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Aproximación a una caracterización general del concepto de voluntad en Descartes

Mariana Serna Sierra

Trabajo final

Descartes Apasionado

Instituto de Filosofía

Universidad de Antioquia

23/11/2017
Para la creación de este trabajo se planteó como procedimiento interpretativo y discursivo
una relación conceptual, esta daría cuenta a grosso modo de la entramada exposición
cartesiana y la sistemática postulación del pensamiento en esa propuesta filosófica. La
voluntad, un principio del espíritu, es el eje central de este análisis. La importancia de este
concepto radica en su influencia sustancial para la determinación del sujeto de conocimiento
cartesiano; en este sentido se deriva la pertinencia en la lectura canónica de Descartes con la
concepción de la duda como método, además de suscitar una propuesta fundamental para la
identificación del hombre en su capacidad de elegir, distinto a las capacidades de divinidad y
a las del autómata, una unión entre dos naturalezas, el alma y el cuerpo.

Con el fin de elegir un procedimiento adecuado para realizar una pequeña caracterización del
concepto de voluntad, desde luego, es necesario partir de una posición interpretativa de la
obra de René Descartes. El presente escrito propone entonces una división de tal empresa en
dos dimensiones como aspectos problemáticos que marcan el desarrollo de la obra cartesiana
en la postulación inicial y final; la metafísica y la moral hacen parte de un proyecto filosófico
que en última instancia alude con grandeza a las cualidades de aquel que le sería otorgada la
nominación de sabio. En este respecto resulta clara la alusión a una metáfora del árbol de
conocimiento en el prefacio a Los principios de la filosofía, pues el proyecto filosófico
comienza a la manera de las raíces de un árbol en la metafísica con las nociones básicas que
posibilitan el conocimiento, para finalizar con los frutos de la ciencia en la moral, la cúspide
de la virtud suprema (Descartes, p.307, 1967)

La importancia de una distinción entre una dimensión metafísica y una dimensión práctica
también podría sustentarse en la aclaración que el propio Descartes realiza en las respuestas y
objeciones a las meditaciones metafísicas, donde resalta la diferencia entre las pretensiones
de ambos proyectos; por una parte, la búsqueda de la verdad, y por otra, la comprensión de la
determinación práctica del conocimiento del hombre:

“Os pido aquí recordar que, con respecto a las cosas que la voluntad puede abrazar, he introducido siempre
una distinción muy grande entre la práctica de la vida y la contemplación de la verdad. Porque, en lo que
respecta a la práctica de la vida, no pienso de ninguna manera que haya que seguir sólo las cosas que
conocemos muy claramente; al contrario, sostengo que ni siquiera hay que esperar siempre las más
verosímiles, (…) Pero donde no se trata sino de la contemplación de la verdad ¿quién ha negado alguna vez
que se deba suspender el juicio con respecto a las cosas oscuras y que no son conocidas con suficiente
distinción ? (…) lo he declarado además con palabras expresas hacia el final de la primera <Meditación>,
cuando digo que n o podía dudar en demasía, ni emplear excesiva desconfianza en aquel lugar; ya que me
aplicaba entonces a las cosas que tienen que ver con la práctica de la vida, sino únicamente a la búsqueda de
la verdad. (p.387, sf)
.

En un segundo momento, luego de especificar la distinción que implica este procedimiento,


se recurre de igual manera a sustentar esta elección en la consideración cartesiana de las
nociones primitivas. En las ciencias del hombre, según Descartes, recurrimos en primera
instancia a las nociones primitivas que se encuentran en el alma, éstas, distintas y autónomas,
posibilitan la posterior atribución de elementos en la explicación de fenómenos constitutivos
a cada una de ellas. La extensión del cuerpo, el pensamiento del alma y la unión entre ambos
serían las certezas iniciales en la búsqueda de la verdad (Descartes p.554, sf). Para percibir
cada una de ellas, el alma, por comparación, combina sus operaciones en tareas específicas
con el fin de provocar la claridad de cada noción; mientras el entendimiento puro se encarga
en la reflexión metafísica de la concepción del alma, con ayuda de la imaginación y el
entendimiento el ejercicio de la matemática clarifica la noción de cuerpo y lo que nos muestra
la vida se colige mediante el entendimiento, la imaginación y los sentidos (Descartes p.558,
sf). Lo anterior implica, por ejemplo, que al aclararle a Isabel de Bohemia la relación entre
pensamiento y noción, Descartes afirma “no me parece que la mente humana pueda distinguir
con claridad al tiempo la distinción entre alma y cuerpo y su unión, puesto que para ellos es
menester concebirlos, simultáneamente, como una sola cosa y como dos; y eso es una
contradicción” (p 559. sf)

