarrollar armónicamente todas las fuerzas, porque el progreso en las naciones modernas, no es
más que la resultante de un equilibrio completo entre el músculo y la cabeza, ideal de todo perfeccionamiento
humano” (Idem, p. 14)
bibliotecas, ya que la escuela elemental “no es suficiente […] para hacer ciudadanos
preparados y útiles”.42

La visión paternalista se extendía igualmente a la representación que hacía Cónsole


del bibliotecario (cuya reivindicación como profesional era un motivo primordial del
libro). Así, entre las funciones que atribuía al bibliotecario profesional se encontraba la de
publicitar la lectura y “llamar la atención sobre las consecuencias de los vicios y las
ventajas del saber”.43 Pero no todos los bibliotecarios estaban capacitados para su alta
misión, que exigía no sólo preparación técnica, profesional, sino también destacadas
condiciones intelectuales y morales. Cónsole consideraba que existían dos clases de
bibliotecario: “el profesional y el burócrata" y señalaba como dato significativo de la
escasez de los primeros el hecho de que en la mayoría de los casos se usaba la palabra
"empleado" para designar tanto al bibliotecario como al "personal de limpieza", lo que
revelaba “el concepto" que se tenía del bibliotecario. No todo era culpa de las
representaciones, ya que, ciertamente, la mayoría de “nuestros bibliotecarios no son sino
vulgares empleados".44 Frente a esos “burócratas” y “vulgares empleados” 45 que actuaban
de bibliotecarios, Cónsole y Molinari reivindicaban un bibliotecario formado técnicamente,
un profesional con “formación especializada” pero también con una “cultura general” y
“ciertas dotes morales”.46

"En cambio, cuán tristes son esas bibliotecas manejadas por gente vulgar!" A ellas
sólo acuden los que buscan un libro específico que allí se encuentra "y, en mucho mayor
cantidad, los desocupados que se acostumbran a pasar el tiempo hojeando diarios y
revistas". Finalmente, se mofaba de las bibliotecas vacías, con "«empelados» que bostezan
esperando fastidiados que termine la jornada para ir a divertirse en los cafés o quién sabe
dónde".47

42
Idem, p. 21
43
Cónsole, op. cit., p. 72.
44
Cónsole, op. cit., pp. 11-13.
45
Cónsole, op. cit., p. 41.
46
Molinari, en Cónsole, p. 8). Cónsole se explayaba en "Condiciones del bibliotecario. - ante todo hay
que considerar la figura. Imaginemos un bibliotecario que tenga un defecto físico llamativo. Los concurrentes
a la biblioteca esquivan su presencia en vez de dirigirse a él en busca de sus servicios profesionales. Basta ese
detalle para hacer fracasar la institución mejor organizada. Y si el físico del bibliotecario es importante,
mucho mas lo son sus condiciones intelectuales y morales. Las costumbres de este deben ser ejemplares,
puesto que su misión es colaborar con los maestros en la ruda tarea de educar e instruir al pueblo, tarea en la
cual se logra más con el ejemplo que con la predica." Por todo ello, el bibliotecario debía ser aficionado a las
letras; y en las buenas bibliotecas, un escritor ilustre que le agregase luz (Id. 20)
47
Cónsole, op. cit., p. 21.
Extendiendo al conjunto del asociacionismo el análisis que Pasolini realizó del
campo cultural de Tandil, podemos definir este conjunto de representaciones como un
“pedagogismo civil”, que partía de un diagnóstico negativo sobre el mundo cultural
redundante en el que las carencias del mismo hacían necesaria la distinción entre los
portadores y difusores de “la cultura” y aquellos otros a quienes se debía cultivar48

La educación de las conductas

.Prácticamente todos los estudios sobre sociedades de fomento, bibliotecas barriales


