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El acohol todo lo cambió

Por mia2788

Sinopsis: La perfecta vida de Quinn cambia totalmente tras dos noches de alcohol. Todo en su
vida parece comenzar a derrumbarse y perder sentido. Rachel es su fuente de caos y, a la vez, la
fuerza que necesita para continuar.

Capítulos: 32 Género: Romance/Drama

I. ¿Mis tres errores?

Si la vida de Quinn, más bien sus últimos dos meses de vida pudiesen resumirse en un partido de
baseball, ya estaría "fuera". En ese período de tiempo había cometido tres strikes.

Tres grandes, gigantes, monumentales errores en tan sólo 61 días. Eso debía ser un nuevo récord
de algo...

Todos, errores evitables. Todos, cometidos bajo la influencia del alcohol. Bueno, si somos
totalmente honestos, el erro pueden resumirse en uno solamente, ya que el segundo es una
consecuencia del primero. Sin embargo, fuesen 2 ó 3, Quinn sentía que su vida se había acabado
tras ellos.

Mirando en sus manos la evidencia de su tercer error, Quinn tuvo que reprimir las lágrimas.

¿Qué había pasado los últimos dos meses?

Su vida era un caos desde su primer encuentro con el alcohol.

Volvió a posar su mirada al objeto entre sus manos y se sintió aún más mal por pensar en eso
como un error.

Dos líneas azules.

Positivo.

Embarazada.

Según la caja del test de embarazo, tenía un 99% de exactitud y por más que ella quisiese pensar
en ese 1% de posibilidad, su atraso de dos meses no hacía más que confirmar lo que el test
indicaba.

Estaba embarazada y su vida, acabada.


Sería públicamente humillada en la escuela, sus papás la desheredarían, la echarían de su casa.
Probablemente la obligarían a casarse con el padre del bebé que se estaba desarrollando en su
vientre.

No quería pensar en el bebé como un error, la hacía sentir como un monstruo, pero la verdad era
que no estaba preparada para ser madre. Su concepción había sido un error. Pese a todo, no
podía pensar en abortarlo. Había sido criada en un hogar sumamente cristiano, era verdad, pero
su negativa al aborto no pasaba por eso, sino porque ella podía sentir al bebé, lo sentía como una
parte de ella desde que había visto el resultado media hora atrás. Sí, Quinn Fabray en media hora
se había encariñado de un minúsculo ser que crecía en su interior.

Su pequeño y maravilloso error.

Pero, ¿cómo llegamos al denominado "tercer error"? Eso es una no tan larga, pero sí muy
alcoholizada historia.

Todo comenzó 61 días atrás, cuando discutió con su padre por una cita que éste le había
concertado con el hijo de uno de sus socios. Quinn se sintió, una vez más, como una pieza en el
ajedrez que jugaba su padre, como un objeto. Estaba harta que aparentar ser la hija perfecta
para su perfecta familia. Odiaba la actitud de su padre, quien ni siquiera le podía dedicar una hora
de su tiempo para interesarse sobre lo que sucedía con su vida. Sólo si ella cometía algún error,
su padre hacía acto de presencia para recordarle la importancia de la apariencia de buen cristiano.
Todo se reducía a eso, a apariencias.

Por eso, cuando se encontró con Puck y éste le propuso liberar las tensiones a través del alcohol,
aceptó. Estaba harta de ser la hija perfecta, estaba harta de su padre. Ese día decidió rebelarse
contra él.

Quedó de reunirse con Puck aquella misma noche en su casa, puesto que sus padres tendrían una
cena muy importante en el club. Tendrían toda la casa para ellos.

Quinn hasta ese día, nunca había ingerido alcohol en grandes cantidades, sólo una copa de vino
en alguna comida, pero nada más. Santana y Brittany habían tratado de convencerla de beber en
muchas ocasiones, pero Quinn siempre se negó. Principalmente, por miedo a la reacción de su
padre si se enteraba de ello.

Decir que Quinn se pasó de copas esa noche, es un eufemismo. Su estado la llevó a perder la
virginidad con la persona menos indicada. Si bien tenía una buena relación con Puck, jamás lo
hubiese elegido para su primera vez si ella hubiese estado en sus cinco sentidos.

Y ahora, 61 días después, no sólo podía decir que había cometido el error de acostarse con Puck y
perder su virginidad con él (su primer error), sino que también, se habían dado el lujo de no usar
protección.

La tarde del día siguiente a la visita de Puck, Santana se presentó en su hogar para convencerla
de asistir a la fiesta que el chico del mohicano realizaría esa noche. Ella se negó, pero la latina
siempre sabía qué tecla tocar, así que Quinn terminó aceptando ir. Obvió comentarle lo sucedido
la noche anterior a su amiga, porque aún no terminaba de aceptarlo. Era un error que pretendía
esconder toda su vida, si fuese necesario.

Esa noche, 60 días atrás, cometió su segundo gran error. Todo, nuevamente, influenciado por el
alcohol.
¿Cómo? Bueno, Quinn se prometió guardar las apariencias en la fiesta. Decidió que ignoraría a
Puck, que actuaría como si nada hubiese sucedido la noche anterior y que se comportaría como la
perfecta dama que su madre le había inculcado ser. El problema, el único fallo de su plan fue la
presencia de Rachel Berry en la fiesta.

La judía no asistía a fiestas, principalmente porque no era invitada, pero esa noche fue diferente.
Puck había decidido invitar a todo el Glee Club y Rachel, quien nunca declinaba una invitación a
un evento social, asistió.

Si la sola presencia de Berry ya era un problema para Quinn, verla junto con Finn coqueteando
fue el motivo perfecto para comenzar a beber.

Lo que todos desconocían hasta ese momento es el tipo de borracha que era Quinn -ella misma lo
ignoraba por completo-, pero bastó que Finn se acercara peligrosamente a Rachel, para que la
"Quinn agresiva" (su álter ego) hiciese acto de presencia. Lo primero fue el vaso que tenía en su
mano, que acabó roto contra el suelo. Lo segundo fue el chico que intentó acercarse a ella, que
todavía debe estar preguntándose el porqué del golpe que recibió de parte de la porrista. La
tercera afectada fue Rachel, que recibió mil insultos cuando se acercó a ver si la rubia estaba
bien.

Cuando la morena estaba por alejarse de Quinn, vio que la porrista apenas podía mantenerse en
pie y decidió ayudarla.

-Vamos Quinn, acompáñame hasta el cuarto de la mamá de Noah, necesitas recostarte.

La rubia la miró sin entender. Odiaba esas actitudes de la cantante. Ella podía tratarla de la peor
manera, pero Rachel siempre estaba ahí para ofrecerle una mano.

-Estoy bien, déjame tranquila, manhands.

Quinn intentó alejarse de manera altanera, pero falló, pues se enredó con sus propios pies. Rachel
evitó que la porrista terminara en el suelo, agarrándola con una fuerza que sorprendió a Quinn.

-No lo estás, vamos – la voz de la morena no dejó lugar a dudas y rodeando a Quinn por la
cintura la llevó escaleras arriba.

La seguridad que le transmitía el agarre de Rachel era algo desconocido y la inquietó. Berry
siempre provocaba sensaciones desconocidas en Quinn. Sensaciones que la aterraban y por eso
hacía lo posible por alejar a la cantante.

-Ya llegamos, ahora entra y recuéstate – Rachel interrumpía los pensamientos de la rubia
mientras abría la puerta para dejar que Quinn pasara.

-No me trates como una niña, Berry – Quinn protestó tras escuchar que la puerta se cerraba.

-¡Entonces no te comportes como tal!

La porrista se giró tras escuchar las palabras de la morena.

¿Quién se creía que era Berry para hablarle así?

Y mientras se acercaba peligrosamente a Rachel para encararla, la observó y un calor recorrió su


cuerpo.
-¡A mí no me hablas así! – Quinn estaba a centímetros de Rachel. Tanto así que la morena podía
sentir el alcohol en el aliento de Quinn inundar sus fosas nasales.

Quinn no sabe quién dio el paso final que las acercó por completo. Ignora también si fue ella
quien inició todo o fue Rachel. El punto es que cuando sus labios hicieron contacto algo
indescriptible sucedió. No hubo rodillas que temblaran, ni fuegos artificiales, ni nada de eso que
relatan los libros románticos, sino todo lo contrario. Se sintió en paz, relajada, plena, completa.
Una sensación de aquellas que te producen adicción por lo placentera son. La rubia ignoraba que
un beso podía producirte todo eso. Jamás en su vida se sintió tan bien consigo misma, tan en paz
como en ese momento. Fue tomo si todo por fin encajaba, como si todo tuviese sentido. Pensó
que así es como las almas gemelas deberían sentirse, conectar. Tan pronto como ese
pensamiento se posó en su mente, lo descartó. Se dedicó a disfrutar del beso. Del choque de los
labios de Rachel contra los suyos. De la lucha por dominar. De la guerra entre sus lenguas. De los
sonidos, del silencio. Intentó capturar todas las sensaciones y las emociones que aquel beso le
producía, porque su inconsciente le decía que no era algo que podía volver a repetirse.

La falta de aire, el destino, la vida, o algo, las obligó a separarse. De pronto, Quinn fue realmente
consciente de todo. En cosa de segundos recordó quién estaba frente a ella y lo que había hecho.

No, eso no podía pasarle.

No podía sentir lo que había sentido.

Y los años de apariencias y máscaras se hicieron presentes tan rápido que fue imposible para
Rachel comprender lo que sucedía por la mente de Quinn.

-La próxima vez serán mis puños sobre tu cara, manhands – amenazó la rubia, restándole
importancia a lo sucedido. Como si besar a una chica fuese una forma de intimidación normal.

Aprovechando la aparente parálisis de Rachel y su nuevo estado casi asunte de alcohol, salió de la
habitación. No se detuvo ante nadie, ni siquiera ante los llamados de Britt. Necesitaba alejarse de
allí, de Rachel y de esas sensaciones desconocidas.

Rachel, por su parte, quedó en shock y sólo fue notó la huida de Quinn una vez que la puerta se
cerró tras ella.

¿Qué había pasado? ¿Por qué Quinn la había besado así? ¿Por qué ella respondió de esa manera?

Jamás había besado a nadie así. Lo que había sentido con Quinn no se parecía nada a lo que
sentía junto a Finn. Pero, ¿qué era? No lo sabía. Recordó las palabras de la rubia y decidió que lo
mejor era olvidar lo ocurrido. Probablemente, Quinn se burlaría de ella si intentaba acercarse a
conversar lo sucedido. Ella necesitaba respuestas, pero sabía que no las conseguiría de Quinn.
Probablemente la rubia negaría lo sucedido; y como la porrista estaba en la cima de la pirámide y
ella estaba al final, sólo se ganaría un aumento en su dosis de slushies diarios.

Ya en su casa, Quinn no podía sacar de su mente lo sucedido. ¿Cómo fue que sucedió todo
aquello? No entendía. Tenía claro que en menos de 24 horas había cometido los dos errores más
grandes de su vida, porque besar a Rachel Berry lo había cambiado todo. Porque ese beso traía
consigo muchas preguntas que no quería responder. Esa noche se acostó sin dejar de pensar en
su bendito error número dos.

Volviendo al presente, con el error número tres en sus manos, Quinn pensó en sus opciones. O en
la ausencia de ellas. No tenía la esperanza de ser apoyada por sus padres. "La apariencia lo es
todo en nuestro mundo, Quinn. Un error puede destruir todo por lo que has luchado en cosa de
segundos" era una frase recurrente utilizada por su padre desde que ella era pequeña. Su madre
simplemente obedecía las decisiones que Russel tomaba. Probablemente la echarían de su casa
cuando se negase a abortar, porque sus padres eran cristianos, pero su fe no era mayor a su
necesidad de demostrar perfección y superioridad ante el resto.

¿Dónde iría?

Su vida se estaba derrumbando rápidamente frente a ella, como si de ficha de dominó se tratase.
Sentía que no podía mantenerse en pie y esta vez, Rachel no estaba para sostenerla.

II. No estás sola

Quinn había comenzado a acostumbrarse al sonido del reloj en su mente. Un reloj imaginario, por
cierto. Aquel sonido constante era un recuerdo del poco tiempo que le quedaba. Cada día, cada
hora, cada minuto, cada segundo que transcurría la dejaba con menos tiempo para poder
esconder su gran secreto –así había denominado a su embarazo–, pues en unos meses más su
barriga sería imposible de disfrazar.

Desde que había descubierto que estaba embarazada, sentía que cargaba una bomba que no
sabía cuándo estallaría. Una bomba que no había dejado que nadie sostuviese. Porque Quinn, al
fin y al cabo, era una Fabray y los Fabray se hacían cargo solos de sus problemas, no pedían
ayuda.

Aunque la necesiten muchísimo.

Había comenzado a ahorrar todo el dinero posible para cualquier emergencia. Sabía que el día que
la bomba estallase necesitaría un lugar donde quedarse al menos algunas noches. Un hotel había
sido la única opción en su cabeza. Lo anterior no se debía a que no tuviese a quién recurrir, sino a
que Quinn era desconfiada y pesimista por naturaleza. Ella tendía a pensar en lo peor.

Probablemente todos se alejarán cuando se sepa la verdad. Inclusive Rachel.

Rachel.

La morena no abandonaba sus pensamientos. Para bien y para mal. Mientras su mente se
dedicaba a odiarla, otra parte –jamás dirá que es su corazón– insiste en agradarle, por decirlo de
algún modo. De esa forma, Rachel está siempre presente, provocando una dicotomía en su
interior y mil cosas más.

No había hablado con la judía desde aquella lejana noche donde todo cambió. La había esquivado
de todas las formas posibles y la morena no había hecho mucho intento de acercarse tampoco.

En cambio, sí había estado pegada a Finn todo el tiempo. A él sí se acercaba sin problemas.

Sí, Quinn la esquivaba, pero eso no significaba que no supiese todo lo que la cantante hacía. No
porque le importase, ni porque quisiese saber sobre Rachel, sino porque necesitaba que aquello
que había pasado no se supiese nunca.

Debía tener todo controlado.

O eso era lo que se decía para convencerse.


Nerviosa.

Así se sentía Quinn mientras caminaba hacia el parque más solitario y alejado de todo Lima. Ello,
no porque se estuviese dirigiendo a un lugar peligroso, sino por la persona que allí la esperaba.

Puck.

El chico del mohicano la había llamado hace algunas horas diciéndole que era necesario que
hablasen esa misma tarde. El tono en la voz del judío le hizo saber que se trataba de algo serio.

¿Y si sabía toda la verdad? ¿Quizás ya se le notaba la barriga?

La porrista había evitado conversar con Puck sobre lo sucedido la noche que el bebé fue
concebido.

Su pequeño corderito.

Puck lo había intentado, varias veces, pero ella había sido tajante al respecto. No quería hablar,
era algo sin importancia. Hacer como si nada hubiese pasado se había convertido en un mantra en
su vida.

Quinn no contaba con aquella carta utilizada por Puck cuando la llamó. El chico había apelado a
sus años de amistad, a la buena relación y a la confianza existente entre ellos. No había cedido
hasta que Quinn aceptó aquella cita.

Sin darse cuenta ya se encontraba a pasos del lugar acordado. Puck estaba sentado en el respaldo
de aquella banca que tantas historias guardaba. El nerviosismo invadió el cuerpo de Quinn al nivel
de llegar a sentirse aterrada.

Sabía que Noah Puckerman no era aquel casanova frío y mononeuronal que aparentaba ser.
Detrás de toda esa fachada estaba el chico con el que siempre había podido contar. El que
siempre la escuchaba cuando Santana y Britt no podían hacerlo. Puck era, además, el único que
se interponía y decía algo frente a cada uno de sus planes para atacar a Berry.

Rachel.

Se molestó consigo misma por volver a guiar sus pensamientos hasta la cantante. No se trataba
de ella o de la seguridad que ella le brindaba y que tanto necesitaba en ese momento.

–Hey Q! –Puck la recibía con un serio saludo y con la cabeza la indicaba que tomase asiento junto
a él.

–Puck.

–Sé que no quieres hablarlo, Q... pero tenemos que hacerlo –dijo el chico del mohicano mirando
hacia el frente, a ningún lugar en específico–. No recuerdo muchos detalles de esa noche y no es
algo que me enorgullezca –soltó un bufido–. Sabes lo importante que eres para mí, ¿cierto, rubia?
–Quinn asintió–. Nunca hubiese... si no hubiese tomado tanto ese día...

–Puck –lo interrumpió Quinn–. Yo también estuve ahí –suspiró–. Fue un error, pero ya pasó –el
chico negó–. Yo necesitaba demostrar que no era una marioneta de mi padre y ambos sabemos
que soy irresistible –Puck soltó una carcajada y Quinn golpeó su hombro bromeando. Era
agradable poder hablar con Puck, pese a su miedo inicial–. Pasó y ya no tenemos nada qué hacer.

–Aún así –rebatió Puck–. Yo jamás me aprovecharía de ti –Quinn le susurró que lo sabía–. Y estoy
limpio –la rubia alzó una ceja en su característico gesto HBIC–. Bueno, ya sabes cómo soy y las
aventuras que suelo tener, pero me chequeo constantemente y no tengo nada que pueda
preocuparte.

Claramente sí tenía algo, pero ¿cómo decirle la verdad? Decirle la verdad lo haría todo real.

–Rubia, ¿pasa algo? –preguntó asustado Puck al ver las lágrimas acumularse en los ojos de la
capitana de las porristas.

Su vida como la conocía hasta ese momento, estaba acabada... Sólo eso.

–Quinn te estaba buscando –dijo una voz sorprendiéndolos.

–¿Rachel? –El judío se giró para mirarla mientras hacía esa pregunta–. Mi judía favorita, ¿buscas
a Quinn? –la cuestionó entrañado.

Rachel estaba ahí, junto a ella.

Rachel no solía frecuentar ese parque, pues estaba muy lejos de su casa, pero ese día necesitaba
una tranquilidad que ningún lugar parecía brindarle. Kurt no paraba de decirle que algo extraño le
pasaba, que estaba rara. Finn la había llamado ya tres veces para salir y, aunque ella había
declinado cada una de sus invitaciones, el chico no desistía. Ella sabía que algo no andaba bien.
Meses antes habría aceptado sin dudar, pero ahora no podía.

No desde ese beso. No hasta que aclarara las cosas con Quinn.

Si bien la morena no había intentado acercarse a la porrista, en su interior tenía mil preguntas
que necesitaban respuestas. Todas las noches se acostaba decidida a hablar al día siguiente con
Quinn, pero tan pronto la veía por los pasillos de la secundaria, toda su determinación se
esfumaba y volvía a refugiarse en sus lugares seguros.

Perdida en sus pensamientos caminaba por el interior del parque sin percatarse de lo que sucedía
a su alrededor, hasta que a lo lejos observó a dos figuras muy conocidas. Su corazón
automáticamente comenzó a acelerarse.

Control, necesitaba control. Sólo se trataba de seguir caminando y acercarse a ellos como si nada
pasase.

Mientras se acercaba a ellos, pudo distinguir sus expresiones. Conversaban con una confianza que
ella envidiaba. Puck siempre era capaz de sacar una sonrisa a Quinn.

¿Qué se sentiría ser capaz de provocar esa sonrisa?

Pronto todos sus pensamientos fueron reemplazados por uno: preocupación. Algo había pasado,
pues el semblante de Quinn había cambiado por completo. Sin saber cómo, supo que debía
intervenir. Debía ayudar a Quinn. Con esa determinación, se arriesgó y los interrumpió.
–Quinn, te estaba buscando –dijo con un tono de voz seguro, sorprendiéndose a sí misma.

–¿Rachel? –Noah se giró hacia ella–. Mi judía favorita, ¿buscas a Quinn? –la cuestionó entrañado.

–Eh... sí –dudó un momento antes de continuar frente a la perplejidad de Quinn–. Quinn dijo que
quería hablar y aclarar unas cosas conmigo.

–¿Quinn te citó para hablar? –Puck dudó antes de sonreír–. ¿Finalmente estás mostrando a la
verdadera Q, rubia? Pensé que este día nunca llegaría –miró a Rachel y agregó–. Mis dos chicas
favoritas llevándose bien, sería todo un sueño –suspiró y volteó su rostro hacia Quinn que no
había emitido sonido– ¿Q, está todo bien?

–¡Era un secreto! –interrumpió la morena, evitando cualquier posible respuesta de la rubia. Puck
la miró confundido–. Quinn no quería que nadie supiese que íbamos a hablar y yo te dije y
entonces... yo... ella...

–Tranquila, Rachel –le sonrió amigablemente el judío–. La rubia aquí sabe que yo la conozco bajo
todas esas capas y que me alegra ver que intenta mejorar las cosas. Su secreto está a salvo
conmigo.

–Bueno, entonces nos vamos, porque tengo que ir a practicar y luego asistir a mis clases de
danza –soltó rápidamente Rachel, mientras tomaba la mano de Quinn para alejarse de allí antes
de que todo estallase.

–Está bien, róbame a mi rubia –bromeó el chico del mohicano–. Quiero informes luego sobre toda
mejora que pueda surgir entre ustedes, Q!

–Sí... –la voz de Quinn fue un susurro y Rachel la tiró con delicadeza de la mano para alejarse
rápidamente caminando junto a la rubia, que aún no terminaba de entender lo sucedido.

¿Qué hiciste, Rachel? ¿Qué hiciste?

Quinn no supo porqué, pero cuando escuchó la voz de Rachel junto a ellos, supo que todo iría
mejor. Por eso la dejó hablar, por eso no la interrumpió. Aunque no lo admitiría jamás, confiaba
en Rachel y eso la tenía más que perpleja. No entendió porqué Rachel dijo lo que dijo, pero
cuando la morena tomó su mano, esa plenitud tan anhelada volvió a ella.

Ya habían caminado unos minutos, por lo que Puck ya ni siquiera estaba en su campo visual.
Rachel de pronto se detuvo y le soltó la mano, alejándose un poco, dándole espacio. Los nervios
comenzaron a inundar el cuerpo de Quinn, nuevamente, tal y como lo habían hecho antes del
comienzo de su charla con Puckerman.

–Antes que digas cualquier cosa, necesito que sepas que hice lo que hice porque te vi mal. Sé que
me dirás yo no soy nadie para meterme en tu vida. Que no me quieres cerca. También sé que
probablemente con esto me gane muchos más slushies de los que normalmente recibo a diario,
pero de verdad yo no tenía la intención de hacer nada malo. De verdad quería ayudarte. No sé...
yo... simplemente pensé que necesitabas alejarte de Noah –Quinn se sorprendió, como cada vez
que la morena daba sus interminables discursos, de la capacidad de Rachel de pronunciar tantas
palabras sin tener que hacer pausas para respirar. Escondió la sonrisa que se asomó por sus
labios–. Por favor, Quinn, no me odies. No tengo intención de meterme en tu vida, reitero... pero
te vi y estabas tan... y yo... y...
–Gracias –murmuró la rubia interrumpiendo a Rachel y de modo tan suave que si no hubiesen
estado solas no hubiese sido posible que la morena escuchase.

–De nada –dijo la cantante de forma dudosa y evitando la mirada de la porrista–. Yo sé que no
somos amigas y que estamos muy lejos de serlo, pero si necesitas hablar...

–¿Podrías abrazarme? –susurró Quinn con vergüenza.

La morena no lo dudó y la atrajo hacia ella, envolviéndola entre sus brazos. Quinn se aferró a
Rachel como si su vida dependiese de ese agarre. Y todas las barreras se cayeron... todo lo que la
rubia estuvo conteniendo esos meses salió a la luz y, de pronto, se encontró escondiendo su
rostro en el cuello de la cantante, mientras sus lágrimas se escapaban sin que pudiese detenerlas.

–Llora todo lo que sea necesario –murmuró Rachel contra el cabello de Quinn, sin soltarla ni
siquiera un milímetro, dejando suaves caricias en la espalda de la rubia para darle confort–. No
estás sola, Quinn. Yo estoy aquí para lo que necesitas. Todo estará bien.

Quinn Fabray, la desconfiada y pesimista Quinn Fabray, se aferró a la esperanza que le


produjeron las palabras pronunciadas por Rachel Berry, la perdedora Rachel Berry. Sin saber
porqué, tuvo la certeza de que Rachel tenía razón. Con esa certeza, se aferró más al cuerpo de la
cantante, por temor a que aquella sensación de seguridad desapareciera.

No estás sola, Quinn. No estás sola, ella está contigo.

Con esos pensamientos en mente, su acongojado corazón sintió algo de alivio.

III. Negando una verdad

Quinn siempre estuvo de acuerdo respecto de la relatividad del tiempo, pero nunca fue tan
consciente de ella como durante esos minutos junto a Rachel. Para ella, el tiempo compartido
desde ese primer abrazo a las afueras de aquel parque había sido eterno. La verdad era que no
había transcurrido más de media hora desde entonces.

Rachel la había llevado hasta su coche y había conducido hasta su hogar. El viaje transcurrió en
silencio, pero sin incomodidad. Quinn pegó su cabeza al vidrio de la ventana y se perdió en sus
pensamientos, sólo para dirigir su mirada interrogante a la morena cuando el vehículo se detuvo.
Rachel le informó que no había nadie en su casa, que era un lugar seguro. Sus padres estaban
trabajando y regresarían entrada ya la noche.

Se sentaron en el cómodo sofá del living de la casa de la cantante y Quinn comenzó nuevamente
a llorar. Era como si la sola presencia de Rachel le provocara tal confianza que se permitía bajar
sus barreras y liberar sus temores. La morena se limitó a abrazarla con fuerza, sin emitir
comentario alguno, entendiendo que lo que la rubia necesitaba era eso: silencio y apoyo que le
permitiesen liberar todo lo que estaba guardando para sí y que tan afligida la tenía.

–Gracias –murmuró Quinn cuando pudo por fin hablar.

–No tienes nada que agradecerme, Quinn –respondió la morena–. Sé que el mundo puede ser
abrumador algunas veces –agregó con una tímida sonrisa.

–¿Cómo supiste? –una pregunta sin mucho contenido, pero que Rachel entendió a la perfección.
–Estaba caminando por el parque y los vi. De la nada, tu rostro, tus ojos... no sé, de pronto supe
que necesitabas ayuda con Noah.

–Puck no me hizo nada –aclaró Quinn.

–No quise decir eso. Conozco a Noah, sé que es un buen chico –Rachel sonrió antes de agregar–.
Aunque muchas, muchísimas chicas del McKinley digan lo contrario.

La sonrisa de Rachel contagió a Quinn, que se encontró respondiéndole con una sonrisa similar.

Su sonrisa ilumina el lugar.

–Sé que te debo una explicación, Berry –Quinn sabía que tenía que decirle algo para justificar su
actitud–. Pero no somos amigas, no tenemos confianza. Te agradezco lo de hace un rato, pero...

–No tienes nada que explicarme –murmuró Rachel esquivando la vista de Quinn–. Tengo claro que
no somos amigas, Quinn. El cambio de ropa esperando en mi casillero lo demuestra –suspiró–. Sé
lo que se siente no tener nadie con quien hablar, necesitar llorar y no tener nadie que te apoye.

Una sensación de angustia comenzó a invadir a Quinn.

Se siente como si la garganta comenzase a cerrarse y no pudieses respirar.

Era consciente de la situación de Rachel y sabía que en gran parte ella era la culpable del
aislamiento que sufría la morena en clases. Pero no podía permitirse cargar con esa culpa.

No ahora, no justo en este momento.

–Yo sí tengo con quien hablar y quien me apoye –atacó Quinn. El ataque siempre había sido su
mejor defensa–. No te compares conmigo. Nunca lo hagas, manhands.

Y tan pronto como lo dijo, se arrepintió. Rachel no había hecho más que ayudarla ese día.

–No me estaba comparando, Quinn. Y te pido respeto, al menos por hoy.

El sonido de la puerta interrumpió cualquier posible respuesta o disculpa por parte de la rubia.
Pronto una voz que desconocía se hizo notar.

–¡Estrellita, adivina quién salió más temprano hoy! –anunció la voz de un hombre a sus espaldas.
Quinn se enterneció ante dicho apodo–. Rachel, no nos dijiste que tendríamos visitas hoy –agregó
al percatarse de la presencia de Quinn–. ¡Qué emoción!

Quinn le dedicó una sonrisa a aquel hombre cuyas vestimentas le recordaban a una versión adulta
de Kurt Hummel.

–Quinn Fabray, mucho gusto –se presentó rápidamente la porrista, intentado dar una buena
impresión.

Algunas costumbres no se olvidan fácilmente.

–Leroy Berry, encantado –respondió el padre de Rachel–. Finalmente conozco a la famosa Quinn
Fabray –si no fuera por la afectuosa sonrisa que adornaba la cara de Leroy Berry, Quinn hubiese
temido frente a aquella frase–. Mi estrellita siempre nos habla sobre sus amigos del Glee Club,
pero especialmente sobre la famosa capitana de las porristas. Siempre le decimos que invite a sus
amigos a casa, bueno, mi marido Hiram no tanto a decir verdad. Él cree que debemos dejar que
Rachel tome sus propias decisiones y que cuando ella se sienta cómoda, nos presentará a todos
sus amigos.

Claramente Rachel sacó la verborrea de Leroy.

–Papi, detente... –murmuró avergonzada la morena.

–Pero si estamos en confianza, ¿no? –Quinn asintió, no tanto porque aquello fuera verdad, sino
por la emoción que Leroy denotaba al hablar. Se podía apreciar el interés que tenía en la vida de
su hija–. ¿Ves, estrellita? Tu amiga Quinn no tiene problema con que tu viejo padre esté aquí
conversando con ustedes –Rachel negó, mientras Leroy se dirigía únicamente a Quinn–. Me alegra
saber que personas como tú, Quinn, están presentes en la vida de mi hija. Deberías ayudarme a
convencerla a que hagamos algo aquí en la casa con todos sus amigos.

–Papi, Kurt ha venido muchas veces a casa –aclaró Rachel–. Él es mi mejor amigo.

Y probablemente, el único.

–Y sabes cuán bien me llevo con él, estrellita. Pero siempre hablas de todos tus otros amigos del
Glee Club con tanta emoción que siento que ya los conozco también.

–Conoces a Finn también.

–Sí –afirmó Leroy con una mueca–. Bueno ese chico no es, ¿cómo decirlo?... un gran
conversador. Parecía tan nervioso mientras te esperaba junto a nosotros... fue algo incómodo a
decir verdad –hizo una pausa antes de agregar conmocionado–. ¿No será homofóbico verdad?

¿Qué hacía Finn visitando a Rachel y esperándola junto a sus padres?

–¡Papi! ¿Cómo se te ocurre pensar que yo podría salir con alguien homofóbico? –Leroy se encogió
de hombros con gran exageración. Al parecer el drama Rachel también lo había heredado de él–.
Además, el papá de Kurt y la mamá de Finn están saliendo, por tanto ellos tienen cada día una
relación más cercana, pueden llegar a convertirse en hermanos.

–¿Estás con Finn? –la voz de Quinn fue casi un susurro.

–No, mi estrellita no tiene novio –respondió Leroy por Rachel–, ¿cierto?

–Así es, papi –dijo Rachel mientras abrazaba a su papá. Quinn sintió una punzada de envidia
frente a esa relación. Era lo que siempre había querido tener con su padre, o al menos algo
similar.

–Bueno chicas, yo iré a preparar la cena –anunció Leroy dirigiéndose hacia la cocina antes de
detenerse y girar sobre sus pasos para dirigirse a Quinn–. ¿Hay algo en particular que desees
comer o no comer, Quinn?

–Yo no... –balbuceó la rubia.

–Eres mi invitada, no vas a rechazar mi exquisita comida, ¿cierto? –Leroy le plantó su mejor
sonrisa.
–Claro que se quedará, papi –respondió por ella Rachel–. Estaremos en mi habitación mientras
esperamos por tu comida.

Leroy asintió y siguió con su camino, mientras Rachel tomó de su mano y la guió escaleras arriba.
Una vez allí, en el segundo piso de la acogedora casa de los Berry, se detuvo frente a una puerta
que tenía una estrella bastante grande y la abrió. Una vez dentro, Quinn pudo apreciar a
cabalidad toda aquella habitación amarilla que le parecía tan familiar por los videos que la morena
subía a MySpace.

–Tu papá es encantador –dijo Quinn para romper el silencio instalado entre ellas–. Yo siento lo de
antes, estuvo fuera de lugar.

–Puede llegar a ser abrumador, lo sé. Ambos somos bastante intensos.

–¿Por qué no saben lo de los slushies? –Quinn pensó que si ella fuese Rachel habría dicho todo a
sus padres.

–Sí lo saben –respondió Rachel mirando sus zapatos–. Pero no saben toda la verdad. Les di a
entender que era una especie de guerra entre los distintos grupos, algo que todos sufrimos. No
estuvieron de acuerdo en que yo participara en ese tipo de actos, pero les aclaré que el Glee Club
respondía de otra forma –la rubia le hizo saber con la mirada toda la confusión que sentía–. ¿De
qué serviría decirles la verdad? Ellos creen que soy perfecta, que todo el mundo debe adorarme,
¿por qué hacerlos sufrir? Nada va a cambiar, tú y yo lo sabemos. En el McKinley no harán nada,
nunca lo han hecho... y Carmel no es una opción para mí. Jesse St. James está a cargo y sabemos
que nuestra relación no es la mejor. Yo necesito brillar si quiero salir de aquí. En New York todo
esto habrá valido la pena.

¿Cómo lo hace?

–Yo... yo si fuese tú me habría dejado en evidencia frente a tu papá –Rachel se encogió de


hombros–. No nos merecemos que nos trates así –el tono de Quinn fue tajante y la morena la
miró confundida–. Todos los que te hemos hecho daño, los que te hemos tratado mal. Tienes
razón, en el McKinley no harán nada y, bueno, no entiendo bien el otro motivo, pero si eso es más
importante para ti, está bien también... pero ¿por qué les mientes? Tu padre acaba de tratarme
como si fuésemos mejores amigas. Dice que todo el tiempo hablas de nosotros, de mí...

–Insisto Quinn, ellos piensan que soy el ser más espectacular que ha pisado la tierra. Ellos me
conocen, me enseñaron a amar, a perdonar, a ser tolerante, a brillar –bufó–. ¿Qué querías que les
dijera? "Papás en el colegio todos me odian, me tiran slushies porque no les gusta la ropa que
visto, porque ustedes son mis padres, porque todo lo que a ustedes les enorgullece a ellos les
produce repulsión". ¿Eso quieres que les diga? Yo puedo soportarlo, pero ellos no. Ellos intentan
protegerme de todo y de todos. Ellos no tienen la culpa de amarse y de amarme. Yo soy feliz con
ellos. Y soy feliz al llegar a este hogar. Si hablara, todo eso cambiaría. No quiero que se culpen,
pero si les digo la verdad, eso será lo primero que harán –Rachel hizo una pausa antes de
continuar–. Así que les comencé a mentir, les contaba todo de ustedes, todo lo que veía que
hacían, como si yo fuese parte de eso. Les contaba como todos me oían cantar, pero omitía que
detestaban hacerlo. Y se volvió una costumbre, así, cada vez se fue haciendo más fácil.

–¿Y Kurt? ¿También te ayuda a mentir? –preguntó Quinn, cuya culpa crecía con cada palabra que
la morena emitía.

–No. Él sólo sabe que mis papás no conocen la verdad sobre los slushies, pero no el resto de la
historia –una sonrisa entre irónica y triste se formó en sus labios–. Tú eres la única que sabe
todo. ¿Ironías de la vida, dicen?
Quinn quería abrazar a Rachel, pedirle perdón por todo, jurarle que todo mejoraría a partir de ese
día, pero sabía que eso sería mentirle. Y no quería más mentiras para Rachel. Saber que sufría en
silencio para que sus padres no lo hicieran, le produjo tal tristeza que sintió que se instalaba en su
corazón.

–Lo siento. De verdad, Rachel –se sinceró Quinn–. Sé que yo he prolongado la ola de slushies y
odio que recibes. Primero por intentar retener a Finn y ahora simplemente por temor.

–¿Temor?

–Si yo no soy la HBIC del McKinley, ¿quién soy? Tú tienes tu talento, tu familia que te apoya, tus
sueños. ¿Yo? Odio, respeto reverencial y apariencias.

Y un pequeño corderito que cada día resulta más difícil de ocultar.

–Tú eres mucho más que eso, Quinn –Rachel se acercó a Quinn y tomó sus manos–. Eres
inteligente, tienes talento, quizás no tanto como yo –agregó, provocando una sonrisa en Quinn–.
Tienes un cuerpo de envidia y eres hermosa. Aunque no fueses la HBIC la gente igual se daría
vuelta a mirarte, porque es imposible que pases desapercibida, Quinn.

La porrista no pudo evitar pensar en que pronto nadie dejaría de mirarla, pero no por lo que
Rachel decía, sino porque su barriga sería imposible de ocultar. Tenía los días contados antes de
que su mundo se hiciese trizas. Las ganas de llorar se hicieron presentes y por más que lo
intentó, fue imposible que reprimiera el sollozo que llegó a oídos de Rachel.

La morena casi por instinto la abrazó, no tuvo que ver las lágrimas. Cuando Quinn bajó la mirada
tras sus palabras supo que algo había pasado y sintió la misma necesidad de protegerla que horas
atrás. No sabía por qué, pero intuía que Quinn la necesitaba y ella estaría ahí cada vez que fuese
necesario.

Quinn sintió que esa verdad que tenía guardada bajo 7 llaves, luchaba por salir a la luz. Sin saber
cómo se encontró diciendo esas dos palabras a otra persona. Ese acto que lo volvía todo real.

–Estoy embarazada.

Pequeño corderito, nunca habías sido tan real como ahora.

IV. Contra el tiempo

Está embarazada. Quinn, está embarazada.

–Por favor di algo –suplicó la rubia a Rachel que aún no salía de su asombro.

–Eh... sí... yo... tú... –la cantante se quedó callada unos momentos para poder hilar una oración,
antes de volver a hablar–. Yo no sé qué decir.

–Te he dejado sin palabras –intentó bromear Quinn–. Si la situación fuera otra, probablemente
me estaría jactando de esta victoria, pero...

–¿Es de Finn? –interrumpió Rachel, fue lo único que se le vino a la mente.


–¿Qué? ¿De Finn? ¡No! ¡Por supuesto que no! –Quinn se indignó por aquella insinuación. Quizás
porque ya no tenía interés en Finn o nunca lo tuvo, quizás porque sabía que eso era lo único que
le interesaba a la morena–. Finn me dejó por ti, ¿lo recuerdas?

–Sí, lo sé –respondió Rachel bajando la mirada–, pero tú lo amabas...

–No fue por amor, ¿ok? –la porrista suspiró antes de continuar–. A veces comentemos errores.

–Un hijo no es un error, Quinn –señaló la morena indignada.

Quinn no podía estar pensando en abortar. Ella no lo permitiría.

–Claro que no lo es –Quinn se arrepentía de sus pensamientos iniciales, pero ahora estaba segura
que el bebé que crecía en su interior no era un error–. Pero tener sexo sin protección sí lo es.
Especialmente si ambos participantes están ebrios.

Rachel no podía imaginarse a Quinn en una situación como aquella. No conociendo a la intachable
Quinn Fabray. No con lo preocupada que era Quinn del qué dirán. Quinn demostraba ser fría,
racional y calculadora.

Esa Quinn jamás se embriagaría y tendría sexo con... ¿con quién se había acostado Quinn?

–Puck –respondió Quinn y Rachel se preguntó si había pensado en voz alta–. Estaba enojada con
mi papá, así que quedé con Puck y quise rebelarme. Bebimos más de la cuenta y al día siguiente
me desperté sin recordar nada, pero con evidencias de lo que había sucedido.

–¿De eso hablaban en el parque?

Quinn negó.

–No pude decírselo. No sé si quise decírselo en algún momento en realidad. Él quería que
hablásemos y me pidió disculpas por lo sucedido. Me aseguró que no intentó aprovecharse de mí,
que él se preocupaba por mí.

–Eso suena como el Noah que yo conozco –Rachel esbozó una sonrisa. No sólo Noah se
preocupaba por ella, era algo recíproco. Pese a todo, la morena sabía que podía confiar en él–. Sé
que no me compete, pero creo que deberías decírselo, Quinn... un bebé se hace de a dos. No
debes cargar con todo esto tú sola.

–Si lo digo será real, no puedo con eso –Rachel la miró alzando una ceja–. No sé cómo te lo dije a
ti –suspiró–. ¡No puedes decírselo a nadie!

–No lo diré, pero no es algo que puedas ocultar, Quinn. Tu cuerpo denotará los cambios...

–¡Lo sé! Sé lo que implica un embarazo, Berry –alzó la voz y Rachel automáticamente agachó su
cabeza, mirando al suelo–. No... Hey, lo siento –dijo tomando a la morena de la barbilla para que
pudiese mirarla a los ojos–. Tienes que hacerme frente, Rach. No dejes que te trate mal sólo
porque estoy asustada...

Rach... Sonaba tan bien en sus labios.


–Tal vez deberías dejar de atacar cuando te asustas –sugirió la morena–. A lo que iba antes, es
que lo mejor es que digas la verdad. Que se sepa todo por ti antes que por un rumor. Así tus
padres pueden estar preparados y apoyarte.

Quinn rió sarcásticamente ante las palabras de Rachel.

–Mis papás me van a echar de la casa en el mejor de los casos –Quinn bajó la mirada–. Lo voy a
perder todo. Abortar hubiese sido lo más fácil, nada hubiese cambiado.

–Hubieses cambiado tú, Quinn –Rachel tomó una de las manos de la rubia–. Si decidiste descartar
esa posibilidad, si te niegas a hacerlo es por algo. Y ese algo te pesaría toda la vida si decides
hacerlo. Al menos así lo veo yo. Si no estás segura, no lo hagas.

–No voy a hacerlo. No puedo –Quinn dejó una lágrima recorrer su mejilla–. Lo apodé "pequeño
corderito"... al bebé.

Rachel secó la solitaria lágrima y miró a la porrista con ternura.

Ella me tiene a mí, pase lo que pase, me tiene a mí.

–Todo va cambiar, es verdad... pero no vas a perderlo todo. Santana, Brittany y Noah te
apoyarán... y si ellos no llegasen a hacerlo, siempre me tendrás a mí –dijo la morena con
seguridad–. Puede que no sea un gran consuelo para ti, Quinn, pero prometo estar para apoyarte
y ya te ganaste a mi papi Leroy, así que las puertas de esta casa estarán abiertas para ti –hizo
una pausa–. Y tus padres pueden sorprenderte.

–¿Sabes que mi padre es Russel Fabray, cierto? –Rachel asistió–. Él prefiere negar que tiene una
hija antes de arruinar la imagen de perfección que lo rodea. Y mi madre hace todo lo que Russel
ordena.

Rache bufó, porque sabía que Quinn estaba en lo correcto. Pero ello no hacía menos cierto lo que
la morena sostenía.

–De todas maneras, no puedes posponerlo Quinn... Será peor, es eso seguro. Tampoco puedes
dejar a Noah fuera de esto, además de ser parte responsable en lo sucedido, no es justo para él
que le ocultes al bebé.

–Lo sé, pero el miedo me paraliza. No es fácil.

–No dije que lo fuera –se produjo un pequeño silencio entre ellas y Rachel tuvo una idea–. ¿Qué
te parece si vemos una película? Te dejo elegir –Quinn la miró confundida ante el abrupto cambio
de tema–. Creo que es tiempo de que distraigas esa mente, Quinn. Tu pequeño corderito necesita
tranquilidad.

La rubia sonrió ante el apodo de su bebé, mientras seguía a Rachel por la habitación en busca de
las películas.

Minutos después, cuando la cantante escuchó la risa de Quinn producto de la cómica escena que
observaban en la pantalla de su televisor, supo que había tomado la decisión correcta. Quinn
necesitaba dar un descanso a sus pensamientos. Sonrió al recordar que ella era la única que sabía
el secreto de Quinn. Que de todas las personas que rodeaban a la rubia, había sido ella la elegida.

Era una promesa, la ayudaría en todo el proceso.


Hiram Berry era muy opuesto a su esposo Leroy. Tal vez aquello era una exageración, pero sin
duda, Rachel era mucho más parecida a Leroy que a Hiram. El abogado –detalle que Quinn
conoció gracias a Rachel mientras veían la película que ella había escogido– era una combinación
entre el estilo de Kurt y la personalidad de Rachel, pero, en palabras de la morena, carecía del
increíble talento de ambos cantantes. Hiram, médico de profesión, era más tranquilo y vestía de
manera más sobria, pero compartía con su esposo el amor por la música y las luces. Amor que
habían transmitido a Rachel, claro está. En opinión de la cantante, el talento era herencia de
Hiram, que cantaba mucho mejor que Leroy y era un prodigio en el piano. Quinn supo también
que Rachel tocaba tanto el piano como la guitarra y que utilizaba ambos instrumentos cuando
quería componer algo.

Justo cuando la película acababa, Hiram Berry había golpeado educadamente la puerta de la
habitación de su hija, con intención de saludar a su pequeña y a la famosa invitada. A diferencia
de Leroy, Hiram no había llenado a Quinn de halagos, pero sí le había hecho saber cuánto
apreciaba su presencia en su casa.

Se había sentido bienvenida.

Por eso ahora, sentada en la mesa junto a los Berry listos para comer la cena, Quinn no podía
sentirse más cómoda y, extrañamente, en familia.

–Tengo entendido que los Fabray son muy cristianos –comentó Leroy antes de comenzar a
comer–. Por lo que si deseas, podemos hacer una oración para agradecer mi maravillosa comida.
¡Yo me ofrezco!

Hiram tomó la mano de su esposo y la apretó antes de comentar:

–Cariño, no es necesario que alabes tu propia comida. Todos sabemos lo maravillosa que es y
Quinn podrá comprobarlo pronto –dirigió su mirada a Quinn–. ¿Quieres rezar antes de comer? No
es un problema, en esta casa respetamos las creencias de todos.

–No es necesario, pero muchas gracias de todas maneras –dijo con una sonrisa Quinn.

–Yo solía ser católico –manifestó Leroy y tanto Hiram como Rachel negaron con la cabeza,
provocando otra sonrisa en Quinn–. ¿¡Qué!?

–Es sólo la forma en que lo dices, papi –respondió Rachel, recibiendo apoyo de Hiram–. La
liviandad con la que lo comentas como si hablases de ropa, comida o cualquier otra cosa trivial.

–¡Claro que no! –exclamó provocando la risa de los demás–. Odio cuando ustedes dos se coluden
contra mí –se llevó la mano al pecho–. ¿Quinn tú también te has unido a ellos?

–No... Yo... Claro que no... –dijo Quinn entre risas.

–Bueno, ¿quién quiere comer? –preguntó Hiram con una sonrisa antes de comenzar a servir los
platos.

La cena transcurrió entre risas y anécdotas de parte de los padres de la morena, para la diversión
de Quinn y la vergüenza de Rachel. La rubia pudo apreciar lo que era una verdadera cena en
familia, donde los padres de verdad se preocupan por lo que sucede con sus hijos.
Cuán equivocado estaba Russel.

Quinn había crecido escuchando a su padre hablar mal de los Berry. Probablemente porque su
relación no era algo que él considerara "normal". Ella, pese a todo, nunca había crecido con ese
tipo de prejuicios, o los había desterrado a temprana edad. Y estando sentada junto a los Berry se
alegraba de aquello.

Una vez que la cena concluyó, Quinn anunció que era tiempo de regresar a su hogar. Hiram le
agradeció una vez más la visita y le señaló que considerara aquella casa como la suya. Leroy le
hizo prometer que volvería pronto, porque aún tenían mucho por hablar. La rubia con una sonrisa
agradeció a ambos y prometió a Leroy volver lo antes posible. Si bien Quinn insistió en volver en
taxi a su casa, los tres testarudos Berry la convencieron para que dejase que Rachel la llevara
hasta la residencia Fabray.

Ya en el auto de Rachel, las chicas conversaron como dos amigas, disfrutando de la música que
invadía el vehículo y de silencios cómodos. No fue sino hasta que llegaron a la casa de Quinn que
Rachel, tras detener el auto, tocó el tema que habían evitado por horas.

–Debes decir la verdad, Quinn –la rubia desvió la mirada–. Al menos habla con Noah –Quinn negó
y Rachel le tomó la mano izquierda, realizando suaves caricias con su pulgar. La atención de
Quinn se centró en aquel gesto y en lo que le producía–. Debes hacerlo, Quinn.

–Lo sé –fue un susurro tan bajo que Rachel apenas pudo escucharlo.

–Y por más slushies que me tires, yo voy a estar para ti si me necesitas.

Quinn no pudo reprimir las ganas y abrazó a Rachel simplemente, porque la morena la conocía;
sabía que aquello no cambiaría lo que sucedía en el McKinley, pero aún así le ofrecía su apoyo, y
el alivio que sintió la rubia ante esas palabras era indescriptible.

–Gracias Rach –dijo Quinn separándose del abrazo, fijando su mirada en Rachel, disfrutando de la
cercanía. Pasó su mano por la mejilla de la morena, acariciándola, hipnotizada por esos ojos
oscuros que la miraban fijamente. Tuvo que contener las ganas de hacer algo más–. Gracias...

Un beso no es correcto. Tentador sí, pero no es correcto...

Quinn no contaba con que sería Rachel la que cerraría la distancia entre ellas, posicionando sus
labios sobre los de la rubia, depositando un casto beso sobre ellos.

–Buenas noches, Quinn –murmuró la morena, como si despedirse con un beso en los labios, por
inocente que fuese, no tuviese nada de anormal. Especialmente, considerando la relación o no
relación existente entre ellas.

–Buenas noches, Rachel –respondió la porrista, antes de bajar del vehículo.

Mientras caminaba hacia su casa, no podía dejar de pensar en la sensación de paz y plenitud que
la invadió apenas Rachel tocó sus labios. Tras cerrar la puerta de entrada de su casa, se apoyó en
ella y llevó su mano a sus labios, sintiendo aún el calor de la boca de Rachel en ellos y, como si su
corazón se hubiese trasladado de lugar, sintió sus labios latir, palpitando contra su mano. Quinn
ignoraba que aquello era una manifestación de stress o nervios.
Una semana había transcurrido desde aquella tarde en casa de Rachel. No había cruzado palabra
alguna con la morena, pero sí la había observado cuando nadie se percataba. Rachel seguía su
vida normal, recibiendo slushies a diario, aunque no por orden de Quinn. La rubia no había
ordenado ningún slushie para Rachel, pero tampoco había impedido que el resto de las porristas o
de los jugadores de fútbol americano lo hiciera. La cantante pasaba sus días en compañía
principalmente de Kurt y, para el malestar de Quinn, de Finn, aunque no había visto ninguna
actitud comprometedora entre ellos.

Quinn había asistido a clases como si todo siguiese como siempre. Intentando cada noche
convencerse de que debía hablar al día siguiente con Puck, pero desistiendo de ello al despertar.
Actitud que había cambiado ese día, pues al despertar esa mañana de sábado, su convicción aún
estaba y haciendo uso de ella, llamó a Puck y le pidió que se juntaran tras el almuerzo en el
parque de siempre.

Llegar al lugar acordado se sentía como un déjà vu. Ahí estaba Puck, sentado tal y como hace una
semana atrás.

–Hola, Puckerman –saludó Quinn al llegar.

–¡Hey, Q! ¿A qué debo el honor de esta cita? –preguntó bromeando el chico.

–Necesito que hablamos de algo importante, Puck.

–¿Qué pasa, Q? –el tono utilizado por Quinn había preocupado a Puck.

–Yo... eh... recuerdas... no sé cómo partir...

Puck se acercó a la rubia y la abrazó, intentado tranquilizarla. Poco a poco se apartó de ella y le
sonrió para inspirarle confianza.

–Q, nos conocemos, sabes que puedes contarme lo que sea. ¿Por qué no comienzas por el
principio? –sugirió Noah.

Quinn tomó aliento antes de comenzar.

–Recuerdas la noche que nos excedimos con el alcohol –Puck asintió–. Esa noche no fuimos muy
responsables...

–Lo sé, Quinn. Te dije que estaba arrepentido por lo sucedido y sé que tú también –interrumpió
Puck.

–Sí, pero eso no es de lo que quería hablar –aclaró Quinn–. O sea, se vincula con eso, a decir
verdad – Puck la miró extrañado–. No sólo fuimos irresponsables con el alcohol, Puck. Esa noche
no nos cuidamos...

El silencio que se produjo puso extremadamente nerviosa a Quinn. Si bien no había dicho aquellas
dos palabras que tanto temía, sabía que Puck entendía lo que estaba pasando. Sintió que su labio
inferior comenzaba a palpitar, tal y como lo había hecho esa noche tras el beso de Rachel y se
preocupó.

–¿Estás embarazada? –preguntó Puck en un susurro.

–Sí.
–Y, ¿qué piensas hacer?

Quinn se puso aún más nerviosa, porque si bien no quería estar con Puck, ni nada de eso. En el
fondo, necesitaba su apoyo. Puck notó que Quinn comenzaba a palidecer y se golpeó
internamente por su falta de tacto.

–Q, yo voy a apoyarte en lo que decidas –se apuró en decir–. No niego que es una sorpresa. Tú
sabes cuán cuidadoso soy con esas cosas. Nunca pensé... –vio que Quinn parecía aún más pálida
que antes y se volvió a reprender a sí mismo–. Yo sé que es muy complicado y, quizás egoísta de
mi parte, pero me gustaría tener al bebé. Yo aportaría con todo lo que necesitases, no sería un
hijo de puta como mi padre... Pero, la decisión final es tuya, Q. Yo voy a estar para ti, sea lo que
sea que decidas.

–Voy a tenerlo, Puck –dijo Quinn y el chico del mohicano asintió.

La capitana de las porristas comenzó a sentir que la palpitación en su labio aumentaba y se


comenzó a sentir mareada. Supo que algo andaba mal. No fue consciente de lo sucedido, hasta
que sintió los brazos de Puck afirmándola, evitando su caída.

–Llama a Rachel –fue todo lo que pensó y habló Quinn–. Dile... a Hiram...

Resiste pequeño corderito.

Quinn sintió que el mareo se incrementaba y luego todo fue negro. Cayó inconsciente entre los
brazos de Puck, mientras éste desesperado intentaba llamar a la morena.

V. Haciéndose cargo

Rachel no tenía una explicación para el hecho de haber besado a Quinn, aunque hubiese sido sólo
un pequeño roce de labios. Había buscado y rebuscado algo lógico en su accionar durante días,
pero la respuesta siempre era la misma: no tenía la menor idea respecto de qué la llevó a hacer lo
que hizo. Quizás se debía a que sentía a Quinn tan desvalida, tan solitaria, con tanto temor. Ella
siempre había sabido que detrás de toda esa fachada se escondía una Quinn distinta, pero nunca
esperó encontrarse con esta Quinn tan desprotegida y necesitada. Y eso generaba una sensación
en Rachel, sensación que nunca esperó sentir por Quinn: la necesidad de protegerla.

Hiram, sentado junto a su hija, pudo observar lo distraída que ésta estaba con sus pensamientos,
porque era imposible que Rachel estuviese viendo televisión sin hacer ningún tipo de comentario.

Rachel parecía perdida en su propio mundo desde la visita de Quinn. La morena seguía negando
que le sucediese algo, pero sus padres la conocían mejor que eso.

–Rachel, mi vida, ¿dónde tienes esa cabecita? –preguntó Hiram atrayendo la atención de la
cantante.

–Aquí mismo, papá... pensaba sobre el documental que estamos viendo. En unos años más, mi
nombre también estará en él –dijo excusándose y también muy segura de su futuro.

–Y con tu padre seremos las personas más orgullosas por ello, pero así como conozco tu talento,
también conozco tus gestos y ambos sabemos que tu mente estaba o está muy lejos de la música
–aseveró el médico.
–Eh... bueno... es que, digamos, el último tiempo –hizo una pausa–, me han sucedido cosas algo
extrañas. O quizás, no me han sucedido, sino que más bien, yo he hecho cosas algo extrañas –
agregó con nerviosismo la morena–. No es que las cosas sean extrañas en sí, sino que yo
haciéndolas es algo extraño. Porque yo no acostumbro hacerlas, o sea, no de esa manera, ¿me
entiendes?

–¿Rachel, estás consumiendo drogas? –preguntó Hiram asustado y Rachel pensó que cuando su
papá se preocupaba por ella casi igualaba el nivel exageración de su papi Leroy.

–Por supuesto que no –el tono de Rachel fue categórico y Hiram respiró más tranquilo–. Sabes
que no haría algo así.

–Nunca puedes estar 100% seguro de nada, mi vida. Especialmente cuando tienes hijos.

Rachel nunca estuvo tan de acuerdo con su papá como en ese momento.

–Yo siempre he estado segura de muchas cosas, pero en el último tiempo he perdido seguridad
respecto de ciertos aspectos. No entiendo mi actitud...

–Así es la adolescencia, Rachel. La confusión forma parte de crecer. Es esa confusión la que te
lleva a cuestionarte cosas y a madurar –explicó Hiram–. ¿Tiene algo de esto que ver con Quinn?

–Quizás –Rachel sabía que no podría mentirle con eso a su padre, porque el tema la ponía
demasiado nerviosa lo que era imposible de ocultar–. Bueno, sí. Digamos que han sucedido cosas
entre nosotras.

–¿Qué tipo de cosas? –preguntó el moreno intrigado–. ¿Se pelearon?

–No, no hemos peleado –aclaró la cantante–. Ella me contó un secreto, algo que nadie sabe... ni
siquiera lo saben Santana y Britt.

–Eso quiere decir que te tiene confianza, mi vida. Es algo bueno.

–Sí, lo sé... pero es raro, papá. Si bien con Quinn tenemos una buena relación –mintió–. Tú sabes
que ella es mucho más cercana a la Santana, a Britt, incluso a Noah. Es extraño que haya
confiado en mí en algo tan importante, ¿me entiendes?

–Claro que sí, Rachel. Lo que pasa es que a veces es más fácil confiar en personas que no sean
tan cercanas a nosotros, por muy extraño que aquello parezca. Porque en esas personas
encontramos el apoyo que estamos buscando, porque con esas personas tenemos una conexión
diferente, especial.

Los pensamientos de Rachel inmediatamente se remontaron a aquellos dos besos compartidos y


las emociones que le habían generado.

Claramente es una conexión diferente. Muy especial.

–Puede que tengas razón –admitió Rachel y guardó silencio. Su padre la miró invitándola a que le
contase aquello que estaba guardando con tanto ahínco–. Cuando eras adolescente saliste con
varias chicas, ¿cierto? –Hiram asintió–. ¿Qué fue lo que te hizo comprender...?
Aquella pregunta de Rachel se vio interrumpida por la voz de Barbra Streisand y el nombre de
Noah apareciendo en la pantalla de su celular. La morena hizo un gesto con su cabeza a Hiram
para pedirle un minuto antes de continuar con su charla.

–Hola Noah –dijo a modo de saludo.

–Rachel, necesito tu ayuda –la voz de Puck transmitía su nerviosismo, cosas que preocupó a la
morena–. Quinn.

–¿Qué le pasó? –el corazón de Rachel se aceleró y por la cara de preocupación que puso su papá,
su rostro también denotó su angustia.

–Estábamos hablando y se comenzó a poner pálida y se desmayó y... –dijo rápidamente el chico
del mohicano a través del teléfono–. Ella está embarazada, Rachel –susurró.

–Lo sé, Noah –respondió la morena–. Si no está acostada, recuéstala y levanta sus pies del piso,
al menos unos 30 centímetros –escuchó que Noah seguía sus instrucciones–. ¿Cuánto tiempo
lleva así? –preguntó nerviosa–. Si han pasado más de dos minutos, llama a una ambulancia
ahora.

–No, menos que eso, antes de perder la consciencia me dijo que te llamara –explicó Puck–. Ahí
está reaccionando, Rachel –comentó–. ¿Le habrá pasado algo al bebé?

–No lo sé, Noah. No soy médico –respondió y Hiram le tocó el brazo preguntando con la mirada
qué sucedía –. Tráela a mi casa, Noah. ¡Con cuidado!

–Ok. Yo la llevo –dijo el del mohicano y colgó.

–¿Qué pasó Rachel? –preguntó Hiram con preocupación.

–Quinn se desmayó y Noah no sabía qué hacer –dijo angustiada–. Ella recuperó el conocimiento
antes de los dos minutos. Tú me explicaste que si un desmayo dura más de 2 minutos es grave.
Entonces lo de Quinn no puede ser grave, ¿cierto, papá?

–Un desmayo no es algo normal, hija. Siempre hay que tener cuidado –explicó Hiram–. Lo mejor
es que Quinn se realice un chequeo médico para descartar cualquier cosa.

–Le dije a Noah que la trajese así la revisas, papá –dijo Rachel, aún nerviosa.

–Lo mejor sería que fuese a una clínica, para que le hagan los exámenes correspondientes. Con
su médico de confianza.

–Créeme, es mejor que tú por el momento veas que todo esté bien –aseguró la morena.

–¿Qué me estás ocultando, Rachel?

–No me corresponde a mí hablar, papá. Es un tema de Quinn.

Hiram asintió confiando en el criterio de Rachel. Fue a buscar su bolso y a preparar la sala para
revisar a Quinn. Rachel se quedó sentada mirando entre la puerta de entrada a su casa y el reloj
de pared. No pasaron más de 5 minutos cuando los golpes nerviosos anunciaban la llegada de
Noah y Quinn.
Noah probablemente excedió los límites de velocidad y no respetó las señales del tránsito.

Rachel hizo una nota mental, para reprender a Puck por su actuar, ya que pudo provocar un
accidente y poner la vida de Quinn en peligro.

Puck manejó como un loco hasta la casa de los Berry. Quinn temió realmente por su vida en el
trayecto. No sólo por la forma y velocidad en la que conducía el chico del mohicano, sino por la
calidad del vehículo en que se transportaban. Totalmente confiable, le había asegurado Puck, pero
Quinn dudaba de ello. Por lo mismo, no quitó su mano de su vientre, como si de aquella forma
pudiese brindarle seguridad a su bebé, como si así pudiese proteger a su pequeño corderito.
Asimismo, Quinn tenía miedo por lo sucedido en el parque.

¿Y si algo andaba mal?

Quinn sabía que su vida daría un giro tremendo, que las cosas no serían fáciles, pero aún así, no
deseaba que nada malo le pasase a su bebé. Ya había soñado varias veces con el pequeño en sus
brazos, con el pelo del color de Noah y unos ojos avellana, lo había soñado tan perfectamente
hermoso, tan perfectamente único. No podía pensar en no conocerlo, pues era todo lo que la
motivaba a seguir: sentirlo, escuchar su voz, poder olerlo, poder apreciar que ella era capaz de
crear algo tan bello.

La rubia no fue consciente de cuánto necesita a Rachel, cuánto ansiaba su presencia hasta que la
vio abrir la puerta de su hogar y lanzarse a sus brazos, como si estuviese desesperada por
sentirla, por saber que realmente estaba allí.

Y por primera vez a Quinn no le importó el qué dirán, ni las personas a su alrededor, sólo le
preocupó abrazar más fuertemente a Rachel, impidiendo que la morena se alejase de ella.
Necesitaba que Rachel le dijese que todo estaría bien, que nada malo pasaría.

Necesitaba sentir sus labios.

Aquel pensamiento asustó a la rubia, pero fue incapaz de reprimirlo y como si estuviese guiada
por una fuerza sobrenatural, pegó su frente a la de Rachel, con sus labios a centímetros de los de
la morena. Sólo era cosa de segundos para que el contacto tan anhelado se produjese.

–Chicas, dense un poco de espacio, necesitamos comprobar que Quinn está bien –dijo Hiram
interrumpiendo todo contacto entre los labios de las chicas.

Rachel se alejó rápidamente preocupada por la salud de Quinn. La porrista se sonrojó a más no
poder y evitó mirar a Puck en todo momento.

Hiram intentó recabar toda la información posible para poder determinar qué había pasado con
Quinn. La rubia detalló cómo se había sentido antes que todo se volviese negro. Siempre
escondiendo el hecho que estaba embarazada.

–Quinn, como médico, para un acertado diagnóstico necesito conocer cualquier posible factor que
pudiese estar afectando tu salud –manifestó Hiram, tras escuchar el relato de la rubia.

–Q está embarazada –incluso ante el posible odio de Quinn, Puck no estaba dispuesto a poner en
peligro la vida de la porrista o su bebé.
–¡Noah! –exclamó una molesta Rachel, ante la sorpresa y mutismo de Quinn.

–Mi vida, hice un juramente ¿recuerdas? Mi confidencialidad está 100% garantizada –explicó
Hiram.

–Lo sé, papá, pero no es algo que Noah pueda decidir revelar. Es un tema de Quinn –defendió a la
rubia la cantante.

Puck, a pesar de estar siendo atacado, esbozó una sonrisa. Rachel era exactamente el tipo de
persona que Quinn debía tener siempre a su lado. Saber que la morena protegería a Quinn era un
gran alivio para el chico del mohicano.

La rubia, por otro lado, reprimió las ganas de lanzarse a los brazos de Rachel y demostrarle cuán
agradecía se sentía por su actuar. Lo que sí hizo, fue tomar la mano derecha de la morena y
apretarla suavemente, intentado transmitirle que todo estaba bien.

–Confío en ti, Hiram –dijo la rubia–. Pero debes entender que nadie más sabe esto y necesito que
se quede así.

–¿Sabes cuánto tiempo tienes de embarazo? ¿Has ido a hacerte un chequeo médico? –preguntó el
padre de Rachel y Quinn negó. Sabía cuánto tenía de embarazo, pero nunca había ido al médico–.
Tienes que ir para que puedan realizarte algunos exámenes de sangre y serológicos específicos
para comprobar ciertas cosas y descartar otras –explicó–. Hay que chequear que todo esté bien.
Es necesario que vayas a tu ginecólogo de confianza, ojalá en compañía de tu madre. El apoyo es
fundamental en estos casos, Quinn. Un embarazo adolescente puede ser muy difícil de sobrellevar
–guardó silencio un momento, para luego preguntar con delicadeza–. ¿O has decidido ponerle
término?

¿Por qué todos preguntaban si ella iba a abortar?

–Voy a tenerlo –miró a Puck con duda y el chico asintió–. Puck es el padre y me apoya –Hiram se
mostró comprensivo–. No puedo ir con mi mamá, no pueden saberlo.

–Quinn eres menor de edad, si pasa algo, será necesario el consentimiento de tus padres para
tomar alguna decisión.

Quinn palideció ante la idea. Y Rachel, quien había asumido el rol de su defensora, lo notó y
reprendió a su papá.

–¡No la pongas más nerviosa, papá!

–No intento hacer eso, Rachel –Hiram sonrió al apreciar la actitud protectora de su hija, que en
ningún momento había soltado la mano que Quinn le había brindado minutos atrás. La rubia al
percatarse de aquella sonrisa se sonrojó–. Yo puedo hacer que un colega te realice un chequeo
rápido por el momento en la clínica en la que trabajo, Quinn, pero será algo temporal. Además
vivimos en Lima, todos aquí sabemos lo rápido que las noticias vuelan. Yo puedo prometerte
confidencialidad con este chequeo, pero nada más... y los controles deben ser algo constante
durante un embarazo.

–Recuerda que estamos contigo, Q –la confortó Puck–. Podemos hablar con tus padres juntos.
Cuentas conmigo para lo que necesites.
Quinn asintió entendiendo lo que Hiram le explicaba y agradeciendo las palabras que Puck. Miró a
Rachel en busca de un apoyo y la morena no la decepcionó. Sin palabras, Rachel le dio a entender
que ella estaría en aquel primer chequeo junto a ella.

El primer chequeo había quedado atrás ya hace dos semanas. Fue una experiencia tan aterradora
como maravillosa para Quinn, que estuvo todo el tiempo acompañada por Hiram, Puck y Rachel,
que no soltó su mano en todo el proceso. Cuando le realizaron el ultrasonido, no pudo contener
las lágrimas al escuchar los latidos de su bebé, cuando buscó a Puck y Rachel con la mirada,
ambos tenían los ojos brillosos. Su pequeño corderito era un ser tan real como ella. Su pequeño
corazón se dejó oír con fuerza, asegurando que era un luchador y que necesitaba que su mamá lo
acompañara en esa lucha. Apenas aquella mancha casi indeterminada, como tan burdamente se
refirió a la imagen de su bebé Puck, apareció en la pantalla, Quinn supo que nunca se arrepentiría
de su decisión. Una vez que los resultados de los exámenes estuvieron listos, el ginecólogo le
recomendó unas vitaminas y le aseguró que todo con el bebé iba bien, pero que ella debía
cuidarse, especialmente de las situaciones de estrés.

Tras todo lo experimentado en la clínica y las sabias palabras de Hiram, Quinn decidió que era
momento de afrontar la situación. Su oculta amistad con Rachel le había dado la fuerza que
necesitaba y, además, el médico le había advertido que por su esbelta contextura era mucho más
probable que el embarazo se le comenzara a notar pronto. La sola idea de todos notando su
embarazo erizaba su piel. Intentaba cerrar los ojos y centrarse en otra cosa que no fueran las
miradas recriminadoras del resto del mundo.

Se había estado mensajeando por medio de whatsapp con Rachel toda la mañana, intentado
buscar en ella una confianza que escaseaba. La morena no paraba de repetirle que era algo que
debía hacer, que en el peor de los casos Noah y toda la familia Berry siempre estarían para ella.
Pero el peor de los casos para la rubia, por mucho apoyo que aquellas personas le brindasen sería
perder a su familia. Su familia estaba lejos de ser perfecta, como tanto aparentaba su padre, pero
seguía siendo su familia. La idea de que la desterraran era igual a desprotección y eso era
totalmente lo opuesto a lo que necesitaba durante todo el proceso.

Mientras se perdía en sus pensamientos, salió de su cuarto y llegó a las escaleras. En el camino
tocó las figuras y las fotografías que adornaban los muebles, memorizando cada detalle,
nutriéndose de los recuerdos de su infancia. Cuando se dispuso a bajar al primer piso, el aroma
de la comida casera que su madre preparaba la inundó. Era el olor que ella siempre relacionaba
con su hogar. No se trataba de un aroma a una comida en específico, era simplemente un aroma
que ella vinculaba con la preparación de la comida, la mezcla de especias. Aspiró aquel aroma,
haciendo que penetrara sus pulmones, que inundara su cuerpo. Pasase lo que pasase quería
recordar el olor que la acompañó durante toda su vida, hasta ese momento.

Se dirigió primero a la cocina, invitando a su madre a reunirse con ella en el despacho de su


padre, señalando que tenía un tema importante que hablar con ellos. Su madre la miró
confundida, pero fiel a su estilo no dijo nada, sólo asintió, procediendo a quitarse el delantal y a
acompañarla.

En el despacho, su padre descansaba imponentemente en el sillón de su escritorio. Ni relajado la


imagen de Russel transmitía serenidad; él era la vida imagen de la autoridad, pero no de la buena
autoridad, sino de aquella que asociamos con temor, del tipo dictatorial.

Había pensado en miles de discursos o formas de empezar a aquella conversación, o mejor dicho,
confesión, pero tras señalarles a sus padres que debía hablar con ellos, sólo dos palabras salieron
de su boca. Dos tajantes y contundentes palabras.
–Estoy embarazada.

Sintió que el silencio que invadía la habitación era tal que estuvo a punto de soltar una risa
nerviosa, pero la voz de su padre lo evitó.

–No es posible.

Eso fue todo lo que salió de la boca de Russel, como si aquella frase pudiese borrar la realidad.

–Lo confirmé. Tengo 10 semanas –manifestó la rubia–. Fue un error, me emborraché y no nos
cuidamos… –llevó una mano a su vientre intentando tranquilizar a su bebé y a sí misma.

–Te lo acabo de decir, no es posible. Ninguna hija mía tendrá un hijo fuera del matrimonio y
menos aún, siendo adolescente –fue tajante el hombre de pelo cano–. Nos vamos a olvidar de
esto, hoy mismo irás a la consulta de un amigo médico que me debe bastantes favores y asunto
acabado.

–Russel –la voz de su mujer sonó sorprendida y horrorizada.

Probablemente por sus profundas creencias cristianas, no porque se trate de su hija menor. No,
eso jamás.

–No hay otra forma, Judy –dijo Russel y su mujer agachó la cabeza negando, pero sin contradecir
lo manifestado por su marido.

La rubia observó la situación anonadada, la vida de su bebé para su padre no valía ni un segundo
de consideración y su propia opinión, mucho menos.

–Lo voy a tener –nunca en su vida estuvo más segura de algo como en ese momento.

–No es algo sobre lo que tengas poder de decisión, Quinn – le dijo con sorna su padre.

–Claro que sí, es la vida de mi bebé de la que hablas como si fuese una decisión de lo menos
importante. Es mi vida, es mi cuerpo, es mi decisión.

La fuerza del golpe que recibió de parte de su padre hizo que perdiera el equilibrio y terminase de
rodillas en el suelo. Sentía que su mejilla palpitaba producto del golpe recibido, y llevó su mano
hasta ese lugar para intentar calmar el dolor. Su madre se llevó ambas manos a la boca, pero una
vez más, no intervino en la discusión.

–No vas a arruinarme la vida, porque simplemente decidiste comportarte como una puta –la voz
de Russel fue casi un grito, pero no lo suficientemente alta como para alertar a alguien que
estuviese fuera de la casa–. Vas a hacer lo que te digo y no hay nada más que hablar.

–No, no lo haré –lo contradijo la rubia–. Ya hay personas que saben mi embarazo y si algo llegase
a pasarme, te aseguro que avisarían a alguna autoridad. Si intentas obligarme, les diré que hagan
algo… y eso sí arruinaría tu imagen para siempre, Russel – lo desafió.

La porrista no entendía de dónde había sacado la fuerza para enfrentar a su padre, mientras
observaba a éste tomar un vaso de whisky para luego estrellar el mismo contra la pared. Su
madre se agachó inmediatamente a recoger los vidrios. Quinn se juró en ese momento que nunca
dejaría que su bebé creciese en un ambiente así. Jamás tendría ese ejemplo.
–¿Así que ahora te rebelas contra tu padre, Quinn? –se acercó de forma amenazadora–. Bueno,
entonces tienes dos opciones, o haces lo que te digo o me olvido que tengo dos hijas, más bien,
me olvido que eres mi hija, Quinn.

–Russel, no puedes… –Judy intentó intervenir y Quinn tuvo esperanza, hasta que la voz de su
padre interrumpió.

–Te callas, Judy –y Judy no dijo nada más.

Sólo bastó que elevara su voz y Judy desistió. Así de poco valía ella y su lucha. Así de poco
importante era para Judy.

–Entonces no nos volveremos a ver pronto –expresó la rubia antes de comenzar su camino hacia
la salida de aquel lugar que había acabado con cualquier esperanza que pudo albergar.

–Quinn –la voz de su padre interrumpió su rumbo y el corazón de Quinn se aceleró nuevamente
esperanzado.

–Cuando cruces esa puerta, no hay vuelta atrás –Quinn negó sin voltearse, para ocultar las
lágrimas que descendían por sus mejillas de la mirada de esa persona que llamaba su padre–.
Será tu palabra contra la mía, Quinn. Para mí, a partir de hoy, estás muerta.

Quinn siguió su camino, ya sin esperar que nadie la detuviese, ya sin esperanzas de que la
situación fuese a cambiar. Algo dentro de la rubia se rompió en ese momento. Las palabras de su
padre y el silencio de su madre provocaron una grieta en su alma que tardaría en ser sanada.

Ahora estamos solos pequeño corderito.

VI. Charlas aclaratorias

No fue una buena semana para Rache; aunque todo comenzó el fin de semana anterior. Tras toda
la mañana del sábado mensajeándose con Quinn y animándola a hablar con sus padres, la
morena simplemente dejó de recibir respuesta de parte de la porrista. Rachel se comenzó a
preocupar cuando eran ya más de las 22 horas y aún Quinn seguía sin atender sus llamadas o
responder sus mensajes. Sólo supo de ella al día siguiente y gracias a Puck. El chico del mohicano
había llamado a Rachel muy temprano para indicarle que Quinn estaba en su casa y que allí se
quedaría hasta nuevo aviso. Le contó que la rubia había sido echada de su casa y que, al parecer,
ya no formaba parte del clan Fabray. La cantante hizo prometer a Puck que éste haría todo lo
posible para que la rubia se contactara con Rachel.

La ausencia de llamadas, mensajes, la mirada abatida de Noah y la frialdad de Quinn, fueron una
muestra clara para Rachel de que la rubia no tenía intención de acercarse a ella. Porque todo lo
que experimentó Rachel los días siguientes a aquel fin de semana fueron vacíos de parte de la
rubia. Fue Quinn en su modalidad reina del hielo. Lo distinto esta vez es que algo faltaba en la
mirada de la rubia. Quinn siempre había actuado como esa chica fría, distante, especialmente
cuando se trataba de Rachel, pero aún así, la morena podía captar el brillo de sus ojos, cómo la
espiaba cuando creía que nadie la observaba, su preocupación por Rachel, extraña y anormal,
pero preocupación al fin y al cabo. Esta vez era distinto, era como si nada pudiese tocarla, si nada
pudiese afectarla. Su mirada había perdido todo brillo, sus hermosos ojos avellana ahora parecían
ser sólo una fuente color verde musgo.

Rachel intentó seguir con su vida con normalidad lo que incluyó acordar una salida con Finn. Lo
anterior obviamente no significaba que hubiese estado despreocupada de la rubia; no, la morena
estuvo pendiente de Quinn toda la semana, siendo informada por su nueva persona favorita,
Puck. A juicio de la morena, la barriga de Quinn comenzaba a ser evidente o quizás aquella
percepción se debía a que la cantante sabía del embarazo de la rubia. Pese a que la porrista no
había cambiado su atuendo habitual, es decir, su uniforme, Puck le señaló a Rachel que la rubia
no había participado de ninguna práctica durante la semana, aunque desconocía qué le había
dicho a Sue para evitar ejercitarse junto a las demás porristas.

Aunque haya sido una excusa débil, Quinn siempre ha sido la favorita de Sue. Eso juega a su
favor.

Lo que la morena ignoraba que es Quinn, aunque ya no estaba pendiente de sus pasos, tenía una
informante de ojos celestes que cumplía muy bien esa labor. Por lo mismo, la rubia estaba
enterada incluso de aquella salida que Rachel había acordado con el quarterback.

–Te noto diferente, estrellita –comentó Leroy mientras cocinaban la cena con la que recibirían a
Hiram–. Estás... ¿cómo decirlo?... apagada.

–Ha sido una semana diferente –respondió la morena.

–¿En qué sentido? –cuestionó el hombre, mientras cortaba una lechuga para añadirla a los demás
vegetales.

–No sé, papi. Todo y nada –Leroy la miró confundido. Rachel continuó revolviendo aquella salsa
cuyo aroma que comenzaba a inundar la cocina–. La adolescencia, quizás –agregó vagamente–.
¿Nunca te pasó algo así? –preguntó soñadora.

–¿Algo así cómo, estrellita? –Rachel sólo se encogió de hombros, por lo que Leroy intentó
responder algo para aliviar a su pequeña–. Estrellita, la adolescencia es una etapa complicada. No
lo digo sólo porque soy el rey del drama –le guiño un ojo a su hija y ella sonrió, recordando que
su papá le había dicho algo similar días atrás–. Es una etapa de cambios, de descubrirse a uno
mismo –suspiró–. En mi caso, fue la etapa más difícil y la más bella de todas. Enfrentar los
prejuicios existentes hacia la homosexualidad en esa época era básicamente estar en una guerra
diaria, donde siempre estabas en desventaja. Gracias a Dios, yo siempre tuve el apoyo de tus
abuelos que, así como nosotros, lo único que querían era que su hijo fuese feliz. Fue muy difícil –
recordó–. Pero, a la vez, fue maravillosa, porque fue el comienzo de mi historia con tu padre.
Volvería a revivir cada golpe, cada insulto, sólo para volver a encontrar a tu papá.

Rachel se acercó a su padre con los ojos brillosos y lo abrazó. El amor de sus padres era tan
palpable que la morena sentía que podía tocarlo. Aquella historia de lucha y triunfo había elevado
sus expectativas en torno al amor. Ella quería una historia así, como un cuento de hadas. Nada
menos. Por eso, ella sabía que se conformaba cuando estaba con Finn, porque si bien encajaban
en la típica historia "chico popular se enamora de chica perdedora", faltaba algo. Rachel, sin
embargo, estaba convencida que en algún momento su historia con Finn adquiriría ese "algo"
faltante.

–¿Cómo supiste que papá era el indicado? –Rachel conocía de memoria la historia de sus padres,
pero nunca había preguntado sobre ese punto en específico–. O sea, era el capitán del equipo de
basketball, moreno, alto, atlético, atractivo, con miles de mujeres a sus pies. ¿Por qué te
interesaste en él y no en otro, especialmente sabiendo que "era" –hizo las comillas con sus
dedos– heterosexual?

–Porque mi alma lo reconoció –se limitó a decir Leroy con una sonrisa. Al percatarse del rostro
confundido y algo molesto de su hija, agregó–. No es algo que pueda reducir a palabras, estrellita.
Lo sabrás cuando te ocurra –añadió–. Pero puedo decirte que yo no busqué fijarme en él, o sea,
yo era el chico del periódico al que muchos despreciaban por ser homosexual, lo que menos
quería era más problemas. Tu padre siempre me pareció atractivo, es decir ¿a quién no? Era el
chico perfecto. Y cuando tuve que entrevistarlo por la victoria en el último campeonato local, no
me miró distinto ni se apartó. Fue tan encantador como siempre. Y hubo un click, fue cosa de un
segundo y todo cambió –suspiró–. Cuando nos besamos por primera vez fue como si todo tuviese
sentido de repente, como si todas esas dudas que no sabía que existían hubiesen sido
respondidas. Nunca supe que me sentía incompleto hasta que estuve con tu padre, estrellita. Eso,
es una alma gemela.

–Ojalá yo pueda encontrar la mía algún día –comentó Rachel soñadora, ignorando los
pensamientos en su mente que le decían que ella había sentido lo mismo que su papi relataba
cuando se besó con cierta porrista.

Quinn no podía ser su alma gemela. No. Basta.

–Todos tenemos nuestra alma gemela, estrellita –Leroy dejó un beso en la frente de Rachel–. Hay
una leyenda, teoría, mito o cómo quieras llamarle que dice que antes que todo el Big Bang se
produjese, las almas gemelas vivían juntas siendo simples partículas atómicas, pero luego,
cuando todo explotó, se dividieron y pasaron a formar parte de nosotros, convirtiéndose en
nuestras almas. Por eso, cuando encuentras a tu alma gemela, todo en ti la reconoce, porque esa
mitad de partícula se une con la otra mitad faltante, formando un todo, acabando con lo que
nunca debió suceder: su separación. No hay fuegos artificiales ni todo eso que dicen las novelas y
las películas. Tu alma gemela te completa y te sientes en paz, porque aquello que tanto
extrañabas, por fin está junto a ti. Lo demás, es excitación, adrenalina y eso se va con el tiempo,
estrellita. La paz, la sensación de que todo cobra sentido, el sentirte pleno, eso... Eso dura por
siempre y por ello, es lo que tu alma gemela debe brindarte.

Aquella rubia porrista de ojos avellana no puede ser su alma gemela. No. ¡Maldición!

Los sábados parecían ser días decisivos para Quinn. Era como si ese día de la semana fuese el
único donde podían desarrollarse sucesos importantes. Por supuesto, estaba aquella tarde de día
sábado dispuesta a confesar a sus amigas los últimos sucesos de su vida, con más desesperanza
producto de lo sucedido con sus padres la semana anterior.

Quinn recorrió con su mirada la habitación en la que se encontraba. Era el fiel reflejo de su dueña,
tenía carácter, principalmente evidenciado por los colores fuertes que revestían las paredes y los
cuadros que adornaban las mismas. A la vez, unos peluches específicamente dispuestos tanto en
la cama como en una repisa, reflejaban la ternura escondida de su dueña. Ternura que provocaba
la misma persona que había sido la encargada de regalar aquellos peluches.

–¿Q, nos dirás por qué pediste que nos reuniéramos hoy, en mi casa, interrumpiendo mis planes?
–preguntó una molesta latina cansada del silencio que mantenía Quinn desde que había llegado a
su casa.

–Como les dije, necesito comentar algo importante con ustedes...

–Sí, eso ya lo dijiste ayer rubia, pero aún no nos dices qué –Santana interrumpió el comienzo del
discurso de Quinn con su característica actitud.

–Si no me interrumpes, quizás pueda decirles –respondió la rubia con ironía.


–¿Al fin nos dirás el secreto que Tubbie dice que escondes? –preguntó Britt con curiosidad.

–¿Podemos no meter al bendito gato en esto, Britt? –Santana miró a Britttany casi suplicando.

Quinn no pudo esconder la sonrisa. No sólo por la actitud de Santana, que parecía encontrar una
calma que a menudo le faltaba cada vez que se dirigía a Britt; sino que, también, por las palabras
de Britt. La capitana de las porristas creía que Britt utilizaba a su gato para verbalizar sus propias
dudas y pensamientos. Quinn estaba segura que tantos malos comentarios respecto de la
inteligencia de la rubia de ojos celestes habían menguado su seguridad y ella se había refugiado
en su fiel compañero. Al menos eso creía Quinn, se le hacía más sensato que pensar que aquel
gato tan robusto podía tener una suerte de poderes.

–No sé qué te habrá dicho Tubbie en concreto, Britt... pero sí, hay un secreto que he estado
escondiendo de ustedes –manifestó Quinn y se percató de cómo Santana rodaba sus ojos.

–No me dijo qué era, porque era secreto Q –Brittany comentó mientras recargaba su cabeza en el
hombro de Santana–. ¿Ves Santi que hay que escuchar a Tubbie? –Santana asintió sin ganas
recibiendo un beso en su mejilla de parte de Brittany.

–Hace algunas semanas, 11 para ser más precisa, con Puck nos emborrachamos y nos
acostamos...

–¿¡Qué!? ¿¡Perdiste tu virginidad con Puck!? –Santana gritó y Quinn agradeció que los padres de
la latina estuviesen ausentes ese día.

–Santi, deja que Quinnie termine –el apodo usado por la rubia de ojos celeste le recordó a Judy.
Quinn sabía que tendría que acostumbrarse a esa pesadez que sentía en su pecho ante los
recuerdos de su familia.

–Gracias, Britt –la bailarina sólo sonrió incitando a Quinn a que continuase–. Estoy embarazada,
chicas... y lo vamos tener –agregó rápidamente la rubia para evitar cualquier pregunta, tan
frecuente, relativa al aborto. La mano de Britt impidió que el grito de Santana se escuchase por
todo el lugar–. Le conté a Russel y a Judy la verdad hace una semana –evitó referirse a ellos
como sus padres–. Y, básicamente, me aborrecieron como hija. Así que lo único que tengo de
ellos en este momento es el apellido. Estoy viviendo en casa de Puck desde ese día.

–Wow –fue todo lo que salió de los labios de Santana.

–¿Por qué no nos dijiste nada antes, Q? Podríamos haberte ayudado, somos tus amigas –dijo Britt
entre preocupada y decepcionada.

–Es mucha información para digerir tan rápido, pero me subo a las palabras de Britt, Q. Al fin y al
cabo, supuestamente somos tus mejores amigas. ¿En quién si no te ibas a refugiar este tiempo?

Rachel.

–Asumo que Puck lo sabe ya que vives con él y él te ha brindado apoyo ¿no? –continuó la latina y
Quinn asintió–. ¿Te has realizada chequeos, Quinn? Sabes que mi papá es dentista, pero debe
conocer a alguien que pueda asesorarte... –el pragmatismo de Santana, tan admirado por Quinn,
hacía presencia.

–Sí, ya me realizaron exámenes de sangre y un ultrasonido. Todo está bien.


–¿Puck te consiguió un médico? –preguntó extrañaba la latina. No es que ella dudara de las
capacidades de Puckerman, pero el chico no era precisamente el mejor al momento de tomar
decisiones prácticas.

Quinn debatió internamente si decirles la verdad a sus amigas o no.

Si quieres comenzar un vida lejos de las viejas tácticas de Russel, lo mejor es intentar ser lo más
honesta posible.

O al menos, eso creía Quinn.

–Rachel –respondió Quinn ante el asombro de ambas porristas–. Rachel se enteró que estaba
embarazada y, bueno, su papá es médico y él tiene un amigo que me realizó el chequeo.

–¿Y cómo se enteró Berry? –Santana no sólo manifestó su confusión en su tono de voz, sino que
también en la expresión de su rostro.

–Yo... yo... bueno... eh... yo se lo conté –admitió la rubia de ojos avellana.

–¿Me estás diciendo que el hobbit se enteró primero que nosotras, tus mejores amigas, Q? –
Santana parecía desprender fuego por sus ojos y humo por sus orejas. Quinn sabía que la latina
no le haría daño, pero aquello no impidió que tuviese algo de miedo.

–Sí... bueno... –Quinn suspiró–. No sé porqué se lo conté. Estaba superada por la situación, había
intentado hablar con Puck y no pude y ella estaba ahí y no sé... me ayudó y se lo dije –agregó con
verborrea mientras la latina negaba.

–¿Es por eso que me pediste que vigilara y espiara a Rachel esta semana, Quinnie? ¿Tienes miedo
de que pueda decir algo? –preguntó Brittany con preocupación.

Quinn supo lo que vendría apenas la bailarina pronunció aquellas palabras, aún así, se asustó al
escuchar el grito de la latina.

–¿¡Qué!? –exclamó Santana–. ¿Hiciste que mi Britt-Britt espiara al hobbit? ¿Que lo siguiera?

–¿Puedes dejar de llamar a Rachel así? –dijo molesta Quinn y Santana sólo rodó sus ojos–. Sí, le
pedí a Britt que estuviese pendiente de Berry, pero no porque piense que vaya a decir algo –
añadió Quinn. La pequeña cantante sabía su secreto hace mucho tiempo y no había dicho nada
hasta el momento, lo que confirmaba su confianza en ella–. Es sólo... ella me ha ayudado
bastante, aunque resulte difícil de creer, y bueno... quiero saber si algo llega a pasarle.

–¿Y por qué no la vigilas tú misma, Fabray? –preguntó Santana–. Más bien, ¿por qué no la
vigilaste esta semana tú misma, Fabray? –agregó con suspicacia.

–¿Por eso no has ordenado más slushies para Rachel desde hace algún tiempo? –Brittany sonrió
todo el tiempo que habló.

–Sí, Britt –respondió primero Quinn, porque era mucho más fácil decir eso que ahondar en lo
siguiente–. Debo mantener a Berry lejos de mí, ¿ok? –Britt negó confundida y Santana se limitó a
alzar una ceja exigiendo más información–. No puedo permitir que Rachel se siga acercando. No
después de lo que pasó con mis papás. Menos gente cerca, implica menos decepción.

No podía dejar que Rachel se volviese más importante en su vida, más de lo que ya era.
–Pero Rachel es buena, no te va a decepcionar, Quinnie –comentó la bailarina con optimismo.

Se produjo un silencio hasta que Quinn sintió que su cabeza era golpeada por objeto, objeto que
identificó como un cojín y la sonrisa de Santana indicada que ella era la culpable.

–¡Oh! –exclamó la latina–. ¿Q, te cambiaste de equipo?

–¿Qué dices, Santana? –preguntó confundida la aludida.

–Que te gusta el enano –señaló como si nada–. El hobbit hace que mojes tus bragas.

–¡Santana, no seas vulgar! –casi gritó la sonrojada rubia–. No proyectes tu realidad en mí.

–No proyecto, rubia. A mí el hobbit no me gusta nada –Santana guardó silencio unos segundos
como si estuviese pensando o imaginando algo–. Aunque si lo pienso bien... no está tan mal, o
sea detrás de esa ropa...

–No lo decía por eso Santana –interrumpió Quinn, intentado evitar que su amiga continuara
imaginando a Rachel de una forma más... sexual–. Sabes que me refería a que tú no eres capaz
de admitir, fuera de estas cuatro paredes, que te gustan las chicas.

–Y esas piernas –continuó Santana como si Quinn jamás la hubiese interrumpido–. O sea, cómo
es posible que un enano tenga esas piernas kilométricas que parecen tan trabajadas, casi tocadas
por los ángeles –agregó con malicia, provocando a Quinn–. Y esa boca, ¿se imaginan las cosas
fantásticas que puede llegar a hacer con esa boca?

–¡Santana, para! –gritó Quinn–. Te estoy hablando en serio –amenazó–. Deja de imaginarte a
Rachel de esa manera. Te lo prohíbo.

–¿Por qué? Si tú ya nos aclaraste que no te pasa nada con la reina del drama. ¿Por qué el resto
deberíamos restringirnos de apreciar su cuerpo o sus talentos?

