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LECTURAS OBLIGATORIAS:
Bibliografía obligatoria:
DUBOIS, Ma. Eugenia (1995) El proceso de lectura: de la teoría a la práctica. Buenos Aires:
Impresiones Sud América.
Disponible en: http://infohumanidades.com/sites/default/files/apuntes/Dubois.pdf
EAGLETON, Terry (1998) “Introducción: ¿Qué es la literatura?”, en Una introducción a la teoría
literaria. Madrid: Fondo de Cultura Económica. (en cuadernillo)
ECO, Umberto (1970) “Introducción” y “El problema de la obra abierta”, en La definición del arte.
Barcelona: Ediciones Martínez Roca. Novocurso. (en cuadernillo)
HAUSER, Arnold (1982) Teorías del arte. Tendencias y métodos de la crítica moderna.
Barcelona: Guadarrama S.A. Colección Punto Omega. (en cuadernillo)
READ, Herbert (1995) “La definición de arte”, en Educación por el arte. Barcelona: Paidós.
Colección Paidós Educador. (en cuadernillo)
SARLO, Beatriz y ALTAMIRANO, Carlos (1993) “Del lector”, en Lectura/Sociedad. Buenos
Aires: Edicial. Colección Edicial Universidad. (en cuadernillo)
SEPPIA, Ofelia y otros (2001) “El texto literario”, en Entre libros y lectores I. El texto literario.
Buenos Aires: Lugar Editorial.(en cuadernillo)
Textos literarios
Microrrelatos de diferentes autores que se proporcionarán por plataforma, de acuerdo a las
propuestas de trabajo en taller.
CORTÁZAR, Julio. (1956) “La noche boca arriba” en Final del juego. Buenos Aires: Editorial Los
Presentes.
Disponible en :
https://www.ucm.es/data/cont/docs/119-2014-02-19-Cortazar.LaNocheBocaArriba.pdf.
o en: https://campuseducativo.santafe.edu.ar/wp-content/uploads/La-noche-boca-arriba-
1.pdf
GARRO, Elena. (1964) “La culpa es de los tlaxcaltecas” en La semana de colores. México,
Universidad Veracruzana .
Disponible en:
https://cdigital.uv.mx/bitstream/handle/123456789/968/1997102P123.pdf;jsessionid=E3776
80105C766C910EE06FB462FC0ED?sequence=1
Una introducción a la teoría
literaria
Terry Eagleton
Prefacio..............................................................................................................................
............ 9
III. Estructuralismo y
semiótica................................................................................................... 99
IV. El postestructuralismo
......................................................................................................... 133
V.
Psicoanálisis......................................................................................................................
.... 157
Bibliografía.........................................................................................................................
....... 219
Formalismo ruso..............................................................................................................
219
Crítica inglesa..................................................................................................................
219
Nueva crítica norteamericana ..........................................................................................
220
Fenomenología y hermenéutica ......................................................................................
221
Teoría de la recepción .....................................................................................................
221
Estructuralismo y semiótica ............................................................................................
222
Postestructuralismo .........................................................................................................
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Psicoanálisis ....................................................................................................................
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Feminismo .......................................................................................................................
224
Marxismo ........................................................................................................................
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INTRODUCCIÓN: ¿QUÉ ES LA LITERATURA?
En caso de que exista algo que pueda denominarse teoría literaria, resulta obvio que hay
una cosa que se denomina literatura sobre la cual teoriza. Consiguientemente
podemos principiar planteando la cuestión: ¿qué es literatura?
Varias veces se ha intentado definir la literatura. Podría definírsela, por ejemplo, como obra
de “imaginación”, en el sentido de ficción, de escribir sobre algo que no es literalmente
real. Pero bastaría un instante de reflexión sobre lo que comúnmente se incluye bajo el
rubro de literatura para entrever que no va por ahí la cosa. La literatura inglesa del siglo
XVII incluye a Shakespeare, Webster, Marvell y Milton, pero también abarca los ensayos
de Francis Bacon, los sermones de John Donne, la autobiografía espiritual de Bunyan y
aquello -llámese como se llame- que escribió Sir Thomas Browne. Más aún, incluso podría
llegar a decirse que comprende el Leviatán de Hobbes y la Historia de la rebelión de
Clarendon. A la literatura francesa del siglo XVII pertenecen, junto con Corneille y Racine,
las máximas de La Rochefoucauld, las oraciones fúnebres de Bossuet, el tratado de
Boilean sobre la poesía, las cartas que Madame de Sevigné dirigió a su hija, y también los
escritos filosóficos de Descartes y de Pascal. En la literatura inglesa del siglo XIX por lo
general quedan comprendidos Lamb (pero no Bentham), Macaulay (pero no Marx), Mill
(pero no Darwin ni Herbert Spencer).
El distinguir entre “hecho” y “ficción”, por lo tanto, no parece encerrar muchas posibilidades
en esta materia, entre otras razones (y no es ésta la de menor importancia), porque se
trata de un distingo a menudo un tanto dudoso. Se ha argüido, pongamos por caso, que la
oposición entre lo “histórico” y lo “artístico” por ningún concepto se aplica a las antiguas
sagas islándicas.1 En Inglaterra, a fines del siglo XVI y principios del XVII, la palabra
“novela” se empleaba tanto para denotar sucesos reales como ficticios; más aún, a duras
penas podría aplicarse entonces a las noticias el calificativo de reales u objetivas. Novelas
e informes noticiosos no eran ni netamente reales u objetivos ni netamente novelísticos.
Simple y sencillamente no se aplicaban los marcados distingos que nosotros establecemos
entre dichas categorías.2 Sin duda Gibbon pensó que estaba consignando verdades
históricas, y quizá pensaron lo mismo los autores del Génesis. Ahora algunos leen esos
escritos como si se tratase de “hechos”, pero otros los consideran “ficción”. Newman,
ciertamente, consideró verdaderas sus meditaciones teológicas, pero hoy en día muchos
lectores las toman como “literatura”. Añádase que si bien la “literatura” incluye muchos
escritos “objetivos” excluye muchos que tienen carácter novelístico. Las tiras cómicas de
Superman y las novelas de Mills y Boon refieren temas inventados pero por lo general no
se consideran como obras literarias y, ciertamente, quedan excluidos de la literatura. Si se
considera que los escritos “creadores” o “de imaginación” son literatura, ¿quiere esto decir
que la historia, la filosofía y las ciencias naturales carecen de carácter creador y de
imaginación?
Quizá haga falta un enfoque totalmente diferente. Quizá haya que definir la literatura no
con base en su carácter novelístico o “imaginario” sino en su empleo característico de la
lengua. De acuerdo con esta teoría, la literatura consiste en una forma de escribir, según
palabras textuales del crítico ruso Roman Jakobson, en la cual “se violenta
organizadamente el lenguaje ordinario”. La literatura transforma e intensifica el
lenguaje ordinario; se aleja sistemáticamente de la forma en que se habla en la vida diaria.
Si en una parada de autobús alguien se acerca a mí y me murmura al oído: “Sois la virgen
impoluta del silencio”, caigo inmediatamente en la cuenta de que me hallo en presencia de
lo literario. Lo comprendo porque la textura, ritmo y resonancia de las palabras exceden,
por decirlo así, su significado “abstraíble”; o bien, expresado en la terminología técnica de
los lingüistas, porque no existe proporción entre el significante y el significado. El lenguaje
empleado atrae sobre sí la atención, hace gala de su ser material, lo cual no sucede en
frases como “¿No sabe usted que hay huelga de choferes?”
De hecho, esta es la definición de lo “literario” que propusieron los formalistas rusos,
entre cuyas filas figuraban Viktor Shklovsky, Roman Jakobson, Osip Brik, Yury Tynyanov,
Boris Eichenbaum y Boris Tomashevsky. Los formalistas surgieron en Rusia en los años
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anteriores a la revolución bolchevique de 1917, y cosecharon laureles durante los años
veinte, hasta que Stalin les impuso silencio. Fue un grupo militante y polémico de críticos
que rechazaron las cuasi místicas doctrinas simbolistas que anteriormente habían influido
en la crítica literaria, y que con espíritu científico práctico enfocaron la atención a la realidad
material del texto literario. Según ellos la crítica debía separar arte y misterio y ocuparse de
la forma en que los textos literarios realmente funcionan. La literatura no era una
seudorreligión, psicología o sociología sino una organización especial del lenguaje. Tenía
leyes propias específicas, estructuras y recursos, que debían estudiarse en sí mismos en
vez de ser reducidos a algo diferente. La obra literaria no era ni vehículo ideológico, ni
reflejo de la realidad social ni encarnación de alguna verdad trascendental; era un hecho
material cuyo funcionamiento puede analizarse como se examina el de una máquina. La
obra literaria estaba hecha de palabras, no de objetos o de sentimientos, y era un error
considerarla como expresión del criterio de un autor. Osip Brik dijo alguna vez -con cierta
afectación y a la ligera- que Eugenio Onieguin, el poema de Pushkin, se habría escrito
aunque Pushkin no hubiera existido.
El formalismo era esencialmente la aplicación de la lingüística al estudio de la literatura; y
como la lingüística en cuestión era de tipo formal, enfocada más bien a las estructuras del
lenguaje que a lo que en realidad se dijera, los formalistas hicieron a un lado el análisis del
“contenido” literario (donde se puede sucumbir a lo psicológico o a lo sociológico), y se
concentraron en el estudio de la forma literaria. Lejos de considerar la forma como
expresión del contenido, dieron la vuelta a estas relaciones y afirmaron que el contenido
era meramente la “motivación” de la forma, una ocasión u oportunidad conveniente para
un tipo particular de ejercicio formal. El Quijote no es un libro “acerca” de un personaje de
ese nombre; el personaje no pasa de ser un recurso para mantener unidas diferentes
clases de técnicas narrativas. Rebelión en la granja (de Orwell) no era, según los
formalistas, una alegoría del estalinismo; por el contrario, el estalinismo simple y
llanamente proporcionó una oportunidad útil para tejer una alegoría. Esta desorientada
insistencia ganó para los formalistas el nombre despreciativo que les adjudicaron sus
antagonistas. Aun cuando no negaron que el arte se relacionaba con la realidad social -a
decir verdad, algunos formalistas estuvieron muy unidos a los bolcheviques- sostenían
desafiantes que esta relación para nada concernía al crítico.
Los formalistas principiaron por considerar la obra literaria como un conjunto más o menos
arbitrario de “recursos”, a los que sólo más tarde estimaron como elementos relacionados
entre sí o como “funciones” dentro de un sistema textual total. Entre los “recursos”
quedaban incluidos sonido, imágenes, ritmo, sintaxis, metro, rima, técnicas narrativas, en
resumen, el arsenal entero de elementos literarios formales. Éstos compartían su
efecto “enajenante” o “desfamiliarizante”. Lo específico del lenguaje literario, lo que lo
distinguía de otras formas de discurso era que “deformaba” el lenguaje ordinario en
diversas formas. Sometido a la presión de los recursos literarios, el lenguaje literario se
intensificaba, condensaba, retorcía, comprimía, extendía, invertía. El lenguaje “se volvía
extraño”, y por esto mismo también el mundo cotidiano se convertía súbitamente en algo
extraño, con lo que no está uno familiarizado. En el lenguaje rutinario de todos los días,
nuestras percepciones de la realidad y nuestras respuestas a ella se enrancian, se
embotan o, como dirían los formalistas, se “automatizan”. La literatura, al obligarnos en
forma impresionante a darnos cuenta del lenguaje, refresca esas respuestas habituales y
hace más “perceptibles” los objetos. Al tener que luchar más arduamente con el
lenguaje, al preocuparse por él más de lo que suele hacerse, el mundo contenido en
ese lenguaje se renueva vívidamente. Quizá la poesía de Gerard Manley Hopkins
proporcione a este respecto un ejemplo gráfico. El discurso literario aliena o enajena el
lenguaje ordinario, pero, paradójicamente, al hacerlo, proporciona una posesión más
completa, más íntima de la experiencia. Casi siempre respiramos sin darnos cuenta de
ello: el aire, corno el lenguaje, es precisamente el medio en que nos movemos. Ahora bien,
si el aire de pronto se concentrara o contaminara tendríamos que fijarnos más en nuestra
respiración, lo cual quizá diera por resultado una agudización de nuestra vida corporal.
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Leemos una nota garrapateada por un amigo sin prestar mucha atención a su estructura
narrativa; pero si un relato se interrumpe y después recomienza, si cambia constantemente
de nivel narrativo y retarda el desenlace para mantenernos en suspenso nos damos al
fin cuenta de cómo está construido y, al mismo tiempo, quizá también se haga más
intensa nuestra participación. El relato, el argumento, como dirían los formalistas, emplea
recursos que “entorpecen” o “retardan” a fin de retener nuestra atención. En el lenguaje
literario, estos recursos “quedan al desnudo”. Esto es lo que movió a Viktor Shklovsky a
comentar maliciosamente que Tristram Shandy, de Laurence Sterne, es una novela que
entorpece su propia línea narrativa a tal grado que a duras penas por fin comienza, y que
“es la novela más típica de la literatura mundial”.
Los formalistas, por consiguiente, vieron el lenguaje literario como un conjunto de
desviaciones de una norma, como una especie de violencia lingüística: la literatura es una
clase “especial” de lenguaje que contrasta con el lenguaje “ordinario” que generalmente
empleamos. El reconocer la desviación presupone que se puede identificar la norma de la
cual se aparta. Si bien el “lenguaje ordinario” es un concepto del que están enamorados
algunos filósofos de Oxford, el lenguaje de estos filósofos tiene poco en común con la
forma ordinaria de hablar de los cargadores portuarios de Glasgow. El lenguaje que los
miembros de estos dos grupos sociales emplean para escribir cartas de amor usualmente
difiere de la forma en que hablan con el párroco de la localidad. No pasa de ser una ilusión
el creer que existe un solo lenguaje “normal”, idea que comparten todos los miembros de la
sociedad. Cualquier lenguaje real y verdadero consiste en gamas muy complejas del
discurso, las cuales se diferencian según la clase social, la región, el sexo, la categoría y
así sucesivamente, factores que por ningún concepto pueden unificarse cómodamente en
una sola comunidad lingüística homogénea. Las normas de una persona quizá sean
irregulares para alguna otra. “Ginne” como sinónimo de “alleyway” (callejón) quizá resulte
poético en Brighton pero no pasa de ser lenguaje ordinario en Barnsley. Aun los textos
más “prosaicos” del siglo XV pueden parecernos “poéticos” por razón de su arcaísmo. Si
nos cayera en las manos algún escrito breve, aislado de su contexto y procedente de una
civilización desaparecida hace mucho, no podríamos decir a primera vista si se trataba o
no de un escrito “poético” por desconocer el modo de hablar “ordinario” de esa
civilización; y aun cuando ulteriores investigaciones pusieran de manifiesto
características que se “desvían” de lo ordinario no quedaría probado que se trataba de un
escrito poético pues no todas las desviaciones lingüísticas son poéticas. Consideremos el
caso del argot, del slang. A simple vista no podríamos decir si un escrito en el cual se
emplean sus términos pertenece o no a la literatura “realista” sin estar mucho mejor
informados sobre la forma en que tal escrito encajaba en la sociedad en cuestión.
Y no es que los formalistas rusos no se dieran cuenta de todo esto. Reconocían que tanto
las normas como las desviaciones cambiaban al cambiar el contexto histórico o social
y que, en este sentido, lo “poético” depende del punto donde uno se encuentra en un
momento dado. El hecho de que el lenguaje empleado en una obra parezca “alienante” o
“enajenante” no garantiza que en todo tiempo y lugar haya poseído esas características.
Resulta enajenante sólo frente a cierto fondo lingüístico normativo, pero si éste se modifica
quizás el lenguaje ya no se considere literario. Si toda la clientela de un bar usara en sus
conversaciones ordinarias frases como “Sois la virgen impoluta del silencio”, este tipo de
lenguaje dejaría de ser poético. Dicho de otra manera, para los formalistas “lo literario” era
una función de las relaciones diferenciales entre dos formas de expresión y no una
propiedad inmutable. No se habían propuesto definir la “literatura” sino lo “literario”, los
usos especiales del lenguaje que pueden encontrarse en textos “literarios” pero también en
otros diferentes. Quien piense que la “literatura” puede definirse a base de ese empleo
especial del lenguaje tendrá que considerar el hecho de que aparecen más metáforas en
Manchester que en Marvell. No hay recurso “literario” -metonimia, sinécdoque, lítote,
inversión retórica, etc- que no se emplee continuamente en el lenguaje diario.
Sin embargo, los formalistas suponían que la “rarefacción” era la esencia de lo literario.
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Por decirlo así, “relativizaban” este empleo del lenguaje, lo veían como contraste entre dos
formas de expresarse. Ahora bien, supongamos que yo oyera decir en un bar al
parroquiano de la mesa de al lado “Esto no es escribir; esto es hacer garabato”. La
expresión ¿es “literaria” o “no literaria”? Pues es literaria ya que proviene de Hambre, la
novela de Knut Hamsun. Pero ¿cómo sé yo que tiene un carácter literario? Al fin y al cabo
no llama la atención por su calidad verbal. Podría decir que reconozco su carácter literario
porque estoy enterado de que proviene de esa novela de Knut Hamsun. Forma parte de
un texto que yo leí como “novelístico”, que se presenta como “novela”, que puede figurar
en el programa de lecturas de un curso universitario de literatura, y así sucesivamente. El
contexto me hace ver su carácter literario; pero el lenguaje en sí mismo carece de calidad
o propiedades que permitan distinguirlo de cualquier otro tipo de discurso, y quien lo
empleara en el bar no sería admirado por su destreza literaria. El considerar la literatura
como lo hacen los formalistas equivale realmente a pensar que toda literatura es poesía.
Un hecho significativo: cuando los formalistas fijaron su atención en la prosa, a menudo
simplemente le aplicaron el mismo tipo de técnica que usaron con la poesía. Por lo general
se juzga que la literatura abarca muchas cosas además de la poesía; que incluye, por
ejemplo, escritos realistas o naturalistas carentes de preocupaciones lingüísticas o de
llamativo exhibicionismo. A veces se emplea el adjetivo “excelente” o (algún sinónimo)
a un texto precisamente porque su lenguaje no atrae inmoderadamente la atención. Se
admira su sencillez lacónica o su atinada sobriedad. ¿Y que decir sobre los chascarrillos,
las porras deportivas, los lemas o slogans, los encabezados periodísticos, los anuncios
publicitarios, a menudo verbalmente llamativos pero que generalmente no se clasifican
como literatura?
Otro problema relacionado con la “rarificación” consiste en que, con suficiente ingenio,
cualquier texto adquiere un carácter “raro”. Fijémonos en una advertencia de suyo nada
ambigua que a veces se lee en el metro londinense: “Hay que llevar en brazos a los perros
por la escalera mecánica”. Sin embargo, quizá la frase no sea tan clara o tan carente de
ambigüedad como de momento puede parecer. ¿Quiere decir que uno debe llevar un can
abrazado en esa escalera? ¿Corre peligro de que se le impida usar la escalera si no
encuentra un perro callejero y lo toma en sus brazos? Muchos avisos aparentemente
claros encierran ambigüedades como las que acabamos de señalar. “La basura debe
arrojarse en este cesto”, o el letrero “Salida” que se lee en las carreteras británicas
pueden resultar desconcertantes para un californiano. Con todo, aun haciendo de lado
molestas ambigüedades, es a todas luces obvio que ese aviso del metro puede
considerarse como literatura. Puede uno detenerse a considerar el staccato abrupto y
amenazador de las solemnes voces monosílabas iniciales (“hay que”). Y cuando se llega a
aquello de “llevar en brazos”, pleno de sugerencias, quizá la mente esté considerando la
posibilidad de ayudar durante toda la vida a perros lisiados. Quizá se descubra en cada
cadencia, en cada inflexión del término “escalera mecánica” una imitación del
movimiento ascendente y descendente de aquel dispositivo. Puede tratarse de un empeño
infructuoso, pero no mucho más infructuoso que el afirmar que se perciben los tajos y las
acometidas de los estoques en la descripción poética de un duelo. El primer enfoque tiene
al menos la ventaja de sugerir que la “literatura” puede referirse, en todo caso, tanto a lo
que la gente hace con lo escrito como a lo que lo escrito hace con la gente.
Aun cuando alguien leyera el aviso en la forma indicada, subsistiría la posibilidad de leerlo
como poesía, que es sólo una parte de lo que usualmente abarca la literatura. Por lo
tanto, consideraremos otra forma de “malinterpretar” un letrero que puede conducirnos
todavía un poco más lejos. Imagine a un ebrio noctámbulo, derrumbado sobre el
pasamanos de la escalera mecánica, que lee y relee el letrero con laboriosa atención
durante varios minutos y musita: “¡Qué gran verdad!” ¿En qué tipo de error se ha incurrido
en ese momento? En realidad, el ebrio aquel considera el letrero como una expresión
de significado general e incluso de trascendencia cósmica. Al aplicar a esas palabras
ciertos ajustes o convencionalismos relacionados con la lectura, el ebrio de marras las
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arranca de su contexto inmediato, hace generalizaciones basándose en ellas, y les
atribuye un significado más amplio y profundo que la finalidad pragmática a que estaban
destinadas. Ciertamente, todo esto parecería ser una operación relacionada con lo
que la gente llama literatura. Cuando el poeta nos dice que su amor es cual rosa
encarnada, sabemos, precisamente porque recurrió a la métrica para expresarse, que no
hemos de preguntarnos si realmente estuvo enamorado de alguien que, por extrañas
razones, le pareció que tenía semejanza con una rosa. El poeta simplemente ha
expresado algo referente a las mujeres y al amor en términos generales. Por
consiguiente, podríamos decir que la literatura es un discurso “no pragmático”. Al contrario
de los manuales de biología o los recados que se dejan para el lechero, la literatura carece
de un fin práctico inmediato, y debe referirse a una situación de carácter general. Algunas
veces -no siempre- puede emplear un lenguaje singular como si se propusiera dejar fuera
de duda ese hecho, como si deseara señalar que lo que entra en juego es una forma de
hablar sobre una mujer en vez de una mujer en particular, tomada de la vida real. Este
enfoque dirigido a la manera de hablar y no a la realidad de aquello sobre lo cual se habla,
a veces se interpreta como si con ello se quisiera indicar que entendemos por literatura
cierto tipo de lenguaje autorreferente, un lenguaje que habla de sí mismo.
