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SÁBADO.

SANTOS PEDRO POVEDA CASTROVERDE e INOCENCIO DE LA INMACULADA CANOURA ARNAU,


presbíteros, y compañeros, mártires, memoria obligatoria

Oficio de lectura

Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora, el Oficio comienza con la siguiente
invocación; pero si empieza con el Invitatorio se omite.

Invocación inicial

V.Dios mío, ven en mi auxilio.

R.Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno

Se puede tomar de Laudes o de Vísperas, según el momento del día en que se rece el Oficio de lectura.

Si se toma de Laudes:

Al filo de los gallos,

viene la aurora;

los temores se alejan

como las sombras.

¡Dios, Padre nuestro,

en tu nombre dormimos

y amanecemos!

Como luz nos visitas,

Rey de los hombres,

como amor que vigila


siempre de noche;

cuando el que duerme,

bajo el signo del sueño,

prueba la muerte.

Del sueño del pecado

nos resucitas,

y es señal de tu gracia

la luz amiga.

¡Dios que nos velas!

Tú nos sacas por gracia

de las tinieblas.

Gloria al Padre, y al Hijo,

gloria al Espíritu,

al que es paz, luz y vida,

al Uno y Trino;

gloria a su nombre

y al misterio divino

que nos lo esconde. Amén.

Si se toma de Vísperas:

¿Qué ves en la noche,


dinos, centinela?

Dios como un almendro

con la flor despierta;

Dios que nunca duerme

busca quien no duerma,

y entre las diez vírgenes

solo hay cinco en vela.

¿Qué ves en la noche,

dinos, centinela?

Gallos vigilantes

que la noche alertan.

Quien negó tres veces

otras tres confiesa,

y pregona el llanto

lo que el miedo niega.

¿Qué ves en la noche,

dinos, centinela?

Muerto le bajaban

a la tumba nueva.

Nunca tan adentro


tuvo al sol la tierra.

Daba el monte gritos,

piedra contra piedra.

¿Qué ves en la noche,

dinos, centinela?

Vi los cielos nuevos

y la tierra nueva.

Cristo entre los vivos,

y la muerte muerta.

Dios en las criaturas,

¡y eran todas buenas! Amén.

Himno latino

Cuando el oficio de lectura se celebra durante el día:

Auctor perénnis glóriæ,

qui septifórmis grátiæ

das Spíritum credéntibus,

assíste mitis ómnibus.

Expélle morbos córporum,

mentis repélle scándalum,

exscínde vires críminum,

fuga dolóres córdium.


Serénas mentes éffice,

opus honéstum pérfice,

preces orántum áccipe,

vitam perénnem tríbue.

Septem diérum cúrsibus

nunc tempus omne dúcitur;

octávus ille últimus

dies erit iudícii,

In quo, Redémptor, quaésumus,

ne nos in ira árguas,

sed a sinístra líbera,

ad déxteram nos cólloca,

Ut, cum preces suscéperis

clemens tuárum plébium,

reddámus omnes glóriam

trino Deo per saécula. Amen.

Cuando el oficio de lectura se celebra durante la noche o de madrugada:

Summæ Deus cleméntiæ

mundíque factor máchinæ,

qui trinus almo númine

unúsque firmas ómnia,


Nostros piis cum cánticis

fletus benígne súscipe,

quo corde puro sórdibus

te perfruámur lárgius.

Lumbos adúre cóngruis

tu caritátis ígnibus,

accíncti ut adsint pérpetim

tuísque prompti advéntibus.

Ut, quique horas nóctium

nunc concinéndo rúmpimus,

donis beátæ pátriæ

ditémur omnes áffatim.

Præsta, Pater piíssime,

Patríque compar Únice,

cum Spíritu Paráclito

regnans per omne saéculum. Amen.

Salmodia

Ant. 1.

Dad gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres.

Salmo 106

Acción de gracias por la liberación

Envió su palabra a los israelitas, anunciando la paz que traería Jesucristo (Hch 10, 36).
I

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia.

Que lo confiesen los redimidos por el Señor,

los que él rescató de la mano del enemigo,

los que reunió de todos los países:

norte y sur, oriente y occidente.

Erraban por un desierto solitario,

no encontraban el camino de ciudad habitada;

pasaban hambre y sed,

se les iba agotando la vida.

Pero gritaron al Señor en su angustia,

y los arrancó de la tribulación.

Los guió por un camino derecho,

para que llegaran a ciudad habitada.

Den gracias al Señor por su misericordia,

por las maravillas que hace con los hombres.

Calmó el ansia de los sedientos,

y a los hambrientos los colmó de bienes.

Yacían en oscuridad y tinieblas,

cautivos de hierros y miserias;


por haberse rebelado contra los mandamientos,

despreciando el plan del Altísimo.

Él humilló su corazón con trabajos,

sucumbían y nadie los socorría.

Pero gritaron al Señor en su angustia,

y los arrancó de la tribulación.

Los sacó de las sombrías tinieblas,

arrancó sus cadenas.

Den gracias al Señor por su misericordia,

por las maravillas que hace con los hombres.

Destrozó las puertas de bronce,

quebró los cerrojos de hierro.

Estaban enfermos por sus maldades,

por sus culpas eran afligidos;

aborrecían todos los manjares,

y ya tocaban las puertas de la muerte.

