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Universidad de La Habana
Quizás uno de los artículos de La Edad de Oro -la revista publicada por José Martí en
Nueva York, en 1889, para los niños de Nuestra América- que más dudas e interrogantes
ha suscitado en torno a su objetivo, función, posible lector y logro, sobre todo entre aque-
llos preocupados por extraer pautas en relación con la literatura destinada a los niños, ha
sido "La Ilíada, de José Martí". Hay quienes, al entenderlo como un resumen, se preguntan
si es apropiado ofiecer a los niños una adaptación de una obra maestra; a otros les parece
que el niño no puede ser su destinatario inmediato, sino los padres, a fm de que estos com-
prendan la conveniencia de propiciar a sus hijos la lectura de la obra; no falta quien se ex-
trañe de la propia selección y su carácter único en el conjunto; sin obviar el reparo que ha-
ce explícito Herminio Almendros de que "quizás el haber tenido que hacer el resumen en
tan poco espacio haya perjudicado el relato, que resulta así demasiado complejo y confuso,
a pesar de la gran soltura y la gracia con que lo construye ~ a r t í " ' .
Por supuesto, no han faltado los juicios laudatorios y las opiniones que revelan con de-
licada sensibilidad la comprensión del propósito martiano. Así Fina García Marruz, entre
otros, apunta cómo el autor habla de la Iliada de manera que "el niño pudiera perderle el
miedo y jugar de nuevo con el casco de ~éctor"', al tiempo que resalta en la revista en su
conjunto: "la breve imagen del mundo que quiere dar a los niños", a través de la presencia
de "lo pintoresco y lo heroico, la miniatura y la epopeya, lo griego y lo americano, los ta-
lleres y las fábulas, la historia de Meñique y la de los tres héroes de la emancipación de la
~mérica"~. Pero posiblemente quien más nos ayude a encontrar una respuesta certera,
emanada del deseo sincero de mejor servir a los niños, es el propio José Martí.
Anuncia el autor, en la presentación de la revista, como uno de sus objetivos, "que el
niño conozca los libros famosos donde se cuentan las batallas y las religiones de los pue-
blos antiguosn4. Palabras que si asociamos con aquellas que escribiera en sus apuntes en
fecha no lejana a la publicación de La Edad de Oro, al evocar su lectura de un poema de
Byron a los trece años: "Viví unos días en pleno paraíso: me parecía que bebí - como me
ha parecido luego leyendo a Homero y el Schab-Nameb y el Popol-Vuh - la leche de la vi-
da" (T.22, p. 285), nos hacen vislumbrar un plan concreto en este sentido, al tiempo que
nos acercan al porqué del artículo "La Ilíada, de Homero", primero y único de su tipo en
los cuatro ejemplares a los cuales se vio reducida la empresa iniciada por José Martí con
**
Sobre la opinión que a Marti le merecían las distintas traducciones de Hornero, véase la comunicación de P.
HUALDE Pascual, "Valoración de las traducciones de Hornero en los siglos XlX y XX en España e Iberoamérica:
De Hermosilla A Leconte De Lisle", incluida en estas Actas [n. de las editoras].
aunque la guerra alcanza mayor predicamento, las escenas de combate propenden a una
mejor comprensión de la situación y sirven para enmarcar adecuadamente el comporta-
miento de los héroes, en especial de aquellas figuras portadoras de la acción y del tema.
Con el vigor que le confiere a la narración el uso del presente hasta la muerte de Héc-
tor, así como el empleo de recursos propios de la técnica épica a la manera peculiar de
Homero, la rememoración de los pasajes del poema no suplanta, sino recrea, el mundo de
la obra de modo tal que al terminar el recuento, en pasagón con el final homérico: "Así
acaba la Ilíada, y el cuento de la cólera de Aquiles", el lector no vacila en la búsqueda de
libro tan prometedor.
Una vez más se c o b a el peculiar modo de enseñar que advirtiera Gutiérrez Nájera
al saludar la edición de la revista, y así, aunque el artículo bsilla por su fluidez y manera de
decir, donde más que un plan el autor parece pasar de una idea a otsa por simple asocia-
ción, no hay palabra ni parte fuera de lugar y propósito. La fosma en que se desassolla el
artículo, claramente estsucturado en tres partes diferenciadas, modelo indudable para cual-
quier csítico que tenga como divisa incitar a la lectura y d i s h t e de la obra literaria, recuer-
da el proyecto que Martí anotara en sus apuntes y al que nunca pudiera dar cima, con esta
única excepción: "Y por qué no había yo de publicar, con mi propio modo de ver y len-
guaje - una especie de discursos, en pequeños libros sobre cada uno de los clásicos? En el
comentario, suavemente y sin causar fatiga, el argumento" 0. 18, p. 283).
Parte o no de un proyecto mayor en relación con los clásicos, no cabe duda, sin embar-
go, que Martí no olvida nunca a su joven lector: desde la elección de aspectos que resalta
en la obra, su organización, el lenguaje que utiliza hasta detalles cono el uso de los nom-
bres romanos, más usuales en la época.
Pero quizás la mayor prueba nos la brinda "La última página" de la revista, en la cual
Martí revisa con los niños lo aportado por cada una de las treinta y dos que componen el
número inicial de La Edad de Oro. Los niños podrán llegar a ser hábiles como Meñique y
valientes como Bolívar, pero no poetas a la usanza homésica. Las funciones de la poesía
serán semejantes, pero los nuevos tiempos plantean nuevas exigencias:
"Porque estos tiempos no son como los de antes, y los aedos de ahora no han de
cantar guerras bárbaras de pueblo con pueblo para ver cuál puede más, ni peleas de
hombre con hombre para ver quién es más fuerte: lo que ha de hacer el poeta de
ahora es aconsejas a los hombres que se quieran bien y pintas todo lo hermoso del
mundo, de manera que se vea en los versos como si estuviera pintado en colores, y
castigar con la poesía, como con un látigo, a los que quieran quitar a los hombres su
libertad, o roben con leyes pícaras el dinero de los pueblos, o quieran que los hom-
bres de su país les obedezcan como ovejas y les laman la mano como perros."
Los niños lectores de La Edad de Oro deben prepararse pasa dar respuesta adecuada a
sus circunstancias. Es bueno conocer el pasado, ser fuertes y querer emular con los hom-
bres antiguos, pero no hay que olvidar que "la tierra ha vivido más" y nuevos valores se
han abierto paso, valores que ya se perfilaban en la propia Antigüedad, pues quien logró la
victosia sobre los troyanos fue Ulises, "que era el hombre de ingenio, y ponía en paz a los
envidiosos, y pensaba pronto, lo que no les ocussía a los demás."
Como hombre de su época, lo griego entusiasma a Martí, pero no hay en él una acepta-
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ción acrítica, sino una comprensión personal que le permite romper convenciones y favo-
recer criterios que luego se generalizarían; pero sobre todo se aparta de quienes prendados
del pasado, no buscan "el secreto del bienestar en lo porvenir"6.
En este espíritu quiere José Martí formar a los nuevos hombres de América. De ahí que
no pueda causar extrañeza la presencia de "La Ilíada, de Hornero" en el número inicial de
aquella empresa que con tanto amor abrazara quien aspirara alguna vez a ser identificado
por los niños como el hombre de La Edad de Oro.
6
J. MARTI, "Oscar Wilde" ,en : Ensayos sobre arte y literatura. La Habana, 1972, p. 77. Igual idea en 'Cecilia
Acosta", op. cit., p. 61.