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46 GRADOS

Marta Ciro

nataliadisarli@gmail.com

1 Sólo detesto dos cosas en el mundo: el verano y el helado de frutilla. Supongo que se debe a
cierto episodio ocurrido en casa de una tía abuela.

1 Confieso que nunca supe su nombre: para el mundo era Pocha.

2 Viuda y sin hijos, vivía sola en un caserón antiguo lleno de plantas y muebles de otra
época. No tuve el gusto de conocer al tío Gordo, muerto joven en una riña de ferroviarios.
De él sólo quedaba una foto percudida por el tiempo, además del apodo y la ausencia.

2 Solía visitarla bastante seguido.

3 Si algo me encantaba era pasar horas en la bañadera de la Pocha.

3 Era de loza blanca, enorme, con patas de bronce. Además me divertía el cocoliche siciliano
de la Pocha. Parlanchina compulsiva, si no había interlocutor a la mano hablaba con el diario,
con la radio y con el televisor. A veces, con todos al mismo tiempo.

4 Aquella tarde, el termómetro marcaba 46 grados. Saltando entre los baches de la vereda
hice el recorrido de cinco cuadras bajo un sol de plomo y llegué tan pegajosa y líquida como
el palito helado de frutilla que compré en el camino.

4 Al llegar, toda la casa brillaba con la pulcritud acostumbrada. Podía dudarse que
amaneciera, pero jamás de que los pisos y porcelanas de la Pocha no tuvieran la textura de
un espejo.

5 Para mi estupor, encontré la bañadera de mis sueños llena de un barro negro, plomizo y
nauseabundo.

5 Desilusionada, llamé a la Pocha una, dos, tres veces. Nada.

5 Tragué saliva sabor frutilla y la busqué por la casa, maquinando las opciones de una siesta,
de una escapada al almacén y una tercera opción que, a mis nueve o diez años, no terminaba
de imaginar cómo sería.

6 La encontré sentada al borde de su cama, con las manos sobre el regazo. Miraba
indiferente el vacío. Sólo entonces me percaté de que la casa estaba en silencio. Ni radio, ni
televisión, solamente el canturreo de las chicharras en el patio. Y también me di cuenta de
que, con 46 grados y sin más auxilio que un ventilador antiguo, la casa no estaba fresca sino
fría.

6 -Tía....

6 Al oír mi voz giró la cabeza, sin dejar de mirar un punto de la nada, como si yo no tuviera
consistencia.

7 Y sin emoción alguna, como si su voz fuera el sonido mecánico del reloj, dijo:

7 - Vino tu tío Gordo. Estaba todo sucio de tierra, el pelo, la ropa, todo. Se está bañando...

8 Antes de que alcanzara a entender el sentido de esas palabras, una corriente de aire gélido y
podrido hizo crujir suavemente la puerta del baño a mis espaldas.

8 La potencia del frío y del olor eran casi una presencia, tan cercana que podía rozarme la
nuca. El canto de las chicharras taladró mi cráneo como una música infernal. El regusto dulzón
a frutilla se mezcló ácidamente con el metal del pánico.

9 Y tapándome los ojos con las manos, corrí y corrí llevándome todo por delante hasta que la
luz naranja del sol me hizo abrir los dedos rojos de colorante sabor frutilla, depositándome en
plena calle.

9 Corrí y corrí ciega bajo el furor de la tarde recalcitrante, con la sensación de que el terror a
plena luz del día es peor que el de las noches. Pues no tiene el antídoto del sol, tan propio de
los cuentos y películas.

10 De más está decir que jamás volví a la casa de la Pocha ni di la menor explicación del
porqué. Y a fuerza de silencio, hasta para mí misma, ignoro qué fue de ella tras esa visita.

10 Solo sé que detesto el verano y el helado de frutilla, y que todo otro rastro de esta historia

11quedará para siempre en el terreno de Mis terrores infantiles y de la pura especulación.

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