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La Iglesia es el medio por el que se realiza, recibiendo de Dios y por la actuación del
ministerio su esencia misma. El CVII habla de tres características propias de la Iglesia que son
Misterio, Comunión y Misión. Nunca nos dan una definición acabada de la misma. La Iglesia es
un proyecto que Dios ha encomendado a los hombres y no estará acabada hasta que se
convierta el Reino de Dios.
Contemplar la Iglesia en línea del ministerio es tener presente la imagen de la Iglesia
que evoca el libro del Ap donde la nueva Jerusalén desciende del cielo como una esposa
adornada para su esposo. El ministro queda como receptor de los bienes de Dios.
La Iglesia como comunión. La Iglesia es el nuevo pueblo convocado por el mismo Dios
para cantar sus maravillas. El ministro es signo de comunión profunda con los hombres a los
que anuncia el mensaje de Dios.
Iglesia como misionera. Enviada al mundo no para quedarse en él, sino que la Iglesia
es sacramento universal de salvación. Ha de haber una relación entre los hombres, la historia y
el cosmos con la Iglesia, relación recíproca y pertenencia universal. El ministro es llamado a ser
profundamente misionero.
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2.1- Claves de la comunión desde la Sagrada Escritura que inciden en la vida
ministerial.
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2.2. - Datos del ministerio en las diferentes etapas del Antiguo Testamento.
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3.- Características fundamentales en la imagen sacerdotal del AT.
Veamos cómo los puntos fundamentales son los siguientes:
El sacerdocio como experiencia de un Dios que se revela: el sacerdocio
veterotestamentario nos comunica la experiencia de un Dios que se revela y el
hombre puede experimentarlo gracias al hecho de la revelación misma. Es Dios
quien toma la iniciativa. La trascendencia de Dios, fundamenta su inmanencia y en
ella se revela.
El sacerdocio es expresión de una experiencia profundamente humana: la relación
de Dios con el pueblo elegido es una experiencia auténticamente humana pues
toca a la esencia misma del ser humano. El sacerdote es el mediador y el trasmisor
de esta relación.
El sacerdocio está destinado al pueblo elegido: el sacerdocio destinado al pueblo
elegido puesto que el lugar donde se revela es éste. Este pueblo llega a
denominarse Israel cuando alcanza en la monarquía la unidad de todos los pueblos
que antes lo integraban. Israel como pueblo es el resultado de una larga y lenta
aglomeración de clanes. La relación de Dios con el pueblo elegido toma toda su
densidad de la historia en la que él vive. Es en la historia donde este pueblo ha
vivido una experiencia espiritual original, así el sacerdote lo que debe de hacer es
recordar esos momentos históricos.
El sacerdocio es llamada al encuentro y conocimiento de Dios: el sacerdocio en el
AT tiene como raíz el encuentro entre Dios y el hombre; un encuentro que se
verifica como sabiduría y conocimiento de Dios. La experiencia bíblica de Dios
como conocimiento implica necesariamente la actuación de la fe.
El sacerdocio expresa el contraste de imágenes del misterio de Dios: el sacerdote
es testigo privilegiado de una mezcla de imágenes de Dios como el Dios próximo y
el Dios lejano; el Dios inmanente y el trascendente; el amante y misericordioso y el
Dios juez. Todas deben ser integradas e Interpretadas en referencia al inescrutable
misterio de Dios. No se entienden por separado sino todas juntas.
El sacerdote es el encargado de recordar a Dios ante el pueblo: la vivencia del
amor salvador de Dios en su pueblo está siempre amenazada por el olvido. Israel
corre el riesgo de concebir la Alianza con Dios como cuestión de un cumplimiento
del deber observar el compromiso establecido. Dios sale al paso de este error
enviando a los profetas con la misión de recordar a Israel que la Alianza es ante
todo una cuestión de Amor. Se nos representa a Dios de diversas formas y con
imágenes todas ellas dando a decir lo mismo como un Pastor, un Viñador, un
Padre de su pueblo... con las que se pretenden suscitar en Israel la experiencia de
la Alianza como una Alianza de Amor.
