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01 Ginzburg, Carlo - Historia Nocturna
01 Ginzburg, Carlo - Historia Nocturna
HISTORIA NOCTURNA
M U C H N I K E D I T O R E S S A
Colección dirigida por :
Enrique Lynch
ISBN: 84-7669-149-1
Depósito legal: B, 38.075 - 1991
Impreso en España - Printed in Spain
HISTORIA NOCTURNA
Introducción
* Para las notas numeradas, que siguen el orden de los capítulos, véanse pp. 231-
267. (N. del E.)
ritos horrendos.2 Así pues, era el estereotipo del aquelarre lo que sugería
a los jueces la posibilidad de arrancar a los acusados, por medio de presiones
físicas y psicológicas, denuncias en cadena que a su vez producían verdaderas
oleadas de caza de brujas.3
¿Cómo y por qué cristalizó la imagen del aquelarre? ¿Qué era lo que
se escondía tras ella? De estas dos preguntas (que, como se verá, me han
llevado en direcciones totalmente imprevistas) nace mi indignación. Por una
parte quería reconstruir los mecanismos ideológicos que facilitaron la per
secución de la brujería en Europa; por otra, las creencias de las mujeres
y los hombres acusados de brujería. Los dos temas están estrechamente
interrelacionados. Pero es el segundo el que sitúa a este libro — como ya
sucedía con 1 benandanti (1966), del que es un desarrollo y una profun-
dización— en una posición marginal respecto de la honda discusión sobre
la brujería entre los historiadores durante algo más de los veinte últimos
años. En las páginas que siguen intento explicar el porqué.
10. Hoy hablaría más bien de las «raíces folklóricas del aquelarre».
Aún me parece necesario subrayar el juicio sobre la novedad del plantea
miento. Con pocas excepciones, la investigación sobre la brujería ha seguido
de hecho caminos muy distintos de los que entonces preveía. Ciertamente,
un prejuicio (no siempre inconsciente) de sexo y de dase ha contribuido
a orientar la atención de los estudiosos principalmente hacia la historia de
la persecución de la brujería.42 Términos como «extravagancias y supers
ticiones» «credulidad campesina», «histeria femenina», «extrañeza», «rare-
zas», repetidos, como hemos visto, en algunos de los estudios más notorios,
reflejan una elección preliminar de naturaleza ideológica. Pero también una
estudiosa como Larner, que partía de muy distintos presupuestos, ha acabado
centrándose en ía historia de la persecución.43 La actitud de solidaridad
postuma con las víctimas es ciertamente muy distinta de la superioridad
ostentosa frente a su rusticidad cultural; pero también en el primer caso
el escándalo intelectual y moral constituido por la caza de brujas ha
monopolizado casi siempre la atención. Las confesiones de los perseguidos,
mujeres y hombres —sobre todo si se refieren al aquelarre— aparecen, según
los casos, como intrínsecamente irrelevantes o contaminadas por 1a violencia
de los perseguidores. Quien haya intentado entenderlo literalmente, como
documento de una cultura femenina separada, ha acabado ignorando su
denso contenido mítico.44 Muy raras, en verdad, han sido las tentativas por
aproximarse a estos documentos con los instrumentos analíticos que ofrecen
la historia de ias religiones y el folklore, disciplinas de las que los histo
riadores más serios de la brujería se han mantenido habitualmente alejados,
como si de campos minados se tratase.45 Miedo a caer en el sensacionalismo,
incredulidad frente a los poderes mágicos, desconcierto ante el carácter «casi
universal» de creencias como ia de la metamorfosis zoomórfica (y no
digamos, naturalmente, la inexistencia de una secta brujesca organizada) se
cuentan entre los motivos aducidos para justificar una drástica, y a la larga
estéril, delimitación del campo de la investigación.46
Tanto los perseguidores como ios perseguidos se hallan en el cen
tro de la investigación que ahora presento. He creído poder reconocer
en el estereotipo del aquelarre una «formación cultural de compromi
so»: ei resultado híbrido de un conflicto entre cultura folklórica y cultura
docta.47
15. Tal era el camino que, sin darme cuenta, había seguido. Cierta
mente, ninguna hipótesis histórica (referida a un ámbito religioso, institu
cional, étnico, etc.) me habría permitido reunir las imprevisibles constela
ciones de documentos presentadas en la segunda parte de este libro. Ahora
bien ¿era suficiente una exposición prácticamente histórica de los resultados
reunidos? La respuesta de Wittgenstein era clara: la «representación pers
picua» era un modo de presentación de los datos no sólo alternativa sino,
implícitamente, superior a la presentación histórica porque: a) era menos
arbitraria, y b) era inmune a hipótesis evolutivas indemostradas. «Una
relación interna entre círculo y elipse», observaba, se ilustra «transformando
gradualmente la elipse en un círculo, pero no para afirmar que una
determinada elipse ha surgido efectivamente, históricamente, de un círculo
(hipótesis evolutiva), sino sólo para hacer a nuestro ojo sensible a una
relación formal.»59
Este ejemplo me parecía excesivamente probatorio. Más que con
círculos y elipses (entes por definición sustraídos a un ámbito temporal)
tenía que vérmelas con hombres y mujeres: benandanti de Friuii, por
ejemplo. Si me hubiera limitado a describir en términos puramente formales
su gradual transformación en brujos, habría acabado descuidando un ele
mento decisivo: la violencia cultural y psicológica ejercida por los inquisi
dores. El caso entero habría resultado absolutamente transparente, pero
también absolutamente incomprensible. En el estudio de los hechos huma
nos, poniendo entre paréntesis ia dimensión temporal se obtiene un cuadro
inevitablemente deformado, por estar depurado de las relaciones de fuerza.
La historia humana no se desarrolla en el mundo de las ideas, sino en el
mundo sublunar en el que irrevisiblemente nacen los individuos, infligen
sufrimiento o lo padecen y mueren.60 :
Así pues, me parecía que la investigación morfológica no podía (por
motivos a la vez intelectuales y morales) sustituir a la reconstrucción
histórica. Lo que sí podía era solicitarla; sobre todo en áreas o períodos poco
y mal documentados. En cuanto a la naturaleza histórica de las relaciones
que había reconstruido, no albergaba dudas. Me había servido de la inves
tigación morfológica como de una sonda para catar un estrato profundo de
otro modo inalcanzable.61 Aquí la tesis de Wittgenstein debía ser invertida:
en el ámbito de la historia (no en el de la geometría, obviamente) la relación
formal puede ser considerada una hipótesis evolutiva, o mejor genética,
formulada de modo distinto. Era preciso intentar, por medio de la com
paración, traducir en términos históricos la distribución de los datos, pre
sentados hasta el momento sobre la base de afinidades internas, formales.
Así pues, habría sido la morfología, aunque acrónica, la que fundamentara,
según el ejemplo de Propp, la diacronía.62
Nota
3. Así pues, tres versiones: los leprosos, instigados por los judíos, a
su vez instigados por. el rey moro de Granada; o los leprosos y los judíos;
o, también, sólo los leprosos. ¿Por qué esta discordancia entre las crónicas?
Para responder a esta pregunta hace falta recorrer la cronología y la geografía
del descubrimiento de la conjura. Todas las vicisitudes se nos mostrarán de
manera más clara.
Las primeras voces sobre el envenenamiento de las aguas, seguidas de
inmediato de acusaciones, encarcelamientos y hogueras, se iniciaron en el
Périgord el Jueves Santo (16 de abril) de 1321.12 Se extendieron rápidamente
a toda Aquitania. Esta zona había sufrido el año anterior a las bandas de
los llamados Pastorcillos, procedentes de París: grupos de muchachos y
de muchachas de unos quince años, descalzos y mal vestidos, que marchaban
enarboiando el pabellón cruzado. Decían que querían embarcar para Tierra
Santa. No tenían jefes, armas ni dinero. Muchos los acogían benévolamente
y los alimentaban por amor de Dios. Reunidos en Aquitania, los Pastorcillos,
«para ganarse eí favor popular», afirma Bernard Gui, empezaron a intentar
bautizar a los judíos a la fuerza. Los que se negaban eran despojados o
muertos. Las autoridades se preocuparon. En Carcasona, por ejemplo,
intervinieron en defensa de los judíos en tanto que «siervos del rey». No
obstante, mucha gente (es Giovanni da San Vittore quien lo escribe)
aprobaba la violencia de los Pastorcillos diciendo que «no había que oponerse
a los fieles en nombre de los infieles».13
Precisamente desde Carcasona, a fines de 1320 probablemente (y en
cualquier caso antes de febrero de 1321) los cónsules del senescalato
habían enviado una protesta al rey. Abusos y excesos de diversos géneros
turbaban la vida de ia ciudad en lo que a ellos se refería. Los funcionarios
regios, violando las prerrogativas de los tribunales locales, obligaban a las
partes en litigio a personarse en París, con grave daño y gasto, para la
celebración de los procesos; por otra parte hacían pagar elevadas multas
a los mercaderes, acusándolos injustamente de usura. Los judíos, no con
tentos con hacer préstamos usurarios, prostituían y hacían objeto de estu
pro a las mujeres de los cristianos pobres que no estaban en condiciones
de pagar los préstamos; hacían vilipendio de la hostia consagrada, recibida
de manos de los leprosos y de otros cristianos; cometían todo tipo de
monstruosidades en señal de desprecio de Dios y de la fe. Los cónsules
suplicaban que se expulsara a los judíos del reino, a fin de que los fieles
cristianos no fueran castigados por estos pecados nefandos. Denunciaban
además los propósitos execrables de ios leprosos, que se preparaban para
difundir el morbo de que estaban afectados «con veneno, pociones pestí
feras y sortilegios». Para impedir la difusión del contagio los cónsules
sugerían al rey que segregara a los leprosos en construcciones a propósito,
separando a los varones de las mujeres. Se declaraban dispuestos a pro
veer el mantenimiento de los reclusos, administrando las rentas, las limos
nas y las donaciones pías a ellos destinadas en el presente o en el futuro.
De este modo, concluían, los leprosos dejarían finalmente de multipli
carse.14
/¡O
condición no mencionada en la confesión precedente, y que por sí sola
justificaba eí traslado de ía causa a un tribunal inquisitorial. Los jefes de
las leproserías tendrían que «renegar de ía fe de Cristo y de su ley y recibir
un polvo contenido en una marmita en que había hostia consagrada
mezclada con serpientes, sapos, lagartos, lagartijas, murciélagos, excrementos
humanos y otras cosas» que había sido preparado en Burdeos por orden
del rey de Granada y deí sultán de Babilonia. Si alguno se hubiera negado
a renegar de la fe de Cristo, habría sido decapitado por «un hombre alto
y moreno, con coraza y yelmo en ía cabeza, armado de una cimitarra», el
cual presenciaba la reunión. Jourdain había dicho que en una próxima
reunión intervendrían, además de los jefes de todas las leproserías de la
cristiandad, el rey de Granada y el sultán de Babilonia. En su presencia todos
tendrían que escupir sobre la hostia y sobre la cruz y pisarla: tal era el
encargo del jefe de la leprosería de Burdeos, quien mantenía los contactos
con los sarracenos para obtener su apoyo. Algunos de los sarracenos
presentes en la reunión tenían por misión referir todo a sus respectivos
soberanos. Jourdain había dicho que eí rey de Granada y el sultán de
Babilonia pretendían apoderarse de todos ios dominios de los cristianos,
cuando éstos hubieran sido muertos o contagiados de lepra.
Agassa describe con minucia eí veneno, la marmita que ío contenía,
eí modo de contaminar las fuentes y ios pozos, las localidades en que lo
había esparcido. Esta vez afirma haber actuado soío. Exonera a Guillaume
Normanh y a Fertand Spanhoí, citados en eí primer interrogatorio, diciendo
que los había acusado falsamente. Del mismo modo, exonera al jefe de la
leprosería de Savardun, «ya quemado», y a los de ías leproserías de Unzent
y de Pujols, mencionados ente los participantes en la reunión de Toulouse
declarándolos inocentes. De sí mismo dice, respondiendo a una pregunta
del juez, que ha renegado de ía fe de Cristo y de su ley pensando «que no
valían nada». En esta opinión permaneció durante tres meses.
El 20 de mayo, ante el obispo Fournier y algunos frailes dominicos,
Agassa confirma haber dicho ía verdad. Se declara genéricamente arrepen
tido de los crímenes cometidos y dispuesto a cumplir la penitencia que le
sea impuesta. Gimo era obvio en un proceso inquisitorial, reniega solamente
de los crímenes cometidos contra ía fe: la apostas ía, eí ultraje a ía hostia
y a la cruz, toda herejía y toda blasfemia. El envenenamiento de las aguas
ya no se menciona. Un año más tarde, el 8 de julio de 1322, es condenado
a reclusión perpetua de la forma más rigurosa (in muro stricto in vinculis
seu conpedibus) junto con un grupo de hombres y mujeres seguidores de
las doctrinas heréticas de los beguinos.34
8. Está claro que en este proceso la tortura y las amenazas han tenid
un peso decisivo. Agassa ha sido sometido a la tortura incluso antes del
inicio de ios interrogatorios.35 Pero los primeros resultados son descorazo-
nadores. Agassa denuncia a un par de cómplices y traza ías líneas generales
del complot, pero no demuestra mucha imaginación. Posteriormente, y a
todas luces bajo las presiones de los jueces, van surgiendo nuevas particu
laridades: la reunión de los leprosos, las promesas del rey de Granada y
del sultán de Babilonia. Finalmente, al tercer interrogatorio, el cuadro se
completa. Agassa admite haber renegado de la fe, pisado la cruz y profanado
la hostia consagrada bajo ía mirada amenazadora del moro armado de una
cimitarra. Es probable que, para convencerlo de que hiciera estas confesiones,
los jueces se comprometieran a salvarle la vida. Por eso, antes del final del
proceso, Agassa se desdice de declaraciones iniciales que implicaban a
personas inocentes o a su memoria (uno ya había perecido en la ho
guera).
Así pues, a lo largo del proceso la versión de Agassa va coincidiendo,
poco a poco, con la previa de los jueces. SÍ la comparamos con las versiones
puestas en circulación por las crónicas contemporáneas, vemos que aquélla
es un compromiso entre la más simple, que atribuía la conspiración sólo
a los leprosos, y la más compleja, según la cual los leprosos habían sido
instigados por los judíos, a su vez instigados por el rey de Granada. En
las confesiones de Agassa encontramos a este último acompañado del sultán
de Babilonia; naturalmente, encontramos a los leprosos; faltan, una vez más,
los judíos.
En la práctica, su presencia o ausencia en las diversas versiones del
complot era decisiva. Junto con los leprosos, los judíos podían ser señalados
a la población como culpables, procesados y enviados a la hoguera, o
masacrados sin proceso. Los reyes sarracenos, lejanos e inalcanzables, eran
un elemento del contorno operante solamente en eí plano simbólico. A este
respecto cabe notar que entre los jueces que el 8 de julio de 1322 pronun
ciaron la sentencia contra Agassa se hallaba también el inquisidor Bernard
Gui. Es verosímil que en esta ocasión haya revisado las actas del proceso.
No sabemos si en aquel momento ya había redactado el relato de la
conspiración de 1321 con el que terminan, en una parte de la tradición
manuscrita, sus flores chronicarum. En cualquier caso, ni entonces ni más
tarde sintió la necesidad de incluir una referencia a los reyes sarracenos
citados por Agassa, y eso que recalca algunos puntos esenciales de las
confesiones: las reuniones secretas durante dos años de los jefes de los
leprosos; el reparto previo del dominio de ciudades y campos; el envene
namiento de las aguas. Al igual que Agassa, Bernard Gui no dice una palabra
de la participación de los judíos.36
10. Se trata de una iarga misiva enviada por Felipe de Valois, conde
de Anjou (más tarde rey de Francia con el nombre de Felipe VI), al papa
Juan XXII. Tras haber hecho que se leyera a los cardenales reunidos en
consistorio en Aviñón -—-ciudad que por entonces formaba parte de los
dominios feudales de los Anjou— , el Papa la incluyó en una carta pontifical
que exhortaba a los cristianos a la cruzada.42 De este modo ha llegado hasta
nosotros la misiva.
Veamos qué había escrito Felipe de Valois. El viernes posterior a la
fiesta de san Juan Bautista (esto es, el 26 de junio) hubo en los condados
de Anjou y de Turena un eclipse de Sol.43 A lo largo del día, durante cuatro
horas se había visto el Sol inflamado y rojo como la sangre; durante la noche,
se había visto la Luna cubierta de manchas y negra como el fondo de un
saco. Estas referencias exactas (en el texto estaba implícita la remisión al
Apocalipsis, 6, 12-13) habían hecho que se considerase próximo el fin del
mundo. Hubo terremotos; globos incandescentes habían caído del cielo
incendiando ios techados de paja de las casas; en el aire había aparecido
un terrible dragón que mató a muchas personas con su hálito repugnante.
Al día siguiente la gente empezó a atacar a los judíos por los maleficios
que habían cometido contra los cristianos. Registrando la casa de un judío
llamado Bananias, se encontró en una habitación apartada, dentro del arca
en que guardaba el dinero y los secretos, una piel de carnero escrita por
dentro y por fuera con caracteres hebraicos y sellada. El cordón del sello
era de seda color púrpura. El sello, de oro purísimo, pesaba diecinueve
florines florentinos y tenía la forma de un crucifijo labrado con gran arte,
en el que se representaba a un judío o sarraceno monstruoso sobre una
escalera apoyada en la cruz y en el acto de defecar sobre el dulce rostro
del Salvador. Esto había llamado la atención sobre lo escrito: dos judíos
bautizados habían explicado su contenido. Al llegar aquí, Bananias, junto
con otros seis correligionarios capaces de leer bastante bien el hebreo, habían
sido encarcelados y sometidos a tortura. La interpretación que dieron del
escrito era más o menos la misma (satis sufficienter unurn et idem dicebant,
vel quasi similia loquebantur). Tres teólogos cristianos la habían traducido
del hebreo al latín con toda la diligencia posible. Felipe de Anjou daba el
texto íntegro de esta traducción.
Era una carta dirigida al gloriosísimo y poderosísimo Amicedich, rey de
treinta y un reinos (Jericó, Jerusalén, Hebrón, etc.), a Zabin, sultán de Azor,
a su magnificencia jodab de Abdón y Semerén y a sus virreyes y repre
sentantes. A todos ellos, Bananias, con todo el pueblo de Israel, declaraba,
prosternándose, sujeción y obediencia. En varias ocasiones, desde el año 6294
de la creación del mundo, su majestad el rey de Jerusalén se había dignado,
a través de su intermediario el virrey de Granada, establecer un pacto
perpetuo con el pueblo judío, enviándoles un mensaje. Se refería en él que
Enoch y Elias se habían aparecido a los sarracenos en el monte Tabor para
enseñarles la ley hebrea; en un foso del valle del Sinaí se había encontrado
el arca perdida deí Antiguo Testamento, que posteriormente había sido
escoltada con gran júbilo por caballeros y soldados hasta la ciudad de Ay;
dentro, el arca contenía el maná enviado por Dios en el desierto, todavía
incorrupto, junto a las varas de Moisés y Aarón y las tablas de la Ley
esculpidas por el dedo de Dios; ante este milagro todos los sarracenos habían
declarado su deseo de circuncidarse, convirtiéndose a la fe del Dios de los
judíos. A estos últimos les habrían devuelto Jerusalén, Jericó y Ay, sede del
arca; pero a cambio los judíos debían entregar a los sarracenos el reino de
Francia y la ilustre ciudad de París. Conocida esta voluntad del rey de
Granada, continuaba Bananias, los judíos planearon una astuta estratagema:
en pozos, fuentes, cisternas y ríos echarían polvos confeccionados con hierbas
amargas y sangre de reptiles venenosos a fin de exterminar a los cristianos,
haciéndose ayudar en esta empresa- por los leprosos, a los que habían
corrompido con ingentes sumas de dinero. Pero los pobres y desgraciadí
simos leprosos se comportaron ingenuamente (se simplices habuerunt):
primero acusaron a los judíos; a continuación, engañados por los demás
cristianos, confesaron todo. Los judíos se alegraron de la muerte de los
leprosos y del envenenamiento de los cristianos, porque ías divisiones de
los reinos llevan a su destrucción. En cuanto al martirio que debieron sufrir
por las acusaciones de los leprosos, lo soportaron con paciencia por amor
de Dios, que en el futuro les daría ciento por uno. Es cierto que habrían
sido exterminados si sus grandes riquezas no hubieran estimulado la avidez
de un rescate por parte de los cristianos, como sabrían por el rey de Granada
(et procul dubio credimus depopulati fuisse, nisi grandis noster thesaurus
corda eorum in avaritia obdurasset: unde aurum et argentum nostrum et
vestrum nos redemit, prout valentis scire ista omnia per praedictum su-
bregem vestrum de Granada). Los judíos pedían que les fueran enviados
oro y plata: los venenos no habían hecho todo su efecto pero esperaban
hacerlo mejor en una próxima ocasión, cuando pasara algún tiempo. Así
los sarracenos podrían pasar el mar saliendo del puerto de Granada y
extender su dominio sobre las tierras de los cristianos y sentarse en el trono
de París; y los judíos tendrían la posesión de la tierra de sus padres que
les fue prometida por Dios, y vivirían todos juntos bajo una única Ley y
un único Dios. Y no sufrirían más dolores ni más opresiones por toda la
eternidad, según las palabras de Salomón y de David. Y en cuanto a los
cristianos se cumpliría la profecía de Oseas: «Su corazón es mendaz, y ahora
pagarán sus culpas» (Oseas, 10). Bananias concluía con la advertencia de
que el documento habría sido confiado, para hacerlo llegar a Oriente, a
Sadoch, gran sacerdote de los judíos, y a León, conocedor de las Leyes, que
podrían explicarlo mejor con sus palabras.
11. Según el calendario judío "•por aquel entonces era el año 5081. La
fecha puesta en la carta de Bananias — eí año 6294 de la creación del
mundo— ¿se debía a un error material o más bien de un error deliberado,
introducido por los judíos implicados a la fuerza en la elaboración del do
cumento con el objetivo de señalar a sus correligionarios la falsedad del
documento?44 Nunca lo sabremos. Felipe de Anjou envió al Papa la carta
de Bananias y le comunicó sus intenciones (que luego no llevó a cabo) de
partir a la cruzada.45 A él y a cuantos lo acompañaran Juan X X II les
impartió la absolución ritual. En aquellos momentos, su pasada tibieza
respecto de la cruzada había desaparecido ante el avance musulmán que
amenazaba Chipre y Armenia.46 De aquí, verosímilmente, la decisión no
sólo de avalar, sino incluso de difundir un documento que probaba que los
musulmanes, con la complicidad de los judíos, tenían la mirada puesta en
ei trono de Francia. En un pasado reciente, Juan II había mostrado
benevolencia respecto de la comunidad judía, interviniendo en su defensa
contra las bandas de los Pastorcillos: pero la prueba de su complicidad con
los leprosos, transmitida por Felipe de Valois, debió de parecerle irrefutable.
Es imposible decir hasta qué punto pesó en todo ello la deuda de gratitud
contraída por el Papa con Felipe de Valois, quien hacía un año había dirigido
una expedición desafortunada, en Italia, contra los gibelinos.47 Lo cierto es
que, en un brusco (y hasta el momento inexplicado) giro, Juan X X II expulsó
en 1322 a los judíos de sus propios dominios.48
Desconocemos el origen de una falsía tan compleja y elaborada como
la carta de Bananias. Se trata de un documento que refleja preocupaciones
muy distintas de las descifrables en las confesiones arrancadas a Agassa en
el proceso iniciado alrededor de un mes antes en Pamiers. El alargamiento
hacia atrás de la cadena evocada para explicar el complot (leprosos-judíos-
virrey de Granada-rey de Jerusalén, etc.) servía para llamar la atención sobre
los intermediarios más próximos. La culpabilidad de los leprosos se daba
por descontada, superada por la sucesión de los acontecimientos. Se intentaba
alimentar una nueva oleada de persecuciones contra los judíos, dirigiéndose
ai Papa para vencer las dudas del rey. Este último era indirectamente
censurado por la observación de Bananias (o, mejor, de quien escribía en
su nombre) sobre la avidez de los cristianos, que habían preferido hacer
pagar un rescate a los judíos en vez de exterminarlos.
14. Así pues, la suma de ciento cincuenta mil ¿ivres toumois sacada
a los judíos por Felipe V a mitades de junio como precio de su silencio
había servido para retrasar las persecuciones solamente unas pocas semanas.
