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Mine y el tiempo. Una aventura puede comenzar en tu ventana.

Texto: María Belén Campero

Ilustraciones: Fabricio Caiazza, en base a fotografías de Inés Martino

Modelos: Camila Ingrassia y Mabel Pedrón

Ediciones Cosas Invisibles. Serie Las aventuras de Mine.

Primera edición: mayo de 2018

IBSN: 978-987-42-7873-91

© del texto: María Belén Campero

© de las ilustraciones: Fabricio Caiazza

© de esta edición: Ediciones Cosas Invisibles

Todos los derechos reservados

Queda hecho depósito que previene la ley 11.723

Esta edición de 500 ejemplares se terminó de imprimir en Sudamerica Impresos,

Colón 3063, Rosario, en el mes de mayo de 2018.


A Mine le gusta mucho mirar por la ventana, por cualquier ventana,
pero en especial por la de su habitación, que es larguísima y va casi
del piso al techo.

Vive en una casa adentro de otra, y no es broma. Su casa está atrás


de la de Rosa y en el medio un patio grande las separa y las une.
Rosa es su vecina y como una abuela para ella. Mine tiene 9 años y
desde muy pequeña la acompaña en todas las tareas del jardín. La
ayuda a regar las plantas, a buscar gusanos y caracoles y, como algu-
nos se comen las hojas, hacen distintas trampas para que se vayan
a otro lado. Meriendan juntas todas las tardes bajo la sombra de Ki-
nito, un árbol de quinotos al que Rosa llama el árbol de la paciencia.
Se encargan de sacarle las hojas secas, cortar alguna ramita para
poner en agua y cuando le crecen los brotes la pasan a una maceta
con tierra. En invierno también controlan los frutos; Rosa sabe, con
solo tocarlos, cuándo están para comer y hace un dulce riquísimo.

Todos los días, apenas se despierta, Mine abre los postigos de la


ventana y se queda un rato mirando el jardín.
Esta mañana, algo la sorprendió: Kinito estaba lleno de hormigas,
hormigas grandes, chiquitas, parecían brotar de la tierra, apuradas
por comer o buscar alguna cosa. No las escuchaba, pero iban tan
firmes que hasta le pareció que seguían una música y quiso salir a
ver.

Buscó en el cajón de su escritorio los binoculares y la lupa y cuando


estaba con un pie afuera escuchó:

—Mineee ¡Vamos que se hace tarde! Vení a desayunar que tenés


que ir a la escuela.

Mine no hizo caso y corrió a ver a Kinito protestando: “¿Por qué será
que cuando estoy por empezar con lo mejor del día me llaman para
hacer otra cosa?”.
Al llegar, se arrodilló en el césped y quedó boquiabierta con los ojos
clavados en la lupa. ¡Nunca había visto tantas hormigas juntas!

—¡Mineeeeeee! ¡Se enfría el té! Apurate, ¡que nos queda poco tiem-
po!

—¡Ya voy! —contestó rápido. Y sin hacer mucho ruido, para que no
la escucharan, fue a buscar la cámara de fotos que se había olvida-
do.
Mine no podía creer lo que veía, sacaba fotos sin parar, las hormigas
iban rapidísimo, no llevaban hojas, ni bichos, nada de nada, solo se
seguían unas a otras, ¡parecían correr!, y lo más extraño era que lo
hacían en círculo. ¡Sí! desde un costado se veía mejor, era un círculo
perfecto.

—¡Mineeeeeeeeeeeeee! —insistió la mamá asomada desde la ven-


tana de la cocina.

—¿Qué pasa? —contestó algo enojada.

—¡El desayunoooo!

—¡Ahora no puedo ir! —dijo Mine sin soltar la cámara.


—Mineeeeee ¡Vas a llegar tarde a la escuela!

—¡Hoy no voy! ¡Tengo que esperar a Rosa! Kinito está lleno de hor-
migas y se las tengo que mostrar.

