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CAPACITACION SOBRE MANEJO DE LONCHERAS

MIERCOLES 12 DE MAYO DE 2010

SALUD OCUPACIONAL Y BIENSTAR

COMER O NO COMER. ESA ES LA CUESTIÓN

Los alimentos son a nuestro organismo, lo que el combustible es a un coche: pueden


mejorar el rendimiento del motor, pueden desgastarlo... o pueden fundirlo. La mayoría
estará de acuerdo con esto. Donde ya no hay tanto acuerdo es sobre qué tipo de
alimentos mejoran el rendimiento de nuestro motor y cuáles lo funden. En general,
todos pensamos que nuestra alimentación es adecuada. No hay mucho que decir
sobre esto: la verdad es que si lo fuera, no sabríamos lo que es el colesterol, la
diabetes, la artrosis, el estreñimiento, la diarrea, el dolor de cabeza, las caries... ¿sigo?
Si sufres alguna de estas enfermedades (casi debería decir, si sufres alguna
enfermedad), no lo estás "haciendo bien". Así de simple. Tan simple como es aprender
a hacerlo.

Alimentarse no es lo mismo que comer

Lo primero es redefinir conceptos. Eso que llamas comer, es la segunda acción más
importante que realizas a diario (la primera, como ya imaginarás, es respirar).

Aunque el acto de complacer tus sentidos a la hora de tomar alimentos es


importantísimo, la función fundamental es aportarle a tu organismo la materia prima
que necesita para construir las sustancias que te mantienen "operativa". Por lo tanto a
la hora de tomar alimentos, hay que tener en cuenta dos factores -y no sólo uno-: que
te alimente y que te guste (cuanto más mejor).

Lo segundo es revisar algunas costumbres. No tomes alimentos si estás cansada,


irritada, nerviosa o si no sientes hambre.

¿Obvio? No creas. Si trabajas "fuera", tendrás un horario de comida al que tienes que
ajustarte. Es cierto que puedes "habituar a tu cuerpo" a sentir hambre a esa hora ...
pero lo del cansancio, los nervios o la irritación ... Seguro que no lo manejas tan bien.
Es muy importante. Verás por qué. Para construir esas sustancias que te mantienen
operativa, tu organismo necesita poder asimilar las materias primas. Y eso, tiene lugar
en determinadas condiciones (químicas) que no pueden darse bajo esas circunstancias.
¿Que cuántas veces habrás comido cansada y no pasó nada? No te engañes: sí que
pasó sólo que no te diste cuenta, o no lo atribuiste a eso. Una parte de lo que no es
correctamente asimilado, se acumula en forma de elementos tóxicos en tu organismo
que acaban obstruyéndolo hasta provocar un mal funcionamiento de los diferentes
órganos. Así empezamos a hablar de dolor de cabeza, artrosis, reuma, caries ... El olor
de las heces es un buen indicador: presta atención y verás que cuando no has
asimilado bien, huelen especialmente mal (además, de que su consistencia no es la
adecuada). Cuando el proceso de asimilación es correcto y el intestino está saneado,
las heces, prácticamente no huelen. (¿A que no esperabas esto?!)

Todas las cosas en su medida, y una medida para cada cosa


Lo tercero es adecuar tu alimentación a:

1. tu edad
2. tu nivel y clase de actividad, y
3. tu tipo físico

Si has pasado los 23 ó 24 años, no estás embarazada o en período de lactancia, no


estás dentro de los 12 meses siguientes al nacimiento de tu bebé y no eres culturista,
normalmente lo que llamamos alimentación normal en países desarrollados
(desayuno, almuerzo, comida, merienda y cena) es estar sobrealimentada.

Y la sobrealimentación es el principal problema sanitario de estos países porque es el


principal factor de generación de enfermedades (¿te acuerdas de que lo que no
asimilas correctamente, se acumula?).

Una fórmula que puedes aplicar desde ya es asegurarte que desde tu última ingesta de
alimentos han pasado al menos 4 horas y que has mantenido un nivel de actividad que
justifique una nueva ingesta. Si trabajas todo el día delante del ordenador, una fabada
asturiana a la hora de la comida es un alimento muy potente, ¡a menos que pienses
pasarte la tarde en el gimnasio!

La cuestión del tipo físico es lo más importante de todo.  Hay tipos físicos que lo
tendrían muy mal si intentan prescindir de las  proteínas potentes (y me refiero a
proteínas animales) y otros a quienes ese tipo de proteínas los dañan.
Despertando los sentidos

¿Cómo saber lo que te sirve y lo que no? La clave siempre es el bienestar: si acabas tu
desayuno (o comida, o cena) y te sientes alerta, satisfecha (no harta) y dispuesta a
continuar, la cosa va bien.

Si no es así, toca improvisar hasta encontrar la fórmula que te permita el mayor


bienestar posible.

Si haces todas las comidas: podrías empezar por reducir la cantidad de alimento en
una cuarta parte y mezclar lo menos posible.

Si eres de las que no desayuna (o se toma un café a pelo, de pie en la barra del bar) o
se salta la comida por cuestiones de trabajo, podrías empezar por desayunar liviano (¡y
sentada!) y comer liviano con regularidad (¡y con hambre!). Y ver qué pasa.

¿Ya está? Te sorprendería saber la cantidad de veces que fallamos en estas cosas tan
simples. Y lo mejor, es que no tienes que creerme. Prueba a hacerlo y luego me
cuentas.

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