Como mucho, habían hecho que en la carta regia se añadiera la invitación
a las autoridades a no practicar la tortura de modo indiscriminado. Una befa
trágica, destinada a repetirse muchas veces (incluso en tiempos cercanos a
nosotros). Los procesos, seguidos de quemas, contra los judíos reos confesos
de complicidad con los leprosos se siguieron, paralelamente a la exacción
de la enorme multa (posteriormente reducida a cien mil livres), durante
dos años más. En la primavera o en el verano de 1323 (en cualquier caso
antes del 7 de agosto) el sucesor de Felipe V, Carlos ÍV, expulsó a los judíos
del reino de Francia.52
17. Las autoridades y los jueces que presionan para que la acusación
recaiga sobre quienes ya son candidatos al papel de chivo expiatorio; el
acusado que cede aterrorizado por la tortura; la turba desencadenada contra
los presuntos culpables: todo ello parece predecible, casi obvio; y además
en este caso documentado con una riqueza de detalles inhabitual gracias a
las divergencias entre ios poderes públicos de Teruel. La resistencia opuesta
por el bailío hace destacar, por contraste, la disponibilidad general a aceptar
de inmediato los rumores sobre la conspiración de los envenenadores. En
Francia, como hemos visto, las cosas no iban de otra manera. La versión
de las autoridades pudo difundirse y crecer porque en todos los estratos de
la población estaban dispuestos a aceptar, o directamente a anticipar, 1a
culpabilidad de los leprosos y de los judíos.
Semejantes acusaciones no eran nuevas. En el siglo anterior las encon
tramos consignadas en las crónicas. Vicente de Beauvais atribuía la cruzada
de los niños de 1212 a un plan diabólico del Viejo de la Montaña, jefe de
la misteriosa secta de los asesinos, que había prometido la libertad a dos
clérigos prisioneros a cambio de que le llevaran todos los niños de Francia.59
Según la crónica de Saint-Denis la cruzada de los Pastorcillos de 1251 era
fruto de un pacto entre el sultán de Babilonia y un húngaro maestro en
artes mágicas. Éste, tras haberse comprometido a llevar al sultán, a base
de encantamientos, a todos los jóvenes de Francia al precio de cuatro
besantes de oro por cada uno, se había dirigido a Picardía, donde había hecho
un sacrificio al diablo echando aJ aire unos poJvos: todos los Pastorcillos
lo habían seguido abandonando a los animales en ios campos, A otro jefe
de la misma cruzada (añadía Matteo París) le habían encontrado encima
polvos venenosos y cartas del sultán escritas en árabe y en caldeo, que
prometían ingentes sumas de dinero si la empresa se veía coronada por
el éxito.60 Quizás alguien interpretó del mismo modo la cruzada de los
Pastorcillos en 1320; lo cierto es que ai año siguiente reaparece el mismo
esquema, no sólo en las crónicas sino en las cartas falsificadas y en las
confesiones arrancadas mediante tortura a leprosos y judíos.
En todos estos relatos se entrevé el temor suscitado por el mundo
desconocido y amenazador que había más allá de los límites de la cristian
dad.61 Cualquier acontecimiento inquietante o incomprensible era atribuido
a las maquinaciones de los infieles. En los orígenes se halla casi siempre
un soberano o jefe árate, eventualmente inspirado por el demonio: el Viejo
de la Montaña (Vicente de Beauvais), el sultán de Babilonia (M. Paris,
crónica de Saint-Denis, proceso de Agassa), el rey de Jerusalén (carta de
Bananias), los reyes de Túnez y de Granada (proceso de Agassa, cartas
apócrifas de Macón, el continuador de Guillaume de Nangis y sus imita
dores). Directa o indirectamente, estos personajes se ponen de acuerdo
respecto de figuras aisladas o de grupos, marginales desde el punto de vista
geográfico o étnico-religioso (el maestro húngaro, los judíos) prometiéndoles
dinero a cambio de la ejecución del complot. Este último es efectuado
materialmente por otros grupos, que por edad (los niños), por inferioridad
social (los leprosos) o por ambos motivos (los Pastorcillos) son presa fácil
de falsos milagros, como promesas de riquezas y de poder. Este encade
namiento causual puede ser largo o corto; en Teruel, por ejemplo, la
investigación de las responsabilidades se limita a los judíos (en la primera
versión se trataba de un bretón). Pueden saltarse algunos pasajes (en la
confesión de Agassa los reyes musulmanes sellan un pacto con los leprosos
ignorando a los judíos). Otros pueden desdoblarse (en la carta de Bananias
eí rey de Jerusalén corrompe a los judíos a través del rey de Granada). Pero
en general el encadenamiento que hemos descrito implica una graduación
de los pasajes que llevan del enemigo externo al enemigo interno, su
cómplice y, por así decirlo, su emanación, figura ésta destinada a tener una
larga fortuna.62 Y si el enemigo interno era, por definición, insensible, el
externo estaba al alcance de la mano, pronto a ser masacrado, encarcelado,
torturado, quemado.
Una serie de casos llamativos descubiertos en Francia en los primeros
decenios del siglo XIV contribuyeron a difundir este miedo a la conspiración.
Entre las múltiples acusaciones que se pusieron en circulación contra la orden
de los Templarios figuraba también la de haber llegado a acuerdos secretos
con los sarracenos.63 Guichard, obispo de Troyes, y Hugues Géraud, obispo
de Cahors, fueron procesados en 1308 y en 1317 acusados, respectivamente,
de haber intentado matar por medios mágicos a la reina Juana de Navarra
y al papa Juan X X II.64 Son casos que parecen anticipar en pequeña escala
la conspiración atribuida pocos años más tarde a los leprosos y a los judíos.
Por vez primera en esre caso las tremendas potencialidades de purificación
social que encerraba el sistema de la conspiración (toda conspiración fan
tasmal tiende a generar una real de signo contrario) se desplegaron ple
namente. Ya no bastaban, frente al temor a un contagio físico y metafórico,
los guetos y las infamantes contraseñas sobre ios hábitos no eran sufi
cientes.65
11. Hemos visto que en las descripciones recogidas por Nider en 1435-
437 las transformaciones en animales justamente se citaban, mientras que
el vuelo de las brujas y las reuniones nocturnas ni siquiera figuraban. Pero
por aquellos mismos años, en el Delfinado y en Valais, los mismos
ingredientes ya habían confluido en la imagen de la secta brujesca. Es lo
que se colige de la relación escrita en 1438 por un cronista de Lucerna,
jüstinger von KÓnigshofen, quien recogía casi literalmente la crónica escrita
diez años antes por Johann Friind.38 Los procesos, iniciados en los valles
de Henniviers y de Hérens, habían seguido en Sion, concluyendo con la
condena a la hoguera de más de cien personas, entre hombres y mujeres.
Los acusados, sometidos a tortura, habían acabado por confesar que formaban
parte de una secta o sociedad (gesellschaft ) diabólica. El demonio se les
aparecía en forma de animal negro; unas veces un oso, otras un carnero.^9
Tras haber renunciado a Dios, a la fe, al bautismo y a la Iglesia, los miembros
de la secta se dedicaban a conseguir por medios mágicos la muerte y las
enfermedades de adultos y niños. Unos dijeron que sabían transformarse
temporalmente en lobos para devorar el ganado; otros, que se hacían
invisibles comiendo hierbas especiales indicadas por el demonio. Iban a las
reuniones volando sobre bastones y escobas; a continuación se encerraban
en las bodegas, se bebían los mejores vinos y defecaban en las barricas. La
secta, iniciada hacía cincuenta años (una indicación que nos remite otra vez
al año 1375), contaba ya, según los acusados, con setecientos adeptos. Un
año más, decían, y se habrían convertido en señores y dueños del país, con
un rey propio.
En este momento el estereotipo ya estaba configurado. Durante unos
doscientos cincuenta años no cambiaría. Los mismos elementos reaparecen
en un par de tratadillos redactados en Saboya hacia 1435: el del jurista Claude
Tholosan, basado en más de cien procesos de brujería llevados a cabo en
los valles de los alrededores de Brian^on, y el anónimo Errores Gazariorum.4Ú
Los mismos elementos, a excepción del último: el extraordinario proyecto
de conspiración política confesado por miembros de la secta brujesca de
Valais no dejó huella en el Delfinado ni en los innumerables procesos por
brujería celebrados en gran parte de Europa en siglos sucesivos. Es un dato
excepcional, pero no incomprensible a la luz de la serie documental que
hemos reconstruido. Recuérdese que en 1321 los leprosos habían confesado
haberse repartido de antemano los títulos de condes y de barones, en el
seno de la conspiración urdida contra la sociedad de los sanos.41
12. Así, a través de reencarnaciones sucesivas, en el transcurso de poco
más de medio siglo la imagen del complot se había asentado en los Alpes
occidentales. De camino, como hemos visto, el grupo agresor se había
ampliado, al menos potenciaimente. De modo paralelo se había ido am
pliando el abanico de sus agresiones contra la comunidad: los acusados de
Valais habían confesado provocar ceguera, locura, abortos, impotencia se
xual; devorar niños; apoderarse de la leche de las vacas; destruir las cosechas.
La imagen de la secta había ido especificándose: la apostasía de la fe, ya
impuesta a los leprosos según el relato de Agassa, había ido enriqueciéndose
con nuevos y macabros detalles; el diablo, inspirador oculto de los complots
de leprosos y judíos, era lanzado al primer plano en una temible forma
animal. La siniestra ubicuidad de la conspiración, ya de entrada expresada
por el fluir de las aguas envenenadas, finalmente se había traducido sim
bólicamente en el viaje aéreo de brujas y brujos hacia el aquelarre.
Ahora bien, mientras tanto algo había cambiado. En 1321 y en 1348
los acusados, debidamente interrogados bajo tortura, habían dicho exacta
mente lo que los jueces esperaban de ellos. Las confesiones del leproso
Agassa, o las del médico judío Balavigny, posteriores en unos treinta años,
eran la proyección — sustancialmente no contaminada por datos ajenos—
de una imagen propuesta por los representantes de la autoridad laica y
eclesiástica. En los procesos contra los adeptos de la secta brujesca la relación
entre jueces y acusados es mucho más compleja.
9. Las incrustaciones diabólicas que surgen al final del relato de las dos
ancianas del valle de Fassa repetían el pacto con Lucifer que había sido
establecido medio siglo antes por Pierina, seguidora de Oriente. Se registra
un desliz forzado de las viejas creencias hacia el estereotipo del aquelarre
entre mediados del siglo xv y principios del xvi, en los dos extremos del
arco alpino y en la llanura padana. En Canavese, el valle de Fiemme, Ferrara
y los alrededores de Módena la «mujer del hon zogo», la «sabia Sibila» y
otras figuras femeninas similares asumen poco a poco rasgos demoníacos.24
También en la región del Como el aquelarre se superpone a un estrato de
creencias análogas: las reuniones nocturnas, como registró el inquisidor
Bernardo da Como, eran allí llamadas «juegos de la buena sociedad (ludum
bonae societatis)».25
Un fenómeno equivalente tuvo lugar, mucho más tarde, en una parte
de Europa completamente distinta: en Escocia, entre finales del siglo xrv
y finales del XV. Varias mujeres procesadas como brujas contaron haberse
reunido con las hadas —la «buena gente», los «buenos vecinos»— y con
su reina, quizás apoyada por un rey. «Estaba en DawnieHills —dice una
de estas mujeres, Isabel Gowdie— y la Reina de las Hadas me dio carne,
más de la que podía comer. La Reina de Jas Hadas viste espléndidamente,
con ropas blancas y moradas... y el Rey de las Hadas es un hombre apuesto,
con el rostro alargado...» Los puntos suspensivos señalan los momentos en
que el notario, desde luego por indicación de los jueces (el pastor y el sheriff
de Auldern, pueblo a orillas del río Moray Firth), considera inútil transcribir
semejantes fantasías. Era en 1662. Nunca conoceremos (a continuación de
la historia. Los jueces querían saber de las brujas, del diablo; e Isabel Gowdie
les contentó sin hacerse rogar, restableciendo la comunicación momentá
neamente interrumpida.26
En ocasiones (pero más raramente) esta mezcla de viejas y nuevas
creencias aflora en procesos contra hombres. En 1597 Andrew Man contó
a los jueces de Aberdeen que había prestado homenaje a la reina de los
elfos y al diablo, quienes se le había aparecido en forma de ciervo, saliendo
de la nieve en un día de verano, durante la cosecha. Se llamaba Christonday
(Domingo de Cristo). Andrew Man le había besado el culo. Creyó que se
trataría de un ángel, un hijo de Dios, y que «tenía todo el poder por debajo
de Dios». La reina de los elfos era inferior al diablo, pero «conocía bien
el arte (has a gríp o f d i the craft)». Los elfos tenían mesas bien guarnecidas,
cantaban y bailaban. Eran sombras, pero con el aspecto y las ropas de seres
humanos. Su reina era muy hermosa; Andrew Man se había unido carnal
mente con ella.27
Los jueces de Aberdeen consideraron estos relatos «puras y simples
brujerías y diabluras (plañe witcbcraft and devilrie)». Nosotros reconocemos
en ellos una estratificación más compleja. La sutil capa diabólica que los
envuelve se explica fácilmente por la circulación europea de los tratados de
demonología, basados en los estereotipos que habían ido cristalizándose en
los Alpes occidentales entre finales del siglo xrv y mediados del xv.
Probablemente fueron los jueces de Aberdeen quienes solicitaron, con
preguntas y torturas, en el curso de los interrogatorios (que por otra parte
no se han conservado) detalles como el homenaje al diablo. Pero los
elementos cristianos que surgen de modo contradictorio en las confesiones
de Andrew Man (el diablo Christonday, ángel e hijo de Dios) no pueden
ser remitidos a una circulación de los textos. En las confesiones de algunos
benandanti de Friuli o de un viejo lícántropo de Livonia hallamos afirma
ciones análogas: combatían, afirmaban, «por la fe de Cristo», eran «perros
de Dios». Parece difícil atribuir estas afirmaciones convergentes a expedien
tes defensivos extemporáneos, urdidos en el curso del proceso, tal vez se
trataba de una reacción más profunda e inconsciente que tendía un velo
cristiano sobre un estrato de creencias más antiguas, superpuesto a un ataque
frontal que lo desnaturalizaba en sentido diabólico.28 En el caso de Andrew
Man, se trataba de las creencias en los «buenos vecinos»: los elfos, Jas hadas.
Sobre este mundo de sombras, donde se celebran banquetes, se canta, se
baila, reina la reina de los elfos, ya reducida (como la «mujer del bon zogo»
en los procesos trentinos de principios deí siglo xvr) a una posición
subordinada respecto del diablo.
16. Todo esto arroja una luz inesperada sobre una página del histo
riador bizantino Procopio de Cesarea, escrita probablemente hacia 552 o
553. Es tal vez la página más famosa de la Guerra gótica. Procopio está
hablando de una isla que se llama Brittia. Inesperadamente su relato se
interrumpe pará dar paso a una digresión, presentada con palabras circuns
pectas y solemnes: «Llegado a este punto de la historia, inevitablemente
he de referir un hecho que tiene más que ver con las supersticiones y que
a mí me parece completamente increíble, por más que sea recordado
constantemente por muchísimas personas, que afirman haber tocado lo que
voy a contar con sus propias manos y haber oído las palabras con sus propios
oídos...» Se trata de los habitantes de ciertos pueblos de pescadores, situados
frente a Brittia, en la costa del océano. Son súbditos de los francos, pero
desde tiempos remotísimos están exonerados del pago de cualquier tributo,
en recompensa por el servicio que prestan. El asunto consiste en lo siguiente.
Todas las ánimas de los difuntos van a parar a la isla de Brittia. Los
habitantes de los pueblos costeros están encargados, por turnos, de trans
portarlas al otro lado: «Los hombres que saben que han de cumplir tal tarea
durante la noche, turnándose con los precedentes, apenas descienden las
tinieblas se retiran a sus propias casas y se ponen a dormir, a la espera
de que vengan a llamarlos para lo que les incumbe. Ya muy entrada la noche
oyen llamar a la puerta y una voz sofocada los convoca al trabajo; sin dudarlo,
saltan de la cama y se dirigen a la orilla del mar, sin percatarse de la fuerza
misteriosa que los hace actuar así, pero sintiéndose obligados a hacerlo».
En la orilla encuentran barcas especiales, vacías. Pero cuando salen mar
adentro, las barcas se hunden casi hasta el nivel del agua, como si estuvieran
cargadas. Se aplican a remar y más o menos en una hora llegan a Brittia
(mientras que el viaje normalmente dura una noche y un día). Tras haber
descargado a los pasajeros, vuelven con las barcas ligeras. No ven a nadie,
a excepción de una voz que comunica a los barqueros la posición social de
los pasajeros, el nombre del padre y ei del marido en el caso de las
mujeres.75
Ignoramos de qué informadores obtuvo Procopio esta tradición local.76
La identificación de Brittia con Britania parece muy probable, aunque se
han formulado también hipótesis alternativas (Jutlandia, Helgoland). Los
pueblos de los pescadores que trasladaban a las ánimas, que distaban
de Brittia un día y una noche remando en condiciones normales, de
bían de estar situados en las costas de Armórica (la actual Bretaña).77 Desde
la antigüedad estas tierras estaban envueltas en un halo nebuloso de leyenda.
A principios del siglo V Qaudiano escribía que en Armórica, a orillas del
océano, se hallaba el lugar en que Ulises había encontrado el pueblo de las
sombras; allí «los campesinos ven vagar a las pálidas sombras de ios
difuntos».78 Ya Plutarco (que quizás reelaboraba tradiciones célticas) había
contado un mito según el cual en una isla aislada más allá de Britania yacía
dormido el dios Cronos.79 En el siglo xií el erudito bizantino Tzetzes
afirmaba todavía, basándose en el pasaje de Procopio por él recogido, que
las islas Afortunadas, esto es, las islas de los Beatos, se encontraban más
allá del océano.80
Pero las discusiones provocadas por las indicaciones geográficas, vagas
y en parte fabulosas, de Procopio, han dejado en la sombra el elemento
más singular de toda la historia: los viajes nocturnos efectuados periódi
camente por los transportistas de ánimas.81 Si incluimos este detalle en la
serie de testimonios que estamos analizando, nos parecerá menos excep
cional. Ya muy entrada la noche oyen llamar a la puerta y una voz sofocada
los convoca al trabajo, dice Procopio. «Se me aparece en sueños cierta cosa
invisible que tiene apariencia de hombre, y me parecía que dormía y no
dormía... y me parecía que me dijese: "Tienes que venir conmigo”.» Sin
dudarlo, saltan de la cama y se dirigen a la orilla del mar, sin percatarse
de la fuerza misteriosa que los hace actuar así, pero sintiéndose obligados
a hacerlo. Continúa Procopio: «Nosotros hemos de ir... y así yo dije que
si tenía que ir, iría...».
La segunda voz es la de dos benandanti de Friuli procesados a finales
dei siglo XVi.82 Los informadores anónimos de Procopio, que afirmaban
haber tomado parte personalmente en el transbordo de las ánimas, quizás
utilizaran palabras análogas a las suyas para describir la fuerza ignota que
los obligaba. Las funciones efectuadas en espíritu por aquellos benandanti
eran, como veremos, distintas. Ambos relatos no mencionan divinidades
femeninas (en el de Procopio, la voz que dice los nombres de los difuntos
en la playa no tiene sexo). Pero en ambos resuena el eco inconfundible,
más o menos reelaborado, de una experiencia extática. Mil años separan
estos testimonios. Se ha intentado aproximarlos suponiendo en ambos casos
la presencia de un sustrato céltico que, tanto en Bretaña como en Friuli,
combinándose con distintas tradiciones, continuó alimentando largamente
una religión popular de los difuntos.83
18. Indudablemente las dos viejas campesinas del valle de Fassa igno
raban esta tradición literaria cortés. Pero un hombre condenado por brujo
a principios del siglo XVI en el valle de Fiemme, Zuan delle Piatte, nos
pone ante un caso de hibridación más complicado.93 Confesó a los jueces
haber ido con un hermano al monte de la Sibila, cerca de Norcia, también
llamado el monte de Venus ubi habitat la donna Herodíades para ser iniciado
en la sociedad de las brujas. Aí llegar a un lago, los dos habían encontrado
un gran fratón vestito de negro et era negro, que antes de pasarlos los había
inducido a renunciar a la fe cristiana y a entregarse al diablo. A continuación
habían entrado en el monte trasponiendo una puerta protegida por una
serpiente; allí un viejo, «el fiel Ekhart», les había advertido de que si
permanecían en aquel lugar durante más de un año no podrían volver atrás.
Entre la gente encerrada en el monte habían visto a un viejo dormido, «el
Tonhauser», y donna Venus. Con ellos había ido Zuan delle Piatte al
aquelarre, donde también había encontrado a la «mujer del bou zogo». Los
elementos diabólicos que salpican estas confesiones son atribuibles al empleo
de la tortura en el curso del proceso, pero la Sibila, donna Venus, «el fiel
Ekhart» y «el Tonhausser» venían de más lejos. Casi cien años antes las
tradiciones locales de Umbría sobre el monte de la Sibila, reelaboradas en
una novela popular de gran éxito, el Guerin Meschino de Andrea da
Barberino, se habían fundido con las leyendas germanas basadas en la figura
de Tannháuser.94 Pero en el relato de Zuan delle Piatte los ecos de una
probable lectura del Guerin Meschino se mezclaban con elementos ligados
a una cultura oral, francamente folklórica. Zuan declaró que había ido con
aquella mujer [Venus] y su compañía en una noche de jueves dentro de
las cuatro témporas de Navidad sobre caballos negros por el aire, y en cinco
horas habían recorrido todo el mundo.95 Volvemos a encontrar la cabalgata
de Diana (o de sus sinónimos), el viaje extático durante las cuatro témporas
de las seguidoras de Richella o de los benandanti dé Friuii. Un siglo más
tarde, en 1630, un encantador de Assia, Diel Breull, confesó haberse dirigido
durante algunos años en espíritu, durante las témporas, al Venusberg, donde
fraw Holt (Holda o Hollé, otra de las personificaciones de la diosa) le había
mostrado a los difuntos y sus penas reflejados en una palangana llena de
agua: caballos espléndidos, hombres dedicados a Jos banquetes o sentados
tras las llamas.96 Algo antes, en 1614, Heinrich Kornmann había dado a
la imprenta su Mons Veneris, en el cual contaba la leyenda de Tannháuser.97
Como Breull, Kornmann era originario de Assia, pero como hemos visto,
estas tradiciones no pueden circunscribirse a un ámbito regional. E incluso
si Breull hubiese leído el Mons Veneris, esta lectura no bastaría para exlicar
el letargo en que había caído, en un momento de intenso infortunio (se
le habían muerto la mujer y los hijos), para a continuación encontrarse en
el Venusberg. Además es significativo que los raros casos en que el tema
deí viaje extático aparece mezclado con elementos procedentes de la tradición
escrita se refieran a hombres, más fácilmente alfabetizados, que a mujeres.
También en las confesiones hechas a principios deí siglo xrv por Arnaud
Gélis las descripciones de las compañías de ánimas coinciden con afirma
ciones procedentes de textos hagiográficos irlandeses (incluidos los que
tenían elementos folklóricos) sobre el viaje de san Patricio al Pur
gatorio.98
5. Heródoto se hizo eco de una especie (que refirió sin prestarle fe),
según la cual entre los escitas y los griegos había una población que conocía
sólo indirectamente: los neuri. Cada año, durante algunos días, los neuri se
transformaban en lobos. Quiénes eran los neuri y dónde residían no lo
sabemos con certeza. En el siglo XVI se pensaba que habrían habitado una
región correspondiente a Livonia; actualmente algunos estudiosos la con
sideran una población protobáltica.19 Pero esta supuesta continuidad étnica,
en modo alguno demostrada, no explica por qué creencias análogas sobre
los licántropos están presentes en áreas culturales heterogéneas -—medite
rránea, celta, germana, eslava— y en un arco temporal amplísimo.
Podemos preguntarnos si se trata verdaderamente de creencias análogas.
En efecto, la capacidad de transformarse en lobo es atribuida aquí y allá
a grupos de consistencia muy distinta. A poblaciones enteras, como los neuri
según Heródoto; a los habitantes de una región, como Ossory en Irlanda,
según Giraldo Cambrense; a determinadas familias, como los Anthi de
Arcadia, según Plinio; a individuos predestinados a ello por las Parcas
(identificables con las Matres)™ como escribía Burcardo de Worms a
principios del siglo xi, condenando la creencia como supersticiosa. De todos
modos, esta variedad está acompañada por algunos elementos recurrentes.
