Está en la página 1de 25

LA SEGUNDA VENIDA

Camilo Botero Sierra

Calle 187 No 46-55, Bogotá D.C., Colombia

c.botero92@gmail.com

Cel: 3057724185
Sinopsis

“El anfitrión” narra la simple pero fascinante historia de un excéntrico botones que oculta
ser el dueño de toda una cadena de hoteles y quien posee una poderosa filosofía capaz de
cambiar la vida de millones. En una inesperada visita, conoce a Vitalij Mihalmovick, un
arrogante, exitoso y agobiado empresario con el que hace un insólito pacto en el cual Vitalij
se convertirá en lo que nunca imaginó ser, con el propósito de convertirse en lo que es
capaz de ser; su camino lo llevará a ejecutar diferentes empleos, desde un botones hasta un
empleado de servicios generales. Durante el corto lapso de una semana, aprende a
conseguir la verdadera grandeza, venciendo por completo la vanidad, los temores, las
certezas autodestructivas y descubriendo su razón de ser. Su vida corre peligro, pero esta
cambiará luego de aprender a cambiar el mundo, cambiando su mundo, tras convertirse en
“El anfitrión”.
Alejandro Irisarri, un hombre de juvenil vejez, ha ocultado su identidad por décadas,
contando apenas con unas pocas personas de confianza que le sirven de cómplices en su
treta. En esta inimaginable picardía, gracias a su innecesario desempeño en los rangos más
básicos de su hotel, ha desarrollado una filosofía, basada en el comportamiento efectivo de
un magnífico anfitrión, que consiste en desarrollar cada una de las etapas de la vida desde
la perspectiva del mismo; de esta forma se revela la verdadera grandeza y un
inquebrantable sentido de realización. Pero esto no lo ha aprendido solo; tiempo atrás,
instantes antes de saltar de un rascacielos, Alejandro recibió la fórmula de la grandeza
(G=IAAA) como un inesperado tesoro que un humilde anciano le entregó a cambio de algo
invaluable.
Este singular sujeto, odiado por su hijo, sabía que tarde o temprano Vitalij llegaría a
la vida de Alejandro quien, de acuerdo con su promesa, debería enseñarle la misma
fórmula. Las dificultades no faltan, pues en el interior del empresario se libra una fuerte
batalla desencadenada por sus reveses empresariales, familiares y por un hijo en coma que
desde hace varios años se debate entre la vida y la muerte.
Gracias a la carismática determinación de Alejandro, Vitalij acepta recibir sus
conocimientos. Más aún resulta desafiante para el botones ejecutar su plan, convertir a un
legendario empresario en el más raso empleado. Luego de una extenuante persuasión,
trabajan hombro a hombro mientras descubren los secretos de autoliderazgo más insólitos
que le han permitido a Alejandro, llevar su cadena de hoteles y su vida personal al más alto
nivel de satisfacción.
El amor acompaña al Sr. Mihalmovick en este proceso al conocer a Adela Osorio,
chef personal de Alejandro y antigua aprendiz, quien, con su simpatía original, propia de
tierras del caribe, lo ayuda a librar su decepción por un hogar resquebrajado por la tragedia
de su hijo. El reciente divorcio de Vitalij supone un desafío para ellos y juntos han de
buscar la forma de superar cada obstáculo interpuesto por su pasado.
Durante cada día Alejandro asigna a Vitalij un empleo diferente que le ayuda a
reconocer la relación del mismo con la vida y con la fórmula de la grandeza, cuyo
significado se traduce entendiendo que la grandeza es igual a la unión de la inspiración, la
acción inmediata, la acción constante y la acción permanente (G=IAAA). Cada fase cuenta
con un conjunto de diagramas que le facilitan su comprensión e interiorización a través de
un viaje con el que nunca volverá a ser el mismo.
Cerca de concluir la travesía y llegando al fin de las enseñanzas de Alejandro,
Vitalij se enfrenta con una decisión en extremo difícil para él, pues para continuar con su
vida, entiende que debe dejar ir a su hijo y ordenar la desconexión. Su desconcierto pone en
riesgo todo el proceso, pero al final de la última sesión, reúne fuerzas para deshacerse por
completo de su egoísmo y librar al joven Nicolás de una larga y dolorosa lucha.
Al llegar al hospital encuentra a Adela junto al pequeño acariciando sus cabellos;
esto lo llena de cólera considerándola en exceso atrevida. Sin embargo, antes de expulsarla
y tener que arrepentirse de una irreparable equivocación, su hijo despierta. Ante esto, pierde
por completo la fuerza de sus piernas viéndose obligado a arrodillarse junto a él. Con
desenfreno y desbordante dicha besa sus manos mientras su hijo pregunta si pueden ser
nuevo una familia. Adela y Vitalij renuncian entonces a su pacto de tratarse como
desconocidos y se reconcilian como los esposos que eran antes del accidente, retornándole
a Nicolás el padre y la madre que necesita.
A las afueras del hospital Alejandro lo espera con una inexplicable certeza del
inesperado y bienaventurado desenlace, con tal paz que a pesar de ser incomprendida por
Vitalij es esperada en quien ahora considera como su maestro. Una gran pregunta le falta
por resolver, “¿quién soy?”. Finalmente, la respuesta llega de su interior; Vitalij consigue
entender que, al igual que un hotel, su vida es un ir y venir de personas y está compuesta
por lo que él es y entrega de sí y no por lo que tiene o por lo que es etiquetado, dando final
a esta historia luego de descubrir quién es: “El Anfitrión”.
1