En definitiva, desde el AT podemos entender el desarrollo histórico del sacerdocio que
es expresión de dos elementos uno del hombre y otro de Dios.
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4.- Continuidad y discontinuidad desde la perspectiva de los textos del NT, hasta
llegar a: “los cristianos son el pueblo sacerdotal de Dios”.
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Sumo Sacerdote digno de fe y Misericordioso: el sacerdocio presentado como la
expiación de los pecados del pueblo pero en referencia al realizador de tal
expiación, Cristo.
Sumo Sacerdote hecho perfecto por su sacrificio único: los rasgos fundamentales
de la fe cristiana son expresados con categorías sacerdotales: la tienda, Jesús nos
lleva al camino del verdadero santuario. Él ha atravesado la tienda mayor y más
perfecta para entrar en el cielo y sentarse a la derecha de Dios. La ofrenda de la
sangre, no como hecho de derramar sangre sino que es la entrega total del
oferente.
El sacerdocio de Cristo en el evangelio de san Juan.
No denomina nunca Juan a Cristo como sacerdote pero sí manifiesta una concepción
sacerdotal desde la forma de entender su ser pastor. En la expresión del Buen Pastor se
recogen algunos rasgos importantes de la figura sacerdotal de Cristo. Entre ellos se destacaría:
La muerte de Cristo es un auténtico sacrificio en el que culminan los sacrificios de
la antigua ley. Cristo, Cordero de Dios que muere en la cruz y en su muerte, al no
serle quebrado ningún hueso, se cumple el sacrificio ritual aplicado al cordero
pascual.
El sacerdocio como envío expreso del Padre: el Verbo es enviado por el Padre, se
hace carne y lleva al hombre a la salvación a través de la gracia y de la verdad.
La vida del hombre es llamada a un horizonte mayor. La vida eterna es conocer al
único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo. Reconocer a Cristo como el
enviado del Padre equivale a haber entregado al hombre al camino de la Gracia.
Los cristianos son el pueblo sacerdotal de Dios:
La consecuencia más importante desde la que dimanan el resto es que Jesús
constituye un pueblo sacerdotal. Hace partícipe de su sacerdocio a todos los que creen en Él. A
partir de éste es posible la existencia de ministros ordenados que lleven a convocar a otros
para constituir el pueblo sacerdotal. Esta idea del pueblo sacerdotal no es nueva ya que en el
AT encontramos dos pasajes que pueden servir de muestra Ex 19, 6 “pueblo sacerdotal” e Is
61, 6 entendiendo el sacerdocio desde una perspectiva universal.
Desde una perspectiva bautismal, los cristianos han de ser las piedras vivas que den
sentido a la construcción de todo un edificio que es la Iglesia.
El libro del Apocalipsis nos dice que es el Cordero degollado que con su sangre
adquirió la redención para su pueblo, el cordero entronizado y adorado por la multitud de los
elegidos. Se habla de Cristo como rey pero no se habla como sacerdote. En el Ap es siempre
la comunidad la que como tal ejerce una función sacerdotal y en él no se encuentra referencia
al ministerio sacerdotal.
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5.- Desarrollo e importancia de la sucesión apostólica para la comprensión del
ministerio sacerdotal.
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9.- Cuatro modelos históricos de comprensión del ministerio: san Agustín,
Dionisio, santo Tomás y Lutero.
San Agustín:
Advirtió mucho el reclamos de las dos dimensiones del sacerdocio como la dimensión
pastoral y espiritual del ministerio. Agustín se preguntaba ¿Cómo componer el deber de la
predicación con el reclamo a la contemplación?. Él se cree llamado para la contemplación y
cuando lo va desarrollando lo llaman para ser pastor.
Ve que la contemplación es funcional al ministerio. Nadie puede predicar aquello que
no ha vivido anteriormente.
Desde el principio de nuestra era el ministro ordenado no ha sido simplemente un
negociador de los recursos humanos.