—Pero, Mine, ¡no podés quedarte todo el día sacando fotos! Rosa
fue a hacer compras y no sabemos a qué hora va a llegar. Vamos a la
escuela, ¡no tenemos tiempo!

—No, no puedo. Además, si no tenemos tiempo, ya no lo tenemos.


¿O te parece que el tiempo se puede recuperar?
—Mine, ¡por favor! —suplicó la mamá, que se acercó y le prometió
que, de regreso, a la tarde, podría quedarse haciendo las fotos.

—No es lo mismo —refutó Mine, mientras hacía un pocito en la tie-


rra para probar si las hormigas venían desde abajo.

—¿Por qué lo decís? —preguntó la mamá.

—Porque no sé qué van a hacer las hormigas a la tarde. ¿Vos sabés


lo que va a pasar después?
La mamá se quedó pensando en la pregunta y dejó que Mine le
mostrara cómo las hormigas bajaban por Kinito y, en el césped, ha-
cían un círculo.

¡Su sorpresa fue máxima, ella estaba segura de que las hormigas
solo iban en línea recta!

Mine, entonces, aprovechándose de la situación, le preguntó:

—Mamá, ¿por qué siempre decís que no llegamos, que se hace tar-
de, que nos apuremos; ¿para vos todo tiene que ver con el tiempo?
—Yo intento no darle tanta importancia, pero es que el tiempo está —¿Y para las hormigas existe el tiempo? —preguntó Mine, mientras
en todas las cosas, no lo puedo evitar. le mostraba a la mamá cómo aceleraban la velocidad, subiéndose
algunas arriba de otras.
—Y si está, así como decís, ¿por qué no lo vemos? —reflexionó
Mine, que no paraba de seguir a las hormigas que ahora llegaban —¿Por qué no? El tiempo es el mismo para todos. Todos lo compar-
desde varios lados. timos, aunque lo que hagamos con él sea bien distinto.

—No todo lo que existe puede verse. Igual creo que cuando hace-
mos lo que queremos y sin guiarnos por horarios podemos encon-
trar nuestro tiempo, ¡y hasta verlo!

—Si todos siguiéramos ese tiempo que no se cuenta podríamos ha-


cer lo que más nos guste y, ahora, yo podría quedarme acá mirando
el jardín sin tener que ir a la escuela. ¡Me encanta esta idea! —fes-
tejó Mine.

—Es cierto, pero el tiempo con el que planeamos la mayoría de las


cosas es el del horario —sugirió la mamá.
—¡Llegó Rosa! —anunció Mine.

Y la mamá, diciéndole que podría quedarse hasta que terminara de


preparar las tostadas, le dio un beso en la frente y volvió a la cocina.

Mine, con emoción y algo acelerada, le comentó a Rosa que Kinito


tenía hormigas y que estaban yendo en círculo.

Rosa le dijo que hacía mucho que observaba a las hormigas de ese
árbol, le contó que le parecían especiales porque volvían cada año.

—Es un ciclo, Mine —mencionó Rosa.

—¿Qué es un ciclo? —preguntó Mine.

—Te voy a contar —dijo Rosa—. Hace mucho que Kinito está acá.

—¿Desde cuándo está? —interrumpió Mine que siempre se preocu-


paba por saber cómo era el mundo antes de que ella existiera.
—¡Sí! —respondió Rosa sonriendo—. Está desde un poco antes
de tu nacimiento, a Kinito me lo regalaron tu mamá y tu papá
cuando vinieron a vivir acá, y cada agosto ocurren las mismas
cosas, vienen las hormigas, todas juntas, de distintos lugares,
hacen un círculo, lo caminan con apuro y yo, y ahora vos tam-
bién, las miramos. Eso, que se repite de forma tan parecida, es
un ciclo.

—¡Qué interesante! ¿los ciclos podrían servir para conocer el fu-


turo?—pensó Mine.
—¡Mine! —dijo Rosa —Me tenés que ayudar a alejar a las hormigas
de Kinito.

—¡Sí! ¿cómo hacemos? — se entusiasmó Mine.

