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-EL AZUCAR-

Cruzamos lentamente el Parque 9 de Julio de la Provincia de Tucumán rodeando


frondosos eucaliptos y gigantes talas galardonados todos ellos en sus ramas y troncos
por insólitos y salvajes claveles del aire. Se esparcían por todas partes y se hallaban
arrojados por el viento a la vera del camino sobre el pasto verde. Era una senda de vida,
de aire puro y fresco, de tréboles y yuyos guachos que conducían hasta la casa del
Obispo Colombres hoy devenida en museo azucarero debido a la activa participación
sociopolítica que gestó a comienzos del siglo XIX.
Lo interesante del lugar, más allá del valor histórico en sí, fue el extraño hallazgo de un
librito que allí vendían, editado por la UNT y el CONICET. El título, Unidades de
producción y actores en los orígenes de la actividad azucarera. Tucumán, 1830-18761.
El autor, Daniel Campi.
El volumen tiene una especial dedicación económica, pero en su impecable
investigación, el Doctor Campi nos entrega un sólido basamento social y antropológico
donde habrían de solidificarse las bases de su análisis. Explica y describe los rasgos del
“golpe” Moderno en su entrada “triunfal” a Latinoamérica.
Desde la primera página se resalta la importancia de la gesta del productor
regional, artesano, menor. En ese complejo entramado social en el que se posará la
posterior industria azucarera, se produce la misma injusticia de siempre: los originarios,
desprotegidos y espontáneos habitantes tucumanos absorbidos y arrasados por un poder
extranjero enquistado en las oligarquías argentinas. Desde estas primeras páginas
denuncia también la intromisión imperialista, británica puntualmente, que cancelaba en
Tucumán un triángulo proveniente de África traficando esclavos hacia la Centro
América. El mercado europeo en alza y la necesidad de satisfacerlo, junto a las elites
provinciales de nuestro país, favorecieron la industria azucarera en detrimento de las
labores cotidianas de los habitantes ancestrales. Recordemos que la caña de azúcar fue
implantada en América proveniente de África. En 1830 se expande el cultivo de caña
para elaborar azúcar y aguardiente. Pero, ¿Por qué Tucumán? Por dos razones
puntuales: por ser cuna de grandes hacendados y terratenientes, y por haber allí un
ejército humano importante para el trabajo. Dos condiciones fundamentales (capital-
fuerza de trabajo) para que el sagaz ferrocarril inglés extienda sus tentáculos en 1876
creando el ramal Central Norte.
El autor se detiene en resaltar la importancia de lo que en primera instancia fue la
“fuerza de trabajo” que se limitaba a pequeñas fincas pioneras que luego serían
absorbidas por los ingenios industriosos. Destaca además la participación activa de
pequeños comerciantes y de “tesoneros” campesinos y artesanos representativos todos
ellos de una cultura primaria que comenzaría a ser fagocitada por otra que se imponía a
través del negocio azucarero. Completaban el mapa social los hacendados quienes
tenían un rol importante que no se ajustaba sólo a la hacienda sino que había una
diversificación de negocios como curtiembres, textiles, etc. Fueron estos mismos
hacendados, con sobrados recursos económicos, los primeros en importar tecnología
acomodándose a los industriosos vientos de cambio. De este modo fueron deglutiendo a
los pequeños productores, a esos verdaderos pioneros de la posterior industria
azucarera que fueron los campesinos de menores extensiones y escasos recursos que
tenían los conocimientos básicos, experimentales, sumiéndolos en la escasez y en la
pobreza.

1
Campi, Daniel, Unidades de producción y actores en los orígenes de la actividad azucarera.
Tucumán,1830-1876- Ed. UNT –CONICET- Bs. As. 2017
Los albores de la revolución industrial, verbigracia de la razón, absorbieron y
desmantelaron a los pequeños productores atentando contra el metabolismo cultural.
Urgía el negocio y la necesidad de satisfacción de la demanda del primer mundo. Era la
flamante ley de la oferta y la demanda y de la competencia. Era la nueva regla de los
mercados que se imponía como principio de bienestar y avance. La “civilización” se
impostaba como sabiduría madrina sobre la “barbarie”. Los ingenios humeantes y la
locomotora caprichosa trocaron el paisaje tucumano en beneficio del “progreso”, de la
incipiente acumulación de riquezas y del orden necesario para el control de las
condiciones que se presentaban. Los engañados destinatarios de recibir la “buena nueva
de la ciencia aplicada” miraban con sus ojos atónitos la extensión ahora alambrada. Es
que el alambre representaba en este momento muchas cosas, entre ellas la división de la
especie humana y del trabajo que no se llegaba a entender en su amplitud gramatical. El
cuerpo y el espíritu del artesano azucarero tucumano, riojano o cordobés estaban
diseñados por la naturaleza para otra forma de existencia. La impostación del relato
moderno rompía este lazo.
Era la modernidad y el capitalismo imperialista con todas sus potencialidades,
entre ellas el trabajo especializado. Como dijimos, los ingenios absorbieron gran parte
de la demanda de trabajo. Se pudo sortear una vez más la angustia de “los sinnada” que
aumentaba al ritmo del consumo del mercado europeo. El bienestar europeo era posible
merced al hurto y ultraje que se afirmaba en Latinoamérica.
Es la misma matriz colonial que se aplicó en los comienzos del siglo XIX: el
capitalismo llega, se instala, explota recursos naturales y humanos con esa dinámica
extractiva y por último levanta todo y se marcha sin importar lo que deja. Este esquema
se repite en la agronomía, la ganadería y en la minería: nos roban el suelo, sus riquezas
naturales, sus componentes, para llevárselas como materia prima o como forrajes para
animales. Esto está invisibilizado y no sólo en la mercancía que chorrea sangre como
decía Marx, sino en el proceso mismo presentado como “progreso”, “orden” y bienestar.
El hombre de estos tiempos, obnubilado por el consumo y por miles de factores
externos que lo distraen, ni se pregunta sobre la veracidad de estos conceptos sino que
los acepta tal como llegan pues del otro lado le oponen el atraso, el caos y la
precariedad.
La sencillez originaria de los habitantes argentinos, esa sencillez que debería
enorgullecernos, nos fue vendida como barbarie, subdesarrollo y salvajismo. La
mayoría ha comprado el discurso irreverente del capitalismo y baila con su música. Pero
cuidado que esta matriz que afectó puntualmente a los azucareros esta vez, afectará a
todos en el corto plazo. El capital no tiene sensibilidad ni país de origen. Sus esquemas
dinámicos se repiten y la historia lo demuestra. El gran librito de Campi sirve como
argumento central para develar la forma en que se mueve el capitalismo hoy oculto bajo
otras estrategias que no son imposibles de descubrir para el pensamiento crítico. Sólo es
cuestión de interpelar a los conceptos en su realidad cruda, ver que hay detrás de ellos y
qué contenido empírico abrigan.

Carlos Butavand
Febrero de 2019

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