Me encontré frente al espejo preguntándome cómo haría para que no me tildaren de loco,
20 minutos de ducha no bastaban para resolver la duda y solo cuando la piel parecía
llagarse por la temperatura del agua, me percaté del abuso y el absurdo. Estuve pensando
por horas condensadas en minutos, por el trascendentalismo y tanos otros delirios sobre
como ser más importante para la humanidad, sintiéndome más noble y a la vez ridículo por
reflexionar sobre todo esto desperdiciando el tiempo.
Ello sería hipócrita, pero me encontré hipócritamente satisfecho al concluir que la
nobleza y el sufrimiento no tienen que ser hermanas. La toalla secó la humedad como mi
reflexión secó la culpa de lo falso, pero no fue suficiente, pues, así como las fibras jamás
remueven por completo el agua y nos vestimos a sabiendas de estar aun un poco mojados,
del mismo modo revestí mi conciencia haciendo cuenta de una idealización que no era por
completo honesta. Dicho de otro modo, mi camisa revestía piel mojada y mis pensamientos
nobles excusaban una conciencia ignorada.
Tendría que ponerlo en orden, ¿la habitación o los argumentos? Dio igual, la ropa
estaba caída en rincones y difícilmente distinguí las prendas limpias de las sucias; acaso
ello imposibilitaba mi pretensión, pues entonces vislumbré que para ser aquello que
pretendía ser primero tendría que practicar la apropiada vida de pulcritud y orden que me
acompañó en edades tempranas, acogedoras, pero presas de un régimen de disciplina. Otra
idea justificante me abordó convenciéndome de que mis mejores filosofemas se han debido
a la degustación de lo cuestionable.
San Agustín, y muchos otros pasaron al estrado de mis inquietudes como testigos de
lo afortunada que fue su iluminación a causa de tiempos de conciencia clandestina. Me
desagradó que tan solo representantes religiosos hubieren participado de mi dilema. ¿Qué
había del resto de pensadores? Esta habitación pareció tomar vida y empezar a ejecutar un
teatro de lo sucedido en mi cabeza; lo digo porque finalmente obtuve una parte de la
respuesta cuando finalmente logré hallar el segundo calcetín.
No pretendía ser un santo, tampoco un iluminado, mucho menos un sabio, por lo
que no tendría que preocuparme ser un poco caótico; la diferencia con los santos y los
pensadores radica en que, aunque el pasado de ambos es cuestionable en lo que ha santidad
respecta, los pensadores por su parte no tienen un pasado o una renuncia, su ser no se parte
en dos historias, entre el “ser indigno” y “el digno”, solo siguen pensando pues esto no
tiene requisitos. Aún así, solo era una parte de la respuesta, pretendía ser algo más que un
pensador y un santo, no había remedio, me tildarían de loco.
Nunca puede faltar la desviación de los ataques, se me ocurrió poner los papeles, al
contrario, ¿y si eran los jueces los verdaderos locos? Ese es justo el problema, que las ideas
de grandeza solo son coherentes cuando sueñan con dinero en abundancia, pero a los
anhelos de nobleza y trascendentalismo incluso se les diagnostica y se tratan como delirios
¿Cuándo, una sociedad así, puede alcanzar la justicia y los ideales de los que todos
nombran como derechos? Resulta que el heroísmo, según los que nos rodean, está
reservado solo para cualquiera, que no conozcan y consideren inalcanzable.
Vaya lío, en seguida se me ocurrió que mi exposición no tendría que basarse en la
polémica autoproclamación que tenía pensada. Podría transmitir mi mensaje sin parecer
pretensioso. Por lo menos por aquel día se me había acabado el tiempo de reflexionar, una
vez con las llaves, la billetera y el móvil en el bolsillo, sentía que no quedaba más que
empezar la vida de la que deseaba huir.
2

El piso fue más frío que de costumbre, otra ducha me esperaba y las gotas de agua fría
salpicando cobre mis canillas me desagradaron tanto como mi pesimismo respecto a mis
objetivos. “Me tildaran de loco” pensé en otro día más que sin duda ya superaba los miles,
desde la primera vez que pensé en esta escalofriante discusión interna.
El debate comenzó sin ninguna diferencia, tomando como punto de inicio lo indigno
de mí, como evidencia del poco sentido que tenía autoproclamarme. Lo interesante de esto
era que los argumentos venideros siempre se expandían de forma irrepetible en diversos
temas que de cierta manera me emocionaban.
La última gota ascendió hasta mi muslo diciéndome cuan ridículo era por creerme
tal afirmación; si no era capaz de soportar tan minúsculo revés, mucho menos podría
demostrar a mis detractores que era quien decía ser. En seguida el agua fue más tibia y
también lo fueron mis nuevas ideas. Había descartado el hecho de no anunciar mi identidad,
sencillamente mi mensaje estaba ligado, por lo que las posibilidades de anunciarlo sin decir
de mí tan aterradora blasfemia, fueron anuladas.
No escatimé en el gasto de agua esta vez, cerré el caudal satisfecho, e incluso me
pareció que esta vez la toalla si me había secado por completo. Pero el desorden de la
habitación fue tan desafiante como en cualquier otro día, dispuesto a confrontarme con mis
ideas de nobleza. La pregunta fue fría y sincera ¿Te resistes a hacer lo importante por que
es más fácil convencer de ser que hacer?
De nuevo me invadió la angustia de otra batalla perdida, comparé la bruma de las
prendas dispersadas con mi incapacidad de conseguir la grandeza con la que anhelaba que
la humanidad un día me reconociere. Y cuan espantosa es la conmiseración cuando busca
cobardemente hacer del dolor autoinfligido una herramienta para contrarrestar la obligación
de aceptar que hemos perdido. Empecé a exagerar mis defectos, en una furia enceguecedora
por no encontrar contra respuesta; confirmando la pregunta, descubrí que es más fácil
convencer de ser que hacer, ya que si no decimos que somos muy buenos y por ello
estamos exentos, decimos que somos muy malos y por consiguiente incapaces, lo que al
final también nos deja exentos.
El tiempo se me pasó hasta que las llaves fueron el último artículo por meter en mi
bolsillo. Sin embargo, me detuve luego de encontrar arrepentimiento en la infantil actitud
previa. Aun había esperanza, pues la introspección fue más una pista por mostrarme los
puntos débiles que me podrían hacer caer en la contradicción cuando llegase el momento.
No lo había hecho bien aquel día y la única conclusión fue el descubrir mi
inmadurez, lo que entendí, como excepción al escepticismo que cargaba, como la
prevención por escoger un momento inadecuado para el anuncio. “Aún no es hora” dije en
voz alta en cuanto el peso de la llaves halaron el bolsillo izquierdo.
3

