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Yuval Noah Harari: “El Coronavirus puede

originar el peor sistema totalitario que haya


existido”
27/10/2020 05:00
Yuval Noah Harari (Israel, 1976) parecía
destinado a ser un eminente historiador de
los ejércitos. Su primer éxito en el ámbito
académico fue el artículo "Una valoración del
papel militar de los turcopolos francos", en el
que afirmaba que los integrantes de los
ejércitos de caballería que participaron en las
cruzadas medievales llevaban armaduras
mucho más ligeras de lo que se creía hasta
entonces. Era un trabajo prometedor. Pero
Harari abandonó rápidamente ese grado de
especialización y pasó a hacer justo lo
contrario. Mientras era profesor de un curso
de Introducción a la Historia para jóvenes
estudiantes en la Universidad Hebrea de Jerusalén, se le ocurrió convertir el temario de aquellas
clases en un libro —las 20 sesiones se convirtieron en 20 capítulos— que abarcara absolutamente
toda la historia de la humanidad. El libro, 'Sapiens', se convirtió en un gran éxito y vendió 12
millones de ejemplares en todo el mundo.

Su contenido no era particularmente original, pero era una excelente


síntesis que hizo que sus lectores pensaran en el hecho de que nuestra especie es
solo una de las muchas que podrían haber sobrevivido, en cómo la agricultura nos
había vuelto sedentarios y esclavos de los cereales y cómo la tecnología dominaba
por completo nuestra forma de vida. Ahora, su editorial en España, Debate, publica
la versión en cómic de 'Sápiens', una manera entretenida y amable de adentrarse
en esa larga historia.

Después de su gran éxito, Harari publicó otros dos libros que ya no hablaban del
pasado, sino del futuro. Fue alabado por celebridades como Barack Obama, Bill
Gates o Mark Zuckerberg, y entró en el circuito de conferencias internacionales
que te convierten en un intelectual global y, aunque a él no le guste nada la
etiqueta, en un gurú. Ahora, Harari habla sobre todo de sus miedos acerca de
cómo la tecnología puede interactuar con nuestra democracia, cómo la pandemia
puede aumentar la vigilancia a la que estamos sometidos y cómo la sensación de
libre albedrío nos tiende trampas. Parece un tanto tímido, pero al mismo tiempo
aparentemente se siente cómodo con su papel de especialista en generalidades y,
desde hace poco, activista en defensa de la democracia. Su equipo se aseguró
durante los días previos a la conversación de que todo estaba bien preparado. Y lo
estuvo. Hablamos largamente por teléfono el pasado domingo.
PREGUNTA. Usted tiende a mirar las cosas a largo plazo. En 'Sapiens',
habla de la revolución cognitiva, que tuvo lugar hace 70.000 años, de la
revolución agrícola, que tuvo lugar hace 12.000, o de la revolución
industrial, que tuvo lugar hace 400. En esa imagen a largo plazo, ¿qué
lugar histórico cree que ocupará la pandemia?
RESPUESTA. Como ahora estamos en mitad de ella, nos parece que es lo más
importante que ha sucedido jamás. Pero la peste negra fue mucho peor. También
lo fue la gran epidemia de gripe de 1918 y 1919. Y el sida en la década de
1980, con una mortalidad de casi el 100%. Deberíamos tener una perspectiva
histórica de lo que está pasando. Por lo que respecta al virus, la posición de la
humanidad nunca ha sido más fuerte. Ahora contamos con el conocimiento
científico para comprender y superar esta epidemia más fácilmente que cualquier
gran pandemia anterior en la historia humana. Cuando la peste negra mató a tal
vez la mitad de la población europea, nadie sabía siquiera lo que causaba esa
mortalidad. El gran problema no es el virus, el gran problema son los demonios
interiores de la humanidad. Tenemos el conocimiento científico para solucionar
esta crisis, pero no la sabiduría política para hacerlo.

