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POR QUÉ LOS HUMANOS DIRIGEN EL MUNDO

Por Samuel León Martínez.

El controvertido historiador Yuval Noah Harari trata de abordar esta incógnita , la respuesta
está implícita en su reciente obra “De animales a Dioses. Breve historia de la humanidad”
que gracias a editorial Debate podemos compartir.

Yuval nos recuerda que hace tan solo 70,000 años los seres humanos eran otra especie más
en el reino animal. Nada nuevo bajo el sol, su impacto en la naturaleza era equiparable al de
un pájaro carpintero. ¿Cómo es que al día de hoy el ser humano se ha hecho con el control
del planeta? ¿Cómo fue que salimos de un rincón de África a la colonización del mundo
entero?

Yuval nos recuerda que a nivel individual, no hay nada realmente especial en el ser humano
frente a los otros animales, la disposición de nuestros órganos e incluso nuestras
habilidades cognitivas no nos confieren una basta superioridad frente a los otros animales.
“El hecho es que individualmente, el ser humano es penosamente parecido al
chimpancé“. Las pequeñas diferencias se hacen notorias cuando hablamos a nivel
colectivo. “Los humanos controlan el mundo debido a que es el único animal que puede
cooperar flexiblemente en grandes números“. Es cierto que en la naturaleza hay muestras
de animales (insectos) altamente organizados como las abejas y las hormigas, pero su
interacción es altamente rígida, pues las abejas por ejemplo “no puede ejecutar a la reina y
establecer una república“. Otros mamíferos como los lobos y los chimpancés, si bien
pueden cooperar, solo lo hacen en números moderados y de manera personalizada, es
necesario el conocimiento de cada individuo para cooperar.

El centro duro de la hipótesis de Yuval radica en que para él, el ser humano coopera de
formas tan flexibles con un número incontable de extraños. En un mano a mano, los
chimpancés pueden ser mucho mejor que nosotros, pero cuando las cantidades ascienden, el
ser humano toma la delantera. Pero la cooperación humana no siempre tiene un rostro
agradable, “todas las cosas terribles que los humanos han hecho a través de la historia
también son producto de la cooperación en masa“. Los ejemplos que cita Yuval son
claros, las prisiones, los mataderos y los campos de concentración. No hay otros animales
que posean estas instituciones.

¿Cómo es posible esta cooperación en masa de la que nos habla Yuval? Mediante nuestra
imaginación. En la medida en que podemos inventar historias ficticias podemos cooperar,
difundiéndolas, convenciendo a decenas de miles, millones de individuos. “En la medida
en que todos creamos en las mismas ficciones, todos nosotros obedeceremos las mismas
leyes, y por lo tanto cooperaremos efectivamente“. La idea es sumamente simple, pero
quizá efectiva, pues es algo que sólo el ser humano puede hacer. “Nunca podrás convencer
a un chimpancé de darte una banana prometiéndole que después de muera, él irá al cielo
de los chimpancés donde recibirá incontables bananas por sus buenas acciones. Solo los
humanos creen en esas historias“. Esto puede ayudarnos a comprender las redes de
cooperación religiosas. De esta manera podemos entender que personas hayan ido a las
cruzadas, o construido catedrales, pues creían las mismas historias sobre Dios y el Cielo. El
ejemplo más radical está en nuestros sistemas jurídicos. “Hoy, la mayoría de nuestros
sistemas jurídicos están basados en la creencia de los derechos humanos“. Para Harari, el
cielo y los derechos humanos son ficciones comparables, pues él concibe que ningún
humano como ningún chimpancé o lobo tienen derechos. El discurso de los derechos puede
ser una historia atractiva, “pero es solamente una historia“.

Éste análisis es llevado al plano político, donde las naciones y sus fronteras son también
ficciones, “son simples historias que los humanos inventaron y a las que sean vuelto
extremadamente apegados“, ni que decir de las redes comerciales o el dinero, por sí mismo
no tienen valor, en la medida en que creamos que el dinero tiene valor, así será. “El dinero
es quizá la ficción más exitosa jamás inventada por los humanos“, no todo el mundo cree
en el cielo o el infierno, en los derechos humanos, “pero todo el mundo cree en el dinero“.

Conclusión. Los otros animales viven en un mundo objetivo, el ser humano vive en un
mundo dual, pues en la cumbre de nuestra realidad están presentes nuestras ficciones,
naciones, derechos humanos, dioses y el dinero. A lo largo de los años, estas ficciones han
cobrado mayor poder para constituirse en las fuerzas más poderosas del mundo, “la mera
supervivencia de árboles, rios y animales ahora depende de los deseos y desiciones de
entidades ficticias como los Estados Unidos y el Banco Mundial – entidades que existen
solo en nuestra imaginación“.

Según la teoría de Harari, los humanos somos, ante todo, un animal social. Justamente la
cooperación social ha sido clave para nuestra supervivencia y reproducción. Así es como
hemos logrado reducir en gran medida algunos de los grandes problemas del pasado, como
la hambruna, las enfermedades y las guerras.

El mismo Harari explica en su libro Sapiens, que el Homo Sapiens, en el proceso de


evolución, superó al Neandertal, que era individualmente más fuerte y poderosa que los
Sapiens, por sus capacidades sociales, de organización y crear ficción.

Las características humanas descritas por Harari nos han hecho superiores al resto de los
animales, bien, pero eso debería habernos hecho humiles y no soberbios, puesto que la
grandeza llama a la nobleza. La soberbia es el gran pecado del ser humano, el ‘pecado
original’, como dice el cristianismo.

Debemos aprovechar nuestra asombrosa capacidad de crear “redes de cooperación” para


trabajar hacia objetivos comunes y lograr vivir en una sociedad próspera, desde la base del
interés individual, pero sin atentar contra  el colectivo.