Las insinuaciones estratégicas anteriores se plantean con el ánimo de justificar la forma en la


que se pretende mediar el acercamiento al concepto de voluntad en la obra de Descartes.
Concretamente, estas permiten animar la escogencia de los conceptos de juicio y
entendimiento, cuya apreciación es en diversos sentidos transversal al concepto de voluntad.
Tanto en la dimensión práctica como metafísica, el juicio sería el lugar esencial para la
determinación de una situación específica, mientras su creación se podría atribuir a un trabajo
conjunto entre entendimiento y voluntad (Descartes, p.326, 1967); de esta manera se da lugar
al error o a la certeza en términos metafísicos, y a la equivocación o al bien en la dimensión
práctica. Más allá de una definición concreta, la relación conceptual posibilita estructurar o
demarcar los límites de la incidencia de un concepto, además de sus implicaciones, en
aspectos generales del pensamiento de René Descartes.
Dando paso a la caracterización, la reflexión metafísica en Descartes es planteada para el
conocimiento de Dios y del alma humana. Aquí el filósofo pretende llevar a cabo un
método que fuera válido en un marco lógico del conocimiento y que, en contra de la tradición
silogística de su época, este lograra plantear otros descubrimientos sobre el mundo. Con este
propósito se postula la duda metódica en los primeros pasos del nuevo método, donde un
ejercicio de la voluntad y del entendimiento suspenden el juicio; mientras la primera
contempla las posibilidades de la creencia y el segundo evalúa lo dubitable de la misma con
la claridad y la distinción como criterios, el juicio apresurado como afirmación de algo es
potencial a equivocarse.

Esta suspensión del juicio se debe a la prudencia que requiere la aseveración, pues este
supone la correspondencia con algo externo al sujeto que piensa, de ahí surge la necesidad de
una certeza anterior al planteamiento del mismo. Sólo algo que se perciba clara y
distintamente estaría ausente de duda alguna que invalide el conocimiento posterior. Este
ejercicio se ejecuta en la intelección de las nociones básicas de la metafísica. El
entendimiento se dedica a un análisis minucioso sobre los fundamentos del proyecto
filosófico a través de la luz natural que percibe por medio de la intuición intelectual o la
cadena deductiva, donde la memoria y el sentido común, acompañados de la repetición que
implica la meditación en sí misma, aseguran un progreso en el acervo epistemológico.

De la certeza del yo pensante se deriva la existencia del alma, y de las ideas que alberga esta
sobre la perfección, la noción de Dios le sucede, para validar finalmente, en su infinitud, la
existencia de la otredad en la materia y los cuerpos exteriores (Descartes, p.307, 1967). La
secuencia anterior sería la base epistemológica de los descubrimientos científicos. No
obstante, el error asedia al juicio como un infortunio o privación en el procedimiento;
Descartes tiene este aspecto en cuenta para delimitar la actividad entre voluntad y
entendimiento en el juicio de carácter metafísico, donde la facultad de conocer colige las
ideas claras y por voluntad divina es limitada, mientras que la facultad de elegir, infinita y
libre como muestra de la perfección divina en el hombre, requiere de la restricción del
entendimiento para limitar la inabarcable extensión de sus intenciones a objetos que el alma
no conoce, el uso correcto del libre albedrío elude el error en el juicio. Pese a la
determinación de la facultad de conocer hacia la voluntad, la libertad de esta última se
ratifica, a propósito Descartes señala que:
“Para ser libre no es necesario ser indiferente a la elección de uno u otro de los dos contrarios, sino que,
cuanto más propendo a uno de ellos, sea porque conozco con evidencia que el bien y la verdad están en él, o
porque Dios dispone así el interior de mi pensamiento, tanto más libremente le elijo y le abrazo; ciertamente, la
gracia divina y el conocimiento natural, lejos de disminuir mi voluntad, la aumentan y fortifican, de suerte que
en esa indiferencia que siento, cuando ninguna razón me arrastra, por su peso hacia uno u otro lado, es el
grado inferior de la voluntad y más denota defecto en el conocimiento que perfección en la voluntad” (p.152,
1984)