y asociaciones étnicas señalan las ambiciones de progreso (individual y colectivo) que ellas
encarnaban, así como los anhelos de elevación moral e intelectual del pueblo. Y se ha
señalado su rol en la conformación y difusión de esos ideales. 49 También es común que los
líderes de estas asociaciones constituyan una suerte de elite barrial o local, generalmente
conformada por individuos de los grupos sociales más elevados del barrio (comerciantes,
profesionales), aunque no necesariamente: la misma participación en las asociaciones
podía elevar el status social del individuo en cuestión. 50 Lo que se ha visto menos es hasta
qué punto aquellos valores, junto con los canales de difusión ideados y los sujetos
encargados de tal finalidad estaban constituyendo, en verdad, a otro sujeto social,
compuesto prioritaria pero no exclusivamente por los mismos actores deseosos de educar a
los otros. Y esta me parece que ha sido un efecto de primer orden de todas estas
asociaciones: la constitución de sus propios dirigentes y participantes conspicuos en
figuras de relieve y, al mismo tiempo, sujetos civilizadores, progresistas, pedagógicos,
distinguiéndolos del resto de sus convecinos. Más aún, la mera participación en sus
actividades transformaba incluso a los asistentes en seres igualmente progresistas,
civilizados, modernos. Por eso estas instituciones pueden ser vistas como espacios de
sociabilidad y constitución de la propia clase media, entendiendo que un componente
importante de la misma será el de aquellos que cumplen un rol (autoimpuesto) de
pedagogismo cívico, civilizador de los menos favorecidos (y de ellos mismos).
48
Pasolini, 77.
49
“[las sociedades]... italianas han forzado en el ámbito del socorro mutuo, a los trabajadores y
jornaleros que se encontraban antes desorganizados, disciplinándolos y enarbolándolos como ejemplo de
moderación y ahorro”. Emilio Zuccarini (antiguo anarquista convertido en ferviente nacionalista), Il laboro
degli italiani nella Republica Argentina del 1516 al 1910, Buenos Aires, La Patria degli Italiani, p. 445, cit
en R. Gandolfo, “Las sociedades italianas de socorros mutuos de Buenos Aires: cuestiones de clase y etnia
dentro de una comunidad de inmigrantes”, en Devoto y Míguez (comp.), op. cit.p. 319.
50
Ver Reitano y Troisi 2002, Pasolini, 2005, Romero 2002, Gutiérrez y Romero, 1995
Vimos que el fomento que se buscaba no era sólo edilicio y urbanístico, sino
también de los cuerpos y las almas de los vecinos. Y en gran parte de las asociaciones
vecinales, étnicas, gremiales e incluso deportivas, las actividades culturales y educativas
constituían no sólo un núcleo importante de sus quehaceres, sino también de sus prestigios.
No sólo los Ateneos culturales, sino en general todas las asociaciones organizaban
conferencias y cursos de extensión cultural. El objetivo explícito se repetía: “propender al
mejoramiento cultural de la población de la zona”; “fomentar la cultura en todas sus
manifestaciones”;51 “fomentar las relaciones sociales, culturales y deportivas propendiendo
con ello a la elevación del nivel moral e intelectual de sus asociados y familiares, como así
también de los vecinos en cuya zona la entidad está comprendida”52

El teatro fue otro de los medios de difusión ideológica y, más aún, de buenas
costumbres, en numerosas asociaciones. El objetivo era que cumplieran una función
educativa, como lo explicitaba una nota de 1955 publicada en el Boletín de la Federación
de Instituciones Culturales y Deportivas de La Plata, donde también queda claramente
graficada la visión instrumental de la cultura y elitista y pedagógica del dirigente. La nota
planteaba al teatro exclusivamente desde el punto de vista de su “función educacional”; su
propósito era “recordar […] su función elemental, su misión educativa”; ya que “bien
sabemos que el Teatro no sólo ofrece emociones sino que contribuye a la educación de las
masas ciudadanas”. Tenemos aquí una demarcación incipiente, ya que existirían unas
“masas ciudadanas” precisadas de educación por parte de quienes, ya educados, sentían el
deber moral y se autoatribuían la función de educarlas; distinción se aclaraba aún más. El
motivo de la nota era lo que su autor percibía como la expansión de un teatro de “farsa”,
“soez”, “ordinario” y “procaz”; un teatro al que veía
“provocando fácilmente la hilaridad de un público inexperto cuya escasa cultura se explota en lugar de
mejorar, ya que si bien corresponde al Teatro prodigar alegría […], debe para ello valerse de recursos sanos,
de actitudes pulcras y sobre todo reales, y ocurrencias que revelen ingenio, que para chistes morbosos y
gestos groseros, basta ya con lo que la calle engendra”
“Se crean personajes estúpidos concebidos solo por autores mediocres, interpretados por actores toscos y que
sólo están destinados a la gente humilde que no sólo se agravia sino que se comete el delito

