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LA ABUNDANCIA DE

LA AUSENCIA

Camilo Botero Sierra

Calle 187 No 46-55, Bogotá D.C., Colombia

c.botero92@gmail.com

Cel: 3057724185
1

Desperté con esta enfermedad que no viene de adentro, un padecimiento que ataca desde
afuera. De repente todo perdió sentido, en una habitación de no más de 10 metros
cuadrados, me temí que este mundo fuera demasiado moderno, tal vez porque abundan
cosas; tal vez mi deseo de nacer en épocas pasadas se deba a que faltan cosas. Respecto a
ello, me detuve a pensar en la escalera; cuan abundante sería la dicha si faltaren distancias,
todo estaría más cerca, en especial las personas que amamos, cuan magnifico sería existir si
faltaren los lujos, el tiempo sería más extenso, cuan magnífico sería que faltasen los
ungüentos, perfumes y maquillajes, abundaría la verdad, las mujeres alegres, el amor
correspondido, el aroma de la consumación y tan solo una almohada bastaría para acordarse
de ella, no de su perfume, simplemente ella.
Es doloroso y me da nauseas pensar que me pudro más allá de lo que veo, algunos
conocidos me consideran extraño. ¿Por qué hoy tenía que pasarme? Por vez primera una
hermosa doncella me consideraba en sus sentimientos y sin mucha experiencia no se me
ocurrió más que acudir a los cortejos sin creatividad, un simple almuerzo; al final, comer se
encuentra dentro de las pocas cosas que aún no se pueden corromper, aunque algunos
incautos ya se atrevan a hacerlo.
El timbre sonó, aún me hallaba en las escaleras con mi cara enmarañada y una
persistente jaqueca que minutos atrás me había tumbado a una siesta matinal, algo inusual.
Ya era mediodía, me alegró su puntualidad; yo por el contrario no me sentía por completo
presentable, aunque este tipo de cosas estaban dejando de importarme. Sin siquiera
comprobar las arrugas de mi chaqueta, abrí la puerta y la vi resplandeciendo, quise
abrazarla y dejar de lado los puntos intermedios, pensé cuan impráctico es todo este rodeo.
Ella no percibió mi mal humor, con delicadeza me tomó del cuello y estiró la
vestimenta; pensé de inmediato en lo extraño que ello me hacía sentir, incluido en la
confianza semejante a la de una esposa que, después de años, se preocupa por el atuendo de
su amado. Mis músculos se congelaron y adopté una postura firme; no supe identificar el
sentimiento que surge de la cercanía, de nuevo sumergido en la abundancia de la ausencia,
en el gran gozo que nace cuando faltan los motivos.
Había insistido en cocinar, convencido del gran encanto que podría causarle,
vanidoso, arrogante, cretino. Para aquella cita no tenía experiencia alguna, nada más que un
ilusorio romanticismo aprendido de libros trascendentales, por lo que adopté la postura de
un hombre perfecto, el peor de los defectos, tan lleno de virtudes y escaso de naturalidad.
La escena se tornó en otro acto, como el de las obras de teatro que escribía y que ella
interpretaba, el trabajo nos envolvió de repente e intentamos creer que era real.
Sus ojos cautivaron mi atención desde el día que llegó como la mas tímida de las
actrices, y me enamoré del echo, era única haciendo de un obstáculo tan catastrófico para la
actuación, una enternecedora virtud. Ella me hizo arraigar en mi obsesión sobre la ausencia
y la abundancia, y no tuve más alternativa que conocerla un poco más, los actores que
conozco buscan desesperadamente estar llenos de valor y abarrotarse de detalles que los
hagan únicos; pero ella, tan ausente de protagonismo, brilló entre los demás.
Serví el estofado

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