En síntesis
Algunos investigadores y comunicadores científicos han proclamado que nuestra especie ya
no está sometida a la selección natural y que nuestra evolución ha cesado.
En realidad, los humanos hemos evolucionado con rapidez y de forma notable en los
últimos 30.000 años. El pelo lacio y negro, los ojos azules y la tolerancia a la lactosa son
ejemplos de rasgos relativamente recientes.

Esta evolución acelerada ha sido posible por varios motivos, como la transición de las
sociedades de cazadores-recolectores hacia las agrarias, que permitió un crecimiento rápido
de la población. Cuanto más aumenta esta, más probable es que surjan nuevas mutaciones
ventajosas.

Los humanos, sin duda, seguiremos evolucionando en el futuro. Aunque parezca que nos
encaminamos hacia una mezcla cosmopolita de genes, las generaciones venideras
seguramente serán un vistoso mosaico de nuestro pasado evolutivo.

La especie humana es tenaz. Ningún otro ser vivo del planeta ha logrado ser amo de su
destino como nosotros. Hemos conjurado infinidad de peligros por cuya causa perecimos
como moscas y hemos aprendido a resguardarnos de los elementos y de los depredadores;
hemos ideado curas y tratamientos para multitud de enfermedades mortales y
transformado los pequeños huertos de nuestros ancestros en vastos campos agrícolas
mecanizados; y hoy criamos hijos sanos como nunca antes, pese a las adversidades de
siempre.

Muchas personas aducen que nuestra ventaja técnica (la capacidad para desafiar y controlar
las fuerzas de la naturaleza) nos ha liberado de la selección natural y que la evolución
humana ha cesado. Según este argumento, ya no existe la «supervivencia del más apto»
porque todos llegamos a viejos. Esta noción desacertada no solo se halla en la mente del
gran público. Investigadores como Steven Jones, del Colegio Universitario de Londres, y
prestigiosos comunicadores científicos, como David Attenborough, también han declarado
que la evolución humana ha llegado a su fin.

Pero tal idea resulta falsa. En el pasado reciente sí hemos evolucionado, y seguiremos
haciéndolo mientras vivamos. Si tomamos los más de siete millones de años que han
transcurrido desde que los humanos nos separamos del último ancestro común con los
chimpancés y los condensamos en un día de 24 horas, veremos que los últimos 30.000 años
apenas suponen seis minutos. Pero el último capítulo de la evolución humana está repleto
de andanzas: enormes migraciones a nuevos entornos, profundos cambios en la
alimentación y aumento de la población mundial en más de mil veces. Todas esas personas
han aportado numerosas mutaciones singulares al conjunto de la población, lo que ha
imprimido un rápido impulso a la selección natural. La evolución humana no se ha
detenido; si acaso, se está acelerando.

Homo Sapiens ¿Hacia donde Vas?, El Reto para El Futuro

El hombre, trasformado en el depredador más grande del mundo, que en el fugaz lapso de
50 años ha aumentado su número sobre la tierra de tres mil a seis mil quinientos millones
de habitantes, en nuestra época, demandando elementos para su subsistencia en forma tal,
que al contaminar su ambiente en forma exponencial, disminuye gradualmente su
capacidad de subsistencia, agravada por la prolongación de su promedio de vida, que en ese
mismo lapso ha alcanzado alrededor de los 80 años, haciendo prácticamente insostenible su
espacio vital sobre este pequeño planeta en el que le tocó habitar.

El acelerado desarrollo del hombre lo llevó, a mediados del Siglo XVIII a iniciar la llamada
“Revolución Industrial”, que, al mismo tiempo que producía inmensos adelantos en sus
medios de movilización, comunicación, relaciones internacionales, los separaba cada vez
más ostensiblemente de los llamados países subdesarrollados, o del tercer mundo, que no
sólo no se equiparaban a los pueblos desarrollados, sino que se constituían en el origen de
mayor incidencia de desnutrición, de enfermedad y de muerte.

Separación cada vez más notable, al extremo de llegar, en nuestro tiempo a programar
reuniones de los representantes de los ocho o de los seis países más ricos del mundo como
ha sucedido en los últimos tiempos, para equilibrar sus finanzas y para trazar sus metas de
desarrollo y, como complemento, debatir las ayudas que puedan dar, misericordiosamente,
a los indigentes de ese tercer mundo, para mejorar su desnutrición, sus epidemias, su
ignorancia, su elevada morbimortalidad y su triste vida sin futuro ni esperanza.

Por otra parte su medio ambiente se contamina y se hace insoportable día a día, a
consecuencia precisamente de lo que llamamos avances de la civilización, que ha llevado al
hombre, a depender de los elementos más dañinos y tóxicos producidos para conseguir el
confort que requiere la vida moderna tales como los derivados del petróleo, que en su
refinación y en su gran poder de impulsión de los motores de combustión y en su
incontrolada contaminación ambiental, hacen invivibles las grandes ciudades como
México, Santiago, Bogotá y calientan el ambiente por su producción de gases de efecto
invernadero (CEI), que habrán de llevar en largo o corto tiempo a la esterilización de las
zonas verdes y los ríos y los lagos naturales por una parte y por el otro extremo al deshielo
de los polos que ha llevado a la disminución calculada en 162 kilos cúbicos de hielo al año
en este siglo XXI, lo que nos lleva a la disminución del agua potable, elemento esencial
para la supervivencia del hombre, adicional al aumento de los niveles de los mares con las
consiguientes catástrofes en las costas y en la productividad de las grandes ciudades.

Antes de la revolución industrial la concentración de CO2 en la atmósfera era de 280 partes


por millón hoy el nivel es de 380 partes por millón, lo que representa un aumento cercano
al 30% en menos de 300 años.

