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Sin embargo, hasta el final del primer año estas conductas más visibles no adoptan
el patrón encaminado a un objetivo descrito por Bowlby de mantener la proximidad
física con el cuidador primario y protestar por la separación. Por tanto, los estudios
sobre el sistema de apego del infante se han centrado en conductas a partir de los
12 meses y han pasado por alto las conductas del infante en el primer año de vida
Mary Ainsworth desarrolló entonces un medio para clasificar la cualidad del apego
de un niño hacia un cuidador entre los 12 y los 18 meses de edad, a lo que nos
referimos como el procedimiento de Situación Extraña. Este procedimiento de
laboratorio estresa levemente al infante incluyendo dos separaciones breves del
cuidador y dos reuniones con él. En los primeros estudios de Ainsworth, que han
sido consistentemente replicados, la sensibilidad de la madre a las comunicaciones
del infante en el hogar predecía una estrategia de apego seguro por parte del infante
en el laboratorio. Por el contrario, el ligero rechazo materno al contacto íntimo en el
hogar predecía una estrategia de apego
Tanto Tomasello como Hobson han resumido el cuerpo del trabajo comparando las
capacidades para el pensamiento social de los humanos y de otros primates; y
ambos sostienen que sólo los humanos desarrollan la capacidad de atribuirles a los
otros una vida mental similar a la propia. Sin embargo, Hobson va más allá al asignar
los orígenes de formas intersubjetivas de pensamiento a formas primarias de
relacionalidad emocional evidentes al comienzo de la vida. Señala que “lo que [los
chimpancés] no hacen es gastar tiempo buscando la mirada del otro, o implicarse
en el tipo de intensa comunicación interpersonal cara a cara que observamos en los
infantes humanos… Nunca (o casi nunca) se muestran cosas el uno al otro, ni
parecen compartir experiencias del mundo con los otros” (p. 270). Hobson también
presenta una imagen maravillosamente detallada de la evolución de las
capacidades del infante para entrar en las experiencias emocionales de los otros.
En el trabajo de Harriet Ester y Pal Ekman (1978) también encontramos que sólo el
rostro humano tiene 25 patrones de acción facial diferentes para gradaciones señal
de afecto, muchos más que cualquier otra especie. Recientes hallazgos de
neurociencia han subrayado aún más la preparación evolutiva del cerebro del
infante para comprometerse en comunicaciones afectivas cara a cara finamente
sintonizadas desde el momento del nacimiento (p. ej. Tzourio-Mazoyer y col., 2002).
Como Dan Stern (1985), Colwyn Trevarthen (1980) y otros han señalado, las
primeras fases del compartir intenciones también implican el intercambio de afectos
positivos, con el objetivo de desarrollar y mantener un estado compartido
predominantemente positivo entre infante y padres. Este mantenimiento de un
compromiso continuado de tono positivo con el infante es fundamental para la
reducción de la reactividad fisiológica del temor en el primer año de vida y por tanto
es fundamental para el sentimiento global del infante de sentir seguridad y
modulación del estrés. Si bien es cierto que se necesita mucha investigación en esta
área, sabemos que la afiliación social reduce las hormonas del estrés tales como el
cortisol y favorece las hormonas del bienestar tales como la oxitocina, de modo que
existen mecanismos biológicos potenciales para apoyar los efectos reductores del
estrés del compromiso positivo con la figura de apego (p. ej. Taylor y col., 2000).
Por ejemplo, en una de las cintas de video grabadas en el hogar de nuestro estudio
longitudinal de alto riesgo, observamos a una madre soltera de 17 años que lo está
haciendo muy bien con su infante de 9 meses. Involucra a su bebé preverbal en un
constante diálogo de sonidos y gestos afectivamente modulados, sigue su foco de
atención, responde receptivamente a sus señales y asiste a la elaboración de su
iniciativa. El bebé responde entrando con entusiasmo en los ritmos positivos de la
relación y observamos muy poca angustia en nuestras prolongadas observaciones
en el hogar a los 6, 12 y 18 meses.