La síntesis agustiniana consiste en la figura del ministerio pastoral ejercido por el
sacerdote y por el obispo según el modelo de Cristo Pastor y de los apóstoles. Por eso él no
acepta hablar del obispo como mediador entre Dios u el pueblo. Agustín dice que la salvación,
en la Iglesia, no depende de la santidad de sus obispos, sino de la santidad de Cristo el
verdadero sacerdote. Por eso, el obispo no puede ser llamado “mediador” entre Dios y el
pueblo: sólo Cristo es mediador y abogado.
Agustín fue el primero en utilizar la expresión Ministerio sacerdotal.
Dionisio:
Presenta este modelo una visión jerarquizada de toda la realidad, de Dios a los ángeles
a los hombres del mundo. Según Dionisio, la Gracia queda en la potestad de realizar los
sacramentos. El modelo dionisiano considera esencial la tarea de celebrar los sacramentos, y
de manera particular, de ofrecer el sacrificio eucarístico. El sacerdocio queda representado sólo
con la celebración eucarística.
Santo Tomás:
Trata de armonizar un modelo de comprensión del sacramento del orden en donde se
hagan presentes el contenido espiritual con la concepción jerárquica de la Iglesia.
Para santo Tomás existen dos estados de perfección: el religioso y el episcopal. El
segundo lo ve más elevado que el primero. Cuando trata la relación entre vida activa y vida
contemplativa, Tomás afirma que de suyo la segunda es superior a la primera, superior a las
dos es la particular forma de vida activa que brota de la contemplación; esta es la vida
episcopal y subordinadamente la vida de los predicadores. Es superior a la vida contemplativa
porque además de vivir personalmente la contemplación, comunica su fruto a los hermanos y
por lo tanto se llena de caridad.
Los simples sacerdotes están en un nivel de perfección espiritual inferior por respecto a
los religiosos. No era posible construir una espiritualidad del clero diocesano que lo
revalorizase para con la vida religiosa.
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Modelo Luterano: el ministro predicador de la Palabra:
Los reformadores negaron el aspecto sacerdotal del ministerio, deseando recuperar el
sacerdocio común de los fieles. En la intención de ser fiel a la Escritura Lutero reconoce la
necesidad de un ministerio en la Iglesia, pero no acepta ni que sea calificado sacerdocio ni que
sea considerado como sacramento. El rechazo de llamar sacerdote al sacerdote y al obispo y
sacerdocio su ordenación nace porque Lutero no acepta el desarrollo dogmático que, del siglo
III en adelante, llevó a aplicar las nociones sacerdotales al ministerio cristiano.
Por esa fidelidad literal al Nuevo Testamento, Lutero rechaza también la idea de que la
ordenación al ministerio es un sacramento. Niega el hecho de que Cristo hubiera instituido el
Orden como un sacramento y partiendo de su concepción de la Sola Scriptura negará que en
ella se encuentre el sacramento del Orden.
El sacramento del Orden no es otra cosa que cierto rito de llamar a uno al ministerio de
la Palabra. Se comprueba una general devaluación de la Iglesia; para él la Iglesia es la invisible
comunidad de los verdaderos creyentes que sólo Dios conoce. No hay ninguna distinción
esencial entre jerarquía y laicos fieles.
El ministro es el laico delegado por la comunidad a predicar el evangelio. Toda la
espiritualidad cristiana igualmente tiene su centro en la acogida de la Palabra que suscita la fe.
La comunidad es la depositaria del carisma de ministerio y puede solicitar el ejercicio de estas
funciones por parte de algunos miembros determinados en los que delegan.
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10.- Principales aportaciones del CVII a la comprensión del ministerio.
Influencias en el postconcilio hasta nuestros días.
Fue el despertar eclesiológico el que replanteó como contexto de una reflexión sobre el
ministerio a todo el pueblo de Dios en su variedad de carismas y la misión de toda la Iglesia. De
Trento al CVII sólo puede recordarse un documento oficial, la constitución apostólica
Sacramentum Ordinis del 30 de noviembre de 1947, donde en su parte final abre la puerta a la
sacramentalidad del episcopado.
