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TEMA 1: La historia de la filosofía en el conjunto de la sociedad y

de la cultura

Enseñar historia de la filosofía es poner de manifiesto que ésta es inseparable de la


actividad de filosofar. El detonante de ésta, lo que desencadena el pensamiento y la
praxis filosóficos, son los problemas con los que nos enfrentamos en nuestro tiempo y
desde nuestra situación particular. Es preciso tomar conciencia de ambos, pero también
servirse de la historia de la filosofía que nos ha precedido, en la que nos hemos formado
y que nos sirve de orientación. Incluso la crítica de la misma, de sus prejuicios e
insuficiencias, pasa por el intento de apropiación comprensiva de los hitos principales
de lo que podríamos llamar “la tradición a la que pertenecemos”, insistimos, incluso
para tomar distancia de lo que nos parece haber en ella de reprobable o equivocado.
Entendemos la tradición (Überlieferung) como la transmisión, independientemente de
los valores con los que podamos juzgar, desde nuestro aquí y ahora, sus distintas
manifestaciones. Es necesario que conozcamos esas tradiciones, que son el caldo de
cultivo del filosofar, incluso para denunciar lo que tienen de erróneo e injusto o para
sacar a la luz sus prejuicios -ya sean simplemente los antecedentes del juicio, ya
verdaderos perjuicios-. Puesto que el criticismo forma parte constitutiva del filosofar,
bien podríamos hacer nuestra la afirmación de F. Duque 1 , “sólo se hereda de verdad la
tradición cuando se lucha contra ella”.

Lo que pretendemos con esta asignatura es lograr que el alumno alcance una
visión relacional de los núcleos principales de la historia filosófica que le han precedido,
con objeto de que, de este modo complete su formación disciplinar y, al mismo tiempo,
adquiera la destreza suficiente para transmitirla a sus alumnos como algo vivo, tanto en
los problemas que hemos heredado, como en los intentos de solución que han precedido
a los nuestros. Sólo así los discentes dejarán de percibir la historia de la filosofía como
una cabalgata de pensamientos sin relaciones entre sí ni aplicaciones a los acuciantes
problemas de su tiempo. No otra es la enseñanza que se desprende de la máxima
husserliana de “la vuelta a las cosas mismas”. No recomienda nada parecido al
positivismo que reduce las cosas mismas a los facta, sino que anima a filosofar
dirigiéndose a los fenómenos y los problemas que aparecen ante la conciencia reflexiva,
propia de la actitud filosófica (fenomenológica). La reconstrucción objetiva del pasado
puede hacernos perder de vista este objetivo último y, además, como enseña la
heermenéutica filosófica es imposible, puesto que siempre la realizamos desde una
subjetividad y un tiempo concretos; por consiguiente, es inútil intentar franquear por
completo la distancia histórica. Husserl no es ese filósofo anti-historicista que nos
presentan los manuales, sino un partidario de la historia interna de la filosofía.

Por nuestra parte, creemos que el filósofo debe pasar por la escuela de la historia
de la filosofía; es decir, ha de entender, no sólo la "historia interna" de su disciplina,

1
DUQUE, F., Los destinos de la tradición. Barcelona: Anthropos, 1989, p. 166.

1
sino también la "historia externa" y, por tanto, los factores sociopolíticos, económicos,
culturales, etc. que han integrado los mundos de la vida de los que han surgido
determinados problemas filosóficos y diferentes respuestas. Con esto no queremos decir
que estamos a favor de una historia completamente externa de la filosofía, que peque de
sociologismo (es decir, deduzca las filosofías de las condiciones sociales y económicas)
o de psicologismo (es decir, explique los contenidos filosóficos enteramente desde la
personalidad de su autor).

Del mismo modo que proponemos una práctica dialéctica de la historia de la


filosofía, enfocada al presente, pretendemos crear interrelaciones entre la mirada
sistemática hacia la filosofía y la perspectiva histórica. Esto es así porque lo que interesa
es enseñar a pensar filosóficamente, lo cual no significa teórica o especulativamente.
Tengamos presente que, en sus orígenes, el término “teoría” no era lo opuesto a la
práctica, ni lo que la precedía necesariamente, sino la conjunción de ambas en una
visión abarcadora.

