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Delito político

La noción de delito político ha sufrido variaciones de acuerdo con el tiempo y con las
circunstancias; por eso, ha sido difícil establecer criterios homogéneos que permitan
estructurar un concepto unificado. Sin embargo, el delito político ha estado siempre
asociado con conductas que atentan contra el gobernante o contra el orden establecido en la
organización estatal.
Desde una perspectiva cronológica puede decirse que desde que se concibió la figura del
Estado se empezó a configurar el delito político, porque el ente estatal ha tenido la
necesidad imperante y prioritaria de garantizar su permanencia o su seguridad, frente a
conductas que atentaren contra él, contra su existencia y contra su soberanía, bien sea en el
ámbito interno o en el externo. Esta situación explica en buena medida que el delito político
haya sido siempre relativo, y su definición y su reconocimiento como tal hayan dependido
de la voluntad del gobernante, de su percepción o de la coyuntura histórico-política.
Podemos ceñir el concepto de delito político desde dos interpretaciones; filosófica (de
orden teórico - constitucional), y otra práctica, restrictiva, que es la que debe aplicarse
cuando se trata de individualizar la aplicación del concepto a casos específicos (esta es la
visión del derecho penal).
Una visión filosófica, el delito político se caracteriza por la intencionalidad que motiva a
quienes lo cometen. Buscan ellos derribar el orden político establecido y desconocen por
principio la normatividad que lo sostiene, con la pretensión de sustituirlo por otro distinto,
con base en las propias convicciones acerca del Estado y de la sociedad, totalmente
distintas a las acogidas por el establecimiento. Desde ese punto de vista, sin desconocer que
en desarrollo de su actividad los delincuentes políticos pueden desviarse hacia la comisión
de delitos atroces  -como lo hemos visto en Colombia-,  lo cierto es que nuestro Derecho
reconoce en el delito político una motivación altruista, diversa de la que inspira al
delincuente común  -por ejemplo,  los miembros de las autodefensas-,  cuyos propósitos e
intereses son egoístas y particulares.
Por otro lado el l delito político ha sido un concepto normativo empleado con tres fines
plenamente diferenciables: (i) Permitir que a los condenados por estas conductas les sea
otorgada una amnistía o les sea concedido un indulto; ejemplo de ello, es la consagración
que desde 1991 se hizo en el numeral 17 del artículo 150 de la Constitución. (i) Impedir que
los perseguidos por conductas que se consideren delito político sean extraditados, tal y
como lo prevé el tercer inciso del artículo 35 de la Constitución. (iii) Permitir que los
condenados por estas conductas participen en política, específicamente para que puedan
acceder a cargos públicos y ejercer el derecho de sufragio pasivo. Caso de las previsiones
de los artículos 179 numeral 1°, respecto de quienes aspiran a ser elegidos como
congresistas; 197 inciso segundo, para ser elegido Presidente de la República y
Vicepresidente; 232 numeral 3°, respecto de los magistrados de la Corte Constitucional, la
Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado; y 299 inciso tercero, en relación con los
diputados de las asambleas departamentales, todas ellas mencionadas con anterioridad. Al
tener en cuenta esta diferenciación, resulta evidente que en cuerpos internacionales que
forman parte del bloque de constitucionalidad y en diversas sentencias que conforman la
jurisprudencia constitucional relativa a la materia, se consagran límites respecto de l) la
concesión de amnistías e indultos, así como de ii) la prohibición de extradición de
delincuentes por parte del Estado colombiano; límites que a su vez determinan cuáles
delitos podrán considerarse como políticos o conexos a delitos políticos cuando estas
categorías sean utilizadas con dichos fines.

El perdón
Como penalistas debemos comprender que existe una forma de perdón que se interpreta
como un fin altruista, que de ser jueces no cabe en cualquier contexto, un liquido preciado
que no se puede verter en cualquier recipiente.
Para referirnos al perdón en el derecho penal debemos ser muy rigurosos, este se aplica,
pero no en todos los casos. Es entonces así que mediante un ejemplo trataremos de llegar a
ese conocimiento. El perdón es un concepto difícil de llevar al ámbito penal de los delitos
comunes, ya que estos carecen del sentido virtuoso que lo genera, ahora bien, el perdón se
presenta en el delito político, pero surge el debate sobre el papel legítimo del perdón en
este tipo de delitos ya que se basa en la confrontación de las concepciones sobre lo que
conlleva el perdón en si mismo.
La distinción entre delito común y delito político tiene desde el punto de vista práctico y
jurídico una gran importancia, pues de su clasificación depende la aquiescencia de perdón,
de beneficios o por el contrario, la aplicación de penas severas para sus autores. De esta
forma, resulta necesario desentrañar los elementos y móviles que sustentan cada uno de los
mencionados tipos, así pues, tomaremos un delito político y uno común como ejemplo para
llegar a nuestra comprensión.
Delito político; La acción típica del rebelde o sedicioso se encauza a un supuesto fin
colectivo de bienestar pues busca derrocar al gobierno legítimo para instaurar uno que cree
justo e igualitario o perturbar la operatividad jurídica del régimen vigente.
Delito común: En el concierto para delinquir se busca la satisfacción de necesidades
egoístas, individuales de los asociados, pues el responsable de tal injusto se coliga con el
propósito de cometer delitos en forma indiscriminada sin que sea necesaria la producción
de un resultado y menos aún, la consumación de un ilícito que concrete el designio de la
concertación.
De acuerdo con el móvil político, el sujeto activo se guia por un ideal de transformación de
las instituciones políticas vigentes en la sociedad en que vive, sea en forma total o parcial;
este móvil no se presenta en los delitos comunes. El móvil político es además altruista.
Busca el delincuente político más justicia, no solo para sí mismo, sino para todos los
demás. El delincuente común se motiva por su propio egoísmo, busca su satisfacción
personal y no le importan los daños que pueda causar con su actividad.
El triunfo legal del llamado delito político, marca otra diferencia, lo cual sucede con la
toma para sí del poder y le quita todo asomo de ilegalidad. Es delito en cuanto fracasa,
razón por la cual es un delito de tentativa y no de resultado. El delito común, por el
contrario, se afianza en su condición de tal cuando logra los resultados propuestos. Los
delincuentes políticos están exentos de extradición, mientras que los delincuentes comunes
no; esto fue un triunfo del Derecho Penal Liberal en sui intento por obtener de las
legislaciones de todo el mundo un tratamiento más humanitario para estos sujetos, dados
los motivos que acompañan sus acciones.Sin embargo, aunque existe una marcada
diferencia teórica que puede ser explicada a través de los criterios que han alimentado el
fenómeno jurídico (objetivo, subjetivo y ecléctico), en la práctica su aplicabilidad y
distinción con otros fenómenos delictuales resulta dicotómica y contradictoria.
Recientemente, el enfrentamiento nacional ha revivido ese conflicto en el otorgamiento de
gabelas y amnistías, a sujetos que en su actuar delictual y amparados en su afán de "auto
protegerse" han conformado grupos armados irregulares, que a todas luces han cometido
una infinidad de delitos que pretenden ser amparados bajo el imperio del delito político
caso que como ya comprendimos no da cavidad al perdón penal.

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