El concilio se presenta como punto de convergencia. Los documentos más interesantes
al respecto son Lumen Gentium y el decreto Presbyterorum Ordinis. El punto de partida será
señalado por la ordenación LG 27 para el episcopado, LG 28 para el presbiterado, por la que el
ordenado con el don de una gracia específica permanente participa de toda la actividad
salvífica de Cristo en todo el horizonte de la misión del Verbo encarnado. Así pues la
ordenación otorga un carisma para la misión. En varios documentos como Lumen Gentium,
Presbyterorum Ordinis, Apostollicam Actuossitatem, Ad Gentes, se muestra adecuado para
evitar ópticas unilaterales y polarizaciones extremistas: la ordenación habilita el ejercicio
ministerial de toda la misión de evangelización. Una dirección comunitaria hasta los
sacramentos y la presidencia eucarística y un testimonio de caridad y disponibilidad. Algunos
documentos del concilio:
El sacerdocio en la Sacrosanctum Concilium: al poner la constitución de manifiesto,
la liturgia como “Cima a la que tiende la actividad de la Iglesia” ha puesto de relieve
la vocación de liturgo del sacerdote.
Constitución dogmática Lumen Gentium: en el cap III habla de la estructura
jerárquica de la Iglesia y desarrolla ampliamente la doctrina sobre el episcopado.
Los presbíteros y diáconos forman parte de la estructura jerárquica y son
presentados como de institución divina.
Decreto Christus Dominus: los obispos son los auténticos maestros en la fe,
pontífices y pastores que unidos al cuerpo episcopal ejercen su oficio en comunión
y bajo la autoridad del Pontífice.
Decreto Presbyterorum Ordinis: participación en el ministerio sacerdotal de Cristo.
Los obispos y subordinadamente los presbíteros tienen su misión en orden a la
evangelización y al sacrificio. Las funciones de los presbíteros son la Palabra, la
Eucaristía y la educación de los fieles. Los presbíteros son colaboradores del
obispo a quien deben obediencia y colaboración.
Veamos a continuación el Postconcilio:
a) Actitud relacional con Cristo: la presencia de Cristo resucitado en la Iglesia (SC 7)
encuentra en el ministerio sacerdotal un signo especial de anuncio, celebración y
comunicación. La santidad sacerdotal se realiza precisamente en el ejercicio del
ministerio porque se trata de comunión con Cristo (PO 13). Por el hecho de vivir unidos
a Cristo, que envía los sacerdotes no viven solos. De ahí nace el gozo pascual de una
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vocación que es encuentro, amistad y misión. La presencia de Cristo en la vida
sacerdotal está relacionada con la misión.
b) Actitud contemplativa y evangelizadora respecto a la Palabra de Dios: el ministerio de
la palabra reclama una actitud contemplativa. Es interesante notar que cuando el
concilio habla de la predicación de la palabra, recuerda al mismo tiempo la actitud
contemplativa.
c) Compromiso de construir el Presbiterio de la Iglesia particular “la vida apostólica”: se
trata de comprometerse a construir en el propio presbiterio diocesano los cauces
necesarios para una verdadera “vida apostólica”. Es necesaria una cierta vida
comunitaria o de encuentro periódico para compartir las vivencias sacerdotales:
arciprestazgos, equipos de zona o funcionales de amistad, asociaciones...
d) Servicio ministerial en la línea de la maternidad de la Iglesia: el sentido y amor de
Iglesia expresado en servicio generoso y fiel, es parte integrante de la espiritualidad
sacerdotal. La caridad pastoral pide que trabajen siempre los presbíteros en vínculos
de comunión con los obispos y con los otros hermanos en el sacerdocio. La misión
sacerdotal existe y se realiza en la comunión. Su ministerio es para la edificación de la
Iglesia.
e) Ser principio de unidad y servicio cualificado para garantizar la herencia apostólica: en
el fenómeno actual de multiplicación de movimientos espirituales y apostólicos, el
sacerdote hace un servicio de armonía. Personalmente podrá vivir más en una línea
grupal, pero en cuanto sacerdote debe armonizar las diversas mentalidades y defender
el bien común por encima de preferencias PO9. este espíritu de comunión le ayudará a
ser con el obispo, garante y servidor cualificado de una tradición o herencia apostólica.