En primer lugar, la transformación es siempre temporal, si bien de duración
variada: nueve años en Arcadia, según Pausanias y Plinio; siete años o un
período determinado cada siete años, en la Irlanda medieval; doce días en
los países germánicos y bálticos. En segundo lugar, viene precedida por
gestos de sugerencia ritual: el licántropo se desnuda y cuelga sus ropas de
las ramas de una encina (Plinio) o las pone en tierra orinando alrededor
(Petronio); después atraviesa una laguna (en Arcadia, según Plinio) o un
río (en Livonia, según Witekind).21
En esta travesía y en los gestos que la acompañan se ha visto un rito
de pasaje, y más exactamente una ceremonia iniciática, o un equivalente de
la travesía deí río infernal que separaba el mundo de los vivos del de los
muertos.22 Las dos interpretaciones no son contradictorias, si por una parte
se reconoce que la muerte es el pasaje por excelencia y por otra que todo
rito iníciático se basa en una muerte simbólica.23 Sabido es que en la
antigüedad el lobo estaba asociado al mundo de los muertos; en la tumba
etrusca de Orvieto, por ejemplo, Hades está representado con una cabeza
de lobo por sombrero.24 Diversos elementos inducen a extender esta co
nexión también más allá de los confines espaciales, cronológicos y culturales
del mundo antiguo mediterráneo. El período preferido por los licántropos
para sus correrías en los países germánicos, bálticos y eslavos — las doce
noches entre Navidad y Epifanía— corresponde ai período en que las ánimas
de los muertos andan vagando.25 En el antiguo derecho germánico, los
proscritos, los expulsados de la comunidad y los considerados simbólicamente
muertos eran señalados con el término ivargr o wargm, es decir, «lobo».26
Una muerte simbólica —el éxtasis— se transparenta tras los relatos del
viejo licántropo Thiess, y otro tanto puede decirse de los benandanti de
Friuii. La transformación en animal o k cabalgata a lomos de animales
expresaba el alejamiento temporal del ánima respecto del cuerpo exá
nime.27
10. Ambito en el que, sin embargo, entran plenamente los osetas, com
reconoció a principios del siglo XIX, viajando por las montañas del Cáucaso
septentrional, el orientalista Julius Klaproth. De estos lejanísimos descen
dientes de los escitas de la antigüedad, de los alanos y de los osolanos de
la Edad Media, Klaproth estudió sobre todo la lengua, identificando su
pertenencia al tronco iraní; pero también se interesó por su religión, a la
que calificó de «extraña mezcla de cristianismo y de antiguas supersticio
nes».45 Describe su intensa devoción por el profeta Elias, a quien consideran
su máximo protector.46 Sacrifican cabras en las cuevas a él consagradas, y
se comen la carne, luego de lo cuai extienden la piel bajo un gran árbol
y la veneran, particularmente en el día festivo del profeta, a fin de que se
digne apartar el granizo y les otorgue abundantes cosechas. En estas cuevas
se reúnen con frecuencia ios osetas para embriagarse con eí humo del
rhododendron caucasicum, que los hace caer dormidos; los sueños que se
tienen en estas circunstancias son considerados presagios. No obstante,
tienen augures profesionales, quienes viven en las rocas sagradas y predicen
el futuro a cambio de dones. «Entre ellos -—observó Klaproth-— hay también
viejos y viejas que en la noche de san Silvestre caen en una especie de éxtasis,
quedándose en el suelo inmóviles, como si durmieran. Cuando se despiertan,
dicen que han visto las ánimas de los muertos, unas veces en un gran
pantano, otras cabalgando sobre cerdos, perros o machos cabríos. Si ven un
ánima que recoge el grano en el campo y lo lleva al pueblo, la consideran
auspicio de una cosecha abundante.»47
Las investigaciones llevadas a cabo a finales del siglo xix por los
folkloristas rusos han confirmado y enriquecido este testimonio. En el
período comprendido entre Navidad y fin de año, afirman los osetas, algunos
individuos, abandonando eí cuerpo inmerso en ef sueño, van en espíritu al
país de los muertos. Este es un gran prado, llamado burku en el dialecto
digor y kurys en el dialecto iron; los que tienen la capacidad de acudir allí
son llamados respectivamente burkudzáutá y kurysdzauta. Para llegar al
prado de los muertos se sirven de ias más extrañas cabalgaduras: paíomas,
caballos, moscas, perros, niños, hoces, escobas, bancos, morteros. Las ánimas
que han hecho el viaje muchas veces disponen ya del vehículo necesario;
las inexpertas se lo roban al vecino. Por eso, cuando llega la Navidad, ios
osetas hacen solemnes plegarias a Uazilla (es decir, Elias) para que proteja
a niños, caballos, perros y objetos domésticos de las incursiones y latrocinios
de «gente astuta e impura», contra la cual invocan la maldición del profeta.
Cuando llegan al gran prado, las ánimas inexpertas se dejan atraer por el
perfume de las flores y los frutos de que está lleno, de este modo, cogen
incautamente una rosa roja que produce tos, una rosa blanca que produce
resfriados, una gran manzana colorada que produce fiebre, y así sucesiva
mente. Las ánimas más expertas, por el contrario, se hacen con las semillas
de cereal y de los árboles frutales que da la tierra, promesa de una rica
recolección. Mientras huyen con su botín, las ánimas son perseguidas por
los muertos, que intentan alcanzarlas a flechazos; la caza sólo acaba a la
entrada del pueblo. Las flechas no provocan heridas, pero son magia
negra imposible de curar; algunos de los burkudzauta llegan incólumes;
otros mueren tras largos sufrimientos. El que trae del mundo de los
muertos las semillas de los frutos de la tierra cuenta su gesta a sus pai
sanos. quienes le expresan su agradecimiento. A las ánimas que han
traído la desgracia les caen las maldiciones de quienes sufren de fiebre o
de tos.48
i 5. Llegados a este punto, se podría concluir que por lo menos los casos
en que falte cualquier referencia al éxtasis y a la lucha por la fertilidad deben
ser excluidos del análisis. Pero quizás, como ya sugería el relato dei viajero
turco Evliyá celebi, esta decisión no sea del todo pacífica.
En 1587 una comadrona de Monfalcone, Caterina Domenatta, «habiendo
parido una mujer un niño con los pies por delante... convenció a su madre
de que si no quería que el niño fuera benundante o brujo, que lo dejara
en un lugar cerca del fuego y que le diera no sé cuántas vueltas alrededor
del fuego». Por haber dado este consejo, aprendido de «comadres viejas»,
Caterina Domenatta fue denunciada al inquisidor de Aquileia y Concordia
por parte del párroco deí lugar, quien la acusó de ser una «mujer hechicera
culpable». Así pues, en aquella zona se creía que nacer con los pies por
delante era, como nacer con la «camisa», una particularidad que predestinaba
al recién nacido a salir de noche con brujas y brujos.64 ¿Para seguirlos o
para combatirlos? «Para que no vaya al strighezzo» (es dedr, al aquelarre),
dijo Domenatta, haciéndose eco de la ambigua formulación de la denuncia.
No está excluido que sus palabras constituyan un documento precoz de ía
asimilación forzada de los benandanti a los brujos, sus adversarios. Pero
algunas costumbres vivas hasta no hace mucho en Istria aluden también
a una vocación inicialmente indiferenciada de quien tiene la suerte de nacer
vestido: en Momiano, la comadrona se asoma a la ventana gritando: «¡Ha
nacido un kresnik , un kresnik , un kresniki», para evitar que el niño llegue
a ser un brujo (judlak).65
El ritual que consistía en arrimar al niño al fuego y darle vueltas («tres
veces», precisó Domenatta) si había nacido con los pies por delante, es al
parecer desconocido tanto en Istria como en Friuli.66 Ahora bien, se encuen
tra testimoniado a mitad del siglo xvn en la isla de Quíos. Lo describe, con
palabras de áspera condena contra semejantes supersticiones, el célebre
erudito Leone Aiíacci, natural de Quíos, donde había pasado su infancia. Los
niños nacidos el día de Navidad (pero anteriormente Aílacci había hablado
del período comprendido entre la vigilia de Navidad y el último día del
año) están predestinados a convertirse en kallikantzaroi: seres casi besriales,
sometidos a furias periódicas coincidentes con la última semana de diciembre,
durante la cual corren desgreñados de un lado a otro sin hallar descanso.
Apenas ven a alguien le saltan encima, lo arañan con las uñas (que son
larguísimas, porque nunca se las cortan) el rostro y el pecho preguntando:
«¿Estopa o plomo?». Si la víctima responde «estopa», deja que se marche;
si responde «plomo», es maltratada y abandonada medio muerta en el suelo.
Para evitar que un niño se convierta en kallikantzaros, continúa Allacci, se
lo mete en el fuego agarrándolo por ios talones, de modo que se queme
la planta de los pies. El niño grita y llora por la quemadura (inmediatamente
después se le pone un poco de aceite), pero la gente cree que de este modo
se le acortan las uñas y así el futuro kallikantzaros se vuelve inofensivo.67
Esta conclusión, que no sabemos si era compartida por los habitantes
de Quíos o sugerida por Allacci, parece dictada por la voluntad de explicar
una costumbre ya entonces considerada incomprensible.68 Entretanto se han
perdido los rastros. Sin embargo, la figura del kallikantza.roi sigue vivísima
en el folklore del Peloponeso y de las islas griegas.® Los kallikantzaroi son
seres monstruosos, negros, peludos, gigantescos o diminutos, generalmente
con miembros en parte animalescos: orejas de asno, patas de cabra, cascos
equinos. Con frecuencia son ciegos o cojos; casi siempre son machos,
provistos de un enorme órgano sexual. Aparecen durante ias doce noches
entre Navidad y Epifanía, tras haber permanecido bajo tierra todo ei año,
dedicados a cortar el árbol en que se apoya el mundo; pero jamás lograrán
llevar a término su empresa. Vagan espantando a las personas; entran en
las casas a comer, y a veces orinan sobre los alimentos; vagan por los pueblos
guiados por un jefe cojo, el «gran kallikantzaroi», montados en gallos o
en potros. Es famosa su capacidad para transformarse en cualquier tipo de
animales. Son, en suma, seres sobrenaturales; pero también se dice (según
una tradición ya registrada, de forma levemente distinta, por Allacci) que
los niños nacidos entre Navidad y Epifanía se vuelven kallikantzaroi; y una
fama análoga rodeaba, o rodea, a los habitantes de la Eubea meridional.
Según una propuesta etimológica que ha despertado muchas objeciones,
el término kallikantzaros procedería de kalos-kentauros (literalmente «bello-
centauro»). Los centauros representados como medio hombres y medio
caballos eran de hecho, en la antigüedad, solamente una variante equina
— los hippokentauroi— de una vasta familia mitológica que comprendía
también centauros en forma de asno ( onokentauroi) y, con toda probabilidad,
centauros-en forma de lobo (lykokentauroi). Este último término no está
atestiguado; sí lo está, sin embargo (en Mesenia, en la Laconia meridional,
en Creta) el término lykokantzaroi, como sinónimo de kallikantzaroi. Estos
últimos serían, pues, como los centauros de que se derivan, figuras nacidas
de la creencia remota de que determinados individuos son capaces de
transformarse periódicamente en animales.70
A esta interpretación se han contrapuesto otras, a veces basadas en
propuestas etimológicas más o menos plausibles. Se ha sugerido, por
ejemplo, una derivación de kantharoi (escarabajo), o una identificación con
el ánima de los muertos, pues también a los kallikantzaroi se Ies ofrece
comida durante los doce días en que vagabundean.71 Este último elemento,
unido a la particularidad física ligada al nacimiento y a la capacidad de
transformarse en animales, parece sugerir una asimilación de los kallikant-
zaroi ■—seres humanos y míticos al mismo tiempo-— a 1a serie que hemos
construido. Tendremos entonces que revisar los criterios que habíamos fijado
(a posteriori) , dado que los kallikantzaroi no están asociados ni al éxtasis
ni a las batallas por la fertilidad
16. Los brujos circasianos, los singo i rumanos, los mazzeri corsos y,
sobre todo, los kallikantzaroi griegos nos ponen, pues, ante una alternativa.
Excluyéndolos del análisis, nos encontramos ante una serie definida por la
presencia de dos elementos: el éxtasis y las batallas por ía fertilidad.
Incluyéndolos, vemos perfilarse una serie caracterizada por la superposición
y el cruce de una red de semejanzas que tienen en común de vez en cuando
una parte de los fenómenos considerados (nunca todos). El primer tipo de
clasificación, llamado monotético, se mostrará más riguroso a quienes
prefieren (por razones incluso estéticas) una investigación sobre fenómenos
de contornos netos. El segundo, llamado politético, alarga la investigación
de modo quizás indefinido y en direcciones difícilmente previsibles.72
Éste es el criterio que hemos decidido seguir, por motivos que se harán
más claros en el curso de la investigación. Desde luego, cualquier clasificación
tiene un elemento de arbitrariedad, ya que ios criterios que la guían no son
datos. Pero no parece contradictorio que esta conciencia nominalista vaya
acompañada por la pretensión realista de sacar a la luz, por medio de
conexiones puramente formales, relaciones de hecho que han dejado escasas
o nulas trazas documentales.75
17. La presencia de los táltos (así como ía más discutible de los brujos
circasianos) muestra, como ya se ha dicho, que las batallas empeñadas
en éxtasis por la fertilidad no son un rasgo cultural limitado al ámbito lin
güístico indoeuropeo. Si intentamos seguir este hilo morfológico, llegamos
una vez más a los chamanes. Por lo demás, a ellos han sido comparados
de vez en cuando, en ei pasado, los benandanti, los licántropos, los táltos
(y, a través de éstos, los kresniki), los burkudzdutd y los mazzeri, pero nunca
la serie entera aquí propuesta.74 Recuérdese que del análisis de las creencias
ligadas a la diosa nocturna emergía un fondo chamánico. Esta convergencia
confirma los estrechísimos lazos entre las dos versiones del culto extático
que estamos reconstruyendo.
El éxtasis ha sido identificado desde hace tiempo como rasgo caracte
rístico de los chamanes euroasiáticos.75 A mitades del siglo XVI Peucer
describe la salida del estado de catalepsia de los «magos» Iapones con estas
palabras: «Transcurridas veinticuatro horas, al volver el espíritu, como si
estuviera sumido en un profundo sueño, el cuerpo exánime se despierta con
un gemido, como si fuera reclamado a la vida desde la muerte en que había
caído».76 Treinta años más tarde, el autor de un testimonio anónimo sobre
el benandante Toffolo di Buri, pastor en una zona cercana a Monfalcone,
adoptó términos completamente similares: «Cuando tiene que ir a combatir
le viene un sueño profundísimo, y durmiendo boca arriba se nota que le
sale el espíritu al exhalar tres gemidos, como suelen hacer los que mueren».77
Por una parte y por otra sueño, letargo, catalepsia, explícitamente compa
rados a estados de muerte temporal, si bien destinados a convertirla en
definitiva en ei caso de que el espíritu tardase en volver al cuerpo.78
Sobre esta analogía se sitúan otras, cada vez más específicas. También
los éxtasis de los chamanes euroasiáticos (Iapones, samoyedos, tungusos)
están poblados de batallas. En estado cataléptico, los hombres luchan con
los hombres y las mujeres con las mujeres; sus ánimas se encuentran en
forma de animales (generalmente renos) hasta que una sucumbe, provo
cando la enfermedad y la muerte del chamán perdedor.79 En la Historia
Norwegiae, escrita en el siglo xili, se cuenta cómo el espíritu (gandus,
literalmente «bastón»), transformado en ballena, de un chamán lapón caído
en éxtasis, es herido de muerte por el gandus de un chamán hostil, que
había adquirido la forma de varas aguzadas.80 Siguiendo en Laponia, algunas
sagas recogidas en la edad contemporánea describen a dos chamanes
(■no’aidi) que se baten en duelo tras haber caído en éxtasis, intentando atraer
hacia sí el mayor número posible de renos.85 ¿Cómo no pensar en las luchas
por la prosperidad de las cosechas celebradas en forma de animales por
kresniki y táltos, por el viejo licántropo Thiess; o, cabalgando animales, por
los benandanti y los burkudzáuta? Es inevitable concluir que un mismo
esquema mítico ha sido tomado y adaptado en sociedades muy distintas entre
sí desde ios puntos de vista ecológico, económico y social. En comunidades
de pastores nómadas los chamanes caen en éxtasis para obtener renos. Sus
colegas de las comunidades agrícolas hacen lo mismo para obtener — según
los climas y las latitudes— cebada, trigo o uvas.
Pero estas analogías resultan imperfectas en un punto crucial. La cata-
lepsia de los chamanes euroasiáticos es pública; la de los benandanti, táltos,
kresniki, burkudzáuta y mazzeri es siempre privada. En ocasiones los asisten
las mujeres; más raramente, los maridos; pero se trata de casos excepcio
nales. Ninguno de estos personajes hace de su éxtasis el centro de una
ceremonia espectacular como la sesión chamánica.82 Casi por una especie
de compensación, los chamanes euroasiáticos, durante sus catalepsias pú
blicas, combaten en duelos aislados; durante sus catalepsias privadas, sus
colegas europeos participan en verdaderas batallas.
4. También en este punto la vaga analogía con los ritos descritos por
Asterio puede parecer irrelevante. Pero la cuestión es más compleja de lo
que se ha dicho hasta el momento. A diferencia de las tradiciones ligadas
a la entronización temporal del rey de las Saturnales, las rondas de cuestación
continuaron hasta bien entrado el siglo V. Hasta no hace muchos decenios,
en un área vastísima que comprende parte de Europa, Asia Menor y Asia
central, turbas de niños y niñas, durante los doce días entre Navidad y
Epifanía (más raramente a mitad de la cuaresma), solían ir de casa en casa,
frecuentemente enmascarados de caballos u otros animales, cantando letanías
y mendigando dulces y pequeñas sumas de dinero. Los improperios y
maldiciones que acompañaban a una eventual negativa a la cuestación
conservaban la antigua connotación agresiva de la cuestación ya registrada
por Asterio. Pero, por regla general, se daba la limosna y los demandantes
la saludaban con cantos augurales para los habitantes de la casa. En cualquier
caso, la costumbre se ha mantenido hasta nuestros días.10
En ía turba de chicos y chicas enmascarados que corrían por el pueblo
se ha reconocido una representación de la compañía de los muertos, que
según la tradición se aparecían con especial frecuencia durante los doce
días.11 Las correrías de los niños de los países de lengua inglesa de este y
del otro lado del Atlántico durante la noche de Hallov/een (31 de octubre)
constituyen un ejemplo viviente de una costumbre análoga. El rito aparen
temente jocoso de la cuestación induciría la aparición de sentimientos
ambivalentes — miedo, sensación de culpabilidad, deseo de obtener favores
por medio de la penitencia— ligados a la imagen ambivalente de los
muertos.12 Estas implicaciones psicológicas son conjeturales; pero la iden
tificación de los cuestadores con los muertos parece innegable.13 Pero
queda aún en la sombra una pregunta decisiva: si el significado del rito
era siempre compartido explícitamente por sus actores y sus espectadores.
En el caso de Frankfurt la conciencia de estos últimos no ofrece lugar a
dudas: los jóvenes, no sabemos si cuestadores, que iban de casa en casa
cantando canciones augurales (non sine cantionibus et vaticinüs, escribía
Hilscher) eran explícitamente identificados por el vulgo como la compa
ñía de los muertos.
5. La ceremonia se repetía cada año en Frankfurt; que tuviera lugar
en el período de los doce días no es más que una hipótesis. Pero los
testimonios, aunque sumarios, son preciosos. Las reacciones del vulgo nos
ofrecen un pretexto para reconstruir ios rituales correlativos de los mitos
explorados hasta el momento. Mitos y ritos siguen refiriéndose a niveles
de realidad distintos; su relación, al ser muy estrecha, nunca es especular.
Podemos considerarlos lenguajes heterogéneos que se traducen recíproca
mente, sin superponerse del todo. Más que de coincidencias hablaremos de
isomorfismos más o menos parciales.
Desde los primeros siglos de ía era cristiana la fiesta de las calendas
de diciembre iba acompañada de ceremonias no atestiguadas anteriormente.
En Capadocia, como se colige dei sermón pronunciado por Asterio en el
año 400, los soldados solían enmascararse de mujer. A travestidos análogos
en las mismas circunstancias se .refirió, sí bien de forma general, Máximo
de Turín hacia el año 420; ío mismo hizo, de manera más específica
(nuevamente referida a soldados), Cesáreo de Aries un sígio más tarde. Pero
se trata de una convergencia aislada; en conjunto, los testimonios sobre los
ritos que eran practicados durante las calendas de enero, aun refiriéndose
todos a una genérica atmósfera de brujería festiva, presentan divergencias
sustanciales. En Occidente, y más exactamente en el ámbito céítico-
germánico, encontramos la costumbre de enmascararse de animales y de
dejar ofrendas nocturnas de comida destinadas a seres femeninos invisibles
en mesas bien provistas. En Oriente encontramos las rondas de cuestaciones
de niños y jóvenes y, entre los soldados, ía entronización (quizás de origen
sirio-fenicio) del efímero rey de las Saturnales.14
Esta recapitulación esquemática no arroja mucha luz sobre el significa
do, o ios significados, de estos ritos. Pero intentemos examinarlos de
cerca. Según Cesáreo de Arles los campesinos, durante las noches de las
calendas, preparaban mesas llenas de comida para tener un año próspero.
Ciertamente, la costumbre duró mucho, ya que, quintentos años más tarde,
Burcardo de Worms sentía aún la necesidad de condenarla, precisando que
en la mesa había tres cuchillos destinados a las Parcas. Hemos visto que
estas últimas no eran sino las Matronas célticas, desde hacía mucho vene
radas como «buenas señoras» ( bonnes dames, bonae dominae). Junto a la
diosa de ia prosperidad y de los muertos que las guiaba — Habonde, Satia,
Richella— , estas figuras, asociadas a los éxtasis nocturnos, recibían de sus
seguidores (o seguidoras) ofrendas de alimento y bebida.15 Entre los ritos
practicados durante las calendas de enero y los cultos extáticos que hemos
intentado reconstruir existe, pues, una ligazón, que parece lícito ampliar a
otra costumbre difundida en el mismo período. «Ninguna persona sensata
lo creería —dice Cesáreo de Arles— , pero hay individuos sanos de mente
que se enmascaran de ciervos (cerviilum fdetentes)-, otros se ponen pieles
de zorras o cabras, otras se camuflan con máscaras de animales (alii
vestiuntur pellibus pecudum, alii assumtint capita bestiarum ), entusiasma
dos porque, al adquirir un aspecto bestial, ya no parecen hombres
{gaudentes et exultantes, si taliter se in ferinas species transformaverint,
ut homines non esse videantur).» Desde mitades del siglo iv encontramos
prohibiciones de este tipo, que en vez del ciervo mencionan habitualmente
la ternera (vetula) y, en un caso, quizás, la yegua (hinnicula).16 En estas
transformaciones zoomórficas proponíamos ver una correlación ritual de
las metamorfosis en animales vividas en éxtasis, o de las cabalgatas extá
ticas sobre animales, que constituían una variante. Si se acepta esta hi
pótesis, la mayor parte de los ritos practicados, tanto en Occidente
como en Oriente, durante las calendas de enero, se disponen en un cua
dro coherente. Cuestaciones infantiles, mesas preparadas, divinidades
nocturnas y disfraces animalescos representaban diversos modos de
entrar en relación con los muertos, ambiguos dispensadores de pros
peridad, en el período crucial en que el año viejo termina y se inicia el
nuevo.17
12. Hemos visto que en las ceremonias de los calusari faltan ecos
precisos de las dramáticas luchas en éxtasis de los benandanti. Ciertamente,
la atmósfera de violencia, no siempre (o no solamente) jocosa en que se
desarrollaban los ritos de estos grupos de jóvenes tenía aspectos vagamente
rituales. Los koledañ eslovenos y los eskari de la Bulgaria macedónica, sobre
todo, estaban animados por una fortísima hostilidad frente a sus colegas
procedentes de los pueblos vecinos. Cuando se encontraban dos grupos de
eskari, estallaban riñas sangrientas, en ocasiones mortales, pero si tenían
lugar el 1.° de enero, estaban rodeadas de una impunidad total, similar a
1a que circunda todavía hoy a las infracciones mínimas o menores, como
hurtos o chistes maliciosos, cometidos por el cortejo de los jóvenes cues
tadores.55 Pero estas formas de hostilidad territorial, a diferencia de las
vividas en éxtasis o en sueños por los kresntki dálmatas, nunca resultan
asociadas simbólicamente al incremento del bienestar material de la comu
nidad.
13. Este último constituía, sin embargo, el objetivo declarado de un rito
practicado a principios del siglo xvi, no sabemos desde cuándo, en algunos
valles alpinos. En una obrílla histórica y geográfica sobre los Grisones (Die
uralt warhafftig Alpisch Rhetia ), publicada en 1538 en Basilea, el erudito
suizo Gilg Tschudi incluyó la descripción de una ceremonia que se celebraba
cada año en localidades como Ilanz y Lugnitz: grupos de hombres enmas
carados llamados Stopfer (literalmente, «punzadores»), armados de gruesos
bastones, rondaban de un pueblo a otro dando saltos altísimos y embistiendo
violentamente. El reformador Durich Chiampel, que había asistido a la
misma ceremonia en Surselva, unos años más tarde recogió la página de
Tschudi precisando que los punchiadurs (así eran designados en lengua
romanche) se reunían, en virtud de una costumbre «casi hereditaria», sobre
todo durante las fiestas religiosas (in bacchanalibw qm e vocantur sacris).