Pero gritaron al Señor en su angustia,

y los arrancó de la tribulación.

Envió su palabra para curarlos,

para salvarlos de la perdición.

Den gracias al Señor por su misericordia,

por las maravillas que hace con los hombres.


Ofrézcanle sacrificios de alabanza,

y cuenten con entusiasmo sus acciones.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.

Dad gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres.

Ant. 2.

Contemplaron las obras de Dios y sus maravillas.

II

Entraron en naves por el mar,

comerciando por las aguas inmensas.

Contemplaron las obras de Dios,

sus maravillas en el océano.

Él habló y levantó un viento tormentoso,

que alzaba las olas a lo alto:

subían al cielo, bajaban al abismo,

el estómago revuelto por el mareo,

rodaban, se tambaleaban como borrachos,

y no les valía su pericia.

Pero gritaron al Señor en su angustia,

y los arrancó de la tribulación.


Apaciguó la tormenta en suave brisa,

y enmudecieron las olas del mar.

Se alegraron de aquella bonanza,

y él los condujo al ansiado puerto.

Den gracias al Señor por su misericordia,

por las maravillas que hace con los hombres.

Aclámenlo en la asamblea del pueblo,

alábenlo en el consejo de los ancianos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.

Contemplaron las obras de Dios y sus maravillas.

Ant. 3.

Los rectos lo ven y se alegran, y comprenden la misericordia del Señor.

III

Él transforma los ríos en desierto,

los manantiales de agua en aridez;

la tierra fértil en marismas,

por la depravación de sus habitantes.

Transforma el desierto en estanques,

el erial en manantiales de agua.


Coloca allí a los hambrientos,

y fundan una ciudad para habitar.

Siembran campos, plantan huertos,

recogen cosechas.

Los bendice, y se multiplican,

y no les escatima el ganado.

Si menguan, abatidos por el peso

de infortunios y desgracias,

el mismo que arroja desprecio sobre los príncipes

y los descarría por una soledad sin caminos

levanta a los pobres de la miseria

y multiplica sus familias como rebaños.

Los rectos lo ven y se alegran,

a la maldad se le tapa la boca.

El que sea sabio, que recoja estos hechos

y comprenda la misericordia del Señor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.

Los rectos lo ven y se alegran, y comprenden la misericordia del Señor.


Versículo

V.Señor, tu fidelidad llega hasta las nubes.

R.Tus sentencias son como el océano inmenso.

Primera lectura

Mac 9, 1-22

Muerte de Judas en batalla

Del primer libro de los Macabeos.

Demetrio, en cuanto oyó que Nicanor y su ejército habían sucumbido en el combate, volvió a enviar a
Báquides y Alcimo al territorio de Judá con el ala derecha del ejército. Emprendieron la marcha por el
camino de Guilgal, tomaron al asalto Mesalot de Arbela y asesinaron a mucha gente.

El mes primero del año ciento cincuenta y dos acamparon frente a Jerusalén, pero luego partieron de
allí, camino de Berea, con veinte mil de infantería y dos mil jinetes. Judas acampaba en Elasa con tres mil
soldados y, al ver la enorme muchedumbre de enemigos, se aterrorizaron; muchos desertaron del
campamento, y solo quedaron ochocientos. Judas vio que su ejército se deshacía precisamente cuando
era inminente la batalla, y se descorazonó, porque ya no era posible reunirlos. Aunque desalentado, dijo
a los que quedaban:

«¡Hala, contra el enemigo! A lo mejor podemos presentarles batalla».

Los suyos intentaban convencerle:

«Es completamente imposible. Pero, si salvamos ahora la vida, volveremos con los nuestros, y entonces
les daremos la batalla. Ahora somos pocos».

Judas repuso:

«¡Nada de huir ante el enemigo! Si nos ha llegado la hora, muramos valientemente por nuestros
compatriotas, sin dejar una mancha en nuestra fama».
El ejército enemigo salió del campamento y formó frente a ellos, con la caballería dividida en dos
cuerpos, y los honderos y arqueros delante del ejército, los más aguerridos en primera fila. Báquides iba
en el ala derecha. La falange avanzó por ambos lados, a toque de corneta. Los de Judas también tocaron
las cornetas, y el suelo retembló por el fragor de los ejércitos. El combate se entabló al amanecer y duró
hasta la tarde.

Judas vio que Báquides y lo más fuerte del ejército estaba a la derecha; se le juntaron los más animosos,
destrozaron el ala derecha y la persiguieron hasta los montes de Asdod. Pero, cuando los del ala
izquierda vieron que el ala derecha estaba destrozada, se volvieron en persecución de Judas y sus
compañeros. El combate arreció, y hubo muchas bajas por ambas partes. Judas cayó también, y los
demás huyeron.

Jonatán y Simón recogieron el cadáver de su hermano Judas y lo enterraron en la sepultura familiar, en


Modín. Lo lloraron, y todo Israel le hizo solemnes funerales, entonando muchos días esta elegía:

«¡Cómo cayó el valiente, salvador de Israel!»

No hemos escrito otros datos de la historia de Judas, sus hazañas militares y sus títulos de gloria, porque
fueron muchísimos.

Responsorio

Cf. 1 Mac 4, 8. 9. 10. 9

V.No temáis el empuje de los enemigos. Recordad cómo se salvaron nuestros antepasados. Gritemos al
cielo para que nos favorezca nuestro Dios.