El sacerdote por la castidad y por la incardinación es un servicio cualificado de la
comunidad eclesial esposa de Cristo.
f) Insertarse en la situación sociológica e histórica a la luz de la encarnación: la
espiritualidad del sacerdote es de inserción en las situaciones humanas e históricas. La
inserción del sacerdote se debe al hecho de participar de modo especial en la
consagración y en la misión de Cristo, el verbo encarnado. La convivencia con los
hombres le urge a buscar en la palabra de Dios, la luz para interpretar acontecimientos
y descubrir en ellos los signos de los tiempos.
PASTORES DABO VOBIS:
La expresión configurarse con Cristo se repite con frecuencia en la exhortación
apostólica postsinodal Pastores Dabo Vobis de Juan Pablo II de 25 de marzo de 1992.
Vemos tres aspectos importantes de esta doctrina:
El sacramento del orden configura al sacerdote con la persona de Cristo Profeta,
Sacerdote y Pastor. Esta configuración ontológica es de naturaleza trinitaria. La
verdadera identidad del sacerdote reside en que participa específicamente del
sacerdocio de Cristo.
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El sacerdote participa en la función profética, sacerdotal y pastoral de Cristo y obra,
in persona Christi como embajador de Cristo, como si Dios hablara y actuara por
medio de él. El ministerio cristiano es esencialmente el diaconado de la
reconciliación. Es Dios mismo el que en Cristo y por la Palabra del ministro
reconcilia a los hombres con él.
El sacerdote representa a Cristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia; se sitúa en la
Iglesia y ante la Iglesia. es un signo de la trascendencia y la libertad de la Palabra
ante la comunidad eclesial. Proclama la Palabra de Dios en y ante la Iglesia.
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11.- Claves y dificultades de la formación ministerial en nuestros días.
Vamos a buscar algunas claves y algunas dificultades de la formación ministerial en los tiempos
en los que vivimos, en la sociedad en la que vivimos. El sacerdote, ante todo debe saber pasar de la crisis
y el continuo cuestionamiento al redescubrimiento de su propia identidad. Se tiene que tener un
acompañamiento personal- evolutivo, tener una verdadera renovación creativa y en fidelidad, tener una
vivencia gozosa de un ministerio en un contexto determinado y en una Iglesia particular encarnada en la
sociedad actual que se vive y se descubre como misterio de comunión para la misión, o desde la
dimensión trinitaria como verdadero pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y templos del espíritu. Además se
ha de tener una formación pastoral que configure realmente con Cristo pastor y que favorezca una actitud
de servicio real y verdadero para la edificación de la Iglesia. esta formación debe consolidarse desde una
formación permanente e integral, que nos haga oyentes, servidores y anunciadores de la palabra, que
seamos promotores de la comunión, inclinados hacia los más pobres, animadores de evangelización,
promotores de una verdadera vivencia litúrgica, acompañantes del crecimiento eclesial y del compromiso
espiritual de los laicos. Todo esto requiere por supuesto saber interpretar adecuadamente los signos de
los tiempos y poner en práctica una pastoral de misión. Igualmente debe sacar esta pastoral las
consecuencias de un saber unir a lo sacramental, lo carismático y lo pneumático y estar abierto
constitutivamente a la dimensión ecuménica y misionera universal.
Por supuesto esto no es tan fácil sino que está lleno de dificultades. Sólo hay que saber mirar a
la sociedad en la que vivimos, una sociedad llena de dificultades, de peligros, de albures, de destinos, de
eventualidades... y ante esta sociedad es ante la que se tiene que posicionar el sacerdote. Como
dificultades podemos encontrar igualmente la rutina, el funcionariado, es decir, creernos funcionarios más
que anunciadores y evangelizadores, el querer encuadrarlo todo y complicar innecesariamente las cosas.