51
Objetivos inscritos en las fichas de afiliación a la Federación de Entidades Culturales y Deportivas de
La Plata (c. 1950) del Club Deportivo Villa Rivera y del Centro de Fomento y Cultural 9 de Julio,
respectivamente.
52
Actas de la fundación del club Unión Vecinal, cit en Reitano y Troisi 2002: 43.
imperdonable de maleducar en lugar de contribuir al mejoramiento de su gusto estético, como corresponde
al Teatro en función educacional de las masas ciudadanas”. 53

Estas expresiones, realizadas desde la Federación de Instituciones Culturales y


Deportivas de La Plata, de insistente reclamo apolítico, coincidían notablemente con las
ideas de algunos de los grupos más politizados y de izquierda. Así, los integrantes del
radicalizado Ateneo Popular de Tandil, expresaban irritados:
“Hay que neutralizar la influencia nociva de las ideas falsas –decían-, el arte falso y la falsa literatura de que
son vehículos generosos la radiotelefonía y los diarios y revistas de mayor difusión entre nosotros; hay que
tomar contacto con los organismos, agrupaciones o sectores de cualquier índole en que la cultura tiene en el
país su natural residencia, hay que contribuir a la difusión y discusión de las ideas que la actualidad del
mundo y del país sugiere a las mejores inteligencias, hay que contribuir a la formación del gusto estético de
nuestro público, despertar el interés por las artes y las cosas de la inteligencia…” 54

Socialistas y comunistas, junto con radicales, conservadores y “apolíticos” eran


participantes activos del movimiento de asociaciones voluntarias. Pero similitudes como
las recién señaladas no parecen obedecer a ninguna influencia directa de unos sobre otros,
sino a la común participación en un universo de ideas que permeaba a amplias zonas de la
sociedad argentina, particularmente a sus asociaciones

Pero incluso dentro de las asociaciones había que estar vigilante. El vicio y la
ociosidad podían encaramarse en la propia institución, razón por la cual una parte
fundamental de sus estatutos estaba dirigida al disciplinamiento de los mismos socios. El
subtítulo sobre “penas disciplinarias” era de “importancia indudable” en todo estatuto. 55
Contarelli desarrollaba toda una serie de conductas a castigar, desde la propaganda política
o religiosa a las apuestas por dinero, el hurto de bienes societales o la morosidad en el pago
de la cuota; por ejemplo, explicitaba:
“Al que altere el orden o proceda indecorosamente, se le suspende por un mes y por seis en casos de
pugilato. El desorden u ostentación de armas se pena con la expulsión […] Trae aparejada la eliminación
del socio la mala conducta o reputación, lo mismo que para quien busque el descrédito de la institución”
(Contarelli 1953, 125 y 126).

El tema de la moralización de la conducta, del comportamiento “correcto”


constituyó poco menos que una obsesión para la mayoría de los dirigentes y una forma
particularmente apta para marcar líneas de distinción. El comportamiento de los socios en
53
Sembrador, “El Teatro en Función Educacional”, Boletín Informativo de la FICyD-LP, año IV, Nº
47, octubre 1955, p.1.
54
Declaración de Principios del Ateneo de Cultura Popular de Tandil (1935), citado en Pasolini, 76.
55
Contarelli, 1953, op. cit. p. 124.
el local social era particularmente vigilado. Una partida de villar aparentemente arreglada
podía derivar en la suspensión de los involucrados, pues su conducta “perjudica al club
desde el punto de vista moral y material”. 56 En cierta ocasión, una nota dirigida a la
Comisión Directiva "hace saber” que cuatro socios “no guardan la compostura debida
dentro de la institución”, razón por la cual la CD “autoriza” a uno de los suyos “para que
investigue a fondo”.57 En otra ocasión "se aprueba por unanimidad mandar nota
expulsándolo como socio de esta institución al Sr. […] por acto indecoroso", aunque nada
se dice respecto de qué hizo indecoroso su actuación.58

Un ámbito particularmente propicio para poner a prueba los comportamientos de


los vecinos eran las fiestas. Numerosos indicios sugieren que éstas, amén de constituir
eventos particularmente significativos para la sociabilidad barrial, al punto de que podían
constituirse en el origen de numerosos noviazgos y, posteriormente, matrimonios, 59 podían
transformarse también en verdaderos teatros en los que los distintos personajes del barrio
desplegaban sus actitudes y eran seguidos atentamente por quienes se autoatribuían roles
examinadores y judiciales. Se constituían en momentos de particular visibilidad dónde
desplegar prácticas de presentación y representación de sí mismo y de demarcación del
otro. Contarelli las tenía muy en cuenta: las fiestas debían tener “carácter eminentemente
familiar” y estar precedidas por actos culturales cuando fuesen en conmemoración de actos
patrios, de la fundación de la entidad o de su biblioteca. Se realizarían en la sede y sólo
tendrían “acceso las personas que gocen de buen concepto, ajustando su conducta a los
principios que sobre moral, orden y cultura la Institución sustenta”.60