Lo que han revelado los estudios evolutivos sobre los procesos del apego es que
en las culturas estudiadas hasta la fecha (que representan mayoritariamente a las
sociedades occidentales, aunque no se limitan a ellas) las estrategias de apego de
la comunicación colaboradora están asociadas con modos más flexibles y, por tanto,
más adaptativos, de relacionarse con los otros, tanto en el desarrollo temprano
como en el contexto de relaciones románticas comprometidas (Cromwell, Fraley y
Shaver, 1999; Grossmann y col., 1985). Las estrategias de compartir que son
colaboradora desde el punto de vista de la teoría del apego son estrategias
verdaderas y sensibles a los estados mentales de ambas partes, con ajuste en el
desarrollo temprano para el desequilibrio en las capacidades evolutivas de los dos
participantes (ver Lyons-Ruth, 1999, para su elaboración).
Puesto que las otras personas son fuentes primarias de estrés en la vida humana,
la capacidad del niño para explorar flexiblemente el entorno humano y
concretamente la mente humana mediante el compartir con los otros es
especialmente importante en el desarrollo y la evolución humanos. Las estrategias
más colaboradoras de comunicación entre padres e hijos están asociadas con una
regulación más efectiva de los niveles de la hormona del estrés en el niño en el
desarrollo temprano, como se ha apuntado más arriba. Dicha regulación del estrés
está conceptualmente vinculada a una mayor capacidad para atenuar la excesiva
excitación con el fin de explorar el entorno y aprender. El estar libre del temor
abrumador, a su vez, es fundamental para centrar la atención en explorar y aprender
acerca del mundo social, concretamente del mundo de las relaciones íntimas
intersubjetivas. Por tanto, la medida en que la relación infante-cuidador mantenga
el compromiso positivo y regule el temor del infante, tendrá consecuencias en escala
sobre el desarrollo para la organización de la intersubjetividad.
El cambio evolutivo a una base intersubjetiva para la regulación del apego permite
mucha más sutileza y variedad en la cualidad de la relacionalidad entre padres e
infante de las que existen en otros primates. Este cambio evolutivo también abre el
camino para una mayor variedad de disfunciones no letales en la relación de apego
padres-infante.
Según el estudio sobre apego se extendió a familias más estresadas que las
estudiadas por Mary Ainsworth, los investigadores hallaron que las conductas de
apego del infante observadas en entornos de alto riesgo no encajaban en ninguna
de las tres estrategias de apego que se habían revisado. En respuesta a estos
hallazgos con familias de alto riesgo, Main y Solomon (1990) desarrollaron una
cuarta categoría de las respuestas de los infantes a la separación y la reunión
denominada estrategia de apego desorganizado/desorientado. Estos infantes
mostraban una serie de conductas extrañas, desorientadas y abiertamente
contradictorias en presencia de los padres. Main y Hesse (1990) especularon
entonces que, para estos infantes, el cuidador se había convertido tanto en fuente
de consuelo como en fuente de alarma. En su opinión, estos infantes, cuando están
estresados, sienten una necesidad simultánea de aproximarse a los padres en
busca de consuelo y de huir de ellos a causa del miedo.
En nuestro propio trabajo, hemos ampliado este marco en cierto modo porque
hemos notado que la ausencia de respuestas por parte del cuidador también dará
lugar a la desorganización del infante. Una amplia selección de investigación con
primates también apoya esta conclusión (p. ej. Kraemer, 1992). Por tanto, el
mecanismo de cuidado más general relacionado con la desorganización puede ser
la falta de regulación efectiva por parte del cuidador del despertar del temor, más
que el miedo explícito al cuidador como tal (Lyons-Ruth, Bronfman y Parsons, 1999).
Consistente con la idea de que las formas particulares de la conducta del cuidador
contribuyen de forma importante a la desorganización del infante, los estudios han
indicado que el 83% de los niños que sufren abusos o desatención despliegan
conductas de apego desorganizado hacia los padres (Carlson y col., 1989). Es
importante no equiparar la desorganización con el maltrato, sin embargo, puesto
que aproximadamente el 15% de los infantes de las muestras de bajo riesgo
también muestran patrones de apego desorganizado (van IJzendoorn, Schuengel y
Bakermans.Kranenburg, 1999).
Por tanto, las conductas de los cuidadores menos extremas que el maltrato patente
también están implicadas en el desarrollo de respuestas de apego infantil
desorganizado.