Los dos testimonios concordaban. en lo que se refiere al objetivo de la
ceremonia: procurarse una cosecha de trigo más abundante. Una supers
tición, comentaba Tschudi; necedades paganas, se hacía eco Chiampel. Sus
testimonios acordes no dejan lugar a dudas: nos hallamos ante un rito de
fertilidad, indicado como tal de viva voz por los actores o ios espectadores
del mismo. La diferencia, perfectamente reconocible, entre su interpretación
y las de los observadores hostiles que la registraron, excluye la posibilidad
de deformaciones. Los seguidores del culto insolente de los punchiadurs,
observó Chiampel, decían con toda seriedad (omnino serio asserentes) que
al final de la ceremonia uno de los participantes siempre faltaba. Este
participante invisible era, para Chiampel, un demonio.5'*
Pastores protestantes y párrocos católicos intentaron erradicar estos ritos
de fertilidad campesinos. En el caso de los punchiadurs, la desaparición fue
total.55 Otros más o menos similares fueron transformados en festividades
inocuas. En todo el arco que describen los Alpes se han conservado hasta
nuestros días ceremonias estacionales celebradas por grupos de hombres
enmascarados. Los cencerros que, como refiere Chiampel, colgaban de la
espalda de los punchiadurs, adornan todavía los trajes de los enmascarados
suizos o tiroleses.56 Hasta el siglo pasado, grupos de Perchte «bellas» y «feas»
se enfrentaban en Carnaval, en algunas localidades de Austria y de Baviera;
posteriormente sólo se han conservado las «bellas». Su nombre conserva
las trazas de antiguos cultos: Perchta (a quienes canonistas e inquisidores
identificaban con Diana o Herodíades) era uno de los apelativos de la
divinidad nocturna, portadora de prosperidad, a quien las mujeres extáticas
rendían homenaje. En Tirol la creencia de que las correrías de Perchta
proporcionaban abundancia se ha mantenido durante largo tiempo.57 En
Rumania, como se ha visto, Irodeasa y Doamna Zinelor viven todavía en
las ceremonias de los calusari.
Es este fondo mítico lo que permite interpretar los escasos datos sobre
los punchiadurs. En muchas localidades del arco alpino, frecuentemente
ligadas a santuarios o a lugares de peregrinación, se ha conservado la
costumbre de celebrar determinadas festividades con encuentros jocosos
entre grupos de jóvenes, pero estas batallas rituales (porque indudablemente
de eso se trata) se verifican generalmente tras la cosecha, y no antes para
propiciar su éxito.58 Una analogía específica con los ritos de fertilidad
practicados por los punchiadurs la hallamos en otro sitio: en las batallas
por la fertilidad celebradas en éxtasis, en los mismos años, por los benandanti
de Friuli en 1a vertiente opuesta de los Alpes.59 Pero una comparación
limitada al arco alpino sería, desde luego insuficiente: los benandanti
arrastran tras de sí a los kresniki balcánicos, a los tallos húngaros, a los
licántropos bálticos y a los burkudzáuta del Cáucaso iraní.60
M \ I R ; 0 N IS
A V l: / \ N I A I W S
. a v i: t i i v s •s i: v r. uvs
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Detalle del mosaico pavimental de la catedral de Otranto, hecho en 1163-1165
p o r orden del clérigo Pantaleone. El personaje representado es, com o indica la
inscripción, el mítico rey Arturo, que según algunas creencias populares guiaba
a la compañía de las animas errantes. (Foto Archivio Scala, Florencia.)
*5 G R A T Í A P R O P O S T A D A L **
R E V E R E N D O P A D R E I N Q V I 5 I T O R E Di
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C A P . X V I í. . ' y
jW pE it tíoihhlcoí hofflinM&gíinÉ/l^í^jífíiftijRpíric/
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jv-oífci ^aijVgíHiüido.r^iííí^ieiíyibílííjfacierípadaltfriv
jno pallorf áifTi'náaf y ab'iwiíiif.tótfiludiñcímutosrticoní
te ,pr^ttrust’Oíiíínebmfu¡jií:pwfp¡tuit¿¡e'yifcaí«í(ii Viíta,W c k
«otdtn »ffui(Tí confíat’, vi rcmwiiiDtílíiróé poflrair*4 gens*
fntionr pttpltxsrp ijcónfpicukmir^^tófeirttftiwíami^
flígit* ¡d¡pfuár.hoc«iodo dernoníWarit'^StHreíopitntiáftlí]
wicatvin , longinquo tefraumípatlb qáiiigíntowhlí^el'íif
JHntluoi ^ap^onon leu Fínrtt>rttmhu!Ui»rit^éfftU!Hdif9
rvtfti» aut<ucur;*6gant;txpMieMÍaifcfi«ri;j!5éfyhan»! fuértó Gondaut*
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tian9^Qt*hHa;fpit¡tu»tjút'yato'dtóe*t;f3É^¿^í^i>gta{}utísíl^fÍTOnr)u]ut|i)Vei iCnnulciyíic
<rul(t))üw ) b tdlimontufri txfitdiixltgatioiiúíífftu TOrnmiftit^tójpOilatV^Utlft
cotp/ ítfóngtíu: yi tadon?Agria eurrr cíkris aVcuiíftraíijriodffdlUms^lfcbi iUolíftte ' tdlüi: Itátf
N<cct>iií3rw;tíftrec¡r pirhibtr>wrin‘hbmin3&U£Kdiúeffy;5etójudifitrtpfaíWntndi»» vSflH&iifl,
Faciunt nanq^dfi¡pJumb<*/»Kütas*Mgit» i>#g¡*)#d5^a^;#g^r ta eM!títtttt jL-'i i ±-
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3. Cuenta Heródoto (IV, 73-75) que los escitas, tras haber sepultado
a sus muertos, se purifican del siguiente modo: levantan tres pértigas
inclinándolas unas hacia otras, las cubren con telas y se sientan debajo,
alrededor de un caldero lleno de piedras rusientes, sobre las cuales echan
algunas semillas de cáñamo. El humo aromático que se desprende del
cáñamo los hace gemir de placer. Una comparación entre este pasaje y las
descripciones, redactadas por viajeros y etnógrafos, de ceremonias análogas
en Siberia ha hecho suponer 1a existencia, entre los escitas que vivían en
la región situada al norte del Mar Negro, de prácticas chamánicas dedicadas
a alcanzar el éxtasis.4 Para sostener esta hipótesis cabe citar un documento
arqueológico excepcional. En Pazyryk, en las montañas del Altai oriental,
se han descubierto algunas tumbas de túmulo que datan de dos o tres siglos
antes de la era cristiana y que se han conservado bajo el hielo. En ellas,
además de un caballo tocado con cuernos de reno, se han hallado algunas
semillas de cáñamo, tanto de la variedad cannabis sativa (es decir, mari
huana) como de la cannabis ruderalis Janisch. Parte se conservaban en un
envoltorio de cuero y parte estaban tostadas entre las piedras contenidas en
un pequeño caldero de bronce de base cónica y con los mangos envueltos
en corteza de abedul. En la misma tumba se hallaron un tambor y un
instrumento de cuerda similares a ios utilizados, dos mil años más tarde,
por los chamanes siberianos.5
Como puede verse, los mitos comprendidos en esta serie (no exhaustiva)
están caracterizados por una estructura similar que se articula en una serie
de sustituciones, o mejor de atenuaciones, a partir de una hipotética versión
radical, que supondría el parricidio voluntario y el incesto voluntario con
ia madre.28 La castración o la pérdida del poder de divinidades celestiales
(inmortales por definición) pueden ser consideradas de hecho, así como las
demás alternativas ennumeradas, variantes atenuadas del parricidio volun
tario. Análogamente, Edipo que se une involuntariamente a Yocasta; Télefo,
que evita en el último momento consumar el matrimonio con Auge;
Telégono, hijo de Circe, que se desposa con su madrastra Penéíope (mientras
su doble, Telémaco, hijo de Penélope, se desposa con Circe) constituyen
versiones cada vez más debilitadas del incesto voluntario con ía madre.29
Así pues, estos mitos se presentan ligados por una trama muy densa de
semejanzas de orden estructural, en ocasiones reforzada por convergencias
de carácter más específico. Bastará con algún ejemplo. Cuando Edipo, ya
ciego, va a Colona, es acogido y protegido por Teseo, que recuerda ía infancia
pasada por ambos en el exilio. Pero también en este caso la elaboración
de Sófocles apenas roza los elementos comunes a ios dos mitos. Sus
protagonistas han nacido de la transgresión de una prohibición de generar
(absoluta en el caso de Layo, temporal en el de Egeo). Ambos, para ahuyentar
la fatal profecía, han sido expulsados de ia casa paterna. Ambos han superado
victoriosamente el encuentro con monstruos como la Esfinge y el Minotauro.
Ambos han provocado sin desearlo la muerte de sus respectivos padres.
Ambos prolongan en su propia descendencia masculina la maldición que
los ha golpeado.30 Entre el mito de Perseo y el de Télefo se han reconocido
otras convergencias: las madres separadas para evitar la habitual profecía,
seducidas (respectivamente por Zeus y por Heracles), arrojadas al mar (en
un arca sellada o en una cesta),"51 Los animales (abejas, osas, cabras) que
alimentan al pequeño Zeus en la caverna de Creta, librándolo de la
antropofagia paterna, tienen un paralelo preciso en la cierva que da de
mamar a Télefo, en la cabra (aix) que nutre a Egisto (Aighisthos ). Y así
sucesivamente.
10. Hemos visto surgir tres conjuntos constituidos por a) mitos sobre
el hijo (o sobrino o yerno) fatal, b) mitos y ritos relacionados de algún modo
con el deambular, c) mitos y leyendas sobre el nacimiento del héroe.
Aunque sólo son parcialmente superponibles, estos conjuntos están
ligados por una densa red de semejanzas, debidas probablemente a la
existencia de un hilo conductor común: la iniciación entendida como muerte
simbólica.67 Pongamos un ejemplo. Como Edipo «pie hinchado» libra a
Tebas de la amenaza de la Esfinge, asi Meleagro libra a Calidón de la
amenaza de un jabalí monstruoso. Al igual que jasón, quien lleva una sola
sandalia, como Télefo después herido en una pierna, Meleagro hace que se
cumpla la profecía matando a sus tíos, mientras se hace el reparto de
los despojos del jabalí abatido. Para vengar a los hermanos muertos,
Altea, madre de Meleagro, arroja al fuego un tizón apagado al que,
desde su nacimiento, estaba ligada la vida del hijo, invirtiendo, por así
decirlo, la inmersión en el fuego de Demofonte y Aquiles, que tenía
por objeto procurarles la inmortalidad. Eurípides, Aristóteles y un esco
liasta de Píndaro ( Pyth., IV, 75) concuerdan en la afirmación de que
entre los etolios era costumbre calzar sólo una sandalia. También el
joven hijo del rey de los etolios, Meleagro, entra pues en la serie de
los héroes marcados por desequilibrios o malformaciones deambula-
torias.
En las leyendas sobre la infancia de los fundadores de imperios o
religiones estas marcas muy rara vez se repiten.68 Pero no parece casual
que, de ía lucha nocturna junto al río Yabboq ( Génesis, 32, 23-33) contra
un ser innominado (¿Yahve?, ¿un ángel?, ¿un demonio?), salga Jacob
cojeando, con la articulación del fémur dislocada y un nombre nuevo: Israel.69
Cuando leemos que los seguidores de Céculo (y, por extensión, el propio
Céculo) caminaban con un pie desnudo, este detalle aparentemente nimio
adquiere, a la luz de la configuración que hemos visto delinearse poco a
poco, una importancia inesperada. Un héroe con un solo pie calzado y los
ojos débiles (como el mismo nombre de Céculo lo indica), puede ser
considerado como la equivalencia atenuada de un héroe cojo y ciego:
Edipo.70
11. Ciro, antes de apoderarse del reino, había vivido cuenta Estra-
bón— entre los bandidos (kardakes); Rómulo, a quien una tradición con
corde representa rodeado de hombres fuera de la ley y malhechores
(ilatrones), es descrito por Eutropío (i, 1, 2) como un abigeo. En esta
convergencia (una de tantas) entre los dos ciclos legendarios se ha visto
una prueba de la importancia que adquirieron las asociaciones masculinas
en el altiplano iraní y en el Lacio.71 Es probable, pero en cualquier caso,
se trata de un detalle ligado a un esquema narrativo difundido, como se
deduce también de la referencia de Eurípides (Las fenicias, 32 ss.) al hurto
de los caballos de Layo por parte de Edipo.72 En ía biografía legendaria del
joven héroe los hurtos de ganado llevados a cabo junto con sus coetáneos
constituyen una etapa obligada, casi un rito de iniciación. Se repetía así un
antiquísimo modelo mítico, largamente documentado en el ámbito cultural
indoeuropeo: el viaje al más allá para robar el ganado que posee un ser
monstruoso.75
Se ha propuesto ver en este mito ia reelaboración de los viajes extáticos
a] mundo de los muertos efectuados por ios chamanes para procurar caza
a la comunidad.74 A una conclusión similar habíamos llegado al analizar las
gestas nocturnas de los burkudzauta osetas, de los licántropos bálticos y de
los benandanti de Friuii, que tenían el objetivo de arrebatar a los muertos
o a los brujos los granos germinados o una cosecha abundante. Una
estructura mítica, nacida presumiblemente en una sociedad de cazadores, es
asumida (y parcialmente modificada) por sociedades muy distintas, basadas
en ei pastoreo o en la agricultura. Los eslabones de esta transmisión cultural
se nos escapan. Pero quizás no sea irrelevante que Heracles, el principal
protagonista de este ciclo de mitos en suelo griego, esté relacionado de
muchos modos con el mundo escita. Según un mito referido por Heródoto
(IV, 8-10), Heracles, tras haberse apoderado de las terneras de Gerión, se
dirigió a 1a Escitia, entonces desierta, se unió a una divinidad local medio
mujer y medio serpiente y dio origen a los escitas. Su maestro, el arquero
Téutaro (originariamente Heracles iba armado con arco, no con la clava),
es representado en ocasiones con ropas escitas. La presencia en China de
un héroe mítico a quien se atribuían empresas análogas a las de Heracles
ha sido dubitativamente atribuida a una mediación escita.75
19. A primera vista parece obvio afirmar que existe una semejanza
entre las fábulas de magia y las confesiones de mujeres y hombres acusados
de ser brujas y brujos. Habitualmente esta semejanza se atribuye a un
fenómeno de imitación consciente. Obligados por la tortura o por ias
presiones psicológicas de los jueces, los acusados habrían unido una serie
de lugares comunes, entre ellos las fábulas aprendidas en la infancia, los
cuentos oídos en las veladas y demás. Esta hipótesis, en algunos casos
plausible, no funciona cuando las semejanzas se refieren a un nivel profundo.
Analizando los mitos o los ritos ligados al estrato folklórico que posterior-
mente confluyen en el aquelarre, hemos visto que emergía una distinción
fundamental entre una versión agonista (batallas contra brujos, muertos y
demás) y otra no agonista (bandas de muertos errantes). Una bifurcación
análoga se ha distinguido, en el interior de una estructura común, entre
fábulas de magia que incluyen la función «lucha con el antagonista» y fábulas
de magia que la excluyen.118 Atribuir isomorfismos de este género a una
contaminación extemporánea y superficial sería evidentemente insensato.
Entre la fábula de magia y el núcleo folklórico del aquelarre de los brujos
entrevemos una afinidad más profunda. ¿Puede la primera iluminar al se
gundo?
28. «Son sólo fábulas, ¿eh?»: són sólo fábulas, como dice la narradora
de Cesóle, en la región de Mantua, distanciándose por un momento del
acontecimiento prodigioso que está contando.197 No podía saber que casi
cuarenta años antes otro narrador ha contado el mismo prodigio, casi con
las mismas palabras, a miles de kilómetros de distancia, en las montañas
del Cáucaso, repitiendo un esquema probablemente más que milenario. Pero
precisamente porque son fábulas, narraciones regidas por una lógica peculiar
pero férrea, podemos llenar la laguna que supone la mutilación imprecisa
de Amirani con el talón cortado de Sbadilon.
La identidad sustancial entre los dos episodios es mucho más sorpren
dente desdé el momento en que no implica la mediación de Prometeo, La
existencia de un mito en que Prometeo, tras haberse metido bajo tierra,
vuelve a la superficie sobre un águila a la que da de comer de su propio
talón es a priori improbable, dado que en el ciclo griego el águila siempre
tiene una función negativa (mientras que en el caucásico sucede lo contra
rio).198 La serie de fabuladores y fabuladoras que durante generaciones y
generaciones han contado entre el Cáucaso y la llanura del Po, en innu
merables lenguas, la misma historia — o más bien el mismo episodio
incluido en innumerables historias distintas— han ignorado el mito de
Prometeo; y si lo conocían, no lo tuvieron en cuenta. Pero si abandona
mos el plano de la identidad por el del isomorfismo, las conclusiones
cambian. Es muy probable (no decimos que sea seguro) que Prometeo
fuera marcado por una asimetría ambulatoria que por puro azar no figura
en los testimonios que han llegado hasta nosotros. En vez de un talón
cortado, Prometeo pudo haber tenido los pies deformes como Hefesto.
O una rodilla con rótula de lobo, como Amirani, que se sirve de ella para
hundir una torre de cristal en la que yace un gigante muerto.199 También
los talones cortados de Amirani y de Sbadilon son, como es obvio, la
marca del que ha hecho el viaje subterráneo al mundo de los muertos (al
que, en la fábula mantuana, se accede levantando una lápida). Se ha
observado que Amirani tiene algunos rasgos chamánicos.200 En Prometeo
—un dios que actúa como mediador entre Zeus y los hombres— están
casi borrados. Pero será prudente precisar: en el Prometeo que cono
cemos.
Habíamos partido de la simetría entre el episodio de la leyenda caucásica
en la que Amirani se apodera del fuego sin tocar un pelo al Dev cojo y
el mito en que Prometeo roba el fuego al cojo Hefesto. En realidad se trata
de una simetría doble que implica no sólo a las víctimas, sino también a
los autores del hurto; unos y otros se muestran ligados por una relación
de tipo especular.201 Simplificando podemos decir que se trata de cuatro
variantes, regrupadas de dos en dos, dei mismo personaje. Tres de ellos
se caracterizan por una asimetría ambulatoria distinta: rodilla con rótula de
lobo (Amirani), cojera (Dev), piernas deformes (Hefesto). En lo que a
Prometeo se refiere, debemos limitarnos a las conjeturas. Pero ya es evidente
que los cojos, y más en general los personajes caracterizados por la asimetría
ambulatoria, no pueden ser considerados un dato superficial, y por ello
adscribibles sin más a un préstamo.202
29. Al indagar sobre las raíces folklóricas del aquelarre vimos aflorar
una serie de testimonios en los que se hablaba de hombres y mujeres que
vivían en éxtasis experiencias similares a las de los chamanes siberianos:
el vuelo mágico y la transformación en animal. Dejando aparte los casos
de Laponia y de Hungría, en donde el nexo cultural y étnico con Asia central
era obvio, para explicar la presencia en suelo europeo de estos fenómenos
cabía hacer dos suposiciones. La primera era que el trámite estuviera
formado por una población culturalmente afín — excepción hecha de la
lengua— a los nómadas de las estepas como los escitas, con quienes primero
los griegos (desde el siglo vn a. de C.) y después los celtas (desde el siglo
rv a. de C.) habían establecido relaciones comerciales a orillas del Mar Negro.
La segunda era que los contactos con los escitas hubieran reactivado, tanto
en los griegos como en los celtas, elementos culturales latentes, aunque
sedimentados desde hacía muchísimo tiempo, siglos, quizás milenios.
A diferencia de la primera, esta segunda hipótesis se basa en un vacío
documental. Lo que induce a volver a proponerla, en forma de postulado
(y como tal indemostrable) es la dificultad de remitir a los contactos (a fin
de cuentas circunscritos) con los escitas, la extraordinaria diseminación por
el continente europeo de rasgos chamánicos, posteriormente forzados a
confluir en el estereotipo del aquelarre. La hipótesis de una prolongada
contigüidad, anterior al segundo milenio antes de Cristo, en una zona quizás
situada entre el Mar Negro y el Mar Caspio, de poblaciones hablantes de
lenguas indoeuropeas y poblaciones hablantes de lenguas caucásicas, ha
sustituido a otra, en boga hace tiempo, de una o más invasiones de jinetes
chamánicos procedentes de Asia central.203 Pero en ambos casos se trata
de conjeturas.
De modo muy distinto está documentado, sin embargo, el sustrato
subterráneo de la mitología euroasiátíca unitaria surgida del análisis de los
mitos y ritos basados en la asimetría ambulatoria. Podremos proseguir la
investigación concentrándonos en la Europa medieval para mostrar cómo
con la pata de oca de la mítica reina Pédauque, con el pie de dimen
siones estrafalarias de «Berta del gran pié» (una variante de Perchta),
con el pie de pato o de burro de la reina de Saba (un Edipo al revés,
que plantea enigmas a Salomón), con la pata de oso de la Baba-
Yagá rusa, y así sucesivamente, se habían colado la pata de oca, los cas
cos equinos o la cojera del diablo (figura 18).204 En las múltiples varian
tes de un detalle aparentemente marginal está encerrada una historia
milenaria.
30. Guiados por estos detalles nos hemos centrado de nuevo, por un
camino transversal, en la figura de la diosa nocturna resucitadora de animales
(parte II, capítulos I y II). un recorrido un tanto periférico nos permitirá
ver, desde un punto de vista distinto, fenómenos como las batallas nocturnas
y las mascaradas rituales (parte II, capítulos III y IV). Hasta ahora hemos
analizado un rasgo mítico y ritual en contextos extremadamente heterogé
neos, mostrando que a ía persistencia de la forma correspondía una cons
tancia sustancial del significado. Examinemos ahora la situación opuesta, en
la que a una forma casi idéntica corresponden contenidos distintos. ¿Por
qué se ha mantenido la forma?
Los vogulo-ostjakos, hoy asentados en Síberia occidental, ocupaban hasta
el siglo xi una vasta zona en torno a Perm, en la vertiente opuesta de los
Urales. Cuenta un mito que hace mucho tiempo unos cazadores, al volver
del bosque, se preparaban para comer. De repente vieron que se aproximaba
una banda de gente hostil. Una parte de los cazadores escapó, llevándose
la carne todavía cruda. Los otros se quedaron y empezaron a cocinar la carne
en los calderos; pero antes de que estuviera cocida tuvieron que enfrentarse
a un ataque de los enemigos, del que salieron con las narices rotas. Los
descendientes de los comedores de carne cruda, liamados Aíos-cbum, es decir,
los hombres similares a los dioses, son considerados inteligentes, civilizados,
buenos; los descendientes de los comedores de carne medio cruda, llamados
Por-chum , son, por el contrario, considerados estúpidos, groseros, malos.
Cada grupo tiene sus propios lugares de culto y sus propias ceremonias;
animales y vegetales son clasificados, según los casos, como Mus (por
ejemplo, la oca o el abedul) o como Por (por ejemplo, el oso o el alerce).
Aíos y Por constituyen dos fratrías exógamas: sólo pueden casarse con los
miembros del otro grupo. El mito habla también de una pareja de héroes
hermanos que están en relación con este sistema dual.205
En las orillas del Mediterráneo se cuenta (Ovidio, Fasti, 2, 361 ss.) una
historia similar. Los protagonistas son dos hermanos, Rómulo y Remo.
Siguiendo el rito, al dios Fauno se le van a sacrificar algunas cabras. Mientras
los sacerdotes preparan las ofrendas sacrificiales, clavadas en varitas de sauce,
Rómulo y Remo se quitan la ropa y pelean con otros jóvenes. De repente
un pastor da la voz de alarma: hay bandidos que se están llevando los
cabritos. Sin siquiera coger las armas, los jóvenes se lanzan en su persecución.
Remo vuelve con ei botín, coge de los espetones las carnes que están
asándose y se las come, compartiéndolas con los Fabios: «Ciertamente esto
corresponde ai vencedor». Llega Rómulo desilusionado, ve los huesos des
nudos (osque nada) y se pone a reír, lamentándose por la victoria de Remo
y los Fabios y el fracaso de sus Quintilios. En memoria de aquel lejano
acontecimiento, cada año, el 15 de febrero, se celebraba en Roma la fiesta
de las Lupercalia: luperci Quinctiales y luperci Fabiani peleaban corriendo
desnudos alrededor del Palatino.
