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APUNTES DE UN ATROPÓLOGO EN MARTE

PREFACIO
Para mí, como médico, la riqueza de la naturaleza debe estudiarse dentro del fenómeno de
la curación y la enfermedad, dentro de las infinitas formas de la adaptación individual
mediante la cual los organismos humanos, la gente, se adaptan y se readaptan al enfrentarse
a los retos y vicisitudes de la vida. En este sentido hay defectos, enfermedades y trastornos
que pueden desempeñar un papel paradójico, revelando capacidades, desarrollos,
evoluciones, formas de vida latentes, que podrían no ser vistos nunca, o ni siquiera
imaginados en ausencia de aquéllos. Es la paradoja de la enfermedad, en este sentido, su
potencial «creativo», lo que constituye el tema central de este libro.
El estudio de la enfermedad exige al médico el estudio de la identidad, de los mundos
interiores que los pacientes crean bajo el acicate de la enfermedad. Pero las realidades de
los pacientes, las maneras en que ellos y sus cerebros construyen sus propios mundos, no
puede comprenderse totalmente a partir de la observación del comportamiento desde el
exterior. Además de la aproximación objetiva del científico, debemos utilizar también la
aproximación interdisciplinar, saltando, como escribe Foucault, «al interior de la conciencia
mórbida, [intentando] ver el mundo patológico con los ojos del propio paciente». (11-12)
No intento salir del hombre. Intento adentrarme en él.
me he quitado la bata blanca, he abandonado los hospitales donde he pasado los últimos
veinticinco años y me he dedicado a investigar las vidas de mis pacientes tal como son en el
mundo real, sintiéndome en parte como un naturalista que estudia extrañas formas de vida;
en parte como un antropólogo, o un neuroantropólogo que realiza un trabajo de campo,
aunque casi siempre como un médico, un médico que visita a domicilio, unos domicilios
que están en los límites de la experiencia humana. (13)
PRODIGIOS
en la naturaleza de este pobre muchacho ciego hay poco de humano; parece actuar
inconscientemente, como si alguien le guiara, y su mente es como un receptáculo vacío en
el que la Naturaleza almacena sus joyas para evocarlas a su antojo (158)
« Hasta los cinco o seis años» , escribe Séguin, « no supo hablar, apenas podía caminar, y
no dio otro signo de inteligencia que su perdurable avidez de música. Ya a los cuatro años,
si lo sacaban de la esquina donde yacía abandonado y lo sentaban al piano, tocaba hermosas
melodías; sus pequeñas manos ya se adueñaban de las teclas, y su maravilloso oído de
cualquier combinación de notas que hubiera oído una vez.» A la edad de seis años, Tom
comenzó a improvisar por su cuenta. Se extendió la noticia del « genio ciego» , y a los siete
años Tom dio su primer concierto, y a partir de ahí siguió tocando, hasta el punto de haber
ganado cien mil dólares a sus ocho años. (159)
Muestra su satisfacción a través de su semblante, su risa, inclinándose y frotándose las manos,
gestos que alterna con un balanceo del cuerpo a los lados y algunas burdas sonrisas. Tan pronto
como la nueva melodía comienza, Tom adopta poses grotescas [con una pierna extendida,
mientras lentamente piruetea con la otra]… efectúa largos giros… aderezados con movimientos
espasmódicos de las manos. Aunque a Tom solían calificarlo de idiota o imbécil, tales poses y
estereotipos son más característicos del autismo, aunque el autismo no fue identificado hasta los
años cuarenta de nuestro siglo: en el siglo XIX no existía el concepto ni la palabra. (159)