Nuevas epidemias producto de la contaminación de los humanos y la diseminación facilitada por


las comunicaciones intercontinentales, de gérmenes y virus nuevos o desconocidos hasta el
presente, nos atacan. Asistimos en la actualidad inermes al advenimiento de une nueva epidemia,
la llamada AH1 N1 o gripa o influenza de los cerdos, que ha seguido a la del VIH, Virus de la
Inmunodeficiencia Humana que en combinación con el Bacilo de Koch, resistente a los
antibacterianos, debida a la pobre eficacia de los tratamientos hasta ahora existentes, ya que hace
alrededor de 50 años que no se produce una droga verdaderamente bactericida contra el bacilo
de la Tuberculosis, por la simple razón que su producción masiva haría de este un producto muy
costoso para ser empleado en la población más pobre del planeta; epidemia ésta que nos ha de
retraer a la época que creímos superada de los Sanatorios y los Pabellones de los tuberculosos en
los grandes hospitales, mientras estos improductivos seres humanos mueren sin tratamiento
alguno en pleno siglo XXI !

Estas y otras epidemias habrán de suceder a otras por venir y contribuirán seguramente en forma
no poco importante al aniquilamiento de la raza humana.

El planeta está en inconmensurable crisis ecológica. La demanda de recursos humanos


supera en un 30% la capacidad de la tierra para generarlos, según el informe producido y
divulgado por organizaciones conservacionistas. La raza humana consume más de lo que la
tierra de manera natural puede producir. La especie humana es insostenible, como siga el
ritmo actual de crecimiento.

Los desastres naturales costaron al mundo cerca de 145.000 millones de euros en 2008,
convirtiéndolo en uno de los años más devastadores por costos derivados de las catástrofes
climáticas, una cifra que duplica la de 2007 y pone de relieve la gravedad del cambio
climático, según el programa de las Naciones Unidas para el medio ambiente- UNT.

Al mismo tiempo que el hombre evolucionaba y su mente adquiría cada vez mayores
dimensiones y capacidades en el conocimiento de las matemáticas y de las leyes de la
naturaleza e inclusive del cosmos, su temperamento lo ha llevado a las guerras, y a los
enfrentamientos entre hermanos.

Colombia, país dotado de todos los atributos que la naturaleza pueda otorgar, con costas en los
dos inmensos mares y con cordilleras que le dan todos los climas, haciendo sus tierras propicias
para los cultivos de todo género de alimentos; con minerales como el oro y la plata; con
combustibles como el petróleo y el gas natural; con inmensos llanos que, técnicamente
manejados, podrían convertirse en el mayor emporio de riqueza agropecuaria y con los ríos mas
caudalosos que la comunican con el mundo; pero habitada por personas, -inteligentes y
trabajadoras si-, pero imbuidas de un carácter intransigente, batallador y susceptible de
transformarse y generar un temperamento dominador, prepotente, ambicioso y propenso a la
dominación de personas y territorios, al enriquecimiento, a la confrontación y a la guerra fraticida
que nos ha llevado a hechos tan injustos, desgarradores y aún impunes, como los viles asesinatos
de grandes líderes como Jorge Eliécer Gaitán, Luis Carlos Galán y Álvaro Gómez Hurtado; que ha
envenenado nuestro ambiente, ha retrasado nuestro desarrollo y nos ha llevado a la
intranquilidad permanente que vivimos.

Pero no somos solamente los colombianos los que nos debemos sentir culpables; es la raza
humana cuyo desarrollo cerebral la llevó a extremos de inteligencia como la de Einstein y
otros sabios cuyas teorías llevaron al ser humano a entender las materias y Bomba
atómicalas leyes del cosmos, pero así mismo a la fisión nuclear y ésta a la bomba atómica
que sirvió para detener la guerra mas infernal de toda la historia de la humanidad, por
medio de una masacre inimaginada.
La producción actual de cabezas nucleares por parte de los países más desarrollados y
antagónicos para procurar un equilibrio inestable, que al romperse, dada la condición
guerrera y dominadora del ser humano, amenaza con llevarnos a la aniquilación de los seres
vivientes y acelerar la finalización de éste período de existencia vital que nos ha tocado
atestiguar.

Será tal vez, que el inmenso desarrollo del cerebro humano y el uso acertado de los grandes
avances tecnológicos, podrán contrarrestar estos fenómenos ya iniciados y podran conducir
a los seres vivientes a un futuro prospero y feliz en donde reine la paz y el orden?

Será tal vez, distinguida audiencia, que la reflexión sobre estos temas me inspiró la
Alegoría que presenté en este recinto, cuando tenía el honor de presidir esta dignísima
Institución, que dice:

ALEGORIA

En el principio reinaba la oscuridad y el caos.


Se hizo la luz y se conformó el
Universo.
Y en éste, como una parte
infinitesimal,
surgió nuestro Sol
y girando eternamente a su alrededor
nuestro planeta:

LA TIERRA.
Triste y pequeña esfera que rota
incesantemente,
en pequeños círculos de 24 horas
frente al Sol;
inhabitada, inhóspita, inútil…
Pero, por los procesos de
neoformación, aparecieron los Elementos:
el hidrógeno,
el nitrógeno,
el oxígeno,
el carbono,
y el calor
y el frío
y el fuego
y el viento
y el agua
y surgió la vida y con ella
la amiba
y el molusco
y el vegetal
y el pez
y el reptil
y el anfibio
y el mono
y el HOMBRE
y éste se reprodujo y pobló la Tierra
y se transformó en Homo Sapiens
y superpobló la Tierra
y arrasó la vegetación
y contaminó el ambiente
y secó los ríos
y aumentó la temperatura
y deshieló los polos.
Y MURIÓ.
Y la Tierra, pequeña, inhóspita, inhabitada,
siguió girando eterna e inúltilmente
alrededor de ese Sol,
que a su vez se apaga
lenta e inexorablemente.

He ahí, Señores Académicos, el reto para el futuro.

¿Cómo serán los humanos del futuro?

No somos ajenos a la evolución. Aún podemos experimentar cambios que nos permitan
seguir adaptándonos al entorno. Eso sí, nuestra especie es la única que potencia el
proceso con implantes y ajustes genéticos.