–Santi tiene razón, Q. Rachel es muy sexy y talentosa –Brittany miró a Santana pensativa–.
¿Crees que aceptaría estar con nosotras, Santi? Así como en un trío.

–¡Ya basta! –exclamó la rubia–. Dejen de pensar en Rachel de esa manera. Última vez que se los
digo, se los prohíbo.

–¿Y por qué? –presionó la latina.

–Porque a Rachel no le gustan las chicas. Es más va a salir hoy con Finn.

Porque Rachel estaba enamorada de Finn. Eso no lo iba a cambiar un par de besos o unas
charlas.

–¿Qué le ve el hobbit al idiota de Hudson? –Santana preguntó con asco–. Además hacen una
pésima pareja él es gigante y ella, bueno, un enano.

–Santi... –Brittany negó mientras Santana agachaba la cabeza.

–Lo siento, Q. De verdad, pero es que no entiendo a Berry. Tú eres mil veces mejor que Hudson.
Mucho más hermosa.
–Gracias San –dijo Quinn sinceramente–. Pero no se trata de que me guste Berry o algo similar.
Sólo que no quiero que hables así de ella –la latina asintió–. Tampoco entiendo qué le ve a Finn –
agregó ya perdida en sus pensamientos–. O sea, es un buen tipo, pero no está a su nivel. Ella se
merece alguien mejor, alguien que se preocupe de sus intereses, que la apoye –continuó su
discurso–. Además Finn ni siquiera besa tan bien... cómo conformarse con eso cuando ella es tan
buena besadora...

–Espera, ¿qué? –interrumpió Santana.

–¿Qué? ¿Qué pasó? –preguntó Quinn bajando de su nube.

–Dijiste que Berry besaba muy bien. ¿Cómo sabes eso, Quinn?

–Yo no dije eso –respondió nerviosa.

–Sí, sí lo hiciste –dijo Santana siendo apoyada por Britt que asentía con una sonrisa digna del
gato de la película de Alicia en el país de las maravillas.

Quinn se arregló incómoda su vestido, para luego comenzar a tocarse ambas manos con
nerviosismo.

–Quizás... quizás nos besamos –murmuró.

–¡Wanky! –alzó la voz Santana. Quinn odiaba esa palabra, pero su amiga la había adoptado como
propia después de escucharla en una serie extranjera–. Así que la diva sí sabe ocupar su boca –
apenas pudo terminar esa frase, porque recibió un golpe de parte de Quinn–. Tranquila Q, ya
entendimos que Berry es tuya.

–Aunque si quieren, pueden unirse a nosotras cualquier día –sugirió Britt.

–Gracias, B, pero dudo que vuelvan a repetirse –respondió Quinn y Santana alzó una ceja
exigiendo una explicación–. Yo la besé en la fiesta de Puck –ambas porristas abrieron sus bocas
en señal de asombro–. Estaba ebria y ella me intentó ayudar. Discutimos y luego, la estaba
besando y ella respondiendo a mi beso –Santana exclamó un "wanky" por lo bajo–. Semanas
después, luego de pasar la tarde juntas en su casa, ella me fue a dejar a la mía y cuando nos
despedimos, me dio un beso en los labios.

–¡Ay, qué lindas! –dijo Brittany soñadora.

–Nada de eso, B. Fueron dos errores. No volverán a repetirse –manifestó la capitana de las
porristas–. Ella está con Finn y a mí no me gustan las chicas. Además es Rachel Berry, la chica
que he atormentado todo este tiempo.

–Quizás esa fue la forma en la que reprimiste tus verdaderos sentimientos.

–No me psicoanalices, Santana –expresó Quinn–. No me gusta Rachel, ¿entendido?

–Ok. Digamos que te creo, pero ¿acaso no crees que Berry se merece algo mejor que Hudson? –
preguntó la latina–. De hecho, tú misma lo dijiste. ¿No crees que deberías hacer algo al respecto?
Digo, después de todo Berry te ayudó todo este tiempo.

Quinn sopesó las palabras de Santana. Su amiga tenía razón en lo que señalaba, aunque la rubia
desconocía los verdaderos motivos de la latina tras su sugerencia. Para la morena era claro que
su amiga sentía algo por la cantante e iba a ayudarla a conquistarla, aunque la rubia ignorase que
lo estaba haciendo.

–Sí, creo que deberíamos hacer algo.

–Britt-Britt, ¿sabes dónde llevara Hudson a Berry hoy? –Brittany asintió y Santana agregó–.
Entonces creo que deberíamos ir allá y arruinar esa cita. Obviamente, sin que ellos noten nuestras
intenciones.

–¿Como agentes secretos? –preguntó ilusionada la chica de ojos celestes y la latina asintió.
Brittany comenzó a aplaudir emocionada.

–Creo que tenemos una cita que arruinar. Manos a la obra –señaló Quinn con su típica sonrisa
estilo HBIC.

Santana, a la vez, sonrió con sorna y Brittany sólo comenzó a imaginar formas en las que podían
lograr unir a Rachel y Quinn, porque a su juicio formaban una linda pareja. Además, en opinión de
la bailarina, así podrían salir las cuatro en una cita doble. Pensó que tendría que charlar con
Santana para idear planes para juntar a las que denominó "Faberry".

Quinn, por su parte, se dedicó a pensar en las formas en las que arruinarían esa cita. Sabía que
las ideas de Santana podrían ser algo excesivas y quería tener alternativas.

Rachel Berry, hoy con Finn tendrás la peor cita de tu vida.

VII. Las destroza-citas

Breadstix. Ese era el lugar elegido por Finn para su cita con Rachel. Breadstix, como siempre.
Ninguna novedad, ningún intento por hacer algo diferente.

Ella se merece algo mejor.

Quinn había intentado mantener la calma durante su recorrido hasta aquel lugar, pero una vez
que Santana apagó el motor del auto de su madre, el cual había sacado de la cochera sin permiso,
los nervios de la rubia hicieron presencia. No podía concentrarse en el plan de Santana, quien en
ese momento explicaba a Britt por tercera vez cuál sería el primer punto a seguir.

–San, ese señor nos está mirando de forma extraña –interrumpió la bailarina, sorprendiendo a las
restantes porristas.

–¿Quién? –preguntó la latina y Brittany apunto con su dedo índice derecho hacia el costado
izquierdo del vehículo, por donde se podía apreciar a un hombre caminar hacia ellas–. ¿Qué
mierda? Si ese viejo sigue acercándose le enseñaré lo que hacemos en Lima Heights Adjacent.

Quinn sonrió ante las palabras de su amiga, pues la latina solía sacar a relucir el barrio del que
supuestamente provenía cada vez que necesitaba intimidar a alguien. La verdad era que Santana
López sólo conocía Lima Heights Adjacent de vista, ya que quedaba cerca de su casa, pero jamás
había vivido allí. Su vida, por suerte, se había desarrollado en un ambiente amoroso, sin otros
gritos que los característicos en las personas hispanohablantes, pero su ruda actitud y el español
que había aprendido gracias a su familia, hacían su falsa historia creíble. La rubia despejó sus
pensamientos y se centró en el supuesto hombre que se acercaba a ellas. Su sorpresa fue gigante
cuando lo vio parado a su costado, con una sonrisa en el rostro, golpeando la ventana del
vehículo.
–Voy a llamar a la policía, es un acosador. Mira cómo viste, es algo raro –dijo Santana mientras
buscaba disimuladamente su celular en su cartera. Un "hola Quinn" se escuchó a través de la
ventana.

–¡Noo Quinnie, te conoce! Quizás ha investigado tu vida y ahora planea llevarte a una cabaña
alejada como en esas películas que no me gusta mirar –comentó con temor Brittany.

–Chicas, es el papá de Rachel –habló la rubia mientras bajaba la ventana de aquel vehículo y le
correspondía la sonrisa a aquel hombre–. Hola Leroy, qué gusto verte.

–El gusto es mío, Quinn. Le dije a Hiram que eras tú. Obviamente el reservado de mi esposo dijo
que no viniese a saludarte, porque probablemente tú estarías disfrutando con tus amigas, pero
me pareció muy descortés de mi parte no venir a saludarte mientras Hiram realiza nuestro pedido
para llevar –dirigió su mirada a las restantes ocupantes del vehículo antes de agregar–. Asumo
que ustedes son Santana y Brittany –las aludidas asintieron–. Coinciden perfectamente las
imágenes que tenía de ustedes en base a las descripciones que mi estrellita nos ha dado de sus
amigas del Glee Club.

–¿Rachel le ha hablado de nosotras? –preguntó una sonriente Brittany.

–Claro, ella siempre nos habla de sus aventuras en el Glee Club y, por supuesto, de sus amigas.
Es una lástima que nunca las invite a casa. Bueno, al menos ya invitó a Quinn. El siguiente paso
pueden ser ustedes.

–¿Rachel dijo que somos amigas? –preguntó una sorprendida latina.

–¡Qué bromista que es Santana! –dijo de inmediato Quinn al ver la cara perpleja de Leroy–.
Nunca sabe cuándo parar y hablar seriamente –la mirada que le dirigió a Santana le dejó claro a
la latina que no debía seguir con el tema.

–¡No pudiste contenerte, amor! –dijo una voz a espaldas de Leroy que Quinn inmediatamente
identificó como Hiram.

–No podía irme sin saludar a Quinn. Hubiese sido un gesto de mala educación para con ella.
Además, pude conocer a estas dos preciosas muchachas, Santana y Brittany.

Las porristas se presentaron con Hiram, quien siempre les dedicó una sonrisa afable.

–¿Todo bien, Quinn? –preguntó Hiram en una pose más profesional–. ¿No has sufrido ningún otro
episodio?

–No, por suerte, todo ha estado bien.

–Aunque las hormonas del embarazo están haciendo efecto ya en Q –agregó con picardía
Santana.

–¿Embarazo? –preguntó Leroy confundido y Quinn negó.

–Pero Quinnie ahora vive con Puck, porque sus papás ya no la quieren –dijo Brittany con tristeza.

–¿Qué? ¿Tus papás te echaron de la casa? –Leroy preguntó anonadado –. ¿Y quién es ese Puck?

–Mi papá me dio a elegir: o abortaba o me iba. Y Puck es el papá del bebé que estoy esperando.
–Eso es ilegal, ¿sabes? Podemos tomar medidas –dijo Leroy rápidamente–. Además, quiero
saberlo todo sobre ese tal Puck. ¿Qué clase de nombre es ese?

Quinn escuchó a Santana susurrar que Leroy hablaba igual que Rachel y sonrió porque la latina
tenía mucha razón.

–En lo legal no me meto, porque ese es tu área, amor –comentó Hiram, acariciando el brazo de su
esposo, tranquilizándolo–. Y por muy terrible que encuentre todo lo sucedido, Quinn tiene que
estar tranquila, por lo que no sé cuán bueno sería tomar alguna acción legal en este momento.
Además, Puck es un buen chico –Leroy lo miró extrañado–. ¿Recuerdas a Sarah, la hija de
Connie? –Leroy asintió–. Bueno, recuerdas que ella tiene dos hijos, el mayor es Noah, mejor
conocido como Puck.

–¡Noah, claro que recuerdo! –exclamó Leroy–. Siempre con su guitarra en las reuniones que
solíamos organizar. Rachel lo seguía a todas partes como una enamorada –el ceño fruncido de
Quinn sacó una carcajada a la latina y sonrisas cómplices entre Brittany y Leroy–. Aunque está
claro que mi estrellita ahora te prefiere a ti, Quinn.

–¡Leroy, eres de los míos! –exclamó Santana estirándose para que chocar manos con el aludido,
mientras Britt los acompaña aplaudiendo.

–¿A qué te refieres, cariño? –preguntó confundido Hiram.

–Estoy seguro que la lentitud de mi estrellita para entender cosas evidentes, es herencia tuya. No
eres capaz de apreciar ni siquiera lo que obviamente está frente a tus ojos –Quinn no pudo evitar
sonrojarse.

–Es por eso que venimos a arruinar la cita de Rachel y Fin –dijo Britt.

–¡Oh! Eso es magnífico. El chico todavía no pasaba a buscar a mi estrellita cuando salimos de
casa. ¿Qué clase de cita llega atrasada? ¡Nadie! Así que cuenten conmigo para lo que necesiten–
apoyó Leroy.

–No apoyo este tipo de actos, pero sí estoy de acuerdo en que mi hija debería estar con una
persona distinta a Finn. Él es un buen chico, pero la mayoría del tiempo no tienen de qué hablar.
No es capaz de apreciar ninguna de las cosas que tanto gustan a Rachel –dijo Hiram–. Pese a lo
que acabo de decirles, creo que lo prudente es llevarme a mi esposo a nuestra casa a disfrutar de
la cena que nos espera en el auto, probablemente fría, y no formar parte de esto. Si Rachel se
llega a enterar, nos deja de hablar.

–Odio que arruines la diversión cuando tienes razón –se quejó Leroy–, pero les reitero, cuenten
conmigo para lo que necesiten, aunque si las llegan a descubrir, yo negaré todo tipo de
participación en esto –agregó y su esposo negó.

–Bueno, nosotros entonces nos vamos –se despidió Hiram, ante las palabras de su esposo–.
Quinn por favor, pasa por la casa para que conversemos –la rubia asintió.

–Sí, tenemos mucho que hablar, muchacha –dijo Leroy–. Ha sido un gusto platicar con ustedes.
Espero novedades y su visita en nuestra casa muy pronto –agregó despidiéndose de las tres
porristas.

–Eso fue inesperado –comentó Santana una vez que los Berry se marcharon–. ¿Quién hubiese
pensado que los papás del hobbit podían ser tan agradables? –Quinn sólo la amenazó con la
mirada tras la utilización de aquel apodo–. Leroy se viste muy parecido a Kurt. ¿Creen que Lady
Hummel lo imite? ¿O quizás está enamorado de él?

–No digas estupideces, Santana –la cortó la rubia–. Y no llamas a Rachel así.

–Es con cariño, Q –dijo la latina–. No puedes pretender cambiarme. Te juro que no intento
ofenderla con mis apodos. Bueno, no tanto –sonrió y luego frunció el ceño–. Por cierto, ¿qué fue
eso de nosotras 4 siendo amigas?

–Bueno, no es algo que me corresponde a mí decirles –Santana miró amenazante a Quinn y ésta
supo que lo mejor era hablar–. Ella no quiere que sus padres se preocupen por lo que le sucede
en McKinley, así que les miente. Habla como si fuésemos amigas y les dice que los slushies son
cosa de guerra entre clubs. Sabe que si se enteran se culparán, así que prefiere verlos felices.

–Eso... wow... es bastante poco egoísta –dijo una asombrada Santana–. ¿Quién lo hubiera
pensado de la señorita "soy el centro del mundo"?

–Rachel no es así –contradijo Quinn–. Sí, es una diva muchas veces, pero siempre está
preocupada del resto. A su manera. Y es leal, sabes que puedes contar con ella siempre.

–Es verdad. Una vez olvidé el dinero del autobús para regresar a casa tras mis clases de baile,
Rachel que justo pasaba por ahí me lo prestó y nunca lo cobró de vuelta –comentó Brittany
provocando una sonrisa en Quinn.

–Okay, el enano es el mejor ser del universo –dijo con ironía la latina–. Ahora bajen del auto y
recuerden el plan, porque la parejita acaba de entrar.

Las rubias acataron la orden de Santana y descendieron rápidamente del vehículo. Quinn no pudo
evitar volver a sentirse nerviosa, no quería quedar expuesta ni hacer sentir mal a Rachel.

El plan era bastante sencillo: sentarse en una mesa al costado de Finn y Rachel, intervenir lo
máximo posible en sus conversaciones y poner en evidencia al chico.

Al llegar a la entrada del lugar, divisaron a la pareja y se alegraron al constatar que la mesa a su
lado estaba vacía. Rápidamente Santana tomó la mano de Brittany guiándola hacia la mesa en
cuestión, con Quinn siguiéndolas muy de cerca. La presencia de las tres porristas no pasaba
desapercibida para nadie, especialmente para Finn.

–¿Sentarán a nuestro lado? –preguntó el chico algo confuso.

–Sí, ¿algún problema? –respondió la latina en tono defensivo.

Quinn, sentada junto a Britt, veía de reojo a la cantante. Rachel por su lado, buscaba la mirada de
Quinn, sentada diagonal a ella, frente a la latina.

–Bueno, me parece algo extraño e incómodo. Con Rachel estamos en una cita. Es algo privado –
comentó Finn.

–Si no querías a nadie cerca, debiste llevarla a otro lugar. Además esta es la mesa en la que Britt
quería sentarse, así que de aquí no nos movemos.

–Quizás deberíamos cambiarnos nosotros de mesa, Rach –comentó por lo bajó Finn, pero Quinn
puedo oírlo y se tensó al oír al chico llamando de aquella forma a la morena.
–No, está bien, Finn –Rachel no sabía bien como iba a afrontar esa cita sabiendo que Quinn
estaba ahí. Daba igual si se cambiaban de mesa, el solo hecho de estar consciente de la presencia
de la rubia en el lugar la inquietaba–. Además, Santana tiene razón, aunque nos cambiemos de
mesa, estaremos rodeados de gente. Es sábado por la noche, el día de mayor concurrencia.

Finn aceptó las palabras de la morena con algo de reticencia. Las tres porristas se sonrieron
sabiendo que el primer punto de su plan estaba listo. Al ver a la camarera acercarse a la pareja,
Britt supo que tenía que poner en marcha el punto dos.

–Si están en una cita, eso quiere decir que tú Finn ordenarás por ambos, ¿cierto? –preguntó la
bailarina sonriendo al muchacho–. Eso es lo que hacen en las películas románticas.

–Claro –dijo el quarterback sintiéndose presionado por Brittany–. Conozco bien los gustos de
Rachel –agregó al apreciar el gesto de soberbia en el rostro de la latina–. Bueno, una lasaña
boloñesa para ella y spagguetti Alfredo para mí –dijo a la camarera que tomaba su pedido–.
Rachel ama la lasaña.

Santana ahogó su risa, Britt se mordió el labio para reprimir su sonrisa y Quinn negó mirando al
piso al escuchar la elección del chico.

–Finn, soy vegana –le recordó una sonrojada morena.

–¡Oh sí, es verdad! Me confundí –se excusó rápidamente, para luego mirar a la camarera y
agregar-: una lasaña vegetariana, mejor.

Quinn se preguntó si realmente Finn se había preocupado alguna vez por los gustos y las
convicciones de Rachel.

–Aquí no tienen lasaña vegana, Finn –dijo Rachel y Finn la miró confundido–. Ser vegana no es
igual a ser vegetariana. No como productos lácteos, por ende, no como lasañas normales, por
muy vegetarianas que sean –explicó la morena–. Pediré una ensalada.

–Entonces eso es, una ensalada –dijo el chico mientras que la camarera lo miraba ya aburrida–.
La ensalada césar es muy buena, deberías probarla –sugirió.

–Tiene pollo, Fin –Santana estuvo a punto de reír de no ser porque Quinn golpeó su pierna–.
Pediré la ensalada del campo –dijo la morena a la camarera–. Sin huevo, por favor.

Una vez que la camarera, tras tomar sus pedidos para beber, se marchó, Finn pidió disculpas a
Rachel, excusándose en ser un poco descuidado con esas cosas. La morena le dijo que no
importaba, pero las tres porristas sabían que el punto dos de su plan estaba ya listo y, con ello, la
cita de la pareja, comenzaba a ser destrozada.

Luego de que las chicas hiciesen sus respectivos pedidos, Santana decidió que era tiempo de
poner en marcha el punto tres de la lista de su elaborado plan. La pareja parecía algo entretenida
con su conversación, así que era momento de intervenir. Antes de hablar, les dio un guiño a las
rubias, para advertirles lo que seguía.

–Finn, disculpa –dijo la latina interrumpiendo la conversación entablada en la mesa a su lado. Finn
le comunicó con un gesto que no había problema–. Noté y comenté con las chicas que estás más
musculoso, ¿es posible?
–Ehh... bueno... –Finn se sonrojó–. He estado haciendo más ejercicio desde que llegó Sam. Tengo
que estar en forma para no perder mi lugar en el equipo –agregó sonriéndole a Rachel.

–Es que ahora te que veo con esa camisa, tus brazos se notan más definidos. Es posible observar
los frutos de tu trabajo, quizás debas darme algunos consejos –dijo Santana coqueteándole al
chico que se sonrojó aún más de lo que ya estaba.

–Eh, gracias... –contestó Finn–. Cuando quieras puedes pedirme ayuda –el chico sintió la mirada
de Rachel sobre él, por lo que de inmediato volvió a hablar–. Es decir, siempre puedo aconsejarte
como amigo, porque al fin y al cabo en el Glee Club somos todos amigos.

La latina le dedicó una sonrisa sugerente y murmuró un "gracias" antes de volver a centrarse en
sus amigas. Quinn y Brittany chocaron sus manos bajo la mesa al observar la mirada molesta que
tenía la cantante. Claramente, el punto tres había sido un éxito.

Tras unos minutos de charla poco fluida entre la pareja, pues Finn dedicaba cada momento que
podía a mirar a Santana, Rachel se excusó para ir al baño. Brittany se percató de ello y golpeó la
pierna de Quinn para avisarle.

–Síguela –susurró la latina para que Finn no escuchase.

–Estás loca, no lo haré –respondió Quinn también susurrando.

–Síguela y demuéstrale lo que se pierde –insistió Santana.

–Cállate, S.

–Si no la sigues tú, iré yo –amenazó la latina y eso fue todo lo que necesitó oír Quinn para decidir
levantarse y dirigirse hacia el sector de los baños.

¡Por ningún motivo Santana se acercaría a Rachel!

Rachel terminaba de arreglar sus ropas tras haber utilizado el inodoro cuando sintió que la puerta
de entrada del baño se abría y luego cerraba, avisando el ingreso de otra persona al lugar. Abrió
la puerta de aquel cubículo y se encontró con Quinn.

–He venido a retocar mi maquillaje –dijo Quinn mirándola a través del espejo que adornaba la
pared del sector de los lavamanos.

–Este es un lugar público, Quinn –comentó la morena–. Al menos para las mujeres –agregó–. No
necesitas darme explicaciones.

–No te estoy explicando nada, Berry –atacó la rubia–. Lo dije para que cambiaras tu cara de
confusión.

Rachel se acercó a Quinn hasta quedar frente a frente. Al hacerlo pudo observar que el brillo
había regresado a los ojos de Quinn. Estaba actuando igual de fría, pero el brillo estaba ahí
nuevamente. Un regocijo recorrió su cuerpo.
–Al menos ahora me hablas –comentó la morena provocándola. Quinn desvió la mirada y Rachel
pensó que quizás no era una buena idea–. Noah me dijo lo de tus padres, de verdad lo siento
Quinn.

–Puck deberías aprender a cerrar la boca –dijo Quinn apretando su mandíbula.

–No, Noah sólo intentaba ayudarme. Yo estaba preocupada, Quinn. Estuvimos hablando todo ese
tiempo y de repente, dejaste de hacerlo. Yo quería saber si estabas bien, cómo había ido todo,
pero no fuiste capaz de contestar ningún mensaje –le recriminó Rachel.

–Es algo mío, Rachel. Puedo decidir contarte o dejar de hacerlo cuando quiera –dijo la rubia,
alzando sus barreras–. Es mejor que estemos como antes cada una por su lado. Aléjate de mí,
déjame tranquila.

Y el brillo de los ojos de Quinn comenzaba nuevamente a desaparecer. Rachel vio como rubia
dejaba de sostenerle la mirada y decidió actuar, arriesgarse.

Pase lo que pase.

–No puedes pedirme eso Quinn –señaló la morena–. No podemos estar como antes, porque nada
es como antes.

–Sí podemos –contradijo la rubia–. Incluso tú estás en una cita con Finn, como antes.

–Y no es lo mismo. Estoy aquí en un baño intentado conversar contigo, porque al parecer es la


única oportunidad que tengo y eso mucho más importante que lo que pueda pasar en mi cita con
Finn –dijo algo alterada Rachel.

–Es mejor que cada una vuelva a su mesa, Rachel –manifestó Quinn. Si bien la rubia quería
arruinar la cita de Rachel, no podía permitir que la morena se siguiese acercando a ella, porque
tarde o temprano se alejaría y no podría soportarlo.

–No me digas qué hacer, Quinn –indicó Rachel–. ¡Y deja de actuar como si nada hubiese pasado,
odio cuando haces eso! Es tiempo que hablemos las cosas de una vez por todas –la morena
estaba sobrepasada por la situación, sus sentimientos y la actitud de Quinn.

–No entiendo de qué quieres hablar. No hay nada que tratar entre nosotras.

–Claro que sí y lo sabes –dijo una frustrada Rachel–. ¡Nos besamos!

–Estaba borracha, Rachel –se excuso Quinn sin poder mirar a la cantante a los ojos.

–En mi auto no estabas borracha, Quinn.

–Eso fue un mal entendido, una falta de coordinación –justificó la rubia, sin percatarse que Rachel
se había acercado algunos centímetros hacia ella.

–¡Sabes que eso no es cierto! –Rachel no sabía por qué estaba hablando algo que ella aún no
terminaba de entender, pero necesitaba alguna reacción de parte de Quinn–. Algo pasa entre
nosotras, algo que no podemos controlar –susurró.

–Claro que podemos –la rubia pegó su frente a la morena–. Puedo estar muy cerca de ti y no
sentir nada y no hacer nada.
–Pruébalo –murmuró Rachel sintiendo como la temperatura de su cuerpo de elevaba.

–Creo que es hora que vayas a tu mesa, Rach –dijo Quinn rozando los labios de la morena. Rachel
cerró los ojos anhelando el contacto, pero éste nunca llegó–. Te lo dije, Berry. Todo controlado,
no pasa nada –agregó alejándose de la cantante, pero sin mirarla a los ojos, pues sabía que estos
evidenciaban la necesidad que sentía en todo su cuerpo–. Vuelve a tu cita, Berry.

Así, sin más, Quinn Fabray salió de aquel lugar dejando a Rachel hecha una mezcla de
sensaciones. La morena quería gritar de la frustración.

¿Por qué no la había besado?

No entendía cómo Quinn podía hacer como si nada hubiese pasado entre ellas, era como si la
rubia tuviese un interruptor para prender y apagar sus emociones.

Hecha un mar de dudas salió del baño y volvió a su mesa junto a Finn.

–Te tardaste –comentó el chico apenas tomó asiento.

–Me encontré con una clienta de papi y nos quedamos conversando unos minutos –mintió Rachel,
dirigiendo su mirada hacia la mesa de las porristas, donde Quinn parecía estar conversando como
si de verdad nada hubiese sucedido momentos antes.

–Ah, qué bien –dijo Finn–. ¿Deseas comer algún postre después?

Tras negar, la conversación se mantuvo centrada en las prácticas de fútbol americano de Finn y
las futuras competencias del Glee Club. Aunque Finn no fue consciente, Rachel estuvo todo el
tiempo con su mente puesta en Quinn.

La morena decidió que no dejaría que la porrista la apartara así como así. No iba a conformarse
con aquella conversación, pues sabía que ambas habían sentido aquella extraña conexión y no iba
a permitir que la rubia lo ignorara. Porque, al fin y al cabo, nadie ignoraba a Rachel Berry.

La morena estuvo todo el tiempo tan perdida en sus pensamientos que no se percató que en la
mesa junto a ella, un trío de porristas sonreía al notar como su plan había sido un éxito rotundo.
Tampoco pudo observar cómo una rubia de ojos avellana la miraba con intensidad, intentado
absorber cada detalle de ella, decidida a quedarse sólo con eso, con el recuerdo.

El recuerdo de lo sucedido tiempo atrás invadió a Rachel cuando veía a las porristas abandonar el
lugar, mientras ella esperaba que Finn terminase de pagar. La morena le había prometido a Quinn
estar a su lado y cumpliría aquella promesa.

Promesas son promesas. Ya verás Quinn Fabray...

VIII. Culpas y algunas revelaciones

–¿¡Qué mierda te pasa!?

El silencio que rodeaba la casa fue roto tras aquel grito. Un grito que Quinn no se esperaba, pero
que no la sorprendía. Ella misma se había preguntado muchas veces qué era lo que la llevó a
actuar así. Como no quería encontrar la respuesta a aquella pregunta, decidió mantenerse en
silencio, intentando terminar su tarea.
–¿En serio no me responderás? No te entiendo, de verdad Quinn, no te entiendo. ¿Cómo puedes
actuar así?

Ojalá tuviese la respuesta a aquella pregunta.

La verdad es que Quinn realmente, en el fondo, sabía lo que la había llevado a actuar de aquella
manera. El punto era que no estaba dispuesta a aceptarlo. Ni siquiera sabiendo todo lo que se
avecinaba. Es como si ella prefiriese arruinar todo, antes de sufrir alguna decepción. Con lo que
no contaba es con el dolor que se había instalado en su pecho desde hace unas horas. Un dolor
tan fuerte que le hacía difícil respirar, pero que ella disimulaba tras su fachada de mujer de hielo.

–Leroy se enteró de todo. Kurt dijo que pretende demandar al McKinley y que no va a dejar que
Rachel regrese –Quinn abrió los ojos sorprendida y asustada. De repente, el dolor en su pecho se
intensificó–. Y lo entiendo, después de lo de hoy, yo tampoco le permitiría regresar.

–Yo no... yo...

–¿Tú qué? No me trates como un estúpido –la porrista se sorprendió ante las palabras hirientes de
Puck–. Si mi mamá se entera, no te va a querer aquí y no sé qué hacer para ayudarte, siendo
sincero.

–Yo no sabía –fue casi un murmullo, porque Quinn no podía mentirle de esa manera a Puck en
voz alta.

–¿No sabías que acatarían la orden que diste? ¿Eso intentas decirme? –el chico soltó una risa
amarga antes de continuar–. Ella no dijo nada. Leroy le exigió un nombre, pero ella nunca te
mencionó.

Quinn se odió así misma en ese momento. Sabía que lo que había hecho estaba mal, lo sabía
cuando dio la orden y aún así no hizo nada para evitarlo.

Necesitaba alejarla.

Ese había sido el motivo. Alejar a Rachel Berry y sus intentos por estar a su lado cada vez que la
necesitaba. Había intentado ignorarla, hacer como si la morena no existiese, pero la pequeña
cantante seguía insistiendo, con simples gestos o sonrisas. Era como si lo sucedido esa noche en
el restaurant le hubiese dado fuerzas para continuar con aún más ahínco. Quinn de pronto de
encontró ansiando recibir cualquier mirada que la morena quisiera dedicarle, soñando con ella y,
básicamente, pensando en ella a diario. Cuando fue consciente de lo que le sucedía, intentó
tratarla mal pero le fue imposible. Directamente, ella no podía atacar a Rachel.

Por ello, tras pensarlo durante días, decidió utilizar sus últimos días como porrista a su favor. Y así
aquel martes por la mañana dio la orden de atacar a Rachel Berry con un slushie cada vez que
fuese posible, haciéndole saber quién estaba detrás de todo. Cuando Santana se enteró le gritó
que era una cobarde y Brittany sólo la miró desilusionada, ambas porristas sabían que nadie iba a
contradecir la orden de la capitana, ella era la única que podía detener aquello y, por supuesto, no
lo hizo.

Durante el último período de clases, mientras transitaba por el pasillo rumbo a su casillero,
escuchó el grito de sorpresa de la morena y levantó la vista encontrándose con Rachel bañada por
un granizado de color rojo. Los ojos de la morena al encontrarse con los suyos le trasmitieron más
de lo que pudo soportar. Por lo que se alejó del lugar lo más pronto posible con rumbo a la casa
de los Puckerman. Aún no podía sacar de su mente los ojos brillosos de la morena diciéndole sin
palabras el daño que le había provocado.
–No sé qué hacer –confesó Quinn sin mirar al chico.

–¿Por qué lo hiciste? Ni siquiera cuando lo de Finn sucedió fuiste tan cruel, Q –Puck le tomó la
mano y Quinn levantó su mirada encontrándose con sus ojos preocupados–. Necesito entender.
Necesito que me digas que hay algo detrás de toda esa maldad que hoy decidiste demostrar.
Rompiste el récord de slushies diarios con tu orden. Nunca nadie había recibido cuatro slushies un
mismo día.

–No se alejaba –susurró y Puck la miró confundido–. Rachel no se alejaba.

–¿Ese es tu motivo? –preguntó asombrado y la rubia asintió–. Wow, al menos podrías haber
encontrado una excusa menos patética –agregó alejándose de la porrista.

–¡Tú no entiendes! –gritó la rubia–. ¡Nadie entiende!

–¿Qué es lo que hay que entender, Quinn? Aparte del hecho que eres una perra.

La cachetada que la rubia le propinó a Puck se sintió por todo el lugar. La mano de la rubia estaba
tan roja como la mejilla del chico y la sentía latir sin parar. Sin saber porqué Quinn se llevó una
mano al vientre.

–¿Estás bien? –preguntó Puck asustado al percatarse del gesto–. ¿Pasa algo con el bebé? –Quinn
negó, tranquilizando al chico–. Disculpa, no debí hablarte así, tienes que estar tranquila.

–No te preocupes. Es algo instintivo. Estoy bien –le aclaró la rubia.

–Rachel es una buena chica, Q. No se merece lo que le hacen en el McKinley –Puck de pronto
estaba más calmado, como si algo hubiese hecho click para él. Se acercó a Quinn y le acarició los
hombros. La rubia agradeció el gesto reconfortante.

–Lo sé. Soy una estúpida. Tú, en cambio, siempre la has defendido dentro de lo posible –el chico
del mohicano asintió–. ¿Por qué esa debilidad por Berry?

–No es una debilidad –sonrió–. Aunque ella sí la tuvo por mí. Yo fui su primer beso, su primer
amor –dijo orgulloso y la rubia lo miró enojada–. Hey, no frunzas el ceño, que te saldrán arrugas
–bromeó–. Antes, cuando éramos niños, nuestras familias participaban en las actividades que se
realizaban entre los judíos residentes en Lima y Rachel era la única persona de mi edad. Bueno,
había un chico raro, pero nunca nos hablaba. Ella nunca me miró diferente cuando mi papá nos
abandonó. Me dijo que era una idiota por apartarse de nosotros –Quinn sonrió imaginándose a
una pequeña Rachel indignada con el papá de Puck–. Esa fue la primera vez que sonreí desde que
mi papá se había marchado. Además, mi judía favorita siempre me apoyaba con el tema de la
música, decía que yo era el mejor guitarrista que conocía y que ella sería por siempre mi mayor
fan. Inclusive organizó un concierto en su patio trasero y pegó afiches por casi todo Lima.
Obviamente, sólo asistieron mi familia y los Berry, pero fue genial. Yo me creía una estrella de
rock –Puck se perdió en sus recuerdos, hasta que finalmente agregó–: Yo sé que no soy la mejor
persona del mundo y que he cometido muchos errores, pero tener a Rachel cerca nunca ha sido
uno de ellos. Sé que podemos estar en diferentes grupos o no hablarnos en meses y aún así, si la
necesito, sólo tengo que llamarla y ahí estará. No puedo decir eso de nadie más.

Quinn analizó cada una de las palabras de Puck. Sabía que el moreno tenía razón. Ella había
comprobado la lealtad de Rachel mil veces, pero la realidad era que su situación no se asemejaba
a la de Puck. El chico no tenía más que sentimientos fraternales por Rachel.
Pese a que fue su primer beso y su primer amor.

La porrista, en cambio, si bien no podía categorizar lo que Rachel le provocaba, sabía y no podía
negar, que aquello no se asemejaba a nada de lo que sentía cerca de sus dos grandes amigas.
Nunca Santana, ni Brittany habían provocado la clase de emociones que Rachel le producía con
sólo un toque. Y eso la aterrorizaba.

–A veces está bien tener miedo –le dijo Puck leyendo sus pensamientos–. Enfrentarlos es lo que
nos hace valientes. Esa es otra lección que me enseñó, Rachel.

–Yo no...

–Mi judía te hace bien, Q.

–No entiendo porqué te refieres a ella como si fuese de tu propiedad –cambió el tema la aún
capitana de las porristas. No porque quisiese desviar la atención, sino porque realmente el
pronombre posesivo le molestaba.

–Porque lo es... así como tú eres mi rubia, ella es mi judía –bromeó el chico, ante la mirada
irritada de Quinn–. No te pongas celosa, Q. Sabes que entre Rachel y yo no pasa nada. Al parecer
ella prefiere el cabello más claro que el mío.

–No son celos, ¡no digas idioteces, Noah!

–Mira, si hasta se te está pegando su forma de hablar –todo lo que recibió de parte de la rubia,
fue un certero golpe en el hombro–. ¡Auch! –exclamó–. Me puedes lesionar y adiós carrera como
deportista o rockero –Quinn soltó una sincera risa ante las palabras del muchacho–. Hablando en
serio... ¿qué harás, Q?

La rubia guardó silencio un momento, sopesando todas las posibles opciones. Aunque la verdad
era que sólo había una opción posible en su mente.

–Necesito que me lleves a la casa de Rachel, Puck.

–Q, no creo que esa sea una buena opción...

–Dijiste que debía enfrentar mis miedos. Bueno, eso estoy intentado hacer. Necesito hacerme
cargo de mis actos o mis decisiones, aunque me aterre. Aunque los papás de Rachel quieran que
esté lejos de ella para siempre –dijo Quinn nerviosa, pero completamente convencida de su
elección.

Hay personas por las que vale la pena luchar.

Gritos, lágrimas, desesperanza, angustia.

Nunca lo había visto así.

Leroy Berry no paraba de decir que acabaría con todos aquellos que habían lastimado a su
pequeña. Hiram intentaba tranquilizarlo, aunque su angustia era muy similar. Rachel sólo miraba
la escena desarrollarse ante sus ojos. Por más que sus padres le habían exigido un nombre, ella
había guardado silencio. No sabía por qué, en realidad. Quizás, porque su mente insistía en
defender a Quinn, en buscar excusas para su actuar. Quizás, porque entre medio de sus lágrimas
y desilusión, cuando su mirada se juntó con la de la rubia, tras ese cuarto slushie recibido,
percibió tanto dolor como el que ella sentía. Y sin comprender cómo, supo que la porrista estaba
arrepentida.

–Esto es bullying, Rachel –Leroy le dijo intentado controlar su tono–. ¿Sabes los casos que he
visto debido al bullying? Adolescentes que se suicidan cansados del abuso y padres que no pueden
entender en qué momento sucedió todo –guardó silencio controlando sus lágrimas–. Tú papá te
ha contado las veces que ha recibido a chicos que se auto lastiman debido a lo mismo. Hemos
hablado en miles de ocasiones sobre el tema y acordamos siempre ser honestos entre nosotros.
¿Cómo podemos protegerte si no nos dices que necesitas protección? –Rachel miró al piso,
secando cada lágrima traicionera que se deslizaba por su mejilla–. ¿Es por nosotros? ¿Debido a
que somos gays? –la morena negó con fuerza–. ¿Entonces? No entiendo, estrellita.

–Es algo mío –dijo Rachel sin levantar la vista del suelo–. Yo soy el problema. Mi personalidad.

–No puede... –intentó interrumpir Hiram, pero Rachel prosiguió.

–Yo sé que para ustedes yo soy lo mejor y que siempre me han alentado a luchar por mis sueños
y creer en mí, pero los otros chicos no son así. Mi determinación, mi gusto por los musicales, mi
ropa, son cosas que molestan al resto –suspiró, atreviéndose a mirar a sus padres a los ojos–. No
les dije nada porque sabía cuánto los lastimaría y no quería que sufrieran. Yo puedo soportarlo.
Generalmente no es tan malo. En menos de dos años estaré lejos de acá, persiguiendo mis
sueños y todo habrá valido la pena.

–¿Te escuchas, estrellita? Tu discurso es igual al de las mujeres que sufren violencia intrafamiliar
–comentó Leroy y Hiram lo miró para luego suspirar–. ¿Qué? El bullying es tan grave como la
violencia intrafamiliar y debería ser penalizado. Minimizarlo es lo que después nos lleva a lamentar
los daños. Lo siento, Rachel, pero no vas a volver a pisar ese lugar.

La morena buscó ayuda desesperada en su padre, pero no la encontró.

–Estoy de acuerdo con tu padre, mi vida. En ese lugar no hicieron nada para protegerte. Porque
no puedes decirme que los profesores no sabían de lo sucedido. Claro que lo sabían y no hicieron
nada. Nunca una llamada, nunca un aviso.

El timbre provocó un silencio en la sala y rápidamente Hiram se levantó para atender. La voz que
saludó a su padre removió cada partícula en Rachel. Sintió aceleradas pisadas que se dirigían
hacia donde ella se encontraba junto a su otro padre.

–Lo siento, Rach. De verdad, lo siento –fue lo primero que dijo la rubia cuando llegó hasta a ella,
omitiendo toda clase de saludo.

–Quinn no es un buen momento –respondió Rachel, intentado impedir que la porrista dijese algo
más.

–Por favor, querida, dinos que sabes el nombre de los que le hicieron eso a Rachel hoy –pidió
Leroy–. Nos enteramos que no fue algo de una vez, que ha sucedido más veces –guardó silencio–.
¿A ti también te ha pasado?

Quinn negó y desvió la mirada. Rachel pudo apreciar el temor que tenía la rubia y sintió que debía
protegerla. Algo ya muy habitual. Iba a decir algo, cuando alguien tomó su mano. Se giró
rápidamente, para encontrarse con Puck y su mirada suplicante. Sin palabras, el chico le decía
que dejase que la rubia hablara.
–Yo fui –susurró la rubia y Rachel se quedó perpleja. Nunca había pensado que en dos palabras
tanta vulnerabilidad podía ser transmitida. Su instinto protector vibró con esas palabras.

–¿Qué? No puede... ¿cómo? –intentó hablar Leroy. Hiram por su parte, estaba sin palabras. Quinn
no parecía una chica capaz de actuar de esa manera.

–Yo sé que no tengo perdón por todo lo que le he hecho a Rachel –Quinn se armó de valor para
poder decir esas palabras–. Yo ordené que le tiraran esos slushies a Rachel como lo había hecho
otras veces ya. Sé que no van a creerme, pero de verdad lo siento –se giró hacia Rachel antes de
hablar–: Perdón, Rach.

La morena asintió con los ojos brillosos por las lágrimas contenidas. Quinn hace tiempo ya había
perdido aquella batalla y sus lágrimas se deslizaban libres por sus mejillas.

–Entonces, ¿todo lo de su amistad fue un acto? –Hiram por fin encontró las palabras–. ¿La idea
era acercarte a Rachel para hacerle más daño? –Quinn negó angustiada–. Entonces no entiendo,
Quinn. Rachel confió en ti, te abrimos las puertas de nuestra casa, te intentamos ayudar, ¿y tú le
haces eso a mi hija? ¿Y nos dices que no es la primera vez?

–Yo necesitaba... yo tenía que... –Quinn intentó decir entre sollozos. Si no fuera por el agarre de
Puck, Rachel ya estaría conteniendo a la rubia entre sus brazos.

–¿¡Qué!? –Hiram levantó la voz debido a la frustración que sentía. Su hija había sido violentada
más de una vez y no podía entender porqué. Tampoco entendía que la culpable de ello fuese
Quinn Fabray. La rubia porrista parecía adorar a su hija, él lo notaba en su mirada.

Quinn, por otro lado, se encogió con el tono. En su mente, la voz de su padre hizo presencia e
inmediatamente tuvo miedo. Rachel, al apreciar el lenguaje corporal de la rubia, supo que debía
hacer algo.

–¡Papá, para! –gritó y Quinn la miró confundida. Era como si la rubia no pudiese entender que
alguien interviniera por ella o que alguien hablase para defenderla. Rachel se preguntó las cosas
que la porrista debió vivir en su hogar para reaccionar de aquella manera–. Papi, por favor –rogó
mirando ahora a Leroy.

Leroy se había mantenido al margen observando el diálogo entre su esposo y la porrista.


Principalmente porque tenía una corazonada al respecto.

–Hiram, Rachel tiene razón –dijo observando a su esposo que le devolvió la mirada confundido–.
Quinn está embarazada y las discusiones de este tipo no le hacen bien. Alterarse no le hace bien y
eso es precisamente lo que estás haciendo, cariño –el abogado sabía que lo mejor era atacar el
lado médico de su esposo. Eso siempre lo hacían entrar en razón.

–Es verdad. Gritar y alterarse no solucionará nada –dijo el médico, más para sí mismo que para
los demás–. Aún así, necesito comprender el por qué, Quinn. Por favor.

La rubia asintió para luego inhalar con fuerza y proceder a hablar. Rachel la miró expectante,
porque a decir verdad, ella también quería entender.

–Antes... –comenzó a intentar explicar Quinn–. Bueno, antes lo hacía porque era lo que se
esperaba de mí. Finn y yo éramos novios, la pareja perfecta del McKinley. Y de pronto, él
comenzó a demostrar cierto interés por Rachel, a hablar con ella. A ojos de los demás, mi novio,
el quarterback parecía estar más interesado en la chica del Glee Club que en mí, la capitana de las
porristas. Y de pronto, todos esperaban que hiciese algo, o al menos eso creía yo –dijo agachando
la mirada–. Un día mientras iba caminando por el pasillo, llevaba un slushie y al verlos, al
percatarme de la forma en que Rachel lo miraba, simplemente le arrojé el slushie. Ese día recibí
felicitaciones y miradas de respeto. En la secundaria es todo acerca del poder y me convencí de
que tirar un slushie a Rachel cada cierto tiempo, me ponía en una situación de poder, me daba
respeto...

–Pero ellos te temían, no te respetaban –interrumpió Leroy aún anonadado por todo lo que su hija
había sufrido sin que ellos supiesen nada.

–Sí, es verdad, pero cuando creces con Russel Fabray aquello es lo mismo. Me repetía
constantemente que si quería triunfar o ser la hija que él esperaba que fuese debía ser respetada,
admirada y tener buenas calificaciones. Ese era o es el estándar que Russel me fijó. Y yo lo único
que quería era su aprobación, así que intentaba cumplir con aquello siendo la perfecta hija a sus
ojos –suspiró antes de continuar–. Sé que nada de esto me justifica... pero mientras más tiempo
pasaba y todos creían que éramos una especie de enemigas en guerra, más me obsesionaba con
el asunto, con Rachel –admitió–. Por eso me uní al Glee Club, junto con Santana y Britt. Ellas
sabían que debían apoyarme o se convertían en objetivos, como había pasado con los otros chicos
del Glee Club. Pero entonces, ser parte del Glee Club me hizo comprender todo lo falso que era el
mundo a mí alrededor, fuera de la sala de coro. Y los slushies se volvieron menos frecuentes. Al
menos lo que yo ordenaba. No los detuve, porque necesitaba el poder que me otorgaban,
especialmente en esos momentos que había pasado a formar parte del Glee Club, conocido como
el club de los perdedores.

–¿Y nadie dijo nada? ¿Nadie fue capaz de hacerte frente? ¿Ningún alumno, ningún profesor,
nadie? –preguntó Hiram horrorizado.

–Creo que temían que a ellos les pasara lo mismo. No todos son igual de fuertes que Rachel y lo
único que pretenden es sobrevivir a la secundaria. El miedo es una buena arma de control de
masas, dicen. Además, yo soy la capitana de las porristas, la favorita de Sue y ella básicamente
controla el McKinley. Los profesores preferían hacer la vista gorda, especialmente al notar que
Rachel no decía nada, por ende, creo, ellos pensaban que no tendrían problemas. Otros, quizás,
minimizaban el asunto –Quinn siempre había disfrutado de la libertad con la que podía actuar,
pero en el fondo, también se cuestionaba lo mismo que Hiram–. Kurt me hizo frente una vez y
terminó bañado en slushies durante dos semanas. No lo volvió a intentar. Finn intentó pedirme
que no lo hiciera, pero bastó una mirada para que desistiera. Britt siempre dijo que le
decepcionaba que con Santana fuésemos así con Rachel, creo que malvadas era la palabra que
ocupaba. Pero Britt nunca nos abandonaría por eso y lo aprovechábamos a nuestro favor. Puck,
en cambio, siempre me hizo frente y me hizo saber lo decepcionado que se sentía de mí. Sé que
evitó que varios jugadores le tiraran slushies a Rachel, pero si no eres el capitán del equipo, no
tienes mucho poder. Él lo sabía y yo también.

Leroy y Hiram miraron sinceramente agradecidos al chico. Rachel le sonrió, porque una vez más
comprobaba la bondad escondida de Noah.

–Y luego me enteré que estaba embarazada y Rachel me ayudó tanto –prosiguió Quinn, omitiendo
intencionadamente la parte de los besos–. Y conocí otro lado de ella o quizás a su verdadero yo y
todo cambió, supe que no podía ordenar más slushies. Y aunque no podía detener a los demás,
cuando la capitana de las porristas abandona su objetivo principal, con el tiempo, todos hacen lo
mismo.

–Entonces... ¿qué pasó? –preguntó Leroy–. ¿Cómo de aquello llegamos al día de hoy?
–Porque necesitaba alejarla –confesó la rubia agachando su mirada–. Ella eventualmente se iba a
alejar o yo le iba a hacer mucho daño. Yo estoy fallada, rota. Ni siquiera pude hacer que mi propio
padre me quisiera o se preocupara por mí. Ni siquiera fui lo suficientemente importante para mi
madre para que ella me defendiera de mi padre. Nunca. En ninguna ocasión y hubo varias veces
en las que pudo intervenir –se detuvo para secar sus lágrimas–. Puck, Santana y Britt están
siempre a mi lado, pero mantienen una cierta distancia que agradezco; Rachel no es así. Ella se
estaba convirtiendo en algo indispensable para mí y si hay algo que he aprendido toda mi vida es
que no puedes dejar que eso pase. Te hace débil y te destruye. Lo único que siempre quise fue la
aprobación de mi padre, eso era indispensable para mí y me convirtió en lo que era y lo que
todavía soy –sollozó–. No podía permitir que Rachel...

–¡Basta! –la interrumpió Rachel y se acercó a abrazarla–. No estás fallada ni rota, ¿okay? –le dijo
a Quinn tomando su rostro entre sus manos y mirándola fijamente a los ojos–. Tu padre te hizo
creer cosas que no son, te hizo buscar algo que no vas a encontrar nunca. La perfección no existe.
Y sí, tienes razón –Quinn frunció el ceño en señal de confusión–. Yo probablemente soy mucho
más intensa que ese trío, pero al igual que ellos, puedes estar segura que no me iré a ninguna
parte. Pensé que te lo había dejado claro tras todos esos slushies...

Quinn sonrió tímidamente y Rachel la abrazó, tras secar sus lágrimas con los pulgares de sus
manos. La morena por fin podía sentir algo de paz al tener a la porrista entre sus brazos. Despejó
cualquier indicio de alarma que pudiese aparecer en su mente, porque lo importante en ese
momento era la rubia que dejaba suaves sollozos entre su hombro y su cuello, mientras se
abrazaba a ella con fuerza.

Si Quinn Fabray creía que estaba rota, ella encontraría todas sus piezas y las volvería a juntar.

Quinn no supo cuánto tiempo estuvo abrazada a Rachel, pero estaba claro que no había sido el
suficiente. En los brazos de la morena se sentía completa, sentía como si valiese la pena así tal y
como era.

Se separaron cuando Leroy le pidió a Rachel que acompañara a Puck un momento, porque ellos
necesitaban hablar con la rubia a solas. Tanto Rachel como Hiram lo miraron confundido, pero
sólo la primera se opuso. Puck por su parte, se mantuvo al margen dispuesto a acatar la orden.
Tras varias protestas de la morena, finalmente terminó cediendo y acompañó a Puck a otro lugar
fuera de la sala. Luego, después de murmurar algo en el oído de Hiram, Leroy se volteó hacia la
rubia, pidiendo que lo siguiese. Una vez que estuvieron en una especie de despacho/biblioteca, el
abogado cerró la puerta y le sonrió.

–Mi estrellita a veces no puede contenerse y es algo curiosa. Ésta es la única habitación
insonorizada aparte de la de Rachel. Aquí estamos a salvo –explicó Leroy.

–Quizás te estás preguntando por qué estamos aquí –le dijo Hiram y Quinn asintió–. Yo también
me pregunto lo mismo, pero mi esposo me dijo que confiara en él y eso hago. Así que creo que
deberías comenzar a resolver nuestras dudas, amor –agregó mirando al abogado.

La rubia admiraba esa complicidad que tenían los padres de Rachel y esperaba algún día poder
tenerla con alguien.

Aunque con Rachel... ¡Basta, Quinn!

–Bueno, primero quiero aclararte Quinn que ninguno de nosotros ha perdonado lo sucedido, ni
menos lo hemos olvidado –miró a Hiram, quien asintió en signo de apoyo–. Pero puedo
comprender quizás qué te llevó a actuar y creo que hasta ahora no has tenido el apoyo de adultos
responsables a tu cargo. No dudo que Sarah al brindarte un hogar temporal esté ayudando
mucho, pero también sé que ella desconoce todo lo que nos has contado sobre tu historia familiar.
Es por eso que quiero proponerte algo y espero que Hiram esté de acuerdo conmigo.

–Creo que comprendo a lo que quieres llegar y estoy de acuerdo –dijo el aludido, provocando una
sonrisa involuntaria en Quinn al notar que podían hablar entre ellos sin realmente hacerlo.

–Quiero que pases los fines de semana junto a nosotros. Te quedarías en la habitación de
invitados y podrías ser parte de nuestro tiempo en familia –le propuso Leroy.

Quinn estaba sorprendida. No sería una exageración decir que se quedó sin palabras en ese
momento. No se esperaba aquello bajo ninguna circunstancia. Ni siquiera pudo esbozar un intento
de oración.

–Creo que algo que podría ayudarte para que vieses las cosas desde otra óptica y a nosotros,
pues podríamos descubrir más respecto de lo que te hace tan especial que nuestra estrellita esté
dispuesta a perdonar todo lo que le has hecho y seguir a tu lado –Quinn se sonrojó pese a que
intentó evitarlo–. Piénsalo como una forma de ganar nuestro cariño nuevamente.

La porrista no pudo contener las lágrimas, porque aquellos dos hombres mostraban más
preocupación por ella que cualquier otro adulto en toda su vida. Excluyendo a su madre, pero aún
así ella no era lo suficientemente importante para ser defendida por Judy ante Russel y eso aún le
dolía. Y de repente, Quinn si bien no fue consciente que tenía el cariño de Hiram y Leroy, ahora al
saber que lo había perdido, quería recuperarlo.

–Creo que entonces, me verán por aquí cada semana –dijo secándose las lágrimas y recibiendo un
abrazo de aquellos dos hombres. Era lo que todos considerarían un abrazo familiar, pero que
Quinn ignoraba porque nunca lo había experimentado.

–Quizás así se te hace más fácil aceptar lo que te está pasando. Hiram podría aconsejarte al
respecto –murmuró Leroy y tanto Quinn como el médico lo miraron confundidos–. Cariño tú
también eras el chico popular en nuestra secundaria, completamente heterosexual que de pronto
se encontró envuelto en el huracán Berry...

¡Oh, no! Mierda...

IX. Asuntos por resolver

Rachel no sabía que había pasado entre sus papás y Quinn aquel día. Lo único que tenía claro es
que habían acordado que la rubia pasaría los fines de semana junto a ellos. Aquella noticia la
alegró de sobremanera.

Luego de la cena a la que Puck y Quinn fueron invitados como una forma de establecer un cierre a
aquel día que la morena prefería olvidar, la rubia comentó que en vista a que su vientre ya no
podía seguir siendo ocultado por mucho tiempo y a que no podía seguir con las excusas,
renunciaría a las porristas el día siguiente. Puck dijo, y Rachel estuvo de acuerdo, que para él
Quinn siempre sería porrista y la HBIC del McKinley, pasase lo que pasase.

Lo que no pudieron prever es que la noticia se supiese tan pronto. Luego de la charla a solas ante
una decepcionada Sue, Quinn pasó el día junto a Santana y Brittany, por lo que Rachel no la vio
hasta el día siguiente. Tan pronto como se cruzó con la rubia fue consciente de las miradas y los
comentarios de algunas de las porristas. Miradas y comentarios que murieron apenas apareció
Santana, la ahora capitana interina de las porristas.

El viernes ni las miradas furibundas de Santana sumadas a las de Quinn, fueron capaces de
aplacar los rumores. El McKinley disfrutaba de la nueva noticia, especialmente si de aquella
manera sentían que le quitaban poder a la ex capitana de las porristas. En vista de lo anterior,
Rachel llamó a su papá para que les permitieran retirarse más temprano, sin afectar así, su
asistencia intachable.

–¿Estás bien? Pero quiero la verdad, Quinn –dijo Rachel mientras preparaba una merienda para
ambas en la cocina de su casa.

–No sé –reconoció la rubia–. Es decir, odio las miradas, los susurros, pero me alegra que se haya
terminado la mentira. Siento que al fin puedo vivir tranquila. Bueno, al menos hasta que reciba el
primer slushie.

–Si alguien se atreve a tirarte uno, te juro que lo voy a perseguir y se arrepentirá hasta el fin de
sus días de haberlo hecho –manifestó la morena.

–No quiero ofenderte, Rachel, pero eso es algo que me gustaría ver –Quinn se rió, mientras
Rachel negaba–. Santana y Puck dijeron que si alguien me atacaba lo acabarían y ese dúo si me
da miedo.

–¡Hey! Yo también puedo dar miedo –se quejó Rachel.

–Sí, claro –se burló la rubia, mientras tomaba una galleta que la morena le había ofrecido.

–No sé cómo llegaron al acuerdo para que pasaras aquí los fines de semana, pero estoy muy feliz
por ello –confesó Rachel dejando un vaso con leche frente a Quinn.

–Aunque no lo creas, yo también estoy muy feliz –admitió la ex capitana de las porristas–. Eres
muy afortunada por tener a tus papás, Rachel.

–Lo sé, Quinn –la morena sonrió–. Son lo mejor que tengo en la vida y ahora podrás compartirlos
conmigo cada fin de semana. Aunque, no intentes quitármelos, porque será imposible.

–No lo intentaría, con compartirlos me basta –Quinn le devolvió la sonrisa.

–Me gusta cuando sonríes –la rubia se sonrojó y bajó la mirada–. Te sienta bien. No deberías
intentar esconder tu sonrisa.

–Poco a poco –murmuró Quinn.

Y Rachel sabía que Quinn lo estaba intentando. Sabía que toda esa confianza que le brindaba era
la forma que la rubia encontraba para decirle que estaba cambiando. Entendía también que para
Quinn era difícil mostrarse vulnerable y compartir sus sentimientos. Por eso alegraba tanto a
Rachel el que Quinn lo intentase con ella. Esos detalles valían más que mil "lo siento" para la
morena.

–Quinn –Rachel tomó la mano de la rubia–. Te lo prometí y cumpliré esa promesa. No me voy a
alejar, por más que lo intentes. ¿Está claro? –la aludida asintió–. Así que comienza a
acostumbrarte porque el huracán Berry llegó para quedarse.
–¿Qué dijiste? –preguntó una pálida Quinn.

–Que no me iría a ninguna parte, que me quedaré –aclaró Rachel.

–No, lo del huracán...

–Ah, eso –Rachel se sonrojó antes de comenzar a explicar–. Mi papá siempre llama así a mi papi.
Bueno, si soy sincera, mi papi se llama a sí mismo "huracán Berry". Y bueno, como soy bastante
parecida a mi papi en lo intensa, creí que el apodo me quedaba bien.

–Ah... –Quinn suspiró aliviada–. Entonces Leroy es el Berry original.

–Sí, ¿cómo lo supiste? –preguntó una Rachel asombrada por la deducción de Quinn.
Generalmente, todos asumían que Hiram era Berry y Leroy había tomado su apellido al casarse.
La morena obviamente ignoraba el contenido de la conversación que se había desarrollado días
atrás entre sus padres y Quinn.

–No sé, me pareció lógico por el apodo –se excusó pobremente la rubia.

–Qué gran poder de deducción –dijo Rachel aún confundida–. Papá no se habla con su familia –
explicó–. Lo único que conserva de ellos es su religión, por eso papi se convirtió. Él dice que no,
pero yo sé que sabía lo importante que era el judaísmo para papá. Tan importante que fue lo
único que no dejó atrás una vez que decidió elegir a mi papi sobre lo que le decían sus padres.

–¿Los conoces? A tus abuelos, digo –preguntó Quinn.

–¿A los padres de mi papá? –Quinn asintió ante la duda de Rachel–. No. Ellos se marcharon de
Lima, luego de que mi papá se fuese a estudiar a la universidad. Cuando mis papás volvieron para
comenzar su vida como matrimonio aquí, ya hace tiempo que se habían marchado. Nunca los he
visto, salvo en algunas fotos que papá conserva.

–Debió ser duro para Hiram –comentó la rubia.

–Sí. Bueno, él siempre dice que fue lo mejor –Rachel se encogió de hombros–. Papá siempre me
ha dicho que enamorarse de papi fue lo mejor que le pasó en la vida y que sus padres no lo
hicieron elegir entre mi papi y ellos. Lo que hicieron fue hacerlo elegir entre ser él mismo y fingir
toda su vida. Él siempre dice que ser fiel a ti mismo es lo más importante y que si sus padres de
verdad lo hubiesen amado, lo habrían amado tal cual es y no lo hubiesen hecho elegir. Todo lo
contrario de papi, que siempre le dijo que hiciese lo que hiciese él lo seguiría amando.

–Ojalá algún día pueda encontrar un amor la mitad de bueno que el que tienen tus papás, Rach –
dijo Quinn.

–Te mereces un gran amor, Quinn. No te conformes con menos –la morena acarició la mano de la
porrista, porque al fin y al cabo, para Rachel, Quinn siempre sería una porrista–. Yo decidí que no
me conformaría.

–¿Ésta es tu forma de decirme que Finn es el amor de tu vida? –preguntó contrariada Quinn.

–¡No! –exclamó Rachel ofendida–. ¿Acaso me ves de novia de Finn en este momento? Que haya
tenido una cita con él no significa que piense volver con él o que es el amor de mi vida. De hecho,
cuando conozca al amor de mi vida, serás la primera en saberlo.
–Está bien y si yo alguna vez llego a conocer a alguien que se asemeje al amor de mi vida,
también serás la primera en saberlo –dijo Quinn más en broma que de manera seria.

–Tenemos un trato, Fabray –Rachel tomó la mano de Quinn y la sacudió como gesto de acuerdo.
El problema estuvo en que luego de eso, siguió sosteniendo la mano de la rubia y dejando
pequeñas caricias con su pulgar–. Alguna vez podremos hablar de verdad de lo sucedido, porque
sabes tan bien como yo que lo que pasó en el baño del restaurant me da la razón, respecto de
que hay algo entre nosotras que no podemos negar.

–No –murmuró Quinn–. No puedo hablar de eso, Rachel. No ahora por lo menos. Necesito que
seas mi amiga, no puedo afrontar nada más por ahora.

–¿Por ahora? –preguntó la morena y Quinn asintió–. Entonces, por ahora –recalcó–, seremos
amigas y no hablaremos respecto del tremendo elefante rosa que hay entre nosotras.

Quinn soltó una carcajada y Rachel sintió que podía escuchar aquel sonido por el resto de su vida.
Por mucho que no aclararan nada por ahora, Rachel sabía que aquella cercanía sería, por decirlo
de alguna manera, reveladora para ella y sus sentimientos. Aún así, actuaría como la amiga que
Quinn necesitaba que fuese, olvidando sus dudas y sus sentimientos.

–¿Pensaste en lo que te dijo papi en la cena el otro día? –preguntó Rachel intentado ser una
amiga proactiva.

–Sí, lo conversé con Puck y su mamá –le informó Quinn–. Sarah piensa que sería lo mejor.
Prefiere no arriesgarse a que pueda pasar algo a futuro. Tener a Russel en su contra no es algo
que alguien desearía, en realidad.

–Papi nos explicó que cuando hay acuerdo entre las partes, los temas relativos a la tuición se
pueden solucionar rápidamente –comentó Rachel–. Dijo que si tu padre está tan obsesionado con
las apariencias y esas cosas, una pequeña amenaza podría ser todo lo necesario para que
aceptara firmar.

–No me imagino a Leroy amenazando a alguien.

–Cuando papi se pone en su modo abogado, es irreconocible. No lo digo porque sea mi papi ni
nada, pero de verdad es de los mejores, sino el mejor abogado de Lima –dijo Rachel con orgullo.

–Entonces, lo mejor sea que él lleve toda la conversación con mis padres. Yo voy a ser un
estorbo. Y ya me ayudado tanto que confío plenamente en él –confesó Quinn.

–Me gusta que estés aquí Quinn –dijo Rachel luego de un par de segundos en silencio–. Ser hija
única puede ser un poco solitario.

–No pretendo ser tu hermana, Rach –aclaró Quinn coquetamente.

–Y yo quiero ser la amiga que te prometí que sería, pero si me hablas de esa manera me dan
ganas de... –Rachel se interrumpió sonrojada–... de hablar sobre lo que pasa entre nosotras –
agregó.

–¿Entonces tan amigas como siempre? –dijo Quinn con una sonrisa evitando que Rachel
continuase por la línea por la que estaba.

–Amigas –Rachel le devolvió la sonrisa negando.


–Ahora creo que deberías ayudarme a preparar la cena para tus padres y nosotras. De esa
manera ganaré puntos con ellos –sugirió la rubia.

–Creo que la idea es buena, pero sólo lo que respecta a ti preparando la cena. Yo me quedaré
aquí practicando algunas canciones.

–Me parece que es mejor que me ayudes y mientras lo haces, puedes practicar y yo te doy mis
apreciaciones –sonrió Quinn.

–¿Ahora te convertiste en una experta musical? –preguntó burlescamente.

–Te sorprenderás de todos mis talentos, Berry –Quinn volvió a sonreírle mientras la tomaba de la
mano para guiarla escaleras abajo hacia la cocina.

Rachel comprendió que sería muy fácil para ella acostumbrarse a aquella cercanía con Quinn, el
problema sería mantenerse en la línea de la amistad.

Y con cada sonrisa de Quinn Fabray esgrime, aquello se vuelve más y más difícil.

Odiaba no tener las cosas bajo su control. La hacía sentir indefensa. Lamentablemente, en el
último tiempo parecía no tener control de su vida en lo absoluto.

Volvió a mirar el reloj de pared que sólo demostraba haber avanzado 5 minutos desde la última
vez que lo había observado. La espera en aquel lugar se le estaba haciendo eterna y se estaba
comenzando a desesperar. De pronto la puerta de la sala de reuniones de aquel buffet se abrió y
Leroy le dirigió una mirada compasiva.

–Vamos a mi oficina, Quinn –dijo el abogado al acercarse a ella.

–¿Firmaron? –preguntó nerviosa la rubia.

–Vamos a mi oficina y te comento lo sucedido –Leroy le tendió la mano y la guió hasta su


despacho. Una vez que estuvieron ambos adentro, cerró la puerta y la invitó a sentarse en el
sillón de dos cuerpos que formaba parte de la decoración del lugar–. Tu padre no tuvo ningún
inconveniente en firmar los papeles, Quinn –A pesar de que la porrista se lo esperase, saber que
su papá había prácticamente renunciado a ella, le dolió mucho–. Básicamente, es en los mismos
términos que habíamos acordado con su abogado. Él renuncia a sus derechos como padre, pero
aquello implica que tú también renuncias a hacer uso de tus derechos, salvo por el tema de los
alimentos y con la excepción de los tus derechos hereditarios...

Eso no lo habían acordado en un principio.

–No quise privarte de eso al menos, Quinn. Tú verás qué decides hacer cuando llegue el momento
–explicó Leroy–. Pero surgió un problema, Quinn.

–¿Qué pasó? ¿Pidió algo más? –preguntó pensando que su padre no cedería tan fácilmente.

–No. Esto no tiene que ver con tu padre. Al menos no en un 100% –le manifestó Leroy–. Tus
padres, ambos, tienen tu tuición. Es algo que legalmente llamamos "cuidado personal compartido"
o "tuición compartida". Por lo que es necesario que tanto tu padre como tu padre firmen para que
tu tuición pase a nuestras manos. Más bien, a las de Sarah –Quinn recargó levemente su cabeza
en su hombro derecho en señal de confusión–. Si bien tu padre firmó, tu madre no lo hizo Quinn –
aquello sorprendió a la rubia, especialmente porque Judy acataba todo lo que Russel decía–. Y eso
no es todo, el abogado de tu padre me dijo que la sra. Fabray presentó los papeles del divorcio y,
de acuerdo al contrato prematrimonial existente entre sus padres, en caso de divorcio la tuición
plena de los hijos queda en manos de tu madre.

–¿Mi mamá se va a divorciar de Russel? –preguntó Quinn anonadada.

–Así parece y en virtud de ello, lo que Russel Fabray acaba de firmar no tendrá validez cuando el
divorcio se haga efectivo. Salvo que tu madre acceda a firmar. Cosa que no quiere hacer –hizo
una pausa antes de agregar–: Ella quiere hablar contigo, Quinn. Dice que necesita explicarte...

–¡No! –interrumpió Quinn alzando la voz y moviendo su cabeza en signo de negación–. ¿Ahora se
acordó de mí?

–Hey, tranquila cariño –Leroy la abrazó, conteniéndola entre sus brazos, calmando sus sollozos–.
Sabes que esto no le hace bien al pequeño corderito que llevas en su interior, ya lo hemos
hablado. Como también hemos hablado respecto de lo importante de las segundas oportunidades,
¿lo recuerdas?

Quinn asintió y se refugió en los brazos de Leroy nuevamente. Y allí permaneció hasta que se
calmó por completo.

Al ser día viernes, Quinn debía ir a la casa de los Berry, por ello Leroy le pidió que lo esperara un
momento para que ambos se dirigieran a dicho lugar que Quinn había comenzado a atesorar
como su hogar.

Una impaciente Rachel los recibió apenas cruzaron la puerta de entrada de la casa. Quinn sonrió
involuntariamente ante la imagen.

–¿Y? ¿Salió todo bien? –preguntó la morena impaciente.

–¿Por qué no van a tu habitación, estrellita, así Quinn te explica todo? Yo, mientras tanto,
prepararé la cena para los cuatro –sugirió Leroy.

El abogado apenas había terminado de hablar y Rachel ya estaba tirando de Quinn del brazo
rumbo a su habitación.

–¿Entonces? –preguntó la cantante ya en la habitación–. ¿Hubo gritos? ¿Amenazas? ¿Golpes?

–¿Por qué tienes que ser tan dramática siempre? –Quinn sonrió y Rachel la miró ofendida– Hey,
no te enojes. Me gusta tu lado dramático –la morena le dedicó una sonrisa complacida–. No hubo
nada de lo que imaginas. Llegó el abogado de mi padre con los papeles firmados por Russel, pero
ya no importan, porque mi mamá se negó a firmar y ahora se va a divorciar de mi padre, así que
ella quedará totalmente a mi cargo. Ella tiene la última palabra y no firmó.

–Cinco fines de semana junto a mi papi y a mí y ya se te pegó la verborrea –bromeó Rachel–.


¿Cómo te hace sentir todo eso? El divorcio y la decisión de tu mamá de no firmar.

–No sé, no me importa –la morena la miró incrédula y Quinn odió ese afán que tenían los Berry
por hablar de sus sentimientos. Aún así, fue sincera–. ¡La detesto! ¿Por qué tuvo que esperar a
que me echara de la casa? ¿Por qué no hizo nada? –no tenía sentido ocultar sus lágrimas de
Rachel, así que las dejó fluir. La morena se acercó a ella y comenzó a acariciar sus manos–. ¿Por
qué nunca le importé lo suficiente, Rach? ¿Por qué no me quiso lo suficiente para luchar por mí?
¿Tan poco valgo?

–No digas esas cosas, Quinn –dijo Rachel antes de secar sus lágrimas y besar sus manos. La miró
fijamente a los ojos–. Vales mucho. No lo dudes, por favor –la abrazó para reforzar sus palabras–.
Quizás tuvo que pasar todo eso para que ella pudiese decidirse...

–Ahora quiere hablar conmigo –comentó la rubia.

–¿Hablarás con ella? –Rachel rompió el abrazo antes de hacer la pregunta, así podía mirarla a la
cara. Quinn se encogió de hombros–. Creo que deberías hacerlo, deberías darle una oportunidad
para que pueda explicarte cosas que quizás no sabes o no comprendes.

–¿Por qué siempre haces que todo suene tan claro y obvio? –preguntó la rubia secando sus
últimas lágrimas.

–Es un don –Rachel guiñó un ojo antes de soltar una carcajada a la que segundos después se unió
la rubia.

Estuvieron riendo acostadas en la cama de la morena por minutos hasta que el celular de Quinn
sonó, anunciando una llamada entrante.

–Es Frannie, mi hermana –anunció la rubia tras revisar la pantalla, antes de contestar–. ¿Aló?

–Hola hermanita –dijo la voz de su Frannie del otro lado de la línea–. No me cortes, por favor –le
pidió rápidamente–. Sé que lo que menos te esperas es una llamada de mi parte y sé también que
no merezco que me escuches –ante el silencio de Quinn, Frannie continuó–. Ambas sabemos lo
difícil que fue crecer junto a nuestro padre. No me intento excusar, pero tú siempre fuiste más
fuerte. Yo nunca pude hacerle frente. Cuando me enteré que te había echado, quise llamarte –
hizo una pausa para calmar el pequeño llanto que se podía apreciar a través de la línea
telefónica–. Él me lo prohibió. Me dijo que mi prometido no podía enterarse de nada. Que me
abandonaría si se enteraba que yo estaba ayudando a una pecadora como tú. Y como siempre, yo
acaté sus órdenes –otra pausa se produjo y Quinn nuevamente se mantuvo en silencio–. Cuando
mamá me llamó para comunicarme lo del divorcio, fue como si un gran peso hubiese sido liberado
de mis hombros. Y me di cuenta que estaba en una relación que iba camino a ser como la de
nuestros padres, así que terminé el compromiso. El que tú le hicieras frente a Russel fue el
comienzo de todo y no sabes cuánto te lo agradezco, Quinnie... ni cuánto lo siento...

–¿Eso es todo? –preguntó Quinn, negándose a mostrar vulnerabilidad.

–Sí... –murmuró Frannie del otro lado de la línea.

–Bueno... entonces... hey, ¿qué haces? –Quinn intentó pelear, pero Rachel terminó quitándole su
celular.

–Hola, Frannie –dijo Rachel haciendo una cara para burlarse de la rubia.

–¿Hola? –respondió la mayor de las Fabray algo confundida.

–Hablas con Rachel Berry –se presentó la morena–. Tu hermana se queda los fines de semana
con mi familia. Mi papi es el abogado que presentó los papeles para el tema de la tuición –explicó
la morena ignorando la sonrisa que tenía Frannie en el rostro en aquellos momentos–. Tu
hermana suele ser algo testaruda la mayor parte del tiempo, pero aunque no te lo haya dicho,
agradece mucho tu llamada –Quinn protestó y Frannie soltó una risita–. Y creo que lo mejor que
podrías hacer es visitarla lo más pronto posible.

–¡No! –se quejó Quinn, pero Rachel la ignoró.

–¿Tú crees? –preguntó dubitativa Frannie del otro lado de la línea.

–Claro que sí. Créeme, haré lo que sea necesario para que hable contigo si se resiste –le aseguró
la morena.

–Veré qué puedo hacer con mis horarios e intentaré estar en Lima lo más pronto posible.

–Me parece excelente, Frannie –Rachel sonrió para sí misma tras su logro–. Luego te envío un
mensaje con mi número de teléfono y mi correo electrónico para que los tengas por cualquier
cosa –pensó un momento y agregó–: Si quieres puedo darte también el número de teléfono de
mis padres, mi página en myspace y...

–Creo que con tu teléfono y tu correo será suficiente –la interrumpió Frannie, mientras Quinn se
reía de la morena.

–Está bien –aceptó Rachel–. Qué tengas una linda noche, Frannie.

–Tú igual Rachel. Muchas gracias por cuidar de mi hermana –respondió la mayor de las Fabray,
antes de colgar.

–Tu hermana es muy simpática, Quinn. Creo que nos llevaremos muy bien –comentó Rachel una
vez que la llamada se terminó.

–No lo dudo. Frannie me fastidiaba cuando pequeña de la misma forma que lo haces tú ahora –
dijo la rubia cruzada de brazos.

–Me encanta cuando actúas como una niña mimada, Quinn.

–Mira quién vino a hablar. Tú debes ser la niña más mimada del mundo –contraatacó la porrista.

–Te equivocas. La niña más mimada del mundo es esta princesita que viene en camino –dijo
Rachel acariciando el vientre de Quinn.

–¿Crees que es una niña? –preguntó Quinn intentando evitar obviar lo que aquella caricia le
producía.

–No lo creo. Estoy segura –aclaró la morena–. Así como no me equivoqué contigo. Tampoco me
equivocaré con ella.

Tenía razón. Rachel Berry se equivocaba en muy pocas cosas.

X. Antojos

Quinn estaba sentada junto a Rachel en aquella habitación de invitados que se había convertido
en algo tan suyo como cada cosa del hogar de los Berry. El silencio que las inundaba no era de
aquellos que generalmente podían disfrutar entre ellas. No, esta vez era un silencio tenso, de esos
que todos quieren romper pero que nadie sabe cómo.
Pese a ello, el aroma tan propio de Rachel –una mezcla entre su shampoo con olor a coco y su
perfume que era una suave combinación entre vainilla y lavanda– se convertía en su calmante
natural. Si a lo anterior le sumamos el efecto que la sola presencia de la morena tenía en Quinn,
es posible asegurar que si bien la rubia estaba tensa, la situación era muy tolerable para ella.
Dentro de los parámetros permitidos, claro está.

La situación era la siguiente: Judy Fabray se encontraba en el piso de abajo conversando con
Leroy y Hiram, no porque la mamá de Quinn lo hubiese pedido, sino que fue la condición que
pusieron los Berry para permitir la visita. La rubia sabía que tras la comunicación de su decisión
de acceder a hablar con Judy (influida totalmente por Rachel), tanto Leroy como Hiram jamás
pondrían alguna traba para que la reunión entre madre e hija se realizara y que esa condición
exigida no era más que otra forma más de resguardarla. Quinn nunca había estado más
agradecida de la presencia de los papás de Rachel que en ese momento. Saber que aquellos dos
hombres se preocupaban por ella, que estaban probablemente advirtiendo a su mamá de muchas
cosas, la hacía sentir protegida de una manera que no sabía que un adulto podía llegar a hacerla
sentir.

Cuando la puerta se abrió y la voz de Hiram anunció que ya era el momento del reencuentro con
su madre, Rachel se limitó a abrazarla y a hacerle saber que pasara lo que pasase ella estaba allí,
ella y sus papás. Y que no olvidase que Leroy era el mejor abogado de Lima y estaba de su lado.
Con una sonrisa, Quinn caminó rumbo a la sala donde se encontraba su mamá.

–¡Quinnie! –dijo su madre entre sollozos mientras la abrazaba apenas Quinn había pisado el lugar.
La rubia se quedó estática, sin responder el gesto–. Lo siento tanto, mi niña.

Fueron cinco palabras. Cinco palabras y Quinn se quebró. Se quebró y soltó toda una angustia que
no sabía que tenía guardada. Se quebró, porque allí estaba su mamá pidiéndole perdón por lo
sucedido, como ella tanto lo había deseado. Se quebró y esta vez su mamá estuvo allí para
sostenerla, calmarla y decirle que todo estaría bien, como siempre debió ser.

Quinn no fue consciente del tiempo que estuvo abrazada llorando junto a su mamá, pero sí supo
que su llanto se detuvo porque se quedó sin lágrimas, así que asumió que debió ser un largo rato
el que pasó.

–Espero que algún día puedas perdonarme, Quinn –pidió Judy, mirando a la rubia con ojos
cristalinos.

Judy Fabray tenía los ojos azules, casi tan claros como los ojos de Brittany. Quinn siempre había
enviado a Frannie sólo por el hecho de compartir los mismos ojos cariñosos de su madre. La rubia
porrista, por el contrario, había sacado el mismo color de ojos que Russel, lo que ella jamás
consideró una bendición. Los ojos de su padre eran fríos e inquisidores.

–Espero poder hacerlo –admitió Quinn–. Si hay algo que he aprendido en todo este tiempo aquí,
es que es posible perdonar.

–Nunca podré terminar de agradecerles todo lo que han hecho por ti. Ellos y Sarah –dijo Judy con
los ojos brillantes por las lágrimas derramadas y por las que en ese momento contenía–. Debí ser
yo... yo debí apoyarte todo este tiempo. Yo soy tu madre, yo debía protegerte y no... –no pudo
continuar porque las lágrimas se lo impidieron. Quinn inmediatamente la abrazó, intentado
tranquilizarla.

–No podemos cambiar el pasado, mamá. Ahora estás aquí y eso es lo importante –expresó la
rubia y sonrió al escucharse porque sonó igual que cierta morena que probablemente estaba
siendo retenida por sus padres para que no espiase lo que allí sucedía–. Quizás todo esto tenía
que pasar. En caso contrario yo jamás hubiese conocido en profundidad a Leroy o Hiram...

–Ni a Rachel –agregó Judy con una sonrisa.

Ni a Rachel...

–Me alegra saber que cuando yo fallé como madre, ella estaba en tu camino –interrumpió Judy los
pensamientos de Quinn–. Frannie está deseosa de conocerla, dice que ya le gusta porque te saca
de tus casillas.

–Rachel también está encantada con Frannie –dijo la rubia con reticencia–. De pronto se
convirtieron en mejores amigas y se mandan correos a cada momento.

–Veo que alguien sigue siendo igual de posesiva –comentó Judy y Quinn se sonrojó–. Pobre de
este pequeño a futuro... –agregó acariciando el vientre de la rubia con una mano, mientras que
con la otra secaba las lágrimas rebeldes que se escapaban de sus ojos–. Tus chequeos están bien
me comentó Hiram. También me dijo que aún no están seguros del sexo del bebé, porque cada
vez que lo intentan se oculta.

–Sí, está todo perfecto –Quinn sonrió–. Parece que mi pequeño corderito es algo tímido –Judy
igualó la sonrisa de su hija al escuchar el apodo–. Eso nos demuestra que no se parece mucho a
su padre, al menos en eso. Puck es todo menos tímido –ambas rieron ante el comentario–.
Decidimos que esperaremos al nacimiento para saber. Puck dice que si el pequeño no quiere que
sepamos qué es, debemos dejar de insistir así "no estresamos a su hijo" –hizo las comillas con
burla–. Rachel dice que da lo mismo, porque ella sabe que es una niña.

–¿Una niña? –Quinn asintió–. Bueno, en caso que Rachel tenga razón, ahora que el clan Fabray
está compuesto sólo de mujeres, una nueva integrante no nos hará mal.

–¿Por qué ahora? –preguntó Quinn y ante la mirada extrañada de su mamá agregó–: ¿Por qué
decidiste divorciarte de Russel ahora y no antes? ¿Qué cambió?

–Todo y nada –dijo Judy–. Toda mi vida crecí con la idea de que debía encontrar a un buen
hombre para casarme y tener una familia. Eso era lo que debía hacer, y no me molestaba la idea
honestamente. Cuando conocí a tu padre supe que había encontrado al hombre que estaba
buscando. Todo era tal y como siempre lo había soñado y me habían hecho soñar, pero en algún
momento entre el nacimiento de Frannie, el tuyo y sus logros empresariales, ese Russel se perdió
y yo me perdí con él –explicó–. No fue algo verdaderamente consciente. Quizás la educación que
recibí me llevó a ello, quizás el recuerdo de la persona que fue tu padre. O quizás, fue el simple
miedo que comenzó a encerrarme –hizo una pausa y Quinn tomó sus manos invitándola a
continuar–. Me convencí a mí misma que si era la perfecta esposa y madre, él volvería a ser el
Russel que yo conocí. Me negué a aceptar que el hombre que estaba ante mis ojos era el mismo
con el que me había casado. Ese fue mi error, no aceptar que Russel había madurado y no de la
forma que yo hubiese deseado. Ambos cambiamos y ambos para mal.

–Tú nunca fuiste una mala madre, mamá –dijo Quinn acariciando las manos de Judy–. De hecho
siempre fuiste la única que estuvo para nosotras.

–Pero eso no es todo lo que una hija necesita, Quinnie. Una hija necesita una madre que sea
capaz de hacerle frente a su esposo ante una injusticia. Necesita que su madre pueda decirle a su
esposo que pare de exigirle cosas que no importan. No vale de nada que una madre le diga a su
hija que es perfecta si luego permite que su esposo la regañe por todo lo que no es. Una madre
no deja que su esposo eche de su casa a su hija cuando ésta más los necesita –expresó con rabia
Judy–. No, una madre defiende a sus hijos y le hace frente a su esposo, aunque eso implique
reconocer que se equivocó y que todos sus sueños se derrumbaron ante sus ojos.

–Perdóname, mami –susurró Quinn como una niña pequeña, sintiéndose culpable de algo que
escapaba de su control.

–Mi niña, yo no tengo nada que perdonarte. Tú no hiciste más que darme fuerzas para hacer algo
que debí hacer hace mucho tiempo –la consoló Judy, mientras la abrazaba–. Tu padre tenía una
aventura hace años y yo hice como si no supiese nada, porque tenía aquella imagen plantada por
mi madre sobre la importancia de conservar los matrimonios y mis sueños de la vida perfecta
junto a Russel. Todo eso hizo que yo me rebajase de la forma en que lo hice y que les fallara de la
forma en que les fallé. Cuando él te echó, todo comenzó a desmoronarse poco a poco. La culpa no
me dejaba dormir, pese a que Sarah me había comunicado que estabas en su casa y siempre se
lo agradeceré. Tú tenías tu casa, tú debías estar a mi lado y yo debía estar cuidándote. En
cambio, estaba en esa casa solitaria, junto a un hombre que no me respetaba y me había dejado
de amar hace tiempo –suspiró–. Un día sólo lo supe. Fui donde un abogado y le pedí que iniciara
los papeles del divorcio, le dije lo de la aventura y le mostré las pruebas que tenía. Con eso me
aseguraba que Russel no se llevaría nada de lo de mi familia y que ustedes estarían protegidas
económicamente. Ese día descubrí que mis sueños se habían derrumbado, pero que podía tener
otros. Y aquí estoy, pidiéndote perdón y suplicándote que regreses a tu casa, de donde nunca
debiste salir.

Quinn asintió porque no pudo emitir palabras. Saber que su madre la había prefiero a ella frente a
Russel, aunque hubiese sido después de lo sucedido la llenaba de regocijo. Judy siempre había
sido la persona que había estado para ella, por eso le dolió tanto que no hiciese nada cuando
Russel la echó. Y si bien estaba cómoda viviendo entre los Puckerman y los Berry, siempre su
casa sería su casa. Saber que no se encontraría con Russel era todo un plus, porque sentía que de
cierta manera, ahora sí encontraría el hogar que tanto había buscado por años.

–Debes saber, ahora que al parecer aceptaste, que tanto Hiram como Leroy exigieron que no los
abandonases por completo. Así que puedes pasar un fin de semana al mes aquí o fin de semana
por medio, como tú lo prefieras –le explicó Judy–. Además, debes saber también que yo exigí que
cenáramos las tres familias juntas al menos un día a la semana. Hablé con Sarah antes de venir y
dijo que si tú aceptabas volver a nuestra casa, ella encantada iba cada semana. Leroy y Hiram
dijeron lo mismo.

–Me parecen dos exigencias muy razonables –sonrió Quinn, pero luego una duda se alojó en su
mente. Una duda que podía volverse un punto muy delicado y cambiar su reciente decisión–. ¿No
te molesta que Leroy y Hiram nos acompañen?

–¿Por qué me molestaría? –preguntó Judy sorprendida. Ella no tenía más que gratitud hacia esos
dos hombres.

–Pues... por su relación –respondió Quinn.

–¿Qué? Claro que no, hija –aclaró Judy ante la mirada asombrada de Quinn–. Sé que piensas que
soy una ferviente religiosa, pero mi fe no interfiere con mi juicio, Quinnie. Mientras estuve en la
universidad, muchas personas experimentaban –la rubia abrió los ojos ante la sospecha de lo que
podía venir–. No me mires así, yo no experimenté. No porque me pareciera mal, sino porque
estaba muy preocupada de lo que hacía y dejaba de hacer Russel –hizo una pausa para retomar
sus pensamientos–. A lo que iba, es que nunca tuve problema con eso ni con la homosexualidad
en general. Tu padre sí y yo no quería tener problemas con él, así que callaba ante sus
comentarios homofóbicos. Leroy y Hiram son el mejor ejemplo de amor y compañerismo que he
podido ver, además son grandes personas, ¿cómo podría estar en contra de eso?
Quinn sintió que un gran peso de sus hombros era eliminado. Saber que su mamá aceptaba a
Leroy y Hiram tal cual eran, que no tenía problema con su relación, era un alivio. Especialmente
porque eso significaba que contaría con ella si algún día se atrevía a afrontar lo que le sucedía con
Rachel.

El año escolar había pasado volando, así como también su embarazo. Había sido consentida por
todos durante el último tiempo, especialmente respecto de sus antojos. Puck había exigido que lo
llamase a la hora que fuese si el pequeño corderito necesitaba algo. El moreno utilizaba el artículo
masculino, porque estaba seguro que el bebé sería un niño. Aquello siempre generaba discusiones
entre él y Rachel. Ninguno de los judíos daba su brazo a torcer y Quinn sólo se dedicaba a
observarlos y reírse de sus discusiones sin sentido.

Una tarde mientras estaban reunidas en casa de Santana, la latina comentó que Rachel parecía
tan participe del embarazo como Puck, tanto así que entre los dos judíos últimamente habían
decidido comenzar a analizar nombres para el bebé. Quinn sólo se rió, porque sabía que su amiga
tenía parte de razón. No sólo por la cercanía que Rachel tenía con Quinn, sino porque además de
eso, Puck insistía en hacer partícipe a la morena de todo. Según él, su bebé vería tanto a Rachel
que la cantante debía acostumbrarse de antemano y asumir responsabilidades también. A la rubia
aquello le pareció una ridiculez, pero al ver cómo Rachel asentía, como si realmente tomara el
peso de todo aquello, tornó la situación aún más risible y decidió callar antes de enojar a alguno
de los dos morenos.

Quinn se estiró una vez más en su cama intentado vencer aquel antojo y poder dormir. Miró el
reloj junto a su lámpara: 3.13 am. No llamaría a Puck, porque el moreno nada podía esta vez
hacer para calmar su antojo. Se giró para encontrar nuevamente una posición cómoda y sin
querer, con el edredón pasó a llevar un vaso que estaba encima de su mesita de noche. El vaso
chocando contra el suelo rompió el silencio que inundaba la casa. Segundos después sintió los
pasos de su mamá apresurarse hacia su habitación y maldijo su torpeza.

–¿Quinnie, todo bien? –dijo una algo adormilada Judy tras abrir la puerta.

–Sí, mamá. Boté el vaso mientras intentaba acomodar el edredón –explicó Quinn mientras
ayudaba a su mamá a recoger los pedazos de vidrio roto.

Judy le pidió a Quinn que se quedase quieta mientras ella iba a buscar una escoba para barrer los
restos del vaso.

–¿Qué haces despierta a esta hora, cariño? –preguntó una vez estuvo todo limpio.

–No podía dormir –respondió la rubia.

–¿Pasó algo? ¿Necesitas algo, mi niña? –preguntó con delicadeza Judy.

–No, está todo bien y no necesito nada –dijo Quinn de forma no muy convincente y Judy elevó su
ceja derecha en un gesto que la rubia conocía bien, porque lo había heredado y hecho su sello
característico–. Bueno, quizás tenga un antojo que no me deja dormir –admitió la ex capitana de
las porristas. Su madre le preguntó de qué se trataba, por lo que ella respondió–: ¿Recuerdas
esas galletas veganas que odio tanto, pero que Rachel me obliga a comer porque son sanas, no
como las otras galletas llenas de azúcar? –Judy asintió–. Bueno, me desperté con ganas de comer
esas galletas y no puedo volver a dormir. Y sé que no tenemos, porque Rachel me hizo comer las
últimas que quedaban...
–Quinnie, pero esas galletas no las podemos conseguir en una tienda, esas galletas las prepara
Rachel –le recordó Judy.

–Lo sé, por eso... –no pudo continuar, porque comenzó a llorar descontrolada producto de las
hormonas, la falta de sueño y las ansias de comer esas galletas que detestaba.

–Tranquila, mi vida –dijo Judy acunando a Quinn entre sus brazos, cuando la rubia calmó un poco
sus lágrimas agrego–: Sé que mañana me voy a arrepentir de esto, pero espérame un momento
¿sí?...

Quinn básicamente ignoró las palabras de su madre, mientras intentaba calmarse completamente,
odiando a sus hormonas y sus antojos.