Pensar filosóficamente es ejercitar un pensamiento complejo que no se limita a


analizar, ni a describir, ni a establecer deducciones formales, ni a aplicar
mecánicamente patrones aprendidos a problemáticas afines en su forma. Filosofar es,
más bien, ser consciente y conocedor de las raíces históricas en las que se enmarca
nuestra situación particular; comprender que desde ésta se perfilan nuestros intereses.
La existencia de éstos prueba que no es posible mantener una posición filosóficamente
neutral respecto a todas las doctrinas, porque tampoco interesa para filosofar limitarse al
ejercicio de la investigación histórica en el campo de la filosofía. Un historiador –
suponiendo que éste si que pueda ser neutro y mantener siempre la distancia histórica-
no puede ser un filósofo.

Desde nuestras motivaciones, pues, abordamos la filosofía, aunque hay que


subrayar que éstas no son puramente subjetivas e individuales, sino que son compartidas
por muchos de mis contemporáneos y también de mis predecesores y sucesores. Esto es
así porque somos seres históricos orientados por la razón, miembros todos de la
comunidad del logos. Desde el surgimiento de ésta, el ser humano recibe orientaciones
de las que es conocedor y que constituyen un horizonte desde el que se recortan
nuestros pensamientos actuales. Ambos son componentes de la objetividad siempre
buscada, que no del objetivismo que todo lo convierte en objeto. Sólo así
comprendemos:
“La objetividad de la historia de la filosofía únicamente se halla en el ejercicio de
la subjetividad. El medio de comprender un sistema es el de plantearle las cuestiones
por las que nosotros mismos nos preocupamos: así es como los sistemas aparecen con
sus diferencias, así es como dan prueba de si nuestras cuestiones son idénticas a las que
planteaban sus autores” 2 .

De ahí que los interrogantes que suscita el mundo actual y los otros que me
rodean, tengan un eco en ciertos núcleos todavía vigentes de preguntas que ya fueron
planteadas en los distintos periodos de la historia de la filosofía. Por tanto, es preciso
remontarse a ellos para enmarcar los temas apremiantes para el ser humano del siglo
XXI, que también tuvieron relevancia para sus predecesores y que, por consiguiente,

2
MERLEAU-PONTY, M., L´union de l´ âme et du corps chez Malebranche, Biran et Bergson. Paris:
Vrin, 1978, p. 11.

2
podríamos calificar como problemas comunes a todos los tiempos. Filosofar es ser
capaz de aislar esos temas desde los cuales se siguen otros también fundamentales. Así,
por ejemplo, la difícil conciliación de lo espiritual y lo material, que marca el dualismo
occidental entre el alma y el cuerpo, conllevará la polaridad entre los valores, así como
la oposición entre el conocimiento inteligible y el sensible o la subordinación de la
naturaleza a la cultura. Para filosofar, es necesario, además, averiguar cómo se
plantearon e intentaron solucionar otros filósofos estos asuntos y por qué lo hicieron de
esa manera. Es precisa cierta comprensión de la gestación histórica de los problemas
actuales, porque la historia de la filosofía permanece en el planteamiento de los mismos,
no se trata de un mero ornato o un asunto introductorio. No queremos defender por ello
una philosophia perennis. Permanecen vigentes algunos núcleos estructurales de los que
ya se ocuparon nuestros antepasados cuando filosofaron, pero se afrontan desde nuevas
perspectivas, con las variaciones histórico-sociales que hayan surgido e incluso con las
nuevas problemáticas, ignoradas entonces (por ejemplo, el feminismo, la ecología, etc).
Como dice Merleau-Ponty, “toda la historia de la filosofía es una recapitulación
personal que el filósofo hace del problema que estudia; recapitulación subjetiva,
doctrina, pues, y filosofía, narración y reflexión, pero no reflexión libre: hay que dar
cuenta de las relaciones empíricas, de los documentos existentes y, al mismo tiempo,
resaltar una verdad que se entrega al puro método objetivo” 3 .

Naturalmente, será preciso también comprender el sesgo que han ido tomando los
problemas filosóficos y las particularidades que los definen en nuestros días, porque lo
que queremos es buscar núcleos que perviven en el seno de las diferencias y los
cambios innegables. No obstante, para no perdernos en ellos, para no anular la reflexión
en la dispersión de lo fáctico e incluso para no glorificar la diferencia per se,
desconociendo incluso aquello respecto a lo que difiere, para no caer en la in-diferencia
frente a todas las diferencias, hemos de buscar eso que las reúne o las reunía. A la vista
de dichos ejes vertebradores, podremos describir y valorar las transformaciones que han
sufrido y buscar soluciones más acordes con las mismas.

