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LA MUJER EN LA FAMILIA ROMANA1

I. La educación de la mujer romana. - II. El matrimonio. - III. Las


bodas.

A diferencia de los griegos, que tenían a sus mujeres


encerradas en casa y, si quedaban libres de sus negocios, no pasaban
el tiempo en familia, sino que siempre estaban charlando por las
tiendas, los romanos sintieron profundamente el atractivo de la vida
doméstica. Éste es uno de los aspectos más característicos de su
civilización, y tanto, que aproxima a los romanos a la costumbre y a
los sentimientos de nuestra época. La mujer aparece en toda ocasión
como la compañera y cooperadora del hombre romano; está junto a
él en las recepciones y en los banquetes, cosa que a un griego le
hubiera parecido escandalosa, y comparte con él la autoridad sobre
los hijos y los sirvientes, participando también de la dignidad que
Ducere uxorem, tomar
tiene el marido en la vida pública. Quem enim Romanorum pudet esposa.
uxorem ducere in convivium? Aut cuius non materfamilias primum
locum tenet aedium atque in celebritate versatur? Esta libertad de vida
no se distanciaba de un sentido de austeridad y de reserva,
especialmente en la época republicana; hasta interviniendo en el
Mulsum, tipo de vino
banquete, la mujer romana estaba en él sentada y no echada; no especiado mezclado con
tomaba parte en la comissatio y no bebía vino, sino mulsum. La miel.
prohibición de beber vino en los tiempos más antiguos parece haber
sido severísima; se atenuó con el refinamiento de la civilización. Pero
a menos que se quiera dar demasiada importancia a las indignaciones
del acerbísimo Juvenal o a alguna extravagante caricatura, como son,
por ejemplo, los epigramas V, 4, y I, 87 de Marcial, no parece que la
mujer romana tuviese por el vino aquel entusiasmo que Aristófanes
vituperara tantas veces a la mujer ateniense.
También la educación femenina se inspiraba en criterios de
prudente liberalidad; en la edad infantil niños y niñas crecían juntos
en promiscuidad de vida y juegos. Las escuelas elementales, donde se
aprendía a leer, escribir, hacer cuentas y estenografiar, eran comunes
a los dos sexos. En un epigrama de Marcial, un maestro de escuela
(ludi magister) es llamado «ser odioso a los muchachos y
muchachitas» (invisum pueris virginibusque caput). Acabados los
estudios primarios, las señoritas de buena familia continuaban
privadamente instruyéndose bajo la guía de praeceptores que las
adiestraban en el conocimiento de la literatura latina y griega;
simultáneamente aprendían a tocar la lira, a cantar, a danzar.
Esta compleja educación intelectual, que en los últimos
tiempos de la República y durante el Imperio es usual en las familias
más acomodadas, no estorbaba a la mujer para ocuparse en labores
femeninas. Vigilaban y dirigían a las esclavas y ellas atendían a los
trabajos más delicados: como la mujer griega era experta en tejer, la
mujer romana tenía grande afición al bordado (acu pingere). En época Lanificio, arte y técnica
menos reciente, la matrona hilaba con las criadas, pero hay todos los de trabajar la lana.

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Paoli, Ugo Enrico. (2000). URBS. La vida en la antigua Roma. Barcelona: Editorial Iberia. Pp. 157-
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motivos para suponer que se trata de una costumbre antigua. Se ha
hecho famoso un epitafio que recuerda el lanificio como virtud propia
de la mujer romana: casta fuit, domum servavit, lanam fecit.
La costumbre romana de dar marido a las hijas cuando eran
todavía muy jóvenes imponía a las muchachas una vida retirada
cuando llegaban a la edad adulta, esto es, a la edad en que, ofrecidas
sus muñecas a los lares, comenzaban a esperar que el padre les
buscase un novio. En la buena sociedad romana el flirt, como lo
entendemos nosotros, debía de ser rarísimo; entre otras
circunstancias, no había ocasión para él. La unión de los jóvenes
dependía casi exclusivamente de sus padres.
En cambio, con el matrimonio la mujer romana adquiría una
relativa libertad de vida y de movimiento. Más afortunada también en
esto que la mujer griega de la época clásica, la cual, al casarse, pasaba,
de estar encerrada en casa de su padre, a estarlo en casa de su marido;
ama de las esclavas, pero esclava efectiva también. Las matronas
romanas gozaban de la confianza de sus maridos, y nadie las obligaba
a un régimen de clausura; salían, cambiaban visitas, iban por las
tiendas a hacer sus compras. Por la noche, acompañaban a sus
maridos al banquete y volvían tarde a casa.