–Quinn, abrígate y vamos –dijo Judy una vez que regresó a la habitación. Quinn no se movió de
su lugar por la confusión que sentía en ese momento–. Acabo de despertar a Hiram, quien
despertó a su vez a Leroy, quien fue en busca de Rachel y obviamente la despertó. Nos esperan
en su casa. Rachel va a preparar la masa –explicó.

–¿Llamaste a casa de Rachel? –preguntó la rubia abriendo los ojos anonadada.

–Yo también estuve embarazada y he visto que si no satisfaces esos antojos no estás tranquila –le
comentó Judy–. Más me vale que la cena de este jueves sea de maravilla, así logro recompensar
a esa familia por lo de hoy. Vamos, levántate. Rachel sonaba ansiosa por el teléfono.

Quinn no necesitó nada más para levantarse en busca de algo que le pudiese servir de abrigo y
bajar rápidamente junto a Judy hasta el primer piso de la casa, rumbo a la cochera. Diez minutos
después, tocaban el timbre de la casa de los Berry. Un sonriente Hiram, a pesar de la hora, las
recibía tras la puerta.

–Leroy intenta ayudar a Rachel, pero ella insiste en que es su receta... aunque se la haya
enseñado mi esposo –comentó riendo mientras se dirigían a la cocina. Leroy estaba sentado
mientras observaba a Rachel verter parte de la masa en aquellos divertidos moldes con diferentes
formas, aunque los más abundantes era los con forma de estrella.

–Judy, querida, ¿nos acompañas con un café en la sala, mientras dejamos que este dúo termine
con la preparación? –dijo Leroy tras saludarlas y darles la bienvenida.

Judy aceptó y los tres adultos se dirigieron con sus cafés rumbo a su destino.

–Sabía que amabas mis galletas en secreto –comentó Rachel sonriendo orgullosa.

–No las amo, las detesto y lo sabes. Estoy segura les pusiste algo que me dio este antojo –sugirió
suspicaz Quinn.

–No necesito hacer eso. La pequeña corderito me ama y ama mis galletas por lo que podemos
apreciar –Rachel le guiñó un ojo a Quinn y ésta negó sonriendo.

Casi cuarenta minutos después, tanto la rubia como la morena disfrutaban de aquellas anheladas
galletas en la habitación de la última. Hiram por la hora había sugerido que las mujeres Fabray
pasasen lo que quedaba de la noche en su casa. Judy en la habitación de invitados y Quinn junto
a Rachel. Dado el cansancio y el peligro que manejar así involucraba, Judy aceptó agradecida.
–Tienes que reconocer que son deliciosas –insistió Rachel con el tema, mientras devoraba una
galleta.

–Reconozco que no saben tan mal luego de que las comes muchas veces –dijo Quinn esgrimiendo
una sonrisa burlona.

–Lo importante es que Beth las ama y eso es todo lo que necesito saber –comentó Rachel
sonriendo.

–¿Beth? ¿Desde cuando mi pequeño corderito tiene nombre? –preguntó sorprendida la rubia.

–Desde que Noah y yo los acordamos –respondió segura–. Él debía escoger un nombre de niña y
yo uno de niño, ya que nuestras predicciones son las contrarias. Aunque él esté equivocado y yo
no. El punto es que luego de varias discusiones, por fin logramos un acuerdo.

–¿Y yo no tengo opinión al respecto? –volvió a preguntar, ahora ofendida Quinn.

–Tú puedes negarte a los nombres, obviamente. Tienes la última palabra –explicó Rachel–. Pero
deberías considerar que con Noah tardamos bastante en aceptar las sugerencias del otro y que
por fin tenemos un nombre que ambos consideramos adecuados en el caso que sea una niña, que
lo será, o si es niño, algo que dudo.

Quinn no pudo ocultar su sonrisa, porque ambos judíos eran una caja de sorpresas. Amaba esa
extraña relación existente entre los dos. Especialmente como ambos se preocupaban del futuro de
su pequeño corderito. No había envidias, ni celos de parte de ninguno. Quinn estaba agradecida
de la presencia de ambos en su vida.

–Digamos que acepto su ridícula idea... –dijo Quinn y Rachel la miró indignada–. ¿Cuáles son esos
nombres? Bueno, ya sé que si es niña es Beth, pero quiero saber además los por qué detrás de
sus elecciones.

–Quiero hacerte saber lo ofendida que estoy contigo por llamar nuestra asombrosa y excelente
idea una ridiculez –aclaró Rachel seriamente y Quinn se limitó a sonreír–. Respondiendo a tu
pregunta, los nombres son Beth y Charlie. Bueno, más bien Bethany y Charles, pero como es un
pequeño corderito, parecen más adecuados los diminutivos –explicó–. En el caso de Noah, eligió
Bethany, por la canción de Kiss titulada "Beth". Me comentó que mientras buscaba nombres en un
libro que le facilité, esa canción comenzó a sonar y supo que no quería que su hijo o hija sintiese
eso nunca. Dijo que fue un recordatorio de lo que no quiere y que lo necesitaba. De pronto,
comprendió que Bethany era el nombre que quería –hizo una pausa y le sonrió a Quinn–. En mi
caso, no hay tanta profundidad, siempre me ha gustado el nombre y creo que tiene un significado
muy bonito. Recuerdo que mi fiel amigo imaginario de la infancia se llamaba justamente Charles,
aunque yo le decía Charlie. No sé, eso hizo del nombre algo especial... –agregó avergonzada.

–Me encantan, de verdad, me encantan –admitió Quinn rebosante de felicidad–. Además son dos
nombres con historias para contar en un futuro. Sea niño o niña –Rachel la miró y Quinn
rectificó–. Bueno, entonces Beth ahora y a futuro quizás un Charlie.

–Salvo que yo tenga un hijo primero. En ese caso, Charlie es mío –dijo Rachel.

–Claro... –murmuró Quinn sorprendida por la molestia que le produjo el saber que Rachel podía
tener una familia a futuro.

Una familia sin ella...


–Con Noah buscamos en una página de internet que habla de las personalidades según los
nombres y esas cosas... con eso terminamos por afirmar que los nombres elegidos eran los
correctos –comentó Rachel tras unos segundos de silencio–. Según esa página, Bethany es una
mujer enérgica, autoritaria, y no le falta coraje. Como una mezcla entre tú y yo, lo que me parece
perfecto –agregó sonriéndole a Quinn, quien correspondió el gesto ante la idea de una pequeña
que se pareciese a ambas, al menos en personalidad–. Charles, por otro lado, es un hombre que
posee cierto carisma e irradia una "fuerza tranquila", particularmente calmante. Es un ser
sociable, amante, comunicativo y extrovertido. ¿Qué más podrías desear? –preguntó
retóricamente–. Imagínate a una Beth adolescente gruñendo igual que su madre, mientras que un
Charlie la calma y la divierte con sus ocurrencias.

Unos perfectos Quinn Fabray y Rachel Berry.

–Parece una escena adorable –comentó Quinn imaginándose la descripción hecha por Rachel.

–Claramente, si la pequeña Beth resulta así, necesitará un Charlie en su vida.

–Todos necesitamos un Charlie en nuestras vidas, al parecer –admitió Quinn.

Todos necesitamos una Rachel Berry.

–Lamentablemente, tú no tienes un Charlie, así que tendrás que conformarte conmigo –bromeó
Rachel–. Recuerda que el "huracán Berry" llegó para quedarse.

–¿Cómo podría olvidarlo? Me lo recuerdas a cada momento –siguió bromeando Quinn.

Rachel rodó los ojos exageradamente y posó sus manos en el vientre de Quinn, acercando su
rostro a él. La rubia tuvo que ocupar todas sus fuerzas para reprimir cualquier temblor que
amenazaba su cuerpo.

–Beth, tú y yo sabemos que soy lo mejor que le pudo pasar a tu mamá –comentó cómplice
Rachel–. Aunque se queje de la comida que le hago y de prácticamente todo. Cuando nazcas y
crezcas sana libre de toda esa azúcar cancerígena, sin haber consumido a ningún indefenso
animalito, ella y tú me lo agradecerán, lo sé.

–Rachel, por favor, si Beth es mi hija, debes saber que algún animal va a consumir. Si quieres
obligarla a comer esas galletas tuyas, bueno, hazlo, pero estás loca si piensas que la vas a privar
del rico tocino –le aclaró Quinn.

–No entiendo cómo puedes comer eso, Quinn –dijo Rachel con cara de asco–. Y aunque sé que
siempre será tu pequeño corderito, me alegra escuchar que la llames por su nombre –agregó
complacida–. Aunque como Noah insiste con que será un niño, deberías utilizar su nombre sólo
cuando estés conmigo.

–Está bien Rachel, sólo nombraré a Beth contigo –acordó Quinn y luego desvió su mirada hacia la
ventana–. ¡Rach, ya es de día! Nuestros padres nos van a matar...

–La dramática en esta relación soy yo, Fabray. ¡No intentes quitarme el lugar! –exclamó la
morena–. Es domingo, Lucy, podemos dormir hasta la hora que queramos...

–¡No me digas así! ¡Lo odio! Ya lo habíamos hablado y acordaste no llamarme nunca así... –le
recordó indignada Quinn.
–Está bien, lo siento, lo siento –reconoció la morena–. Sabes que considero que es un hermoso
nombre, pero te respeto.

–Gracias...

–¡Ya es muy tarde Quinn, tenemos que dormir! No hables más y duerme –dijo Rachel con
exageración y la rubia soltó una carcajada–. Ahora sí las cosas están bien, todo como
corresponde.

Quinn asintió y se acomodó en un costado de la cama, mientras que del otro lado se acostaba
Rachel. La morena le deseó buenas noches a Beth para luego darle la espalda a Quinn. Como la
rubia era de las personas que les gustaba abrazar en sus sueños, era un acuerdo tácito entre ellas
el dormir así y despertar acurrucadas. La primera vez había sido una experiencia algo inquietante,
pero Rachel había bajado el perfil de la situación, así que el asunto ya no era tema.

Minutos más tarde, cuando Quinn escuchó la respiración pausada de la morena que indicaba que
se había rendido a los brazos de Morfeo, se acercó a ella, acomodándola entre sus brazos. Así,
sintiendo el aroma de Rachel invadir sus sentidos, le dio la bienvenida al mundo de los sueños.

XI. Frannie

Una llamada... llanto... ayuda.

Quinn nunca había escuchado a Santana tan mal como en aquella llamada. Rachel, que
acompañaba a la porrista esa tarde en su casa -pues habían pasado algunas horas comprando
cosas para su pequeño corderito-, le dijo que mejor se marchaba así la rubia podía ayudar a su
amiga tranquila. Quinn insistió en que se quedase. En el fondo, la porrista sabía que lo sucedido a
Santana era algo grave y necesitaba a la morena para darle paz y valentía. Para que pudiese ser
el apoyo que necesitaba la latina.

Tras unos minutos un vendaval atravesó la puerta de la habitación de Quinn y ésta sintió como
dos brazos la rodeaban y como un llanto comenzaba a humedecer su blusa. La rubia agradeció en
ese instante la idea de su mamá de facilitarles copia de las llaves a su casa a sus amigas, en caso
de cualquier emergencia. La espera hubiese torturado a Santana en caso contrario.

–No sé qué voy a hacer Q... –dijo una alterada Santana alejándose de Quinn–. Mi vida se acabó...

–S, intenta calmarte. Necesito que me expliques qué sucedió –manifestó la rubia mirando a su
amiga a los ojos.

–Mi vida, Q... todos van a saber... –intentó explicar entre sollozos–. Alguien escuchó y... –recorrió
la habitación de Quinn con los ojos hasta que posó su mirada en la cantante–. ¿Qué hace el hobbit
aquí, Q? –gritó.

–¡Te dije que no la llames así! –defendió Quinn a Rachel.

–Creo que lo mejor es que yo me vaya... –murmuró la cantante queriendo evitar problemas.

–Te quedas. S, Rachel es parte de mi vida, es mi amiga y la necesito aquí si quieres que pueda
ayudarte –sentenció la rubia–. Creí que ya habíamos superado esa etapa.
La latina bufó. Quinn tenía razón al creer que aquellas malas épocas habían quedado atrás, pero
Santana estaba herida y su mecanismo de defensa era atacar. Además, la avergonzaba que
Rachel la viese en ese estado.

–Si no queda de otra... –susurró la latina lo suficientemente alto para que las otras dos chicas
presentes escuchasen. Quinn enarcó su ceja y Santana supo que debía comenzar a explicar–. Tu
ex tuvo la culpa –miró a la cantante y agregó–: Bueno, su ex. Estaba discutiendo con Hudson
como siempre y nos comenzamos a decir cosas ofensivas, ya saben, lo típico de Santana López y
de pronto él gritó, en medio de todo el pasillo, que yo era una cobarde porque no era capaz de
reconocer mi amor por Britt y no sé qué más...

Tanto la morena como la rubia quedaron impactadas con los dichos de la latina. Sabían que ésta
podía ser muy hiriente con sus palabras, pero siempre había un límite, una delgada línea de cosas
que no se decían. Ambas conocían a Finn y sabían que probablemente el chico no dimensionó el
impacto de sus palabras, pero aún así, no podían evitar sentir rabia hacia él.

–Pero... ¿cómo no nos enteramos de nada? –preguntó Rachel ya que tanto ella como Quinn
habían estado en clases ese día y algo así era imposible de ignorar.

–Fue al terminar la última hora, ustedes probablemente ya se habían marchado hacia el centro
comercial–explicó Santana–. Pensé que todo había quedado ahí, pero Sue me llamó tras la
práctica y me dijo que uno de los chicos que vio la discusión es hijo del político que competirá
contra ella en las próximas elecciones. Van a lanzar un vídeo sobre mí y todo Lima lo sabrá. Yo ni
siquiera se lo he dicho a mis papás. Ni siquiera soy capaz de decírmelo a mí misma en voz alta.

–Pero no pueden lanzar un vídeo con tu imagen, Santana. Eres una menor, eso es un delito –dijo
Rachel recordando de pronto una de las tantas explicaciones que su papi le había dado.

–Da lo mismo, Berry –habló la latina derrotada–. Van a lanzarlo igual y después asumirán los
costos. Pero el daño ya estará hecho.

–Podemos conseguir que no lo lancen, Santana. Mi papi podría pedir una orden para impedirlo –
dijo emocionada Rachel mientras buscaba su celular y comenzaba a llamar a Leroy.

–¿Y Britt? –preguntó Quinn mientras veían a la morena comenzar a caminar por la habitación
explicando la situación a su padre.

–No sé, apenas Sue me lo dijo salí corriendo y no sabía qué hacer. Luego te llamé y aquí estoy.

–Márcale y dile qué pasó. Pídele que venga. No la excluyas de esto, S –dijo la rubia y la latina
asintió, tomando el teléfono que su amiga le ofrecía.

Quinn observó como las dos morenas hablaban por teléfono. La latina por un lado explicando
entre lágrimas lo sucedido a Britt y, por otro, la cantante se dedicaba a asentir y a proporcionar
detalles, intentando absorber todo lo que Leroy le explicaba.

Al cabo de unos minutos, ambas cortaron las respectivas llamadas y Rachel procedió a explicarles
lo dicho por Leroy.

–Papi dijo que llamaría apenas terminase nuestra llamada al juez de turno para solicitar la orden y
con eso se dirigiría a la oficina del partido político a cargo de la candidatura. Si no acatan la orden
pueden vetarlo de presentar una candidatura, así que me aseguró que el vídeo no lo iban a
mostrar. Incluso si quisiesen filtrarlo, sufrirían consecuencias; él duda que quieran arriesgarse –
comentó la morena–. Agregó que es de suma urgencia que hables con tu familia, con tus padres
al menos, porque eres menor y pueden ser necesarias más medidas. Dijo que si lo necesitabas, él
te acompañaba a hablar. Que él sabía lo complicado y angustiante de la situación y que así no
debían suceder las cosas, pero lamentablemente las cosas pasaron de esta manera y hay que
enfrentarlas.

Santana guardó silencio y tanto Quinn como Rachel, la miraron ansiando algún comentario. La
latina suspiró antes de hablar.

–Leroy tiene razón. Debo hacerlo, ya no está en mis manos la situación. Llamaré a Britt y le
pediré que cambie de rumbo, así nos encontramos en mi casa. Hoy mi papá tiene la tarde libre así
que ambos están en estos momentos allá. Es el momento ideal –comentó Santana, más para sí
misma que para las chicas–. Sabes Berry... si fueses más parecida a tus padres quizás nos
llevaríamos mejor...

Quinn soltó una carcajada y comenzó a reír hasta las lágrimas. Segundos después, ambas
morenas se unieron al comprender la ridiculez en las palabras dichas por la latina. Rachel no podía
ser más similar a sus padres. Era casi una copia de Leroy y en todas las diferencias que tenía con
éste, era igual a Hiram. Físicamente, no había mucho parecido, pero eso no era a lo que aludía
Santana con su comentario.

Luego de un tiempo, Santana se despidió y prometió avisar cualquier cosa que sucediese, buena o
mala. Ambas chicas le brindaron palabras de aliento y le aseguraron que todo saldría bien, pese a
que no tenían idea cómo reaccionarían los padres de la latina.

Quinn le sugirió a Rachel que viesen una película. Aquel se había convertido en su pasatiempo
ideal. Era la excusa perfecta para estar más cerca y Rachel siempre aprovechaba de dejar caricias
en el vientre de Quinn mientras le hacía comentarios a Beth para que la pequeña no se sintiese
excluida. Pese a lo irrisorio del pensamiento de la morena, la rubia consideraba un gesto de
increíble ternura para con su pequeño corderito.

Su película se vio interrumpida por el sonido del celular de Rachel. La morena rápidamente
contestó y comenzó a hablar emocionada, a pesar que básicamente respondía sólo monosílabos.
Aquello molestó a Quinn porque no podía determinar quién era aquella persona que ponía tan feliz
a Rachel. La respuesta no tardó en llegar cuando la morena terminó la llamada.

–¡Frannie consiguió una semana libre! –dijo una emocionada Rachel ante una perpleja Quinn.

–¿Y por qué te llamó a ti? –preguntó molesta la rubia.

–Bueno, porque todo este tiempo hemos estado hablando sobre posibles fechas y ella hizo
muchos cambios para poder conseguir esa semana, entonces apenas supo me llamó –explicó aún
alegre Rachel–. ¿Sabes qué es lo mejor? –preguntó sonriendo y Quinn negó–. ¡Vendrá la próxima
semana y me ayudará a organizar tu fiesta de cumpleaños!

–Te dije que no quería una fiesta y menos quiero que Frannie ayude en la organización –se quejó
la rubia.

–No puedes negarme esto, Quinn –Rachel hizo un puchero que removió todo en la porrista–. Es
primera vez que tengo una amiga a quién puedo organizarle una fiesta. Kurt nunca permite que
nadie organice nada, porque él mismo planea durante meses su cumpleaños.
–Eso es un golpe bajo, Berry –murmuró la rubia y Rachel se encogió de hombros–. Está bien,
puedes organizar algo, pero pequeño... sólo los más cercanos y todo lo que Frannie pueda sugerir
que te produzca dudas, lo confirmas conmigo, ¿está bien?

–Sí, claro, cómo tú digas –dijo emocionada Rachel antes de lanzarse a los brazos de Quinn.

Sería una larga semana.

Si bien luego de todo el escándalo del vídeo sobre la sexualidad de Santana, que Leroy logró
impedir que mostrasen, las cosas estaban marchando excelentes, Quinn odiaba su semana.
Estaba feliz porque su amiga había recibido el apoyo de sus padres y de los de Britt, por lo que
ahora ambas demostraban su amor en cada momento y lugar. Estaba feliz porque las cosas con
su mamá marchaban cada vez mejor: conversaban, pasaban tiempo juntas y disfrutaban de la
compañía de la una y la otra. No, lo que Quinn estaba odiando era la visita de su hermana.

Frances Ann Fabray, más conocida como Frannie, tenía el pelo rubio, de un tono similar al de su
hermana menor, ojos expresivos de color azul y una sonrisa amigable, al menos eso le había
dicho Rachel a Quinn el día que su hermana mayor había llegado a Lima.

De eso tres días ya... tres días en los que Rachel y Frannie parecían haber creado un lazo
perfecto. Era como si se conocieran de toda la vida y Quinn odiaba aquello. Principalmente,
porque Frannie parecía acabar con todos sus intentos por agraciar a los Berry. Tenía conocimiento
sobre casi todos los temas que los Berry adoraban, especialmente los musicales. La rubia porrista
ignoraba el momento en que su hermana mayor había desarrollado ese amor por Broadway, pero
claramente era bastante profundo, al menos eso indicaba su conocimiento sobre el tema. Quinn,
en cambio, antes de comenzar a frecuentar a Rachel sólo había visto Grease y Rent. Desconocía la
historia detrás de los musicales y sus grandes exponentes. Cada minuto que había pasado
compartiendo con los Berry y Frannie, habían sido una tortura. Se había sentido como aquel mal
tercio sobrante.

–Recuerda que debes marcharte a casa de Santana mañana en la tarde –dijo Frannie
interrumpiendo los pensamientos de Quinn.

–Sí lo sé. Rachel me lo recuerda cada 10 minutos. No necesito que tú comiences a hacerlo –
respondió la rubia.

–Le prometí a Rach que lo haría –Quinn sintió como la ira comenzaba a crecer en ella ante el
apodo utilizado por su hermana–. ¿Sabes? Nunca creí que me podría llevar así de bien con una de
tus amigas. O sea, no es que tenga problemas con Santana o Brittany, pero con Rach, no sé, fue
como un click inmediato –Frannie sonrió, pero no fue correspondida por Quinn–. Ayer mientras
hacíamos las compras hablamos sobre su futuro en New York y me ofrecí a ayudarla en la
búsqueda de departamento –Quinn bufó, pero Frannie decidió ignorarla–. Y me convenció de
tomar una decisión que hace un tiempo estoy meditando –la porrista la miró confundida–. No sé,
si bien siempre Duke fue mi sueño, estando ahí creo que no me siento totalmente yo. Quizás
porque me obliga a compartir con muchas hijas de socios de Russel y quiero alejarme de eso, o
quizás porque cada día siento que es más conservadora y no quiero estar en un lugar así.

–¿Estás pensando en abandonar la universidad? –preguntó Quinn sorprendida.

–No, sólo en transferirme.


–¿Transferirte? ¿A dónde? ¡Wow, Frannie! Esto es grande... es decir, siempre quisiste ir a Duke,
desde que tengo memoria. Lloraste cuando recibiste la carta de admisión y ahora, casi tres años
después, ¿quieres dejarla? –Quinn no salía de su asombro y lo manifestaba en su voz.

–Sí... Sé que es sorpresivo, pero lo vengo pensando hace mucho tiempo, sólo que no me atrevía a
decirlo en voz alta –confesó Frannie–. Y hablando con Rachel sobre sus sueños, no sé...
simplemente lo dije y bueno, conoces a Rach, ella me convenció de seguir los míos.

¿Por qué Frannie era tan cercana a Rachel de pronto?

–Claro, así es Rachel –murmuró Quinn algo molesta–. ¿Y cuáles son esos nuevos sueños? ¿Te
volverás una artista?

–Quinn, sigo siendo yo –Frannie se rió antes de continuar–. Y negocios sigue siendo mi sueño,
sólo que no en Duke. Conocí a unas chicas que estudiaban en otras universidades y descubrí que
quiero seguir en Princeton.

–¿Princeton? ¿En New Jersey? –preguntó Quinn y Frannie asintió–. Vivirás a minutos de Rachel,
entonces... Así podrán seguir cultivando la amistad tan profunda que surgió entre ustedes... –
agregó con ironía.

–¿Me vas a decir qué te pasa o seguirás lanzando esos comentarios y actuando como si nada
pasase? –preguntó Frannie molesta.

–Te recuerdo que tú fuiste la que no me apoyó y no se preocupó... –comenzó a decir Quinn.

–Y una mierda, Quinn –la interrumpió Frannie–. Ambas sabemos que tu actitud no es por eso,
porque puede que no haya sido la mejor hermana para ti pero sí te conozco. Sé que ese tema ya
conversado entre nosotras tanto por teléfono, e-mails y en persona, no es el asunto. Aquí el
problema es Rachel, más bien, mi relación con Rach.

–¿Así que tienes una relación con Rachel? –preguntó Quinn irritada–. ¿Ahora me dirás que te
gusta, acaso?

–¿De qué estás hablando, Quinn? –contrapreguntó una anonadada Frannie–. ¿Cómo puedes
pensar...? –hizo una pausa y luego sonrió–. ¡Oh! Es eso... ¡estás celosa!

–¿Celosa? ¿Yo? ¿De qué? –dijo nerviosa la rubia.

–¿Cómo no me di cuenta? –habló para sí misma Frannie–. Las miradas, las quejas, todo... –soltó
una pequeña risa–. Tienes que dejar de ser tan posesiva y celosa, Quinn. No te voy a quitar a
Rachel, tranquila.

–¡Ja! –se burló la porrista–. ¿Tú crees que yo tengo algo que temer? Ambas sabemos cuánto
Rachel valora mi amistad. Me elegiría a mí sin dudarlo –agregó con soberbia.

–No he hablado de amistad, Quinn –comentó con una sonrisa Frannie–. Ambas sabemos los
corazones que rompí en la secundaria, creo que tengo la capacidad suficiente para gustarle a
Rachel, ¿no crees? –preguntó–. Es decir, ella misma me ha comentado lo hermosa que me
encuentra y cuánto adora mi sonrisa...

No, no, no...


–No, pero... tú... a ti no te gustan las chicas... dijiste que no te gustaba Rachel... –balbuceó
Quinn.

–Que nunca haya tenido una relación con una chica, no implica que no me gusten las mujeres –
explicó Frannie–. Y en ningún momento dije que no me gustara Rach.

–Entonces... –Quinn bajó la mirada antes de continuar hablando–. ¿Ella gusta de ti también? No la
ilusiones, Fran... Rachel es delicada y ya la han engañado bastante.

Obviamente Rachel iba a preferir a Frannie...

–Ella no ha dicho que gusta de mí –aclaró Frannie–. Pero tú sabes que los encantos Fabray son
difíciles de vencer y Rach no parece inmune a ellos. Es más, podría afirmar que los encantos
Fabray son su debilidad.

–Hablo en serio, Frances –aquel nombre completo indicaba que el tono de la conversación había
cambiado–. Si la lastimas, te juro que nadie podrá interferir por ti. ¡Me olvidaré que eres mi
hermana!

–Tranquila leona –bromeó Frannie y Quinn la miró con rencor–. Realmente te gusta mucho
Rachel...

–¿¡Qué!?

–Quinn, es realmente obvio que te gusta. Te pones toda posesiva y celosa cuando se trata de algo
que la involucra –explicó Frannie–. Sólo tienes que decirme que te gusta y dejaré de bromear...

–No me gusta Rachel, Frannie –aseguró la rubia.

–Lamentablemente para ti, te conozco Quinn. Y lamento que me mientas –dijo Frannie–. No hay
nada malo con que te guste Rachel. No hay nada malo con que te gusten las chicas.

–Te repito, no me gusta Rachel –reiteró Quinn–. Y obviamente no hay nada malo en ello. Te
recuerdo que mis mejores amigas son pareja y los papás de Rachel, a quienes adoro, son
homosexuales también. No intentes hacerme parecer una chica que tiene problemas con la
homosexualidad, ¡porque no los tengo!

–Okay, entonces no te gusta Rachel, no tienes interés románticos con ella –Frannie dijo casi con
ironía–. Por ende, no hay ningún problema si te digo que tengo intenciones serias con ella y que
nos besamos ayer.

–¿Qué? –la voz de Quinn se quebró–. ¿Se besaron? ¿Rachel te besó? –preguntó con los ojos
acuosos.

Se besaron... Rachel la besó...

–Hey, Quinn –dijo Frannie acercándose a su hermana al ver el estado en que estaba–. Es mentira,
no nos hemos besado ni tengo intenciones para con Rachel...

–¿Es mentira? ¿Por qué juegas con algo así? –preguntó Quinn entre lágrimas y Frannie se limitó a
abrazarla intentando calmarla–. Son las hormonas –se justificó la rubia, luego de un pequeño
lapso.
–Ambas sabemos que no son las hormonas –comentó Frannie sin apartar a Quinn de entre sus
brazos–. Tener sentimientos hacia Rachel no está mal, Quinnie –la mayor de las Fabray besó la
cabeza de su hermana al sentirla tensarse–. No puedes aceptar las relaciones y el amor existente
entre los Berry o entre Santana y Britt y castigarte por tus sentimientos. Es como si dijeses que
está bien en todo el mundo, menos en ti. ¿Qué te hace diferente, Quinn?

–¿Por qué a mí? –susurró la rubia–. ¿Por qué siempre tengo que ser la que decepciona? ¿Por qué
no puedo simplemente ser lo que se espera de mí?

–¿De qué decepción hablas, Quinnie? –preguntó Frannie con cariño, sin entender los
pensamientos que agobiaban a su hermana–. Es papá nuevamente, ¿cierto? –Quinn sólo asintió–.
Nunca vamos a encajar en sus estándares, ¡nunca! –enfatizó–. Nosotras somos mucho mejores
personas que él, Quinn. Tienes que soltar todo eso. Especialmente esas ideas preconcebidas sobre
lo que se espera de ti. Mamá sólo quiere que seas feliz, haciendo lo que quieras, al lado de quien
quieras. Quiere verte amar y ser amada. Y yo quiero lo mismo, Quinn. Da lo mismo si esa persona
a la que ames es un hombre o una mujer. No dejes que tus miedos te impidan experimentar
cosas maravillosas, hermanita.

–Incluso si aceptase que me gustan las chicas –confesó Quinn–. Jamás podría estar con Rachel.

–Si crees que Rachel es totalmente hetero estás equivocada. Ella misma me dijo que no se
enamora del género sino de la persona, lo que indica obviamente que es al menos bisexual –dijo
rápidamente Frannie ante una sorprendida Quinn.

–No es eso, pero gracias por aclarármelo –Quinn se burló y Frannie simplemente se encogió de
hombros–. Yo le hice mucho daño, Frannie, mucho. Hice cosas horribles y ella dice que está todo
bien... pero yo sé que en algún momento se dará cuenta de lo mala persona que fui, que soy... y
no querrá saber nada de mí...

–No creo que haya sido tan malo. Además, ella te perdonó, Quinn –la rubia bufó, pero Frannie la
ignoró y agregó–: ¿Por qué es tan difícil de creer? Ella vio algo en ti y cada día le confirmas ese
acto de fe que tuvo contigo. Se lo confirmas con simples gestos y detalles. Ella no para de decir
todo lo bueno que ve en ti. ¿Por qué tú te niegas a verlo? ¿Por qué no puedes perdonarte?

–¡Porque no puedo permitirme olvidarlo! –gritó Quinn–. Porque si lo hago puedo volver a ser esa
que era y la puedo lastimar de nuevo. Y si la lastimo voy a decepcionarla y todos los que siempre
le dijeron que no debía confiar en mí, que no debía olvidar y perdonar fácilmente tendrán razón...
–agregó casi en un susurro.

–Te equivocas en varias cosas, hermanita –explicó Frannie–. Primero, perdonar no significa
olvidar. Las cosas no se olvidan, se superan. Segundo, tú y yo sabemos que si alguna vez trataste
mal a Rachel fue sólo una fachada que necesitabas mantener. Esa no es la verdadera Quinn y
cuando aceptes que esa no eres tú, entenderás que no volverás a ser esa, salvo que decidas
poner esa fachada nuevamente. Pero será tu decisión –sentenció–. Además, nadie te asegura que
no vayas a lastimarla. Lo más probable es que lo hagas, pero ella también te puede lastimar. Eso
no tiene nada qué ver con el perdón. Son cosas que pasan. Sé que si llegas a lastimarla, no será
intencional y sufrirás mucho más tú que ella. Eso, hermanita, refleja cuánto te importa Rachel.
Sólo por ella deberías intentar aceptarte y perdonarte.

–No es fácil...

–Nunca dije que lo fuera ¿o sí? –preguntó Frannie.


–Lo voy a intentar –digo Quinn y Frannie la miró emocionada–. Lo de perdonarme... lo otro...
necesito tiempo.

–Puedes decirlo, Quinnie –la incitó Frannie–. Es fácil: mis sentimientos por Rachel.

–No me presiones –Frannie enarcó una ceja–. Necesito tiempo para enfrentar mis sentimientos
hacia Rachel –agregó–. ¿Está bien así?

–¡Perfecto! –Frannie exclamó y abrazó a su hermana una vez más–. Quiero verte feliz, Quinn. Me
gusta la sonrisa que Rachel es capaz de provocar en ti. Te sienta bien...

Quinn se limitó a sonreír, porque Frannie se sumaba a la lista de personas que pensaban lo buena
que era Rachel para Quinn. La rubia concordaba con aquello, pero aún seguía siendo extraño oírlo
de los demás.

Tiempo al tiempo, Quinn. Tiempo al tiempo.

XII. Deseo de cumpleaños

Frannie Fabray había sido todo un descubrimiento para Rachel. Si bien estuvieron escribiéndose
durante un tiempo, el pensamiento de verla en vivo y en directo la había asustado un poco. Así
que su felicidad fue tremenda al comprobar que aquella divertida chica con la que charlaba por
internet, era aún mejor estando frente a frente.

Quinn, en cambio, parecía distinta. Desde la llegada de Frannie había evidenciado su


incomodidad. Rachel sabía que la rubia lo intentaba disimular, pero la cantante la conocía muy
bien ya y podía leer cada gesto de la porrista. Podía palpar la tensión que exudaba Quinn cada vez
que Frannie hacía algún comentario divertido, o cada vez que la morena le daba la razón en algo.
Y ello era francamente un misterio para Rachel. Frannie era todo lo que no había esperado que la
hermana mayor de Quinn fuese: divertida, bromista y sobretodo, liberal. Habían formado un
vínculo tan fuerte en pocos días, que Rachel ya había convencido a Frannie de seguir sus sueños
en Princeton, y la morena ya había confesado que no tenía preferencias en cuanto al género en lo
relativo a sus gustos amorosos.

Por ello la cantante no entendía lo que sucedía ante sus ojos. Una relajada Quinn reía ante lo que
Frannie le decía. Aquella imagen contrastaba con todo lo acontecido los días anteriores. No era
que a Rachel le molestase, todo lo contrario, le provocaba una inmensa felicidad, pero no dejaba
de parecerle extraño. Había acordado reunirse con Frannie en el centro comercial de Lima, para
comprar los últimos adornos que habían elegido para la decoración del cumpleaños de la rubia, a
celebrarse aquel día en la noche.

–¿Y esa cara Rach? –preguntó Frannie al llegar al punto de reunión con la morena.

–Ya hablamos del apodo, Fran... –comentó Quinn con voz cansina–. Es Rachel o cómo quieras,
todo menos Rach.

–¿De qué me perdí? –preguntó Rachel confundida–. ¿Por qué Frannie no puede decirme Rach? A
mí no me molesta.

–Bueno, porque yo te digo así –respondió Quinn cruzándose de brazos en una actitud infantil,
pero no por eso menos irritada.

–¿Entiendes, Rachel? –bromeó Frannie–. Sólo Quinnie puede decirte así. Caso cerrado.
La morena soltó una carcajada y Quinn soltó un bufido. Frannie abrazó a su hermana intentado
vencer su postura recta.

Quinn a veces es igual que una niña pequeña que se enoja cuando no consigue lo que quiere.

–¿Rachel? –preguntó una voz a sus espaldas y la morena supo inmediatamente de quién se
trataba.

Quinn se giró tan rápido que la cantante asumió que la rubia también había reconocido aquella
voz. Rachel imitó el movimiento de la porrista, pero de forma mucho más calmada.

–Estaba deseando verte, Rachel –agregó la voz de aquel muchacho y Rachel vio como Quinn se
tensaba a su lado. También captó como Frannie tomaba la mano de su hermana intentando
tranquilizarla.

–Lo siento, pero Rachel tiene cosas por hacer, St. James –sentenció Quinn.

–Rachel tiene voz propia, Fabray –atacó Jesse–. ¿Te cansaste de lanzarle slushies y decidiste
comportarte como un ser humano?

–¿Qué? –preguntó Frannie sorprendida y Quinn sólo agachó la mirada.

Rachel se sentía en medio de un campo de batalla, porque si bien sabía que los miembros del
Glee Club detestaban al chico, éste hace un tiempo la había buscado para disculparse por su
comportamiento infantil, cuando básicamente la ocupó para así perjudicar al grupo de coro del
McKinley. La morena había percibido la sinceridad en las palabras del chico y había decidido darle
una oportunidad. Desde ese momento, mantenían una relación amistosa vía correos electrónicos.
Pese a ello, la última pregunta maliciosa del chico la había molestado. Ella no quería que nadie le
recordase a Quinn su pasado; la rubia ya se torturaba por ello en silencio, no necesitaba que
nadie incrementase su culpa.

–¡Basta, Jesse! –fue categórica la morena y el chico entendió que debía mantenerse a raya–. Aquí
nadie está libre de nada. El pasado, pasado es y así lo mantendremos.

–¿Es cierto, Quinn? –Frannie ignoró las palabras de la morena, incapaz de creer que su hermana
pudiese hacer algo así.

Rachel vio como la rubia porrista asentía sin levantar la vista del suelo y contuvo sus ganas de
abrazarla. Sabía que Quinn no necesitaba eso en aquel momento. Lo que la rubia necesitaba es
que alejase los fantasmas que volvían a invadirla.

–Todos cometimos errores en el pasado, Frannie. Tú bien lo sabes –dijo la morena con seriedad–.
Quinn aún no es capaz de perdonarse por los suyos, pese a que yo ya lo hice –aclaró–. Jesse
fingió que yo le gustaba, nos hicimos novios y luego me dejó, cuando ya obtuvo toda la
información necesaria para triunfar contra nosotros en la competencia regional de coros. Pero
hace unos meses me pidió perdón y yo supe que era sincero y lo perdoné. Todos tenemos derecho
a segundas oportunidades.

–¿Fingiste salir con Rachel sólo por tu grupo de coro? Eres realmente patético –dijo Frannie
mirando en menos al chico.

–¡Frannie! –exclamó la morena y se percató de la sonrisa que intentaba ocultar Quinn.


–Tu opinión sobre mí no me interesa, en realidad –contestó Jesse mirando a Frannie para luego
posar su vista en Rachel–. Me gustaría que saliéramos juntos algún día, Rachel. Quiero
demostrarte con actos lo que hemos hablado.

–Rachel está ocupada –Frannie interrumpió cualquier respuesta de Rachel, que la miró
sorprendida.

–Ni siquiera he dicho una fecha. ¿Cómo puedes saber que estará ocupada? ¿Eres psíquica acaso?
–el chico parecía realmente molesto con la mayor de las Fabray.

Frannie se encogió de hombros.

–¿Por qué no me escribes y acordamos una fecha que nos acomode? –preguntó Rachel.

–Espero que tengas claro que Rachel tiene pareja, así que no intentes nada con ella –amenazó
Frannie.

–¿¡Qué!? –preguntaron al mismo tiempo Quinn y Rachel. La primera con un tono mucho más
angustiado que la segunda.

–Creo que sería bueno que le informaras a Rachel de su situación sentimental, entonces... porque
por su reacción me parece que no lo sabía –dijo Jesse con una sonrisa burlesca en sus labios–. Te
escribiré uno de estos días para que nos juntemos. Por cierto, estás muy linda –agregó besando la
mejilla de la morena, quien sonrió involuntariamente ante las palabras del chico.

Jesse se despidió en general de las hermanas Fabray, para luego emprender camino hacia la
salida de aquel centro comercial.

–No sabía que hablabas nuevamente con St. James –dijo Quinn con molestia, tras la marcha del
chico.

–Hace dos o tres meses me escribió un correo pidiéndome disculpas y me explicó un poco su
situación en esa época –manifestó Rachel.

–No me gusta –sentenció Quinn.

Quinn a veces no puede controlar su posesividad... ¿o sus celos? No, eso no.

–No puedo hacer nada respecto de ello –declaró la morena y luego le habló a Frannie–: ¿Cómo es
eso de que estoy en una relación?

–Me pareció un tipo verdaderamente molesto, así que intenté darte una mano Rachel –Frannie se
encogió de hombros–. Creo que te mereces a alguien mejor. Alguien que se preocupe
verdaderamente por ti, te defienda y te apoye en tus sueños. No sé, ese tal Jesse puede ser
guapo, pero definitivamente no es para ti.

–Estoy de acuerdo con Frannie. St. James ya demostró que no es confiable en una relación. No
deberías pensar en estar con él nuevamente.

–Me alegra saber que las hermanitas Fabray concuerdan en algo –dijo Rachel con una sonrisa–.
Me parece que debo aclararles, que si hay alguien capaz de entender mis sueños, ese es Jesse.
Además sé que se preocupa por mí y que me defendería de ser necesario.
–Creo que confías muy rápido en él. Es decir, llevas unos meses hablando con él, pero no puedes
saber si eso no es más que una actuación. Quizás sigue planeando ocuparte... –sugirió Frannie.

–Jesse ya no es un estudiante de Carmel, ya no lucha por ganar las regionales gracias a su


destacada participación como vocalista principal de su coro –aclaró Rachel.

–Parece que estás decidida a salir con él –bufó Quinn.

–Saldré con él, pero como amigos. Sé que ambos estamos de acuerdo en eso –explicó Rachel–. Y
no creas que pasé por alto el hecho que encuentras atractivo a Jesse, Frannie.

–Ni en broma, Rachel. No intentes desviar la atención del asunto –se quejó la aludida–. Ese niño
parece un muñequito de torta. A mí me gustan los hombres.

–Jesse es sólo un año y meses menor que tú –Rachel guiñó un ojo a Frannie y le sonrió–. Y
deberías verlo sin camisa, dudo que dijeses lo mismo...

Quinn en ese momento se alejó de ellas sin decir una palabra. Rachel tuvo la intención de
seguirla, pero Frannie la detuvo.

–Es mejor que me dejes a mí... Tú ve hacia la tienda y nos encontramos allí –le dijo Frannie a la
morena, quien la miró inquieta–. No te preocupes. Confía en mí.

La morena hizo lo que Frannie le pedía y se dirigió a la tienda donde compró lo que necesitaban,
sin dejar de mirar a la entrada cada dos segundos. Luego de pagar, comenzó a inquietarse al no
ver a las hermanas llegar. Salió decidida a llamar a Frannie e ir en su búsqueda, pero la imagen
de aquellas dos rubias caminando hacia ella la detuvo.

–¿Dónde estaban? –preguntó tan pronto llegó hasta ellas–. ¿Saben cuán preocupada estaba?
Pensé que las habían secuestrado. El otro día vi en el noticiero que el número de secuestros había
aumentado en el país durante el último año. Sé que siempre exageran en las noticias, pero no por
eso debemos descuidarnos y...

–Estamos bien, Rach –interrumpió Quinn con una sonrisa.

–Estaba muy preocupada –comentó bajando la cabeza la morena con más emoción de la que
quería demostrar.

Quinn se enterneció y abrazó a Rachel para demostrarle que todo estaba bien. La morena se
refugió entre los brazos de la rubia liberando la angustia que la había invadido.

–Tranquila, estamos bien –reiteró Quinn dejando caricias en el cabello de la cantante–. A veces
olvido lo dramática que eres...

–¡La reina del drama! –agregó Frannie riendo.

–¡Hey! –se quejó Rachel, separándose de la rubia–. ¿Esto es lo que recibo al preocuparme por
ustedes? ¡No lo haré más!

Las Fabray se largaron a reír ante el comentario de la morena, que las observaba indignada con
sus brazos firmemente cruzados contra su pecho.
–Como Rachel ya se encargó de las compras, lo mejor es que regresemos para afinar los últimos
detalles y luego, ¡a celebrar! –anunció Frannie.

La morena sonrió cuando, tras ayudarla con las compras, sintió como Quinn tomaba su mano para
guiarla hacia la salida.

Definitivamente, Quinn Fabray era su perdición.

Evidentemente Frannie y Rachel no entendían la definición de "algo tranquilo", porque lo que


Quinn observaba era todo menos eso. Dio gracias al cielo por la invitación que su madre había
recibido de los Berrys respecto de pasar la noche junto a ellos y unos amigos, para luego ir a
dormir a la residencia de los papás de Rachel. Según Leroy, Frannie era lo suficientemente
responsable para hacerse cargo de la fiesta. Quinn no compartía esa opinión, pero no dijo nada.
Ahora lo lamentaba.

Recorrió el lugar con la mirada, observando a cada persona, cada gesto. En el jardín la mayoría de
los jugadores de futbol americano –que para sorpresa de Quinn habían asistido–, estaban
compitiendo en alguna clase de juego que implicaba alcohol. Dentro de la casa, en el salón para
ser más específicos, la música no paraba de sonar y la mayoría de las chicas, que bailaban al
ritmo de ésta en una improvisada pista de baile, estaban muy alcoholizadas, por lo que era un
espectáculo bastante divertido.

–¿Cómo está la embarazada más linda del lugar? –preguntó Puck deteniéndose junto a Quinn.

–Soy la única embarazada del lugar, Puck –respondió la rubia.

–Eso no lo sabemos... –comentó el chico tomando un trago de su cerveza–. ¿Estás buscando a mi


judía?

–Creí que habíamos acordado que no era tuya... –murmuró Quinn.

–No, tú dijiste que no era mía y yo te expliqué porqué le decía así –aclaró Puck–. En fin... ¿la
buscas?

–Me preocupa no verla por aquí. Hace un rato estaba hablando con Mercedes, pero ahora no la
veo por ningún lado –admitió la rubia con algo de preocupación.

–Santana y tu hermana la estaban llevando por el mal camino la última vez que la vi –dijo el chico
sonriendo–. Parecían estar compitiendo por quién bebía más y, al parecer, incitaban a Rachel a
acompañarlas, mientras que Britt aplaudía divertida.

–Le pedí a Frannie que cuidase de Rach. ¿Cómo puede ser tan irresponsable? –se quejó Quinn y
Puck rió.

–Estamos en una fiesta. Frannie se está divirtiendo, no tiene que ser la niñera de Rachel. Ella
puede cuidarse. Yo lo vi bastante feliz –comentó Puck dando un nuevo sorbo a su cerveza,
mientras posaba su mirada en un lugar del salón–. Definitivamente está feliz. ¡Mírala!

Quinn siguió la mirada del chico para descubrir a Rachel bailando desinhibida junto a Frannie,
mientras a su lado Santana y Brittany se besaban apasionadamente. Era evidente el estado de
ebriedad de las chicas. La rubia podía apostar que Rachel prontamente se uniría al estado del
resto de las chicas, al verla beber un vaso de contenido dudoso de un sólo trago.

La menor de las Fabray ni siquiera lo pensó y se dirigió hacia las chicas, dejando a Puck con una
sonrisa en los labios, producto de su accionar.

–Rach, ¿puedes venir conmigo un momento? –preguntó interrumpiendo el baile de las chicas.

–No empieces con tus celos, hermanita... si ya te dije que no me gustan las chicas –dijo Frannie
en un tono bastante borracho.

–¡Sí, Q! Deja al hobbit ser –agregó Santana en igual tono, separándose unos centímetros de la
boca de Britt–. Deja que nos deleite con sus sexys movimientos y esas piernas... ¡Wow!

–¿Crees que soy sexy? –preguntó Rachel algo mareada e ilusionada.

–Claro que lo eres, Rachie –respondió Britt.

–Rach, acompáñame por favor –pidió Quinn ignorando aquella charla que comenzaba a
molestarla.

La morena asintió tomando la mano de la porrista para que la guiara.

–¡Aprovéchala y devuélvenosla pronto! –gritó Frannie mientras Rachel y Quinn se alejaban.

Quinn condujo a Rachel hasta una habitación recientemente remodelada, que su mamá había
convertido en su oficina, puesto que había decidido ocupar sus estudios universitarios y volver a
trabajar.

–¿Te sientes bien? –preguntó Quinn tan pronto como cerró la puerta de la habitación–. ¿Cuánto
has bebido?

–Estoy bien –respondió Rachel–. Bueno, algo mareada, si soy sincera –confesó–. Pero
definitivamente mucho mejor que las chicas; especialmente, mucho mejor que Frannie y Santana
–agregó con una sonrisa–. Ellas estaban compitiendo para definir quién tenía mejor aguante con
el alcohol. Creo que es evidente que ambas perdieron.

–¿Quieres que te prepare un café para aliviar ese mareo? –Quinn indudablemente había ignorado
el resto de las palabras de la morena, centrándose sólo en su bienestar.

–Quinn, estoy bien. Obviamente después de tomar lo que he tomado, no estoy en mi 100%, pero
tampoco estoy mal o necesito algo. Se me va a pasar con el tiempo –explicó Rachel–. Tampoco
pensaba seguir tomando. Bebí mi último vaso hace instantes, de un trago, a petición, más bien
insistencia, de las chicas, pero ya les había dicho que no tomaría más. No es justo contigo.
Estamos celebrando tu cumpleaños, o sea, la víspera de tu cumpleaños, no corresponde que
estemos todos bebidos y tú cuidando de nosotros.

–Al parecer tú eres de las pocas personas que piensa eso –Quinn y Rachel compartieron una
pequeña risa–. Es más, creo que sólo Kurt, Mike, Puck y tú están bien. Y Kurt y Mike son
conductores designados.

–Noah y yo prometimos estar bien por si nos necesitabas. Beth puede decidir nacer en cualquier
momento.
–No puedo creer lo rápido que ha pasado el tiempo –comentó Quinn–. Siento que fue ayer cuando
me enteré de todo. Ahora, tengo casi 17 años y 8 meses de embarazo.

–Hablas como mis padres, Quinn –se burló la morena–. Ya quiero conocer a Beth...

–Yo también... –murmuró Quinn pensativa–. ¿Sabes? He soñado mucho con ella. Siempre es
Beth, nunca Charlie. Creo que definitivamente me convenciste con eso de que será una niña.

–Y lo será –aseguró Rachel, que posó su mirada en el reloj–. ¡Ya es tu cumpleaños, Quinn! –
gritó–. ¿Cómo no nos percatamos? Han pasado 4 minutos ya y no hemos cantado, ni has soplado
las velas. Soy pésima organizando cumpleaños. ¡Deberías odiarme!

–Ni siquiera el día de mi cumpleaños puedes olvidar el drama, ¿no? –dijo la rubia con una
sonrisa–. Estamos en una fiesta. Una fiesta muy buena, debo agregar. Nadie se preocupa de la
hora en las fiestas. Es normal.

–Pero yo quería que justo a las 00 hrs cantáramos y tú soplases las velas de tu pastel... quería
que todo fuese perfecto –murmuró la cantante.

–Y es perfecto –aclaró Quinn–. Lo único que está mal, es que aún no me dices feliz cumpleaños.

–Lo siento, lo siento... ¡Feliz cumpleaños! –dijo Rachel con una gran sonrisa para luego estrujar a
Quinn, figurativamente hablando, en un abrazo–. Espero que cumplas muchos, muchos años más
y poder estar a tu lado para celebrarlos.

–Yo también espero lo mismo, Rach –Quinn correspondió la sonrisa que Rachel le brindaba.

Aquella sonrisa de Rachel Berry era el mejor regalo que alguien podía recibir.

–Tu regalo lo recibirás mañana en el almuerzo que organizaron mis papás en tu honor –explicó la
morena–. Bueno, técnicamente, el almuerzo es hoy.

–No debiste molestarte, Rach. No necesitaba que me regalases nada –dijo la rubia.

–No fue una molestia y no se trataba de si lo necesitases o no. Era algo que yo quería hacer. A los
Berry nos gusta hacer regalos. Así que prepárate porque mis papás también tienen cosas para ti.

Lo único que quiero es tenerte siempre en mi vida.

Aquel pensamiento sorprendió a Quinn. Si bien había decidido dejar de pensar en lo que sentía
hasta que naciera su bebé, por no querer que ninguna hormona interfiriera en su juicio, no podía
negar que su embarazo nada tenía que ver en lo que Rachel le provocaba.

–¿Estás bien? –preguntó Rachel y Quinn asintió–. Te ves como perdida en tus pensamientos, pero
en un buen sentido. Siento que estás aquí, pero también estás en otro lugar. Es como si...

No hubo más palabras de parte de Rachel, pues los labios de Quinn se posaron en los suyos y al
sentir aquel contacto, la morena dejó de pensar. La rubia, por su parte, no encontraba palabras
para describir lo que el contacto entre su boca y la de Rachel le producía. Aquel encuentro entre
labios ansiosos que dio lugar a una batalla entre sus lenguas, la tenía en la gloria. Creía que no
había mejor sensación que esa, pero Rachel le demostró que estaba equivocaba cuando mordió su
labio inferior con delicadeza y tiró un poco de él. El gemido que no pudo evitar soltar Quinn,
provocó una sonrisa orgullosa en Rachel.
Quinn no quiso ser menos y alejándose de los labios de la morena, se perdió en su cuello.
Besando cada rincón hasta llegar al lóbulo derecho de Rachel, el cual disfrutó, lamiéndolo
lentamente. Ahora fue el turno de la morena para gemir.

–¡Oh por Dios, Quinn! –exclamó Rachel.

–¿Olvidando tu judaísmo, Rach? –susurró Quinn coquetamente al oído de Rachel.

La morena no respondió con palabras, sino con acciones. Imitando el actuar de Quinn, Rachel se
dedicó a besar el cuello de la rubia, pero a diferencia de ésta, no lo hizo con lentitud sino con
ferocidad. Tanto así que Quinn tuvo que apoyarse en el escritorio de su madre para no caer. La
morena se aseguró que la ex capitana de las porristas recordase lo placentero que eran sus
labios.

–Rach... –gimió Quinn.

–¿Si? –preguntó Rachel dejando dulces besos en el lóbulo izquierdo de la rubia.

–No... Sólo... no pares –susurró.

–No pensaba detenerme –respondió la morena.

Siguieron besándose y alternando el mando durante varios minutos. Era como si no pudiesen
dejar de hacerlo o no quisieran. Cada pausa para respirar era acompañada por una mirada
profunda y una caricia. Ambas sabían que aquella magia podía romperse en cualquier momento y
deseaban aprovechar lo máximo que pudiesen.

Rachel no puede estar con nadie más.

Guiada por ese pensamiento, Quinn abandonó los labios de Rachel para dirigirse una vez más a su
cuello. Allí dejó varios besos, profundizando el último, decidida a dejar una marca.

–Agradece que estamos entrando a invierno y podré cubrirme el cuello –dijo Rachel una vez que
se separaron–. ¿Qué significa esto, Quinn? Sé que no quieres que hablemos, nunca quieres, pero
necesito hacerlo. Necesito saber qué pasa.

–Yo... no... Yo no lo sé –tartamudeó Quinn–. No quiero pensar. Si pienso, todo se va a terminar y


no quiero –agregó.

–No tiene porqué terminarse –comentó Rachel tomando las manos de la rubia–. Aunque no lo
digamos, lo que existe entre nosotras no desaparece, ni desaparecerá.

–Lo sé... –susurró la ex capitana de las porristas.

–¿Entonces?

–No puedo tomar una decisión ahora. No con ocho meses de embarazo –explicó la rubia–. No es
justo para nadie. Soy un lío hormonal, Rach. Lo sabes... –agregó–. Lo que existe entre nosotras
es real. Aunque lo niegue, existe... –tomó aire antes de continuar–. Yo... no quiero arruinarlo –
susurró.

–Y no lo harás. Yo no te dejaré –sentenció Rachel–. Ya sabes lo obstinada que soy.


Quinn le regaló una sonrisa a la morena.

–Un día... –murmuró Quinn y la cantante la miró confundida–. Quiero que me regales un día.
Quiero que me regales el día de hoy. Ese es mi deseo de cumpleaños –pidió–. Y que por hoy nos
olvidemos de mis reglas, mis peticiones, mis negaciones y mis hormonas. Quiero que me regales
un día de lo que puede ser entre nosotras. Quiero que durante un día me demuestres lo que tanto
me aterra sentir y tanto temo perder... –agregó–. Sé que es injusto para ti. Sé que te mereces
mucho más que un día, pero por ahora no puedo darte más. Por eso entiendo si te niegas. Por
favor, Rach, no hagas lo que quiero que hagas, haz lo que tú quieras hacer.

–¿Por ahora no puedes? –preguntó Rachel y Quinn asintió. La morena guardó silencio por unos
segundos, tal vez un minuto–. ¿Un día solamente? –la rubia volvió a asentir–. Si eso es todo lo
que por ahora podemos tener, un día tendrá que bastarme...

–¿Estás segura?

–Sí. Estoy segura y probablemente, muy loca –respondió la morena–. Por un día, seremos sólo tú
y yo.

Quinn cerró aquel trato con un apasionado beso que prometía mucho y demostraba lo difícil que
sería terminar aquel día.

Por un día, Rachel Berry y Quinn Fabray se pertenecerán.

XIII. Un día

La vida muchas veces nos regala aventuras inesperadas, maravillosas sorpresas. Puede que no
seamos conscientes de ello, en el mismísimo momento en que nuestra vida da un giro; pero
cuando somos capaces de reconocer aquellos regalos, es imposible no sonreír de felicidad.

Así se sentía Rachel desde que había redescubierto a Quinn Fabray. Desde que había comenzado
lo que ella denominaba "segunda oportunidad". No supo qué momento o acción lo cambió todo,
sólo se percató un día que ya no miraba a Quinn de la misma manera y, de pronto, comenzó a
adorar cada parte de la menor de las Fabray. Sentía que quería explorar hasta el último rincón de
su mente, conocer sus miedos y sueños, borrar cada pesadilla y frustración. Quería convertirse en
alguien indispensable para la rubia, de la misma manera que Quinn lo era en su vida.

No había sido algo fácil, es más, Kurt le había dicho que se arrepentiría de aquel acto de fe para
con Quinn. Y hubo momentos en los que dudó, porque minimizó la intrincada mente de la rubia.
Cuando por fin comprendió los miedos de la ex capitana de las porristas, supo que por mucho que
Quinn intentara encerrarse en ella misma y excluirla con su fría coraza, no debía abandonarla, no
debía desistir.

–¿En qué piensas? –preguntó Quinn besando los labios de la morena.

–En el pasado... –comentó Rachel aún perdida en sus pensamientos.

–No me gusta –susurró la rubia, tensándose.

La cantante al sentir el cambio de Quinn la abrazó con fuerzas y dejando suaves besos en su
cuello, mejilla y labios.
–¡Hey! Espanta esos monstruos que te agobian, no quiero tener que ponerme mi armadura y
combatirlos. Sólo tenemos un día y quiero pasarlo disfrutando a tu lado, no peleando con tus
miedos –sentenció la morena y Quinn sonrió.

Dos golpes a la puerta acompañados de la voz de Frannie insistiendo en que dejaran cualquier
cosa que estuvieran haciendo, porque ella quería cantarle el cumpleaños a su hermana,
impidieron que Quinn besara a Rachel como pretendía hacerlo.

–Parece que tenemos que salir de nuestra burbuja –dijo Rachel son una sonrisa comprensiva.

–No quiero –se quejó Quinn con un puchero–. Siento que cuando salgamos todo va a cambiar.

–Cambiará... –aseguró Rachel y vio el temor en los ojos de la rubia–, porque tendré que besarte a
escondidas, como en las comedias románticas antiguas. ¡Siempre quise vivir algo así! ¡Será como
mi propia obra de Broadway!

–Eres todo un caso, Rachel Berry –se burló Quinn antes de besar por última vez los labios de la
morena y salir a su encuentro con el resto de los invitados.

Luego de cantar el clásico "feliz cumpleaños", Quinn se vio rodeada de personas que deseaban
abrazarla y darle felicitaciones, por lo que Rachel se alejó un poco para no estorbar. Vio a Tina y
Kurt conversando mientras se preparaban algo para tomar y decidió acercarse a ellos.

–¡Hola chicos! –saludó animada la morena.

–¿Tienes permitido hablar con nosotros? –ironizó Kurt.

–¿Qué? –preguntó confundida Rachel.

–Parecías muy cómoda con Santana, Brittany y la hermana de Quinn hace algunos minutos y
bueno, ellas no se juntan con gente como nosotros públicamente... –intentó explicar la chica
asiática.

–Desde que Santana pasó por todo lo del posible video y su aceptación, ha cambiado bastante. Ya
no le importa el qué dirán –señaló Rachel.

–Santana sigue siendo la misma perra de siempre. Si no sigue lanzándonos slushies es porque
sabe que expone a Quinn a recibir uno –dijo Kurt con seguridad.

–Yo creo que Rachel tiene razón, Kurt... –intentó decir Tina, pero el chico la interrumpió.

–Porque tú eres demasiado inocente, Tina. Crees que todos son buenos y eso no es así. La gente
no cambia. Esas chicas siempre serán las porristas que nos humillaban cada vez que podían.
Quinn ahora parece ser la mejor amiga de Rachel, pero apenas nazca el bebé y pueda recobrar su
estatus, se olvidará de ella y todo será igual –sentenció el chico para luego mirar a Rachel y
agregar–: Te está usando y lo sabes. Lo peor es que cuando todo termine y estés mal, recordarás
quién era tu mejor amigo...

–¿De eso se trata? ¿Estás celoso? –preguntó la morena y Kurt negó–. No te entiendo. Sí, paso
mucho más tiempo con las chicas y eso implica que no comparto tanto contigo, pero sigo siendo
la misma, sigo preocupándome por ti. Dices que las personas no cambian, pero te recuerdo que tú
mismo me excluías en un principio. Además todos sabemos que Quinn es intocable, Santana
podría ordenar slushies y aún así, Quinn no recibiría ninguno. Pero es más fácil decir que son unas
perras y que me están usando... obviamente, cómo van a querer pasar tiempo conmigo, la
perdedora... porque así es cómo me ves. Para ti soy tan poca cosa, que deben estar usándome
para algo.

–Sabes que no pienso eso de ti. No te comportes como una diva –se quejó Kurt–. Me preocupo
por ti, eso es todo. No todos somos capaces de perdonar y olvidar todo tan fácilmente, Rach. No
olvido las veces que tuve que ayudarte, que te consolé. ¡Disculpa si me preocupo por mi mejor
amiga!

Rachel miró a Tina buscando una opinión. La chica era generalmente reservada, pero Rachel sabía
que podía confiar en su criterio.

–Creo que Kurt tiene algo de razón, Rachel –dijo Tina algo insegura–. No digo que no puedan
cambiar, pero es extraño cómo todo cambió. Quinn pasó a ser tu mejor amiga, a estar junto a ti
cada momento y Santana pasó a ser tu protectora, todo en menos de un año. Cuando ellas
mismas eran las que te apuntaban con el dedo, te lanzaban slushies y se burlaban de ti –guardó
silencio un momento–. Kurt tiende a exagerar, porque el divo que lleva adentro no puede evitarlo,
pero entiendo su preocupación por ti, Rachel. Ellas podrían hacerte mucho daño si quisieran...

–Pero no quieren –la voz de Quinn a sus espaldas interrumpió a Tina–. Entiendo que quieran
proteger a Rachel, pero yo no pretendo hacerle daño. Santana tampoco y, aunque lo intentase, yo
no se lo permitiría. Fui una idiota antes, pero esa Quinn quedó atrás y se lo deben a Rachel.
Entiendo que no puedan olvidar y ni perdonar lo que le hice, porque yo tampoco lo hago...

–Quinn... –murmuró Rachel.

–Yo sólo venía a avisarles que mi hermana está sirviendo trozos de pastel en la cocina, por si
desean.

Sin más, la rubia se alejó del trío. Rachel no se detuvo a escuchar lo que Kurt le pretendía decir y
siguió a Quinn hasta el lugar en el que había decidido refugiarse.

–No deberías haberme seguido. Deberías estar junto a tus amigos –dijo Quinn al percibir la
presencia de la morena en la habitación.

–Estoy donde quiero estar. Y no olvides que tú también eres mi amiga –sentenció Rachel y Quinn
arqueó su ceja derecha–. Que seas mi amiga no implica que no puedas ser nada más. No es un
término excluyente, Quinn.

–No sabía que también eras una experta en el uso del lenguaje.

–Hay muchas cosas que no sabes de mí, Fabray –coqueteó la morena–. ¿Cuánto tiempo más
tendré que esperar por un beso?

–¿Ya me extrañas? –Rachel asintió–. Puedo demostrarte que yo soy una experta en el uso de la
lengua.

La morena se sonrojó casi instantáneamente.

–¡Quinn! –exclamó avergonzada.

–¿Qué?... ¡Oh! –dijo la rubia con algo de nerviosismo al comprender la significación sexual de la
frase utilizada–. ¡No me refería a eso! –explicó–. Hablaba de besos... de besos en la boca... como
hace unos minutos, no de otra cosa. Es decir, no era mi intención que tú pensases que yo quería
algo más, no puedo ni siquiera pensar en ello sin avergonzarme, no sé cómo crees que sería
capaz de insinuarte algo así...

–Relájate, Quinn –sonrió la morena–. Mientras más aclaras, más te hundes –agregó Rachel y
Quinn se sonrojó–. Aún espero mi beso...

No tuvo que esperar mucho más, porque Quinn la besó como si no la hubiese visto en años y
necesitase recuperar los momentos perdidos. Rachel comprendió que se estaba volviendo adicta
al sabor de Quinn, a la sensación de los labios de la rubia sobre los suyos, a las pequeñas caricias
que se dedicaban cuando sus lenguas se encontraban.

Y sería muy difícil no volver a probar aquella nueva adicción.

Rachel se sentía en la mitad de un sueño. En parte, porque estar así junto a Quinn parecía
increíble. En parte, porque no comprendía cómo había llegado Quinn a proponerle algo así. La
morena no era tan inocente, sabía que aquello era demasiado bueno y se preparaba en cualquier
momento para despertar.

Sí, Rachel era una diva de tomo y lomo, llena de sueños y metas muy altas. A la vista de
cualquiera, una soñadora... pero en lo referente a su vida privada, a sus relaciones con los demás,
era mucho más racional. Quizás porque, pese a que lo intentase ocultar, su autoestima estaba
dañada producto de cada burla, de cada decepción. Nadie parecía verla como alguien por quién
valiese la pena luchar. Finn nunca la había defendido con fuerzas y sólo parecía querer estar junto
a ella cuando Rachel decidía alejarse. Jesse la había utilizado para beneficio propio y si bien ahora
estaban mejor, ella sabía que él nunca la vería como algo más que su amiga; no es que a Rachel
le molestara, pero aquello reafirmaba su punto. El que Quinn hubiese decidido darle una
oportunidad a lo que había entre ellas así tan de pronto y que todo estuviese saliendo tan bien,
era algo que sin duda provocaba que sus alarmas interiores comenzaran a sonar.

Sin embargo, decidió disfrutar de aquel día con Quinn con la esperanza que al final del día la rubia
comprendiese lo que ella ya tenía claro: ellas debían estar juntas. Se dijo que el hecho que ambas
estuviesen tan bien una al lado de la otra debía ser una señal, un buen augurio. Así que apagó sus
alarmas internas y se dedicó a sentir.

–Frannie lo sabe, estoy segura –declaró Quinn.

–¿Te dijo algo? ¿Te molestó? ¿Le molesta que... nosotras... ya sabes? –preguntó nerviosa Rachel.

–No, no y claro que no –respondió la rubia sonriendo–. Es más, creo que sería la primera en
celebrar que nosotras, ya sabes... –se sonrojó–. Pero la conozco y sé que sospecha algo. Todo el
almuerzo nos estuvo dando miraditas. Hoy es sólo nuestro y... bueno... es sólo...

–Un día –completó Rachel intentando no desanimarse–. Creo que Frannie estaba igual que
siempre. Ya sabes cómo es –comentó retomando el tema inicial–. El problema es que sí hay algo
y crees que todos lo van a notar. Eso te pone nerviosa.

–¡Kurt no tiene razón! –exclamó de la nada Quinn.

–No entiendo qué tiene que ver Kurt en nuestra conversación, Quinn –dijo la morena.
–Yo no me avergüenzo de ti. Tú eres una persona maravillosa, Rach. Yo... yo...

–Hey, tranquila –Rachel acarició la mejilla de Quinn en un gesto íntimo, intentando relajarla–. Sé
que no lo haces. No te llenes la cabeza con lo que dijo Kurt. Él no te conoce como yo, aunque
espero que lo haga. Me gustaría que mis mejores amigos se llevasen bien.

–¿Así que mejor amigas, eh? –preguntó la rubia y la cantante asintió–. ¿También besas a Kurt de
la manera en que me besas a mí?

Quinn se acercó peligrosamente a Rachel de forma coqueta.

–Quizás en alguna ocasión lo he hecho... –respondió la morena.

–¿¡Qué!? –Quinn casi gritó, pero Rachel alcanzó a cubrir la boca de la rubia con su mano.

–Estoy bromeando –la morena rió y abrazó a Quinn, temiendo por su reacción–. Eres tan fácil de
molestar.

–Ja, ja, ja –dijo sarcástica la ex porrista, pero sin romper el abrazo.

Tras unos segundos de silencio disfrutando de sentir aquel abrazo que era mucho más íntimo que
otros, Rachel habló.

–Me gusta estar así junto a ti.

–A mí también –admitió la rubia–. Puede sonar bastante ridículo, pero siento que todo tiene
sentido cuando estoy así contigo, como si fuese algo destinado a ser...

–No suena ridículo, todo lo contrario. Suena como algo perfecto para decir cuando abrazas a
alguien de la forma en que me estás abrazando. Es como una frase tomada de un libro. Eres como
mi propio Romeo... –comentó Rachel con una sonrisa ilusionada.

–¿Por qué yo tengo que ser Romeo? Quiero ser Julieta, creo que me queda mejor –dijo Quinn.

–Podemos escribir nuestra propia historia. Creo que es mejor. Romeo y Julieta no tienen su final
feliz. Yo sé que soy la reina del drama, pero emular su historia no es algo que me apetezca
hacer... –aclaró la morena.

Su burbuja se vio interrumpida por el llamado de Judy, avisándoles que la cena estaba lista. Las
chicas habían dormido en casa de los Fabray tras la fiesta y habían despertado con algo de resaca
–bueno, sólo Frannie y Rachel–, pero se vieron obligadas a obviar cualquier malestar debido a la
promesa que habían hecho con los Berry y Judy. Todos debían almorzar en casa de Rachel, para
celebrar el cumpleaños de Quinn.

Los adultos habían recibido a la cumpleañera entre abrazos y regalos, para luego pasar al
comedor a disfrutar una comida digna de dioses. Tras charlas y risas, Quinn acompañó a Rachel
hacia su habitación, dispuesta a descansar unas horas. El avanzado embarazo de la rubia la
obligaba a recostarse cada cierto tiempo y Rachel no tenía problemas para acompañarla. Además,
aquel era su día y debían aprovecharlo al máximo. No fueron conscientes del tiempo que había
trascurrido hasta que escucharon la voz de Judy informándoles que ya era hora de cenar.

Bajaron al primer piso y se encontraron con los Puckerman. La familia de Puck había sido invitada
a cenar, para celebrar en familia el cumpleaños de Quinn. Judy, Leroy, Sarah y Hiram eran cada
día más cercanos. Básicamente, cada celebración incluía a las tres familias. Aquello no era algo
que molestase a los adolescentes, al fin y al cabo, ellos se sentían de una forma similar. Según el
chico del mohicano, ellos eran una gran familia y el bebé que pronto llegaría sería la unión
definitiva.

La cena fue maravillosa, una forma perfecta de cerrar aquel día de celebraciones para Quinn.
Todos parecían entenderse perfectamente, pese a que abundaban los gritos y las risas. Eran una
familia ruidosa, algo muy distinto a lo que las Fabray acostumbraban, pero que aceptaron
perfectamente. Frannie y Puck se dedicaron a bromear cada vez que les fue posible; para el
horror de Quinn y la entretención de Rachel, parecían hermanos separados al nacer que se habían
reencontrado. Tenían un sentido de humor muy parecido y hacer enojar a Quinn, tan irritable por
su avanzado estado de preñez, parecía su hobbie favorito.

Quinn a petición de Rachel, se quedó en casa de los Berry una vez que todos se marcharon. La
morena le prometió a Judy que dejaría a Quinn en la puerta de la casa Fabray antes de las once
de la noche.

–¿Por fin me darás mi regalo? –preguntó la rubia una vez que las chicas se quedaron a solas.

–¡Qué interesada resultaste ser, Quinn! –bromeó la cantante.

–No es de interesada –la rubia se cruzó de brazos–. Es de curiosa. Desde la fiesta, cuando me
comentaste sobre el regalo, anhelo saber qué es. Podría ser la tarjeta más simple y aún así sé que
sería maravillosa, porque tú la harías especial.

–Cuando dices cosas como esas, es fácil comprender por qué todo el mundo cae rendido a tus
pies –dijo Rachel–. No se trata sólo de tu belleza. Eres tú, completa. ¡Es realmente injusto para el
resto de los mortales!

–Y es realmente injusto que tú sepas siempre qué decir –contestó Quinn con una sonrisa–. ¿Ahora
me darás mi regalo? –preguntó haciendo un puchero.

Rachel no esperó más y, tras ir a buscarlo, le entregó su regalo a la rubia. La cara de Quinn fue
digna de una fotografía. Todo el esfuerzo que la morena había puesto en encontrar aquel regalo
se vio recompensado al mirar la expresión de la menor de las Fabray.

–Es... es... hermoso... –susurró Quinn sin dejar de apreciar el regalo–. Es muy caro, Rach. No
debiste gastar tanto... no puedo aceptarlo...

–Es tuyo, Quinn. Si no lo aceptas, lo guardaré. No lo devolveré a la tienda –sentenció la morena.

–Pero Rach... puedes gastar el dinero en otra cosa. En algo más importante. En ti...

–Tú eres importante. Y es mi dinero, yo decido que hago con él –aclaró Rachel–. Además, tiene
un fin egoísta –Quinn miró a la morena confundida–. Cuando te vea con el regalo, sabré que
llevas algo de mí y me hará feliz. Es como si, de cierta manera, me llevaras contigo.

Quinn regresó su mirada al brazalete que Rachel le había regalado. Tenía diferentes dijes
colgando: una letra B, un pompón y una nota musical; y quedaban espacios para agregar otros.

–La idea es que vayas agregando dijes –explicó la cantante–. Mi idea es regalarte un dije en cada
cumpleaños, hasta completar todo el brazalete. Obviamente tú puedes agregarlos también... no
es que yo intente imponerte nada, porque yo no tengo muy buen gusto y puede no gustarte lo
que yo elija y...

–No tienes mal gusto, Rach –interrumpió Quinn acongojada–. Siento tanto haberte hecho pensar
aquello. Sé que tú me perdonaste, pero yo no me voy a perdonar todo el daño que te hice... no
puedo...

–Nos podemos ayudar... tú me ayudas a confiar en mí y yo te ayudo a perdonarte –Rachel le


sonrió a Quinn y la rubia le devolvió la sonrisa.

–Suena como un buen plan –acordó Quinn–. Ya quiero que sea mi cumpleaños nuevamente, para
ver qué dije agregarás...

–Tendrás que tener mucha paciencia hasta entonces... –señaló Rachel.

–¿Y qué pasará si dentro de un mes resulta que tenemos un Charlie entre nosotros y no una
Beth? –preguntó Quinn divertida tocando el dije correspondiente.

–Compré un dije con una C –admitió la morena–, pero pretendo regalártelo cuando nazca tu
siguiente hijo.

–¡No planeo tener más hijos dentro de muchos años, Rach! –exclamó la rubia.

–Bueno, entonces te daré la C para tu cumpleaños de manera simbólica, por el Charlie que algún
día llegará.

–¿Y si tú tienes un hijo primero? –inquirió Quinn.

–Tú serás la madrina y lo querrás como un hijo y el dije tendrá sentido de igual manera –
respondió Rachel.

–Siempre tienes una respuesta para todo, ¿no? –Quinn soltó una pequeña risa y abrazó a la
morena.

La verdad es que Rachel no tenía una respuesta para todo, pero jamás lo admitiría. Tampoco le
diría a Quinn que pensaba en Charlie como su hijo, su hijo con la rubia... porque aquello le
espantaba incluso a ella misma. La fuerza con que la había golpeado todo la había dejado casi sin
aire, pese a ello, fue fácil imaginarse el futuro con Quinn. Por eso no dudó en comprar el
brazalete, ni los dijes.

Rachel sabía que no debía presionar a la rubia, pero aquel día había sido tan perfecto que era muy
difícil conformarse...

–Me encanta abrazarte así –dijo Quinn interrumpiendo los pensamientos de la morena.

–Y a mí me encanta besarte –Rachel apenas terminó la oración, atacó los labios de la rubia.
Diciendo con gestos lo que no podía expresar con palabras.

Los besos y caricias subían la temperatura del lugar. Las manos de Quinn danzaban entre el
cabello de la morena y su espalda. Las de Rachel parecían obsesionadas con el rubio cabello de la
ex porrista, especialmente al descubrir cuánto disfrutaba Quinn de aquellas caricias. Era algo tan
adictivo para la rubia, tanto como sentir los labios de Rachel en su cuello. La cantante sabía que
debían controlarse, que ninguna estaba preparada para avanzar... pero su cuerpo parecía
disociado de su mente; era como si tuviese vida propia y sólo quisiese dedicarse a sentir. Quinn
tampoco ayudaba. Sus gemidos y la forma en que sus labios acariciaban los de la morena,
llevaban a Rachel a un estado casi irracional.

–No quiero... pero debemos parar –dijo la morena con la voz agitada cuando por fin pudo lograr
separarse de la rubia.

–Tienes razón –murmuró Quinn, para luego volver a besar apasionadamente a Rachel–.
Deberíamos parar –otro beso–. No deberíamos... –volvió a besar a la morena, sin poder
contenerse.

Tras minutos de apasionados besos, ambas chicas lograron separarse y regularizar sus
respiraciones.

–No sé qué me hiciste, Berry –susurró Quinn juntando su frente con la de Rachel.

–Algo mucho menor a lo que me hiciste tú a mí, Fabray –Rachel acompañó sus palabras con su
delicado beso en los labios–. Creo que debo llevarte a tu hogar, antes de perder la confianza de
Judy...

–Para mi mamá eres algo así como una santa, Rach –aclaró Quinn–. Dudo que puedas perder su
confianza por algo así...

–Bueno, aún así, prefiero no tentar a mi suerte...

El viaje hacia la casa de Quinn estuvo lleno de caricias y besos fugaces. Las chicas se demoraron
el doble de lo que normalmente tarde el trayecto entre ambas casas, pero ninguna fue consciente
de ello. Ambas estaban pendientes de disfrutar aquellos últimos minutos.

–Gracias por este día, Rach –dijo Quinn una vez que estuvieron frente a la puerta de su casa.

–Gracias a ti por compartirlo conmigo –Rachel quería alagar aquel momento.

–Creo que debería entrar... –susurró Quinn intentando despedirse de la morena.

–No me voy a despedir, Quinn –sentenció Rachel adquiriendo fuerzas–. No quiero que este día se
termine... ha sido maravilloso...

–Ha sido maravilloso –repitió Quinn–, pero acordamos...

–Sé lo que acordamos. ¡Sé lo que acepté! –exclamó Rachel–. Pero las cosas cambian...

–Rach...

–No te pido nada en este momento –se excusó la morena–. No te pido ninguna respuesta, sólo te
pido que no nos despidamos. No acabemos este día...

–Dijimos... –susurró Quinn.

–Sólo un día... –completó Rachel–, pero podemos intentar que sean dos...

–No puedo, Rach –murmuró la rubia con la voz entre cortada–. No puedo...
–¿Por qué?

–Porque es fácil fingir que todo es perfecto un día, pero si se alarga... se vuelve real... y no
puedo...

–¿Puedes fingir que gustas de mí un día, pero no dos? –preguntó Rachel mirando intensamente a
la rubia que negó frenéticamente.

–No es eso... –dijo Quinn–. Necesito tiempo...

–Tiempo... –reiteró Rachel.

–Acordamos un día, Rach –volvió a decir Quinn, como si aquello fue la respuesta para todo. Como
si con aquel argumento pudiese impedir que las cosas cambiasen entre ellas.

–Nos vemos mañana, Quinn. Que tengas una buena noche. Adiós –Rachel se dio media vuelta y
caminó hacia su coche.

Quinn no dijo nada, sólo se quedó observando la marcha de la morena, como si todo fuese una
película frente a ella. Sabía que todo había cambiado la noche anterior. Y ahora, todo había vuelto
a cambiar.

Rachel no derramó ninguna lágrima en su regreso a casa. Le costó conciliar el sueño, intentado
ver alguna luz de esperanza en toda aquella situación. Lamentablemente su única conclusión fue
que no podía volver a ser sólo amiga de Quinn tras lo sucedido entre ellas aquel día.

Un día no era suficiente.

XIV. Cambios

Hay días en que es más difícil levantarse. Hay días que simplemente prefieres no afrontar. Aquel
lunes, era un día de esos para Rachel Berry.

Tenía que actuar normal, como si nada hubiese sucedido el día anterior... pero la verdad es que
todo había cambiado. Y no para mejor, lo sabía.

Aquel domingo había marcando un antes y un después. Ahora estaba su vida antes y después de
Quinn. Nada era igual para ella y eso afectaba directamente su relación con la rubia.

Por su parte, había comprobado que Quinn también estaba diferente. Las pocas veces que se
habían cruzado hasta ese momento en los pasillos del colegio, había corroborado su temor: ya
nada sería como antes. Quinn actuaba como si nada pasase de manera bastante creíble, pero
apenas mantenía contacto visual con la morena. Esos pequeños momentos: las miradas
cómplices, las sonrisas, ya no estaban.

Rachel no sabía cómo sentirse al respecto.

–¿Me dirás que pasó entre ustedes? –preguntó Santana apenas se sentó a su lado en aquella
clase de álgebra que compartían.

–¿Entre quiénes? –Rachel sabía a quiénes se refería la latina, pero prefería pretender que no.
–Entre Q y tú –respondió rápidamente Santana–. Y no intentes decirme que nada pasó. Quizás
puedan engañar al resto, pero Britt y yo sabemos que no están bien. A nosotras no pueden
engañarnos.

–Si pasó algo o no, es un tema nuestro Santana. Entiendo que quieras saber y ayudar, pero no
hay nada que pueda hacerse.

–Siempre se puede hacer algo. No seas como Q, Rachel –dijo Santana y la morena la miró
fijamente. La latina no solía llamarla por su nombre, salvo cuando se trataba de algo importante–.
Quinn se encierra en sí misma, segura de que sus fantasmas son ciertos y no siempre es así. No
cometas los mismos errores.

–Gracias por el consejo, San –Rachel le regaló una sonrisa que dejaba mucho qué desear, pero
era lo mejor que podía ofrecer en esos instantes–. Asumo que Britt está hablando con Quinn en
estos momentos –agregó la morena, pues las rubias compartían clase. Santana asintió–. Y ojalá
pudiese decirte que todo estará bien entre Quinn y yo, pero a veces debes pensar en ti misma, y
en este momento, Quinn y yo estamos en distintos caminos que no parecen unirse, al menos no
por ahora.

–Sé que probablemente no he sido la mejor persona contigo, hobbit –Rachel sonrío ante el uso del
apodo–, pero quiero que sepas que puedes contar conmigo. La rubia es algo obstinada y cerrada
para ciertas cosas... sé que no se lo merece, pero ojalá le dieses tiempo y espacio.

–No intentes hacerte la dura, Santana. Tienes un punto blando con Quinn y lo sabes –dijo la
morena sonriendo–. Le daré espacio y tiempo, pero no puedo asegurar que cuando ella logre
poner en línea todos sus pensamientos, mis sentimientos sigan igual –confesó.

–Es bueno oírte decir que tienes sentimientos por ella. Está bien escuchar que una de las partes
en Faberry al menos es honesta –explicó Santana y Rachel la miró intrigada por el apodo–. Cosas
de Britt, ya sabes, ella insistió... está de moda eso de unir los nombres de las parejas, pero como
Quinchel no suena bien, me incliné por sus apellidos –la morena asintió aún confusa–. En fin, por
mucho que me duela ver a Q mal, creo que debes pensar en ti, Rachel. Piensa en ti y en tu
felicidad. No antepongas a nadie.

–Gracias, Santana.

–¿Te sentarás con nosotras en el almuerzo? –preguntó la latina–. ¿O también las cosas cambiarán
entre nosotras?

–No cambiará nada entre nosotras –aclaró Rachel–, pero no me sentaré con ustedes...

–Claro, primero dices una cosa y luego...

–¿Podrías dejarme terminar? –Rachel no esperó una respuesta de la latina que la miraba con el
ceño fruncido y continuó hablando– No me sentaré junto a ustedes, porque tengo una reunión con
unas chicas de primer año...

–¡Tú sí que no pierdes el tiempo, eh! –exclamó Santana y le guiñó un ojo.

–No digas estupideces, Santana. No tiene nada que ver con ese tipo de cosas –la latina arqueó
una de sus cejas mostrando incredulidad–. El señor Schue conversó con unas chicas que quizás
puedan interesarse en el Glee Club... bueno, al menos están interesadas en la música –precisó
Rachel–. Y cuando lo mencionó en clases, ustedes básicamente lo ignoraron, así que me pidió
ayuda a mí. Yo sé que no fui su primera opción, pero si esas chicas pueden cantar, creo que sería
beneficioso para nosotros.

–¿Y por qué necesitamos más miembros? Creía que ya estábamos todos los necesarios –Santana
hizo una pausa antes de mirar con una sonrisa malévola a Rachel–. Además, ¿qué pasa si alguna
de esas chicas canta mejor que tú?

–Bueno, eso es básicamente imposible –dijo con seguridad Rachel mientras la latina negaba–,
pero aunque eso, que repito considero imposible, sucediese, sería un incentivo para mí. Me vería
en la obligación de mejorar. Y debo recordarte que nunca está demás tener más miembros, ya
que los existentes tienen una inclinación por abandonar New Directions en los momentos más
importantes y ponernos en problemas.

–Si lo pones de esa forma... –dijo Santana encogiéndose de hombros–. Suerte con esas chicas y
si necesitas ayuda con ellas, cuenta con Britt y conmigo –agregó guiñando un ojo.

Minutos más tarde, cuando el profesor dio por iniciada su clase, tras media hora de retraso,
Rachel no pudo concentrarse, pues sus pensamientos estaban centrados en su relación con Quinn
y en cómo seguiría todo de ahora en adelante.

El trascurso de la mañana había sido una tortura. Fingir que todo estaba bien cuando su vida era
un caos, había sido casi imposible. Luego, cuando Britt intentó hablar con ella sobre lo que
sucedía con Rachel, casi le había gritado. Obviamente, su amiga desistió de su intento, no sin
antes dedicarle una mirada lastimera. Decir que se sintió la peor persona del mundo sería un
eufemismo.

Ahora, todo sería peor. Tocaba el almuerzo y las posibilidades no eran de su agrado. Si Rachel
decidía sentarse junto a ellas como siempre y seguir actuando como si nada pasase, sería un
auténtico castigo, pues Quinn se vería obligada a actuar de la misma manera, ignorando la falta
de brillo en los ojos de la morena, ignorando la culpa que la apresaba desde la noche anterior;
pero si decidía sentarse en otra mesa, todo entre ellas habría terminado y Quinn podía entender a
Rachel, pero eso no lo hacía menos doloroso. Tener a medias a Rachel, era mejor que no tenerla
en su vida.

–Emm... ¿y Rach? –preguntó a sus amigas al ver que los minutos trascurrían y la morena no se
acercaba–. ¿Se va a sentar en otra mesa?

–¿Por qué mi sexy judía no se sentaría aquí? –preguntó Puck a espaldas de Quinn–. ¿Pasó algo?

–No, pero probablemente las hormonas de Q están vueltas locas, ya sabes... el embarazo y esas
cosas... –excusó Santana–. La rubia se pone nerviosa cuando no tiene todo controlado y el hecho
que el hobbit aún no haya hecho acto de presencia la tiene alterada, imagino –agregó la latina a
un confundido Puck–. El punto es que no vendrá, porque en este momento está reunida con un
grupo de chicas de primero.

–¿Rachel con un grupo de chicas? ¿Para qué? –preguntó Quinn ocultando su molestia.

–Quizás descubrió que las chicas somos más interesantes y comenzará a experimentar.

Puck pegó un grito de euforia y Quinn apretó los puños.


–¡San! –se quejó Britt.

–O tal vez está intentando que se unan al Glee Club –comentó la latina sin mirar a su novia.

–¿Y por qué haría eso? –preguntó Quinn.

–¿Y son lindas? –interrogó Puck al mismo tiempo.

De pronto, Quinn tuvo más interés en escuchar la respuesta de Santana a la pregunta de Puck.

–Schuester se lo pidió –respondió la latina mirando a la rubia ex porrista, para luego mirar al
chico del mohicano–. No lo sé, espero que sí... Si no, para qué molestarnos...

Santana se sonrió con Britt y Puck, pero Quinn no se percató de aquello. Su mente voló hacia
Rachel y el día anterior. ¿Sería posible que Rachel se fijara en otras chicas? Frannie le había
comentado que a la morena no le interesaba un género en específico, ella se enamoraba de la
persona. Pero, ¿podría dejar de interesarse en Quinn tan rápido? Esa pregunta carcomía los
pensamientos de la rubia. Ella no estaba lista para afrontar lo que sentía, ni siquiera tras el
maravilloso día que había pasado con Rachel, pero eso no significaba que quería que la morena se
fijase en otras personas. Ella quería que Rachel la esperase. Ella necesitaba que Rachel la
esperase.

Al sentir las lágrimas aglomerarse en sus ojos, se excusó con sus amigos argumentando que
necesitaba ir al baño y rechazando la compañía de Santana y Brittany. Tuvo que apurar su paso y
tranquilizarse mentalmente para no armar una escena en el pasillo, pero justo cuando estaba
entrando al baño vio a la morena riendo junto a un grupo de chicas. Riendo de la misma forma
que lo hacía con ella.

Pero esta vez ella no estaba a su lado, ni era la causa de sus sonrisas.

Rachel había ido a aquella reunión sin muchas expectativas. A muchas chicas les gustaba la
música, eso no significaba que fuesen buenas cantando, ni que tuviesen algún tema en común con
ella más que, bueno, la música. Por eso se había sorprendido al descubrir que aquellas chicas
tenían sueños grandes como ella y estaban tan apasionadas por la música como cualquier
integrante del Glee Club e incluso más que muchos de ellos.

La morena había pensado en que, tal vez, no tuviesen muchas ganas de hablar con ella, pues su
historial de slushies la acompañaba, pero al ser de primer año, esas chicas ignoraban lo sucedido
con anterioridad y sólo habían visto el bullying que había sufrido al comienzo, pero también
habían apreciado el cambio sufrido los últimos meses, por lo que la recibieron con los brazos
abiertos y con ansias de saber más y más.

–¿Y compiten con chicos de todo el país? –preguntó Taylor, la más alta del grupo.

–Sí. Bueno, primero hay una clasificación local, luego una regional y finalmente, están las
nacionales –explicó la morena–. Este año obtuvimos un muy mal lugar, pero el próximo año, las
nacionales serán nuestras.

–Pero, al formar parte del Glee Club, ¿podemos seguir teniendo nuestra banda? –ahora fue el
turno Lauren, la chica de ojos verdes -que parecían cambiar de color dependiendo de la luz o la
intensidad del momento-, y ascendencia latina, de preguntar.
–Claro, siempre que no lo hagan a nivel profesional.

–Entonces, me parece una gran idea –comentó Camila, la chica que parecía la más tímida del
grupo y que según habían comentado, había nacido en Cuba y vivido en México unos años.

El resto de las chicas asintieron sonrientes y Rachel se regocijó, pues había conseguido a tres
talentosas chicas. Sintió que Camila no dejaba de mirarla.

–¿Pasa algo? –preguntó confundida la morena. Camila en vez de responderle, dirigió su vista a
Lauren.

–Bueno, hay algo que debería decirte... –murmuró Lauren–. Algo que tal vez provoque que yo no
sea aceptada en el Glee Club.

Rachel la miró extraña y le pidió que se explicara.

–Jesse St. James es mi hermano –confesó la chica y Rachel no pudo ocultar su sorpresa–. Mi
hermanastro, para ser más precisas –aclaró–. Mi mamá se casó con su papá hace dos años. Él
mencionó que quizás eso podía ser un problema.

–¿Una St. James en el Glee Club? Wow eso sería un giro inesperado –comentó Rachel sonriendo–.
¿Y por qué no estudias en Carmel?

–Primero que todo, mi apellido no es St. James, aunque sí considero a Jesse mi hermano –explicó
Lauren–. Carmel no fue opción desde que estas chicas me dijeron que estudiarían aquí. Jamás
abandonaría a mis mejores amigas.

–La necesitamos –dijo Camila recibiendo un guiño de Lauren.

–Quizás el hecho que Jesse sea tu hermano genere resquemores en alguno de los chicos, pero tu
talento es lo que importa. Además, yo sé que él está arrepentido de lo sucedido y que ha
cambiado –Rachel le dedicó una sonrisa a la chica intentando transmitirle la misma seguridad que
ella sentía.