“El gran problema no es el virus, el gran problema son los


grandes demonios de la humanidad”

P. En sus libros, ha afirmado que, así como en el pasado lo divino era la


autoridad absoluta, dentro de un tiempo podrían serlo los algoritmos. Y
que estos acabarán por completo con el libre albedrío de los individuos.
Pero la crisis del covid ¿no le hace pensar que el libre albedrío, las
decisiones de la gente en general y de las autoridades en particular, es
más relevante que nunca?
R. Creo que el problema principal de la creencia en el libre albedrío es que hace
que seamos complacientes y no tengamos curiosidad sobre por qué tomamos las
decisiones. Cuando crees en el libre albedrío, asumes que cualquier cosa que
decides es tu libre albedrío. Que no hay nada que investigar ahí. Pero en realidad,
a medida que la ciencia y la tecnología se han vuelto más sofisticadas, entendemos
cada vez mejor los mecanismos biológicos, sociales y culturales que hay detrás de
nuestras decisiones. Y también se está volviendo más fácil que nunca manipular
las decisiones de los humanos. La gente más fácil de manipular es la que cree
en el libre albedrío, porque ni siquiera sospecha que puede ser manipulada.

De modo que tenemos que andarnos con mucho cuidado con esto. Porque, de
hecho, estamos viendo que la epidemia está acelerando, y magnificando, el
problema al legitimar las tecnologías de vigilancia masiva. Y esta es la base para
'hackear' el ser humano, para poder entendernos a ti y a mí mejor de lo que nos
entendemos nosotros mismos, y predecir y manipular nuestras decisiones como
nunca antes se ha hecho. Es la primera vez en la historia de la humanidad que
puedes seguir a todo el mundo todo el tiempo y reunir y analizar tantos datos de
cada individuo que entiendes a esa persona mejor de lo que ella se comprende a sí
misma. Con la epidemia, la excusa es la necesidad de interrumpir el contagio.
Pero, si no vamos con cuidado, esto puede ser el origen del peor sistema totalitario
que haya existido jamás. Nuestra libertad está seriamente amenazada. No creo
que sea inevitable, no creo que sea demasiado tarde para detener las
ramificaciones más peligrosas. Y no estoy en contra de las nuevas tecnologías, no
estoy en contra de la vigilancia. Tenemos que utilizar la vigilancia para luchar
contra la epidemia. Pero todos los datos que se recolecten deberían estar en
manos de autoridades sanitarias especiales y no de la policía o de las grandes
corporaciones.

P. Ahora, cuando hablamos de democracia, estamos casi condenados a


hablar de polarización. Usted habla de cómo los debates basados en la
tradición humanista, y no en el mandato divino, giran alrededor de los
sentimientos humanos. Y que eso genera una susceptibilidad enorme y la
tendencia a sentirse herido y a polarizar la discusión.
R. Creo que la polarización que vemos en muchos países es una estrategia
política deliberada de ciertos partidos y políticos basada en una idea muy vieja:
divide y vencerás. La creación de facciones en la sociedad que tienen miedo de
otros grupos dentro del mismo país, o que los odian, hace que muchos piensen
que nunca votarían a otro líder que no sea el que ven como salvador y protector.
Los líderes que promueven esta división premeditada de la sociedad, que la
vuelven contra sí misma, se presentan como nacionalistas y patriotas, pero son lo
opuesto. El patriotismo no tiene que ver con odiar a los extranjeros o a las
minorías, sino con amar a tus compatriotas y ser solidario con la otra gente de tu
país. Esta clase de líderes como Trump, Bolsonaro o Netanyahu están
destruyendo deliberadamente la solidaridad nacional para fortalecer su poder
político. Creo que lo que vemos no es un auge del nacionalismo, sino la crisis del
nacionalismo. En algunos países, como los de Oriente Medio, eso puede llevar a la
guerra civil. En países como Estados Unidos, algunos ciudadanos parecen temer
y odiar más a sus conciudadanos que a cualquier otra persona del mundo. Hace 50
años, demócratas y republicanos discutían, pero ambos temían a los rusos y el
comunismo en Estados Unidos. Ahora, los demócratas temen que ganen los
republicanos y que estos destruyan su forma de vida, y viceversa. A largo plazo, no
puedes tener una democracia en la que crees que el otro partido es el enemigo.

