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Martin Heidegger
EL ESTADO TOTALITARIO
LA ÉPOCA DE LA TECNOCIENCIA
No hay en Heidegger una sola palabra sobre Auschwitz. Jean Améry, pensador
austriaco y superviviente del famoso campo de exterminio, considera que el
genocidio nazi pone de manifiesto la indigencia del pensamiento
heideggeriano. La “palabrería vacía” de “ese desagradable mago del país de
los alemanes” mostraba toda su miseria en el espacio acotado por las
alambradas, pues “en ningún otro lugar del mundo la realidad poseía una
fuerza tan imponente. Bastaba con ver la torreta de vigilancia y sentir el olor a
grasa calcinada procedente de los crematorios” para advertir que el Ser sobre
el que gira la filosofía de Heidegger sólo era “un concepto abstracto y huero”.
El silencio de Heidegger ante la mayor tragedia de la historia europea puede
interpretarse como el efecto de un pensamiento despegado de lo inmediato,
cuya finalidad –pensar el ser- se inscribe en un dominio atemporal.
AÑOS DE FORMACIÓN
Martin Heidegger nació en Messkirch (Alemania) el 26 de septiembre de 1889.
Entre 1903 y 1906, se prepara para la carrera sacerdotal en un internado
católico. Después de unos años en el seminario arzobispal de Friburgo, se
convierte en novicio de la Compañía de Jesús. En 1909, abandona su
formación religiosa a consecuencia de sus problemas de salud. Estudia
teología y filosofía en la Universidad de Friburgo. Publica varios artículos en
revistas católicas, criticando la desviación modernista, un movimiento de
reforma religiosa que a principios del siglo XX pretendió conciliar el cristianismo
con el pensamiento moderno. Sin embargo, no es improbable que le influyera
el método crítico-filológico utilizado por los modernistas para interpretar la
Biblia. Alumno del neokantiano H. Rickert, se doctoró en 1913 con una tesis
sobre La doctrina del juicio en el psicologismo, dirigida por el filósofo católico A.
Schneider.
Durante ese período, descubre la poesía de Hölderlin y Trakl. En 1916 obtuvo
la habilitación necesaria para ejercer la docencia universitaria con una tesis
sobre La doctrina de la las categorías y del significado en Duns Escoto. Más
adelante, se descubrirá que la Gramática especulativa, la obra de Escoto que
había comentado Heidegger en su investigación, procede de otro autor. Este
error de atribución apenas afectará al texto de Heidegger, pues éste, desde sus
primeros escritos, adopta una perspectiva más teórica que histórica. La cita de
Novalis utilizada por Heidegger para cerrar su trabajo prefigura la evolución de
su pensamiento. “En todas partes –escribe el poeta alemán- buscamos lo
incondicionado, y lo único que encontramos siempre son cosas”.
Entre 1918 y 1923, imparte clases en la Universidad de Friburgo como
asistente de Edmund Husserl. En 1920, comienza una estrecha amistad con
Karl Jaspers, que sólo se interrumpirá una década más tarde por sus
diferencias ante la política nacionalsocialista. Durante estos años, Heidegger se
familiariza con la fenomenología de Husserl, aplicando sus criterios de
interpretación a la obra de Aristóteles. En 1922, se publican
sus Interpretaciones fenomenológicas sobre Aristóteles. En esta obra, ya se
plantea la necesidad de llevar a cabo una profunda revisión crítica de la historia
de la metafísica, superando el horizonte establecido por el cogito cartesiano,
según el cual el yo constituye la realidad desde su subjetividad, abriendo de
este modo una escisión entre la conciencia y el mundo que facilitará la
consideración del ser como una constelación de objetos.