En el caso del Club Libertad de La Plata, que hemos seguido más atentamente,
prácticamente no pasó fiesta sin que se desencadenara toda una serie de juicios sobre los
comportamientos ajenos. Así, luego de la primera fiesta de carnaval, organizada a los
pocos meses de la reorganización del club, fue el propio presidente en ejercicio al
momento de desarrollarse el baile quien, luego de renunciar a su cargo por otros motivos,

56
Club Libertad (La Plata), Libro de Actas, acta 48, 10/10/41, p. 89.
57
Club Libertad, Libro de Actas, acta 53, 5/12/41, p. 97. La investigación “a fondo”, sin embargo, no
rindió mayores frutos y en la reunión siguiente un vocal “pide que se contemple la situación de dichos socios,
ya que su comportamiento ha mejorado notablemente, y mociona para que [sólo] se les amoneste. Se
aprueba" (acta 54, 12/12/41, p. 97).
58
Club Libertad, acta 484, 14/1/53, p. 280. Intervenciones similares de la dirigencia disciplinando a sus
convecinos y a sí mismos fueron encontradas en muchos otros casos. Ver, por ejemplo, Troisi (2002: 50-51);
59
Jumar; Troisi 2002; Reitano 2002
60
Contarelli 1953: 171
fue castigado por la CD que hasta el día anterior había presidido y que, no obstante ello,
decidió retirarle “la autorización para invitar a festivales, por haberlo hecho con personas
que no han sabido comportarse en forma correcta”61 El tema del comportamiento
apropiado en los bailes continuó con desarrollo profuso en la primera reunión de la nueva
comisión directiva, electa en Asamblea pocos días después. En esta ocasión el nuevo
presidente informó que durante el último baile organizado por el Club dos miembros de la
CD “debieron ser llamados al orden por no observar un comportamiento correcto”. Al
parecer, había existido “falta de corrección” en ciertos bailarines, particularmente en una
“señorita” de cuya invitación nadie quiso responsabilizarse. Se decidieron algunas
suspensiones por quince días y otras medidas disciplinarias pero, en la siguiente reunión de
CD, los sancionados se defendieron, sosteniendo que no habían “cometido ningún acto
indecoroso como para merecer la sanción disciplinaria”. La acusación fue entonces
modificada, imputándoseles que, “ante la queja de una asociada”, no habían tomado
“intervención para evitar actos indecorosos efectuados en su presencia”. Pero esta versión
fue también desacreditada y uno de los acusados dejó “constancia que no podía tomar
ninguna intervención por la sencilla razón de que mientras él estuvo presente [en el baile]
no se produjo ninguna situación que fuera extraña al momento de diversión” y “que
solamente bailó una pieza con la señorita a que ya se ha hecho referencia [claro que en las
actas no se menciona ni su nombre ni los actos concretos considerados indecorosos],
siendo lo único que se le puede achacar”. Otro miembro de la CD declaró entonces que
también “bailó con la mencionada señorita, comprobando que la misma no se encontraba
en situación normal, pero no observó nada incorrecto”. Ante el nuevo rumbo que
tomaban los sucesos, otro directivo propuso olvidarse de lo ocurrido durante la fiesta,
sosteniendo que en la anterior reunión se habrían apresurado, cosa que de ningún modo
había sido ex-profeso, sino movidos por las circunstancias. Con esto, quien
originariamente había propuesto la suspensión de dos de sus colegas se retractó, aclarando
que “hizo la moción de suspensión pues los hechos los hicieron parecer culpables, pero

61
Club Libertad, Acta 14, 14/2/41, p. 30. El mismo aspecto moral (y quizá también político) se revela
en otra decisión de la misma reunión por la cual se resolvió “no aceptar la solicitud del Sr. F... como socio
cadete por ser un elemento que no puede resultar en nada beneficioso para el Club” (acta 14, p. 31). En otra
ocasión un grupo de “señoritas” recibió el visto bueno de la CD puesto que, aunque “no son conocidas
personalmente por las componentes de la Sub-Comisión de Damas”, “informes particulares recibidos
permiten formarse un criterio con respecto a la honorabilidad de las mismas” (Club Libertad, Libro de Actas,
Acta 43, p.8)
visto los descargos hechos, hace moción que se reconsidere la resolución tomada. Por
unanimidad, se anula la anterior resolución”.62

Si me he detenido en las idas y vueltas de este pequeño acontecimiento es porque el


mismo da cuenta de la importancia que la conducta moral tenía en este universo asociativo.
Importancia doblemente corroborada por la insistencia de los propios acusados en limpiar
su buen nombre.