Algunas leyendas sobre la más antigua historia de Roma hablan de un
sacrificio interrumpido por una batalla. Todavía es más estrecha la analogía
entre el relato de Ovidio y el mito de Caco, el bandido. Caco roba un rebaño
de bueyes; Hércules los encuentra, mata a Caco e instituye un culto junto
al Ara Máxima, confiando la celebración del sacrificio a los representantes
de dos familias nobles, los Potitii y los Pinarii; Pinario llega tarde, cuando
las ofrendas ya han sido comidas, y es excluido, junto con sus descendientes,
del ejercicio del culto.206 Pero todo esto no ilumina las analogías, verdade
ramente desconcertantes, entre el mito de los voguli-ostjaki y el del origen
de las Lupercalia, registrado casi dos milenios antes.207 Que los dos relatos
sobre la comida (o sobre el sacrificio) interrumpida por la llegada de ladrones
de ganado sean el resultado de una convergencia independiente parece muy
improbable. Quedan dos hipótesis, la derivación de un modelo común o el
préstamo.208 Ambas implican que este esquema narrativo se haya conservado
casi intacto durante muchísimo tiempo, siglos y siglos, si no milenios. El
análisis de los contextos respectivos debería permitirnos comprender cómo
ha sido posible semejante cosa. Por una parte tenemos un área, sustancial
mente coincidente con Asia central, en donde a) se conocen muchos casos
de doble monarquía o de doble poder; b) suelen clasificarse los lazos de
parentesco según dos grandes categorías, identificadas respectivamente con
el «hueso» (la línea paterna) y la «carne» (la línea materna) ; c) es frecuente
el sistema matrimonial del intercambio generalizado, que implica, como
elección preferente, el matrimonio entre primos cruzados matrilaterales (el
hijo de la hermana que se casa con la hija del hermano).209 Y al otro lado
el Lacio, donde (a) está presente en forma de rastro, mientras ib) y (c)
están completamente ausentes.210 En los dos mitos, clases exógamas y
contraposiciones carne/huesos están desunidas: en el de los voguli-ostjaki
encontramos sólo la primera, en el referido por Ovidio, sólo la segunda.
Naturalmente, sería absurdo ver en esta disyunción la prueba de que también
en el Lacio debió de existir, en épocas protohistóricas, un sistema basado
en clases exógamas. Es más verosímil suponer que los dos mitos interpre
taran los elementos dualistas presentes, en muy distinta medida, en ambas
sociedades. También en el Antiguo Testamento la hostilidad entre dos
gemelos, Esaú y Jacob, anticipa y justifica la hostilidad entre sus respectivos
descendientes, idumeos e israelitas. Y también en este caso la supremacía
de Jacob va acompañada de una renuncia alimentaria: el plato de lentejas
cedido a Esaú a cambio de la primogenitura ( Génesis, 25, 29-34).
34. Hemos definido a los animales y a los muertos como «dos expre
siones de la alreridad». También en este caso la fórmula, poco expeditiva,
remite a resultados ya obtenidos. En cuanto a las connotaciones fúnebres
de divinidades semibestíales como Richella o rodeadas de bestias como
Oriente — herederas lejanas de la antiquísima «señora de los animales»-—
no es preciso insistir. Los seguidores de Diana, Perchta y Holda recorrían
los cielos a la grupa de animales sin precisar; los benandanti, durante su
catalepsia, hacían salir su espíritu, en forma de ratón o mariposa, del cuerpo
exánime; los táltos asumían el aspecto de garañones o de toros, los
licántropos, de lobo; brujas y brujos acudían al aquelarre a lomos de machos
cabríos o transformados en gatos, lobos o liebres; los participantes en los
ritos de las calendas se enmascaraban de ciervos o de terneros; los chamanes
se vestían de plumas a fin de prepararse para sus viajes extáticos; el héroe
de la fábula de magia se dirigía, sobre cabalgaduras de cualquier género, hacia
lugares misteriosos y remotos, o simplemente, como en un cuento siberiano,
cabalgaba sobre el tronco de un árbol caído y se transformaba en oso,
entrando en el mundo de los muertos.224 Metamorfosis, cabalgatas, éxtasis
seguidos de la salida del alma en forma de animal son diversos caminos
que llevan a una única meta. Entre animales y ánimas, entre animales y
muertos, animales y el más allá, existe una conexión profunda.225
M apa 1
1321: la conspiración de los leprosos y de los judíos
* Localidadesen que individuos no judíos fueron acusados de difundir la peste.
A Localidadesen que hubo tumultos contra ios judíos,
a Localidadesen <pielos judíos fueron acusados de difundir ía peste.
Zona en que tuvieron lugar los primeros procesos basados en el aquelarre (segunda mitad del
siglo XII).
Mapa 2
1348: identificación de los presuntos responsables de la peste negra
Viajes extáticos tras divinidades
mnyoritar¡ameLite femeninas.
Hadas (Escocia); Dían ú , Habondc,
«abadesa» de ios benandanti, Ma
rres, hadas, etc (Francia, Renánia,
Italia centro-septentrional); «muje
res de fuera» (Sicilia).
(Pane II, capítulos i y H.)
M a pa 3
Cultos, mitos y ritos de fondo chamánico en Europa
M apa 4
Cenicienta: versiones orientativas en que el ayudante mágico (madre, madrina, animal)
reaparece tras haber hecho recoger sus propios huesos.
Notas
In t r o d u c c ió n
1. Cf. J. Hansen, Quellen und Untenacbungen zur Geschichte des Hexenwahns und
des Hexenverfolgtmg im Mittealcdter, Bonn, 1901, índice (en la voz Hexensabbat). En
cuanto a sabbat, cf. P.-F. Fournier, «Etymologie de sabbat "reunión rituelle de sorciers”»,
en Bibüotheque de l’École des Charles, cxxxix (1981), pp. 247-249 (me ha sido señalado
por Alfredo Srnssi), quien hipotética una relación con el día de descanso de los judíos,
que habría reactivado una conexión con ensabatés, es decir, valdenses. (Añádese S, J.
Honorat, Vocabulaire fran$ais~provengal, Digne, 1846*1847, voz Sabatatz, ensabaiz). La
reconstrucción propuesta páginas más adelante (pane I, cap. n) hace pensar que ambos
elementos se hayan podido reforzar en su existencia. Uno de los primeros escritos
demonológícos en que figura el término en plural (sabbatha) es el diálogo de L Daneau,
muchas veces reimpreso y traducido al francés, al alemán, al inglés (De veneficis, quos
vulgo sortiarias vocant..., Francfort, 1581, p. 242). El término synagoga, también referido
contemporáneamente a las reuniones de ios herejes, está muy difundido en el lenguaje
de los jueces y de los inquisidores desde bien entrado el siglo xvi (cf., por ejemplo, E.
W. Monter, Witchcraft in France and Switzerland, Ithaca y Londres, 1976, pp. 56-57).
En el ámbito alemán encontramos Hexentanz: cf. H. C E. Mídelfort, Witch-Hunting
in Southwestem Germany, 1562-1584), Stanford (California), 1972, p. 248, nota 92.
Striaz, italianizado en striazzo o stregozzo (título, este mismo, de un famoso grabado
de Agostino Veneziano), reaparece en los procesos de Modena. Sobre barlót, véase la
voz homónima en Vocabulario dei dialetti della Svizzera italiana, II, pp. 205-209, muy
cuidada pero discutible en sus conclusiones (véase, además, p. 53). Akelarre es término
vasco, de akerra, macho cabrío (forma que asumía el demonio en las reuniones
nocturnas): cf. J. Caro Baroja, «Brujería vasca» (Estudios Vascos, V), San Sebastián, 1980,
p. 79- En algunas zonas vascas todavía resulta desconocido para los inquisidores: cf. G.
Hennigsen, The Witche’s Advócate, Basque Witchcraft and the Spanish Inquisition, Reno
(Nevada), 1980, p. 128.
2. Véanse, por ejemplo, los pasajes de M. Del Rio citado por quien escribe estas
líneas en I benandanti. Stregoneria e culti agrari tra Cinquecento e Seicento, Turín, 1974*,
p. 8, notas 2 y 34, nota 3.
3- Cf. A. Macfariane, Witchraft in Tudor and Stuart England, Londres, 1970,
pp. 58 y 139.
4. Cf. K. Thomas, «L'importanza dell'antropologia per io smdio storico della
stregoneria inglese», en La stregoneria, al cuidado de M. Douglas, trad it., Turín,
p. 83.
5. Cf. A. Momigíiano, «Linee per una valutazione della storiografia del quindicennio
1961-1975», en Rivista Storica Italiana, l x x x i x (1977), p. 596.
6. Cf. H. R. Trevor Roper, Protestantesimo e trasformazione sacióle, trad. it., Barí,
1969, pp- 145, 149 y 160 (dei ensayo «La caccia aile streghe in Europa nel Cinquecento
e nel Sekento»; modifico ligeramente la traducción); del mismo autor, The European
Witch-Craze of the l6tk and 17th Centuries, Londres, 19692, p. 9.
7. íbíd
8. Cf. L Stone, «Magic Religión and Reason», en The Past and the Present, Londres,
1981, especialmente ias pp. 165-167.
9. Cf. Macfarlane, Witcbcraft, cit., p. 11.
10. Ibíd, p. 10.
11. Ibíd., p. 139.
12. Ibíd, pp. 26-27 y 58. En cuanto a la comparación antropológica, cf. pp. 11-12 y
211 ss,
13. Cf. J. Obelkevich, «"Past and Present”. Marxisme et Histoire en Grande Bretagne
depuis la guerre», en Le Débat, 17 de diciembre de 1981, pp. 101-102.
14. Cf. K. Thomas, Religión and the Decline of Magic, Londres 1971, p. 469 (trad.
it., la religione e il declino della magia, Milán, 1985, p. 523; ía traducción está levemente
modificada).
15. Cf. Ibíd., p. 518 (trad. it. cit., p. 568).
16. Cf. H. Geertz, «An anthropology of Religión and Magic», en The Journal o f
Interdisciplinary History, vi (1975), pp. 71-89.
17. Cf. E. P. Thompson, «L’Antropologia e ía disciplina del contesto storico» en
Societa patrizia e cultura plebea, trad. it., Turín, 1981, pp. 267-269-
18. Cf. K. Thomas, «Anthropology of Religión and Magic II», en The Journal of
Interdisciplinary Histoiy, vi (1975), pp. 91-109, especialmente p. 106.
19. Ibíd., p. 108.
20. Cf. S. Clark, «Inversión, Misruie and the Meaning of Wkchcraft», en Past and
Present, 87 (mayo 1980), pp. 98-127.
21. Cf. Thomas, An Anthropology..., cit., pp. 103,104.
22. Cf. Kieckhefer, European Witch-Trials, Their Foundations in Popular and Leamed
Culture, 1300-1500, Berkeley (California), 1976, pp. 8 y 27 ss.
23. El término diabolism parece poco afortunado porque, como luego se verá, el diablo
constituye uno de los elementos colocados por los jueces sobre un estrato de creencias
preexistentes.
24. Ibíd., pp. 39-40.
25. Ibíd., pp. 21-22.
26. La ausencia de los judíos en la parte medieval de la reconstrucción de Cohn (aparte
de una remisión en la introducción a J. Trachtenberg, The Devil and the Jews, Nueva
York, 1943; vuelve a aparecer en la p. 261, nota) es singular, sobre todo porque él mismo,
en un libro anterior, se había cruzado por un momento con la trayectoria que intento
esbozar: cf. Licenza per un genocidio, trad. it., Turín, 1969, p. 211. Quizás Cohn haya sido
inducido a sacar a primer plano la conexión herejes-brujas (que a fin de cuentas considera
secundaria) en su polémica con j. B. Russell Ambos habían leído las fuentes de la
controversia a lo largo de los siglos, incluso las más estereotipadas, como descripciones
objetivas de una presunta transformación de los herejes en brujos: Cohn ha rechazado
justamente esta interpretación, pero se ha quedado enganchado en ia propia serie docu
mental (cf. J. B. Russell, Witcbcraft in tbe Middle Ages, Ithaca (Nueva York), 1972,
pp. 86 ss., especialmente pp. 93,140-142, etc; Cohn, Europe's, cit., pp. 121-123.
27. Ibíd., p. 288.
28. Ibíd, pp. 220-222.
29. Ibíd., pp. 107 ss.
30. Ibíd, pp. 107-108.
31. Cf. por ejemplo, ibíd, pp. 108 ss.; Hennigsen, The Witcbes Advócate, cit.,
pp. 70 ss.; C Larner, Witchcraft and Religión. The Politics o f Popular Belief, Oxford, 1985,
pp. 47-48.
32. Cf. Thom as, Religión, cit., pp. 514-517.
33. Cf. I benandanti cit., pp. DC-xn; y véase Henigsen, The Witcbes Advócate, dt.,
p. 440, nota 14, que distingue de la banda de seguidores de la fantástica teoría de Murray
a algunos estudiosos «más serios», entre los que se encuentra el citado. En cuanto a las
objeciones de N. Cohn, véase además la nota 39. Sobre ía valoración de las investigaciones
de Murray por mí propuesta, a ella se sumó E. Le Roy Ladurie, La sorciere de Jasmin,
París, 1983, pp. 13 ss.
34. Cf. la agotadora demostración de Cohn, Europe's, cit, pp. 111-115.
35- Cf. M. A. Murray, The Witch-Cult in Western Europe, Oxford, 19622, p. 12 (trad
k , Milán, 1978).
36. O. /benandanti, cit., p. X
37. Ibíd pp. 181-189.
38. Cf. Russeíl, Witchcraft, dt., pp. 41-42; H. C E. Midelfort, «Were There Really
Witches?», en Transition and Revolution. Problems,and Issues o f European Renaissance
and Reformation History, al cuidado de R M. Kingdon, Minneapolis (Minnesota), 1974,
p. 204. Del mismo Midelfort, cf. Witcb-Hunting dt., p. 1 y p. 231, nota 2. (Midelfort me
informó, en el curso de una conversadón, que había cambiado de parecer a este respecto.)
39. Cf. Cohn, Europe’s, cit, pp. 223-224 (en pp. 123-124, sin embargo, la crítica se
dirige solamente, y de modo contradictorio, a Russeil, por no haber entendido eí punto
de vista de quien escribe).
40. He intentado justificar desde un punto de vista general esta posidón en «Spie.
Radid di un paradigma indiziario», en Miti emblemi spie, Turín, 1986, pp. 158-209. Pero
véase también Thompson, Societa patrizia..., dt., pp. 317 y 325.
41. Ibíd, pp. xii-xiu.
42. En el primero, aunque sea de forma atenuada, creo haber caído yo también, el
haber descuidado las especializaciones extáticas que distinguía a benandanti masculinos de
benandanti femeninos me ha parecido, retrospectivamente, un caso de sex-blindness (cf.
la discusión en el apéndice a Les batailles noctumes, Lagrasse, 1980, p. 231).
43- Cf. C Larner, Enemies of God. The Witch-Hunt in Scotland, Londres, 1981; Id,
Witchcraft and Religión, cit. (se trata de estudios de valor notable; se explidta que el
subtítulo del segundo, de aparición póstuma —The Politics of Popular Belief— se refiere
casi exdusivamente a las creeodas sobre las brujas, no de las brujas).
44. Cf. L Murara, La signora del gioco, Milán, 1976 (véase anteriormente, p. 94).
45. También un historiador y folklorista como G. Hennigsen, tras haber dedicado
muchas páginas a la refutaaón sólida de la tests de Murray (The Witches’ Advócate, dt.,
pp. 69-94), se limita a formular la exigenda de un confrontamiento entre el folklore vasco
a ambos lados del Pirineo y los tratados demonológicos de la época, para explicar a fondo
la concordancia entre las confesiones de las acusadas. En la conclusión del libro (p. 390),
estas últimas son atribuidas a una epidemia de sueños estereotipados; frase que replantea
el problema del aquelarre en su inexplorada complejidad (Pero véase ahora, desde un punto
de vista totalmente distinto, el precioso ensayo de Hennigsen atado en la p. 264, nota
1.) La exigencia de afrontar la cuestión de la brujería europea desde un punto de vista
histórico-reiigioso es formulada por ]. L Peari, «Folklore and Witchcraft in the Sixteenth
and Seventeenth Century», en Studies in Religión, 5 (1975-1976), p. 386, que sigue ei ensayo
de M. Eliade, «Some Observations on European Witchcraft», en History of Religions, 14
(1975), pp. 149-172 (trad. it.: Occtdtismo, stregoneria e mode cuhurali, Florencia, 1982,
pp. 82 ss.). Para una contribución excelente en este sentido, cf. M. Bertolotti, «Le ossa
e la pelie deí huoi Un mito popolare tra agiografía e stregoneria», en Quademi Istorici,
n. 14 (mayo-agosto 1979), pp. 470-499 (véase antes, nota 77 de la p. 271). Mucho material,
examinado desde un punto de vista distinto del aqui adoptado, en H. P. Duerr, Traumzeit,
Francfort, 1978. v
46. Cf. Midieron, Witch-Hunting, dt., p. 1; Monter, Witchcraft, p. 145. Sobre la
«universalidad» de creencias brujescas a nivel popular ha iasistido también Trevor-Roper
(véase anteriormente p. 12).
47. Cf. C Ginzburg, «Présompdons sur le sabbat», en' Annales E.S.C, 39 (1984),
p. 341 (se trata de anticipos de algunos resultados de esta investigación). La referencia
implícita a Freud tiene un valor puramente analógico.
48. Cf. ía óptima introducción de J. Le Goff a ia nueva edición de Les Rois Thau-
maturges (París, 1981).
49- Cf. J. R. von Bieberstein, Die These von verscbwÓTung, Berna, 1976, y las páginas
introductorias de L Poliakov, La causalité diabolique. Essai sur l’origine des persécutions,
París, 1980 (libro discutible en muchos aspectos). Resulta iluminadora ia fama alcanzada
por los Protocolos de los siete sabios de Sión, analizada con profundidad por N. Cohn
(Ucenza per un genocidio, cit.). En general, véase Changing Conceptions on Conspiracy,
al cuidado de C F. Graum y S. Moscovia, Nueva York, 1981.
50. Desde un punto de vista en gran parte coincídente, J. Le Goff ve en Les Rois
Thaumaturges de Bloch el modelo de una antropología política e histórica renovada
(introducción cit., p. xxxvrn). Véase también las observaciones de F. Hartog, «Marshall
Sahlins et l’anthropologie de l’histoire», en Annales E.S.C., 38 (1983), pp. 1256-1263. Los
ensayos recogidos en Changing Conceptions, cit., están dedicados a ia desmittficadón de
la idea del complot: objetivo necesario pero parcial, y que en modo alguno puede
considerarse.
51. Cf. Lamer, Enemies of God cit., p. 7 (pero los ejemplos podrían multiplicarse).
52. El término «dialógico» es utilizado aquí en la acepción introducida por M.
Bajtin.
53. Cf. 1 benandanti cit, pp. 47 ss., conde «límano» y «Lituania» han de corregirse
por «livonio» y «Livonia»,
54. Cf. ibtd,, pp. xm, 51-52; Eliade, Some Observations, cit., especialmente pp. 153-
158, donde también se propone una aproximación entre benandanti y calusari rumanos
(véase también, antes, pp. 153 ss.). La aproximadón de benandanti y chamanes es criticada
por M. Auge, Génie du Paganisme, París, 1982, p, 253, que sugiere más bien tina analogía
entre los benandanti y los antibrujos ashanti. Pero inmediatamente después admite que
estos últimos pueden parangonarse «desde un punto de vista cultural» con los chamanes.
Como se verá, el nexo entre benandanti y chamanes es ai mismo tiempo estructural
(o, si se prefiere, morfológico) e histórico.
55. Cf. Thomas, Religión, cit., p. X. Ya nos hemos pronunciado sobre los límites de
la comparación adoptada por Macfarlane.
56. Esta posibilidad es negada, en lo que se refiere a la «caza salvaje», por Kieckhefer,
European, cit., p. 161, nota 45; pero véase, anteriormente p. 93 ss.
57. Sobre este punto, cf. j. Le Goff, Pour un autre Moyen Age, París, 1978, p. 314,
nota 12.
58. Cf. L Wítfgensieín, Note sul «Ramo d'orc» de Frazer, trad it., Milán, 1975, pp.
28-29- Estas reflexiones debieron de surgir en las investigaciones, inspiradas en los escritos
morfológicos de Goethe, que aparecen en disciplinas y ámbitos culturales distintos a finales
de los años veinte: cf., del autor de estas líneas, «Datazione assoiuta e datazione relativa:
sul método di Roberto Longhi», en Paragone, 386 (abril 1982), p. 9 (donde cito también
Morfología della fiaba, de V. Propp, y Forme sempüci de A. jolles), y sobre todo J. Schulte,
«Coro e legge. II "método morfoiogico” in Goethe e Wittgenstein», en Intersezioni, H(1982),
pp. 99-124.
59. Cf. Wittgenstein, Note, cit. p. 30.
60. Cf. A. Momigíiano, Storicismo revisitato, en Sui fondamenti della storia antica,
Turín, 1984, pp. 459-460: «Nosotros estudiamos la mutación, porque somos mutables. Esto
nos da una experiencia directa de la mutación: io que llamamos memoria...» (y véase toda
la página).
61. En el mismo senrido cf. C. Lévi-Scrauss, II crudo e il coito, trad it., Milán, 1966,
pp. 22-23.
62. Morfología della fiaba (1928, trad it., Turín 1966) y Le radici deüe fiabe di magia
(1946, traducido en Italia con el título de Le radici storicbe dei racconti di fate, Turín,
1949, 19722) son parte de un único proyecto: cf., del autor de estas líneas, Présomptions,
cit., pp. 347*348. Problemas análogos han sido afrontados independientemente, en otro
ámbito disciplinar, por A Leroi-Gourhan, Documents por l’art comparé de l'Eurasia
septentrionale, París, 1943 (cf.,por ejemplo, p. 90); se trata de investigaciones ya publicadas
a io largo de 1937-1942.
63. Cf. el prefacio a Miti, cit.
64. En cuanto a esta noción remito ai muy importante ensayo de R. Needham,
«Polythetic Classificatíon», en Man, n. s. 10 (1975), pp. 349-369-
65. Cf. M. Detienne, Dioniso e la pantera profumata, trad it., Bari 1983, pp. 49-50;
J.-P. Vernant, «Reiigione graeca, reügioni antiche» (es la lección inaugural pronunciada
en el Collége de France en 1975), en Mito e societá nell'antica Grecia, trad it, Milán 1981,
p. 265. Y véase también, del mismo autor, las objeciones a G.S. Kxrk (aunque parecen
referirse más bien a las posiciones de W. Burkert) en 11 mito greco..., al cuidado de B.
Genttli y G. Paione, Roma 1977, p. 400. La polémica con Burkert se recoge más
ampliamente en M. Detienne y J.-P. Vernant, La cuisine du sacrifice en pays grec, París
1979, pasiim.
66. R. Jakobson, en una página muy hermosa (Autoritratto di un lingüista, trad it.,
Bolonia, 1978, p. 32), cita una frase de Braque: «No creo en las cosas, creo en sus relaciones».
En un sentido análogo, Lévi-Strauss ha hablado de «revolución copernicana» inducida en
las ciencias humanísticas por la lingüística estructural (cf. Le regará éloigné, París, 1983,
p. 12; trad it., Turín 1984).
67. Sobre la interpretación del mito propuesta por Jung, véanse las imprescindibles
observaciones críticas de Vernant, Mito e societa, cit., pp. 229-230. M. Eíiade sólo se ha
disociado de la noción jungiana de arquetipo en eí prefacio a la traducción inglesa de su
Le Mythe de l’étemel retour (Cosmos and History, Nueva York 1959, pp. vni-ix).
Anteriormente se había servido a su gusto de tal noción: cf., por ejemplo, Trattato di storia
delle religioni, trad. it., Turín, 1954, pp. 39, 41, 408, 422, etc (y véanse también las
observaciones críticas de Ernesto De Martino, introducción, p. dc
68. Cf. Vernant, Mito e societa, cit., p. 65; Detienne, Dioniso, cit., p. dí: «Tal
interpretación no debe de ser sólo económica y coherente, sino que además debe tener
un valor heurístico, hacer aparecer relaciones entre elementos extraños al principio o dar
un nuevo sesgo a la información explícitamente atestiguada, pero inscrita en otro sitio,
en el mismo sistema de pensamiento y en el interior de la misma cultura.'» (la cursiva
es mía).
69. Vernant, Mito e societa cit., pp. 223-224; Detienne, Dioniso cit., p. xi, que habla
de «deducción sistemática».
70. Cf. Vernant, Mito e societa de., pp. 249-250. La solución cautamente abordada («La
respuesta consistiría probablemente en mostrar que ni en la indagación histórica ni en
ei análisis sincrónico se encuentran elementos aislados, sino siempre estructuras ligadas
a otras con mayor o menor fuerza...») coincide con las posiciones de R. Jakobson que han
inspirado además esta investigación.