Por ejemplo, en su trabajo ya clásico El hombre mutante, el divulgador científico Robert


Clarke asegura que en el futuro todos seremos macrocéfalos. El tamaño de nuestra cabeza
será mayor porque, según advierte, “tendremos un cerebro más grande, con una frente y
capas corticales más amplias”. Y no será el único cambio anatómico que se observará en al
menos una parte de nuestros descendientes.

Muchos investigadores coinciden en que los humanos del futuro probablemente carezcan
de ciertas estructuras corporales que han perdido su función o que, hoy por hoy,
causan más problemas de los que los resuelven. Este podría ser el caso de las amígdalas
que, según conjetura Clarke, compartirán destino con las denominadas estructuras
vestigiales de nuestro organismo: las muelas del juicio, el coxis –último legado de una
primigenia cola– y el apéndice, una peculiaridad más propia de los herbívoros, pasarán a
mejor vida.
 

El reloj biológico del Homo sapiens tampoco es inmune a las adaptaciones, y en unas
décadas probablemente experimente transformaciones radicales. El antropólogo evolutivo
Cadell Last, del Global Brain Institute, lo tiene claro. En un estudio publicado en la revista
Current Aging Science, este investigador sostiene que hacia 2050 los humanos viviremos
unos cuarenta años más que en la actualidad y tendremos menos hijos y en edades
mucho más avanzadas, un proceso que se simultaneará con un aumento de la capacidad
cerebral.

No obstante, algunos expertos desdeñan este proceso evolutivo natural, ya que, según
indican, en él interferirá notablemente la tecnología, que permitirá alumbrar superhombres
de diseño construidos en laboratorio. Seremos dueños de nuestra propia evolución. Es
más, la venimos manipulando desde hace ya muchísimo tiempo.

Con esto en mente, la idea de que en un futuro no tan lejano la Tierra se pueble de hombres
biónicos no parece tan quimérica. De hecho, marcapasos, prótesis de distintos tipos e
incluso implantes oculares y cerebrales ya forman parte de la vida de muchas personas. El
filósofo Nick Bostrom, director del Instituto para el Futuro de la Humanidad de la
Universidad de Oxford, no tiene dudas: el transhumanismo, un fenómeno que contempla
el aumento de nuestras capacidades físicas e intelectuales, ya está en marcha. La
selección artificial ha dejado atrás a la natural.

El proceso, en teoría, culminará con los posthumanos, manifiestamente superiores en todos


los sentidos a cualquier genio actual. Desde este punto de vista, el futuro del hombre se
verá caracterizado por técnicas como la clonación, la manipulación genética y la
implantación de ingenios electrónicos en nuestro organismo. Kevin Warwick, profesor
de Cibernética en la Universidad de Reading, pasó de las palabras a los hechos y se hizo
insertar un dispositivo subcutáneo con el que podía relacionarse con los ordenadores.

¿Después del Sapiens? Tecnología y el futuro de la humanidad

En el ser humano, la información genética no es suficiente para hacerlo transitar hacia una
vida adulta; para poder constituirse como tal requiere una enorme masa de información
adquirida socialmente que se llama cultura. Todos los humanos que crecieron en soledad
absoluta resultaron en seres monstruosos, sin inteligencia suficiente ni lenguaje.
Precisamente porque la determinación genética es proporcionalmente menor en el humano
que en otras especies menos complejas, la cultura llena un espacio mayor para hacerlo
viable, y de aquí la variabilidad de formas de organizar nuestras vidas. Comemos infinidad
de alimentos, construimos diversos modelos de casas para guarecernos, inventamos estilos
de vestimenta, copulamos de tantas maneras creativas, producimos infinitas lenguas que no
se entienden entre sí e inventamos reglas de convivencia variadas. Es esa falta de
determinación natural lo que abre las puertas a la invención de la tecnología, a la
creatividad del arte y a la imaginación en todos sus campos.

Pero por más creativos que lleguemos a ser, el límite natural está ahí; por ahora moriremos
todos en promedio a los 80 años, necesitamos que nuestros órganos no se rompan, que el
cerebro funcione, que el ecosistema en el que habitamos, por más que lo transformemos,
nos permita realizar las funciones biológicas esenciales para la reproducción de la vida.
Podemos crear infinidad de sociedades, pero el sapiens tiene dos patas, es erecto, tiene vista
frontal, soporta determinadas temperaturas, requiere oxígeno, agua y, si su cerebro o
corazón se lastima, es posible que no sobreviva. La tecnología y el conocimiento han
expandido notablemente esos límites naturales hasta horizontes inimaginables décadas
atrás. Ahora incorporamos marcapasos electrificados, trasplantamos órganos de todo tipo –
incluido el corazón–, acoplamos prótesis de manos, rodillas de titanio, caderas artificiales,
cambiamos córneas esclerosadas que extienden la visión, sustituimos la sangre completa de
un cuerpo, implantamos chips que le permiten oír al sordo, añadimos otros dispositivos
digitales que habilitan al parapléjico a escribir en un ordenador a distancia mediante su
pensamiento, extendemos la vida y llegamos a modificarnos el propio ADN. ¿Cuál es el
límite biológico del sapiens en el futuro cercano?