LOS DOS PUEBLOS (a modo de conclusión)

Numerosos autores acuerdan en que el período de entreguerras parece atestiguar, al menos


en las ciudades de la región pampeana, desde Buenos Aires a Tolosa o Tandil, el
predominio de “una nueva identidad, superadora de la trabajadora y contestataria de
principios de siglo […] Una de las características de esta nueva identidad, más popular que
trabajadora, apuntaba a la amplia capa social que gracias a éxitos al menos relativos en la
`aventura del ascenso´, penetraba en las clases medias”.63

En efecto, una imagen del pueblo (descriptiva y prescriptiva) con rasgos bastante
bien definidos atravesaba la sociedad urbana: un pueblo humilde y trabajador, esforzado e
ilustrado, solidario y comprometido con las instituciones que le pertenecían. Ese pueblo de
orígenes modestos, humilde, trabajador tendía a una homogeneidad simbólica en la que la
unidad de todos los vecinos se hacía posible. Apelaba a elementos comunes de experiencia
presente (con diversas necesidades que cubrir que, a su vez, impulsaban el trabajo conjunto
y solidario en pos de objetivos comunes y de interés general), de trayectoria (real o
imaginaria, que mostraba un reciente ascenso social presumiblemente debido al merito
propio, al trabajo, el esfuerzo, el ahorro) y a un conjunto de valores que podrían garantizar
un futuro venturoso (relacionados con la idea de perfectibilidad humana, progreso
civilizatorio, el valor de la cultura, la decencia, la respetabilidad, etc).

Pero también era un pueblo que, a pesar del carácter inclusivo que postulaba (y que
en ciertos aspectos efectivamente estimulaba la incorporación de todos aquellos que
aceptasen ciertas condiciones consideradas no excluyentes en términos económico-
sociales) desarrollaba en su interior claros procesos de diferenciación y, con ello, la

62
Club Libertad, Libro de Actas, actas 15 y 16, pp. 34-36.
63
Jumar: 73.Ver también Gutiérrez y Romero, Sectores populares... op. cit., p. 13.
construcción de un otro no asimilable, distinto asimismo de la oligarquía a la que se oponía
de tantos otros modos. En muy raras ocasiones se reconocía que el pueblo representado en
las asociaciones voluntarias no constituía todo el pueblo. Pero en la mayoría de los casos (y
esto era por demás frecuente) la distinción al interior mismo del pueblo y la construcción
de un otro diferente no eran formuladas de manera explícita. Implícitamente, el pueblo
estaba constituido por quienes se identificaba de algún modo con las asociaciones (siendo
el abnegado dirigente su figura paradigmática, aunque no exclusiva), pero por fuera de
ellas acechaban numerosas figuras distintas, inasimilables y peligrosas. Este otro pueblo, al
que frecuentemente se le negaba carácter de tal, constituyó el otro imprescindible para la
eficacia de los distintos signos de distinción y para la construcción de una identidad
popular que, sin embargo, excluía de su interior un vasto conjunto moral y social.