Complementando la concepción hermenéutica de la historia de la filosofía, que


estamos defendiendo aquí y que ampliarán con el artículo que les recomendamos 4 , con
la aproximación filosófica sistemática, es decir, con una historia filosófica de los
distintos problemas, será posible percibir esos núcleos que todavía marcan nuestro
pensar y nuestro actuar, muchas veces de manera implícita.

Ciertamente, no son pocos los filósofos que arremeten contra la historia de la


filosofía que les ha precedido. Uno de ellos es Descartes que, como veremos en algunos
de los temas que siguen, es, sin embargo, un heredero e incluso un radicalizador de
ciertos problemas característicos del pensar de Occidente. Pretender desarrollar una
filosofía enteramente nueva, sin deudas con la tradición, es una ingenuidad, puesto que
ésta actúa aunque no tengamos conciencia de ello y eso es lo peor que le puede pasar a
un pensamiento que por querer ser original cae en la inconsciencia. La docta ignorancia,
imprescindible para comenzar a filosofar, evita jactarse de sí y remite forzosamente a la
comprensión de la historia de la filosofía que siempre tiene algo que decirnos; nuestra
historia nos ayuda a comprendernos mejor a nosotros mismos y, en este sentido, la

3
MERLEAU-PONTY, M., op. Cit. P. 10.
4
LÓPEZ SÁENZ, Mª C., “El sentido de la historia de la filosofía para la filosofía hermenéutica”, en
Contrastes. Revista Interdisciplinar de Filosofía. Vol. I (1996), pp. 151-172.

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historia de la filosofía es eficiente para el filosofar vivo. No se trata de mirar la historia
que nos ha precedido como un conjunto de monumentos admirables, pero silenciosos.
Sólo prestamos atención a las filosofías que todavía nos interrogan. Con esto queremos
decir que la historia de la filosofía siempre será selectiva, porque no podemos abarcarla
toda y porque nuestras situaciones irrepetibles marcan nuestras preferencias. También a
la inversa, el grado de nuestros conocimientos y asimilación comprensiva de los
distintos periodos de la historia de la filosofía determinará, en buena medida, las
opciones por las filosofías concretas. Unas veces nos resultarán afines los problemas
que se plantearon a pesar de la distancia temporal transcurrida; otras nos atraerán las
soluciones que ofrecieron o las que no llegaron a plasmar, pero lo realmente importante
es la coherencia de sus argumentaciones con su contexto histórico y social, así como
con los otros ámbitos de la cultura.

Observaremos que es la relación dialógica (ya sea con las filosofías del pasado,
ya cara a cara, ya con los textos) la que facilita el progreso filosófico, de modo que, sólo
mediante la conversación entre las filosofías de una misma etapa, con las de periodos
anteriores e incluso venideros (por ejemplo, anticipando posibles inconsecuencias,
insuficiencias, debilidades, etc), será posible que el pensamiento progrese, tanto en la
profundización de los problemas, como en la radicalización de las soluciones
propuestas.

De ahí la imposibilidad de filosofar haciendo total abstracción de su historia. La


concepción dialéctica que estamos aquí defendiendo no implica, sin embargo, optar por
lo contrario, es decir, por el cultivo de una filosofía meramente histórica; esto sería
guiarse únicamente por la curiosidad del coleccionista, no por el interés que emana de la
propia situación mundano vital. Las frases hechas en las que más resuena la palabra
“filosofía” (piénsese en “tomarse la vida con filosofía”, “Desde nuestra filosofía”, etc.)
no saben ni siquiera a qué concepción de la filosofía hacen referencia; están
presuponiendo; en nuestra opinión, una tan laxa e indefinida que hace de la filosofía una
simple caja de sastre, donde cabe todo lo inútil, ni siquiera una compleja caja de
Pandora. Ahora bien, la mentalidad historicista, tampoco delata ningún respeto por la
filosofía y termina anulándola al encorsetarla entre fechas y versiones tan canónicas que
no ayudan a pensar por sí mismo cuando las estudiamos, sino que nos condenan a su
repetición.