La idea de que podemos entender la vida terrestre en función de la proporción entre el ADN
y la cultura, y el peso de cada uno de esos dos componentes, el genético y el aprendido,
para cada especie, ha sido claramente expuesta por el antropólogo Clifford Geertz. El ser
humano es la especie que más requiere cultura para constituirse como tal,
ontogenéticamente así como filogenéticamente. Más recientemente el físico Max Tegmark,
director del Future of Life Institute, en su libro Vida 3.0 ¿Qué significa ser humano en la
era de la inteligencia artificial? (2018), expande la idea anterior para dejar la puerta abierta
a una nueva manera de entendernos como especie, o quizá de mutar hacia otra más
compleja. A la vida sobredeterminada por la información genética la denomina “vida en su
fase biológica”, en la que tanto su hardware (la estructura biológica) como su software (la
capacidad de procesar información, o sea, su inteligencia) están determinados por la
evolución natural. A la vida en la que la cultura tiene una importancia determinante y el
software se diseña en buena medida artificialmente, pero el hardware, el cuerpo, está
determinado por la evolución, la denomina “vida en su fase cultural”. En tercer lugar,
plantea que desde hace un breve tiempo el sapiens es capaz no sólo de alterar su software,
sino también de diseñar su propio hardware, saltándose la evolución natural y la biología.
Lo pone de esta manera: “La vida 1.0 surgió hace unos cuatro mil millones de años; la vida
2.0 (nosotros los humanos) apareció hace unos cien milenios, y muchos investigadores en
inteligencia artificial creen que la vida 3.0 podría aparecer a lo largo del siglo próximo,
quizás incluso durante vuestras vidas, como consecuencia de los avances de la IA
[inteligencia artificial]. ¿Qué sucederá? ¿Qué significa para nosotros?”.

Microchips del tamaño de un grano de arroz implantados en las manos de trabajadores


suecos para abrir puertas, activar dispositivos e identificarse; bebés con tres progenitores en
vez de dos, con su ADN mitocondrial proveniente de alguien diferente a los dos que lo
procrearon; bioimpresión en 3D de órganos; interfases de sistemas digitales en los cuerpos
que controlan todos los valores de su funcionamiento y automáticamente emiten alertas y
proveen soluciones; activación a distancia de aparatos mediante el movimiento de nuestros
brazos o simplemente con la mente; manipulación genética para procrear descendientes con
el color de ojos que deseemos o resistentes a ciertos virus. “Quizás esto parezca ciencia
ficción, pero ya es una realidad”, escribió Yuval Noah Harari en Homo Deus (2016). “Es
más probable que el Homo sapiens se mejore a sí mismo paso a paso [...] hasta que nuestros
descendientes miren hacia atrás y se den cuenta de que ya no son la clase de animal que
escribió la Biblia, construyó la Gran Muralla en China y se rio con las gracias de Charlie
Chaplin. Esto no ocurrirá en un día ni en un año. De hecho, ya está ocurriendo; por medio
de innumerables actos mundanos [...] los humanos cambiarán gradualmente primero una de
sus características y después otra, y otra, hasta que ya no sean humanos”. Todo esto, claro,
suponiendo que aún no nos hayamos autodestruido como especie.

Hasta ahora muchos protocolos y acuerdos éticos y políticos han limitado algunas de estas
tecnologías ya disponibles. Por ejemplo, la ingeniería genética está controlada, se intenta
que los avances en la inteligencia artificial sean más pausados, la clonación está prohibida
en seres humanos (no en animales). Pero los frenos, ¿cuánto pueden efectivamente detener
la aceleración tecnológica cuando los avances ya se consiguieron y por la ley del desarrollo
de la tecnología se sabe que los costos no son el principal problema porque se abaratarán
hasta hacerlos accesibles a casi todos? Clonar tu gato hoy sale 25.000 dólares y tu perro,
50.000, suma que hace un año pagó Barbra Streisand para clonar a su perrita. Y estos
montos se reducirán drásticamente en los años venideros, como ya ocurrió con el precio de
las computadoras y de los celulares, y con toda la tecnología digital.

Felipe Arocena es doctor en Ciencias Humanas, profesor titular del Departamento de


Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República.

Nubis Pulido nubispulido@gmail.com


Universidad de Los Andes, Venezuela

Yuval Noah Harari. DE ANIMALES A DIOSES. UNA BREVE HISTORIA DE LA


HUMANIDAD. Barcelona, 2014 Debate. Trad. de Joandomènec Ros. 496 pp.

Revista Geográfica Venezolana, vol. 58, núm. 2, 2017

Universidad de los Andes

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De animales a dioses. Breve historia de la humanidad es un libro escrito por Yuval Noah
Harari (1976), joven profesor de Historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén,
especialista en historia medieval e historia militar y, recientemente, después de obtener su
doctorado en Historia en la Universidad de Oxford, estudioso de la historia del mundo y los
procesos macro-históricos
Esta obra de talante original, lenguaje atrevido y provocador, constituye, en sus 496
páginas, un esfuerzo por sintetizar la larga historia de la humanidad; este recuento abarca
desde el comienzo de nuestra especie (Homo sapiens) con su progresivo y definitivo
predominio por encima de otros grupos humanos contemporáneos, y describe las grandes
etapas en su evolución: la cognitiva, la agrícola y la científica, etapa última en la que el
autor se detiene para enunciar algunos supuestos razonados acerca del futuro de nuestra
especie.

Este obra consta de cuatro partes, la primera: La revolución cognitiva, en la que apelando a
la física (big bang), química (átomos, moléculas e interacciones) y biología (organismos),
Harari describe los orígenes del mundo y la aparición sobre la Tierra del género Homo, «un
animal sin importancia»; su evolución hasta que el Homo sapiens, «hombre sabio»,
dominara sobre otros organismos y especies humanas, al tiempo que se producía una
«revolución cognitiva» con la creación de un lenguaje ficcional. En esta interpretación,
coincidente con la de otros historiadores, el lenguaje hizo posible la conquista del mundo y
constituyó el fundamento de la superioridad del Homo sapiens como especie.

En este apartado se recalca, de manera importante, el rol atribuido al lenguaje como


elemento clave en las transformaciones fundamentales de la vida en el planeta. De acuerdo
con Harari, el lenguaje le concede al Homo sapiens una capacidad excepcional para
transmitir información acerca de todo, incluso, y de manera importante «de cosas que no
existen en absoluto» (pág. 37). Ello entonces le permite crear mitos comunes que le
confieren una capacidad también única: la de la cooperación.