Llegó empapado hasta los tobillos aquella noche de abril; rostros así ya había visto con
anterioridad y te puedo asegurar que era de aquellos que difícilmente hacía amigos.
—Feliz noche, señor — lo abordé con amabilidad tras recibirlo en el vestíbulo.
Sobre mis brazos cayó su abrigo, tan helado como el saludo que jamás contestó;
naturalmente su categoría no estaba hecha para entablar conversación con un botones. Su
equipaje parecía el suficiente para un fin de semana, lo que duraría la convención de
emprendimiento a la que ya habían llegado otros cuantos.
—Tengo una reservación — dijo cortante en la recepción — Vitalij Mihalmovick.
Un nombre extraño para estas tierras, aunque su acento y aspecto no me parecieron
acordes; tenía pocos rasgos que rescataban su posible origen extranjero, uno de ellos era su
considerable estatura sumada a sus ojos miel claros que contrastaban con su tez bronceada.
Su dominio del español era lo suficientemente fluido para permitirme sacar mis
conclusiones.
—¿Ascendencia extranjera? — pregunté demostrándole mi perspicacia.
Jasmín llevaba pocas semanas atendiendo la recepción y como corresponde a
alguien nuevo que busca cuidar su puesto, abrió sus ojos aterrados que reprobaron mi
atrevimiento. El sujeto, al que no le cabía una gota más de agua, intentó mirarme por
encima de su hombro como seguramente solía hacer con los insolentes que intentaban
igualarse a su nivel; acto fallido gracias a los casi dos metros que me separan del suelo.
Su desprecio permaneció inmutable, por su aspecto parecía haber tenido un mal día.
Sin embargo, regresó resuelto sobre los formularios, extendidos oportunamente por Jasmín
como un intento de hacerle olvidar mi impertinencia. Ella y yo nos conocíamos desde hace
poco, pero habíamos entablado una amistad que parecía construida con años, de tal suerte
que leí en su expresión el mismo mensaje que arroja una madre a su hijo indiscreto ante las
visitas.
—¿Padres Ucranianos? — insistí tratando de averiguar su origen.
Jasmín suspiró resignada, le era imposible creer que me jugase el cuello de tal manera.
Permanecí viendo a nuestro visitante, de cabello mojado y despeinado, esperando su
respuesta, aumentando progresivamente la tensión, y aunque intentó ignorarme, decidió
contestar, no sin mostrar en sus labios tensos la profunda molestia.
—Eso no le incumbe —concedió.
—Lo sabía —celebré con descaro mientras veía como Jasmín consideraba
resguardarse bajo la recepción.
Con letra ligera, el nuevo huésped retornó los documentos humedecidos esperando
librarse de mí lo más rápido posible; incluso Jasmín no terminó de extenderle por completo
la llave cuando este ya estaba rapándosela. Sus sentidos no sirvieron para más que
ignorarnos y dudo que hubiere escuchado el protocolario mensaje de bienvenida que, a
pesar de su hostilidad, le fue expresado con dulzura; lo que más adoraba de mi colega.
Como era usual, me encargué de su equipaje, o al menos lo intenté antes de verme
bloqueado por su brazo, dejando muy clara su repulsión hacia el hecho que siquiera lo
tocase. El señor Mihalmovick exigió a alguien más, aunque su petición fue denegada a
causa de la escases de personal aquella noche. Como alternativa, Jasmín le prometió que yo
le ayudaría en completo silencio; indirecta que entendí como una advertencia y para no
dejar dudas demarcó una severa mirada con la que me obligó a acatar. Vitalij me observó
con evaluador desprecio, pensando tal vez que sería incapaz de algo tan simple.
—Seré una tumba — aseguré levantando mi mano derecha como el pequeño que
hace una promesa.
Sin dejarle más alternativa, ambos cruzamos el vestíbulo sometiéndonos a la
incómoda tensión que propone la espera del ascensor, a lo que se sumó posteriormente la
distancia que había hasta el piso 18. Mis pensamientos divagaron acerca del motivo de su
agotado y ajetreado aspecto. La tensión siguió en aumento y resolví centrarme más allá de
los muros de cristal, que nos encerraron en el incómodo móvil, permitiéndome escapar para
deleitarme con la belleza de tan magnifico hotel. Lámparas colgantes se suspendían
imponentes bañando los refulgentes pisos en los que resonaba el eco de cada paso. Nunca
me expliqué porque dentro de tanta decoración de exquisita elección, solía embelesarme
con los grabados en los balaustres de metal que salvaguardaban cada balcón con vista a la
sala principal de eventos.
Las puertas finalmente se abrieron dando fin a nuestro ascenso cuando apenas
empezaba a detallar tal belleza. Pero era apenas el principio de uno de los momentos que
más disfrutaba al dar la bienvenida a cada huésped nuevo; el señor Mihalmovick no escapó
de la usual reacción al quedar absorto en el sin igual estilo que vestía el pasillo.
—Irresistible ¿no cree? —comenté rompiendo la promesa que había hecho.
Ello no le disgustó; sus ojos se hallaron atrapados como los del observador que se
ha encontrado el más perfecto diamante. Y sin capacidad para entonar su voz, se limitó a
asentir con su cabeza, muy atento de no perderse ningún detalle. Perdido de toda
superioridad, se descubrió hablándome de los más lujosos hoteles en los que se había
hospedado alrededor del mundo, aceptando que en ninguno de ellos había descubierto la
sensación que este le despertaba.
—Lo sé — respondí animado —, es fabuloso.
De pronto recordó las categorías que debían separarnos; su expresión reveló
sorpresa de sí mismo por permitirse tal intercambio conmigo, aunque no lo culpé de su
olvido; sabía bien que el lugar, para el que trabajaba con orgullo, tenía la capacidad de
transformar el más frío corazón; cuyo poseedor parecía haber encontrado.
Mi despistado comportamiento dejó en el olvido la promesa, llevándome de nuevo a
la actitud del entusiasta chiquillo que presume su medalla. El enigmático huésped sacudió
de su rostro su desliz para sumergirse de nuevo en tal mirada que lograse advertirme del
peligro al que me aproximaba. Su entrecejo pareció más severo y tras no encontrar otro
fracaso ante mi inmutable e inmaduro ánimo, se relajó para dar paso a una mirada
desconcertada.
Me atrevo a pensar que en sus indagaciones resolvió haberse encontrado, tal vez,
con el sujeto más torpe a lo que a la inteligencia social respecta; pero su sonrisa se decidió
por aceptar una posibilidad más insólita relacionada con un singular carisma que, por lo
visto, jamás había conocido. Realmente, el motivo de mi descuidada forma de proteger la
subordinación tenía relación con un secreto que sin duda escapaba de su imaginación.
—No tiene caso —dijo luego de un prolongado silencio —, aunque sea irritante,
aplaudo su entusiasmo.
Acepté que no podía seguir tentando mi suerte, Vitalij demostró de pronto una
ligera amabilidad que solo puede ser visible cuando se aproxima una tormenta y aunque no
fuera de mi agrado, adopté la respetuosa e inferiorizada actitud que, de acuerdo a los
preceptos sociales, debí tener desde un principio. Me limité a asentir ante sus palabras y a
dar fin a dicha comedia. Llevé su equipaje a la suite esperando dejarlo tranquilo luego de
darle las indicaciones pertinentes para su instalación; sin embargo, nuestro encuentro
terminó antes de lo esperado.
—No se moleste —me detuvo antes de entrar en la habitación e interrumpiendo mi