A diferencia de la ciencia que, hace tabula rasa de su historia –curiosamente la


historia de la ciencia suele ser una rama de los estudios filosóficos-, probablemente
porque la concibe como una serie de errores a olvidar que no le enseñan nada, la historia
de la filosofía es esencial para la filosofía, entendida ésta como actividad teórico-
práctica. Dicho de otro modo, filosofar implica comprender la historia de la filosofía
(con el sentido gadameriano que tiene la “comprensión”, es decir, como interpretación
aplicativa, e incluso recoeuriano, o sea, también como explicación de las filosofías
previas) con objeto, eso sí, de comprendernos mejor a nosotros mismos y a nuestras
circunstancias. Es posible que esta diferencia con respecto a la ciencia se debe a la
naturaleza misma de los problemas con los que se enfrentan: la filosofía, problemas
intemporales, en el sentido que afectan a los fines últimos; la ciencia, problemas “a
corto plazo”, delimitados. La diferencia, por tanto, es que los respectivos objetos de las
diversas ciencias especializadas son finitos, mientras que, como dijera Ortega y Gasset,
la filosofía no tiene objeto o el suyo es infinito. Y, sin embargo, esas ciencias cada vez
más tecnificadas que han conseguido hacernos mucho más confortable la vida, no

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consiguen resolver los problemas más graves, los que más nos afectan. En este
contexto, me van a permitir referir una anécdota. Cuando era profesora de secundaria y
me ejercitaba en el diálogo y en la escucha, un alumno espetó: “Para qué quiero saber
filosofía si voy a ser protésico dental”. Desconozco si realizó su sueño; todavía pienso
que sólo quienes aspiran a lo infinito, consiguen alcanzar lo finito y que cuanto más
lejos avistemos nuestro faro, más avanzaremos en nuestro camino. La filosofía ayuda a
determinar lo que ha de importarnos verdaderamente a los seres humanos. Por ello, no
puede prescindir de las ciencias, pero tampoco se reduce a ellas. Por supuesto, puede
reflexionar sobre las mismas, pero no se limitará a ser filosofía de tal o cual ciencia. La
verdad a la que aspira se acerca más a la de las ciencias humanas, porque no es
verificable, ni cuantificable; está ligada a los valores, a lo deseable y a lo que nos
proporciona felicidad. Se trata de una verdad buscada a lo largo de toda la historia de la
filosofía, pero nunca encontrada por completo. Este carácter todavía abierto de la verdad
filosófica, lejos de ser un argumento contra la filosofía, es una invitación a la misma.
Revela que, cuanto más conocemos su historia, más vías se abren para la propia
investigación. Lo primero que se aprende cuando se filosofa es a huir de las frases
hechas. Ni todo está ya dicho, ni el camino completamente trillado. Es cierto que no hay
creación ex nihilo, pero sí reactivaciones del acto originario de filosofar y éstas han
recorrido interrogativa y críticamente la historia de la filosofía. Su momento histórico,
sin duda las ha marcado y, por eso, es muy importante contextualizar siempre histórica
y filosóficamente un fragmento o un texto filosófico. Ahora bien, dado que han pasado
muchos siglos de historia de la filosofía, no podemos pretender abarcarlos todos antes
de comenzar a filosofar, e incluso, antes de empezar a enseñar filosofía. De lo que
llevamos dicho, puede colegirse que quien es capaz de filosofar lo es también de
enseñar filosofía; en realidad, todo profesor de filosofía, si es bueno e interpela, si
escucha y todavía se asombra de las preguntas formuladas y de las silenciadas, repiensa
la historia de la filosofía cada vez que le dirigen una cuestión y, finalmente, en cada una
de sus clases. El diálogo es, por tanto, el verdadero impulso creador. Hasta el filósofo
más solitario se ve obligado a dialogar con las obras, con la historia de la filosofía, y
consigo mismo, su propia obra y sus propios pensamientos siempre en proceso.

El diálogo entre filósofos y filósofas de todos los tiempos, en torno a problemas


esenciales en sus variaciones constituye el verdadero núcleo de la historia filosófica de
la filosofía, que es la que hemos aprendido, en la que filosofamos y que debemos
enseñar.

Conviene, por tanto, recurrir, siempre que sea posible, a la práctica de dicho
diálogo con las fuentes que, en nuestro caso son los escritos de los filósofos. Por ello,
en las directrices que el equipo docente irá dando al alumno, en el curso virtual de esta
asignatura, se sumarán unos fragmentos que deberían llevar al alumno a la lectura por sí
mismo de las obras en las que se enmarcan. Muchas de ellas le serán de sobra
conocidas, pues las habrá trabajado a lo largo de su formación.

Al no existir, por ahora, en el mercado editorial un texto que se ajuste a estos


contenidos y esta perspectiva sobre los núcleos vigentes de la historia de la filosofía, el
equipo docente de esta asignatura irá colgando en este curso sus propios apuntes para
guiar al alumno en la lectura de fuentes y facilitar el estudio. En el caso en el que sea
preciso, no obstante, se propondrá la lectura de alguna obra o apartado de la misma que
responda a algunos de los contenidos.

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