II
El estudio del matrimonio romano y de sus requisitos
pertenece a la historia del derecho e interesa sólo indirectamente a
las costumbres. Bastará aquí con señalar las dos formas de
matrimonio que estuvieron sucesivamente en vigor:
1) El matrimonio con la conventio in manum. Era la forma más
antigua, mediante la cual la mujer venía a formar parte de la familia
del marido y estaba sujeta a su poder marital (manus), del mismo
modo que los hijos estaban sujetos a la patria potestas. Es decir, que
también ella venía a encontrarse en condiciones de hija (loco filiae)
para todo lo que concernía a los derechos familiares y sucesorios.
Este vínculo se realizaba de tres modos, que tomaban el nombre de
confarreatio (rito sacro reservado en su origen únicamente para los
patricios, llamado así por la hogaza de trigo que los esposos dividían
durante el sacrificio nupcial; en las familias sacerdotales se prolongó
hasta épocas posteriores), la coemptio (una venta, mancipatio,
antiguamente real, luego simbólica, de la esposa, mediante la cual el
padre transmitía al esposo su poder de derecho sobre la mujer en que
recaía), usus (la ininterrumpida convivencia de los cónyuges por un
año: una manera de adquirir la manus que pronto cayó en desuso).
2) El matrimonio sine manu o libre. La esposa continuaba
perteneciendo a la familia paterna, sujeta a la potestas de su propio
padre y conservando los derechos sucesorios de la familia de origen.
Este matrimonio no es formal como el antiguo matrimonio cum manu
o como el nuestro, pero es su fundamento la convivencia de los
esposos mientras dure su consentimiento de considerarse como
marido y mujer (affectio maritalis); de esto se sigue que era motivo
suficiente para disolverlo la mera separación personal de los
cónyuges; bastaba, por ejemplo, que el marido intimase a su esposa,

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en persona, o con un billete, o por medio de un esclavo (de un liberto
durante el Imperio): «Toma contigo lo tuyo»; no era menester más.
En toda la época clásica, hasta los últimos tiempos de la
República, está en vigor el matrimonio sine manu; con todo, sería una
equivocación argüir, por la facilidad con que podía disolverse el
vínculo matrimonial, que los romanos no tenían adecuada conciencia
de la seriedad de aquel vínculo. Más bien fueron los primeros en
comprender que el matrimonio tiene tales fundamentos, sociales,
religiosos y afectivos, que el derecho no puede hacer sino limitarse a
disciplinar algunos de sus aspectos. Nuptiae sunt coniuncto maris et
feminae et consortium omnis vitae, divini et humani iuris
communicatio. El repudium, sencillísimo de forma, como se ha visto,
era con todo considerado como acto de excepcional importancia. Las
segundas nupcias de la mujer, aunque fuera viuda, no hallaban la
aprobación de la opinión pública; haber tenido un solo esposo era
mirado como virtud femenina, y el epíteto de univira es título de
honor que se lee en los epígrafes sepulcrales de mujeres casadas; la
mujer poco respetuosa de la fidelidad conyugal se encontraba con
severas sanciones. Para los romanos, pues, el connubium era vínculo
gravísimo en todos sus aspectos, puesto que sobre la santidad de la
familia fundaron su civilización imperial y milenaria.