–En caso que tus amigos no quieran aceptar a Lauren, ninguna de nosotras se unirá –advirtió
Taylor con seguridad–. Somos todas o ninguna. No abandonamos a nadie.

–Esa actitud es muy apreciada en el Glee Club. Me gustaría presentarles a algunos de mis amigos
y miembros de New Directions, ¿pueden después de clases?

Las tres chicas asintieron e intercambiaron sus números con Rachel para poder coordinar aquel
encuentro. Luego, se despidieron, marchándose a sus respectivas clases.

El resto de sus clases transcurrieron con normalidad. Disfrutó de la clase de arte y no aprendió
nada nuevo en la clase de español. Rachel cuestionaba la habilidad del señor Schue con aquel
idioma tanto o más que sus decisiones de las canciones en el Glee Club.

–¿Entonces son guapas? –preguntó Puck mientras se dirigían al lugar del encuentro.

–Sí, son lindas y muy diferentes, pero lo más importante es que son talentosas, Noah –respondió
la morena.
–Estás equivocada, hobbit. Lo más importante es que sean guapas –comentó Santana a sus
espaldas.

–Espera a que Brittany escuche lo que dices –se rió el judío–. Aunque tienes razón aquello es lo
más importante.

–Britt opinará lo mismo. Siempre es bueno tener chicas para mirar. A mí no me importa nada
más. Estoy enamorada de mi novia.

–Enamorada, embobada, dominada y todas las cosas cursis que se nos puedan ocurrir –agregó
Puck.

Rachel no pudo contener la risa y la latina los intentó matar con la mirada.

–Envidian que yo pueda estar con la chica que quiero y ustedes no –dijo a la defensiva Santana,
arrepintiéndose al ver como Rachel bajaba la mirada.

–No me metas a mí en ese saco. Yo ni siquiera estoy enamorado de alguien. Aún no he conocido a
ninguna chica que me mueva la tierra de esa forma –aclaró Puck.

–Sí, lo sé. Tú eres el que me produce más pena. Aún no has podido ni siquiera sentir lo que es
enamorarse y eso es triste –rebatió la latina.

Rachel no estuvo muy de acuerdo con la afirmación de la latina. Si estar enamorado era lo que
ella estaba viviendo con Quinn, no era algo agradable de sentir.

–Hola, Rach –escuchó a Lauren saludarla y levantó la vista dedicándole una sonrisa.

–Rachel –corrigió Santana–. Si le dices Rach, comenzarás con mal pie con Quinn –agregó
aconsejando a la chica, para luego comenzar a observarla–. ¡Wow, eres realmente hermosa!

–¿Cómo es que nunca que habíamos visto? ¡Eres impresionante! –añadió el chico del mohicano.

–Gracias, creo –respondió Lauren algo confundida y nerviosa.

–No los escuches –dijo Rachel, tranquilizando a la chica–. ¿Y las otras chicas?

–Camila tenía que hablar con un profesor y Taylor decidió esperar con ella. Fui enviada a justificar
el atraso –explicó Lauren sonriendo.

Rachel vio como Santana y Puck observaban la sonrisa de la chica y rió internamente. El par era
demasiado obvio cuando de una chica se trataba.

–Hola chicos, disculpen nuestro retraso –saludó Britt antes de dejar un beso en los labios de
Santana. Quinn estaba tras ella con una sonrisa incómoda–. ¿Ella es una de las chicas nuevas? Es
hermosa, ojalá las demás también lo sean –agregó la chica de ojos celestes, provocando una gran
sonrisa en Santana.

–Les dije –sentenció la latina.

Lauren estaba notoriamente sonrojada y parecía algo incómoda con tanto halago de personas que
recién acababa de conocer.
–Quizás sea mejor que vaya por las chicas –la incomodidad de Lauren se hizo patente–. Rach,
¿hay problema con eso?

–Rachel –dijo molesta la rubia, hablando por primera vez–. Su nombre es Rachel.

Lauren la miró confundida para luego encontrar su mirada con Santana quien parecía querer
decirle "te lo dije".

–Asumo que tú eres Quinn –dijo la chica algo avergonzada. La ex porrista sólo asintió.

–Sí, ella es Quinn –dijo Rachel–. Y ellos son Brittany, Santana y Noah o Puck –los presentó–. Kurt
y Tina no pudieron venir porque debían trabajar en un proyecto, pero ya los presentaré –agregó
sonriendo–. Y me puedes decir Rach, Lauren –aclaró mirando a Quinn–. Es un diminutivo que me
agrada. Todos pueden decirme así.

–Yo prefiero hobbit –comentó Santana y Rachel rodó los ojos.

–Hola, ya estamos aquí –saludó Taylor con una risa nerviosa. Camila reiteró el saludo.

Tras las presentaciones correspondientes y los halagos hacia las recién llegadas de parte de Puck,
Santana y Brittany, Camila se acercó a Lauren a murmurarle algo al oído. Rachel notó que la chica
era bastante tímida cuando recién conocía a personas y su ancla era Lauren.

–Me alegro, Camz –dijo Lauren y Camila le dedicó una sonrisa, Taylor parecía acostumbrada a
aquella forma de relacionarse de las chicas, porque las observaba sin inmutarse. Luego, Lauren se
dirigió al resto de los chicos–. Si todo lo que nos dijo Rachel de ustedes y de New Directions es
verdad, será genial formar parte del grupo. No insinúo que mienta, por cierto. Ella es realmente
maravillosa, mi hermano tenía razón sobre Rachel –agregó sonriendo antes de entender su error.

–¿Tu hermano conoce a Rachel? –preguntó Puck sorprendido.

–Sí, bueno... –respondió Lauren nerviosa.

–¿Quién es tu hermano? –preguntó Quinn de manera intimidante. Al parecer sus días de HBIC no
estaban olvidados.

–Jesse... Jesse St. James –susurró Lauren.

–¿¡Qué!? –exclamó Quinn alzando la voz y se dirigió a Rachel–. ¿Estás loca? ¿Piensas que vamos
a permitir que la hermana de St. James entre?

–No es nada contra ti, chica –comentó Santana–. Lo siento, hobbit, pero yo estoy con Quinn en
ésta –agregó, mientras Britt y Puck la respaldan asintiendo.

–Si Lolo no entra, estamos todas fuera –sentenció Taylor–. Somos las tres o ninguna.

–Fue un gusto conocerlas, entonces –dijo Quinn sarcástica.

–¿Puedes parar? –preguntó Rachel irritada a Quinn, quien sólo esquivó la mirada–. No quiero
comenzar con el discurso de las segundas oportunidades nuevamente –agregó ahora mirando a
todos sus amigos–. Las cosas con Jesse están bien y lo sucedido ya lo dejamos en el pasado –se
interrumpió al ver como Puck negaba–. Además, el tema aquí son las chicas, no Jesse. No tenían
ningún reparo antes de saber lo de Lauren y Jesse...
–Pero ese dato cambia las cosas –dijo Puck–. ¿Olvidaste cómo te utilizó? –preguntó el chico
molesto–. ¡Yo no!... y entendiendo lo de las segundas oportunidades y que todo pueda estar bien
entre ustedes, porque conozco lo grande que es tu corazón –agregó con sinceridad–, pero prefiero
prevenir y mantener a su hermana alejada de nosotros, de ti, antes de exponerme a lo mismo.
¿Te imaginas si está utilizando esta vez a su hermana para hundirnos?

–Lauren no haría algo así –manifestó Camila indignada, sacando la voz por primera vez–. Y Jesse
la quiere demasiado para utilizarla y exponerla de ese modo.

–Yo sé que mi hermano se comportó mal con Rachel, él mismo me lo contó... pero él ha
cambiado. Ya no es ese chico –explicó Lauren con los ojos brillantes.

Rachel miró a sus amigos y se percató que Santana y Puck estaban dudando sus decisiones
anteriores.

–Lo siento, pero ser una St. James te deja fuera del Glee Club –afirmó Quinn.

–¿Ahora tú tomas las decisiones, Quinn? –Rachel estaba molesta por la situación y molesta con la
rubia por lo sucedido el día anterior–. Creo que deberíamos someterlo a votación durante el
próximo ensayo, eso sería justo.

–Además, aclararles que Lauren no es St. James. Su mamá y el papá de Jesse se casaron hace un
tiempo –dijo Taylor enojada–. Sin embargo, se quieren como hermanos. Y si eso es un problema
para ustedes, está bien. Nosotras nos retiramos y punto.

–Esperen a que lo sometamos a votación, chicas –pidió Rachel.

–¿Y someter a Lauren a más comentarios como los de recién? –preguntó Camila.

–No, yo los mesuraré –aseguró la morena, tomó a Lauren de los hombros y la miró fijamente–. Sé
que no es justo contigo, pero dame una oportunidad –Lauren asintió sonriendo–. ¿Ves? Eres
mucho más linda cuando sonríes.

Rachel sentía una empatía distinta con Lauren, porque sabía que detrás de esa fuerte mirada
había una chica sensible que cargaba la cruz de alguien más. Lauren era discriminada por cosas
que no podía manejar. De cierta manera, Rachel había crecido sintiéndose así. Había recibido
burlas y miradas por ser hija de una pareja homosexual. Ella se enorgullecía de sus padres y no
había nada de malo en su amor, pero a veces, cuando las miradas eran muy pesadas y los
murmullos eran casi gritos, deseaba que alguien entendiera que no había nada que ella pudiese
hacer, ella no tenía la culpa de nada. Así como tampoco la tenían sus padres.

–Tú sí que no pierdes el tiempo, Berry –comentó amargada Quinn–. ¿Por qué no admites que
quieres que la hermana de St. James entre al Glee Club, así tú puedes estar cerca de ella?

Lauren miró confundida a Rachel y la morena sólo negó.

–¿Qué? –preguntó Camila–. ¿Te gusta Lauren?

–No, Camila –pese a lo rotundo de la respuesta, Quinn miró a Rachel como si no le creyese.

–¿Y a ti, Laur? –Lauren miró a Camila confundida–. ¿Te gusta Rachel?
La morena frunció el ceño al escuchar aquella pregunta. Lauren se sonrojó ante la pregunta. No
porque la respuesta fuese afirmativa, sino porque estaba avergonzada con la situación.

–¿Sí? Wow... –dijo Camila sin más y se alejó rápidamente.

–¿Qué? ¡No! –respondió Lauren saliendo de su mudez. Miró a Taylor angustiada, quien le asintió,
por lo que salió corriendo tras Camila.

–Camila está enamorada de Lauren desde hace un tiempo, pero jamás se lo ha dicho y Lauren
besa el suelo que Camila camina –explicó Taylor ante los rostros que la miraban interrogantes–.
Quizás esto puede ayudar a que finalmente se digan lo que sienten.

–O tal vez arruinar todo entre ellas para siempre. ¡Bien hecho, Berry! –pronunció Quinn.

–¿Puedes parar? –preguntó Rachel, al parecer esa pregunta sería una constante ahora en su
relación–. ¿Quieres que hablemos sobre lo que pasó ayer frente a todos? –alzó un poco la voz–.
Somos amigas, ¿recuerdas? Así que detén tus planteos ridículos y tus frases mordaces. No vaya a
ser que alguien pueda pensar otra cosa.

–Rach... –murmuró Quinn.

–Basta Quinn –sentenció Rachel–. Creo que esta pseudo reunión no tiene mucho sentido ya. Es
mejor que cada uno se vaya a su hogar –agregó, para luego dirigirse a Taylor–. Si sabes algo de
las chicas me avisas –la aludida asintió con una sonrisa.

Rachel se retiró del lugar y estaba a punto de subirse a su coche cuando la voz de Puck la paró.

–¿Me puedes explicar qué acaba de pasar?

–Nada, Noah. La situación se descontroló un poco, pero está todo bien.

–Rachel, te conozco y sé que algo pasó con la rubia. Su actitud, sus palabras, las tuyas... todo
está mal y lo sabes –dijo Puck con el tono más delicado que encontró.

Rachel le intentó dedicar una sonrisa, para señalarle que todo estaba bien, pero su labio comenzó
a temblar y sus ojos se llenaron de lágrimas. Puck la abrazó hasta que ella pudo controlarse.
Luego le quitó las llaves y la hizo subir al asiento del copiloto.

–Te llevaré a casa –determinó Puck encendiendo el coche–. En el camino puedes contarme lo que
pasó entre ustedes o qué es lo que cambió...

Ese era el problema, todo había cambiado.

XV. Nuevos comienzos

La semana ya casi terminaba y Quinn no podía estar más feliz. Era casi imposible pensar que las
cosas hubiesen empeorado tanto desde aquel domingo.

Principalmente, porque aquel domingo fue casi un sueño.


Pero el lunes llegó y con eso, su nueva relación con Rachel. Ella sabía que le había pedido mucho
y esperar que todo siguiese igual, era casi imposible. También sabía que no había sido capaz de
mirarla a los ojos sin sentirse una cobarde.

Rachel se merecía mucho más.

Brittany trató de hablar con ella una vez más, pero no lo logró. Quinn sabía lo que su amiga le
diría, pues con Santana estaban viviendo su cuento de hadas. Y Quinn también lo quería; quería
eso y más, pero se conocía y no podía ilusionar así a Rachel. Hubiese sido fácil aceptar un día más
y otro, y así sucesivamente. De hecho, estuvo a punto de decirle que sí a Rachel cuando lo
sugirió. Pero no podía, porque sabía que terminaría lastimando a Rachel. Cuando tienes tantos
monstruos en tu cabeza, que te acosan día a día en algún momento terminas cediendo ante ellos.
Sabía que mientras no se aceptase a sí misma, no podía iniciar nada con nadie. Saberlo, sin
embargo, no hacía las cosas más simples.

Había llorado en el hombro de Frannie, le había contado cómo se detestaba, cómo odiaba tantas
cosas de ella. Le había relatado sus miedos, especialmente el relativo a ser madre. Su mayor
temor es que su bebé pudiese tener las mismas fallas que ella creía tener. No quería que su hijo
provocase el daño que ella había causado. Frannie le aseguró que ella era una buena chica, que
todo estaba en su mente, que Rachel no sólo le había dado una nueva oportunidad, sino que
disfrutaba de ella; le dijo que su bebé crecería rodeado de amor, sin personalidades tóxicas como
Russel a su alrededor y eso era casi una garantía de éxito. Además le dijo algo que se le quedó
grabado: "no puedes amar correctamente a nadie más, si no te amas a ti misma primero".

Aquella frase le dio vueltas toda la semana e intentó internalizarla tanto como le fue posible. Las
palabras de Frannie sin duda hicieron más fácil poder enfrentar lo que le restaba de semana. Ya
sin su hermana en la ciudad, Quinn se refugió en su mamá. Era como si ella, la chica de 17 años y
8 meses de embarazo necesitara el cariño maternal para poder enfrentar al mundo. Judy, por
supuesto, no tuvo reparos en brindárselo.

Fuera del calor de su hogar, Quinn trató de actuar lo más racionalmente posible. Se disculpó con
las chicas nuevas y votó a favor de su inclusión. Aquel tiempo que ella necesitaba para sanar,
volver a amarse y aceptarse, lamentablemente implicaba que Rachel era libre de acercarse y estar
con cualquier persona, pues no tenía ninguna relación con ella. Si bien lloraba cada noche por
ello, era capaz de sonreír sinceramente cuando la veía con Lauren o con Finn.

–Quinnie, tienes visita –anunció Judy, tras dar unos golpes en la puerta de la habitación de su hija
mejor.

Pese a que la rubia no tenía ánimo para ver a nadie, utilizó su mejor voz para hablar a su mamá.

–¿Quién es, ma'? –preguntó Quinn intentado aparentar más interés del que realmente tenía.

–Es una chica del Glee Club. Me dijo su nombre, pero lo olvidé –Judy luego agregó algo sobre su
edad, pero la rubia lo ignoró.

Se levantó y alisó sus ropas, ansiando mejorar su presentación personal. Quinn estaba segura que
se trataba de Mercedes, pues la chica había hablado con ella el día anterior sobre sus apuntes de
la clase de literatura que compartían.

Quizás los necesitaba con más urgencia de la que me había comentado.


Bajó pisando cada escalón con lentitud, porque su avanzado estado implicaba menor visibilidad y
menor energía. Entró al salón con una sonrisa, la que se esfumó al ver quién era la persona que la
buscaba.

–Hola Quinn –saludó su visitante con una sonrisa tímida.

–Hola –respondió la rubia cortante.

–Sé que no soy una persona a la que desees recibir en tu casa, pero necesito hablar contigo –
comentó la chica con más seguridad que antes.

–No sé de qué podrías querer hablar conmigo. Pensé que ya estaba todo aclarado, que estaba
todo bien –Quinn realmente no entendía la presencia de la chica en su hogar.

–Rach...

–Rachel –corrigió Quinn automáticamente casi al mismo instante.

–Rachel –reiteró Lauren con una sonrisa que la rubia no entendió–. No quiero que tengas ideas
equivocadas respecto de nosotras o de mí.

–No sé a qué ideas te refieres –mintió Quinn.

–Claro que lo sabes –aseguró Lauren y la ex porrista sólo bufó–. No pasa nada entre nosotras –
Quinn intentó interrumpirla, pero Lauren le pidió con su mano que la dejase terminar–. No pasa
nada, ni va a pasar. Ella es una gran chica, pero la veo como una posible gran amiga o hermana,
nada más. Y Rachel siente lo mismo, te lo puedo asegurar, porque lo hablamos –hizo una pausa
para tomar aire antes de continuar–. A mí me interesan los chicos, de hecho terminé con mi novio
hace pocos meses...

–¿Y tu amiga? ¿Camila? –preguntó Quinn alzando una ceja–. Tienes que ¿14 ó 15 años? A veces
no tenemos las cosas tan claras a esa edad. Yo tengo 17 y realmente no sé qué me pasa...

–Quince –respondió Lauren–. Con Camila las cosas son... complicadas. Ella es muy importante
para mí y nuestra relación es diferente a las demás, pero es totalmente platónica –aclaró.

–Así se comienza... –murmuró Quinn.

–¿Así comenzaron ustedes? ¿Rachel y tú? –preguntó interesada Lauren.

–Nosotras... no... –tartamudeó la rubia y ahora fue el turno de la chica de profundos ojos verdes
de alzar su ceja–. Sí, así comenzamos –confesó.

–¿Y por qué no están juntas? –cuestionó la menor de las chicas presentes en ese salón–. Por
cómo te mira Rachel es obvio que gusta de ti y tú no te quedas atrás... Britt comentó que eran
muy amigas, pero se habían distanciado un poco.

–¡Lo que pase entre nosotras, es tema nuestro! –sentenció Quinn a la defensiva.

–Lo siento, no pretendía incomodarte –se disculpó Lauren.


–Discúlpame, no debí reaccionar así –se excusó la rubia al observar la mirada abatida de la menor
frente a ella–. Yo no tenido buena relación con Rachel en el pasado. De hecho la lastimé mucho.
Bueno, a varias personas, pero con Rachel fue peor. No tengo justificación a mi actuar. Motivos,
sí, quizás... pero nada verdaderamente puede justificarme. Sé que estás al corriente sobre lo que
pasó con tu hermano y cómo ella lo perdonó. Conmigo fue igual, la diferencia es que Rachel se
volvió una parte vital de mi vida. Estuvo justo cuando yo más necesitaba a alguien en quien
confiar... es tan fácil aceptar ser su amiga, estar a su lado... –suspiró–. Admitir a mí misma que la
necesito presente en mi vida de otra forma es tan complicado, pero admitirlo al mundo, es
aterrador –Lauren la miró como si no la comprendiese–. Yo tengo tantas ideas preconcebidas
sobre mí en mi cabeza. Y no, no se trata de homofobia –aclaró al percatarse de que la chica
pretendía preguntarle aquello–. Mis mejores amigas son Santana y Brittany, ¿lo recuerdas? –
Lauren asintió sonriendo–. Crecí con un padre bastante autoritario, el que siempre me dijo que
tenía que ser perfecta. Por más que traté –y créeme que lo intenté–, nunca logré alcanzar sus
estándares. Luego, quedé embarazada y todo se derrumbó. Renegó de mí y me apartó de su vida.
Sólo cuando mi mamá se divorció de él, volví a vivir a esta casa. Pese a todo lo que me hizo, sus
palabras aún están clavadas en mi cabeza. Intento recordarme que a mi mamá le importa que yo
sea feliz, que todos me van a aceptar, pero su voz, sus ojos juzgándome aparecen nuevamente y
me entra el miedo que odio sentir... –se quitó una lágrima que rodaba por su mejilla y sonrió
avergonzada–. Apenas te conozco y te acabo de contar cosas que no le he dicho a casi nadie...

–Dicen que a veces es más fácil hablar con un extraño –comentó Lauren devolviéndole la
sonrisa–. Sé que quizás no quieras escuchar mi consejo, pero dejarte vencer por los miedos que
tienes en tu cabeza es una forma de hacer que tu papá triunfe –bajó su mirada al suelo un
momento–. Mi papá murió cuando yo tenía 5 años. Él y mi mamá eran mejores amigos,
compañeros, la pareja perfecta. Un aneurisma acabó con todo ello. Mi mamá dice que de no ser
por mí, no hubiese podido seguir viviendo –hizo una pausa y tomó aire antes de continuar–.
Cuando yo tenía 8, ella conoció a un tipo en el trabajo. Seis meses después, él vivía con nosotros
y todo parecía marchar bien. Luego, un día, los gritos comenzaron; siguieron las amenazas y los
golpes. Vi a mi mamá convertirse en alguien irreconocible. Dormía todas las noches con miedo a
lo que podía suceder. Una tarde, llegué a casa y mi mamá no estaba. Él me dijo que hiciese mis
tareas, que no perdiera el tiempo. Le hice caso, pero al parecer demoré más en terminarlas de lo
que él estimaba apropiado, así que sacó su correa y me golpeó. Una y otra vez. Mi mamá llegó
cuando ya no sentía nada producto de tanto dolor. Desde ese día nunca más lo volví a ver –Quinn
tomó una de sus manos para darle fuerza y Lauren prosiguió–. Las cicatrices del cuerpo van
desapareciendo, pero las del alma... esas parecen grabadas a fuego. Llegué a decirle a mi mamá
que nunca saldría con nadie. No quería que me pasara lo que ella había vivido. Ella me miró y me
dijo que yo nunca debía permitir que alguien me tratara como ella había permitido que él la
tratase, pero que no debía negarme al amor, porque el amor era algo maravilloso. Por amor, ella
había podido salir adelante –sonrió–. Y tenía razón, mi primer novio (y único) fue genial, me trató
como una princesa...

–Siento que hayas tenido que pasar todo eso –dijo sinceramente Quinn–. Ojalá yo tuviese la
fuerza de tu mamá o la tuya, para arriesgarme. Lo mío es mucho menos terrible que lo que
ustedes afrontaron y...

–No le restes importancia a lo que te hace mal –aconsejó Lauren–. El sufrimiento es personal y no
podemos saber si lo que te pasa a ti es peor de lo que me pasa a mí. Al menos no en
sentimientos.

–Gracias...

–Quiero decirte otra cosa –anunció la chica de pelo castaño–. Jesse y Rachel se juntaron ayer. Y
antes que comiences a imaginar cualquier cosa, te digo que sólo fue como amigos. Él no tiene
ninguna otra intención y Rachel tampoco –aclaró–. Mi hermano se va a ir a New York, consiguió
una vacante en NYADA y sólo necesita cantar una canción frente a un grupo de profesores para
poder entrar...

–¿Y por qué me cuentas esto? –preguntó Quinn.

–Porque sé que Rachel es importante para Jesse. Aunque ella no lo sepa, él cambió porque le hizo
daño a Rachel. No fue capaz de continuar actuando así. Y sé que él quiere que Rachel sea parte
de su vida, como amiga –suspiró–. Lo que quiero pedirte es que le des una oportunidad. Él me
dijo que quiere llevarse bien contigo, aunque sea sólo como conocidos, porque comprendió lo
importante que eres para Rachel.

–¿Y si es así, por qué estás tú aquí y no él?

–Porque quería preparar el terreno. Es mi hermano, aunque no nos una la sangre. Él ha hecho
mucho por mí, más de lo que te puedes imaginar. Hoy yo puedo hacer algo por él –explicó.

–Si lo pones de esa manera –dijo Quinn y le sonrió–. Te prometo que, al menos, podrá tener una
conversación civilizada conmigo.

–¡Gracias Quinn! –exclamó Lauren.

Tras unas palabras más, Lauren se despidió de Quinn. La rubia se sintió extrañamente liberada
tras la conversación con la chica. Sabía que quedaba lucha por delante, pero ahora enfrentaría sus
demonios con más fuerza.

Justo cuando se disponía a regresar a su habitación, el timbre sonó, por lo que se dirigió a abrir la
puerta. Su sorpresa fue mayúscula al ver a Rachel frente a ella.

Tras unos segundos de duda, la invitó a pasar. Le pidió que fueran al jardín así podían disfrutar
del bonito día, ya que Quinn comenzaba a sentirse algo asfixiada. Fundamentalmente, por el
miedo que sentía debido a la presencia de Rachel en su hogar.

–Necesito que hablemos –dijo Rachel una vez que llegaron al lugar.

–Hablemos, te escucho –contestó Quinn, molesta por el trato casi formal que habían adoptado.
Era como si no quedase nada de la familiaridad existente entre ellas.

–Me voy a New York con Jesse –anunció la morena.

Quinn sintió que el suelo a sus pies se volvía inestable. Todo le parecía una pesadilla. Sintió que
iba a desmayarse, pero los brazos de la morena la atajaron y la llevaron hasta una de las
reposeras. Quinn no cuestionó de dónde Rachel sacó la fuerza para sujetarla. La morena se
aseguró que estuviese bien antes de permitirle hablar.

Al parecer Lauren estaba equivocada.

–Oh... eso... yo... bien... yo... –la verborrea de Quinn era evidente y Rachel se preocupó.

–¿Estás segura de que estás bien? –preguntó la morena con nerviosismo.

–Sí, debió ser el cambio de clima, el frío o algo así.


–Quinn estamos casi en pleno verano, no hay cambios de clima, ni frío –aclaró Rachel.

–Bueno, entonces las hormonas –justificó Quinn–. Asumo que debo felicitarte ¿o no? –preguntó ya
más calmada, aunque algo se había quebrado en su interior y sentía que el nudo en su garganta
aumentaba con el paso de los segundos.

–¿Por el viaje? –contrapreguntó Rachel y Quinn se encogió de hombros–. Si quieres... –agregó


confusa.

–¿Cuándo te vas? –Quinn quería obtener información rápidamente y dejar que Rachel se
marchara lo antes posible. Sentía que en cualquier momento el nudo que seguía creciendo
estallaría y ella no sería capaz de contener su llanto.

–La próxima semana –contestó la morena–. No ésta, sino la que sigue después...

–¡Pero tenemos exámenes! –exclamó Quinn–. ¿Tus papás te dejaron ir igual?

–Hablé con el sr. Schue y me dijo que puedo adelantar el examen de español. Ese es el único
examen que tengo durante esa semana. De esa forma, puedo ir sin complicaciones... –explicó una
calmada morena.

–Espero que valga la pena... –murmuró Quinn, pero Rachel la escuchó.

–Por supuesto que la valdrá.

–Entonces, que disfrutes de tu idílico viaje junto a Jesse –bufó la rubia.

–¿Idílico? Me parece algo exagerado, Quinn –comentó Rachel comenzando a molestarse.

–¡No sé qué quieres que te diga!

–Podrías al menos simular felicidad, al menos hasta que me vaya –dijo Rachel con irritación.

–¿Felicidad? ¿Te volviste loca? ¡Nos besamos! –exclamó la rubia con los ojos brillantes–. Tú quizás
puedes olvidar lo que vivimos el domingo fácilmente, pero yo no.

Todas las inseguridades de Quinn se hacían presentes de golpe. Ella sabía que lo sucedido con
Rachel había sido demasiado bueno. Esas cosas no le pasaban a ella. No cuando era una
decepción, como le había dicho su padre. Era obvio para ella que Rachel estaría mejor con otra
persona. La morena, en su opinión, se merecía alguien mejor. Pero saberlo, ser consciente de
ello, no alivianaba el dolor de la rubia.

–¿Qué tiene que ver lo que pasó entre nosotras con mi viaje? –preguntó confundida Rachel,
olvidando toda la irritación anterior al percibir la ansiedad de la rubia. Ella sabía que no debía
pasar malos momentos en su estado.

–¿Estás bromeando? –preguntó incrédula Quinn con un tono de voz que denotaba su angustia–.
Pasas el domingo conmigo, me pides que continuemos otro día, porque todo es tan maravilloso, y
en menos de una semana decides que vas a viajar a la ciudad de tus sueños con Jesse... sola...
con él...

Rachel soltó una carcajada y Quinn sintió que la rabia corría por sus venas. La morena notó lo
anterior por lo que se tranquilizó y habló.
–Jesse tiene una audición en NYADA y lo voy a acompañar para ver el proceso. Me sugirió que
podríamos intentar que los profesores me escuchasen y así se interesasen en mí. Eso podría
agilizar las cosas en un futuro –explicó la morena–. Jesse no tiene intereses amorosos conmigo, ni
yo con él –aclaró sin dudarlo–. Pensé que al menos lo tenías claro por mi parte. En menos de una
semana ya me has involucrado con Lauren y Jesse. ¡Vaya opinión que tienes de mí! Además,
Lauren me dijo que hablaría contigo cuando me pidió tu dirección. Pensé que ella te había dicho
algo...

–Quizás mencionó lo de Jesse –susurró Quinn avergonzada por el curso de sus pensamientos.

Recuerda lo que dijo Frannie: debes amarte a ti misma...

Para la rubia era obvio que aún le faltaba camino por recorrer. Se menospreciaba tanto que para
su mente era evidente que Rachel la sustituiría por alguien más.

Si tu propio padre te ha descartado, ¿por qué no Rachel?... Quizás porque ella no es así...

Sus propios pensamientos estaban en guerra. Ella quería que ganaran los que habían aparecido
junto con Rachel, pero los otros, los destructivos, parecían dar una dura batalla.

–¿De verdad creías que podía olvidarte en menos de una semana? –preguntó sorprendida
Rachel–. ¿Qué clase de persona crees que soy? –agregó indignada.

–No eres tú, Rach... soy yo... –respondió Quinn y la morena alzó una ceja en señal de
incredulidad–. Es mi cabeza, mis pensamientos... –agregó golpeándose levemente con la mano el
mencionado lugar–. Tú tienes todo el derecho a seguir con tu vida, a estar con otras personas
después de lo que te dije el domingo... pero mi mente me dice que es obvio que continuarás
enseguida, sin dudar...

–Ojalá pudiese meterme en tu cabeza y espantar todos esos demonios –dijo Rachel acariciando
los cabellos de la rubia. La morena conocía tan bien a Quinn que entendía lo que le intentaba
decir–. Lo que pasó el domingo es real. No se va en unos días, Quinn –explicó–. Métetelo bien en
la cabeza, Fabray: me interesas, te quiero y ¡no me conformo con un día!

Quinn sonrió y Rachel la imitó, porque había palabras que no necesitaban decirse.

–Yo te entiendo. Tú te mereces más que un solo día, Rach... lo sé... sólo que yo debo... –dijo
Quinn nerviosa.

–Lo sé –la calmó Rachel y Quinn la miró confundida–. Frannie habló conmigo –explicó la morena y
la rubia sonrió, agradecida del gesto de su hermana–. Al menos ya aceptas que me merezco más
que un día... eso es un avance.

–Ojalá –susurró Quinn y Rachel la abrazó–. Nuevamente, siento lo de esta semana. Me comporté
como una idiota.

–Es verdad, pero te disculpaste con las chicas, permitiste que ingresaran a New Directions y
recibiste a Lauren aquí –manifestó Rachel sonriendo–. Poco a poco.

–Sí... pero me refería a mi actitud hacia ti –esclareció Quinn–. Debería haber hablado contigo el
lunes, al menos haberlo intentado...
–Tienes razón –acordó Rachel y Quinn sonrió, negando al mismo tiempo–. Entiendes que ya no
podemos ser amigas, ¿verdad? Es decir, yo no puedo ser sólo tu amiga, Quinn... no puedo volver
a eso después de lo sucedido el domingo.

–Lo sé... –musitó la rubia–. Lo entiendo.

–¿Y sabes también que voy a estar para ti y para Beth cuando lo que necesiten? –la rubia asintió.

–Prométeme que estarás a mi lado, junto a Puck el día del parto, Rach –pidió Quinn–. Necesito
verlos a mi lado, especialmente porque Puckerman quizás se desmayará...

Rachel se rió antes de responder.

–Te lo prometo, Quinn. Te dije que estaría, y estaré. Ese día podrás tomar mi mano y quebrarla si
con eso alivias un poco tu dolor –declaró Rachel.

–Gracias, Rach... –dijo la rubia–. ¿Es posible que Puck sepa algo de lo que pasó entre nosotras?
Ha estado algo irritado conmigo, distante.

–No sabe qué pasó, pero le conté que habíamos peleado... –explicó Rachel–. Yo sé que lo
sucedido es algo entre nosotras, pero él es mi mejor amigo y realmente necesitaba descargarme
con alguien.

–No te juzgo. Yo hablé con Frannie, ¿recuerdas? –mencionó Quinn, perdiéndose en los ojos
marrones de la cantante.

Rachel a su vez guardó cada detalle del rostro de la ex porrista en su memoria. Sin percatarse,
ambas se habían acercado a tal nivel que sus respiraciones se mezclaban. Sus miradas fluctuaban
entre sus labios y sus ojos. Ambas como gesto reflejo se lamieron los labios y eso fue lo que
detonó todo. Ninguna de las dos chicas pudo afirmar quién fue la que acortó la distancia final,
pero eso no era lo importante. Se estaban besando, perdiéndose la una en la otra. Labios que
luchaban por dominar, lenguas que intentaban conquistar la boca forastera. Una mezcla entre
dulzura y pasión evidenciada no sólo por el beso en sí, sino también por las caricias que cada una
dejaba en el cuerpo de la otra.

Quinn abandonó la boca de Rachel para deslizar sus labios hacia el cuello de la morena. El deseo y
la posesión latían en su interior, combinación que la llevó a marcar el cuello de la morena,
arrancando un gemido de ésta.

Mía.

Rachel se alejó un poco antes de volver a acercarse a Quinn, dejando dulces besos en su cuello,
sabiendo la debilidad de la rubia en ese específico lugar. Tras ello, sus bocas volvieron a
encontrarse para danzar juntas en ese compás que parecían saber de memoria.

–¿No te cansas, verdad? –preguntó Rachel agitada–. Estoy obligada a otra semana más de
sweaters de cuello alto.

–No puedo evitarlo, lo siento –se disculpó Quinn avergonzada.

Rachel le sonrió y acarició sus rubios cabellos.


–Sabes que no podemos volver a hacer esto, ¿cierto? –cuestionó la morena y la rubia asintió
mirando al suelo–. Me hace mal...

–Lo sé –susurró Quinn.

–Y no te ayuda.

–En eso no estoy de acuerdo –debatió la rubia–. Mientras más nos besamos, menos puedo ocultar
lo que pasa. Menos puedo negarme a mí misma –agregó suspirando–. Pero debes pensar en ti. Y
yo también debo pensar en ti. Ya he abusado mucho de ti. Tenemos que cortar ese patrón.

–Si esta es la nueva manera de abuso, entonces yo no me opongo –bromeó la morena, para luego
agregar–. Gracias... de verdad –tomó las manos de Quinn–. Gracias por abrirte a mí, por ser
sincera. Gracias por luchar esta guerra contra tus demonios.

–Sé que debo luchar y ganar por mí. Por mi bebé... pero tú me das la fuerza y las ganas que
necesito, ¿eres consciente de ello? –preguntó Quinn y la morena movió su cabeza en señal de
afirmación–. Quiero que disfrutes New York... junto a Jesse –dijo con una sonrisa sincera–. Olvida
todo lo que pasa aquí. Nútrete de toda esa ciudad, de todo el talento que veas. Piensa en tus
sueños, Rach... y lucha por ellos.

Agradeciendo sus palabras, Rachel abrazó durante unos minutos a Quinn, apretándola contra su
cuerpo. Prometiendo sin palabras cosas que la rubia aún no estaba preparada para escuchar.

Tras unos minutos conversando, la morena se despidió de Quinn. Acordaron que intentarían llevar
su relación lo más normal posible durante la semana. Rachel no paró de reiterarle que ella estaría
para lo que la necesitara. Quinn, por su parte, le prometió que lucharía y sería mejor, para ella
misma, aunque en silencio mentalmente agregó que para Rachel también.

Es tiempo de luchar y pelear por mí.

XVI. Promesa

New York era todo lo que ella siempre había soñado. Para ella todos los sufrimientos valían la
pena si la ayudaban a llegar a aquella ciudad y cumplir sus sueños. Pero estar tan cerca, recorrer
los pasillos de NYADA, presenciar algunas clases lo volvía todo real y no pudo contener la sonrisa
que adornó su cara todo el tiempo.

Habían llegado un domingo a la ciudad que nunca duerme, la de las oportunidades, la de los
sueños. Se habían registrado en el hotel, cada uno en su respectiva habitación. Los acompañaba
la mamá de Lauren, quién, además de escoltarlos, debía realizar algunas diligencias relacionadas
en su trabajo en la mencionada ciudad.

Si bien Jesse era mayor de edad, la razón por la que los padres de Rachel habían accedido a aquel
viaje era la presencia de dicha mujer. La morena pudo apreciar la excelente relación que Jesse
tenía con Clara, la mamá de Lauren. Una mujer cubana que había viajado junto a sus padres a
Estados Unidos en busca de un futuro mejor. Había terminados sus estudios secundarios e
ingresado a una universidad para seguir la carrera de negocios. La mujer, al igual que su hija,
tenía brillantes ojos de color verde, pero a diferencia de Lauren, no parecían cambiar de color
cada tanto.

Tras días intensos de prácticas por parte de Jesse que habían concluido en la aceptación del chico
en NYADA aquel martes, estaban de regreso en el hotel donde se alojaban. Clara había sugerido
que fuesen a descansar un momento al hotel, para posteriormente ir a algún restaurant a
celebrar.

–¿Rachel? –la morena se giró hacia la voz que bien conocía.

–¡Frannie! –gritó la morena y corrió a abrazar a la rubia de ojos azules–. ¿Qué haces acá?

–Me enteré que estabas visitando la ciudad y decidí adelantar mi viaje para poder disfrutar junto a
ti –explicó Frannie sonriendo–. La verdad es que lo hice por motivos egoístas. Debía realizar
papeleos para poder finalizar mi cambio de universidad y no quería hacerlos sola.

–¿Una Fabray aprovechando una oportunidad? ¡Qué extraño! –murmuró Jesse lo suficientemente
alto para que todos los presentes escucharan.

–¡Jesse! –exclamó Clara, mientras Rachel negaba con la cabeza–. ¿Qué tipos de comentarios son
esos? –Jesse miró al suelo avergonzado–. Disculpa a mi hijo –dijo Clara mirando a Frannie–.
Cuando se siente intimidado, tiene a actuar a la defensiva –agregó la mujer.

–¡Mamá!

Rachel tuvo que contener una carcajada al apreciar la cara sonrojada de su amigo. La morena
durante todo el tiempo que conocía a la familia de Jesse había admirado el profundo amor y los
fuertes lazos existentes entre ellos, a pesar de que su relación no existía sino hasta hace menos
de tres años.

–¿Escuché que estabas cambiando de universidad? –preguntó la mujer mayor omitiendo los
gestos de Jesse, que claramente quería alejarse de ahí.

–Sí, mi próximo año académico lo cursaré en Princeton, pero como no me manejo muy bien en
New Jersey, decidí alojarme aquí esta vez –respondió Frannie.

–Frannie estudia negocios, tendrás una nueva competencia Clara –dijo Rachel con una pequeña
risa.

–¿Negocios? Además de linda, inteligente –comentó Clara–. Eres el tipo de chica que deseo que se
enamore de Jesse.

–¡Oh Dios! –soltó Jesse y rápidamente cambió de tema–. Deberíamos ir a nuestras habitaciones a
descansar, como habíamos acordado.

–Ehh... y yo debería ir a registrarme... –dijo Frannie y Rachel se percató que la mayor de las
Fabray, quien parecía ser inmune a todo, estaba avergonzada.

–¿Vas a quedarte aquí? –preguntó Rachel y la rubia asintió.

–¡Perfecto! –declaró Clara–. Entonces nos acompañarás hoy en nuestra pequeña celebración –
manifestó la mujer y nadie, ni siquiera Jesse, fue capaz de decir algo para oponerse–. Nos vemos
a las 6 aquí.

Sin más, Clara se dirigió a los ascensores con Jesse tras ella, quien parecía visiblemente
resignado. Rachel aguantó las ganas de reír.

–Al menos ya te ganaste a tu suegra –se burló Rachel–, tu suegro será mucho más fácil.
–¡Rachel! –se quejó Frannie y la morena vio como aún la chica seguía avergonzada.

–¡Oh! De verdad te gusta Jesse –dijo Rachel.

–¡No! ¿Cómo crees? ¿Estás loca? –profirió Frannie mientras su rostro alcanzaba el color de un
tomate–. Es un creído, prepotente, te hizo daño y, por si fuera poco, es menor que yo...

–Sólo un año y meses menor –aclaró Rachel–. Además lo otro no es cierto y tampoco fue el único
que me hizo daño en el pasado... te recuerdo que tu hermana...

–¡Mi hermana es distinta! –sentenció la rubia–. Ella tiene sentimientos por ti, aunque sea una
necia. Ambas sabemos que es capaz de besar el suelo que caminas a cambio de una de tus
sonrisas.

–Bueno, Jesse es mi amigo, así que me estima y quizás tiene sentimientos por ti. Aún no veo lo
distinto –bromeó Rachel.

–¿Podemos parar con el tema? –pidió Frannie y la morena asintió–. Necesito que me acompañes a
matricularme y todas esos papeleos aburridos. Son tus deberes como mi cuñada.

–Te recuerdo que no existe relación entre tu hermana y yo, así que nada de cuñadas –dijo Rachel.

–Esos son detalles –manifestó la mayor de las Fabray–. Meros tecnicismos que no quitan el hecho
que ambas sabemos que eres mi cuñada y debes actuar como tal –sentenció.

Sin rebatir lo dicho por Frannie, Rachel acordó dedicar todo el día siguiente a las diligencias que la
rubia debía hacer, no sin antes hacerla prometer que le daría una oportunidad a Jesse, para
conocerlo de verdad.

–¿Te desperté? –preguntó Rachel a la voz somnolienta del otro lado del teléfono. La cena había
sido un éxito, tanto que se había extendido hasta entrada ya la noche.

–No, estaba leyendo un libro y no era muy entretenido –aclaró la voz y Rachel no pudo evitar
imaginarse la escena.

–¿Todo bien?, lo pregunto por el mensaje que me enviaste –dijo la morena algo nerviosa.

–Sí... no te preocupes –la tranquilizó–. Sólo... te extrañaba... –susurró.

–Quinn...

–Lo sé –respondió rápidamente la rubia a la censura que escuchó en la voz de Rachel–. Sé lo que
acordamos y sé que no debo hacer estas cosas... pero no puedo evitarlo –confesó–. No te he visto
en días, no he escuchado tu voz y todo este tiempo se ha sentido como una eternidad.

–Nos vimos el viernes y hablamos por teléfono el sábado –Quinn murmuró un "lo sé" del otro lado
de la línea–. Me pediste que disfrutara, que me olvidara de todo mientras estuviese acá. El sábado
antes de colgar me hiciste casi prometerte todo eso y hoy me mandas un mensaje que dice que
necesitas hablar conmigo... –Rachel hizo una pausa para evitar recordar la angustia que había
sentido al leer aquel mensaje de Quinn mientras estaban en la cena. Tuvo que sacar fuerza
sobrehumana para no llamarla de inmediato. Dio por hecho que de ser urgente, la misma rubia la
hubiese llamado o Frannie le habría comunicado algo. No por eso fue más fácil esperar hasta
llegar al hotel para llamarla–. Pensé que te había pasado algo... –confesó en voz baja.

–Lo siento, no quería preocuparte –pidió Quinn. Mentalmente se reprendió; sabiendo cuán
dramática era la morena, debió haber pensado en una forma menos angustiante de pedirle que la
llamase–. Había estado todo el día queriendo llamarte. Estuve a punto de hacerlo, pero quizás
podías estar ocupada. No deseaba molestarte, mas quería que supieras que necesitaba hablar
contigo, escuchar tu voz. Antes que pudiera arrepentirme, ya te había enviado el mensaje –
explicó Quinn–. Sé que fue un acto egoísta y te pido perdón de verdad. No sé en qué estaba
pensando... probablemente, no estaba pensando cuando lo escribí –admitió–. No te mentí cuando
dije que quería que disfrutaras todo y olvidases Lima por un tiempo. Siento haberte preocupado
innecesariamente.

–Basta de disculpas –dijo Rachel–. Ya conseguiste lo que querías, así que más te vale que esta
llamada me ponga al día respecto de los acontecimientos en Lima y que estés dispuesta a
escucharme hablar sobre todo lo que he visto por horas –agregó y escuchó la risa de Quinn del
otro lado de la línea. Una sonrisa se dibujó en sus labios. La morena mentiría si dijese que no
había extrañado aquella risa durante todos esos días–. Ah y debería reprenderte por no avisarme
los planes de Frannie...

–¡Ella quería que fuese una sorpresa! –se excusó Quinn y Rachel rió sin disimulo.

Siguieron hablando por varios minutos hasta que la rubia comenzó a bostezar y Rachel recordó
que al día siguiente debía levantarse para acompañar a Frannie. Se despidió de Quinn,
recordándole que debía tomar sus vitaminas. Antes de dormir llamó a la habitación de Frannie
para asegurarse que la mayor de las Fabray tuviese la alarma puesta a la hora acordada. La
pelirrubia le aseguró que así era, por lo que se acostó y al poco tiempo cayó rendida a los brazos
de Morfeo.

Así fue como pasaron todo un miércoles recorriendo New Jersey, maravillándose con el lugar.
Frannie se veía completamente segura y feliz con su nueva universidad. Le hizo prometer a
Rachel que cuando la morena se fuese a vivir a New York, almorzarían todos los domingos juntas,
salvo excepciones, obviamente. Rachel no dudó ni un segundo para prometer aquello.

El jueves por la mañana habían acordado visitar NYADA, para que Rachel pudiese presenciar una
clase de baile contemporáneo. Clara los había acompañado un momento, pero luego se tuvo que
marchar a reuniones que tenía agendadas para día. La mujer había estado yendo de un lado a
otro, pero sin dejar de compaginar sus actividades con las de los chicos. Todavía le quedaban
varias reuniones durante ese día y el siguiente.

–¿Quién hubiese pensado que podríamos convivir en paz durante algunos días? –preguntó Frannie
una vez que ya habían ordenado. Se encontraban en un restaurant que los había fascinado la
noche anterior y decidieron repetir la visita ese día.

–Eres bastante más soportable de lo que pensaba, Fabray –contestó Jesse.

–Al menos, el próximo semestre se podrán hacer compañía –comentó Rachel–. Por mucho que lo
nieguen, es obvio que pueden llevarse bien, así que dejen de ser unos tercos al respecto.

–Quizás podría poner un poco más de mi parte –reconoció Jesse.

–Sí, yo también –agregó Frannie.


Conversaron distendidamente tras recibir sus respectivos platos. Luego, decidieron probar algunos
de los tentadores postres, pero antes de que llegasen, Frannie se disculpó para poder ir al baño.

–Te gusta –declaró Rachel.

–¿Frannie? –preguntó Rachel y la morena asintió–. No, ¡qué dices! Es decir, es muy linda. Es un
hecho que los genes Fabray son espectaculares, pero somos muy diferentes. Además ella jamás
se fijaría en mí...

Rachel estaba a punto de decirle lo equivocado que estaba, pero su teléfono sonó interrumpiendo
la conversación. El visor indicaba que la llamada entrante era de Santana. La morena se extrañó
con aquello.

–¿Sí? –contestó extrañada.

–Q ha roto aguas. Está teniendo contracciones –respondió una alarmada latina del otro lado de la
línea.

–Pero... todavía no es el tiempo. Todavía falta... –comentó Rachel nerviosa.

–Todos lo tenemos claro, hobbit. El médico dijo que a veces pasaba... –intentó Santana
tranquilizar a la morena y, del mismo modo, tranquilizarse a sí misma.

–Pero yo estoy en New York...

–¿Hobbit, el calor que frió las neuronas? –preguntó con ironía la latina–. Sí sé que estás allá y por
eso te llamo, para avisarte. Judy intentó llamar a Frannie, pero su celular no responde.

–Se quedó sin batería –respondió Rachel como autómata.

–¿Estás con ella? –Rachel asintió ante la pregunta, para luego percatarse que Santana no podía
verla.

–Sí, estamos cenando. Frannie fue al baño un momento, aún no regresa...

–Bueno, cuando vuelva explícale lo que pasó –pidió Santana.

–¿Cómo está Quinn, San? –preguntó Rachel.

–Está... está... bien... está bien –respondió dudosa la latina.

–¿Por qué dudaste? ¿Qué pasa Santana? ¿Qué es lo que no me estás diciendo? –cuestionó
alterada la morena.

Justo en ese instante, Frannie volvía a la mesa y su rostro denotaba preocupación. Jesse le indicó
que tomara asiento y le pidió que se tranquilizara y esperaran a que Rachel terminase esa
llamada.

–Ella continúa diciendo que el bebé no puede nacer, porque tú no estás aquí –confesó Santana–.
Está muy nerviosa y el médico tuvo que ponerle un calmante. Al menos ha aminorado el dolor de
las contracciones. Nos dijo que aún no estaba lista para el parto, que debemos esperar.
–Está bien, está bien... –dijo Rachel mientras mil pensamientos pasaban por su mente–. Tengo
que colgar. Avísame cualquier cosa.

La latina se despidió de ella y cortaron la comunicación. Al ver que Jesse y Frannie la miraban
expectantes, Rachel no perdió más tiempo y habló.

–Quinn está de parto –anunció.

–Pero si aún le falta un mes... el médico dijo que las madres primerizas siempre se retrasaban...
–dijo Frannie con preocupación.

–Lo sé, pero el médico dijo que tampoco era un caso aislado. Que a veces esto pasaba –explicó
Rachel–. Tengo que irme. Tengo que estar con ella. Se lo prometí.

–Llamaré a la aerolínea y conseguiré pasajes en el vuelo más próximo –dijo Jesse sacando su
celular–. Ustedes vayan al hotel a buscar sus cosas. Yo por mientras pediré la cuenta y llamaré a
mi mamá. Nos encontramos allí.

Sin esperar ni un momento más, las chicas se dirigieron al hotel en que se hospedaban. Minutos
más tarde, con sus maletas ya listas, se reunían con Jesse en el hall del lugar.

–El vuelo sale en una hora y media más. No pude conseguir nada más cercano –declaró el chico–.
Tuve que decir que era una emergencia y utilizar el apellido y dinero de mi padre.

–Todo lo que hayas tenido que pagar, te lo devolveré. No te preocupes. Muchas gracias –dijo
Frannie con sinceridad, por primera vez notando la bondad que Rachel había percibido en él, la
que lo llevó a perdonarlo.

–Digamos que es un regalo adelantado de navidad de los St. James. No se preocupen por eso.
¿Están listas? –preguntó Jesse y ambas asintieron.

Rachel no dijo mucho en el trayecto al aeropuerto, ni mientras esperaban para abordar el avión.
Guardaron su equipaje en los compartimientos superiores y se acomodaron en los asientos que
les habían asignado.

–Todo saldrá bien –dijo Frannie tomando la mano de Rachel intentado tranquilizarla.

–¿Y si hay algo malo? Quizás por eso Beth decidió nacer antes, quizás no está bien, quizás...

–Rach... no dejes que tu mente se llene de idea pesimistas. Los bebés se adelantan y todo sale
bien. Además, si estuviese pasando algo más grave ya lo sabríamos. Cuando hablé con mi mamá,
me dijo que todo iba bien, que sólo quedaba esperar.

El trayecto hacia Ohio en avión era corto, aún así Frannie logró dormir algunos minutos. Rachel
por su parte, sólo miraba los minutos pasar, rogando para que el avión volase más rápido.

Una vez que el avión aterrizó y retiraron su equipaje, se encontraron con los padres de Rachel.
Leroy parecía más hablador que nunca, lo que la morena sabía era un reflejo de su ansiedad.
Aquello sumado a que su papá estuviese ahí acompañándolo, no ayudó a tranquilizar a Rachel.
Hiram pareció percatarse de los temores de su hija, porque de la nada dijo que estaban juntos,
porque no confiaba en las habilidades de Leroy conduciendo nervioso sumado a las ansias que
sabía consumían a la propia morena.
Cuando llegaron al hospital, Rachel creía que iba a explotar de tantos nervios. Judy las recibió con
los brazos abiertos y les indicó la habitación de Quinn, la que aún no dilataba lo necesario para
poder tener a su bebé.

Rachel se dirigió sola a la habitación de la rubia, puesto que Judy les dijo que debían pasar de a
una, según las indicaciones del médico.

–Permiso –dijo Rachel ingresando a la mencionada habitación más nerviosa que nunca. Todo su
cuerpo se relajó al comprobar que Quinn estaba ahí y estaba bien.

–Rachel, sexy judía –la saludó Puck desde una silla junto a Quinn. El chico parecía nervioso y
agotado. La rubia no dejó pasar el adjetivo y golpeó al castaño en el brazo–. ¡Hey! –se quejó–.
Recuerda que aún no consigues mi aprobación, rubia. Debes tratarme bien.

La morena miró a la pareja confundida, pero Puck sólo se encogió de hombros. Luego se levantó,
la abrazó y salió de la habitación.

–¿Qué fue todo eso? –preguntó Rachel, sentándose en el lugar antes ocupado por su amigo.

–Mis intentos por avanzar –respondió Quinn críptica–. Estás aquí –comentó con una sonrisa.

–Te lo prometí –dijo Rachel como si eso lo explicase todo–. Agradezco que Beth me haya dado el
tiempo para llegar, aunque lo siento por ti y los dolores...

–Estoy mejor, los medicamentos me han ayudado un poco –declaró Quinn–. Estaba nerviosa,
quería que estuvieses aquí –susurró–. Pero no quería interrumpir tu viaje. Debías estar
disfrutando todo, no debieron decirte...

–No los hubiese perdonado si me hubiesen ocultado todo. Además de ser una promesa, yo quería
estar aquí. Yo necesitaba estar a tu lado en este momento –manifestó Rachel acariciando la mano
de Quinn. Se quedaron un momento en silencio, porque las palabras sobraban–. Santana estaba
histérica, si yo no hubiese estado tan nerviosa, me habría reído –comentó una divertida Rachel.

–Creo que esto nos encontró a todos algo nerviosos. Puck hasta hace poco no valía nada, pensé
que en cualquier momento se pondría a llorar –Quinn y Rachel se rieron ante la imaginaria imagen
del chico del mohicano. La rubia hizo un gesto de dolor y la morena la cuestionó con la mirada–.
Es normal que me duela cada cierto tiempo. Cada vez es más seguido, pero siento que ya me
acostumbré –explicó, aunque la verdad era que la presencia de la morena la calmaba y mitigaba
los constantes dolores que sentía.

Tres horas más tarde el médico confirmó que el momento del parto había llegado, por lo que
trasladaron a Quinn a otra área para prepararla, mientras Puck y Rachel eran llevados por una
enfermera hacia una sala contigua de esterilización para que se pusieran la vestimenta
correspondiente.

Rachel admiraba la fuerza de Quinn, mientras intentaba pujar realizando la forma de respiración
que le habían enseñado en el curso de preparación y que Puck parecía haber memorizado, porque
no paraba de repetirla. Las manos de la morena y la rubia estaban entrelazadas y apretadas con
fuerza, como si de esa manera se transmitieran la energía que necesitasen y porque de esa
manera, estaban unidas, sin palabras ni títulos.

Tras la petición del médico del puje final, Beth hizo su entrada al mundo. Tras unos segundos de
silencio, dio un grito anunciado el buen estado de sus pulmones. Puck miró a Rachel con lágrimas
en los ojos y luego besó a Quinn en la frente sin parar de repetir que tenían una hija. La morena
se sintió una intrusa mirando la escena: Beth en los brazos de Quinn, mientras Puck acariciaba su
diminuta manita.

Son una familia. Una familia de la que no formo parte.

La rubia pareció sentir aquella incomodidad y tomó la mano de Rachel acercándola a Beth,
haciéndola parte de ese momento.

–Tenías razón, mi judía –reconoció Puck con la voz algo quebrada–. Era una niña. La niña más
preciosa de todas –dijo el orgulloso papá.

–Es hermosa, chicos. Forman una hermosa familia –admitió Rachel con su labio inferior
tembloroso.

–Formamos –corrigió Puck, mirando sonriente a Quinn, quien correspondió el gesto–. No pienses
que ahora que Beth está aquí podrás eludir tus responsabilidades. Somos un equipo. Todos para
uno y uno para todos.

–Estás loco –dijo Quinn con diversión.

–No, no lo estoy. Aún no he olvidado que debes avanzar muchos casilleros para estar a la altura
de mi judía, pero cuando lo estés, Rachel pasará a ser una presencia constante en la vida de Beth,
más de lo que ya lo será hasta ese momento. Yo sólo le recuerdo sus responsabilidades –
manifestó el chico.

Quinn asintió de acuerdo y Rachel pensó que pronto debería hablar con su amigo, porque
claramente se había perdido algo.

Las enfermeras se llevaron a Beth para limpiarla bien y vestirla y pidieron a los chicos que
salieran mientras llevaban a Quinn a su habitación.

Al llegar a la sala de espera fueron recibidos por todos los impacientes abuelos y tíos. Puck
comunicó orgulloso que su hija era perfecta, preciosa y saludable, confirmando a los demás que
se había tratado de una niña y no de un niño, como él siempre aseguró. Anunció que Beth sería
llevada a la sección de neonatología y Quinn trasladada a su habitación.

Mientras el resto se dedicaba a mimar a Beth y a Quinn, Puck tomó a Rachel de la mano y se la
llevó a la cafetería. Compró café para ambos y la hizo sentarse en una silla de una mesa
apartada.

–Es increíble todo esto –dijo el chico con una sonrisa.

–Nunca pensé que el nacimiento podría ser tan... maravilloso –comentó Rachel–. Obviando la
parte del dolor, claro.

Puck asintió y dio un sorbo a su café.

–Hablé con ella –dijo Puck mirando a Rachel a los ojos–. Creo que nunca habíamos sido tan
honestos entre nosotros. Le dije lo que pensaba de todo lo que pasaba entre ustedes...

–Noah...
–No, Rachel –la cortó el chico–. Tú eres mi amiga y Quinn necesita que le digan las cosas como
son. No necesita que la tratemos con algodones. Todo el mundo piensa aquello, pero ella es fuerte
–hizo una pausa para tomar café antes de retomar la idea–. Quería que ella supiese que yo iba a
estar a su lado, que no habría problema con nuestra relación, que yo no haría nada contra Beth –
Rachel intentó decir algo, pero Puck se le adelantó–. Sabes que yo sería incapaz de hacer algo así,
a ti jamás te hubiese aclarado nada, pero Quinn necesita que le digan esas cosas, por muy obvias
que sean –explicó–. Le dije que me esforzaría, que haré lo posible por apoyarla y seguirlas a
donde Quinn pretenda ir. Que no quiero que piense que porque Beth nació todos sus planes deben
acabarse. Que la quiero ver feliz y que sé que es feliz a tu lado...

–Gracias –dijo Rachel secándose una lágrima que corría por su mejilla–. Serás un gran padre para
Beth.

–Eso espero –admitió Puck–. Le dije además que me había decepcionado y que tendría que luchar
por ti. Que tú valías la pena. Ella estuvo de acuerdo.

–¿En serio? –preguntó asombrada Rachel.

–Claro que sí –exclamó Puck–. Rachel, Quinn tiene claro lo que siente por ti, pero no se siente
capaz de estar a la altura, no se siente digna, tiene miedo. Miedo de decepcionarte, miedo de
decepcionar a Russel por ser quien es, miedo de ella misma, miedo de sus demonios. Tiene
miedo, pero no duda de ti, de tus sentimientos. Los suyos son muy grandes e inesperados y le
aterran, pero sabe que son reales. Ya no puedo negarlo, ni lo intenta.

–Supongo que de verdad será poco a poco, entonces –dijo Rachel con media sonrisa.

Puck le sonrió y la abrazó. El chico sabía que sus dos chicas estaban destinadas a estar juntas,
pues sacaban lo mejor de la otra. Él no descansaría hasta verlas felices, se los debía a ambas.

Rachel por su parte, no pudo evitar regocijarse ante las palabras de su amigo. Saber que Quinn
admitía sus sentimientos por ella a otra persona, lo hacía todo más real. Sentía que recuperaba
las esperanzas, que quizás todo mejoraría a partir de ahora, porque Quinn iba avanzando, poco a
poco, pero avanzaba.

Quizás, en un futuro, todo sería perfecto.

XVII. Nuevo año

El nacimiento de Beth había causado todo un revuelo en el Glee Club y en las familias Puckerman,
Fabray y Berry. La pequeña bebé se había convertido en la niña de los ojos de todo aquel que la
conocía. Y si bien era muy pequeña para sonreír, la mayoría afirmaba que lo hacía.

Puck, como todo padre orgulloso, celebraba cada gesto de su hija y aseguraba que sería una
rompecorazones como él, aunque pobre de aquél que intentase acercarse a su pequeña en un
futuro. Quinn seguía teniendo miedos respecto de su rol como madre, pero bastaba que mirase a
su hija para que todo valiese la pena. Sabía que se enfrentaría al mundo por ella. Rachel sentía
una conexión especial con Beth, quizás porque la pequeña portaba la genética de su amigo y de
Quinn; quizás por sentimientos más profundos que no podía revelar aún. El punto es que Beth era
tan parte de Rachel, como de Puck o de Quinn, al menos así lo había creído ella.

Por lo mismo, separarse de la pequeña –y de su madre, claro está– fue una tortura, pero junto
con el primer mes de vida de Beth, llegó la noticia de la enfermedad de la madre de Leroy. El
abogado necesitaba estar con su madre y su familia, así que luego de varias discusiones y
meditaciones, la tercera semana de vacaciones, los Berry se habían trasladado a la ciudad donde
residía Esther, la abuela de Rachel. Quinn notó la reticencia de la morena y su miedo a que Beth
se olvidase de ella, así que le aseguró que se comunicarían todos los días a través de Skype. De
esa forma, durante un mes y medio, Rachel fue testigo del crecimiento de la pequeña a través de
la pantalla de su ordenador. Se maravillaba con la atención que recibía de Beth cada vez que
comenzaba a cantar una canción, y tenía que secar las traicioneras lágrimas que se escapaban
cada vez que se despedía de Quinn. Para la rubia tampoco había sido fácil, además de tener que
estar pendiente de un pequeño ser humano que le exigía más energía de la que ella creía tener,
no contar con Rachel a su lado, había sido difícil. La morena era parte importante de su vida y
cada día se sentía más preparada para aceptarse a ella misma. Tras varias charlas con Puck, poco
a poco se convencía de ser suficiente para Rachel, de estar a su altura. El padre de su hija se
había convertido en un apoyo fundamental durante todo ese tiempo.

El primer día de clases de su último año en el instituto llegó tan rápidamente que tanto Quinn
como Puck sintieron que apenas habían estado de vacaciones. Un bebé agotaba, eso lo habían
aprendido muy bien. Dado que tanto Judy como Sarah trabajaban, Beth necesitaba ir a una
guardería por las mañanas. Fue una decisión difícil de tomar, especialmente para Quinn, pero
sabía que debía hacerlo. Por ello, aquel lunes de mediados de agosto, la rubia se perdió sus
primeras clases pues no lograba separarse de su hija. Tardó una hora en poder alejarse del lugar.
Beth en tanto, parecía emocionada con el lugar y sus futuros pequeños amigos. Puck había
querido acompañarlas, pero el chico se había enfermado y decidieron no arriesgar la salud de su
hija.

Para Quinn, lo único agradable de dejar a su hija y volver al McKinley era su reencuentro con
Rachel, ya que la morena había llegado la noche anterior y sólo habían hablado por teléfono.

Apenas había cruzado las puertas de entrada del lugar, cuando se encontró con una preocupada
Tina, acompañada de Taylor, la chica alta de cabello castaño que se había unido al Glee Club junto
con sus dos amigas, meses atrás.

–¿Qué pasó? –preguntó Quinn de inmediato.

–Azimio le tiró un slushie a Rachel antes de que empezaran las clases –respondió Tina nerviosa–.
Según me contaron, le dijo que hoy no había nadie que la pudiese proteger –Quinn había olvidado
hasta ese instante que tanto Santana como Brittany no irían en toda la semana al instituto, pues
aún no llegaban de sus vacaciones–. Kurt intentó detenerlo, pero lo empujaron contra los
casilleros...

–¿Tú no estabas con ella? –cuestionó Quinn. Necesitaba que alguien le dijese todo. Sentía como la
ira sumada a su preocupación por Rachel, comenzaban a crecer en su interior.

–No, yo estaba con Mike. Llegamos cuando ya todo había sucedido... pero Taylor estaba ahí, de
hecho intentó intervenir... –explicó la chica asiática.

Quinn posó su mirada en la castaña, quien le sonrió con timidez.

–Era lo menos que podía hacer –comentó Taylor y Quinn le pidió más detalles–. Ese gorila llegó y
comenzó a decir todas esas cosas, como si fuese el rey del lugar. Estaba acompañado por chicos
del equipo de fútbol americano que parecen no pensar por ellos mismos y por algunas porritas –
Quinn mentalmente se dijo que debía averiguar los nombres de esas chicas y dárselos a Santana
cuando llegase–. Luego que le tirase el slushie a Rachel y que empujasen a Kurt contra los
casilleros, las porristas comenzaron a burlarse de Rachel, de su ropa, de su voz, de todo. Lauren y
yo nos enfrentamos a ellas y bueno, hubo algunas malas palabras... –Taylor sonrió–. Luego nos
aseguraron que se iban a vengar y que nuestros días estaban contados –agregó la chica
levantando los hombros en señal de indiferencia ante las amenazas recibidas.

–¿Y Rach?

–Debe estar en su casillero –respondió Tina–. Al menos iba hacia allí cuando salimos de clases. Yo
fui al baño y luego te vi...

–Vamos hacia allá entonces –declaró Quinn y las chicas asintieron.

La rubia apresuró su caminar. Justo cuando había llegado a metros del casillero de Rachel, vio a
Azimio junto con dos chicos del equipo de fútbol americano y a un par de porristas acercarse a
Rachel.

–RuPaul, espero que el slushie de la mañana te haya recordado dónde perteneces. Este año nos
encargaremos que las cosas vuelvan a ser como eran antes –dijo el chico en tono amenazante,
sonriéndole a su grupo de amigos, quienes se rieron burlescamente.

–Ya entendí, ¿podrían dejarme en paz? –pidió Rachel sin mantener contacto visual con ninguno de
ellos.

–¿Que si podemos dejarte en paz? ¡Ja! –se burló Azimio–. No, claro que no. Eres un blanco muy
fácil y divertido, RuPaul.

Quinn aceleró sus pasos, no quería a esas personas cerca de Rachel. No quería que la llamasen
por esos apodos. Odiaba aquel apodo y se detestaba a sí misma por haberlo utilizado por primera
vez, años atrás contra Rachel.

–Aléjate de ella –el tono de Quinn fue seco. No necesitó alzar su voz para imprimir fortaleza en
sus palabras. Rachel, que estaba de espaldas a ella, parecía ligeramente aliviada por su presencia.
La rubia se acercó más y quedó a su lado.

–Miren quién apareció –comentó con guasa Azimio a sus amigos–. Te recuerdo que tú ya no eres
nadie aquí, Fabray. Así que lo que digas, nos tiene sin cuidado. Perdiste tus privilegios cuando
dejaste de ser porrista.

–¿Y tú de verdad eres tan estúpido como para creer que yo necesito ser porrista para enfrentarme
a ustedes? –preguntó retóricamente Quinn, mientras su ceja derecha se arqueaba, demostrando
que llevaba a su personalidad HBIC en el corazón–. A diferencia de ustedes, no necesito un
uniforme para hacerme valer. Así como tampoco lo necesita Rachel, pues mientras ustedes estén
recogiendo basura, ella estará triunfando en Broadway. Ustedes lo saben y por eso intentan
amedrentarla...

–¿Ahora te dedicas a defender a perdedores, incluso cuando se puede volver contra ti, Fabray? –
preguntó el chico sin dejarse intimidar, aunque la verdad era que todo el grupo había retrocedido
ante las palabras de la rubia–. Entiende, por mucho que RuPaul se siente junto a ustedes y la
intenten proteger, siempre será una perdedora y estará en nuestros radares. Finn lo entendió
muy bien y nunca interfirió. Santana no está para ordenar nada y quizás deje la capitanía este
año. ¿Quieres exponerte a sufrir lo mismo que RuPaul? ¿Crees que vale la pena? Ni que estuvieses
interesada en ella... –agregó con burla por lo ridículas que le parecían sus palabras.

–¿Y qué si lo estoy? –Quinn sintió como aquellas palabras se escapaban de su boca sin poder
controlarlas. Lo extraño vino después, cuando no sintió esa angustia que esperaba, ni el
arrepentimiento. Sentir la mirada de Rachel, que seguía parada a su lado, la hizo continuar. No lo
pensó, simplemente actuó–. Yo no soy Finn, no dejaré que la agredan. Cometí varios errores en el
pasado, pero eso se acabó. Si piensan que me intimidarán, se equivocan. Soy Quinn Fabray,
capitana o no, aún tengo poder aquí y lo saben. El hecho que hayan decidido atacar a Rachel sólo
cuando Puck, Santana o yo no estuvimos presentes, dice mucho de ustedes.

–¿Estás diciendo que te gusta Manhands? –dijo una porrista con cara de asco.

–¡Dios mío! Tanto juntarte con Santana y la estúpida de Britt hizo que se te pegara su
lesbianismo... –comentó Azimio con un dejo de burla–. Al menos pudiste fijarte en alguien mejor
que RuPaul, de sólo pensarlo siento pena y asco por ti...

No pudo seguir hablando porque el puño de Quinn se estrelló contra su nariz. El chico se llevó las
manos al lugar afectado que no paraba de sangrar y gritó de dolor. La rubia estaba a punto de
volver a golpearlo, cuando sintió los brazos de Taylor que la rodeaban, mientras le pedía que se
calmara. Luego una mano más pequeña tomaba su puño, intentando relajarlo. Quinn al notar la
mano de Rachel se calmó un poco.

Mientras sus amigos se llevaban a Azimio probablemente a la enfermería, una chica se acercó la
rubia -sin que ella fuese consciente-, con intenciones de agredirla, pero la voz de Lauren la puso
en sobre aviso.

–Ni se te ocurra tocarla –dijo la chica de ojos color esmeralda.

–No te metas donde no te llaman –advirtió la porrista–. Ya les dijimos en la mañana que sufrirían
las consecuencias. No deberías volver arriesgarte.

–¿De verdad crees que te tengo miedo? –preguntó Lauren con una sonrisa sarcástica.

–Pues deberías aprender del perrito faldero que te sigue a todas partes y guardar silencio –dijo
otra porrista que se acercó para apoyar a su amiga.

–Te vas a arrepentir de lo que acabas de decir... –amenazó Lauren acercándose a la chica, pero la
mano de Camila la detuvo.

–Lau, no te metes en problemas... –susurró Camila.

–Hazle caso, Lau –se burló la porrista.

Lauren no tuvo que actuar, porque Quinn y Taylor fueron más rápidas y empujaron a aquellas dos
chicas lo suficientemente fuerte para desestabilizarlas, pero sin causarles mayor daño. Victoriosas,
la rubia y la castaña se sonrieron, mientras Lauren soltaba una carcajada. Tina miraba la escena
perpleja y Rachel junto con Camila no parecían muy contentas con el actuar de las tres
muchachas.

–¿Qué está pasando aquí? –la voz de Sue Silvester se escuchó por todo el lugar.

–Quinn y sus amigas de segundo nos atacaron, entrenadora –dijo una de las porritas.

–Es más, Fabray probablemente le rompió la nariz a Azimio... él no paraba de sangrar. Se lo


llevaron a enfermería –agregó la otra–. Ahora que Quinn al parecer es lesbiana y está babeando
por Manhands, cree que puede actuar como un vulgar matón –añadió.
–¿Qué mierda acabas de decir? –Quinn emanaba su ira por donde se la mirase.

–Retírense –dijo Sue a sus dos porristas, quienes no cuestionaron nada y emprendieron su
marcha. La mujer se giró para enfrentar al resto de las chicas–. No me extraña que sean todas del
Glee Club, definitivamente lo mejor sería que ese maldito club junto con Schuester
desaparecieran... ahora vayan a sus clases. Todas, ¡ahora! Menos tú, Fabray. Tú me acompañas.

Las chicas se negaron a marcharse hasta que Quinn asintió y les pidió que hicieran caso. Ella
podía manejar a Sue, y aunque le pusiera un castigo o la suspendiera, no se arrepentía.
Caminando hacia la oficina de su ex entrenadora pensó en todas las defensas que podría poner.

Sea lo que sea, no pediré perdón.

¿Dónde estaba Quinn?

El período ya se había terminado y Quinn no se había presentado a su clase. Rachel lo sabía


porque se había estado mensajeando con Mercedes todo el tiempo, ya que Quinn compartía
aquella clase con la chica de la voz potente. Tina intentó tranquilizarla, pero nada resultó. Si
Quinn era castigada, sería por su culpa, por defenderla.

Rachel tenía claro que por la adrenalina del momento, Quinn no debió meditar sus palabras, ni lo
que ellas habían implicado, pero ahora, horas más tarde, ¿qué sucedería? Aquella pregunta no
abandonaba la mente de la morena.

–¿Qué pasó con Quinn? –preguntó Lauren apenas las chicas de último año se sentaron junto a ella
y Camila en aquella mesa de la cafetería.

–Nadie sabe nada –respondió Tina y Rachel suspiró–. Debería haber llegado a su clase con
Mercedes, pero no apareció. Y no contesta su teléfono.

–¿Y si le pasó algo? –preguntó la morena que con el paso de cada segundo se preocupaba más y
más–. Sue está loca, quizás la agredió o la secuestró y por eso no podemos encontrarla. O quizás
convenció al director y la expulsaron del instituto... Todo esto es mi culpa. ¿Qué será de Quinn
ahora? ¿De su futuro? ¿Y Beth? ¡Oh, no! La pequeña va odiarme. Ya no me sonreirá más...

–Hey, Rachel, detente –la interrumpió Lauren sobando la espalda de la morena de arriba abajo,
intentado regular su agitada respiración–. Sue está loca, pero no le haría daño a Quinn. Nadie va
a expulsarla... Y si llegasen a hacerlo, protestaremos y revertiremos eso.

–Realmente puedes hablar muy rápido –comentó Camila, provocando que Rachel sonriese.

–Es una diva –añadió Mercedes–. Las divas tendemos a dramatizarlo todo un poco más –agregó
guiñándole un ojo a la morena.

–¿Quiénes tienen a dramatizar todo? –preguntó Taylor llegando junto a ellas.

–¿Dónde estabas? –preguntó Lauren sonriendo, ignorando el cuestionamiento anterior de su


amiga.

–Hablaba con mi mamá, quería saber cómo estaba –respondió la aludida sin gesto alguno.
–¿Le pasó algo? ¿No se siente bien? –la evidente preocupación en las palabras de Camila y en la
mirada de Lauren, les dijo al resto de las chicas que algo pasaba ahí.

–Está bien, pero se levantó sintiéndose algo mareada, por lo que necesitaba corroborar que nada
hubiese pasado –explicó la castaña de ojos celestes–. Además, saben lo terca que es, pese a
cómo se sentía, fue a trabajar igual...

Tanto Lauren como Camila le regalaron una sonrisa empática, mientras que Mercedes, Tina y
Rachel la miraban confundidas. No querían importunar a la muchacha, pero les preocupaba que
pudiese estar atravesando algún problema familiar complicado. Taylor captó las miradas y la
pregunta que flotaba entre ellas.

–Mi mamá tiene cáncer. Tuvo una sesión de quimioterapia el viernes y se suele sentir mal por, al
menos, 5 días –expresó como si estuviese hablando de un tema mundano.

–Chica... –murmuró Mercedes impactada.

–Dios, eso es... –susurró Tina.

–Tay... –Rachel miró con preocupación a Taylor–. ¿Tú estás bien? ¿Necesitan algo? ¿Cómo está tu
familia?

–Estoy todo lo bien que se puede estar con una enfermedad así –admitió la castaña–. Gracias al
cielo, mi mamá tenía un buen plan de salud, así que el dinero no es un problema. Además, la
empresa donde trabaja también ha cubierto ciertos gastos –expuso–. Mi familia somos mi mamá y
yo. Y ella es una guerrera, saldrá adelante.

–Pero, ¿tu papá al menos aporta con algo? –preguntó Tina–. Es decir, los gastos son enormes y tú
estás estudiando, ¿al menos recibes manutención?

–No, no forma parte de nuestra vida. Mi mamá lo conoció cuando él estaba en un viaje de
negocios. En ese tiempo ella vivía en New York. Se enamoró perdidamente y aceptando los pocos
días que podía estar con él debido a sus constantes viajes. Quedó embarazada y luego descubrió
que ella era la otra. Él estaba casado, tenía su familia y ninguna intención de hacerse cargo de mí.
Ahí se terminó todo. Mi mamá me crió sola y vivimos en New York hasta que a ella la trasladaron
aquí. Conocí a las chicas, nos hicimos amigas y bueno, el resto es historia...

–Ahora tu familia estará compuesta por todos nosotros y aunque no quieras, estaremos para ti en
lo que necesites –dijo Rachel, mientras el resto de las chicas asentía. En eso el celular de la
morena sonó y ella miró esperanzada para ver si era Quinn–. Mensaje de mi papá, de verdad
creía que esta vez sí sería Quinn.

–¿Paso algo con Quinn? ¿O con Beth? –preguntó Taylor algo preocupada. La pequeña bebé se
había ganado el corazón de todos–. ¿Por eso se fue con su mamá?

–¿Cómo que se fue con su mamá? ¿Viste a Quinn? ¿Y a Judy? ¿Cuándo? ¿A qué hora? ¿Dónde?
¿No te dijo nada? –Rachel probablemente superó la velocidad de la luz al pronunciar todas esas
preguntas.

–Sí la vi. Estaba yendo a mi casillero a buscar un material que había olvidado para la clase y ella
iba rumbo a la salida con su mamá, que se veía bastante molesta. Asumí que la habían llamado
por lo del golpe al estúpido ese –dijo la chica de ojos celeste.
–Quizás Judy la castigó y le quitó el móvil –intentó adivinar Tina.

–Sí, eso suena como algo que un padre haría –coincidió Mercedes.

–Pero, ¿por qué no nos avisó? Es decir, ni siquiera me envió un mensaje para decirme lo que
sucedía –cuestionó la morena–. Quinn me conoce, sabe que me preocuparía al no verla. ¿Por qué
no me dijo nada? ¿O a Taylor cuando la vio?

–Porque quizás no sabía que su mamá le iba a quitar el móvil. Sabes lo preocupada que es Quinn.
Ella te hubiese avisado de haber podido –razonó Lauren.

Rachel no quedó muy convencida con aquello, pese a eso, asintió como si lo estuviese. El mayor
miedo de la morena es que Quinn hubiese tenido tiempo para pensar en sus palabras y sus
demonios la estuvieran acosando. Mientras más tiempo pasase sola, mayores probabilidades de
retroceso existían. Si bien Rachel había decidido no esperar a la rubia y seguir su vida, aquello no
había sido posible. Quinn y Beth formaban parte de su vida, no se veía avanzando sin ellas.
Rachel estaba esperando por la rubia, pero no se lo había dicho. Había sido su decisión y la había
mantenido en secreto, porque era lo mejor para Quinn.

Por lo mismo, no podía quedarse de brazos cruzados. No llamó a Judy, porque debía estar de
regreso en su trabajo. Intentó llamar a la casa de las Fabray varias veces, pero nadie contestó.
Por lo mismo, decidió que apenas terminasen las clases, se iría a la casa de la rubia y esperaría
ahí hasta obtener las respuestas que necesitase.

Para Quinn aquella mañana había sido para el olvido. Primero abandonando a Beth en aquella
guardería. Sí, su hija estaba encantada, pero ella lo había sentido como un abandono. Luego,
llegar al McKinley y enterarse lo que había sucedido con Rachel. Después, la discusión con Azimio
y su posterior golpe. La guinda de la torta había sido la charla con Sue y su madre. Mientras iba
en el vehículo rumbo a su casa junto a su madre, recordaba las palabras que se habían dicho en
aquella oficina minutos atrás.

–Voy a llamar a tu madre, Quinn –anunció Sue, saliendo del lugar. Regresó minutos más tarde,
tiempo en el que la rubia había llamado a la guardería para saber cómo estaba Beth y a Puck para
preguntar por su mejoría–. Estoy bastante decepcionada de ti, Q. Pudiste ser la mejor, dejar tu
legado aquí y lo arruinaste todo. Y lo continúas arruinando.

–Quizás no tenga un legado aquí y, verdaderamente no me importa; pero tengo un legado en el


mundo: mi hija. Ella es más importante que todo y todos –respondió la rubia molesta por la
insinuación de que su pequeña cosa perfecta, como la llamaba Quinn, la había arruinado.

No. Beth, la había salvado.

–No hay nada malo con tu hija, Q –señaló la entrenadora al percibir el malestar de la ex porrista–.
Pero tú y yo sabemos que no era el tiempo, que debiste ser más cuidadosa. Te complicaste la vida
por una irresponsabilidad. Ni siquiera estás enamorada de Puckerman. Ese chico puede tener
buenas intenciones, pero no se vive de ellas.

–Volvería a elegir a Puck una y mil veces –aseguró Quinn–. Mis padres estaban enamorados y
aquello no terminó nada bien. Amamos a Beth y queremos lo mejor para ella. Somos amigos. No
puedo pedir mucho más, en realidad –añadió la rubia con seguridad–. Fuimos irresponsables, es
verdad, pero no podemos cambiar el pasado. Beth nos hace mejores día a día, y de eso voy a
estar agradecida siempre.

–La inocencia de la juventud. Las utopías son lindas, Q... pero son eso, utopías –sostuvo Sue con
ironía.

–Me da lástima, entrenadora –dijo Quinn con sinceridad–. Vivir una vida donde todo es gris y sin
esperanza, es una verdadera pena. Y yo iba por ese mismo camino, pero al menos pude
enderezar mi vida.

–¿Enderezar tu vida? Un embarazo adolescente, juntarte con lo más bajo del instituto, defender a
Berry, ¿a eso tú llamas enderezar tu vida? –se burló Sue–. Te admiro por la fuerza que requiere
ser madre a tu edad, pero no por quedar embarazada. Eso no es un logro, eso es una
irresponsabilidad. De lo demás, ni siquiera hablaré.

–Los que usted llama lo más bajo del instituto, son los únicos que estuvieron para mí cuando todo
se complicó...

–Sabes que gracias a Santana y Brittany, no sufriste todo este tiempo –declaró la entrenadora–.
Tus amiguitos del Glee Club no podrían haberte salvado. Fueron tus amigas porristas las que lo
hicieron.

–S y B también pertenecen al Glee Club, y me apoyaron, porque son mis amigas, no porque sean
porristas. Aunque no estuviesen en la escuadra, habrían estado a mi lado de igual manera. ¿Cree
que lo que más me aterrorizaba era recibir un slushie o caer en lo más bajo de la escala social del
McKinley? No, lo que me aterraba era estar sola si eso sucedía. No iba a poder evitar que
hablasen, pero no saber si habría alguien a mi lado, apoyándome mientras el mundo me juzgaba,
me paralizaba de miedo...

Golpes en la puerta de la oficina interrumpieron la conversación. Luego de que Sue señalase a la


persona que pasase, la puerta se habría y reveló a Judy Fabray. La mamá de Quinn caminó y
tomó asiento junto a su hija.

–Vine tan pronto como me fue posible –explicó Judy–. ¿Me podría explicar en qué problema se vio
envuelta mi hija? –preguntó confundida–. Quinn es una estudiante de honor.

–Al parecer su hija ha decidido cambiar aquello este año –comentó Sue–. Sé lo que Quinn se ha
esforzado por mantener su expediente impecable y yo no quiero que ello cambie –señaló–. Por
eso, no seguí el procedimiento establecido y la llamé a usted, en cambio –Judy la miró
sorprendida–. El castigo por agresión es una semana de suspensión y aquello se registra
inmediatamente en su expediente –explicó.

–¿Qué? –exclamó Judy sorprendida, para luego girarse hacia su hija–. ¿Golpeaste a alguien?

Quinn sólo bajó su mirada al suelo y aquello fue una respuesta suficiente para su madre.

–Su hija, señora Fabray, golpeó con su puño la nariz de Azimio Adams, jugador destacado de
nuestro equipo de fútbol americano –dijo Sue, como si el chico fuese básicamente una estrella–.
Además, el señor Adams, padre del chico, es un político influyente, como usted bien sabrá.

Judy sabía lo que Sue Silvester intentaba decirle. Su hija se había metido con quién no debía.
Aquello no era lo importante para Judy, ella necesitaba saber el motivo, así que se lo preguntó a
su hija.
–¿Por qué golpeaste a ese muchacho, Quinn? –no hubo ni una gota de enojo en su pregunta.

–Él le tiró un slushie a Rachel antes de clases. Y ahora la amenazó y la trató mal, yo no podía
permitirlo.

–Entiendo –murmuró Judy.

–Señora Fabray, usted entenderá que los padres de Azimio no estarán tranquilos al enterarse que
Quinn no sufrió la consecuencia esperada, pero aquello cambiaría si ella se disculpa...

–Yo no me disculparé –Quinn interrumpió a Sue de forma categórica.

–Además, sería bueno que aclarase el tema de su relación con la chica Berry –Sue continuó como
si no hubiese oído a Quinn–. No querrá que un rumor sobre sus preferencias sexuales se expanda
así. Especialmente considerando que la chica Berry no es muy apreciada por la comunidad
escolar.

–Los rumores son eso, rumores. Asumo que el colegio y los señores Adams tampoco querrán
enfrentar la demanda que interponga el padre de Rachel por los abusos que ella ha sufrido aquí;
de los que los profesores son conscientes, pues si yo estoy aquí, es porque saben lo que pasa en
los pasillos del instituto –dijo Judy con fuerza–. Mi hija es la única que se ha disculpado por su
comportamiento, por lo que sé que Leroy la dejará fuera de ello, pero no puedo decir lo mismo del
resto. ¿Cómo afectará la imagen del político cuando su hijo sea denunciado por bullying? Testigos
hay varios.

–Señora Fabray... yo... no... –Sue no fue capaz de formar una oración completa.

–Me alegra que mi hija defienda a las personas importantes en su vida. No justifico la violencia.
Ella será castigada por ello –comentó Judy–. Y agradezco que no la castigara de la forma que
correspondía, porque ella necesita su expediente en las mejores condiciones para poder entrar a
la universidad que desea, pero eso es todo. No aceptaré amenazas solapadas. Ya tuve bastante
de ello en mi vida –Sue asintió mirando con nuevos ojos a la mujer frente a ella, había un rastro
de admiración ahí–. Ahora me llevaré a Quinn, porque debo tener una seria conversación con ella.
Le pido que la excuse por lo que queda del día.

Sin esperar más, Judy se levantó y Quinn la imitó. Su madre no le dijo nada, pero la mirada en su
rostro decía que estaba molesta y decepcionada. Lo que a Quinn le aterraba era no saber a qué se
debía ello: si a la agresión o al comentario de Sue sobre su sexualidad.

El camino hacia su casa seguía en el mismo silencio que las había acompañado durante su
caminar por los pasillos del instituto. Quinn sabía que no soportaría mucho más aquello. Por
suerte, el coche de Judy se detuvo frente a su casa y ambas descendieron. Una vez adentro, Judy
se encargó de romperlo.

–¿Hay algo más que desees agregar a todo lo que ya se dijo? –preguntó la mujer sentada frente a
Quinn.

–Sé que no debí golpearlo, pero no me arrepiento. Se lo merecía. Santana y Puck hubiesen hecho
lo mismo –señaló Quinn.

–Primero que todo, yo no soy mamá ni de Santana, ni de Puck, así que a ellos no me referiré.
Aunque te aseguro que ninguna de sus madres celebraría una actitud así –dijo Judy algo molesta
por la justificación infantil de su hija–. La violencia nunca es la respuesta a nada. Sólo genera más
violencia –explicó–. Ahora tienes una hija, Quinn. Una hija que te verá como su ejemplo a seguir.
¿Esa es la imagen que quieres darle? ¿De verdad quieres enseñarle que la violencia está bien en
algunos casos? Porque de ser así, tendrás que hacer una lista de los casos en los que está
permitida y te aseguro que quedarán algunos vacíos, ¿qué harás entonces? La idea es que
aprendas de mis errores, Quinn... No le des un ejemplo a tu hija que no quieras que siga.

–Lo sé. Está mal... pero es que dijo cosas horribles de Rachel. No sólo le tiró un slushie antes de
clases, sino que después se acercó a tratarla mal y Rach sólo agachaba la cabeza como si
aceptara aquellas palabras –Quinn tuvo que hacer una pausa para luchar contra el nudo que se le
había formado en la garganta y las lágrimas que se escapaban de sus ojos–. Ella... Rach... se
comportaba igual como cuando era yo quien hacía esas cosas... –susurró.

–Quinnie... –murmuró Judy acercándose a su hija para cobijarla entre sus brazos.

–Golpearlo fue como golpear a mi yo del pasado. Lo odié por lo que le dijo, por cómo actuó, pero
también por lo que me recordaba. En el fondo, sabía que yo era una de las culpables de ello –
admitió la rubia de ojos avellana que brillaban por las lágrimas–. Se lo debía a Rachel... Ella me
perdonó y yo intento hacerlo cada día; para mí no es tan fácil como para ella. Mi perdón llevará
mucho tiempo. Sentí que debía golpear a mi pasado, tanto como quería golpear a Azimio.

–Sabes que, aunque entienda tu actuar, eso no evitará tu castigo, ¿cierto? –preguntó Judy y
Quinn asintió–. Este fin de semana no tienes permitido salir, ni recibir visitas –Quinn se iba a
quejar, pero Judy habló primero–. Beth no está castigada, ella sí puede recibir a quien venga a
visitarla y bueno, en ese caso yo no puedo impedir que te vean a ti, pero tú no puedes recibir
visitas –Judy le sonrió y Quinn correspondió aquella sonrisa–. ¿Algo más que desees decirme?

–¿Estás molesta? –preguntó Quinn sin mirar a su madre a los ojos.

Judy tomó la cara de su hija para que la mirase de frente antes de hablar.

–¿Por lo que Sue dijo sobre los rumores? –Quinn asintió con lágrimas en los ojos. Odiaba tener
miedo de la reacción de su madre, pero lamentablemente el pasado no se olvidaba así como así–.
Mi vida, sé que cometí muchos errores, pero intento remediar aquello. Tu felicidad es lo más
importante, pensé que Frannie te lo había comentado –dijo Judy secando las lágrimas que se
deslizaban por las mejillas de Quinn–. Nunca te he visto tan feliz como cuando Rachel está a tu
lado, bueno, eso sin contar a mi nieta, por supuesto –la mujer sonrió y un peso se liberó de los
hombros de Quinn–. No es lo que yo me había imaginado para ti, pero eso no es malo, Quinnie.
Los Berry han sido bendiciones en nuestras vidas...

–Creo que me gusta de verdad, mami –dijo Quinn como una niña pequeña–. Y no quiero
arruinarlo, no quiero decepcionarla.

–Y no lo harás, mi niña –aseguró Judy–. Peleas, discusiones, enojos, eso habrá de seguro, pero lo
que existe entre ustedes es puro y fuerte. Lo veo en sus ojos, en sus sonrisas, en sus gestos cada
vez que están juntas. Que el miedo no te detenga de experimentar el amor, mi vida. Que no te
impida ser feliz.

–Gracias, mamá.

Judy y Quinn se quedaron unos minutos disfrutando de aquellas caricias maternales, hasta que la
rubia mayor se despidió de su hija para volver a trabajar. Quinn se preparó algo de almuerzo y
luego se dirigió a la guardería para ir a recoger a su pequeña. De regreso, le hizo una visita a
Puck, a quien se le iluminó la cara al ver a Beth, tras casi un día de ausencia. Estuvo en casa de
los Puckerman unas horas antes de regresar a su hogar. Cuando se estacionó no fue consciente
de que una morena la esperaba en la entrada de su casa. Sólo se percató de ella cuando llegó al
lugar. Beth en sus brazos se estiró para alcanzar a Rachel.