R.No temáis el empuje de los enemigos. Recordad cómo se salvaron nuestros antepasados. Gritemos al
cielo para que nos favorezca nuestro Dios.

V.Recordad las maravillas que hizo con el Faraón y su ejército en el mar Rojo.

R.Gritemos al cielo para que nos favorezca nuestro Dios.

Segunda lectura

Los que deseamos alcanzar las promesas del Señor debemos imitarle en todo
De las cartas de san Cipriano, obispo y mártir.

(Carta 6, 1-2: CSEL 3, 480-482)

Os saludo, queridos hermanos, y desearía gozar de vuestra presencia, pero la dificultad de entrar en
vuestra cárcel no me lo permite. Pues, ¿qué otra cosa más deseada y gozosa pudiera ocurrirme que no
fuera unirme a vosotros, para que me abrazarais con aquellas manos que, conservándose puras,
inocentes y fieles a la fe del Señor, han rechazado los sacrificios sacrílegos?

¿Qué cosa más agradable y más excelsa que poder besar ahora vuestros labios, que han confesado de
manera solemne al Señor, y qué desearía yo con más ardor sino estar en medio de vosotros para ser
contemplado con los mismos ojos, que, habiendo despreciado al mundo, han sido dignos de contemplar
a Dios?

Pero como no tengo la posibilidad de participar con mi presencia en esta alegría, os envío esta carta,
como representación mía, para que vosotros la leáis y la escuchéis. En ella os felicito, y al mismo tiempo
os exhorto a que perseveréis con constancia y fortaleza en la confesión de la gloria del cielo; y, ya que
habéis comenzado a recorrer el camino que recorrió el Señor, continuad por vuestra fortaleza espiritual
hasta recibir la corona, teniendo como protector y guía al mismo Señor que dijo: “Sabed que yo estoy
con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.

¡Feliz cárcel, dignificada por vuestra presencia! ¡Feliz cárcel, que traslada al cielo a los hombres de Dios!
¡Oh tinieblas más resplandecientes que el mismo sol y más brillantes que la luz de este mundo, donde
han sido edificados los templos de Dios y santificados vuestros miembros por la confesión del nombre
del Señor!

Que ahora ninguna otra cosa ocupe vuestro corazón y vuestro espíritu sino los preceptos divinos y los
mandamientos celestes, con los que el Espíritu Santo siempre os animaba a soportar los sufrimientos del
martirio. Nadie se preocupe ahora de la muerte sino de la inmortalidad, ni del sufrimiento temporal sino
de la gloria eterna, ya que está escrito: “Mucho le place al Señor la muerte de sus fieles”. Y en otro lugar:
“El sacrificio que agrada a Dios es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no
lo desprecias”.

Y también, cuando la Sagrada Escritura habla de los tormentos que consagran a los mártires de Dios y
los santifican en la prueba, afirma: “La gente pensaba que cumplían una pena, pero ellos esperaban de
lleno la inmortalidad. Gobernarán naciones, someterán pueblos, y el Señor reinará sobre ellos
eternamente”.

Por tanto, si pensáis que habéis de juzgar y reinar con Cristo Jesús, necesariamente debéis regocijaros y
superar las pruebas de la hora presente en vista del gozo de los bienes futuros. Pues, como sabéis,
desde el comienzo del mundo las cosas han sido dispuestas de tal forma que la justicia sufre aquí una
lucha con el siglo. Ya desde el mismo comienzo, el justo Abel fue asesinado, y a partir de él siguen el
mismo camino los justos, los profetas y los apóstoles.

El mismo Señor ha sido en sí mismo el ejemplar para todos ellos, enseñando que ninguno puede llegar a
su reino sino aquellos que sigan su mismo camino: “El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se
aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna”. Y en otro lugar: “No tengáis miedo
a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego
alma y cuerpo”.

También el apóstol Pablo nos dice que todos los que deseamos alcanzar las promesas del Señor
debemos imitarle en todo: “Somos hijos de Dios” —dice— “y, si somos hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él
glorificados”.

Responsorio

S. Cipriano, Carta 58

V.Dios nos contempla, Cristo y sus ángeles nos miran, mientras luchamos por la fe. Qué dignidad tan
grande, qué felicidad tan plena es luchar bajo la mirada de Dios y ser coronados por Cristo.

R.Dios nos contempla, Cristo y sus ángeles nos miran, mientras luchamos por la fe. Qué dignidad tan
grande, qué felicidad tan plena es luchar bajo la mirada de Dios y ser coronados por Cristo.

V.Revistámonos de fuerza y preparémonos para la lucha con un espíritu indoblegable, con una fe
sincera, con una total entrega.

R.Qué dignidad tan grande, qué felicidad tan plena es luchar bajo la mirada de Dios y ser coronados por
Cristo.

Oración conclusiva

V.Oremos.
Dios, Padre nuestro, que a los santos Pedro Poveda e Inocencio de la Inmaculada, presbíteros, y
compañeros, mártires, con la ayuda de la Madre de Dios, los llevaste a la imitación de Cristo hasta el
derramamiento de la sangre, concédenos, por su ejemplo e intercesión, confesar la fe con fortaleza, de
palabra y de obra. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu
Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

R.Amén.

Conclusión

Luego, por lo menos en la celebración comunitaria, se añade:

V.Bendigamos al Señor.

