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¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos a reducir y

solucionar los conflictos?


Las peleas entre hermanos son necesarias para el proceso socializador de
nuestros hijos. Favorecen el crecimiento personal, social y emocional de
nuestros pequeños y son totalmente naturales y normales. Potencian la
creatividad y la capacidad de liderar y tomar decisiones.

Los conflictos se producen por la necesidad de nuestros hijos de delimitar su


espacio, de mostrar sus gustos y preferencias, de desarrollar sus propios
recursos. La dificultad de modular correctamente las emociones o control de la
impulsividad hace que la convivencia entre hermanos, en ocasiones, se haga muy
complicada.

Las peleas son una gran fuente de aprendizaje que facilitan el desarrollo de las
habilidades comunicativas, la practica de la negociación, el autocontrol y la
autonomía en la búsqueda de soluciones. Se convierten en magníficas
oportunidades de expresar todo aquello que sienten y de aprender a solucionar de
forma autónoma los conflictos

En el conflicto siempre hay crecimiento, sin él no podríamos evolucionar, tomar


conciencia de todo aquello que nos pasa, conocernos y entender el
comportamiento o las ideas de los demás.

Peleando o discutiendo nuestros hijos aprenden a dialogar, ceder y


ejercitar habilidades tan importantes como la empatía, la escucha
activa y la tolerancia a la frustración. A reconocer los límites y las
normas, a pedir disculpas y hacer frente al error.

Nuestros hijos e hijas, a través de las discusiones comparten sus


necesidades,  anhelos y miedos, expresan su rabia, modifican
conductas y exponen sus puntos de vista sobre lo que piensan o
sucede a su alrededor. Aprenden a tener en cuenta los sentimientos del
otro y los efectos de su comportamiento sobre él.

Los conflictos entre hermanos son muy comunes en los hogares,


especialmente cuando pasamos mucho tiempo juntos en vacaciones. La
falta de rutinas, el aburrimiento o el cansancio facilitan que aparezcan los
conflictos.
Las peleas son una de las preocupaciones más comunes entre las
familias ya que acaban con la paciencia y la capacidad de escucha.
En muchas ocasiones,  mostramos muchas dificultades para mantener la
calma ante ellas, para acompañar desde la neutralidad e intervenir de
forma correcta.

Debemos aprender a desdramatizar cuando se produzcan, intervenir


únicamente cuando sea imprescindible, acompañar desde la tranquilidad
y la comprensión.

1. Explicándoles que las peleas no se resuelven utilizando la


violencia física, los insultos, los reproches o los
gritos. Convirtiéndonos en el mejor ejemplo comunicativo y de resolución
de conflictos que puedan tener. Nuestra actitud de serenidad ante ellas
determinará la forma en la que nuestros hijos solucionarán sus
desavenencias.

2. Siendo muy conscientes que las peleas entre hermanos son


normales, instructivas y muy necesarias en el desarrollo psicosocial
de nuestros hijos. Que nuestros hijos se peleen no significa que no se
quieran o tengan un mal vínculo afectivo. Eduquémosles en valores tan
importantes como el respeto, la bondad y el agradecimiento.

3. Ayudándoles a identificar, compartir y gestionar las


emociones que aparecen en los conflictos, validándoles la ira, la tristeza
o el enfado. Ofreciéndoles el tiempo y el espacio necesario para que
puedan encontrar ellos mismos la solución. Enseñándoles a hacer un uso
adecuado del lenguaje y el diálogo para resolver las diferencias y
disconformidades.

4. Siendo equitativos con nuestro cariño y atención ante


ellos. Evitando las comparaciones, las etiquetas que dañan la
autoestima y condicionan la conducta, las interrogaciones o la búsqueda
de culpables. Las asambleas familiares y los ratos exclusivos con cada
hijo ayudarán a  conseguir que nuestro hogar no sea un terreno tan fértil
para las disputas.

5. Evitando discutir con nuestra pareja delante de nuestros hijos.


Que lo hagamos produce en nuestros pequeños inseguridad, miedo,
preocupación y enfado.

6. Interviniendo lo mínimo en los conflictos para evitar


favoritismos. Evitando aumentar la rivalidad entre nuestros hijos y
convertirnos en jueces. Sólo intervendremos en una pelea si se están
utilizando palabras despectivas o existe alguna agresión física.

7. Ante el conflicto, el adulto debe mostrarse objetivo y no mediar.


Observar sin intervenir evitará que alcemos la voz, que perdamos la
imparcialidad, que caigamos en la tentación de defender al que
consideramos más débil o que le exijamos sólo la responsabilidad al
mayor.

8. Utilizando la técnica del  “método consciente” que permite


encontrar una solución al problema que satisfaga a todos sin buscar
culpables. Cada persona implicada en el conflicto debe poder expresar
con libertad su punto de vista, proponer posibles soluciones que
satisfagan a ambas partes y llegar así a poder cerrar la desavenencia.
Deberemos confiar siempre en la capacidad que tienen nuestros hijos
de llegar a un acuerdo de forma autónoma ante una pelea. Cada
conflicto les ayudará a desarrollar el autoconocimiento, la inteligencia
social y les empoderará. Enseñemos a nuestros hijos a gastar sus
energías resolviendo problemas y no creando conflictos.

Como decía Theodor Jaspers: “Los problemas y conflictos pueden


ser la fuente de una derrota, una limitación para nuestra
potencialidad pero también pueden dar lugar a una mayor
comprensión de la vida y el nacimiento de una unidad más fuerte en
el tiempo”.

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