“Trump, Bolsonaro o Netanyahu están destruyendo


deliberadamente la sociedad nacional para fortalecer su poder
político”

P. En 'Sapiens', existe una idea clara: nada es permanente, cambian las


especies, las religiones, la tecnología. Parece evidente que también
cambiarán nuestras democracias. Pero al mismo tiempo, su mensaje es
ambiguo. ¿Es un mensaje progresista, que dice que no debemos asirnos
demasiado a ninguna costumbre, a ninguna forma de vida, porque todas
pasan de manera inevitable? ¿O es un mensaje conservador, que debería
llevarnos a proteger nuestra forma de vida para evitar que sea sustituida
por otra ajena o peor?
R. Las dos cosas. Pero quizá lo más importante es que el significado mismo de la
democracia cambia. La democracia no es una ley eterna de la naturaleza,
depende de las condiciones económicas, políticas y tecnológicas existentes. Hasta
hace 200 años, era imposible que en un país grande hubiera una democracia.
Todos los ejemplos de democracias en el mundo antiguo o en la Edad Media se
daban en ciudades-Estado, en pequeñas sociedades, porque tecnológicamente era
imposible que existiera un debate público antes del auge de los medios de
comunicación de masas, primero los periódicos, luego el telégrafo, la radio, la
televisión y ahora internet. La democracia como la entendemos ahora solo puede
existir cuando tienes medios tecnológicos y una educación masivos. Y de eso hace
200 años.
Ahora, las cosas están cambiando otra vez. La creencia de que la democracia tal
como la hemos conocido en el siglo XX permanecerá siempre, independientemente
de las nuevas tecnologías que se desarrollen, no se va a cumplir. La democracia
puede adaptarse a nuevas formas. Tendrá que cambiar para sobrevivir.
“La creencia de que la democracia permanecerá siempre,
independiente de las nuevas tecnologías, no se va a
cumplir”

P. Es como quienes vivieron la Revolución Industrial en 1820. Sabían que


el mundo estaba cambiando, que surgían nuevas tecnologías que
transformaban la sociedad, pero no podían imaginar el mundo que
resultaría de ellas. Estamos en un momento semejante.
R. Hay que darse cuenta de que la tecnología no es determinista. No hay que creer
que porque inventas determinada tecnología es inevitable determinado desenlace
político. Cualquier tecnología puede utilizarse de maneras distintas. Puedes utilizar
tecnologías de la Revolución Industrial como los trenes, la electricidad o la radio
para crear una dictadura fascista como la de la Alemania nazi o para crear una
democracia liberal. A la radio le da igual si la usas para emitir un discurso
de Hitler o para ofrecer numerosas emisoras y que el oyente seleccione la que
prefiera. Lo mismo pasa con las nuevas tecnologías del siglo XXI: pueden utilizarse
para construir sociedades buenas o sociedades horribles. La gran diferencia entre
la Revolución Industrial y nosotros es que no podemos permitirnos el fracaso.
Los efectos de la Revolución Industrial hicieron que la vida, con el tiempo,
fuera mejor, pero eso requirió tiempo. Y durante ese tiempo hubo sufrimiento: no
solo debido al trabajo infantil en las fábricas, sino a inmensos experimentos
fracasados para construir sociedades industriales, como en la Unión Soviética o la
Alemania nazi. En el siglo XXI, contamos con una tecnología mucho más poderosa,
por lo que no podemos permitirnos un experimento fallido. Eso podría provocar el
fin de la humanidad. En el siglo XX, tuvieron lugar dos guerras mundiales. Si ahora
hubiera una tercera, probablemente no sobreviviríamos a ella. Por eso, en esta
revolución hay mucho más en juego que en la Revolución Industrial.
Yuval Noah Harari: “¿El coronavirus
cambiará nuestra actitud hacia la muerte?,
todo lo contrario”
“La pandemia nos devolverá a modos más tradicionales de aceptar el fin de la vida o reforzará
nuestros intentos de prolongarla”

Entierro de éste mes de abril en la Aldea del Rey,


en Ciudad Real (EFE)