R.Demos gracias a Dios.

**

HIMNO

Cantemos al Señor con indecible gozo,

él guarde la esperanza de nuestro corazón,

dejemos la inquietud posar entre sus manos,

abramos nuestro espíritu a su infinito amor.

Dichoso será aquel que siempre en él confía

en horas angustiosas de lucha y de aflicción,

confiad en el Señor si andáis atribulados,

abramos nuestro espíritu a su infinito amor.

Los justos saben bien que Dios siempre nos ama,

en penas y alegrías su paz fue su bastión,


la fuerza del Señor fue gloria en sus batallas,

abramos nuestro espíritu a su infinito amor.

Envíanos, Señor, tu luz esplendorosa

si el alma se acongoja en noche y turbación,

qué luz, qué dulce paz en Dios el hombre encuentra;

abramos nuestro espíritu a su infinito amor.

Recibe, Padre santo, el ruego y la alabanza,

que a ti, por Jesucristo y por el Consolador,

dirige en comunión tu amada y santa Iglesia;

abramos nuestro espíritu a su infinito amor. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Tú, Señor, estás cerca, y todos tus mandatos son estables.

Salmo 118, 145-152

Te invoco de todo corazón;

  respóndeme, Señor, y guardaré tus leyes;

  a ti grito: sálvame,

  y cumpliré tus decretos;

  me adelanto a la aurora pidiendo auxilio,


  esperando tus palabras.

Mis ojos se adelantan a las vigilias de la noche,

  meditando tu promesa;

  escucha mi voz por tu misericordia,

  con tus mandamientos dame vida;

  ya se acercan mis inicuos perseguidores,

  están lejos de tu voluntad.

Tú, Señor, estás cerca,

  y todos tus mandatos son estables;

  hace tiempo comprendí que tus preceptos

  los fundaste para siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

  Como era en el principio ahora y siempre,

  por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Tú, Señor, estás cerca, y todos tus mandatos son estables.

Ant. 2. Mándame tu sabiduría, Señor, para que me asista en mis trabajos.

Cántico     Sb 9, 1-6. 9-11


Dame, Señor, la Sabiduría

Os daré palabras y sabiduría

a las que no podrá hacer frente...

ningún adversario vuestro.

(Lc 21, 15)

Dios de los padres y Señor de la misericordia,

  que con tu palabra hiciste todas las cosas,

  y en tu sabiduría formaste al hombre,

  para que dominase sobre tus creaturas,

  y para que rigiese el mundo con santidad y justicia

  y lo gobernase con rectitud de corazón.

Dame la sabiduría asistente de tu trono

  y no me excluyas del número de tus siervos,

  porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva,

  hombre débil y de pocos años,

  demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes.

Pues aunque uno sea perfecto

  entre los hijos de los hombres,

  sin la sabiduría, que procede de ti,

  será estimado en nada.


Contigo está la sabiduría conocedora de tus obras,

  que te asistió cuando hacías el mundo,

  y que sabe lo que es grato a tus ojos

  y lo que es recto según tus preceptos.

Mándala de tus santos cielos

  y de tu trono de gloria envíala

  para que me asista en mis trabajos

  y venga yo a saber lo que te es grato.

Porque ella conoce y entiende todas las cosas,

  y me guiará prudentemente en mis obras,

  y me guardará en su esplendor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

  Como era en el principio ahora y siempre,

  por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Mándame tu sabiduría, Señor, para que me asista en mis trabajos.

Ant. 3. La fidelidad del Señor dura por siempre.


Salmo 116

Invitación universal a la alabanza divina

Así es: los gentiles

glorifican a Dios por su misericordia.

(Rm 15, 8. 9)

Alabad al Señor, todas las naciones,

  aclamadlo, todos los pueblos:

Firme es su misericordia con nosotros,

  su fidelidad dura por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

  Como era en el principio ahora y siempre,

  por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. La fidelidad del Señor dura por siempre.

LECTURA BREVE Flp 2, 14-15


Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones, a fin de que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de
Dios sin mancha, en medio de esta generación mala y perversa, entre la cual aparecéis como antorchas
en el mundo.

RESPONSORIO BREVE

V. A ti grito, Señor, tú eres mi refugio.

R. A ti grito, Señor, tú eres mi refugio.

V. Mi heredad en el país de la vida.

R. Tú eres mi refugio.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

R. A ti grito, Señor, tú eres mi refugio.

lecturas del oficio

V. Tu fidelidad, Señor, llega hasta las nubes

R. Tus sentencias son como el océano inmenso

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Ezequiel 1, 3-14. 22-28

Visión de la gloria del Señor tenida por Ezequiel en el destierro


En aquellos días, vino la palabra del Señor sobre Ezequiel, hijo de Buzi, sacerdote, en tierra de los
caldeos, a orillas del río Quebar. Allí se posó sobre él la mano del Señor.

Vi un viento huracanado que venía del norte: una gran nube y un fuego zigzagueante con un resplandor
en torno, y desde el centro del fuego como un resplandor de ámbar, y en el centro de todo la figura de
cuatro seres vivientes.

