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A.·.L.·.G.·.D.·.G.·.A.·.D.·.U.·.
QQ.·. HH.·.
¿Quién soy? ¿De dónde provengo? ¿Por qué existo? ¿Para qué existo? Seguro que más de alguna
vez, todo ser humano se ha hecho estas preguntas (sobre todo, de forma consciente, un QH que
se haya iniciado en masonería).
El hombre, más allá de su alma racional, tiene conciencia; es capaz de conocer el mundo, y no solo
eso, sino que se da cuenta de “su situación” en el mundo: que existe, vive y sabe que vive; y al
tener esta consciencia, es capaz de darle sentido a todo lo demás. Cómo dice Antonio Bentué, este
privilegio es a la vez la mayor desgracia del ser humano: si bien es el único ser que sabe que vive,
es también el único ser que sabe que va a morir.
Este saber que morirá, provoca en el ser humano: i) la búsqueda de aquel conocimiento que
permita sortear (o entender/convivir con) dicha fatal espera de aquel hecho futuro y cierto que
vendrá, o ii) la búsqueda de vivir al máximo, evitando cuestionarse el morir. De esta forma, se vive
acelerado, experimentando poder, confort y riqueza, en lenguaje masónico, solo metales.
Como conclusión a priori, el segundo camino es el mundo del cual provenimos (profano, el
occidente del taller). Al abordar el tema de la búsqueda de sentido (el primer camino), se tiene en
cuenta que la realidad tiene tal dimensión que la hace inobjetivable: es decir, la realidad no puede
reducirse a un objeto o concepto, sino que existe en ella una densidad tal que trasciende a
cualquier intento de codificación.
Esta realidad densa (o rica en significado), que funda la realidad cognoscible, en la historia la
encontramos descrita a través de mitos, leyendas, parábolas, simbologías, etc. Estos responden
(dejando abierto al interprete) las cuestiones fundantes de la realidad. Luego, para conectar las
realidades profanas y mística, el ser humano se sirve de los ritos. Con los ritos se reactualiza el
mito, se vive, se experimenta con todo su ser; es un paréntesis de lo profano y se le da sentido a la
realidad densa.
El símbolo
Mientras mayor densidad contengan los gestos y acciones significativas, más se van aproximando
a lo que es el símbolo (un exceso de significación).
El símbolo, etimológicamente analizado, proviene de symbolum del latín, que significa unir, hacer
coincidir, juntar. Lo que une el símbolo es una realidad con otra distinta; aún más, une dos
sentidos: un primer sentido natural que llega a uno segundo sentido de carácter profundo, al que
se llega solamente por medio del primero.
Otra conclusión a priori (con temor a “carrilearme”), el símbolo contiene una verdad fundamental
para la identidad del ser humano: le permite conocer y experimentar lo invisible, lo incognoscible.
A diferencia del signo, el cual se agota con la realidad material, el símbolo por su parte participa de
la realidad que simboliza. Por ejemplo, el beso: no es simplemente la representación del amor
entre dos personas, sino que es su misma presencia y realización entre dos personas siempre
actual, y no se agota. Lo mismo ocurre con la eucaristía, que no es solo la repetición de un
acontecimiento pasado, sino que se refiere a su actualización. Lo mismo ocurre en logia, por
ejemplo, las luces encendidas en el altar, manifestación por excelencia del G:.A:.D:.U:., presente
actualmente en taller.
En definitiva, el símbolo expresa ese plus de sentido, esa última dimensión de la realidad que no se
deja nunca alcanzar plenamente por la razón, y que solo se entrega en el símbolo mismo. En otras
palabras, el símbolo anuncia el límite de los sentidos, conectando al ser humano con el misterio.
La capacidad simbólica
El símbolo revela ciertos aspectos de la realidad –los más profundos– que se niegan a cualquier
otro medio de conocimiento. Imágenes, símbolos, mitos, no son creaciones irresponsables de la
psique; responden a una necesidad y llenan una función: dejar al desnudo las modalidades más
secretas del ser.
Como hemos ido aprendiendo en este caminar de primer grado, entendemos que la masonería es
más que una institución, es una escuela; elige a hombres libres, que tienen potencialidad de
desarrollar esta capacidad simbólica (como nos dijo en una Cámara pasada el QH Patricio Borquez,
debemos aprender “simboles” – el lenguaje en que está escrito todo en el taller, lenguaje en que
está escrito el cosmos); nos organiza y disciplina para que, libremente, aprendamos del cosmos
(propio de uno como el universal) y dar pasos a consciencia, encaminados hacia el bien, y
podamos construir (re-construir) el templo propio, el templo universal.
S.·.F.·.U.·.
Aprendiz de Masón
Bibliografía
BENTUE, Antonio. La Opción Creyente. Santiago, Chile: Editorial Tiberiades, 2006.