La vinculación de la razón como facultad de juzgar o buen sentido se encuentra en la


reflexión que realiza Descartes en la segunda parte del discurso del método, cuando recurre a
su capacidad de raciocinio para validar o reemplazar los conocimientos vigentes en su época,
aquellos que a su criterio carecían de sentido y pensarlos por sí mismo era fundamental para
dirigir su vida.

Por otra parte, en la dimensión práctica, concordando con la afirmación realizada por
Descartes a Isabel de Bohemia en cuanto a su pretensión en las correspondencias de “hablarle
de los medios que la filosofía nos enseña para conseguir esa dicha suprema que las almas
vulgares esperan de la fortuna, aunque sólo podamos esperarla de nosotros mismos” (p.584,
sf ), se derivan dos aspectos que posibilita la voluntad: el primero es la posibilidad del
hombre de encargarse de sus propias aflicciones para llegar a la “beatitud” como la
satisfacción espiritual que sólo depende de sí misma, y en segundo lugar, la distinción entre
el alma vulgar y el alma instruida, que en otros términos, posteriores a la Correspondencias,
sería equiparable al alma débil y al alma fuerte, denotando los grados de determinación del
estado pasional del hombre en Las pasiones del alma. De esta manera, como una implicación
de las posibilidades del hombre y de una nivelación de las mismas en la dimensión práctica,
la voluntad sería apreciada desde dos situaciones, la primera, en la forma en la que la razón
evalúa aquello que debería ser objeto de aprecio en tanto dependa de la conducta humana
para su adquisición, y en un segundo momento, la voluntad en cuanto control de las pasiones
que alteran las disposiciones del buen juicio.

Retomando lo anterior, primero se presentarán las condiciones necesarias para comprender el


ámbito práctico del conocimiento; seguidamente se mencionará la determinación racional del
juicio práctico o del juzgar y su tendencia al bien; luego se desarrollará el conflicto entre la
voluntad (en las veces de la mente) y las pasiones; por último, se expondrán las derivas de
una acción virtuosa sostenida por el hábito, es decir, la formación del alma fuerte.
La dimensión práctica permite concebir la unión entre las dos naturalezas identificadas en el
plano metafísico y en el desarrollo de la ciencia. El alma con sus operaciones y su naturaleza
constitutiva del pensamiento se une en la experiencia con el cuerpo en tanto ensamblaje de
órganos. Esto es concebido a partir de la ubicación corporal del alma en la glándula pineal y
en la percepción de las pasiones del alma como resultado de una interacción (pasiva-activa)
entre la mente y los espíritus animales. (Descartes, p.108, 2010)

Con respecto a la determinación racional del juicio, un antecedente importante son los
asuntos tratados en la tercera parte del Discurso del método. En miras a una moral
provisional, con la premura de la acción en contraposición a la suspensión del juicio
metafísico, la razón establece unas normas de conducta mientras somete a evaluación los
prejuicios prácticos: seguir las costumbres más moderadas, ser constante en las acciones y
firme en las decisiones, y en tercer lugar, en tanto es lo único al alcance del hombre, vencer
los pensamientos y cambiar las pasiones. En esta última norma, Descartes hace alusión a un
hecho determinante para su concepción de la voluntad, al aseverar que esta “no se determina
naturalmente a desear sino las cosas que nuestro entendimiento le representa en cierto modo
como posibles” (p.55, 1984). Es así como la meditación constante del conocimiento
adquirido permite perfeccionar los juicios de la razón en la selección del entendimiento sobre
los objetos a los cuales la voluntad se inclina; es decir, la conexión indispensable entre la
experiencia, el conocimiento y la voluntad firme para el advenimiento de la virtud.