Este era su aspecto: tenían forma humana, con cuatro rostros y cuatro alas cada uno. Sus piernas eran
rectas y las plantas de sus pies como las de un becerro. Brillaban como bronce bruñido. Debajo de las
alas tenían manos humanas por los cuatro costados; los cuatro tenían rostros y alas. Sus alas se juntaban
una a la otra. No se volvían al caminar; caminaban de frente. Su rostro tenía este aspecto: rostro de
hombre y rostro de león por el lado derecho de los cuatro, rostro de toro por el lado izquierdo de los
cuatro, rostro de águila los cuatro. Sus alas estaban extendidas hacia arriba: un par de alas se juntaban,
otro par de alas les cubría el cuerpo. Los cuatro caminaban de frente; avanzaban a favor del viento, sin
volverse al caminar.

Y en medio de los vivientes había como ascuas encendidas; parecían antorchas agitándose entre los
vivientes. Había un resplandor de fuego y de él salían relámpagos. Los seres vivientes corrían en todas
direcciones, como rayos.

Sobre la cabeza de los seres vivientes se extendía una especie de bóveda, de admirable esplendor, como
de cristal. Bajo la bóveda, sus alas estaban horizontalmente emparejadas; cada uno se cubría el cuerpo
con un par. Y oí el rumor de sus alas cuando se movían, como estruendo de aguas caudalosas, como la
voz del Todopoderoso, como griterío de multitudes, como estruendo de tropas. Cuando se detenían,
replegaban sus alas. También se oyó un estruendo sobre la bóveda que estaba encima de sus cabezas;
cuando se detenían, replegaban sus alas. Y por encima de la bóveda, que estaba sobre sus cabezas,
había una especie de zafiro en forma de trono; sobre esta especie de trono sobresalía una figura que
parecía un hombre.

Y vi un brillo como de ámbar (algo así como fuego lo enmarcaba) de lo que parecían sus caderas para
arriba, y de lo que parecían sus caderas para abajo vi algo así como fuego, rodeado de resplandor, como
el arco que aparece en las nubes cuando llueve. Tal era la apariencia del resplandor en torno. Era la
apariencia visible de la Gloria del Señor. Al contemplarla, caí rostro en tierra y escuché una voz que
hablaba.

Responsorio Cf. Ez 1, 26; 3, 12; Ap 5, 13

R. Vi sobre una especie de trono una figura de aspecto semejante al de un hombre, y escuché una voz,
como el estruendo de un terremoto, que decía: * «Bendita sea la gloria del Señor en su morada.»

V. Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los
siglos.

R. «Bendita sea la gloria del Señor en su morada.»

SEGUNDA LECTURA

San Bernardo, abad, Sermón

Sermón 10-11 sobre el Adviento: Opera omnia, Edit. Cister t. 6, 1, 1970, 19-20

No llores, Jerusalén, porque está para llegar tu salvación

A la ciudad santa, Jerusalén, todavía peregrina en la más profunda pobreza, el profeta consuela
diciendo: No llores, porque está para llegar tu salvación. De hecho, junto a los canales de Babilonia nos
sentamos a llorar. Babilonia significa confusión. En Babilonia se sientan a llorar los ciudadanos de
Jerusalén, que si bien no están en la confusión de las obras, sí lo están en la confusión de los
pensamientos, queriendo, pero no pudiendo, dirigir la atención de la mente a Dios; y, aunque a la
fuerza, se distraen en futilidades.
Así pues, los canales de Babilonia son las perversas costumbres, que se presentan dulces a nuestra
memoria; se filtran, sin embargo, y, a quienes seducen, los conducen al mar del siglo. ¡Demos gracias a
Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!, porque si las malas costumbres se insinúan,
nosotros no nos detenemos en ellas, sino que nos sentamos junto a los canales de Babilonia, pues
nuestra alma, frente a las dulzuras y seducciones de la vida del siglo, guarda silencio; frente a las
reiteradas incitaciones permanece sorda, y frente a los halagos se muestra inaccesible. Obstaculizados
por tales vanidades, no es extraño que nos sentemos a llorar con nostalgia de Sión, esto es, trayendo a
la memoria aquella suavidad y el sabroso deleite que pregustan ya aquellos contemplativos que
merecen contemplar a cara descubierta la gloria de Dios.

Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo si tú vas conmigo; mejor, nada temo, porque
ciertamente tú vas conmigo. ¿Que en qué apoyo esta mi esperanza? Pues en que la vara de tu
corrección y el cayado de tu sustentación me sosiegan. Pues aunque me corrijas y reprimas mi soberbia
reduciéndome al polvo de la muerte, das, sin embargo, nuevo brío a mi vida, y me sostienes para que no
caiga en la fosa de la muerte.

No descuidaré la corrección del Señor, ni me indignaré cuando él me reprenda. Pues sé que a los que
aman a Dios todo les sirve para el bien. ¿Impaciente? No, sino llevándolo con paciencia. ¿Por qué? Por
voluntad de uno que la sometió en la esperanza. De hecho, la creación misma se verá liberada de la
esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Por tanto, ciudad de
Jerusalén, no llores, porque está para llegar tu salvación. Si tarda, a tu manera de ver, sin embargo
vendrá sin retrasarse según sus cálculos, pues mil años en su presencia son como un ayer que pasó.

Responsorio Is 40, 10

R. Jerusalén, no llores, porque el Señor tiene piedad de ti. * Y te librará de toda tribulación.

V. El Señor viene con poder y su brazo le asegura el dominio.

R. Y te librará de toda tribulación.


evangelio del día

Del Santo Evangelio según san Lucas 16, 9-15

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos.