Con todo, también esta forma de definir la literatura encierra problemas. Por principio de
cuentas, probablemente George Orwell se habría sorprendido al enterarse de que sus
ensayos se leerían como si los temas que discute fueran menos importantes que la forma
en que los discute. En buena parte de lo que se clasifica como literatura el valor-verdad y
la pertinencia práctica de lo que se dice se considera importante para el efecto total. Pero
aun si el tratamiento “no pragmático” del discurso es parte de lo que quiere decirse con el
término “literatura”, se deduce de esta “definición” que, de hecho, no se puede definir la
literatura “objetivamente”. Se deja la definición de literatura a la forma en que alguien
decide leer, no a la naturaleza de lo escrito. Hay ciertos tipos de textos -poemas,
obras dramáticas, novelas- que obviamente no se concibieron con “fines pragmáticos”,
pero ello no garantiza que en realidad vayan a leerse adoptando ese punto de vista. Yo
podría leer lo que Gibbon relata sobre el Imperio Romano no porque mi despiste llegue al
grado de pensar que allí encontraré información digna de crédito sobre la Roma de la
antigüedad, sino porque me agrada la prosa de Gibbon o porque me deleitan las
representaciones de la corrupción humana sea cual fuere su fuente histórica. También
puedo leer el poema de Robert Burns -suponiendo que yo fuese un horticultor japonés-
porque no había yo aclarado si en la Inglaterra del siglo XVIII florecían o no las rosas rojas.
Se dirá que esto no es leer el poema “como literatura”; pero, ¿podría decirse que leo los
ensayos de Orwell como literatura siempre y cuando generalice yo lo que él dice sobre la
Guerra Civil española y lo eleve a la categoría de declaraciones de valor cósmico sobre la
vida humana? Es verdad que muchas de las obras que se estudian como literatura en las
instituciones académicas fueron “construidas” para ser leídas como literatura, pero también
es verdad que muchas no fueron “construidas” así. Un escrito puede comenzar a vivir
como historia o filosofía y, posteriormente, ser clasificado como literatura; o bien puede
empezar como literatura y acabar siendo apreciado por su valor arqueológico. Algunos
textos nacen literarios; a otros se les impone el carácter literario. A este respecto puede
contar mucho más la educación que la cuna. Quizá lo que importe no sea de dónde vino
uno sino cómo lo trata la gente. Si la gente decide que tal o cual escrito es literatura
parecería que de hecho lo es, independientemente de lo que se haya intentado al
concebirlo.
En este sentido puede considerarse la literatura no tanto como una cualidad o conjunto de
cualidades inherentes que quedan de manifiesto en cierto tipo de obras, desde Beowulf
hasta Virginia Woolf, sino corno las diferentes formas en que la gente se relaciona con lo
escrito. No es fácil separar, de todo lo que en una u otra forma se ha denominado
“literatura”, un conjunto fijo de características intrínsecas. A decir verdad, es algo tan
imposible como tratar de identificar el rasgo distintivo y único que todos los juegos
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tienen en común. No hay absolutamente nada que constituya la “esencia” misma de la
literatura. Cualquier texto puede leerse sin “afán pragmático”, suponiendo que en esto
consista el leer algo como literatura; asimismo, cualquier texto puede ser leído
“poéticamente”. Si estudio detenidamente el horario-itinerario ferrocarrilero no para
averiguar qué conexión puedo hacer sino para estimularme a hacer consideraciones de
carácter general sobre la velocidad y la complejidad de la vida moderna, podría decirse
que lo estoy leyendo como literatura. John M. Ellis sostiene que el término “literatura”
funciona en forma muy parecida al término “hierbajo”. Los hierbajos no pertenecen a un
tipo especial de planta; son plantas que por una u otra razón estorban al jardinero.3 Quizá
“literatura” signifique precisamente lo contrario: cualquier texto que, por tal o cual razón,
alguien tiene en mucho. Como diría un filósofo, “literatura” y “hierbajo” son términos más
funcionales que ontológicos; se refieren a lo que hacemos y no al ser fijo de las cosas. Se
refieren al papel que desempeña un texto o un cardo en un contexto social, a lo que lo
relaciona con su entorno y a lo que lo diferencia de él, a su comportamiento, a los fines a
los que se le puede destinar y a las actividades humanas que lo rodean. En este sentido,
“literatura” constituye un tipo de definición hueca, puramente formal. Aunque dijéramos que
no es un tratamiento pragmático del lenguaje, no por eso habríamos llegado a una esencia
de la literatura porque existen otras aplicaciones del lenguaje, como los chistes,
pongamos por caso. De cualquier manera, dista mucho de quedar claro que se pueda
distinguir con precisión entre las formas “prácticas” y las “no prácticas” de relacionarse
con el lenguaje. Evidentemente no es lo mismo leer una novela por gusto que leer un
letrero en la carretera para obtener información. Pero ¿qué decir cuando se lee un manual
de biología para enriquecer la mente? ¿Constituye esto, una forma pragmática de
tratar el lenguaje? En muchas sociedades la “literatura” ha cumplido funciones de gran
valor práctico, como las de carácter religioso. Distinguir tajantemente entre lo “práctico” y lo
“no práctico” sólo resulta posible en una sociedad como la nuestra, donde la literatura en
buena parte ha dejado de tener una función práctica. Quizá se esté presentando como
definición general una acepción de lo “literario” que en realidad es históricamente
específica.
Por lo tanto, aún no hemos descubierto el secreto de por qué Lamb, Macaulay y Mill son
literatura, mientras que, en términos generales, no lo son ni Bentham, ni Marx, ni Darwin.
Quizá la respuesta sin complicaciones sea que los tres primeros son ejemplos de lo “bien
escrito” pero no los otros tres. Esta respuesta encierra la desventaja de que en gran parte
es errónea (al menos a juicio mío), pero presenta la ventaja de sugerir, de un modo
general, que la gente denomina “literatura” a los escritos que le parecen buenos.
Evidentemente a esto último se puede objetar que si fuera enteramente cierto no habría
nada que pudiera llamarse “mala literatura”. Me parece que quizás se exagera el valor de
Lamb y Macaulay, pero esto no significa necesariamente que vaya a dejar de considerarlos
como literatura. A usted le puede parecer que Raymond Chandler es “bueno dentro de su
género”, aunque no sea precisamente literatura. Por otra parte, si Macaulay realmente
fuera un mal escritor, si desconociera totalmente la gramática y sólo pareciera
interesarse en los ratones blancos, entonces es probable que la gente no daría a su
obra el nombre de literatura, ni siquiera el de mala literatura. Parecería, pues, que los
juicios de valor tienen ciertamente mucho que ver con lo que se juzga como literatura y con
lo que se juzga que no lo es, si bien no necesariamente en el sentido de que un escrito,
para ser literario, tenga que caber dentro de la categoría de lo “bien escrito”, sino que tiene
que pertenecer a lo que se considera “bien escrito”, aun cuando se trate de un ejemplo
inferior de una forma generalmente apreciada. Nadie se tomaría la molestia de decir que un
billete de autobús constituye un ejemplo de literatura inferior, pero sí podría decirlo acerca
de la poesía de Ernest Dowson. Los términos “bien escrito” o “bellas letras” son ambiguos
en este sentido: denotan una clase de composiciones generalmente muy apreciadas pero
que no comprometen a opinar que es “bueno” tal o cual ejemplo en particular.
Con estas reservas, resulta iluminadora la sugerencia de que “literatura” es una forma de
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escribir altamente estimada, pero encierra una consecuencia un tanto devastadora:
significa que podemos abandonar de una vez por todas la ilusión de que la categoría
“literatura” es “objetiva”, en el sentido de ser algo inmutable, dado para toda la eternidad.
Cualquier cosa puede ser literatura, y cualquier cosa que inalterable e incuestionablemente
se considera literatura -Shakespeare, pongamos por caso- puede dejar de ser literatura.
Puede abandonarse por quimérica cualquier opinión acerca de que el estudio de la
literatura es el estudio de una entidad estable y bien definida, como ocurre con la
entomología. Algunos tipos de novela son literatura, pero otros no lo son. Cierta literatura
es novelística pero otra no. Una clase de literatura toma muy en cuenta la expresión verbal,
pero hay otra que no es literatura sino retórica rimbombante. No existe literatura tomada
como un conjunto de obras de valor asegurado e inalterable, caracterizado por
ciertas propiedades, intrínsecas y compartidas. Cuando en el resto del libro use las
palabras “literario” y “literatura” llevarán una especie de invisible tachadura para indicar
que realmente no son las apropiadas pero que de momento no cuento con nada mejor.
Los juicios de valor son notoriamente variables: por eso se deduce de la definición de
literatura como forma de escribir altamente apreciada que no es una entidad estable. “Los
tiempos cambian, los valores no”, proclama el anuncio de un diario, como si todavía
creyéramos que hay que matar a las criaturas enfermizas o exhibir en público a los
enfermos mentales. Así como en una época la gente puede considerar filosófica la obra
que más tarde calificará de literaria, o viceversa, también puede cambiar de opinión sobre
lo que considera escritos valiosos. Más aún, puede cambiar de opinión sobre los
fundamentos en que se basa para decidir entre lo que es valioso y lo que no lo es. Esto,
como ya indiqué no significa necesariamente que el público vaya a negar el título de
literatura a una obra que, al fin y al cabo, considera de calidad inferior; la llamará literatura
para indicar que, poco más o menos, pertenece al tipo de escritos que por lo general
aprecia. Por otra parte, esto no significa que el llamado “canon literario”, la intocable
“gloriosa tradición” de la “literatura nacional” tenga que tomarse como un concepto -una
“construcción- cuya conformación estuvo a cargo de ciertas personas movidas por ciertas
razones en cierta época. No hay ni obras ni tradiciones literarias valederas, por sí mismas,
independientemente de lo que sobre ellas se haya dicho o se vaya a decir. “Valor” es un
término transitorio; significa lo que algunas personas aprecian en circunstancias
específicas, basándose en determinados criterios y a la luz de fines preestablecidos. Es
por ello muy posible que si se realizara en nuestra historia una transformación
suficientemente profunda, podría surgir en el futuro una sociedad incapaz de obtener el
menor provecho de la lectura de Shakespeare. Quizá sus obras le resultasen
desesperadamente extrañas, plenas de formas de pensar y sentir que en la sociedad en
cuestión se considerarían estrechas o carentes de significado. En esas circunstancias
Shakespeare no valdría más que los letreros murales -graffiti- que hoy se estilan. Si bien
muchos considerarían que se habría descendido a condiciones sociales trágicamente
indigentes, creo que se pecaría de dogmatismo si se rechazara la posibilidad de que
esa situación proviniera más bien de un enriquecimiento humano generalizado. A Karl
Marx le preocupaba saber por qué el arte de la antigüedad griega conserva su “encanto
eterno” aun cuando hace mucho tiempo que desaparecieron las condiciones que lo
produjeron. Ahora bien, visto que aún no termina la historia ¿cómo podríamos saber
que va a continuar siendo “eternamente” encantador? Supongamos que, gracias a
expertas investigaciones arqueológicas, se descubriera mucho más sobre lo que la tragedia
griega en realidad significaba para el público contemporáneo, nos diéramos cuenta de la
enorme distancia que separa lo que entonces interesaba de lo que hoy nos interesa, y
releyéramos esas obras a la luz de conocimientos más profundos. Ello podría dar por
resultado -entre otras cosas- que dejaran de gustarnos esas tragedias y comedias. Quizá
llegáramos a pensar que antes nos habían gustado porque, inconscientemente, las
leíamos a la luz de nuestras propias preocupaciones. Cuando esto resultara menos
posible, quizá esas obras dramáticas dejaran de hablarnos significativamente.
38
El que siempre interpretemos las obras literarias, hasta cierto punto, a través de lo que nos
preocupa o interesa (es un hecho que en cierta forma 1o que nos preocupa o interesa “nos
incapacita para obrar de otra forma”), quizá explique por qué ciertas obras literarias
parecen conservar su valor a través de los siglos. Es posible, por supuesto, que sigamos
compartiendo muchas inquietudes con la obra en cuestión; pero también es posible que,
en realidad y sin saberlo, no hayamos estado evaluando la “misma” obra. “Nuestro”
Homero no es idéntico al Homero de la Edad Media, y “nuestro” Shakespeare no es igual
al de sus contemporáneos. Más bien se trata de esto: períodos históricos diferentes han
elaborado, para sus propios fines, un Homero y un Shakespeare “diferentes”, y han
encontrado en los respectivos textos elementos que deben valorarse o devaluarse (no
necesariamente los mismos). Dicho en otra forma, las sociedades “reescriben”, así
sea inconscientemente todas las obras literarias que leen. Más aún, leer equivale siempre a
“reescribir”. Ninguna obra, ni la evaluación que en alguna época se haga de ella pueden,
sin más ni más, llegar a nuevos grupos humanos sin experimentar cambios que quizá las
hagan irreconocibles. Esta es una de las razones por las cuales lo que se considera como
literatura sufre una notoria inestabilidad.
No quiero decir que esa inestabilidad se deba al carácter “subjetivo” de los juicios de valor.
Según este punto de vista, el mundo se halla dividido entre hechos sólidamente concretos
que están “allá”, como la Estación Central del ferrocarril, y juicios de valor arbitrarios que
se ubican “aquí dentro”, como el gusto por los plátanos o el sentir que el tono de un
poema de Yeats va desde las bravatas defensivas hasta la resignación hosca pero
dúctil. Los hechos están a la vista y son irrecusables, pero los valores son cosa personal y
arbitraria. Evidentemente no es lo mismo consignar un hecho, por ejemplo: “Esta catedral
fue construida en 1612”, que expresar un juicio de valor como “esta catedral es una
muestra magnífica de la arquitectura barroca”. Pero supongamos que dije lo primero
cuando acompañaba por diversas partes de Inglaterra a un visitante extranjero y me di
cuenta de que lo había desconcertado bastante. ¿Por qué, podría preguntarme, insiste en
darme las fechas de la construcción de todos estos edificios? ¿A qué se debe esa
obsesión con los orígenes? En la sociedad donde vivo, podría agregar, para nada
conservamos datos de esa naturaleza. Para clasificar nuestros edificios nos fijamos en si
miran al noroeste o al sudoeste. Esto quizás pusiera de manifiesto una parte del sistema
inconsciente basada en juicios de valor subyacentes en mis datos descriptivos. Juicios de
valor como éstos no son necesariamente del mismo tipo que aquel otro de “Esta catedral
es una muestra magnífica de la arquitectura barroca”, pero no dejan de ser juicios de
valor, y ninguna enunciación de hechos que yo pudiera formular sería ajena a ellos. La
enunciación de un hecho no deja de ser, después de todo, una enunciación, y da por
sentado cierto número de juicios cuestionables: que esas enunciaciones valen la pena
más que otras; que estoy capacitado para formularlas y garantizar su verdad; que mi
interlocutor es una persona a quien vale la pena formularlas; que no carece de utilidad el
formularlas, y así por el estilo. Bien puede transmitirse información en las conversaciones
de bar, pero en esos diálogos también sobresalen elementos de lo que los lingüistas llaman
“fáctico”, o sea, de lo relacionado con el propio acto de comunicar. Cuando charlo con usted
sobre el estado del tiempo doy a entender que una conversación con usted vale la pena,
que lo considero persona de mérito y que se emplea bien el tiempo charlando con usted,
que no soy antisocial, que no me voy a poner a criticar de la cabeza a los pies su
aspecto personal.
En este sentido no hay posibilidad de formular una declaración totalmente
desinteresada. Por supuesto, se considera que el decir cuando se construyó una catedral
no demuestra tanto interés en nuestra cultura como expresar una opinión sobre su
estilo arquitectónico; pero también podrían imaginarse situaciones en las cuales la
primera declaración estuviera más “preñada de valores” que la otra. Quizás “barroco” y
“magnífico” hayan llegado a ser términos más o menos sinónimos, pero sólo unos cuantos
tercos se aferrarían a una idea exagerada sobre la importancia de la fecha en que se
39
construyó un edificio, y al consignarla enviaba yo un mensaje para indicar que me adhería
a ellos. Todas las declaraciones descriptivas se mueven dentro de una red (a menudo
invisible) de categorías de valor. Añádase que, indudablemente, sin esas categorías no
tendríamos absolutamente nada que decirnos. No se trata solamente de que poseyendo
conocimientos que corresponden a la realidad los falseemos movidos por intereses y
opiniones particulares (cosa ciertamente posible); se trata también de que aún sin
intereses especiales podríamos carecer de conocimientos porque no nos hemos dado
cuenta de que vale la pena adquirirlos. Los intereses son elementos constitutivos de
nuestro conocimiento, no meros prejuicios que lo ponen en peligro. El afirmar que el
conocimiento debe ser “ajeno a los valores” constituye un juicio de valor.
Bien puede ser que el gusto por los plátanos no pase de ser una cuestión privada, pero de
hecho esto también es cuestionable. Un análisis a fondo sobre mis gustos en materia de
comida probablemente revelaría profundos lazos con ciertas experiencias de mi primera
infancia, con mis relaciones con mis padres y hermanos y con muchos otros factores
culturales que son tan sociales y tan “no subjetivos” como las estaciones de ferrocarril.
Esto es aún más cierto en lo referente a la estructura fundamental de los criterios e
intereses dentro de los cuales nací por ser miembro de una sociedad en particular, como
por ejemplo, creer que debo procurar mantenerme en buen estado de salud, que los
diferentes papeles que se representan según el sexo al cual se pertenece tienen sus
raíces en la biología humana o que el hombre es más importante que los cocodrilos. Usted
y yo podemos no estar de acuerdo en tal o cual cuestión, pero ello se debe
exclusivamente a que compartimos ciertas formas profundas de ver y evaluar enlazadas a
nuestra vida social y que no pueden cambiar si antes no se transforma esa vida. Nadie me
va a imponer un fuerte castigo porque me desagrade algún poema de Donne, pero si
reconozco que de plano la obra de Donne no es literatura, en ciertas circunstancias me
arriesgaría a perder mi empleo. Estoy en libertad de votar por los laboristas o los
conservadores, pero si trato de conducirme basándome en la creencia de que tal libertad
meramente encubre un gran prejuicio -o sea que la democracia se reduce a la libertad de
cruzar un emblema en la cédula para votar cada vez que se celebran elecciones- en
ciertas circunstancias especiales bien podría acabar en la cárcel.
La estructura de valores (oculta en gran parte) que da forma y cimientos a la
enunciación de un hecho constituye parte de lo que se quiere decir con el término
“ideología”. Sin entrar en detalles, entiendo por “ideología” las formas en que lo que
decimos y creemos se conecta con la estructura de poder o con las relaciones de poder en
la sociedad en la cual vivimos. De esta definición gruesa de la ideología se sigue que no
todos nuestros juicios y categorías subyacentes pueden denominarse -con provecho-
ideológicos. Ha arraigado profundamente en nosotros la tendencia a imaginarnos
moviéndonos hacia el futuro (aun cuando existe por lo menos una sociedad que se
considera de regreso ya del futuro), pero si bien esta manera de ver quizá logre conectarse
significativamente con la estructura del poder en nuestra sociedad, no es preciso que tal
cosa suceda siempre y en todas partes. Por ideología no entiendo nada más
criterios hondamente arraigados, si bien a menudo inconscientes. Me refiero muy
particularmente a modos, de sentir, evaluar, percibir y creer que tienen alguna relación con
el sostenimiento y la reproducción del poder social. Que tales criterios no son, por ningún
concepto, meras rarezas personales puede aclararse recurriendo a un ejemplo literario.
En su famoso estudio Practical Criticism (1929), el crítico I. A. Richards, de la Universidad
de Cambridge, procuró demostrar cuán caprichosos y subjetivos pueden ser los juicios
literarios, y para ello dio a sus alumnos (estudiantes de college) una serie de poemas, pero
sin proporcionar ni el nombre del autor ni el título de la obra, y les pidió que emitieran
su opinión. Por supuesto, en los juicios hubo notables discrepancias, además,
mientras poetas consagrados recibieron calificaciones medianas se exaltó a oscuros
escritores. Opino sin embargo que, con mucho, lo más interesante del estudio -en lo cual
muy probablemente no cayó en la cuenta el propio Richards- es el firme consenso de
40
valoraciones inconscientes subyacente en las diferencias individuales de opinión. Al leer lo
que dicen los alumnos de Richards sobre aquellas obras literarias, llaman la atención los
hábitos de percepción e interpretación que espontáneamente comparten: lo que suponen
que es la literatura, lo que dan por hecho cuando se aproximan a un poema y los beneficios
que por anticipado suponen se derivarán de su lectura. Nada de esto es en realidad
sorprendente, pues presumiblemente todos los participantes en el experimento eran
jóvenes británicos, de raza blanca pertenecientes a la clase alta o al estrato superior de la
clase media, educados en escuelas particulares en los años veinte, por lo cual su forma de
responder a un poema dependía de muchos factores que no eran exclusivamente
“literarios”. Sus respuestas críticas estaban firmemente entrelazadas con prejuicios y
criterios de amplio alcance. No se trata de que haya habido culpa: no hay respuesta crítica
ajena a esos enlaces, y, por lo tanto, no existen las interpretaciones o los juicios críticos
literarios “puros”. Uno mismo tiene la culpa, en caso de que alguien la tenga. El propio I. A.
Richards como joven profesor de Cambridge, perteneciente a la clase media superior, no
pudo objetivar un contexto de intereses que él mismo había en gran parte
compartido y, por consiguiente, tampoco pudo reconocer a fondo que las diferencias de
evaluación locales, “subjetivas” actúan dentro de una forma particular, socialmente
estructurada de percibir el mundo.