El alma virtuosa, entonces, recurriría a la iluminación del entendimiento para que la razón
comprenda cuál sería una acción auténticamente buena, y así, la firmeza de la voluntad
estaría a su lado, indispensable para que la virtud, como hábito, también sea buena, es decir,
cuando se da una conformidad absoluta entre la conducta y la razón, la primera supeditada a
la segunda (Descartes, p.586, sf). El yo, en tanto racional, es libre con esa determinación; la
posesión de sí mismo en términos de responsabilidad de la acción radica en la libertad de la
razón ante cualquier impedimento corporal. Es por esto que el alma virtuosa en tanto racional
se encuentra en la obligación de identificar la procedencia de los objetos de deseo, un aspecto
fundamental para la inclinación al acto.

En cuanto al control de las pasiones, Descartes aconseja a la princesa un buen empleo del
tiempo, es decir, un manejo racional de las aflicciones ante una decisión de conservar la
calma (p.580, sf), pues de lo contrario la salud se implica en una determinación pasional del
mente, de otro modo, esta pretende, con fortaleza, inclinarse a lo que le es grato ya sea a
través de la esperanza, es decir, con otra pasión más benéfica para la salud. El control
consiste en una disposición de la mente ante el flujo de los espíritus. buscar lo provechoso
luego del flujo de los espíritus en la vigencia de la acción de las pasiones

Al ser la voluntad un modo del pensamiento, una acción del alma, y las pasiones unas
“percepciones, sentimientos o emociones del alma que se refieren particularmente a ella, y
que son causadas, mantenidas y fortalecidas por algún movimiento de los espíritus”
(Descartes, p.95-96, 2010) la voluntad no tiene una directa influencia sobre ellas. Pues
naturalmente, por el hábito adquirido desde la infancia con la potencial vinculación de
pensamiento-acción en las impresiones del cerebro y el movimiento de los espíritus animales
en todo el cuerpo como efecto de la pasión, la voluntad no logra atenuar de manera inmediata
el padecimiento; esta recurre entonces a estrategias indirectas como intentar no ceder a los
impulsos o relacionar cada objeto de su inclinación con una pasión que sea más deseable que
la presente, y con esto cambiar las relaciones pensamiento-acción con la ayuda del combate
en la inclinación de la glándula en contra de los espíritus animales y el buen hábito.
(Descartes, p.120-124, 2010)

Finalmente, la fortaleza de las almas elevadas se encuentra en su fuerza de raciocinio al no


dejarse llevar por las pasiones simplemente, como lo hacen las almas vulgares, las de espíritu
débil e inconstante (Descartes, p.54, 1984), cuya dicha o estabilidad depende de lo acontecido
fuera de su potestad (Descartes, p.575, sf). La razón manda a las pasiones en las almas
fuertes, no las suprime, las utiliza a su favor en la búsqueda de la felicidad..