71. Cf. el ensayo La formazione del pensiero positivo nella Grecia arcaica (1957)
en J.-P. Vernant, Mito e pensiero, presso i Greci, trad it., Turín 1970 (sobre todo
pp. 261 ss.).
72. La inspiración dutnezilíana es particularmente evidente en el ensayo «II mito
esiodeo delle razze» (cf. Mito e pensiero cit., en particular p. 34). Para una valoración
sintética de la contribución de Dumézil, cf. Vernant, «Ragioni del mito» (en Mito e societa
cit., pp. 235-237) y Detienne, Dioniso cit., pp. 8-9- En la introducción a Mito e pensiero
cit. B. Braco subraya (p. xvi) que la actitud de Vernant «es siempre implícitamente, y quizás
explícitamente, comparativa». Sobre este punto véase ahora Religionegreca cit.
73- Cf. Detienne, Dioniso cit., pp. 8-9.
74. J. Starobinski ha propuesto de modo sugestivo que la elección de Saussure a favor
de la sincronía fuese provocada por las «dificultades halladas en la exploración de 1a larga
diacronía de la leyenda y en lo breve de la composición anagramática» (Le parole sotto
le parole. Gli anagrammi di Ferdinand de Saussure, trad. it., Génova 1982, pp. 6-7).
75. Cf. G. Mounin, «Lévi-Strauss’Use of Linguistics», en The Unconscious as Culture,
al cuidado de I. Rossi, Nueva York 1974, pp. 31-52; G Caíame, «Philoiogie et anthropologie
estructúrale. A propos d’un livre recent d’Angelo Brelich», en Quademi Urbinati, 11 (1971),
pp. 7-47.
76. Cf. Detienne, Dioniso, cit., p. 11.
77. C Lévi-Strauss tiene una opinión distinta (7/ crudo e il cotto d t, pp. 21-22). Es
cierto que en otra parte (Anthropologie structurale, París 1958, p. 242; trad it., Milán
1966) ha sostenido que todas las versiones de un mito pertenecen al mito, pero esto elimina,
como máximo, la cuestión de la autenticidad, no la de la integridad.
78. Véase también parte II, cap. a.
79- En un ensayo de 1975 M. I. Finley polemizaba en nombre de la diacronía sólo
con antropólogos («L'antropologia e i classizi», en Uso e abuso della storia, trad it.,
Turín 1981, pp. 149-176, y especialmente p. 160). El aumento de las relaciones entre
historia y antropología ha complicado el cuadro: junto a los historiadores que sostienen
la superioridad de una actitud sincrónica encontramos a antropólogos que reivindican
para sus propias investigaciones la utilidad de un punto de vista diacrónfco (cf. B. S.
Cohn, «Toward a Rapproachment», en The New History. The I980s and Beyond, al
cuidado de T. K. Rabb y R. J. Rothberg, Prmceton (New Jersey) 1982, pp. 227-252).
Sobre la compatibilidad entre perspectiva histórica y perspectiva sincrónica cf. G. C
Lepschy, Mutamenti di prospettiva nella lingüistica, Bolonia 1981, pp. 10-11.
80. Cf. Ivanov, Lotman y otros, Te si sullo studio semiotico della cultura, trad it.,
Parma 1980,99. 50-51 (y véase pp. 51-52: «Una aproximación tipológica amplia elimina
lo absoluto de la oposición entre sincronía y diacronía»),
81. Cf, por ejemplo, R. Jakobson, «Antropologo e linguisti» (1952) en Saggi di
lingüistica generóle, trad it., Milán 1966, pp. 15-16; Id, Magia della parola, ai cuidado
de K. Pomorska, trad it., Barí 1980, pp. 56-57. La acepción de categoría de Jakobson
por parte de Lotman es subrayada por D. S. Avalle en la introducción a la antología
de textos por él editada, La. cultura nella tradizione russa del xix e xx secolo, Turín 1982,
pp. 11-12.
82. Cf. Jakobson, Magia cit., pp. 13-14, con una remisión a los estudios de P. G.
Bogatyrév sobre el folklore ucraniano. La frase que sigue inmediatamente —«y, finalmente,
me parece una singular rehabilitación la concesión romántica del folklore como creación
colectiva»— alude al ensayo escrito por Jakobson con el propio Bogatyrév, «II folklore come
forma di creazione auconoma» (1929) (traducido en Strumenti critici, i, 1967, pp. 223-
240.
83- Cf. C-C Schmitt, «Les traditions folkloriques dans ia culture médiévale. Queiques
refléxions de méthode», en Archives des sciences sociales des religions, 52 (1981), pp. 5-
20,particularmente pp. 7-10 (trad. it., Religione, folklore e societa nell'Ocádente medievale,
Bari 1988, pp. 28-29), a propósito de Bertoíotti, Le ossa e la pelle dei buoi cit. (véase ames,
nota 45), criticado por sus excesos díacrónicos.
84. Cf. C Lévi-Strauss, «Histoire et ethnologie» (1949), en Antbropologie structurale
cit., pp. 3-33 (la cita de Marx y ia remisión a Le Probiéme de l'incroyance de L Febvre
están ambas en ía p, 31).
85. O. C Lévi-Strauss, «Elogio dell’antropologia» (1959), en Antropología strutturale
due, trad it., Milán 1978, pp. 56 ss.; Id, «De Chrétien de Troyes á Richard Wagner» (1975),
en Le regard éloigné cit., París 1983, pp. 301 ss. (trad it., Turín 1948); Id, «Le
Graal en Amérique» (1973-1974), en Paroles données, París 1984, pp. 129 ss.; Id,
«Hérodote en mer de Chine», en Poikilia. Études offerts a fean-Pierre Vemant, París 1987,
pp. 25-32.
86. Id, «Histoire et ethnologie», en Annales E.S.C.», 38 (1983), pp. 1217-1231 (el
pasaje está en la p. 1227). Para un cuadro de las actuales discusiones sobre la cladística,
cf. D. L HulI, «Cladistic Theory: Hypocheses that Blur and Grow», en perspectives on
the Reconstruction of Evolutionary History, al cuidado de T. Duncan y T. F, Stuessy, Nueva
York 1984, pp. 5-23 (con bibliografía).
87. Este punto me ha sido aclarado por Richard Trexler en el curso de una conver
sación ya lejana (otoño de 1982); desde aquí se lo agradezco.
88. Cf. Detienne, Dioniso cit., p. 13-
89. E. Benveniste, 11 vocabolario delle istituzioni indoeuropee, trad it., Turín 1976,
I, p. 7. Quien se ha cuidado de la edición italiana, M. Liborio, llama la atención (pp. xra-
xrv sobre la implícita polémica de la última frase con el «maniqueísmo saussuriano». Este
pasaje íntegra otro, que figura en ía introducción al Vocabolario («La diacronia é aflora
ristabilita nella propia legíttímká in quanto successione di sincronie»), que Vernant ha
citado ampliándolo a un ámbito extralingüístico (cf. Nascita di immagini, trad it., Milán
1982, p. 110, nota 1).
90. Cf. Benveniste, II vocabolario cit., I, p. 31.
91. Cf. E. Le Roy Ladurie, Montaillou, village occitan de 1294 a 1314, París 1975,
p. 601; y véase cambien A. Prosperi, «Premessa a I viví e i morri», en Quademi storici,
50 (agosto 1982), pp. 391410.
PRIMERA PARTE
L e p r o so s, ju d ío s , m u s u l m a n e s
L Dom M. Bouquet, Recueil des historiens de la Gaule..., nueva ed, París, 1877-1904,
XXIII, p. 413 (una nota de los editores en la p. 491 advierte de que este pasaje, junto
con otros, fue redactado en 1336; la distancia temporal-de los acontecimientos explica la
erróaea colocación del exterminio de los leprosos en el invierno, en vez de en la primavera
de 1321).
2. Ibíd, p. 483 (cf. también Orderico Vitale, Historiae ecclesiasticae libri tredecim, al
cuidado de A. Le Prevost, V, París, 1855, pp. 169-170.
3. Bouquet, Recueil, cit., XXIII, pp. 409-410 (redactada en 1345: cf. p. 397).
4. Cf. E. Baluze, Vitae paparum Avenuonensim, al cuidado de G. Mollat, I, París, 1916,
pp. 163-164. Versiones similares a esta son proporcionadas por Pietro di Herenthais y
Amalrico Auger (ibíd., pp. 179-180 y 193-194). Como se colige de la tradición manuscrita,
el pasaje cit. de la crónica de Bernard Gui es redactado inmediatamente a continuación
de los acontecimientos narrados: cf. L Delisle, Notice sur les manuscrits de Bernard Gui,
París 1879, pp. 188 y 207 ss.
5. Cf. H. Dupíés-Augier, «Ordonnance de Philippe Le Long contre les lepreux», en
Bibliotheque de l'École de Cartest>, 4' s., m (1857), pp. 6-7 del extracto; Ordonnance des
roís de France..., XI, París 1769, pp. 481-482.
6. Sobre locos y criminales, véase, naturalmente, M. Foucaúk, Folie et déraison. Hiítoire
de la folie a l'age classique, París, 1961 (trad it., Milán, 1963) y, del mismo autor, Surveiller
et punir, París, 1975 (trad it, Turín, 1976). Es curioso que, en el primero, se señale a
los leprosos pero no las vicisitudes que llevaron a su reclusión.
7. El estudio más reciente sobre tal vicisitud muy útil aun estando basado en
documentación incompleta, es el de M. Barber, «The Plot to Overthrow Christendom in
1321», en History, vol. 66, n. 216 (febrero 1981), pp. 1-17: sus conclusiones son distintas
de las mías (cf. por otra pane nota 57). El dossier prometido por B. Blumenkranz, «A
propos des Juifs en France sous Charles le Bel», en Archives juives, 6 (1969-1970), p, 36,
no ha sido, que yo sepa, publicado. Investigaciones menos recientes sobre el mismo tema
irán siendo citadas. Una analogía entre la «conspiración» de 1321 y la persecución de la
brujería es señalada por G. Miccoli, «.La storia religiosa», Storia d’ludia, H, 5, Turín 1974,
p. 820. Véase ahora, además, F. Bériac, Histoire des lépreux au Moyen Age, París 1988,
pp. 140-148 (que ignora, del autor de estas líneas, Présomptions cit.).
8. Bouquet, Recueil cit., XXI, p. 152. Cf. también «Chronique parisienne anonyme
de 1316 á 1339...», al cuidado de A. Hellot, en Mémoires de la société d’histoire de Parts..,,
xi (1884), pp. 57-59. Un añadido marginal a la tercera continuación de Gestorum abbatum
Monasterii Sancti Trudonis... libri (MGH, Scriptorum, X, Hannover 1852, p. 416) intro
ducida por las palabras «siguiente año» habla de leprosos «a Judaeis corrupti» quemados
como envenenadores en Francia y Hannover. E! editor ha datado el pasaje de 1319,
verosímilmente por equivocación, con todo, la cita de Hannover sigue siendo oscura
para mí.
9- Cf. respectivamente Bouquet, Recueil cit-, XX, pp. 628 ss.; XXI, pp. 55-57; Balzue,
Vitae cit,, I, pp. 132-134; Bouquet, Recueil cit., XX, pp. 704-705; Jean de Preís llamado
d'Outremeuse, Ly Myreur des Histors, al cuidado de S. Bormans, VI, Bruselas 1880, pp.
264-265; Genealogía comitum Flandriae, en Marténe-Durand, Thesaurus novus anecdoto-
rum, III, París 1774, col. 414. Y véase también, en el mismo sentido, Bibliotheque
Nationales, msfr. 10132, c. 403f.
10. En esta exposición sigo casi exclusivamente ai continuador de Guillaume de Nangis,
de quien dependen de manera más o menos estrecha la crónica de Saim-Denis, Giovanni
di S. Vittore y el continuador de ía crónica de Gérard de Frachet: cf. además la introducción
de H. Géraud y G. de Nangis, Chronique latine, París 1843,1, pp. xvi ss. Sobre el episodio
de Chinon, cf. también H. Gross, Gallia judaica, París 1897, pp. 577-578 y 584-585.
11. Cf. Genealogía cit.
12. Cf. G. Lavergne, «La persécution et spoliation des iépreux á Périgord en 1321»,
en Recueil des travaux offerts a M. Clovis Brunel..., II, París 1955, pp. 107-113.
13- Cf. Baluze, Vitae cit., I, pp. 161-163 (B. Gui); ibíd., pp. 128-130 (Giovanni di S.
Vittore). En general, cf. M. Barber, «The Pastoureaux of 1320», en Journal of Ecclesiastícal
History, 32 (1981), pp. 143-166. Sobre algunos problemas sigue siendo de utilidad P.
Alphandéry, «Les croisad.es des enfants», en Revue de l’histoire des réligionsy>, 73 (19l6)s
pp. 259-282. Idílicamente apoiogéticas, sin embargo, son las páginas dedicadas a las dos
«cruzadas» de los Pastorcillos en P. Alphandéry-A. Dupront, Li Chretienté et l’esprit de
Croisade, H , París 1959, que me parecen atribuibles, basándome en el estilo, al segundo
de los autores. Un documento importante —la declaración del judío Baruch ante la
Inquisición de Pamiers—- ha sido más veces traducido y analizado: véase el texto del mismo
en j. Duvernoy, Le registre d’Inquisition de Jacqms Foumier, I, París 1965, pp. 177-190
(y finalmente A. Pales-Gobiliiard, «L’Inquisition et les Juifs: le cas de Jacques Fournier»,
en Cahiers de Fanjeaux, 12, 1977, pp. 97-114.
14. Este texto, desconocido por Barber (The Plot cit.), se encuentra en C Compayré,
Études historiques et documents inédits sur l’Albigeois, les Castrais et l’anáen diocése de
Lavaur..., AIbi 1841, pp. 255-257. Su importancia fue señalada por primera vez por A.
Molinier (cf. C Devic y dom J. Vaisséte, Histoire générale de Languedoc... IX, Toulouse
1885, p. 410, nota 6). Más recientemente ha sido analizado por V. R_ Riviére-Chalan, La
marque infame des lépreux et des christians sous VAnden Régime, París 1978, pp. 51
ss. (libro precioso, a pesar de sus lagunas), que ha dado precisiones basándose en nuevos
materiales sobre la datadón conjetural propuesta por Compayré. El documento, como
amablemente me informa el director de los Archives Dépanamentates du Tarn en una
carta del 2.2.1983, ya no se encuentra en lo archivos munidpales de AIbi y actualmente
resulta ilocalizable.
15. Véase también la nota 39. En general, cf. R. I. Moore, The Formation of a
Persecuting Sodety. Power and Defiance in Western Europe. 950-1250, Oxford 1987, que
se fija también {pp. 60 y 64) en los hechos de 1321. Elementos y reflexiones de utilidad
por E. Gelíner, Nazioni e nazionalismo, trad. it., Roma 1985.
16. «dncomposita et agrestis illa multitudo» (Paolino Venero o.f.m., en Baluze Vitae
cit., I,p. 171).
17. Como ejemplo de las reacciones de los contemporáneos, cf. Giovanni di S. Vittore
en Baluze, Vitae dt., I, pp. 112-115, 117-118 y 123. Es siempre útil H. S. Lucas, «The
Great European Famine of 1315-1317», en Spectdum, v (1930), pp. 343-377; véase además
J. Kershaw, «The Great Famine and Agrarian Crisis in England 1315-1322», en Past and
Present, 59 (mayo 1973), pp. 3-50, que sin embargo revela, basándose en M.-J. Larenaudie,
«Les famines en Languedoc aux xivr et xvr siedes», en Anndes du Midi, ixrv (1952), p.
37, que los documentos de estos años no hablan, en lo que al Languedoc se refiere, de
carestía. En ello ha visto G. Bois el síntoma de una crisis profunda del sistema feudal:
cf. Crise du féodalisme, París 1976, pp. 246 ss.
18. Cf. L K. Little, Religious Poverty and the Profit Economy in Medieval Europe,
Londres 1978.
19. Cf. Trachtenberg, The Devil cit., pp. 97 ss., y e! cuadro general trazado por G.
I. Langmuir, «Qu'est-ce que 'les juifs' signifiaient pour la sodété médiévale?», en Ni juif
ni grec. Entretiens sur le racisme, al cuidado de L Poliakov, París-La Haya 1978, pp. 178-
190. Particularmente sobre la acusación de bomiddio ritual, véase, del mismo Langmuir,
el óptimo ensayo «The Knight’s Tale of Young Hugh of Lincoln», en Speculum, XLVII
(1972), pp. 459-482.
20. Cf. Flavio Josefo, Contro Apione, 1,26 ss., y sobre ello cf. A. Momigliano, en Quinto
contributo alia storia degli studi classid e del mondo antico. I, Roma 1975, pp. 765-784;
dei mismo, Saggezza straniera, trad it., Turín 1980, pp. 98-99. Véase también J. Yoyotte,
«L'Égypte ancienne et Ies origines de l’antijudaisme», en Revue de l’histoire des religions,
163 (1963), pp. 133-143; L. Troiani, Commento storico al «Contro Apione» di Giuseppe,
Pisa 1977, pp. 46-48. Sobre ia fortuna de Flavio josefo, cf. H. Schreckenberg, Bibliographie
zu Flavtus Josephus, Leiden 1968 y 1979; Id, Die Tlavius-Josephus-Tradition in Antike
und Mittelalter, Leiden 1972; Id., Rezeptionsgeschichtliche und text-kritische üntersuchun-
gen zu Fldvivs ]osephus, Leiden 1977.
21. Cf. U. Roben:, Les signes d ’infámie au Mojen Age, París 1889, pp. 11, 90-91 y
148.
22. Cf. ibíd., p. 174; C Malet, Histoire de la lépre et son influence sur la littérature
et les arts, tesis defendida en la Facultad de Medicina de París en 1967 (BN: 4° Th. Paris.
4430 dactii.), pp. 168-169. Sobre ios cagots, cf. F. Michel, Histoire des races maudites de
la France et de l ’Espagne, París 1847, 2 vol,; V. de Rochas, Les paries de France et de
l’Espagne. Cagots et Bohémiens, París 1876; H. M. Fay, Histoire de la lépre en France,
Lépreux et Cagots du Sud-Ouest, París 1910.
23. Cf. Roben, Les signes cit., p. 91; Malet, Histoire cit., pp. 158-159.
24. Cf. M. Kriegel, «Un trait de psychologie socíel», en Annales E.S.C., 31 (1976),
pp. 326-330; J. Shatzmiller, Recherches sur la communauté juive de Manosque au Moyen
Age (1241-1329), París y La Haya 1973, pp. 131 ss.; Little, Religious Poverty cit., pp. 52-
53.
25. Cf. M. Douglas. Purezza e pericolo, trad. it., Bolonia 1975, y en general la literatura
antropológica (de V. Turner a E. Leach), que se basa en el notable libro de A. Van Gennep,
1 riti di passagio (1909) trad. it., Turín 1981, a su vez dependiente del fundamental ensayo
de R. Hertz sobre la representación colectiva de la muerte (1905-1906): cf. «Sacchegi
rituali», al cuidado de C Ginzburg, en Quademi storici, n.s., 65 (agosto 1987), p. 626.
26. Cf. j.-C. Schmitt, «L’histoire des marginaux», en La nouvelle histoire, ú cuidado
de J. Le Goff, París 1978,9. 355.
27. Cf. M. Kriegel, Les ]uifs a la fin du Moyen Age dans l’Europe méditerranéenne,
París 1979, pp. 20 ss. Indicaciones sugestivas en A. Boureau, «L’inceste de Judas. Essai
sur la gánese de la haine antisémite au XH' siécle», en «L’amour de la haine», en Nouvelle
Revue de Psychanalyse», xxxm (primavera 1986), pp. 25-41. En general, cf, Moore, The
Formation cit.
28. Cf. Trachtenberg, The Devil cit., pp. 101 y 238, nota 14, donde se registra una
acusación de ese tipo en el siglo xn (Troppau en Bohemia, 1163), dos en el xin (Breslavia,
1226 y Viena 1267) y tres en el siglo xiv (1308 en el Vaud, 1316 en la región de Eulenburg,
1319 en Franconia) antes de los hechos de 1321.
29. Cf. Lavergne, La persécution cit.; E. A. R. Brown, «Subsidy and Reform in 1321:
the Accounts of Najac and the Policies of Philip V», en Traditio, x x v í i (1971), p. 402,
nota 9-
30. Cf. Riviére Chalan, La marque cit., pp. 47 ss.
31. Cit. por L Guibert, «Les lépreux et les léproseries de Lirnoges», en Bulletin de
la société archéologique et historique du Limousin, lv (1905), p. 35, nota 3. La misma
observación se repite en el registro municipal de Cahors: cf. E. Albe, Les lépreux de Quercy,
París 1908 (procedente de «La Moyen Age), p. 14. Sobre Rodez he podido ver, gracias
a la cortesía de la autora, un cuidadoso estudio, todavía inédito, de S. F. Roberts (The Leper
Scare of 1321 and the Growth o f Consular Power).
32. Cf. G. De Manteyer, «La suite de la chronique d’Uzerche (1320-1373)», en
Mélanges Paul Fabre, Paris 1902, pp. 403-415 (utilizado también por Guibert, Les lépreux
cit., pp. 36 ss.). Obsérvese que en ia p. 410 Manteyer habla de «ejecución judicial» de 60
leprosos, asimilando de modo un tanto sumario los reclusos (15) a las víctimas de ia hoguera
(44).
33. El documento fue descubierto y analizado por j.-M. Vidal: cf. «La poursuite des
lépreux en 1321 d'aprés des documents nouveaux», en Annales de Saint-Louis-des-Frangais,
iv (1900), pp. 419478 (una primera versión, con variantes significativas, en Mélanges de
littérature et d ’histoire religieuses publiées a l ’occasion du jubilée episcopal de /VI? de
Cubrieres..., I, París 1899, pp. 483-518). El texto integral en Duvernoy, Le registre
d’lnquisition cit., II, pp. 135-147. Agradezco a Lelia Comaschi que con ocasión de un
seminario en Bolonia me señaió (1975) por vez primera ia importancia de este
documento.
34. Cf. el «Líber sentenriarum Inquisitionis Tholosanae» publicado como apéndice (con
numeración aparte) en P. a Limborch, Historia Inquisitionis, Amsterdam 1692, pp. 295-
297. Entre un grupo de personas a las que, años después, les es condenada la pena de
encierro, figura (p. 294) un «Bartholomeus AmÜhati presbyter de Ladros dyocesis Urge-
lensis»\ verosímilmente se trata de un jefe de leprosería como Agassa (ladres significa
«leprosos»).
35. En cuanto al uso de la tortura en los procesos inquisitoriales de este período, cf.
J.-L Biget, «Un procés d’lnquisition á Albi», en Cabiers de Fanjeaux, 6 (1971), pp. 288-
291, que recuerda también las prescripciones que figuraban en 1a 'Practica de Bernard Gui
(uno de los jueces que dictaminaron la sentencia contra Agassa: véase p. 51 de este libro.
36. Este silencio es acertadamente señalado por Barber, The Plot cit., p. 10.
37. Cf. L. Lazard, «Les Juifs de Touraine», en Revue des études juives, xvi (1888),
pp. 210-234.
38. Más tarde (a finales de 1322 o a principios de 1323) fue acusado de prácticas
idolátricas por el inquisidor de Tours y conducido a París; allí fue absuelto, tras la
intervención del papa Juan XXII: cf. J.-M. Vidal, «Le messire de Parthenay et l'ínquisition
(1323-1325)», en Bulletin historique et philologique, 1913, pp. 414-434; N. Valois, «Jacques
Duése, pape sous íe nom de Jean XXH», en Histoire ¡ittéraire de la France, xxxrv (1915),
p. 426.
39- Cf. C H. Tayior, «French Assemblies and Subsidy in 1321», en Speculum, xuii
(1968), pp. 217-244; Brown, Subsidy and Reform cit., pp. 399-400. El anónimo cronista
parisiense, tras haber descrito la conjura atribuyendo la responsabilidad de la misma a los
leprosos instigados por los judíos, concluía: «£í la verité sceue et ainssi descouverte et a
Philippe le roy de France et de Navarre rapportée en la deliberation de son grant conseil,
le vendredi devant la feste de la Nativité saint Jehan-Baptiste, furent tous les Juifz par
le royaulme de France pris et emprisonnez, et leur biens saisis et inventories» (Chronique
parisienne anonyme cit., p. 59). El inciso le vendredi etc. se refiere evidentemente a la
frase precedente, es decir, al momento en que la noticia fue referida al rey, y no (como
entiende erróneamente Brown, Subsidy and Reform cit., p. 246) al encarcelamiento de los
judíos, que sólo fue decretado un mes más tarde.
