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El ultimo evento trágico que sucedió en nuestra familia fue la partida de nuestro hijo
Danny.
Fue una lucha muy intensa, oramos, ayunamos, clamamos, nos humillamos, echamos
mano de la fe aferrándonos a Su Palabra.
Aun con todo, Dios decidió que lo mejor para mi hijo era llevarlo a Su Presencia.
Un caso de una paciente que tuve el privilegio de atender fue el caso de una mujer que
vivió en depresión y ansiedad por varios años.
Experimentó el desprecio, rechazo y menosprecio por parte de su esposo en niveles muy
altos. Además de maltrato psicológico con palabras como: No me gusta como eres, Ten cuidado
con lo que haces, Yo que tú lo pensaría dos veces antes de hacer lo que tú haces, ¿No puedes
hacer las cosas bien?, Piensa… analiza… no hables por hablar, Mejor no hables, todo lo que dices
crea problemas.
La celaba, le controlaba los tiempos, le controlaba el dinero al grado de no darle un centavo
más y tener él el control absoluto de todo, la acusaba de cosas que se imaginaba que ella hacía.
Para él, simplemente ella lo hacía todo mal, la comida, el quehacer, el trato con sus hijos,
su trabajo, y por supuesto se lo hacía saber a ella y terminaba pidiéndole de la manera más humilde
que se fuera, que lo dejara con sus 3 hijos, pues ellos eran mas felices sin ella y que tendrían una
calidad de vida mejor si ella los dejaba, pues “todos somos más felices cuando no estás aquí”.
Años después, la esposa se enteró de que su marido tenía una relación de varios años, por
supuesto varias aventuras, en donde no solo quebrantó el pacto que había hecho ante Dios con
ella, sino que, para lograr alcanzar “sus conquistas” se presentaba como el esposo que vive con
una esposa depredadora, que lo controlaba y lo abusaba mentalmente; y por si esto fuera poco,
además tenía prácticas voyeristas.
La reacción de aquella paciente fue la que hubiera tenido cualquier esposa tras tremenda
realidad: el Quiebre Emocional.
Y ahí no terminó todo, no solamente la culpó de haberlo orillado a cometer dichos actos,
sino que terminó ingresándola en un hospital psiquiátrico pues tenía miedo de sus reacciones y
temía por su integridad física.
En estos casos, ¿no teníamos todo el derecho justificable de enojarnos, guardar rencor,
buscar venganza y amargarnos?
Después de todo, somos hijos del Todopoderoso, y no recibimos Su protección.
No cumplió las promesas:
La oración de fe salvará al enfermo.
Claman los justos y Dios los oye.
Al que cree todo le es posible.
El día que lo recibimos como Señor y Salvador y cuando fuimos sumergidos en las aguas
hicimos un compromiso con Dios de llevar una vida agradable ante El en todos los aspectos de la
vida.
La respuesta inmediata es la de perdonar a los agresores y dejar la situación en manos de
Dios y quizás de las autoridades civiles.
¿Tristeza? Sí.
¿Lágrimas? Muchas.
¿Dificultades después? En cantidad.
¿Consecuencias? Por supuesto: la amargura se filtra hasta lo más profundo sin darnos
cuenta.
¿Fue injusto? Indiscutiblemente.
¿Hubo otras personas amargadas? Toda mi familia.
¿Es posible vivir con una raíz de amargura en el corazón? Sin duda alguna.
Ahora, por la gracia de Dios, no.
Como dice la Palabra: «Mi gracia es todo lo que necesitas; mi poder actúa mejor en la
debilidad» (2 Corintios 12:9).