Hemos visto emerger a este pueblo-otro al analizar las concepciones sobre las
asociaciones y sus dirigentes, la encarnación de los valores civilizatorios en las bibliotecas
populares o las consideraciones sobre la función pedagógica del teatro. El libro de
Contarelli tantas veces citado es un magnífico muestrario respecto de los modos en que la
construcción de sí mismo construye simétricamente otredades. Los idealistas,
desinteresados y tesoneros dirigentes, junto a la parte sana del pueblo, son
permanentemente contrastados con quienes son caracterizados como carentes de valor
espiritual, adormecidos, egoístas, materialistas, cuando no directamente viciosos y
criminales. Prefigura así un Otro (al que duda en incluir dentro del pueblo) de perfiles
variopintos. Y si unos tienen su lugar en la asociación vecinal, los otros parecen juntarse en
cafés, carreras, la calle y otros antros de mala vida. 64 Ya vimos en reiteradas ocasiones la
emergencia de un otro cercano al mundo del vicio, el ocio, la incultura, etc. Por momentos,
se explicitaba su cercanía incluso al crimen:
“Y esa juventud, esa fuerza ponderable , esa reserva extraordinaria e imprescindible de la patria, se pierde,
ya que no sólo se olvidan los conocimientos adquiridos sino que la ociosidad despierta hábitos poco
recomendables, genera vicios, anula ensueños […] “Se sucede entonces un lapso lleno de peligros y de
desviaciones. Todos hemos visto gruesos núcleos de animosos muchachos en las esquinas entregados a las
más diversas y extrañas conjeturas y proyectos. Alguna vez se planeó así un crimen nefando...”65

El individuo que se perdía era en buena medida por no pertenecer a ninguna


institución de esta esfera pública popular, donde podría encontrar el ambiente para
perfeccionarse permanentemente, aprehender la cultura legítima y las pautas de
64
Contarelli, op. cit., pp. 33 y 282; Cónsole, op. cit., p. 21.
65
Idem, p. 49.
comportamiento consideradas correctas, apropiadas y decentes, ya que “la educación post
escolar en su aspecto moral, intelectual y físico está atendida por las Entidades de Bien
Público […]”66 Y esta educación post-escolar no era secundaria en absoluto, ya que se
consideraba con frecuencia que la formación brindada por la escuela, con ser fundamental,
constituía apenas la base y en ningún caso bastaba para producir buenos vecinos y
ciudadanos responsables.67

En algunos casos, el otro adquiría ribetes socioeconómicos; “el pobre” se perfilaba


como víctima a la que ayudar, en ocasiones con claros tonos paternalistas, transmutando la
solidaridad que imbuía a muchas de estas asociaciones en caridad y beneficencia. “Será
una preocupación mantener un Ropero del Bebé, que ofrezca ajuares a los niños que
nazcan pobres y dentro de lo posible un Taller de Costura para ayuda de los
desamparados”, afirmaba Contarelli, quien también promovía para toda institución barrial
la creación de un Dispensario de Lactantes, “que con absoluta gratuidad haga posible la
asistencia médica y alimentación de los niños pobres” y un Instituto de la Infancia,
“destinado a contemplar y resolver los problemas de la niñez sin recursos, de los nuños
pobres que carecen de pan, de ropitas, de juguetes” 68.

En un todo de acuerdo con lo propiciado por su presidente por treinta años, Luis
Contarelli, la Federación de Instituciones Culturales y Deportivas de La Plata también
avalaba este tipo de prácticas de beneficencia, pero las mismas no parecen haber recibido
particular adhesión por parte de las asociaciones barriales afiliadas. Las fichas de
empadronamiento y seguimiento de la Federación incluyen dos preguntas muy caras a las
inquietudes de Contarelli, como lo eran la práctica del ajedrez (“el juego ciencia”) y el
asistencialismo a los pobres que en las fichas se explicitaba en una pregunta sobre la
existencia de Roperos de Bebes y Dispensario de Lactantes. Llamativamente, sólo dos de
las 70 instituciones relevadas poseían estas dos formas de intervención paternalista más
una tercera que poseía sólo Ropero de Bebés. Las otras 67 instituciones no parecen haber
desarrollado de manera sistemática y significativa la beneficencia

El tema del ajedrez resulta significativo por los motivos opuestos: prácticamente
todas declararon que en sus sedes se practicaba el “juego ciencia”, la mayoría de ellas
declarando 20 practicantes. La unanimidad de la respuesta y la sorprendente “regularidad”

66
Ibidem.
67
Ver Cónsole, op. cit. y Rodríguez, op. cit.
68
Contarelli 1953, 183 y 195.
en el número de practicantes de este prestigioso entretenimiento hacen que dudemos de la
veracidad de esos datos y, por contra, refuerzan la idea de que la escasez de actividades de
beneficencia no se debía exclusivamente a desinterés y desidia sino también a no compartir
plenamente el carácter positivo de la beneficencia que sostenía la Federación (seguramente
a instancias de su presidente, Contarelli).