40. Sigo aquí ía interpretación de Lazard, Les juifs cit., p. 220.
41. P. Lehugeur, en su Histoire de Philippe le Long (i, París 1897, p. 425) había
formulado una interpretación en ciertos aspeaos análoga, y eso sin conocer el documento
publicado por Langlois (véase; además, nota 51) que testimonia los sucesivos cambios de
comportamiento del rey respecto de los judíos.
42. Cf. G. D. Mansi, Sacrorum ConciUorum nova, et amplissima collectio, xxv, Venecia
1782, cois. 569-572. Aunque publicado en un lugar tan obvio, el documento ha sido (que
yo sepa) mencionado explícitamente sólo dos veces: por el polemista antisemita L. Rupert
(L’Église et la synagogue, París 1859, pp. 172 ss.), que no pone ni un ápice en duda su
contenido, y por H. Chrétien (Le prétendu complot des Juifs et des lépreux en 1321,
Cháteauroux 1887, p. 17), que da por descontada la falsedad de la carta de Bananias en
aquél reproducida. Es mencionada de pasada, aunque sin indicación de fuentes, por J.
Trachtenberg (The Devil cit., p. 101), que la confunde con el proceso perdido enviado
al rey por el señor de Parthenay. La hipótesis de que todo el documento (incluida la carta
de Felipe de Anjou y a pesar de las reacciones favorables a ella del Papa) sea fruto de
una falsificación tardía me parece infundada, tanto por motivos externos como internos.
Por una parte las referencias (no sólo cronológicas) a los acontecimientos contemporáneos
son de gran precisión; por otra, el documento explica, como se verá, el imprevisto cambio
del Papa respecto de los judíos. En cuanto a las relaciones de los Anjou con Aviñón, cf.
L. Bardinet, «Condition civile des juifs du Comtar Venaissin pendant Je séjour des papes
á Avignon», en Revue histoñque, t. 12 (1880), p. 11.
43- Cf. T, von Oppolzer, Canon of Edypses, Nueva York 1962 (reimpresión de la
edición de 1886): el 26 de junio de 1321 el eclipse fue visible en toda Francia, con
características que oscilaban entre la anularidad y la totalidad.
44. Como ya se sabe, Bujarin recurrió a un expediente de ese género durante los
procesos de Moscú de ios años treinta, para dar a entender que su presunta confesión era
en realidad un cúmulo de mentiras.
45. El proyecto de expedición a Oriente, animado por Felipe en julio de 1332, fue
reiniciado en 1329: cf. A de B [oislisle], «Projet de croisade du premier duc de Bourbon
(1316-1333)», en Annuaire-Bulletin de la société de l’histoire de Frunce, 1872, p. 236, nota;
J. Viard, «Les projets de croisade de Philíppe VI de Valois», en Bibliothéque de l’École
des Charles, 97 (1936), pp. 305-316,
46. Cf. G. Duerrholder, Die Kreuzzgspoltíik unter Papst Johann XXII (1316-1334),
Estrasburgo 1913, pp. 27 ss.; Valois, Jacques Duese cit., pp. 498 ss.; Taylor, Frencb
Assemblies cit., pp. 220 ss. Ignoramos cuándo difundió exactamente el Papa la carta,
probablemente a principios de julio, cuando los cardenales se reunieron en Aviñón para
discutir sobre la cruzada (pero la fecha del 5 de julio indicada por Duerrholder es deducida
arbitrariamente de la de una carta del Papa ai rey de Francia sobre el mismo tema).
47. Cf, j. Viard, «Philippe de Valois avant son avénement au tróne», en Bibliothéque
de l’École des Chartes, 91 (1930), pp. 315 ss.
48. Cf. Bardinet, Condition civile dt., pp. 16-17; A. Prudhornme, «Les Juifs en
Dauphiné aux XTV' et XV' siécles», en Bulletin de l'Académie Delphinale, 3‘ s., 17 (1881-
1882), p. 141; j. Loeb, «Notes sur l’histoire des Juifs, IV: Deux Hvres de commerce du
commencement du XIV' siécle», en Revue des études juives, 10 (1885), p. 239; Id., Les
Juifs de Carpentras sous le gouvemement pontifical, Ídem, 12 (1886), pp. 47-49; Id., «Les
expulsions des Juifs en France au XTV' siécle», en Jubelschrift zum siebzigsten Geburstage
des Prof. Dr. H, Graetz, Breslau 1887, pp. 49-50; R. Mouítnas, Les Juifs dupape en France.
Les communautés d'Avignon et du Comtai Venaissin aux 17' et 18" siécles, París 1981,
p. 24. Por extraño que parezca Barón no menciona 3a expulsión: se queja de que Juan
XXII, tras haber intervenido a favor de los judíos contra los Pastorcilios, se haya callado
ante la acusación de conspiración con los leprosos (cf. S. W. Barón, A Social and Religious
History of the Jews, X, Nueva York 19652, p. 221). En realidad, como hemos visto, Juan
XXII de hecho no calla. Su intervención es ignorada incluso por S. Graycel, «References
to che Jews in. the Correspondence of John XXII», en Hebrew Union College Annual,
voL XXIII, parte II (1950-1951), pp- 60 ss., que anticipa la fecha de la expulsión de los
judíos de Aviñón, proponiendo como plazo ante quem febrero de 1321, esto es, antes del
descubrimiento del presunto complot de los leprosos. Pero esta datación (ya propuesta por
Valois, Jacques Duése cit., pp. 421 ss.) se basa en un documento erróneamente interpretado.
La carta papal en que se anuncia la fundación, de fecha 22 de febrero de 1321, de una
capilla in castro Bidaride, «in loco sinagoga ubi extitit hactenus Judeorum», no puede (como
Graycel entiende) implicar la expulsión, porque la capilla fue levantada sobre terrenos
comprados a los judíos, específicamente nombrados «a quibusdam de prefatis Judeis
specialiter emi fecimus et acquiri»: Archivo Secreto Vaticano, Reg. Vat. 71, cc, 56f-57r,
a. 159; cf. tambiés G. Mollar, Jsan XXII (1316-1334). Lettres com-munes, m, París 1906,
p. 363).
49. Cf. Musée des Archives Nationaux, París 1872, p. 182. Posteriormente han sido
publicadas tres veces, siempre como inéditas: por Chrétien, Le prétendu complot cit., pp.
15-16; por Vidal, La poursuile cit., pp. 459-461 (es ia edición más cuidada; se nota que
en la primera versión del ensayo, Vidal tendía a aceptar la autenticidad de ias dos cartas);
por Riviére-Chalan, La marque cit., pp. 41-42. (The Plot cit., p. 9) corrige erróneamente
su confección durante el proceso contra Agassa y al deseo de probar ía culpabilidad de
los musulmanes (y también de los judíos).
50. Cf. H. Sauval, Histoire et rechercbes des antiquités de la viíle de Paris, II, París
1724, pp. 517-518, que se escandalizaba porque imitaciones falsas, en vez de ser destruidas,
fuesen conservadas; Musée des Archives cit., p. 182.
51. Cf. C-V. Langiois, «Registres perdus des Archives de ía Chambre de Compres
de Paris», en Noticies et extraits des manuscrits de la Bibliothéque National..., x l (1917),
pp. 252-256. Este documento, no visto por M. Barber (The Plot cit.), ha sido utilizado
por R. Anchel, Les Juifs de France, París 1946, pp. 86 ss., a quien interesa sobre todo
probar que Felipe V reaccionó escépticamente ante los rumores sobre el complot de los
leprosos y los judíos.
52. Cf. Langiois, Registres cit., pp. 264-265, 277-278; Blumenkranz, A propos des Juifs
cit., p. 38, que basándose en nuevos documentos hace posterior la fecha de la expulsión,
tradicionalmente fijada en ei 1321. Según algunos estudiosos (entre los cuales se cuenta
S. W. Barón) no se llegó a la expulsión de los judíos de Francia hasta el año 1348, tesis
difícilmente aceptable (véase R. Kohn, «Les Juifs de la France du Nord á travers les archives
du Pariament de París» (1359?-1394), en Revue des études juives, 141,1982, p. 17).
53. Cf. N. Morarad, «A propos d’une charte inédite de Ievéque Pierre d'Oron: lépreux
bmlés a Lausanne en 1321», en Zeitschrift für schweizerische Kirchengeschichte, 75 (1981),
pp. 231-238: un documento del 3 de septiembre lamentaba que la quema de los leprosos
envenenadores hubiera inducido a suspender limosnas y censos en favor de los lepro
sos inocentes.
54. En cuanto a ia inexistencia de la acusación de homicidio ritual en la Francia del
sur, donde !os judíos estaban más integrados en la vida social, insiste G. I. Langmuir,
«L’absence d’accusatíon de meurtre rituel a l’Ouest du Rhóne», en Cahiers de Fanjeaux,
12 (1977), pp. 235-249, y especialmente la p. 247.
55. Se tienen noticias de condenas a leprosos como envenenadores en Artois (cf. A.
Bourgeois, Lépreux et maladreries du Pas-de-Calais (x'-xvnr siécles), Arras 1972, pp. 68,
256 y 258), en Metz (cf. C. Buvignier, Les maladreries de la cité de Verdun, s.l. 1882,
p. 15), y más allá de los confines del reino de Francia, en Flandes (cf. antes, p. 44 de
este libro). La crónica parisiense ya recordada, declara una persecución de los judíos en
Borgoña, Provenza y Carcasona, por el mismo motivo (Chronique cit., p. 59). Tales noticias
deberían ser integradas por un estudio analítico del acontecimiento entero que desgracia
damente falta. Un testimonio del ambiente reinante en los meses de las persecuciones nos
lo ofrece la confesión de un fraile, Gaufridus de Dimegneyo, que se presentó en 1331 en
el monasterior cisterciense de Chalon-sur-Saóne pidiendo que lo absolvieran de un pecado
cometido diez años antes, cuando leprosos y judíos habían sido enviados a la hoguera por
ia justicia secular «por su culpa, como afirmaba la gente». Gaufridus había visto entrar
en la hostería de su padre a un hombre con un saco lleno de semillas y lo había denunciado
como envenenador. El hombre, torturado, había dicho que era un ladrón y que llevaba
un somnífero, y por ello había sido ahorcado (cf. Grayzel, References cit., pp. 79-80).
56. En Rodez, por ejemplo, como resultado del estudio citado, de S. F. Roberts (cf.
antes, nota 31), el tribunal señorial se interpuso en las diferencias entre obispo y cónsules
sobre ia administración de las leproserías, dando la razón a los cónsules. En cuanto a !a
difusión de las noticias, cf. B. Guenée, «Espace et État dans la France du Bas Moyen Age»,
en Annales E.S.C., 31 (1968), pp. 744-758 (con bibliografía): en casos excepcionales el rey
podía hacer viajar a sus correos a la velocidad de 150 km al día; pero por lo general cubrían
distancias muy inferiores (50-75 km).
57. Esta conclusión no es de las que se den por descontadas, como muestra un recorrido
final por las interpretaciones que hemos seguido hasta aquí Para un jurista como Sauvai
(Histoire cit.) ios documentos que acusaban a judíos y leprosos eran una burda falsificación,
y basta; del mismo parecer, en lo que a los leprosos se refiere, era B. de Montfaucon (Les
monuments de la monarchie frangaise, II, París 1730, pp, 227-228). Más de un siglo después,
para L Rupert el dossier entero constituía una prueba indiscutible de la eterna perfidia
judía, mientras que Jos leprosos pasaban a un segundo piano (L’Église cit.). Michelet, en
cuyas páginas destaca la inevitable mención del asunto, si bien en líneas generales, había,
sin embargo, considerado absurda la venganza del rey de Granada e improbable la
conspiración de los judíos, pero no libraba completamente a los ieprosos: «En eí ánimo
de aquellos tristes solitarios podía tomar forma perfectamente la locura colectiva...» (j.
Michelet, Histoire de France (livres V-IX), al cuidado de P. Viallaneix, París 1975, pp.
155-157). Algunos decenios más tarde, los hechos de 1321 se pusieron inesperadamente
de actualidad. El médico H. Chrétien (quizás un seudónimo) señaló en la introducción a
su opúsculo Le prétendu complot des Juifs et des lépreux en 1321 cit. la nueva cruzada
que «desde hace algunos años» —estaba en 1887 y el affaire Dreyfus ya había empezado)—
se predicaba en Francia-contra los judíos, y a los enemigos que «parecen esperar con
impaciencia la repetición de las escenas atroces de la noche de san Bartolomé». A la vuelta
del siglo, en los mismos años en que se fabricaban ,Los protocolos de los Sabios de Sión
y el affaire llegaba a su punto culminante (cf. Cohn, Licenza cit., pp. 72 ss.; P. Nora, 1898,
«Le théme du complot et la définition de I’identité juive», en Pour Léon Poltakov: le racisme,
mythes et sciences, al cuidado de M. Olender, Bruselas 1981, pp. 157 ss.), j.-M. Vidal Naquet
resumió el asunto entero concluyendo que las confesiones de Agassa, descubiertas por él
mismo, eran demasiado particularizadas y cargadas de sinceridad como para no ser
consideradas, a pesar de la tortura, «espontáneas,.sinceras, verídicas». Ciertamente, Vidal
consideraba que las cartas del rey de Granada y del rey de Túnez podían ser falsas (aunque
en un primer momento, como ya hemos dicho, las había juzgado de otro modo); pero
atribuir su confección a los magistrados de Macón le parecía una suposición moralmente
absurda, porque implicaba que «los respetables personajes que estuvieron presentes en la
traducción no fueran sino vulgares falsarios». Por ello, necesitaba deducir que fueron los
jefes de los leprosos, quienes querían convencer a sus secuaces de Ía existencia de apoyos
externos al complot contra la autoridad, los que habían falsificado los documentos. Vidal
concluía que el exterminio, ciertamente «excesivo», de los leprosos y de los judíos había
sido provocado por un complot entero y verdadero (aunque ineficaz) de los leprosos,
probablemente aplastado al nacer; la participación de ios reyes sarracenos y de los judíos
era, sin embargo, «difícilmente demostrable». Aun habiendo descubierto un documento
papal deí que se colegía (cf. nota 69) que algún tiempo después de la persecución la inocencia
de los leprosos había sido reconocida por la propia autoridad, Vidal no cambió de idea,
ni entonces ni después (cf. Vida!, La poursuite cit.; Le Tribunal dlnquisition de Pamiers,
Toulouse 1906, pp. 34 y 127). Cabe observar que en un caso más antiguo, en que por
pura coincidencia estaba implicado otro Agassa (Bernard), Vidal reconoce que el complot
atribuido por el inquisidor de Carcasona a un grupo de acusados de haber intentado destruir
el archivo del tribuna] eclesiástico, en realidad había sido urdido por el propio inquisidor
(Un inquisiteur jugépar ses "victimes": Jean Galand et les Carcassonnais [1285-1286], París
1903). En esta ocasión, apoyándose en una denuncia de la irregularidad del proceso hecha
en varias ocasiones por Jacques Fournier, Vidal no dudó en admitir la función determinante
que había tenido la tortura para arrancar confesiones falsas a los acusados, si bien al final
intentó salvar, con la evidencia de ios hechos, la buena fe dei inquisidor de Carcasona.
Pero las resonancias contemporáneas de la presunta conspiración de 1321 eran tan fuertes
que alteraron h cautela filológica de Vidal: ¿cómo acusar de falsificación a las autoridades
políticas de hace seis siglos en el momento en que funcionarios del Ako Estado Mayor
francés eran acusados de proteger a M. Esterhazy, autor de las falsas pruebas que
incriminaban al capitán judío Dreyfus? (Además de los ensayos eruditos ennumerados por
L Blazy, Monseigneur /.-Ai. Vidal (1872-1940), Castillon-en-Couserans 1941, pp. 10-17,
Vidal escribió una narración de corte autobiográfico, A Moscou durant le premier triennat
soviétique (1917-1920), París 1933» pero escrito en 1921, que ilumina su personalidad y
orientaciones políticas.) Ante las implicaciones políticas inmediatas del ensayo de Vidal,
reaccionó con dureza Ch. Moiinier, quien (en polémica con una recensión favorable de
P. Dognon) definió sus conclusiones como «absurdas», y «por lo menos superflua» la
publicación de las cartas de los reyes sarracenos. En cuanto a ía leyenda del envenenamiento
de las aguas, sus implicaciones (antisemitas, naturalmente) eran demasiado actuales para
poderse referir a ella con tanta ligereza: «La mínima escusa —escribía Moiinier con palabras
que parecen retrospectivamente proféticas—, puede resucitarla y devolverle una apariencia
de verdad» (cf. Annales du Midi, xrn (1901), pp. 405-407; ia recensión de P. Dognon,
pp. 260-261; obsérvese que Albi, Les lépreux cit., pp. 16-17, recoge las conclusiones de
Vidal descartando a los leprosos e insistiendo sobre la probable culpabilidad de judíos y
sarracenos). Pero el juicio sobre los hechos de 1321 sigue siendo hoy día objeto de polémica,
j. Duvernoy, al publicar por primera vez en 1965 las actas del proceso contra Agassa, se
preguntaba retóricamente si Vidal había tenido por verdaderas estas confesiones; su aspecto
estereotipado, observaba, eran una prueba evidente del hecho de que habían sido extor
sionados por los jueces. Consideración justísima, a la cual Duvernoy hada seguir una
hipótesis infundada: que el inquisidor Jacques Fournier hubiera extorsionado deliberada
mente a Agassa sacándole una serie de admisiones inverosímiles para salvarle la vida, ya
que liberándolo, de hecho lo habría puesto en manos de las turbas desencadenadas contra
los leprosos, y que además habría transgredido de hecho las prescripdones del edicto de
Felipe y (Le registre dt., II, p. 135 nota). Pero el edicto no fue publicado hasta después
de los interrogatorios de Agassa; en cuanto a la solidtud del inquisidor frente ai acusado,
parece francamente poco creíble (Le Roy Ladurie, Montaillou cit., pp. 17 y 583, nota 1,
da por descontado que en este caso Fournier actúa por instigadón de los funcionarios reales).
Finalmente, para M. Barber la persecudón de 1321 fue un fenómeno colectivo que afectó
a toda ia jerarquía social, desde el rey para abajo (The Plot dt., p. 11): la renuncia explícita
a un examen particularizado de la difusión de las acusaaones, considerado imposible (p.
6, nota 24), hace que ía idea de un complot de las autoridades ni siquiera sea tomada en
consideradón. Tal hipótesis no es nueva (véase, por ejemplo, el título del ensayo, olvidable,
de Vincent, «Le complot de 1320 [fecha según el viejo estilo] contre Ies lépreux et ses
répercussions en Poitou», en Bulletin de la société des anticuaires de 1‘Ouest, 3* s., vn (1927),
pp. 325-344; pero no me parece que haya sido nunca ilustrada en toda su complejidad.
Al formularla he tenido presente como modelo de investigación, más que La Grande Peur
de Lefebvre recordada por Barber (p. 12, nota 40), Le Rois Thaumaturges de Bíoch, por
los motivos recordados en la introducción.
58. Cf. F. Baer, Die jvden im chñstlichen Spanien, I, Berlín 1929, pp. 224 ss.; y véase
también Barón, A Social and Religious History dt., XI, Nueva York 1967, p. 160.
59. Cf. Alphandéry, Les croisades dt., p. 269.
60. Cf. Bouquet, Recueil dt., XXI, pp. 115-116; M. Paris, Chronica majara, al cuidado
de H. R. Luard, V, Londres 1880, p. 252.
61. Se pueden ampliar las observaciones de Le Goff, Pour un autre Moyen Age cit.,
pp, 280 ss. (trad it. dt., pp. 257 ss.) sobre la imagen dei mundo que gravitaba sobre el
Océano Indico.
62. Acerca de todo esto, véase además Barber, The Plot cit., p. 17.
63. Cf. M. Barber, The Triol of the Templan, Cambridge 1978, p. 182, que remite
a Les Grandes Chronicques de la France, 8, al cuidado de J. Viard, París 1934, pp. 274-
276.
64. Sobre el primer caso, cf. Barber, The Trial cit., p. 179. Sobre el segundo (acabado
en la hoguera), cf. Valois, facques Duése cit,, pp. 408 ss., quien expresa dudas sobre la
culpabilidad del acusado, y E. Albe, Autour de ]ean XXII. Hugues Géraud éveque de Cahors.
L’affaire des Poisons et des Envoútements en 1317, Cahors 1904, que sin embargo, está
seguro. En cuanto a las actitudes de Albe (cuyo sentido crítico era un tanto débil: cf., antes,
nota 57) se sitúa también G. Mollar, Les papes d’Avignon (1305-1378), París 19509, pp.
42-44. Tratándose de una conspiración referida a un grupo pequeño, las acusaciones son,
por inverificables, menos absurdas que las esgrimidas contra judíos y leprosos, pero en
cuanto a la previsibilidad estereotipada de ¡as confesiones (solicitadas por la tortura) no
se puede dejar de compartir la actitud de N. Valois.
65. Cf. R. I, Moore, «Heresy as Disease», en The Concept of Heresy in the Middle
Ages (llth-13th C.), Lovaina 1976, pp. 1-11, en particular p. 6 ss. (obra que me fue señalada
por S. N. Brody, The Disease o f the Soul. Leprosy in Medieval Uierature, Ithaca (Nueva
York), 1974.
66. Cf. de Manteyer, la suite cit., p. 413-
67. Cf. Blumenkranz, A propos des Juifs cit., p. 37.
68. Cf. W. H. May, «The Confession of Prous Boneta Herede and Heresiarch», en
Essays in Medieval Ufe and Thought Presented in Honor ofAustin Patterson Evans, Nueva
York 1955, p. 242; sobre Prous Boneta (que en su confesión identificó a Juan XXII con
Herodes y con el demonio), cf. también R. Manselli, Spirituali e Beghini in Provenía, Roma
1959, pp. 239-249. También la crónica del monasterio de Santa Caterina de monte Rotomagi
(véase antes, p. 5 de este libro) señala ía condena de los leprosos por Juan XXII.
69. Cf. Vidal, La poursuite cit., pp. 473-478 (el apéndice falta en la versión precedente;
apareció en Mélanges Cabriéres cit.).
J u d ío s, h e r e je s , b r u ja s
1. Cf. J.-N, Biraben, Les hommes et la peste en France et dans les pays européens
et mediterraneéns, París y La Haya 1975, p. 54 (y véase la amplísima bibliografía, no falta
de imprecisiones, al final del volumen II). En general, véase el hermoso ensayo de E. Le
Roy Ladurie, «Un concept; l’unification microbienne du monde (xrv'-xvir siédes)», en Le
territorie de 1‘,historien, II, París 1978, pp. 37-97.
2. Cf. Biraben, Les hommes cit., I, pp. 57 ss., así como S. W. Barón, A Social and
Réligious History cit., XI, pp. 160 ss. L Poliakov, Storia deü’antisemitismo, I, trad it.,
Florencia 1974, p. 118. El estudio más analítico, cuyas conclusiones pueden discutirse, sigue
siendo el de E. Wickersheimer, Les accusations d'empoisonnement portees pendant la
premiére moitié du x iv siecle contre les lepreux, et les Juifs; leur relation avec les épidémies
de peste, Amberes 1923 (comunicación presentada al Cuarto congreso internacional de
historia de ia medicina, Bruselas 1923). Véanse también, al respecto, las notas 16 y 19-
3. Cf. A, Crémieux, «Les juifs de Toulon au Moyen Age et le massacre du 13 avril
1348», en Revue des études juives, 89 (1930), pp. 33-72 y 90 (1931), pp. 43-64; véase
ai respecto, J. Shatamiller, Les Juifs de Provence pendant la Peste Noire, idem, 133 (1974),
pp. 457 ss.
4. Véase sobre todo esto el hermoso ensayo de Shatzmiller, Les Juifs de Provence
cit.
5. Cf. A. Lopes de Meneses, «Una consecuencia de la peste negra en Cataluña: el
pogrom de 1348», en Sefarad, 19 (1959), pp. 92-131 y 322-364, y especialmente
pp. 9 ss.
6. Cf., en cuanto a Cataluña, ibíd, pp. 322 ss.; en cuanto a Provenza, Shatzmiller, Les
Juifs de Provence cit., p. 460.
7. Cf. Biraben, Les hommes dt., 1, pp. 74-75.
8. Júpiter y Marte: cf. S. Guerchberg, «La controverse sur les prétendus semeurs de
la "Peste Noire” d’aprés les traités de peste de ¡ epoque», en Revue des études juives, 108
(1948), p. 10.
9. Cf. j. Villanueva, Viaje literario a las iglesias de España, t. xjv, Madrid 1850, pp.
270-271.
10. Véase ai respecto el documentado artículo de Guerchberg, La controverse cit.
11. Los motivos se mantienen en la oscuridad: véanse las hipótesis discutidas por
Malet, Histoire de la lépre dt., pp. 155 ss.