objeción tomó su equipaje con cortesía —, me las arreglaré.
Comprendí que era inútil insistir, por lo que emprendí mi retorno luego de una
reverencia a la que siguió el simple sonido de la puerta. El ascensor llegó antes de
solicitarlo, evento que, en contra de la casualidad, tenía su explicación en el rostro
preocupado que se reveló más allá de las despaciosas puertas. Jasmín había presentido el
peor de los desastres viéndose forzada, por la angustia, a salir en mi búsqueda, y con sus
palmas elevadas y respiración entrecortada exigió una explicación por mi tardanza.
—Pensé lo peor. —aseguró al encontrar respuesta en mi tranquilo caminar —He
concluido que ciertamente no tienes idea de quién es el señor Mihalmovick.
Hubiese deseado actuar con más sinceridad, pero siempre he sido renuente a adular
los cargos y la vanidad, por lo que fingí no saber en lo absoluto a lo que se refería. Me
causó ternura el gentil modo como mi influenciable amiga se dispuso a explicarme;
cautivada por su convicción del valor de la posición social, me contó con creciente asombro
los incontables éxitos que le habían concedido, a nuestro huésped, fama mundial en el
mundo empresarial. Un lenguaje extraño para mí, me dejó muy en claro cómo estos eran
tiempos en los que los altos ejecutivos se habían transformado en una especie de
celebridades de la farándula, y ciertamente era el caso de Vitalij.
Revistas de economía y finanzas no dejaban escapar, en ninguno de sus números el
nombre, Nova Learning; empresa en la que nuestra estrella portaba el cargo de CEO; era
una expresión incomprensible para un anciano que en sus tiempos entendía al “dueño”
como el sujeto más importante de toda compañía, pero me obligué a ser flexible y no
reprochar una sola palabra de lo que Jasmín me narró.
Emprendedores y empresarios, nacionales y extranjeros, fueron parte de la décimo tercera
convención de emprendimiento que se realizaba cada tres años reuniendo a los hombres
más exitosos del momento para brindar sus secretos en el más importante evento del país, al
que sin embargo solo asistía un público selecto. El precio de la entrada se aproximaba a lo
que muchos apenas podían conseguir en un año de trabajo, lo cual me pareció exorbitante;
pero, como lo decía el eslogan que hacía meses cubría hasta el último rincón de la ciudad,
“Si has hecho todo para estar aquí, te falta muy poco para ser parte de nosotros”, supuse
que realmente se trataba de una experiencia reveladora que cambiaría las finanzas de todo
el que se hubiere esforzado por asistir.
En aquella edición, nuestro hotel recibió el privilegio de ser la sucursal del evento, y
por el bien del mismo esperé que los asistentes llegasen a sentir satisfactoria su inversión.
Las cosas parecían haber empezado muy bien, los aplausos se desplegaron ante lo que
pareció el más motivador discurso de bienvenida, a cargo de nuestro singular huésped,
quien era invitado especial, haciendo de esta versión la más importante que en años se
hubiera realizado. Puedo asegurar que una gran parte de los inscritos fue persuadida por
esta legendaria excepción; una ocasión que me pareció semejante a tener la oportunidad de
asistir en primera fila a un concierto de The Beatles o de Elvis Presley, en sus épocas de
gloria.
Con el inicio del evento empezaba la faena para otro departamento del hotel cuyo
personal se había preparado como la primera fila del más disciplinado ejército. Por suerte
para Jasmín y yo había terminado, dejándonos extenuados. Faltando al protocolo,
aprovechamos el lobby desierto para arrojarnos en el diván más cómodo del lugar.
Descansamos durante largos minutos hasta que de pronto el absoluto silencio,
apenas quebrantado por seriales y lejanos aplausos, dejó a mi colega escuchar la pésima
idea que rondaba mi cabeza. Sin decir palabra, y sintiéndome descubierto, cruzamos
nuestras miradas; la de ella se debatía entre la incredulidad y la reprobación, mientras que
la mía se tornó suplicante, aunque debo confesar que tenía aquella determinación del bribón
que es advertido antes cometer su delito.
—No te atrevas —exclamó con voz amenazante —, tenemos prohibida la entrada —
pero no encontró más que una irrevocable sonrisa, propia de quien no tiene quién lo
detenga —. Si el supervisor te descubre te mandará directo a la calle.
Jasmín encontró su amenaza poco efectiva y como acto de piedad ante su angustia
me aventuré a mi descabellado plan tan rápido como el que no da espera al retornar un
hombro dislocado a su lugar. Con la disminución de la distancia, los vítores se hicieron más
estrepitosos, dejándome muy en claro que Vitalij Mihalmovick era en términos coloquiales,
un rock-star empresarial.
Infiltrarme en el auditorio no fue difícil; los aplausos se hicieron tan seguidos que
pude predecir cuándo vendría la próxima ola, que me sirvió de oportunidad para disimular
el rechinar de la gigantesca puerta. Aunque uno de los guardias me observó directamente,
su entusiasmo le dio una expresión que pareció invitarme a no perderme esta oportunidad
de conocer secretos que, sin lugar a dudas eran inaccesibles para todos nosotros.
—Este es un tipo increíble —comentó en tono alto luego de reconocerme —juro que
después de esto intentaré abrir mi propio negocio, no pienso ser guardia toda mi vida.
—Me alegra escuchar eso —contesté con sinceridad, aunque sentí que mi voz se
perdió en el ruido.
—Sin embargo —continuó —, es un empleo con el que estoy profundamente
agradecido y al que siempre le guardaré cariño.
Tras asentir, el guardia se volvió sobre su pequeña libreta en la que anotaba con
juicio cada magnífico consejo que Vitalij explicaba con maestría. Era sin duda un tipo con
vasta experiencia, de aquella que solo le pertenece al que ha tenido que aprender con
fuertes fracasos, pero que los ha sabido aprovechar con genialidad. Sus palabras me
invadieron de una profunda nostalgia al obligarme a recordar el emocionante camino con el
que me había abierto paso. Otras cuantas técnicas financieras me tomaron por sorpresa, y
por supuesto las memoricé para aplicarlas en mis asuntos personales; con el paso de los
minutos, no me cupo duda de lo consecuente que era el valor de la entrada con el contenido
de un evento muy bien organizado que apenas empezaba; aunque tal vez mi percepción se
viera distorsionada por el hecho de haberme colado.
La exposición termino en medio de un público absorto en el clamor. Jasmín se
apresuró a sacarme, pero tal como se lo temía me encontró completamente resuelto en
agrandar el problema; cualquiera supondría, en su sentido común que sería uno de los
primeros en abandonar el auditorio, pero si esta historia se tratase de un cualquiera no
valdría la pena contar cualquier historia. Para desconsuelo de mi estimada colega, yo ya me
encontraba a medio camino hacia el escenario, decidido a estrechar la mano de tan
magnifico expositor.
—¡Grandioso amigo mío! – Exclamé a su espalda, posando mi mano con
fraternidad sobre su hombro derecho, a lo que tan solo respondió dándose la vuelva rápido
y fastidiado. —Simplemente magistral —agregué sin prestar atención a los guardias que
había llamado. Mi impertinencia parecía no tener límites y de acuerdo con ello pregunté —
¿No cree que es información muy detallada?

