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de la cultura
Lo que pretendemos con esta asignatura es lograr que el alumno alcance una
visión relacional de los núcleos principales de la historia filosófica que le han precedido,
con objeto de que, de este modo complete su formación disciplinar y, al mismo tiempo,
adquiera la destreza suficiente para transmitirla a sus alumnos como algo vivo, tanto en
los problemas que hemos heredado, como en los intentos de solución que han precedido
a los nuestros. Sólo así los discentes dejarán de percibir la historia de la filosofía como
una cabalgata de pensamientos sin relaciones entre sí ni aplicaciones a los acuciantes
problemas de su tiempo. No otra es la enseñanza que se desprende de la máxima
husserliana de “la vuelta a las cosas mismas”. No recomienda nada parecido al
positivismo que reduce las cosas mismas a los facta, sino que anima a filosofar
dirigiéndose a los fenómenos y los problemas que aparecen ante la conciencia reflexiva,
propia de la actitud filosófica (fenomenológica). La reconstrucción objetiva del pasado
puede hacernos perder de vista este objetivo último y, además, como enseña la
heermenéutica filosófica es imposible, puesto que siempre la realizamos desde una
subjetividad y un tiempo concretos; por consiguiente, es inútil intentar franquear por
completo la distancia histórica. Husserl no es ese filósofo anti-historicista que nos
presentan los manuales, sino un partidario de la historia interna de la filosofía.
Por nuestra parte, creemos que el filósofo debe pasar por la escuela de la historia
de la filosofía; es decir, ha de entender, no sólo la "historia interna" de su disciplina,
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DUQUE, F., Los destinos de la tradición. Barcelona: Anthropos, 1989, p. 166.
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sino también la "historia externa" y, por tanto, los factores sociopolíticos, económicos,
culturales, etc. que han integrado los mundos de la vida de los que han surgido
determinados problemas filosóficos y diferentes respuestas. Con esto no queremos decir
que estamos a favor de una historia completamente externa de la filosofía, que peque de
sociologismo (es decir, deduzca las filosofías de las condiciones sociales y económicas)
o de psicologismo (es decir, explique los contenidos filosóficos enteramente desde la
personalidad de su autor).
De ahí que los interrogantes que suscita el mundo actual y los otros que me
rodean, tengan un eco en ciertos núcleos todavía vigentes de preguntas que ya fueron
planteadas en los distintos periodos de la historia de la filosofía. Por tanto, es preciso
remontarse a ellos para enmarcar los temas apremiantes para el ser humano del siglo
XXI, que también tuvieron relevancia para sus predecesores y que, por consiguiente,
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MERLEAU-PONTY, M., L´union de l´ âme et du corps chez Malebranche, Biran et Bergson. Paris:
Vrin, 1978, p. 11.
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podríamos calificar como problemas comunes a todos los tiempos. Filosofar es ser
capaz de aislar esos temas desde los cuales se siguen otros también fundamentales. Así,
por ejemplo, la difícil conciliación de lo espiritual y lo material, que marca el dualismo
occidental entre el alma y el cuerpo, conllevará la polaridad entre los valores, así como
la oposición entre el conocimiento inteligible y el sensible o la subordinación de la
naturaleza a la cultura. Para filosofar, es necesario, además, averiguar cómo se
plantearon e intentaron solucionar otros filósofos estos asuntos y por qué lo hicieron de
esa manera. Es precisa cierta comprensión de la gestación histórica de los problemas
actuales, porque la historia de la filosofía permanece en el planteamiento de los mismos,
no se trata de un mero ornato o un asunto introductorio. No queremos defender por ello
una philosophia perennis. Permanecen vigentes algunos núcleos estructurales de los que
ya se ocuparon nuestros antepasados cuando filosofaron, pero se afrontan desde nuevas
perspectivas, con las variaciones histórico-sociales que hayan surgido e incluso con las
nuevas problemáticas, ignoradas entonces (por ejemplo, el feminismo, la ecología, etc).
Como dice Merleau-Ponty, “toda la historia de la filosofía es una recapitulación
personal que el filósofo hace del problema que estudia; recapitulación subjetiva,
doctrina, pues, y filosofía, narración y reflexión, pero no reflexión libre: hay que dar
cuenta de las relaciones empíricas, de los documentos existentes y, al mismo tiempo,
resaltar una verdad que se entrega al puro método objetivo” 3 .
Naturalmente, será preciso también comprender el sesgo que han ido tomando los
problemas filosóficos y las particularidades que los definen en nuestros días, porque lo
que queremos es buscar núcleos que perviven en el seno de las diferencias y los
cambios innegables. No obstante, para no perdernos en ellos, para no anular la reflexión
en la dispersión de lo fáctico e incluso para no glorificar la diferencia per se,
desconociendo incluso aquello respecto a lo que difiere, para no caer en la in-diferencia
frente a todas las diferencias, hemos de buscar eso que las reúne o las reunía. A la vista
de dichos ejes vertebradores, podremos describir y valorar las transformaciones que han
sufrido y buscar soluciones más acordes con las mismas.