    «Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas
eternas.

    El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo
mucho es injusto.

    Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en
lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?

    Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se
dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».

Los fariseos, que eran amigos del dinero, estaban escuchando todo esto y se burlaban de él.

Y les dijo:

    «Vosotros os las dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones, pues lo
que es sublime entre los hombres es abominable ante Dios.»
CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Ilumina, Señor, a los que viven en tiniebla y en sombra de muerte.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,

  porque ha visitado y redimido a su pueblo,

  suscitándonos una fuerza de salvación

  en la casa de David, su siervo,

  según lo había predicho desde antiguo

  por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos

  y de la mano de todos los que nos odian;

  ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,

  recordando su santa alianza

  y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,

  arrancados de la mano de los enemigos,

  le sirvamos con santidad y justicia,

  en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,

  porque irás delante del Señor

  a preparar sus caminos,


  anunciando a su pueblo la salvación,

  el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,

  nos visitará el sol que nace de lo alto,

  para iluminar a los que viven en tiniebla

  y en sombra de muerte,

  para guiar nuestros pasos

  por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

  Como era en el principio ahora y siempre,

  por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ilumina, Señor, a los que viven en tiniebla y en sombra de muerte.

PRECES

Invoquemos a Dios por intercesión de María, a quien el Señor colocó por encima de todas las creaturas
celestiales y terrenas, diciendo:

Contempla, Señor, a la Madre de tu Hijo y escúchanos.

Padre de misericordia, te damos gracias porque nos has dado a María como madre y ejemplo;
  – santifícanos por su intercesión.

Tú que hiciste que María meditara tus palabras, guardándolas en su corazón, y fuera siempre fidelísima
hija tuya,

  – por su intercesión haz que también nosotros seamos de verdad hijos tuyos y discípulos de tu Hijo.

Tú que quisiste que María concibiera por obra del Espíritu Santo,

  – por intercesión de María otórganos los frutos de este mismo Espíritu.

Tú que diste fuerza a María para permanecer junto a la cruz y la llenaste de alegría con la resurrección
de tu Hijo,

  – por intercesión de María confórtanos en la tribulación y reanima nuestra esperanza.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Concluyamos nuestras súplicas con la oración que el mismo Cristo nos enseñó:

PADRE NUESTRO

Padre nuestro,

    que estás en el cielo,

    santificado sea tu Nombre;

    venga a nosotros tu reino;


    hágase tu voluntad

    en la tierra como en el cielo.

    Danos hoy nuestro pan de cada día;

    perdona nuestras ofensas,

    como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;

    no nos dejes caer en la tentación,

    y líbranos del mal. Amén.

ORACIÓN

Dios misericordioso,

fuente y origen de nuestra salvación,

haz que, mientras dure nuestra vida aquí en la tierra,

te alabemos constantemente

y podamos así participar un día

en la alabanza eterna del cielo.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.

R. Amén.

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sábado 6 de noviembre de 2021

Tiempo Ordinario

Sábado XXXI del Tiempo Ordinario (Año ImPar)

LECTURAS DE LA MISA

Primera Lectura

De la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 16, 3-9. 16. 22-27

Saludaos unos a otros con el beso santo

Hermanos:

Saludad a Prisca y Áquila, mis colaboradores en la obra de Cristo Jesús, que expusieron sus cabezas por
salvar mi vida; no soy yo solo quien les está agradecido, también todas las iglesias de los gentiles.

Saludad asimismo a la Iglesia que se reúne en su casa.

Saludad a mi querido Epéneto, primicias de Asia para Cristo.

Saludad a María, que con tanto afán ha trabajado en vuestro favor.


Saludad a Andrónico y a Junia, mis parientes y compañeros de prisión, que son ilustres entre los
apóstoles y además llegaron a Cristo antes que yo.

Saludad a Ampliato, a quien quiero en el Señor.

Saludad a Urbano, colaborador nuestro en la obra de Cristo, y a mi querido Estaquio.

Saludaos unos a otros con el beso santo.

Os saludan todas las Iglesias de Cristo.

Yo, Tercio, que escribo la carta, os saludo en el Señor.

Os saluda Gayo, que me hospeda a mí y a toda esta Iglesia.

Os saluda Erasto, tesorero de la ciudad, y Cuarto, el hermano.

Al que puede consolidaros según mi Evangelio y el mensaje de Jesucristo que proclamo, conforme a la
revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora mediante las
Escrituras proféticas, dado a conocer según disposición del Dios eterno para que todas las gentes
llegaran a la obediencia de la fe; a Dios, único Sabio, por Jesucristo, la gloria por los siglos de los siglos.
Amén.

Salmo Responsorial
Salmo 144, 2-3. 4-5. 10-11

Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi Rey

℣     Día tras día, te bendeciré

         y alabaré tu nombre por siempre jamás.

         Grande es el Señor, merece toda alabanza,

         es incalculable su grandeza. ℟

℣     Una generación pondera tus obras a la otra,

         y le cuenta tus hazañas.

         Alaban ellos la gloria de tu majestad,

         y yo repito tus maravillas. ℟

℣     Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,

         que te bendigan tus fieles.

         Que proclamen la gloria de tu reinado,

         que hablen de tus hazañas. ℟

Evangelio

Del Santo Evangelio según san Lucas 16, 9-15


Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras?

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos.

    «Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas
eternas.