Este cultivo de la razón como finalidad del proyecto cartesiano (Descartes, p.54, 1984), hacia
una búsqueda de la verdad, deviene en la configuración del alma fuerte (o cultivada) en el
sentido práctico, aquella capaz de distinguir lo favorable o las ventajas de un acontecimiento
que sólo dependa de sí misma, es decir, la persona de ingenio que logre distinguir en las
contrariedades de la vida algo agradable. Lo anterior como desenlace de una operación del
sentido común por el conocimiento impregnado al lograr colegir la inexistencia de un bien
absoluto o de un mal absoluto en la indeterminación de la experiencia (Descartes, p.583, sf);
pues es este sentido común, transformado en buen sentido o razón, aquel que le corresponde
al sabio.
En concordancia con la jerarquía de la mente que Descartes logra esbozar en cada una de sus
obras, teniendo en cuenta la facultad de pensar en el alma que le es constitutiva y las distintas
operaciones que puede realizar, el término razón o intelecto que toma en los escritos de
carácter práctico y por ende moral, podrían hacer referencia a esas tres facultades que
posibilitan en primera instancia la noción de unión entre alma y cuerpo; el entendimiento, la
imaginación y los sentidos [modos de pensar en la percepción de lo corporal (Descartes,
p.125, 1984)] configurarían el conocimiento para la acción buena, una condición de
posibilidad para una acción virtuosa y para la resolución de la voluntad en términos de
inclinación hacia ciertas acciones.

En síntesis, luego de esbozar las implicaciones del concepto en ambas dimensiones


establecidas desde la obra cartesiana, es posible afirmar que la voluntad no puede
considerarse en sí misma sin el entendimiento a efectos del tipo de investigación emprendida
por Descartes, pues en tanto modos de la misma naturaleza, es decir, del pensamiento, tanto
la voluntad como el entendimiento operan para la determinación del juicio en la aseveración
epistemológica o en acción en la dimensión práctica del conocimiento.

La facultad de querer nunca podría solventar la limitación otorgada al entendimiento, es por


esto que su indeterminación casi formal, infinita, cuya adaptación versa sobre una disposición
como acto del pensamiento, es constreñida por la percepción del alma. El entendimiento,
facultad poseedora de contenido y capacitada para orientar las voliciones en una situación
ideal, cumpliría con la labor de dirigir hacia el bien o hacia la verdad la determinación del
objeto en la inclinación potencial y por tanto libre.

Resulta importante afirmar que es sustancial la distinción entre la función de la voluntad para
fines prácticos y la voluntad con finalidades epistémicas, debido al procedimiento
metodológico de la constitución del juicio y a las circunstancias en las que este se presenta o
se valida. La voluntad, para efectos de un conocimiento humano, requiere de las restricciones
del entendimiento; aunque en el contexto epistémico reciba una severa restricción por parte
de la percepción de lo claro y lo distinto, en el ámbito práctico la restricción si bien será
semejante debido a la pretensión de seguir el bien y, con él, la virtud, no resultará idéntica en
el sentido de que la voluntad implica en sí misma la acción. En este último caso, en la acción
moral, la determinación del entendimiento es secundaria, pues al ser este un ámbito en
esencia práctico, el liderazgo se establece en la operación que por naturaleza tiende a la
acción.

Así, en la dimensión práctica la acción protagonista es la de la voluntad. Mientras en la


dimensión epistémica la inclinación hacia el entendimiento es suficiente con la percepción de
la certeza para aquietar a la voluntad, sujeta a las cadenas deductivas o a la intuición
intelectual, en el ámbito de lo práctico, las posibilidades de esta se incrementan en el sentido
de la indeterminación del acontecimiento; más allá de errar o acertar en el juicio práctico, el
bien se entiende como un ideal regulativo en la formación correcta de la costumbre, donde la
experiencia precisa la fortaleza del alma que juzga y la vinculación firme de la libre voluntad
al conocimiento de la razón.

Referencias

- Descartes, René. (1984). Discurso del método. Meditaciones metafísicas. Traducción


de Manuel García Morente. Séptima edición. Selección Austral. Madrid, España.
Espasa-Calpe S.A.
- Descartes, René. (1967). Obras escogidas. Traducción de Ezequiel de Olaso y Tomás
Zwank. Buenos Aires, Argentina. Editorial Sudamericana.
- Descartes, René. (sf). Obras completas. Biblioteca de grandes pensadores. Estudio
introductorio por Cirilo Flórez Miguel. Madrid, España. Editorial Gredos.
- Descartes, René. (2010). Las pasiones del alma. Traducción de José Antonio
Martínez Martínez y Pilar Andrade Boué. Madrid, España. Editorial Tecnos. Grupo
Anaya S.A.

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