—Eso no le incumbe —contestó.


—No me lo tome a mal, no dudo que sus métodos sean posiblemente respetados en
prestigiosas facultades —Permanecí algunos segundos pensado bien lo que diría, pero no
encontré forma amable de hacerlo. —Sin embargo, diría que le faltan cosas esenciales. Su
mirada desbordo furia y sus palabras se descargaron contra un atrevido botones que parecía
tener la intención de dar lecciones a un exitoso empresario.
—Qué idea puede tener un tipo de su calaña para venir a darme consejo; empezando
por el simple hecho de suponer que usted evidentemente no debería estar aquí, aunque
pensándolo bien intente usted aprovechar lo que ha aprendió en mi conferencia ya que el
costo que otros pagaron usted nunca lo hubiere podido cubrir. Espero le sea útil pues esta
misma noche me encargare de su despido inmediato.
En seguida nos dirigimos a la salida con el señor Miahalmovick liderando la marcha
y un incómodo y dócil guardia tomándome por el brazo como cualquier alma buena lo haría
con un anciano. Más allá de la puerta escuché el rápido taconear de quien teme ser
descubierto, o, mejor dicho, descubierta husmeando; Jasmín arregló su fleco con sutileza e
intento disimular su agitada respiración.
—Quiero habar con el gerente —Exigió Vitalij sin preámbulos. Insegura de su
respuesta, mi asustadiza amiga balbuceó temiendo comprometerme gravemente.
—Lo siento, señor —contestó al fin. —comprenderá que este no es su horario —
mintió ella.
—Dudo que se ausente como anfitrión de un evento como este —reprendió —le
aseguro que me encargare de encontrarlo, aunque usted desee encubrir a su colega; no
serían una si no dos personas despedidas —Ella permaneció en silencio dispuesta a
sacrificar su puesto —no lo pediré de nuevo —amenazó agresivo.
Ella me observó conforme y leal, sin importarle las consecuencias. En el instante
más extremo de la espera le arrojé una severa mirada que no permitiría su sacrificio,
exigiéndole sin palabras llamar al señor Sáenz, el gerente. Ella se negó repetidas veces
hasta verse impotente ante mi matiz, lo suficientemente estricto como para sorprender
incluso al señor Mihalmovick. Contrariada, aunque siempre leal, marcó la extensión y tras
terminar una corta conversación expresó la razón a nuestro huésped; el desprecio no estuvo
oculto en su voz, pero ella intentó ceñirse a los protocolos obligatorios. En cierto momento
lamenté haberla arrastrado a esa desagradable experiencia, ante la cual intentó resistirse a
una inocultable lágrima furtiva.
—El señor Sáenz vendrá en unos minutos —informó Jasmín —Se encuentra en una
importante llamada y le solicita aceptar una bebida del bar por cuenta de la casa.
—Allí lo veré — respondió sin más.
Enseguida se retiró no sin antes observarme como un verdugo que no se compadece por la
suerte del sentenciado. Mi mirada gentil terminó por cambiar su expresión a la de un
confundido o incluso atemorizado huésped que teme haber dado con un demente. El
intercambio tan solo duró pocos segundos antes de seguir con su camino.
Arrojé entonces otra silenciosa mirada a mi querida amiga quien de nuevo descubrió
que se me aproximaba otra mala idea. No me percaté de la travesura dibujada en mi rostro,
ante la que ella respondió suplicante “Ya ha sido más que suficiente”, escuché en sus
pensamientos. Pero sin dar solución a mi obstinación, optó por darse vuelta intentando no
involucrarse en la tempestad que estaba a punto de causar. A pesar de sus reproches, me
resultó simpático descubrir que en lo profundo y de cierta manera ambos sacábamos algo
de diversión de todo esto.
Juro que no lo hacía a propósito y lo que menos deseaba era echar a perder la noche
de uno de nuestros huéspedes, fue en este punto en el que lo que parecía un simple
hostigamiento se debatió con un escondido motivo con el que pretendía cambiar su vida, o
al menos intentarlo. Con ello en mente, me encaminé al bar, muy seguro de no salir ileso,
para encontrar a Vitalij con sus codos reposando sobre el extenso mesón en el que reposaba
un whisky capaz de matar sus demonios. Él no se molestó por identificar al tipo que se
acababa de sentar junto a él, pues como corresponde a cualquier mente racional, no se le
pasó por la cabeza que se tratase de mí. De esta forma duramos en silencio, quizás, varios
minutos hasta que aclaré mi garganta. La ira se vio víctima de la incredulidad sintiéndose
desafiada sobre cual se quedaría con el control de su rostro; y perdido este concurso,
traslado su carga hasta su mano derecha, que descargó su fuerza contra el mesón del bar.
—¿Qué desea de mí? —vociferó desesperado, yo no contesté y con tranquilidad
continué observando la destilería. —¿Quiere dinero? Dígame cuanto quiere con tal de
deshacerme de usted. —su respiración empezó a sonar agitada —Solo dígame qué quiere.
—Un trago estaría bien —respondí con descaro. Él accedió sin objeción y, en
cuanto el barman terminó con su trabajo, Vitalij se retiró tan lejos como el recinto se lo
permitió.
Pocos segundos transcurrieron para sumergirse en su móvil y recuperar el aliento.
Imaginé las incontables obligaciones de las que estos aparatos hacen víctima a esta nueva
generación de empresarios, totalmente incapaces de escapar al mundo que quieren vivir,
por el que trabajan para vivir una vida que al final del día, olvidan vivir.
Encontré un cómplice en la sonrisa pícara del barman, curioso por saber en qué
terminaría mi sigilo, caminando de puntillas rumbo al señor Mihalmovick. Como me lo
temí, me fue difícil saber si mi mano se había apoyado sobre su hombro antes o después de
ser el objetivo de un puño izquierdo que se dirigió a toda velocidad contra mi rostro. En
aquel momento me pregunté si aún tenía la fuerza para soportar algo semejante; mis pies se
clavaron en el suelo tanto como pudieron y creo haber puesto una inútil mueca adelantada
al dolor que sentiría, y digo inútil gracias a la oportuna presencia del gerente cuya voz sonó
lo suficientemente alto como para detener el inminente proyectil.
—¿Qué está sucediendo? —intervino alarmado el señor Sáenz, Vitalij caminó
rumbo a él con absoluta determinación.
—Juro que acabaré con el prestigio de este hotel si no saca a este demente de aquí
ahora mismo. —En medio de gritos y gestos desaforados, lo puso al tanto de lo sucedido, y
aunque no reparó en la ausente sorpresa por parte del gerente, no hizo caso omiso a la
sospechosa y calmada reacción del mismo, como si ya tuviere alguna práctica al respecto.
—No sé cómo lo han hecho hasta ahora —continuó —pero un hotel de tan alta categoría no
puede permitirse contratar sujetos tan ineptos, exijo su despido inmediato. —Desahogarse
le fue útil para calmar sus ánimos, y sin saber qué evidencias más entregar agregó —¡Ah!
Por si fuera poco, me vi obligado a invitarle un trago como mecanismo de chantaje.
Los primeros 5 segundos transcurrieron en un silencio que Vitalij interpretó como la
búsqueda de un jefe indignado que pensaría detenidamente en la represalia más severa que
se le pudiere ocurrir, los siguientes 10 segundos le causaron por el contrario un mal