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MERLEAU-PONTY, M., op. Cit. P. 10.
4
LÓPEZ SÁENZ, Mª C., “El sentido de la historia de la filosofía para la filosofía hermenéutica”, en
Contrastes. Revista Interdisciplinar de Filosofía. Vol. I (1996), pp. 151-172.
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historia de la filosofía es eficiente para el filosofar vivo. No se trata de mirar la historia
que nos ha precedido como un conjunto de monumentos admirables, pero silenciosos.
Sólo prestamos atención a las filosofías que todavía nos interrogan. Con esto queremos
decir que la historia de la filosofía siempre será selectiva, porque no podemos abarcarla
toda y porque nuestras situaciones irrepetibles marcan nuestras preferencias. También a
la inversa, el grado de nuestros conocimientos y asimilación comprensiva de los
distintos periodos de la historia de la filosofía determinará, en buena medida, las
opciones por las filosofías concretas. Unas veces nos resultarán afines los problemas
que se plantearon a pesar de la distancia temporal transcurrida; otras nos atraerán las
soluciones que ofrecieron o las que no llegaron a plasmar, pero lo realmente importante
es la coherencia de sus argumentaciones con su contexto histórico y social, así como
con los otros ámbitos de la cultura.
Observaremos que es la relación dialógica (ya sea con las filosofías del pasado,
ya cara a cara, ya con los textos) la que facilita el progreso filosófico, de modo que, sólo
mediante la conversación entre las filosofías de una misma etapa, con las de periodos
anteriores e incluso venideros (por ejemplo, anticipando posibles inconsecuencias,
insuficiencias, debilidades, etc), será posible que el pensamiento progrese, tanto en la
profundización de los problemas, como en la radicalización de las soluciones
propuestas.
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consiguen resolver los problemas más graves, los que más nos afectan. En este
contexto, me van a permitir referir una anécdota. Cuando era profesora de secundaria y
me ejercitaba en el diálogo y en la escucha, un alumno espetó: “Para qué quiero saber
filosofía si voy a ser protésico dental”. Desconozco si realizó su sueño; todavía pienso
que sólo quienes aspiran a lo infinito, consiguen alcanzar lo finito y que cuanto más
lejos avistemos nuestro faro, más avanzaremos en nuestro camino. La filosofía ayuda a
determinar lo que ha de importarnos verdaderamente a los seres humanos. Por ello, no
puede prescindir de las ciencias, pero tampoco se reduce a ellas. Por supuesto, puede
reflexionar sobre las mismas, pero no se limitará a ser filosofía de tal o cual ciencia. La
verdad a la que aspira se acerca más a la de las ciencias humanas, porque no es
verificable, ni cuantificable; está ligada a los valores, a lo deseable y a lo que nos
proporciona felicidad. Se trata de una verdad buscada a lo largo de toda la historia de la
filosofía, pero nunca encontrada por completo. Este carácter todavía abierto de la verdad
filosófica, lejos de ser un argumento contra la filosofía, es una invitación a la misma.
Revela que, cuanto más conocemos su historia, más vías se abren para la propia
investigación. Lo primero que se aprende cuando se filosofa es a huir de las frases
hechas. Ni todo está ya dicho, ni el camino completamente trillado. Es cierto que no hay
creación ex nihilo, pero sí reactivaciones del acto originario de filosofar y éstas han
recorrido interrogativa y críticamente la historia de la filosofía. Su momento histórico,
sin duda las ha marcado y, por eso, es muy importante contextualizar siempre histórica
y filosóficamente un fragmento o un texto filosófico. Ahora bien, dado que han pasado
muchos siglos de historia de la filosofía, no podemos pretender abarcarlos todos antes
de comenzar a filosofar, e incluso, antes de empezar a enseñar filosofía. De lo que
llevamos dicho, puede colegirse que quien es capaz de filosofar lo es también de
enseñar filosofía; en realidad, todo profesor de filosofía, si es bueno e interpela, si
escucha y todavía se asombra de las preguntas formuladas y de las silenciadas, repiensa
la historia de la filosofía cada vez que le dirigen una cuestión y, finalmente, en cada una
de sus clases. El diálogo es, por tanto, el verdadero impulso creador. Hasta el filósofo
más solitario se ve obligado a dialogar con las obras, con la historia de la filosofía, y
consigo mismo, su propia obra y sus propios pensamientos siempre en proceso.
Conviene, por tanto, recurrir, siempre que sea posible, a la práctica de dicho
diálogo con las fuentes que, en nuestro caso son los escritos de los filósofos. Por ello,
en las directrices que el equipo docente irá dando al alumno, en el curso virtual de esta
asignatura, se sumarán unos fragmentos que deberían llevar al alumno a la lectura por sí
mismo de las obras en las que se enmarcan. Muchas de ellas le serán de sobra
conocidas, pues las habrá trabajado a lo largo de su formación.
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