    El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo
mucho es injusto.

    Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en
lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?

    Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se
dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».

Los fariseos, que eran amigos del dinero, estaban escuchando todo esto y se burlaban de él.

Y les dijo:

    «Vosotros os las dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones, pues lo
que es sublime entre los hombres es abominable ante Dios.»

Versión bíblica oficial

©Conferencia Episcopal Española

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06 de Noviembre

Santos Pedro Poveda, presbítero, Inocencio de la Inmaculada Canoura Arnau, religioso, y compañeros,
mártires

Memoria de los santos Pedro Poveda, presbítero diocesano y fundador de la Institución Teresiana, e
Inocencio de la Inmaculada Canoura Arnau, religioso pasionista, encabezan la multitud de santos y
beatos, obispos, sacerdotes, consagrados y laicos, que dieron a Cristo el testimonio supremo del amor,
martirizados en odio a la fe en España, entre 1931 y 1939, durante la persecución religiosa contra la
Iglesia.

(Martirologio Romano)

Vida

La Iglesia española celebra hoy la beatificación de quinientos veintidós hijos mártires, profetas
desarmados de la caridad de Cristo. Es un extraordinario evento de gracia, que quita toda tristeza y llena
de júbilo a la comunidad cristiana. Hoy recordamos con gratitud su sacrificio, que es la manifestación
concreta de la civilización del amor predicada por Jesús. Los mártires no se han avergonzado del
Evangelio, sino que han permanecido fieles a Cristo, que dice: «Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí
mismo, tome su cruz cada día y me siga. Quien quiera salvar la propia vida, la perderá, pero quien pierda
la propia vida por mí, la salvará». Sepultados con Cristo en la muerte, con Él viven por la fe en la fuerza
de Dios.

España es una tierra bendecida por la sangre de los mártires. Si nos limitamos a los testigos heroicos de
la fe, víctimas de la persecución religiosa de los años 30 del siglo pasado, la Iglesia en catorce distintas
ceremonias ha beatificado más de mil. La primera, en 1987, fue la beatificación de tres Carmelitas
descalzas de Guadalajara. Entre las ceremonias más numerosas recordamos la del 11 de marzo de 2001,
con doscientos treinta y tres mártires; la del 28 de octubre de 2007, con cuatrocientos noventa y ocho
mártires, entre los cuales los obispos de Ciudad Real y de Cuenca; y la celebrada en la catedral de la
Almudena de Madrid, el 17 de diciembre de 2011, con veintitrés testigos de la fe.

El Papa Francisco beatificó a quinientos veintidós mártires, que «vertieron su sangre para dar testimonio
del Señor Jesús». Es la ceremonia de beatificación más grande que ha habido en tierra española. Este
último grupo incluye tres obispos, y además numerosos sacerdotes, seminaristas, consagrados y
consagradas, jóvenes y ancianos, padres y madres de familia. Son todos víctimas inocentes que
soportaron cárceles, torturas, procesos injustos, humillaciones y suplicios indescriptibles. Es un ejército
inmenso de bautizados que, con el vestido blanco de la caridad, siguieron a Cristo hasta el Calvario para
resucitar con Él en la gloria de la Jerusalén celestial.

En el periodo oscuro de la hostilidad anticatólica de los años 30, esta noble nación fue envuelta en la
niebla diabólica de una ideología que anuló a millares y millares de ciudadanos pacíficos, incendiando
iglesias y símbolos religiosos, cerrando conventos y escuelas católicas, destruyendo parte del precioso
patrimonio artístico. El Papa Pío XI, con la encíclica Dilectissima nobis, del 3 de junio de 1933, denunció
enérgicamente esta libertina política antirreligiosa.

Recordemos de antemano que los mártires no fueron caídos de la guerra civil, sino víctimas de una
radical persecución religiosa, que se proponía el exterminio programado de la Iglesia. Estos hermanos y
hermanas nuestros no eran combatientes, no tenían armas, no se encontraban en el frente, no
apoyaban a ningún partido, no eran provocadores. Eran hombres y mujeres pacíficos. Fueron matados
por odio a la fe, solo porque eran católicos, porque eran sacerdotes, porque eran seminaristas, porque
eran religiosos, porque eran religiosas, porque creían en Dios, porque tenían a Jesús como único tesoro,
más querido que la propia vida. No odiaban a nadie, amaban a todos, hacían el bien a todos. Su
apostolado era la catequesis en las parroquias, la enseñanza en las escuelas, el cuidado de los enfermos,
la caridad con los pobres, la asistencia a los ancianos y a los marginados. A la atrocidad de los
perseguidores, no respondieron con la rebelión o con las armas, sino con la mansedumbre de los
fuertes.

En aquel periodo, mientras se encontraba en el exilio, Don Luigi Sturzo, diplomático y sacerdote católico
italiano, en un artículo de 1933, publicado en el periódico El Matì de Barcelona, escribía con intuición
profética que las modernas ideologías son verdaderas religiones idolátricas, que exigen altares y
víctimas, sobre todo víctimas, miles, e incluso millones. Y añadía que el aumento aberrante de la
violencia hacía que las víctimas fueran con mucho más numerosas que en las antiguas persecuciones
romanas.

