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Campi, Daniel, Unidades de producción y actores en los orígenes de la actividad azucarera.
Tucumán,1830-1876- Ed. UNT –CONICET- Bs. As. 2017
Los albores de la revolución industrial, verbigracia de la razón, absorbieron y
desmantelaron a los pequeños productores atentando contra el metabolismo cultural.
Urgía el negocio y la necesidad de satisfacción de la demanda del primer mundo. Era la
flamante ley de la oferta y la demanda y de la competencia. Era la nueva regla de los
mercados que se imponía como principio de bienestar y avance. La “civilización” se
impostaba como sabiduría madrina sobre la “barbarie”. Los ingenios humeantes y la
locomotora caprichosa trocaron el paisaje tucumano en beneficio del “progreso”, de la
incipiente acumulación de riquezas y del orden necesario para el control de las
condiciones que se presentaban. Los engañados destinatarios de recibir la “buena nueva
de la ciencia aplicada” miraban con sus ojos atónitos la extensión ahora alambrada. Es
que el alambre representaba en este momento muchas cosas, entre ellas la división de la
especie humana y del trabajo que no se llegaba a entender en su amplitud gramatical. El
cuerpo y el espíritu del artesano azucarero tucumano, riojano o cordobés estaban
diseñados por la naturaleza para otra forma de existencia. La impostación del relato
moderno rompía este lazo.
Era la modernidad y el capitalismo imperialista con todas sus potencialidades,
entre ellas el trabajo especializado. Como dijimos, los ingenios absorbieron gran parte
de la demanda de trabajo. Se pudo sortear una vez más la angustia de “los sinnada” que
aumentaba al ritmo del consumo del mercado europeo. El bienestar europeo era posible
merced al hurto y ultraje que se afirmaba en Latinoamérica.
Es la misma matriz colonial que se aplicó en los comienzos del siglo XIX: el
capitalismo llega, se instala, explota recursos naturales y humanos con esa dinámica
extractiva y por último levanta todo y se marcha sin importar lo que deja. Este esquema
se repite en la agronomía, la ganadería y en la minería: nos roban el suelo, sus riquezas
naturales, sus componentes, para llevárselas como materia prima o como forrajes para
animales. Esto está invisibilizado y no sólo en la mercancía que chorrea sangre como
decía Marx, sino en el proceso mismo presentado como “progreso”, “orden” y bienestar.
El hombre de estos tiempos, obnubilado por el consumo y por miles de factores
externos que lo distraen, ni se pregunta sobre la veracidad de estos conceptos sino que
los acepta tal como llegan pues del otro lado le oponen el atraso, el caos y la
precariedad.
La sencillez originaria de los habitantes argentinos, esa sencillez que debería
enorgullecernos, nos fue vendida como barbarie, subdesarrollo y salvajismo. La
mayoría ha comprado el discurso irreverente del capitalismo y baila con su música. Pero
cuidado que esta matriz que afectó puntualmente a los azucareros esta vez, afectará a
todos en el corto plazo. El capital no tiene sensibilidad ni país de origen. Sus esquemas
dinámicos se repiten y la historia lo demuestra. El gran librito de Campi sirve como
argumento central para develar la forma en que se mueve el capitalismo hoy oculto bajo
otras estrategias que no son imposibles de descubrir para el pensamiento crítico. Sólo es
cuestión de interpelar a los conceptos en su realidad cruda, ver que hay detrás de ellos y
qué contenido empírico abrigan.
Carlos Butavand
Febrero de 2019