Si no se puede considerar la literatura como categoría descriptiva “objetiva”, tampoco puede
decirse que la literatura no pasa de ser lo que la gente caprichosamente decide llamar
literatura. Dichos juicios de valor no tienen nada de caprichosos. Tienen raíces en hondas
estructuras de persuasión al parecer tan inconmovibles como el edificio Empire State. Así,
lo que hasta ahora hemos descubierto no se reduce a ver que la literatura no existe en el
mismo sentido en que puede decirse que los insectos existen, y que los juicios de valor que
la constituyen son históricamente variables; hay que añadir que los propios juicios de valor
se relacionan estrechamente con las ideologías sociales. En última instancia no se refieren
exclusivamente al gusto personal sino también a lo que dan por hecho ciertos grupos
sociales y mediante lo cual tienen poder sobre otros y lo conservan. Como esta afirmación
puede parecer un tanto forzada y nacida de un prejuicio personal, vale la pena ponerla a
prueba considerando el ascenso de la “literatura” en Inglaterra.
41
Literatura/Sociedad
Carlos Altamirano
Beatriz Sarlo
Introducción ................................................................................................ 11
Bibliografía
............................................................................................................................ 275
62
V. DEL LECTOR
El público literario
El lector en el texto
La seguridad de estos lazos (la relación lingüística, la relación ideológica que instauran) se
quiebra tan pronto como se quiebra la unidad de ese público (o mejor dicho, cuando se
quiebra la ilusión de esa unidad), cuya homogeneidad real no era tan extensa como se
manifiesta en estos testimonios y en las ideologías críticas que, como en el caso de Leavis,
oponen a este reino de la “totalidad armónica”, que correspondería al gran ciclo de la novela
inglesa, el reino de la “trivialidad”, que sigue a la imposición de las formas producidas en los
marcos de la industria cultural.
Escarpit ya ha advertido sobre la suposición niveladora que está detrás de la expresión “el
público” 4 . No se trata, en efecto, de un público, sino de públicos estratificados más o menos
fuertemente. Y no se trata, por supuesto, de suponer la unidad en el origen y la multiplicidad
en el curso de la historia. La separación de los niveles de estilo, en la literatura antigua y
65
medieval, revela no sólo zonas lícitas o ilícitas de la representación, sino también sectores
altos y bajos, cultos e iletrados, marginales y centrales, aristocráticos o populares, del público.
Desde Fielding, que reivindica los derechos del lector 5 , a Gertrude Stein quien afirma “Si
tiene un público, no es arte”, no sólo se despliegan las diferencias entre el novelista burgués y
la escritora de vanguardia, sino también las obsesiones, los fantasmas y los deseos que
rodean a una relación. Esta relación nunca lo es de toda la literatura con todo el público, sino
de un texto o un conjunto de textos con una franja social de lectores. Inscripta en el texto, está
también inscripta en la conciencia lingüística, estética y cultural de su lector.
¿De qué se trata entonces? “Se trata, escribe Weinrich (1967, 238), de las experiencias
típicas de un grupo de lectores o de un lector singular pero representativo de un grupo.
Siempre será importante analizar tales experiencias de grupo con los métodos empíricos de la
sociología de la literatura... Pero será necesario estudiar el público que lee una obra literaria
no sólo desde el punto de vista empírico, sino también de describir, con los métodos de la
interpretación literaria, el rol cumplido en la obra misma: toda obra literaria lleva en sí la
imagen de su lector, que se convierte, si se nos permite la expresión, en un personaje de la
obra”. El programa resumido por Weinrich tiene, en consecuencia, dos puntos fundamentales
que es preciso diferenciar metodológicamente, porque también su objeto es diferente. Por un
lado, la sociología del público, en la que han trabajado intensamente Escarpit y la
escuela del ILTAM, que no pone su centro en el texto literario 6 sino que tiene como objeto a
la lectura, en el sentido exterior del término, y sus condiciones: disposiciones y requisitos,
listas de autores conocidos, la memoria del público y la conformación de una selección actual
de la literatura pasada en el espacio de la memoria colectiva a la que se accede por
encuestas de carácter cuantitativo y métodos estadísticos. Por el otro, y sin que esto
signifique una oposición que haga imposible trabajar sobre los resultados de las
investigaciones de sociología del público, está el registro del lector en el texto literario: su
representación lingüística e ideológica, las condiciones formales y culturales de lo que Sartre
denominó el “pacto de generosidad” entre autor y lector.
De este pacto, se han ocupado en primer lugar los escritores y las reflexiones de Sartre en
“¿Para quién se escribe?” subrayan la actividad del lector sobre el texto: “El escritor recurre a
la libertad del lector para que ella colabore a la producción de la obra” (1950, 75). El libro
como objeto no puede, por sí mismo, culminar el movimiento que lo convierte en estético 7 ;
es portador de las condiciones de su esteticidad pero sólo por la intermediación del lector
esta esteticidad puede objetivarse. Sin el lector, afirma Sartre, la actividad del escritor no
logra trascender la subjetividad y, en consecuencia, “escribir es pedir al lector que haga pasar
a la existencia objetiva la revelación que yo he emprendido por medio del lenguaje”. En suma,
escribir es un “llamamiento”, cuya respuesta completa ese “pacto de generosidad” sobre el
que descansa la existencia misma de la literatura como acontecimiento transindividual. Es
posible coincidir con Weinrich, cuando ubica a estos textos de Sartre en un punto de viraje;
incluso una parte del programa esbozado por Weinrich (construir una tipología histórica del
lector) fue realizado, antes, por Sartre (1950) cuando revisó a la literatura francesa desde el
punto de vista de la relación social del escritor con su público. Otro punto de viraje: los
fragmentos de Benjamin sobre Baudelaire, donde se dibuja, completando la silueta del escritor
moderno fascinado y asqueado frente al carácter nuevo de la literatura mercantil, a ese público
también nuevo y anónimo, la foule, el rostro desconocido del paseante de París en el siglo XIX,
el lector hipócrita de la dedicatoria de Las flores del mal. 8
Las obras literarias proporcionan indicaciones para su propia lectura. Instrucciones para el
lector que remiten a la orientación del texto en el resto del sistema y en el conjunto de
discursos ideológicos y de experiencias culturales. Instrucciones que también funcionan como
marcas de literariedad, proponiendo modalidades de relación con el texto, cursos de lectura y
claves de sentido. Weinrich ha denominado a estas indicaciones, señales, cuya organización
66
constituiría uno de los niveles sintácticos del texto. Proporcionadas al lector como flechas que
marcan un camino posible, la actividad del lector con ellas asegura u obstaculiza la
realización del sentido. El sistema de señales presupone un lector que esté en condiciones
(culturales, sociales) de decodificarlo, para trabajar sobre el contenido semántico
estructurado. Veamos el excelente análisis, que propone Weinrich (1967, 240-1) de las
señales en un cuento de Thomas Mann, “Schwere Stunde”, escrito en
1905: “Se habla de un difícil momento de crisis, cuando el poeta, insomne y suficiente, va y
viene por su cuarto, durante la noche, desesperando de su obra. ¿Logrará vivir lo suficiente
para terminarla? ¿Será capaz su fuerza creativa de plegar la poderosa materia a la forma
dramática? Decía que este cuento trata de Schiller y de su drama Wallerstein, pero para ser
preciso debo aclarar que esto no lo he leído, sino que lo he deducido. El nombre de Schiller no
aparece en el cuento, ni la ‘obra’ es nombrada nunca. Tampoco ‘el Otro, allá en Weimar, ése
a quien amaba con una hostilidad plena de pasión’, tiene nombre. Por eso, cuando el relato
comienza: ‘Se alejó de la mesa, de su pequeño escritorio inestable; se alejó en un acto
desesperado...’, el lector no sabe y no lo sabrá por mucho tiempo, de quién se trata. El
narrador, naturalmente, lo sabe, pero no lo dice... Incluso antes de que el lector pueda
adivinar la identidad del protagonista, el narrador pasa a la forma narrativa del discurso
indirecto, eligiendo por lo tanto, si se nos permite describir esta forma desde el punto de vista
del narrador, la forma más débil de la mediación narrativa, desapareciendo de la historia,
como dice Flaubert. Desde el punto de vista del lector, el discurso indirecto significa que él, el
lector, toma el lugar dejado por el narrador, y se coloca en la proximidad inmediata del
personaje narrado, convirtiéndose en su confidente. Sólo después de instaurada una
confianza de este tipo en el texto, aparecen, raras y dispersas, las primeras señales que
permiten al lector identificar el personaje y a la obra. Aparecen nombres secundarios como
Jena, Weimar, Lotte, Carlos, Körner... Aparecen alusiones oscuras a la época... Otras señales
que tienen que ver con la figura... Se encuentran incluso algunos conceptos característicos,
como serenidad, libertad, la bilateralidad conceptual de ser y fenómeno, ingenuo y
sentimental (estos últimos apenas velados como ingenuo y conciente). De todas estas señales
el lector deduce que ‘él’ es Schiller y que la obra en cuestión es Wallerstein. Algún lector
deducirá esto antes que otro, pero el cuento, ciertamente, no ha sido escrito para alguien que
no pueda comprenderlo. En cualquier momento y lugar en que una persona se ponga a leer
este relato, será un lector reconocido si está enterado lo más posible sobre Schiller y sus
obras. Si, por ejemplo, ha leído el ‘Ensayo sobre Schiller’ [también de Thomas Mann],
escrito cincuenta años después que el cuento, éste le puede proporcionar, respecto de
Wallerstein, una clave. Puede ser que un lector de 1955 tenga mayores probabilidades de
cumplir su propio rol en el cuento ‘Schwere Stunde’, que un lector de 1905. Y esto indica que
el lector adecuado no es necesariamente el contemporáneo. En el caso presente, ese lector
se define como parte de un grupo social para el que un cierto conocimiento de Schiller, de
su vida y de su obra está en la base de su cultura. Este grupo ha sido caracterizado a veces
como burguesía intelectual; de cualquier manera es un grupo que ha tenido un comienzo
histórico y que, presumiblemente, tendrá un fin también histórico”.
El análisis de Weinrich, escrito en 1967, anticipa con el concepto de señal algunas de las
posteriores descripciones pragmáticas y semióticas, de la inscripción del lector en el texto
literario. Más o menos contemporáneas a las de Weinrich son las reflexiones de Lotman
sobre la recepción. En el límite, dice Lotman, el reconocimiento mismo de un texto como
literario es producto de la actividad del receptor, que puede captar las señales de
literariedad o ignorarlas. Si las ignora, las pasa por alto o las desconoce, un texto que
fue producido como literario, es leído según las reglas de otros sistemas: lectura histórica o
sociológica de una obra literaria, interés en su valor documental y no en su valor estético, por
ejemplo. En este caso, la forma en que el lector estaba inscripto en el texto no coincide con el
67
sistema de reconocimiento del lector real. Pero puede también suceder a la inversa, esto es
que textos que no fueron escritos como literarios, sean leídos estéticamente. Al producir una
lectura estética, el lector trabaja sobre los componentes textuales, reorganizándolos en una
jerarquía según cuyas reglas no fueron producidos. Forzamiento del texto por el lector o
forzamiento del lector por el texto: en cada lectura, la actividad del lector “revela estratos
semánticos siempre nuevos” (1972-80, 89). Desde su cultura, desde su formación
ideológica y estética, el lector ordena el texto. Puede seguir sus indicaciones y leerlo
según la imagen del lector que el texto incluye, o puede violarlas (o no percatarse de que
existen) y entonces relacionarse con el texto desde una práctica de lectura que éste no ha
previsto.
“La diferencia en la interpretación de las obras de arte es un fenómeno cotidiano y,
contrariamente a una opinión bastante difundida, no deriva de causas externas y
fácilmente eliminables, sino de una propiedad orgánica del arte. Por lo menos, justamente
con esta propiedad se vincula la capacidad, ya observada, del arte de tener una correlación
con el lector y de trasmitirle aquella información que éste necesita y para cuya percepción
está preparado” (Lotman, 1972-80, 32). El análisis de Weinrich del cuento de Thomas
Mann muestra las destrezas culturales que definen a. un lector “preparado” para un texto. Si
tiene que ver con una cualidad propia de la literatura, su posibilidad de ser interpretada, son
disposiciones estéticas y habitus socioculturales los que crean el espacio de la diferencia
en la interpretación. La historia demuestra, como se verá en el capítulo siguiente, que esa
diferencia es ineliminable, porque una coincidencia absoluta entre autor y lector sólo es
(relativamente) posible en la contemporaneidad y la homogeneidad estética y social. Lotman
considera el caso de esta coincidencia, en la que autor y lector se sirven del mismo
código, y por la cual la relación emisión-recepción es de “identidad estética” total. El lector
es una imagen del autor y su relación perfectamente simétrica: un caso ideal, más un modelo
abstracto de emisión-recepción de la obra literaria, que una representación de sus
realizaciones históricas.
La semiótica, y especialmente los trabajos de Umberto Eco (1979), propone una
sistematización de las diversas imágenes del lector, partiendo de la comprobación de que el
caso de simetría absoluta entre autor y lector no puede funcionar como supuesto teórico de
un análisis del lector implicado en el texto, ni del lector concreto. La denominación de lector
modelo, propuesta por Eco, se refiere a un destinatario como el que Mann incluyó en su
relato sobre Schiller: “prototipo de una clase social determinada, dotado de una cultura
particular, de una sensibilidad y un gusto particulares”, como lo define Pagnini (1980, 58).
Lo dicho y lo elidido de un texto, las alusiones y las elipsis, están doblemente determinadas:
por un lado, el conjunto de prescripciones y normas del sistema literario (o su
trastrocamiento); por el otro, ese tipo ideal de lector, que no coincide obligatoriamente con un
lector contemporáneo.
Precisamente porque puede diferenciarse del público contemporáneo, la obra literaria
supone écarts respecto de sus lectores presentes o futuros. Sartre se refiere a un lector
potencial, cuyo origen de clase y cuya cultura son diferentes de la del autor. En momentos
en que la literatura descubre la posibilidad social de un nuevo público, la incorporación al
público habitual de sectores antes marginales, la estratificación del viejo público o su
ampliación, el escritor tiene desplegadas ante sí figuras de lectores sociales que ni son sus
gemelos ideológicos o estéticos, ni coinciden con la figura del lector ideal. Es posible
reconocer la imagen de un lector futuro en obras que parecen “incomprensibles en el primer
impacto” (Pagnini, 1980, 58) y a las que sólo la historia y el cambio sociocultural les
proporcionará sus lectores. El lector modelo de un texto puede ser su lector futuro y esta
comprobación tiene la virtud de romper una mecánica puesta en paralelo de la obra con un
sector o sectores del público contemporáneo.
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El destinatario del texto puede aparecer, entonces, desdoblado en un destinatario interno (el
lector modelo, potencial o futuro 9 ) aludido en el texto por el sistema de señales cuya
interpretación exige dominar destrezas y supuestos socioculturales; y un lector empírico,
colocado fuera del texto, cuyo habitus puede coincidir o no con el del destinatario interno:
“Mientras el primero es una ‘constante’ en cuanto ‘función’ textual, el segundo es una
‘variable’ que se coloca al lado del otro. Además este receptor empírico –justamente porque
está al lado del destinatario interno– es un sujeto que no capta el mensaje directamente, sino
que es su ‘espectador’. Asiste, como un curioso, a un proceso comunicativo que se
desarrolla frente a él como un espectáculo” (Pagnini, 1980, 63). La distancia entre el
destinatario interno y el externo es una variable que no puede ser definida a priori sino frente
a cada situación histórica y, casi podría decirse, a cada texto en situación. Cuando esta
distancia tiende a ampliarse, la lectura del texto se hace más difícil, tanto más difícil cuanto
mayor sea el écart entre ambos lectores.
Pero el lector externo no sólo se relaciona con su imagen textual, sino también, como lo
señala María Corti, con el emisor, con el texto como obra, y con los otros lectores. La
variación de estos tres nexos se origina en las situaciones de escritura y lectura, situaciones
socioculturales, que pueden registrarse en el texto, pero que también se definen fuera de él.
La relación del lector con el autor-emisor está determinada no sólo por la imagen del lector
sino por la imagen social del autor, por la conciencia de éste respecto de su público y por las
relaciones institucionales, formales e informales, del campo intelectual. El nexo entre el lector
y la obra se define no sólo como efecto textual, sino como sistema de convenciones sociales
que acompañan y condicionan la situación de lectura: los circuitos culturales, la
estratificación del campo intelectual, la comunidad o la ruptura de las expectativas estéticas
e ideológicas, la fuerza de imposición o la debilidad de las convenciones.
De lo expuesto se refuerza la resistencia a considerar la relación de autor y lector como
simétrica. La asimetría es, tanto para Eco como para Iser, una especie de prerrequisito de la
situación de lectura y, especialmente, del carácter activo de la relación entre lector y texto.
“Una diferencia evidente y capital entre la lectura y toda otra forma de interacción social es el
hecho de que la lectura no es una situación cara a cara, un texto no puede adaptarse a cada
uno de los lectores con los que entra en contacto... Los códigos que regulan la interacción
están fragmentados en el texto y deben, en primer lugar, ser rearmados o, en la mayoría de
los casos, reestructurados antes de que se establezca un marco de referencia” (Iser,
1978, 166). Cuando los códigos estéticos y sociales de autor y lector difieren, el proceso de
reconstrucción en la lectura es más difícil, en la medida en que el lector no esté en
condiciones de producir un objeto estético (encontrar un sentido) con el cañamazo de
“estrategias textuales” a las que se enfrenta.
La actividad del lector es, entonces, indispensable. Eco se pregunta sobre las razones de
esta comprobación de hecho. Define al texto como una trama de espacios blancos (los
Leerstellen de Iser): “Quien lo ha emitido preveía que fueran llenados y los ha dejado en
blanco por dos razones. En primer lugar porque un texto es un mecanismo haragán (o
económico) que vive sobre el plusvalor de sentido introducido por el destinatario... En
segundo lugar porque, a medida que pasa de la función didascálica a la estética, un texto
quiere dejar al lector la iniciativa interpretativa, aunque por lo general desee ser interpretado
con un margen suficiente de univocidad. Un texto quiere que alguien lo ayude a funcionar”
(Eco, 1979, 52). 10 El trabajo a que aludía la cita de Zumthor, en el comienzo de este
capítulo, es así una necesidad del texto, una condición que éste pone, en su misma
estructura, para su actualización como organización estética de significados. Esta
característica del texto literario tiene que ver con la inscripción del lector modelo como
destinatario interno. Por intermedio de esta figura de lector, el texto esboza una relación
productiva, ya que éste no necesariamente existe como dato social previo: producto de
69
lecturas, el texto también puede producir sus lectores, a los que proporciona el espejo del
lector ideal, implícito, según la denominación de Iser.
Pero si es posible que el texto (algunos textos en realidad) produzca eventualmente sus
lectores, la relación literaria tiende a establecerse con lectores preexistentes, configurados
a partir de un conjunto de presupuestos. La Textlinguistik trabaja especialmente sobre esta
problemática de los presupuestos de recepción de los mensajes, y las tipologías que ha
establecido pueden proporcionar a la teoría literaria indicaciones valiosas. Sigfried Schmidt
(1973) ordena estos presupuestos en cuatro clases: 1. presupuestos socioeconómicos, que
definen las posiciones respectivas del emisor y el receptor, el grado de igualdad, proximidad,
simetría o asimetría sociales; 2. presupuestos socioculturales y cognitivo-intelectuales: esto
es, lo que se ha definido (cap. 3) como habitus y disposiciones adquiridas; 3. presupuestos
biográfico-psíquicos: entre los que se incluyen las disposiciones “personales”, las
motivaciones, etc.; y 4. presupuestos lingüístico-comunicativos, que definen la “competencia”
del receptor en el manejo de las reglas y convenciones presentes en la construcción del texto
y en la situación de comunicación.
El pacto de lectura, al que nos referimos usando la denominación sartreana, se establece
también sobre la base de ciertas condiciones textuales. Si el marco general de posibilidad es
sociocultural (y se expresa en los presupuestos resumidos), existe un conjunto de
condiciones estructural-formales que, cruzadas con los presupuestos socioculturales definen
el espacio de la práctica literaria entendida como comunicación 11 . Está, en primer lugar, el
hecho de que los textos literarios pueden ser descontextualizados y recontextualizados; ello,
por lo pronto, asegura la continuidad de la experiencia de lectura, a través de la historia, de
textos producidos según las situaciones y los códigos más diferentes. Si la lectura literaria
exigiera la reproducción de las condiciones de la “primera” recepción, los textos pasados se
tornarían casi de inmediato ilegibles. Por cierto, la descontextualización y recontextualización
no quiere decir que se ponga en funcionamiento un mecanismo de “vale todo” y que el texto
pierda todo “control” sobre las lecturas siguientes, sino que traza el arco de las variaciones
histórica y textualmente posibles. Relacionada con esta condición del texto, o más bien en su
base misma, está la definición de la obra como “matriz física” de experiencias variables,
que hacen “funcionar al texto de un modo en el que el autor no había pensado que podía
funcionar” (Pagnini, 1980, 71). Nuevamente: estas posibilidades de funcionamiento son finitas
y la significación “primera” de la obra diseña sus límites. Estos rasgos del texto definen, por
otra parte, ciertas cualidades del proceso de recepción. Esta no puede ser pensada como una
relación pasiva, obviamente, ni tampoco, como se ha visto, simétrica. No es pasiva,
porque la actividad del lector debe ejercerse tanto en la construcción del sentido a
partir de aquello que el texto proporciona, como en la producción de esos tramos que el
texto (en especial, el narrativo) ha dejado en blanco. 12
Finalmente, el pacto exige alguna forma, variable históricamente, de credibilidad del lector
respecto de la obra que se le propone; la variación de los grados de credibilidad tiene que ver
con las diversas estéticas, desde la estética de la identificación a la del extrañamiento. Pero,
aun en los extremos, es necesario que el lector acepte, temporariamente, convenciones,
figuras, procedimientos que no son los de los mensajes habituales, que no pertenecen a la
esfera de los discursos prácticos, ni a la de los abiertamente ideológicos. Coleridge denominó
“suspension of disbelief” a esta perspectiva, a la vez artificiosa e imprescindible para la
existencia de la relación literaria.