década de los cuarenta por Leo Kanner, de Baltimore, y Hans Asperger, de Viena. Los dos,
de manera independiente, lo denominaron « autismo» . Los dos ponen énfasis en la «
soledad» , la soledad mental, como rasgo cardinal del autismo (…) el otro rasgo definidor
era « una insistencia obsesiva en la monotonía» , que se manifestaba en forma de
movimientos y ruidos repetitivos y estereotipados, o, más sencillamente, estereotipos; en la
adopción de elaborados rituales y rutinas; y en la aparición de intereses singulares y
restringidos: fascinaciones y fijaciones intensas, limitadas y concentradas
Era un chaval aislado.» Pero su talento innato era tan grande, opinaba Chris, que no
precisaba que le « enseñaran» de la manera normal. Aparentemente había resuelto por sí
mismo, o los comprendía de una manera innata, los problemas técnicos y de perspectiva.
Junto con esto, mostraba una prodigiosa memoria visual, que parecía capaz de captar los
más complejos edificios, o paisajes urbanos, en pocos segundos, y retenerlos en la
memoria, hasta el menor detalle, y al parecer indefinidamente y sin el menor esfuerzo
aparente. (…)
Es característico de la memoria de los idiots savants (en cualquier esfera: visual, musical,
léxica) que sean prodigiosamente retentivos con los detalles. Lo grande y lo pequeño, lo
trivial y lo importante, pueden mezclarse indiscriminadamente, sin ningún criterio de orden,
de diferencia entre lo que está en primer o segundo plano. Hay poca disposición a
generalizar a partir de estos detalles ni a integrarlos entre sí, según criterios causales o
históricos, o con el yo. (166)
Stephen, su experiencia vital parecía estar formada por momentos vividos y aislados, sin
relación entre sí ni con él, y vacíos de cualquier continuidad o desarrollo más profundo.
Stephen, de sólo trece años, era ahora famoso en toda Inglaterra, aunque seguía tan autista y tan
discapacitado como siempre. Era capaz de dibujar con la mayor facilidad cualquier calle que veía,
pero no podía cruzar ninguna sin ayuda. Podía ver todo Londres en su imaginación, pero los
aspectos humanos de la ciudad le resultaban incomprensibles. No podía mantener una verdadera
conversación con nadie, aunque cada vez más mostraba una especie de conducta pseudosocial y
hablaba con desconocidos de una manera extraña e indiscriminada. (169)

se ha dicho que los savants poseen una memoria fotográfica o eidética, pero mientras
fotocopiaba el dibujo de Stephen pensé que no se parecía a una fotocopia en nada. Sus
dibujos no eran copias ni fotografías en ningún sentido, no tenían nada de mecánico e
impersonal: siempre había añadidos, omisiones, correcciones y, naturalmente, el
inconfundible estilo de Stephen. Eran imágenes que nos mostraban los procesos nerviosos
inmensamente complejos que se necesitan para obtener una imagen visual y gráfica. Los
dibujos de Stephen eran construcciones individuales, ¿pero podían considerarse, en un
sentido más profundo, creaciones? (171)
Los artistas están impregnados de símbolos e imágenes de segunda mano e introducen en sus
dibujos no sólo las convenciones figurativas que adquirieron de niños, sino toda la historia del arte
occidental. Puede que sea necesario dejar atrás todo esto, o incluso dejar atrás la categoría
originaria de la «esencia del objeto». Tal como lo expresó Monet: Cuando salgas a pintar al
exterior, intenta olvidar qué objetos tienes delante: un árbol, una casa, un campo, lo que sea …
Simplemente piensa: Ahí hay unas gotas de azul, ahí una forma oblonga de color rosa, ahí una
línea de amarillo, y píntalo tal como lo ves, con el color y la forma exactos, hasta que tengas ante ti
tu propia impresión espontánea de la escena. Pero Stephen (si Casson tiene razón) y José, y Nadia
y otros savants, puede que no realicen tales «desconstrucciones», puede que no tengan que
renunciar a dichas construcciones mentales, pues (a muchos niveles, desde el nervioso hasta el
cultural) en primer lugar nunca las han elaborado, o en todo caso en un grado muy pequeño. De
este modo su situación es radicalmente distinta de la del artista «normal», aunque eso no significa
que no puedan ser también artistas. (172)

Las pruebas también me producían cierta desazón, como si estuviera reduciendo a Stephen a
carencias y dotes en lugar de verle como a un ser humano, una totalidad. (178) --- Esto es
importante, para mí, es quitarse el egocentrismo del académico y reconocer al otro como ser, no
como objeto de estudio

Tenía la sensación de que todo el mundo visible fluía a través de Stephen como un río, sin que él le
encontrara sentido, ni consiguiera apropiárselo, ni llegara a formar parte de él en lo más mínimo.
Que aunque Stephen pudiera retener todo lo que veía, en cierto sentido quedaba retenido como
algo externo, sin integrar, y no podía construirse nada a partir de ello, ni modificarlo, ni
relacionarlo, ni revisarlo, y no influía ni era influido por ninguna otra cosa. (…) Me encontré
comparándolo con una especie de tren, un misil perceptivo, que viajaba a través de la vida
tomando nota, consignando lo que veía, pero jamás apropiándoselo, una especie de transmisor de
todo lo que pasaba a gran velocidad, aunque él mismo nunca cambiaba ni se nutría de esa
experiencia. (181)

(186)

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