Rosa preparó en un frasco un repelente hecho con agua, azúcar


y vinagre. Entre las dos, delinearon un camino con esa mezcla, el
dulce atrajo a las hormigas y una copiaba la dirección de la otra, así
comenzaron a desviarse y el círculo a desarmarse.

—Ya no volverán —comentó Rosa.

Mine sacaba fotos y cuidaba que ninguna de las hormigas intentara


regresar.
Rosa, que seguía a Mine con entusiasmo, le dijo:

—Mine, ¿sabés que las fotos pueden guardar el tiempo y que lo


guardan para que podamos recordarlo?

—¿Cómo sería eso? Yo siempre pensé que las fotos eran sorpresas
—dijo Mine— porque no sabemos nada de ellas hasta que no las
vemos.

—¡Claro! Pero si al mirar una foto viene a nosotros un recuerdo es


porque ellas tienen el tiempo guardado.

—¡Ya vengo!

Mine salió corriendo y fue hasta su habitación a buscar la caja de


fotos.

¡Ella también quería hacer la prueba del tiempo!


Cuando Mine volvió, Rosa, que ya había llevado las suyas, le propu-
so mezclar las fotos antes de verlas, para jugar a reconocer a quién
pertenecía cada una. Agarraron un puñado, lo pusieron en el centro
de la mesa del jardín y empezaron a mirarlas.
Mine fue la primera en sacar, era la foto de un bebé, en blanco y
negro.

—¿Y este bebé? —preguntó.

—Esa soy yo —dijo Rosa.

—¡Oh! ¡Cambiamos mucho desde que nacemos!

—¿Te parece?

—Muchísimo, pero creo que se nota más cuando somos más chicos,
después ya quedamos iguales —contestó Mine que, cada tanto, mi-
raba con la lupa la tierra para asegurarse de que a Kinito no le que-
daran hormigas.

Rosa se rio y le preguntó:


—¿Y después no cambiamos?

—Sí, pero no se nota tanto. Yo a vos te veo siempre igual.

—Y, sin embargo, mi pelo ya no es el mismo, mi piel es más fina, mis


manos parecen otras, a mí misma a veces me cuesta reconocerme.
El tiempo pasa y con él vamos cambiando.
Siguieron viendo fotos y Mine se sorprendió al encontrar una en la
que estaban su mamá, su papá y Rosa plantando a Kinito, le costó
darse cuenta de quiénes eran.

Mine se quedó mirando esa foto y pensó que le hubiera gustado


estar ahí y que las fotos, como los árboles, guardan secretos.
—Rosa, ¿qué es el tiempo? —preguntó Mine.

—El tiempo es esperar —respondió Rosa acercando su mirada a la


de Mine—, es poder esperarnos.
—¡Rosaaa!, ¡Mineeee! ya están listas las tostadas ¿vienen?

—¡Vamos! —dijeron las dos a la vez.


El tiempo ¿existe para todos? Si voy más rápido, ¿el tiempo va más rápido?

El tiempo ¿cambia? ¿O son las cosas las que cambian con él? ¿Cuánto dura un instante?
¿Las cosas tienen tiempo?
¿El tiempo es responsable de todo?
¿Cuántas formas de medir el tiempo existen?
¿El tiempo es una sucesión? ¿Por qué? ¿El tiempo deja huellas?

¿Se pierde el tiempo? ¿Por qué? ¿Qué es la paciencia? ¿Está relacionada con el tiempo?
¿Por qué?
¿Cuántas cosas se pueden hacer en el mismo instante?
¿Qué es el infinito?
¿El tiempo de ahora es igual al tiempo de antes?
El tiempo ¿puede estar antes o después de algo? ¿Por qué? El tiempo ¿es infinito?

El tiempo ¿está siempre? ¿Por qué? ¿Podemos saber dónde empieza el tiempo?

¿Se puede ir arriba del tiempo? ¿Dónde está el tiempo? ¿Tiene un lugar?

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