Consistente con esta opinión de que los modelos diádicos están internalizados,
muchos padres muestran patrones mixtos de conducta que incluyen tanto
elementos hostiles-autorreferenciales como elementos indefensos-temerosos en la
interacción con el niño. Estos modelos de relación altamente desequilibrados,
dominantes-sumisos, dan lugar a respuestas contradictorias hostiles-indefensas
hacia el infante, respuestas que incrementan y rechazan a la vez las conductas de
apego del infante. Dichas combinaciones contradictorias de conductas maternas, a
su vez, provocan respuestas contradictorias y contrapuestas por parte del infante
en forma de conductas desorganizadas hacia los padres.
Según este infante confuso y cada vez más frustrado y desorganizado adquiere más
capacidad para representar y responder a los estados mentales de las figuras
parentales, tiene lugar una dramática reorganización de la conducta del apego entre
muchos infantes previamente desorganizados. Entre los 3 y los 5 años, muchos
niños anteriormente desorganizados han dejado de acudir a los padres para que los
ayuden a regular su seguridad y su estrés. En cambio, se ven inmersos en intentar
mantener la atención de los padres y la implicación con ellos, mediante el empleo
de estrategias controladoras de apego.
Volveré al tema de las estrategias de control al final del artículo. Pero primero, es
importante completar la trayectoria evolutiva hasta el principio de la edad adulta.
Los estudios sobre apego han seguido a varias cohortes de familias desde la
infancia hasta el principio de la etapa adulta. En nuestro propio estudio longitudinal,
hemos reevaluado a 53 adolescentes de alto riesgo a los 19 años, a los cuales se
le había hecho un seguimiento desde el 1er año de vida. Los hallazgos de esta fase
del final de la adolescencia en nuestro estudio longitudinal subrayan aún más la
importancia a largo plazo de las interrupciones tempranas en la comunicación
afectiva entre los padres y el infante.
En los análisis de los predictores, nos fijamos en primer lugar en si otros factores,
como la pobreza, la monoparentalidad, la historia temprana de maltrato o la
sintomatología disociativa de la madre hasta los 7 años podían predecir la incidencia
de síntomas disociativos en el adolescente. Sin embargo, no hallamos predicción
en ninguno de estos factores. Cuando se examinaron las evaluaciones de calidad
de la relación temprana madre-infante, los hallazgos fueron muy diferentes.
Implicaciones clínicas
En la observación del cara a cara a los 6 meses, hay escasa interacción entre la
madre y la niña. Incluso cuando la madre está frente al bebé, no puede usar su
propio repertorio afectivo para relacionarse con la infante. No sonríe, ni se inclina
hacia ella, no establece contacto visual ni usa el “baby talk” (es decir, el contorno
vocal intensificado) para crear implicación emocional con su infante. Su infante
responde alternativamente mirando a su madre y luego enfadándose y evitando su
mirada y autoconsolándose. La única interacción se produce en un momento en que
la madre toma el sonajero de plástico del bebé y dice burlonamente:
“Mi sonajero, mi sonajero”. Luego se lo devuelve al infante y lo vuelve a coger
diciendo: “Mi sonajero, mi sonajero”. Esto es claramente una conducta de rol
confuso en la cual la madre enfatiza su propia necesidad de atención y recursos en
competición con las necesidades de la niña.
La implicación clínica final, y tal vez más controvertida, de estos datos sobre los
patrones de comunicación intersubjetiva en torno a las necesidades de apego tiene
que ver con la técnica psicoterapéutica. Desde una perspectiva del apego, la
comunicación colaboradora con el cuidador ofrece al infante la mejor oportunidad
de internalizar una estructura de diálogo que continúe fomentando, la regulación
óptima del estrés y la exploración flexible de los mundos mentales propios y del otro.
Desde esta perspectiva, entonces, el objetivo primordial del tratamiento
psicodinámico no sería incrementar la comprensión reflexiva como tal, sino focalizar
en establecer y ampliar áreas de comunicación colaboradora en las interacciones
entre paciente y terapeuta.
Reconocimientos
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Partes de este artículo fueron presentadas en el Taller Dahlem sobre Apego y Vínculo: una nueva
síntesis, Instituto Max Planck, Dahlem, Alemania, Octubre, 2003; y el Festschrift Elizabeth Fivaz
sobre Apego e Intersubjetividad, Universidad de Lausanne, Lausanne, Suiza, Septiembre, 2004.