Aun cuando, según el autor, no puedan ser consideradas «mentiras», y a diferencia de la


realidad objetiva, esas «ficciones colectivas» –ficciones porque corresponden a relatos
«imaginarios» o representaciones que no existen «no hay dioses en el universo, no hay
naciones, no hay dinero, ni derechos humanos, ni leyes, ni justicia fuera de la imaginación
común de los seres humanos» (pág. 41)–, constituyen creencias compartidas que hacen
posible la cooperación humana a gran escala, bajo diferentes modalidades: tribus, iglesias,
ciudades, imperios, naciones, estados, organismos supranacionales, multinacionales
globales. Según el autor, es este logro el mayor alcance cualitativo en la historia del ser
humano y el que en definitiva permite explicar que «un simio insignificante» se convirtiera
en «el amo del planeta».

En la segunda parte de esta obra: La revolución agrícola, Harari describe la evolución


humana desde una sociedad de cazadores-recolectores nómadas, hasta otra de agricultores y
pastores sedentarios. Esa transformación, además del incremento poblacional, llevó
aparejada la creación de organizaciones complejas que permitieran manejar la producción y
distribución de bienes cada vez más cuantiosos. Tales formas de organización se tradujeron
en una disposición social jerárquica, que sustentada, una vez más, en los mitos
compartidos, se estructuró en grupos, con una reducida minoría privilegiada en la cima,
formada en su etapa inicial por: reyes, funcionarios gubernamentales, soldados, sacerdotes,
artistas y pensadores; y una amplia mayoría de campesinos, en la base. Bajo esa dinámica
de generación y apropiación de los excedentes, la revolución agrícola impulsó la política,
las guerras, el arte y la filosofía. Y pese a algunas reivindicaciones posteriores, ese orden
social jerárquico imaginado, ha evolucionado, mas no ha desaparecido (plebeyos-esclavos;
patricios-siervos; brahmanes-shudras; blancos-negros e indios; ricos-pobres).

En el contexto de esta segunda etapa evolutiva, y asociado a la diferenciación en grupos o


clases, Harari examina otro tema de gran interés, el patriarcado, interpretado como una
forma adicional del dominio histórico de los grupos más poderosos sobre los más débiles,
en este caso en el binomio: hombres-mujeres.

En la tercera parte de la obra: La unificación de la humanidad, Harari describe como la


evolución hacia formas de complejidad mayores de la sociedad, se acompañan de
constructos imaginados cada vez más refinados. Respondiendo a ello, hoy –bajo el orden
político moderno–, la igualdad y la libertad individual, se erigen como los valores
fundamentales de la sociedad. No obstante, estos valores no logran conciliar la
contradicción que confrontan entre sí –«garantizar que todo individuo será libre de hacer lo
que le plazca es inevitablemente una estafa a la igualdad» (pág. 187)– y mas pareciera que
ésta, como otras contradicciones en el pasado, constituyeran «los motores de la cultura,
responsables de la creatividad y el dinamismo de nuestra especie» (pág. 187).

También resalta el autor la compleja e inevitable interrelación de las culturas humanas y,


retando tesis contrarias, conjetura su inexorable tendencia hacia la unificación. En la misma
tónica, esta vez rebatiendo los actuales discursos nacionalistas que exaltan las culturas
«auténticas», Harari afirma «si por «auténtico» queremos decir algo que se desarrolló de
forma independiente, y que consiste en tradiciones locales antiguas, libres de influencias
externas, entonces no quedan en la Tierra culturas auténticas. A lo largo de los últimos
siglos, todas las culturas cambiaron hasta hacerse prácticamente irreconocibles por un
aluvión de influencias globales» (pág. 192).

Según Harari, los orígenes de la globalización y unificación de las culturas se remontan


entonces, a diferencia de lo comúnmente defendido en la literatura, al primer milenio a. C.,
bajo tres órdenes universales: el monetario, el imperial y el religioso. Para los comerciantes,
el mundo era un mercado único y sus habitantes, clientes potenciales; para los
conquistadores, el mundo entero, un imperio único y los humanos, súbditos potenciales;
para los profetas, el mundo se sostenía sobre una única verdad y todos los humanos eran
vistos como fieles en potencia.

En este contexto, tres factores o fuerzas unificadoras han sido claves para determinar el
orden que ha regido la evolución de la humanidad. El dinero, ese valor de nuestra
imaginación común o constructo psicológico, «el más universal y eficiente sistema de
confianza mutua que jamás se haya inventado» (pág. 203); el orden imperial, el cual dada la
diversidad cultural y la flexibilidad territorial que puede abarcar, se erige como la forma de
organización política más eficiente en la historia humana; y, la religión (con sus actuales
expresiones o ideologías modernas: liberalismo, comunismo, capitalismo, nacionalismo y
nazismo), ese sistema de normas y valores fundamentados en la creencia de un orden
sobrehumano.

La cuarta y última parte de esta obra: La revolución científica, permite a Harari dilucidar su
propio teorema: más que una revolución del conocimiento, la revolución científica es una
revolución de la ignorancia. La ciencia moderna admite manifiestamente la ignorancia
colectiva en relación con los asuntos trascendentales, ello le ha concedido la facultad de ser
«más dinámica, adaptable e inquisitiva que cualquier otra tradición previa del
conocimiento. Esto ha expandido enormemente nuestra capacidad de comprender cómo
funciona el mundo y nuestra capacidad de inventar nuevas tecnologías» (pág. 285).

La solución de muchos problemas por la ciencia ha llevado aparejado otro mito, el de que
la humanidad puede resolver todos los problemas a través de la adquisición e
implementación de nuevos conocimientos; no obstante, como advierte Harari, la ciencia es
el resultado de la actividad humana, y «como todos los otros campos de nuestra cultura,
está modelada por intereses económicos, políticos y religiosos» (pág. 300). La ciencia sola
no puede establecer sus propias prioridades, ella está supeditada a los intereses económicos,
políticos e ideológicos dominantes, es decir a los tres órdenes universales que rigen la
evolución de la humanidad: monetario, imperial y religioso bajo sus manifestaciones
modernas, libre mercado, imperio global y liberalismo -impregnado del culto a la felicidad,
con la carga subjetiva que ello supone-.