–¡Está tan grande! –exclamó Rachel con Beth en sus brazos–. ¿Es posible que cada día que pase
esté más guapa?

Quinn sonrió, mientras abría la puerta y dejaba de aquellas dos mujeres tan importantes para ella
pasaran. La revelación llegó casi al mismo tiempo. Quizás la charla con su mamá; quizás, lo
sucedido en la mañana; quizás, la distancia. No sabía bien qué, pero sentía que el momento de
hablar y ser honesta había llegado. El tiempo que le pidió a Rachel se había acabado.

Ojalá Rachel aún esté dispuesta a intentarlo.

XVIII. El tiempo

Rachel sabía que había extrañado mucho a las rubias que alegraban su corazón, pero sólo cuando
vio a Quinn acercarse hacia ella con Beth, supo que la palabra mucho en realidad ni siquiera se
acercaba a sus sentimientos.

Beth había crecido bastante en el mes y medio que había pasado, desde la última vez que había
estado en sus brazos. Claro, por Skype podía apreciar su desarrollo, pero era distinto tenerla con
ella, sostenerla, notar los cambios de su estatura y su peso. Quinn tenía un aire distinto, se veía
más relajada... pese a que la maternidad no era algo fácil, sino, más bien, bastante extenuante.

La morena no pudo evitar olvidar por un momento el motivo que la había llevado a la casa de las
Fabray. Definitivamente, tener a Beth en los brazos hacía que una persona se olvidara de los
problemas. La pequeña llevaba un conjunto rosa con blanco, con un tigre bebé durmiendo en su
pecho. Su cabello, lo poco que existía en ese momento, era rubio pero más oscuro que el de
Quinn, mucho más similar al de la hermana de Puck. Sus ojos estaban destinados a ser de color
avellana, al menos eso pensaba Rachel, pues tanto Puck como Quinn tenía aquel color de ojos. La
diferencia estaba en que los de Puck eran más oscuros, a primera vista se asimilaban más a ojos
marrones con destellos dorados, y, en cambio, los de Quinn era mucho más verdosos con dorado.

Es tan delicada, tan hermosa.

–Es imposible pensar en otra cosa teniéndola en tus brazos –comentó Quinn llegando al lado de
Rachel, sin dejar de mirar a su hija.

–Es... no sé cómo describirlo... maravilloso lo que se siente –murmuró Rachel, mientras


observaba como los delicados ojos de Beth comenzaban a cerrarse.

–Es una dormilona, como Puck –declaró Quinn con una sonrisa y Rachel pensó que nunca había
visto a la rubia tan radiante–. Es mejor que la llevemos hasta su cuarto, para que descanses esos
brazos...

–Por mis brazos no te preocupes –dijo Rachel mirando a Beth–. Han tenido mucho descanso y la
extrañaban, pero creo que será mejor para Beth poder dormir en su cuna, es más cómoda.

Se dirigieron escaleras arriba para poder recostar a la pequeña en su habitación. Era un cuarto
pequeño, pero muy cálido. Había sido decorado por las abuelas y los Berry; aquel gesto lo habían
denominado un regalo de bienvenida para el bebé. Tenía colores neutrales y dibujos de animales
en las paredes. Contaba con todo el mobiliario necesario para cambiar y vestir a un bebé.
Además, tenía colgantes que estimulaban el desarrollo de los niños y peluches en demasía. Era la
viva imagen del cuarto de un bebé deseado y muy querido.

Quinn encendió el babyphone, que era de aquellos con los que no sólo escuchabas al bebé, sino
que también podías verlo, puesto que tenía una cámara integrada en uno, y una pantalla en el
otro. Había sido un regalo de Santana y Britt, bajo la sugerencia de Tubbie según la rubia (hecho
que la latina había negado hasta el cansancio) y que Quinn había agradecido una infinidad de
veces.

Sentadas ya en la cama de Quinn, Rachel recordó el motivo de su visita. Parte de la preocupación


se había ido al ver a la rubia sonriendo junto a Beth, pero necesitaba saber el motivo de su
marcha del instituto aquella mañana. Aún recordaba la angustia y la ansiedad que había sentido al
no saber nada de Quinn.

–¿Qué pasó con Sue, Quinn? –preguntó con Rachel, rompiendo el cómodo silencio que se había
instalado entre ellas al llegar a la habitación–. Taylor dijo que te vio marchar con Judy y que ella
no estaba muy feliz, al parecer –agregó–. ¿Te castigó? ¿Te quitó el celular y por eso no
respondías las llamadas? Si quieres yo puedo hablar con ella y explicarle que fue mi culpa, que tú
sólo me defendiste, que todo es mentira...

–¡Hey, tranquila! –dijo Quinn tomando las manos de Rachel para calmarla–. Está todo bien. Es
decir, me castigó por golpear Azimio, porque la violencia es mala y esas cosas, así que no puedo
salir el fin de semana, ni recibir visitas –la morena iba a protestar, tal y como Quinn lo había
intentado con su mamá–. Yo no puedo, Beth sí. Y mi mamá dejó muy claro que si alguien viene a
visitar a Beth, ella no puede evitar que me vean a mí. Es decir, no puedo recibir visitar en
exclusividad.

–¡Ah, eso cambia las cosas! No creo que nadie tenga intenciones de visitarte en exclusiva, cuando
Beth está aquí –sostuvo Rachel y Quinn le dedicó una mirada de HBIC–. No es mi culpa que tu
hija sea tan irresistible –se excusó la morena y la rubia sólo negó sonriendo–. ¿Y tu teléfono? ¿Por
qué no atendías las llamadas? Incluso llamé varias veces aquí, a tu casa.

–Mi celular lo puse en silencio cuando entré a la oficina de Sue y olvidé cambiarlo –explicó Quinn a
la vez que tomaba su celular y veía las llamadas perdidas y los mensajes. Bajo la atenta mirada
de Rachel, subió el volumen–. Y debiste llamar a casa cuando fui a buscar a Beth a la guardería;
luego pasamos a casa de Puck, que ya está mucho mejor y me aseguró que Azimio sufrirá las
consecuencias apenas pueda volver al colegio.

–¡Quinn!

–Tampoco lo va a matar, Rach –se excusó la rubia–. Sólo le recordará algunas cosas. Y lo hará en
los entrenamientos, así nadie podrá decir nada –Rachel negó–. Digamos que será un
entrenamiento un poco más rudo y duro para Azimio.

–¡Pobre Beth, con ustedes como padres, la pobre no podrá presentar a ningún chico! –exclamó
Rachel con más dramatismo del necesario.

–O chica... –corrigió Quinn sorprendiendo a Rachel–. Además, Beth te tendrá como aliada. Y tú
sabes que eres nuestra voz de la conciencia. Puedo apostar a que nos vas a convencer, quizás
hasta los deje quedarse en mi casa más de 30 segundos.

Ambas rieron imaginándose la escena. Ninguna lo dijo, pero ambas imaginaron aquel futuro
juntas. Una casa compartida, una vida compartida.
–Rach... –dijo Quinn y Rachel la miró interrogante–. Lo que dije hoy... –la morena esperó las
disculpas, el arrepentimiento de la rubia–. Es verdad... –susurró.

–¿Qué es verdad? –preguntó Rachel temerosa en un murmullo.

–Azimio insinuó que yo estaba interesada en ti. Y yo no lo negué –explicó Quinn algo complicada
intentando encontrar las palabras para comunicar todo lo que tenía en su interior–. Sé que sabes
que estoy interesada en ti. Ha sido obvio lo que acabo de decir, en realidad –se reprendió–. Lo
que quería decir es que hoy quizás fue el día definitivo. Hoy rompí con mi pasado, corté con él.
Bueno, quizás no es algo tan tajante, pero al menos lo golpeé. Los demonios siguen ahí y quizás
nunca se vayan –advirtió–. Pero ahora estoy segura que soy más fuerte que ellos, que puedo
luchar y puedo ganar –suspiró y miró a Rachel–. Lo que te estoy intentado decir entre tanta
vuelta es que el tiempo se terminó, ya no lo necesito más. Ya estoy lista para afrontar lo que hay
entre nosotras, para darnos una oportunidad, para vivir un día como el que tuvimos aquel
domingo una y otra vez.

Se produjo un silencio, pero no fue como los acostumbrados, esta vez, fue un silencio incómodo,
que provocó que Quinn se pusiese nerviosa.

–Esta vez soy yo la que necesita un tiempo, Quinn –susurró Rachel, pero el silencio era tal que
una pálida Quinn escuchó las palabras claramente.

La rubia sintió que un dolor se le posaba en el pecho. Entendió a lo que se referían los libros
cuando hablaban sobre los cuchillos que atravesaban el corazón. Ella había sido consciente del
riesgo que corría al pedirle tiempo a Rachel, pero siempre había tenido la esperanza de que la
morena esperaría. Aquello no cambia sus sentimientos, ni su decisión de aceptar lo que sentía y
quién era ella, finalmente. Ella esperaría, de cierta manera se lo debía; además, Rachel valía la
pena, podía esperar el tiempo que le pidiese.

–Está bien –dijo Quinn con una voz que no pudo esconder el dolor–. Te entiendo, Rach. Yo te pedí
demasiado, por lo que debes pensarlo bien. Yo te voy a esperar...

Rachel asintió y contuvo sus ganas de abrazarla.

–Bueno, ya creo que tuve el tiempo que necesitaba –declaró Rachel con una sonrisa, mientras
Quinn la miraba sorprendida–. La situación necesitaba un poco de dramatismo.

–¿Estás bromeando? –preguntó Quinn irritada y al borde de las lágrimas. Rachel negó sin perder
la sonrisa–. ¡Eres la peor! ¿Sabes lo que me hiciste sufrir? Pensé que te estaba perdiendo, que...

–Gracias a mí tenemos una historia más intrigante y divertida para contar –explicó la morena y
recibió un golpe en el brazo como respuesta–. ¡Hey! –se quejó imitando el gesto de Quinn–. Ya
que se acabó el problema del tiempo, ¿piensas hacer algo, Fabray?

–¿Me estás retando, Berry? –preguntó Quinn con una sonrisa maligna y su ceja derecha
arqueada.

¿Cómo resistirse a ella?

Rachel obtuvo su respuesta apenas los labios de Quinn tocaron los suyos: resistirse era imposible.
Se besaron como si no existiese mañana, recuperando todo el tiempo perdido. Porque,
finalmente, no había sido una cosa de sentimientos, sino de tiempo. Del tiempo necesario para
aceptarse, para luchar, para creer, para arriesgarse, para vivir.

Cuando la lengua de Quinn hizo contacto con el labio inferior de Rachel, la morena dejó escapar
un gemido que le permitió a la rubia introducirse en su boca. Luchaban por tener el control, pero
Quinn supo pronto que sería una batalla de nunca acabar. Rachel hizo girar a la rubia, de tal
manera que Quinn quedó con su espalda sobre la cama y con la morena sobre ella. La rubia
comenzó a desplazar sus manos por la espalda de Rachel, mientras la morena se dedicaba a besar
su cuello, marcando varias partes de él. Guiada por el calor del momento, Quinn apretó el trasero
de Rachel y la morena soltó un fuerte gemido, pero continuó su tarea de saborear el cuello de la
rubia. Al no existir resistencia, la rubia siguió con sus caricias, logrando una mayor fricción entre
sus cuerpos, pese a la barrera existente entre ellas, creada por sus ropas. Ambas gimieron al
incrementar aquella fricción, que les estaba provocando placeres que no sabían que existían.
Sabían que pronto alcanzarían un punto de no retorno, pero ninguna estaba pensando muy bien
en ello. Sólo querían sentir a la otra, disfrutarse y olvidarse del tiempo.

El llanto de Beth rompió el momento. Tanto Rachel como Quinn se alejaron jadeando, intentado
tranquilizar sus respiraciones.

–Si no la amara tanto, te juro que atentaría contra ella –susurró Quinn, una vez que pudo
encontrar su voz.

–Sabes que eso es mentira –contradijo Rachel–. Pero la habríamos amado más si nos daba un
poco más de tiempo.

–El tiempo parece ser siempre un problema aquí –declaró Quinn negando, mientras Rachel se
levantaba y le tendía una mano con una sonrisa.

–Vamos que la princesa no espera y se molestará con nosotras–dijo Rachel, guiando de la mano a
Quinn hasta la habitación de Beth.

Tras cambiar el pañal de Beth y acunarla en los brazos, Quinn volvió a hablar.

–La próxima vez te toca a ti –manifestó Quinn y Rachel asintió, no sin antes soltar una pequeña
risa–. Sé que con Beth en mis brazos no es lo ideal, pero tenemos que hablar...

–Al menos podremos decirle que ella fue testigo del comienzo de nuestra historia –justificó
Rachel.

–¿Qué estás diciendo? –preguntó Quinn.

–¿Acaso no pretendes que hablemos de nuestra relación? Después de todo lo que acaba de pasar,
¿no pretendes formalizar nada? –la indignación de Rachel fue patente en cada palabra que
pronunció.

–No ahora –dijo Quinn, moviéndose para impedir con su cuerpo y con Beth, la salida de una
irritada Rachel–. Rach, no te pediré que seas mi novia en medio de la habitación de Beth, tras
haberle cambiado el pañal. Te mereces algo un poco más romántico, al menos –explicó la rubia,
sorprendiendo a Rachel con la palabra novia y lo del romanticismo–. Tenemos que ir a una cita,
regalarnos flores, chocolates, porque eso sí, aquí ambas debemos ser caballeras...
Rachel no pudo contener su risa y contagió a Quinn. Beth, al ver a aquellas dos mujeres riendo,
soltó un balbuceo y les sonrió.

–Es tan linda –susurró Rachel y la rubia estuvo de acuerdo–. Entonces, no somos novias, porque
no hemos tenido ninguna cita. Debemos regalarnos cosas, porque ambas, utilizando tus propias
palabras "debemos ser caballeras" –hizo las comillas con sus dedos–, pero, ¿al menos estamos
juntas?

–Claro que sí –sentenció Quinn–. No hay nada oficial, pero estamos juntas. No más tiempo. Odio
el tiempo ahora –agregó la rubia que de no haber tenido a Beth en sus brazos, los habría cruzado,
en un gesto infantil–. Así que puedes dejárselo bien claro a cualquier estúpido o estúpida que se
te acerque.

–No es necesario que te pongas toda mandona y celosa –explicó Rachel–. Tampoco es que tenga
muchos pretendientes rondando.

–Yo estaré encantada de decírselo a Finn, Lauren y Jesse –declaró Quinn sonriendo con malicia.

–Lauren se reirá en tu cara y probablemente te felicite, porque es mi amiga. Y lo sabes, no


entiendo porqué insistes en pensar algo distinto –aclaró Rachel–. Jesse también es mi amigo y se
portó muy bien conmigo, recuerda que él consiguió los pasajes para que pudiésemos llegar a
tiempo el día del nacimiento de Beth. Además, estoy segura que está interesado en Frannie...

–Es que Lauren es tan bonita y se llevan tan bien –dijo Quinn con un puchero y Rachel sólo
negó–. Tú tienes un pasado con Jesse, así que siempre lo voy a vigilar –hizo una pausa–. ¿Mi
hermana y Jesse? Wow... eso sería... extraño –Rachel soltó una carcajada–. Ambas sabemos que
no dijiste nada de Finn, porque él todavía tiene sentimientos por ti.

–Sí, pero él sabe que yo no. Y se conforma con mi amistad –expuso la morena–. Aunque eso no
fuese así, yo no correspondería nada que él intentase, porque sólo me interesa corresponderte a
ti.

Rachel dejó un beso en la mejilla de Quinn, antes de quitarle a Beth de sus brazos. La pequeña le
sonrió y la morena estuvo embelesada con la niña varios minutos, en los cuales Quinn se dedicó a
observarlas con una sonrisa enamorada.

Luego de poner a Beth en una mecedora para bebés que Sarah les había regalado, Rachel le
preguntó a Quinn sobre la guardería. Quería tener todos los detalles sobre el lugar donde su
pequeña princesa pasaría tantas horas.

–En la cafetería, Taylor nos contó que su mamá tiene cáncer –comentó Rachel, que había
comenzado a poner al día a la rubia de lo sucedido en su ausencia.

–¡Oh, no qué terrible! ¿Pero está bien? –preguntó preocupada Quinn.

–Está en tratamiento. Al parecer hay días buenos y malos, pero las caras de Lauren y Camila,
dijeron más que las palabras de Taylor. Al parecer es peor de lo que ella dice –dijo Rachel con
tristeza.

–¿Y su familia? ¿Su papá? ¿Tiene hermanos? –Quinn sintió que una angustia la recorría. Taylor la
había apoyado hoy, sin pensarlo siquiera. Era evidente que era una buena chica, pensar que
estuviese pasando por algo así, era terrible.
–Sólo son su mamá y ella. Al parecer no hay más familia que esa. Su papá, bueno, el tipo que la
engendró, tenía otra familia. Así que fueron ella y su mamá desde el comienzo –explicó Rachel.

–¿Pero nadie más? –preguntó Quinn. Ahora que era madre, el instinto maternal afloraba en cada
situación. La idea de pensar en una chica viviendo todo aquello sola, la angustiaba–. ¿Qué pasa
si...? Una tía murió de cáncer, Rach...

–Lo sé. Es terrible –aseguró la morena–. Lauren me comentó, mientras íbamos a nuestros
respectivos salones, que la mamá de Taylor era hija única y hace unos años fallecieron sus
padres. Por ende, Taylor no tiene más familia, al menos, no que conozca.

–Tipos como ese, mi padre o los que maltratan –dijo Quinn pensando en la historia de Lauren–.
Hacen que desconfíe de todo el género masculino y me alegre de estar interesada en una chica...

–Me salvé de no ser hombre, entonces –expresó Rachel con sorna–. Esos tipos no son así por ser
hombres. Son así porque son idiotas o malas personas, pero eso no tiene nada que ver con su
género. Piensa, por ejemplo, en mis padres, en los padres de nuestros amigos (con excepción del
padre de Noah, claro), en el papá de Jesse que se convirtió en padre de Lauren también, en el
mismo Noah... son todos excelentes hombres...

–Tienes razón, como siempre –dijo Quinn y Rachel le regaló una sonrisa de superioridad.

Quinn no esperó mucho para borrar aquella sonrisa, ya que posó sus labios en los de la morena y
comenzó a disfrutar de aquella nueva actividad que se había convertido en su adicción. Rachel no
se quedó atrás y la besó de igual manera.

Esta vez, quizás por la presencia de Beth, que ambas parecían no recordar, se contuvieron y sólo
se centraron en besarse. En la danza que formaban sus labios y sus lenguas. En la maravillosa
sensación que les producía el contacto de sus bocas.

Estaban tan dedicadas a disfrutar de la otra, que no sintieron cuando la puerta se cerró, minutos
después, y los pasos que se aproximaban a ellas.

–¡Quinn! –la voz de Judy fue su primer aviso.

–¡Rachel! –Hiram habló casi al mismo tiempo, cuando los tres adultos entraron a la habitación y
se encontraron con sus hijas besándose como si no existiese mañana. Rachel sentada sobre la
falda de Quinn, mientras Beth balbuceada y movía sus manitas, sin ser consciente de lo que
sucedía a su alrededor.

Ambas chicas se alejaron rápidamente, pero no sin inconvenientes. Rachel tropezó con un juguete
de Beth y Quinn casi se cayó de su asiento. El sonrojo de ambas era evidente, pero mucho más
palpable en la rubia, debido a la tonalidad de su piel.

–Bueno, a lo que vinimos –dijo Leroy rompiendo el silencio–. ¿Dónde está la niña más linda de
todas? –preguntó acercándose a Beth, quien como si entendiese las palabras, comenzó a mover
su cuerpo con alegría.

Si bien la pequeña no era una niña inquieta, era bastante despierta para sus cortos meses de
vida, según había asegurado el pediatra en la última revisión.

–¿No tuvo problemas en su primer día en la guardería? –preguntó Judy, como si nada de lo
anterior hubiese sucedido.
–No, ninguno –respondió de forma concisa Quinn.

–A veces a los bebés les cuesta adaptarse en un principio –comentó Hiram, también ignorando el
gran elefante rosa que se había instalado en el lugar, a juicio de Quinn y Rachel–. Qué bueno que
la princesita no haya tenido problemas. ¿Y tú, Quinn? ¿Cómo estuviste tú hoy, después de
dejarla?

–No pude irme de inmediato –admitió la rubia–. Es tan pequeña en comparación con los otros
niños. Me sentí una mala mamá por dejarla. Una señora que llevó a su hijo me dio una mirada...
básicamente me comunicaba que Beth era muy pequeña para estar ahí. Si no hubiese sido porque
una de las profesionales a cargo me convenció, jamás me hubiese marchado.

–Es normal que te sientas así –dijo el médico mirándola con empatía–. Pero no eres la primera
madre, ni serás la última que lo hace. Hay muchos profesionales que se oponen a las guarderías,
pero la mayoría de ellas consta del personal capacitado para atender a los pequeños. Tu vida no
puede paralizarse por un bebé, porque ese bebé necesita un futuro. Y el que sigas estudiando,
proveerá a Beth el ejemplo y el futuro que necesita.

Tanto Leroy como Judy, asintieron de acuerdo con Hiram. Todos hubiesen querido poder cuidar a
Beth, pero debían trabajar y los chicos estudiar. Habían buscado la mejor guardería y la habían
investigado por todas las aristas posibles.

Quinn sonrió agradecida y mucho más aliviada.

–¿¡De verdad todos pretenden hacer como si no nos hubiesen encontrado besándonos!? –exclamó
la morena, superada por la situación–. ¿No hay gritos, quejas, ni nada? Estábamos besándonos y
Beth estaba aquí, junto a nosotras...

–No es necesario que se lo recuerdes, Rach... –susurró Quinn nuevamente sonrojada.

–Es que no entiendo cómo tú y ellos –dijo mirando a los adultos–, pueden hacer como si nada
hubiese pasado y comenzar a hablar del primer día de Beth en la guardería –agregó sobrepasada
con la situación–. No es que no me interese cómo le fue a mi princesita su primer día, ni que no
me alegro porque no hubiesen habido problemas... obviamente eso es tremendamente importante
–suspiró agotada–. ¡Pero estábamos besándonos! No es algo que suceda con normalidad. ¡No
pueden ignorarlo! –declaró cruzándose de brazos.

–Hey, cariño... ellos intentan hacer la situación un poco menos incómoda –explicó Quinn sin ser
consciente de sus palabras, mientras abrazaba a Rachel.

Cariño. La había llamado cariño.

No fue sólo la morena la sorprendida con las palabras de Quinn.

–¿La acaba de llamar "cariño"? –preguntó Leroy sorprendido y entusiasmado, sin dejar de mecer
a Beth en sus brazos.

–Al menos eso oí yo –dijo Judy–. Es el encanto, Fabray...

–Bueno, como mi hija está tan entusiasmada por hablar de lo sucedido, ¿por qué no nos explican
esto del "cariño"? –preguntó Hiram con una sonrisa.

Quinn escondió su rostro en el cuello de Rachel, avergonzada con toda la situación.


–Quinn y yo decidimos darnos una oportunidad –comenzó a exponer Rachel, mientras la rubia se
sonrojaba más y más–. Quinn ya tuvo el tiempo necesario para entender lo que le pasaba y
aceptarlo. También enfrentó los fantasmas que necesitaba enfrentar, así que está lista para
explorar lo que existe entre nosotras. Yo tengo claro mis sentimientos hacia ella desde hace algún
tiempo y deseo poder disfrutar de ellos...

–Yo creo que no necesitan tanta explicación –susurró Quinn en el oído de Rachel con una pequeña
risa.

–¡Quinn, compórtate! –Rachel dejó un pequeño golpe en el brazo de la rubia junto con la
reprimenda contenida en sus palabras.

–Me alegro que por fin estén juntas –dijo Leroy.

–Sí, me produce profunda alegría verlas felices, juntas –expuso Judy, quien ante la mirada
dubitativa de su hija, añadió–. Hemos conversado más de una vez del tema con Leroy y Hiram. Te
expliqué que lo único que me importaba era tu felicidad...

–Sí, y ya era tiempo de que solucionaran sus asuntos y decidieran ser felices –agregó Hiram–.
Con eso ya hablado... Leroy pásame a mi pequeña rubiecita –exigió el médico–. Tú ya la has
cargado demasiado tiempo.

–Creo que yo debería cargarla. De seguro mi nieta extraña a su abuelita Judy –dijo la mujer
haciéndole gestos al bebé.

Decir que Rachel quedó anonadada ante las respuestas y la falta de interés de los adultos era un
eufemismo. Quinn se percató del gesto en el rostro de la morena y le susurró al oído:

–Tendremos que acostumbrarnos a que Beth se robará toda la atención de ahora en adelante.

Rachel salió de su asombro y le sonrió a Quinn. Realmente ella no tenía problemas con eso, pues
también había caído bajo los encantos de Beth.

Además, así podía disfrutar con tranquilidad de Quinn.

XIX. Formalizando

La semana para Rachel y Quinn pasó velozmente. No había aún fecha fijada para una cita, ni
petición de noviazgo a la vista. Simplemente estaban disfrutando de sus momentos a solas,
totalmente a pleno. Dado que Judy había castigado a Quinn durante el fin de semana, decidieron
tácitamente, posponer todo para la semana que seguía. En el McKinley, al parecer, las palabras
que Judy había declarado habían tenido efecto, pues Azimio además de dedicarles miradas y
comentarios al pasar, no se había acercado a ninguna de las chicas. Ni él, ni nadie de su grupo.

Rachel, sin entender porqué, se había vuelto muy posesiva respecto a Quinn. Le molestaba que
los chicos del equipo de fútbol le dedicaran miradas apreciativas, especialmente ahora que la
rubia había recuperado su atlético cuerpo, tras horas y horas de entrenamiento durante las
vacaciones. Le irritaba no poder decirles nada y que todo el mundo pensase que la rubia aún
estaba soltera. Técnicamente, Quinn seguía soltera, pero ellas estaban juntas y Rachel quería
gritarlo al mundo.

Quinn por su parte, acostumbrada a las miradas, ni siquiera era consciente de ellas ni de lo que
provocaban en Rachel. Ella sólo tenía ojos para la morena y encontraba cualquier momento para
hacérselo saber. Desde que estaban juntas, la rubia sentía que caminaba sobre las nubes. Todo el
mundo notaba la felicidad que irradiaba, pero lo atribuían a su hija. Sólo los más cercanos
comenzaban a tener sospechas, salvo Judy, Leroy y Hiram, quienes conocían el motivo detrás de
su sonrisa.

–Las porristas que te molestaron hoy tendrán su merecido –dijo Santana mientras se sentaba en
la mesa de la cafetería que ocupaban Rachel, Camila, Lauren, Tina y Brittany–. Aprenderán que
no deben meterse con nadie sin que yo lo indique.

–A mí no me importaría darles su merecido –comentó Lauren mientras comía un trozo de


manzana. Camila negó suspirando.

–Sabía que eras de las mías apenas te vi, L –Santana chocó sus cinco con Lauren. Esta vez fue el
turno de Britt de negar.

–Si bien aprecio la defensa, Lauren, sabemos que no eres violenta... –declaró Rachel–. No puedo
decir lo mismo de ti, Santana –la aludida sonrió como si aquello fuese un cumplido.

–No soy violenta, sé que puedo vencerlas sólo con palabras –sostuvo Lauren–, pero eso llega sólo
hasta el momento en que se meten con alguien que quiero. Hablo en serio cuando digo que, si
vuelven a mencionar a Camila en uno de sus estúpidos comentarios, no respondo. Lo mismo si se
meten con alguna de ustedes –Camila se sonrojó, pero le dedicó una sonrisa a su amiga.

–Wanky –murmuró Santana.

Rachel decidió ignorar el comentario de la latina para centrarse en algo que la tenía preocupada.

–¿Y Quinn? –preguntó a las chicas.

–¿Con Puck? –intentó adivinar Tina. Rachel negó, pues sabía que el chico tenía que ir al médico
durante el almuerzo.

–Ahí viene –dijo Camila mirando hacia la entrada–. De seguro estaba con Taylor –agregó al ver
cómo ambas chicas estaban riendo juntas.

Rachel sintió como algo que se asimilaba a la ira, subía por su garganta. Las palabras de Santana
no ayudaron.

–Quinn tiene buen gusto, Taylor es bastante guapa –provocó la latina, mirando a Rachel con una
sonrisa maliciosa.

–Santana –la reprendió Brittany–. No la escuches, Rae –Rachel asintió, sonriéndole a la rubia por
el apodo que había adquirido durante la primera semana de vacaciones.

–A Taylor le gustan los chicos –declaró Camila intentando alejar los celos que evidenciaba Rachel
en cada una de sus facciones.

–Y sólo están riendo... Cuando Quinn le dedique la mirada "Rach" a otra chica o chico, deberías
preocuparte –comentó Lauren, siendo apoyada por Tina. Rachel la miró confundida–. Quinn tiene
una mirada que te dedica exclusivamente a ti, Rachel. Por más que quiera negar sus sentimientos
hacia ti, cualquiera que pase tiempo con ella y tenga algo más de cuatro neuronas, puede notar
aquella mirada.
–Es verdad. Le brillan los ojos –agregó Britt.

–Yo creo que deberías apurar las cosas, antes que venga otra y te quite esa mirada, hobbit –
manifestó la latina sólo para molestar a la morena, al ver que Quinn ya se acercaba a ellas.

–¿Apurar qué? –preguntó Quinn, sentándose al lado de Rachel.

–Nada, Q. San tiene ganas de molestar a Rachel hoy, pero no te preocupes, eso tendrá
consecuencias... –advirtió Britt y Santana negó con fuerzas, soltando una maldición.

–Te demoraste... –susurró Rachel, mientras tomaba su mano bajo la mesa.

–Quería hablar con Taylor... sobre su mamá –respondió en el mismo tono bajo la rubia–. La
semana pasada no pude, y de verdad quería decirle que contara con nosotras para cualquier cosa.
Que no estaba sola...

Rachel tuvo que contenerse para no besar a Quinn en ese mismo momento. La rubia cada día más
mostraba su verdadero yo: una preocupada, cariñosa y leal chica.

–Bueno, yo me marcho –anunció Lauren–. Me juntaré con Jack para conversar –agregó con una
sonrisa al percatarse de las miradas inquisitivas–. ¿Me esperas a la salida, Camz? –la aludida sólo
asintió, lo que fue suficiente para Lauren, porque tras eso, se marchó.

–Deberías decirle... –comentó Britt con delicadeza.

–¿Decirle qué? –preguntó Camila nerviosa.

–Que te gusta –aclaró Taylor cansina–. Y no lo niegues, Mila. Todos los que te rodeamos lo
sabemos y Lauren, en el fondo, también... sólo que sigue aferrándose a la idea de que tus
palabras son ciertas y son sólo amigas.

–Lo somos –sentenció Camila.

–Pero tú quieres ser más que eso –comentó con delicadeza Santana, sorprendiendo a sus
amigas–. Y no es justo para ninguna. Te hace daño que ella te hable de otros chicos y es injusto
para Lauren no saber la verdad respecto de lo que sientes por ella. Supuestamente hay confianza
entre ustedes y le estás ocultando una parte importante de ti.

Brittany premió a su novia con un beso tras sus palabras.

–Todo cambiaría... –susurró Camila–. No me imagino mi vida lejos de Lau. Es mi mejor amiga y
siempre ha estado junto a mí.

–Y eso no va a cambiar –aseguró Quinn–. Quizás necesite tiempo y espacio para entender ciertas
cosas. Pero ella te quiere y se preocupa por ti, Camila. No va a terminar todo sólo porque tus
sentimientos hacia ella cambiaron. Te aseguro que ella no podrá mantenerse alejada de ti mucho
tiempo.

–Además, existe la posibilidad que ella descubra que siente otras cosas por ti, también –aventuró
Taylor.

–Sólo piénsalo, Camila –sugirió Rachel–. A veces correr riesgos vale la pena.
El resto de las clases continuaron con normalidad. Si bien Rachel sabía que no tenía razones para
dudar, el ver a Quinn con Taylor la había inquietado y esa molestia aún seguía en su cabeza. Era
como si su mente le gritase que tuviese cuidado, después de todo, antes de su embarazo, Quinn
era la chica más deseada del McKinley y ahora, al recuperar su figura, ese trono le había sido
instantáneamente devuelto. Y Rachel era la perdedora de los apodos que asociaban su figura a la
de un hombre. Baja, con una nariz más grande de lo normal y mal gusto para vestir; no podía
competir con chicas como Taylor, por ejemplo, chicas que se asimilaban más a Quinn.

–Hola, hermosa –saludó Quinn llegando por detrás de Rachel, que estaba apoyada en un banco a
la salida del instituto.

–Hola –respondió Rachel, saliendo de sus pensamientos.

–¿Qué pasa, Rach? Estás extraña desde el almuerzo –preguntó Quinn con preocupación.

–¿Te gusta Taylor? –contra preguntó Rachel, sorprendiendo a la rubia–. A ella no le gustan las
chicas, pero eso no implica que tú no puedas gustar de ella. Y entiendo que te guste, o sea, es
hermosa como tú... yo sé que yo no soy la más linda del lugar y que tengo muchos defectos, por
lo que ahora que descubriste y aceptaste que te gustan las chicas, obviamente vas a buscar algo
mejor, pero me gustaría que fueses honesta conmigo...

–¿De qué estás hablando? –interrumpió Quinn irritada, pero se percató que la morena tenía
lágrimas en sus ojos e intentó controlarse–. Primero que todo Rach, no me gustan las chicas, en
plural... me gusta sólo una chica, singular. Esa chica era tú. No he sentido interés por ninguna
otra chica antes, ni ahora... no sé en qué encasillarme aún, y tampoco sé si quiero hacerlo...
quizás al igual que tú yo me intereso en la persona, más allá de su género –hizo una pausa,
acariciando las manos de Rachel–. Quizás lo más honesto sería decir que soy bisexual, pero no lo
sé –suspiró, porque lo que iba a decir a continuación siempre la perseguiría, lo sabía–. Y detesto
ser la culpable de tus inseguridades. Es algo que no me puedo perdonar... tú eres hermosa, Rach,
única. No hay alguien mejor que tú. Tienes defectos como todos, pero no son mayores que tus
miles de virtudes. Todo lo que te dije en el pasado o que provoqué que te dijeran era producto de
mi propia inseguridad. Tú siempre ibas tan confiada por la vida, tan segura de todo, con tus
metas tan claras que me recordabas todo lo que yo no era –admitió–. Por eso los apodos, por eso
el abuso. Mi inseguridad me llevó a intentar socavar la tuya. Y no me digas que ya está todo
olvidado, porque lo que me acabas de decir es una demostración de que tuve éxito, pero aunque
me lleve toda la vida, voy a demostrarte que estás equivocada, como también lo estaba yo en el
pasado y como lo están todos los estúpidos que aún te insultan y te degradan.

–No sabes cuánto necesito besarte en este momento –susurró Rachel al oído de Quinn mientras la
abrazaba con fuerza. La rubia soltó una carcajada.

–¿Están regalando abrazos hoy? –preguntó Puck mientras se acercaba a las chicas. Ambas
negaron–. Es una lástima...

–¿Cómo te fue en el médico? –Rachel se separó de Quinn un poco, no demasiado, cuando la rubia
formuló aquella pregunta.

–Me dijo que estaba bien y que podía comenzar los entrenamientos hoy mismo –comentó el chico
del mohicano–. Así que iré a cambiarme, porque dicen que comenzarán a venir veedores a los
partidos y necesito estar en un 100% si quiero conseguir una beca deportiva.

–Me alegra saber que estás pensando en tu futuro, Noah –dijo Rachel con una sonrisa.
–El año pasado intenté mejorar mis calificaciones y este año pretendo seguir subiéndolas –miró a
Quinn con una sonrisa–. A Yale es imposible que entre, pero creo que tengo una oportunidad en la
SCSU.

–¿Qué? –preguntó sorprendida Quinn

–La SCSU es la universidad del sur del estado Connecticut –explicó el chico castaño–. Yo no quiero
que tú frustres tus sueños. Sé que Yale es tu meta y sé también que entrarás. Por eso comencé a
buscar una universidad cerca y resulta que la SCSU está también en New Haven. No quiero que te
quedes aquí, pero yo tampoco pretendo estar lejos de Beth. Incluso si no logro entrar, buscaré un
trabajo a tiempo completo allá.

Quinn prácticamente se tiró a los brazos de Puck, agradecida del padre de su hija. Si bien el chico
siempre había estado para ella, saber que planeaba continuar junto a ellas era un verdadero
alivio. Ella quería ir a Yale, y sabía lo difícil que sería, pues Beth aún era un bebé, pero contar con
Puck hacía todo más fácil.

Rachel se sumó al abrazo, orgullosa de su amigo. Puck podía ser un Casanova, pero el amor por
su hija era algo innegable y ella se había convertido en el motor de nuevas y mejores metas.

–Aunque en un futuro Beth tenga dos mamás –comentó sonriendo y Rachel negó imitando su
sonrisa–. Quiero que sepa que yo siempre estaré para ella. Es la reina de mi corazón.

–Al final resultaste un blandito, Puck –se burló Quinn–. Y gracias, de verdad –el chico sólo asintió.

–Bueno, señoritas, las dejo que este maravilloso cuerpo necesita un duro entrenamiento.

Tras despedirse, Puck se fue rumbo a los camarines y Rachel observó que algo cambió en Quinn.

–Sé que es algo precipitado, pero ¿aceptarías tener una cita conmigo hoy? –preguntó una
nerviosa rubia mirando a los ojos a Rachel.

–¿Hoy? –Quinn asintió–. Me encantaría –respondió la morena a la pregunta antes formulada.

–Entonces, hoy tendremos oficialmente nuestra primera cita –señaló Quinn, antes de abrazar a
Rachel.

La morena sabía que no sería nada de otro mundo, era una cita al fin y al cabo, pero no pudo
evitar sentir como la emoción comenzaba a hacerse presente en su cuerpo. Sería perfecta, lo
sabía, porque estaría junto a su rubia.

¿Cómo los chicos hacen esto siempre?

Era la pregunta que no dejaba de rondar la cabeza de Quinn. Quedaban sólo 50 minutos para su
cita con Rachel y ella no podía más de los nervios. Su mamá la había ayudado con la comida y ella
estaba terminando de vestirse. En teoría, estaba todo bien, pero sentía que en cualquier momento
todo se desmoronaría.

–Estás hermosa, Quinnie –comentó Judy desde la puerta de la habitación de la rubia, con Beth en
sus brazos–. ¿Verdad que mamá está hermosa? –preguntó a su nieta que parecía sólo tener ojos
para el biberón que Judy le estaba dando.
–¿No consideras que es un vestido muy normal para una primera cita? –cuestionó la rubia menor
sin dejar de mirarse al espejo.

–El vestido es precioso, mi vida. A Rachel le gustas tú, no lo que tú usas –aclaró Judy–. Termina
de arreglarte, para que puedas hacer dormir a mi nieta –sentenció sonriendo.

Quinn correspondió la sonrisa y se dirigió a su baño para terminar de aplicar el maquillaje justo,
para no verse excesivamente producida. Luego, fue hasta la habitación de Beth y tomó a su hija,
que se encontraba dormitando en su cuna, entre sus brazos. La meció durante unos minutos
mientras le susurraba una canción. Su hija, en su opinión, era perfecta, lo mejor de ella y de
Puck. Sus ojos cada día se definían más y al parecer serían iguales a los de Quinn.

Una vez que Beth estuvo dormida, bajó hasta el primer piso y se dirigió a su jardín trasero, a
comprobar que todo estuviese en orden, pues ese era el lugar donde tendría efecto la cita. Rachel
llegaría hasta su casa a la hora acordada y se quedaría a dormir ahí. Judy le había dicho a Quinn
que esperaba que se comportaran estando juntas y que la primera cita no fuese muy alocada. La
rubia le aseguró que no tenía de qué preocuparse.

Mientras comprobaba la comida, el timbre sonó y su corazón comenzó a latir deprisa. Se dirigió
rápidamente hasta la puerta y abrió, encontrándose con Rachel vestida con un delicado vestido
azul y acompañada por sus padres. Ambas chicas se quedaron mirando como si el tiempo se
hubiese detenido.

–Buenas noches, Quinn –dijo Hiram con una sonrisa, rompiendo la burbuja en la que se hallaban
sumergidas.

–Ho... hola señor Berry, digo... hola, Hiram –saludó nerviosa Quinn–. Hola Leroy.

–Hola Quinn, ¡qué hermosa te ves! –respondió el abogado halagándola con una sonrisa similar a
la que le había brindado su esposo.

–Buenas noches, Quinn. Te ves maravillosa hoy. Hermosa como siempre –dijo Rachel,
acercándose a la rubia para depositar un casto beso en sus labios.

–Gracias, Rach. Tú también estás hermosa como siempre –comentó con una sonrisa bobalicona–.
Pasen, pasen –pidió alejándose de la puerta para permitir la entrada de los Berry.

Llegaron hasta el salón donde los esperaba Judy, lista para salir. Los padres de las chicas habían
decidido salir a tomar unos tragos –salvo Hiram, pues él conduciría–, para darle mayor libertad a
las chicas. Como al día siguiente ellos trabajaban y las chicas tenían que ir a clases, todos sabían
que la hora de término era a las once de la noche, pero al quedarse Rachel a dormir en casa de
Quinn, sería responsabilidad de ambas a qué hora dormirían.

Tras despedirse y volver a chequear a Beth unas tres veces, los adultos se marcharon a su bar
favorito.

–¿Estás lista para nuestra primera cita? –preguntó Quinn, llevando a Rachel hasta la puerta que
conducía al jardín.

–Nací lista –respondió con seguridad la morena.

Pese a sus palabras, al llegar al lugar, Rachel abrió los ojos sorprendida maravillándose con el
paisaje frente a ella. Luces adornaban los dos árboles que estaban sembrados en el jardín, había
una mesa con todo lo necesario para comer y una vela en el medio, dando un tono más
romántico. El sillón que generalmente estaba junto a la entrada del jardín, en la terraza, había
sido movido al centro del lugar, estaba rodeado de cojines y tenía una manta perfectamente
doblada. Frente a él, una tela de proyección se extendía hasta el suelo. En la terraza, donde
originalmente se ubicaba el sillón, había una mesa y sobre ella, un proyector y la laptop de Quinn.

–¿Te gusta? –cuestionó nerviosa Quinn y Rachel sólo asintió–. Vamos a la mesa, para comenzar
nuestra velada.

Luego de que Rachel tomase asiento, Quinn desapareció rumbo a la cocina, para volver un minuto
después con una bandeja cargada de comida. Rachel se levantó a ayudarla y juntas pusieron todo
en la mesa.

–Es sólo comida vegana –anunció Quinn una vez que ambas tomaron asiento–. Solamente por
esta vez, transaré.

–Sabes que esto sucederá muchas veces más –dijo Rachel sonriendo y Quinn asintió imitando la
sonrisa de la morena–. ¡Está delicioso! –comentó luego de saborear la comida.

–Me gustaría llevarme el crédito de todo, pero mamá me ayudó bastante. La cena es casi
completamente de su autoría. Aunque, debo decir que el postre lo preparé sola.

–¡Entonces debemos probarlo! –pidió Rachel y Quinn negó.

–El postre es para después...

Rachel no cuestionó a la rubia y continuó disfrutando de la comida frente a ella. Conversaron


como dos mejores amigas, disfrutando de los pequeños silencios y las risas esporádicas. Tras
terminar de comer, Rachel tomó la mano de Quinn y la acarició. No fue nada de otro mundo, pero
la caricia provocó una mayor cercanía entre las chicas, una mayor intimidad.

–Bueno, señorita, es tiempo de trasladarnos al sillón para dar paso a la segunda parte de esta
cita.

Mientras Rachel se acomodaba entre los cojines, Quinn volvió a desaparecer para luego volver con
un recipiente cubierto, que dejó sobre la mesa donde se encontraba su laptop. La rubia le sonrió a
la morena y comenzó a maniobrar los aparatos. Tras unos minutos, las luces se apagaron y frente
a Rachel comenzó a reproducirse una película.

–Ahora sí es tiempo de postre –anunció Quinn, ofreciéndole el recipiente a la morena.

–¡Galletas veganas! –exclamó Rachel.

–Tuve que pedirle a Leroy la receta, pero creo que quedaron muy buenas –explicó Quinn, que tras
su embarazo había terminado por aceptar que aquellas galletas eran sabrosas.

–¿Funny Girl? ¿Vamos a ver Funny Girl? –preguntó Rachel al percatarse de qué película se trataba
y Quinn asintió–. ¡Esta es oficialmente la mejor cita de la historia!

Quinn soltó una carcajada al escuchar la exageración de Rachel.

Su novia era maravillosa... ¿Su novia?


La rubia alejó sus pensamientos y se centró en la sensación del cuerpo de Rachel cobijado junto al
suyo. El olor de su perfume mezclado con su aroma natural. La alegría que transmitía la morena
mientras observaba aquella película del año 68' que ya había visto más veces de las que podía
contar.

Una vez que la película terminó, Rachel se giró hacia Quinn y comenzó a besarla.

–Gracias, gracias, gracias –repitió besando distintos lugares del rostro de la rubia–. Sé que ya has
visto Funny Girl más veces de las que puedes soportar.

–Creo que aún puedo soportarla un par de veces más –señaló Quinn, sonriendo–. Quizás no es
una cita muy lujosa, pero quería algo más íntimo. Queríamos que fuésemos sólo nosotras.

–¡Esta cita es perfecta, Quinn! –exclamó Rachel–. No necesito cosas lujosas, ni nada de eso.
Considerando mi dieta, las opciones de los restaurantes de Lima no son muy variadas. Lo de hoy
definitivamente fue lo mejor.

–¿De verdad? –preguntó Quinn y la morena asintió.

La rubia besó a Rachel con delicadeza, deleitándose con los labios de la morena. Rachel no se
quedó atrás y se sumergió en ese mar de caricias que parecía tan prometedor. Luego de unos
minutos, la morena se alejó un poco.

–Antes de continuar, me gustaría preguntarte algo... –dijo Rachel y Quinn la miró expectante y
confundida–. ¿Quieres ser mi novia? –preguntó asombrando a la rubia–. Sé que quizás es
precipitado, pero hoy todo ha sido tan perfecto que sería el broche de oro. No quiero que te
sientas presionada, para nada. Si quieres puedes decirme que no o puedes contestarme otro día...
es sólo que sentí que era el momento y ya sabes, soy algo impulsiva y...

No pudo continuar porque Quinn la calló con un beso. La rubia había descubierto que aquella era
la mejor forma de evitar que Rachel comenzara a hablar excesivamente y la morena no
protestaba.

–Sí –respondió con tranquilidad Quinn una vez que se separaron–. Sí quiero ser tu novia.

–¿Somos oficialmente novias? –preguntó Rachel y Quinn asintió.

Una nueva batalla de labios comenzó a continuación. Batalla que fue aumentando con el paso de
los segundos. Una nueva pasión parecía nacer entre ellas, sorprendiéndolas. Sólo el llanto de
Beth, haciéndose presente a través del intercomunicador, logró separarlas.

Cuando salían de la habitación de la pequeña, tras haber logrado calmarla, cambiarla y volver a
hacerla dormir, Judy abrió la puerta de la casa, tras ella, entraban Leroy y Hiram, pues la mujer
los había invitado a tomar un café.

Los adultos no tuvieron que preguntar cómo había estado todo, pues las sonrisas que adornaban
las caras de ambas chicas eran la respuesta. Rachel, pese a la falta de pregunta, anunció que su
relación estaba oficialmente formalizada, porque Quinn había aceptado ser su novia. Sonrojada,
Quinn corroboró aquella afirmación.

Después de unas pequeñas burlas hacia el sonrojo de la rubia y felicitaciones por parte de los
mayores, los Berry se marcharon hacia su hogar y las mujeres procedieron a sus respectivos
dormitorios –Rachel acompañó a Quinn, por supuesto– para acostarse y descansar las horas que
quedaban.

Una hora más tarde, Quinn, con Rachel durmiendo entre sus brazos, no podía dejar de sonreír.
Todo había salido perfectamente y Rachel había cruzado un puente con su pregunta que ella no
sabía si estaba preparada para cruzar, pero la morena hacía todo más sencillo.

Sí, definitivamente su novia era maravillosa, perfecta... Su novia.

XX. Sorpresas

Despertarse junto a Rachel era algo que Quinn podía hacer durante toda su vida. Ver a la morena
abrazada a ella, con su cabeza enterrada entre su cuello y su pecho, y sus brazos abrazándola
como si fuese un tesoro que no quisiese dejar escapar. La rubia definitivamente no quería
levantarse, quería disfrutar de aquel momento por siempre. Además, estaba cansada. Beth se
había vuelto a despertar a las 4 de la mañana, interrumpiendo el sueño de ambas chicas. Pese a
que Quinn le pidió a Rachel que esperase en su cama, la morena la acompañó y acunó a su hija,
hasta que Beth volvió a caer en los brazos de Morfeo.

Debido a ese trasnoche, Quinn le rogó a Rachel que apagase todas sus alarmas y que por un día,
olvidase sus rutinas matutinas. Aunque con reticencia, la morena aceptó. La verdad, Rachel
también estaba cansada y prefería pasar una hora más durmiendo junto a su novia.

–Buenos días, novia –dijo Rachel con voz aletargada, depositando un beso en el cuello de Quinn.

–¿Nunca dejarás de llamarme así? –preguntó Quinn apretando más a Rachel junto a ella. La
morena negó y procedió a seguir besando a su novia.

La rubia se incorporó a las acciones de su novia, buscando sus labios, para besarla con lentitud,
disfrutando cada roce. La sesión de besos matutinos era otro punto a favor, en opinión de Quinn.

Definitivamente, despertarse junto a Rachel era lo mejor.

Golpes en la puerta interrumpieron los besos entre las chicas. La voz de Judy les dijo que se
levantaran pronto para desayunar, ir a dejar a Beth y luego, ir a clases.

–Ocupa tú mi baño y yo utilizaré el que está junto al cuarto de Beth, así aprovecho de alimentarla
–dijo Quinn, antes de depositar un beso en la cabeza de Rachel y marcharse en busca de su hija.

Luego de alimentar y vestir a Beth, quien ya había tenía un nuevo pañal gracias a su abuela,
Quinn se dirigió al baño para asearse y cambiarse. Tras ello, nuevamente entró a la habitación de
su hija para tomarla entre sus brazos y bajar rumbo a la cocina. Dos pares de ojos se iluminaron
al verlas llegar.

–Dame a mi nieta preciosa mientras tú desayunas, Quinnie –dijo Judy y Rachel sonrió al ver que
Quinn fruncía el ceño por el apodo–. Tu novia me estaba contando sobre la maravillosa cita que
han tenido –Quinn sonrió y se sentó junto a Rachel.

La rubia aún no se acostumbraba a la facilidad con la que todos trataban el tema. No le


molestaba, por supuesto. Luego de haber crecido bajo las reglas y los dogmas de Russel, ver a su
mamá hablar con tanta libertad, aceptarla tal como era, tratar a Rachel como una hija más... todo
aquello era liberador.
Desayunaron entre risas, especialmente por parte de Judy y Rachel, quienes disfrutaban cada
sonrojo de la rubia. Una vez terminadas sus comidas, fueron en busca de sus bolsos, las cosas de
Beth y se marcharon, despidiéndose de Judy con besos y abrazos.

–No me gustó la mujer que recibió a Beth –comentó Rachel con los brazos cruzados, mientras
iban rumbo al instituto.

–¿Chloe? –preguntó Quinn y Rachel murmuró un "sí" –. Pero si es encantadora. Es genial con
Beth, Rach... es una buena profesional.

–Pero no paraba de sonreírte –se quejó la morena.

–¿Y qué...? ¡Oh!... –dijo Quinn comprendiendo qué le sucedía a su novia–. ¿Estás celosa? –Rachel
negó y la rubia agradeció el semáforo en rojo para poder apreciar el rostro de la morena–. No
tienes por qué estar celosa. Chloe está casada, su esposo también trabaja en la guardería y, lo
más importante, yo tengo sólo ojos para ti. Con todo lo que me costó superar mis miedos, ¿crees
que un par de sonrisas bastarán? Pues no, sólo hay una persona capaz de mover mi mundo y
hacer cuestionarme todo... y esa persona es mi novia –agregó depositando un beso en la mano
izquierda de la morena, antes de arrancar el coche nuevamente.

Llegaron al McKinley con sonrisas en sus rostros. Habían acordado mantener sus demostraciones
de afecto para ellas, al menos lo relativo a los besos. Rachel sabía que no podía pedirle a Quinn
afrontar todo tan de pronto y ella tampoco quería hacerlo. No negarían su relación, eso lo dejó
claro la rubia. Ya había pasado mucho tiempo haciendo eso. No, actuarían como siempre, salvo
por los besos. Si la gente sospechaba, era problema de ellos. Quinn le dijo a Rachel que no tenían
nada de qué avergonzarse, la morena no pudo estar más orgullosa de su novia al escuchar
aquellas palabras.

–¿Ahora también llegan juntas? –preguntó Santana cuando las chicas se acercaron a su grupo de
amigos, que estaba ubicado en la entrada del instituto–. Cada día se vuelven más empalagosas.

–No las molestes, San –advirtió Britt, para luego sonreírle a la pareja–. Se ven lindas así, juntas.

–Mi sexy judía, hoy te ves radiante –halagó Puck–. ¿Mi princesa se despertó bien hoy?

–Sí, y sólo se despertó dos veces en toda la noche. Poco a poco sus horas de sueño comienzas a
regularse –explicó Quinn–. Y no le digas sexy judía. Menos ocupes un pronombre posesivo con
ella.

–Wow, Quinn, comienzas a sonar como Lauren y eso no es para nada un halago –bromeó Taylor,
burlándose de su amiga.

–¡Qué divertida! –ironizó Lauren–. Disculpa si me preocupa mi idioma y me esfuerzo por


emplearlo bien –se defendió–. Además, Quinn tiene razón, Puck deberías ser más respetuoso.

–Pero si lo digo con respeto. Rachel es sexy y no hay nada de malo en eso –explicó el muchacho–.
Y es judía como yo. La verdad es que lo llevamos en la sangre. Los judíos somos sexys.

–¿¡Podrías dejar de hablar así de mi novia!? –explotó Quinn y se produjo un silencio. Rachel sólo
negó.

–¿Novia? –la pregunta fue realizada por varias voces.


–Qué guardadito se lo tenían –dijo Mike con una sonrisa, junto a él, Tina asintió.

–¿Son novias y no me habías dicho nada, Q? Soy tu mejor amiga –expresó molesta Santana.

–Y yo soy el padre de tu hija, Q y soy tu mejor amigo, Rae –se quejó Puck.

–Sucedió ayer –explicó Rachel con tranquilidad, abrazando a Quinn que seguía enojada por las
palabras de Puck–. Ayer Quinn preparó la mejor primera cita y yo le pedí que fuésemos novias.
Ella aceptó y aquí estamos.

–Felicitaciones –dijo Puck abrazando a ambas muchachas–. Estoy orgulloso de ti –susurró al oído
de Quinn.

La rubia sintió como toda su molestia se desvanecía y le sonrió a Puck. Ella sabía que era muy
afortunada por tenerlo en su vida, la había ayudado a resolver parte de sus dudas y la había
animado a luchar con sus demonios.

El timbre sonó, por lo que todos se dirigieron a sus respectivas clases. Quinn tuvo una mañana
tranquila, disfrutando de sus clases favoritas y ansiando la llegada del almuerzo para poder
compartir un tiempo con su novia, pues ese día no tenían ninguna clase juntas, salvo por el último
período.

La cafetería estaba llena cuando Quinn llegó. Se retrasó unos minutos, porque tuvo que quedarse
conversando con unos compañeros sobre un trabajo grupal que debían realizar. Justo cuando iba
entrando, Lauren chocó con ella. La chica de ojos verdes contenía las lágrimas.

–Vamos, te acompaño –dijo Quinn sacándola del lugar, al tiempo que buscaba su celular para
avisarle a Rachel.

Caminaron por el pasillo, hasta llegar al baño más alejado. Quinn cerró la puerta, con la
esperanza de que pudiesen estar tranquilas en ese lugar.

–¿Qué pasó, Lauren? –preguntó con preocupación la rubia.

–Camila... –susurró intentando secar las lágrimas rebeldes que no pudo contener.

–¿Le pasó algo? –Lauren negó–. En la mañana estaban bien... ¿se pelearon?

–Teníamos la última hora libre y fuimos a las gradas porque Camila me lo pidió –comenzó a
relatar la chica de ascendencia cubana–. Yo tenía que estudiar, pero Camz insistió con que era
importante. Cuando llegamos comenzó a decir muchas cosas y yo no entendía nada –las lágrimas
ahora corrían libres por sus mejillas–. Me dijo que me quería, de la forma que tú y Rachel se
quieren. No como una amiga, no como una hermana... –Quinn la miró interrogante–. Yo no le dije
nada. Ella sabía que el sábado yo había salido con Jack y nos besamos. Se lo conté... y ahora sé
que le hice daño...

Quinn abrazó a la chica frente a ella, intentado reconfortarla.

–¿Qué pasó en la cafetería? –preguntó la rubia buscando entender la situación–. Si hablaron


antes, ¿qué pasó que te puso mal?

–Cuando yo no le dije nada, ella me comenzó a explicar que eso no cambiaba las cosas, que ella
necesitaba decírmelo, que no esperaba nada de mí y que ella seguiría siendo mi amiga –explicó
Lauren–. Volvimos a la biblioteca a estudiar, como si nada hubiese pasado. Aunque todo había
cambiado. Yo no podía sacarme las palabras de Camz de la cabeza. Luego, llegamos a la cafetería
y estaba todo normal, hasta que Jack se acercó y me besó. Inmediatamente pensé en Camila,
abrí los ojos y la vi... Y vi el daño que le había causado...

–No es tu culpa... –dijo Quinn, entendiendo el dolor de Lauren–. No podemos elegir a quién
querer.

–Sé que no, pero yo no puedo hacerle daño a Camila. Saber que soy la causante de lo que vi en
sus ojos, me duele más de lo que puedes imaginar.

–¿Por qué? –preguntó la voz de Rachel tras la espalda de Quinn–. ¿Sólo crees que te duele por
eso? ¿O quizás estás confundida?

La morena había llegado hace unos segundos justo para escuchar la explicación de Lauren. Al
recibir el mensaje de Quinn, había ido en su búsqueda.

–No sé... –respondió honestamente Lauren–. Antes estaba todo bien. Ella era mi mejor amiga y
yo estaba intentando algo con Jack. Ahora no sé qué pensar, sólo que no quiero hacerle daño.

–Quizás deberías aclararte, antes de continuar lo que sea que tienes con ese chico. Por ti, por
Camila y por él –sugirió Quinn–. Es lo mejor para los tres.

Lauren asintió y luego abrió los ojos mirando tras Rachel. Quinn y la morena se giraron para
encontrarse con Camila parada en la entrada del baño. Ambas chicas dejaron un beso en la
mejilla de Lauren y luego una caricia en la espalda de Camila, antes de salir del lugar y dejarlas
solas.

–¿Crees que estarán bien? –preguntó Quinn, mientras caminaban hacia la cafetería.

–Si Lauren no es tan lenta como tú, pronto las veremos juntas –aseguró Rachel, mientras
abrazaba a su novia para prevenir cualquier ataque.

Quinn disfrutaba de aquellos momentos, donde se tenían la una a la otra, podían conversar
sinceramente y pequeños gestos y caricias, eran tan íntimos que la hacían olvidarse del resto del
mundo.

Salvo de Beth, ella no podía olvidar nunca a su hija.

Estaban en casa de Quinn planificando el primer cumpleaños de Beth. Si bien aún faltaban dos
meses, nunca era demasiado pronto para comenzar a preparar un evento tan importante.

Todo poco a poco comenzaba a salir tal y como lo habían planeado. Puck tras convertirse en la
estrella del partido la noche pasada, había recibido la noticia de que la SCSU le había otorgado
una beca deportiva, por lo que sólo necesitaba mantener sus calificaciones (o continuar
mejorándolas, que era lo que pretendía) y el próximo semestre podría mudarse sin problemas a
New Haven a estudiar administración, como lo había decidido.

En cuanto al resto, las respectivas cartas de solicitud ya estaban enviadas, ahora sólo necesitaban
las respuestas. Pese a ello, los Berry le habían comunicado a Rachel que habían adquirido un
departamento en Brooklyn, que se encontraba en mal estado, por lo que el precio había sido muy
bajo, para lo que ellos esperaban. Ella les hizo saber lo arriesgado de su compra, porque si no la
aceptaban habría sido un gasto en vano. Hiram respondió que tenían certeza sobre su pronta
aceptación y en cualquier caso, tener una propiedad nunca era malo. Siempre era una buena
inversión.

–Berry, tengo una propuesta para ti –anunció Santana, mientras Britt negaba–. Creo que
deberíamos vivir juntas en tu departamento.

–¿Te volviste loca, S? –preguntó Quinn verdaderamente confundida.

–No, claro, que no... –respondió la latina y centró su atención nuevamente en una perpleja
Rachel–. Mira, ya sé que no tenemos el mejor historial, pero en el fondo, nos llevamos bien. Así tú
no estarás sola y yo no tendré que compartir un dormitorio con alguien a quien no conozco. Sé
que Lady Hummel también planea vivir contigo, y podríamos aceptarlo también. Los gastos así
serían menores...

–¿De verdad me estás proponiendo que vivamos juntas en New York? –preguntó Rachel
sorprendida.

–Sí, hobbit, yo no bromeo con cosas así –explicó Santana–. La idea era vivir con Britt, pero ella
recibió una beca completa de Julliard que le exige vivir en sus dependencias...

–¿Te aceptaron, B? –exclamó Quinn y Brittany asintió con una sonrisa. La rubia inmediatamente
abrazó a su amiga de ojos celestes.

–Eso es fantástico, Britt. Estoy muy contenta por ti –dijo Rachel abrazando a la aludida.

–Sí, mi novia es genial... pero eso ya lo sabíamos –declaró Santana–. ¿Qué me dices, Berry?

–Bueno... –Rachel miró a Quinn, quien se encogió de hombros. La rubia en el fondo prefería que
su amiga estuviese cerca de ella, por cualquier cosa. Rachel pareció entender aquel
pensamiento–. Creo que podríamos intentarlo...

Inesperadamente, Santana abrazó a Rachel, abrazo al que se sumó Britt y luego Quinn. El
momento se rompió cuando unos balbuceos llegaron desde el intercomunicador. La rubia se
levantó en busca de su hija, dejando a las tres chicas sentadas en el salón.

–Estaba pensando en las Nacionales –dijo Britt, captando la atención de Rachel–. Creo que tú y
Finn no deberían cantar una canción juntos –Rachel parecía tener intenciones de interrumpirla,
por lo que rápidamente agregó–. Creo que Quinn y tú deberían cantar un dueto. Sólo han cantado
una vez juntas y fue maravilloso. Deberían intentarlo de nuevo.

La idea realmente encantó a Rachel. La voz de Quinn era diferente y realmente encajaba con la
suya, además la química era muy importante y ella estaba segura que la de ellas era palpable.

–Mi novia siempre tiene las mejores ideas –expuso Santana–. Creo que un dueto entre ustedes
sería bastante wanky... –agregó–. Claramente, necesito tener un solo en alguna canción y Britt
demostrar todo su talento bailando...

–Extrañamente, estoy totalmente de acuerdo contigo, Santana –comentó Rachel sonriendo.

La sonrisa de la morena se agregó aún más al ver llegar a Quinn con Beth en sus brazos.
–Ahí está la princesa más linda de todas. La niña más hermosa del mundo –dijo Rachel sonriendo
al ver a Beth girarse hacia ella.

–Ma-ma... –dijo Beth mirando hacia Rachel.

Beth hace un mes había comenzado a balbucear sílabas sin sentido. Las únicas palabras que decía
eran mamá, papá y nuna, forma en que llamaba a Judy. Obviamente, a su escasa edad, no eran
palabras excelentemente pronunciadas. Pero jamás había llamado a Rachel de esa manera, ello
explicaba el silencio del lugar.

La morena se acercó a Beth y le sonrió.

–Ella es mamá, Beth –dijo Rachel apuntando a Quinn–. Yo soy Rachel.

La pequeña de 10 meses negó.

–Mamá –exclamó mirando a Quinn con una sonrisa, para luego girarse hacia Rachel y estirar sus
brazos–. Ma-ma.

La morena no pudo negarse al gesto de la niña y la tomó entre sus brazos. Miró a Quinn
pidiéndole ayuda.

–Claramente es una Fabray –comentó Santana.

–Es igual de testaruda que Quinn –añadió Britt.

–Yo no soy testaruda...

–Sí lo eres, cariño –murmuró Rachel–. ¿Podríamos centranos en cómo acaba de llamarme?

–¿Te molestó? –preguntó Quinn algo temerosa.

–¡Claro qué no! –exclamó en seguida la morena–. Pero no creo que sea bueno, se puede
confundir, ya sabes... Yo siempre estaré para ti y para ella, pero creo que es mejor que me llame
Rachel...

Quinn asintió de acuerdo con su novia. No había ningún resquemor, ni nada de eso. Rachel,
muchas veces era la sensata de la relación.

–Mi amor –dijo Quinn capturando la atención de su hija–. Ella es Rachel, no mama –explicó y Beth
enterró su rostro en el cuello de Rachel. Dicho gesto generó burlas de sus amigas–. Sí, quizás
Beth se parece bastante a mí –reconoció–. Bethany... –la pequeña se giró hacia su madre
reconociendo la seriedad en el tono de su voz–. Es Rachel, mi vida. Y ella te quiere y seguirá
aquí... Rachel, no mama...

–¿Nel? –Beth miró a Rachel cuestionando.

Nel era cercano a Rachel... tal vez, no... pero era Beth.

–Sí, princesa, Rachel –afirmó la morena.

–Nel –exclamó Beth con seguridad, haciendo a todas las presentes reír.
–¿Por qué las de segundo no llegan? Son unas irresponsables –comentó Santana tras unos
minutos donde las cuatro chicas se enfocaron solamente en la pequeña–. Guapas, pero
irresponsables.

–Lauren llamó media hora antes de que ustedes llegaran –dijo Quinn–. Pero no me dijo nada
sobre un posible retraso. Ella supuestamente iría a buscar a Camila y a Taylor...

Como si la hubiesen invocado, el teléfono de Rachel sonó anunciado una llamada entrante
procedente de Lauren. Lo que la chica le comunicó cambió completamente su estado anímico.

–¿Qué te dijo? –preguntó preocupada Quinn que algo pudo entender de las respuestas de Rachel.

–La mamá de Taylor está internada. Pasó una mala noche y Tay la llevó a urgencias –sus lágrimas
interrumpieron la explicación–. Le dijeron que ya no hay nada que hacer. El cáncer se ramificó, el
tratamiento no funcionó...

Ambas parejas se abrazaron y derramaron lágrimas silenciosas por la chica que se había
convertido en su amiga. Aquella chica que siempre parecía tener una sonrisa para regalar. La
chica que no tenía a nadie más que a su mamá.

Tras llamar a Puck, Kurt y Tina para informarles lo sucedido y pedirles que transmitieran la noticia
al resto de los chicos, se dirigieron a casa de Rachel para dejar a Beth con Leroy y Hiram, ya que
tanto Sarah como Judy trabajaban ese día. Luego partieron rumbo al hospital para acompañar a
Taylor.

Cuando llegaron al lugar se encontraron con Lauren, Camila y sus respectivos padres. Las chicas
les informaron que Taylor se encontraba acompañando a su mamá; pese a que estuviera
completamente dopada, la muchacha no quería abandonarla.

–No sabemos cómo ayudarla cuando pase... todo lo que pasará –comentó angustiada Camila.

–Es menor y no tiene a nadie más... servicios sociales la enviará a un orfanato. Papá averiguó y
nos dijo que se demoran un tiempo en aceptar familias como hogares temporales, así que al
menos un tiempo, estará en un orfanato... sola –explicó Lauren con rabia–. Es nuestra amiga y no
vamos a poder hacer nada... ¡Ella no se merece esto!

Camila abrazó a Lauren conteniéndola. Las chicas aún no solucionaban las cosas entre ellas,
seguían como amigas y Lauren poco a poco iba reconociendo lo que existían entre ellas.

Al final, había resultado tan lenta como Quinn.

–¿Y su padre? –Rachel preguntó–. Sé que no forma parte de la foto, pero si lo encontramos
podríamos pedirle que firmara algo y así Taylor se podría quedar con alguna de nosotras. Es como
lo que tu papá hizo contigo, amor.

Rachel vio como Quinn sonreía al escuchar la palabra. Aún no había ninguna declaración de amor,
por parte de ninguna, pero las formas cariñosas con las que se llamaban la una a la otra poco a
poco iban demostrando más de lo que ellas confesaban.

–Pero mi papá tenía derechos sobre mí, Rach –explicó la rubia–. Si el tipo no forma parte de la
vida de Taylor, tampoco tiene derechos.
–Pero algo podremos hacer, estoy segura –declaró Rachel–. Mi papi siempre dice que debes
buscar por todos lados antes de bajar los brazos, porque los vacíos legales siempre existen.

–Taylor no sabe nada sobre su padre –dijo Camila–. Creo que su mamá le pasó una foto y le
contó cómo se llamaba... pero ni siquiera sabe el apellido...

–Algo es algo –comentó Rachel–. En el buffet de papi tienen un investigador, él podría trabajar
con esos datos...

–Creo que es mejor que hablemos con Leroy y no nos precipitemos –sugirió Santana–. Él es el
experto acá... Taylor debe tener las menores preocupaciones posibles en este momento.

Las chicas acordaron la latina tenía razón y aquello era lo mejor. Esperaron a que Taylor saliera
de la habitación para transmitirle sus muestras de cariño y preocupación. La chica castaña se veía
inmensamente triste, no quedaba ni la sombra de una sonrisa.

Cuando Rachel llegó a su casa ese día, conversó con Leroy sobre el tema. Su padre le explicó que
la situación era compleja, pero que la mejor opción era encontrar al papá biológico, porque tenía
derechos, aunque no la hubiese reconocido cuando nació. La morena comunicó aquello a sus
amigas y Lauren se comprometió a convencer a Taylor de llevar la foto el lunes al instituto.

El domingo volvieron a visitar a Taylor y luego la acompañaron a su casa, pues su mamá fue dada
de alta, ya que no había mucho por hacer y una enfermera iría cada cierto tiempo a suministrarle
inyecciones para evitar el dolor.

–Me tomó algo de tiempo, pero al final accedió –dijo Lauren el lunes cuando se reunieron antes de
clases.

–Cuanto antes comencemos es mejor –comentó Rachel.

–Leroy dijo que podía llevar algo de tiempo, pero confiaba en el trabajo del investigador –agregó
Quinn.

–Y si el tipo se atreve a negarse, estos puños lo obligarán –amenazó Puck que había mostrado
una preocupación intensa por Taylor, que hizo saltar algunos radares en Rachel.

–¡Hola chicos! Gracias por todo –dijo Taylor llegando hasta ellos.

–No tienes nada que agradecernos, para eso están los amigos –expuso Quinn dando un pequeño
abrazo a la castaña.

–Acá está la foto que me pidieron. No tengo nada más. Y mi mamá se ha negado a darme alguna
información, aunque yo nunca insistí mucho –declaró la castaña extendiendo la foto–. Todo lo que
sé es que se llama...

–Russel –interrumpió Quinn–. Él es Russel Fabray, mi padre... –agregó sin dejar de mirar la
fotografía.

Nadie dijo nada, porque no había mucho que decir. Las miradas iban de Taylor a Quinn y
viceversa. Rachel tomó la mano de su novia, porque sabía que Quinn la necesitaba en ese
momento.

–Esto fue mucho más rápido de lo que esperábamos –dijo Santana rompiendo el silencio.
Y Rachel estuvo de acuerdo con la latina, aunque no era el momento y se lo hizo saber con la
mirada. El investigador ya no sería necesario, pero el asunto no era menos complicado. Leroy
tendría que enfrentarse nuevamente a Russel Fabray y la morena rogaba que los resultados
fuesen iguales o mejores que los de la última vez.

Quinn tenía una hermana. Su novia y su amiga eran hermanas.

XXI. Respuestas

La necesidad de alejarse que embargó a Quinn fue mayor que cualquier otra cosa. Por suerte para
ella, Rachel estaba a su lado y no permitiría que pasare por todo eso sola. En el fondo, Quinn
sabía que debía hablar con Taylor, apoyarla, pero en ese momento necesitaba estar sola y poder
entender lo que estaba sucediendo.

Rachel condujo a Quinn hasta su casa; sus padres luego podrían entender su ausencia ese día en
el instituto. Ella no iba a mantener a Quinn allí, sabiendo que su cabeza estaba en otra parte,
probablemente atormentada por las noticias. Quinn tiró sus cosas y subió hasta su habitación,
seguida muy de cerca por Rachel. Estuvieron en silencio al menos 10 minutos; Rachel sentada en
la cama, con su espalda apoyada en el respaldo de la misma y Quinn recostada en sus piernas.

–Taylor es mi hermana... –murmuró Quinn.

–No lo sabemos con certeza, Quinn –Rachel intentó mantenerse cauta.

–Tiene una foto de mi papá, su mamá le dio su nombre y él viajaba bastante en esa época. Yo no
lo recuerdo, pero lo comentaban varias veces. Luego lo ascendieron y dejó de viajar –explicó
Quinn–. Siempre decía lo afortunado que había sido al lograr aquel ascenso, pues había tenido
que perderse tantas cosas por estar de viaje y había sufrido al estar lejos de nosotras –soltó una
carcajada irónica–. Otra mentira más en la vida de Russel Fabray; mientras mamá estaba acá
cuidándonos y agotándose con dos niñas pequeñas, él jugaba a ser soltero y se acostaba con
quién podía... –la rubia hizo una pausa y se secó las lágrimas que rodaban por sus mejillas–.
Mamá siempre ha creído que el ascenso lo cambió, pero en realidad siempre fue un hijo de puta.

–Quinn...

–No, Rach –la cortó la Quinn–. Engañó a mi mamá cuando yo recién había nacido y quién sabe
cuántas veces antes. Tiene una hija que es dos años menor que yo a la que abandonó, que tenía
derecho a todos los lujos que nosotras tuvimos. Taylor no tuvo nada de lo que le correspondía y
su mamá tuvo sacarla adelante sola, ¡porque él tenía una maldita imagen que mantener! –Rachel
la abrazó intentado tranquilizarla–. Yo me parezco a él, Rach... siempre lo han dicho... voy a
arruinarlo en algún momento. Voy a dañar a Beth como él me dañó a mí y te voy a arruinar,
como él lo hizo con mi mamá... –Quinn no pudo continuar porque un sollozo desgarrador que no
pudo contener la interrumpió.

–¡Detente ahí, Quinn Fabray! –exclamó Rachel en el tono más serio que poseía–. Físicamente
puedes ser parecida a él y puedes tener ciertos rasgos de su personalidad, pero también eres hija
de Judy. Eres cariñosa como ella, preocupada y desinteresada. Ninguna persona que mire y trate
a su hija como tú lo haces, sería capaz de hacer lo que tu padre les hizo. Además, tú no crees en
esos parámetros ridículos que Russel quería imponerles. Tú luchas contra ellos. Desde que
estamos juntas ni una sola vez has intentado cambiarme, ni siquiera mi vestuario. Así que nunca
más vuelvas a decir que eres como él. Tú jamás le hubieses hecho a Taylor lo que él le hizo –
añadió–, en el caso que sea verdad...
–Sabes tan bien como yo que es verdad. Si nos hacemos una prueba, el resultado será evidente –
expuso Quinn–. Además, Taylor tiene la misma contextura y altura que Frannie y yo. Si la miras
bien, tiene rasgos parecidos a los míos y sus ojos son iguales a los de mi abuela –añadió
suspirando–. Jamás lo había notado hasta ahora.

–¿Vas a hablar con Judy y Frannie? –preguntó cuidadosamente Rachel.

–Sí, debo hacerlo. Taylor es mi amiga y necesita que la ayudemos... Esto es fuerte para todas
nosotras y destruye muchas cosas que creíamos verdaderas, pero ella es la persona que importa
ahora. Yo seguiré teniendo a mi mamá y a mi hermana. Taylor en cualquier momento se quedará
sola... –explicó la rubia–. Y no puedo permitirlo, no podía antes y menos podré ahora sabiendo
que somos hermanas.

Rachel la abrazó y la miró maravillada. Le parecía imposible que el hermoso ser humano que
estaba ante ella, pensara que podía convertirse en alguien como Russel Fabray.

–Te amo –las dos palabras salieron de la boca de Rachel sin que tuviese tiempo de controlarlas.

Quinn no dudó un ni un segundo y la besó de una manera distinta, como nunca antes la había
besado. Con delicadeza, pero con pasión. Deteniéndose para saborear cada rincón de la boca de la
morena. Se separó un momento para poder respirar correctamente y volvió a perderse en los
labios de Rachel.

–Te amo –susurró Quinn, mirándola a los ojos y ahogándose en ese mar castaño que eran los dos
orbes de Rachel.

Ahora fue el turno de la morena de besar a su novia. De transmitirle todo el amor que sentía por
ella. Algo cambió para Rachel y de repente sólo lo supo.

–Estoy lista –susurró al oído de Quinn.

La rubia se separó un poco de su novia para mirarla fijamente a sus ojos, buscando una respuesta
a una pregunta no formulada. Rachel sólo asintió.

Ellas habían esperado todo este tiempo, porque Quinn no quería apresurar las cosas. Ella había
tenido una primera vez que ni siquiera podía recordar completamente y deseaba que la de Rachel
fuese perfecta. La morena, a la vez, no quería dar ese paso a ciegas. No se sentía preparada,
pese a todo lo que deseaba a Quinn.

No se sentía preparada hasta ese momento.

Quinn volvió a besar a Rachel en los labios, ahora con más prudencia y algo de nerviosismo.

Era una primera vez para ambas.

Desde la primera vez que habían hablado el tema, cada una por su lado se había instruido
mirando videos, así que en teoría sabían qué hacer; pero poner esos conocimientos en práctica
era diferente. Ambas sentían cómo sus cuerpos temblaban al contacto con el otro. Sin dejar de
besarse, Rachel comenzó a explotar la espalda de Quinn bajo la blusa; la rubia gimió al sentir
aquellas caricias. Al cabo de unos minutos, ambas chicas se encontraban sólo en ropa interior. El
calor del lugar se había elevado en un cien por ciento y las caricias ya no eran tímidas, sino que
habían adquirido confianza.
Quinn jamás pensó que disfrutaría tanto de la voz de Rachel cada vez que gemía en su oído, era
incluso más placentero que oírla cantar. La morena, descubrió que sus labios convertían todo el
cuerpo de Quinn en zonas erógenas, arrancándole gemidos cada vez que la besaba.

Cuando Quinn se quitó el sujetador exponiendo sus delicados pechos, Rachel no pudo pronunciar
palabras. Para ella cada parte del cuerpo de su novia era perfecto, pero en ese momento, frente a
ella, tenía dos obras de artes. Miró a la rubia pidiendo permiso y Quinn sólo asintió sonrojada. Con
delicadeza masajeó cada uno de ellos, disfrutando de cómo se adaptaban perfectamente a sus
manos. La tentación de besarlos fue mayor y no pudo contenerla. Al probarlos y sentir cómo el
cuerpo de Quinn tembló, supo que había encontrado una nueva adicción.

Tras minutos de caricias y besos que provocaron que Quinn alcanzara el cielo, la rubia decidió
ponerse ella en control y desabrochó el sujetador de Rachel, liberando sus dos pechos que
ansiaban por caricias. El deseo que embargó a Quinn en ese momento era imposible de describir.
La morena la hacía sentir cosas que ella no sabía que eran posibles.

Sin dejar de acariciar los pechos de Rachel, Quinn llevó una de sus manos hasta el centro de
Rachel, tocándolo por sobre la ropa interior. La morena encorvó la espalda hacia Quinn al sentir el
ansiado contacto y sus manos apretaron con fuerza la sábana.

–¡Por favor! –exclamó la morena sin saber realmente qué quería–. ¡Más! –pidió.

Quinn sintiendo cómo sus manos temblaban cuando quitó la última barrera de ropa que Rachel
poseía. La miró a los ojos antes de continuar, buscando su aprobación. La morena asintió con los
ojos brillando de lujuria. Sólo entonces los dedos de Quinn se deslizaron entre los pliegues de
Rachel, maravillándose con su humedad y el calor que irradiaba. Su dedo pulgar comenzó a
acariciar en forma circular aquel botón palpitante que ansiaba contacto, llevando a Rachel a las
nubes. Los gemidos de la morena le indicaban a Quinn que todo iba bien. Se centró en darle
placer a la morena, percatándose como segundo a segundo su humedad aumentaba. La besó con
pasión, sin dejar de acariciarla, buscando una mayor conexión, un mayor contacto.

Lentamente comenzó a introducir uno de sus dedos en Rachel, sintiendo cómo atravesaba las
barreras que el cuerpo de la morena oponía. No quitó sus ojos de Rachel, apreciando sus gestos,
notando cuando se tensó en el momento que Quinn atravesó con sus dedos aquella barrera
natural que protegía su virginidad. La rubia se detuvo un momento, esperando que el cuerpo de la
morena se acostumbrara a la invasión y Rachel se lo agradeció con la mirada, poco a poco
continuó su aventura, haciendo que aquella incomodidad que Rachel sentía se trasformara en
placer.

Cuando las paredes de Rachel comenzaron a apretar sus dedos, Quinn supo que la morena estaba
cerca de la máxima excitación. La imagen de Rachel alcanzando el orgasmo, logró que la propia
rubia lograra el suyo. Era como si existiera una mágica conexión entre ellas de puro placer. La
cara extasiada de Rachel era lo más hermoso que había visto Quinn en mucho tiempo.

Tras recuperarse un momento, Rachel comenzó a besar a Quinn. Ésta era la primera vez para
ambas y ella estaba decidida a que ambas experimentaran el mismo placer. Tomando coraje por
la experiencia recién disfrutada, quitó las bragas de Quinn y deslizó sus dedos entre sus pliegues,
buscando su calor. Sentir la humedad de la rubia entre sus dedos le produjo un placer
inimaginable. Quinn dejó escapar un largo gemido al contacto.

–Por favor, Rach... te necesito... –la suplica de Quinn tras unas caricias sonó de lo más erótico y
Rachel no pudo resistirse.
Un dedo entró en Quinn, investigando, tentándola. Cuando los gemidos y los ruegos de Quinn
fueron demasiado para ella, introdujo el segundo, sintiendo como el cuerpo de la rubia se
apretaba ante la invasión. Luego de un tiempo, un tercer dedo llevó a Quinn a la gloria, y Rachel
la siguió escasos instantes después.

Media hora había pasado y aún seguían extasiadas. Estaban abrazadas sobre la cama de Quinn,
aún desnudas, pues el agotamiento era mayor y querían disfrutar del contacto de ambos cuerpos.

–Gracias –dijo simplemente Rachel, besando los labios de Quinn.

Toda respuesta de la rubia quedó interrumpida por la interminable vibración de su celular apoyado
en la mesita de noche ubicada al costado derecho de su cama. Con reticencia, Quinn lo tomó y al
ver que era Brittany, contestó.

–¿Estás bien? –preguntó la rubia de ojos celestes apenas Quinn dijo hola. La ex capitana de las
porristas había olvidado porqué se encontraba junto con su novia en su casa en vez de en el
McKinley.

–Sí, Rachel está junto a mí –respondió como si eso explicara todo y al parecer lo hacía, porque
Britt no lo cuestionó.

–San me dijo que no me inmiscuyera y que te diera tiempo, Q –explicó Britt–. Pero Taylor está
mal y siento que te necesita. No te hablaría si no creyese que es importante.

–Lo sé, B –contestó Quinn. Su amiga siempre velaba por su bienestar y si ella consideraba que
debía estar junto a Taylor, lo más probable es que así debiese ser–. Y no te preocupes, la Quinn
que escaba de sus problemas se marchó hace algún tiempo...

Tras despedirse, Quinn cortó la comunicación y se concentró en la morena que la miraba


fijamente.

–¿Tenemos que volver a la realidad y salir de nuestra hermosa burbuja? –preguntó Rachel y
Quinn asintió–. ¿Estás segura de lo que quieres hacer?

–Sí. Mi mundo se acaba de derrumbar de cierta forma, pero no de una forma tan terrible como le
pasó a Taylor –explicó Quinn–. Quizás siempre tuve este instinto de hermana mayor con ella,
siempre sentí que debía ayudarla, protegerla. Asumí que era por la maternidad, pero quizás es
verdad eso que dicen sobre lo fuerte de los lazos sangre...

–Quizás... –acordó Rachel–. Pero creo que es algo más que eso. Es tu naturaleza, Quinn. Eres una
persona protectora. Por eso no querías estar conmigo en un principio, por miedo a dañarme, a
dañar lo que se había formado entre nosotras. Me llevó tiempo entenderlo, pero era así –agregó
besando a su novia–. ¿Vas a intentar contactarla?

–Creo que es lo mejor. Quiero hablar con ella antes de comunicarme con Frannie o con mi mamá
–expuso Quinn.

Luego de vestirse y tras algunas llamadas, la rubia pudo saber el paradero de Taylor, quien
también había decidido marcharse del instituto ese día. Lauren hizo prometer a Quinn que trataría
bien a su amiga, que la ayudaría.
Aunque Quinn insistió, Rachel no la dejó asistir sola. La morena sabía que era un tema que
directamente no le inmiscuía, pero quería que Taylor entendiera que Quinn iba a conversar con
ella como su amiga, no como la hija de la otra familia, la familia que Russel Fabray escondió a su
madre y, llegado el momento, prefirió ante ella.

La castaña de ascendencia cubana le había informado a Quinn que Taylor, Camila y ella solían
frecuentar un mirador situado en las afueras de Lima. Era un lugar tranquilo y seguro. Ellas lo
llamaban su lugar de paz. Taylor les señaló a sus amigas que iría a ese lugar a pensar y les pidió
por favor no la acompañaran, que luego ella se pondría en contacto. Aunque con reticencia, sus
amigas habían aceptado.

Quinn apreció cómo el cuerpo de Taylor se tensó al verlas llegar, cómo miró hacia todos lados
intentando buscar una vía de escape cuando las vio bajar del coche. Algo dentro de la rubia se
apretó al saber que ella era la culpable de aquella reacción.

Taylor me tiene miedo. Mi hermana me tiene miedo.

–De verdad no puedo tener esa conversación ahora –rogó Taylor conteniendo las lágrimas.

–Quinn está preocupada por ti, Tay –explicó Rachel, tomando la mano de su novia y yendo al
encuentro de la castaña–. Somos amigas, eso no ha cambiado...

–¡Todo cambió! –exclamó Taylor–. No podemos hacer como si nada hubiese pasado. Todo
cambió... –agregó–. Mi, mi... Quinn y yo...

–Somos hermanas –completó la rubia con calma.

–¡No! –contradijo la castaña–. Tu hermana es Frannie y yo no tengo más familia que mi mamá –
soltó un sollozo que sonó desgarrador por el llanto contenido–. Ella no sabía... te lo prometo,
Quinn. Mi mamá no sabía que era casado cuando todo comenzó. Yo lo siento...

Quinn soltó la mano de su novia y abrazó a Taylor, conteniéndola, intentado decirle que todo
mejoraría. La chica tenía quince años y su mundo se estaba cayendo a pedazos.

No es justo. Nada relacionado con Russel lo es.

–Tú no tienes la culpa de nada, ¿está claro? –el tono de Quinn fue tajante. A Rachel le recordó el
que usaba en su versión HBIC, pero menos amenazante–. Y también creo que tu mamá no sabía
nada, y aunque hubiese sabido, Tay, Russel era el que debía respetar su matrimonio, no ella –
explicó con calma–. Te guste o no, ya no estás sola. Tienes dos hermanas mayores –agregó
abrazando con fuerza a la castaña al sentir que comenzaba a llorar en su hombro. Su mirada se
encontró con la de Rachel y entendió porqué la morena quería estar ahí. Rachel sabía que su
novia la necesitaría para darle fuerzas, para apoyarla. Quinn le agradeció con una sonrisa–.
Detesto a Russel, pero le agradezco la familia que me dio y eso te incluye a ti... Ya no estás sola,
¿ok? No tienes que tener miedo...

–Hablamos con mi papi de camino hacia acá y él nos explicó que se necesitarían algunos
exámenes, pero que tras ello, conseguir los papeles de Russel sería fácil –comentó Rachel tras un
momento de silencio, donde Taylor consiguió calmar su llanto–. Él dijo que ya había tratado con
los abogados de Russel antes, que sabía que podría conseguirlo...

–Yo no sé qué decir... –expuso Taylor emocionada.


–No tienes que decir nada... Sé que todo esto es difícil para ti y no quiero hacerlo más
complicado, pero me gustaría que estuvieras presente cuando hable con mi mamá y con Frannie –
pidió Quinn.

–¿Qué? No... no, Quinn –el tono tajante de Taylor se asemejó bastante al de Quinn. Para la rubia
y la morena, los parecidos comenzaban a ser más evidentes con el paso del tiempo–. Es tu mamá,
Quinn. Además ella me va a odiar, yo soy el fruto del engaño de su marido –Quinn la corrigió
señalando que era el ex–. Da lo mismo, no creo que necesite que le refrieguen en la cara la
infidelidad, Quinn.

–Eres una persona, una persona a la que mi mamá estima... Créeme es lo mejor

Tras varios minutos de tiras y aflojas, Taylor se marchó junto a las chicas rumbo a la casa de
Quinn. Ese día Judy salía temprano porque había una celebración en la empresa que trabajaba. La
mujer pasaría a recoger a Beth a la guardería y luego se iría a su hogar. Quinn comprobó la hora
para corroborar que Judy ya se encontraba en casa, luego pidió a Rachel que llamase a Frannie
para que pudiesen tener una video-llamada en unos minutos más. Al parecer, el destino estaba de
su lado, porque la mayor de las hermanas Fabray se encontraba en su departamento y no tenía
planes para después.

Judy se extrañó al ver a las tres chicas entrar a la casa a esa hora, pero la mirada de Quinn le
pidió que no cuestionara nada. Mientras Quinn se conectaba a Skype desde la smart tv de la sala,
Rachel hacía que Beth caminase por el primer piso tomada de sus dos manos. La pequeña ya
había dado sus primero pasos, pero aún no tenía mucha seguridad al caminar. Judy se quedó
mirando a Taylor que parecía más interesada en observar el piso, cuando de pronto recordó lo
que sucedía en la vida de la castaña.

–¡Oh Dios mío! Tu mamá... –susurró la mujer mayor.

–No, ella... todavía no... –respondió Taylor, sin poder pronunciar aquellas palabras que la
aterraban desde hace dos días.

–Quinn me explicó todo el sábado –dijo Judy a la chica con empatía–. Quiero que sepas que
estamos para lo que necesites y que Leroy hará todo lo necesario para impedir que algo malo te
pase...

La voz de Frannie molestando a Quinn interrumpió la respuesta de Taylor. Judy esbozó una
sonrisa al escuchar la interacción de sus hijas. Quinn le pidió a ambas que se acercaran a la sala
para comenzar. Rachel anunció que estaría jugando con Beth en la habitación de la pequeña.

Taylor se sorprendió al ver al hermano de Lauren en la pantalla. Su amiga le había explicado que
la hermana de Quinn y Jesse habían formado una extraña amistad, pero era distinto observarlos
ella misma.

–Taylor, estás cada día más linda –dijo Jesse sentado cerca de Frannie frente a la pantalla.

–No molestes a la chica, es menor de edad –advirtió Frannie en un tono que a Taylor y Quinn le
pareció de celos.

–¿Podrías explicarme nuevamente qué hace St. James en nuestra video-llamada? –el tono cansino
de Quinn lo dijo todo.
–Jesse estaba acá haciéndome compañía cuando me llamaste. Aunque le pidiese que se fuera, se
quedaría. Es demasiado entrometido –explicó Frannie con burla, recibiendo una queja de Jesse.

Judy dejó escapar una risa, al parecer maravillada con la interacción de aquel par.

–Voy a intentar ignorarlo mientras hablo –anunció Quinn.

–Sin ofender, es sólo simple curiosidad –comentó Frannie–, pero, ¿qué hace tu amiga, aquí? La
presencia de Rachel no me extrañaría, porque básicamente ustedes son como siamesas, ¿pero no
querías hablar un tema importante? Insisto, es sólo curiosidad, no es nada contra ti, chica.