Warning, en una exposición general sobre las estéticas y teorías de la recepción (1975),
70
reconoce que la semiótica (con su esquema general de la circulación de los mensajes) y, en
particular, la escuela checoslovaca, reintrodujeron al receptor como momento activo del
circuito literario, considerándolo además como destinatario histórico y no metafísico o
transhistórico del texto. Es más: la clave de la relación entre literatura y sociedad debería ser
buscada en el lector y en la actividad (histórica) de la lectura, que “hace positiva la oferta de
comunicación hecha por la obra sólo como negación dialéctica, y concretiza el artefacto
material como objeto estético” (Warning, 1975, 14).
Mukarovsky formuló precisamente esta distinción entre artefacto material y objeto estético: “La
obra de arte es un signo que está constituido por: a. el símbolo sensorial creado por el
artista; b. la ‘significación’; y c. por la relación respecto de la cosa designada, relación que se
refiere al contexto general de fenómenos sociales”. La relación de estas tres instancias o
niveles resulta de un conjunto de actividades sociales realizadas por un sujeto que aparece
designado como “conciencia colectiva”. La obra-artefacto se articula en la conciencia
colectiva con una significación determinada; a través de esta articulación se produce el objeto
estético, cuya esteticidad queda, en consecuencia, definida socialmente. Si, por un lado, es
evidente el modelo lingüístico sobre el que Mukarovsky define el signo estético, por el otro, la
función de la “conciencia colectiva” introduce la actividad de los sujetos en la consideración
semiológica del arte.
Vodicka se inscribe también en esta perspectiva semiológico-social. Como Mukarovsky,
sitúa la realización del objeto estético en la conciencia del lector, cuya percepción opera en el
marco de las normas estéticas e ideológicas que definen, en cada momento histórico y en
cada sociedad o estrato, el valor. La norma, medida de valor, no es estable sino que
corresponde a estadios o “mentalidades” históricas. Para investigar la recepción de un texto
(esto es: los momentos de su constitución como objeto estético) es necesario reconstruir el
sistema de normas (la serie de las normas) en el estudio de las “conciencias estéticas”
transindividuales: “Se trata, en efecto, de la restitución de la norma literaria en su desarrollo
histórico, para poder luego seguir las relaciones entre esta serie y la serie de desarrollo de la
estructura literaria” (1975, 72). El cambio tiene una de sus claves en la separación dinámica
entre la serie de las normas y la serie de las obras, dicho de otro modo, entre el sistema de
los textos pasados, que generan normas estéticas y tienden a estabilizarlas, el conjunto de los
textos producidos según o en contra de esas normas, y las lecturas. El lector es portador de
la norma, en la misma medida, aunque de manera diferente, que el escritor.
La cuestión de la norma es central como objeto de la historia literaria, cuyas tareas Vodicka
enumera: “1. Reconstrucción de la norma literaria y del complejo de postulados literarios de
una época; 2. reconstrucción de la literatura de una época... y descripción de la jerarquía de
sus valores literarios; 3. estudio de la concretización de las obras (contemporáneas y
pasadas)... fundamentalmente de la concretización crítica; 4. estudio del efecto de una obra
en función literaria y extraliteraria” (1975, 74). Del elenco de tareas se desprende que, para
Vodicka, no sólo el estatuto social de la literatura sino también su carácter histórico se
define, si no exclusivamente, por lo menos básicamente, en la recepción, en particular en la
del crítico, cuyo discurso informa sobre la norma estética vigente y sobre la acción de otras
normas (religiosas, filosófica, morales, etc.) respecto de la literaria. Si el discurso crítico es un
documento central de las concretizaciones de sentido, los diarios, recuerdos, cartas,
biografías, demuestran igualmente que toda lectura es histórica y que cada período se
presenta como escena de la coexistencia o la lucha de diferentes concretizaciones.
El término concretización es un préstamo que Vodicka toma de Ingarden (y que pasará a
diversas corrientes de los teóricos de la recepción), modificándolo en un sentido histórico. Es
“el reflejo de la obra en la conciencia, para la que la obra representa un objeto estético”
(1975, 91). El marco de la concretización es el sistema literario presente a esa conciencia, y
por ello la concretización se define como acontecimiento social, incluso cuando el sujeto-
lector pueda vivirlo como un hecho “privado”. Las concretizaciones se incorporan al sistema
71
literario como valores; la obra entra a formar parte de la tradición por su lectura y confronta su
valor con el de las otras obras, al confrontar sus respectivas concretizaciones. En tanto re-
construcción del sentido, las concretizaciones (por lo menos, las histórica y estéticamente
significativas) revelan de qué modo la estructura de la obra afirma, niega, innova o repite el
sistema de normas colectivas.
Como los procedimientos, las concretizaciones tienden a automatizarse. La escuela es un
agente activo de automatización en la medida en que difunde una lectura, y condiciona
lecturas futuras por el tipo de destrezas que impone. En verdad, el papel que Vodicka atribuye
a la escuela debería más bien pensarse como función que las instituciones del campo
intelectual cumplen en la organización e imposición de una estética. Cuando una lectura se
automatiza, surge (particularmente en las élites culturales y con especial agudeza en las
vanguardias) la necesidad de una nueva comprensión. La causa no es sólo un cambio en la
norma, sino un desgaste de la concretización vigente. Por cierto, si la nueva concretización
alcanza una vigencia colectiva, induce a un cambio en la norma. Producto social, la
concretización se diferencia institucionalmente y según los niveles de la estratificación
sociocultural. Es posible, así, registrar la vigencia de ciertas lecturas o autores para un sector
del público o para una institución (la universidad, por ejemplo), cuando sectores de vanguardia,
críticos o marginales ya han ajustado cuentas con ellos, considerándolos “muertos” desde el
punto de vista de su conciencia estética. Los desplazamientos dentro del sistema literario
serían producto no sólo de nuevos textos, sino de nuevas lecturas de textos conocidos.
Vodicka, al señalar el carácter activo de la percepción y la incidencia de ésta en la producción
literaria, integra una línea que, desde el estructuralismo checoslovaco, habría confluido, según
Warning, en la Estética de la recepción de la Escuela de Constanza. Sin embargo, obras
como la de Ingarden y Gadamer le proporcionaron a esta Escuela una serie de sugerencias
teóricas (la crítica del objetivismo positivista no es la menor de ellas) que deben ser también
tenidas en cuenta, aunque sólo sea como fondo filosófico, cuando se leen los textos de quien
es, quizás, el más importante de sus miembros, Hans Robert Jauss.
Literatura, sociedad e historia están implicadas en un tipo de relación que se hace evidente en
la lectura. La historicidad y la socialidad del hecho literario no se demuestra sólo en su
proceso de producción y en su vínculo con el sujeto-autor, sino también en el proceso de
recepción y respecto del sujeto-lector. Tampoco es un rasgo que se origina exclusivamente en
la representatividad del texto respecto de algunas de las instancias exteriores, sociales o
individuales, sino más bien en la trama de relaciones recíprocas entre producción y recepción.
Según Jauss, tanto el formalismo como el marxismo se limitan a una estética de la
producción (y, en consecuencia, de la representación o del procedimiento): el formalismo
supone a un lector que es sólo sujeto de la percepción y no configurador del sentido; la
estética marxista, por su parte, afirma a la producción como única instancia donde se elabora
la significación. Jauss se propone interrogar las dos dimensiones o momentos del fenómeno
estético, porque sólo pensándolas en conjunto se hace perceptible la función social y la vida
histórica de la literatura. “La función social de la literatura sólo se manifiesta en toda la
amplitud de sus posibilidades auténticas cuando la experiencia literaria del lector interviene en
el horizonte de expectativa de su vida cotidiana, orienta o modifica su visión del mundo y, en
consecuencia, reactúa sobre su comportamiento social” (1978, 73). Para Jauss, como para
Raymond Williams, el arte es un factor de “creación social” (Gesellschaftsbildende Funktion),
de formatividad de la experiencia colectiva, cuyo carácter activo se manifiesta en la vida
cotidiana a través de intervenciones no sólo estéticas, sino también morales.
La estética de la recepción cuestiona “el paradigma estructuralista dominante”, en primer
lugar por lo que Jauss considera sus tendencias ahistóricas; en segundo lugar, porque
somete a crítica su noción de texto, como conjunto lingüístico clausurado respecto del
referente y, en consecuencia, de la realidad; finalmente, por la exclusión del sujeto (“sistema
72
de signos sin sujeto, y, en consecuencia, sin nexos con la situación de producción y
recepción del sentido”, Jauss, 1981, 36). La estética de la recepción es crítica respecto
del paradigma estructural también cuando afirma a la literatura como comunicación, acto
donde están implicados de manera equivalente tanto el sujeto autor como el sujeto-lector.
Más aún, en esta equivalencia, Jauss otorga la “prioridad hermenéutica” a la recepción (1980,
9): “Pues, de la misma manera en que todo productor, cuando comienza a escribir es siempre
un receptor, así el intérprete debe poner en juego su propio estatuto de lector, si quiere entrar
en el diálogo de la tradición literaria. La continuación de este diálogo no puede prescindir de
esta instancia de la recepción. El lector que goza y que juzga, que plantea preguntas y
encuentra respuestas, este lector que, finalmente, se pone a escribir, es la única instancia
mediadora en el pretendido ‘diálogo de las obras’. Sin su intervención activa, toda
intertextualidad, entendida en el sentido de la teoría dominante como ‘diálogo de los textos
entre sí’, es una ilusión idealista sin puntos de referencia”. 13
La estética de la recepción se propone, al mismo tiempo, soldar la fractura que la perspectiva
historicista crea entre el pasado literario y la experiencia contemporánea: la fractura
entre historia y estética, que el historicismo ensancha al vincular unilateralmente el texto a
la lectura contemporánea a su aparición, como única lectura comprensiva “verdadera”. Jauss,
sin dejar de reconocer el valor y la función socio-estética de la primera lectura, reflexiona
sobre ella en dos sentidos: por un lado, esta lectura no se produce en un vacío, sino en un
espacio donde persisten tradiciones literarias anteriores, sobre las que se recorta el juicio
acerca de las nuevas obras. Por otro lado, la importancia y el valor de un texto resulta de su
ubicación en la “cadena de las recepciones”, donde la primera lectura, incluso, suele no ser
decisiva para el destino posterior de la obra. 14
Ahora bien, esta primera lectura, así como las posteriores, no deben pensarse como
operaciones individuales y abstractas sino integradas en lo que Jauss denomina, con una
expresión tomada de Mannheim, Erwartungshorizont (horizonte de expectativas). Esta noción
es central en su teoría y ha ido definiéndose y enriqueciéndose, incluso desdoblándose, a lo
largo de sucesivos trabajos. La obra literaria no es producida ni percibida aisladamente, sino
en un campo conformado por experiencias prácticas y estéticas, conocimientos, expectativas.
Por eso mismo, la percepción no queda librada a la arbitrariedad de la subjetividad, sino que
se produce como acontecimiento determinado en relación a un “sistema de referencias
objetivamente formulable que, para cada obra en el momento de la historia en que
aparece, resulta de tres factores principales: la experiencia previa que el público tiene del
género al que la obra pertenece, la forma y la temática de obras anteriores cuyo
conocimiento supone, y la oposición entre lengua poética y práctica, mundo imaginario y
realidad cotidiana” (1978, 49). Esta definición del horizonte de expectativas incluye, como
es evidente, el sistema literario, la norma, y la distinción (variable históricamente) entre
realidad social y literatura, discurso ideológico y discurso literario, arte y experiencia. La lectura
de un nuevo texto es siempre una actividad inscripta en este horizonte que recorta la nueva
experiencia sobre el fondo de la “experiencia estética intersubjetiva previa”.
En ensayos posteriores 15 , Jauss desdobla el concepto de horizonte de expectativas,
proponiendo un sistema doble, donde se distingue “el horizonte de expectativa literaria
implicado por la nueva obra y el horizonte de expectativa social” (1978, 259). El primer
horizonte se define como código primario y corresponde a la estructura formal e ideológica
de la obra; el segundo, es el código secundario, producto (a la vez que productor) de la
experiencia del lector. La lectura es el proceso por el cual ambos horizontes se relacionan y,
a través de esta relación, es posible la comprensión del texto, la construcción, por el lector,
de su sentido. Si el lector ignora el código primario (horizonte interno), el proceso de lectura
se enfrenta con una barrera (estética, ideológica, sociocultural) difícilmente superable. De
todos modos, no es posible suponer que la destreza del lector con ese código debe estar
calcada sobre la del autor del texto. Justamente, la posibilidad de la lectura como proceso
73
activo, tiene que ver con desfasajes, separaciones del lector respecto del horizonte de
expectativa implicado en el texto. La lectura, al reconstruir el horizonte de la obra, al
mismo tiempo lo funde con el horizonte de la recepción. En verdad, para Jauss, el proceso
mismo de la recepción es el contacto de los dos horizontes en la experiencia estética, que
reivindica como placer: “Veo las raíces de toda experiencia en el goce estético (sin él sería
imposible distinguir función estética de función teórica). Primum legere et frui, deinde
interpretari: la comprensión gozosa es a la vez pasividad y actividad y precede a la reflexión
estética” (1980, 13). 16 La recepción del texto es una experiencia estética y, por lo tanto,
social desde un doble punto de vista: por la interacción de dos horizontes, por una parte; por la
otra, porque esta experiencia es sólo posible culturalmente y según pautas, modelos de
identificación, reglas sociales de funcionamiento.
Con el concepto de horizonte de expectativa, Jauss replantea además la cuestión de lo
nuevo en literatura, como desfasaje entre el horizonte y la obra. La profundidad de la
diferencia puede llegar a provocar, incluso, un cambio de horizonte. En este aspecto, no
queda claro si, para Jauss, el valor estético reside en provocar estos cambios de horizonte,
con lo que su estética coincidiría en general con la del formalismo. O si, como afirma en
otros pasajes, hay períodos en que el arte prescinde de la novedad y no deposita en ella la
creación de valor, conservando, de este modo, la estabilidad de los horizontes interno y
externo. Por otra parte, la problemática del cambio de horizonte y de la novedad como
separación respecto del horizonte de expectativa, permite evitar la consideración mecánica
objetivista que, en opinión de Jauss, afecta a la sociología del público. Hay obras que se
escriben sin tener “relación con ningún público definido... que trastocan tan radicalmente el
horizonte familiar de expectativa que su público no puede constituirse sino progresivamente”
(1978, 55). Y, también en este sentido, la obra es un factor de “creación social”.
La noción doble de horizonte, le permite a Jauss diferenciar el efecto (Wirkung) y la recepción
de una obra. El efecto depende del texto, es su producto; la recepción, en cambio, se origina
en la actividad del destinatario. La experiencia estética es la articulación de ambos: “El efecto
de la obra y su recepción se articulan en un diálogo entre un sujeto presente y un discurso
pasado” (1978, 247). El lector, concebido como elemento activo, capta en cada obra la
respuesta a una pregunta elaborada en pasado, pero actualizada como presente en el proceso
de la recepción. Comprender una obra significa entonces la captación de los
presupuestos que la originaron y, en consecuencia, la reconstrucción de su horizonte interno.
Ahora bien, esta actividad del lector sería imposible desde un vacío ideológico y cultural.
Por el contrario, precisamente se ejerce desde una “precomprensión del mundo y de la
vida en el cuadro de referencia literaria implicado por el texto. Esta precomprensión del lector
incluye las expectativas concretas que corresponden al horizonte de sus intereses, deseos,
necesidades y experiencias, tal como han sido determinados por la sociedad y la clase a la
cual pertenece así como por su historia individual” (1978, 259).
Precomprensión en el marco del horizonte del lector y comprensión del horizonte implicado en
el texto producen la concretización. 17 El texto se convierte en obra en la concretización de
su estructura virtual. No preexiste sino que se construye en la convergencia del efecto y la
recepción. Evitada de este modo la perspectiva sustancialista sobre la literatura, Jauss piensa
que la teoría literaria está en condiciones de proponerse la historia de las obras, que es,
esencialmente, una historia de sus lecturas. 18
Warning observa que es necesario distinguir la multiplicidad de las concretizaciones
individuales, que sólo pueden ser objeto de una investigación empírica sobre “casos”, de una
descripción teórica inspirada por la pragmática; y que también es preciso afirmar que el texto
lleva inscripto un sentido, no importa lo ambiguo que parezca, en la medida en que es
siempre un “discurso situado” (1979, 328). Jauss reconoce, aunque en el conjunto de sus
textos puedan detectarse vacilaciones, el carácter determinado del horizonte interno de la
obra. Se niega, en cambio, a declarar por ello incompatibles las interpretaciones diferentes
74
que se han construido en lecturas sucesivas. Afirma: “el principio hermenéutico que exige
reconocer la parcialidad inherente a toda interpretación” (1981, 36). Es importante considerar
ambos aspectos de esta cuestión del sentido: uno, caracterizado por el cambio social e
histórico, el de la recepción que descansa sobre la práctica del lector; el otro, fijado en el
texto, inscripto en su estructura, productor del efecto. La “secuencia histórica de las
concretizaciones” está, para Jauss, igualmente definida por ambos.
NOTAS
76
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SELECCIÓN DE TEXTOS: CRÓNICAS DE LA CONQUISTA DE AMÉRICA
VERSIONES COMPLETAS DISPONIBLES EN:
Bernal Díaz del Castillo, Historias verdaderas de la conquista de la Nueva España.
Disponible en:
https://biblioteca.org.ar/libros/11374.pdf
Cronistas de Indias en la Nueva Granada (1536-1731)
Disponible en:
https://babel.banrepcultural.org/digital/collection/p17054coll3/id/28/
Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la Conquista. José León Portilla
Disponible en:
https://www.almendron.com/blog/wp-content/images/2014/05/vencidos.pdf
Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico
Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España
EL AUTOR
Yo Bernal Díaz del Castillo, Regidor desta Ciudad de Santiago de Guatimala, Autor desta muy verdadera y clara Historia, la
acabé de sacar á luz, que es desde el descubrimiento, y todas los Conquistas de la Nueva España, y como se tomó la gran
Ciudad de México, y otras muchas ciudades, y hasta las haber traido de paz; é pobladas muchas ciudades é villas de
Españoles, las enviamos á dar y entregar, como somos obligados, á nuestro Rey é Señor; en la qual Historia hallarán cosas
muy notables, é dignas de saber: é tambien van declarados los borrones, é cosas escritas viciosas en un libro de Francisco
López de Gomara, que no solamente va errado en lo que escribió de la Nueva España, sino que tambien hizo errar á dos
famosos Historiadores que siguieron su Historia, que se dicen el Doctor Illescas, y el Obispo Paulo Jobio; y á esta causa digo é
afirmo, que lo que en este libro se contiene va muy verdadero, que como testigo de vista me hallé en todas las batallas é
rencuentros de guerra: é no son cuentos viejos, ni Historias de Romanos de mas de setecientos años, porque a manera de
decir, ayer pasó lo que verán en mi Historia, é como, é quando, é de qué manera; y dello era buen testigo el muy esforzado é
valeroso Capitan Don Hernando Cortés Marques del Valle, que hizo relación en una carta que escribió de México al
Serenísimo Emperador Don Cárlos V de gloriosa memoria, é otra del Virrey Don Antonio de Mendoza, é por probanzas
bastantes. Y demas desto, desque mi Historia se vea, dará fe é claridad dello; la qual se acabó de sacar en limpio de mis
memorias é borradores en esta muy leal ciudad de Guatimala, donde reside la Real Audiencia, en veinte y seis dias del mes de
Febrero de mil y quinientos y sesenta y ocho años. Tengo de acabar de escribir ciertas cosas que faltan, que aun no se han
acabado: va en muchas partes testado lo qual no se ha de leer. Pido por merced á los Señores Impresores que no quiten ni
añadan mas letras de las que aquí van, é suplan, &c.
CAPÍTULO II.
Del descubrimiento de Yucatan, y de un reencuentro de guerra que tuvimos con los naturales.