26/04/2020 05:00 - ACTUALIZADO: 26/04/2020 11:18

Adelantado en 

El mundo moderno ha sido moldeado por


la creencia de que los humanos pueden
ser más listos que la muerte y
derrotarla. Este fue un cambio de
actitud revolucionario. Durante la
mayor parte de la historia, los humanos se sometieron mansamente a la muerte.
Hasta finales de la era moderna, la mayoría de las religiones e ideologías vieron la
muerte no solo como un destino inevitable, sino también como la principal fuente
de significado de la vida. Los eventos más importantes de la existencia humana
ocurrían después de que hubieras exhalado el último suspiro. Solo entonces se
desvelaba el verdadero secreto de la vida. Solo entonces alcanzabas la salvación o
sufrías la condenación eterna. En un mundo sin muerte —y por tanto sin cielo,
infierno o reencarnación—, religiones como el cristianismo, el islam o el hinduismo
no tendrían sentido. Durante la mayor parte de la historia, las mejores mentes
humanas se ocuparon de dar sentido a la muerte, no de intentar
derrotarla.
'La epopeya de Gilgamesh', el mito de Orfeo y Eurídice, la Biblia, el Corán, los
Vedas e innumerables libros sagrados y cuentos explicaban pacientemente a los
angustiados humanos que moríamos porque Dios, el Cosmos o la Madre Naturaleza
lo decretaban y que más nos valía aceptar ese destino con humildad y
gratitud. Quizás algún día Dios aboliría la muerte mediante un gran gesto
metafísico como por ejemplo la segunda venida de Cristo. Pero orquestar
semejantes cataclismos estaba claramente por encima de la competencia de los
simples mortales.
Entonces llegó la revolución científica. Para los científicos, la muerte no es un
decreto divino, es simplemente un asunto técnico. Los humanos no mueren
porque Dios lo decrete, sino por algún problema técnico. El corazón deja de
bombear sangre. El cáncer destruye el hígado. Los virus se multiplican en los
pulmones. ¿Y qué causa todos estos problemas técnicos? Otros problemas
técnicos. El corazón deja de bombear sangre porque no llega suficiente oxígeno al
músculo cardíaco. Las células cancerosas se diseminan en el hígado por una
mutación genética aleatoria. Los virus se establecen en mis pulmones porque
alguien estornudó en el autobús. No hay nada metafísico en todo ello.

“No necesitamos esperar la segunda venida de Cristo para


vencer a la muerte. Un par de científicos en un laboratorio
pueden hacerlo”

Y la ciencia postula que cada problema técnico tiene una solución técnica.


No necesitamos esperar la segunda venida de Cristo para vencer a la muerte. Un
par de científicos en un laboratorio pueden hacerlo. Mientras que tradicionalmente
la muerte era la especialidad de sacerdotes y teólogos con sotanas negras, ahora
es asunto de esa gente con batas blancas de los laboratorios. Si el corazón fibrila,
podemos estimularlo con un marcapasos o incluso trasplantar un corazón nuevo. Si
el cáncer campa a sus anchas, podemos matarlo con radiación. Si los virus
proliferan en los pulmones, podemos refrenarlos con algún medicamento
nuevo.
Es cierto que actualmente no podemos resolver todos esos problemas técnicos.
Pero estamos trabajando en ello. Las mejores mentes humanas ya no pasan su
tiempo tratando de dar sentido a la muerte. En cambio, están ocupadas
extendiendo la vida, investigando los sistemas microbiológicos, fisiológicos y
genéticos responsables de las enfermedades y la vejez, y desarrollando nuevos
medicamentos y tratamientos revolucionarios.

Éxito y transformación
En su lucha por extender la vida, los humanos han tenido un éxito notable.
En los últimos dos siglos, la esperanza de vida ha aumentado de menos de 40 años
a 72 en todo el mundo, y a más de 80 en algunos países desarrollados. Los niños,
en particular, han logrado escapar de las garras de la muerte. Hasta el siglo XX, al
menos un tercio de los pequeños nunca llegaba a la edad adulta. Los más jóvenes
sucumbían rutinariamente a enfermedades infantiles como la disentería, el
sarampión y la viruela. En la Inglaterra del siglo XVII, aproximadamente 150 de
cada 1.000 recién nacidos morían durante su primer año, y solo unos 700 llegaban
a los 15. Hoy, solo cinco de cada 1.000 bebés ingleses mueren durante su primer
año, y 993 celebran su 15 cumpleaños. En todo el mundo, la mortalidad
infantil se ha reducido a menos del 5%.
Los humanos hemos tenido tanto éxito en nuestro intento de salvaguardar y
prolongar la vida que nuestra visión del mundo ha cambiado de manera
profunda. Mientras que las religiones tradicionales consideraban la vida futura
como la principal fuente de significado, desde el siglo XVIII, ideologías como el
liberalismo, el socialismo y el feminismo perdieron todo interés en la vida futura.
¿Qué le sucede exactamente a un comunista después de su muerte? ¿Qué le pasa
a un capitalista? ¿Qué le ocurre a una feminista? No tiene sentido buscar la
respuesta en los escritos de Karl Marx, Adam Smith o Simone de Beauvoir.