Taylor miró al suelo con una sonrisa. La muchacha no sabía cómo se tomarían la noticia, pero
decidió que Frannie le gustaba. Su humor era similar al de la castaña.

–Tengo algo muy importante que contarles y quería que Taylor estuviese aquí, porque ese es su
nombre Frannie, no se llama chica –explicó Quinn.

–Espera, espera... No intentarás decirnos que terminaste con Rach y que ahora te gusta Taylor,
porque si es así ahora mismo tomo una avión hacia Ohio para matarte –amenazó Frannie.

–Es Rachel, no sé cuántas veces más tendré que repetírtelo –se quejó Quinn y tanto Taylor como
Judy dejaron escapar una carcajada–. Y mi novia está en la habitación de Beth jugando con mi
hija.

–¿Siempre ocupa tantos pronombres posesivos? –preguntó Jesse y Frannie se rió.

–De cualquier manera –lo ignoró Quinn–. Debo decirles algo muy importante que involucra a
Taylor –anunció y el ambiente cambió debido al tono empleado por la rubia–. Mamá está al tanto,
pero creo que tú debes saber por lo que Taylor está pasando, para contextualizar la situación,
Frannie –la rubia se dirigió a su hermana, quien asintió pidiéndole que continuase–. La mamá de
Taylor tiene cáncer y hace unos días tuvo que ser llevada a urgencias; ahí les anunciaron que ya
no había nada qué hacer –explicó Quinn y se percató como Judy sujetaba la mano de Taylor para
darle fuerzas–. Taylor es hija única. No tiene más familia que su mamá, porque su papá nunca se
hizo cargo de ella. La abandonó antes de nacer... por tanto, al ser menor de edad, quedaría a
cargo de servicios sociales, pese a que sus amigas no tienen problemas para que viva con alguna
de ellas. Los trámites son engorrosos y llevan tiempo –hizo una pausa ansiando que lo que dijese
a continuación fuese bien recibido–. Lo más rápido era encontrar a su padre biológico para que
Leroy lograse un reconocimiento por escrito y que otorgase la tuición a alguno de los papás de las
chicas. Todo lo que Taylor tiene de su padre es una foto y un nombre, pero Leroy dijo que su
investigador podía trabajar con eso. Hoy nos mostró la foto y el nombre no fue necesario –explicó
Quinn viendo cómo su mamá ahogaba un gemido y apretaba con fuerza la mano de Taylor.
Frannie parecía perpleja y la rubia agradeció la presencia de Jesse junto a su hermana, que en
ese momento acariciaba su espalda–. Russel es el padre de Taylor... yo sé que se necesitan
exámenes y todo, pero en el fondo estoy segura que...

–¿Dónde naciste? –preguntó Judy interrumpiendo a Quinn.

–En New York –respondió Taylor–. Mi mamá trabajaba allá cuando lo conoció y quedó
embarazada. Vivimos allí hasta que la empresa de mamá la trasladó acá...

–Russel viajaba mucho a New York, especialmente tras el nacimiento de Quinn –razonó Judy.
–Ella no lo sabía –defendió Taylor a su madre a un ataque no formulado–. Ella descubrió que
estaba casado y que tenía una familia cuando le dijo que estaba embarazada de mí, luego él se
marchó... siempre hemos sido mi mamá y yo...

–Nadie está diciendo eso, Taylor –explicó Judy con delicadeza–. Sólo necesitaba corroborar
datos... –agregó–. La forma en que defendiste a tu madre recién fue muy similar a la de Quinn...
y mi suegra tenía tus mismos ojos...

–Yo pensé lo mismo –dijo Quinn mirando a su mamá–. Tiene el mismo color de ojos que la
abuela.

–Disculpen que las interrumpa, pero me parece que hay algo más importante qué tratar en este
momento –comentó Frannie con ironía–. ¿Qué haremos con Russel? Hay que hacer una demanda
o algo así, para que la reconozca y le dé lo que le corresponde. No sé... tenemos que protegerla,
especialmente de él... –agregó con preocupación.

–Llamaré a Leroy y le pediré que arregle todo así Quinn y Taylor pueden hacerse un examen de
ADN, con eso él podrá ir contra Russel –declaró Judy, antes de girarse hacia Taylor–. Sé que todo
esto es terrible para ti, pero quiero que sepas que yo tengo la tuición de las hijas de Russel y
planeo mantenerla...

–Me gusta más cuando nos llamas tus hijas, mamá –manifestó Quinn–. Y nadie te va a quitar
nuestra tuición, aunque la de Frannie ya expiró, ella es mayor de 21 ya...

–Pero aún Russel debe mantenerme –interrumpió Frannie–, aunque Quinn tiene un punto, ¿por
qué mencionas eso, ma´?

–Ahora descubrimos que Russel tiene 3 hijas –dijo y todos entendieron a qué se refería su frase–.
Sé que Russel no te dará nada más que su dinero, porque para él la apariencia lo es todo... y
también sé que te negó lo que te correspondía por mantener su imagen de padre perfecto y
familia perfecta. Imagen que yo ayudé a crear. Pero tú tienes una familia, tienes dos hermanas y
una madrastra, por así decirlo y me gustaría que pudieses disfrutar de ello...

–Yo no sé qué decir... –expresó Taylor emocionada.

–No tienes que decir nada. Como te dije antes, no estás sola –declaró Quinn abrazando a su
recién descubierta hermana. Judy de inmediato se sumó al abrazo, conmovida por la situación.
Frannie se apoyó en Jesse intentado buscar consuelo al no poder abrazar a su familia.

Tras conversar unos minutos más sobre el curso de sus vidas, la video-llamada se terminó y
Taylor anunció que se iba a su casa, pues quería estar junto a su mamá y aprovechar de contarle
todo. Judy le pidió que la dejase llevarla hacia su hogar. Quinn intuyó que su mamá quería
reconfortar y conocer más a Taylor. Tras la marcha de ambas mujeres, Quinn se dirigió a la
habitación de Beth y una sonrisa inmediatamente se dibujó en su rostro. La rubia nunca se
cansaría de ver interactuar a su novia con su hija, ni del amor que se desprendía de sus miradas.

–Mamá –gritó Beth intentando correr hacia ella, pero sus piernas aún no tenían la coordinación
necesaria y se cayó a medio camino.

–Mi amor –dijo Quinn, tomando a su hija entre sus brazos–. Eres tan extrema como tu padre –
Beth rió como si su madre le hubiese contado el mejor chiste de todos.
–Yo creo que es más cabeza dura que extrema, y eso lo sacó de ti –explicó Rachel dejando un
beso en la mejilla de su novia–. ¿Cómo estuvo todo?

–Mejor de lo que me imaginé –comentó la rubia–. Mamá quiere que Taylor se quede con nosotras,
quiere su tuición. Piensa que debe tener la familia que Russel le negó.

–Estoy de acuerdo con mi suegra –dijo Rachel con una sonrisa orgullosa en el rostro–. ¿Y mi
cuñada?

–Se comportó como la idiota que es –explicó Quinn y Rachel rodó los ojos, conociendo la relación
de su novia y su cuñada–, pero también asumió su rol de hermana mayor –agregó la rubia–. Dijo
que debemos hacer algo contra Russel y proteger a Tay –hizo una pausa antes de comentar una
idea que rondaba su mente–. Estaba Jesse junto a ella, creo que tienen algo... algo más que esa
amistad extraña que formaron gracias a tu intervención.

–Simplemente les pedí que se dieran la oportunidad de conocerse, porque ambos estaría allá solos
–se defendió la morena–. Yo te había comentado que se gustaban. Frannie se sonrojaba y Jesse
se ponía nervioso, tenían todos los síntomas. No me extrañaría que hubiesen dado un paso más
en esa extraña relación.

–Mientras ella sea feliz... –comentó Quinn.

Beth se cansó de ser ignorada y requirió atención. Obviamente, Rachel se centró en la pequeña
que había robado su corazón y Quinn sonrió embelesada. Su mundo podría estar de revés, pero
las razones de su felicidad siempre lograban mejorar su día.

XXII. De cambios y aceptaciones

Los resultados del examen de ADN entre Quinn y Taylor demoraron una semana, pero
confirmaron la coincidencia genética entre las dos chicas. Con aquella prueba Leroy se dirigió
hacia Russel. Fabray, fiel a su actuar, refutó aquellos resultados, pero tras la advertencia de Leroy
de exigir en tribunales un examen de ADN para que reconociese su paternidad, señalando lo
público que se tornaría el asunto, Russel aceptó firmar los papeles que le pedían, poniendo como
exigencia no saber más del tema. Leroy quedó impactado con la rapidez con la que se resolvió
todo, constatando una vez más que a Russel nada le importaba más que las apariencias.

Taylor ahora estaba protegida y Quinn sentía que podía respirar tranquila. La rubia se había
enterado a través de Judy, que Heather, la mamá de Taylor, había coincidido con Russel en Lima
y que éste le había advertido que se mantuviese alejada si no quería perder a su preciada hija.
Judy había decidido visitar a Heather para conocerla y hacerle saber los futuros planes. Como
madres, ambas sabían lo importante de aquella conversación. La mujer, al menos, se merecía
aquella tranquilidad en el momento difícil que atravesaba.

Faltaba un mes para el primer cumpleaños de Beth y New Directions debía asistir a las nacionales.
Los chicos se sentían confiados, habían practicado durante semanas y sentían que esta vez sí
tenían posibilidades de triunfar. Taylor estuvo a punto de no viajar a Chicago, lugar donde se
desarrollaría la competencia, pero su mamá insistió en su participación. Judy le prometió que la
cuidaría.

Frannie había viajado a Chicago para ver a los chicos brillar, pero también para conocer
personalmente a la nueva Fabray, como ella llamaba a su recién descubierta hermana. Si bien
habían coincidido en algunas ocasiones en el verano, Frannie había estado dedicada a consentir a
su sobrina y compartir con su mamá, por lo que sentía que el viaje era necesario. Obviamente,
Jesse la había acompañado.
–¡Estuvieron brillantes! –exclamó Jesse abrazando a su hermana con evidente orgullo.

–Pensé que apoyarías a tu colegio –comentó Finn con desagrado.

–Si crees que un colegio tiene más importancia que mi hermana, eres más estúpido de lo que
pensaba –respondió Jesse y Quinn vio como Frannie intentaba reprimir su sonrisa.

–Jesse... –advirtió Lauren y el aludido se disculpó.

Para los chicos era extraño ver la relación entre Jesse y Lauren. El chico claramente tenía una
debilidad por su hermana y no intentaba negarla. Para Santana, Britt, Taylor, Camila, Puck,
Rachel y Quinn observar aquello era normal, pues ya habían compartido con ellos en ocasiones
anteriores.

Mientras esperaban la deliberación de los jueces, Frannie se alejó de ellos para contestar su
teléfono. Una mirada fue todo lo que le bastó a Quinn para comprender que algo había pasado,
algo malo. Y cuando la vista de su hermana mayor se posó en Taylor, Quinn no necesitó nada
más. Tomó la mano de su hermana menor y la guió hasta Frannie.

Lo siguiente que pasó para Quinn fue como una nebulosa: Frannie intentado explicar entre
lágrimas lo sucedido a Taylor, Puck conteniendo a la chica que apenas podía sostenerse en pie,
Rachel corriendo hacia ella y abrazándola prometiéndole que Taylor estaría bien. Jesse y Lauren
dando instrucciones y haciendo llamadas. Una voz tras un micrófono exigiendo la presencia de los
coros en el escenario. Ellas alejándose junto a Jesse, Lauren, Camila, Taylor y Frannie,
escuchando a lo lejos como proclamaban a New Directions como los ganadores. Ellos en un
aeropuerto, ellos en un avión. Leroy y Hiram recibiéndolos en Lima. Beth en sus brazos, agarrada
con fuerza como si sintiese que algo malo había pasado. Taylor entrando a una habitación en
aquel hospital, minutos después un grito. Frannie y ella corriendo hacia el lugar. Taylor entre sus
brazos. Ella durmiendo abrazada a Rachel, tras minutos u horas de lágrimas silenciosas.

El funeral se realizó dos días después. Todo aún se sentía como si fuese mentira. Quinn sujetaba a
Beth con fuerza contra su pecho mirando como aquel ataúd descendía. Rachel pareció notar
aquello y le susurró que nada iba a pasar, que ella estaba ahí junto a Beth. Las palabras tuvieron
el efecto deseado y la rubia por fin se relajó, al menos en lo que la situación permitía. Taylor
parecía resignada y Frannie había adoptado el papel de hermana mayor con fuerzas. Donde
estaba la castaña, a su lado estaba Frannie. Todo fue delicado, hermoso y triste, muy triste.

–Esto es mejor de lo que me había imaginado –comentó Taylor una semana después, sentada
junto a Quinn en la habitación de Beth.

–¿Qué? –preguntó Quinn confundida.

–Vivir con ustedes –expuso la castaña, para luego agregar–, como una familia.

–Somos una familia –declaró la rubia–. Sé que no es la forma ideal en que debió pasar, pero...

–Sí sé, Quinn –la interrumpió Taylor–. Llevaba un tiempo acostumbrándome a la idea que mi
mamá se iba a morir –añadió con lágrimas en los ojos–. Eso iba a pasar, pero estar aquí es
mucho mejor de lo que pudo ser. Siempre me va a doler, quizás en menor medida, o quizás sólo
me acostumbre al dolor que siento ahora, porque mi mamá era mi mundo –hizo una pausa para
poder secarse las lágrimas, mientras Quinn la abrazaba–. Pero tenerlas me hace sentir segura...
de hecho no quiero que te vayas –comentó la castaña refugiada en el pecho de su hermana–. O al
menos deja a mi sobrina...
–Me asusta que cada día que pasa te parezcas más a Frannie –expuso Quinn y Taylor soltó una
carcajada que distrajo a Beth de sus juguetes. La pequeña se giró hacia ellas y les sonrió–. Esa
sonrisa será lo peor en un futuro, lo sé.

–Al menos nosotros estamos para consentir. Tú en cambio... tú estás en problemas, hermanita –
se burló Taylor y Quinn le regaló una sonrisa sólo por lo bien que se sintió escuchar aquello de la
boca de su hermana menor.

Más tarde ese día, Quinn recibió a su novia con un beso en los labios antes que la morena
comenzase a hablar sin parar. El motivo de ello: hace unos instantes había llegado la carta de
NYADA, aquella que definía su futuro, como había explicado Rachel. Quinn, por el contrario, sabía
que aquello no era así. Su novia tenía más opciones, pero NYADA era su elección y su meta.
Ambas chicas habían prometido abrir sus ansiadas cartas juntas. Las de Quinn habían llegado el
día anterior. Ya sabía que había sido aceptada en Columbia y NYU, pero la carta de Yale aún
estaba cerrada, esperando a su par de NYADA. Rachel había sido aceptada en NYU y UCLA.
Además, gracias a un video enviado por Britt como parte de su expediente, Julliard le había
ofrecido un cupo si presentaba una audición tardía.

–Amor, vamos a abrir nuestras cartas y terminar con este estrés, ¿sí? –pidió Quinn llevando a
Rachel hasta el salón.

Se sentaron una frente a la otra con sus respectivas cartas en las manos. Acordaron abrirlas a la
cuenta de tres. Quinn apenas había pronunciado el último número cuando Rachel gritó de
felicidad. La rubia se dedicó a capturar aquel momento, antes de centrar su mirada en la carta en
sus manos.

–¡Entré, Quinn, voy a estudiar en NYADA! –exclamó Rachel para un segundo después guardar
silencio al apreciar la postura de su novia–. ¿Qué pasó? ¿Qué dice tu carta? Cariño, si ellos se
atrevieron a rechazarte, entrarás a Columbia y le taparás la boca cuando seas una profesional
exitosa...

–¿Qué pasó? Por los gritos sabemos que Rachel entró, pero ¿Quinn? –preguntó Judy entrando al
lugar junto a Taylor, quien llevaba a su sobrina en los brazos.

–No sé, Judy. No me ha dicho nada... –expuso la morena con evidente ansiedad.

–Me aceptaron –susurró Quinn–. ¡Entré a Yale! –gritó y lo próximo que sintió fue a Rachel sobre
ella besándola mientras le murmuraba lo orgullosa que estaba.

Luego, Judy, Taylor y Beth se sumaron a los abrazos y la celebración.

Los Berry, al comunicarles la noticia y gritar de alegría, anunciaron que al día siguiente
celebrarían con una barbacoa en su hogar, con opciones carnívoras y veganas, claro está. Por lo
mismo, Rachel y Quinn se dedicaron a avisar a todos sus amigos del evento, pues todos tenían
motivos para celebrar. Kurt no había sido aceptado en NYADA, pero estudiaría diseño en NYU y le
habían ofrecido una pasantía en verano en una importante revista de modas, por lo que el chico
estaba más que feliz. Acorde a sus planes, Santana había sido admitida en NYU, Mike en Julliard
junto a Britt, Mercedes y Artie se marcharían a estudiar a Los Ángeles en la UCLA y Finn tenía una
media beca deportiva para estudiar en Florida. Puck se marcharía junto a Quinn a New Haven
para estudiar en la SCSU. Tina, Sam y Blaine habían pasado ya a último año y los tres chicos
planeaban marcharse a New York tras su graduación.

Todo parecía estar sobre ruedas y Quinn no podía esperar a ver lo que el futuro les avecinaba.
–¡Beth!

El grito de Rachel se escuchó por toda la casa de las Fabray. La pequeña en cuestión llegó
corriendo hasta la morena, sus pasos se habían afianzado, lo que realmente era una pesadilla
para los que vivían junto a ella o la tenían a su cuidado.

–¡Feliz cumpleaños, princesa! –exclamó Rachel, dejando su bolso y regalo a un lado, para tomar a
Beth entre sus brazos y darle un sonoro beso en su mejilla derecha.

–¡Nel! –dijo con entusiasmo Beth enterrando su rostro en el cuello de Rachel.

–Bethany, suelta a mi novia –advirtió Quinn llegando junto a ellas. Rachel sólo negó.

–No –aquella palabra se había convertido en la favorita de la cumpleañera–. ¡Nel, mía! –exclamó
y volvió a abrazar a Rachel con fuerza.

–No, es mi novia. Es mía –rebatió Quinn molestando a su hija.

–Ambas son mías –dijo Rachel cerrando el tema, pero Beth negó en su cuello–. Princesa, tu mamá
te está molestando, yo soy tuya, pero también soy suya –intentó explicar, aún sabiendo que la
pequeña no entendería su lógica. Pese a ello, Beth pareció tranquilizarse con la explicación.

–¿Mío? –cuestionó Beth, mirando al regalo en el piso y Rachel asintió. La pequeña comenzó a
moverse para que la morena la dejase en el suelo y poder reclamar su regalo.

Quinn ayudó a su hija a abrirlo, pese a que había establecido que todos los regalos debían quedar
en una mesa; aquél era de Rachel, todo con ella era distinto. Beth hasta hace unos días no sabía
nada de regalos ni cumpleaños, pero un día con Santana había bastado para que la niña
comenzara a mostrar excitación sobre ello.

Rachel vio con alegría como Beth abrazaba la muñeca que le había regalado y también se percató
de la mirada de frustración que le brindó Quinn, al reparar en el otro regalo: un xilófono.

–La música refuerza su inteligencia y creatividad –explicó Rachel, mientras Quinn negaba.

Ambas llevaron a Beth hasta su área de juegos, para poder dejar a la pequeña y dedicarse a
terminar de preparar todo para la fiesta. Abigail, la hermana de Puck, vigilaría a su sobrina
mientras los mayores decoraban el lugar y preparaban la comida.

–¿Un xilófono? –cuestionó Quinn cruzando sus brazos en el cuello de su novia–. Si no te amara
tanto, habría tirado tu regalo de inmediato.

Rachel aún no se acostumbraba a oír aquellas palabras de la boca de Quinn. Cada vez que la rubia
las pronunciaba, ella las atesoraba en su mente y su corazón. La morena, como respuesta, besó a
Quinn en los labios con delicadeza y dedicación, disfrutando de cada roce.

–Hola amor, es un gusto verte –saludó Rachel como si recién se hubiesen visto y Quinn le sonrió–.
Tengo un regalo más para Beth, pero no creí que fuese buena idea entregárselo a ella, quizás en
un futuro –comentó, mientras buscaba el objeto en su bolso.
–Amor, no debiste molestarte. Vi esa muñeca en la tienda el otro día y cuesta más de lo que
debería costar un objeto así, mucho más –declaró Quinn apreciando el objeto que su novia sacaba
de su cartera. Rachel abrió la caja que evidenciaba pertenecer a una respetada joyería–. Es
hermoso, Rach... pero debió costarte una fortuna, no puedo aceptarlo...

–No es para ti, es para Beth. Y creo que si le preguntamos a ella, no tendrá problemas en
aceptarlo –expuso Rachel, antes de tomar la sencilla cadena–. Es un sol –explicó por si la rubia no
lo había notado–. El sol es la estrella más grande y luminosa de nuestra galaxia, otros dicen que
es la única estrella, pero yo no estoy de acuerdo. Es una metáfora de lo que significa ella. Ya
sabes que para mí, las metáforas...

–Son importantes –sentenció Quinn con lágrimas en los ojos–. Es hermoso: el sol, el significado,
todo.

Rachel volvió a besar a su novia, aferrándose a ella con fuerza. A veces entre ellas las palabras
bastaban y sólo quedaban los gestos.

La fiesta de cumpleaños de Beth estuvo llena de alegría. Todos los presentes sabían que la
pequeña probablemente no recordaría aquella celebración en el futuro, pero de igual manera se
encargaron de hacerla inolvidable. Artie grabó cada detalle y Quinn se dedicó a capturar cada
momento en su cámara de fotos, regalo de su madre para su cumpleaños número 18. Una vez
concluido el festejo, Judy se marchó junto a Sarah, Leroy y Hiram, pues los adultos saldrían a
celebrar su primer año como abuelos; pese a que los Berry no tenían ningún lazo biológico con
Beth, se habían convertido en parte esencial de la vida de la pequeña. Aquella noche de tragos
implicaba que Judy no regresaría a su casa, pues pasaría la noche en casa de Rachel. Frannie, que
había viajado para festejar a su sobrina, saldría a bailar con Jesse y sus amigos. Si es que
regresaba esa noche, lo haría en la madrugada. Taylor, por su parte, tendría una pijamada con
Camila y Lauren, en casa de ésta última. Por tanto, Rachel y Quinn tenían la casa para ellas,
bueno, para ellas y Beth.

–Definitivamente, fue un perfecto primer cumpleaños –comentó Quinn abrazando a su novia


mientras ambas estaban recostadas en la cama de la rubia.

–Sí... –respondió una apagada Rachel.

–¿Amor, qué pasa? –preguntó Quinn al notar el tono de voz de Rachel. La morena negó
escondiéndose en el cuello de su novia–. ¿Rach? ¿Por favor?

–Tengo miedo –confesó la cantante.

–¿Miedo? ¿Por qué? ¿Pasó algo? ¿Estás enferma? –el terror inundó a Quinn, la sola idea de Rachel
atravesando alguna enfermedad o un peligro la paralizaba.

–No, no ha pasado nada. No estoy enferma –aclaró Rachel–. No ha pasado nada –reiteró–.
Todavía...

–¿Todavía? –cuestionó Quinn–. ¿Podrías ser más clara, cariño? Me estoy comenzando a poner
nerviosa.

–Vamos a separarnos en dos meses más... y no puedo evitar sentir que... –susurró Rachel.

–¿Qué? –insistió Quinn.


–Tú vas a experimentar toda esa vida universitaria, rodeada de gente igual de inteligente que tú y
te darás cuenta... –Rachel no terminó la oración, pero aquello fue suficiente para Quinn. La rubia
entendía perfectamente a dónde se dirigía su novia–. Además, vas a vivir con Puck, todo se
volverá doméstico entre ustedes. Vivirán como la familia que son...

El silencio las envolvió. Quinn no tenía palabras para rebatir inmediatamente las inseguridades de
su novia. Buscó serenarse un poco antes de responder.

–Primero que todo –comenzó Quinn–. Beth siempre será un lazo entre Puck y yo. Sabes tan bien
como yo, que si él aceptó esa beca en la SCSU se debe a Beth, no a mí. Él no me ama, ni yo a él.
Al menos, no románticamente. No puedo negarle su derecho a estar con ella y, definitivamente, le
agradezco que vaya a vivir con nosotros, porque eso me aliviará un poco el trabajo –dejó un beso
en la frente de Rachel antes de continuar–. Habíamos acordado seguir nuestros sueños. Yo iba a
aceptar ir a Columbia, para así estar en New York, pero tú me dijiste muy sabiamente, que
nuestro amor era más fuerte. Que nuestro amor permitiría que ambas asistiéramos a los lugares
que habíamos soñado desde pequeñas. Yo creo firmemente en eso. Estamos a dos horas de
distancia en un tren. Prometimos visitarnos todos los fines de semana, en la medida que nos sea
posible –agregó con confianza la rubia–. Y respecto de lo primero, nadie en esa universidad me
conocerá ni me entenderá tanto como tú. Además, si tú hubieses postulado a Yale, sin lugar a
dudas, habrías sido aceptada. Tienes un expediente intachable.

–Eso es cierto, pero... –intentó rebatir Rachel.

–Pero nada –la cortó Quinn con un beso–. Te amo. A ti y sólo a ti. No viviremos juntas, ni en la
misma ciudad, pero estaremos muy cerca. Y podemos tener video-llamadas todos los días –volvió
a besar a su novia con más pasión esta vez–. Puck y yo somos familia, pero tú también eres parte
de ella... recuerda cómo te llamó Beth por primera vez. Eso debería ser suficiente para que te
convencieras. Tu presencia en su vida y en la mía, no va a cambiar porque no vivamos en la
misma ciudad.

–Te amo –fue todo lo que pudo decir Rachel tras las palabras de su novia.

–Y por si todo aquello no fuese suficiente, creo que a Puck le gusta mi hermana –dijo Quinn tras
compartir dulces besos con Rachel.

–¿Frannie? Pero ella estoy segura que tiene algo con Jesse... –comentó Rachel algo confundida–.
Pobre Noah...

–No, Frannie no –aclaró Quinn–. Taylor –añadió–. Y sí, definitivamente algo se traen Frannie y
Jesse, pero no quiero presionarla. Yo creo que aún no hay nada oficial.

–¿Noah y Taylor? –cuestionó la morena y Quinn asintió–. Me gusta, sí. Definitivamente, creo que
serían una linda pareja –agregó sonriendo–. Aunque sería un poco extraño para Beth. Imagínate
si después tienen hijos, sus hermanos serían también sus primos...

–Tranquila, amor –se burló Quinn–. Dije que creía que Puck gustaba de Taylor, no que ella
tuvieses sentimientos por él, ni menos que estuviesen en una relación. En todo caso, si aquello
llegase a pasar, bueno, Beth tendrá que tener una mente muy abierta –se rió.

–Me gustan juntos y creo que los dos se harían bien. Deberíamos ayudarlos –sentenció Rachel.
–Hablaré con Taylor para ver si consigo descubrir algo. Sólo en el caso que ella tenga alguna clase
de sentimientos románticos por Puck, haremos algo –declaró Quinn observando la sonrisa de
triunfo que tenía Rachel–. Ahora, creo que deberíamos aprovechar que estamos solas...

No tuvo que esperar nada más, porque Rachel inmediatamente se situó sobre Quinn, que quedó
de espaldas en la cama. La morena comenzó a dejar besos por todo el cuello de su novia,
centrando su atención en aquel lugar situado bajo su oreja, la debilidad de la ex porrista. Quinn
no se quiso quedar atrás y le quitó la blusa a su novia, tirándola hacia algún lugar de la
habitación. Sonrió deleitándose con la imagen de Rachel a torso descubierto y con sus ojos
irradiando lujuria. La acercó hacia ella y la besó en los labios. Lenguas luchando por tener el
control, cuerpos buscando cada vez más fricción. Buscando el aire que necesitaban, se separaron
y Rachel incitó a su novia a desprenderse de su ropa. Quinn aceptó aquella sugerencia con una
sonrisa maliciosa, comenzando un lento striptease, que elevó la temperatura del lugar y de la
morena a números desconocidos. Rápidamente, Rachel se quitó la ropa que le quedaba y buscó el
cuerpo de su novia. La fricción se produjo y ambas gimieron al contacto. La cantante comenzó a
recorrer el cuerpo de Quinn con sus labios, cuerpo que estaba tatuado en su mente, pues conocía
cada rincón de él. Situándose entre las piernas de la ex porrista, buscó su mirada y los ojos de
Quinn evidenciaron toda la anticipación que ella esperaba que su novia estuviese sintiendo. Sin
querer alargar más el sufrimiento de la rubia, posó sus labios en aquel centro que irradiaba calor.
Su lengua recorrió cada recoveco que encontró, arrancando gemidos de su novia que la llevaron
casi al mismo éxtasis. Tras los ruegos de Quinn, acabó con la tortura e introdujo sus dedos en
ella; despacio y profundamente, sintiendo como cada musculo interior se contraía.

Quinn necesitó unos minutos para recuperarse de sus múltiples orgasmos, pero una vez lista, no
tuvo piedad con Rachel. Primero la torturó con su boca en cada uno de sus pechos, lamiendo y
mordiendo cada uno como si fueran el regalo más preciado. Luego descendió y se ubicó entre sus
pierdas y la devoró como si un manjar se tratase. Finalmente, sus dedos invadieron a Rachel de
un solo golpe, provocando que la morena alcanzase el cielo con las manos más de una vez.

Ambas se derrumbaron en la cama de Quinn agotadas tras la extenuante actividad. La rubia


abrazó a Rachel, acercándola a ella y la cantante se refugió en su pecho. Pasada toda aquella
excitación, sólo querían disfrutar del contacto de sus cuerpos, de la paz de su amor. Pero Beth
parecía tener otras ideas.

–¡Mamá! –el grito de la pequeña se escuchó claramente.

Quinn dejó escapar un suspiro, se vistió rápidamente y fue en busca de su hija. Tras unos
minutos, apareció nuevamente en la habitación con Beth en sus brazos y una disculpa en su
mirada. Rachel sólo le dedicó una sonrisa comprensiva y buscó algo de ropa para ponerse.

–Al parecer tuvo una pesadilla –explicó Quinn acercándose a la morena ubicada sobre su cama.

–Bu, no, no –balbuceó Beth haciendo un puchero–. ¡Neeel! –exclamó estirando sus brazos hacia
Rachel.

La cantante recibió a la pequeña y la abrazó con cariño, dejando caricias en su espalda para
tranquilizarla.

–Mi princesa, estás a salvo. Nada malo va a pasar –le explicó a la niña que se refugiaba en su
pecho, mientras ella se recostaba–. Vamos a dormir las tres juntas, ¿está bien?

–Nel mía –dijo Beth bostezando.


–Tú y Rachel son mías –aclaró Quinn recostándose en la cama, de tal forma que Beth quedó entre
Rachel y ella.

–¿Mía? –susurró Beth con sus ojos brillantes volteándose hacia su madre.

–Tuya –respondió Quinn cediendo ante la mirada lastimera que le dio su hija.

–¡Nel mía! –exclamó Beth abrazando a Rachel, provocando que tanto la morena como la rubia
riesen.

Luego de unos minutos, Beth volvió a dormirse, pero ninguna de las chicas intentó trasladarla a
su habitación. Rachel definitivamente disfrutaba de poder compartir aquel momento tan íntimo
con las dos mujeres que habían robado su corazón y Quinn sentía algo muy similar.

–Espero que pronto entienda que tú eres sólo mía –susurró Quinn mientras acariciaba el cabello
de su hija.

–Mi cuerpo es todo tuyo y sólo tuyo, pero mi corazón debes compartirlo con ella –explicó Rachel y
su novia hizo un tierno puchero–. Beth claramente es tu hija –comentó tras apreciar el gesto de la
rubia–. Mi princesa nos ha robado el corazón a ambas, tienes que resignarte.

–Lo sé, lo sé –admitió Quinn con una sonrisa–. Al parecer, mi hija va a continuar la línea trazada
por mí y caerá rendida a tus pies –comentó antes de corregirse–. Más bien, ya cayó.

–Las amo –dijo Rachel alternando su mirada entre Beth y Quinn–. Te amo –susurró estirándose
para besar a su novia.

–Yo te amo a ti –respondió Quinn dejando otro beso en los labios de Rachel–. Y es evidente que
ella también te ama –agregó mirando como su hija se apretaba más contra Rachel, profundizando
el abrazo.

Ninguna se resistió y ambas cayeron prontamente en los brazos de Morfeo.

Frannie horas después, tras percatarse de la ausencia de Beth en su habitación, las encontró
durmiendo a las tres y no pudo evitar sonreír. La paz y el amor de la escena lo merecían.

El despertar la mañana siguiente estuvo a cargo de Beth, quien comenzó a depositar besos en
Rachel y Quinn, logrando que ambas se despertaran con una sonrisa en sus rostros. La rubia
decidió atacar a su hija con cosquillas, mientras que la pequeña gritaba e intentaba refugiarse en
Rachel.

La morena y la rubia sabían que aquellos despertares no se repetirían seguido en el futuro, pero
ambas planeaban aprovechar cada día que tuviesen para amarse y amar a la pequeña niña que
ocupaba gran parte de sus corazones.

Tenían claro que el cambio que afrontarían no sería fácil, pero tras la conversación de la noche
anterior, las dos lo habían aceptado y esperarían cada fin de semana con ansías. Cada una
cumpliría su sueño y se tendrían la una a la otra durante todo el camino.

Además, confiaban en que en un futuro no muy lejano, aquellos despertares se convirtiesen en


parte de su rutina diaria.

XXIII. Beth
Aquel era un día soleado en Nueva York, pero el calor era soportable para esa hora de la mañana.
Caminaba por aquella calle que tan bien conocía, la calle que la llevaría hasta Rachel. Una sonrisa
se plantó inmediatamente en su rostro.

La morena estaba realizando una de sus últimas pruebas de vestuario. La habían citado a las ocho
de la mañana en el teatro, por lo que su desayuno se vio aplazado para dos horas después.

Aquella producción era la segunda gran obra en la que Rachel participaría. Su segunda
oportunidad de brillar en Broadway. La producción anterior la había llevado a obtener una
nominación para los premios Tony por su destacado papel. Su primer protagónico oficial en
Broadway y había logrado ya una nominación. No ganó, pero eso no fue importante. La sola
nominación la había sentido como un premio.

La rubia sonrió ante el recuerdo de una emocionada Rachel enterándose de la noticia. Había
estado tan orgullosa, incluso le había asegurado que lo ganaría, pues para ella, nadie era mejor
que Rachel. Se había equivocado, pero estaba segura que esta vez sí se lo llevaría. Había
presenciado varios ensayos y Rachel simplemente brillaba en el escenario. Su desempeño era
digno de una nominación y una victoria.

–Beth, no vayas tan rápido –la voz de su mamá la sacó de sus pensamientos.

Disminuyó su marcha, recibiendo una sonrisa de parte de Quinn, que apretó su mano como
agradecimiento. La sonrisa de su mamá era tan brillante como aquel sol que colgaba de su cuello.

Beth estaba feliz, principalmente porque todos a su alrededor parecían estar disfrutado del mejor
momento en sus vidas. Su mamá y ella se habían trasladado a Nueva York apenas Quinn se
graduó de Yale, de eso ya casi dos años. Ambas vivían junto a Rachel en un departamento con
una hermosa vista al Central Park. Los trabajos menores que había realizado la morena habían
tenido grandes frutos económicos, ello sumado a las ganancias debido al éxito de su debut oficial
en Broadway, le habían permitido cambiar su viejo apartamento por aquel que actualmente las
tres disfrutaban.

Aquel antiguo departamento ahora era ocupado por Judy, quien tras la marcha de sus tres hijas
de Lima, no tenía motivos para permanecer en la ciudad. Por ello, luego del primer año de Taylor
en la universidad, había pedido un traslado a la ciudad de los sueños. Leroy y Hiram que visitaban
a Rachel y a Judy a menudo, estaban pensando trasladarse de manera definitiva a la ciudad.

La pequeña rubia detuvo su caminar, frente a la entrada de aquel gran teatro. La puerta se abrió
y Rachel con una brillante sonrisa apareció tras ella.

–¿Llevan mucho tiempo esperando? ¿Por qué no entraron? –cuestionó la morena tras besar en la
mejilla a Beth y en los labios a su novia.

–No, amor. Acabamos de llegar –respondió Quinn mientras Beth asentía en señal de apoyo.

–Entonces no hay nada más que decir –dijo alegremente la cantante–. Vamos por ese desayuno.

Así, las tres emprendieron marcha hacia un café situado a pocas calles del teatro. Aquel café era
su favorito, pues estaba rodeado de plantas y te permitía disfrutar de la comida al aire libre.

Beth tomó con una mano a su mamá y con la otra a Rachel. La pequeña estaba algo intranquila
con la relación de su mamá y su novia, lo que la motivaba a tomar cartas en el asunto. Ella sabía
que ambas se amaban, pero no entendía por qué no se habían casado todavía. Su tía Frannie ya
estaba casada con su tío Jesse, lo mismo sus tías San y Britt, incluso su tío Kurt se había casado
con Blaine. Beth temía que su papá se terminaría casando con su tía Tay primero que Rachel y su
mamá. Ella incluso había escuchado una conversación de Camila con Rachel, donde su tía le decía
que estaba pensando en proponerle matrimonio a Lauren.

Ella apreciaba a todos sus tíos y, obviamente, estaba feliz por su papá y su tía Taylor, pero no
veía la hora para que Quinn le pidiese matrimonio a Rachel o viceversa, de esa forma ella sería
oficialmente hija de la morena y podría llamarla mamá o mami, para no confundirla, sin temor al
rechazo. Ya hace algún tiempo que Beth llevada conteniendo aquella palabra en su boca cada vez
que se refería a Rachel.

–¿Se van a casar algún día? –preguntó apenas se sentaron, sorprendiendo a ambas mujeres.

–Claro que sí –respondió Rachel sin atisbo de duda–. ¿Acaso no quieres que me case con tu
mamá, Beth? –cuestionó con inseguridad la morena.

–Obvio que quiero –dijo la pequeña rubia–. No entiendo porqué no lo han hecho aún. Casi todos
están casados menos ustedes y llevan siglos juntas.

–¿Siglos? –Quinn arqueó su ceja derecha, pero su hija no se amedrentó e imitó el gesto–.
Llevamos toda tu vida juntas, es verdad, pero eso son seis años de las nuestras...

–Seis años es mucho. Yo casi soy una adolescente –se quejó la niña–. Además su aniversario está
antes que mi cumpleaños.

–A veces me preocupa tu dramatismo, hija –comentó Quinn con una sonrisa–. Cada día se parece
más a ti –agregó mirando a Rachel.

–Yo creo que tiene bastante de ti, cariño –dijo Rachel viendo como la pequeña se cruzaba de
brazos enojada, enfatizando el arqueo de su ceja derecha–. Princesa, estamos comprometidas –la
morena le mostró su anillo a Beth como señal de ello–. Pero una boda lleva tiempo y entre mi
trabajo y el de tu mamá, es imposible planear nada.

–Llevan comprometidas desde que yo tenía esto –Beth mostró su mano señalando cuatro dedos–.
Han pasado... –hizo una pausa para contar con sus dedos, lo que provocó una sonrisa en Rachel y
Quinn–. Dos años –agregó–. Eso es mucho.

–Te prometo que antes que cumplas diez años, estaremos casadas –bromeó Quinn, depositando
un beso en la frente de su hija.

Las protestas de Beth se vieron interrumpidas cuando el camarero que acostumbraba atenderlas
les pasó la carta. La pequeña se percató que un niño algo mayor que ella se aproximaba
caminando, mirando hacia todos lados como si buscase algo, pero lo ignoró para centrarse en su
lectura. Hace poco tiempo había comenzado a leer por lo que aún le costaba un poco y le pidió
ayuda a su mamá, quien le dijo que ignorase la carta y pidiese lo que quisiera comer.

Las tres ordenaron y el tema del matrimonio quedó olvidado para centrarse en los detalles de la
obra de Rachel y el trabajo de Quinn.

Beth se percató que el niño que había visto minutos atrás se había aproximado a Rachel y en ese
momento sacaba algo de su cartera.

–¡Hey no saques nada! –gritó alertando a ambas mujeres y a todos los presentes de la situación.
El chico intentó correr, pero fue detenido por uno de los meseros del lugar. Rápidamente le
quitaron la billetera de Rachel y llamaron a un policía que estaba cerca del lugar.

Beth miró con rabia al niño que había intentado robar a su Rachel y el chico le devolvió la mirada.
El policía anunció que debía llevarlo a la comisaría y necesitaba que Rachel se trasladara al lugar
para prestar la declaración correspondiente. Ni Quinn ni Rachel parecían encantadas con la idea,
pero no se negaron a la petición.

Cuando llegaron a la comisaría, el muchacho a regañadientes dijo que su nombre era Jackson y
que era huérfano. El policía inmediatamente llamó a la asistente social del orfanato más cercano
para que fuese a encargarse del menor.

Rachel relató lo sucedido, pero insistió en que no era necesario nada más, pues ella tenía consigo
su billetera y no había daño alguno. Quinn no despegaba su mirada del chico, que parecía haber
perdido toda esperanza.

Beth sintió pena por Jackson, pues debía ser terrible no tener a nadie en el mundo. Había hecho
algo malo, eso la pequeña lo sabía.

Pero quizás él no tenía papás que le enseñasen que no debía hacerlo.

Los pensamientos de la pequeña se vieron interrumpidos con la llegada de una mujer de mediana
edad.

–¡Charlie! –exclamó la mujer con algo de decepción–. Te volviste a escapar –dijo dirigiéndose al
niño, obviando la presencia de los demás–. Y además me llaman diciendo que intentaste robar
una billetera –suspiró intentado calmarse–. Te lo advertí, Charlie. Te advertí lo que pasaría...

–Se llama Jackson –interrumpió Beth, corrigiendo a la mujer.

–No, su nombre es Charles. Charles Smith –aclaró la mujer que se identificó como asistente social
del gobierno.

–¿Charles? –preguntó Quinn asombrada, tocando su pulsera y viajando por unos instantes al
pasado. Rachel supo inmediatamente en qué estaba pensado su novia.

–Yo no quiero denunciar nada –dijo la morena–. Él se equivocó, pero no pasó nada...

–Charlie ha conseguido escaparse de todos los orfanatos en los que ha estado, lo mismo sucedió
las veces que estuvo en hogares temporales –explicó la asistente social.

–Ellos me odiaban y me pegaban, por eso me fui –exclamó el chico.

–Eso sucedió sólo en la primera casa. Y los denunciamos –aclaró la asistente social que respondía
al nombre de Mary–. En el segundo hogar no duraste ni un día. Te escapaste porque no querías
estar ahí.

–Ellos sólo querían el dinero –dijo el chico encogiéndose de hombros.

–El punto es que ya había sido advertido respecto de su comportamiento. Su caso ha sido
estudiado en más de una oportunidad y acaba de arruinar su última chance –comentó Mary con
evidente preocupación.
–¿Qué quiere decir eso? –preguntó Quinn–. ¿Qué va a pasar con él?

–Será enviado a un reformatorio. Pese a que normalmente se exige que sean mayores de 10
años, harán una excepción con Charlie.

El aludido fijó su mirada en el suelo, negándose a derrabar las lágrimas que amenazaban con
salir.

–¡No pueden hacer eso! –exclamó Rachel–. No podemos permitir que se lo lleven, Quinn.

La rubia asintió. Entendía el temor de Rachel, pues había sido ella quien le había relatado los
horrores del sistema de menores. En uno de sus cursos había realizado un trabajo sobre ello y
quedó perturbada con lo que descubrió. Los niños básicamente estaban condenados a vivir en la
miseria y la delincuencia. Una vez que ingresaban, no había retorno para la mayoría de los casos.

Miró a su hija que estaba aferrada a su cintura, como si tuviese miedo de que se la llevaran a ella
también. Charlie no debía ser mucho mayor que Beth, pero su espíritu lo aparentaba. Las
atrocidades que había debido apreciar el pequeño en su corta vida, probablemente lo habían
convertido en un ser mucho más retraído y maduro para su edad.

–Debe existir alguna opción –sugirió Quinn.

–Podemos llevarlo con nosotras, podemos convertirnos en su hogar temporal –declaró Rachel
sorprendiendo a ambas rubias.

–¿Qué? –preguntó Beth, pero la mirada de Rachel evitó que cuestionase algo más.

Aquella mirada suplicante de la morena le dijo a Quinn todo lo que necesitaba saber.
Probablemente aquella no era una buena idea, quizás se arrepentirían en el futuro, pero no podían
dejar que se llevaran al pequeño. Ambas sabían lo que pasaría después. Además, aquel nombre
debía ser una señal para ambas.

–No pueden llegar y convertirse en un hogar temporal –expuso Mary–. Ello lleva tiempo, papeleo
y entrevistas.

–Lo sé, pero podemos iniciar todo ahora –sostuvo Rachel.

–Le pedimos que no lo lleve ahora... dele una última oportunidad –pidió Quinn–. Podría pasar el
fin de semana junto a nosotras y usted podría visitarnos y ver que todo marcha bien. Así
apresuramos todo –sugirió.

–Usted sabe lo que le espera si lo envía a un reformatorio. Un niño necesita ser amado y nosotras
quizás podemos brindarle eso. No se lo niegue –suplicó la morena que sentía estaba ligada al
pequeño. Para ella las señales lo eran todo y que aquel muchacho de cabello y ojos castaños se
llamase Charles era una señal muy grande.

–Yo voy a llamar a la directora. Lo intentaré, pero no puedo prometerle nada, señorita Berry –dijo
Mary evidenciando que conocía a la morena.

Esperaron en silencio, disfrutando de un café que les había ofrecido el policía a cargo, quien
además, con algo de vergüenza, pidió un autógrafo a Rachel, pues su mujer era fan de Broadway
y había quedado fascinada con la obra anterior de la morena.
–¿Falta mucho? –la voz aburrida de Beth rompió el silencio.

–No sé, mi vida, pero esperaremos lo que sea necesario, ¿está bien? –dijo Quinn y la pequeña
asintió. Rachel depositó un beso en la mejilla de Beth y le dedicó una sonrisa.

Si bien Beth no supo qué la llevó a hacerlo, se acercó a Charlie que estaba sentado en una banca
diagonal a ellas, con su vista aún clavada en el suelo.

–No quería meterte en problemas, pero robar es malo –anunció Beth en un tono bajo, sentándose
junto a él, mientras Quinn y Rachel apreciaban la escena abrazadas.

–Lo sé... –respondió Charlie sin apartar la vista del piso.

Beth asumió que la respuesta del chico se refería a lo relativo a robar.

–¿Estás enojado? Porque no me gusta que la gente esté enojada conmigo –explicó la pequeña de
pelo rubio ceniza.

Charlie negó y Beth se impacientó un poco.

–Al parecer no hablas mucho. Mamá dice que yo hablo demasiado, como Rachel –declaró Beth,
ignorando el silencio que le brindaba el niño a su lado–. Ella es más silenciosa –agregó y Charlie
por fin la miró confundido–. Mi mamá, ella no habla mucho; es más como tú.

–Ellas te quieren. De verdad. No fingen hacerlo –manifestó Charlie en un murmullo.

–Claro que me quieren. Son mis mamás –sentenció Beth como si fuera una obviedad–. Bueno,
Rachel lo será cuando se case con mamá, pero lo harán pronto. O al menos, eso espero...

–No todas las mamás quieren a sus hijos. A mí mi mamá no me quiso –explicó Charlie, evitando
la mirada de la pequeña.

Beth se quedó en silencio, porque no tenía nada qué decir. Ella estaba segura que las mamás
debían querer a sus hijos. Su mamá la quería y siempre se lo decía. Nuna siempre decía que
amaba a sus tres hijas, incluyendo a su tía Taylor que tenía otra mamá también, pero estaba en
el cielo, según lo que le habían explicado. Nana amaba a su tía Abby y a su papá, pese a que él la
molestaba siempre. Todas las mamás que la rodeaban amaban a sus hijos.

–Quizás no era tu verdadera mamá –declaró Beth tras pensarlo un momento.

–¿Cómo? –preguntó confundido Charlie girándose hacia la rubia.

–Ya sabes, tu mamá de corazón –explicó la pequeña como si fuera lo más simple del mundo, pero
el rostro del muchacho le indicó que nunca había oído de ello–. A veces las mamás no te tienen en
la barriga, aunque aún no entiendo muy bien ese tema, pero ellas te llevan en el corazón. Otras
veces, tu mamá te lleva en la barriga y también en el corazón –señaló la pequeña repitiendo lo
que Rachel y su mamá le habían dicho más de una vez–. Mi mamá me llevó en la barriga y en su
corazón, pero Nuna sólo lleva a Taylor en el corazón, ella no estuvo en su barriga, porque tuvo
otra mamá antes –añadió–. Lo importante que importa es tu mamá de corazón, da lo mismo si te
llevó o no en la barriga. Quizás la tuya no te llevaba en el corazón.

–¿Quién es Nuna y Taylor? –preguntó intrigado el chico de pelo castaño.


–Nuna es mi abuela. Ella es la mamá de mi mamá. Y Taylor es mi tía y la novia de mi papá –
respondió Beth.

–¿Tu papá está de novio con la hermana de tu mamá? –cuestionó Charlie sorprendido y Beth
asintió–. Tu familia es bastante enredada.

–Para mí es normal... –dijo Beth encogiéndose de hombros–. ¿Qué edad tienes? Yo tengo seis.

–Ocho –señaló Charlie–. Pero cumpliré nueve pronto.

–Y yo cumpliré siete, pero primero debe pasar el cumpleaños de Rachel, Hanukkah, Navidad, el
cumpleaños de mamá y el aniversario de mamá y Rachel. Después de todo eso, yo cumplo años.

La conversación entre los niños se vio interrumpida por el regreso de Mary al lugar.
Inmediatamente, todos se pusieron de pie.

–Una oportunidad –declaró la asistente social–. Conseguí una oportunidad, pero deberán firmar
haciéndose responsables y el sargento actuará como ministro de fe –les explicó a Rachel y
Quinn–. Es tu última opción, Charlie, sino me obligarán a llevarte al reformatorio –dijo mirando al
pequeño con una súplica en la voz–. Si después de este fin de semana, siguen queriendo ser
hogar temporal de Charlie, comenzaremos todos los trámites. Eso sí, Charlie tendrá que volver al
hogar, pero podríamos gestionar que pasase algunos días con ustedes –añadió volviendo a dirigir
su vista a las mujeres–. Espero que entiendan la responsabilidad que asumen y a lo que se
comprometen.

–Claro que lo entendemos –señaló Rachel con una sonrisa–. El año escolar comienza en dos
semanas, si todo sale bien, ¿podríamos inscribir a Charlie en el colegio de Beth? Nos haríamos
cargo de los gastos, obviamente.

–Tendría que consultarlo con la directora, pero quizás deberían conversarlo con él primero –
explicó Mary.

La morena asintió y procedieron a firmar los papeles necesarios para poder cuidar al niño. Tras
unas instrucciones y despedidas, los cuatro se marcharon del lugar rumbo al mismo café que los
había unido, pues no habían alcanzado a comer nada. Charlie se veía esquivo y reacio a compartir
con ellas, pero parecía estar intentándolo al menos.

Luego de la insistencia de Rachel y Beth, se dirigieron al centro comercial para comprar nuevas
vestimentas para el chico. En un comienzo, la pequeña estaba divertida con la idea, pero poco a
poco comenzaba a molestarle la atención que le brindaban a Charlie. Entendía que lo quisiesen
ayudar, pero sentía que se estaban olvidando de ella y eso no le gustaba nada.

Cuando llegaron al departamento en el que vivían, Charlie parecía asombrado con todo. El niño
claramente no estaba acostumbrado a ese tipo de lujos. Pese a los reclamos de Beth, que alegaba
que se quedaría sin lugar para ensayar con Rachel, le dieron a Charlie el cuarto cercano al de
Beth. El departamento constaba de una gran sala, un comedor y una cocina, todo en un sólo
ambiente, pero la amplitud del lugar, permitía diferenciar claramente cada sector. Además
constaba de tres habitaciones, una en suite y las otras dos compartían un baño. Un baño más,
una vasta oficina y un extenso balcón con terraza completaban el lugar.

Luego de guardar la nueva ropa del chico en el armario, decidieron almorzar. Todo el tiempo,
Rachel y Quinn intentaron incluir al pequeño en sus conversaciones. Inclusive teniendo que hacer
callar a Beth. El timbre sonó justo cuando todos ya habían terminado sus respectivas comidas.
Quinn no alcanzó a abrir la puerta cuando la voz de Puck inundó todo el lugar.

–¡Papá! –gritó Beth corriendo hacia su padre. Rachel tomó a Charlie de los hombros en señal de
apoyo y seguridad. La morena, parada tras el niño sonrió a su amigo apenas él dejó a su hija en
el piso.

–¿Nuevo inquilino? –preguntó Puck confundido.

–Es Charlie. Vive con nosotros por el fin de semana. Mamá y Rach lo salvaron de irse a la cárcel
por robar la billetera del bolso de Rach –explicó la pequeña rubia a su padre, en un tono bastante
similar al que utilizaba Rachel cuando ellos iban en la secundaria.

–Es Rachel –corrigió Quinn a su hija–. Y no iba a irse a la cárcel –aclaró la rubia suspirando–.
Charlie está a prueba, en palabras de su asistente social. La idea es que podamos ser su hogar
temporal en un futuro próximo.

–Deberías realmente superar el tema del apodo, Quinn. Al menos con Beth, es tu hija –se burló
Puck, mientras Beth se refugiaba en él–. Así que Charlie, ¿eh? Cuando Quinn estaba embarazada
de Beth, con Rachel habíamos acordado que si el bebé que esperaba la rubia era un chico se iba a
llamar Charlie... pero fue una linda niña y Beth era el nombre en ese caso –comentó acercándose
al niño con una sonrisa de bienvenida–. No sabes lo bien que le haces a este grupo. Somos tan
pocos hombres y, honestamente, casi ninguno tiene mis intereses. La mayoría sólo ama el teatro
y los musicales. Sólo Hiram y yo disfrutamos de ver y comentar deportes. A veces, se suma Jesse
y el pequeño Luke, pero nuestra relación es extraña –explicó–. Dime que eres de los míos, por
favor.

–Me encantan los deportes –susurró el chico y Puck hizo un gesto de victoria–. ¿Hiram? ¿Jesse?
¿Luke? –preguntó confundido Charlie.

–Oh... tienes tanto que entender sobre nuestra extraña familia –dijo Puck, caminando hacia la
sala y pidiendo con su brazo que lo siguieran. Se acomodó en un sillón antes de hablar–. Hiram es
uno de los padres de Rachel. Es médico y realmente sabe mucho de basketball. Leroy, es el
nombre de su otro padre. Es el mejor abogado que conozco –expuso el castaño mirando a
Charlie–. Luke es el hijo de Frannie, la hermana mayor de Quinn y de Jesse, su esposo. Con
Jesse, bueno... no nos llevamos muy bien, porque se cree demasiado y olvida que fue un idiota en
el pasado.

–Di la verdad, Noah –exigió Rachel–. La razón por la que su relación está tensa no es esa, sino
que él te enfrentó por lo de Taylor. Actuó como el hermano mayor que es y está bien. Fuiste un
idiota en ese momento y te merecías el golpe...

–Taylor es mi hermana menor –explicó Quinn en un susurro, mientras de fondo su novia y Puck
seguían discutiendo–. Jesse es el marido de mi hermana mayor, Frannie. Puck cometió un error
hace unos meses y Taylor se molestó con él. Cuando Puck vino a buscarla, Jesse se lo impidió y lo
golpeó.

El niño sólo asintió intentando recordar los nombres y las relaciones. Realmente, él nunca había
conocido a tantas personas que estuviesen relacionadas de esa manera. Tampoco había conocido
a alguien con dos mamás o dos papás, aunque no le molestaba, en lo absoluto.

–¿Te quedas a cenar, papá? –preguntó Beth, que había guardado silencio hasta ese momento.
–No, monita –respondió Puck, dejando un beso en el cabello de su hija–. Sólo pasé a saludar.
Llegué hace unos minutos y ahora iré donde Taylor. Recuerda que el domingo te raptaré, así que
piensa en lo que podemos hacer ese día.

Beth asintió con una sonrisa. Su papá no vivía en la ciudad, porque trabajaba en una empresa
importante en New Haven, pero la visitaba todos los fines de semana y ahora, en vacaciones, se
quedaría durante quince días. La pequeña anhelaba que su papá consiguiese el traslado que había
solicitado por segunda ocasión ya.

Miró a su alrededor, e incluso con la presencia de Charlie, todo parecía encajar. Su papá se
casaría con Taylor, pero si vivía en la misma ciudad, lo podría ver sin problemas cuando quisiese.

Ella nunca lo había comentado, pero siempre había querido tener un hermano para jugar. Si bien
sus primos eran menores que ella, disfrutaba de su compañía. Lo malo era que no los veía todo el
tiempo, debido a que los adultos siempre estaban ocupados y ella vivía, hasta hace un año, en
otra ciudad. Charlie hacía que se imaginase cómo sería tener a otro niño viviendo con ella.
Aunque no le gustaba totalmente su presencia, quizás sería bueno que formase parte de su
familia, en un futuro. Beth no entendía por qué debían probar y luego Charlie tendría que irse,
pero los adultos para ella siempre complicaban las cosas. Suspiró y volvió a mirar a su alrededor.

Sí, definitivamente, todo parecía estar comenzando a encajar perfectamente.

XXIV. Charlie

El día anterior había sido uno de los más extraños que había vivido en su corta vida. Y eso que su
vida era bastante diferente a la de un chico normal de ocho años. Aquellas dos mujeres lo habían
salvado de un lugar al que le temía, aunque no lo admitiese nunca en voz alta. El problema era
que él ya no tenía esperanza. No sabía muy bien lo que era. A decir verdad, sí la tenía, en el
fondo, muy en el fondo, pero Charlie renegaba y se negaba una y mil veces a tenerla.

No, tener esperanza sólo hacía que al final todo doliese más.

Varias familias lo habían rechazado, otras se habían aprovechado de él. Al final, siempre se
encontraba solo.

Si ni tu propia madre te quiere... ¿qué puedes esperar de los demás?

Mary le había dicho una vez que era demasiado serio para ser un niño. Que no debía actuar con
tanta madurez y temeridad. Lo que Mary no entendía era que Charlie sentía que no tenía nada
qué perder. Le temía al reformatorio, es verdad, pero había aceptado que terminaría siendo su
destino.

Pese a todo, ahí se encontraba sentado en el borde de la cama ya hecha, completamente aseado
y vestido. Apenas se había despertado, había ido al baño que compartía con Beth e intentando
hacer el menor ruido posible, se había duchado y lavado sus dientes. Luego de vestirse, hizo su
cama tal y como había aprendido años atrás en el hogar. Supo el instante exacto en que alguien
se levantó, cuando ya estaba terminando de vestirse. Pensó que quizás se habían olvidado de él,
o quizás estaban conversando sobre su futuro... Quizás planeaban cómo decirle que debía irse.
Estaba seguro que el motivo por el cual nadie se había acercado a aquella habitación que le
habían designado, no debía ser algo bueno para él.
Pasó al menos veinte minutos sentado mirando a la pared, hasta que unos golpes en la puerta le
advirtieron que algo ocurría. Sin esperar mucho tiempo de respuesta, la persona entró en la
habitación. Aquella persona era Beth, vestida aún con su pijama.

–Hola –dijo Beth a modo de saludo y Charlie sólo movió la cabeza a modo de respuesta–. ¿Por
qué estás vestido? ¡Y también hiciste la cama! –señaló Beth sentándose junto al niño–. Hoy es
sábado de pijama... Rachel hace la comida y desayunamos en pijamas, luego vemos una película
y sólo nos vestimos si es necesario... o sea... ¡sábado de pijamas!

–No lo sabía... –susurró Charlie y sin voltearse a mirar a Beth, algo avergonzado preguntó–:
¿Crees que se molestarán?

–¿Molestarse? ¿Por qué? –contra preguntó Beth confundida.

–Porque me aseé y me vestí... y además hice la cama –respondió recordando las palabras de la
rubia.

–Claro que no –expuso Beth sonriendo–. Es sólo que... bueno... es sábado de pijamas –reiteró
como si aquello explicase todo.

Charlie le pidió que esperase un poco antes de tomar su ropa e ir al baño. Un minuto después
salió vistiendo el pijama que Rachel y Quinn le habían comprado el día anterior.

–¡Ahora estás perfecto! –exclamó Beth aplaudiendo y Charlie le sonrió al tiempo que volvía a
sentarse junto a ella.

–¿Y qué hacemos?

–Esperamos a que nos llamen –señaló Beth–. Rach prepara el desayuno para todos y mamá le
ayuda, pero se besan y hacen que todo se demore más –explicó con cara de total aburrimiento–.
¿Te puedo hacer una pregunta? Mamá dijo que debía darte tiempo para que hablases cuando
quisieses, pero soy muy curiosa –Charlie asintió, algo maravillado con el vocabulario de Beth.
Claramente no hablaba como ninguna niña de seis años que él conociese–. ¿Sabes algo de tu
mamá? Ayer dijiste que no te quería... pero quizás estás equivocado... quizás ella no sabe que no
tienes a nadie y que lo pasas mal... quizás sí es tu mamá de corazón ¿y tu papá?...

Charlie dudó antes de responderle a Beth, porque la pequeña parecía vivir rodeada de amor y no
quería ser él quién derrumbara todas sus creencias. Le había gustado su explicación sobre las
mamás de corazón, pero sabía que en el fondo la pequeña esperaba que todas las mamás fueran
mamás de corazón. Tampoco quería mentirle y aunque podía ser duro, ella seguiría teniendo a
sus mamás, su papá y su familia.

–Ella lo sabe y no me quiere –explicó Charlie, pero la mirada de Beth le dijo que debía explicarle
la historia–. Hace unos meses un chico del orfanato descubrió la forma de entrar a la oficina de la
directora. Él lleva años esperando por ser adoptado, pero ya es muy grande, tiene catorce, por lo
que nadie piensa que sea una buena opción. En la oficina están nuestros datos, incluso los
nombres de nuestros padres. Supuestamente es algo que no debemos ver, ni saber, pero Peter
quería algún nombre, quería buscar a alguien y tener una familia. Así que un día me pidió ayuda y
entramos. Y cuando vi mi nombre, tomé la carpeta y leí lo que decía –vio que Beth lo miraba con
los ojos abiertos, probablemente porque él había hecho algo que estaba prohibido–. Con esos
datos, Peter fue a la biblioteca y lo acompañé. Él buscó y encontró la dirección de mi madre. Mi
padre falleció en un accidente años atrás –suspiró recordando todo lo sucedido–. Peter fue
primero en busca de su familia y una tía le dijo que su mamá era muy joven y que habían
pensado que era lo mejor... una semana después, recibía visitas y estaban tramitado su adopción.
Así que yo fui en busca de ella. Ashley Jackson se llama –confesó y Beth inmediatamente recordó
el nombre que el chico había inventado–. Vive en una casa bonita, se nota que tiene dinero... yo
le dije quién era y ella me pidió que me fuera. Que nunca volviera. Que la habían obligado a
tenerme, pero que ella hubiese deseado que nunca hubiese nacido...

Charlie rápidamente secó las lágrimas que se escaparon de sus ojos. No quería llorar por ella.
Mary lo había retado cuando se había enterado de lo sucedido, pero luego lo había abrazado y le
había susurrado que Ashley era una mala mujer.

–¡Ella es mala! –sentenció Beth con rabia–. Deberíamos llamar a mi tía Tana, ella la podría
amenazar y golpearla –sugirió la niña haciendo reír a Charlie–. Sé que la violencia es mala, pero
ella es como una bruja de esas de los cuentos. ¡Y ellas nunca ganan!

El niño abrazó a Beth, porque no pudo evitarlo. Él no hacía esas cosas, pero no pudo contenerse.
La rubia se colgó de Charlie inmediatamente, abrazándolo con fuerzas.

–Yo puedo compartir a mis mamás y a mi papá contigo –señaló Beth con amabilidad–. Puedes ser
parte de nuestra familia. Aquí todos nos queremos.

–No creo que me dejen quedarme –susurró Charlie–. Además yo no necesito una familia. Nunca la
he necesitado –añadió levantando sus muros, poniéndose la carcasa que había dejado caer un
momento.

Rachel los llamó a desayunar, así que Beth no pudo contradecirlo. Mientras comían, el niño
apreció como Beth bromeaba con sus mamás, pero su mirada parecía herida. Charlie se negó a
creer que él era el causante de aquello.

Tras horas de comida y películas, el castaño estuvo seguro que los sábados de pijamas eran lo
mejor que existía. Pese a ello, se emocionó cuando Quinn sugirió que salieran a dar un paseo. El
destino, el zoológico. Rachel no parecía maravillada con la idea, porque según Charlie pudo
entender, los animales no deberían estar en jaulas, sino libres, siendo parte de la naturaleza.
Quinn le explicó que aquel lugar mantenía a los animales en grandes espacios, no en jaulas, pero
Rachel no dio su brazo a torcer. Según ella, haberles cocinado tocino en la mañana, había sido
una concesión muy grande.

Charlie se enteró durante el desayuno que Rachel era vegana, y pese a que Beth disfrutaba de
muchas de sus comidas, no cambiaba el tocino por nada, al igual que su madre. Beth le contó,
además, que ella era mitad judía y mitad cristiana, que los judíos no podían comer cerdo, pero
que a ella se lo permitían, porque lo amaba demasiado.

Cuando llegaron al zoológico, Charlie no podía parar de abrir sus ojos y su boca. El lugar era
maravilloso. Él amaba los animales y allí estaba lleno de distintos tipos, incluso de animales que
no sabía que existían. Mientras iban en el coche hacia el lugar, Beth le había explicado que quizás
algunas personas le pidiesen fotografías y autógrafos a Rachel, como había pasado en la
comisaría, porque la actriz había ganado mucha fama con su primera obra en Broadway e incluso
una nominación a un premio que Charlie no conocía, pero que al parecer era importante.

Recorrieron el lugar sin ningún problema, aunque el pequeño notó que algunos adultos le dirigían
miradas. Algunos parecían reconocer a Rachel, otros parecían apreciar a ambas mujeres y unos
pocos miraban cómo Quinn y la morena iban tomadas de la mano, dirigiéndoles miradas de
reproche. Beth parecía notar a los últimos, pues se giraba hacía ellos y arqueaba una de sus
cejas. Charlie decidió acompañarla y les comenzó a sacar la lengua.
Cuando estaban observando a los osos, unos de los pocos animales que les quedaban por
apreciar, una pareja mayor se acercó a Rachel y la felicitó por su obra. Luego miraron a Quinn y a
los dos pequeños junto a ellas y preguntaron:

–¿Ésta es tu familia? –no había juzgamiento en el tono, sólo curiosidad, por lo que la morena
asintió sonriendo–. Tu mujer es muy linda –agregó la anciana mirando a Quinn, quien se
sonrojó–. Y estos dos retoños son una copia de ustedes, ¡adorables!

Charlie notó como Beth mostraba su mejor sonrisa, acostumbrada a los cumplidos al parecer. La
similitud entre ella y su madre era evidente.

–Gracias –contestó Rachel y Charlie fue consciente de las palabras de la mujer. Rachel pareció
notar que él iba a decir algo, por lo que agregó–. Somos muy afortunadas de tenerlos.

Los ancianos asintieron y continuaron su camino. Charlie no pudo aguantarse las ganas de
preguntar por las palabras de Rachel.

–¿Por qué no los corregiste? ¿Por qué no les dijiste que no soy su hijo? –cuestionó confundido.

–¿Qué sentido tenía? –dijo la morena encogiéndose de hombros–. Beth tampoco es mi hija
biológica, eso no implica que la quiera menos o que no me preocupe por ella. Quizás me gustó la
idea de que pensaran que éramos una familia, los cuatro.

Quinn despeinó un poco el cabello del muchacho en señal de apoyo a las palabras de Rachel y
Beth lo tomó de la mano para llevarlo hacia los otros animales.

Charlie se encontró sonriendo, pensando que a él también le gustaba la idea de ser una familia.
Aunque aún no estaba listo para admitirlo. Todavía desconfiaba de lo que podía suceder en el
futuro.

Se despertó al día siguiente por ruidos que se producían en la habitación continua a la suya, en la
habitación de Beth. Recordó que el papá de Beth la recogería temprano aquel domingo, para
pasar el día junto a ella. Prefirió no interrumpir y luego de hacer su cama en silencio, se recostó
sobre ella. De pronto oyó la voz de Puck; no quiso, pero no pudo evitar escuchar la conversación
que mantenía con Quinn.

–¿De verdad no quieres que me lo lleve? Tu hermana está algo ansiosa por conocerlo. No sé cómo
se presentó aquí todavía. Bueno quizás sí sé –dijo Puck y Charlie escuchó insultos de parte de
Quinn–. Es la mujer con la que voy a casarme, Q –agregó–. En fin, si me llevo a los dos niños,
ustedes tendrían en departamento vacío para disfrutarlo.

–Sabes que la idea es tentadora, Puck, pero no puedo aceptar –reconoció Quinn–. Queremos
compartir con él y conocerlo. Además, la asistente social puede venir. Ayer llamó y quedó de
avisarnos si podría visitarnos o no.

–¿Y a la cena con Judy? Vamos a estar todos... –preguntó Puck.

–No, no creemos que es adecuado que lo conozcan. No aún –respondió Quinn de forma tajante.

Charlie sintió una opresión en su pecho y se reprendió por pensar que esta vez sería diferente.
Mientras antes aceptase las palabras de Ashley, más fácil sería todo.

Beth entró sin golpear la puerta y lo abrazó. Charlie se encontró respondiendo el gesto, segundos
luego de que se le pasara la impresión.

–Te voy a extrañar –expresó la pequeña–. Cuídalas y no hagas nada malo.

Yo también te voy a extrañar.

–Está bien –dijo Charlie en cambio con una sonrisa.

–No te vayas hasta que yo llegue, por favor –pidió Beth con ojos suplicantes.

–No lo haré –señaló el castaño–. Diviértete hoy.

–Lo intentaré –expuso Beth con su mejor sonrisa–. Ojalá la próxima vez puedas venir tú también.

Charlie se encogió de hombros, porque no tenía otra respuesta.

Quizás no haya una próxima vez.

Beth lo volvió a abrazar y él respondió el gesto con fuerza. No podía admitirlo en voz alta, pero la
pequeña ya se había ganado un lugar en su corazón.

Cuando Beth y Puck se marcharon, Rachel llamó a Charlie y le pidió si podían hablar los tres. El
niño aceptó y se dirigieron a la habitación de las mujeres. Quinn estaba recostada en la cama con
su computador portátil, pero al verlos lo cerró y les dijo que se acomodaran. Rachel se acostó al
lado de su novia y Charlie se sentó frente a ellas, en estilo indio, cruzando sus piernas.

–Beth habló con nosotras ayer –explicó Rachel tras unos segundos de silencio–. Nos contó lo
sucedido con tu madre biológica –añadió con cautela–. No queremos que te enojes con ella,
porque Beth sólo quería ayudar. Estaba preocupada y no podía dormir.

–Está bien –respondió Charlie, sin mirarlas. Su historia lo avergonzaba, pues demostraba lo poco
que valía, pues ni su madre lo quería.

–No, lo que ella te dijo no está bien –Rachel contradijo enfatizando la palabra "ella" con
desprecio–. Ningún niño se merece escuchar eso, ¿ok? –Charlie asintió aún sin mirarla.

–Cuando yo quedé embarazada de Beth era una adolescente –relató Quinn–. Ven, estás muy lejos
–pidió la rubia y Charlie se acercó. Quinn lo tomó de la mano y lo ubicó entre ellas–. Como decía,
era una adolescente y estar embarazada no estaba en mis planes –retomó la historia–. Mi padre
me dijo que debía abortar, cuando le respondí que no lo haría me echó de la casa. Yo no podía
abortar a mi bebé, pero sí pensé en la adopción... –agregó en un tono más bajo–. Gracias al
apoyo de Puck, Rachel y sus familias, y luego, con el de mi mamá, yo pude continuar y quedarme
con mi bebé –la morena apretó la mano de Quinn porque sabía que el tema aún era delicado.
Algunos recuerdos nunca dejarían de doler–. Esa es mi historia y quiero que la sepas porque es lo
justo, ya que Beth nos contó la tuya. Además quiero que entiendas que si esa mujer de verdad no
hubiese querido tenerte, hubiese encontrado la forma. Cuando Mary llamó le preguntamos sobre
ella. Esa mujer tenía mi edad actual cuando naciste. Estoy segura que ella pudo no tenerte, hay
formas; pero estás aquí y eso se lo voy a agradecer siempre, porque tú eres una personita
maravillosa...
Charlie no aguantó sus lágrimas y comenzó un sollozo silencio, pero que no pasó inadvertido para
las mujeres junto a él. Quinn lo rodeó con sus brazos y Rachel se sumó, abrazándolo con fuerzas.
El pequeño por primera vez en su vida se sintió realmente protegido y el sentimiento fue tan
abrumador que comenzó a llorar con ganas, liberando todos sus miedos escondidos.

–Vamos a luchar por ti, aunque no quieras ¿está bien? –preguntó Rachel una vez que el llanto se
mesuró, y el niño asintió–. Te vamos a ayudar y no te vamos a dejar solo, porque te llevamos acá
–agregó tocando su corazón.

La noche anterior, apenas Beth terminó de contarles lo sucedido, Quinn y Rachel, habían decidido
que le brindarían todo el amor que le habían negado a Charlie. Tras la marcha de la pequeña a su
habitación, Rachel abrazada fuerte contra Quinn, luego de derramar algunas lágrimas, afirmó que
aquello era el destino. Charlie pertenecía a su familia, ellas estaban seguras de eso.

–¿Por qué no quieren que conozca a nadie de su familia? –preguntó Charlie inseguro–. Escuché
cuando hablabas con Puck –añadió al percatarse de la cara de confusión de la rubia.

–No queremos colocarte en una posición complicada. Recién nos conoces a nosotras. No
queremos presionarte –explicó Quinn.

–¿Tú quieres conocerlos? –cuestionó Rachel.

–Me da igual –respondió el niño encogiéndose de hombros y evitando las miradas.

Quinn y Rachel comprendieron lo que escondían esas palabras y aquel gesto. Se sonrieron felices,
pues Charlie demostraba querer ser parte de aquella locura que ellas llamaban su familia.

Mary los visitó en la tarde, quedando feliz con el comportamiento del menor y prometió hacer
todo lo posible para agilizar las cosas, pero todos sabían que aquello sería complicado. Charlie les
informó que no estaba seguro de querer ingresar a un colegio de niños ricos como, según él, era
al que asistía Beth. Las mujeres le pidieron que lo pensara durante lo que duraba el verano, pero
ellas igual hablarían para conseguirle un cupo. Él decidiría si quería ocuparlo o no.

Charlie no quería sentir aquello que se había anidado en su pecho. Aquella sensación de
esperanza y de que todo saldría bien, generalmente significaba que algo malo luego iba a pasar.
Él realmente quería seguir visitando a aquella familia; es más, deseaba que se convirtiera en su
hogar temporal y, finalmente, en su familia. Quinn y Rachel no eran nada como su madre, y
aunque él sabía que nunca lo podrían querer como a Beth, se conformaba con lo que le pudiesen
brindar.

Apenas terminar de cenar, Charlie comenzó a impacientarse. Beth no había llegado y Rachel le
había comentado que siempre Puck la traía de regreso a la hora de la cena. Una sensación de
ansiedad lo invadió.

–¿No deberían haber llegado ya? –preguntó el niño a Quinn que estaba sentada leyendo un libro.

–Puck dijo que vendrían en unos minutos –respondió la rubia posando su mirada en Charlie.

–¿Hablaste con ella? Quizás le pasó algo... –cuestionó el castaño con algo de angustia.

–No, pero Puck no me dijo nada. Si hubiese pasado algo, me lo habría comentado. De hecho, si
algo le hubiese ocurrido Puck o mi hermana me habrían llamado al instante –explicó Quinn
acomodándose junto a Charlie–. Puck es su papá...
–¡Eso no significa nada! –interrumpió el menor con enojo–. Muchas veces llegaban niños con
golpes provocados por...

–Lo sé... –ahora fue el turno de la rubia de interferir–. Sé que no puedes olvidar en un par de días
todo lo que has vivido, pero te pido que confíes en mí cuando te digo que Puck es diferente. Él
preferiría herirse de la manera más horrible antes que lastimar a Beth; y por si eso no bastara, es
novio de mi hermana y ella adora a mi hija y la defendería de cualquier persona, incluso de
nosotros si fuese necesario.

Quinn no dijo nada más y Charlie no necesitó más palabras. El pequeño sintió como los brazos de
la rubia lo rodeaban y se refugió en su abrazo, confiando en ella.

–Puck me mandó un mensaje diciendo que tiene hambre, así que le calentaré algo de comida... –
comentó Rachel saliendo de su habitación, donde se encontraba ensayando sus diálogos–.
¿Abrazos y no me invitaron? –preguntó corriendo hacia ellos y abalanzándose sobre Quinn.

Charlie se rió, porque la morena de verdad era muy parecida a Beth, pero en una versión adulta y
más exigente. Siempre hablaba y llenaba los silencios que dejaban tanto Quinn como él. No
soportaba que le llevasen la contraria o no tener la razón. Quinn había dicho que era su amada
diva, y Charlie creía que aquel apodo le quedaba de maravillas.

Mientras Rachel calentaba la comida, Quinn y Charlie veían un documental sobre leones. La
morena parecía maravillada con la forma en la que su rubia y su –porque Rachel ya lo
consideraba parte de su familia– castaño encajaban; de la misma manera que Beth y ella lo
hacían. En eso, el timbre sonó y Rachel vio a Charlie correr hacia la puerta, seguido por Quinn.

–Es tarde –sentenció Charlie, después de abrir la puerta–. Beth debió llegar a cenar. Ya cenamos.

–Es una versión pequeña y masculina de Quinn –dijo una voz tras Puck, que Rachel y Quinn
reconocieron como la de Santana–. No tan pequeño como el hobbit, pero casi.

–¡Tía Tana! –exclamó Beth arqueando su ceja–. No hables así de Rachel –Charlie se cruzó de
brazos al comprender que se referían a la morena que lo había ayudado–. Pedí que papá me
llevara donde Nuna, por eso nos demoramos...

Charlie asintió, dejándolos pasar y sorprendiéndose al encontrar más personas esperando por
entrar.

–¿Qué hacen ustedes aquí? –preguntó una molesta Quinn, mirando a Puck.

–Beth –respondió Puckerman como si con eso explicase todo–. Cuando veníamos, Beth me pidió
que pasáramos por el apartamento de Judy, que se encontraba mágicamente acompañada por
Santana, Britt y Val. Al parecer, nuestra pequeña cosa perfecta llamó a su tía Tana desde el
teléfono de Tay y le pidió que fueran porque tenía noticias importantes... asumo que comprendes
a qué noticias se refería...

–Rachel, Quinn, hijas, ¿no piensan presentarnos? –inquirió Judy sonriéndole a Charlie.

La morena se acercó a Quinn y dejó un besó en su mejilla, para luego posar sus manos en los
hombros de Charlie, en un gesto que se había vuelto bastante habitual ya.

–Este hermoso caballero que ven aquí es Charles, pero pueden llamarlo Charlie y si todo sale
como planeamos que suceda, nos va a acompañar durante mucho tiempo –anunció Rachel–.
Charlie, cariño, esta es nuestra loca familia, que ahora también pasará a ser la tuya, aunque no lo
quieras. Ella es Judy o Nuna, que es como Beth la llama y es la mamá de Quinn. A su lado está
Taylor, hermana menor de Quinn y novia de Puck –ambas aludidas sonrieron al pequeño en señal
de saludo. Charlie vio como Taylor tomaba la mano de Judy y ésta la apretaba en señal de
excitación–. Esa hermosa rubia que ves frente a ti, es Brittany y es una de nuestras mejores
amigas –Quinn se quejó por el adjetivo y Rachel la calló con un corto beso–. La pequeña junto a
Beth es Valerie, y es hija de Britt y Santana –la pequeña de unos cuatro años sonrió con timidez,
era rubia de ojos celestes iguales a los de Britt–. Bueno y la que queda es Santana. Aún no sé
porqué la soportamos...

–Me amas y lo sabes, hobbit –Santana se burló y se encogió de hombros.

–Es verdad –admitió Rachel, que escuchó como Charlie se quejaba en un murmullo–. Está bien,
San puede decirme así, porque ella también me ama –la latina asintió–. En el fondo es adorable –
Santana rodó los ojos–. Sólo ve cómo se comporta con Britt y con Val –agregó Rachel y Britt le
guiñó un ojo al pequeño.

Todos caminaron rumbo al living y acomodaron de la forma que les fue posible. En el sofá de tres
cuerpos se sentaron en Rachel, Beth, Charlie, Quinn y Judy, en ese orden. En los sillones
aledaños, Santana y Brittany, a la derecha y Puck con Taylor, en el que estaba ubicado a la
izquierda. Val se sentó en el sobre la alfombra ubicada en el medio del lugar, pero cercana a sus
mamás.

–Tu hermana dijo que apenas regrese te golpeará por no avisarle –comentó Judy dirigiéndose a
Quinn.

–Habla de mi hermana mayor, Frannie –explicó la aludida a Charlie–. Nadie debía saber.
Queríamos disfrutar a Charlie sólo nosotras este fin de semana.

–Conoces a tu hija, Q –expuso Britt–. No sé cómo hiciste que Rae guardara el secreto.

Tanto la pequeña como la morena se cruzaron de brazos.

–¿Hiram y Leroy lo saben? –preguntó Judy–. Si no me llamaron probablemente, no deben saberlo


–analizó para sí misma–. ¡Muy bien, Rachel! –festejó y la morena sólo negó–. ¿Ves, Beth?, eso es
otra cosa más que ahora debes imitar de Rach...

–Rachel –corrigió Quinn, inmediatamente–. Y dejen de molestar a mis chicas. No le dijimos a Beth
que debía callarse y Rach no es tan mala guardando secretos.

–Mi segunda B –dijo Santana utilizando el apodo que le había dado a Beth–. No tiene la culpa
entonces. Ustedes deberían aprender a dar instrucciones... –sostuvo con burla–. Y el hobbit,
bueno, es una excelente actriz sobre las tablas, pero en la vida real miente muy mal. Es tan fácil
descubrir cuando oculta algo...

–Mentir es malo –murmuró Charlie, pero los cercanos a él lo escucharon.

–Sí, Charlie tiene razón. Mentir es malo y como Rachel es taaan buenaaa –dijo Beth alargando las
"a"–, ella obviamente miente mal.

–Son como las versiones en miniatura de Rachel y mi hermana –comentó Taylor mirando a los
pequeños.
–Faberry 2.0, pero versión familia, hermanos, o lo que sea –añadió Puck–. Mi hija aún no saldrá
con nadie. Ni ahora, ni en 100 años. Además no podrían vivir juntos...

–Charlie se convertirá en el hermano mayor de Beth y por lo que hemos apreciado, seguirá tus
pasos protectores con facilidad –explicó interrumpiendo Quinn, para luego agregar en voz más
baja–: y los míos...

–Más le vale al mini Q proteger también a mi bebé –advirtió Santana acariciando el cabello de
Valerie–. No quiero a ningún chicoo chica rondándola...

–San, Val apenas tiene 4 años. A su edad los niños piensan en otras cosas –comentó Britt,
ignorando, al igual que los demás, la mirada soñadora que la niña le dirigía a Charlie.

–Nunca es demasiado pronto para empezar a preocuparse –señaló Puck y Santana junto con
Quinn asintieron.

–Este trío no cambia más –expuso Judy, mientras Taylor, Rachel y Britt negaban.

–Lo peor es que están condenados, son padres de dos hermosas jovencitas –se burló Taylor–.
Estarán siempre rodeadas de admiradores, y no podrán hacer nada al respecto –los aludidos se
quejaron, mientras los demás se rieron de sus caras.

Charlie sólo sonrió deleitándose con la familiaridad existente entre todos ellos. Algo ajeno para él,
pero que disfrutaba en su magnitud. No había mentiras, ni gritos, ni reclamos de ningún tipo.
Cada segundo que trascurría, se convertía en un soplo más de esperanza para su alma.

En el fondo de verdad esperaba que esta vez, todo fuese diferente. Se veía en un futuro junto a
ellos, siendo parte de aquella familia tan particular. Quería cuidar de Rachel, Quinn y Beth;
deseaba convertirse en hijo y hermano por primera vez en su vida. Si tenía que comportarse de la
mejor manera que sabía, lo haría.

Costase lo que costase.

XXV. Flashes y diamantes

Las vacaciones se habían terminado, dando lugar a un nuevo año escolar para Beth y Charlie. El
niño se había negado a ingresar al colegio al que asistía la pequeña rubia, principalmente, porque
sentía que estaba atrasado con sus conocimientos y no quería pasar malos ratos, ni avergonzar a
Quinn y Rachel. Esto, obviamente, no lo dijo, pero tanto la morena como la rubia lo intuyeron. Por
lo mismo, decidieron que comenzaría clases con una profesora cada viernes por la tarde, apenas
llegase al apartamento. Todavía vivía en el hogar, pues los trámites aún no estaban listos, pero le
permitían pasar todos los fines de semana en casa de las chicas.

Cuando el primer mes de clases pasó y sólo quedaba una semana para el estreno de la obra de
Rachel, todos comenzaron a notar un cambio en la actitud de Beth. La pequeña estaba más
retraída y distante. No hablaba mucho del colegio y esto alertó a su madre y a Rachel, quienes
llamaron al colegio para saber si algo andaba mal, pero la respuesta que obtuvieron fue negativa.
Pese a ello, no perdieron de vista a Beth.

Charlie, quien notó inmediatamente el cambio, le preguntó qué le sucedía, pero Beth le dijo que
nada pasaba. Aquella respuesta no fue suficiente para el chico, así que un día rogó a Mary para
poder ir al colegio de Beth después de clases, argumentando que deseaba conocerlo ya que
estaba considerando cambiarse. La asistente social no estuvo muy de acuerdo en un principio,
pero terminó cediendo, pues era algo que podía beneficiar a Charlie.

Obviamente Mary no iba a permitir que fuese sólo, así que habló con Rachel sobre la intención
que tenía Charlie y la morena quedó fascinada con la idea. Dijo que llamaría a la directora para
que pudiese permitirle al niño conocer el lugar y, tras las súplicas de Charlie, aceptó guardar el
secreto de su visita a Beth. Así que al día siguiente, Charlie se encontraba caminando junto a la
directora del colegio, que amablemente le mostraba cada espacio de aquel recinto, mientras que
Charlie intentaba comportarse como el perfecto niño que no era. Tras un largo recorrido y una
charla casi unilateral por parte de la mujer, Charlie pidió si podía ir a saludar a Beth, aludiendo
que el timbre había sonado anunciando el recreo. La mujer, encantada con Charlie, aceptó y lo
guió hasta el lugar donde el nivel de Beth pasaba el tiempo libre, pidiéndole a una profesora que,
al terminar el receso, lo llevase de regreso a su oficina.

El pequeño castaño caminó hasta el grupo de Beth y cuando su vista se posó en la rubia, todo en
él se tensó. La niña se veía aparentemente bien, pero las lágrimas en sus ojos indicaban otra
cosa. Charlie la había aprendido a conocer y sabía que estaba nerviosa y temerosa. Apresuró sus
pasos y pronto se encontró cerca del grupo, aunque nadie notó su presencia.

–¿Te quedarás callada como siempre, rarita? –preguntó con burla un niño con pelo rojo como el
fuego.

–¿Te crees la mejor en todo no? Lameculos de la profesora –siguió una niña morena, algo más
baja que Beth.

–Yo no les he hecho nada –susurró Beth.

–Siempre queriendo destacar, sacando las mejores notas, recordando las tareas, creyéndote
mejor que nosotros, porque la novia de tu mamá fue nominada a un premio que ni ganó.
Estábamos mucho mejor sin ti. Te lo advertimos el año anterior, pero pareces no entender. Debes
dejar de ser tan tú o sufrirás las consecuencias –amenazó otro niño de pelo rubio.

–¡Hey! –levantó la voz Charlie haciéndose notar. Con el hombro empujó a uno de los niños para
llegar hasta Beth y abrazarla. La niña parecía paralizada ante su presencia–. ¿Quiénes se creen
que son para hablarle así?

–Quién eres tú, querrás decir. No te metas donde no te llaman –respondió el chico de pelo rojo,
pero sin tanta seguridad como cuando hablaba con Beth.

–Cualquier problema que implique a Beth, me afecta directamente a mí –manifestó Charlie–. Así
que les repito la pregunta y ahora quiero una respuesta –agregó calmadamente con la
superioridad que le permitía su edad y porte.

–Mira chico, nosotros no tenemos ningún problema contigo –dijo la niña morena–. No sé de dónde
conoces a Bethany, pero te recomiendo que no te quedes a su lado, es una real molestia.

–Charlie, vámonos –suplicó Beth.

–Es mejor que la escuches –comentó el niño de pelo rubio–. Es probablemente la única buena
idea que ha tenido en el último tiempo –se burló.

–Vuelve a decir algo así y te golpeo –sentenció Charlie.


–¿Ahora eres su guardaespaldas? –preguntó el niño de pelo como fuego, sintiéndose seguro por la
compañía de sus amigos, pues eran mayoría.

–No, soy su hermano –respondió Charlie de forma tajante para sorpresa de Beth.

–¿Su hermano? –cuestionó con algo de temor un niño de piel oscura.

–Sí, su hermano. Y justo hoy he decidido cambiarme a este colegio –anunció Charlie–. Y les voy a
dejar algo claro, más les vale dejar de molestar a Beth o se arrepentirán –expresó Charlie con
rabia–. No es una amenaza, es una advertencia que no querrán que se cumpla. Puede que sean
menores que yo, pero no tendré problemas en golpearlos si es necesario. Yo no golpeó chicas,
pero conozco varias niñas que sí lo hacen.

Los niños asintieron temerosos y se alejaron rápidamente. Charlie sabía que no dirían nada,
porque se exponían a revelar sus propios actos, así que no se preocupó.

–Pensé que confiabas en mí, que éramos amigos –dijo en voz baja Charlie, cuando quedaron solos
Beth y él–. ¿Por qué no dijiste que esto estaba pasando? Nadie debe tratarte así. Nunca. No debes
permitirlo. Debiste contarlo apenas pasó.

–Sí lo somos –rebatió Beth y luego hizo una pausa–. No quería preocuparlos –admitió–. Yo sé que
a veces tiendo a ser molesta. Tía Tana dice que es porque me parezco mucho a Rachel y que ella
era igual que yo cuando pequeña; pero ella me quiere igual y dice que eso me hace ser yo. Ellos
creen que yo hago cosas para molestarlos y no. Yo no hago nada. Ellos deberían hacer sus tareas,
no deberían molestarse conmigo por eso... Y mamá y Rachel están felices, todo está saliendo
bien, yo no quiero que eso cambie. Yo... –se calló y Charlie la abrazó con más fuerzas, pero sin
decir nada, sabía que Beth quería agregar algo más–. En mi otro colegio, en Nueva Haven tenía
amigos, aquí todo es distinto... a nadie parezco agradarle. Hay algunos niños que son amables,
pero no quieren que ellos los molesten, así que no se me acercan mucho...

–Ahora me tienes a mí. Yo te defenderé las veces que sea –afirmó Charlie y Beth lo miró
esperanzada.

–Dijiste que eras mi hermano y que te cambiarías a este colegio, ¿es verdad? –preguntó la rubia
con ilusión.

–Síp –respondió el chico de ojos color café de forma concisa–. Somos oficialmente hermanos de
corazón –anunció haciendo referencia a la explicación que tiempo atrás le había dado Beth–. Y
después de lo que acaba de pasar, puedes estar segura que me cambiaré. No pretendo dejarte
sola...

–Gracias –dijo sinceramente Beth dejando un beso fraternal en su mejilla–. No le digas nada a
nuestras mamás, por favor... No quiero preocuparlas.

Charlie asintió, porque no pudo emitir palabra tras la frase de Beth.

Nuestras mamás...

Aquellas dos palabras sonaban tan bien, que Charlie se permitió disfrutar de la agradable
sensación que se le instaló en el pecho. Esas tres mujeres estaban cambiando su vida para mejor.
No sólo con cosas materiales, era cuestión de observar la ropa que vestía en ese momento, sino
con cariño, seguridad, esperanza, felicidad y amor. Así que si tenía que cambiarse a aquel colegio
de niños ricos y estudiar más que nunca en su vida, lo haría. No se alejaría de Beth ahora que
sabía que la pequeña lo necesitaba.