En ocho dias del mes de Febrero del año de mil y quinientos y diez y siete años salimos de la Habana, y nos hicimos á la vela
en el puerto de Jaruco, que ansi se llama entre los Indios, y es la banda del Norte, y en doce dias doblamos la de San Antón,
que por otro nombre en la isla de Cuba se llama la tierra de los Guanataveis, que son unos Indios como salvages. Y doblada
aquella punta, y puestos en alta mar, navegamos á nuestra ventura hácia donde se pone el Sol, sin saber baxos, ni corrientes,
ni qué vientos suelen señorear en aquella altura, con grandes riesgos de nuestras personas; porque en aquel instante nos vino
una tormenta que duro dos dias con sus noches, y fue tal que estuvimos para nos perder: y desque aboninzó, yendo por otra
navegación, pasados veinte y un dias que salimos de la isla de Cuba, vimos tierra de que nos alegramos mucho, y dimos
muchas gracias á Dios por ello; la qual tierra jamas se habia descubierto, ni habia noticia de ella hasta entonces, y desde los
navíos vimos un gran pueblo, que al parecer estaria de la costa obra de dos leguas; y viendo que era gran poblacion, y no
habiamos visto en la isla de Cuba pueblo tan grande, le pusimos por nombre el Gran Cayró. Y acordamos que con él un navío
de menos porté se acercasen lo que mas pudiesen á la costa á ver qué tierra era, y a ver si habia fondo para que pudiésemos
anclear junto á la costa: y una mañana, que fueron quatro de Marzo, vimos venir cinco canoas grandes llenas de Indios
naturales de aquella poblacion, y venian á remo y vela. Son canoas hechas á manera de artesas, y son grandes de maderos
gruesos, y cavadas por dedentro, y está hueco, y todas son de un madero macizo, y hay muchas dellas en que caben en pie
quarenta y cincuenta Indios. Quiero volver á mi materia. Llegados los Indios con las cinco canoas cerca de nuestros navíos
con señas de paz que les hicimos y llamándoles con las manos, y capeándoles con las capas para que nos viniesen á hablar,
porque no teníamos en aquel tiempo lenguas que entendiesen la de Yucatan, y Mexicana; sin temor ninguno viniéron, y
entráron en la Nao Capitana sobre treinta dellos; á los quales dimos de comer cazabe, y tocino, y á cada uno un sartalejo de
cuentas verdes, y estuviéron mirando un buen rato los navios; y el mas principal dellos, que era Cacique, dixo por señas que
se queria tornar á embarcar en sus canoas, y volver á su pueblo, y que otro dia volverían, y traerían mas canoas en que
saltásemos en tierra: y venian estos Indios vestidos con unas xaquetas de algodon, y cubiertas sus vergüenzas con unas
mantas angostas, que entre ellos llaman maltates, y tuvímoslos por hombres mas de razón que á los Indios de Cuba; porque
andaban los de Cuba con sus vergüenzas defuera, excepto las mugeres que traian hasta que les llegaban á los muslos unas
ropas de algodon, que llaman naguas. Volvamos á nuestro cuento, que otro dia por la mañana volvió el mismo Cacique a los
navíos, y truxo doce canoas grandes con muchos Indios remeros, y dixo por señas al Capitan, con muestras de paz, que
fuesemos á su pueblo, y que nos darían comida, y lo que hubiésemos menester; y que en aquellas doce canoas podíamos
saltar en tierra. Y quando lo estaba diciendo en su lengua, acuérdome que decia con escotoch, con escotoch, y quiere decir,
andad acá á mis casas; y por esta causa pusimos desde entonces por nombre á aquella tierra Punta de Cotoche, y así está en
las cartas del marear. Pues viendo nuestro Capitan, y todos los demas soldados, los muchos halagos que nos hacia el
Cacique para que fuésemos á su pueblo, tomó consejo con nosotros, y fué acordado que sacasemos nuestros bateles de los
navíos, y en el navío de los mas pequeños, y en las doce canoas saliésemos á tierra todos juntos de una vez; porque vimos la
costa llena de Indios que habian venido de aquella poblacion: y salimos todos en la primera barcada. Y quando el Cacique nos
vido en tierra, y que no íbamos á su pueblo, dixo otra vez al Capitan por señas, que fuesemos con él á sus casas, y tantas
muestras de paz hacia, que tomando el Capitan nuestro parecer, para si iríamos, o no; acordóse por todos los mas soldados,
que con el mejor recaudo de armas que pudiésemos llevar, y con buen concierto fuesemos. Llevamos quince ballestas, y diez
escopetas (que así se llamaban escopetas y espingardas en aquel tiempo) y comenzamos á caminar por un camino por donde
el Cacique iba por guia con otros muchos Indios que le acompañaban. E yendo de la manera que he dicho, cerca de unos
montes breñosos, comenzó á dar voces, y apellidar el Cacique para que saliesen á nosotros esquadrones de gente de guerra
que tenian en zelada para nos matar: y á las voces que dió el Cacique, los esquadrones vinieron con gran furia, y comenzáron
á nos flechar de arte, que á la primera rociada de flechas nos hiriéron quince soldados, y traian armas de algodon, y lanzas, y
rodelas, arcos, y flechas, y hondas, y mucha piedra, y sus penachos puestos, y luego tras las flechas vinieron á se juntar con
nosotros pie con pie, y con las lanzas á manteniente nos hacían mucho mal. Mas luego les hicimos huir como conocieron el
buen cortar de nuestras espadas, y de las ballestas, y escopetas, el daño que les hacían, por manera que quedáron muertos
quince dellos. Un poco mas adelante donde nos dieron aquella refriega, que dicho tengo, estaba una placeta, y tres casas de
cal y canto, que eran adoratorios donde tenian muchos ídolos de barro, unos como caras de demonios, y otros como de
mugeres, altos de cuerpos, y otros de otras malas figuras, de manera, que al parecer estaban haciendo sodomías unos bultos
de Indios con otros; y dentro en las casas tenian unas arquillas hechizas de madera, y en ellas otros ídolos de gestos
diabólicos, y unas patenillas de medio oro, y unos pinjantes, y tres diademas, y otras piecezuelas á manera de pescados, y
otras á manera de anades de oro baxo. Y despues que lo hubimos visto, así el oro, como las casas de cal y canto, estabamos
muy contentos porque habíamos descubierto tal tierra; porque en aquel tiempo no era descubierto el Perú, ni aun se descubrió
dende ahí á diez y seis años. En aquel instante que estabamos batallando con los Indios, como dicho tengo, el Clérigo
González iba con nosotros, y con dos Indios de Cuba se cargó de las arquillas, y el oro, y los ídolos, y lo llevó al navío: y en
aquella escaramuza prendimos dos Indios, que despues se bautizáron, y volviéron Christianos, y se llamó el uno Melchor, y el
otro Julián, y entrambos eran trastravados de los ojos. Y acabado aquel rebato acordamos de nos volver á embarcar, y seguir
las costas adelante descubriendo hácia donde se pone el sol. Y despues de curados los heridos, comenzamos á dar velas.
CAPÍTULO III.
Del descubrimiento de Campeche.
Como acordamos de ir la costa adelante hácia el Poniente descubriendo puntas, y baxos, y ancones, y arracifes, creyendo que
era isla, como nos lo certificaba el piloto Antón de Alaminos; íbamos con gran tiento de dia navegando, y de noche al reparo, y
parando: y en quince dias que fuimos desta manera, vimos desde los navíos un pueblo, y al parecer algo grande, y habia cerca
dél gran ensenada y bahía; creimos que habia rio, ó arroyo, donde pudiésemos tomar agua, porque teniamos gran falta della:
acabábase la de las pipas, y basijas que traiamos, que no venian bien reparadas, que como nuestra armada era de hombres
pobres, no teniamos dinero quanto convenia para comprar buenas pipas: faltó el agua, hubimos de saltar en tierra junto al
pueblo, y fué un Domingo de Lazaro, y á esta causa le pusimos este nombre, aunque supimos que por otro nombre propio de
Indios se dice Campeche: pues para salir todos de una barcada, acordamos de ir en el navío mas chico, y en los tres bateles
bien apercebidos de nuestras armas, no nos acaeciese como en la punta de Cotoche; porque en aquellos ancones, y bahías
mengua mucho la mar, y por esta causa dexamos los navíos ancleados mas de una legua de tierra, y fuimos á desembarcar
cerca del pueblo, que estaba allí un buen paso de buena agua, donde los naturales de aquella poblacion venian y se servían
dél: porque en aquellas tierras, segun hemos visto, no hay rios, y sacamos las pipas para las henchir de agua, y volvernos á
los navíos: ya que estaban llenas, y nos queríamos embarcar, vinieron del pueblo obra de cincuenta Indios, con buenas
mantas de algodon, y de paz, y á lo que parecía debieran de ser Caciques, y nos decían por señas que qué buscabamos? y
les dimos á entender que tomar agua, é irnos luego á los navíos; y señalaron con la mano que si veníamos de hácia donde
sale el Sol, y decían Castilá, Castilá, y no mirábamos bien en la plática de Castilá, Castilan. Y despues destas pláticas que
dicho tengo, nos dixéron por señas que fuésemos con ellos á su pueblo, y estuvimos tomando consejo si iriamos: acordamos
con buen concierto de ir muy sobre aviso, y lleváronnos á unas casas muy grandes que eran adoratorios de sus ídolos, y
estaban muy bien labradas de cal y canto, y tenian figurados en unas paredes muchos bultos de serpientes y culebras, y otras
pinturas de ídolos, y al derredor de uno como altar lleno de gotas de sangre muy fresca; y á otra parte de los ídolos tenian
unas señales como á manera de cruces, pintados de otros bultos de Indios. De todo lo qual nos admiramos como cosa nunca
vista, ni oida. segun pareció en aquella sazon habian sacrificado á sus ídolos ciertos Indios, para que les diesen vitoria contra
nosotros, y andaban muchos Indios é Indias riéndose, y al parecer muy de paz como que nos venian á ver: y como se juntaban
tantos, temimos no hubiese alguna zalagarda como la pasada de Cotoche: y estando desta manera viniéron otros muchos
Indios que traian muy ruines mantas, cargados de carrizos secos, y los pusiéron en un llano, y tras estos viniéron dos
esquadrones de Indios flecheros con lanzas, y rodelas, y hondas, y piedras, y con sus armas de algodon, y puestos en
concierto en cada esquadron su Capitan, los quales se apartáron en poco trecho de nosotros, y luego en aquel instante
saliéron de otra casa, que era su adoratorio, diez Indios que traian las ropas de mantas de algodon largas, y blancas, y los
cabellos muy grandes llenos de sangre, y muy revueltos los unos con los otros, que no se les pueden esparcir, ni peynar, si no
se cortan, los quales eran Sacerdotes de los ídolos, que en la Nueva España comunmente se llaman Papas; otra vez digo que
en la Nueva España se llaman Papas, y así los nombraré de aquí adelante: y aquellos Papas nos truxéron zahumerios como á
manera de resina, que entre ellos llaman copal, y con braseros de barro llenos de lumbre nos comenzaron á zahumar, y por
señas nos dicen que nos vamos de sus tierras ántes que á aquella leña que tienen llegada se ponga fuego, y se acabe de
arder, si no que nos darán guerra, y nos matarán. Y luego mandáron poner fuego á los carrizos, y comenzó de arder, y se
fuéron los Papas callando sin mas nos hablar; y los que estaban apercebidos en los esquadrones empezáron á silvar, y á tañer
sus bocinas, y atabalejos. Y desque los vimos de aquel arte, y muy bravosos, y de lo de la punta de Cotoche aun no teníamos
sanas las heridas, y se habian muerto dos soldados que echamos al mar, y vimos grandes esquadrones de Indios sobre
nosotros, tuvimos temor, y acordamos con buen concierto de irnos á la costa; y así comenzamos á caminar por la playa
adelante hasta llegar enfrente de un peñol que está en la mar, y los bateles, y el navío pequeño fuéron por la costa tierra á
tierra con las pipas de agua, y no nos osamos embarcar junto al pueblo donde nos habiamosdesembarcado por el gran
número de Indios que ya se habian juntado; porque tuvimos por cierto que al embarcar nos darian guerra. Pues ya metida
nuestra agua en los navíos, y embarcados en una bahia como portezuelo que allí estaba, comenzamos á navegar seis dias
con sus noches con buen tiempo, y volvió un Norte que es travesia en aquella costa, el qual duró quatro dias con sus noches
que estuvimos para dar al través; tan recio temporal hacia, que nos hizo anclear la costa por no ir al través, que se nos
quebráron dos cables, y iba garrando á tierra el navío. O en qué trabajo nos vimos! que si se quebrara el cable, ibamos á la
costa perdidos, y quiso Dios que se ayudáron con otras maromas viejas, y guindaletas. Pues ya reposado el tiempo, seguimos
nuestra costa adelante, llegándonos á tierra quanto podíamos para tornar á tomar agua, que (como he dicho) las pipas que
traíamos viniéron muy abiertas, y asimismo no habia regla en ello; como íbamos costeando creiamos que do quiera que
saltásemos en tierra, la tomaríamos de xagueyes y pozos que cavariamos. Pues yendo nuestra derrota adelante vimos desde
los navíos un pueblo, y ántes de obra de una legua dél hácia una ensenada que parecía que abría rio, ó arroyo, acordamos de
surgir junto a él: y como en aquella costa (como otras veces he dicho) mengua mucho la mar, y quedan en seco los navíos, por
temor desto surgimos mas de una legua de tierra en el navío menor, y en todos los bateles fue acordado que saltásemos en
aquella ensenada, sacando nuestras vasijas con muy buen concierto, y armas, y ballestas, y escopetas. Salimos en tierra poco
mas de medio día, y habría una legua desde el pueblo hasta donde desembarcamos, y estaban unos pozos y maizales, y
caserias de cal y canto. Llámase este pueblo Potonchan, henchimos nuestras pipas de agua, mas no las pudimos llevar, ni
meter en los bateles, con la mucha gente de guerra que cargó sobre nosotros: y quedarse ha aqui, y adelante diré las guerras
que nos diéron.
Epítome de la conquista del nuevo reino de granada (1536)
Atribuido a Gonzalo Jiménez de Quesada
Entre la provincia de Santa Marta y la de Cartagena, está un río que divide estas dichas dos provincias que llaman el río de la
Magdalena, y por nombre más conocido llamado comúnmente el Río Grande porque en la verdad lo es harto, tanto que con el
ímpetu y furia que trae a la boca rompe por la mar y se coge agua dulce una legua dentro, por aquel paraje. Los de estas dos
provincias de Santa Marta y Cartagena aunque más los de Santa Marta, porque estuvo poblada mucho antes que Cartagena,
desde que Bastidas la pobló iban siempre por este Río Grande arriba los gobernadores o sus capitanes descubriendo las
tierras y provincias que hallaban; pero ni los de una gobernación ni la otra subieron el dicho río arriba de 50 a 60 leguas, los
que más llegaron fue hasta la provincia que llaman de Sampallón que está poblada orilla del dicho río porque aunque siempre
tenía esperanza por lenguas de indios que muy adelante el río arriba había grandes riquezas y grandes provincias y señores
de ellas, dejaban de pasar adelante las veces que allí llegaron, unas veces por contentarse con las riquezas que hasta allí
habían ganado o rescatado de los indios, otras veces por impedimentos de grandes lluvias que encenagaban toda la tierra y
costa de dicho río por donde habían de subir, las cuales aguas son muy importantes y ordinarias casi siempre podía [sic] aquel
río arriba, y en la verdad bien pudieran ellos vencer estos impedimentos, sino que los de Santa Marta se contentaron con la
Ramada, que es una provincia pequeña pero rica que está cerca de la misma Santa Marta hasta que la acabaron y
destruyeron no teniendo respeto a bien público ni otra norma que sus intereses. También los de Cartagena se contentaron con
las sepulturas del Zenú donde hallaron harto oro y era cerca de Cartagena, y como también aquello se acabó como lo de
Santa Marta, los unos y los otros quedaron con sola la esperanza de lo que se descubriese el río arriba, por la grande noticia y
lenguas de indios que de ellos tenían y aun no solamente los de estas 2 gobernaciones, pero aun los de la gobernación de
Venezuela que poblaron los alemanes y los de Uraparu, los cuales tenían también grande noticia por lengua de indios de una
provincia poderosa y rica que se llamaba Meta que por la derrota que los indios mostraban venía a ser hacia el nacimiento del
dicho Río Grande, aunque ellos no tenían el camino para ir allá por la costa del dicho río como los de Santa Marta y
Cartagena, pero habían de ir atravesando sus gobernaciones por la tierra adentro y todas las noticias de estas gobernaciones
así de las unas como de las otras, que tan levantados traían los pies a todos los de la mar del norte por aquella costa según
después ha parecido, será una misma cosa que era este Nuevo Reino de Granada, que descubrió y pobló el licenciado
Gonzalo Jiménez de Quesada para el cual estuvo guardado esto, lo cual pasa de esta manera. E1 año de 1536 por el mes de
abril el dicho Gonzalo Jiménez de Quesada, mariscal que ahora es del dicho Nuevo Reino, partió de la dicha ciudad de Santa
Marta que está a la costa de la mar a descubrir el Río Grande arriba por la banda de Santa Marta con 600 soldados repartidos
en 8 compañías de infantería y con 100 de a caballo y así mismo con ciertos bergantines por el río para que fuesen bandeando
y dando ayuda al dicho licenciado que iba por tierra descubriendo por la misma costa del río: los capitanes de infantería que
llevó consigo, se llamaban el capitán San Martín, el capitán Céspedes, el capitán Valenzuela, el capitán Lázaro Fonte, el
capitán Lebrija, el capitán Juan de Junco, el capitán Suarez, y la otra compañía era la guarda del dicho licenciado capitán
general; los capitanes de los bergantines que iban por el agua se llamaban: el capitán Corral, el capitán Cardoso, el capitán
Albarracín; esta armada se hizo con voluntad y consentimiento del Gobernador que a la sazón era en Santa Marta, el cual,
después de la muerte de García de Lerma, era don Pedro de Lugo adelantado de Canaria padre del adelantado Alonso que
ahora es, del cual adelantado don Pedro, el dicho licenciado fue capitán General y su segunda persona, el cual dicho
adelantado don Pedro murió en estos mismos días que el dicho licenciado salió a conquistar y así todas las cosas de aquella
provincia quedaron a cargo y devoción del dicho licenciado. Partido el dicho licenciado a la dicha conquista subió por el río
arriba, descubriendo más de un año por la costa del dicho río más de 100 leguas, más que los otros primeros habían subido, y
paró en un lugar que se llama La Tora, por otro nombre el Pueblo de los Brazos, que será de la costa de la mar y de la boca
del río 150 leguas y hasta este lugar se tardó mucho tiempo por grandes dificultades de aguas y de otros malos caminos de
montes muy cerrados que hay por aquella costa del río. En este pueblo de La Tora se paró para invernar el dicho licenciado y
su campo, porque se cargaban tanto las aguas que ya no se podía ir más adelante y el río venía tan crecido que sobraba por
la barranca; iba por la tierra y campos que no se podía caminar por la costa de él y así envió el dicho licenciado los
bergantines a descubrir por el río porque por la costa era imposible como está dicho; y subieron otras veinte leguas más arriba
y se volvieron sin traer ninguna buena relación, porque hallaron que el río venía ya tan fuera de madre que no había lugar de
indios en la costa de él, sino muy pocos en isletas. Todo lo demás era agua cuanto se veía. Visto ya el poco remedio que para
subir el dicho río arriba había, acordó el dicho licenciado de ir a descubrir por un brazo pequeño que, cerca del dicho pueblo
donde estaba, entraba en el Río Grande y parecía venir de unas sierras y montañas grandes que estaban a mano izquierda.
las cuales montañas, según supimos después de descubiertas, se llamaban las sierras de Opón. Llevábamos antes de llegar a
La Tora cierta esperanza caminando por el río arriba y era ésta que la sal que se come por todo el río arriba entre los indios es
por rescates de indios que las traen de unos en otros desde la mar y costa de Santa Marta; la cual dicha sal es de grano y
sube por vía de mercancía más de 70 leguas por el dicho río aunque cuando llega tan arriba, ya es tan poca que vale muy cara
entre los indios y no la come sino la gente principal y los demás la hacen de orines de hombres y de polvos de palmas. Pasado
esto, dióse luego con otra sal no de grano como la pasada sino en panes, que eran grandes como de pilones de azúcar; y
mientras más arriba subimos por el río más barato valía esta sal entre los indios. Y así por esto, como por la diferencia de la
una sal y de la otra, se conoció claramente que si la de granos subía por el dicho río, esta otra bajaba, y que no era posible no
fuese grande y buena tierra habido respecto a la contratación grande de aquella sal que por el río bajaba; y así decían los
indios que los mismos que les venían a vender aquella sal decían que adonde aquella sal se hacía, había grandes riquezas y
era grande tierra la cual era de un poderosísimo señor de quien contaban grandes excelencias; y por esto teníase por espanto
haberse atajado el camino, de arte que no se pudiese subir más por el dicho río y haberse acabado aquella noticia de donde
venía aquella sal. El Licenciado, como está dicho, fue por aquel brazuelo de río arriba en descubrimiento de aquellas sierras
de Opón, dejando ya el Río Grande y metiéndose la tierra adentro y los bergantines volviéronse a la mar, quedándose la más
de la gente con el dicho licenciado y los mismos capitanes de ellos, para suplir alguna parte de la mucha gente que se le había
muerto al dicho licenciado, el cual anduvo por las dichas sierras de Opón muchos días descubriéndolas; las cuales tienen de
travesía 50 leguas, son fragosas y de mucha montaña, mal pobladas de indios, y con hartas dificultades las atravesó el dicho
licenciado, topando siempre en aquellos pequeños pueblos de aquellas sierras, grandes cantidades de la sal que habemos
dicho, por donde se vio claramente ser aquel el camino por donde bajaba la dicha sal por contratación al dicho Río Grande.