presentimiento y cuando la espera superó el medio minuto, tan solo concluyó enfrentarse
ante un gerente descaracterizado incapaz de despedir al empleado más inútil.
—¿Qué espera? —cuestionó impaciente —sáquelo ahora mismo.
—Verá… —titubeó el señor Sáenz causando una expresión de sorpresa que no
cubrió únicamente el rostro de Vitalij sino además el de todos los colegas que intentaban
chismorrear sin verse demasiado interesados en la situación. —Por favor acompáñenme —
el enfurecido huésped ignoró la petición.
—Alguien recogerá mis cosas mañana. —comentó indiferente —Me marcho. —
Con paso presto, se encaminó hacia la salida sin darle tiempo a Jasmín de escapar y
disimular de nuevo su indiscreción al husmear. No podía dejar ir a este sujeto, pero pensé
que cualquier objeción me pondría en evidencia.
—Su vida está a punto de cambiar —fue lo mejor que se me ocurrió decir, y tras
verlo de regreso concluí que fue la peor elección de palabras.
—¿Acaso es un tipo de amenaza? —preguntó desafiante y muy cerca de mi rostro.
—Si nos acompaña —intervino el gerente atravesándose entre los dos —se lo
agradecería sinceramente. Puede estar seguro que he atendido sus solicitudes, pero sabrá
que estas eventualidades no puedo manejarlas de esta forma; ya bastante hemos
incomodado al resto de nuestros huéspedes —su brillante y espontáneo argumento fue
suficiente para persuadirlo, aunque no terminaba de agradarle la situación. Para facilitar las
cosas, decidí adelantarme a la oficina dejando en manos del señor Sáenz su exquisito don
para relacionar con todo tipo de personas.
Llevé conmigo aquel bourbon que Vitalij gentilmente me había invitado, a lo que
las miradas reaccionaron reprobatorias. No dejaría que se desperdiciara, aunque realmente
no lo quería para mí, sino para mi alterada amiga quien de seguro le sacaría más provecho;
debo añadir que mis ojos se pasmaron atónitos al verla reducir el licor como si se tratase de
un vaso con agua. Era para ella uno de aquellos días en el que los eventos inoportunos se
suceden uno tras otro; ya me había adelantado lo suficiente como para perderla de vista,
pero mis oídos estuvieron atentos al acceso de toz que la inundó en cuanto el gerente la
descubrió bebiendo la última gota.
Augusto, como solía llamar en confianza al señor Sáenz, llegó a la oficina sin su
acompañante, quien, según me explicó, se retiró a su habitación para poner en regla algunos
asuntos, prometiendo que en pocos minutos le alcanzaría. Más que perfecto pues me daba
el tiempo suficiente para cambiarme y hacer de mí una presentación más formal. Como
hombre de palabra, la espera no superó ni 5 minutos; más allá de las pesadas puertas, entró
nuestro indignado huésped dispuesto a hacer lo necesario para ponerme en la calle.
A la cabeza del imponente escritorio, extendí mis brazos como quien da la
bienvenida al más honorable invitado. Pude descubrir el pánico en sus ojos, de seguro para
él, yo había dejado de ser un inepto, encontrando la palabra “desquiciado” más apropiada
para describirme. No puedo culparlo, pocos minutos atrás no era más que un insolente
botones y ahora lo recibía como si fuere el señor de aquel palacio. El señor Sáenz se
apresuró a explicarle previniendo en nuestro invitado un indiscutible colapso.
—Verá, señor Vitalij —lo abordó con cuidado —, el señor Irisarri es mi superior, no
puedo despedirlo.
—¿De qué va todo esto? —cuestionó furioso —¿Estoy siendo objeto de una broma?
Más les vale darme una explicación satisfactoria.
—En lo absoluto señor, no es una broma —los ojos de Augusto me buscaron
suplicantes. Con un trago en la mano, me acerqué para tranquilizar al señor Mihalmovick
invitándolo a tomar asiento; lo que acató casi como si fuere una orden tratando de prevenir,
tal vez que mi “locura” se tornase en su contra. Lamentablemente me había convertido para
él en una especie de perro rabioso, de aquellos ante los que el más mínimo movimiento
puede desencadenar en consecuencia desastrosas.
—Respire hondo —sugerí —mi explicación no será satisfactoria, pero por completo
pertinente, se lo prometo. —Vitalij entrecerró su mirada. —Verá, para no dar rodeos
empezaré por confesar que soy el dueño de la cadena de hoteles Alcmena.
Tal vez hubiere sido a causa del estrépito de la autopista a las afueras del hotel o de
su propia negativa a aceptar lo que había escuchado, Vitalij sacudió su cabeza para aclarar
sus sentidos, aunque aquello solo le sirvió para escuchar con mayor claridad lo que se
resistía a creer. Augusto nos dejó a solas luego de reverenciar indicándole que me haría
cargo. Explicar toda esta locura no sería en lo absoluto sencillo.
—Lo ha escuchado bien —repetí —soy el ¿Cómo lo llaman ustedes? CEO, o
dejémonos de tonterías, soy el dueño, no puede ser más claro.
—No me lo creo —contestó Vitalij luego de unos segundos en shock —¿Me viene a
decir que el dueño se pavonea por los pasillos como un simple botones? —en seguida dio
un sorbo profundo a su bebida.
—Oh no, se equivoca —entonces aguardó por lo que supuso debía ser una mejor
explicación, sin embargo, mi aclaración solo incrementó su confusión. —Verá, no solo soy
botones, a veces también soy mesero, conserje o asistente de servicios generales.
—¡Servicios generales! —repitió en tono alto —no tengo nada que hacer aquí, me
largo, sin duda debe ser usted algún tipo de bizarro sociópata.
Nunca había presenciado los estragos que puede causar un exceso de presión sobre
un hombre, hasta aquel día. Su caída fue tan rápida como su intento por ponerse en pie, su
velada había terminado; por supuesto, no sin antes asegurarme de su estado de salud en
compañía de un amable huésped que aceptó prestar sus servicios como médico.
Los rayos golpearon sus ojos al día siguiente, se incorporó desorientado y con el
mismo rostro que pueda resultar de una resaca. Su jaqueca empeoró en cuanto me
descubrió en el sillón del frente mirándole dormir; pero el fuerte aroma a café emergió
como su único aliado encontrando en muchas horas lo único bueno que hasta entonces le
sucedía. Su taza se hallaba justo en frente, caliente y cargada como corresponde a un
empresario de su talla, y por si no fuera suficiente, la más carismática mujer apareció de la
nada portando una bandeja que encontró su destino en la mesa de mármol junto al café de
mi invitado.
—Coma —le ordené sonriente —Adela es la mejor.
—Eres muy dulce —respondió ella con aquel acento del caribe —esperemos a ver
qué opina tu amigo.
En cuanto a si era o no el dueño del hotel, ya no le quedaban dudas. Pero Vitalij aún
me creía capaz de envenenarlo, o cuando menos fue lo que me hizo pensar por el modo
como se quedó mirando la comida. Adela no se molestó, simplemente tomó asiento a mi
lado, sobre el brazo derecho de mi sillón, y esperó hasta presenciar el primer bocado.
—Parece que no le gustó —comentó luego de una larga espera.
—Coma —insistí —si quisiere hacerle daño lo hubiera hecho durante la noche.
Ello le pareció lógico, y a su estómago oportuno pues su rugir ya se había hecho