“La única ideología moderna que todavía le otorga a la


muerte un papel central es el nacionalismo”

La única ideología moderna que todavía le otorga a la muerte un papel central es


el nacionalismo. En sus momentos más poéticos y desesperados, el nacionalismo
promete que quien muera por la nación vivirá para siempre en la memoria
colectiva. Sin embargo, esta promesa resulta tan confusa que incluso la mayoría
de los nacionalistas realmente no saben qué hacer con ella. ¿Cómo es esa vida
realmente en la memoria? Si estás muerto, ¿cómo sabes si la gente te recuerda o
no? A Woody Allen le preguntaron una vez si esperaba vivir para siempre en la
memoria de los cinéfilos. Allen respondió: "Prefiero vivir en mi apartamento".
Incluso muchas religiones tradicionales han cambiado de enfoque. En lugar de
prometerte un cielo en el más allá, han comenzado a poner mucho más énfasis
en lo que pueden hacer por ti en esta vida.
¿La pandemia actual cambiará la actitud humana hacia la muerte? Probablemente
no. Todo lo contrario. El covid-19 lo que hará probablemente será duplicar
nuestros esfuerzos con el fin de proteger la vida humana. La reacción social
dominante al covid-19 no está siendo la resignación, sino una mezcla de
indignación y esperanza.
Cuando estallaba una epidemia en una sociedad premoderna como la
Europa medieval, la gente temía por sus vidas y quedaba devastada por la
muerte de sus seres queridos, pero la principal reacción social era la
resignación. Los psicólogos podrían llamarlo "impotencia aprendida". La gente se
decía a sí misma que se trataba de la voluntad de Dios, o tal vez la retribución
divina por los pecados de la humanidad. "Dios lo sabe mejor. Los humanos
malvados lo merecemos. Y verás, al final todo saldrá mejor". No había por qué
preocuparse, las buenas personas recibirían su recompensa en el cielo. Y no había
tampoco que perder el tiempo buscando un medicamento. La enfermedad había
sido enviada por Dios para castigarnos. Aquellos que pensaban que los humanos
podían superar la epidemia por su propio ingenio simplemente agregaban el
pecado de la vanidad a sus otros crímenes. ¿Quiénes se creían para frustrar
los planes de Dios?
La actitud de hoy es el polo opuesto. Cada vez que un desastre mata a muchas
personas (un accidente de tren, un incendio de altura, incluso un huracán),
tendemos a verlo como una falla humana prevenible en lugar de como un castigo
divino o una inevitable calamidad natural. Si la compañía de trenes no hubiera
escatimado en su presupuesto de seguridad, si la municipalidad hubiera adoptado
mejores regulaciones contra incendios y si el gobierno hubiera enviado ayuda más
rápido, estas personas podrían haberse salvado. En el siglo XXI, la muerte en masa
se ha convertido en una razón automática para demandas e
investigaciones.
Esta es nuestra actitud hacia las plagas también. Si bien algunos predicadores
religiosos describieron rápidamente el SIDA como un castigo de Dios para las
personas homosexuales, la sociedad moderna relegó misericordiosamente tales
puntos de vista a sus lunáticos márgenes, y en estos días generalmente vemos la
propagación del SIDA, el ébola y otras epidemias recientes como fracasos
organizativos. Suponemos que la humanidad tiene el conocimiento y las
herramientas necesarias para frenar tales plagas, y si una enfermedad infecciosa
se sale de control, lo explicamos por la incompetencia humana más que por la ira
divina. El covid-19 no es una excepción a esta regla. La crisis está lejos de
terminar, pero el juego de la culpa ya ha comenzado. Diferentes países se
acusan y responsabilizan entre sí al igual que los políticos rivales.

“La pregunta en boca de todos es; ¿Cuándo estará lista la


vacuna?, cuando no si lo estará”
Junto con la indignación, también hay una tremenda esperanza. Nuestros
héroes no son los sacerdotes que entierran a los muertos y disculpan la calamidad:
nuestros héroes son los médicos que salvan vidas. Y nuestros superhéroes son
esos científicos de los laboratorios. Así como los aficionados saben que Spiderman
y Wonder Woman eventualmente derrotarán a los malos y salvarán al mundo,
también estamos seguros de que dentro de unos meses, tal vez un año, la gente
de los laboratorios propondrá tratamientos efectivos e incluso una vacuna.
¡Entonces le mostraremos a este desagradable coronavirus quién es el
organismo alfa en este planeta! La pregunta en boca de todos, desde la Casa
Blanca, pasando por Wall Street hasta los balcones de Italia es: "¿Cuándo estará
lista la vacuna?" 'Cuándo', no 'si lo estará'.