Después de muchas dificultades atravesó el dicho licenciado aquellas sierras montañosas y dio en la tierra rasa, que es el
dicho Nuevo Reino de Granada, el cual comienza pasando las dichas sierras. Cuando aquí se vio la gente, pareció haber
llegado a donde deseaban y entendiose luego en la conquista de aquella tierra, aunque ciegos por no saber en la tierra en que
estaban, y también porque lenguas cómo entenderse con los indios ya no las había, porque la lengua del Río Grande ya no se
hablaba en las sierras, ni en el Nuevo Reino se habla la de las sierras; pero lo mejor que se pudo se comenzó a entender en la
dicha noticia y descubrimiento y conquista de dicho Nuevo Reino lo cual pasó de este arte.Ha de presuponerse que este dicho
Nuevo Reino de Granada, que comienza pasadas las dichas sierras de Opón, es todo tierra rasa poblada en gran manera, y es
poblado por valles; cada valle es su población por sí. Toda esta tierra rasa y [el] Reino está metido y él cercado alrededor de
sierras y montañas pobladas de cierta nación de indios que se llaman Panches, que comen carne humana; diferente gente de
la del Nuevo Reino que no la comen y diferente temple de tierra porque los panches es tierra caliente y el Nuevo Reino es
tierra fría, a lo menos muy templada, y así, como aquella generación del Nuevo Reino, se llaman Moscas. Tiene de largo este
Nuevo Reino 130 leguas, poco más o menos, y de ancho tendrá 30 y, por partes, 20, y aun por partes menos, porque es
angosto; y está la mayor parte de él en 5 grados de esta parte de la línea, y parte de él en 4 y alguna parte en 3. Este Nuevo
Reino se divide en 2 partes o 2 provincias: la una se llama de Bogotá, la otra de Tunja, y así se llaman los señores de ella, del
apellido de la tierra; cada uno de estos dos señores son poderosísimos de grandes señores y caciques que les son sujetos a
cada uno de ellos. La provincia de Bogotá así puede poner 60.000 hombres en campo, poco más o menos, aunque yo en esto
me acorto porque otros se alargan mucho; el de Tunja podrá poner 40.000, y también no voy por la opinión de otros sino
acortándome. Estos señores y provincias siempre han traído muy grandes diferencias de guerra muy continuas y muy
antiguas, y así los de Bogotá con los de Tunja; y especialmente los de Bogotá, porque les cae más cerca, las traen también
con la generación de panches que ya habemos dicho que los tienen cercados. La tierra de Tunja es más rica que la de Bogotá,
aunque la otra lo es harto, pero oro y piedras preciosas y esmeraldas siempre lo hallamos mejor en Tunja. Fue grande la
riqueza que se tomó en la una provincia y en la otra, pero no tanto como lo del Perú, con mucho; pero en lo de esmeraldas fue
esto del Nuevo Reino mayor, no solo que las que se hallaron en el Perú en la conquista de él, pero más que en este artículo
será oído jamás desde la creación del mundo, porque cuantos se vinieron a hacer partes entre la gente de guerra, después de
haber pasado la conquista, se partieron entre ellos más de 7.000 esmeraldas donde hubo piedras de grande valor y muy ricas;
y esta es una de las causas porque el dicho Nuevo Reino se debe detener en más que otras cosas que haya acaecido en
Indias, porque en él se descubrió lo que ningún príncipe cristiano ni infiel sabemos que tenga, que es que se descubrieron,
aunque mucho tiempo lo quisieron tener los indios muy secreto, las minas de donde las dichas esmeraldas se sacan, que no
sabemos ahora de otras en el mundo, aunque sabemos que las debe de haber en alguna parte, pues que hay piedras
preciosas en el Perú y hay algunas esmeraldas, mas nunca se han sabido las minas de ellas. Estas minas son en la provincia
de Tunja, y es de ver dónde fue Dios servido que pareciesen las dichas minas, que es una tierra extraña en un cabo de una
sierra pelada y está cercada de otras muchas sierras montuosas, las cuales hacen una manera de puerta por donde entran a
la de las dichas minas. Es toda aquella tierra muy fragosa. Tendrá la sierra de las dichas minas, desde donde se comienza
hasta donde se acaba, media legua pequeña o poco más. Tienen los indios hechos artificios para sacarlas, que son unas
acequias hondas y grandes por donde viene el agua para lavar la dicha tierra que sacan de las dichas minas para seguir las
dichas vetas, donde las dichas esmeraldas están; y así, por esta razón, no las sacan sino es en cierto tiempo del año, cuando
hace muchas aguas, porque como lleva aquellos montones de tierras quedan las minas más limpias para seguir las venas. La
tierra de aquellas minas es muy fofa y movediza, y así es hasta que los indios comienzan a descubrir alguna veta y, luego,
aquella siguen cavando con su herramienta de madera, sacando las esmeraldas que en ella hallan; esta veta es manera de
greda. Los indios hacen en esto, como en otras muchas cosas, hechicerías para sacarlas, que son, tomar y comer cierta yerba
con que dicen en qué veta hallarán mejores piedras; el señor de esas minas es un cacique que se llama Somondoco, adicto al
gran cacique Tunja, asentada su tierra y minas en la postrera parte de la dicha provincia de Tunja. la generación de panches
que ya habemos dicho que los tienen cercados. La tierra de Tunja es más rica que la de Bogotá, aunque la otra lo es harto,
pero oro y piedras preciosas y esmeraldas siempre lo hallamos mejor en Tunja. Fue grande la riqueza que se tomó en la una
provincia y en la otra, pero no tanto como lo del Perú, con mucho; pero en lo de esmeraldas fue esto del Nuevo Reino mayor,
no solo que las que se hallaron en el Perú en la conquista de él, pero más que en este artículo será oído jamás desde la
creación del mundo, porque cuantos se vinieron a hacer partes entre la gente de guerra, después de haber pasado la
conquista, se partieron entre ellos más de 7.000 esmeraldas donde hubo piedras de grande valor y muy ricas; y esta es una de
las causas porque el dicho Nuevo Reino se debe detener en más que otras cosas que haya acaecido en Indias, porque en él
se descubrió lo que ningún príncipe cristiano ni infiel sabemos que tenga, que es que se descubrieron, aunque mucho tiempo
lo quisieron tener los indios muy secreto, las minas de donde las dichas esmeraldas se sacan, que no sabemos ahora de otras
en el mundo, aunque sabemos que las debe de haber en alguna parte, pues que hay piedras preciosas en el Perú y hay
algunas esmeraldas, mas nunca se han sabido las minas de ellas. Estas minas son en la provincia de Tunja, y es de ver dónde
fue Dios servido que pareciesen las dichas minas, que es una tierra extraña en un cabo de una sierra pelada y está cercada de
otras muchas sierras montuosas, las cuales hacen una manera de puerta por donde entran a la de las dichas minas. Es toda
aquella tierra muy fragosa. Tendrá la sierra de las dichas minas, desde donde se comienza hasta donde se acaba, media
legua pequeña o poco más. Tienen los indios hechos artificios para sacarlas, que son unas acequias hondas y grandes por
donde viene el agua para lavar la dicha tierra que sacan de las dichas minas para seguir las dichas vetas, donde las dichas
esmeraldas están; y así, por esta razón, no las sacan sino es en cierto tiempo del año, cuando hace muchas aguas, porque
como lleva aquellos montones de tierras quedan las minas más limpias para seguir las venas. La tierra de aquellas minas es
muy fofa y movediza, y así es hasta que los indios comienzan a descubrir alguna veta y, luego, aquella siguen cavando con su
herramienta de madera, sacando las esmeraldas que en ella hallan; esta veta es manera de greda. Los indios hacen en esto,
como en otras muchas cosas, hechicerías para sacarlas, que son, tomar y comer cierta yerba con que dicen en qué veta
hallarán mejores piedras; el señor de esas minas es un cacique que se llama Somondoco, adicto al gran cacique Tunja,
asentada su tierra y minas en la postrera parte de la dicha provincia de Tunja.
Cuanto a lo de la conquista, cuando entraron en aquel Nuevo Reino, los cristianos fueron recibidos con grandísimo miedo de
toda la gente, tanto que tuvieron por opinión entre ellos de que los españoles eran hijos del sol y de la luna, a quien ellos
adoran y dicen que tienen sus ayuntamientos como hombre y mujer, y que ellos los habían engendrado y enviado del cielo a
estos sus hijos, para castigarlos por sus pecados; y así llamaron luego a los españoles Uchies, que es un nombre compuesto
de husa, que en su lengua quiere decir sol, y chi, luna. Y así, entrando por los primeros pueblos, los desamparaban y subían a
las sierras [que] estaban cerca y desde allí les arrojaban sus hijicos de las tetas, para que comiesen pensando que con aquello
aplacaban la ira que ellos pensaban ser del cielo. Sobre todo cogieron gran miedo a los caballos, tanto que no es creedero;
pero después haciéndole los españoles tratables y dándoles a entender lo mejor que ser podía sus intenciones, fueron poco a
poco perdiendo parte del miedo; y sabido que eran hombres como ellos, quisieron probar la ventura; y cuando esto fue era ya
muy metidos en el Nuevo Reino. En la provincia de Bogotá salieron a dar una batalla, lo mejor en orden que pudieron, gran
cantidad de gente que será la que habemos dicho arriba; fueron fácilmente desbaratados, porque fue tan grande el espanto
que tuvieron en ver correr los caballos, que luego volvieron las espaldas y así lo hicieron todas las otras veces que se
quisieron poner en esto, que no fueron pocas. Y en la provincia de Tunja fue lo mismo, cuando en ello se quisieron poner, y
por eso no hay para poder dar particular cuenta de todos los reencuentros y escaramuzas que se tuvieron con aquellos
bárbaros; más de que todo el año de 37 y parte del 38 se gastó en sujetarlos, a unos por bien y otros por mal, como convenía,
hasta que estas dos provincias de Tunja y Bogotá, quedaron bien sujetas y asentadas en la obediencia debida a Su Majestad.
Y lo mismo quedaron la nación y provincia de los panches, que como más indómitos e intratables, y aun como gente más
valiente, que lo son así por sus personas como por ayudarles el sitio de su tierra que es montañas fragosas donde no se
pueden aprovechar de los caballos, pensaron que no les había de acaecer como a sus vecinos y pensaron mal porque les
sucedió de la misma arte, y los unos y los otros quedaron en la sujeción que está dicha. Los del Nuevo Reino, que son las 2
provincias de Bogotá y Tunja, es gente menos belicosa; pelean con gran grita y voces. Las armas con que pelean son unas
flechas tiradas con unas tiraderas como a viento sobre brazo; otros pelean también con macanas, que son unas espadas de
palmas pesadas; juéganlas a dos manos y dan gran golpe. También pelean con lanzas, así mismo de palma de hasta 16 ó 17
palmos, tostadas, agudas a la punta. En sus batallas tienen una cosa extraña, que los que han sido hombres afamados en la
guerra y son ya muertos, les confeccionan el cuerpo con ciertas unturas, que queda todo el armazón entero sin despegarse, y
a estos los traen después en las guerras así muertos, cargados a las espaldas de algunos indios para dar a entender a los
otros que pelean como aquellos pelearon en su tiempo, pareciéndoles que la vista de aquellos les ha de poner vergüenza para
hacer su deber. Y así cuando las batallas primeras que con los españoles hubieron, venían a pelear con muchos de aquellos
muertos a cuestas. Los panches es gente más valiente, andan desnudos en carnes sino son sus vergüenzas; pelean con más
fuertes armas que los otros, porque pelean con arcos y flechas y lanzas muy mayores que las de los moscas; pelean así
mismo con hondas; pelean con paveses y macanas, que son sus espadas, y con todo este género de armas pelea cada uno
de ellos solo, de esta manera: tienen unos grandes paveses, que los cubren de pies a cabezas, de pellejos de animales
aforrados y el aforro está hueco y en aquello hueco del aforro traen todas las armas ya dichas; y si quieren pelear con lanza,
sacándola de lo hueco del pavés donde la tienen atravesada, y si se cansan de aquella arma, sacan del mismo hueco el arco y
las flechas o lo que quieren, y échanse el pavés a las espaldas, que es liviano por ser de cuero, o por delante para defenderse
cuando es menester; pelean callando, al revés de los otros. Tienen estos panches una costumbre en la guerra también
extraña, que nunca envían a pedir paz ni tratan de acuerdo con sus enemigos, sino por vía de mujeres pareciéndoles que a
ellas no se les puede negar cosa y que, para poner en paz los hombres, tienen ellas más fuerzas para que se hagan sus
ruegos. Cuanto a la vida, y costumbres y religión y las otras cosas de estos indios del dicho Nuevo Reino, digo que la
disposición de esta gente es la mejor que se ha visto en Indias, especialmente las mujeres tienen buena hechura de rostros y
bien figurados; no tienen aquella manera y desgracia que las de otras indias que habemos visto, ni aun son en el color tan
morenos ellos y ellas, como los de las otras partes de Indias; sus vestidos de ellos y de ellas son mantas blancas y negras y de
diversos colores ceñidas al cuerpo, que las cubren desde los pechos hasta los pies, y otras encima de los hombros en lugar de
capas y mantos; y así andan cubiertos todos. En las cabezas traen comúnmente unas guirnaldas hechas de algodón con unas
rosas de diferentes colores de lo mismo, que les viene a dar enderezo de la frente; algunos caciques principales traen algunas
veces bonetes, hechos allá de su algodón, que no tienen otra cosa de qué vestirse y algunas mujeres de las principales traen
unas cofias de red algunas veces. Esta tierra, como está dicho, es fría, pero tan templadamente que no da el frío enojo
ninguno, y deja de saber bien la lumbre cuando se llegan a ella; y todo el año es de esta manera uniforme, porque aunque hay
verano y se agosta la tierra, no es para que se haga notablemente diferencia del verano al invierno; los días son iguales de las
noches por todo el año por estar tan cerca de la línea. Es tierra en extremo sana sobre todas cuantas se han visto. Las
maneras de sus casas y edificios, aunque son de madera y cubiertas de un heno largo que allá hay, son de la más extraña
hechura y labor que se ha visto, especialmente la de los caciques y hombres principales, porque son a manera de alcázares,
con muchas cercas alrededor, de la manera que acá suelen pintar el laberinto de Troya; tienen grandes patios las casas de
muy grandes molduras y de bulto, y también pinturas por toda ella. Las comidas de estas gentes son las de otras partes de
Indias porque su principal mantenimiento es maíz y yuca; sin esto tienen otras 2 ó 3 maneras de plantas de que aprovechan
mucho para sus mantenimientos, que son unas a manera de turmas de tierra que llaman ionas y otras a manera de nabos que
llaman cubias, que echan en sus guisados y les es gran mantenimiento. Sal hay infinita, porque se hace allí en la misma tierra
de Bogotá de unos pozos que hay salados en aquella tierra, a donde se hacen grandes panes de sal y en grande cantidad, la
cual por contratación por muchas partes, especialmente por las sierras de Opón, va a dar al Río Grande, como ya está dicho.
Las carnes que comen los indios en aquesta tierra son venados de que hay infinidad en tanta abundancia que los basta a
mantener como acá los ganados. Así mismo comen unos animales a manera de conejos de que también hay muy gran
cantidad, que llaman ellos fucos. Y en Santa Marta y en la costa de la mar también los hay y los llaman curíes. Aves hay pocas
tórtolas, hay algunas ánades de agua, hay mediana copia de ellas que se crían en las lagunas, que hay por allí muchas.
Pescado se cría en los ríos y lagunas que hay en aquel reino. Y aunque no es en gran abundancia es lo mejor que se ha visto
jamás, porque es de diferente gusto y sabor de cuantos se han visto. Es solo un género de pescado y no grande sino de un
palmo y de 2, y de aquí no pasa, pero es admirable cosa de comer. La vida moral de estos indios y policía suya es de gente de
mediana razón, porque los delitos hechos los castigan muy bien, especialmente el matar y el hurtar, y el pecado nefando, de
que son muy limpios, que no es poco para entre indios, y así hay más horcas por los caminos y más hombres puestos en ellas,
que en España. También cortan manos, narices y orejas por otros delitos no tan grandes, y penas de vergüenza hay para las
personas principales como es rasgarles los vestidos y cortarles los cabellos, que entre ellos es gran ignominia. Es grandísima
la reverencia que tienen los súbditos a sus caciques, porque jamás les miran a la cara aunque estén en conversación familiar;
de manera que si entran donde está el cacique han de entrar vueltas las espaldas hacia él, reculándose hacia tras y ya
sentados o en pie han de estar; de esta manera, en lugar de honra tienen siempre vueltas las espaldas a sus señores. En el
casarse no dicen palabras ni hacen ceremonias ningunas más de tomar su mujer y llevársela a su casa: cásanse todas las
veces que quieren y con todas las mujeres que pueden mantener, y así uno tiene 10 mujeres y otro 20 según la cualidad del
indio; y Bogotá, que era rey de todos los caciques, tenía más de 400; les es prohibido el matrimonio en el primer grado y, aún
en algunas partes del dicho Nuevo Reino, en el segundo grado también; los hijos no heredan a sus padres, sus haciendas y
estados, sino los herederos y, si no hay, los hijos de los herederos muertos, y a estos, como tampoco les heredan sus hijos
sino sus mismos sobrinos o primos, viene a ser todo una cuenta con lo de acá, salvo que estos bárbaros que van por estos
rodeos tienen repartidos los tiempos de meses y año muy al propósito; los 10 días primeros del mes comen una hierba que en
la costa de la mar llaman hayo, que les sustenta mucho y les hace purgar sus indisposiciones; al cabo de estos días, limpios
ya del hayo, traen tan otros 10 días en sus labranzas y haciendas, y los otros 10 que quedan del mes los gastan en sus casas,
en conversar con sus mujeres y en holgarse con ellas. En uno y en otro repartimiento de los meses, se hace en algunas partes
del Nuevo Reino de otra manera; hacen de más largo y de más días cada uno de estos repartimientos. Los que han de ser
caciques o capitanes, así hombres como mujeres, métenlos cuando pequeños en unas casas encerradas; allí están algunos
años según la calidad de lo que espera heredar y hombre hay que está 7 años; este encerramiento es tan estrecho que en
todo este tiempo no ha de ver el sol porque si lo viese perdería el estado que espera. Tienen allí con ellos quien les sirva y
danles de comer ciertos manjares señalados y no otro; entran allí los que tienen cargo de esto, de ciertos a ciertos días, y
danles muchos y terribles azotes y en esta penitencia están el tiempo que he dicho; y salido ya, puédense oradar las orejas y
las narices, para traer oro, que es la cosa entre ellos de más honra; también traen oro en los pechos que se los cubren con
unas planchas; traen también unos capacetes de oro a manera de mitras, y también lo traen en los brazos; es gente muy
perdida por cantar y bailar a su modo y estos son sus placeres; es gente muy mentirosa como toda la otra gente de Indias que
nunca saben decir verdad; es gente de mediano ingenio para cosas artífices como en hacer joyas del oro y remedar en las que
ven en nosotros, y en el tejer de su algodón conforme a nuestros paños para remedarnos, aunque lo primero no lo hacen tan
bien como los de la nueva España ni lo segundo tan bien como los del Perú; cuanto a lo de la religión, digo que en su manera
de error son religiosísimos porque allende de tener en cada pueblo sus templos, que los españoles llaman allá santuarios,
tienen fuera del lugar así mismo muchos con grandes carreras y andenes que tienen hechos desde los mismos pueblos a los
mismos templos; tienen sin esto infinidad de ermitas en montes, en caminos y en diversas partes; en todas estas cosas de
adoración tienen puesto mucho oro y esmeraldas; sacrifican en estos templos con sangre y agua y fuego de esta manera: con
la sangre, matando muchas aves y derramando la sangre por el templo y todas las cabezas dejándolas atadas en el mismo
templo colgadas; sacrifican con agua así mismo derramándola en el mismo santuario y también por caños; sacrifican con
fuego metiéndolo en el mismo santuario y echando ciertos sahumerios; y a cada cosa de estas tienen apropiadas sus horas,
las cuales dicen cantadas con sangre humana. No sacrifican si no es una de 2 maneras: la una es si, en la guerra de los
panches sus enemigos, prenden algún muchacho que por su aspecto se presuma no haber tocado a mujer; a este tal después
de vueltos a la tierra lo sacrifican en el santuario matándolo con grandes clamores y voces; la otra es que ellos tienen unos
sacerdotes muchachos para sus templos; cada cacique tiene uno y pocos tienen 2 porque estos están muy caros, que los
compran por rescate en grandísimo precio; llámanles a estos moras; van los indios a comprarlos a una provincia que estará 30
leguas del Nuevo Reino, que llaman la Casa del Sol donde se crían estos niños moras; traídos acá al Nuevo Reino, sirven en
los santuarios como está dicho, y estos dicen los indios que se entienden con el sol y le hablan y reciben su respuesta. Estos,
que vienen siempre de 7 a 8 años al Nuevo Reino, son tenidos en tanta veneración que siempre los traen en los hombros;
cuando estos llegan a edad que les parece que pueden ser potentes para tocar mujer, mátanlos en los templos y sacrifican con
su sangre a los ídolos; pero si antes de esto la ventura del mora ha sido tocar a mujer, luego es libre de aquel sacrificio porque
dicen que su sangre ya no vale para aplacar los pecados. Antes que vaya un señor la guerra contra otro, están los unos y los
otros un mes en uario y echando ciertos sahumerios; y a cada cosa de estas tienen los campos, a la puerta de los templos,
toda la gente de la guerra cantando de noche y de día, si no son pocas horas que hurtan para el comer y dormir; en los cuales
cantos están rogando al sol y a la luna y a los otros ídolos a quien adoran, que les dé victoria; y en aquellos cantos les están
cantando todas las cosas juntas que tienen para hacer aquella guerra; y si vienen victoriosos para dar gracias de la victoria
están de la misma manera otros ciertos días; y si vienen desbaratados lo mismo, cantando como en lamentación su desbarato.