Por último, la reflexión sobre el futuro del Homo sapiens en el planeta y el gran poder que
le conceden la ciencia y la tecnología para manipular las restricciones que impone el mundo
que le rodea –así como sus propias limitaciones (su cuerpo y mente)–, lleva al autor a
imaginar las posibilidades de una vida inorgánica, liberada de los grilletes que le impone la
biología.

El mito de la ciencia y la tecnología como garantes de un mundo mejor hace suponer que
hoy, el Homo sapiens está dotado de «poderes que siempre se han considerado divinos,
como la creación de vida, la eterna juventud, la transformación de nuestra propia naturaleza
genética e, incluso, la capacidad de leer la mente mediante cerebros conectados por
ordenadores» (pág. 282) ¿Homo Deus? Pero, teme Harari, que en ese afán por el desarrollo
tecnológico, junto con la búsqueda de la «amortalidad», a imagen del proyecto Gilmalesh,
pudiera comprometer la vida en el planeta –el deterioro climático y la extinción de otras
especies, son sólo algunas manifestaciones–, e incluso conducir al Homo sapiens,
parodiando el mito de Frankenstein, a generar su autodestrucción y remplazo por seres
distintos.

Aun cuando coincidamos con algunas de sus apreciaciones, está claro que Harari, como
todo Homo sapiens, está indefectiblemente influenciado por los mitos colectivos a que hace
referencia en su obra. Podríamos identificar de un lado al catastrofismo, mito que, le hace
suponer que hoy el sapiens está fraguando un futuro desastroso para la humanidad «A lo
largo de las últimas décadas hemos alterado el equilibrio ecológico de nuestro planeta de
tantas formas nuevas que parece probable que tenga consecuencias nefastas. Hay muchas
pruebas que indican que estamos destruyendo los cimientos de la prosperidad humana en
una orgía de consumo temerario» (pág. 415).

Del otro, el humanismo, mito que le posibilita disertar sobre las fuentes de la felicidad
dentro de un abanico de posibilidades: como resultado de factores materiales –la salud, la
dieta o la riqueza–; como alcance de expectativas subjetivas –vinculadas al conjunto de
condiciones posibles, en el contexto histórico en que se vive–; como producto del accionar
de factores bioquímicos y genéticos, determinados por las sensaciones placenteras que, ante
ciertos estímulos, generan el sistema nervioso, las neuronas, las sinapsis y las sustancias
bioquímicas –serotonina, dopamina y oxitocina–; como el revelar el sentido la vida, o, por
último –tal cual planteara Buda y nos lo recuerda Harari–, como el abandono definitivo, no
sólo de «la búsqueda de los logros externos, sino también la búsqueda de sentimientos
internos» (pág. 433).

La influencia de ambos mitos en el autor, o tal vez uno nuevo –cuyo nombre debamos
acuñar–, le llevan a finalizar su obra con un juicio personal y una suerte de mea culpa
colectiva: «causamos estragos a nuestros socios animales y al ecosistema que nos rodea,
buscando poco más que nuestra propia comodidad y diversión, pero sin encontrar nunca
satisfacción. ¿Hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables que no
saben lo que quieren?» (pág. 457).

En definitiva y pese a la incontrovertible influencia, que sobre el autor ejercen los mitos
que hoy dominan el accionar colectivo, las consideraciones que, sobre los orígenes y el
futuro de la humanidad, expone Harari en su obra son dignas merecedoras de una atenta y
provechosa lectura.

Qué aspecto tendrá el ser humano dentro de un millón de años


20minutos  30.06.2018 - 08:57h



 Así será la Tierra dentro de 10.000 años, según los científicos .

Si uno se pregunta sobre el futuro del ser humano y su evolución, siempre es bueno mirar
al pasado para intentar comprender mejor cómo será lo que suceda en adelante. Cuando uno
se pregunta cuánto habremos cambiado dentro un millón de años, muchos pueden pensar
que nuestros descendientes serán algo así como cyborgs con implantes de máquinas de alta
tecnología, miembros renovables y cámaras para ojos, como algo sacado de una novela de
ciencia ficción. Una especie híbrida de seres biológicos y artificiales.

Aunque lo cierto es que es imposible saber lo con exactitud, desde la BBC han tratado de
extraer algunas conclusiones. Para considerar la pregunta, tendríamos que retroceder un
millón de años para ver cómo eran los humanos en ese momento. Para empezar, el Homo
sapiens no existía. Hace un millón de años, probablemente había unas pocas especies
diferentes dentro de los que consideramos el árbol genealógico del ser humano, entre ellos
el Homo heidelbergensis, que compartía similitudes tanto con el Homo erectus, pero con
una anatomía más primitiva que el posterior Neanderthal.
Si avanzamos un poco más, durante los últimos 10.000 años comprobamos que ha habido
cambios significativos para que los humanos se adapten a su entorno. La vida agrícola y la
abundancia de alimentos han provocado problemas de salud que hemos utilizado para
resolver a través de la ciencia, como puede ser el tratamiento de la diabetes con insulina. En
términos de apariencia, los humanos se han vuelto más gordos y, en muchas áreas, más
altos.

Ahora bien, estudiosos del tema como Thomas Mailund, profesor asociado de
bioinformática en la Universidad de Aarhus, Dinamarca, defienden que nuestra evolución
futura sería inversa, pese a lo que muchos pueden creer. Evolucionaríamos para ser más
pequeños de modo que nuestros cuerpos necesitarían menos energía, algo que, además,
sería útil en un planeta muy poblado.

Implantes tecnológicos en el cuerpo


Vivir junto a muchas personas es una nueva condición a la que los humanos deben
adaptarse. Mailund sugiere que esta nueva situación debe llevar a una mayor exigencia a
nivel cognitivo y ahí es donde entra la tecnología. "Un implante en el cerebro nos
permitiría recordar muchas cosas. Suena a ciencia ficción, pero es algo que ya se puede
hacer. Podemos implantarlo, pero no sabemos cómo conectarlo para hacerlo útil. Estamos
llegando, pero es muy experimental", defiende.