Otra vez, por sorpresa, no


Cuando la vacuna esté realmente lista y la pandemia haya terminado, ¿qué habrá
aprendido la humanidad? Con toda probabilidad, será que necesitamos invertir
aún más esfuerzos para proteger las vidas humanas. Necesitamos tener más
hospitales, más médicos, más enfermeras. Necesitamos almacenar más máquinas
respiratorias, más equipos de protección, más kits de prueba. Necesitamos invertir
más dinero en investigar patógenos desconocidos y desarrollar nuevos
tratamientos. No debemos ser tomados por sorpresa de nuevo.
Algunos podrían argumentar que esta es la lección equivocada, y que la crisis
debería enseñarnos humildad. No estemos tan seguros de nuestra capacidad
para someter a las fuerzas de la naturaleza. Muchos de estos detractores son
medievalistas que predican humildad y están al mismo tiempo 100% seguros de
tener todas las respuestas correctas. Algunos fanáticos no pueden evitarlo: un
pastor que dirige el estudio bíblico semanal para el gabinete de Donald Trump ha
argumentado que esta epidemia también es un castigo divino por la
homosexualidad. Pero incluso la mayoría de los modelos que beben de la tradición
hoy en día confían más en la ciencia que en las escrituras.

“Templos y sectas de todo tipo han suspendido las ceremonias públicas.


Y todo porque los científicos han hecho cálculos”
La iglesia católica instruye a los fieles a mantenerse alejados de las iglesias. Israel
ha cerrado sus sinagogas. La República Islámica de Irán está desanimando a las
personas a visitar mezquitas. Templos y sectas de todo tipo han suspendido las
ceremonias públicas. Y todo porque los científicos han hecho cálculos y
recomendado cerrar estos lugares sagrados.
Por supuesto, no todos los que nos advierten sobre la arrogancia humana sueñan
con volver al Medievo. Incluso los científicos estarían de acuerdo en que
debemos ser realistas en nuestras expectativas, y que no es buena idea desarrollar
una fe ciega en el poder de los científicos para protegernos de todas las
calamidades de la vida. Si bien la humanidad en su conjunto se vuelve cada vez
más poderosa, las personas individuales aún deben enfrentar su fragilidad. Quizás
en un siglo o dos la ciencia prolongará la vida humana indefinidamente, pero aún
no. Con la posible excepción de un puñado de bebés multimillonarios, todos
nosotros moriremos algún día, y todos perderemos seres queridos. Tenemos que
reconocer nuestra transitoriedad.
Durante siglos, las personas utilizaron la religión como mecanismo de defensa,
creyendo que seguirían existiendo para siempre en el más allá. Ahora las personas
a veces se lanzan a usar la ciencia como un mecanismo de defensa alternativo,
creyendo que los médicos siempre los salvarán y que vivirán para siempre.
Necesitamos un enfoque equilibrado. Debemos confiar en la ciencia para hacer
frente a las epidemias, pero aún debemos asumir la carga de lidiar con nuestra
mortalidad y transitoriedad individual.

“Nuestra civilización probablemente recordará su fragilidad, reaccionará


y levantará defensas más fuertes”

La crisis actual podría hacer que muchas personas sean más conscientes de la
naturaleza no permanente de la vida humana y sus logros. Sin embargo, nuestra
civilización moderna en su conjunto probablemente irá en la dirección
opuesta. Recordando su fragilidad, reaccionará construyendo defensas más
fuertes. Cuando termine la crisis actual, no espero que veamos un aumento
significativo en los presupuestos de los departamentos de filosofía. Pero apuesto a
que veremos un aumento masivo en los presupuestos de las escuelas de medicina
y los sistemas de salud.
Y tal vez eso es lo mejor que podemos esperar humanamente. De todos modos,
los gobiernos no son muy buenos en filosofía. No es su dominio. Los gobiernos
realmente deberían centrarse en construir mejores sistemas de salud. Depende de
las personas hacer una mejor filosofía. Los médicos no pueden resolvernos el
enigma de la existencia. Pero pueden comprarnos más tiempo para lidiar con
eso. Lo que hagamos con ese tiempo depende de nosotros.
Copyright © Yuval Noah Harari 2020.

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