Tienen muchos bosques y lagunas consagradas en su falsa religión, donde no dejan cortar un árbol ni tomar una poca de agua
por todo el mundo. En estos bosques, van también a hacer sus sacrificios y entierran oro y esmeraldas en ellos, lo cual está
muy seguro que nadie tocará en ello, porque pensarían que luego se habían de caer muertos; lo mismo es en lo de las
lagunas, las que tienen dedicadas para sus sacrificios, que van allí y echan mucho oro y piedras preciosas que quedan
perdidas para siempre. Ellos tienen al sol y a la luna por criadores de todas las cosas y creen de ellos que se juntan como
marido y mujer a tener sus ayuntamientos; además de estos, tienen otra muchedumbre de ídolos los cuales tienen como
nosotros acá a los santos, para que rueguen al sol y a la luna por sus cosas; y así los santuarios y templos de ellos está cada
uno dedicado al nombre de cada ídolo; además de estos ídolos de los templos, tiene cada indio, por pobre que sea, un ídolo
particular y 2 y 3 y más que es a la letra lo que en tiempo de gentiles llamaban lares. Estos ídolos caseros son de oro muy fino
y en lo hueco del vientre muchas esmeraldas, según la calidad de que es el ídolo; y si el indio está pobre que no tiene para
tener ídolo de oro en su casa, tiénelo de palo y en lo hueco de la barriga pone el oro y las esmeraldas que puede alcanzar;
estos ídolos caseros son pequeños y los mayores son como el codo a la mano; es tanta la devoción que tienen, que no irán a
parte ninguna, ora sea a lavar a su heredad, ora sea a otra cualquier parte, que no lo llevan en una espuerta pequeña, colgado
del brazo; y lo que más es de espantar, que aun también los llevan a la guerra y con un brazo pelean y con el otro tienen su
ídolo, especialmente en la provincia de Tunja donde son mas religiosos. En lo de los muertos entiérranlos de dos maneras:
métenlos entre unas mantas muy liados sacándoles primero las tripas y lo demás de las barrigas y echándoselas de su oro y
esmeraldas, y sin esto les ponen también mucho oro por de fuera, a raíz del cuerpo, y encima todas las mantas liadas, y hacen
unas como camas grandes un poco altas del suelo, y en unos santuarios, que solo para esto de muertos tienen dedicados, los
ponen y se los dejan allí, encima de aquellas camas, sin enterrar para siempre, de lo cual después no han habido poco
provecho los españoles. La otra manera de enterrar muertos es en el agua, en lagunas muy grandes metidos los muertos en
ataúdes, y de oro si tal es el indio muerto, y de dentro del ataúd el oro que puede caber y más las esmeraldas que tienen
puestas allí dentro del ataúd con el muerto, lo echan en aquellas lagunas muy hondas en lo más hondo de ellas. Cuanto a la
inmortalidad del alma, créenla tan bárbara y confusamente que no se puede, de lo que ellos dicen, colegir si en lo que ellos
ponen la holganza y descanso de los muertos es el mismo cuerpo o el ánima, pues lo que ellos dicen es que acá no ha sido
malo sino bueno, que después de muerto tiene muy gran descanso y placer, y que el que ha sido malo tiene muy gran trabajo,
porque le están dando muchos azotes; los que mueren por sustentación y ampliación de su tierra, dicen que estos, aunque
han sido malos por solo aquello, están con los buenos descansando y holgando; y así dicen que el que muere en la guerra y la
mujer que muere de parto, que se van derechos a descansar y a holgar, por solo aquella voluntad que han tenido de
ensancharse y acrecentar la república, aunque antes hayan sido malos y ruines. De la tierra y nación de los panches, de que
alrededor está cercado todo el dicho Nuevo Reino, hay muy poco en su religión y vida moral que tratar, porque es gente tan
bestial que ni adoran ni creen en otra cosa sino en sus deleites y vicios y a otra cosa ninguna tienen aspiración; gente que no
se les da nada por el oro ni por otra cosa alguna sino es por comer y holgar, especialmente si pueden haber carne humana
para comer, que es su mayor deleite; y para este solo efecto hacen siempre entradas y guerras en el Nuevo Reino. Esta tierra
de los panches es fértil de mantenimientos y comida la mayor parte de ella, porque otra parte de ella es menos abundante, y
otra muy menos; y viene a tanto la miseria en alguna parte de los panches, que cuando se los sujetó, se topó en los que
habitan la tierra de Tunja, entre dos ríos caudalosos en unas montañas, una provincia de gente no muy pequeña cuyo
mantenimiento no era otra cosa sino hormigas y de ellas hacen pan para comer amasándolas; de las cuales hormigas hay muy
grande abundancia en la misma provincia y las crían en corrales para este efecto, y los corrales son unos atajos hechos de
hojas anchas; y así hay allí en aquella provincia diversidades de hormigas unas grandes y otras pequeñas. Tornando al Nuevo
Reino digo que se gastó la mayor parte del año de 38 en acabar de sujetar y pacificar aquel reino; lo cual acabado, entendió
luego el dicho licenciado, en poblarlo de españoles y edificó luego tres ciudades principales: la una en la provincia de Bogotá y
llamada Santa Fe; la otra llamola Tunja, del mismo nombre de la tierra; la otra Vélez, que es luego a la entrada del Nuevo
Reino, por donde él con su gente había entrado. Ya era entrado el año de 39 cuando todo esto se acabó; lo cual acabado, el
dicho licenciado se determinó de venir en España a dar cuenta a Su Majestad por su persona, y negociar sus negocios; y dejó
por su teniente a Hernán Pérez de Quesada, su hermano; así se hizo y para aderezar su viaje, hizo hacer un bergantín en el
Río Grande, el cual hizo descubrir desde el Nuevo Reino y lo descubrieron detrás de la tierra de los panches, hasta 25 leguas
del dicho Nuevo Reino; y así no fue menester volver por las montañas de Opón, por donde había entrado, que fuera
pesadumbre muy grande. Un mes antes de la partida del dicho licenciado vino por la banda de Venezuela Nicolás Federmann,
capitán y teniente de gobernador de Jorge Espira, Gobernador de la provincia de Venezuela por los alemanes, con noticia y
lengua de indios que venían a una muy rica tierra; traía 150 hombres. Así mismo, dentro de otros 15 días, vino por la banda del
Perú Sebastián de Belalcázar, teniente y capitán en el Quito por el Marqués Don Francisco Pizarro, y traía poco más de 100
hombres, que también acudió allí con la misma noticia; los cuales se hallaron burlados cuando hallaron que el dicho licenciado
y españoles de Santa Marta estaban en ello cerca de tres años había. El dicho licenciado les tomó la gente, porque tenía
necesidad de ella para repartirla en los pueblos de españoles que había edificado. La de Federmann, tomola toda, y de la de
Belalcázar, tomó la mitad, y la otra mitad se volvió a una provincia que el dicho Belalcázar dejaba poblada entre el Quito y el
Nuevo Reino que se llama Popayán, de que al presente es gobernador. Después de tomada la gente a estos capitanes y
repartida, les mandó a ellos que se embarcasen en los bergantines con él para la costa de la mar y para España, lo cual, así
esto como lo de la gente, tomaron impacientísimamente estos capitanes, especialmente Nicolás Federmán, que decía que se
le hacía notorio agravio en no darle su gente y libertad a su presencia, para volver a su gobernación; pero sin embargo de
esto, el Licenciado los sacó de la tierra y los trajo en sus bergantines a la costa de la mar, y de allí ellos holgaron de venir en
España a la cual vino el dicho licenciado por noviembre, el año de 39, cuando Su Majestad comenzaba a atravesar por Francia
por tierra para Flandes. El dicho licenciado trajo grandes diferencias de pleitos con Don Alonso de Lugo, adelantado de
Canaria, casado con Doña Beatriz de Noroña, hermana de Doña María de Mendoza, mujer del comendador mayor de León.
Los pleitos fueron sobre este Nuevo Reino de Granada, porque decía el dicho adelantado que su padre, el otro adelantado,
tenía la Gobernación de Santa Marta por dos vidas, por la del padre y por la del hijo, y porque el dicho Nuevo Reino entraba en
la demarcación de la provincia de Santa Marta; y así, los del Consejo mandaron que entrase en la dicha Gobernación de Santa
Marta y metieron la una gobernación en la otra, y el dicho Don Alonso las fue a gobernar; y después vino y Su Majestad, por
mejor manera de Gobernación, ha puesto allí una Cancillería Real con ciertos oidores, que tienen cargo de aquellas provincias
y de otras comarcanas. A este Nuevo Reino de Granada puso este nombre el dicho licenciado, así por vivir él, cuando venía
de España, en este otro Reino de Granada de acá, y también porque se parecen mucho el uno al otro, porque ambos están
entre sierras y montañas, ambos son de un temple más fríos que calientes, y en el tamaño no difieren mucho. Su Majestad por
el servicio de haberle descubierto, ganando y poblando el Nuevo Reino el dicho licenciado, le hizo merced de darle título de
mariscal del dicho reino, dióle más de 2000 ducados de renta en las rentas del dicho reino, hasta que le dé perpetuidad para la
memoria de él y sus descendientes; dióle más provisión para suplir él la ausencia que había hecho del dicho Nuevo Reino,
para que le den sus indios que rentan más de otros 8.000 ducados; y más le hizo su alcalde de la principal ciudad del dicho
reino, con 400 ducados cada año, y más ciertos regimientos y otras cosas de menos calidad. El dicho licenciado Gonzalo
Jiménez de Quesada, mariscal que ahora es del dicho Nuevo Reino de Granada, es hijo del licenciado Gonzalo Jiménez y de
Isabel de Quesada, su mujer; viven en la ciudad de Granada; su naturaleza y el de sus pasados es de la ciudad de Córdoba.
Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista. Miguel León Portilla. Universidad Nacional Autónoma
de México, DGSCA, Coordinación de Publicaciones Digitales, Ciudad Universitaria, México D.F. 04510
Los dones que se ofrecen a los recién venidos
He aquí con lo que habéis de llegar delante de nuestro señor: Este es el tesoro de Quetzalcóatl: Una máscara de
serpiente, de hechura de turquesas. Un travesaño para el pecho, hecho de plumas de quetzal. Un collar tejido a manera
de petatillo: en medio tiene colocado un disco de oro. Y un escudo de travesaños de oro, o bien con travesaños de concha
nácar: tiene plumas de quetzal en el borde y unas banderolas de la misma pluma. También un espejo de los que se ponen
al trasero los danzantes, guarnecido de plumas de quetzal. Ese espejo parece un escudo de turquesas: es mosaico de
turquesas, de turquesas está incrustado, tachonado de turquesas. Y una ajorca de chalchihuites, con cascabelillos de oro.
Igualmente, un lanza–dardos guarnecido de turquesas: todo de turquesas lleno. Es como si tuviera cabecillas de serpiente;
tiene cabezas de serpiente. Y unas sandalias de obsidiana. En segundo lugar les dio el atavío de Tezcatlipoca: Un
capacete de forma cónica, amarillo, por el oro, lleno todo él de estrellas. Y sus orejeras adornadas con cascabeles de oro.
Y un collar de concha fina: un collar que cubre el pecho, con hechura de caracoles, que parecen esparcirse desde su borde.
Y un chalequillo todo pintado, con el ribete con sus ojillos: en su ribete hay pluma fina que parece espuma. Un manto de hilos
atados de color azul, éste se llama el "campaneante resonador". A las orejas se alza y allí se ata. También está colocado
un espejo de dorso. Y también un juego de cascabeles de oro que se atan al tobillo. Y un juego de sandalias de color
blanco. En tercer lugar, el atavío de Tlalocan Tecuhtli; (señor del Tlalocan): Una peluca de plumas de quetzal y de garza:
toda hecha de pluma de quetzal, llena totalmente de pluma de quetzal; como que verdeguea, como que está verdegueando, y
sobre ella, un travesaño hecho de oro y concha nácar. Unas orejeras en forma de serpiente, hechas de chalchihuite. Su
chalequillo matizado con chalchihuites. Su collar: un collar de chalchihuites, tejidos en petatillo, también con un disco de
oro. También un espejo para la parte de atrás, tal como se dijo, también con campanillas. La manta con que se cubre,
con bordes de anillos rojos, y cascabeles para el pie, hechos de oro. Y su bastón de forma serpentina con mosaico de
turquesas. En cuarto lugar, también el atavío de Quetzalcóatl: Una diadema de piel de tigre con plumas de faisán: sobre
ella hay una enorme piedra verde: con ésta está ataviada la cabeza. Y orejeras de turquesas, de forma redonda, de las
cuales pende un zarcillo curvo de concha y oro. Y un collar de chalchihuites tejido en manera de petatillo: también en el
medio yace un disco de oro. Y la manta con que se cubre, con ribetes rojos. También requiere en el pie cascabeles de
oro. Y un escudo de oro, perforado en el medio, con plumas de quetzal tendidas en su borde; también con banderola de
quetzal. Y el cayado torcido propio de Ehécatl: curvo por arriba, con piedras preciosas blancas, constelado. Y sus
sandalias de espuma. Allí están todos los géneros de insignias que se llaman "insignias divinas". Fueron puestos en
posesión de los embajadores. Y aún muchos más objetos que llevaron como regalos de bienvenida: Un capacete de
caracol hecho de oro. Una diadema de oro. Luego esto fue acomodado en cestones, fue dispuesto en armadijos para la
carga. Y por lo que toca a los cinco mencionados, luego les da órdenes Motecuhzoma, les dice: –Id, no os demoréis.
Haced acatamiento a nuestro señor el dios. Decidle: –"Nos envía acá tu lugarteniente Motecuhzoma. He aquí lo que te da
en agasajo al llegar a tu morada de México." Llegan los mensajeros ante los españoles Pues cuando hubieron llegado al
borde del mar, los trasportaron, en barcas los llevaron a Xicalanco. Otra vez allí los tomaron en barcas, los llevaron los
marineros: todos los objetos pusieron en barcas, los colocaron, los metieron en ellas. Y metidos ya en sus canoas, por el río
fueron, llegaron a las barcas de aquéllos (de los españoles), se repegaron a sus barcas. Ellos (los españoles) les dijeron:
–¿Quiénes sois vosotros? ¿De dónde vinísteis? –Hemos venido de México.(1) Otra vez les dijeron: –
Puede ser o no ser que vosotros de allá procedáis, o tal vez no más lo inventáis; tal vez no más de nosotros os estáis
burlando. Pero su corazón se convenció, quedó satisfecho su corazón. Luego pusieron un gancho en la proa de la nave;
con ella los levantaron estirando, luego pararon una escala. Por tanto, subieron a la nave. Iban llevando en los barcos los
objetos. Uno a uno hicieron la ceremonia de tocar la tierra con la boca delante del capitán, (o sea, hicieron reverencia y
juramento). En seguida le hacen una arenga, le dicen: –Dígnese oírlo el dios: viene a rendir homenaje su lugarteniente
Motecuhzoma. Él tiene en cargo la ciudad de México. Dice: "Cansado ha quedado, fatigado está el dios." En seguida
atavían al capitán. Le pusieron con esmero la máscara de turquesas, en ella estaba fijada la banda travesaña de pluma de
quetzal. Y de esta máscara va pendiendo, en ella está la orejera de uno y otro lado. Y le pusieron el chalequillo, lo
enchalecaron. Y le pusieron al cuello el collar de petatillo: el petatillo de chalchihuites: en medio tiene un disco de oro.
Después, en su cadera le ataron el espejo que cae hacia atrás y también le revistieron por la espalda la manta llamada
"campanillante". Y en sus pies le colocaron las grebas que usan los huastecos, consteladas de chalchihuites, con sus
cascabeles de oro. También le dieron, en su mano le pusieron el escudo que tiene travesaño de oro y de concha nácar, con
sus flecos de pluma de quetzal y sus banderolas de lo mismo. Ante su vista pusieron las sandalias de obsidiana. En
cuanto a los otros tres géneros de atavíos divinos, no hicieron más que colocarlos enfrente de él, los ordenaron allí. Así las
cosas, díjoles el capitán: –¿Acaso esta es toda vuestra ofrenda de bienvenida? ¿Aquello con que os llegáis a las personas?
Dijeron ellos:
–Es todo: con eso hemos venido, señor nuestro.
……………………………
Lo que vieron los mensajeros Hecho esto, luego dan cuenta a Motecuhzoma. Le dijeron en que forma se habían ido a admirar
y lo que estuvieron viendo, y cómo es la comida de aquéllos. Y cuando él hubo oído lo que le comunicaron los enviados,
mucho se espantó, mucho se admiró. Y le llamó a su asombroso en gran manera su alimento. También mucho espanto le
causó el oír cómo se desmaya uno; se le aturden a uno los oídos. Y cuando cae el tiro, una como bola de piedra sale de
sus entrañas: va lloviendo fuego, va destilando chispas, y el humo que de él sale, es muy pestilente, huele a lodo podrido,
penetra hasta el cerebro causando molestia. Pues si va a dar con un cerro, como que lo hiende, lo resquebraja, y si da
contra un árbol, lo destroza hecho astillas, como si fuera algo admirable, cual si alguien le hubiera soplado desde el interior.
Sus aderezos de guerra son todos de hierro: hierro se visten, hierro ponen como capacete a sus cabezas, hierro son sus
espadas, hierro sus arcos, hierro sus escudos, hierro sus lanzas. Los soportan en sus lomos sus "venados". Tan altos están
como los techos. Por todas partes vienen envueltos sus cuerpos, solamente aparecen sus caras. Son blancas, son como si
fueran de cal. Tienen el cabello amarillo,aunque algunos lo tienen negro. Larga su barba es, también amarilla, el bigote
también tienen amarillo. Son de pelo crespo y fino, un poco encarrujado. En cuanto a sus alimentos, son como alimentos
humanos: grandes, blancos, no pesados, cual si fueran paja. Cual madera de caña de maíz, y como de médula de caña de
maíz es su sabor. Un poco dulces, un poco como enmielados: se comen como miel, son comida dulce. Pues sus perros son
enormes, de orejas ondulantes y aplastadas, de grandes lenguas colgantes; tienen ojos que derraman fuego, están echando
chispas: sus ojos son amarillos, de color intensamente amarillo. Sus panzas, ahuecadas, alargadas como angarilla,
acanaladas. Son muy fuertes y robustos, no están quietos, andan jadeando, andan con la lengua colgando. Manchados de
color como tigres, con muchas manchas de colores. Cuando hubo oído todo esto Motecuhzoma se llenó de grande temor y
como que se le amorteció el corazón, se le encogió el corazón, se le abatió con la angustia.32
……………………………..
LLEGADA DE LOS ESPAÑOLES A MEXICO–TENOCHTITLAN
Contando con el auxilio de toda la gente, que traían de la región de Tlaxcala, los españoles se encaminaron derecho hacia
México. Los textos de los informantes de Sahagún (Códice Florentino) que a continuación se transcriben, comienzan por
describir el orden como hicieron su aparición los diversos cuerpos del ejército de los conquistadores. Acercándose a
México por el sur, por el rumbo de Iztapalapa, llegaron hasta Xoloco, lugar que como dice don Fernando de Alva Ixtlilxúchitl se
llamó después San Antón y se encuentra por la llamada actualmente Calzada de San Antonio Abad. El mencionado Ixtlilxúchitl
en su XIII relación, indica la fecha precisa en que esto tuvo lugar: el de 8 noviembre de l5l9. Frente a frente, Motecuhzoma y
Cortés, sostuvieron un diálogo que nos conservan puntualmente los informantes de Sahagún. Motecuhzoma llegó a exclamar
entonces: "No, no es sueño, no me levanto del sueño adormilado, no lo veo en sueños, no estoy soñando... es que ya te he
visto, es que ya he puesto mis ojos en tus ojos ..." El texto que aquí se transcribe se refiere luego a la estancia misma de
los conquistadores en la gran capital y a sus intrigas y empeños por adueñarse del oro guardado en la casa del tesoro. Al
final de este capítulo se ofrecen las breves palabras de la ya aludida décima tercera relación "de la venida de los españoles",
escrita por Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, que confirma en resumen las palabras de los informantes indígenas de Sahagún.
Motecuhzoma sale al encuentro de Cortés
Así las cosas, llegaron (los españoles) hasta Xoloco.42 Allí llegan a su término, allí está la meta. En este tiempo se
adereza, se engalana Motecuhzoma para ir a darles el encuentro. También los demás grandes príncipes, los nobles, sus
magnates, sus caballeros. Ya van todos a dar el encuentro a los que llegan. En grandes bateas han colocado flores de las
finas: la flor del escudo, la del corazón; en medio se yergue la flor de buen aroma, y la amarilla fragante, la valiosa. Son
guirnaldas, con travesaños para el pecho. También van portando collares de oro, collares de cuentas colgantes gruesas,
collares de tejido de petatillo. Pues allí en Huitzillan les sale al encuentro Motecuhzoma. Luego hace dones al capitán, al
que rige la gente, y a los que vienen a guerrear. Los regala con dones, les pone flores en el cuello, les da collares de flores y
sartales de flores para cruzarse el pecho, les pone en la cabeza guirnaldas de flores. Pone en seguida delante los collares
de oro, todo género de dones, de obsequios de bienvenida.
Diálogo de Motecuhzoma y Cortés
Cuando él hubo terminado de dar collares a cada uno, dijo Cortés a Motecuhzoma: ¿Acaso eres tú? ¿Es que ya tú eres? ¿Es
verdad que eres tú Motecuhzoma? Le dijo Motecuhzoma. –Si, yo soy. Inmediatamente se pone en pie, se para para
recibirlo, se acerca a él y se inclina, cuanto puede dobla la cabeza; así lo arenga, le dijo: –"Señor nuestro: te has fatigado,
te has dado cansancio: ya a la tierra tú has llegado. Has arribado a tu ciudad: México. Aquí has venido a sentarte en tu solio,
en tu trono. Oh, por tiempo breve te lo reservaron, te lo conservaron, los que ya se fueron, tus sustitutos. Los señores
reyes, Itzcoatzin, Motecuhzomatzin el Viejo, Axayácatl, Tizoc, Ahuítzotl. Oh, que breve tiempo tan sólo guardaron para ti,
dominaron la ciudad de México. Bajo su espalda, bajo su abrigo estaba metido el pueblo bajo. ¿Han de ver ellos y sabrán
acaso de los que dejaron, de sus pósteros? ¡Ojalá uno de ellos estuviera viendo, viera con asombro lo que yo ahora veo
venir en mi! Lo que yo veo ahora: yo el residuo, el superviviente de nuestros señores. No, no es que yo sueño, no me
levanto del sueño adormilado: no lo veo en sueños, no estoy soñando . . . ¡Es que ya te he visto, es que ya he puesto mis
ojos en tu rostro!... Ha cinco, ha diez días yo estaba angustiado: tenía fija la mirada en la Región del Misterio. Y tú has
venido entre nubes, entre nieblas. Como que esto era lo que nos habían dejado dicho los reyes, los que rigieron, los que
gobernaron tu ciudad: Que habras de instalarte en tu asiento, en tu sitial, que habrías de venir acá... Pues ahora, se ha
realizado: ya tú llegaste, con gran fatiga, con afán viniste. Llega a la tierra: ven y descansa; toma posesión de tus casas
reales; da refrigerio a tu cuerpo. ¡Llegad a vuestra tierra, señores nuestros!" Cuando hubo terminado la arenga de
Motecuhzoma: la oyó el Marqués, se la tradujo Malintzin, se la dio a entender. Y cuando hubo percibido el sentido del
discurso de Motecuhzoma, luego le dio respuesta por boca de Malintzin. Le dijo en lengua extraña; le dijo en lengua salvaje:
Tenga confianza Motecuhzoma, que nada tema. Nosotros mucho lo amamos. Bien satisfecho está hoy nuestro corazón. Le
vemos la cara, lo oímos. Hace ya mucho tiempo que deseábamos verlo. Y dijo esto más:
Ya vimos, ya llegamos a su casa en México; de este modo, pues, ya podrá oír nuestras palabras, con toda calma. Luego
lo cogieron d ela mano , con lo que lo fueron acompañando. Le dan palmadas al dorso, con que le manifiestan su cariño. En
cuanto a los españoles, lo ven, ven cosa por cosa. Apean del caballo, suben de nuevo, bajan otra vez, al ir viendo aquello.
Y éstos son todos los magnates que se hallaron a su lado: El primero, Cacamatzin, rey de Tetzcuco. El segundo,
Tetlepanquetzaltzin, rey de Tlacopan. El tercero, Itzcuauhtzin, el Tlacochcálcatl, rey de Tlatilulco. El cuarto,
Topantemoctzin, tesorero que era de Motecuhzoma en Tlatilulco. Estos estuvieron allá en hilera. Y éstos son los demás
príncipes de Tenochtitlan: Atlixcatzin, Tlacatécatl . Tepeoatzin, Tlacochcálcatl. Quetzalaztatzin ,tizacahuácatl,
Totomotzin. Hecatempatitzin., Cuappiatzin. ¡Cuando fue preso Motecuhzoma, no más se escondieron, se ocultaron,
lo dejaron en abandono con toda perfidia! ...