Actualmente, ya hay muchas personas que tienen implantes para reparar un elemento del
cuerpo dañado, como un marcapasos o un implante de cadera. Quizás en el futuro, los
implantes se utilizarán simplemente para mejorar a una persona y no 'repararla'. Además de
los implantes cerebrales, la tecnología podría añadir mejoras a otras partes del cuerpo. Un
ejemplo sería tener un ojo artificial con una cámara que pueda leer diferentes frecuencias
de color y efectos visuales.

Mailund va más allá y habla de diseñar humanos antes de que nazcan. Todos hemos oído
hablar de bebés de diseño. Los científicos ya tienen la tecnología para cambiar los genes de
un embrión, aunque es controvertido y nadie está seguro de lo que sucederá a continuación.
Pero en el futuro, sugiere el experto, puede verse como poco ético no cambiar ciertos
genes para que los padres puedan elegir sobre las características de un bebé.

"Pasaremos de la selección natural a la selección artificial, algo que ya se hace con razas
de perros", sostiene Mailund.

"Pronosticar lo que ocurrirá dentro de un millón de años es pura especulación, pero predecir
el futuro más inmediato es ciertamente posible utilizando la bioinformática, combinando
lo que se sabe sobre la variación genética ahora con los modelos de cambio demográfico en
el futuro", explica el doctor Jason A. Hodgson, del Imperial College London.

Ahora que tenemos muestras genéticas de genomas completos de humanos de todo el


mundo, los genetistas están comprendiendo mejor la variación genética y cómo está
estructurada en una población humana. No podemos predecir exactamente cómo cambiará
la variación genética, pero los científicos en el campo de la bioinformática están buscando
tendencias demográficas para darnos una idea.

Hodgson predice que el área urbana y rural se diferenciará cada vez más entre las personas.
"Toda la migración proviene de las áreas rurales hacia las ciudades, por lo que se obtiene
un aumento en la diversidad genética en las ciudades y una disminución en las áreas
rurales", cuenta. Es decir, dónde viva la gente será un factor clave a la hora de evolucionar
de una forma u otra.

Cambio en el color de la piel a más oscuro


Las poblaciones en África, por ejemplo, se están expandiendo rápidamente, por lo que esos
genes aumentan con mayor frecuencia a nivel de población mundial. Las áreas de color de
piel clara se reproducen a velocidades más bajas. Por lo tanto, Hodgson predice que el
color de la piel desde una perspectiva global se volverá más oscuro.

"El color oscuro de la piel está aumentando ya a escala global en relación con el color
claro. Esperaría que la persona promedio dentro de varias generaciones tenga un color de
piel más oscuro que ahora", vaticina.

Humanos en el espacio
¿Y el espacio? Si los humanos terminan colonizando Marte, ¿cómo evolucionaríamos? Con
menor gravedad, los músculos de nuestros cuerpos podrían cambiar de estructura. Tal vez
tendremos brazos y piernas más largos. En un clima más frío, de tipo glacial, se podría
pensar que podríamos llegar a ser incluso más gordos, y con más pelo corporal aislante.

Lo único que es cierto a día de hoy es que la variación genética humana está
aumentando. En todo el mundo hay aproximadamente dos nuevas mutaciones por cada
uno de los 3,5 mil millones de pares de bases en el genoma humano cada año, dice
Hodgson,lo cual es bastante sorprendente y hace que sea poco probable que tengamos el
mismo aspecto en un millón de años.

El futuro de la especie humana


ELLIS PÉREZ
@EllisPerezSr

Fue en el año 1798, cuando el erudito, sacerdote anglicano y demógrafo Thomas Malthus,
publicó un ensayo donde formulaba la teoría sobre la población en la que afirmaba que
mientras ésta crece en progresión geométrica la producción de alimentos solo aumenta en
progresión aritmética. La aplicación de los avances tecnológicos ha demostrado a través del
tiempo que Malthus no tenía razón. Sin embargo, sus señalamientos geométricos de la
población tienen un efecto sobre la raza humana, la naturaleza y sus espacios, que se
manifiestan de diferentes maneras.
Veamos lo que nos dicen los científicos Ian Tattersall y Rob Desalle en su libro The Acci-
dental Homo Sapiens.

“Hoy, la población mundial del Homo Sapiens está bien avanzada en el camino a los ocho
billones y se proyecta que sobrepasará los nueve billones a mediados de este siglo.

Las implicaciones para el futuro biológico humano siguen como la noche sigue al día. Bajo
las actuales circunstancias las probabilidades de un cambio biológico en el linaje humano
es mínima. Pero eso naturalmente es bajo las circunstancias actuales; y se pueden concebir
dos excepciones que podrían promover la innovación biológica en nuestro linaje. La
primera y más obvia posibilidad es que el cambio demográfico habrá de ocurrir: algo
sucederá que reducirá traumáticamente la población humana y que fragmentará a los
sobrevivientes en bolsas aisladas, reestableciendo las condiciones requeridas para la
evolución. Cualquier número de escenarios claramente de este lado de la ciencia ficción
podrían incluirse aquí. El conflicto nuclear mundial ya no parece tan impensable como
lucía hace un tiempo; un virus robusto, letal y fácilmente transmisible podría fácilmente
surgir y causar estragos en la población mundial; o un asteroide podría impactar nuestro
planeta con consecuencias similares a aquellas que eliminaron a los dinosaurios hace unos
66 millones de años”.

Hace varios años que conocí a un dominicano sobresaliente, que ya retirado había regresa-
do a su país a disfrutarlo tranquilamente. Él había trabajado como ingeniero aeronáutico y
doctor en física durante varias décadas para la compañía Lockheed Martin, que ha sido, y
sigue siendo el principal suplidor de defensa de USA, su nombre era John Saunders.

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