En este texto, que se redacta con cierta urgencia para optar a una vacante de
profesor titular, aparecen esbozadas las diferencias teóricas que le alejarían de
la fenomenología de Husserl. Por ejemplo, Heidegger afirma que la pregunta
por el ser sólo puede “comprenderse como vida histórica”. Desde este punto de
vista, la fenomenología, una teoría del conocimiento atemporal que excluye de
su análisis cualquier contingencia o referencia histórica, se revela como una
metodología incapaz de explicar la textura de la vida humana, cuya naturaleza
temporal se inscribe necesariamente en una perspectiva histórica.
En 1924, Heidegger pronuncia una interesante conferencia ante la Sociedad
Teológica de Marburgo, que presenta con el título El concepto de tiempo. En
ella, anuncia el proyecto de una ontología fundamental basada en la radical
historicidad de la vida humana. Aparecen por primera vez conceptos como Da-
sein (ser-ahí), ser-en-el-mundo, cuidado del ser o la consideración del lenguaje
como el modo fundamental de la existencia humana. Heidegger supera
cualquier clase de dualismo ontológico, identificando el ser con la temporalidad.
“El ser-ahí, concebido en su posibilidad más extrema de ser, no es en el
tiempo, sino que es el tiempo mismo”. Sin el tiempo, no existiría el principio de
individuación. La posibilidad de un horizonte en el que “todo qué se pulveriza”
es lo único que nos permite constituirnos como individuos. Sin la anticipación
de la muerte, no habría identidad.
SER Y TIEMPO
LA SUPERACIÓN DE LA METAFÍSICA
Cuando en Ser y tiempo, Heidegger utiliza la expresión “ser cabe las cosas”
para referirse a la situación del Dasein, pretende subrayar que el ser-ahí abre y
funda un mundo al ser arrojado a su apertura, estableciendo una relación de
uso con las cosas que “están a la mano” para la realización de su proyectar.
Efectivamente, el Dasein abre un horizonte en el que se manifiestan los entes,
pero este horizonte trasciende y precede (no en el sentido cronológico) a los
entes. Esto significa que toda verdad óntica supone la verdad ontológica. La
historia de la metafísica ha olvidado esto y ha olvidado que lo ha olvidado. Es el
“olvido del ser”, que ha imposibilitado la culminación de la analítica
existenciaria. Al identificar el ser con la simple presencia, la metafísica se ha
convertido en física. Podemos rastrear esta transformación en la doctrina de
Aristóteles, Hegel o Nietzsche. Su descripción del ser como acto puro,
concepto absoluto o voluntad de poder, es una prolongación del planteamiento
platónico de identificar ser y verdad.
Esta interpretación no puede estar más alejada de la actitud de los primeros
filósofos, que concebían la verdad como revelación del ser, esto es:
como aletheia o desvelamiento. Platón, en cambio, sustituyó el
desocultamiento del ser por la normatividad u objetividad del pensamiento
humano. El valor desplazó a la manifestación del ser. Nietzsche intentó
desmontar esta operación, describiendo la verdad como “una especie de error”,
pero al describir el ser como valor, como voluntad de poder, no logró superar la
perspectiva metafísica que pretendía trascender. “Todo valorar –escribe
Heidegger en su Carta sobre el humanismo– es una subjetivización, incluso
cuando valora positivamente. No deja ser a lo ente, sino que lo hace valer
única y exclusivamente como objeto de su propio quehacer”.
La herencia de la metafísica nos impide conocer el ser mediante el análisis del
ente que se pregunta por su sentido. Sólo queda aguardar la iniciativa del ser,
su manifestación. El hombre únicamente puede colocarse en la situación de
experimentar esta autorrevelación. La verdadera libertad consiste en “dejar ser
al ente”, situándose en una condición de apertura y disponibilidad hacia él. Al
hombre le cabe “abandonarse a la revelación o descubrimiento del ente como
tal”. Dicho de otro modo: el hombre no dispone de libertad, sino que es la
libertad la que dispone de él. Esta revelación no se produce en la metafísica ni
las ciencias positivas, sino en el lenguaje y, más concretamente, en el lenguaje
poético.
ARTE Y POESÍA
LA CRÍTICA DE LA TÉCNICA