El día del estreno había llegado y Rachel no podía más de los nervios. Su gran familia, incluyendo
a sus amigos por supuesto, se había asegurado de consentirla y aguantar cualquier tontería que
se le ocurriese decir. Luego, la habían llenado de cariño y siempre le habían asegurado que todo
saldría bien. Ella estaba segura de su talento y confiaba cien por ciento en la producción y en sus
compañeros; pero seguía siendo Broadway y ella aún no era una actriz consagrada, ni muy
conocida. Sí, la habían nominado a un Tony por su primer protagónico y había participado en
varias y exitosas obras off-Broadway, pero aquello en ese momento no le aseguraba nada.

En su camarín, las flores abundaban y cada tarjeta la había llenado de emoción. Sus papás junto
con Judy le enviaron un gran ramo con una tarjeta que decía: "Brilla como siempre estrellita.
Deslúmbranos con tu talento. Te amamos, papá, papi y Judy (tu mamá de corazón). Taylor y Puck
eligieron uno más pequeño con una tarjeta que decía: "A nuestra judía favorita. Lúcete como
siempre y asegura ese Tony. Te amamos". Los St. James Fabray no quisieron desentonar y
mandaron una gran buqué de flores acompañado por una tarjeta que rezaba: "Deslumbra a todos
los presentes con tu talento hermanita. Apenas termine la obra aplaudiremos más fuerte que
todos y pobre de aquel que se atreva a decir algo malo de la obra. Nosotros nos encargaremos...
Tu sobrino se ve hermoso y está ansioso por verte. Te amamos, pequeña". La familia López Pierce
no se había querido quedar atrás y también se habían hecho presentes diciendo: "Britt y Val
eligieron las flores, a mí me tocó la tarjeta. Tápales la boca a todos los que dudaron en algún
momento de ti, incluida yo. Eres la persona más talentosa que conozco después de mi Britt,
hobbit. Britt y tu ahijada dicen que te aman. Bueno, yo también". Kurt y Blaine habían sido algo
más concisos con un: "Diva, rómpete una pierna y brilla hoy. Te amamos". Lauren y Camila junto
con un hermoso ramo le habían escrito: "Llegó el gran día, deja de tu talento hable y olvida los
nervios. Disfruta como siempre lo has hecho. Te amamos". Mercedes, Sam, Finn, Artie, Tina y
Mike también se habían hecho presentes, pero el lugar de honor lo tenía el ramo de gardenias
cuya tarjeta versaba: "Hoy es tu gran día, pero también el nuestro. Naciste para estar sobre las
tablas de Broadway. Este es sólo el comienzo. Gracias por dejarnos formar parte de tu vida y de
esta experiencia. Seremos los primeros de pie aplaudiendo cuando se cierre el telón. Te amamos
infinitamente, tu futura mujer Quinn y tus dos pequeños, Charlie y Beth. PS: Ambos pequeños
dicen que no son pequeños y que borre esa parte".

La llamada en su puerta anunció que le quedaban 10 minutos antes de salir a escena. Se miró en
el espejo contemplando su espléndido maquillaje y vestuario. Recordó lo que guardaba en el
bolsillo de su bolso y su corazón se aceleró.

Sí, aquel era un gran día.

La volvieron a llamar y tras un suspiro se levantó, pues había llegado la hora del show.

Si los aplausos y las lágrimas en los ojos de su familia eran una señal, todo había salido
excelente. Todos habían dejado su vida en el escenario y la obra había trascurrido sin error
alguno.

Un perfecto inicio.
Sentada en su camarín, no podía más de la felicidad. Tres golpes en la puerta, le anunciaron que
la persona que esperaba había llegado. Se acomodó el vestido que había sustituido a su vestuario
y abrió.

Los brazos de Quinn la rodearon inmediatamente. Luego, fueron sus labios los que tomaron
posesión de su cabello, mejillas y finalmente de su boca.

–¡Estuviste brillante! –exclamó Quinn emocionada–. ¡Dios! No tengo palabras. Todo fue mucho
mejor que en los ensayos –agregó con sinceridad–. No puedo creer que tengas aún más talento
guardado en tu pequeño cuerpo. Estoy tan orgullosa de ti, amor. Tan feliz...

La rubia volvió a besarla con pasión y Rachel no se quejó. Jamás se quejaría ni se cansaría de
sentir los labios de Quinn sobre los suyos.

–Se sintió mejor que la última vez que estuve sobre un escenario. Es increíble que en cada obra el
sentimiento sólo crezca, nunca disminuye –dijo Rachel mirando a Quinn fijamente a los ojos–.
Estaba tan nerviosa... –confesó.

–Lo sé, pero nadie en el público pudo notarlo. Estuviste monumental, amor –aseguró con orgullo.

–Hoy definitivamente es un gran día –comentó Rachel y Quinn asintió–. Sé que los niños nos
esperan y que debemos ir a la fiesta, pero quiero hacer algo antes...

Quinn la miró confusa y Rachel sólo le sonrió, mientras buscaba en su bolso lo que necesitaba y lo
guardaba en su mano. El diseñador de su hermoso vestido negro de alta costura la mataría si se
enteraba que ella en aquel momento se estaba arrodillando frente a una perpleja Quinn. Su novia
vestía una hermosa pieza del mismo diseñador, pero su vestido era rojo y le quedaba de
maravillas.

–Sé que estamos comprometidas. Sé que, en teoría, esto no es necesario, pues sólo falta fijar la
fecha. Pero te mentiría si te dijese que no me afecta porque, al igual que Beth, a veces me pongo
un poco ansiosa por la falta de fecha. Sé también, que yo fui quien sugirió que esperásemos,
porque en aquel momento no estábamos en condiciones de organizar nada. Sin embargo, el
tiempo pasó y tú no insististe, y yo me dejé estar. Por eso hoy no te pido que te cases conmigo,
eso ya lo pediste tú dos años atrás. Hoy te pido que pongamos una fecha –dijo abriendo la cajita
en su mano, revelando que no contenía un anillo, sino un pequeño calendario. Quinn no pudo
evitar reír ante el objeto–. Me parece que nuestro aniversario es una buena fecha. El clima otoñal
sería perfecto...

Quinn asintió emocionada, sin poder encontrar las palabras correctas. Así que dijo lo primero que
se le vino a la mente.

–No puedo creer que te hayas arrodillado y me hayas pedido que fijemos una fecha, pero no me
hayas dado un anillo –se quejó falsamente Quinn–. Y también me parece una fecha perfecta...

–Deberías levantar el calendario –sugirió la morena y la graduada de Yale le hizo caso. Bajo el
mini calendario se escondía un anillo con un diamante mediado y otros pequeños a su alrededor–.
Cuando tú me pediste matrimonio escogiste este perfecto anillo para mí –explicó Rachel
señalando su dedo anular–, pero para ti elegiste una simple argolla. Eso no me parece justo.
Siempre hemos dicho que en nuestra relación somos iguales, no hay un "hombre y una mujer" –
hizo las comillas con los dedos–. Así que me tocaba a mí encontrar el anillo perfecto para ti.

–Es hermoso... perfecto –murmuró Quinn admirando la joya que ahora adornaba su dedo anular.
–Se están demorando mucho –Beth entró como un huracán al camarín sin golpear la puerta, pero
se detuvo al observar las lágrimas en los ojos de las mujeres frente a ella–. ¿Pasó algo malo? –se
giró hacia Charlie que había entrado tras ella intentando detenerla–. No se lo pueden llevar. Es mi
hermano. ¡No pueden!

El niño palideció ante las palabras de la pequeña rubia. Tanto Rachel como Quinn se apresuraron
a capturar a ambos niños entre sus brazos.

–Nadie se va a llevar a nadie –aclaró Quinn–. Te dije que debías dejar de ser tan dramática como
Rachel, cariño –susurró, pero la morena alcanzó a oírla y la golpeó en su brazo–. Si todo sale
bien, Charlie podrá vivir con nosotras muy pronto –añadió–. Mis lágrimas eran de emoción, de
felicidad. Rach me acaba de pedir que fijemos una fecha para nuestro matrimonio y me dio este
hermoso anillo.

–¿¡De verdad!? –exclamó Beth con excitación–. ¿Cuándo, cuándo, cuándo? Por fin se van a casar
y seremos una familia oficialmente y yo seré hija de ambas y podré llamarlas mamás a ambas y...
–balbuceó la niña, abrazando a Quinn con fuerzas, la que sólo rió ante las palabras y el estado de
su hija.

–Ahora sí que serán una familia –susurró para sí Charlie, pero Rachel lo escuchó y lo abrazó.

–Seremos –corrigió la morena–. Tú también formas parte de ella. A veces me sorprende tu


similitud con Quinn –comentó con una sonrisa–. Te diré lo mismo que le dije a ella cuando estaba
embarazada de Beth: no nos alejaremos. Por más que lo intentes, permaneceremos a tu lado.
Ahora eres parte de nosotras. Ya oíste a Beth, eres su hermano... y esa pequeña no permitirá que
lo olvides.

–No te robes a mi pequeño, comparte mujer –dijo Quinn fingiendo una voz–. Ahora que ya
estamos todos, ¡definitivamente debemos celebrar!

–Creo que es el momento perfecto para caminar la alfombra roja –anunció Rachel.

Al estreno habían sido invitadas diferentes celebridades, las que obviamente fueron fotografiadas
y entrevistadas antes de la obra, pero la producción, además, había organizado una alfombra roja
para la fiesta tras el estreno. Así la prensa podía entrevistar a los actores y a los distintos famosos
del espectáculo en general, sobre su parecer. La verdad es que todo el equipo estaba muy
confiado en el producto, así que esperaban recibir maravillosas críticas. Rachel, como la
protagonista, debía desfilar por la alfombra roja y fascinar a los periodistas con su ángel y
personalidad. Cuando se lo comentó a la rubia, su novia sólo le sonrió, pues para ella Rachel Berry
no necesitaba caminar por una alfombra roja para conquistar a nadie, sólo bastaba mirarla para
caer a sus pies. Pese a ello, la apoyó y aceptó acompañarla. Ambas estaban de acuerdo en que no
ocultar su relación a los medios, ahora que Rachel poco a poco comenzaba a volverse más
famosa.

Beth, al enterarse de la situación había exigido ser parte de aquel desfile. La pequeña no quería
perderse una oportunidad como esa. Quinn se negó, pero acabó cediendo, pues su hija convenció
a todo el mundo de que aquello sería una buena idea. Siendo fiel a la verdad, resistirse a las
súplicas de Rachel y Beth era algo imposible para Quinn. Charlie se había mostrado reticente con
la idea, pues obviamente, Beth había insistido en que el castaño debía acompañarlas. Él prefería ir
a la fiesta directamente con Leroy, Hiram y Judy, quienes lo habían mimado a más no poder y a
quienes sentía ya como sus abuelos. Las tres mujeres se negaron. Quinn le dijo que si ella tenía
que pasar por eso, mientras Rachel y Beth disfrutaban de los flashes, necesitaba a alguien que
sufriese con ella.

Así que ahí estaban, Quinn y Rachel de la mano, mientras que con la otra tomaban a Charlie y
Beth, respectivamente. La rubia más pequeña vestía un hermoso diseño color verde que hacía
que sus ojos resaltasen. El vestido era la mezcla perfecta entre ternura y sofisticación. El castaño
vestía un traje color petróleo que le quedaba a la perfección y que Leroy, Hiram y Puck le habían
ayudado a elegir para la ocasión. Se veía como todo un caballero.

Los cuatro esperaban en una zona designada, mientras aguardaban por su turno para desfilar por
la alfombra roja que llevaba al lugar de la celebración. Leroy había llamado a Rachel avisándole
que ya estaban todos en el lugar. Ellos no habían pasado por la alfombra, pues no eran conocidos.
Bueno, Britt lo era en el medio, ya que la bailarina había coreografiado varias obras, pero Val no
gustaba de las cámaras y Britt deseaba estar junto a ella, así que la rubia había declinado el
ofrecimiento.

Apenas les dieron la señal, comenzaron a caminar y los flashes casi los cegaron. Quinn sintió
como Charlie se tensaba y le susurró que todo estaba bien para tranquilizarlo. Posaron ante las
cámaras, siguiendo todos los pasos que el agente de Rachel les había informado. La morena sólo
tenía que dar dos entrevistas ante los medios más importantes. El resto las daría en solitario con
posterioridad. Rachel había conversado con su agente y Mary sobre cómo tratarel tema de
Charlie, pues era obvio que saldría a colación.

–Rachel, todos han alabado tu actuación hoy. ¿Cómo te sentiste? –le preguntó una periodista de
mediana edad.

–Realmente, como me siento cada vez que piso un escenario: en mi elemento. Me pone muy feliz
que al público le haya gustado la obra. Trabajamos mucho para ello –respondió la morena con
una sonrisa.

–¿Quién te acompaña hoy? –cuestionó nuevamente la periodista.

–Mi familia. Bueno, para ser más sincera, una parte está aquí a mi lado y la otra me espera en la
fiesta. Todo esto es un logro de ellos. Sin su apoyo, sin su fuerza probablemente yo no estaría
aquí –Rachel no ahondó más en el tema. Su vida privada era eso, privada.

Tras unas preguntas más, la entrevista concluyó y caminaron hacia el segundo periodista al que
Rachel debía enfrentar. Quinn y Charlie intentaban poner su mejor sonrisa, pero la verdad es que
querían que todo terminase pronto. Para Beth, en cambio, todo era maravilloso. Una preparación
para su éxito futuro.

–Rachel debo decir que me emocioné hasta las lágrimas. Una brillante actuación –alagó el
periodista, que vestía de forma algo extravagante.

–Gracias. Después de tanto trabajo es lindo ver los frutos –respondió la morena.

–Veo que te acompaña tu familia –comentó el periodista y Rachel asintió–. No sabía que tenías
otro niño más –desde que Rachel había comenzado a figurar en Broadway toda la prensa del
especializada sabía de la existencia de Quinn y Beth, ella nunca las había negado–. Eres una
madre muy joven y además, muy cotizada desde ahora. ¿Crees que vas a poder compatibilizar
ambas cosas?
Quinn, Beth y Charlie fruncieron en ceño ante la pregunta. Rachel, que era mejor actriz, pudo
evitar el gesto.

–Intento ser la mejor madre que puedo, mi edad no es un problema para ello. Respecto al trabajo
y los hijos, bueno, no veo que a ningún actor se le haya cuestionado nunca por eso. Al igual que
los hombres, las mujeres somos capaces de desempeñar ambos roles sin ningún problema. Y si en
algún momento tuviese algún conflicto, mi familia siempre irá primero –expuso la morena de
forma categórica.

El periodista sintió la tensión y quiso intentar despejarla centrando su atención en los menores.
Los niños siempre eran un punto a favor.

–¿Qué les pareció la actuación de su mamá, de Rachel? –cuestionó el hombre mirando a Beth y a
Charlie alternativamente.

–Fue la mejor, como siempre –respondió Beth con una sonrisa que podía iluminar una ciudad
entera–. Ella es mi actriz favorita de todo el universo.

El señor de vestimenta extraña sonrió ante las palabras de la niña y luego, extendió el micrófono
a Charlie.

–Eh... estuvo genial –fue todo lo que el pequeño pudo elucubrar debido a sus nervios.

–Es su primera vez frente a las cámaras, está algo nervioso –señaló Rachel, justificando la actitud
de Charlie.

–¿Y la novia? ¿O debo decir esposa? –preguntó el periodista ansiando tener una exclusiva.

–Novia aún –expuso Quinn–. Yo nunca seré muy objetiva para comentar algo que involucre a
Rachel. Amo cada una de sus actuaciones, ya sea en Broadway o en nuestra propia casa. Pero
creo que hoy brilló más que nunca –agregó orgullosa.

Luego de unos cuestionamientos técnicos, dieron por terminada la entrevista y la familia Fabray
Berry pudo por fin ingresar al lugar donde se desarrollaba la fiesta.

–Lo siento –dijo Charlie antes de caminar hacia todos los que los esperaban.

–¿Por qué, Charlie? –preguntó la morena preocupada, mientras Quinn le arreglaba el cabello a
Beth, pues algo se había soltado y algunos cabellos comenzaban a escaparse de su moño.

–Por no hablar. Me puse nervioso. De verdad odié todas esas cámaras y el tipo era un pesado –
explicó el pequeño de pelo castaño.

–No tienes porqué disculparte. Estuviste muy bien para tu primera vez. Quinn se quedó paralizada
la primera vez que un micrófono estuvo frente a ella. Y ya viste cómo ha mejorado. Tú también lo
harás. A ella sigue sin gustarle y tú puedes unirte a su grupo, pero con el tiempo todo te
provocará menos nervios –expuso Rachel con una sonrisa, para luego dejar un beso en el cabello
del menor.

–Por favor, vamos pronto donde están todos que quiero comenzar a bailar –pidió Beth y las tres
personas restantes sólo sonrieron y caminaron tras ella.
Rachel fue recibida entre las lágrimas de sus padres y Judy, y por las felicitaciones de sus amigos
y sus sobrinos. Todos se veían increíblemente orgullosos. Las sonrisas parecían estar pegadas en
sus rostros y sin ánimo de desaparecer. Ella no necesitaba más que esa aprobación por el
momento. La preocupación por las críticas comenzaría mañana, al despertar. Ahora sólo quería
dedicarse a disfrutar de su familia.

Quinn la abrazó como si de cierta forma conociese sus pensamientos y los aprobara. La morena
sonrío y se apoyó en su novia. Un solo gesto le bastaba a la rubia para hacer sentir a Rachel en
casa. Todos pensaban que el lugar de la diva era sobre las tablas, pero estaban equivocados. Su
lugar en el mundo era en los brazos de Quinn, junto a ella y a esos dos pequeños que le habían
robado el corazón. Podía sobrevivir sin todo lo demás si ellos estaban a su lado.

Ellos son los diamantes más importantes y los flashes más luminosos.

XXVI. Noticias

Quinn estaba molesta. Últimamente nada parecía salir de la forma que ella esperaba. Atrás había
quedado la emoción de fijar la fecha de la boda, del cambio de colegio de Charlie, del cumpleaños
del menor, del de Rachel y de Hanukkah, bueno, aquello no era del todo cierto, pues aún faltaban
3 velas por encenderse.

Sí, emoción era lo que sentía al recordar la sonrisa de Charlie cuando entró a aquella fiesta
sorpresa que Beth tanto sufrió para no revelar. El castaño parecía que nunca iba a dejar de
enseñar sus dientes, que sus labios se quedarían para siempre fijos de esa forma en su cara.
Rachel y Quinn no tendrían problemas con ello, esa sonrisa les iluminaba el corazón. Charlie
agradeció cada saludo y apreció cada regalo. Aquella noche lloró en los brazos de Quinn, sin dejar
de repetir que aquel había sido el mejor día de su vida.

Rachel le había informado a ambas rubias que Charlie nunca había tenido una fiesta de
cumpleaños, al menos, no una como las que ellas acostumbraban. Beth casi lloró de angustia. Su
cumpleaños era su fecha favorita de todas. Ese mismo día comenzaron a planear todo, pues
querían sorprender a Charlie con la mejor fiesta de todas. Con el menor apretado contra su pecho,
Quinn estuvo segura que lo habían logrado.

El cumpleaños de Rachel fue algo más calmado, pues la morena había finalizado el día anterior su
gran producción. Tras meses en cartelera, el telón se había cerrado por última vez y la diva sólo
quería descansar junto a su familia. Si bien la fecha en que anunciarían las nominaciones a los
premios Tony estaba lejana aún, las brillantes críticas recibidas auguraban que formaría parte de
las candidatas a mejor actriz y que la obra se llevaría al menos una estatuilla. Pese a que no hubo
una gran fiesta de celebración, Quinn organizó una pequeña reunión en su casa junto a su familia
y amigos para homenajear el aniversario del nacimiento de su prometida. Tras terminar su propia
celebración privada, Rachel abrazó a Quinn, pegando su cuerpo desnudo al de su novia,
agradeciéndole cada maravilloso detalle que había tenido para con ella no sólo ese día, sino todos
los anteriores.

La llegada de Hanukkah al día siguiente, había creado expectación en los menores del hogar
Fabray-Berry. Charlie seguía viviendo con ellas sólo los fines de semana, pues el juez no había
accedido a que ellas fuesen su hogar temporal si tenían deseos de adoptarlo. Pese a las protestas,
Leroy les explicó que debían respetar la decisión. Beth, una fiel seguidora de cada festividad que
existía, le explicó a Charles todo lo que sabía sobre aquella importante celebración judía. También
le informó que él debía convertirse a esa religión y al cristianismo, pues ella era una devota judía-
cristiana y su hermano debía serlo también. Ningún adulto fue capaz de decir a la pequeña que
ambas religiones no eran compatibles. Todos sabían que finalmente, lo que Beth valoraba era
poder recibir regalos por Hanukkah y Navidad, no el motivo de esas celebraciones. Charlie,
confundido sólo asintió. Así, ambos pequeños estaban emocionados cuando encendieron la
primera vela del candelabro. Charlie no podía dormir ese día, pues era lunes, pero le solicitaron a
Mary que permitiera que el pequeño cenase junto a ellas al menos, y la asistente no puso
oposición.

De eso ya 5 días casi. Los cuatro días anteriores habían sido un completo desastre. Nada parecía
salir bien. La noche anterior Quinn había discutido con Rachel frente a sus amigas. Todo por unos
simples vestidos. Su novia estaba volviéndose una verdadera noviazilla. Kurt a cargo de todo lo
relacionado con la organización, la había llamado implorando para que Rachel le diese un respiro.
Por eso, cuando aquel viernes por la noche, mientras disfrutaban de una conversación junto a sus
amigas como cada mes, Quinn explotó. La rubia no podía entender cómo Rachel quería prohibirle
asistir a la boutique el día siguiente. Se suponía que ambas buscarían sus perfectos vestidos para
su perfecta boda juntas, pero al parecer la morena había cambiado de opinión aduciendo como
motivo principal, que aquello les daría mala suerte. La ex porrista intentó explicarle a su novia
que ella no creía en esas cosas y que si quería, ella no vería el vestido, pero que al menos podían
compartir el día junto a sus amigas. Los horarios de las chicas impedían que pudiesen designar
días distintos para cada una y, honestamente, a Quinn le parecía una pérdida de tiempo.

Finalmente acordaron, gracias a la intervención de sus amigas, que todas irían con Rachel en
búsqueda de aquel maravilloso vestido, mientras Quinn y Lauren iban al hogar en busca de un
cuaderno que Charlie había olvidado, para luego pasar el tiempo junto a los chicos en el parque.
Luego, almorzarían todos juntos y Rachel junto con Camila se quedarían a cargo de los pequeños,
mientras la rubia iba con sus amigas, sus hermanas y su madre en búsqueda de su vestido. Los
hombres tenían obligaciones ese día, pero Kurt había prometido pasar a ver a Rachel en la tienda
al menos un momento y Puck junto con Jesse, se reunirían con las morenas en casa de Rachel
para ayudarlas con los niños.

–Cambia esa cara –dijo Lauren apenas llegaron al hogar junto a los pequeños. Charlie
rápidamente se había alejado en busca de lo que necesitaba, mientras que Beth y Val lo habían
seguido de manera más calmada. Luke se había dormido en el camino, así que Mary les había
sugerido que lo recostaran en su oficina, mientras ella lo vigilaba.

–No sé cómo soportaré todo esto hasta el día de la boda –comentó Quinn con desgana–. Rach
siempre ha sido una diva, pero lo de ahora supera toda actitud. Quiero a mi novia de regreso –se
quejó.

–Pronto se le pasará. Cuando note lo mal que tú lo estás pasando, bajará sus revoluciones. Sabes
que eres su prioridad, siempre –señaló Lauren–. En un momento pensé que yo me terminaría
casando antes que tú. Parecían las eternas comprometidas...

–Te pareces a Beth –expuso Quinn–. De pronto comenzó con esta urgencia por nuestro
matrimonio... pero lo admito, yo también lo anhelo. Quiero que el día llegue y poder verla caminar
hacia el altar... quiero ver sus ojos y su sonrisa tan expresiva. Estoy segura que voy a llorar.

–Creo que todos lo haremos. Hemos sido parte de su historia todos estos años... si no fuese por
ustedes quizás yo no estaría con Camz... –recordó Lauren.

–En eso te equivocas, ustedes estaban destinadas, pero admito que quizás ayudamos a apresurar
las cosas –sonrió Quinn.

Lo cierto era que Rachel obligó a su novia a implementar el plan que ella denominó "Hacer
Camren una realidad", pues según la morena Lauren nunca daría el primer paso si no recibía un
empujón. Por eso, cuando las chicas visitaron a Rachel en Nueva York, Quinn viajó especialmente
para llevar a cabo la idea de su novia. Básicamente el plan consistió en convencer a las chicas de
ir a un pub donde Rachel sabía que no les pedirían identificación y solicitar la ayuda de un
compañero en NYADA. El chico coqueteó con Camila casi toda la noche, hasta que Lauren no pudo
más con sus celos. Luego, ambas chicas fueron encerradas en la habitación de Rachel y lo demás
fluyó. Sí, era un plan bastante infantil, pero Quinn jamás cuestionaba las ideas de su novia
cuando se ponía en plan de celestina. De hecho, agradecía que Taylor y Puck no hubiesen
necesitado ayuda para confesar sus sentimientos, porque sino su novia hubiese decidido intervenir
aún más de lo que ya lo había hecho con sus muchas indirectas.

–¿Por qué se demoran tanto? –preguntó Lauren sacando a Quinn de sus pensamientos. Lo cierto
es que la rubia no se había percatado del tiempo trascurrido.

–Quizás deberíamos acercarnos al patio trasero, ahí Beth siempre va a jugar –sugirió Quinn.

Pelinegra y rubia se dirigieron al mencionado lugar, pero justo cuando se acercaban a la puerta
que las llevaba hasta el patio, escucharon voces infantiles cargadas de un tono algo beligerante,
por lo que se detuvieron a oírlas bien antes de intervenir.

–Te olvidarás de nosotros y romperás tu promesa. Todo por culpa de ella –dijo una voz enojada
que ninguna de las mujeres reconocía.

–No lo haré, y no culpes a Beth de nada, Cam –respondió con fuerza la voz de Charlie.

–¿Por qué no somos todos amigos? Mamá dice que es lindo tener amigos –la voz infantil de
Valerie parecía ajena a la tensión.

–Mejor vamos en busca de mamá, Charlie –pidió la voz de Beth y a Quinn se le apretó el corazón.
Su hija se refería a ella como la mamá de ambos. La sonrisa fue inevitable.

–Ella es tu mamá. ¡Charlie es huérfano, como nosotros! –afirmó la voz del mismo niño que ni
Lauren ni Quinn conocían.

–No, Charlie es mi hermano. ¡Te guste o no! Eres un pesado, deberías estar feliz por él. Charlie
ahora sonríe todo el tiempo. Está alegre –contradijo Beth y ambas mujeres notaban la frustración
en la voz de la pequeña.

–¡Me prometiste que nos cuidarías! –se quejó el niño que respondía al nombre o apodo de Cam–.
¡Prometiste que no nos dejarías solos!

–Cameron... –Charlie suspiró–. No los abandonaré. Ni siquiera los papeles están listos... y cuando
me adopten los seguiré visitando... Mira a Isabella, está asustada...

Aquello fue suficiente para Quinn, que miró a Lauren para señalarle que debían intervenir. Apenas
cruzaron la puerta, el cuerpo de Beth chocó contra ella. Valerie se encontraba sentada jugando
con un cubo, sin prestar atención a su alrededor. Charlie estaba erguido frente a un chico castaño
que debía tener la edad de Beth, quizás un año más y que tenía de la mano a una pequeña cuyo
pulgar parecía no querer abandonar su boca. El corazón de ambas mujeres se encogió ante la
imagen. Los dos menores parecían un retrato de la desolación.

–¿Son tus amigos, Charlie? –preguntó Quinn intentado saber algo más sobre la situación.

–Sí, ellos son Cameron y su hermana Isabella –respondió Charlie presentado a los dos pequeños.
Ambas mujeres sonrieron a modo de saludo.
–Pero qué linda señorita –dijo Lauren acercándose a la pequeña, que rápidamente se escondió
tras su hermano.

–No se acerque –advirtió Cameron de manera defensiva–. A Isabella no le gustan los extraños.

Lauren asintió sin dejar de mirar a ambos niños. Quinn observó la actitud de su amiga y supo que
el gran corazón de la pelinegra estaba sufriendo ante la situación. Ella había tenido la misma
reacción cuando se enteró de la realidad de los menores que vivían en orfanatos y nuevamente lo
había apreciado cuando conoció a Charlie.

–Isabella poco a poco se dará cuenta que no somos extraños –dijo Quinn sin borrar su sonrisa–.
Quizás podríamos hablar con Mary para que les permita acompañarnos. Iremos al parque y luego
a almorzar. Es hora de que conozcamos a los amigos de Charlie –agregó y miró a Lauren, quien le
asintió.

–¿En serio podemos llevarlos? –preguntó con emoción Charlie.

–No perdemos nada con intentarlo –expuso Quinn encogiéndose de hombros–. Eso sí, tendrían
que ir en el coche con Lauren y Val... y tendríamos que ver si Mary tiene sillas que nos pueda
facilitar.

Sin esperar respuesta, Quinn caminó hacia la oficina de Mary ignorando los murmullos de Beth
relativos a lo molesto que era Cameron. La rubia sabía que era complicado para los niños
entender los trasfondos y sufrimientos que hay detrás de cada historia, así que decidió dejar
pendiente su conversación con Beth sobre lo importante que era apoyar a Charlie y a los demás
pequeños.

La paciente asistente social sonrió ante la petición de Quinn y le indicó que la metería en
problemas, pero que podían llevarse a los hermanos. Además, les facilitó dos sillas que instalaron
en el coche de Lauren junto a la de Val. Así, partieron rumbo al parque y Quinn sintió que su día
había mejorado sólo al observar la sonrisa de su pequeño.

–Mary dijo que Cameron tenía siete años y la pequeña, tres –comentó Lauren una vez que se
sentaron en un banca, observando a los niños jugar. Cameron estaba junto a su hermana
ayudándola a llegar a la caja de arena, sin intenciones de dejarla sola–. Isabella no habla, Quinn.

–¿Es muda? –preguntó la rubia con cautela. Observando como Luke en su silla de paseo parecía
querer despertar de su larga siesta.

–No, le hicieron los exámenes correspondientes y no lo es. De hecho, según Mary balbucea cosas,
pero sólo a Cameron. Sufrieron mucha violencia en su hogar antes de llegar al orfanato. Al
parecer, padre drogadicto y madre alcohólica. Temen que aquello pudo haber repercutido en
Isabella, durante su gestación –explicó la pelinegra.

–Es increíble cuánto lograste saber en aquellos minutos con Mary –dijo Quinn con una sonrisa.

–Más increíble es el tiempo que te lleva acomodar tres sillas para coche –respondió Lauren
igualando la sonrisa de su amiga, antes de que su rostro cambiara a uno más serio–. Siento que
debemos hacer algo por ellos, Quinn. Son amigos de Charlie y han sufrido tanto, se merecen
amor...

–Entiendo cómo te sientes, es frustrante saber que hay tantos niños que sufren cosas así y que
hay adultos que los hieren sin más, pero ya todo el tema con la adopción ha sido tan engorroso,
que dudo que nos permitan hacer algo más. No sé porqué el juez se demora tanto en concedernos
la adopción. ¿Acaso no ve lo feliz que es? –Quinn estaba frustrada y su voz lo evidenciaba–.
Tengo miedo que se lo lleven...

–¿Lo has conversado con Rachel? –preguntó Lauren y Quinn negó–. Quizás está así por lo mismo.
Quizás libera su frustración con el tema convirtiéndose en una noviazilla. Pero no tiene de qué
preocuparse, Leroy dijo que obtendrían la custodia y debemos confiar en él.

–Pero ni siquiera el juez nos dejó ser su hogar temporal –se quejó la rubia–. Charlie es nuestro.
Cada día siento que se parece más a Rachel físicamente y Rach dice que es igual a mí en su
actuar... No podemos perderlo... Míralo con Beth –indicó fijando su mirada en el pequeño que
ayudaba a Beth a columpiarse–. Ellos son hermanos y ningún juez va a cambiar eso. Si me tengo
que fugar con ellos, lo haré...

–Tu novia es una estrella de Broadway, ¿y tú pretendes pasar desapercibida en una fuga? Sin
mencionar que tanto ella como Beth son incapaces de mantener un secreto... –comentó Lauren
riendo.

–Sí, quizás no sea una buena idea... –acordó Quinn–. Y quizás tengas razón con lo de Rachel,
puede que ese sea el motivo de su actuar.

Lauren asintió sonriendo, pero aquel gesto se borró inmediatamente de su rostro al observar a un
par de niños molestar a Cameron e Isabella. Vio que Charlie ayudaba a Beth a bajarse e imaginó
que el niño iría a defender a su amigo, así que decidió intervenir. Quinn vio a su amiga levantarse,
tomó la silla de paseo donde Luke dormía y se dispuso a seguirla.

–Así que váyanse de este lugar, es nuestro y huérfanos no están permitidos –escuchó Lauren
decir a uno de los niños y la sangré le hirvió. Quinn supo por la postura de su amiga que la rabia
estaba creciendo dentro de ella y apuró su andar.

–¿Qué está pasando aquí? –preguntó Lauren con seriedad.

–¿Quién es usted? Porque Cameron no tiene mamá, todos en el colegio saben que vive en aquel
orfanato junto con la muda –respondió el niño más bajo evidenciando que no tenía ningún respeto
por sus mayores.

–El que vivan en un orfanato no significa nada respecto de sus familias. Y aunque no tuviese
mamá, eso no es motivo para que lo trates distinto ni a él ni a su hermana. Este parque es
público y todos los niños pueden jugar en él –aclaró con énfasis la pelinegra.

–Quizás tiene razón, mírala tienen el mismo color de ojos. Puede que sea su mamá o su tía –
murmuró el chico más alto, Lauren lo escuchó y se sorprendió. Cameron e Isabella tenían los ojos
verdes, pero no eran nada similares a los suyos, que según su novia variaban acorde la ocasión.
Quizás en ese momento, producto de la rabia que la embargaba eran de un fuerte verde, como
los de Cameron y su hermana.

–Y no quiero que vuelvan a repetir que Isabella es muda, porque no lo es. Ella puede hablar, sólo
que no pierde el tiempo con niños como ustedes –sí, Lauren sabía que aquel era un comentario
bastante infantil, pero no le importó...

–¿Te están molestando, Cam? –aquella pregunta anunciaba la presencia de Charles.

–Llegó el otro huérfano... al menos éste ya no va a nuestro colegio –comentó el niño más bajo.
–Mira niño, ya te dije que el hecho que vivan en un orfanato no significa nada. Charlie tiene una
familia que lo adora –Lauren sentía que esos dos niños acabarían con su paciencia en cualquier
momento.

–Eso es verdad –afirmó Charlie–. Mi mamá y mi hermana están aquí y te lo pueden reiterar si
tienes alguna duda –Lauren no pudo evitar mirar a Quinn que estaba cerca de ellos, sosteniendo
la silla de Luke, con Beth y Val a sus costados. La rubia tenía lágrimas en los ojos.

–Si los vuelvo a ver molestando a mis pequeños, a cualquiera de ellos –advirtió Lauren–. No seré
tan simpática y me quejaré con sus padres. Les aseguro que al menos una semana de castigo
recibirán. Ahora vayan a jugar a otra parte.

Ambos niños, algo atemorizados asintieron y se alejaron rápidamente del lugar.

–Acias... –susurró Isabella abrazándose a la pierna de Lauren. La pelinegra luego de su shock


inicial, tomó a la pequeña entre sus brazos y la acurrucó contra ella.

–Estás en problemas –le dijo Quinn a Lauren cuando se reunieron.

–Lo sé, lo sé –respondió la chica de ascendencia cubana–. Pero, ¿por qué no nos centramos mejor
en el hecho que tu chico se refirió a ti como su madre por primera vez? Al menos podrías intentar
atenuar esa sonrisa gigante que tienes –se burló.

–Me dijo mamá –expuso Quinn como si Lauren no hubiese oído nada. La chica de ascendencia
cubana sólo asintió con una sonrisa–. Charlie me dijo mamá...

Y con una palabra todo lo malo que había sucedido los últimos días se esfumó de la vida de Quinn.
Una simple palabra que lo significaba todo. Una palabra que involucraba tantas otras. La rubia
dejó de pensar en aquel juez y en aquellos trámites que tanto demoraban. Su hijo le había dicho
mamá y eso era lo único que verdaderamente importaba.

Encontrar el vestido perfecto para uno de los días más importantes de tu vida puede
transformarse en una tortura. Si a eso le sumas el divismo y dramatismo propio que implica
llamarse Rachel Berry, la ecuación puede ser horrorosa.

Rachel y sus amigos lo sabían, así que aquel día se habían levantado con el mejor de los ánimos.
Lo que nadie pudo prever fue el hecho que no necesitaron más de tres vestidos para encontrar el
indicado. Simple, elegante y con personalidad. Apenas Rachel se vio en el espejo supo que la
búsqueda había terminado. No le importaba el precio, aquel vestido tenía que ser suyo. La opinión
fue compartida y unánime apenas puso un pie fuera del probador. Una de las dependientas
agendó una visita tres semanas antes de la boda para la prueba final, luego de acordar todos los
arreglos que debían hacerle al vestido para que le quedase a Rachel como un guante.

Aprovechando el tiempo que tenían, se dedicaron a ver zapatos y joyas que pudiesen mejorar sus
atuendos. Rachel y Quinn habían decidido que sus damas de honor llevarían unos sencillos
vestidos color rosa pastel. Santana había protestado al igual que Lauren, pero nos quejas no
duraron mucho. Taylor les había recordado que se trataba de una fecha especial para Quinn y
Rachel, así que debían someterse a sus elecciones.
Tras recorrer durante más de dos horas distintas tiendas en busca de los accesorios perfectos, las
chicas se dirigieron al lugar acordado para almorzar. Kurt se había marchado hace al menos una
hora hacia su trabajo, pues tenía asuntos importantes que solucionar.

Rachel quería ver a su novia, tras la pelea la noche anterior y algunos desencuentros días antes,
las cosas no andaban de lo mejor. La morena sabía que ella era en gran parte la culpable. Su
humor había sido el peor. Quería todo perfecto para su boda con Quinn, es verdad, pero en el
fondo lo que la inquietaba era la lentitud con el tema de la adopción de Charlie. La diva se había
cuestionado ya varias veces el porqué. Y cada conclusión a la que llegaba era peor que la anterior.
Imaginarse la posibilidad que aquel juez no aceptase su solicitud de adopción era aterrador. No
quería hablar con Quinn de aquello, porque no deseaba atemorizarla. Si bien Leroy había
asegurado que todo saldría bien y Rachel confiaba en su papi, el temor no dejaba de rondarla.

–¿Esas son las chicas? –la voz confundida de Taylor sacó a la morena de sus pensamientos.

–¿Cómo es que mi hermana y Lauren se vayan al parque con cuatro niños y regresen con seis?
Sabía que Quinnie no había aprendido bien la regla de no robar –bromeó Frannie, recibiendo una
reprensión de parte de Judy.

–¿Por qué mi novia trae a una niña en sus brazos? –preguntó Camila sorprendida–. ¿No crees que
ellas secuestraron a esos dos pequeños, cierto? –añadió mirando a Rachel.

–¿Qué? ¿Estás loca? Claro que no –respondió Rachel.

–Quizás Lau hizo la "gran Britt" y te consiguió una hija, Mila –se burló Taylor recibiendo un golpe
de Santana, mientras Brittany sólo soltó una risita.

La "gran Britt" era la acción que trajo a Valerie a la vida de las López Pierce. Cuando las chicas
tenían diecinueve años, Brittany como regalo de aniversario había ido a una clínica y se había
inseminado con un donante anónimo de rasgos similares a los de Santana y de ascendencia latina.
Había utilizado el fondo que sus padres le había creado para la universidad y que ella no había
tenido que ocupar debido a sus becas. Santana casi sufrió un infarto al enterarse, pero con el
tiempo se volvió la mujer más feliz del planeta. El día del nacimiento de Val había sido sin duda
uno de los más felices de su vida. La pequeña tenía la mayoría de los rasgos de Britt, cosa que
encantaba a Santana.

–Hola –saludó con una timidez impropia Lauren, mientras la niña en sus brazos escondía su rostro
entre el cuello y hombro de la chica.

–Hola, mi amor –correspondió Camila, acercándose a su novia para besar sus labios–. Lolo,
¿quién es esta señorita tan linda? –preguntó casi con adoración. La verdad era que tanto Camila
como Lauren eran encantadoras con los niños. Sus amigas no dudaban un minuto en dejarles sus
hijos a su cuidado.

–Ella es Isabella y él es su hermano, Cameron –explicó Lauren algo sonrojada.

–Son mis amigos –añadió Charlie y Rachel volteó su mirada hacia el pequeño que sonreía
agradado.

–Nos van a acompañar hoy –aseguró Beth–, aunque él no es muy agradable –agregó recibiendo
una mala mirada del niño en cuestión.
Antes de que algo más pasara, Judy les pidió a los niños que la acompañaran y comenzaran a
acomodarse en las mesas que les habían reservado. Los adultos siguieron rápido las instrucciones
de la mujer mayor y también se ubicaron en los asientos que sobraban.

–¿Me puedes explicar qué está pasando? –pidió Rachel retrasando a Quinn, evitando que siguiese
el rumbo de sus amigas.

–Cuando fuimos al hogar, Charlie tuvo una pequeña discusión con Cameron. Beth obviamente
estuvo involucrada. Al parecer nuestro pequeño era su protector en el lugar. Le pedimos permiso
a Mary para poder traerlos, no hay problema –explicó la rubia–. Aunque no puedo decir lo mismo
de Lauren y, por ende, Camila. Isabella tuvo una conexión con Lauren, ¿sabes? Y creo que
nuestra amiga no podrá resistirse a ella, ni a la terquedad de Cameron.

–¿De verdad lo crees? –cuestionó Rachel y Quinn asintió sonriendo, luego la mirada de la rubia se
posó en Charlie y su sonrisa se amplió aún más. El gesto no pasó desapercibido para Rachel–. ¿A
qué se debe esa tremenda sonrisa?

Quinn volvió su mirada a Rachel, sin dejar de sonreír.

–Charlie me dijo mamá –respondió Quinn y Rachel no pudo evitar formar una "o" con sus labios
producto del asombro–. Estaba discutiendo con unos niños en el parque y dijo que yo era su
madre…

–Eso es… eso… wow… –balbuceó Rachel con lágrimas en los ojos–. Tengo miedo de perderlo,
Quinn –confesó la morena, sin poder contener sus temores.

–No lo perderemos –aseguró la rubia–. Sé que no es momento para hablar de eso, pero quiero
que sepas que también estoy aterrada y no entiendo por qué el juez tarda tanto. Pese a todo, hay
algo que nadie puede cambiar: nosotras somos su familia. Él lo siente así. Un juez no podrá
quitarle eso. Y si lo intenta, lucharemos con todo.

Rachel se refugió en los brazos de su novia, absorbiendo sus palabras. Amándola aún más por ser
su "caballero de la armadura de plata", siempre dispuesta a espantar sus temores. Sabía que
todavía necesitaban conversar sobre su situación actual, pero las palabras de Quinn se habían
convertido en las mejores noticias que Rachel podía desear. Así que tomó la mano de su novia y
se dirigió a la mesa donde el resto de su familia la esperaba.

XXVII. Decisiones inesperadas

–¿Sí? –dijo una voz adormilada al contestar el teléfono.

–¿Te desperté? –preguntó la persona del otro lado de la línea.

–Un poco… ¿pasó algo? –cuestionó asustada la voz ya más despierta. Fijó la vista en el reloj sobre
su mesita de noche y agregó–: Son las ocho de la mañana, ¿estás bien?

–Ponme en speaker, necesito decirles algo –dijo la persona emocionada, pero se escucharon
algunos reclamos de otra voz que bien conocía–. Necesitamos decirles algo, las dos…

La mujer miró al otro lado de su cama y le dolió despertar a quien dormía a su lado, se veía
tranquila y con tanto trabajo se merecía descansar, pero sus amigas nunca la llamarían a esa hora
por algo sin importancia.
–Amor, las chicas necesitan hablar y contarnos algo, despierta –pidió moviendo al cuerpo a su
lado.

–¿Quiénes? –preguntó con voz ronca producto del sueño la persona a su lado.

–Nosotras –respondieron en conjunto ambas mujeres del otro lado de la línea al saber que
estaban en speaker.

–¿Chicas? ¿Qué pasó? ¿Están bien? –cuestionó de pronto muy despierta la persona que antes
estaba dormida.

–¡Nos casamos! –gritó la pareja con alegría.

–¿¡Qué!? –esta vez la pregunta fue formulada por las voces conjuntas de las personas que yacían
en aquella cama.

–Notamos los problemas que conllevaba organizar la boda y decidimos venir a Las Vegas para
casarnos de inmediato.

–¿Están ebrias? –preguntó la mujer que había contestado la llamada.

–Un poco quizás –respondió la castaña, mientras su ahora mujer soltaba unas risitas–. Queríamos
avisarles de inmediato, porque son importantes para nosotras y estamos prolongando la llamada
a nuestras familias.

–¿No le avisaron a sus familias? ¿Están solas? ¡Dios mío! –se quejó la segunda voz que no
entendía la actitud de sus amigas, especialmente conociendo a sus familias.

–No les avisamos, pero no estamos solas –respondió la mujer de ojos café–. Tay y Puck están con
nosotras, decidieron aprovechar la ocasión y…

–¿También se casaron? ¿Me están diciendo que mi hermanita viajó con ese idiota a Las Vegas y se
casó? Dile Camila que él es un hombre muerto. Que yo misma lo voy a partir en pedacitos, para
luego revivirlo y entregárselo a Frannie, quien hará lo mismo. Después vendrá Jesse, Charlie, mi
mamá y finalmente Beth. Y dile a Taylor que la encerraremos en un convento. Sí, ¡en un
convento! –gritó Quinn.

–Amor, tranquila –pidió Rachel, acariciando la mano de su novia.

–Camz, ahí tienes una reacción similar a la de mi hermano, ¿aún quieres llamarlo? –dijo Lauren y
Rachel no pudo evitar sonreír. Tuvo que contenerse al ver a su rubia echando humo por sus
orejas, figurativamente hablando–. Y no, no están casados, exagerada –aclaró la ojiverde de
cabello castaño, pues no se lo había vuelto a teñir negro–. Vinieron como testigos y aprovecharon
de disfrutar de unas mini vacaciones, nada más. Puck no es tan temerario y Taylor jamás se
casaría sin ustedes presentes.

–Me alegra saber que Noah lo tiene claro –expuso Quinn sin dar su brazo a torcer–. Jesse te va a
querer matar, Lau. Y Clara… y tu papá… Para qué hablar de los tuyos, Camila…

–Lo sabemos –respondieron ambas latinas–. Pero no queríamos pasar por todo ese estrés. Nos
amamos y eso es lo único que importa. Queríamos legalizar eso, nada más. Obviamente,
queremos celebrar con ustedes, pero sin caer en todos esos preparativos. Camila no los quería y
yo, menos. Ahora somos mujer y mujer, y queremos festejar eso.
–Es su decisión, chicas. Nosotras estamos felices por ustedes –manifestó Rachel, comprendiendo
las aprensiones de sus amigas–. Pero no piensen ni por un segundo que se escaparán de la
celebración.

–¿Estás loca? Celebración es mi segundo nombre –bromeó Lauren.

–Yo creía que era Michelle –Quinn y su sarcasmo hacían presencia–. Quiero pedirles algo. Quiero
que en nuestro matrimonio bailen el vals con nosotras y luego, con sus familias. Se los pido
principalmente por Jesse. Saben nuestra historia, pero he aprendido a quererlo y sé que va a
estar muy resentido por no haber formado parte de su unión, regálenle ese baile al menos.

–¿En serio? –preguntó Camila y la rubia afirmó–. Por mí no hay problema. ¡Maldición! Estoy algo
arrepentida de no haberle dicho…

–Camz, él nos hubiese detenido y nos hubiese convencido, ambas lo sabemos –expuso Lauren–.
Amo a mi hermano, pero fue nuestra decisión. Y Quinn, gracias por eso. Claro que bailaremos…
así que prepárense, pensamos practicar bastante para opacarlas.

–Ni lo sueñes. Yo he tomado clases de baile desde que tengo 4 años y Quinn era porrista y posee
un talento natural –se jactó Rachel.

–Y nosotras somos latinas, llevamos el ritmo en la sangre –contradijo Lauren.

–Tu esposa aún tiene problemas para coordinarse al caminar. Yo creo que estamos bien –se burló
Quinn.

–Bueno, vamos a dejar esta conversación hasta acá. Ustedes tres son personas muy competitivas,
y yo no quiero seguir escuchando más bromas respecto a algunos tropiezos que yo he tenido en la
vida –comentó Camila–. Que tengan un buen domingo, chicas. ¡Nos vemos en la semana!

–Ojalá Jesse no se tome la noticia muy mal –dijo Quinn tras cortar la llamaba con las recién
casadas.

–No creo, él sabe cuánto se aman las chicas. Y como dijo Lauren: es su decisión –señaló Rachel
acomodándose en el pecho de su futura esposa. Aún quedaban algunas horas para que los niños
se levantaran y desayunaran en familia, pero ambas estaban despiertas ya, así que lo mejor que
podían hacer era disfrutar del momento.

–Creo que deberíamos almorzar tacos –señaló Beth mientras veían televisión en la sala, tras un
prolongado desayuno.

–¡Amo los tacos! –exclamó Charlie.

–Recién desayunamos, no puedo creer que estén pensando en comer nuevamente –comentó
Rachel.

–Estamos creciendo –se encogió de hombros el único hombre de la casa.

–Mis pequeños casi adolescentes –se burló Quinn–. Comimos tacos el viernes para la cena, así
que no. Yo creo que Rachel debería cocinar esa lasaña vegana que tan bien le queda.
–¡Yo preparé el almuerzo ayer, Quinn! –se quejó la aludida, mientras los dos pequeños reían.

–Y yo preparé el desayuno hoy y los invité a cenar ayer, por tanto, es tu turno nuevamente.

–Está bien, aunque aún creo que es injusto –acordó la morena–. Iré a buscar un poco de jugo y
revisaré si tenemos todos los ingredientes. En caso contrario, ustedes van a comprarlos.

–Ya escucharon a su madre, si faltan cosas deben ir a la tienda –bromeó Quinn, sorprendiendo a
Rachel por el término empleado.

–Pero la tienda está muy lejos, ¡y nosotros somos niños! –exclamó Beth, sin cuestionar el
apelativo utilizado por Quinn.

–Pero ma', ni siquiera tenemos bicicletas para movilizarnos, ¿cómo pretendes que vayamos? –
preguntó Charlie. Quinn sólo le sonrío, porque aún no se acostumbraba a que el pequeño la
llamase así–. Mamá, ¿puedes decirle a mamá que ella nos debe llevar? –agregó el castaño
mirando a Rachel.

–Eh, claro –dijo una perpleja Rachel. La morena definitivamente no se acostumbraba a ser
llamada de esa manera. Sólo había ocurrido en pocas ocasiones. Es más, Charlie parecía haber
decidido comenzar a llamarlas así esta semana, pues el viernes fue la primera vez que le dijo a la
cantante de esa forma.

–Es extraño –murmuró Beth.

–¿Qué es tan extraño, mi pequeña diva? –cuestionó Quinn acariciando el cabello de su hija.

–Que Charlie las llame a ambas mamá –contestó Beth y Charlie la miró avergonzado–. No está
mal –aclaró de inmediato al ver la expresión del castaño–. Es sólo confuso. Creo que una debería
ser mamá y la otra, no sé, mami o algo así. Para distinguirlas… sino, me confundiré…

–Tienes razón –afirmó Charlie–. Pero, ¿cuál será cuál?

–¿De verdad están complicándose por algo así? –preguntó Quinn negando, para luego mirar a
Rachel–. ¿Te das cuenta lo que nos espera cuando sean adolescentes?

Rachel ignoró a su novia, para centrarse en sus pequeños. Para la morena aquel amor era algo
tan mágico y diferente. Su sangre no corría por ninguna de sus venas, pero al igual que le sucedía
con sus padres, aquello no tenía importancia. Su corazón les pertenecía y si el tema nominativo
era importante para ellos, lo sería para ella. Ser llamada de una manera tan importante remecía
su corazón, pero no de forma trágica, sino como una canción de cuna. De esas que te calman y te
llenan por completo.

–Puedes llamarme cómo quieres, Charlie –dijo la morena–. Cualquier nombre estará bien.
Siempre que sea algo que sientas de corazón.

–Yo te llamaré mami, mami Rach –sostuvo Beth con una sonrisa y Rachel sintió que sus ojos se
llenaban de lágrimas–. Si Charlie será mi hermano y su hijo, yo también puedo comenzar a
llamarte así, ¿cierto? No debo esperar hasta la boda, ¿o sí?

–Puedes llamarla así desde ahora, Beth –expresó Quinn al notar cómo su novia era embargada
por la emoción–, pero será mami Rachel, Rach es un apodo que sólo yo puedo ocupar, ¿cuántas
veces debo decírtelo?
–¡Quinn! –se quejó Rachel.

–¿Qué? –se encogió de hombro Quinn, mientras simulaba un puchero.

–¿Mami, a ti no te molesta? –preguntó Beth haciéndole ojitos a Rachel y Quinn supo que estaba
perdida. La morena negó sonriendo–. ¿Ves? A mi mami Rach no le molesta.

–Me da lo mismo. ¡Rach es mía! Deberías agradecerme por compartirla contigo –Quinn le sacó la
lengua a su hija.

–¡No es tuya! Es mía también –Beth se quejó y su voz se quebró.

–Beth, tu mamá te está molestando –explicó Rachel, mientras abrazaba a la pequeña rubia–. Yo
no soy propiedad de nadie, porque no soy una cosa. Mi corazón les pertenece a los tres –agregó
mirando a Charlie–. Tu mamá disfruta de molestarte cuando le llevas la contraria. Ojalá madure
antes que tú, esa es mi esperanza.

–¡Rach! –se quejó ahora Quinn–. Beth tiene entender que yo merezco más tu amor. Al final, yo
decidí pasar toda mi vida a tu lado, no ella –Rachel negó al comprender que su novia pretendía
seguir molestando a la pequeña.

–Yo también pasaré toda mi vida junto a ella –arguyó Beth.

–¿La escucharon? –preguntó Quinn–. Para que después no salga con que tiene novio o se va a
casar…

Rachel volvió negar, mientras Charlie reprimía una sonrisa. Beth, por su parte, estaba cruzada de
brazos, en una actitud muy similar a la que había adoptado su madre segundos antes. La morena
decidió que era tiempo de ir por ese jugo y revisar si tenían todo para el almuerzo, pues sino
tardarían mucho en ir a la tienda y volver a preparar la comida.

Recién acababa de servirse el jugo cuando el timbre sonó anunciando que tenían una visita.
Rachel se extrañó, pues no esperaban a nadie ese día. Habían comido con Judy, Jesse, Frannie y
Luke el día anterior y Brittany junto con Santana y Val los esperaban a la hora de la cena, por lo
que no sabía quién podía estar llamando a su puerta.

Cuando la morena se disponía a caminar hacia la entrada, Charlie gritó que él abriría.

–¿Dónde están? –la voz de Jesse invadió el hogar Fabray-Berry.

–¿Qué pasa, Jesse? –preguntó Quinn al ver el rostro alterado de su cuñado.

–¿Qué pasa? ¿Qué pasa, me preguntas? Pasa que mi hermana se fue a Las Vegas y se casó con
esa otra… ¡Esa en la que yo creía que podía confiar! –exclamó enojado–. ¡Y todo es culpa de
ustedes! Ustedes las ayudaron a estar juntas, si no fuera por ustedes, esto no habría pasado.

–Jesse, cálmate –pidió Rachel llegando hasta el lugar, observando cómo Frannie negaba
suspirando, mientras sostenía a Luke entre sus brazos.

–No me pienso calmar. ¡Mi hermanita se casó y yo no estuve presente! –alzó la voz Jesse.

–¡No voy a dejar que le hables así a mis mamás, tío Jesse! –exclamó Charlie en defensa de sus
madres, quienes sólo sonrieron.
Jesse inhaló y exhaló para luego concentrarse en el pequeño.

–Tienes razón, Charlie –admitió Jesse–. No debería haberles hablado así, pero es que estoy
dolido, ¿sabes? –añadió rodeando al pequeño con su brazo izquierdo–. Imagínate que Beth crece
y tú sólo quieres que sea feliz. Luego ella encuentra a alguien que la hace feliz, alguien que va a
estar antes que tú en su corazón, y lo aceptas porque lo importante es que sea feliz –Charlie
asintió mirando a Jesse atentamente–. Pero un día te llama para contarte que se casó y tú no
estuviste presente. Tu hermanita no te dejó formar parte del día más importante de su vida. Del
día que consagraba su felicidad.

–Beth no me haría eso –aseguró Charlie.

–Eso creía yo también –contradijo Jesse–. Y mírame, mi hermana acaba de llamarme para
decirme que se casó…

–No es que no te quisiese allí. Ella sabía que tú querías que tuviera la boda de ensueño y que la
convencerías de eso, pese a que ella sólo quería casarse con Camila –explicó Rachel con Luke
ahora en sus brazos. El pequeño adoraba a la morena y a madrina, Quinn.

–Si me hubiese explicado que eso era lo que quería, la hubiese apoyado –dijo Jesse.

–No, la hubieses intentado convencer para que cambiara de opinión. Es tu hermana pequeña,
quieres que tenga la boda de princesa que crees que se merece. Y te entiendo, es decir, cuando
Lauren me dijo que Tay y Puck estaban allá con ellas, yo también colapsé.

–¿¡Qué!? –gritó Frannie–. ¡Taylor se casó con Puck y no nos dijo nada! ¡Está loca! ¡Voy a matarlo!
¡Voy a cortarlo y luego lo coseré para que todos ustedes lo vuelvan a cortar en pedacitos! ¿Por
qué estamos acá? ¡Deberíamos estar en un avión rumbo a Las Vegas! –miró sorprendida a Rachel
que estaba riendo a carcajadas–. ¿Me podrías decir qué te parece tan divertido, Rach?

–Rachel –corrigió Quinn, rápidamente.

–Que me sorprende lo similares que son con Quinn –explicó la morena, mientras intentaba
controlar su risa–. Mi novia reaccionó de la misma manera, es más, creo que hasta dijo eso de
cortar a Noah en pedacitos –besó la mejilla de Luke que se reía junto con ella–. Pero no será
necesario. No se casaron, sólo fueron de testigos. Tay como mejor amiga las acompañó y
aprovechó de tener una escapada romántica con Noah. Nada más.

–Menos mal… Puck al parecer no es tan idiota –dijo Frannie más calmada–. Ahora te entiendo
mejor, amor –agregó abrazando a Jesse–. Si quieres no les contamos nuestra noticia y
entenderán un poco cómo te sientes.

–¿Qué noticia? –preguntó Quinn.

–Estamos embarazados nuevamente –confesó Jesse con una sonrisa en su rostro tras unos
segundos de cómplice silencio con su esposa. Una sonrisa que tenía reservada para Frannie y
Luke, y ahora al parecer, para su nuevo bebé.

–¿Voy a tener otro primo? –preguntó Beth, sorprendiendo a los demás con su presencia.

–Sí, dentro de unos siete meses más –contestó Frannie.


–¡Felicitaciones! –exclamó Rachel abrazando a la pareja. Abrazo al que se sumaron todos los
presentes.

–Y no las castiguen –expuso Quinn–. Saben que ese par ama a los niños. Es más, Lauren se
desvive por Luke. Y ya nos prometieron que bailarán el vals con nosotras. Tu hermana pretende
que bailes con ella ese día.

–¿En serio? –preguntó Jesee.

–Claro que sí –respondió Rachel–. Ellas van a celebrar su unión, quizás no con la fiesta que
esperabas, pero tendrán un pequeño festejo. Pero nosotras las haremos parte de la nuestra, así
ustedes tienen la posibilidad de vivir ese momento. No será una boda doble, pero sí una
celebración doble.

–Gracias, chicas –dijo sinceramente Jesse. Podrían llamarlo anticuado, pero él quería para su
hermana todos esos rituales que involucraba la celebración de un matrimonio.

Comenzaron a hablar sobre el nuevo bebé que llegaría a la vida de los St. James Fabray. Frannie
les comunicó que pretendía pedirle a Taylor que fuera la madrina de su nuevo hijo, pues Quinn
había sido elegida como madrina del pequeño Luke. Lauren también era su madrina y habían
elegido a un amigo de la pareja como padrino. Jesse comentó que tenía intención de pedirles a
Leroy y a Hiram que fuesen los padrinos del nuevo bebé, pues se habían convertido en los abuelos
de Luke y en una especie de padres para Frannie. Los Berry habían adoptado a todas las Fabray
como parte de su familia y Jesse quería honrar aquel afecto. Si Luke tenía dos madrinas, el nuevo
bebé tendría dos padrinos. Rachel manifestó que sus padres estallarían en lágrimas de la emoción
y ese sería el motivo definitivo para dejar Lima, aunque según lo que les había comentado Judy el
día anterior, aquella mudanza ya era un hecho.

–Cuando seamos grandes, tú no me vas cambiar por un novio o una novia, ¿cierto? –Rachel
escuchó que Charlie le preguntaba a Beth y tiró de la mano de Quinn para que prestara atención.
El gesto no pasó desapercibido para Jesse y Frannie que inmediatamente guardaron silencio para
concentrarse en la conversación que se desarrollaba entre los pequeños.

–Nop –respondió Beth remarcando la "p"–. Tú eres mi hermano y mi mejor amigo, tontito. No te
voy a cambiar por nadie.

–¿Me lo prometes? –pidió el niño castaño.

–Por el meñique –dijo Beth extendiendo su dedo para juntarlo con el de Charlie. Para la pequeña
rubia, no había gesto de mayor compromiso que ese.

Pronto, tanto Beth como Charlie se alejaron para comenzar a jugar, mientras que los adultos aún
sacaban sus conclusiones de aquella escena. Para los niños todo parecía certero y absoluto,
lamentablemente, las cosas en el mundo de los grandes no eran así.

–El pobre de Charlie se va a llevar una gran desilusión cuando Beth comience a salir con chicos –
se lamentó Jesse.

–¿Qué dices? Beth no va a cambiar a su hermano cuando tenga un novio o una novia –aseguró
Rachel.

–Tu novia es una soñadora, Quinnie –comentó Frannie–. Lo primero que olvidas en la
adolescencia es a tu familia.
–¡Claro que no! –se quejó la morena.

–No nos olvidará, ni cambiará a su hermano, pero no seremos su prioridad, Rach –dijo Quinn–.
Por eso voy a odiar a su primera pareja y a las que sigan. Porque alejarán a mi pequeña de
nosotros.

–Son unos exagerados –manifestó Rachel–. Ustedes siguen siendo cercanos a sus familias. Y
nunca las han olvidado. Obviamente tu primer amor te encandila, pero Beth es inteligente y jamás
estará con alguien que la aleje de su familia.

–En eso tienes razón. Gracias a Dios, su pequeña no sacó la inteligencia de Puckerman –señaló
Jesse bromeando.

–Y gracias a Dios, Luke sacó el encanto Fabray –se burló Quinn, haciendo muecas a su ahijado
para que riese.

Luke sería un pequeño casanova. Era la combinación perfecta entre Jesse y Franie, con una
sonrisa que encantaba a quien se le pusiese delante. Su cabello era algo rizado como el de Jesse,
pero casi tan rubio como el de Frannie. Si bien tenía casi dos años, aún permitía que todos lo
cargasen de un lado a otro. Era un pequeño fácil de consentir. Inclusive, se prestaba para los
juegos de Val y Beth, prácticamente, como si fuese un muñeco más.

Luke murmuró unas palabras y Quinn se rió como si del mejor chiste se tratara. La rubia tenía
una debilidad por su ahijado y cualquier persona podía apreciarla.

Su cuñada y Jesse se retiraron luego de media hora, prometiendo organizar una comida en
celebración a las recién casadas. Rachel sabía que el amor que Jesse sentía por su hermana y por
Camila, era superior a cualquier enojo. Aquel sentimiento ayudaría a que su enfado se
desvaneciera.

Tras asegurarse que tenía todo para cocinar, Rachel comenzó a preparar la lasaña, mientras
Quinn y los niños ordenaban sus habitaciones y se preparaban para almorzar. Al ritmo de la
música colocaron los utensilios en la mesa y todo lo necesario para comer.

La morena quedó impresionada con Charlie, pues se devoró su plato en menos de diez minutos.
Quinn le aseguró que era algo normal, porque estaba creciendo, pero Rachel no estaba muy
segura de ello. Comprendió que quizás debía terminar por aceptar que tenían a un pre
adolescente entre ellas.

Beth insistió que tomasen el postre en la sala, mientras veían una película. Según ella, debían
aprovechar para estar juntos. El trabajo de ambas mujeres y la situación de Charlie les impedían
compartir así durante la semana; ese fue el principal motivo que llevó a Rachel a aceptar aquella
petición.

Ni siquiera llevaban media hora de película cuando el teléfono de Rachel, que estaba en la cocina,
comenzó a sonar. La morena se levantó a buscarlo, pese a las protestas de Quinn; pero a mitad
de camino su ringtone dejó de escucharse, indicando que la persona que intentaba contactarse
con ella había cortado la llamada. Miró sonriendo a su familia recostada y aglutinada en aquel
cómodo sofá. Si necesitaba una imagen para describir su felicidad, esa era perfecta. Quería repetir
esa imagen todos los días si era posible.
Salió de su ensoñación cuando volvió a escuchar el sonido de su teléfono celular. Caminó
rápidamente hacia la cocina para alcanzar a contestar a tiempo esta vez. La sonrisa que ya
portaba en su rostro se intensificó al ver quién era la persona que deseaba hablar con ella.

–Hola, papi, ¿cómo estás? –lo saludó evidenciando su felicidad.

–Hola estrellita. No deseaba hacer esto por teléfono, pero creo que es importante que se enteren
cuánto antes de todo –dijo la voz de Leroy bastante ansiosa y todas las alarmas se encendieron
en la morena. Era como si toda la felicidad que la embargaba segundos antes se hubiera
paralizado y comenzaba a ser reemplazada por un frío inexplicable.

Rachel salió de la cocina para observar a su familia nuevamente, como si su subconsciente


supiese que necesitaba la fuerza que ellos le brindaban para escuchar lo que su papi debía decirle.

–¿Qué pasó, papi? –preguntó algo temerosa, intentando no sonar tan desesperada.

–El juez que lleva el caso de Charlie se comunicó conmigo. Ya tomó una decisión y no hay nada
que puede cambiarla. La resolución ya está firmada.

Y el mundo de Rachel se removió. Y lo supo, supo que no estaba preparada para escuchar lo que
Leroy tenía que decirle. Su vida y la imagen frente a ella podían cambiar en cosa de segundos,
debido a las próximas palabras de su padre.

XXVIII. En casa

Quinn vio desaparecer a Rachel rumbo a la cocina, y comenzó a preocuparse cuando su novia no
regresó tras unos minutos. La rubia sabía que sólo algo verdaderamente importante podría
mantenerla alejada del momento de películas en familia, como Beth solía llamarlo. Así que cuando
ya no pudo contener más su ansiedad, se excusó con Charlie y Beth aduciendo que iría en busca
de refrigerios. Los niños se ofrecieron a pausar la película y esperarla, pero Quinn les pidió que no
lo hicieran: primero, porque ya la había visto y, segundo, porque deseaba mantenerlos distraídos,
por si algo malo había pasado. Quinn odiaba ser negativa, pero su naturaleza salía siempre a
relucir en momentos de estrés.

Caminó lo más calmada posible en dirección a la cocina, no quería entrometerse si se trataba de


una llamada privada. Es más, se prometió que si escuchaba algo que sabía que no debía oír, se
alejaría de allí, dándole espacio a su novia. Por mucho que sus celos le dijesen lo contrario. Sin
embargo, algo en su estómago / corazón / mente le decía que Rachel la necesitaba; que su
tardanza se debía a algo importante; que debía estar a su lado.

Todas sus sospechas se vieron confirmadas y todas sus alarmas se activaron, al encontrarse con
Rachel en el piso, apoyada contra una encimera, llorando en silencio, mientras sostenía el teléfono
contra su pecho. Quinn ni siquiera lo pensó y corrió hacia su novia, abrazándola, intentando
contenerla y alejar aquello que la estaba haciendo llorar.

–Rach, amor, ¿qué pasa? –preguntó la rubia sin separarse ni un centímetro de la morena.

–Charlie… –sollozó Rachel–. El juez… papi acaba de llamarme.

Otro sollozo ahogado y Quinn sintió que el suelo bajo sus pies, o sus rodillas mejor dicho,
temblaba. Aquello sólo podía ser la confirmación de uno de sus mayores temores.

¡No, Charlie es nuestro! ¡Charlie es parte de nuestra familia!


Su mente de inmediato luchó, pero su cuerpo se abrazó más a Rachel, porque ahora buscaba ella
cobijo. No supo que estaba llorando hasta que sintió el sabor de sus lágrimas en su boca. Charlie
le había dicho mamá. Ella lo amaba como su hijo, como a Beth. ¿Y ahora debían decirle que no
formaba parte de su familia? Aquello era imposible. Una pesadilla.

–Debe existir algún recurso, algo… –susurró Quinn con la voz más ronca producto de las lágrimas
que estaba conteniendo en ese momento, para poder hablar–. Leroy nos tiene que ayudar, no
podemos permitir…

Quinn no continuó, porque Rachel se separó de ella y le secó algunas lágrimas.

–¿Recursos? –preguntó la morena y Quinn asintió sin poder aguantar su llanto, que
silenciosamente comenzaba a surgir. Rachel pareció confundida un momento, antes de sonreír–.
No, amor, no… No nos van a separar de Charlie… Es nuestro. Charlie, es nuestro.

–¿Qué? Pero tú dijiste… –susurró Quinn aún confundida.

–Amor, papi llamó para comunicarnos que el juez había firmado los papeles. Charlie es legalmente
nuestro hijo. Nadie puede separarnos.

–¿Nuestro? –preguntó Quinn y Rachel asintió. La rubia no pudo contenerse y comenzó a llorar de
felicidad–. Nuestro hijo, Rach. Charlie es legalmente nuestro hijo.

–¡Lo sé! –exclamó la morena igualando la sonrisa monumental de Quinn–. Tuve tanto miedo
cuando papi comenzó a hablar, pero luego me dijo que estaba todo en orden y no sé… una alegría
enorme me invadió y no puedo dejar de llorar. Pero son lágrimas felices. Lo siento si te
confundieron…

–No importa –interrumpió Quinn–. Tuve tanto miedo, no sabía si podía soportar el dolor que me
produjo la idea de perderlo… pero ya nada de eso importa. Es nuestro hijo legalmente, nadie
podrá quitárnoslo.

–¿Será un Fabray-Berry? ¿O un Berry-Fabray? Papi lo preguntó, dijo que lo llamáramos para


avisarle el orden, así todo podía ser oficializado mañana en la mañana –comentó Rachel, ya sin
lágrimas rodando por sus mejillas–. Creo que Berry-Fabray queda mejor, si me lo preguntas.

–Britt nos bautizó como "Faberry" y creo que me acostumbré a aquel nombre, así que lo lógico
para mí es Fabray-Berry –expuso Quinn alzando ligeramente su ceja derecha.

Aquel gesto no pasó desapercibido para Rachel.

–¡No me alces la ceja, Fabray! –exigió Rachel–. Es una táctica sucia. Sabes que tengo debilidad
por esa ceja. Además, ¿de qué lógica me hablas? Nuestro nombre no tiene nada que ver con el
orden de los apellidos de nuestro hijo –agregó molesta cruzándose de brazos.

–Nuestro hijo, amo como suena –murmuró Quinn y todo el enojo se evaporó de Rachel, que se
lanzó a los labios de su novia–. El orden no me importa, Rach. Es nuestro hijo, por igual, eso es lo
que vale –dijo la rubia tras finalizar el beso.

–Tienes razón –coincidió la cantante–. Aunque si soy honesta, Charlie es un mini tú, así que
Fabray debería ir primero.
–Si bien es cierto que Charlie se parece a mí en personalidad –reconoció la ex porrista–. Creo que
deberíamos hacerlo por orden alfabético, por tanto, quedaría como un Berry-Fabray.

Rachel negó y soltó una pequeña risa.

–¿Incluso cuando te doy la razón buscas llevarme la contraria? Eres un caso perdido, mi vida –dijo
la morena, volviendo a besar los labios de su novia fugazmente–. Es un Fabray-Berry y no lo
discutimos más.

Quinn se acercó asintiendo y tomó el rostro de Rachel con sus dos manos, para besarla con mayor
intensidad. Se perdió en sus labios y en las caricias que ambas se propinaban, hasta que la falta
de oxígeno la obligó a separarse de la boca de su novia.

–¿Cuándo se lo vamos a decir? –preguntó Quinn a centímetros de la cara de la cantante.

–Yo se lo gritaría al mundo entero en este momento –respondió Rachel.

–Estaba pensando en algo más íntimo. No sé, quizás a Charlie le gustaría enterarse antes que el
resto del mundo –bromeó la rubia.

–¿Más íntimo? –cuestionó Rachel coquetamente, acercándose peligrosamente a los labios de su


prometida.

–Mucho más íntimo –susurró Quinn rozando los labios de la morena de manera provocativa.

–¿Qué hacen en el suelo de la cocina? –inquirió agudamente la voz de Beth que se encontraba de
pie en la entrada de la cocina, con Charlie negando tras ella.

–Nos aburrimos de esperar los refrigerios –señaló el niño.

Rachel miró a Quinn confundida.

–Les dije que iba a llevarles algo, pero me entretuve aquí conversando… –explicó la rubia con
media sonrisa.

–¡Se estaban besando! –se quejó Beth.

–No, no nos besábamos –dijo Rachel y no mentía, en realidad no se estaban besando


técnicamente.

–¿Y qué si lo hacíamos? –preguntó Quinn y la morena sólo negó–. Somos novias, vamos a
casarnos en poco tiempo. Llevamos de novias toda tu vida, deberías estar acostumbrada a estas
alturas, hija.

–Pueden besarse todo lo que quieran cuando estén solas, pero no me gusta que la beses cuando
están compartiendo con nosotros, porque nos quitas tiempo con Rach…–expuso Beth.

–Rachel –la interrumpió y corrigió Quinn.

–Yo le digo como quiero, Rachel, Rach, mamá, mami –el titubeante labio de Beth advertía que la
pequeña estaba a punto de tener una rabieta–. No es sólo tuya, y es injusto que no la compartas.
Tú la tienes para ti todo el tiempo que quieras siempre. Duermes con ella, te despiertas con ella.
No es justo que también quieras estar con ella cuando es tiempo familiar, de nosotros –se cruzó
de brazos y la voz sólo se le quebró un poco.

Quinn disfrutaba de esas peleas con Beth, pero también tenía un límite y la imagen frente a ella,
claramente lo representaba. Además el comportamiento de la pequeña rubia había cambiado los
últimos días, probablemente por el estrés y la ansiedad que le provocaba el tema de la adopción.
Por eso, se acercó a su hija y la abrazó.

–Hey, yo no pretendo quitarte tu tiempo. Y sabes que Rach jamás me lo permitiría, corderito –
explicó Quinn recurriendo a aquel apodo que poco solía utilizar ahora–. Es sólo que a veces, amas
tanto a alguien que es imposible contenerte a su lado. Así como tú nos abrazas por ningún motivo
y nosotras los mimamos sólo porque nos nace hacerlo –añadió–. Pero tu mami Rach te ama y eso
no lo va a cambiar nada. Y sabes que nadie es mejor compañera de Rachel para hablar de
Broadway que tú. Ni siquiera los abuelos, o Kurt o el tío Jesse. Tú eres su favorita y ese tiempo no
es transable para Rach.

–A Rachel le gustaría recordar que ella tiene voz propia y que no es un objeto que dos rubias
tercas puedan disputarse –ironizó Rachel y Charlie ahogó una risa.

–¿Y la comida? –preguntó Charlie tras unos segundos de silencio, haciendo reír a las tres mujeres
de la casa.

–Este chico nos va a llevar a la ruina por la forma en la que come –comentó Rachel en broma.

–Yo no… no quiero causar problemas. No es necesario que coma tanto… –murmuró Charlie
mirando el suelo y tocándose el codo izquierdo con su mano derecha, avergonzado.

Rachel de inmediato se acercó a abrazarlo, mientras Quinn contenía las ganas de hacer lo mismo,
pero sabía que aquello sería demasiado para el pequeño en esos momentos.

–Era una broma, Charlie –aclaró la morena, mientras acariciaba y desordenaba los cabellos del
castaño–. Tenemos suficiente dinero para alimentarte hasta que seas viejito. Somos tus mamás y
a nosotras nos corresponde alimentarte, vestirte y mimarte todo lo necesario. Nunca pienses que
tienes que escondernos algo, ¿está bien? Si quieres comer, lo dices. Y si estimamos que te estás
excediendo y puede ser malo para tu salud, te lo diremos, pero no te cierres con nosotras.

Charlie abrazó con fuerza a Rachel, porque al igual que Quinn, a veces prefería demostrar con
acciones lo que sentía, especialmente porque expresar sus sentimientos era algo que aún le
costaba bastante.

–¿Qué tal si tomamos algunos snacks y regresamos a ver la película? –preguntó Quinn y todos
estuvieron de acuerdo.

La rubia miró a su novia prometiéndole con sus ojos que terminarían aquello que habían
empezado antes de ser interrumpida por sus dos pequeños. Además, necesitan hablar para decidir
cuándo y cómo le dirían la nueva noticia a Charlie.

Sin esperar mucho y ya acompañados de comida, volvieron al salón para terminar aquella película
y disfrutar de ese momento familiar.
Rachel estaba ansiosa y eso no era bueno. No es que la morena fuese mala guardando secretos,
el problema estaba en que su ansiedad siempre la dominaba y era imposible de ocultar. Aquello le
daba al resto del mundo una pista importante respecto de que algo sucedía.

Lo anterior era algo que Rachel sabía muy bien, por eso se ponía nerviosa y sus nervios
evidenciaban aún más que escondía algo.

Todo era como un ciclo inevitable que llevaba al mundo a descubrir los secretos que ocultaba.

Pero Rachel de verdad quería que esta vez fuese diferente. Ella de verdad quería ver la cara de
Charlie cuando lo descubriera la noticia, tal y cómo lo habían planeado con Quinn. Además, Beth
estaría presente; sería algo así como un momento familiar de los que Beth tanto hablaba y
amaba.

Por eso, tras la charla con Quinn y mientras Charlie y Beth alistaban sus cosas para el colegio,
revisando bien que no les faltara nada que tuviesen que salir a comprar aquel domingo a última
hora, la morena se encerró en la habitación que compartía con su novia con la excusa que debía
revisar y estudiar unos guiones.

Lamentablemente, la hora de la cena se acercaba y ella ya no podía seguir confinada en aquella


habitación, porque debían marcharse hacia la casa de la familia López-Pierce. Rachel sabía que
Santana, apenas la viese, descubriría que algo escondía. Por eso, pese al acuerdo con Quinn de
mantener todo en secreto, decidió llamar a su amiga. Justo cuando había terminado de marcar, la
rubia, como si presintiese que su prometida algo hacía, entró en la habitación, cerrando la puerta
tras ella.

–¿A quién llamas? –preguntó Quinn mientras buscaba algo en el armario.

–Santana –murmuró Rachel esperando que su amiga contestara.

–¿Para...? –cuestionó la rubia girándose hacia la cantante. Sólo le bastó ver la cara de
culpabilidad de la morena para saber qué pretendía hacer–. ¡Rach! –se quejó–. Acordamos que no
hablaríamos con nadie hasta mañana, hasta después de que Charlie supiese todo.

–Santana sabrá que ocultó algo apenas me vea –se excusó Rachel, pero no pudo continuar
porque la aludida contestó la llamada–. Hola, San…

–Está bien… –dijo Quinn tras ver la mirada lastimera que le dedicaba Rachel, era peor que la que
le ponía Beth cuando quería conseguir algo.

–Todo está bien, San –respondió Rachel a Santana–. Te pondré en speaker, ya que Quinn está a
mi lado, pero no puedes gritar y decir malas palabras. Los niños podrían escuchar.

–¿Por qué gritaría, hobbit? Y tus hijos me conocen bien como para haber escuchado cientos de
malas palabras ya –respondió la latina, ahora en speaker y Quinn sólo rodó sus ojos–. No ruedes
los ojos, Fagay. Y sí, sé que los rodaste; así te conozco y así de predecible eres.

–Yo que pensaba que quizás habías madurado algo, Santana –combatió Quinn–. Me alegra saber
que Val tiene la mentalidad de Britt, eso nos asegura que madurará sin problemas.

–Chicas, por favor… –pidió Rachel.


–Ella empezó, amor –dijo Quinn–. Pero está bien. Seguiremos esto en tu casa, López. Ahora
escucha a mi novia que tiene algo que comunicarte.

–Habla Berry –indicó Santana–. Val y Britt están solas en la cocina y probablemente a sólo
minutos de encontrar las galletas que tan bien guardo. Las tres sabemos que mis chicas con
exceso de azúcar no son algo fácil… Así que por favor, terminemos esto rápido.

Rachel miró a Quinn, quien asintió brindándole a su novia la energía que le faltaba.

–Necesitaba hablar contigo antes que me vieras, porque sabes tan bien como yo que siempre
descubres cuando oculto algo. Y no puedo ponerme nerviosa en frente de todos y comenzar a
inventar excusas que terminarán volviéndome loca de los nervios y…

–¡Al punto, Rach! –exclamó Quinn interrumpiendo, justo antes de que Santana pudiese decir algo
peor.

–El punto –recalcó Rachel–, es que hoy mi papi llamó y nos dijo que los papeles de Charlie están
listos. Es legalmente nuestro hijo –terminó de explicar Rachel.

–¿El mini Fabray es oficial y legalmente nuestro sobrino? –Ni Quinn, ni Rachel quisieron corregir a
la latina, señalándole que en realidad, por legal que fuera la adopción de Charlie, él no sería
sobrino de Santana, al menos no legalmente, claro está–. ¿Lo sabe? ¿Cómo reaccionó? ¿Y mi
pequeña rubia?

–Aún no lo saben –respondió Rachel–. Por eso quería decírtelo. La verdad es que pensábamos
primero hablar con los niños y luego con ustedes, pero tú siempre descubres cuando oculto algo
y…

–Es mi tercer ojo mexicano, no puedo evitarlo –se jactó Santana y Quinn volvió a rodar los ojos.

–El punto es… –habló Quinn–. Que no queremos que nadie se entere, al menos no hasta mañana.
Así que tienes que guardar el secreto y no molestar a Rach con el tema, sabes que se pondrá
nerviosa si lo haces.

–Cuenten con ello, Faberry –acordó Santana–. Ahora muevan sus culos hasta mi casa y
terminemos esta llamaba si no quieres que envíe a mi esposa y a mi hija con ustedes con una
sobredosis de azúcar.

Se despidieron tan pronto Santana terminó de hablar. Luego, Rachel miró a su novia y la abrazó.
Simplemente porque tenía ganas, tal y como Quinn le había explicado hace unas horas a Beth.

Podía parecer un día muy normal, pero Rachel sabía que lo recordaría toda la vida.

Charlie se despertó aquel lunes sin mucho ánimo. Le pasaba todos los domingos, o
excepcionalmente los lunes, pues sabía que aquella noche no volvería a dormir junto la que él
consideraba su familia. Dado que aún no era adoptado, el acuerdo con el hogar se mantenía. Cada
viernes después de clases, se marchaba a la casa de su familia, debiendo retornar al hogar el
domingo por la noche. Salvo excepciones, como la de aquel fin de semana, ya que le habían
permitido quedarse hasta el lunes en la mañana. El castaño sabía que debía agradecer a Mary por
aquellas excepciones que eran muy frecuentes.
Al menos, los días de semana compartía con Beth en el colegio. Como bien lo había hablado con
Puck y Jesse, el niño se había convertido no sólo en el guardián de Beth, sino también en su
aliado, su amigo y, obviamente, su hermano. Pese a todo lo que Puck y Jesse peleaban, a Charlie
le gustaba pasar tiempo con ellos, a veces el estar rodeado siempre de mujeres lo colapsaba un
poco. Es más, había conseguido compartir tiempo junto a ellos y Cameron. Su amigo, al parecer,
cada día estaba más y más unido a Lauren y Camila, aunque no había nada decidido aún.

Tres golpes en la puerta que conectaba al baño que compartía con Beth, lo sacaron de su
ensoñación. Tras un simple "pasa", la puerta se abrió.

–Es lunes… –murmuró Beth mirando al suelo.

–Lo sé… –respondió en igual tono Charlie.

–No quiero que te vayas… –dijo la rubia sentándose junto a Charlie en aquella cama ya estirada.

–Yo tampoco, pero así son las cosas. Además, nos vemos todos los días en el colegio –intentó
animarla el castaño.

–Pero no es lo mismo –protestó Beth–. Somos hermanos, deberíamos poder estar juntos siempre.

–No es tan simple –expuso Charlie–. Se necesitan papeles. Ya sabes, es más complicado de lo que
parece.

–¡Pero un papel no va a cambiar nada! Tú eres mi hermano para siempre. Un papel no puede
decirlo o cambiarlo –contradijo Beth, dejando salir sus genes Fabray.

Charlie suspiró. No porque no quisiese explicarle a su hermana aquello, ni porque lo molestara,


sino porque era una conversación que cada día se hacía más frecuente. Sus mamás le habían
explicado que se debía a las ansias e inseguridades de Beth. Su mamá Quinn incluso le había
dicho que era algo que ella hacía cuando algo le preocupaba: se ponía siempre a la defensiva.

–Tú siempre vas a ser mi hermana, porque mi corazón lo dice. Somos hermanos de corazón, ¿lo
recuerdas? –explicó Charlie y Beth asintió–. Pero para vivir aquí necesitamos esos papeles. Es la
ley… y la ley se respeta…

–Sí lo sé –susurró la pequeña Fabray–. Pero a veces me gustaría que fuera más rápida… la ley… el
juez… o quién deba serlo… porque a veces me despierto en la noche con miedo y vengo aquí y tú
no estás… y me da más miedo… ¿y si dicen que no?...

Aquella pregunta aterraba a Charlie. Él se lo cuestionaba diariamente, pero Beth no necesitaba


saberlo.

–Leroy… el abuelito Leroy –se corrigió rápidamente el castaño–, dijo que incluso si se negaban,
podía hacer algo. Que tenemos que confiar en él. Que no va a dejar que nos separen. Dijo que
somos una familia ya, y eso no iba a cambiar.

–Pero… –interrumpió Beth.

–Sin peros, él lo prometió por el meñique y ambos sabemos lo que eso significa.

–Sí, no puedes romper una promesa si la hiciste por el meñique –afirmó Beth con una sonrisa.
La voz de Rachel llamándolos a desayunar impidió que su conversación siguiera. Ambos salieron
rápidamente corriendo hasta el comedor, ansiosos por comer lo que olía como tortitas recién
hechas.

–¿Cómo durmieron los príncipes de este reino? –preguntó Rachel, una vez ya sentados, mientras
Quinn negaba sonriendo.

–¡Muy bien! –exclamó Beth con comida en la boca.

–Beth… –advirtió Quinn.

–Lo siento, lo siento –se disculpó la pequeña rubia tras tragar.

Charlie se limitó a reír por lo bajo junto a Rachel.

–Tenemos algo para ti –dijo Quinn a Charlie tras unos minutos de desayuno casi en silencio,y le
entregó un sobre.

–¿Una carta? –preguntó extrañado el castaño.

Quinn negó y sólo le susurró un "ábrelo". El pequeño pudo ver la ansiedad que reflejaban los ojos
de su mami Rachel y la sonrisa que contenía su mamá Quinn, por lo que rápidamente procedió a
sacar del interior del sobre el papel que contenía y lo leyó.

Subió y bajó la vista, al menos cuatro veces, memorizando aquellas oraciones. Las lágrimas que
fluían sin que él intentase retenerlas, obstaculizaban su lectura, pero no se detuvo. No porque no
entendiera lo que aquel papel decía, sino porque tenía miedo que en cualquier momento
cambiaran y dejaran de decir lo que en aquel instante le comunicaban.

–¿Qué pasó? ¿Por qué Charlie está llorando? ¿Qué dice? –preguntó Beth preocupada, pero nadie
le respondió tan rápido como ella quería, así que impulsivamente arrebató el papel de las manos
del castaño–. "Desde hoy tu nombre legalmente es Charles Fabray-Berry. Hijo legal de Lucy Quinn
Fabray y Rachel Barbra Berry. Hermano legal de Bethany Puckerman-Fabray" –leyó la pequeña
lentamente, con la experticia que le permitía aquellos dos años que ya tenía en el ámbito de la
lectura–. ¿Ya están los papeles? ¿Charlie no se irá más?

Rachel negó, porque era imposible que hablara con la emoción que la embargaba en esos
momentos.

–Finalmente el juez firmó los papeles –explicó Quinn con la voz algo quebrada–. Lo que nosotros
sabíamos desde hace un tiempo, ya es legal. No más hogar, no más fines de semana. Somos una
familia y no nos van a separar.

Charlie corrió a abrazar a las que legalmente eran sus madres desde aquel día, abrazo al que su
sumó la que ahora era legalmente su hermana. Y se permitió llorar aún más, porque se sentía
seguro. Porque por primera vez en su vida, la pequeña esperanza que albergaba en su corazón se
había visto compensada por la realidad. Y sonrió, porque ahora era parte de algo, de alguien.
Porque tenía ahora a quién recurrir si algo pasaba, si tenía un problema, si se sentía solo o si
quería una caricia. Porque ya nada era temporal. Porque no tendría que temer nunca más por la
posibilidad de despertarse algún día y que todo cambiara para mal.

Sonrió, porque por fin, legalmente, estaba en casa.


XXIX. ¿Y si…?

A veces las cosas más simples tienen una influencia importante en tu vida; otras, necesitas de
eventos de gran magnitud para que se produzca aquel remezón. En el caso de Charlie, no era lo
uno ni lo otro, sino una mezcla de ambas cosas. La adopción había sido desequilibrante, un
cambio total de vida; pero todo el proceso, en realidad, fue tan largo que sintió casi como algo
natural. El remezón vino con algo tan simple como despertarse un martes en la casa de su
familia. Despertarse y saber que aquella era su vida a hora. No más hogar, no más despedidas,
no más soledad.

El traslado no había sido tan sencillo. Una vez oficializado todo el lunes por la mañana, aquel
mismo día al salir del colegio los cuatro, como la familia que eran, fueron por las cosas que le
quedaban al pequeño en el hogar. Charlie no había pensado en Cameron ni en Isabella desde que
le comunicaron que la adopción era un hecho, pero le bastó ver las caras de sus amigos para
saber que dejar el hogar no sería tan fácil, como lo había esperado en un principio.

Hubo promesas de parte de todos. Visitas, llamados y amistad por siempre. Hubo miradas de
provocación y enfado, claramente éstas sólo se produjeron entre Beth y Cameron. Hubo llanto,
risas y suspiros. Charlie agradeció las miradas furtivas que le brindó su mamá Quinn durante todo
el camino de regreso su ahora hogar, la conversación que entabló su mami Rachel para despejarlo
que todos aquellos pensamientos que lo invadían, y el abrazo de Beth que no lo abandonó en
ningún momento.

El jueves por la tarde, tras la salida de los niños del colegio y de la reunión que sostuvo Rachel
con su manager, la rubia, el castaño y la morena se dirigieron a la agencia donde trabajaba
Quinn, encargada de la publicación de libros y artículos de interés cultural. La razón: aquel día
irían a una de las mayores tiendas de la ciudad a buscar las cosas que faltaban para que la
habitación de Charlie estuviese perfecta, ya que tras su mudanza definitiva había comenzado a
ser evidente que faltaban algunos muebles y algunos artículos de decoración.

Tras llegar a la tienda e inspeccionarla, Rachel comenzó a investigar si podían hacer un mueble a
medida para Charlie, pues en la habitación había un espacio que no calzaba con las dimensiones
de los que ofrecían allí en la tienda. Quinn decidió acompañar a su prometida en la búsqueda
para, en sus palabras, evitar que se pusiera en modo diva, mientras que Charlie y Beth buscaban
artículos para decorar los espacios que faltaban.

–Creo que necesitas una de esas lámparas que se mueven para tu escritorio –comentó Beth
cuando pasaban por el lugar destinado a la iluminación.

–Pero si ya tengo una… –rebatió el castaño, deteniéndose junto a Beth.

–Sí, pero esa la eligió mami Rach –aclaró la rubia con una sonrisa en los labios–. Deberías elegir
una que fuese más tú. Podría ser de algún superhéroe como esa –apuntó a unos metros de ellos.