Ante la respuesta valiente y unánime de estos mártires, sobre todo de muchísimos sacerdotes y
seminaristas, uno se pregunta muchas veces: ¿cómo se explica su fuerza sobrehumana de preferir la
muerte antes que renegar la propia fe en Dios? Además de la eficacia de la gracia divina, la respuesta
hay que buscarla en una buena preparación al sacerdocio. En los años previos a la persecución, en los
seminarios y en las casas de formación los jóvenes eran informados claramente sobre el peligro mortal
en el que se encontraban. Eran preparados espiritualmente para afrontar incluso la muerte por su
vocación. Era una verdadera pedagogía martirial, que hizo a los jóvenes fuertes e incluso gozosos en su
testimonio supremo.

Ahora planteémonos una pregunta: ¿por qué la Iglesia beatifica a estos mártires? La respuesta es
sencilla: la Iglesia no quiere olvidar a estos sus hijos valientes. La Iglesia los honra con culto público, para
que su intercesión obtenga del Señor una lluvia beneficiosa de gracias espirituales y temporales en toda
España. La Iglesia, casa del perdón, no busca culpables. Quiere glorificar a estos testigos heroicos del
evangelio de la caridad, porque merecen admiración e imitación.

La celebración de hoy quiere una vez más gritar fuertemente al mundo, que la humanidad necesita paz,
fraternidad, concordia. Nada puede justificar la guerra, el odio fratricida, la muerte del prójimo. Con su
caridad, los mártires se opusieron al furor del mal, como un potente muro se opone a la violencia
monstruosa de un tsunami. Con su mansedumbre los mártires desactivaron las armas homicidas de los
tiranos y de los verdugos, venciendo al mal con el bien. Ellos son los profetas siempre actuales de la paz
en la tierra.

¿Qué mensaje nos ofrecen los mártires antiguos y modernos? Nos dejan un doble mensaje. Ante todo
nos invitan a perdonar. El Papa Francisco recientemente nos ha recordado que «el gozo de Dios es
perdonar!… Aquí está todo el Evangelio, todo el Cristianismo! No es sentimiento, no es “buenismo”! Al
contrario, la misericordia es la verdadera fuerza que puede salvar al hombre y al mundo del “cáncer”
que es el pecado, el mal moral, el mal espiritual. Sólo el amor colma los vacíos, la vorágine negativa que
el mal abre en el corazón y en la historia. Sólo el amor puede hacer esto, y este es el gozo de Dios!»

Estamos llamados pues al gozo del perdón, a eliminar de la mente y del corazón la tristeza del rencor y
del odio. Jesús decía «Sed misericordiosos, como es misericordioso vuestro Padre celestial» (Lc 6, 36).
Conviene hacer un examen concreto, ahora, sobre nuestra voluntad de perdón. El Papa Francisco
sugiere: «Cada uno piense en una persona con la que no esté bien, con la que se haya enfadado, a la que
no quiera. Pensemos en esa persona y en silencio, en este momento, recemos por esta persona y
seamos misericordiosos con esta persona».

De aquí surge un segundo mensaje: el de la conversión del corazón a la bondad y a la misericordia.


Todos estamos invitados a convertirnos al bien, no sólo quien se declara cristiano sino también quien no
lo es. La Iglesia invita también a los perseguidores a no temer la conversión, a no tener miedo del bien, a
rechazar el mal. El Señor es padre bueno que perdona y acoge con los brazos abiertos a sus hijos
alejados por los caminos del mal y del pecado.
Todos -buenos y malos- necesitamos la conversión. Todos estamos llamados a convertirnos a la paz, a la
fraternidad, al respeto de la libertad del otro, a la serenidad en las relaciones humanas. Así han actuado
nuestros mártires, así han obrado los santos, que -como dice el Papa Francisco- siguen «el camino de la
conversión, el camino de la humildad, del amor, del corazón, el camino de la belleza».

Es un mensaje que concierne sobre todo a los jóvenes, llamados a vivir con fidelidad y gozo la vida
cristiana. Pero hay que ir contra corriente: «Ir contra corriente hace bien al corazón, pero es necesario el
coraje y Jesús nos da este coraje! No hay dificultades, tribulaciones, incomprensiones que den miedo si
permanecemos unidos a Dios como los sarmientos están unidos a la vid, si no perdemos la amistad con
Él, si le damos cada vez más espacio en nuestra vida. Esto sucede sobre todo si nos sentimos pobres,
débiles, pecadores, porque Dios da fuerza a nuestra debilidad, riqueza a nuestra pobreza, conversión y
perdón a nuestro pecado.»

Así se han comportado los mártires, jóvenes y ancianos, Sí, también jóvenes como, por ejemplo, los
seminaristas de las diócesis de Tarragona y de Jaén y el laico de veintiún años, de la diócesis de Jaén. No
han tenido miedo de la muerte, porque su mirada estaba proyectada hacia el cielo, hacia el gozo de la
eternidad sin fin en la caridad de Dios. Si les faltó la misericordia de los hombres, estuvo presente y
sobreabundante la misericordia de Dios.

Perdón y conversión son los dones que los mártires nos hacen a todos. El perdón lleva la paz a los
corazones, la conversión crea fraternidad con los demás. Nuestros Mártires, mensajeros de la vida y no
de la muerte, sean nuestros intercesores por una existencia de paz y fraternidad. Será este el fruto
precioso de esta celebración en el año de la fe. María, Regina Martyrum, siga siendo la potente
Auxiliadora de los cristianos.

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