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-Diferencia entre “Doxa” y “episteme”-

-Un acercamiento teórico a cuestiones prácticas-

A raíz de los acontecimientos políticos que han venido sucediendo en los últimos días,
al intentar ensayar una lectura filosófica, advertimos varias cuestiones superlativas, de vital
importancia, que exigen una demora considerable. Algunas de ellas ya las hemos tratado en
escritos anteriores aunque bajo el mismo influjo anímico de los acontecimientos.
Lo que hemos develado en la oscuridad de los hechos y de los discursos son como haces
de luz que nos iluminan el camino por donde hay que buscar. Uno de estos temas, además,
no sólo tiene su réplica dañina en el plano político sino que prolifera y se reproduce en los
alcances de la epistemología. O bien, a la inversa, dada la degeneración epistemológica, ésta
repercute en los entramados políticos a través de la distorsión en las relaciones humanas.
Por lo tanto accedemos a un doble perjuicio: ético y político.
Parecería ser que el gran dislate parte de la concepción de “Doxa” y de “Episteme”.
La una traducida del griego como “opinión” y la otra como “Ciencia”.
Para nuestra mente occidental, para nuestra formación europeizada y clásica, la segunda es
la que entrega confianza en el trabajo del conocimiento. Sería ridículo para nuestra forma de
pensar aceptar una “verdad” desde una “opinión” que se vierte con aspiración y presunción
de instalarse como conocimiento. Ninguna “opinión” puede ser aceptada como científica
pues no responde a un método ni parte de los principios lógicos y universales del que parte
la ciencia o “episteme”. No por nada, también “episteme” es traducida como “sabiduría”; el
conocimiento, tal como lo aceptamos hoy, y tal como siempre se lo aceptó está
estrechamente ligado al concepto de “sabiduría”. Por lo tanto, “Doxa” no es sabiduría sino
algo que se dice sin rigurosidad ni evidencia lógica.
Y la razón es la encargada de guiar estos conocimientos valiéndose de sus argumentaciones
y de sus juicios que, en inicio, procuran no errar. De aquí es que la aprehensión sensible se
rebaja a la ilusión, a la inexactitud y a la distancia con respecto a la exactitud del
conocimiento racional. Bajo esta tutela, racional por cierto, es que se construye todo el
conocimiento de occidente. Primero la construcción de un entramado lógico, exacto,
milimétrico en el que no hay lugar para la duda o para la opinión. Luego ese esquema se lo
traslada a la realidad y se la pretende hacer entrar en dicho esquema.
Ahora bien, Rodolfo Kusch, en un lúcido libro titulado La negación en el pensamiento
popular escribe lo siguiente: “Se piensa para abordar el área emocional, y no al revés. No
es entonces el caso de la ciencia que apunta a delimitar los objetos”1.
Hay que realizar una distinción: la razón y el conocimiento están estrechamente ligados, por
un lado; los sentidos, la inteligencia intuitiva y la opinión, proveniente de la emocionalidad
espontánea, por otro. Las consecuencias prácticas y existenciales de esta forma de encarar la
cuestión salta a la vista inmediatamente: la primera, es decir la científica, finaliza en una
ética del deber por el deber mismo porque se basa en la universalidad de las conclusiones
fomentando una política de tipo totalitaria al no aceptar nada que no provenga del orden
lógico que inspira la razón. La segunda, a la inversa, sin dejar de lado el carácter universal
de los conceptos, avanza hasta las particularidades donde encuentra la emocionalidad no
sujeta a la razón y por ende manejando aspectos relativos a las individualidades.
Utilizando esta categorización del conocimiento y del pensamiento es que Kusch dirime las
diferencias existentes entre dos culturas: la europea, que abreva en las aguas del
cientificismo y del racionalismo y que, aunque se lo oculte con disfraces brillantes, son

1
Kusch Rodolfo; “La negación en el pensamiento popular”- Ed. Las cuarenta. Bs. As. 2008.Pp 34
fuente de políticas totalitarias fundadas en éticas universales del deber en las que el
sentimiento y las emociones son un germen de corrupción, y las culturas latinas americanas
que se abastecen de la sensibilidad y de la intuición intelectiva para fortalecer un
conocimiento de tipo simbólico y cargado de figuras naturales que no exigen la piratería de
la razón para que se les abalance y las posea.
Donde la ciencia racionalista ve cosas u objetos que pretende romper para estudiar y
conocer, la “Doxa” u opinión las recibe naturalmente en su seno y las “ve” desde el
“existir”, desde el latido vivencial. A raíz de esta percepción es que la actitud frente a la
vida es diferente. Digamos que el ignorante de toda ciencia puede resultar un gran sabio que
extrajo todas sus sapiencias de la convivencia cotidiana con la naturaleza. Las cosas de la
ciencia (“Episteme”) son símbolos de la “Doxa”. Aquellos juicios son universales, estos son
particulares. Al ser así se abre la posibilidad de una hermenéutica en busca de lo que
subyace detrás de las cosas pero que de ningún modo aspiran a un conocimiento general.
Consecuentemente podemos afirmar de estas premisas que en política no es posible obtener
buenos resultados si se pretende argüir argumentaciones con la esperanza de que todos
acepten lo que una ley lógica dice, pues no se tiene en cuenta la afectividad, la
emocionalidad y las vivencias sabias de aquellos que no practican ningún método para
llegar a una certidumbre. Además, pretender que el pueblo se maneje obedeciendo las
premisas del neoliberalismo y de todas las políticas racionalistas, es atentar contra la
naturaleza de las cosas y del hombre.
En consecuencia, al hablar de “epistemología de las ciencias políticas” deberíamos
comenzar por expurgar el concepto de “epistemología” como un concepto irreductible. En
efecto, es reductible, a nuestro modo de entender, a las categorías gnoseológicas y
ontológicas de quienes versarán sobre política, quien ha de argumentar desde un
posicionamiento geográficamente situado, inmerso en la cultura desde donde lo erige.
Ciertamente, hablar de epistemología, ya implica un desplazamiento del pensamiento en
situación porque ya involucra una irreductibilidad del significante como “verdad”
irreprochable en el que la razón lo es todo y los sentidos algo dudoso. El desprendimiento
político de esta aseveración lo podemos observar impertérrito en los acontecimientos que se
suceden en nuestro país.

Prof. Carlos Alberto Butavand


Epistemología e historia de las Cs. Políticas

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