Charlie miró el objeto en cuestión y en realidad era mucho mejor que la que actualmente tenía.
Además Antman era uno de sus superhéroes favoritos, desde que Puck le había enseñado los
comics y la película.

–Charles –murmuró una voz a sus espaldas, distrayéndolo del objeto que pretendía obtener.

Beth se giró casi junto con él, por lo que ambos quedaron de frente a la mujer que le había
hablado.
–Te vi pasar y no sabía si eras tú realmente –dijo la mujer ante el mutismo del pequeño.

–¿Charlie? –cuestionó Beth mirando a su hermano. Charlie no necesitó palabras para entenderla.

–Esta señora es Ashley Jackson –respondió mirando a Beth, quien lo observó confundida–. Ella
es…

–Su madre –concluyó Ashley con una seguridad que se la daba su estatus, pero que, en realidad,
sólo escondida su nerviosismo.

–¡Oh! –murmuró Beth ahora nerviosa y ansiosa, una mala combinación–. Él es mi hermano –
sentenció tras unos segundos, como si eso explicara muchas cosas.

–¿Qué quiere? –preguntó fríamente Charlie.

–Yo… tú me sorprendiste cuando me visitaste aquella vez… –explicó la mujer–. Quizás podríamos
darnos una segunda oportunidad…

–No, él… ¡no!... ¡Dile Charlie! –exclamó Beth conteniendo sus lágrimas.

–Niños, ¿qué pasa? –la voz de Quinn sonó segura, sólo dando pistas de una preocupación. Charlie
soltó el aire que no sabía que contenía.

–Ella quiere llevarse a Charlie, mamá. ¡Dile que no puede! –sollozó Beth abrazándose a su madre
en busca de consuelo.

–¿Llevárselo? Disculpe, ¿me podría decir quién es usted? –fue el turno de Rachel de hablar,
adoptando el papel de mamá oso.

–Bueno… yo soy Ashley Jackson, la madre de Charles –se presentó.

–No –murmuró Charlie.

–Creo que hay un error, Charlie es mi hijo. Mío y de mi prometida, Quinn –contradijo Rachel de
forma poco amigable.

–Yo soy su madre biológica –insistió Ashley–. No sabía que lo habían adoptado. Pensé que no
adoptaban a los niños de su edad.

–Pensó mal, entonces –intervino Quinn molesta con la mujer. Aquella mujer había roto las
ilusiones de su niño de una forma terrible–. Charlie es nuestro hijo. Usted no puede pretender
entrar en su vida después de lo que le hizo cuando él la buscó. Deme su número y si él quiere, se
contactará con usted. Ahora, por favor, déjenos seguir comprando en paz.

La mujer asintió algo temerosa por la actitud asumida por Quinn. Le entregó una tarjeta con sus
datos y se fue.

–Ella no es mi mamá. Ustedes lo son. Yo no quiero verla –manifestó Charlie, tras un momento de
silencio.

–Nadie está diciendo lo contrario –explicó Rachel, abrazando al pequeño castaño, que se aferró a
ella de inmediato–. Tú eres un Fabray-Berry, de corazón y legalmente. Nosotras somos tus
mamás y te amamos… pero si más adelante quieres conocerla… puedes hacerlo, ¿okey? Eso no va
a cambiar nada.

El pequeño asintió contra el cuerpo de Rachel, no dejando que vieran las lágrimas que corrían por
su rostro. Quinn se adelantó con Beth, para explicarle a su hija las cosas con mayor detalle y
espantar los miedos que invadían a la pequeña.

En sus interiores, tanto la morena como la rubia agradecieron haber conversado el tema con
anterioridad. Rachel sabía que, como hija adoptada, a veces la curiosidad era mayor y que, por
mucho que la madre biológica de Charlie lo hubiese rechazado, aquello podía cambiar en cualquier
momento, como al parecer había sucedido. Obviamente, ese hecho no cambiaba nada si así lo
decidía el pequeño, pero ellas no le negarían la oportunidad de conocer a esa mujer. Pero
vigilarían cada uno de sus movimientos y al primer paso en falso, defenderían a Charlie con uñas
y dientes de ser necesario.

Unos momentos después de lograr tranquilizar a los pequeños, siguieron comprando todo lo que
necesitaban, que terminaron siendo más cosas que las que originalmente habían pensado.
Especialmente, considerando que Beth también decidió hacer una renovación en su habitación. Y
el encuentro con la mujer quedó en el olvido, al menos por ese día.

Tres horas más tarde, estaban extenuados luego de aquella emocional visita a la tienda y de
haber instalado gran parte de las cosas compradas. Restos de pizza se dejaban ver en la mesa de
centro rodeada de sillones, ahora ocupados por dos rubias, un castaño y una morena, no
necesariamente en ese orden. Era un momento de no hacer nada, de pensamientos, de caricias y
de un extraño pero grato silencio. Silencio que una pequeña e incipiente candidata a drama queen
del año se encargó de romper.

–Estoy tan cansada que creo que no podré hacer nada nunca más –se quejó Beth.

–Es una lástima que mi pequeña y adorada hija esté tan cansada –comentó Quinn con tono
travieso–. Tendré que llamar a su padre para decirle que no puede salir con ella hoy, entonces.
¿Tú también estás igual de cansado, Charlie? ¿Tengo que decirle que tampoco irás?

–Nop –dijo el aludido marcando la "p" final–. Estoy en perfectas condiciones –aseguró.

Y es que ahora, las salidas padre-hija de Puck y Beth, se habían convertido en una especie de
salida padre-hijos, pues el ex chico del mohicano había tomado a Charlie como su pupilo, como su
nuevo hijo y el pequeño estaba encantado.

–Creo que no estoy tan cansada, mamá –expuso la mini versión de Quinn con una personalidad
casi idéntica a la de Rachel.

–No quiero que te agotes, mi vida. Mejor hoy te vas a la cama temprano y Puck sale solamente
con Charlie –respondió Quinn, logrando sacar una sonrisa a Rachel.

–No, sí estoy bien... En serio –aseguró con un puchero Beth.

–Está bien, corderito. Puedes ir entonces –dijo Quinn, sin continuar la broma, pues su hija ya
había pasado por muchas emociones aquel día.

–Creo que deberían tener otro hijo o hija –señaló Beth de la nada.
–¿Qué? –exclamó Rachel sorprendida.

–Quiero un hermanito o hermanita, como Luke o el bebé que viene en camino –explicó la
pequeña–. Charlie es mi hermano mayor, pero yo también quiero ser hermana mayor de alguien.
Además, Charie es el mejor hermano que existe, se merece tener más hermanos para
demostrarlo.

–Creo que abusaste del uso de la palabra hermano, Beth –comentó Quinn dejando en evidencia su
licenciatura en literatura y gramática.

–Yo pienso lo mismo que Beth –indicó Charlie–. Sería lindo tener otro niño por aquí. Ser hermano
mayor me gusta mucho, en realidad.

–Criar un niño no es algo sencillo y tenerlo no es algo que ustedes puedan pedir como si se
tratase de un juguete más –declaró Rachel–. Además, ahora estamos concentradas en nuestro
matrimonio y en ustedes. Si decidimos tener otro hijo en un futuro cercano, se lo haremos saber.

–Pero mami… –reclamó Beth–. Yo quiero ser hermana mayor.

–Y quizás, sólo quizás, algún día lo seas –expuso la morena–. Por ahora practica siendo la mejor
prima mayor del planeta.

Quinn se rio cuando Beth se cruzó de brazos, siendo imitada por su hermano rápidamente. Aquel
gesto presente en ambos niños, hizo que la rubia y su prometida, se acercaran a abrazarlos y
llenarlos de besos.

Ocho amigas, algo de alcohol y ningún niño en las cercanías formaban el ambiente perfecto para
relajarse y charlar. El lugar elegido había sido la casa de Frannie, para comodidad de la futura
mamá. Jesse había ido con Luke al departamento de Judy, donde también se encontraban Puck,
Leroy, Hiram y los pequeños Charlie, Beth y Val.

Coordinar los horarios había sido una complicación, pero todas las presentes sabían que
necesitaban aquella reunión. Se venían seguido, pero se extrañaban por montones y hacía un
tiempo ya que no lograban estar las ocho en un mismo lugar. Generalmente, se tenían que visitar
por separado.

–Hace unos días, Beth y Charlie nos pidieron un hermanito –comentó Rachel con una sonrisa–.
Aún no nos casamos y ellos ya quieren que agrandemos la familia… aún más…

Las carcajadas se hicieron presentes de inmediato. Las Faberry, como le decían sus amigas a la
pareja, parecían hacer todo al revés: hijos, vivir juntas y, finalmente, matrimonio.

–¿Y qué le respondieron? –preguntó Britt interesada.

–Que se sentaran a esperar tranquilos –respondió Quinn bromeando–. En realidad, Rachel les dijo
que quizás en un futuro podrían tener un hermanito, pero por ahora estamos concentradas en
ellos y en la boda.

–Pero, ¿piensan tener otro hijo? –curioseó Taylor.


–No es algo que hayamos hablado en realidad –dijo con tranquilidad Rachel–. Honestamente, creo
que estamos llenas de cosas en este momento, que no lo veo como algo posible.

Quinn guardó silencio ante la respuesta de su novia, pero tomó su mano en señal de apoyo.

–Aprovechando el momento, con Camz queremos comunicarles algo –anunció Lauren.

–¿Estás embarazada?

–¿Camila está embarazada?

–¿Ambas están embarazadas?

Las preguntas fueron instantáneas y se repitieron en más de una boca, salvo la última que fue
sólo realizada por Britt.

–No, ninguna está embarazada –explicó Camila–. Pero iniciamos los trámites para adoptar a
Cameron y a Isabella.

–¿En serio? –fue la voz de Rachel la que habló.

–Sí, creo que el primer día que los conocí, supe que había algo distinto en ellos –señaló Lauren–.
Como si un lazo inmediato se hubiese formado.

–Siempre pensamos tener hijos de forma biológica, y aún es algo que queremos hacer, más
adelante… pero ellos son especiales y los queremos con nosotras –expuso Camila con emoción.

–¡Felicitaciones entonces, Camren! –gritó Santana levantando su copa. La latina podía ser todo lo
ruda del mundo, pero los niños eran su debilidad, bastaba verla un segundo con su hija.

Siete copas más se alzaron en señal de festejo. Todas con alcohol, salvo la de Frannie que tenía
agua.

–Gracias por su apoyo –dijo Lauren–. Sabemos que el proceso será lento, pero estamos ansiosas.

–¿Se dan cuenta que pronto seremos casi todas mamás? Sé que soy mayor que ustedes, pero
siento que hemos crecido tanto desde la primera vez que comenzamos a ser amigas –manifestó
Frannie con emoción por el momento que compartían y por las hormonas–. Sólo faltas tú,
hermanita –agregó mirando a Taylor.

La aludida bajó la vista al suelo y todas las presentes supieron que algo pasaba.

–Tay, ¿qué sucede? –preguntó Quinn preocupada sentándose a un costado de su hermana,


mientras Frannie ocupaba el otro. El resto de sus amigas se acercó cautelosamente a la castaña.

Taylor levantó su rostro antes de hablar, evidenciando las lágrimas que caían libremente por sus
mejillas.

–No puedo tener hijos –susurró como si fuese un crimen–. Con Noah decidimos comenzar a
intentarlo hace unos meses y nada parecía funcionar. Claramente, Noah no era el problema, Beth
es la prueba viviente de ello. Así que el médico sugirió que nos hiciéramos varios exámenes, para
ver si se trataba de un problema de compatibilidad o de mala suerte por el momento. Hace unos
días recibí una llamada y el médico me pidió que fuese a su consulta. El problema era yo… –soltó
un sollozo antes de continuar–. Tengo una enfermedad llamada endometriosis severa.
Extrañamente no tenía ningún síntoma. Es tratable y sólo en un porcentaje reducido de los casos
causa infertilidad. Y yo soy una de esas afortunadas.

–Tay… –fue todo lo que murmuró Frannie antes de abrazar a su hermana.

–Yo sé que hay otras formas. Yo adoro a Charlie de la misma forma que a Beth y consentiré a
Cam y a Isa, sin lugar a dudas… pero quería vivir ese proceso, ¿saben? Saber que estás creando
una vida, sentir como ese ser diminuto se forma en ti –explicó Taylor con dolor–. Nunca fui
contraria a la adopción, ni a los procedimientos médicos como la ovodonación, pero tampoco
pensé que terminarían siendo mi única opción. Y no quiero sentirme frustrada y que eso afecte mi
relación con Noah, o si algún día tenemos un hijo, descargarme con él.

–¿Cómo se tomó el tema Puck? –preguntó Lauren con cautela.

–Bien... Me ha apoyado en todo momento. Dijo que me ama por sobre todas las cosas y que
debemos comenzar a buscar las otras opciones, que él quiere formar una familia conmigo y que
no le importa la forma en que eso suceda. Pero también sé la ilusión que le hacía tener un hijo
conmigo. Me lo comentó antes que supiésemos que yo no podía tenerlos. Sus ojos brillaban ante
la imagen de un pequeño o pequeña que fuese la mezcla perfecta de nuestros genes.

–Puck puede ser un imbécil a veces, pero te ama de una manera que jamás creí que sería posible
para él –señaló Santana con el tacto que la caracterizaba–. Y no te mentiría con ese tema –
guardó silencio unos segundos y Britt como si supiese lo que fuese a decir tomó su mano–. Tú
sabes que Val no tiene ninguno de mis genes. Ni una gota de mi sangre corre por sus venas, pero
es imposible que pueda amarla más…

–Sé que Santana y yo, aún podemos tener hijos biológicos, en teoría al menos –agregó Rachel,
comprendiendo que su situación era distinta–. Pero coincido con ella en cuanto al amor. Beth y
Charlie son mis hijos y no sabía que podías amar a una persona de esa forma hasta que entraron
en mi vida. Porque el amor que siento por Quinn también es único e incomparable, pero es
distinto. El amor por tus hijos es algo tan mágico que la genética o la infertilidad no pueden
interponerse.

–Gracias –dijo de manera escueta Taylor, pero comunicando mucho más. Porque aquellas
palabras de sus amigas eran lo que necesitaba. Saber que esa capacidad de amar existía era una
luz de esperanza para ella.

–Y sí, sentir a tu hijo desarrollarse en ti es algo inexplicable –dijo Quinn sin intenciones de
mentirle a su hermana–, pero tenerlo en tus brazos, verlo crecer, que te diga mamá por primera
vez… eso es insuperable, Tay –añadió emocionada–. Los "mamá" de Beth y Charlie fueron de las
cosas más bonitas que me han pasado en la vida. Y cuando hace unos años le dijiste de esa forma
a mamá de forma sorpresiva, la emoción de sus ojos, la felicidad que emanaba en ese momento,
puedo asegurarte que ella sintió lo mismo que yo. El amor no hace diferencias, esas las hacemos
nosotros, nuestra mente.

Terminó su discurso abrazando a su hermana, cobijándola y asegurándole que todo iría bien.
Porque Quinn lo sabía. Su hermana no había tenido la vida más sencilla o feliz y aun así, tenía una
capacidad de amar que merecía ser compartida con alguien más que Puck, alguien como una
pequeña o pequeño que necesitase ese afecto que ella derrochaba.
Esa misma noche, horas más tarde, Quinn y Rachel se encontraban abrazadas desnudas en la
cama que compartían. Sus hijos se habían quedado a dormir con sus abuelos, que aprovechaban
cada momento que tenían para consentirlos.

Ninguna de las mujeres se opuso a la idea de pasar una noche a solas, disfrutando la una de la
otra. Sin aquel temor de ser descubiertas o interrumpidas por alguno de sus hijos.

–¡Deja de pensar tanto! –se quejó Rachel.

–¿Cómo sabes que lo estaba haciendo? –preguntó Quinn sorprendida.

–Porque puedo escuchar tus pensamientos… –bromeó la morena–. Te conozco demasiado, amor.
Sé cuándo algo ocupa tu mente. ¿Qué pasa? ¿Sigues preocupada por Tay?

–En parte sí –respondió la ex porrista–. Es mi hermanita pequeña, no puedo evitar hacerlo… pero
sé que estará bien. Puck, por muy extraño que aún me parezca, la va a ayudar a superarlo y sé
que serán felices con varios pequeños junto a ellos.

–¿Entonces?

–¿De verdad piensas que no debemos tener hijos pronto? –contra preguntó Quinn mirando
fijamente a su novia.

–No sé, Quinn… nunca lo hemos hablado… –explicó algo confundida la cantante.

–Pues yo quiero hablarlo –afirmó la rubia casi de forma inmediata.

–¿Ahora? –cuestionó intrigada Rachel y Quinn se limitó a asentir–. Bueno… creo que pensar en
otro hijo ahora es algo de locos…

–¿Por qué?

–¿Por qué? Porque estamos en medio de una planificación que nos está desgastando. Jamás
pensé que una boda sería tan agotadora… además, recién se hizo oficial lo de Charlie…

–Pero Beth va a cumplir siete años y Charlie ya tiene nueve. Si no tenemos un hijo pronto, la
diferencia será mucha –argumentó Quinn.

–Es verdad. Sin embargo, cuando esos que se dicen nuestros hijos se marchen y nos dejen solas,
vamos a tener a un pequeño o pequeña con nosotras para consentir –expuso de manera
elocuente Rachel.

–¡Seríamos unas mamás abuelas, Rach! No quiero tener arrugas y estar cambiando un pañal…

–Ya tienes arrugas –contradijo Rachel con una sonrisa traviesa–. Además, fuiste mamá
adolescente y si Charlie fuese nuestro hijo biológico, básicamente debimos tenerlo cuando
teníamos como catorce años. En cualquier caso, no seremos viejas para tener un hijo en unos
años más.

–Pero… –Quinn guardó silencio y Rachel esperó a que su novia continuase–. Yo quiero que
tengamos otro hijo… pronto…
–¿Hablas en serio? –preguntó Rachel sorprendida.

–Sí –dijo avergonzada Quinn–. Me produce ilusión tener otro hijo. Un bebé… –hizo una pequeña
pausa–. Sé que estuviste a mi lado durante todo el proceso con Beth, pero ahora es diferente.
Quiero vivirlo contigo: el despertar en las noches, cantar canciones infantiles, acunarlo, los
antojos, los mimos, todo.

–¿Antojos? ¿Insinúas que quieres que tengamos un hijo naturalmente? –cuestionó la morena.

–Naturalmente es imposible –señaló Quinn con suficiencia recibiendo un golpe de Rachel–. Pero sí,
quiero vivir un embarazo contigo. Escuchar a Taylor hoy me hizo comprender la suerte que yo
tuve y que tú puedes tener si quieres… Yo no tendría problemas en tener a una mini diva
creciendo en mi interior.

–Creo que con Beth ya tenemos suficientes minis divas en esta casa –aseguró Rachel–. ¿De
verdad quieres eso?

–Sí –afirmó sin ninguna duda Quinn–. Pero quiero que tú seas la madre biológica, aunque yo sea
la que termine embarazada.

–¿Me estás pidiendo un óvulo?

–¿En serio, Rach? ¿Tenías que decirlo de esa forma? –Rachel sólo rio ante la cara de disgusto de
su novia–. Me hace ilusión ver a una mini o un mini tú correteando por ahí, aunque si no es
posible, no hay problemas –aseguró la rubia sin olvidar lo vivido por su hermana menor–. Quiero
tener otro bebé en mis brazos, aunque no tenga la sangre de ninguna de nosotras. Quiero vivir lo
que nos perdimos con Charlie y lo que no pudimos disfrutar completamente con Beth. Quiero
hacer las cosas normalmente por primera vez y no de la forma extraña en que solemos hacerlo
por general. Siempre hacemos todo de manera nada tradicional. Ahora quiero hacerlo bien. Boda
e hijo o hija, en ese orden.

–Me parece que estás muy mandona, cariño –bromeó Rachel–. Pero a mí también me hace ilusión
eso de ser una pareja tradicional por primera vez. Así que boda e hijos será.

–¿En serio? –dijo Quinn y besó a su amada novia tras verla asentir–. Espera… ¿dijiste hijos?

Rachel sólo se rio sin dar ninguna respuesta concreta a su futura mujer. La besó como distracción
y luego se perdió en su cuerpo por segunda vez aquella noche.

Podrían tener la relación menos tradicional o normal del mundo, pero ni Rachel ni Quinn tenía
intenciones de cambiarla. Su relación, a sus ojos, era perfecta. Así, loca, desordenada, con
imprevistos, sorpresas y llena de decisiones espontáneas.

XXX. La boda

El día tan ansiado había llegado y la verdad era que todos estaban felices por eso. No sólo porque
aquel día era la celebración de un amor del que habían sido partícipes todos los que las rodeaban,
sino porque también estaban hartos de las quejas, los reclamos, las planificaciones y todo el
estrés que había implicado aquella boda.

La noche anterior, al despedirse Rachel de Quinn, pues la rubia pasaría la noche en casa de su
madre para no romper la tradición alusiva a que los novios no podía verse la noche antes de la
boda, la morena le rogó a su prometida que no se arrepintiera.
Judy, que amaba a su hija por sobre todas las cosas, estuvo a punto de ahorcarla cuando Quinn,
tras la marcha de Rachel, no paraba de despotricar contra aquella estúpida tradición, en palabras
de su hija. Sin embargo, minutos después el corazón de la hace muchos años divorciada Judy
Fabray se estrujó al percatarse de las lágrimas que su hija derramaba pensando que no sería lo
suficientemente buena para su futura esposa.

Pero el día había llegado y todos los nervios anteriores estaban olvidados. Ahora Quinn sólo sentía
ansiedad. Ansiedad de caminar hasta el lugar donde la esperaría el oficial que celebraría su
matrimonio. Ansiedad provocada por la ilusión de ver a Rachel caminando hacia ella. Ansiedad por
el futuro que les esperaba.

La boda no sería religiosa, sino civil. Ambas mujeres habían llegado a ese acuerdo. Pero querían
todas las tradiciones. La música de entrada, el caminar hacia el altar, que en su caso no existiría
como tal, la entrega de los padres, los votos y todo eso. Tuvieron que rogar y desembolsar más
dinero para que el oficial accediera, pero finalmente lograron tener lo que querían.

Podrían haber tenido una doble boda, judía-cristiana, pero ellas sentían que sería todo lo
contrario: una semi boda. Las creencias religiosas eran importantes para ambas y ninguna quería
que la otra tuviese que ceder. Quinn no quería una boda judía, ni Rachel una cristiana. Tener
ambas, para ellas, implicaba que cada una se casaba con sus creencias, no con la otra.

Por ello, una ceremonia civil parecía lo indicado. Ninguna cedía, porque no había nada que ceder.
Ambas se respetaban y sus hijos serían criados en ambas creencias. No había nada de malo en
ello.

Quinn se miró al espejo por quinta vez y sonrió. Se veía radiante, tal y como se sentía. Su
vestido, blanco, simple, corte princesa le quedaba como anillo al dedo. El largo era perfecto, sin
cola, porque así lo había decidido, pero le cubría totalmente los zapatos. Era ajustado hasta la
cintura, para luego caer con soltura desde sus caderas. Su pelo recogido ligeramente en un moño
que la rubia sabía que Rachel amaría, estaba adornado con unas pocas flores silvestres.

–Estás hermosa, mamá –la voz de Beth trajo a Quinn al presente y le sonrío a su reflejo en el
espejo.

–Tú estás aún más hermosa, corderito.

Beth se sonrojó, pero Quinn no mentía. Su hija llevaba un vestido rosa pastel con unas delicadas
flores que lo decoraban de color gris. Tenía su pelo recogido en un medio moño que permitía que
algunos de sus cabellos dorados, que cada vez eran más oscuros, flotaran al ritmo de su caminar.

–Nuna, me mandó a buscarte. Al parecer ya debemos salir hacia el salón –anunció Beth y Quinn
no se hizo de rogar. Tomó la mano de su hija para ir en busca de su madre y el resto de su
familia.

Con vítores recibieron a Quinn cuando se asomó en el living del departamento de su madre. Judy
tenía lágrimas en los ojos y era abrazada por una sonriente Taylor. Mientras que Frannie
observaba orgullosa a su hermana. Pero fue Leroy el que se acercó a abrazar a la rubia.

–Estás hermosa, hija –dijo Leroy con una seguridad que todavía asombraba a Quinn. Había
pasado de no tener un papá a tener dos padres amorosos e incondicionales.

–Gracias. ¿Sabes si está lista? –preguntó Quinn sin tener que pronunciar el nombre, porque Leroy
la entendía a la perfección.
–Sí, hablé con Hiram y ya están por salir. Me marché antes de que se pusiese el vestido, pero
estaba hermosa –aseguró el abogado y Quinn no lo dudó.

Los padres de Rachel habían decidido que se dividirían para entregar a las novias. Resolvieron
quién entregaría a quién mediante un sorteo. Quinn les dijo que no era necesario, que ella podía
entrar del brazo de su madre. Que eran mujeres independientes. Hiram no lo negó. Estaba de
acuerdo en el poder femenino que embargaba la casa Fabray. Pero le aclaró a Quinn que ella tenía
dos padres, aunque no llevara su apellido, y como padres, querían formar parte de su boda. Quinn
rompió a llorar y no fue necesario ninguna palabra más.

Llegaron al salón minutos después. Allí los esperaban el resto de sus amigos. El lugar que habían
elegido era una especie de palacio antiguo. En un salón se oficiaría la ceremonia y otro totalmente
distinto, celebrarían hasta el amanecer, según Santana.

Cuando Quinn se había bajado del coche, se maravilló ante la imagen de sus amigas
uniformemente vestidas de rosa pastel y de sus amigos vistiendo sus mejores trajes. Puck alabó a
su amiga, pero aclaró que nadie se comparaba a la hermosa Taylor. Jesse, que sostenía a Luke de
la mano, le dijo algo similar a Frannie, pese a que Santana se burló por el estado de preñez de la
mujer. Britt se limitó a negar y a jugar con Val, que pronto se juntó con Beth.

Lauren tenía a una sonriente Isabella en sus brazos, mientras que Cameron junto a Camila
charlaban con Luke. La adopción estaba en trámite, pero les habían permitido pasar ese día
juntos.

Quinn ansiaba ver a su hijo, pero Charlie llegaría junto a Rachel, en unos minutos más.

Minutos que se transformaron en media hora y Quinn comenzó a impacientarse. Al igual que su
hija y el oficial del gobierno. Ninguno de los teléfonos celulares contestaba, más bien, los
enviaban directo al buzón de mensajes.

Quinn no quería desesperarse. Conocía lo dramática que era su novia, probablemente quería
cumplir esa tradición de llegar tarde. Pero Leroy le había asegurado a la rubia que ellos habían
salido casi al mismo tiempo.

El corazón de Quinn parecía querer salirse de su pecho, porque sabía que algo andaba mal.

Una estrella. Así la había calificado su padre cuando la vio completamente lista. Kurt que la había
estado ayudando se secó una lágrima y emocionado le comentó que se veía hermosa. Charlie le
dijo que ninguna mujer podría verse más linda ese día, sólo Quinn podría empatarla. Rachel se
sentía en las nubes. Britt, Santana y su papi la habían acompañado en los rituales pre boda, pero
se habían marchado hace una hora para ir al salón y a buscar a Quinn, respectivamente.

Charlie le comentó a la morena que nunca había visto un vestido tan lindo. El vestido en cuestión
tenía aplicaciones por el lado derecho y era liso por el lado izquierdo. Al igual que el vestido de
Quinn, según lo que Britt había comentado, era corte princesa. Tenía una pequeña cola que le
daba un toque de elegancia perfecto. Rachel, por sugerencia de Kurt había decidido hacerse un
moño bastante ajustado con un broche de piedras preciosas que sus padres le habían regalado.

–Leroy dijo que Quinn ya está lista, así que es tiempo de partir –informó Hiram a Charlie y Rachel.
Kurt se había marchado junto a Blaine, minutos atrás.
–Vamos entonces, ya quiero ver a mamá –pidió Charlie y Rachel estuvo de acuerdo. Nada ansiaba
más que ver a su futura esposa.

Charlie fue el primero en subirse al coche con mucho cuidado intentado no arruinar su traje. El
pequeño se veía adorable con su traje gris y corbata rosa pastel, que hacía juego con el vestido
de Beth y el elegido para las damas de honor. Luego, fue el turno de Rachel, para que
posteriormente se subiese Hiram. Como habría alcohol involucrado en la celebración, habían
contratado choferes para no tener que preocuparse por los regresos.

No pasaron más de quince minutos cuando un fuerte golpe remeció el mundo de Rachel. La
ansiedad la inundó y su último pensamiento fue Quinn. Quinn esperándola para celebrar su
matrimonio.

Quinn supo apenas Leroy contestó el teléfono que algo malo había sucedido. Estaba a varios
metros de él, así que se dedicó a observarlo paralizada en el lugar en el que se encontraba. El
abogado se acercó a Judy susurrándole en el oído las malas noticias. La madre de Quinn se llevó
una mano a la boca y la visión de la rubia se comenzó a nublar. Santana pareció notarlo.

–Q, respira, respira –se susurró al oído sin entender que pasaba, mientras buscaba con la vista a
Judy.

–Rachel…

–El hobbit va a llegar pronto, ya sabes lo diva que es… –bromeó la latina algo más relajada al ver
a Leroy y Judy acercarse hasta ellas.

–Hija… –murmuró Judy.

–Por favor díganme que están bien –rogó Quinn con la voz quebrada. Mil escenarios pasaban por
su cabeza.

–Tuvieron un accidente mientras venían… –comenzó a explicar Leroy, pero el suelo bajo Quinn
tembló y luego sintió que se desvanecía.

–¡Estoy bien! –exclamó Rachel por tercera vez al médico que intentaba revisarla–. Papá, tú eres
médico, diles que estamos bien. Necesitamos irnos ya.

Hiram negó, porque ya le había explicado en dos ocasiones que ese era el protocolo a seguir luego
de un accidente.

Un coche se había pasado una luz roja y los había impactado con fuerza en el lado del copiloto,
que por obra del destino había estado vacío. Rachel producto de la emoción había perdido la
consciencia y Hiram tenía un pequeño dolor en el cuello. Tanto Jack, el chofer, como Charlie se
encontraban en excelentes condiciones salvo uno que otro golpe.

Producto del golpe, el teléfono de Hiram se había estropeado, al igual que el de Charlie y el bolso
de Rachel había quedado en el coche, por lo que sólo media hora después de lo sucedido, había
sido posible contactarse con Leroy.
–¿Hablaste con mamá, abu? –preguntó Charlie a Hiram–. Debe estar preocupada y Beth debe
estar ansiosa. Yo no quiero que estén mal…

El médico abrazó a su nieto con adoración.

–Hablé recién con Leroy, él les va explicar todo. Sólo nos queda firmar unos papeles, recibir los
resultados de unos exámanes y podremos marcharnos. Ve a abrazar a tu mami antes que mate a
ese pobre hombre.

Charlie se rio, pero hizo lo que su abuelo le pedía. Rachel cobijó a su hijo en sus brazos y se
tranquilizó un poco.

Tiempo después cuando Hiram anunció que podían marcharse, la calma pareció volver al cuerpo
de la morena. Por fin podría llegar a su matrimonio.

Quinn se despertó sentada sobre una silla al interior de un salón que ella no reconocía. Palideció al
recordar las palabras de Leroy. Rápidamente Judy le habló.

–Están bien. No les pasó nada –aclaró la mujer–. Sólo tuvieron que ser trasladados para ser
revisados y descartar cualquier cosa. Especialmente porque tu novia se desmayó de la impresión.
Pero están bien. Ya vienen en camino.

–¿Estás segura? –preguntó Quinn emocionada y aún algo confundida.

–Yo hablé con Hiram. Tu futura esposa no paraba de atormentar a un paramédico diciéndole que
estaba bien y se debía marchar ya de ahí –comentó Leroy.

–Eso suena muy Rachel –dijo con una sonrisa la rubia.

–Ahora debemos ir al salón para comenzar la ceremonia. Charlie habló con Beth que moría de los
nervios y le avisó que estaban a cinco minutos de aquí. Es mejor que tu hija te vea bien antes de
que comience todo –sugirió Judy.

Quinn siguió a su madre, siendo recibida por una impaciente Beth que no paraba de repetirle que
todo estaría bien. Era como si la pequeña estuviese intentando convencerse a sí misma. En ese
momento, Quinn se percató de lo similares que eran.

Ambas dejaron escapar un suspiro cuando desde una de las ventanas observaron como un coche
se detuvo en la entrada del lugar. Del mismo descendió un sonriente Charlie, un relajado Hiram y
una increíblemente radiante Rachel.

Quinn sonrió. Todo estaba bien.

Por fin la ceremonia podía comenzar.

Como leyéndole el pensamiento, Leroy se acercó a ellas y les comunicó que ya era hora.

Con la marcha nupcial de fondo, Quinn comenzó su caminata hasta el lugar que simularía ser el
altar, donde ya su familia la esperaba.
Val era la niña de las flores. La pequeña se veía orgullosa lanzando pétalos hacia todos lados, bajo
la atenta -y orgullosa- mirada de sus madres.

Beth apretó la mano de su madre y le sonrió. De cierto modo, aquel día era un sueño cumplido
para la niña. Por fin sus mamás darían el paso que ella ansiaba hace años.

Quinn y Rachel decidieron semanas antes de la ceremonia que sus hijos entrarían con ellas.
Ambos portarían los anillos. Beth el de Rachel y Charlie el de Quinn.

–Cuídala y amala como siempre –murmuró Leroy cuando llegaron a destino, tras darle un beso en
la mejilla.

–Encantada –respondió Quinn y se giró para quedar mirando hacia la entrada, esperando por el
ingreso del amor de su vida.

Y, por supuesto, Rachel no la defraudó. Apenas apareció en su campo de visión, la sonrisa de


Quinn se ensanchó y la de la morena se convirtió en un fiel reflejo.

Cada paso que la cantante daba hacía que el corazón de Quinn latiese más y más rápido.

Cuando llegaron hasta el altar, Hiram murmuró a su hija palabras similares a las empleadas por
su esposo y le dedicó una sonrisa a la rubia. Charlie, por su lado, saludó tímidamente a su madre
y la besó en la mejilla, para luego ubicarse junto a Beth.

–Estás hermosa –susurró Quinn tomando la mano de la morena.

–Me robaste la frase –murmuró Rachel sin perder la sonrisa que adornaba su rostro desde que
había cruzado su mirada con Quinn.

Cualquier otra palabra que quisiesen profesarse tuvo que ser silenciada, pues el oficial comenzó la
ceremonia. Tras varias frases cliché y la lectura de algunos artículos legales, el momento del
intercambio de anillos y votos llegó. Un momento que había sido incluido por ellas tras varias
súplicas al señor de la oficina gubernamental.

El orden sería alfabético y Quinn no cedió ante esto. El acuerdo también incluía que los votos
debían ser sencillos y lo más cortos posibles. Rachel tuvo reticencias con ese punto, pero terminó
aceptando.

–Siempre creí en el destino –comenzó a hablar Rachel–. Siempre creí en esos amores de
cuentos… pero no fue hasta que tú me besaste por primera vez que sentí que yo sería capaz de
vivirlo –agregó acariciando ambas manos de Quinn–. Mi corazón se casó contigo hace muchos
años, sin que ni siquiera yo pudiese decir algo. Hoy vengo a reafirmar esa promesa hecha hace
años, a confirmar lo que he sabido desde hace mucho tiempo. Eres el amor de mi vida, en lo
bueno, pero sobre todo en lo malo. Te amo por infinitas razones, pero especialmente porque
haces realidad los sueños que no sabía que tenía. Porque me miras como si fuese lo más preciado
de esta vida, cuando lo más preciado que existe eres tú. Te amo, porque me sale natural y, a la
vez, porque elijo hacerlo cada día. La elección más complicada y sencilla de todas. Te amo y no
me imagino pasando mis días sin ti. Hoy yo no firmo un papel hasta que la muerte nos separe (o
nosotras mismas en caso de divorcio), porque ni la muerte nos puede separar. Hoy me
comprometo a amarte todos los días de mi vida y los que sigan después de eso.

Charlie le entregó el anillo a su madre y ésta lo deslizó con lentitud por el dedo anular izquierdo
de Quinn.
–Sólo tú podías incluir al divorcio en tus votos –comentó Quinn sacando una carajada a todos los
presentes, incluida Rachel–. La noche que todo comenzó fue una de las más extrañas de la vida.
En ese tiempo mis demonios me dominaban y tenía miedo de lo que me hacías sentir… pero
nunca te rendiste. Prometiste que estarías a mi lado y no has roto esa promesa nunca. Podría
decir muchas cosas sobre lo complicado que fue llegar hasta aquí, pero mentiría; porque amarte
es lo más natural y fácil que me ha pasado en la vida. Luchar con mis demonios, esa es otra
historia… Pero creo que esa es la principal razón de mi amor –Rachel miró a su novia con lágrimas
en los ojos y ésta le sonrió antes de continuar–. Te amo por la forma en que me acompañas en
los momentos más felices de mi vida, pero especialmente por la forma en la que bailas con mis
demonios. Te amo porque eres de las personas más puras que conozco y porque aun no entiendo
cómo puedes amarme en la forma en que lo haces. Te amo porque me enseñaste a conquistar
mis miedos, a danzar con ellos. Te amo por siempre y para siempre.

Beth, imitando a su hermano, se acercó a Quinn y le pasó el anillo, que con sumo cuidado la rubia
deslizó por el dedo anular de Rachel.

Tras firmar las respectivas actas, el oficial las declaró mujer y mujer, permitiéndoles besarse.

Beso que se sintió diferente a los demás, quizás por la carga emocional que implicaba. No estuvo
lleno de pasión, pero sí de amor. De ese que te traslada a otro lugar, que hace que todo a tu
alrededor desaparezca.

Gritos y vítores las trajeron de regreso a la realidad. Había llegado el momento de celebrar.

La fiesta fue de ensueño. Bailaron hasta que sus pies no dieron más y se rieron sin tapujo. La
única moderación existente fue la de la bebida. Ninguna quería pasar la noche de bodas
vomitando en el baño. Es más, Rachel se había limitado al champagne del brindis.

El vals y el brindis probablemente fueron los momentos épicos de la noche. El primero por la
emoción que tuvo, ya que como habían acordado, tras el primer baile, Lauren y Jesse se les
unieron, junto con Camila y su padre y el resto de sus amigos. El segundo, básicamente por la
desfachatez de cada persona que alzó su copa para hablar, incluyendo a sus padres que para
sorpresa de todos, decidieron compartir con todos los presentes anécdotas vergonzosas del
pasado.

Ahora las risas y el ruido habían quedado atrás. Sólo estaban ellas dos en aquella maravillosa
suite Terrance del Plaza, el lugar elegido para pasar su noche de bodas.

La suite tenía un área de estudio, un living, dos baños, una habitación y una maravillosa vista. Era
un lujo, pero sólo pensaban tener una noche de bodas, así que habían decidido gastar sin reparos.
Además, dado las agendas de ambas, no podrían irse de luna de miel muy pronto.

–¿Fue todo como lo soñabas? –preguntó Quinn mientras besaba a su esposa y le quitaba el
vestido.

–Fue mejor que en mis sueños, salvo por el accidente antes de llegar –respondió Rachel imitando
las acciones de la rubia. Ambas querían deshacerse de sus ropas rápidamente.

La morena comenzó a quitarse sus zapatos cuando se desestabilizó por un momento y Quinn se
apresuró a afirmarla.
–¿Estás bien, Rach? –la preocupación invadió a Quinn. Rachel nunca se enfermaba y el desmayo
de horas atrás ya había sido demasiado.

–Siéntate –pidió la morena palmeando la cama en la que su esposa la había depositado.

El color abandonó el rostro de Quinn. No era aquella la forma en la que se había imaginado su
noche de bodas. El tono de Rachel la asustaba.

–¿Qué…? ¿Qué pasa? –murmuró Quinn.

–Hoy en el hospital, cuando me chequeaban confirmaron algo que venía sospechando hace unos
días… –explicó Rachel–. Estoy embarazada.

–¿Cómo…? ¿Embarazada? –la rubia no entendía nada en ese momento. Pasó de imaginarse la
peor de las enfermedades a quedar perpleja.

–¿Recuerdas que habíamos visto donantes que tuviesen similitudes contigo… y que elegimos a
uno? –preguntó Rachel y Quinn se limitó a asentir–. Sé que decidimos intentarlo tras la boda,
pero sabes como soy yo… impulsiva… –suspiró–. Básicamente, hice la "gran Britt". Fui a la clínica
y me inseminé con el donante que habíamos elegido. No sabía que funcionaría al primer intento.
Lo deseaba, pero el médico dijo que las probabilidades eran bajas. Hace unos días noté que tenía
un atraso y hoy me lo confirmaron. Lo bueno es que nos ahorraremos dinero, porque no
necesitamos más intentos… di algo por favor.

–¿Estás embarazada? –Rachel asintió–. ¿Vamos a tener otro hijo? –la morena se limitó a asentir–.
Vamos a ser mamás nuevamente, Rach –comentó Quinn tomando la cara de su esposa con ambas
manos y la besó con pasión–. ¿Te sientes bien? ¿Llamo a un médico? Bebiste en la fiesta, eso le
va a hacer mal al bebé. Mejor vamos a una clínica…

–Estoy bien, no necesitas llamar a nadie. El médico que me revisó y confirmó mi embarazo dijo
que podía beber una copa hoy. Él se aseguró de comprobar que yo estuviese en perfecto estado.
Tuve que insistirle con que estaba bien para poder marcharnos.

–¿Cuánto tiempo tienes? –preguntó Quinn tras unos segundos de silencio.

–Seis semanas, serán siete en tres días más –respondió Rachel con una sonrisa.

–Vamos a ser mamás. Hay un mini tú creciendo en tu vientre, Rach –expuso Quinn embobada–. Y
yo que pensaba que este día no podía mejorar, que no podía ser más feliz. No paras de
sorprenderme, Berry.

–No planeo parar de hacerlo, Fabray –dijo Rachel en un tono sugerente, para luego besar a la
rubia con deseo.

Cada caricia que se propinaban era distinta, más delicada, más cautelosa. Querían tomarse todo
el tiempo necesario para recorrerse, para volver a descubrirse.

Rachel se dedicó a besar el cuello de Quinn con esmerada dedicación. Haciendo gemir a la rubia
cada vez que la boca de su esposa hacia contacto con esa parte de su cuerpo.

Quinn se preocupó de besar cada rincón de su amaba morena, poniendo especial atención en la
parte trasera de su anatomía.
Luego, una petición de Rachel hizo que Quinn se recostara rápidamente y la morena la cubrió con
su cuerpo, pero de forma invertida. Cuando la boca de Rachel hizo contacto con su centro, Quinn
dejó de acariciar las piernas de la cantante para imitarla y provocarle un placer infinito.

Cada una se dedicó con experticia a la tarea de darle placer a la otra. Bastaron sólo unos minutos
para que la habitación se llenase de gemidos y ambas alcanzaran la gloria casi simultáneamente.

La noche siguió con ellas invadiéndose, penetrando con sus dedos el calor que exudada aquel
lugar oculto de la otra.

Sin duda, la capacidad para tener orgasmos múltiples era una bendición cada vez que ellas hacían
el amor, pero aquella noche fue algo más.

Cada orgasmo se sintió como si el mundo, el universo, explotara con ellas.

Y el amor que trasmitían sus ojos cada vez que se encontraban era algo mágico, como todo aquel
día.

Magia, así simple y pura. Eso era lo que sentían.

XXXI. El mejor regalo de cumpleaños

Lo odiaba, estaba segura de eso.

Aquel pensamiento no dejaba de repetirse en la mente de Beth mientras observaba a su papá y a


su hermano jugar con Cameron. Supuestamente hoy era un día padre-hija, que obviamente
incluía a Charlie, porque el pequeño formaba parte vital ahora en aquella tradición.

El problema es que el día anterior, Puck había invitado a Cameron para que se sumara. Así que
ahí estaban los tres hombres jugando con un balón en el parque, mientras que Beth no dejaba de
bufar sentada junto a Taylor.

–Si sigues frunciendo el ceño de esa manera, te saldrán arrugas antes de que cumplas diez años
–bromeó Taylor mientras observaba a su sobrina.

–No entiendo por qué nadie se da cuenta de lo pesado que es Cameron –soltó Beth, sin mirar a la
castaña y sin relajar su fruncido ceño.

–Y yo no entiendo por qué se llevan tan mal –comentó Taylor–. Pensé que al menos harían un
esfuerzo por Charlie. Cameron es su mejor amigo y tú eres su hermana, lo dejan en una posición
bastante complicada cada vez que pelean.

–No es mi culpa que su amigo sea un tonto. Charlie es demasiado bueno para notarlo –se quejó la
pequeña rubia. Un fuerte golpe interrumpió su discurso–. ¡Auch! –lloró y buscó al causante de que
esa pelota golpeara su cabeza. Sin duda, la sonrisa de Cameron lo delataba–. Lo hizo a propósito.
Lo odio –sollozó en el pecho de su tía que la había abrazado tras comprobar que no tenía nada.

–Lo siento –la voz de Cameron hizo que Beth se girara a enfrentarlo.

–¡Lo hiciste a propósito! –exclamó Beth.


–Fue un accidente, Beth. Estábamos jugando y Cam golpeó la pelota hacia aquí sin querer –
explicó Charlie que se había acercado junto su amigo y Puck para comprobar que Beth estuviese
bien–. ¿Te duele mucho? ¿Necesitas algo? –preguntó preocupado.

–No fue un accidente. Estaba sonriendo, yo lo vi –contradijo Beth enojada.

–Princesa, de verdad fue un accidente. Cameron jamás intentaría herirte –expuso Puck, más
tranquilo tras la mirada que su novia le había brindado indicándole que Beth estaba sana y salva.

–Yo sé que lo hizo a propósito. Ustedes pueden creer que es bueno, ¡pero no lo es! –exclamó aún
más molesta la rubia–. Lo odio –miró al chico en cuestión y exclamó con más fuerza–. ¡Te odio!

–Yo… –murmuró Cameron sorprendido y afectado, pero no pudo formular más palabras.

Beth se levantó y corrió hacia unos columpios. Taylor se apresuró a seguirla, pues aquella
reacción de la pequeña no era normal.

Puck y Charlie se miraron preocupados. Algo estaba pasando y debían comentarlo cuanto antes
con Rachel y Quinn.

Aquella era una semana de locos. Quinn sentía que en cualquier momento sufriría un ataque de
nervios. Primero, los problemas entre Beth y Cameron seguían sin disminuir, pese a que tanto
Rachel como la ex porrista habían hablado con su hija.

Lauren había conversado con Quinn sobre el asunto, porque la pelinegra estaba preocupada por
Cameron. El pequeño había llegado retraído aquel día tras la pelea con Beth y ahora la buscaba
para pelear con más ahínco.

Por otro lado, las náuseas matutinas de Rachel se habían esfumado, pero los antojos seguían
presentes. Eso y las hormonas. Quinn odiaba a las hormonas. Su esposa parecía pasar de amarla
a odiarla en cosas de segundos, para luego ponerse a llorar sin control. La rubia no entendía cómo
sus hijos aún no notaban que algo le sucedía a Rachel. O quizás si lo notaba y preferían ignorarlo.

Finalmente, ese día anunciaban las nominaciones a los Tony. Quinn sabía lo ansiosa que la
morena estaba por ello, aunque le restare importancia. Y aquella ansiedad le preocupaba, porque
podía afectar al bebé.

–¿Cuánto falta? –preguntó una nerviosa Beth que no intentaba disimularlo en lo absoluto.

–En media hora más comienza la transmisión –respondió Quinn a su hija con una sonrisa.

–Yo sé que mami fue la mejor, pero ¿y si no la nominan? ¿O si la nominan y no gana?

–Va a estar triste, pero todos sabemos que ella es la mejor. Si no es este año, será el próximo o
el que sigue. Y estoy segura que para tu mami hay otras cosas más importantes.

–Pero yo no quiero que esté triste –se quejó Beth.

–Yo tampoco –se sumó Charlie a la conversación.


–Yo menos –concordó Quinn–. Pero a veces es inevitable. Lo único que podemos hacer es amarla
y apoyarla.

–Yo puedo hacer eso –afirmó Charlie.

–Yo también –sonrió Beth.

–Eso es lo que su mami necesita. Que la amen, la apoyen y la mimen. Mientras más, mejor.

–¿Entonces deberíamos llamar a los abuelos, papá, los tíos y las tías para que nos ayuden? –
preguntó Beth.

–No, creo que con ustedes basta. Quizás necesitemos refuerzos, pero por ahora, es mejor que nos
preocupemos sólo nosotros –explicó Quinn.

–Igual, los abuelos y la Nuna vendrán apenas terminen los anuncios, ya lo dijeron. Y de seguro el
resto aparecerá también –indicó Charlie.

–Es verdad, es casi imposible que nos dejen solos –bromeó Quinn mirando a sus hijos con amor–.
Siento que cada día que pasa crecen más rápido. Voy a cerrar y abrir los ojos, y ya se van a haber
marchado de aquí.

–Mamá faltan muchos años para eso. ¡Como diez! –exclamó Beth y Quinn sonrió al percatarse que
su hija pensaba que diez años era una cantidad inmensa.

–Podrían tener más hijos –sugirió Charlie.

–¡No! –dijo Beth y los presentes que restaban la miraron asombrados–. Yo sé que dije que quería
un hermano menor, pero ya no quiero.

–¿Por qué? –preguntó preocupada Quinn. El bebé ya crecía en el vientre de Rachel, no había
vuelta atrás.

–¡Porque me pueden dejar de querer o puede ser como Cameron y yo lo odiaría!

–Jamás te vamos a dejar de querer –sentenció Quinn–. Pese a que aun no entiendo cuál es el
problema que existe entre ustedes dos, te aseguro que amarías a tu hermanito o hermanita. Lo
de Cameron es algo puntual que vamos a solucionar cueste lo que cueste.

–¿De qué hablan? –preguntó Rachel a sus espaldas–. ¿Reunión familiar y no me avisaron?

–Claro que no –dijo Beth abrazando a la morena–. Hablábamos sobre la idea de tener un nuevo
hermano.

Rachel miró sorprendida y algo molesta a Quinn, pensando que su esposa había revelado el
secreto. Quinn sonrió y negó.

–Una buena idea, ¿no? –dijo sonriendo la morena.

–Mm… –Beth apretó sus labios y simuló que pensaba–. Hace unos momentos creía que no –
aquello asombró a Rachel–, pero cambié de opinión… sería lindo tener un bebé.
–Sí, aunque alguno de nosotros tendría que compartir su habitación –expresó Charlie dubitativo.

–Sí, el espacio sería un problema… –concordó Quinn–. Pero aún nos queda tiempo para pensar
esas cosas –agregó cambiando de tema–. Vayamos acomodando las cosas para el evento que
tanto esperamos hoy.

Casi media hora más tarde, los cuatro habitantes de aquel hogar se encontraban sentados frente
al televisor viendo cómo iniciaba la transmisión. Todos querían que "La nueva citadina" tuviese
varias nominaciones, pero había una en especial por la que todos rogaban.

Charlie sació su ansiedad con la comida que Quinn había preparado para esperar las
nominaciones. Beth se mantuvo en silencio esperando uno a uno los anuncios de los candidatos.
Rache se acurrucó contra Quinn y la rubia se dedicó a brindarle pequeñas caricias.

Hasta el momento, la obra de Rachel contaba con cuatro nominaciones: mejor musical, mejor
director, mejor guión y mejor diseño escénico.

Sólo quedaban dos categorías por ser anunciadas. Por lo que un silencio se produjo hasta el
presentador comenzó a revelar a los siguientes nominados.

–No puedo creer que no hayan nominado a Simon –dijo Quinn sorprendida.

–Era una categoría difícil, Simon me comentó que no esperaba ser nominado en realidad. Aunque
en el fondo, como actor siempre la esperas –expuso Rachel.

Aquel anuncio había dejado a todos más nerviosos. Si el compañero de Rachel no había sido
nominado, la posibilidad de que Rachel tampoco lo fuera, aumentaba.

–Por último, las nominadas a mejor actriz principal en un musical son… –dijo la voz del
presentador, provocando que un tenso silencio se formara en la sala, mientras anunciaba a las
candidatas–: y Rachel Berry por su papel en "La nueva citadina".

El silencio se trasformó en gritos y los gritos en llanto. Lágrimas de alegría inundaban los ojos de
todos los presentes.

–¡Lo sabía, lo sabía! –festejó Charlie.

–¡Eres la mejor, mami! –elogió Beth.

Quinn se dedicó a decirle a su novia todo lo orgullosa que estaba de ella a través de apasionados
besos que los pequeños dejaron pasar, porque la ocasión lo ameritaba.

Tal y como Charlie lo previó, minutos más tarde, el departamento se llenó de sus familiares y
amigos. Todos emocionados por la nueva nominación de la morena y por la que esperaban, fuese
su revancha con los Tony.

Rachel se sentía un globo y eso que apenas tenía una pancita. Su vientre aún se disimulaba a la
perfección bajo su ropa.

La noche anterior había llorado tras hacer el amor con Quinn, porque pensaba que su esposa
dejaría de amarla cuando aumentara más de peso y ya no pudiesen tener relaciones. Obviamente,
de inmediato la rubia desestimó aquella suposición y se dedicó a besar y a acariciar a Rachel
demostrándole con acciones cuánto la amaba y deseaba.

Rachel se miró al espejo una vez más, acomodando su vestido y rechazando la sensación de
hinchazón que la invadía.

–Tu hija me va a volver loca –dijo Quinn a su oído, abrazándola por la espalda.

–¿Ahora es sólo mi hija?

–Cuando se comporta como una mini diva, o sea, como una mini versión tuya, claro que lo es –
expuso Quinn besando el cuello de su esposa–. Es decir, la mayor parte del tiempo.

–Idiota –murmuró Rachel antes de girarse y besar a Quinn en los labios–. Está emocionada y
ansiosa por su cumpleaños. No cumples siete años todos los días. Déjala.

–La dejo, por eso estoy aquí. Charlie debe soportarla ahora –contestó la rubia tras responder al
beso–. Pero amo a mi hijo, así que tenemos que salir a enfrentarla pronto.

–¿Todavía crees que es buena idea contarles hoy lo del embarazo?

–Sí, estoy segura. Además, ya sabemos hasta su sexo. Si seguimos ocultando tu embarazo, se
van a enterar todos cuando deba llevarte a la clínica a tener al bebé.

–A la bebé –corrigió Rachel y Quinn la miró sonriendo. Aun no se acostumbrada a la imagen de


una pequeña Rachel en sus brazos.

Una pequeña morena, quizás de ojos más claros debido a su donante, durmiendo contra su
pecho, mientras su esposa la abrazaba. Aquella era la imagen con la que Quinn soñaba desde la
última ecografía.

–¡Mamás! –el grito de Charlie la trajo de regreso a la realidad.

–Creo que llegó la hora –dijo Rachel tomando la mano de Quinn, guiándola hasta la puerta.

Cuando llegaron a la sala se encontraron con un agotado Charlie y una sonriente Beth.

–¿Ya nos vamos al salón? –preguntó Beth.

El cumpleaños de la pequeña rubia se celebraría en un salón dispuesto para tal efecto, dado que
su hogar no soportaría la cantidad de invitados que llegarían.

–Aún no, primero queremos decirles algo –explicó Quinn.

–¿Pasó algo? –cuestionó con preocupación Charlie.

–Se podría decir que sí, pero no es nada malo –respondió Rachel–. Hace unos meses conversamos
con su mamá sobre la posibilidad de agrandar la familia…

–¿Van a tener un bebé?

–Okay, eso fue más rápido de lo que esperaba –murmuró Quinn tras la pregunta de Charlie.
–¿Es en serio? ¿Vamos a tener un hermanito? –ahora fue el turno de Beth de preguntar.

Rachel asintió con lágrimas en los ojos.

–En realidad, es una hermanita –aclaró Quinn.

–¿En serio? –Beth nuevamente y Rachel volvió a asentir–. ¿Vamos a tener una hermanita? ¡Este
es el mejor cumpleaños de todos!

–¿Por eso mami estaba tan rara? –preguntó Charlie uniendo los puntos.

–Sí, su hermanita se encuentra en el vientre de Rach y le genera algunos cambios –expuso Quinn.

–Definitivamente este es el mejor cumpleaños de todos.

Y fue el mejor cumpleaños de todos. Obviamente, Beth no pudo ocultar la noticia y a cada
invitado que llegaba le contaba que iba a tener una hermanita. La única persona que no estaba
sorprendida con la noticia era Taylor. Quinn había hablado con su hermana menor unos días atrás.
Era un tema delicado y por tanto merecía un trato especial. La castaña estaba feliz por su
hermana y su cuñada, pero aún más por ser la primera en saberlo. Sí, habían crecido y
madurado, pero era importante tener cosas para jactarse.

Charlie había estado algo retraído durante la fiesta, así que al llegar a su hogar, Quinn se sentó a
conversar con él. Mientras tanto, Rachel y Beth conversaban sobre los regalos de la cumpleañera,
especialmente uno que había fascinado a la pequeña rubia: un blu-ray de Wicked, elegido por
Cameron -así lo había anunciado Camila ante el sonrojo del aludido-, y obsequiado por ambos
hermanos. Beth intentó ocultar su asombro y tímidamente le dedicó un gracias a su ahora, quizás,
ex enemigo.

No fue fácil para Quinn descubrir qué le sucedía a su hijo. Tras minutos de silencios y tiras y
aflojas, el pequeño habló. Su gran inquietud era qué iba a pasar cuando naciera su hermanita.
Beth compartía lazos con Quinn y la bebé que venía en camino, con Rachel.

La rubia ex porrista sabía que aquel sería un tema durante algún tiempo. No era primera vez que
surgía, ni sería la última. Lo importante era asegurarse de que Charie tuviese clara una cosa: ellas
lo amaban como a un hijo, como a Beth y como a la bebé que llegaría en unos meses, aunque no
tuviesen lazo sanguíneo alguno. El lazo que los unía venía del corazón y era mucho más fuerte
que cualquier otro.

Tras varios mimos y risas, Charlie se fue a dormir más aliviado. Especialmente después de que
Beth dijese que quería que le enseñase a ser una buena hermana mayor, ya que él era el mejor
hermano mayor que existía en el mundo.

–Hoy fue un gran día –dijo Rachel acurrucada junto a su esposa.

Ambas estaban acostadas, casi listas para dormir luego de largas y agotadoras horas.

–El mejor día de la vida, diría tu hija –comentó Quinn.

–Nuestra hija. Igual que la que viene en camino –corrigió la morena.


–En el "nuestra" tienes razón, pero espero que la que viene en camino sea distinta. Con dos divas
basta y sobra –bromeó Quinn–. Imagínate al pobre Charlie, rodeado de chicas y tres de ellas,
insoportables –puso una mano en el vientre de su esposa–. Así que pequeña renacuaja, no
aprendas de los divismos de tu madre, por favor.

–¿Renacuaja? –preguntó con sorna Rachel–. A veces olvido que estoy casada con una niña.

–Esta niña te hace disfrutar como nadie –aseguró campante Quinn, para luego besar a Rachel.

La morena no podía rebatir aquello, así que se dejó besar y disfrutó de las caricias que le brindaba
su esposa. Por unos instantes disfrutaron de la compañía de la otra en silencio.

–¿Sabes? Nunca pensé que diría esto, pero si no gano el Tony este año o en unos años más… o
nunca… no me importa –comentó Rachel.

–¿Hablas en serio? –preguntó Quinn sorprendida por las palabras de su esposa.

–Sí. Nunca pensé que sería tan feliz como ahora –aseguró la morena–. Es decir, siempre imaginé
que sería feliz una vez que triunfara en Broadway. Llena de premios que le demostrarían a todos
en Lima lo mal que hicieron en juzgarme, dudar de mí y tratarme mal –añadió, acariciando la
mano de Quinn, porque sabía que su esposa estaba recordando el pasado y culpándose. Hay
cicatrices que el tiempo no cura, pero con las que aprendes a vivir–. Nunca pensé que sería así de
feliz teniendo una familia. Siempre quise tener una, pero porque me parecía algo necesario en mi
biografía, en mi carrera como destacada actriz.

–Pero ya eres una destacada actriz. Has sido nominada a los premios Tony dos veces seguidas, en
tus dos protagónicos –contradijo Quinn.

–Lo sé, pero eso no es lo que la Rachel de Lima, Ohio consideraría ser una destacada actriz. Ya
sabes, hablo de algo del nivel de Barbra –explicó Rachel.

–Siempre soñando en grande –dijo la rubia con una sonrisa.

–Sí, aunque ni mi mejor sueño se compara con mi realidad actual –señaló la diva acurrucándose
más aún contra su esposa–. Soy tan feliz, amor… ni siquiera puedo explicarlo con palabras.

–Creo que puedo entenderte bastante bien –expuso Quinn dejando un beso en el cabello de la
morena–. Definitivamente esto no es lo que soñaba la Quinn de quince años, la hija perfecta de
Russel Fabray.

–¿Te arrepientes?

–¿Te refieres a todo? ¿O a algo en específico?

–¿Cambia la respuesta? –preguntó intrigada Rachel–. Sé que no te arrepientes de lo sucedido con


Puck, porque es imposible que vivas sin Beth… así que mi pregunta va más ligada a nosotras…

–Tienes razón respecto de Beth –aseguró Quinn–. Fue duro enfrentar el rechazo de mis padres y
la decepción, pero Beth vale mucho más que eso. Lo volvería a vivir las veces que fuese necesario
–añadió serena–. Siendo sincera, la verdad es que mi respuesta no cambia. Reviviría todo lo que
pasó. Lo bueno y lo malo. Tú me amaste aun contra mi voluntad y fue una de las mejores cosas
que me pasó en la vida. ¿Cómo podría arrepentirme de amarte? ¿De estar a tu lado? Sería como
arrepentirme de ser feliz. A veces siento que sólo empecé a ser la verdadera Quinn Fabray cuando
tú decidiste aparecer en la fiesta ese día.

–Y tú remeciste mi mundo ese día con aquel beso –aseveró Rachel.

–El alcohol me llevó a tomar las mejores decisiones de mi vida.

–Por favor, no repitas eso delante de nuestros hijos, les darás la idea equivocada –pidió la morena
en tono jocoso.

–¿Estás loca? Mis pequeños -de ser posible- van a vivir encerrados junto a nosotras.

–Sobre mi cadáver, Fabray.

–Encantada me pongo sobre ti, Berry.

–Contigo es imposible hablar, amor.

–Es que a veces hablas demasiado, y yo prefiero actuar. Las palabras no son lo mío –se excusó
Quinn.

Y siendo fiel a su estilo, Quinn no siguió hablando sino que buscó los labios de su esposa, el amor
de su vida, la mujer que todo lo había cambiado. Apenas sus bocas hicieron contacto todas esas
sensaciones que aparecieron la primera vez que se besaron, volvieron. La rubia estaba segura que
nunca se irían. Esa era una de las tantas maravillas de estar junto a Rachel. Todo alrededor de
ella brillaba y era mágico.

Rachel besó a Quinn con más pasión y la ex porrista sonrió.

Benditas hormonas.

La rubia no quiso quedarse atrás e incrementó la cercanía de sus cuerpos. A los minutos, cuando
el calor ya era insoportable, sus ropas quedaron atrás y Quinn se quedó embobada mirando a la
morena. Así, desnudas, la pancita de Rachel era evidente y Quinn no pudo evitar enamorarse aún
más de su esposa, si es que eso era posible, ni tampoco pudo resistir las ganas de llenar de besos
aquel lugar del cuerpo de la cantante.

Rachel simplemente se dejó amar. Cuando Quinn la miraba de aquella manera borraba una a una
sus inseguridades.

La morena estaba segura, ningún teatro, ninguna canción se comparaba a la sensación que le
producían las caricias de Quinn, sus miradas y sus silencios.

Se amaron de la forma que ya tan bien conocían, con sus cuerpos, sus mentes y sus almas. Se
amaron hasta caer rendidas una al lado de la otra, con sus respiraciones agitadas.

–Te amo –susurró Rachel.

–Yo también te amo –correspondió Quinn–. Y amo aún más como quedas sin palabras tras
alcanzar un orgasmo.

–Y así Quinn Fabray arruina un maravilloso momento –ironizó Rachel.


Quinn no se dejó estar y besó a su esposa, pero esta vez con una ternura y adoración extrema.

–Sabes que bromeo –aseguró la rubia, abrazando a Rachel por la espalda, quedando en la clásica
posición denominada "cuchara".

Se produjo un silencio, pero la ex porrista sabía que su esposa estaba perdida en sus
pensamientos, así que esperó tranquila, posando sus manos en el vientre de la morena hasta que
ésta habló:

–¿Has pensado en algún nombre?

–Creía que lo elegiríamos juntas –comentó Quinn mientras hacía figuras en el vientre de la
cantante con sus manos.

–Eso acordamos –afirmó Rachel–, pero no respondiste mi pregunta. ¿Has pensado ya en algún
nombre?

Quinn asintió tímidamente contra el hombro de Rachel. Al percatarse que la morena aún esperaba
su respuesta, susurró:

–Sí.

–¿Y cuál es?

–No te lo voy a decir –dijo Quinn.

–¿Por qué no?

–Porque te conozco y vas a querer que ese sea el nombre.

–¿Y qué hay de malo en eso? –preguntó Rachel–. No lo entiendo.

–No hay nada de malo, sólo quiero que lo elijamos las dos –admitió Quinn–. Tú sugeriste el
nombre de Beth y yo elegí ponerle así. Con Charlie no tuvimos opción, fue el destino. Ahora
quiero que sea algo de las dos…

–Está bien, lo haremos juntas, sin presiones –señaló Rachel.

–Juntas todo es mejor –susurró Quinn antes de volver a besar a su esposa.

Aquella era su mayor verdad.

XXXII. Epílogo: Diez años después

–Mamá, despierta…

Aquella voz que tanta ternura le provocaba podía ser realmente una molestia a esa hora de la
mañana. La rubia gruñó e intentó ignorarla.

–Mamá, es de día –la voz susurró a su oído y no pudo evitar sonreír, pese a eso, fingió que seguía
durmiendo–. ¿Mamá?
La inseguridad en su voz hizo que quisiese voltearse y abrazarlo, pero la verdad era que estaba
tan cansada debido a la extenuante semana que ya casi terminaba y a la apasionada noche
anterior con su esposa.

¡Su esposa! Esa era la solución.

–Amor, Dani te está llamando –murmuró en el oído de su esposa que dormía acurrucada junto a
ella.

–Tú eres "mamá", lo sabes. Yo siempre he sido "mami". Dani está en tu lado de la cama. Es tu
turno –sentenció Rachel, sin dudar.

Como si quisiese afirmar lo dicho por su madre, la cantarina voz habló nuevamente.

–Mamá, por favor –pidió y aquello fue mucho para Quinn.

–Ven aquí, monito –dijo la rubia haciendo espacio para que su hijo se acomodara junto a ellas.

–Tuve un sueño feo –susurró el pequeño, siendo abrazado por Rachel en forma protectora–. No
quiero dormir otra vez y es de día…

–Sí, es de día… pero aún es muy temprano –explicó Quinn–. Además, sabes que nada te va a
pasar a nuestro lado. Los sueños malos son sólo eso, sueños. No te pueden lastimar.

–Pero me dio miedo –confesó el niño.

–Tener miedo no es algo malo, monito –expuso Rachel besando los cabellos de su hijo menor. Su
debilidad–. Lo importante es que afrontemos nuestros miedos.

–¿Como Simba? –preguntó Dani con curiosidad.

Beth la semana anterior había incitado a su hermano a ver películas antiguas de Disney. Desde
entonces, "El rey león" se reproducía diariamente en el hogar Fabray-Berry.

–Así es, exactamente como Simba –afirmó Quinn mientras el pequeño se acomodaba para dormir
entre medio de ambas mujeres.

Daniel Fabray-Berry había nacido cinco años atrás. Era hijo biológico de Quinn con quien
compartía el mismo color de cabello y la mayoría de sus rasgos, salvo sus ojos que eran casi tan
chocolate como los de Rachel, debido al donante que habían escogido. Su personalidad era casi
idéntica a la de Charlie, con gestos de Beth y algunas expresiones de Olivia. Era el gran
consentido del hogar, pero no era un niño mañoso. Lo que claramente no ayudaba a disminuir la
atención que recibía.

–Oli dijo que Simba no era valiente, que Nala era la verdadera heroína… pero yo creo que sí lo
es… –comentó con voz adormilada Daniel.

Quinn negó, porque era tan típico que su hija menor un comentario como aquél.

–Puede existir más de un héroe en una película –explicó Rachel dejando pequeñas caricias en la
espalda de su hijo para que conciliara el sueño–. Oli probablemente quería molestarte un poco.
Aquello era lo más probable en realidad, en opinión de Quinn.

Olivia Fabray-Berry, como digna hija de Rachel poseía un brillante cabello oscuro y piel bronceada
natural que contrastaban con sus ojos avellana, muy similares a los de Beth, más oscuros que los
de Quinn. La pequeña morena tenía nueve años y era bastante parecida a Beth y Rachel en
personalidad, pero con una pizca importante de la picardía de Puckerman, para el lamento de
Quinn. Risueña, bromista, de armas tomar y llevada a sus ideas, aquella era una perfecta
descripción de Olivia. Mimada por Charlie, inseparable de Beth y admirada por Dani, el que era
objeto constante de sus inocentes bromas. Pese a ello, Olivia era una hermana mayor sumamente
protectora y cariñosa con Daniel. La admiración no había adquirida por nada.

–Cada día crece más y más rápido –susurró Quinn para no despertar a su hijo que dormía ya
plácidamente.

–Sé que es parte de la vida, pero me gustaría que pudiésemos poner pausa de repente y disfrutar
más tiempo de ellos –confesó Rachel en voz baja–. Ya veo que un día de estos, Oli nos presenta a
su novio o novia.

–Ni lo digas –pidió Quinn–. Todavía no puedo aceptar que Beth tenga novio.

–Y eso que tuviste bastante tiempo para acostumbrarte a la idea –manifestó la morena–. Como
mínimo, hace dos años comenzaron a aparecer varias señales.

–Lo sé, pero ya me conoces… negadora siempre –bromeó la ex porrista, recibiendo una sonrisa de
parte de su esposa.

–Lamentablemente, Beth sacó eso también de ti.

–Por mí que siguiese negándolo siempre.

Beth, de ya diecisiete años, llevaba seis meses de novia con el que hasta esa fecha había sido su
mejor amigo. Todos sabían que había algo más que amistad, pero Beth siempre lo negó. Hasta
que un día su mejor amigo se cansó de fingir y la besó. Aquel día todo cambió y la rubia no pudo
seguir negando lo que sentía.

–¿Recuerdas el día que Charlie nos presentó a su primera novia? –preguntó Quinn divertida.

Rachel claro que lo recordaba. La morena ya era una actriz reconocida en el mundo entero, lo que
generaba cierta intimidación. Quinn, por su parte, siempre sacaba a relucir su HBIC interior
cuando era necesario. La pobre chica estuvo nerviosa toda la cena y Charlie les dedicó miradas
suplicantes toda la velada. Beth disfrutó como nunca, Olivia aún era muy pequeña para entender
lo que sucedía y Daniel aún no nacía, así que le era imposible saber lo que pasaba aquel día.

–Pobre chica –admitió Rachel–. Creo que un mes antes que terminaran, por fin consiguió relajarse
frente a nosotras. Quién hubiese pensado que Rachel Berry podría intimidar a alguien. En el
McKinley todos se hubiesen reído.

–Eso es porque ellos no conocían a Rachel "mami osa" Berry. Eres casi tan aterradora como
Santana o yo –afirmó Quinn.

–Me siento honrada –ironizó la morena.


Dani se movió y ambas mujeres se miraron sonriendo. Aquel era el momento de callar e intentar
volver a dormir. Así, abrazadas a su pequeño hijo, se rindieron a los brazos de Morfeo.

Charlie se sentía inquieto, ansioso, angustiado. Pero nadie lo sabía. No había sido capaz de
hablarlo ni siquiera con su mejor amigo. Cameron Jauregui-Cabello seguía siendo su mejor amigo;
sin embargo, las cosas habían cambiado el último tiempo.

Y aunque quizás no fuese lo mejor, Charlie prefería mantener las distancias. Isa, preocupada por
la actitud del mejor amigo de su hermano, había intentado hablar con él, pero el castaño le
aseguró que todo estaba bien. La misma suerte había corrido el pequeño Luke, que había iniciado
la conversación, mientras jugaban con Julia, su hermana menor. Luke adoraba a Charlie y lo
idolatraba, el pequeño quería ser tan buen hermano mayor para Julia, como Charlie lo era con el
resto de los hermanos Fabray-Berry.

Quinn había notado su comportamiento, pero él se había excusado diciendo que la universidad lo
tenía agotado. Estudiaba para ser abogado en un futuro cercano, igual que su abuelo Leroy. No
era algo sencillo, pero amaba aquella carrera. Además estudiaba en la universidad de sus sueños:
Columbia. No era Yale como su mamá había deseado, pero era la que él había deseado.

–¿Vas a seguir actuando como si nada pasara mientras tu mente está lejos de aquí, perdida en
algo que prefieres ocultar? –la voz de Beth lo trajo de regreso al presente. A su casa, a su
habitación.

La que hasta hace unos años era una niña, se había convertido en una hermosa adolescente. Una
copia casi idéntica a su mamá, salvo por sus cabellos que se habían oscurecido hasta quedar de
un color rubio ceniza y sus ojos que cada día más se asimilaban a los de Puck, salvo cuando veía
a su novio, pues ahí brillaban igual que los de Quinn.

Charlie miró a Beth y lamentó que su hermana lo conociese tan bien. Sin embargo no emitió
respuesta.

–Cameron está preocupado por ti, cree que hizo algo que te molestó –agregó su hermana.

Y lo había hecho, pensó Charlie. Algo que lo había molestado más de lo que podían sospechar.

–Siempre esperé un comportamiento así de mi papá o de mamá… pero no de ti –confesó Beth–.


¿Recuerdas cuando te prometí que nunca te cambiaría por nadie, que nada nos iba a separar? Fue
el día que el tío Jesse se enteró del matrimonio de la tía Lauren con la tía Camila –agregó,
mientras Charlie asentía–. Esa promesa no se ha roto y me parece algo tonto tener que estar
recordándotela.

–Lo sé… –susurró Charlie, para luego tomar aire–. No quiero estar molesto, pero no puedo
evitarlo. Por eso me alejé de Cam.

–Mami dice que era evidente, que se veía venir –comentó Beth y Charlie supo que se refería a su
noviazgo.

–Yo no lo vi. Y Cam es mi mejor amigo, debió habérmelo dicho –se quejó el castaño.

–Quizás no te lo dijo, porque sospechaba que podrías reaccionar mal…


–Eres mi hermana…

–Eso no cambia porque esté de novia, tontín –bromeó Beth.

–Cambia todo cuando tu novio es mi mejor amigo –protestó Charlie.

–No, no cambia. Éramos inseparables antes y lo seguiremos siendo ahora. Cameron siempre me
ha cuidado igual o más que tú. Lo sabes… deberías estar feliz de que sea Cameron mi primer
novio y no cualquier otro adolescente con las hormonas descontroladas.

Beth tenía un punto importante ahí. Si bien habían comenzado como enemigos, tras el
cumpleaños número siete de Beth, la relación entre Cameron y su hermana había cambiado. Poco
a poco se volvieron más y más amigos, hasta convertirse en inseparables. Si Beth decidía salir
con Val, Cameron y Charlie siempre estaban ahí para cuidarlas. Lamentablemente para Charlie, él
siempre pensó que su amigo veía a su hermana como familia, no como una chica. Para ser justos,
el castaño debía admitir que su amigo cada vez que miraba a Beth evidenciaba el amor que sentía
por la rubia.

–¿Me vas a decir qué es lo que te pasa? –preguntó Beth demostrando que podía leer a su
hermano perfectamente.

–¿A qué te refieres?

–Sé que mi relación con Cameron te incomoda, pero te conozco y sé también que hay algo más,
algo que te está comiendo vivo –expuso la rubia mirando atentamente a su hermano–. Y recuerda
que yo no soy mamá, no me compraré la historia de la universidad.

–No sé si quiero hablarlo, Beth… siento que si lo hablo se volverá real. Al menos ahora puedo
negarlo –confesó Charlie.

–Ya es real, Charlie. He notado cómo la miras –murmuró Beth con cautela.

¿Podía ser posible? ¿Tanto lo conocía?

–No sé de qué hablas –se excusó el muchacho.

–Puedes confiar en mí. Creo que nadie más lo ha notado… salvo quizás la tía Britt, ya sabes que
ella siempre nota estas cosas –dijo la rubia.

–No sé cuándo pasó. Ni siquiera entiendo qué me pasa… pero cuando comenzó a hablar de ese
chico de su clase que le mandaba cartas y regalos… –admitió Charlie–, no sé… quería encontrarlo
y golpearlo. Ella no puede tener novio, Beth.

–Claro que puede. Que mi primer novio lo haya tenido a los dieciséis, casi diecisiete años, no
implica que aquello sea lo normal. Muchos tienen novios a su edad. Tú tuviese novia siendo menor
que ella –recordó Beth.

–¡Sí lo sé! Pero no puedo evitarlo, ¿okay? –bufó Charlie molesto–. No quiero pensar en ella con un
novio.

–¿Con un novio cualquiera o con un novio que no seas tú?


–Tengo cuatro años más que ella, Beth. Nos hemos criado juntos. Es como mi hermana. No
debería sentir esto.

–Primero, la edad es sólo una excusa –la adolescente comenzó a enumerar con sus dedos
también–. Segundo, Cameron y yo también nos criamos juntos, eso no implica nada. Tercero, tú
tienes sólo dos hermanas: Oli y yo. Nadie más. Finalmente, es como mami siempre dice: no
puedes mandar a tu corazón, sólo tienes que seguirlo.

Charlie se rio antes las palabras de su hermana.

–Mami no dice siempre eso, es una línea de su película –aclaró el castaño.

–Es una línea que ella dice en una película, película que la hizo ganar un Oscar por si no lo
recuerdas –señaló la rubia–. Y la vemos siempre, así que siempre lo dice. No te vayas del tema.

–No hay tema.

–Claro que lo hay. Te gusta mi mejor amiga. Y yo estoy de novia con tu mejor amigo. ¿Viste? El
karma existe –expuso Beth.

–Estás cada día más loca y más parecida a mami –dijo Charlie abrazando a su hermana.

Beth no dijo nada más, porque a veces tenías que dejar las cosas estar cuando hablabas con
Charlie. Su hermano tenía una personalidad casi idéntica a la de su mamá. A ellos no había que
empujarlos a nada. Y a veces, sus silencios y sus gestos decían más que sus palabras.

–¡Voy a matar a tu hijo, hobbit!

El grito, el tono, el evidente enojo, todo hizo que Rachel se preocupase. Salió corriendo de la
cocina donde preparaba unas ensaladas junto a Lauren, rumbo al jardín trasero de su hogar.

Llegó en cosa de segundos seguida de la latina de ojos verdes. Frente a ella se desarrollaba una
escena jamás vista: Santana era agarrada por Britt, Taylor y Puck, mientras que Beth, Jesse y
Quinn formaban un escudo frente a Charlie y Val. Frannie, Judy y sus padres estaban junto al
resto de los niños. Camila, Kurt y Blaine habían ido a comprar jugos y gaseosas, así que se no
encontraban presentes.

–Tienes que hacer algo –pidió Olivia llegando hasta Rachel y tomando su mano–. ¡La tía San va a
matar a Charlie!

–Santana le llega a poner un dedo encima a mi hijo y yo la mató –aseguró Quinn molesta.

–Nadie va a matar a nadie –manifestó Rachel–. Pero necesito que alguien me explique qué pasa…

–Charlie y Val estaban conversando algo molestos y luego él la besó –explicó Britt con
tranquilidad, pese a que contenía a su esposa.

¿Charlie y Val? ¿En qué momento había pasado aquello? Se preguntó Rachel y la mirada que
compartió con Quinn le indicó que su esposa se cuestionaba lo mismo.
–Charlie, espéranos en el estudio –indicó Rachel y el muchacho, cabizbajo, obedeció–. Santana, te
calmas. ¿No te gustó burlarte de Quinn y Puck hace unos meses? Ahora te aguantas –añadió algo
molesta–. Con Quinn vamos a hablar con nuestro hijo y no quiero interrupciones.

Dejó un beso en la cabeza de Olivia, no sin antes asegurarle que todo estaba bien. La niña corrió
hacia Beth, quien la recibió encantada.

–¿Lo vamos a castigar? –preguntó Quinn mientras caminaban hacia el estudio. El lugar de las
conversaciones serias de la casa.

Rachel sonrió, siempre que se trataba de Charlie u Oli, Quinn no podía ponerse en plan serio o
HBIC. Los castaños eran su debilidad. Lo mismo le sucedía a Rachel con Beth y Dani, por suerte
se tenían la una a la otra para emparejar la cancha.

–Claro que no. Quiero que converse con nosotras, que nos explique qué está pasando, porque
honestamente no entiendo nada –respondió Rachel y Quinn asintió.

Cuando Rachel abrió la puerta del estudio se encontró con un Charlie abatido que miraba por una
de las ventanas. Al sentirlas entrar, el castaño se giró hacia ellas.

–Lo siento –fue lo primero que murmuró Charlie.

–¿Por qué? –preguntó Rachel algo confundida.

–Por decepcionarlas. Sé que lo que hice estuvo mal. Sé que Val no es para mí, que ella debe estar
con alguien de su edad –susurró mirando al piso–. Intenté evitar sentir esto, se los prometo.
Pueden preguntarle a Beth…

Por supuesto que Beth lo sabía, pensó Quinn. A su hija no se le iba nada cuando se trataba de sus
hermanos.

–Creo que hablo por las dos cuando digo que no nos has decepcionado –dijo Quinn y Rachel la
apoyó asintiendo–. Queríamos hablar contigo para entender qué sucede –añadió la rubia para
tranquilizar a su hijo–. Te puedo asegurar que lo peor que puedes hacer en la vida es intentar
reprimir tus sentimientos. Yo lo intenté cuando tu mami se metió en mi corazón y sólo sufrí y
prolongué lo que era imposible de evitar: que estuviésemos juntas.

–Quiero dejar claro que yo no me metí en el corazón de nadie –señaló Rachel orgullosa–. Pero tu
mamá tiene razón, cariño. Si Val te gusta, lo peor que puedes hacer es intentar que aquel
sentimiento se vaya, porque no se irá.

–Siempre la vi como mi hermana menor, como una amiga, la mejor amiga de Beth… pero…

–Las cosas cambian –interrumpió Quinn y Charlie asintió–. Nosotras te vamos a apoyar siempre.
Eres nuestro hijo y queremos que seas feliz. Si eso implica que tengamos que soportar a Santana
como familia, así será.

–Me va a matar… –murmuró Charlie.

–Claro que no –aseguró Rachel–. Si se atreve a ponerte un solo dedo encima no sólo deberá
enfrentarse a tu mamá, sino que a mí y a tus hermanas. Y podemos ser de temer…
–Gracias –dijo Charlie abrazando a sus dos mamás. El muchacho tenía una estatura envidiable,
por lo que Rachel se veía mucho más baja a su lado, en comparación. Aun así, Charlie se sentía
increíblemente protegido cuando la abrazaba–. Val se molestó conmigo, porque siempre ha
gustado de mí y yo sólo la noté cuando su compañero se fijó en ella. Me dijo que era un lento… Y
yo la besé. Ella me respondió el beso, pero creo que debemos hablar bien y también quiero hablar
con la tía Santana y tía Britt –explicó el castaño con verborrea.

–Me parece una buena idea. Y Santana te adora, aunque no va a admitirlo ahora que te
convertirás en el novio de su hija –expuso Quinn–. Regresemos antes que Beth y Oli vengan a
rescatarte pensando que estamos intentando matarte. Tus hermanas son más dramáticas que
Rach, y eso es casi imposible.

–Te recuerdo que sigo aquí, Fabray –dijo molesta Rachel, pero sonrió apenas su hijo la abrazó con
fuerza.

La morena no lo admitiría, pero saber que Charlie estaba interesado en Val le dolía un poco. Su
hijo ya era más grande y por la forma en que le brillaban los ojos, no se trataba de algo pasajero.
En menos de un año, sus dos hijos mayores habían encontrado el amor. Agradecía que Quinn no
pudiese aguantar sus celos y ella hiciese las escenas, pero Rachel, en el fondo, compartía el sentir
de su esposa.

Quinn como si supiera lo que pasaba por la mente de Rachel, tomó su mano con fuerza y dejó un
beso en su mejilla antes de abrir la puerta.

Apenas cruzaron el umbral, tres cuerpos que conocían muy bien aparecieron frente a ellas y
Charlie.

–¿Te castigaron? –preguntó Daniel corriendo a abrazar a su hermano. Charlie abrió los brazos
para recibirlo y lo elevó, cargándolo contra su cadera.

–¡No pueden castigarlo! –exclamó Olivia.

–¡No pueden! Él de verdad no quería afrontar lo que sentía y se estaba castigando por eso –
señaló Beth.

–Nadie ha castigado a nadie. Si no fuesen tan dramáticas, hubiesen esperado a que


respondiésemos a la pregunta de Dani, antes de sacar cualquier conclusión –puntualizó Quinn.

–Está todo bien, chicos –aseguró Charlie a sus hermanos–. Mamá y mami sólo querían saber qué
había sucedido y qué sentía. Ellas me apoyan un cien por ciento, como siempre.

–Abrazo familiar –gritó Daniel y con una sonrisa, todos los Fabray-Berry se abrazaron
obedeciendo al pequeño rubio.

Quinn estaba sentada en una reposadera en el jardín trasero de la casa que hace casi diez años se
había convertido en su hogar. A su lado, su hermosa y exitosa esposa descansaba mientras
aprovechaba de broncearse. Frente a ella sus cuatro hijos disfrutaban de la vida (y la piscina) sin
preocupaciones.

La rubia no pudo evitar sonreír. Hace diecisiete años todo se veía imposible. Su vida parecía ir en
picada y todos sus sueños se alejaban. Entonces apareció la morena que reposaba a su lado para
darle vuelta el mundo; para aflorar sus peores miedos, para darle esperanza, sueños y más
miedos. Y sin proponérselo se ganó un espacio en su corazón, para luego ganarse su corazón
completo. Desde ahí luchó contra sus demonios y la dio más amor del que creía posible y una
felicidad sin límites.

A Quinn le maravillaba saber –y de cierta manera, aún le sorprendía–, que ella había sido capaz
de hacer lo mismo por Rachel. Quizás no de la misma forma, porque el cambio de la morena no
era evidente como el de Quinn. Pero eran los detalles, las pequeñas cosas donde la influencia de
la rubia se manifestaba. Rachel se lo había dicho en más de una ocasión: la primera vez, tras el
cumpleaños número siete de Beth; luego cuando ganó su primer Tony; y lo reiteró cuando
anunciaron las nominaciones a los Globos de Oro y a los Oscar. Su esposa, la pequeña diva que
siempre había soñado con brillar en Broadway y que estaba a sólo un Grammy de conseguir el
ansiado e imposible EGOT, dejaría todo sin dudarlo si su familia lo requería. Porque Quinn y esas
cuatro personitas frente a ellas valían más que cualquier premio, cualquier obra, cualquier
aplauso. Ellos se habían convertido en su sueño más grande y en su fuente de felicidad. Lo demás
eran sólo ganancias y mejoras.

–¿Dónde te fuiste? –preguntó Rachel con voz algo aletargada.

–A ningún lado en realidad. Pensaba en nosotras, en ellos –respondió mirando a sus hijos–. En lo
feliz que somos.

–A veces aún me sorprendo… creo que cualquier día de estos voy a despertar en Lima y todo
habrá sido en sueño. Es demasiado perfecto… –confesó la morena.

Quinn sonrió, porque su esposa tenía razón. Incluso las imperfecciones hacían que todo
funcionara a la perfección, por extraño que aquello resultase. Sin poder evitarlo, se perdió en sus
recuerdos y soltó una carcajada. Rachel la miró interrogante.

–Recordaba la noche que ganaste tu primer Tony. Épica… Probablemente todos los presentes la
recuerdan –bromeó Quinn.

–Y tú que pensabas que Oli no sería una diva… Qué más dramático y divo que querer nacer
mientras tu madre da su discurso de aceptación –ironizó Rachel.

Quinn se rio ante las palabras de su esposa, aunque reconocía que en aquel momento lo único
que quería era llorar de preocupación. Rachel tenía sólo siete meses de embarazo cuando la
ceremonia se desarrolló. Todo parecía ir de maravillas. Especialmente cuando la anunciaron como
flamante ganadora del premio Tony. Su esposa caminó erguida y radiante hacia el lugar donde
recibiría el premio y comenzó un discurso que fue emocionante y divertido, hasta que algo cambió
en su rostro y Quinn sintió que un frío la recorría. Luego, por el micrófono dijo: "Amor, creo que
rompí fuente". Lo demás está borroso en la memoria de Quinn. Pero tres horas más tarde y con
un grito digno de una soprano, Olivia Fabray-Berry hizo su entrada al mundo.

–Cuando filmaba la película muchos bromeaban con eso –comentó Rachel–. Me decían si estaba
bien, si no necesitaba ir al hospital. Yo sólo reía y les recordaba que tú eras la que estaba
embarazaba, no yo.

La verdad era que Rachel se había resistido a filmar aquella película. Era un guión interesante y
Quinn creía que le aseguraría una nominación para algún premio. Rachel ya contaba con tres
premios Tony a su haber y una prestigiosa carrera en Broadway, así que las ofertas
cinematográficas eran variadas, pero la morena no quería arriesgarse.
Quinn de verdad ansiaba que su esposa se convirtiese en una de las flamantes ganadoras de un
EGOT y veía en aquella película una gran forma de avanzar en su consecución. Lamentablemente,
Rachel no quería abandonarla. Quinn sólo tenía tres meses de embarazo, pero eso a la morena no
le parecía importar. Aunque tuviese sólo mes, no quería apartarse de ella.

Así que la ex porrista decidió por su mujer. Armó las maletas y les consiguió tutores a sus hijos.
Por una temporada se mudarían a Los Ángeles, donde Rachel filmaría la bendita película en
compañía de toda su familia. El resultado: éxito en taquillas, dos premios Globos de Oro, un Oscar
como actriz revelación y un pequeño rubio cuya piel bronceada se asimilaba a la de su morena
mamá, gracias a las horas que Quinn pasó recostada frente a la piscina de la casa que rentaron
en Los Ángeles.

Por su parte, Quinn aprovechó ese tiempo sin trabajo para centrarse en la escritura. Casi un año
después, el manuscrito de su libro veía la luz con la aprobación de todo aquel que lo había leído.
Cuando incluso Santana le dijo que era una buena historia, decidió hablar con el editor de la
empresa en la que trabaja y mostrarle su obra. Dos días más tarde, firmaba el contrato como
escritora con la editorial. En poco tiempo, "Dos vueltas a la luna" se convirtió en uno de los libros
mejores vendidos. La prensa rosa las comenzó a llamar la pareja Midas, porque todo lo que
hacían era un éxito.

–¿Hablaste con tu editor? –preguntó Rachel–. De verdad creo que tienes otro best seller en tus
manos.

–Están revisando lo que les envié y me lo devolverán con las correcciones hechas –explicó Quinn.

–Puede que sea una de tus mejores historias hasta ahora –dijo con adoración Rachel–. Aunque,
sin lugar a dudas, tu mejor historia es la que está frente a nosotras en este momento.

Quinn desvió la mirada desde su esposa a sus hijos: Charlie tenía a Dani en sus hombros, quien
con una pistola de agua, mojaba a Beth y Oli, quienes, a su vez, intentaban hacerle cosquillas a
Charlie para derrumbarlo y ganar aquel combate acuático que parecía no tener fin.

–Es la historia que yo más disfruto escribir –afirmó Quinn volviendo a mirar a Rachel y dejándole
un beso en su cabello.

–Y mi historia favorita para protagonizar –concordó la morena, tomando el rostro de su esposa


con ambas manos para dejar un cálido y ansiado beso en sus labios.

Ignoraron los gritos de sus hijos, porque nada había cambiado y cada vez que sus labios se
tocaban, el mundo se paralizaba y surgía la magia. Magia que se proyectaba en los cuatro rostros
sonrientes que las miraban desde la piscina, ansiado encontrar un amor como el de sus madres o
deseando que el que tenían se convirtiese en uno tan fuerte como el de ellas.

Llegando incluso a recurrir al alcohol para lograrlo, pensaron en tono de broma los hijos mayores
del clan Fabray-Berry.

Porque el alcohol no era tan malo después de todo, había ayudado a sus madres a comenzar la
mejor historia de todas.

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