III
La ceremonia de las bodas no era necesaria para la El augurio era una
constitución del vínculo jurídico entre los esposos; pero la tradición predicción hecha por el
y el carácter sagrado que se le unía, lo convertían en el augur, sacerdote de
acontecimiento más importante de la vida familiar. El día de las bodas Roma dedicado a
interpretar la voluntad
era escogido con cautela en medio de una selva de días y de meses de de los dioses.
mal augurio, que la superstición de los romanos evitaba más que
nosotros el viernes. ¡Ay, por ejemplo, del que se casaba en mayo! El
periodo mejor para casarse con faustos auspicios era la segunda
mitad de junio. La vigilia de las bodas, la esposa consagraba a una
divinidad los juguetes de su infancia; luego, puesto desde la víspera
el traje nupcial en lugar de la praetexta, vestido de la niña, y puesta
en la cabeza una cofia de color anaranjado, se acostaba ataviada de
este modo. El día de las bodas la casa estaba adornada de fiesta; de la
puerta y de las columnillas pendían coronas de flores, ramas de
árboles siempre verdes, como el mirto y el laurel, y cintas de colores;
a la entrada se tendían alfombras. En las casas patricias, como
siempre en los días solemnes, se abrían grandes armarios que Vittae, cintas con las que
custodiaban las imágenes de cera de los antepasados. Los mayores la novia adornaba su
cuidados eran dedicados, naturalmente, a la esposa, que se ataviaba cabello.
para la ceremonia; eran característicos del atavío nupcial el peinado
del cabello y el vestido con el velo. Por primera vez la esposa
adornaba los cabellos con cintas (vittae), y era peinada de un modo
especial, llamado sex crines, que dividía los cabellos en varios grupos;
para el peinado nupcial se servían de un hierro, según parece una
punta de lanza, llamado hasta caelibaris y reservado exclusivamente
para este uso. El traje nupcial era una túnica (tunica recta o regilla)
parecida en su corte a la stola de las matronas, larga hasta los pies, Nodus Herculeus, nudo de
sencilla y blanca; un cinturón (cingulum), los cabos del cual eran Hércules, forma de
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juntados por un nudo especial (nodus Herculeus), la ceñía al talle. De anudar el cinturón
la cabeza de la esposa descendía, hasta cubrirle el rostro, el propia de las novias.
flammeum, un velo que debemos suponer de un color anaranjado
para poner de acuerdo los epítetos de rojo (sanguineum) y amarillo La matrona univira era el
(luteum) con que suele designársele. A consecuencia de esta modelo de virtud de la
costumbre, nubere (propiamente cubrir la cabeza con velo) adquirió mujer romana casada, es
el sentido de «tomar esposo». Se atribuye a necesidades de técnica decir, que se había
casado una sola vez.
estatuaria el que, en oposición con los precisos y múltiples
testimonios de las fuentes literarias, en los relieves que representan El sacrificium era una
escenas nupciales la esposa lleve la cara descubierta. ceremonia religiosa de
En todos los actos del rito, la esposa era asistida por la gran importancia en la
pronuba, una matrona que para poder ser honrada con aquel oficio religión romana.
había de haber tenido un solo esposo (univira). El rito comenzaba con
un sacrificio augural; es decir, que se tomaban los auspicios: si el
sacrificio se realizaba normalmente, era señal de que los dioses no se
oponían a la nueva unión.
Terminado el sacrificio, seguía, por lo regular, la firma de las
La pronuba era la
tabulae nuptiales, el contrato de matrimonio, en presencia de diez madrina de boda.
testigos; luego la pronuba tomaba las diestras de los esposos,
poniéndolas una sobre otra. Era ésta la dextrarum iniunctio,
representaba el momento más solemne de la ceremonia: tácita y
mutua palabra de lealtad entre los jóvenes esposos, recíproca
promesa de querer vivir juntos. Numerosos sarcófagos representan
la escena; y el acto simbólico, que la Iglesia ha mantenido en el rito
nupcial, tiene también hoy sentido y valor.
Cuando el matrimonio se efectuaba mediante la confarreatio,
se hacía sentar a los esposos con la cabeza velada sobre dos sillas,
puestas una junto a otra, sobre las cuales se había extendido la piel de
la víctima sacrificada. Los esposos, después, daban la vuelta al altar
precedidos de un servidor (camillus) que llevaba una canastilla
(cumerum) con los ornamentos sagrados. Pero este rito en la época
clásica, como se ha dicho, no es celebrado sino en los casos
excepcionales. Cena nuptialis, banquete
Terminadas todas las formalidades, tenía lugar el banquete de bodas.
(cena nuptialis). Después del banquete, hacia el anochecer,
comenzaba la ceremonia del acompañamiento de la esposa a la casa
del esposo, la deductio. Daba la señal para ello un simulacro de rapto:
el esposo, de improviso, fingía arrancar a la joven esposa, asustada y
resistiéndose, de los brazos de su madre o de quien, en su defecto,
hacía sus veces; pura formalidad, en que se veía perpetuado el
recuerdo del rapto de las sabinas. Luego se formaba un cortejo que se
dirigía a la casa del marido. La esposa avanzaba llevando el huso y la
rueca, símbolos de su nueva actividad de madre de familia, e iba
acompañada de tres jóvenes patrimi y matrimi, esto es, que tuviesen
vivos a su padre y a su madre; a dos de ellos los llevaba de la mano, el
tercero los precedía agitando una antorcha de espina blanca (spina
alba), encendida en el hogar de la casa de la esposa. Los restos
quemados se distribuían entre los asistentes, porque se creía que
eran de buen augurio. (Nosotros hacemos lo mismo con las flores de
azahar; pero esto, a lo menos, no mancha los dedos.) Seguía una
muchedumbre voceante que gritaba el grito nupcial «talasse» o
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«talassio» (palabra de sentido incierto para nosotros) y lanzaba
chistes atrevidos.
El espíritu cáustico y chancero de los romanos se daba aquí
rienda suelta. Cuando la esposa había llegado a la casa del marido,
adornaba su umbral con cintas de lana y lo ungía con manteca de
cerdo y con aceite, por lo cual la fantasía etimológica de algún antiguo
no retrocedió ante la enormidad de hacer derivar uxores de...
¡unxores! La ceremonia de la entrada en la casa se efectuaba de este
modo: el marido, que había precedido a la esposa, de pie en el umbral,
le preguntaba cómo se llamaba, y ella respondía amablemente: «ubi
tu Gaius ego Gaia»; entonces los que la acompañaban la levantaban en
peso, para que no tocase el umbral con el pie y la hacían entrar en la
Aquam et ignem accipere,
casa. El marido la recibía con una ceremonia sacramental que se recibir el agua y el fuego.
llamaba aquam et ignem accipere. Después la pronuba hacía sentar a
la esposa sobre el lectus genialis, frente a la puerta, donde ella Lectus genialis, lecho
pronunciaba las preces de rito a la divinidad de la nueva casa. Con matrimonial.
esto terminaba la fiesta; el cortejo nupcial se disolvía y los invitados
volvían a sus casas.
El día siguiente al de las bodas, la esposa, que vestía por
primera vez ropas matronales, hacía una oferta a los lares y a los
penates y recibía dones de su marido; entonces tenía lugar un
banquete íntimo entre los parientes de los esposos (repotia).

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