Podemos caer en la tentación del desencanto, en este sentido tenemos que tener como antídoto a tal
desencanto el texto del camino de Emaús, así, tras una relectura compartida haciendo memoria hemos de
compartir la mesa y la vida para poder anunciar sin miedo el kerigma. Podemos tener nostalgia del
pasado pensando que lo anterior siempre fue mejor; podemos tener enfrentamientos con los otros,
resentimientos con quienes han abandonado o con los que no caminan a nuestro ritmo, encerrarme en mi
grupito de amigos, caer en la crítica destructiva hacia las personas y las cosas. Por todo ello hemos de
tener presente en nuestras cabezas, en nuestros corazones, en nuestras eucaristías... que tenemos que
hacer siempre presente el aquí y ahora el Reino de Dios; que nos sintamos eucaristía, sacrificios vivos,
consagrados y agradables a Dios; que tengamos una limpieza honda de nuestros pecados, de nuestras
infidelidades referidas a la mediocridad, a la mundanidad, a la vanidad... que sepamos derramar lágrimas
por nuestros pecados, y más aún, por los de los demás; que no emitamos juicios apresurados y
presurosos sobre acontecimientos y personas; que no tengamos obsesión por ver los frutos, nosotros
tenemos que sembrar y sembrar porque los frutos ya vendrán; no podemos ceder al maligno que juzga
con remordimientos, con tristezas, con derrotismos, con desilusión, con amargura, con división, con
radicalismos...
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12.- Comenta: “la espiritualidad sacerdotal se realiza en el ejercicio del ministerio”.
Para comenzar tenemos que señalar que no existe la una sin la otra sino que ambas se realizan
con el ejercicio de la otra. No son dos realidades concomitantes sino lo que ocurre es que la una se
realiza con la otra. Como nexo para unir ambas realidades tenemos que utilizar la caridad pastoral, como
principio interior, como virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero, así mismo es participación
de la misma caridad pastoral de Jesucristo. El contenido esencial de la caridad pastoral ha de ser la
donación de sí mismo que determina nuestra forma de pensar y de actuar, nuestro modo de
comportarnos.
La fuente de la caridad pastoral ha de estar dentro de la relación personal que cada uno tenga
con Cristo. Igualmente tenemos la eucaristía como expresión plena y alimento de la caridad pastoral. Así
mismo, la caridad pastoral no sólo se alimenta de la eucaristía sino que igualmente fluye de ella la gracia
y la responsabilidad de impregnar de manera sacrificial toda su existencia.
Podemos afirmar ya que existe una relación bastante íntima entre la vida espiritual del presbítero
y el ejercicio de su ministerio. El ministerio como participación del ministerio salvífico de Jesucristo,
Cabeza y a la vez Pastor expresa y revive su caridad pastoral que es a la vez fuente y espíritu de su
servicio y del don de sí mismo.
Para el presbítero, el ministerio de la palabra se convierte en su meta y en su desafío, ser testigo
fiel y mensajero de la Palabra es sólo posible desde el primer creyente de la palabra, consciente de que
las palabras no son suyas sino de aquél que lo ha enviado. Es sobre todo en la celebración de los
sacramentos donde el sacerdote está llamado a vivir y testimoniar la unidad profunda entre el ejercicio de
su ministerio y de su vida espiritual. Por último, el sacerdote, reuniendo la familia de Dios como una
fraternidad animada en la unidad y conduciéndola al Padre por medio de Cristo en el espíritu santo revive
la autoridad y el servicio de Jesús. Este ministerio pude al sacerdote una vida espiritual intensa, rica de
aquellas cualidades y virtudes que son típicas de la persona que preside y guía una comunidad.
Junto a la caridad pastoral destacaría igualmente:
Sacramentalidad unidos especialmente a Cristo.
Secularidad particular relación con el mundo, sabiendo estar en el sin ser mundanos.
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