En este punto puede que Contarelli sea menos representativo que en otros: en él
aparece con firmeza la construcción de un otro pobre, necesitado de beneficencia, pero esta
noción no parece tan fuerte en la mayoría de las instituciones, de tinte más solidario, entre
iguales sociales. Pero en todos los casos hay algo así como una autopercepción de primus
inter pares. En este sentido podemos interpretar la más difundida práctica de ayuda a las
escuelas y sus alumnos carenciados, puesto que en estos casos se veía más propiamente
como tareas solidarias (aunque los aspectos caritativo-paternalistas no estén ausentes).

Así, mientras algunas realizaban tareas caritativas, de beneficencia, otras muchas


las rechazaban y anteponían la solidaridad (entre supuestos iguales). El Ateneo Popular de
Tolosa, por ejemplo, reclamaba en su publicación de 1930 que el estado debía “dotar a los
alumnos pobres de delantales” y “templar el estómago del alumno con un vaso de leche”
para su mejor rendimiento; esas eran tareas necesarias, tanto que correspondía al gobierno
“cumplimentar esta obra eminentemente patriótica”; ya que “no es la caridad vecinal quien
debe llevar esos elementos a la escuela”.
“[…] falta la acción social del gobierno, tendiente a crear el «standard» de vida, que, con decoro, permita a
todo hogar enviar a sus hijos a la escuela.
“La enseñanza no beneficia al padre del niño que la recibe, beneficia directamente a la sociedad. La sociedad
es pues quien debe facilitarla.
“[…] La caridad no debe llegar a la escuela; bastante envilece por otros lados.” (cit. en Jumar: 50-51)

La crítica a la beneficencia y la caridad, que se hizo clásica en el discurso de Eva


Perón,69 tenía ya su historia entre distintos grupos políticos y sociales.70

69
“La limosna fue siempre para mí un placer de los ricos: el placer desalmado de excitar el deseo de los
pobres sin dejarlo nunca satisfecho. Y para eso, par que la limosna fuese aún más miserable y más cruel,
inventaron la beneficencia y así añadieron al placer perverso de la limosna el placer de divertirse alegremente
con el pretexto del hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son para mí ostentación de riqueza y
de poder para humillar a los humildes”. Eva Perón, La Razón de mi vida , Buenos Aires, 1951, p. 182, cit en
Plotkin 1993: 224.
70
Puede encontrarse también en numerosas manifestaciones de la cultura de masas, como en Todo un
hombre (film de 1943), de Pierre Chenal, guión de Ulyses Petit de Murat y Homero Manzi, sobre novela de
Unamuno Nada menos que todo un hombre, con Amelia Bence y Francisco Petrone: “Antes que las señoras
que protegen a los isleños, están los isleños mismos” (le dice el self-made man Alejandro Gómez a su mujer)
El otro, entonces, podía ser el pobre cuando se trataba de tenderle una mano
solidaria y/o benefactora, asomando así una diferenciación social. Sin embargo, y de
manera acorde con la construcción de un pueblo indiviso, las divisiones sociales no podían
explicitarse de manera sistemática. Algún accidente en la vida podría haber sumido a
algunos en la pobreza, pero no por ello podían ser excluidos del colectivo donde revistaban
aquellos más favorecidos en la lucha diaria. Por el contrario, estos debían brindarles ayuda
y apoyo en tanto que todos integraban parte de un mismo y único pueblo. Pero cuando el
otro, así fuera por cuestiones que también eran económicas, como solían serlo, no se
comportaba de la manera esperada se descargaban contra él toda clase de improperios. La
distinción, entonces, se explicitaba como moral y cultural, pero no por ello dejaba de tener
una fuerte correspondencia social, de clase, aunque ésta permaneciera implícita. Para que
la misma se hiciera ineludible y explícita ese Otro debía hacer su entrada en la escena
pública, cosa que ocurrió de un modo particularmente traumático para esta esfera pública
popular con las manifestaciones de apoyo popular a Juan Domingo Perón. 71 Recién
entonces el pueblo antaño indiviso recibió el suficiente estímulo para la cristalización de
una frontera en su interior y dar origen a una clase media que, conservando el grueso de los
valores y las tradiciones del viejo pueblo, se opuso ya no sólo a la oligarquía, sino también
al pueblo peronista, construido, en gran medida, con los retazos morales de las exclusiones
generadas en la esfera pública popular del período de entreguerras.

71
Garguin, “El tardío descubrimiento...”, op.cit. y “«Los argentinos descendemos de los barcos» op.cit.

También podría gustarte