………………….
Los españoles se adueñan de todo
Por su parte, los españoles, al borde de los caminos, están requisionando a las gentes. Buscan oro. Nada les importan los
jades, las plumas de quetzal y las turquesas. Las mujercitas lo llevan en su seno, en su faldellin, y los hombres lo llevamos
en la boca, o en el maxtle. Y también se apoderan, escogen entre las mujeres, las blancas, las de piel trigueña, las de
trigueño cuerpo. Y algunas mujeres a la hora del saqueo, se untaron de lodo la cara y se pusieron como ropa andrajos.
Hilachas por faldellin, hilachas como camisa. Todo era harapos lo que se vistieron. También fueron separados algunos
varones. Los valientes y los fuertes, los de corazón viril. Y también jovenzuelos, que fueran sus servidores, los que tenían que
llamar sus mandaderos. A algunos desde luego les marcaron con fuego junto a la boca. A unos en la mejilla, a otros en los
labios. Cuando se bajó el escudo, con lo cual quedamos derrotados, fue: Signo del año: 3–Casa. Día del calendario
mágico: 1–Serpiente. Después de que Cuauhtémoc fue entregado lo llevaron a Acachinanco ya de noche. Pero al siguiente
día, cuando había ya un poco de sol, nuevamente vinieron muchos españoles. También era su final. Iban armados de guerra,
con cotas y con cascos de metal; pero ninguno con espada, ninguno con su escudo. Todos van tapando su nariz con
pañuelos blancos: sienten náuseas de los muertos, ya hieden, ya apestan sus cuerpos. Y todos vienen a pie. Vienen
cogiendo del manto a Cuauhtémoc, a Coanacotzin, a Tetlepanquetzaltzin. Los tres vienen en fila . . .
Cortés exige que se le entregue el oro
Cuando hubo cesado la guerra se puso (Cortés) a pedirles el oro. El que habían dejado abandonado en el canal de los
toltecas, cuando salieron y huyeron de México. Entonces el capitán convoca a los reyes y les dice: –¿Dónde está el oro
que se guardaba en México? Entonces vienen a sacar de una barca todo el oro. Barras de oro, diademas de oro, ajorcas
de oro para los brazos, bandas de oro para las piernas, capacetes de oro, discos de oro. Todo lo pusieron delante del capitán.
Los españoles vinieron a sacarlo. Luego dice el capitán: –¿No más ése es el oro que se guardaba en México? Tenéis
que presentar aquí todo. Busquen los principales. Entonces habla Tlacotzin: –Oiga, por favor, nuestro señor el dios:
todo cuanto a nuestro palacio llegaba nosotros lo encerrábamos bajo pared. ¿No es acaso que todo se lo llevaron nuestros
señores? Entonces Malintzin le dice lo que el capitán decía: –Sí, es verdad, todo lo tomamos; todo se juntó en una
masa y todo se marcó con sello, pero todo nos lo quitaron allá en el canal de los toltecas; todo nos lo hicieron dejar caer en el
agua. Todo lo tenéis que presentar. Entonces le responde el Cihuacóatl Tlacotzin: –Oiga por favor el dios, el capitán:
La gente de Tenochtitlan no suele pelear en barcas: no es cosa que hagan ellos. Eso es cosa exclusiva de los de Tlatelolco.
Ellos en barcas combatieron, se defendieron de los ataques de vosotros, señores nuestros. ¿No será que acaso ellos de veras
hayan tomado todo (el oro), la gente de Tlatelolco?
…………………………..
Los conquistadores muestran su interés por el oro
Cuando los españoles se hubieron instalado, luego interrogaron a Motecuhzoma tocante a los recursos y reservas de la
ciudad: las insignias guerreras, las escudos; mucho le rebocaban y mucho le requerían el oro. Y Moctecuhzoma luego los
va guiando. Lo rodeaban, se apretaban a él. Él iba en medio, iba delante de ellos. Lo van apretando, lo van llevando en cerco.
Y cuando hubieron llegado a la casa del tesoro, llamada Teucalco, luego se sacan afuera todos los artefactos tejidos de pluma,
tales como travesaños de pluma de quetzal, escudos finos, discos de oro, collares de los dioses, las lunetas de la nariz,
hechas de oro, las grebas de oro, las ajorcas de oro, las diademas de oro. Inmediatamente fue desprendido de todos los
escudos el oro lo mismo que de todas las insignias. Y luego hicieron una gran bola de oro, y dieron fuego, encendieron,
prendieron llama a todo lo que restaba, por valioso que fuera: con lo cual todo ardió.
Y en cuanto al oro, los españoles lo redujeron a barras, y de los chalchihuites, todos los que vieron hermosos los tomaron;
pero las demás de estas piedras se las apropiaron los tlaxcaltecas. Y anduvieron por todas partes, anduvieron hurgando,
rebuscaron la casa del tesoro, los almacenes, y se adueñaron de todo lo que vieron, de todo lo que les pareció hermoso.
Los españoles se apoderan de las riquezas de Motecuhzoma
Van ya en seguida a la casa de almacenamiento de Motecuhzoma. Allí se guardaba lo que era propio de Motecuhzoma, en el
sitio de nombre Totocalco. Tal como si unidos perseveraran allí, como si fueran bestezuelas, unos a otros se daban palmadas:
tan alegre estaba su corazón
Y cuando llegaron, cuando entraron a la estancia de los tesoros, era como si hubieran llegado al extremo. Por todas partes se
metían. todo codiciaban para sí, estaban dominados por la avidez. En seguida fueron sacadas todas las cosas que eran de
su propiedad exclusiva; lo que a él le pertenecía, su lote propio; toda cosa de valor y estima: collares de piedras gruesas,
ajorcas de galana contextura, pulseras de oro, y bandas para la muñeca, anillos con cascabeles de oro para atar al tobillo , y
coronas reales, cosa propia del rey, y solamente a él reservada. Y todo lo demás que eran sus alhajas, sin número. Todo lo
cogieron, de todo se adueñaron, todo lo arrebataron como suyo, todo se apropiaron como si fuera su suerte. Y después que le
fueron quitando a todo el oro, cuando se lo hubieron quitado, todo lo demás lo juntaron, lo acumularon en la medianía del
patio, a medio patio: todo era pluma fina. Pues cuando de este modo se hubo recolectado todo el oro, luego vino a llamar,
vino a estar convocando a todos los nobles Malintzin. Se subió a la azotea, a la orilla de la pared se puso y dijo: Mexicanos,
venid acá: ya los españoles están atribulados. Tomad el alimento, el agua limpia: todo cuanto es menester. Que ya están
abatidos, ya están agotados, ya están por desmayar. ¿Por qué no queréis venir? Parece como que estáis enojados. Pero
los mexicanos absolutamente ya no se atrevieron a ir allí. Estaban muy temerosos, el miedo los avasallaba, estaban miedosos,
una gran admiración estaba sobre ellos, se había difundido sobre ellos. Ya nadie se atrevía a venir por allí: como si estuviera
allí una fiera, como si fuera el peso de la noche. Pero no obstante esto, no los dejaban, no eran abandonados. Les
entregaban cuanto había menester, aunque con miedo lo entregaban. No más venían temerosos, se llegaban llenos de miedo
y entregaban las cosas. Y cuando se habían acercado, no más se volvían atrás, se escabullían de prisa, se iban temblando.
Unidad N° 2:
Literatura de vanguardia. Contexto histórico de las vanguardias. “Ismos”.
El arte pictórico vanguardista. La pintura en América Latina: el triángulo de la pintura social:
Diego
Rivera, Cándido Portinari y Antonio Berni.
LECTURAS OBLIGATORIAS
Bibliografía obligatoria:
LONGONI, Ana y SANTONI, Ricardo (1998) De los poetas malditos al videoclip. Arte y
literatura de vanguardia. Buenos Aires: Cántaro Editores.
Disponible en:
https://www.academia.edu/15231066/DE_LOS_POETAS_MALDITOS_AL_VIDEOCLIP._LON
GONI_ANA
Textos literarios
Diferentes poemas vanguardistas, de varios autores, que se proporcionarán por plataforma, de
acuerdo a las propuestas de trabajo en taller.
GELMAN, Juan (2013) Entre los poetas míos. Colección de poesía social. Volumen 36.
Biblioteca Virtual Omegalfa.
Disponible en:
https://www.google.com/search?client=avast-
a1&q=GELMAN%2C+Juan+(2013)+Entre+los+poetas+m%C3%ADos.+Colecci%C3%B3n+de
+poes%C3%ADa+social.+Volumen+36.+Biblioteca+Virtual+Omegalfa.&oq=GELMAN%2C+Ju
an+(2013)+Entre+los+poetas+m%C3%ADos.+Colecci%C3%B3n+de+poes%C3%ADa+social.
+Volumen+36.+Biblioteca+Virtual+Omegalfa.&aqs=avast..69i57.1570j0j7&ie=UTF-8
VANGUARDIA
Origen de la palabra:
El termino vanguardia proviene del francés "avant-garde", término del léxico militar que
designa a la parte más adelantada del ejército, la que conformaría la primera línea de
avanzada en exploración y combate. Algunos autores relacionan el término vanguardia
con la idea de "avanzada" y otros con "ruptura" o "quiebre".
Vanguardismo:
Se conoce con el nombre de vanguardia al conjunto de manifestaciones artísticas que se
desarrollaron en las primeras décadas del siglo XX, tras la Primera Guerra Mundial.
Característica central:
Énfasis puesto en la innovación y en la confrontación con las normas estéticas
canonizadas, una nueva cultura y, por tanto, de una nueva sociedad.
Dicen Longoni y Santoni que "la clave para definir lo que es o no vanguardia no puede ser
un conjunto de procedimientos o rasgos de estilo que caractericen sus producciones
artísticas. Más bien, hay que considerar que esa noción es histórica, y que sus alcances
tienen que ver con determinados grupos de artistas o artistas individuales, con los modos
de intervención por los que optan y con los efectos que provocan (a partir de los recursos
más variados y cambiantes) en el medio cultural en el que se inscriben". (1998; 5)
Rasgos de la vanguardia
Condiciones socio históricas:
Carácter urbano: fascinación o repulsión por las grandes capitales, tras la explosión
demográfica e inmigratoria.
Conmoción social: clima de agitación social, de crisis, tras la Primera Guerra Mundial.
Saltos tecnológicos: revolución tecnológica que se relaciona con la idea de
"novedad" y "futuro".
Ideas fuerza
Lo nuevo: innovación radical, negación de lo pasado en el arte. No solo nuevos recursos sino
también nuevas formas de consumo.
Experimentación: defensa de la libertad creadora, utilización de nuevos formatos y
materiales.
Fusión del arte y la vida: el arte no como expresión individual sino como función colectiva.
Vanguardia artística y vanguardia política: diversidad de posturas políticas, pero en general
contra la burguesía.
Nueva tradición: Cuestionamiento del arte como institución.
Intervenciones vanguardistas
Formaciones: "Si bien hay autores solitarios (como Kafka, Ioyce y Pessoa), la modalidad
más frecuente de la vanguardia es su forma de operar en movimientos o "ismos"
(dadaísmo, surrealismo, futurismo, expresionismo, cubismo, ultraísmo, creacionismo,
etc.). Muchas veces estos agrupamientos reúnen artistas plásticos, escritores, fotógrafos,
cineastas o artistas que experimentan simultáneamente en distintos géneros." (Longoni
y Santoni; 1998:14)
Manifiestos: redacción y difusión de escritos que explicitan sus propósitos y principios.
Vanguardias e instituciones artísticas: lucha contra los grandes museos.
CALIGRAMAS
APOLLINAIRE
Unidad N° 3:
Literatura y periodismo: la crónica escrita por literatos. Relaciones entre este género y la
literatura. Utilización de recursos literarios. El lenguaje poético. Producción de crónicas
literarias basadas en la observación del medio local.
El periodista como agente y referente cultural.
LECTURAS OBLIGATORIAS
Bibliografía obligatoria
VARELA, Fabiana (2002) “Aguafuertes porteñas: tradición y traición de un género”, en Revista
de Literaturas Modernas. Mendoza – (AR) Número 32– Año 2002 . Universidad Nacional
de Cuyo
Disponible en:
https://www.educ.ar/recursos/151852/aguafuertes-porteas-de-roberto-arlt
GALEANO, E. Defensa de la palabra. Literatura y sociedad en América Latina. (En
cuadernillo)
Disponible en: https://static.nuso.org/media/articles/downloads/368_1.pdf
NIETO, M.A. (2015) Defensa de la palabra. En Diario El país, 14 de Abril de 2015 (en
cuadernillo)
Textos literarios:
ARLT, Roberto (2013) Aguafuertes porteñas. Buenos Aires: Salim. Disponible en:
https://www.educ.ar/recursos/151852/aguafuertes-porteas-de-roberto-arlt
Tribuna:
Nosotros decimos no
Eduardo Galeano
18 JUL 1988
Hemos venido desde diversos países y estamos aquí reunidos a la sombra generosa de Pablo
Neruda. Estamos aquí para acompañar al pueblo de Chile, que dice no.También
nosotros decimos, no. Nosotros decimos no al elogio del dinero y de la muerte. Decimos no
a un sistema que pone precio a las cosas y a la gente, donde el que más tiene es el que
más vale. Y decimos no a un mundo que destina a las armas de guerra dos millones de
dólares cada minuto, mientras cada minuto mata 30 niños por hambre o enfermedad
curable.
La bomba de neutrones, que salva a las cosas y aniquila a la gente, es un perfecto símbolo
de nuestro tiempo. Para el asesino sistema que convierte en objetivos militares a las
estrellas de la noche, el ser humano no es más que un factor de producción y de consumo
y un objeto de uso un tiempo, no más que un recurso económico, y el planeta entero una
fuente de renta que debe rendir hasta la última gota de su jugo.
Decimos no a la mentira. La cultura dominante que los gran des medios de co municación
irradian en escala universal no invita a confundir el mundo con un supermercado o con
una pista de carreras donde el prójimo puede: ser una mercancía o un competidor pero
jamás un hermano. Esa mentirosa cultura que cursimente, siúticamente, especula con el
amor humano para arrancarle plusvalía, es en realidad una cultura del desvinculo. Tiene por
dioses a los ganadores, los exitosos dueños del dinero yel poder, y por héroes a los
uniformados rambos que les cuidan las espaldas aplicando la doctrina de la seguridad
nacional.
Por lo que dice y por lo que calla, la cultura dominante miente que la pobreza de los pobres no
es un resultado de la riqueza de los ricos, sino que es hija de nadie, proviene de la oveja de una
cabra o de la voluntad de Dios, que ha hecho a los pobres perezosos y burros. De la misma
manera, la humillación de unos hombres por otros no tiene por qué motivar la solidaridad,
la solidaria in dignación, o el escándalo, porque pertenece al orden natural de las cosas.
Las dictaduras latinoamericanas, pongamos por caso, forman parte de nuestra exuberante
naturaleza y no del sistema imperialista de poder. El desprecio, el desprecio traiciona la
historia y mutila al mundo Los poderosos fabricantes de opinión nos tratan como si no
existiéramos o como si, fuéramos sombras bobas. La herencia colonial obliga al Tercer
Mundo, habitado por gentes de tercera, a que acepte como propia la memoria de sus
vencedores y a que compre la mentira ajena para usarla como si fuera la propia verdad. Nos
premian la obediencia, nos castigan la inteligencia y nos desalientan la energía creadora.
Somos opinados, pero no podemos ser opinadores. Tenemos derecho al eco, pero no
tenemos derecho a la voz. Y los que mandan elogian nuestro talento de papagayos.
Nosotros decimos no. Nos negamos a aceptar esta mediocridad como destino. Nosotros
decimos no al miedo. No al miedo de decir, al miedo de hacer, al miedo de ser. El colonialismo
visible prohíbe decir, prohíbe hacer, prohibe ser. El coloníalismo invisible, mucho más eficaz,
nos convence de que no se puede ser, nos convence: de que no se puede decir, nos
convence de que no se puede ser. El miedo se disfraza de realismo. Para que la realidad no
sea irreal, nos dicen los ideólogos de la impotencia, "la moral ha de ser inmoral". Ante la
indignidad, ante la miseria, ante la mentira, no tenemos más remedio que la resignación.
Signados por la fatalidad, nacemos haraganes irresponsables, violentos, tontos, pintorescos
y condenados a la tutela militar.
Macondo “una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de
aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como
huevos prehistóricos”.
Valcheta, un pueblo asentando sus reales a la vera del arroyo homónimo cuyo remoto curso
atisbaron los ojos asombrados de los primeros exploradores describiendo la pureza de sus
aguas y la feracidad de sus pastos y en cuyos parajes aledaños los huevos de titanosaurios
rigen su duermevela entre nidadas y cascarones.
Macondo donde Melquíades “fue de casa en casa arrastrando don lingotes metálicos, y todo el
mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su
sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de
desenclavarse, y aún los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde
más se los había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros
mágicos”.
Valcheta, donde las mojarras desnudas son una especie única en el mundo porque están
desprovistas de escamas y escudriñan desde hace más de cien años de soledad las nacientes
del arroyo mesetario, donde el brazo frío y el brazo caliente se unen en “La Horqueta”,
confluencia y derrotero que busca su destino de arena y sal en el gran bajo del Gualicho.
Macondo cuyas casas “se llenaron de turpiales, canarios, azulejos y petirrojos” y donde “el
concierto de tantos pájaros distintos llegó a ser tan aturdidor que Ursula se tapó los oídos con
cera de abejas para no perder el sentido de la realidad” y cuando “los gitanos encontraron
aquella aldea perdida en el sopor de la ciénaga confesaron que se habían orientado por el
canto de los pájaros”.
Valcheta donde las loradas parten inquietas y bulliciosas todas las santas mañanas desde los
árboles de las riberas inquietando a propios y forasteros pero en especial orientando a los
arrutados con alada y móvil precisión de brújula con forma de bandada.
Macondo donde “las mariposas amarillas precedían las apariciones de Mauricio Babilonia” y
aún “alguna vez las había sentido revoloteando sobre su cabeza en la penumbra del cine”.
Valcheta, donde un árabe de los mal llamados turcos hubo pintado las gallinas de verde, rojo
furioso, amarillo o fucsia para que nadie se imaginara que eran hurtadas por la noche de los
gallineros más desaprensivos y para que ningún vecino las reconociera como propias.
Macondo, donde “el primero de la estirpe está amarrado a un árbol y al último se lo están
comiendo las hormigas” y donde “un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado
por la cólera del huracán bíblico” dejó su huella implacable.
Valcheta, donde el negro Eusebio de la Santa Federación tuvo más ínfulas que un obispo, sin
haber pisado nunca su suelo.
Macondo, donde “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda
oportunidad sobre la tierra”.
Valcheta entre la elevación azulada de la meseta y el bajo salitroso del Gualicho; entre los
“pozos que respiran” y la “piedra de poderes”; entre la “cueva de Curín” y la “puerta del diablo”;
entre los árboles milenarios y la paz mítica de “la gotera”, donde la estirpe vieja de sus
familiares aguarda un destino mejor y más auspicioso a la sombra de los sauces históricos
que reverdecen por sus gajos con cada primavera.
BORGES Y LAS MALVINAS
Jorge Castañeda
Escritor Valcheta
López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward en las afueras de la
ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer el
Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en aula de la calle
Viamonte.
Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas
demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.
Jorge Luís Borges en sus diálogos con Néstor Montenegro dejó varias opiniones
sobre la entonces reciente guerra por las Islas Malvinas, sabiendo que la
publicación de dichos juicios “podían crearle enemigos, pero también que “la
popularidad (que nunca he buscado) y la impopularidad son el anverso y el
reverso de una misma moneda”.
En dicho reportaje nuestro escritor entre otros conceptos expresaba que en dicha
guerra “se obró de un modo histriónico. Se habló de la ocupación de unas islas
casi indefensas como si se tratara de la batalla de trafalgar o de las campañas de
César. Se festejó la victoria cuando la batalla no había empezado. Muchachos de
dieciocho a veinte años, con escasa o nula experiencia, fueron sacados del
cuartel, para batirse con soldados. Adolecemos de la peligrosa costumbre de obrar
sin pensar en las consecuencias. Cualquier cosa puede temerse de un gobierno
tan irresponsable como el nuestro. Un gobierno de aniversarios, de arrestos, de
órdenes, de rivalidades, de almuerzos de camaradería, de codicias, de juras de la
bandera, de desfiles y de hambre y sed de figuración”.
Sobre el hecho en sí de la ocupación dijo que “Es típico de la mente militar pensar
en abstracciones, en territorios, y no en seres humanos. Estos no fueron
consultados. Me refiero aquí a los dos mil kelpers y a veintitantos millones de
argentinos. Se cambiaron los nombres de ciudades, se bajó una bandera y se
1
elevó otra, se obró como si se tratara de una conquista. Con derechos jurídicos o
no los habitantes se sentían británicos. En todo caso debió hacerse un plebiscito,
o debería hacerse en el porvenir”.
Con respecto a si Gran Bretaña le dará a la Argentina la soberanía sobre las Islas
Malvinas Borges opinó que “el arte de la profecía es difícil y tal imposible. Lo
inverosímil y en todo caso, lo deseable es que los hombres lleguen, alguna vez, a
esa ciudadanía planetaria de la que hablé. En ese porvenir, ambos nombres –
República Argentina y Gran Bretaña- serán, cabe esperar, anacrónicos”.
Hasta aquí algunas de las expresiones de nuestro escritor sobre Malvinas. Como
cierre de esta breve nota nada más apropiado que reproducir los versos de su
“Milonga del muerto”, con música del maestro Sebastián Piana, casi desconocida
y cuya difusión fue prohibida por las autoridades de aquel entonces.
2
las armas y lo mandaron
el rifle y el crucifijo.