12. Cf. «Breve Chronicon derid anonymi», en Recueil des chroniques de Flandre, al
cuidado de J.-j. de Smer, III, Bruselas 1856, pp. 17-18.
13. Cf. S. Usque, Consolacam as tribulaqoens de Israel, HI, alcuidado de M. dos
Remedios, Coimbra 1908 (Subsidios para o estudo da Historia de LJtieratura Portuguesa,
x), pp. xrxi-xxn (la obra fue impresa por primera vez en Ferrara en 1553; de su autor,
que vivió probablemente entre finales del siglo xv y principios del xvi, no se sabe casi
nada).
14. Cf. Pruhomme, Les Juifs en Dauphiné cit., pp. 216-217.
15. Cf. [J.-P. Valbonnais], Histoire du Dauphiné...,II, Ginebra1721, pp.584-585.
16. E. Wickersheimer (Les accusations cit.) ha insistido, siguiendo el estudio de
R. Hoeniger (Der Schwarze Tod in Deutschland, Berlín 1882, sobre todo pp. 40 ss.), en
el hecho de que en 1348 las acusaciones de envenenamiento dirigidas contra los judíos
por lo general no mencionan la peste; la conexión entre los dos fenómenos sólo habría
sido formulada en el curso dei año siguiente. Esta tesis ha sido justamente rechazada por
S. Guerchberg (La controverse cit., pp. 4, nota 3), que sin embargo ha acogido sus propias
argumentaciones en un ensayo que, por lo que yo sé, no ha sido publicado. La reconstrucción
aquí presentada intenta analizar las raíces de aquello que Wickersheimar define con excesiva
simplicidad como «confusiones» entre judíos envenenadores y judíos que difunden la peste
(Les accusations cit., p. 3).
17. Cf. C A. M. Costa de Beauregard, «Notes et documents sur la condition des Juifs
en Savoie dans les siécles du Moyen Age», en Mémoires de l’Académie Royale de Savoie,
2 's., ii (1854), p. 101.
18. Cf. A. Nordmann, «Documents relatifs á l’histoire des Juifs á Genéve, dans le Pays
de Vaud et en Savoie», en Revue des études juives, 83 (1927), p. 71.
19- Cf. O. Raynaldus, Annales ecclesiastici, VI, Luca 1750, p. 476. Según Wickershei
mer, e! Papa, aterrorizado por la peste que arreciaba hada tiempo en Aviñón, habría
entendido mal las acusadones lanzadas contra los judíos envenenadores, interpretándolas
como acusadones de haber provocado o difundido la peste; este malentendido estaría en
el origen de la leyenda antijudía ya recordada. Esta dobie hipótesis me parece artificiosa
y poco convincente. Es mucho más lógico suponer que la relación entre judíos y peste,
que como hemos visto iba surgiendo lentamente en aquellos meses, fuera formulada en
los procesos (hoy perdidos o inencontrabies) celebrados en el Delfinado, y que la bula de
Clemente VI, redactada en términos muy precisos, fuera una reacción a tales acusaciones.
20. Cf. Prudhomme, Les Juifs cit., p. 141.
21. Cf. Costa de Beauregard, Notes cit., pp. 101-104.
22. Cf. Jacob Twinges von Konigshoven, Die alteste Teutscbe so wol Allgemeine ais
insonderheit Elsassische und Strassburgische Chronicke..., Estrasburgo 1698, pp. 1.029-
1.048. Para una mención rápida de estos procesos, cf. W.-F. de Mulinen, «Persécutions
des Juifs au bord du Leman au xrv' siécle», en Revue historique vaudoise, 7 (1899), pp.
33-36; A. Steinberg, Studien zur Geschichte der ]uden wdhrend des Mittelalters, Zurich
1903, pp. 127 ss. Sin embargo, los procesos son ignorados en el ensayo, muy detallista,
de A. Haverkamp, «Die judenverfolgungen zur Zeit des Schwarzen Todes im Gesells-
chaftsgefüge deutscher Stadte», en Zur Geschichte der Juden im Deutschland des
spdten Mittelalters und der frühen Neuzeit, el cuidado de A Haverkamp, Stuttgart 1981,
pp. 27-49 (una cronología escogida en las pp. 35-38). Recuérdese que Guiilaume de
Machaut, al condenar Ja infame conjura urdida por los judíos, afirmó que en ella estaban
implicados además muchos cristianos («Le Jugement du Roy de Navarre», en OEuvres,
al cuidado de E. Hoepffner, I, París 1908, pp. 144-145, replanteado ahora con un
comentario irrelevante por R. Girard, 11 capro espiatorio, trad. it., Milán 1987, pp. 13-
14.
23. Cf. Haverkamp, Die judenverfoígungen cit.; F. Graus, «Judenpogrome ¡m 14.
Jahrhundert: der schwarze Tod», en Die Juden ais Minderheit in der Geschichte, al
cuidado de B. Martin y E. Schulin, Munich 1981, pp. 68-84.
24. Cf. Twinges von Konigshoven, Die alteste cit., pp. 1.021 ss. y 1.052-1.053;
Urkundenbuch der Stadt Strassburg, V, al cuidado de H. Witte y G. Wolfram, Estrasburgo
1896, pp. 162-179; M. Ephraim, «Histoire des Juifs d’AJsace et particuliérement de
Strassbourg...», en Revue des études juives, 77 (1923), pp. 149 ss.
25. Los judíos fueron muertos antes de la llegada de la peste, como observa F. Graus
(Judenpogrome cit., p. 75) recogiendo una observación de R. Hoeniger (Der Schwarze
Tod cit.).
26. Cf. L. Wadding, Annales Minorum, EX, Roma 1734, pp. 327-329. La bula de
Alejandro V es señalada y recogida por J.-B. Bertrand, «Notes sur le procés d’hérésie
et de sorcelierie en Valais», en Annales Valaisannes, ai (agosto 1921), pp. 153-154. En
cuanto a una posterior (1426) campaña dirigida por Ponce Fougeyron contra el Talmud
y otros libros judíos, cf. Y. Loeb, «Un épisode de i’histoire des juifs en Savoie», en Revue
des études juives, 10 (1885), p. 31.
27. He consultado una edición falta de notas tipográficas, no paginada (Bibliothéque
Nationale: Res. D. 463). Por comodidad las citas del quinto libro se han extraído de
Malleorum quorundam maleficarum... tomi dúo, I, Frankfurt 1582, donde el texto de Nider
ocupa las pp. 694-806. Sobre el Formicarius, véase ahora: A. Borst, «Anfange des
Hexenwahns in den Alpen», en Barbaren, Ketzer und Artisten, Munich 1988, pp. 262-
286 (amablemente comunicado por el autor).
28. Cf. en general K. Schieler, Magister Jobannes Nider aus dem Orden der Prediger-
Brüder. Ein Beitrag zur Kircbengeschichte des fiinfzehnten Jahrhunderts, Mainz 1885- En
cuanto a la datación del Formicarius, cf. ibtd,, p. 379, nota 5; Hansen, Quellen cit., p. 89.
29- Cf. J. Nider en Malleorum cit., I, pp. 714-715.
30. Ibíd., pp. 715-718.
31. Ibid., p. 722.
32. Los datos biográficos recogidos por j. Hansen (Quellen dt., p. 91, nota 2) son
los siguientes: miembro del concejo de Berna entre 1385 y 1392; castellano de Blankenburg
de 1392 a 1406 (con la interrupción de un semestre en 1397) y nuevamente miembro
del concejo de Berna. la fecha de su muerte es desconocida.
33. El Tractatus, escrito alrededor de 1508, fue reimpreso con otra obra de Rategno
por el jurista Francesco Pegna: cf. Bernardo da Como, lucerna inquisitorum haereticae
pravitaiis, Venecia 1596. Según N. Cohn, la cronología sugerida por Rategno no está
«confirmada por otros documentos, italianos o franceses» (Europe’s cit., p. 145). Pero la
concordancia con las indicaciones de Nider, puntualmente puesta de realce por J. Hansen
(Quellen cit., p. 282) permite esquivar ia pérdida o ia inaccesibilidad de los procesos más
antiguos por brujería.
34. La alusión a la brujería ya fue objeto de hipótesis por parte de P. Paravy, «A
propos de la genése médiévale des chasses aux sorciéres: le traite de Claude Tholosan (vers
1436)», en Mélanges de l’Ecole Frangaise de Rome. Temps Modemes, 91 (1979), p- 339,
que sin embargo no se percata del significado de la presencia de los judíos en este contexto.
El significado del pasaje de la bula fue, por otra parte, mal entendido por J. Chevalier,
Mémoire historique sur les hérésies en Dauphiné..., Válenos 1890, pp. 29-30.
35. Cf. Costa de Beauregard, Notes et documents cit., pp. 106-107 y 119-122.
36. Cf. Haverkamp, Ote Judenverfolgungen cit.
37. Cf. J.-C. Schmitt, Mort d'une hérésie, París y La Haya 1978, pp. 195 ss.
38. Cf. T. von Liebenau, «Von den Hexen, so in Wallis verbrannt wurdent in den
Tagen, do Christofel von Siiinen hert und richter was», en Anzeiger für scbweizerische
Geschichte, N.F, ix (1902-1905), pp. 135-138, véase al respecto Bertrand, Notes cit., pp.
173-176.
39. También en los procesos celebrados en 1457 en Val Leventina el diablo es llamado
Ber (oso) o se aparece en forma de oso (o de gato, de carnero, etc): cf. Rocco da Bedano,
«Documenti ieventinesí del Quattrocento. Processi alie streghe», en Archivio storico
ticinese, 16 (1978), pp. 248,291 y 295 (debo la pista a Gíovanni Kral).
40. El escrito de Claude Tholosan ha sido descubierto, editado y debidamente analizado
por Paravy, A propos de la genesé dt., pp. 354-379- En las pp. 334-335 se propone, con
argumentos convincentes, una datadón de los Errores Gazariorum ante 1437 (mientras
que Hansen había supuesto una fecha alrededor de 1450).
41. Cf. antes, p. 41 de este übro.
42. Cf. Cohn, Europe’s Inner Demons cit. (sobre el cual véanse, antes, pp. 17-18 de
este libro.
43. Sobre este tema hemos tenido presentes también dos estudios desconoddos por
Colm: W. Speyer, «Zu den Vorwiirfen der Heiden gegen die Christen», en Jahrbuch für
Anüke und Christentum, 6 (1963), pp. 129-136; A. Heinrichs, «Pagan Ritual and the
Alleged Crimes of the Early Chrístians», en Kyrtakon. Festschrift Johannes Quasten, ed
por P. Granfield yJ. A Jung'raann, I, Münster 19732, pp. 18-35 (importante).
44. Cf. E. Bickermann, «Ritualmord und Eselskult. E¡n Beitrag zur Geschichte antiker
Pubiizistik», en Monatsschrift für Geschichte und Wissenschaft des Judentums, 71 (1927),
pp. 171-187 y 255-264; Heinrichs, Pagan Ritual cit.
45. Cf. F. J. Dolger, «Sacramencum infantiddií», en Antike und Christentum, iv (1934),
pp. 188-228, en particular pp. 223-224.
46. De parecer cautamente distinto es, sin embargo, Heinrichs (Pagan Ritual cit.),
quien ha publicado también el texto del fragmento en pergamino con un amplio comentario
(Die Phoinikika des Lollianos. Fragmente eines neuen griechischen Romans, Bonn 1972).
Pero véase T. Szepessy, «Zur Interpretation eines neu enrdenckten griechischen Romans»,
en Acta Anliqua Academiae Scientiarum Hungaricae xxvi (1978), pp. 29-36; G. N. Sandy,
«Notes on Loilianus "Phoenidca”», en American Journal o f Philology, 100 (1979), pp. 367-
376.
47. Sobre todo esto véase j.-P. Wakzing, «Le crime rituel reproché aux chrétiens du
II1 siéde» en Bulletin de l’Académie Royale de Belgique, 1925, p p . 205-239, y en especial
Dolger, Sacramentum infanticida cit.
48. Cf. ibíd., p. 218 (que cita un pasaje del cap. 26 del De baeresibus de san Agustín);
Speyer, Zu den Vonvürfen dt.
49. Cf. Domini Jobannis Philosopbi Ozniensis Armeniorum Catholici Opera, al
cuidado de J.-B. Aucher, Venecia 1834, pp. 85 ss. (texto armenio con traducción latina),
así como el análisis de N. Garso'ían, The Paulician Heresy, La Haya y París 1967, pp.
94-95.
50. Cf. P. Gautier, «Le "De Daemonibus” du Pseudo-Psellos», en Revue des études
byzantines, 38 (1980), pp. 105-194 (en cuanto a la fecha, cf. p. 131; el pasaje sobre las
orgías está en las pp. 140-141). En el texto se habla de los «euquitas», secta herética
desapareada hacía siglos: la referencia a los bogomilos ha sido propuesta por Puech, en
LL-Ch. Puech - A. Vaiilant, Le traite contre les Bogomiles de Cosrtias le Pretre, París 1945,
pp. 326-327, seguido por Cohn, Europe’s dt., p. 18 (que, naturalmente, mantiene todavía
la antigua atribución a Pseilo). Esto ya había sido entrevisto por Boissonade (M. Psellus,
De operatione daemonwm, cum notis Gulmini curante Jo), Fr. Boissonade, Nuremberg 1838,
p. 181.
51. Cf. Cohn, Europe’s cit., pp. 20-21 y 266, nota 10. Los temas del vuelo nocturno
y de las metamosfosis zoomórficas de las brujas están ausentes en las vidas de santos
bizantinas escritas entre los años 800 y 1000, como observa E>. de F. Abrahamse, «Magic
and Sorcery in the Hagiography of the Middle Byzantine Period», en Byzantinische
Forschungen, vm (1982), pp. 3*17; pero también en Occidente se afirmaron más tarde.
52. Cf. Adémar de Chabannes, Chronique, ai cuidado de J. Chavanon, París 1897, pp.
184-185. Sobre el episodio de Orléans, cf. sobre todo R. H. Bautier, «L’hérésie d'Orléans
et le mouvement intellectuel du début du xir siéde», en Actes du 95" congres national des
Sodétés Savantes. Reims 1970. Section de Pbilologie et d’Histoire jusqu’a 1610, I, París
1975, pp. 63-88; véase también M. Lambert, Medieval Heresy, Nueva York 1977, pp. 26-
27 y 343-347 (con discusión de las fuentes).
53. La fuente probable es un pasaje de san Agustín, De baeresibus, en Migne,
Patrología latina, xlvt, col. 30, sobre los herejes catafrigíos. Acusadones similares circulaban
también por Asia Menor: además del ya recordado sermón de Juan de Ojun, véase, sobre
la costumbre (atribuida a los paulicianos) de quemar y mezclar con los alimentos, con fines
rituales, los cordones umbilicales de los recién nacidos, C Astruc etc., «Les sources grecques
pour rhistoire des Paulídens de i'Asie Míneure», extraído de Travaux et mémoires du
Centre de Recherche d’histoire et civilisation byzantine, 4 (1970), pp. 188-189, 92-93, 130-
131, 200-201 y 204-205 (texto a cargo de j. Gouillard; agradezco a Evelyne Patlagean por
habérmelos señalado). Se observa que en un anatema datable de entre el siglo ix y mediados
del X (pp. 200 y 204) se afirma que las orgías se desarrollan e l 1° de enero, aprovechando
la fiesta.
54. Cf. Paul de Saint-Pére de Chartres, en Cartulaire de l’Abbaye de Saint-Pére de
Chartres, al cuidado de B. E. C Guérard, París 1840, 2 vols. pp. 109-115. Lambert (Medieval
Heresy cit., p. 26, nota 11) supone que toda la digresión es fruto de una interpolación.
Obsérvese, no obstante, que aparece una mención a los polvos también en la descripción
final de la hoguera de los herejes (Cartulaire dt., p. 115).
55. Epifanio de Salamina había acusado a los herejes borborianos y codianos de devorar,
con los condimentos oportunos, no recién nacidos, sino fetos: Adversus haereses, en Migne,
Patrología Graeca, XU, cois. 337 ss.
56. Cf. Guibert d e Mogeat, Histoire de s& vis. {1S53-H24), ai Cuidado de G. Bourgir;-
París 1907, pp. 212-213,
57. Un débil eco en un manuscrito del siglo xrv publicado por Doiünger (Beitrdge
zur Sektengeschichte des Mittelalters, II, Munich 1890, p. 295): los maniqueos «de semine
virginis vel de sanguiñe pueri conficiunt panem». Véase p. 78 de este libro.
58. Cf. F. Ehrle, «Die Spiritualem, ihr Verhálmiss zum Franziskanerorden und zu
de Fraticeilen», en Arckiv für Utteratur-und Kirchengeschicbte des Mittelalters, iv (1888),
p. 117, interrogatorio de Francesco Maíoiatti: «Interrogatus de polveribus respondit, quod
de illis natis in sacrificio capiunt infantulum et facto igne in medio, faciunt circtdum et
puerulum ducunt de manu ad manum taliter, quos dessicatur, et postea faciunt pulverer»
(cf. además pp. 123 ss.; y véase Cohn, Europe's cit., pp. 42 ss. que señala, en las pp. 49
y 53 nota, la convergencia con los textos de Guibert de Nogent y de Juan de Ojun). Por
otra parte, F. Biondo, Italia ilustrata, Verona 1482, cc. Er-v: «... sive vero ex huias modi
coito conceperit mulier, infans genitus ad conventicsdum illud in spelunca delatus per
singulorum rrumus traditum tamdiu totiensque baiulandus quousque animan exhalaverit.
Isque in cuius manibus infans exspiraverit maximus pontifex divino ut aiunt spiritu creatus
habetur,..y>, de donde deriva evidentemente F. Panfilo, Picenum, Macerara 1575, p. 49.
59. Véase el hermoso libro de G. G. Merlo, Eretici e inquisitori nella societa piamontese
del Trecento, Turín 1977.
60. Ibid., p. 93-
61. Ihid., pp, 75 ss. Y véase también, más en general y referido a un período
inmediatamente anterior, G. Sergi, Potete e territorio lungo la strada di Francia, Turín
1981 .
62. Cf. Merlo, Eretici cit., pp. 93-94; véase también G. Gonnet, «Casi di sincretismo
ererkaií ín Piemonre nei secoü xrv e xv» en Bolletino della Societa di Studi Valdesi, 108
(1960), pp, 3-36. No veo claramente por qué M. Lambert considera inaceptables los relatos
de Bech, definiéndolo como «a verbal exbibitionistv> (Medieval Heresy cit., p. 161, nota
46).
63. Cf. G, Amad, «Processus contra Valdenses ín Lombardía Superiori, anno 1387»,
en Arcbivio storico italiano, s. m, t. II, parte I (1865), p. 12 (y véase ibíd., pp. 16-40).
Merlo (Eretici cit., p. 72) recoge el eco deformado de dos pasajes del Apocalipsis (2, 25:
«Id quod habetis, tenete dum veniam»\ 3, 11: «Ecce venio cito: teñe quod habes, ut nemo
accipiat coronam tmm») que invitan a perseverar en la fe de la inminencia del fin de
ios tiempos. Sobre la cuestión de la credibilidad, cf. Merlo, Eretici cit., pp. 71 ss., y Russell,
Witchcraft cit., p. 221. La hipótesis de G. Audisio (cf. Les vaudois du Luberon. Une minorité
en Provence (1460-1.560), Gap 1984, pp. 261-264) de que los valdenses conservaran una
tradición de promiscuidad sexual ya difundida en ei campo, no tiene en cuenta lo
estereotipado de las confesiones ni sus presuntas implicancias rituales.
64. Véase antes, en la introducción, p. 22 de este libro.
65. Cf. Amati, Processus cit., parte I, pp. 12-13; Merlo, Eretici cit.,pp. 68-70 (véase
también p. 288).
66. Cf. Cohn, Europe’s cit., p. 22.
67. Cf. von Ddlünger, Beitrdge cit., II, pp. 335 ss. (se trata delcod.Bavar.Monac.
329, pp. 215 ss.).
68. Cf. D. Kurze, «Zur Ketzergeschichte der Mark Brandenburg und Pommerns
vornehmlich im 14. jahrhunderr», en Jahrbucb für die Geschichte Mittel - und Ostdeutscb-
lands, 16-17 (1968), pp. 50-94, en particular pp. 58 ss., que incluyen el pasaje sobre la
«otra secta» en el ámbito (no especificado geográficamente) de los fenómenos de sincre
tismo herético que poco a poco fueron asimilados al aquelarre. Sobre la biografía de Peter
Zwicker cf. ibíd., pp. 71-72.
69- Cf. F. Staub y L. Tobier, Schweizerisches Idioúkon, IV, 1901, pp. 1.744-1.745, voz
Bus («en gran cantidad», referida sobre todo al beber), con una remisión a Grimm,
Deutsches Wórterbuch, I, 1198 (bamboche, pausback, pfausback: «con los carrillos hincha
dos»). La vieja etimología dieciochesca que ha propuesto de nuevo de modo hipotético
Kurze (Kusskeller; de Küsen, «besar») me parece decididamente inaceptable (cf. Zur
Ketzergeschichte cit., p. 65, nota 50; en las pp. 63-65 hay posteriores noticias sobre la
historia de los «Putzkeller» en Pomerania).
70. Cf. la voz barlbtt en el Vocabulario dei dialetti della Svizzera italiana cit., II, pp.
205 ss. Véase, además, más adelante, pp. 219-228 de este libro.
71. Cf. Hansen, Quellen cit., p. 240.
72. Los Errores Gazariorum han sido publicados por Hansen, en ibíd., pp. 118-122
(para la datación, véase, antes, nota 40). La sentencia contra Adelina por J. Friedrich, «La
Vauderye (Valdesia). Ein Beitrag zur Geschichte der Valdesier», en Sitzungsberichte der
Akademie der Wissenachaften zu Manchen, phil. und hist., Classe, I (1898), pp. 199-200
(si bien todo el ensayo, además de las pp. 163 ss., es digno de leerse). Sobre ios procesos
de Friburgo cf. M. Reymond, «Cas de sorcellerie en pays fribourgeais au quinziéme siécle»,
en Scbweizerisches Archiv für Volkskunde, xm (1909), pp. 81-94, especialmente p. 92. Sobre
la difusión del término vaudey como sinónimo de particípame en el aquelarre, cf., del mismo
autor, La sorcellerie au Pays de Vaud au XV' siécle, Xli (1908), pp. 1-14. Todavía en 1574
se habla de «quelques sorciers et vaudois» que provocan la esterilidad de los campos (Arrest
memorable de la cour du Parlement de Dole contre Gilíes Gamier, Lyonnois, pour avoir
en forme de Loup-garou devoré plusieurs enfans..., en Angers 1598, reimpresa a partir
de la edición de Sens de 1574, p. 14; agradezco a Nataíie Davis que me haya señalado
este opúsculo).
73- Este punto también es subrayado por Merlo, Eretici cit., p, 70.
74. En el pasado esta hipótesis fue sugerida (también por mí mismo: cf. I benandanti
cit., pp. 46-47) sobre la base de algunos procesos celebrados en Toulouse en 1335. En
realidad, como ha demostrado brillantemente Cohn (Europe’s cit.), son una falsificación
confeccionada por Lamothe-Langon, el polígrafo decimonónico que los publicó. Pero parece
difícil atribuir, como hace Cohn, a las solicitudes de los inquisidores los rastros de creencias
cátaras como los que pueden hallarse en los procesos contra los valdenses piamonteses
de la segunda mitad del siglo xiv. A la luz de estos documentos, que Lamothe-Langon
no conocía, los inexistentes procesos de Toulouse aparecen como una «falsificación
critica» singularmente penetrante.
75. Cf. Amati, Processus cit., t. II, parte I, pp. 15, 23 y 25.
76. En cuanto a gafa, cf. J.-A. Chabrand y A. de Rochas d’Aiglun, Patois des Alpes
Cottiennes (Briangonnais et Vallées Vaudoises) et en particulier du Queyras, Grenoble
y París 1877, p. 137, y J. Coraminas, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico
(en la voz gafo). En cuanto a snagoga, cf. A. Duraffour, Lexique patois-frangds du parles
de Vaux-en-Bugey (Ain), Grenoble 1941, p. 285; véase también P. Brachat, Dictionnaire
du patois savoyard tel qu’il est parlé dans le cantón d’Albertville, Albertviiíe 1883, p-
129 (Sandegoga, en el sentido de «danza de duendes, fiesta rumorosa»),
77. Cf. antes, pp. 49-50 de este libro.
SEGUNDA PARTE
T r a s l a d io s a
Introducción..................................................................................................... 11
P r im e r a p a r t e
S egu n d a P a rte
I. Tras !a diosa.......................................................................................... 83
H. Anomalías.............................................................................................. 103
III. Combatir en éxtasis.............................................................................. 121
IV. Enmascararse de anímales................................................... .............. 143
T ercera P a rte
Conclusión........................................................................................................ 215