evidente; algo me decía que en mucho tiempo no había desayunado con nada más que un
whisky. El primer bocado desplegó una experiencia que bordeó percepciones casi obscenas,
sin duda solo dos placeres pueden ser tan similares. El más imperceptible músculo se
contrajo en su firme mandíbula, deleitando el orgullo de Adela.
—No me avergüenza decirlo —anunció ella —No has probado unos benedictinos
iguales.
Además de su belleza tropical, tenía gran confianza en su talento, aunque su más
exquisita cualidad era que lo profesaba con un amor excepcional. A pesar de su apariencia
despreocupada, playera rosa y jeans desgastados, Vitalij comía el platillo de una auténtica
celebridad en su medio; Adela había dejado hacia poco su puesto en uno de los,
mundialmente famosos, restaurantes parisinos para retornar a su amada Colombia he iniciar
su propio proyecto.
Capturé una fugaz mirada que Vitalij dejó escapar y con la cual removió su rostro
amargado para analizar con más detalle los trazos simétricos que contorneaban la atractiva
figura de mi chef. Tras percatarse de mi pericia y una expresión pícara, se retornó sobre su
plato antes de que lo dejase en evidencia. El último bocado lo acompañó con la merecida
satisfacción dejando en su autora la emoción de quien parece tener éxito por primera vez,
aunque ella ya sumare miles. Lejos de cualquier aderezo, estoy seguro que este ingrediente
era el más secreto y especial en cada nueva receta.
—¿Sabe cuanta información le dará internet si teclea “Adela Osorio”? —pregunté
muy orgulloso. Ella me lanzó un guiño mientras recogía los trastes; mi invitado tampoco se
quedó sin su parte, aunque en su caso, sobre aquel guiño cabalgó algún gramo de
coquetería. Vitalij se le quedó mirando mientras se perdía más allá del corredor. —Veo que
se encuentra mejor.
—Verá —comentó denotando una evidente recuperación, no solo de su estado de
salud, sino también de su temperamento—, agradezco sus atenciones y, dado que no llego a
entender de que va todo esto, lo mejor será que me marche y hagamos cuenta como si nada
hubiere sucedido.
—Oh no, ello no puede ser —repliqué —le he causado mucho malestar y siento que
aún estoy en deuda con usted, así que permítame retribuirle.
—No se moleste —refutó, en seguida le interrumpí.
—No acepto un no —mencioné con exagerada autoridad; él guardó silencio tal vez
intimidado, o posiblemente atónito. —Le explicaré; mientras usted dormía, me tomé el
trabajo de preparar una visita. No olvide que ayer le prometí que su vida estaría a punto de
cambiar.
—De nuevo con eso —exclamó molesto. —No necesito nada de usted.
—No lo dudo, pero soy un tipo de palabra. Le propongo lo siguiente —sugerí —
simplemente acompáñeme, le prometo que no tardaremos y luego lo trasladaré a donde
usted guste.
Lo persuadí de tal forma que no tuviera dudas de que la única manera de librarse de
mí sería accediendo. Luego de pensarlo detenidamente, aceptó. Adela regresó de su
santuario para despedirnos; era ella la persona más original al respecto, decidida a guardar
en su memoria cada encuentro como si fuera el último. Desafortunadamente ello lo había
aprendido de la mala manera, y desde entonces se prometió hacer de cada despedida un
tiempo lo suficientemente especial como para persistir en nuestra memoria hasta el
próximo. Con mis mejillas entre sus manos, besó mi frente para encomendarme enseguida a
tantos santos como sus ancestros conocieren; el señor Mihalmovick intentó hacer caso
omiso de ello, sintiendo tal vez vergüenza ajena, hasta quedar frio como una estatua al
encontrarse de improvisto entre sus manos, ahora era su turno.
Con el rabillo de su ojo me observó por primera vez como un aliado mientras su
ruborizado rostro me imploró que le quitase de las manos de tan carismática mujer. No
podía hacer nada al respecto, Adela no tuvo reparos en tratarle con el afecto de quien se
conoce de hace muchos años, aunque tan solo hubieren pasado minutos. El beso, por el
contrario, fue distinto, no solamente en el lugar sino en el sentir, sus gruesos labios se
posaron delicadamente sobre su mejilla y descansaron más de lo que suele esperar el
corazón antes de agitarse.
—Cuídalo —agregó ella —, Alejandro es como un padre para mí. —Con cuanta
docilidad asintió casi hipnotizado.
Camino al ascensor, permanecí en silencio, permitiéndole sumergirse de nuevo en la
belleza de los pasillos hasta que un nostálgico suspiro escapó de mi orgullo; aunque él
intentó ignorarme, una inquietante curiosidad lo abordó. Era lógico que no se atreviese a
entablar conversación alguna; hasta el momento yo seguía siendo alguien de quien
cuidarse. El ascensor se abrió.
—Ha pasado mucho —mencioné tomando la iniciativa, el silencio persistió —más
de 40 años desde que lo fundé —en seguida me observó cuestionando lo que le pareció
imposible.
—Aguarde un momento —respondió con un tono cuya incredulidad puso en juicio,
incluso, mi posición como propietario. —eso no puede ser, usted apenas será media década
mayor que yo, que tengo tan solo un año más de lo que, según dice, tiene este hotel.
—No persuada mi vanidad —dije en broma — la próxima semana conquistaré 69
inviernos —me pregunto si la sorpresa en su rostro se debió a mi respuesta o al helicóptero
que aterrizó sobre la azotea al final del pasillo. Augusto, mi fiel gerente ya aguardaba muy
atento a mi recomendación de cuidar de nuestro invitado. Nuestra charla continuó en el
interior del aparato.
—Creí que nos trasladaríamos por tierra —mencionó, a lo que el señor Sáenz
sonrió.
—Mientras esté junto al señor Irisarri considérelo un crío con licencia para ser
adulto. Pero no se confunda, ello solo al tratarse de disfrutar de la vida, pues en lo que
respecta a los negocios y filosofía, le aseguro que, en el personal, no podré igualarle en 20
vidas.
—Son palabras muy generosas —repliqué.
—En lo absoluto señor.
—Vamos, es la centésima vez que te pido que no me digas “señor” —mi ridícula
imitación avergonzó a Vitalij, quien no dudo en dar la razón a Augusto respecto a lo del
“niño con licencia para ser adulto”. El tema de la edad siguió rondándole.
—Como hombre de confianza —interrogó a Augusto —supongo que sabe mucho
del señor Irisarri.
—Otro con eso, solo Alejandro. —exigí, ellos no hicieron caso.
—Veo que ya alardeó sobre sus trucos de juventud —observó Augusto —, es
totalmente cierto, aunque parezca difícil de creer.
—¿Trucos de juventud? —increpó Vitalij, quien hasta entonces dejó la indiferencia
para dar paso a una vanidosa curiosidad convirtiendo aquel helicóptero en una sala de
belleza con cabida solo para damas arrogantes.
Machistas y avergonzados, cerramos la boca escépticos a aceptar una egóica
feminidad que hasta entonces y en secreto nos abordó eliminando los límites demarcados
por la indiferencia. Nuestras miradas se entrecruzaron buscando algún tipo de pacto que
solo permanecería entre nosotros; al mismo se sumó nuestro piloto quien no tuvo reparos en
tratar de descubrir de una vez mis secretos; no había arreglo, de pronto estuvimos inmersos
en carcajadas que no daban crédito a aquel salón de belleza volador.

Capítulo 1

Habitación 1803

Lilian, mi amada esposa, esperaba con reprobación en el helipuerto, aunque siempre jovial.
Su carácter fuerte era el interrogante por el que muchos se preguntaban como lograba
soportar de mí aquellos arrebatos infantiles de los que me es imposible deshacerme. Su
respuesta puede ser motivada por su tolerancia o cuan mejor para mí, por una autentica
convicción; sin que ello importe, suele decir que es más elevado el espíritu de quien
envejece para regresar.
Después de tantos años, los besos llevan consigo mensajes y por la ternura del que
me correspondió entonces, concluí que estaba en problemas. No sin antes saludar a nuestro
siempre leal Augusto, se encargó de mi falta. Tenía por completo prohibido aterrizar en
aquel edificio, pero, como solía decir en cada ocasión, aquella era una excepcional.
—Cielo… —cuestionó dejando el sermón al entendimiento.
En seguida se percató de Vitalij, adhiriendo una escalofriante mirada que advertía
dejar en suspenso nuestra conversación. Por lo pronto, era menester dar la bienvenida a tan
esperado invitado, a quien abrazó con tal afecto que en el resplandor de sus ojos rescató los
recuerdos de una madre que en la distancia inmaterial continuaba amándole. Aunque nunca
tuvimos hijos, Lilian solía proporcionar a las almas más especiales el confort materno. De
nuevo regresó sobre nuestro asunto pendiente, acompañados por la sorna de Augusto quien
se divertía de verme reducido a una reprimenda, escena que no tenía provecho disfrutarla
en soledad por lo que se molestó en explicar a Vitalij lo sucedido.
—¿Qué tiene de malo? —repliqué.
—Sabes que el helipuerto está reservado para los trasplantes del hospital, ya es la
quinta vez.
—Lo sé —respondí —pero solo serán unos minutos.
—Asegúrate de que no sucederá de nuevo —yo suspiré inconforme —. Amor, sabes
que es mejor prevenir.

También podría gustarte